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Éric Rohmer, Roman Polanski, Miguel Ángel Valente, Ian Curtis de Joy Division, Pink Floyd, 'The Affair'.

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Page 3: Manual de Uso Cultural 28

Tema del mes Éric Rohmer 04Cine ‘Repulsión’ de Roman Polanski 14

Televisión ‘The Affair’ 18Música ‘Wish You Were Here’ de Pink Floyd 22

Literatura Miguel Ángel Valente 26Arte Colección del Museo Ruso 30

Perfil Ian Curtis de Joy Division 34El Cierre 36

Manual de Uso Cultural es una publicación gratuita de la asociación Think Again. No se hace responsable

de la opinión de sus colaboradores. Prohibida la reproducción total o parcial de sus contenidos.

Asociación Think Again / EDICIÓN Miguel Pradas, Sergio Sánchez / REDACCIÓN

Sergio Sánchez (sermi19.com) / DISEÑO

/ COLABORADORESEmilio Perianes, Laura Carneros, Tom J. Manning, Rafael Malpartida,Marietta Gedda, Miguel Blasco, María José Moreno, Carmen Alcaraz,Antonio J. Quesada, Manuel Andreas, Francis Moriel, David Dueñas,

Marisa Carmona, Antonella Montinaro, Miguel Ángel García Ruiz, Marta Vega, Isabel Bono, Álvaro Campos Suárez, Nacho Sánchez

MA 3069-2009 / DEPÓSITO LEGAL 2171-3979 / ISSNCEDMA / ENTIDADES COLABORADORAS

/ CONTACTO [email protected] / Miguel Pradas (666 701 142)

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EL AZAR CON LA MIRADA DE FRENTE POR MIGUEL PRADAS.

'Mi noche con Maud' (1969), uno de los 'Cuentos morales' de Éric Rohmer, profundiza con elegancia en la na-turaleza humana, con silencios que desnudan el pensamiento y con las miradas siempre de frente. También con esa fotografía de Néstor Almen-dros que parece tornar la vida corriente en algo extraordinario, como cuando plasmó los paisajes texanos de 'Days of Heaven' de Terrence Malick para trasladarnos a un puñado de cuadros de Edward Hopper, como cuando nos dibujó a Meryl Streep marchitán-dose sin remedio en el desvencijado apartamento neoyorquino de 'Sophie's Choice'. Lo mismo ocurre aquí con el pulcro blanco y negro que sirve para albergar la coreografía íntima de Maud (Françoise Fabian) y Jean-Louis (Jean-Louis Trintignant), la pareja central del relato, en lo que parecería el primer episodio de un amor naciente entre interiores y el escenario nevado de

Clermont-Ferrand. Jean-Louis se sitúa en esa encrucijada que le gustaba tan-to a Rohmer, la de un enamorado que, de repente y con el influjo del azar, conoce a otra mujer que le embarca en la duda; aquí, con la particularidad de que un católico de misa franquea, envuelto en un dilema de fe, la puerta de una divorciada. A vueltas, además, con esa máxima de Blaise Pascal para distinguir a creyentes y no creyentes: «Si ganan, lo ganan todo y si pierden, no pierden nada». Vemos lo que vino a decir Roger Ebert de este baile de señales, un trozo de las vidas de otros que sentimos como las nuestras, con la emoción irrepetible de una prime-ra vez: se trata de un juego de tira y afloja, con la sutileza de gestos casi im-perceptibles, que parecieran casuales. Como pedir un vaso de agua para acer-car al otro, como compartir confiden-cias memorables, éticas, matemáticas, para hacer brotar la afinidad.

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EL AZAR CON LA MIRADA DE FRENTE POR MIGUEL PRADAS.

Delphine mira fijamente el horizonte, por si acaso aparece un platillo volante que le devuelva la esperanza, a ser posible en forma de rayo fluorescen-te. Confía en la llegada de un amor marciano, porque en su planeta, en París, parece no haber rastro de su hombre ideal. La protagonista de 'El rayo verde' (1986), es exigente, o qui-zás demasiado ingenua. Éric Rohmer elabora –como en otras películas– el perfil de una mujer sencilla y a la vez llena de contradicciones: Delphine no quiere estar sola, pero tampoco tolera cualquier compañía. Está dispuesta a dejarse llevar por las señales del desti-no, sin embargo, es incapaz de aceptar los planes que el azar tiene para ella. «No soy aventurera», confiesa.

Todo lo contrario le sucede a Louise, protagonista de 'Las noches de la luna llena' (1984), película anterior a 'El rayo verde', dentro de la serie 'Comedias y proverbios'. Louise quiere

experimentar la soledad por voluntad propia, y escapar de la convivencia en pareja: «Yo no puedo querer a alguien sin alejarme de él», dirá. En cambio, Delphine busca un alma gemela de la que no separarse, y –quizás haciendo alusión a la etimología de su nombre– prefiere sumergirse por completo en una relación.

Rohmer llevará a Delphine por las calles de la improvisación, con un guión mínimamente esbozado, donde tan solo su escena final estaba deci-dida: Delphine visualiza el rayo verde que Julio Verne describe en su novela homónima. Un destello que, según el texto literario, otorga a quienes lo ven la capacidad de conocer los sentimien-tos de los demás. Según la ciencia, tan solo es un reflejo espectral, una ilusión efímera que se produce en unas condiciones muy específicas, como el amor que espera Delphine: sin bruma, excepcional y místico.

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SEÑALES DE AMOR EXTRATERRESTREPOR LAURA CARNEROS.

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«Quien tiene dos mujeres pierde su alma, quien tiene dos casas, pierde la razón» (Proverbio de Champaña) de 'Las noches de la luna llena' (Éric Rohmer, 1984).

Media vida esperando la cita anual con la última película de Rohmer, an-sioso de ver otra vez la misma historia mínima, los mismos personajes, chicas jóvenes, y por tanto guapas, y hasta las mismas actrices que, milagrosamente no lo aparentaban, tal parecen personas normales a las que hubiesen pillado durante noventa minutos de su vida, tan normal e intrascendente, como la del común de los mortales. Repetición que siempre ha satisfecho las expectati-vas aplazadas, estimulando la adicción, ahora colección, de cine tan singular. Términos como sociología, metafísica, moralismo naturalista, o incluso 'prosa cinematográfica', se han usado para etiquetar la obra de este autor, fun-dador de la 'Nouvelle vague', director

de 'Cahiers du Cinéma' y productor a través de 'Les Films du Losange', donde Nestor Almendros sentaría el patrón estético de la imagen cinematográfica que Rohmer, y media Europa, man-tendrían hasta el final de sus cuentos morales y de las cuatro estaciones, de sus comedias y proverbios.

Curiosamente esta afición es gene-rosamente compartida por cinéfilos del último medio siglo, sobre películas apa-rentemente clónicas, historias presun-tamente banales, donde los intermina-bles diálogos no sólo sirven para ocultar la ausencia absoluta de fondo musical y permitir a los personajes moverse en esa pequeña parcela del jardín que la vida les ha concedido, sino que además definen sus personalidades al hablar, al moverse, al gesticular y comportarse estableciendo un paisaje que acaba convirtiéndose en protagonista, lo que nos induce a sospechar que detrás de cada pequeña vicisitud se esconde una

gran lección, una profunda reflexión moral que es la que justifica el tiempo que le hemos dedicado, y relativiza el placer que nos ha producido.

Cine feminista sin necesidad de mi-litancia, desde su primer documental sobre la afluencia femenina en la uni-versidad francesa durante los sesenta, 'Une étudiante d'aujourd'hui' (1966), y explícita a lo largo de toda su obra. Quizás lo único que pude reprocharle a este hombre es que se fuese, que nos dejase sin suministro anual, que a sus noventa años dejase de otorgar la paga, la propina que hace feliz al nieto hasta la próxima visita al abuelo. Ello a pesar del inevitable abuso que la industria comete sobre los cineastas longevos, cuyas últimas películas no pasan de ser otra cosa que productos indignos cuando no sobrevalorados, sólo aptos para un público poco exi-gente. Hitchcock, Buñuel, Kurosawa, también Rohmer.

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Afortunadamente, cuando creímos que la orfandad era algo natural e inevitable, descubrimos una cineasta –mujer, como Rohmer habría deseado– que ha recogido el testigo de este cine moral e imprescindible. La japonesa Naoko Ogigami ya va por su cuarto proverbio, y ha conseguido algo tan im-pensable como el que no echemos en falta a su maestro, añadiendo además la sutileza oriental de utilizar los silen-cios, los planos estáticos, los insertos sobre elementos del entorno, que nos dejan tiempo para coger aire y meditar sobre lo que nos está sucediendo, po-siblemente algo similar a lo que cuenta la película. Y es que: «Quien habla demasiado acaba errado» (Chrétien de Troyes), de 'Pauline en la playa' (1983).

Como corolario a un extraordinario y personalísimo cineasta nos queda la imposibilidad de hurgar en su vida perso-nal, absolutamente privada, en su propia historia. Hasta el nombre fue prestado por sus admirados Erich Von Stroheim y Sax Rohmer, el novelista inventor de Fu Manchú. Incluso su definición política no fue posible ubicarla más allá de una es-porádica declaración sobre que él no era de izquierdas. Por cierto, su 'El árbol, el alcalde y la mediateca' (1993), quizás sea uno de los documentos más verosímiles y divertidos de la Europa democrática de los noventa. Imprescindible como casi todo su cine. «¿Que espíritu no divaga? / ¿Quién no hace castillos en el aire?» (Jean de la Fontaine), de 'La buena boda' (1982). | Emilio Perianes| Pieza gráfica: Tom J. Manning

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Por más que la burla pueda parecernos desproporcionada a quienes aprecia-mos su cine, tal vez no le falte razón en cierto sentido a aquel Gene Hackman de 'La noche se mueve' (Arthur Penn, 1975) cuando decía que ver una película de Rohmer «era como estar mirando crecer una planta». Y es que el cineasta urdió habitualmente sus tramas en tor-no a una anécdota muy simple, que di-ríase insustancial para constituir la base dramática de un filme. Pocos ejemplos como 'La rodilla de Clara' ('Le genou de Claire', 1970), el quinto de sus 'Cuentos morales', muestran esto con tal nitidez: el título mismo apunta a la 'peripecia', que no es otra que la de tocar impu-nemente esa parte del cuerpo de la beocia chica, tras haberse encomen-dado el 'héroe', Jérôme, a inusitados requiebros con su hermanastra Laura, una jovencita recalcitrante. Ahora bien, si nos armamos de la paciencia sufi-ciente (como es necesario para tantos

otros trabajos de Rohmer), lo que resulta casi milagroso es que logra en

el fondo, como buen conocedor del cine de Hitchcock, hacer una película de suspense, y no solo en torno a ese motivo axial de la rodilla, sino, sobre todo, a propósito de cómo contará sus hazañas de seductor a su amiga escri-tora y por ende a nosotros.

Y ahí entramos en el otro de los más célebres reproches a Rohmer: la incon-tinencia verbal de sus criaturas. Pero, ¿y si lo que este propone es justamente 'la intelectualización del deseo', y solo con palabras (y muchas, por cierto) puede accederse a los arcanos de la mente? Llega un momento en que interesa al espectador, más que el acto en sí mismo de conquistar la rodilla de marras, el modo expansivo en que lo refiere Jérôme a su intrigada interlo-cutora. Se alinean así perfectamente la estructura de diario con que se presenta la película, que permite ade-más elipsis muy osadas, y el carácter confesional de los parlamentos de su protagonista. De esta forma, Rohmer es el cineasta que mejor ha desentra-ñado los resortes y recovecos de ese deporte que es el flirteo: sus personajes acostumbran a lanzarse con voracidad al affaire d’amour, pero lo que más hacen no es tanto amar como hablar con asombrosa locuacidad de todos los grados que van desde el simple galanteo a la peligrosa infidelidad. Y si los otros dos grandes directores fran-ceses que llevaron este último asunto hasta límites insospechados, Truffaut ('La piel suave' y 'La mujer de al lado') y Chabrol ('La mujer infiel', 'Al ano-checer' y 'Relaciones sangrientas'), se decantaron por el silencio, generando claroscuro semántico y ambigüedad, Rohmer prefirió la palabra, erigiéndola

«Rohmer, el cineasta que mejor desentrañó los resortes del flirteo»

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en todo un monumento, como centro gravitatorio.

Más allá de que entre los elementos impulsores de 'La rodilla de Clara' estén el idilio en el huerto de los cerezos de las 'Confesiones' de Rousseau y el relato 'La roseraie' del propio Rohmer (publicado en 'Cahiers du Cinéma' en su año fundacional, 1951), buena parte de su metraje, y en especial los minutos finales de clímax verbal, son pura y espléndida literatura, puesta en boca de un peculiar diplomático que ha jugueteado con ese monstruito de Laura y su antítesis Clara en aquellos hermosos parajes de Annecy. Y como repudia el formato panorámico (que consideraba una «impostura»), la música extradiegética (que solo sirve «para arreglar un filme malo», según explicaba en 'Cine de poesía contra cine de prosa') y tantos otros recursos que para él eran zarandajas, da la im-presión (y esto lo suscribiría él mismo con agrado) de que estamos ante una película amateur. ¡Pero menuda película amateur! Porque la extraordi-naria malicia de Rohmer consiste en que todo esto sucede… ¡justo antes de que Jérôme se case! Y su periplo estival le permite nada menos que afirmar lo siguiente: «Nunca había hecho algo tan heroico, o al menos tan voluntario. Es la única vez que he realizado un acto de voluntad pura». Esa sí que es una auténtica despedida de soltero, y no las bobadas que se practican hoy en día. | Rafael Malpartida| Pieza gráfica: Marta Vega

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No sé por qué extraña asociación de ideas, cada vez que veo el videoclip 'Actores poco memorables' de Nacho Vegas me acuerdo de ese cuento moral inserto hacia mitad de 'El amor después del mediodía' en el que Bernard Verley, el protagonista (con un cierto parecido al propio Nacho Vegas), relata que se imagina con un colgante mágico que ejerce un extraño magnetismo sobre las mujeres, es capaz de anular su volun-tad. Ni corto ni perezoso, Bernard sale a las calles del centro de Paris y se dedica a seducir a cuanta señora o señorita –sola o acompañada– pasa por delante suyo. Y el éxito es arrollador. Y maléfico.

En el videoclip de Nacho Vegas (y en el desarrollo de 'El amor después del mediodía') vemos lo que sucedería si un hombre pudiese tener este poderoso collar. El cantante asturiano canta su tema rodeado de maniquíes. Maniquíes en un campo de fútbol, maniquíes en una casa, en un pasillo… ¿en qué mo-

mento se ago-taría el interés por este amuleto exótico?, ¿cuánto tiempo podría

aguantar su portador hasta constatar que las personas conquistadas se con-vierten en una interminable sucesión de cuerpos huecos?

Como 'La mamá y la puta', al igual que 'Numéro deux', 'El amor después del mediodía' se inserta en esa tradición

de películas post-mayo del 68 que vie-nen a replantear –o a analizar después de la borrachera– los postulados de libertad sexual y las proclamas de amor libre que muchos jóvenes y muchos jóvenes cineastas enarbolaron en pan-cartas y gritos por las calles de París. Tal vez la consigna más revolucionaria fue la del poeta Pasolini: debemos aprender a vivir en tríos, cuartetos, sextetos… lo demás quedó en descafeinado; la publicidad, la TV, el cine comercial, la literatura best seller… asumieron las consignas y las convirtieron en spots, en maneras de vivir, en desodorantes que auguran el ligoteo, manuales de autoa-yuda, en cruceros para solteras, etc…

En la película de Rohmer (y Rohmer fue consciente de todo esto), Bernard Verley interpreta a un empresario al que la fortuna le sonríe. Pudiera ser per-fectamente un manifestante del 68-M subido al carro del éxito, olvidadizo. El caso es que tiene una oficina propia, tiene una casa, tiene una esposa, tiene una hija… pero cada mediodía se sienta en la cafetería donde acude a almorzar y coquetea con la posibilidad de tener uno o varios affaires. Lo que no pasa de simple ensoñación, de capricho infantil, se materializa peligrosamente cuando una vieja amiga, Chloé (salvaje Zouzou) reaparece en su vida con la sana inten-ción de desequilibrarla. Surge ahí la disyuntiva a entregarse a un amor apolí-neo (el de su esposa) o a uno dionisíaco

«Se sienta a coquetear con la posibilidad de tener un 'affaire'»

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(el de Chloé). Pero todo en un marco burgués, adúltero, aburrido, sin riesgos. Chloé podría ser la tabla de salvación o la válvula de escape a todo esto. Vive a salto de mata, con lo puesto. También sufre (pero no por las mismas cosas que él). La esposa, que durante casi toda la película está en off, tomará protagonis-mo en la parte final. Ya sólo el título –'El amor después del mediodía'– expresa cierta ironía; como si el amor se pudiera medir u organizar, el amor después de la hora del té, el amor después de jugar al bridge o después de salir del traba-jo… En un pensamiento muy crítico, Rohmer parece decirnos que el amor debe por fuerza desarrollarse en otro si-tio, en otro ámbito, lejos de Paris, lejos del trabajo, lejos de la zona de confort, de los encuentros escurridizos en un hotel… o eso, o empezar a hacerle caso al poeta Pasolini. Todo lo que se esta-blece en ese marco de grisura que es la ciudad, la gran urbe, París o Madrid, es igual, acaba en un caos de hormiguero. Que Chloé y Bernard se tengan que contentar con el adulterio significa que tras hacerse con la libertad sexual por concesión, y no por habérsela ganado, los jóvenes de los que hablábamos –burgueses– la convirtieron, inmediata y fatídicamente, en una obligación. La ansiedad conformista por ser sexual-mente libres los transforma en míseros erotómanos, eternamente insatisfe-chos y, por ende, infelices. Igual que los maniquíes de Nacho Vegas en 'Actores poco memorables'. | Miguel Blasco

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«La ajena luz no te hará claro, si la propia no tienes» (La Celestina). En el Valle del Ródano, paraje de la Provenza francesa donde se desarrolla gran parte del argumento de 'Cuento de otoño', los días pasan suaves y lentos, y un amanecer en los campos dorados sucede a otro sin que medien grandes acontecimientos. La vida bulliciosa y acelerada de la ciudad queda muy lejos del hogar de Magali quien prefiere ocupar sus días dedicada al fruto de la tierra y a las visitas de su nuera Rosine. Magali, conocedora del paraíso en el que vive, no siente la necesidad de sociali-zar aunque paseando por sus viñedos silvestres le haya confesado a Isabelle, su mejor amiga, que se siente sola. La suya es una etapa de la vida donde los grandes amores forman parte del pasa-do, y los hijos han abandonado el nido dejando en su lugar un pequeño vacío de rutinas y deberes. Rohmer, artesano

de lo cotidiano, crea un parale-lismo entre este ambiente otoñal y nostálgico que

lo envuelve todo y el otoño vital en que se encuentran Magali e Isabelle. Rosine asume el rol contrario: ella es un torbe-llino, una lolita despreocupada que, sin embargo, siente una fascinación natural por Magali a quien visita asiduamente y con quien tiene largas conversacio-

nes sobre el amor y la vida en general. De alguna manera, la hacendada se convierte en un centro de gravedad que atrae a todos los personajes sin propo-nérselo. Nuera y amiga, cada una por su cuenta, deciden buscarle una pareja que congenie con su carácter. Rosine trama presentarle a su díscolo profesor de filosofía, su ex amante, mientras que Isabelle se cita con Gerald, un ejecutivo de cuentas que ha contactado a través de un anuncio por palabras haciéndose pasar por Magali. La maquinación de estas pícaras se gesta mientras Magali está ocupada en la temporada de la ven-dimia. La boda de la hija de Isabelle pro-picia el encuentro con los dos hombres, en especial con Gerald, como una bonita metáfora de la recogida de la cosecha. Podría parecer una película petulante sobre las devenires de unos aburgue-sados, pero antes de que se instale este prejuicio Magali ya ha conseguido amansarnos con su suave conversación que, al contrario de ser pedante, son las preguntas que cualquiera de nosotros puede hacerse. La sensación de recono-cerse en la naturalidad de los diálogos y los personajes, los espacios campestres, el sonido ambiente y la cotidianeidad de lo representado se acentúa en la serena hacendada. Para ella su viñedo no es un negocio de explotación, asegura: «Me considero más una artesana que una explotadora». Cercana a la filosofía laissez faire et laissez passer, le monde va

«La película avanza en los diálogos serenos y en la reflexión»

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de lui même (Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo) deja que las hierbas silvestres crezcan a la par que las parras alegando que los químicos afectan al sabor del vino. Asimismo defiende que el amor no hay que buscarlo, que llega solo, aunque en su caso haya tenido un poco de ayuda. La película es un canto a la vida y a la naturaleza que nos recuerda al cine clásico y transparente de Yasujiro Ozu. Es la vida misma llevada al microscopio con sus ambigüedades e incertidumbres. Pequeñas parcelas donde las rutinas diarias transitan frente a nosotros a tiempo real y en las que nuestro pulso se ralentiza a la par que la vida vegetal que parsimoniosamente desfila ante la paciente máquina de registrar imágenes. La acción es casi inexistente, apenas una boda al final y el encuentro entre Gerald e Isabelle, la película avanza en los diálogos serenos donde la reflexión es el factor común que hilvana magníficamente las tramas. 'Cuento de otoño' es la película que da cierre a 'Cuentos de las cuatro estacio-nes' de Rohmer. Si 'Cuento de primave-ra' es una fábula sobre lo imprevisibles que pueden resultar las relaciones humanas, 'Cuento de verano' una fábula sobre la exaltación de la juventud y 'Cuento de invierno' una exaltación del amor verdadero, 'Cuento de otoño' sería una oda a la madurez, a la mediana edad, a la vida reflexiva en detrimento de la aceleración de las ciudades. Un manifiesto ecológico. Una vuelta a lo natural y a la vida sencilla. | María José Moreno

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Cincuenta años después de su estreno, Roman Polanski nos sigue arrojando en 'Repulsion' el eco de un compartimen-to estanco, la ansiedad del que huye en un callejón sin salida, la tensión de esperar lo inevitable cuando ya hemos cerrado los ojos. Nos describe una historia de hielo y de fuego, a la usanza de la laca de uñas Revlon de alguna señora de piel cuarteada o de Carol, la protagonista interpretada por Cathe-rine Deneuve, dependienta de salón de belleza en delirio, rubia de timidez perturbadora que parte cuellos.

Aquí, Polanski expone su primer film británico aupado por la morbosa genialidad demostrada en 'El cuchi-llo en el agua' (1962), relato mínimo de desilusiones que se saldan en las profundidades, y lanza una realidad

deformada, como cuando se observa el rellano desde una mirilla o se ve la vida pasar desde la ventana de un cuarto piso, forastera, inalcanzable. 'Repul-sion' se adentra con suavidad en la bru-ma, exponiendo con cuentagotas las grietas de la razón, primero invisibles y luego insalvables para Carol, encajando en la oscuridad inhóspita unos retratos de luz sobreexpuesta que invitan a entornar la mirada.

«¿Te estás haciendo la difícil? Te-níamos una cita. Íbamos a cenar», le gritan a Carol mientras hace gala de su perpetua desorientación: «Se me olvi-dó». Vamos viendo su paulatino desli-zamiento hacia la sombra, cultivando un inquietante desprecio hacia el hom-bre que visita la cama de su hermana, con quien comparte piso. Es finísimo

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«Como cuando un amago amoroso acaba en una espantada»

el pulso dramático del cineasta polaco, que entrevera un trauma infantil en detalles de inapetencia sexual, de incomodidad ante cualquier intento de contacto humano. Como cuando soporta a duras penas las sesiones nocturnas de pasión de la hermana y su amante, como cuando un amago de acercamiento amoroso concluye en una vergonzosa espantada.

«La única forma de tratar a los hom-bres es hacer como si no te importaran, ya te lo he dicho. Sólo quieren una cosa y no entiendo por qué la quieren tanto», escucha de unos labios marchi-tos en primer plano aberrante. «Son como niños, quieren un azote y luego caramelos». Carol sufre en manos de Polanski un escalonado trayecto hacia la locura, única salida frente a lo que va entendiendo como una invasión por parte de un entorno masculino opresor: surge la repugnancia ante los productos de higiene personal que el amante de su hermana, con la desenvoltura del invasor, ha dejado en su cuarto de baño; un sencillo beso le

incita a cepillarse los dientes con una urgencia vital, en búsque-da desesperada

de la pureza; ante unos halagos a voz en grito en plena calle, con la violencia de un asedio, exige el paso rápido; y elude, con el más desconfiado de los ademanes, el terso tanteo sentimental del joven Colin, cuyo carácter contrasta con la tosquedad de sus compañeros

de salidas. Todo se va desmoronando al irse su hermana de viaje, en una suerte de soledad con grifos que no paran de gotear, comida en estado de putrefac-ción y vestidos arrugados sobre el par-qué hasta imaginar violaciones mudas que conducirían, indefectiblemente, al sueño eterno. «¿Estás metida en algún lío?», le acabarían preguntando duran-te ese trance amargo.

Tras la renombrada 'Rosemary's Baby' (1968), Polanski se alzó en un maestro de la sugerencia, cartel que empezaría a proyectar en 'Repulsion' con, por ejemplo, ese simple movi-miento de cámara silencioso y esclare-cedor que, hacia mitad del metraje, nos conduce hacia una foto enmarcada, a modo de prólogo de la caída al pre-cipicio de la virginal Carol, empujada por manos que brotan de las paredes e intrusos sin rostro. O, más tarde, con la infravalorada 'The Tenant' (1976), estudio de la falta de autonomía en la moral colectiva a través de un inquilino que se adentra en la locura, presa de las tentaciones del suicidio, avasallado por la tiranía del vecindario. «¿En qué preciso momento un individuo deja de pensar que es él mismo?», se pregun-taría el propio Polanski como protago-nista de dicho filme, con una interpre-tación contenida, precisa. Podríamos hallar esa misma duda en el pensa-miento de Carol durante su vorágine de perdición, con la mirada perdida y el rubio despeinado en una pesadilla que parece fluir, en el paso de las décadas, a cámara lenta. | Miguel Pradas

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Carlos es un prestigioso modista grana-dino. Trabajador, inteligente, servicial, humilde, pero también frío y calculador. Carlos, además de modista, es caníbal. Se alimenta de mujeres. Les engaña con la promesa de pasar un fin de semana inolvidable en la sierra. Y luego vuelve a la ciudad solo. Pero repentinamente aparece alguien que le hace cambiar la perspecti-va, resituarse. Ganadora del Goya a la me-jor película, y con una dirección impecable por parte de Martín Cuenca, en 'Caníbal' vemos a un Antonio de la Torre y a una Olimpia Melinte –sus protagonistas– ca-paces de unificar de un modo sublime dos realidades, la de la cotidianidad y la del horror. Destacadísima la actuación del malagueño, quien encarna a la perfección la figura del antihéroe. | Sergio Sánchez

‘CANÍBAL’Manuel Martín Cuenca, 2013

Con unos ingredientes tan comunes como la historia de una niña pez que desea pier-nas para poder estar con un niño humano, el chef Miyazaki elabora un plato original de intenso sabor a magia, alegría y diver-sión. Porque eso es precisamente 'Ponyo', el refugio de la infancia donde recrearse y hacer volar la imaginación. Esta cinta de Estudio Ghibli demuestra con un anime clá-sico y sencillo, al estilo de los años 80, que el encanto no vive en el artificio sino en la semilla de la ilusión que una película es capaz de plantar en nuestro interior. Para ello cuenta con una impresionante banda sonora de tintes wagnerianos, fundamental en la reinterpretación de la mitología que realiza el bello filme, que deja momentos gloriosos en su unión con la sublimación de la naturaleza habitual en la cinematografía de un creador único. | Carmen Alcaraz

‘PONYO EN EL ACANTILADO’Hayao Miyazaki, 2008

Marnie, criatura salvaje, fruto del suceso que hirió su infancia, un crimen detonador del miedo a los hombres. Golpeadas por la soledad y precariedad, madre e hija vivieron la agresión. «Eres muy lista para complicarte la vida con un hombre, podemos vivir sin ellos», dice la ma-dre reforzando su temor. Marnie no elige ser una ladrona compulsiva, mentir o reinventar su identidad. La maldad o bondad no están en juego hasta que Mark irrumpe en su vida y se empeña en despertar-la, pero resiste con la fuerza del trauma que la habita. «¡Tú no me quieres! Sólo soy algo que has cazado, un animal en tu trampa». Caballo desbocado, solo a él das tu senti-miento puro, el que no merece nadie más. A la fuerza, Mark abre la herida entre ambas en la escena clímax, encarnando él mismo al hombre que debieron matar. Explosión psíquica, catarsis emocional que convierte a la niña en una mujer que vuelve a creer, un alma domesti-cada sin su piel salvaje.

MARNIE, CRIATURA SALVAJEPOR MARIETTA GEDDA.

«Catarsis emocional que convierte a la niña en una mujer»

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Avalado por el prestigio de 'In Treatment' (remake de la serie hebrea 'Be Tipul'), Hagai Levi, creador de 'The Affair', presenta para Showtime una serie de cocción lenta, valiente, de estética indie, que sitúa en su centro el hastío matrimonial, la frustración de clase, la capacidad de manipulación del ser humano y el luto insuperable por la pérdida de un hijo. Para ello, cuenta, entre otros, con una pareja de actores en estado de gracia, Dominic West ('The Wire') y Ruth Wilson ('Luther'), y con un arriesgado formato narrativo que, sin dejar indiferente a nadie, polarizará a la audiencia. Pues 'The Affair' quizá será amada por su morosidad y la sutileza intrigante de sus pequeños detalles, por esa sensación de que, aunque no parezca

estar pasando nada, todo está a punto de estallar. O quizás será odiada por estas mismas razones: la paciencia crispada ante algo que parece no avanzar debido sobre todo a la recurrente duplicación de su relato.

'The Affair' cuenta la llegada de Noah y su familia a Montauk, una aldea casi aislada que parece huir en su idilio veraniego del cercano trasiego neoyorquino. Pero su viaje de relax comienza a trastocarse cuando Noah se cruza con Alison, una joven oriunda del lugar con la que iniciará desde el primer momento una aventura amorosa.

Hasta aquí nada reseñable, sino fuera porque Hagai Levi juega a despistar al espectador contando dos versiones de lo que sucede ante nuestros ojos,

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a veces opuestas, a veces matizadas, a veces inquietantemente similares. Para ello divide cada episodio en dos partes: la de Alison y la de Noah. Y el relato de cada personaje, condicionado por la figura de un detective que los interroga, es una maniobra sutil de distanciamiento, de enmascararse en la inocencia, de perfilar al otro con señales que lo inculpen en un misterioso delito que se irá desvelando con el fluir de los episodios. Para Noah, un escritor en ciernes eclipsado por el éxito editorial de su acaudalado suegro, Alison es la musa necesaria para su nueva novela, la gota que colma el vaso de su rutina familiar, la belleza que le hace regurgitar y sentir otra vez los rescoldos de la vida, la aventura, la adrenalina. Pero siempre deja claro que es Alison la pérfida sirena que lo engatusa, la frívola, la buscona, y que, tras el error de su desliz, sabrá redimirse, recuperar el respeto y su integridad moral. Para Alison, que se muestra incapaz de pasarle página al accidente de su pequeño, al que no puede evitar rememorar en la figura de su marido, Noah es el lanzado burgués que aparece en el momento ya incurable de su herida, el jeta que se aprovecha de su debilidad para echar una cana al aire con que desfogar la hipocresía de su matrimonio. Aquí ella es la víctima de un cincuentón frustrado y su único error es el deseo de recomponerse en una otra mujer que la aparte del recuerdo de su drama.

Pero conforme avanza 'The Affair' se descubre que sus relatos son el armario del escapista, ya que Noah y Alison son lo que Wayne C. Booth ha denominado «narradores poco fiables». Ambos construyen su fachada y tras ella desaparecen, quedando un inteligente trenzado de imágenes, hechos y descripciones, que son como palabras diluyéndose en papel mojado. Pues cada uno de estos episodios-moneda es un trampantojo y solo cabe especular en el porqué de sus mentiras, qué les impele a desconfiar el uno del otro, qué interés subyace en desdecirse mutuamente. ¿Es Noah un advenedizo que, como ocurría en 'Match Point', intenta recuperar su nivel de vida sacrificando a su amante tras la deletérea deriva de su infidelidad? ¿O es Alison una femme fatale, una lugareña neo-noir que se sirve de su atractivo para incriminar a Noah en un delito que debía suceder necesariamente? ¿O es todo fruto del azar y la pasión, pero ninguno de los dos está por la labor de responsabilizarse, superponiendo torticeramente la razón y el ombligo a una relación que se evaporó como nubes de verano?

Hagai Levi ha creado con 'The Affair' una habilidosa intriga que goza del vértigo de la calma y que a más de uno lo tendrá mordisqueándose los puños. Porque hasta la próxima temporada no sabremos qué cromosoma es el que miente. | Manuel Andreas

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Estaba uno tan tranquilo cuando saltó el primer tráiler de la nueva temporada de 'True Detective'. El tema es que en los últimos años me niego a ver tráileres de películas y series para poder conservar cierta 'ingenuidad' y evitar en ocasiones anticipar finales o situaciones. Así que sin verlo intercambio opiniones tras quejas sobre sus protagonistas, especialmente Colin Farrell. Mi respuesta es compararlo con Matthew McConaughey y la fantástica sorpresa que tuvimos al verle interpretando al detective Colhe. La contra-respuesta no pudo ser más contundente: «Matthew sólo había actuado antes de cachondeo. Farrell lo ha intentado en serio y no». ¿Qué haces ante una verdad así? Supongo que confiar en el guión y la dirección, y rebajar las expectativas (el famoso hype) que se puedan tener. Sobre todo cuando podemos presuponer la atmósfera y narración de las historias, y también por la inevitable comparación con la magistral primera temporada.

RELAX, ES COLINPOR FRANCIS MORIEL.

«McConaughey sólo había actuado antes de cachondeo»

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Muy interesante la propuesta de la alternativa cadena Starz. Con tan solo una temporada, y de la mano del creador de 'Battlestar Galactica', esta 'Outlander' se presenta como la mezcla perfecta entre ciencia ficción e historia. Una enfermera británica durante la Segunda Guerra Mundial será repentinamente transportada al siglo XVIII, en la que su libertad y su vida estarán en continuo peligro. Buena adaptación de la serie de novelas de Diana Gabaldón.

‘OUTLANDER’Ronald D. Moore, 2014Starz, 1 temporada

Bien se merecía ya esta carismática reina una ficción televisiva sobre su figura. Y de qué modo. Sin apenas envidiarle nada a series del calado de 'Juego de tronos' o 'House of Cards', en 'Isabel', las intrigas palaciegas y las recíprocas zancadillas políticas por parte de los distintos bandos dominan una sobresaliente serie en la que destacan la potencia narrativa y el rigor histórico de aquellos convulsos años en los que los Reyes Católicos gobernaron con mano dura Castilla y Aragón.

‘ISABEL’Javier y Pablo Olivares, 2012TVE, 3 temporadas

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Partiendo de la base de que son prácti-camente cuarenta años los que ya lleva entre nosotros el impagable 'Wish You Were Here' es una tarea ardua, por no decir casi imposible, aportar algo no-vedoso a los ríos de tinta que han corri-do sobre este disco. Son innumerables los análisis que han ido surgiendo a lo largo y ancho de la vida de estas can-ciones y no es difícil encontrar sesudos estudios que no dejan ni un ápice sin analizar, desde la portada hasta los créditos. Con lo que cualquier persona que albergue un mínimo de curiosidad no tiene más que bucear un poco y se hallará ante un abrumador número de datos, curiosidades y anécdotas.

Aún así recojo el guante que se me arroja y para empezar debo recono-

cer que a la vez que martilleo estas palabras albergo el convencimiento de que las sensaciones que recorren el cuerpo de uno al oírlo, una y otra vez, son personales e intransferibles. Ésa es la particularidad que cada quién puede aportar, ahí es donde está la grieta por la que colarse, una rendija que nos da paso un universo especial, único e irre-petible. Y es que si hay algo que respire sobre la piel de estas canciones es una sensación de ausencia, una presencia velada, teñida de la amarga sensación que provoca la pérdida, la deseada y la temida.

Grabado a caballo entre las dos giras americanas que Pink Floyd realizó en el ya lejano 1975 este álbum tuvo que lidiar de entrada con su antece-

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«Supone una guerra abierta contra la industria discográfica»

sor – 'The Dark Side of the Moon'– y el desorbitado éxito que tuvo. Todo lo anhelado por Gilmour, Waters, Mason y Wright ya se había materializado, había dejado de ser un sueño para convertirse en algo tangible. El éxito, las chicas, el dinero… ¿Cómo afrontar una nueva etapa creativa desde la complacencia? ¿Se encontraban ante un punto y final? ¿Saldría una obra menor de esa apresu-rada reunión para grabar?.

La desidia planeaba sobre el estudio de grabación y quizás, y solo quizás, la visita inesperada que recibieron fue el detonante, la chispa surgida en el momento adecuado. Una fantasmal presencia, la de un tipo gordo y calvo que se dejó caer por Abbey Road y al que no reconocieron hasta pasado un rato, un tipo que no era otro más que Syd Barret. Esa presencia fugaz se convirtió en ausencia permanente en forma de disco. Esa materialización efímera sacó a la banda del atasco en que se encontraba y les permitió dar forma al que para unos fue –es– su mejor disco. Sin entrar demasiado

en este debate lo que sí está claro es que es fundamental para entender la

historia del rock y digo rock desprovis-to de la etiqueta de progresivo. Rock con mayúsculas.

En la confección de las melodías volvieron a hacer acto de presencia los sintetizadores pero en esta ocasión aportaron sonidos más cercanos a sus

primeros discos y fueron las guitarras acústicas utilizadas a modo de arga-masa las que abrieron el camino en la búsqueda de un sonido que cohesiona-se todo el álbum. Y acabaron consi-guiendo un clima propio que evoca añoranza por lo que pudo haber sido. La genialmente loca suite, repartida en nueve partes, 'Shine on You Crazy Diamond' es la prueba fehaciente.

Pero la joya de la corona no es otra más que la canción que da título al trabajo y que es mucho más que una obra maestra. Es la canción hecha verbo. Una obra redonda, sin fisuras, donde las imperfecciones se moldean hasta dar con el tono y la profundidad adecuada. Un arañazo profundo cuya huella permanece indeleble.

Pero no solo la pérdida da sostén a los temas, una guerra abierta contra la industria discográfica y su modo de proceder es la segunda línea maestra que recorre el contenido de las letras. Una confrontación nacida de la segu-ridad que da el éxito y que nos regaló un alto nivel de acidez en algunas de las letras que Waters pergeñó y que se hace patente desde la portada con esos dos hombres de negocios de los cuales uno arde. Toda una declaración de intenciones. Una visión crítica no exenta de sorna y que ataca claramen-te a todo el mundo ajeno a la banda.

Un disco obligatorio cuya escucha no hace más que invadirnos de una calidez que permanece en el pecho, abrigando como la llama de una ho-guera serena. | David Dueñas

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Indagando un poco en la escena de la elec-trónica nacional nos hemos encontrado una grata sorpresa, BLD saca al mercado 'Extended Versions 4', una nueva entrega del disco que publicó en su propia platafor-ma BLD Tape Recordings. En un desolador panorama donde el vinilo pasa por sus horas más bajas y donde cierre de sellos y tiendas sólo deja a los músicos la opción de un mercado digital abocado al pira-teo, BLD se arriesga y hace un jaque a la industria, un paso definitivo en su carrera musical. Este animal del directo es un tipo al que le gusta estrujar las Roland, cajas de ritmo analógicas sin las que no podría vivir, y que junto a otros cacharros digitales dan como resultado unas magníficas sesiones abiertas a la improvisación, directo crudo y sin artificios que uno no puede dejar de escuchar. | Marisa Carmona

'EXTENDED VERSIONS 4'BLD, 2015

Filosofía, sociedad y vida se fusionan en las letras de las canciones de La Vela Puerca, un grupo singular que lleva ya veinte años renaciendo en cada disco con un sonido que, como si fuera una pócima o fórmula magistral, conjuga rock, ska y murga uruguaya cabal-gando entre la tradición de un país y la globalidad de un concepto. La banda se encuentra actualmente de gira presentando 'Érase', su sexto álbum de estudio. Este disco de sonidos diferentes se articula en tres capítulos y un epílogo a modo de cuento triste sobre la vida, en la que el personaje se enfrenta al lastre del pasado, al amor perdido y al futuro incier-to. Estamos ante una obra conceptual con impresio-nante instrumentación y letras cargadas de intimismo y belleza como 'Sin avisar', 'Habeo' o 'La madeja'. Y es que, una vez más, La Vela Puerca demuestra que cuando todo parece jodido es cuando hay que dejarse la piel.

LA VELA PUERCAPOR CARMEN ALCARAZ.

Un espectáculo es el segundo disco del guitarrista y principal compositor de Alice in Chains, Jerry Cantrell. 'Degradation Trip' está repleto de riffs abrumadores que se entretejen con esa atmósfera depresiva y melancólica que tan bien compuso con el grupo de Seattle. Aquí, como si se tratara de un nuevo disco de Alice in Chains –con la salvedad de la inolvidable voz de Layne Staley–, Cantrell vuelve a hacer gala de una capacidad extraordinaria para remo-ver las entrañas. 'Angel Eyes', 'Mother's Spinning in Her Grave' o 'Solitude' son buena muestra de esa música que parece hecha para arrastrar el ánimo. «Down in a hole, feeling so small, down in a hole, losing my soul», cantaba Staley con la pluma de Cantrell diez años antes. Este 'Degradation Trip' es una continuación de esa brecha de desilusión. | M. Pradas

'DEGRADATION TRIP'Jerry Cantrell, 2002

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«Como una fórmula magistral, conjuga rock, ska y murga»

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A un buen creador debemos exigir-le buen nivel creativo. Suum cuique tribuere: no estamos ante un pensa-dor o ante un intelectual, condiciones que no tienen por qué adornar a un creador. Bastante consigue si le sienta bien el traje de creador, no pidamos más de lo que podemos. Reivindico, para los creadores, el derecho a la incoherencia, así como el derecho a la pereza (soy marxista-lafarguiano) y el derecho a la injusticia, por qué no. No exijo más que creación de calidad. Y esto viene a cuento porque de dos grandes creadores hablaré, vaya por delante. Tiene que ver mi reflexión con una antología poética, además. Una antología de poetas: esa obra polémica donde las haya,

que suele nacer con tantos enemigos como creadores hayan quedado fuera. Ya se sabe, además, que en España las antologías se suelen preparar contra alguien, lo que añade un tono excesivamente picante para el estó-mago. Castellet fue siempre Maestro, también a la hora de preparar antolo-gías (que, no por menos polémicas, no fueron referentes en todo caso), y uno de sus más díscolos novísimos, mi ad-mirado Leopoldo María Panero (LMP), el poeta maldito canónico de este país, también generó polémica con cierta antología que coordinó. La que me interesa en este comentario.

En junio de 1979, la revista 'Poesía' publica una polémica antología titula-da 'Última poesía no española', dedi-

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«Ser arbitrario en la obra creativa puede ser la sal de la vida...»

cada a Fray Bartolomé de las Casas y en cuyo provocativo preámbulo LMP, entre otras perlas típicamente pane-rianas (de esas que disfrutamos los admiradores de LMP), califica la poe-sía de Antonio Machado como «poe-sía para el bachillerato». El polémico texto distingue a Seniors (Martínez Sarrión, Gimferrer, Ana María Moix y Carnero) de Coqueluche (Azúa, Ferrer Lerín, Colinas, Haro Ibars, su hermano Juan Luis, Bocángel y Enrique Muri-llo). Una bomba de relojería literaria que no tardó en explotar, era cuestión de (poco) tiempo. Ser arbitrario en la obra creativa puede ser la sal de la vida, pero… serlo cuando se prepara un texto científico o, incluso, una antología puede ser excesivamente peligroso.

El siempre riguroso José Ángel Va-lente, escamado con la forma y con el fondo (¡Antonio Machado como poeta para bachilleres: increíble!), le dedicó una columna que J. Benito Fernández, biógrafo canónico de LMP ('El con-torno del abismo', Tusquets bolsillo,

1999, p. 259), no dudó en cali-ficar de «severa y despiadada»: 'Nueve afo-

rismos para un neojoven' (El País, 17 de febrero de 1980). Se puede decir más alto, pero no más claro: «Cabe esperar que los jóvenes realmente probados tengan más capacidad para absorber sus traumas de bachillerato que este microjoven infeliz (…). Algu-

nos jóvenes perpetuos –que ocupan la juventud como si fuera una silla de academia– hacen desde la vida gestos desesperados para existir en la escritura (…). Ningún anacronismo más triste que el del enfant terrible prematuramente envejecido y ya sólo terrible por los disgustos que causa a su mamá. La mamá se pone los disgustos del niño a contrapelo –qué hacer, al fin y al cabo–, como sombre-ro audaz que la hace más moderna. Luego se exhiben juntos, comerciales y tiernos, en películas ñoñas, para es-cándalo burdo de burgueses de pue-blo. Desencanto. Sí, qué desencanto o qué infelicidad, Panero». Como devoto de los hermanos Panero y de las boutades, en general, no puedo no sonreír con las cosas de LMP, pero… la bofetada sólida del sólido Valente no tardó en caerle a mi admirado LMP.

No está de más que un creador pro-voque: recuerdo a aquel que dijo en el Ateneo de Madrid que se notaba que Cervantes era manco (inexactitud, por cierto), pues 'El Quijote' estaba escrito con los pies, y acabaron a sille-tazos ante tan injusta y sublime frase, o los insultos químicamente perfec-tos, mas tantas veces injustos, de mi admirado Umbral. Pero te arriesgas a que llegue un poeta, riguroso ade-más, y te ponga las banderillas. Como sucedió aquella vez en que José Ángel Valente, el gran poeta, se enfrentó a un presunto microjoven infeliz. A otro gran creador: LMP. | Antonio J. Quesada

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Miles de años antes de que Tolkien ima-ginara 'El señor de los anillos'; cientos de décadas antes de que las venganzas entre Lannisters y Starks se pasearan por la cabeza de George R. R. Martin. 'El cantar de los nibelungos', poema medieval anónimo de origen germano, es una de esas selectas obras que tienen el honor de pertenecer a la literatura universal, a pesar de estar fragmentada en numero-sos manuscritos de diversas fuentes. Per-turbadora y sofocante a ratos, la historia del héroe Sigfrido y de su amada Crimil-da alcanza tintes épicos no exentos de traiciones palaciegas y sangre de dragón, moviéndose en todo momento entre la fantasía y la realidad, entre el asombro y la evidencia, entre la divulgación pseudo-histórica y la exquisitez narrativa. | Sergio Sánchez

‘LOS NIBELUNGOS’Versión de J.M. Mínguez Sender, 2009ALIANZA EDITORIAL. 9,95€. 344 PÁGINAS.

«En el centro del bosque siempre está la virtud». Entre el punto medio de Aristó-teles y los claros into the woods de María Zambrano –o entre otras influencias, las reflexiones de Thoreau o los paseos del suizo Robert Walser–, el poeta gaditano Javier Sánchez Menéndez nos ofrece, tras sus anteriores libros 'La vida alrededor', 'Teoría de las inclinaciones' y 'Libre de la tormenta', la cuarta entrega de las diez que componen su atractivo proyecto 'Fábula'; un nuevo ejercicio de Bildungs-poesie en la prosa de un viajero que, de Londres (2008) a Cádiz (2012), reflexio-na sobre sus días presentes, pasados y futuros. O quizá sean las horas las que a él lo definan. «Siempre es mediodía en Kensington Park». No se apuren. «Nada es lo que parece ser»...| Álvaro Campos Suárez

‘MEDIODÍA EN KENSINGTON PARK’Javier Sánchez Menéndez, 2015LA ISLA DE SILTOLÁ. 12€. 72 PÁGINAS.

Cuando leí 'El desierto de los tártaros' quedé fascinado por Dino Buzzati, y me rendí a él con 'El secreto del Bos-que Viejo', donde se acerca a la narrativa juvenil, pero sin olvidar la unión de sencillez y profundidad que le caracteriza. En este cuento, Buzzati nos narra la llegada de un militar retirado y su sobrino a unas tierras here-dadas del padre de éste, tierras en las que se encuentra el Bosque Viejo, donde los árboles están habitados por genios y los vientos y pájaros conversan como humanos. El militar desea usar el bosque para su beneficio, talando los árboles, mientras que el niño se dedica a disfrutar de la magia del bosque, dilema que culmina en un discurso genial (de un genio) sobre la pérdida de la infancia. Un libro magníficamente escrito, donde el autor recupera la magia de los cuentos clásicos y podemos sentir el aliento de las leyendas de la Edad Media, en un tono poético que ayuda a que el aura del libro sea aún más mágica.

'EL SECRETO DEL BOSQUE VIEJO'POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA RUIZ.DUEÑO DE LA LIBRERÍA 'EL LIBRO ERRANTE'

«Dino Buzzati recuperaaquí la magia de los cuentos clásicos»

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Tras haber visitado el Museo Estatal Ruso en San Petersburgo, dedicado íntegramente a artistas rusos, la sensa-ción de encontrar colecciones similares en latitudes como la de Málaga es, sin lugar a dudas, insólita y exótica.

El Palacio Mijáilovski, uno de los edificios neoclásicos más importantes de Carlo Rossi, fue construido entre 1819 y 1825, y el deseo de convertir este palacio en museo público se hizo realidad en 1898. Ubicado en la Plaza de las Artes, se encuentra en un entor-no rodeado de edificios que recogen el impresionante patrimonio cultural de la ciudad, entre los que se encuentra también el teatro Maly, especializado en ópera y ballet. Este museo en prin-cipio se ceñía únicamente a las obras

aprobadas de forma oficial por la Aca-demia de las Artes, pero al nacionali-zarse con la Revolución recibió obras procedentes de iglesias, colecciones privadas y palacios. Hacia la década del 1930 se oficializó el realismo socia-lista que desdeñó las obras de van-guardia y que no volvieron a salir de los almacenes hasta la perestroika.

El edificio destinado a acoger la Colección del Museo Ruso de San Pe-tersburgo en Málaga ha sido adaptado para este nuevo uso dentro del recinto de la antigua fábrica de tabacos de la ciudad, conocido como Tabacalera, erigido en la década de 1920. Se trata de un espacio en mi opinión bastante descontextualizado con respecto al circuito museístico de la ciudad y ale-

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«Un centenar de obras desde los iconos hasta el realismo soviético»

jado de las zonas de más movimiento cultural. La Colección del Museo Ruso en Málaga se articula en dos zonas, una de exposición permanente y otra de exposición temporal.

La exposición permanente, titulada 'Arte ruso de los siglos XV-XX', sigue un orden cronológico y se centra en nueve ejes temáticos con un planteamiento bastante parecido al que también posee el Museo Ruso en San Peters-burgo. Esta colección, en realidad semi permanente, que quedará expuesta con una periodicidad anual, cuenta con un centenar de obras desde los iconos del siglo XV hasta el realismo sovié-tico. Entre los artistas destacados se encuentran Alexey Venetsianov, Carl Brulov, Alexander Ivanov, Isaak Levitan, Vassily Vereschagin, Ilja Repin, Peter Konchalovsky, Vassily Kandinsky, Tatlin, Olga Rosanova, Marc Chagall, Alexander Rodchenko, Nathan Alt-man, Pável Filonov, Kazimir Malevitch o Alexander Deineka.

La primera exposición temporal, ti-tulada 'La era de Diáguilev', me parece

muy interesante a nivel didáctico, ya que pretende dar a conocer al público una de las

figuras más emblemáticas e impor-tantes de la historia del ballet, Ser-guéi Diáguilev, célebre empresario y creador de la compañía de teatro rusa más internacional, los Ballets Rusos, cuya trayectoria marcó un antes y un después en la danza clásica. Fue el 19

de mayo de 1909 en la Ópera de París cuando nació esta compañía, en la que se agrupaban algunos de los mejores bailarines de la historia, Anna Pavlova y Vaslav Nijinsky entre ellos. Es famoso además por su colaboración con gran-des músicos como Stravinski, Debussy, Satie o Ravel, y su compañía desarrolló una forma de ballet complicada, con elementos vistosos, que intentaba llamar la atención del público. El encanto exótico de los Ballets Rusos, tuvo efecto en los pintores fauvistas o en el art decó. La exposición muestra la efervescencia artística de esos años y consta de 69 piezas entre pinturas, dibujos, esculturas, cerámicas y piezas de vestuario.

Hace unas semanas puede asistir en el Teatro Mariinski a una representa-ción de 'El Príncipe Ígor' de Borodín, partitura que incluye las famosas 'Danzas polovtsianas' que divulgaron en Europa occidental los Ballets Rusos de Diáguilev, así que si bien puedo apreciar la propuesta de la Colección del Museo Ruso en Málaga, y aunque me parezca una propuesta sin lugar a dudas interesante desde el punto de vista divulgativo y didáctico, incito a visitar San Petersburgo a quienes sien-ten una atracción hacia el arte ruso o la magia de las noches blancas, que no se pueden concentrar en otro espacio que no sea alrededor de la Plaza de las Artes, paseando cual flâneur entre la Perspectiva Nevski o por el malecón del canal Griboedov en una noche de verano. | Antonella Montinaro

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A mediados del siglo XIX, la burguesía descubrió la costa como un nuevo contexto social y de ocio que inmediatamente se incorporó a su vida cotidiana. Con 'Días de verano' se ofrece un amplio recorrido por este fenó-meno social, que se extendería a toda Europa y Estados Unidos, al tiempo que muestra el modo en que artistas como Boudin, Monet, Cézanne, Fortuny, Sorolla, Pla o Pinazo, lo interpretaron desde sus inicios hasta mediados de la pasa-da centuria. | Thyssen Málaga

'DÍAS DE VERANO: DE SOROLLA A HOPPER'Thyssen Málaga (hasta 06/09)

'Picasso: momentos decisivos' alberga 18 obras del artista mala-gueño que testimonian tres fases cruciales de su obra y que proce-den de las colecciones de la propia Casa Natal, la Fundación Málaga y el Ayuntamiento de la ciudad. En la primera de ellas, la atención se centra en piezas que se sitúa en la gestación de dos obras maes-tras de Picasso: 'Las señoritas de Aviñón' (1907) y 'Guernica' (1937). Junto a ellas, la muestra pone el foco en el tránsito entre sus etapas azul y rosa. | Museo Casa Natal

'PABLO PICASSO: MOMENTOS DECISIVOS'Museo Casa Natal

Este mes de junio el Museo Picasso de Málaga ofrece la mayor retrospecti-va sobre Louise Bourgeois (1911-2010), una de las artistas más influyentes de los siglos XX y XXI. En total la muestra contará con más de cien obras, algunas de las cuales nunca antes expuestas. Las esculturas, dibujos y grabados de la artista parisina son fiel reflejo de su vida, recuerdos, ma-ternidad y frustraciones que dan como resultado formas en constante cambio, donde la pesadez del metal se desvanece en cada giro, un mundo animal donde el ser humano se vuelve vulnerable ante la amenaza de la naturaleza creada por su imaginación. Las coincidencias con Picasso no son pocas, ambos nacidos en un contexto burgués, se revelaron y experimentaron con las formas du-rante sus largas carreras, y nos dejaron en ambos casos una gran produc-ción de la que hoy podemos disfrutar. Creadores, influyentes y genios en una época irrepetible de la que todavía se puede seguir aprendiendo.

LOUISE BOURGEOISPOR MARISA CARMONA.

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En Facebook: Colegio La Purísima (Málaga)

Matrícula abierta todo el año

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«Un mundo animal donde el ser humano se hace vulnerable»

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Me levanto en esta gris tarde y lo único que deseo hacer es coger una cuchilla y actuar. Una y otra vez. Parece que no tengo ningún motivo aparente, pero sí. Cada vez que me subo al escenario, las palabras empiezan a brotar de mi boca hasta que la ira y la locura se apoderan de mi mente. La última vez, desorien-tado, sin salida, mi cuerpo empezó a temblar repentinamente y todo daba cada vez más y más vueltas. No veía al público; ya no veía a mis compañeros de banda. Nada. Solo escuchaba en la lejanía una batería aporreada y un bajo marcando mis pasos. Y guitarras. La que yo tocaba ya no lo hizo más. Im-pactó contra el suelo segundos antes de hacerlo yo. Y todo fue oscuridad. Todo lo que antes fue luz.

Me llamo Ian Curtis, y siento que es-toy al final de mi vida, aunque naciera ahora hace 23 años. Hace cuatro que conocí en un bolo de los Sex Pistols a Bernard y Peter. Hablamos durante horas, y decidimos que teníamos que

formar una banda. Luego encontra-mos a Stephen, el batería. Yo, sin dudarlo, me propuse como vocalista y letrista. Leo y leo y leo a Ballard, Kafka, Gogol y Burroughs y escucho a Bowie una y otra vez. Con alguno de sus temas me despediré de este mundo, no llegaré a los treinta. No lo deseo.

Qué pensará mi mujer. La conocí en la escuela, de niño. Tenemos una hija, Natalie, de un año, a la que me aseguraré de dejarle todo lo necesario para que tenga una buena vida. No la veré crecer, lo presiento. Si esta puta enfermedad no para, juro que un día no habrá rastro de mí. Me carcome por dentro, me cambia el humor, lo noto en todos los que me rodean. En el ambiente cuando estamos en el pub, ensayando, cuando hablo con Debo-rah. Cada vez son más frecuentes mis ataques desde que me diagnosticaron la epilepsia. Ella me dice que me estoy volviendo arisco, seco, impertinente.

LO IRREMEDIABLEPOR SERGIO SÁNCHEZ.

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La perspectiva de una gira americana me altera sumamente, no me gusta el cambio. Solo quiero tocar, pero en mi parcela, desde mi hueco. Imito e imito una y otra vez los espasmos que me produce mi enfermedad con mis bailes, y no paro hasta que caigo.

En uno de esos bolos, mientras un chispazo eléctrico recorre mi cuerpo, veo a alguien entre el público. Es una chica alta, morena, misteriosa. Tras el concierto, Annik se presenta: es una periodista belga en busca de una en-trevista. Salimos, nos divertimos. Pero mi personalidad continua multiplicán-dose: el Ian casado joven y con una niña a su cargo, cansado de peleas y gritos, rendido, abatido; el Ian litera-rio, el que busca siempre lo alternati-vo, lo visceral, lo repulsivo; el Ian espe-ranzado por un futuro al lado de Annik; y el Ian líder de Joy Division, siempre en línea de fuego con el público, con la prensa, con los productores, con Peter, Bernard y Stephen. A veces siento que les fallo, lo noto en sus miradas, en sus punzantes comentarios repentinos.

Por eso, por todo eso, he llegado a una conclusión: mañana veré algo de Herzog y pondré el album de Iggy. Luego, con una cuchilla, o con una soga, o ingiriendo todas las malditas pastillas de golpe, terminaré con mi vida.

«Madre, lo he intentado. Estoy avergonzado por todo lo que he hecho, por todo lo que has tenido que pasar por mí. Estoy avergonzado de mi mismo. Adiós».

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INVISIBLE Y REBELDE POR ISABEL BONO.

Cada vez que voy al Prado observo a los turistas que pasan por delante de 'Las tentaciones de San Antonio Abad' de Patinir. Pasan de largo. Todos caen sin remedio en otra tentación, la de 'El jardín de las delicias' de El Bosco.

Si no hay conflicto no comprendo la actividad artística. Si no hay placer tampoco. No me contradigo: el placer de encontrar respuestas o, al menos, intentarlo. Pero, ¿y si sólo deseas evadirte, perderte en el paisaje, dis-frutarlo, retenerlo por los siglos de los siglos, amén, en una tabla? ¿Y si te toca vivir una época en la que toda repre-sentación artística debe ser religiosa o parecerlo? ¿Y si además te toca pasar la eternidad compartiendo sala con el más genial y extravagante de los iluminados?

'Paisaje con San Jerónimo'. El título ya nos lo advierte: lo que importa no es el santo. Me acuerdo ahora de Corot,

que años después de terminar sus cua-dros le añadía personajes. ¿Por qué?, ¿para qué?

Pobre Patinir, yo no paso de largo, yo adoro tus horizontes tan altos y esas rocas diabólicas que parecen cipreses blancos que no creyeran en nada. Pobre Patinir, padre, hijo y espíritu del paisaje en una época fea donde el Arte debía atemorizar y someter. Pobre Patinir, del que no sabemos cuántas obras pintó porque sólo firmó cinco. Representar la naturaleza, qué osadía y, quién sabe, teniendo que sortear a los censores del crucifijo, contaminan-do el campo con figuras no reciclables. Pobre Patinir, invisible y rebelde al que una hija se le metió monja.

Ya lo veo una mañana con los colores del horizonte todavía manchándole las manos, diciendo a su amigo Metsys: «Ahí te lo dejo, pinta tú a San Antonio y ponle de paso un mono».

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INVISIBLE Y REBELDE POR ISABEL BONO.

La pasión por el teatro. Por la danza. La música. Por las actividades escénicas. Y también el amor a la cultura, a su puesta de largo, a la creatividad más allá de burocracias y de espacios encallados. Porque el teatro se puede hacer sin bas-tidores, la música sin altavoces y para la danza sólo hace falta un espacio abierto. Sin techo, en lo alto de un edificio y con muchas ganas se ha presentado recien-temente uno de los nuevos espacios de la cultura –con mayúsculas– en Málaga. Se trata de La Azotea de Mármoles, que se define como «plataforma doméstica en la ciudad de Málaga para potenciar el teatro alternativo y disidente». El es-pacio, ubicado en calle Lanuza (Distrito Bailén-Miraflores), tiene como culpable al malagueño Cristian Alcaraz, que se ve respaldado también por el buen hacer de algunos actores principales del escenario ¿alternativo? cultural malagueño como Alberto Cortés (Villa Puchero Factory),

Violeta Niebla o el equipo que forma el multidisciplinar colectivo Cienfuegos.

El espacio está abierto a una nueva dramaturgia, a entender la represen-tación de otra manera, a dejar de lado viejos caminos y adentrarse en nuevos recorridos. Y todo en una azotea, más cerca de las estrellas y rodeado de un grupo de aficionados (nunca más de 50) que disfruta muy de cerca de propues-tas arriesgadas y necesarias. Desde la música de Gema Cuéllar, que sirvió para inaugurar este proyecto, ahora se buscan propuestas de colectivos y artis-tas que quieran mostrar lo que hacen. «Propuestas donde el texto no sea el eje central de la pieza: se aceptan musica-les, teatro danza, textos posdramáticos, teatro físico, teatro gestual, circo, per-formance y cualquier hecho escénico de nueva creación», aseguran sus promo-tores. Hacen falta más azoteas en esta Málaga tan de cara a la galería.

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LA AZOTEA DE MÁRMOLESPOR NACHO SÁNCHEZ.

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Paul Auster, en la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, señalaba: «El arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista». El escritor de origen judío, sin perjuicio de subrayar la utilidad de lo inane como manifestación de la dignitas hominis –vinculándose a una línea histórica que, en nuestro país, tiene al Quijote como principal exponente literario–, recurría a ejemplos extremos como el del alimento al «niño ham-briento» en aras de ilustrar lo fútil de los tributos a Minerva en comparación con las acciones en el «mundo real». ¿Por qué esta distinción?

En una inolvidable secuencia de la película 'La Haine', de Mathieu Kasso-vitz –cuyo legado en su 20º aniversario continúa plenamente vigente–, los protagonistas discuten en unos baños sobre las represalias a tomar en caso de que muera un amigo común herido de

gravedad por la policía cuando, de re-pente, un anciano entra en escena y em-pieza a contar la historia de un antiguo compañero polaco, que tras aprovechar la parada del tren que los transportaba a ambos hacia un gulag en Siberia para hacer sus necesidades, no puede volver al mismo ya que cada vez que se acerca e intenta coger la mano del que relata para subir, se le caen los pantalones y él opta siempre por agarrárselos, murien-do finalmente del frío de la estepa. Oja-lá, algún día, aprendamos de Grunwalski para no caer más por orgullo –sea o no de artista– en la intemperie de no sa-bernos iguales; fotógrafos, camareros, escultores o todo a un tiempo.

Afirmaba también el de Newark: «Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más compren-sivos». Y yo me pregunto de nuevo: ¿es que no trata de eso, la vida?

GRUNWALSKI POR ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ.

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GRUNWALSKI POR ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ.

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