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UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO MARK TWAIN

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UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO MARK TWAIN

UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY...

UNAS PALABRAS DE EXPLICACIN Fue en el castillo de Warwick donde conoc al curioso extranjero del cual me propongo hablar. Me atrajo por tres motivos: por su cndida simplicidad, por lo maravillosamente familiarizado que estaba con las armaduras antiguas y por lo descansado que era hacerle compaa, ya que l llevaba toda la conversacin. Nos encontramos juntos, como nos sucede siempre a la gente modesta, en la cola de la manada de turistas que visitaba el castillo, e inmediatamente comenz a decir cosas que me interesaron en extremo. Mientras hablaba, en voz baja, aladamente, agradablemente, pareca irse desprendiendo en forma imperceptible de este tiempo y de este mundo, para posarse en alguna era remota y en algn olvidado pas. Me rode gradualmente de una atmsfera extraa, tanto, que me pareca moverme entre fantasmas y espectros, y polvo y sombras de una antigedad, vetusta a ms no poder, de la cual hablaba como si fuera una reliquia. Del mismo modo que yo hubiera hablado de mis amigos o enemigos personales, o de los ms familiares de mis vecinos, hablaba l de sir Lanzarote del Lago, de sir Bors de Ganis, de sir Galaad y de3

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los dems grandes hombres de la Tabla Redonda... Y cun viejo, indeciblemente viejo, y arrugado, y seco, y polvoriento, fue hacindose, a medida que segua hablando!... Se volvi hacia m y me dijo, igual que si hablase del tiempo o de cualquier otro vulgar asunto: -Usted habr odo hablar de la transmigracin de las almas, verdad? Y de la transposicin de las pocas y de los cuerpos?... Le contest que jams haba odo tratar de ello. Le interesaba tan poco nuestra conversacin -igual que ocurre a todo el mundo cuando se habla del tiempo o de otro tema por el estilo- que ni se fij en mi respuesta. Hubo un corto instante de silencio, inmediatamente interrumpido por la voz zumbadora del cicerone: -Esto es un antiguo plaqun del siglo VI, del tiempo del rey Arturo y de la Tabla Redonda. Se dice que perteneci al caballero sir Sagramor el Deseoso. Observen ustedes el agujero redondo a nivel de la tetilla izquierda. No se puede atribuir a ninguna arma de la poca. Se supone que se debe a una bala, quiz disparada por un soldado del tiempo de Cromwell. Mi reciente amigo sonri... no con una sonrisa moderna, sino como deba de sonrerse la gente hace centenares y centenares de aos, y murmur, aparentemente, para s mismo: -Bendito sea Dios! Yo vi cmo le hacan ese agujero... Despus de una pausa, aadi: -Lo hice yo mismo.

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Cuando me repuse de la sorpresa elctrica de esta observacin, el que la hizo ya se haba ido. Durante toda la tarde permanec sentado al lado de la chimenea, en, la sala de armas del castillo, sumido en un ensueo sobre los tiempos antiguos, mientras el agua de la lluvia daba contra las ventanas, y el viento silbaba por los aleros y los recodos. De vez en cuando, abra el maravilloso libro de sir Thomas Malory y lea algn fragmento de sus prodigios y aventuras, aspirando la fragancia de aquellos nombres olvidados, y me suma de nuevo en mi ensueo. Cuando ya estaba cerca de la medianoche, le la historia que copio a continuacin, como testimonio de que cuento la verdad. DE CMO SIR LANZAROTE MAT A DOS GIGANTES Y LIBERT UN CASTILLO A poco llegaron a l dos grandes gigantes bien armados, protegidas sus cabezas con fuertes cascos y esgrimiendo dos terribles porras. Si Lanzarote se cubri con su escudo, desvi el golpe de uno de los gigantes y, con un tajo de su espada, le hendi la cabeza partindosela en dos pedazos. Cuando el otro vio esto ech a correr como un loco, atemorizado por tan horrible golpe, y, sir Lanzarote lo persigui hirindolo en la espalda y partindolo por la mitad. Entonces se dirigi a la entrada del castillo y salieron seis decenas de damas y doncellas que se arrodillaron ante l y dieron gracias a Dios y al caballero por su liberacin. Porque, segn le dijeron, la mayor parte de aquellas damas haban permanecido5

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siete aos en el castillo cautivas de los gigantes, trabajando para poder comer, tejiendo seda, a pesar de ser todas ellas de alta cuna. "Bendita sea, caballero, la hora en que naciste -exclamaron-, pues has realizado la hazaa ms extraordinaria que jams ha llevado a fin caballero alguno en el mundo, de la que quedar imperecedero recuerdo. Te rogamos nos digas tu nombre para que podamos decir a nuestros amigos quin nos ha libertado de nuestro cautiverio." "Hermosas doncellas -contest l-, mi nombre es Lanzarote del Lago." Y se despidi de ellas encomendndolas a Dios. Mont en su corcel y cabalg por extraos y dilatados pases atravesando ros y valles, siempre mal alojado, hasta que una noche tuvo la suerte de ir a parar a la casa de una anciana dama que lo recibi muy bien y donde encontr mucho agasajo para l y su caballo. Y cuando lleg la hora de dormir su huspeda lo llev a una cmoda buharda, que caa sobre la puerta, en donde encontr cama. Sir Lanzarote despojse de sus armas, se, acost y se durmi en seguida. Pero poco despus lleg alguien a caballo y llam, con gran prisa, a la puerta. Cuando sir Lanzarote lo oy, se levant, mir por la ventana y vio, a la luz de la luna, a tres caballeros que cabalgaban persiguiendo a otro, sobre el cual se abalanzaron los tres con las espadas desenvainadas; pero el caballero se volvi valientemente contra los atacantes, para defenderse. "A fe ma -se dijo sir Lanzarote-, he ah un caballero a quien debo ayudar, pues sera una vergenza para m ver tres caballeros contra uno, y, si lo mataran, tendra que considerarme cmplice de su muerte." Tom sus armas y, descolgndose por la ventana con ayuda de una sbana, les dijo a los cuatro6

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caballeros con voz recia: "Venid contra m, caballeros, y dejad de combatir contra ese caballero". Y entonces los tres dejaron de acosar a sir Kay y se volvieron contra sir Lanzarote, con el cual comenzaron una terrible pelea, asaltndolo por todos los lados. Entonces sir Kay ofreci su ayuda a sir Lanzarote. "No -le dijo-, no la necesito; pero si queris tener la ma, dejadme solo con ellos." Sir Kay, para dar satisfaccin al caballero, consinti en cumplir su deseo y se apart a un lado. Y a poco, con seis mandobles, sir Lanzarote derrib a los tres caballeros. Y entonces los tres gritaron: "Caballero, nos rendimos a tu valor sin igual." A lo que respondi sir Lanzarote: "No es a m a quien tenis que rendiros, sino a sir Kay el Senescal; slo con esta condicin os perdonar la vida." "Valeroso caballero -dijeron ellos-, nos disgusta hacerlo as, pues a sir Kay lo habamos perseguido hasta aqu y lo habramos vencido de no ser t; por consiguiente, rendirnos a l no sera justo." "Pensadlo bien -dijo sir Lanzarote-, porque vuestra vida o vuestra muerte est en manos de sir Kay." Varemos lo que t mandes." "Entonces -dijo sir Lanzarote-, el prximo domingo de Pentecosts os presentaris en la corte del rey Arturo, os rendiris a la reina Ginebra y os pondris los tres a su gracia y merced, y decid que sir Kay os enva como cautivos suyos." Por la maana, sir Lanzarote se levant temprano y dej a sir Kay durmiendo. Y sin Lanzarote tom la armadura y el escudo de sir Kay y se arm con ellos; y se fue a la caballeriza, cogi el caballo de aqul, se despidi de la huspeda y se fue. Poco despus se levant sir Kay y, al echar de menos a Lanzarote, se dio cuenta que le haba dejado su armadura y su caballo. "Por mi7

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fe que ahora comprendo -se dijo- que quiere chasquear a alguno de la corte del rey Arturo, porque con l los caballeros se creern valientes, pensando que soy yo, y se engaarn; y gracias a su armadura y a su escudo yo estar seguro y cabalgar tranquilo." Y poco despus, sir Kay se despidi de la huspeda y parti. Apenas acababa de leer esto cuando se abri la puerta y entr mi amigo, el de las armaduras. Le di la bienvenida, le acerqu una silla y le alargu la petaca. Le confort, adems, con un viejo whisky escocs, que volv a servirle as que ech la primera copa. A la segunda sigui otra... que le llen con la esperanza de que se decidiese a contarme su historia. Despus de una cuarta tentativa de persuasin, empez a hablar con estas sencillas y naturales frases: LA HISTORIA DEL EXTRANJERO Soy americano. Nac y me eduqu en Hartford, en el estado de Connecticut, al lado mismo del ro, en el campo. As es que soy yanqui por los cuatro costados. Adems, soy muy prctico y no me detengo nunca por motivos sentimentales...o poticos. Mi padre era herrero y mi to veterinario. Yo fui ambas cosas, por lo menos al principio. Luego entr a trabajar en una fbrica de armas y aprend mi verdadero oficio... Aprend todo lo que haba que aprender: a hacer caones, revlveres, calderas, fusiles, gras y toda clase de mquinas de esas que ahorran trabajo al hombre, sea lo que fuere; y si no se conoce la manera de realizarlo, me comprometo a inventar un procedimiento a propsito y convertir8

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cualquier asunto, por complicado que sea, en una cosa tan fcil como hacer rodar un tronco por una ladera. As fue como llegu a ser nombrado superintendente jefe, con un par de millares de hombres a mis rdenes. Un hombre as, con ese cargo, tiene que estar luchando continuamente, ni que decir tiene. La gente se peleaba con frecuencia, y una vez, al intentar separar a un par de individuos que se daban de puetazos con mucha aficin, recib yo tambin mi dosis. Se trataba de un buen sujeto al que llamaban Hrcules. Me dej tendido de un trompazo en la cabeza que hizo crujir mi crneo, como si fuese a abrirse y a esparcir el cerebro por el suelo. El mundo se oscureci completamente y ya no sent ni supe nada ms, por lo menos durante un rato. Cuando volv en m me hall sentado debajo de un roble, en la hierba, ante un hermoso y extenso paisaje para m solo... Digo mal; no en absoluto para mi uso particular, pues haba un individuo montado a caballo, mirndome fijamente... Un sujeto que pareca recin salido de un libro de estampas. Iba vestido con una antigua armadura de hierro y llevaba en la cabeza un yelmo en forma de alfiletero, con hendiduras en la parte delantera. Llevaba tambin un escudo, una espada y una prodigiosa lanza. Su caballo iba, asimismo, protegido por una armadura, en la parte de la frente y del pecho, con riendas encarnadas y gualdrapa verde en la grupa, que casi tocaba el suelo y que haca pensar en la colcha de una cama.

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-Noble caballero -me dijo el individuo de la armadura-. Queris justar conmigo? -Si quiero qu...? -Probar vuestras armas por una dama, por un pas, o por cualquier otra cosa parecida... -Qu broma es sa? -repliqu-. Vulvase usted a su circo o le har detener! Como respuesta, aquel hombre retrocedi unas doscientas yardas y luego, inclinando la cabeza hasta que su yelmo toc el cuello del caballo, se dirigi a todo galope rectamente contra m, lanza en ristre. Comprend que vena decidido a ensartarme, as fue que, cuando lleg, ya me haba encaramado al rbol. Enojado por mi conducta, asegur que yo le perteneca y que era cautivo de su lanza. No cesaba de argumentar, apoyado en el supremo razonamiento de su fuerza, de manera que cre que lo ms sensato sera seguirle la corriente. Llegamos a un acuerdo: yo ira con l, y l, a su vez, no me causara ningn dao. Descend del rbol y emprend el camino, andando al lado del caballo a travs de caadas y de arroyuelos que yo no recordaba haber visto antes, lo cual me dejaba perplejo y maravillado. Es ms; no llegamos a ningn circo ni a nada que se le pareciese. Dej de lado, pues, la idea de un circo, y supuse que el tal sujeto deba de haberse fugado de algn manicomio. Pero tampoco llegamos a ningn manicomio, as es que comenc a inquietarme. Le pregunt a cunto nos hallbamos de Hartford, a lo cual l me respondi que nunca haba10

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odo aquel nombre. Pens que menta, pero hice como que no me daba cuenta. Al cabo de una hora divisamos a lo lejos una ciudad en el fondo de un valle, a la orilla de un ro, y detrs, en una colina, una vasta fortaleza gris, con torres y torreones, la primera que vea fuera de los libros. -Bridgeport? - pregunt, sealando hacia el valle. -Camelot - me contest. El narrador comenz a dar seales de sueo. Hizo un movimiento con la cabeza y con una sonrisa muy suya, muy pattica y anticuada, dijo: -No puedo continuar... Pero venga conmigo... Lo tengo todo escrito y podr leerlo si le interesa. Una vez en su cuarto, aadi: -Al principio redact un diario, pero despus, en el transcurso de los aos, lo convert en un libro. Cunto hace de eso! Me entreg el manuscrito y me seal el sitio donde tena que leer. -Empiece por aqu indic-, porque lo anterior ya se lo he contado. El extranjero acab por dormirse. Le o murmurar: -Que Dios os conceda un buen refugio, caballero!... Me sent al lado de la chimenea y examin mi tesoro. La primera parte del libro, la ms extensa, en realidad, estaba escrita sobre pergamino, amarillento ya por la accin de los siglos. Examin atentamente una hoja y vi que era un palimpsesto. Debajo de la escritura del historiador yanqui aparecan trazas de la escritura de otro manuscrito..., palabras y11

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medias frases en latn, que, evidentemente, formaban parte de antiguas leyendas monacales. Busqu el sitio que me seal el extranjero y comenc a leer lo que sigue.

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CAPITULO I CAMELOT "Camelot? -me dije-. Camelot...? No recuerdo este nombre... Debe de ser el del manicomio, probablemente." Era un paisaje solitario, luminoso, apacible y lindo como de ensueo. El aire estaba lleno del aroma de las flores, del runruneo de los insectos y del trinar de los pjaros. No se vea a nadie; ni gente, ni carretas... nada. El camino era ms bien un sendero tortuoso en el cual se notaban huellas de herraduras y de ruedas que deban de tener las llantas tan anchas como la mano. Una linda muchacha se present; tendra a lo sumo diez aos. Luca una gran cabellera rubia, que le caa en catarata por las espaldas, ceida por una corona de amapolas. Andaba lentamente. En su rostro se reflejaba la ms absoluta tranquilidad. El hombre del circo no se fij en ella o hizo como que no se fijaba. La muchacha, por su parte, no dio la menor muestra de sorpresa al verle vestido de aquella extraa manera, como si siempre lo hubiese visto igual. Pas por nuestro lado tan indiferente como si pasase al lado de13

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una pareja de vacas... Pero cuando se fij en m, entonces s que demostr sorpresa. Se llev las manos a la cara y se qued inmvil, como petrificada, con la boca abierta y los ojos redondos, temerosos y asustados, como la imagen de la curiosidad, sorprendida y atemorizada. Se detuvo mirndome con una especie de estupefacta fascinacin, hasta que dimos la vuelta a un recodo del camino y la perdimos de vista. El hecho de que fuese yo quien la sorprendiese, en vez del hombre del circo, me dej perplejo. No encontraba ni pies ni cabeza en todo aquello. Y la circunstancia de que me considerase un espectculo, olvidndose de sus propios mritos a este respecto, resultaba de no menor confusin para m. Adems, constitua una muestra de sorprendente generosidad en una persona tan joven. Haba tema para pensar largo rato. Segu andando como en sueos. A medida que nos acercbamos a.la ciudad, comenzaron a aparecer seales de vida. De vez en cuando veamos una cabaa medio derruda, con el techo de paja y un huerto en lamentable estado de abandono. Vimos tambin algunas personas: hombres morenos con la cabellera muy larga y sin peinar, que les colgaba por delante de la cara y los haca semejar animales. Vestan, igual que las mujeres, un traje de grosero tejido de estopa, que les llegaba hasta cosa de media pierna, algo ms abajo de la rodilla; se caIzaban con una especie de sandalias muy bastas, y algunos llevaban un collar de hierro. Nios y nias iban desnudos, y nadie pareca parar mientes en ello.

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Toda esta gente me miraba; hablaba de m, sealndome, y corra a sus chozas para avisar a la familia mi presencia. Pero nadie prest gran atencin a mi compaero, excepto para saludarle humildemente, sin que recibieran respuesta alguna de su parte. En la ciudad haba algunas casas de piedra, sin ventanas, esparcidas en medio de un sinfn de cabaas cubiertas de blago. Las calles eran simples senderos tortuosos y sin pavimentar. Multitud de perros y de desnudos chiquillos jugaban al sol, haciendo ruido y chillando. Los cerdos circulaban libremente por aquellas calles. Una marrana daba de mamar, en el centro del arroyo, a toda su familia. Omos los distantes acordes de una banda militar, que se fue acercando, hasta que una brillante cabalgata de imponentes caballeros apareci por un extremo. Los jinetes ostentaban grandes plumeros en los yelmos, centelleantes cotas de malla y doradas puntas de lanza entre banderas desplegadas. Los caballos lucan magnficas gualdrapas. Por entre la chiquillera, los puercos, el estircol y los perros que no cesaban de ladrar, avanz el intrpido cortejo. Nosotros le seguimos. Le seguimos a travs de un serpenteante camino y luego a lo largo de otro, siempre subiendo, subiendo, hasta que por fin llegamos a la aireada cumbre donde se levantaba el enorme castillo. Hubo un intercambio de toques de clarn; luego dedicse un rato a parlamentar desde lo alto de las murallas, en las cuales hacan guardia soldados con morriones en la cabeza y alabardas al hombro, debajo de las flotantes banderas en las que campaba la tosca figura de un dragn.15

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Se abrieron las puertas, se baj el puente levadizo y la cabeza de la cabalgata penetr en el castillo por el oscuro arco de entrada. Nosotros, siguiendo detrs, nos hallamos pronto en un gran patio enlosado, con torres que elevaban sus almenas en el aire azul de la maana. Mientras desmontaban los caballeros, muchos saludos y ceremonias, muchas idas y venidas, y un gayo despliegue de agradables y entremezclados colores; en conjunto, un alegre bullicio, ruido y confusin.

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CAPTULO II LA CORTE DEL REY ARTURO Apenas encontr ocasin, me escabull y me acerqu a un anciano de aspecto vulgar. Le toqu en el hombro y le dije en tono confidencial e insinuante; -Amigo, dgame usted, por favor.., Pertenece usted al manicomio, o est de visita aqu, o algo por el estilo? Me mir con mirada estpida y contest: -A fe ma, noble caballero, me parece que... -Basta!... Comprendo... Ya me doy cuenta de que es usted un paciente. Me apart, pensativo, pero sin dejar de mirar a mi alrededor, por si vea pasar alguna persona, con aspecto de estar en sus cabales, que pudiera aclarar mi situacin. Cre encontrar una; me acerqu a ella y le dije al odo: -Por favor, Podra ver al director, un momento..., solamente un momento ... ? -Os ruego no me estorbis... -Estorbar? -Pues no me detengis, si prefers esta palabra.17

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Aadi que era un marmitn y que no poda perder tiempo charlando, aunque en cualquier otra circunstancia le hubiera agradado hacerlo, porque sera para l un gran consuelo saber dnde diablos haba encontrado yo mi vestido. Al irse, me inclic que all -y seal- haba alguien bastante desocupado para atenderme, y que hasta pareca ir en mi busca. Se trataba de un muchacho desgarbado, cenceo, con unos tirantes de un rojo langostino que le hacan parecer una zanahoria a medio cortar. El resto de su atavo era de seda azul, con lacitos y cintas. Por debajo de un sombrero de satn rosa con una gran pluma, que le caa sobre la oreja, asomaban dorados rizos. Pareca de buen carcter y daba la sensacin de estar satisfecho de s mismo. Era lo bastante lindo para ponerlo en un marco. Se me acerc, me mir con impertinente y sonriente curiosidad, me inform de que era un paje y que haba venido a mi encuentro. -No te necesito - le dije. Me mostr severo, pues me hallaba muy irritado. l, sin embargo, no pareci darse cuenta de mi actitud. Empez a hablar y a rer de una manera infantil, feliz y despreocupada, y me trat como si me conociera de toda la vida. Me hizo toda clase de preguntas sobre mi persona y mis vestidos, pero sin esperar que le contestase ni una sola vez, siempre charlando, como si no se acordara de que me haba hecho una pregunta y ni esperase una respuesta, hasta que al fin mencion que haba nacido a comienzos del ao 513. Un escalofro recorri todo mi cuerpo, al escuchar esto. Le interrump y le dije un poco desmayadamente:

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-Me parece que no te he odo bien. Reptelo, por favor... Despacio... En qu ao has dicho que naciste? -En el 513. -En el 513!... Nadie lo dira!.. Mira, muchacho, yo soy un forastero y no tengo amigos aqu. S sincero conmigo, sin bromas... sts cuerdo? Completamente cuerdo? Me contest que s. -Todos sos, estn en su juicio? Me respondi que s. -Es un manicomio este edificio? Quiero decir si es un sitio donde se cura a la gente que est algo... algo loca... Me contest que no. -Bien -le dije-, entonces es que yo me he vuelto loco o que en el mundo ha sucedido algo terrible. Ahora, dime... con sinceridad, eh? Dnde estoy? -En la corte del rey Arturo. Esper un momento, para dejar que esta idea se aduease de mi cabeza; luego le pregunt: -Y, segn tus clculos, en qu ao estamos? -En el ao 528..., a 19 de junio. Sent que el corazn me lata desesperadamente, y murmur: -Nunca ms volver a ver a mis amigos!... Nunca, nunca ms! Todava faltan mil trescientos aos para que nazcan!... Me pareci que crea lo que el paje me haba dicho, sin saber yo por qu. Algo en m, pareca creerle...; mi conciencia, si queris llamarlo as. Pero mi corazn se resista. Mi razn empez a clamar, a protestar, como es natural. Y yo19

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no saba cmo satisfacerla porque estaba convencido de que el testimonio de los hombres no serva... Mi razn dira que estaban locos y no hara caso de sus declaraciones. Pero de repente, por pura casualidad, di con el procedimiento acertado. Yo saba que el nico eclipse total de sol en la primera mitad del siglo VI ocurri el 21 de junio del ao 528 y empez tres minutos despus del medioda. Saba, adems, que no habra ningn eclipse total de sol en lo que para m era el ao actual, es decir, el 1879. As es que, si poda dominar mi curiosidad y mi ansiedad durante cuarenta y ocho horas, lograra comprobar si el paje deca verdad o mentira. Como soy un hombre prctico -no en balde he nacido en Connecticut-, decid apartar por completo aquel problema de mi espritu, de manera que me encontrase con las facultades bien despiertas, para poder prestar toda mi atencin a las circunstancias del momento, y estar alerta para sacar de ellas todo el partido posible. Me met bien hondo en la cabeza estas dos cosas: si estbamos en el siglo, XIX y me hallaba entre locos, en un manicomio, y no haba manera de salir de l, tena que hacerme enseguida con el mando del asilo; y si realmente nos encontrbamos en el siglo VI, no aspirarla a menos: antes de tres meses dominara todo el pas, porque me consideraba el hombre ms culto del reino, con una ventaja de mil trescientos aos sobre los dems. No soy hombre capaz de perder el tiempo, pensando, cuando hay trabajo a mano. As es que le dije al paje:

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-Clarence, amigo mo (porque bien podra ser que te llamases as), me convienen unos cuantos informes, que t podrs darme; no tendrs inconveniente, verdad?... Cmo se llama el hombre que me trajo aqu? -Mi dueo y el tuyo? Pues es sir Kay el Senescal, el hermano de leche de nuestro seor el Rey. -Muy bien. Sigue contando... En efecto, me cont, una larga historia, de la cual solamente, por el momento, me interes lo que sigue: que yo era prisionero de sir Kay y que, segn la costumbre, sera arrojado a un calabozo donde me consumira hasta que mis amigos pagaran el oportuno rescate, a no ser que me pudriera antes. Comprend que la ltima circunstancia era la ms probable, pero no quise malgastar energas pensando en ello, porque el tiempo era demasiado precioso. El paje me enter de que la comida ya deba de estar terminndose y que cuando los comensales hubieran acabado de beber y se sintieran sociables de nuevo, el caballero me presentara al rey Arturo y a sus ilustres acompaantes, sentados alrededor de la Tabla Redonda, y se vanagloriara de su hazaa, que don seguridad exagerara, aunque no seria de buen tono que yo le enmendara la plana, ni tampoco muy conveniente para mi salud. Una vez presentado, me encerraran en el calabozo; pero l, Clarence, encontrara la manera de ir a verme de vez en cuando para alegrarme con su charla y transmitir noticias mas a mis amigos. Mis amigos?... Le di las gracias, porque no poda por menos de hacerlo. En esto vino un lacayo a avisar que que-

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ran verme en la sala. Clarence me gui y me hizo sentar en un extremo y l le sent a mi lado. Era un espectculo curioso e interesante. El saln, inmenso, apareca casi desamueblado y lleno de contrastes. Era muy alto de techo, altsimo, tanto, que las banderas que colgaban de los arcos flotaban en una semioscuridad. En los extremos haba unas galeras de piedra, ocupada una por los msicos y la otra por un grupo de mujeres con trajes de colores detonantes. El suelo era de, baldosas de piedra, formando cuadros blancos y negros, tan desgastados por el tiempo y el uso, que reclamaban urgentes reparaciones. En cuanto a adornos, si he de hablar con propiedad, no se vea ninguno. De las paredes colgaban enormes tapices que, probablemente, deban de estar calificados como obras de arte, representando batallas con caballos parecidos a los que dibujan los nios. Los caballos estaban montados por hombres con armaduras de escamas y las escamas eran representadas por pequeos crculos, de manera que las armaduras parecan hechas con un colador. Haba tambin una chimenea bastante grande para poder acampar en su interior; el marco de piedra labrada que rodeaba su boca, pareca la puerta de una catedral. A lo largo de las paredes estaban los guerreros, con peto y casco, con alabardas como nica arma, ms rgidos que estatuas. De hecho, parecan estatuas. En el centro de esta especie de plaza pblica abovedada, haba una enorme mesa de madera de roble, que llamaban la Tabla Redonda. Era tan grande como la pista de un circo, y, a su alrededor se sentaban gran nmero de hombres vestidos de tal modo y con tan variados y esplndidos colores,22

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que al mirarlos heran la vista. Llevaban puestos sus emplumados sombreros, que nicamente se quitaban cuando se dirigan al Rey, pero slo por unos instantes, y apartndolo escasamente unos dedos de su posicin habitual. La mayora estaba bebiendo, muchos de ellos en cuernos de buey, pero unos pocos seguan an mondando los huesos o comiendo pan. Haba en aquel comedor un promedio de dos perros por hombre, sentados en atenta expectativa, hasta que un hueso volaba en medio de ellos; entonces se lanzaban encima del hueso por brigadas y divisiones, con gran ruido, y se peleaban, llenando el vasto recinto con un tumultuoso caos de cabezas, cuerpos y colas, y con sus ladridos y gruidos obligaban a callar a todo el mundo. No importaba, sin embargo, porque una pelea de perros era ms interesante que cualquier conversacin. Los hombres se levantaban, a veces, para seguir mejor la lucha y apostar, y los msicos y las damas se apretaban contra las balaustradas, con el mismo fin. De las gargantas de los espectadores escapaban frecuentes exclamaciones de placer. Finalmente, el perro vencedor se tenda cmodamente en un lado, con el hueso fuertemente sujeto entre sus patas delanteras, y proceda a escarbarlo, roerlo y lamerlo, y a engrasar el suelo con l, igual que estaban haciendo otros cincuenta ya. El resto de la corte volva a sus anteriores ocupaciones y entretenimientos. En general, la conversacin y la conducta de aquellas personas resultaba corts y amable. Me di cuenta de que eran unos oyentes serios y atentos, cuando alguien relataba algo..., quiero decir en los intervalos entre las batallas de pe23

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rros. Daban la impresin de tipos muy infantiles e inocentes que contaban las ms enormes mentiras con una gran ingenuidad, y que escuchaban pacientemente las mentiras que los otros les espetaban, creyndoselas, adems. Era difcil asociar la imagen de aquellos hombres a actitudes crueles o terribles. Sin embargo, en todas las historias haba sangre, muertos y sufrimientos, y las escuchaban con tanta candidez que casi me olvid de estremecerme. Yo no era el nico prisionero all presente. Entre todos, ramos ms de veinte. Muchos de ellos haban sido acuchillados o mutilados de manera espantosa; sus cabellos, sus trajes, sus rostros aparecan ennegrecidos y manchados de sangre. Sufran agudas penas corporales; debilidad, hambre y sed, sin duda. Nadie les daba el consuelo de lavarles sus heridas o de acercarles a los labios una copa de agua. No se les oa gemir, ni murmurar, ni daban ninguna seal de sufrimiento, ni demostraban ninguna disposicin para la queja. Esto me oblig a pensar de otro modo: "Los pillos! -me dije-, con seguridad que han tratado a otras personas de la misma manera que hoy los tratan a ellos. Ahora les ha llegado el turno y no esperan que nada pueda mejorar su suerte. Su resignacin filosfica no es signo de entereza, de dominio espiritual, de razonamiento. Es simplemente una actitud de resignacin animal. Son indios blancos.

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CAPTULO III LOS CABALLEROS DE LA TABLA REDONDA La mayora de las conversaciones de la Tabla Redonda eran monlogos..., narraciones de las aventuras en las cuales los prisioneros fueron capturados, y de las luchas en que sus amigos y aliados fueron muertos y arrancados de sus corceles. En general, por lo que pude ver, estas cruentas aventuras no eran correras emprendidas para vengar injurias o para saldar cuentas antiguas o nuevas, sino que eran simples duelos entre desconocidos...; duelos entre personas que nunca haban sido presentadas una a otra y que no tenan ningn motivo de ofensa para pelearse. Ms de una vez he visto un par de muchachos encontrarse por casualidad y decirse simultneamente: "Yo puedo ms que t." Y lanzarse, sin miedo, el uno contra el otro y propinarse mutuamente una gran paliza. Pero hasta entonces, siempre haba pensado que se trataba de cosas que slo ocurran entre muchachos, y que eran signos de muchachez. Pero ahora vea hombres hechos y derechos que se enorgullecan, como nios grandes, de semejantes acciones.25

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Sin embargo, haba cierto atractivo en estas criaturas enormes y de corazn sencillo: algo que seduca y haca que se las quisiese. No pareca que en toda la reunin en junto hubiera bastante masa enceflica para cebar un anzuelo; pero a uno no le importaba eso, al cabo de un rato, porque se daba cuenta que no se precisaba tener seso para vivir en semejante ambiente, y que una "persona con gran desarrollo cerebral' estropeara el efecto, echara a perder la simetra, apagara el encanto de aquella sociedad... y hasta quiz la hiciera imposible. En todos los rostros se poda observar una agradable virilidad, y, en algunos, hasta una suavidad de lneas y una grandeza que deshacan toda crtica antes de ser formulada. Una noble benevolencia y una gran dignidad aparecan en los rasgos del caballero que ellos llamaban sir Galaad y tambin en los del Rey; y haba majestad y grandeza en el porte y la figura de sir Lanzarote del Lago. La atencin general se concentr en sir Lanzarote. A un signo de una especie de maestro de ceremonias, seis u ocho prisioneros se levantaron, se adelantaron y se arrodillaron, elevando sus manos en direccin a la galera de las damas, solicitando la gracia de dirigir unas palabras a la Reina. La ms conspicua de las seoras de aquel ramillete hizo un ligero movimiento con la cabeza, asintiendo, y el portavoz de los prisioneros habl. Dijo que l y sus compaeros se entregaban en manos de la Reina, para que ella dispusiese de sus respectivos destinos, ya se tratara del perdn, del cautiverio, del rescate o de la muerte. Y esto, aadi, lo hacan

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por orden de sir Nay el Senescal, que los haba hecho prisioneros, despus de vencerlos en singular combate. En todos los rostros se grab la sorpresa y el asombro. La sonrisa de la Reina se musti al or el nombre de sir Kay y me pareci hasta algo decepcionada. El paje murmur a mi odo, con una voz que dejaba transparentar claramente la burla: -Sir Kay, eh? En dos mil aos no se ver cosa semejante... Todos los ojos estaban fijos en sir Kay, con severa interrogacin. El caballero se levant, extendi una mano, como un director de orquesta, y despleg todos los trucos que la solemnidad del momento aconsejaba. Dijo que explicara el caso de acuerdo con los hechos, que narrara la historia sin aadir ningn comentario por su cuenta, y que entonces, si hallaba gloria y honor, la depositara en manos del que era el hombre ms grande que visti cota de mallas y que luch con la espada en las filas de la cristiandad... all sentado, y seal a sir Lanzarote. Es ms; se le acerc. Fue un golpe de efecto muy hbil. Y sigui contando que sir Lanzarote, al dirigirse en busca de aventuras, mat a siete gigantes con su espada y dio libertad a ciento cuarenta y dos doncellas, despus de lo cual continu su camino en busca de nuevos lances, y que en esto le encontr a l (a sir Kay) luchando desesperadamente contra nueve caballeros desconocidos, y que se lanz al combate, derribando a los nueve atacantes. Aquella noche, sir Lanzarote se levant silenciosamente, se visti con las armas de sir Kay, subi a su caballo y se dirigi a lejanas tierras, vencien27

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do en una sola batalla a diecisis caballeros y, en otra, a treinta y cuatro. Y que a todos ellos, igual que a los nueve primeros, les hizo jurar que por Pentecosts se presentaran en la corte del rey Arturo y se entregaran en manos de la reina Ginebra, de orden de sir Kay el Senescal, como muestra de sus proezas caballerescas. Por esto ahora se presentaba aquella media docena de prisioneros, pues los dems no podan hacerlo hasta estar curados de sus gravsimas heridas. Conmova ver a la Reina sonrojarse y sonrer. Se la adivinaba vacilante y feliz y vi que lanzaba a sir Lanzarote unas miradas furtivas que en Arkansas habran motivado que fuera muerta a tiros. Todo el mundo alab el valor y la magnanimidad de sir Lanzarote. En cuanto a m, me senta completamente asombrado de que un hombre solo, sin ayuda, hubiera podido derrotar y capturar un batalln como aqul, formado por luchadores hbiles y esforzados. Se lo dije a Clarence; pero aquella cabeza de chorlito, burlona y charlatana, solamente contest: -Si sir Kay hubiera tenido tiempo de echarse al coleto otro pellejo de vino, habra doblado la cuenta. Mir al muchacho; en su rostro se reflejaba un hondo decaimiento. Segu su mirada y vi que se fijaba en un anciano de blanca barba, vestido con una amplia hopalanda negra, que se haba levantado y que estaba ahora de pie sobre sus vacilantes piernas, mirando con sus hmedos y mortecinos ojos a todos los presentes y meneando continuamente la cabeza... En todos los ojos vi el mismo gesto de desaliento que

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en el paje...: el gesto de los que saben que han de soportarlo todo sin quejarse. - Por mi santiguada -exclam el paje- que otra vez tendremos la misma aburrida historia que ya le hemos odo cien veces y que seguir repitindonos hasta que muera!... S; como cada vez que se ha llenado la panza de vino y ha puesto en movimiento su molino de exageraciones... Quiera Dios que se muera pronto o que me muera yo! -Quin es? -Merln, el mentiroso ms grande del mundo, y mago por aadidura. Que la perdicin le alcance, para vengarnos del aburrimiento que nos depara con su nica historia, siempre repetida! Pero se hace temer porque tiene en sus manos los truenos y los rayos y las tempestades del cielo; y si no fuera porque tiene todos los diablos del infierno de su parte, ya le habran sacado las entraas para hacerle callar y que no repitiera ese maldito cuento... Siempre lo narra en tercera persona, con el fin de hacer creer que es demasiado modesto para hablar de s mismo. Que las maldiciones le alcancen y que la desgracia le domine!... Amigo, cuando termine, despertadme... El muchacho apoy su cabeza en mi hombro y se puso a dormir. El anciano comenz su historia. El paje, en realidad, se haba quedado dormido, y los perros tambin, igual que los caballeros, y los lacayos, y los hombres de armas. La voz ronroneante del viejo segua mosconeando, y apagados ronquidos, que salan de todos los rincones del saln, la acompaaban como un hondo y disciplinado acompaamiento de29

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instrumentos de viento. Algunas cabezas se apoyaban en los brazos plegados, otras caan para atrs, con la ancha boca abierta, dejando salir los ms extraos sonidos; las moscas picaban sin que nadie las molestara; los ratones se deslizaban silenciosamente por cien agujeros y se establecan en todas partes. Uno de ellos se sent en la cabeza del Rey, igual que una ardilla, despus de coger un pedazo de queso que Su Majestad tena en la mano; el roedor iba echando las migas al rostro del monarca, con ingenua e irrespetuosa irreverencia. Era una escena apacible, que proporcionaba calma al espritu agitado y descanso a los fatigados ojos. El viejo contaba su historia. Deca lo siguiente: "El Rey y Merln hablaron y luego se fueron a ver a un ermitao, que era un buen hombre y un gran mdico. El ermitao examin todas las heridas y aplic los oportunos remedios. Al cabo de tres das, el Rey se sinti tan bien, que ya pudo montar a caballo. Entonces partieron. Mientras cabalgaba, Arturo dijo que no tena espada. -No importa- le contest Merln-. Aqu cerca hay una espada que puede ser vuestra y que yo conseguir.- Llegaron a un ancho lago, en medio del cual Arturo vio un brazo que se alzaba sosteniendo una magnfica espada. -Mirad -le dijo Merln-, all est la espada de que os habl.- En esto vieron una doncella en el lago. -Quin es esa doncella? -pregunt Arturo. -Es la dama del lago -dijo Merln-. Dentro del agua hay una gran roca, que es el palacio ms maravilloso del mundo. Ahora se acercar la dama y os preguntar qu queris. Le diris que deseis la espada-. Lleg, en efecto, la joven y salud al Rey, y el Rey la salud a ella.-Doncella -le dijo el Rey-, qu espada30

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es aquella que un brazo sostiene fuera del agua? Quisiera tenerla. -Esta espada es ma, rey Arturo -repuso la dama-. Pero os la dar si me prometis concederme un don cuando os lo pida. -Por mi honor -contest el Rey-, que os otorgar el don que queris. -Coged aquella barca, id a buscarla y quedaos tambin con la vaina, que yo ya os pedir el don cuando llegue mi hora.- Merln y el Rey ataron sus caballos a un rbol y se metieron en la barca. Se acercaron a la espada, la cogi Arturo y regresaron a la orilla. El brazo y la mano que sostenan el arma se hundieron en el agua. En la orilla, el Rey vio un pabelln riqusimo. -De quin es ese pabelln? -Pertenece a uno de los caballeros con quien habis luchado -le explic Merln-: sir Pellinore; pero ahora no est aqu, pues se halla combatiendo contra uno de vuestros hombres, el alto Egglame. ste ha muerto... -Bueno -dijo Arturo-, ahora que ya tengo espada, podr vengarle. -No hagis eso -indic Merln-, ya que el caballero est cansado de luchar y no tendra ningn mrito combatir con l. Mi consejo es que le dejis tranquilo, porque no ha de pasar mucho tiempo sin que os rinda un gran servicio, y su hijo despus que l. Os aconsejara que le dierais vuestra hermana en matrimonio... -Cuando le vea lo har- prometi el Rey. Arturo contempl la espada y la encontr a su gusto. -Qu os agrada ms? -le pregunt Merln-. La espada o la vaina? -Me agrada ms la espada - respondi Arturo. -Pues opinis mal, seor -djole Merln-; porque mientras llevis la vaina encima no seris herido ni perderis una gota de sangre. Guardad siempre la vaina.- Se cruzaron por el camino con sir Pellinore, pero Merln haba hecho de manera que Arturo fuese31

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invisible y pasaron de largo sin decir palabra. -Me maravilla -dijo Arturo- que el caballero no me haya dicho nada! -Es que no os ha visto - le explic Merln. Llegaron a Carlion, donde los caballeros los recibieron alegremente y, cuando les contaron sus aventuras, se maravillaron de que hubiera arriesgado su persona, marchando solo por el mundo. Pero todos los hombres de valor dijeron que estaban muy contentos de hallarse bajo las rdenes de un jefe que sala a buscar aventuras como cualquier otro caballero."

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CAPITULO IV SIR DINADAN EL BROMISTA Me pareci que aquella delicada mentira haba sido narrada sencilla y bellamente; pero es que yo slo la haba odo una vez, y esto era lo que motivaba que la encontrase encantadora. A los dems, cuando el relato fue nuevo para ellos, no hay duda que tambin debi de gustarles. Sir Dinadan el Bromista fue el primero en abrir los ojos, y despert a los dems por medio de una gracia de poca calidad. At varios cacharros de metal a la cola de un perro y solt el can, que empez a dar vueltas, muy asustado. Los dems perros lo seguan, aullando, ladrando y armando un caos tal y un ruido tan ensordecedor, que todos los presentes se echaron a rer, una vez despiertos, muy divertidos por la broma, hasta que las lgrimas asomaron a sus ojos y algunos cayeron epilpticos. Hacan igual que yo haba visto hacer a muchos chiquillos. Sir Dinadan se sinti tan orgulloso de su hazaa que no pudo resistir al deseo de relatarla una y otra vez, hasta el aburrimiento. Cont, adems, cmo se le haba ocurrido33

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aquella genial idea y, como suele suceder con todos los bromistas, l era el primero en rerse de su ocurrencia, y segua rindose an cuando los otros ya estaban serios. Se hallaba tan exaltado que pronunci un verdadero discurso, un discurso en broma, claro est. Creo que en mi vida he visto usar uno detrs de otro tantos trucos conocidos. Era peor que los trovadores, peor que los payasos de circo. Me pareca particularmente triste hallarme all sentado, mil trescientos aos antes de haber nacido, escuchando las pobres, gastadas y aburridas frases que me haban hecho estallar de risa cuando era un muchacho, mil trescientos aos ms tarde. Casi me convenci de que no es posible encontrar una frase cmica nueva. Todo el mundo rea al escuchar aquellas antiguallas, pero siempre ocurre igual, segn pude comprobar siglos despus. El nico que no rea era el muchacho, quiero decir yo mil trescientos aos antes, porque comprenda que aquellos juegos de palabras eran verdaderas momias. Casi dira que momias petrificadas, pues para clasificar aquellas frases era preciso recurrir a las ms antiguas edades geolgicas. Esta idea desconcert al muchacho, porque entonces no haba sido inventada an la geologa. Tom nota de la comparacin, con la idea de que sirviera de leccin a mis paisanos, si alguna vez volva a verlos. No es una conducta provechosa desdear una buena mercanca por el simple hecho de que el mercado todava no est en forma. Se levant, finalmente, sir Kay y comenz a hacer funcionar su molino de historias, tenindome a m como carburante. Haba llegado el momento de pensar seriamente en mi situacin, y as lo hice.34

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Sir Kay cont que me haba encontrado en una lejana tierra de brbaros, que llevaban todos el mismo ridculo traje que yo vesta...: un traje que era obra de encantamiento y que, segn l, protega al que lo usaba contra todo dao causado por manos humanas. Sin embargo, l, sir Kay, haba anulado la fuerza del encantamiento por medio de oraciones, y despus de matar a mis trece compaeros en menos de tres horas, me haba cogido prisionero, dejndome con vida a causa de mi extrao aspecto, tan singular, que pens exhibirme para maravilla del Rey y de su corte. Habl de m siempre con gran correccin, como del "prodigioso gigante, del "monstruo alto como el cielo", del "colmilludo ogro devorador de hombres" y todo el mundo acept la explicacin como buena, de la manera ms sencilla e ingenua, sin sonrer jams, sin que parecieran darse cuenta de que hubiese la menor discrepancia entre esta descripcin y mi aspecto real. Cont que al pretender yo escapar, me haba encaramado de un solo brinco en lo alto de un rbol de doscientos codos de altura; pero que me hizo caer arrojndome una piedra del tamao de una vaca, que me quebr la mayora de los huesos, y me hizo jurar que comparecera ante la corte del rey Arturo para que me sentenciaran. Termin condenndome a morir a las doce del da del prximo 21. Y lo dijo tan sin darle importancia, que, despus de pronunciar la fecha, se detuvo un momento para bostezar. Yo me encontraba verdaderamente aturdido, tanto, que apenas pude seguir la discusin que se produjo sobre la mejor manera de matarme, en vista de la posibilidad de que mi35

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muerte fuese fingida a causa del encantamiento de mis vestidos, que no eran, en realidad, ms que un vulgar trajo de confeccin, comprado por quince dlares en una tienda de ropa hecha. Sin embargo, conservaba bastante lucidez de espritu para darme cuenta de que los trminos que usaban corrientemente aquellos caballeros habran hecho sonrojar a un carretero. Indelicadeza es una palabra demasiado suave para calificar su manera de expresarse. No obstante, yo haba ledo el Tom Jones, el Roderick Random y otros libros por el estilo, y saba que las damas y caballeros de Inglaterra nunca se haban preocupado de depurar su lxico, ni la conducta y la moral que toda forma grosera de hablar implica, hasta hace apenas un centenar de aos, es decir, hacia el siglo XIX, en el cual, hablando con franqueza, han aparecido los primeros ejemplares de damas y caballeros autnticos, tanto en Inglaterra como en el resto de Europa. Supngase que sir Walter Scott, en vez de poner la conversacin en boca de sus personajes, hubiera dejado que sus personajes hubiesen hablado por s mismos... Ivanhoe, y Raquel y la dulce lady Rowena habran hecho sonrojar, al abrir la boca, a cualquier granuja de nuestros das. No obstante, cuando no se tiene conciencia de la indelicadeza, todo resulta delicado. La gente de la corte del rey Arturo no saba qu era indecente, y yo tuve bastante dominio sobre mi espritu para no hacer referencia a ello. Estaban tan preocupados por las extraordinarias propiedades que atribuan a mi traje, que se sintieron muy aliviados cuando el viejo Merln se levant y apart la dificultad con36

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una sugerencia de simple buen sentido. Les pregunt a qu obedeca semejante preocupacin, puesto que podan despojarme de mis ropas. En menos de dos minutos me vi ms desnudo que un par de tenazas. Y... queris creerlo?... Yo era la nica persona que se senta turbada en el saln. Todo el mundo discuta acerca de m, de manera tan indiferente, que no pareca que ya fuese un hombre, sino una simple berza. La reina Ginebra estaba tan ingenuamente interesada como los dems, y dijo que nunca haba visto a nadie con unas piernas como las mas. Fue el nico cumplido que me hicieron..., si a esto puede llamrsele un cumplido. Finalmente, se me llevaron en una direccin, mientras mis peligrosas ropas salan por la parte opuesta. Me arrojaron en una oscura y estrecha celda, con algunos escasos restos de comida para mi uso particular, unas cuantas pajas hmedas por cama y un sinfn de ratas por compaa.

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CAPTULO V UNA INSPIRACIN Estaba tan cansado, que ni siquiera mis temores lograron mantenerme despierto por espacio de mucho rato. Cuando despert, me pareci que haba estado durmiendo largo tiempo. Mi primer pensamiento fue: Qu extrao sueo has tenido! Creo que me he despertado justo, justo para evitar que me colgaran, o decapitaran, o me quemaran vivo, o algo as... Me dormir de nuevo hasta que suene la sirena de la fbrica, y entonces me las entender con ese Hrcules." Pero en esto escuch el spero ruido de las cadenas y una luz sbita me deslumbr; aquella mariposilla vestida de paje, Clarence se me present. Carraspe sorprendido y casi perd el aliento: -Cmo? Todava aqu? Fuera, fuera; vete con el resto de los personajes de mi sueo! Pero l se limit a rer, a su manera despreocupada, y se burl de mi apuro.

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-Bueno! -suspir resignado-. Dejemos que el sueo contine. No tengo prisa. -Por favor, decidme, qu sueo? -Qu sueo? Pues este segn el cual me hallo en la corte del rey Arturo..., un tipo que nunca ha existido..., y hablando contigo, que no eres ms que una ficcin de mi fantasa. -Ah! Y es un sueo, tambin, que maana seris quemado vivo? Ja, ja! Contestadme a eso... Me pareci que todo se hunda a mi alrededor. Empec a comprender que me hallaba en un instante de mucha gravedad, fuera o no fuera sueo lo que me estaba ocurriendo, porque yo saba que ser quemado vivo en sueos no era cosa de juego, y precisaba evitarlo por cualquier medio que pudiera cavilar. Por esto dije, suplicante: -Clarence, mi nico amigo... Porque t eres amigo mo, verdad? No me abandones, aydame a buscar la manera de escapar de este aprieto. -Escapar? Los corredores estn guardados por hombres de armas. -Sin duda; pero espero que no sern muchos... Cuntos son, Clarence? -Ms de veinte. No hay esperanza de huir, por este lado -despus de una pausa, aadi, vacilante-: Adems, hay otras razones de mucho peso. -Otras razones? Cules? -Pues dicen que... no, no me atrevo; realmente no me atrevo a comunicroslo... -Pobre muchacho, de qu se trata?... Por qu callas? Por qu tiemblas de ese modo?39

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-Es que... Quisiera explicarlo, pero... -Vamos, vamos..., s un hombre valiente... Explcate... S buen muchacho... Vacil, impulsado a la vez por el deseo de hablar y por el temor de hacerlo. Se dirigi a la puerta, escuch y mir al exterior. Finalmente volvi a mi lado, peg sus labios a mi oreja y me comunic la terrible noticia, en un susurro, y con la aprensin de uno que se ha aventurado en un terreno inseguro o que habla de cosas cuya simple mencin puede producir la muerte. -Merln, en su malicia, ha lanzado un hechizo contra este calabozo, en virtud del cual prohibe a cualquier hombre del reino traspasar su puerta junto con el prisionero. Ahora ya os lo he dicho. Que Dios se apiade de m! Sed bueno conmigo; tened compasin de un pobre muchacho que os quiere bien y pensad que si traicionis mi secreto causaris mi prdida... Re con risa fresca y alegre, por primera vez desde que me hallaba en aquella situacin, y dije: - Merln ha lanzado un hechizo... ! El viejo asno regan...! El viejo pillastre! Eso es una fanfarronada; la mayor fanfarronada del mundo y nada ms... Pero si parecen chiquilladas, idioteces, supersticiones propias de cabezas de chorlito! Condenado Merln!... Pero Clarence se haba arrodillado a mis pies, presa del ms loco terror, antes de que yo acabara de pronunciar la ltima frase. -Cuidado! Estas palabras son terribles. Las paredes pueden derrumbarse sobre nuestra cabeza, en cualquier mo40

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mento, si continuis hablando as ... Retiradlas, retiradlas por favor, antes de que sea tarde!... El terror del muchacho me sugiri una buena idea. Si todo el mundo era tan sincero e ingenuamente respetuoso con la pretendida magia de Merln como lo era Clarence, un hombre superior como yo deba de ser lo bastante sagaz para encontrar alguna manera de aprovechar aquel estado de espritu. Me puse a reflexionar y trac un plan. Luego dije: -Levntate. Sernate y mrame a los ojos. Sabes por qu rea? -No, pero por la Virgen Santsima, no lo hagis ms... -Pues voy a decirte por qu he redo... Porque yo tambin soy mago. -Vos? El muchacho retrocedi asombrado, porque, naturalmente, mi declaracin le cogi de sorpresa. Pero su aspecto era muy respetuoso. Tom nota de esto. La actitud de Clarence me indicaba que un charlatn no necesitaba tener una reputacin, en aquel manicomio, para que le hicieran caso. La gente que vea, estaba ms dispuesta a creer en su palabra sin necesidad de ms requisitos. Y afirm: -Conoc a Merln hace setecientos aos y l... - Setecientos a...! -No me interrumpas. Ese viejo ha muerto y resucitado unas trescientas veces, cada vez con nombre distinto: Smith, Jones, Robinson, Jackson, Peters, Haskins, Merln... Usa nuevo mote cada vez que reaparece. Le conoc en Egipto hace trescientos aos... Y en la India hace quinientos. Siempre se cruza en mi camino, vaya donde vaya... Ya me est41

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fastidiando!... No tiene ninguna importancia como mago: conoce algunos trucos de los ms antiguos y vulgares, pero nunca ha pasado ni pasar de los rudimentos de la magia. Puede pasar por provincias... Una noche y basta, sabes? Pero, amigo mo, no hay que tomarlo en serio; no debe considerrsele como un perito en la materia, porque no es un verdadero artista... Escucha bien, Clarence: yo ser tu amigo y a cambio de eso t tienes que serlo mo. Para empezar, debes hacerme un favor; quiero que hagas llegar a odos del Rey la noticia de que yo tambin soy mago...; el Supremo jefe Muckamuck, y cabeza de la tribu, adems; quiero que le des a entender que estoy preparando una pequea catstrofe que conmover todo el reino, si el proyecto de sir Kay se lleva adelante y me sucede algo desagradable... Le dirs esto al Rey, de mi parte? El pobre muchacho se hallaba en tal estado que apenas poda contestarme. Daba lstima ver a una criatura tan aterrorizada, tan enervada, tan desmoralizada. Me prometi todo lo que quise. Yo, por mi parte, le renov mi promesa de ser amigo suyo y de no lanzar jams ningn encantamiento contra l. Se fue apoyando una mano contra el muro, como una persona enferma. Qu atolondrado haba sido! Cuando el muchacho se serenase, no dejara de preguntarse cmo era que un gran mago haba solicitado de un simple paje que le ayudase a escapar. Eso se me ocurri apenas Clarence hubo salido. Acabara por comprender que yo no era ms que un vulgar charlatn.42

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Estuve preocupado por este atolondramiento durante ms de una hora y me dirig infinidad de adjetivos injuriosos. Finalmente, se me ocurri que aquellos animales no razonaban; que nunca relacionaban los hechos con las palabras; que todos sus relatos demostraban que jams se daban cuenta de una contradiccin. Y entonces me tranquilic. Pero en este mundo ocurre que apenas est uno tranquilo, aparece alguna nueva razn que da al traste con su sosiego. Advert que haba hecho otro disparate: haba enviado al paje a alarmar a sus semejantes con una amenaza, la de inventar una calamidad por mi cuenta. Pues sucede que la gente que con ms facilidad se traga las bolas y cree los hechizos y encantamientos, es tambin la que ms ganas tiene de presenciarlos. Supongamos que me pidieran una muestra de la calamidad que les preparaba; que me rogaran que les diera el nombre de esta nueva forma de catstrofe... Qu hara? S, haba cometido un gran desatino, pues antes tena que haber inventado de verdad una hecatombe... -Qu puedo hacer? Qu puedo hacer para ganar tiempo? Volva a estar preocupado, hondamente preocupado... O ruido. Alguien se acercaba... Si por lo menos me quedara un momento para pensar, para inventar... -Dios Salvador! Ya est! Ya lo tengo! ... El eclipse! Record, como en un relmpago, que Coln, o Corts, o algn otro utiliz esto del eclipse para salir de un apuro, una vez, y asustar a los salvajes. Yo, poda tambin utilizarlo, ahora, sin riesgo de que me acusaran de plagiario,

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pues lo haca cerca de mil aos antes que el que lo hizo por vez primera. Clarence entr, manso y aterrado, y dijo: -Hice llegar vuestro mensaje a mi seor el Rey y ste me llam enseguida a su presencia. Se asust de tal modo, que ya iba a dar orden de poneros en libertad y de entregaros suntuosos trajes y un cmodo alojamiento, como corresponde a un personaje tan grande como vos. Pero lleg Merln y lo ech todo a perder, porque logr persuadir al Rey de que estis loco y que no sabis lo que os decs. Adems, aadi que vuestra amenaza no es ms que locura y tontera. Discutieron largo rato; pero, finalmente, Merln dijo burlonamente: "Ni siquiera ha dicho de qu calamidad se trata. Y no lo ha dicho, por la sencilla razn de que no existe." Esto cerr la boca del Rey, que se qued sin saber qu contestar. Pero, temiendo que tomis a mal su descortesa, os ruega que consideris su situacin, su perplejidad, y que expliquis cul es el desastre que preparis.... si es que ya habis determinado cul ha de ser y cundo ha de tener lugar. Por favor, no demoris vuestra respuesta... Una demora, en este caso, doblara, triplicara los peligros que os acechan... Sed prudente y nombrad esa calamidad... Dej que el silencio se acumulase, para aumentar la solemnidad de mi respuesta, y finalmente pregunt: -Cunto tiempo he estado encerrado en esta mazmorra? -Os encerraron cuando el da de ayer se estaba terminando. Y ahora son ya las nueve de la maana.

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-De verdad? Entonces he dormido mucho-. Las nueve de la maana!... Y todava parece de noche... Hoy estamos a veinte, verdad? -S, a veinte. -Y maana por la maana me han de quemar vivo, no es esto ? El muchacho asinti. -A qu hora? -A medioda. -Bien... Ahora te dir lo que has de comunicarle al Rey... Call y dej que transcurriera sobre el pobre paje un minuto entero de horrible silencio. Luego, con voz lenta, mesurada, profunda, cargada de amenaza, empec a hablar, elevndome por grados hasta un hondo dramatismo, que creo que alcanz una fuerza de la que siempre me cre incapaz: -Ve y dile a tu seor el Rey que a esa hora hundir el mundo entero en la oscuridad mortal de medianoche. Cortar los rayos del sol y nunca ms los veris lucir sobre la tierra. Los frutos de los rboles y de los campos se morirn por falta de luz y de calor, y los hombres de este mundo perecern de hambre, uno a uno, hasta el ltimo... Tuve que sacar al pobre muchacho del calabozo, pues se haba desmayado. Lo entregu a los soldados de la guardia y regres a mi mazmorra.

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CAPTULO VI EL ECLIPSE En el silencio y la oscuridad, la realizacin de lo imaginado empieza a convertirse en complemento de la fantasa. El simple conocimiento de un hecho resulta plido; pero cuando se empieza a realizar este hecho, toma color. Es la diferencia que hay entre or decir que a un hombre le han dado una pualada en el corazn y ver cmo se la dan. En el silencio y la oscuridad, la conciencia de que yo me hallaba en peligro de muerte tom cada vez ms hondo sentido, y cuando comenc a considerar lo que esto significaba en realidad, se me hel la sangre en las venas. Pero hay una bendita previsin en la naturaleza que hace que tan pronto como el mercurio del termmetro baja y alcanza cierto punto, se produce una reaccin y vuelve a subir. Renace la esperanza y la alegra acompaa este renacer; entonces es el momento oportuno para hacer algo en favor de uno mismo, si es que existe la posibilidad de hacer algo. El instante de mi renacer lleg de un salto; me dije que el eclipse me salvara, convirtindome, adems, en el hombre ms46

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importante del reino. Esto hizo subir mi mercurio hasta lo alto del tubo y se desvanecieron todas mis inquietudes. Me senta el hombre ms feliz del mundo. Esperaba con impaciencia la llegada del da siguiente para recoger los frutos de mi triunfo y convertirme en el centro de la admiracin y reverencia de toda la nacin. Por otra parte, desde el punto de vista de los negocios, aqulla sera mi gran oportunidad; estaba seguro de ello. Entretanto, algo se haba adueado completamente de la trastienda de mi espritu. Era la semiconviccin de que cuando la naturaleza de mi calamidad fuera transmitida a aquella gente supersticiosa, les hara tal efecto que estaran deseosos de entrar en tratos conmigo en seguida. As, en cuanto o el ruido de unos pasos que se acercaban, acudi nuevamente a mi espritu este pensamiento, y me dije: "Ah estn los que vienen a tratar conmigo. Si traen buenas proposiciones aceptar; pero si no me convienen, me mantendr firme y jugar mi mano hasta el final." Se abri la puerta y aparecieron varios hombres de armas. El jefe orden: -La pira est preparada. Vamos... La pira! La sorpresa casi me dej sin sentido. Es difcil recobrar la respiracin en esos casos, pues se forma un nudo en la garganta y no hay manera de alentar. Cuando pude hablar, dije: -Os equivocis. La ejecucin es para maana... -Cambio de rdenes. Se ha adelantado un da. Date prisa...

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Estaba perdido. No haba esperanza para m. Me sent perplejo, estupefacto. No poda dominarme ni evitar hacerme preguntas sin sentido, sin utilidad, igual que uno que est fuera de s. Los soldados me agarraron, me empujaron fuera de la celda, a lo largo de los corredores subterrneos, y, finalmente, me hall a la luz del da en el mundo superior. Al llegar al patio enlosado tuve un susto, porque lo primero que vi fue la pira, con su estaca, en el centro del patio, y al lado de la lea un monje. En los cuatro lados del patio, la muchedumbre se alineaba, apretujada, fila tras fila, formando gradera y ofreciendo un pintoresco espectculo de ricos colores. El Rey y la Reina se sentaron en su trono, rodeados de las figuras ms conspicuas de la corte. Para fijarme en todo esto no emple ms que un segundo. El segundo siguiente lo dediqu a Clarence, que se haba deslizado desde algn escondrijo y murmuraba las ltimas noticias en mi odo. Con los ojos brillantes de triunfo y alegra, me dijo: -Cunto me ha costado lograr este adelanto! Cuando revel la calamidad que preparabais, vi el terror retratado en el rostro de todos y comprend que era el momento oportuno para apretar las clavijas. Por esto, valindome de varios argumentos, los convenc de que vuestro poder sobre el sol no poda alcanzar su plenitud hasta maana, y que si quera salvarse al sol y al mundo, tenais que ser muerto hoy, puesto que vuestro encantamiento no tena an fuerza. No era ms que una mentira, una invencin ma; pero habras tenido que ver cmo se la tragaban en pleno terror, como si fuera una salvacin enviada por el cielo mismo. Yo me rea48

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por dentro, al ver cun fcilmente los engaaba y cmo alababan a Dios y le daban gracias por haberles mandado la ms vil de sus criaturas para salvarlos. Cun felizmente se ha desarrollado todo! No precisar que causis al sol un dao verdadero... Sobre todo, no os olvidis de esto, por vuestra alma, no lo olvidis. Bastar que provoquis una ligera oscuridad, una oscuridad pasajera, y nada ms. Esto ser suficiente. Comprendern que dije una mentira, a causa de mi ignorancia, y cuando caiga la primera sombra los veris enloquecer de pavor... Y os pondrn- en libertad y os harn grande y poderoso... Id hacia el triunfo! Pero acordaos, por favor, acordaos de mi splica, amigo mo; acordaos de no causar ningn dao al sol... Hacedlo por m, por vuestro amigo... Dej or algunas palabras a travs de mi pena y de mi desesperacin, para darle a entender que respetara al sol. Los ojos del muchacho me las agradecieron con una mirada de gratitud tan honda que no tuve valor para decirle que su fantstica tontera me llevaba a la muerte. Mientras los soldados me conducan a travs del patio, el silencio era tan absoluto que, si hubiera estado ciego, habra pensado hallarme en la ms completa soledad, en medio de un valle, y no entre cuatro mil personas. En aquella masa de gente no se perciba ni un movimiento. Estaban plidos y rgidos como estatuas, y la muerte se reflejaba en todos los rostros. Este silencio dur mientras me ataban a la estaca, mientras los haces de lea eran cuidadosamente amontonados alrededor de mis tobillos, mis piernas y mi cintura. Hubo49

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una pausa luego, y esto habra aumentado el silencio si ello hubiese sido posible. Un hombre se arrodill a mis pies, sosteniendo en la mano una antorcha encendida. La multitud, inconsciente, hizo un movimiento de avance para ver mejor, saliendo, sin saberlo, de sus asientos. El monje levant las manos y los ojos en direccin al cielo azul, y pronunci unas palabras en latn; en esta actitud estuvo un rato murmurando, y luego se detuvo. Esper unos momentos a que empezara de nuevo, pero ante su silencio, alc los ojos y le mir, Estaba petrificado. La muchedumbre, como obedeciendo a un impulso comn, se puso en pie y mir al cielo. Segu su mirada. Tan cierto como que estoy vivo, que empezaba mi eclipse. La sangre volvi a hervir en mis venas. Me senta como un hombre nuevo. El cerco de oscuridad iba invadiendo el disco solar, lentamente, y mi corazn lata cada vez ms fuerte, ms aprisa, mientras la gente y el monje permanecan an como petrificados. Dentro de poco aquellas miradas inmviles se fijaran en m. Pero yo estaba preparado. Me senta dispuesto a todo y adopt una de las actitudes ms grandiosas que se puede imaginar: extend mi brazo, sealando al sol. Deb de, causar una impresin terrible. Se poda ver el estremecimiento de terror que se apoder de los circunstantes. Dos gritos simultneos salieron del trono ocupado por Arturo y sus cortesanos: -Aplicad la antorcha! -Lo prohibo!

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El primero era de Merln, el segundo del Rey. Merln abandon su sitio, imagino que para aplicar por si mismo la antorcha. Yo dije, solemnemente: -Permanece donde ests. Si se mueve alguien, incluso el Rey, antes de que yo os d permiso, el trueno se lo llevar, el rayo lo consumir... La muchedumbre se sent mansamente, que era lo que yo esperaba que hara. Merln vacil durante un instante, que a m me pareci eterno. Por fin, se sent. Y yo respir anchamente, porque ya era dueo de la situacin. El Rey dijo: -S misericordioso, poderoso caballero, y no hagas otra prueba de sas; no sea que resulte peligrosa y ocurra algn desastre. Nos comunicaron que tus poderes no podan ejercerse hasta maana, pero... -No piensa Vuestra Majestad que este informe pudo ser una mentira? Era una mentira, de hecho. Esto caus un efecto inmenso. De todas partes se levantaron manos suplicantes y el Rey se vio asaltado por una tempestad de ruegos para que me perdonara la vida y se evitara la calamidad. El Rey, que estaba deseoso de complacerlos, dijo: -Dinos tus condiciones, poderoso caballero, sean las que fueren, incluso la de quedarte con mi corona; pero evita esta calamidad. Salva al sol!... Mi fortuna estaba hecha. Hubiera podido cogerla en aquel mismo minuto; pero yo no poda detener un eclipse. Afortunadamente, ellos no lo saban. Ped algn tiempo para reflexionar. Y el Rey pregunt:

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-Cunto tiempo, por favor, cunto tiempo, poderoso seor? Ten piedad de nosotros... Mira, cada vez es ms y ms oscuro... Cunto tiempo? No mucho. Media hora... Quiz una. Se alzaron mil protestas patticas, lastimeras; pero yo no poda rebajar nada, porque no recordaba cunto duraba un eclipse total. Me senta perplejo y deseaba pensar. Algo poda ir mal con aquel eclipse y esto me turbaba. Si aqul no era el que yo esperaba, cmo iba a saber si me encontraba en el siglo VI o en pleno sueo ? Pobre de m! Si por lo menos pudiera demostrar que era un sueo!... Esta esperanza me alegr. Si el paje me haba dado la fecha bien y estbamos a veinte, no me encontraba en el siglo VI. Sacud una manga del hbito del monje, muy excitado, y le pregunt en qu da del mes nos hallbamos. Maldito sea! Me dijo que estbamos a veintiuno. Al escuchar esto, me qued helado. Le rogu que se fijara, que no se equivocase. Pero no; estaba seguro de que era el da veintiuno. As es que el cabeza de chorlito del paje se haba armado un lo. La hora era la apropiada para el eclipse, segn haba visto en el cuadrante que estaba cerca de m. S, no haba duda, me encontraba en la corte del rey Arturo y lo nico que caba hacer era sacar todo el provecho posible de la situacin. La oscuridad aumentaba y con ella aumentaba la desesperacin de la multitud. Yo dije: He reflexionado, seor Rey. Como leccin, dejar que la oscuridad sea mayor y que la noche se extienda por todo el mundo. Pero en cuanto a si he de hacer desaparecer definitivamente el sol o si lo he de hacer reaparecer, es cosa que52

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hemos de tratar entre los dos. Mis condiciones son las siguientes: continuaris siendo rey en todo vuestro reino y recibiendo todos los honores que pertenecen a la realeza. Pero me nombraris vuestro ministro perpetuo, y me concederis, en pago de mis servicios, el uno por ciento de los ingresos actuales del Estado y de todos los que en lo futuro pueda yo establecer en vuestro nombre. Si esto no me bastare para vivir, os prometo que no le pedir nada a nadie. Estis de acuerdo? Se oy un prodigioso tronar de aplausos y en medio de ellos alzse la voz del Rey diciendo: - Quitadle las ligaduras y dejadle libre! Rendidle homenaje todos, ricos y pobres, altos y humildes, porque desde hoy ser la mano derecha del rey; se revestir de poder y autoridad y se sentar a mi lado, junto a mi trono. Y ahora, poderoso caballero, haz retroceder la noche y danos el da de nuevo, para que nos alegremos y para que todo el mundo te bendiga... Pero yo respond: -Que un hombre cualquiera sufra vergenza delante del mundo, es cosa sin importancia. Pero sera una deshonra para el Rey si los que han visto desnudo y avergonzado a su ministro no le vieran, luego, libre de su vergenza. Si mis vestidos... -No los hemos encontrado -interrumpi, rpido, el Rey-. Traedle trajes de todas, clases. Vestidle como a un prncipe. Mi idea daba resultado. Lo que me interesaba era mantener las cosas tal como estaban hasta que el eclipse fuera total, pues de lo contrario haba el peligro de que insistiesen53

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de nuevo en que hiciera desaparecer la oscuridad, cosa que, por supuesto, me era imposible. Con la estratagema de enviar a buscar mis vestidos gan un poco de tiempo; pero aun no haba bastante. Necesitaba otra excusa. Dije que sera muy bien visto que el Rey reflexionase y se arrepintiera de lo que haba hecho y ordenado bajo el Imperio de la excitacin. Por esto dejara yo que aumentara la oscuridad, y si al cabo de un tiempo razonable el Rey se arrepenta, ordenara al sol que fuera reapareciendo. Ni el Rey ni nadie se mostr satisfecho con esta condicin, pero yo me mantuve firme en ella. Cada vez se haca ms oscuro, ms negro, mientras yo luchaba y me debata con aquellos vestidos del siglo VI. La oscuridad lleg a ser total y la multitud aull de terror, al sentir las heladas rfagas del viento pasar por el patio y ver las estrellas aparecer y titilar en el cielo. Finalmente, el eclipse era ya total y esto me alegr mucho, aunque a los dems los sumi en la desesperacin, cosa sta, a fin de cuentas, muy natural. -El Rey, con su silencio -dije-, demuestra su arrepentimiento. Levant los brazos; permanec con ellos en alto durante un largo rato, y pronunci, con la ms terrible solemnidad, estas palabras: -Que cese el encantamiento, y que la oscuridad se disuelva sin dao para nadie! No hubo respuesta, durante un instante, en aquella oscuridad profunda y en aquel silencio de muerte. Pero cuando el crculo de plata del sol reapareci poco a poco, unos mo54

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mentos despus, la multitud estall en gritos de alegra y se lanz como un torrente desbordado a bendecirme y a elogiarme. Clarence no era el ltimo, con seguridad, en el coro de alabanzas.

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CAPTULO VII LA TORRE DE MERLN En vista de que yo era el segundo personaje del reino, en lo que a poder poltico y autoridad se refiere, se hizo mucho por m. Mi ropa era de seda y terciopelo, con galones de oro y, en consecuencia, muy vistosa e incmoda. La costumbre, no obstante, me reconcili pronto con los vestidos. Me destinaron los mejores departamentos del castillo, despus de los del rey. Estaban adornados con colgaduras de seda de subidos colores, pero el suelo de piedra no tena, como alfombra, ms que una estera de juncos, todos mal entallados, porque no provenan de la misma planta. En cuanto a comodidades, propiamente hablando, no haba ninguna. Quiero decir pequeas comodidades, que son las que hacen agradable la vida. Las grandes sillas de madera de roble groseramente labrada, eran bastante aceptables; pero aqu paraba todo; no haba jabn, ni cerillas, ni espejo... excepto uno de metal, tan til, ms o menos, como un cubo lleno de agua. Tampoco se vea un cuadro en ningn sitio. Haca aos que estaba acostumbrado a ver cromos en las56

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paredes y ahora me daba cuenta de que, sin sospecharlo, la pasin del arte haba arraigado en lo ms hondo de mi ser y se haba convertido en una parte de m mismo. Me haca sentir aoranza mirar aquellas paredes desnudas y recordar que en nuestra casa de Hartford, a pesar de sus pocas pretensiones, no se poda entrar en ninguna habitacin sin encontrar un cromo de la compaa de seguros o, por lo menos, un "Ave Mara" encima de la puerta, sin contar los nueve que haba en el saln. Pero aqu, ni siquiera en mi cuarto de trabajo haba nada parecido a un cuadro, excepto una cosa del tamao de una colcha, que no era ni tejida ni de punto (hasta haba sitios en que estaba zurcida), y sin que nada tuviera en ella el color o la forma apropiados. Y en cuanto a sus proporciones, ni Rafael en persona habra podido imaginar algo mejor, a pesar de toda su prctica en esta clase de pesadillas que se llaman "los famosos bocetos de Hampton Court". Rafael era un pjaro de cuenta. Tenemos en casa la reproduccin de varias de sus obras: una es su "Pesca milagrosa", en la que l mismo hace un verdadero milagro, al poner tres hombres en una barca que no es capaz de sostener a un perro sin volcarse. Siempre admir el arte de Rafael, por lo fresco y convencional que es. En todo el castillo no haba ni un timbre ni un tubo para hablar. Tena gran nmero de sirvientes, eso s: mas los que estaban de servicio zanganeaban en la antecmara, y cuando necesitaba a uno de ellos, tena que asomar la cabeza por la puerta y llamarle. No haba gas ni velas. Una vasija de bronce, llena de una maldita grasa en la cual flotaba una cuerda, formaba el extrao artefacto que produca lo que all llama57

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ban luz. Una serie de esas vasijas estaban colgadas por las paredes y modificaban la oscuridad lo suficiente para convertirla en lgubre. Si tenais que salir de noche, los criados llevaban antorchas. No haba libros ni papel, ni plumas, ni cristales en las aberturas que ellos crean que eran ventanas. El cristal es una cosa sin importancia, que, cuando falta, adquiere una trascendencia enorme. Pero quiz lo peor de todo era que no se hallaba en todo el castillo ni una chispa de azcar, caf, t o tabaco. Me consider como un nuevo Robinson Crusoe, en una isla inhabitada, sin otra sociedad que la de unos animales ms o menos domesticados. Si quera lograr que la vida fuera soportable, tena que hacer lo que hice: inventar, crear, ingeniarme, reorganizar, poner manos a la obra y no desfallecer. Esto era precisamente lo ms a propsito para mi manera de ser. Una cosa me molestaba mucho, al principio: el inmenso inters que la gente me demostraba. Todos los habitantes del reino queran conocerme. Pronto ech de ver que el eclipse haba aterrorizado a todo el mundo britnico; que mientras dur, el pas entero, de norte a sur, se encontr en un lamentable estado de desesperacin, y que las iglesias, ermitas y monasterios se vieron atestados de miserables criaturas que rezaban, lloraban y pensaban que haba llegado el fin del mundo. Luego se extendi la noticia de que quien haba producido aquella calamidad era un forastero, un poderoso mago de la corte de Arturo, que poda apagar el sol igual que si58

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fuera una vela (iba ya a hacerlo cuando se le concedi la gracia de la vida), y ahora se le honraba como al hombre que sin ayuda de nadie haba salvado al mundo de la destruccin. Si consideramos que todos en el pas crean esta historia, y que no solamente la crean, sino que ni siquiera soaban que pudiera dudarse de ella, se comprender fcilmente que no haba ni una persona en el reino que no hiciera a gusto cincuenta millas a pie para echar un vistazo sobre el poderoso mago, sobre m. Por supuesto, yo haca el gasto de todas las conversaciones, pues los dems temas haban quedado olvidados, y hasta el Rey se convirti, de sbito, en un objeto de menor inters y notoriedad. Veinticuatro horas despus del eclipse empezaron a llegar delegaciones y estuvieron viniendo durante una quincena. El pueblo se hallaba abarrotado y sus alrededores eran un continuo hervidero. Me vea obligado a mostrarme una docena de veces por da a aquella reverente y atemorizada multitud. Esto acab por constituir un fastidio y una prdida de tiempo y de energa; pero tena su compensacin, pues no dejaba de ser agradable sentirse el centro de tantos homenajes y alabanzas. Merln palideca de envidia y despecho, lo cual era para m un nuevo motivo de gran satisfaccin. Sin embargo, haba una cosa que no pude comprender: nadie me pidi un autgrafo. Habl de esto con Clarence. Y tuve que explicarle qu era un autgrafo! Entonces me dijo que nadie, en todo el reino, saba, leer ni escribir, aparte de una docena de monjes.

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Haba otro aspecto de mi vida cortesana que tambin me turbaba. Aquellas muchedumbres comenzaron a solicitar nuevos milagros. Era natural. Regresar a sus casas con la posibilidad de jactarse de haber visto al hombre que apag el sol les dara mucha importancia a los ojos de sus convecinos, que los envidiaran hasta la muerte; pero poder decir que haban visto un milagro, que lo haban visto con sus propios ojos..., para esto s que vala la pena de desollarse los pies en el camino. La presin popular comenz a ser muy fuerte. Yo saba la fecha y la hora del prximo eclipse de luna. Pero quedaba muy lejos: dos aos. Hubiera dado cualquier cosa por obtener el permiso de adelantarlo y usar de l ahora que el mercado lo solicitaba. Era una lstima malgastar aquella ocasin lamentablemente y tener que esperar a un momento en que ya no tendra ninguna utilidad. Pero como no haba ms remedio!... Clarence descubri que el viejo Merln se mezclaba con la multitud y la incitaba a pedir ms milagros. Extenda la especie de que yo era un charlatn y que no daba satisfaccin al pueblo con un nuevo encantamiento, porque no poda hacerlo. Comprend que era necesario realizar algo y forj un plan. Como mi autoridad era ejecutiva, encerr a Merln en la crcel, en la misma celda que yo haba ocupado. Entonces hice anunciar por los heraldos, al son de las trompetas, que me hallara ocupado, en asuntos de Estado, durante una quincena; pero que al cabo de este tiempo me tomara un ligero descanso y hara estallar la torre de piedra de Merln,60

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hasta que quedara reducida a chispas. Que los que haban prestado odos a las insinuaciones en contra ma estuvieran prevenidos! Adems, aqul sera el nico milagro que realizara en lo futuro. El ltimo. Y si alguien murmuraba por no estar conforme, le prevena que me hallaba dispuesto a transformar a los murmuradores en caballos para que fueran tiles al reino. La tranquilidad renaci inmediatamente. Admit a Clarence, hasta cierto grado, en mi confianza, y comenzamos a poner manos a la obra secretamente. Le dije que aqul sera uno de los encantamientos que requieren un poco de preparacin, y que el que hablase de esta preparacin con alguien morira repentinamente. Esto aseguraba por completo su silencio. Hicimos, sin que nadie lo supiera, varias libras de plvora, y yo mismo vigil a mis herreros cuando forjaron una barra de pararrayos y varios largos alambres. Aquella torre de Merln era maciza y algo ruinosa, adems, porque databa del tiempo de los romanos, cuatrocientos aos antes... Tratbase de un edificio hermoso en su estilo rudo y spero, vestido de los pies a la cima de hiedra, como con un traje de cota de mallas. Estaba situada en lo alto de un otero, con buena vista sobre el castillo y a cosa de media milla de l. Trabajando de noche, transportamos la plvora a la torre y la metimos en los muros, que tenan quince pies de ancho en la base. Pusimos plvora en doce sitios distintos. Con aquellas cargas habramos podido volar la propia Torre de Londres. Cuando lleg la noche decimotercera, colocamos

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el pararrayos, unindolo con las cargas de plvora por medio de alambres. A partir del da de mi proclama, todo el mundo haba huido de las aldeas de los alrededores, pero de todas maneras cre prudente avisar al pueblo. La maana del decimocuarto da los heraldos anunciaron a la gente la conveniencia de alejarse un cuarto de milla de la torre. Aadieron que durante las veinticuatro horas siguientes yo realizara el encantamiento, pero que antes lo anunciara por medio de banderas en las torres del castillo, si era de da, y con antorchas en el mismo sitio, en el supuesto de que el hecho coincidiese con las horas de la noche. Los truenos y los relmpagos, seguidos de ligeros chubascos, haban sido frecuentes ltimamente, y no tema que me fallaran ahora. Adems, un da o dos de retraso no importaban, pues ste poda explicarse por mis ocupaciones en los asuntos del reino, y la gente esperara... Desde luego, aquel da el sol brill con todo su esplendor, por primera vez desde haca tres semanas. Las cosas siempre ocurren as. Me encerr en mi departamento y esper, vigilando el tiempo. Clarence vena de vez en cuando a decirme que la excitacin del pueblo aumentaba y que todos los habitantes del reino llegaban en oleadas, segn poda verse desde las almenas. Por fin se levant un poco de viento y apareci una nube poco antes de caer el da. Era el momento preciso. Durante un rato examin la nube, que iba aumentando y volvindose negra, y juzgu llegado el momento de aparecer ante el pueblo.

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Orden que fueran encendidas las antorchas de las torres, que Merln fuese puesto en libertad y enviado a mi presencia. Al cabo de un cuarto de hora, sub a las murallas y all encontr el Rey y a su corte, examinando la torre de Merln a travs de la creciente oscuridad. La noche era tan lbrega que apenas se vea a dos pasos. La gente y las torres, en parte sumidas en la sombra ms profunda y en parte en el rojo resplandor de las antorchas, causaban la impresin de un cuadro. Merln lleg con rostro ttrico. Yo le dije: -Quisisteis, quemarme vivo cuando no os haba hecho ningn dao, y luego habis intentado denigrar mi reputacin profesional. Por esto llamar al fuego y har que vuestra torre estalle; pero antes quiero daros una oportunidad para que demostris vuestro poder. Si consideris factible romper mi encantamiento y detener su accin, intentadlo. -Puedo hacerlo, caballero, y no dudis que lo har... Dibuj un crculo imaginario sobre las piedras de la muralla, en el suelo, y quem una pulgada de polvo en l, que desprendi un aromtico olor que pareci desagradable a todos y nos hizo retroceder. Luego empez a murmurar y a dar pases en el aire con sus brazos. Trabajaba lentamente, con una especie de frenes contenido, moviendo los brazos como los de un molino de viento. La tempestad se acercaba. Las rfagas hacan temblar las llamas de las antorchas y, de repente, se puso a llover. Todo a nuestro alrededor estaba negro como la brea, y los rayos comenzaron a destellar en el cielo. Ahora se estaba cargando mi pararrayos. La cosa empezaba bien.

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-Os he concedido tiempo suficiente, Merln -anunci-. Os he dado todas las ventajas y no me he interpuesto a vuestras manipulaciones. Vuestra magia es dbil, ya lo veris. Ahora comenzar yo. Hice tres pases con las manos. En esto se oy un terrible trueno y la vieja torre salt por el aire como vomitada por un gran volcn que hizo por unos minutos de la noche da y nos mostr millares de personas arrastrndose por el suelo, en un movimiento colectivo de consternacin. Durante el resto de la semana estuvo lloviendo cascajos y piedras... Esto es lo que se dijo, pero probablemente los hechos modificaran esta afirmacin popular. Fue un milagro eficaz. La enorme y fastidiosa multitud desapareci de los alrededores del castillo. En la tierra hmeda, a la maana siguiente, se vean muchas huellas, pero la gente se haba ido. Si hubiera anunciado un milagro no habra encontrado pblico ni con la ayuda de un "sheriff". La situacin de Merln era grave. El Rey quiso quitarle su salario y hasta desterrarlo, pero yo me opuse. Dije que seria til para ocuparse del tiempo y de otras minucias por el estilo, y que yo le echara una mano cuando su pobre magia no le bastase. No quedaba ni una piedra de su torre; as es que la hice reconstruir a cargo del Gobierno, se la entregu y le aconsej que tomara huspedes. Pero era demasiado orgulloso para seguir mi consejo. Y en cuanto a agradecido..., aun espero que me d las gracias. Era un tipo muy especial el tal Merln... De todos modos, no caba esperar que fuese amable y sonriente un hombre que haba sido derrotado de aquel modo.64

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CAPTULO VIII EL JEFE Estar investido de enorme autoridad es una cosa muy agradable. Pero tener a todo el mundo de acuerdo con uno, todava lo es ms. El episodio de la torre consolid mi poder y lo hizo inquebrantable. Si alguien estuvo tentado antes a tenerme envidia y a criticarme, ahora haba experimentado un hondo cambio en sus sentimientos. No haba nadie en el reino que no hubiera tachado de loco al que se hubiese atrevido a interponerse en mi camino. Logr adaptarme bien a mi situacin y mis circunstancias. Durante un tiempo sola despertarme por las maanas sonrindome de mi sueo" y esperando or sonar las sirenas de la fbrica de Colt. Pero poco a poco desapareci esta costumbre y me di plenamente cuenta de que viva en el siglo VI y en la corte del rey Arturo y no en un manicomio. Despus de todo, me encontraba tan en mi casa en aquel siglo como en otro cualquiera, y, puesto a escoger, puedo decir que no lo habra cambiado por el veinte.

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Considrense las oportunidades que aquel siglo ofreca para un hombre de saber y entendimiento claro, con iniciativa, para ocupar una situacin preeminente. No tena ni un competidor; no conoca a nadie que, comparado conmigo, no resultara un nio en conocimientos y capacidad. En cambio, qu sera yo, qu posicin ocupara en el siglo XX? Sera capataz o hasta director de una fbrica, y nada ms, y habra docenas de hombres mejores que yo. Qu salto haba dado! No poda mirar atrs y contemplar la diferencia entre mi situacin actual y la anterior, sin sentirme orgulloso al reconocer que no exista nadie que hubiera cambiado tanto, en el curso de la Historia, excepto, quiz, Jos, el del faran; y aun ste solamente se aproximaba a mi caso, no lo igualaba. Porque aparece claro que como el talento hacendstico de Jos no favoreca a nadie ms que al rey, debi de ser mirado de soslayo por todos sus sbditos; mientras que yo, en cambio, haba hecho un favor a todo el mundo al conservar el sol encendido, y todos me lo agradecan. Yo no era la sombra de un rey, sino su substancia; y el Rey mismo era mi sombra. Mi poder era colosal, y no se limitaba a ser un mero nombre, como suele ocurrir, sino que era el artculo autntico, original. Yo estoy en la base, en la fuente del segundo gran perodo de la historia del mundo, y puedo contemplar el oleaje de esta historia deslizarse y salir de madre y subir a travs de las edades; veo sobresalir aventureros iguales que yo, a lo largo de su interminable serie de reyes: Montforts, Gavetons, Mortimers, Villierses, las cortesanas francesas que armaban guerras y hacan ministros;67

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pero en toda la procesin no haba un tipo que pudiese compararse conmigo en importancia. Yo era nico. Y el gozo de conocer este hecho no puede ser cambiado ni siquiera por trece siglos y medio. S; en poder yo era igual al Rey. Haba otro poder ms fuerte que el de nosotros dos unidos: el de la Iglesia. No tengo por qu disimular este hecho, y, adems, este poder no me caus ninguna molestia, por lo menos ninguna que tuviera consecuencias. Aquel pas era muy curioso y muy interesante. Y sus habitantes!... Eran las gentes ms fantsticas, crdulas y sencillas que he visto. Casi dira que eran conejitos. Era un triste espectculo, para una persona nacida en un pas libre, escuchar sus humildes juramentos de fidelidad al Rey, a la Iglesia, a la nobleza, como si tuvieran alguna ocasin ms de honrar al rey, o a quien sea, que la que tiene el esclavo de honrar su cadena o la que tiene un perro de honrar al forastero que le pega. La mayora de los sbditos del rey Arturo eran esclavos, pura y simplemente, y llevaban este nombre y el collar de hierro alrededor de su cuello. Los dems eran esclavos de hecho, pero sin llevar el nombre ni el collar. Imaginaban ser hombres, y hombres libres, y se llamaban a s mismos con estos nombres. La verdad es que los tristes habitantes de aquel pueblo no tenan ms que esta misin en la vida: arrastrarse delante del Rey y de los nobles, sudar sangre para ellos, morirse de hambre para que ellos se hartaran; trabajar para que ellos pudieran ser felices; ir desnudos para que ellos pudieran llevar sedas y joyas; pagar impuestos para que ellos68

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no tuvieran que satisfacerlos; someterse durante toda su vida al lenguaje degradante de la adulacin para que ellos pudieran estar orgullosos y considerarse a s mismos como los dioses de la tierra. En agradecimiento de todo esto, reciban golpes y desprecios. Y tan pobres de espritu eran que hasta los golpes y los desprecios los consideraban como un honor. Las ideas heredadas son cosa curiosa y muy interesante de observar. Yo tena las mas y el Rey y su pueblo las suyas. En los do