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Ensayo Por Placido González Hermoso La tradición cultural de las fiestas de toros en Cuba se mantuvo sin interrupción durante cuatro siglos --desde el 1514 hasta 1898--, un año después del hundimiento del acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana. Precisamente la tripulación del Maine asistió a una de aquellas corridas. Pero en aquella fecha, el brigadier general Adna R. Chafee, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Norteamericana de ocupación, decretó el 10 de octubre de 1899 la prohibición absoluta de las corridas de toros en la isla. No obstante, con el nacimiento de la República de Cuba, en 1902, y una vez finalizada la ocupación, parecía que los nuevos aires traerían nuevos aromas de libertad y con ello, el restablecimiento de las corridas de toros. Pero nada más lejos de la realidad, ya que esa prohibición mantuvo con todos los sucesivos gobiernos, aunque en ocasiones esporádicas se celebró alguna corrida, como es el caso de los festejos celebrados en 1941. Cuatro siglos de historia Los toros en Cuba

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Ensayo

Por Placido González Hermoso

La tradición cultural de las fiestas de toros en Cuba se mantuvo sin interrupción durante cuatro siglos --desde el 1514 hasta 1898--, un año después del hundimiento del acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana. Precisamente la tripulación del Maine asistió a una de aquellas corridas. Pero en aquella fecha, el brigadier general Adna R. Chafee, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Norteamericana de ocupación, decretó el 10 de octubre de 1899 la prohibición absoluta de las corridas de toros en la isla. No obstante, con el nacimiento de la República de Cuba, en 1902, y una vez finalizada la ocupación, parecía que los nuevos aires traerían nuevos aromas de libertad y con ello, el restablecimiento de las corridas de toros. Pero nada más lejos de la realidad, ya que esa prohibición mantuvo con todos los sucesivos gobiernos, aunque en ocasiones esporádicas se celebró alguna corrida, como es el caso de los festejos celebrados en 1941.

Cuatro siglos de historia Los toros en Cuba

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La importancia de nuestra “Fiesta Nacional” y la españolísima costumbre de “correr toros”, se universalizó y “cruzó el charco” de la mano de los primeros conquistadores que la introdujeron por todos los territorios donde recalaron, donde sigue perviviendo hasta la actualidad como en México, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

La presencia y vivencia de las corridas de toros en el resto de países del Sur y Centro América, al igual que ocurrió en parte de las Antillas o Filipinas, fue desapareciendo por variadas causas y diversos argumentos, a medida que esos pueblos iban consiguiendo su independencia de la Madre Patria.

La llegada de la “Era de los descubrimientos” supuso para el océano Atlántico, o “Mare ignotus”, convertirse en vez de una masa de agua separadora, en un mar de intercambio comercial y cultural, entre cuyas expresiones intercambiadas se encuentran las corridas de toros, que nuestros primeros conquistadores llevaron consigo.

Hoy vamos a asomarnos y a escudriñar los avatares de las primeras fiestas de toros que se dieron en ese paradisíaco Caribe, cuya primigenia celebración se realizó en la llamada “Perla de las Antillas”, en Cuba, cuyo gentilicio significa “donde la tierra fértil abunda”. Y a fé que fértil y abundanmte fue esa tierra para las corridas de toros, cuyos frutos fueron la expansión y difusión por todas las tierras americanas conquistadas.

La isla de Cuba, donde se celebraron las primeras ”corridas de toros”, fue descubierta por Cristóbal Colón en el atardecer del sábado 27 de octubre de 1492, avistando las costas de una tierra que, contemplada a la luz del día siguiente cuando desembarcó, le pareció “la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”; según recogen las Cartas de Indias (atribuidas a Colón). Inicialmente la denominó Isla Juana, la quinta isla descubierta, en deferencia al Príncipe Juan, Príncipe de Asturias (1478-1497), segundo hijo de los reyes Católicos muerto de tuberculosis a los 19 años.

La carta en castellano antiguo dice lo siguiente: “A la primera que yo fallé (hallé) puse nonbre Sant Saluador, a comemoración de su Alta Magestat, el qual marauillosamente todo esto an dado; los indios la llaman Guanahaní (Guaraní). A la segunda puse nonbre la isla de Santa María de Concepción, a la tercera, Ferrandina (Fernandina); a la quarta, la isla Bella, a la quinta, la isla Juana, e así a cada una nonbre nueuo. Quando yo llegué a la Juana seguí io la costa della al poniente, y la fallé (hallé) tan grande que pensé que sería tierra firme...”.

Las primeras noticias que tenemos de la celebración de corridas o festejos de toros en Cuba,

nos las proporciona el fraile “trianero” dominico fray Bartolomé de las Casas, quien se trasladó a Cuba en la primavera de 1512 (permaneciendo

Llegada de Colón a Cuba

Llegada de Colón a Cuba  

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en la isla hasta 1515), a requerimiento del adelantado Diego Velázquez, en calidad de capellán del conquistador Pánfilo de Narváez quien, tras la matanza de indios en Caonao, en 1513, interpeló a fray Bartolomé diciéndole: “¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han hecho?”, a lo que el fraile contestó: “Que os ofrezco a vos y a ellos al diablo”.

La proliferación de muchos execrables acontecimientos en las colonias conquistadas, como el citado abuso de nuestros expedicionarios, dieron pábulo a la leyenda negra, pero fundada, de nuestro comportamiento con los nativos de las colonias americanas.

El primer lidiador conocido y la primera “corrida de toros” del Nuevo Mundo se celebró en 1514, a tenor de lo relatado por fray Bartolomé de las Casas en su “Historia General de Indias” que textualmente dice así: “Acaeció allí luego un terrible caso, que el día de Corpus Christi siguiente, que es cuarto día después del domingo de la Santísima Trinidad, lidiaron un toro o toros, y entre otros españoles había uno allí, llamado Salvador, muy cruel hombre para con los indios, el cual fue vecino de una villa llamada de Bonao (en el centro de la República Dominicana), en la isla de Santo Domingo, veinte leguas tierra adentro… Y trataba tan mal a los indios que lo tenían por diablo (…). Así que aqueste Salvador pasó a la de Cuba, donde también comenzó a usar de sus crueldades con los indios, y se halló aquel día de Corpus Christi con los otros que dije haber lidiado los toros…“. Sin embargo Cossío, en el tomo IV de su tratado tauromáquico “Los Toros”, no recoge esta referencia de fray Bartolomé de las Casas y afirma que los primeros festejos se realizaron en 1538.

Como puede suponer el lector, estos primeros festejos de toros se efectuaban en cualquier plaza del pueblo, debido a la no existencia de plazas de toros, que no llegarían a edificarse hasta 1769 en que se construyó la primera plaza en La Habana, a la que luego nos referiremos. Tanto los toros necesarios para esas corridas, como los toreros intervinientes, a lo largo de la vigencia de los toros en Cuba, tenían que ser importados de España, al igual que los toreros, para que se pudiesen celebrar aquellos festejos taurinos.

Otras referencias taurinas señalan, como cita Cossío, que en el año 1538 se celebró una corrida de toros

en La Habana, con motivo de la llegada del Adelantado Hernando de Soto

Fray Bartolomé de las Casas

 

Plaza de Santiago de Cuba, 1880

 

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(Gobernador de la isla de Cuba entre 1538 y 1539, año en que parte a la conquista de la Florida). Por igual motivo se celebraron varios espectáculos taurinos que tuvieron lugar en Santiago de Cuba, en la parte sur-oriental de la isla.

También hay constancia que en 1569 se celebró otra corrida de toros en la capital de la isla, con el fin de honrar a San Cristóbal, que era el patrón de la antigua villa habanera y que no sería reconocida como ciudad hasta 1592. Cuentan que los vecinos pidieron al cabildo la eliminación de los mosquitos, moscas, hormigas y bibijaguas (una especie de hormiga muy agresiva, endémica de Cuba) que habían invadido las viviendas. Fue así que en una reunión con las autoridades, entre el gobierno de la ciudad y la iglesia, se acordó solicitar la ayuda al Apóstol Santiago, a quien, si sacaba los insectos de las casas, le dedicarían 32 corridas de toros entre sábado y domingo. Es de suponer que las plegarias no fueron lo suficientemente abundantes o que su débil fervor no alcanzasen los espacios celestiales, ya que los fastidiosos insectos continuaron haciendo de las suyas, por lo que también cabe imaginar que las corridas de toros no se celebraron.

Otro de los festejos importantes se celebró en 1759, donde se programó una espectacular corrida de toros en La Habana, con motivo de la coronación y subida al trono de Carlos III.

La proliferación de plazas de toros a lo largo y ancho de Cuba fue algo consustancial con la conquista y civilización de la isla, de las que someramente nos vamos a ocupar antes de entrar en detalle con las de la capital, cuya expansión se debió no sólo a la afición propia de los españoles y la prendida con celeridad entre los nativos, sino que muchas corridas se organizaban como asueto y relax de las tropas de ultramar y que servían, muchas veces, para levantar la moral de las tropas, cuyo decaimiento era producto de la nostalgia familiar y el distanciamiento de la “Madre Patria”.

La ciudad de Cienfuegos, fundada en 1819 y conocida como “La Perla del Sur” (situada en la parte centro-sur de la isla, en la península de Majagua, la segunda urbe más importante de Cuba), tuvo una Plaza de toros “de mediana construcción, de un solo piso al descubierto, en el que hay algunos palcos, con capacidad para 5.000 almas”, según la tauromaquia de Guerrita. El 13 de febrero de 1887 aparece en el periódico “La Fraternidad” una noticia sobre el debut en la plaza de toros de Cienfuegos de una torera conocida como “La Cordovesa” y un niño de corta edad a quien denominaban “El Pequeño Mazzantini”.

En la provincia más occidental de la isla cuya capital es Pinar del Río, la antigua “Nueva Filipina” -situada al Sur-Oeste de la capital, donde se encuentra la mayor producción de tabaco y de la industria del afamado

Hernando de Soto

 

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puro cubano “Cohiba”, “Partagás” o “Montecristo”, con el 80% de la producción total-, tuvo también su “Plaza de Toros de fuerte construcción, pero que carece de belleza y de bastantes dependencias. Es de un solo piso, en el que hay algunos palcos además de los de autoridades. Cabida, 6.000 personas”, como reseña la tauromaquia de Guerrita.

También en la ciudad de Matanzas, fundada el 12 de octubre de 1693 con el nombre de San Carlos y San Severino de Matanzas, nombre que

deriva de la matanza que sufrieron los españoles a manos de un grupo de aborígenes en 1510 y es conocida, por su desarrollo cultural y literario como “La Atenas de Cuba”. Está situada al este de La Habana, muy cerca de las conocidas playas de Varadero, e igualmente se sabe que fue donde se interpretó por primera vez el Danzón (el” Baile Nacional de Cuba“) del cual derivan géneros tan populares como el Chachachá y el Mambo. Esa ciudad turística por excelencia tuvo también su plaza de toros, y se sabe que en 1747 se celebró una gran fiesta taurina en ella.

En otra ciudad, en la denominada Sancti Spíritus, cuyos habitantes son conocidos con el gentilicio de «espirituanos» o «yayaberos», derivado, éste último, del nombre del río Yayabo que la atraviesa, es la cuarta villa de Cuba y se fundó el 4 de junio de 1514 por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar.

Esta ciudad del centro de Cuba tuvo su Plaza de Toros, ubicada en lo que hoy se conoce como Acueducto Municipal de la calle Gutiérrez, declarado Monumento Nacional, donde se celebró la primera corrida de toros el 1 de julio de 1850, con la participaron del torero mexicano José Vázquez y su esposa, apodada “La Pepilla”, con Cenobio como picador y un andaluz de apellido López, según relata una crónicas del rotativo “El Fénix” (primer periódico espirituano que vio la luz el 3 de marzo de 1834), que se hizo eco de los programas de aquel espectáculo taurino.

Otras dos corridas se dieron el 11 de agosto y el 8 de septiembre de 1850, donde participó la misma cuadrilla de toreros mexicanos citada. La nota curiosa de la corrida del 11 de septiembre, programada con el fin de beneficiar supuestas obras públicas, fue la escasa afluencia de espectadores, por lo que la recaudación fue paupérrima.

Dos años después, el 7 de septiembre de 1852, se anunció públicamente la presentación de la cuadrilla de un torero conocido como el Tío Juan, y en marzo de 1864 se anuncia la actuación de José Sánchez “El Niño”, que toreó en la mencionada Plaza de Sancti Spíritus.

Plantación de tabaco

 

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El diario “El Fénix” publicó, en 1850, la información referida a una corrida que se celebró en la ciudad de Trinidad -en el centro-sur de la isla y la tercera villa fundada por los españoles en Cuba en 1514-, en homenaje al arribo a esa ciudad del general José Gutiérrez de la Concha, Marqués de La Habana y Capitán General de la Isla en el periodo 1850-52 y 1854-59. Por aquella época esos espectáculos eran organizados y financiados por hacendados, comerciantes y otras personas pertenecientes a las clases pudientes que eran los terratenientes de la isla.

Pero donde más arraigaron las corridas de toros fue en la capital, La Habana, que era donde estaba la Capitanía General de las fuerzas españolas y donde tenían sus casas solariegas la mayoría de los terratenientes españoles, dueños de las grandes haciendas cubanas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y del tabaco.

La primera plaza de toros de que se tiene referencia fue la conocida como el Aserradero, erigida en La Habana en 1769, ubicada entre las calzadas de Monte y Arsenal, cuyo lugar fue llamado posteriormente “Basurero”, muy cerca a la actual Estación Central de Ferrocarriles.

La segunda plaza de toros se edificó en 1796, en el sitio en que hoy se cruzan las calles Monte y Egido. A esta le siguió, en 1818, la tercera plaza de toros, ubicada al fondo de la posada de Cabrera, esquina a la calle Águila, y otra más, la cuarta, que estuvo en servicio desde 1825 a 1836, frente al famoso café de Marte y Belona, allí donde la Calzada del Monte se entroncaba con la calle Amistad, donde posteriormente se edificó el Capitolio Nacional.

Hasta el ultramarino poblado de Regla –lo que hoy es un barrio de la capital, situado, precisamente, en el oriente de la bahía de La Habana, donde termina el larguísimo paseo del Malecón- tuvo su plaza de toros, la quinta construida, que estuvo en servicio desde 1842 a 1855, cuya edificación precisó de autorización expresa del Ayuntamiento de La Habana. La misma se irguió detrás de la parroquia de la localidad, quizá con la secreta intención de salvar las almas de quienes tuviesen la desventura de sufrir alguna cornada mortal.

Marqués de La Habana  

Cartel de Regla, 1883  

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En esta Plaza de toros murió un torero gaditano de cogida, José Díaz “Mosquita”. Guerrita recoge en su Tauromaquia este hecho luctuoso: “ Matador de segundo orden, que falleció en la Habana el año 1845 de resultas de una herida que sufrió toreando en la tarde del 28 de junio del mismo año”.

En el Club Taurino de Murcia hay un cartel de toros de Regla, 19 de diciembre de 1897, anunciando la actuación de las “Señoritas toreras LOLITA y ANGELITA (Debut en América)” que matarían becerros de la ganadería de Jorge Díaz.

La sexta plaza de toros capitalina se edificó en 1853, la llamada “Plaza de Toros de Belascoaín”, por estar ubicada en la calle Belascoaín, entre las calles Virtudes y Concordia, a un costado de la entonces Casa de la Beneficencia, conocida también como “de La Habana”, por su importancia, y que se mantuvo activa hasta que

en 1897 un terrible incendio la destruyó. Tenía una capacidad de algo más de 6.000 espectadores.

En esta plaza de toros tenía que torear, el domingo 29 de Noviembre de 1868, Francisco Arjona Herrea “Cúchares”, que curiosamente figuraba en los carteles anunciadores de ese día, como el que se aporta, con el segundo apellido cambiado, figurando el de “Guillén”; apellido que gustaba usar en ciertas ocasiones y que pertenecía al segundo apellido de su abuelo paterno.

Decíamos que tenía que torear ese domingo aunque la presencia de Curro no se produjo, no por una espantá del Sr. “Cúchares” sino por haber contraído la famosa enfermedad del “vómito negro” o fiebre amarilla, también llamada “plaga americana”, cuyas secuelas le produjo la muerte cinco días después, falleciendo el viernes 4 de Diciembre de 1868, festividad de santa Bárbara.

Ese día, la expectación era excepcional por ver torear al “maestro Curro Cúchares”, que debía lidiar “seis toros Yankees” y cuya corrida sería “presidida por el Excmo. Sr. Capitán General” de la isla, como reseñaba el cartel anunciador. La Plaza estaba de “bote en bote”, o si se quiere había un lleno “hasta la bandera”, pero a la hora de dar comienzo la corrida Cúchares no se presentó para hacer el paseíllo. El público, que desconocía la verdadera causa de la ausencia y a nadie se le ocurrió advertírselo, creyendo que todo había sido un engaño montó una bronca descomunal y las consecuencias de aquellos

Cartel del debut de Cúchares

Curro “Cúchares”

 

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altercados casi destroza la plaza. Cuando el público conoció el verdadero motivo por el cual “Cúchares” no apareció en el ruedo y supo la triste noticia de su enfermedad, el daño ya estaba hecho.

Junto a “Cúchares” también contrajo la enfermedad el banderillero de su cuadrilla, Mateo Cabrera “Vila”, que murió también del “vómito negro” el miércoles 9 de diciembre de 1868.

“Cúchares” fue enterrado en La Habana y: “Sus restos mortales fueron exhumados el martes 23 de Diciembre de 1884 y trasladados a España, llegando a Cádiz, donde hizo entrega de ellos el espada Francisco Sánchez “Frascuelo” a su hijo “Currito”, siendo transportados a Sevilla el domingo 11 de Enero de 1885 a la iglesia parroquial de San Bernardo, donde se le depositó en un nicho al lado del evangelio, del altar de Jesús de la Salud al día siguiente”. Según cita Guerrita en su Tauromaquia.

Cossío dice del luctuoso suceso (en el Diccionario de Toreros, de la edición “El Cossío en fascículos”), que: “…la sociedad recreativa Unión Recreativa abrió una suscripción entre sus socios para costear

los gastos de exhumación del cadáver y su traslado a España. El matador de toros Francisco Sánchez (Frascuelo) se hizo cargo en La Habana de los restos de Cúchares, y en Cádiz los recibió su hijo Francisco Arjona Reyes (Currito)…”

También hay constancia de la actuación en esta Plaza de toros, y en otras de la Isla, del torero sanluqueño Manuel Hermosilla: “… Teniendo veinte años, y sin haber toreado lo suficiente en España, embarcó para la Habana el 30 de Abril de 1867, y allí permaneció dos años, pasando en 1869 a México a las órdenes de José Ponce como segundo espada”; tal como lo reseña Guerrita y Cossío destaca: “Manuel Hermosilla Llanera… marchó a La Habana y se dio a conocer como banderillero, trabajando a las órdenes de espadas de por allá durante dos años en las plazas de Regla, Cienfuegos y Matanzas”.

No obstante lo relatado, aún se construyó una séptima plaza de toros en La Habana, denominada de “Carlos III”, inaugurada por el torero murciano Juan Ruiz Lagartija. Esta séptima Plaza de Toros, también conocida como de la Infanta, ya que era el nombre de la calle donde se construyó en 1885, y que, junto a la segunda de Regla, se mantuvo activa hasta 1898; fecha en que finalizó la presencia española en aquella isla, tras el hundimiento del acorazado Maine (a las 21,40 del 15 de febrero 1898) y el posterior enfrentamiento con Estados Unidos que produjo la claudicación española y

“Currito” hijo de Cúchares  

Manuel Hermosilla  

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la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898, por el que se perdieron no solo Cuba, sino Guam, Puerto Rico y Filipinas.

Circunstancias que ocurrieron cuando Alfonso XIII tenía tan solo doce años y ejercía la regencia su madre la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena; presidía el gobierno español el liberal Práxedes Mateo Sagasta y el de Estados Unidos el republicano William McKinley.

La descripción de la citada plaza de toros nos la ofrece Guerrita en su Tauromaquia de esta

manera: “La Habana, plaza de toros “Carlos III”, las obras comenzaron el día 15 de Mayo de 1885 en la calzada llamada de la Infanta, esquina al paseo de Carlos III. Los planos del edificio, que es de madera, como la dirección de obras, se encomendaron al notable arquitecto Sr. Osorio”.“Consta, seguimos la descripción de Guerrita, de tres cuerpos: destinado el primero á tendido; el segundo á palcos, y el último á grada. El número total de localidades es el de 10.000”.

Sigue detallando Guerrita una serie de datos, entre los que cabe señalar que tenía “55 palcos de sombra con seis asientos cada uno, reservándose dos de ellos para el Capitán General de la isla y el

otro para la presidencia”, y el ruedo tenía un diámetro de 49 metros, con un callejón de “bastante anchura”.

Las dependencias estaban destinadas a “administración, conserjería, enfermería con cuatro camas, guadarnés, caballerizas, dos corrales, uno de ellos cubierto y ocho chiqueros”. Los arquitectos de la plaza fueron “los Sres. Ariza, Osorio y Herrera”, los cuales “antes de la primera corrida, hicieron unas pruebas de peso, calculando el de cada persona en tres veces más de lo que pesa, siendo satisfactorio el resultado”.La inauguración, según Guerrita: “… tuvo efecto el día 15 de Noviembre de 1885 con una corrida, en la que actuaron los espadas Juan Ruiz (Lagartija) y José Martínez Galindo.

Lagartija banderilleó al quinto toro; Ojitos dio el quiebro de rodillas en el sexto, y a este mismo toro lo saltó al trascuerno y con la garrocha Francisco de Diego (Corito)”.

Timón del Maine Museo La Habana  

Plaza Carlos III, La Habana

 

Juan Ruiz “Lagartija”

 

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Por dicha plaza de toros pasaron todas las primeras figuras del momento que, como ocurre en la actualidad, se iban a “hacer las Américas”. Señalar que por aquella época, según se desprende al escudriñar las biografías de toreros de finales del siglo XIX, las plazas de mayor importancia en América, por el número de festejos que programaban, eran, junto a la de La Habana, México, Lima y Montevideo. Entre esas figuras del toreo que tomaron parte en festejos taurinos en La Habana, a finales del siglo XIX, cabe citar al diestro Pedro Aixela “Peroy” que se cita en la tauromaquia de Guerrita: ”En 1863 trabajó en La Habana en seis corridas”

Otro afamado espada fue el granadino Francisco Sánchez “Frascuelo”, de Churriana de la Vega, de quien sabemos que participo en las corridas de 1884 y que se hizo cargo de los restos mortales de “Cuchares”, que fueron exhumados en dicha ciudad el 11 de Enero de 1885 y su posterior trasladado a España, como ya detallamos en el artículo anterior.

En la temporada de 1886, año en el que se completa el proceso de la abolición de la esclavitud en la isla, aparece la figura del distinguido torero guipuzcoano D. Luis Mazzantini Eguía, llevando de segundo espada a Diego Prieto Barrera “Cuatro-dedos”, que le cedió su antigüedad, y una brillante cuadrilla de banderilleros y piqueros, como el picador de Úbeda Rafael Alonso “El Chato”.

Mazzantini se convirtió de inmediato en el ídolo de aquella afición, llegando a torear 16 corridas en la temporada 1886-7, por las que cobró 30.000 duros (150.000 pts), cantidad que no había cobrado hasta entonces ningún torero, alcanzando tal notoriedad que, según un cronista de La Habana, «… intimidó con lo más florido de la sociedad cubana, impuso modas y costumbres, dio su nombre a las marcas más

selectas de cigarros y logró hacerse, en una palabra, el nombre del día». La irrupción de Mazzantini en Cuba, a quien apodaban los toreros de su época como “el señorito loco”, coincidió con la presencia en la isla de la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt, cuyo encuentro se produjo en el mismo hotel Inglaterra donde ambos se alojaban. Contaban los mentideros de la caribeña ciudad, que la gran diva, la excéntrica, temperamental y caprichosa actriz quedó prendada, ipso facto, del apuesto matador y prendió en ella tal entusiasmo por la fiesta nacional española que la llevó a la plaza de toros para ver a su ídolo, luego la apostura, gallardía y entrega del matador Mazzantini hicieron el resto.

La sociedad habanera empezó a dar pábulo al romance entre las dos

Luis Mazzantini

 

La actriz francesa Sarah Bernhardt

 

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estrellas, cuyo rumor cruzó el océano atlántico, llegando a Europa, donde fue reflejado en los principales periódicos españoles y franceses. La crónica de la corrida a puerta cerrada, que el torero organizó para la actriz, fue publicada en el longevo diario francés “Le Figaro”, e incluso hubo quien llegó a escribir sobre el ostentoso anillo de perlas y brillantes que la Bernardt lucía a su vuelta a Francia.

Parece ser que los combates, “extra ruedo”, entre el torero y la vedette, agotaron de tal modo a Mazzantini que a “la hora de la verdad” fue opacado en la arena por el no menos afamado Guerrita, quien también hacía temporada en la plaza capitalina. La presencia de Mazzantini en Cuba quedó acuñada en una frase popular para definir algo muy difícil o casi imposible de realizar: “¡Hombre, eso no lo consigue ni Mazzantini el torero!”.

A pesar de los acontecimientos luctuosos que se habían producido, tras el hundimiento del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898, los toros se siguieron celebrando en diversos puntos de la isla, ya que la previsible guerra no tendría lugar hasta el 3 de julio de 1898, fecha en que tuvo lugar el combate naval de Santiago de Cuba y la destrucción de toda nuestra flota, al mando del Almirante Cervera.

Así encontramos que el periódico cubano “El Toreo”, en su número 1.301, dedicó un amplio comentario a la corrida celebrada en la Plaza de Toros de la Regla, de La Habana,el 13 de Febrero de 1898, a beneficio de la cuadrilla de Mazzantini, con toros de Anastasio Martín. En ella tomaron parte Luis Mazzantini, José Centeno y Laboise. En otra noticia se señala que en la misma plaza tuvo lugar unos días después, el 27 de Febrero de 1898, otra corrida a beneficio del propio Mazzantini, lidiándose seis toros de Benjumea. «Luis Mazzantini –comentó El Toreo- encargado de torear los seis toros, fue muy aplaudido, recibiendo valiosos regalos de sus admiradores. Banderilleó el quinto, siendo objeto de una gran ovación.» Al marcharse de aquella isla fue despedido como un triunfador entre aclamaciones y cohetes. Desde allí se embarcó para México, donde toreó también con mucho acierto. La vuelta a España merecía la recompensa de paladear las mieles del éxito en tierras americanas, pero el dolor de haber dejado muerto en Cuba a su buen banderillero “el Barbi”, ensombreció cualquier atisbo de celebración.

Como ya hemos apuntado, junto a Mazzantini, obtuvo grandes éxitos Rafael Guerra “Guerrita” en la Plaza de la Habana, en la temporada 1887-8, la única temporada que participó, donde gustó mucho, no solo por su toreo

El almirante Cervera

 

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sino por el dominio y lucimiento de todas las suertes, consiguiendo, la mayoría de las tardes, empequeñecer el toreo de Mazzantini, a pesar de la fama conseguida por éste. No obstante la exitosa temporada cubana, Guerrita fue herido en su última actuación en La Habana y aunque la cogida fue leve el restablecimiento le llevó más tiempo de lo normal, por lo que retrasó más de lo debido su vuelta a España, donde se le esperaba con anhelo, especialmente en su Córdoba natal. Sus paisanas, orgullosas de su torero y preocupadas por su tardanza en volver de Cuba, cantaban esta copla popular:

Ni me lavo, ni me peino Ni me asomo a la ventana, Hasta que no vea venir A “Guerrita” de la Habana.

Como es natural muchos más toreros participaron en diversas fechas en las corridas que se programaban en las diferentes plazas de la isla a finales del siglo XIX, como fue la presencia de Francisco Arjona Reyes “Currito”, el hijo de Cúchares, que estuvo toreando en La Habana, en el invierno de 1887-88, junto a Hermosilla y “Guerrita”.

Otro torero fue Julio Aparici Pascual (Fabrilo), natural del barrio de Ruzafa de Valencia, de quién, tras su presentación en Madrid en 1887, el público dijo de él que “tiene cara de mujer bonita”. En 1888 realizó una triunfal presentación en La Habana, donde toreó aquel invierno con el inventor del quiebro de rodillas Fernando Gómez “el Gallo” y Diego Prieto “Cuatrodedos”.

Aunque el objeto de este artículo no es el de relatar los avatares del devenir político de la situación en Cuba, previos a la independencia de la isla, si es preciso apuntar algunas pinceladas de aquellos acontecimientos más relevantes.

Los movimientos independentistas se fueron sucediendo con cierta intermitencia desde 1868 en la región de Manzanillo, que, aunque acallados, se reavivó la llama revolucionaria con el proteccionismo del monopolio textil catalán, con una injusta ley de aciaga memoria, la conocida Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, promulgada el 20 de julio de 1882, que junto con el Arancel Cánovas (1891) imponía a los cubanos fuertes aranceles para exportar su producción textil.

Rafael Guerra “Guerrita”

 

Fernando Gómez “El Gallo”, padre de los “Gallos”  

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A parte de otras escaramuzas de mayor o menor importancia, la situación empieza a enrarecerse con la creación del Partido Revolucionario Cubano, cuyos primeros levantamientos se producen, a un tiempo, en Oriente y en Matanzas en 1895 y que fué fundado en 1892 por el periodista y poeta cubano José Martí, aquel que cultivó “una rosa blanca”:

“Cultivo una rosa blanca En Junio como en Enero, Para el amigo sincero, Que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca El corazón con que vivo, Cardo ni ortiga cultivo cultivo una rosa blanca”. y el que “echó sus versos del alma” en aquellos “Versos sencillos”: Yo soy un hombre sincero De donde crece la palma. Y antes de morirme quiero Echar mis versos del alma.

El mismo año de la creación del Partido Revolucionario Cubano dimite, como Gobernador de la isla, el general Camilo García de Polavieja, apodado “el general cristiano”, provocada por los encontronazos con los capitalistas

españoles y los hacendados cubanos y al ser incapaz de reprimir la corrupción generalizada del funcionariado de la isla y estar en desacuerdo con las políticas del Gobierno de Madrid.

La guerra se generaliza a Oriente y Occidente a partir de 1895, en cuyas contiendas se escribieron grandes páginas épicas de la Guerra de la Independencia de cubana, hasta su finalización en 1898 con el hundimiento del acorazado Maine y la posterior debacle en los enfrentamientos con EEUU.

Las tres cuartas partes de las bajas que produjo la guerra entre las tropas españolas

fueron por causa de “las bajas que múltiples enfermedades tropicales, producidas por los innumerable clases de insectos, el calor húmedo, las aguas infectas y la inadecuada y pobre alimentación causaban entre los soldados llegados de la península” que superaron los 300.000 soldados muertos. Como señala Moreno Fraginals, que se quedó a vivir en la isla tras la derrota “la guerra de Cuba la ganaron la malaria y la fiebre amarilla”.

Mientras los toros y los movimientos en contra seguían su marcha sin que le afectaran demasiado los acontecimientos bélicos. Así se registra que desde el diario El Fénix, el 18 de Noviembre de 1894, se apoyaría una campaña para “la suspensión de las corridas de toros en Cuba”.

Desde 1896 no cesan de arribar a las costas patrias un rosario de

El poeta cubano José Martí  

El general Camilo Polavieja  

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embarcaciones cargadas con un ingente número de enfermos y heridos de la campaña de Cuba. Por iniciativa de S.M. la Reina Regente, Dª Mª Cristina de Habsburgo-Lorena, y a través de la Cruz Roja, que presidía el antiguo gobernador de Cuba el general Polavieja, que proyectaba la creación de un sanatorio en Santoña o Santander, para el restablecimiento de la salud de los soldados enfermos. Para ello se trató de organizar una patriótica corrida de toros en San Sebastián, en la plaza de madera que había junto a la estación de ferrocarril, la de Atocha, con 10.000 localidades, cuyo empresario cedía gratuitamente sus instalaciones y en la que en principio participaría “Guerrita”. Mas éste propuso se celebrase en Madrid, por su mayor capacidad y así proporcionaría mayores beneficios económicos. Pero en Madrid habrían de toparse con los impedimentos egoístas de “el de la flauta, con un agujero sólo”, es decir con D. Bartolomé Muñoz, a la sazón empresario de la plaza de Madrid, que tan solo exigió “las condiciones de costumbre”, es decir el cincuenta por ciento de los beneficios. Casi ná!.

Aún así, salvados los errores cometidos por la organización del festejo, se celebró la corrida el sábado 17 de Octubre de 1896, con cuatro toros de Benjumea y cuatro de Muruve, estoqueados por “Guerrita”, Antonio Moreno Fernández “Lagartijillo”, Antonio Fuentes Zurita y Emilio Torres “Bombita”. Las cuentas se publicaron en La Lidia, el 28 de Octubre, arrojando el siguiente balance: recaudación 97.444,38 pts, de las que 20.322,40 pts se llevó el Sr. Bartolo por el arrendamiento de la plaza, que no llegó a llenarse, y junto a las 42.121,98 pts que ascendieron los gastos, tan solo quedó un beneficio de 35.000 pts.

Ante ese ridículo, el periódico El Imparcial de Madrid abrió una suscripción popular a favor de los heridos de Cuba, a la que se sumó la Reina con un donativo de 3.000 pts. No obstante, el citado periódico organiza otra corrida de toros en Madrid, que se celebraría el viernes 13 de Noviembre de 1896, cuya plaza, esta vez sí, ceden gratuitamente la empresa. Los seis toros serían de D. Pablo Benjumea, de Sevilla, y los diestros actuantes, que cedían gratuitamente sus estipendios a favor de los heridos, fueron Guerrita, Reverte y Emilio Torres Bombita. En la Presidencia estuvieron presentes los afamados toreros Lagartijo y Frascuelo que fueron saludados con una sonora ovación. En el palco nº 5 se invitó a seis soldados heridos, que estaban recién llegados de la guerra y que fueron ovacionados con cariño.

La Reina, que no pudo acudir a la corrida por sufrir un pertinaz catarro, envió 1.000 pts “para aumentar con ellas el producto de la ya celebrada fiesta”. La revista “El Enano” donó la recaudación de la venta de los

Soldados de la guerra de Cuba

 

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números del día de la corrida y el siguiente, que ascendió a 206,25 pts. Los beneficios alcanzaron la no despreciable suma de 90.531 pesetas.

A tan celebrado evento no podía faltarle la atención de la trova popular que le dedicó el siguiente “Tango patriótico”:

A la corrida de toros que organizó El Imparcial acudió lo más selecto de la buena saciedad. Y como no podía faltar, los compañeros de armas no se quedarían sin mostrar alguna manifestación de compañerismo, solidaridad y cariño hacia sus correligionarios de milicia y para ello se realizó, en Cartagena (Murcia), una corrida de toros, el domingo 30 de Agosto de 1896, y que fue organizada por el Círculo Militar de la ciudad departamental a beneficio “de los heridos de Cuba”, con seis toros de D. José Adalid, que serían estoqueados por los diestros Enrique Vargas “Minuto” y José García “Algabeño”. El destino de los beneficios obtenidos, tal como rezaba en el cartel de la época, serían asignados: “… la mitad a La Cruz Roja Española y la otra mitad a “Los heridos en Cuba hijos de Cartagena”.

Y como último aporte señalemos que, el martes 12 de Mayo de 1898 se celebró otra corrida de toros en Madrid con idéntica finalidad, que presidiría el Conde de Romanones, y en la que actuaron los diestros Guerrita y Mazzantini que hicieron, además de las delicias del público, unos encendidos brindis patrióticos. Así brindó Guerrita al Presidente: “Brindo al Presidente y a sus compañeros, con el deseo de que el toro se transforme ahora en yanqui”, y Mazzantini explotó de ardor nacional: “Que todo el dinero recaudado en esta corrida se gaste en dinamita para romper en mil pedazos aquel país de aventureros llamado Estados Unidos”.

Ante esas manifestaciones patrióticas no podía faltar la música y lo hizo, entre otras muchas composiciones, con una obra del género chico, la zarzuela titulada “La Marcha de Cádiz” que compuso Federico Chueca, inspirada en el famoso asedio de Cádiz de 1810 por los franceses y estrenada en el teatro Apolo en 1886. La citada marcha era el último número del primer acto de la citada zarzuela, que se trata de una marcha militar que Chueca había compuesto, en 1868, en honor del General Prim y era usada comúnmente para despedir a las tropas que partían desde el puerto de Cádiz hacia la guerra de Cuba.

Cartel de la corrida de Cartagena

 

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Como hemos visto, la tradición cultural de las fiestas de toros en Cuba se mantuvo sin interrupción durante cuatro siglos (desde el 1514 hasta 1898), un año después del hundimiento del acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana (precisamente la tripulación del Maine asistió a una de aquellas corridas), el brigadier general Adna R. Chafee, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Norteamericana de ocupación, decretó, por Orden Militar nº 187, el 10 de octubre de 1899 la prohibición absoluta de las corridas de toros en la isla, “so pena” de multa de 500 pesos a quienes incumplieran y desobedecieran esa normativa.

No obstante, con el nacimiento de la República de Cuba en 1902 y una vez finalizada la ocupación norteamericana, parecía que los nuevos aires traerían nuevos aromas de libertad y con ello, el restablecimiento de las corridas de toros. Pero nada más lejos de la realidad, ya que esa prohibición no solo mantuvo su vigencia, sino que fue acatada por todos los gobiernos de la República, incluso por este último.

Aún así, parece ser que se construyó una última plaza de toros en La Habana, la de “Los Zapotes”, situada en San Miguel del Padrón, hoy uno de los barrios al sur de la capital, que se inauguró en 1908 y al parecer estuvo en servicio hasta 1940.

Durante el siglo XX hubo algunos intentos de burlar la ley, o si se quiere de “saltársela a la torera”, pero la mayoría de los esfuerzos fueron totalmente infructuosos. Como prueba de ello se importaron en 1923 seis toros mexicanos y se contrató a Rafael Gómez “El Gallo“, pero las autoridades competentes no permitieron la celebración del espectáculo.

Pero el mundo el toro no se rendiría tan fácilmente y, tras mucho insistir, consiguieron que el gobierno permitiera que se dieran unas corridas de toros en la Habana, con la condición de que no se mataran o banderillearan los toros. La citada corrida se celebró en el Estadium Tropical, con una capacidad de 13.000 espectadores, el 27 de abril y 4 y 11 de mayo del 1941, lidiándose cuatro toros en cada una, en la que tomaron parte Jaime Noaín y Rafael Ponce “Rafaelillo“, tío-abuelo del gran Enrique Ponce, con toros de la ganadería mexicana de “San Mateo“.

Plaza de toros de La Habana

 

Rafael Ponce “Rafaelillo”

 

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No obstante la prohibición de clavar banderillas y dar muerte al toro, los banderilleros Torquito y Ginesillo, ante la insistente petición del público, se atrevieron a parear “sin trampas ni cartón” a uno de los toros con banderillas de verdad. Dicha infracción fue presenciada por el presidente de la Sociedad Protectora de Animales de Cuba, quien inmediatamente presentó la correspondiente denuncia contra los citados banderilleros, que tuvieron que comparecer ante el juez en un juicio oral rápido, celebrado aquella misma semana. Tras la exposición de las acusaciones el juicio fue suspendido, a petición de la defensa, por la no comparecencia de la parte ofendida “el toro”. La revista taurina “El Ruedo” del año 1941 ofrece un detallado relato de dichos festejos.

El 30 y 31 de agosto del 1947, se celebraron otros dos simulacros de corridas que se dieron en el Estadio de la Habana. La primera corrida se celebró sin novedad, pero la segunda corrida hubo de suspenderse, a mitad del festejo, por culpa la lluvia tropical. Los toros fueron de la ganadería colombiana de “Aguas Vivas”, en la que tomaron parte las grandes estrellas mexicanas como Fermín Espinosa “Armillita” y Silverio Pérez. El espectáculo que se ofreció fue de tono menor, ya que no podía matarse al toro y las banderillas usadas carecían de arponcillo y las espadas eran de madera.

Esta presentación sería el último espectáculo taurino celebrado en “La Perla del Caribe“, a pesar de que en el 23 de enero del 1973 se consiguiera que un Decreto-Ley autorizara la celebración de corridas de toros en Nueva Gerona, en la Isla de la Juventud, donde se proyectaba construir una plaza de toros, pero ni el proyecto de construcción como tampoco el intento de dar corridas llegaron a materializarse.

Muchos más datos se podrían aportar sobre el desarrollo de las corridas de toros y de los intentos para la celebración de corridas en el siglo XX en Cuba. Hasta aquí, amigo lector, lo expuesto en los dos artículos sobre “Los Toros en Cuba”, sólo son una somera e incompleta reseña, que no historia, de los avatares vividos y sufridos por nuestra “Fiesta Nacional” en aquella isla de Cuba, llamada “La Perla del Caribe”. Estoy seguro que muchos aficionados conocerán muchos más datos que los que aquí humildemente os presento, por lo que espero sepan disculpar las omisiones que se hayan producido.

BIBLIOGRAFIA Luis Úbeda, “Toros en Cuba” en Portaltaurino.com José María de Cossío, “Diccionario de Toreros” José María de la Torre, “Habana Antigua y Moderna” Ángela Oramas Camero “Las Corridas de Toros en Cuba” José María de Cossío, “Los Toros”, tomo IV Rafael Guerra “Guerrita”, “Tauromaquia”, tomo II, pag.998 Miguel Ángel López Rinconada, “Los toros y la guerra de Cuba” José María de Cossío, “Diccionario de Toreros”

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José María de la Torre, “Habana Antigua y Moderna” Ángela Oramas Camero “Las Corridas de Toros en Cuba” Andrés Amorós, “Toros y cultura” Mª Verónica de Haro de San Mateo (Universidad de Murcia) “La corrida patriótica organizada por El Imparcial en 1896” -IC – Revista Científica de Información y Comunicación 2011. Revista taurina “El Ruedo”, 1941 © Plácido González Hermoso/LOS MITOS DEL TORO