los nuestros - emilio herrera · enrique mesta 415 ... lar, el propio autor señala: para una...

613
LOS NUESTROS Emilio Herrera Muñoz COLECCIÓN HERRERA

Upload: ngotuyen

Post on 26-Sep-2018

412 views

Category:

Documents


8 download

TRANSCRIPT

Page 1: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

LOS NUESTROSEmilio Herrera Muñoz

COLECCIÓN HERRERA

Page 2: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Primera edición: 2011

© D.R. Emilio Manuel Herrera Arce

Compilación: Emilio Manuel Herrera Arce y Miguel Ángel Herrera Arce

Autoría: Emilio Herrera Muñoz (q.e.p.d.)

Edición: Valeria Jáidar Pastor

Diseño y cuidado de la edición

Río Pánuco 199, Planta bajaCol. Cuauhtémoc, Deleg. Cuauhtémoc06500, México, D.F.

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio,sin autorización escrita del tirular de los derechos patrimoniales.ISBN: 03-2011-062709354400-01Impreso y hecho en México

Ilustración de portada: Concepto tomada de pintura que por muchos años decoraba el Restaurante Apolo Palacio

®

Page 3: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Prólogo a Los Nuestros 15

Los Nuestros

Los precursores 23

Los 20/30 27

Palabras para Homero del BosqueVillarreal, uno de Los Nuestros ysu libro “Aquel Torreón…” 33

Semblanzas biográficas

Antonio Achem Asse 37

Ricardo Acosta Mauricio 41

Alfredo Aguilar Valdés 45

Francisco Aguilera Méndez 49

Ignacio Aguirre Arzaga 53

Roberto Aldape Navarro 57

Alberto Allegre Familiar 61

Fernando Álvarez Marrero 67

Índice

Page 4: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Aurelio Anaya Montañez 71

Manuel Anchondo Pérez 75

Fructuoso Arias García 79

Valente Arellano López 85

Félix Arredondo Osorio 91

José Alejandro Arriaga Álvarez 95

Rodolfo Ayup Sifuentes 99

Mariano Barraza Torres 105

Alejandro Bassol S. Haggar 109

Sóstenes Berdeja Aivar 113

Fernando Bustos Elizondo 117

Alejandro Cárdenas Carranza 121

Alberto Carmona Escobedo 125

Mario Carrillo Prieto 129

Dr. Juan Carlos Casas Gaona 133

Ramón Castañeda Martínez 137

Francisco Cobos Acosta 141

Florentino Colores Azpeitia 145

Arnulfo Corona Domínguez 149

José Cueto 155

Alonso “Chato” Gómez 157

Chita 159

Page 5: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Gabriel Hugo de La Mora Esquivia 161

Gilberto de Santiago 167

Dr. Luis del Moral Ramírez 169

Roberto Arturo del Río Chávez 173

Luis Felipe del Río Rodríguez 177

Rafael del Río Rodríguez 181

Francisco Delgado Delgado 185

Juan Antonio Díaz Durán 189

Juan Pablo de la Torre Santoyo 193

Lilia Rosa del Mazo de Groues 197

Manuel Díaz de León Sandoval 201

Franciscus Dingler Van Vleit 205

Federico Elizondo Saucedo 209

José Alonso Escobedo 211

Juan Alonso Espinoza 215

Mario Espinoza Ruvalcaba 219

Leticia Estrada Quiñones 223

José Antonio Faedo 227

René Fájer Camarena 231

Francisco Fernández Torres 235

Roberto Flores Soto 237

José R. Gallardo 241

Page 6: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Guillermo Galván Rivas 247

Isidoro Gancz Rosenbaum 253

José Ángel García Quintanilla 257

“Chago” García Rosales 259

Julio González Antón 261

Elvira González de Livas 265

Jesús González Elizondo 271

Rubén González Jiménez 277

Celso Gonzáles Reyes 283

Santiago Gómez Galnares 287

José Grageda Horné 291

Silvia Graziano de Andonie yGermán González Navarro 297

Eduardo Guerra 301

Jorge Guajardo Esquivel 303

El Doctor Hernández Chávez 307

Emigdio Hernández Villanueva 309

Leonardo Herrador Jiménez 313

Leonardo Herrador Jiménez (Bis) 315

Manuel Hoyos Gutiérrez 317

Aniceto Izaguirre Muruaga 323

Don Pedro Jaik Chabab 327

Page 7: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jorge Jaik Chabab 329

Salvador Jalife Cervantes 331

Carlos Jalife García 337

Valeriano Lamberta Colosia 339

José María Lara Aguayo 343

Francisco Ledesma Guajardo 347

Fermín Antonio Lee Cháirez 351

Aurora Legorreta de Medellín 355

Gustavo Llamas Escobedo 361

Pablo López de la Rosa 365

Zeferino Lugo González 369

Cesáreo Lumbreras Sena 373

Julio César Luna Cabral 377

Everardo Martínez Rodríguez 381

Fernando Martínez Sánchez 387

Sergio Martínez Valdés 393

Luis Alberto Márquez González 399

Eduardo Francisco Mascarell Mascarell 405

Ulises Mejía Domínguez 409

Enrique Mesta 415

Ramiro Miñarro 419

Efrén Mireles Estens 421

Page 8: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Moncholís Pras 425

Carlos Monfort Rubín 431

Ramón Montaña Simón 433

Antonio Morales Cadena 439

Pablo C. Moreno 443

Ascensión (Chon) Muñoz Saucedo 445

Elías Murra Marcos 447

Héctor Nahle Badillo 449

Armando Navarro Gascón 453

Octavio Olvera Martínez 455

Nazario Ortiz Garza 461

Manuel Guillermo Palafox Ortíz 463

Alejandro Pérez de La Vega 467

Alma Ponce de Cuadros 473

Jesús Horacio Preciado Troncoso 477

Lauro Quintanar Ortega 481

Antonio Ramírez Navarro 485

Manuel Humberto Ramos Galeano 489

Donaldo Ramos Clamont 493

Oscar Ramos Clamont 495

Víctor Ramos Clamont 409

José Revuelta Maza 503

Page 9: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Erwin Reuter Santos 505

Ramón Reveles 509

Carlos Reyes Arriaga 515

Dr. Gonzalo Reyes Gamboa 521

Jesús Reyes García 525

Jesús Rodríguez Astorga 529

Arturo Rodríguez Meléndez 533

Jesús Máximo Romo Silva y José Romo 535

Jorge Rosas Villarreal 541

Ramón Ruiz Cavazos 547

Don Eduardo J. Ruiz 553

Miguel H. Ruiz 557

Cenobio Ruiz Martínez 563

Alberto Ruiz Vela 569

Alejandro Safa Ornelas 571

Sonia Salum de Garrido 577

José de Jesús Sánchez Dávila 579

Berta Sánchez Lara de Garibaldi 585

Don Joaquín Sánchez Matamoros 591

Ciro Santelices Sosa 593

Ricardo Serna García 595

Jorge Serna Ramírez 599

Page 10: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Toño Silva 603

Manuel Sordo Noriega 607

Cosme Sordo Pesquera 611

Demetrio Strimpópulos Sideri 615

Enrique C. Treviño 621

Eugenio Tumoine Saldaña 623

José Miguel Urtiaga Lecanda 629

María Luisa Valdez de García 633

Enrique Vázquez Ávila 637

Rafael Villalobos Armendáriz 641

Isaac Villanueva Fernández 647

Marcelo Villanueva Sáenz 651

José Villarreal Chapa 655

Mario Villarreal Peña 659

Guillermo Zamudio Violante 663

Ciriaco Zorrilla Rodríguez 667

Page 11: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

¿Cómo se conforma en realidad una ciudad, un pueblo?, ¿cuál es ese ingrediente indispensable que cohesiona desde dentro y sin notarse a las comunidades?

Emilio Herrera nos responde éstas y otras interrogantes al ir des-hilvanando personaje a personaje la madeja de historias que teje, en-vuelve, enreda y amarra a Torreón; madeja formada por gente que vivó profundamente comprometida con los suyos; por la narración de sus amores y odios; las pasiones y entregas; crisis y problemas frente a los triunfos y, sobre todo, logros a favor de su Comarca Lagunera.

El trabajo de recopilación realizado por Emilio Herrera es de gran valía, logra no sólo un conjunto de historias citadinas, o un cuadro com-puesto por diversas muestras representativas de los elementos que componen su ciudad; consigue ir a lo más hondo de su comarca y de sus habitantes, evidencia el carácter necesario no sólo para sobrevivir en una región tan peculiar, sino para triunfar en cualquiera que sea el objetivo o destino de las personas que aquí conoceremos.

Prólogoa Los Nuestros

Lamentablemente la memoria es frágil y constantemente olvida rostros, nombres que apenas son de ese ayer en que fueron decisivos, unos para unas cosas, otros para otras. Recordarlos y dejar constancia de ellos, así sea de manera fugaz, es el propósito de esta columna que se me está convirtiendo en manía, con la esperanza de que encuentre un lector a quien le pase lo mismo con su lectura.

Emilio Herrera Muñoz

Page 12: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por otro lado, perfila —utilizando a esta creciente ciudad como muestra representativa— una época en la historia no sólo de esta comar-ca o incluso de la República Mexicana, sino del mundo entero. Nos mues-tra el final del siglo XIX, el transcurso del XX (con particular énfasis en las primeras décadas) y el devenir del XXI a través de la vida cotidiana y de la historia laboral de las personas que transcurren en medio de sucesos inter-nacionales (Primera y Segunda Guerra Mundiales, crisis financieras, asesi-natos a grandes personajes, etc.); nacionales (Revolución, Guerra Cristera, presidencias...) y movimientos urbanos, sociales, culturales, políticos y re-ligiosos:

La casa estaba ubicada enfrente de lo que era la Prisión Militar, por lo que fueron los primeros que pudieron notar, en el año de 1929, un gran movimiento militar . Posteriormente supieron que se debía a que el General Escobar se había levantado en armas.1

Este otro fragmento ilustra, asimismo, la historia y evolución de la ciudad mencionadas:

Nuestra ciudad se acerca, no diré que con prisa, pero tampoco sin ella, a sus primeros cien años... aunque ¿qué son cien años para una ciudad? Apenas un principio, los pasos de tanteo de aquellos que abrieron las primeras sendas ya convertidas en el camino que ha decidido seguir, animada por el espíritu de sus fundadores.2

Así como narraciones con las que también se puede reconstruir un mapa de la ciudad en sus distintas épocas y que da fe del crecimien-to urbano a lo largo de la historia de la conformación de esta urbe:

Para la década de los veinte, lo que es hoy el centro histórico de Torreón estaba casi hecho. Los grandes almacenes comerciales que le distinguieron hasta hace muy poco, funcionaban con éxito. Los edificios de cantera se encontraban orgullosos de su belleza frente a la plaza principal por la avenida Juárez. El edificio Arocena, con los dragones en su puerta principal, recién se había terminado; el mercado Juárez era el que después se quemó; los automóviles de sitio en la plaza eran nuevos, sacados de agencia. La plaza de Toros era de madera pero la visitaban los grandes toreros de la comarca; el movimiento comercial era intenso y el nombre de “Lagunero”

1 Semblanza de Manuel Díaz de León Sandoval.2 Semblanza de Franciscus Dingler Van Vleit.

Page 13: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

llenaba de orgullo a los habitantes de toda la comarca.3

O ésta otra:

En la ciudad se comenzaban a construir edificios de más de tres o cuatro pisos. Entre los construidos por el Ingeniero Florentino Colo-res, pueden citarse así al recordar: el Edificio Algodonero, en Juárez y Cepeda; el de Tubería y Lámina, en Allende y Mina; el Hotel Calvete de Juárez y Ramón Corona; el del Banco Nacional de México, en Hidalgo y Valdés Carrillo; el Edificio Marcos, en Juárez y Rodríguez; el Edificio Gidi, de Cepeda entre Hidalgo y Venustiano Carranza; el del hoy Hotel Arriaga, que está en la Hidalgo, frente al Edificio Arocena.4

Pero estas páginas son, ante todo, un homenaje a la gente de Torreón, a todas aquellas personas que se han convertido en piezas clave del engranaje que suponen la historia y la conformación de esta emblemática ciudad mexicana. Son semblanzas escogidas al azar... sus retratos pintados con palabras. Refiriéndose a un personaje en particu-lar, el propio autor señala:

Para una comunidad, cualquiera que ésta sea, no importa su tama-ño, es muy valioso contar con gente de esta naturaleza. Hay épocas en las que abundan; hay otras en las que escasean. Afortunadamen-te a nuestra ciudad nunca le han faltado.5

¿Por qué al azar? Porque es justamente eso lo que nos permite ver el cuadro completo y porque Torreón, como cualquier ciudad, cualquier comunidad, se compone de gente de todo tipo. Existen únicamente dos criterios que, al parecer, guiaron la pluma de este notable autor y periodis-ta: uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada profesaba a su ciudad o a la Comarca lagunera; el otro criterio en común es el de el triunfo incluso sobre la adversidad. Son historias de gente que supo encontrar su vocación o su por qué en la vida y lo cumplió; personas que no se amilanaron frente a los “No” que todos enfrentamos, frente al dolor, la pérdida, soledad, etcétera para cumplir con su destino. Destino que siempre desemboca en orgullo y renombre de Torreón:

Hay hombres que nacen para ser de adultos lo que de niños soñaron y nada más existe para ellos que aquello a lo que quisieran dedicar sus mejores años. Intuyen desde pequeños que ése es su destino y,

3 Semblanza de Valeriano Lamberta Colosia.4 Semblanza de Florentino Colores Azpeitia.5 Semblanza de Carlos Jalife García.

Page 14: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sin impacientarse, se dedican a buscarlo por caminos y veredas que parecen alejarlos más que acercarlos a su meta; sin embargo, ellos saben que el destino no puede equivocarse y que al final —como al final del arco iris— siempre está lo que se busca sin desesperar.6

¿Por qué retratos? Dejemos que el mismo autor nos responda:

Un retrato es la superficie de un hombre, que es siempre algo más que eso. Don Isidoro fue algo más que la satisfacción, el estar a gus-to consigo mismo (...)7

Así, la presente selección de perfiles se torna una muestra sig-nificativa del carácter, estilo, tendencias, etc. que comparten la gran mayoría de los laguneros (nacidos en la región o foráneos pero adop-tados definitivamente) y que les ha ayudado siempre a destacar y ha-cer de su región una de las más importantes del país. Son, muchas de ellas, historias ejemplares de esfuerzo, superación y vocación (no importa si es con la que se nace o se busca a lo largo de la vida). Son alicientes que obligan a lector a cuestionarse a sí mismo, a motivarse y a no aceptar menos que lo mejor que cada uno pueda hacer con su propia biografía:

En los principios de nuestra Comarca Lagunera, llegaron a ella para quedarse una serie de hombres que, independientemente de su la-boriosidad —cualidad imprescindible que marcó a los que entonces la habitaban y sin la cual nadie tenía que hacer nada aquí— añadían a su audacia su propensión a correr riesgos, sembrando, por ejem-plo, extensiones de terreno nunca antes ni después sembrados entre nosotros y todo por un solo hombre. Diversos negocios existentes todavía surgieron de aquel entonces de los primeros tiempos, por el movimiento de esos hombres que no le temían al riesgo de perder lo que en varios años de trabajo habían logrado acumular, porque tenían tanta confianza en sí mismos que se sabían capaces de volver a hacer otra fortuna si perdían la primera, como lo hizo más de uno. A todos ellos les distinguía un individualismo apasionado, exigente y en ocasiones cruel; todo lo cual contribuía a la consecución de sus metas. Indudablemente, ellos contribuyeron a un crecimiento más rápido de lo que pronto sería reconocida en toda la república como la “Comarca Lagunera” y a que sus habitantes fueran reconocidos an-tes que como lerdenses, gomezpalatinos, torreonenses, sampetrinos

6 Semblanza de Gabriel Hugo de la Mora Esquivia.7 Semblanza de Isidoro Gancz Rosenbaum.

Page 15: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y demás, como laguneros; título que por aquellos años se llevaba con orgullo por todos los habitantes de la Región Lagunera.8

Documenta además la migración nacional y extranjera que ha ca-racterizado desde sus orígenes a la población de la Comarca:Un día habrá que externar un reconocimiento a Monterrey, por los buenos y valiosos hombres que nos ha enviado como leales laguneros y habitantes de nuestra ciudad; lo que no les impide conservar dentro de sus hogares el culto al machacado con huevo y a la tortilla de harina, por lo menos, aparte de los consejos de sus sabios abuelos.9

Es, por otro lado, una valiosísma recopilación de los diferentes aspectos que constituyen la vida de una creciente y posteriormente asentada ciudad. Una biografía nacional, de personajes célebres mexi-canos que interactuaban y contribuyeron a la conformación del perfil lagunero. Tomemos como ejemplo la vida artística y cultural:

Volviendo al licenciado, me parece que la música lo llevó al teatro en aquella época en que quienes se atrevían a montar una obra te-nían que rentar la escenografía en la capital, después de haber en-sayado la obra tres o cuatro meses en el Casino de La Laguna, para representarla sólo una noche en el Teatro Princesa, o dos si bien les iba. Comedias como “Puebla de las mujeres” de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, o cosas como “Los molinos de Viento” o “Chin Chun Chan”. Así hasta que se llegó a aquel gran es-fuerzo que fue la “Luisa Fernanda”, que se representó en el Teatro Isauro Martínez.10

Contiene también referencias y datos curiosos que construyen la historia de la nación entera, sus costumbres y su vida coloquial, pública y privada:

Así, ya al rato tenía de cliente a un joven que tocaba el piano y era muy enamoradizo, al que le fiaba medias finas que éste (que se lla-maba Agustín y por supuesto se apellidaba Lara) regalaba a las mu-chachonas en plan de conquista.11

(...)

8 Semblanza de Mariano Barraza Torres.9 Semblanza de Fernando Bustos Elizondo.10 Semblanza de Valente Arellano López.11 Semblanza de José Alejandro Arriaga Álvarez.

Page 16: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Con motivo de sus negocios y más cuando por recomendación de Mariano López Mateos (hermano del presidente y muy amigo de su padre) se le encargara la construcción de bodegas para la Nacional de Depósito, Ramón tenía que ir con mucha frecuencia y a veces por varias semanas a la ciudad de México; donde por conducto de su amigo Salvador García (el cantante lagunero), conoce y cultiva la amistad de artistas de la talla de Agustín Lara, Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu y otros. Y en alguna noche de bohemia cantó haciendo trío con “El músi-co poeta” y Toña la Negra.12

Mencionábamos anteriormente a una reconstrucción que, sin planteárselo, se volvió histórica, ya que no puede evitar reflejar el con-texto internacional en que sus anécdotas ocurrieron. Por lo cual, estos textos sirven a cualquier lector (ocasional y especializado) a reconstruir la historia universal desde la óptica mexicana e incluso —y para mayor particularidad— desde la de la Laguna:

Pero por entonces, en enero de 1943 (él tenía 21 años), el presidente de Norteamérica, Franklin D. Roosevelt se había reunido en Casa-blanca, Marruecos, con Charles de Gaulle y Winston Churchill para estudiar la estrategia de las siguientes fases de la guerra europea, acordando exigir la rendición incondicional de Alemania.13

Y es que en relación y a la par de la del resto del planeta, la evolución de una ciudad se teje a lo largo del tiempo por un conjunto de historias entrelazadas —la mayor parte de las veces inconsciente-mente— que en muchas ocasiones pasamos desapercibidas. El po-der ver juntas a algunas de ellas en estas semblanzas biográficas, nos permite dar contexto, constancia, a la conformación y evolución de Torreón como ciudad.

En palabras del propio autor:

Una ciudad es diferente a cualquier otra, pero también diferente a sí misma, tantas veces cuantos sean sus habitantes. Cada uno de ellos la ve y siente de diferente manera, según su sensibilidad. La impresión que cada uno de sus moradores tiene de Torreón es se-gún la época en la que cada quién haya vivido su adolescencia o su juventud. Una de las dos le marcará la memoria con fuego para siempre. Nuestros precursores habrán vivido hasta el último de sus

12 Semblanza de Ramón Castañeda Martínez.13 Semblanza de Alejandro Cárdenas Carranza.

Page 17: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

días recordando, sin haber leído a Othón, la misma visión: “¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera! Tan sólo miro, de mi vista enfrente, la llanura sin fin, seca y ardiente, donde jamás reinó la primavera”. Era La Laguna al terminar el siglo pasado. Para los que llegaron más tarde nuestra ciudad será la del derroche.14

Esta publicación pues, es una recopilación de dichas historias, que pretende rescatarlas del olvido, honrarlas y recordarnos siempre que el ingrediente indispensable en las historias que valen la pena ser contadas son las personas.

Es un reconocimiento periodístico y literario que avala cómo a una ciudad y su historia las componen otras pequeñas historias, las de cada una de las personas que la habitan; un testimonio que constata que a esta red de vidas, anécdotas y datos no la tejió la casualidad; por el contrario, la entretejen la voluntad, el ánimo y el empeño de cada uno de sus habitantes, lo mismo migrantes que los que se adelantaron y nacieron en la región:

Eran los tiempos en que los precursores ya habían demostrado que el desierto se podía transformar y dar óptimos frutos y los inmigrantes nacionales, codo con codo con quienes habían llegado de más allá de los mares, con mutuos esfuerzos lograban para Torreón el nombre de La Perla de la Laguna, que sonaba fuerte en toda la república.15

Una sensación importante con que nos deja el autor de estas semblanzas es la de hospitalidad. Herrera se vuelve vocero de una co-munidad que, al menos en los retratos literarios que conforman esta publicación, ha estado siempre dispuesta a acoger a cualquiera (sea quien sea y venga de donde venga) que quiera ponerse la camiseta de lagunero y trabajar duro para bien de esta comarca tan especial.

Existe además una cercanía y familiaridad a los pobladores... un calorcito que envuelve incluso al lector foráneo:

En esta ciudad todos nos conocemos de alguna vez, a veces hasta de alguna temporada; luego, dejamos de vernos y a unos nos pare-ce, al saludarnos nuevamente, como si lo hubiéramos hecho ayer y a otros casi como si nunca antes lo hubieran hecho.16

14 Semblanza de Fernando Álvarez Marrero.15 Semblanza de Alejandro Cárdenas Carranza.16 Semblanza de Alejandro Cárdenas Carranza.

Page 18: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En esta ocasión Emilio Herrera Muñoz viene siendo partícipe del crecimiento de la ciudad, pero se vuelve no sólo parte, sino testigo y narrador a raíz de la convivencia con las personas que lo rodearon. Así, producto del romance que siempre vivió con su ciudad, consideró nece-sario hacer semblanzas breves de la gente que contribuyó a constituir el espíritu de su amada.

Por supuesto no son todas y seguramente no son tampoco las más importantes; quizás son aquellas personas que habitaban la ciudad en los años o durante la época en que se escribió esta columna, desde personajes muy relevantes en ese momento o lo que pudiera parecer más cotidiano del día al día...

Por medio de estas columnas, el autor pretendió dejar una humil-de aportación documentada de diversas historias que en diversas oca-siones algún historiador o cronista podría pasar por alto en su búsqueda de grandes sucesos. Si bien en el periódico están documentados todos estos textos, el publicarlas juntas y de manera temática, permite de pri-mera instancia, tener la impresión de conjunto y contextualizarlas por su valor intrínseco... Dejando la impresión de los diversos esfuerzos, sue-ños, valores, etc. de las personas en lo individual o aislados, pero que al momento de coincidir, fueron forjando el carácter de los habitantes de esta tierra. Parece incluso un intento póstumo por parte de Emilio Herre-ra por volver a cimbrar cada vez que se recurra a estos textos la esperan-za de que el carácter lagunero tiene bases sólidas, que se restauran cada vez que se vuelve la mirada a sus raíces.

Valeria Jáidar

(Editora de la presente publicación)

Page 19: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Los precursores*1

María Isabel Saldaña, la dinámica y socrática mujer que en nuestra ciu-dad no solamente va por todos lados con su belleza, inteligencia, fácil comunicación y natural simpatía, sino que usando los inventos de estos tiempos (que ni siquiera pudo imaginar el preguntón ateniense), llega a todas partes por medio del teléfono, del fax y del Internet para pregun-tar una y otra vez, incansablemente, sobre todo lo que sea: una huella de nuestro pasado para hacerla cosa permanente, que se pueda con-sultar; por eso registra lo que le dicen, copia lo que tiene que devolver y se va quedando, cada día más, con el Sol de La Laguna dentro.

Hace unos días estuvo a visitarme, venía a decirme de un concur-so de antiguas fotografías de la comarca ¡a mí que de fotografía no sé ni siquiera lo que hay que hacer para que una cámara haga clic! Pero, ella me convenció de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo” y que algo habré visto yo en mi ciudad que los más jóvenes no alcanzaron a ver. En fin, luego volvió a un tema que se le ha hecho obsesión: Los hombres del “Ateneo”, de la revista “Cauce” y “Nuevo Cauce”, de lo que hicieron y cómo lo hicieron. De su obra. Era una ametralladora de preguntas. Preguntas para las que, seguramente, cada uno de aquellos

* Semblanza publicada el 30 de junio del 2000.

Los NuestrosRecopilación de la columna publicada en El Siglo de Torreón por Emilio Herrera Muñoz

Page 20: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

hombres tendría una contestación diferente. Lamentablemente, con excepción de José León Robles de la Torre —el benjamín de ese grupo y yo— todos han muerto.

Por mi parte, durante la mayor parte de mi vida fui muy descuida-do para conservar recortes o fotografías, independientemente de que tampoco nadie era dado a sacar estas últimas. Pensar en una fotografía de grupo a nadie le pasó por la cabeza, acaso entre otras cosas, porque jamás estuvieron reunidos todos los que eran; aunque sí eran todos los que estaban en sus reuniones, por lo general informales en su pre-sentación, pero muy formales en cuanto a sus decisiones, si las había. El grupo existió y no existió. Su vida está probada más que nada por la revista “Cauce”, pero no hay una sola acta, menos una escritura, que certifique su existencia, su propósito o los nombres de quienes lo inte-graban. Era más que nada un deseo vivo, un grupo de tenaces volun-tades que querían al menos inquietar culturalmente a una ciudad, para que aquellos que cultivaban en la intimidad de sus hogares ciertas afi-ciones: la música, la pintura, la poesía, la declamación —eran los años en que la Singerman llenaba el Teatro Princesa cuando nos visitaba—, salieran a conocerse, a agruparse, a manifestarse... para que la ciudad los reconociera como valores que la prestigiaban.

Dos hombres venían dando esta batalla desde hacía años a tra-vés de las páginas de “El Siglo de Torreón”: Pablo C. Moreno y Juan Antonio Díaz Durán. Se buscaron para conocerse. Acordaron tema que discutieron apasionadamente en sus respectivos artículos. Interesaron a los lectores, que comenzaron a buscar sus escritos. Localmente se hicieron un nombre. Pablo, que además de escribir tenía facilidad de palabra, llegó a debatir en el foro del Teatro Princesa contra un orador capitalino que, si no recuerdo mal, se llamaba Abizaid de la Mina, sobre las ideas socialistas del momento.

A Pablo C. Moreno le conocí porque era profesor en la Escuela Comercial Treviño en mis tiempos de estudiante en ella. Pocos años después fue contratado del almacén en que yo trabajaba. Allí nuestra amistad se estrechó, entre otras cosas porque además de hablar de contabilidad hablábamos de libros y nos escapábamos a las librerías de Miñarro o de Casán u otras que estaban por la calle Cepeda, entre las avenidas Venustiano Carranza, entonces Agustín de Iturbide, has-ta la avenida Juárez. Resultado de nuestra amistad fue la publicación, con la colaboración de Alejandro Bassol, de la revista mensual “Ac-ción Lagunera”, cuyo primer número salió el primero de septiembre de 1943 y el último el mes de julio de 1945.

Page 21: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En ella escribieron el propio Alejandro Bassol, el Lic. Jorge J. Sánchez, Enrique Mesta, Gumaro Alonso, Edmundo Gallardo, el Doc-tor Manuel Silva, el licenciado D. Jesús M. del Bosque, Concepción Wong, Juan Antonio Díaz Durán, Álvaro Rodríguez Villarreal, Manuel Campos Díaz Sánchez, Milagro Olazábal, el doctor Jaime Ávila Soto, Blanca C. Trueba, Lilia Rosa (cuya novela Vainilla, Bronce y Morir fue llevada al cine), Cecilio Blanco y este servidor.

Por aquellos tiempos el teatro de aficionados era cosa de ver-dadero heroísmo: una obra se ensayaba en el Casino de La Laguna por dos o tres meses para luego presentarla en el Teatro Princesa por una noche. Entonces fue cuando al Chato Gómez se le ocurrió ofrecer el estudio de la radiodifusora XETB, que estaba frente a la Plaza de Armas, para los grupos que quisieran ensayar y presentar por temporadas, teatro de comedia por varios días en temporada o en una sola no recuerdo, de algo así como cien butacas. Las prime-ras noches se podía ver a los propios actores ir personalmente a la plaza a invitar a los que en ella estaban a pasar a ver de gratis la obra que presentaban. Pero, poco a poco, fueron haciendo el público que después ya iba por su cuenta y facilitó la labor del Mayrán. Y aquí cabría conocer el valor que tuvo la actitud del Chato Gómez, tanto para el teatro nuevo, como para la labor de los hombres del Ateneo: los “Cauce (s)”.

Dice Federico Elizondo Saucedo en el número nueve de “Nuevo Cauce”:

Debemos hacer especial mención al incansable y aún activo Cha-to Gómez, cual Odiseo, hombre de muchos recursos ingeniosos, que fue factor esencial para la publicación de nuestras revistas y libros, para la preparación y logro de múltiples conferencias, así como la consolidación de “Conciertos Laguna” y ha mantenido, a través de su radiodifusora, una permanente oportunidad para sa-borear la música perenne. El reconocimiento para quien ha hecho tanto para tantos.

Y aquí llega el tiempo en que, de fuera, como siempre de fuera, de Saltillo, de México, de Veracruz de otras partes, comienzan a con-centrarse en Torreón los hombres que junto con los de aquí fueron ca-paces de inquietar, con una inquietud que todavía perdura, que ya no morirá, a esta Laguna a la cual María Isabel aspira a arrebatar todos sus secretos y misterios.

Page 22: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Recordar dónde van cada una de las piezas de tan gran rompeca-bezas no es fácil y menos para quien ha vivido sin darle gran importan-cia. No al tiempo, sino a los años. Ni guardó recortes, ni comentarios ni noticias y para alivio de males, no tiene buena memoria. No es cosa fácil, María Isabel, se necesita de tiempo. Darle tiempo al tiempo, como se dice, sin forzar a la memoria a recordar, sino aprovechar cuando ella buenamente, sin venir al caso, quiera hacerlo. A lo mejor así…

Entre tanto, hoy ilustramos estos renglones con los rostros de dos hombres a quienes podríamos llamar los precursores, los que anun-cian sin serlo, a los que vendrían pocos años después porque unos y otros son parte de Los Nuestros.

Page 23: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Los 20/30*2

Hace medio siglo, aparentemente de súbito, los jóvenes de nuestra ciu-dad se enamoraron de la idea de servirla. Pero desde los 20 todo venía cambiando. Para los 30 sus padres ya estaban totalmente metidos en la experiencia de los clubes Rotarios y de Leones y en sus hogares, se-guramente en las sobremesas o pláticas familiares nocturnas, el tema constante sería el de las satisfacciones que proporciona el servir al pró-jimo y aún a la propia ciudad. La fama de la poetisa chilena Gabriela Mistral estaba en su apogeo y para entonces ya había escrito El Placer de Servir y muchos lo habían leído. Era aquello que dice:

Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú, donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú, donde hay un es-fuerzo que todos esquiven, acéptalo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino, el odio entre corazones y las dificultades del problema. Hay alegría de ser sano y de ser justo, pero hay sobre todo, la hermo-sa, la inmensa alegría de servir. ¡¡¡¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empre-sa que emprender!!!! ¡¡¡¡Que no te llamen los trabajos fáciles!!!! ¡¡¡¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!!!! Pero no caigas en el error de creer que sólo se hace mérito con los grandes trabajos, hay pequeños servicios que son buenos servicios. Aquél es el que critica. Éste es el que destruye. Sé tú el que sirve... El servir no es faena sólo de seres inferiores, a Dios que da el fruto y a la luz que sirve pudiera llamársele así: el que sirve... y tiene sus ojos fijos en nuestras manos, nos pregun-ta cada día: ¿Serviste hoy?, ¿al árbol, a tu amigo, a tus padres, a tus semejantes?, ¿a quién?

Y ésta era la preocupación de los mayores en aquel medio siglo en nuestra ciudad. Preocupación que, por sí misma, se fue metiendo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 4 de junio del 2004.

Page 24: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

poco a poco en el corazón de todos los jóvenes de entonces, unos por el ejemplo recibido de sus mayores y otros porque sí, porque servir al prójimo, al desamparado, a la ciudad misma se convertía en una nece-sidad que flotaba en el ambiente de Torreón y la juventud de enton-ces quería integrarse a ese esfuerzo cuanto antes. Pero era, también, una preocupación continental. Quienes visitaban Norteamérica y veían trabajar esta idea de servicio se entusiasmaban y así a los clubes de servicio, mayores los Rotarios, los Leones, un día fueron surgiendo los clubes juveniles; cada uno de los cuales ha hecho en su momento obras muy importantes para nuestra ciudad.

La juventud necesitaba líderes que tenían que surgir sin ante-cedentes, al menos en nuestro medio, pero que fueron apareciendo según las mismas necesidades los hacían urgentes. En el 43 surgió la Cámara Junior. Fue un primer intento, una cruzada que pudo intentarse gracias a diversas generaciones recientes de ex alumnos de la Escuela Comercial, que en este movimiento vieron la posibilidad de relacionarse más rápidamente con la iniciativa privada y que, en cierta forma, fue la precursora; con todas las fallas y los errores que la falta de referencias próximas debilitaban, pero que con su interés demostraban su amor por su solar nativo.

Once años después, en 1954, aparecería Guillermo (Memo) Cantú Charles, que se venía distinguiendo como un brillante organizador de negocios y a quien su jefe y amigo, el señor Jack Fleishman con quien colaboraba en Tampico, le venía comunicando con mucho entusiasmo del éxito que venían logrando los grupos juveniles de servicio en Nor-teamérica y estando pronto a regresarse a Torreón, su tierra, le instaba a que provocara un movimiento de esta naturaleza en esta comarca. Para 1955 ya estaba aquí con ideas muy firmes acerca de lo que que-ría proponer a sus primeros invitados, entre los que se encontraban Ismael Humberto Fayad Chaín, Oscar Quezada, Raimundo Jaik y Rei-naldo Ricalde Ramírez. El ideal era servir, pero también y acaso sobre todo, conjuntar a una serie de jóvenes triunfadores en sus carreras o en sus negocios familiares o propios, a quienes el primer nexo que les uniera fuera ese sentimiento victorioso que les diera la seguridad de alcanzar la realización de cualquier proyecto que se propusieran. Si a ello se añade que la edad de los que allí iban a conjuntar sus vidas eran sus mejores diez años, es decir, cuando ya el candor se ha dejado atrás, de los veinte a los treinta; cuando la ambición desmedida espera a sus víctimas y agregamos que su economía era en cierta forma parecida en cada uno de ellos, nos damos cuenta de por qué este grupo de los “20/30” dejó una huella tan brillante y perdurable en Torreón.

Page 25: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Esto les puso, también, desde el principio, en contacto con lo mejor de nuestra sociedad, de tal manera que cuando se vinieron sus primeras campañas (la del combate a la polio, por ejemplo, para la que se necesitaba una bomba de cobalto, que costaba un dine-ral) todos se miraban unos a otros, pero Memo Cantú, que ya des-de entonces era una fiera, le dijo a Fayad, “Vamos a entrarle”. Y le entraron ¡pero cómo no!, previa autorización de su Asamblea. Y se aventaron a su primera campaña financiera, organizándola con pro-fesionalismo, más que nada porque su credo era: “La juventud para ser servida, debe servir”. Buscaron tres señorones, tres personalida-des prominentes de la ciudad para tomar tres decisiones. Y fue así que nombraron a Enrique González Valles, a Donaldo Ramos Clamont y a doña Quinita Herrera Franco para la división femenil... gente muy entusiasta toda. A todos ellos se les explicó cómo iba a ser la cam-paña y lo que de ellos se esperaba; es decir, que consiguieran dos o tres colaboradores más y estos otros tantos y así hasta contar con cien personas dispuestas a absorber en la reunión correspondiente las tarjetas de los posibles donantes, cinco cuando menos cada uno, porque la meta era conseguir cien mil pesos, que en aquellos tiem-pos era un titipuchal de dinero. Y así, a grandes rasgos, fue como comenzaron con esto los “20/30”.

El apoyo de los medios de comunicación fue muy importante. El Siglo de Torreón, por ejemplo, al día siguiente de aquella reunión sacó la noticia explicando el motivo de la campaña que duraría quince días, pues estas cosas basadas más que nada en el entusiasmo por una obra determinada, si duran mucho se apagan. Aquella campaña de los “20/30” fue todo un éxito, porque fue planeada paso por paso por sus ejecutores, como si se tratara de uno de sus negocios, cuyo idioma ha-blaban y entendían todos. Y lo conseguido fueron veinte mil pesos más de lo propuesto, exceso que sirvió para pagar los gastos de la campaña nunca antes pagados por ningún grupo de esta naturaleza. Los “20/30” sabían pensar en grande. Y ésa fue su diferencia.

Entre las obras realizadas por el Club Activo “20/30” en beneficio de la Comunidad de Torreón, están las siguientes:

• Escuela Jardín de Niños “Activo 20/30” Ignacio Zaragoza, cons-truida en el año 1962 y ubicada en la Av. José Cueto y C. Silvestre Faya, Col. Ampliación Los Ángeles.

• Escuela Técnica Industrial de La Laguna A. C. • Construcción del aula principal de talleres en el año de 1961 y ubi-

cada en la calzada Cuauhtémoc número 1480 Sur en Torreón.

Page 26: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

• Escuela Primaria Urbana Club Activo 20 /30, construcción en el año de 1962, aproximadamente y ubicada en el bulevar Indepen-dencia y calle 18 de Marzo, en la colonia Nueva Rosita.

• Escuela Primaria Coahuila, en la que tuvieron cooperación en su reconstrucción en el año 1964, aproximadamente en la Av. Aba-solo y C. Eugenio A. Benavides.

• Escuela Primaria Dr. Salk, cooperación en su construcción aproxi-madamente 1957 0 1958 y ubicada en el Cerro de la Cruz al po-niente de nuestra ciudad.

• Escuela Activo 20/30 Francisco H. Carson, construida con los fon-dos reunidos para la compra de una Bomba de Cobalto, que ya no era necesaria.

• Campaña del Kilómetro de Plata (3) para apoyo de la Asociación de Scouts.

• Apoyo del Cuerpo de Bomberos con diverso equipo contra in-cendios.

• Apoyo a la Asociación de Scouts de México, A. C., consistente en carpas de campaña, utensilios de cocina, bolsas para dormir, etc.

• Carreras de automóviles tipo Slalom (3), cuyos fondos se destina-ron para ayudar a la Navidad del Niño, casas de beneficencia, etc.

• Obra Teatral de gran éxito parodia del Don Juan Tenorio. • Corrida de toros con la participación de los mismos socios. • Colaboración total en el manejo de un albergue con motivo de la

inundación de 1968 a cargo de los socios Arq. Ignacio Pámanes y Lic. Carlos Ruiz Cavazos.

• Realización de Convención Internacional en 1964 con participa-ción de la ciudadanía lagunera.

• Realización de convenciones distritales (3). • Colaboración con la Ciudad de los Niños de esta ciudad en la

construcción de una aula para la escuela de dicha ciudad. • Participación en la celebración de los cincuenta años de Torreón

con el Comité Pro Reina del Cincuentenario, “Alejandra”, presidi-do Por Jesús Núñez Salas.

Y estos eran los “20/30”, que ahora chochean con sus nietos, pero que allá por los setentas vivían su idealismo práctico de sus pro-pios 20/30 años, que hoy son parte de sus mejores recuerdos.

¿Qué hacen ahora los jóvenes de esa edad?, ¿a qué se dedican? ¿A trabajar exclusivamente para sus propios intereses? No puede ser. ¿Cómo sirven ahora a su ciudad?, ¿quién nos lo puede decir? Conocer-lo sería interesante. Por eso hoy dedicamos esta columna no a una sola persona, sino a un equipo de personas que existieron en nuestra

Page 27: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ciudad, muchos de ellos viven todavía y entregaron diez años de su vida, los mejores, en aras de su querida ciudad muy eficazmente. Por eso, hoy al principio de esta columna no hay un rostro, hay un espíritu. Acaso sea el de todos ellos, acaso sea el de su época. Como sea, todos ellos pasan lista de presentes entre Los Nuestros. Y creo que siguen esperando que las nuevas generaciones hagan su parte...

Page 28: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Palabras para Homero del Bosque Villarreal, uno de Los Nuestros y su libro “Aquel Torreón”…*3

Señoras y señores:

En el libro que hoy se presenta a la amable atención de ustedes hay de todo y de muchos, sin embargo, ello no quiere decir que sea una mezcla ni un revoltijo. Es, ante todo y sobre todo una pasión; es la ve-hemente pasión que nuestro querido amigo, el licenciado Homero del Bosque y Villarreal, siente por “Aquel Torreón” al que llegara diecisiete días después de haber nacido, con lo que el destino corregía el equívo-co cometido.

El libro Aquel Torreón… comienza, como Dios manda, con el na-cimiento de su autor, pues antes de tal acontecimiento nada había en su vida y lo primero que hubo fue, precisamente, su llegada a nuestra ciudad; que terminó por ser intensamente la suya. En la última página deja su hasta luego con un terceto del “Viejito Urbina” porque traduce su propia verdad:

“La ciudad que yo amé desde pequeño la de oro claro, la de azul sedeño,

la de horizonte que parece ensueño…”

Homero del Bosque y Villarreal, como Tácito, es conciso y exacto en sus historias y crónicas y no se vaya a creer que digo esto por lo que le adeudo —que son un chorro de cosas, van desde los cafés que le prepa-ra Estelita, su amada esposa y que ella hace como se hace el buen vino: con el mismo sabor siempre y que él comparte conmigo lunes y jueves

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de agosto del 2000.

Page 29: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de cada semana; ni tampoco por las cátedras, que de historia universal y de literatura, me da entre sorbo y sorbo, amén de las copias de páginas escogidas de sus libros que, por supuesto, no se encuentran en las libre-rías— no; sencillamente aprovecho esta oportunidad para expresarle, en vida, en vida de ambos, lo que me parece su labor en este campo tan ar-duo y delicado, como es la crónica de esta ciudad y de los hombres que, después de los fundadores, la siguieron construyendo.

No obstante la frecuencia con que nos vemos, confieso que igno-ro cómo da vida a sus páginas, cómo las produce. Su natural recato lo hace trabajar en la biblioteca de su casa, asistido por Irma, su secreta-ria; por lo tanto imagino que pertenece al grupo de los que dictan, pero no lo sé. Un día le voy a preguntar todo eso. Lo de que escriba en su casa se entiende, es posible que lo haga sólo para no ser interrumpido, que es lo peor que le puede suceder a un escritor de su clase. En cuanto a lo de dictar, imagino que no corre el riesgo de que le pase lo que a Luis de Val, aquel valenciano que a principios de siglo —es decir antes de la radio y no se diga de la televisión— escribía por entregas dictándolas a su amanuense que escribía novelas (¡ni más ni menos Blasco Ibáñez!), quien cuando estaba dictándole, se quedaba dormido, arrullado por el sonido de sus propias palabras y aquél aprovechaba para intercalar capítulos completos, de los que el novelista ni se daba cuenta, pues al despertar y preguntar en dónde se había quedado, Blasco le narraba la trama que él había seguido y de Val seguía dictando como si nada.

Homero del Bosque y Villarreal quien, desde alumno universitario se inclinó por el magisterio, durante años dictó cátedras en nuestras universidades, que en realidad eran conferencias cada una, pero que prodigaba su palabra con motivo de homenajes, invitaciones, aniver-sarios, celebraciones y a diario charlas con sus amigos en las que no se sabía qué admirar más, si su amplísima cultura, hecha por su propia inquietud siempre insatisfecha, o ese don que Dios le dio de su asom-brosa memoria.

En cuanto a escribir, o estoy muy equivocado a este respecto, o escribía poco. De vez en cuando algunos artículos en “El Siglo de To-rreón”, como el que dejé apuntado al principio y creo que es todo. No quiere esto decir —de ninguna manera— que no lo haya pensado. Más de una vez lo pensaría, pero lo que menos tiene Homero es ser impulsi-vo y hay que darles tiempo a sus ideas para que maduren. El tema sí, el tema lo tuvo desde siempre. ¿De qué iba a escribir Homero si no de To-rreón y de su gente? Pero ¿otra historia de Torreón? Allí estaban ya la de Guerra, la de Pablo y la de Terán Lira. Dándole vueltas a la idea encontró

Page 30: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

la forma en que ha sido escrito Aquel Torreón..., que no es la ortodoxa, que yo diría que opera más bien por ósmosis, donde todos los prota-gonistas, sucesos y personajes pasan por sus páginas, no obstante sus diferentes densidades, gracias a la mágica evocación de su prodigiosa memoria, tal como sucedieron o vivieron aquellos que han muerto.

En Aquel Torreón... Homero del Bosque Villarreal escribe historia, recordando lo que de esta ciudad le habían ido contando residentes de absoluta credibilidad desde su preguntona niñez o cuando apenas ha-bía dejado de ser niño. Y hace crónica, relatando sencillamente esa vida simultánea, que en Torreón han venido sosteniendo a partir del año veintiséis y que en su libro, cuya presentación nos reúne esta noche, corta en el año de 1936.

Por las páginas de Aquel Torreón... van apareciendo los naci-mientos de nuestras principales instituciones, los de nuestros co-mercios más importantes, los personajes que en ella se han distin-guido por su laboriosidad, por su riqueza, por su caballerosidad, por su buen humor, por su mordacidad, por su desprendimiento... también los clubes de servicio social —que, por cierto, van desapa-reciendo—, los centros sociales, los banqueros más connotados, los periódicos y los periodistas, los tranvías (¡ah los tranvías!), las pla-zas de toros, los cines, los hoteles, los grupos culturales, el teatro y sus impulsores, la vida en las antiguas haciendas, el nacimiento de la industria... todo esto y más, junto con los personajes que dieron vida a ello, es decir, los que hicieron “Aquel Torreón” que no se hizo por generación espontánea, que fue el producto de una aspiración colectiva.

Desfilan por las páginas de Aquel Torreón... personajes familiares para los que nacimos en la primera y segunda década de este siglo, que tratamos a como diera lugar de pasar al siguiente para atestiguar cómo despega el milenio que sigue.

Cuenta Homero, por ejemplo, de “El Chulín” Ezquerra, que fue capaz de gastarse dos fortunas (empresa no tan fácil como pudiera uno imaginarse), por lo que tuvo que recurrir a encender puros de cincuenta centavos con billetes de a mil pesos, alcanzando, por fin, de ésta y otras maneras, la pobreza de un empleo dado por lástima y amistad. Cuenta también de don Pedro Jaik, quien decidió no hablar bien el español por-que hablarlo mal le generaba mayores simpatías. Y de cierta ocasión en que alguien, en son de broma, lo abordó en la plaza diciéndole: “Don Be-dro, bermítame unas balabras”. El así interpelado le contestó de inme-

Page 31: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

diato: “Me llamo Pedro, no sea usted bandeja”. Y por supuesto que en Aquel Torreón... está de cuerpo entero aquel personajazo popular que fue Melitón Perches, quien cuando iba a la plaza de toros, según cuenta Homero, si iba a sombra les gritaba a los de sol: “Asoleados muertos de hambre. Aquí está su padre. ¡Huelen a barbacoa!”; pero si iba a sol, llevando guaripa de alas muy anchas y frazada al hombro, les gritaba a los de sombra: “Curros explotadores de nosotros, la gente del pueblo, están allá por zánganos. Les habla Melitón que es el padre de todos”.

Así evocados vuelven a vivir. Es este libro del licenciado Home-ro del Bosque Villarreal una serie de grandes hombres y nombres que hasta el año treinta y seis contribuyeran con su manera de ser a dar a Torreón una imagen, de características tan singulares, que lograron que se hiciese conocido más allá de las fronteras de la comarca lagu-nera; modelo de hombres entregados al trabajo por el trabajo mismo, sin que la riqueza les hiciera perder el gusto por la vida, que gozaban a plenitud, alegremente, actitud que les era reconocida en la propia capital de la república.

Homero nos descubre un Torreón que no era sólo una circuns-tancia, que era una circunstancia habitada por hombres que supieron aprovecharla, viviendo intensamente.

Los años que Homero del Bosque y Villarreal atrapa en las pági-nas de Aquel Torreón... fueron muy hermosos para quienes los vivimos. Hace bien Homero en rescatarlos, en dejarlos de una vez por todas y para siempre en este delicioso libro, cuya presentación es un acto de justicia para su autor, pues desde su primera edición, en 1983, se ha convertido en libro de consulta para los estudiosos de los sucesos y los personajes de nuestra ciudad.

Para terminar, le repetiré lo que oportunamente le dije en oca-sión de la primera edición del libro que se presenta:

Apresas en las páginas cordiales de este libro naciente, con tu prosa de clásicos metales, la verdad inminente de algunos laguneros esenciales; la dorada leyenda de Torreón y de sus “Inmortales”, de aquellos soñadores que lo hicieron con rasgos desiguales pero con igual y ardiente pasión.

Esto nos das, Homero, Licenciado, con sencillez norteña, com-partiendo un tesoro acumulado con paciencia fraileña en un gesto ele-gante y refinado.

Page 32: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Antonio Achem Asse*4

Por la década de los treinta todos los comerciantes de cierta importan-cia tenían en el correo (que entonces estaba donde hoy “Liverpool”) su propio apartado postal. Dos veces al día, por la mañana y por la tarde, enviaban a recoger su correspondencia. Algunos preferían hacerlo per-sonalmente, acaso para descansar del tráfago de su propio negocio, tal vez para observar el de la competencia.

Antonio Achem Asse lo hacía por sí mismo. Su rostro noble, blan-co, de frente despejada y aquella insinuación de sonrisa lista para abrir-se de inmediato a los amigos y conocidos, así como su esbelta figura vestida por el mejor sastre, no pasaban jamás desapercibidas en la con-currida avenida.

Para el lector que no conoció el centro —hoy histórico— de aquellos tiempos, añadiré que era limpio, no sucio como hoy se ve; que sus banquetas estaban libres de obstáculos, no llenas de comerciantes que no ambulan y que apenas y permiten el tránsito en algunas; que los habitantes de la ciudad, particularmente las damas, iban a él no solo a comprar, también como paseo, “a ver aparadores” y encontrarse de sorpresa con sus amistades.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 19 de marzo de 1999.

Semblanzasbiográficas

Page 33: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En aquel centro no había locales vacíos, conseguir uno en él era ser afortunado o tener lo suficiente para pagar un alto “guante”.

Fue un 3 de mayo de 1902 cuando Antonio Achem Asse nació en Tul Líbano, en una antigua hacienda en la que se explotaban el tabaco y las aceitunas de los olivos y en la que su abuelo era el mayordomo. Su madre murió al darlo a luz y su padre, José Luis Achem, estuvo algo así como cuatro años con el hijo y con el abuelo; un día decidió venir a México. Ya para 1907 estaba en Torreón.

A partir de entonces Antonio Achem quedó al cuidado y bajo la responsabilidad de su abuelo. A edad oportuna entró a la escuela; para llegar a ella caminaba diariamente una distancia aproximada a la que hay de aquí a Lerdo, más de la que la que caminó Lincoln para llegar a la suya, que no pasaba de cinco kilómetros.

Cierto día, cuando cursaba el cuarto de primaria, viéndolo su pro-fesor llegar sin libro, le dijo: “Toño, no vuelvas a la escuela sin tu propio libro”. Al regresar a casa le contó al abuelo lo sucedido, éste a su vez le dijo: “pues no puedes seguir estudiando, porque no tengo con qué comprarte el libro”. Así que desde los ocho años, Antonio Achem tuvo que trabajar en aquella hacienda del tabaco y olivos en tareas apropia-das para su edad.

Al cumplir catorce años determinó venir a México en busca de su padre. Su abuelo lo apoyó comprándole un pasaje para viajar en la bo-dega del barco que le traería hasta Veracruz y le entregó el dinero que pudo. En Veracruz le recibieron unos paisanos, quienes le orientaron y ayudaron económicamente para que pudiera venir a Torreón, al que llegó por fin en el año del 16 o del 17.

Localizó a su padre, quien ya tenía noticias de su llegada; después de la alegría del encuentro lo puso al tanto de que había vuelto a casarse, esta vez con la lagunera María Morales, con quien había procreado cinco hijos, dos hombres y tres mujeres y que venían a ser sus medios hermanos.

Con ellos convivió por un tiempo, en el que se dedicó a ambientar-se, a conocer la ciudad y a aprender, practicar y dominar el español. Del 21 al 38 trabajó con su padre en una tienda llamada “El Nilo”, que éste tenía por la avenida Juárez, entre la calle Valdés Carrillo y Zaragoza.

Su total entrega al trabajo y su constante ahorro le fueron dando la independencia económica buscada, de tal manera que, en él último

Page 34: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

año citado, se fue a viajar a su patria para volver a ver los paisajes de su niñez y a conocer el resto de ella. Andando en esto se dio la coinci-dencia de que alguien le ofreciera en venta la finca de la que su abuelo había sido mayordomo y donde él había trabajado de niño.

Afortunadamente estaba en situación de poder comprarla, lo que hizo con mucho gusto y especial satisfacción aunque toda esta ale-gría, años después se le tornara en tristeza, cuando el entonces primer ministro de su país, acogiéndose chapuceramente a una ley que conce-día la recuperación de propiedades a quienes las hubieran vendido en los tiempos de la depresión y valiéndose más que nada del puesto que ocupaba, reclamó para sí dicha hacienda, entablando un largo litigio. Pero no todos fueron problemas, don Antonio conoció entonces a la joven Samia Karam, hija de un prestigiado abogado Karam, cuya otra hija representaba al Líbano en la ONU.

Aquel mismo año contrajeron matrimonio don Antonio y Samia, regresando juntos a Torreón, donde formaron la estimada familia que todos conocemos, formada por Silvia Martha, brillante declamadora y maestra que en tantos recitales poéticos ha participado en nuestra ciu-dad; Foad Antonio, economista muy respetado entre sus colegas por sus acertadas predicciones y consejos financieros; Samy René, médico gastroenterólogo, que ha hecho una gran carrera en su especialidad en la clínica Mayo de Jacksonville, Florida, USA y Lyla Gloria, que siguió la carrera de leyes que ejerce en nuestra ciudad.

Volvieron pues, los recién casados de una luna de miel que pasó por Londres y París... y de allí seguramente es que algunos digan que la elegancia de don Antonio haya sido un tanto cuanto parisina, al estilo de la de Adolphe Menjou; ya que no olvidó en mucho tiempo ni las po-lainas chicas de fino paño de color gris con que cubría las cintas de sus zapatos, ni la flor en el ojal de la solapa de su saco. Pero su elegancia era más que nada una elegancia espiritual, llena de prudencia y sabiduría, sentido común y buen juicio, que le daban ese equilibrio que le permitía tratar a todos, haciendo que se sintieran bien en su compañía. Todo lo cual heredó, indudablemente, de esta larga fila de antecesores que su-pieron de los vaivenes de la fortuna y estuvieran arriba o abajo supieron conservar el invaluable tesoro de la dignidad.

El apellido Achem (Hache en árabe, originalmente hace mil tres-cientos años) corresponde a la familia de Mahoma, el profeta era de la tribu Kuraich de la familia Achem.

Page 35: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En un momento dado de la historia de esta familia, un grupo de ella emigró al Líbano y se convirtió al cristianismo, entre ellos los ante-cesores de don Antonio; de allí que su abuelo, su padre, él y sus hijos hayan profesado y profesen la religión católica, no obstante descender directamente de la misma familia que Mahoma.

Tomando nuevamente el hilo de las actividades de don Antonio, en un momento dado le pasó la esquina donde inició su negocio a su ami-go Armando Meléndez “el mago de los relojes” y él se mudó al número trescientos veinte de la misma calle, donde seguiría hasta el año setenta.

Cuatro años antes se tituló su hijo Foad Antonio, e hicieron un pac-to: la condición del padre es que trabaje con él, de acuerdo a la manera como él concebía el trabajo; la respuesta del hijo fue que sí, pero con la condición de hacerlo sólo por cuatro años, al final de los cuales podría trabajar libremente llevando innovaciones de acuerdo a su criterio.

Ambos cumplieron su compromiso, comenzando el titulado eco-nomista al día siguiente por quitarse al entrar saco y corbata, sin creer-se más que nadie hasta demostrar a los otros que su propio trabajo lo era. Cuando dicho plazo se cumplió, un 1º de diciembre de 1970 (misma fecha en que Luis Echeverría protestaba como presidente de México), el hijo entregó a sus padres los boletos de viaje al Líbano como princi-pio de un periplo que duraría un año.

Cuando regresaron un año después, encontraron “El Palacio de las Telas” instalado en un nuevo local en la esquina de Hidalgo y Zara-goza y con muy fructífero mayoreo. Don Antonio colaboró por muchos años en diversos consejos de la Cámara de Comercio; fue fundador y presidente del Centro Libanés y siendo una persona respetuosa en gra-do superlativo de las creencias religiosas de los demás, sus paisanos, cristianos y musulmanes, acudían a él para dirimir sus diferencias de cualquier tipo. Atendía a los representantes culturales de su país de ori-gen, como a aquel orador Habib Estéfano, de grata memoria entre los laguneros de aquella época y a comisiones de hombres de empresa de su país que acudían a nuestra ciudad buscando posibilidades de invertir en ella.

Don Antonio Achem Asse murió en 1988. La imagen que dejó fue la de un perfecto y ejemplar caballero tanto en su vida social como de negocios.

Por eso lo señalamos como uno de Los Nuestros.

Page 36: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ricardo Acosta Mauricio*5

Desde hace bastantes años conozco a Ricardo Acosta Mauricio “de le-jos”, como solía decirse mucho antes de que el tuteo inmediato de las personas hiciera esto imposible. No puedo afirmar si fuimos presenta-dos en alguna ocasión por Florentino Bustillo (quien, según sus pro-pias palabras en agradecimiento, fue otro padre para él por haberlo guiado y hecho en el terreno de los ideales y las nobles ambiciones) o si nuestro conocimiento data de las frecuentes ocasiones en que nues-tro mutuo espíritu de servicio y amor a esta ciudad nos hizo coincidir, aunque no en la misma obra, en diversos sitios. Mi admiración por él es pues, antigua. Mi admiración creció en cuanto comenzamos a plati-car para hacer posibles estos renglones. Con humilde orgullo, si es que esto puede ser; quiero decir, con natural aceptación de un hecho que pudiera envanecerlo ahora, dándole arrogancia, al preguntarle por su lugar de nacimiento pudiendo contestarme: Torreón, me dijo “¡Nací a la mitad del cerro de las Noas!”.

Recordé un libro de Emil Lengyel titulado De la cárcel al poder, en el que sigue el rastro a ocho políticos que hicieron realidad el título y que yo leyera por los años setenta, cuando me lo regaló Rafael del Río. Aquellos hombres fueron: Jwame Nkrumah (llamado el Bolívar africa-no), el argelino Ben Bella, Jomo Kenyatta (que llegó a ser el presidente de Kenya), Habib Burguiba (el hombre de Túnez) el indonés Sukarno, Makarios III de Chipre, el húngaro Janos Kadar y Wladyslaw Goumufka de Polonia.

Pero hay algo más terrible que la cárcel, una cautividad mayor: la pobreza. Contra ella luchó, desde que tuvo uso de razón Ricardo Acosta; con las únicas armas verdaderas del pobre: amor al trabajo... es decir, horario, lealtad a una camiseta bien puesta, disciplinado ahorro

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 15 de octubre de 1999.

Page 37: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

(lo que significa que primero el ahorro luego el gasto)... todo lo cual le enseñaron sus padres con el ejemplo y grandes esfuerzos.

Sus padres eran zacatecanos y pobres. Se llamaban José Acosta Álvarez él, ella Virginia Mauricio Medina y decidieron venir a la Laguna después de soportar en su lugar de origen diez años de sequía. Ricardo nació pues, como quedó dicho, en el año de 1929.

Con el tiempo se fueron acercando a aquellas colonias aledañas del suroeste: La Fe, La Unión, La Compresora. Su padre se colocó como conserje en la escuela Álvaro Obregón de la colonia Torreón y anexas. En ella estudiaba su primaria nuestro Ricardo y comercio en la escuela Bancaria y Mercantil del señor Adalberto Ruiz Ríos.

Muere su padre en el 46. Ya para entonces Ricardo había comen-zado a trabajar en la papelería Esquerra, donde un día le descubrió el jefe de personal de Benavides, a quien sorprendió por su diligencia y espíritu de servicio y al enterarse de que su verdadero trabajo allí era en escritorio, pero que despachaba para no desperdiciar el tiempo que le quedaba libre, lo invitó a trabajar en la “Organización Benavides”.

Como a Ricardo le disgustaba la idea de pedir permiso, se arre-gló una entrevista en domingo que la papelería no abría y la farmacia sí. Total que ese mismo día del año de 1945 comenzó a colaborar con aquella organización en la que, contratado como oficinista, llegó a ser subgerente de la zona norte y gerente general de la zona noreste.

Antes de seguir adelante hay que contar que un día fue a solici-tar trabajo de oficina una jovencita que trabajaba en una notaría pero que buscaba progresar. Ricardo la entrevistó, la encontró inteligente, un poco frágil pero atractiva; sin embargo, desechó este último pensamien-to porque él estaba ahí para no equivocarse al escoger personal y sólo observó que podía aprender rápidamente y aunque temía que por lo del-gadita no pudiera realizar el trabajo que tenía que hacer —como lo ha-bía en abundancia—, la contrató. De todas maneras cuando la veía tenía que concederse que la nueva empleada tenía un no sé qué que le atraía. Luego se dio cuenta de que le molestaba el sorprender a alguno de los empleados mirándola, no obstante, ella era sumamente seria en sus la-bores. A fin de liberarla de aquello (y liberarse él al mismo tiempo), apro-vechó que su secretaria iba a dejar el trabajo para tomarla en su lugar. Lo que no imaginaba ni uno ni otro es que Rosa Rodríguez Lugo llegaría a ser su pareja, amorosa madre de sus hijos: el doctor Ricardo, el Ing. José Luis, otro ing. Carlos, el C.P. Miguel Ángel, la Lic. Rocío y Eduardo, que

Page 38: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

estudia la carrera de C.P. Todos Acosta Rodríguez. no imaginaban pues, que su esposa sería esa gran mujer que hay detrás de todo gran hombre.

A partir de 1973, asociado con Florentino Bustillo (quien por to-dos aquellos años lo fue guiando como si se tratara de su hijo por el mundo de los negocios) y con el apoyo de todos los suyos, su esposa y sus hijos, inició varias empresas; entre ellas los laboratorios homeopá-ticos Nartex, fabricante de productos medicinales que se venden en toda la República y que ha conquistado un gran prestigio.

Es posible que no haya jugado a las canicas, pero deporte no se le ha escapado ninguno, sea voleibol, básquet, béisbol, tenis o golf y a los equipos en que no jugó los manejó.

Del 53 al 58 fue secretario tesorero y presidente de la Asocia-ción Lagunera de Béisbol de Aficionados. Del 55 al 62 tesorero y presi-dente de la Liga de Softbol y de la Asociación de Softbol; del 55 al 59 presidente del comité organizador del Campeonato Nacional de Béis-bol de primera fuerza; del 62 al 73 director de distrito de la Asociación Mexicana de Ligas Infantiles y Juveniles de Béisbol; de 1962 a 1987 fue socio del club Sertoma de Torreón en el que desempeñó diversos cargos. Siendo presidente del club inició la Feria del Libro, que se ce-lebra anualmente en el mes de octubre; de 1962 a 1963 fue presidente del patronato pro niñez y juventud, cuyo único objetivo fue la cons-trucción de un estadio infantil de beisbol en el terreno de la colonia Torreón Jardín, cedido por las autoridades municipales. Dicho estadio fue inaugurado el 16 de septiembre de 1963, con la colaboración del campeonato nacional de béisbol infantil; en 1965 fue fundador de la Asociación de Ligas Infantiles y Juveniles de Béisbol de la República Mexicana; tesorero del campeonato nacional de voleibol varonil y fe-menil celebrado en esta ciudad y fue tesorero del comité pro cons-trucción del Instituto Tecnológico de la Laguna. De 1965 a 1972, junto con su señora esposa, desempeñaron varios puestos del Movimiento Familiar Cristiano, siendo incluso presidentes diocesanos; junto con ella fueron también presidentes de la sociedad de padres de familia de las escuelas Carlos Pereyra; de 1974 a 1976 desempeñaron varios puestos en el movimiento de Cursillos de Cristiandad; de 1976 a 1979 presidente de la Asociación de Tenis de la Laguna; en 1977 goberna-dor del distrito norte de Sertoma Nacional; en 1978 segundo vicepre-sidente nacional Sertoma; en 1979 director de la Fundación Nacional Sertoma; de 1983 a 1986 vicepresidente y presidente del Consejo de Administración del Campestre Torreón, S.A.

Page 39: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Una de las obras verdaderamente admirables con las que cuenta nuestra ciudad y que ha ganado las simpatías de todos a Ricardo Acosta Mauricio, es el haber estado frente a un equipo de personas selecciona-das con gran acierto y que hicieron posible, bajo su presidencia, la cons-trucción de la Unidad Deportiva Torreón; apoyado por las autoridades municipales, estatales y federales lo mismo que por personas y empre-sas de la iniciativa privada y los mismos usuarios. Más de sesenta mil personas al mes tienen la oportunidad de realizar, en sus múltiples ins-talaciones, actividades de deporte y recreación, disfrutando de ciento treinta y dos áreas verdes, más de mil trescientos árboles de diferentes variedades y setos de diversas figuras que están en una extensión de más de cinco kilómetros. Durante años, Ricardo Acosta Mauricio dedi-có varias horas diarias de su vida a esta obra, que enorgullece a nuestra ciudad en toda la República y por sí sola justifica la vida de servicio de cualquier hombre.

Por eso y por haber vencido al destino que le enfrentó su naci-miento, sobreponiéndose a él convirtiéndose en empresario y triunfa-dor; reconociendo los principios que le heredaran sus padres; las ense-ñanzas de sus maestros, particularmente las de sus profesores Braulio Contreras Amaro y Adalberto Ruiz Ríos; los consejos de personas como Florentino Bustillo, a los cuales reconoce el haber contribuido a cam-biar su vida... Ricardo Acosta Mauricio es indudablemente uno de Los Nuestros.

Page 40: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alfredo Aguilar Valdés*6

Cuando nace Alfredo Aguilar Valdés, el 21 de agosto de 1946 (a las ocho p.m. en esta ciudad de Torreón y en la clínica que estaba y sigue frente a nuestra Alameda Zaragoza para mayores datos), comienzan a pasar para nuestra Comarca los tiempos de su gran esplendor algo-donero. Alfredo es hijo del doctor Luis Aguilar Delgado y de la señora Juana María Valdés, originarios él de Mapimí, Durango y ella de Viesca, Coahuila. Sus abuelos por parte de padre fueron Atenógenes Aguilar Escobedo y Guadalupe Delgado, originarios de Jerez, Zacatecas. Sus abuelos por parte de madre fueron Antonio Valdés Aguirre y Catalina Galindo Fuentes, originarios de Saltillo, Coahuila. Su abuelo paterno fue farmacéutico titulado en el Instituto de Ciencias de Zacatecas y se vino a Torreón, procedente de Mapimí, por la importancia que ya tenía para el inicio del Siglo XX la ciudad de Torreón.

Puso su botica, llamada Colón, precisamente en la calzada Colón y la avenida Ocampo y, posteriormente, cuando su padre ejerció la me-dicina a partir de 1935, se juntaron el consultorio médico con la botica en la esquina de Escobedo y González Ortega; donde permanecieron por más de treinta años. En este barrio de aquel Torreón creció Alfredo, junto a amigos de todas las clases sociales, ya que en ese entonces no se notaban tanto las diferencias económicas de las familias.

De 1952 a 1963 cursó su educación primaria, secundaria y ba-chillerato en el Instituto Francés de La Laguna, en donde recibió la gran influencia Lasallista en su formación cívica y moral; sin embargo, Alfredo recuerda con gran respeto y agradecimiento las normas dis-ciplinarias que aplicaban sus padres en el desarrollo educativo de él y de sus tres entrañables hermanos: Luis Jesús, el hermano mayor que siempre ha sido un ejemplo a seguir por su tenacidad e inteligencia;

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 20 de febrero del 2004.

Page 41: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Enrique, el hermano artista, que amaba la libertad y que disfrutó a plenitud el ambiente neoyorkino por más de dos décadas, falleciendo en 1991 en la urbe de hierro y Julio, el hermano menor, destacado abo-gado empresarial quien además se ha distinguido por su elocuencia y entusiasmo en la cátedra universitaria.

Al terminar su bachillerato, Alfredo se fue a la Ciudad de Méxi-co a estudiar zootecnia en la UNAM, carrera que terminó con todos los honores en 1969, para luego especializarse en Administración de Empresas Agropecuarias y en 1971 comenzó lo que califica de “su gran aventura por el estudio y desarrollo de su especialidad”, a la que le ha dedicado 34 años de su vida productiva combinada con una larga y exi-tosa carrera editorial, que lo ha puesto en niveles de competencia na-cional e internacional.

Como especialista ha participado en diversos estudios para ex-pertos en varios países. En los Estados Unidos en siete universidades norteamericanas: Sull Ross State y Texas A&M, Rutgers University, Southern University en Lousiana, Oklahoma State, Universidad de Ari-zona y en la Estatal de Nuevo México. En Francia Cooperativa Cadauma en el Averyron; en Israel en el Kibutz Shefayim; en Cuba (ISCAH); en Italia (Centro Internacional de la OIT en Turín); en España en el Centro de Investigaciones del Gobierno de Aragón en Zaragoza así como en la Universidad Politécnica de Valencia y en Canadá en la Universidad de Manitoba.

Obtuvo su doctorado en administración de agronegocios por el Sistema Universitario de Louisiana. Ha participado como profesor invi-tado o conferenciante magistral en 24 universidades de México, Esta-dos Unidos y Centroamérica y ha sido consultor externo del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura IICA. Hasta el pre-sente año17 ha sido autor y coautor de 23 libros de texto; ha publicado 60 artículos especializados en revistas nacionales y extranjeras. Parti-cipa como ponente en congresos y seminarios nacionales e internacio-nales. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (CONACYT–SEP).

Las distinciones profesionales que Alfredo Aguilar ha recibido son producto principalmente de su trabajo editorial que ha desarrolla-do desde 1974: han reconocido su trabajo la Universidad del Estado de Iowa, la Universidad Nacional Autónoma de México, el Gobierno del

17 2004 (Nota del editor).

Page 42: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Estado de Louisiana, la Universidad Autónoma de La Laguna, la Univer-sidad Autónoma de Nuevo León, la Universidad de Sonora, la Univer-sidad Autónoma de Sinaloa, la Universidad Autónoma de Chapingo, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y la Universidad Autónoma de Tamaulipas.

Pero claro, no todo puede ser estudio y trabajo. Y un día el des-tino le llevó a la Ciudad de México y en la Confederación Nacional de la Pequeña Propiedad conoció a la profesora María del Consuelo Dávila Montesinos, originaria de Sabinas, Coahuila; quien colaboraba con el Lic. Gustavo Guerra Castaños. Echarse la vista encima y convencerse de que habían nacido el uno para el otro fue todo uno. Así que se ca-saron el 31 de enero de 1976. El matrimonio se llevó a cabo en Agujita, Coahuila, de donde salieron nuevamente al D.F. y en él siguieron vivien-do hasta 1982.

Alfredo venía colaborando como maestro investigador en la UNAM y lo hizo por dieciséis años consecutivos, pero su deseo de vol-ver a su tierra crecía con los años. Se decidió y se vino. En agosto del 82 ingresa como profesor e investigador de la “Universidad Agraria Antonio Narro” y desde entonces hasta la fecha ha prestado allí sus servicios, formando jóvenes que provienen de doce estados del centro y sureste de la República y de la propia región, en los renglones apa-sionantes de la administración rural o agropecuaria. Mariana, su única hija, les nace en 1987 y hoy cursa el segundo de bachillerato en la UAL. Sus padres la preparan para que sea una mujer de bien, con sus valores bien arraigados y que llegue a ser una profesional que sepa respetar y servir a sus semejantes.

Alfredo considera un compromiso social colaborar con las univer-sidades de Gobierno, porque son las que permiten acceso a los jóvenes de las clases populares que, de otra manera, no lo lograrían. Por eso está en la Narro, que a pesar de sus limitantes se ha venido actualizan-do en sus planes de estudio y lo que es más importante, se sigue ense-ñando a los jóvenes el amor por la tierra y por la patria. Y esto es algo por lo que Alfredo siente por convicción y vocación.

En 1989 Alfredo fue invitado a colaborar en el turno nocturno en la naciente Universidad Autónoma de La Laguna y como ya venía con una buena experiencia en el terreno editorial desde sus años como au-tor en la UNAM, le cayó como anillo al dedo la misión que desde 1992 le encomendó el Rector de UAL, doctor Pedro H. Rivas Figueroa: iniciar una labor editorial participativa con los profesores que han colaborado

Page 43: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y colaboran con una de las más activas y dinámicas universidades de la región. “Trabajar por la mañana en la Antonio Narro y por la noche en la UAL —termina diciéndome Alfredo Aguilar Valdés— me permite cumplir con mi vocación y la misión de vida que Dios me ha encomen-dado; la vida me ha permitido promover mis conocimiento en otras universidades nacionales y extranjeras que me hacen el honor de invi-tar compartir las experiencias que voy acumulando y compartiendo sin egoísmos, porque es verdad absoluta que entre más das, más recibes. Estoy viviendo esta época de mi vida a plenitud”.

Alfredo Aguilar Valdés es uno de Los Nuestros que ha llevado el nombre de México y de Torreón con honor por más lugares y lo seguirá llevando en el futuro, pues física y mentalmente se conserva en magní-ficas condiciones y su entusiasmo por el estudio no tiene fin.

Page 44: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Aguilera Méndez*8

Nació en esta ciudad el 29 de agosto de 1937, en la clínica del doctor Samuel Silva; así que apenas hace un mes cumplió 67 años. Fueron sus padres don Francisco Aguilera y doña Elvira Méndez. Su niñez fue la de todos los niños; es decir, aprendió a caminar, a hablar y a distinguir la verdad de la mentira, cosa que tanto le ha servido después en el ejerci-cio de su carrera de abogado. Al rondar por los siete años lo inscribie-ron sus padres en el Colegio Hispano Americano, dirigido entonces por los señores profesores españoles Benito Garrido, Pablo Farruz y Mario Alexander y estos fueron los que, acaso, sin propósito y sin darse cuen-ta ni ellos ni él, sembraron en su espíritu la inquietud por el misterio de las palabras que en sus últimos años le ha aflorado con mayor fuerza, convirtiéndolo en un dinámico investigador de sus fuentes.

De entre sus profesores de primaria le quedó un recuerdo im-borrable de Pablo Farruz, quien, como se usaba en aquellos tiempos y lamentablemente ha dejado de hacerse en los actuales, con sangre (a palmetazos) le hizo entrar las reglas gramaticales y de José García Tria-na quien, de la misma, o de otra forma muy parecida, le enseñara ma-temáticas. La secundaria la cursó en la “Carlos Pereyra”, que entonces estaba por las calles Donato Guerra y García Carrillo y dirigía el padre Leobardo Fernández Flores; siendo en ella su profesor de Literatura el licenciado Jorge J. Sánchez. El bachillerato lo cursó en la escuela Venus-tiano Carranza y al terminarlo inició los trámites correspondientes para ir a vivir a México en una casa de huéspedes y estudiar jurisprudencia en la UNAM, donde se recibió el cuatro de octubre de 1962; es decir, nada menos que el propio día de su santo.

Recuerda que algunos de los profesores que le dieron clases fueron Miguel de la Madrid Hurtado (quien después sería Presidente de México); Manuel Rivera Silva (quien fue Ministro de la Suprema

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 1 de octubre del 2004.

Page 45: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Corte de la Nación); Fernando Castellanos Tena (quien también llega-ría a Ministro); Ernesto Gutiérrez y González (quien le tomó gran ca-riño y que era hermano del distinguido periodista de siempre Luis Gu-tiérrez y González). Entre sus grandes amigos de entonces recuerda a Salvador Antunano Iturbide, Javier Todd Estrada, Rafael Preciado Hernández, quien le dio Filosofía de Derecho y que era amigo de Ma-nuel Gómez Morín, fundador del PAN. Otros amigos íntimos fueron Gilberto Tapia Sosa, Alejandro Cardona, Luis Torres García, hijo de Bartolo García, Fauzi Hamdan, Eduardo Gaxiola y Lago, Jaime Guerra González, estos tres últimos abogados y socios en un bufete en el que ahora trabaja Gabriel, hijo suyo.

Ya como profesional, el primer trabajo que desempeñó fue en la propia Ciudad de México como jefe de departamento en la Secretaría de Industria y Comercio, donde fue su jefe Francisco Sáenz y Sáenz, hombre honesto y respetable, del cual guarda el mejor de los recuerdos. Fue allí que lo localizó el Grupo Vitro de Monterrey, que le dio una oportunidad en su oficina de la Ciudad de México. Jorge Gonzalo Ramírez, abogado guanajuatense que fue su jefe, se convirtió, al mismo tiempo, en el hom-bre que más le ha enseñado de Derecho. Más tarde, del 69 al 73, se aso-ció al bufete de Miranda, Santa María y Estela, el más grande y de mayor prestigio en la capital, dirigido por Fausto Miranda Ortiz, primo hermano del doctor y cantante Alfonso Ortiz Tirado. En esas andaba cuando re-cibió del Banco Internacional del Norte la invitación de sumarse a esta institución como director de su departamento jurídico en la Comarca La-gunera, Durango, Chihuahua y Sinaloa. Aceptó. Eran los tiempos en que el presidente del consejo era, como dice Pancho Ledesma, “ese inolvi-dable personaje que en vida se llamó José Amarante Uribe”, de quien el licenciado Aguilera Méndez fue secretario y director y gerente del Bital, Sergio Flores Saucedo y Sergio Pérez Merodio.

Tiempo después, a invitación de Paco Martín Borque, se fue a trabajar con el Grupo Soriana como director jurídico del mismo. Años después y sólo como una experiencia más, pues perdía en el cambio, aceptó una invitación de su amigo Heriberto Ramos Salas, para actuar como Juez de Primera Instancia; última experiencia y prueba que se impuso antes de abrir su propio despacho, donde desde entonces ofre-ce sus servicios directamente al público y ha conquistado una clientela que le ha permitido visitar durante cinco años consecutivos Europa y, de una manera especial, es decir, dedicándole más tiempo, España.

Antes de ello estuvo acudiendo a reuniones bisemanales que el licenciado Homero del Bosque y don Joaquín García Cruz celebraban y

Page 46: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

en las que particularmente se hablaba sobre la literatura del Siglo de Oro y la lengua española, temas que al licenciado Aguilera Méndez le atraparon definitivamente, de allí sus visitas anuales a España, donde alimenta su catolicismo, su amor a la Madre Patria y un mayor conoci-miento de los escritores españoles de los Siglos XVI y XVII y de la propia lengua española, aquélla de la que nuestro Horacio Zúñiga dijo:

¡Oh lengua de los pueblos hermano de mi raza! ¡Oh lengua cu-yas flores ornaron la coraza del aguerrido y férreo y audaz con-quistador! ¡Oh lengua en cuyos cálices de toda melodía bebieron nuestros indios la dulce Ave María con que se inunda el alma en néctares de amor! ¡Oh lengua! ¡Oh lengua mater! ¡Oh lengua de Castilla que eres como la estrella que va volando y brilla y al mismo tiempo es música del arpa sideral! ¡Oh lengua, en un de-rroche de peregrinas galas, ve siempre con el rítmico susurro de tus alas, acariciando vientos de arrullo y madrigal. ¡Eternamente vibra, eternamente canta y cuando sobre el mundo, ninguna hu-mana planta, trace radiantes surcos de la belleza en pos, que es-tallen todavía los ecos de tus notas y vayan remontando por las tinieblas rotas, como un beso infinito que va buscando a Dios!

Durante su estancia en la Ciudad de México no se perdía los con-ciertos de la dirección de la UNAM que ofrecía por allí en un lugar entre las calles de Insurgentes y Coahuila, tampoco los de un restaurante de aus-triacos llamado “El Cucú”, en el que tocaba el violín Eugenio Landovsky.

Pero vayamos a otra cosa, pues la vida para Francisco Aguilera Méndez no sólo era trabajar, trabajar y más trabajar. Durante una breve relación que tuvo con Seguros La Comercial un día le echó el ojo a una lin-da mujercita que allí trabajaba y que vio revestida de todos los dones que el Señor pudiera dar a ninguna otra Eva y recordó, claro, a Nervo; todo en ella encantaba, todo en ella atraía: Su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar... Era llena de gracia, como el Avemaría; quien la vio no la pudo ya jamás olvidar... (y menos él). Se trataba de María Teresa Romero Escalo-na, a la que poco después encontrara nuevamente en Acapulco, vacacio-nando ambos, donde se hicieron novios en la Playa Condesa para acabar casándose el 23 de junio de 1965 en la Ciudad de México, en el templo de Santo Domingo de Guzmán de Mixcoac. El Señor bendijo su matrimonio con seis hijos, dos hombres y cuatro mujeres: Teresa y Francisco, quienes nacieran en la Ciudad de México y los siguientes cuatro en Torreón, como él. Teresa es licenciada en Ciencias de la Comunicación, graduada en la Ibero; Francisco es licenciado en Diseño Industrial; Gabriel, licenciado en Derecho, encargado de la Suspensión de Pagos de Altos Hornos; Claudia

Page 47: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

es Contadora Pública por la Ibero; Marcela licenciada en Derecho por la UAC y Ana Laura es Pedagoga por el Sistema Montessori.

En 1992 asistió en Granada, Andalucía, España al Congreso Barra de Abogados Hispano Americano y tuvo la oportunidad ya habiendo brincado el charco, de visitar por primera vez otros países europeos. En el 2000 empezó a planear sus propios viajes, visitando España, Francia e Italia, repitiendo en el 2001. En el 2002 volvió a Francia y España, dan-do la mayor parte del tiempo a esta última y en el 2003 volvió una vez más, visitando ciudades y pueblos que no había podido visitar antes, particularmente San Millán de la Cogolla, cuna del idioma castellano.

Felipe Abad León, cronista oficial de La Rioja refiere a Menéndez Pidal, quien afirma que el origen de la lengua castellana hay que bus-carlo en el rincón cántabro, “y otro escritor, ilustre abogado burgalés, don José María Codón, acuñó esta frase: El castellano nació de padre latino y madre cántabra”. En San Millán de la Cogolla está el primer escrito conservado en romance español. La frase, puesta en castellano de nuestros días, dice: “Con la ayuda de Nuestro Dueño Dueño Cristo, Dueño Salvador el cual Dueño está en la Gloria y Dueño que tiene el mando con el Padre, con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz go-zosos seamos. Amén”.

Bueno, pues esto, el estudio de nuestra lengua y el de sus culto-res del siglo de oro español, es lo que preocupa y ocupa al torreonés licenciado Francisco Aguilera Méndez y algún día no lejano nos irá dan-do verdaderas sorpresas sobre sus investigaciones. Por ello y por su proyecto de escribir un libro sobre el tema del idioma español, un día cercano nos ira dando noticias que lo confirmarán como lo que ya es, uno de Los Nuestros.

Page 48: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ignacio Aguirre Arzaga*9

Ignacio Aguirre Arzaga nació el 29 de agosto de 1939, nada menos que en Hidalgo del Parral, Chihuahua, ciudad que en las mudanzas de los tiempos ha perdido lo Hidalgo para quedarse en Parral, a secas. De sus primeros años Nacho Aguirre poco recuerda y menos cuando sus pa-dres: Jesús Aguirre Pallares y Celia Arzaga, se cambiaron a Chihuahua, la capital, en la que él estudiaría desde kinder hasta sexto año en la Escuela Pascual Orozco No. 218 y de la cual tiene gratos recuerdos de la profesora Emma Rubio y de María Luisa Olague, por ser ambas muy creativas y motivadoras con sus alumnos.

Su padre tenía un negocio de productos lácteos: que promovía en las tiendas locales y en los pueblos cercanos, en tanto su madre se dedicaba a las labores del hogar. Un par de meses de vacaciones en los que ayudaría al negocio familiar y vuelta a los estudios en esta ocasión, en la academia comercial Justo Sierra, cuyo director, el profesor José María Sánchez Celis, era el reverso de la medalla de sus maestras, es de-cir, era exageradamente estricto con las reglas y duro con sus castigos. De todas maneras fue en aquel tiempo que se le desarrolló en la ACJM su afición al basket ball, base ball y natación, recordando de entonces a sus amigos, Tomás Orozco, Armando Neri, Enrique Franco, Antonio Olivas, Oscar Hernández y José Antonio Aguirre y entre ellas a Graciela Martínez, Martha Haller y Elvira Castillo.

Como decidió seguir estudiando secundaria y preparatoria, co-menzó a trabajar en el banco de Chihuahua para lograrlo, permaneció allí hasta el año 58, en el que el contador del banco Comercial Mexi-cano, Fernando Schwartz, le invitara a irse con ellos, sólo que a la ciu-dad de México. Propuesta que aceptó y en 1959 no solamente estaba allá, sino que aprovechó aquella estancia para estudiar dos años de la carrera de contador. Luego sucedió que el jefe del departamento

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 7 de julio del 2000.

Page 49: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de auditoría se cambió y a él le dieron la oportunidad de suplirlo y comenzaron sus auditorias y el ir y venir de ellas a cuanta sucursal se ofrecía, lo que sirvió para que el destino de Nacho Aguirre se fuera cumpliendo, pues en una de ellas trabajaba Martha, que hoy es su esposa y necesariamente tuvo que conocerla, con la coincidencia de que el flechazo fue mutuo; de tal manera que después de un breve noviazgo de ocho o nueve meses, en 1961 se casaron, quedándose a vivir en México. Nacho y Martha Aguirre han tenido cuatro hijos: Ignacio, que es licenciado en administración financiera, estudió en el Tecnológico de Monterrey, vive en Ciudad Juárez y es gerente del Banco Nacional de Comercio Exterior. Está casado con Susana Arriaga y tiene dos hijos, hombre y mujer; Martha Elena es licenciada en re-laciones industriales, estudió en la Iberoamericana. Casó con Enrique Betancourt, que trabaja en el banco Bilbao Vizcaya, viven en Tijuana y tienen dos hijos, hombre y mujer; Carlos es ingeniero en sistemas de producción, estudió en la Iberoamericana, donde ahora estudia su maestría. Es soltero. Gabriela, cirujana dentista. Estudió en la Univer-sidad de Nuevo León, haciendo un postgrado en la Universidad del Norte de San Antonio, Texas. Casó con el licenciado Roberto Dimas, de nacionalidad panameña, tienen una niña y viven en Panamá.

Por supuesto, cuando Nacho Aguirre se empeñó en hacer una carrera de contador, no lo hacía pensando precisamente en convertir-se en funcionario bancario, pero los sucesos que a esto lo llevaban se producían rápidamente uno tras otro, enriqueciéndose con las expe-riencias que le dejaban las auditorías. En 1965 dejó el banco Comercial Mexicano para ir al Banco Longoria en el que estuvo un año, reinte-grándose como contralor de la financiera del grupo Comermex en Mé-xico, que en 1969 lo comisionó para ir a abrir oficina de la financiera a Veracruz, donde en 1971 ésta se fusiona al banco quedando Nacho Aguirre como gerente regional y donde sería también presidente del centro bancario hasta 1976, año en que lo cambian a Torreón, a donde llega el 20 de mayo. Por cierto, en ese mismo mes iba a tomar posesión como tesorero del distrito 419 del club Rotario de Veracruz lo que no pudo ser por su viaje a esta ciudad.

A Torreón llegó como director regional lo que comprendía los estados de Coahuila y Durango y ya aquí abrió también oficinas en el estado de Zacatecas. Reconoce que desde el principio se sintió muy apoyado por Don Antonio de Juambelz, presidente del consejo del Ban-co Comercial Mexicano, así como de los consejos del ingeniero José F. Ortiz que le hicieron comprender la idiosincrasia del lagunero y le daba el ingeniero Ortiz en su propia casa invitándole a visitarlo. Desde

Page 50: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

el principio sus preocupaciones constantes fueron mejorar la captación de recursos, el crédito y la recuperación de la cartera vencida, recono-ciendo la valiosa ayuda de sus colaboradores Flavio Pérez, Toño Luna y Othón Borrego, (q.e.p.d.) Jorge González Ruiz, Carlos Rosales, Lic. Carlos García Carrillo y Everardo Martínez.

Recuerda la gran enseñanza que para él representaron las fuer-tes discusiones que sostuvo con Elías y Juan Murra, Santiago Garza, Paco Martín Borque, Gerardo Benavides, Carlos Valdés del grupo Lala, Manuel Villegas, Juan Gonzáles Reyes entre otros.

La ciudad les fue enamorando, casi de primera vista, a toda la familia y alguno de los pequeños hijos, cuando llegaron, si no por otra cosa, porque estaban más cerca de Disneylandia. Entre las cosas que recuerda con satisfacción es haber podido apoyar a la ciudad industrial de Torreón que promovieron el licenciado Homero del Bosque y Jorge Duéñez y la de Gómez Palacio que impulsara Carlos Herrera y a través del grupo formado por Alfonso Estrada, haber estado entre los que do-naron terrenos para el Tecnológico de Monterrey.

Sería efecto de sus primeros tiempos como auditor, sería porque fue un banquero natural, lo cierto es que era uno de los pocos de aque-llos tiempos, de los que muchos decían, que tenía conocimientos casi exactos de los límites que podía prestar a cada negocio, de tal manera que al mismo tiempo que protegía a su banco daba la impresión de tener siempre buena disposición para facilitar el crédito a sus clientes.

Poco tiempo después de dejar la banca todos los bancos cambia-ron su organización, de manera que Nacho Aguirre fue algo así como el “último Mohicano” de la vieja escuela, de aquella que les daba gran libertad para decidir rápidamente el sí o el no de alguna solicitud de cré-dito; de aquellos que con una mirada y hasta por corazonadas resolvía con acierto sobre un crédito. A quienes – como con Don Pancho Vene-gas— les importaba más que un individuo fuera trabajador a que fuera rico. Así ayudaron a convertir a muchos que apenas si tenían oportuni-dad de ser algo en grandes empresarios.

Cuando Nacho Aguirre dejó el banco en 1981, tras veintiséis años de estar en la banca, el Banco Comercial Mexicano era el número uno, manejando el veintinueve por ciento de los recursos de la plaza. Su de-cisión de retirarse fue más que nada una cuestión de lealtad, de solida-ridad hacia José Pintado Rivero, que siempre había apoyado todas sus decisiones. A partir de entonces Nacho Aguirre Arzaga se ha dedicado

Page 51: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

a trabajar promoviendo sus propios intereses y a disfrutar de sus pasa-tiempos como son el golf, el dominó y la lectura.

Con Martha su esposa ha viajado por Europa, el Caribe, Brasil, Norteamérica, Buenos Aires, Costa Rica, Panamá, Cuba, España, Repú-blica Dominicana y la Gran Bretaña.

En la ciudad ha sido, cuando sus hijos estudiaban, secretario del Colegio Americano y ha colaborado con la Cruz Roja.

Desde sus primeros días en nuestra ciudad y ha cumplido vein-ticuatro en ella, tanto él como los suyos se enamoraron de Torreón y tanto por lo que contribuyera a su desarrollo, desde su posición de ban-quero, al crecimiento de su comercio e industria, como por sus inversio-nes personales en diversos proyectos de bienes raíces que indudable-mente benefician a Torreón, Nacho Aguirre que llegó a nuestra ciudad para quedarse en ella, es uno de Los Nuestros.

Page 52: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Roberto Aldape Navarro*10

Con su magnífica vitalidad y una interna alegría que no se le ha acabado, acompañado de su amada Elba y los tres primeros hijos de ambos (Cristi-na, Chiquis y Beto), Roberto Aldape Navarro radica de manera definitiva en nuestra ciudad desde principios de la década de los 60’s, época en la que Torreón, adaptado ya a los cambios de la de los 30’s, tomaba un segundo aire e iniciaba vigorosamente su recuperación económica y es-piritual.

Roberto nació el 26 de octubre de 1937 en Anáhuac, Nuevo León, donde por entonces vivían sus padres, así que es otra de esas valiosas contribuciones humanas con que aquel estado ha ayudado al desarro-llo del nuestro. Su padre, Raúl Aldape González, era de Piedras Negras y su madre, Beatriz Navarro Rodríguez, de Palau; por lo tanto, coahui-lenses ambos. El señor Aldape, deseoso de mejorar económicamente, compró un día un libro sobre contabilidad y en él aprendió lo suficiente para emplearse como contador. Como tal vino en 1941 a trabajar en el Banco Ejidal en Matamoros, Coahuila, a donde se cambió con toda la fa-milia. Roberto tenía cuatro años y entonces fue que le sucedió aquel ac-cidente inolvidable que, en cierta forma, le marcó para siempre con una filosofía muy personal acerca del destino y de la vida. Sucedía que por aquellos años el agua en Matamoros —como en algunos barrios nues-tros— se llevaba a domicilio (a tanto el bote) cada X días en carretones de dos grandes ruedas (acaso muy parecidas a las dos primeras que Fray Sebastián de Aparicio hiciera para bendición de los tamemes, allá por Puebla en tiempos de la colonia); llevaban en grandes recipientes el agua para vender. Un día en que el carretón se paró frente a la casa a de los Aldape, Roberto, como todo niño hace cuando se acerca a dos barrotes, metió la cabeza en los rayos de la rueda y entonces, su herma-no Raúl que estaba arriba, en la cama del carretón hizo un movimiento, acaso para verlo, que puso en movimiento la rueda la que apresó la

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 8 de septiembre del 2000.

Page 53: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

cabeza de Roberto entre el siguiente rayo y una pieza sobresaliente del fondo de la cama del carretón. Los segundos siguientes fueron el caos: los gritos de Roberto abajo y aprisionado; arriba Raúl, sin saber si moverse o no, más quieto que un obelisco; Susana, su hermana con sus pocas fuerzas tratando de mover la rueda para destrampar a Roberto; la gente que se aglomeraba... por fin entre algunos voluntarios ayuda-ron a Susana a conseguir sus propósitos y salvar de su martirio a su hermano, que no callaba y sangraba a chorros por el cráneo, que se le había quebrado. La intervención de los médicos locales y los de Monte-rrey, a los que también se recurrió, además del tiempo y la fortaleza de Roberto Aldape le salvaron de aquello, pero desde entonces un pedazo de su cráneo no es suyo, es artificial.

En fin, como a todos los niños, a él también le llegó el tiempo de la instrucción primaria. Para entonces el Banco ejidal ya había trans-ferido a su señor padre a Torreón y vivían en la avenida Abasolo 1142 oriente. Roberto estudió del primero al cuarto de primaria en la escuela Apolonio M, Avilés, de la que recuerda a Benita Amónsu, directora y los juegos de entonces: las canicas, el trompo y el balero. De alguna manera repartía volantes o periódicos y un encabezado le informó que la Segunda Guerra Mundial había terminado. En la escuela Coahuila hizo su quinto y sexto grado de primaria. De ella recuerda a Hortensia Gámez Dena, su directora; al profesor Ateneo Espino y a la profesora Manuelita. Roberto sintió desde pequeño una natural inclinación al tra-bajo. A los diez años, estudiante todavía, ya trabajaba en una fábrica de veladoras. Su papá por entonces se sacó un premio en la lotería; se separó del Banco y puso una fábrica de paletas que llamó “Yukón”, le fue bien. A las de agua agregó otras que el mismo público bautizó como “Cremoletas”. Sus vacaciones de sexto las utilizaba para meterse en to-dos los sitios de su barrio donde le permitieran hacer algo y aprender lo que hacían: en la carpintería, en el taller mecánico, en el de pintura... así se fue haciendo hábil con las manos, que sigue utilizando con eficacia como pasatiempo.

Cuando estaba por terminar la prepa, se tropezó por el parque con un amigo quien, disgustado porque “sus padres no le compren-dían”, se iba a ir, escapándose a Monterrey y lo invitó a acompañarle. Roberto no se negó pero le dijo que no tenía dinero y entonces su ami-go le dijo que no se preocupara, que él le pagaba el pasaje. El espíritu aventurero y nómada de Roberto en ese mismo momento reclamó sus fueros y a Monterrey se fueron. Como sabía de peletería se fue a con-seguir trabajo en la primera que le salió al paso y pasó el examen. Ya con trabajo seguro, se comunicó con una tía y le platicó lo que había

Page 54: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

pasado, pidiéndole posada, para no andar de vago. Esa misma noche les hablaron a sus padres y todo quedó arreglado.

Roberto siguió estudiando y trabajando. Estudió en la “Escuela Álvaro Obregón”, fundada por Eugenio Garza Sada. Allí mismo estu-dió la carrera de ingeniero industrial, de la que no se tituló por falta de papeles. Un día conoció al señor Antonio Dabdub, quien tenía un laboratorio en el que fabricaba insecticidas y desodorantes y a quien mintió diciéndole que tenía 18 años cuando apenas tenía 16 para que le diera trabajo de vendedor. Comenzó en la ciudad y luego suplió a un vendedor cuya ruta eran los estados de Coahuila, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, Sinaloa, Sonora y Chihuahua.

En uno de estos viajes, en 1958, conoció a su desde entonces amada Elba: María Elba Arriaga Soto de Delicias, Chihuahua. Un año duró su noviazgo. Su boda se realizó el seis de julio de 1959. Él de veinte años, ella de dieciocho. Dos años duró su viaje de bodas, por todas las carreteras de los estados ya dichos, él trabajando, ella acompañándolo. Así hasta el 61, en que se radicarían aquí, definitivamente. Los hijos son: Cristina, Chiquis, Beto, Azucena, Bety y Rebeca. Se asientan aquí, pues, y lo primero que hacen Roberto y su amada Elba es preguntarse y ahora ¿qué? Saben que cuentan con algo para soportar algunos meses; sabe Roberto que sabe hacer algunas cosas: paletas, insecticidas y algunos derivados; Elba sabe que él es trabajador y a todo dar; que canta bien las románticas y tiene un buen carácter... en una palabra que ambos son de confiar, así que ambos se dijeron: ¡adelante! Por un tiempo Ro-berto hizo y vendió insecticidas. Luego, uno de sus cuñados le dijo ¿por qué no vendes seguros? Y tú ¿qué sabes de ellos? Pues esto y aquello y que si les agarras el hilo son un buen negocio. Y así Roberto vendió a partir del 67 por seis años, seguros de los bancos de Trouyet, de Iturbi-de y esos gargantones de los negocios financieros. Buscando argumen-tos traía acatarrados a sus superiores con sugerencias para mejorar los ofrecimientos. No todas, pero algunas de ellas fueron aceptadas.

Así andaban las cosas cuando un día su buen amigo Manuel Mi-

jares Gutiérrez, le dijo que se fuera a México a platicar con Armando Acuña Monteverde, que había sido director de Nissan y que ahora lo era de Telecadena Mexicana; poniéndole en la bolsa un boleto de ida y vuel-ta a México y algún dinero. Apenas alcanzó el avión. Llegando, se fue a las oficinas de Acuña. Todo mundo iba de un lado a otro. No obstante, localizó a quien buscaba, que andaba en lo mismo, de prisa le dijo... Así se lo dijo, agregando que necesitaba a un hombre de confianza para que manejara en Torreón el canal 2 y que vendiera lo suficiente para ganar lo

Page 55: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que quisiera. Y no te puedo decir de momento más, ¿quieres ser tú? Al día siguiente Roberto se vino y del aeropuerto se fue al canal. En el aero-puerto lo esperaba el que iba a dejar el puesto y lo que tardó en llevarlo, fue el tiempo que tuvo para decirle lo que era una estación televisora. Le presentó a la secretaria y se despidió. Lupita, la secretaria, le dijo algo más y de allí en adelante se rascó con sus propias uñas. Sus dotes de vendedor, su simpatía, su energía inagotable hicieron el resto. Hizo pro-gramas en vivo. Allí cantó Adán Luna (que ahora se conoce como Juan Gabriel), José José (cuando el nombre no tenía resonancia). También entiendo que hasta tuvo un programa llamado “Siempre en Domingo”, cuando ese nombre no era conocido en la capital. Total que su sistema de ventas era el que sus clientes querían: en efectivo, a plazos, en inter-cambio. Se proyectó a otras televisoras del norte y cinco años después, cuando sus superiores hicieron cambios, le ofrecieron se fuera a la capi-tal; pero su amada Elba (aunque el nombre de Roberto quiere decir “el buen consejero”) le dio uno, le dijo: “Allá no, mi amor; aquí”. Renunció, pues, les entregó lo que había hecho y cuando le dijeron que lo iban a liquidar les dijo que así estaba bien, que prefería una recomendación si llegaba a necesitarla.

Otra vez volvieron Roberto y Elba a sentarse y a preguntarse: Y ahora ¿qué? ¿Un negocio de equipo para supermercados? Nuevamen-te ¡adelante! Se fue a México. Vio a Max Golberth, a Julio Hirschfield, a Joseph Block, a Bud Mernier, a Samuel Reisneer y les pidió crédito. Muy bien, pero necesitamos referencias. Dio las de aquellos a los que había pedido le dieran, si llegaba a necesitarlas. Quienes iban a ser sus proveedores le resolvieron antes del tiempo en que habían quedado de resolverle. Le dijeron que se volviera cuanto antes porque los camiones con mercancía iban a salir casi de inmediato. Y del 72 para acá el éxito lo persigue con lealtad de perro, algunos dicen que es suerte, ¿qué más da? Él no para de trabajar. Pasó unas vacaciones en Morelia y le gustó la ciudad para abrir un negocio similar. Lo hizo, por allá estuvo diez años, del ‘84 al ‘94, hasta que lo venció la nostalgia.

Vuelto a su primer negocio, va sólo una hora al día. Paró una fá-brica en la que fabrica estufas, planchas, mesas de buffet, en fin, todo lo que necesitan los comedores industriales y se olvida de todo menos de su amada Elba, claro, y de los suyos; mientras ocupa su talento para resolver problemas de diseño y hace las muestras de sus diseños. Sus mandamientos comerciales son: eliminar el azar, diversificar sus em-presas y mantenerlas en estado de fácil convertibilidad.

Roberto Aldape Navarro, sin duda alguna, es uno de Los Nuestros.

Page 56: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alberto Allegre Familiar*11

Alberto Alegre Familiar acaso sea el más torreonés de los torreo-neses vivientes. Esto porque nació, nada menos que en la esquina que por muchos años fue el corazón del centro de Torreón: la de Hidalgo y Valdés Carrillo. En 1920, cuando allí vino al mundo lagunero el que años después sería para todos el ingeniero Allegre, en esa esquina se levantaba el domicilio particular de sus padres: don Alberto Allegre y doña Ana María Familiar. Pocos años después —poquísimos por cier-to— aquel sitio se convirtió en lo que sería por muchos años uno de los almacenes de ropa y novedades más conocidos en la comarca y más que por su nombre por el de su dueño: don Luis Espejo, que los lagune-ros convirtieron en “Casa Espejo”... pero, ésa, es otra historia.

Don Alberto, francés de nacimiento y padre de nuestro ingenie-ro Allegre, tuvo aquí una tienda que estuvo ubicada primero por la ca-lle Cepeda entre las avenidas Juárez e Hidalgo y al final por la Ramos Arizpe, entre las avenidas Hidalgo e Iturbide, hoy Venustiano Carranza. Doña Ana, su madre, era queretana, de ese Querétaro que por mucho tiempo fuera la capital cultural del Bajío y cuyas glorias cantara ya en 1680 Carlos Sigüenza y Góngora. De 1935 a 1939 Ramón Rodríguez Fa-miliar, primo de ella y por lo tanto tío del ingeniero Allegre, fue gober-nador constitucional de aquella ciudad. En sus primeros seis años de vida tuvo la suerte de que don Nazario Ortiz Garza se ocupara en dos períodos municipales de transformar esta ciudad y lo hizo de tal ma-nera, que un día el ingeniero Allegre la prefiriera a la Ciudad de México para vivir.

Cuando llegó el momento de que comenzara su instrucción pri-maria, cursó primero y segundo año (querido y consentido que estaba) con las señoritas Valles, en privado. Para cursar tercero y siguientes lo enviaron a la capital del país, inscribiéndolo como interno en el colegio

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 8 de marzo del 2002.

Page 57: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

San Borja. Algo ocurrió al principio de la década de los treinta, el cam-bio de talón oro a talón plata, o algo por el estilo, cosas de nuestra eco-nomía, que afectó los negocios del jefe de la familia Allegre; la cuestión es que el hoy ingeniero tuvo que abandonar San Borja y la capital para volver a Torreón a tiempo de matricularse en el colegio Modelo, donde terminó sus estudios primarios. Terminados aquellos años, los estudios de secundaria los hizo en la escuela preparatoria de La Laguna, fundada por el licenciado José María del Bosque. Y luego se fue a la Ciudad de México. En esta ocasión al Politécnico.

Los tiempos le habían cambiado, pero haciendo honor a sus ape-llidos, era Allegre por parte de padre; es decir, ágil de mente, vivo y, sobre todo, bien dispuesto hacia lo que la vida le trajera. Y Familiar por parte de madre, inclinado al trato llano y sin ceremonia, por lo que fá-cilmente hacía amistades. Con tales armas llegó, pues, al Politécnico, avanzó en sus estudios hasta el grado de ilusionarse con la carrera de Técnico Electricista, que por aquellos tiempos muchos eran los que la escogían (recordemos a Armando Martín Borque, que era lo que quería ser).

Pero su destino lo quería en mayores campos y otras alturas y por eso, ¿por qué otra cosa?, vino lo de su expulsión. ¡Ah sí, porque de lo de la mecánica lo expulsaron! El motivo les parecerá increíble a los estudiantes actuales, pero, ¡así éramos los del 98!, como decía en su tiempo el lusitano Eca de Queiroz o entre nosotros los de los treinta y tantos como dirían aquellos profesores y estudiantes. La cuestión es que, por lo de su apellido -y Alberto entonces no necesitaba más- dejó su sombrero al centro del gran patio. Todos comenzaron a preguntarse de quién sería y con qué objeto estaba allí como montera de torero al centro de la plaza. Lo malo fue que los profesores también se lo pre-guntaron y llevaron su investigación hasta dar con el dueño del som-brerito aquél, ¡y vámonos a la expulsión! Y entonces no había de otra, el que mandaba, mandaba. No como ahora. Pero lo habían expulsado de aquella carrera, no del Politécnico. Así que, lo que realmente pasó fue que su destino comenzó a cumplirse, pues se inscribió en la carrera de ingeniería civil. Y allí comenzó a nacer el ingeniero Allegre, como le llaman unos y Allegre Familiar, como le llaman otros. Y no se crea que esto es cualquier cosa, porque alguna vez el ingeniero Tomás Ocampo me decía que lo único que le disgustaba de su carrera era que le hacía perder su apellido, pues todos le llamaban por su profesión.

El primer trabajo de que el ingeniero Allegre se responsabilizó siendo todavía estudiante fue una casa que le encargó su pariente Carlos

Page 58: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Familiar. No obtuvo ganancia pero, ¿qué tal experiencia? En 1943, toda-vía como pasante, se fue a El Mante donde permaneció dos años como subcontratista de obra civil tanto allí como en Xicoténcatl. A Torreón llegó en 1945 y su arribo coincidió con el momento en que el arquitecto Jerónimo Gómez Robleda iniciaba las obras de urbanización del fraccio-namiento de Torreón Jardín, de las cuales fue nombrado director. Aquí, como buen creyente, el ingeniero Allegre advierte: “Dios ha sido muy bueno conmigo siempre” y luego, suspirando y recordando el Torreón de aquellos tiempos, sólo dice: “Era muy bonito. La Morelos, (aquella Morelos de don Nazario) era muy hermosa... ¡y las muchachas!, ¡no!; había muchachas muy guapas en Torreón, muuucho muuuy guapas... Interviene Lupita, su esposa: “Yo tenía trece años entonces...”. “Sí, si no, no te pesco...”. “Sí, pero de todas maneras, él ya venía comprome-tido, pedido y dado, ¿a poco no?”. “Yo tenía una novia en México; pero, de todas maneras, aquí tenía una que otra noviecita...”.

El ingeniero Allegre había conocido a Carmen y Julia Pámanes y un buen día ellas lo invitaron a ir a Monterrey a recoger a Lupita del in-ternado del Sagrado Corazón y luego pasarse todos unos días en Nueva York. Lupita les platicó de ellos a sus condiscípulas, que esperaban ver llegar, sino a un charro, a un hombre de campo, así que todas se que-daron sorprendidas al ver a un hombre guapo que les doblaba la edad. Pero también el ingeniero Allegre se llevó su sorpresa al ver a Lupita, de quien por el camino pensaba que más tarde podría presentársela a su hermano Raúl y que Dios dijera la última palabra; pero cuando la vio y la trató en esos quince días neoyorkinos que siguieron, cambió de idea, diciéndose a sí mismo: “qué Raúl ni qué Raúl, por muy hermano mío que sea. Si Dios me trajo hasta acá para conocerla es que ella es para mí”. Y con ello comenzaron días inolvidables de amistad, de noviazgo que perduran en su matrimonio.

Uno de esos días inolvidables fue cuando habiendo ido a bailar en el entonces Waldorf Astoria con la orquesta de Xavier Cugat y ya de regreso a Torreón, el cortejo estuvo lleno de finezas, regalos y aquellos gallos musicales que ambos siguen recordando. Se casaron el medio día del 30 de agosto de 1952, así que en ese mes de este año cumplirán sus Bodas de Oro y de felicidad. Sus hijos han sido cinco: Ana Paula, Alberto, Jaime, Javier y Daniela.

Siguiendo con lo de sus obras -que nos quedamos en lo que hizo llegando-trasladarse e instalarse definitivamente le ocupó los años 46 al 48; luego fue jefe de ingeniería sanitaria de los Servicios Médicos Eji-dales de la Comarca Lagunera (de 1949 al 51); responsable de ingeniería

Page 59: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sanitaria de la Unidad de Salubridad y Asistencia, Secretaría de Salubri-dad en Torreón en el mismo 51; asesor técnico del C. Secretario de Ma-rina en 1952, director de Obras Públicas Municipales durante 1953 al 54; asesor del C. Gobernador del Estado de Coahuila, con función de Subdi-rector de Obras Públicas del Estado del 55 al 57. A partir de 1958 se vol-vió contratista: como persona física o presidente de empresas para el Banco Agrario de La Laguna, para el Banco Nacional Hipotecario Urba-no y de Obras Públicas, para la Comisión Constructora, para la Comisión Nacional de Electricidad, para el Ferrocarril Chihuahua-Pacífico, para los Ferrocarriles Nacionales de México, para la Lotería Nacional, para la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, para la Secretaría de Defensa, para Petróleos Mexicanos y un interminable etcétera. Es, además, desde 1978, presidente de Bosnor, dedicada principalmente a la fabricación de plataformas marinas metálicas, plantas industriales petroquímicas y de refinación, terminales de distribución, etcétera para la industria privada y Petróleos Mexicanos. Bosnor es filial de Bouygues Offshore, integrante del grupo Bouygues, de las constructoras más grandes a nivel mundial, con sede en Saint Quentin Yvelines, Francia. Es director de T.V. Azteca Laguna (Promotele) en Torreón y presidente de Alfa Construcciones, S.A. de C.V., constructora que fundara en 1971.

Entre las obras que siente le dan una verdadera satisfacción, con-fianza, tranquilidad y agrado haber hecho, están la Planta Pasteuriza-dora de La Laguna (Lala), en Torreón y en México, el Instituto Tecno-lógico Regional de La Laguna, en Torreón, el Cine Torreón, el edificio de la Lotería Nacional, la cimentación profunda (segunda en México) y las estructuras en concreto en el D. F., el edificio habitacional en Villa Olímpica en Coapa, D. F., el edificio para estacionamiento “la Prensa” en el D. F., la presa “El Conejo” en Guanajuato, el dragado marino en Dos Bocas, canal de llamada y dársena interior, Tabasco, los muelles para barcos petroleros en Matanzas, Cuba, las plataformas metálicas petroleras para la zona de Campeche, durante 22 años.

Este hombre singular por su admirable manejo del tiempo, se lo da —inclusive— para organizar cosas como para participar en un des-censo por el Río Balsas, el cual realizó en 1938, junto con Jorge Ayala y Malagón Muñoz; habiendo sido los primeros en recorrerlo. Fue y sigue siendo promotor de la Asociación de Charros en Torreón. Junto con el Ing. Benjamín Ortega Cantero, ideó y organizó la regata Río Nazas, en la que participó personalmente.

Ya imaginarán ustedes que una vida tan activa y diversa como la del ingeniero Allegre no puede pasar inadvertida, de tal manera que ha

Page 60: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sido honrada oportunamente por diferentes distinciones. Algunas de ellas han sido: Espuela de Plata de la Federación Nacional de Charros; nombramiento de Visitante Distinguido por el R. Ayuntamiento de Ve-racruz, Veracruz; reconocimiento del Grupo Bouygues, París, Francia; distinción “Impulsores de Coahuila”, Gobierno del Estado de Coahuila y docenas de nombramientos honorarios como consejero o presidente de las más conspicuas asociaciones de ingeniería, de la industria de la construcción, de cámaras y otras organizaciones empresariales y con-sultivas.

Ha logrado lo que no todos los fundadores de empresas logran: saber que cuando él falte, en la suya todo seguirá adelante, pues sus hijos varones por su propia decisión siguieron la misma carrera de inge-niería civil que él hizo, se recibieron con honores y desde hace años par-ticipan en ella, como si fuera una aula exclusiva donde el mejor maestro les dirige frente a la realidad de los negocios, las aspiraciones y la vida.

Al despedirnos, el ingeniero Allegre me lo dijo: “Si volviera a na-cer, sólo quisiera volver a vivir la vida que viví y la que seguiré viviendo mientras Dios me lo permita”. Palabras que dichas por uno de Los Nues-tros incluyen el amor que siente por su ciudad y que han venido hacien-do, a través del tiempo, gente como él.

Page 61: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fernando Álvarez Marrero*12

Una ciudad es diferente a cualquier otra, pero también diferente a sí misma, tantas veces cuantos sean sus habitantes. Cada uno de ellos la ve y siente de diferente manera, según su sensibilidad. La impresión que cada uno de sus moradores tiene de Torreón es según la época en la que cada quién haya vivido su adolescencia o su juventud. Una de las dos le marcará la memoria con fuego para siempre. Nuestros precurso-res habrán vivido hasta el último de sus días recordando, sin haber leído a Othón, la misma visión: “¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera! Tan sólo miro, de mi vista enfrente, la llanura sin fin, seca y ardiente, donde jamás reinó la primavera”. Era La Laguna al terminar el siglo pasado. Para los que llegaron más tarde nuestra ciudad será la del derroche.

Fernando Álvarez Marrero nació en esta ciudad el 28 de Agosto de 1933, coincidiendo, pues, su adolescencia con el nacimiento del espí-ritu de Torreón, como veremos más adelante. Fue hijo de Patricio Álva-rez Rodríguez, que había llegado a La Laguna procedente de la provin-cia de León, España y aquí casó en su oportunidad con María Marrero Cervantes, de Velardeña, Durango. Le dieron a Fernando cuatro herma-nas: María Isabel, Emilia, Ofelia (ya fallecida) y María Teresa, muy que-rida en nuestra ciudad por su gran don de gente y espíritu de servicio.

De sus primeros años, que pasaron en la Hacienda de “El Com-

pás”, Durango en donde sus padres fueron a vivir, abriendo para ello una tienda de abarrotes y un molino de nixtamal que don Patricio traba-jó con mucho empeño, aplicando el consejo de sus mayores de que “al ojo del amo engorda el caballo”. A la vuelta de pocos años le dio como resultado el éxito económico buscado.

Los años pasaban y cuando Fernando cumplió sus seis primeros años se hizo necesario volver a Torreón, donde había las escuelas que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 13 de octubre del 2000.

Page 62: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sus hijos necesitaban. Fernando fue matriculado en el Instituto de la Laguna, cuyo director fue el profesor Samuel Flores Aréchiga. La es-cuela estaba en la avenida Juárez entre las calles ocho y nueve y allí Fernando estudió del primero al sexto año. Entre sus condiscípulos hizo amistades que permanecen hasta el día de hoy, entre ellas con el Lic. Everardo López Alcalá, Carlos y Hernán Cepeda, Carolina Jover, los Chamut, Manuel y Pepe, los hijos del doctor Salgado, Cuco, César y Ricardo. Como tantos, después de las vacaciones correspondientes, fue inscrito como alumno en la Escuela Comercial Treviño, pero, pa-rece que la inclinación por el estudio se le había desinflado, porque el primer año lo reprobó, no obstante lo cual, el siguiente se le volvió a inscribir para que lo repitiera. Pero a medio año su padre, viendo que la cosa iba igual, en plan de castigo se lo llevó al rancho que entonces tenía, llamado “La Masita”, que más tarde vendería y hoy se llama “Villa Sol”.

Volviendo a Fernando su padre le dijo que a partir de ese momen-to sería el tractorista del rancho. Fernando encantado. Pero lo que no sabía era que ese trabajo comenzaba a las seis de la mañana y termina-ba a las cinco de la tarde sin tiempo para comer, lo que tenía que hacer mientras trabajaba. Medio arrepentido, pidió volver a los estudios, en esta ocasión en la escuela Pereyra, donde duró otro año. En ese tiempo en la escuela ningún profesor lo conocía salvo el director del coro, pues en él se distinguía como una de las mejores voces y por muy discipli-nado. Aquí hay que advertir que su mamá tenía una muy buena voz y le gustaba cantar, así que Fernando había crecido oyendo cantar a su señora madre a diario canciones populares casi sin darse cuenta, lo que le aprendió de oído; así que cuando se presentó la oportunidad de en-trar al coro de la escuela no la desperdició, pero de estudiar lo normal, naranjas. Tuvo una nueva plática con su padre, que le hizo ver los años que había desperdiciado; volvió a “La Comercial”, pero, esta vez para obtener en dos años su título de contador privado.

Entre los amigos que hizo en esta escuela recuerda con afecto a Raúl López Fernández, Ramón Iriarte y Alejandro Zain. Al terminar sus estudios se fue a trabajar con su padre en “El Vergelito”, rancho que don Patricio trabajaba en sociedad con Olegario Félix Echeverría y con la ayuda de Antonio Chuller. Cuando el señor Félix Echeverría se separó, el papá de Fernando, habiendo visto la laboriosidad, honradez y capacidad del señor Chuller le dijo que si quería asociarse podía hacerlo, que él le da-ría tres años para que le pagara lo correspondiente; comenzando así una sociedad que duraría varios años. Cuando este rancho pasó a Fernando le cambió el nombre por el de “Torre Barrio”, que era el del pueblo donde

Page 63: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

naciera su padre en la provincia de León, España, nombre que le daría, años después, también a su bar doméstico.

Varios años padre e hijo trabajaron juntos. Al fallecer Patricio, Fernando siguió solo, guiado por los consejos prácticos con que su pa-dre le había enriquecido entre plática y plática durante su vida.

En el año 64, con treinta y un años de edad, sintió deseos de co-nocer la tierra de su papá y estando en condiciones económicas de ha-cerlo, lo hizo. Y no sólo le dio vueltas a España, sino que también visitó algunas ciudades de Italia, Francia, Bélgica y Holanda; pero, el tiempo, más que el dinero en aquella época se le acabó y tuvo que volver.

Y sucedió que una mañana, desde la ventana de su casa vio pasar a una preciosa joven y los ojos y el corazón, sintió que se le iban detrás de ella. Le preguntó a una de sus hermanas que quién era aquella jo-ven, a lo que le contestó: ¡Si serás menso! (o algo así) Es María Inés. Y efectivamente, se trataba de María Inés Zorrilla Ibarra, a quien conocía desde recién nacida, cuando él tenía diez años. Viviendo los padres de ella a la vuelta de su casa, él había acompañado a su madre al sanatorio a visitar a la de ella para felicitarla por tal acontecimiento. Luego los amigos, el trabajo le habían hecho perderla de vista; pero el destino se ocupó de juntarlos, hacerlos novios y en un año de volverse a tratar casarlos lo que ocurrió el 28 de agosto de 1965. Tienen dos hijas Ofelia y María Fernanda.

En la década de los cuarenta, comenzaron a llegar, tanto de Sal-tillo como de la Ciudad de México, de Veracruz y otras partes una serie de universitarios quienes, identificados con las personas de aquí: profe-sionistas o simplemente amantes de la cultura que desde hacía años se habían impuesto la tarea de luchar por ella, le dieron juntos un mayor vigor al esfuerzo. Así se fue descubriendo que teníamos muchos que pintaban, que tocaban o gustaban de la poesía, de los bailes folklóricos o del ballet; lo mismo que se fue trayendo de la ciudad de México a in-telectuales reconocidos a dar conferencias. En fin, todo el que cultivaba alguna afición descubrió que no estaba solo, que varios tenían la misma; así que se comunicaron entre sí y Torreón fue mostrando su espíritu.

Quienes gustaban de cantar música popular también se des-cubrieron. Había un grupo que se buscaba para cantar las canciones de moda. Entre ellos estaban María Inés Carlos, Raymundo González, Neo García (pianista del grupo, a quien con el tiempo se agregaría su hijo José Neo), Ramón Ruiz Cavazos, Elvia Luisa Cavazos, Marisol de

Page 64: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Bermejo, Manolo Herrera y Lalo Ibarra (quien lamentablemente mu-rió hace poco), Evencio Arteaga y, por supuesto, Fernando Álvarez, enamorado de una vez y para siempre del canto y que se ha conver-tido en cantautor y ya ha grabado su primer casete, en el que canta sus propias canciones. Se reunían, ora en casa de uno, ora en casa de otro; cantaban para sí y para uno que otro amigo y eran felices, así hasta que el grupo de Mujeres de Negocios los convenció para que fueran a amenizar una de sus juntas y allí comenzó su fama. El grupo se inició en el 75 y sigue tan campante, como aquel whiskey que uste-des saben. Fernando, tan inquieto siempre, es el que lleva la agenda de los compromisos. No se dan abasto, aunque siguen tan modestos como al principio, Fernando, por ejemplo no quiere que se diga que ha cantado en dúo con éste, con aquélla y la de más allá, cantantes profesionales. Por supuesto, no cobran (si pudieran pagarían) por cantar y lo hacen con mucho gusto cuando se trata de eventos para beneficio de obras sociales como la Cruz Roja, los rotarios, en fin.

Precisamente la noche de hoy el grupo de Fernando, que lleva el nombre de ‘’Amigos de la música romántica” y que está formado por Ramón Ruiz, Neo García Jr., José Alfredo García, Marisol Bermejo, Manolo Herrera y Fernando Álvarez, van a cantar en la “Casa Ciria-co”; por primera vez en su propio beneficio, para adquirir un equipo de sonido, pues están cansados de la informalidad de los que rentan, porque o no llegan a tiempo, o algo falla a sus aparatos cuando debie-ran oírse mejor.

De la agricultura se retiró muy oportunamente, antes de tantos problemas como se les vinieran a los agricultores él vendió el suyo. Lle-va una vida muy sana. Hace diez y ocho años viene corriendo varios kilómetros cada mañana y desde entonces dejó de fumar por miedo a morir de enfisema pulmonar, confiesa, como murió su padre.

Actualmente se dedica a la venta de autos usados, actividad que escogió desde que dejó la agricultura. Dice, como decía su padre, ganar lo que necesita y más de lo que merece.

Indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 65: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Aurelio Anaya Montañez*13

¡Quién le iba a decir a Aurelio Anaya Montañez, en aquellos tiempos de 1910, que de golpe y porrazo iba a dejar de ser un próspero comer-ciante y, sobre todo, que iba a cambiar el hermoso paisaje de su tierra moreliana por el del desierto lagunero! Es más, si alguien se lo hubiera así vaticinado no lo habría creído. Y con todo, así fue. La vida tiene mil caminos, pero cuando el destino tiene un capricho, para cumplirlo cie-rra novecientos noventa y nueve y deja abierto sólo uno.

Aurelio Anaya, como aquí fue conocido antes de alcanzar el Don que conservaría hasta siempre, nació en Tangancícuaro de Aris-ta, inmediato al bello Lago de Camécuaro, por el año de 1885. Para 1914 tenía una acreditada tienda miscelánea y tierras que sembraba. Coincidentemente, José Inés Chávez García fascineroso que reco-rría todas esas tierras robando chivas y vacas y quemaba jacales, se aliaba a la revolución más que nada para desempeñarse mejor en su propio interés. Fueron tantas sus tropelías, que el gobierno lo atrapó y mató en Peribán. Bueno, pues, cuando el bandido se creía dueño de todo aquello, le mandó a Aurelio un recado con un oficial que le dijo: “que su caballo le gustaba mucho a su jefe que quería que se lo tuviera listo para pasar por él al día siguiente”. Seguro Aurelio Anaya de que si cedía en aquello tendría que ceder en el futuro en muchas más cosas, le mandó decir que sí; pero en ese momento determinó dejar Tangancícuaro e irse a Norteamérica: ordenó a su esposa que como fuera, vendiera todo; que cuando él estuviera en condiciones de mandar por ella y sus hijos, que eran por entonces seis, lo haría. Montó el famoso caballo, causa de aquel auto—destierro y en él se fue a Zamora, donde, por lo pronto, lo escondió para poder tomar el tren a Irapuato y allí el que habría de dejarlo en Ciudad Juárez, Chihuahua.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 29 de spetiembre del 2000.

Page 66: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ya rumbo al norte trabó plática con su compañero de asiento, se contaron sus vidas y aquél le dijo que venía a Torreón, que traía un carro completo de loza vidriada que intentaba vender en La Laguna y luego de una pausa añadió que por lo que él, Aurelio, le había contado no an-daba muy sobrado de dinero, así que por qué no se quedaba unos días en Torreón y que entre los dos vendían aquello; que de algo le serviría llegar con unos pesos más al otro lado. A Aurelio Anaya le pareció co-rrecto el argumento y sacrificando parte del precio del boleto compra-do, aquí se bajó para quedarse, como cierta música. La gran sorpresa fue que en diez días logró vender toda la loza e hicieron liquidación. Su compañero de viaje se regresó a su tierra, pero, él echando cuentas, decidió convertirse en lagunero.

Habiendo nacido en el seno de una familia dedicada al comercio y a la agricultura y comerciante y agricultor él mismo por toda su breve vida, viendo que Torreón era una ciudad de comerciantes y agriculto-res (no olvidar que era el año de 1914), decidió dedicarse al comercio; así que se fue a Tapona, hoy Guadalupe Victoria, Durango, a comprar maíz y frijol que luego vendía en la Alianza a buen precio (para él, por supuesto). Le fue tan bien que al año siguiente ya estaba establecido en la avenida Hidalgo, tenía sus bodegas a media cuadra del Mercado Juárez, frente a donde Francisco J. Lozano, fuerte comerciante. Allí es-tuvo, pues, desde 1915 hasta 1920.

Aurelio Anaya se dio cuenta de que al final de la Guerra del 14/18 el jabón era algo que no se conseguía fácilmente, o que comenzaba una demanda de jabón que no se satisfacía. Entonces rentó el local-lavande-ría de chinos que sus propietarios tenían cerrado (que estaba en la calle Ramón Corona, donde después estuvo la agencia de los automóviles Chrysler) y cerrando su negocio, se dedicó en cuerpo y alma a fabricar jabón sin saber de la misa la media, tan no lo sabía que la lejía la tiraba a una noria que tenía la casa. Ahí enterró su capital.

En 1915 Inés Chávez, aquél por quien él había dejado Tangancí-cuaro había matado a Herlindo Anaya, su hermano y padre de Helio-doro. Con tal motivo don Francisco Anaya y su segunda esposa Dora Isabel Pérez Zamora decidieron, alentados por Aurelio, cambiar su re-sidencia a Torreón. Vendieron la tienda que allá tenían y llegaron en 1916, rentando de inmediato una tienda que se llamaba “El Peso Que-brado”, la cual manejaron sólo unos meses. Las autoridades de enton-ces comenzaron primero a pedirles que le cambiaran el nombre y luego a exigir que lo hicieran; entonces en lugar de ello, devolvieron el local a sus dueños y compraron otra tienda mucho más grande llamada “La

Page 67: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Campana”, donde tuvieron mucho éxito. Cuando se vinieron lo hicieron con sus hijos Esther, Agustín, Ismael, Antonio, Epitacio y Ramón; todos ellos medios hermanos de Aurelio Anaya (vale la pena que en la Zona Industrial revisaran y corrigieran en su caso, la placa que con su nombre y apellido ‘Pérez’, le pusieran a una de sus calles).

Don Francisco involucraba en sus negocios a todos sus hijos y unos tomaban a su cargo unas responsabilidades y otros, otras. Ismael era el encargado de la administración de los negocios.

En 1920, cuando su experiencia con la primera fábrica de jabón, Aurelio Anaya fue a ver a su padre para pedirle que se asociara con él para hacer un segundo intento. Don Francisco tenía tal confianza en la capacidad y laboriosidad de sus hijos que, acabando de vender “La Campana” en setenta y cinco mil pesos oro, sólo le dijo: “Entro con ellos”. Compraron el edificio que estaba contra esquina, donde hoy es “Cimaco”, que entonces era de la Maderería Acres; la adquirieron en noventa mil pesos, pagaderos diez mil cada seis meses. Esta vez se con-trató a la gente idónea y con experiencia en la fabricación del jabón; se construyeron las pilas correspondientes y en fin, se compró la maquina-ria necesaria, inaugurándose en el año de 1921, fabricando los jabones: Laguna”, “Lagunero”, “Anaya”, “Colima” y uno de olor con el nombre de “Mireya”, mismo de la primera nieta de Aurelio Anaya, quien para entonces ya se había ganado el Don entre nosotros.

Como se ha dicho, a la sombra y con la inspiración y la presencia de sus padres, los hijos eran un ariete capaz de abatir las más grandes dificultades que se presentaran a sus proyectos.

En 1924 ya en plena producción de la fábrica de jabón, en una espuela que llegaba hasta el interior de la fábrica, estaban cargados de diferentes jabones tres carros de ferrocarril. El problema era que al mismo tiempo que los cargaban, estallaba una huelga de los ferro-carrileros. Para mover aquello no se conseguía aquí una sola máquina. Entonces Agustín Anaya, uno de sus medios hermanos (todos, en rea-lidad, eran muy solidarios), le dijo a Aurelio que él se iba a hacer cargo de mover aquellos carros y de revisar su contenido, que se despreocu-para. Y no obstante que Agustín sólo había estudiado hasta el segundo año de primaria, comenzó a buscar en todas las estaciones pequeñas una máquina. Quién sabe de qué recursos se valdría para contratarla. Se suponía que en ninguna parte deberían rentársela; pero la obtuvo y con ella al maquinista. Y se vino en ella, tiró de los carros y con ellos se fue hasta Tampico, que por entonces estaba en auge y derrochaba

Page 68: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

el dinero pero no conseguía jabón. Agustín lo tenía en la estación, sólo faltaba que los habitantes de Tampico se enteraran. Lo que siguió fue de película. El mismo Barnum se lo habría envidiado: armó un convite, metió en los coches músicos y gritones y a recorrer con ellos todas las calles de la ciudad prometiéndoles llevarlos a donde encontrarían el ja-bón que necesitaran, como lo hizo. En unos cuantos días vendió aque-llos tres carros haciendo un gran negocio. Pero no el único.

Con la misma audacia llevaría, tiempo después varios a Mérida, donde faltaba carne y frijol a La Habana; donde no le fue tan bien, pero ya se sabe que lo que disfrutan los hombres amantes del riesgo, son los intentos.

Es importante ejemplo el de don Francisco, que nunca supo leer ni escribir, pero en los negocios jamás se equivocaba. Aurelio Anaya, quien entre nosotros alcanzó el don siempre, fue el primero que se ena-moró de esta ciudad y no descansó hasta lograr que la mayor parte de su familia trasplantara aquí sus raíces, volviéndose en poco tiempo uno de los más conocidos apellidos laguneros, que ahora andan en su terce-ra y cuarta generación como tales.

Es posible que el más conocido de todos ellos sea Antonio, cu-yas grandes empresas comenzara comprando algodón que personal-mente pesara con una báscula de mano. En su mejor momento llegó a refaccionar a cincuenta predios agrícolas. El Lic. Homero del Bosque Villarreal en sus libros y en otros comentarios ha dejado noticias muy exactas de sus cualidades, como hombre de empresa, como ser huma-no y como amante de Torreón.

Y todos los que vinieron directamente de Tangancicuaro Mi-choacán: Aurelio, Esther, Agustín, Ismael, Antonio, Epitacio y Ramón han muerto. Como dato curioso, tres de ellos: Esther, Agustín y Antonio fallecieron el mismo año, en 1974.

Don Aurelio Anaya fue un tipo auténticamente lagunero, de los viejos, de aquellos que, como el “viejo” pescador de Hemingway, pue-den ser derrotados pero no vencidos. De los que caen y se levantan una y otra vez.

Enfermo fue en busca de salud a la ciudad de México, donde mu-rió el año de 1938 a los cincuenta y tres años de edad, siendo indudable-mente uno de Los Nuestros.

Page 69: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Anchondo Pérez*14

De Chihuahua, ese “país” bárbaro, en el sentido que lo dijera el aventu-rero y escritor Fernando Jordán después de recorrer por seis meses, a mediados del siglo pasado, el desierto, la llanura y la montaña de aquel estado: “como sinónimo de fuerza y de voluntad… de un supremo e invencible anhelo por la libertad”; de Chihuahua, digo, por la década de los cincuentas, nos llegó Manuel Efraín Anchondo Pérez.

Manuel Anchondo nació el 18 de abril de 1920 en un pequeño pueblo de la Sierra Tarahumara llamado Sihuariachi, que entre otras cosas tenía una mina. Era, pues, Aries, es decir, aquél que va siempre por delante, abriendo caminos, al que le seduce todo lo novedoso y excitante. Como amigo era inmejorable: sincero, sencillo. Sus padres tenían en aquel pueblo una tienda como deben ser las de estos pue-blos remontados, que deben tener de todo o no sirven para su públi-co. Así que Manuel apenas andar por sí mismo y hablar y entender, sin darse cuenta, ya estaba ayudando de alguna manera a los suyos: lim-piando, aquí, no ensuciando allá, vigilando a sus hermanas Josefina, Rebeca, Alicia, según iban llegando; porque de otra manera hubiera sido peor, ya que no había mucho qué hacer en Sihuiriachi.

En la escuela del pueblo hizo hasta el quinto año de primaria y fue, precisamente, la educación de la familia la que obligó a sus padres a dejar la tarahumara e irse a radicar a la ciudad de Chihuahua. En esta ciudad fue donde Manuel terminaría su sexto año de primaria en el colegio Palmo-re, para seguir ahí mismo una carrera comercial. En esto estaba cuando vio la oportunidad de comenzar a ayudar económicamente a su familia, ocupándose de contestar el teléfono en un sitio de autos que estaba en el parque próximo y registrar la demanda de servicios que los clientes deseaban cuando no había ningún conductor presente. Aquella primera ocupación fue como una premonición de su futuro.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 10 de marzo del 2000.

Page 70: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Independientemente de sus estudios y aquel trabajo, encontra-ba tiempo para jugar basquetbol, que fue su deporte preferido y que practicó con pasión a partir de que la YMCA abrió sus puertas en la ciu-dad de Chihuahua.

Tendría quince o dieciséis años cuando recibió su título de con-tador, colocándose casi de inmediato como tal en la Compañía de Te-léfonos y casi al mismo tiempo de lo mismo, en diferente horario, en la American Smelting. Tres años de trabajo esforzado y de aprender, de manera autodidacta, todo lo que tenía que ver con la “’administración y el liderazgo” —amén de que su don de gentes y carácter jovial le con-quistaran innumerables amigos y la estimación de sus superiores— le consiguieron que tres años después de entrar a Teléfonos de México es decir, a los dieciocho de edad, fuera nombrado gerente de la misma en Chihuahua, cosa que a nadie sorprendió.

La vida, pues, se le iba entregando vencida por aquellas cualida-des innatas en la gente de Chihuahua, fuerza, voluntad y anhelo de in-dependencia. Entre los cientos de amigos que contaba, había seleccio-nado un pequeño grupo de íntimos hombres y mujeres que, juntos, se sentían felices; participando en reuniones, bailes en los clubes locales y días de campo por La Junta.

Entre las jóvenes había una, Aurorita, cuya compañía le hacía pa-sar el tiempo sin sentir, de tal manera que cuando de ella se despedía se iba cantando para sus adentros aquello de: “cuándo será domingo, cie-lito lindo, para volver”. Aurorita, es cierto, era (y es) un encanto, pero en ese entonces, su inclinación a usar calcetas la hacía parecer casi una niña aunque ya tenía su corazoncito y, al quedarse sola se quedaba pen-sando en él. Total que pensando en cómo hacer menos sospechosas, o a lo mejor más, sus visitas a casa de los Hernández, se hizo acompañar de su mejor amigo, a quien le presentó a la hermana de Aurorita, que la venía haciendo de chaperona, resultando que también ellos acaba-ron por enamorarse, por lo que al final resultaron concuños. Manuel y Aurorita se casaron en 1945, procreando una familia de 4 hijos: Micky, la mayor, que se ha especializado en la venta de seguros; Meny, cono-cido doctor y cirujano; Ricardo, que es veterinario y Alicia, corredora de bienes raíces.

A finales de la década de los 40 Vance Graham, un joven nor-teamericano, visitó la ciudad de Chihuahua; después vendría a Torreón, promoviendo la creación de Cámaras Júnior en nuestro país. La idea era que los jóvenes de veintiuno a treinta y seis años se involucraran en el

Page 71: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

servicio social de sus comunidades. En Chihuahua la idea prendió rápida-mente, como también lo haría en Torreón y Manuel Anchondo sería uno de los más entusiastas fundadores de aquella Cámara. El nombre le ve-nía de que en Norteamérica los jóvenes que la habían fundado celebra-ban sus juntas en el local de la Cámara de Comercio, como una cortesía de aquella institución.

En 1951 Teléfonos de México cambió a Manuel a Torreón con el cargo de gerente, desarrollando ya su espíritu de servicio. Lo primero que hizo fue ponerse en contacto con la Cámara Junior local, que por entonces promovía los desayunos escolares (obra que a nuestra ciudad la hizo ser noticia juniorística internacional, por haber llegado a ser la más destacada, en uno de aquellos años en todo el mundo). En ellos Manuel Anchondo, recién llegado, participó de manera destacada, al lado de Luis González Benítez, Armando Rubio, Lucio Torres, Porfirio de la Garza, Álvaro Rodríguez Villarreal, Juan Manuel Frías, Alfonso Fer-nández, Heliodoro Anaya, Emilio Herrera, tantos y tantos que por ese entonces iban entregando su juventud al impulso de las mejores causas y, poco después, al cumplir la edad límite, pasarían a los clubes mayores.

Cuando la terrible polio azotó nuestra ciudad, una noche estando reunidos en casa de Alfredo Jaik, Manuel Anchondo, Alberto Maya y el que esto recuerda, se vinieron a la plática las tragedias que en muchos hogares estaba causando esta enfermedad; cuando estaban ayudan-do a reunir fondos otros grupos, qué podíamos hacer nosotros, sim-plemente como amigos, “Adolfitos y Corbatones” nos decíamos, para ayudar económicamente. Entonces se me ocurrió decir: “¿y si convirtié-ramos una de las fuentes de la plaza principal en una alcancía gigante, donde los transeúntes echaran sus monedas de cobre?”. Ni tardos ni perezosos de allí mismo fuimos a ver a Don Antonio de Juambelz a “El Siglo”, que por la misma Matamoros nos quedaba a tres cuadras y que no se por qué, a esas horas estaba allí. La cuestión es que le explicamos qué era lo que nos llevaba allí, le entusiasmó la idea que, dijo, adoptaría como lo hizo. Al día siguiente la fuente se cubrió con tela de gallinero, Manuel nos instaló una línea telefónica que permitió al “Chato Gómez” transmitir desde aquel sitio a determinadas horas lo que allí pasaba, lo cual hizo acudir a aquel lugar por la noche, a los artistas locales y hasta los que llegaron aquel sábado en la caravana de artistas famosos que recorrían el país.

Manuel se trajo su mesa cafetera en pleno, a Pelayo Sordo a Ma-nuel Martinelli, a Nacho del Río y otros que se turnaban para cubrir las 24 horas del día, que aquello estaba abierto. Los niños exploradores

Page 72: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

recorrían los barrios aledaños de la ciudad y regresaban con sus mo-chilas llenas de monedas de cobre que vaciaban en aquella fuente, que fue un verdadero éxito. Por ella pasaron la mayor parte de las escuelas. Al final en la fuente, a la vista de todos, se reunieron $28, 022,27 que ahora parece poco, pero que si se entiende que era el año 1955 y que eran monedas de cobre de diez y veinte centavos, en su mayor parte, el resultado fue brillante y el espectáculo inolvidable.

Pues bien, el apoyo de Manuel al proporcionarnos aquella línea directa, con la radio de Chato Gómez, fue lo que en gran parte hizo el éxito y a él lo había convertido en un lagunero de corazón. Con el tiem-po pertenecería al Club de Leones durante los mejores años de éste. Fue un gran aficionado al béisbol y participó en aquel sonado juego en-tre los médicos y Leones en el que corrió como si estuviera haciendo los 100 metros. Fue socio del Casino de la Laguna, del Centro Campes-tre Lagunero de Gómez Palacio, San Isidro y Club Campestre La Rosita, como lo había sido de la Cámara Junior hasta pasar al de los Leones.

Gran apasionado de la pesca y de la caza, a sus hijos e hijas les transmitió esta pasión hacia la naturaleza, que ellos siguen practicando en su recuerdo. Entre los trofeos que él más estimaba estaba la cabeza de un “EIk,” reno que él cazara en Colorado y un oso de buen tamaño al que había cazado en la sierra de Chihuahua. De allí en más le había tirado a todo, gansos, pumas, venados y qué sé yo... cuando salía con sus gran-des amigos Vicente Silva, Jesús Maycote y Jesús Terrazas, de cacería.

Pescar, le gustaba particularmente pez vela, dorado y lobina. Tam-bién era buen jugador de boliche, no obstante todo esto, o acaso precisa-mente por eso, en su trabajo era entregado e infatigable y fue nombrado por su compañía Gerente de División, Cargo que comprendía las de Zaca-tecas, Durango, Chihuahua y Coahuila, con 74 oficinas en total.

Su verdadera pasión era la amistad, que cultivaba en su propia casa reuniendo con frecuencia a grupos de amigos a degustar carnes asadas que él mismo preparaba en el jardín y servía acompañadas de su buen humor y sus bromas que Aurorita le veía venir desde la primera palabra.

Veintiocho años de su vida hasta su muerte los pasó entre noso-tros, conquistando a diario un lugar entre Los Nuestros.

Page 73: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fructuoso Arias García*15

Todas las vidas tienen un sentido: el de unas es muy claro; el de otras hasta parece contrasentido y hay que esperar a que terminen para sa-berlo. Arias, como fue conocido por tantos amigos que aquí hizo, nació en Grado, cerca de Oviedo, Asturias, España, el 11 de abril de 1898. Sus padres fueron Aniceto Arias López y Socorro García. Tuvieron 13 hijos, siendo Fructuoso Arias García el quinto en orden de nacimiento, el resto estaba formado por seis hombres y seis mujeres. Sus estudios primarios los hizo en su propio pueblo y la secundaria en Oviedo. Por allí mismo trabajó un poco tras diversos mostradores, pero, en cuanto pudo, como uno de sus hermanos mayores (Balbino ya había cruzado el Atlántico y sus cartas llegaban regularmente a casa de sus padres donde eran leídas en rueda de familia inquietando el corazón de Fructuoso, que escuchán-dolas y releyéndolas después, a solas, se quedaba sin saber cómo, pero que años más tarde entendería perfectamente cuando escuchó a nues-tro “Cantinflas” decir aquello de: “Como que quiero y no quiero”), un buen día entendió que algo le llamaba fuera de su patria. La verdad es que, cuando se nace en España, no sólo se nace español sino, también, un mucho aventurero, con ganas de querer saber qué se es debiendo lo menos posible lo que llegue a serse; llegando a ser por sí mismo lo que se pueda, que lo que sea será su orgullo. Podían irse a Portugal o a Francia, pero eso les parece como no ir a ninguna parte, por estar allí, al lado; les gusta poner mucho espacio de por medio, agua o tierra. Y ahí estaba, en la Ciudad de México, su propio hermano y otros paisanos lo mismo en Cuba, que en Argentina y en Inglaterra o Australia.

Por aquellos entonces comenzaban a sonar en el cine mudo de Hollywood los nombres de Ricardo Cortés y de Antonio Moreno; en fin, que entre las cartas de su hermano y otras motivaciones, Fructuo-so Arias se vino a México. Cuando le comunicó su decisión a los suyos ya se sabe, lo que sobran son llantos y si el que se va tiene dieciséis

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 23 de febrero del 2001.

Page 74: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

años, ¡imagínense ustedes!, aunque es cierto, si ahora a los veinte, muchos hombres no saben ganarse un peso, por aquel entonces a aquella edad ya se era un hombre para todo. Lo más duro había pa-sado: los llantos de la noticia. Luego se corrió la voz y al saberse, al-gunos otros amigos del mismo pueblo o de los cercanos, de más o menos su misma edad, se animaron y, un día, todos se embarcaron hacia América, en esta ocasión con la bendición de sus padres que ocultaron sus lágrimas. Arias llegó, pues, a México por el puerto de Veracruz. Con el dinerillo que traía buscó hospedaje, luego se lanzó a la calle en busca de paisanos con los que trabajó algún tiempo, más que nada para ambientarse, escribiendo a su hermano que estaba en la Ciudad de México, que ya había llegado. Éste le contestó diciéndole lo que tenía que hacer para ir a la capital y encontrarse con él. Balbino, que trabajaba en una tienda de blancos (ropa de cama y de baño) ya le había conseguido trabajo en ella misma para comenzar en cuanto llegara. Y así empezó. De las pláticas de ambos surgió el proyecto de traerse a otro hermano, Lizardo, que después pasaba con frecuencia por Torreón, pues por años fue el representante de la fábrica de toa-llas “El Ángel”; llevando también un muestrario de joyería y que a sus hermanos les hablaba —cuando volvía a la capital y se reunían— de la prosperidad de las tierras del norte.

Para que conociera algo más de este país, su hermano Balbino hizo arreglos para que en Tampico lo recibiera un familiar que tenían por allá, así que a Tampico fue Arias que, independientemente de co-nocer aquel puerto, fue en él que escuchó por primera vez el nombre de José Cueto y la sugerencia de venirse a trabajar con él; que indepen-dientemente de ser asturiano como ellos, era conocido de su familia y que le extendió unos renglones para que se presentara con él en cuan-to llegara a Torreón. Se despidieron, pues, los familiares y Arias se vino a esta ciudad sin imaginar en lo que se iba a meter, digo, que llegó a una ciudad que se le iba a meter en el corazón, que lo iba a hacer mexicano como el que más, que aquí se iba a casar, a tener una familia formada por 4 hijos: Eduardo, Fernando, Consuelo y Esperanza, todos los cuales le dieron seis nietos.

Total que Arias llegó a Torreón en 1921, se presentó a don José y éste lo primero que le preguntaría es que si era ranchero, a lo que Arias, a quien no le gustaba mentir le diría que no y así fue como, por lo pronto comenzó trabajando en el Parque España, que enton-ces estaba todavía por la Colón. Allí, pues, se inició Arias. Su carácter cordial le hizo ser apreciado por todos aquellos a quienes servía, que pasaron a ser sus primeros amigos. Más tarde pasaría como gerente

Page 75: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de lo que todos recuerdan como el Club Alemán, que estuvo frente a la plaza, por la avenida Morelos, entre Valdés Carrillo y Cepeda. Esto de la plaza tiene importancia en la vida de Arias, porque en ella se celebraron por años las serenatas, que es imposible que las sienta el que no las vio, ni participó en ellas. La juventud se volcaba en ella los domingos por la noche: ellas dando vueltas hacia un lado y los jóve-nes a la inversa, así que tenían tiempo de verse hasta pasar frente a frente y si ambos sonreían pues los noviazgos tenían posibilidades. En nuestra plaza fue que Arias vio por primera vez a una hermosa joven-cita, Esperanza Téllez, de la que se quedó prendado y pensaría, como dijo Nervo: “Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar”. Total, que ya para 1930, es decir, nueve años después de llegar aquí, hubo boda, no sin que un año antes de ella, le haya pedido a su todavía apenas no-via que fuera a tomar clases de cocina con doña Prudencia González, quien tenía una casa de comidas por la avenida Valdés Carrillo, entre la hoy Venustiano Carranza, entonces Iturbide e Hidalgo. Y es que en el aspecto del yantar, Arias no quería sorpresas porque fue siempre hombre de buen diente, cuyo gusto la señora Estavillo mantuvo siem-pre satisfecho cocinándole sus antojos.

Se dedicó al comercio, al de abarrotes y al de bebidas. Por mu-cho tiempo fue muy concurrido su Salón Madrid, que estuvo instalado en la esquina de Juárez y Valdés Carrillo donde hoy está una sucursal de Bancomer. Hablar de cantinas hoy que tan mal se habla de ellas, es olvidar lo que fueron en un tiempo algunas en nuestra ciudad, en aquellos años en que los refrigeradores, por ejemplo, eran de hielo. La gente que trabajaba en el centro pasaba por las que había para tomarse un par de vasitos de cerveza bien helada, e irse a comer a casa para volver a trabajar por la tarde, porque entonces se cerraba al medio día. Los que podían hacerlo iban a ellas a jugar dominó por la tarde y los que no, por la noche y cada mesa era como un pequeño club en el que siempre veía usted las mismas caras amigas, platicando y tomando, despacio, lo que bebían. Así, tranquilas, sin escándalos y sin ebrios iban haciendo su prestigio y su negocio. Así fue este Salón Madrid, en el que yo me tomé mi primer “Fundador”, que entonces costaba 75 centavos y así El Flamenco, La Reforma, El Novedades, Perches y otras, unas desaparecidas, otras todavía en activo. Sitios limpios, cuidados por sus propios dueños en algunos casos, los cuales velaban porque nadie le faltara a sus empleados y menos estos a sus clientes. Por los años en que el banco adquirió el lugar, buscó Arias —como lo seguían llamando sus más antiguos amigos, pero a quien muchos que le conocieron después llamaban respetuosamente don Fructuoso— un nuevo local y lo encontró, aunque más chico, al otro

Page 76: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lado de la sombrerería Tardán, frente al hotel Salvador, donde enton-ces estaba El Puerto de Liverpool del matrimonio Volkhausen.

Aquel negocio se lo compró a don Prudencio Calderón, dejándole el nombre de Salón París. Poco después de la muerte de éste, le compró a su hijo Carlos un muy bonito negocio llamado Torreón Grocery, que se espe-cializaba en mercancías de importación tales como dulcería, latería, carnes frías, vinos de importación. Ambos negocios, que Arias se preocupó siem-pre por mantener muy atractivos y cómodos para sus clientes, estaban en el corazón del centro comercial y nunca nadie se quejó, por ejemplo, del Salón París; al contrario, allí usted podía ver a las 12 del día, tomando una copa, como pretexto para saludarse y conversar un poco sobre sus negocios, a personas como el propio Carlos Volkhausen, que difícilmente sacó nunca nadie a ninguna hora de su oficina en horas de trabajo, al señor Kuster de La Suiza, a Leonardo Herrador de Los Precios de México, quien prefería las noches para platicar largo y tendido con sus amigos, entre los que se encontraba el propio Arias.

Por aquellos tiempos se asoció también con su buen amigo: Oc-tavio Suárez, una gran persona y mejor amigo, para poner por la ave-nida Juárez una tienda llamada Los Viñedos, que todavía existe y de la cual se separó cuando adquirió Torreón Grocery, cuyo nombre definiti-vo fue Casa Arias. Ese negocio fue su mayor orgullo como comerciante. Casi siempre estaba en él, recibiendo a sus clientes con un saludo de bienvenida y regalándoles dulces según la temporada. Dulces que sa-caba de un frasco de cristal cortado, lo mismo que anunciándoles lo que acababa de recibir o aconsejándoles en cuanto a las cantidades que debían llevar de alguna mercancía en la que notaba se habían quedado cortos o llevaban de más sin necesidad. En el Salón París, donde tenía una de las barras más hermosas de la ciudad (trabajo de buen ebanista) y cuyo mostrador estuvo siempre adornado por una registradora color dorado, preciosa, que hacía juego con el fondo, en cuyo espejo se re-flejaba; a partir de determinada hora de la tarde comenzaban a llegar los aficionados al dominó o al chamelo y allí gozaban de su pasatiempo y de la tranquilidad del sitio que Arias cuidaba celosamente para ellos.

Entre sus aficiones estuvieron el futbol, las corridas de toros y el boliche. Fue socio fundador del Sanatorio Español, del Club de San Isidro (que fundaron don Pedro Valdés, Valeriano Lamberta y Jesús Fer-nández). Jamás olvidó a su patria, sin embargo, no volvió a ella hasta 35 años después. Ya no existían sus padres, sólo sobrinos y algún her-mano, pues otros habían emigrado hacia Argentina. En 1951 fue opera-do. Llevó por años con mucha hombría su problema y las altas y bajas de su enfermedad, sin perder su natural alegría y optimismo. Con esa

Page 77: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

valentía, cuya fuente era su gran amor al trabajo y la charla diaria con sus amigos, enfrentaba los días sin quejarse. Murió el 25 de marzo de 1978, hace 23 años, a los 80 años de edad. Vivió entre nosotros 57 años consecutivos. Algunos destinos, decíamos al principio, se aclaran cuan-do terminan. ¿Cuál fue el de Fructuoso Arias? Dar a sus amigos, a sus clientes, ese sitio tranquilo que necesitaban para cultivar sus amista-des, esos pequeños clubes que es cada mesa de cuatro sillas, que dan lo que los grandes, precisamente por serlo, no pueden ofrecer y menos dar: esa intimidad que la amistad reclama.

Independientemente de lo anterior, Arias fue un hombre generoso a la manera bíblica, aquélla que recomienda ejercer la generosidad de tal manera que la mano derecha no sepa nunca lo que hizo la del corazón. Por todo ello, Fructuoso Arias García terminó siendo uno de Los Nuestros.

Page 78: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Valente Arellano López*16

El destino, como ya lo hemos visto en más de una ocasión, por lo que sea, distracción o cansancio, acaso pestañeo, en lugar de dejar en un sitio a un personaje, lo deja en otro. No se corresponden, eso se nota siempre de inmediato, lugar y recién llegado; pero, para corregir tal descuido hay que mover muchas piezas del ajedrez humano y en eso se van años. Mas si no se aceptara con paciencia tal remedio sería peor, pues, ni el pueblo aprovecharía a su nuevo habitante, ni éste podría en él llegar a realizarse.

En el caso de Valente Arellano López, que nació en Matehuala, San Luis Potosí el 21 de mayo de 1904, tal acontecimiento no fue preci-samente un error de su destino. Tuvo que hacer que naciera allí, porque aquél era el sitio donde había nacido, vivía y tenía que morir la profeso-ra María L. Castillo, cuya vida tenía la misión (cada ser humano trae una misión para cumplir en su vida) de revelar, en su momento, ni antes ni después a su discípulo, el niño Valente Arellano López, la clave para su-perar los retos que la vida iba a imponerle. Los padres de Arellano López fueron Basilio Arellano y Sara López. A su debido tiempo lo inscribieron en el Colegio Juárez, donde haría su primaria. Allí fue donde la “seño” Castillo, dándose cuenta de la brillante inteligencia de su educando, le inculcó amor al estudio y la forma de aprovechar al máximo su memoria y, sobre todo, a valerse por sí mismo para siempre: Un día al terminar las clases, desde su escritorio le dijo que se quedara, que quería hablar con él. Luego, cuando todos sus condiscípulos habían salido, le ordenó que le llevara desde el otro extremo del salón hasta el lugar donde ella estaba, una máquina de escribir. Extrañado Valente, señalando con la vista las muletas con las que se ayudaba para caminar, le contestó, que no podía hacerlo. Fue cuando ella, endureciendo la voz, le volvió a or-denar que le llevara lo que le había pedido y que jamás volviera a decir que no podía hacer algo sin haber probado antes si lo podía hacer o no. Probó, pues y lo hizo. Con dificultades, pero lo hizo, descubriendo que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 23 de marzo del 2001.

Page 79: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

podía hacer todo lo que, de verdad, echándole ganas, se propusiera. El consejo lo agradeció toda su vida y, a partir de entonces y hasta la muerte, cada año visitó a su maestra para repetirle su agradecimiento.

Al terminar su primaria se fue a San Luis, donde por su propia iniciativa haría sus estudios secundarios y de preparatoria y estudiaría la carrera de Leyes en la Universidad Autónoma del Estado; todo con becas ganadas con altas calificaciones que lo hicieron constantemente destacar entre sus condiscípulos, no obstante tener ellos gente tan es-tudiosa y posteriormente tan destacada como Ignacio Morones Prieto, Antonio Rocha Castelo, Efrén del Paso, Álvarez Acosta, el licenciado Raymundo Córdova Zúñiga, los doctores López Portillo y Salvador de Lara, estos tres últimos que fueron sus condiscípulos desde primaria y grandes amigos, con una amistad que aquí reanudarían como lagune-ros, pues los tres acabarían viviendo en Torreón.

Tan brillante carrera no podía pasar desapercibida para sus pro-pios maestros, quienes de mutuo acuerdo le recomendaron al propio señor Gobernador del Estado, que por entonces lo era (estamos ha-blando del año de 1929) el General Saturnino Cedillo y quien lo tomó para que trabajara como su colaborador inmediato; pero, el hombre propone y el destino dispone y así sucedió que habiendo visitado San Luis el General Calles, Presidente de la República, platicando con el go-bernador, le preguntó si no conocía a algún joven brillante, bien prepa-rado, que quisiera ir al norte a ocupar puestos vacantes de empleos fe-derales. Cedillo le dijo que sí, mandando llamar al ya licenciado Valente Arellano López para presentarlo al General Calles, con el que se arregló de inmediato y quien además lo invitó para acompañarlo hasta Duran-go en su carro especial del ferrocarril. De allí ya se vino solo y su alma hasta Torreón, con el cargo de Agente del Ministerio Público Federal. Era el mes de marzo de 1929. Tenía veinticinco años y toda su vida por delante. Dos años se pasó en aquel puesto, tiempo que le permitió irse relacionando tanto con funcionarios públicos como con gente de la re-gión, entre la que fue seleccionando sus amigos para siempre; pues fue un creyente fervoroso de la amistad, que no concebía de otra manera que como una entrega leal, sin condiciones y permanente y así la ense-ñó y legó a sus hijos que la siguen practicando en la misma forma con sus propias amistades.

Dos años más tarde pasaría a colaborar con el licenciado Luis Ortega, ostentando ya su Fiat Notarial No. 7. A esas alturas había ya logrado forjarse una reputación de exitoso abogado que ganaba sus casos y sucedía que aquellos cuyos defensores había perdido

Page 80: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sus causas ante el jurista Arellano López fueron los primeros en re-comendarlo a sus amigos cuando se presentaba la ocasión. Uno de ellos fue, más de una vez, Carlos Volkhausen de “El Puerto de Liver-pool”. Pronto fue ocupando puestos importantes como el de Asesor Jurídico del Registro Público de la Propiedad en el gobierno de don Nazario Ortiz Garza; Delegado y Agente del Ministerio Público en los tiempos del Dr. Jesús Valdés Sánchez, Benecio López Padilla, Román Cepeda y Braulio Fernández Aguirre y en esta ciudad fue Asesor Jurí-dico de los Ayuntamientos presididos por el Lic. Rodolfo G. Treviño, Armín Valdés Galindo y Esteban Jardón Herrera.

Fue apoderado del Banco de La Laguna, del Banco Nacional de México y del Banco de Londres y México y de empresas como Sanfeliz y Cía., Válvulas Pacific, Talleres Bartheneuf e Isidoro Leal; a cuyo lado estuvo, según contó Paco Fernández Torres en una de sus leídas colum-nas, al fundar su primera estación de gasolina (¡Se los dije!) en la esqui-na de Zaragoza y Morelos en esta ciudad. Mientras todo esto ocurría en su vida él iba disfrutando de los amigos que en ese tiempo había hecho y en las noches, en una banca de la Plaza de Armas, la de la esquina de Valdés Carrillo y Morelos, se reunía con algunos de ellos como Ramón Castañeda, el “Chato” Gómez, el licenciado Córdova Zúñiga, don Joa-quín García Cruz, Marcelino García, Ismael Cepeda, Cavazos y muchos más a conversar. Aquellas reuniones fueron famosas en la ciudad, con-tribuyendo unos con su memoria y erudición, otros con su ingenio y los más con su buen humor y es cierto que los choferes del sitio de auto-móviles establecido por la Valdés Carrillo cuidaban de que a partir de determinada hora antes de la reunión de aquel grupo no fuera ocupada por nadie que no perteneciera a él.

Con una situación ya estable y con un conocimiento mayor de la ciudad y de la misma Laguna, las inquietudes culturales del licenciado Valente Arellano López fueron buscando oportunidades de expresar-se. Escribió en este diario una columna periodística que llamó “Suge-rencias” en la que se ocupaba, como su nombre lo indicaba, de suge-rir cosas que los gobiernos en turno necesitaban hacer, por la sencilla razón de que faltaban en la ciudad y también de criticar algunos de sus defectos. Por cierto, se cuenta de que en alguna ocasión pasan-do don Braulio, el mayor, por aquella esquina, con su acostumbrada cortesía se detuvo a saludar a sus amigos que allí estaban, como lo era el licenciado Arellano López... pero, cuando llegó a él sólo le dijo sonriente: “a ti no te saludo, porque ya me saludaste por tu columna esta mañana”. Fue uno de los primeros cronistas taurinos por radio y sucede que con Lorenzo Garza, llamado “El ave de las tempestades”,

Page 81: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de la que era amigo, como lo fue de tantos toreros de primer rango, la traía casada y cuando toreaba en esta ciudad, que lo hizo varias ve-ces, si quedaba mal le gritaba desde el palco de locutores, cuando el torero pasaba frente a él: “¡Garza: eres un ratero!”, a lo que el diestro le contestaba con una majadería; pero, si quedaba bien, le gritaba ha-ciendo la seña con la mano de que era el número uno. Tuvo también por la radio y por mucho tiempo un programa de música clásica llama-do “Amantes de la buena Música”.

El licenciado Valente Arellano López comenzó a disfrutar de la música clásica desde sus tiempos de estudiante; escuchándola era como estudiaba mejor y ya profesionista seguía haciendo esto para mantener-se al corriente de todo lo que concernía a las nuevas leyes y el estudio de sus casos. Ya con sus hijos (porque a su debido tiempo se casó, en un momento les digo de ello) reunidos todos la escuchaban; pero, no sólo para oírla sino para aprenderla, así que cuando estaban en ello les preguntaba si se habían fijado en esto o en aquello o les iba explicando lo que era un acorde, lo que significaba adagio, allegretto, crescendo... en fin, cuando alguien que no había estado desde el principio llegaba, al entrar le preguntaba cuál era la obra que estaban escuchando y de quién, cosas así que a todos ellos les dio una buena cultura musical que ha enriquecido sus vidas.

Vamos a lo de su matrimonio: Cuando comenzó a ir al bufete del licenciado Luis Ortega, éste le presentó a sus secretarias, que eran cua-tro, entre ellas Consuelo Flores Tello, que por aquel entonces andaría por sus diecinueve abriles y que era quien atendía los asuntos más im-portantes del Lic. Ortega. Al Lic. Arellano López, que hasta aquel mo-mento en su despacho sólo había tenido un secretario, se le llenaron los ojos, seguramente, con la belleza de aquella jovencita y buscó la manera de volverla a ver. Al día siguiente volvió, les participó que aca-baba de comprar un automóvil y que para inaugurarlo quería invitarlas a ir en él a que le enseñaran las ciudades de Gómez Palacio y Lerdo, que no conocía. Se pusieron de acuerdo y en la primera oportunidad se fue-ron en el coche que él mismo manejaba, lo cual les sorprendió, a hacer el recorrido planeado. Para no hacerles el cuento largo, de allí partió la amistad del licenciado Valente Arellano López y Consuelo Flores Te-llo, que pronto pasó a noviazgo con sus consabidos gallos (no con los “pollos” que ahora acostumbran los novios) con orquestas completas. No les fue fácil llegar al matrimonio. Hubo oposición de parte de la fa-milia de ella, porque el licenciado Arellano había cobrado fama de tener genio bronco por una parte y por otra como sabían que andaba con muletas, le decían que acabaría su juventud cuidándolo, sirviéndole de

Page 82: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

enfermera. Pero, el amor todo lo vence y se casaron el 28 de marzo de 1936, formando una familia de cuatro hijos: Valente, el mayor y padre del malogrado torero Valente Arellano Salum; María Elena, María Euge-nia y Artemisa.

Quiero aprovechar para decir que en lo personal guardo un gran agradecimiento tanto al licenciado Valente Arellano como a su esposa Consuelo Flores Tello, por el afecto que le tuvieron a mi hijo Francisco Javier, a quien él le instruyó en el arte de decir la poesía de Manuel Benítez Carrasco y otros poetas españoles por el estilo y ella le invitó muchas tazas de café para conversar con él de todo un poco.

Volviendo al licenciado, me parece que la música lo llevó al tea-tro en aquella época en que quienes se atrevían a montar una obra tenían que rentar la escenografía en la capital, después de haber en-sayado la obra tres o cuatro meses en el Casino de La Laguna, para representarla sólo una noche en el Teatro Princesa, o dos si bien les iba. Comedias como “Puebla de las mujeres” de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, o cosas como “Los molinos de Viento” o “Chin Chun Chan”. Así hasta que se llegó a aquel gran esfuerzo que fue la “Luisa Fernanda”, que se representó en el Teatro Isauro Mar-tínez, dirigida, precisamente, por el licenciado Valente Arellano Ló-pez, siendo director musical Alejandro Vilalta y el productor ese otro inquieto que fuera Salvador Jalife Cervantes. En el campo del teatro en nuestra ciudad, esta representación constituye uno de los grandes recuerdos inolvidables.

Eran tantos los deseos del licenciado Arellano López de ser pa-dre, que el día que le avisaron que lo era, dejó todo lo que tenía entre manos y “voló” a donde estaban su esposa y su primogénito, lo tomó en brazos y, cuenta su esposa, no lo soltó de cerca de su corazón hasta después de muchas horas.

El día que murió oficiaron misa en la Iglesia de Guadalupe. Algu-nos familiares temían que, por grande, se viera muy solo, pero se lle-varon la sorpresa de que faltó sitio para todos los que fueron a darle su último adiós. Gente de todas las clases sociales que iban, también, a agradecerle lo que por ellos había hecho; haciendo posible para al-gunos buenos negocios, recobrando para otros lo que daban por per-dido, la libertad de que gozaban los más humildes, justicia para todos. Y fue, como él solía decir: el dinero se paga con dinero, los favores sólo con agradecimiento. Y a eso fueron todos aquellos a quienes él, de una manera o de otra, había servido.

Page 83: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuenta su hijo Valente en un artículo que escribiera para felicitar a su padre con motivo de los cincuenta años que cumplía como aboga-do y que fue publicada en este diario el 12 de enero de 1979, que “Una noche en el Teatro Martínez —la anécdota te pinta como eres—, se te acercó un señor y te dijo: —Licenciado permítame mostrarle mi admira-ción, usted ha hecho tanto y se ve tan entero a pesar de su problema... —Tú le respondiste: ¿Problema? Sr. yo no tengo ningún problema”.

El licenciado Valente Arellano López fue uno de Los Nuestros desde siempre. Se bajó una estación antes sólo para recibir el único consejo que recibiría en su vida y que le iba a hacer posible llegar a su verdadera ciudad, con el carácter, la energía y la sensibilidad que aquí le iba a hacer falta para realizar todos sus proyectos en beneficio de Torreón.

Page 84: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Félix Arredondo Osorio*17

Entre los doce y trece años Félix Arredondo (a) “El relojero”, como le seguiremos llamando, tuvo sus primeros contactos con el ci-clismo. El señor Juan Castillo tenía un taller de bicicletas por la calle Javier Mina, entre las avenidas Juárez y Morelos, que adornaba con fotografías de ciclistas europeos luciendo muy bonitas bicicletas, es-peciales para corredores profesionales de aquellos años (la década de los cuarenta). Viéndolas fue que a “El relojero”, le prendió su pasión por tal deporte. Dado que su señor padre, por el motivo que haya sido, no sólo no le gustaba tal deporte sino que le disgustaba para que fue-ra practicado por su hijo, no le facilitó la práctica. De todas maneras, haciendo mandados, trabajando en esto y aquello, ahorrando aquí y allá, “El relojero” pudo al fin adquirir una bicicleta inglesa doble cuadro y con ella comenzó a practicar bajo el asesoramiento de Juan Castillo, quien fue su entrenador y consejero. A partir de la posesión de aquella bicicleta comenzó a levantarse a diario a las cinco de la mañana para entrenar. ¿A dónde vas tan temprano?, le preguntó una de esas maña-nas su padre, a quien el ruido de la puerta le había despertado. Aquí cerquitas, -le contestó-, voy nomás a Matamoros a entrenar. Su padre se alarmó, pues no solamente él, muchos por aquel entonces conside-raban peligrosa aquella ciudad y le prohibió de una manera terminante volver allá.

A partir de entonces “El relojero” siguió saliendo a la misma hora, pero con la bicicleta cargada sobre los hombros para no hacer ruido y no despertar a su papá y cuando esto sucedía le echaba mentiras di-ciéndole que iba a entrenar a la Alameda, partiendo directo hasta San Pedro, Parras, Cuencamé, etcétera. En 1948 al señor Castillo le llegó una invitación de Durango, Durango para que los ciclistas de Torreón participaran en una carrera que sería de Durango capital hasta Francis-co I. Madero. Para que “El relojero” pudiera participar, el señor Castillo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de octubre del 2002.

Page 85: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tuvo que ir a pedir permiso a sus padres, quienes no aceptaron fácil-mente. Para lograrlo, conociendo el entusiasmo de su pupilo, tuvo que recurrir a la mentira contándoles que de aquí a Durango los llevarían a ellos y a sus bicicletas en autobús.

Juan Castillo fue siempre un hombre muy sano. No tomaba, ni fumaba. Tendría entre 35/40 años y era de complexión robusta y pe-saba entre 80 y 85 kilos. Era muy deportista, pero a la antigua. El día de aquella carrera invitó a almorzar menudo a “El relojero”. Él estaría acostumbrado, pero el muchacho en la línea de salida, por la presión, el nerviosismo, el temor de lo que pudiera pasar en su primera carrera, por lo que se quiera y guste, no pudo impedirlo y tuvo que echar fue-ra, vomitándolo, todo lo que había almorzado. Don Juan, que para “El relojero” era el oráculo, le venía diciendo insistentemente, que en esa carrera él iba a ser el primer lugar, Cenobio Ruiz el segundo y a él, “El re-lojero” le tocaría el tercero. Le advirtió que estuviera muy atento, que si a la salida lo veía adelantarse supiera que más adelante lo esperaría y que si él, “El relojero” se adelantaba lo esperara. Como “El relojero” se adelantara con el grupo puntero, más adelante tuvo que rezagar-se para esperar a don Juan, que nunca llegó... Bueno, lo alcanzó, pero arriba de un camión. Verlo así y comenzar a rebasar a muchos ciclistas todo fue uno, pero ya no le dio tiempo para alcanzar a Cenobio, que en-tonces tendría catorce años de edad (los mismos que él) y a otro más. Aun así entró en tercer lugar. Cabe señalar que “El relojero” corría una bicicleta más pesada.

Aquélla fue su primera carrera y su primer premio y siempre co-rrió por Torreón. La ruta fue oficialmente de Durango a Francisco I. Ma-dero y no al revés, como se ha dicho algunas veces. Ocurrió el 8 de agosto de 1948. Hay voluntades férreas y la de “El relojero” lo es y más que nunca en aquel entonces, pues no fue nada fácil entrenar y correr a escondidas de su padre; no obstante nunca desistió de practicar su deporte favorito y en cada carrera que corrió siempre fue de los prime-ros en llegar.

Cuando el año de 1957 “El Siglo de Torreón” promovió la primera vuelta a la Laguna, “El relojero” estaba como navaja de rasurar, muy bien preparado. Formaba parte del Club Cuauhtémoc. Los clubes te-nían que ser representados por cuartetas. La de su club estaba formada por Pedro García (que era el capitán), Jesús Covarrubias, Juan Mendo-za y él. A la salida de esta carrera, como siempre andaba con el grupo de los punteros, se dio cuenta de que Pedro García, el capitán, no se encontraba en el grupo y a los que preguntaba le informaban que se

Page 86: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

había quedado muy atrás, entonces decidió regresar por él y al encon-trarlo le preguntó qué le había pasado. Pedro García le contestó que “se había tronado”, que no podía seguir. Pero “El Relojero” no quiso dejarlo, lo estiró, lo empujó hasta que alcanzaron a los punteros ya casi al llegar a San Pedro. Toda esta labor le restó mucha energía. En esta etapa entró en quinto lugar. Pedro entró también entre los punteros. Como ésa era la primera etapa, allí les dieron a todos tiempo para des-cansar. Cuando salieron de San Pedro a Chávez, hubo algunos caídos. Uno de ellos fue “El relojero”: el “rin” de su bicicleta se hizo pedazos. Lleno de desesperación gritaba que le ayudaran o que le dieran auxilio. Nadie lo hizo. Lo esperaba al menos de Pedro, a quien él había ayudado unos momentos antes, pero no fue así. Una hora después una camio-neta lo levantó, abandonando la carrera. Pedro García entró segundo a la meta. A “El relojero” le dio gusto por ser de su equipo, pero a la vez tristeza porque, según recuerda, ni siquiera le dio las gracias por lo que había hecho por él.

En 1954 fue seleccionado para ir a competir a los VII Juegos De-portivos Centroamericanos y del Caribe en la Ciudad de México, pero no pudo ir porque su padre no lo autorizó. Entre las cosas que recuer-da, es que cuando entrenaba en el Club Pedal y Fibra y salían a entre-nar Santiago y Feliciano Martínez y él, los dos primeros lo hacían sufrir estirando en la punta ellos y nunca aflojando el paso, un paso dema-siado fuerte, hasta que lo agotaban; pero cuando había carreras ofi-ciales, don Santiago y Feliciano siempre se quedaban rezagados y “El relojero” entraba en los primeros lugares y algunas veces hasta en el primero. Lamentablemente Feliciano Martínez al cual le decían “El Sir” por cariño, tuvo un accidente en un entrenamiento antes de llegar a Raymundo: cayó fracturándose el cráneo, muriendo unos días después.

Recuerda con mucho cariño a todos sus compañeros, como Pe-dro García, Jesús Covarrubias, Luis Santoyo, Manuel Olague, Fernando Segura “El Cristalino”, Gregorio Bazán, los hermanos García, Armijo, Enrique Esquivel, (a) “El llavero”, Enrique Martínez (a) “El Pasito Tupi-do”, todos estos corredores de Torreón. También a Cenobio Ruiz, Pe-dro Marmolejo, Güicho Cisneros, el Chío... estos ciclistas de Gómez Pa-lacio y Lerdo, Durang y por último a Viviano González y al Pollo Arreola, de Durango, Durango. Cuando Cenobio y “El Relojero” se veían en una carrera, siempre se saludaban con mucho respeto, guardando sus dis-tancias. Recuerda al señor Panchito Ortiz, organizador de carreras en el Estado de Durango y al señor Jorge Serna por Torreón. Con este último llevó una buena amistad, aún después de haber dejado el ciclismo.

Page 87: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“El relojero” —por supuesto— tenía una relojería. Estuvo por la avenida Escobedo, entre Donato Guerra y Leandro Valle, ahí siempre había ciclistas que le visitaban constantemente para hablar de lo suyo. La abrió al retirarse del ciclismo y en su aparador exhibía todos los tro-feos que logró ganar en sus carreras. Pedro García comenzó a organizar carreras ciclistas y le pedía que donara un premio cuando esto sucedía y “El Relojero” le daba uno de sus trofeos y así se le fueron acabando los que con tantos sudores y sacrificios había obtenido. Todo para alentar a jóvenes ciclistas que comenzaban a correr.

Fue alumno de la Escuela Centenario y de la Venustiano Carranza, donde hizo su secundaria. En 1954 se casó con Rosaura Cuevas Calde-rón, con quien formó una familia de 6 hijos, todos nacidos en Torreón, de los cuales sólo sobreviven tres: Jorge Félix, Alejandra y Juan Alfon-so. Trabajó con CBQ, con quien llegó a ocupar la Gerencia de Ventas de la Zona Norte. Por necesidades de trabajo vive actualmente en Monte-rrey, pero casi mensualmente viene a esta ciudad a visitar a su madre que aquí vive, lo mismo que sus hermanos.

A Félix Arredondo Osorio (a) “El Relojero”, le gustaría ver, salu-dar y platicar con los ciclistas sobrevivientes de aquellos tiempos, de sus aventuras. Igualmente hace esta invitación a sus amigos no ciclis-tas. Les ruega comunicarse al teléfono 712- 89-43 con su hermana Olga, que vive en la calle Lorenzo González 171 de la colonia Ampliación Los Ángeles; dejándole sus datos, para llamarlos en caso de que no se en-cuentre allí cuando lo hagan.

Y aquí tenemos a uno de Los Nuestros, rumiando fuera la nos-talgia de su juventud deportiva, de sus triunfos, de su ciudad y de sus amigos.

Page 88: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Alejandro Arriaga Álvarez*18

De los santanderinos supe antes que por nadie por José María Pereda, el novelista español nacido en Polanco y que, por cierto, por parte de madre, era medio parientón de mi suegro, Isidoro Arce Pereda. El pri-mer libro que supe que lo era a la hora de verlo en casa de mis tíos y el primero también que leí de cabo a rabo con sus ¡jinojos! y todo fue, precisamente, El sabor de la tierruca, de aquel autor costumbrista.

Las cualidades reconocidas a los españoles inmigrantes son las de una laboriosidad y una tenacidad verdaderamente sin límites en la per-secución de sus propósitos. No lo creyera quien sólo los ha visto en su propia tierra llenando a todas horas los cafés, las tascas y los bares, los restaurantes y los teatros; pero, ha de ser igual. ¿De qué otra manera un país que se quedó en la chilla después de su propia guerra pudo, a la vuel-ta de pocos años, colocar su economía nuevamente entre las primeras del mundo sino por el trabajo y el ahorro?

Bueno, pues esas cualidades de laboriosidad y tenacidad les son reconocidas, sublimadas, a los santanderinos. Y esto, lo mismo a quie-nes apenas alcanzaron una elemental instrucción que a sus preciados intelectuales. ¿Un botón de muestra? Ahí está Marcelino Menéndez y Pelayo, quien con 56 años de vida hizo carrera universitaria, así que, después, en 30 ó 33 de un trabajo intenso y estudio constante, sin permitirse mayor distracción, descansando cada día sólo lo necesario (ayudado, eso sí de una memoria privilegiada), pudo lograr una obra histórica y literaria que sigue siendo pasmo de todo mundo.

Pues bien, de Santoña, Santander, fue también José Alejandro Arriaga Álvarez. En aquel puerto, playa y penal nació un 3 de mayo, día de la Santa Cruz del año de 1899, por lo que, de vivir, hace unos días hubiera cumplido cien años. Sus padres fueron Aniceto Arriaga y Rosa

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 14 de mayo de 1999.

Page 89: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Álvarez. Su porvenir se veía muy parco. Con dificultades terminó la pri-maria. Muy trabajador desde pequeño, trabajaba en cuanto se ofrecía en el hogar paterno y por las noches pensaba mientras le llegaba el sue-ño y soñaba cuando se dormía, en un sitio lejano en México, llamado Veracruz, del que lo único que sabía —porque en la escuela se lo habían dicho— era que en los años de gloria de su patria un extremeño había quemado sus naves para obligarse y obligar a los suyos a cumplir su des-tino, lugar desde el que de vez en cuando sus padres recibían noticias de su hermano Eugenio, que hacía unos años se había marchado para allá.

Como las esperanzas por algo se tienen, a José un día se le cum-plió la de que su hermano Eugenio lo llamara, lo que ocurrió allá por los años 14 ó 15 de este siglo, haciéndose responsable de él, ante las auto-ridades de Migración por los siguientes 5 años. José Arriaga conocería, pues, poco a poco el soñado Veracruz, porque lo primero era trabajar en el pequeño negocio que su hermano había logrado parar en aquel puerto, trabajando de sol a sol, aún después de que éste se metiera, hábito que jamás perdiera el que ya afincado entre nosotros fuera co-nocido por todos como don José. Pero entonces estaba en el período de aprender. Aprenderlo todo: nombres y costumbres, pues ni todos estos significaban lo mismo, ni éstas eran iguales. Aprendía y pronto y se relacionaba con facilidad. Así ya al rato tenía de cliente a un joven que tocaba el piano y era muy enamoradizo, al que le fiaba medias finas que éste (que se llamaba Agustín y por supuesto se apellidaba Lara) regalaba a las muchachonas en plan de conquista.

Como a los tres años de esto, Eugenio Arriaga determinó cambiar el negocio a Orizaba y para allá se fueron vendiendo el de Veracruz a su primo Agapito Álvarez. En Orizaba estuvieron un par de años, con los que terminó la obligación de Eugenio de avalar a su hermano por su estancia en el Estado de Veracruz, obteniendo éste su Forma corres-pondiente de inmigrante. En Orizaba, pues, decidieron ambos venirse a Torreón, al tener aquí más familiares por la línea de los Álvarez.

Llegan aquí por los años 20/21 y, ni cortos ni perezosos, abrie-ron un negocio por la avenida Iturbide (hoy Venustiano Carranza y calle Muzquis), por allí por los bajos del hotel Francia. Y mientras Eugenio cumplía con aquello de que al ojo del amo engorda el caballo, don Pepe —como comienza a ser llamado José Alejandro Arriaga— después de trabajar como hemos dicho de sol a sol y parte de la noche en la tienda, los fines de semana los aprovechaba para ir a vender sus mercancías a sitios cercanos, entre los que estaba San Pedro y donde, cosas del destino, conoció a Consuelo Acosta, con quien contraería matrimonio

Page 90: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

el año de 1926, un 4 de febrero y procrearía una familia de 6 hijos: José, fallecido; Luciano, promotor singular del grupo “Sembradores de la Amistad” del que ha sido Presidente Internacional y que fuera cofun-dador del grupo “Húsares”, cuyos supervivientes se reúnen mensual-mente a recordar sus triunfos juveniles; Mario; Rosa, fallecida; Josefina y María del Puerto. Ya por su cuenta don Pepe abrió la primera de las tiendas cobijadas bajo el nombre de “La Barata” en Parral, por la ca-lle Mercaderes, frente a la más famosa de las panaderías que aquella ciudad ha tenido. Pero allí doña Consuelo contrajo una pulmonía, de la que se salvó gracias a la especial atención del doctor Diamante Mihalo-glou. Luego don Pepe comenzó a no sentirse bien y ambos de común acuerdo decidieron venirse a Torreón como una protección mayor para la salud familiar.

Abre aquí, pues, don Pepe su primera tienda lagunera con el mis-mo nombre de batalla de “La Popular” en la avenida Hidalgo, entre las calles Zaragoza y Juan Antonio de la Fuente y entre la cantina “El Te-colote” de Daniel Perales y el Centro Social “Novedades”. La tienda, que después se multiplicó, fue un éxito, pues toda la familia estaba al cuidado de de ella y los hijos varones siguieron el ejemplo de don José y después de cenar iban a adelantar el trabajo del día siguiente en las bodegas. Hay que contar que la única vez que la tienda se cerró no es-tando obligado a ello, fue el jueves que por primera vez se presentó Manolete a torear a nuestra plaza, pues don Pepe era aficionado de hueso colorado a las corridas de toros.

La época pasada en Parral se significó particularmente porque fue entonces cuando logró traerse con él de su pueblo santanderino a su madre, a su hermana Vicenta y su hermano Luciano. Todo iba viento en popa y allá por los años 48/50 abrió en Durango los Alma-cenes Arriaga, a cuyo frente se quedó Mario. Un poco más adelante hizo un trato con Mario y con Luciano. Nada de heredar. Les vendió sus negocios a pagos anuales e incluso convino los intereses corres-pondientes, ofreciéndoles asesoría por el mismo precio y todos con-tentos. Cada año, al recibir el pago de ellos, al día siguiente les hacía llegar a cada uno, inclusive a los que le habían pagado, un regalo de 50 mil pesos, en lo que se le iba la mitad de lo que le daban. Murió José Alejandro Arriaga Álvarez, don Pepe, el 1de enero de 1970, habiendo vivido entre nosotros medio siglo.

Por su dedicación al trabajo, por su austeridad, por la familia que formara tan estimada por los torreonenses, por su vida ejemplar, don José es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 91: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rodolfo Ayup Sifuentes*19

A Rodolfo Ayup un día le dijo uno de sus amigos: “¡Pero, si es que en Matamoros levanta uno un ladrillo en la calle y debajo de él aparece, seguro, un Ayup! Exageró, claro, el amigo, pero tampoco mucho. Si se juntan para lo que sea, suman trescientos que, para una población de cincuenta mil habitantes ya cuentan, ¿no? En Matamoros, Coahui-la —ciudad que va progresando al ritmo del tiempo— nació Rodolfo Ayup Sifuentes, el 31 de diciembre del año de 1926. Tiene, pues, 77 años, aunque siempre se contará uno más al hacer cuentas, por haber nacido el último día del año anterior. Pero, no le hace, aguanta eso y más, pues se conserva de primera: erecto, ágil, alegre y servicial. Fueron sus padres José Ayup Tedi y Feliciana Sifuentes Urquizo, que le dieron once hermanos: Julián, Salomón (f), Rosa (f), José, Dora, Emma, Sergio (f), Homero (f), Jaime, Rogelio y Álvaro... más dos que murieron recién nacidas: Olga y Dora, de allí que lo del ladrillo no an-daba tan desacertado.

Él, por su parte, contrajo matrimonio en 1953 con Silvia Guerrero Sifuentes formando una familia de siete hijos: Julián, que es médico; Silvia, que estudió y se graduó de Secretaria Bilingüe, pero habiéndose casado, hoy es ama de casa; Rodolfo, que es ingeniero mecánico admi-nistrador; Edgardo y Jorge, que prefirieron el trabajo inmediato; Arace-li, que es psicóloga y Juan Carlos, que es licenciado en Administración de Empresas.

Volviendo a Rodolfo Ayup, cumplidos sus seis años lo inscribie-ron sus padres en la Escuela Primaria Apolonio Avilés, en la que hizo toda su primaria y de la que recuerda con particular afecto a sus pro-fesores Manuel Cueto y Antonio Medina y entre sus condiscípulos al doctor Luis Maeda y al pintor Manuel Muñoz Olivares. Al terminar sus estudios primarios en 1939, de inmediato comenzó a ayudar a su señor

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 19 de marzo del 2004.

Page 92: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

padre, que tenía un pequeño puesto en el mercado; en el cual trabaja-ron con ahínco desarrollándolo convenientemente. En 1949 pudieron abandonarlo.

Don José Ayup, era un fanático del deporte, particularmente del basket y un día se dio cuenta que bien podía forjar un equipo for-midable con ellos para prestigio de Matamoros. Y a ello se dedicó implacable desde que la idea se le ocurrió. Los levantaba oscura la mañana para hacer ejercicio y practicar con el balón para que se acos-tumbraran a manejarlo como si fuera parte de sus brazos y así a dia-rio, hasta agotarlos; pero, también, hasta que se sintieran en ello insu-perables. Estaba atento de ellos día y noche. Muchachos y jovencitos, tenían sus tentaciones, sus amigas, sus bailes y no que les prohibiera nada, pero sí les imponía horarios. Por ejemplo la media noche para los bailes. Hoy nos puede parecer exagerado esto, porque a esas ho-ras apenas comienzan, pero entonces comenzaban a las ocho o nue-ve y tres horas de ello le parecía suficiente a Don José. Sin embargo, a veces a alguno de sus hijos le parecía que desobedecerlo unos minu-tos más valía la pena. En una ocasión, Rodolfo se acercó a uno de sus hermanos con quien se había acompañado a un baile para recordarle que era tiempo de regresar y él le dijo que se fuera si quería, que él se iba a quedar un poco más de tiempo. Rodolfo le advirtió que se iba a arrepentir, pero no le hizo caso. Y efectivamente, Rodolfo se fue; su padre le preguntó por su hermano, éste le dijo que ya no tardaba y don José se puso a esperarlo. Llegaría, efectivamente, una tanda o dos más después y un segundo después de que cerrara la puerta del jardín por donde entraban ya estaba su papá dándole el primer cintu-ronazo y después corriendo detrás de él castigando su desobediencia con otros que lo mismo le alcanzaban la espalda, los glúteos o las piernas, de todo lo cual Rodolfo, que también había esperado para no perderse aquello, se reía hasta doblarse, en tanto su hermano, cada vez que pasaba cerca le pedía que intercediera por él. Pero, aquello no era sino parte de una disciplina deportiva que don José sabía que debía imponer si deseaba que sus hijos alcanzaran a formar un buen equipo, cosa que al final logró.

Dos magníficos equipos de básquetbol había en la década de los 40-50 en La Laguna: el “Torreón” de El Siglo, manejado por don Alfonso Esparza y el “Matamoros” de los hermanos Ayup, manejado por don José, padre de ellos. En el campo deportivo este equipo puso a Mata-moros brillantemente en el mapa. Rodolfo fue Seleccionado Nacional en básquetbol en 1951, representando a México en los Primeros Jue-gos Deportivos Panamericanos en Buenos Aires, Argentina; durante 21

Page 93: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

años consecutivos fue seleccionado del equipo que representó a la Re-gión Lagunera en los Campeonatos Nacionales de Primera Fuerza. Pos-teriormente fue director del Instituto del Deporte de Torreón durante tres años y logró la construcción de la Unidad Deportiva Nazario Ortiz Garza; fue seleccionado por La Laguna en béisbol y atletismo; durante ocho años fue el Presidente de la Asociación de Béisbol en la Región Lagunera, que agrupaba a 120 equipos con 15000 peloteros de los di-ferentes municipios; fue el fundador de la Liga Municipal de Béisbol en 1962; fue el Primer Delegado de la Comisión Nacional del Deporte en la Región... ha ocupado, en fin, un lugar en la Calzada de los Deportistas Ilustres de la Unidad Deportiva Torreón.

El año de 1955 fue un año especial: Rodolfo. Chano Batarse, quien se venía fijando mucho en él por su seriedad y actividad incan-sable, además de ser buen amigo de todos ellos, tenía una tienda y un día le sorprendió ofreciéndosela, diciéndole que definitivamente se venía a Torreón; Rodolfo le dijo que sabía que no podía comprársela, a lo que Batarse le contestó que, al contrario, sabía que sí y al ver su perplejidad, le dijo que se la pagaría con las utilidades que de ella obtuviera, que desde ese momento la trabajara como suya. ¡Así eran los laguneros a mediados de siglo! Efectivamente, Rodolfo le pagó el negocio en la forma convenida y, luego, de la misma manera le com-praría la propiedad urbana donde el negocio estaba, que a partir de entonces se llama Casa Ayup.

Desde 1943, “un grupo de jóvenes, todos ellos entre los 21 y 35 años, viene trabajando por crear un núcleo cuya labor estriba precisa-mente en inculcar en nuestra juventud el verdadero espíritu cívico; es decir, el que se afirma por medio del esfuerzo aplicado, de la acción constructiva, del hecho cristalizado y no únicamente por la palabra o el deseo”, decía yo en una serie de artículos que por entonces publica-ba en este diario sobre la Cámara Junior, de la que fui cofundador con Porfirio de la Garza y que por entonces estaba por cumplir sus primeros diez años. A Rodolfo le atrajo la labor junioresca y en 1955 se adhirió al movimiento, en el que alcanzó el grado de Senador, que es la máxima presea que otorgan las Cámaras Junior del mundo. De la de Matamoros fue presidente en dos ocasiones; fue delegado de la Asociación Nacio-nal para los Estados de Nuevo León, Durango y Coahuila. Fue presiden-te del Patronato que logró la construcción del campo de béisbol que lleva el nombre de Cámara Junior y presidente, también, del patronato que logró la construcción de la Escuela Cámara Junior en el barrio de “El Galeme”. Igualmente presidió el patronato que logró la construc-ción del edificio de la Escuela Secundaria Federal Matamoros en sus

Page 94: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tres etapas, como ha sido presidente de la Cámara Agrícola y Ganadera de la Región Lagunera dos años, consejero de Bancomer Matamoros y consejero de la Cámara de Comercio. Fue nombrado “Matamorense Ilustre” por la Escuela Secundaria Federal, Miembro del Consejo Con-sultivo de Seguridad Pública en la Región Lagunera, así como presiden-te de los Pequeños Propietarios del Municipio.

Con toda esta experiencia a cuestas y una salud a toda prueba respaldada por sus años deportivos, Rodolfo Ayup no podía menos que interesarse directamente por su ciudad de Matamoros, presidiéndola. Y lo que son las cosas, pensando en ello, un día le llegó la oportuni-dad de serlo. Fue Presidente Municipal de 1964 a 1966. Durante ese tiempo logró la introducción de la red de agua potable y el drenaje en la primera y segunda zona; la perforación y equipamiento de la noria número dos para agua potable; la construcción de la Escuela Primaria de Congregación Hidalgo y que el magisterio con diez maestros fue-ra pagado por la Federación; la construcción de la primera etapa de la Escuela Cristóbal Díaz en el Barrio de las Hortalizas y la federación del magisterio para la misma; la construcción del Jardín de Niños “Lucía A. de Fernández Aguirre”; la construcción de la cancha Cámara Junior con gradas y alumbrado; la construcción del Monumento a la Madre en el Jardín Juárez y la construcción de seis desayunadores para los niños en diferentes escuelas del Municipio. En la actualidad es diputado local por los municipios de Viesca y Matamoros.

No obstante esta vida tan activa en beneficio de su solar nativo, Rodolfo y Silvia Ayup, a quien conoció, precisamente, en los campos de-portivos, es decir, que además de por las dos leyes están unidos por una tercera que es la del deporte, se han dado tiempo para viajar y juntos han visitado varios países del mundo, que es ancho y ajeno, según dejó dicho el peruano Ciro Alegría. Entre ellos Japón, China, Rusia, Egipto, España, Italia, Austria, Holanda, Inglaterra, Francia, Checoslovaquia, Dinamarca, Brasil, Argentina, Canadá, Estados Unidos, Puerto Rico, Islas Vírgenes, Islas Filipinas, Hawai y Las Bahamas. Pero, para él su continente es éste: Matamoros, donde siente que la gente le aprecia, responde con afecto a su saludo, igual que siente la unidad de su familia, a la que, igual que con él hiciera su padre, ha enseñado a servir al prójimo en la medida de sus posibilidades. Dicen que la ciudad en que uno vive, si es la misma en que ha nacido, es como una segunda piel, como una enfermedad mortal, pero, también puede ser una manía, una queridísima manía.

Dejo a Rodolfo Ayup, quien indudablemente es uno de Los Nues-tros, con la impresión de que podría caminar, si quisiera, con los ojos

Page 95: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

cerrados por todo Matamoros, pero que prefiere cerrar los ojos para volver a ver su ciudad como fue en tal o cual año, o en ésta o aquella época y así dialogar con ella. Baudelaire dejó dicho que la forma de una ciudad cambia más de prisa que el corazón del hombre, pero también que la ciudad modela ese corazón a su manera sometiéndolo desde muy joven a su clima y a su paisaje, imponiendo a sus perspectivas ínti-mas el croquis de sus calles.

Page 96: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mariano Barraza Torres* 20

En los principios de nuestra Comarca Lagunera, llegaron a ella para quedarse una serie de hombres que, independientemente de su la-boriosidad —cualidad imprescindible que marcó a los que entonces la habitaban y sin la cual nadie tenía que hacer nada aquí— añadían a su audacia su propensión a correr riesgos, sembrando, por ejem-plo, extensiones de terreno nunca antes ni después sembrados entre nosotros y todo por un solo hombre. Diversos negocios existentes todavía surgieron de aquel entonces de los primeros tiempos, por el movimiento de esos hombres que no le temían al riesgo de perder lo que en varios años de trabajo habían logrado acumular, porque te-nían tanta confianza en sí mismos que se sabían capaces de volver a hacer otra fortuna si perdían la primera, como lo hizo más de uno. A todos ellos les distinguía un individualismo apasionado, exigente y en ocasiones cruel; todo lo cual contribuía a la consecución de sus metas. Indudablemente, ellos contribuyeron a un crecimiento más rá-pido de lo que pronto sería reconocida en toda la república como la “Comarca Lagunera” y a que sus habitantes fueran reconocidos antes que como lerdenses, gomezpalatinos, torreonenses, sampetrinos y demás, como laguneros; título que por aquellos años se llevaba con orgullo por todos los habitantes de la Región Lagunera.

Sucedáneo de aquel tipo de hombres vitales fueron, a media-dos de este siglo XX, los hermanos Barraza: Ramón y Mariano. A éste nos referimos. Lagunero de pura cepa, Mariano Barraza, nació el 9 de diciembre del año de 1916 en Gómez Palacio, Durango. Fueron sus padres Eutimio Barraza Jaques y María Torres Rueda. Como su pa-dre se desempeñaba como contador—auditor o algo así para la Casa Purcell de San Pedro; sieno muy pequeño Mariano, su padre llevó a la familia a vivir al rancho Santa Elena, precisamente del perímetro Pur-cell y de sus primeros años lo único que cree recordar es que, para

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 21 de julio del 2000.

Page 97: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sus primeros seis ya montaba a caballo por aquellos arenales. Como a todos, le llegó el momento de comenzar sus estudios primarios y lo hizo en la escuela Luis A. Beauregard de San Pedro de las Colonias. Cursó hasta su cuarto año y de cuyo director no recuerda el nombre, sólo sabe que, vaya usted a saber por qué, le decían “La galleguita”. En Gómez Palacio cursaría quinto y sexto año en la escuela Gabino Barreda, en la que además de estudiar, se aficionó al béisbol, al box y a la lucha libre, cuando los luchadores eran “El Charro Aguayo”, Ben Alí Mar Alah, Ray Rayan, Matsura Matsuda... todos ellos gente que todavía no descubría las máscaras.

Su amigo Eduardo Estrada Alonso, data de entonces. Los Purcell que estimaban bien a su padre, le ofrecieron mandar a sus hijos Ramón y Mariano a Liverpool G.B. a estudiar textiles. Pero aquellos eran otros tiempos, en los que los padres, particularmente, no se resignaban a sol-tar a los hijos a esa edad de doce o trece años; así que ambos, Ramón y Mariano, tuvieron que inscribirse en “la gloriosa Comercial Treviño”. Como para entonces habían vuelto a vivir en Gómez Palacio, les daban para que se vinieran en tranvía o camiones, pero ellos se ahorraban el gasto, viniéndose en las trompas de las locomotoras. Más tarde, otro movimiento familiar hizo necesario que se quedaran de internos en di-cha escuela, en la que en calidad de tales tuvieron como compañeros, entre otros a Pablo y Neto de la Fuente, quienes cuantas veces podían se escapaban a jugar billar a un local llamado “Alcázar” ubicado donde hoy está el correo; así que les quedaba a escasas dos cuadras y su ilu-sión por entonces era poner unos billares en su tierra: Nadadores.

Con el nombre de “Pavo and Neto Billiards in the Nadadores Club”, Mariano decía de ellos (en broma por supuesto) que habían llegado tan cerreros que a Don Julián le preguntaban “si las sumas se apeaban pa’ bajo”. Fueron siempre muy buenos amigos, como lo fueron también de Pedro Lafuente, Ramón Hernández y Ricardo Montalbán.

Cuando Mariano se recibió regresó a Santa Elena para reunir-se con sus padres, lo primero que hizo fue sembrar tomate, al menos mientras su padre, que tenía cierta relación con el México City Bank de la Ciudad de México, le escribía a esta institución solicitándole una carta de recomendación para el Banco Ejidal de esta ciudad, con la que Mariano obtuvo un empleo de pagador en Chávez Coahuila. Eran los tiempos en que por aquellas cercanías se movía el Chojo Ladislao y su-cedió que el cajero de la sucursal que tenía que habilitar a Mariano y a otro pagador para poder cumplir con su función, llegó tarde, lo que le echaron en cara, aunque sabían que con ello no remediaban nada.

Page 98: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Total, que les dio su dinero y se fueron. Al llegar al sitio donde cada quién tenía que tomar su camino, el otro invitaba a Mariano a echarse una copa a un sitio cercano, pero Mariano lo que quería era llegar a donde iba, así que le dijo que no, lo que no fue suficiente para que el otro desistiera. Total que al día siguiente cuando fue otra vez al banco, el mismo cajero le dijo que si ya sabía que al otro pagador lo había ro-bado y matado el Chojo, en el sitio al que había ido a tomarse una copa. Mariano le echó en cara, furioso, que había sido por su culpa, por haber llegado tan tarde a darles el dinero.

A partir de entonces andaba armado, pero aclara que con una pistola que la primera vez que disparó con ella, el tiro se llevó el cañón. Después anduvo como auditor viajero en Mérida Yucatán, de donde se fue a Guadalajara donde trabajaba y estudiaba en los mismos tiempos en que el lagunero Homero del Bosque Villarreal y Roberto Saldaña hacían sus carreras; de ellos se hizo gran amigo, intercambiaban ropa para ir a los bailes y todas esas cosas que si no se hacen en la juventud no se harán nunca.

En 1940 fue a Nueva York donde vivió como pudo, que no fue mal para el poco inglés con el que llegó. Así hasta su hermano Ramón le lla-mó en el 42 ó 43 invitándole a asociarse en una sociedad que acababa de formar y con la que tenía en puerta una operación de 50,000 pacas de algodón, para las que ya se había depositado en garantía de compra cinco millones de pesetas en el banco español. Decir que Mariano se vino volando es poco, pero con tan mala suerte que la operación al final no pudo hacerse y la sociedad se acabó con todos los malestares con-secuentes. A comenzar otra vez. Y aquí los Barraza demostraron que eran de ese tipo de empresarios recios que no se abaten con el primer fracaso. Ramón, que recogió todas las enseñanzas de aquel fracaso, siguió luchando aquí; Mariano se fue a Reynosa, donde conoció a un joven norteamericano que se dedicaba a lo mismo, la compra-venta de algodón y a quien también le había ido mal. Le pidió a Mariano 500 dó-lares prestados y éste le prestó, en un impulso hijo de la comprensión, a sabiendas de que lo de la devolución, como pudiera ser que sí, pudiera ser que no. Bueno, pues, años después y en ocasión de que Mariano atravesaba por una mala racha, recibió un telefonazo, durante el cual una voz le dijo: “¿Me reconoces?, soy aquél a quien una vez sacaste de un apuro prestándole 500 dólares, sin conocerlo. Te llamo para decir-te que el algodón va a estar subiendo todos los días. Vente a Reynosa tan pronto como puedas. Te espero. ¡Y Mariano que no tenía ni para el pasaje! Algunos le debían favores. Recurrió a ellos. Tardó una semana para conseguir algo para dejar en su casa y lo del pasaje. Cuando llegó,

Page 99: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

el norteamericano le reprochó la tardanza, le puso en las manos 60,000 pesos para que comprara el algodón que pudiera y una orden para que le entregaran una pick up nueva en una agencia de automóviles.

En aquellos tiempos la arroba se compraba en 11 pesos y se ven-día a 18. Trabajó día y noche porque apenas dormía. En cuarenta y cinco días ganó 740,000 pesos; con ellos se vino a casa se los entregó a su mujer y durmió cinco días seguidos.

Ramón se había levantado también y en su campo había logrado un prestigio que casi era una leyenda. Invitó a Mariano a poner entre los dos un despepite en Cajeme con el que tuvieron gran éxito, pero la suerte volvió a darles otro golpe. Cuando más lleno lo tenían de pacas se les incendió. Un gran lío en el que hasta tuvo que intervenir el Secre-tario de Agricultura: Flores Muñoz.

Indomables, después de aquello abrieron otro despepite. Luego se metieron en el negocio del hule por el Istmo hasta que Mariano, que era al que le tocaba ir por todos lados, pescó un paludismo y una tifoidea que lo hizo dejar todo y volver a casa. Luego surgió la oportunidad de su vida en el campo internacional (el que les dio el pitazo fue Uriel Valdés), pero necesitaba la ayuda de Ramón, que a raíz de la muerte de su hijita había caído en un estado de depresión en el que nada le interesaba. Para ayuda de males se había dado a la bebida y nada le hacía reaccionar. Le habló Mariano, le dijo que se trataba de una operación en la que había buen dinero para todos, si en ese mismo momento se retiraba de la be-bida para dar lo mejor de sí mismo, cosa que cumplió a partir de ese mo-mento. Mariano se fue a Rotterdam, en cuyo puerto había treinta y un barcos de algodón y siete grandes salas de remate con compradores de todo el mundo. Ese fue su momento culminante.

En 1946 Mariano se casó con María Inés Salas Falcón. Tuvieron dos hijos: Mariano e Inés, que les han dado tres nietos y uno más que viene en camino. Se retiró en 1993 y es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 100: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alejandro Bassol S. Haggar* 21

En 1910 Torreón tenía ya tres años de haber alcanzado el rango de ciudad y con ese carácter iba a celebrar en septiembre el primer aniver-sario de la Independencia de México de la manera rumbosa que acos-tumbraban sus fundadores desde un principio: como pueblo y como vi-lla. Y fue en ese año —el 18 de mayo— cuando nació Alejandro Bassol, como fue conocido por todos, el hijo menor de José Bassol Abraham y María Elena S. Haggar, libaneses casados en esta ciudad quienes, antes que a él, habían procreado a sus hermanos mayores Antonio y Baltazar.

Sus primeros años estuvieron marcados por los despojos revolu-cionarios que hicieron perder a sus padres lo que habían reunido en los años anteriores gracias a su laboriosidad y ahorro, de tal manera que tuvieron que abandonar esta plaza e irse a San Pedro, donde su padre tuvo que comenzar de nuevo saliendo a vender a las calles sampetri-nas ofreciendo su mercancía en una breve cajita. Afortunadamente, seis años después, pudieron volver a Torreón y Alejandro ingresó a estudiar en el colegio Modelo de la profesora Elvirita. Allí empezó a destacar por su voz y por su inclinación a levantar la mano cuando pedían voluntarios para recitar en la celebración de cualquier fiesta patria, los poemas esco-gidos por los maestros. Al terminar su sexto año fue enviado a San Luis Potosí a estudiar los estudios vocacionales, pues aquí todavía no había escuelas preparatorias y donde siguió hasta recibirse de contador. De San Luis regresó con dos aficiones: el boliche que aquí siguió practican-do un tiempo, el béisbol, que nunca jugó y un vicio: el del cigarro.

Sus primeros clientes fueron Cimaco, Casa Samia, Café Sanfeliz, y Goodyear y lo fueron por años y años, luego tuvo tantos que el día tenía menos horas de las que él necesitaba para trabajar, trabajar y más tra-bajar; hasta que, seleccionando los más convenientes y pasando otros a algunos de sus colegas, pudo obtener tiempo para vivir su juventud.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 27 de septiembre del 2002.

Page 101: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Casó en primeras nupcias con Ramona Hernández con quien pro-creó una familia de tres hijos: Alejandro, María de los Ángeles y Gracie-la. Esta última, profesora, en su momento puso una escuela para cuyos pequeños alumnos Alejandro iba a recitar versos adecuados a su edad, con los que se reían mucho. Después, en cuanto aparecía por ahí, lo primero que le pedían era que jugara con ellos a eso precisamente, a hacer versos. Porque, con el tiempo, fue descubriéndose capacidades que se le desarrollaron en San Luis con el contacto con sus maestros y condiscípulos de allá: en primer lugar que le gustaba declamar la poesía de otros y la suya propia, pues también la escribía y lo siguió haciendo hasta su muerte.

Escribía artículos humorísticos, muchos de ellos estuvieron apa-reciendo en este diario durante una larga temporada; luego dejó de ha-cerlos y en su lugar entregaba cartones humorísticos. Era sumamente inquieto. En las fiestas descubrió que podía improvisar con facilidad y como tenía una voz argentada, de pronto fue muy solicitado para que hablara en cenas y reuniones amistosas, para lo que nunca se hizo del rogar; siendo siempre muy aplaudido.

No practicó más deporte que el boliche, como se ha dicho, pero era muy cinero. Acaso él y el licenciado Felipe Sánchez de la Fuente hayan sido los dos aficionados más asiduos al “Princesa”, aunque segu-ramente prefiriendo diferentes actores, entre los cuales los preferidos de Alejandro eran Gary Cooper y John Wayne. Ya se daba tiempo de ir a tomar café al primero que hubo entonces, donde por la tarde lo iba a hacer en compañía de Pablo C. Moreno, Pablo López de la Rosa y José Treviño Cueva.

Fue Pablo C. Moreno el que me lo presentó. Antes yo había teni-do la oportunidad de conocerlo físicamente en cierta ocasión en que él hablaba de su primer libro de poesías, La fontana de psiquis, a otras per-sonas; pero como él me llevaba seis años, la edad nos distanció, pues yo tendría por entonces doce. En esta ocasión fue diferente y poco tiempo después ya estábamos hablando de editar una revista. Se llamó “Acción Lagunera” y la sacamos dos años, veinticuatro números con-secutivos a partir de septiembre del 43. Sus editores iniciales: Pablo, Alejandro y servidor.

Diez meses compartió él esta aventura. Después falleció su espo-sa. Tuvo que reorganizar toda su vida. Volvió la calma.

Entró a los Caballeros de Colón, invitado por Juventino Maya-goitia que era Gran Caballero y toda la cosa y quien un día, cosas del

Page 102: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

destino, en una de sus “tenidas blancas” le presentó a su hijita, María de la Luz Mayagoitia, jovencita, de muy buen carácter y trato encan-tador a quien la alegría y la forma de ser de Alejandro, le agradó des-de el primer momento. Alejandro hizo, como hoy se dice, muy buena química con ella, así que habiéndose conocido en 1948 antes de que el año se acabara, se casaron. Se casaron y se fueron Acapulco, cuya fama comenzaba y estaba de verdad bonito y allá se pasaron su luna de miel. Y allá regresaron con mucha constancia siempre que encontraron tiempo. Formaron una familia de cinco hijos: Ricardo, Susana, Alejan-dra, María de la Luz y María de Lourdes. Todo esto sin dejar de ir a los matinés del Casino de la Laguna y a sus grandes e inolvidables bailes del 15 de septiembre y de fin de año, pues Alejandro era un gran bailarín... con un gran ritmo, que no sólo lo era, que era un “ritmazo” según lo recuerda su hoy viuda, María de la Luz, suspirando mientras mira hacia el pasado.

Viajaron mucho por la República, pues afirmaba que nadie debe-ría ir al extranjero mientras no conociera totalmente su patria, para po-der hablar de ella cuando en otras latitudes les preguntasen. Cada año se llenaba más el automóvil, que cada año tenía que ser mas grande y como de sus cinco hijos cuatro eran mujeres, cosa cada año más visible, les daba permiso para que invitaran a sus vecinos o amigos y así poder tener durante el viaje pláticas más equilibradas. Así recorrieron durante muchos años muchas de las capitales del país y de las playas todas, sin faltar una.

En sus últimos años escribió varios libros, entre ellos Remansos Espirituales, con prólogo de Rosina G. de Alvarado y Narraciones, Leyen-das y Cuentos con prólogo de Manuel Campos Díaz y Sánchez, portada de María de la Luz Mayagoitia de Bassol y monos y viñetas de Juan Fran-cisco Pérez Bassol, entre otros; pues algunos más dejaría sin publicar ya que fue muy prolífico. Fue uno de los fundadores de la Asociación de la Laguna junto con Pablo López, así como de la Confederación Nacional de Contadores.

En su casa fue siempre muy alegre. 4l años vivieron en matrimo-nio hasta que él murió y de él, María de la Luz hoy mismo dice: “Vivir con él era una fiesta”.

Quede aquí esta breve semblanza de un hombre que supo siem-pre ser amigo de sus amigos, padre amante y esposo singular. Uno de Los Nuestros, vaya.

Page 103: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada
Page 104: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sóstenes Berdeja Aivar* 22

El 28 de noviembre de 1899, en Cuatán, Guerrero, en la hacienda de don Francisco Berdeja, nació un hijo de éste que en pocos años se transformaría en todo un hombre de espíritu acerado, que jamás supo darse por vencido ante la vida, no obstante que ésta le golpeó desde pequeño cambiándola totalmente: primero, haciendo que en los movi-mientos bandoleros de 1903 sus padres perdieran todos sus bienes y, poco después, arrebatando la vida a su progenitor. A este niño lo bau-tizaron con el nombre de Sóstenes Berdeja Aivar. Su madre fue doña Virginia Aivar. Sus padres, cuando lo perdieron todo, miraron hacia Te-cpan de Galeana, del mismo estado, a donde se fueron y su padre abrió una tienda.

Sóstenes inició allí en 1906 sus estudios primarios, de los que sólo terminó el tercer año. Con esas pocas armas escolares y su carácter fé-rreo (aparentemente seco, pero en realidad jovial), su buena memoria y su facilidad innata para las matemáticas, su inclinación a la lectura, una curiosidad abierta hacia todos los temas y una calidad humana que fue creciendo junto con la edad, supo salir adelante en la gran prueba que su destino le imponía. Aquello que para muchos sería nada, iba en su “mochila”, como el bastón de mariscal en la de los sargentos de Na-poleón. Con eso se enfrentó a la vida.

En 1908 dejó la escuela por la necesidad imperiosa de ayudar a los suyos. ¡Qué no habrá hecho, de qué no habrá trabajado el pequeño Sóstenes para ganarse unos centavos qué llevar a los suyos! Mandados, por supuesto, mandados, en aquellos tiempos, en aquellas latitudes y a su edad, seguramente era lo más que le salía; pero esos “lleva a fulano, o zutano, o mengano tal o cual cosa”, a veces sería en el rancho o el pueblo vecino, lo que quiere decir que, sin querer pero sin oponerse, se fue convirtiendo en el gran caminador que llegó a ser y ni siquiera por

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de octubre del 2002.

Page 105: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

deporte, sino por placer; por el puro placer de caminar. Por supuesto, eso no era porvenir para nadie y menos para él, a quien esos mandados y otros trabajos por el estilo no le quitaban tiempo para sus lecturas, que en todo caso hacía de noche y fueron haciendo de él un autodidac-ta, abriendo su mente hacia otros horizontes más prometedores.

Así fue como en 1911, a los doce años y en plena Revolución, salió de su casa rumbo a Salina Cruz, donde hacía pocos años habían cons-truido un puerto artificial que le había dado un comercio muy activo, lo que le permitió trabajar con gran lealtad y verdadera entrega para varias empresas, en cada una de las cuales obtuvo distintos conoci-mientos que le fueron dando a él más valor en el mercado de empleos. Enriquecido con ellos, ya de 18 ó 20 años, volvió con su familia, a la que desde que recibió su primer salario siempre envió ayuda y nunca olvidó, pues en la lista de valores de Sóstenes Berdeja la familia ocupó siempre el primer lugar. Sus padres habían procreado una familia de diez hijos, siete hombres y tres mujeres. De las mujeres y de dos hermanos meno-res él se hizo cargo. A estos últimos, por cierto, les hizo realidad su sue-ño de estudiar leyes en México en la UNAM y han sido profesionistas exitosos en la práctica de su carrera.

Se reunió, pues, con los suyos, que entonces vivían en Atlixco, Puebla, donde él pronto se colocó y, según se fue dando a conocer, comenzó a recibir ofertas de otras empresas, mejorando su posición hasta llegar a las gerencias de algunas de ellas. Dada la circunstancia de que aquellas fábricas hacían frecuentes operaciones de algodón con la compañía algodonera Anderson Clayton, los directores de esta compa-ñía llegaron a conocerlo y lo contrataron para Acapulco, a donde se fue con toda la familia.

Como gerente de la Algodonera La Rosita, llegó a Torreón en 1935. Apenas instalado, lo primero que aquí conoció fue a Emma Herre-ra Orozco, de quien se quedó prendado en cuanto vio. Decía después que lo que le atrajo de ella fue su seriedad y ese estar siempre en su lugar. En realidad, hubo una atracción mutua, pues a ella no le disgus-taba el hombre, lo que al principio le disgustaba era el nombre. Eso de Sóstenes como que no, pero al final acabó gustándole por lo que repre-sentaba: un hombre cariñoso a su manera, con una visión optimista y positiva de la vida, siempre preocupado por el bienestar de la familia. Y su familia era numerosa, pues para él la constituían ambos apellidos que eran los que ellos habían procreado, pero también todos los que llevaban uno solo de ellos, extendiéndola más tarde a los que entraban a ella como esposas o esposos de sus hijos. Se casaron en 1937, es decir,

Page 106: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

dos años después de haber llegado a Torreón. Tuvieron cuatro hijos: Emma, Cristina, Sóstenes y Margarita.

En cuanto se casó comenzó a pensar que, aunque vivía bien, no debía seguir sujeto a un sueldo, por bueno que éste fuera. Así que, sin pensarlo dos veces —o a lo mejor después de pensarlo muchas y muy bien— decidió independizarse. Y así fue como Emma, su esposa, co-menzó a conocer cómo era el Sóstenes con quien se había casado. Se inició en los negocios algodoneros, que él conocía ya muy bien, abrien-do la Algodonera Berdeja, que pronto llegó a ser muy conocida en todo el norte del país, pues en 1938 ésta abrió un despepite en Villa Ahuma-da, Chihuahua y oficinas en Delicias, Juárez y Ojinaga. Después inaugu-raría la Algodonera del Valle de Juárez, con despachos en Ojinaga y San Buenaventura, Chihuahua.

Sus constantes lecturas (sobre todo lo referente al algodón, a su beneficio, a su compra y a su venta), su privilegiada memoria y aquella innata facilidad para las matemáticas a la que ya nos referimos, lo ha-bían convertido en una verdadera fiera para las finanzas algodoneras, particularmente en los que se refería a compras a futuro. Su contacto con los mercados extranjeros, particularmente de los de Gran Bretaña y Estados Unidos, extendieron su fama más allá de nuestras fronteras y constantemente le visitaban personas de por allá que venía ex profe-so a conocerlo. Él las recibía con sencillez, tal como era; y alguna vez, estando platicando de negocios en la sala de su casa, entró una de sus hijas, la más pequeña, interrumpiéndolos. Los mismos visitantes, se quedaron sorprendidos. Emma, su esposa, llamaba discretamente a la niña, entonces el señor Berdeja, dijo: “Déjenme hablar con mi hija; nada va a pasar a nadie porque yo le dé tres minutos a Mague”. Por supuesto todos se rieron y la tensión se acabó.

Entre 1956 y 1958, la revista norteamericana Cotton, especializa-da en los temas algodoneros le hizo una entrevista que, publicada, puso a Sóstenes Berdeja entre los hombres más importantes en el campo del algodón en el mundo. Pero él se daba su tiempo para ir de caza o a pescar con sus grandes amigos, Federico Elizondo Saucedo y el doctor Manuel Medina, o sencillamente ir a tirar al blanco a la caseta de tiro, lo mismo que para ser presidente del Club Rotario, en cuyo ejercicio la hermosa Margarita Willy fue reina del Club.

Entre sus hábitos estaba el fumar puro, entre sus pasatiempos el dominó, que jugaba con Octavio Olvera Martínez, Carlos Monfort, Alberto Alarcón, Juan Abusaid Chaya, Fermín Luna, Remigio Jardón.

Page 107: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Con su esposa visitó Cuba, en tiempos de Fulgencio Batista, Colombia, Panamá y Estados Unidos. Entre sus grandes amigos estaban Ramón Ávila, el licenciado Felipe Sánchez de la Fuente, Víctor Sirgo, Nachito Valencia. No desperdiciaba ocasión de jugar con los niños, lo mismo dentro de la casa que fuera; para ellos como para los adultos, cualquie-ra que fuera su posición social, siempre tenía una palabra cordial que darles, lo que contrastaba con su aparente sequedad.

En 1967 murió en un accidente Emmita, su esposa y desde enton-ces Sóstenes Berdeja comenzó a decaer. Con ella perdía el motor que le impulsaba a la creación de grandes empresas, al interés por ser el primero entre sus pares y vino aflojando el paso, así hasta que contrajo el cáncer que habría de dar fin a su vida el l4 de mayo de 1985, 18 años después que la compañera de su vida.

Así vivió entre nosotros este hombre que siempre guardó para los suyos y para sus amigos lo mejor de sí mismo; que se levantó de la nada, sin ayuda de nadie y en su campo de acción llegó a la cúspide, llevando el nombre y renombre de nuestra región a todas las partes del mundo donde el algodón se cultivaba, se vendía o se compraba.

Por eso, Sóstenes Berdeja Aivar es uno de Los Nuestros.

Page 108: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fernando Bustos Elizondo*23

Fernando Bustos Elizondo nació en la ciudad de Monterrey el 26 de diciembre de 1922. Lleva el nombre que lleva por su padre, siendo su madre Rebeca Elizondo.

Un día habrá que externar un reconocimiento a Monterrey, por

los buenos y valiosos hombres que nos ha enviado como leales lagu-neros y habitantes de nuestra ciudad; lo que no les impide conservar dentro de sus hogares el culto al machacado con huevo y a la tortilla de harina, por lo menos, aparte de los consejos de sus sabios abuelos.

Creció como todos los niños de aquellos años: jugando en la calle

al trompo, al balero, a las canicas, al burro obligado y con las niñas al bebe leche y al caracol. En la escuela primaria “Fernando Lizardi” estudió su primaria y una carrera comercial acaso en la escuela de alguno de los Treviño de allá, que eran familiares de los de aquí... quién sabe, pero que estudió comercio sí que estudió y buena prueba de ello ha dado siempre.

Por lo que sea, cuando buscó el primer trabajo no lo buscó con

escritorio y silla ni papeles, sino en la Vidriera Monterrey como obre-ro, en el departamento de templado. En lo que había estudiado no le pagaban lo que como obrero comenzaría a ganar. Eso le hizo escoger esto último; “los caminos del Señor son inescrutables”. Comenzaba a caminar por la senda que le llevaría a su destino

En la Vidriera estuvo hasta cumplir sus veintiún años. Entonces le salió la oportunidad de de venir a radicarse a Torreón con “Permisiona-rios Unidos”, empresa de camiones que le enviaba como gerente con oficinas por la calle Cuauhtémoc en un cuarto de seis por seis en el que, por obra de magia se acomodó todo, incluidos los muebles del gerente, la secretaria y los propios titulares.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 8 de octubre de 1999.

Page 109: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Para esto, desde sus tiempos de estudiante en la comercial, don Fernando le traía puestos los ojos encima a Lucila Buitrón López, a quien acompañaba a su casa como buenos amigos, al salir ambos de sus estu-dios. Luego, cuando él comenzó a trabajar, ella lo hizo también como maestra en la escuela primaria “Elías Calles”. Ella era aficionada prác-tica al softbol y buena; fue seleccionada para ir a competir a Cuba. La amistad entre ellos iba viento en popa, sin que ella se sintiera obligada a más que amistad con don Fernando, acaso por la parquedad de él en el hablar, pues quienes le conocen bien saben que rige su vida por un apo-tegma latino que ordena “Facta non verba” (Hechos, no palabras). La cuestión es que a Lucila le rondaba entonces otro joven de nombre José Ángel Conchello, que con el tiempo llegaría a ser figura grande del PAN.

Así, las cosas: Él con su nueva oportunidad en Torreón, ella allá sola y en edad de merecer, todo esto traía loco a don Fernando, que tuvo que decidirse. En cuanto la vio le dijo: “Nos casamos, pero ya”. “Pero óyeme yo voy a ir a competir a Cuba”. “Cuál Cuba, cuál Cuba, de Cuba nada; o Cuba o yo”. Lucila lo miraría de arriba a abajo y, no en-contrándolo mal y menos en aquellos tiempos, resolvió que no estaba como para perderlo y menos por una competencia de softbol en Cuba.

Mientras todo aquello se cocía y a lo mejor por ello, don Fernan-do pidió un aumento de sueldo a su compañía, ante lo cual le dijeron que vendiera fletes. Los vendió con tan buena suerte y recibía tan bue-nas comisiones, que un día le dijeron que ganaba mucho.

“Remolques Monterrey” le dijo que se fuera con ellos, que le compraban todo lo que vendiera. Más todavía, que con lo que fuera ga-nando se comprara un camión o los que pudiera y los metiera a trabajar con ellos. Así lo hizo. Un día les prestó un camión a sus hermanos y en la carretera tuvieron un accidente fatal. Eso deprimió enormemente a Don Fernando quien, semanas después, le dijo a su madre que estaba pensando en retirarse del negocio de los camiones con motivo de lo perdido. Su madre sólo le dijo triste, pero dulcemente: “Hijo, después de lo que nuestra familia ha perdido, ¿qué más podemos perder?”. De allí se fue derecho a la agencia y sacó cinco camiones más a crédito.

Fernando Bustos se casó con Lucila Buitrón en 1941 y desde en-

tonces, mejorando a los tres mosqueteros, él fue para ella y ella para él y ambos para la familia que fueron formando.

Cuando llegaron a radicarse, su primer domicilio estuvo por la calle Rodríguez, teniendo como primeros vecinos a los Darwich, a los

Page 110: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mansur, a los Saade. Y fueron llegando los hijos, que en total fueron doce: Fernando, Juan Horacio, Sergio Antonio, María del Rosario, Ja-vier, María Lucila, María Rebeca, Rodolfo Antonio, Jesús Gerardo, José Alfredo, María de Lourdes Monserrat y Martín Eduardo.

Fueron llegando también los negocios; en 1963 compró Hercusa a sus fundadores; en 1988 fundó Industrial Ferbus, S.A. de C.V; después Bustos Autopartes y ya en 1990 Transportes Fernando Bustos Elizon-do, con todo lo cual ha mantenido durante años quinientas fuentes de trabajo.

Su pasatiempo ha sido el golf, que practicó tarde, no obstante lo cual recibió la alegría de lograr un “Hole in one” en el hoyo seis, sueño de todos los golfistas.

Don Fernando fue socio fundador del Club de Industriales de La Laguna; de la Unión de Crédito Industrial de La Laguna; socio del Pa-tronato de la Cruz Roja, del Hospital Universitario, del Club Sertoma de Torreón, del Casino de La Laguna, de la Cámara Junior de Torreón, del Campestre Lagunero, de San Isidro, de La Rosita y del Patronato de la Niñez y Juventud, A.C., entre otras instituciones.

Su querida esposa Lucila murió en el año de 1993.

Ella fue el alma del hogar de los Bustos Buitrón, la que crea-ba aquel ambiente lleno de sus ocurrencias que generaba a diario y contribuían a la unidad de la familia. Sus vacaciones anuales eran fa-mosas. A donde quiera que fueran destacaban, porque cada año ella diseñaba un uniforme diferente de pies a cabeza, que vestían desde el jefe de la familia hasta el más pequeño de ella, dizque para que nadie se fuera a perder. Para tales viajes rentaban un camión especial en cuyos lados se leía: Bustos Team.

Don Fernando se ha ido retirando de los negocios, que maneja a través de sus hijos por rotación. Un día uno de ellos se quejaba que ya no aguantaba a otro y que lo iba a castigar de alguna manera. Don Fernando, calmadamente le dijo: “si alguno de tus hijos que van a la escuela, derramara su vaso de leche, ¿no le darías otro, aun cuando notaras que lo había hecho intencionadamente, para molestarte? Lo nuestro, hijo, no es sólo un negocio, también es una escuela en la que se aprende, no sólo la manera de hacer cada vez mejor lo que hacemos sino, también, a tolerarnos”.

Page 111: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por su intensiva vida de trabajo, por la familia esforzada que aquí ha formado, por no darse por vencido en los días aciagos, por su lucha contra la adversidad hasta volver a levantarse, por su cariño a La Lagu-na... por todo ello indudablemente, Fernando Bustos Elizondo es uno de Los Nuestros.

Page 112: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alejandro Cárdenas Carranza*24

En esta ciudad todos nos conocemos de alguna vez, a veces hasta de alguna temporada; luego, dejamos de vernos y a unos nos parece, al saludarnos nuevamente, como si lo hubiéramos hecho ayer y a otros casi como si nunca antes lo hubieran hecho. Afortunadamente para mí, que iba en pos de su plática, lo primero fue lo que ocurrió entre Alejan-dro y yo al darnos un nuevo apretón de manos, después de tantos años de no hacerlo. Alejandro es uno de esos hombres nacidos para ganarle batallas a la vida; sin embargo, no es eso lo más admirable en él, sino su lealtad a los amigos y su diligencia en servir.

“Cuatro Pasos” refleja totalmente a su dueño. Lo decoran, en-trando a la derecha, un gran cuadro de su tío abuelo, don Venustiano Carranza y las otras paredes están cubiertas por fotos de aviones de to-das las épocas, incluso de los que fueron a la Luna. Lo acaban de llenar un escritorio y aparatos para su ejercicio físico, que no descuida, pues, además a diario, hace largas caminatas, todo lo cual lo mantienen en forma. Alejandro Cárdenas Carranza, que hoy es Capitán Piloto Avia-dor y Asesor Técnico de Aviación, nació el 12 de diciembre de 1922 en Piedras Negras, Coahuila. Es también guadalupano, pues. Fueron sus padres Alejandro Patricio Cárdenas y Acacia Carranza, quienes como entonces no había en Piedras Negras un pediatra confiable, en cuanto pudieron mover sin problemas al recién nacido lo llevaron con el doctor Braulio Montemayor de Eagle Pass.

Así las cosas, Alejandro, al cumplir sus seis años tuvo que de-dicar a su educación el tiempo necesario, que antes se le iba sólo en jugar. Su primaria la hizo en la escuela Instituto del Pueblo y en la se-cundaria, su secundaria y preparatoria. Su inglés lo estudió en la High School de Corpus Christie, Texas, donde le llamaron más que nada por el nombre de “El Güero”, que se le quedó. Sus juegos preferidos

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 23 de enero del 2004.

Page 113: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

fueron el fútbol americano y el box. En su casa su padre le tenía, sobre todo, lo necesario para la práctica del box, incluido el cuadrilátero. Y resultó que un día, al salir del cine, se hizo de palabras con un bole-ro, pero, consciente de que podía propinarle una buena paliza —él al bolero— “lo tiró a lucas” y siguió a su casa que estaba enfrente. El problema fue que su señor padre desde el balcón vio todo y cuando llegó lo estaba esperando para decirle que los pleitos no se inician, pero, cuando estos suceden hay que llegar al final, así que, como se-gún lo que él había visto, Alejandro se había “rajado”; debía volver a donde estaba el bolero para terminar las cosas como debían terminar. Alejandro lo único que obtuvo de su papá fue que el pleito no fuera en la calle, sino en su casa, en el corral, donde estaba instalado el ring. Volvió, pues, con el bolero, le explicó la situación y se la hizo atractiva, pues le dijo que sería como si fueran boxeadores, arriba de un ring y con guantes. Por supuesto, ganó el pleito, pero también el bolero la novedad de todo aquello.

Por aquellos tiempos Alejandro tiraba también la jabalina y corría la milla. Bueno, pues por eso aguantó como aguantó, lo que le vino después y está como está a sus 82 años. Pero por entonces, en ene-ro de 1943 (tenía 21 años), el presidente de Norteamérica, Franklin D. Roosevelt se había reunido en Casablanca, Marruecos, con Charles de Gaulle y Winston Churchill para estudiar la estrategia de las siguientes fases de la guerra europea, acordando exigir la rendición incondicional de Alemania. Alejandro, que moralmente se sentía en deuda con el país vecino, pues allá había hecho todos sus estudios, decidió sumarse a los jóvenes que se registraban para hacer su servicio militar y así comenzó a conocer de cerca el poder que en aquel ejército tienen los sargentos y los mismos cabos.

Entró, pues, al servicio militar. Lo mandaron a entrenarse al Fuerte de San Antonio y al de Sam Houston, donde en el Pandolpa Field le hacían hacer calistenia y carreras de obstáculos que no eran cosa de risa, pero le fortalecían aún más y le daban mayor discipli-na. Por fin, cuando acabó todo ese entrenamiento y le hicieron su examen de aptitudes, lo escogieron para la fuerza aérea, en la que él hasta entonces no había pensado y para estar listo como aviador tenía que completar 60 horas de vuelo. Su entrenamiento incluía su formación, navegación, aterrizaje y acrobacia. Recordando todo esto Alejandro se entusiasma, habla de los aviones que ha volado como si hablara de mujeres de las que se hubiera enamorado, ellos segura-mente han de haber sido y serán el rival de toda su vida de casados de Estelita, su bella esposa.

Page 114: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Recordándolos ya no puedo alcanzarlo: El BT-13, el AT-6, en los que entrenó. Y ya en la guerra, en la que participó: el P-51, Mustang, el P-38 de dos turbinas, el P-47, Republic (ambos americanos) y el inglés Spitfire Huracane y el alemán ME-109 Messerschmit y el FW–190 Focker.

En Topeka, Kansas, fueron reunidos para formar una tripulación. Escogieron diez tripulantes para el Bombardero B–24, entre los cuales estaba él. Lo cargaron de tanques que llevaron hasta el otro lado del Atlántico, haciendo un alto en Goose Bay, Labrador, donde hicieron pre-parativos de dos días y realizaron un vuelo de ocho horas hasta Rayjka-vik en Islandia, para luego seguir hasta Belfast, Irlanda, finalizando en Norwich, Inglaterra. Dicho bombardero pertenecía a la 8ª. Fuerza Aérea, la más grande del mundo. Alejandro participó, pues, en la guerra. En ella estaba el famoso día D, del desembarco, el seis de junio de 1944.

El 18 de ese mes lo mandaron a bombardear la estación del ferro-carril. Y supo lo que eran los cañones antiaéreos de Berlín defendiendo aquella ciudad, al mismo tiempo que sus cazas, que parecía que no te-nían nadie más en quién gastar sus balas, sólo a él, fue atacado desde la tierra y desde el aire. Llevaban siete mil libras de bombas incendiarias de tres tipos, máscara, oxígeno, volaban a una altura en que la tempe-ratura era de 20 bajo cero, cuando un motor se le incendió. No hubo más remedio que dejar el avión y la orden fue dada: ¡A tirarse todos! De película, sin darse cuenta. Retrasar la apertura del paracaídas lo más posible para no convertirse en blanco de los cazas. Cayeron cerca de Kiel, Alemania, cerca del Báltico. Los llevaron prisioneros a Stalaglufk, un campamento, donde los racionaron no a pan y agua, sino a papa: una diaria, sin nada más. Entre los que allí fueron prisioneros estaba otro mexicano, Felipe Múzquiz y otro joven guatemalteco.

Durante ocho meses fueron prisioneros de guerra. Luego los lle-varon de Kiel a Luxemburgo a pie, ¡1250 kilómetros!, hasta que el 2 de mayo de 1945 un cuerpo de tanques los liberó. En Bruselas les dieron francos en una equivalencia de 100 dólares, con lo que se fueron a Na-mour y luego a París. De allí irían a Inglaterra y Nueva York como ex prisioneros de guerra bajo control de Estados Unidos, con 60 días de vacaciones.

Lo que pasaron como prisioneros de guerra fue de miedo. Alejan-dro conoció el hambre, la sed, la suciedad, el gesto de asco de los demás al verlo y más todavía al olerlo. Cuando se dio el primer baño después de aquellos ocho meses de prisión, su jabón no hacía espuma y al quejarse del jabón, pidiendo otro, le aclaraban: sigue enjabonándote hasta que

Page 115: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo consigas, porque la costra de mugre que traes es muy gruesa. Y era cierto. Pero, todo esto le hizo conocer también la generosidad, la com-pasión, la misericordia, la tolerancia, la dulzura y la buena fe de muchos seres humanos y le desarrolló su buen humor y el amor por los demás. Ol-vidado el horror de la guerra, en 1948 vino a Torreón, hace 55 años. Tenía entonces 26 años de edad y estaba lleno, igual que ahora, de ilusiones, aunque éstas sean diferentes a aquéllas; pues cada edad tiene las suyas.

La ciudad en sí le gustó, pero lo mejor fue que en una de sus an-danzas por nuestras calles, precisamente para conocer la ciudad, tro-pezó con el local de la fotografía de Julio Sosa, en cuyo aparador se exhibía una fotografía de Estela Sáenz Larriva y verla y quedarse pren-dado de ella fue todo uno. Entró al local y preguntó quién era ella y cuando se lo dijeron y, a su vez, le preguntaron por qué quería saberlo, les contestó que porque la había andado buscando toda su vida para casarse con ella. Y cuando le dijeron que qué si tenía novio, a su manera les dijo: que si para casarse con ella era necesario también casarse con él, sin dudarlo un momento lo haría. No le fue fácil localizarla, pero no faltó una amiga común que, al fin, los presentara. Menos fácil fue que lo aceptara, que hablara con él, pero unas vueltas a la plaza, que entonces era lo usual y el convencimiento de ella de que Alejandro era una buena persona, allanaron las iniciales dificultades, casándose el 29 de diciem-bre de 1949 y formando una familia de cuatro hijos: María Estela, María Angelita, Alejandro y Laura Alicia.

Desde su llegada en 1948 se había conectado con Mariano Peña, a quien le hizo la pregunta directa de por qué la fumigación de sus ne-gocios agrícolas se las hacían fumigadores americanos y no mexicanos, a lo que el señor Peña le dijo que porque los aviadores mexicanos no tenían aviones. Cómo que no, le dijo Alejandro: yo soy mexicano y yo tengo aviones y aviadores. Quedaron de verse el lunes de la semana siguiente. Alejandro se fue directamente a la Ciudad de México: allá compró los seis aviones que necesitaba y se trajo los aviadores nece-sarios, que en cuanto se enteraron que andaba en eso se pusieron al habla con él.

Y ésta es, a grandes rasgos, la semblanza de un inquieto y singu-lar lagunero a quien el destino le ha hecho vivir más de una vida, ambas apasionadas: el amor por su esposa y su vocación por el vuelo, que lo han hecho uno de Los Nuestros.

Page 116: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alberto Carmona Escobedo*25

EI hombre ético es el que procura hacer el bien sin esperar recom-pensa o castigo por ello. Esto lo dijo en alguna ocasión Jorge Luis Borges, refiriéndose a sí mismo, pero le queda como anillo al dedo al Lic. Alberto Carmona Escobedo; lo digo de entrada, aplicándolo a este lagunero, quien con tenacidad desde hace años viene tratando de res-catar seres humanos de lo más profundo de la estrechez humana: la locura y la miseria.

Lo ha conseguido en algunas ocasiones, ayudado por laguneros de buen corazón como Francisco Martín Borque (QEPD) y su estimable familia, la señora Silvia Papadópulos de Murra, Magda Pérez de Fahur, el doctor Fernando Villa y otros cuya colaboración profesional, econó-mica o de tiempo han hecho posible la permanencia por casi dos déca-das del “Centro de Salud Mental, A.C.”.

Hasta antes de su existencia varios enfermos que tenían perdida la razón, pero que no eran peligrosos, invadían nuestra ciudad asustan-do a sus habitantes porque, de pronto, por ejemplo, se ponían a gritar desaforadamente o a correr atropellando a los transeúntes; no faltaban tampoco quienes se desnudaran en plena calle, o defecaran a la vista del público. Las autoridades nunca encontraron solución para este proble-ma, como no fuera la de hacer, de vez en cuando, una redada de ellos que luego iban a dejar en la carretera a varios kilómetros de Torreón, cero soluciones allí, que no lo eran.

Con motivo de que la salud de su padre se resintió, Alberto Car-mona tuvo que ayudarle en el manejo de su negocio. Esto le obliga-ba a salir a los bancos y cosas así, lo que dio lugar a que en varias ocasiones tropezara con un joven bien parecido, pero con la razón extraviada. Fue tal el impacto que le causara ese infortunio que, sen-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 22 de octubre de 1999.

Page 117: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sible como desde siempre ha sido para las desgracias del prójimo, por mucho tiempo se dedicó a pensar cómo podría ayudar a aquel joven y a otros que padecieran su mismo mal.

Pero retrocedamos: Alberto Carmona Escobedo hijo de Alberto

Carmona Urrutia, nativo de la ciudad de México y de Emma Escobedo, originaria de Zacatecas, nació en esta ciudad el 4 de marzo de 1944, lo que lo declara Piscis y deja de una vez por todas aclarada su inclina-ción al servicio social.

Su padre fue propietario de una conocida mercería llamada “La Sorpresa”, muy conocida y con una amplia clientela. Alberto, pues, tuvo una niñez francamente feliz, hizo su kinder en el Colegio Villa Ma-tel, su primaria en el Instituto Francés de la Laguna, ambos de Gómez Palacio y su secundaria y bachillerato en la Carlos Pereyra de esta ciu-dad. Su carrera la realizó en la escuela de Derecho y Ciencias Sociales de Monterrey, teniendo desde entonces un marcado interés por la antro-pología como elemento cultural para aplicarse en el comportamiento de las personas.

Fue, es y ha sido siempre introvertido. Se comunica con facilidad,

pero, ni fue deportista en sus tiempos de estudiante, ni amiguero, tam-poco precisamente hosco, no rechaza a quien se le acerca, pero siempre ha preferido los estudios, la lectura, los ambientes religiosos como el de su propia familia y el de sus escuelas.

Como estudiante comenzó a leer poesía de autores ingleses:

Byron, Keats, etc. en traducciones al español; luego se aficionaría a los novelistas rusos: Andreyev, Dostoyevsky y a los alemanes: Goethe, Schiller. De Los Nuestros, Alfonso Reyes le impactó.

Terminó sus estudios el año 66, a los veintidós de edad. Regresó a Torreón para hacer su tesis y en el 68 presentó examen en Monterrey; aprovechando esa circunstancia para hacer un año de teología, buscan-do un mayor acercamiento a Dios y a la práctica de las virtudes.

Cada vez se tornaba más idealista. Sueña, con sentido práctico, cuestiona su medio. Hace un viaje con un itinerario cultural que, a partir de Nueva York, como un homenaje a sus lecturas de Verne, comienza por Islandia; luego, particularmente todos los museos de Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza, Roma, Florencia, Venecia, Austria, Dinamarca, Noruega, Holanda... observando en todas partes la desigualdad social y comparándola con la de su patria.

Page 118: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Vuelve, trabaja para una empresa regiomontana, una compañía minera en el norte del Estado. Renta con otros compañeros de trabajo –solteros— departamento. En la esquina de aquella cuadra existía un negocio al que acudían a abastecer su mesa. En él conoce a la que sería su esposa durante veintidós años: Rosa Elena Valdés Montemayor, hija del dueño, con quien se casó en el 72.

Del 76 al 79 vivió en México donde trabajó y estudió un diploma-do de Investigación Educativa y dos años de maestría. Se inclinó por el conocimiento de sistemas penitenciarios, por lo que visitó con frecuen-cia el penal de alta seguridad de Almoloya.

En Torreón fue fundador del “Club de Leones de Torreón Po-

niente”. Al leonismo lagunero le indujo su padre, que fue León Gómez Palatino. En el Club que aquí fundara, además de socio, en sus oportu-nidades fue Secretario y Presidente, respectivamente.

Siendo esto último consiguió para el Cuerpo de Bomberos local tres máquinas en la ciudad hermana de Fresno, una de las cuales con-dujo personalmente de aquélla a esta ciudad.

Es catedrático de tiempo completo del Tecnológico de La Laguna, habiendo cursado una maestría de grado educacional en la Universidad Iberoamericana.

Con motivo de una larga y fatal enfermedad que adeció su padre, durante ocho años administró el negocio de mercería. Esto nos vuelve al punto inicial, cuando Alberto Carmona comenzó a tropezar con aquel jo-ven enfermo de sus facultades mentales. Cómo ayudarlo y no solamente a él sino a todas las personas que en la ciudad se veían a diario, dando lás-tima o siendo motivo de risa de los habitantes sin que nadie hiciera algo práctico por ellos, fue generando la obsesión del Lic. Carmona.

Su aspiración fue ofrecerles un Albergue-Hospital para someter-los a tratamiento. Pensaba que muchos de ellos no hubieran llegado a tanto de haber sido atendidos oportunamente por especialistas; otros habrían mejorado notablemente. Hoy es la prueba de ello. Pero, en aquel entonces —el 84— sólo logró abrir un consultorio en la avenida de Matamoros y Acuña, donde con la generosa ayuda de varios médi-cos se les dio a los enfermos consulta gratuita.

De entonces parte su relación con el “PA-PRO”, que convencido por tan grande esfuerzo, lo apoyó con uno de sus conocidos fideicomisos

Page 119: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y este Patronato (que hoy preside el Lic. Antonio Burillo) mensualmente le sigue entregando el cheque correspondiente.

El viernes quince de este mes de octubre de 1999, “El centro de Salud Mental”, idea y obra de Alberto Carmona Escobedo cumplió quince años de existencia. Hoy tiene una existencia asegurada, pues su servicio hospitalario lo ofrece en la avenida Francisco Sarabia y calle Perú, rumbo al aeropuerto.

Esto fue posible gracias a la colaboración de mucha gente, entre quienes destacan Carlos Jalife, Víctor Ramos Clamont, el Club Sertoma y la televisión local. Unidos organizaron y difundieron en su momento un gran maratón y otros festejos con cuyos resultados económicos se pudo comprar la propiedad antes dicha.

En el año 94 él y su primera esposa decidieron divorciarse. De su matrimonio les quedaron 3 hijos: Rosana, Marisol, casada y Sandra. Las dos solteras viven con su madre y todos llevan buenas relaciones.

Ha seguido interesado y estudiando la carrera de teología. Por

otra parte, la figura de Gandhi, cuya vida en cuanto a su amor por su pueblo, le atrae irresistiblemente. No sorprende pues, que desde hace unos cuatro años venga participando en el grupo “Hermano Tarahuma-ra”, A. C., que se dedica a apoyar a jóvenes tarahumaras deseosos de estudiar, proporcionándoles además una asistencia completa. Actual-mente vienen recibiendo este beneficio veinticinco jóvenes: dieciocho mujeres y siete hombres, en un local ubicado por la calle García Carrillo, propiedad de un generoso lagunero que para tal fin se los facilita gra-tuitamente.

En esta labor de rescate de la ignorancia y la pobreza Alberto cono-

ció a Patricia Urby, con quien casó en el mes de junio de este año.

En tiempos como los actuales en los que el mundo parece haber vuelto a poner en un altar al Becerro de Oro, excluyendo a los viejos valores morales que seguramente heredara de sus mayores pero que ha olvidado, sorprende un hombre que, como el Lic. Alberto Carmona Escobedo, durante la mayor parte de su vida ha insistido en una bús-queda de Dios y en una entrega de su tiempo al servicio de los más necesitados, sin esperar por ello premio alguno.

Definitivamente es uno de Los Nuestros.

Page 120: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mario Carrillo Prieto*26

Mario Carrillo Prieto nació en esta ciudad de Torreón el nueve de sep-tiembre de 1949; es decir que recientemente cumplió cincuenta y cinco años llenos de salud y felicidad, logradas en compañía y gracias a su querida esposa Laura Elena Ramos Torres, “bella y alegre como la pri-mavera”, amén de su dedicación desde pequeño a la lectura y a una vocación clara y precisa para la medicina desde siempre.

Sus estudios primarios los cursó en la Escuela Oficial 20 de No-viembre, donde, allá por los años 60, estando en el cuarto año elemen-tal ganó el primer lugar entre los alumnos laguneros. La noticia se supo porque El Siglo de Torreón editaba entonces una columna sobre los estudiantes y con aquel motivo hizo un reportaje especial al respecto, poniendo a Mario Carrillo Prieto por las nubes y como paradigma a los alumnos por su dedicación al estudio. Fue la primera vez que Mario vio su nombre publicado en letras de molde y nada menos que en el diario más importante de la Comarca Lagunera. Cuando en aquella ocasión el reportero le preguntó qué era lo que quería ser de grande, sin titubear le contestó que médico. No había ningún antecedente sobre esto en su familia, el más cercano a ello en todo caso sería el de su hermana ma-yor, que era enfermera. Su secundaria y bachillerato los realizó en la 18 de Marzo de Gómez Palacio y su carrera en la Facultad de Medicina de Torreón. Su especialidad en pediatría la llevó a cabo en el Hospital 20 de Noviembre de la UNAM, terminando sus estudios en 1972.

Sus padres fueron Jesús Carrillo Méndez y Guadalupe Prieto Zárate; el primero particularmente amante de la cultura y aunque no había tenido la oportunidad de seguir sus estudios, leía constantemen-te todo libro que caía en sus manos, cultivándose de esta manera. La inclinación a la lectura que desde sus principios escolares demostró su hijo Mario, llenaba de orgullo al padre y de ello hablaba con sus clien-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de septiembre del 2004.

Page 121: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tes. Alguna vez le regaló una enciclopedia y Mario le pidió permiso para ir a leer tranquilamente a una de las tres cantinas, la más cercana, que su padre manejaba en concesión y que a esas horas estaban cerra-das. El permiso se lo dio; pero le entró una duda: irá a perder el tiempo, pensó. Dejó pasar un rato y luego fue a fisgarlo. La sorpresa fue suya: Mario estaba allí, sentado frente a una mesa, con el libro abierto sobre ella y absorto en su lectura. Don Jesús Carrillo, arrepentido, lloró de pena al ver aquello. Pero a Mario no sólo le atraía la lectura, le sedu-cían también la oratoria y la declamación, lo mismo que la música. En la preparatoria perteneció al “Grupo Cultural Beethoven”, impulsado por el profesor Sebastián Medina, quien mantuvo durante algún tiem-po los Miércoles Culturales, organizando conciertos en los que ade-más de escuchar la música de los autores clásicos escogidos se leían panegíricos sobre sus autores. Había por entonces muchos torneos y en un concurso de declamación, Mario, que estaba muy atento a todo lo que significara cultura, se inscribió en y quedó en segundo lugar. En otro, de poesía —que sucedió en sus tiempos de estudiante de la Escuela de Medicina— finalizó en primer lugar. Independientemente, participaba declamando en las cenas de los clubes de servicio, que le invitaban para escucharlo y le premiaban con sus aplausos.

En cuanto a su carrera, como decíamos al principio, se especializó en pediatría, en la que ha obtenido muchas distinciones: en el ISSSTE es Jefe de Pediatría y quienes le nombraron fueron sus compañeros del Se-guro Social de Gómez Palacio, donde participó como subdirector de 1984 al 85. En 1990 pasó al Hospital 16 como pediatra. Desde el 93 y hasta el 97 actuó como subdirector. En el 91 la Ibero lo invitó como maestro del Área de Coordinación y allí mismo en 1993 le nombraron Coordinador de la carrera de Enfermería. De una terna fue designado como Coordinador de Bancomer para San Pedro, Parras y la Comarca Lagunera. En el año 2000, el ISSSTE de la ciudad de Durango lo invitó para ser Coordinador de Hos-pitales del Seguro Social. En el 2001 volvió a Gómez Palacio al Hospital 51 del Seguro Social como director. En 2002 lo pasaron a la dirección del Hospital 46 de Gómez Palacio. Ha tomado en la Ciudad de México y en Durango diplomados y cursos de Alta Dirección de Hospitales, el último en Monterrey en el 2003. El pasado 14 de septiembre recibió en la Ciudad de México, de manos del Secretario de Salud, diploma de Certificación del Hospital 46, evaluación realizada por el Consejo de Salubridad Gene-ral. Invitado por Carlos Jalife es voluntario y consejero de la Cruz Roja de Torreón.

Como Rotario ha sido presidente de Torreón Oriente y, en su ejercicio, su club obtuvo mención presidencial del presidente Rotary

Page 122: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Internacional, por ser la segunda vez que ganaba su club gracias a las Damas Rotarias.

Mario y Laura Elena, su esposa, se conocieron siendo ella presi-dente de la sociedad de alumnas del colegio La Luz. Ambos andaban, cada cual por su lado, realizando actividades sobre la no violencia. A la hora de comer vinieron a quedar frente a frente. Él estaba en su cuarto año de medicina; ella estaba por terminar su preparatoria. Lo único que él sabe de aquella ocasión es que quedó prendado de golpe de Laura Elena, su primer y único amor, a quien dos semanas después le hizo un poema que tituló: “Tus Ojos y tu Mirar” y que no bastó para que le correspondiera, pues todavía tuvo que pasar algún tiempo y mucha insistencia para que Laura Elena reconociera que el amor que le ofrecía Mario era del bueno. Hoy tienen 30 años de casados, ya que su matri-monio lo celebraron el 18 de agosto de 1974. Sus dos primeras hijas nacieron en la Ciudad de México: Laura Dafne, que hoy es abogada y Laura Dánae, que siguiendo el ejemplo de su padre es médica y, por cierto, pronto les convertirá en abuelos. Laura Daniela (la tercera) estu-dia diseño gráfico en la Ibero.

Torreonés ciento por ciento, como lo es toda su familia, Mario es ejemplo. Ser torreonés, qué timbre. Pero serlo a la manera de Mario es ser uno de Los Nuestros.

Page 123: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Dr. Juan Carlos Casas Gaona*27

Para los hombres que se buscan a sí mismos lo difícil no es cumplir con un deber, sino estar seguros de cuál es el suyo. Una vez descubierto no les es pesado cumplirlo; al contrario, a él se entregan con cotidiana e infatigable alegría.

Juan Carlos Casas Gaona nació en Juan Aldama Zacatecas, el 27 de diciembre de 1921, lo que quiere decir que está próximo a cumplir setenta y nueve años. Tomás Casas fue su padre, dedicado a la agricul-tura, con escasos resultados y Angélica Gaona, que antes de casarse trabajaba como maestra, fue su madre. Ambos, Tomás y Angélica, pro-crearon seis hijos, de los cuales Juan Carlos fue el segundo y tres han muerto. El único recuerdo que el hoy doctor guarda de sus primeros seis años, es el de aquella lejana ocasión en que su hermano mayor, Genaro, le bajó la rama de un árbol para que se subiera por ella, pero, como la soltara antes de tiempo, él —Juan Carlos— fue lanzado al aire con la fuerza de una catapulta. Esto seguramente ocurrió en el rancho “El Ojito”, cercano a Juan Aldama.

La agricultura, como se sabe, a unos enriquece y a otros les dificulta la vida. El papá de Juan Carlos se contaba entre estos últi-mos. La vida del matrimonio y sus hijos era difícil; no obstante, el hoy doctor a su tiempo fue a la escuela primaria en Juan Aldama, donde estudiaría hasta tercer año. Pero, cada mañana antes de dirigirse a ella, ayudaba a su padre en la ordeña de las vacas, a llenar de ver-duras las cantinas que cargaba un burro y que él mismo cortaba y lavaba cada tarde anterior, para llevarlas desde “El Ojito” hasta Juan Aldama, donde tenía sus marchantes que se las compraban. Con lo que sacaba contribuía al sostenimiento familiar. Después de la venta, desayunaba con su tía Luciana, que vivía en el pueblo y de allí se iba a la escuela “Benito Juárez”.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 8 de diciembre del 2000.

Page 124: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por deseos de su madre, en 1930 se fueron a la ciudad de Du-rango, donde su padre obtuvo un empleo en un pequeño establo. Allí Juan Carlos, a las cinco de la mañana tenía que ayudar a la ordeña de la leche que luego repartiría en una tartana, para quedar libre a tiempo de ir a la escuela. Tres años fueron de aquello, luego sus pa-dres pudieron comprar tres vacas, rentar una casa y con el producto de éstas se ayudaban a salir adelante de una manera precaria. Juan Carlos trabajó de mozo con unas profesoras, las que le permitieron ir a la escuela hasta terminar su sexto año. Su padre falleció cuando él, Juan Carlos, iba por su segundo año de secundaria. Su madre se vio precisada a volver a ejercer el magisterio, como maestra rural, en ranchos y poblados del estado de Durango y así él pudo seguir estu-diando la secundaria. En 1938 la terminó, obteniendo una pequeña beca y alojamiento en la parte baja en el estadio del entonces casco de Santo Tomás.

Terminada la preparatoria para ciencias biológicas, ingresó a la escuela superior de medicina del Politécnico Nacional, en donde hizo los dos primeros años de la carrera ayudado sin falla por la pequeña beca que, durante toda su estancia en la capital, le proporcionó la Secretaría de Educación Pública; así como por la alimentación parcial que le daba la beneficencia pública. El tercer año de su carrera ya lo efectuó en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autó-noma de México, donde también consiguió parte de su alimentación en el comedor universitario. En medio de tantas carencias logró cum-plir su aspiración de ser médico.

Su servicio social lo realizó en Juan Aldama y obtenido su títu-lo se fue a radicar allá, donde ejerció durante los siguientes quince años; en los cuales tuvo la satisfacción de ser presidente de la so-ciedad de padres de familia, presidente y fundador de aquel club de Leones, además de Presidente Municipal por seis meses, ya que, por razones de salud, no pudo concluir su mandato. Pero en aquel poco tiempo construyó la cancha de básquet de la alameda y un puente cediendo al municipio, cuya situación era precaria, el ciento por cien-to de su sueldo.

Fue, también, tesorero del comité pro construcción del Centro de Salud con sanatorio y primer director del mismo. Fue gestor frente a sus hermanos, los químicos Francisco y Tomás, para que donaran la ma-yor parte del terreno en donde está el CEBATIS, así corno del terreno donde ahora está la “Fuente del Ausente”.

Page 125: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Hay que dejar sentado que jamás ha olvidado a su pueblo, ya que semana a semana, sábados y domingos, lo visita y da consulta gratuita a los que así lo ameriten.

Durante cinco años premió a dos de los mejores alumnos del sexto año de la escuela Ramón López Velarde con un viaje a Jerez, Zacatecas; la tierra del autor de “Suave Patria”, con una extensión a la capital.

En 1962 el doctor Juan Carlos Casas Gaona, con deber claro en su espíritu, se trasladó a Torreón. En 1949 se había casado con Armida María Martínez. Mientras sus hijos estudiaban, él abrió su consultorio y se daba entre nosotros tiempo para hacer esto o aquello.

Pidió a su club de Leones su traslado a Torreón, donde desde en-tonces ha ocupado numerosos cargos en todas las directivas, siendo la más importante su designación como médico de la Casa del Anciano durante treinta y siete años consecutivos y sigue, así como médico de la clínica del club, lamentablemente en huelga. En el área de servicio so-cial como reconocimiento a tales servicios, Torreón lo nombró ciudada-no distinguido en 1986. En 1983 el club de Leones de Torreón lo honró con la medalla O’Higgins, que es la máxima presea leonística.

Por su notable aportación al servicio pro comunidad, el DIF en Torreón y el Ayuntamiento de Torreón también lo galardonaron. El Qui-rófano de la clínica del Club de Leones ostenta el nombre del Doctor Ca-sas Gaona en una placa de bronce. El club Sertoma de Torreón le otorgó un diploma por servicios a la humanidad, tanto a nivel local como de la zona que corresponde a los estados de Durango, Zacatecas y Región Lagunera; reconocimiento que le fue otorgado en la convención de di-cho club en la ciudad de Mazatlán, Sinaloa y fue entregado por el presi-dente internacional de clubes Sertoma en 1998.

Los reconocimientos, medallas, placas que el doctor Juan Carlos Casas Gaona ha recibido por su labor eminentemente humana y que ha desarrollado en beneficio de nuestra ciudad y sus habitantes, se acerca y acaso pase al centenar. Sus hijos, que son siete, todos estudiaron aquí. Ac-tualmente Carlos Gerardo es Sacerdote Jesuita; Rubén Eduardo, médico; Claudia Armida, asesora de arte y decoración; Bertha Eugenia, educadora; Mario Alberto, agrónomo y Enrique Alonso, mecánico electricista.

El Doctor Juan Carlos Casas Gaona, con un gran equilibrio espiri-tual, ha podido cultivar el amor a dos lugares sin ser infiel a ninguno: a su pueblo natal y la ciudad escogida para crecer con los suyos, a la cual

Page 126: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ha servido con una devoción de la que dan fe los reconocimientos con que Torreón y sus instituciones le han distinguido. Escogió a nuestra ciudad cuando ya había descubierto su deber, cuando ya estaba hecho y maduro para darnos lo mejor de sí mismo. Y lo sigue haciendo.

Indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 127: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ramón Castañeda Martínez*28

Ramón Castañeda nació en Chihuahua en 1912. Fueron sus padres Mi-guel Castañeda Rincón y Jacinta Martínez de Castañeda; él, coronel ju-bilado que por entonces trabajaba como auditor en los Ferrocarriles Nacionales de México.

En 1924 decidieron cambiar su domicilio a esta ciudad. No se saben exactamente los motivos de este cambio, pero en aquella época ¿quién no soñaba con venir a Torreón? Eran los años en que el empuje de sus primeros habitantes, las consecuencias de la primera gran guerra euro-pea (14-18) y el algodón habían convertido a la comarca en un nuevo El Dorado; en donde las fortunas se hacían, se despilfarraban y se volvían a hacer. Días en que las crecientes anuales del padre Nazas se convertían en romerías; días en que levantar cosechas de cien mil pacas de algodón también estaba dentro de lo posible.

Un año después de su llegada, los Castañeda, con su hijo Ramón de trece años, atestiguarían la grandiosidad de la primera Feria del Algodón, su desfile de carros alegóricos y una ciudad brillantemente iluminada por la luz eléctrica. Habían llegado, pues, a la Tierra Prometida.

Ramón Castañeda terminó su instrucción primaria en la escuela Amado Nervo. Un poco de descanso y luego comenzó a estudiar la carrera de Contador Privado, terminada la cual comenzó a trabajar con Garza Hermanos, pero no precisamente como Contador ni como ayu-dante de un titular, sino como vendedor de los automóviles que ma-nejaba la firma, que eran los Chevrolet, de los que en varias ocasiones llegó a ser, en la empresa, el que más unidades vendiera.

Trabajar estaba bien, pero había otras cosas en la vida, el depor-te, por ejemplo, que valían la pena. Por varios años practicó el atletismo

* Semblanza publicada en El siglo de Torreón el 19 de febrero de 1999.

Page 128: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

para, finalmente, inclinarse por el basquetbol; deporte que por aquel entonces (ya andábamos por la década de los treinta) era un verda-dero furor. Ramón Castañeda se sumó precisamente a los integrantes del equipo “Ferrocarriles Nacionales de México”, en el cual figuraban basquetbolistas como José Alvarado “El Arrojado”, Alfonso Esparza y Raymundo Wah. En su momento, Ramón fue seleccionado nacional. Una de sus anécdotas de aquel tiempo cuenta que en un juego contra el equipo de su tierra natal (pero él, para entonces ya era lagunero de corazón) y estando el tiempo por terminar, los visitantes iban ganando por un punto. Tiró Ramón el balón desde más allá del medio centro y cuando la pelota iba por el aire, se oyó el pitazo que terminaba el juego e inmediatamente después se vió al balón entrar limpio en la canasta; con lo cual los ferrocarriles ganaron por un punto el juego que llevaban perdido, precisamente por otro. Ésta, contaba después, fue una de las mayores emociones de su vida.

Pero ya para entonces había descubierto que tenía una buena voz de barítono. Y bueno, buscó a sus iguales o a quienes tocaran al-gún instrumento y fueron alma de cuantas fiestas había por entonces. Localmente llegó a grabar siete discos, acompañado al piano por Henry de la Croix, por Chago García —ambos al piano— por Roberto Rojas con su guitarra y por Carlos Navarrete con el acordeón.

Pero no todo podía ser deporte y canto, así que en el año 1935 casó con Carmen Morales Garza, quien le dio tres hijos: Carmen, el fa-moso Maikelo y Margarita.

Una de las cosas que logró en su primer trabajo fue una mag-nífica amistad con Roberto Garza Morales. Asociado con él abrió una casa de muebles finos, que por aquellos tiempos no existía en Torreón; a la cual, con la llegada de los primeros radios, añadirían la represen-tación exclusiva de los “Admiral”. Cambiarían con el tiempo de giro, dedicándose a construcciones e invitando a participar al Arq. Carlos Gó-mez Palacio, con quien se hicieron cargo de la construcción del Teatro Alvarado.

Con motivo de sus negocios y más cuando por recomendación de Mariano López Mateos (hermano del presidente y muy amigo de su padre) se le encargara la construcción de bodegas para la Nacional de Depósito, Ramón tenía que ir con mucha frecuencia y a veces por varias semanas a la ciudad de México; donde por conducto de su amigo Salva-dor García (el cantante lagunero), conoce y cultiva la amistad de artis-tas de la talla de Agustín Lara, Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu y otros.

Page 129: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Y en alguna noche de bohemia cantó haciendo trío con “El músico poe-ta” y Toña la Negra. Frente a mí tengo dos copias de las composiciones de Lara: “Sueño Guajiro” y “Ven acá” con las siguientes dedicatorias: en la primera, “Un recuerdo a Ramón Castañeda, voz privilegiada, con mis mejores deseos”. La segunda: “A Ramón Castañeda, con el deseo de que su voz preciosa pueda escucharse pronto en el aire de México”. Ambas con la firma de Agustín Lara.

Los amigos proponen Dios dispone.

En el año cincuenta y tres se sumó al leonismo lagunero, en el que cumplió cuarenta y cuatro años, siendo presidente en el ejercicio del año 1981 al 82. Bajo su presidencia se inauguró el Monumento a la Madre, instalado en la Plaza Lourdes de la colonia Nueva Los Ángeles.

Ramón Castañeda Martínez murió en el año de 1997, con méritos suficientes para ser uno de Los Nuestros.

Page 130: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Cobos Acosta*29

A Francisco Cobios Acosta se le desparrama la delicia del vivir; por eso ha hecho y ha sido tantas cosas en su vida, no obstante lo cual se ha adminis-trado bien en lo económico. Por todo ese gusto de vivir es un mexicano clavado, por su tenacidad en el trabajo ya no lo es tanto, o es acaso esa excepción que para su bien y para el de esta ciudad, confirma la regla.

Francisco, Quico, Pancho, Paco, que de estas diversas maneras lo llaman sus amigos y a lo mejor de alguna otra que desconozco, nació en Jiménez, Chihuahua, el 18 de diciembre de 1916; siendo sus padres Amado Cobos Mendoza y Adela Acosta. En Jiménez vivió sus primeros seis años, de los que no guarda mayores recuerdos, seguramente por-que transcurrieron llenos de felicidad.

En 1922, la familia cambió su residencia a Torreón. Era presidente municipal de nuestra ciudad el doctor don Samuel Silva, en cuyo ejerci-cio se construyó la Escuela Amado Nervo. La familia Cobos Acosta tuvo en nuestra ciudad como primer domicilio una casa ubicada por la calle Blanco, entre las avenidas Allende y Matamoros y lo primero que hi-cieron fue inscribir al pequeño Paco en el Colegio de Jesús María, que estaba ubicado en la calzada Colón y avenida Morelos y en el cual cur-saría del primero al quinto año de primaria. El sexto año lo cursó en el Instituto de La Laguna que dirigió el profesor Garrido, para el que guar-da un profundo agradecimiento por lo que de él aprendió. De entonces data su antigua amistad con los Barraza: Ramón y Mariano, con Enrique Salas, Paco (q.e.p.d.) y Armando Martín Borque.

En períodos de aproximadamente dos años se cambiarían suce-sivamente a la calle Treviño, entre Hidalgo y Venustiano Carranza, en-tonces llamada Iturbide (en honor de Agustín de Iturbide que formuló el Plan de Iguala y firmó con O’Donojú los Tratados de Córdoba que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 14 de julio del 2000.

Page 131: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

reconocían la independencia de México); a la esquina de González Or-tega y Allende; a la calle Jiménez (donde hoy está la Escuela Comercial), a la Treviño entre Juárez y Morelos... hasta llegar en 1930 a la avenida Allende, entre las calles Valdés Carrillo y Cepeda, donde fue mi vecino y también de Joaquín, que desde hace años se volvió a España y su her-mano Tacho Fernández, que sigue siendo lagunero.

La familia Cobos tuvo la mala suerte de perder a sus padres al poco tiempo de llegar a Torreón; al padre dos años después de haber llegado y a su madre un año después que aquél; haciéndose cargo de ella Amado, como hermano mayor que era, llamando a su tía Panchita para que les hi-ciera casa. En tales condiciones, al terminar su primaria (lo que a Pancho le importaba era hacer una carrera corta, que no fuera la comercial, ¡mire usted lo que son las cosas!), comenzó a trabajar cuanto antes. Como le atraía la mecánica, preguntó y buscó hasta encontrar que en la Ciudad de México los estudios los impartía el Instituto Superior de Técnica Mecánica Eléctrica y dando la casualidad que en México vivían unos parientes. Con la anuencia de Amado y el resto de la familia, para allá se fue. Iba bien, hasta eso, no era mal estudiante, pero la inquietud que le caracteriza, un afán de vivir plenamente su vida, comenzó a florecer con motivo de una huelga que promovieron los estudiantes mayores y ¡claro que Pancho no se la iba a perder! En ella anduvo y por tal motivo tuvo que salir, sin poder continuar los estudios, igual que todos los que la perdieron.

Pero el tiempo que allá estuvo le sirvió para unir a todos los estu-diantes de estos rumbos. Juntos rentaban el tercer piso de un edificio que estaba —y a lo mejor sigue estando— en Venezuela 18 y a ese piso le pusieron “Comuna Lagunera”; en él vivían, a él invitaban a todos los de por acá para identificarse, platicar y hacer bola. Por allá iban de vez en vez Poncho Garibay Fernández, el doctor Madrigal, Antonio Estrada, Eduar-do Rodríguez Salas. Se la pasaban a todo dar, según recuerda, pero todo eso había acabado para él con el resultado de la famosa huelga. No había más que regresar a Torreón y aguantar lo que viniera. Amado quería a su familia, pero sentía la responsabilidad que tenía en sus hombros, le dijo a Pancho lo que tenía que decirle y que de allí en adelante si algo quería de la vida tenía que ganárselo. Quince o dieciséis años tendría por entonces Pancho. Aprovechó que “la Chata”, su hermana —hermosa mujer, por cierto— era la cajera en la Lotería Nacional y a través de ella logró una dotación de billetes para vender y comenzó a venderlos y a hacer clien-tes y lo que es muy importante, amigos, la mayor parte españoles.

Para José Cueto trabajó como cajero en Nazareno, para Pepe Braña, en su oficina de la fábrica de bombas, hasta que lo asesinaron

Page 132: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

viniendo de su rancho en compañía de don Pedro Valdez, quien mila-grosamente se salvó de correr la misma suerte. Nada de esto le atrapó, así que en cuanto reunió algo de dinero compró “cortes” de casimires que ofrecía a quienes antes les vendía lotería; gente que, al verlo tan jo-ven y tan luchón le fue cobrando cariño y lo recomendaba a sus amigos. Como algunos de esos cortes se los compraba a don Antonio Arnoux, que entonces estaba por la calle Cepeda en el negocio de casimires an-tes de que por la Hidalgo abriera “Fábricas Unidas”, lo protegió, hacien-do un convenio mediante el cual Pancho podía enviarle clientes, parti-cularmente del Banco Ejidal mediante una tarjeta que él, don Antonio, aceptaría. Así trabajaron un tiempo durante el cual Pancho iba viendo cómo se manejaba una tienda pequeña y se le despertaba la inquie-tud de abrir la suya propia. Inocentemente se lo contó a don Antonio v hasta le dijo cuál era el local al que le había echado el ojo (el mismo que ahora ocupa) y don Antonio para no perder a su vendedor estre-lla, lo rentó de trasmano y estuvo pagando la renta por algún tiempo, hasta que un día, por fin en 1941 la “Casa Cobos” abrió sus puertas; no obstante los augurios de algunos amigos que trataban de disuadirlo, diciéndole que no duraría ni quince días.

No es que Pancho Cobos tuviera el dinero necesario, tenía bue-nos amigos que por su laboriosidad, por su carácter, por su honradez, estaban dispuestos a ayudarle a establecerse. Arturo Torre Peña era uno de ellos y fue él quien prestó el dinero para montar la tienda, a sabiendas de que no tenía con qué responderle. Después, ya cuando había triunfado, le prestó tierras cercanas a su rancho para que se convirtiera en agricultor, pero, en esto la naturaleza no quiso cola-borar: insistió tres años, hasta convencerse de que allí no había nada para él.

En 1943 contrajo matrimonio con Elvira Medina Guillén. Se cono-cieron en una de las tertulias del Casino de la Laguna, se cayeron bien y en dos años estaban casados. Dos hijos hubo del matrimonio: Francisco Cobos Medina y Ely Lorena Cobos Medina.

Cuando el negocio comenzó a exigirle menos tiempo, las inquie-tudes comenzaron a exigirle más. La amistad del fotógrafo profesional Pérez Huerta y la necesidad de operarse en la Ciudad de México, un día lo llevaron a tomar un curso de fotografía con Lola Álvarez Bravo y ya con eso se atrevió a poner arriba de su tienda un estudio fotográfico que manejó de una manera muy especial, pues no entregaba, es decir, no vendía ninguna fotografía que a él, en lo personal, no le gustara. En esta actividad duró cuatro o cinco años.

Page 133: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Luego, se dedicó a componer canciones y se inscribió en la Aso-ciación de Compositores, donde actualmente es de los más antiguos. Por supuesto no sabe música, pero él se las cantaba a un músico que se las pasaba a notas en el papel pautado. Le grabaron algunas, no sólo en México, de Colombia le trajeron un disco donde viene una de él titulada ‘”Tú no me amaste”. Y lo mejor del caso es que todavía recibe regalías de algunas que le grabaron.

Independientemente de que en su juventud fue luchador con el nombre de Fredy Conde, para que Amado no lo fuera a descubrir; en To-rreón ha sido presidente de la Cámara de Comercio, de la Cámara de la Propiedad, cofundador y presidente del Club San Isidro, presidente de las Cámaras de Comercio de la zona norte (que reúne a veinticuatro Cá-maras de Chihuahua a Zacatecas) y en la Ciudad de México fue el primer Consejero Nacional del Centro y Norte de la República y Coordinador de Servicio en el Ayuntamiento del Lic. Homero del Bosque Villarreal.

Como presidente de la Junta de Mejoras Materiales pavimentó seis mil cuadras en un año y ocho meses a un costo muy bajo, que el propio gobernador en turno no creía que pudiera hacerse, ni una ni otra cosa. Y se hizo. Lo que hace pensar que gente como Francisco Co-bos Acosta es lo que el próximo Presidente de la República confía en-contrar, para que las cosas se hagan a costos correctos. A sus ochenta y cuatro años de edad, Pancho Cobos luce lleno de energía y sigue tan inquieto como en sus años juveniles, a lo que dice que siempre pensó que podía hacer lo que se propusiera.

Por eso es uno de Los Nuestros.

Page 134: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Florentino Colores Azpeitia*30

Hidrocálido por nacimiento, el ingeniero Colores, como fue conocido aquí en su amplio círculo de relaciones personales, nació en Aguasca-lientes el 20 de julio de 1910; es decir, el mismo año en que, meses más tarde se iniciaría la Revolución Mexicana.

Con motivo de la muerte de su esposo, su madre se hizo cargo de la familia compuesta por tres hijos; Francisco, el mayor; Florentino, que fue el segundo y la tercera y última, Pachita. Pensó que en la ciu-dad de México le sería más fácil sobrellevar tan pesada carga y educar a sus hijos y tardó más en pensarlo que en hacerlo. Acertó, pues todos sus hijos hicieron carrera profesional.

Así pues, a los cinco años de edad, una mañana el niño Floren-tino se encontró a la puerta de su casa, en las calles de Luis Moya, re-conociendo su nuevo barrio. Unos días después ya estaba conectado con los que jugaban básquet (que fue su deporte preferido) y tiempo después con personas que tocaban algún instrumento (con las que años después formaría un conjunto en el que tocó el piano); más tar-de se haría amigo de los que querían ser toreros, por ejemplo de Bal-deras, el que llegaría a ser “El torero de México” (al que cuando eran chamacos llegó a servirle de toro); a la edad adecuada fue ¡pero cómo no! explorador y siempre concurrente a las instalaciones de la YMCA.

Estudió su carrera en la Escuela de Constructores Técnicos, que con el tiempo llegaría a ser para siempre el Politécnico. Allí terminó sus estudios en 1930.

La Secretaría de Recursos Hidráulicos lo mandó a trabajar a Sali-na Cruz, Oaxaca, lugar donde el destino le hizo encontrar a Margarita Medina, cuyo carácter alegre y hermosos ojos azules lo enamoraron y

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 29 de enero de 1999.

Page 135: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

le condujeron al matrimonio. Tuvieron siete hijos, dos nacidos en la ciu-dad de México, a donde volvió en 1933: Ada y Alma y cinco en Torreón: Adriana, Angelina, Roberto, Carlos y Juan. Por cierto, cuando nació Ro-berto, el primer hombre después de cuatro mujeres, el ingeniero Colo-res andaba loco de contento y apenas recién nacido fue a comprarle unos guantes de box.

En 1935 el gobierno le envió a colaborar con la entonces llamada Comisión del Nazas, que según entiendo era lo que hoy es Recursos Hidráulicos, de donde pasaría al Banco Ejidal, allí colaboraría con los ingenieros Franklin y Luna, principalmente.

Hay, por cierto, una anécdota de aquellos tiempos, en la que se dice que habiendo visitado el General Cárdenas —después del repar-to— esta ciudad, no faltó quién le organizara una velada en el Teatro Martínez; pero al organizador le fallaron algunos artistas, entre ellos un pianista que iba a tocar alguna obra clásica y habiendo oído aquél que el ingeniero Colores tocaba el piano y sabiendo que vivía a escasas tres cuadras del teatro, lo mandó llamar de urgencia, sin decirle para qué y lo presentó de sopetón al auditorio, dejándolo solo en el escena-rio en el que había un piano. Sólo la presencia de ánimo del ingeniero y lo que recordaba de música del conjunto musical juvenil que había dirigido años atrás, lo salvó del problema, aunque, bueno, tampoco la concurrencia de aquella noche era muy exigente.

Años más tarde, ya separado del Banco y asociado con Salvador Acosta, formó la que fuera Constructora Nazas. Algún tiempo des-pués dieron fin a esta sociedad y el ingeniero Colores comenzó a tra-bajar por su propia cuenta, invitando al Arq. Manuel Ruiz Esparza a colaborar con él.

El celo que ponía en su trabajo y su honestidad en el manejo de los presupuestos y descuentos logrados, que acreditaba a sus clientes, pronto le ganaron una escogida clientela.

Se cuenta que alguna vez don Ángel Calvete le pidió presupues-to para una obra y habiéndolo terminado se lo fue a presentar. Don Ángel vio el costo y allí mismo le extendió un cheque por el total. El ingeniero le dijo que no era preciso, que el dinero se lo pediría según las exigencias de la construcción, pero don Ángel insistió en que tomara su cheque. Terminada la obra y revisadas las cuentas, la diferencia era de apenas unos cuantos pesos.

Page 136: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En la ciudad se comenzaban a construir edificios de más de tres o cuatro pisos. Entre los construidos por el Ingeniero Florentino Colores, pueden citarse así al recordar: el Edificio Algodonero, en Juárez y Cepe-da; el de Tubería y Lámina, en Allende y Mina; el Hotel Calvete de Juárez y Ramón Corona; el del Banco Nacional de México, en Hidalgo y Valdés Carrillo; el Edificio Marcos, en Juárez y Rodríguez; el Edificio Gidi, de Cepeda entre Hidalgo y Venustiano Carranza; el del hoy Hotel Arriaga, que está en la Hidalgo, frente al Edificio Arocena.

Construyó el Cine Torreón y gratuitamente colaboró en la cons-trucción de varias obras, entre las que se pueden citar el Templo de San José, en los tiempos en que al frente de la obra estuvo el Padre Franco; también en la construcción de lo que es conocida como la Casa de la Madre Lola. Así como muchas residencias particulares, entre las que se puede citar la de doña Quinita Franco, cliente exigente, a la que pudo dejar contenta.

Entregado a su trabajo, sus breves ocios los dedicaba a escuchar buena música y a la lectura. Por algún tiempo, en sus primeros años entre nosotros, una vez a la semana se reunía por las noches con un grupo de amigos, entre los que se encontraban su cuñado Pablo C. Mo-reno, Juan Antonio Díaz Durán, Enrique Mesta, Guillermo Galván Rivas y otros a escuchar música clásica grabada en discos, pues todavía no aparecían las cintas ni los compactos. Murió el 20 de mayo de 1994. Había vivido entre nosotros cuarenta y nueve años, más de la mitad de su vida.

Por eso digo que el ingeniero Florentino Colores Azpeitia es uno de Los Nuestros.

Page 137: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Arnulfo Corona Domínguez*31

En ocasiones las famosas circunstancias de Ortega nos recuer-dan aquello que nuestros mayores nos decían con frecuencia: que el mundo era un pañuelo, sobre todo cuando, en un momento dado, a la vuelta de esquina se tropezaban con alguien que por años habían dejado de ver.

A Ramón Corona (tío del doctor Arnulfo Corona Domínguez) le conocí cuando yo no había cumplido siete años todavía y lo menciono porque fue una tarde y, de haber cumplido ya los siete, no habría po-dido acompañar a mi tío a verlo, por estar yo en el colegio, a los que antes se iba lo mismo por las mañanas que por las tardes. De la mano me llevaba y él no tuvo ninguna dificultad para saludar a su amigo, pues en el momento en que llegamos estaba precisamente en la puerta de su establecimiento, ubicado en la avenida Hidalgo; entre la calle Ramos Arizpe y Múzquiz, viendo el espectáculo callejero. Su negocio lo ma-nejaba con la colaboración de su hermano, Arnulfo, padre del doctor Arnulfo Corona Domínguez, a quien, al saludar platiqué lo anterior. Lo que me impactó de su tío —no sé por qué— fue su nombre, que nunca olvidé. El doctor me aclaró que su tío era el que tenía pelo; que su papá lo había perdido. Pero, ¿quién iba a decir en aquel momento que ochen-ta años después yo visitaría al hijo y sobrino de aquellas dos personas?

Efectivamente, el mundo es un pañuelo, cuánto y más una ciu-dad. El doctor Arnulfo Corona Domínguez nació en esta ciudad de To-rreón el 7 de octubre de 1925; es decir, que en cinco meses más cumplirá setenta y siete años de edad que no representa, acaso por no practicar, como él dice, ningún deporte. Sus padres fueron el ya mencionado Ar-nulfo Corona Montes de Oca, de San Gabriel, Jalisco y Soledad Domín-guez, de Ciudad Lerdo, Durango.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de Mayo de 2002.

Page 138: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Coincidentemente, desde que en 1925 comenzaron, varios suce-sos que lo marcaron como un año especial: la situación económica era buena, tanto que en él nació la canción aquella que decía:

La Laguna, tiene dinero la Laguna tiene algodón y con ello los laguneros

pasan la vida en un gran vacilón.

Con motivo de la visita que a la ciudad hiciera el Presidente de la República, Plutarco Elías Calles, se hicieron una serie de visitas a diver-sas haciendas donde fue agasajado y en todas ellas se demostró que por dinero aquí las cosas no quedaban. Se terminó el bulevar Morelos y Plácido Vargas plantó las palmeras que tanta distinción le han dado a esa avenida. Para culminar, en ese año se celebró la primera Feria del Algodón. Así que puede decirse que el doctor Corona nació bajo buena estrella.

Apenas cumplía un año de edad cuando su papá decidió llevar a su familia a vivir a Los Ángeles, California, regresando dos años des-pués, cuando las circunstancias que prevalecían en la ciudad cuando tomó aquella decisión cambiaron. A partir de entonces vivieron en las calles de Rodríguez y Matamoros y, según el pequeño Arnulfo, crecien-do y caminando por la calle Matamoros, lo que más recuerda de aquel barrio es el sonido de las castañuelas de Magdalena Briones y de su zapateado sobre madera.

La primaria la estudió en el colegio Montessori, que era de una señorita Flores. La escuela en aquel entonces se ubicaba donde hoy está el Monte de Piedad. En esos tiempos comenzaron con la educa-ción sexual, que la directora se negó a impartir y los estudios en esa escuela ya no fueron reconocidos por el sistema. Por esa razón la es-cuela dejó de tener alumnos, a tal grado que cuando el futuro doctor Corona llegó a quinto, en él ya no eran más que dos alumnos: otro y él, que tuvieron que pasar a sexto. Así que él no hizo quinto y cuando terminó tuvo que pasar examen a título de suficiencia en la escuela Ca-rrillo Puerto. Después de aquello, su papá —para evitar que estuviera de ocioso— le inscribió en la Escuela Comercial, en la que estudió tres meses; después se fue a la Preparatoria de La Laguna para iniciar su secundaria, pero llevaba un lastre, que eran los meses que no había estudiado porque fueron los que pasó en la Comercial, así que terminó el año debiendo cinco materias.

Page 139: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Con estos resultados, su papá se decepcionó y le dijo que ya no se-guiría estudiando, que tendría que comenzar a trabajar. Arnulfo con tal noticia brincaba de gusto. Y así, fue desde el día siguiente al negocio que mencioné aquí al principio. El trabajo era físico, moviendo cosas pesadas en la bodega o llevándolas y trayéndolas a y de los camiones. Y aunque lo hacía con ayuda del “diablito”, sus brazos y sus piernas no estaban acostumbrados a tal esfuerzo y acababa el día muerto. Así pasaron va-rios meses hasta que un día, al pasar cerca de su madre, ella le preguntó que si quería volver a estudiar. La contestación no se hizo esperar. Fue un rápido “sí, sí quiero”. Y de esta manera fue uno de los alumnos funda-dores de la Pereyra. Pero como debía cinco materias, las presentó a títu-lo de suficiencia en la Secundaria Federal. Pagó, pues, las cinco materias y le dieron sus papeles, con los que pudo entrar a la Pereyra, donde hizo su bachillerato y cuyo primer director fue el licenciado Isaac Guzmán Val-divia. Como estaba incorporada a la UNAM, ya no tuvo ningún problema para hacer allá sus estudios profesionales, los que inició en 1945.

Como muchos de los que van a estudiar fuera de su ciudad, Ar-nulfo Corona sabía que, a partir de entonces y mientras sus estudios no terminaran, tenía que vivir privándose de muchas cosas y estudiando constantemente, un día sí y otro también, sin fallar. Eludía, pues, todas las tentaciones, primero por falta de dinero, luego, convencido de que tenía que responder al esfuerzo que sus padres hacían para mantenerlo allá. Tuvo la satisfacción de que sus calificaciones mejorasen cada año. El primero lo terminó con una calificación de 6.6; el segundo de 7, el tercero de 8 y los siguientes arriba de 9. Evitaba a los amigos que no desperdiciaban oportunidad de divertirse descuidando los estudios, lo mismo que a las amigas. Tuvo un grupo de amigas que estudiaban dife-rentes disciplinas, con las que departía en su poco tiempo libre y una con quien simpatizó bastante y con la que se encontraba en la biblioteca a la que ambos concurrían, pero dándose cuenta de que cada vez la plática se prolongaba por más tiempo y era más frecuente y que podía llegar a crearle compromisos que no estaba en situación de atender o, sencilla-mente, a descuidar sus estudios, lo que hizo fue cambiar de biblioteca.

Todo el tiempo que duraron sus estudios lo vivió en una casa de huéspedes. Antes de terminar su carrera su padre murió. Las dueñas de la casa, que habían llegado a estimarlo por su seriedad, al darle el pésame le ofrecieron que durante el tiempo que faltara para terminar, podía seguir en la casa sin pagar un solo centavo, lo que podía hacer cuando ya graduado comenzara a tener entradas propias; gesto que nunca acabará de agradecerles, porque constituyó una gran ayuda, ya que, en efecto, su señora madre se las veía negras para salir adelante,

Page 140: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

comenzaba a tener problemas de rentas atrasadas y cosas así, de lo que Arnulfo comenzó a hacerse cargo en cuanto pudo.

El doctor Corona se recibió en el año 51. Su servicio social lo hizo en Zihuatanejo, pero entonces Zihuatanejo era un lugar sin casas, entera-mente silvestre. Para dormir había que buscarse una cama de tijera. Allá conoció a un turista norteamericano-canadiense con quien platicaba a diario y con él aprendió a hablar inglés, que leía y escribía porque a una tía que vivía en Los Ángeles le había pedido que cada vez que terminara de leer un libro se lo mandase y en una ocasión le mandó tres, pero al abrir-los se dio cuenta de que todos estaban en inglés y no era cosa de dejarlos por ahí o pasarlos más adelante. Tenía un diccionario inglés-español y con él se ayudó para aprender a leer inglés y lo hacía tan de corrido que un día un amigo que estudiaba economía le dijo que uno de sus profesores les había dicho que allí necesitaban un traductor en la Dirección General de Estadística; que por qué no iba. La prueba que le hicieron para esa so-licitud consistió en la traducción de una carta, de un artículo de periódico y de una página de un libro, que pasó sin dificultad alguna, obteniendo el empleo. Le pagaban doscientos cincuenta pesos; su papá le manda-ba ciento diez y Arnulfo comenzó a pensar en ajuarearse. Se compró un traje, pero en eso su mamá le escribió una carta donde le informaba que su papá había tenido que internarse. Como debía una materia no podía venirse de inmediato. Cuando pudo se vino, pero ya no alcanzó vivo a su padre. Su mamá le dijo que renunciara a su trabajo, que pidiera una carta de recomendación y se quedara aquí. Le dolió mucho no haber pedido la carta de recomendación, pero así se vienen a veces las cosas.

Cuando llegó aquí en el 51, estaba por abrirse el Centro Médico y lo invitaron a volver a México a estudiar seis meses, ya una especia-lidad. Con la condición de que les iba a pagar la mitad de lo que ellos le iban a dar. Iba a ganar doscientos cincuenta pesos mensuales de los cuales les tenía que devolver ciento veinticinco. Una cosa más ventajo-sa no podía encontrar. Total, que el ya doctor Arnulfo Corona Domín-guez, ingresó al Centro Médico, cuyos fundadores fueron los doctores Gregorio Ramírez Valdés, Alfonso Garibay Fernández, Enrique Sada, Heriberto Méndez Pérez y Arturo González.

En ese tiempo, aparte de atender su consultorio, iba al Hospi-tal Civil, a cuyo frente estaba el doctor Albores Culebro y allí hubo un momento en que el doctor González Villarreal, José G. Villarreal, se dio cuenta (entonces no había angiólogos) de que los niños comenzaban a tener gangrena como si fueran adultos, siendo una enfermedad propia del adulto de cuarenta años en adelante. Mientras platicaban en aque-

Page 141: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lla ocasión, ambos se dieron cuenta de que muchos de los pacientes que llegaban eran de por el rumbo de Chávez y quedaron de acuerdo en seguir estudiando más a fondo aquello, visitando los sitios de donde procedían los enfermos. El primer punto que visitaron fue Lequeitio y ahí encontraron muchos enfermos con problemas en la piel y también con enfermedades vasculares y descubrieron algo importante: que el agua que allí se bebía la traían de Francisco I. Madero, o sea Chávez, como también que los que se cambiaban para allá, después de cinco años comenzaban a tener lesiones, de donde se sacaba como conse-cuencia que el agua tenía qué ver.

En otra ocasión fueron más allá de Lequeitio, por caminos de tie-rra, lejos de la carretera, encontraron muchas personas con lesiones, con lesiones recientes; se encontraron un tanque elevado, estaba va-cío, pero recogieron muestras de la tierra que tenía, de la que se iba sedimentando y la trajeron para analizarla. No encontrando otro labo-ratorio donde pudieran hacer ese trabajo, lo llevaron al laboratorio de la entonces Metalúrgica. Y fue la primera vez que aquí se habló, en la década de los 50, de lo que el arsénico tenía que ver con ese tipo de enfermedades. Lo demás acerca de ello ha sido historia pública.

En 1960 el doctor Arnulfo Corona Domínguez contrajo matrimo-nio con María Guadalupe Rodríguez. María Guadalupe había aparecido un día por su consultorio, acompañando a su hermana, que iba a consul-tarlo. Hicieron buena amistad, pero la enfermedad de aquella hermana no iba a ser eterna, así que en la última consulta le dijo que iba a irse a Dallas a pasar una larga temporada con familiares que allá tenía; él le dijo que la visitaría el domingo tal del mes de diciembre a las l2:30 ho-ras. Ella se lo tomó a guasa. Pero el doctor no estaba dispuesto a dejarla ir de su vida, así que en un viaje lleno de peripecias fue a hacerle buena su palabra en la fecha y hora dicha. Seis meses después eran marido y mujer. Forman una familia feliz, rica en seis hijos: María Guadalupe, que es médico; María Soledad, licenciada en sistemas; José Arnulfo, agró-nomo; José Ignacio, licenciado en administración; José Ramón, licen-ciado en administración y María Marcela, licenciada en administración.

A muy grandes saltos ésta es la historia de un médico lagunero: Arnulfo Corona Domínguez, quien, enamorado de su profesión, desde su consultorio no sólo salva vidas y alivia los dolores de sus pacientes, sino también ha colaborado en el descubrimiento de las causas de uno de los mayores males que castigan a nuestra ciudad y comarca.

Por ello, el doctor Corona es uno de Los Nuestros.

Page 142: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Cueto*32

Como muchos recordarán, el antiguo parque España estaba ubicado por la avenida Colón, con la entrada, más o menos, a la altura de donde sigue estando el descubridor.

Mi primer recuerdo de Don José data de aquel sitio, una noche de Covadonga. La dulzaina o el tamboril están por allá por los frontones y yo metido entre la gente mayor que daba vueltas por los corredores, lo vi venir sonriente, rodeado de muchachas vestidas con los trajes típi-cos de varias regiones de España que insistían en venderle botones de diversos tamaños y colores, no obstante que traía ya cubiertas ambas solapas de su saco de todas ellas y no cesaron en su empeño hasta que lo lograron, pues don José, como todo el mundo afirmaba, no sólo te-nía fama de espléndido; lo era.

Se cuenta de alguna vez ya en sus últimos años, cuando no tra-yendo en el bolsillo sino lo necesario para el gasto de su casa, se le acercó un grupo de jóvenes basquetbolistas a pedirle que les costeara el camión para poder ir no sé si a México o a otra ciudad del interior y después de oírlos metió mano a la bolsa y les dio lo que traía.

Éste es mi primer recuerdo de don José siendo yo un niño; des-pués le vería varias veces, incluso en mi casa, pues fue muy amigo de mi tío Manuel y todos los años iba a saludar en Noche Buena, a comer tamales y bailar jotas con música de disco. Cuando alzaba las manos chasqueaba los dedos y giraba, casi siempre rompía los vidrios de colo-res de aquellos viejos candiles de entonces.

Su fama corría por toda la ciudad. Se decía que mandaba traer paisanos jóvenes de su pueblo para emplearlos en alguno de los cator-ce ranchos que llegó a manejar. Y si te pones a pensar en que fueron de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 7 de agosto de 1998.

Page 143: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

los de antes del reparto ya imaginarás que ni subido a ninguna altura se abarcaban con la vista.

Se decía que los funcionarios que visitaba en la capital cuando iba a verlos, lo apapachaban y lo apapachaban y lo acompañaban de regre-so en carro especial de ferrocarril. Se decían tantas cosas que cuando lo recuerdo, Don José me parece un ser mítico, legendario... pero al mismo tiempo real.

Pero los buenos tiempos también tienen espalda, que son los malos y que esperan agazapados para dar el zarpazo. Don José tenía una hija, llevaba el nombre de su madre: Conchita. Don José la quería con delirio y murió. Creo que allí la mala suerte comenzó a enseñarle su rostro despiadado. Y él, que a tantos empleó, se vio precisado a em-plearse; sin embargo, como Alejandro, siempre conservó la esperanza.

Al recordar a este hombre que fue de nuestros primeros agricul-tores, siempre me preguntó si sería como dice la leyenda, o era aquél a quien le gustaba vestir bien, jugar cartas, tomar la copa y platicar con los amigos, aceptando sin queja su buena o mala suerte, lo mismo en los negocios que en el juego, porque como dice Hemingway, nadie está derrotado mientras no se declare vencido.

Indudablemente, don José Cueto sigue siendo uno de Los Nuestros.

Page 144: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alonso “Chato” Gómez*33

La inusitada visita a nuestra ciudad del pianista ibero José Itur-be presenta la oportunidad de recordar a aquellos que, de una u otra forma, se han preocupado porque La Laguna —además de su fama de esforzada y rica— tenga un espíritu cada día más abierto a la cultura. Se estaba en los momentos de los balbuceos, en ese momento angus-tioso en que no se sabe si el espíritu se revelará indiferente o inquieto. Los artistas en tránsito traían en sus agendas de viaje la anotación de pasarse por alto Torreón y aquél que se atrevía a desoír tal consejo, por lo regular se arrepentía de ello. Sin embargo, un grupo de hom-bres se había comprometido entre sí a cambiar aquella situación. Fue entonces cuando surgió una agrupación: la “Asociación de Conciertos pro Comunidad”. De vida efímera (apenas dos años) a ella se debe el actual entusiasmo e inclinación que hoy sienten los laguneros hacia las manifestaciones artísticas musicales.

A mi frágil memoria escapan muchos de los nombres de las per-sonas que dieron vida a la agrupación citada; sin embargo, entre ellas podemos citar a Carlos Argüelles (entonces gerente del Banco Mexica-no Refaccionario y que hoy destaca sus actividades bancarias por las instituciones bancarias tamaulipecas); al ingeniero José Bracho (infa-tigable viajero, recientemente llegado de un segundo viaje por Europa y Oriente) y a la estimable y distinguida señora Sara C. de Ruiz, muy eficiente organizadora de los grupos de damas vendedoras de los abo-nos correspondientes a las temporadas de conciertos, dos al año, la de primavera y de otoño y a cuya actividad se debió el triunfo de aque-lla empresa. Al desaparecer este grupo, uno nuevo vino a enarbolar la bandera de esta preocupación y en él figuraron Alonso “El Chato” Gó-mez, José Rodríguez (actualmente avecindado en Parras, Coahuila), el licenciado Federico Elizondo (infatigable en sus empeños culturales) y el licenciado Salvador Vizcaíno Hernández (participante activo en toda empresa cultural). Ambos grupos hicieron posible que nuestra ciudad

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón.

Page 145: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tuviera la oportunidad de escuchar a ejecutantes de fama internacional y nacional y es una verdadera lástima que, a la fecha, ambos hayan des-aparecido y, con ellos, las temporadas de conciertos.

De aquellos primeros tiempos, en los que los aficionados entre una y otra fecha de conciertos se reunían e identificaban en tertulias, destacan como mantenedoras de ese noble deseo de más y más arte: Meche Shade, Gaspar Landers (quien brindara magníficos conciertos), el propio José Rodríguez y Magdalena Briones. En cuanto a “El Cha-to” Gómez, antes, pero mucho antes de que don Adolfo Ruiz Cortines viniera a prestar un auge inusitado a las corbatas de moño, ya “El Cha-to” sentía una irresistible inclinación hacia ellas según lo prueban vie-jas fotografías deportivas que lo acusan de elegante en el vestir; pero además, en el béisbol, de un parador en corto de cuidado. Problemas de papada lo hicieron —supongo— abandonar aquella preferencia corbateril y en cuanto a la deportiva, la emoción de “las agarradas” estupendas, del bateo de miedo y de medir los diamantes o trancos vertiginosos, la ha venido a suplir con la sosegada lectura de columnas deportivas de cuanto diario cae en sus manos.

Espíritu inquieto, anduvo metido en mil actividades hasta dar con aquélla que había de cautivarlo verdaderamente: la radio. Su notable don de gente y su constante afán por probar cosas, programas nuevos en su radiodifusora, le han valido de mucho en su lucha de superación; los anunciantes que no son atraídos por estos, son conquistados por aquél. Y así, por un querer probar nuevos derroteros, fue que nació la XEOB, cuyo timón también tiene en sus hábiles manos de piloto.

Pero una de las facetas que más han distinguido en todo tiempo al “Chato” Gómez es su constante preocupación por las cosas que al espíritu atañen. De tal preocupación tuvo su origen el auditorio de la T.B. Siempre dispuesto para recibir cualquier acto o personalidad que quiera, desde esa tribuna perfectamente identificada con los torreone-ses, enviar su mensaje de cultura. Poetas, conferencistas, artistas de diversas disciplinas, grupos culturales de la ciudad... muchos son los que han recibido la hospitalidad del “Chato” en el auditorio, pero no sólo eso, él personalmente ha recorrido de un lado para otro, horas y horas, días y días y a veces hasta semanas completas la ciudad en busca de los mecenas que habrían de hacer posible la presentación de grupos artísticos o de algún intelectual destacado nacionalmente. Ha pugnado porque la ciudad tenga sus cuadros teatrales, porque se editen libros de escritores identificados con La Laguna, por todos aquellos, en fin, que representen prestigio para Torreón.

Page 146: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Chita*34

Hay personas que no necesitan apellidos: no que no los tengan. Los tienen y, como cualquiera, se enorgullecen de ellos; pero, insisto, no los necesitan. No hay ni siquiera que dar ejemplos, los hay en todos los tiempos, en todos los campos de la actividad humana.

Chita fue Esquivel de nacimiento, pero para el Torreón de sus tiempos, lo mismo que para todos los consumidores de lo que hacía, ella fue, sencillamente Chita. Y conste que no hubo torreonenses y aca-so laguneros de aquel tiempo que no se hubiesen sentado alguna vez en las bancas de Chita cuando estuvo en la esquina de Cepeda y Mo-relos (precisamente en contra esquina de nuestra Plaza de Armas) en plena calle, o en las sillas de sus mesas, cuando se instaló el local que pudo comprarse entre Matamoros y Allende; por la misma calle Cepe-da, donde estuvo hasta el final de su vida.

Allá por los años sesenta, acaso desde antes, cada tarde poco antes del cierre nocturno de nuestro comercio, se veía llegar a aquella esquina a un grupo de gente cargados con mesas, bancas y otros muebles don-de colocar brasero, comal, verduras, platos, cubiertos, pollos... todo listo para que Chita oficiara en aquella especie de altar culinario de donde sa-lían hacia la larga mesa de los clientes los sabrosos tacos y aquellos pollos que, con el tiempo, fueron llamados “a la Chita” por sus propios consu-midores y que sus visitantes esperaban en aquel par de bancas. Algunos para dar buena cuenta de ellos ahí mismo, en plena calle, otros para sólo recogerlos y llevarlos a su hogar, donde los disfrutaban familiarmente.

En aquella esquina y en aquellas bancas Chita comenzó a formar

cientos de consumidores fieles y heterogéneos: al lado del que llegaba en mangas de camisa se veía al que vestía saco y corbata, conquistados ambos por el sabor, la sazón de lo ofrecido por Chita.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 4 de septiembre de 1998.

Page 147: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Parece que habláramos de cosa de poca importancia, pero verás: un día equis de uno de los años sesenta, dos hombres se encontraron en pleno corazón de Londres. Uno era norteamericano y aquí había tra-bajado varios años en el Consulado Americano —cuando lo hubo—; el otro, mexicano lagunero y por aquel entonces gerente de la fundición que estaba por la Av. Iturbide, hoy Venustiano Carranza. Creo, sin estar muy seguro, que era ingeniero y se apellidaba Gutiérrez. Viajaba como turista por la Gran Bretaña. Se encontraron pues, se reconocieron, se abrazaron; el norteamericano desde hacía varios años trabajaba en la Embajada Norteamericana en Londres y, como es natural, preguntó por los amigos mutuos; más de pronto, con vehemente nostalgia de su paladar demandó: ¿Y Chita?, ¿qué me dice de Chita?, ¿sigue haciendo sus ricos pollos?

¡Imagínate la escena! ¿Cómo sonaría aquella pregunta inusitada

entre el ir y venir de los londinenses y el tránsito de autobuses y auto-móviles por una de las principales calles comerciales de la capital inglesa?

Por eso creo que Chita, así sin apellido, como los grandes, es una de Las Nuestras.

Page 148: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Gabriel Hugo de la Mora Esquivia*35

Hay hombres que nacen para ser de adultos lo que de niños soñaron y nada más existe para ellos que aquello a lo que quisieran dedicar sus mejores años. Intuyen desde pequeños que ése es su destino y, sin im-pacientarse, se dedican a buscarlo por caminos y veredas que parecen alejarlos más que acercarlos a su meta; sin embargo, ellos saben que el destino no puede equivocarse y que al final —como al final del arco iris— siempre está lo que se busca sin desesperar.

Los padres de Gabriel Hugo de la Mora Esquivia fueron Gabriel de la Mora Herrera y Clementina Esquivia Navarrete, vecinos de Celaya, Guanajuato; donde el 25 de julio de 1956 nació Gabriel Hugo, que aca-bó siendo Hugo para sus amigos y, a su tiempo, “Mi Capi” para todo mundo. Un día sus padres descubrieron que su hijo era zurdo y, bueno, pasada la sorpresa, siguió siendo zurdo natural hasta que cinco años más tarde, viviendo ya todos en un pueblo cercano llamado Jaral del Progreso, Hugo tuvo que iniciar sus estudios de párvulos en un colegio instalado en una bodega cuyo dueño le había prestado a su directora. Y resulta que la profesora de párvulos, por no se sabe qué causas, tenía aversión por los zurdos y en cuanto descubrió que Hugo lo era, la tomó contra él haciéndolo pasar malos ratos, hasta que llegó el día en que ha-biéndole mandado hacer un ligero trabajo de limpieza el niño al tomar algo con qué raspar lo hizo con la mano izquierda y, al verlo la profeso-ra desde donde estaba le tiró con algo metálico con tal puntería que lo hirió en la frente de la que de inmediato manó sangre en forma tal que, entre lo que por sí iba cubriendo, más lo que él sin querer al llevarse las manos a la herida extendía con los dedos, pronto tuvo la cara y parte de la camisa empapadas; lo que asustó a la propia profesora que ya no hallaba qué hacer, acercándose a su alumno para pedirle que dijera cualquier mentira cuando llegara la directora, que llegó y luego los pa-dres del colegial, pues Jaral del Progreso era chico y en un momento

* Semblanza publicada en El Siglo deTtorreón el 2 de marzo del 2001.

Page 149: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

se llegaba a todos lados. Total, que la cosa fue un escándalo, que tuvo como consecuencia que Hugo dejara el colegio, pero también que, por el susto que aquello le causara, se volviera ambidiestro, lo que de cierta manera fue una ventaja para lo que haría con más gusto en su vida.

Tras aquella experiencia y un poco de descanso, sus padres tu-vieron que pensar dónde iba a seguir sus estudios, así lo inscribieron en el Jardín de Niños “Berta Domínguez” de la escuela “Fulgencio Var-gas”. Su primaria la hizo en la escuela “América”, distante doce kiló-metros de su pueblo. Todo aquel valle estaba, y seguirá estando, tan poblado que el recorrido de esos pocos kilómetros, digamos de aquí a Lerdo, pasaba por seis ranchos. Para ir y venir a todo aquello había dos autobuses que hacían la ruta, uno llamado “As”, otro “Azteca”. Y la informalidad y la familiaridad con que se cubría el viaje se retratan en la siguiente anécdota que recuerda Hugo: En uno de aquellos ranchos una señora, desde lejos, levanta el brazo para avisar que va a tomar el autobús, pero cuando éste llega a donde está y para, en lugar de subir, dice al conductor: “¡Ay, Nicolás, no seas malo, la gallina está por poner su huevo, déjame recogerlo para completar mi docena!”. Y el conduc-tor la esperaba, ¡claro que la esperaba! Y sin protesta de nadie, porque todos, de vez en cuando, hacían igual, por lo mismo u otras causas, pues con la venta de sus productos en el punto a donde iban se ayuda-ban para completar su gasto.

Terminada su primaria se fue a Tula, Hidalgo, a proseguir sus es-tudios. Ahí se conectó con el equipo de futbol “Cruz Azul”. Fue un buen estudiante y un buen futbolista. Aunque se daba cuenta que no era eso, precisamente, lo que quería ser en la vida, pero, por lo pronto le ayudaba a vivir mejor, le proporcionaba amigos, iba formando su carácter, venciendo dificultades y viendo pasar por el cielo a los avio-nes. Viéndolos volar se le iba la vista y el corazón tras ellos. Cuando por necesidad de los juegos iban todos a la Ciudad de México, mientras el equipo ocupaba las horas libres en visitar museos o recorrer la ciudad, él les pedía que lo dejaran en el aeropuerto y se pasaba sus horas vien-do aterrizar y elevarse a los aviones, hasta que sus compañeros volvían por él. Ya sabía lo que quería hacer en la vida: volar aviones.

Al terminar, pues, su primer año de preparatoria dejó los estudios y dejó el futbol y se vino a Torreón. Era el año de 1973. Tenía diecisiete años de edad. En aquella época la fumigación en La Laguna estaba en auge y aviones fumigadores los había de sobra, lo que se necesitaban eran aviadores que los volaran, pues no sólo escaseaban de por sí, sino que además, por lo que sea, al volar tan rasos a lo sembrado a veces,

Page 150: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

seguro, calculaban mal y ahí se volteaban o, en ocasiones, al elevarse desde tan baja altura no veían los alambres de alta tensión y en ellos quedaban. Total, que todo eso no amilanaba, al contrario, despertaba el espíritu de aventura de Hugo de la Mora y comenzó a buscar quién le enseñara a volar. El que busca encuentra, dice el dicho y Hugo pron-to encontró a Arturo Rivas, otro que ya desde la primaria, allá por los veinte, en el colegio Liceo Morelos y después de ver aquella película de aviación de la Primera Guerra Mundial llamada “Alas”, tampoco soñó en otra cosa que no fuera volar. Arturo comenzó a hacer realidad el sueño de Hugo. Insaciable éste, siguió volando con Miguel Ángel Ma-tamoros y luego con Marcos Leiía Hinojosa. Hugo se impacientaba. Y Marcos le comentó entonces que lo que costaba en este asunto era la renta de los aviones para volar las cuarenta horas necesarias para ob-tener la autorización de volar los aviones fumigadores. Hugo recurrió a sus ahorros, palmó el dinero, se dedicó a volar y en menos que canta un gallo obtuvo su licencia de piloto privado y se puso a fumigar. Aquello fue en el 76.

En el 79 alcanzó la licencia de piloto comercial, para la que, en cierta forma, el ser ambidiestro le facilitaba el manejo de todo tipo de aviones, pues no todos son iguales y unos traen ciertos aparatos a un lado y otros al otro y el ambidiestro no tiene que cruzar los brazos uno sobre otro para alcanzar con las manos lo que necesita empujar o mover. El volar luego aviones ejecutivos le puso en condiciones de vender algunos de ellos, cuyos dueños no conformes con ser condu-cidos por sus pilotos, comenzaron a sentir la comezón de volarlos por sí mismos; sin dejar de acompañarse de sus pilotos, claro, para sentir íntegra la emoción del vuelo, pidiéndole al ya “Mi Capi” que les ense-ñara. Como eran varios quienes se lo pedían, Hugo puso una escuela para poder enseñarlos y extenderles su título. Pero, un día allá a fines de los 70 o principios de los 80, Hugo vio de cerca un espectáculo de vuelos acrobáticos y ya no pudo conciliar el sueño. Aquello se convir-tió en su obsesión: que para eso había nacido. Y vuelta a lo mismo, a preguntar por todas partes, quién le enseñaría a volar así.

Cuando se preparaba para piloto comercial había conocido a No-lan Carter, cuyo extraordinario parecido con Juan Pablo II en alguna ocasión, cuando éste visitó Norteamérica dio lugar a que una multitud le rodeara confundiéndole con aquél. Carter, destacado aviador, era rescatista de seguros y estaba muy relacionado con todos los aviado-res acrobáticos; él le platicó a Hugo que el mejor de todos ellos era Art. School, a lo que ni tardo ni perezoso le respondió que le hiciera el favor de pedirle que le diera clases. Carter, le dijo que no acostumbra-

Page 151: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ba darlas, que era un personaje muy especial y que buscara por otro lado. Pero Hugo, que también lo es, insistió hasta vencerlo por can-sancio, recibiendo ambos la sorpresa de que School dijo que aceptaría llevarlo en su avión una vez. Dice Hugo que allá arriba se había sentido avergonzado al darse cuenta que, de volar, él, Hugo de la Mora, no sabía nada; que aquello que hacía School era el verdadero encanto de la aviación. De todas maneras, cuando bajaron él se sentía algo marea-do, pero, más que nada molesto consigo mismo. El gran aviador lle-vándolo a su casa, le dijo que paseara en el jardín y respirara despacio por la nariz exhalando por la boca y luego descansara; pero, lo que le sorprendió fue que lo invitara a volver a subir en ese mismo momento nuevamente. Así fue como el capitán Hugo de la Mora Esquivia encon-tró su destino.

Se convirtió en un aviador acrobático que durante diez años —del 83 al 93— participó en los espectáculos acrobáticos de más categoría en Norteamérica; pero no sólo eso, para los Estudios Universal dobló a muchos artistas de gran renombre en las escenas de riesgo de famosas películas. En aquella llamada “Top—Gun”, de la que partió la fama de Tom Cruise, trabajaron juntos School y Hugo en la que, lamentablemente murió el primero, al no salir o no querer hacerlo, según piensan algunos, de una barrena que, por cierto, fue la especialidad de Hugo. Era el año de 1985.

Antes de estos eventos, a finales de los 70, Hugo conoció a Ana María Palacios, quien por entonces trabajaba en la sucursal de Bana-mex que estaba en la calzada Colón y avenida Juárez. Fueron tres años de noviazgo que terminaron en boda en 1982. Han formado una familia con tres hijos: Aranzazú, que actualmente cursa su preparatoria; Ga-briel Hugo, que estudia secundaria y a quien parece gustarle la aviación y Ayissa, que anda en la primaria. Ellos son los que lograron que en 1993 Hugo se retirara de la acrobacia aérea y de los peligros que encerraba aquélla; por otra parte, hermosas suertes que son la barrena, el barril, la cabeza de martillo, el “loop in the loop”, el vuelo invertido, los barri-les de tiempos, el “lovesback” y muchos otros.

La aviación estaba bien, pero, ¿cómo Hugo, tan inquieto, podía es-capar al encanto de la Fiesta Brava? No escapó. ¡Qué iba a escapar! Con Jaime Cantú Charles formó, del 83 al 90, una empresa taurina, durante la cual los laguneros tuvieron serias temporadas de toros, novilladas y co-rridas y fueron tantos que, además de ser televisados, implantaron una marca de festejos no sólo en esta plaza, sino a nivel nacional. ¡Qué tiem-pos, señor don Simón! De la fiesta de toros, entiendo que tiene una de las

Page 152: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

colecciones de pinturas más importante de la comarca. Y así a grandes rasgos la vida de este hombre tan pacífico por fuera y por dentro con un espíritu lleno de inquietudes que su férrea voluntad respalda.

Para fortuna de esta ciudad vino a ella para quedarse, siendo ya, apenas a la mitad de su vida, uno de Los Nuestros.

Page 153: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Gilberto de Santiago*36

Se dice que Gilberto significa: “el que brilla con su espada en la batalla”, sólo que en el caso de Gilberto de Santiago, su espada fue su batuta de músico, con la que ganó todas las batallas de su vida.

Los músicos, como los poetas, son seres especiales. La leyenda relata que al músico Orión le salvó de ser asesinado por unos marine-ros, un delfín que le llevó en sus lomos hasta la playa y que perseguía a su barco atraído por la música que Orión iba tocando.

Gilberto de Santiago llegó a nuestra ciudad, que a partir de enton-ces fue siempre la suya, en el año 23. Llegó de Monterrey, como tantos otros regiomontanos que a nuestra ciudad le han ofrendado su talento, su empuje, su sensibilidad, su sentido del ahorro y su amor.

Dos años después ya había formado su orquesta con algunos elementos, la cual amenizaba las funciones de cine del Teatro Prin-cesa; que por entonces pasaba las películas mudas, muchas de dos rollos, con cómicos como Buster Keaton, Harold Lloyd, el Gordito Arubckle, Mabel Normand; o aquéllas de vaqueros de Art Cord, de los William, Duncan y Ford, de Tom Mix, de Harry Carey; o de las de aven-turas de Douglas Fairbanks, a las románticas del galán Lewis Stone, que acabaría en las películas como papá de Mickey Rooney. Ingenua década de los veinte.

Bien parecido, con gran sensibilidad musical, serio en sus com-promisos, exigente con sus músicos, de ninguno de ellos aceptaba que tomaran una sola copa mientras tocaban. Llegó a despedir a un estu-pendo pianista por romper esta regla, al que pudo suplir, gracias a uno extranjero que por aquellos días llegó a nuestra ciudad procedente de algún pequeño país caribeño: Henry de la Croix.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 21 de agosto de 1998.

Page 154: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ya para entonces su orquesta era la oficial de nuestro Casino de La Laguna, como lo fue siempre, mientras vivió. Fue también, la mejor pre-sentada en cuanto a vestuario y él siempre la dirigió vestido de etiqueta. Vestirse así para él era un rito, como el de los toreros: desde ponerse los calcetines negros, transparentes como una media de mujer, hasta dar el último tironcillo a la corbata de moño, todo frente al espejo y a su amada esposa Chole, con quien vivió en verdadero romance.

Fueron los inolvidables últimos años de aquellos ritmos que exi-gió una generación escapada de la guerra del catorce al dieciocho y que volvió dispuesta a vivir la vida a grandes sorbos.

Los años treinta abrirían una nueva etapa marcada por el recuer-do de la tremenda quiebra de la bolsa del año veintinueve. La década de los treinta trajo la “música dulce” y aparecieron los primeros nom-bres de las grandes bandas. Si el rag time había imperado, ahora la nue-va música que comenzaba, hablaba dulcemente al oído de quienes la oían o bailaban a sus compases y ésa fue la que Gilberto de Santiago hizo bailar a todos los que concurrían al Casino a hacerlo, ya fuera en sus grandes bailes, o en los matinées que se ofrecían a medio día.

Cuántas generaciones de laguneros bailaron a los compases de la orquesta de aquel talentoso y sensible músico, imposible saberlo; pero que muchos compromisos matrimoniales surgieron al arrullo de su mú-sica, eso es innegable.

De la propia ciudad de Monterrey en ocasiones especiales era de-mandado para torear en grandes saraos, compitió también en concur-sos con las mejores orquestas del norte del país y en todos ganó. Como todo ser humano, un día enfermó y murió, pero para quienes alguna vez bailaron con su música, jamás ha muerto.

Por ella, también, Gilberto de Santiago es uno de Los Nuestros.

Page 155: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Dr. Luis del Moral Ramírez*37

En San Francisco del Rincón, breve y encantadora ciudad del Estado de Guanajuato, regada por ríos y arroyos, poseedora de una tradicio-nal y próspera industria de tejido de sombreros de palma y de rebo-zos, nació el 3 de marzo de 1923 Luis del Moral Ramírez, hijo de Tobías del Moral y Teófila Ramírez de del Moral.

Por aquellos años sus padres eran propietarios de una de las principales casas de artesanías de la ciudad y su madre guardó siem-pre una medalla que ganó en la exposición de París ocurrida por aque-lla época, en la que presentó un sombrero charro que bordara a mano con hilo de oro.

En el propio lugar de su nacimiento el pequeño Luis realizó sus estudios de primaria y secundaria, para hacer más tarde, sin pérdida de tiempo, en el Ateneo Fuente de Saltillo, Coahuila, su preparatoria; ter-minando la cual deció ir a la ciudad de México para hacer en la UNAM su carrera de Médico Cirujano. Fue siempre un estudiante notable. Todo lo dejaba —menos la música— por estudiar. Amaba su carrera y acaso se inspirara para ser médico y cirujano en el propio Esculapio, que es fama que no sólo salvaba a los enfermos, sino que también resucitaba a los muertos; ilusión que los jóvenes estudiantes de 25/26 años pueden alentar, pero que los dioses no permiten y que los soñadores tienen que aceptar. Al recibirse se le presentó la necesidad de elegir un lugar donde radicar. Su lugar de nacimiento, aunque hermoso, era pequeño para sus ilusiones de nuevo profesional de la medicina.

Viajó un poco por la República, visitó varios lugares y de todo lo que vio, se identificó más con Torreón, ciudad joven, como él y como él llena de proyectos y que por entonces la distinguía llamándola “La Ciudad de los Grandes Esfuerzos”. A Torreón se vino, pues, con todas

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 9 de abril de 1999.

Page 156: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sus esperanzas el año de 1951, instalando su consultorio particular en la Avenida Morelos, bajo la sombra de sus aristocráticas palmeras.

Aquí se encontró con una juventud amante del servicio: además de los clubes mayores que a ello entregaban sus ocios, acababan de na-cer Clubes de Servicio juveniles como la Cámara Junior y el Club 20/30.

Por el Casino de La Laguna, la Orquesta de Santiago y la música de Glenn Miller amenizaban las tertulias dominicales. Todo respiraba juventud, el susto del treinta y seis había pasado y todo volvía a respirar confianza y optimismo. El teatro, la poesía, la música, la literatura, la cultura en fin, se hacían presentes en los sitios habituales de reunión de los laguneros y el ya doctor Luis del Moral Ramírez se encontró a gusto. Y más cuando comenzó a tocar en el conjunto de la Junior, en la que también estaban Rafael Delgado, Alejandro Safa y otros.

En el año 52 ya se contaba entre los médicos del Hospital Infantil, como compañero de los también Doctores Diamante H. Mighaloglou Enrique Viesca Benavides, Tomás Alvarado, Barragán, García Bueno, Vargas Lugo, Saldaña, Tueme y otros.

En el 53 conoce a Covadonga Rosete Ponce, quien le salva de la soledad que, no obstante el amor que le tenía a su trabajo, en ocasio-nes le agobiaba y sólo lograba rescatarle de ella la música y la lectura. Viven un corto noviazgo y el 55 celebran su matrimonio.

Procrean una hermosa familia de 3 hijos: Luis Gerardo, que siguió la profesión de su padre, especializándose en urología; Covadonga Lo-rena, Licenciada en Educación y Mónica Iliana, Licenciada en Comuni-cación.

En1957 ingresó a la clínica “Francisco Galindo Chávez” del ISSSTE, ya como médico pediatra. En El 64 fue invitado a ingresar a la clínica del IMSS de la ciudad de Gómez Palacio, nombrándolo director de la clínica del ISSSTE de la misma ciudad en1981.

Fue Presidente de la Sociedad de Pediatría de La Laguna, tocán-dole entregar en ceremonia especial un reconocimiento por cincuenta años de trabajo ininterrumpido en favor de los niños, al Dr. Gualberto García Garza.

En una de las paredes de su consultorio, donde todos sus visi-tantes pudiesen verlo, tenía aquella Oración de un Padre del General

Page 157: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

MacArthur en la que después de pedir “un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil; un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho; un hijo que avance al futuro, pero que nunca olvide el pasado”, pide que “después que le hayas dado todo eso, agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del humor, de modo que pueda ser siempre serio sin que se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale la humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza. Entonces yo, su padre, me atreveré a murmurar... No he vivido en vano”.

Otra de las grandes aficiones del doctor Luis del Moral era su contacto con la naturaleza: gustaba de caminar en las llanuras intermi-nables de la laguna de Mayrán, El Venado o Finisterre, cerca de San Pe-dro de las Colonias. Cuando se reunía con sus amigos gustaba de jugar ajedrez. En el Casino se reunía con su especial camarada Sergio de la Garza Villarreal. Tenía su mesa de café con varios amigos, entre ellos el también doctor Pablo del Valle y caminaba todos los días por el Bosque con su estimado Doctor Carlos Sánchez Siller.

Murió el doctor Del Moral en agosto de 1998 y muchas son to-davía hoy las madres y abuelitas que le recuerdan con cariño porque atendió a sus hijos o nietos con la dedicación y el cariño que le caracte-rizaban; porque supo hacer de su profesión un medio para ayudar a sus semejantes.

Por todo esto, el doctor Luis del Moral Ramírez, lagunero por propia decisión es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 158: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Roberto Arturo del Río Chávez*38

Roberto Arturo del Río Chávez nació en Zacatecas, Zacatecas, el 20 de diciembre de 1919. Cinco meses después su ciudad de nacimiento se convertiría en “la primera capital de una entidad federativa que cayó en poder de los revolucionarios, el 25 de mayo de 1911”. Rito del Río y Josefina Chávez fueron sus padres. No cumplía los seis años cuando una antigua sirvienta de su tía Cuca que vivía en Jerez, por encargo de ésta, llegó a Zacatecas para recoger al niño que, de acuerdo con sus padres, iría a acompañarle por una temporada, antes de que iniciara sus estudios de primaria. Total, que a eso de las cuatro de la mañana del día siguiente salieron rumbo a Jerez en uno de aquellos carros grandes con dos varas para enganchar la mula o el caballo y que son por demás incómodos, pero, ¿esto qué diferencia establecía entre una persona de edad acostumbrada a ellos y un pequeño que no veía sino la aventura? Cada uno, pues, disfrutaba a su manera el viaje, cuando a medio camino les salieron unos bandoleros con el rostro tapado, grandes huaripas y sendos machetes y un griterío que Dios guarde la hora. Total que los secuestran y por dos días los traen de pueblo en pueblo, en los que si-guen la borrachera que traían, robando en las cantinas las cervezas que no abrían con los abridores comunes sino a machetazos en el cuello, todo lo cual era nuevo para el pequeño Roberto Arturo y constituyó su primer gran recuerdo; pues cansados los bandoleros de cuidar a niño y sirvienta, los dejaron ir vivos para contarlo.

Toda su educación hasta la de preparatoria la obtuvo en el Ins-tituto de Ciencias de Zacatecas. Nació dotado para los estudios: tenía buena memoria y una gran afición a la lectura, a la que le fue fiel toda su vida. En 1931 se convirtió en campeón estatal de oratoria, con cuyo ca-rácter fue a la Ciudad de México a concursar por el título nacional que, efectivamente, obtuvo. Sus estudios de Derecho los realizó en la Escue-la Nacional de Derecho de la UNAM. Se recibió como licenciado en de-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 25 de octubre del 2002.

Page 159: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

recho el 2 de septiembre de 1937, presentando para el efecto su tesis: “Nuestro sistema constitucional y el vriterio sustentado en sus nuevas orientaciones”. Obtuvo el primer lugar en su generación y uno de sus mayores orgullos era el hecho de que uno de sus jurados fuera Antonio Caso, cuya influencia en las aulas era reconocida. Fue el primero en dar a conocer el intuicionismo filosófico de Bergson, la tesis de Spengler, la fenomenología de Husserl, el neotomismo de Maritain, el existencialis-mo y el historicismo de Dilthey. Hay que agregar que al mismo tiempo que Roberto Arturo hacía sus estudios de Derecho, alcanzó a hacer tres años de filosofía y letras, como un apoyo a su gran amor por la lectura.

Ese mismo año, 1937, dejó la capital y como una de sus hermanas se había casado y su esposo había fijado en Torreón su residencia, el ya licenciado Roberto Arturo del Río Chávez se vino a vivir a esta ciudad; donde comenzó a relacionarse tanto profesional como socialmente. En este aspecto amplió su actividad hasta Gómez Palacio, Durango y en uno de aquellos bailes que hacía el Club Lagunero (que estaba frente a la plaza y se identificaban por su alegría y gran ambiente) conoció a Josefina Torres Dávila, hermana de Lucio de los mismos apellidos; que unos años después se convertiría en el cuarto de los jóvenes que en Torreón fundaran el grupo llamado “Alpec”, que luego se significaría como la primera Cámara Junior de La Laguna que tanto significaría para el desarrollo de la juventud de aquella época.

El licenciado Roberto Arturo del Río y Josefina Torres se conocie-ron, pues, en 1938 y contrajeron matrimonio el 28 de abril de 1940 en la Basílica Foránea de Nuestra Señora de Guadalupe de Gómez Palacio, habiendo ido a pasar su luna de miel a Acapulco, pasando por Pátzcua-ro, que por entonces era lo obligado. Formaron una familia de siete hijos: Josefina, Roberto, Ricardo Arturo, Javier Eduardo, Luis Alberto, Juan Gerardo y Jesús Francisco. Todos profesionistas, pues el Lic. del Río en esto no se andaba con medias tazas: las carreras. Todos sus hijos hombres estaban en libertad de escogerlas, pero también obligados a terminar la que escogían. Y así lo hicieron.

En 1943 Blas Corral Martínez, entonces gobernador de Durango, invitó al licenciado del Río para que fuera su secretario de Gobierno, lo que éste aceptó. Todo iba viento en popa, el futuro se veía muy pro-metedor, pero el hombre propone y Dios dispone. Lamentablemente, estando en eso, el licenciado del Río sufrió una embolia. Era el año de 1945. Ni en Durango ni en Torreón había mucho qué hacer. Tampoco era una cosa fácil ni de poco tiempo. Se lo llevaron a la Ciudad de Mé-xico. El señor Presidente de la República, que entonces era Miguel Ale-

Page 160: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

mán, intervino para que pudiera ser atendido en un buen sanatorio, pero todos los gastos corrieron por cuenta del matrimonio y las sema-nas se convirtieron en meses y estos fueron pasando y costando. Con ejemplar abnegación, desde el primer día doña Josefina se quedó al lado de su marido, atendiéndolo día y noche, con una gran nobleza, sabiendo que de ello, tanto o más que del tratamiento médico y los medicamentos, dependía la recuperación de su esposo, como fue, no obstante que en un momento dado lo tuvo a las puertas de la muerte, pues estuvo 15 días en coma. Un año después, gracias a la dedicación cuidadosa de doña Josefina, el licenciado del Río fue dado de alta. La embolia fue derrotada, eso sí al precio de su cuenta bancaria. Había que comenzar de nuevo.

Era el año de 1946. Dios aprieta —suele decirse— pero no ahorca. Por fortuna ese año recibió el FIAT como notario del Distrito de Viesca, del estado de Coahuila, lo que mucho le ayudó para nivelar su econo-mía doméstica, lo mismo que la representación que entonces tomó de la afianzadora “Lotonal”, con lo que poco a poco pudo volver a ahorrar y comenzar a hacer inversiones en propiedades urbanas.

Con el tiempo fue el principal accionista y Presidente del Consejo de Administración de la Empresa de Agua Potable y Servicios Sanitarios de Gómez Palacio, ahora SIDEAPA, hasta 1971, cuando se vendió la em-presa. Fue fundador del Club Rotario de Gómez Palacio, lo mismo que fundador y primer presidente del Centro Patronal de esa ciudad veci-na; organizador y presidente de la 1ª. Feria Nacional de Gómez Palacio, cuando era gobernador de Durango Enrique Dupré Ceniceros. Su figura profesional se fue vigorizando en la Comarca, llegando a ser apoderado de importantes empresas de la región como La Soriana, Laguna Agrí-cola Mecánica, los señores Russek, Jabonera “La Unión”, Distribuidora de Automóviles Ford, Juan Abusaid Chayas, etcétera. Intervino en las escrituras del Club Campestre de Gómez Palacio, lo mismo que en la de la colonia Campestre La Rosita de Torreón.

Hubo un momento en que el presidente Echeverría tuvo la idea de imponer una ley sobre los cortes de carne de res de engorda, hacien-do desaparecer aquellos que son tan conocidos entre nosotros, medi-da que, en alguna forma, perjudicaba tanto al público como a nuestros ganaderos. Total, que el licenciado se puso a estudiar tal asunto, encon-trándolo anticonstitucional y por su cuenta y riesgo se opuso a él ha-ciendo la defensa a nombre de la Confederación de Uniones Ganaderas de México, logrando detener dicho propósito. Cuando esto terminó los ganaderos y otras personas lo felicitaron y algunas hasta le hicieron la

Page 161: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

observación de que había sido muy duro con el presidente. Pero como se dice, el fin justifica los medios y en este caso así fue.

Hombre de dos ciudades, su bufete lo tuvo por muchísimos años por la calle Ramón Corona y su domicilio en la colonia Campestre de Gó-mez Palacio. Algo que no le gustó nunca atender como abogado fueron los divorcios, quienes acudieron a él con ese propósito lo único que ob-tuvieron fueron intentos de que se reconciliaran y algunos matrimonios salvó con esta política.

Fue un buen aficionado taurino, afición que pasó a su hijo Javier Eduardo, a quien llevaba consigo a las corridas que veían desde el palco 3, que fue su palco por muchos años. De todas maneras, como a éste le diera de chamaco por ser aficionado práctico, en cierta ocasión vién-dole salir de la casa temprano con capote y toda la cosa, le preguntó a dónde iba. Javier le explicó que a una encerrona a torear unos toretes; él sólo le dijo: “Pues tú que vas y yo que también y te saco”. Como se ve, el licenciado del Río creía que lo mejor de los toros era verlos desde su palco o barrera, que es desde donde, ahora, sigue viéndolos Javier.

En su hogar siempre se cumplió con ciertas normas. Se comía a la misma hora diariamente y debía estar toda la familia; nada de que fue-sen llegando con disculpas, porque ninguna era válida. Él, por supues-to, como en los viejos tiempos, coordinaba la conversación y a los más pequeños, sin palabras, los dirigía con los ojos. Todos, chicos y grandes, guardan de su padre la imagen de un ser particularmente preocupado por ser justo.

No fue hombre de grandes viajes, aunque en compañía de los suyos viajó ampliamente por la república siempre que pudo; su gran aspiración fue formar una buena familia, útil para la Comarca y para los suyos. Cuando se desea hacer algo hay que privarse de mucho o de todo y él dedicó todo su tiempo libre a los suyos, sacrificando en oca-siones hasta el placer de la amistad.

Hombre de dos ciudades, este zacatecano convertido en lagune-ro que entre nosotros viviera medio siglo, murió de un infarto el 8 de mayo de 1985, siendo sus buenos amigos, Zeferino Lugo Sr., Marcelo Villanueva y Arturo Orona, de quien fue asesor.

Indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 162: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Luis Felipe del Río Rodríguez*39

Luis Felipe nació en Saltillo, Coahuila el 5 de febrero de 1909; fue-ron sus padres Luis del Río Rodríguez y Josefa Rodríguez. Es el tercero de una familia de diez hijos: José, Ernesto, Luis Felipe, Virginia, Arman-do, Rafael, María del Carmen, Enrique, Jesús y Concepción. Durante toda su vida tuvo problemas de audición, lo que no fue obstáculo para que ejerciera su profesión sin mayores dificultades. No resistía la tenta-ción de los dulces: los compraba en la calle, donde al pasar los veía. Fue cinero desde chico y no se perdía película de los cómicos de su época: Keaton, Arubckle, Lloyd, pero de entre todos, al que siempre prefirió fue a Chaplin, quien permaneció por siempre en su corazón no obstan-te que el genial Disney le trajo a la pantalla al maravilloso Pato Donald.

Aquellos eran los tiempos en que los grandes circos visitaban una o dos veces al año las ciudades importantes del país y a Luis Felipe no se le escapaba el espectáculo circense cuantas veces levantaban en Saltillo sus carpas el Beas y el Fernandi; del teatro, del que en Saltillo había entonces varios grupos de aficionados, también se fue haciendo adicto, lo mismo que de la música, no sólo de la de Lara, que aparecía y lo conquistó de inmediato llegando a ser irremediable “larista”, sino también de la clásica, que en casa de sus padres debe haberse oído mu-cho, pues su hermano menor, Rafael, acaso influido por él, fue siempre un amante de la música de Bach.

El cine no llegó solo, con él parejeó la escuela primaria. Luis Felipe hizo la suya en la escuela Miguel López y la secundaria en el Ateneo, donde comenzó a desarrollarse el hombre cabal, abierto, educado, ale-gre que disfrutaba totalmente el momento que vivía, lo mismo que su pasión a los libros. Sus preferencias cambiaron de los grandes cómicos a las mujeres hermosas como Greta Garbo, quien en 1926 se había he-cho famosa con aquella película El demonio y la carne, que filmara con

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de enero del 2002.

Page 163: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

John Gilbert, en el que ambos se dieran el beso más largo de la historia del cine y cuya película el cinéfilo de Saltillo viera por aquello de sus 17 ó 18 años. Admiraría años después a María Félix, que triunfó por su belleza y basta.

Probado que Luis Felipe pudo haber tenido “malos ratos, pero no malos gustos”. Sgamos por donde íbamos. Terminado su bachille-rato, decidió hacer su carrera profesional en la Ciudad de México, en la UNAM. Allá estudió Filosofía y Derecho, especializándose en derecho penal. A la Ciudad de los Palacios -como la Ciudad de México era en-tonces llamada merecidamente- Luis Felipe llegó con su inclinación al boliche como pasatiempo, pero sobre todo con su reconocida afición taurina que se vigorizó al ir frecuentando los sitios de reunión de los aficionados capitalinos y haciendo amistad con muchos de ellos e, in-cluso con figuras taurinas importantes del momento y con muchos que después llegaron a serlo. En aquellos años, no había mejor torero, aquí y allá, que su paisano “Armillita”, en defensa del cual sostuvo más de una polémica con los partidarios de Ortega, “El diamante de Borox”. Ya para entonces había logrado compartir su admiración por “Armillita”, con la que comenzó a sentir por Lorenzo Garza, “El ave de las tempes-tades” y con la que después sentiría por “El Cordobés”, torero a quien siguió en todas las plazas en las que se presentó en México. En los tiem-pos que Luis Felipe ya estaba asentado en esta ciudad de Torreón, re-conocido como profesionista exitoso y sus entradas le permitían darse no sólo ese gusto, sino aquel otro de ir a cuanta buena corrida había en la capital, para las que por su encargo un amigo le compraba opor-tunamente los boletos y él se iba una noche anterior para volverse al terminar la corrida y cumplir con una clase que a las siete de la mañana tenía que dar, creo que en la Pereyra.

El tiempo, que no se cansa de pasar, seguía pasando y así llegó el 6 de junio de 1938, convirtiendo a Luis Felipe en un profesional de la abogacía; regresó a Saltillo, donde comenzó a ejercer su profesión. A Torreón llegó en 1945 para ocupar un puesto en uno de nuestros juzga-dos. Ya asentado aquí fue estableciendo sus relaciones y poco después comenzó a desempeñar, en la escuela Carlos Pereyra, el cargo de pre-fecto de Estudios. En 1950 trabajó para Bienes Nacionales y, además de en la Pereyra, en la Escuela Venustiano Carranza (que, por cierto, está por cumplir 75 años). Fue fundador del Instituto Familiar y Social y de la Escuela de Contaduría y Administración; fue gerente de la Cámara de la Propiedad Urbana de Torreón y Asesor Legal de la Cámara de Co-mercio de Torreón. De 1963 a 1969 fue magistrado del Tribunal Superior de Justicia, durante el periodo gubernamental de don Braulio Fernán-

Page 164: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

dez Aguirre. Al término de su ejercicio regresó a Torreón y retomó sus cátedras al mismo tiempo que abría su notaría en el edificio González Cárdenas.

Luis Felipe conoció a Queta, su esposa, en Piedras Negras. Según entiendo, ella daba clases de secundaria en la escuela federal núm. 14 al mismo tiempo que estudiaba preparatoria y Luis Felipe impartía una cátedra también allí. La cuestión es que mientras uno y otro se movían por aquellos pasillos y salones, Luis Felipe la vio y se interesó por ella. Y resultó que era amigo de su hermana y por allí vino la fácil presen-tación, un pronto noviazgo y la boda en Piedras Negras, el 15 de julio de 1946. Pocos meses después, Luis Felipe y Queta se radicaron en To-rreón y formaron una linda familia de ocho hijos: Luis Isaías, Alicia Jose-fa, Catalina, Asunción, Antonio, Jesús, Lupita y Berta. Entre sus grandes amigos estuvieron siempre Óscar Dávila, Manuel Ramírez Carmona, An-tonio Achem, Miguel Cepeda, Juan Contreras Cárdenas, Julio Martínez Álvarez, José Favero Contreras, Feliciano Cordero de la Peña y muchos más, seguramente.

Por casi cuarenta años publicó por temporadas, en uno u otro de nuestros diarios, sus comentarios sobre los más diversos temas. Sus crónicas, bajo diferentes títulos: “De la vida que pasa”, “Vitral”, “Tro-tamundos”, “Puntos sobre las íes”, “Espectáculos”, “El momento tau-rino” y la última que fue “Desde mi lecho”, escrita desde el de su dolor que le llevó a la tumba. Todas son un ejemplo del buen escribir y con-servan tal frescura que se leen con el mismo interés del día que fueron escritas. Su salud se resintió de tal manera que dejó su despacho en el centro de la ciudad y lo cambió a su casa, donde siguió atendiendo a sus clientes mientras pudo. Llegó un momento en que ya no podía caminar y entonces cerró su notaría.

Murió Luis Felipe del Río Rodríguez el 17 de marzo de 1986, con-vertido en uno de Los Nuestros por su amor a Torreón, por el impulso que desde la cátedra siempre diera a nuestra cultura, por la defensa y promoción de nuestras mejores causas y por la entrega leal y sincera a sus amigos laguneros.

Page 165: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rafael del Río Rodríguez*40

Rafael del Río nace en Saltillo, Coahuila, el 25 de febrero de 1915, sien-do sus padres don Luis del Río y doña Josefa Rodríguez. Su infancia y adolescencia transcurrieron felices en aquella ciudad y en una cerca-na propiedad rural de la familia de su madre llamada “Los Rodríguez”. Realizó sus estudios primarios en la escuela anexa a la Normal y los superiores en el Ateneo Fuente, en el que llegaría a ser maestro de Literatura, años después. Sus estudios profesionales los hizo en la Es-cuela Superior de Agricultura y en la Escuela de Derecho de San Luis.

Él recordaría aquellos primeros años del Ateneo en uno de sus poemas iniciales evocándolo así:

“Ateneo: Pastoreo y recreo de mi aseo intelectual, te veo como la forma del deseo de una realización primaveral. Bajo tu patio conventual en la mañana de otro día me recibió la algarabía de tu campana musical y ardió mi anhelo con el vuelo de algún lilial cirio pascual (...)”.

En 1934 se hizo cargo de la gerencia de la revista estudiantil “An-torcha” del propio Ateneo Fuente y en el 35 fundó junto con Héctor González Morales y Jesús Flores Aguirre “Papel de Poesía”, publicación que recogió las voces de los poetas coahuilenses que comenzaban a destacar por aquellos tiempos y en la que, por supuesto ellos mismos, publicaron varios de sus trabajos.

Sin embargo el destino, imperioso, lo fue empujando hacia otros derroteros. Entiendo que por un corto tiempo desempeñaría un tra-bajo bancario. Luego se fue a la ciudad de México donde conocería a Octavio Paz y a Neruda, entre otros. Cuando Pablo murió publicó Des-pedida a Neruda, en la que cuenta:

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 9 de julio de 1999.

Page 166: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

¿Recuerdas Pablo, aquel domingo matinal en tu casa de Río Elba, por la riente Cuauhtémoc, tan dura de encontrar no obstante el rótulo oficial: Consulado de Chile, nuestro encuentro inicial? Fuimos Bernardo y yo dos jóvenes poetas en ciernes, todavía, a rendir homenaje al Consulado General de la Poesía.

En nuestra ciudad, de la que pronto se convirtió en amante —luchando al principio por no serlo, porque sentía como si le fuera infiel a su nativo Saltillo— apareció a principios de la década de los cuaren-ta con Sitio en la Rosa bajo el brazo por las librerías, donde nos fue en-contrando uno a uno. Y según aquí fue haciendo cosas, comprendió que podía amar intensamente a las dos ciudades, Saltillo y Torreón, sin ser infiel a ninguna.

A partir de entonces Rafael del Río se entregó totalmente a nues-tra ciudad. Fue maestro de literatura en la escuela Venustiano Carranza y fue por más de veinte años gerente de la Cámara Nacional de Co-mercio y presidente de la misma, cuando la dejó ejerció la gerencia del Centro Bioquímico del Norte.

Rafael del Río es, con Enrique Mesta, Pablo C. Moreno, Juan Antonio Díaz Durán, el Lic. Antonio Flores Ramírez, el Lic. Federico Elizondo Saucedo, el Chato Gómez y otros, pieza fundamental en el movimiento cultural que en nuestra ciudad se inició fuertemente y se ha mantenido vivo y vigoroso durante el siguiente cuarto de siglo. Promueven recitales, alientan y asesoran a los jóvenes poetas, Rafael en lo personal alienta a Enriqueta Ochoa en sus primeros tiempos.

Se invitó a conferencistas de la capital, como el filósofo Adolfo Menéndez Sanabria y el astrónomo Manuel Sandoval Vallarta. Visitaron nuestra ciudad en varias ocasiones, pasando aquí largas temporadas el poeta español Pedro Garfias, quien le escribió a Rafael, a propósito de sus dos hijas gemelas, el siguiente poema:

Pobrecito, padrecito de las dos justas mitades que las nieves, que los bosques, que los hijos, que la madre, trabajando en la jaula de su carne, en la frente toca cielo y en la planta topa sangre, peleando y peleando y embistiendo a los alambres, por abrir paso a su vuelo por abrirle paso al aire.

Luego traerían a León Felipe, que conmovería y escandalizaría a su auditorio en su única presentación en el Casino de la Laguna. Ave de las tempestades, en lo personal era de lo más sencillo. Cumplida su plática,

Page 167: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

con los que quedaron después de la estampida de muchos. Pablo lo llevó a casa a tomar una copa y allí, como hacía calor, se le antojó un gazpacho que la esposa de Pablo, doña Magdalena, estuvo haciendo según le iba indicando el poeta.

Mercedes Shade, Carmen de Mora, Loló Méndez Pérez, Silvia Achem, Angelina Rodríguez Damy, Alejandro Villalta, Guillermo Lour-des, Pilar Rioja, Magdalena Briones, todo un haz de artistas laguneros, han contribuido con su talento musical, declamatorio y pictórico a dar brillantez a la época, respaldando a este grupo en el que Rafael brillaba con luz propia. Todos editaron libros en ambas décadas, mucho de lo cual dio noticia oportuna Rafael, en su columna La Ciudad y los Días que publicaba en este diario.

Ilusión hecha realidad en 1951 fue la publicación de la revista “Cauce”, huella permanente de la existencia de este grupo singular, al que sólo unió por el tiempo necesario para la cristalización de su misión la cultura, pues sus ocupaciones eran tan diversas que apenas si tenían tiempo para verse, proyectar y cumplir cada quien por su lado la parte que le correspondía en la tarea cultural a que estaban entregados.

Murió Rafael del Río el 27 de febrero de 1979, días después de cumplir los sesenta y cuatro años de edad y tras de vivir veintiocho en Torreón; al que amó entrañablemente y por cuya cultura se afanó, día tras día con mucho cariño.

Por eso llegó a ser uno de Los Nuestros.

A manera de epílogo:1841

Poco después escribí “Recordando a Rafael”, del que pondré aquí algunos renglones:

Febrero cruel, tan corto y tan violento, truncó la frágil rosa de tu ensueño y silenció en tu boca el dulce acento. Y estabas Rafael, ya sin empeño, con un pedazo de alma en este valle y el otro en el Jordán y con tu dueño. Aún tengo aquí, atascado en la gargan-ta, el grito macho y el sollozo inerme, y el dolor que en el pecho se agiganta en dura soledad. Fiel ha de serme como lo fue hasta ahora sin desmayos, para verme contigo, que he de verme.

18 Nota del editor.

Page 168: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Los libros que escribió fueron: Antena, Estío sin ella, Un otoño, Sitio en la rosa (con el que aquí llegara y se diera a conocer) y El verano que arde; todos logrados en su natal Saltillo. En Torreón se inició con tres poemas: Épica del desierto, Los días (dedicado a Antonio Flores Ra-mírez) y A una flor del desierto, dedicado a Enrique Mesta.

Escribió otros no recogidos o entregados de inmediato a sus ami-gos y que quedaron en manos de ellos. Publicó por esos años Poesía Mexicana Contemporánea, producto de una serie de conferencias y plá-ticas culturales organizadas por el Ateneo Lagunero. Recogió lo escrito en una serie de columnas que a fines de los cuarenta publicara en este diario bajo el título Proustiano (autor al que nunca se cansó de leer y hacer leer a los que no lo conocían, diciéndoles que nunca era tarde para leer a Proust) La ciudad y los días.

Escribiría también aquí Vieja y nueva imagen, de Ramón López Ve-larde, logrando ver publicadas un conjunto de páginas destinadas para Torreón.

Estando en la ciudad de México pudo haberse quedado allá y ser uno de sus grandes, tenía con qué pero vino acá, participó en el desa-rrollo comercial e industrial de Torreón, fue secretario General de la Uni-versidad Autónoma de Coahuila cuando el licenciado Felipe Sánchez de la Fuente fue su rector y tesorero general de la universidad en tiempos de la rectoría del Dr. Arnoldo Villarreal Zertuche, pero sobre todo fue parte del alma que dio vida al Ateneo de la Laguna y a su revista Cauce.

Su busto figura entre los primeros en el Paseo de los Escritores de nuestra Alameda Zaragoza, reconocimiento de quienes le sobrevi-vieron.

Por todo esto, Rafael del Río es uno de Los Nuestros.

Page 169: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Delgado Delgado*42

Es indudable que en su momento los apellidos testimoniaban algo de lo cual no había duda; pero con el tiempo esa verdad se pierde. Aquí está para probar lo anterior Francisco —Paco, para quienes lo conocen des-de la primaria y Quico para los de menos tiempo— es Delgado por parte de padre y repite por parte de madre, pero en lo físico está lejos de ser-lo. Tampoco es lo contrario. Francisco Delgado Delgado es un muy buen hombre plantado en sus setenta años, que lleva muy bien llevados.

Lo que sí, al nacer fue y sigue siendo, es torreonés. Vino al mundo en La Constancia, colonia aledaña y cercana a la primera estación de ferrocarril y que así le diera tal nombre, como consecuencia de llamarse la fábrica de hilados y tejidos de algodón, que en tal sitio instalaran Luis Veyán y sus asociados.

Fueron sus padres Francisco Delgado y Rafaela Delgado. Nació en octubre del año 29. En Marzo de ese mismo año el general Gonzalo Escobar se había levantado en armas contra el gobierno y de alguna amanera ocurrió que, antes de nacer el hijo a quien la madre pon-dría el nombre de Francisco, agarraron al padre en una de las levas acostumbradas de entonces, donde moriría en alguna batalla o es-caramuza sin conocer a su hijo. Agobiada por la pena y el trabajo, un año después moriría su madre. Por lo pronto, no encontrando mejor solución, lo llevaron a Santa Teresa con una madrina de su tío Esteban Delgado, persona que se encargó de él hasta los seis años. Al cumplir la edad escolar su tía Julia Delgado y Jesús Hernández, que siempre habían estado al pendiente de él yendo a visitarlo a Santa Teresa, de-cidieron traerlo con ellos (vivían por el rumbo de la colonia Torreón y Anexas, arriba del cerro), para que pudiera estudiar en la escuela Álvaro Obregón; de la que era director el profesor Braulio Contreras. Profesor, por cierto, muy estricto con sus alumnos, gracias a lo cual,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 21 de mayo de 1999.

Page 170: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

dice Francisco, muchos llegaron a triunfar en la vida, honrando a su escuela. Entre los cuales recuerda a sus condiscípulos Ricardo Acosta Mauricio, acaso el más inteligente y aplicado de su generación y al doctor Heron Verdeja.

Recuerda Francisco que todos los días, para ganarse la vida, su tío salía temprano de la casa llevando pala y azadón. Un día cuando ya tenía diez años, comprendió por sí solo que debía ayudar a los gastos de la casa y comenzó a buscar qué hacer al salir de la escuela: mandados o algo, para contribuir a ellos.

Lo primero que hizo fue bolear. Después, al terminar la primaria ¿qué cosa no hizo, qué trabajo no probó? Fue bicicletero con Gabriel de la Rosa; panadero con Antonio Flores Mancha; repartidor y embotella-dor de vinos con el señor Suárez, de Los Viñedos; cobrador con Juan, Pepe y Paco Murra; en fin... carpintero y albañil, sin que nada le llenara hasta que trabajó durante tres años en la imprenta Güereca, donde sin-tió que ser impresor le gustaba.

De allí se fue a trabajar con Alejandro Lazalde, con el que trabajó durante veintisiete años. De todos sus empleadores guarda los mejores recuerdos, pensando que todos contribuyeron a formarlo. Ya teniendo una entrada segura se dio tiempo para hacer deporte: jugó béisbol y básquet con los Equipos de la Imprenta Lazalde y de la Liga de Artes Gráficas; boliche en las instalaciones de los Caballeros de Colón; le en-tró al box en el torneo de los Guantes de Oro, organizado por el famoso Chon Muñoz, celebrado en la Casa del Obrero.

Se casó en octubre de 1950 con Bertha Aguilar Rodríguez, que le fue presentada por un primo de ella, Manuel Aguilar, quien ejercía la lucha libre bajo el Nombre de “El Hielero”. El noviazgo duró tres años, pero lo suyo fue casi un amor a primera vista y no pararon hasta el altar.

Procrearon una familia que hoy está formada por once hijos, treinta y siete nietos y tres bisnietos, de los cuales; seis son contadores, un diseñador gráfico, un técnico en “full injection”, un mecánico elec-tricista y dos impresores.

A los cuarenta y cinco años se independizó, asociándose con su cuñado y compadre Luis Flores. De entonces a la fecha comenzó a irle bien. Su gran problema comenzaba a ser que a veces tenía más ocio que el que podía soportar un hombre tan trabajador como es él. Un do-mingo, estando en su sillón sin hacer nada, al reacomodar el brazo, su

Page 171: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

mano tropezó con un catecismo del padre Ripalda y comenzó incons-cientemente a hojearlo, pero luego le vino el pensamiento que él podía catequizar a los niños del barrio que por entonces era el de la colonia Morelos, por el rumbo de las fábricas de La Fe y La Unión.

Lo platicó con su esposa y entre ambos fundaron un Centro de Catecismo bajo la supervisión del padre Jesús Santillán Cuevas. Pasar de allí a fundar una Mutualista de Defunción para socios de escasos re-cursos y una Caja Popular Lagunera para dar servicio de ahorro-crédito en la misma comunidad, fue todo uno.

Ambos, su esposa y él, habían descubierto el gozo de oír a los demás y no han parado. Educados y realizados sus hijos, ellos dedican todo su tiempo a servir en actividades de caracter social. En un momen-to dado contactaron al Lic. Carlos de la Torre Uribarren, quien escogió a esta ciudad como sede de las CIAS (Centro de Información y Acción Social), la cual con su equipo de colaboradores amplió los horizontes de servicio de Francisco Delgado Delgado, quien llegó a ser el primer secretario (luego sería Presidente de la Representación Lagunera y Pri-mer Presidente de la Comisión Regional de Educación y Vigilancia) del Consejo de Administración del Movimiento Nacional de Cajas Popula-res, de las que también fue gran promotor el querido y recordado Paco Fernández Torres.

Si algún tiempo le quedaba libre, fundó con el total de su familia un Club Cooperativo. Eso en el 85, en el 86 representó a la Rondalla Varonil ‘’Ayer y hoy” sólo para mantener ocupados a los jóvenes en ocupaciones positivas. Organizó una competencia amistosa con otras de El Vergel y de Fresnillo y tuvo tal éxito que pudieron comprar con el resultado doce guitarras con estuche y todo.

En el 88 se cambió a la colonia Alamedas; allí reunió a los vecinos de la calle Huitrón y todos juntos comenzaron a trabajar para volverla una colonia limpia.

En su casa dialogaba con los drogadictos y cholos del rumbo, dia-logaba con ellos y les convencía de que en lugar de hacer pintas en las paredes deshierbaran la placita del lugar y pintaran los juegos infan-tiles, cosa que se sigue haciendo hasta la fecha. Y no acaba ya en su nuevo domicilio en el fraccionamiento Nueva California; en el 93 orga-nizó una Campaña de “cachivaches”, muebles que a sus dueños ya no les servían, logrando reunir tres camiones; cachivaches que arreglados servirían a otros.

Page 172: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

No cesa de organizar campañas de limpieza. Piensa que todo lo que emprende es una misión que le han conferido desde arriba y que él no hace sino decir: ¡Presente!

Además, él y su esposa han tomado un curso de catequesis; a raíz de lo cual preparan a los niños para la primera comunión. Van de casa en casa ofreciéndose para ello y en ocasiones han preparado hasta cien niños de una sola vez.

A sus setenta años comienza a trabajar menos, sus médicos le recomiendan descansar, pero él se resiste a hacerlo.

Esto es la historia de un niño que parecía no tener posibilidades de vivir y ha logrado vivir intensamente

No hay duda, Francisco Delgado es uno de Los Nuestros…

Page 173: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Juan Antonio Díaz Durán*43

Juan Antonio Díaz Duran me fue presentado por Pablo C. Moreno en el crucero de la Av. Hidalgo y calle Cepeda una tarde de verano del año 43, cuando iba de la librería y papelería “La Ideal”, rumbo a la librería “Casan”, en busca de no recuerdo qué libro.

Me lo presentó como compañero de aquella aventura de apenas

unos años antes en la que, de común acuerdo, uno escribía un artículo en la página editorial de “EI Siglo” sobre un tema determinado y unos cuan-tos días después el otro lo atacaba, contraatacando el otro después y así, mientras el tema diera para ello. Aquellas polémicas se hicieron notorias por algún tiempo, tanto que los conocidos de uno o de otro les buscaban para felicitarlos o para lamentar el que llevara las de perder.

En realidad eran amigos de muchos años y lo fueron durante toda su vida. No les costaba mucho trabajo sostener aquellas luchas periodís-ticas, pues independientemente de su buena y probada amistad, tenían opiniones diferentes sobre muchas cosas; de tal manera que las opinio-nes emitidas en sus artículos eran ciertamente lo que cada uno pensaba sobre el tema. Pero la idea de airear sus opiniones públicamente bus-cando, al mismo tiempo, interesar al lector en ellas fue muy oportuna y benéfica para nuestra ciudad desde el punto de vista cultural.

Como por aquellos días Pablo, Alejandro Bassol y el que esto fir-ma habíamos decidido publicar una revista mensual, que comenzó a salir unos días después con el nombre de “Acción Lagunera” y que lo haría durante dos años consecutivos, lo invitamos a colaborar en ella, cosa que aceptó, uniendo su nombre al de Enrique Mesta, Samuel Sil-va, Milagros Olazábal, Blanca Trueba, Lic. Jorge J. Sánchez, Concepción Wong y Emigdio Gallardo “Spivis”.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 29 de octubre de 1999.

Page 174: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Antonio Díaz Durán era un hombre muy pulcro. Pulcro en todo, lo mismo en su persona que en los hechos. Así escribía y así pugnaba porque se publicara lo que escribía. Cuando llevaba algún original al pe-riódico preguntaba cuándo se publicaría, la noche anterior se la pasaba allí corrigiendo las pruebas él mismo y no se retiraba hasta estar seguro de que aquello ya no sería tocado sino para imprimirse. No obstante todas esas precauciones, a veces esos fantasmas chocarreros que en todas partes —acaso porque no se quiere creer en ellos— espían a su víctima y, al día siguiente, al leer su artículo encontraba que allí había desaparecido un punto, allá una letra se había cambiado por otra o una palabra completa había desaparecido y no vea usted las rabietas que esto le ocasionaba... rabietas de enfermarse.

Alguna vez don Sergio Nava, que había sido amigo de su señor pa-dre y conoció a Juan Antonio, me dijo que su papá le había contado que en una ocasión, de estudiante, creo, en una competencia había perdido contra otro y estuvo a punto de cometer una tontería perjudicial para sí mismo porque no sabía perder, no le gustaba el rol de perdedor. Su pa-dre habló en aquella ocasión seriamente con él diciéndole, seguramente, que ganar y perder son cosas de la vida y que hay que aceptar ambas.

No soportaba una mosca en la leche y no le bastaba con que le sir-vieran nuevamente; aquel suceso sencillamente le echaba a perder el día.

Su manera de ser le llevó a cultivar su estilo de escribir. Escribía

lentamente. Escribía a mano sus borradores (tenía una letra muy legi-ble y bonita), párrafo a párrafo. En varias ocasiones me mostró algu-nos, uno cada vez, que doblado sacó de la bolsa de su saco.

Independientemente de escribir en “EI Siglo” y en “Acción La-gunera” como después lo haría en “Cauce”, cuyo nombre entiendo que él sugirió también; enviaba artículos, la mayor parte polémicos —lo que quiere decir que las palabras de su padre fueron muy cons-tructivas— a “Excélsior”. Poco antes de morir andaba enzarzado con-tra otro colaborador del mismo diario sobre la figura del duque de Olivares.

Su participación fue principalísima tanto en el Liceo como en el

Ateneo, ambos de La Laguna, que le anteceden. Su inquietud le llevó a entablar correspondencia con varios intelectuales capitalinos, entre ellos el filósofo Adolfo Menéndez Samara y durante su intervención se logró que viniera a dictar dos o tres conferencias en nuestra ciudad, no recuerdo bien.

Page 175: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Era lector asiduo de los clásicos, particularmente Quevedo y en-tre los modernos Ortega fue su preferido. Por cierto, volviendo a su pulcritud, leía a sus autores en ediciones normales, pero de sus escogi-dos buscaba ediciones completas o sencillamente mejores y entonces regalaba las primeras a sus amigos, que se sorprendían de lo bien con-servados que estaban, casi como nuevos. Lo menciono porque un día me regaló dos libros de Ortega, “porque acabo de comprar sus obras completas”, me dijo.

El Liceo y el Ateneo, particularmente este último, son agrupacio-nes esencialmente culturales. Su objeto era la cultura. Eso, claro, hizo a muchos laguneros acercarse. Pero no eran propiamente la amistad o la búsqueda, sino la fuerza de un grupo que hacía posible lograr proyec-tos de otra manera imposibles.

Realizado el propósito, o puesto cuando menos en movimiento las inquietudes de las nuevas generaciones, otras urgencias dispersa-ron a un grupo que ni siquiera lo fue, pues jamás se reunieron todos ni hay fotos que lo hagan constar y no se conocieron sus familias. Todos sabían lo que proyectaban, las fechas y lo que tenían que hacer para que aquello sucediera, pero varios jamás fueron a cambiar palabras en-tre sí. Aquello fue un verdadero milagro.

Por la manera de ser de Juan Antonio esto fue así. De todos ellos seleccionó a los que quiso frecuentar a la hora del café de la tarde, así conservó su independencia y enriqueció los proyectos de la agrupación no agrupada a través de valiosas sugerencias y de la colaboración de sus corresponsales capitalinos. La mayor parte de lo que escribiera ha quedado en las páginas de “El Siglo”, en “Acción Lagunera” y “Cauce” algo más, lo polémico en Excélsior ¿De algo más inédito? No se sabe. Juan Antonio Díaz Durán fue un fervoroso creyente de la cultura e hizo todo lo que a su alcance tuvo para difundirla.

Fue, sigue siendo y para siempre, uno de Los Nuestros.

Page 176: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Juan Pablo de La Torre Santoyo* 44

Hay vidas inexplicables, vidas de niñez plácida, de adolescencia estu-diosa y sin mayores problemas; de juventud en la que se trazan planes para toda la vida, en la que incluyen la pareja debida, para conquistar entrambos la independencia económica pero todo con elegancia espiri-tual, sin grandes alardes ni tampoco esfuerzos superiores a sus propias fuerzas, como si de lo que se tratara fuera de pasar por la vida con buen gusto, sin llamar la atención, casi anónimamente.

Juan Pablo de la Torre nació el 5 de diciembre de 1891 en Jerez, Zacatecas, ese Jerez al que Ramón López Velarde (que también había nacido allí tres años antes) cantara después nostálgico:

Surge la ciudad nativa;en sus lindes, un bohíoparece ser que del río

el cristal rompe las ruedas,y entre mudas alamedas

se recata el caserío.

Los padres de Juan Pablo tenían por allí cerca una propiedad agrí-cola y ganadera en la que el niño gateó, aprendió a caminar y a correr y a saltar, lleno de felicidad al amparo de sus progenitores. Luego, en el propio Jerez hizo su primaria y se preparó para ir luego a Zacatecas, la capital del Estado, a inscribirse en la normal. Antes de terminarla se enamoró de Zenaida López Guerrero; tanto que ya no quería seguir es-tudiando para poder contraer nupcias, cosa que sirvió a su padre como el mejor argumento para obligarlo a recibirse, pues mientras no le en-señara el título de profesor de primaria y el comprobante de estar ejer-ciendo esa profesión, no lo autorizaría a casarse.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 3 de marzo del 2000.

Page 177: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Se recibió en 1912, lo más pronto que pudo, encontró trabajo allá por Tanquean, en la Huasteca Potosina y todos contentos. Él tenía vein-tiún años. Habiendo cumplido lo que su padre le exigiera, Juan Pablo au-torizó a Zenaida para que organizara los preparativos necesarios para su boda y, por fin, un día se encontraron en la iglesia para hacer juntos el camino hacia el altar, envueltos en las notas de la marcha nupcial, del que hayan escogido y en sus propios sueños. Esto ocurrió en. Tamazunchale, S.L.P. aquel mismísimo 1912 y después de una corta temporada se ense-riaron en pláticas sobre su porvenir, las cuales les llevaron a acordar ir a buscarlo en Bermejillo Durango, donde era fama que trabajando “duro y macizo” se podía hacer con cierta rapidez dinero. A Bermejillo llegaron por aquello del 14. Una vez instalados abrieron una de aquellas tiendas llamadas de raya tan frecuentes entonces. No que tuvieran mala suerte, a muchos les estaba pasando lo mismo, eran los tiempos de la Revolu-ción; en sus entradas los villistas se volvían sus mejores consumidores, a nada le ponían peros, si bien nunca les pagaban. Aguantaron un par de veces la misma cosa, pero, pensándolo bien, decidieron no exponerse a una más y tomando las de Villadiego se vinieron más que de prisa a Torreón, donde Pablo y Zenaida se radicaron de manera definitiva. Vuel-ta a empezar. ¿Qué otra cosa les quedaba? Por supuesto, de tiendas ¡ni hablar! No les quedaron ganas; pensando en las vacas de su padre, Juan Pablo decidió que su porvenir se ligaría a la leche.

Por el oriente de la ciudad buscaron dónde comenzar un establo. El

sitio lo encontraron en la Guerrero y calle 15 —que más tarde sería conoci-do como establo oriente— y que iniciaron, seguramente no con las vacas que hubieran querido, sino con las que pudieron, que no fueron muchas, aumentando su número cada que podían. Veinte años después se detu-vieron un poco en su incansable trabajo, se miraron cara a cara y se dieron cuenta de que no habían tenido tiempo para pensar en su familia. Después de aquello llegó María Cristina de la Torre, hoy viuda de Pérez. La vida de Juan Pablo y los suyos siguió adelante, siempre adelante. Él estaba por en-tonces en la plenitud de la suya, tenía por aquel entonces cuarenta y cinco años y, si no por sus sueños, ¿cuándo habría soñado aquel estudiante del magisterio, aquel frustrado el comercio por los villistas, con la ganadería de la que acaso al escoger carrera se quiso separar, sI era ya perseguido con obsesión por la idea de tener uno de los mejores establos locales y a ello se dedicaba en cuerpo y alma, ayudado por los suyos?

Todos los trabajos son celosos, dan al hombre lo que el hombre busca en ellos, a cambio, le piden sólo la entrega de su propia vida. Por eso con frecuencia los hombres de trabajo no tienen historia, igual que las mujeres buenas.

Page 178: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sin embargo, en la ciudad los hombres de iniciativa, cada quien en su campo, se iban inquietando por la modernización de sus propios negocios; se reunían en diversas cámaras, en grupo de amigos para ha-blar entre sí de lo suyo, en un idioma que todos entendieran, en el de aquello que a diario les ocupaba. Juan Pablo no era indiferente a los cambios que veía venir y fue uno de los primeros en convencerse de las bondades de la agrupación de los ganaderos. No se hace Zamora en una hora, pero, al fin, a mediados de siglo, Juan Pablo de la Torre Santo-yo, fue uno de los primeros ciento trece estableros que firmara el acta con la cual quedó constituida esa sociedad orgullo de La Laguna que es “LALA”. Apenas tuvo tiempo de imaginar lo que aquello llegó a ser con el tiempo, pues murió a mediados de 1954.

Pensando en Juan Pablo y en tantos y tantos precursores de algo que ellos alcanzan tarde, pienso en el capitán Scott y en su lucha por descubrir el Polo Sur. Igual que Amundsen a Scott, la muerte prematu-ra le quitó a Juan Pablo la posibilidad del disfrute económico de aquello en lo que había creído el Zacatecano que viviera entre nosotros, tra-bajando diariamente, cuarenta de los sesenta y tres años de su vida. Si los hubiera leído, acaso en el momento de su vida, Juan Pablo hubiera recordado aquellos renglones que el Capitán Scott escribió en su diario al darse cuenta de que Amundsen se le había adelantado en el descu-brimiento: “Todas las penalidades, todos los sacrificios, todos los sufri-mientos ¿de qué han servido? No han sido más que sueños que acaban por desvanecerse”.

Por su vida entera consagrada al trabajo y por su muerte prema-tura y apenas con la miel de la recompensa a flor de labios, Juan Pablo de la Torre Santoyo es uno de Los Nuestros.

Page 179: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Lilia Rosa del Mazo de Groues* 45

Lilia Rosa nació en Saltillo el 9 de mayo de 1925, siendo sus padres Ignacio del Mazo Soto y Lilia Rodríguez. Sus hadas madrinas la dotaron de belleza física, de una gran memoria y exquisita sensibilidad. Como todas las niñas, sus primeros seis años los dedicó a identificarse con todo lo que le rodeaba, conocer su mundo, ¡vamos! y a dejarse rodear de ternura por todos los suyos. Estudió su primaria en el colegio del Verbo Encarnado. Según fue avanzando y desde que comenzó a poder leer, recordó la bien surtida biblioteca de uno de sus abuelos y a ella recurrió en busca de libros que leía indiscriminadamente, después de hacer sus tareas escolares. Al principio no entendía todo lo que leía, pero su lectura fue ampliando su lenguaje hasta llegar verdaderamente a disfrutarlos, constituyendo su gran pasión.

Haber nacido en la Atenas del Norte fue para Lilia Rosa una pre-destinación, una elegida para obtener sus mejores logros en el campo de las letras. Haber sido distinguido Saltillo como una Atenas habla de su tradición cultural, en aquellos tiempos en los que en la capital se creía que eran bárbaros todos los habitantes del norte. No obstante su breve vida, Manuel Acuña había hecho sonar fuerte el nombre de su tie-rra en la capital, demostrando con ello lo contrario. A Lilia Rosa le tocó atestiguar de niña las reuniones familiares en las que salían a relucir los nombres de poetas y escritores contemporáneos y sus obras a la par que los nombres de los clásicos españoles de la edad de oro.

Pero el hombre propone y Dios dispone. A sus padres, Ignacio y Lilia del Mazo les fue necesario venir a radicarse en La Laguna. Li-lia Rosa no había terminado su educación primaria, así que fue inscrita aquí en el Colegio de la Paz, donde cursó sexto año y tres años de se-cundaria y comercio que terminaría el año de 1941. De allí en adelante

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 15 de noviembre del 2002.

Page 180: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

todo ha sido cosa suya. Se convirtió en una brillante autodidacta, no muy disciplinada, eso sí, pero su magnífica memoria ha suplido siempre con lucimiento tal rebeldía.

En Saltillo, Lilia Rosa había dejado no sólo la biblioteca de su abuelo que no podría releer más, también la cercanía de un joven veci-no, ocho años mayor que ella, hijo de buenos amigos franceses de sus padres, el cual, cuando la encontraba le acariciaba con la mano la cabe-za y ella tenía que levantarla para verlo. José Groues, se llamaba este vecino que cuando cumplió 12 años fue mandado a Francia de la que no volvería hasta cumplidos los 19. Por lo demás, Lilia Rosa seguía leyendo incansablemente, el National Geographic, que acabaría convirtiéndola en la apasionada viajera que hoy es.

A fines de los treinta, principio de los cuarenta, comenzó a escri-bir. Participó en un concurso de cuentos, creo que en la revista Paquita (o tal vez así se llamaba el cuento). La cuestión es que ganó el primer lugar y con él la sorpresa de un premio de 25 pesos, que entonces era un dineral. A El Siglo vino sola (todo lo ha hecho sola) a presentarse con Enrique Mesta, que era jefe de redacción, para decirle que quería escribir en estas páginas, entregándole un artículo que llevaba en mano y que le fue publicado como el primero de muchos otros.

En mayo de 1945 escribió para la revista Acción Lagunera. Contra lo que podía esperarse de una jovencita de 20 años escasos y de aque-llos tiempos, no eran artículos frívolos, sino bien pensados y maduros. Su primera colaboración fue un artículo sobre la conferencia de San Francisco. Como una muestra de su estilo rescato aquí un fragmento:

Tal parece que a la actual conferencia de San Francisco, los seño-res delegados se hubiesen propuesto llevar como único bagaje animosidad, discordia y pretensiones, olvidando en sus países de origen, cuanto pudiera relacionarse con buena voluntad, pru-dencia y tacto.

“¡Qué pronto parecen olvidar que fueron las exigencias de hom-bres como ellos los que hicieron fracasar la primera Liga de las Naciones! Cuando en 1919, en Versalles, veintitrés naciones fir-maron ese pacto, todo mundo creyó que al fin habría paz; cuan-do poco tiempo después, a las primitivas firmantes se habían unido otros veintidós países, lo que primero fue creencia se con-virtió en seguridad y como sangrienta burla a una institución que tan infalible parecía, sólo veinte años más tarde –¡ni tan si-

Page 181: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

quiera una generación!– estalló un nuevo conflicto mucho más terrible que el que originó ese Tratado y se extendió con un ím-petu incontenible, salvaje, envolviendo en él a los que tan fiados habían estado en la seguridad de sus firmas. No fueron, pues, necesarios muchos años para probar que, desgraciadamente, la Sociedad de las Naciones había sido sólo una inútil pérdida de tiempo, un entretenimiento que permitió un nuevo rearme y que el sueño –algunos lo abrigaron de toda buena fe– de que sirviera como organismo de progreso e institución capaz de evi-tar las injusticias armadas entre los pueblos, no había pasado de ser una utopía.

Y así seguía su maduro artículo doliéndose de la incapacidad del hombre para lograr una paz permanente.

Lilia Rosa escribía constantemente y publicaba lo mismo en esta ciudad que en diarios y revistas de la capital. Sus temas eran todos: feminidades, humanidades, política internacional y otras páginas mis-teriosas de las que nadie sabía y que después fueron apareciendo publi-cadas como libros: La brecha olvidada, en 1948; Vainilla, bronce y morir, de la que el último miércoles fue presentada por Saúl Carrillo su tercera edición en la Biblioteca Municipal, en 1949; y Noche sin fin, en 1955. Pero nos estamos adelantando.

En 1940, Lilia Rosa tuvo necesidad de volver a Saltillo y ya en él a San Buena y a Monclova. Total que un día cuando en una de estas ciudades estaba esperando un camión para volver a Saltillo, dónde que ve, haciendo lo mismo, a un joven no mal parecido que le hizo sentir de pronto aquella “fortísima atracción hacia él” que en Vainilla, bronce y morir, Ricardo hace sentir a Laura. El joven era José Groues, que por entonces visitaba todo el norte del país como viajero del almacén ca-pitalino París-Londres, del que más tarde llegaría a ser accionista. Ella lo reconoció como aquel vecino de su infancia; pero no él, que poco después la miraría como lo que era, una hermosa joven con la que valía la pena establecer comunicación durante el viaje. Ya en el camión, el libro Mi lucha, de Hitler, que Lilia Rosa iba leyendo, dio el pretexto para iniciar la plática, que puso en claro a José que su compañera de viaje era nada menos que aquella vecina a la que él acariciaba la cabeza de niña y que se había transformado mental y físicamente en una joven encantadora. De esto siguió rápidamente todo lo demás, pues escasos dos años después se casaron aquí, el 10 de enero de 1942. El mismo día que se casaron salieron de viaje. El viaje de negocios lo convirtieron en viaje de novios y, a pesar del frío o por él, lo hicieron memorable. ¡Lo

Page 182: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que vale ser joven! Sin embargo, ella siempre le reclamó a su esposo que se le debía la luna de miel. Ya de vuelta, la pareja vivió en uno de los apartamentos de don Hilario Esparza, frente por frente al estudio de don Julio Sosa. Él siguió viajando, pero solo y ella se dedicó a buscar su estilo de escritora de novelas. Y lo encontró: Vainilla, bronce y morir.

El progreso de José Groues en su empresa les obligó a cambiar-se a la Ciudad de México, a dónde se fueron en 1949. Ese mismo año Vainilla, bronce y morir salía al público, al de la República y al fronterizo norteamericano. En ambas partes tuvo gran éxito. En México, Orive de Alba, de Clasa Films, le llamó un día. Le dijo que quería comprar sus derechos de autor porque deseaba hacer del libro su próxima película. Ella le dijo que no lo conocía ni le creía; que seguro era una broma de alguna de sus amigas. Total, como ustedes saben, la película se hizo y todavía se pasa en los cines capitalinos. El libro acaba de reeditarse aquí y entiendo que también en Saltillo. En Kansas, la Universidad la se-leccionó como la mejor novela mexicana contemporánea. La Louisiana State University hizo un estudio crítico tanto de Vainilla, bronce y morir como de Brecha olvidada. Noche sin fin todavía no se había publicado.

Para obtener el grado de Maestría en Artes se escribió una te-sis titulada “Elementos psicológicos y religiosos en las obras de Lilia Rosa”, en la Facultad de Graduados de la Universidad de Texas.

Lilia Rosa en varias ocasiones ha sido jurado en el concurso pe-riodístico “Cartas a mi hijo”. Entre otros, tiene un diplomado en Terapia Racional Emotiva. Su gran pasión han sido los viajes. Mientras más le-jos, luminosos y helados, mejor. Los años que viviera entre nosotros no fueron muchos, diez u once, pero fueron muy intensos. Aquí terminó sus estudios escolares, decidió ser autodidacta y se entregó a cultivar-se, sin una gran disciplina, pero con decisión, planeó en fin, su primer libro. Por todo ello la sentimos una de Las Nuestras.

Page 183: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Díaz de León Sandoval*46

El abuelo paterno de Manuel fue Joaquín Díaz de León, oriundo de un poblado del Estado de Jalisco donde se dedicó a la agricultura. Por el lado materno, su abuelo fue el ingeniero Enrique Sandoval quien, por cierto, instaló el primer alumbrado eléctrico de la ciudad de Aguasca-lientes. Su padre, Manuel Díaz de León Ortiz nació en la Hacienda de Matancillas, Jalisco, en el año de 1890. Su mamá fue Esther Sandoval, oriunda de Zacatecas, donde nació en el año de 1892. Su abuela mater-na murió al nacer su tía Ernestina. A su mamá le tocaron las dos tomas de la ciudad por el ejército de Pancho Villa y en una de ellas el abuelo estuvo a punto de morir fusilado, habiéndole formado cuadro y toda la cosa; lo salvó el hecho de que en ese momento llegó un soldado diciendo que ya había entregado dinero. El papá de Manuel llegó a Aguascalientes para trabajar en una tienda de abarrotes propiedad de unos españoles. Allí conoció a la que sería su esposa, clienta de dicho negocio, ya que sus padres habían dejado Zacatecas para ir a vivir a Aguascalientes. Total que se hicieron novios y al morir el abuelo, co-sas del destino, se casaron en agosto de 1915. Los hijos comenzaron a llegar, la primera en Aguascalientes. Le pusieron de nombre Esther, como su madre. El segundo fue, precisamente, Manuel que ya nació en Torreón y al que siguieron Fernando, Carlos, Josefina y Martha.

Los Díaz de León Sandoval llegaron a Torreón, que ya sonaba como Perla de La Laguna, en busca de nuevos y mejores horizontes en el año de 1918; de manera que les tocó vivir los terribles años de la llamada y temida influenza española de la que su mamá, doña Esther, les contaba años después que era tal la cantidad de muertos diarios que los llevaban a la fosa común en carretones, pues no había ataú-des para todos. Al mismo tiempo que llegaron mis padres —cuenta Manuel— llegaron los abuelos paternos, así como sus hijos, entre ellas las dos tías que se dedicaron a fabricar los conocidos dulces que

* Semblanza publiada en El Siglo de Torreón el 30 de marzo del 2001.

Page 184: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

llevan el nombre de la familia y que muchas laguneras cuando van a visitar Roma han venido llevando como regalo a diferentes Papas. La única tía que se quedó en Aguascalientes fue la Madre Josefina, fun-dadora de un asilo de ancianas en aquella ciudad.

Su primer domicilio en Torreón lo tuvieron por la avenida Mo-relos, cerca de la Plazuela Juárez de donde, tiempo después, se cam-biarían a la avenida Allende, entre Ramos Arizpe y Múzquiz, ya que su papá iba a trabajar como cajero general en la Compañía de Luz que le proporcionaba casa. La casa estaba ubicada enfrente de lo que era la Prisión Militar, por lo que fueron los primeros que pudieron notar, en el año de 1929, un gran movimiento militar . Posteriormente supieron que se debía a que el General Escobar se había levantado en armas. Para retirarlos de algún posible peligro que tal cercanía ocasionara, los pa-pás de Manuel lo llevaron a él y a sus hermanos a vivir con sus abuelos. Estando con ellos sucedió que un avión apareció volando sobre el cen-tro de la ciudad tirando bombas hechizas, una de ellas cayó en la acera de la casa de los Victorero, en la calle Valdés Carrillo, entre Allende y Matamoros, sin mayores consecuencias que el cuadro de cemento que estrelló; otra en la Plaza de Armas, en el momento en que el señor Lisa-rrague se boleaba hiriéndole en una pierna con una esquirla. A Manuel y a sus hermanos los abuelos los metían debajo de las camas en cada aparición del dichoso avión del gobierno. Fue una de aquellas noches cuando Manuel fue testigo del incendio del mercado Juárez, acaso el más espectacular e impresionante de los sucedidos en nuestra ciudad.

Pero todo llega y a Manuel se le llegó el tiempo de comenzar sus estudios escolares. Primero y segundo año los hizo en el Colegio Mode-lo, del tercero en adelante en el Colegio La Paz, que originalmente estu-vo en la esquina de Morelos y Colón y como se incendiara tuvieron los alumnos que andar por diversos sitios, separados hombres y mujeres hasta que, después de cierto tiempo volvieron a reunirlos en el edificio que hoy ocupa el Centro Médico, por la Allende, frente a la Alameda. De sus condiscípulos de entonces recuerda a Chema Rodríguez Villa-rreal, Memo Garibay, Armando Martín Borque, los Cárdenas, los Orva-ñanos, los Dingler, la Perica Iglesias, los Pámanes, Ricardo Montalbán, etc. Cuando terminó el sexto año, sus padres, no teniendo medios para mandarlo estudiar fuera, lo inscribieron en la escuela del profesor Áva-los para que estudiara contabilidad.

A la edad de dieciséis años Manuel entró a trabajar en la Casa Buchenau, el negocio más importante en abarrotes y algodón de la re-gión en aquel tiempo, dirigido por los señores don Santiago Oelmeyer

Page 185: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y Carlos Rilesch. Su trabajo, el de Manuel, era ir a los ranchos a recibir y pesar algodón en pacas y posteriormente vigilar la compresión y embarque del que, las más de las veces llevaba como destino el de Hamburgo, Alemania. Estuvo a un tris de ser clasificador de algodón, pues, como los señores alemanes no podían participar en problemas de arbitraje por el hecho de ser extranjeros, el señor Oelmeyer le ofre-ció mandarlo a Houston, Texas, a estudiar y graduarse como clasifica-dor. Pero el inicio de la guerra hizo cambiar los planes de la empresa. A raíz de que el departamento de algodón se clausuró, siguió en el negocio, pero como calculista de facturas en el departamento de aba-rrotes, en lugar del señor Ude; ya que todos los alemanes habían sido desalojados quedando el negocio en manos de empleados mexicanos y de un interventor del gobierno.

En 1943 Manuel se separó de Casa Buchenau y se fue a trabajar a la Continental Rubber Co., como ayudante de contador y allí estuvo hasta 1946, al terminar la guerra. Entonces pasó a trabajar como conta-dor a la Algodonera de La Laguna. Fue entonces que contrajo nupcias con la señorita Martha Rodríguez Damy, hija de don Alberto E. Rodrí-guez, gerente del Banco de México, persona muy conocida y estimable sobre todo en el ambiente bancario y social.

Habiéndose quedado sin trabajo en 1950, Manuel optó por inde-pendizarse distribuyendo aceites lubricantes. Por recomendaciones del señor Gaspar Smith empezó a trabajar al mismo tiempo en una com-pañía perforadora de pozos del ingeniero Federico Stoffel, comenzan-do a perforar varios pozos en la zona de Yermo y Ceballos, que tenían muchas perspectivas. Al terminarse su contrato con la compañía per-foradora, le fue ofrecida la subgerencia de la compañía LUCSA, cuyo gerente fue don Luis Cavazos, persona a la que Manuel llegó a estimar mucho y de quien admiró su gran vocación al trabajo y su don de gen-tes. En el 57 se separó de LUCSA y nuevamente insistió en trabajar por su cuenta fundando la compañía Molduras y Perfiles de Torreón, cuyos socios inicialmente fueron su cuñado, el señor José Rodríguez Damy; su concuño, el Dr. Jorge Siller Vargas; su hermano Enrique y el señor Héctor Gil Flores.

Al paso del tiempo Manuel les fue comprando sus acciones a to-dos ellos y a la fecha la sociedad la forman él, su esposa y todos sus hijos. Dicha compañía originalmente era industrial, dedicándose a la fa-bricación de puertas y ventanas metálicas, pero actualmente se dedica a la venta de acero en todas sus formas y artículos de ferretería. En 1978, en unión de sus hijos Manuel, Alberto, Jaime, Martha y Francisco

Page 186: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

iniciaron la fabricación de postes metálicos para alumbrado eléctrico que particularmente exportan a Norteamérica.

En 1999 Manuel y Martha, su esposa, cumplieron cincuenta feli-ces años de matrimonio que celebraron con un crucero a Alaska.

Manuel figuró en su juventud entre los primeros miembros del grupo “Alpec”, que acabara convirtiéndose en lo que fue la pujante Cá-mara Junior; fue de los primeros socios del Club de Industriales y Con-sejero de la Unión de Crédito Industrial de La Laguna.

Desde su adolescencia fue un apasionado del beisbol y a jugarlo dedicaban todo su tiempo libre él, su hermano Enrique, los Díaz, César y Fernando y otros. Con ellos, con los Fernández y los Martín Borque, rentaban burros areneros en el barrio de la Paloma Azul al precio de veinticinco centavos toda la tarde y salían de caravana por las orillas del Nazas y aprovechaban para meterse a los tajos a nadar. Una verda-dera temeridad.

No se le olvida aquel viaje que allá por el 47 hizo a Dallas en com-pañía de Armando Rubio, Jorge Arcaute, Poncho Fernández Huizar y algún otro que no recuerda, a Dallas, en el coche de Alfonso que no es-taba muy bien que digamos para tal viaje y acabó desvielándose. Como lo importante era llegar a Dallas, lo dejaron por allí y siguieron en ca-mión y después nadie quería ir a recogerlo, ni el propio dueño. Otro fue aquel inesperado que, volviendo de Rusia junto con Manuel Rodríguez y algún otro, hizo a Kenia y Tanzania; desde donde, después de ver a las fieras más fieras a tres metros de distancia y sacar de ellas cientos de fotografías, volaron a la Ciudad del Cabo en Sudáfrica para asombrarse al encontrarse allí en medio de una ciudad del Primer Mundo.

Testigo desde su niñez del crecimiento y desarrollo de La Laguna y de la que, por derecho propio es su ciudad, Manuel Díaz de León San-doval es uno de Los Nuestros.

Page 187: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Franciscus Dingler Van Vleit*47

Nuestra ciudad se acerca, no diré que con prisa, pero tampoco sin ella, a sus primeros cien años... aunque ¿qué son cien años para una ciudad? Apenas un principio, los pasos de tanteo de aquellos que abrieron las primeras sendas ya convertidas en el camino que ha decidido seguir, animada por el espíritu de sus fundadores.

Lamentablemente la memoria es frágil y constantemente olvida rostros, nombres que apenas son de ese ayer en que fueron decisivos, unos para unas cosas, otros para otras. Recordarlos y dejar constancia de ellos, así sea de manera fugaz, es el propósito de esta columna que se me está convirtiendo en manía, con la esperanza de que encuentre un lector a quien le pase lo mismo con su lectura.

Francisco (ya castellanizado su nombre) Dingler Van Vleit, nació el 22 de Marzo de 1877, en Haarlem Holanda. Johan Frederick Dingler y Elizabeth Johanna Van Vleit fueron sus padres. Con su primera esposa casó en México, de cuyo matrimonio tuvo un hijo: Federico. Con María del Refugio Alva, casó en Torreón, habiendo sido sus hijos: Ana Blanca, Raúl, Johan, Francisco, Jorge Lloyd y Carlos.

En 1983, teniendo dieciséis años de edad, dejó los estudios para iniciarse como impresor, luego se contrató con el sistema ferrocarrilero de Transvaal, trasladándose a África del Sur para su desempeño.

Por los 1900, a los veintitrés años, don Francisco Dingler se dio de alta en la lucha de los Boers, colonos holandeses que habitaban Transvaal y Orange, quienes por cierto apresaron a Churchill, que poco después se les escaparía en Pretoria para convertirse en héroe a su re-greso a Inglaterra, e iniciar la gran carrera política que todo el mundo conoce y que conquistara el corazón de sus compatriotas.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 25 de febrero del 2000.

Page 188: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En cuanto al Sr. Dingler (que había alcanzado el grado de tenien-te), el 8 de agosto de 1900 fue hecho prisionero por los ingleses duran-te una emboscada, siendo trasladado a Ragama —campo de la Isla de Ceilán— donde fue el encargado de organizar eventos culturales y de la biblioteca, en cuyos libros encontró referencias a México, nombre que acaso le llamara la atención, como a Valle Inclán por verlo escrito con X; la cuestión es que al término de la guerra con los Boers, en 1902, fue liberado y en 1903 ya estaba en la ciudad de México, donde comenzó a trabajar con la compañía mueblera holandesa “La Corona” y luego en el Ferrocarril Central Mexicano.

Eran los últimos años de don Porfirio, sin que éste se diera cuenta cabal de ello, ocupado como estaba en los preparativos de las fiestas del centenario; no obstante que los Flores Magón hacían llegar desde el otro lado su publicación política llamada Regeneración y allá en el otro lado, la bolsa se venía abajo. Por otra parte, dos nombres, cada día eran más conocidos por los capitalinos: La Laguna por su algodón y el de Francisco I. Madero por el Partido Demócrata Independiente que había formado y por sus artículos periodísticos en El Demócrata, diario de él mismo.

En 1907 sucedió que el Sr. Dingler llegó a Torreón, con el nom-bramiento de superintendente de la compañía americana Broads-treet Co., dedicada a la investigación de crédito, sin saber que ese mismo año, la villa de Torreón sería elevada a la categoría de ciudad, precisamente el día de la patria. A partir de esa fecha, su vida correría íntimamente ligada a la de la nueva ciudad, la más joven de entonces.

En 1915, después de ocho años de haber llegado, don Francisco inauguró la “Papelería Dingler” S.A., que fue el primer depósito de pa-pel de la compañía “National Paper and Type Co” y con ello el primer distribuidor de papel para los periódicos de la región.

Importantes marcas le dieron directamente sus concesiones

para la comarca el año 1916, entre ellas la Kodak de Rochester de Nue-va York, la Burroughs Company Stafford de México y la General Tire, lo mismo que la Sheaffer Pen Co.; consolidando su negocio de papelería. En 1917 inauguró la Imprenta Dingler.

Francisco Dingler Van Vleit hablaba seis idiomas, unos mejor que

otros, lo que en ocasiones daba lugar a que le sucedieran cosas gracio-sas, como aquélla en que habiéndole cambiado a su esposa su estufa por una eléctrica, ésta le pidió que pusiera un anuncio para vender la anterior;

Page 189: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

como pasaban los días sin que vinieran o hablaran por teléfono para pre-guntar por lo ofrecido, la esposa le preguntó si había puesto el anuncio, al contestarle afirmativamente le preguntó por la redacción. Decía: “Se vende magnífica estufa de cuatro agujeros en perfectas condiciones”.

En 1945 ya vivía por la Colón, a él le gustaba sentarse en la terraza y ver el movimiento de la calzada mientras fumaba su pipa, pero un día en la mañana al salir de su casa, se dio cuenta de que le habían robado por la noche de aquel juego de jardín, precisamente el sillón en el que a él le gustaba descansar. Enojado redactó un anuncio que decía: “se-ñores ladrones de muebles, vengan por el resto de los muebles, al cabo no hay policía” firmando el anuncio con su nombre. El mismo día ya tarde, recibió un telefonazo del jefe de policía, que era Emilio Gutiérrez (el presidente en aquellos tiempos fue Rafael Duarte), que le dijo que podía pasar a las oficinas de la policía por sus muebles, pues policía sí había y para comprobarlo, al día siguiente en cada esquina de la calzada Colón había uno perfectamente uniformado.

Don Francisco fue uno de los fundadores del primer club Rotario de Torreón, socio activo del Auto Club de la Laguna (que construyera la carretera de Torreón a Lerdo), socio fundador del Casino de la Laguna (en el que, en sus últimos años jugaba su manita de dominó con sus amigos, secretario de la Junta de Mejoras Materiales (la que inició la pavimentación de las primeras calles de nuestra ciudad), vicepresiden-te en 1925 de la Cámara Nacional de Comercio de la Región Lagunera (y como tal tuvo a su cargo la organización de la primera Feria del Algodón en 1947), presidente del comité organizador de la Feria del Algodón y la Victoria (cuyos fondos se destinaron a la Cruz Roja), fue condecorado por el gobierno chino por la protección que diera a los chinos —duran-te la persecución y matanza de los mismos— durante la revolución, en la que a riesgo de su propia vida, escondió y alimentó durante varios días a un grupo de ellos en el sótano de la casa que entonces habitaba, en la esquina de la Juárez y Colón.

Como precursor de la idea del puente del Río Nazas tomó la ini-

ciativa de su construcción para unir las ciudades de Torreón y Gómez Palacio, para lo cual se constituyó la sociedad “Puente Nazas S.A.”, siendo elegido presidente de la misma. Fue tal el entusiasmo que puso en esta obra que creó para la campaña el lema que decía: “Habrá puen-te, coopere usted”.

En uno de los carnavales de aquellos tiempos, participó con un camión en el que llevaba una imprenta, imprimiendo exclusivamente

Page 190: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

volantes con dicho lema, que se repartía entre el público que veía el desfile. A sus amigos y conocidos personalmente les pedía donativos, entregándoles por ellos boletos por la cantidad que donaban; tan in-cansable labor le conquistó entre ellos el nombre de “Pancho Puente”. Con lo donado por todos los ciudadanos se logró reunir una importante cantidad que permitió iniciar la obra del puente con la ayuda de los go-biernos de Coahuila y Durango. Se vio culminada en Diciembre de 1931.

Hay una anécdota que puede ser importante en estos días en que tanto se viene hablando de la pintura del puente del Nazas. Se dice que cuando se llegó al momento de decidir por el color que llevaría, pre-guntándole, como presidente que era del comité correspondiente, Don Pancho Dingler dijo (pensando posiblemente en sus días sudafricanos): “yo lo pintaría Orange” y naranja se pintó.

Entre los pasatiempos del señor Dingler estuvieron el boliche, el atletismo, la natación. Al pentatlón deportivo militar le tuvo gran cariño y lo apoyó al iniciarse.

Murió a los noventa y dos años en 1969. Llegó a Torreón de trein-ta años de edad con una gran experiencia e innegable don de gentes. Durante sesenta y dos años le entregó todo el tiempo libre que sus negocios le dejaban y, a veces, se lo quitaba a estos para entregarlos a esta ciudad que llegó a apasionarle profundamente.

Tronco de una familia estimable en la región, fue y sigue siendo a través de ellas, uno de Los Nuestros.

Page 191: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Federico Elizondo Saucedo*48

Profesionista íntegro, Maestro con mayúscula, de los que dejan huella en el espíritu de sus alumnos. Como escritor escribió cuento y novela, pero su inclinación mayor fueron la investigación antropológica y la so-ciología y aún entiendo que algunos de sus libros sobre estas materias han sido y son usados como textos de estudio en ciertas aulas.

A principio de la década de los 40 comenzó a llegar a Torreón gente que vino de Colima, de Veracruz, de México, de Parras, de Salti-llo… entre éstas llegó Federico Elizondo Saucedo. Sus campos de ac-ción eran diversos, pero todos tenían una pasión idéntica que fue lo que les identifico: su amor por la cultura. Nadie sabe cómo ocurrió. Nin-guno de los que quedamos puede decir si fue descubierto o descubrió a sus iguales. Lo cierto es que, alrededor de una mesa de café se fueron sentando, junto a los que iban llegando, los que siempre habían estado aquí. Hablaron de lo que se había hecho, cosa local y de lo que podía in-tentarse hacer: un movimiento cultural que, como dice el propio Fede-rico en el último número de “Nuevo Cauce”, llegara más allá de las fron-teras regionales, estatales y aún nacionales. Todo lo cual fue logrado.

Afirmaban los griegos que todos los hombres al nacer traen asig-nada una tarea para hacer en su vida. Mirando hacia aquellos años me parece que eso fue lo que sucedió con todos los que integramos aquel grupo. Era nuestro mutuo “Moira”. Coincidimos en aquel tiempo en nuestra ciudad para hacer aquella tarea cultural, como gustaba de lla-marla Enrique Mesta.

Una vez realizada, por una causa o por otra, nos fuimos disgre-gando: los de fuera se reintegraron a sus sitios, los de aquí fueron atra-pados por nuevas responsabilidades que les exigieron el tiempo que hasta entonces habían podido dedicar a sus inquietudes espirituales.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 16 de octubre de 1998.

Page 192: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mantener durante varios años el interés y la unidad del grupo, fraternizando con todos no obstante la susceptibilidad a flor de piel de algunos y no obstante su propia e ingeniosa mordacidad, fue la gran labor de Federico y la que le alzó como el Cortés de su conquista, líder indiscutible del grupo.

Recién llegado como era, el Chato Gómez fue su gran asesor, in-dicándole posibles mecenas, pero fue Federico el que se apersonaba con ellos para hablarles de su obligación hacia la cultura y de una revis-ta que no incluiría notas sociales ni retratos de sus hijas, no obstante lo cual siempre conseguía su patrocinio.

Si Federico no hubiese coincidido aquí en aquellos años, posible-mente jamás hubiese hecho lo que aquí realizó, porque en otro sitio no habría encontrado a los hombres que aquí encontró, los de casa y los que como él vinieron de fuera; pero tampoco ellos hubiesen estado tan unidos y su labor hubiese sido individual sin aquel aliento tan especial del grupo, sin aquel sentimiento de “patriotismo local” que movió a todos en aquellos años inmarcesibles.

Hoy Federico Elizondo Saucedo radica en Monterrey, N.L., hasta donde le digo que nuestra ciudad le considera uno de Los Nuestros.

Page 193: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Alonso Escobedo*49

José Alonso nació en Piedras Negras, Coahuila, el 7 de enero de 1947, más de la mitad de los cuales ha vividos en Torreón. Aunque vis-to a cierta distancia parece tener más edad debido su pelo blanco (in-cluido el bigotazo revolucionario), al acercarse uno se da cuenta de la juventud, fortaleza y agilidad de su cuerpo, sin una pizca de grasa, que gracias a la práctica diaria de un programa de gimnasia iniciado desde su escuela primaria, es capaz de hacer hoy cuando le da la gana un par de cientos de lagartijas de un tirón o lanzarse a una alberca y nadar en ella sin pausas hasta aburrirse.

Fueron sus padres José Alonso Romero (profesor) y Amalia Es-cobedo, quienes durante sus primeros años de casados anduvieron de un lado para otro por el norte del estado, por la zona de los Cinco Manantiales. Sería por eso que durante su adolescencia y su primera juventud, padeció eso que nuestros abuelos decían “pata de perro”; lo que le permitió aprovechar todas sus vacaciones para conocer nuevos pueblos, nuevas ciudades, sobre todo “del otro lado”, hasta que, ya graduado y llegado a Torreón, seguramente aquí el sol lo paró en seco bajo la sombra de su hogar, después de haber caminado todo el día entre los surcos de los ranchos laguneros, en pos de nuestras plagas.

En Allende, Coahuila, hizo su primaria, en el colegio particular “Morelos”. Y allá mismo su secundaria, bajo la dirección del maestro Marcos Benavides, pues al menos por entonces no había otras alterna-tivas y todos los estudiantes de aquella región formada por el propio Allende, Villa Unión, Morelos, Zaragoza, Nava y Río Bravo, tenían que ir allá a estudiar desde distancias que iban de los seis a los dieciocho kiló-metros; llevando lonche para evitar volver a comer a sus casas al medio día. Para 1961, sus padres ya se habían asentado en Saltillo, donde tuvo acceso a una serie de oportunidades; tantas que no sabía por cuál deci-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de julio del 2002.

Page 194: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

dirse y entre los consejos de unos y las animadas de otros, más que por propias reflexiones, se decidió a seguir la carrera de técnico electricista sin mayor entusiasmo, pues nunca pensó en el futuro que iba a tener, creyendo que era sólo cuestión de cambiar focos y componer cortos. Al terminarla, aprovechó para ir a conocer Houston. Al volver se inscribió para proseguir sus estudios de preparatoria en el Ateneo Fuente, que terminó en 1966. Luego se inscribió en Ciencias Químicas, para lo que le valió el hecho de haber jugado siempre futbol americano y calificar como buen jugador.

Algo que pusieron de relieve sus estudios fue su gran facilidad para los idiomas, pues no sólo se las veía bien con el inglés, sino que leía el francés y le fascinaban el griego y el latín, raíces con las que la mayor parte de los estudiantes de esta carrera batallan mucho y él estudiaba encantado de la vida. Todo esto pudo aprenderlo gracias a que a me-dia cuadra de su casa vivía una maestra que daba clases de idiomas y sin más que los libritos correspondientes, un pizarrón y el cariño por la enseñanza por parte de ella y por el aprendizaje por parte de él, pudo entender y escribir esos idiomas; hablarlos fue otra cosa, tuvo y tiene sus problemas.

Sus viajes al otro lado se intensificaron. A eso dedicó su juventud, a ese divino tesoro del que nos habló Darío. Como él dice, aquellos viajes eran de “estudihambre”... dispuesto, eso sí, a trabajar en lo que salie-ra sin andarse con remilgos; así anduvo por Galveston, Houston y llegó hasta Pensilvania, donde aprendió que para sacar mayor jugo a sus posi-bilidades lo que nunca debería faltar en su equipaje era un traje oscuro. Ya se verá por qué. Sus viajes los iniciaba con un préstamo de su mamá, mismo que era lo primero en pagar que al llegar por allá y comenzar a trabajar. Luego ya sabía que todo lo que ganara era suyo, hasta el ham-bre de algunos días, que no tenía por qué dar a conocer a nadie.

Uno de aquellos viajes fue el que hizo a Nueva York. Trabajó cer-ca, por Lancaster, Pennsilvannya con unos alemanes, que en Pócono, en las montañas a donde los turistas van a esquiar, ellos tenían un campo de repollo. Se ocupó José Alonso en el deshierbe, que si normalmente es duro, cuando llueve es peor, pues solamente puede hacerse estiran-do cinco tablas con un tractor, yendo en cada una de ellas, acostado, un deshierbador y así y luchando contra el zacate Johnson, que por las lluvias crece como nunca, hace su trabajo, pero acaba “muerto”. Un amigo salvadoreño lo salvó entonces de aquel trabajo. Un familiar suyo tenía un hotel en el centro de Barre, a tres horas de Pócono. El hotel se llamaba Wilkes. Allí comenzó tumbando paredes, lavando trastes, pero

Page 195: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

en las noches le invitaban a fiestas, gracias a que era “mojado de traje”, es decir que en su maleta traía el traje del que antes hablamos. Iban a bailar con la orquesta de Glenn Miller, aunque éste ya había muerto. En Nueva York estuvo también trabajando durante un tiempo en una fábri-ca de lámparas, en Long Island; cuando terminó, en otra de puertas de madera. Aquel viaje lleno de aventuras y de buenos y malos días duró tres meses y medio, gracias a que antes de irse pudo adelantar mate-rias. Por cierto, en 1969, estando en Nueva York, le tocó ver a las Torres Gemelas en plena construcción.

Regresándonos un poco, habrá que decir que por 1966, abrió la Narro la Escuela Superior de Agricultura, que dependía de la Universi-dad de Coahuila. Y ni corto ni perezoso allí se inscribió José Alonso para la carrera de Ingeniero Agrónomo. Primero fue lo de la electricidad, lue-go lo de química. ¿Por qué esa vuelta? Él dice que se debe a que por fin había encontrado lo que le gustaba. Resulta que su abuelo había sido militar. Y que le daba por la hortaliza y la jardinería en unas tierras que tenía, a donde de niño le llevaba y él se acomedía a hacer lo que veía hacer a su abuelo y así hicieron pareja por varios años. Pero a él no se le olvidó nunca aquella experiencia, que fue lo que le hizo decidirse por seguir la carrera, que terminó en 1972, a los 25 años de edad.

Sin embargo, no se dedicó a trabajar de inmediato en ello. Con su gran amigo “El Keco” fueron a México a tratar de conseguir becas en el Concayt, para estudiar la maestría en el Tecnológico de Monterrey, lo que ambos consiguieron, ya para entonces casados.

En 1974, llega José Alonso a La Laguna, destinado como maestro investigador a la Escuela de Agricultura y Zootecnia en Venecia, Duran-go. En 1976 entra a la Secretaría de Sanidad Vegetal (plagas, etc.,) com-binando la teoría y la práctica. En 1983 entra a la Narro, Unidad Laguna, como maestro investigador.

Esto de la investigación de plagas es algo inimaginable, fascinan-te y verdaderamente interesante. Es como una película policíaca, pero aquí los malos todavía no existen y hay que dar con ellos antes de que lo sean para que no nazcan, sin más ayuda que el microscopio, la ima-ginación y, claro, todo lo aprendido. Sí, porque a alguien que tiene una tierra ociosa, de pronto se le ocurre trabajarla o uno que acaba de com-prarla o heredarla o lo que sea y de pronto va con José Alonso y le dice: Oiga, usted, voy a sembrar esto o lo otro en esta tierra y quiero que me diga qué plaga puedo tener. Y no se trata de adivinanzas sino de cer-tezas. Y luego lo otro. ¿Qué podemos hacer para evitarlas, para no dar-

Page 196: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

les oportunidad de nacer? Y ahí está José Alonso inventando trampas, ¡trampas sexuales!, hágame usted el favor, para frustrar generaciones de insectos. Y lo logra.

Asesora compañías de insecticidas, haciendo pruebas de sus pro-ductos en el campo; estudia plagas y enfermedades en cultivos comer-ciales, para poder aconsejar y a petición mata y controla plagas urba-nas. Todo esto sólo puede conseguirlo estudiando constantemente por internet, para mantenerse al día y tener actualizada su información.

Con María del Carmen Llama Leal, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes de Ciencias Químicas, se casó el 6 de julio de 1964; así que hace unos días cumplieron 38 años de feliz matrimonio en el que han tenido dos hijos: Vanesa, que hoy es licenciada en Comercio Exterior y Aduanas, casada con Juan Antonio Sifuentes Dávila y que ya les han dado una nieta: Bárbara; y José Francisco, quien estudia en el Tecnológico de La Laguna la carrera de Administración de Empresas.

Más de la mitad de su vida se ha pasado ya José Alonso Escobedo entre nosotros, tomando nuestra tierra entre sus manos, caminando por sus surcos cada día, estudiando los troncos de sus árboles, hablan-do a diario con los campesinos, sintiéndose cada día más uno de Los Nuestros.

Page 197: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Juan Alonso Espinoza*50

Nació Juan, de chiripa o de propósito, en Gómez Palacio, Duran-go: digo porque cuatro hermanos que tiene: Fernando, Carmen, María y Juana, nacieron en Torreón. De todas maneras, nada tienen que envi-diarse uno a otro, todos son de La Laguna. Juan nació el 22 de febrero de 1948, siendo sus padres Fernando Alonso Laria, oriundo de Cabrales (¡qué queso!) Asturias y de María de Jesús Espinoza, de Florida, Coahui-la. Su papá trabajaba por aquellos años en ranchos de la región, parti-cularmente en los de Román Cepeda y en los de Abilio Hoyos. Y Juan recuerda de manera especial uno de este último (Quiroga se llamaba) que según eso está al norte de Paila, a donde el chiquillo, ya en edad de correr y subirse a todas partes, acompañaba a su padre, pasándose allí muy buenas temporadas, llenándose los pulmones de aire puro y que-mándose ricamente bajo el sol; cosas que le han pagado en salud muy buenos intereses hasta ahora.

Pero la buena vida no es para siempre, así que cuando cumplió siete años ya no pudo escapar más tiempo a los estudios primarios y sus padres lo inscribieron en la escuela de Los Constituyentes de 1917, que estando por la García Carrillo era la más cercana a su casa, pues vivía por Corregidora y Calle 11. De primero a sexto, en esa escuela hizo toda su primaria y pare usted de contar, ya que su papá comenzaba a sentirse mal de salud y falleció en 1967.

Juan tuvo que estudiar y trabajar desde los 10 años de edad, cuan-do iba por su tercero de primaria. Fernando, su hermano mayor, trabaja-ba en ese tiempo en una ferretería que era de Francisco Martínez Tapia, del que consiguió que recibiera a su hermano como “chícharo”, como se les decía a los que entraban niños a los trabajos para aprender lo que podían mientras crecían en ellos. Martínez Tapia (quien según parece acaba de morir) era un hombre bueno y le concedió a Juan el tiempo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 28 de junio del 2002.

Page 198: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

necesario para acudir a diario a sus estudios, presentándose a trabajar cuando salía de la escuela. Su educación primaria la terminó en 1961 y en aquel trabajo estuvo hasta 1965, cuando tenía 17 años de edad.

Para entonces, en la ferretería ya le dejaban salir al mostrador y vender; fue cuando se fijó en que continuaban los mismos empleados que había conocido cuando él llegó allí y seguían haciendo lo mismo que él comenzaba a hacer. Y eso no le gustó. Comenzó a inquietarse por su vida y por lo que con ella iba a hacer. Por aquellos tiempos, un nuevo tipo de fotógrafos apareció por nuestra ciudad. Tomaban, sin permiso de nadie, fotografías que traían la novedad de lo instantáneo y cuya compra era difícil rechazar cuando eran ofrecidas, pues lo que se presentaba era un momento espontáneo, sencillo, natural, de la vida del fotografiado. Fue entonces que Juan, casi sin saber cómo —porque así es el destino— se relacionó con Federico Luján, que acabaría pre-sentándole a la que hoy es su esposa: María Celia Meraz Silva y con Ar-turo Rivas (no el piloto), a quien conocería más tarde, sino el fotógrafo.

Por entonces ya se estaba cansando de buscar una oportunidad en todo. ¿Qué cosa no hizo en aquellos años? Hasta intentó ser torero y en ello estuvo un tiempo; testigos de esas andanzas fueron Cecilio Se-cunza y Fernando Ibarra, hasta que unas vaquillas toreadas en Tlahua-lilo le convencieron de que tampoco en los ruedos estaba su destino y que lo único que hacían era enriquecer sus recuerdos. Federico Luján y Arturo Rivas —el fotógrafo— que se dedicaban a la fotografía social y callejera lo iniciaron en esta actividad. Más adelante formarían equipo con Horacio Issa (que murió hace poco) y Jorge Galán Dingler, a los que poco después se une Roberto García, ofreciendo todos los servicios de fotografía que su clientela pudiera necesitar, social y comercialmente, incluyendo la filmación de películas.

Un día hizo un viaje a Ciudad Juárez; estando allí se le ocurrió ir a El Paso, Texas, lo que pudo hacer presentando su identificación del sindi-cato de fotógrafos. ¡Qué tiempos aquellos! En El Paso conoció a Héctor Escobedo, un fotógrafo de cierta fama entonces en aquella ciudad y que ahora triunfa en Nueva York. Héctor Escobedo le llevó a un par de estu-dios de El Paso. En uno de ellos, su dueña, una señora apellidada Franco, le dejó presenciar la toma de algunas fotografías de estudio. Esto hizo que a Juan se le pusieran los ojos de plato. En otro, el Casasola, admiró y se le cayó la quijada al ver el manejo de las luces, el dominio del alumbra-do. Total, que iba de entrada por salida y en El Paso se quedó diez días observando y preguntando, llenándose de inquietudes y prometiéndo-se ahorrar lo suficiente para adquirir equipos como los que acaba de ver.

Page 199: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Esto ocurría en 1967, recién muerto su señor padre. De regreso se fue a la Ciudad de México a estudiar una temporada con un fotógrafo yucate-co reconocido por allí, comenzando así su concurrencia a un sinnúmero de seminarios y pláticas y cursos sobre su profesión.

En 1969 casó con María Celia, a quien Luján le había presentado un año antes, formando una familia de cuatro hijos: Juan José, nacido en 1970; Jesús Fernando, en 1972; María Celia, en 1974 e Iván Emilio en 1976. En 1977 abrió su primer estudio, estando muy agradecido a los señores Reyes, Celso y Luis Carlos, por todos los consejos que a través del tiempo de sus relaciones comerciales y amicales le han brindado y tan útiles le han sido. En 1978 presentó en la capital una fotografía a concurso en una convención celebrada en la Ciudad de México del Primer Com-Fot, cuyo jurado estaba formado por Héctor Herrera, un madrileño y dos mexicanos más. Concursaron más de cuatrocientas fo-tografías de reconocidos fotógrafos de varias partes del mundo; Juan quería participar y no se atrevía, así que lo consultó con Luis Carlos, que le dijo que lo hiciera, que lo peor que le podía pasar es que no pasara nada. Y lo hizo, con la novedad de que la foto del novato fue escogi-da entre las otras y exhibida durante la convención para que todos los asistentes la vieran. Otra de sus grandes satisfacciones ha sido el que una de sus fotografías haya sido escogida para usarla en una campaña nacional contra la drogadicción.

Juan está lleno de inquietudes. En un momento dado una de ellas fue la aviación. Su bitácora habla de ochenta horas de vuelo. Estudió allá por el Campo Viejo en un avión propiedad de Chicho Hinojosa Leija y su maestro fue nada menos que mi condiscípulo Arturo Rivas Zavala, a quien la afición se le despertó cuando estábamos en primaria y vimos “Alas”, acaso la primera gran película de aviación, uno de cuyos intér-pretes fue Richard Arlen.

Arturo Rivas Zavala murió hará alrededor de un año o algo así, en Brownsville, Texas y entiendo que fue también maestro de mi capi Hugo de la Mora. A Juan, aunque su primer vuelo sólo terminó con un leve accidente a la hora de aterrizar, eso no le asustó y siguió estudian-do hasta completar las horas de vuelo mencionadas. De todas maneras “no ejerce”, aunque sigue subiendo a este tipo de aviones sólo para cumplir encargos de fotografías aéreas.

Habiendo estado un poco enfermo en los últimos tiempos, a su es-posa y a su hijo mayor los ha iniciado en la dirección de su estudio que este año cumple sus bodas de plata de haber sido abierto en nuestra ciudad.

Page 200: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Juan Alonso Espinoza es la viva representación del lagunero in-quieto, que no se cansa nunca de buscar aquella misión que intuye tie-ne que realizar en este mundo, porque sabe que es suya y de nadie más. Por eso, es uno de Los Nuestros.

Page 201: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mario Espinoza Ruvalcaba*51

Mario Espinoza (Tortillín) nació en Aguascalientes, Aguascalien-tes el 21 de febrero de 1954, siendo, por lo tanto, un pisciano hasta las cachas. Entre sus rasgos positivos está la integridad (no podía ser sino idealista), lo que hace que su espíritu de servicio permanezca siempre alerta. Su inteligencia y determinación, una gran fuerza de voluntad y una mente ágil y aguda le han ayudado para lograrse plenamente. De todas maneras, si llegar a ser un hombre significa tener una lucha cons-tante con uno mismo, hay que imaginar lo que será la decisión de llegar a ser dos al mismo tiempo. Y Mario desde muy chico sintió que dentro de él luchaba por vivir un otro yo que pretendía significarse tanto o más que el que era visible para todos.

Por lo pronto sus padres se vieron precisados a abandonar Aguascalientes para ir a radicarse en Ciudad Juárez. Para ello tuvieron que pasar por Torreón, al que le echaron un ojo, pero nada más. En Ciu-dad Juárez, Mario inicia, pues, su escuela primaria, en una que llevaba el extraño nombre, o a lo mejor mal recordado, de “Año 6 de Abril”. La cuestión es que a Mario, por aquellos años, comienza a atraerle irre-sistiblemente la calle, no la vagancia sino la calle, como sitio donde se desarrollaba otra escuela que ofrecía otras enseñanzas que la formal no daba y que eran tanto o más importantes y que para tomarlas había que bastarse a sí mismo.

La vida de Mario es como las de los protagonistas de algunas pe-

lículas o de algunas novelas, como las de García Márquez, en las que personajes las pasan negras para sobrevivir, pero que si en un momen-to dado, esa sobrevivencia necesita de algo, ese algo aparece de una u otra manera, listo para usarse. Así vieron aparecer las calles de Juárez un día a Mario con un cajón para bolear, repartiendo sus horas entre eso, las de estudio y las de sólo grabarse en la memoria la vida dentro

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 6 de diciembre del 2002.

Page 202: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de la cual se iba moviendo, con la cual su otro yo parecía contento. Cualquiera diría que viviendo tanto tiempo fuera de su casa Mario se echaría a perder. En mucho menos tiempo hemos visto a otros conta-minarse de todos los vicios; sin embargo, Mario pudo pasar por aquel pantano del que hablaba nuestro alto poeta Díaz Mirón sin manchar el plumaje de su alma; ni en aquella su niñez ni tampoco posteriormente, en su juventud. Se desligaba, sí, de la familia y vivía su vida azarosa y ca-llejera, a veces en soledad, a veces acompañado por otros muchachos de su edad que andaban en las mismas por orfandad o por otros mis-terios de sus vidas, que en ocasiones les hacían sentir los piquetes de hambres acumuladas por dos o tres días, que en ocasiones les hacían recurrir a algún familiar o encontrarse a alguno que les convencía de regresar por un tiempo a casa.

Sus padres volvieron a tener necesidad de moverse y se vinieron a Torreón. Aquí proseguiría sus estudios, pues le faltaba concluir el úl-timo año de su primaria, que hizo en el Imex de los hermanos Bernal (Antonio y Juan) para continuar inmediatamente después los de secun-daria y más tarde terminar su bachillerato en la Venustiano Carranza. En todo este tiempo su otro yo se había manifestado en ocasiones en que en las escuelas presentaban pantomimas, en las que participaba destacando su actuación.

Una mañana, cuando él tenía 12 años de edad, en parte por cu-riosidad y en parte buscando a quién bolear, se acercó al circo que vi-sitaba la ciudad. De pronto, una persona vestida de traje y con buena apariencia le preguntó que cuánto cobraba por bolear unos zapatos. Él le contestó que cinco centavos. Su cliente quiso aclarar que si los de un niño no costaban menos por ser más chicos. Mario le dijo que, chicos o grandes, todos costaban igual; entonces su cliente fue y trajo unos de payaso y le dijo que estaba bien, que le boleara aquellos. Mario tragó saliva, pero se mantuvo en lo que tan hábilmente le había sacado el payaso Bellini, que era el payaso de aquel circo y, en cierta forma, aca-baría siendo su maestro, pues lo integró al espectáculo con el nombre de “El Centavito” y cada vez que por aquí pasaba —dos veces al año— lo llamaba . Así fue haciéndose posible el personaje que su otro yo iba creando poco a poco.

Entre tanto, Mario seguía sus estudios, pues sus padres, sus ami-gos y él mismo no descartaban la posibilidad de una carrera, no obstan-te que la mayor parte de su vida se desligó de su familia y sólo a los 13 volvió por una temporada con ellos, para separarse totalmente a los 16, por una total inadaptabilidad de caracteres. Todos estaban de acuer-

Page 203: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

do en que debería convertirse en un profesional. Al principio él creía que le llamaba la medicina, pero al final cayó en Leyes, recibiéndose de abogado en 1995. Pero para llegar a ello tuvo que sudar de verdad. Su carácter agradable, la facilidad con la que se comunicaba con la gen-te, su fácil sonrisa y la facilidad con la que hacía florecer las sonrisas en las caras de sus amigos, eso hacía que todos estuvieran dispuestos a ayudarle para que fuera sacando adelante su carrera. Simón Vargas, por ejemplo, lo llevó a Leyes, donde el licenciado Daniel Villavicencio le ayudaría muchísimo; le consiguió que le dieran la conserjería y la limpie-za de los uniformes del equipo de fútbol americano, que le aseguraba ingresos que le permitían seguir tirando.

Por otra parte, sus condiscípulos fueron estudiantes que se dis-tinguieron todos en su profesión, llegando algunos a altos puestos pú-blicos. Al mismo tiempo, Mario participaba en todos los espectáculos teatrales que se realizaban en la universidad y en una de aquellas obras cortas que se usan para preparar a los espectadores resulta que él, que es bajito, salía en compañía de dos compañeros fortachones y altos cantando una canción de moda entonces llamada La mariposa, a la que acomodaron letra que afirmaba que los tres cantantes eran maricones, de lo que Mario se defendía diciendo que él no, que él era Tortillín, nom-bre que le sonó para nombre del payaso que cada vez iba tomando más forma en su espíritu para liberar a su otro yo.

El año 73 le fue creando rostro, maquillándose por primera vez como le parecía que debería ser. No fue fácil. En su ignorancia total del arte del maquillaje, usó blankol, una pintura que al irse secando le fue estirando la piel del rostro de una manera dolorosa. En fin, que no tenía a quién preguntar y tuvo que aprender a base de cometer errores. Así hasta llegar, ya hace tiempo, a su actual maquillaje. Pero al mismo tiempo que estudiaba su carrera e iba dando un estilo muy particular a Tortillín, su personaje, que comenzaba a tener demanda en piñatas y diversiones para niños.

Sus gastos aumentaban y necesitaba otro tipo de empleos. Así fue como llegó hasta el Banco Comermex, que dejó en 1988, después de 13 años de colaboración con frecuentes ascensos. A partir de enton-ces, mientras seguía estudiando abrió, con Vita Uva, otro payaso, en la Facultad de Leyes de la UAC, una dulcería con el nombre de “Dulcería Tortillín”.

En 1995, como hemos dicho, se recibió de abogado. Con gran sa-tisfacción de su parte, meses después abrió su despacho, que dejaría

Page 204: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

más tarde como consecuencia de ciertas proposiciones que comenza-ron a hacerle y que no se llevaban con el pisciano que, además de abo-gado, es Tortillín. Su personaje espiritual también iba desarrollándose y ampliando sus posibilidades, pues independientemente del auditorio infantil, de improviso había encontrado otro adulto que le iba tenien-do sumamente ocupado. De todas maneras no es Tortillín el que, por decirlo así, saca adelante y da un buen vivir a Mario y los suyos. En lo particular, a él le dio la oportunidad de sacar de muy dentro de sí a ese personaje inocente y cínico a la vez, que da gusto —separadamente— a niños y adultos; pero más que a nadie a sí mismo, evitando los conflic-tos que pudiera haberle de haberse quedado solitario y conflictivo allá dentro, reclamando a un psicólogo. Contribuye, eso sí, con los cientos y miles de amigos y relaciones que su espectáculo le proporciona, a sustentar el verdadero negocio de Mario, que es el de ventas, cuyos clientes en su mayor parte se deben a las relaciones de Tortillín.

Mario se casó con María de Jesús García Palomino (su “tesoro”) el 8 de octubre de 1977. Ella había sido su condiscípula y, por cierto, se caían mal. Alguno de sus condiscípulos alguna vez les dijo, frente a otros, que acabarían casándose y casi se arrebatan las palabras de la boca para decir que ni locos. No tuvieron que llegar hasta allá. De pronto un día Mario se encontró con una flor en la mano pensando en lo bien que se vería en la mano de María de Jesús, se fue a dársela y ella no la rechazó. Han tenido tres hijos: Claudia Alejandra, que hoy es licen-ciada en comunicaciones; Mario Armando, que cursa la preparatoria y Gladys Gabriela.

Si para llegar a ser el hombre que se pretende hay que luchar duro y tendido, imaginemos nomás lo que hay que empecinarse para realizar en una sola vida dos pretensiones. Pues aquí tenemos a Mario Espinoza, que tuvo que salir a buscar desde muy niño a la calle, porque intuía que sólo allí encontraría lo que buscaba: el ingenio, la respuesta rápida, la travesura, el chasco, la burla inocente... eso sin contaminarse de lo peor, que es lo que les sucede a muchos.

El haber salido incólume de tan tremenda aventura, le convierte en uno de Los Nuestros.

Page 205: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Leticia Estrada Quiñones*52

“Demasiado Temprano es Mejor que Demasiado Tarde”. Esta adolescen-te, que a través de los trece años que cumplirá en el inminente sep-tiembre ha hecho ya famoso, en los campos de la gimnasia atlética, su nombre de Fernanda, es originaria de esta ciudad, donde nació el vein-ticuatro de dicho mes del año de 1987. Es Libra, pues, y para las Libras dicen que “sería maravilloso salir y llamar hermanos a todos los seres humanos que se encuentren, invitarlos a su casa y rodearles de ternu-ra”. Un buen criterio y una natural elocuencia son dones que recibió al nacer, lo que le da mucha seguridad en sí misma. Sus padres son Juan Manuel Estrada Rodríguez y Leticia Quiñones Zapata y tiene un herma-no tres años mayor que ella, de nombre Juan Manuel.

Forman, todos ellos, una familia verdaderamente ejemplar, tanto en su trato diario —siempre cariñoso y al mismo tiempo lleno de res-peto de unos para otros, conscientes de su respectiva inteligencia— como en una abierta comunicación que ha venido creciendo, según crecen los hijos, en la que los padres no guardan secretos de su propia realidad, ni los hijos de sus propias experiencias. Fernanda, pues, vino al mundo como vienen todos los niños, entre lágrimas y risas de sus padres, que suelen expresar su felicidad de ambas maneras, acaso para advertir a los recién nacidos que eso es la vida. Una vez que en el sana-torio todo estuvo listo, para que familiares y amigos fueran a conocer a la recién llegada, el papá fue a traer de la casa a su hijo y tocayo, para que conociera a su hermanita ¿y cómo creen ustedes que la encontra-ron en la incubadora donde tuvieron que ponerla por unas cuantas ho-ras?: Pues, sí, dormida, como todos los bebés, pero, con una pierna en alto. Y cuando su hijo y tocayo le preguntó a su padre por qué, éste le contestó riendo: ¡Pues, irá a ser cirquera, hijo!. Ninguno de los dos sabía que, no cirquera, pero que aquella pierna levantada, pronóstico sí era.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 1 de septiembre del 2000.

Page 206: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fernanda fue creciendo como todas las niñas: gateó y luego “andó” y habló pronto y bien. Andaba por los tres años y medio, pón-ganle cuatro, pero no más, cuando su hermano se “macheteaba” en voz alta en la casa un breve “discurso” que tenía que pronunciar en su escuela sobre la contaminación y que su padre le había escrito. Algunas noches practicaba frente al público formado por su familia, Fernanda incluida, para quien no era una novedad, pues ya se lo había oído va-rias veces, mientras jugaba con lo que fuera. Por aquel tiempo sus pa-dres ya eran socios del Club Sertoma y fueron llevando, como todos los demás, a sus hijos a una Convención Internacional de Clubes Sertoma celebrada en San Luis Potosí. Y sucedió que en uno de los convites, or-ganizado en un salón verdaderamente grande, pues la concurrencia era de más de mil personas, Fernanda, después de escuchar como todos desde el escenario a dos o tres oradores, estirando discretamente el saco de su papá, más que con palabras, con gestos, le dijo, señalándose con el índice la boca: “Yo quiero”. Juan Manuel Estrada, el papá de la criatura, incapaz de negar una nueva experiencia a sus hijos, sin saber lo que a la niña se le ocurriría decir, pero confiando en que el peor de los casos sería el de que ya con el micrófono en las manos no supiera qué hacer y el público le premiaría con algunos benévolos aplausos y risas, la tomó de la mano y ambos hicieron el largo camino hacia el foro. Llegados a él le pidió al maestro de ceremonias que le dejara el micró-fono y, para sorpresa de todos, Fernanda caminó sola hacia el frente del escenario y dijo: “Me llamo Leticia Fernanda Estrada Quiñones, mis padres son y dijo sus nombres; venimos de Torreón, etc., etc. y luego pronunció completo el discurso sobre la contaminación que su padre había escrito para su hermano y que ella, de tanto oírselo estudiar, se había aprendido de memoria. Excuso decirles la que ahí se armó. Los bravos y los aplausos se oyeron hasta Torreón. Fernanda se descubrió a sí misma y descubrió lo que es un público y sus padres descubrieron a la hija que no imaginaban tener. Fernanda presintió, a partir de esa noche seguramente, que es un ser humano que ha venido a hacer algunas cosas a este mundo, porque cuando se han presentado las ocasiones sabe lo que sí y lo que no.

Por ejemplo, cuando su mamá la llevó a tomar clases de ballet, la maestra le dijo que la niña era muy chica, que esperara un año y que, mientras tanto, podía tomar clases de baile folclórico. Fernanda pro-testó diciendo: “Folclórico no, yo ballet”. A los cuatro años, caminan-do con su madre por la colonia Estrella tropezaron con un gimnasio olímpico, verlo, entrar en él, explorarlo y decirle a su madre “esto es lo que yo quiero”, todo fue uno. Y allí comenzó todo. A su debido tiempo llegaron los estudios escolares, la situación fue condicionada a que la

Page 207: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

gimnasia fuera el premio de unos buenos estudios. Su promedio en és-tas ha sido siempre arriba de 9.4 y en cuanto a la gimnasia la siguiente es su historia:

A la edad de 5 años, asiste a su primera competencia, la “Copa Na-dia Comanecci”, realizada en la ciudad de Aguascalientes los días 19, 20 y 21 de marzo de 1993, logrando el primer lugar en piso. Del ocho al trece de junio del mismo año participa en la ciudad de Monterrey en la “Copa Elite”, obteniendo magníficas puntuaciones: piso o manos libres: 8.40, vigas: 8.40, barras: 8.30 y caballo 7.80. Tres, cuatro y cinco de diciembre de 1993 asiste a Guadalajara a participar en la “Copa Ollín”, logrando un 4º lugar en piso y 4º lugar en barras. En la Ciudad de México los días 22, 23 y 24 de junio de 1994 se realizó la “Cap” lMSS -PRODDF94”, logrando un 2º lugar en piso con 8.55 en viga; 6º lugar con 8.35 en salto de caballo, un 7º con 7.55 en barra. En 10º con 7.45, logrando colocarse en el All-Around con un 8º lugar. En diciembre de 1994 los días primero, dos y tres asistió a la competencia “Copa Nacional de Gimnasia Olímpica” en la ciudad de Guadalajara, obteniendo el título de subcampeona, ocupando el 2º lugar All-Around con 34.55 puntos, primer lugar en salto de caballo con 9.25, primer lugar en piso con 9.13; 4º en barras con 8 y 5º en viga con 8.17; ob-teniendo en esa ocasión el primer lugar por equipos.

En esta ciudad de Torreón se llevó a cabo la “Copa Laguna 94” los días ocho, nueve y diez de diciembre de 1994 con los siguientes re-sultados: Primer lugar en piso, barras y salto de caballo. Cuarto lugar en viga de equilibrio, colocándose en el tercer lugar en el All—Around y primer lugar por equipos. El día cuatro y cinco de marzo de 1995 par-ticipó en la “Copa Álamo Internacional” en la ciudad de San Antonio Texas obteniendo: Primer lugar en salto de caballo, quinto en piso, para después colocarse en un tercer lugar del All—Around, siendo esto un orgullo para su equipo y para México, logrando también el primer lugar por equipo. El día siete de junio de 1995 asistió a la “Copa Intencional Elite” con los siguientes resultados: Primer lugar en viga de equilibrio. Segundo lugar salto de caballo. Noveno en piso. Décimo en barras, co-locándose en un quinto lugar en el All—Around.

En julio veintidós de 1995 asistió a su primera competencia inter-nacional de gimnasia olímpica efectuada en Ciudad Victoria, Tamauli-pas, obteniendo medalla de tercer lugar por equipo. Del veintitrés al veinticinco de febrero de 1996 asistió a la “Copa Álamo” de San An-tonio, Texas en la que se llevó: Quinto lugar en piso. Séptimo lugar en salto de caballo. Quincuagésimo en barras, colocándose con esto en décimo lugar en el All Around. Del tres al nueve de junio de 1996 asistió

Page 208: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

a la “Copa Nacional Elite” en la ciudad de Monterrey, N.L., obteniendo segundo lugar en salto de caballo y sexto en barras. Con esto se coloca en el noveno lugar All-Around. Del doce al dieciséis de julio de 1996 se efectuó el campeonato nacional de gimnasia olímpica en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Fernanda asiste a su segundo nacional y pone en alto a La Laguna cosechando triunfos como sigue: Primer lugar en piso (manos libres). Segundo lugar en viga de equilibrio. Sexto lugar en ba-rras. Séptimo lugar en salto de caballo; colocándose en un magnífico lugar del All-Around, el sexto. En 1997 del nueve al quince de junio, se llevó a cabo la Copa Internacional “Elite”, en la que logró magníficos lugares: Primer lugar en viga de equilibrio. Segundo en piso (manos li-bres). Quinto en barras. Quinto en caballo, colocándose en la tabla ge-neral del All-Around en un honroso tercer lugar, poniendo una vez más en alto a La Laguna.

En el mes de julio de este mismo 1997 se efectuó el campeonato nacional de gimnasia olímpica celebrándose en la ciudad de Monterrey, N.L. obteniendo, cuarto lugar en viga de equilibrio, séptimo, en salto de caballo, noveno, en barras, noveno, en manos libres; colocándose en el octavo lugar en All-Around. En mayo de 1998 se llevó a cabo la “Primera Olimpiada Infantil” en la ciudad de Aguascalientes, obteniendo medalla de bronce con un tercer lugar en viga de equilibrio.

Todo lo anterior es muy importante, porque en todas esas com-petencias Fernanda, a su corta edad, ha puesto el nombre de Torreón y el de La Laguna en alto, mereciendo el año de 1997 el honor de que nuestro Ayuntamiento le otorgara la presea “Niños Héroes de Chapul-tepec” y le nombrara Ciudadana Distinguida.

Es lamentable, sin embargo la poca ayuda municipal que ha reci-bido durante todos los años en que esto ha sucedido, particularmente para los viajes fuera de su ciudad, en los que, forzosamente por su edad debe ir acompañada de sus padres, cosa que no hubiera podido ser si no por los esfuerzos de estos y el decidido apoyo que le ha otorgado, tanto para esto como para sus estudios su padrino, el señor Carlos Del-gado. La gimnasia es la vida de esta jovencita que tiene una ilusión, la de ponerse a practicar nuevamente (actualmente está rehabilitándose de un accidente en los codos que sufriera en los propios gimnasios) con miras a competir por una oportunidad para ir un día a Grecia.

No obstante su edad, le ha dado tanto a nuestra ciudad que, sin discusión es ya una de Las Nuestras.

Page 209: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Antonio Faedo*53

En 1908, último año de la segunda intervención americana a ese país, nació en La Habana, Cuba, el 27 de julio, José Antonio Faedo y Piña, hijo de Benigno Faedo García, originario de Grado, provincia de Ovie-do y de Rosario Piña y González de Lena, originaria de Campoma-nes, municipio de Pola de Lena provincia de Oviedo. Ellos, al llegar a Cuba como emigrantes, habían puesto una casa de huéspedes que manejaban entre ambos y de cuyo negocio vivían con ciertas como-didades.

José Antonio inició oportunamente sus estudios de primaria y se-cundaria en el colegio “Mimo”, para pasar a los de preparatoria, que realizó en la Academia La Salle.

En 1923, sus padres resolvieron volver a la madre patria. Vendie-ron su negocio familiar y se fueron a residir a Gijón, donde José Antonio de quince años realizó estudios prácticos de comercio, trabajando en una empresa denominada “Busquets Hermanos” que manejaba repre-sentaciones de diversos artículos, particularmente aceites. Con ellos estuvo hasta el año del 36, en el que estalla la guerra civil española a sus veintiocho años . Su acendrado catolicismo, del que habla sin reservas, le pone en peligro. Sus padres recibieron el consejo de amigos de que “el muchacho debe de salir de allí” cuanto antes, pues ya se sabía de algunos milicianos que preguntaban por él. Embarca, pues, en el puer-to “EI Musel” rumbo a san Juan de la Luz, Francia, donde se le recibe como exiliado político.

Vivió un tiempo en París, durante el cual se dio sus habilidades para visitar otros sitios, como Montecarlo, donde vio de cerca “jugar a los po-tentados orientales” y con algunos —gracias a su juventud atrevida— llegó a dialogar en castellano claro.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de diciembre de 1999.

Page 210: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El tiempo pasaba y volvió a La Habana. Allí se ocuparía en esto y en lo otro, hasta que un día volvió a España y de allí en 1941, con treinta y tres años de edad, un buen augurio lo trajo como turista a Veracruz.

De allí a la Ciudad de México no hay más que un paso y José Anto-nio lo dio. De papeles llenó los que había que llenar y antes de mucho ya estaba trabajando en un puesto de confianza en la empresa “La mexi-cana”, con la que colaboró un par de años, cuando se trasladó a Puebla para contratarse en un puesto de confianza con la fabrica de hilados y tejidos “La Concha”.

Durante su estancia en la Ciudad de México se había conectado con el librero Ángel Casan, quien le hizo oír por primera vez el nombre de Torreón y no sólo lo invitó a venir, sino que le ofreció trabajo en su librería si se decidía a hacerlo, lo que le cumplió al llegar.

Aquí de buenas a primeras perdió ambos nombres y por todo mundo fue conocido y llamado Faedo desde que llegó en 1946. Al prin-cipio, por lo alto, por esa idea que se tiene de que los cubanos se rega-lan a sí mismos la vida en una especie de cansera, o porque alguno sabía que allá la palabra tiene un significado especial y bueno que aquí igno-ramos, comenzó a llamársele “El tumbaito Faedo”, que por supuesto la mayoría entendió como “el cubano Faedo” pero la cosa no progresó y como digo, fue para siempre jamás Faedo.

No pasó mucho tiempo (comía en casa de Doña Julia) sin que todos supieran que había llegado y él se enterara de quién era quién en la ciudad. Así, más o menos fue que se enteró de que aquí residía Ramiro Miñarro, a quien había conocido ene años antes de residente en Gijón; como Miñarro se enteró de la misma cosa, pero al contrario y por entonces estaba pensando en la forma de ampliar la librería que hasta entonces manejaba dentro del mismo local de la papelería y los muebles de oficina, ni tardo ni perezoso se puso al habla con Faedo, proponiéndole la gerencia de lo que llegó a ser “La feria del Libro” que estuvo ubicada por la calle Hidalgo.

Coincidió esta librería con el arribo a nuestra ciudad de una serie de personas que coincidían en su empeño de difundir la cultura, entre los que estaban Rafael del Río, Salvador Vizcaíno, Antonio Flores Ramí-rez... y que ya identificados por los que en nuestra ciudad aspiraban a hacer lo mismo a través de la revista “Acción Lagunera” en que escri-bían Enrique Mesta, Juan Antonio Díaz Durán, Pablo C. Moreno y Emilio

Page 211: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Herrera, comenzaron a reunirse en la mesa de café del “Tome y Pague” y a los que Faedo invitó para hacer sus reuniones por las noches en la mezzanine de su librería. Invitación que aceptaron, desde luego, y en la que una de esas noches apareció Manuel Campos Díaz y Sánchez acom-pañado de Peyrallo, a quien algunos familiares enviaban de Parral para que lo presentaran al grupo (por entonces Liceo de la Laguna) para ver si era posible que le patrocinaran una conferencia. Por supuesto que fue posible y no una, sino varias en los tres meses que pasó en nuestra ciudad; dando principio con ello a la gran labor cultural que durante un cuarto de siglo mantuvo lo que al final fue el Ateneo de La Laguna y sus revistas “Cauce” y “Nuevo Cauce”.

Casi recién llegado, Faedo conoció a Mercedes Rosas, que vivía en Gómez Palacio, por La Esperanza. Se conocieron, se entendieron y contrajeron matrimonio el 8 de enero de 1947. Para entonces Faedo te-nía treinta y nueve años. El matrimonio tuvo dos hijos: María del Rosa-rio, nacida el 12 de diciembre del mismo año y José Antonio, que nació el 24 de febrero de 1951.

Entre tanto, Faedo se independizó; vendía libros personalmen-te y fue abriendo locales, probando aquí y allá hasta que en el 64 se instalaría en la Av. Morelos y calle Rodríguez, local en el que pegó con fuerza. Compró y construyó su casa añadiéndole un piso, todo con una colaboración decidida de su esposa Mercedes, quien falleció en febrero del año 82 con profundo dolor de Faedo, que le seguuiría seis años más tarde, en junio del 88.

En 1983, Faedo había recibido su carta de naturalización mexicana. En mayo del 88 en la Convención de Libreros y Editores, celebra-

do en Morelia, Michoacán, se le otorgó el premio al “Mérito Librero 1988”, por su trayectoria de treinta años en esta actividad comercial, habiendo sido invitados de honor el Maestro Eduardo Lizalde, Director General de Publicaciones y Medios; el Maestro Felipe Garrido Reyes, Director de Literatura del INBA y los escritores: Guadalupe Pérez San Vicente, Antonio Pompa y Pompa y Alberto Ruy Sánchez.

Su afanosa dedicación a la difusión y apoyo de la cultura en nues-tra ciudad le convierte indudablemente, en uno de Los Nuestros.

Page 212: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

René Fájer Camarena*54

Como muchos, cuando José Fájer García y Mercedes Camarena de Fá-jer abandonaron la ciudad de Sahuayo, Michoacán, donde vivían para venir a La Perla de La Laguna: Torreón en pos de un mejor porvenir, llegaron a ella con más esperanzas y decisión de encontrar en esta ciu-dad lo que buscaban, que con un capital. Así que, apenas acomodados en ella —allá por la entonces lejana avenida Comonfort— José Fájer se vino al centro, compró de medio mayoreo un surtido de peines y se plantó en la esquina del crucero de la avenida Hidalgo y calle Cepeda, como una premonición de que años después tomaría el local de esa es-quina para abrir una tienda que llamaría: “El Bazar de Don José”; pero mientras tanto allí se estaba, ofreciendo sus peines a todo el que frente a él pasaba, logrando vender los suficientes para vivir, recibir a los hijos que iban llegando y ahorrar... esa virtud que tan difícil se ha vuelto de cultivar en estos tiempos.

René Fájer les nace al matrimonio Fájer Camarena el 11 de diciem-bre de 1924. Es el primero, pero no será el último; de todas maneras, preocupados como estaban sus padres por el futuro de la familia que comenzaba a crecer, en ocasiones, para que la madre pudiera hacer en el hogar algún trabajo especial, el padre se llevaba al hijo en una caja a su esquina y allí lo vigilaba entre cliente y cliente. El tiempo, como siempre, estaba ocupado en pasar y llegó el tiempo en que el padre de la criatura pudo establecerse. Llegó también el tiempo de la escuela primaria de René, que cursó en el Colegio Modelo hasta terminarla allá por el año 36. La década de los veinte, si se recuerda, fue la que terminó con las ruedas de San Miguel, las víboras de la mar, los bultos obliga-dos, la cuarta escondida, el saltar o brincar la cuerda y todos aquellos otros por el estilo con los que físicamente desarrollaban a los niños de la época para cambiar, particularmente en las escuelas y colegios, por el básquet y el voleibol; así que, cuando René entró a estudiar, tuvo su

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 19 de mayo del 2000.

Page 213: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

primera oportunidad de ponerse en contacto con el deporte. Y aunque no gustara del básquet sí llegaría a ser un apasionado del béisbol.

Al terminar su primaria inició la secundaria, pero no la terminó y, en su lugar, comenzó a ayudar a su padre en la tienda. En 1942 cumplió dieciocho años y fue llamado para cumplir con su servicio militar obli-gatorio, del que muchos intentaban escapar, pero él cumplió con un gran sentido de responsabilidad. En él conoció a Armando de Pablos, profesor de cultura física que descubrió en René las grandes posibili-dades de desarrollo que tenía gracias a sus facultades corporales y que fue, en realidad, quien lo fue modelando y llevando, paso por paso, a la realización atlética; despertando en él la aspiración a los primeros lugares, a los campeonatos, trabajando primero con su cuerpo: no sólo moldeándolo sino dándole vigor, resistencia al dolor, haciéndolo un hombre fuerte, destacando al adonis que era.

Igual que su querido amigo Víctor Mayagoitia —a quien descu-brió en el servicio militar obligatorio— encontró aquello a lo que en-tregaría su vida y en lo que triunfaría; allí también René Fájer lograría hacerse a sí mismo y salir listo para soportar y superar todas las prue-bas a que diferentes y constantes competencias le enfrentaran antes de llegar a convertirlo en el número uno en su campo. Pero, una vez terminado su servicio, volvió a una vida normal de trabajo y constante entrenamiento atlético en la que hiciera a otro de sus grandes amigos: Adrián Morales. ¡Ah! y de noviazgo, porque por entonces dando aque-llas vueltas inolvidables que los jóvenes y las jovencitas daban en las serenatas de la Plaza Principal, conoció a Angelina Cruz Rodríguez, con quien se casó en 1947. Tuvieron doce hijos: René, que hoy es ingenie-ro electricista; Mario, contador público; Alberto, arquitecto; Enrique, arquitecto (estos dos son gemelos); Arturo; Angelina, secretaria bilin-güe; Irma, secretaria bilingüe; Juan, ingeniero electricista; Martha, li-cenciada en diseño gráfico; Héctor, ingeniero civil; Claudia, educadora titulada y Norma.

En ese mismo año había muerto su padre; después moriría su ma-dre. Como el mayor que era se hizo cargo de sus hermanos, viviendo todos en la misma casa, que era de dos pisos. Los recién casados en el piso bajo y los hermanos en el piso alto. De “El bazar de Don José” él y sus hermanos se hicieron cargo, pero el negocio comenzó a no responder; tuvieron que cerrarlo y a partir de entonces trabajó como representante de fábricas hasta su muerte, ocurrida en Cuauhtémoc, Chihuahua en 1991, estando de viaje por aquel estado, de donde lo tra-jeron para darle sepultura aquí con los suyos.

Page 214: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Conchita Villanueva le dedicó en aquella ocasión, enternecedo-ras palabras:

Estas palabras son un homenaje póstumo a un gran atleta, amigo y mejor compañero de equipo: René Fájer Camarena (q.e.p.d.), ya que juntos nos tocó dar glorias a nivel nacional a nuestra que-rida Laguna en lanzamiento de jabalina y disco.

René Fájer perteneció a la camada de atletas de corazón que da-ban todo sin esperar nada; pero que cada triunfo era una bendi-ción de Dios para fortalecer nuestro espíritu y nuestra mente. Y recuerdo con cariño las horas que nos tocó entrenar en el Esta-dio de la Revolución, bajo la dirección del maestro Armando de Pablos Ayala. Tal vez haya sido el más completo atleta de tiem-po completo, porque no se motivaba con premios en dinero. Si llegamos a colocarnos en los primeros lugares era porque nos formábamos con un corazón que no cabía en el pecho y la sangre hervía, para defender con honor y responsabilidad a nuestro Mé-xico. A René Fájer le tocó pertenecer a esos atletas que vienen a mi memoria como todo un caballero del atletismo. Descanse en paz, amigo mío, en el estadio más grande junto a Dios.

Los triunfos obtenidos por René Fájer llenan páginas del “Siglo” de aquella época, como ésta:

René Fájer rompe su propio récord en Monterrey N.L.

Nuestro gran atleta lagunero René Fájer nuevamente ha vuelto a sumar un galardón a su ya larga cadena de triunfos, durante el encuentro atlético “Acero” efectuado en la ciudad de Monte-rrey los días 28 y 29 del mes en curso, ganando en las dos únicas pruebas en que participó, lanzamiento de jabalina y 400 metros planos. En la carrera de los 400 metros planos rompió su propio record, que era de 52 segundos estableciendo el de 51 segundos 6 décimos y en el de lanzamiento de jabalina hizo otro tanto, pues de nuevo impuso como record en su anterior competencia el de lanzar a una distancia de 47.80 metros.

Las páginas deportivas de los diarios comenzaron a mencionar frecuentemente su nombre en los titulares como uno de los Tres Mos-queteros laguneros del atletismo de la Comarca: Conchita Villanueva, René Fájer y el ingeniero Pérez Valdés. Las copas de cada especialidad iban siendo conquistadas por René en cada una de las especialidades.

Page 215: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En Guadalajara y en México conquistó el cetro nacional de lanzamien-to de jabalina; en Monterrey ganó por una y dos veces el Pentatlón de aquella ciudad, compitiendo contra lo más granado del atletismo reuni-do en la Sultana del Norte. Fue profeta en su propia ciudad, aquí fue muy querido por su entusiasmo y firmeza en el propósito, por su vida sana y dedicada por encima de todo a mantenerse en forma para conquistar y defender sus títulos y copas, de las cuales formó una buena colección.

En Monterrey en una ocasión participó en una carrera de relevos de 4 por 400 metros. Era el último en el orden de los que corrían por su equipo y cuando le pasaron la estafeta, Cecilio Becerra —campeón y excepcional corredor del equipo contrario— llevaba quince metros de delantera. Nadie creía que pudiera ser vencido en el último estirón; él mismo se asombró cuando más que ver, sintió que se le acercaba para pasarlo como una ráfaga, ganándole la carrera por metros de di-ferencia. Así era René Fájer, siempre capaz, cuando había necesidad de un segundo esfuerzo, cuando ya nadie creía que todavía tuviera de dónde sacar un poco de energía, sin embargo su pundonor, su hambre de triunfo, la responsabilidad que sentía tener para su ciudad, hacían posibles estos milagros. En otra ocasión, en nuestra propia ciudad con motivo de las Bodas de Plata de este diario, participó en la carrera de antorchas organizada por “El siglo” para celebrarlas y sucedió que, un poco antes de comenzar tal competencia, René Fájer súbitamente sin-tió un fuerte dolor en el brazo. Cualquiera que no fuera él, se hubiera disculpado. En sus días de conscripto también se había preparado para soportar el dolor y no sólo participó, sino que, según entiendo, fue el triunfador del evento.

Del atletismo se retiró en 1953 ó 54. Durante esos años se entre-gó totalmente a él, dando gloriosos triunfos a Torreón. Cerró esa etapa de su vida porque su trabajo le obligaba a viajar constantemente, im-pidiéndole ejercitarse a diario metódicamente, única manera de poder mantenerse en debida forma para intervenir en competencias de nivel de campeonato.

Fuera del atletismo su pasión era el béisbol, que más joven había jugado. Asistía a todos los juegos que se daban en el estadio y cuando no, los veía por televisión o se enteraba de ellos a través de los periódicos deportivos capitalinos; todo esto como una manera de estar al día en la posición que los diferentes equipos guardaban en las competencias.

René Fájer Camarena fue y es, indudablemente, de Los Nuestros.

Page 216: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Fernández Torres*55

Para todos, desde el día en que cada quién le conoció, Francisco Fer-nández Torres fue desde entonces y para siempre, hoy mismo: Paco. Dejémosle así en nuestro recuerdo y en nuestros corazones.

Toda su vida entre nosotros la dedicó a darnos lo que tenía, que no era poco: su amistad, su trabajo esforzado, la limpieza de su vida, sus sueños... algunos de los cuales logró hacer realidad en vida, me-diante los cuales pasa lista de presente en Torreón a diario.

Con entera justicia pueden aplicarse a Paco aquellos dos versos que el poeta español dijo de sí mismo: “Y más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Un día murió, como pedían morir los héroes griegos: joven. La muerte de un hombre bueno es, siempre, una tragedia para

su ciudad. Es como si de pronto, algún venero, un manantial de agua pura y fresca dejara de correr por el arroyo y de anunciarse, desde lejos, a la sed del necesitado de ella. Un hombre bueno llega a ser como el patrimonio de toda una ciudad, porque de alguna manera sus habitantes algo resienten con su partida, cuando la ciudad le pierde.

No sé exactamente cuándo conocí a Paco, pero sí sé que le conocí buscándose a sí mismo; sabía que había nacido para cumplir una tarea que le correspondía, sólo realizable por quien estuviera más allá de la envidia y fuera capaz de vestir con sus propias virtudes al prójimo, sin hacerse notar.

Un día tropezó con un sacerdote, otro con un grupo de jóvenes. Entre ambos lo cuajaron: uno afirmó sus principios, los otros le mostra-ron el camino de la acción.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 28 de agosto de 1998.

Page 217: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Colaboró con EI Siglo. Aquí Sánchez Matamoros le ayudó a en-noblecer su pluma afinando su estilo con una disciplina férrea, escri-biendo a diario.

En Paco, un entusiasmo seguía a otro. Me es fácil recordarlo cuando hablaba de lo que se dan nuestros centros culturales y la alegría que le invadió cuando se confirmó la visita del Secretario de Educación para inaugurarlos.

Esto y más nuestra ciudad se lo debe a Paco; por esto afirmo que Paco Fernández es uno de Los Nuestros.

Page 218: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Roberto Flores Soto* 56

Roberto Flores Soto nació en esta ciudad en el barrio de “El Pacífico” —más conocido entonces que ahora y que se ubica al norte de la ave-nida Allende, en su cruce con la calle Juan Antonio de la Fuente— un 24 de octubre del año de 1934. Creció, pues, jugando a las canicas, al trompo, al burro obligado... juegos ya casi desconocidos y que han ido matando y rematando la pavimentación, la radio y la televisión, pero que él, por el año y por el sitio en que nació, alcanzaría a jugar seguramente.

En la Escuela Centenario, donde han estudiado tantos torreonen-ses que en la vida llegaron a alcanzar el triunfo perseguido, hizo sus estudios de primaria; pero aún antes de terminarlos fue necesario que trabajara sus horas libres en un taller mecánico al que su madre le lle-vó de la mano. Ese paso era normal en aquellos tiempos: el padre o la madre, en caso de que aquél hubiese muerto, llevaban a sus hijos a los negocios de lo que fueran: carpintería, talleres mecánicos, comercios, etcétera, para que los recibieran de meritorios y los hicieran hombres de bien si se podía y si no, al menos, de trabajo.

Así fue como Roberto Flores Soto se hizo mecánico y de los bue-nos, lo que le sirvió para entrar a trabajar allá por los años 49/50 en la empresa Cadillac, con escasos dieciséis años de edad.

Ya desde sus tiempos escolares se había aficionado al béisbol, lo mismo que a hacer pesas, prácticas que le dieron una fortaleza recono-cida por todos y que en los campos de béisbol le conquistaron el sobre-nombre de “Superman”. Hay una anécdota sobre él que cuenta de una vez que habiendo llegado al taller un carro, no faltó mecánico que co-mentara que estaba muy amolado, a lo que Beto —como ya le llamaba todo mundo— le dijo que no se apurara, que ahorita lo enderezaban, a

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 16 de abril de 1999.

Page 219: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo que el otro le aclaró: “Pos solamente usted va a poder, con semejante fuerza que tiene, don Beto”.

Tiempos del mambo, del cha cha chá y del eterno danzón... el bai-le era un delirio de la juventud y en uno de ellos se encontró a María Inés Romero, con quien se encontró tan a gusto bailando y seguramente ella también, que comenzaron a formar una pareja de baile en las tardeadas del Centro Mutualista y acabaron por hacer una pareja en la vida, casán-dose en 1953, cuando él tenía 19 años de edad. Procrearon seis hijos: Ana María, Verónica, Roberto, Patricia, Ricardo y Claudia, todos universita-rios con carreras terminadas, aunque no todos las ejercen.

Se dice que todo matrimonio tiene su noviciado, que para unos es de enfermedades y para otros económicos. El de Roberto e Inés fue de estos últimos, pues poco después de haber contraído matrimonio él se quedó sin trabajo. No se amilanó por ello y a su esposa, después de darle la noticia, le dijo: “Ni modo vieja, tendré que salir a buscar trabajo a la calle”. Y así lo hizo de inmediato: a la calle salió a buscar carros que componer, durante varios años. Indudablemente en ese tiempo le fue muy útil su natural simpatía, su alegría, el jamás de tratar de ser otro que el que era, con todo y lo mal hablado, que no era insulto y casi ni grosería, sino su manera de ser.

La cuestión era que llegó a tener amigos, en el béisbol en todos los equipos para los que “cachó y bateó” en la Liga de Peñoles, en la Industrias Unidas Agropecuarias, en la Mayor Nocturna, en la Selección Laguna de Softbol, en el equipo del Club San Isidro... en fin, en la Liga de Talleres y en la YMCA a donde iba a practicar pesas y la que recibió como regalo suyo las primeras que tuvo.

Como por aquel entonces le sobraba un poco de tiempo comen-zó a aficionarse a las lecturas. Leyó a Marx, a Gandhi, a Napoleón, a Lutero, a San Pablo, a Lao Tse, a San Agustín y fue un admirador de Monseñor Romero, aquél que en San Salvador asesinaron oficiando, a la hora de alzar. Un amigo suyo le invitó a participar en los Cursillos de la Casa de la Cristiandad, a la que se integró y poco a poco iba partici-pando cada vez más, ayudando en las pastorelas sociales y obreras de las parroquias “Cristo Redentor del Hombre”, “Parroquia de Fátima”, “Parroquia de Francisco I. Madero” y otras.

Comenzó a ir a las colonias pobres cada vez con mayor frecuen-cia. Su esposa se preocupaba, a lo que él le decía. “No pasa nada vieja, no te preocupes”. Seguía leyendo más y principió a escribir discursos

Page 220: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que ensayaba en su propia casa y luego decía a los colonos de “Tierra y Libertad”, pláticas que iban orientadas a conducir a esas personas para que perseveraran en sus cambios y pudieran salir adelante. Hacía reflexionar a obreros y precaristas sobre el cristianismo y tomó cursos tanto en la ciudad de México como en Perú. Para entonces leía sociolo-gía, historia y teología.

En los cursillos se relacionó con personas de otros niveles econó-micos y culturales que llegaron a estimarle por su constancia e ideales. Poco a poco fue mejorando el nivel de vida de su familia. Junto con otras personas fundó “Talleres Unidos del Centro, S.A.” —actualmente con dos sucursales—, negocio del que con el tiempo sus socios le ven-derían sus partes; aconsejándole que como ya podía hacerla proporcio-nara otras comodidades a su familia, consejo que siguió, adquiriendo una casa por la colonia Nueva Los Ángeles, con tal discreción que nadie lo supo hasta el día del cambio.

Roberto Flores Soto no se dejó vencer por la vida. Fue exigente consigo mismo, con su familia y con los demás. No exteriorizó la ternu-ra que rebozaba su corazón, pero la demostró ayudando a los demás, acercándoseles, conviviendo con ellos, no para darles una limosna sino para conocerlos mejor y aprender a decir lo que necesitan oír para su-perarse y ayudando al prójimo. Se ayudó a sí mismo, señalando un ca-mino que a muchos otros puede servir.

Murió jugando béisbol, que fue su deporte preferido y murió como los griegos de la época clásica deseaban morir: joven, a los cin-cuenta y ocho años, en 1992.

Fue y es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 221: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José R. Gallardo*57

Se cuenta de Giotto di Bondone (reconocido como el fundador de la pintura en Italia) que el pintor Cimabué lo vio, cuando era un pequeño pastor toscano, dibujar ovejas sobre una piedra; en vista de lo cual lo tomó de discípulo. Toda proporción guardada y sin que José R. Gallar-do tuviera que ver nunca en su vida con lienzos y pinceles, en cuanto tuvo conocimiento de las primeras letras que sus padres le fueron en-señando a la buena de Dios en sus primeros años, las iba practicando en la arena de los campos que rodeaban su casa, sin más pizarrín ni lápiz que su dedo índice; tarea en la que un día le descubriera su padri-no, Jesús Rodríguez, quien años después, cuando ya José comenzara no sólo a hilar sino a discurrir delgado con las palabras, sin permiso de nadie ya que era su padrino y esto, en aquellos tiempos le permitía actuar como si fuera su propio padre, le llevó uno de aquellos escritos de su ahijado —que para entonces ya había cambiado la arena por el papel— al padre Mauricio Castorena, un verdadero erudito, quien como Cimabué con Giotto, se hizo cargo de su instrucción.

José R. Gallardo nació el 19 de marzo de 1888 en la hacienda del “Espíritu Santo’’, cercana a Villa Ocampo, Durango. Por un pelito, pero alcanzó a ser piscis, cuyas características principales son la integridad, la introspección, la fortaleza de espíritu, el control, la eficiencia, el idealis-mo, la agudeza y una declarada actitud de servicio; amén de la fidelidad a sus principios, en su caso, a los de su religión católica.

Cuando el padre Castorena vio, pues, aquella letra —que debe haber sido tipo inglés, de rasgos gruesos y delgados, pues la “Palmer” que llegara a imperar después, particularmente entre los contadores, no aparecería sino hasta la década de los 20— se dio cuenta de que sería un crimen dejar que se perdiera tan clara inteligencia sin impartirle al me-nos, los más elementales conocimientos, así que, con la anuencia de sus

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 25 de mayo del 2001.

Page 222: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

padres, se fue de la hacienda donde había nacido a Villa de Ocampo don-de serviría a la iglesia, en tanto que el padre Castorena se encargaba de instruirle. Fuera de un pequeño hato de ropa, José llevó consigo su amor a la naturaleza que jamás le abandonó, su inclinación al canto (aprendido de las aves de su tierra) que le llevó a participar en el coro del templo y un afán nunca saciado de saber que acabaría por convertirlo en un genuino autodidacta.

Jamás asistió a ninguna escuela, en Villa Ocampo comenzó a estudiar con el Padre Castorena sin horarios, a ratos ganados al tiem-po de ambos: alumno y profesor, quien particularmente le dio clases de literatura, guiándole en el campo de la poesía y dándole a leer a los clásicos españoles. Su producción poética fue numerosa, aunque nunca publicara, dejando muestra de su sensibilidad e ingenio distri-buida entre familiares y amigos. El propio padre Castorena se encar-gó de su “profunda y vigorosa formación espiritual”, la que tendría oportunidad de poner a prueba más tarde en los años de la cristiada (del 26 al 29), en los que convirtió su casa en un refugio de los sa-cerdotes católicos o de simples creyentes activos perseguidos por el gobierno y quienes salvaron sus vidas gracias al albergue de su casa en esta ciudad, que teniendo dos entradas, una por la calle y otra por la avenida facilitaba las huidas. Al final él mismo acabó por ser identi-ficado, inscrito en las listas de acosados y casi cazado, de no ser por sus numerosos amigos que, sabedores de que se había dado la orden de aprehenderlo, fueron a decirle que le quedaba poco tiempo de li-bertad, que debería escapar e impacientes de convencerlo, de plano lo secuestraron para salvarlo.

Volviendo a lo anterior: en 1906, habiendo cumplido José R. Ga-llardo sus dieciocho años de edad, fue recomendado por su tutor a Ber-nabé Jurado, propietario de las haciendas de “Canutillo” y “Torreón de Cañas” para su primer empleo. Entre otras cosas, dijo de José que era un hombre muy modesto y no faltó el despistado que creyera que así se llamaba el nuevo administrador, así que por Modesto le distinguieron algunos un tiempo.

Me dicen mis informantes que en la hacienda de “Canutillo” trabajaba de vaquero por aquel tiempo un tal Doroteo Arango, que, por lo mismo, fue empleado de José R. Gallardo hasta que —en una versión más de este caso— alguien violara a su hermana (la de Do-roteo), provocando que éste matara al violador, huyendo luego a la sierra, que conocía como la palma de su mano y bajando semana a semana para llevarse un becerro. Al enterarse José, él mismo lo

Page 223: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

escogía y se lo dejaba separado en un lugar propicio. Ya en plena Revolución, convertido aquel Doroteo Arango en Francisco Villa (el famoso “Centauro del Norte’’, cuyo nombre figura en el Congreso inscrito con letras de oro), un día algunos de sus partidarios le lleva-ron preso a José R. Gallardo, pero Villa, al reconocerlo les dio orden de dejarlo libre, diciendo: “Este hombre en muchas ocasiones me quitó el hambre”.

En 1914, en el mes de septiembre, —mientras aún trabajaba allí— se casó en la hacienda de “Torreón de Cañas” con la señorita profesora María Guadalupe Domínguez Dávila; de cuya unión llegaron a nacer sus hijos: José Filiberto (f), María de los Ángeles, José Edmundo, Víctor y Ma-ría Concepción (hoy religiosa del Corazón de María). De aquellas hacien-das a que nos referimos José R. Gallardo y su esposa pasaron a la Ciudad de México, donde nacería María de los Ángeles. No fueron fáciles sus primeros tiempos allá, pero su esposa no se amilanó ante ellos, así que, como pudo abrió una pequeña miscelánea a la que, no sé por qué, puso de nombre “El Biplano”. Entre otras cosas de primera necesidad, vendía pastelillos de cocina que ella misma hacía y así hasta que su esposo fue recomendado para administrar un hotel, con lo cual su situación mejo-ró notablemente. En eso estaban cuando su padrino, J. de Jesús Rodrí-guez (casado con María Jurado) le ofreció unas auditorías en Río Bravo, Tamaulipas, que aceptó y se fueron a vivir ahí por un tiempo. Allí se re-lacionarían con el general Gavira, quien teniendo necesidad de enviar a Chihuahua a dos de sus hijas, les pidió el favor de que ellos las trajeran, a lo que accedieron. Ese viaje dio oportunidad a ambos de que conocieran Torreón, del que quedó encantada María Guadalupe, su esposa, quien comentó con José que ésa era la ciudad en la que le gustaría quedarse para siempre, con lo que él estuvo de acuerdo. Poco tiempo después, en 1919, ellos y sus hijos llegarían a Torreón. José R. Gallardo tenía treinta y un años de edad.

Para entonces José estaba ya en posesión de la experiencia necesaria que le permitía realizarse plenamente. Su inclinación a la lectura, su memoria e inteligencia le habían proporcionado vastos co-nocimientos, que él aplicaba con tino, tanto en sus relaciones con los demás, como en sus decisiones de trabajo. Se puso en contacto con el ingeniero hidrógrafo Francisco de Paula Escobar, que trabajaba la hacienda “Concordia”, pero que como tenía que ir con frecuencia a la Ciudad de México, necesitaba alguien que supiera de negocios agrí-colas y le llevara la contabilidad de su negocio. José R. Gallardo era el hombre adecuado y pronto fue también su hombre de confianza.

Page 224: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José R. Gallardo fue un hombre ejemplar en todos los aspectos: laborioso, sin vicios (no tenía ni siquiera el de fumar); tan socorrido, contra el cual compuso alguna vez un poemita que no pudimos conse-guir a tiempo, en el que afirmaba que si el Señor hubiese querido que el hombre fumara lo habría creado con una chimenea en la boca. Algo así. En su hogar se rezaba a diario el rosario y trisagio y la adoración nocturna. En cuanto llegó aquí se hizo Caballero de Colón, grupo en el que ocupó los cargos más relevantes.

En ocasión de que un señor Madrid —vendedor de seguros— le vendió el primero que comprara, sucedió que al ir a entregarle el con-trato correspondiente su compañía le llamó con urgencia para que se concentrara en la Ciudad de México, así que al entregarle su seguro le contó aquello y le dijo repentinamente, como una premonición: “Mire usted, señor Gallardo: por lo que lo he tratado a mí me parece que, por su espíritu de servicio, para usted sería fácil convertirse en un for-midable vendedor de seguros, ¿por qué no prueba venderlos? Como yo me voy ahora mismo a la capital, aquí le dejo mi libro de tarifas y algunas solicitudes, ¿qué pierde con probar? Yo aviso a mi compañía para que si logra algunas solicitudes le atiendan con preferencia”. Esa noche, cuando llegó a su casa y le platicó a su esposa lo que le ha-bía sucedido, un poco en broma, pero incrédula, mirando el libro de tarifas, le dijo: “¡Pues, eso comeremos!”. Sin embargo, pocos meses después, la venta de seguros le había dado a Jesús R. Gallardo para comprar casa a los suyos y tenía automóvil a la puerta. De allí en ade-lante se convirtió en un vendedor de exitoso, ganador constante de los reconocimientos que su compañía hacía a sus mejores vendedores nacionales.

Muchos años después de haber comenzado con esto, un día llegó a su casa diciendo que se iba a tomar un año de descanso com-pleto, algo así como un año sabático para dedicarse a otra cosa y ésta era tomar la defensa de uno de sus clientes, la señora Cuatáparo que tenía en litigio su hacienda de Urquizo. Él no era abogado ni mucho menos, pero era inteligente y tenaz, con una gran confianza en sí mis-mo y capaz de aprender en libros lo que fuera. La cuestión es que, al final de aquel año de luchas, ganó el pleito para su defendida, que le pagó sus honorarios en oro, el cual le entregó en una pequeña caja de madera en la que sus hijos metieron las manos para jugar con aquellas monedas de color dorado y que sonaban muy bonito. Algún tiempo después, saliendo de oír misa, cuenta su hija María de los Ángeles, que todos oyeron una voz que decía a su papá: “Adiós, abogado sin título”, al que su papá al ver contestó: “Adiós, título sin abogado”.

Page 225: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Murió José R. Gallardo el 26 de abril de 1961. Vivió en Torreón trein-ta y dos años de lucha diaria, haciendo una vida ejemplar, conversando siempre, como dijo Antonio Machado: “...con el hombre que siempre va conmigo-quien habla sólo espera hablar a Dios un día”, todo para abrirse un lugar entre Los Nuestros.

Page 226: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Guillermo Galván Rivas*58

Corría el tiempo (siempre ha corrido un poco más) de la mitad de la déca-da de los famosos veintes, cuando Guillermo Galván Rivas llegó a nuestra ciudad; que pronto sería también suya para el resto de su vida. Eran los tiempos en que los precursores ya habían demostrado que el desierto se podía transformar y dar óptimos frutos y los inmigrantes nacionales, codo con codo con quienes habían llegado de más allá de los mares, con mutuos esfuerzos lograban para Torreón el nombre de La Perla de la La-guna, que sonaba fuerte en toda la república.

ÉI venía de otra Perla, la del Guadiana, en la que había nacido el 11 de Abril de 1905. Aries lo había marcado como inteligente, memorioso, entusiasta, eficiente, leal, sincero, sencillo y concreto; cualidades nece-sarias todas para un destino que le aguardaba entre nosotros sin que lo imaginara al llegar.

Sus padres fueron Miguel Galván y Sara Rivas. Tuvieron cuatro hijos: Miguel, Trinidad, Sara y Guillermo, que sería el último, pues su madre murió de un ataque cardiaco, dos años después de darlo a luz.

Su señor padre era propietario de una tienda de abarrotes y aunque dicen que los hijos de viudo nunca se logran, don Miguel fue una de las excepciones de la regla y sacó adelante a los suyos; quienes pasarían su infancia entre juegos y ayudas en la tienda de su papá.

Llegando el momento, tras los estudios primarios y secunda-rios, cursó su preparatoria en el Instituto Juárez de Durango, para de-terminar hacer, en lugar de una carrera profesional una breve carrera comercial. Al terminarla y cuando apenas comenzaba a buscar dónde colocarse a trabajar en lo que había estudiado, sucedió que una linda

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 10 de diciembre de 1999.

Page 227: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lagunera apareció por la ciudad de Durango, a la que había ido a pasar unas cortas vacaciones con familiares que allá vivían.

El destino ya se sabe, no se para en pintas para que dos seres hu-manos se conozcan cuando así conviene a sus designios. Guillermo Gal-ván Rivas y Guadalupe Portillo Porras —que así se llamaba la lagunera visitante— se conocieron, pues, y apenas estaba diciendo él el “mucho gusto” que en tales casos se acostumbraba, cuando sintió que cientos de mariposas volaban en el estómago y la cabeza se le llenaba de pla-nes. El hombre había quedado de inmediato enamorado, pero perdido, de Lupita. Y fue para siempre.

Dos años después de aquello, ocurrido en la perla del Guadiana en el año 24, Guillermo Galván Rivas y Lupita Portillo Porras se casaban en la Perla de la Laguna un veinte de octubre de 1926.

Bueno, lo anterior no fue exactamente así, pues el problema religioso había llegado al extremo de que todo acto de culto público que exigiera la presencia de un sacerdote había quedado prohibido en todas las iglesias del país; así que los novios tuvieron que casarse en Torreón por lo civil y avisados de que en tal fecha iba a estar en Mapimí, Durango, un sacerdote bautizando y casando, para allá se fueron para hacer posible su boda religiosa. Como no pudieron venirse en esa mis-ma fecha, pues todo tenía que hacerse con cierto sigilo para seguridad de todos, una familia del lugar les ofreció casa para los días que tuvie-ron necesidad de quedarse.

De regreso a Torreón, su primer domicilio lo establecieron por la Guadalupe Victoria, frente al Sanatorio Español. Con el tiempo for-maron una linda familia de ocho hijos: Guadalupe Sara, que murió a los siete años de edad; Guillermina, que estudió la carrera de contador pri-vado en el colegio Juan Antonio de la Fuente; María Teresa con igual ca-rrera, estudiada en el mismo sitio; Guillermo, ingeniero mecánico elec-tricista, graduado en el Instituto Tecnológico de Monterrey; Fernando, ingeniero agrónomo con estudios de la Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro —ahora Universidad Agraria— en Saltillo Coahuila; Lu-pita con formación académica en el Instituto Familiar y Social y Carlos licenciado en Leyes, con estudios en la UNAM de la ciudad de México.

Para que todo esto fuera sucediendo, el joven novio, una vez ins-talada la pareja, más que de prisa fue a buscar una entrada segura. En-tiendo que su primer trabajo de lo que fuera, se lo proporcionó el Lic. Jorge J. Sánchez.

Page 228: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Tiempo después ya estaba en la Cámara de Comercio como oficial mayor. Después de los agricultores y de los comerciantes, era el grupo de iniciativa privada más importante de Torreón, lo que permitió a Guillermo Galván Rivas tomarle de una vez para siempre el pulso a nuestra ciudad y ampliar sus relaciones hasta las propias autoridades municipales.

En 1932 se celebraron nada menos que los veinticinco años de Torreón como ciudad. Para el efecto, oportunamente se formó un Gran Comité Organizador de las fiestas con que se celebraría tan importante acontecimiento.

Era Presidente Municipal de Torreón el señor Francisco Ortiz Gar-za, a quien se nombró Presidente Honorario del mismo; Tesorero, el señor ing. Francisco L. Venegas; Presidente del Comité de Propaganda el Doctor Alberto Madrid y Tesorero del Comité de Homenaje, don He-liodoro Dueñez.

Guillermo Galván Rivas fue el Secretario General del Gran Comité Organizador, habiendo sido distinguido como “el colaborador más des-tacado” en ese organismo por la “diligencia y laboriosidad incansable y exitosa, con que cumplió la enorme tarea a su cargo”.

Ofelia Larriva fue la reina de estas fiestas —que no han tenido parangón—, habiendo inaugurado el Estadio de la Revolución, en el que el Lic. Felipe Sánchez de la Fuente produjo uno de sus más her-mosos discursos.

Su posición en la Cámara le había facilitado a Galván Rivas la par-

ticipación el año anterior en campañas como la del puente que nos une a Gómez Palacio y que tuvo como lema “habrá puente, coopere usted” que se hizo famoso. Su connotada intervención en las fiestas de aniver-sario de la ciudad, que definitivamente conquistaron para Torreón el título de “Ciudad de los Grandes Esfuerzos”, pusieron a Guillermo Gal-ván Rivas —que comenzó a ser Don Guillermo para toda la ciudad— en contacto con el periodismo local y de pronto se dio cuenta de que no quería ser otra cosa en su vida sino periodista; al descubrirlo se fascinó con la idea y lo fue. No sé cómo, pero lo fue. Platicaría seguramente con Don Antonio (¿de qué otra manera?) y lo fue. Y un día se encon-tró visitando sus fuentes de noticias y sus fuentes de anuncios, porque también fue vendedor de ellos y de los buenos.

En la década de los treinta se puso de moda aquello de “los chi-

cos de la prensa”. Esta manera de distinguir a los periodistas, copiado

Page 229: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de las películas sobre el tema que nos llegan de Hollywood, a mí siem-pre me pareció frívola. Sería porque los que yo conocería un poco des-pués nunca fueron eso sino grandes señores de ella. Todos señores y todos Don. Al primero que conocí fue a don Rodolfo Guzmán, cuando El Siglo estaba en la Muzquis y yo acompañaba a los deportistas de mi colegio a llevar los reportes de sus juegos de básquet, que él recibía con toda seriedad.

Después, a través de mi compadre Pablo C. Moreno, conocí a Don Enrique Mesta, jefe de redacción y filósofo, quienes en su momen-to me llevaron a presentarme nada menos que al director “del Siglo” don Antonio de Juambelz, quien bautizó mi primer columna.

En otras oportunidades conocí a Don José de la Parra, extraor-dinario entrevistador y contador de leyendas y a don Joaquín Sánchez Matamoros grávido de cultura, a los que en su momento se sumó Gui-llermo Galván Rivas. Señores eran estos y señores dones que en el momento que les tocó vivir se entregaron totalmente a respaldar a su director para hacer de “El Siglo” lo que su director soñaba que fuera, haciendo diariamente con amor su tarea.

Como estudiante, don Guillermo se había distinguido ganando un concurso escolar de ortografía y otro escribiendo a máquina más palabras por minuto, habilidad que tan útil le fue todo como periodista. A diario visitaba a sus anunciantes y a todo aquel que podía darle una buena opinión sobre los problemas de nuestra ciudad. Su gran fortale-za le hacía cumplir a diario la tarea, cubriendo todas sus fuentes y dan-do de todo ello una información clara y concisa a sus lectores.

Muchas satisfacciones tuvo en su vida, la más significativa, no sólo para él, también para “El Siglo”, fue el nombramiento que en tiempos de la presidencia de Miguel Alemán recibiera como redactor de provincia elegido para acompañarlo durante su gira por Norteamérica en 1950.

Como por entonces nos veíamos casi a diario, pues yo le compra-ba publicidad; reciente aquel viaje, un día me contó, con vehemencia inusitada en él, sobre la singular experiencia emotiva que había resul-tado el haber estado presente en West Point —bajo una lluvia pertinaz molesta en otras condiciones— cuando los cadetes norteamericanos rindieron homenaje a nuestra bandera. “No creo, me dijo, volver a ex-perimentar igual emoción, aquel nudo en la garganta, aquellas lágrimas silenciosas, que resbalaban incontenibles por mis mejillas, confundién-dose con las gotas de lluvia, aquel escalofrío…”.

Page 230: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En lo personal lo recuerdo como primer lector de “Mirajes”, cosa que me hizo saber. La cosa ocurrió en el vestíbulo del entonces Banco de la Laguna. Salía yo de hablar con don Pancho Venegas y él iba a visi-tarlo en pos de noticias. Me lo dijo a boca de jarro. Siempre he pensado que me lo dijo a propósito, a sabiendas de que aquello, para quien tenía unos cuantos días de columnista, sería el mejor de los cumplidos, un recuerdo inapreciable e inolvidable. Como ha sido. ¡Imagínense nomás! ¡Saber que existe el lector de carne y hueso y que ese lector lo lee a uno y que es nada menos que el periodista de más prestigio en la ciudad! Pero así fue don Guillermo Galván Rivas de generoso.

Constantemente regalaba, lo mismo dulces que palabras, lo mismo gestos que cuotas a diversas organizaciones, de lo cual mu-cho se descubrió cuando murió de cáncer; lamentable suceso que ocurrió el 5 de septiembre de 1961, tras veintiocho años de trabajar en “El Siglo”, donde fue reportero, redactor y agente de anuncios. Lupita Portillo de Galván, su esposa y novia de toda la vida, lo sobre-viviría veintitrés años.

Por el gran amor que le tuvo a Torreón, por el apoyo que diera a través de sus notas periodísticas a todo esfuerzo, tanto económico como de servicio social o cultural hecho por diferentes grupos en bien de nuestra comunidad, don Guillermo Galván Rivas es indudablemente uno de Los Nuestros.

Page 231: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Isidoro Gancz Rosenbaum*59

Frente a un retrato sin terminar, al que ya le había dedicado ciento vein-tisiete sesiones, Cézanne declaraba un día, que “ya comenzaba a estar satisfecho de la pechera de la camisa”.

El retrato que ilustra esta semblanza, como todo retrato, no pasa de ser una proposición física de un hombre, la que más se acerca a como uno lo recuerda y así recuerdo a don Isidoro la última vez que le vi, coin-cidiendo ambos en Benavides buscando medicamentos para nuestros particulares achaques, propios de nuestra edad, como suele decirse.

Un retrato es la superficie de un hombre, que es siempre, algo más que eso. Don Isidoro fue algo más que la satisfacción, el estar a gusto consigo mismo que el retrato nos muestra. Fue la cordialidad constante, el consejo correcto del hombre que alcanzó la sabiduría de lo que está bien o mal en la vida, la palabra sensata y oportuna, la que no se malgasta, la que se dice cuando ya se ha oído todo lo que se tiene que oír y puede decirse la última palabra. Y fue también, el hom-bre laborioso y amable por lo humano, de quien tan hermosamente hablara Pancho Ledesma en el Club de Sembradores de la Amistad, a raíz de su muerte.

Isidoro Gancz Rosenbaum nace en Reghin, pueblo de los Montes Alpes de Transilvania el 29 de diciembre de 1906, fecha en que esta tie-rra pertenecía al Imperio Austro Húngaro, regido por Francisco José de Habsburgo. En 1919 el Tratado de Saint Germain en Laye, después de la derrota de los Estados Centrales, dio fin al Imperio Austro Húngaro y el lugar de nacimiento de Isidoro Gancz pasó a ser de Rumania. Todos estos cambios europeos propiciaron que el joven Gancz a los 20 años de su vida hablara húngaro y alemán, que eran obligatorios además de hebreo y yiddish, lengua hablada por los judíos europeos. Más tarde

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 5 de marzo de 1999.

Page 232: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

aprendería ya en México, español e inglés, así que, en total llegó a do-minar seis lenguas.

Su abuelo era maderero, pero, al terminar su escuela secundaria, padre e hijo convinieron que, en lugar de trabajar en el negocio familiar, trabajara y aprendiera esta actividad en otro aserradero del lugar.

En esta actividad lo encontraron sus primeros años de vida, que vinieron a afectar las divisas territoriales habidas como consecuencia de la guerra, pues resulta que al mismo tiempo le llamaron para cumplir son su servicio militar Austria y Rumania. El señor Gancz, que ya desde su juventud era enemigo de las ambigüedades y confusiones, no podía hacer su servicio en uno y otro lado sabiendo que quedaría mal con el otro, así que decidió salomónicamente venirse a México.

¿Por qué a México? Bueno, no precisamente, como decía Valle Inclán: “Porque México se escribe con X”, pero sí, porque así estaba escrito.

Tenía en Sombrerete Zacatecas, un hermano y amigo con quien se carteaba desde hacía tiempo y le pintaba un México suficientemente atractivo como para no pensarlo dos veces. A fines de 1927, en diciem-bre, tomó el barco que lo traería hasta Veracruz, donde llegó un día de Enero de 1928, sucediendo que durante la travesía cumplió 21 años. Llegaba, pues, en sazón.

No sólo a Roma preguntando se llega, a cualquier parte. Así lle-garon los flamantes 21 años de lsidoro Gancs Rosenbaum a Sombre-rete, México, donde ya su amigo, que en el mercado del lugar tenía un pequeño negocio de mercería, le esperaba con los brazos abiertos. Esto que se ha dicho pronto, hay que pensar cómo pudo ocurrir, desde su llegada a Veracruz, para un hombre que no conocía ni jota de espa-ñol. Y lo que siguió, porque debió haberse pasado las noche platicando al amigo cosas de la tierra, noticias de las que estaría hambriento.

Aquél ocupaba las mallas llenando una maleta con los artículos vendibles de su negocio, para que a la mañana siguiente su huésped fue-ra a vender por las rancherías cercanas. Esto es una proeza mayor que la de conquistar; conquistar es tomar, se conquista por la espada, vender es otra cosa. Para vender, hay que convencer, de perdida ofrecer atracti-vamente y ¿cómo sin hablar el idioma del lugar? Los que lo lograron son hombres especiales. Como aquel Firestone que salía con Ford para ven-der sus llantas de repuesto a los pieles rojas petroleros a quienes éste les

Page 233: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

vendía su automóvil; pero cuando éste no vendía, él sí lo hacía, porque se las proponía para que sus hijos las rodaran con las manos.

El tiempo iba pasando y cada día el Joven Gancz iba añadiendo al conocimiento del español nuevas palabras, lo que le permitía ampliar su territorio. Una noche, en El Salto después de su trabajo y dejar su maleta en el hotel, se fue al cine. ¡Cuál no sería su sorpresa al escuchar en la fila siguiente a la suya, hablar húngaro! y resultó que uno de los que lo hablaban, era el doctor de la Compañía Maderera de Durango y la otra su hija.

Desde las primeras palabras todos se cayeron bien y cuando se enteró de que el joven “ranchaba” vendiendo mercería, aunque en su tierra había trabajado en un aserradero, le propuso presentarlo al día siguiente con el gerente de una compañía de este giro, la más grande por entonces de toda América, de polo a polo y cuyo capital era inglés.

Antes de un año de su llegada a México, estaba contratado como receptor de tracerías y expedidor de los recibos correspondientes, para que quienes la entregaban pudieran cobrar el valor de su madera.

En el año 31, como consecuencia de la depresión mundial, dos ne-gocios madereros de Torreón se habían declarado en quiebra y ofrecido a la Cía. maderera de Durango toda la madera que tenían; por lo cual, el gerente mandó a don Isidoro a que la recibiera y la enviara a El Salto.

Llegar a Torreón, verlo y enamorarse de él a primera vista, fue todo uno. Esto le sucedió dos veces en la vida. La segunda vez fue cuan-do se enamoró de la muchacha de la portada de la revista, “pero esa es otra historia”...

Para quedarse aquí le propuso a su empresa que muy bien se po-dían ahorrar los fletes si él se quedaba a venderla. Lo autorizaron, ren-tó local en Hidalgo y Colón, donde hoy está la Soriana. Fue un nuevo negocio de los dos dueños de la madera, llevándolo a él como socio in-vitado y gerente, de lo que se llamó y sigue llamándose Cía. Maderera.

Al morir ellos, don Isidoro fue comprando sus acciones para con-vertirlo en el negocio de su familia.

La otra historia de amor a primera vista fue ésta: El centro Israelita de Monterrey editaba una revista. Uno de sus números llegó a manos del señor Gancz. Ese número traía en la portada la fotografía de una hermosa

Page 234: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

joven, que había salido electa reina de dicho centro. Al verla Isidoro Gan-cz, el joven corazón le latió con fuerza inusitada. Mostrándole la revista a Nacho Balcázar que entonces era su empleado de confianza y después fue su socio, le dijo: “me gusta esta muchacha. Vamos a ir a Monterrey porque quiero conocerla”. Fueron, la conoció, se presentó con Esther Loshak, a quien seguramente le platicó la impresión que le había causado su fotografía; lo que a ella indudablemente le sonaría bonito y en menos de un año se casaron en Los Ángeles, California; donde desde hacía unos pocos meses residían los padres de ella, que después de quince años de gestiones habían logrado la residencia. Su luna de miel la pasaron en San Francisco, donde ese año celebraban la exposición Mundial.

Procrearon cuatro hijos: Sonia nacida en el 40, Miguel en el 42, José en el 44 y Alberto Luis en el 53, lamentablemente fallecido en el 63, a los diez años de edad.

En 1940 se quemó la Cía. Maderera, para entonces en V. Carranza y Cepeda, en esa fecha El Siglo destaca dos noticias, en su primera plana: “Los alemanes entran a París” y “Se quema la Compañía Maderera”.

Las huellas de Isidoro Gancz Rosenbaum en nuestra ciudad son diversas: fue miembro del Club de Leones en su época más brillante y está ligado, por supuesto, a sus mejores obras.

Fundó varios otros negocios: con Nacho Balcázar, la ferretería y la industrializadora de maderas, lo mismo que “Herrajes, Dados y Mol-des S.A.”; con Alejandro Díaz Burgos, “Techos y Materiales Plásticos”.

En sociedad con Carlos Volkhausen y Alfonso Franco Armendáriz, fabricó carriolas para niños, bajo la marca “Utility”, nombre, que como aquél de unos sombreros llevó de Sonora a Yucatán orgullosamente los nombres de Torreón y de la Laguna.

Fue consejero, en fin, de la Financiera y Fiduciaria de Torreón, del Banco Lagunero y del Banco Internacional; así como del Banco Mercan-til de México y del Banco de México, puesto que ocupa en el presente su hijo José Gancz Loshak.

Isidoro Gancz falleció en 1998, el 15 de marzo, pensando como Cervantes que “nadie es más que nadie”; mientras anticipaba el regalo de su sonrisa, de su buen consejo y extendía su mano amiga.

Por eso indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 235: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Ángel García Quintanilla*60

Si alrededor de una mesa se sientan hombres que al menos tengan me-dio siglo de edad, se puede estar seguro de que según avance la plática y con ella los recuerdos, el nombre de José A. García, hará acto de pre-sencia.

Hombre notable por su capacidad de acción y carácter empren-dedor fue José A. García. En el desarrollo de nuestra comunidad y de la comarca lagunera, destaca la figura recia de este hombre inclinado a mortificar su cuerpo —según dicen quienes lo conocieron—, reacio a las comodidades diarias de la cama a la que en ocasiones abandonaba para dormir en el suelo. Amigo de todo el mundo con marcada preferencia por aquellos que, de alguna forma se inclinaban por la acción, fue comer-ciante, agricultor, funcionario público, filántropo, particularmente por sus obras en beneficio de Torreón, actividades estas últimas que le mere-cieron el don que siempre que de él se habla, se antepone a su nombre.

Como tantos otros que de allá han venido a darnos su capacidad de trabajo, su amplia visión para los negocios, su talento, su sentido del ahorro y demás virtudes, José A. García nació en la ciudad de Monte-rrey a fines de siglo pasado en 1892.

A nuestra ciudad llegó en la flor de sus veintitrés años, cuando en Torreón todavía corría el papel—portada villista, que dejó de tener cur-so legal al llegar las nuevas constitucionalistas, año en que, en nuestra ciudad se reunirían Venustiano Carranza y Álvaro Obregón después de la salida de Villa.

Chica sería nuestra ciudad entonces, pues la presidencia munici-pal estaba en la esquina de la Hidalgo y Cepeda, en el edificio donde es-tuvo el Banco chino, pero llena de festejos y una recobrada normalidad,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de diciembre de 1998.

Page 236: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de tal manera que a José A. García debe haberle parecido afortunada su decisión de venir aquí al encuentro de su destino, como represen-tante y apoderado de la muy prestigiada firma regiomontana de Pris-ciliano Elizondo, que desarrollaba actividades comerciales y con la que estuvo hasta 1922, cuando decidió separarse y comenzar a trabajar por su cuenta, conquistando el éxito económico que merecía su entrega al trabajo y acertada percepción de los mejores negocios; aunque de una manera especial, siempre su pasión fuera la agricultura.

No regateó su tiempo a nuestras mejores instituciones. Formó parte de los consejos de la Propiedad Agrícola; fue tesorero de la Cáma-ra de Comercio y presidente de la Asociación Civil de Protección Mutua contra el Granizo; vicepresidente de la Pequeña Propiedad Agrícola; te-sorero de la Junta de Mejoras Materiales; vocal de la Cámara de Propie-tarios y primer regidor de uno de nuestros Ayuntamientos.

Falleció en 1988 a la edad de noventa y seis años de los cuales había vivido en nuestra ciudad setenta y tres.

Sin embargo, en la memoria de Torreón sigue viviendo como uno de Los Nuestros.

Page 237: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“Chago” García Rosales*61

Allí por la avenida Morelos, entre las calles Blanco y Acuña pre-cisamente en el edificio que hoy (29 de noviembre de 1953) ocupa el Banco Nacional de Crédito Ejidal, estuvieron instalados los primitivos estudios de la radiodifusora X E T B. El micrófono por entonces ponía carne de gallina a los mismísimos artistas consagrados. La propia “Gati-ta Blanca”, María Conesa, hizo tal confesión frente a los de las iniciales citadas y Celia Montalbán, tan atrevida (ustedes recordarán que se me-tía en jaulas de leones y hasta con el propio “Tigre de Guanajuato”, el torero Juan Silveti, tuvo que ver), frente al micrófono aparentaba una confianza que distaba mucho de tener en aquel entonces con el negro aparatito.

En nuestra ciudad la radio y la Revolución Escobarista tuvieron cierta coincidencia. La juventud experimentaba haciendo radios de galena; mientras que el sonado proceso que puso en la silla a los acu-sados a militares bien conocidos en la Comarca, propició lo que fue —seguramente— el primer control remoto de la radio local que, entre otras cosas, sirvió para que Isauro Saldívar Tapia y Mauro de la Peña hi-cieran su agosto vendiendo a pasto los aparatos de radio, que el público demandaba para no perderse ni una palabra de la causa de los militares. En este medio de la radio se desenvuelve —y es muy estimado— “Cha-go” García Rosales. Tiene diversas cualidades. Dicen que en sus buenos tiempos practicó el boxeo y ello puede explicar su resistencia a tantas y tan diferentes actividades como practica.

Periodista, se ocupa de reseñar peleas de box y de entrevistar a personas prominentes en la banca, al comercio y la industria locales. Como dibujante le atrae la caricatura y todos hemos visto en más de una ocasión publicados sus cartones, los cuales firma con el seudóni-mo de “Gato”. Canta e imita voces y en estas modalidades ha actua-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 5 de abril del 2002.

Page 238: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

do como variedad en las cenas de los diversos grupos asistenciales de nuestra ciudad. Pero tocar el piano, al que en ocasiones acopla el so-lovox, es su mayor pasión. Nadie como él para los acompañamientos. Muchas de las artistas laguneras que han llegado a vivir del canto, de “Chaguito”, como le llaman cariñosamente, recibieron sanos consejos. Conoce como pocos la música de Lara. Evocándola se puede pasar ho-ras y horas llevando a quienes le escuchan de sorpresa en sorpresa con la música más nueva o más antigua del recientemente homenajeado compositor. Proyecta presentarse en Norteamérica y lo logrará, lo mis-mo que triunfar en ella, porque “Chago” García Rosales es la perseve-rancia. Y ya sabemos que el que persevera alcanza.

Page 239: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Julio González Antón*62

Cuando en el año de 1908 en Mancilla de la Sierra, Logroño (La Rioja), Es-paña, en el hogar de Guillermo González Moreno y Andrea Antón anda-ban como el jibarito: “todos llenos de contento” por el advenimiento del primero de sus hijos varones: Julio González Antón; en Torreón, Coahuila, México —ciudad que llegaría a ser la suya— todos sus habitantes anda-ban y seguían por las mismas, pues, apenas en el anterior, 1907, se les había hecho realidad el sueño de que fuera elevada a ciudad y en reci-procidad a tal reconocimiento no se durmieron en sus laureles, sino que sus actividades y aspiraciones fueron mayores. Atlántico de por medio, pues, dos destinos se preparaban a reunirse en el futuro. Y así, en tanto que Julio González Antón se encontró con dos hermanas: María Nieves y María Josefa, más tarde llegaron María Santos y Marcelino, por cierto cuando este último llegó a esta ciudad —siguiendo a su hermano— fue demasiado inquieto y travieso y Julio ya desesperado de no conseguir nada de él, reunió lo suficiente para mandarlo hasta Argentina donde, seguramente la lejanía y soledad correspondiente calmó sus ímpetus de travesuras, se dedicó a trabajar en el comercio con la Casa Aduriz que le mandó a su sucursal de Villa María en la provincia de Córdoba, donde progresó notablemente, llegando a ser un hombre rico y estimado.

Volviendo a lo nuestro, Julio iba creciendo, sus estudios primarios los hizo en su pueblo natal, pasando en su oportunidad a Madrid, donde estudió la carrera de comercio. Al terminarla tenía quince años. Por con-sejo de su tío Marcelino, que era amigo de Luis Espejo Delgado, propieta-rio aquí de una de nuestras primeras tiendas “de ropa y novedades,” se vino directamente a Torreón; con unas pocas palabras de presentación de su tío para don Luis, que le puso a trabajar desde el día siguiente al que llegó —que fue el 12 de diciembre de 1923 apenas cumplidos los quince años—.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de mayo del 2001.

Page 240: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En 1923 nuestra calle Hidalgo contaba ya con todas las principales tiendas que existen actualmente en el centro, más otras que han desapa-recido: estaban “La Ciudad de París”, “La Soriana”, “La Casa Tardán”, “La Suiza”, “La Casa Buchenau”, “La Casa Lack”, “La Francia Marítima”, “El Puerto de Liverpool”, “La Casa Ezquerra”, “La Universal”, “El Mode-lo”, “El Siglo XX”, “La zapatería Tueme”, “La Casa Gidi”, “Los Precios de México” y, en fin, “Las Fábricas de México”, más conocida como “Casa Espejo”.

Don Luis Espejo fue un hombre muy especial, para entonces aquí ni para cuándo se hablara de mercadotecnia ni cosas por el estilo; pero él, antes que nada, se fue a varias esquinas de nuestra ciudad y se apos-tó personalmente en cada una de ellas por varios días armado de un cuadernillo y varios lápices. Y en las hojas de aquel cuaderno, por cada “posible comprador” que le pasara enfrente ponía una raya, que cada cuatro atravesaba con una quinta y así al final de aquella tarea, sus ra-yitas le dijeron por cuál de las esquinas pasaba más gente diariamente y allí abrió –dicen— su primera tienda; pero, para 1923, cuando Julio González Antón llegó, su tienda ya estaba en Hidalgo y Valdés Carrillo, donde muchos laguneros la recuerdan.

En “La Casa Espejo” se encontró con Vicente Sánchez del Valle y Cándido García, que fueron sus primeros amigos y los tres, con el tiempo, socios de la firma. Fueron aquellos, todavía, los últimos años, en que los empleados de confianza y que aspiraban a llegar a ser algo más que eso en los comercios locales, demostrando estar dispuestos a hacer por ellos lo que harían si fueran de su propiedad, por ejemplo, turnarse por temporadas para dormir dentro de ellos. Julio González Antón fue uno de los que pagó ese precio. Muchos fueron los que pasaron por aquel negocio ya desaparecido. Entre ellos Agustín Del-gado, Jesús del Valle, Adrián Morales... nombres que recuerdo de mo-mento. Pocos pueden creer lo que se tiene que trabajar en una casa de comercio si se quiere crecer en ella y no se tiene capital. No hay horario y apenas si domingo o vacaciones, pero Julio González Antón pasó la prueba y alcanzó la confianza de Luis Espejo.

Sus entretenimientos por aquel tiempo fueron el teatro y el to-reo, como aficionado de ambos. Actuó en más de una ocasión en la escena y, como fue bien parecido y esbelto, conquistó un numeroso grupo de “fans” que todavía después de años le llamaban. Doce años de trabajo intenso le pusieron en condiciones de casarse. Lo hizo con Enriqueta Villanueva Piñera. Tuvieron ocho hijos: María Enriqueta, casa-da con Álvaro Gutiérrez; Guillermina, que permanece soltera; Rosa Ma-

Page 241: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ría, casada con Carlos Ochoa; Julio, que es licenciado en administración y está casado con Marta Gutiérrez; Marcelino, que es C.P.T. y está ca-sado con Margarita López; Margarita, casada con Hugo Escudero; Gua-dalupe, casada con Hugo Cornú y Guillermo, que es religioso Lasallista.

Su deporte favorito fue siempre la caza. Tuvo una puntería de pe-lícula. Se cuenta que en cierta ocasión le acompañaron al campo dos de sus nietos, María Eugenia y Álvaro, hijos de Álvaro Gutiérrez y Queta y que en un momento dado los chicos, que eran muy inquietos, se fueron del campamento antes que él y sin su permiso, por lo que se quedó a esperarlos. Volvieron después de algunas horas. Cuando él los vio es-taban parados uno al lado del otro; no tuvieron ni tiempo de asustarse cuando vieron que les disparaba: el tiro dio en el suelo entre los dos; gritarían, no lo saben, pero allí, entre los pies de ambos estaba, muerta, por el tiro de su abuelo, una víbora.

Entre sus más asiduos acompañantes a las cacerías estuvieron el doctor Rafael de la Parra, el doctor J. de Jesús Alonso, Eutimio Arreola y el doctor Tomás Gotés Salas. González Antón era muy organizado y cui-dadoso en esto de la cacería. Los otros, a veces, no. Por ello en una oca-sión, no quiso salir con ellos en persecución de tres venados que habían visto, pero cuando se perdieron de vista, le dijo al guía: “voy a irme por el lado contrario; estoy seguro de que con las risas que llevan, los van a perder y echar para ese lado”. Efectivamente, así fue y él cazó los tres. Cuando volvieron, dijeron que los habían perdido, pero que al día siguien-te los cazarían, entonces les dijo que ni se molestaran, que allí estaban y se los enseñó. Otro día con su asombrosa puntería hizo un tiro muy difícil que le permitía obtener la piel del animal limpia y completa y sus compa-ñeros le bromeaban diciéndole que el venado había muerto de infarto.

Los grupos a que estuvo afiliado fueron El Club de Caza y Tiro, los Caballeros de Colón, el Centro Campestre Lagunero, el Club San Isidro, el Parque España y fue co—fundador del Sanatorio Español. Entre sus amigos estaba Luis Iruzubieta, que era de su mismo pueblo, por cierto; cuando vino de Argentina su hermano Marcelino a visitarlo, los tres se juntaban a platicar de su niñez y se les pasaban las horas sin que ellos se dieran cuenta. Los medios días, como buen torreonés que para en-tonces ya era, se iba a una platicada botana con sus amigos Fructuoso Arias, Jesús Pardo y Ángel Fernández Madrazo, con quienes por la no-che jugaba su partida de dominó acostumbrada y ya después cumplir con cualquier otro compromiso social.

Cuando don Luis Espejo murió, su hijo no quiso ya seguir con el ne-gocio y prefirió liquidar a sus socios. Julio González Antón compró una

Page 242: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

gasolinera que por un tiempo trabajó, al mismo tiempo que adquirió un agostadero de nombre “Charco de Piedra”, en el cual, aparte de la en-gorda de ganado iba de cacería con sus amigos. En 1949 viajó a España con su esposa para visitar a los familiares. Después volvió y circunstan-cias especiales le hicieron quedarse por seis meses. Por cierto que una circunstancia de última hora causó el último retraso de un mes, lo que le salvó la vida, pues el barco en que se hubiera venido naufragó frente a Nueva York. En 1980 fue acompañado de su esposa a la Argentina a pagar la visita que su hermano le había hecho. A los cinco meses se des-pidieron de él y los suyos para ir a Madrid, donde lamentablemente su esposa murió de un infarto, el 16 de agosto de aquel año, precisamente el día de su cumpleaños. No quiso dejarla allá. Se quedó ocho días más para que se la prepararan y traer sus restos en el mismo avión en que él regresó, para colocarlos en la cripta que él, previsor como fue, ya tenía preparada desde hacía años en el lote del Sanatorio Español, donde al llegar la depositó. Espalda con espalda de la suya y de mutuo acuerdo, está la tumba de su amigo Luis Iruzubieta. Julio González Antón murió de enfisema pulmonar el 30 de octubre de 1990, a los ochenta y dos años de edad.

Había vivido entre nosotros sesenta y siete años, durante los cua-les, cada día, ganó a pulso un lugar entre Los Nuestros.

Page 243: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Elvira González de Livas*63

Vivir la vida que se nos da; vivirla plenamente llenando de amor todos sus días, lo mismo que de comprensión, de una limpia llaneza, de trabajo ignorante del agotamiento, de la fatiga, del cansancio, porque es en beneficio de prójimos desamparados y es tiempo ocupado en di-ferentes entusiasmos y tareas; de eso, de todo eso, algo sabe Elvira González de Livas, distinguida entre nosotros por todos como: “La Se-ñora Livas”.

Elvira González nació en Monterrey en 1911. Sus estudios los hizo en el colegio Luz Benavides, donde los terminó en 1924. Tras un noviaz-go normal, en 1936 se casó con Juan Francisco Livas. No tuvieron hijos, pero su esposo, dedicado al campo de los seguros, tuvo oportunidad de probar el mercado de La Laguna y habiendo logrado hacer en unos cuantos días buenos negocios en Torreón y viendo inmejorables pers-pectivas tomó la determinación de jugarse el todo por el todo, cam-biando su residencia a esta ciudad. No le fue fácil convencer a su esposa para dejar Monterrey y venirse a vivir a La Laguna.

Si bien por entonces todavía cantábamos que teníamos dinero y algodón, tampoco Monterrey estaba manco y a cambio del algodón, aquella ciudad tenía para Elvira cientos de otros valores: sus amista-des. Viendo que no podía convencerla, don Eduardo usó su argumento irrebatible: “vámonos, que al cabo sólo será por unos días”; mientras los camiones de carga, que estaban a la puerta, se llenaban con los en-seres del matrimonio rumbo a Torreón. “Yo no me quería venir, no me quería venir (confiesa y repite la señora Livas) pero “mi amor” -como dice siempre que se refiere a su esposo- insistió diciendo que sólo sería por unos diítas. Y ya ve usted, se han convertido en cincuenta y ocho años, pues aquello ocurrió en 1944, cuando teníamos ocho años de ca-sados. Y qué bueno que así fue. Aquel traslado cambió completamente

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 22 de febrero del 2002.

Page 244: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

mi vida, el Club Rotario, al que amigos de “mi amor” invitaron a hacerse socio y en el cual su mote fue “JUANEFE”, nos proporcionó de inmedia-to muchos amigos, teniendo la suerte de llegar a ser sus presidentes durante el periodo 1949-1950”.

Ya para entonces la señora Livas trabajaba para la Casa de la Ma-dre Lola, pues entre las primeras amistades locales con las que se reunía estaban Evita y Conchita González y entre ellas hablaban mucho de la Madre Lola: que la Madre Lola por aquí, que la Madre Lola por allá, que estaba muy amolada, que había que ayudarla. Y como no hay más que preguntar por algo para involucrarse en ello, pronto supo que la Madre Lola tenía una casa en la que atendía a alienadas, dementes, locas. Un día, por sí sola, fue a ver el sitio y a conocer a quien era responsable de él. Lo que vio la convenció de que tenía que ayudar a aquella obra. Así que en la siguiente reunión con sus amigas les dijo que si querían ella les ayudaba, que podía dedicarse a recoger dinero y que las que quisie-ran ayudar se apuntaran con una cantidad mensual y para principio de cuentas ella encabezó la lista. Todas se apuntaron y de allí en adelante la lista fue creciendo, pues a donde quiera que iba llevaba en la bol-sa, su cuaderno y aprovechaba todas las oportunidades para inscribir a más y más donadores. Total que su trabajo llegó a ser sustancial para la obra de la Madre Lola, para la que se formó un patronato del cual la señora Livas fue presidenta.

Luego vino lo de los Rotarios. En su período de presidente de las damas Rotarias entusiasmó a sus compañeras para comenzar a hacer eventos que les dejaran algún dinero y poder ayudar, sin pedir apoyo al club para ello. Con su entusiasmo característico comenzó por rentar el cine Martínez por las mañanas de los sábados y, a su riesgo, ofre-cer funciones de matinés para los muchachos. Y allí andaban por todas partes -negocios y domicilios particulares- las damas rotarias, ofrecien-do boletos para dichos matinés. Los Rotarios le decían a la señora Li-vas que no tenían que sacrificarse tanto, que ellos les ayudarían, pero ella insistía en que de lo que se trataba, precisamente, era de que ellas también tuvieran obras hechas por su propio esfuerzo. Pero no sólo matinés, también hacían té canastas y cenas, cuyas meriendas confec-cionaban las propias damas y ellas mismas servían. En fin, que una vez que tuvieron suficiente dinero, se pusieron de acuerdo en qué iban a hacer con él y decidieron comprar un par de zapatos y dos pares de cal-cetines para dos escuelas: una la “Doctor Madrid” y otra no recuerda cuál, así que cerca de una Navidad fueron a dichas escuelas, pidieron “prestados” a todos los alumnos y se los llevaron a comprarles zapatos a la medida, devolviéndolos después de algunas horas con su caja de

Page 245: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

zapatos y hasta con calcetines de repuesto. Ya en la escuela les espe-raba otra sorpresa, pues en combinación con los maestros y los padres de familia, les tenían preparada una piñata y toda la cosa. Las madres de los muchachos, ni se diga: emocionadas y agradecidísimas, abrazán-dolas, besándolas, llorando.

Luego viene su labor en la Cruz Roja de Torreón, a la que fue in-vitada por Quinita Franco. Siendo presidente de la misma don Jesús de la Cerda Rocha, el 12 de mayo de 1960 le entregó una carta que, en su párrafo principal dice:

Por la presente nos es grato participar a Ud. que en la asam-blea general ordinaria de socios titulares verificada ayer, fue Ud. electa por unanimidad presidente del H. comité de damas y con ello miembro del consejo de esta Delegación.

Esta carta lleva las firmas de Jesús de la Cerda Rocha como presidente y de Manuel Anchondo como secretario. El consejo con quien la señora Livas iba a colaborar no era un consejo cualquiera. Era un señor consejo: Aquí van sus integrantes: presidente: Jesús de la Cerda Rocha; vicepresidente: Antonio Morales Barrera; secretario: Manuel Anchondo; tesorero: Ernesto Franco Armendáriz; presidenta del comité de damas: Elvira G. de Livas; jefe de ambulantes: Francisco Sánchez Ruiz; primer vocal: Virginia Herrera de Franco; segundo vo-cal: Arq. Jerónimo Gómez Robleda; tercer vocal: Dr. Alfonso Garibay Fernández; cuarto vocal: Jorge González Juambelz. La tarea no era fácil y acaso la señora Livas no lo hubiese aceptado si no hubiera sido por el estímulo recibido de parte de su esposo, quien ante su temor de no sentirse a la altura de tanta responsabilidad, siempre le con-testaba que él sabía que sí y que ella debía aceptar que su sentido de responsabilidad, su entrega sin limitaciones, su recarga diaria de energía en el campo de golf, en el que era una acaparadora de trofeos y la pasión que ponía en lo que fuera que estuviera haciendo, garanti-zaban que era capaz de hacer lo que cualquiera otra persona hiciera. “Y así fue como ‘mi amor’ me convenció de que aceptara el cargo que la Cruz Roja me ofrecía y que me entregara en su momento doña Vir-ginia Herrera de Franco, que durante los últimos dieciocho años había ejercido con gran éxito”.

Los sucesos se dejaron venir rápidamente. A un mes escaso de su toma de posesión, se vino la pre-colecta de la Cruz Roja, en la que todos los negocios, los bancos, las industrias de la ciudad eran visitados por las damas de la Cruz Roja; quienes en esta ocasión, particularmen-

Page 246: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

te, hicieron su mejor esfuerzo para que su nueva presidente, la señora Livas, sintiera su lealtad a la institución y el afecto que personalmente le tenían a ella.

Para julio de ese mismo año, los Sembradores de la Amistad, por conducto de su presidente don Manuel González, le hicieron entrega de una flamante ambulancia a la señora Livas, que de esta manera pudo suplir a la que por entonces daba servicio y que teñía dieciocho años de uso diario. Fue por entonces que la escuela de enfermería de la Cruz Roja se integró a la UAC; en la Feria del Algodón de ese año se puso un puesto de pasteles que a diario surtían las damas de la Cruz Roja y otras se encargaban de venderlo en él, sin olvidar mostrar sus alcancías para recibir los óbolos de los visitantes. La colecta de medio año no que haya sido mala, pero la Cruz Roja necesitaba mucho más para atender las necesidades de una ciudad que crecía constantemente. La señora Livas y sus damas se hacían pedazos, visitando posibles donadores, haciendo cenas, bailes, rifas. No faltaba quien enviara a la H. Institución diversos artículos decorativos de sus casas, objetos que de inmediato rifaba y de los cuales obtenía apreciables utilidades cantidades que le servían para ir tirando. Con la colecta de octubre ya le fue mejor y así, adquiriendo experiencia, cada vez su fértil imaginación iba descubriendo nuevas co-sas a través de las cuales podía allegar recursos a la Cruz. Las funciones de teatro, las cenas, eran recursos a los que se recurría frecuentemen-te, la cuestión era no dejar pasar el tiempo sin hacer nada. Las canti-dades recogidas suenan hoy como muy pobres, pero hay que tener en cuenta que en la década de los sesenta, una cena en el casino con el siguiente menú: Macaroni Bulognaise au parmesan/ Poulet a la Sauce Foie Gras/ Salade a la Belle Jardiniere/ Mignardises a la Menthe, no podía co-brarse a más de 25 pesos por persona.

Seis años estuvo la señora Livas en la Cruz Roja, fueron años lle-nos de una actividad constante, durante los cuales demostró lo que es capaz de hacer una mujer cuando decide entregar, envuelto en su ter-nura, lo mejor de sí misma a los demás. En su consejo estuvieron Elsa Ragaz como tesorera; Alicia Villanueva como secretaria y como voca-les, Luz María Besoberto, Lidia Ramírez, Berta L. de Vizcaíno y Josefina Alonso, Esther Gancz.

A los seis años renunció y se retiró, pero persona tan activa no podía permanecer ociosa mucho tiempo. Poco después, reunida con Ventura de Garza González, Alicia Villanueva y Berta Vizcaíno (después serían más), les dijo que venía pensando en la posibilidad de formar un grupo de amigas que estuvieran dispuestas a trabajar para becar a hijos

Page 247: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

estudiosos de campesinos, a los cuales en primer lugar tendrían que ir a localizar por los ejidos. Que no se trataba de becas de autobús, ni de pagarles las tortas al medio día; que ella pensaba seriamente y en grande, así que se trataba de becas totales: pagos de estudio y de ser necesario sostenerlos de todo a todo fuera de la ciudad. Que si ellas le ayudaban en la búsqueda y selección de los aceptables, ella buscaría a los donadores que hicieran posible ese sueño. La búsqueda del nombre les llevó un rato hasta que la señora Livas dijo que a ella se le ocurría po-nerle como nombre “Club de la Llave” y al preguntarle sus amigas por qué, les aclaró que recordaba haber oído en un anuncio de radio una frase, que al parecer era de Salvador Novo, que decía: “Estudia mexica-no, porque estudiar es la llave que abre todas las puertas”. El Club de la Llave se dio a conocer el año de l967. En los primeros veinticinco años había hecho posible que treinta y tantos hijos de campesinos se con-virtieran en profesionistas. “Son mis hijos, dice la Señora Livas”. Hoy son ya cincuenta. Me enseña una fotografía. Si se puede ilustrará esta columna, si no, aparecerá en otra página. La fotografía es de 1983. En ella están la señora Livas y dos favorecidos por dichas becas, gracias a las cuales pudieron estudiar en el Tecnológico de Monterrey y enton-ces cursaban el cuarto semestre de la carrera de ingeniería mecánica y administración. Hoy son profesionistas, como otros son médicos o abogados, arquitectos o ingenieros civiles.

La señora Livas estuvo directamente a cargo del Club de la Llave durante sus primeros veinticinco años. Hoy está al frente la señora Aída de Villarreal, cuyo esposo al conocer aquella organización preguntó: “Bueno y esto, ¿quién lo hizo? A lo que la señora Livas, entre risas y con su proverbial sencillez le contestó: “Pues, yo”.

Y así ha pasado pues sus últimos cincuenta y ocho años, Elvira González de Livas, una regiomontana que a regañadientes se vino por unos días a Torreón y poco a poco se entrañó tanto con él que a diario, a través de sus obras, le ha expresado de tal manera su cariño, que és-tas le convierten en una de Las Nuestras.

Page 248: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jesús González Elizondo*64

Jesús Elizondo representa un tipo de mexicano que cada vez se da menos entre nosotros, acaso por ser más exigente consigo mismo que con los demás; sin que ello quiera decir que no sea amante de una estricta disciplina, de la que es ejemplo cuando trabaja en grupo, sea o no familiar. En una época en la que comenzaban a aparecer los que iban tras fortunas rápidas, él supo mantenerse fiel a sus principios y siguió el único camino que su padre y su abuelo le habían señalado como honorable: el de un trabajo realizado con el mismo entusiasmo y la misma alegría que se juega un deporte, cosa que él ha venido ha-ciendo toda su vida por no menos de doce horas cada día. Nació en Parras de la Fuente, Coahuila, el día 2 de septiembre del año de 1933; de manera que está a unos meses de cumplir sesenta y ocho años que, en verdad, no representa.

Sus padres fueron Guillermo González Peña y Olivia Elizondo Gar-za, él de Saltillo y ella de Monterrey, N.L., quienes le dieron tres herma-nos: José, Cecy y Humberto.

Tendría cinco años aproximadamente cuando ya era rico de un amigo: su vecino Luis Reyes, un poco mayor que él. Vaya usted a saber por qué, por simple y mutuo espíritu de aventura, sin saber qué fue-ra eso, por aburrimiento de hacer siempre lo mismo, por lo que haya sido... un día decidieron sin muchas palabras abandonar los caminos y tomar ese ancho y sin marcas que va a ninguna parte. Caminaron como antes caminarían los frailes, mirando hacia el horizonte como hipno-tizados por él. Así hasta que el sol les ardió en los ojos y el hambre y la sed se hizo sensación viva en su ánimo, a esas horas ya totalmente destruido. Según fue pasando el tiempo en las casas de Jesús y Luis se fueron alarmando porque ninguno de los dos aparecía, hasta que acep-taron que lo único que podía haber pasado es que anduvieran perdidos

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 4 de mayo del 2001.

Page 249: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

fuera de la ciudad, pero, ¿dónde? Con los familiares, los compadres, los vecinos, los amigos, formaron sus padres grupos y ustedes, por favor, busquen por allá y nosotros por acá y cada grupo por diferente rumbo, hasta que los encontraron y ya era tiempo porque el miedo estaba de-rrotándolos. Ni castigo ni nada, que ya tenían bastante con lo que ellos habían padecido y al llegar a sus casas lo que sobraron fueron abrazos y besos de sus respectivas madres. Por supuesto, con ellos no hubo segunda salida ni mucho menos.

Poco después sus padres se cambiarían a Matehuala, S.L.P., don-de Jesús recuerda haber voceado el periódico con la noticia de que Lázaro Cárdenas había sido elegido candidato de su partido o ganado las elecciones, pero algo así. Cursó párvulos, que era algo así como el kinder actual en Matehuala. Sus estudios primarios los hizo en la escue-la Miguel Ramos Arizpe de Saltillo y en la escuela General Treviño de Monterrey. De aquélla guarda los mejores recuerdos de la profesora Consuelo Cardona y de ésta del profesor José Alemán.

A los trece años, apenas terminados los primeros estudios, se vio en la imperiosa necesidad de trabajar, debido a que la salud de su padre sufrió grave deterioro. Fue en los años en que aparecieron los productos sintéticos, entre ellos el nylon, así que padre e hijo decidieron fabricar bolsas y monederos de mano para damas con el nuevo producto. Su pro-ducto resultó ser una verdadera novedad por oportuna. Jesús comenzó a viajar por los Estados de Durango, Zacatecas y Coahuila, lo que nece-sariamente lo tenía que traer a Torreón. Hizo el recorrido de los otros estados en primer lugar. Viajaba en camión, llevando en cajas de cartón la mercancía que vendía de contado en las tiendas de menudeo de cada lugar, cobrando de contado y en efectivo. Andaba por los catorce años cuando esto sucedía y no dejaba de causar sorpresa a los hoteleros y a las meseras de los restaurantes cuando un muchacho de esa edad llegaba a registrarse para hospedarse, o bien ordenaba lo que quería y comía solo; sin embargo, con ello y con su sentido de responsabilidad hacia su traba-jo, demostraba a los suyos ser ya todo un hombre confiable.

Al regresar de ese primer viaje y habiendo salido todo bien, pla-nearon su visita a Torreón. Ésta era una ciudad que, para entonces, so-naba por todas partes, pero sólo quienes vieron aquel auge y lo vivieron tienen idea de lo que fue y de lo que su gente era. Jesús y don Guillermo —su padre— decidieron que viniera por quince días, que si en ese tiem-po no vendía lo que traía de mercancía, no esperara más y volviera a Monterrey. La fecha fijada fue la del 28 de agosto de 1947. En ella Jesús vio por primera vez a la que acabaría por ser su ciudad, la sintió y sintió

Page 250: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo acogedor de sus habitantes y la fecha se le hizo inolvidable, además, porque como buen taurino recuerda que es la misma en que Manolete perdió en Linares, España, la vida en los cuernos de un toro de Miura. Los primeros días fueron duros, según recuerda. El comercio era dife-rente al de las otras ciudades que había visitado, pero una vez que se dio cuenta de cuáles sí y cuáles no podían ser sus clientes, las ventas se fueron realizando con naturalidad y, lo mejor, a ganar muy buen dinero. Total que, a partir de aquella experiencia decidieron vivir aquí.

Lo de las bolsas y monederos fue un negocio que durante cua-tro o cinco años les generó buenas utilidades, durante los cuales Jesús aprovechó para estudiar comercio en la academia nocturna de la pro-fesora Arcadia Castruita y su sed de aprender lo llevó con el tiempo a convertirse en un tenaz y verdadero autodidacta.

Por el año de 1952 montó el primer negocio de serigrafía que exis-tió en La Laguna por varios años, donde además de producir artículos diversos enseñó este arte u oficio a muchos jóvenes de entonces y que hoy tienen sus propios negocios, tanto aquí como en otras ciudades. Jesús aprendió este oficio de su tío Fernando Elizondo, quien lo había aprendido en Estados Unidos y fue el primer serigrafista en México, siendo, pues, Jesús el segundo. En la actualidad existen miles en la re-pública lo mismo que en Centro y Sur América que de alguna manera pudieron ser, gracias a las enseñanzas de estos norteños, precursores de la serigrafía en Latinoamérica.

Por cierto, el padre de Fernando Elizondo, don Librado, tuvo en Saltillo una fábrica de galletas denominada “La Victoria” y estaba ya casi listo para abrir otra en Gómez Palacio, cuando le sorprendió la muerte. Su esposa Carlota Garza no estaba enterada de esto último, ni preparada para administrar la de Saltillo, así que los planes no llegaron a realizarse y la de Saltillo acabó cerrándose. Fernando se fue a Detroit, donde trabajó en la fábrica Ford durante quince años, después de los cuales regresó con lo de la serigrafía, como se ha dicho. Otro de los Elizondo, Roberto, hermano de Fernando, vendió en La Laguna la mayor parte de los noga-les “cáscara de papel” que tan bien se han adaptado a esta región.

Volviendo con Jesús y su taller de serigrafía, inquieto como es, siempre estaba pensando en ideas para ella y en una ocasión viendo un velo de misa se le prendió el foco, como suele decirse. Imprimió en ellos unos rosales que en la transparencia de los velos se veían muy hermo-sos y como aéreos y los vendían como pan caliente según suele decirse, en las iglesias a la entrada o salida de misa.

Page 251: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En el año de 1954 Jesús regresó a Parras. Allí el ingeniero Alfon-so Cárdenas y el “Choto” Arizpe lo invitaron a pertenecer a la Cámara Junior y tiempos después los tres fundaron los desayunos escolares en aquella ciudad: mismos que estuvieron proporcionando allá durante varios años, hasta que el gobierno de López Mateos solicitó hacerse cargo de ellos y los gobiernos siguientes lo han seguido haciendo has-ta la fecha. Respecto a los desayunos escolares parrenses, constante-mente tenían que organizar festivales para sacar algún dinero con qué costearlos y en cierta ocasión en la que precisamente organizaban uno de esos festivales, coincidiendo que el General Madero, Gobernador del Estado, había ido a descansar unos días en aquella ciudad, fueron a pedirle que la Recaudación de Rentas no les cobrara los impuestos, para que así les quedara a ellos algo más para los desayunos. El Gene-ral les contestó que no lo podía hacer porque sentaría un precedente; que lo sentía mucho, pero al ver la desilusión en el rostro de Jesús, de Alfonso y “El Choto”, añadió: así que, no puedo hacer eso, pero sí pue-do darles esto y esto y tantas más cuantas cajas de leche en polvo... todo lo cual representaba, en pesos y centavos, diez o veinte veces más de lo que podía llegar a ser el importe del impuesto que habían solicitado. ¡Cosas de gobernantes!

Ese mismo año regresó a Torreón, iniciando el negocio “Persia-nas Princesa” el cual hasta la fecha funciona a manos del personal —que fueran sus empleados y de los hijos de ellos— a quienes lo legó Jesús al dedicarse a otras actividades comerciales.

En octubre de 1962 se casó con la señorita Tina Cosío Martínez, con quien ha formado una familia de 3 hijos varones: Jesús, Héctor Manuel y Carlos.

Jesús había proyectado contraer matrimonio cuando ya hubiera alcanzado una situación económica suficientemente estable y así era la situación cuando planeó su boda con quien hoy es su esposa; pero en esos días se le presentó la oportunidad de un magnífico negocio que le dejaría buenas utilidades, pero que le exigía recurrir a todo lo que tenía para poder hacerle frente. Puso en la balanza los sí y los no y se decidió por lo primero. En lo que no había pensado fue en que pudieran no pa-garle al terminar su trabajo, como sucedió, lo que le hizo pasar algunos aprietos durante seis meses, hasta lograr el cobro. Si hemos de creer en las supersticiones, esto es aquello de que todos los matrimonios tienen su “noviciado”, que en unos es de enfermedades, que son los peores y otros son de apreturas económicas, que después se cuentan con satis-facción, pues siempre se logra salir de ellos con bien.

Page 252: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En 1964 abrió una serie de negocios distribuidos en Torreón, Gó-mez Palacio y Lerdo bajo el nombre de “Hamburguesas Oly”, primer negocio de ese tipo que hubo en la comarca y que constituyó un verda-dero y gran éxito; fue el que cambió el paladar de muchos laguneros y abrió el camino para muchos negocios de su tipo que vinieron después; pero ya dicen que el que pega primero pega mejor y Jesús fue ese hom-bre en el campo de las hamburguesas.

En aquel entonces Jesús buscaba constantemente algo nuevo que hacer primero en lo que fuera. Así llegó a los pollos rostizados. Los suyos los bautizó como “Pollos Tico”, para los que creó un lema muy breve y sugerente: “¡mmm, qué rico!” Por dicho lema llegaron a ser muy conocidos y pronto se convirtieron en una cadena de siete eslabones. Como se ha visto, hasta aquí Jesús había tenido el tino de buscar negocios que no pretendían ser definitivos, que llevaban el éxi-to asegurado por no tener competencia, pero que, al mismo tiempo, exigían mucha supervisión personal de parte de él, lo que hacía, por ser consciente de que ser el único lo comprometía consigo mismo a significarse por la calidad de los productos que ofrecía a su público.

Así y todo, había llegado el momento de buscar un negocio para siempre, un negocio al que pudiera dedicar el resto de su vida o, al me-nos, hasta que llegara el momento de retirarse a gozar de aquello que con su larga y tenaz laboriosidad había logrado. Fue entonces cuando entró al campo de la ferretería. A ella se entregó por completo, con esa pasión de la que son capaces sólo los hombres que como él se han hecho a sí mismos, no por suerte, sino porque han sabido aprovechar totalmen-te cualquier día de buena suerte que ha llegado a sus vidas, pero que no han tenido mucho tiempo para pensar en ella por lo ocupados que han estado trabajando doce horas diarias creándola, mientras tanto.

Su negocio ferretero lo fundó en 1967 y, como siempre, fue la primera en el oriente de la ciudad, cuando en la calle en donde está ape-nas si había comercio. Hoy, después de treinta y cinco años de entrega a esa actividad y después de un grave accidente automovilístico que sufriera y del que saliera con bien, piensa que ha llegado el momento de retirarse y se prepara para hacerlo; posiblemente para dedicar su tiempo a la pintura, arte por el que ha sentido inclinación toda su vida y piensa que ésta es su gran oportunidad para intentarlo.

Jesús González Elizondo con sus cincuenta y cuatro años de labo-riosidad constante en esta ciudad se ha ganado a pulso el llegar a ser uno de Los Nuestros.

Page 253: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rubén González Jiménez*65

Cada día hay menos cosas en qué creer. Entre esas pocas destaca el destino, que por más que en ocasiones parezca equivocarse, acaba siempre cumpliéndose; la entrega al trabajo —aunque sea para otros— si se toma como aprendizaje, es la otra. Rubén González Jiménez es uno de ésos que, al principio parecía que no, pero, aquí está. Lo que quiere decir que sí.

Sus abuelos fueron gente de haciendas por el bajío, según entien-do. De haber seguido las cosas como iban, Rubén hubiera sido todo o cualquiera otra cosa, menos lagunero; pero en aquellos tiempos, tiem-pos de los cristeros, las circunstancias cambiaron y sus abuelos, que las veían venir feas, para que no las viera tan de cerca el hijo, J. Guadalupe González Hermosillo, con el cuento de que fuera a estudiar inglés y al-gunas otras cosas prácticas para la vida, lo mandaron a California. Total que lo que iba a ser unos meses, se alargó por años. En el ínter, en la ciu-dad de Los Ángeles —que por entonces era más que nada la aspiración de ochenta pueblos que buscaban formar una ciudad— conoció a una hermosa jovencita llamada María de Jesús Jiménez, con la que acabaría casándose. Ellos fueron, pues, los padres de Rubén, quien nació el 3 de diciembre de 1928 en San Pedro, California.

El destino de Rubén parecía deslizarse sin problemas para desa-rrollarse en aquel escenario: todo aquello le era familiar, no conocía otra cosa y comenzaba a ir a la escuela infantil; a esa edad era ya bilin-güe. Pero —el pero del destino— de pronto a su padre, que tenía años trabajando en un astillero, le comenzaron a insinuar que sería bueno que se nacionalizara y cuando vieron que la idea no le entusiasmaba (como a uno de sus hermanos, tío de Rubén, por ejemplo, que sí lo hizo, le añadieron que sería bueno para la conservación de su trabajo, o sea lo de ahora: “Conmigo o contra mí”). Eso sulfuró al papá de Rubén lo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón en el año del 2001.

Page 254: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

suficiente para decidir dejar aquello, así que en 1934 se vinieron a La Laguna. La escogieron porque en San Pedro de las Colonias tenía unos tíos por parte de madre, Miguel y Antonio Jiménez, con un buen ne-gocio en San Pedro y bodegas en Chávez desde donde distribuían sus productos a toda la comarca. Con ellos comenzaron. Su residencia la fijaron en Torreón por la calle Bravo, a la altura del Bosque, en virtud de que aquí Rubén podía recibir una mejor educación. En la escuela Apo-lonio M. Avilés, que estaba cerca del Hospital Civil, cursó su educación primaria del primero al quinto año, terminándola haciendo el sexto en la escuela Vicente Guerrero, ubicada en terreno de la Alameda Zarago-za. La secundaria la hizo en el Colegio Jalisco, que estaba por la calle Leandro Valle y la vocacional fue a hacerla a la Ciudad de México, para inscribirse posteriormente en el Politécnico y seguir la carrera de Inge-niero Electricista. Como estudiante, según él mismo dice, fue siempre “tranquilo”. Acaso ello haya sido la causa para que no le atrajera mucho la idea de quedarse en la capital cuando decidió volver a Torreón poco antes de terminar su carrera, cosa que ocurrió en 1950, cuando él tenía 22 años de edad.

Total que apenas llegar y poco después ya estaban buscándolo de parte de Carlos Iza Marcos y Elías Murra. Quién sabe qué tiene lo bueno que no se puede ocultar. La cuestión es que localizado, el últi-mo le dijo que ellos necesitaban un técnico de televisión que no andu-viera adivinando la causa de las fallas de los aparatos; que sabían que él era un electricista de carrera y lo necesitaban de tiempo completo. En resumen, Rubén defendía su libertad, don Elías insistía y hacía cada vez más atractiva su oferta. Terminaron en que el compromiso sería por un año, al final del cual Rubén les dejaría. Ambos, de buena fe, estuvieron de acuerdo. Rubén comenzó como Gerente del Departa-mento de Electrónica. Constantemente, por cuenta de la compañía, iba a México y Estados Unidos a tomar cursos de especialización para mantenerse al día en los constantes cambios y avances de la electró-nica. Al paso del tiempo iba adquiriendo mayores responsabilidades, pero también una mayor autoridad y libertad para ejercer aquéllas. Esto en ocasiones creaba confusiones, como aquella vez en que un competidor se quejó con don Juan de que Rubén para ganar una venta vendía a menos del precio de fábrica, cosa que no era cierta, porque el precio de compra era mayor para el competidor. En fin, cosas del comercio. Otra anécdota, de los cientos que de aquella relación tiene, es la de cuando le fue a pedir un aumento a don Juan, cuya contesta-ción le aplazó tres días, al vencimiento de cuyo plazo le dijo que no. Al salir de aquella oficina se fue a la de don Elías y sin decirle nada de lo anterior se lo solicitó a él, pero por lo doble. Don Elías le pidió tres días

Page 255: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

para contestarle en los que hablaría con Juan, según le dijo. Cuando venció el plazo, Rubén fue a ver qué le había resuelto. Don Elías le dijo que por qué no le había dicho que ya le había solicitado el aumento a don Juan y que por qué a él se lo había hecho por lo doble; que no se lo podían dar, que siguiera cobrando lo que tenía en nómina y que él en lo personal, le completaría el resto. Lo curioso del caso es que ninguno de los dos se volvió a acordar del año de plazo que habían acordado y no fue sino hasta dieciocho años después cuando, con pesar de ambas partes, se separaron con un abrazo para que Rubén pudiera dar tiem-po a negocios propios que con apoyo de su esposa había iniciado y ya reclamaban su presencia.

Transcurría el año de 1968. Tenía 40 años de edad. Al recordar todos esos años, la emoción le humedece los ojos; dice estar muy agra-decido a don Elías por la confianza que le dispensó desde el primer mo-mento, por todo lo que aprendió a su lado, por la finura de su trato y para cortar su emoción bromea: “¡ya hasta estaba aprendiendo árabe de tanto oír platicar a sus paisanos; ya les entendía y en alguna ocasión alguno me pregunto que si era paisano!”.

En cierta ocasión el Departamento de Fotograbado de “El Siglo de Torreón”, tuvo un problema con una de sus máquinas y no encon-traban quién se las arreglara. Entonces Salvador García se acordó que Rafael González, que colaboraba con “El Siglo de Torreón” dándole descanso al fotograbador, tenía un hermano que sabía mucho de eso y le pidió que lo llamara, pero era de noche y no se sabía dónde estaba. Entonces, tanto por radio como por televisión, le estuvieron pidiendo que se presentara en “El Siglo de Torreón”. Él creía que algo le pasaría a su hermano, pero al enterarse para qué lo habían llamado con tanta urgencia, como que le parecía increíble y se negaba a ver siquiera los aparatos. Comenzó a decirles que él no sabía nada de ellos, pero cuan-do le contestaron que si había hecho la carrera tenía que saberlo, como que lo acorralaron y, de una manera u otra, pidiendo los manuales y la presencia del operador, en un santiamén compuso aquello.

Don Jorge González le dijo que tenían mucho interés en ver la ma-nera de que colaborara con ellos. Rubén les dijo que trabajaba de tiempo completo, que no podía. El señor González insistió en que platicara con ellos. Así se despidieron. Varios días —acaso semanas— transcurrieron sin que Rubén se acordara de aquello, cuando un día pasando por allí salía don Jorge y al verlo de inmediato le reclamó que por qué no había ido a platicar con ellos. Casi tuvieron una discusión, cuando apareció don Antonio (de esta manera se conocieron ambos, don Antonio y Rubén)

Page 256: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y enterado de lo que se trataba, le comentó el interés que tenía en que colaborara con ellos; que ellos creían que era la persona indicada para darles ese servicio, que de momento sólo contaban con una persona que acudía a su llamado cuando lo necesitaban al que pagaban una iguala de trescientos pesos mensuales, pero que estaban convencidos de que necesitaban de una mayor atención y que les gustaría saber su proposi-ción para darles un servicio mejor. Rubén le dijo a don Antonio que les cobraría lo mismo, pero por cada aparato, que eran siete. Agregando que iría cada noche para evitar sorpresas. Quedaron de acuerdo y, desde entonces, entre ambos nació un afecto que fue creciendo con el paso del tiempo, lleno de grandes y pequeños detalles de parte de don Antonio. Por ejemplo: asistió a la colocación de la primera piedra del edificio que Rubén levantaría en la zona industrial para su negocio Industria Electró-nica de La Laguna, S. A., en momentos en que él pensaba en cuándo po-dría colocar la segunda y días después, por indicaciones del propio don Antonio, recibía la visita personal del señor Luna, funcionario del Banco Comercial Mexicano, para preguntarle cuánto necesitaba para la obra.

Y así muchos detalles con los que don Antonio le daba muestras de su estimación y su confianza, mismos que Rubén correspondía cuidando del equipo electrónico del periódico y servicios personales que estaban a su alcance. En una ocasión, don Antonio le pidió que fuera a Monterrey a dar un servicio a un diario de allá. Era de noche, Rubén había ido a recibir con su esposa a unos familiares que hacía tiempo no veía, pero como te-nía recado de que don Antonio deseaba verlo, les pidió que lo dejaran en el periódico. Al saber que Don Antonio quería que saliera cuanto antes, les pidió un carro y le prestaron el de don Jorge. Así que allí avisó a su señora que salía a Monterrey, lo que hizo nomás colgando el teléfono. Para esto es bueno que se sepa que uno de los pasatiempos de Rubén era correr carros de carrera. Así manejó esa noche. Llegó al diario regio-montano, arregló lo que estaba descompuesto y se regresó como fue. Ya casi para llegar, dos autos chocaron y le estrellaron el parabrisas del auto que él traía. Al llegar dejó el carro en “El Siglo de Torreón”. Al día siguiente don Antonio, se asombró de que hubiera ido y vuelto la misma noche; pensaba que se dormiría allá, le dijo: “servicios a ese precio no me gustan, no los quiero. No lo vuelva a hacer”.

Don Antonio es para Rubén, su personaje inolvidable. Se le anu-da la garganta platicando estas cosas. “Un señor, un gran señor, el mejor que yo haya conocido”. Pero, como todo lo que tiene principio, tiene fin, un día hubo de hablar con don Antonio para decirle que tenía que dejar de darle servicio. Tras el intento de detenerlo, don Antonio comprendió que no podía ser, que de haber una posibilidad

Page 257: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rubén la hubiera aprovechado. Al despedirse Rubén intentó devol-verle la credencial que don Antonio le había dado hacía años: éste le dijo que la dejara, que nunca dejaría de ser “siglero”. Y así es, según la emoción con que habla ahora de aquel entonces. Días después le enviaría un búho, símbolo de “El Siglo de Torreón”, que Rubén luce en su oficina.

Mientras todo esto ocurría, contrajo matrimonio con la gomezpa-latina Dora Alicia Lara, con quien tuvo dos hijos, la licenciada Dora Alicia González Lara y el ingeniero Javier González Lara (quien, por cierto, es un trabajador infatigable y cada vez más va tomando las riendas de lo industrial). Los otros negocios de la familia son la Distribuidora Electró-nica, S. A., que manejan su esposa y su hija y la Inmobiliaria Delsa.

Su negocio comercial fue el que lo hizo pensar en la industria. Sucedió que en su comercio vendía mucho unas mesitas tubulares creadas para los televisores, porque con ellas se podían trasladar fá-cilmente aquellos de un lado a otro; pero el fabricante, que no tenía competencia, tardaba más cada día en entregar los pedidos. Rubén se desesperaba porque contaba las veces que tenía que decir a sus clien-tes que no los tenía. Fue y le dijo al fabricante que si no le surtía mejor, él se convertiría en su competidor. Aquél se le rió en el bigote, porque Rubén no usa barbas y aquél no sólo lo usa desde siempre sino que, también desde siempre se lo pinta. Pero, el que ríe al último ríe mejor y, Rubén al poco tiempo estaba no sólo surtiéndose a sí mismo, sino también a muchos de los clientes del fabricante que no le creyó. No le fue fácil hacer las primeras. Las hizo casi a mano y cuando había que doblar algo, hacerlo le costaba Dios y su alma. Hoy que ve su fábrica haciendo docenas de cosas con máquinas diferentes —la mayor parte hechas por él mismo— para surtir pedidos de toda la República y aún del extranjero, aquello que platica parece imposible.

Y la pintura. Para probar que la de sus muebles que la requieren no se descarapela, toma un martillo y les da de golpes. Efectivamente, fuera de las abolladuras del metal, la pintura queda como si nada. Su pasatiem-po durante casi toda su vida ha sido particularmente el beisbol. En su momento le gustó el basket, pero los equipos “Torreón”, le dijeron que nones, que se olvidara de encestar, que por allí no tenía porvenir.

En otros campos, ha sido presidente del Club de Leones, del Club de Industriales, fue socio del Pa—Pro y... en fin, es uno de Los Nuestros.

Page 258: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Celso Gonzáles Reyes*66

No se dan en macetas, claro que no se dan en macetas. Entre nosotros “los hombres que se hacen a sí mismos” son producto de una vida fa-miliar intensa donde el padre que la conforma, tiene otras responsabi-lidades, la misión de transmitir una rica tabla de valores heredadas de sus mayores y es sinceramente respetado por su compañera y sus hijos.

Esos valores hacen posible la conquista de mejores estratos eco-

nómicos sin menoscabar la dignidad del prójimo y menos aplastarlo; son producto de esto o de la dramática pérdida de bienestar que enfrenta a un niño e incluso a un adolescente al espectáculo hiriente de la pobreza, visión que recordará siempre y le servirá toda su vida para no dejarse tra-gar por ella. En ambos casos serán capaces de llegar al éxito económico sin perder amabilidad, sin dejar de ser buenas personas.

En nuestra ciudad uno de esos hombres que se hizo “a sí mismo”

fue Celso González Reyes, Don Celso como en vida le llamó todo mundo. Su nombre es latino y significa: “el que es o corresponde a las alturas”.

Nació en Monterrey, Nuevo Leó. A la Laguna llegó muy pequeño, a los treinta días de nacido. Fue entonces cuando sus padres, por avata-res de sus propias circunstancias, decidieron abandonar aquella ciudad y venir a vivir en Ciudad Lerdo, lugar en el que poco tiempo después moriría su señor padre, Luis Carlos Reyes Salinas, haciéndose cargo desde entonces de la familia su señora madre doña Matilde Gonzáles de Reyes y quien poco tiempo después se cambiaría a la ciudad de Gó-mez Palacio hasta decidir venir a vivir definitivamente a Torreón.

Para esos tiempos el pequeño Celso andaría por los seis años de edad y por ser la más próxima a su casa, que estaba a la altura de los números 600 de la avenida Matamoros, doña Matilde, su madre,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 20 de noviembre de 1998.

Page 259: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo inscribió en la escuela El Centenario, semillero fecundo de hombres que con sólo lo que en ella se enseñaba en aquellos años, llegaron a triunfar en la vida.

A los nueve años de edad, cuando cursaba tercero de primaria, el niño Celso demostró que sería hombre de carácter, de decisiones, de un gran sentido de responsabilidad y muy laborioso; en las horas libres que le dejaban sus estudios durante el día, así como en los días en los que no concurría la escuela, comenzó a vender dulces en las calles de la ciudad que descubría concurridas por el público.

Años después, por ahí de los doce o trece años comenzaría a tra-bajar en la casa Lozano, de la que pasaría después a la casa Dingler, cuyos dueños de una y de otra, coincidentemente se llamaban ambos Francisco; Francisco Lozano y Francisco Dingler.

En la casa Dingler hizo su primer contacto con los ramos de pape-lería y de fotografía, que sería a los que se dedicaría el resto de su vida, confiando a ellos su porvenir.

Desde que comenzó a ganar su propio dinero invirtió en su edu-cación pagándose cursos de contabilidad y de inglés. Este último lo estudiaba con muy grande interés, de manera que pronto llegó a do-minarlo, hablándolo con deleite tal que se diría que lo saboreaba al ha-cerlo. Más tarde sería de gran ayuda en sus relaciones con algunos de sus proveedores y representados.

La crisis de los 20 lo dejó sin trabajo pero no se amilanó, reparó plumas fuentes de las marcas que comenzaban a aparecer: Wearever, Parker, Sheaffer, Esterbrook y otras.

Habilitó en lo que hasta entonces había sido la sala de su casa un despacho de papelería para cuyo negocio le favorecía el estar cer-ca de las escuelas Alfonso Rodríguez, Centenario y Benito Juárez. Sin embargo, no se confiaba a ello y salía a vender y a levantar pedidos a las oficinas de la ciudad, incluyendo trabajos de imprenta que manda-ba maquilar, pues su capital no le permitía por entonces la adquisición de impresoras.

La constancia de su trabajo pronto le fue dando respuesta, gra-cias a lo cual pudo contraer matrimonio en 1934 con la señorita Ange-lina García Plaza, con quien tuvo cuatro hijos: María Antonieta, Luis Carlos, Celso y Federico.

Page 260: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Para entonces ya había abierto su propio negocio con el nombre que desde entonces es conocido en toda la ciudad y fuera de ella: “Re-yes G”, inaugurado en 1932 y creciendo constantemente, hasta llegar a ser lo que ahora vemos y sabemos.

En su oportunidad asoció a sus hijos Luis Carlos y Celso, exten-diendo sus negocios a Durango, Saltillo y Chihuahua.

En 1942 protestó como rotario, Club al que sirvió y a través de él a nuestra comunidad con una gran lealtad, capacidad y entrega de todo su tiempo libre. En él varias veces fue objeto de honores por su desta-cado espíritu de servicio.

Fallecido el 27 de diciembre de 1985, Celso Reyes González, don Celso, hombre que se hizo a sí mismo es, sin duda alguna, uno de Los Nuestros.

Page 261: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Santiago Gómez Galnares*67

Ser, como decía ser Antonio Machado “en el buen sentido de la pala-bra, bueno”, no es cosa fácil. No se nace ni bueno ni malo, se llega a ser lo uno o lo otro trabajándose a sí mismo, por propia convicción. ¿Es que hubo hombres en el pasado que hoy están en los altares ha-biendo sido de jóvenes la piel de Judas o poco menos? Entonces, sin llegar a tales extremos que son casi destinos, don Santiago, como en esta ciudad conoce casi todo mundo a Santiago Gómez Galnares, ha sido desde muy joven un hombre bueno. Y digo que desde muy joven porque, ¡vamos!, de niño, como la mayoría de ellos, tuvo sus asegunes y si no, que se lo pregunten a aquel Teo, muchacho de su edad y con-discípulo de primaria, que era el que pagaba todas las travesuras del Chago de entonces. Y es que el profesor de ambos era un despistado y nunca se daba cuenta de quién hacía las travesuras que demandaban castigo. Cuando sucedían, provocando las risas de los estudiantes y él preguntaba quién había sido, el primero en señalar al condiscípulo era su compañero Chago, “y palos a Teo” como años más tarde ya adultos y hasta casados, contaba, entre risas de ambos y de sus respectivas esposas, su pobre víctima.

Pero todos los niños traviesos viven un día en que se paran en seco dándose cuenta de que no todas sus travesuras son buenas y me-nos aquéllas por las que otro tiene que pagar, como sea. Ese día reciben, como San Pablo, —toda proporción guardada— una especie de deslum-bramiento que, paradójicamente, les hace ver con claridad meridiana que andan mal de rumbo y a partir de entonces toman decididamente por el otro camino, el de la bondad. Y en él se quedan para siempre.

Un 15 de marzo, del año de 1920 (Piscis, por supuesto) Santiago Gó-mez Galnares, nació en Luriezo, Santander; siendo sus padres Santiago Gómez y Florentina Galnares, quienes procrearon nueve hijos: Francisco,

* Semblanza publicaa en El Siglo de Torreón el 30 de abril de 1999.

Page 262: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Faustino, Mercedes, Emilio, Aurora, Antonio, Honorina, Sara y Santiago. Este último no alcanzó a conocer a su padre, pues le murió cuando ape-nas tenía dos años y medio de edad. La madre, ¡benditas sean todas!, se vio y se deseó, para sacar a aquel familión tan chico en edades. Se pegó a sus lazos de tierra y, con lo poco que podían ayudarle los mayorcitos, lo hizo producir lo necesario para ir tirando mientras crecían e iban a la escuela primaria, que era lo único que había en el pueblo.

Dios aprieta, pero no ahorca, suele decirse y dio la casualidad que Francisco Galnares, tío por parte de madre, de los Gómez Galnares, ha-cía tiempo que había venido como suele decirse, a hacer la América. Y a hacerla aquí en La Laguna. Esto de hacer la América tiene dos senti-dos pero, por lo regular sólo se usa y se le entiende por el de venir a ella para hacer una fortuna que, por otra parte, no todos consiguen. Es bueno aclarar y aceptar que también vienen a hacerla a ella, o cuando menos a contribuir con su trabajo, a mejorar el sitio a donde llegan. Hagámonos todos esta pregunta: ¿esta región sería la que llegó a ser si todos los que a ella llegaron, independientemente de las nacionalida-des: los españoles, los árabes, los chinos, los ingleses, los franceses, los alemanes, los norteamericanos, los hebreos y otros hubieran venido sólo para ganar un sueldo y no hubiesen sido lo emprendedores que fueron, trabajando de sol a sol; particularmente los que trabajaron la tierra, ahorrando hasta el último centavo que podían y no viniendo a las tentaciones de la ciudad sino cada venida de obispo, como se decía cuando no se solía vivieran estos entre nosotros, como ahora?

El tío Francisco, pues, se había radicado entre nosotros y trabajan-do por años como hemos dicho, logró adquirir el rancho Montecarlo. Y era un contacto que ya quisieran los que tienen que abandonar su tierra para salir a otras totalmente desconocidas en pos de su destino, que tener en ellas un conocido, uno solo. Esa fue la suerte de los Gómez Galnares, tenerlo y hasta tío. Así fueron llegando Francisco, Faustino y Florentino.

Cuando don Santiago pudo haber venido se le atravesó el servi-cio militar y la guerra española, que fue peor porque no lo soltaron a los tres años, sino que en filas estuvo seis, la tercera parte de ellos en Marruecos, en Melilla.

A la Laguna llegó, pues, en 1945, a los veinticinco de edad; para trabajar de la forma que se ha dicho, con su hermano Faustino, que para entonces ya estaba bien establecido. No obstante todo eso, allá por 1949 conoció a ese polvorín, ese movimiento perpetuo, esa fuente de alegría que era Delia Martín Borque, con quien bailó lo que tenían

Page 263: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que bailar en las Romerías de Covadonga y en el Campestre Lagunero con la música de Cuco Mesta y algunos más. Decidieron casarse en 1952.

Mientras seguía trabajando de sol a sol iban formando una fami-lia, todos con el mismo “defecto” de ser muy trabajadores: María Dolo-res, Luz María, Santiago, José Luis, Javier, Juan Ignacio y Alejandro, en la que hay de todo: enfermeras, veterinarios, contadores, arquitectos e ingenieros y, por supuesto, agricultores y ganaderos.

A su debido tiempo don Santiago compró “Las Palmas” por “La Torreña”, donde sembró algodón. Pero antes de eso, un día del año 61 —dieciséis después de haber llegado y no hacer más que trabajar y for-mar una familia— levantó los ojos de la tierra, los elevó al cielo y pensó que en todos ellos no había tenido tiempo de volver a ir a Santander y menos a Luriezo, su pequeño pueblo; lo que quería decir que durante ellos, tampoco había vuelto a ver a su madre, aunque se escribieran o le hablara por teléfono y menos abrazarla ni darle un beso en la frente. Lo comentó con Delia, hicieron las maletas y vámonos. Desde entonces, al-guna vez si acaso faltaría un año a la cita, hasta el año 72 en el que doña Florentina Galnares de Gómez murió en el mes de diciembre, estando con ella don Santiago.

Volviendo a “Las Palmas”, el año 71 dejó de sembrar en él para convertirlo en establo. Luego compró “El Cordizo”, en el que sembró maíz y alfalfa. El dinero era bueno qué duda cabe. Delia y él han viajado mucho, no sólo por toda España, por Italia, Francia, Alemania, Inglate-rra, Dinamarca... qué sé yo; pero la verdadera pasión ha sido en ambos el trabajo, tan es así que no faltó ocasión en que una noche se dijeran: ¿vamos al cine? Y a él se fueron. Llegaron. Don Santiago se dirigió a ella. Se llevó la mano a la bolsa y no traía ni un peso. No se sorprendió de ello y con naturalidad le dijo a Delia: “no traigo dinero compra tú los boletos”, contestando ella, después de abrir su bolso de mano: “Tam-poco yo traigo”. Y se volvieron a casa como si nada.

Fue Presidente del Parque España durante los años 93 y 94, ella hace años que trabaja como voluntaria en beneficio de la Casa de la Madre Lola. Como buen trabajador de toda la vida, come con un ape-tito que da gusto verlo y conserva una forma que ya quisieran los que corren a diario o hacen mil dietas. Hoy, lamentablemente su salud se ha venido a menos. Ha sido siempre un hombre bueno, cosa no fácil.

Y desde que llegó a La Laguna, a diario se ha ganado el derecho de ser uno de Los Nuestros.

Page 264: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Grageda Horné*68

A final de cuentas, no importa dónde nazcas, como tu destino tiene que cumplirse, si a su debido tiempo no te encuentra donde debes de estar, él se encarga de localizarte y atraerte a donde ya te espera. José Grageda Horné nació en San Luis Potosí, el 6 de mayo de 1907.

Durante los siguientes nueve años se produjeron en su entorno fa-miliar una serie de cosas tan pequeñas que nadie se dio cuenta de ellas y acaso el propio interesado jamás las haya considerado, pero que conduje-ron a sus mayores a la determinación de resolver, un día, establecerse en ese sitio tan mentado a principios de este siglo, llamado “La Laguna”…

José Grageda llegó a Torreón en 1916, a la edad de nueve años, con una manera de caminar muy particular, como de marinero —que a lo mejor lo habrá sido alguno de sus antecesores, vaya usted a saber— que lo llevaba a balancear a un lado y a otro el cuerpo según caminaba, cosa que no pasó desapercibida por sus condiscípulos, quienes acabaron apodándolo el “péndulo”. A estos los encontró en el “Colegio Modelo”, en el que fue matriculado por sus padres. Entre ellos estaban Fernando Zertuche, Crescencio López, Marcelo Villanueva, Guillermo Diemke y Ce-cilio Secunza Senior, que fueron sus amigos de toda la vida.

Tanto pertenecía José Grageda a La Laguna, que según crecía se iba apropiando más y más de las mejores virtudes de los laguneros, en-tre ellas la del amor al trabajo. En este aspecto, no hay medias tintas. El trabajo es como la honradez, no se puede ser honrado a medias, tam-poco se puede trabajar a medias: se trabaja o no se trabaja, como se es honrado o no se es.

En el “Colegio Modelo” estudió desde el tercero hasta el sexto año de primaria. Al terminarla, a los trece años, José Grageda se dedicó

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de noviembre del 2000.

Page 265: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

a buscar trabajo. Lo encontró en la Compañía de Motores, a cuyo frente estaba Jorge Mebius, de origen alemán. Allí le enseñaron lo elemental que debe saber todo empleado y lo básico de aquel negocio en parti-cular, de tal manera que pronto estuvo listo para estrenarse visitando las rancherías y ofreciendo motores. Este negocio fue parte muy im-portante de su destino y al que estuvo ligado de alguna manera desde 1919 hasta casi el día de su muerte, ocurrida el 9 de noviembre de 1981.

Por haberse puesto desde el primer día la camiseta de esa em-presa, por su lealtad a ella, por su seriedad y la personalidad que fue desarrollando, pronto se captó la confianza de los socios de la misma, entre los que estaban Otto Schott y Guillermo Diemke (quien por cierto murió hace tres años en esta ciudad en la casa que habitara siempre en avenida Hidalgo y calle Juan Pablos).

A fines de 1945 volvió José Grageda a San Luis Potosí con mo-tivo de la boda de un familiar y durante el baile sacó a bailar a una hermosa jovencita, repitió y súbitamente le preguntó si ella se casaría con un viejo como él (tenía entonces 39 años). Ella, con toda seriedad le contestó que sí, agregando que cuándo; de la misma manera, José Grageda le dijo que en cuanto volviera de un viaje que tenía que ha-cer a Monterrey. Y en eso quedaron. Efectivamente, José Grageda fue a Monterrey, pero no porque antes de aquella plática tuviera ningún negocio por allá, sino porque a partir de entonces era indispensable terminar con una novia que tenía, porque, lo que sea hay que ser un caballero hasta el final. Regresó pues de Monterrey y volvió a San Luis a confirmar su noviazgo con Irma Franco Campos de diecisiete años (aunque cuando su pretendiente le preguntó su edad le había dicho que veintidós), con quien contrajo matrimonio cinco meses después, el 22 de abril de 1946. El matrimonio de José Grageda e Irma Franco tuvo doce hijos: José, Eduardo, Elena y “la Güera” fueron gemelas; Ve-rónica, Arturo, Cecilia, Cristina, Alejandra, Adolfo, Guillermo y Mónica, quienes les han dado veinticuatro nietos.

Poco antes de este acontecimiento y como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, en la cual participamos como aliados de Norteamérica, en México se persiguió a los alemanes. Como se podrán imaginar, todos andaban nerviosos y sin saber qué hacer. A unos los aprendieron y encarcelaron, al menos mientras sus abogados daban los pasos necesarios para ampararlos. Otros se escondieron donde pudie-ron volviéndose ojo de hormiga. Otros más se fueron del país. Uno de esos primeros días Jorge Mebius se encontró con Schott y Grageda, a los que luego se les agregó Diemke y los invitó a tomar una copa, pero

Page 266: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

no queriendo ir a ninguna de las cantinas del centro fueron a la primera que encontraron por el barrio de la Paloma Azul. La plática giró sobre el futuro de la Compañía de Motores. Por más que le buscaron solución, no acababan de ponerse de acuerdo sobre cómo poderlo manejar y mientras más buscaban, más salud le deseaban entre copa y copa. Al rato se les acercaron unas muchachonas a las que ofrecieron de beber, dándose cuenta de que de pronto salió una, que volvió más tarde de lo que se supuestamente requería ir al baño. Luego salió otra y lo mismo y así sucesivamente, así que, escamados les preguntaron de qué se tra-taba y éstas les dijeron que la verdad era que una de sus compañeras había muerto y la estaban velando por turnos.

Tres o cuatro días después de aquello, le reportaron a José Grage-da una llamada desde Acapulco. Se trataba del presidente del Consejo Internacional de la Compañía de Motores, quien había venido de Alema-nia y estaba en aquella ciudad y playa a donde ordenó a José que fuera a verlo lo más pronto posible. Cumpliendo tales órdenes se fue Grageda para allá. La dirección era la de una mansión que estaba rodeada de al-tos muros. Llegó, se identificó y al momento lo recibió aquel señor que en un momento le dijo que deseaban que él se hiciera cargo del negocio en vista de que ellos no podían ya manejarlo, a menos que él no estu-viera de acuerdo. Como no era el caso, se pusieron de acuerdo en las condiciones y así vino a estar al frente de Compañía de Motores a la que había entrado después de terminar su escuela primaria.

En 1948, dos años después de casado, sin dejar el negocio de motores compró el rancho “La Paz”, en el que plantaría vides y criaría vacas y toros sementales, uno de los cuales en 1968 resultó distingui-do como “Campeón de Campeones de los Toros Sementales” (hay que agregar que necesitando una noria, ésta tuvo que ser pagada con las arras que dos años antes había entregado a Irma, su esposa, en sus esponsales).

En 1972 se encontró en el rancho Amapola a don Hilario Esparza (el mayor) muy preocupado y al preguntarle qué le pasaba por contes-tación le dijo: “Teniendo este rancho, no lo puedo manejar, ¿te gustaría comprarlo?”. José Grageda le dijo a medias que le agradecía la oferta, pero que no tenía con qué comprarlo. Tres días después, en su ofici-na, le pasaron una llamada de don Hilario y al tomarla, éste le dijo que fuera a verlo a su oficina. Fue, llegó y éste le dijo que vendía el rancho porque se lo había dado a su hija, pero ésta lo había rentado y desde entonces, el rancho había perdido año por año, así que, si lo quería se podía pagar con parte de lo que ganara cada año, lo cual le entregaría a

Page 267: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su hija a cuenta. Se arreglaron y se citaron para firmar los papeles unos días después frente al notario. El día que se vieron José Grageda le dijo a don Hilario que quería que le recibiera a cuenta un dinero que le lle-vaba. Don Hilario, extrañado, le preguntó cómo lo había conseguido y cuando le dijo que había vendido “La Paz”, le dijo que no había tenido para qué venderlo, que él lo hubiera esperado el tiempo que hubiera necesitado para pagarle “Amapola”.

En “Amapola” fabricó escobas y plantó vides y alcachofas, en esto fue uno de los primeros en plantar en La Laguna. Avizoró las posi-bilidades de los nogales y comenzó y fue haciendo un vivero de ellos en “Amapola”. Emilio Duarte, un asesor argentino le recomendó que los injertara. José Grageda trajo de Parras a una persona a quien llamaban don Simón, sin recordar su apellido, de gran experiencia en injertar y le ordenó que injertara todos los que había plantado. Un día le preguntó qué porcentaje tomaría bien el injerto y Don Simón se sintió herido en su amor propio, contestándole que el año siguiente vendría nuevamen-te y que el injerto que no hubiera prendido no se lo pagara.

En 1972 fue presidente de los viticultores y de la Cámara Agrícola y Ganadera de La Laguna, de la que fue reelecto. Gustaba de los viajes y en varias ocasiones viajó a Europa con su señora esposa, lo mismo que a Norteamérica. Amante de las armas, un día que descansaba en su casa se puso a limpiar con especial cuidado las que tenía. Cuando ya había acabado, entró muy agitada a donde él se encontraba, Irma, su esposa, quien le dijo: — Se oyen ruidos —. Le enseñó por dónde, fue a ver qué pasaba y de buenas a primeras se topó con el ratero. Lo agarró con sus manos, manos fuertes, con canillas que parecen un tronco, le dio unos cuantos zangoloteos y le gritó a su esposa que le llevara la escopeta mientras le decía tres o cuatro claridades al ladrón. Cuando su esposa le llevó la escopeta soltó al caco y dijo: — Ahora sí, vamos a la cárcel. El ladrón, con sorna, le respondió: — y si corro, a poco me va a tirar —, a lo que Grageda, empujándolo con la escopeta le contestó: — No te cuesta nada hacer la prueba —, con lo qué aquél se dio cuenta que la cosa era en serio. Como José Grageda vivía por la Colón y Esco-bedo, se lo llevó por la calle hasta la cárcel, que entonces estaba entre Falcón y Treviño. Como él era persona muy conocida, todos festejaron la aprehensión pidiéndole el arma para verla y entonces fue que todos descubrieron que no estaba cargada.

José Grageda disfrutaba la vida de familia. No obstante todas sus ocupaciones, siempre se daba tiempo para comer con los suyos. No cocinaba precisamente, pero como le gustaba comer bien y sabía

Page 268: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo que quería, sabía ordenarlo y dirigirlo. Cuando le visitaba Ezequiel Martínez, bueno para la cocina como él solo, entonces sí se daba gusto y entre los dos hacían verdaderos banquetes; que si era domingo lo disfrutaban más gente, pues siempre fue costumbre de Grageda recibir ese día a toda la familia y a los amigos que quisieran acudir a su mesa, de tal manera que los visitantes de ese día andaban siempre entre cua-renta y cincuenta personas. A Javier Cofiño, esposo de “La Güera” le tomó gran afecto y lo llamaba para platicar con él horas y horas; o si no, aprovechaba cuando Javier iba a checar con su hoy esposa para ponerse a platicar con él, de manera que en aquel hogar y a esas horas, en lugar de que se dejara oír la famosa llamada que hubiera sido: “Güe-ra ya súbete”, se oía a Irma, llamar a su esposo diciendo: “¡Grageda ya súbete!”.

José Grageda Horné encontró, para ser lo que tenía que ser en este mundo, en Torreón su sitio ideal, que no hubiera podido ser el de su nacimiento.

Por eso puede afirmarse que fue uno de Los Nuestros.

Page 269: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Silvia Graziano de Andonie y Germán González Navarro*69

Germán nació el 11 de agosto de 1926. En el Zodiaco es un Leo clavado. Es dominante mas no dictador, tiene una suave mano izquierda, es osa-do porque tiene fe en Dios, siempre está buscando la superación, su vi-talidad es asombrosa (la última prueba que de ella ha dado a su familia y a sus amigos son los ciento diecisiete kilómetros que marcó corriendo —durante 24 horas consecutivas— en la ciudad de Monterrey el pasa-do mes de abril de este año 2000, a sus casi 71 años de edad). Es tenaz, la experiencia le ha hecho sabio y cree, ciegamente, en el poder de la mente y en el de la oración. Siempre trae consigo dos rosarios, uno normal y otro digital y con uno o con otro, cuando corre, lo reza y pide por su familia, por sus amigos, por sus conocidos, por su ciudad, por su patria, por el mundo y va sumando horas y kilómetros, olvidándose de comer y hasta de descansar, hasta que alguien le dice que el tiempo de la prueba ha terminado.

Nació en los tiempos en que los padres eran diferentes. Los su-yos fueron José González Calderón y Esther Navarro, oriundos ambos de Parras de la Fuente, Coahuila; donde no habían tenido oportunidad de conocerse porque él se fue a estudiar a la Ciudad de México y debido a los continuos viajes que la familia de ella hacía hacia la frontera. Pero era su destino conocerse y eso lo hicieron en Torreón, donde nacerían todos sus hijos: José, Urbano, Germán, Enrique, Guillermo, Jaime y Esther. El recuerdo más lejano que Germán guarda en su memoria es el del trabajo. Este recuerdo es preescolar, antes de las bancas de las escuelas, de la pizarra y los pizarrines; cuando mira hacia su infancia, Germán se mira haciendo algo, pero siempre interesado en ello, jamás llorando o disgus-tado, haciendo lo que fuera como algo normal, que daba paz y evitaba el ocio, el aburrimiento. Como la casa donde vivían por la Cuauhtémoc ocupaba una manzana, había espacio para plantar hortalizas y eso ha-cían con gusto —los niños González Navarro y muchos más—, cuando

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 26 de mayo del 2000.

Page 270: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

subidos a alguna escalera apoyada en las bardas del oriente o desde las ventanas de su casa, veían hacer lo mismo que ellos diariamente a los chinos, dueños de aquellas hortalizas, que allí empezaban y se extendían por todo el este de la ciudad y que, por una parte, hacían a Germán y a sus hermanos ver con naturalidad la tarea que su padre les imponía y, por otra, respetar por su laboriosidad a sus vecinos, los emigrantes chinos. La del trabajo diario, como una responsabilidad del hombre, es la imagen más antigua que Germán guarda en su memoria, pero no la de ese tra-bajo sudoroso e impuesto como castigo, sino como ocupación bendita y, por lo tanto, alegre, que evita el aburrimiento y los resentimientos. Ah, porque su papá les llevaba a cada uno su cuenta y, no como domingo sin hacer nada por ello, sino como algo que recibían con satisfacción por haberlo ganado, don José rayaba a sus hijos cada semana.

Cuando llegó la edad escolar para el primogénito, que era José, el padre lo pensó dos veces, resolviendo al final que lo mejor era ins-cribir de una buena vez a los otros dos (es decir a Urbano y Germán), así saldrían al mismo tiempo y llevándolos de tres en tres, al fin algo se ahorraría de gasolina en la misión diaria de llevarlos y traerlos de la es-cuela. El “Colegio Modelo” fue el elegido para que estudiaran. La clase de matemáticas fue la que más le gustó siempre a Germán; la que más odió, de lo que nunca se ha arrepentido bastante, fue la de gramática. En el “Modelo” abrió su corazón a la amistad. Entre sus amigos desde entonces estuvieron: Eduardo J. García, Roberto Villarreal Roiz, Carlos Canales, Guillermo Corral y Salvador de Lara Jr. A Elvirita, la directora, la recuerda como muy enérgica y a Libradita, maestra de tercero, como más que enérgica. Pero peor era que las quejas llegaran a los padres porque, como antes dije, en aquellos tiempos los padres eran diferen-tes y el que tenía esa mala suerte, no se sentaba en tres días. Como a todos les pasa, un día terminó con la primaria. El año siguiente estudió en la Escuela Preparatoria de La Laguna. Pero como a Germán le dio por pensar casi desde niño, se puso a pensar cuántos años tendría que es-tudiar para ser profesional y se asustó cuando se contestó a sí mismo. Total que desde el año siguiente se fue a “La Comercial” de los Treviño donde haría la carrera en dos años (le salía a 0.50 centavos diarios) y antes de terminarla ya tenía trabajo. La cuestión era ésta: Allá por el 35 ó 36, un mes de mayo, cayó por estas tierras una granizada tremenda, la mayor que haya caído por aquí. Y resulta que el papá de Germán tenía listas para levantar quinientas hectáreas de trigo en su rancho “Ana”, mismas que acabó la granizada, dejando a don José materialmente en la calle. Pero, “De las cosas perdidas no te debes doler” dicen que dijo “El Tasso” y con ciento cinco pesos, que era a lo que se había reducido todo su capital, el establero Ramos Quezada le vendió una vaquilla y un

Page 271: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

becerro, que se llevó arriando a su casa, para comenzar con ello un nue-vo negocio que fue creciendo (¡Vaya si fue creciendo!). Así, de plantar hortalizas en la tierra de su casa, Germán pasó a ordeñar y pasturar y en vacaciones a ello le añadía salir a las cuatro de la mañana en compañía del empleado encargado de repartir a domicilio la leche, con lo que por todo ello le pagaban. Trabajaba, pues y estudiaba. Y ahorraba $3.80 al mes, mientras se seguía preguntando qué más hacer. Lo primero que hizo fue comprarse en treinta pesos su primera becerra.

Debo confesar que en este momento cometí el error de hacerle un comentario sobre su salud, que es magnífica, preguntándole cuántos años tenía corriendo y felicitarlo por el resultado de su última carrera, porque entonces me respondió: “Yo no soy nada. Buena, pero, verdade-ramente buena, mundialmente buena, Silvia Graziano de Andonie, que también es lagunera. ¿No visitó la última página de la “Ola Deportiva”? Ella sí que ha puesto el nombre de Torreón muy alto. Es más, te voy a dar algunos datos sobre ella para que los publiques en lugar de lo que te he dicho de mí”.

Así que, otro día volveré sobre él, sobre su actividad comercial, que es una hoja magnífica y sobre sus quince años de caminatas y ase-sor de caminadores. Germán González Navarro se enorgullece de dos cosas: de tener el primer autógrafo que Silvia Graziano de Andonie die-ra en su vida y del vestuario de la cabeza a los pies que usó Silvia An-donie cuando ganó la carrera de dos mil kilómetros, implantando un récord mundial en ultra distancia.

Para los sedentarios estas cosas no que no nos entusiasmen, más bien como que no las entendemos. Creemos que, bueno, como en este caso, les gusta correr y corren; que un buen entrenamiento, la alimen-tación necesaria y adecuada, un espíritu de competencia y el hambre de triunfo hacen el resto. Pero el caso de Silvia, Germán me lo explica de manera distinta. Y entonces me la presenta, más que de todo aque-llo, sin que tampoco sea inútil, como un caso mental, producto de la oración y de la fe. Mientras sucede el tiempo de entrenamiento físico comienza, al mismo tiempo otro más importante que aquél: el entre-namiento mental del corredor o corredora. Tú puedes hacer lo que tu mente, una mente bien entrenada, te ordena que hagas.

Silvia, que nació en Torreón el año de 1955 y vivió por la avenida Mo-relos sus primeros quince años, es poseedora de una mente dominante y de una fe de verdadero creyente que le inculcaron en su hogar. Por eso es capaz de lograr lo que logra en una especie de misticismo que le hace

Page 272: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

aceptables sacrificios y dolores que no deja traslucir, pero que sufre.

— ¿Qué haces (le preguntó en una ocasión Germán a Silvia) cuan-do el dolor aprieta?

— Llorar mientras corro y seguir adelante.

Le contestó con sencillez la internacionalmente famosa lagunera. Y sigue contando que quienes le vieron descalzarse al término de aquella carrera, pudieron ver sus pies sufriendo una tremenda hinchazón y san-grantes, todo por el esfuerzo hecho, inimaginable para los espectadores y para los lectores de sus hazañas, que creemos que eso de correr es pre-cisamente eso: “correr y cantar” y de ritmo en el correr y en el respirar, encontrando un segundo aire. “Pamplinas”, diría Germán. Es cuestión de fe y de ir orando mientras corres para que tu mente impere.

Después de aquello, vino para Silvia Andonie su quinto lugar en el “Quince Mexicano”, prueba verdaderamente extenuante ocurrida en Monterrey. Entraron en competencia ocho deportistas de diferentes nacionalidades, siete hombres y una mujer: Silvia Andonie. Cronometró un total de 40.3 horas con 1 minuto y 54 segundos, tiempo con el que conquistó el quinto lugar de la competencia. La prueba consiste prime-ro en nadar cincuenta y siete kilómetros en alberca; luego pedalear en bicicleta dos mil setecientos kilómetros, para finalizar con un trote de manera continua, sólo dejando algo de tiempo para comer y descansar lo indispensable. Todo lo cual equivale a la realización de quince triat-lones, equivalentes al “Iron Man” que anualmente se realiza en Hawai.

Reconocer el valor que atletas como Silvia, como Germán, tie-nen para nuestra ciudad y nuestra patria es una necesidad. Son ejem-plo —y un muy buen ejemplo— para la juventud. Difundir sus vidas edificantes en folletos distribuibles en las escuelas primarias, particu-larmente, puede servir para desviar de caminos peligrosos a nuestros adolescentes.

En fin, lo que es verdad indudable es que ambos, Silvia Graziano de Andonie y Germán González Navarro, son de Los Nuestros.

Page 273: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Eduardo Guerra*70

Existen hombres como Saúl que un día se sienten llamados por su destino y se aprestan a cumplirlo conscientemente, o como Clive de la India, que surgen a su verdadero destino desde la más profunda des-esperación, o inclusive como Bernal Díaz del Castillo, que lo cumplen sin darse cabal cuenta de su trascendencia. Destino atractivo es el de hacer historia. Encierra en sí mismo la recompensa de los sueños que se van realizando, la aventura, la grandeza, la lucha, el batallar constante con los hombres o con los elementos, el poder. Fastidioso destino y fas-cinante a la vez el de buscar la historia por entre todos los misteriosos escondrijos de las décadas y de los siglos, en donde gusta esconderse y perderse a veces para probar la constancia y habilidad de sus buscado-res, antes de entregarse al más tenaz.

Firmeza, terquedad y porfía fueron los atributos más claros de don Eduardo Guerra en su persecución constante de nuestra historia. Su destino era ése: reunirla. Mi primer encuentro con don Eduardo Gue-rra no es muy antiguo, y los siguientes no fueron muchos. Sé que an-duvo en el periodismo y que hizo sus incursiones por los terrenos de la política, en una de cuyas ocasiones fue Presidente Municipal de nuestra ciudad; pero en la fecha de aquella primera oportunidad de observarlo de cerca —de la que se habrán cumplido ocho o diez años— ya había encontrado su destino y a él se entregaba con placer. Su charla, amena e instructiva, era una serie inagotable de recuerdos o datos —viejos y nuevos— acerca de límites, costumbres o economías de la Comarca Lagunera.

Gustaba de reunir dominicalmente a sus amigos. Alguna vez vi en estas tertulias a Rodolfo Reyes Jr., hombre anecdótico; a Pablo C. More-no, también conquistado por la historia; a Enrique Mesta, dueño de un ancho pensar y algunos otros cuyos nombres se me escapan. En nues-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 01 de marzo del 2002.

Page 274: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tro último encuentro, semanas antes de que él muriera, me mostraba, terminado en pasta española, el tomo II de su Historia de La Laguna y me hablaba de sus grandes padeceres con ella: problemas de papel, de impresión, de incomprensión y económicos en cuanto al financiamien-to de la edición planeada. Para resolver estos últimos abandonaba una quietud —la quietud de la saludable Sierra de Arteaga— recomendada por su médico, para realizar personalmente una campaña de auspicia-dores y suscriptores de su obra.

Semanas más tarde moría. A la Historia de La Laguna no sólo le había dedicado toda su vida. En un supremo y gallardo gesto, se la daba. Acaso no sea éste el mejor momento, dadas las circunstancias económicas porque atraviesa nuestro Ayuntamiento y soporta la ciu-dad en general, de proponer que la edición de la obra de don Eduardo Guerra sea respaldada, en lo que falte, oficialmente. De todas maneras, quede aquí la sugestión para el tiempo y el momento oportuno. Es el mejor homenaje que la comarca pudiera hacer a quien tantos desvelos padeciera en busca de su historia.

P.D. Como se ve, las circunstancias económicas de nuestros Ayuntamientos, tratándose de hacer cosas, siempre han sido las mis-mas: malas.

Page 275: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jorge Guajardo Esquivel*71

Hijo de Roberto Guajardo Santos y Consuelo Esquivel, Jorge nació en Torreón, Coahuila, el 18 de mayo de 1948; último año de la presidencia del licenciado Armín Valdés Galindo (quien sustituyó a Braulio Fernán-dez Aguirre cuando éste, por razones políticas, renunció en 1946). Sus padres, originarios de Candela, Coahuila, habían llegado a Torreón en 1938, último año de la presidencia del profesor Manuel Mijares Valdés.

En su oportunidad sus abuelos mandaron a su padre, Roberto, a estudiar la secundaria en Monterrey por la sencilla razón de que en aquellos tiempos en los pequeños pueblos, como Candela, la instruc-ción escolar sólo cubría la primaria. Roberto se hizo allá de un amigo cuyo padre tenía una curtiduría de pieles y cueros. Al terminar la secun-daria, su amigo empezó a trabajar en la curtiduría, encargando a Rober-to comprarle cueros y pieles en su pueblo y áreas circunvecinas; esta actividad no le impedía atender, en su calidad de hijo único, el negocio que su padre tenía en Candela. Como al venirse la guerra trajo consigo una gran demanda de pieles, el papá de Jorge vio las posibilidades de cambiarse a una ciudad más grande donde hubiera mayores posibilida-des de desarrollo para sus hijos y después de visitar y ver varias ciuda-des, se decidió por Torreón, donde instaló su negocio y más tarde se trajo a toda su familia, tocándole a Jorge la suerte de nacer aquí.

Ocasionalmente don Roberto llevaba a la familia a visitar su pueblo. En uno de aquellos viajes, siendo Jorge muy pequeño, entre Monterrey y Candela se salió el carro del camino —que entonces era de terracería— y a él, que era todavía de brazos, se le derramó la leche que tomaba. Como era de noche, al sentirlo mojado de los pies a la cabeza, pensaron que era sangre y que probablemente estaba malherido, pero al darse cuenta que era de leche todo fue risas y bromas; regresaron el coche al camino y siguieron su viaje como si nada hubiera pasado, como, en efecto, fue.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 27 de diciembre del 2002.

Page 276: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Para 1957 el padre de Jorge Guajardo tenía un negocio de pieles y una pequeña fábrica de café: el “Café Lagunero”. Ante una crisis eco-nómica y la invitación de un primo que radicaba en Ciudad del Carmen, Campeche, a asociarse en una ferretería en aquella isla, liquidó sus ne-gocios y se fue con toda la familia en pos de su nuevo destino. Jorge, que había terminado aquí su tercer año de primaria, allá cursó el cuarto y el quinto; sin embargo, el clima tropical no le sentó a su madre, por lo que regresaron a Torreón, a volver a empezar. Jorge terminó su pri-maria en la Carlos Pereyra, pero no pudo continuar sus estudios en ella, debido a que no se llevaba bien con los jesuitas, quienes amablemente le invitaron a buscar otro colegio. Estudió la secundaria en el Hispano Mexicano con el profesor Pablo Farrus, con el que siempre se llevó a las mil maravillas. Terminando la secundaria lo inscribieron en el Instituto Francés de La Laguna donde, para llegar, tenía que tomar dos camio-nes, uno de su casa al centro y otro de allí a Gómez Palacio. Así estuvo un año, hasta que pidió a su padre que le comprara una motocicleta para ir al colegio; su padre le hizo una contrapropuesta: que él mismo la pagara trabajando en el negocio durante los fines de semana y las vacaciones. Así, durante esos periodos, salía en un camión con el en-cargado de comprar pieles y recorrían el norte de Coahuila y el estado de Chihuahua, visitando proveedores, durmiendo y comiendo donde podían. Afortunadamente todas aquellas relaciones comerciales y de amistad las ha continuado hasta la fecha.

En invierno, cuando iba en la moto a la escuela hasta Gómez, al sentir el tremendo frío, varias veces pensó que -a lo mejor- no había hecho un buen trato con su padre, pero al final, acabó por pagarle la moto. Fue una época pesada, trabajando y estudiando a la vez; pero eso le ayudó mucho a formarse.

Más tarde ingresó a la Facultad de Comercio y Administración de la Universidad de Coahuila, donde estudió la carrera de Licenciado en Ad-ministración. Afortunadamente el horario estaba diseñado para que los estudiantes pudieran estudiar y trabajar, por lo que, ya acostumbrado a ese ritmo, siguió dándole a la chamba y al estudio simultáneamente.

En 1972 llegó a la cafetería de la Universidad, acompañado por Manuel Valencia y Salomón Juan Marcos. Allí observó a una muchacha delgada y muy bonita, a quien ya había visto en otro salón de clases, ya que ella también estudiaba la misma carrera, sólo que empezaba el pri-mer año y Jorge iba en el cuarto. Vio que le demostraba a la encargada de la cafetería unos productos de limpieza con el fin de vendérselos; pero conforme avanzaba la demostración, que hacía sobre uno de los

Page 277: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sillones de la cafetería, desaparecían las flores que tenía el tapiz, por lo que la vendedora que tanto había impresionado a Jorge se ponía cada vez más roja de vergüenza. Por fin, al terminar la fallida demostración, Jorge se acercó y la invitó a que le acompañara a tomar un café con sus amigos. En la plática cafetera les dijo que también vendía unos produc-tos para la limpieza del calzado y Jorge, para quedar bien con ella, le compró, dando a sus amigos (sin que ella se diera cuenta) un pisotón por debajo de la mesa para que también le compraran. El siguiente fin de semana le llamó por teléfono para invitarla a salir. Ella le contestó preocupada, pero aceptó la invitación, aclarándole después que había pensado que le llamaba para reclamarle sobre los productos de limpie-za de calzado, de los que se había dado cuenta que tampoco servían; que no los usara más y que les dijera lo mismo a sus amigos, que a todos les iba a devolver el importe de su compra.

Así comenzó el romance de Jorge y Blanca. Al poco tiempo ella le presentó a su padre, el Lic. Salvador Sánchez y Sánchez y a su señora madre, Blanca de nombre también. Y en 1974, poco tiempo después de terminar su carrera y apenas comenzando sus actividades comerciales, ya de tiempo completo (de supertiempo completo, como entonces le decía su ahora esposa) ya que tenía que trabajar hasta los sábados y medio día del domingo; se casaron, formando una familia de tres hi-jos: Gaby, Jorge y Alejandro, aún solteros todos. Gaby es licenciada en Comercio Internacional; a Jorge le atrajo más el trabajo que el estudio: acabó el primer semestre de Administración y se puso a trabajar, cosa que hace con bastante éxito y Alejandro, el más chico, estudia secun-daria. Jorge tiene seis hermanos: María del Consuelo, Roque, Graciela, Roberto (F.), Teresa y Ricardo. Roque, el mayor de los hombres, vive en Monterrey y los demás aquí, en Torreón.

Jorge se dedica actualmente a la compra y venta de pieles y el reciclado de productos animales, contando con sucursales en otras seis ciudades del interior de la república. A principios de los ochenta lo in-vitaron a pertenecer al Consejo Consultivo del Banco Somex. Ya en el Consejo, se encontró con que era el de menor edad y era consejero tam-bién Carlos López, hombre de muchas influencias en el Banco. Como la presidencia de dicho Banco era rotativa cada año, tocó la coincidencia de que al año siguiente, por disposición del Banco se hizo un solo Con-sejo de los que existían en Torreón, Gómez y Durango, haciéndose una junta general para elegir un nuevo presidente y “sorpresivamente el señor Carlos López me propuso a mí y los demás Consejeros se solidari-zaron con su opinión y, sin pensar por mi parte en esa posibilidad, fui el presidente de los tres Consejos consultivos”.

Page 278: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ha sido también presidente de Desarrollo de La Laguna, A.C., te-sorero de Sembradores de Amistad, vicepresidente local y consejero nacional de Coparmex y presidente de la Unión de Crédito de La La-guna. Sus aficiones son la caza y la pesca y, en menor medida, el golf. Su grupo más cercano de amigos lo forman Octavio González, Antonio Kuri, Toño Burillo, José Luis de la Peza, Salomón Juan Marcos, Arturo Gallegos, Amador Vázquez, Luis F. Rodríguez, Rafael Revuelta y otros que se me olvidan a mí, no a él.

Cada año por estas fechas y desde hace 15, él con su familia y diez familias amigas más forman caravana y se van a Colorado, en la Unión Americana. Por donde van pasando son un espectáculo; en al-gunos pueblos son capaces de llenar restaurantes y así por el estilo. A partir de los ochenta, él y su esposa han viajado cinco veces a diversas partes de Europa cada vez y coincide con el licenciado Sánchez Dávila y con Miguel Ángel Herrera, en que Praga es una de las ciudades más her-mosas que se puedan ver. En el Oriente estuvo en Japón, en Singapur y Hong Kong. Por los años de 1982 y 1983, viajó por el Caribe cruzando el Canal de Panamá y, por supuesto, ha estado en Cuba.

Hombre que desde muy joven entendió el valor del tiempo, del di-nero y de la vida y que jamás, en la suya, desperdició ni un minuto, ni un peso, ni vivirla... cualidades que le destacan como uno de Los Nuestros.

Page 279: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El Doctor Hernández Chávez*72

... Como comúnmente se le conoció entre nosotros, nos llegó de la ciu-dad de México, de la mera capirucha. Pero él nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, habiendo sido sus padres el Lic. Ricardo J. Hernández y Curiel y María del Pilar Chávez Torres. En la propia Ciudad Guzmán hizo sus estudios primarios; en la capital de aquel estado, en el Instituto de Cien-cias de Guadalajara, los de secundaria y preparatoria y en México, D.F. sus estudios de Médico Cirujano; recibiéndose como tal el 16 de agosto de 1931, es decir, hace sesenta y siete años.

En el Hospital Francés de la ciudad de México fue pasante y des-pués médico por varios años. El 10 de octubre de 1936 recibió el nom-bramiento de Mayor Médico Cirujano del Ejército Mexicano de manos del Presidente de la República, señor General Lázaro Cárdenas.

Su matrimonio con la lagunera Angelina Sordo Noriega fue cosa del destino, algo que estaba escrito: ella pasaba unos días en la capital en casa de una de sus hermanas, casada con el General Antonio I. Villa-rreal, cuando éste se puso enfermo y se comunicó con su amigo el mé-dico y también General Gustavo Baz, quien por entonces era Director de la Escuela Nacional de Medicina, para que le enviara un médico que le atendiera.

El General Baz le mandó, precisamente, al doctor Ricardo Her-nández Chávez, quien así vio por primera vez a la que sería su esposa. Para aquellos tiempos el noviazgo fue rápido. Se casaron en 1938, fijan-do aquí su residencia a la que llegó como jefe de Sanidad Militar en la zona correspondiente a Torreón.

Su carácter abierto, sencillo, amable y su sentido de entrega en el terreno de la amistad le granjearon de inmediato innumerables

* Semblanza publicada en el Siglo de Torreón el 14 de agosto de 1998.

Page 280: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

simpatías. Habiéndose especializado como Gineco—obstetra, en un momento se convirtió en el preferido, precisamente por la delicadeza de su trato, de las señoras que esperaban dar a luz; habiendo recibido en dos generaciones a miles de laguneros que, en su momento, han contribuido al desarrollo de nuestra región.

Prestó servicio social a varios dispensarios con fines caritativos y atendió sin preferencias, por muchos años a ricos y pobres en su con-sultorio ubicado en la avenida Matamoros y calle Acuña de esta ciudad, precisamente frente a este diario.

Entre nosotros fue Director de Salubridad, Director del Hospital Ci-vil (actual Hospital Universitario), Director del Sanatorio Español, Maes-tro Fundador de la Escuela de Medicina de la Universidad Autónoma de Coahuila, Socio Fundador de la Clínica de Diagnóstico, Socio Fundador del Club de Sembradores de Amistad. Aquí ejerció la medicina durante veintisiete años, hasta su muerte, que ocurrió el 12 de mayo de 1965.

Definitivamente, el Dr. Ricardo Hernández Chávez es uno de Los Nuestros.

Page 281: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Emigdio Hernández Villanueva* 73

Es posible que algunos lectores de esta columna —y particularmente algunas lectoras de ella— al ver la foto que la ilustra se hayan dicho: Ah, ¿pero así se llama “El Pajarito”? 19 74

Emigdio Hernández Villanueva nació en Torreón un 17 de noviem-bre de 1914. Lo de que nació en Torreón vale la pena aclararlo, porque sus cuatro hermanas mayores: Amada, Josefina, Chabela y Socorro ha-bían nacido en Metalúrgica, que muchos consideraban y sentían como otro pueblo: el de Metalúrgica, precisamente. El tiempo se encargó de poner las cosas en claro y en orden.

Su padre fue Emigdio Hernández, oriundo de Guanajuato, Gua-najuato y su madre Refugio Villanueva, de Dolores Hidalgo, del mismo Estado. Como consecuencia de defunciones familiares vivieron un par de años en Parral, ya que su esposo era médico químico farmacéutico y el abuelo de ella, Agustín Villanueva, tenía allí una botica. Llegaron, pues, aquí por el año de 1911, para que el padre se hiciera cargo de la bo-tica de Metalúrgica. Esta situación le dio oportunidad de hablar con un general villista en favor de los chinos que trabajaban en el comedor de la compañía y salvar sus vidas de la matanza que Villa había ordenado.

Poco después se retiró para trabajar por su cuenta, cambiándose a la Av. Matamoros y calle Falcón, donde puso su laboratorio de análisis clínicos. Fue por esta época que nacieron Emigdio, Neto (que fuera el otro “Pajarito”) y Guillermo, que murió de meses.

Por entonces el general Villa organizó en un carro de ferrocarril la Brigada Sanitaria, obligando a los médicos a prestar servicio en ella

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de junio de 1999.19 Originalmente, esta columna se publicaba con las fotografías de las personas retratadas (Nota del editor).

Page 282: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

gratuitamente durante seis meses, dándoles al final un salvoconducto para El Paso, Texas. Mientras, todas sus familias recibían cada ocho días provisiones para la semana, promesa que al menos a los Hernández Villanueva les fue cumplida, salvoconducto incluido.

Se hospedaron en el hotel Paso del Norte y todos los refugiados se hicieron un retrato que durante muchos años estuvo en una de las paredes del recibidor del hotel y a lo mejor todavía lo conservan. Como médico consiguió trabajo en “El Puente”, para revisar la salud de los in-migrantes, moviéndose mucho hacia Laredo. Brevemente regresó a To-rreón y luego volvió a Ciudad Juárez, donde había adquirido una botica.

Por aquellos días, con otros amigos Don Emigdio organizó una excursión a Chihuahua para visitar una mina abandonada. Para acceder a ella, había que bajar por unas viejas escaleras de madera; de pronto, Don Emigdio sufrió un mareo, luego le sobrevino un síncope, cayó y murió. Era el año de 1924.

La esposa, ya viuda, no tenía malicia. No sabía nada de la botica y creyó sobrevivir si la vendía. Lo hizo confiando en la palabra de quienes se la compraron y que nunca le pagaron. Al enfrentar la realidad deci-dió venirse con sus hijos a Torreón. Aquí rentó una casa por la Falcón, entre las avenidas Hidalgo e Iturbide (hoy V. Carranza) en la que recibió a cuatro huéspedes, ayudándose con encargos de algunos grupos para platillos especiales, pues rápidamente corrió la voz de que cocinaba de chuparse los dedos.

Emigdio “El Pajarito”, con tanto ir y venir, había hecho estudios muy irregulares y aunque hablaba inglés, su español andaba mal. Su mamá lo inscribió primero en el Colegio Modelo, luego en la Escuela Centenario y ya con eso volvió a hablar español. Luego fue inscrito en el Colegio Alfonso XIII, donde estuvo hasta el año 29, en que el General Gonzáles Escobar se levantó en armas y una de las menores consecuen-cias fue que las escuelas no abrieran hasta ver qué pasaba. No pasaba nada. Era el destino de Emigdio o tal parecía. Doña Cuquita, su mamá, era cliente de don Ramón Montaña. Cuando éste la vio aquella vez que ella iba a comprar un marco para una foto familiar, de golpe recordó que tenía un hijo y que las escuelas estaban cerradas. “Mientras no haya clases, le dijo, dígale a su chamaco que venga; es tiempo que se enseñe a trabajar”. A partir de ese día trabajaría en la Casa Montaña.

Comenzó, como comenzaron muchos de los que por aquel en-tonces llegaron a ser algo en los negocios, como “Chícharo”. Chícharos

Page 283: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

eran los que llegaban de mano de sus padres, para que les permitieran quedarse, a ver qué podía sacarse de ellos. Como no sabían nada, ha-cían de todo y con el tiempo sabían de todo, más que los que debían saber de algo. Con un buen jefe llegaban a ser elementos muy valiosos en los negocios.

Al parecer un joyero que cerró por aquel entonces su negocio convenció a don Ramón para que le vendiera en sus mostradores la jo-yería que le había quedado. La clientela de don Ramón era la apropiada para aquel renglón, que realizó con prontitud. La probó con otras cosas: con artículos de hierro fundido, con cristalería y espejos europeos, con porcelanas de Checoslovaquia, con candiles franceses. El visitante en-contraba en cada visita algo nuevo y a un empleado atento y servicial que, particularmente a las damas, les resolvía todos sus problemas. Era Emigdio, que ocupaba sus noches en estudiar todo lo que encontraba que hablara de lo que vendía, de manera que se convirtió en un experto. Tomó cursos de decoración, con lo cual fue más valioso para los clientes.

Hablar de Emigdio era, en cierta forma hablar de “Casa Monta-ña”, que fue en su momento el mejor establecimiento de regalos de nuestra ciudad y acaso del norte de la República.

El buen don y la aplicación de Emigdio en algo contribuyeron a la fama. Como siempre ha sido estudioso y entregado a lo que hace, con el tiempo se convirtió en un buen conocedor de antigüedades y como intermediario se dedicó en sus ratos libres, mereciendo tal con-fianza entre sus clientes que la opinión de “El Pajarito” era para ellos suficiente para adquirir o no comprar, lo cual es la mayor satisfacción para cualquier vendedor.

Después de que cerró “Casa Montaña”, trabajó algo así como diez años para “Cimaco” y fue el comprador de esta empresa en el ini-cio de una expansión que le ha llevado a ser el mejor negocio departa-mental de nuestra ciudad.

En 1946 casó con Elizabeth Hernández. Procrearon cuatro hijos: Juana María, Elizabeth, María del Sol y Emigdio Manuel, secretarias bi-lingües ellas, él Lic. en Administración.

Después de cumplir sus bodas de oro, que fue el año pasado, am-bos se dedican a cuidarse mutuamente y a cultivar la amistad. Ya hace varios años que a las once de la mañana se reúne en el Casino de La Laguna para tomar café y componer el mundo con sus amigos Carlos

Page 284: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rosas Figueroa, José Rodríguez, Octavio Olvera Martínez, José Guiller-mo Wolf, Jesús Estrada y Elías Serhan, después de lo cual se sienten como nuevos.

Hombres como Emigdio Hernández Villanueva son los que en el pasado mediato han contribuido a vigorizar los negocios laguneros de todo tipo. Por ello, Emigdio es uno de Los Nuestros.

Page 285: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Leonardo Herrador Jiménez* 75

O don Leonardo, que de ambas maneras era conocido y llamado; era un andaluz de Córdoba que allá por la década de los veinte nos llegó de la Ciudad de México a la que había llegado muy chico; comenzando a trabajar en varios negocios de ventas al menudeo, particularmente en lo que por entonces allá todavía llamaban Cajones de Ropa.

Cuando llegó a México no había concluido su instrucción primaria, porque estando en segundo año, como su profesor trató de castigarlo injustamente, le arrojó un tintero con tan buen tino que fue a darle en la cabeza. No fue, al fin, castigado por lo otro, pero sí expulsado por esto. De allí en adelante, toda su vida trató de cultivarse a sí mismo, leyendo todo lo que podía y le gustaba, particularmente historia —de España y de México—, geografía y, a través de los periódicos capitalinos que leía a diario, estaba atento a los cambios que sufría en sus calles la capital; de tal manera que de nuevos nombres o de nuevos barrios o colonias estaba siempre más enterado que los residentes de ésta.

Más de una discusión le escuché sobre historia y geografía; aqué-llas con profesionales, éstas con agentes viajeros, que terminaron dán-dole la razón acerca del dato aportado.

Aquí llegó y al principio entiendo que trabajó un tiempo con don Luis Espejo; luego con Antonio Pérez Pino, en una tienda desaparecida que se llamó “Los Precios de México”. Eran los tiempos en que eso del mostrador se aprendía comenzando por barrer las bodegas; también aquellos en los que cuando los padres no podían dar carrera a sus hijos, los tomaban de la mano, se iban a un negocio y se lo entregaban al due-ño “para que los enseñara a trabajar”. ¡Y los enseñaban!

* Esta semblanza fue publicada en tres partes con tres fechas distintas en El Siglo de Torreón. Ésta es la primera, que apareció el 9 de octubre de 1998.

Page 286: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuando Pérez Pino murió, don Leonardo compró la parte de la viuda y siguió con el negocio hasta su propia muerte. Cuando yo le co-nocí, apenas habían pasado los años en que, por turno, uno de los em-pleados se quedaba encerrado en ellos desde el sábado cuando cerra-ban, hasta el lunes que volvían a abrir.

Como buen andaluz era vivaz; callado, es cierto, pero muy gracio-so en sus intervenciones siempre oportunas. A sus colaboradores los elegía por cómo miraban, saludaban, caminaban; luego les pedía leal-tad y amor al trabajo. Cuando en las bodegas los encontraba sin hacer nada y le decían que era porque todo estaba bien, les aconsejaba “que buscaran trabajo como si estuvieran buscando empleo”, que siempre había algo para hacer. Varios de los que estuvieron con él llegaron a tener su propio negocio.

Los fabricantes y agentes viajeros lo buscaban por su conversa-ción chispeante y como nunca se casó, siempre estaba disponible. Ellos platicaban de él por donde iban.

Un día al comenzar la tarde, mientras leía su periódico en el últi-mo de los mostradores, llegó un hombre —español también— le pre-guntó si él era Leonardo Herrador y al contestarle afirmativamente, le dijo que acababa de llegar en el tren del norte y que le habían hablado mucho de él; luego, sin más, rodeó el mostrador y se metió a la trastien-da y bodega donde miró todo con ojos de conocedor, hasta regresar con don Leonardo que sólo había girado sobre sí mismo y lo espera-ba. Cuando el hombre volvió, le preguntó: —¿Cuánto capital tiene? A lo que Leonardo Herrador le contestó: —Lo suficiente como para no pedirle nada a ningún hijo de... como usted.

Don Leonardo Herrador Jiménez, indudablemente, fue uno de Los Nuestros.

Page 287: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Leonardo Herrador Jiménez*76

Los laguneros de la vieja guardia van desapareciendo. Los tipos sin-gulares, los individuos que hacen posible la anécdota, esos que la voz popular bautiza como de una sola pieza, no surgen ya con la fácil es-pontaneidad antigua. Como explicación aceptamos la que afirma que los actuales tiempos son más de concesiones al prójimo y menos de individualismos. Si mal no recuerdo —y puede que recuerde mal— era de Córdoba, de esa Córdoba que baña el Guadalquivir, río que según los decires del poeta “no va a la mar, que va a la luna”; pero puede que haya sido de Cádiz o de Jerez de la Frontera. En una forma o en otra venía de la “Tierra de María Santísima”. De allí mismo fue Séneca, lo que quizás explique, a quien explicaciones quiera, actitudes íntegras, fuera de época.

Solía contar, sin tristeza ni ufanía, como una cosa que a otro hu-biera pasado, su divorcio con las bancas escolares. Sucede que, cursan-do apenas su segundo año de primaria respondió bravamente a cierto profesor de aquellos tiempos del rígido sistema de enseñanza —cuan-do las letras con sangre entraban— tirándole éste un tintero a la ca-beza. Y si no el golpe, las manchas de anilina deben haberle durado al mentor varios días, como recuerdo de que el rapaz ya no sería más su alumno ni el de ningún otro pedagogo que no fuera el empirismo. Reñi-do con los maestros de palmeta —y no había de otros por aquel enton-ces— pasó a los mostradores de La Línea, municipio gaditano, como meritorio y aprendiz de lo que ya constituiría la ocupación de toda su vida: el comercio. Su aversión a los maestros de escuela nada tenía que ver con sus deseos de instrucción y, así, por ejemplo, en Geografía y en

* Segunda semblanza realizada a este personaje; ésta se divide en dos partes que aparecieron publicadas en el mismo año en El Siglo de Torreón. La presente apareció el 22 de octubre del 2004. La otra el 5 de noviembre del mismo año, aunque esta publicación seleccionó únicamente las dos primeras (las de 1998 y la primera parte del 2004) a manera de muestra.

Page 288: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Historia Universal, tenía sólidos conocimientos. En más de una oportu-nidad fui testigo de interesantes discusiones que sobre ello tuvo con otros, ganando en muchas.

Quizá fue en La Línea, por la vista frecuente del inglés de Gibral-tar, donde afinó más su individualismo. El habitante fronterizo en todas partes, profundiza más los rasgos nacionales, como una bandera tre-molante, siempre vigilante y siempre digna.

Por Veracruz, por donde Hernán Cortés y por donde Valle Inclán —férrea voluntad y anecdotismo— llegó a México. En Torreón plantó sus reales en aquellos tiempos en que el empleado de comercio traba-jaba horas corridas desde que los primeros clientes llegaban con los albores de la madrugada, para terminar con el último que pedía servicio ya bien entrada la noche. Se dormía encima de los mostradores y los domingos se hacía guardia por turnos para vigilar lealmente las perte-nencias del patrón. Leonardo Herrador Jiménez —que tal es nuestro hombre— ha sido sin quizás ni dudas por el estilo el hombre más ínte-gro con que haya tropezado. Paso a paso, sin prisas, lo fue obteniendo todo. El rapaz que en Andalucía aprendiera el oficio, en Torreón lo co-ronaba siendo propietario de la desaparecida tienda “Los Precios de México”.

He aquí los hechos que le retratan de cuerpo entero. Cuando fue abolido el talón oro y el talón plata se hizo obligatorio, muchos se apro-vecharon para pagar sus compromisos en esto último. Él decidió (y lo cumplió) pagar en oro lo que en oro debía. Otro. Su manera de ser, su carácter, su gracia, “su ángel”, su don de gente le granjearon muchos amigos. Su fama era llevada por los viajeros hacia el norte y un comer-ciante norteño sintió tan gran curiosidad por conocerlo que vino a ello y se plantó un buen día delante de él diciéndole: “¿Usted es Leonardo He-rrador?, pues yo soy Fulano de tal”. Lamentablemente para él, en ese momento le picó la curiosidad de calcular el valor de las mercancías y, sin añadir nada más ni pedir permiso, se coló de rondón a la trastienda y cuando apareció nuevamente preguntó: “¿Qué capital tiene usted?” Don Leonardo, que leía el periódico en el primer mostrador, sólo se dio vuelta y no hizo esperar por su contestación, que fue: “Lo suficiente para no pedirle nada a ningún imbécil como usted”.

Siempre puntual en su negocio, una mañana llegó con gran es-fuerzo. Y fue la última. Nunca se casó. No tenía familia. Sin embargo nunca se vio solo. En su tumba, año por año, gente que se desconoce entre sí, oran, le recuerdan, lavan su losa y le dejan alguna flor.

Page 289: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Hoyos Gutiérrez*77

Ni nació ni murió en ningunas fechas: desde que reconocí con mis ojos lo que veía, su rostro me fue familiar. Un día emprendió un largo viaje; sé que volveré a encontrarme con él cuando yo acometa otro igual, entre tanto vive a diario... en mi memoria y en mi corazón.

Es ese tío, a veces sin nombre, a veces con el de Manuel, que desde que la columna “Mirajes” tomó su forma semanal (por muchos años salió pequeña pero diaria), de vez en cuando aparece en ella como padre de mi vida... que no sólo fue, sino sigue siendo.

“A la memoria de Manuel Hoyos Gutierrez 1873-1947 (dice la se-gunda edición de “Arenillas del Nazas” que ha quedado en “Arenillas”), nació en Panes, Oviedo, España; vino a La Laguna en la flor de su edad y se enamoró de esta tierra, cuyos campos labró; murió en Torreón, que guarda sus restos; mi espíritu, algo del suyo”.

Escribo estos renglones por culpa de Silvia Casán, quien con mo-tivo de otras búsquedas, tropezó en “El Siglo” con unos renglones con los que contribuí por motivo de la “Edición Conmemorativa del vigési-mo quinto aniversario de El Siglo de Torreón”. El último de febrero de 1947 para una serie escrita, entre varios, bajo el título “Los españoles en la vida de La Laguna”; Silvia me proporcionó una copia de ellos, pues yo por muchos años jamás tuve nada de lo publicado y esto me ha pro-vocado añadir algo más a aquel apunte.

Manuel Hoyos, como aquí fue conocido por todos (su esposa Emilia, hermana de mi padre, solía decir de él que en la calle hasta los perros le meneaban la cola para saludarlo), llegó de 13 años a La Lagu-na, terminados sus estudios de primaria, en 1886. Habían radicado ya aquí sus hermanos Dionisio y José (que trabajó en la compañía Agrícola

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de mayo del 2000.

Page 290: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de Lequeitio y aparece en una foto que se ha hecho clásica entre las que se publican cuando se escribe de los primeros tiempos de La Lagu-na, donde se ve a ambos). José se quedó en México para enterrar los restos de Dionisio cuando éste falleció y regresaría a Panes pocos años después de que Manuel llegara. Como se ve de golpe y no hay que adivi-narlo, Manuel Hoyos apenas si tuvo tiempo de ser niño y esto es lo que no entienden muchos de los que en sus veinte, no han dejado de serlo.

Apenas llegar pues y ver tierra, tierra, tierra —pero sin los verdes de su paisaje nativo— y ya andaba dedicado a aprender del comercio de aquel entonces en las tiendas de esos rumbos, que vendían de todo lo que en aquellos años era necesario para cubrir las escasas necesidades que el hombre de campo tenía. Aprendió sobre todo a hacer las cuatro operaciones aritméticas con rapidez, es decir, de memoria, para lo que era bueno. Pocos años después ya estaba trabajando por su cuenta en un tendejón que había parado en “El Perú”, con ahorros hechos a base de no permitirse ningún gasto innecesario. La tienda era la única construc-ción en una muy grande extensión de terreno, pero hasta allá iban los campesinos de los ranchos vecinos y aún los enviados por las casas gran-des de los ranchos cercanos y muchas veces le sorprendía la media noche atendiendo a sus parroquianos, alumbrándose con linternas de petróleo. Como los demás que se dedicaban a ese comercio, vendía de todo, des-de velas hasta sotol (que en ocasiones allí mismo comenzaban a tomar) y no obstante eso y la soledad en que se encontraba, jamás fue objeto de atropellos de ninguna especie, acaso porque, a pesar de su juventud, era persona de pocas palabras, respetuoso, enérgico y poco afecto a las bromas; quizás, porque aunque aquella gente tenía poco dinero, si se compara con lo que después recibirían, aquél les daba para cubrir sus necesidades que eran pocas y que hoy, por cierto, no tienen límites, por eso no hay dinero que les alcance.

Tiempo después de establecido había negociado con los señores Torres para rayar en su tienda por cuenta de ellos, por cuyas cantidades recibía una carta de crédito que le liquidaban en su oficina central. A instancias del señor Torres (padre de Pedro Torres que años después fue gerente del Banco Mexicano Refaccionario) cerró el tendejón de “El Perú” y se estableció en un lugar mejor en el rancho Jiménez. Es creencia general que el dinero se hacía entonces fácilmente; pero se hacía, como se ha hecho siempre, trabajando mucho y vigilando más: “al ojo del amo engorda el caballo”, se ha dicho quién sabe desde hace cuántos siglos y seguirá diciéndose por quién sabe cuántos más; con in-tegridad y ahorrando todo lo que se pueda, poco a poco, cuando el pro-pósito es verdadero y se hace de voluntad. Una tienda como la que nos

Page 291: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ocupa, comenzaba a despachar al salir el sol y estaba abierta hasta bien entrada la noche. Si se añade a lo anterior que una miscelánea como aquélla, era de verdad grande, tanto que, por ejemplo, los domingos se convertía en carnicería a la que sus clientes acudían a abastecerse de carne procedentes de todos los poblados vecinos y de acuerdo a la gen-te que la demandaba era la cantidad de animales que se sacrificaban, ello y el despachar a quienes la compraban, era una labor que dejaba exhaustos al terminar el día a los que de ella se ocupaban.

No se puede vivir en medio de los que se ocupan de una actividad atractiva sin que no la idealicemos y así ocurrió a Manuel Hoyos, quien durante todos aquellos años había vivido en medio de los agricultores que sembraban algodón y veía cómo muchos de ellos en un solo año hacían el dinero que él había podido ganar en varios; pensó que la agri-cultura era, al menos así la veía, descansada y adinerada. Desde entonces ya no podía dejar de pensar en aquella posibilidad y se decidió a correr el riesgo. Vendió su tienda, echó mano del dinero ahorrado y se inició en la agricultura en la finca agrícola “Eureka”. Luego vendrían simultánea-mente “Arcinas”, “Glorieta” y “Jiménez”, esta última la trabajó con la colaboración de su hermano Vicente (quien pudo venir porque, habien-do nacido el mismo año que Alfonso XIII, se exentó del servicio militar al llegar a la mayoría de edad) y José, quien había dejado de trabajar para Lequeitio. Vicente, por cierto, salvó su vida en un momento de peligro, gracias a su resistencia física y agilidad de piernas, pues estando en “Eu-reka” le tomaron preso, en compañía de otros ocho o nueve empleados, las fuerzas revolucionarias, pero al ir cruzando uno de los tajos, Vicente puso pies en polvorosa, saliendo así con vida en tan difícil trance.

Tuvo años buenos, en los que supo de la gran cantidad de amigos que da el dinero y tuvo buenos amigos, que son como hermanos que se escogen; entre ellos uno muy especial: José Cueto. Como aquellos otros de los que habla Machado: todo lo que ganó lo perdió.

Yo lo recuerdo tomándome de la mano de pequeño, para llevarme a aquellos circos “Beas y Fernando” que visitaban nuestra ciudad año por año y a los toros a ver torear a Gaona, Silveti, los niños Bienvenida, etcétera.

Como tantos otros padres —y él lo fue para mí— su cariño era seco, pero lo demostraba de mil maneras, de niño me llevaba a alguna de las cantinas que frecuentaba, por ejemplo la que estaba en la esquina de Juárez y Cepeda, contra esquina de lo que era el Banco de La Laguna, frente a la plaza. Me sentaba en la barra y pedía

Page 292: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

para mí un refresco mientras él se refrescaba tomando un “bull”. Se preocupó porque no me faltara, de niño un perro que con frecuen-cia me robaban y no sé qué hacía para obtener un substituto, pero, de niño, jamás me faltó.

Cuando las fiestas patrias llegaban jamás me faltaban cohetes que, como todos los niños el 16 de septiembre, a la puerta de la casa yo encendía y él me entregaba según se iba necesitando; otros niños corrían por la banqueta haciendo lo mismo que yo en la puerta. El fer-vor patrio nos crecía y, en un momento dado, salió el grito de “Arriba México y mueran los gachupines”. La mano no se detuvo, ni se retiró, siguió dándome los cohetes como si nada, dándome, al mismo tiempo, una lección de tolerancia, que después fue afinando invitando a nues-tra mesa, una vez a uno, ora a otro, a cuanto extranjero conocía; in-cluido el propietario de la tienda de abarrotes de la esquina, de origen oriental. Aquello ocurrió cuando yo tenía nueve años de edad —por el año 25— cuando la celebración del grito era todavía noticia roja al día siguiente y las clases de historia patria en las escuelas eran patriotería pura; de todas maneras lo sucedido da una idea de lo que acontecía. Recuerdo cuando mi padre, que por entonces vivía en California, me visitaba y a la mesa familiar me sentaban frente a ambos; Manuel me enseñó a tratarlos de manera de no lastimar a ninguno de ellos, cosa difícil en aquella edad, cuando el que llegaba lo hacía cargado de rega-los para el hijo y trataba de dar (en una semana cada uno o dos años) el cariño que no tenía entonces a quién más dar y que incluía el amor que todavía guardaba para su esposa que había fallecido antes de que el hijo tuviera un año de edad. Manuel Hoyos, por su parte, cuidó mucho de no ser su rival en mi afecto.

Era, como tantos, un muro, me llamaba por mi nombre y yo a él por el de tío; entre sus amigos se refería a mí como “mi muchacho” y cuando se dio la primera edición de “Arenillas”, por semanas llevó un ejemplar en la bolsa de su saco para enseñarlo a sus amigos.

En sus mejores años de edad y de capital visitó a los suyos en su pueblo y aprovechó para recorrer España lentamente, disfrutar Pa-rís y recorrer otros sitios de Europa. Cuando vino la Revolución, como tantos otros de sus paisanos, abandonó temporalmente La Laguna; lo volvería a hacer cuando el alzamiento escobarista, creyendo que sería como aquélla.

El último rancho que trabajó sería el de “Yermo”. Nunca volvió a recuperar sus pérdidas, disfrutó de sus buenos tiempos y aún hizo

Page 293: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que fueran mejores para algunos de sus amigos que los tuvieron malos desde el principio. Jamás le oí una queja cuando la fortuna le volteó la cara a su esfuerzo. Alcanzó a conocer a mi primer hijo.

Unas horas antes de su muerte, nos fundimos en un abrazo y él me dijo hijo y yo le dije padre.

No sé, en realidad, qué hubiera sido de mí si este español no hu-biera aparecido en mi vida.

Fue un enamorado de La Laguna, uno de Los Nuestros.

Page 294: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Aniceto Izaguirre Muruaga*78

Aniceto nació en la finca paterna llamada Arketas, en Mundaca Vizcaya, España el 17 de abril de 1906. Sus padres fueron Andrés Iza-guirre Usparecha e Isabel Muruaga Villaveitia, sus padres le dieron por hermanos a Ignacio (quien en su momento emigró a Nueva York y allí se perdió, pues jamás volvieron a tener noticias de él); Eulalia (que en el propio pueblo se casó con Manuel Mendezona); Ricardo (quien más tarde vino a La Laguna y aquí se casó con su prima Mariana Muruaga); Juan (que allá se casó con Pilar Gondra) y María de los Ángeles (quien acabaría casándose con Víctor Fradua). Otros hermanos le dieron tam-bién sus padres a Aniceto. Ellos fueron Andrés y Enrique, con quienes hizo tercia para venirse a México en 1919, cuando apenas contaba con trece años de edad.

Y es que en aquel año, no obstante la fundación de la Sociedad de las Naciones y de que a diario se hablaba de la paz, en el interior es-pañol los socialistas y los comunistas hacían de la vida algo difícil para tirar de ella. Por cierto fue en aquel año y en el mes de febrero cuando Pedro Garfias y Guillermo de la Torre publican en la revista “Grecia” su Manifiesto Ultraísta, del cual aquél acabó salvándose para bien de sus lectores. Por todo eso y porque las elecciones de ese año habían acaba-do con el Partido Conservador, fue que sus padres prefirieron que sus hijos Andrés, Enrique y Aniceto se vinieran a La Laguna, al amparo de un hermano de su madre: Fulgencio Muruaga, quien personalmente y en compañía de sus hijos Ponciano y Juan, fue a recibirlos a Tampico, puerto por el que entraron los tres inmigrantes.

De Tampico se vinieron todos cuanto antes, directo al rancho del tío y como no era cosa de apapachos, sino de que se enfrentaran cuan-to antes a la realidad, después del yantar, a los recién llegados se les señaló el sitio para dormir, que fue la bodega del maíz y frijol que ya

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 2 de septiembre del 2002.

Page 295: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

se tenía encostalado. Descansar sobre costales de esos granos no es muy fácil y conciliar el sueño tampoco, así que al día siguiente los tres hermanos amanecieron pensando en lo mismo: en tratar de conseguir otra cama, poniéndose a trabajar cuanto antes. Hablando de eso con su tío, éste los pudo colocar a Andrés en Santa Teresa, a Enrique en otro rancho y Aniceto, que nunca fue amante de la tierra, pidió que le consi-guieran otra cosa y, así, trabajó —eso sí de sol a sol— en una tienda de abarrotes en uno de aquellos ranchos.

En Mundaca sólo había estudiado hasta un tercer año de prima-ria. Afortunadamente en aquellos años seguramente allá -como aquí- los profesores, unos con sangre y otros con buenas maneras, enseña-ban bien y para siempre lo que enseñaban y Aniceto, como muchos otros, con lo que aprendió hasta ese tercer año tuvo para defenderse de la vida y competir con los que tuvo que enfrentarse en ella y lo que le faltaba siempre lo reponía con trabajo, trabajo y más trabajo, para el que siempre estuvo bien dispuesto.

Y así, un buen día se encontró trabajando en “La Soriana” con Gregorio Borque, tío de Paco y Armando, a quienes Aniceto les llevaba sus buenos diez años, cuando menos. Trabajó tanto y tan bien allí, que recomendado por su patrón se fue a trabajar a la capital a un negocio llamado “El Vapor”, que tenía sucursales en varias ciudades de la Re-pública y que además vendía mayoreo, lo que le permitió poco tiem-po después iniciarse como agente viajero; primero con ese negocio y dos años después con “El Puerto de Liverpool” de la Ciudad de México. Como tal lo conocí en la década de los treinta, cuando yo trabajaba en “Los Precios de México”, tienda de la que ellos eran proveedores.

No sé desde cuándo -siempre no pudo ser, porque cuando aquí llegó era muy niño-, pero seguramente cuando comenzó a ganar dinero tomó la decisión de vestir bien. Y siempre lo hizo. No con atildamien-to, porque jamás fue exagerado, pero sí con gusto. No como Adolfo Menjou, pero sí como Ronald Colman, que eran los artistas de moda en aquellos años. Un detalle: jamás lo vi en su trabajo, en la calle o en la cantina (la de Arias o la de Manuel Sánchez “El Flamenco”) en mangas de camisa.

En la sierra de Chihuahua —por donde también viajaba— segu-ramente era otra cosa, pues no sólo llevaba su muestrario, sino tam-bién mercancía para entregar por aquellos pueblos de Dios y ésta en una carreta que, a veces, había que empujar. Pero como agente viaje-ro se ganaba bien y lo único que sentía al volver a Torreón a descansar

Page 296: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de aquel viaje era no tener, como sus compañeros, una esposa que lo recibiera y con quién compartir o a quién platicarle las peripecias de sus diarias jornadas. Hacía sus cuentas, cotejaba sus saldos ban-carios, comprobaba que cada vez ganaba más y se convencía de que a sus diecinueve años podía sostener una familia y que casarse era lo mejor que podía hacer. Sí, se decía a sí mismo, pero, ¿con quién? Allí estaba el problema. Coincidentemente por entonces conoció a María Teresa Martínez Montemayor y la reconoció como a “la esperada”, a la mujer de su vida. Nada de largos noviazgos. La vida es corta y hay que aprovecharla. Ella era hija de Francisco Martínez García (el único carpintero–ebanista de Torreón en aquellos años) y de Praxedis Mon-temayor Moreno; él de Río Grande, Zacatecas y ella de Monterrey, Nuevo León. Aniceto y María Teresa formaron una familia de once hijos: María Teresa, que se casaría con David de la Peña Caballero (†); Francisco, fotógrafo de estudios (†); Virginia, casada con Abraham Ce-peda Flores (†); Ignacio, Aniceto (†) que se casara con Elvira Martín; Ángeles, casada con Enrique Torres Michel; Pepe, casado con Guada-lupe Franco Crabtree (†); Carmela, casada con Jorge Villaredel Ple y ra-dicados en Gerona, España; Juan, casado con Enriqueta Valdés; Jesús, casado con Graciela Iga y Milagros, casada con el Dr. Antonio Towns Delgado.

Para disfrutar del matrimonio buscó cosas qué hacer que le retu-vieran en la ciudad, así que se fue a Monterrey y platicó con los direc-tores de “El Centro Mercantil”. Él les dijo que quería venderles mucho. Ellos imaginaron que quería trabajar sus muestras, pero él les aclaró que lo que quería era abrir una sucursal en esta ciudad y los conven-ció de la conveniencia, así que al poco tiempo abría esa sucursal por “La Alianza”; un tiempo después (en 1940) abría otra en Nuevas Casas Grandes, que se mantuvo abierta hasta 1945.

Este ir y venir de una a otra parte vendiendo a cuanta institución podía (incluso al ejército) lo puso un día en contacto con el general Antonio Guerrero, quien viendo su gran capacidad de trabajo, el caris-ma que le permitía una fácil comunicación con toda clase de gente, la confianza que despertaba de inmediato, en un momento dado le dijo: “Trabaje para mí en una maderería que quiero abrir en Torreón; no sólo tendrá mejores entradas que las que hoy obtiene, sino que, además, tendrá un porcentaje de las utilidades”. Después de esto afinaron las condiciones y a trabajar. Abrieron aquí la maderería con el nombre de “Distribuidores de Madera” en la avenida Matamoros, entre las calles Cepeda y Rodríguez, edificio que venderían más tarde al Centro Espa-ñol, cambiándose a Juárez y García Carrillo.

Page 297: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Su tiempo libre lo dedicaba a participar en la organización de las Fiestas de Covadonga, con el Sanatorio Español y el Club de Leones (al que fue presentado por Isidoro Gancz).

Nueve de sus hijos le dieron a él y a nuestra ciudad, cincuenta y dos nietos y estos a su vez ciento un bisnietos y hasta ahoa tres tatara-nietos. Sólo una vez regresó a España, en 1955, directamente a Munda-ca —su pueblo—, donde con los familiares se pasó tres o cuatro meses, sin visitar ningún otro lugar. Llegado de allá directamente a La Laguna a los trece años, en esta Comarca se hizo poniendo a prueba su laborio-sidad y su inquebrantable fe en sí mismo. Los recuerdos de su solar na-tivo lo mantenían vivo más que nada por las canciones que recordaba haber oído en su niñez y que cantaba a solas, en el baño, o en reuniones familiares, pues tenía buena voz y era entonado.

Aniceto fue nostálgico de un sueño con un pasado muy breve. Y no habiendo nacido aquí, es uno de Los Nuestros con más profundos cimientos laguneros.

Page 298: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Don Pedro Jaik Chabab* 79

Quién sabe si será fortuna o mala suerte nacer y morir en un mismo sitio. Homero, el de La Ilíada, dice que “nada hay tan dulce como la patria y los padres propios aunque uno no tenga en tierra extraña, lejos de los suyos, una casa opulenta”. Cicerón afirma, sin embargo que “donde quiera que se esté bien, allí está la patria”.

Son muchos los que en su vida, por una causa o por otra, fenóme-nos de la naturaleza o extrema pobreza, se ven precisados a abandonar su lugar de nacimiento, entregando sus vidas al azar. Pero siempre ha habido y habrá alguien que, en plena juventud y por un incontrolable deseo de conocer tierras y buscar en ellas su destino, elija una buena, que es como quemar sus naves para jugarse la vida apostando a ella y a su esfuerzo, claro.

En el año de 1897 nació en Magruche, Líbano, Pedro Jaik Chabab; quien a los diecisiete años tuvo que tomar, por sí y para sí, la decisión de abandonar lo que siempre había tenido y le era más querido: el hogar de sus padres, el aroma de aquel viento, los rostros adolescentes de sus amigas... qué se yo, para venir a un país llamado México; cuya lengua no conocía, en una ciudad que crecía asombrosamente llamada Torreón.

Le llamaba su hermano Malheim, quien le había precedido en el viaje, pero que no podía con la nostalgia de su pueblo. A México entró por Veracruz. De allí a México y Torreón.

Malheim su hermano le mostró la ciudad, lo presentó a sus clientes, le entregó lo que tenía de mercería en un cajoncito en el que había que colocarla cada mañana para salir a venderla a diario por las calles; hecho lo cual se regresó a su tierra. ¿Quién puede imaginarse lo que es esto?

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 4 de diciembre de 1998.

Page 299: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

País extraño, desconocimiento de lengua y de costumbres, obli-gación de vender lo necesario para sobrevivir y ahorrar y en los primeros días rodeado sólo por una aniquilante sociedad. Tuvo que aprender rápi-damente el lenguaje universal: el de la afabilidad. Y así lo hizo.

A los pocos años ya estaba casado con Teodorita, que había ve-nido de Durango a visitar familiares en esta ciudad. Ella le dio seis hijos, cuatro hombres y dos mujeres, apadrinados todos por su gran amigo Nicolás Abusamra.

En 1927 abrió al público “El Centro Mercantil”, tienda que pronto fue mejor conocida como “Mercería Jaik”. Misma que en 1943 cambia-ra de Juárez y Cepeda a la esquina de Hidalgo y Cepeda y donde a diario practicara una austera laboriosidad. Triunfó en los negocios. Hizo abun-dantes amigos. Su mesa siempre estuvo puesta, pues gozaba invitando a ella a todo el mundo: a sus amigos, a los amigos de sus hijos, al carte-ro, a todo el mundo, en fin, con el que coincidía en la puerta de su casa. Por su parte, su paladar pronto se hizo a la comida mexicana y decidir entre comer un kipe y un tamal, le costaba hacerlo. Le gustaba oír los mariachis y ver los matachines le entusiasmaba.

Creía y practicaba aquello de que “al ojo del amo engorda el ca-

ballo” y como vivía a dos cuadras de la plaza de armas y a tres de su negocio, antes de abrir aquél visitaba ésta, de la que estaba verdadera-mente enamorado.

Pedro Jaik Chabab murió en el año 72, a los setenta y cinco años.

Vivió sin estruendos, apenas haciéndose notar, pero contribuyó con su esfuerzo al desarrollo de nuestro inicial comercio. Por eso es uno de Los Nuestros.

Page 300: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jorge Jaik Chabab*80

En el año de 1904 nació en Magduche Said, Líbano, Jorge Jaik Chabab. Un veinticinco de noviembre de 1922, a los dieciocho años de edad, en-tró a México por el puerto de Veracruz y el trece de diciembre de ese mismo año veía por primera vez la ciudad que iba a habitar durante sesenta y un años y con la cual se iba a identificar plenamente: Torreón.

AI frente del gobierno municipal estaba el doctor Samuel Silva, quien lo entregaría a final del año a don Nazario Ortiz Garza y sus habitan-tes se entregaban a la ambiciosa tarea que ganaría para su comunidad el título de “La Ciudad de los Grandes Esfuerzos”, aspiración que coincidía con los deseos del recién llegado libanés, quien, acaso por ello, años des-pués diría a sus amigos que jamás se sintió un extraño en ella.

Llegaba a invitación de su hermano Pedro y de inmediato se in-tegró al negocio “El Centro Mercantil” o Mercería Jaik (como fue más conocido) que aquél ya tenía en esta ciudad.

En cuanto pudo entenderse con todo mundo, comenzó a “ran-char”, es decir a visitar las misceláneas de los ranchos laguneros y a vender de medio mayoreo los artículos de la mercería. Más tarde ampliaría su actividad de vendedor abarcando en sus recorridos los Estados de Durango, Chihuahua y Zacatecas, contribuyendo de esta manera a un desarrollo más amplio del fraternal negocio.

En su momento casó con Hermelinda, una sobrina de Teodorita, esposa de su hermano Pedro, con la que tuvo seis hijos.

En el año cuarenta y tres comenzó a tramitar su naturalización mexicana, porque decía: “mi mujer es mexicana como son mis hijos; yo me siento mexicano de corazón, de manera que debo serlo también de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 25 de diciembre de 1998.

Page 301: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

papeles”. El 11 de abril de 1944 recibió su carta de naturalización que lo hacía por fin mexicano.

Un sucedido en relación con la recién adquirida nacionalidad de Jorge Jaik y de su fervor patriótico, es digno de contarse: sucede que un escaso mes después de su naturalización con motivo de las fiestas del 5 de mayo, se le ocurrió celebrar tal acontecimiento regalando lápi-ces a los que adornó con un breve moño de listón tricolor. Lo pensó y lo hizo. Con ellos se apostó en la puerta de su establecimiento y comenzó a obsequiarlo a los transeúntes; pero como nunca falta mal pensado que en todo vea dolo, al rato apareció por ahí un policía o un militar que le echó en cara lo que hacía tomándolo a ofensa a nuestro lábaro na-cional. Total que el bien intenciónado nuevo mexicano pasó unas horas negras que sirvieron para que se aclarara que no cualquier cosa tricolor es nuestra bandera.

Se preocupó de la cultura propia y de la de sus hijos. Perteneció al Club de Leones; formó sociedad con sus hijos que en su propio negocio siguen el ejemplo de su padre... quien muriera en 1983 y que indudable-mente es uno de Los Nuestros.

Page 302: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Salvador Jalife Cervantes*81

Thierry Desjardin’s decía por 1974 en su libro Cien millones de árabes que la mejor de las imágenes para hablar del Líbano se la había dado su colega Eugene Manoni en un curso de cocina. Decía:

El plato libanés por excelencia es el denominado los ‘mazzés’. Os traen (incluso en los más pequeños restaurantes) una cincuen-tena de pequeños platos, de pequeños boles, apenas como una tapa, en donde se encuentran mil cosas indescriptibles para el occidental: puré de garbanzos, rábanos, lentejas, cremas de pes-cado, pámpanos tiernos, pajarillos fritos; pero especialmente cremas hechas a base de plantas desconocidas tan deliciosas las unas como las otras. Y durante horas, con un trozo de pan árabe, blando y particularmente sabroso, vais degustando cada uno de esos platos, charlando con los amigos (Líbano significa ante todo amigos) y soñando, perdidos los ojos en el azul centelleante del mar o en el de la montaña, algo aturdido por una bruma calurosa.

La montaña en Beirut, a menudo es azul como la naranja del poeta.

Pues bien, Líbano es un poco los ‘mazzés’. Allí hay de todo, de lo conocido y de lo insospechable, de lo mejor y de lo peor, ricos y pobres, cristianos y chiítas, gente refinada y atroces levantinos, gente hospitalaria y personas cobardes. ¡Fascinante país!

Y más adelante seguía:

“De hecho, caso de querer simplificar las cosas al máximo en ese país de las mil facetas, de los mil ‘mazzés’, podría decirse que existen dos Líbanos completamente distintos. El de Beirut, ciu-dad repleta de dinero que sólo vive para los bancos y el comercio

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 19 de enero del 2001.

Page 303: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y que se da aires de gran ciudad y el Líbano de la montaña, más duro, más auténtico, más árabe, por más que haya sumitas en los barrios elegantes de Beirut y cristianos pobres en las montañas”.

Del pueblo de Gazieh, cercano a Saida, puerto de Líbano, a princi-pios del siglo pasado llegó a La Laguna, Ahmed Jalife. De seguro por ver tanto el mar no pudo escapar a su atracción y no le quedó más remedio que embarcarse en un tin, marín de do pingüé que dio con México. Ya en él, nomás desembarcar y le cambiaron el Ahmed por Carlos.

En Torreón se dedicó al comercio y pocos años después se casó con la gomezpalatina Esther Cervantes, que le dio cinco hijos: Salvador, que fue el mayor y nació en Torreón el 1o. de octubre de 1920; llegando después José, Abel, Afif y Alejandro.

En un momento dado Ahmed y su familia cambiaron su residencia a Morelia, ciudad en la que vivirían diez años. Fue allí que Salvador vio y escuchó una banda de música por primera vez en su vida. Tal espectáculo le impactó profundamente y jamás lo olvidaría. Allá además estudiaría hasta quinto año de primaria, dato que sorprende a quienes le conocie-ron y recuerdan hablando con autoridad sobre diversos temas. Y es que Salvador fue un verdadero autodidacta. Lector insaciable y preguntón incansable, su seguridad estaba apuntalada por lecturas y respuestas de gente preparada en diferentes campos.

Al regresar de Morelia ya no pudo proseguir sus estudios. Tuvo que contribuir a la economía hogareña y lo primero que hizo fue ven-der periódicos, razón por la cual después bromeaba con su amigo don Antonio de Juambelz diciéndole “colega”. En 1938 murió su padre y Sal-vador, de apenas dieciocho años de edad, tuvo que sacar adelante a la familia. Fue comerciante, vendió de todo, cera de candelilla, tomates... lo posible y lo imposible. Si la bondad de lo que vendía no bastaba por sí sola para que la operación se realizara, sus argumentos hacían el resto por “la labia” con que él los exponía. Y así, vendiendo de todo, fue a dar con los materiales de construcción, que le dejaban más margen para mejorar su economía y hasta para pensar en que tenía veintitrés años y era tiempo de casarse; lo que hizo en 1943 con Celia García Flores, hija de don José A. García, con la que tuvo cinco hijos: Carlos, Celia, Esther (f) y Salvador, que fue Presidente Municipal de Torreón.

En 1950 construyó su casa frente al Parque Venustiano Carranza. Se pegó a maestros y albañiles y aprendió lo que después le serviría para iniciarse en el negocio de la construcción con una nueva filosofía

Page 304: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y, de inmediato, a la compra-venta de terrenos. Al principio los terrenos que le daban en comisión los vendía, pero en cuanto su economía fue mejorando, cobrando su comisión en terreno construía y vendía terre-no y casa. Así hasta llegar no a hacer casa por casa, sino a construir colonias completas. La primera fue la llamada División del Norte y la siguiente fue en Chávez llamada Isaura Chávez de Montemayor.

Pero no sólo trató de hacer casas. Trajo a este campo un con-

cepto nuevo, construyendo casas de interés social, buscando cons-tantemente la posibilidad de construirlas a menor precio; beneficio que pasaba a quienes las adquirían, ya fuera bajando el precio o dán-doles más construcción. En este campo fue el precursor y el mayor. Conociendo a su gente, se valía todo lo que pudiera servir para que hicieran su trabajo bien y en el mejor tiempo posible, por curiosas o pintorescas que pudieran parecer sus motivaciones: les hablaba, por ejemplo, de la luna nueva diciéndoles que todo lo que se hacía en el lapso de una a otra traía felicidad a quienes lo conseguían, o más salud, o lo que fuera y de esta manera lograba mantener un ritmo de veintiocho días para conseguir la construcción de una casa. Y para demostrarles que lo que les había dicho era cierto, les daba una gra-tificación y otra casa para hacer. Y así todos sus maestros que fueron de extracción humilde llegaron a lograr un ritmo de trabajo que les aseguró mejores entradas, mejorando su vida familiar. Algunos de ellos llevan trabajando en su empresa treinta años.

Habiendo oído que en Italia la industria de la construcción estaba

muy adelantada, hizo un viaje especial para constatar aquello, pero lo que vio no le convenció; era cierto que las casas las hacían en menos tiempo que él, sin embargo le parecía que debía haber una manera de hacer en menor tiempo la construcción y no era aquélla. Al volver de alguna manera se enteró de que en Venezuela había alguien que lo es-taba haciendo; que vaciaba paredes y techos de una sola vez y allá se fue. Así fue como conoció al Sr. Pujol, a quien convenció para que se vi-niera a México. Esto fue en 1982 y desde entonces pudo hacer realidad su sueño de hacer una casa cada día.

Pero no todo fue trabajo en la vida de Salvador Jalife. Su vida fue algo así como aquellos “mazzés” de que hablaba Manoni, su espí-ritu estaba lleno de inquietudes que procuraba realizar. Se interesaba por la música y no se conformaba con adquirir discos o casetes como lo hacían muchos, en cuanto pudo aprovechó sus cumpleaños para contratar artistas que vinieran a cantar en su casa para él, su familia y sus amigos. Así lo hicieron Amparo Montes, Rebeca, Irma Carlón,

Page 305: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“La Muñequita que canta” —que no recuerdo cómo se llamaba— y muchas otras. Y no sólo eso, cuando Vilalta y el Ché Cruz buscaron vo-luntarios para formar un cuarteto musical con Polo Cavazos, Salvador de inmediato levantó la mano para completarlo tocando el bajo.

Más tarde realizaría aquella gran ilusión que le naciera de niño al oír la banda de Morelia y de su propio bolsillo auspició la que hoy lleva su nombre adquiriendo todos los instrumentos necesarios y pagando los mejores profesores, algunos de los cuales contrató en otras partes del país. Por fortuna esta banda sobrevive, colaborando a su manteni-miento el Tecnológico de Monterrey y el Municipio.

Le gustó el teatro y hacía lo imposible con su tiempo para no per-

der ninguna obra que le interesara, haciendo viajes rápidos a México, Monterrey o cualquier parte donde la obra se presentara y adquiriendo invariablemente el libro correspondiente para leerlo. Acerca de estos viajes hay una anécdota que habla de esa imperiosa afición: próximo a nacer su hijo Salvador, en Monterrey pasaban alguna ópera o zarzue-la que le interesaba y allá se fue con Celia, su esposa, a quien el viaje posiblemente le adelantó el alumbramiento y Salvador Jalife García no pudo esperar llegar a Torreón y nació en Saltillo.

Con Luis Díaz Flores, Salvador Jalife Cervantes aprendió de tea-

tro ayudándole en todo. Fue escenógrafo, promotor y ayudó para la construcción del Teatro Mayrán, hoy Teatro Garibay. Intervino tam-bién, de alguna manera, en aquella presentación inolvidable de la “Luisa Fernanda”.

En su actividad de constructor no se puede olvidar el hermoso gesto que tuvo para con sus amigos diseñando una colonia, la “Villa Florida”, cuyas calles llevan todas el nombre de alguno de ellos, por ejemplo: Alonso Gómez Aguirre, Alejandro Vilalta, Salvador Vizcaíno Hernández, Rafael del Río, Federico Elizondo, Antonio Flores Ramírez y así por el estilo. La proyectó, la diseñó, la presentó a las autoridades co-rrespondientes, diciéndoles que sólo la haría si le respetaban los nom-bres propuestos para sus calles y por supuesto que se la aprobaron.

Con su amigo Julián Núñez hizo un (entiendo que el primero)

viaje a Europa, Salvador aprovechó para extenderlo, en tan idónea compañía hasta el Líbano. Ya en él, visitó el pueblo de su padre, Ga-zieh, donde buscó a sus familiares, que, por supuesto, no conocía; con el agravante que no hablaba árabe, ni ellos español, sólo se defendía con unas pocas palabras en inglés y otras tantas de Julián. De todas

Page 306: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

maneras la emoción de todos fue grande y muy sincera y los ¡oh! y los ¡ah! y otras voces repetidas, volvían aquello de película, según conta-ba, riendo, después. A partir de aquella visita la comunicación fue fre-cuente, e incluso uno de sus tíos le pagó la visita más tarde, causando expectación su vestimenta, una fina chilaba a rayas anchas verticales cuando caminaba por la Morelos para ir a la peluquería.

Lleno de vida y alegría no sabía estar quieto, de joven militó en-tre los Juniores de la primera hornada, que más tarde llevaría a Gómez Palacio con Julián Núñez y Lucio Torres entre otros haciendo varias pro-mociones; una de ellas traer a Agustín Lara y su conjunto, que era lo más que se podía traer por aquel entonces.

De mayor, colaboró siempre en cualquier proyecto que benefi-ciara a la ciudad. Su raíz libanesa por el lado paterno le hacía tan diverso como los “mazzés”.

Por sus capacidades para la amistad, por su amor a Torreón, Sal-vador Jalife Cervantes es uno de Los Nuestros.

Page 307: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Carlos Jalife García*82

Alguien dijo alguna vez que el quehacer, que no es el trabajo que nos sale al paso sino el que hay que buscar con el espíritu, es la expresión cabal de lo que es un hombre, de lo que siente y lo que cree.

Frecuentemente aquello que se es, que se siente y cree no puede expresarse en nuestro diario trabajo. Sucede también que el material que permite al hombre expresar su creencia, su sentimiento y la esen-cia de su ser mediante su verdadero quehacer, necesita el tiempo para fraguar y ser útil. Por otra parte está la sensibilidad, que hay que ir afi-nando... que la vida se encarga de afinar.

Es posible que nazcamos sensibles a lo que nos rodea, pero aún esto tenemos que descubrirlo. Tal descubrimiento no siempre sucede, depende de ciertas circunstancias que pueden o no producirse en nues-tro entorno; sin embargo, de ello depende que el hombre deje o no huella de su paso por una comunidad, pocos por el mundo.

Estos quehaceres que hay que buscar, detectar e imaginar en ocasiones, son como deberes morales que a nosotros mismos toca decidir si nos imponemos o no. Cuando se decide afirmativamente sobre esto, algunos hombres descubren que realizarlos les satisface, les hace sentirse bien consigo mismos, les llena de entusiasmo y son capaces de entusiasmar a los demás con su labor y sostener indefini-damente este entusiasmo en sí mismo y en los demás.

Para una comunidad, cualquiera que ésta sea, no importa su ta-maño, es muy valioso contar con gente de esta naturaleza. Hay épocas en las que abundan; hay otras en las que escasean.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de septiembre de 1998.

Page 308: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Afortunadamente a nuestra ciudad nunca le han faltado. Uno de ellos es Carlos Jalife García, quien desde su adolescencia fue admirador de la obra benemérita de la Cruz Roja Mexicana y socorrista voluntario de ella. Todo el tiempo que le dejaba libre la entrega y los afanes que le exigían el abrirse un lugar en el mundo de los negocios (proceso en el que, al mismo tiempo, se nutría de ideales participando en diversos grupos asistenciales y entiendo que fue fundador del Club Sertoma) se lo dedicaba a la benemérita institución.

Ha participado en todo movimiento que en Torreón ha persegui-do el mejoramiento social y cultural de nuestra comunidad.

A la Cruz Roja Mexicana regresó desde hace más de treinta años, alcanzando en ella (hace algo así como diez) la presidencia de la misma, dándole un impulso que parece alimentarse de sí mismo, pues nada lo detiene.

La coordinación nacional revisora de la Cruz Roja Mexicana le ha concedido el grado Meritorio SISMO 1985 de comandante general; el consejo nacional de directores le ha condecorado con la condecoración de perseverancia en el servicio como socio activo; ha recibido también la medalla de oficial de la orden de honor al mérito de la Cruz Roja Mexi-cana; tiene el derecho de poner en su uniforme la tercera estrella de comandante general en funciones, del cuerpo de socorristas y última-mente ha sido distinguido con el grado de la gran cruz de honor de la legión de Honor de la Cruz Roja Mexicana, con el escudo nacional de México al centro.

Por esto y mucho más Carlos Jalife García ha sido, es y será siem-pre uno de Los Nuestros.

Page 309: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Valeriano Lamberta Colosia*83

Valeriano Lamberta Colosia, más conocido entre nosotros por su nom-bre y su primer apellido por los que le llamaban indistintamente sus amigos y sus más amigos, nació en Merodio, Asturias, España el 21 de septiembre del año de 1896.

Su infancia fue una infancia feliz: dotado de una buena voz fue

muy querido de sus padres, particularmente por su madre, cantó en el coro de su iglesia, de la cual recibió religión e instrucción primaria y secundaria. A los dieciséis años emigró a La Habana, Cuba, a donde su hermano José se le había anticipado y con quien comenzó a trabajar en un pequeño negocio comercial que aquél había iniciado.

Aficionado como era al canto y entendedor de la música, en La Ha-bana tuvo la oportunidad de escuchar a Caruso, cuyo recuerdo para él fue imborrable. Físicamente fuerte, en sus ratos de ocio jugaba Jai Alai y bolos, deporte este último en el que, aquí, llegaría a destacar más tarde.

Por los veinticinco años andaba en 1921, cuando su madre se le enfermó en su pueblo a donde se fue de inmediato, sin lograr alcanzar-la con vida; pero sí a tiempo de cantar en su misa de cuerpo presente. Tamaño acontecimiento le hizo reflexionar sobre lo rápido que el tiem-po pasa —pensamiento que le desvelaba— meditando que su destino tenía que ser otro y que estaba obligado a buscarlo hasta encontrarlo.

Así un buen día, al despedirse nuevamente de los suyos y regre-

sar a Cuba, se despidió también de José su hermano y embarcó rumbo a Veracruz. Tenía veintiséis años de edad.

En Veracruz contrajo el paludismo, lo que le hizo buscar mejor clima. Se fue a Toluca donde lo encontró y también trabajó en una maderería.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 1 de octubre de 1999.

Page 310: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Los números se le habían dado desde la primaria, pero en la maderería empezó a cubicar madera diariamente y con tal frecuencia que llegó a hacerlo con más rapidez que las incipientes calculadoras de entonces.

En Toluca comenzó a sonar el nombre de Torreón. Y no le sonó mal. Le llegaba acompañado siempre de la leyenda del campo algodo-nero, de la gran colonia española que había y de los asturianos que en lo que iba del siglo aquí, habían hecho su fortuna.

Poco a poco fue sintiendo la íntima convicción de que lo que bus-caba lo encontraría en esta ciudad norteña y un día se encontró a sí mismo bajando del tren que le había traído hasta Torreón y lo dejaba en la estación (que estaba entonces a la altura de la alianza) con un veliz donde traía todas sus pertenencias y una cartera con sus ahorros en el bolsillo. Antes de que estos se agotaran sabía que tenía que colocarse en algún trabajo.

Como el tren pasaba por aquí casi al anochecer se fue en busca de un hotel para descansar y estar en forma al día siguiente para cono-cer la ciudad y encarar su destino.

Para la década de los veinte, lo que es hoy el centro histórico de Torreón estaba casi hecho. Los grandes almacenes comerciales que le distinguieron hasta hace muy poco, funcionaban con éxito. Los edificios de cantera se encontraban orgullosos de su belleza frente a la plaza principal por la avenida Juárez. El edificio Arocena, con los dragones en su puerta principal, recién se había terminado; el mercado Juárez era el que después se quemó; los automóviles de sitio en la plaza eran nuevos, sacados de agencia. La plaza de Toros era de madera pero la visitaban los grandes toreros de la comarca; el movimiento comercial era intenso y el nombre de “Lagunero” lle-naba de orgullo a los habitantes de toda la comarca. Valeriano se enamoró a primera vista de la “Perla de la Laguna”. Desde entonces le fue siempre fiel.

Pero el tiempo pasaba, sus ahorros se le agotaban y él no conse-guía colocarse.

Sin embargo se iba relacionando con algunos paisanos, entre ellos los Pruneda, que ayudaban a muchos que llegaron después que ellos. Sembraban, pero también eran propietarios de una de las tiendas de ul-tramarinos más exitosa de aquellos tiempos: “Las Playas”.

Page 311: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Particularmente Fernando Pruneda le había tomado estimación al paisano recién llegado y resultó que un día coincidieron en la tienda José Cueto, también merodiano, hombre de novela y leyenda que aquellos años manejaba algo así como treinta y cuatro ranchos de aquellos tiem-pos, casi inimaginables estos por su extensión y Valeriano que seguía sin conseguir nada. Fue entonces que Fermín le dijo: “Este hombre busca un trabajo. Dáselo: lo pagas tú o lo pago yo, pero hay que darle un trabajo hoy mismo”.

Valeriano Lamberta tenía treinta años cumplidos cuando comen-zó a cumplirse su destino lagunero. Durante la temporada de pizca los agricultores empleaban dos personas para recibirlas. Uno pesaba el algodón pizcado por cada pizcador y gritaba y el otro hacía el cálculo correspondiente y lo pagaba. En el caso de Valeriano, su facultad y ra-pidez para manejar mentalmente los números, le permitió hacer solo ambas funciones, con lo que ahorró a don José un sueldo.

Esto le dio cierta fama y había quien le apostaba, hasta que todos se convencieron de que no le podían porque, por ejemplo, en sumas, cuando durante la competencia el que dictaba las cantidades —diez o veinte o más— decía la última y el otro iba a sumar, él ya estaba ponien-do bajo la raya el total.

Ese primer trabajo lo desempeñó en la hacienda de “La Loma”, donde lo conoció mi tío Manuel y recuerdo que una vez que platicaba mi tío, estando con él en el Sanatorio Español acompañándolo su her-mano Vicente, llegó Valeriano a visitarlo y luego —si no me equivoco en esto último— Pancho Díaz; con el resultado de que un tiempo después les atrapó la nostalgia y se pusieron a recordar el sabor de los quesos de dona María, el ruido de las carretas por el camino (por cierto, “La Carreta” es una de las canciones que cantaba como pocos Valeriano), las puntadas del tío Victoriano y una serie de cosas como esas mientras el sol cuya luz entraba por la ventana, casi puerta, se ponía.

Ya independiente o asociado trabajó rentando las haciendas de

“la Virgen”, “Jericó”, “La Galleguita” sin precisar fechas y ni siquiera estoy seguro de que el nombre de esta última haya sido el que escribí; pero, por ahí iría, porque me suena. Luego vino la aventura de San Isi-dro que después fraccionara... en fin.

Cuando el reparto, como buen virgo intuitivo y previsor, dejó la tierra y se dedicó a hotelero, siendo el primero que aquí no esperaba a los huéspedes sino que iba a recogerlos a la estación.

Page 312: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

También fue de los primeros ganaderos con cincuenta vacas ca-nadienses y por supuesto de los primeros accionistas de “Lala”.

Se casó en 1935 con Carmen Montalván Merino. Tuvieron tres hijos: María del Rosario, María del Carmen y José Antonio, todos feliz-mente casados.

Era callado para sus cosas, era espléndido porque lo era, pero su mano izquierda no se enteraba de lo que la derecha hacía.

Cuando lo del parque San Isidro se dio por suya aquella frase de “Hágase lo que se deba, aunque se deba lo que se haga”, aunque en realidad no lo fuera. Por algo sería. En la Covadonga siempre recomen-daba que había que hacer quedar bien a la colonia, que se gastara en ellas lo necesario para darle color y para que quedara un buen recuer-do, que el ganar era secundario y no faltaba nunca la música con los instrumentos del folklore español.

El agradecimiento fue una de sus virtudes. Siempre tuvo en su corazón a quienes le ayudaron. Cuando muchos sacaron de México su dinero, él le dijo a su hijo: correré la suerte de este país que siento como mío. Torreón me hizo, lo que tengo aquí lo hice y aquí se queda.

Muchas más cosas habría que contar de Valeriano Lamberta Co-losia; un hombre que buscó esta tierra para trabajarla, esforzada y amo-rosamente, para formar una familia y para morir en ella en 1985.

Por todo ello es uno de Los Nuestros.

Page 313: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José María Lara Aguayo*84

Los hombres nacen en la época y el sitio exactos en que deben cum-plir su propia misión y cuando en esto último hay equívoco, el tiempo se encarga de corregir su ubicación terrena. Acerca del para qué, que tiene que ver con la época, también el tiempo se encarga de proveer-le con los conocimientos y sabiduría precisos para cumplir aquello para lo que ha nacido. La fuerza necesaria le viene de los principios heredados de sus mayores y, en el caso del profesor José María Lara Aguayo, de su fe en Dios, que tiene presente en todos sus actos.

José María Lara Aguayo nació en Nochistlán de Mejía, Zacatecas, el año de 1919; siendo sus padres José Lara Mora y María Aguayo Ne-grete. Su padre tenía ganado vacuno con el que negociaba. La niñez en un pueblo chico como Nochistlán se desarrollaba felizmente, porque las diferencias entre sus habitantes eran mínimas y todos los niños se trataban de igual a igual, jugando a diario en los mismos sitios y con-currían, cuando el momento llegaba, a la misma escuela; asistiendo tan limpio uno como otro, vistiendo igual, salvo los hijos del juez, del recaudador y algún otro oficial de algo, a quienes sus madres vestían con aquellos trajecitos de marinero o pantalones abombados que tan-to odiaban los chamacos y que sus compañeros ni siquiera envidiaban. Si eran ricos, si eran pobres, los chicos no lo sabían y acaso ni supieran que tales palabras existían.

En el caso de Lara Aguayo, que en sus primeros años preesco-lares sólo supo de la amistad de sus amigos de juego y del cariño de sus padres, la existencia de tales diferencias sólo lo supo años después, cuando saber que había sido pobre no dañaba, de ninguna manera la riqueza imperecedera de sus recuerdos de niño. Sus estudios primarios los hizo en Nochistlán en la escuela Benito Juárez, que los significaba hasta cuarto año como elementales y los dos últimos como educación

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 21 de enero del 2000.

Page 314: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

superior. De todos sus profesores guarda el mejor de los recuerdos, pues ellos, dice, me enseñaron que todos somos seres humanos y por lo tanto, todos debemos tratamos con respeto y cordialidad. Enseñan-za que no sólo nunca ha olvidado, sino que ha sembrado en el corazón de sus educandos. Fue un buen estudiante. Eso le valió la distinción de ser señalado para decir el discurso de bienvenida al gobernador, el General Leobardo C. Ruiz cuando fue a visitar la escuela. Tenía nueve años y cursaba el cuarto año. Tan impresionado quedó el señor gober-nador que lo felicitó y le preguntó qué pensaba estudiar. Lara Aguayo le dijo que Leyes y la pregunta de ¿por qué? le respondió que porque se ocupaban de todo. El gobernador pidió a sus padres que le dejaran llevárselo; que él se ocuparía del niño y de sus estudios, pero, por una cosa o por otra, el proyecto no fue factible.

El negocio de su padre comenzaba a no ir bien y en 1934 decidió venirse a La Laguna con su hijo mayor en pos de mejores horizontes. Doña María se quedó allá con el resto de la familia. José María, desde el día que terminó sus estudios —tres años antes— hacía de todo en el vecindario, para poder contribuir con algo de dinero a los gastos de la casa. Las preocupaciones y el trabajo iban desgastando a su madre, de tal manera que un día el Inspector Escolar, que los conocía bien y estimaba a sus padres fue con ella y le dijo: “Doña Mariquita: la veo muy desmejorada. Necesita cuidarse, descansar todo lo que pueda. ¿Que le parece si le ofrezco a José María trabajo como profesor rural en uno de los pueblos vecinos?”. Y así fue como, sin pretenderlo ni saberlo, José María Lara Aguayo inició su carrera magisterial, princi-piando a cumplir la misión para la que indudablemente había nacido. Tenía entonces catorce años, entrados en quince.

A los dos años de haberse venido a Torreón su padre y su herma-no, mandaron llamar a la familia. Todos se vinieron, incluso José María, que en su inexperiencia no hizo renuncia en forma de su trabajo de maestro, en el que había estado tres años.

Aquí se reunió toda la familia en noviembre del 36, año del repar-too. Sesenta y tres años tiene pues, el profesor José María Lara Aguayo de ser lagunero. Su primer domicilio aquí estuvo por el barrio de La Fe.

Luego vino el buscar trabajo. El magisterio, que al parecer había sido algo accidental en su vida. Su primer trabajo en Torreón lo con-siguió con Francisco Rivera, en un negocio de ultramarinos que éste tenía por la Alianza, por la calle Muzquis, más o menos frente a donde entonces estaba “El Siglo”. Luego trabajó en el Departamento de Co-

Page 315: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

branzas de la Unión de Crédito Lagunero, donde conoció a don Carlos I., Marcos y don Elías Murra, promotores de un importantísimo negocio en nuestra ciudad. Parecía pues, que el porvenir del ex profesor rural había dado un giro total.

Pero, el destino es el destino; o bien los proyectos del Señor para sus fieles son imprevisibles. Resultó, pues, que un día Lara Aguayo pa-saba por un edificio que por muchos años fue conocido como Edificio Vizcaya y estuvo al lado de lo que fueran los famosos Baños de las Deli-cias (antes de que ambos desaparecieran), cuando alguien le llamó en voz alta diciéndole: “Pero, qué andas haciendo tú aquí”. Era un viejo amigo de Nochistlán que después de oír todo lo que le había sucedido desde que no se habían visto, le dijo: “¡Qué cobrar ni qué cobrar! Tú ahora mismo vas y renuncias, no como en tu pueblo que ahí ni siquiera renunciaste a tu puesto de profesor y mañana te me vienes aquí; para entonces yo tendré el trabajo adecuado para ti. Y así el 1 de Febrero de 1937, fue nombrado profesor de primaria para la comunidad de Buena-vista, municipio de Viesca, a los dieciocho años de edad.

Buenavista fue el campo apropiado para que este joven maes-tro rural, idealista, lleno de fe en el porvenir del hombre, pasara a la práctica de ciertas ideas en las que venía reflexionando desde que tuvo frente a sí a un grupo de niños, cuyo futuro dependía de que él pudiera darles para su inteligencia y enseñarles para su corazón. Le preocupa-ba, particularmente, el bienestar de los desposeídos, seguro como ha estado siempre de que el Creador no hizo mundo para unos pocos sino para todos, con la idea de que todos en él pueden ser felices si realmen-te aspiran a serlo; así que en cuanto tomó posesión de su puesto, se relacionó con los padres de familia y tuvo con ellos pláticas buscando un reacomodamiento de sus relaciones a través de la amistad y el res-peto mutuo.

Otras comunidades rurales donde estuvo y que le consumieron veinticinco años de su vida han sido: Sacrificio, San Francisco, Corona, Nazareno, La Trinidad, Punta de Santo Domingo San José del Aguaje, Barrera de Guadalupe, La Rosita municipio de Viesca y a todos ellos im-pactó con su mensaje, pues buscando su amistad, les daba la suya pri-mero, manifestándose por verdadera ayuda económica en ocasiones, facilitando a los niños, útiles que no podían adquirir. Ellos comenzaron a ver la vida de otra manera. Dejaron de ser nadie, pues supieron que para el profesor José María Lara Aguayo eran seres humanos, igual a él. De aquella primera comunidad de Buenavista salió, con el tiempo uno de los presidentes municipales de Viesca: Gabino Chacón. Y todavía

Page 316: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ahora, de 25 a 30 años después, si a cualquiera de ellos se pregunta por el muchacho, le recuerdan con emoción agradecida.

Con el tiempo, de profesor pasó a director y luego a inspector, en cuyo puesto, más que nada era compañero; ayudando todo lo que podía a que su grupos de profesores entendieran la psicología de sus educandos, dando en su beneficio, incluso, clases a los chiquillos, para que quienes se iniciaban como tales tuvieran idea de cómo dirigirse a los alumnos. En 1960 fue supervisor de zona en Tuxtepec y más tarde Inspector a Nivel Nacional.

En Ciudad Lerdo vive desde 1950. Habiéndose jubilado en 1985, no faltó la cizaña de quienes envidiando el formidable trabajo que siem-pre realizó el profesor Lara Aguayo en las escuelas rurales, intentaron despojar del merecido premio a algunos maestros que le habían ayu-dado en la tarea y para evitar que se les reconociera buscaron nom-bramientos, que obtuvieron para maestros que no tenían que ver con ella, moviendo cielo y tierra para que tal despojo ocurriera. El profesor José María Lara Aguayo los enfrentó a todos en defensa de quienes eran coautores de aquel trabajo. Hasta que un día tronó la voz mayor del sindicato en aquel entonces: O se van ellos, o te vas tú, a lo que Lara Aguayo con su reconocida hombría contestó: “Me voy yo, para una vida como la de José María Lara Aguayo siempre faltará espacio”.

En 1942 casó con Victoria Córdoba Ibarra. Tuvieron siete hijos, de los cuales sobreviven cinco: Enrique es matemático, Luciano que es psi-cólogo; José Guadalupe que también es matemático; María Elena que falleció, Leobardo que falleció; Ángel que es médico y Martha Olivia que es Licenciada en Administración.

En 1952 fundó la primera Secundaria para Trabajadores; en 1953 promovió en Lerdo los desayunos escolares y fue el creador de aquellas secundarias en 1965.

Entre las aficiones del profesor José María Lara Aguayo está, en primer lugar la Charrería, que por cierto, en La Laguna, Salvador Álva-rez Diez es el pilar más visible. El primer caballo del profesor lo adquirió en su nativo Nochistlán, mas que nada porque le era indispensable para comunicarse de un pueblo a otro, para cumplir con sus actividades ma-gisteriales. La otra es la poesía.

Por todo esto, es indudable que el profesor María Lara Aguayo es un lagunero indudable y desde luego, uno de Los Nuestros.

Page 317: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Ledesma Guajardo*85

El sitio de su casa donde el señor Ledesma desarrolla las actividades en que su espíritu se satisface, es justo el que se necesita para ver de golpe lo que fue y lo que es su vida. A este sitio no se entra, no tiene puerta es y no es parte de la casa y es, al mismo tiempo, otro mundo; se está en él de una vez, cuanto se está frente a una pared casi cubierta por una se-rie de hermosas fotografías de nuestros volcanes principales: el Popo y el Izta. Pues resulta primer asombro de mi ignorancia que el señor Le-desma fue un alpinista con toda la barba, desde que en la cara la tenía. ¿Y esto? “Pues nada, que desde los quince años fui socio activo del club de Exploraciones de México, A.C., en el que con el tiempo desempeñé varios cargos en las mesas directivas, desde vocal hasta secretario de excursiones”. Luego viene la narración de una serie de hazañas, porque eso fueron. Oigámoslo:

“Destaqué como participante en algunas proezas deportivas como el descenso a “rappel” al fondo del cráter del Popocatépetl. El maratón de volcanes, que consiste en las ascensiones, en tres días con-secutivos, a las cumbres del Popocatépetl, del Iztaccíhuatl y del Ciltlal-tépetl y otras monerías más; sin embargo, las mayores satisfacciones las tuve guiando grupos de novatos hasta las altas cimas. Todavía hoy en día me doy mis escapadas, dos o tres veces al año, a las estribacio-nes de mis amadas montañas nevadas”.

Estoy seguro de que para muchos de sus amigos que a diario sa-ludan al hombre sonriente, calmado y afable, saber que fue capaz de actividad deportiva tan llena de riesgos, les va a sorprender.

A pioletazo limpio fue una columna semanaria que el señor Le-desma publicó durante varios años en el Universal Gráfico, para lo que le sirvió la experiencia que había tenido en la revista “La Montaña” que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de agosto del 2000.

Page 318: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

publicaba el Club de Exploraciones de México y en la cual él había sido articulista, jefe de redacción y, por varios años, director.

Francisco Ledesma Guajardo nació el 2 de mayo de 1919, de ma-nera que hoy tiene ochenta y un años magníficamente llevados. Dice haber nacido en la Ciudad de México en una casa que está, o al menos estuvo, frente a la Fuente de ‘El Salto del Agua’, vestigio arquitectónico de la época colonial. Fueron sus padres el Capitán 1º de Caballería, Félix María Ledesma Tovar y Rosalía Guajardo Cisneros, hija de una familia acomodada de Linares, Nuevo León. Tiene tres hermanos: Félix, Cuca y Carmela, todos activos con más de setenta años de edad.

El bienestar de su familia fue afectado por las pasiones de aque-llos años turbulentos y el hecho de que su padre formara en el Ejérci-to Federal motivó que Francisco Ledesma a duras penas terminara su instrucción primaria y tuviera que buscar de inmediato un trabajo para dejar de ser una carga para los suyos y, al contrario, contribuir cuanto antes al ingreso familiar. Lo intentó primero en una sastrería, luego en la radio, donde gracias a la influencia de un amigo ingresó en una aca-demia especializada obteniendo el título de radiotécnico ya colocado, pronto fue encargado de un taller de instalación y reparación de radios de automóvil. Corría la década de los treinta.

En 1940 su cuñado, el periodista José C. Valadés, fue nombrado secretario particular del Ministro de Relaciones Exteriores en el gobier-no del General Manuel Ávila Camacho y enviaron al señor Ledesma al departamento de información de esa Secretaría, que tenía la misión de mantener constantemente informado al Servicio Exterior Mexicano. Comenzó como oficial cuarto y terminó como jefe de archivo, conside-rando lo más valioso de esta experiencia el haber aprendido el orden y la disciplina que se requieren para llevar con eficacia el Archivo de la Nación.

Tiempo después renunció a su puesto en aquella secretaría para dedicarse a la venta de muebles de cocina y baño con la Casa Delher.

Transcurridos tres años en esa negociación conoció a la que sería su esposa. Así lo narra: “Mi matrimonio con ella fue el acontecimiento más importante de mi vida, porque Martucha —como yo le digo— ha lle-nado plenamente mis anhelos de felicidad. Nos casamos el 17 de noviem-bre de 1948 y de esa unión nacieron siete hijos: Jorge Francisco, Sergio Antonio, Martha Rosalía, Gabriela, Ricardo Javier, Alejandra y Alberto; todos ellos profesionistas menos el último que cursa el bachillerato en la

Page 319: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

UAL. Con mis hijos y sus cónyuges, mi hijo soltero y trece nietos, hemos formado un núcleo familiar fuerte y vigoroso”.

El señor Ledesma llegó a esta ciudad en octubre de 1955 y con pe-ríodos de ausencias (dos años en México, dos y medio en Chihuahua y tres años y medio en Guadalajara) aquí ha vivido veintiocho años. ¿Qué ha hecho en ellos? Decirlo es fácil, pues el señor Ledesma es muy orde-nado y no tiene que hacer más que abrir un cajón de su escritorio para hacer su propio currículum.

Lo que cambió la vida del señor Ledesma fue que en el año 47 uno de sus cuñados, Jesús Galindo, junto con sus hermanos formó una compañía productora y distribuidora de películas: “Filmadora Chapul-tepec S.A.” y lo llamaron para que trabajara con ellos, primero como interventor y más tarde como jefe de interventores y ayudante de pro-gramación. Cuando por el propio crecimiento de la compañía se hizo necesario abrir sucursales, fue nombrado gerente de la sucursal de Monterrey.

En 1955 como se ha dicho, llegó a esta ciudad como gerente de Distribuidora de La Laguna, S.A. Torreón, empresa filial de Cía. Opera-dora de Teatros, S.A., hasta 1959 cuando se fue a Chihuahua. Regresó a Torreón en 1964 como gerente de la Sucursal de Películas Nacionales, hasta 1977, y luego, en 1981, de mayo a diciembre, fue gerente de Ci-nematográfica del Norte, S.A., Cines Géminis, empresa del señor José Antonio Haro Martín. De 1981 al 88 fue co-empresario y gerente de Pelí-culas de La Laguna, S.A. y del 88 al 92 gerente de la sucursal de Películas Nacionales, S. de R.L. De 1986 a 1993 simultáneamente con la gerencia de Películas Nacionales, en oficina privada instaló una distribuidora de videos con la representación de Mexcinema, Video de México y Profe-sionales de Video, S.A. Desde 1993 hasta el 31 de enero de este año 2000, fue gerente del departamento de Recursos Humanos de Tiendas de Au-toservicio Jotavé, S.A., la empresa del señor Eduardo Arturo Villalobos Chávez. El día primero de febrero ingresó como gerente administrativo a la Clínica Beneficios Odontológicos S.A., empresa del Dr. Edgardo To-rres Zamora.

En el año de 1964 protestó como miembro del Club Sertoma de Torreón, ocupando varios cargos en sus Consejos Ejecutivos: Vocal, Se-cretario, Consejero y parte muy activa en la campaña pro-construcción de su Casa Club. Del 67 al 68 fue Cursillista y del 67 al 74 fue miembro, junto con su esposa, del Movimiento Familiar Cristiano, en el que sólo en el primer año no tuvieron labor de dirigentes porque a partir del

Page 320: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

segundo fueron Coordinadores de Equipo, Coordinadores de Zona, Se-cretarios y titulares del Equipo de Encuentros Conyugales y Secretarios del Equipo Coordinador Diocesano durante los tres años que fueron presidentes Mario Villarreal Roiz y su esposa Aída.

En el año de 1974 protestó como socio del Club Sembradores de Amistad de Torreón, A.C., ocupando varios cargos en sus consejos Direc-tivos: Secretario por siete periodos, presidente en 1990-91 y vicepresi-dente de la XII Región de la asociación Internacional de Clubes Sembra-dores de la amistad en 1992 y 1993. Sus padrinos fueron Luis Amarante Uribe y Mario Villarreal Roiz. En este Club, añade, se ha sentido como pez en el agua porque desde su adolescencia fue proclive a la amistad; conmovido comenta: “Aquí he dado y recibido amistad. Dios ha sido pró-digo conmigo: me dio un amor paterno en el que si bien hubo muchas carencias, a cambio tuvimos el amor a raudales de dos seres heroicos que lucharon a brazo partido contra la adversidad, sacándonos a flote a mis hermanos y a mí. Me dio también una familia de la que me siento or-gulloso porque en ella campea el amor y la comprensión, virtudes éstas que son fiel reflejo de lo que Martucha es como esposa y como madre, con una sensibilidad extraordinaria y una inquietud fuera de serie”.

El señor Ledesma se interesa por todo, se inició en el periodismo con sus artículos sobre alpinismo en la revista “La Montaña” y no ha dejado de escribir de una y otra cosa, es el vocero en este diario, del Club de Sembradores de la Amistad, como lo fue en su momento del Club Sertoma.

Sus cartas a los amigos son oro en polvo, seguramente quienes las reciben las guardan para leerlas varias veces después; asímismo él guarda las que recibe de ellos como aprendiera en el archivo de la na-ción: cuidadosamente.

Su inquietud lo ha llevado a incursionar en el teatro, particular-mente bajo la dirección del buen doctor Alfonso Garibay Fernández. También ha incursionado en la oratoria y sus palabras dichas con verda-dero sentimiento logran, siempre, conmover a sus oyentes.

Necesitaríamos doble espacio para hablar de lo que Francisco Le-desma ha hecho en sus veintiocho años de vida en esta ciudad, todo lo cual le da derecho a ser y sentirse uno de Los Nuestros.

Page 321: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fermín Antonio Lee Cháirez* 86

Para que Antonio —o Toño, según la intimidad que con él se guarde— Lee Cháirez tuviera que nacer entre nosotros, su señor padre, Juan Lee Cuan, tuvo que tomarse algunas molestias. Porque si ahora mismo un viaje de placer de aquí a China es de pensarse por muchas ganas que se tengan de curiosearla, imagínese usted lo que sería hace un siglo, en situación más o menos precaria y desconociendo las lenguas que se hablaban en este continente. Diana Urow Schifter en un párrafo de su libro Torreón: un ejemplo de la inmigración a México durante el Porfiria-to. El caso de españoles, chinos y libaneses, que no tiene desperdicio, dice acerca de los chinos que vinieron a México:

Fueron causas tanto internas como externas las que provocaron la salida de miles de chinos de su país natal desde mediados del si-glo XIX. Durante todo aquel siglo y los primeros (años20) del siglo XX, hubo grandes sequías a lo largo y ancho del territorio chino; éstas produjeron grandes hambrunas entre la población, que se dedicaba principalmente a la agricultura y a la pesca. Todo esto aunado a la presencia de siete potencias extranjeras asentadas en su territorio y a la decadencia de la dinastía Manchú, así como a la inseguridad política que ésta trajo consigo, fueron las principales causas internas que favorecieron la emigración china. Un tratado de amistad a fines del siglo XIX entre México y China haría el resto.

Cuando Lee Cuan, padre de Toño, llegó a la República Mexicana lo primero que ganó de entrada fue un nombre; al decir el suyo creye-ron que estaba mencionando sus apellidos y, para luego, le adjudicaron el de Juan, que usaría toda su vida (la cual fue larga para felicidad de la familia que aquí formara: vivió 102 años, muriendo en 1973). En princi-pio se fue a la Ciudad de México; luego anduvo un poco de aquí para allá dedicándose al comercio, a la agricultura, a la compra y venta de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 2 de febrero del 2001.

Page 322: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

divisas. No era un chamaco cuando llegó a este país desde Cantón, Chi-na. Andaría por los treinta años cuando llegó, de manera que estaba en plenitud de sus facultades físicas y mentales, sin el riesgo de cometer las tonterías que suelen hacer quienes no han traspuesto los veinte y, en cambio, ver con claridad meridiana, las oportunidades que la vida ponía a su alcance.

A nuestra ciudad llegó soltero y, seguramente recordando aque-llo de que “no es bueno que el hombre esté solo”, miró a su alrededor y se fijó en María Ignacia Cháirez, con quien contrajo matrimonio en el año de 1915. Para entonces ya se había nacionalizado mexicano, llevando su carta la firma de don Porfirio Díaz. El matrimonio tuvo ocho hijos. So-breviven María Enriqueta, Roberto y Aurora (que son cuates) y Antonio.

Aquí le había tocado pasar —soltero todavía— la matanza de chi-

nos de las hortalizas que tirotearon según se rumoraba a las fuerzas del general Emilio Madero. Por eso, o porque ya tenía el propósito de visitar su tierra, ese mismo año de 1911 regresó a China, en la que per-maneció hasta fines de 1913 cuando volvió acompañado de varios paisa-nos suyos a los que había convencido con su entusiasmo de que vinie-ran a cerciorarse de las oportunidades que en La Laguna había para los hombres que no se asustaran de un trabajo duro y constante. La mayor parte de ellos vinieron, vieron y vencieron en poco tiempo; como Emilio Yee, que fundó “El Globo”, establecimiento que, primero por la Hidalgo y luego en la esquina de Juárez y Cepeda (frente a lo que entonces era el Banco de La Laguna), se especializó en regalos y perfumería y fue una anticipación de las “boutiques” que vendrían después.

Una de las actividades que al regresar de aquel viaje hizo Juan Lee Cuan, fue la de tomar la concesión del restaurante de los ferroca-rriles, a cuyo frente estuvo varios años; pero su fortaleza le pedía más acción y un día decidió cambiar su residencia a Chihuahua, lo que hizo unos meses después de nacido Fermín Antonio Lee Cháirez, el último de sus hijos, que vino al mundo el 7 de julio de 1930. De Chihuahua no regresarían sino hasta 1951. De manera que Toño volvería ya de 21 años.

Allá pasó una infancia de cuyos seis primeros años sólo recuerda verse caminando por los surcos de las tierras cercanas a los ranchos de Búfalo y Porvenir, acompañado de alguna de sus hermanas, llevan-do el lonche a su papá, que no había tenido tiempo de ir a comer. En aquellos años su papá insistía en la agricultura, tanto cerca de Jiménez, Chihuahua como en Delicias, donde a la par de la agricultura, montó en la nueva ciudad una tienda de abarrotes.

Page 323: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Entre tanto, Toño había llegado a la edad de los estudios que hizo en la capital del Estado a partir de 1937 en la Escuela Federal de Primaria y Secundaria; de la que recuerda a sus condiscípulos Macario Guillén, José Refugio Mena, Gilberto Martínez, Soledad Rodríguez y Rosario Tinoco. El problema fue que cuando terminó la secundaria, la escuela vocacional apenas se iba a levantar en unos terrenos proporcionados por la enton-ces Comisión de Irrigación. Toño decidió por lo pronto seguir una carrera comercial, la cual le llevó dos años y luego, viendo que el tiempo pasaba, se inscribió en el Instituto Técnico de Chihuahua en la carrera de Técnico Industrial. El instituto, mientras le construían su propio edificio, dio clases en el cuarto piso del Palacio de Gobierno, así que Toño perteneció de esta manera a los quince alumnos que integraron la generación fundadora.

El Gobernador Foglio Miramontes fue el constructor de la Ciudad Deportiva de aquella ciudad, donde todos los deportistas disfrutaban de la oportunidad de practicar sus especialidades en las instalaciones más cómodas y modernas. Toño desde la primaria había llenado sus días practicando el basquetbol, deporte del que era un verdadero apasiona-do y en el cual fue de los buenos y que lo llevó a otros, como al atletismo en general, pues fue corredor de 100 y 200 metros y de relevos y lanzó la jabalina, el disco, la bala y en el salto con garrocha alcanzó un segun-do lugar; todo lo cual contribuyó a mantenerlo saludable y fuerte en los años posteriores que han sido de una total entrega a sus estudios y trabajos. También perteneció al Pentathlón Deportivo Militar, en el que alcanzó el grado de Subteniente, por lo que en los primeros años de la década de los 40’s fue llamado para dar instrucción a los conscriptos.

La época de estudiante es, acaso, la mejor época de la juventud, pero no es eterna y, como todas las cosas, tienen su término. Un día Toño recibió de su padre la noticia de que se vendrían de manera definitiva a vi-vir a Torreón. Que lo dejarían allá el tiempo que le faltaba para graduarse; inmediatamente después se reuniría con ellos en Torreón, como lo hizo. Su papá abrió una tienda de abarrotes al oriente de la ciudad, que todavía existe. Allí ayudó Toño a su padre un tiempo, mientras conseguía su pri-mer trabajo, el cual sería en la Farmacia Salud –ubicada en la Sección 27 de los Ferrocarriles y en la 54 de los Peñoleros—, mientras en su tiempo libre tomaba clases de inglés con la profesora Juanita Rauls.

Luego entraron a su vida los equipos de oficina. Sucedió que la Olli-veti Mexicana puso un anuncio buscando un joven para su taller y Toño acudió; pero resulta que no sólo él había visto el anuncio, decenas de otros jóvenes también lo habían hecho y allí estaban formando una fila en la cual Toño no era de los primeros. Así, entraron los primeros y los si-

Page 324: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

guientes, todos los cuales eran examinados, calificados y despedidos con la promesa de que se le avisaría al que fuera elegido. Total, que le llegó el turno a Toño, que dice que se ganó el puesto por la sencilla razón de que tenía lo que los otros no: un título de ingeniero técnico. A él le gustó la compañía porque había muchos puestos para conquistar.

Los principios de Toño en relación con su trabajo, aprendidos indu-dablemente por el ejemplo de su padre, consistían en hacerlo como si el negocio para el que prestaba sus servicios fuera propio; es decir, entregán-dose totalmente a él, sin horario, sin disculpas, donde fuera. Lo que quería cuando fue contratado no era precisamente un buen sueldo por ser titula-do, sino una oportunidad de trabajar; que sus conocimientos, junto con su lealtad y buena disposición fueran reconocidos y pudiera progresar.

Con esa compañía duró catorce años, la mayor parte de ellos sien-do el responsable del Departamento de Mantenimiento de la compañía y viajando por toda la república, afrontando el peligro de las carreteras y el de las cocinas de cientos de ciudades y pueblos. Pero hubo algo en aquella oficina de la compañía de su primer empleo que jamás podrá pagar con nada y es que en ella trabajaba nada menos que Karime Del-fina Chibli Chibli, cuya belleza, capacidad y seriedad le conquistaron y con quien acabó casándose cuatro años después, en 1958. Han tenido siete hijos: Perlita, Xavier, Alma, Patricia, José, Karime y Sharon. Según iban llegando los hijos tomaba fuerza en el matrimonio el deseo de que Toño se independizara para tener la oportunidad de estar más cerca de ellos. En 1971 se decidió y abrió “Oficentro”, negocio que este año cumplirá sus primeros treinta años de vida y desde el cual Toño pone a diario en práctica su filosofía de servicio.

A su ciudad le ha servido a través de los Clubes de Leones, al que le llevara en su oportunidad Jesús Aguilera Romo y el Club Sertoma, al que fuera presentado por su compadre Ricardo Acosta y del que fue Presidente en el ejercicio 1980/1981; año en el que ganó la Copa de Pla-ta por el Mejor Club Sertoma del País. A partir de 1982 forma filas en el Club Rotario. Durante diecisiete años fue secretario del patronato de la Ciudad Deportiva de Torreón. En su oportunidad, Alfonso Esparza lo invitó para que se hiciera cargo del Comité Municipal de Basquetbol.

En fin, esto y mucho más demuestra que Antonio Lee Cháirez, a quien su destino le hizo vivir fuera los primeros veinte años de su vida, al volver a su ciudad natal, Torreón, ha estado atento para servirla en diferentes campos de su competencia y ganarse a pulso su puesto en-tre Los Nuestros.

Page 325: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Aurora Legorreta de Medellín* 87

Se conocieron tarde, Torreón y ella; pero desde que lo hicieron se tomaron de la mano y ninguno de los dos puede soltarse. Aurora Legorreta nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1918. En el zo-diaco pertenece a Cáncer y tiene, por tanto, una intensa vida espiritual, tendiendo a la religiosidad. Es sensible, entusiasta, intuitiva y dinámica (características que la conservan joven). Como esposa y madre fue y es ejemplar.

A los seis años —ya se sabe— le pasó lo que a todos los niños: que tuvo que ser inscrita en la escuela primaria. Ésta la inició en el co-legio Luis G. León, de la capital, por supuesto. Todo iba bien, era bue-na estudiante, pero cuando andaba por entrar a sexto a sus padres les tentó el diablillo de irse a radicar a Norteamérica y en los días que por allá pasaron para ver la conveniencia o no de dejar la Ciudad de México, dónde que a Aurorita se le ocurrió la idea de ir a nadar a una alberca, tanto para no aburrirse como para hacer ejercicio, actividad que des-de niña para ella es un imperativo. Las consecuencias, en esa ocasión, cambiaron totalmente su vida, pues ahí sufrió el contagio de un “Falso Tracoma” que iba a impedirle por muchos años fijar la vista; no podía leer ni coser y, por lo tanto, tampoco continuar sus estudios, que ter-minaron en el quinto año. Con este drama familiar encima se regresa-ron a la capital, se olvidaron de emigrar y don Juan de Dios Legorreta (el jefe de la familia que era un contador de prestigio y conferencista cotizado) se preocupó de buscar para Aurorita actividades sucedáneas a los estudios que no podía proseguir. Como a él le gustaba el tenis, la inclinó hacia este deporte. A tres cuadras de su casa había un club de tenis y ahí la inscribió. Lo que nadie imaginaba era que no perder de vista la pelota mientras era mandada de un lado a otro del set por sus propios raquetazos y los de su contrincante iba a acabar por darle una vista extraordinaria que todavía le dura. Podemos decir que aquel

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 25 de enero del 2002.

Page 326: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tratamiento duró de sus once o doce años hasta los diecisiete, edad a la que llegó convertida en una excelente tenista y como podrá supo-nerse, sin mayor interés en volver a esa edad a terminar su sexto año de primaria. Y menos cuando poco después se convertía en campeona nacional de México en tenis. Después, de plano se metió de lleno en las competencias nacionales y con la representación de México, estuvo en los juegos panamericanos y centroamericanos, conservando su título durante ocho años.

Fue entonces cuando llegó el amor. Se casó en 1945, a los veinti-siete años de edad, en la propia Ciudad de México. Lo hizo con el sam-petrino Diego Medellín Ocadiz y procrearon una familia de cuatro hijos: Patricia —la mayor—, seguida de Pilar, Diego y Aurora —que fue la me-nor—; todos ellos nacidos en la capital de la República.

El padre de quien llegara a ser su esposo había sido presidente de San Pedro de las Colonias. Por cosas de la revolución había tenido que emigrar a Norteamérica con toda su familia y Diego, cuando regresó de allá, era ya un hombre hecho y derecho. Cuestiones del destino: resulta que Mario, el hermano más chico de Diego, desde muy joven trabajó con el señor Legorreta en la oficina contable propiedad del papá de Aurora, donde conoció a Enriqueta, la hermana de ésta, enamorándose ambos y llegando a casarse. De allí en adelante todo fue camino anda-do. Tiempo después aparecería Diego en su vida, se conocerían, se ena-morarían, Aurora haría a su hermana la confidencia de su pretendiente y Enriqueta, a quien le había ido bien con el hermano, le diría: “No titu-bees, acéptalo: estos Medellín son buena gente y trabajadores”. Que era lo que Aurora esperaba para enseriar las cosas y casarse el año 45, como se ha dicho, y de lo cual nunca se arrepintió.

Los hermanos Medellín Ocadiz —a sugerencia de su mamá— se decidieron a organizar un negocio común. Así nació en la Ciudad de México Crema-Helados, negocio que llegó a ser muy conocido y que desde allá enviaba su producto a muchas grandes ciudades del interior, entre ellas Chihuahua, Durango, Monterrey y varios etcéteras. Todos estuvieron de acuerdo en que la sucursal de Torreón quedara a cargo de Diego y Aurora, para cuyo efecto se vendrían a radicar a esta ciudad. Hay que recordar que Aurora era chilanga por los cuatro costados y no dejaba de tener sus inquietudes sobre la gente del norte. Lo que tenía a su favor es que era (y sigue siendo) friolenta, así que llegando, llegan-do, lo primero que le gustó fue el clima. Pero en realidad se trató de un amor a primera vista.

Page 327: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Llegaron en 1953, en el mes de marzo, cuando el calorcito co-mienza a mostrar lo que puede llegar a ser y encontraron casa por allá por el oriente, más oriente entonces que ahora, más allá del estadio Re-volución, por donde entonces era tan lejos que se decía que por allá no se pagaba renta, lo que por supuesto no era cierto, ¡qué más hubieran querido Diego y Aurora que fuera verdad! Pues por allá fue el domicilio de Crema-Helados en Torreón y el de ellos.

La primera impresión de a dónde había llegado se la dieron a quien desde este momento dejaremos de llamar Aurora para llamar como la llama todo mundo: Señora Medellín, las vecinas de aquel ba-rrio, quienes teniendo en cuenta que los recién llegados por estar insta-lándose ni tiempo habrían tenido para comer, le comenzaron a mandar con sus hijos (de los vecinos) platos de su propia comida del día. Pensar algo igual de los chilangos, ¡ni soñarlo! Cuando le escribía a su mamá y le contaba de la Alianza y de que cuando volvía y llegaba a la esquina de su barrio y decía ¡bajan!, el chofer del autobús, atentamente, le ayu-daba a bajar su mandado, (¡cómo han cambiado las cosas!), su mamá le contestaba diciéndole que le parecía increíble y que bendito Dios que así fuera. Y de allí para el real, como suele decirse.

Entre sus primeros amigos la señora Medellín recuerda a Salva-dor y Judith Cofiño; a Ángel y Loreta Casán; a María Rosa Bredeé; a Licha Valdés Muriel y a Lola Córdova. Lamentablemente, diez años des-pués de una feliz vida matrimonial y de relaciones laguneras que le per-mitieron seguir jugando tenis a diario, Diego, su esposo, sufrió un ac-cidente en el reparto de helados muriendo a consecuencia del mismo. Cuando esto pasó, el único miedo que la señora Medellín tenía era el de tener que regresar a México, tanto era lo que ella se había ambientado con esta ciudad y tanto era el cariño que le habría cobrado a Torreón. Ese miedo era mayor al que podía asaltarle al pensar que, con sus pocos estudios, tenía que hacerse cargo del negocio que hasta entonces ha-bía dirigido su esposo. Decidió, pues, quedarse y ponerse desde el día siguiente al frente del negocio, para el que por cierto trabajaban por un sueldo, bueno para aquellos tiempos, pero sueldo al fin y al cabo. Re-flexionando, vio claramente que quienes podían brindarle ayuda eran sus amigos tenistas cuyos negocios pudieran admitir refrigeradores de sus productos y comenzó a trabajarlos, visitando a cuanto jugador de tenis conocía tanto aquí, como en los Estados vecinos. Esta campaña fue infatigable, obteniendo como resultado la duplicación de las ventas y lo mejor de todo: seguridad en sí misma. Al parecer todo iba bien; sin embargo, como el negocio dependía de México, no faltaron diferen-cias de criterio que la señora Medellín consultó con el señor Legorreta

Page 328: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

(pues siempre tuvieron ambos una buena comunicación), quien en esta ocasión le aconsejó que renunciara y se buscara otra cosa y estando cerca el día del padre, para obligarla un poco, le dijo que sería el mejor regalo que pudiera darle en esa fecha. Lo hizo. A Felipe Benavides lo visitó para solicitarle trabajo. Se conocieron el día que lo convenció de que vendiera sus Crema-Helados. Así que al decirle que buscaba traba-jo, de inmediato le ofreció su línea de medicinas. Siete años estuvo ven-diéndolas y sus primeros clientes fueron los médicos que jugaban tenis. A los dos meses había duplicado sus entradas del negocio de helados. Y siguió creciendo.

En el servicio social estuvo un tiempo en el círculo de estudios del padre de la Torre. Cuando éste murió, Elisa Arias y Yolanda Bello la invitaron al Opus Dei; luego entró de voluntaria al Hospital Universita-rio. Colabora con Cáritas. Ha descubierto, en fin, que hay mucha gente de buen corazón a la que lo único que le pasa es que no sabe a quién ayudar, ni dónde buscarla; pero que agradece a quienes le van a decir dónde está esa gente y qué es lo que necesita, agradeciendo que sus visitantes sean el conducto para hacer realidad su ayuda. A la gente del campo la ayuda a conseguir cosas. Le piden, por ejemplo, carreo-las. Toman el teléfono, hablan a sus conocidas y éstas a las suyas, for-mando una cadena que acaba por lograr lo que se necesita, llevándolo a quien la pidió. Se la venden, muy barato, pero vendida, porque han descubierto que lo dado no funciona. Daña en lugar de hacer bien. Y de esta manera lo cobrado —aún cuando sea poco— ayuda para aliviar carencias de otros más pobres. Hacen trescientas cincuenta despensas mensuales que venden a precios muy económicos en sus dispensarios de los ejidos. En la Casa Cuna, que iniciaron Rosa Alicia Estens, Lola Cór-dova y Tena Lazalde, la señora estuvo como coordinadora siete años. Fue fundadora del Club de Mujeres Profesionales, que se dedica a becar para carreras profesionales a muchos laguneros que se han beneficiado de ello. Hace unos años, cuando las carreras no se habían encarecido tanto, sacaban un promedio de quince anuales. En la fundación estuvie-ron con ella Tina Gamboa, Adelita Ayala y las hermanas Chávez: Carmen e Isabel. La presidenta actual es Cristina Monfort de Ramos y pronto pasará a la Dra. Lupita Martínez. La directora a nivel nacional es la Dra. Yazmín Darwich. Esto es algo de lo mucho que la señora Medellín ha dado a ésta, que es su ciudad.

Vive una vida que tiene todos sus minutos ocupados y siempre, al retirarse, sabe que tiene mucho qué hacer al día siguiente. Ella dice estar agradecida a Dios por haberle dado la oportunidad de servir al prójimo y que a veces siente que ha sido tanto, que piensa que tiene

Page 329: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que buscar la manera de hacer más para ponerse a mano con el medio siglo ha vivido en Torreón llevando por donde pasa no sólo cosas mate-riales a los necesitados, sino también —y esto es lo más importante— cariñosas palabras de aliento y esperanza a sus prójimos.

Honores ha recibido los merecidos, incluidos los de nuestras au-toridades. Aurora Legorreta de Medellín, la señora Medellín, es una de Las Nuestras.

Page 330: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Gustavo Llamas Escobedo* 88

“La vida no es buena, ni mala, es como nosotros la hacemos”. Don Gustavo, como todo mundo que le trataba le llamaba, nació el 28 de mayo de 1889 en la “Hacienda del Cuidado”, propiedad de sus pa-dres, quienes también eran dueños de la “Hacienda del Cargadero” y de otras tres cuyos nombres han olvidado quienes perdieron a su padre siendo niños; pero todas estaban cerca de Jerez, Zacatecas, ciudad a la que fue a vivir su viuda con sus tres hijos: Gustavo, Jesús y María. Quedaron, pues, en buena situación, lo que permitió a su madre darles la mejor educación del rumbo. Gustavo, por ejemplo, además de conta-duría, estudió música, llegando a tocar bien el piano y la guitarra, con la que se acompañaba a cantar, pues tenía muy buena voz.

En su oportunidad, Gustavo conoció en Jerez a la que sería su es-posa: Soledad Escobedo, jovencita a quienes sus hadas madrinas en la cuna le habían favorecido con el don de ser mimada por todos, presen-te que le cumplieron desde su abuela hasta don Gustavo, cuando fue su esposo y antes sus padres, hermanos y demás familiares. Soledad fue siempre muy alegre, gustándole mucho bailar y en uno de tantos bailes fue que conoció a quien sería su esposo y a quien le comentaba, por ejemplo, que Jesús López Velarde bailaba mucho mejor que su herma-no el poeta de “La Suave Patria”, Ramón López Velarde.

Don Gustavo, aunque no lo aparentara, también llevaba su ale-gría por dentro, pues no puede ser excesivamente serio quien toca un instrumento y ya sabemos que él tocaba piano y guitarra. En los prime-ros años de la década de los veinte don Gustavo decidió venir a probar suerte en La Laguna, poniéndose de acuerdo con su novia para volver y casarse. Aquí se hospedó en la casa de huéspedes de Clarita Fernán-dez, ubicada por la avenida Matamoros entre las calles Zaragoza y Juan Antonio de la Fuente. Pronto encontró un buen trabajo en el Banco de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 30 de agosto del 2002.

Page 331: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

México, que entonces estaba en la esquina de Hidalgo y Valdés Carrillo, donde hoy está una farmacia y con el tiempo compró el rancho “Arca-dia”, por el rumbo de Francke.

Para entonces, el destino de Soledad Escobedo y don Gustavo quiso que la familia de ella se viniera de Jerez a Torreón y de nuevo reunidos fijaron la fecha de su boda, que realizaron el 7 de octubre de 1926. Vivieron de recién casados un tiempo por la calle Cepeda y luego adquirieron por la Valdés Carrillo, entre Allende y Matamoros, la casa donde vivirían y fue llegando su familia de cuatro hijos: Gus-tavo (†), que estudió la carrera de derecho y se casó en la Ciudad de México con Guadalupe Galaz con quien tuvo dos hijos: Gustavo y Juan Pablo; María del Rosario, que casó con el doctor Mario Silva Pedroza (†) y tuvieron 11 hijos: Rosario, Jorge, Ma. Concepción, Jesús, Samuel, Gabriel, Luz María, Margarita, Felipe, Ignacio y Ana Teresa; José Luis (†), que casó con Lilia Sotomayor y procrearon 7 hijos: Lilia, José Luis, Ernesto, Juan Carlos, Bernardo, Laura Soledad y Consuelo; y Soledad, que casó con el ingeniero químico Ricardo Anaya Pinocelly y tuvie-ron 10 hijos: Soledad, Sofía, Agustín, Ricardo, Ma. Eugenia, Ana Rosa, Andrés, Elsa María, Gustavo (†) y Guillermo (actual candidato para la presidencia de Torreón por el partido del que su abuelo, don Gustavo, fue cofundador).

Ya casado, don Gustavo personalmente trabajó su rancho duran-te diez años y le fue muy bien. Acostumbraba a la hora de comer pasar después del postre a la sala, pero no para tomar el café, sino para tocar y cantar en compañía de su esposa y de sus hijos, así hasta que estos úl-timos fueron creciendo y se le escapaban para ir a jugar con sus amigos.

En 1936 fue afectado por el reparto agrario, perdiendo su ran-cho. Dos años después, en 1938, no encontrando aquí nada que le in-teresara hacer, se fue a la Ciudad de México y se colocó en Petróleos Mexicanos, pero estar lejos de los suyos no le complacía, así que un par de años después ya estaba nuevamente en Torreón, ciudad que ya lo había hecho suyo. Como había estudiado contaduría, se dedicó a llevar contabilidades a diversas personas, en su mayoría agricultores, como don José Cueto (del que también fue apoderado), don Ponciano Clavel, don Leoncio Córdova y don José Urrutia, entre otros. Por cierto, cuan-do éste vendió su rancho a Manuel González, un día revisando papeles, él y su hijo se encontraron una carta que José L. Fox (padre de Vicente Fox, actual Presidente de la República) le dirigía al señor Urrutia, desde la Hacienda “San Cristóbal”, en uno de cuyos párrafos cita a don Gus-tavo: Dice:

Page 332: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Hoy mismo he telegrafiado al Sr. Gustavo Llamas, Valdés Carrillo No. 7 sur en esa población, sobre el envío de dichos animales.

(Se trataba de dos marranos, macho y hembra, de buena raza, “Po-land-China” que el señor Urrutia había comprado al señor Fox a través de la oficina que éste tenía en la Ciudad de México). Además, en sus últimos años colaboró como persona de toda la confianza de don Alfredo Ahnert (alemán), en la compañía minera “Gloria”, quien puso todas sus propie-dades a su nombre, ya que debido a la guerra mundial, a los alemanes se les confiscaban sus propiedades. En esta forma cuando el conflicto bélico terminó, de nueva cuenta las propiedades volvieron a su dueño original.

Independientemente de las actividades mencionadas, para las cuales había dispuesto en su propia casa las dos habitaciones principa-les como oficinas con tres personas para atenderlas: su propia hija Ro-sario, Víctor y Ma. de Lourdes Luévano, padre e hija y Federico X, fundó la “Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos”, que por aquellos años era la única asociación de este tipo que había; fue también uno de los fundadores del PAN y en las elecciones, cuando le tocaba atender una casilla, llevaba su lonche para comer, con el que regresaba al poco rato sin tocar, pues los priístas llegaban sin fallar pistola en mano, a robarse las urnas y a los panistas en su capacitación les decían que no opusieran resistencia. Perteneció a la Asociación de Caballeros de Colón, osten-tando el cargo de Gran Caballero durante diez años.

A su muerte tenía el cargo de diputado de distrito. Fue de los fundadores del Colegio La Paz cuando la persecución a la iglesia y, por lo tanto, a los colegios católicos. Este colegio distribuyó en tres casas a sus alumnos: una la del Lic. Jorge J. Sánchez, otra, la de la señora Dora Pinocelly de De la Fuente y la tercera la del propio don Gustavo, sien-do la maestra la señorita Raquel Vaquera, quien enseñaba grupos del primero al sexto año de primaria. Cuando terminó la persecución, con el padre Fernando Santiesteban y don Antonio Morales Barrera, don Gustavo fundó el Colegio Torreón en Torreón Viejo, allá por los años cuarenta, dejando como directora a la misma señorita Vaquera.

Aquellos eran los días en que los Caballeros de Colón organiza-ban festivales de beneficencia en su salón de actos por la Morelos con los entonces niños como Rudy de la Mora, Abelito Guerra, Cholita Lla-mas, Cuca Herrera, Chepina Sánchez, Blanca Díaz, Clementina Curiel, Miguel Ayala, Alfredo Gurza, José Antonio Segura, Ricardo Anaya, Víc-tor Gallardo, etcétera; cobrando como entrada en preferencia cincuen-ta centavos y en lunetario general treinta centavos.

Page 333: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Entre los mejores amigos de don Gustavo Llamas estaban los doc-tores Salvador e Inocencio de Lara, Edmundo Gurza, Guillermo Wolff, el doctor Antonio Iturriaga, Manolo Meléndez, el doctor Abel Guerra, Ángel Gutiérrez e Ignacio Villarreal. Fuera de la música, su pasatiempo fue jugar dominó. A jugarlo iba una noche, dejando de paso a su señora esposa con unas amigas que vivían a la siguiente cuadra de su casa, para que las visitara (eran los tiempos en que las amigas se hacían visitas que luego se pagaban) y a sus hijas con otras amigas de su edad en la Plaza de Armas, para seguir luego al local de los Caballeros de Colón y jugar su partida de dominó. No tuvo tiempo de llegar, súbitamente sintió la falla de su corazón. Se dio vuelta intentando desandar lo andado. No intentó llamar a los suyos. No quería asustarlos. Paso a paso, llegó al estanquillo de la esquina de su casa. Le pidió ayuda a su dueño, que no titubeó en dársela, reciprocando así los saludos cariñosos que a diario le dedicaba don Gustavo, preguntándole por la salud de los suyos. Abrió la puerta y le faltaron totalmente las fuerzas. El estanquillero lo cargó materialmen-te hasta la primera cama que encontró donde lo dejó atravesado. Entre tanto, mientras iba caminando tan al pasito, la gente se alarmaba al ver-lo y no faltaba quién lo reconociera y lo dijera, así corría la voz. Alguien llamó a la Cruz Roja. Se iban formando grupos de curiosos. Su esposa y su amiga se dieron cuenta de ello, sin saber de quién se trataba. Fueron hasta la esquina y allí pudieron ver que era por su casa, pronto se perca-taron de que allí precisamente era. “¡Es en mi casa!”, exclamó Soledad. No lo dudó más. ¡Gustavo!, dijo y echó a correr. Ya estaba allí su hija So-ledad, toda asustada. Su esposa llegó directamente hacia la cama. Tomó a su esposo entre sus brazos, levantándole la cabeza y juntándola con la suya, besándolo y casi ordenándole entre gritos llenos de amor: “!No te des por vencido, sobreponte Gustavo, ya viene la Cruz Roja”. Y don Gustavo, sereno en su gravedad mortal, como queriendo evitarle un do-lor a querida esposa, como si fuera su último mimo para ella, reuniendo sus últimas fuerzas y todo su amor, le dijo: “No, Cholita, es la muerte”, expirando luego. Así murió el 14 de mayo de 1949, unos días antes de cumplir los sesenta años, don Gustavo Llamas Escobedo, jerezano ena-morado de Torreón, caballero cristiano que supo ser fiel a sus principios toda su vida y de quien todos los que a él se acercaron opinaron que era una persona honesta y de gran valía.

Indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 334: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pablo López de La Rosa* 89

Pablo López de la Rosa nació en esta ciudad de Torreón en 1916, precisamente el año que, según se lee en Guerra: “Una comisión de ingenieros y prácticos se estableció en la ciudad para llevar a cabo la organización del Catastro que en forma bastante aceptable se puso en vigor en 1916, alcanzando la propiedad un valor en números redondos de 14.000.000.00, catorce millones de pesos”.

Sus padres fueron Félix López Pérez y María del Refugio de la Rosa, que le dieron cuatro hermanos y una hermana. Pronto lo llevarían sus padres a la mina de Ojuela, donde a su padre le daban casa de la mis-ma manera que se la daban a todos los funcionarios, ya que era el con-tralor de la Compañía Peñoles. En sus primeros años el problema no era mayor, pues como cualquier niño se crió a la sombra de su madre, pero en cuanto comenzó a soltar su falda y su mano y atreverse a salir a la calle, sus padres no podían olvidar que el puente era un peligro para un niño; no obstante todas las precauciones paternas tomadas, entiendo que hubo una vez que Pablito lo pasó de uno a otro lado corriendo. Así debe haber estado la reprimenda de su señor padre, porque cualquiera que haya conocido a Pablo posteriormente —a cualquier edad— hubie-se jurado y perjurado que a ninguna hubiera sido capaz de tal desobe-diencia. Y es que su papá fue un hombre que tomaba muy en serio su responsabilidad de padre y a todos sus hijos se los trajo siempre muy cortitos.

En fin, cuando llegó Pablo a la edad de comenzar su instrucción primaria, estos estudios los hizo en Gómez Palacio, Durango y cuan-do iba a Ojuela por vacaciones escolares, por Semana Santa y algunas otras fechas, a Pablo se le tenían contratados maestros que lo mantu-vieran ocupado, ya que su señor padre odiaba el ocio. Aquellos maes-tros fueron principalmente de matemáticas y de música (violín).

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 31 de mayo del 2002.

Page 335: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por inundación de las minas, éstas ya no se pudieron seguir tra-bajando por la Compañía y su padre se vio en la necesidad de venir a radicar a Torreón, donde lo inscribió, a la edad de 13 años, en la escuela Comercial de los hermanos Treviño, don Enrique y don Julián, a la que iban todos los que, por una causa o por otra, no podían ir a estudiar a San Luis, Guadalajara o la Ciudad de México. Pablo fue siempre un alumno modelo que obtenía altas calificaciones y no desaprovechaba semana, al mismo tiempo que se desarrollaba su sentimiento religio-so bien abonado por sus señores padres. Entre 1932 y 1933 terminó su carrera de contador privado, trabajando casi de inmediato en la Com-pañía Harinera de Torreón, a cuyo frente estaba don Antonio Morales Barrena, quien llegó a tenerlo en gran estima.

Por aquellos tiempos se hizo congregante mariano e hizo una mancuerna de apostolado con Antonio del Río, de quien llegó a ser como un hermano y, por supuesto, compadre. Iban a los ranchos como Santa Fe, La Partida, Concordia, La Paz, etc., llevando el mensaje cris-tiano. Se dice que para llevar bien una cruz hay que abrazarse a ella y esto es lo que Pablo López hizo siempre; sin menoscabo de vivir en el mundo que le tocó, siendo tolerante para las ideas de los demás, ya que su profesión le obligaba a convivir con ellos. En su momento se retiró de la Harinera y abrió su despacho contable, para el que poco a poco fue conquistando una gran e importante clientela, en virtud de su sen-tido de responsabilidad y don de gentes. Muy a tiempo vio la necesidad de ir tras el título de contador público, se preparó para ello y un día, en compañía de Alejandro Bassol, se fue a Durango a presentar examen para obtenerlo, lo que ambos consiguieron.

En Pablo se conjugan exactamente su religión y su trabajo. En una junta de la Congregación Mariana conoció a quien sería su espo-sa. Había dos filas: una de mujeres, otra de hombres que caminaban en sentido contrario; allí fue donde ambos se vieron por primera vez. La cuestión es que ambos se flecharon. Ella lo sabía, él lo sabía, pero para que las cosas caminaran su compadre Antonio del Río tuvo que intervenir: saludó primero, habló primero, luego, el destino comenzó a cumplirse. Lo de siempre, después de saber que se llamaba María Auxilio Romo, de conocerse un poco y de comenzar a llamarla Chilo, se pusieron de acuerdo y él habló con los padres de ella (lo que en aquellos tiempos era imprescindible), diciéndoles cuáles eran sus pro-pósitos y pidiéndoles permiso para visitarla y platicar con ella, para lo que dieron su anuencia. Dos años y siete meses duró su noviazgo, casándose el 10 de enero de 1940 para ser felices durante treinta y cinco años, pues Pablo murió en 1975. Tuvieron once hijos: José Luis,

Page 336: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Luz María, Pablo Humberto, Lupita, Carlos, Jesús, Guillermo, Rosario, Chilo, Laura y Marita.

Entre tanto, él formaba la Confederación de Contadores de la Re-pública Mexicana, A. C., de la que fue su primer presidente, así como fue presidente honorario de la Cámara de Comercio. Durante varios años fungió en su Consejo como vocal y auditor suplente. En los Caba-lleros de Colón fue Gran Caballero en varias ocasiones. Además, cola-borador de las Cajas Populares, de la Casa Íñigo, de la Escuela Regional Lagunera, A.C., del Colegio Jesús María Echavarría, A.C. y de la Casa de Beneficencia, con don Samuel Cereceres.

Así mismo, fue socio del Club de Leones en una de sus mejores épocas, colaborando en su clínica como contador. En esa época, sus hijos eran adolescentes y jóvenes y muy amigueros, todos muy alegres y no se diga Luz María quien —además— era muy responsable, así que se distinguían en las fiestas, pues cuando llegaban con sus amigos eran, como a veces se dice, un jején. Sonia Jaik los veía venir y exclamaba: “Ahí vienen los López Romo, ¡ya hubo fiesta!”. Entre varios compañe-ros congregantes formaron el Club Loyola y organizaban corridas de toros de aficionados. Para comprar los toros, según me dicen, Pablo acompañaba al padre David Hernández, quien en una ocasión se metió en pleno campo a verlos de cerca. Pablo le señaló que no siguieran, que estaban en peligro, pero el padre le dijo que no se preocupara, que no corrían peligro, pero que en todo caso correrían. El padre siempre es-tuvo en buena forma, pero Pablo ya comenzaba a echarse kilos encima y no veía nada que le pudiera proteger. La cuestión es que, de pronto, un novillo de aquellos corrió hacia ellos y, cuando ya pudieron gritarse —que no decirse— algo más, el padre estaba arriba de un árbol y Pablo encima de una barda bien alta, de la cual para bajarse tuvieron que ir por una escalera. Cómo se subió a ella, sigue siendo un misterio. El pis pis hace milagros.

En un tiempo hacía posadas en la Casa del Anciano, lo mismo que en la cárcel municipal. Por cierto, las posadas de los López Romo, las que hacía en su propia casa gozaban de gran fama. No se trataba de una, se hacían las nueve tradicionales, con los peregrinos y todos los rezos; es decir no eran bailes, eran como Dios manda, con su piñata al final y punto.

Según la familia fue creciendo, el salir de vacaciones era algo espectacular y más cuando algunos se casaron y, claro, llevaban a sus hijos, nietos de Pablo y Chilo. Comenzaron llenando un carro, con el

Page 337: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tiempo dos y las últimas que se tomaron ya eran tres vagonetas las que llenaban. Llegaban a los hoteles reservados y no faltaba algún admi-nistrador curioso que, a la hora de llegar le preguntara a Pablo de qué agrupación se trataba, cayéndose de espaldas cuando éste le contesta-ba que no era ningún club, que era su familia. Por cierto hay que añadir que ya cuando su noviazgo se enserió, fueron muchos los que creyeron que no duraría, por los diferentes caracteres de los contrayentes, Chilo alegre, fogosa, una chispa y Pablo, tan serio que apenas si sabía bailar y ni el cine le gustaba. Su propia suegra creo que se lo advirtió cuando se la fue a pedir: Esto no puede funcionar, son ustedes muy diferentes, les dijo. Pero ellos eran uno para el otro. Él y su suegra llegaron a quererse mucho y se daban ambos sus buenas bromas.

Pablo López de la Rosa fue un buen hijo, buen esposo (y esto lo dice Chilo, su esposa), buen padre y abuelo. No conoció a sus bisnietos. Habiendo ido a Ciudad Juárez a una convención del Club de Leones, al terminar ésta y dada la cercanía, decidió ir a hacerse un chequeo a la ciudad de Houston, Texas. Allá falleció el 26 de mayo de 1975, es decir, apenas hace unos días, se cumplieron 27 años de tan nefasto suceso. Sus hijos aún perciben la presencia y pasan a sus hijos el ejemplo que su padre les diera, en tanto que su esposa suspira por el gran compañero que su destino le deparara.

Hombre sencillo y amigable, que sin alardes supo cumplir con sus deberes religiosos y dar “arroz a los que tenían hambre y a los que su-frían, su corazón”, tal fue Pablo López de la Rosa y por ello es uno de Los Nuestros.

Page 338: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Zeferino Lugo González*90

Dicen que los niños felices no tienen historia. Zeferino seguramente lo fue, porque de su niñez al parecer no tiene recuerdos, o los tiene tan llenos de diabluras que prefiere que lo imaginemos como un infante que jamás hubiera roto un plato y sobre ello no suelta prenda. Por su-puesto que hay un acta de nacimiento en la que consta que nació aquí cerca: en Mapimí, Durango, el 11 de septiembre de 1924; porque quiso tener tiempo para practicar sus primeros gritos patrióticos que lanza-ría su primer quince de septiembre, cuatro días después. Sus padres fueron Zeferino Lugo Cigarroa y Amelia González. Sin embargo, repito, él seguramente cree que nació como Adán: adulto; o bien que si para otros la vida comienza a los cuarenta, la suya comenzó a los doce y cuenta que desde la edad de doce años salió de su casa para terminar los estudios primarios y superiores en Torreón, en el “Colegio Jalisco”, lo que le llevó del año 1936 al 44. En el mismo 44 se fue a Monterrey para estudiar en aquel Tecnológico inicial su carrera de Administración de Negocios, perteneciendo al grupo de los alumnos fundadores; pero, como ya para entonces se había manifestado claramente su espíritu inquieto, incapaz de estar en una sola cosa, como alumno oyente tomó clases de arquitectura, mercadotecnia, dibujo y de todo lo que momen-táneamente le interesaba.

Esta misma agitación le llevó a desempeñar algunas actividades en aquel “TEC”. Por ejemplo: fue fundador y colaborador del periódi-co “El Borrego”; iniciador con otros compañeros del concurso para elegir la “mascota” para el Tecnológico (de donde salió “El Borre-go”); participó en la colocación de la primera piedra de los primeros edificios del Campus; en la campaña para elección de reinas del TEC para iniciar la construcción de la alberca; colaborador del primer sor-teo del TEC: Un Lincoln 47. Fue también integrante de los primeros equipos de futbol americano, presidente de la Sociedad de Internos

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón en el año del 2001 (no se cuenta con la fecha exacta).

Page 339: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y prefecto del internado “La Silla”. Total que Zeferino se hacía pe-dazos, pero lograba estar en todo, a lo que él llama “haber tenido suerte”, agregando que Dios lo ha tratado siempre mejor de lo que merece, cosa que sus amigos no creen. Total que en abril del 49 dejó el TEC para asistir a un curso intensivo de inglés en la Universidad de Michigan, de donde regresó a Torreón en agosto del mismo año. Sus estudios habían terminado.

El colmillo lo había enseñado: tenía poder de convocatoria, ima-ginación, iniciativa, sólo le faltaba escoger su campo. Tuvo la suerte de que D. Isidoro Gancz, brillante hombre de negocios, pero sobre todo, gran comunicador de sus conocimientos y vigilante protector de las carreras de varios de sus colaboradores, le echara la vista encima y lo invitara a colaborar en la empresa LUCSA: Luis Cavazos, S. A., fábrica de muebles de refrigeración comercial, en calidad de sub—gerente. Aprendió en LUCSA lo que tenía que aprender de tal negocio y en 1951 se inició particularmente inaugurando su propio negocio de aire acon-dicionado que llamó: “Refrigeración y Maquinaria”, que con el tiempo se convertiría en “Refrigeración Lugo, S. A”. y “RELUSO, S. A”.. Hasta que en 1972, por las agradables experiencias tenidas en varios de sus viajes, como pasatiempo abrió “Viajes Contimex Lugo”, que es la activi-dad a la que actualmente se dedica y que le ha dado la oportunidad de conocer casi, o sin casi, todo el mundo.

Es importante destacar que la frecuencia con que ha podido viajar lo ha convertido en un viajero muy práctico, de tal manera que, indepen-dientemente de que algunos de ellos le son regalados por ser lo que es, en las ciudades que visita ha aprendido a vivir el tiempo que en ellas está como un ciudadano más, es decir, no como turista que aspira a darse la mejor vida que pueda pagarse durante ese tiempo, buscando aquello que sin dejar de ser cómodo o de buena calidad sea lo más económico y de esta manera ha podido viajar casi constantemente desde hace años.

En la comunidad, como hombre de negocios, ha pertenecido a di-ferentes Cámaras y Clubes desempeñando algunos cargos, como presi-dente del Club de Sembradores, presidente de la Cámara Nacional de la Industria, CANACINTRA, fundador y Consejero del Club de Industriales de La Laguna y de la Unión de Crédito Industrial de La Laguna, Consejero de la Cámara de la Propiedad Urbana, Consejero del Banco BCH, miembro iniciador de la Casa Iñigo, participante en el Patronato de la Casa de Je-sús, por citar algunos. En 1952 tuvo la fortuna de conocer, como él dice: a la “linda” KIKA: Elvira Preciado, con la que lo flechó Cupido. Que ambos estaban enamorados uno del otro lo supieron desde que se vieron por

Page 340: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

primera vez, así que tras pocos meses de noviazgo y el 22 de noviembre de ese mismo año recorrieron el camino hacia el altar y frente a él se juraron amor eterno, en lo que todavía andan. Formaron una familia de cinco hijos: Elvira, Amelia, Raquel, Víctor y Edgardo, los que aumentaron a ocho con el ingreso a la familia del ingeniero Gerardo González, esposo de Elvira, Guillermo Lavín Garza, MVZ, esposo de Raquel y Pedro Sánchez (QPD) esposo de Amelia. Ahora anda ya con los nietos. Una tarde de és-tas el más pequeño lo encontró durmiendo una siesta. Se había quedado dormido con los lentes puestos. Lo estuvo observando un tiempo; luego le comenzó a mover con sus manos una pierna para despertarlo, lo que logró enseguida. Zeferino le preguntó por qué lo había despertado. El nieto le dijo que porque tenía los lentes puestos, que por qué se los había dejado y Zeferino no teniendo otra cosa mejor que contestarle, le dijo que para ver mejor lo que soñaba.

Y así comienzan a meterlo en problemas, en tanto que uno de sus hijos le escribió hace un año unos breves renglones para decirle lo que los hijos muchas veces no pueden decir oralmente. Le dice: “Papá: te quiero mucho aunque no te lo puedo expresar”. Y esto, después de un año, le sigue poniendo chinita la piel a Zeferino. De viajes se pone a hablar y no acaba. El arcón de sus recuerdos está lleno de ellos. Los dos últimos que ha hecho le llevaron por África uno, por Turquía otro. De la primera estuvo en Nairobi y Kenia. Dejó la comodidad de las ciudades y se metió dentro de los poblados; se ganó la confianza de las gentes, comió de su comida, sin platos y sin cubiertos, tomando el alimento de un plato común o recibiéndolo, de la mano del otro, en el cuenco de la suya, para llevarlo de allí a la boca. Le fueron admitiendo en sus ceremonias, en la celebración de sus tradiciones, en las curaciones de sus brujos o lo que sean y en las operaciones brutalmente primitivas, incluidas las circuncisiones hechas sin mitigantes de ninguna especie a niños de posiblemente doce o trece años en ceremonia especial, todo dentro de una pobreza extrema, donde todo es comestible porque su digestión algo deja para seguir viviendo si a eso se le puede llamar vivir, o porque lo que no mata engorda o no, pero es suficiente para seguir respirando. Y todo esto pasa en ese mismo continente donde florecen ciudades como Ciudad del Cabo que puede compararse a cualquier ciu-dad del primer mundo. Es impresionante, cuenta Zeferino, comprobar que existan grupos de hombres viviendo como seguramente lo hicie-ron otros hace cientos de siglos y lo que es peor, sin mayores esperan-zas de ser redimidos de su pobreza y de su ignorancia.

En Turquía pudo ver la iglesia de Santa Sofía. Aunque la cúpula se cayó y tuvo que ser reconstruida y no es la hermosa que construyó el

Page 341: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

arquitecto al que Justiniano ordenó: “No repares en gastos para hacer de Santa Sofía el edificio más hermoso y duradero del mundo, a mayor gloria de Dios y de mi nombre”, sigue admirando a todos los que tienen la fortuna de verla. Pudo hacerse no por aquella orden sino porque Be-lisario venció a persas y vándalos y obtuvo de ellos el dinero suficiente para dicha obra. Informa Lamb que Santa Sofía tiene más de doscien-tos pies de anchura y trescientos de longitud y ciento cincuenta de altu-ra. Está coronada por una enorme cúpula; y cuando se mira al techo a que está incrustada, de oro puro, parece como si todo el edificio fuese a hundirse de un momento a otro, pues no hay travesaños ni pilares que la sostengan sino que cada una de sus partes se une independien-temente con el punto central de la cúpula. Los ciudadanos de Cons-tantinopla suelen decir a los visitantes: “Un demonio, por mandato del Emperador, suspendió la cúpula del cielo mediante una cadena de oro, hasta que las demás partes del edificio se unieron a ella”. Y muchos creen esta versión.

En fin, Zeferino, hombre afortunado, que comenzó a viajar en for-ma sistemática hace casi medio siglo y casi desaforada los últimos años, ha logrado ver estos extremos del mundo. Es pues, inquieto, como diji-mos al principio y no puede estar sin hacer nada, así que siempre anda metido en los más dispares negocios, todo ello por los motivos más di-símbolos, porque faltan, porque le parece haber todavía necesidad del que puede abrir, o porque algo que le gusta no lo encuentra, así, por ejemplo, gustándole la morcilla, ha puesto una marranera con un en-cargado para que cuando sienta el capricho se la hagan con su receta.

Zeferino es de aquéllos que no deja que su mano derecha se en-tere de lo que hace su mano izquierda y cada mañana va a su iglesia para oír misa, comulgar y comprometerse a no dejar pasar el día sin hacer una obra buena en agradecimiento al favor con que Dios le distin-gue cuando le da, según dice, más de lo que merece.

Zeferino Lugo González es uno de Los Nuestros.

Page 342: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cesáreo Lumbreras Sena*91

Por la década de los veintes nuestra ciudad comenzó a cambiar de fi-sonomía: sus calles, enladrilladas hasta entonces, se iban cubriendo de grandes y cuadradas losas de cemento (corrugada la mayor parte de su superficie, para dar seguridad al transeúnte) y guardada por una orilla lisa de posiblemente media pulgada en uno de cuyos lados cada losa llevaba una inicial de nombre, en este caso C. y el apellido completo: Lumbreras. A quién correspondía este nombre fue un enigma que sólo el tiempo descifró a muchos torreonenses que fueron testigos de esa primera y notable transformación de nuestra ciudad, a la que seguiría la pavimentación que acabaría con los lodazales en que se transforma-ban nuestras calles cada vez que llovía. Con ambas obras comenzaba realmente el devenir perpetuo de Torreón como ciudad de categoría.

El C. Lumbreras de las losas de nuestras banquetas corresponde a Cesáreo Lumbreras Sena, hijo de padres españoles y nacido en Artea-ga, Coahuila, el 25 de febrero de 1886. Si se tiene en cuenta que de vivir todavía, hoy tendría 114 años, no es de extrañar que se sepa poco de lo que fue su infancia y sus años de estudio, aún por sus propios familiares más cercanos.

Se sabe, por ejemplo, que no debe haber sido mal estudiante, pues no obstante no haber terminado sus estudios profesionales de arquitecto, aumentó el patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad dotándolo de construcciones tan significativas que el tiempo ha con-vertido a una de ellas en símbolo de Torreón.

La muerte temprana de su padre le obligó a dejar la carrera de ar-quitecto que seguía en la Ciudad de México, de donde regresó a Saltillo, donde entonces vivía la familia. Por circunstancias familiares su vida se desarrolló en su nativo Arteaga, en Ciudad Juárez y en Torreón; de donde

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 22 de septiembre del 2000.

Page 343: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

volvió a Ciudad Juárez en sus últimos años, obligado por la enfermedad que ahí mismo le llevó a la tumba, a los setenta y cinco años de edad.

Por cierto, en una de sus estadías por aquella ciudad, meses des-pués de aquel marzo del 16 en que el Centauro atacara a Columbus, Cesáreo Lumbreras tuvo necesidad de pasar al otro lado y nomás pasar el puente y prenderlo las autoridades de aquel lado todo fue uno; por creer que era Pancho Villa, a quien se parecía bastante, como se puede ver en fotografías de ambos a los treinta y pico de años y más si se sabe que a los dos les daba por usar ese sombrero que usan muchos en el trópico ¿Salacot le llaman? bueno, algo así, el equívoco cabía en el co-raje que le traían a Villa. El primer día esperó que se disculparan, pero como no lo hicieron, esa noche o la siguiente se les escapó como Dios le dio a entender, la cuestión es que los dejó con la duda.

En Saltillo se dedicó a la construcción, pero no todo tipo de cons-trucciones. Como no pretendía hacerse rico con ello, tomaba los traba-jos que le gustaban y aquellos en que le daban cierta libertad de dise-ñar. En los que no veía estas posibilidades de plano los rechazaba.

“Por sus hechos los conoceréis”. Así lo conoció el Lic. Garza Fa-rías, que con tanta frecuencia visitaba Saltillo y comenzó a ver cosas que coincidían en estilo (haya sido el que haya sido) sobre todo fuertes, macizas, con un no sé qué que gustaba y como él andaba pensando en construir unas en Torreón, por la Matamoros y Cepeda, lo localizó y, puestos de acuerdo, acá lo trajo con todo y familia, es decir, como un habitante más de nuestra ciudad.

Cesáreo Lumbreras Sena llegó a Torreón en 1922, a los treinta y seis años de edad. Aquellas construcciones ya desaparecidas y la amis-tad del Lic. Garza Farías propiciaron el que lo conociera don Fernando Rodríguez, que por lo pronto le encargó la remodelación de un hotel (¿el Coahuila?), que a partir de entonces fue el Hotel Galicia, tal y como lo seguimos viendo frente a la plaza por la Cepeda.

Cesáreo Lumbreras fue toda su vida un admirador del Renaci-miento y de sus hombres, particularmente de Miguel Ángel y su po-derosa fantasía; el reacondicionamiento del hotel, entre otras cosas, sirvió para que los dos hombres, don Fernando y Lumbreras, tuvieran oportunidad de descubrirse gustos parecidos, pues no hay que olvidar que las raíces de Cesáreo eran ibéricas. Y seguramente algo mandaban en el espíritu del coahuilense, que sin darse cuenta, lo inclinaban a di-señar delicadas ornamentaciones, las cuales, sin dejar de ser fuertes en

Page 344: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su belleza, hablaban de un ambiente exótico, más que pensado, soña-do y que seguramente eran voces de sus ancestros andaluces según entiendo, que le hacían ir más allá de la línea recta de lo romano para solazarse en la curva genial de lo arábigo.

Por otra parte, don Fernando venía pensando desde hacía tiempo en dotar al paisaje urbano de Torreón con edificios que por su altura y su belleza se distinguieran en la ciudad. De aquellas pláti-cas fue surgiendo lo que los habitantes de Torreón fueron llamando, por sí mismos, “La Alhambra”. Los conocedores no le reconocieron el estilo. No lo tenía. Ni era árabe, ni era español, ni era granadino, pero se hablaba aquí de “La Alhambra” y todo mundo sabía que se hablaba de una construcción que nos enorgullecía, que se mostraba a los visitantes, que cada día más, era un patrimonio de la ciudad, construido por Cesáreo Lumbreras; sin embargo, las autoridades no supieron defenderla y un día la piqueta lo echó abajo. Hoy sólo que-dan fotografías, magníficas fotografías que hablarán para siempre de lo que perdimos.

Como don Fernando Rodríguez fue quien ordenó la construc-ción de la actual plaza de toros de nuestra ciudad, el responsable de su construcción fue Cesáreo Lumbreras. Homero del Bosque cuenta en su Aquel Torreón una anécdota sobre dicha obra, dice que don Fernando estaba realmente preocupado por su resistencia, así que a diario visita-ba el lugar y un día tuvo con Lumbreras este diálogo:

— Oiga, Cesáreo, ¿cómo va la resistencia de estos pilares?— Mire, don Fernando, he puesto en cada uno tres bultos de ce-

mento, para que quede fuerte y resistente. — Pues mire, maestro, replicaba don Fernando, métale el doble,

porque no quiero que esta plaza provoque un dolor de cabeza por al-gún fallo en la construcción.

Y no se lo provocó, pero el día de la inauguración los gritones de sol no dejaron en paz a Cesáreo Lumbreras. A la hora exacta, como es de orden en las corridas de toros, se abrió la puerta para dar paso a las reinas del festejo que venían en calesa descubierta, entre otras Elena Sesma, Luz Armendáriz y Eva Lumbreras Reyes, quienes fueron recibi-das por chambelanes que las llevaron entre los aplausos del público al palco de honor que se les tenía preparado.

La plaza estaba más que llena en todas sus localidades, los toreros principales eran Armillita Chico y el español Curro Caro. De pronto se oyó

Page 345: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

el grito, que se repetiría varias veces: “¡Lumbreras, esto y lo otro, la pla-za se te va a caer!” y con eso lo estuvieron fastidiando sus compañeros de billar, al que era muy afecto, seguramente como una broma que no les cayó nada bien a sus familiares; particularmente a su esposa que no quería que sus hijos oyeran tal cosa de su papá, así que los fue sacando quedándose sin ver la corrida.

Por cierto, en 1919 conoció en Saltillo a María Reyes viuda de Mafio-do, quien había perdido a su primer esposo, que trabajaba en Dinamita, cuando la tremenda explosión que todos recordamos. Él, por su parte, también había quedado viudo de su primera esposa y había quedado con una hija (ella con un hijo por quien la familia de su esposo había venido desde Italia, argumentando que, por ser el primogénito de los descen-dientes, tenía que crecer a su lado). Total que, no solamente se conocie-ron y se entendieron, se gustaron; porque ambos eran guapos, él era un tipazo alto y vigoroso, muy simpático y platicador, aunque no en su casa, pero sí con sus trabajadores a quienes quería verdaderamente; ella era una mujer hermosa y ambos celosos, pero que sabían controlarse, así que supieron vivir tranquilamente sin problemas. Formaron una familia con seis hijos: Carmen, Eva, María Luisa, Guadalupe, Miguel Ángel y Socorro.

Entre sus buenos amigos estuvoieron don Nazario Ortiz Garza, que incluso fue su compadre, el Lic. Garza Farías, don Andrés Eppen, don Fernando Rodríguez, don Hilario Esparza y Miguel Flores.

El peor defecto que le encontraba su esposa era que de pronto se le presentara por la noche con diez o veinte invitados a cenar; eran alba-ñiles que, igual que él por cuestiones de trabajo no habían tenido tiempo de comer por cumplirle y él los recompensaba de esa forma cariñosa.

En ocasión de estar haciendo la casa que don Fernando Rincón se hizo en la avenida Morelos con motivo de la crisis de aquellos años, le dijo a Cesáreo que tenían que despedir a la mitad de los trabajadores, enton-ces éste le solicitó que en lugar de eso, emplearan a la mitad media sema-na y la otra media a la otra mitad, para que nadie se quedara sin trabajo.

No era, pues, de aquí Cesáreo Lumbreras, ni murió entre noso-tros; pero su familia sigue formando entre los apellidos locales y en-trelazándose con otros. Dejó obras que visten a nuestra ciudad y se distinguen por su estilo diferente que nadie volverá a hacer.

Es pues, por méritos propios, uno de Los Nuestros.

Page 346: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Julio César Luna Cabral*92

Hijo de Rolando Luna Córdoba y de María Antonia Cabral, el destino de Julio César Luna Cabral era muy claro: sería impresor.

De sus primeros seis años nada se sabe. Pocos son, en realidad, los que tienen verdaderos recuerdos de esos años, a no ser que du-rante ese lapso hayan vivido una gran tragedia o alegría. Julio, como fue más conocido por todo su mundo, nació el 26 de enero de 1940 en esta ciudad de Torreón. A los 6 años comenzó su primaria en el colegio Hidalgo del profesor Teodoro Verástegui, de quien siempre conservó muy buenos recuerdos, igual que de su directora, Adelaida de la Torre, llamada cariñosamente Llaya por todos sus alumnos. Los salones del colegio rodeaban un gran patio, en el que a la hora del recreo se anuda-ban amistades que, a veces, eran para toda la vida. Años atrás había un gran corralón ocupado por vacas y algunos toros, separado por un gran portón cuya parte superior estaba abarrotado y desde cuyas separacio-nes los alumnos mayores recibieron de aquellos animales sus primeras clases de sexo.

Julio, como tantos muchachos fue “boy—scout”, pero cuando tenía trece años a él y a otros amigos se les ocurrió hacer solos una excursión al Cañón de Fernández. Por otras veces que allí habían ido como exploradores, conocían a un don Pedro que allí tenía una choza. A ella se dirigieron y, como de momento el dueño no estaba, se creye-ron autorizados para entrar a ella para descansar. En eso Julio vio un rifle. Verlo y tomarlo, todo fue uno. Con él encañonó al que después sería el ingeniero José Luis Rojas. Jugando se disponía a disparar sobre su amigo José Luis. Lo hubiera hecho sin medir las consecuencias, de no ser por el grito oportuno de uno de “los güeros” Martínez, Jaime, que le dijo que disparara hacia arriba. El hoyo que hizo en el techo los dejó asustados a todos. Gracias a Jaime, pues, el ingeniero Rojas pudo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 21 de septiembre del 2001.

Page 347: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

seguir estudiando y llegar a serlo y Julio salvarse de una mala jugada que su destino, jugando contra sí mismo, estuvo dispuesto a hacerle. A partir de entonces dejó la exploración y se entregó a jugar basket, deporte que desde hacía tiempo practicaba en las canchas de la escuela Centenario. Más tarde se integraría a los equipos “Torreón” que patro-cinaba Alfonso Esparza, gerente de “El Siglo de Torreón”.

Cuando cursaba su segundo año de secundaria, decidió dejar los estudios y comenzar a trabajar en la imprenta de su padre. Tenía quince años. Comenzó barriendo y así continuó hasta viajar por Durango, Zaca-tecas, Chihuahua, visitando todos los pueblos de estos estados, levan-tando pedidos de los calendarios que vendían en febrero para entregar en noviembre. En ambos viajes, además del cuaderno de pedidos, car-gaba hasta el tope de dulces la camioneta en que hacía el viaje, mismos que vendía donde podía para ayudarse en los gastos. Esta actividad fue, seguramente, la que le enseñó lo que aprendió para siempre: que el reloj sólo sirve para recordar que ya es hora de trabajar, o para estar a tiempo en una cita de trabajo y ser puntual, no para dejar de hacerlo. Eso se lo dice su propia fatiga, pero no un reloj. Los viajes y la diversidad de personas como conoció en ellos contribuyeron, indudablemente, a que descubriera sus mejores cualidades: su don de gentes, su facilidad para comunicarse con los demás, las mil maneras que tenía para ser útil a los demás, hacerles servicios cuyo valor no se tasaba en dinero, su buen humor que hacía sonreír y aún reír a los demás, etcétera. Si su padre le enseñaba a ser un buen impresor, la vida misma le enseñaba momento tras momento a convertirse en un verdadero ser humano ca-paz de comprender a los demás.

Cuando cumplió diecinueve años contrajo matrimonio con Eliza-beth Cano González. Fue uno de esos matrimonios que el cielo arregla, pues viviendo ambos en el mismo barrio, con domicilios a una cuadra de distancia, desde niños se vieron a diario y fueron creciendo, pasando con naturalidad de compañeros de juegos infantiles a amigos, de esto a novios para llegar en su oportunidad al sí definitivo, que se dieron el 15 de mayo de 1959; formando una familia de 6 hijos, 4 hombres y dos mu-jeres: Julio César, Joaquín, Jonathan, Daniel, Elizabeth y Laura Virginia. Cinco o seis años más después de su matrimonio seguiría colaborando con su padre, pero un día Julio y Elizabeth, su esposa, se armaron de valor decidiendo iniciar su propio negocio. Instalaron su imprenta en la calle Santa María de la colonia Moderna: Una prensa “Riuch”, una gui-llotina y pare usted de contar, con excepción de muchas ganas de salir adelante. Él imprimía; ella intercalaba, pegaba y todo lo demás, pero ambos sin parar. Su don de gentes y la calidad de su trabajo pronto le

Page 348: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

aseguraron clientes constantes entre los que figuraban todas las de-pendencias oficiales y grandes empresas de la ciudad. El negocio crecía y la familia también. Llegando a los doce años todos los varones tenían en ella alguna responsabilidad, independientemente de seguir sus es-tudios, pues todos terminaron carrera: Julio César, el mayor es ingenie-ro en desarrollo rural; Joaquín es agrónomo zootecnista; Jonathan es maestro en Educación Física y el único que se dedica exclusivamente a su profesión; Daniel es contador.

Su pasatiempo, en el que encontraba el descanso necesario y que practicó siempre fuera de las horas de trabajo, era el dominó. Lo jugaba con sus amigos los hermanos Martínez Sánchez: Ismael, Jesús y Claudio (quien, por cierto, trabaja en “El Siglo de Torreón”) y con Jaime (que trabajó para este diario como asistente del Sr. Delgado, como corrector de pruebas hace tiempo); así como con Eliseo Muñoz, Miguel Ángel “Pitoloco” Gómez y Raúl Huerta. Al grupo le llaman “El Club de los Intelectuales”, acaso porque, después de jugar su partida de dominó se quedan escuchando música clásica. Fuera del dominó y la buena música, para él todo en esta vida era trabajo. El trabajo era la prédica diaria de Julio a los suyos y a cualquiera que con él colabo-rara, asegurándoles que a través del trabajo alcanzarían todo lo que en la vida se propusieran. Que no lo miraran como una maldición sino, al contrario, como una bendición. Y a alguno que alguna vez le dijo que era una cruz, le contestó que si así miraba su trabajo, pues que se abrazara con amor a él y vería cómo le respondería de inmediato favorablemente.

Amante como fue del deporte, cuando ya estuvo en condicio-nes de darse ese gusto patrocinó equipos de jugadores, lo mismo de béisbol, futbol o básquet, que siguió siendo su deporte preferido. Por cierto, en una ocasión que alguno comentó que ellos ya estaban muy “rucos” como para jugarlo, dijo a sus amigos de siempre que había que demostrar a quienes tal decían lo equivocados que esta-ban y de inmediato comenzó a animarlos para practicar un poco y lanzar un reto. De aquello queda una crónica periodística que habla de que el reto fue contestado por los sampetrinos, que en el gimna-sio municipal de aquella ciudad jugaron contra los laguneros. Como los laguneros ganaron, hubo revancha que se jugó en Torreón, según este párrafo de la crónica: “La escuadra sampetrina viene a Torreón en busca de la venganza ya que hace algunos días ambos equipos se enfrentaron en el gimnasio municipal de San Pedro, con victoria para el conjunto lagunero que dirige y patrocina el famoso ‘Cabezón’ Julio Luna Cabral”.

Page 349: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Y así como a éste, ayudaba a muchos equipos aisladamente con una cosa o con otra sin decirlo, callándolo, sin ostentarlo. El periodista Jorge Guerrero Díaz se lo dijo en un acróstico:

Jineteando tipos y papeles un día y otro también,

limpiando máquinas y anaqueles investigando que queden bien

orienta a la clientela. La amistad es su bandera,

un amigo de verdad nunca dice no, es su manera

así seas para siempre: Julio Luna Cabral.

Su gran preocupación fue su familia. Usaba su negocio para unir-los. Era el que sabía y desde el cual podía brindarles seguridad en vida y cuando faltara. Sabía por propia experiencia que el trabajo jamás trai-ciona si el que lo hace le es fiel. Su hijo Joaquín en alguna ocasión lo con-venció de probar con las abejas. Pusieron varias colmenas. Al principio como que iba bien el negocio. Julio veía aquello como la posibilidad de poder ofrecer dos alternativas a los suyos, pero, algo sucedió que les demostró que aquello no sólo pedía trabajo, que estaba expuesto a riesgos naturales que no podían controlar y de mutuo acuerdo termina-ron con ello, dedicándose totalmente a lo suyo, a la imprenta y a todas las cosas con la que podía emparentar, como la serigrafía, etcétera.

Enfermó gravemente. Su esposa, sus hijos, le iban a visitar. Él les insistía que entonces, más que nunca, no descuidaran la imprenta que representaba la seguridad de todos. Murió el 25 de diciembre de 2000.

Su laboriosidad probada, su sentido de responsabilidad hacia los suyos, su jovialidad con los amigos, su generosidad sin ostentaciones, lo hacen definitivamente uno de Los Nuestros.

Page 350: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Everardo Martínez Rodríguez*93

Todos nos hemos parado en firme alguna vez para mirar mejor o para mirarnos a nosotros mismos hacia fuera y hacia dentro y darnos cuen-ta de que lo mejor de esta vida es irla viviendo según salga a nuestro encuentro. Si alguien sabe algo de esto es Everardo Martínez, a quien de aquí en adelante llamaremos “Veyallo”, como le llaman sus amigos, que son un mundo. Veyallo es lagunero ciento por ciento. Vino al mun-do en el Hospital Mondragón de esta ciudad de Torreón el 25 de enero de 1941, año que él quisiera olvidar, pero que ya se resignó a aceptar. ¡Qué se le va a hacer!

Fueron sus padres Mariano Martínez Rebollosa y Graciela Rodrí-guez Díaz, fallecido el primero en 1954 y viviéndole su señora madre, de quien seguramente heredó esa alegría y ese amor a la vida que le distingue y que comparte sin reservas con sus amigos cada vez que con ellos se reúne.

El recuerdo más grabado de sus primeros seis años es haber vis-to frente a la puerta de su casa bajar un día de un Ford color guinda convertible a su tío Benjamín, hermano de su madre. Venía de la ciu-dad de Chihuahua, decidido a llevarse a su cuñado con toda su familia a aquella ciudad, para ver si allá se les daban mejor las cosas, pues aquí andaban mal en su campo, que era la sastrería. Ilusionados aceptaron la invitación y unos días después ya vivían en Chihuahua. De allá regresó en 1948 y en la escuela Centenario cursó su primer año escolar, pero las cosas volvieron a no darse bien sino peor y a Chihuahua se vieron precisados a regresar un año después, en 1949. Allá fue inscrito en la escuela oficial “Niños Héroes”, en la que curso del segundo al sexto año de primaria, todos con la profesora Esther Gardea, quien fue su única maestra, pues, según él iba pasando año, a ella la ascendían como profesora del año siguiente.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 10 de noviembre del 2000.

Page 351: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Desde aquellos primeros años de su vida, Veyallo antes de ir a la escuela, en compañía de su padre, iba al mercado “Reformita” a ven-der “cosas”; lo mismo hechas por ellos que adquiridas, con lo que él contribuía, desde aquella tierna edad a los gastos familiares, como lo han hecho desde siempre tantos hombres triunfadores.

Por aquellos tiempos hizo una gran amistad con uno de sus con-discípulos: Federico González Sabido, la cual los llevó hasta hacerse compadres, pues Veyallo y Lupita bautizaron a su primer hijo. Amistad que siguen cultivando en su geográfica lejanía de ahora.

Cuando cursaba quinto y sexto año, Veyallo fue nombrado co-mandante de la banda de guerra de su escuela tocando la corneta y tuvo la satisfacción de que su banda fuera nombrada “La mejor banda de las escuelas primarias oficiales del Estado”.

Veyallo se aficionó por entonces al basket, aunque a él lo que le gustaba era el béisbol, el basket se jugaba en las canchas de las propias escuelas y como cerca de la suya había otra de niñas, éstas iban a verlos jugar, les gritaban porras y aplaudían de lo lindo. Entre ellas había una que, para sus diez u once años y los gustos de Veyallo, hacían buena pareja. Pero resulta que a la niña le gustaban las pelícu-las de monitos del Pato Donald y las comedias del Gordo y el Flaco y quería ir a verlas todas las tardes después de salir de la escuela y el basquetbolista Veyallo no estaba para tales gastos, así que se la voló otro que tenía a una especie de Rockefeller de papá. Hoy le dice a su “Cielo” que, qué bueno.

Cuando Veyallo perdió a su padre tenía trece años de edad. En-tre su madre, su hermana mayor que se llama igual que ella: Graciela y él se encargaron de que la familia siguiera adelante. En 1954, pues, obtuvo su primer trabajo como mensajero de una ferretería que se lla-maba “la Comercial de Chihuahua”, cuyo propietario era Jorge Corral Romero. Al mismo tiempo comenzó a estudiar de noche una carrera comercial en la escuela “Melchor Guaspe”. No la terminó, aunque casi, porque le vida le dio una nueva oportunidad como almacenista de una fábrica de triplay que estaba en la colonia Anáhuac en Chihuahua y fue allí que, cumpliendo con sus labores se cayó de un tapanco y tu-vieron que regresarlo a la ciudad de Chihuahua, incapacitado. Era su destino que comenzaba a darle la cara. Sucedió que estando sentado a la puerta de su casa, con la pierna enyesada descansándola sobre otra silla... ¡donde pasa Lupita! Hubiera o no leído a Nervo, Veyallo pensó aquello de:

Page 352: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía, su mirada, su ges-to, su sonrisa, su andar... Era llena de gracia, como el Avemaría ¡Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

¡Y que la iba a olvidar! Su hermana María Antonieta se la presen-tó. Quince o dieciséis años tendría Veyallo entonces, pero sabía que era la mujer de su vida. Por un año lo tiró a Lucas; pero un año después, un día, lo miró de otra manera y Veyallo que puede ser todo lo que quieran, pero no es tonto, aprovechó la oportunidad y la hizo su novia. Siete años duraron de eso, hasta que se casaron en 1966.

Mientras tanto, Veyallo vendió licuadoras casa por casa y vendió

muchas y ganó buen dinero que sonaba en los bolsillos de su pantalón y lo hacía repetir lo que en aquellos años decían los que lo tenían: “Has-ta aquí me llega el agua”. Pero a su abuela y a su madre aquello no les convencía. Le decían que con ello no podía hacer una carrera; que viera la manera de meterse a un banco y buscaron la recomendación de la cajera general del Banco de Comercio en Chihuahua, donde comenzó a trabajar como cobrador. Cuando en el primer día iba a salir por la ma-ñana en mangas de camisa, las mismas le pararon el alto y le dijeron: “¿A dónde vas?” Pues a trabajar, les dijo; “¿Y así vas a ir, en mangas de camisa?” “Pues si sólo soy cobrador”. “Lo que seas, tienes que darle dignidad a tu trabajo: Ponte saco y corbata”. “¡Pero mamá, abuela!”

... Veyallo fue el primer cobrador de saco y corbata de un banco. Los primeros días, sus compañeros le hacían burla. Pero, unas semanas después, el banco impuso que todos sus cobradores se vistieran igual que el nuevo. Y así comenzó una carrera bancaria, iniciándose en el 59 terminó en el 85, durante los cuales desempeñó gerencias en el Banco de Comercio, el Comercial Mexicano y en B.C.H. Bancomer lo envió de Ciudad Juárez a Torreón en 1971.

Aquí fácil se dio a conocer, tanto por sus funciones en esa insti-tución cuanto por haber pertenecido a la cámara Junior en Chihuahua. Antonio Alcázar en cuanto lo conoció lo conectó con la de aquí, donde, en 1973 fue director de la Convención Nacional y presidente en 1974; durante el cual construyó una escuela en Río Escondido, hizo una cam-paña de limpieza de Torreón con el lema de “Una manita de gato”, esto durante la presidencia municipal del licenciado Solís Amaro.

Ha sido Presidente del Centro Bancario de La Laguna, Secreta-rio de la Cámara de Comercio y Presidente de La Cruz Roja, durante la cual hizo maratones donde participó personalmente solicitando ayu-

Page 353: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

da, haciendo llamadas telefónicas (que salían al aire) a personas muy connotadas tanto de nuestra propia ciudad, como artistas capitalinos y al propio Presidente de la República. Por sus amigos Juan González Reyes, Sergio Berlanga, Jorge y Toño Dueñes, Jorge Cravioto, José Ma-ría Iduñate y Luis de la Rosa participó como Gerente General del diario “Noticias”, cargo que desempeñó por espacio de dos años aproxima-damente. Pues de esa experiencia Ignacio Aguirre Arzave, a quien ha-bía conocido en Chihuahua y que a la sazón era director Regional de Comermex en esta ciudad, devolvió al zapatero a sus zapatos bancarios por cinco años más.

Veyallo canta. Lo hace desde niño cuando formó el Coro de la iglesia y desde que cantó en dúo con Marco Antonio Muñiz en cierto acto para beneficio de la Cruz Roja, hizo de “La Zarzamora” un éxito personal; ya ni del rogar se hace cuando se la piden. No obstante todo este ajetreo, producto de esa actitud de Veyallo de jamás decirle a la vida que no, tomando las cosas según se van presentando, le ha que-dado tiempo para formar parte de un grupo con el que juega dominó una vez a la semana desde hace veinte años; pero no sólo se juega, también se toca guitarra, se canta y se dicen poesías, se hace bohe-mia. Entre los que no fallan, están: Ortueta, que toca la guitarra y can-ta muy bien los falsetes, el doctor Sergio Treviño, Alberto Humphrey Cabello, el doctor Miguel Chibli, Nacho Aguirre Arzaga, Jorge Enderi (quien por estos días ha andado en búsqueda de ciertos poemas de Juan de Dios Peza), Manuel José Othón, Jesús Humphrey Cabello, Marcelo Bremer Sada, el licenciado Hugo García y el licenciado Carlos García Carrillo.

¿Qué es lo que Veyallo no ha hecho? Con el asesoramiento de Alejandro Valles Ávila (ya fallecido) ha engordado ganado; como co-misionista ha comprado y enviado semillas de algodón a Guadalajara y México; ha puesto dos restaurantes. Durante los últimos diez años ha desempeñado el puesto de Gerente General de la Compañía Harinera de la Laguna, filial del Grupo “Harinas”, S.A. de Chihuahua.

En su matrimonio tuvo cuatro hijos: Esther, Alicia, Everardo y Ara-celi, que les han dado tres nietos: Alejandro, Andrea y María Fernanda. Tres de sus hermanos viven: Graciela Alicia, Carlos Armando, Argelia Margarita. Su hermano Héctor Luis falleció hace tres años.

Veyallo ha sido un amante del trabajo desde aquellos días de su niñez en que antes de ir a la escuela iba a vender limones o lo que fuera al mercado.

Page 354: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pudiera decir que el trabajo es su vida y la vive plenamente, por-que trabajar le permite tener amigos que, como él, saben ponerle ale-gría, música, canciones y poesía a su descanso y saben decirles “cielo”, o cualquier otro nombre cariñoso a sus esposas, cuando ya son abuelos.

Por su actitud frente a la vida, por su laboriosidad, por su alegría contagiosa, indudablemente Everardo Rodríguez es uno de Los Nuestros.

Page 355: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fernando Martínez Sánchez*94

Fernando Martínez Sánchez nació en esta ciudad de Torreón el 21 de septiembre de 1934. Fueron sus padres Ismael Martínez Salaices, que vino a La Perla de La Laguna desde San Juan de Guadalupe, Durango y Herlinda Sánchez Vargas, nativa nada menos que de Jerez, Zacatecas; aficionados los dos al teatro, la declamación y el canto. El problema de Fernando para estas semblanzas es que se ha dedicado desde siempre a llenar su vida de tantos aconteceres, que si a ellos se agrega el anec-dotario correspondiente, faltaría espacio. Conformémonos, pues, con su currículum vitae:

Estudió la primaria en los colegios Torreón e Hispano Mexica-no; la carrera de contador privado en el colegio Elliot; realizó algunos estudios en el Jovenado Alfonso María de Ligorio en San Luis Potosí. Desde su primera juventud recibió clases de literatura del Dr. Samuel Silva. Terminó la secundaria y preparatoria en la escuela Federal Noc-turna Nº XXVIII de Torreón, donde ganó la presidencia de la sociedad de alumnos, e inició bajo la dirección del Dr. Alfonso Garibay Fernán-dez sus actividades teatrales y bajo las del Profesor Joaquín Sánchez Matamoros sus estudios de oratoria. En esta época, junto con Antonio Navarro Calderón y Fernando Saavedra, se ligó estrechamente al movi-miento cultural de Torreón promovido por El Ateneo Lagunero, con cu-yos miembros mantuvo una intercomunicación constante; sobre todo con Juan Antonio Díaz Durán, Pablo C. Moreno, Enrique Mesta, Rafael del Río y Emilio Herrera.

De este grupo fueron sus maestros en materias jurídicas y cien-cias sociales los licenciados Salvador Vizcaíno Hernández, Federico Elizondo Saucedo y Felipe Sánchez de la Fuente. Intentó realizar la carrera de ingeniero textil en el IPN. Es Contador Público, egresado de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM (donde

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 23 de noviembre del 2001.

Page 356: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

realizó estudios de maestría en administración) y alumno fundador del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, donde fueron sus maestros José Revueltas, Emilio García Riera, Gloria Schoemann y Agustín Jiménez, entre otros. En esta época, con Francisco Sánchez, José de la Colina, Gerardo de la Torre y Jaime Humberto Hermosillo mantuvo una estrecha amistad que aún perdura. Estuvo también, en la Escuela de Arte Teatral del INBA, en donde recibió clases de Luisa Josefina Hernández y Salvador Novo.

Ha tomado innumerables cursos de capacitación profesional en las áreas de la administración, la investigación, la literatura y el tea-tro. Desde 1962 es asiduo concurrente a los talleres literarios, desde el coordinado por Anya Schoeder en México (1962), hasta el de Guillermo Samperio (1994). Ha sido alumno en estos talleres de Bernardo Ruiz, Daniel Sada, Felipe Garrido, Vicente Quirarte y Vicente Leñero. Estudió dirección teatral en el taller de Ludwick Margules. Actuó los papeles protagónicos en una docena de obras en Torreón, San Pedro, Matamo-ros y Saltillo, en el D.F., Campeche, Chihuahua, Monterrey y Durango: El gesticulador, Hoy invita la Güera, Bandera negra, La zorra y las uvas, Fe-licidad, ¿Conoce usted, la Vía Láctea?, La madrugada, El daño que hace el tabaco, Antes cruzaban ríos y La conspiración vendida, bajo la direc-ción de Fernando Saavedra, Rogelio Luévano, Alfonso Garibay Fernán-dez, Raúl Cáceres Carenzo y él mismo. Dirigió: Palabras Cruzadas, Así en la tierra como en el cielo, La señora en su balcón, La Apassionata, Pasos de Lope de Rueda y una pastorela de autor anónimo.

También ha incursionado en la dramaturgia, escribiendo obras como Vorágine, Con el pretexto de la lluvia, Una razón de amor, Después del desayuno y Orfeo. La primera está para ser leída con el maestro Jor-ge Alcorcha; la segunda ya publicada, fue montada por el maestro Ciro Alvarado. Obtuvo el primer lugar del concurso regional de oratoria orga-nizada por La Opinión, en 1954. Ganó el estatal del PRI en 1955, obtuvo por dos años consecutivos el campeonato de oratoria de la UNAM, en 1961 y 1962. Ha obtenido el 1er lugar en los premios estatales Julio Torri de ensayo y cuento (1988 y 1996) y el Premio de poesía Celedonio Junco de la Vega, del Noreste (1995); 2º lugar en el premio nacional de cuento de Lagos de Moreno (1992); 1er lugar en el premio binacional de poesía Pellicer—Frost (1999); galardonado como Creador emérito del Estado de Coahuila (1997) y 1er lugar en el concurso de cuento navideño convocado por la Casa de la Cultura de Gómez Palacio, Durango, en 1997.

En 1990 obtuvo por sus aportaciones a la literatura la presea Mag-dalena Mondragón, por parte de la Presidencia Municipal de Torreón. Ha

Page 357: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

recibido reconocimientos, por el mismo motivo, de la escuela prepara-toria León Felipe, en 1991 y de la preparatoria Carlos Pereyra en el 2000. Ha sido declarado huésped distinguido de las ciudades de Aguascalientes (1955), Durango (1971), Pachuca (1976) y Oaxaca (1995). En el año 2000 recibió una distinción por parte de la Presidencia Municipal de Torreón, el Instituto Tecnológico de Monterrey (Campus Laguna) y la empresa Coca-Cola, por sus aportaciones al teatro lagunero. Fundador de los periódi-cos estudiantiles “Pegaso” (colegio Elliot, 1952), “Tribuna” y “Palestra” (secundaria y preparatoria nocturna de Torreón 1953 y 1954), “Gaceta Universitaria” (Facultad de Contaduría de la UAC de 1959), “Trinchera” (Facultad de Contaduría de la UNAM, 1962) y de las revistas “Close-up” (1960), “La paloma azul” (Casa de la Cultura de Torreón, 1985) y “Estepa del Nazas” (Teatro Isauro Martínez, 1994). Ha sido reportero y columnis-ta de El Siglo de Torreón (columnas Desde la esquina... y Cuadrante), La Opinión, (columna En Resumen... y el editorial), del diario Noticias (co-lumna Resolana), Diario de Coahuila (columna Cuadrante) además de colaborador y miembro del consejo editorial de la revista “El Puente del Teatro Isauro Martínez”.

Ha entrevistado para El Siglo de Torreón a Óscar Flores Tapia y para La Opinión a miembros prominentes de la cultura lagunera como Enriqueta Ochoa.

En este último diario publicó varias crónicas sobre acontecimien-tos importantes ocurridos en Torreón y el país como la inauguración del teatráiler, el sepelio de Valente Arellano Salum y el terremoto de 1985, entre otras. Ha publicado ensayos, cuentos y poemas en el suplemento cultural de La Opinión, La Jornada, El Nacional y en las revistas El Cuento, Brecha, Revista de Coahuila, Arteletra, Estepa del Nazas, La Parda Grulla, Fronteras, Desierto Modo y Contexto. Fue editor del periódico El campo y la familia del Programa Campesino de Productividad (1970). Fundador, en 1972, con Max Rivera, Emmanuel Quiñones y Pedro López Serrano, del segundo suplemento cultural de La Opinión. Es autor de los libros de poemas Suma presencia (1967), Reincidencias (1980) y Los portales del alma siempre en huelga (2000) y de los libros de cuentos Nada y Ave (1962) y Los pájaros del atardecer (1997). Tiene dos novelas escritas que aparecieron por entregas en El Siglo de Torreón y en La Tolvanera de Brecha: El legado de Arístides Arcaute y Alas de moscas. Es autor de la antología Innovación y Permanencia de la Literatura Coahuilense editada por CONACULTA en 1992; compilador del libro Lecturas de Comunicación (1981); uno de los autores del libro colectivo Francisco Martín Borque, Forjador Incansable (2001) Investigador del Archivo Histórico Papeles de Familia de la Universidad Iberoamericana en Torreón. Actualmente for-

Page 358: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ma parte del equipo de investigadores que preparan la historia de Elías Murra Marcos y la empresa Cimaco.

Fue encargado por el Centro de Investigaciones Filológicas de la UNAM, según declaración pública del doctor Ernesto de la Torre Villar en reciente visita a Torreón, de preparar el diccionario bio-bibliográfico de autores coahuilenses y por el ICOCULT20 de la elaboración del segun-do tomo de la antología de la literatura coahuilense. Estas tres últimas tareas están avanzadas en un 75 por ciento.

Han escrito además reseñas sobre su obra literaria: Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo, Bernardo Ruiz, Guillermo Samperio, Vicente Quirarte, José Muñoz Cota, Homero del Bosque, Emilio Herrera, Gilberto Prado Galán, Jaime Muñoz Vargas, Paula de Allende, René Rebetész y se expresaron elogiosamente de su narrativa: Edmundo Valadez y Sergio Galindo, entre otros. Y sobre sus actividades teatrales los señores: Emilio Herrera, Alfonso Esquivel, Rafael Solana, Jorge González Juambelz, José Álvarez Coira y otros críticos teatrales de Campeche, Saltillo, Durango y Chihuahua. El gobernador de Durango, Francisco González de la Vega, lo felicitó personalmente por su actuación en La zorra y las uvas y le ofreció una beca para ir a Francia a estudiar teatro. Ha sido profesor de la FCA de la UAC, del Instituto Tecnológico de la Laguna, del ISCYTAC-La Salle y de la UANE; profesor adjunto de la Facultad de Economía de la UNAM en 1964; profesor de teatro en el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales en la Ciudad de México en 1965; profesor de teatro y literatura en la Casa de la Cultura de Torreón desde 1973; fundador del Consejo Municipal de Arte y Cultura en Torreón en 1978, invitado por el presidente municipal Lic. Homero del Bosque Villarreal.

Actualmente es profesor de la UIA, capacitador profesional con registro de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, desde 1980. Ha impartido docenas de cursos de capacitación y adiestramiento en las áreas de administración, comunicación y relaciones humanas en CFE, Secretaría de Hacienda, El Siglo de Torreón, La Opinión yesera Nazas, Conasupo, Wobbsi, La Unión, Ferrocarriles Nacionales de México y otras importantes empresas de la Región Lagunera y el noreste del país.

Es fundador de los cursos de opción a tesis en la Facultad de Con-taduría y Administración de la UAC, a los que vinieron varios expositores, como el Mtro. Javier Belmares, Dr. Fernando Arias Galicia, todos ellos de la UNAM; el Dr. Miguel Jusidman del MIT; Dr. Marco A. Murray Lasso del IPN; Dr. Jesús M. Sotomayor Herrera y Raúl Amézquita de las Escuelas de Altos Estudios de Francia, Dr. Michel Fiol de la Universidad Iberoame-

Page 359: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ricana, el Mtro. Agustín Reyes Ponce y de otras universidades, tanto de Europa como de Sudamérica. (Alemania y Colombia).

Dentro de sus actividades académicas se cuenta el haber orga-nizado varios congresos de ingeniería industrial, a través del Instituto Tecnológico de La Laguna y del Polo de Desarrollo durante la adminis-tración del Lic. Homero H. del Bosque como director de dicho Polo; así como diplomados de adiestramiento, capacitación, productividad y otros relacionados con la administración, a través del Centro Nacional de Productividad.

Fue miembro de la Comisión Federal de Conurbación de La Lagu-na, en el gobierno de José López Portillo. Director Regional Noreste del Centro Nacional de Productividad y ARMO (1972-1980). Bajo su gestión se construyó el conjunto de oficinas que ocupa actualmente el Edificio Coahuila, que perteneció a la Secretaría del Trabajo. Socio fundador del Instituto de Administración Pública en Torreón, Coahuila en 1979, so-cio fundador del Instituto Nacional de Contadores Públicos al Servicio del Estado, Delegado del Instituto Estatal de Bellas Artes en La Laguna (1980); Delegado de Inspección Fiscal en Torreón, Coah. (1981-1985). Fundador y director del Centro de Estudios Avanzados de La Laguna en 1980, presidente del Seminario de Cultura en Torreón, Consejero del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila (1995-1997) y re-presentante del Centro Regional de Investigación y Promoción de la Literatura de Coahuila. Dirige el taller literario de ICOCULT Laguna. Diri-ge la Casa de la Cultura de Torreón, desde el 16 de septiembre de 1985.

Conferencista profesional en las ramas de administración y lite-ratura, ha sido invitado del Club Rotario de Torreón, el Club Sertoma, diversas escuelas de educación media y superior, del Centro Bancario de La Laguna, empresas de seguros y otras instituciones públicas y pri-vadas a impartir conferencias sobre administración, literatura, política e historia; así como a presentar libros de diversos escritores locales y nacionales.

Está casado con la señora María Caliano Jiménez, desde octubre de 1971. Tienen cuatro hijos: Fernando Félix (contador público, trabaja en la compañía minera Peñoles); Gerardo Joel (abogado, está al frente de una agencia aduanal en Torreón); Mireia Priscilla (doctora, realiza su especialización en pediatría en el IMSS de Torreón) y Cristián Darío (ingeniero electrónico, especialista en mantenimiento de equipo de computación y sistemas electrónicos).

Page 360: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pocos son los que con tal amplitud como Fernando se han venido esforzando en tantos campos de manera tan destacada.

Indudablemente que Fernando Martínez Sánchez, profesor, na-rrador, poeta, orador, periodista, actor, director teatral, conferencista profesional, es uno de Los Nuestros.

Page 361: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sergio Martínez Valdés*95

La obra de arte, se dice, es o no es. No admite comparaciones. Lo mis-mo puede afirmarse de las voces humanas, particularmente de las de los locutores de radio. Una de las más distinguida de estos tiempos, es sin duda, la de Sergio Martínez Valdés, tan conocida por los radioescu-chas laguneros.

Nació en esta ciudad de Torreón el 24 de febrero de 1941, nada menos que en la calle Valdés Carrillo No 43 Sur, casi a un lado de una casa que por muchos años fue conocida como “la de los Victorero”, a cuadra y media de la Plaza de Armas y del Cine Princesa, a dos de las aguas frescas de “Cuca” y a dos y media del Casino de La Laguna; quiero decir con esto que, si no nació en el corazón, en el centro de la ciudad, sí lo hizo en una de esas calles que eran sus venas coronarias. Fueron sus padres Manuel Máximo Martínez Moreno, que un buen día llegó aquí de Sierra Mojada y Luz María Valdés, nativa de Saltillo.

La ciudad en aquellos años todavía era muy cómoda para sus ha-bitantes. El papá de Sergio trabajaba en el Banco Nacional de México, que le quedaba en línea recta a tres cuadras y media de su casa y en el que, como entonces se acostumbraba, todo mundo comenzaba desde abajo, ascendiendo los que le echaran ganas al trabajo, poniéndose la camiseta de la institución. Así llegó el señor Martínez Moreno a Cajero General. Hoy, a sus noventa y tantos años sigue manejando a diario sus números con eficiencia en su propia oficina. Como dato curioso dire-mos que uno de los compañeros de trabajo de don Manuel en dicho banco, fue don Braulio Fernández Aguirre, antes de que descubriera, para suerte de nuestra la ciudad, su verdadera vocación.

Volviendo al recién nacido Sergio, sin que él apenas se diera cuen-ta, fue creciendo y en cuanto pudo salir por sus propios pies, se encontró

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 16 de junio del 2000.

Page 362: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

con que lo estaban esperando para jugar sus vecinos: los Guerra Bejara-no, los Araluce, los Revueltas, los Bacópulos y los Llamas cuya amistad prevalece hasta ahora. Cuando más se iban conociendo y más a gusto iban sintiendo su compañía, sucedió lo que a todos los niños les pasa siempre, que llega el tiempo de ir a la escuela primaria. A Sergio Martí-nez Valdés le inscribieron en el Colegio Torreón, que estuvo por varios años donde se encuentra el Torreón conmemorativo de nuestra ciudad, por allá por la Alianza; mismo que años después fuera recobrado para la ciudad por gestiones del señor Licenciado Homero del Bosque Villarreal y con la ayuda financiera del “Pa-pro”.

En el colegio Torreón, pues, del que Sergio recuerda con cariño a la maestra Vaquera, cursó hasta el cuarto año de primaria; estudiando el quinto y sexto en el Instituto Francés de La Laguna, en el que conocería a Eduardo y Fernando Murra, con quienes iniciaría una profunda y pe-renne amistad exaltada —ya de casados los tres— a los compadrazgos cordiales y más que fraternos. Conocería allí también a los González Do-mene: Ernesto, Alberto y Carlos. El profesor Coriaga hubiera preferido no conocerlos, pues a veces lo hicieron víctima de sus bromas. Le tocaba al profesor mover a los alumnos de Torreón, haciéndola de chofer de los estudiantes de acá de este lado. Se preparaban para ese momento, recogiendo hormigas durante el recreo, que ponían luego en el asiento del conductor. A veces picaban a éste, a veces no, pero la reacción a la sorpresa de sentirlas o verlas por cualquier parte de su cuerpo, cualquie-ra la puede imaginar.

La secundaria la hizo en el Cervantes, cuando éste estaba por la avenida Morelos y guarda muy buenos recuerdos de los profesores Pons y Vigatá. Así, preparado, en el 56 se fue a Norteamérica a estu-diar inglés para poder acceder a la High School y Luego a una Carrera Técnica de Comunicación y Difusión, que practicaba haciendo textos para los chicanos. Durante esa temporada, las vacaciones las utilizó para viajar por los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá. Regre-só a México, pues nunca fue su idea quedarse por Norteamérica, en el año 61.

Tuvo la idea exacta sobre lo que quería hacer, así que lo primero que le ofrecieron fue la administración del Hotel Elvira, en el que estuvo algo así como año y medio; allí mismo le salió la oportunidad de traba-jar de sobrecargo en Aeroméxico, principalmente en la ruta de Ciudad Juárez—Acapulco, en donde estaría otro año y medio y de donde pasó a ser Secretario Personal del Gerente de la Ingersoll de México, que fabricaba compresoras.

Page 363: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Un poco cansado de todo esto se vino a Torreón pensando en es-tablecerse. Un día fue a visitar a la KEVK a un amigo, Paco Barrera, que en ese momento pasaba un programa de preguntas y respuestas con sus radioescuchas y como sonara el teléfono, le pidió a Sergio con buena o con mala leche, que lo contestara y como estaba al aire, lo escuchó el gerente de la de la difusora, a quien le gustó aquella voz que había oído y cuando Barrera le dijo que era de su amigo Sergio y se lo presentó, le ofreció que se quedara como locutor. Hasta antes de entonces, locutor podía ser cualquiera que pudiera pagar algo en México para presentar un examen que le tocaba en la Secretaría de Comunicaciones, ya que por en-tonces ya era la Secretaría de Educación la que autorizaba la profesión de locutor. Sergio, después de pensarlo un poco y decidiéndolo, se preparó para presentar su examen tocándole de sinodal Álvaro Gálvez y Fuentes, que era el director General de Educación Audio Visual en la secretaría de Educación y que sólo le dijo: “La radio es dinamismo”, dígame usted en quince minutos y sin titubear lo que es Torreón”; lo aprobó y al despe-dirse le dio un consejo: “cuando llegue a su ciudad haga teatro, le dará naturalidad”. Consejo que no echó en saco roto y al poco tiempo, en el grupo de Garibay Fernández, ya estaba interviniendo en “Silencio pollos pelones” y luego con Luis Díaz Flores intervino en “Mamá con niña”.

Con Carlos González Garza inició un negocio de publicidad di-recta, que así se llamó y del cual hicieron socios a Florentino Bustillos, a Ernesto y Alberto González Domene; pero Carlos Gonzáles Garza entró a colaborar a “El Vergel” y los demás de común acuerdo liqui-daron el negocio que apenas empezaba. Poco después iniciaría su propia agencia en la casa familiar de la Valdés Carrillo, ahora magnífi-camente instalada. La tiene a la vuelta en la Allende. La tipografía de su primer anuncio se la hizo Víctor Mayagoitia (q.e.p.d.) y entonces se dio cuenta que maquilar tipografía podía ser buen negocio; adquirió la máquina mas moderna que había, durante varios años se dedicó a maquilar los anuncios de las demás agencias, lo mismo que a diseñar-los tanto como los dibujos necesarios para los mismos. Él era el único. No obstante, su carrera de locutor seguía firme. Su voz se identifica-ba no sólo por su famoso: ¡Quíubole!, sino por sus inflexiones, sus matices, sus graves, sus susurros... pues sus programas no sólo eran con música, los aprovechaba para manejar mensajes optimistas y de-cir hermosos poemas seleccionados por él, teniendo en cuenta para qué público. Ya era llamado por las difusoras, le dieron el Canal 2 y la DN en el 68; le responsabilidad de transmitir desde los lugares de los hechos, la dramática inundación de aquel año; al mismo tiempo, dado su tipo alto y varonil y sus ojos entre que son azules o son verdes, se le invitaba a modelar ropa masculina en fiestas de de caridad en el

Page 364: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Casino de La Laguna y por supuesto actuar como Maestro de Cere-monias en muchos actos importantes que ocurren en nuestra ciudad.

Junto con Alonso Gómez Uranga es, creo, el otro que queda de aquella pléyade de locutores como lo fueron Armando Navarro Gas-cón, María Elena García, “El Topolino”, etcétera.

En esta tan agitada, tan siempre corriendo, tan sin para otra cosa existencia, causa sorpresa saber que la felicidad le llegó a Sergio estan-do parado en la avenida Morelos. En aquel tiempo en que la juventud femenina solía pasear en automóvil por este boulevard y la masculina pararse en las aceras para darse al asedio de las presas de sus ojos; que-dó prendado de una hermosura (parodiando un poco a Amado Nervo) cuando pasó en su auto.

¡Qué rara belleza!¡Qué hermosos cabellos!

¡Qué innata realeza!Quedé como en éxtasis… con febril premura.

Síguela dijeroncuerpo y alma al par.

La diferencia fue que Sergio no se paralizó; aprovechando el rojo del semáforo o el alto marcado por el agente, rápido se dirigió al auto de Astrid, metió la cabeza por la ventanilla y le dijo: “Es usted muy bonita y me gusta”. Astrid alcanzó a decirle: ¡Gracias! El alto ha-bía acabado, pero Sergio estaba más que herido, sin embargo, estuvo atento al regreso. Hubo la suerte de otro alto. Corrió a la otra calle. Esta vez, le dijo: “insisto en que me gusta y la invitó a cenar”. “Sola no puedo”, le contestó con sincera ingenuidad Astrid; Sergio tragaría sa-liva porque el carro se iba yendo con sus amigas, pero sin acobardarse (como Nervo) las invito a cenar a todas. Así fue su primera entrevista que no quedó por testigos. Cuando Astrid llegó a su casa, le dijo a su mamá: “Mamá hoy conocí a una persona muy adulta”. Un año des-pués se casaban. Han tenido tres hijos: Astrid, que es licenciada en comunicación; Sergio, que falleció de pequeño y Alina, contadora.

Sergio, además de trabajar dieciséis horas normalmente, co-menzó a interesarse en el servicio social a través del club Rotario. Es consejero de la Cruz Roja y de la cooperativa de Torreón Jardín. Fue director de Radio Torreón, la estación cultural municipal. Él y Astrid son presidentes del grupo de padres de familia del Colegio Americano y consejeros del patronato de la biblioteca pública de Torreón.

Page 365: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Tiene una pasión que es la radio, que confiesa le ha dado gran satisfacción al saberse acompañante de varias generaciones de lagune-ros y solidario de increíbles soledades humanas; la otra es la fotografía, de la que si no es profesional, poco le falta.

Por todo esto y lo que no alcanza el espacio, el feliz Sergio Martí-nez es indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 366: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Luis Alberto Márquez González*96

Luis Alberto Márquez González, actual comandante de Infante-ría y jefe de la VI Zona Coahuila del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, nació en esta ciudad de Torreón el 12 de enero de 1936; último año de la presidencia municipal del licenciado Armín Valdés Ga-lindo, bajo cuya administración el embellecimiento de nuestros jardines públicos recibió gran atención, lo mismo que la seguridad pública.

Los primeros seis años de Luis Alberto fueron como los de todos los niños: comenzó a crecer, a correr, a comunicarse con los demás y a pro-bar la altura subiendo a los árboles que le eran posibles para ver chiquitas a las personas mayores. La cuestión es que en Matamoros, Coahuila, no arriba de sus árboles, sino en aquella población, en 1942, lo encontramos cumpliendo la obligación de comenzar su instrucción primaria. Su primer año lo hizo, pues, en aquella ciudad lagunera, en la escuela Apolonio M. Avilés; pero como para el siguiente año volvieran sus padres a Torreón, su segundo año de primaria lo cursó en el colegio Juan Antonio de la Fuen-te de las señoritas del Bosque, Anita y Lolita, que estaba y sigue, por la Escobedo, entre las calles Comonfort y Francisco I. Madero. Pues, según entiendo, sus propietarias ya desaparecidas, lo legaron a las maestras que con ellas trabajaron. El tercer año Luis Alberto lo cursó en el colegio Jalisco, ubicado por la avenida Allende, entre González Ortega y Leandro Valle, en el que su hermana Margarita Márquez González trabajaba como maestra. Del cuarto a sexto años estudió en el colegio Hispano America-no, que recién habían abierto aquí los profesores hispanos Pablo Farrús y Mario Alexander y el papá de Luis Alberto lo eligió para que en él su vástago terminara su primaria, lo que sucedió en 1948, cuando cumplió los doce años de edad; lo cual quiere decir que fue un buen estudiante.

Del Hispano Mexicano pasó a estudiar secundaria en la escuela Venustiano Carranza y, no pudiendo por motivos económicos mandar-

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 29 de marzo del 2002.

Page 367: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo su señor padre fuera de la ciudad a estudiar su bachillerato y carrera, lo inscribió en la Escuela Comercial de la Cámara Nacional de Comercio de los hermanos Treviño, don Enrique y don Julián, por la que entonces pasaban todos aquellos laguneros que, por una razón u otra, no podían estudiar fuera de nuestra ciudad. En esta escuela que ha quedado en La Comercial por antonomasia, Luis Alberto Márquez González no sólo aprendió contabilidad, sino a fortalecerse físicamente en las argollas, barras, paralelas y otros aparatos gimnásticos que para tal efecto allí había, independientemente de las canastas para basket que estaban al fondo. Las peleas eran otra cosa. Las peleas podían comenzar allí (Luis Alberto Márquez no era afecto a ellas), pero siempre se aplazaban para después de la salida; entonces los protagonistas y sus partidarios to-maban la calle rumbo al sur hasta llegar a despoblado, aunque a veces alguno de ellos, impaciente, no pudiendo contenerse, soltaba el primer bofetón a la siguiente cuadra.

El tiempo siguió su marcha —como afirmaba un noticiero cine-matográfico de aquellos años— y así llegó el año de 1952, en el que Alberto Márquez terminó su carrera de contador, a partir de lo cual tenía la obligación de comenzar a trabajar e ir haciendo su propia vida. El propio director de la Comercial, Enrique C. Treviño, atendiendo so-licitudes del Banco Comercial Mexicano, envió a su propio sobrino, el hoy profesor y director de dicha escuela, Óscar Treviño y a Luis Alberto Márquez, como sus más distinguidos alumnos de aquella generación. El segundo de ellos trabajó en el Comercial Mexicano durante cinco años, pasando por los departamentos de Cobranzas, Cartera y Ahorro. Fue por el año 51, acaso el 52, que Alberto Márquez tuvo su primer contacto —visual— con el Pentathlón.

Sucedió que vino a esta ciudad un grupo de la Ciudad de México a dar en el estadio una exhibición de marchas y defensa personal. Éstas, so-bre todo, le parecieron a Márquez excesivamente violentas y más porque al anunciarlas aclararon que nada en ellas era simulado, que todo eral real y muy real. De aquella exhibición Alberto salió muy mortificado y más que eso, con cierta animadversión hacia el Pentathlón. Como externara su opinión en público, de pronto comenzó a notar que varios conocidos se le acercaban y le hablaban del Pentathlón como del mejor grupo de for-mación para gente de su edad (él entonces andaba en los 16) y tal bom-bardeo poco a poco fue debilitando aquella primera impresión, de tal ma-nera que tres años después, el 1 de enero de 1955, ingresó al Pentathlón; para lo que acaso ayudara el hecho de que su hermano mayor, Manuel Eduardo, ya perteneciera a él en la Ciudad de México y comenzaba a man-darle mayor información sobre éste como, por ejemplo su credo:

Page 368: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Creo en el Pentathlón Universitario porque surgió a la vida como brote de juventud, con el lema de ‘Patria, honor y fuerza’; por-que para el pentatleta la patria significa evolución constante de México como organismo vivo, dentro del cual caben todos los hombres, todas las inquietudes, basándose en el respeto ab-soluto de los derechos del hombre; porque para ellos el honor significa pensar y actuar en defensa del bienestar de la huma-nidad, sin distinción de ideologías o color de piel; en la fuerza del Pentathlón porque para los pentatletas significa el poder di-rigirla mediante la inteligencia, la cultura y el espíritu creador; porque habiendo nacido del pensamiento y de la acción de la juventud, persigue la constante superación, el afán de progreso para lograr la felicidad de la humanidad; porque jamás ha hecho uso de la violencia, fomentando, en cambio, la fraternidad más estrecha, el apoyo colectivo al esfuerzo progresista de uno, de todos, respetando siempre la libertad de pensamiento y acción; porque de sus filas han salido millares de mexicanos, que conser-van y ejercen su formación pentatleta armonizando la cultura y su desarrollo físico; porque cada uno de sus miembros, habien-do convivido por varios años con sus compañeros, forman una impalpable red de manos extendidas para ayudarse entre sí y a quien lo necesite, sin limitación alguna; porque en sus filas cada uno ha encontrado su vocación y la ha cultivado, adquiriendo el máximo de cultura para formar su personalidad y ponerla al servicio de la Patria.

Y muchas más cosas como las anteriores. En un año, el futuro comandante, después de hacer su Escuela de Reclutas y aprendido la ideología del Pentathlón, solicitó la oportunidad de pasar al Cuerpo de Comandos, lo que le concedieron en atención a su entrega incondicio-nal desde su primer día dentro de la organización. Para 1956 ya era Sar-gento 2º y en 1958 suboficial. Pero claro, no sólo de amor a lo que quiere vive el hombre. En 1957 entró a trabajar a la Compañía Nacional de Elec-tricidad en su Departamento de Contabilidad, del cual era jefe el señor Manuel Gómez Montenegro que, como coincidencia, también estaba en el Pentathlón. Otra coincidencia en la vida de Márquez fue que a Montenegro lo conocía Margarito Silva Orduña, capitán del Pentathlón quien, en su oportunidad, sirvió de enlace entre ambos, facilitando de esta manera la entrada de Márquez al Departamento contable, donde Márquez fue a caer. Fue empleado de la Compañía de Electricidad de 1957 a 1984; es decir, desde que era una compañía extranjera hasta des-pués de su nacionalización.

Page 369: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Con motivo de la reorganización de la compañía tuvo que viajar varios años, cerrando y abriendo divisiones. En Aguascalientes vivió 11 años. Para conservar su membresía en el Pentathlón estuvo viniendo todos los fines de semana a esta ciudad, en la que saludaba a su familia, pero que, más que nada, servía al Pentathlón.

Desde un principio se había dado cuenta de que en Coahuila, con excepción de Torreón, el pentatlonismo no se había difundido y se de-dicó a pensar en un programa para su difusión en todo el estado. Ésta es una de sus aportaciones que más le satisface. Formó los equipos correspondientes y comenzaron a hacer sus contactos para ir luego y trabajar con ellos. Hoy Coahuila es uno de los estados donde hay más presencia de pentatletas. Los hay en Piedras Negras, Villa de Fuente, Nava, Allende, Morelos, Sabinas, con extensión en Agujitas y Cloete, Ramos Arizpe, Saltillo, Parras, Viesca, Matamoros, San Pedro, Acuña, Nueva Rosita y Múzquis, aunque, a la fecha, no todos se mantengan activos. El que haya hecho algo por el estilo sabe lo difícil que esto es y el tiempo que se lleva. Sin embargo, también prueba que quien se lo proponga estando tan convencido como él de que lo que trasplanta es una buena idea que beneficiará a otros, igual que él podrá hacerlo. Y esto es un estímulo ejemplar para muchos.

Esto y muchos otros servicios exitosos le valieron ser nombrado comandante del Pentathlón en el estado de Coahuila el 22 de marzo de 1981, es decir, hace 21 años. Tres años después fue jubilado en su trabajo de la Comisión Nacional de Electricidad. Tenía un pequeño ne-gocio de regalos y otro de limpieza automovilística. Dependía, pues, de sí mismo y su pasión seguía siendo el Pentathlón. Es por eso que pudo dedicarse —y se dedicó— a la creación de subzonas en el estado.

En 1988 se celebró el L Aniversario del Pentathlón en México. Para celebrarlo se realizo una simbólica carrera de antorchas, que par-tiendo de Chicago entró a México por el estado de Chihuahua, de don-de pasó a Coahuila por Piedras Negras, Villa de Fuente, etc., recibiendo por todas partes el apoyo de la Policía Federal de Caminos, lo mismo que de las autoridades civiles. De Durango pasó a Gómez Palacio y aquí entró por el puente. En cada sitio por el que pasaban y había pentat-letas, los grupos de corredores cambiaban por los locales y así hasta llegar a la Ciudad de México, donde se ofreció en su honor un programa en el Palacio de Bellas Artes con la participación de la Sinfónica de la Marina y el Coro de la Ciudad de México. Torreón ganó allí la Medalla Pentatlónica al Mejor Recorrido.

Page 370: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cada año se tienen convenciones a las que concurren los coman-dantes para trabajar buscando nuevas ideas y actualizarse sobre las me-jores formas de influir beneficiosamente sobre la juventud. El premio a la mejor idea es una copa. Hace 13 años se comenzaron estas reuniones. To-rreón tiene doce de esas copas. Al Pentathlón se puede entrar desde los ocho años de edad. Al principio sólo recibía hombres, pero desde hace tiempo recibe también a niñas. No hay edad para dejarlo, es decir, es una organización a la que se puede pertenecer toda la vida.

El comandante Márquez recibió en Morelia, en 1997, la Medalla al Trabajo Pentatlónico, la máxima presea del grupo. En 1991, Torreón lo designó “Ciudadano Distinguido”, dándole la medalla respectiva. En 1995, el Dr. Salvador Jalife y el Lic. Rodolfo González Treviño le ofrecie-ron la dirección de la Academia del Policía. En el año 2001, el presidente municipal de Torreón, el Lic. Salomón Juan Marcos Issa y el director de Policía, Juan Francisco Woo Favela, hicieron un reconocimiento a su profesionalismo. En fin, en todo tiempo ha recibido apoyo de la Secre-taría de Educación Pública.

El Comandante Márquez afirma que su más grande responsabili-dad la siente cada vez que llega al Pentathlón un niño o una niña, por-que sabe que debe contribuir a hacer de ellos personas de bien, útiles a México, entre otras cosas porque los siente y los quiere como los hi-jos que no tiene, pues lo ajetreado de su vida lo ha mantenido soltero. A grandes rasgos y con grandes saltos, ésta es la vida de Luis Alberto Márquez González, el comandante Márquez del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, cuya labor de toda su vida ha sido la de evitar que nuestra juventud se desperdicie tomando caminos equivocados. Por eso es uno de Los Nuestros.

Page 371: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Eduardo Francisco Mascarell Mascarell*97

Mascarell, como aquí es conocido por todos desde que llegó en la dé-cada de los cincuenta, nació el 26 de diciembre de 1933 en Callosa del Seguras, Alicante, España. Así que es de la Valencia mía, jardín de Espa-ña y etcétera, que cantara nuestro músico poeta.

En el 39, con el triunfo de Franco, le llevaron a Alzira, también en Valencia, a vivir con los abuelos. Allá, con los padres escolapios estudia-ría su primaria y bachillerato. En la Academia Júcar hizo una carrera y al terminarla se dedicó a buscar trabajo sin encontrarlo. Se desesperaba y en esas andaba cuando se encontró a un “hermano de leche” (es decir que habían sido alimentados por la misma nodriza) de su mamá que andaba en las mismas, es decir, también buscando qué hacer. Y más desesperado, o más esperanzado que Mascarell, le invitó a venir a Mé-xico. Y, efectivamente, a la Ciudad de México llegaron en el 55.

Aquellos supieron que lo más socorrido era tomar un muestrario y lanzarse con él a recorrer los caminos de México, con lo que llegaban a conocerlo de gratis; es decir, recibiendo sueldo o comisiones o am-bas cosas, que era lo que hacía la mayoría. Pero Mascarell, que entre otras cosas había estudiado bien su gramática, consiguió su primera oportunidad de trabajo en México en Lito Arte, imprenta en la que se contrató como corrector de pruebas y comprobó la maldición divina de que, efectivamente, el hombre ganaría el pan con el sudor de su fren-te. Después de aquello fue que tomó el muestrario de los laboratorios médicos Ingram, que lo sacaron de la Ciudad de México en la que había pasado sus primeros cuatro años en este país.

Promocionando, pues, los productos Ingram fue que llegó a esta

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 30 de enero del 2004.

Page 372: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ciudad en 1959. Las primeras manos laguneras que estrecharon las suyas fueron las del inolvidable Paco Fernández, las de los hermanos Colores y las de Pablo de la Fuente, aquél del sueño nunca realizado del “Pavo and Neto Billiards in the Nadadores Club”; pero que realizara cosas mejores como la de su gran amistad con el licenciado Juan Pablo García Álvarez.

Los acontecimientos se vienen con rapidez. El destino mueve a Mascarell. Lo llevan a Saltillo, a Chihuahua. En esta última conoce a Blanca Talamás Talamás (nótese la coincidencia de los apellidos repeti-dos de ambos), que es saltillense, pero que en la ciudad norteña tenía unos tíos abuelos y por eso estaba allá visitándolos. Luego la vuelve a ver en la Ciudad de México en la Navidad del 58. Se siguieron buscan-do y se encontraron, pues no faltaba más, de tal manera que un año después, el 15 de diciembre del 59, contrajeron matrimonio, fijando su residencia en la colonia Torreón Jardín, en unos departamentos recién construidos por los señores Murra.

Él trabajaba entonces para el señor Zelman Kesler. Luego de aquello comenzó a trabajar en la Preparatoria La Salle, de la que fue maestro fundador; en el Tecnológico de Monterrey de Torreón tuvo la cátedra de Filosofía y Letras. Fue por entonces que Margarita Guerrero y Joaquín Sánchez Matamoros lo convencieron de que era tiempo de comenzar a publicar. Corría la década de los setenta, en la que el grupo de Cauce terminaba su esfuerzo de un cuarto de siglo en la cultura lagu-nera; las circunstancias particulares de cada uno de sus componentes, así como logró integrarlos los dispersó, volviéndolos a su lugar de ori-gen o segando la vida de algunos, pero gente como Paco Fernández y sus amigos, entre los que se encontraba Mascarell, siguieron escribien-do y editando. Éste publicó por entonces una introducción a la filosofía que ha sido libro de texto para instituciones escolares de Querétaro, Chihuahua y por supuesto, Torreón. Algunos de sus libros de poesía le han sido editados por el Tecnológico de La Laguna; el hoy académico Felipe Garrido le prologó entonces El Hombre se Abanica Como Puede, uno de sus tomos. Tiene dos novelas: La Casa de la Colón y Los Muertos no Tienen Razón.

Lamentablemente el primero de abril de 1999, viajando de Salti-llo a Zacatecas con su esposa y sus hijos, sufrieron un accidente en el que murió su esposa y él quedó con deficiencias físicas que hasta ahora no ha vencido del todo. Pero lo mantienen activo el afecto y el calor de sus amigos que le han seguido así como su vocación por la enseñanza.

Entre sus grandes amigos recuerda a Harry de la Peña, al Cha-

Page 373: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

to Zulueta, a los Alarraga, a Salvador Vizcaíno, a Madame del Barrio, a Federico Elizondo y, sin serlo, recuerda a Sir Waitron, el pintoresco y elegante torreonense.

Participó en el teatro local en su época de oro en las obras La Casa de los Siete Balcones y en Cosas de Mamá y Papá. Y de aquella época recuerda mucho a Aurora Bab, a Roberto Thomé, a Silvia Achem y a Joaquín Guerra.

Eduardo Mascarell Mascarell es un hombre sin ociosidades, un hombre que siempre está haciendo algo: enseñando, leyendo, escribien-do, pero que no tiene tiempo para recordar, no añora porque siempre está viviendo algo.

Pero es un lagunero ciento por ciento, porque después del acci-dente sus hijos le propusieron vivir en mejores climas o sitios más có-modos y entonces sintió que esto, La Laguna, Torreón, donde ha vivido sus buenos cincuenta años era lo suyo y aquí está para los restos como uno de Los Nuestros.

Page 374: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ulises Mejía Domínguez*98

Nació este inquietísimo lagunero en Matamoros, Coahuila el 16 de abril de 1938. Sus padres fueron Julio Mejía Juárez y Cipriana Domín-guez de la Rosa. Y como de raza le viene al galgo, don Julio era inquietí-simo y lleno de historia: fue egresado de la Universidad Obrera, agente del Ministerio Público, editó periódicos como La antorcha, por muchos años editó un Epistolario. Con su esposa, que fue profesora rural, pro-creó una familia numerosa; a seis de sus hijos les puso los nombres si-guientes: Julio César, Artemisa, Ulises, Xóchitl, Prometeo Ciro y es posi-ble que el de Albertina haya salido de las páginas de Proust, siendo los otros Julio (a secas), Elbia, Juana de la Ascensión y María del Socorro. Ulises, el cuarto hijo, no podía negar la cruz de su parroquia, pues com-parte con su antecesor mitológico —Odiseo en griego— como princi-pales rasgos entusiasmo, osadía, buena memoria, inteligencia, lealtad, estrategia, independencia y lealtad.

Durante sus seis primeros años se ocupó (igual que Gabriel Gar-cía Márquez, autor al que tanto admira) en curiosear a su alrededor: a ver su casa, a sus hermanos mayores y a los que después que él iban llegando y a su ciudad, a la que tanto ha llegado a amar. Cuando llegó la época de estudiar fue inscrito, por cercanía, en la escuela “El Centena-rio”, de la que guarda el mejor de los recuerdos, lo mismo que de dos de sus profesoras: Amanda Contreras y Rosa Armijo, así como del pro-fesor Macías, aunque de éste no está muy seguro de si lo que recuerda son sus virtudes o su regla, pues eran aquellos los fines de la época en la que la letra con sangre tenía que entrar. A la profesora Saucedo, que también ha quedado entre sus recuerdos de escolar de primaria, la guarda en su memoria, porque sobre el reglazo prefería el manotazo. Entre sus compañeros de primaria le es inolvidable Pepín Mesta. Tam-bién recuerda a Manuel Martínez y a Ulises Cuevas Tonero.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 20 de diciembre del 2002.

Page 375: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por cierto, no se le ha olvidado la siguiente anécdota: acababan de repintar los sanitarios y una buena mañana encontraron pintada en la pared de los hombres una leyenda que decía: “Ulises estuvo aquí”, sugerida por una columna de monitos que aparecía a diario en este pe-riódico y en la que siempre aparecía en uno de sus cuadros algo que contenía una leyenda diciendo: “Pancho estuvo aquí.” Como el otro Ulises estaba crecido para su edad y era fuerte y bronco, al director se le borró por completo de la mente y recordando en cambio al estudian-te normal que era Ulises Mejía, lo puso cara a cara contra el resto de los demás y le echó una filípica de padre y muy señor mío, dizque por haber pintado aquello.

Terminó sus primeras experiencias escolares en 1950 y ese mismo año inició las segundas al inscribirse para hacer su secundaria y bachi-llerato en la “Venustiano Carranza”, de la que por entonces el profesor Cueto Nicanor era el rector y los profesores, entre otros: Hernández, Subealdea, Federico, Rafael, Monfort, Carlos Mendoza. Entre sus con-discípulos de preparatoria estuvieron Francisco Aguilera y Claudio Mar-tínez, por quien conocería a Fernando Martínez, con quien hizo una amistad fraternal que ya dura medio siglo. Por aquel tiempo también se aficionó al basquetbol, jugando en el equipo de la escuela formado por Rubén Hernández, Claudio Martínez, Darío Castro y Jesús Ruiz, con buen éxito, pues tanto en juegos locales como de fuera ganaron varios premios. En 1955 entró como conscripto al servicio militar y allí siguió jugando basquet, pues tenían un equipo cuyo instructor era el profesor De Pablos, apasionado de este juego y amante de la disciplina, que les hizo conocer los secretos del juego, enseñándoles a pivotear.

Por esta época (1957) se fue un año a la UNAM donde inició la carrera de Leyes, que no terminaría. Volvió y en la ECA, de 1962 a 1966, estudió la de contador, que sí concluyó. Antes, llegó a ser presidente de la sociedad de alumnos, dirigiendo dos periódicos: Mercurio y La gaceta. En el campo de la música le fue de gran ayuda Antonio Navarro, gran aficionado a la lectura y poseedor de una magnífica discoteca clásica. Se llevaba con cierta frecuencia a él y a Fernando para escucharla, pero no soportaba que se distrajeran mientras la oían y cuando esto llega-ba a suceder, inmediatamente apagaba el reproductor y no los echaba fuera porque Dios es grande y su amistad también. También fue por en-tonces que se declaró su amor a la oratoria, a la declamación y al teatro. En la primera, sus orientaciones iniciales las recibió de su señor padre y en el último, Fernando Saavedra lo interesó en la actuación y le enseñó dirección. Con Olivia Flores participó en Mariana Pineda, que dirigió, si mal no se recuerda, Luis Díaz Flores.

Page 376: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pero bueno, tarde o temprano debía llegar la hora de que co-menzara a practicar aquello en lo que se había quemado las pestañas y su inteligencia le aconsejó que no comenzara de abajo para arriba, sino con las grandes empresas; así que comenzó en la Dupont y aunque desde siempre se empeñó en aprender inglés, a partir de entonces lo estudió con más empeño, inscribiéndose en el Instituto Mexicano Nor-teamericano, que en aquellos años dirigían la señora Botello y la señora Marroquín, a quien asistía como secretaria ejecutiva una jovencita con gran personalidad que era la encargada de recibir a los aspirantes a ser recibidos como estudiantes, platicar en inglés con los que decían saber algo y señalarles el grupo al que se integrarían. Ulises algo leía y enten-día de inglés y creía con seguridad que le pondrían en un grupo adelan-tado, pero aquella recepcionista fue inflexible: “Usted va a comenzar desde el principio”, le dijo. Y no hubo argumento que valiera en contra. Ella, desde muy niña había estudiado el idioma inglés en Estados Uni-dos de América, en la ciudad de San Antonio, especializándose al final en él y en arte e historia, en Monticello College, así que lo dominaba a la perfección. Lo que entonces no sabían ninguno de los dos es que, unos años más tarde, formarían pareja y ambos se convertirían, en cuestión de inglés, en profesora y alumno a perpetuidad, pues ella era nada me-nos que María Cristina Berdeja Herrera, quien desde aquel día atrajo a Ulises, con quien se casaría en 1965, formando una familia de cuatro hijos: Alejandro Ulises, que hoy vive en Puebla; Ricardo Sóstenes, que reside en Saltillo; Julián, que sigue viviendo en esta ciudad y María Cris-tina, que vive en México.

Ulises dejó un buen día la Dupont para pasar al Banco Agrario como subcontador auditor, teniendo la suerte de tener como superior al contador Miguel López de Heredia, a quien considera en esa materia un profesor de profesores. Era la época del esplendor del algodón y el presupuesto que manejaba el Banco equivalía al de cuatro estados: Coahuila, Durango, Chihuahua y Zacatecas. Para facilitar el manejo de todo aquello instalaron el sistema de cómputo de IBM. Por 1968, cuan-do la inundación, decidió abandonar el Banco para colaborar con el se-ñor Berdeja -su suegro- en un despepite que tenía en Ojinaga y para allá se fueron a residir Ulises y María Cristina. Dos años estuvo por allá para volver en 1970. Los siguientes cinco años se movió mucho en el te-rreno universitario como consejero, oficial mayor, secretario general y maestro. En la UAC conoció e hizo gran amistad con el licenciado García Peña, Fraustro Madariaga y Salvador Jalife. Fue el primer coordinador de la Universidad para la elección de rector, etcétera, etcétera... es de-cir, no hacía huesos viejos por ninguna parte.

Page 377: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En 1975, cuando el licenciado Homero H. del Bosque asumió la Dirección de Desarrollo de la Comarca Lagunera de Coahuila, invitó a Ulises como subdirector de la misma, dándole toda su confianza, con lo cual obtuvo de él un trabajo eficaz, oportuno y lleno de realizaciones. Fue entonces que se lograron cosas como la modernización del rastro, se agilizó el trámite de la independización de Teatro Isauro Martínez, etcétera. Al ser electo el licenciado del Bosque como presidente muni-cipal, por supuesto que se llevó a Ulises con él, esta vez como tesorero del Ayuntamiento. Ulises, que jamás ha desaprovechado una oportu-nidad de apoyar lo que en nuestra ciudad tiene que ver con la cultura, creó el Departamento de Arte y Cultura, a cuyo frente estuvo Fernando Martínez Sánchez. Siempre estuvo con él, atento a las realizaciones de ese Departamento, como lo estuvo de Francisco (Paco) Fernández To-rres, quien se desempeñaba en Relaciones Públicas del Municipio. Lo que fue el trabajo de Ulises en la Tesorería Municipal lo ha hecho cons-tar el propio presidente municipal de aquel trienio, licenciado Homero H. del Bosque Villarreal, autor del libro Este Torreón en la página 298, donde dice el actual cronista de nuestra ciudad:

En cuanto a las finanzas el tesorero C. P. Ulises Mejía Domínguez desempeñó un trabajo extraordinario y así nuestro Municipio terminó con un pasivo de $20.000.000.00 y en cambio lo deja-mos respaldado, con un inventario de bienes muebles adquiri-dos en esta administración por un total de $49.000.000.00 y una cartera de contribuyentes, cobrables a partir de enero de 1982 por $30.000.000.00, amén de un sistema mecanizado, electróni-co, instalado en la Tesorería para facilitar el registro de causan-tes, sus estados de cuenta y procedimientos de ejecución, con el que el ayuntamiento sucesor habría de recaudar más y mejor, como lo hizo...

Como una curiosidad, hay que anotar que en un momento dado Ulises fue (por una situación especial de cambios de responsable en que la Recaudación de Rentas se quedó acéfala por un par de meses) tesorero de Torreón y recaudador de rentas del estado.

Como decíamos al principio, Ulises es inquietísimo. Con otros vie-ne promoviendo desde hace años la carretera Torreón-San Luis, que ahorraría tiempo en ese viaje y desahogaría el tránsito de quienes para ir a aquella ciudad tienen que dar la vuelta hasta Saltillo. Dentro del pro-yecto se propone hacerla por suscripción. Le han invitado y ha acepta-do integrarse a un grupo llamado “Ver Contigo” de Cáritas en favor de los invidentes. Es socio de la Cámara de la Propiedad Urbana. Promue-

Page 378: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ve, junto con Fernando Martínez Sánchez, la creación de una Escuela de Música, de la que sería director, según entiendo, Ramón Shade.

Desde los tiempos en que en ella participaban Carlitos Monfort y Alfonso Ramos Clamont, ya desaparecidos, Ulises participaba en las comidas culturales que se sucedían un día a la semana en “Los Sauces” y todavía aparece por ahí sorpresivamente de vez en cuando. Entiendo que al grupo le llaman el de los “Manteles amarillos”. Fue activo 20/30. En el Club Rotario militó durante 26 años y, en fin, su inquietud data de los tiempos en que fue boy scout. Lee El Siglo de Torreón desde chico y fue en él que recuerda haber aprendido a leer. Es un gran lector de periódicos, muy madrugador y como María Cristina su esposa lo dejó como navaja de rasurar para leer en inglés, una o dos veces a la semana aparte de su “Siglo” y un diario de Saltillo (para estar bien enterado de lo que ocurre en la capital del estado), también lee el Times.

En las noches es cuando le sobra tiempo y para que esto no ocu-rra más, desde hace tiempo tiene un grupo de dominó al que también pertenecen Octavio Olvera Martínez y Octavio González Reyes.

En fin, que ahora caigo en la cuenta de que si volviera a nacer su tocayo, el Odiseo mitológico, no aguantaría la rutina de Ulises Mejía Domínguez, quien por sus propios derechos es uno de Los Nuestros.

Page 379: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Enrique Mesta*99

A don Enrique Mesta le conocí una noche de finales de la década de los treinta o a principios de la de los cuarenta en que acompañé a Pablo C. Moreno a dejar el original de uno de sus artículos editoriales a “El Siglo”, donde el señor Mesta era Jefe de Redacción.

Por aquellos tiempos el compadre Pablo y Juan Antonio Díaz Du-rán mantenían constantes polémicas sobre todos los temas humanos y divinos, capturando con ellas a un gran número de lectores. Ése era su propósito: sembrar inquietud cultural en el espíritu de los laguneros de la época y aunque muchos les creían enemigos por sus particulares ideas, en realidad su amistad fue firme y duradera hasta su muerte.

Juan Antonio escribía sus artículos lenta y cuidadosamente, dán-dose el caso de que el día que los entregaba, por la noche se iba a la redacción, aprovechando para platicar con don Enrique, hasta que la prueba de su artículo salía para revisarla personalmente. Pablo era un escritor caudaloso y con una gran capacidad de trabajo, sin importarle mucho los errores de impresión, así pudo publicar la cantidad de libros sobre nuestra ciudad y sus personajes que escribió, en tanto que Juan Antonio sólo publicó dos, aunque a su muerte dejara, según entiendo, suficiente material de tipo quevediano que se preparaba a editar.

Volviendo a aquella visita a don Enrique en la redacción de “El Siglo”, segundos después de que Pablo me presentara a don Enrique, ya ambos se habían enzarzado en una plática entusiasmada y admira-tiva para las obras de Alfonso Reyes y Vasconcelos. Su plática tenía el fondo rítmico del tecleo de los reporteros en sus máquinas de escribir. Sin soltar la conversación, don Enrique cabeceaba noticias y formaba páginas en el papel correspondiente, usando regla y lápiz. Gritos que de vez en vez salían de no se dónde, pues era la primera vez que yo

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de junio de 1999.

Page 380: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

visitaba una sala de redacción, reclamaban “¡hueso, hueso!” y enton-ces don Enrique nos abandonaba para ir a buscarlo o a calmar a los solicitantes. Como esto quería decir que la responsabilidad del señor Mesta iba a comenzar y tenía que mantener a todo mundo ocupado en lo suyo, estando atento a que a nadie le faltara qué hacer, recordando el onceavo mandamiento, nos despedimos.

Sin embargo yo no noté en su rostro nada que indicara impa-ciencia o seña de que le estorbábamos. Tiempo después, platicando de esto, sentados en una banca en nuestra plaza principal con Manuel Guillermo Lourdes, cuando el pintor andaba con la idea de una expo-sición en dicho sitio y utilizando de atriles a los árboles, me dijo: “Es que el rostro de Enrique es inexpresivo, como de asiático”. Pero no, es que él era así de agradable, de generoso de su tiempo y educado.

En los cuarenta llegó a nuestra ciudad un nutrido número de gen-te joven, particularmente de Saltillo y la ciudad de México, aunque tam-bién de Veracruz y Guadalajara. Universitarios muchos de ellos. Llega-ron buscando sitios donde se reunieran quienes se ocuparan aquí de la cultura o se interesaran en ella. Al primero que localizaron fue a Pablo C. Moreno, ya que él siempre estuvo atento a que, algún día, alguien así llegara. Los llevaba con don Enrique por las noches y éste ponía a su disposición las columnas del periódico invitándolos a escribir en ellas. Ya identificados unos con otros se comenzaron a citar en varios cafés hasta escoger uno llamado “Tome y Pague” como café oficial y a donde comenzó a ir con entusiasmo, en horas no laborables para él, Don Enri-que, que no era hombre de cafés, precisamente.

Fue tal el entusiasmo de aquel grupo, que de sus pláticas cafe-teras pasaban de inmediato a los hechos; así comenzaron a realizar-se en nuestra ciudad conciertos, recitales de danza y poesía, confe-rencias, exposiciones de pintura, etc.; algunas en los clubes locales, con voluntarios del grupo, hasta que el máximo anhelo de todos: una revista, apareció un día bajo el nombre de “Cauce”. Todo este movi-miento lo hicieron posible Federico Elizondo Saucedo, Enrique Mesta, Antonio Flores Ramírez, Juan Antonio Díaz Durán, Pablo C. Moreno, Felipe Sánchez de la Fuente, Manuel Guillermo Lourdes, Salvador Viz-caíno Hernández y Emilio Herrera.

Don Enrique Mesta, por entonces avecindado en Ciudad Lerdo, siempre estuvo a disposición de todos, ya fuera en la redacción de este diario o en los sitios que se citaran fuera de sus horas de trabajo. Gracias a su supervisión, “Cauce”, desde su primer número salió pulcro y atractivo.

Page 381: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Conversar con don Enrique Mesta era un verdadero deleite y su plática sobre temas filosóficos constituía una verdadera cátedra; el tiempo pasaba rápido cuando él hablaba. A la labor cultural del grupo la llamaba “nuestra tarea” y era consciente de que la que se tenía qué hacer, debía hacerse en un tiempo limitado. Efectivamente, muchos de quienes en un momento dado hicieron posible aquella tarea, en otro se regresaron a su sitio de origen y otros murieron.

Él mismo en esta desbandada, acaso para no quedarse sólo, aceptó una proposición que le hicieron en la ciudad de México para dirigir la revista “El maestro”, pero unos años después, por una causa o por otra, tuvo que regresar nuevamente a La Laguna, acaso sólo para morir en ella.

Escribió y editó El Muralismo Mexicano y dejó, según entiendo, terminado otro libro sobre filosofía, que al parecer se perdió, no fue localizado.

No sé cuándo nació. Es posible que alguna vez me lo haya dicho, pero un día ese dato se me olvidó para siempre. Fue mejor así, porque, como tampoco recuerdo la fecha de su muerte, don Enrique Mesta si-gue vivo en mis recuerdos. Fue pilar y viga toral de la cultura local du-rante las décadas de mitad de siglo en nuestra ciudad.

Indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 382: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ramiro Miñarro* 100

El mismo año en que Torreón fue elevada al rango de ciudad; es decir, en 1907, nacía en Gijón, Asturias, España, un niño: Ramiro Miñarro. Pre-destinado a cambiar en el futuro aquella ciudad, por ésta.

Se dio prisa en salir al encuentro de su destino, pues a finales del año 24, a los diecisiete de edad, ya estaba en México y a los veinticuatro, o sea en el 31, entre nosotros. En los 7 años que tardó en llegar a su ver-dadero sitio, hizo muchas cosas y aprendió otras tantas; pero con lo que se encariñó fue con lo que era de papel y, claro, lo que aquí puso de in-mediato al servicio del público fue una papelería, en la que no sólo había papeles para escribir, sino también libros escritos.

Una papelería y librería, para decirlo de una vez. ¿Quien no co-noció “La Ideal”, aquel negocio en el que se vendía lo ya dicho y poco después también máquinas de escribir y calculadoras mecánicas? Bue-no, pues ése, ése era el de Ramiro Miñarro, que estuvo en la avenida Hidalgo, frente a frente de lo que en aquellos años era el correo y fue después y sigue siendo “El Puerto de Liverpool”.

Hubo su suerte, que después veremos, pero al principio, su desa-rrollo fue laborioso... El público entraba, pero poco, no en avalancha, como hubieran sido los deseos del propietario; así que hasta el único empleado que tenía en ocasiones como que sobraba.

Fue entonces que el señor Miñarro, decidió que si la montaña no venía a Mahoma, él que no lo era ni mucho menos, tenía que moverse e ir, si no a la montaña, sí a ranchar, como se decía entonces, para vender a las misceláneas de los pueblos cercanos y a sus escuelas; aunque para hacerlo tuviera que cerrar el negocio por el tiempo que estuviera fuera.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de diciembre de 1998.

Page 383: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Vendía, claro que vendía, pues a eso salía, pero no siempre de contado, que a veces le pagaban con gallinas o puercos, que él recibía, ¡claro que recibía! para vender luego aquí convirtiéndolos en dinero, como al papel y los libros, que eran su negocio.

Y así siguió adelante, siempre adelante. Prosperando.

La suerte vino a partir del 36 con el reparto y la instalación del Banco Ejidal y la apertura de más y más comercios, de todo lo cual fue él el proveedor, no sólo de lo que al principio vendía, sino de escritorios y demás muebles de oficinas.

Crecía y necesitaba una empleada de oficina. La tuvo, acabó casándose con ella y entre los dos hicieron de los sueños de él una floreciente realidad. Tuvieron cuatro hijos y cuando comenzó la edad escolar de los vástagos, ella tuvo que dedicarse a ellos, pero para en-tonces Ramiro Miñarro ya estaba en racha.

EI décimo aniversario de su negocio lo celebró cambiándolo al entonces hermoso edificio que terminara de construir por la calle Ce-peda, entre las avenidas Hidalgo y Venustiano Carranza, el más amplio y mejor que hubiera ocupado hasta entonces un negocio de aquella naturaleza.

Acaso como recuerdo de los años difíciles en que cambiara pape-lería por aves y animales de corral, puso una granja experimental; más tarde entró al negocio del gas.

Se enamoró de Mazatlán llamándole “Playa de la Laguna” y tuvo la idea que llevó a cabo, de invertir por allá. Era muy inquieto. Su tiempo libre se lo dio al Club de Leones, en cuyos Consejos Directivos figuró con frecuencia con puestos distinguidos.

Murió el año de 1981, después de haber vivido entre nosotros cin-cuenta, siempre promoviendo nuestras mejores causas.

Toda su vida fue uno de Los Nuestros.

Page 384: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Efrén Mireles Estens*101

Vino al mundo en Cuauhtémoc, Durango, el 18 de junio de 1946 y seis años después, allí mismo y en la escuela del mismo nombre, estudió hasta el tercer año de primaria. Tiempo después Laurentino Mireles Martínez, su señor padre (agricultor y comerciante), pensando parti-cularmente en el porvenir de sus hijos, decidió cambiar la residencia de su tribu a Gómez Palacio, Durango y ya instalados en la ciudad vecina, él y su esposa Patricia Estens Barrera de Mireles, se dedicaron a bus-car escuelas para sus vástagos: Erasmo, Efrén, Arturo, Beatriz, Dolores, Adelina y Eduardo.

Efrén fue inscrito en el Colegio Torreón de esta ciudad, cuando dicho colegio estaba donde hoy está el Museo del Torreoncito. Circuns-tancias especiales –papeles y esas cosas– lo obligaron a volver a Cuau-htémoc para cursar su quinto año con el profesor Martín, pero terminó su primaria cursando el sexto año en la 18 de Marzo de Gómez Palacio con la profesora Alicia Espinoza de García, de quien guarda un exce-lente recuerdo. La secundaria y la preparatoria las hizo en la Escuela Venustiano Carranza, pues para entonces su familia ya vivía en Torreón, a la altura del parque del mismo nombre, pero más al norte; de modo que a diario tenía que atravesarlo hasta cuatro veces al día, pues en aquellos tiempos de principios de los sesentas, las actividades diarias todavía se dividían en mañana y tarde, entrando en las mañanas a las siete, terminando a la una y media y en las tardes a las tres para salir a las seis y media.

De aquel entonces recuerda con afecto a sus profesores Abel Va-ladés, Raymundo de la Cruz, Carlos Montfort, Edmundo Flores Aréchiga, Camarillo y Fuentes Pérez. Al terminar su preparatoria decidió estudiar la carrera de Economía en la UNAM, para lo cual se fue a vivir a la Ciudad de México. Allá sus maestros fueron: El Dr. Edmundo Flores, el Lic. Raúl

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 2 de julio del 2004.

Page 385: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Salinas Lozano, la Lic. Elena Sandoval, la Lic. Ifigenia Martínez y el Lic. Luis Calderón. Coincidentemente, su señor padre decidió abrir una sucursal de su negocio comercial en la Ciudad de México, de la cual se hizo cargo su hermano Erasmo y ya no estuvo abandonado. Él, por su parte, al cum-plir los 18 años en 1964 y siendo todavía estudiante, se inscribió en el PRI. De entonces al 67, sin dejar de estudiar trabajó en el Departamento de Cartera y Cambios en el Banco de Comercio, S. A. de la capital.

A partir de 1966 sintió la atracción del periodismo y se inició co-laborando con el periódico “Presente” de Cuernavaca, Morelos, para el que escribió durante cinco años la columna semanal Amanecer; fue también colaborador articulista de la revista capitalina “Sucesos”, en-tre otras.

En 1970 terminó su carrera y se regresa a Torreón. Una vez gra-duado y vuelto a esta ciudad, se dedicó a las actividades comerciales y docentes (ya en la capital de la República y todavía como estudiante, había dado clases en la Escuela Preparatoria Popular sobre Problemas Económicos de México). Tiene 24 años y ha comenzado a producir: En 1971 aquí fue profesor de Geografía Económica en la Preparatoria Ve-nustiano Carranza, misma materia que dictó dos años después en el Colegio La Paz y durante la misma época, pero de noche, en la Prepara-toria Federal Nocturna.

Su carrera de Economía le facilitó la relación con la Administra-ción Municipal de varios Ayuntamientos. En los años 71 y 72 fue Subjefe del Departamento de Estudios Especiales; Director de Seguridad Públi-ca y Jefe del Departamento Técnico de Auto Transporte y Vialidad los años 85 y 86; Tesorero Municipal del 88 al 90 y Asesor de la Presidencia del 94 al 95.

En 1972 contrajo matrimonio con Ernestina Castillo de Mireles, con quien ha procreado cuatro hijas: Tutzy Cecilia, Nucy Eugenia, Tunie Laura y Ercel Cristina.

En cuanto a sus actividades empresariales, del 68 al 70 fue Geren-te de Productos Avícolas de México, S. A. en México, D. F., del 71 al 99 Gerente y Socio de Impulsora Comercial de Torreón, S. A., en esta ciu-dad; del 78 al 85, Gerente y Propietario de Distribuidora de Colchones, que operó, además, en Chihuahua, Durango y Ciudad Juárez; y del 96 al 99, director y socio de Autofinanciamiento del Norte, S. A. También ha colaborado con la Administración Pública Estatal y del 73 al 75 fue Jefe de Ingresos en la Recaudación Regional de Rentas de Torreón y Auxiliar

Page 386: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

del Secretario de Gobierno en la Secretaría General de Gobierno. Su colaboración con la Administración Pública Federal del 76 al 87 le ha llevado a actuar como Delegado del Instituto Mexicano de Comercio Exterior en la Comarca Lagunera y Administrador del Aeropuerto de Torreón.

De los buenos recuerdos que guarda como funcionario público uno es el haber entregado en 1990 la Tesorería Municipal sin deuda pú-blica, con un mes de servicio médico en el ISSSTE para los trabajadores, pagado por adelantado y con saldos en bancos y en caja. Y otro, haber comprado, autorizado por el Presidente Municipal Heriberto Ramos Sa-las y con la intermediación del Lic. Raúl Garza Medellín (sobrino nieto de la propietaria que vivía en Saltillo) la Casa del Cerro y su terreno co-lindante y las bodegas. Efrén Mireles, acompañado del licenciado Gar-za Medellín y el doctor Terán Lira, en dos viajes cerraron el trato en la cantidad de sesenta mil pesos, que se pagaron entregando veinte mil pesos cuando firmaron el compromiso en Saltillo ante el Notario Oné-simo Flores y cuarenta mil al escriturar en Torreón con el Notario José Ortiz Barroso.

Otro de los buenos recuerdos que Efrén Mireles guarda en su co-razón es su gestión como presidente del Patronato del Bosque Venus-tiano Carranza, para lo cual contó con el apoyo de todos los habitantes de la ciudad. Logró hacer de un lugar sucio e inseguro, que si bien era visitado por deportistas también lo era por vagos y malvivientes, un es-pacio limpio, seguro, visitado por familias; lo cual fue debido a la vigilan-cia intensiva durante las 24 horas del día, incluida la policía montada. El intenso trabajo de jardinería, así como el cambio de todas las entradas, hizo que el cambio fuera muy notorio. El parque en esos momentos se volvió familiar, a lo que también contribuyó mucho la celebración de las fiestas de primavera, con juegos mecánicos y otros atractivos eventos criticados por algunos, pero visitados y disfrutados por aproximada-mente cincuenta mil personas en una semana.

La labor de Efrén Mireles en el bosque se inició bajo la adminis-tración municipal del Lic. Manlio Gómez Uranga, cuando siendo Efrén su colaborador al frente del primer Departamento de Transporte y Via-lidad que tuvo el Municipio de Torreón, le renunció para asumir la ad-ministración del Aeropuerto de Torreón y convinieron en que seguiría colaborando con su administración atendiendo el Bosque Venustiano Carranza; al cual Efrén Mireles le tiene un particular afecto, acaso por las cuatro veces que de estudiante lo atravesaba cada día. El Patronato del Parque le solicitó al Lic. Gómez Uranga que les pagara la primera

Page 387: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

puerta para usarla como muestra, haciéndoles la de la avenida Juárez y Calzada Cuauhtémoc, cuya colocación les facilitó entre los laguneros amantes de su ciudad y con posibilidades económicas las otras siete: entre los patrocinados pueden citarse los transportistas, federales, Pe-ñoles, la empresa de boliche vecina, los concesionarios de los juegos mecánicos y otras altruistas fuentes que le brindaron todo su apoyo al inquieto economista, el cual de su propio peculio pagó una de ellas, la que está, precisamente, frente a su escuela Venustiano Carranza.

Puede decirse, pues, que Efrén Mireles se preparó durante toda su época de estudiante para poder contribuir en su momento con su sa-ber, dedicación y amor a Torreón a darle cierta segura estabilidad; cui-dando sus intereses, lo mismo que a hacer más hermoso y disfrutable el Parque Venustiano Carranza, que a diario recibe a los deportistas y domingo a domingo a las familias que lo visitan y gozan de su aire puro, pues quienes le han sucedido como responsables de su cuidado, han seguido su ejemplo. Como se decía al principio, Efrén Mireles Estens no nació aquí, pero desde que eligió a Torreón para vivir su vida y la de los suyos, amó con pasión al parque Venustiano Carranza y lo embelleció y cuidó para disfrute de aquellos para quien fue hecho.

Y eso le convierte en uno de Los Nuestros.

Page 388: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Francisco Moncholí Pras*102

Francisco Moncholí Pras nació en Valencia; España, en esa Espa-ña de la que Unamuno había llegado a decir que estaba habitada por 20 millones de reyes que (en ese 1930) comenzaban a practicar lo que poco después convertirían en el deporte nacional: andar agarrados de las greñas entre sí.

Cuando cumplió seis años y no tuvo más remedio que comenzar sus estudios primarios, escuchando en los recreos las pláticas de sus condiscípulos que hablaban de recuerdos, se puso a buscar los suyos descubriendo que casi todos eran ruidos silbantes, unos más fuertes que otros. Doña Rafaela, su madre, lo sacó de dudas un día que le pre-guntó sobre el significado de tales ruidos. “M’ijito —debe haberle acla-rado—: eran los ruidos de las balas; las balas y los bombazos.” Años ruidosos aquellos de su infancia. Paco Moncholí hizo toda su primaria en la escuela Blasco Ibáñez y, acaso para que olvidara el estruendo de aquellos ruidos de muerte de sus primeros años, su madre le propuso y, ante su poco interés le inscribió, en el Conservatorio de Música de Valencia y le obligó a estudiar piano por las tardes, instrumento que aún toca de vez en vez en su casa.

Al terminar la primaria siguió con sus estudios de secundaria y bachillerato que cursó en el colegio San Buenaventura, de la propia Va-lencia. Era el año de 1945 cuando esto sucedía y él cumplía 15 años de edad. Su padre le dijo que era tiempo de aprender un oficio (ojalá todo mundo aprendiera uno, además de sus estudios) y que estaba dispues-to a enseñarle el suyo, que era el de mecánico de máquinas de escribir y de contabilidad, que eran las que entonces había, pues no se olvide que eran mediados de siglo pasado y para entonces las computadoras, si eran algo, serían un sueño. Paco, sensible a las cosas que veía en su hogar, aceptó la propuesta más que nada para ayudar a su padre. En cuanto al piano, que al principio estudió un poco a la fuerza, acabó por

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón en el 2002.

Page 389: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

gustarle. De todas maneras, nunca se trató de estudiar mal o para que sus padres se lucieran frente a las visitas diciendo frente a ellas: “A ver, Paco, tócale una pieza a fulanita o a menganita”. Nada de eso. Recuér-dese que se ha dicho que estudiaba en el Conservatorio y, allí, los es-tudios son en serio y los alumnos comienzan por solfear. Así que Paco, después de sus ocho o nueve años de estudio, era una fiera no sólo para tocar el piano, sino también para leer y escribir música y todo esto le permitía, sin desatender la ayuda que daba a su padre en su negocio, ganarse por otros lados unas cuantas pesetillas tocando en algunos si-tios: en algunas academias de baile, de las mejores de Valencia, tocaba cobrando a cuatro pesetas la hora y no faltaba quien queriendo tener la música de las últimas películas musicales norteamericanas (cuyas gra-baciones todavía no habían llegado a las casas del ramo) lo llevaban al cine armado de papel pautado para que oyera aquella música y la fuera escribiendo para ellos y algunas veces tenía que ir dos o tres veces para obtenerla íntegra, pero se lo pagaban bien.

Como se ve, entre arreglar máquinas —por lo que su padre no le pagaba—, estudiar piano —que seguía estudiándolo—, tocar aquí y tocar allá para ganar algunas pesetas, a Paco apenas si le quedaba tiempo para nada más; sin embargo, lo obtuvo para formar y dirigir una orquesta, lo mismo que para llevar una buena amistad con Sarita Zamo-rano que, como buena hija de valenciano, año por año iba de La Laguna a visitar en Valencia a sus familiares, a reafirmar su amistad con Paco y dar, sin saberlo, un aviso a éste de que el destino le buscaba. Sarita fue un día a buscar a Paco, no para despedirse hasta el año siguiente, sino para avisarle que ya no habría próximo año, agregando que, pensando en ello, se le había ocurrido proponerle que iniciara una amistad por correspondencia. En aquellos años esto se había puesto de moda y así como hoy se hacen por internet, entonces había en algunas revistas páginas especiales dedicadas a cultivar la amistad entre desconocidos del propio país o de países lejanos. “Pero a mí —dijo Sarita a Paco—, se me ocurrió traer fotografías de mis amistades laguneras, te las voy a enseñar, eliges la que más te guste y yo te pongo en contacto con ella”. A Paco como que no le gustaba la idea, pero vio las fotos y de pronto una captó su interés por lo graciosa que se veía. “Ésta”, le dijo a Sarita. El destino comenzaba a entretejer sus hilos.

Cuatro años duraría aquel ir y venir de cartas. Un día Paco decidió imitar a Colón, arriesgarse y cruzar el Atlántico. Era cosa de nada, venir, conocer un poco y volver; un mes, acaso dos, porque tampoco estaba el horno para bollos. No se trataba de “hacer la América”; “era una cosa sentimental y quiero ver en qué podrán acabar las misas”, confesó a su

Page 390: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

señor padre. Pero el buen señor no entendió la cosa o la entendió a la tremenda y se armó la de Dios es Cristo. Empezó por dejar de hablarle a su hijo: ni sus buenos días contestaba. Tirante andaba la cosa, mientras Paco seguía pidiendo y llenando papeles para su viaje. Un tío, hermano de su padre, tuvo que intervenir, diciéndole claramente a éste que no fuera egoísta, que Paco siempre había demostrado ser un buen hijo y que cumplir aquella ilusión era a lo menos que tenía derecho. En fin, que pelillos a la mar y a darse las manos como buenos seres humanos. Como se hizo. Pero el hombre propone y el destino dispone, como se verá.

Con 25 años a cuestas, el mes de abril de 1955, Paco salió del puer-to de Cádiz hacia el de Veracruz con destino final en Torreón. Como se su-pondrá, no venía en primera, pero por las noches podía asomarse por allí con un amigo que había hecho y que coincidentemente tocaba la trom-peta. La primera noche que lo hicieron, lo primero que vio fue el piano de cola que tocaba el pianista de la orquesta que amenizaba la cena.

–¿Ya viste?, le preguntó su amigo el de la trompeta. –Sí, le contestó Paco, ¡lo que me gustaría tocar en él! –Pues yo tengo un amigo entre los oficiales. Voy a ver si puede

hacer algo para que se cumplan tus deseos.

Total, que al rato volvió con el oficial referido, quien le preguntó a Paco si era en serio que sabía tocar el piano y al asegurarle Paco que sí, les pidió que lo esperaran. Lo vieron hablando con el capitán, que luego vino a ver y a hacer la misma pregunta a Paco: que si era cierto que tocaba bien el piano. A la contestación afirmativa, le dijo que le siguiera. El pianista terminaba y, en cuanto dejó el banquillo, el capitán Pidió a Paco que subiera, esperando que fuera cierto todo lo que le ha-bía contado. Paco, respirando profundamente, se lanzó por peteneras, por alegrías, por pasos dobles y creo que hasta por tangos. La cuestión es que los comensales lo aplaudieron hasta el cansancio. Al final, el ca-pitán lo felicitó. Le preguntó en qué clase viajaba y cuando se lo dijo, le ordenó: “Recoge de allí tu equipaje, pues a partir de hoy viajas en ésta y tocarás todas las noches el piano”.

A su llegada a Torreón. fueron a recibirlo Perla Valadés, su padre, Salvador Valadés y sus hermanas Amelia, María y Alicia. El recibimiento le mostró a Paco desde el primer momento esa característica del mexi-cano, que es su finura en el trato, esa tranquilidad manifestada en su modo de hablar que sólo se altera en las discusiones, jamás en el trato diario y su velardeano “íntimo decoro”. Las cosas, sin querer queriendo, se fueron desarrollando de manera diferente a como habían sido pen-

Page 391: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sadas por Paco en Valencia. Y lo que iban a ser unas semanas pasaron a ser meses y el dinero traído se agotaba. Era cuestión de buscar aquí trabajo. Y lo encontró. El haber aprendido a componer máquinas de escribir y contabilidad le puso en contacto con Celso Reyes García, con quien estuvo trabajando un año, hasta que Ricardo “El Pajarito” Fer-nández, quien después fue su concuño, le dijo que viera a Miguel Bass, gerente de Almacenes García, quien andaba buscando un elemento de confianza para un puesto especial que Paco acabó ocupando.

Más tarde trabajó para Alberto Cohen. Cuando éste le preguntó qué sabía de calcetines, producto que fabricaba, Paco le contestó que sólo ponérselos; a aquél le hizo gracia la contestación y le confió su muestrario que, junto con otro de perfumería, estuvo trabajando por varios años. Entre tanto y ya con entradas seguras y suficientes, aquello que había comenzado como una correspondencia amistosa se convir-tió en noviazgo en 1956 y matrimonio en el 57. Tuvieron dos hijos: Pilar, en 1958 y Francisco, que nació en 1963.

Con la muerte de su suegro en 1962, Paco se vio precisado a aban-donar sus representaciones y hacerse cargo, aunque de agricultura no sabía nada, del negocio agrícola de la familia de su esposa, que estaba embargado por un banco y en el que, de mutuo acuerdo con ella, invir-tieron sus propios ahorros. Se pegó a la tierra decidido a aprender de ella misma y de los propios trabajadores todo lo que fuera necesario para producir el trigo, el algodón y la leche (a partir de aquellas 12 vacas que se tenían entonces) suficientes para rescatar el rancho y aumentar su establo.

Su laboriosidad, su ingenio y su sentido común estuvieron pues-tos a prueba, supliendo su desconocimiento inicial acerca de las siem-bras y del ganado lechero. Pronto aprendió que le leche le era liquidada todos los días, en tanto que el algodón y el trigo era de año en año y que si no fuera por el despepite que algo le adelantaba a cuenta, ni si-quiera podría sembrar. Así que todo se lo jugó a la leche y poco a poco, según podía, iba comprando más ganado y, cuando lo compraba, com-probaba que efectivamente diera cada vaca la cantidad de leche diaria que le decían y hasta entonces la pagaba.

Su destino era Torreón y ninguna otra ciudad, su destino era la tierra y no los escenarios, su destino era producir leche y no ser viajero. Diez años después de haber llegado aquí y no dejar pasar un solo día sin esforzarse trabajando arduamente para levantar aquello que se creía perdido, pudo salvar el negocio agropecuario definitivamente. Como

Page 392: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

premio, se dio el gusto de visitar a sus padres en compañía de su esposa y sus dos hijos. Al volver, estimulado por la visita a sus padres, volvió al trabajo con mayor ahínco.

En determinado momento Fela, su suegra, determinó vender el rancho. A él se lo propuso primero, pero no podía adquirirlo. Tampoco se encontraron otros compradores. Se lo ofrecieron en nuevas condi-ciones que aceptó. Siguió haciéndolo crecer. Lo hizo pensando retirar-se a los 60 años. Para fortuna suya, su hijo le participó que él quería seguir sus pasos. Y la disposición de su yerno a formar equipo con ellos facilitó su retiro. A los 62 años de edad —47 de los cuales, casi medio siglo, ha vivido en La Laguna—, Francisco Moncholí, siguiendo su desti-no, es uno de Los Nuestros.

Page 393: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Carlos Monfort Rubin*103

Nos vino de Sonora, haciendo un alto en Nuevo León; el necesario para educarse, para instruirse, para titularse en Monterrey. A nuestra ciudad llegó a finales de la década de los treinta.

Desde el principio de la década de los cuarenta Torreón le mos-traría al Dr. Carlos Monfort Rubín el despertar de las inquietudes es-pirituales de sus habitantes, a las que él se sumaría con verdadera vehemencia y entrega personal de inmediato.

Su presencia entre nosotros coincidió con el nacimiento del Liceo de a Laguna y con una profusa serie de conferencias, recitales poéti-cos, conciertos, exposiciones de pintura, presentación de grupos de ballet, danzas folklóricas y constantes presentaciones de obras teatra-les puestas por diversos grupos de aficionados, entre los que se dis-tinguían los del doctor Alfonso Garibay Fernández y Luis Díaz Flores. Y “Charles”, como fue llamado en el club Rotario al que pertenecía y fue uno de sus presidentes, quedó convencido de haber llegado a la ciudad a la que debía entregar todo su esfuerzo y amor invariablemente desde entonces.

Se ligó directamente a la educación y fue director de la Preparato-ria Venustiano Carranza, integrante del grupo fundador de la Casa de la Cultura de Torreón y director de la Escuela de Orientación para Menores.

En cierta ocasión en que una de sus nietas festejaba familiarmen-te uno de sus cumpleaños, le vi llegar vestido de smoking (que, alto como era, lucía estupendamente); entregar su regalo —una flor— a su joven nieta y un cassette para que pusiera en la casetera, dejándose oír un vals que bailó con la festejada en el jardín a la luz de la luna, para despedirse luego, como un príncipe azul. Momento que si yo recuerdo, será seguramente imborrable para la jovencita así halagada.

* Semblanza publicada el 24 de julio de 1998.

Page 394: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

De la amistad hizo siempre un culto. Por años mantuvo en uno de nuestros restaurantes una mesa cultural con un grupo selecto de amigos, en las que de una copa llena de ellos, se sacaba el papelito que indicaba el tema a conversar.

Amante como era de las palabras a que le obligaba su buen decir, de ellas llenaba su charla.

El doctor Carlos Monfort Rubín murió el último lunes, a las 11:30 de la noche. Se habrá llevado para el camino el libro que escribiera so-bre los recuerdos de su tierra nativa y el que alcanzara a editar sobre su tierra de adopción.

Carlos Monfort Rubín, indudablemente, fue uno de Los Nuestros.

Page 395: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ramón Montaña Simón*104

Si me viera precisado a explicar a Ramón Montaña Simón con una sola palabra, lo haría con la de “Lagunero”.

Nació en junio de 1892 en Barcelona España. Llegado el tiempo, cursó toda su primaria en las escuelas de los hermanos Lasallistas, estu-dios que terminó apenas cumplidos los doce años. En todo ese tiempo cuando sus padres salían a pasear por las calles de Barcelona, se exta-siaba contemplando los vitrales del palacio de la música, sin pensar que aquello era una especie de premonición de su futuro.

En el pasado muchos hombres se veían forzados por sus cir-cunstancias a madurar antes de tiempo, es decir, a encarar la vida. Al jovencito catalán que recién había terminado su primaria, le gustaba el mar, quería ser marinero; pero su señora madre, buena asesora y más sabia, le aconsejó con gran tino: mejor América.

Su hermano José había viajado a Cuba y se asentó en Morelia, Mi-

choacán. Tres años después de haber salido de Cuba, se comunicó con su hermano Ramón instándole a que se le uniera, para lo que éste no se hizo del rogar, llegando a México con quince años de edad.

Su hermano José había iniciado un negocio para el que se pro-veía en la ciudad de México, en la casa Pellandini, que operaba en el rasezmo del vidrio, cromos, molduras espejos y hacía vitrales. José les compraba el vidrio, los cromos, las molduras y hacía cuadros, que salía a vender a los pueblos, habiendo tenido éxito con ello. Para seguirlo desarrollando había llamado a su hermano Ramón, quien era muy habi-lidoso y pronto aceptaba fotografías que colocaba y enmarcaba, aña-diendo un producto más a lo que venía ofreciendo su hermano.

* Semblanza publicada en El Siglo de Toreón el 4 de febrero del 2000.

Page 396: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

A Ramón le gustaba acompañar a su hermano cuando iba a pro-veerse de mercancías a la ciudad de México, más que nada porque con los Pellandini trabajaban los catalanes con los que podía platicar en su antigua lengua nativa. Los Pellandini eran clientes de Rigalt, en Barcelona, los principales fabricantes de vidrio de España, quienes se los mandaban a sus representantes en México en calidad de asesores y maestros. En las pláticas con ellos Ramón recordaba los vitrales de la casa de música que tanto habían herido su sensibilidad y se prometía que algún día, él estaría en condiciones de fabricarlos.

Aquellos eran los años anteriores a la Revolución y los hermanos se daban cuenta de que ésta se instauraba en la capital. Corría el año de 1907. En 1910, encontrándose José en Acapulco, allí se enteró de que la Revolución se había declarado, más que nada porque un general le quiso incautar un rifle y la pistola que tenía y que necesitaba para su protec-ción, pues su negocio lo trasladaba de un pueblo a otro en mulas y con la ayuda de jornaleros que contrataba para el efecto. Así era como ambos hermanos hacían crecer su capital, corriendo toda clase de riesgos.

En 1913, por fin abrieron al público en San Luis Potosí su negocio de arte, bajo la razón social de “Montaña Hermanos y Marti”, apellido de un socio que admitieron. Así, José se encargaba de las compras en la ciudad de México, Marti atendía la tienda y Ramón viajaba. Así fue como éste conoció Torreón, percatándose de que era la ciudad ideal para es-tablecerse y crecer con ella. Como el tiempo le daría la razón, vendiendo aquí más de lo que el negocio realizaba en el establecimiento de San Luis Potosí, por mutuo acuerdo liquidaron aquél y al señor Marti, abrien-do aquí su nueva tienda en 1917, ubicada en la calle Valdés Carrillo, frente a la Plaza de Armas, bajo la nueva razón social de “Montaña Hermanos”.

Poco después la casa Pellandini cerraba en México y el joven Montaña de veintiocho años de entre aquellos desempleados contra-tó al señor Castaldi, especializado en platear y biselar espejos, lo cual seguía poniendo en práctica, con su deseo de mejorar constantemente sus productos, hasta llegar a ser el primero en su ramo. Luego traería a trabajadores especializados en armar vitrales; todo servía para ampliar sus conocimientos sobre lo que hacía y lo que manejaba. Con su amigo y paisano Víctor Marco, dedicado a lo mismo en la capital, intercambia-ba conocimientos y experiencias. Por cierto, aquél tenía un hijo muy capaz pero muy inquieto que se llamaba igual que su padre y que no hacía caso, así que se lo mandó al ya señor Montaña y con él se disci-plinó, pero cuando el General Escobar se levantó en armas, lo tentó la aventura y se fue tras él.

Page 397: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mientras tanto la vida corría y lo hacía con éxito. En 1929 el joven señor Montaña, que ya comenzaba a ser don Ramón, se cambió a la avenida Juárez 1352, que fue la dirección definitiva de su negocio, al que el público llamó siempre la “Casa Montaña”.

En 1930 se casaría. Lo haría con María Trias Ral, nacida en Saba-dell Cataluña en 1905 y quien en 1906 había llegado a Veracruz y en 1907 a Torreón.

Don Ramón había comenzado a frecuentar a los padres de quien llegaría a ser su esposa, más que nada para practicar su catalán, aunque no falta quien diga que era para hacerse invitar a cenar, porque quien iba a ser su suegra cocinaba de chuparse los dedos. Haya sido lo que haya sido, ello pasó a segundo término cuando comenzó a visitar con frecuencia a María. Convencido de que el Señor se la había mandado, un día, después de despedirse de ella, se fue al telégrafo y le puso un telegrama: “quiero ser tu novio” y no hubo más, ni declaración ni nada; pláticas sí, muchas, hasta que llegó la boda. Luego vino la luna de miel. Viajaron cuatro meses por Europa, que pudo ser porque de segundas manos tenía a Ramiro Alatorre, lo que entre otras cosas le permitió co-nocer a la señora Rigalt, quienes, como ya se ha dicho, eran los vitralis-tas más famosos de España. Por cierto, en este viaje por poco pierden el barco en un puerto. Llegaron y en cuanto vieron que se iba sin ellos echaron a correr y ya casi al llegar al final del muelle Don Ramón cogió de la cintura a su flamante esposa y dio un salto de película, gracias al cual pudieron subir sin problemas.

El matrimonio tuvo ocho hijos: Ana María (que casó con José A. Segura), Jaime (que casó con Dolores de la Peña), Ramón (que casó con Magdalena Villarreal), Magdalena (que casó con Roberto Dillon y vive en Monterrey), Gabriel (que casó con Guillermina Vázquez), Pilar (que casó con Raúl Gonzáles), Manuel (que casó con Laura Martínez) y Montserrat (que casó con Raúl Mansilla).

Además de la hermosa familia que tenía, era su negocio el favori-to de la ciudad. En las bodas, la mayoría de los regalos llevaban su sello, que se distinguía por su calidad y buen gusto.

Su buen humor, discreto, a veces era genial; como por ejemplo la vez que en uno de sus aparadores se puso a jugar dominó con Ramiro Alatorre, con toda seriedad sin permitirse la menor distracción por par-te del público que reía de la ocurrencia y trataba de llamar la atención. En otra ocasión, cubiertos los ojos con los lentes espejo, se paró frente

Page 398: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

al establecimiento con los brazos cruzados sobre el pecho, sin permi-tirse el menor movimiento, haciendo que los transeúntes se pararan a verlo, dudando si era un humano o un maniquí.

Allá por el 36 o por el 38 el gobierno del estado de Durango le pagó una deuda que le debía con un rancho y aceptó el trato pensando que con él podía ayudar a su padrino de bodas, José Cueto, que en sus mejores tiempos había llegado a sembrar catorce de los grandes ran-chos de La Laguna y que por los avatares de la agricultura pasaba por una situación verdaderamente aflictiva. En aquel rancho se plantaron por primera vez los nogales productores de nuez cáscara de papel.

Ya estamos en los vitrales que tanto le habían encantado en su niñez, al contemplar en su tierra el palacio de la música. Los había lle-gado a fabricar en las casas del pueblo de Hermosillo y de la ciudad de México, en el Hospital de los Ferrocarrileros, todos ellos diseñados por Fermín Revueltas, hermano de Silvestre. En la Hemeroteca Nacional, entre los más conocidos, está el titulado “Esencia del Arte” diseñado por Eugenio Robreño Rigalt, hermano de los Rigalt de Barcelona y aquí colaboró con el licenciado Lucas Haces Gil. Con él había alcanzado a ver la carátula de tres metros de diámetro del reloj que por años estu-viera en el “Times Square”, cuyos números habían sido grabados por la “Casa Montaña” de Torreón. Y ¿quién que haya ido a Monterrey no ha visitado el templo de La Purísima para admirar el vitral del mismo nombre? Pues bueno, fue hecha aquí por Ramón Montaña. No era la idea de los regiomontanos, pero en aquella ciudad en aquel entonces no había quién pudiera hacerla. Intentaron ordenarla en Norteamérica, pero para entonces la “Casa Montaña” de Torreón ya figuraba en la Enciclopedia Americana, considerándola entre las mejores fabricantes de vitrales a nivel mundial y como una de las que había traído un nuevo aire a ese arte, que muchos sujetaban todavía a las viejas normas me-dievales y los vitralistas norteamericanos les dijeron: ¿para qué quieren que se las hagamos teniendo allí cerca en Torreón a uno de los mejores del mundo? La cosa terminó haciendo un regiomontano el diseño y la obra Don Ramón.

Terminaremos con las palabras con las que el doctor Dionisio Sánchez Guerrero despidió en el cementerio al ya para entonces, no sólo mexicano por nacionalización, sino lagunero de corazón, Ramón Montaña, el 24 de febrero de 1972…

El trabajo fue siempre su escudo y su ley, formó una distingui-da familia a la que supo influir con su amor, con su ejemplo, con su

Page 399: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ternura, con su dignidad y hasta con su rectitud, todo un código de honor, de esfuerzo y de bondad. Quizá el símbolo más preclaro con el que llegó a formar, dentro de quienes hemos sentido el privilegio de sabernos y sentirnos sus amigos, fue su fácil sonrisa, porque Ramón Montaña no llegó a conocer jamás el odio y en cambio en su corazón floreció siempre el amor.

Por todo esto y más Ramón Montaña es uno de Los Nuestros.

Page 400: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Antonio Morales Cadena* 105

Si ha habido en nuestra ciudad un hombre plenamente identificado con el trabajo, ese hombre es Antonio Morales Cadena. Si no hubiera tanta historia atrás del trabajo se pudiera decir que Morales Cadena lo inventó. Porque si no el gran trabajo, ese que distingue, señala, marca, gana el nombre de triunfador o suertudo que es el que dan los envidiosos al que sale adelante en todo lo que ataca. Se inventaba a diario una serie de trabajitos caseros con los que llenaba esos breves intermedios inevitables entre una actividad y otra. Se dice que la divi-sa de Guillermo de Orange Rey de Inglaterra y Escocia, Príncipe de los Países Bajos, decía: “No es necesario esperar la victoria para combatir con coraje”. Toño Morales actuaba así; no perseguía el triunfo, iba detrás del trabajo que éste contenía, con tanta fe que el resultado no podía ser otra cosa que el éxito en lo que emprendía. ¡Y emprendió tantas cosas!

Antonio Morales Cadena nació en Muzquis, Coahuila, el 14 de abril de 1924 —pronto harán setenta y seis años— habiendo muerto el día primero del mismo mes de 1994, mañana harán 6 años de su lamentable deceso.

Flavio Morales Charles y Antonia Cadena Gonzáles fueron sus padres. Tuvieron diez hijos, Toño incluido. Para los años treinta, en los que aquel niño necesitaba instruirse, la única escuela que había era la de gobierno y de la cual su hermana María Morales Cadena era directora, allí, pues, cursó sus estudios. Hay una anécdota en rela-ción con esta hermana de Antonio Morales Cadena: resulta que fue electa para presidente municipal de su pueblo, cosa que pudo ocurrir porque no creyeron posible el triunfo. Así que ganó y no sabían qué hacer y alegaron que no había antecedentes, eso por una parte y por la otra el hecho de que por aquellos años se estrenó la película “Los

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de marzo del 2000.

Page 401: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

hijos de María Morales” y ni sus partidarios quisieron correr el riesgo de que los fueran a llamar así. Total que no la dejaron tomar posesión de su cargo.

Volviendo a Antonio Morales Cadena, el problema fue que cuan-do terminó el sexto año, por no haber secundaria, tuvo que repetir dos veces el mismo año, para evitar volverse un vago. Por fortuna, dos años después abrieron en Múzquis, secundaria y bachillerato y pudo prose-guir normalmente sus estudios. Por cierto, Miguel Papadópulos y él en-tablaron una muy fiel amistad desde la infancia, pues fueron vecinos y estudiaron juntos en Múzquis, amistad que conservaron toda la vida, hasta la muerte de Miguel en Torreón.

Feliz de dejar por fin de estudiar algo que ya se sabía de memoria, pues hay que decir que Toño era un memorista estupendo: dato que leía o que oía, números telefónicos, aniversarios familiares, nombres de personas, precios de cosas, se le quedaban para los restos y no digo los estudios. En el momento oportuno, pues, se fue a la Normal de Saltillo, de la que sería admirable estudiante y de la cual saldría convertido en profesor de primaria. Pero, claro, en Saltillo no todo había sido estu-dios, también fue deporte y grupos de amigos y amigas.

Su pasión fue el basquetbol, que practicaba con suerte desigual, lo mismo que iba a ver con sus compañeros estudiantes y sus amigas, entre las que había una linda jovencita que estudiaba química y otra a la que le gustaban todos los acompañantes, uno por esto y otro por lo otro. A Clelia, que llegaría a ser su esposa, le gustaba Toño, pero, no lo admitía porque creía que a él le gustaba la otra, “la güera” y siempre que Toño intentaba acercársele, ella se movía de sitio para que él que-dara al lado de su compañera.

Así transcurría el tiempo. Toño se inscribió en el Ateneo con la intención de estudiar una preparatoria para medicina que luego estu-diaría en la Ciudad de México, pero sólo un año. Total que en medio de todo eso, un día, con la seriedad de aquellos tiempos, aprovechando que los amigos andaban entretenidos en otras cosas, Toño se le decla-ró y ante las evasivas de ella, quien sorprendida trataba de explicarle su azoro, porque ella creía que él por quien estaba interesado era por “la güera” y que la dejara pensarlo; él le dijo que qué “güera” ni qué “güera”, que a quien él quería era a ella y que de lo de pensarlo, nada, que la respuesta era sí o sí y en ese momento y así fue. Dos años des-pués se casaban, un 18 de mayo de 1947. Él tenía veintitrés años y ella veinte. Fijaron su residencia en un pequeño pueblo a los pies del Ajusco

Page 402: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

llamado Contreras, en el que Toño fue profesor de su escuela primaria, para lo que, de seguro, todavía creía haber nacido. Pero, el hombre pro-pone o piensa, pero Dios, o el destino, allá cada quién con lo que crea, dispone. Y así un buen día Antonio Morales Cadena se encontró con una invitación para ir a México y trabajar con un grupo de contadores, para lo cual lo único que necesitaba saber era contaduría, lo que no sabía. Su invitante le facilitó tanto las cosas, que le dijo que por eso no se apurara, siempre y cuando estudiara la carrera mientras trabajaba, como sucedió.

Éste es el tiempo en el que a Toño se le despierta un abierto ins-tinto comercial que le hace ver oportunidades en todas las cosas y en todos los sitios y que no hay tiempo que perder. De entonces data una manera de ver la vida que dirige la suya. Cree firmemente que “Todo lo que pasa es lo mejor” y que “Lo peor es no hacer nada”. De esto a trabajar cada día convirtiéndose en un gran ejecutivo, no había más que un paso, que él dio diariamente durante toda su vida.

Tuvo siempre una gran facilidad para establecer buenas relacio-nes con todo tipo de personas y en aquellos entonces hizo amistad con un relojero y fabricante de alhajas; él se llenaba los brazos de relojes que cubría con las mangas del saco pero que, levantándoselas apare-cían como en un aparador que le servía para vender a sus compañeros de trabajo, a sus compañeros de estudio, a los empleados de las ofici-nas que visitaba, etcétera; lo mismo que los anillos que discretamente se ponía en los dedos, asombrándose él mismo de los resultados obte-nidos, lo que lo hacía buscar nuevas ideas para llevar a cabo.

Ya como contador se fue, por recomendación de la misma perso-na que lo había sacado del Ajusco, a trabajar a aquella línea española de aviación llamada Guest, cuyo lema fue “La Ruta del Sol”.

Eran los tiempos en que de España no salía una peseta, también en que los españoles venían pero no regresaban y como consecuencia, la línea andaba en dificultades financieras para el sostenimiento de sus ofi-cinas en México. Como contador de la misma, Toño Morales Cadena tuvo que ir a exponer al gobierno de Francisco Franco una fórmula que pudie-ra resolver la situación económica de aquella línea que, al final acabó por desaparecer de entre nosotros. Esto fue una experiencia muy enrique-cedora para el Toño promotor que estaba madurando incesantemente.

Así llegó el año 52 y con él Torreón a la vida de Morales Cadena, que vino a él, contratado por una firma algodonera: Cook y Cía.

Page 403: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Durante su estancia en México, al matrimonio le habían nacido Beatriz Esperanza, que falleció pequeña; Juan Antonio; Alberto y Beatriz Esperanza, que substituiría a la primera en el nombre. Aquí les nacerían Alejandro, Clelia, María Guadalupe (F), María Guadalupe II (F), Verónica del Socorro, Lucía, María Cristina, María Antonieta y Flavio Felipe.

Por los años 57/58 Toño se inició como agricultor aprovechando las horas de la madrugada, pues todavía seguía trabajando para la al-godonera. Le fue bien el primer año. En el segundo sus amigos creían que su vida de agricultor se había acabado, pues le cayó una granizada tremenda, pero como por milagro sus plantas resurgieron. Lo mismo le pasaba con las norias, que donde otros no habían encontrado agua, a él le brotaba. Sembraría, pues, todo tipo de forrajes, sin dejar sus trabajos de contaduría que ejercía en la Clínica de Santa María, en la tienda que entonces tenía su amigo Miguel Papadópulos, en el Palacio de los De-portes de Giraldo del Hierro, en algún taller mecánico... no podía estar ocioso ni un minuto del día, era un enamorado del trabajo y en su casa todo le mantenía checadito a Clelia, la que nunca tuvo que preocuparse porque alguna llave goteara, un apagador no funcionara, una cerradura no abriera o cerrara, el tanque de algún auto no tuviera gasolina, ni por dónde pagar un recibo o un impuesto. Clelia era su reina y así la trataba.

Luego se convirtió en ganadero y en fabricante de ropa allá por el 67 y en consejero de sus amigos y en consejero de diversas instituciones bancarias; fue socio del Casino de La Laguna y del Club de Leones del que fue presidente en el ejercicio 77/78; organizador de las Asociaciones de Ganaderos de la Región Lagunera, avicultor y consejero de la asocia-ción respectiva. Su último negocio fue el restaurante bar “Los Morales”.

Tuvo dos pasatiempos: manejar y viajar. Con los suyos, a través de los años recorrió el Caribe, México, América del Sur, América del Norte, Europa, Norteamérica completa y su último fin de año quiso pa-sarlo en “Las Vegas”.

Este hombre obsesionado por el trabajo, pasión que le permitió abrir innumerables fuentes de trabajo, sufrió un accidente en el 84 que le restó energías, pero no le hizo rendirse. Diez años después se fue a dormir una noche para no levantarse más.

Vivió predicando con el ejemplo, por eso es uno de Los Nuestros.

Page 404: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pablo C. Moreno*106

Entre aquellos hombres que en nuestra ciudad se pasaron su vida pro-moviendo la cultura, hay que citar en primer término al Profesor Pa-blo C. Moreno. Yo lo recuerdo como lo recordarán otros muchos de mi edad, desde que me dio por leer periódicos.

No con día fijo, pero su nombre estaba con cierta frecuencia en la página editorial siguiendo al de su artículo. En ellos normalmente tomaba partido. Siempre estaba por algo o contra algo, buscando la polémica.

Las tuvo y muy buenas con su amigo Juan Antonio Díaz Durán, todas en este diario. En su constante inquietud por discutir ideas cuan-do nadie le salía al paso, llegó al extremo de inventarse un seudónimo y discutir consigo mismo gastando bromas a sus lectores, haciendo que el escritor inventado le ganara la discusión. Ese día ya sabía que muchos de sus conocidos se harían los encontradizos para preguntarle si ya ha-bía visto lo que su “oponente” le contestaba, o de plano diciéndole que le habían pegado duro. Él se divertía mucho con esto.

Pablo estaba oportunamente enterado del último libro que llega-ba a nuestras librerías y tenía un olfato para detectar a quienes tenían su mismo amor por la lectura. Según fueron llegando, Rafael del Río, Antonio Flores Ramírez, Federico Elizondo Saucedo y Salvador Vizcaíno Hernández, se fue conectando con ellos y junto con Pepe Rodríguez, El Chato Gómez, Juan Antonio Díaz Durán, Enrique Mesta, Juan José Gon-zález y Emilio Herrera hicieron posible primero el Liceo de la Laguna, más tarde el Ateneo y luego la revista cultural “Cauce”, que marcó una época en la cultura.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 17 de julio de 1998.

Page 405: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ascensión (Chon) Muñoz Saucedo

Chon Muñoz como es conocido desde sus primeras navidades. Este deportista por excelencia, lleva muy bien sus setenta y siete años que lucen como si fueran diez menos, resultado de una vida disciplinada y consagrada a todo género de ejercicios físicos de competencia.

Ni qué decir se tiene que con su pelo enteramente blanco, cuan-do viste camisa negra está de fotografía. Es torreonés por donde lo vea, pues nació un 1º de mayo de 1921 en la calle Ramón Corona entre las avenidas Ocampo y Escobedo.

Como los de tantos laguneros, sus padres, León Muñoz Gaitán y Anastasia Saucedo Salazar, eran zacatecanos, del municipio de Guada-lupe, de donde se vinieron para residir en Torreón. Al principio su padre tendría problema para acomodarse en la ciudad; la cuestión es que don Chon Muñoz tuvo que hacer sus dos primeros años de primaria en Ciu-dad Juárez de donde sus padres regresaron para asentarse definitiva-mente entre nosotros, haciendo en la escuela “El Centenario” el resto de su primaria y en ella su primer contacto con los deportes, participan-do en una carrera de velocidad de cincuenta metros que fue su primera victoria y le dio su primer trofeo de una serie ganados posteriormente y que llenan su casa. Más tarde como representante de la Laguna figuraría en competencias nacionales en los mil doscientos y doscientos metros.

Allí mismo comenzó a jugar basquetbol, juego que se convirtió en su pasión, que jugó por muchos años y del que ha sido instructor de equi-pos victoriosos por otros tantos. Allá por 1945 formó parte del equipo de basquet representante de la Laguna que además de él formaban Miguel “Pitoloco” Gómez, Gonzalo Gómez, el zurdo Ríos, el “Burro” Hernández, Jorge Aguirre, Evelio Torres, Alejandro Estrada, el “Coco” Estrada, “El Mosco” Rangel, Evelio Martínez, “el Pollo” Noriega y José David Ortiz.

Salieron en gira por ciudades de varios estados, tocándoles en suerte jugar en Monterrey en la inauguración del gimnasio del círculo

Page 406: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

mutualista de Monterrey con el equipo local al que ganaron y con ello la oportunidad de pasar a Tampico, Tamaulipas, donde se jugaba el cam-peonato nacional de segunda fuerza, con el que se quedaron.

Por demás está decir que este triunfo y todos los que consiguió en este deporte hicieron sonar fuertemente el nombre de Torreón en toda la república en aquellos años en que el basquet entusiasmaba ver-daderamente a la juventud.

Al dejar de jugarlo se convirtió en maestro de educación física, siendo durante dieciséis años el instructor de los basquetbolistas del Instituto Francés de la Laguna en la que otro gran maestro, Armando de Pablos, se encargaba de impartir el atletismo.

Incursionó en nuestro box, subió al cuadrilátero como boxeador en cinco ocasiones de las cuales ganó tres y en dos perdió, siguiendo en él como instructor de boxeadores y productor de peleas. En esto se dis-tinguió porque varios de sus pupilos, todos laguneros, alcanzaron las coronas de sus pesos. Alfonso Flores fue campeón Nacional y de Texas en peso medio, César Saavedra fue campeón de peso pluma en Texas. David Padilla campeón “Amateur” de peso mosca, Ricardo Amézcua campeón nacional de peso gallo y pluma, José Madero campeón na-cional de peso gallo, Salvador Borja campeón nacional de peso mosca, Roberto Rodríguez campeón nacional de peso medio. Todo esto por los años 60 al 76.

Fueron los años dorados de nuestro deporte. Uno se pregunta cómo un hombre como Chon Muñoz, que tanto hizo sonar el nombre de Torreón puede ser tan olvidado, cuando debería tener placas en to-dos nuestros gimnasios, en todas nuestras áreas y hasta alguno de ellos llevar su nombre.

Indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 407: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Elías Murra Marcos*107

Hace años, en su plena madurez, lucía un cuerpo alto y vigoroso don Elías.

Alguna vez en una plática informal en uno de los pasillos de “Ci-maco” se recargó con un brazo en uno de mis hombros y supe lo que pesaba. No menos que Goliat o Primo Carnera, estoy seguro.

Dos meses después de haber llegado sus padres procedentes de Belén Palestina, nació aquí el hombrecito Elías, en 1908, llenando de júbilo a los suyos; así que fue engendrado en Tierra Santa para que vi-niera a ver la luz primera en La Laguna, que también lo es.

Con don Elías el destino se mostró inflexible. Nacido para desem-peñar en nuestro comercio local un lugar preponderante, de nada le valió aspirar en su adolescencia a ser ingeniero. Su propia salud, siem-pre de hierro, le metió una zancadilla cuando estudiaba secundaria en el Ateneo Fuente de Saltillo. Don Abraham y Doña Mila sus padres, sabiéndole enfermo con sólo catorce años, amorosamente fueron a traérselo, convenciéndole de que olvidara estudios fuera de Torreón, que por entonces no tenía más escuelas que las de comercio.

Aclarado su destino, aprendió el teje y maneje comercial que su propio padre le enseñó, lo mismo que la férrea disciplina que, para siempre, fortalecería su voluntad de triunfo, requisito sin el cual no es posible soportar los fracasos y menos los triunfos cuando llegan.

Sin embargo, abominó de los artículos blandos o ligeros, que cuando su primo Carlos I. Marcos le invitó a formar sociedad, la úni-ca condición que puso fue meterse con mercancía dura: las radios que comenzaban, los refrigeradores, cosas como ésas. Así comenzó a ser lo que ahora es. Siempre sencillo y sin alarde, trabajador infatigable,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 31 de julio de 1998.

Page 408: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

haciendo la historia de su negocio, que es la suya, como si de verdad fuera ingeniero, con amplios cimientos, con zapatas profundas capaces de resistir al tiempo; bien cada cosa para no tener que repetirla.

Hoy un departamento, mañana otro, uno por vez. Así levantó a “Cimaco”, que es su libro abierto y lo que de él ha derivado con el tiem-po. Su poco tiempo ocioso lo llena a diario de amistad alrededor de una mesa de café con los amigos que espera y que lo buscan.

Contó entre los fundadores del Club de Leones de Torreón y aca-so sea hoy el único sobreviviente de ellos, que supieron entusiasmar a otros muchos de su estirpe capaces de levantar “La casa del anciano” y la Clínica que lleva el nombre del club. Por todo esto y mucho más, también Don Elías es uno de Los Nuestros.

Page 409: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Héctor Nahle Badillo*108

El señor Héctor Nahle Badillo nació en Río Grande, Zacatecas el 18 de no-viembre de 1953; hijo de Raúl Nahle Cavazos y de María Badillo, siendo el cuarto de ocho hermanos. Sus primeros seis años transcurrieron como los de todos. Dándose cuenta de lo que tenía y aprendiendo a usarlo: piernas que le harían en el futuro un buen jugador de fútbol soccer; bra-zos con los que conseguiría que la blanca pelotita del golf se acerque lo más posible al hoyo con su primer tiro; ojos y oídos y una mente clara que le haría siempre entender lo que debería hacer, ser o vivir.

Una vez que sus seis primeros años entraron a los siete, fue ins-crito en el colegio Margel de aquella población, en el que cursó hasta el cuarto año de instrucción primaria, en virtud de que su padre decidiera cambiar su domicilio a la Ciudad en México (por entonces el presidente López Mateos estaba haciendo crecer desaforadamente la capital, por lo cual los campesinos preferían irse de braceros). En la capital, Héctor Nahle Badillo fue inscrito en el colegio Manuel José Othón, de madres josefinas, con las que terminó su quinto año de primaria. El sexto año y la secundaria los cursó en el colegio Santa María del Río, en San Luis Potosí. En 1968, el año de la Olimpiada, don Raúl Nahle recogió a toda su tribu y se la trajo a Torreón, de manera que Héctor Nahle Badillo ha vivido en nuestra ciudad treinta y siete de sus cincuenta y un años.

Habiendo llegado aquí de quince años, lo que hizo al llegar fue buscar trabajo y escuela para estudiar de noche. Encontró ambos. El trabajo con David Lack, cuyo negocio estaba entonces en la calle Ce-peda (entre las avenidas Hidalgo y Venustiano Carranza, por entonces llamada todavía, según creo, Agustín de Iturbide). Sus escuelas fue-ron, primero la Centenario, luego la ECA, en la que años después —en el 74 ó 75— se recibiría de licenciado en Administración de Empresas. Heroicidad que no tuvo tiempo de celebrar, pues para su fortuna ya

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de enero del 2004.

Page 410: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

trabajaba en el Banco Comercial Mexicano, en el que Miguel Wong Sánchez era el gerente y Othón Borrego jefe de piso. Cinco años estu-vo colaborando en esa institución.

La tesis que presentara para obtener su título la denominó: “Participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas” y esta circunstancia hizo que en la administración fiscal, Marco Antonio Pascual Moncayo y Ruperto García Peña, que también andaban sobre eso, lo llamaran para que colaborara con ellos. Por cierto, uno de sus grandes amigos de siempre es el licenciado Adrián Ortiz Gámez, fisca-lista que actualmente vive en la ciudad de Saltillo.

Se habían acabado los tiempos más que duros en que, aparte de trabajar y estudiar su diversión era ir a la Plaza de Armas a dar vueltas y ver a otros visitantes o, lo máximo, ir a Lerdo a disfrutar la nieve de Chepo. Ahora se desquitaba de su antigua austeridad, aprovechando las fiestas de los clubes de Leones, Sertomas, Cipreses y el propio Casi-no. Su propia actividad le hizo conocer en la administración fiscal a Be-linda Romero, hoy su señora esposa, que allí trabajaba como secretaria bilingüe y con quien se casó el ocho de octubre de 1977; formando una familia de tres hijos: Héctor Hugo, que es LAE; Belinda, especializada en Mercadotecnia y Valeria, en Negocios Internacionales.

Héctor Nahle Badillo actualmente está especializado en la fabri-cación de salas. Esto ocurrió de la manera más curiosa. Sucede que a su hermano menor, Sergio, le ofrecieron en venta ese negocio, pero no estando en condiciones de adquirirlo le propuso a Héctor que lo com-prara, lo que éste hizo en 1984; es decir, hace veinte años durante los cuales ha mantenido su inicial propósito: una alta calidad a un precio razonable.

Su grupo le ha distinguido con la presidencia de la Asociación de Muebles de la Laguna. Ha sido directivo y presidente del Club Infan-til Jaguares de Fútbol Americano. Le gustan la naturaleza, la pesca, el campo, así que aprovecha cuanta oportunidad se le presenta para visi-tar la presa y el campo. También forma parte del Club Cuatrimotos, que tiene catorce miembros, cuya finalidad es organizar travesías de doce y quince horas en cuatrimotos, que les llevan a Química del Rey, a las Tórtolas, El Palmito, etc.

Su inquietud actual es la de unir al sector mueblero y hacer este año, posiblemente a fin de mes o en el próximo febrero, una exposición en la que estén presentes los distribuidores más importantes. Tiene

Page 411: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

una gran fe en el progreso de nuestro país y de La Laguna que, por su situación geográfica piensa que puede ser y va a ser, la punta de lanza de ese futuro desarrollo.

Héctor Nahle Badillo es un optimista nato y su confianza conta-gia; un empresario que sabe lo que sabía Carlyle: que de nada sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive; y que lo único bueno que puede hacer es intentar mejorarlos.

Por eso Héctor Nahle Badillo es uno de Los Nuestros.

Page 412: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Armando Navarro Gascón*109

Armando significa ser hombre de guerra, es el guerrero. Armando Na-varro Gascón para luchas de su vida esgrimió siempre las armas con que su buen hado le había dotado al nacer: una buena apariencia y buen gusto para vestir, su alegría constante y aquella voz inconfundible que llegó a manejar con maestría frente a los micrófonos de los modernos medios de comunicación. A todo esto añadiría más tarde la tolerancia.

Armando nació nada menos que en León de los Aldamas. Fue el

último de 14 hermanos. Su padre Rosendo Navarro, de los Navarro del pueblo de San José de Gracia de los altos de Jalisco, determinó en 1945 cambiarse a la ciudad de México. Llevaba una recomendación para un buen puesto en Bellas Artes, pero lo de siempre, en tanto llegaba cam-biaron al director; el nuevo desconoció la recomendación y le ofreció un empleo insuficiente que el padre de Armando tuvo que tomar, dado lo grave de su situación económica y cuya entrada tuvo que completar con diversas actividades en su tiempo libre. Total que la familia tuvo que separarse; su padre volvió a León con la intención de levantar un pequeño negocio y su madre se quedó con ellos en la capital haciendo pie de casa a todos, para que no perdieran el año de los escolares y pudieran trabajar los mayores. En ese lapso hubo matrimonios en la familia, de las hijas que eran las mayores.

Tendría once o doce años Armando cuando riñendo con su her-mana Lourdes, inmediatamente mayor que él, le arrojó unas tijeras y como ella empezara a gritar desaforadamente cuando aquéllas le gol-pearon un brazo, él se asustó pensando que la había herido y no paró hasta llegar a León utilizando el dedo pulgar; es decir, pidiendo avento-nes en la carretera. A su padre le contó lo que había pasado y su temor de haber herido a su hermana. Por teléfono se aclaró todo. Como él ya estaba en León nuevamente, pues en León se quedó, viviendo junto a

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 27 de noviembre de 1998.

Page 413: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su padre por los siguientes seis años en los que terminó su primaria y secundaria. Aquel suceso de las tijeras llevó a Armando a dominar sus impulsos, cosa que logró con el tiempo, llegando a significarse después por su tolerancia, su moderación, su disciplina y caballerosidad.

Al cumplir los dieciocho años le llegó el gusanillo de la radio, que

estaba en el esplendor de su primera época. Hizo prueba en la radio local la cual fue exitosa, tanto que pronto corrió la fama de su voz, lle-gándole proposiciones para hacer pruebas en San Antonio Texas y en Torreón. Eligió esta ciudad que acabaría por ser suya. Para entonces tendría veinte años y antes de venir se casó con Angelita, de quien sólo se separaría para venir a aquella prueba, pues morirían juntos en un lamentable accidente de carretera en el mes de diciembre de 1992.

Armando pues, vino, vio y venció: igual que César, toda propor-ción guardada. Fue locutor y vendedor de publicidad. El futuro le son-reía. Llamó a su esposa para que se viniera con la mamá de ella y su sobrina Rosita y así integraron su familia; ayudándole a conseguir su pri-mer domicilio el que después sería su compadre: Pepe Ventura Chávez.

Armando se iba relacionando fácilmente. Poco tiempo después abrió con otros: Jesús Rodríguez Astorga, Rodolfo Guzmán y Luis Men-doza Acevedo, una agencia de publicidad. Fueron muchos socios. Dos se retiraron y en el intento de permanecer continuaron Armando y Chuy, hasta que éste falleció, no sin antes atestiguar la brillantez del esfuerzo mutuo en Publicidad Modelo.

Viene luego el éxito personal, que le convirtió en el más busca-do maestro de ceremonias de la región; luego su contacto con Carlos González Garza, quien por aquel entonces era el director de relaciones públicas de “El Vergel” y para quien montaron aquella inolvidable obra musical y cultural de Roberto Cantoral titulada “Para el hijo del hom-bre”; hermoso mensaje para el mundo actual en relación al porvenir. Esta obra fue presentada por Armando Navarro Gascón a todo lo ancho y largo de la República en los mejores escenarios de las ciudades, po-niendo muy en alto el nombre de nuestra comarca y de Torreón y por el cual Armando recibió en vida distinciones muy honrosas.

Armando murió, como se dijo, en 1992, cuando todavía tenía mu-cho que dar a través de los medios de comunicación, en los que se sigue sintiendo su presencia porque se convirtió en uno de Los Nuestros.

Page 414: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Octavio Olvera Martínez*110

Ama la vida, la disfruta plenamente, goza viviéndola, ayer con hechos, hoy con el recuerdo de lo vivido. Tiene la mano franca, la risa sonora pero sin exceso y la charla fácil. A las doce del día lo encuentro en su casa. Luce como si acabara de despertar y después de asearse se mirara al espejo y se dijera: ¡Bien, vamos a conquistar al mundo!, cuando, al con-trario, de él acaba de volver seguidamente de cumplir el rito mañanero de tomar su infusión habitual con los amigos de mesa en el café al que a diario acuden desde hace años y se la pasan entre comentarios en serio sobre los temas de actualidad y las bromas a que les autoriza su larga amistad. Octavio Olvera Martínez nació en Torreón y para ser más preci-so, diré que tal acontecimiento ocurrió en la Metalúrgica el 13 de mayo de 1917; con lo que alguno que le lleve las cuentas malévolo insinuará que ya no se cuece al primer hervor. Pero Octavio se conserva fuerte y saludable gracias a su laboriosidad de muchos años, cuyos réditos está cobrando y a su hábito ya inevitable, de golpear a diario por el “green” de los campos campestres la blanca pelotita de golf. Esta afición sería, por cierto, en su oportunidad la iniciación de una magnífica amistad que por años le uniera a don Antonio de Juambelz, fundador de este diario.

Fueron sus padres Leopoldo Lorenzo Olvera Villanueva y Juanita Martínez, zacatecanos de pura cepa. Entre los ancestros de Octavio hay que mencionar a su abuelo: Catarino Olvera, quien poco después de la caída de Don Porfirio en 1913, año en que Zacatecas tuvo cinco goberna-dores interinos, sería uno de ellos. Moriría en 1932, a los 75 años de edad y fuera de su tierra. Un tío de Octavio (hermano de su padre) el General Norberto C. Olvera, acaso haya sido su prototipo, por la lealtad siempre demostrada a sus principios y convicciones. En la Revolución había ascen-dido de simple voluntario hasta el grado que ostentaba de General, fiel a Carranza. Al final fue traicionado en Zacatecas y aprehendido cuando dormía en un hotel, junto con su amigo Alfredo Rodríguez. Se les fusiló

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de octubre del 2001.

Page 415: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

sin previo juicio. En unos minutos que le dieron antes de fusilarlo, escribió a su esposa, Marieta V. de Olvera, los siguientes renglones:

“Mi muy querida e inolvidable esposa: Te pongo estos cuantos renglones para despedirme de ti y para enviarte mi corazón. La fatalidad me lleva a la tumba, siendo la calumnia de un hombre malo que hizo con su traición truncar esta vida que te perte-necía a ti y a mis hijas, a quienes dejo solas y desamparadas en este mundo que tan mal me comprendió. No tengo tiempo para expresarte más y sólo te recomiendo te portes bien y honres mi nombre. Dale mi adiós a mi papacito y hermanos, a quienes no me dejan ya escribirles porque está lista la escolta que me quita la vida.

Recibe mil besos”.Norberto (Rúbrica)

Entiendo que él y el General Ortiz nunca se llevaron bien y que éste aprovechaba las ocasiones que podía para hacer pasar malos ratos a aquél, quien de plano, se vio precisado, para no recurrir a recursos extremos, a pedir al propio don Venustiano lo llamara al orden.

Volviendo al propio Octavio, su padre, era auditor de los Ferro-carriles Nacionales y un día recibió de la dirección la orden de cambiar su residencia a la Ciudad de México; así que Octavio sólo alcanzó a estudiar aquí hasta su cuarto año de primaria, que cursó en la Escuela Centenario, haciendo quinto y sexto en escuelas capitalinas y sus es-tudios superiores en la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Nacional Autónoma de México. Independientemente de su título de Contador Público y Auditor, también recibió un bien ga-nado diploma académico por curso y entrenamiento práctico bajo los auspicios del Departamento de Educación de los E.U.A. en Adminis-tración de Negocios y diversos diplomas y certificados de asistencia a cursos sobre materias de contabilidad, administración, finanzas y aspectos fiscales.

Pero, ¡lo que son las cosas!, cuando ya Octavio andaba en éstas, dónde que a su papá los ferrocarriles vuelven a moverlo y esta vez nue-vamente a Torreón, a donde sus padres regresaron ahora sin él, ya que la vida comenzaba a presentarle sus propias oportunidades. Encontra-ron un departamento precisamente en el centro, en los altos de aquel famoso negocio de ultramarinos de don Manuel Sordo Noriega llama-do “La Universal”, que estaba ubicado en la avenida Hidalgo, entre las calles Zaragoza y Juan Antonio de la Fuente, allí por donde “La Suiza”, el “Salón Novedades” y la cantina “El Tecolote” de Daniel Peral.

Page 416: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Entre tanto Octavio se estrenaba de profesional trabajando en la capital para el despacho de Roberto Casas Alatriste, para quien viajó por el norte como auditor. Entre los clientes que por acá tenía aquel bufete, estaba El Banco Nacional de Crédito Agrícola (del que era gerente don Efraín López); así que, felizmente, el venir periódicamente a practicarle auditorías le permitía visitar a sus padres por dos a tres semanas. Viajar por negocios es una gran experiencia, muy parecida a la de hacerlo por placer: se conocen muchos sitios, paisajes, climas diferentes y cientos, acaso miles de personas; pero cuando se viaja por placer no se conoce la soledad porque, en caso dado, cuando se le ve venir se regresa uno a su casa y ya, cosa que no es posible cuando se viaja por negocios, estos no pueden parar, tienen que seguir y hay que enfrentar, quiérase o no la aflicción casi dolorosa de sentirse solo entre los otros que siguen sien-do sólo eso. Algo así debe haber sentido Octavio cuando habiendo ido a Ciudad Juárez a sus auditorías, particularmente a la de la sucursal de allá del Banco Nacional de Crédito Agrícola, de pronto le pidieron que cu-briera un interinato como gerente de dicha institución en la que se había descubierto un fraude del anterior. Seis meses habían pasado y se veía que aquel interinato iba para largo. Seis meses en un solo sitio ya eran palabras mayores para Octavio, quien de pronto se daría cuenta de que, como dice la canción, ni era de allí, ni era de aquí, ni era de allá y comen-zó a germinar en él la idea de establecerse por su cuenta en Torreón, a donde sus padres le insistían que se viniera. Pero no se resolvía. Faltaba un empujoncito del destino y éste se presentó personificado en el lagu-nero Wenceslao Canales, el famoso Rotario “Canalitos”, que era en ese entonces el tercer presidente del flamante club lagunero. Y sucedía que Octavio se había hecho Rotario en Ciudad Juárez y en una ocasión asistió a una conferencia Rotaria en la ciudad de Chihuahua, a la que también acudió “Canalitos”. Cuando fueron presentados y Octavio le dijo que es-taba pensando en establecerse por acá, el lagunero ya no lo soltó: le dijo que lo hiciera, que esta ciudad era la apropiada para hombres como él, dispuestos a trabajar y a explotar ideas nuevas a través de las cuales po-dían enriquecerse, etcétera, etcétera, etcétera. Total, que entre sus pro-pios deseos y el bombardeo de sus padres por una parte y de “Canalitos” por otra, Octavio, se decidió por Torreón, ciudad en la que desde 1944 reside, es decir, desde hace cincuenta y siete años.

Octavio fue el primer Contador Público titulado, establecido en Torreón. Ese mismo año de 1944 fundó aquí su despacho profesional de Contadores Públicos “Olvera Martínez”, del cual fue director. En su actividad profesional ha intervenido en los aspectos económico, financiero, contable y fiscal de muy diversas e importantes empresas comerciales, industriales y de servicios públicos de la región y de otras

Page 417: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ciudades de la república. Sus primeros clientes locales fueron don Cán-dido Suárez y don Carlos I. Marcos. A este último le servía no sóloen sus negocios locales, sino también en los que tenía en la capital, Durango y otras partes de la República.

En un folleto que “Cimaco” publicó con motivo de la celebra-ción de uno de sus aniversarios, aparece Octavio Olvera Martínez con otros de los colaboradores de esta organización. La verdad, el “currí-culum vitae” de Octavio Olvera Martínez, con la relación de lo que ha hecho en tantas organizaciones, de los cargos que se le han confiado, de los honores recibidos, sencillamente espanta. Con ellos se llenan hojas y hojas, no obstante lo que se calla. Hablando superficialmente de ello, diré que participó en la fundación de la Universidad Autóno-ma de Coahuila, a la que ha servido como profesor; ha sido miembro de diversas comisiones, auditor, consejero, contralor y viajando en plan de estudios por las principales universidades de Norteamérica. Como Rotario ha sido miembro del club desde 1944: secretario y pre-sidente del club, así como presidente de diversos comités. Fue Go-bernador del Distrito 4110, que abarcaba los Estados de Chihuahua, Coahuila, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Gua-najuato y Querétaro. Ha asistido a convenciones internacionales en el extranjero y en el país; ha recibido de la Fundación “Rotary Inter-national” la presea PAUL P. HARRIS, la máxima presea de este club, por servicio social en relaciones internacionales. Bajo su iniciativa el Club Rotario de Torreón reinició en 1946. Fue presidente del Comité Organizador de La Feria del Algodón y de la Uva (y de la Victoria) por varios años; fue presidente del Consejo de Gobernadores del Distrito Rotario 4110 de Rotary Internacional. Presidente del Consejo Consulti-vo de Vialidad y Transporte de Torreón, cuyo organismo fue creado a iniciativa de los cinco clubes Rotarios de Torreón. Además, presidente de la Cruz Roja Mexicana, Delegación Torreón; presidente del Consejo Internacional de la Buena Voluntad; miembro del Patronato Lagunero Pro Arte y Cultura; presidente de la Cámara de la Propiedad Urbana de Torreón; colaborador de la sección editorial de periódicos, espe-cialmente de “El Siglo de Torreón”; Catedrático honorario de la Aca-demia de Policía impartiendo la cátedra de Ética; y “Ciudadano Distin-guido” designado por el H. Ayuntamiento de Torreón, habiéndosele otorgado la presea “Medalla de Oro”, por su destacada trayectoria en beneficio de la humanidad. Fue presidente fundador del Instituto de Contadores Públicos de La Laguna A. C.. En la actualidad es miem-bro del Colegio de Contadores Públicos de La Laguna, del Colegio de Contadores Públicos de México, como socio vitalicio y del Instituto Mexicano de Contadores Públicos.

Page 418: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Octavio Olvera Martínez casó en primeras nupcias con la señora Adela Urías Cuarón, nativa de El Paso, Texas, E. U. A., con quien procreó cuatro hijos: María Cristina, Octavio, César y Marco Antonio, de quienes tiene catorce nietos y seis bisnietos. En segundas nupcias casó con la señora C. P. Esperanza Zertuche Valdez, oriunda de la ciudad de Ramos Arizpe, Coahuila.

El más cercano encargo de que se responsabilizara Octavio Olve-ra Martínez fue la designación por el Congreso del Estado de Coahuila de Zaragoza, en tiempos del Gobernador Montemayor Seguy, al cargo de Contador Mayor de Hacienda, con el carácter de inamovible, por el período de seis años; habiendo sido removido del cargo a los seis me-ses, por el propio Congreso, por negarse a dejar de mencionar en sus dictámenes irregularidades en el manejo de fondos encontradas en al-gunos municipios del propio Estado de Coahuila. Los diarios, tanto de aquí como de la propia capital del Estado de aquella época hablaron ampliamente sobre este caso, único en la historia del Estado y acaso del país, en que alguien es separado de su puesto por el propio Congreso, por negarse a ser sobornado. Pero Octavio, acaso recordando a aquél su tío Norberto y preguntándose lo que haría en su caso, seguramente se contestó que no haría sino mantenerse firme, ¡y se mantuvo en sus trece!, diciendo acaso, antes de volverse a Torreón, como un buen to-rero después de una gran faena: ¡allí queda eso! A ver quién lo mejora.

Tal es Octavio Olvera Martínez, otro de Los Nuestros.

Page 419: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Nazario Ortiz Garza*111

Claro que don Nazario es de Saltillo, pero ¡qué caray! a nuestra ciudad le dio la fisonomía de ciudad moderna que aún conserva y de la cual todos los que la habitamos nos sentimos orgullosos. Eso lo hace de Los Nuestros.

Como una premonición, 1907 lo ligó a nosotros. En ese año To-rreón fue elevado a rango de ciudad, mientras que el joven estudiante Nazario Ortiz Garza recibía en su ciudad de origen su primera opor-tunidad de un empleo de planta en una firma comercial y en ella se formó con principios que seguiría el resto de su vida. Lo anterior nos los contó a Donaldo Ramos Clamont y a mí en ocasión de una visita que le hiciéramos a su casa de Aguascalientes, a donde fuimos a verle en nombre del “Pa-Pro,” que tuvo el propósito de hacerle aquí un re-conocimiento público para el cual necesitaba de su autorización.

Como persona acostumbrada a ser homenajeado recibió la noti-cia con naturalidad, pasándonos a un salón que estaba lleno de ellos, nos dijo que no tenía inconveniente, que sabía “que no era monedita de oro a quien todos quisieran, que primero auscultáramos las opiniones en general y, después, volviéramos a verle”. Otros, en estas circunstan-cias, nos impidieron dar cima a este propósito.

En los años 1927 y 1928 fue presidente municipal de Torreón. En su período completo fue cuando imprimió la huella de su paso, dotan-do a Torreón de la Avenida Morelos y sus palmeras que, en aquel enton-ces, dieron un sello de elegancia que distinguió de inmediato a nuestra ciudad de otras del país.

Al mismo tiempo, remozó la Alameda Zaragoza dotándola de la Alberca Coahuila y por ahí debe andar una película sobre tales trabajos y cambios de nuestra ciudad.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 10 de julio de 1998.

Page 420: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ya como gobernador nos hizo el Estadio de la Revolución. Ter-minó su vida política siendo ministro de agricultura y ya retirado, dicen que a aquella casa de Aguascalientes iban a saludarlo todos los candi-datos a presidentes de la república en cuanto eran confirmados.

Por nuestra parte, creo que debemos considerarlo como uno de Los Nuestros.

Page 421: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Guillermo Palafox Ortíz*112

Manuel Palafox, como fue más conocido (aunque no faltó vecino que viéndolo a través de la ventana, a lo mejor comunicándose con algún otro radiocomunicador de Argentina o Japón, comentara: “¡Ahí está, otra vez, don Guillermo hablando solo!), nació en San Luis Potosí, S.L.P. precisamente el 12 de diciembre de 1908, poco más de un año después de que naciera la ciudad que lo haría totalmente suyo: Torreón. Porfirio Palafox Yuffrel y Severa Ortiz Domínguez fueron sus padres, él de Ures, Sonora, estado de militares, por lo que no extraña que quien iba a ser padre de Manuel fuera Mayor en el ejército y que, siendo bien pareci-do, el uniforme le hiciera doblemente atractivo para la potosina Severa, quien, perteneciendo a una acomodada familia y de costumbres con-servadoras, después de darle su sí tuvo que vencer la resistencia de sus padres para poderle dar el definitivo frente al altar. Tras la boda y el via-je de novios vino la realidad de la pequeña Ures con sus dos mil y pico de habitantes, contra la inmediata nostalgia de Severita por su San Luis de cien mil y pico, con sus calles, sus edificios, sus museos, sus iglesias llenas de arte colonial. Desde el primer momento estuvo insistiendo en residir en San Luis, apoyándola su padre, quien añadía que Porfirio bien podía trabajar con él ya fuera en su negocio como comerciante e introductor de ganados. No accedió a lo último Porfirio, pero pidió un permiso para separarse por un tiempo del ejército, durante el cual na-ció Manuel, potosino y no sonorense.

Como definitivamente no tiraba para hombre de negocios vol-vió al ejército, pero esta vez, para servir al Colegio Militar en la Ciudad de México como catedrático. La movilidad de su padre en los primeros años de su hijo Manuel, hace que se pierda el rastro de éste en cuanto a sus estudios. Se sabe, sin embargo, por la claridad de su escritura a mano y la rapidez con que lo hacía en máquina de escribir, que segura-mente estudió, sin terminar, alguna carrera comercial. La verdad es que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 26 de enero del 2001.

Page 422: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo que le hubiera gustado estudiar fue la medicina, pero, como cuando habló de ello con su padre éste le dijo que sí, pero a condición de que la hiciera en la Escuela Militar, Manuel le dijo que nones y se resignó a ser lo que su destino quisiera que fuera.

Quiso aquél, su destino, depararle cierta relación con Saturnino Ce-dillo, que por entonces era el mandamás en el Estado de San Luis Potosí y a quien nada le costaba ordenar, como lo ordenó, que se le diera una planta vacante en el Juzgado; donde quedó como segundo de a bordo, con tan buena suerte para él, que al poco tiempo por deceso o retiro del otro, pasó al puesto de Juez. Lo fue tan bueno que al poco tiempo Efrén Betancourt, presidente municipal en Durango, Durango, lo invitó a su tie-rra y a la Junta de Conciliación y Arbitraje y ya para 1935 era Secretario de la Junta Federal No. 18 del Trabajo.

Pero, claro, en esta vida no todo puede ser trabajo, la gente se aburriría. Eso no lo entendió Manuelito hasta el día en que entrando un medio día al Casino de Durango vio, entre un grupo de chicas, a una, la más hermosa, joven, apenas catorce años y pizpireta, que tratando de aparentar ser la de mayor edad, hacía como que fumaba, sin fumar, mi-raba hacia todos lados como esperando a alguien, cruzada la pierna que no dejaba de mover. Era Rosa María Soto Reyes, hija de José Ignacio Soto y de María de la Luz Reyes; él, muy conocido en Durango, que iba su-mando años como Catedrático de la Universidad Juárez, en la que llegó a sumar cuarenta y tan meritorio que acabó por tener en ella una aula con su nombre y en la ciudad capital una calle y una escuela. Para Manuelito verla y decirse que era lo que andaba buscando en la vida, todo fue uno. Blanco, de buena altura, de frente amplia y sonrisa cordial, para acabar de impresionar a Rosita que era bajita, la invitó a bailar y, al fin de la mati-née, a ir al cine y a la salida a cenar. Y esto ya era fanfarronear, porque eso de invitarla quería decir que a ella y a su grupo de amigas, que no eran pocas. Eso sucedía en abril del 36. Para el 11 de septiembre ya se habían casado. Y es que Manuelito en ese tiempo había demostrado ser todo un caballero, de esos que abren la puerta del carro para que la novia baje, acercan la silla a la mesa en el restaurante y, en fin, que mandan flores cada que hay oportunidad.

Tres meses escasos llevaban de casados cuando Manuelito, cuya fama como experto en asuntos laborales le había precedido en Torreón, fue requerido para que viniera a resolver el conflicto de la Ericcson. Y sabiéndolo o no, Manuel y Rosita, como la buena música, llegaron a Torreón para quedarse en él para los restos, el 8 de diciem-bre de 1936.

Page 423: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Como Secretarios de la Junta Federal y defensores de los trabaja-dores fueron nombrados Efrén Rivadeneyra y Manuel. Después de cier-tos años, la Compañía Metalúrgica de Peñoles le contrataría para que trabajara en la empresa en el Departamento de Seguridad para sus tra-bajadores, en equipo con los doctores Viesca Benavides y Rodea Gómez.

Manuel y Rosita se habían entendido muy bien, alguna vez en rueda de amigos en una mesa en esas ocasiones en que los hombres entran en confidencias, Manuel dejó salir su confidencia diciendo que si a él le preguntaran qué era lo que más agradecía a la vida, contestaría que el regalo que le había dado haciendo de Rosita su esposa. Eran tal para cual: En 1943 ambos hicieron un viaje a México. Ustedes dirán que eso lo hace cualquier pareja. Pero, si se aclara que en motocicleta ya no cualquiera lo hace, por muy Harley Davidson que la motocicleta sea. Pues ellos sí, con Rosita agarrada a veces a la cintura de Manuel, a veces a su cinturón. Esos son los milagros que el amor hace.

En el 43 llegó también a la Cámara Junior. Parece que el que llevó a ella a Manuel fue su compadre José Chávez Castañeda, donde le dio la oportunidad de hacer muchas amistades y servir, con Luis González Be-nítez, Manuel Frías, Alfredo Jaik, Alberto Maya, Daniel Motola y otros muchos a la obra de los desayunos escolares de los que la Cámara llegó a ofrecer más de un millón.

Pero Manuel comenzaba a buscar tener su propio negocio. Con tal propósito en 1946 principió a estudiar por correspondencia Radio Comunicación alcanzando el título de ingeniero. Entonces abrió por la Javier Mina “Casa Palafox”, donde atendía todo lo que se relacionaba con los radios de aquella época. Se hizo famoso su anuncio que decía: “Si su radio tiene tos, llévelo con Palafox”. Llegó a ser el primer Radio-comunicador aficionado con el registro XE2MR y a dar mantenimiento a ciento setenta y dos estaciones, todas instaladas por él en toda la re-pública; hasta 1984 en que le tuvieron que poner un marcapasos que le impedía acercarse a sus equipos. Cuando llegó a la edad límite para ser Junior, se le invitó a pertenecer al Club de Leones, en el que fue socio durante cuarenta años, hasta su deceso.

Sus pasatiempos fueron la cacería, por lo que nomás llegar aquí y se inscribió en el “Club de Caza, Tiro y Pesca” del que entonces era pre-sidente Pánfilo Sánchez y donde conoció a quienes serían sus grandes amigos: Sergio Nava, Rafael Villegas, Luis y Enrique Sáenz, entre otros. Otra de sus aficiones fue la fotografía. En un concurso a nivel regional terminó en un segundo lugar con una fotografía titulada “Después de

Page 424: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

la tarea”, para la que su hija Lucero le sirvió de modelo, resultando un verdadero trabajo profesional de ambos. Algo digno de conservarse, como lo ha conservado su hija y de verse. Dicen que Winston Churchill gustaba de llevarse trabajo a la cama, no para hacerlo en ella de in-mediato sino por la mañana, a la hora de despertarse, que nunca era demasiado temprano; bueno, pues a Manuel Palafox lo que le gusta-ba hacer en la cama era conversar con sus hijos. Acomodaba la cabeza utilizando la almohada y uno de sus brazos, comenzaba a contestar las preguntas que le hacían y cuando surgía la interesante comenzaba a recordar y no acababa. Manuel y Rosita tuvieron seis hijos: Porfirio, que es médico; Manuel, que es abogado; Rosi, que es contadora pública; Armando, ingeniero; Rodolfo, que probó varias carreras y acabó por no seguir ninguna y Lucero que es Trabajadora Social.

Hizo varios viajes a Estados Unidos y Canadá, pero lo que más le gustaba era viajar por su patria, que llegó a recorrer totalmente; sin embargo, en donde al final reincidía una y otra vez era en Acapulco, que ejercía sobre él un atractivo especial que jamás pudo explicar. Le atraía, sencillamente y cuando ya nada le faltaba conocer de México, a él volvía siempre.

Tras vivir en Torreón cincuenta y siete años y trabajar por él ese tiempo a través de los clubes a los que perteneció y formar una familia verdaderamente lagunera, Manuel Palafox falleció en 1993 siendo uno de Los Nuestros.

Page 425: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alejandro Pérez de la Vega*113

Alejandro nació en Chicago, Illinois (ése del lago Michiga en Norteamé-rica) el 5 de abril de 1934. La culpa no fue de él ni de sus padres, sino de la Revolución, que en aquellos años todavía daba coletazos, antes de morir del todo.

La que allá estaba afincada era su abuela quien, con los brazos abiertos, recibió a todos los que venían en pos de tranquilidad, para que el que venía en camino llegara sin ningún riesgo, como llegaron en su oportunidad sus padres y en su momento Alejandro, en la fecha que se cita arriba.

Poco después de que su madre cumplió el descanso de los cua-renta y cinco días, que por aquellos entonces todavía se prescribía para aquéllas que traían al mundo “un soldado en cada hijo te dio”; es decir, cuando Alejandro cumplió dos meses, regresaron a Matamoros, Ta-maulipas, donde estaban sus raíces.

Allí comenzó a crecer en serio, lleno de inquietudes y de curio-sidad. Tenían sus padres de vecino a un señor Howard, propietario de una línea de aviación con un solo avión que a diario cubría su ruta dan-do de sí todo lo que podía y algo más. Eso llevó al vocabulario de Alejan-dro las nuevas palabras de aviones, pistas, vuelos y demás y le entró la curiosidad de conocer todo eso de cerca para no tener que imaginarlos.

Sus hermanas mayores, que por gusto propio cumplían los de él, al primer domingo que de golpe les cayó encima con su amanecer —como gustan de caer los días— lo llevaron al aeropuerto: allí estaba un avión calentándose para salir, es decir, con la hélice girando. Alejandro admirado con todo aquello y como nadie le había hablado de peligro, ni de hélices, ni cosas por el estilo, se lanzó corriendo para ver todo de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 9 de marzo del 2001.

Page 426: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

cerca. Menos mal que a los seis años su altura era casi la que le faltaba a la hélice para llegar al suelo, porque se metió debajo y ésta de refilón le dejó marcado el cuero cabelludo; seguramente al sentir el arañazo se llevaría la mano a la herida y allí la hélice le marcó la mano y el brazo izquierdo. Nadie sabe qué más hubiese pasado allí si un trabajador del propio aeropuerto no hubiese corrido y “tacleado” al niño tumbándolo al suelo. Como en muchos de estos casos, el nerviosismo de las herma-nas, sus gritos y sus lloros y el pequeño alboroto en el que participaron los pocos que allí estaban, hicieron posible que el salvador desaparecie-ra. Lo único que, años después, llegaría a saber Alejandro es que, según esto, era lagunero y que se había ido al sureste.

Después de esto vino la escuela, cuya primaria hasta quinto año cursó en Matamoros, Tamaulipas, aunque, la verdad, lo de cursar fue un decir, porque a él, a pesar de lo del avión, lo que le gustaba era ver con sus propios ojos las cosas y tocarlas de ser posible. Gracias a las re-laciones que su familia tenía con algunos religiosos fue aceptado en un seminario donde trató de continuar con sus estudios, pero su inquietud lo puso fuera a los cuatro o cinco meses.

Entonces volvió a donde había nacido, a Chicago, con su abuela. Como lo que no podía era permanecer sentado mucho tiempo y me-nos que a lo mejor, cuando le estaba gustando una materia la suspen-dieran por haberse terminado el tiempo, se dedicó a conocer Chicago de pe a pa. Con cuatro centavos se compraba entonces un boleto que permitía usarse todo el día, así que bajándose en todos los barrios por donde pasaba los fue conociendo uno a uno. Eso le llevó algún tiem-po; después se bajaba en los que tenían museos y los conoció todos sin ninguna prisa; visitándolos días, o semanas necesarias cada uno y lo mismo hizo con el Observatorio Nacional, con el Zoológico, con el de máquinas, volviéndose un erudito en todo ello.

También vio detenidamente y sin riesgo un avión: “El Espíritu de San Luis”, en el que Lindbergh había volado sobre el Atlántico, que en-tonces se exhibía en Chicago.

Los meses de mayo y agosto de 1945 se significaron por el térmi-no de las guerras contra Alemania y Japón, países que fueron vencidos por la creciente potencia estadounidense. Ambos sucesos despertaron gran euforia en todas partes y Chicago no podía ser la excepción. Y aun-que Alejandro, por entonces de once años, no se daba del todo cuenta de la importancia del suceso y del cambio de vida que ello significaba en aquel país, fue partícipe de todo lo que acontecía en esos momentos.

Page 427: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pero su tía Herlinda, a cuyo cargo habla quedado, tuvo miedo de que se fuera “echar a perder” y de acuerdo con los padres de Alejandro, lo regresó a ellos, que por entonces vivían en Brownsville. Allí cursó un séptimo año escolar que dejó para, de plano, comenzar a trabajar.

Su primer trabajo lo obtuvo en la Algodonera Garza, de Amador Garza González (un hermano del cual, por cierto, estaba casado con Mariquita Sarabia, hermano del aviador lagunero Francisco Sarabia). Era 1947 y Alejandro tenía trece años. Lo primero que hizo fue poner etiquetas en las pacas, controlar muestras; después podría pesar y se-leccionar. En eso se pasó dos años. Por entonces entró a la empresa un colombiano, Héctor “El Chueco” del Valle, bueno para los negocios, muy brillante y muy inteligente; quien viendo que el trabajo no ami-lanaba a Alejandro lo tomó, para enseñarlo, para “hacerlo” personal-mente, como un especie de secretario. Entonces fue cuando las em-presas mexicanas se unieron en una organización financiera, especie de “holding”, para vender su algodón en conjunto y obtener mejores precios por él. Para Alejandro comenzaba toda una carrera en el campo del negocio algodonero, con las circunstancias de que en el grupo que lo había acogido estaban los mejores negociadores que le enseñaban todo lo relacionado con ese mercado y los puntos arriba o abajo que debía comprarse y cómo hacerlo a futuro; además de que los presiden-tes y gerentes de las compañías de pronto comenzaron a contratar profesores, inscribirse e inscribir a su gente más meritoria en cursos de clasificación, todo lo cual disfrutó Alejandro por el apoyo que en todo momento le brindó Héctor del Valle; quien por entonces, semana a se-mana, todos los viernes reunía en su oficina a todos sus colaboradores, desde el más importante hasta el mozo y sentados en el suelo comen-zaba a exponer los problemas que cada uno tenía en sus responsabili-dades para entre todos sugerir soluciones, todas las cuales se ponían en práctica el lunes de la semana siguiente.

En 1952 Alejandro aceptó una oferta de Moisés Cosío para tra-bajar en la Fábrica de Tejidos de algodón “La Josefina”, recibiendo el algodón que sus compradores adquirían de los diversos vendedores y cuando la temporada aflojaba, entonces se iba al frontón a contar quinielas, porque el frontón también era de Cosío, como era la plaza de toros. Pero Alejandro sentía que eso no era totalmente lo suyo, así que se regresó a Brownsville, contratado por W.D. Felder, quien lo acercó a La Laguna.

Aquí llegarían en agosto o septiembre del 52, poniendo oficinas en el edificio América —que después fue San Jorge—, donde Leonel Castro

Page 428: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

era concesionario de Felder. Alejandro viajaba mucho para esta empresa, que lo mandó a cubrir la costa del Pacífico, a donde volaba por Lamsa.

Su primer año movió por allá 24,000 pacas, con sólo un ayudante. Teniendo en cuenta que no habiendo muelles, tenían que hacer lotes de cien que movían en pangas hasta el barco que las llevaba a los paí-ses compradores. Al año siguiente fueron 23,000 pacas. Todo esto con un sueldo de 250 dólares mensuales. Por esto y otras causas tuvo una diferencia y se separó.

En 1956 contrajo matrimonio en Matamoros, Tamaulipas, con Josefina Hernández. Héctor del Valle, con el que por ese tiempo se asoció para comprar algodón a comisión, como regalo de bodas le ob-sequió los boletos de un viaje a Europa que iniciaron por el Vaticano. Pero, además, unos días antes Alejandro tuvo la suerte de sacarse cien mil pesos en la lotería, así que todo ello les dio la oportunidad de hacer un viaje muy placentero.

A partir del 57, rico en experiencia, decidido a hacer de Torreón su ciudad definitiva, recobrada, incluso, legalmente su verdadera nacio-nalidad y rechazando la de su nacimiento; joven —alcanzando apenas su primer cuarto de siglo—, recién casado, comenzando una familia que llegaría a ser de siete hijos (Alejandro, José Ángel, Sara Josefina, Claudia Gabriela, Mario Ernesto, Julio Eduardo y Sofía Raquel)... el hom-bre estaba como navaja de afeitar para los negocios. Se asoció varias veces, abrió oficinas en varias direcciones, una de ellas frente a El Siglo de Torreón, hasta tener su propio edificio.

Enfrentó problemas como los del alza de precio de la fibra, la inundación del 58, el cierre de la frontera (que fue el peor de todos por la cerrazón del presidente en turno), pero siguió adelante con paso fir-me, trabajando no sólo para él y los suyos, sino para Torreón.

Pertenece al Club Sembradores de Amistad desde 1967, habien-do sido su presidente en 1977 y en 1979 vicepresidente regional; ha cumplido 25 años como presidente del Seminario de Torreón; ha sido presidente de la Asociación de Padres de Familia del Colegio Torreón Jardín; presidente del Comité de Becas de la Escuela Secundaria Car-los Pereyra; fundador del patronato de la Universidad Iberoamericana; presidente en 1982 del Comité de Festejos Torreón 75 (con cuyos resul-tados se estableció un fondo de un millón de pesos de los de entonces, antes de que les quitaran tres ceros, para el Primer Centenario, que al valor actual para 1907 serán alrededor de 500 mil pesos); ha sido vice-

Page 429: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

presidente de la Cruz Roja Mexicana de Torreón; consejero de Cámara de Propiedad; primer regidor de la ciudad; presidente del Grupo Unidos por la Laguna, en el que fundó el Fondo de Solidaridad de la Laguna con micro créditos para los comerciante en pequeño.

Cuando Alejandro Pérez de la Vega tuvo que elegir la ciudad para quedarse y para que sus hijos crecieran y se realizaran, no sólo escogió Torreón, sino que se prometió hacer todo lo que pudiera para añadir-le algo más que la mejorara, integrándose a los mejores grupos para llevar a cabo su propósito, por eso su medio siglo de vida lagunera le identifica como uno de Los Nuestros.

Page 430: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alma Ponce de Cuadros

Seguramente muchos recuerdan todavía aquellos carnavales que durante varios años organizara en nuestra ciudad el Club de Leones de Torreón y los volviera famosos en el resto de la República gente como Aurelio Garza González, “El Charro Negro”; como Álvaro Rodríguez Vi-llarreal, como Alfredo Jaik, como Alfonso Fernández y, por supuesto, los presidentes en turno de ese Club.

En Mérida todavía hay gente que los recuerda y en Mazatlán otra que pregunta: ¿Y ustedes por qué ya no los hacen? Como siempre, por contreras, porque no faltó gente que convenciera a la iglesia de enton-ces a que, desde el púlpito, recomendaran a los padres de familia negar el permiso a sus hijas para ser candidatas a reinas de una festividad pa-gana. No obstante, el carnaval por muchos años fue una fiesta lagune-rísima. Todo el mundo participaba en ella, de una manera muy especial los campesinos a través del Banco Ejidal y los estudiantes, que eran los que ponían la chispa y el entusiasmo que, según se acercaba la fecha de cerrar las votaciones, inundaba a la ciudad.

La radio, que entonces se escuchaba a diario en la sala de las ca-sas, daba cuenta de cómo iba la votación de las candidatas y los co-mités correspondientes cada tarde revisaban su estrategia para forta-lecerla con nuevas actividades como tés canastas, desfiles de moda, bailes, tardeadas, matinés y sobre todo solicitudes de compras de vo-tos. Alma Ponce Wichels —después señora de Cuadros— fue reina de uno de aquellos carnavales. Del de 1950.

A partir de 1949 había comenzado a gobernar este municipio Ro-mán Cepeda, cuya amistad con Raúl López Sánchez, gobernador del Estado, era muy buena; así como la de ambos con el presidente de la República, Miguel Alemán, lo que favorecía a nuestro municipio, que precisamente a mediados de febrero (pocas semanas antes de que se iniciara el alboroto de las elecciones de las candidatas para reinas del carnaval) había venido a inaugurar varias obras y mejoras que se habían

Page 431: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

hecho en la ciudad. Así que había buen ambiente y, como suele decirse, el agua estaba como para chocolate. Para entonces ya los diferentes comités del Club de Leones andaban muy activos y el correspondiente se encargó de entusiasmar a los banqueros para que apoyaran a la se-ñorita Alma Ponce (quien por entonces trabajaba en el Banco Interna-cional) para que fungiera como candidata de los campesinos a través del Banco Ejidal.

Alma Ponce nació en esta ciudad de Torreón el 3 de diciembre de 1930, siendo sus padres Pedro Ponce de León y Ana Wichels López. A los seis años comenzó su primaria en la escuela Benito Juárez, de la que era directora la profesora Lolita García y donde entablara amistad que conserva hasta la fecha con Graciela Luna, Tere Esparza y otras. De allí pasó a estudiar una carrera comercial en la Escuela Bancaria, de la que era profesor Antonio Bernal; pero como éste se cambiara al colegio Elliot, un grupo de sus alumnas, entre ellas Alma, le siguieron a dicha institución. Allí terminó su carrera en el año de 1947. Casi de inmediato encontró trabajo con el señor Antonio Murra en el negocio conocido como “Pepaco”, ubicado varios años en la esquina de avenida Juárez y calle Zaragoza, de donde aproximadamente un año después pasaría al Banco de Londres y México, del que fuera gerente Antonio Vera y luego al Internacional, en donde la descubrieron los buscadores de candida-tas a reinas del Club de Leones.

Aquellas elecciones para reinas de carnaval se sentían en la ciu-dad. Durante los días que duraban -primero las elecciones y luego el reinado- el bullicio en las calles era interminable, comenzaba con el amanecer en el que los partidarios de las candidatas empezaban sus gestiones por conseguir votos para ellas o dinero para adquirirlos y su-marlos cada día. Cosa curiosa: con el tiempo Alma Ponce y Ofelia Cruz Barba, que fuera su contrincante, llegaron a ser cuñadas. La noche de las elecciones Ofelia con sus partidarios, confiados en que serían los ga-nadores, esperaban en el Casino de La Laguna, a donde iban llegando los últimos votos y se iban sumando aumentando su confianza, en tan-to que Alma esos momentos los pasaba en casa de Memo y Beba Wolf, enterándose por radio, que permanecía en control remoto en espera del final, que esperaba desfavorable. Pero como en ocasiones suele su-ceder, en los últimos minutos la votación comenzó a favorecerle para terminar con una suma que la señalaba como ganadora indudable de la contienda, declarándosele ganadora del cetro y la corona de Reina del Carnaval. Aunque Alma Ponce no es precisamente extrovertida, el anuncio de su triunfo la hizo explotar de alegría, surgieron los abrazos y la humedad en sus ojos. Algunas de sus amigas, que lucharon a bra-

Page 432: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

zo partido por ella y fueron causa del resultado final, son la “Chilpa” Gurza, Tere y Bertha Salinas, Dora Díaz y Carmela Chávez y entre ellos Aurelio Garza y Alberto Sada Meléndez.

Vino el baile de coronación en el Casino, en el cual la salutación estuvo a cargo de Paco Murra, cuya voz en aquellos años estaba en todo su esplendor; todo lo cual dejó recuerdos imborrables para la fla-mante reina Alma I. En los primeros días de su reinado fue invitada para acudir a la Ciudad de México por un club que allá celebraba las fiestas de primavera y del cual era reina Rosita Arenas, hija del actor Miguel del mismo apellido, quien había estado en varias ocasiones en nuestra ciu-dad participando en las obras teatrales que en el Teatro Mayrán ponía el doctor Garibay Fernández y que hoy lleva su nombre. En tal ocasión Alma conoció y fue acompañada a alguno de los eventos por el cantan-te Pedro Infante.

Pero todo pasa... igual pasaron las fiestas de Carnaval de 1950 y Alma I volvió a sus actividades normales en el Banco Internacional. Un día su amiga Rosina de la Fuente le llevó a presentar a la Lotería Nacional, en donde se quedó a trabajar. Tiempo después, el contador y auditor de la Lotería Nacional vino a Torreón, precisamente a hacer una auditoría a esta sucursal y al verla exclamó: “¡La del carro alegóri-co!”. Resulta que en la Ciudad de México Alma había participado en el desfile de carros alegóricos organizado allá y Arturo Cuadros la había visto y le había impactado de tal manera que no la había olvidado; así que encontrarla le pareció cosa del destino. Sin embargo, no le fue fácil cortejarla, porque después de la fama que habían dejado en nuestra ciudad los ingenieros capitalinos (que por aquí habían pasado por el Banco Ejidal), las muchachas laguneras no querían tener que ver mu-cho con los chilangos y Cuadros lo era. Pero, en fin, dicen que el que persevera alcanza y él, (que para entonces ya había decidido quedarse aquí; durante 30 años fue gerente de la Lotería Nacional) y Alma termi-naron casándose el 18 de febrero de 1954, lo cual hicieron en la Iglesia del Perpetuo Socorro, formando una familia de cinco hijos: Alma Rosa, el Ing. Guillermo, el Lic. Ricardo, el Arq. Ernesto y Ana Elizabeth; todos Cuadros Ponce, todos con residencia aquí menos la última, que reside en Miami, Florida, en los Estados Unidos.

Conocieron toda la República en diferentes viajes, porque su es-poso sostenía que nadie debía conocer otros países sin conocer bien el propio. Con los Olvera Martínez hicieron un viaje a Colombia y después comenzaron los de Europa, que fueron varios a partir de 1990 y hasta su muerte —la de él— ocurrida en 1996, el primer día del mes de junio.

Page 433: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Hoy Alma Ponce de Cuadros vive una vida rodeada del amor de sus hijos y de sus recuerdos, seleccionados en fotografías que prueban que muchas cosas especiales que le deparó la vida, no fueron soñadas, sino ciertas.

Alma Ponce fue consagrada como una de Las Nuestras por todos aquellos miles de votos populares que le dieron, aunque breve, un rei-no entre nosotros.

Page 434: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jesús Horacio Preciado Troncoso*114

Es el destino el que hace que los hombres nazcan en los lugares y los años debidos, para que de ellos tomen todo lo que va a formarles y se distingan precisamente por ser como son, si bien ese mismo desti-no, del que todo puede esperarse, les lleva a otros sitios de su patria y aún del extranjero. Por eso Jesús H. Preciado —Chuy Preciado para todos— nació en Toluca el 21 de diciembre de 1907. Fue sagitario, pues, el último de los sagitario de ese año posiblemente, pero lo fue y ya se sabe que los sagitarios son nobles, ingeniosos y de buen gusto. Es pa-ternalista y trata siempre de proteger a los suyos, nunca es egoísta, desviviéndose por ver a todo mundo contento. Su gran sentido de la amistad le ha permitido disfrutar toda su vida de un extenso número de verdaderos amigos; entre los cuales estuvieron Isidoro Gancz, Pánfilo y Toño Sánchez, Francisco Domínguez Paulín, Santiago Villarreal, Jesús Correa, Carlos Lira, Memo Cantú, Hornero H. del Bosque Villarreal, Sal-vador Villarreal de la Garza, Jesús Lechuga... en fin, una larga lista que se llevaría páginas y páginas, pues cuando iba a pie por la calle todos le saludaban y él saludaba a todos con mutuo afecto.

Acabo de enterarme que Jesús Lechuga, formado en “La Co-mercial” y uno de tantos de los que de allí salieron a buscar un lugar en el amplio campo de los negocios, ha muerto hace poco en la ciudad de Durango; donde logró el éxito que buscaba. Se dice que hace vein-te o más años se le diagnosticó un cáncer terminal, pero contrario a su carácter el dejarse vencer cruzándose de manos, enterado de que allá por la Alta California, en las altas montañas vivía un indio que con hierbas curaba toda clase de enfermedades, se fue a buscarlo, lo en-contró e hizo todo lo que él le dijo, entre ellos someterse por mucho tiempo a una dieta de hígado de res fresco, que Lola, su amante es-posa, obtenía en el rastro, un instante después de sacrificada la res y que le condimentaría sólo con zanahoria. Esto y lo otro que haya sido,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 9 de junio del 2000.

Page 435: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

le devolvió la salud, lo conservó para su familia y amigos, muriendo hace poco del corazón.

Toluca, ya se sabe, no es precisamente tierra de pan llevar, pero el frío obliga a sus habitantes al uso de ropa abrigadora y cuidado con aquél que lo olvidara; sin embargo, por otra parte el frío fortifi-ca a sus habitantes, haciéndolos saludables. Esta misma temperatura acostumbraba a las familias, al menos por aquel entonces, a cultivar una vida familiar que traía consigo la unidad de todos sus miembros; como fue la de Chuy Preciado en su hogar lagunero. Los padres de Chuy fueron Víctor Preciado y María Troncoso. Ella católica y él tam-bién, pero no tanto, por lo que se adivina que Chuy fue guiado por Doña María, pues toda su vida fue muy devoto, cultivó la amistad de sacerdotes y a sus hijas incluso con el tiempo, llegó a enseñarles aque-llas oraciones de las que de niño a él su madre le enseñara y aún más, algunas llegó a componer de su propia cosecha para María Elena (hoy señora de Vives), Elvira (hoy señora de Lugo) y Amelia (hoy señora de Díaz Flores).

Por los años de su nacimiento su padre era general del ejército y su abuelo, llamado también Jesús Preciado, no sólo era general, sino gobernador del Estado de Morelos, cargo que ostentó hasta el año de 1910.

Pertenecer al ejército obliga a cambiar con cierta frecuencia de dirección y los Preciado no fueron la excepción. Poco se sabe de los amiguitos de la infancia de Chuy, poco de las escuelas donde haya es-tudiado su primaria. Estudiaría en las escuelas públicas de Toluca o al-canzaría a hacerlo en la “Rébsamen”, que surgiría a instancias y apor-tación económica de un grupo de toluqueños; ¿estudiaría en la capital de la República? Lo cierto es que sus padres murieron cuando Chuy era apenas un adolescente. Su madre murió en 1920, el 24 de diciembre y un año después, en la misma fecha (qué trágica coincidencia), moriría su padre. Huérfano, pues, a los catorce años, Chuy Preciado se refugió con una lejana tía, mientras –seguramente— planeaba qué hacer con su vida. Entre tanto quién sabe qué haría, la cuestión es que un día se despidió de aquella buena señora, tomó el tren a Torreón, a donde lle-garía el año 23 o el 24 (a los diecisiete años de edad) sin conocer a nadie pero con una carrera de lo que entonces titulaban como “Tenedor de libros” y un don valioso en aquel tiempo en el que los chinos de las tien-das de abarrotes todavía usaban sus ábacos y en las sumadoras se tenía poca confianza, siendo además costosas y pesadas: el ser ágil y seguro con los números.

Page 436: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El destino, que le había traído a la situación en que se encontra-ba, le ayudó a comenzar a resolverla, contando y llevando sus pasos a tropezar con los señores Camino, reconocidos agricultores de la comar-ca que manejaban varios ranchos de su propiedad, en uno de los cuales en ese preciso momento faltaba un “rayador”. Ustedes saben, es el individuo que recibía la pizca de los pizcadores, la pesaba, hacía rápida-mente el cálculo de memoria y pagaba. Y así fue como Chuy Preciado comenzó a hacerse lagunero en la más lagunera de las ocupaciones de aquellos años.

Pero Chuy Preciado estaba solo, como Adán o poco menos; así que el señor seguramente volvió decir: “no es bueno que el hombre esté solo” y encontró la manera de que un amigo mutuo lo presenta-ra con su futuro. Así, de la manera más formal, Chuy conoció a Elvira González Castro, a quien seguramente, desde el momento en que co-noció, él le echó ojo; que se le ha de haber puesto cuadrado. El único inconveniente para que las cosas caminaran con más prisa, pues a El-vira tampoco le cayó mal, ¡qué va!, fue que ésta era menor de edad en el momento del tanto gusto y el gusto es aquél con el que ambos se sintieron muy a gusto. Había que esperar, pues, más de lo que ellos hubieran querido, pero ambos estaban seguros de que lo suyo era amor a primera vista y estaban dispuestos a esperar, aunque eso sí, ni un día más.

Muy pronto, los vecinos del crucero de la avenida Morelos y calle Juan Antonio de la Fuente y los habituales jugadores de dominó de los Baños de las Delicias comenzaron a ver una figura nueva en tal crucero, la de un joven de buena figura que comenzó a dar vueltas por aquella esquina, en donde luego se le reunía una jovencita y hacían una pareja que lucía linda. El cartero, por su parte, comenzó a notar que la corres-pondencia le aumentaba con aquellas “cartitas” de enamorados que se adivinaban a leguas y así aquello fue madurando y las fechas de los calendarios pasando hasta qué llegó una que anunciaba que la menor de edad ya no lo era y ese año Chuy y Elvira se casaron. Era el de 1930. El tenía veintitrés años y ella veintiuno. Como antes se dijo nombrándolas, Chuy y Elvira tuvieron tres hijas. Para ellas, Chuy Preciado fue un regalo de Dios, un encanto, por la forma como se dirigía a todas, a su mamá y a ellas de tal manera que aprovechaba el motivo para regalarles una lisonja por ejemplo, si en un momento dado una de ellas estaba retira-da del grupo haciendo cualquier cosa decía: “¿Esa pequeña y encanta-dora llamada (según quien fuera) puede venir para que padre le dé un beso?”, o cosa por el estilo. Los nombres no se pronunciaban allí sin agregarles una alabanza o un halago. Y es que Chuy era un romántico,

Page 437: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

pero un romántico dentro de su casa; no fuera, donde sus pies siempre pisaban el suelo. Para su mujer y para sus hijas escribía versos y se los decía, aprovechando cualquier oportunidad o los imprevistos para sor-prenderlas. No esperaba por los días consagrados para decirles cuánto las amaba, se los decía a diario con cualquier pretexto, o sin él.

Era, además, un hábil artesano. En sus ratos de ocio trabajaba el pirograbado o el repujado haciendo pequeñas obras de arte, que ahora son recuerdos para sus hijas.

Volviendo al trabajo: después de trabajar varios años para los Camino, otro buen día se conectó con el Ing. José F. Ortiz y así fue como comenzó a desempeñarse como contador en el Banco de la La-guna; con don Francisco Venegas igual, en el Banco Lagunero; luego trabajaría para la Cruz Blanca en Ciudad Lerdo. Más tarde tendría una agencia de la Cruz Blanca en Hidalgo y Múzquis de esta ciudad y cuan-do don Eduardo J. Ruiz dejó la agencia de la Moctezuma, Chuy Precia-do la tomó para seguir, para volver luego al campo bancario. Al final se uniría a la organización de XEROX, con cuya representación se fue a la ciudad de Chihuahua.

Perteneció al Club de Leones en la época cumbre de éste, cuando construía obras como la Clínica de los Leones o ayudaba al doctor Silva a levantar la Casa del Anciano del Club de Leones. Tiempos en los que regularmente se organizaban año por año sus famosos carnavales y en los que las elecciones de sus reinas llenaban de entusiasmo a toda la comunidad, particularmente la de los jóvenes. En esas actividades Chuy Preciado se desarrollaba como pez en el agua, gracias a esa facilidad con que se comunicaba con todo mundo y a su fortaleza, que le hacía desconocer el cansancio. Su gran amor a la vida se revelaba en esos trabajos y cumpliendo sus comisiones era la euforia misma.

Si un hombre es el resultado de un paisaje y de un ambiente, Chuy Preciado supo injertar las cualidades que tomó de Toluca, su solar nativo, con las de La Laguna; con lo cual fue doblemente valioso para todos los que alguna vez fuimos objeto de las atenciones y amistad de este toluqueño convertido finalmente en uno de Los Nuestros.

Page 438: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Lauro Quintanar Ortega* 115

Lauro Quintanar Ortega nació en Torreón, Coahuila, el 25 de octubre de 1915; siendo sus padres Andrés Quintanar y Clotilde Ortega. Como buen Escorpio fue creativo: tuvo iniciativa, individualidad, independencia, te-nacidad y sabiduría. Ésta le hizo saber desde siempre, lo que muchos descubren tarde: que todos los problemas de la vida se resuelven con trabajo, trabajo y más trabajo, como solía decir por aquellos mismos tiempos don Pepe Garza González, uno de nuestros primeros vendedo-res de seguros y, desde luego, el más exitoso.

Su señora madre, doña Clotilde, enviudó, así que Lauro fue hijo único; pero su mamá se volvió a casar, dándole ocho medios hermanos de apellido Juárez Ortega.

Como tantos de aquellos tiempos en que las escuelas eran po-cas, Lauro cursó su primaria en la escuela “El Centenario” y uno de sus condiscípulos en ella fue Juan Murra Marcos. De los trece a los quince años fue a estudiar a la Ciudad de México, inscribiéndose para ello en la Escuela Obrera Vocacional; luego pasaría a Saltillo para inscribirse en el Ateneo, donde estudiaría uno o dos años, para reconocer que su desti-no era “trabajar, trabajar y más trabajar”, pero un trabajo gustoso, un trabajo hecho con amor. Como decía Juan Ramón Jiménez: “No debe-mos estar pegados a nada, sino fundidos y no debemos pegar nada con nada, sino fundirlo todo; que trabajásemos en nuestra vida, con nues-tra vida y por nuestra vida, por deber consciente, cada uno en su voca-ción, en lo que le gustara y, entiéndase bien, con el ritmo conveniente y necesario a este gusto. En éste en lo que le gustara a cada uno, está el fuego alimentador que le da al trabajo utilidad y encanto”.

Por aquellos años conoció al licenciado Armín Valdez Galindo y a su señora esposa, quienes le tomaron gran cariño y lo acogieron en

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 2 de noviembre del 2001.

Page 439: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su hogar y a quienes él correspondió con igual afecto, considerándo-los como sus padres. En su momento —a mediados de la década de los 30— se convirtió en su “secretario”, carrera que no se estudiaba en las aulas sino en la propia vida y que, más que nada, señalaba que quien se desempeñaba como tal gozaba de toda la confianza de su empleador. También lo fue de Julio Larriva, quien al año de serlo fue destituido por el gobernador Benecio López Padilla y un mes después se suicidara.

Casó por aquellos años Lauro con Leonor Sarellana, con quien procreó cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres; matrimonio que ter-minó en divorcio, pero en muy buenos términos y magníficas relaciones con sus hijos en todos los aspectos.

Por allí de los 40, en sus principios, se conectó con don Isauro Mar-tínez, con quien trabajó precisamente en la caseta de proyección del Cine Martínez como operador, pasando tiempo después a programista de to-dos los cines de la organización. A él le debemos, pues, todas las buenas películas y alguna mala, claro —que nadie es perfecto— que por enton-ces vimos en las pantallas grandes. Todo lo cual sucedió cuando Juan M. Borjón fue secretario de la Sección 13 de los cinematografistas.

El destino, como suele suceder, sin prisa pero sin descanso, venía tejiendo una nueva etapa en la vida de Lauro. Igual que el Señor pensó de Adán, un día el destino al ver a Lauro se ha de haber dicho: “No es bueno que este hombre esté solo”. Y puso manos a la obra. Jesús J. López y Dolores Castañeda vivían en Saltillo. Él tenía allá un taller mecá-nico. No le iba mal, pero, vamos, bien, bien, tampoco le iba. No le faltó, pues, alguien que le recomendara que se viniera a Torreón; pero sus familiares, que vivían en Monterrey, le dijeron que por qué tan lejos te-niendo allí cerquita a Monterrey, que ni comparación. Total que se fue a Monterrey donde vivieron cinco años, ellos y sus siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres. Se equivocaría o no don Jesús, la cuestión es que en 1943 la familia López Castañeda llegó a Torreón para quedarse, como la buena música. Los hijos que ya podían hacerlo se pusieron a trabajar, los que no a estudiar. El tiempo siguió pasando. Socorrito, una de las hijas del señor López terminó sus estudios y consiguió su primer trabajo en “Cimaco”. Lauro, para entonces ya andaba con su noticiero cinematográfico, para el que tenía clientes muy selectos como Manuel Hinojosa, Santiago Garza, Vinícola de Saltillo, Enrique Sánchez, Banco Lagunero, Utility y el ya dicho de los Murra. Con este motivo Lauro iba a ver a don Elías semanalmente para ver qué era lo que se iba anunciar y en esta ocasión antes que a don Elías tropezó a Socorrito. ¡Qué dijo

Page 440: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Nervo en su poema Cobardía!: “Quedé como en éxtasis... Síguela grita-ron cuerpo y alma a la par”. Nervo tuvo miedo, pero Lauro qué lo iba a tener. Y es que si Socorrito es hoy toda una señora, quítenle cuarenta años y podrán imaginar lo que Lauro miraba. Para comenzar, le sugirió al publicista de la organización usarla como modelo de la tienda de allí en adelante, lo que le aseguraba verla cada semana; por otra parte el noticiero en su aspecto de sociales le permitía encontrarla con frecuen-cia en bodas, bailes, etcétera, lo que abrió oportunidades a la relación amistosa y luego al noviazgo. De allí al matrimonio no había más de un paso. Lo dieron el siguiente año. Se casaron en 1960. Laura Dolores es su única hija.

En dicho año filmó el noticiero número 100. Este noticiero fílmi-co le mantenía sumamente ocupado. Se lo revelaban en los Estudios Churubusco y como el narrador era don Fernando Marcos, por ambas cosas tenía que ir constantemente a la Ciudad de México. De todas maneras, le sacaba todo el jugo posible a los viajes, pues aunque no siempre, si no había obstáculos y Socorrito hacía lo posible para que no los hubiera, ella lo acompañaba y los viajes de trabajo y negocios los convertían en parte, en viajes de placer. Así recorrieron la repú-blica entera filmando los hermosos paisajes nacionales. Lauro era un romántico, dice su esposa, así que los viajes con él resultaban encan-tadores, pues no desperdiciaba ocasión para piropearla y aún en su casa encontraba detalles para sorprenderla, por ejemplo: mientras veían televisión después de cenar, encontraba la forma de ausentarse un minuto y cuando se iban a dormir ella se encontraba con que en-cima de su almohada él había dejado algunos jazmines para que se le perfumara. Cosas así...

En el sindicato hizo una buena carrera y así cuando Borjón dejó la Secretaría, él fue elegido por unanimidad para sustituirlo. Lauro fue co-nocido por millares de laguneros y él conocía, como suele decirse, a todo mundo. Entre los que trataba mucho estaban Rafael Delgado, el diputa-do Ramón Villarrreal del Comité Nacional, Jorge Baeza y los sacerdotes Artemio Villarreal, Rodrigo Tenorio, León Franco, el padre Beto, don Fer-nando Romo, el padre Manuelito, el padre Bandrés y David Estalo.

En los últimos tiempos intentaba que su noticiero pasara por el Canal 4. Proyectaba, también, tener su propio laboratorio de revelado, con el fin de aminorar los viajes a la capital. Su noticiero, del que fue ge-rente Juan M. Borjón, por entonces alcanzaba las doscientas ediciones. Hay que mencionar que cuando andaba apenas proyectándolo, don Francisco Rodríguez le ofreció y le dio todo su apoyo.

Page 441: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Perteneció por varios años al Club de Leones de Torreón, en el que cumplió ampliamente con diversas comisiones y fue secretario en tiempos de la presidencia de Mario Bracho. Llegó un momento en que tanto trabajar le hizo sentirse cansado y tomó la determinación de reti-rarse, lo que cumplió. Poco tiempo después, aburriéndose de no hacer nada, abrió una librería que llamó, con su buen humor de siempre: “El lápiz feliz”.

Llegaron los años de las enfermedades. Le agobiaron. Su muerte fue larga y angustiosa. Murió el 7 de enero de 1999. Así vivió este to-rreonés tan querido de todos los que tuvieron la oportunidad de cono-cerlo, que nació sabiendo darse a sus amigos.

Es uno de Los Nuestros.

Page 442: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Antonio Ramírez Navarro*116

Como ha sucedido con muchos de Los Nuestros, la cigüeña no pudo me-nos que dejarlos en otro lado, porque allá vivían los padres. Así, el 23 de diciembre de 1933, a Antonio Ramírez Navarro lo dejó en León de los Al-dama, Guanajuato; donde por entonces vivían sus padres: Antonio Ra-mírez Romo (f) y Goyita Navarro Martín, quienes, cuando el niño tenía tres años y en busca de mejores horizontes, se trasladaron a Torreón, del que ya tenían buenas noticias por su tío materno Jesús Navarro Martín (f). El tío Jesús para entonces ya había iniciado la fábrica de calzado que con los años habría de convertirse en el grupo de negocios de Zapaterías Navarro.

Estudió su primaria en la escuela Centenario, semillero de distin-guidos profesionistas, políticos y gente de empresa. Tras las vacaciones correspondientes se inscribió en la escuela de los Treviño, “La Comer-cial” por antonomasia, de la que todos los días, al salir, se iba a ayudar a su tío Jesús, poniendo en práctica lo que a diario iba aprendiendo y obteniendo ingresos que le permitían comenzar a bastarse a sí mismo. Al terminar su carrera de contador privado, comenzó a trabajar en las mueblerías de los hermanos Chávez Castañeda, con los que estuvo des-de septiembre de 1951 hasta abril de 1958 y donde se inició como ayu-dante del contador para ascender a contador general tiempo después y terminar como gerente general de Mueblería Moderna.

En este lapso es que comienza a ver a la señorita María del Soco-rro Lee Soriano de manera diferente, pues siendo hermana de su amigo Antonio desde la escuela, entraba con frecuencia a su casa y la veía igual, como una amiga solamente. Ella era hija de Manuel Lee Tang, de nacio-nalidad china y de Petra Soriano, mexicana oriunda de Calera, Zacatecas. Sucede que habiendo sido invitados ambos por diferentes amigos a una tardeada familiar —que por entonces se acostumbraban— Toño la vio

* Semblanza publicada en El Siglo de Toreón el 20 de octubre del 2000.

Page 443: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

platicando con otras amiguitas y sintió el impulso de bailar con ella, cosa que hasta entonces no había hecho. Y seguramente el ritmo de la música de Miller o de cualquiera otro de aquellos grandes de la música de enton-ces, o la letra de las de Lara que se tocaban en los bailes, haría el resto. El resultado fue que el 17 de abril de 1955 frente al altar, ambos se dieron el sí definitivo.

Para 1958, pues, ya tenían a sus dos primeros hijos laguneros: Juan Antonio y Ana Elizabeth. Como para ese año fue solicitado por la dirección de Mueblerías Ancora para que se hiciera cargo como geren-te de dos locales que tenía en Monterrey y otro más en Matamoros, Tamaulipas, tuvieron necesidad de poner su residencia en La Sultana del Norte, en donde nacieron sus hijas Blanca Graciela e Ileana.

En el 62, por motivos de salud regresarían a Torreón, donde na-cería la última de sus hijas, María del Socorro. Todos ellos estudiaron y terminaron carreras profesionales.

Desde hacía tiempo Antonio Ramírez venía pensando en la posi-bilidad de independizarse y estos ires y venires le dieron tiempo para exponer ampliamente el plan a Socorrito y entre ambos madurar el proyecto. Buscaron un local y encontraron uno de noventa metros cua-drados en la esquina de Allende y Galeana, donde abrió sus puertas la primera “Mueblería Ramírez”, un pequeño local más lleno de ilusiones que de mercancía.

Con la colaboración de su esposa y la ayuda de un hermano como primer empleado, nació la primera “Mueblería Ramírez”, que con el paso del tiempo creció y tuvo que cambiarse al local de la avenida Hidal-go poniente, entre las calles Leona Vicario e Ildefonso Fuentes cuando corría, como corren todos los años, el de 1970.

Habiendo prosperado en el ramo de mueblerías, decidió abrir una sucursal en la avenida Múzquis esquina con Morelos, en el sector de la Alianza. Luego, su capacidad y gran visión para los negocios, dieron algu-nas empresas de fabricación y venta de muebles; aventuras que fueron intentadas en compañía de sus hermanos Jorge, Rafael, Fermín y María del Socorro (esta última fuera gerente de la tienda ubicada en la Múzquis y su mano derecha en muchas de las empresas del grupo). Incursionó, también, en el ramo de joyería al lado de su cuñado, Manuel Lee Soriano.

En el año de 1977 se funda la que habría de ser la primera empresa especializada en la fabricación de colchones en la comarca: Colchorama;

Page 444: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

en un lugar adquirido en la esquina de Juárez y Leona Vicario. El año de 1986 se inauguró la primera tienda foránea Colchorama en Ciudad Juá-rez, Chihuahua, al frente de la cual estuvo su hijo Juan Antonio, quien recientemente había egresado del ITESM—Campus Laguna terminando las carreras de L.A.E. y C.P. y que llegaría a contar con tres tiendas en aquel lugar.

Este grupo de tiendas habría de servir durante muchos años a la Comarca Lagunera, hasta que los cambios de los tiempos y las dificulta-des económicas dieron cuenta de ellos.

La inquietud de Toño Ramírez le llevó a ocupar varios cargos en diversos organismos, entre los que se cuentan: Consejero de la Cámara de Comercio En 1971. Presidente del Consejo de la CANACOTO en 1972 y 73 e iniciador de las gestiones para la creación de la Unión de Crédito Comercial de La Laguna, de la que fue socio fundador. Presidente del Club de Industriales de la Laguna en 1974 y 75. Presidente del consejo directivo del Centro Empresarial de Torreón y consejero de Coparmex en 1976 y 1977. Socio Presidente Fundador de la Unión de Organismos Empresariales de La Laguna A.C. en 1976. y Miembro Fundador por el sector empresarial de la Comisión Regional del Infonavit en el mismo año. Miembro y Presidente fundador de la Asociación Lagunera de Dis-tribuidora de Artículos Domésticos, A.C. en 1980 y 1981. En 1980, una vez que lograron la constitución de la Unión de Crédito Comercial de Coahuila, S.A., formó parte del primer Consejo de Administración como Vice—Presidente por tres años, desde 1987 a 1990 y a partir de abril de ese año fue Presidente del Consejo de Administración. Estaba nomina-do para asumir la Presidencia Nacional del organismo que agrupa a las uniones de Crédito a nivel nacional a partir de 1994, pero la muerte le sorprendió el 17 de junio de 1993.

Sus actividades de servicio social fueron también muy numero-sas. Motivado por su afán de ayudar al necesitado, de junio de 1959 a julio de 1962 fue socio activo y presidente fundador de la Cámara Ju-nior de Monterrey. De junio de 1963 a diciembre de 1973 fue socio ac-tivo de la Cámara Junior de Torreón, ocupando durante ese tiempo los principales puestos de ese club de servicios, como fueron: presidente del Patronato Deportivo, Director del Comité organizador de la XX Con-vención Nacional de 1965 (resultando electo Vice-Presidente Nacional 1965/67). En 1968 fue Presidente del Consejo Directivo, recibiendo la máxima presea internacional de ese organismo, socio vitalicio del Se-nado de la Junior Chamber International —pues según los estatutos al cumplir cuarenta años dejaban de ser Juniors—. En 1975 se unió al Club

Page 445: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sertoma de Torreón, donde había de permanecer como socio activo hasta 1977. El 28 de junio de ese año se le tomó la protesta como so-cio en el Club Rotario de Torreón A.C., en el cual habría de permanecer hasta su muerte. En él participó activamente actuando en diferentes niveles del Consejo Directivo, entre los que destacan:

• Presidente del Comité de posgrado de la fundación Rotary Inter-nacional (1980/1983).

• Presidente del Club de1983 a 1984; siendo entonces cuando tuvo la idea de crear la Fundación Rotaria de la Laguna que auspiciaba en esas fechas un total de mil doscientas setenta becas de estu-dios para otros tantos estudiantes distinguidos (desde segundo de secundaria hasta preparatoria), alentando la creación de nue-vos profesionistas que tanta falta hacen en nuestra región y que no terminan sus estudios por falta de recursos económicos. Esta fundación mantiene ligas con la fundación Rotary International, permitiendo así continuar y completar estudios de posgrado a estudiantes locales con dotes para ello.

En 1986 recibió la máxima condecoración que entrega el Club Rotario Internacional a sus socios que se han distinguido de manera sobresaliente en el servicio de su labor filantrópica dentro de sus filas: la medalla Paul Harris Fellow, presea que entrega a nivel mundial única-mente a un puñado de socios de todo el mundo.

Fue filatélico del Club Filatélico y la asociación Numismática de La Laguna, dos de sus pasatiempos, hasta el último de sus días. Otros solaces incluían coleccionar miniaturas de botellas de vino, encendedo-res, plumas, llaveros, curiosidades venidas de todas partes del mundo; las cuales pudo recoger durante la práctica de la más grande de sus aficiones: viajar.

En compañía de su esposa y/o de sus hijos llegó a conocer cuaren-ta y tres países, algunos de ellos en más de una ocasión, huelga decir que en sus correrías conoció el noventa por ciento de su querido Méxi-co, gran parte de Norteamérica, así como lugares selectos de los cinco continentes. Su más grande colección fue la de amigos. Esto fue pri-mordial en su vida. Los tuvo en todos los niveles sociales y económicos. Hoy ellos le recuerdan en todas las trincheras del quehacer humano.

Entusiasta y luchador como tantos laguneros, Antonio Ramírez fue uno de Los Nuestros.

Page 446: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Humberto Ramos Galeano*117

Hay seres afortunados que hacen del trabajo un placer y entonces ni sudan ni se abochornan, trabajando constantemente y la maldición di-vina de ganarse difícilmente el pan, como que para ellos no cuenta. Uno es Manuel Humberto Ramos Galeano. Ello no quiere decir que Manuel Humberto no haya sabido de adversidades en los días de su vida —que ya brincó del medio siglo—, pero las toma como parte de ese juego para él maravilloso, que le inquieta constantemente y le apa-siona a tal grado que no le escatima ni un solo minuto de su tiempo, pues cuando no lo está haciendo, lo está pensando y hasta soñando. Manuel Humberto nació en esta ciudad de Torreón el 10 de noviembre de 1945, de manera que, como decían los campesinos, tiene cincuen-ta y cinco años entrados en cincuenta y seis y ahí va como decían de aquel whiskey: “tan campante”, ufano y satisfecho de la vida que Dios le va dando día por día.

Fueron sus padres Miguel Ramos Clamont y María Luisa Galeano, quienes tuvieron ocho hijos, cuatro hombres y cuatro mujeres, entre los cuales Manuel Humberto fue el cuarto. Como buen escorpión es creativo y tenaz en sus iniciativas, alegre y entusiasta y no le va mal con ese lote, como se verá más adelante.

Por aquello de los cuatro años, un día su abuela doña Gabriela lo mandó a la peluquería con una de las sirvientas recomendándole dijera al peluquero que lo dejara bien rapadito. Manuel Humberto protestó dé-bilmente: “Rapadito no, abuela”. Doña Gabriela sólo le hizo una seña a la muchacha de que se fueran. Entre la caminata y la espera, Manuel Hum-berto se olvidó de lo de la rapada y en cuanto lo sentaron en el asiento para niños se quedó dormido y ni se dio cuenta de cuando la sirvienta le dijo al peluquero cómo tenía que hacerle el pelo, ni de cuando éste se despachaba a tambor batiente con su cabello. Total que el peluquero

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 16 de febrero del 2001.

Page 447: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo dejó como bola de billar. Entre dormido y despierto lo bajaron de la silla del lado contrario a los espejos, comenzaron a caminar hacia la calle rumbo a la casa, hasta que una señora que venía del lado contrario, al cru-zarse con ellos le acarició la cabeza diciéndole: “¡Qué lindo peloncito!”. Desde entonces, Manuel Humberto sólo se duerme en su cama.

Como a todos los niños, a los seis años de edad le llegó el momen-to de ir al kinder y él fue al del Colegio Los Ángeles. Su primaria y secun-daria las cursó en el Hispano Mexicano, cuyo director era el profesor Pablo Farrús. Entre los buenos amigos que hizo por aquellos tiempos y que siguen siéndolo, están Sergio Morales Lazalde y Horacio González. En la escuela preparatoria Venustiano Carranza, de la que por entonces era director el doctor Carlos Montfort (y cuya hija Cristina, por cierto, casaría después con Alfonso Ramos Clamont, tío de Manuel Humberto) cursó su bachillerato. Recuerda de entonces al profesor Valadés y al “teacher” Barocio y a Leopoldo Villanueva, condiscípulo y uno de sus mejores amigos. Por ese tiempo estuvo en el Pentathlón que comanda-ba Federico Dingler, cuando también estaban el hoy licenciado Bernar-do Segura y Rodolfo Ruelas.

A los dieciocho años (en el año 63), con toda esta preparación a cuestas, se va a la capital del Estado y se inscribe en el Tecnológico Regional de Saltillo para seguir la carrera de Ingeniero Mecánico y se entrega a los estudios sin más distracción que la de hacer allá su servi-cio militar y su dedicación a los ejercicios del “tumbling” y la barra fija.

En cuatro años realizó la carrera y terminándola se fue a México a trabajar —lo haría en los Laboratorios Carnot—, donde poco tiempo después recibiría la noticia de que su señora madre había enfermado gravemente, lo que le hizo regresar de inmediato.

Su tío Alfonso había abierto para entonces con el nombre de “Baby” varios pequeños centros comerciales y lo invitó a colaborar con él como comprador. Poco después, en el 68, moreleando, como era costumbre en aquellos años, fue que los ojos de María de Lourdes Gon-zález Martínez y los de Luis Humberto se cruzaron y se flecharon de-jando el carcaj vacío de una vez para siempre; sin embargo, había que cumplir con ciertas costumbres, así que éste buscó hasta encontrarlo a un amigo mutuo que los presentara y comenzó un noviazgo que, a la vuelta de un año en el que de amigos pasaron a novios, determinaron casarse. Lo hicieron, formaron una familia de tres hijos: Manuel Hum-berto, el mayor, que hoy es arquitecto; Luis Eduardo, que siguió la ca-rrera de diseño gráfico y Lourdes del Carmen, que terminó la de diseño.

Page 448: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Treinta y dos años han cumplido de matrimonio y siguen hoy, tan ena-morados como el día que se dieron el sí frente al altar.

Se separó por un tiempo de su tío Alfonso (con el que volve-ría un tiempo después) cuando éste compró el negocio de los súper económicos, que poco después cerraría. En ese inter, Apolonio Si-ller le había vendido a crédito, con un enganche de dos mil pesos, un expendio; negocios que hasta entonces se habían distinguido por su lobreguez. Él transformó el suyo distinguiéndolo por su profusa iluminación. Le fue bien y lo mantuvo por ocho años, cerrándolo de una manera definitiva para dedicarse a la fabricación de nieve y pa-letas. Poco sabía de este negocio al principio, pero poco a poco fue aprendiendo lo que debía y consiguiendo valiosos asesoramientos, particularmente el del señor Antonio Uro, que en El Paso, Texas, era una figura destacada en este campo. Con el tiempo su producto fue destacando hasta alcanzar el lugar que por su calidad le corresponde, gracias entre otras cosas a su supervisión personal y a que adquirió los mejores equipos. Actualmente ha cerrado operaciones de maqui-naria italiana y está pensando en abrir otros puntos de venta además de los diez con que por ahora cuenta.

En 1991 construyó por el bulevar Constitución una serie de locales y como para entonces sus hijos todos estaban estudiando, María de Lourdes, su esposa, le dijo que no tener nada que hacer en la casa le ha-cía sentirse mal; que le separara uno de aquellos locales para ponerse a vender allí algo. Efectivamente, cuando estuvieron terminados ocupó uno de ellos y abrió una pizzería. Pero, pasaba el tiempo y no vendía nada, o muy poco, pero no quería cerrar y entonces Luis Humberto le preguntó que si de veras quería vender y ante la respuesta afirmativa, le dijo que anunciara que con cada pizza que compraran les regalarían toda la nieve que allí mismo pudieran comerse y que él le regalaría. Y así comenzó el éxito de aquel negocio que luego transformarían en el restaurante tan conocido hoy por los laguneros y que ya piensa en ins-titucionalizar, para en un futuro próximo estar en condiciones de con-cesionar, no sólo a otras partes de la república, sino al extranjero y traer con ello dinero de otras partes a La Laguna.

Todo esto se dice pronto, han sido años y años de aprender —reconociendo que su maestro, el que le enseñó lo que sabe de los negocios, fue su tío Alfonso Ramos Clamont— y de dedicarse a supervisar diaria y oportunamente su producción, para poder evitar descuidos que, sobre todo tratándose de sabores, todos pueden ser graves.

Page 449: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Gozando, como goza, diariamente de su trabajo, apenas si tie-ne tiempo para reponer las energías perdidas hasta que ya no puede ocultarlo a nadie, ni a sí mismo; entonces le gusta reponerlas visitando cualquiera de nuestras playas.

Por la laboriosidad de su vida dedicada totalmente a ofrecer a nuestra ciudad y a sus visitantes servicios, calidades, sabores y ambien-tes favorablemente memorables, Manuel Humberto Ramos Galeano indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 450: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Donaldo Ramos Clamont*118

Como muchas de las cosas que aquí se han hecho en el pasado y segu-ramente se seguirán haciendo en el futuro, el “PA-PRO” fue producto de la plática de dos amigos; en tanto bebían una de las primeras maña-nas del mes de enero de 1983, su acostumbrada taza de café.

La idea surgida de aquella plática cayó en el mejor de los espíri-tus, el de Donaldo Ramos Clamont, que ese mismo día se puso a traba-jar para hacerla realidad. Se trataba de un patronato que trabajara en beneficio de aquellos grupos asistenciales que ya lo hacían en provecho de nobles causas determinadas; es decir, se trataba de una verdadera cruzada de ayuda para quienes llevaban años trabajando para mante-ner con vida obras como: La Cruz Roja, La Casa de Beneficencia (hoy del Niño), La Casa del Anciano, etcétera, como un reconocimiento a su labor incansable.

No se pretendía resolver al cien por ciento los problemas de nin-guna institución asistencial, pero sí suavizarla y sobre todo reconocer su dedicación, fundando fideicomisos; que al mismo tiempo que les asegu-raran una cantidad mensual equivalente al setenta por ciento del produc-to del capital, fueran creciendo con la reinversión del treinta restante.

Se consideraba que una ciudad es la responsabilidad de todos sus habitantes, que no se puede vivir disfrutándola, sin participar de la solución de sus problemas; que Dios había creado el campo, pero que las ciudades tienen que ser hechas por todos sus moradores.

Donaldo Ramos Clamont era, sobre todo, un ejecutivo excepcio-nal. No creo que haya otro que tan eficazmente se hubiera servido del teléfono. Por él persiguió a todos sus amigos, hablándoles de lo que se pensaba hacer. No se le escapó ninguno. Un mes después —el 8 de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 30 de octubre de 1998.

Page 451: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

febrero del mismo año— en una cena organizada para el efecto, en el restaurante de lo que hoy es el hotel Plaza, con la asistencia del señor Licenciado José de las Fuentes Rodríguez (por aquel entonces gober-nador de nuestro estado) quedó fundado el Patronato Promotor de la Cultura y Mejoramiento de los Servicios Públicos y Asistenciales de Torreón A.C., conocido por todos como el “PA-PRO”.

A partir de entonces Donaldo Ramos Clamont entregó todo su entusiasmo y su tiempo a esta idea. Donaldo llegó a ser el “PA-PRO” por antonomasia.

Ese mismo año se hizo el primer sorteo, que fue a beneficio de la Cruz Roja. Los sorteos fueron la clave que hizo posible la fundación de los fideicomisos ofrecidos. Veintiocho en total, muy jugosos si se tienen en cuenta los grandes intereses que entonces producían.

Independientemente de lo anterior, el “PA-PRO” ayudaba con becas de pasaje y alimentación a estudiantes del campo que venían a la ciudad a recibir instrucción y algunos estudios. Donaldo sentía el su-frimiento del prójimo como suyo por lejos que estuvieran las víctimas.

El patronato, al que entregó sus últimos años, sigue viviendo hoy. De acuerdo con la situación de los tiempos actuales y las institucio-nes asistenciales, siguen recibiendo oportunamente su ayuda mensual del nuevo presidente del organismo, señor Lic. Antonio Burillo. Al morir Donaldo Ramos Clamont el 1º de noviembre de 1991, nuestra ciudad vio menoscabado su patrimonio humano. Definitivamente fue uno de Los Nuestros.

Page 452: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Oscar Ramos Clamont*119

Nació el 30 de octubre de 1921, cinco años después de que sus padres se cambiaron a Gómez Palacio y allá vivió los cinco años siguientes, con lo que su lagunerismo comenzó a hacerse en la casa de sus padres que estaba cerca del cine Unión, donde hoy está un banco.

Raúl Orozco y José Gonzáles fueron sus primeros amigos, hechos en la escuela Bruno Martínez, en la cual estudió hasta su tercer año; que repitió en la Nicolás Bravo, una escuela de religiosas, porque su señora madre lo quiso para que pudiera hacer su primera comunión. En 1930 ella se lo llevó a Matehuala S.L.P. con todos sus hermanos has-ta entonces: Miguel Humberto, Sergio, Donaldo y Rogelio, porque su abuela estaba muy grave. De heccho llegaron casi a verla morir.

En 1931 volvieron a Torreón y siguieron sus estudios en la escue-la “El Centenario”, siendo sus profesores María de la Paz Martínez en cuarto grado, Evangelina Castro en quinto y el profesor Pablo Durán en sexto, terminando este año con el profesor Francisco Durón por muerte del primero. Sus amigos en esta escuela, entre otros, fueron Juan Bernal Imperial, Lorenzo Rivas Torres, Agustín Galindo, Antonio Ruelas y Santiago Álvarez. Después de un razonable descanso fue ins-crito en la “gloriosa comercial” como suele llamar Mariano Barraza a la escuela de los Treviño, Enrique y Don Julián. A partir del primer día de clases Don Ramón Ramos Flores, padre estricto si lo hubo, pregun-tó a la hora de comer a Oscar a qué horas iba a salir por las tardes y contestándole éste que a las cinco, le dijo “a las 5:15 lo espero en el negocio”. Y desde entonces comenzó Oscar a trabajar en el negocio en el que su papá estaba asociado con Agustín Vázquez y Juan Agui-lera, conocido como AVYLPESA. Lavaba botellas, acomodaba produc-tos, limpiaba lo que había que limpiar, en fin era lo que entonces se llamaba chícharo y hoy milusos. Y aprendía, vaya si aprendía.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 28 de julio del 2000.

Page 453: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Entre el 37 y el 38 se recibió de contador privado y al día si-guiente de su graduación estaba donde mismo, pero ahora en la ofi-cina; hasta que un día le llamó su señor padre para preguntarle cómo se sentía para comenzar en ventas. Él le dijo que bien y para pronto le dieron un talonario de pedidos y lo mandaron a caminar las calles de Lerdo, Gómez Palacio y Tlahualilo; luego le agregaron Matamoros y Torreón, de tal manera que para que le alcanzara el día, tenía que salir a las 6:30 de la mañana de su casa.

Precisamente caminando las calles de Gómez Palacio, haciendo lo mismo, es decir, caminando por las de Santiago Lavín y Morelos fue que vio por primera vez, en 1942, a María del Carmen Leyva Fernández, de la que se enamoró. El noviazgo fue corto: un año; para Marzo del 43 ya estaba dando el sí definitivo. Al regresar de su viaje de bodas lo enviaron a la sucursal de San Pedro. Para 1944 regresó a la matriz y comenzó a vivir por la calle Galeana, entre la Hidalgo y la Venustiano Carranza. Formaron familia de diez hijos, hombres y mujeres, de todos los cuales se siente orgulloso por la laboriosidad, así como de los esposos de sus hijas.

En el negocio paterno aumentó su autoridad, era lo mismo agen-te de ventas que proveedor, supervisor y auditor. En 1964 le compró a AVYLPESA cinco negocios gracias a que su amigo Ramón Guridi Ala-triste le prestó 100,000 pesos, confiando en su palabra de que no le quedaría mal y efectivamente así fue, pues en año y medio le liquidó el último pago. Estos negocios los pasó a sus hijos en 1988.

Retrocediendo en el tiempo, en 1941 se dio de alta en el Pentat-lón como cadete. Al frente de este organismo estaban por entonces Federico Dingler, Rodolfo Ruelas, Miguel Arizpe, Fernando Arcaute, los hermanos Adame y los hermanos Medina. En este organismo Oscar al-canzó el grado de comandante de la Zona de Durango, que es el más alto en la jerarquía del Penta y que equivale a algo así como ser coronel en el ejército regular.

Aquí formó un equipo de tiro al blanco de ambos sexos con apo-yo del general Procopio Ortiz, comandante del 16º regimiento de caba-llería, quien les facilitó armamento y dotación de parque a condición de que le devolvieran los casquillos para que tuvieran un informe de su uso. Hubo una exhibición de tiro al blanco entre hombres y mujeres resultando éstas ganadoras.

Platicando con sus hermanos —todos eran de los que donde po-nían el ojo ponían la bala— decidieron formar un equipo que llamaron

Page 454: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“pistolas laguneras” y fueron tan buenos que llegaron a ser muy solici-tados por clubes y cámaras y otros diversos organismos para dar exhibi-ciones con fines benéficos. Hay que aclarar que por ello nunca cobraron un solo centavo y los viajes eran por su cuenta. Las exigencias del público los hacia inventar más y más números. Llegaron a tener catorce, dos de ellos tremendamente peligrosos: pensamiento mortal y el duelo. Uno comenzaba estando sentado, otros parados, pero en ambos dándose la espalda y tirando al voltear. Afortunadamente nunca les sucedió nada qué lamentar y aunque todo sucedía entre ellos nunca invitaron a nadie del público, no faltaba quién comenzaba a ofrecerse como blanco, por lo que comenzaron a pisar un terreno peligroso y decidieron retirarse.

La pasión de Oscar Ramos Clamont ha sido siempre servir a la Cruz Roja desde 1961, particularmente dentro del socorrismo. En aquel año su hermano el licenciado Humberto Ramos Clamont, su hijo de 5 años y su chofer Florentino Requejo sufrieron en la presa Lázaro Cárde-nas un terrible accidente en el que los tres perdieron la vida; los soco-rristas de la Cruz Roja de Gómez Palacio intentaron salvarles uno y otro día durante toda una semana, sin perder las esperanzas. Impactaron de tal manera a Oscar, que se prometió a sí mismo convertirse de allí en adelante en uno de ellos.

En febrero de 1962 se dio de alta como chofer de emergencia, prestando servicio invariablemente, los sábados por la noche. En 1966 fue invitado para hacerse cargo como comandante del cuerpo de so-corristas de la delegación de Gómez Palacio y a finales de ese año fue propuesto en una terna de tres candidatos: Jesús Reed, Antonio Luna y él resultando el elegido. En los años siguientes, teniendo ya cierta tra-yectoria en favor de la comunidad, durante la convención nacional en la ciudad de Mérida Yucatán, Oscar fue nombrado delegado estatal de la tercera región, que comprende los estados de Chihuahua, Durango y Zacatecas y la región lagunera de Coahuila y durante su gestión la pues-ta en servicio de las delegaciones en las ciudades de de Jiménez, Ca-margo y Delicias, del estado de Chihuahua y en el estado de Durango, la delegación en Ciudad Victoria y un puesto de socorros en el poblado de Ceballos; en el Estado de Zacatecas. Con la ayuda del General Fernando Pámanes Escobedo, Gobernador del Estado, construyó el edificio de la delegación, que prestó servicio en menos de un año. Aquí abrió prime-ro el puesto de socorros y después las delegaciones de Matamoros y Francisco I. Madero. En 1972, con motivo de un accidente ferroviario en la ciudad de Jiménez, Chihuahua, Oscar movió rápidamente a ocho socorristas, dos médicos y cuatro enfermeras en una ambulancia de la

Page 455: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

delegación de Gómez Palacio para prestar ayuda a las víctimas de aquel desastre, apoyados por las delegaciones de Gómez Palacio, Parral y To-rreón y por orden del gobernador de aquel estado, señor Licenciado Oscar Flores, pudieron dar servicio oportuno a más de 700 personas.

Su posición dentro de la Cruz Roja le ha dado la oportunidad de asistir a diversos tipos de servicio, algunas veces como presidente del consejo, pero las más como socorrista; siendo de destacarse la labor desarrollada en el macro sismo que en 1985 se suscitó en la ciudad de México, a cuyos trabajos de salvamento fueron de inmediato a apoyar Oscar, comandante del cuerpo, el segundo comandante, dos oficiales y tres socorristas; habiendo recibido al final del comité nacional de delegaciones y de la propia Presidencia de la República una mención honorífica por la labor desarrollada, particularmente por el hecho de haber estado a mil kilómetros de distancia del siniestro. Pero Oscar lo mismo que lleva hasta allá a los suyos, también está atento al llamado de auxilio de pequeños pueblos y ha ido con ellos a Rodeo Durango, o San Pedro Coahuila, cuando el río Nazas los ha hecho víctimas de sus fuertes avenidas. En 1973 fue designado consejero nación al y de 1990 a 1995 fue nombrado asesor y supervisor de socorristas en los estados de Coahuila y Durango. Durante veinte años de gestión en Gómez Palacio como Presidente del Consejo, logró con innumerables esfuerzos y economías formar un fideicomiso e hizo otras inversiones que entregó al Señor Roberto Leal, que le sucedió y al señor Gabriel Cornú, a cada quien en su oportunidad.

Su mayor orgullo es que hasta el momento todos sus gastos per-sonales y en ocasiones los de otros, con motivo de su servicio en la Cruz Roja los ha pagado siempre de su propio peculio.

Al cumplir el tiempo correspondiente se le dio el reconocimiento de Comandante General de Socorristas. También se ha ganado la Le-gión de Honor de la Cruz Roja, otorgándosele la Gran Cruz y en marzo de este año 2000 se le otorgó el Grado Venera del Comendador de la Orden de Honor y Mérito de la Cruz Roja Mexicana.

Oscar Ramos Clamont es el ejemplo viviente de un hombre que, tocado en un momento dado de su vida por la de otros, que no teniendo otra cosa que dar, dan sin restricciones, totalmente, su esfuerzo físico en aras del servicio a su comunidad, ofreció su vida para imitarlos a través de la Cruz Roja. Alcanzando en ella los más grandes reconocimientos.

Oscar Ramos Clamont es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 456: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Víctor Ramos Clamont*120

Propende Víctor Ramos Clamont al servicio social. No podía ser de otra manera con los apellidos que lleva.

La gente que lo conoce sabe que es cierto, como también es un gran hombre de negocios, en los que se mueve como pez en el agua, pero él se ha dado su tiempo para todo, aprendiendo a dosificarlo. Así, lo mismo lo ha tenido para trabajar en sus nogales, que en sus siembras de maíz, frijol o trigo; para platicar con sus amigos —cabe el estímulo de sendas tazas de café o si viene al caso, copas de un buen coñac—, que para cazar gansos, de lo cual es un entusiasta como debe serlo, quien en sus mocedades donde ponía el ojo ponía la bala, sin importar demasiado que se alejara el que sostenía en sus labios el cigarro que él iba a hacer volar con su disparo.

Y mírese lo que son las cosas: las puertas del servicio social le fue-ron abiertas por su pulso firme y esa su vista de águila. Resulta que dos de sus hermanos mayores, Sergio y Miguel, por ahí andaban en lo de tirar bien, de manera que casi sin darse cuenta, se encontraron forman-do equipo y dando exhibiciones para los amigos y de ahí a comenzar a ser invitados para darlas en beneficio de los templos, escuelas y otros organismos asistenciales, fue todo uno. Pero, como Víctor era el menor y además el más guapo (las muchachas dividían su opinión, unas decían que se parecía a Pedro Infante, otras que éste se parecía a él), acabó siendo la estrella del equipo; como no era pagado de sí mismo, tomó lo que quiso y se dedicó seriamente a trabajar, cosa que ha hecho toda su vida.

Nació en 1931 en Gómez Palacio, donde vivía entonces la familia Ramos Clamont. Tenía pocos años, tan pocos que no recuerda la fecha, cuando ya se encontraba viviendo en Torreón, donde ha vivido siempre.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 11 de febrero del 2000.

Page 457: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Entrando ya en los veinte años de edad, resulta que su suegro tuvo la gloriosa idea de cambiarse a la vuelta de donde los Ramos Cla-mont vivían y un día Víctor vio por primera vez salir de aquel domicilio a una linda jovencita y tuvo la premonición de que por algo el Señor la había puesto en su camino y el convencimiento de que no solo de tra-bajo vive el hombre y más cuando supo que su vecina se llamaba Gloria. La suya, nada menos. Se casaron en 1955 y han formado una hermosa familia con cinco hijos: Gloria Isabel, Víctor, Lorna, Alejandra y Javier.

En 1966 atraído por el trabajo del Club Sertoma que recién ha-bía aparecido en nuestra ciudad, se inscribió en él. Su personalidad y entusiasmo al cumplir todas las comisiones que se le encomendaban, hicieron que dos años después, en el 68, fuese elegido presidente del mismo y en el 72 ya fuera gobernador de distrito.

El trabajo de los Sertoma ha estado siempre enfocado a la niñez y ésta ha sido la inclinación constante de Víctor Ramos Clamont, así que constantemente impulsaba dentro de él diversas campañas a beneficio apoyado por aquellos esclarecidos Sertomas que fueron Chuy Rodríguez Astorga, Oscar Hernández, Armando Navarro Gascón Carlos Jalife, Luis Gonzáles Benítez... por citar algunos. ¿Qué no hicieron para allegarse fondos y ayudar a los niños en sus necesidades? Chago García se ponía al piano en maratones de 24 horas sin dejar la tecla y arrancarle las melo-días de moda al instrumento; en la Plaza de Armas, armaban una carpa y enterraban fakires por horas y horas y la gente hacía cola para ver aque-llo, pagando su entrada... en fin, la imaginación de Víctor no paraba.

Yo creo que desde entonces le vendrá la costumbre de escribir en

un cuadernillo —que yo he visto en el escritorio— cuanta idea se le vie-ne a la cabeza, por descabellada que de momento pudiera parecer, para adaptarla a las circunstancias de un día y llevarla a efecto. Pocos saben la cantidad de brillantes ideas que el hombre desaprovecha, por haber confiado en su memoria, que al cabo, salvo excepciones, no es infiel.

Para ayudar a los niños discapacitados promovió aquella recor-dada carrera de los cien kilómetros de Juanito Lara y para los de lento aprendizaje aquella otra para la que, con la valiosa cooperación de Ger-mán González, trajo de Monterrey a la famosa corredora Silvia Andonie

En 1972 salía Víctor del Banco de Monterrey y pasaba por la aveni-da Morelos frente al hotel que hoy es el Palacio Real y que entonces, po-siblemente, sería el Elvira, cuando se oye sisear; era la Señora Livas, quien hablaba y que, al irse acercando la decía a la persona que la acompañaba:

Page 458: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“este señor es la persona de la que hablábamos y que puede resolver el problema de la Cruz Roja”; luego, lo presentó a su acompañante, quien resultó ser el Dr. Senén González, jefe de las delegaciones de la Cruz Roja Mexicana.

Sucedía que la Cruz Roja tenía en aquel año un problema de disci-plina entre los socorristas que son un voluntariado. Víctor había estado por algunos años en el pentatlón, en el que el comandante Dingler le había habilitado como capitán 2º por su capacidad para dirigir grupos, infiltrarles el espíritu del cuerpo y disciplinarlos por convencimiento.

Como decía, los socorristas son un voluntariado formado por gente que trabaja o estudia y que tiene un verdadero cariño a la labor de la Cruz Roja. Se obligan a darle una guardia nocturna a la semana y el mayor castigo que puede recibir es que les nieguen hacer su guardia o varias. Para Víctor, que alguna vez había sido socorrista, entenderse con ellos fue fácil, así que no sólo arregló aquel problema con la valiosa ayuda del entonces subcomandante Carlos Jalife, sino que se quedó sir-viendo a la benemérita institución durante los siguientes cuatro años.

Había pasado mucho tiempo de aquellos afanes cuando un día Ja-vier Garza de la Garza, Irma Cornejo Cobián y el Arq. De Lara sorprendie-ron a Víctor Ramos Clamont y a Carlos Jalife invitándolos a cenar en tal día, a tal hora y en tal sitio. Se trataba de la casa de beneficencia, también conocida, o más conocida entonces como “El asilo”. Pasaba una mala ra-cha que se estaba haciendo interminable y que el consejo quería rehabili-tar o reconstruir. Para eso los querían, para que ayudaran a tal propósito.

Pero aunque los conocían y los sabían capaces, en realidad no ima-ginaban lo que esta pareja de laguneros habían crecido en el ejercicio del servicio social. Comenzaron por decirles que sí pero que el nombre de asilo debía desaparecer para siempre, que ellos ayudarían sí, pero para una Casa del Niño, no para una de beneficencia. El consejo estuvo de acuerdo, pero tragó saliva cuando Víctor y Carlos anunciaron: “y nada de rehabilitar. Hay que hacer una nueva. Y no aquí, en otro lado”.

A partir de ese momento Víctor y Carlos se complementaron. No pararon. Consiguieron nueve mil metros cuadrados, lo que triplicaba el espacio que hasta entonces había sido la casa de beneficencia, que entonces se venía abajo.

Mientras comenzaban a construir viajaron, fueron a conocer lo que existía en la república en esa clase de servicios. Visitaron el Hospicio

Page 459: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

(hoy Instituto Cabañas) en Guadalajara, que es algo que come aparte. A Chihuahua fueron a ver la granja. A Chihuahua también fueron a ver la gran familia de Mamá Rosa, demostración de lo que puede hacerse con ternura y recia voluntad de una mujer.

Todo ello sirvió para definir qué era lo que querían hacer; no lo

que podían, sino lo que querían, lo que era su sueño hacer. Víctor fue nombrado director del comité de construcción, encargado de reunir los fondos necesarios. Inició y sostuvo aquella sonadísima campaña, inde-pendientemente de visitar empresas laguneras que, como siempre, se portaron con la generosidad que los distingue; pidió a los amigos de cuyas respuestas siempre ha estado orgulloso y por último, recurrió a quienes no conocía y conoció y le respondieron bien. Se vendió, claro, la casa de Allende e Ildefonso Fuentes, para iniciar esta hermosa casa; que proporciona a quienes allí viven, no sólo un techo y una mesa, sino también una disciplina y aprender a ser responsables de lo que hay en sus habitaciones y que puede decirse son las de un hotel para menores.

La casa del niño se inauguró en 1983. Tiene personas ayudando a que cientos de niños se salven de rencores contra la sociedad, a que amen a la vida y a la comunidad y a que mañana sean hombres de bien para beneficio de nuestra ciudad y de México.

La casa del niño es una de tantas obras que en nuestra ciudad han hecho posible hombres de corazón generoso que se desbordan para paliar el sufrimiento de los menos afortunados; es, también, la obra que debe conocerse, si no por otra cosa, por curiosidad, por ser nuestra y debemos conocer lo nuestro para sentir justificadamente or-gullo por nuestra ciudad.

A los sesenta y nueve años de edad y los que le faltan de ser útil, Víctor Ramos Clamont debe sentirse satisfecho de su hoja de servicio a la comunidad, que le hacen justificadamente uno de Los Nuestros.

Page 460: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Revuelta Maza*121

Cuando se va al aeropuerto (al que hoy se va más que antes a pesar de la crisis, o a lo mejor por ella), al tomar la Calzada Ávila Camacho se ve una larga barda que se interrumpe por una puerta que da entrada al san-tuario de don José Revuelta Maza, Don Pepe, San José de las básculas de precisión y el ganado con pedigrí que da culto diariamente al trabajo.

Perseguidor incansable de la perfección en todo lo que hace, su laboriosidad perseverante le ha hecho posible acercarse lo más que se puede a ella. De allí que la calidad de sus productos y esa imagen de pres-tigio que le facilita exportar con facilidad, despierte lo mismo en Nortea-mérica que en Centro y Sudamérica la mejor idea sobre Torreón.

Si Zamora, según dicen, no se hizo en una hora, ninguna empresa se crea tampoco un prestigio en poco tiempo. Se necesitan años de ferviente y férrea entrega para lograrlo. A la suya, don Pepe le ha entre-gado su vida desde que llegó a nosotros desde su nativa España. Y lo que hoy vemos es el resultado de tan incondicional consagración.

A pesar de su crecimiento, todavía en Torreón nos conocemos to-dos, algunos desde lejos, como se suele decir para señalar que todavía no se ha sido presentado con otro.

Desde lejos pues y de oídas, yo conocí primero a don Pepe y le admi-raba por su entrega a lo suyo, su austeridad y su noble ambición de crecer.

Un día Don Pedro Rivas me lo presentó con motivo de aquel de-seo de tener una Universidad de La Laguna, que a tantos laguneros in-quietó. Mi entusiasmo creció al platicar con él y conocer sus puntos de vista sobre la vida, el trabajo, los negocios, el tiempo, la comunidad, etcétera. Puntos de vista personalísimos, frutos de su experiencia.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 23 de octubre de 1998.

Page 461: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Don Pepe es un sí o un no; enemigo de los titubeos, los inde-cisos se le indigestan y en alguna ocasión, en una reunión fuera de nuestra ciudad, he atestiguado cómo, desesperado, dio un puñetazo sobre el escritorio del otro buscando el compromiso. El golpe, cuan-do menos a mí, me resonó como dos cañonazos de entrada y salida de la obertura de Tchaikovski “Obertura 1812”... sorprendido el otro, claudicó.

Pero los hombres de acción como don Pepe consideran natural todo lo que hacen. Niegan con terquedad tener mérito alguno, como si las cosas se dieran por sí solas, como si las grandes y sólidas empresas creadas por su ingenio y su dedicación surgieran así como así, por gene-ración espontánea y, sin cualidades, pudieran ser alcanzadas por cual-quiera. Lo peor no es eso, sino que a través del tiempo ellos han sido tan insistentes en su actitud, que sus conciudadanos acabamos por ver-los como convencidos de que tienen razón, olvidando el beneficio que sobre nuestra ciudad derrama su sostenido brío y la valiosa dádiva de su tiempo a las diferentes agrupaciones a que pertenecen.

Optimista empresario, infatigable en su trabajo, sereno frente al riesgo, entusiasta de la idea de la producción y la educación, los dos pilares que habrán de labrar ese porvenir magnífico que México se me-rece, indudablemente José Revuelta Maza es uno de Los Nuestros.

Page 462: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Erwin Reuter Santos*122

Hay hombres que tienen la suerte de nacer en el tiempo exacto; son hombres nacidos para ganar batallas, pero no en los campos, sino en los corazones de sus semejantes por su comprensión al prójimo, por su diligencia en el servir, por su lealtad a los amigos, por toda generosidad a su alcance, por su amor al deporte cualquiera que éste fuera. Uno de estos hombres fue Erwin Reuter Santos. El centro del mundo de este hombre era una pelota, de voli, de basket, de fut, de tennis, de beis... de lo que fuera, al que se agregaban cañas de pescar, los altos trampo-lines de la natación y los autos propios para los arrancones.

Erwin nació en la ciudad de Monterrey el 16 de febrero de 1960, destinado a morir en plena juventud, haciendo siempre el bien y lu-chando por él, prefiriendo un modesto vivir y sintiendo asco por los despotismos. Nació, recuerda su madre, con el don de una sonrisa y una alegría contagiosas porque siendo extravertido, su voz y su risa las compartía a diario, donde estuviera, dentro de su casa o en la calle.

Sus padres fueron Juan Reuter Flores y Alicia Santos Acevedo. Él, lagunero de Torreón, ella de Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Don Juan trabajaba para Pemex en Monterrey y ellos vivían en Sabinas Hidalgo.

Como ella tenía familiares en la Ciudad de México, tres o cuatro veces al año iban a visitarlos, prefiriendo fechas memorables, por ejem-plo, las fiestas patrias. Aquellos tíos de Erwin vivían cercanos al Zóca-lo, así que, sin esforzarse mucho les era fácil alcanzar sitio frente a la puerta de Palacio y así, aquel 15 de septiembre al llegar el presidente López Mateos a su primer grito en 1965, Erwin de cinco años armó tan-to alboroto cuando entraba, con sus gritos de ¡Viva México!, que el pre-sidente no pudo menos de notarlo y, al bajar de su automóvil se vino y sonriente llevó la mano a la cabeza del niño, le alborotó el pelo y saludó

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 20 de abril del 2001.

Page 463: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

a su madre y a sus tíos. Ese mismo año se presentaba en la Ciudad de México, en el Estadio Nacional un famoso espectáculo de patinadoras sobre hielo, que dentro de su programa incluía un hermoso número en que imitaban una corrida de toros y lo mismo, según se desarrollaba, Erwin comenzó con unos ¡olés! que su potente voz hacía audibles a lar-ga distancia, por lo cual fue muy festejado por el público.

En la escuela Manuel M. García de Sabinas Hidalgo cursó hasta su tercer año; en 1969 se cambiaron a Torreón y aquí acabó la educa-ción en la escuela “Centenario”, donde hizo amigos de toda su vida a los hermanos Lazalde, a Alejandro Martínez, a Homero Farías y Fran-cisco Rodríguez, entre otros. Como él vivía en la esquina de Allende y Treviño, la secundaria y su bachillerato los hizo en la Escuela Sámano, de cuya banda de guerra fue comandante. De oído tocaba la guitarra participando en varios concursos de guitarra y daba clases de banda en varias escuelas como la propia “Centenario”, la “Benito Juárez”, la “Dr. Salk” y otras más.

Por aquellos tiempos se hizo de su primera mascota, un perro gran danés, que llevaba a todas partes. Comenzaba a participar por en-tonces en campeonatos de karate, voli, basket, squash y carreras de carros, pues su papá le había regalado uno de medio uso, que fue su pri-mer carro y el que lo inclinó a esa actividad. Asimismo un amigo de más edad que lo estimaba mucho: Vicente Díaz lo invitaba a pescar y bucear por el Cañón de Fernández cada vez que podían. Por ese sitio, en un par de ocasiones tuvo la oportunidad de salvar de morir ahogadas a algunas personas, cosa que también pudo lograr con accidentados en carreras automovilísticas.

Al terminar su bachillerato se decidió a estudiar educación física, para lo que tuvo que ir por un tiempo a la Ciudad de México, donde estuvo tomando cursos intensivos hasta que aquí en Ciudad Lerdo se abrió la Escuela de Educación Física, donde la estudió y se graduó en el año 83 como integrante de la primera generación. Para entonces ya era cinta negra en Tae Kwon Do.

En un momento dado de su vida Erwin y su mamá tuvieron que hacerse cargo de la familia, para que sus hermanas Ingrid y Adrid pu-dieran seguir estudiando, lo cual hizo buscando la manera de alargar sus horas de trabajo para duplicar o triplicar sus entradas. Como pro-fesional trabajó de instructor de natación en el Campestre Torreón. La natación, por cierto, le ofreció la oportunidad de ir a competir a Cuba. Después de eso se convirtió en maestro de gimnasia olímpica.

Page 464: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El deporte le hizo conocer a la diseñadora gráfica Adriana Ro-mán Adame, que al mismo tiempo también, es una gran basketbolista y amante del deporte en general. Como ambos eran muy buenos en ese campo, en varias ocasiones, con motivo de competencias de sus equipos se encontraban viajando juntos para jugar en otras ciudades del país y eso les fue acercando cada vez más. Total que un día tuvieron que aceptar que estaban hechos el uno para el otro, fueron novios y se casaron el 21 de febrero de 1986 y aunque sea difícil creerlo, preci-samente el día de su boda, unas horas antes jugaron ambos un juego de compromiso de basket, llegando cada uno a su casa con los minutos contados para arreglarse e ir a su propia boda.

El 20 de marzo de 1989 les llegó su primogénito y único hijo: Erwin, que hoy tiene 12 años y goza de una beca en la UAL, donde su padre fue primer coordinador deportivo, hasta el término de su carrera. Precisa-mente el 6 de abril de este año, en reconocimiento de la magnífica labor que Erwin Reuter Santos hiciera como defensor de la Universidad a tra-vés del deporte, la Universidad Autónoma de La Laguna con motivo de la inauguración de sus canchas, colocó en un sitio principal de ellas, una placa a la memoria de Erwin Reuter Santos.

Ocurrió que el padre de Erwin había sufrido un infarto y duran-te su hospitalización la familia se turnaba para su cuidado. Como de costumbre, el hijo se ofrecía para que su mamá o sus hermanas dismi-nuyeran su tiempo, cubriéndolo en su lugar, así hasta el día que dieron de alta a don Juan. Tres días después de esto, el profesor Pedro Rivas Figueroa, Rector de la UAL, celebraba su cumpleaños y Reuter lo acom-pañó en la reunión que se le ofreciera con tal motivo. Al salir de allí se fue a preguntar a su cuñado que le estaba componiendo un equipo de sonido cómo iba y éste le dijo que ya estaba listo y que había quedado muy bien, que valía la pena que se comprara el disco tal para probarlo, que lo vendían en el negocio cual, que todavía alcanzaría abierto, pues cerraban a las ocho, quedaba cerca y lo alcanzaría abierto. Lo aconte-cido después me recuerda una narración de Thornton Wilder en su li-bro El puente de San Luis Rey, en la que este puente se cae y como consecuencia mueren cinco personas, lo que hace que Fray Junípero se pregunte por qué ellas y no otras. “O bien vivimos y morimos por un azar, o bien morimos con arreglo a un plan”. ¿Cómo puede explicarse

Page 465: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

la muerte de personas que unos segundos antes se ven perfectamente saludables? Cada vez más, creo que nuestra vida depende de la misión que traemos a este mundo. Hay vidas cuya misión no puede desarrollar-se sino lentamente, en cambio otras como las de Erwin que, al parecer estaba destinado a enseñar como, por una parte y por la otra, la más constante, en la que no descansaba y cumplía ampliamente a diario es la de hacer felices a las personas que se movían en su entorno, fami-liares, amigos, compañeros y hasta desconocidos. Cotidianamente se daba a los demás.

Así aquel día 1o. de octubre de 1991, Erwin llegó justamente un minuto antes de que aquel negocio cerrara y que en ese momento es-taban asaltando; el ladrón, al verlo entrar, se convirtió en asesino para poder salir y huir. Nunca lo aprehendieron. Una vez más el destino se cumplía.

Pero en su corta vida en nuestra ciudad, veintidós años, nueve menos de los que tenía al morir; por su ejemplo a la niñez y a la juventud, conservándose libre de todos los vicios por su entrega al deporte, que le proporcionaba en cambio una mente sana en un cuerpo sano, por su calidad humana demostrada una y otra vez, por los buenos recuerdos que de él tienen todos los que tuvieron la oportunidad de cruzarse en su vida, Erwin Reuter Santos es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 466: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ramón Reveles*123

Hay gente que tempranamente sabe para qué ha venido al mundo. Ale-jandro, a quien, chamaco todavía su padre —Filipo de Macedonia— un día le aconsejó que se buscara un reino a su medida porque “Macedonia le iba quedando chica”; Mozart, uno de los grandes de la música, quien desde niño podía tocar al piano todo lo que oía; Balzac, de quien Zweig relata que en una foto de Napoleón que tenía sobre una mesa había escrito: “Todo lo que tú conseguiste con las armas yo lo conseguiré con la pluma”; Caruso, que gracias a un queso que su familia, quedándose sin comer, envió con él a regalar a otra que le hacía favores, ésta des-cubrió lo bien que cantaba y gracias a la ronquera de un tenor titular y la borrachera del suplente (aunque él estaba en la misma condición), pudo darse a conocer en un teatro. El director lo quiso sacar, pero el público lo exigió gritando: “¡que cante el borracho!”. Son muchos los que llegan al mundo con facultades innatas para resolver problemas, o son muchos a quienes no les importa lo que van a ser, lo que sabían desde siempre, como Ramón Reveles Prieto, nuestro pintor, que como dice el folleto correspondiente (con motivo de la inauguración de la ex-posición de sus cuadros que tuvo lugar en el auditorio Santiago Garza del Tecnológico de la Laguna), que Reveles comenzó el día mismo que tuvo entre sus manos una caja de colores.

Ramón Reveles Prieto nació el 12 de diciembre de 1933 en la le-janía ciudadana de la avenida Hidalgo y calle doce. Alberto Reveles de Hidalgo y ¿? Prieto de Aguascalientes fueron sus padres.

Su niñez fue difícil, en su hogar había carencias. Cursó la prima-ria en la Escuela Apolonio Avilés, donde cursó hasta quinto año y de una forma u otra pudo terminar su secundaria. Entre tanto, dibuja y pinta todo lo que ve, resolviendo problemas artísticos intuitivamente, sin tener profesores, solo, como Dios le dio a entender; esforzándose,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 28 de enero del 2000.

Page 467: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

descubriendo, aplicando sus estudios según los iba encontrando y no olvidando esto mientras trabajaba como pastor (¿también el Giotto?) o lo que fuera, en los paisajes más cercanos a la ciudad, pues su padre le había dicho muy claro que no estaba dispuesto a hacer de él un vago, así que tenía que conseguir cincuenta centavos para los gastos de la casa, que no eran poca cosa entonces.

A los quince, queriendo gozar de mayor libertad, se escapó de su casa. En el carro de San Fernando, a ratitos a pie y a ratitos andando, se fue por allí rumbo a Allende, sobreviviendo como pizcador de nogales, mientras se llenaba sus pupilas de brillantes colores, de alboradas y de las figuras de animales domésticos. Andaba así hasta que un día trope-zó con un par de novilleros que hacían la legua por esos pueblos, to-reando becerros y novillos en plazas improvisadas, todo por practicar sus suertes. Con ellos regresó a Torreón después de haberse ido de ahí.

El problema nuevamente, era qué hacer con el tiempo. En la escue-la la materia que más le había gustado era geografía, de ahí su espíritu andariego, que le gustaba tanto. Probó leer libros pero pocos terminó, que no fueran manuales, estos sí, de los que fue asiduo, porque como estaba dotado de cierta destreza, en ellos siempre encontraba qué hacer con sus manos.

Se metió de aprendiz de sastre, donde conoció a Enrique Wong y a Leonardo Campos, novillero este último que acabaría de picador. Creyó haber llegado a descubrir lo que quería. Sentía el toreo profun-damente por todo el cuerpo, con su corazón y con su espíritu. Lo siente así cuando pinta sus cuadros taurinos. Inclinándose cuando pinta un pase por alto de Procuna, un natural de Lorenzo, la verónica de Solórza-no, el trincherazo de Silverio y en fin, cualquiera de las suertes que sus pinturas repitieron del toreo.

Pasaba el tiempo, practicaba todo lo que podía en la alameda, en el estadio, en la propia plaza de toros con Wong, con Campos, con Ce-cilio y con muchos más que por entonces andaban tras lo mismo, pero se daba cuenta de que algo no tenía, de que algo le faltaba para dar un primer estirón que auguraba era necesario para convertirse en torero de verdad; así que reconoció que aunque parecía y le gustaba, no era aquel su camino. Afortunadamente nunca dejó de practicar ni el dibujo ni la pintura, en la que se sentía plenamente realizado, pero de la que no había pensado poder vivir. Claro que no faltaba quién le dijera que qué bien lo hacía, pero no eran opiniones de pintores ni de autoridades en la materia, así que sonaba bien el halago, pero nada más.

Page 468: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sucedió entonces, que durante la presidencia de Juan Abusaid Ríos, aquí se llevó a cabo una exposición del magnifico pintor Pancho Flores. Reveles, que lo conocía por las revistas, carteles y aún boletos taurinos y una que otra de sus obras, aprovechó la oportunidad y fue a admirarlos en la exposición. Y aquella fue su gran revelación. ¡Eso, pre-cisamente, era lo que él quería ser y ninguna otra cosa! Pintor taurino y luego, todo lo que de ello viniera.

En cuanto regresó a su casa, se puso a pintar horas y horas, diaria-mente. El ser autodidacta de la pintura, el haber inventado sus propias reglas, no tener influencias de otros pintores, aunque sí de pintores taurinos ¿cómo poder escapar en aquellos tiempos a la de Ruano Llo-pis? Todo eso le sirvió para buscar soluciones sencillas a sus problemas, lo que le dio por otra parte una mayor rapidez a su creatividad.

Un día un señor llamado Cruz Ortiz, sargento retirado del ejérci-to, que vivía por el rumbo del viejo aeropuerto y que había visto algu-nas de las cosas que hacía, le pidió un cuadro. Cuando se lo llevó, dos o tres días después, le gustó y le preguntó por el precio. Para Reveles contestar la pregunta era más difícil que pintar, así que le dijo que le pagara lo que él creyera que era justo. El comprador le pagó treinta pesos. Los primeros que ganaba pintando y que en aquellos años eran algo. Sus amigos le insistían en que se fuera a México a dedicarse a pintar. Acabó por irse. Allá fue un solitario desconocido que llegó a co-nocer a mucha gente de todos los niveles y vivir de lo que pintaba, pero que no recibía un declarado reconocimiento de los pintores. A veces tenía que trabajar para otros, como para ¿Valdosera?, que entonces era el modisto de moda, diseñando para él. Producía como un loco. Llegó a hacer diez cuadros en un día y nada. Alguien que había llegado de allá, le dijo que en Japón, en Calcuta, en Corea había visto sus pinturas.

Un tanto cuanto decepcionado se fue a Tijuana, donde vivió por veintiún años. Hoy tiene allá casa, lo mismo que en San Diego, pero sus primeros días fueron tristes y dolorosos, llegando a conocer el hambre. En alguna ocasión llevaba varios días sin comer y para poder hacerla se contrató en un trabajo de cargador, moviendo y arrastrando cargas pe-sadas. En eso llevaba toda una mañana y de tanto hacerlo le sangraban las manos. Para hacerlo menos doloroso, se rompió los faldones de la camisa y con ello se enredó las manos, pero ni así. En un momento sin-tió una gran sed y pidió permiso para ir a beber al otro lado de la calle, al hipódromo Juan Alessio Robles. El capataz de aquella obra, mientras lo hacía, observó las manos y le preguntó qué le había pasado y cuando se lo dijo, le preguntó en que trabajaba normalmente, que sabía hacer,

Page 469: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

él le dijo que pintar, que era pintor. Coincidentemente, varios pintores estaban decorando algunas paredes del edificio y el capataz le pregun-tó si podía pintar cosas como ésas; contestó que sí. Aquel hombre le preguntó que si le gustaría probar y ante la respuesta afirmativa le dijo que copiara en aquella pared un original que le entregó en el acto. En dos horas bajó para reportarle que ya lo había hecho, que podía ir a verlo. Y así era, en efecto, de lo que se quedó sorprendido el capataz, pues los otros pintores le tardaban dos o tres días para hacer aquellas figuras. Le propuso el trabajo a lo que Reveles le dijo que primero tenía que terminar su tarea para cobrar y poder comer. “Qué cobrar, ni qué cobrar”, le dijo el capataz. “Déjalo así, toma veinte dólares, ve a comer y a descansar y mañana por la mañana vente a trabajar”. Corría el año 56 y su suerte comenzó a cambiar.

Ya con trabajo seguro volvió a pintar en su tiempo libre. Se am-bientó con el ambiente taurino de aquella plaza, en la que conoció a todos los grandes toreros que iban a torear allá, entre los que hizo mu-chos y muy buenos amigos a los que comenzó a pintar. Poco a poco sus cuadros taurinos le fueron abriendo camino, lo mismo que los retratos, que son muy fieles y tienen mucha fuerza, pues es un gran retratista. Como suele decirse, sus retratos hablan. Me dice que, al principio, solía hacer primero el cerco de la cara, pero que le costaba mucho trabajo acomodar los ojos, la nariz, la boca, por eso comenzó a hacer primero los ojos y a partir de ellos, todo lo demás lo hace de manera más fácil. Una de sus cualidades es la gran rapidez con la que trabaja, la otra es que puede hacerla platicando con sus amigos o frente a cualquier pú-blico sin que por ello pierda concentración en lo que está haciendo. Habiéndose hecho casi solo, sus influencias son mínimas; tampoco ha leído mucho sobre los pintores. En alguna ocasión Zabludowski le invi-taba con insistencia a que se presentara en uno de sus programas de aquel momento, en el que se tenían entrevistas con y sobre los pintores y se lo dijo: “No es que no quiera; no debo presentarme en su programa porque en algún momento se hablará o discutirá sobre pintores y sobre escuelas y no sé nada o, sé muy poco sobre unos y otros. No quiero hacerle quedar mal a usted, ni ponerme yo en ridículo”.

Tiene, me dice, una gran facilidad —su propio sistema— para encontrar con rapidez los colores complementarios, sin necesidad de recurrir al sistema cromático utilizado por la mayoría de los pintores. En alguna ocasión concurrió a un curso con el pintor Alex Duval. Éste le reconoció y le dijo que qué estaba haciendo allí, que él no podía ense-ñarle nada. Reveles le dijo que sí, que lo que le iba a preguntar era cómo cobrar, cómo poner precio a sus cuadros sin que le quedara la duda de

Page 470: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ser justo. Siguieron platicando y, al final, Duval le aconsejó que quitara de su paleta el color blanco, lo que hizo desde ese mismo día.

La tarde se acababa, el día anterior se había suspendido nuestra cita por haber tenido que viajar nuestro pintor a Monterrey en un viaje urgente y ahora me anunciaba que mañana o pasado saldría a México, pero que volvería. En el momento de despedirnos me regaló un folleti-to que él llama su acordeón, que es una impresión de los diez murales que Reveles realizara y que se pueden admirar en la plaza más grande del mundo: la “México”.

Esto y más es Ramón Reveles Prieto, pintor que ha paseado con orgullo el nombre de México y el de Torreón en cada exhibición de su obra en ciudades como Madrid, Bruselas, Nueva York, Los Ángeles, Uni-versidad de Yale y América del Sur.

Por todo lo cual es un significativo hombre de Los Nuestros.

Page 471: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Carlos Reyes Arriaga*124

Hijo de Vicente Reyes y Rita Arriaga, don Carlos Reyes Arriaga, como aquí fue llamado siempre (su seriedad, su sentido de responsa-bilidad suplían los años que recién llegado a La Laguna le faltaban), na-ció el 5 de noviembre de 1900; en Zacatecas, Zacatecas (lugar donde abunda el zacate), que por tiempos de la conquista formara parte de la Nueva Galicia.

El 8 de septiembre de 1546, día de la natividad de Nuestra Seño-ra, Juan de Tolosa, que andaba con la idea de irse al Perú para enrique-cerse guiado por un aborigen que le había dado una piedra que parecía tener algo, dio con Zacatecas y se olvidó de los incas. Lo demás es his-toria. Lo importante es que en esa ciudad que levantó aquella gente fundadora que luchó contra todo sin desmayar, vio la luz primera don Carlos y aquellas calles que suben y bajan y aquellos edificios de cantera (San Francisco, San Agustín, Santo Domingo) y aquel espíritu indoma-ble nutrieron el suyo.

Los zacatecanos se declararon anti-porfiristas desde 1898 y ya para 1909, cuando don Porfirio pasó por aquella ciudad rumbo a su en-trevista con William H. Taft, presidente de Norteamérica, los barreteros de las minas le apedrearon el tren. Ya para 1902 se coordinaban esfuer-zos en contra de don Porfirio. Esto es necesario anticiparlo porque fue-ron los motivos que hicieron salir a los Reyes Arriaga de su tierra.

Como la mayoría de los niños, a los seis años el pequeño Carlos comenzó a estudiar en la escuela más próxima a su hogar; sin embargo, la vida no era lo tranquila que lo había venido siendo, se había vuelto inquieta y se había comenzado a hablar con calor de un tal Madero que, a su vez, decían que exigía elecciones. Estas inquietudes en un momen-to dado hicieron que se cerraran las escuelas y el pequeño Carlos, que

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 1 de febrero del 2002.

Page 472: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

apenas cursaba tercer año, se encontró un día con que no tenía que asistir y lo que era peor, sin saber cuándo se volvería a abrir. Dándole tiempo al tiempo, su padre (que trabajaba en la Recaudación de algo así como de visitador de las del Estado) decidió que para que no cayera en la tentación de la vagancia, mientras se abría de nuevo la escuela le acompañara en aquellos viajes. Su hijo andaba entonces por los nueve años.

Para el pequeño Carlos aquellos viajes fueron muy formativos: conoció casi todos los pueblos importantes del Estado, algunos veni-dos a menos, pero cuya grandeza antigua la atestiguaban viejos ca-serones; conoció a muchas personas al trasladarse de un sitio a otro, compañeros de viaje; conoció a muchos empleados y recaudadores de otros lugares, pero sobre todo, platicó mucho con su señor padre o le escuchó hablar sobre diversos temas. Total que de estudiante de ban-quillo pasó a ser estudiante del paisaje y de la vida, de las experiencias de los demás. En un momento dado, apenas saltados los diez años, aca-so a los doce, se encontró empleado, primero en Concepción del Oro y luego en Pinos, Zacatecas, en plena sierra.

En 1915 a sus padres ya se les hizo difícil seguir viviendo por allá y, como muchos de sus paisanos, decidieron venir a probar suerte a La La-guna, animados por el tío Eraclio que ya tenía un tiempo por acá y le iba bien administrando una importante algodonera gomezpalatina. Vivía, por lo tanto, en Gómez Palacio y a su casa llegaron los primeros días. En La Laguna, claro, no podía escapar a la tierra y entre otras cosas que an-tes hiciera, un día, revestido de valor y de sueños, se metió a agricultor como aparcero, rentando un pedazo de tierra por Santa Clara al que lla-mó “Santa Elena”. Como todos ellos —los agricultores— tuvo tiempos buenos y malos, hasta que llegaron los peores con cara de plaga. Ella le arrebató casi todo lo que la tierra le había dado, pero le dejó incólumes el valor y sus sueños, dándole por otra parte, experiencias que le iban a ser de gran valor para su futura actividad definitiva de banquero.

Ya para entonces don Carlos, como comenzaba a ser llamado por sus conocidos laguneros, había conocido a Carmen Pérez de la Cruz, nacida en Dolores Hidalgo, Guanajuato en 1903 y a quien su mutuo des-tino había movido —como a él— de su lejano estado para que aquí se relacionaran y casaran, cosa que hicieron en 1922, a escondidas, como solía hacerse entonces por el problema religioso existente. Fruto del matrimonio de don Carlos y Carmelita fueron once hijos: María del So-corro, José Víctor, Carlos, Fernando, Rita, Luis, Ernesto, Ricardo, Virgi-nia Alicia, Lili y César.

Page 473: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

No pudiendo por lo pronto seguir sembrando, aprovechó un tra-bajo de administración que Sulfatos de Viesca le ofreciera en ese enton-ces tan oportunamente en su oficina y que le cayó como anillo al dedo.

Dicen los ingleses, que de esto saben un rato largo, que a quienes Dios o el destino les encomiendan una misión en esta vida, les dotan al nacer de todo lo necesario para llevarla a cabo. Y solamente así es creíble la increíble vida de don Carlos Reyes Arriaga. Interrumpida su educación en un escaso tercer año de primaria no terminado, aprendió de todo lo que veía, oía, leía, experimentaba y fue uno de los pocos hombres que fueron capaces de aprender en cabeza ajena. Nada que pasaba a su lado pasaba en balde. Fue provisto al nacer de inteligencia clara, de talento, de sensibilidad, de comprensión, de buen gusto en el vestir, entendiendo que si el hábito no hace al monje sí lo ayuda en su trato con los demás como muestra de respeto a quienes lo merecen y haciéndose respetar por todos. Amante del orden, ello le daba el res-paldo de tres grandes servidores que nunca le fallaron: la voluntad, la atención y la constancia. Sin estudios especiales, pudo, por ejemplo, aceptar al principio trabajos que incluían el saber escribir a máquina y que hicieron famosas la redacción y pulcritud de sus cartas.

Lo del buen vestir que decíamos le venía a los Reyes de familia, por ejemplo de otro tío, Simitrio Reyes Leo, quien año por año iba a la Feria de San Marcos pero no como todos, él iba vestido de charro y no de banqueta, como se dice, de los que no saben cómo lucir esa prenda con naturalidad, porque no lo son; él lo era y respetaba el traje de cha-rro y su orgullo era su sarape al hombro, que hiciera el movimiento que hiciera, se mantenía como si estuviera pegado a él. A la feria se iba de aquí en tren y en él llevaba a su caballo.

Don Carlos no iba a la feria, pero sí tenía —heredada de su mamá— la devoción de ir a San Juan de los Lagos, lo mismo que la de armar un gran nacimiento para Navidad. Aunque en Viesca vivía bien y en Sulfatos había progresado, Torreón, “La Perla de La Laguna”, le llamaba. Por su parte, él estaba seguro de que era capaz de desempe-ñar cualquier puesto importante en los nuevos bancos, cuya apertura estaba propiciando la bonanza algodonera, así que un día se resolvió a solicitar un puesto en el Banco Algodonero Refaccionario, S. A. La gran pregunta era con quién hablar para no dar un paso en falso.

Los Consejos de Administración de entonces estaban integrados por los señorones de la época, la mayoría puros “self-made”; por ejem-plo el del “Algodonero Refaccionario” era éste: Presidente, Mario M.

Page 474: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Blázquez; vicepresidente, Carlos Franco Armendáriz; tesorero, Fernan-do Rodríguez; 4º Vocal, Manuel Torres Sánchez; 5º Vocal, Alberto E. Ro-dríguez; 6º Vocal, José Fernández Madrazo; 7º Vocal, José F. Ortiz. los que de suplentes llevaban... el presidente a: Gustavo Díaz de León; el vicepresidente a Pedro Franco Armendáriz; el tesorero a Manuel Ante-ro Fernández; el 4º Vocal a Emilio Torres; el 5º Vocal a Mariano Peña; el 6º Vocal a Eduardo Rivas: el 7º Vocal a Francisco L. Venegas. Siendo los comisarios: Alfredo Gámiz y Fernando Rincón G., cuyos suplentes eran Eduardo González Fariño y Julio Ugarte.

Para no andar por las ramas, don Carlos se fue a ver al señor Bláz-quez el año de 1935; con tan buena suerte que ese año y en aquel banco comenzó su carrera sin prisas pero sin descanso, partiendo del puesto de ayudante de cajero cuando la gerencia del banco la desempeñaba don Pedro Torres Sánchez y ascendiendo por sus pasos contados, sin favoritismos, con lealtad a la institución y entrega absoluta a sus tareas, a los siguientes: cajero, contador y gerente.

No hay que olvidar que a todos estos puestos llegó con sólo un tercer año de primaria sin terminar, así que el esfuerzo de don Carlos es admirable por donde se le vea, razonador e interrogante. Ambas cosas, además de su gran sentido de responsabilidad, lo hicieron salir adelan-te; porque no sólo hace falta entender, también cumplir.

Pasaban los años, él no los sentía, menos los contaba. Un día sur-gió un banco nuevo: “El Banco Lagunero, S. A.”, que para principio de cuentas absorbió al Banco Mexicano Refaccionario. Habiendo desapa-recido el Banco de La Laguna, S. A., este nuevo banco, llevando como nombre el de nuestra región, halagó a los habitantes de la comarca; sobre todo porque al frente del mismo, como gerente, estaba don Pan-cho Venegas, tan identificado con los laguneros y porque del Refaccio-nario tenía como sub-gerente a don Carlos Reyes, un par que parecía póker, como suele decirse.

En la década de los cuarenta llegó a nuestra ciudad el ingeniero Arnulfo R. Gómez, quien tuvo a su cargo trabajos de pavimentación. Por circunstancias de cercanía de domicilios trabó amistad con don Carlos, llegando acaso, a ser el mejor de sus amigos. No era -por cier-to- dado don Carlos a buscar amigos en grupos de ninguna naturaleza; sus relaciones con los consejos y clientes del banco eran respetuosas y serviciales, pero, acaso por no tener tiempo para mantenerlas, no se comprometía con nadie y sus amigos eran muy pocos, aunque en lo personal era muy estimado por todos los que lo trataban. Sólo una vez

Page 475: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

perteneció a un patronato como Tesorero. Fue con motivo de una pla-ga de ratas que apareció en el campo y que todo lo devoraba. Los agri-cultores no sabían qué hacer: llegaron a pagar a los campesinos cien pesos por rata muerta que les presentaran, pero ni así porque además de nocivas eran muy prolíficas. Los agricultores le pidieron a don Carlos que los ayudara y aceptó. Fue entonces que se mandó una comisión a Europa (según se recuerda) a comprar la suficiente estricnina, que es-parcida indiscriminadamente en los predios laguneros afectados, aca-bó con las ratas y otras especies, pero fue la única manera.

Don Carlos Reyes fue uno de los banqueros convencidos de la conveniencia de acercar el banco al cliente y en sus últimos años como funcionario bancario luchó mucho por establecer pequeñas sucursales dentro y fuera de la ciudad. En 1967, con motivo de la última fusión del Lagunero en la que fue captado por el Internacional, don Carlos, que ya para entonces comenzaba a sentirse muy presionado, consultó a su médico, quien le aconsejó que se retirara, pues de otra manera no viviría mucho más. Se decidió a hacerlo, siendo jubilado por el Banco Internacional, S. A.

Se retiró, pues, y regresó a la agricultura en su rancho “La Albo-rada”, que había adquirido para cuando un día como ése llegara. Años después su doctor le comentaba que aquel rancho le había dado mu-chos disgustos, pero que le había hecho el milagro de prolongarle mu-chos años la vida.

El 20 de diciembre de 1982, estando ocupado en el arreglo del nacimiento navideño que año por año personalmente hacía, cuando menos lo esperaba, le atacó el infarto que le costó la vida. Setenta y siete años de ella los viviría entre nosotros con una laboriosidad ejem-plar, levantándose con una mínima instrucción, por su sola voluntad hasta toda posición que quiso conquistar y que lo convirtiera, al paso del tiempo, en uno de Los Nuestros.

Page 476: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Dr. Gonzalo Reyes Gamboa*125

Gonzalo Reyes Gamboa nació en Peñón Blanco, Durango, el 17 de julio de 1917. A ese lindo poblado se llega entrando por Yerbanís. A los que en aquella estación se bajaban del tren sin tener a nadie que fuera a recogerlos, don Herculano, encargado de llevar y traer la correspon-dencia de sus habitantes, se ofrecía a llevarlos en su tartana hasta el pueblo; la cual, entre otras cosas, contaba con una calle principalísima e interminable que entroncaba con el camino que llevaba hasta los ojos de agua caliente de “La Concha”, pero tenía y tiene también una her-mosa iglesia de la que en cuanto tuvo edad Gonzalo fue monaguillo y que, por las tardes dejaba escapar hasta la frontera, silenciosa y umbrá-tica plaza, los “Corazón santo tú reinarás” y las contestaciones de los rosarios y las letanías en las voces de las fieles.

Tenía y tendrá, también, sus huertas de peras sanjuaneras, de membrillos y duraznos y algunos nopales, pocos, que daban tunas y que la muchachada de los veintes se encargaba de descargar de sus frutos cada día, igual que todo lo demás. Acabando con tan sabrosa tarea se dirigían todos a “Peña Alta”, trampolín natural de su cristalino río en el que todos sus pobladores aprendieran a nadar, menos aque-llos a quienes su temor a las nadadoras pichicatas se los impidió y acaso tampoco Gonzalo por no gustarle la natación, pues ni a la alberca de su propia casa se metería muchos años después.

Los padres de Reyes Gamboa fueron Francisco Reyes y Patricia Gamboa, que criaron ocho hijos —de los cuales el menor fue Gonzalo—, a todos los cuales don Francisco dejó huérfanos y a su esposa viuda cuan-do fue asesinado por algún resentido o borracho perdido; pues era re-presentante de la autoridad en Peñón Blanco.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 14 de abril del 2000.

Page 477: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En aquellas circunstancias, su madre, por la que Gonzalo sintió verdadera adoración toda su vida, miró hacia La Laguna, porque en Gómez Palacio tenía familiares de los que no quería ser carga, pero sí sentir su cercanía.

Ella se radicó en Torreón, buscando trabajo los hijos mayores, mientras los que estudiaban en sus horas libres trataban de hacer lo que podían para contribuir con lo que fuera a los gastos familiares.

Estudió con dedicación toda su primaria en una escuela de por el rumbo de “La Polvorera”, por donde estaba la Fábrica “La Fe”, en la cual, por aquellos años y desde su pequeña edad, de algo trabajó. Sus estudios secundarios y de preparatoria los haría en la Escuela Prepa-ratoria de La Laguna, que fundara en nuestra ciudad el año de 1927 el señor licenciado don Jesús María del Bosque Rodríguez, precisamente, como lo recuerda su hijo, licenciado Homero del Bosque Villarreal en su libro Aquel Torreón: “Para que los egresados de primaria sigan sus es-tudios en esta ciudad, sin necesidad de que sus padres tengan manera de mandar a sus hijos a otras ciudades”.

En la década de los treinta, pues, estudió, trabajó y se desvelaría, tratando de descubrir su verdadera vocación para no equivocarse en el momento de elegir la carrera a la cual dedicaría toda su vida, que no quería que fuera como cualquiera otra, sino verdaderamente esforzada y distinguida.

Eso le hizo fácil saber, cuando terminó su preparatoria, que tenía que ir a la Ciudad de México a estudiar la carrera de medicina, con una vocación que superó todos los obstáculos, que no dejan de salir al paso de los estudiantes de recursos económicos limitados. Pero, sabía desde entonces, que sólo tenía una vida y no podía desperdiciarla; que lo que le permitiría hacerla distinguida, eran aquellos estudios; que no podía permitirse el lujo de ser débil frente a las tentaciones de esparcimien-tos o de flojeras, para lo cual se revistió de un sentido del deber que, desde entonces, antepuso a todo.

La carrera la estudió en la Escuela Nacional de Medicina de la Ciu-dad de México, que estaba por las calles de Brasil y Venezuela, precisa-mente en el edificio que durante la Colonia ocupara la Santa Inquisición y cuenta su gran amigo el doctor Víctor A. Campos de la Peña (que fuera su anestesiólogo y asistente por más de treinta y cinco años; a cuya casa acudía para tomarse un café o copa de un buen coñac, si no cuando des-pués de una fatigosa operación, agotado por las subsecuentes visitas

Page 478: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

domiciliarias a pacientes que lo solicitaban, o cuando sentía necesario recargar sus baterías platicando de temas diferentes a los habituales con los enfermos o sus familiares) que a él le contaba Reyes Gamboa que habiéndose hecho amigo del velador de la escuela, después de los estudios de día, por las noches allá se iba con unas tortas que invitaba a éste y con su complicidad entraba, solo y su alma, a practicar la cirugía.

A su debido tiempo, su práctica hospitalaria la hizo en el Hospital Juárez, terminando su carrera en 1945, haciendo su servicio social en su solar nativo: Peñón Blanco.

Al terminar éste se vino a Torreón, instalándose primero por su antiguo barrio, luego por el centro y más tarde en el consultorio que todo Torreón conoció, unos porque allí lo consultaban y otros porque cuando por allí caminaban de noche o madrugada se sorprendían mi-rando el recibidor lleno de pacientes, a quienes a esas horas atendía como si fuera insensible al cansancio.

Cosa curiosa, ¿quién si no el destino hace que ciertos hombres naz-can en el tiempo y en el lugar debido? A Reyes Gamboa no lo imaginamos médico en estos tiempos de especialidades, cuando un enfermo rota en-tre varios médicos para cualquier diagnóstico. A Gonzalo le tocó vivir los últimos años del médico familiar, de aquel médico que acababa siendo parte de las familia que atendía y era, en cierta forma, además su confe-sor, o al menos su confidente. Y era el lugar debido porque tanto él como sus habitantes rebosaban del gusto por vivir, de la euforia de la vida.

Siendo Presidente Municipal, Román Cepeda Flores lo nombró oficialmente Médico de Plaza, de común acuerdo con el promotor tau-rino ¿Leopoldo Cepeda? y lo fue hasta el 98, casi medio siglo.

A partir de entonces acudió a cuanto congreso de cirujanos tauri-nos lo invitaban, haciéndose acompañar del doctor Campos de la Peña, su asistente anestesiólogo; habiendo estado presentes en los de Madrid, Sevilla, Lima, Bogotá, Caracas, Quito y por supuesto, México, presentan-do ponencias en alguno de ellos. En el cumplimiento de su deber y en el propio callejón fue topeteado por un toro que se lo saltó y por poco muere a consecuencias de ello, pues estuvo entre la muerte y la vida, en-tiendo que por un par de días. Muchos son los toreros, de alta o de ínfima categoría, a quienes salvó de la muerte, a otros de pérdida de facultades. Él siempre estuvo “bien colocado” (en la plaza para, en caso de algún per-cance, cuando el herido llegaba a la enfermería sin pérdida de un segundo atenderlo, a sabiendas de que lo que en tales trances vale es el tiempo).

Page 479: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuando murió, en marzo del 98, Torreón estuvo de duelo. Como le decía entre veras y bromas, su amigo el doctor Campos de la Peña: la ciudad lo sentía como un patrimonio muy suyo y los aficionados más... Estos resolvieron el homenaje de un busto suyo que debía estar ya ins-talado en la propia Plaza de Toros. No sé qué pasaría. Es de desearse que sólo sea olvido el que haya dejado pasar el tiempo y no intrigas de nadie en lo personal el que haya defraudado tan generoso impulso has-ta ahora. Según entiendo el busto existe. Es cierto que ya no hay tem-poradas taurinas y sólo se dan corridas de cuando en cuando, pero la afición existe y también algunas peñas sobreviven. ¿Por qué no revivir aquel impulso de hacer un homenaje a quien ofreció casi medio siglo de su vida en favor de la vida de los toreros que actuaron en nuestra pla-za? Sólo tendrían que llamar al teléfono 16-26-15 (dieciséis, veintiséis, quince), teléfono del Dr. Víctor A. Campos de la Peña; amigo íntimo de Reyes Gamboa, para echar a andar este proyecto, al que sólo falta bue-na voluntad, pues todo lo demás existe.

El doctor Gonzalo Reyes Gamboa fue Junior de los primeros tiem-pos, es, decir, de los buenos y fue León en los tiempos más brillantes de ese Club, lo mismo que perteneció al grupo de la Mesa de las 12:30. Hombre sencillo, descansaba con pocas horas de sueño, leyendo aven-turas de vaqueros en pequeños libros casi desechables o cayendo de improviso en las casas de sus amigos para tomar una taza de azúcar con café y no al revés. Casi al llegar a esta ciudad se integró a la Cruz Roja, trabajó en el Hospital Civil y operó casi siempre en el Sanatorio Español.

En su momento el destino de María Antonieta Muñiz Rodríguez, hija de Ernesto Rodríguez y Berna Muñiz, la mandó pasear a su perro por frente a la casa de Felipe González; mandato que Gonzalo, que ha-bía ido a visitarlo como paciente, nunca se cansó de agradecer, porque sólo verla y comprendió que no podía dejar de hacerlo en su vida. Por lo pronto no se le ocurrió otra cosa que chulearle al perro, pero de allí a las visitas y luego al pasear juntos al dichoso perro y más tarde los ga-llos con mariachis que le cantaban “Ojos españoles” (hasta que María Antonieta le aclaró que la que le gustaba era “Adoro” de Manzanero), no hubo más que un paso. Se casaron en el 69 y procrearon dos hijos: Gonzalo Ernesto y Patricia Isabel.

En tanto se repara el largo olvido de su homenaje, esta columna lo reconoce como uno de Los Nuestros.

Page 480: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jesús Reyes García*126

Jesús Reyes García cree en la amistad y en la gratitud. Las practica, las vive. Tiene franco el paso a los niveles de decisión de diversas oficinas privadas y públicas. Abre esas puertas con llaves que estructuró en el crisol del servir y de saber ser solidario.

Hay situaciones extremas en la historia de su carrera de funciona-rio público; una sirviendo al licenciado Mariano López Mercado como Oficial Mayor del Gobierno del Estado de Coahuila, con quien pudo ha-cer las cosas como sabe hacerlas: con rapidez y eficacia.

En ese periodo cientos de coahuilenses, entre ellos decenas de torreonenses, pudieron gestionar ante Chuy en cosa de minutos el pa-saporte mexicano, trámite que normalmente, antes de él, venía siendo muy engorroso y en el propio Consulado estadounidense de Monte-rrey. La relación que Chuy había establecido con su responsable facili-taba enormemente esta diligencia. En un momento dado el señor En-rique Martínez —padre del actual gobernador de Coahuila, licenciado Enrique Martínez y Martínez— y buen amigo de Chuy, con esa confian-za le solicitó el trámite prioritario de los pasaportes mexicanos de un amigo muy especial y su esposa, quienes iban a acompañar en un viaje al extranjero a don Enrique y a su señora esposa. Y, ¿cuál no sería la grata sorpresa de Chuy cuando se enteró de que el solicitante era nada menos que Carlos Valdés Villarreal, con quien Chuy cultivaba amistad desde años antes?

Durante su estancia en México, su tío Toño le había dicho que un día le iba a presentar a un amigo a quien Chuy podría recurrir cuan-do así se le ofreciera. Otro día le habló por teléfono para decirle que fuera al restaurante Los Guajolotes, ubicado en Insurgentes y avenida San Antonio. Fue y allí le presentó a Carlos Valdés Villarreal, a quien

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 29 de octubre del 2004.

Page 481: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

acompañaban otros distinguidos laguneros como Nacho Berlanga, Guadalupe Villarreal, Joaquín Gutiérrez, Eduardo J. García y el propio tío de Chuy Toño García Rodríguez. Por supuesto, los pasaportes de Carlos Valdés Villarreal y su señora esposa estuvieron listos de inme-diato. Carlos Valdés Villarreal, amigo muy cercano a presidentes de la República, con quienes tramitó los permisos para Envases Especiali-zados y el transporte de leche, inició la Pasteurizadora de La Laguna en México. Chuy ha estado siempre muy orgulloso de su amistad con él, porque era un mexicano valiosísimo, un lagunero tan visionario que —como David contra Goliat— introdujo la leche lagunera en el Distrito Federal hasta que a base de calidad, esfuerzo e ingenio, desplazó a las demás marcas y colocó a la leche de la región como la número uno en el país; estructurando así el emporio que hoy es Lala.

Más adelante, siendo gobernador del Estado el ingeniero Eulalio Gutiérrez Treviño, solía venir a Torreón y se hospedaba en el Hotel Río Nazas. Se levantaba muy temprano a caminar por la avenida Morelos. Chuy actuaba como su secretario particular y lo acompañaba en esos recorridos. A veces llegaba el alcalde de Viesca, Simón Ramírez y se les agregaba en el trayecto al Apolo Palacio, donde el gobernador desayu-naba. En ese sexenio, se registró una inundación en el municipio de Ma-tamoros. Don Eulalio personalmente, en el lugar de los hechos, atendía a los damnificados. En una de esas jornadas la actividad se prolongó hasta la madrugada. Después de un accidentado trayecto hasta Torreón y luego de que el vehículo donde viajaban el gobernador y los generales de la VI Zona militar se atascó y don Eulalio y los generales se bajaron a puchar entre el lodo, por fin, llegaron al Hotel Río Nazas. Como la gen-te conocía al gobernador, a esas horas estaban en el hotel personas que querían audiencia. Entre ellas una señora de Gómez Palacio. Lógi-camente, el Gobernador de Coahuila no estaba para atender asuntos de gente de Durango; pero Chuy escuchó el problema de la señora y se lo pasó al gobernador con las demás solicitudes. Éste, cuando escuchó a la señora que traía el problema de un hijo injustamente encarcelado, tomó el teléfono, llamó al ingeniero Luis Antonio León Estrada, gerente del Distrito de Riego Número 17 quien, como había acompañado al go-bernador en Matamoros, posiblemente apenas empezaba a conciliar el sueño y le dijo que hablara con el Gobernador de Durango para que le resolviera el problema de la señora, pues él, el Gobernador de Coahuila, así se lo solicitaba encarecidamente y con todo respeto. “Y me saludas mucho a Alejandro (Páez Urquidi)”, dijo el Gobernador de Coahuila para despedirse de León Estrada. “Estatura como ésa, esa atención, ese res-peto y esa consideración de un gobernador hacia la gente, son aspectos que, desgraciadamente, hace mucho se extinguieron”, dice Chuy.

Page 482: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Chuy, nacido en la Clínica Médico Quirúrgica de Torreón el 30 de enero de 1950, quedó huérfano a los dos años de edad. No recuerda a su padre, Leopoldo Reyes. Tiene sólo la imagen que de él le aportan las fotografías. Pero la falta de padre no significó que se sintiera inseguro ni disminuido. Primero, dice, porque le tocó una Madre ejemplar, con mayúscula, que no volvió a contraer nupcias y se dedicó por entero a su hijo, a formarlo en la honestidad y el esfuerzo, en el trabajo y la ge-nerosidad. Y, además, porque contó con el respaldo amoroso y férreo de su abuelo materno, Manuel García Rodríguez, así como de sus tíos Cándido y Antonio (ya fallecidos); de Juanita, Mela, Mel, Santos, Tila, Nena, Graciela, Marcelino, Alma y Enrique García Rodríguez. Y de la otra parte a Toño (que vive), Delfino y Abel (fallecidos), más Luis, Catalina y Amparo Reyes Díaz de León, todos vivos.

Chuy tenía apenas cinco años cuando ingresó a la primaria en el colegio Juan Antonio de la Fuente. De allí pasó a la secundaria y preparatoria Venustiano Carranza. Pero en su segundo año de secun-daria —en el sexenio del General Raúl Madero— cotidianamente los maestros realizaban paros de labores para exigir el pago de sus sala-rios. Por eso los pevecianos a las diez de la mañana se iban al bosque. Su abuelo, Manuel García, le dijo entonces “para que no te la pases en el bosque perdiendo el tiempo, te vas a ir a trabajar al rancho de tus tíos”. Y se fue un tiempo con Marcelino a Santa Elena y después a Albia, con Toño y Mel. Con el mayor entusiasmo del mundo Chuy empezó a levantarse cada día a las seis de la mañana para tomar el ca-mión que lo dejaba en el poblado Escuadrón 201, recorría a pie varios kilómetros, llegaba al área de Albia donde se construía el establo y empezaba, a los doce años, a hacer lo que podía como albañil. Llevaba una caja de manteca “Inca” llena hasta el tope de lonches preparados por su mamá, que los albañiles consumían a crédito y le pagaban pun-tualmente los sábados. Haciendo honor a su abuelo y a su mamá en esa forma, Chuy se integró orgullosamente a la población económica-mente activa: al trabajo rudo de peón y a la venta de comida.

Se regularizó la situación magisterial y Chuy regresó a la Venustia-no. Tuvo allí su primera experiencia de elecciones donde las autoridades del caso no convalidan la voluntad de la mayoría. Un entrañable amigo suyo muy brillante, Arturo Mireles Estens, se lanzó para presidir la socie-dad de alumnos. Visiblemente ganaría de calle. Tenía a favor de él una abrumadora mayoría de pevecianos. Pero... ganó su contrincante, hijo del director de la escuela. De la gloriosa Venustiano Carranza Chuy re-cuerda, claro, a maestros como Jesús Fuentes Pérez, Carlos Monfort Ru-bín y Raymundo de la Cruz López. Y especialmente al maestro Wenceslao

Page 483: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rodríguez, al afable Chelayo, pionero y visionario de la Paleontología en nuestro Estado quien, desde aquellos años, sostenía ya que en Coahuila había cementerios de dinosaurios, como se confirmaría décadas después.

De la Escuela de Derecho de la entonces Universidad de Coahuila, recuerda que Arturo Mireles Estens platicaba mucho con Silvia Oralia Reyes durante la clase de Jorge Mario Cárdenas González. Éste, jus-tificadamente molesto, le exigía la clase a Arturo esperando tomarlo desprevenido. Pero no: Arturo exponía la clase impecablemente. No obstante, Jorge Mario lo exhortó a que cambiara de horario, de aula y de maestros.21 127<

21 Esta semblanza continuaría el 5 de noviembre del mismo año (2004), pero desgraciadamente no se cuenta con el texto completo.

Page 484: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jesús Rodríguez Astorga*128

¿Quién que, de alguna manera, tuvo que ver con la publicidad en nues-tra ciudad de los años 30 en adelante pudo no conocer a Jesús Rodrí-guez Astorga? Nadie.

Jesús Rodríguez Astorga fue una aportación más de esos hom-bres diligentes, activos, dinámicos de los que con cierta regularidad nos ha provisto La Sultana del Norte. Chuy o Rodríguez Astorga, como indistintamente le llamábamos quienes le conocíamos —que era todo Torreón— nació en Monterrey un 30 de octubre de 1917. Pocos años después su señora madre se vendría con él a esta ciudad, en la que lo inscribió en la escuela “Carrillo Puerto” donde hizo sus estudios primarios y secundarios, cursando la preparatoria en la preparatoria de La Laguna. Mientras estudiaba y jugaba basket, deporte del que fue siempre un gran aficionado, se daba cuenta del gran esfuerzo que doña Josefina, su mamá, hacía para sacarlo adelante en sus estudios. Su señora madre era sastre, no modista, sastre de profesión; es decir, hacía trajes para caballero y todo el día estaba pegada a la máquina de coser. Para ayudar con lo que podía, Chuy, según fue creciendo co-rrespondía a este esfuerzo con buenas calificaciones en sus estudios y vendiendo lo que podía en la calle: café, mole, dulces, chicles... lo que podía.

A los 18 años, cuando terminó su preparatoria, dejó los estudios y comenzó a rondar los otros: los de la T.B. que, por entonces estaban por la avenida Morelos. Estudios por los que entonces pasaban artistas como Celia Montalbán y María Conesa, quienes juntas hicieron aquí una temporada, o bien los artistas locales como Miguel Castañeda Senior y otros que como él, cantaban más que bien, así como pianistas y decla-madores que por entonces todavía se acostumbraba escuchar.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 19 de noviembre de 1999.

Page 485: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Luego se le ocurrió montar la primera mensajería. Para lo cual contrató un número telefónico y en alguna cochera puso una especie de sitio con voluntarios que tenían bicicleta y con ellos cubría el ser-vicio de ir a recoger todo aquello que había que entregar a otro sitio. Fue una novedad por entonces y un gran éxito, lo que le animó a iniciar otro de propaganda pública mediante aparatos sonoros instalados en coches que recorrían la ciudad, en lugar de anuncios impresos, que la mayoría de las tiendas de nuestra ciudad repartían a los peatones que pasaban frente a sus puertas.

Aquello fue el pie de lo que llamaría “Sonido X”, servicio que ex-tendió a todo: bailes, espectáculos, mítines y una serie de necesidades. Fue un negocio que, independiente de cualquier otro, mantuvo siempre vigente durante toda su vida.

Sin embargo ya le había picado la radio y rondándola estuvo has-ta que le permitieron tener un micrófono en sus manos. De aquellos años sería la anécdota que se contaba sobre la vez que le traicionaban los nervios y la lengua cuando dijo: “La señora Tal, de apedillo... perdón, de apedillo... perdón, apedillo”... Y por nada del mundo pudo decir en esa ocasión “apellido”. Pero, la tenacidad y la voluntad lo vencen todo y para el año 54 la Secretaría correspondiente ya le había otorgado su licencia de locutor, que le autorizaba a ejercer tal profesión.

Ser locutor de radio por aquellos años era una especie de estrella-to con todo su halo de popularidad, los locutores eran reconocidos en la calle y se les saludaba y sonreía y poco faltó para que las hachas tempra-neras les pararan en la calle para pedirles autógrafos; sin embargo, gen-te práctica como Rodríguez Astorga, pronto se dieron cuenta de que, dentro de la radio había algo más interesante y productivo: la venta.

Sin dejar totalmente el micrófono, Chuy se asoció con Rodolfo Guzmán y en aquella cochera de la que ya se ha hablado, montaron una oficina, abriendo ‘’ABC Publicidad”; dedicada a la venta de tiempo y la confección de programas radiofónicos. Guzmán se separaría poco des-pués, quedándose sólo Rodríguez Astorga, que se había vuelto un azo-gue que nadie paraba y no solamente siguió vendiendo tiempo en radio, sino que también se metió a empresario de espectáculos y contrató a varios de los artistas mas conocidos del momento como Pedro Infante, Cantinflas, Raúl Velasco (como Maestro de Ceremonias) David Silva, Ro-berto Cañedo, Capulina, Roberto Soto hijo, Emilio Fernández, Tin Tan y su carnal Marcelo, Emilia Guiu y en fin, muchísimas más presentaciones que subcontrataba a clubes y demás con lo cual obtenía buenas utilidades.

Page 486: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Retrocediendo un poco, hemos de decir que el año 50 comenzó a visitar esta ciudad Teresa Villarreal (regiomontana sobrina de Herme-linda del mismo apellido, esposa de Jorge Jaik) y a fines del 51 se vino a vivir definitivamente con ellos, poniéndose a trabajar en la Mercería Jaik, de la que Jorge era socio. Y sucedió que Jesús Rodríguez Astorga visitaba mucho ese negocio en virtud de que Alfredo, hijo de don Pe-dro, socio mayoritario, era por entonces uno de sus mejores clientes y estaba empujando aquella campana de “No diga ¡ay!, diga Jaik”.

Poco tiempo después ya no iba a aquel negocio por el cliente sino por la nueva empleada del negocio; ella también se había fijado en él y ya se había dicho: ¡éste o ninguno! Dos años anduvieron noviando has-ta que se cansaron de ello y se casaron un 26 de enero de 1953. Tuvieron 3 hijos: Juan Jesús (quien se casó y desde hace años vive en Monterrey; se dedica a la odontopediatría y aprovecha su profesión para hacer un valioso servicio social, dando en su propio consultorio servicio gratuito que llama “por una mejor sonrisa” a niños minusválidos) y Maritere, que se ha especializado en la venta de seguros.

Uno de los más hermosos recuerdos que toda la familia guarda es cuando, con motivo del décimo aniversario de matrimonio de Chuy y Tere, estos les llevaron a Disneylandia divirtiéndose padres e hijos de lo lindo.

Rodríguez Astorga fue socio fundador del Club Sertoma, su ter-cer presidente y Gobernador de Distrito en el año 55. Formó con Ar-mando Navarro Gascón una de las asociaciones más afortunadas en el ramo de la publicidad que llamaron “Publicidad Modelo” y que, des-pués buscando ser autosuficientes, se extenderían a otros campos y lla-marían “Organización Modelo”. Esta sociedad duró quince años, hasta la muerte de Chuy, ocurrida en 1970.

Jesús Rodríguez Astorga participó en las mejores causas de nuestra ciudad, como aquélla de “La fuente de la Salud y la Felicidad”, que se llevara a cabo en la Plaza Principal para reunir fondos para ayu-da de la campaña contra la poliomielitis y por la cual hizo pasar y actuar a la mayoría de los artistas locales y a los nacionales que entonces ve-nían en las caravanas que se presentaban en la Plaza de Toros. Llevaba a los que podía a la fuente.

Por todo esto y más, indudablemente que Jesús Rodríguez As-torga fue y es, uno de Los Nuestros.

Page 487: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Arturo Rodríguez Meléndez*129

Mandón de las agujas para válvulas que fabrica en cantidades increí-bles, cada día y vende en la República y exporta al extranjero con la misma velocidad. Arturo Rodríguez a los nueve años de edad empezó a trabajar como ayudante de fragua en una, que por la calle Acuña tenía Alberto Delgado, tornero de la “casa redonda” de Gómez Palacio. Al verlo entrar tan chico, como estaba y gordillo, comenzaron a bromear gritando: “¡Que agarre el marro, que agarre el marro!” y le dieron uno de catorce libras, que al levantar para golpear con él, se lo llevó para atrás haciéndolo caer. De aquella caída se levantó y no ha dejado de ha-cerlo toda la vida, pues su filosofía, desde entonces fue “hacer algo en la vida”; lo que ha logrado con creces, no sólo en el campo de los nego-cios, sino también, llevando a cabo obras en beneficio de la comunidad.

Fue en aquella fragua donde, más adelante, manejó por primera

vez el torno, que llegó a ser su pasión, acaso porque le dio a ganar su primer dinero: tres pesos a la semana. Ya estaba calificado y cuando llegó el momento de que allí no podía aprender nada más, se cambió a los talleres del señor Potisek, que estaban a la misma altura, pero por la calle Rodríguez; con quien entró ganando once pesos a la semana, pero con la posibilidad de manejar cepillo, fresadora y torno, pues te-nía varios. Como quería ganar más, un día faltó para provocar, como ocurrió, que le preguntaran por qué, diciéndoles que había ido a buscar trabajo donde le pagaran mejor, a lo que el señor Potisek le contestó que lo más que podía hacer era pagarle a destajo, con lo que la primera semana ganó ya noventa y siete pesos y de allí en adelante, aunque en realidad lo que ha buscado toda su vida Arturo Rodríguez Meléndez, es hacer mejor lo que hace, ir tras de la excelencia.

Tal aspiración lo llevó mas tarde a Monterrey, a Ciudad Juárez y a varias ciudades norteamericanas para aprender de los que sabían

* Semblanza publicada en El Siglo de Toreón el 06 de noviembre de 1998.

Page 488: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

más sobre lo suyo, viéndolos hacer aquello regresó. Se asoció con el señor Verdeja. Se separó independizándose. En la actualidad tiene un taller muy grande lleno de máquinas diferentes; las japonesas son sus preferidas, que hacen casi solas todo lo que allí se fabrica y otra con la que puede hacer refacciones y aún copiar aquellas máquinas si se le antoja, como ya se le ha antojado. Una chulada de taller, en primer lugar muy limpio y en segundo, manejado por pocos operarios. Uno de sus nietos, con estudios especializados, maneja en exclusividad la última de tales adquisiciones. Ostenta en las paredes de sus oficinas varios reconocimientos de calidad, entre ellos uno por haber servido durante veinticinco años, sin falla a un ferrocarril norteamericano. Tie-ne clientes en Centroamérica y Venezuela, etcétera.

En su oportunidad fue uno de los más entusiastas fundadores de la Ciudad Industrial, por la que tuvo enfrentamientos con gente de go-bierno debido a su lentitud y en una ocasión conminó a uno a dejarse de ambigüedades y que les dijera sí o no estaban dispuestos a ayudarles y que le respondiera, porque ya se le había desgastado el dedo de tanto golpear la mesa pidiéndoles esa precisión y al decir eso le enseñaba el dedo índice, al cual una máquina le había cortado la última falange. Allí ha plantado en los últimos años mil árboles frutales en un corredor que no tenía uso.

En pláticas de peluquería comenzó a convencer a sus amigos

para hacer el Club de Pesca “Las Pirañas” en la presa Francisco Zarco, en cuyo fraccionamiento hay hoy no menos de ochenta casas de des-canso.

Por esto y más Arturo Rodríguez Meléndez no sólo es un hombre

que se hizo a sí mismo, sino también, uno de Los Nuestros.

Page 489: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jesús Máximo Romo Silva y José Romo Luévano*130

Que a dos hermanos los una un gran afecto y sean inseparables, e inclu-so que con equivalentes virtudes, uno de ellos se sujete voluntariamen-te a la autoridad del otro, es cosa que se ve con cierta frecuencia y que, seguramente, todos habremos observado alguna vez, entendiéndolo; pero que un hijo cultive esta comunión con su padre a través de toda su vida, no obstante la distancia que a veces les separó en vida y la muerte de éste cuando hubo de cumplirse, es algo digno de admirarse por no ser reiterado. Y éste es el caso de Chuy Romo Silva en relación con su padre José Romo Luévano.

Chuy reconoce aquella sabiduría natural y práctica que tuvo en vida su señor padre y, aun ahora treinta años después de haberlo perdi-do, cuando requiere de un consejo para decidir sobre algún grave pro-blema, o duda de su criterio, pensando en don José se pregunta cómo obraría su papá sobre tal o cual cuestión y obtiene la respuesta acertada.

El primer trabajo desempeñado por su padre lo obtuvo en La Jabonera “La Esperanza” de Gómez Palacio y fue el honroso de “chí-charo”; “institución” desaparecida, pero que en el pasado fue la gran “universidad” para aquellos que tenían que comenzar a trabajar cuanto antes mejor y que les fue de gran ayuda, no sólo para seguirlo haciendo, sino para que muchos adquirieran los conocimientos suficientes para as-cender firmemente en ellos o independizarse y triunfar.

De “chícharo” o aprendiz en “La Esperanza” don José llegó hasta tornero “y de los buenos”, dice con orgullo filial Chuy; quien va evo-cando sus recuerdos, deteniéndose con fruición en estos de su padre. “Todo lo que llegó a ser mi papá —sigue diciendo— partió de su gran capacidad de trabajo, su facilidad para asimilar conocimientos, su in-cansable afición a la lectura de libros técnicos, pero, también a la suerte

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 22 de diciembre del 2000.

Page 490: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de haber tropezado con Leonides Sosa, jefe sin egoísmos, que le en-señó todo lo que sabía sin ese miedo que muchos jefes tienen de que algún nuevo empleado llegue a ser mejor que ellos”. Es más, cuando de la Compañía Agrícola Industrial y Colonizadora de Tlahualilo, solicitaron al señor Juan Brittingham, fundador de la Compañía Industrial Jabonera de La Laguna, fabricante de los jabones “La Esperanza” la recomenda-ción de un buen elemento para su taller y éste, a su vez, le preguntó sobre ello a Leonides, maestro en jefe de la fábrica; éste de inmediato le dijo: “Pues, aquí tenemos a Romo”. Y así fue como José Romo Luévano se conectó para el resto de su vida, sin saberlo entonces, con Tlahualilo, que era su destino. Por cierto, a él de momento, no le gustó mucho la noticia, pues por entonces andaba noviando, pero ¿quién puede esca-par a su sino? Se fue, pues, a Tlahualilo, lugar por entonces muy bonito, con varios jardines y calles bien trazadas, de donde siempre que podía echaba una carrera a Gómez Palacio para seguir noviando, pues tampo-co de ese destino del amor se escapa nadie.

La mamá de Jesús Máximo Romo —Chuy para todos sus amigos— fue Tranquilina Silva Ríos, esposa, madre y ama de casa excepcional, a la manera que hoy llamamos antigua. Chuy la recuerda con ternura. Ella ha-cía honor a su nombre, se tomaba las cosas con tiempo y con él se iban dando sin mayores agobios, sin que le preocupara el qué dirán de los demás. Su mundo eran su esposo, sus hijos, su casa... que siempre fue un buen puerto para todos. “Yo no recuerdo —cuenta Chuy— que en casa de mis padres se necesitara mucho de fuera, apenas café y azúcar. Mi mamá tenía la misma vocación al trabajo que tenía mi padre, así que en el corral tenía vacas, tenía cerdos, tenía gallinas y había contratado a un ordeñador y a un carnicero; a uno para que atendiera la ordeña de las vacas (cuyo número iba creciendo con los años) y al otro para que le matara cerdos y los convirtiera en embutidos, jamones y lo que supiera; con todo lo cual y el producto de las gallinas atendía a las necesidades de los suyos vendiendo cuanto no consumían. Era una mujer práctica. Pero también corría por su cuenta la ternura para los suyos y hacerla de médico para unos y otros y confidente para todos. Una gran mujer fue mi madre”... reconoce Chuy, sin que eso haya menoscabado la gran admiración que guarda para el padre.

Éste, tomando el hilo de él donde lo dejó, llegó a Tlahualilo y aun-que difícilmente creía que se iba a encontrar con otro hombre del tipo del señor Brittingham, a quien mucho admiraba, encontró que había otros por el estilo, como por ejemplo el señor Ernesto Lairre, un fran-cés que era el jefe del taller a quien sustituiría con el tiempo y el señor Vaughn, un norteamericano que era el director general. Total que poco

Page 491: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

después, su gran capacidad de trabajo y sus conocimientos le fueron haciendo indispensable en la empresa.

Un día el señor Torar Fairbanks, Director General de dicha em-presa, en un viaje que hizo a Europa, compró maquinaria alemana y al llegar y dar la noticia, se lo reprocharon, diciendo que por qué lo ha-bía hecho teniendo tan a la mano a los proveedores norteamericanos y las refacciones seguras; él sólo contestó: “¿y por qué no, si tenemos a Romo Silva?”. En fin Chuy comienza a hablar de su papá y no acaba, tal es el orgullo que siente de ser su hijo.

Jesús Máximo Romo Silva, nació precisamente en Tlahualilo el 25 de enero de 1916, en un mes más pues, cumplirá sus estupendos primeros 85 años. Uno de sus primeros recuerdos de sus cuatro o seis años pero muy leve, es el de haber visto en Tlahualilo a Villa, donde a él le hubiera gustado que le dieran tierras y no en Canutillo, según dicen. En la veleta de la casa Grande dicen que hay un agujero que el Centauro del Norte hizo tirándole desde cierta distancia, un día que no hacía aire, poniéndola a girar.

A Chuy le llegó el momento de dejar de corretear por allí y ponerse a estudiar. Lo hizo con la señora Vaughn que, según eso, fue nombrada por la compañía Directora General de las escuelas de Tlahualilo (que en-tiendo eran veintiuna, todas particulares y distribuidas en aquellas ran-cherías). Lo hizo a los seis años, en 1922. Chuy comenzó a ver el otro lado de la moneda. En la escuela se encontró con el prójimo y resultó que, particularmente los mayores, no todos eran buenos. Sobre todo uno que quién sabe por qué respondía cuando le llamaban “Alaguín”. A lo mejor tenía el pelo colorado... quién sabe. La cuestión es que en la temporada de canicas se dedicaba a quitárselas cuando jugaban con ellas y así un día que jugaba al “ahogado”, Chuy lo miró de abajo a arriba con rabia, pero entendió que no tenía oportunidad; aunque se guardó la ofensa y esperó el desquite. Por lo pronto retorció unos alambres que se encontró en la azotea de su casa y otro día que vio al “Alaguín” jugando fue por aquella cuerda metálica y cuando estaba más descuidado, con ella le midió la espalda con toda su alma. Aquél se retorció de dolor y Chuy apenas tuvo tiempo para decirle: “Para que aprendas” y echó a co-rrer y el otro a seguirlo; así hasta que llegaron al tanque del agua, al que se subía por unas angosta escalera. Chuy se subió y el otro también, pero estaba alta y a media escalera como que el “Alaguín” se detuvo. Chuy se dio cuenta y comenzó a provocarlo: que no que muy hombre, que si le faltaba y cosas que los chicos oyen y que se saben que con ellas ofenden. Total que el otro se bajó y lo único que le respondió fue que al cabo tenía

Page 492: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que bajar y entonces serían las de él. Chuy subió hasta lo alto y allá se quedó toda la tarde y parte de la noche. El otro tuvo que irse. Entonces bajó. Total que al día siguiente se lo contó al profesor, quien le dijo que no tuviera cuidado, que él nunca hablaría con el “Alaguín”. Y debe haber hablado porque nunca le volvió a molestar, aunque Chuy tuvo siempre cuidado de no acercársele más. Su papá le había aconsejado siempre que no provocara ninguna riña pero que no la rehuyera si le ofendían.

Cuando terminó su 5o. año, tuvo que hacer el 6º en la escuela de niñas, porque en la de niños no tenían ese grado. Y cuando quiso es-tudiar secundaría y preparatoria, lo terminó por hacer mediante ocho becas que ofreció la escuela Granja Santa Lucía en Durango y de las cuales él ganó la suya, pero con tan mala suerte que apenas llegar se suspendieron las clases porque al General Escobar se le había ocurrido levantarse en armas. Y mientras eran peras o manzanas lo enviaron a Canatlán y a Santiago Papasquiaro a trabajar dando pasto a toros, va-cas, cerdos y demás. Lo levantaban a las 6 de la mañana al toque del clarín y lo metían a la regadera para luego ir a lo que les dije. La señora Ramírez, compadecida de ellos, los tuvo en su casa unos días y luego les consiguió que se vinieran en carros de ferrocarril de Durango a Torreón.

En ese trance conoció Chuy al Lic. Dupré Ceniceros, quien luego se-ría gobernador y buen amigo. Total que el tiempo fue pasando hasta que hubo la oportunidad de trasladarse a México, porque Chuy quería estu-diar ingeniería mecánica y eso solo allá. Los hilos de su destino se fueron enlazando. En México estaba un amigo, Juan Jacinto Montes, quien tuvo una tiendita llamada “El Norte” y que en el momento que Chuy llegó estaba con otro amigo mutuo de la primaria, Julio Anchondo Ruiz, que después le presentaría a Jorge Flores Muñoz, hijo de don Gilberto y que fuera Secretario de Agricultura; cuyo encuentro le fue de mucha utilidad, pues le facilitaría la entrada al Instituto Técnico Industrial, para lo que tuvo que pasar exámenes de aritmética, geometría y lenguaje. El pro-blema surgió cuando le pidieron certificado de los estudios anteriores que no tenía y lo único que obtuvo fue una tarjeta de la señora Loreta Vaughn directora General de las escuelas de Tlahualilo, en la que, escrito de su puño y letra, certificaba que “el niño” había pasado con excelentes calificaciones, etc. Como en quinto año le había enseñado incluso álge-bra, había pasado con buenas calificaciones su examen, el profesor que lo examinó le dijo que acudiera a clases y de alguna manera llegó a ser considerado alumno regular, recibiéndose en 1944, pero ya desde antes trabajaba con el catedrático Ing. Manuel Vallejo Marqués y su hermano, quienes tenían buenos contratos con el gobierno, entre otras obras la del Monumento a la Revolución, en la que Chuy Romo tuvo que ver.

Page 493: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Él por la capital se hubiera quedado, pero, don José su padre, le convenció de que no hay como trabajar para sí mismo y que si se entre-gaba al trabajo podía ganar lo que quisiera.

Se vino, pues y aquí se metió a trabajar la tierra. Comenzó con treinta hectáreas, luego fueron sesenta y más tarde noventa. Desde el primer año le fue muy bien. Más tarde prolongó sus actividades hasta Ceballos. Por allá una vez fue a visitarlo su papá. Llegó cansado y se fue a dormir temprano. En la madrugada le despertó el ruido. Se levantó y por la ventana divisó a Chuy trabajando con el tractor, fue hasta don-de estaba y le dijo que él le había recordado siempre que trabajara y mucho, pero, que abusar del trabajo era malo, que debía darse tiempo para gastarlo en su descanso y para poder gastar en él mismo cuando menos el veinticinco por ciento de lo que el trabajo le daba.

En fin, Chuy ha sido un hombre de mucho trabajo, de mucha suer-te; de él se ha dicho que si él comprara un cerro, pronto ese cerro sería laborable y hasta le brotaría agua. Ve las oportunidades donde las hay.

Su papá se negó siempre a recibir jubilación o liquidación de Tlahualilo. Y cuando cansado de rogarle, el Director dio órdenes de que mientras estaban en liquidación, si algo quería don José, se lo vendieran a su precio en libros, Chuy, que había ganado en México buen dinero, le pidió que le permitiera aprovechar esa oportunidad para comprar ma-quinaria que a él le sería particularmente útil, como lo hizo.

Llevaría mucho papel contarlo. Terminemos diciendo que casó en su momento con María del Refugio Zozaya y que el que hizo de cupido fue Servando Díaz Rivera; que tuvieron cuatro hijos: Yeyé, ac-tual directora del Departamento Municipal de Cultura de Gómez Pala-cio; María Eugenia, licenciada en administración de empresas; Jesús y José María, que es agrónomo.

Fue de los primeros “Alpec” presidente del Club de Leones de Gómez Palacio; segundo regidor de Gómez Palacio con Roberto Fer-nández, vocal de la Asociación Agrícola de Gómez Palacio, Presidente de los Agricultores de Ceballos, vocal de los Egresados del Politécnico Nacional, presidente de los Agricultores de Tlahualilo, Promotor de la Carretera de Gregorio A. García a Tlahualilo y en fin... una serie de cosas que no nos alcanza el espacio para enumerar, porque ambos, padre e hijo, un par que parece tercia, son apasionadamente de Los Nuestros.

Page 494: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jorge Rosas Villarreal* 131

Jorge Rosas Villarreal, hijo de Jorge Carlos Rosas Figueroa y de María del Socorro Villarreal, nació en esta ciudad de Torreón, Coahuila, el 20 de enero de 1956; es decir, acaba de cumplir cuarenta y seis años. Es ya hombre de dos siglos y de dos milenios.

Su infancia la recuerda divertida y feliz. Por aquellos años su tío Manuel, como buen lagunero, se dedicaba a la agricultura, sembrando algodón por su cuenta en un rancho que el sobrino no sabe si era propio o rentado, pero al que le llevaban con frecuencia, pues como todavía no cumplía seis años, tampoco tenía compromisos con ningún tipo de estudios y en el campo se la pasaba macanudo. El tiempo que más dis-frutaba era el de pizcas ya que además de que le dejaban hacer como que pizcaba y a lo mejor también como que le pagaban el poco algodón que llevaba en las manos a la báscula, el bullicio de los pizcadores ale-graba aquellas labores y lograba atemperar el rigor de los rayos del sol. Para recibir el resultado de la pizca del día abrían las amplias bodegas del rancho, cuando esto sucedía el corazón del niño Jorge palpitaba con fuerza al ver aquella montaña blanca que se ofrecía a su fantasía como una fuente de nuevas aventuras invitándolo a escalarla. Y a ella iba con ánimo de conquistarla. Lo lograba, sí, pero no fácilmente, pues a cada paso se hundía en aquella blancura casi por completo y así, hundiéndose y volviendo a salir por fin, se encontraba en la cima una y otra vez con el mismo orgullo que seguramente sintió el que por primera vez alcanzó la cima del Monte Everest. Tampoco faltaron las veces en que el propio tío o alguno de sus empleados le subieran con ellos a pasear en sus ca-balgaduras, o le dejaran montar algún manso burro. Todo eso y correr por aquellos grandes espacios camperos casi sin límites que permitían al infante ver hasta el lejano horizonte, o la frescura de los gigantescos álamos y fresnos, o el ruido del motor de la noria por cuyo tubo salía cris-talina el agua que él gustaba de tocar y sentir su golpe en las manos; o el

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 06 de abril del 2001.

Page 495: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

hermoso espectáculo de la caída del sol sin edificios que se lo interrum-pieran, como le sucedía en la ciudad... son recuerdos que aún hoy cuan-do los evoca le proporcionan felicidad. Pero seis años no son muchos y acaban por pasar. Cuando Jorge los cumplió, el año 61, sabía que ello era un aviso de que ese mismo año, en septiembre entraría a la escuela.

Su papá logró una beca para que su vástago tuviera la oportuni-dad de entrar a estudiar primaria y secundaria en el Instituto Francés de La Laguna, aspiración, si no de todos los estudiantes sí de todos sus padres, que también en esto de los colegios hay preferencias. De su mis-ma generación fueron Miguel Papadópulos, Eugenio Tumoine, Lázaro Bello, Eduardo Villalobos, Rodolfo Ávila y Juan Ignacio Hernández, en-tre otros, a todos los cuales ha sabido conservar como amigos a través de sus vidas. En el Francés tomó parte en el equipo de futbol y lo que más le enorgullece es haber formado parte de su Banda de Guerra, cuyo comandante fue su tocayo, más conocido como el “Comandante Cor-netas” porque tenía unos pulmones privilegiados que para sí los hubie-ra querido Eolo, el dios y rey de los vientos. Inolvidable el Francés de aquellos tiempos: sus kermesses gozaron de gran fama y deportivamen-te organizaban olimpiadas en pequeño. A ellas acudía gente de muchas partes, de tantas como el colegio le llegaban de internos alumnos. Entre sus profesores Jorge recuerda al hermano Corega, a Jorge Sámano, al Lic. Luis Ramírez y al matemático Lorenzo González K. Todo esto que va-mos diciendo del Francés de La Laguna no quiere decir que fuera capaz de hacer de Jorge un gran estudiante. Como a tantos que han sacado su vida adelante, Jorge no fue un estudiante muy brillante, pero tampoco de dar vergüenza como tal. Sacaba los puntos necesarios para pasar, pero, ¡ay!, cómo le costaban trabajo.

Como el Francés no tenía preparatoria, Jorge intentó inscribirse en otra escuela por el estilo, lamentablemente su padre estaba enfer-mo y la familia pasaba por una mala racha. Se inscribió, pues, para la preparatoria en la escuela Centenario nocturna y de alguna manera co-menzó a ayudar a su papá en sus representaciones. Luego cursó hasta el quinto semestre de la carrera de Administración de Empresas.

A los 17 años, en 1973, dio por terminados sus estudios y comen-zó a trabajar con la compañía Herdez. Visitaba los centros comerciales y vigilaba que la mercancía de su compañía estuviera bien exhibida y ordenada y que hubiera existencias. Para que el tiempo le alcanzara, comenzaba temprano su labor, que incluía la de levantar en los cruces de pasillos aquellas grandes pirámides de productos que al finalizar le enorgullecían de perfectas, pero, que en uno de aquellos centros, en el

Page 496: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

que había varias voces de mando, apenas las había levantado, cuando uno de los jefes le mandaba retirar de allí y en eso andaba cuando otro le pedía explicaciones de por qué no había terminado todavía de levan-tar. Total que no viendo otro remedio, renunció a aquel trabajo. Ya en plan de trabajar definitivamente, lo hizo en el Banco de Londres y Méxi-co donde le daban la oportunidad de seguir estudiando, permitiéndole salir temprano para ello, lo que enfureció a muchos de sus compañe-ros. Estudiaba en la ECA, pero, el estudio seguía sin dársele y no porque no le pusiera ganas sino porque así era la cosa. En aquella ocasión, un día antes del examen, que por cierto le iba a poner nuestro Director General, no porque fuera su maestro, sino precisamente por no serlo, se encontraron el Lic. Irazoqui y Jorge y aquél le dijo que recordara que mañana era su examen. Jorge le contestó que allí estaría, pero si lo hu-biera esperado, todavía lo estaría haciendo. Allí acabó Jorge con todo lo que tuviera que ver con estudiar. Padre e hijo decidieron unir sus esfuerzos para tirar para adelante y así mientras uno atendía la zapate-ría Villarreal, que por muchos años estuvo en la avenida Hidalgo, entre Cepeda y Valdés Carrillo, e incluso abrieron una cafetería, de corta vida, pero con acertado nombre: “Pronto”, otro viajaba un muestrario de zapatos, turnándose al efecto.

En 1974 Jorge recibió, sin saberlo, el premio a sus esfuerzos al lograr la representación y distribución de una muy conocida marca de hilos, gracias a la recomendación incondicional de un buen amigo al fa-bricante del producto, que también lo era. Esto y un trabajo empeño-so al que su padre siempre le dirigió con su ejemplo y eso que llaman suerte y que la mayor parte de las veces no es sino el resultado de una laboriosa constancia, le fue mostrando la otra cara de la moneda, la que sonríe a diario y premia con largueza. El 22 de diciembre de 1978 contra-jo matrimonio con María Guadalupe Martínez, a quien conoció cuando trabajó en el Banco, pues ella trabajaba allí. Tuvieron un noviazgo plá-cido en el que Jorge se hizo querer de los padres de ella por el respeto con que trataba a su novia, porque les pedía permiso para ir a bailar, cuando esto sucedía, porque era puntual con la hora que le fijaban para traerla, esto que si ahora parece hasta risible, hace un cuarto de siglo y para algunos padres tenían su valor y aseguraba una futura felicidad. El día de su boda tuvo, también, su anécdota, pues al padre que iba a casarlos la memoria se le volvió una laguna y después de andarlo locali-zando por fin apareció ¡cuarenta minutos después de la hora! En fin su viaje de bodas lo hicieron a Cozumel y han logrado formar una familia de tres hijos: Ana Sofía que es la mayor y estudia magisterio en la Ibero; Jorge que estudia Comercio Internacional y José Carlos que va por la preparatoria.

Page 497: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuando algunos hombres llegan a conquistar cierto desahogo, descubren dentro de sí otros valores y otros amores en aras de los cuales están dispuestos a sacrificar a diario algo del tiempo que han logrado rescatar, que han vuelto a hacer suyo, con la independencia conquistada, es decir, se dan cuenta de que pueden ser generosos de tiempo, de su propio tiempo, que no es oro, que es más que oro porque sólo cobra su verdadero valor si su dueño es capaz de usarlo en bene-ficio de otros. El año 85 ya Jorge podía disponer de su tiempo. Miró a su alrededor y encontró, entre todos los grupos, uno que le enamo-ró: “El Pa-Pro”, fundado en febrero del 83 por tres amigos a los que la ciudad llegó a conocer como “Los tres mosqueteros”: Donaldo Ramos Clamont, Octavio González Reyes y Emilio Herrera Muñoz. Fundaban fideicomisos para obras de servicio social. Cuarenta y nueve asociados llegó a tener en su mejor momento. Por propia convicción Jorge Rosas Villarreal se sumó a este grupo.

Poco tiempo después le llegó su oportunidad de distinguirse dentro de ese organismo: se le comisionó para encabezar la comisión de rehabilitación del Cuerpo de Bomberos de Torreón, que era el pa-tito feo de casi todos los Ayuntamientos de la ciudad con excepción acaso del que encabezó el Lic. Homero del Bosque Villarreal, porque habiendo él hecho la escritura social del “Pa-Pro”, estuvo siempre en-terado de cuál era el espíritu de su trabajo. El Cuerpo de Bomberos pasaba las de Caín para sobrevivir y cumplir con su labor. Sobrevivía gracias a la voluntad inquebrantable del Comandante Zamora, que obtenía de ellos lo increíble, pues trabajaban como suele decirse con las uñas. Jorge llegó, vio y comenzó a trabajar visitando a sus amigos en solicitud de ayuda; rechazando el dinero, sugiriendo cosas que le serían útiles, que si las tenía el solicitado las podía regalar y, si no, po-día comprar para donarlas al Cuerpo. Todo servía, pues todo faltaba. Se contactó con Fresno, ciudad hermana de Torreón, que a través del tiempo ha ayudado a poner nuestro Cuerpo de Bomberos entre los primeros de la república.

La comisión de rehabilitación del Cuerpo de Bomberos pasó a convertirse en Patronato, la escritura del cual la hizo la Notaria Patricia Ramos de Issa. Cuando Jorge se hizo cargo de esta responsabilidad, el Cuerpo de Bomberos tenía dos máquinas apagadoras; hoy tiene siete, además de tres carros escala, un trailer cisterna especial capaz de mover cuarenta y cinco mil litros de agua a donde se necesite, tres camiones Custer de seis mil litros cada uno, tres camiones Pick-Up, moto bom-bas, moto sierras, tanques de aire comprimido y humidificadores y cien hidrantes para las necesidades que se ofrezcan, independientemente

Page 498: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de lo cual a los bomberos se les ofrecen cursos de capacitación para primeros auxilios. Pero además ha dignificado el Cuartel, pues cuando lo recibió apenas si los bomberos tenían alguna comodidad; hoy cuentan con buenos dormitorios, comedor, cocina, baños visitables... pues como presidente de su Patronato, Jorge siempre está preguntándoles qué es lo que necesitan para su comodidad y para mayor seguridad en su labor de apagafuegos, exigiéndoles, eso sí, que una vez que obtienen lo que ha de darles —mayor protección— no se olviden de usarlo.

A grandes rasgos ésta es la vida de un torreonés, Jorge Rosas Villarreal, que ha dedicado el tiempo libre de sus últimos quince años —más los que se le acumulen— a dignificar nuestro Cuerpo de Bombe-ros, haciéndolo más eficaz para su labor de salvar del fuego y a cuidar los intereses de los habitantes de nuestra ciudad. Es decir, ha servido a Torreón. El destino sabe por qué a unos les hace fáciles unas cosas y difíciles a otros las mismas. Es posible que si Jorge Rosas Villarreal hu-biera sido un brillante estudiante, Torreón lo hubiera perdido.

Gracias a Dios lo hizo incansable para el trabajo, para la genero-sidad y para el amor a su ciudad, convirtiéndolo por propios méritos en uno de Los Nuestros.

Page 499: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ramón Ruiz Cavazos*132

Todos llegamos a este mundo marcados por nuestro destino. A unos como que les cuesta trabajo encontrarlo, se sienten tan confusos acer-ca del suyo que no lo reconocen cuando presienten que se les acerca; otros, en cambio lo ven tan claro desde el principio de sus vidas, que lo idealizan desde su adolescencia, de tal manera que no imaginan enton-ces el drama que encierra y no se explican su inclinación a otra actividad que ocupará su tiempo tanto como la otra, ayudándole a cumplir con su destino, suavizando el drama humano que a diario tiene frente a sus ojos y hiere su sensibilidad.

Ramón Ruiz Cavazos es uno de estos. Ramón Ruiz, hijo de don Eduardo J. Ruiz y de doña Sarita Cavazos, nació en Puebla, Puebla, el año de 1937; en aquel sexenio lleno de inquietudes, de búsqueda de la justicia social, que fue el de Lázaro Cárdenas. La compañía para la que su padre viajaba tenía problemas con su agencia de Torreón y, ocurrien-do que don Eduardo por esos días se encontraba aquí, le ofreció que se quedara al frente de ella. Con media docena de preguntas y respuestas se entendieron y la familia Ruiz Cavazos llegó a esta ciudad por los años 38 ó 39 para quedarse en ella para siempre.

Ramón hizo su primaria en el Instituto Francés de La Laguna y sexto y secundaria en el colegio Hispano Mexicano; instruido por aquellos inolvidables maestros que fueran Farrús, Ruiz Higuera, Sari Sánchez y Edmundo Castillo. Entre sus condiscípulos recuerda a José Antonio Izaguirre, Teodoro Collignon, al hoy ingeniero de Alba Besso-nier y a Héctor Ojeda. De chicas, a nadie, porque aunque el colegio era mixto, tenía separadas a hombres y mujeres y lo que todos aprendie-ron en él para siempre fue disciplina, una disciplina a base de palmeta. La letra y en este caso también el buen comportamiento, no entraba con sangre, pero con ardor en las palmas de las manos sí. Pese a todo,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 26 de octubre del 2001.

Page 500: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

¿quién no hace sus travesuras, o eso que, sin ser nada, o casi nada, los mayores toman por travesura? Resulta que en una ocasión Jorge Segu-ra y Ramón después de salir de clase atravesaron la alameda para ir a sus casas que quedaban, precisamente, al otro lado, hacia el poniente. ¿Y quién, también, en esa edad no se procura una navaja de bolsillo? Ellos las traían. Las sacaron, pues, las abrieron y según caminaban las tiraban a los árboles para ver quién las clavaba más veces en más ár-boles. Pero ya se sabe, cuando menos se espera salta la liebre y en aquella ocasión la liebre apareció con un nombre: un capitán de policía llamado Aurelio, que no se conformó con llamarles la atención o qui-tarles las navajas, sino que hizo un gran alboroto por aquello. Éste fue su primer contacto con la policía.

Al tiempo ya se sabe, no lo para nadie. Terminados los estudios de secundaria, Ramón dudaba qué hacer. Pensaba hacer una carrera de técnico dental. Vicente Barocio le aconsejó que se fuera a Monterrey a hacer una carrera, la de dentista o cualquiera otra, pero carrera. Llega-do allá, se fue a vivir con unos tíos solteros (hermanos, hombre y mu-jer). Pero, fuera del techo y la cama, a todo lo demás tenía que bastarse a sí mismo. Se fue a examinar y el resultado de aquello le reveló que para lo que mejor estaba dotado era para hacer una carrera de Letras o Derecho. Por allá cumplió la mayoría de edad y tuvo que hacer su ser-vicio militar, que voluntariamente extendió a dos años, en lugar de uno al que estaba obligado. Esto al mismo tiempo que hacía su preparatoria única en el Colegio Civil, dificilísima porque cubría todas las materias, aún las más extravagantes como geografía del espacio, cosmografía y materias por el estilo. Total que acabó inscribiéndose en la carrera de Derecho en la Ciudad Universitaria, que en aquellos años de medio siglo quedaba en las afueras de las afueras de Monterrey, tanto que no faltaba alumno que llegara a caballo, al que antes de entrar a clases llevaba a tomar agua.

Volvió a pasar el tiempo. Cuando iba en el segundo año de su ca-rrera consiguió chamba en el Juzgado 3º. de lo penal. Allí conoció a sus primeros personajes del crimen, conoció los cimientos de los procesos, las investigaciones sobre las que se puede fundar una causa. Siguió adelante: fue secretario del Ministerio Público, Actuario de los Juzga-dos de Letras. Conoció todo ese mundo en que la ley imperaba y ese otro tenebroso de las cárceles y los hombres y mujeres que las habita-ban y se daba cuenta de que cada día quería saber más de todo ello. Quiso conocer las Islas Marías. Escribió a quien correspondía para soli-citar el permiso de visitarlas. Se lo negaron. Intervinieron para ayudar-le María Lavalle Urbina y un tío de él, Ramón Ruiz Vasconcelos, quien

Page 501: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

tenía ciertas relaciones que le valieron. Para entonces Sergio García Ramírez se le había sumado en su deseo de visitar el penal. Aquellas relaciones de su tío les acercaron al licenciado Echeverría, quien des-pués sería Presidente de la República y que entonces se preocupaba por hacer un estudio para reformar aquel presidio y que les dijo: “Si de verdad quieren ir, vengan conmigo”. Lo que allí vio, la gente con la que allí habló, le hizo descubrir su destino: sería policía.

Su carrera la terminó en el 64. Inmediatamente solicitó a Norte-américa una beca para ser policía. Junto con él también la solicitaron Carlos Treviño y Guillermo Urquijo. Cuando se lo platicó a su amigo José Alvarado, que escribía en “Siempre” y que entonces tenía una cátedra en el Tecnológico de Monterrey, le dijo que se iba a dar la aburrida de su vida los meses o años que pasara en gringolandia, pues era un país que no conocía ni el cabrito al pastor ni el hojasé. Total que la beca se la dieron; allá le llevaron de uno a otro Estado, comenzando por Wash-ington, mostrándole sus prisiones y sus sistemas, hasta declararlo un policía moderno hecho y derecho.

Al regresar en 1967 la ciudad de Monterrey le nombró director de su policía, pasando por primera vez este puesto que por generaciones había sido desempeñado por militares, no sólo a un civil, sino a un uni-versitario. Y el primero en desempeñarlo fue Ramón Ruiz Cavazos, que ha dedicado su vida a darle lustre, pues todos los que lo han sido, por conveniencia han hecho lo contrario.

Policía viene del griego “politeia” y significa: “Buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las orde-nanzas establecidas. Es el cuerpo encargado de vigilar por el manteni-miento del orden público y la seguridad de los ciudadanos a las órdenes de las autoridades políticas”. Se le debe todo respeto. ¿Por qué enton-ces el ciudadano le tiene miedo, o le desprecia? Por lo que muchos han hecho de ella en su afán de lucro, sencillamente. Y eso, lo que de ella otros han hecho, no se cambia rápidamente. Ochenta años tardó Ingla-terra para tener la policía que tiene, comenta Ramón.

Jorge Dueñes, como presidente del Consejo de Seguridad, fue el que invitó a Ramón a volver a su ciudad, quien estuvo al frente de nues-tro cuerpo de policía durante los ejercicios de Francisco J. Madero y del licenciado Homero H. del Bosque. Durante ese tiempo Ramón logró que algunos policías estudiaran y terminaran la carrera de licenciados en Derecho, lo mismo que a su secretaria, que venía a diario desde Albia y que antes había trabajado como sirvienta en la colonia Torreón Jardín.

Page 502: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Otro llegó a ser ingeniero. Lo que se atestigua en este cargo marca para toda la vida; la saña de algunos crímenes, los motivos, la sangre fría con que otros se cometen por dinero, enferma. Y combatir todo esto sin concesiones mantiene en tensión constante a quien persigue el crimen. No se puede vivir toda una vida en ello sin pagarlo con la propia salud.

Lo que ayudó mucho a Ramón fue la música. De Sarita, su mamá, heredó el amor a la música. Ella fue una gran pianista y Ramón, desde niño, la oyó tocar el piano a diario. Por lo pronto él cantó siempre. Con José Miguel y Víctor González Avelar, Héctor Humphrey y Jesús Páma-nes cantaba en la Iglesia del Carmen y en una de nuestras difusoras con el nombre de Texas Boys. A veces practicaban en plena calle. Oyéndo-los en una ocasión, el guitarrista apodado “El Árabe”, compadecido de ellos los acompañó con su guitarra y desde entonces Ramón se pro-puso tocar guitarra. Para comprarla vendió un acordeón que alguien le había regalado y que tenía arrumbado. “El gorila Macias”, quien fue campeón nacional de los guantes de oro y era guitarrista de la orquesta de Gilberto de Santiago le dio su primera lección en Monterrey; más tarde, Nacho Herminio Juárez, Carlos Castillo y otros le siguieron en-señando, lo mismo que Claudio Estrada y David Moreno y Juventino Holguín de Lerdo. Su perseverancia (practica dos horas diarias) hizo el resto. Cuando un cúmulo de problemas le tenían a punto de reventar, se encerraba donde fuera a tocar su guitarra y ello le salvaba de la ex-plosión. Así fue siempre.

De todas maneras cuando consideró que su misión como poli-cía, es decir, como salvaguarda de la seguridad de sus conciudadanos había sido cumplida, renunció a su puesto y se integró a una Compa-ñía de Seguridad como asistente de la dirección. Hoy se dedica a tocar profesionalmente. Con su guitarra ha acompañado a Tony Huereca, a Fernando Álvarez, a Salvador García, a Marilú, a Amparo Montes, entre otros cantantes.

Otro de sus grandes refugios es la cocina, distinguiéndose por sus paellas, diferentes a las que haga cualquier otro. Comenzó a hacer-las para su familia. Algún invitado corrió la voz de que eran inigualables y ahora tiene pedidos de cada vez más gente. Y no solamente las ven-de, las sirve, pues dice que la mejor de las paellas puede quedar en nada si se permite que cada quien se sirva, o que ordene a algún mesero que le sirva sólo esto o aquello.

En 1967 se casó con Elvira Cueto, cuyos hermanos fueron desde siempre amigos suyos, conociéndola a través de ellos. Con ella formó

Page 503: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

una familia de tres hijos: Ramón Guillermo, Elvira de Lourdes y María Isabel. Tiene dos nietos, una mujercita que ya canta y un hombrecito que seguramente tocará guitarra en el futuro. Su hijo mayor y tocayo es abogado y, como su padre, está enamorado de la guitarra. Ambos, lo primero que hacen por la mañana al levantarse, es practicarla. Cuando estuvo en Monterrey se llevó a su hermano Carlos y lo convenció de que estudiara Derecho y hoy es abogado.

Riquísimo en anécdotas, faltaría espacio para contarlas, por ejemplo, tuvo que ir a la Ciudad de México a traer al “Indio” Fernández para que le juzgaran por el hombre que aquí había matado. El “Indio” era todo un caballero, pero en cuanto bebía no se le podía tocar y cuan-do venía con él en el avión su problema fue que no le arrebatara de las manos o la charola un vaso o botella a las edecanes. Y menos mal que Ramón es un ropero, porque el “Indio” le sacaba algunos centímetros. Cuando entregó su encargo, nuestro hombre respiró.

Así, más o menos, más bien menos que más, es Ramón Ruiz Cava-zos; uno más de Los Nuestros.

Page 504: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Don Eduardo J. Ruiz*133

Lo conocí porque ambos coincidimos en la H. Institución —como Rafael del Río acostumbraba decir años después, refiriéndose a la Cámara Na-cional de Comercio de Torreón— cuando corría la década de los cuaren-ta y por entonces la cámara ocupaba los altos de un edificio que estaba en la calle Zaragoza entre las avenidas Morelos y Juárez.

Fueron los tiempos de las gerencias consecutivas de Ambrosio Rodríguez, de Alejandro Safa Ornelas y el propio Rafael. Don Eduardo fue, por aquellos entonces, presidente del consejo administrativo de dicho organismo.

Don Eduardo J. Ruiz fue el mayor de trece hermanos. En cuanto a él, nació en 1889 en Huatusco, Veracruz; del que estaba orgulloso por varias razones: porque uno de sus paisanos era el célebre caricaturista García Cabral y porque en su pequeño pueblo, si bien no había escuelas y quienes querían que sus hijos estudiaran la primaria tenían que reunirse para entre varios contratar el profesor que hacía falta para instruirlos, había, en cambio una cultura musical que hacía posible que en él hubiera más pianos, verticales, de media cola y de cola que en muchas ciudades mayores, no sólo de Veracruz sino del país.

Sus padres fueron Quintín Ruiz, quien se dedicaba a la compra venta de café y María del Rosario Fernández. Tenían su negocio en el propio Huatusco, pero vivieron algunos años en Orizaba, donde las cir-cunstancias los colocaron en condiciones de proteger la vida del gene-ral Alemán y hacer una buena amistad con la familia, que se extendió a sus hijos, entonces chicos.

Fue, pues, don Eduardo amigo de la infancia de quien llegaría a ser Licenciado y Presidente de la República: don Miguel Alemán y, por su

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 5 de febrero de 1999.

Page 505: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

conducto, de otro presidente: don Adolfo Ruiz Cortines y otro presiden-ciable: el Lic. Raúl López Sánchez, quien fuera Gobernador de Coahuila.

Por cierto, en una ocasión cuando llegó éste de México a Torreón por ferrocarril, por algo falló la organización de recepción y nadie fue a recibirlo. Sólo don Eduardo, que había ido en una camioneta y que vien-do aquello lo invitó a comer a su casa, donde Sarita, la esposa de don Eduardo y gran cocinera, le preparó un almuerzo de príncipe, con carnes y quesos y frijol negro y chiles veracruzanos, por el que, al darle fin, don Raúl felicitó a su anfitriona y dirigiéndose a don Eduardo le dijo: “Ahora sé por qué usted no acepta invitaciones a comer a ninguna parte”.

A Sarita Cavazos Sada la conoció don Eduardo en Brownsville Texas, donde coincidieron; ella era de Tamaulipas, donde su padre gene-ral Praxedis Cavazos estaba destacado y él de Nueva York donde traba-jaba y estudiaba, cosas del destino. Se casaron en 1919 y desde entonces para siempre la llamó “sweet” dulce, su dulce... y eso fue para él.

Don Raúl tenía la razón cuando le dijo que no aceptaba invitacio-nes a comer. En casa de don Eduardo tres cosas no fallaban: comer a su hora toda la familia junta; la siesta de don Eduardo en serio, es decir, vestido con pijama y todo y rezar el rosario familiar.

Aquí llegó un año de la década de los cuarenta. Llegaron él y su esposa con nueve hijos, tres nacidos en Brownsville y seis en Puebla; los últimos dos les nacerían en Torreón. Él venía para hacerse cargo de la concesión de su empresa en esta plaza que había quedado acéfala y tenían oficinas por la Hidalgo, casi esquina con Muzquis, que años des-pués cambiaría a la Juárez y Juan Antonio de la Fuente.

Y aquí volvemos al principio, cuando don Eduardo era presidente

del Consejo de la Cámara de Comercio y aunque era muy austero, su cepa veracruzana metió a la Cámara un trato más informal; sin que con ello perdiera la seriedad y responsabilidad en las juntas o en las comi-siones. Se enfrentaba con entereza al problema de los impuestos, se respaldaba con los caminos vecinales, por ejemplo, se comenzaba a ha-blar por primera vez sobre la necesidad de pasteurizar la leche, e incluso alguna comisión se nombró para visitar una pasteurizadora en la ciudad de México. Una de esas comisiones, encabezada por él fue a visitar a Don Antonio Ruiz Galindo, por aquel entonces Secretario de Industria y Comercio, quien recientemente había sufrido un accidente. La cita era en su propia casa y a la hora exacta apareció por una de las puertas en muletas; Don Eduardo le preguntó sobre su salud y el Ministro contestó:

Page 506: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“Pues aquí, todavía cojo” y Don Eduardo no pudo resistir la tentación de su ingenio y rápido, le contestó: “Es natural, don Antonio es usted todavía joven”.

Su carácter y sus relaciones dichas, que jamás ni él ni los suyos aprovecharon para nada personal y de las cuales hablaba, pero que co-nocía el propio gobernador de nuestro estado y que se notaba cuando el presidente Alemán venía y le tuteaba, o el presidente Ruiz Cortines y le llamaba “Gordo”, le facilitaban la solución de algunos problemas de los agremiados a la cámara.

Apoyó fuertemente la campaña de alfabetización; Con Sarita apoyó aquellos Conciertos Pro Comunidad que presentaron en nuestra ciudad artistas tan destacados como Piatagorsky, Jasha Heifetz y otros. Viesca le nombró “Hijo Predilecto”, cuando antes de que se le agotaran sus veneros trataba de convertirse en una ciudad turística y don Eduar-do ayudó a llevar allá la luz eléctrica.

En fin que por esto y más don Eduardo J. Ruiz, veracruzano de nacimiento y torreonés de corazón, indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 507: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Miguel H. Ruiz*134

Nació el 25 de marzo de 1941 en La Flor de Jimulco, Coahuila; siendo sus padres Enrique Ruiz Calderón, nativo del Estado de Jalisco y de María de los Ángeles Castro Almeida, nacida en Sombreretillo, Coahuila. Su padre trabajaba como inspector de campo del Banco Ejidal y en cumpli-miento de su deber visitaba constantemente todos aquellos pequeños pueblos agrícolas, lo que facilitó el encuentro y matrimonio con María de los Ángeles formando ambos una familia de siete hijos: Elva, Evange-lina, Miguel Humberto, Dolores, Enrique, Tania y María de los Ángeles. Al principio la pareja y sus primeros hijos —hasta Miguel— tuvieron que llevar una vida errante siguiendo al jefe en sus inspecciones, hasta que en 1946 decidieron poner casa en Torreón. De aquellos primeros años a Miguel H. no le quedó más recuerdo que el de un circo que llegó a Concordia, Coahuila, donde ellos estaban entonces y del alboroto que se armó en el pueblo porque uno de los leones —o el único que a lo mejor llevaba el circo— se había escapado de su jaula. Pero resulta que mientras lo buscaban, su hermana mayor Elva, se había metido al circo; que él divisaba porque estaba frente a donde la familia se quedaba. To-tal, su padre, que gracias a Dios les acompañaba, se fue rápido por ella, encontrando que el buscado león estaba allí, al otro extremo de la pis-ta, echándole el ojo a un caballo que acabó por matar y comer un poco, después de lo cual se dejó llevar sin mayores problemas a su jaula.

La familia pues, se asentó en Torreón por la calle García Carrillo, con la escuela Constituyentes de 1917 a una cuadra de distancia; pero mientras lo inscribían en ella él se iba a los tajos (que en su oportuni-dad se transformaron en bulevar) a donde iba a cortar carrizos para luego, en casa, con sus hermanas que le hacían el engrudo y le bus-caban el papel de china o periódico, se ponían a hacer papalotes que aquí les decían huilas y que más tarde iban a volar por donde no hu-biera ningún impedimento, ni árboles ni alambres eléctricos. Cuando

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 27 de abril del 2001.

Page 508: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ya lo pudo hacer comenzó a ir a la escuela, que no le dejó mayores recuerdos salvo el de una frase que su profesor Antonio Ríos le dijo con motivo de un trabajo que no le llevó a tiempo, disculpándose di-ciéndole, que se lo llevaría mañana, a lo que aquél le dijo: “El mañana no existe”, que nunca ha olvidado; además de un amigo que lo sigue siendo: Manuel Ríos.

Al terminar su primaria en 1953, se inscribió en la Venustiano Carranza, donde hizo secundaria y preparatoria, recordando a tres de sus directores: Federico Elizondo Saucedo, Abel Flores y Cueto Nica-nor; pero lo mejor que en esa época le pasara fue su encuentro con la guitarra, de la que se enamoró perdidamente y ha sido su constan-te acompañante, lo mismo en sus soledades de estudiante, que en los mejores momentos de su vida. Sucede que tenía quince años cuando cursaba secundaria y en ella hizo un amigo que todavía le dura, cuyo padre, Gabino Calvo, que era chofer de un camión repartidor tocaba la guitarra. Esto lo supo porque siendo vecinos, cuando esa amistad los hizo visitarse mutuamente, una tarde al llegar a casa de su amigo escu-chó tocar la guitarra al padre de éste. Se quedó embobado oyéndolo y siguiendo las manos del guitarrista. Cuando terminó le dijo que si podía enseñarle, al mismo tiempo que tomaba el instrumento intentando ha-cer lo que había visto. No lo pudo hacer, claro, pero su interés se veía, así que el señor Calvo le puso como lección la primera de “La”. De allí se fue Miguel H. con dos propósitos, uno volver al día siguiente para seguir practicando; otro, pedirle a su padre que le comprara su primera guitarra. A su padre lo comenzó a acatarrar desde el día siguiente para que le comprara una guitarra y aunque le dijo que no, en la primera salida que dieron al centro, acabó comprándole una en un bazar, que él comenzó a no dejar descansar ni de noche ni de día y así poco después ya tocaba “Alma mía”, un vals peruano y se acompañaba a sí mismo, pues también canta. Y olvido decir que, de allí en adelante, se volvió el serenatero oficial de sus amigos.

Por otra parte, formó parte del equipo varonil de basket de la escuela. En la prepa estudió con miras a seguir la carrera de ingeniería y entre tanto se distinguía como muy buen bailador de rock y cha cha chá, que eran los ritmos de moda; habiendo ganado un segundo lugar en el Casino en uno de sus bailes Blanco y Negro. En su momento él y su papá fueron a Monterrey. Iban tarde porque a Miguel H. no le entrega-ron oportunamente sus comprobantes de la preparatoria. Cuando dijo que quería lugar para estudiar ingeniería civil, le contestaron que ya no había y luego de una pausa en la que padre e hijo se miraron a los ojos, el que los atendía agregó: “Pero hay para mecánico electricista y para

Page 509: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

arquitecto”. Y entonces Miguel H. sin dudarlo, como si en ese momen-to hubiera descubierto su verdadero destino, dijo: “Seré arquitecto”. Cinco años, pues, vivió en Monterrey como estudiante. A Torreón venía quincenal o mensualmente. Al tercer año, en una de aquellas visitas se dio cuenta de que la economía familiar andaba mal. Habló con su padre y le dijo que de allí en adelante trabajaría para correr con sus gastos y estudiaría hasta sacar la carrera, como lo hizo.

En el primer proyecto que participó como dibujante, cuando pre-sentó el suyo, el maestro se lo tachó (así lo hizo con todos) y Miguel H. se sintió mal, como frustrado, pero, ni modo, había que presentar otro. Por este segundo fue muy felicitado por el mismo maestro y entonces aprendió que no todo sale a la primera, que hay que saber insistir. Más adelante participó, con otros seis compañeros en la confección de una maqueta proyecto de la Facultad de Arquitectura de Monterrey que iban a presentar al presidente López Mateos con motivo de una visita que iba a hacer a aquella ciudad. Trabajaron día y noche, pero la tu-vieron a tiempo, mereciendo la aprobación del presidente para que se hiciera y es la que hoy existe.

El primer trabajo que tuvo para poder subsistir y seguir estudian-do se lo dio el arquitecto Ernesto Santibáñez, que le permitió trabajar por horas como dibujante; luego Juan B. Padilla, quien estaba constru-yendo las mejores residencias por ese entonces, lo ocupó también y el resto lo completaba tocando serenatas y cantándolas para los estu-diantes que podían pagar por ellas en efectivo o con trajes. Por fin llegó el momento de recibirse. Su tesis mereció la distinción de ser publicada en el diario “El Norte”, de Monterrey.

De regreso en nuestra ciudad comenzaron las fatigas de la ini-ciación como profesional. Pero como Miguel H. nunca abandonó la guitarra, sus penas como estudiante y como flamante profesional eran suavizadas por ella, especie de confesora o psicóloga a la que todo le confiaba.

Recordó que antes de irse a estudiar, frecuentaba un grupo cul-tural de la ciudad que se reunía una vez por semana a cantar y decir poesías y él los acompañaba, para que cantaran o ponía fondo musical a sus poemas. Ellos eran el Lic. Homero del Bosque Villarreal, Salvador Vizcaíno Hernández, el Dr. Albino Guerrero, Concha Herrera, Emma Navarrete, Antonio Villegas, Emma Vizcaíno, el Dr. Adalberto Aguilar y Katy, su esposa, con los que se relacionó nuevamente, para no dejar descansar a su guitarra.

Page 510: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fue precisamente el Dr. Albino Guerrero quien se dio cuenta oportuna de que la tiroides de Miguel H. andaba mal y le recomendó se la operara, lo que hizo el Dr. Antonio Urbina de la Rosa.

Andaba, pues en busca de trabajo, cuando un día en la Morelos se tropezó con Salvador Jalife, quien le encargó cinco fachadas para ca-sas de interés social que le tomó cuando se las presentó; luego trabajó para el ingeniero José Bracho a quien le gustaron sus diseños y más tar-de le otorgó su confianza, pues habiendo sido elegida su fachada para la Escuela de Odontología, necesitaba tener una oficina y el ingeniero Bracho le dio su aval para que rentara una en el mismo edificio que él tenía la suya. Fue uno de los primeros apoyos que recibiera.

Pero, claro, no todo podía ser trabajo y guitarra; un día Cupido le asignó su flecha haciendo pasar a Luz María Villalobos Romo por don-de él trabajaba en ese momento, que fue por la esquina de Morelos y Falcón. Ella trabajaba en la misma Falcón, pero por la Hidalgo, como se-cretaria del director de “P.H”. Verla y seguirla, recordando lo que aquel profesor le había dicho acerca de que el mañana no existía, fue todo uno; se le acercó, le habló, pero, claro, Luz María no le iba a hacer caso al primero que se le acercara de manera tan informal, así que Miguel H. se dedicó a perseguirla en forma por bastante tiempo hasta convencer-la de que enamorado de ella sí estaba y que la cosa era en serio. Claro que en todo ello la guitarra de Miguel H. puso el punto sobre la i del noviazgo que, al fin, llegó como llegó el matrimonio el 28 de febrero de 1969. Forman hoy una familia de tres hijos: Miguel Gerardo, que es in-geniero; Gabriela, que es licenciada en comercio exterior y Humberto, que es arquitecto y a quien también le gusta la guitarra.

Al arquitecto Otto Schott le está muy agradecido porque desde que lo conoció le dispensó su confianza, le hizo encargos muy intere-santes y, dice, le enseñó muchas cosas de la profesión que le sirvieron cuando le aconsejaron que se independizara y lo hizo.

La primer casa que hizo fue un encargo del señor Luis López Za-vala y su última obra fue el obelisco de la Marina, que está en el parque de la entrada de Torreón Jardín, encargo de la Secretaría de Marina y del Ayuntamiento de nuestra ciudad.

Fundó la Asociación de Ingenieros Civiles y Arquitectos, cuando no había los colegios que hoy existen; fue maestro de dibujo en el Tec-nológico de La Laguna del que participó como fundador; hizo la remo-delación del Mercado Juárez; los trabajos de restauración de la Casa

Page 511: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

del Cerro; la restauración de la Casa Mudejar (ambas obras bajo los pa-tronatos que presidió el licenciado Homero del Bosque Villarreal); fue responsable del proyecto y construcción de la Biblioteca Municipal; fue secretario de la Unión de Empresarios de la Zona Industrial de Torreón, en cuyo tiempo organizó la primera feria del deporte para obreros; es-tuvo durante diez años al frente de la liga de softbol intercámara, para el esparcimiento de los empresarios; fue secretario y tesorero del Club Sertoma; consejero del Club San Isidro en el tiempo que se construye-ron las canchas de squash; las casas de interés social que ha construido y cuyas fachadas ha diseñado se cuentan por cientos.

En fin, volvamos a la guitarra, que ahora ya retirado, sigue siendo su verdadero amor. Allá por el 95 ó 96 estaba Víctor Kaim en su restau-rante pidiendo silencio a sus comensales para que disfrutaran las in-terpretaciones que Rolando Madero hacía de música flamenca y como entre ellos estaba Miguel H., lo presentó a Madero y éste lo invitó a tocar dándole su guitarra. Miguel H. aceptó, pero les rogó que, como vivía a dos cuadras del sitio, lo esperaran para ir por la suya. Volvió con ella y se acompañaron esa noche como si hubiesen ensayado antes o juntos lo hubieran hecho toda la vida. De allí en adelante lo hicieron con mucha frecuencia, pues siempre que invitaban a Rogelio Madero a tocar extendía la invitación a Miguel, haciéndole vencer el miedo al pú-blico. Además le enseñaba cosas de concertista que Miguel H. no sabía y comenzaron ya, definitivamente, a hacer pareja musical. Hay aquí un sitio bohemio por la Escobedo donde viernes y sábado se reúnen los amantes de la guitarra a tocar o a escuchar, claro, no todas esas noches aparece “el duende”, pero cuando lo hace esas noches son verdadera-mente memorables. Sus grandes éxitos, después de obtenerlos donde sea, han ido a celebrarlos a ese sitio.

Acompañando a Chuy Aranzábal, ambos actuaron varias veces en el Alvarado, lo mismo que en el Martínez con gran éxito de público. Como dúo de guitarras se presentaron en el auditorio del Tecnológico de Monterrey, Campus Laguna. Sabe lo mucho que debe seguir estu-diando para seguir avanzando en el dominio de su instrumento; sabe la herencia de responsabilidad que en ese campo le dejó su querido amigo y está dispuesto a cumplirla, como un homenaje a Rolando Ma-dero y en beneficio de las mejores obras de Torreón, como uno de Los Nuestros que es Miguel H. Ruiz, el arquitecto y guitarrista.

Page 512: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cenobio Ruiz Martínez*135

Como Cenobio Ruiz Martínez no pensó en la bicicleta como un sitio de lectura ambulante, jamás se le ocurrió —como a Gabriel Zaíd— consultar en la enciclopedia Espasa el artículo bicicleta, donde no encontró lo siguiente: “Para montar en bicicleta es preciso no te-ner miedo, sujetar el manillar con flexibilidad y mirar al frente y no al suelo”. Si lo hubiera hecho y de haberse encontrado con eso y otras cosas de mayor temor aún, acaso se hubiese frustrado este gran ci-clista lagunero y mexicano y todas estas copas, medallas y trofeos en lugar de estar reunidos en la que fuera su casa en Ciudad Lerdo (donde recibe la veneración no sólo de sus familiares: esposa, hijos, nietos, sobrinos, sino también de sus grandes amigos como Carlos Soria Perales, Armando Barrón, Mariano González, Arturo García Ca-rrillo, Pedro Marmolejo, Juan Martínez Amador, Humberto Rodríguez y muchos de los que fueron sus admiradores), estarían repartidos en muchas vitrinas de sitios distantes. En esto de su afición al ciclismo, al que de alguna manera se sentía destinado, tampoco se anduvo jamás por las ramas, digamos el triciclo. ¡No señor! Esperó lo que tenía que esperar. Ya verán cuánto y cómo los que sigan estas líneas.

Cenobio Ruiz Martínez vino al mundo en Tlahualilo, Durango, el 23 de marzo de 1934. Fue Aries de los primeros días y, por lo tanto, es-tuvo siempre lleno de entusiasmo, fue dinámico, osado e inteligente y tuvo gran personalidad. Fueron sus padres Estanislao Ruiz y Roma-na Martínez. Su padre trabajaba en la entonces Compañía Nacional de Electricidad, responsable del mantenimiento de las líneas de Ber-mejillo a Escalón. En uno de aquellos viajes escalonados que con tal motivo hacía, su papá se lo llevó de acompañante cuando tenía algo así como cinco años. Para que no se aburriera en el camino y también acaso por tenerlo quieto, le contaba cosas, todas las que se le venían a la mente, lo mismo de su trabajo que cuentos y otras ocurrencias.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 15 de marzo del 2002.

Page 513: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Y aquella tarde, al aparecer temprano la luna, en lugar de decirle el lugar común de entonces: “que era un queso”, le diría —seguramen-te— que miraba a los niños que no se portaban bien. La cuestión es que ya entrada la noche, cuando su papá lo dejó solo en el carro mien-tras a la luz de la luna iba a ver algo en el poste más cercano, Cenobio de pronto se puso a gritarle a su papá que viniera: “que la luna lo esta-ba mirando”. Así, con la inocencia encantadora de los niños de antes de la televisión (porque los de ahora se vuelven sabios y la pierden frente a la mentada pantalla chica) Cenobio llegó al día de comenzar su escuela primaria.

En la escuela de Bermejillo, Durango, cursó los años de prime-ro a cuarto de primaria. Luego sus padres cambiaron su domicilio a Ciudad Lerdo, donde su abuelo Cenobio Ruiz Herrera (que era ma-yordomo en un rancho cercano) tenía una casa. Allí en Lerdo, en la escuela Francisco Sarabia, terminó Cenobio el cuarto y quinto de la escuela primaria con el profesor Calleros, quien fue durante muchos años valioso colaborador de este periódico. Cenobio Ruiz Martínez, después de hacer un año de secundaria en la 18 de Marzo, se inscribió en la Academia Potosina de Gómez Palacio en la que haría la carrera de auxiliar de contador, carácter con el que entraría a trabajar en la misma empresa en que su padre lo venía haciendo desde hacía años.

A estas alturas, ustedes se estarán diciendo: “bueno, bueno, está bien, pero y de la bicicleta, ¿qué?”. De la bicicleta resulta que cuando sus padres se cambiaron a Ciudad Lerdo, en Bermejillo de-jaron muchos afectos y para que pudiera ir allá, su padre le compró, sin anunciárselo, una bicicleta balona, que adornó con todos los ac-cesorios que sus vendedores tenían para el efecto, sin perdonar uno solo. Ya se podrán ustedes imaginar el alboroto que causó la entrega de la dichosa bicicleta a Cenobio. Él no sabía entonces que a partir de aquel día comenzaba su verdadero destino, pero de todas maneras, lo primero que hizo fue montarse en ella y comenzar a dominarla, entre otras cosas porque su primera prueba iban a ser los cuarenta kilómetros que tenía que recorrer para llegar a Bermejillo.

Entre tanto, a Ciudad Lerdo habían llegado los Marmolejo, de los cuales nos interesaparticularmente Juan, muchacho de su edad. Venían de la Ciudad de México y la casa a la que llegaron estaba en la misma calle que la de Cenobio, así que cuando comenzaron a bajar del camión sus muebles y demás, lo primero que Cenobio notó fueron las bicicle-tas, no pesadas como la suya, sino ligeras, de carreras. De inmediato hicieron amistad (una que duraría toda su vida) y al preguntarle por qué

Page 514: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

eran tan ligeras y recibir la contestación, Cenobio lo primero que hizo fue quitarle a la suya todos los adornos y dejarla sin más que lo impres-cindible. No es difícil imaginar cómo se puso su papá cuando vio tan pelona de accesorios la bicicleta que tanto le había adornado a su hijo; pero éste le aclaró que él lo que quería era correr en ella y que don Pan-chito Ortiz estaba organizando unas carreras de bicicletas en combina-ción con la Cervecería Sabinas (de la que por cierto, según entiendo, era gerente Manuelito Hinojosa) y él, Cenobio, quería competir en ellas.

Las cosas se le fueron presentando. Hubo una que fue la pri-mera que ganó ya oficialmente: la de Francisco I. Madero a Duran-go. Él tenía entonces catorce años y la fecha fue el 8 de agosto de 1948. Hubo copa y toda la cosa. La copa —pequeña por cierto— está colocada junto con otras del mismo tamaño en una vitrina. Él solía decir: “Éstas son las que más trabajo me costaron”. Luego vino una de Gómez a La Goma, que no terminó, pues su bicicleta se ponchó y aquéllos eran tiempos en que arreglarla se llevaba mucho tiempo y quitaba toda posibilidad de seguir corriendo. En el 49 se organizó una carrera de Lerdo a León Guzmán. Él tenía quince años y terminó en segundo lugar. Cenobio y su amigo Pedro Marmolejo se fueron a es-condidas a participar en una carrera de velocidad llamada “El circuito de Monterrey”, pero no sólo se habían ido a escondidas, sino también sin dinero. Lo único que comieron fueron naranjas que se salían de las redilas de un camión de carga que iba adelante de ellos. Intervinieron en la carrera, pero por supuesto, no pudieron con el esfuerzo, todos se les adelantaron. Así, entre triunfos y algunos fracasos fue haciendo su experiencia ciclista Cenobio Ruiz.

En 1957 “El Siglo de Torreón” promovió la “Primera Vuelta Ci-clista de La Laguna”, cuya organización encargó a Jorge Serna y que fue todo un éxito. De ella resultó triunfador absoluto Cenobio Ruiz del equipo Cruz Blanca, a los veintitres años de edad.

Aunque al parecer toda su vida fue la bicicleta (inclusive des-pués de su trabajo se iba con su amigo Carlos Soria Perales —quien vivía en Torreón— por todo el bulevar Miguel Alemán dizque a enca-minarlo, pero resulta que después de llegar a los límites del puente, éste decía que como todavía era temprano, ahora él lo iba a encami-nar nuevamente y así se la pasaban hasta que no había más remedio que despedirse), de todas maneras llegó el día en que una jovencita pasara por su casa muchas veces, hasta que en una ocasión en que la mamá de ella la mandó por algo a la botica, él la siguió. Ella iba acom-pañada de unas amigas y éstas notaron que las seguía de cerca y se

Page 515: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

lo dijeron a Margarita Brito Crabtree: “Ahí viene el de la bicicleta, el que anda tras de ti”. De regreso también pasó lo mismo. Y con ello, en la primera ocasión que la encontró sola, se presentó y el romance comenzó. Eso ocurrió el 25 de octubre de 1953. En el 54 se enojaron por varios meses y luego se contentaron, casándose en mayo de 1955, recién llegado él de los Juegos Panamericanos, en los que había gana-do para México y La Laguna una medalla de bronce. Formaron una fa-milia de cuatro hijos. Llegaron primero ellas: Margarita María Lutecia y Martha Elena; luego ellos: Jorge y Cenobio, quienes le dieron once nietos, sin alcanzar a ver los bisnietos.

Uno de los nietos, Guillermo Miranda Ruiz, comenzó con la bi-cicleta a los cuatro años y ya a los trece andaba en competencias en las que comenzaba a distinguirse. Fue una verdadera lástima que se retirara del ciclismo cuando su abuelo murió, lo que ocurrió el 20 de abril de 1999.

Durante muchos años, competencia en la que intervenía Ce-nobio era una competencia en la que obtenía la victoria. En el 57 le fue entregado por el Presidente Municipal de esta ciudad el Trofeo de Cristal. Así como a Fermín Espinoza “Armillita” entre los toreros, le cuidaban sus hermanos que componían su cuadrilla, así los hermanos de Cenobio Ruiz, Luis y Joaquín cuidaban de Cenobio y de su bicicleta, estando atentos a todos los detalles que facilitaran su triunfo. En el ciclismo este trabajo recibe el nombre de “Doméstico”, así que ellos eran sus “Domésticos”, de los que en buena parte dependían sus triunfos. Ya para retirarse ganó la 15ª “Vuelta a la Laguna”.

Sería tedioso enumerar todos sus triunfos, pero es justo para terminar dar noticia de las ocasiones en que como seleccionado na-cional participó con honra en diversas competencias como:

1954 VII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe. Mé-xico. D. F. 1955 Juegos Panamericanos. (Tercer lugar). México, D. F. 1955 Campeonatos Americanos de Ciclismo. Caracas, Venezue-la. 1958 IX Campeonatos Americanos de Ciclismo. (Sexto Lugar en Medio Fondo). Sao Paulo Brasil. 1959 VIII Juegos Deportivos Centroamericanos del Caribe. Cara-cas, Venezuela. 1960 XVII Olimpiada. Roma, Italia. 1966 Retiro del ciclismo activo en la XIX Olimpiada. México, D. F.

Page 516: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Se dedicó a fomentar el ciclismo hasta pocos meses antes de su fallecimiento, encontrando en ello muchas satisfacciones. Fue invi-tado a la Federación Mexicana de Ciclismo como vocal de la misma y asesor técnico del equipo mexicano. En 1991 se inauguró la ciclopista que se encuentra en Ciudad Lerdo, Durango y que lleva su nombre.

En la actividad deportiva a la que entregó toda su vida, Ceno-bio Ruiz Martínez, como uno de Los Nuestros, es un ejemplo digno de seguirse.

Page 517: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alberto Ruiz Vela*136

En los aparadores de una casa comercial situada en la esquina de Hidalgo y Blanco vi por primera vez unos cuadros taurinos de estilo conocido y firma que, de pronto, parecía la del valenciano Ruano Llopis. Deteniendo el paso y pegando la cara a los cristales, pude leer: A. Ruiz Vela. Y me retiré preguntándome quién sería aquel firmante que tenía la audacia de atreverse a imitar estilo tan singular y conocido.

En un despacho del edificio Vallina saludé por primera vez a Alber-to Ruiz Vela. De aventajada estatura, podría decirse que su tipo en gene-ral el de uno de esos muchachos ansiosos de gloria que van a los rastros a espiar la oportunidad de echar un capotazo o con el mismo afán per-siguen, pueblo tras pueblo, la posibilidad de participar en algún festejo taurino. A él también le atraían las corridas de toros, pero no para con-quistar la gloria de los ruedos, no para conquistarla por la burla airosa de los cuernos. Él quería apresar en el lienzo el movimiento, el color, la vida de la fiesta por antonomasia. En ello cifraba la gloria y por ella luchaba lentamente a diario, que es la forma más segura de encontrarla.

Mientras tanto, económicamente se defendía haciendo anuncio comercial en aquel despacho que tenía rentado en el tercer piso del edi-ficio Vallina, cuya ventana daba a la avenida Juárez y por la cual se podía descansar la vista mirando desde su altura el ir y venir precipitado de los laguneros. Fue la época en que no faltaron empresarios decididos a hacer de la fiesta taurina una fiesta de arraigo en La Laguna. Rara vez coincidieron toros y toreros buenos, pero las corridas sucedían y Ruiz Vela, desde el callejón, no desaprovechaba la oportunidad de hacer sus apuntes del movimiento de la bestia y el esteta o el mandón. Estos boce-tos eran luego trabajados en su estudio y, de varios de ellos, resultaron cuadros de los que la mayor parte según entiendo, quedó en poder de Chinto Faya, por compra que de ellos hizo según fueron terminados.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de abril del 2002.

Page 518: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Un buen día cerró su estudio y se fue a México a estudiar el se-creto definitivo de aquel estilo en la natural y propia fuente de donde había surgido: en el estudio de Ruano Llopis. Una serie de sus cartones publicados por uno de los diarios especializados de la capital nos tra-jo noticias suyas. Por Andrés de P. Crespo, que desde por acá anduvo tras de él para que le ilustrara un libro que por aquel entonces deseaba editar y creo que ha quedado en eso, en deseo, supe que vivía en la calle de Brasil de la Ciudad de México. Luego, nada. Casi a la par fueron llegando noticias de la muerte de Ruano y las del triunfo del heredero de su estilo. El calendario de la Cervecería Cuauhtémoc para este año incluye seis cuadros del maestro y seis del discípulo.

Entiendo que ahora vive en Estados Unidos —creo que en Mia-mi— donde viene triunfando; también que vino con los suyos para esta Navidad y que volverá al otro lado donde ha dejado jugosos en-cargos pendientes.

Aquí ha dejado muestras de su arte en el Apolo Palacio: “El Al-muerzo” une a dos de “Los Nuestros”, Julio Sosa, autor de la fotografía y Alberto Ruiz Vela, que le ha dado nueva vida con sus colores.

Page 519: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Alejandro Safa Ornelas*137

Acerca de Alejandro me hubiera gustado contar algo de lo que creía sa-ber y mucho de lo que me gustaría saber si alguien me lo contara; pero resulta que aunque hubo una época en la que nos veíamos casi a diario y a pesar de haber sido mi compadre —porque lo fue— y un ser ex-cepcional en muchos aspectos, al terminar de escribir arriba su nombre me di cuenta de que apenas si sé nada de él. Lo nuestro, pues, fue sólo afecto... mutua estimación, charla sobre los diarios acontecimientos, o sobre aquellos que atañían a nuestras mutuas actividades en el comer-cio de mediados del siglo anterior. Teniendo en cuenta que para aquel entonces él fungía de gerente de la Cámara Nacional de Comercio de Torreón, cuando don Eduardo J. Ruiz o Manuel Micher fueron presiden-tes. Éste es, precisamente, el defecto de los renglones de hoy, que no tendrán fecha, o muy pocas.

Así pues, si comenzamos preguntándonos cuándo nació Alejan-dro, la respuesta rápida es, como en aquellos tiempos se decía: “Sepa, o sepa la bola”, pero debe haber sido de los veintes, porque era más chico que yo; de edad, digo, porque de estatura era alto, bien formado, amplia la frente, medio rizadón el pelo, usaba anteojos, el bigote bien cuidado y bajo de él una sonrisa fácil para sus amigos. Habiendo nacido en Gómez Palacio, sus estudios de primaria los hizo en la escuela Nicolás Bravo y en la Escuela Preparatoria de La Laguna, su preparatoria. Luego iría a la Ciu-dad de México, donde principió a estudiar la carrera de Medicina. Para entonces ya hablaba inglés y francés, que no sé dónde o cómo aprendió, pero así era. Total que a su casa gomezpalatina volvía siempre que podía y no sólo en vacaciones. Andaba ya, no con la duda, sino con la seguri-dad de que la carrera de médico con la sangre y muerte que habría que ver a diario mientras la estudiaba, no era para él. Así que lo habló con su señor padre y, en tanto aclaraba lo que quería ser, volvió a trabajar en la tienda propiedad de su papá.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 28 de noviembre del 2003.

Page 520: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Pero antes, resulta que una tarde estando —no sé por qué— en la puerta de la joyería de Julián Núñez obstruyendo el paso, oyó una voz que le gustó mientras le decía: “Con permiso”. “Perdón”, dijo él, mientras cedía el paso a una delicada figura femenina que, de inmediato, le arreba-tó el ánimo; sin embargo, eso fue todo: una admiración callada. Así, hasta que una tarde saliendo del cine Cinelandia la volvió a ver. A su amigo Mar-cial Ferriz que iba con él, le preguntó que quién era aquella muchacha y cuando se lo dijo le pidió que se la presentara, a lo que aquél le contestó: “¡Cómo quieres que te la presente si va con el novio, no la amueles!”.

Alejandro volvió a la Ciudad de México a proseguir sus estudios y cuando volvió, lo primero que le preguntó a Marcial, a quien buscaba siempre cuando volvía de la capital, fue: “Oye, ¿y Alicia Barraza?”. Mar-cial le informó que andaba de novio; pero que no era el mismo de la vez anterior. Y así, cada vez que Alejandro venía de México, Licha tenía otro novio, sin encontrar al que realmente pudiera llegar a querer. Pero, no hay mal que dure cien años y en el amor si se espera se alcanza lo que se desea y, en este caso, resulta que ese año coincidieron ambos en el baile de fin de año del Club Churubusco de Gómez Palacio. Y lo que Ale-jandro no pudo lograr hasta entonces, que alguien le presentara con Licha, lo hizo el destino, como siempre. En el Club Churubusco, pues, bailaron toda la noche. Luego se vieron en otro baile, el día de Reyes, donde quedaron citados para verse el domingo en la plaza. Y allí, en la Plaza de Gómez, fue donde Alejandro se le declaró. Y Licha, que sentía que quería dar brincos de gusto, todavía tuvo la entereza de decirle que lo iba pensar. Por supuesto que dijo que sí. Como Alejandro seguía estudiando Medicina, tuvo que volver a la Ciudad de México. De allá le escribió su primera carta, cartas que Licha guarda como oro en paño, porque Alejandro nunca dejó de escribirle cuando la vida, por causas de fuerza mayor, les separaba brevemente. Las cartas tienen, sobre la conversación, la ventaja de que nada ni nadie puede interrumpirles Y aun cuando eso ocurra, la interrupción no se nota y el pensamiento sigue fluyendo hasta el final como si nada. Y así Licha que había salido indemne de varios noviazgos, fue conquistada por el novio que supo escribirle cartas que encontraron el camino de su corazón, capítulo que se cerró el 20 de agosto de 1944, fecha en la que Alejandro y Licha se casaron para amarse y formar una familia de once hijos.

Un poco antes de esto fue cuando Alejandro le dijo a su padre que no seguiría la carrera de Medicina por lo que antes dijimos, porque era incapaz de resistir la sangre y menos la muerte de los enfermos, pero que, en cambio, le gustaría estudiar la carrera de diplomático, que se le facilitaría por su conocimiento del inglés y del francés. La contestación

Page 521: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de su papá al respecto fue determinante: “O médico o nada”. Y no fue médico. Con esto se quiere decir que, desde el principio, el matrimonio de Alejandro y Licha descansó en el gran amor que se profesaban mu-tuamente, porque de ella llegaron a decir que había sido la causa de que él dejara de estudiar. Cuando se casaron [los padres de él]22

138ni siquiera asistieron a la boda.

Un gran beisbolero de aquellos tiempos, Arcaraz (creo que Ciro, Silvio o algo así era el nombre), le dijo a Alejandro que si se llegaba a casar, que se fuera a Ciudad Juárez y que allá él le conseguía trabajo. Y eso hicieron: se casaron y se fueron a Ciudad Juárez, donde su amigo le consiguió trabajo de Policía Especial. Eran tiempos de guerra y el saber tres idiomas le favorecía. Cuando él me contaba esto se sonreía con el recuerdo, porque, me aclaraba: “los uniformes no los hacían a la medi-da, sino que entre los que tenían uno tomaba el que mejor le venía y a mí todos me quedaban cortos de mangas”. A partir de entonces, me parece, cultivó su inclinación a vestir bien.

Con esa facilidad de comunicación que siempre tuvo, al poco tiempo ya tenía varios amigos policías y uno de ellos le dijo que sabía cuál era su situación y que habiendo llegado a estimarlo con todo gusto les ofrecía su casa, que sería un honor recibirlos en ella. Para esto ya ha-bía dejado su trabajo de policía porque de uno de los centros nocturnos le habían ofrecido, con mejor salario, el de Maestro de Ceremonias; para lo cual él tenía cierta facilidad, pues siendo un apasionado de la música, casi todos los locutores de La Laguna eran sus amigos y de vez en vez le soltaban los micrófonos. De haber seguido aquí por entonces acaso hubiera destacado en ese medio. Pero cuando nació Toño, su primer hijo, Alejandro y Licha hablaron sobre el futuro del niño y estuvieron de acuerdo en regresar a Gómez, donde él buscaría trabajo. Lo encontró pronto, porque precisamente en esos días Rósbel Ramón Zorrilla, pro-minente hombre de negocios Gómezpalatino, andaba buscando quién le organizara para el Instituto Francés de La Laguna una kermesse que, según entiendo, se desarrolló en la Plaza de Gómez Palacio y que fue un éxito por la gran cantidad de premios ofrecidos; entre otras cosas y gracias a lo cual la imagen de Alejandro Safa Ornelas se proyectó no sólo en Gómez sino en toda la Comarca. Y como por entonces la Cá-mara Nacional de Comercio de Torreón, cuyas oficinas se ubicaban en aquel tiempo en la calle Zaragoza entre las avenidas Morelos y Juárez, estaba necesitando gerente, el propio Rósbel Ramón propuso a Alejan-dro para que lo fuera, cosa que a la Cámara le vino como anillo al dedo.

22 Nota del editor.

Page 522: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Como coincidentemente en esos años yo era consejero de dicha institución, allí fue donde nos conocimos e hicimos una amistad larga y duradera, que en los últimos años, por la diversidad de nuestras activi-dades apenas si ejercíamos.

Luego, cuando Román Cepeda fue Presidente Municipal, lo invitó a ser su Tesorero. Fueron los años del 49 al 51. El destino se había acor-dado de aquél a quien tantas carencias y sobre todo inseguridades ha-bía hecho pasar y comenzó a recompensarle. Cuando el propio Román Cepeda fue Gobernador de Coahuila, siguió contando con la colabora-ción de Alejandro, a quien nombró Sub Tesorero del Estado; posición que le llevó a establecerse durante cuatro años en Saltillo, la ciudad capital del Estado. Cuando aquel período terminó, volvió a Torreón y después de un corto descanso le tentó la ganadería. Compró un rancho ganadero en el que lamentablemente le fue del cocol, es decir que la aventura terminó en desastre, cosa más o menos lógica si se tiene en cuenta que cuando usted es alguien, los bancos lo traen aquí (estoy viendo la palma de mi mano), pero, cuando ha dejado de serlo contri-buyen a acabarlo, pisándolo si los deja.

Total que Alejandro consiguió la Gerencia de Ventas de una fábri-ca de alimentos para animales y comenzó a visitar a sus clientes, cuya mayoría estaba ubicada en la frontera. Poco después, cuando ya había conocido carreteras y clientes, invitaba a Licha a acompañarlo. Y así lo hacía con cierta frecuencia, cuando la soledad se hacía sentir insopor-table, o cuando la nostalgia de la compañía de su pareja le requería a llamarla. Y así fue como estaban juntos aquella vez que, poco antes de llegar a Ciudad Juárez, él iba con un fuerte dolor en el pecho. Iban a ir a misa de nueve. Y efectivamente fueron. Al salir fueron a ver un médico, quien después de auscultarlo, les dijo que no era nada, que había sido un dolor muscular muy fuerte, pero nada más. ¡Y era cardiólogo! Se regresaron a Chihuahua y allí se fue al Seguro a que lo vieran y regresar a Torreón. El médico al saberlo le dijo: ¡De ninguna manera! Usted tiene que quedarse para hacerle unos estudios... “No, le dijo Alejandro, no puedo”. Y se vino. Eso sí, directamente al sanatorio llegaron. En camilla lo tuvieron que mover. No podía caminar. El doctor Sada Quiroga lo sacó adelante, entre otras cosas que le dio, estaban unas gotas que, para conseguir tuvieron que recorrer todas las boticas y luego se las tenían que dar cada diez minutos. La noticia corrió y a poco los teléfo-nos sonaban constantemente preguntando por él. Y llegaban también reliquias, oraciones, rosarios, pues sus amigos y conocidos se contaban por millares. Todo esto ocurrió en el 62.

Page 523: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Volvió a su trabajo, pero cada vez con más dificultades; sin em-bargo, conservó su buen humor, su agradable sonrisa y su optimismo inalterable, aunque de muchos de sus viajes tuvo que devolverse por-que le fue imposible ir más allá, no obstante que llevaba ayudante. Du-rante sus últimos tres años le dieron muchos infartos. En diciembre del 65 le dio un dolor de cabeza muy fuerte; él mismo pidió que lo llevaran al sanatorio, en tanto llamaban a Sada Quiroga, quien al poner el este-toscopio en su pecho alcanzó a escuchar el último latido de su corazón. Era el 27 de diciembre del 65.

Fue uno de los Fundadores de la Cámara Junior de Gómez Pala-cio. Con el padre Hernández colaboró en sus primeros tiempos para que la Casa Íñigo fuese una realidad; pero por lo regular su mano iz-quierda no sabía lo que hacía su derecha.

Cultivó toda su vida la amistad y supo dejar entre todos sus ami-gos un gran recuerdo. Por todo ello Y más, Alejandro Safa Ornelas es uno de Los Nuestros.

Page 524: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sonia Salum de Garrido*139

Un día supe, hoy no, el nombre de aquél que un día dijo: “ Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”. De todas maneras, el que tal dijo se quedó corto, porque la mujer no sólo ha sido capaz de impulsar a aquellos hombres que fueron grandes por haber tenido la suerte de tropezar con ella, también ha sabido conquistar para sí la grandeza.

Si las mujeres tuvieran que reservarse sólo para inspiración o acicate de hombres talentosos pero indolentes, perderían sus propias posibilidades.

Cuando vi a Sonia por primera vez, me dio la impresión de ser una mujer muy frágil. Cuando la saludé y hablamos, me dejó la sensación de su vitalidad exquisita, con una gran entereza frente a la vida y una gran capacidad de trabajo, que explica la diversidad de inquietudes y responsabilidades que asumió en nuestra ciudad; fue en el escenario figura destacada.

“La güera Rodríguez” lo mismo que “Yerma”, fueron obras que se mantuvieron por largo tiempo en cartelera y cuyas caracterizaciones todavía se recuerdan y ayudaron a mantener la afición en nuestro tea-tro de aficionados.

En el campo de la educación fue número uno en el consejo de la Universidad Autónoma de la Laguna.

Vinieron luego los años en que se hizo cargo del Teatro Martí-nez. Casi abandonado, corría entonces el peligro de ser vendido por inútil y acaso derrumbado, como ocurrió con la casa que fuera de Don Fernando Rodríguez. Sonia nos mostró otro de sus valores; convocó y reunió a un grupo de nuestros mejores hombres que, dispersos, no se

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de septiembre de 1998.

Page 525: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

habían dado cuenta que le profesaban un gran amor a Torreón. Orga-nizados fueron llamando en las mejores puertas tanto de aquí como en la ciudad de México y, poco a poco, obtuvieron los apoyos financieros necesarios tanto para rehabilitar el teatro y dejarlo como hoy luce por fuera y dentro, como para hacer posible la presentación de todo tipo de espectáculo cultural en su escenario, lo mismo teatral que musical, bailes folklóricos que Ballet.

Más tarde convocaría a nuestras etnias para que se atrevieran a mostrarse y revelar públicamente todo lo suyo; la nostalgia de sus orí-genes, su gastronomía, sus artesanías... su historia en fin.

Indudablemente, elevó el prestigio cultural de nuestra ciudad. Muchas son las cosas que revivió, a las que Sonia dio vida entre noso-tros, agrandando el patrimonio de Torreón con su talento, su cotidiano trabajo, acérrimo y apasionado, grávido, su grande amor a Torreón.

Por eso digo que Sonia Salúm de Garrido es una de Las Nuestras.

Page 526: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José de Jesús Sánchez Dávila* 140

Cuenta la historia que un día estaba Francisco Pizarro con ochenta y cinco de los suyos después de siete meses de abandonado en la Isla del Gallo, enfermos y desesperados, cuando les llegó la ayuda que para sacarlos de allí el Gobernador de Panamá enviaba. Ya en tierra firme, lo que la mayoría deseaba era acabar con aquella aventura quedándose en la seguridad del istmo. Fue entonces que Pizarro hizo con la espada su famosa raya diciendo: “Por aquí se va al Perú con miseria y fatigas hoy; mañana con fama y fortuna. Por allá a Panamá en busca del fraca-so y miseria. Cada quien escoja lo que mejor le convenga”. La mayoría prefirió ir a Panamá; sólo trece, cuyos nombres pasaron a la historia, le siguieron.

La mayoría de los hombres tienen una misión que cumplir en el propio lugar donde nacen y mueren; pero para algunos hombres el des-tino pinta en sus vidas una raya, dándoles a escoger, porque siempre pueden decir sí o no, entre quedarse en su solar nativo o ir a buscar su suerte fuera de él. Aunque las cosas se presenten como impuestas, la decisión es siempre de ellos. José de Jesús Sánchez Dávila nació el 20 de mayo de 1924 en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Fue el último de trece hermanos (¿es el trece un número afortunado?) hijos de Melchor Sánchez Siller y de Rosaura Dávila.

A los 4 años de edad sucedió en su familia un acontecimiento tan importante y con características tan especiales, que constituye su pri-mer recuerdo inolvidable. Sucedió que el 2 de agosto de 1928 sus padres cumplieron sus Bodas de Plata, mismas que celebraron con una misa en acción de gracias. Dicho así parece fácil, pero, si se recuerda que el Presidente de la República, Plutarco Elías Calles mantenía cerradas las iglesias, cumplir aquel deseo tuvo sus bemoles. Pero no hay nada que nos incite más a realizar cualquier cosa como que se nos prohíba y así,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 9 de febrero del 2001.

Page 527: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

las bodas y los bautizos seguían ocurriendo a diario, aunque a escon-didas. Aquella celebración no fue la excepción. La familia se puso sus mejores prendas, porque además, después de la misa se iba a sacar una foto del grupo familiar y todos tenían que aparecer pintiparados. A la familia no le sobraba precisamente el dinero y aparecer todos, incluidos los niños, bien vestidos no era enchílame otra. Los zapatos eran uno de los mayores problemas. José de Jesús los tenía raspaditos de la punta como consecuencia del juego de las canicas, pero a su hermano que le seguía para arriba casi se le salían los dedos, así que un primo tuvo que prestarle los suyos y todo eran carreras y nervios de última hora por la misa, que fue en la calle Centenario No. 30 norte, casa que su propio padre había construido. Y en cuanto al retrato familiar, la propia palabra era la primera vez que el menor de los hijos oía; formar el grupo fue obra de romanos: que si tú sentado, que si aquel otro parado, que no se mue-van, que tú vente junto a mí, que no, que sí... Y luego el hombre de la cámara, a quien lo que se le veía parecía un ojo que les miraba a todos sin parpadear y luego el fotógrafo, que se metía bajo aquel gran trapo ne-gro y luego salía para ir hacia ellos y corregir posturas o estaturas. Total, el cuento de nunca acabar, hasta que, por fin, un flashazo que ni tiempo les dio de correr vino a anunciar que ya podían moverse a sus anchas.

En 1931 José de Jesús fue inscrito en la Escuela Primaria Coahui-la, que por cierto había construido Nazario Ortiz Garza en el mismo sitio que antes había sido Cuartel 28 de Caballería. En esa escuela haría toda su primaria. De ella recuerda que a la profesora Herminia Aguillón de Cabello, que fue su profesora en primer año y también en el cuarto; el niño José le cayó bien desde el principio, acaso por ser buen estudiante, distinguiéndole de tal manera que, por ejemplo, es-tando apenas en cuarto año, lo nombró presidente de la Sociedad de Alumnos. Lo que propició que cuando la escuela recibió una invitación del Colegio Elliot de Eagle Pass para que los visitaran, invitación que también recibieran escuelas de Monclova, Sabinas y Piedras Negras, él fuera a la cabeza del grupo sin necesidad de pasaportes, llevando las cartas de invitación en su lugar. Así visitaron el condado de Maverick y las famosas tiendas de cinco y diez centavos, en las cuales José de Je-sús derrochó todo su dólar que llevaba para gastar, comprándose un dominó, cuya afición a jugarlo ya se iniciaba. Y en cuanto a su paladar en él le quedó para siempre el sabor de la crema de cacahuate.

En 1937 entró a la Escuela Normal para Maestros. No le gustó, dizque porque había muchas mujeres. Sin embargo, en su memoria ocular se le quedaría de entonces el recuerdo de una chica que, con el tiempo, se convertiría en su esposa. Ese mismo año entraría al Ateneo,

Page 528: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

donde la suerte le deparó ser alumno de aquellos grandes maestros que fueron Rubén Moreira Cobos, José García Rodríguez e Ildefonso Villareyo. Terminada allí su preparatoria en 1943, se fue a México, ins-cribiéndose en la Escuela de Jurisprudencia. Todavía recuerda que su matrícula fue la 43195. Lamentablemente enfermó de gastritis y como un hermano mayor había padecido y fallecido a consecuencia de ella, en cuanto su señora madre supo que él también la había contraído, sólo tuvo una orden lacónica: ¡Véngase!

Aliviado con los cuidados de su madre, pero teniendo que esperar para volver a los estudios, se dedicó con sus primos a hacer un rancho. En agosto de ese mismo (1943), estudió en la Escuela de Leyes como alumno libre. Junto con él estudiaban Cuitlahuac Córdoba, Raúl Mijares, Enrique Rodríguez López, Juan Antonio Saucedo y otros, en total diez, de los que nueve se recibieron. José de Jesús, a quien desde este mo-mento llamaremos Sánchez Dávila, se graduó con mención honorífica el 13 de septiembre de 1949. Su tesis se tituló: “La doble personalidad del Estado en el Juicio de Amparo”. Fueron los tiempos de los gobernado-res Benicio López Padilla y Raúl López Sánchez. Para diciembre de aquel año ya tenía trabajo como Agente del Ministerio Público Investigador y además el nombramiento de Juez de Plaza, en la de los toros. Él piensa que esto fue en calidad de premio por sus buenos estudios.

Lo comenzaron a mover a otros puestos y a otras ciudades, hasta que lo enviaron a Torreón, en sustitución del licenciado Luis Felipe del Río, a quien habían entregado su Notaría.

Y aquí es donde entra la raya de que hablábamos al principio. A venir a Torreón nadie lo forzó, fue una proposición, como cualquier otra. Dijo que sí, porque seguramente le latió que aquí estaba su des-tino definitivo. Y estuvo. En Saltillo conocía a todo el mundo. Aquí no conocía a nadie. Los primeros conocidos fueron los que le facilitaba su puesto de Juez Mixto. Le iba bien y se compró un carrito “Essex” al que a poco se le descompuso el radiador. Uno de sus conocidos del Juzgado lo llevó con Heliodoro Anaya, que entonces tenía un taller en Matamoros y Ramón Corona. Cuando llegaron estaba con él Juan M. Leal. Total que quien lo había llevado conocía a Heliodoro, se lo presentó y le dijo lo que le pasaba al carro. Heliodoro llamó a su me-cánico, quien después de echarle un vistazo, dijo que lo mejor que se podía hacer era ponerle un radiador nuevo. Sánchez Dávila preguntó el precio y dijo que de contado estaba fuera de su alcance, pero que si podían darle facilidades, él podía darles tanto de inmediato y el resto en tres o cuatro mensualidades; la cosa estaba hecha. A Heliodoro

Page 529: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

le cayó bien su manera clara y directa de hablar y le hizo una mejor proposición, tanto en precio como en las mensualidades.

Mientras Heliodoro ordenaba lo que tenían qué hacer, Juan M. Leal comenzó a preguntarle a Sánchez Dávila de dónde era, etcéte-ra, etcétera, etcétera y a participarle que en Torreón existía un movi-miento muy recomendable para personas que estaban entre los 21 y 36 años, que se llamaba Cámara Junior y que le gustaría que aceptara una invitación a la próxima cena con damas que se estaba organizan-do en el Casino de La Laguna. (Porque hay que decir que José de Je-sús Sánchez Dávila se había casado en la Ciudad de México el año 49, en la Catedral de Nuestra Señora del Carmen; aquélla que don Porfirio había levantado a petición de Carmelita, su esposa, con aquella chi-ca que en la Normal de Saltillo se le había quedado en los ojos y la memoria, que se había recibido de profesora normalista y se llamaba Juana Josefina Sánchez. Procrearon una familia de 4 hijos: José de Jesús, hoy abogado; Juan José, Policía Judicial graduado, ejerció quin-ce años; Octaviano, abogado y Laura Verónica, que dejó sus estudios para casarse). Total que el licenciado Sánchez Dávila esa noche llegó a su casa contándole a Juana Josefina, su esposa, todo lo que aquella tarde le había acontecido y de la invitación que había aceptado y con la cual su esposa también se entusiasmó, pues, se aburría sola y sin amistades. Fueron, pues, a aquella cena, en la que todo mundo se ha-blaba de tú con mucha cordialidad y ellos fueron presentados de una manera muy especial por aquellas mesas, saliendo de allí con muchí-simos amigos que parecía que lo hubieran sido de toda su vida, entre los cuales, por sólo citar unos pocos, los propios Heliodoro Anaya y Juan M. Leal más Rafael Delgado, Pedro Luna Torres, Manuel Anchon-do, Alfredo Jaik, Donaldo Ramos Clamont, Pepe Chávez Castañeda, Luis González Benítez, Juan Manuel Frías, Nicho Sánchez Guerrero, Pancho Dingler, Francisco Oranday Galindo, Enrique Esparza, Fran-cisco Marín, Mauricio González, Álvaro Rodríguez Villarreal, Enrique Muñoz, Rodolfo Orduña, Arnulfo Lara Ramos, David Villarreal, Chuy Gurrola y Ortiz Granados.

En 1954 era Rafael Delgado el presidente de la Cámara Junior, siendo su secretario Sánchez Dávila, quien fue elegido presidente para el siguiente ejercicio. El licenciado Sánchez Dávila declara abiertamente, en cuanta oportunidad se le presenta para hacerlo, su agradecimiento al movimiento Junior. Le dio la oportunidad de relacionarse rápidamente con toda la comunidad, lo que le facilitó triunfar en su carrera; que hace unos años tuvo que dejar por recomendación de su médico, dedicándo-se desde entonces a la construcción de casas. En la Cámara continuó la

Page 530: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

labor de los desayunos escolares: “Lala” le facilitaba a diario “cuartitos” de leche; Basilio Amezcua y Manuel Alatorre, fruta y Jesús Bárcenas y el señor González, el pan necesario. De la maravillosa obra de los desayu-nos escolares ya hemos hablado en otras ocasiones; vale la pena des-tacar que durante su ejercicio como presidente Junior, se supo de una niña que se había quemado al estar sola donde vivían sus padres cuando se le cayó un bote de agua hirviendo que le abrasó todo el cuerpo. Sus padres la abandonaron. La Cámara se hizo cargo de ella enviándola a la Ciudad de México, donde aquella Cámara se unió al esfuerzo de salvar-la y entre tanto Sánchez Dávila desde aquí y Elías González, presidente de la Cámara capitalina, desde allá, hicieron gestiones ante las Junior Chamber of América para obtener ayuda para esta niña; lográndola de tal manera que la niña, que estuvo internada por diez años, logró salvar-se gracias a tales gestiones y ayuda.

El licenciado Sánchez Dávila buscando siempre servir a la ciudad que le había recibido con los brazos abiertos, fue, también Gran Ca-ballero de Colón, logrando en su ejercicio construir la Escuela Vicente Guerrero, sobre la cual hay esta anécdota: al irle a entregar las llaves al presidente en turno, éste no se las recibió, diciéndole “No me vengan ustedes con escuelitas, a mí tráiganme dinero para pagar a los profeso-res”, que, por cierto, estaban en huelga por falta de pago.

Con los Sertomas fue presidente de eventos, siendo también pre-sidente de la Escuela Carlos Pereyra y en su oportunidad de la Coope-rativa de la Unión de Colonos de Torreón Jardín. Esto y más ha sido y hecho por nuestra ciudad el licenciado José de Jesús Sánchez Dávila, a quien, como él mismo dice, nada de esto le hubiera sido posible si no hubiera cambiado su residencia a Torreón y en él no hubiera existido en aquellos años ese movimiento juvenil que fue la Cámara Junior, que mostraba a los jóvenes el mejor camino para servir a su comunidad y que es una lástima que tanto la Cámara como otros Clubes que tuvie-ron hace tiempo años de oro en cuanto al servicio a la ciudad hayan unos desaparecido y otros hayan perdido el rumbo en cuanto a su tra-bajo y actividad.

Por todo esto, José de Jesús Sánchez Dávila, que este año cum-ple cincuenta años de residencia en Torreón es, significativamente, uno de Los Nuestros.

Page 531: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Berta Sánchez Lara de Garibaldi* 141

El caso de la maestra Berta es un raro caso de vocación que con-firma aquello que decía Ortega de que todos venimos a este mundo con una misión a cumplir. Unos lo descubren tarde, pero de todos modos no se van de aquí sin hacerlo; otros, pongamos por caso a Mozart, a las primeras de cambio. Es ejemplo de una vocación apasionada y diaria, tan normal y segura en los maestros como extraña en los profesores que aprovechan cualquier oportunidad para abandonar las aulas. Ha sido renovadora, manteniendo los pies en la realidad y la cabeza en la utopía que, en muchas ocasiones, su pasión ha logrado volver factible.

Nació en Gómez Palacio, Durango, siendo sus padres José Sán-chez Fernández y Rosa María Lara Rueda. Estudió su primaria en la escuela Emilio Carranza de aquella ciudad. Su memoria es tan buena como su gratitud y recuerda con cariño a sus profesoras Concepción Anchondo, Esperanza Sifuentes, María Anchondo, María Cruz Gonzá-lez, Minerva Martínez González y Elisa Morales. Mientras transcurrían los años de primaria de pronto, un día surgió su vocación. En los re-creos, entusiasmando a unas compañeritas se encontró jugando a la escuelita, ¡háganme ustedes el favor, en la propia escuela! Una vez convencidas y entusiasmadas aquellas niñas, les aclaró que el juego se jugaría siempre y cuando ella fuera la maestra para siempre y que si no aceptaban no habría juego, que ésas eran sus condiciones y la primera regla. Así fue como obtuvo a sus primeras alumnas, aunque fueran de mentirijillas. Cuando regresó ese día a su casa, seguramente la pequeña Berta se dio cuenta de que eso que había sido en el recreo, era lo que sería toda su vida, con toda su voluntad y todo su corazón.

Cuando ya andaba por el quinto y sexto años, sus maestras la mandaban a encargarse de estudiantes de primero y segundo en caso de que las profesoras correspondientes no se presentaran. En la “18 de

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 7 de junio del 2002.

Page 532: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Marzo” hizo sus estudios de secundaria. Batalló para adaptarse a sus nuevos maestros y catedráticos. Acostumbrada a tener un solo profe-sor, de pronto se encontró con que las voces, las caras y los caracteres de sus mentores le cambiaban cada hora, pero acabó por acostumbrar-se a la nueva forma e integrarse al nuevo nivel. Comenzó a leer mucho. Pensaba en la carrera de Filosofía y Letras. Devoraba los libros que ob-tenía en la propia biblioteca de la 18 en calidad de préstamo. Y cuando a ésta la pasaron al Parque Morelos, hasta allá iba por más y más lecturas. La bibliotecaria se llamaba Marina y aunque se volvieron buenas amigas, no se dejaba influenciar por nadie en sus gustos literarios. Reflexionaba mucho sobre lo que leía, pero no tuvo propiamente guías en sus lectu-ras y, por supuesto, al rato andaba hecha un lío. Entiendo que su primer autor —autora en este caso— fue Sor Juana Inés de la Cruz, “La décima Musa”; así como su “personaje más interesante” para siempre, enton-ces y ahora, es Benito Juárez. Comenzó a leer sobre él todo lo que en-contraba y a investigar sobre su vida desde su nacimiento, matrimonio, su obra y su muerte, admirándolo cada día más. Esto, naturalmente la llevó a la lucha de liberales y conservadores y a las razones de ambos. Si añadimos a eso que sus lecturas la llevaron a inquietarse por el origen del hombre, todo ello la hizo vivir por varios años una crisis existencial.

Sus padres y sus hermanos son católicos y ella como que sufría un cambio muy visible para ellos, lo cual hacía se preocuparan mucho por ella porque tenía una cantidad de dudas que ellos no podían acla-rarle. En la secundaria una maestra de corte se dio cuenta de la confu-sión que traía a cuestas la adolescente y le propuso fuera a platicar con un sacerdote conocido de ella. No sólo fue Berta, otras condiscípulas le acompañaron, pero la que hacía preguntas, una tras otra, era ella. Le hi-cieron varias visitas al sacerdote hasta que llegó un día en que el padre, ya desesperado, le dijo: “Ya, ya. Mejor no sigas viniendo, porque pre-guntas tanto que no puedo dar contestación a tus preguntas. Contigo no se puede”. Aquella crisis espiritual le duró a la maestra Berta hasta hará unos cinco años. Sin embargo, como a veces sucede (¿no le suce-dió a Pablo?) aquel velo, al final, vino a descorrerse en una forma muy sencilla. Pasaron los años y un día la invitaron que concurriera a unos cursos de reevaluación que se impartían en el Templo Expiatorio de Gó-mez Palacio. Fue por cumplir, por no desairar a su invitante. El primer día estuvo muy incómoda. Estaba de mal humor. Esto fue el lunes, para el sábado, que hubo imposición de manos y una Servidora atendía a la maestra Berta en una forma personal como se acostumbraba hacer en tales casos, sucedió algo que ella nunca había experimentado: le dieron muchas ganas de llorar y lloró mucho. Entonces se acercó un Servidor y la felicitó. Le preguntó, por qué. Y el Servidor le contestó: porque lloras.

Page 533: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

De acuerdo a como ellos piensan, a la maestra Berta la había tocado el Espíritu Santo. El jueves de aquella semana el Servidor que la había feli-citado y quien por cierto sólo había podido estudiar hasta segundo año, había hablado sobre el origen del hombre. Por muchos años se había resistido a creer que la mujer había sido creada de la costilla de Adán. Otros trajeron a colación el Darwinismo. Entonces la maestra Berta con-cluyó que todo es obra de Dios. En ese momento, cuenta, no supo qué le pasó: sintió mucha tranquilidad, una verdadera transformación.

Lo que sucedió aquel día, según ella misma afirma, la ha ayudado a superar problemas que se le han ido presentando desde hace más de un año, principiando por su propia salud: tuvo un cáncer. Afortunada-mente se descubrió a tiempo, pequeño y encapsulado. Sus sobrinos, que son médicos, quisieron que le dieran radiaciones. Su familia que es muy unida, logró tranquilizarla, orando todos en grupo. Le dijeron que lo mismo hacían muchas de sus amistades, padres de familia, profeso-ras y jefas de su sector. Todo esto le proporcionó tanta paz que, cuando entró al quirófano lo hizo con tal serenidad que los mismos médicos le dijeron que si todas las pacientes obraran en la misma forma, sería bue-no para todos, para ellas y los médicos, porque la intervención a que la iban a someter duraría tres horas y media normalmente y solo duró una hora y cuarenta y cinco minutos. Para la maestra Berta aquello fue un testimonio fabuloso: no pensó si estaría inundada, no tuvo temor, miedo, nada, ni siquiera necesitó la pastilla que, en tales casos, suelen dar para el dolor consecuente con la operación.

En relación con su profesión, la maestra Berta hablaba siempre de la educación integral. Cuando se habla de la educación integral, los maestros se refieren a la afectiva o social, a la intelectual o cognitiva, a la psicomotriz o experimental de hacer las cosas; o sea donde apren-den a aprender las cosas que cotidianamente se tienen que hacer en la vida. Ella piensa que para que la educación sea integral, se necesita también —aparte del desarrollo humano— un desarrollo espiritual. De ello la maestra Berta es una convencida porque ha tenido vivencias. Al respecto ha tomado muchos cursos sobre filosofía de la calidad y del desarrollo humano, porque en ingeniería organizacional, en Durango siempre unen las dos causas. Al hablar de la filosofía de la calidad en la educación hay que partir de la calidad de la persona, por lo tanto, tam-bién del desarrollo humano, nada menos.

Pero volvamos un poco atrás, cuando en sus últimos años de pri-maria Berta era mandada a los salones de primero y segundo año para substituir a profesoras que de vez en cuando faltaban a sus clases. Un

Page 534: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

día su maestra, Minerva Martínez, la mandó llamar para que formara parte de su personal docente para cubrir un interinato. La maestra a la que fue a suplir ya no regresó y ella se quedó en su lugar. Con esa oportunidad su vocación se comenzó a realizar y fue tal su entrega, que pronto se hizo acreedora a la plaza presupuestal. Su amiga, la profesora Minerva, le siguió impulsando y como Berta no se sentía satisfecha de no ser titulada (aunque entonces eran muchos los profesores y profeso-ras que ejercían sin ese requisito) y como cuando iban a Estados Unidos en la tarjeta correspondiente le calificaban como ínfima categoría, por ética pensó que tenía que prepararse, que ése era su gran compromiso. La felicitaban sus superiores, pero ella sentía su falta de preparación.

La vida para la maestra Berta ha transcurrido como un largo día, apenas sentido, tan ocupada ha estado siempre. Toda su vida la ha de-dicado a estudiar y a la educación de los niños. Convencida de la necesi-dad de titularse en Torreón, vino a estudiar educación normal básica en la escuela Federico Hernández Cervera, que era nocturna. Esa carrera le autorizaba a ejercer como profesora de escuelas primarias. Por ese mis-mo tiempo el Centro de Capacitación para el Magisterio inauguró sus cursos de preescolar normal, dando la oportunidad de que se regulari-zaran aquellos maestros que no lo estaban. La maestra Berta, celosa de su preparación, también se inscribió en ellos, estudiando la carrera de Educación Normal de preescolar, que terminó en 1964. De toda aquella época recuerda con cariño agradecido a una gran maestra: Margarita Campos Oviedo, precursora de la educación preescolar en Torreón. Siempre se preocupó por la capacitación de sus educadores y el gobier-no apoyaba mucho, por ejemplo, una maestra venezolana, Delia Lerner vino a impartir unos cursos de electroescritura y la Secretaría corrió con todos los gastos, incluyendo los de su equipo de trabajo.

Cuando la profesora Campos Oviedo se despidió de la maestra Berta, le dijo: “Tengo mucha fe en ti. Vas a hacer mucho en preescolar porque no se ha validado y es muy importante. Es la base para futuros aprendizajes”. No la ha defraudado. Hoy, a los sesenta y cinco años de edad estudia su maestría.

En su currículum consta un reconocimiento de la Unesco como una de las mejores maestras del Estado de Durango. Algunos de los cur-sos que daba a sus educadoras incluso los llevó a la capital del Estado, costeando ella todo, pero lo hacía con todo su amor. Terminó su Edu-cación Normal Superior en 1979. Ella quería la maestría, pero en aque-llos años no había becas, el gobierno no las otorgaba, así que tuvo que esperar hasta estos años para cumplir su gran anhelo. En aquel año la

Page 535: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

educación dio un giro haciéndola un juego lúdico, que incluso en estos tiempos ha llegado hasta cursos para adultos y de la que en su tiempo hablaba Tagore, que había sido Premio Nóbel en 1913.

El espacio es corto para seguir paso a paso la vida de entrega de la maestra Berta. Afortunadamente para ella, siempre ha recibido las felici-taciones de sus superiores, de los padres de familia, de su propia ciudad que reconoce en ella un paradigma de lo que debe ser un educador, un verdadero maestro, un ser apasionado y, por lo tanto, lleno de amor ha-cia lo que hace y hacia todo lo que tiene que ver con ello: su institución, sus educadoras, los niños... sobre todo los niños. En estos últimos días Gómez Palacio, su ciudad, a través de las supervisoras de toda la Lagu-na duranguense, le ha rendido un grandioso homenaje con motivo de sus cuarenta y seis años cumplidos como educadora, maestra de sector; rodeándola de amor, como ella dice, le dieron un bellísimo banquete de amor. Esto recuerda aquel banquete en el que Fedro, el primero en hablar concluye diciendo que “de todos los dioses, el amor es el más an-tiguo, el más augusto y el más capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte”. Al final de aquel banquete que nos narra Platón, cuando ya todos los invitados se habían entregado al sueño, Sócrates abandona la casa de Agatón para ir a dedicarse a sus ocupaciones diarias; última manifestación de esta alma fuerte, que la filosofía, había hecho invulnerable a las pasiones”. Así la maestra Berta, después de todo el cariño que en sus últimos años ha venido recibiendo, cada vez vuelve a lo suyo: a sus estudios, a su trabajo, que para ella no lo es, porque lo ve como una oportunidad para entregarse a todos.

En su momento, conoció en una fiesta a Héctor Manuel Garibaldi Oliva, quien por cierto, como era amigo del novio de su hermana y por lo tanto amigo de ella también, al llegar en lugar de quedarse donde todos, se fue hasta la cocina, lo cual disgustó a Berta; pero más adelan-te alguien le pidió a Héctor Manuel que declamara y a Berta le gustó cómo lo hacía, luego supo que también practicaba la oratoria y esto le fue haciendo simpatizar con él. Cuando supo que era luchador social y fundaba Centros de Estudios para Campesinos y que había dejado prue-ba de ellos por Juan Meléndez Medina por el ejido Nuevo Gómez (que colinda con San Ignacio) comprendió que había sido su pareja, cosa que él también sintió al conocerla. Contrajeron matrimonio. No tienen hijos, pero se comprenden divinamente y él la ha apoyado constantemente en todos sus proyectos, en el tiempo que necesita para sus estudios, en su trabajo interminable, teniendo en cuenta que sólo existe una forma de colaborar en la vida de otro: arrimar resueltamente el hombro allí donde uno ve que hace falta.

Page 536: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Abarcar toda la vida de Berta y de su vocación sería imposile; sin embargo, lo esbozado aquí da una idea de la gran lucha que la maes-tra ha tenido desde sus primeros años, tanto espiritual como material, para llegar a realizarse. Ha sido una campeona, una vencedora de to-dos los problemas que en su vida han surgido intentando romper su vocación, a la que ha sido amorosamente fiel en todo momento. Es un ejemplo: es una de Las Nuestras.

Page 537: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Don Joaquín Sánchez Matamoros*142

Por más que exprimo mis propios recuerdos de los años en que pudo suceder, no acierto a dar con el momento en que vi por primera vez a don Joaquín Sánchez Matamoros.

Habiendo nacido él en el 14 y yo en el 16, ese par de años, ejer-ciendo más tarde su poder, habrán hecho seguramente que lo haya conocido primero por sus escritos y después por su apariencia de Qui-jote, ideales incluidos. Lo que sí puedo precisar es que nuestro primer saludo fue cordial, porque así fueron siempre.

En las raras ocasiones en que por entonces yo iba por “EI Siglo”

siempre lo encontré atareado, en el sentido que nuestro mutuo amigo don Enrique Mesta le daba a esta palabra, que es el trabajo que uno se impone, ese trabajo gustoso como le llama a su vez, el poeta Juan Ra-món Jiménez; escribiendo en su vieja máquina de escribir su articulo del día siguiente, a la mano algún libro o una antigua revista para consultar algún dato referente.

Constándome que el de escribir es un trabajo solitario, sólo inter-cambiaba con él unas breves palabras, a las que en los últimos años añadía la pregunta interesada en su salud, retirándome luego para no distraerlo más de lo debido de su tarea. Ni siquiera en el Ateneo, al que ambos pertenecimos nos veíamos mucho, pues ambos teníamos horarios diferentes de trabajo y nuestro tiempo libre que era el que dedicábamos al grupo, no coincidía. Pero nos seguíamos a través de nuestras respectivas columnas y estábamos enterados de lo que cada quien hacía.

¿Quién podía escapar en aquel entonces, por ejemplo, al he-chizo de la prosa tersa de aquella columna tan inquietante que don

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 2 de octubre de 1998.

Page 538: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Joaquín mantuviera por años en las páginas de “EI Siglo” y que tan acertadamente titulara “Minutos Culturales”?, ¿cuantos jóvenes lec-tores al leer alguno de sus comentarios sobre literatura, sobre astro-nomía, sobre las pasiones del hombre, se habrán sentido atraídos por ellas y las habrán estudiado?, ¿a cuántos otros, dispuestos a estudiar, guió paciente y firmemente y les endureció la voluntad por los difíci-les caminos de la cultura?

Cuando nos visitara el notable físico mexicano Manuel Sandoval Vallarta, los encargados de atenderlo fueron el Lic. Federico Elizondo Saucedo y don Joaquín Sánchez Matamoros. El capitalino se sintió muy a gusto platicando con don Joaquín, pues hablaban el mismo len-guaje científico. Curioso le preguntó si como él, había estudiado en la Universidad de Massachusetts y a qué generación pertenecía. Y cuen-ta Federico que el hombre por poco se cae de espaldas cuando don Joaquín, con su reconocida modestia le contestó: “No señor; yo soy autodidacta desde el tercer año de primaria”. Por esto y mucho más que sería largo enumerar digo que don Joaquín Sánchez Matamoros es uno de Los Nuestros.

Page 539: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ciro Santelices Sosa*143

Ciro Santelices Sosa es el tercero de una serie de Santelices que hacen posible la permanencia de más de un siglo de un pequeño ne-gocio farmacéutico llamado “La Botica de los Pobres”. El primero, se-gún cuenta el último, llegó de Querétaro en 1901; cuando esta ciudad todavía era villa. No había mucho dónde escoger entonces o también pudiera decirse que todo estaba listo para ser escogido, así que en-tre la cercanía de la plaza principal y la del mercado (que llevaba el nombre de una de las avenidas por donde estaba: Juárez), aquel Ciro Santelices escogió un local frente a éste por aquella avenida entre las calles Acuña y Blanco para abrir su negocio, donde permaneció por casi medio siglo, los últimos ya en manos de su hijo Manuel Ciro Sante-lices que había estudiado la carrera de medicina y quien, por cierto, en sus recetarios ponía: “A los pobres no se les cobra nada”.

Ciro Santelices Sosa fue también el que comenzó a hacer que la botica se distinguiera poniendo encima de una vitrina más alta que las otras una exhibición, según recuerdo, de una serie de animales dise-cados, como lagartijas y hasta víboras, pasando por grandes arañas, todo lo cual de pronto repelía, pero acababa por atraer la curiosidad de los visitantes, sobre todo un frasco en el que se exhibía un feto humano.

Los Sábados de Gloria tenía la costumbre de quemar un Judas, acaso fue de los últimos en hacerlo a la hora en que se “abría la Gloria” y para cuando esto sucedía ya estaban esperando un montón de mu-chachos que iban a ver qué les tocaba de lo que el Judas —mientras tronaban los cohetes correspondientes— aventaba desde su panza, particularmente fruta de la estación por la que todos peleaban. Aparte del Judas que Santelices quemaba, también se quemaban otros en la Alianza y por el mercado Villa.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 16 de agosto del 2002.

Page 540: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El tercero de estos Santelices es Ciro Santelices Sosa, hijo de Ma-nuel Ciro y de María Sosa y que ya fue lagunero ciento por ciento, nació el 20 de enero de 1921. Hizo sus estudios primarios en la Centenario. Y al día siguiente de haberlos terminado, ya estaba en la botica ayu-dando a despachar y aprendiendo a preparar las recetas de su señor padre. Ahí estuvo un tiempo y luego se fue por tres o cuatro años a la Ciudad de México a trabajar en clínicas y hospitales. No quiso estudiar, pero de estas prácticas y de lo aprendido directamente de su padre le quedó tanto, que a sus amigos y a sus clientes les sugería con qué tra-tarse algunas enfermedades y estos le han sido tan leales que es fecha que no sólo ellos, sino sus familias le piden consejo al respecto. Con los señores José Emérico Flores y Bernardo Huereca organizó la Unión de Farmacéuticos, de la que fueron presidente, secretario y tesorero respectivamente.

Ciro ha sido siempre muy inquieto, independientemente de su negocio, practicó y destacó en el box (dentro del cual figuró con el nombre de Kid Costelo), la lucha libre, la natación y la cacería en forma muy distinguida. Entre sus amigos de siempre se cuentan Arturo Rodrí-guez, todos los hermanos Chávez Castañeda y Vidal Sánchez.

Por los 40’s, unas amigas de sus hermanas le presentaron a la señorita Yolanda Ponce, con quien se casó en el año de 1946, habiendo procreado una familia de cuatro hijos: Lidia Yolanda, que es psicóloga y radica en Tijuana; Ciro Gerardo, que es licenciado en administración de negocios; Silvia Luz, que es decoradora de interiores y Manuel Ángel, ingeniero. Ciro y Yolanda juntos han viajado por toda la República Mexi-cana y varias ciudades de Norteamérica donde, por supuesto, admira-ron las cataratas del Niágara. La mayoría de todos estos viajes han teni-do la particularidad del “pero ya”, es decir, que Ciro los proponía pero, la condición principal, es que se iniciaran de inmediato, nada de que cuándo: ¡ya! Subían al automóvil y tomaban la carretera de inmediato.

Después del medio siglo que este negocio (donde las recetas si-guen siendo preparadas) centenario en nuestra ciudad durara en la avenida Juárez, ha estado en la calle Blanco y Morelos, en la Matamo-ros, en la Allende y actualmente en una de las colonias del norte de nuestra ciudad, siempre como el wiskey famoso: “tan campante”.

Si el apellido Santelices seguirá haciendo cumplir años al nego-cio familiar, no se sabe pero, que por todo el siglo pasado ha sido y será uno de Los Nuestros, de eso no cabe la menor duda.

Page 541: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ricardo Serna García*144

Ricardo Serna García nació en esta ciudad por la calle Claveles de la entonces también principiante colonia “Torreón Jardín”, un diez de agosto de 1957. Es, pues, un hombre en plena madurez cuyos prime-ros recuerdos infantiles están ligados al futbol, del que en casa de sus padres se hablaba de la noche a la mañana diariamente; deporte al que se ha conservado leal toda su vida y al “Santos” desde que el equipo existe. Sus padres fueron Raúl Sema Ramírez y Carmen García Navarro, quienes procrearon nueve hijos: Raúl, Roberto, Rafael, Rubén, Emilia, Carmen, Manuel, Ricardo y Blanca.

Antes de que Ricardo comenzara su primaria la familia cambió su domicilio en dos ocasiones, primero frente a Teléfonos de México, luego frente a la Presidencia Municipal; lo que hizo lógico que tanto sus estudios de primaria como los de secundaria los realizara en el “Colegio Mijares”, que por aquellos años también comenzaba y que ha llegado a distinguirse por la buena preparación que da a sus alum-nos y la dedicación que sus maestros prestan a estos. Hay una anécdo-ta ocurrida en los primeros años de Ricardo en el colegio. Sucede que a su padre le habían pagado una deuda con un piano que, claro, llevó a su casa mientras le buscaba comprador. Pero resulta que desde que llegó todos fueron por curiosidad a picar sus teclas, retirándose luego. Ricardo volvía a ello cada vez que podía. El piano, por su tono no era nuevo, más bien de más que medio uso y de tanto que había tenido algunas de sus teclas ostentaban manchas de color café que brotaban del desgaste del marfil. Esto, sin embargo, no afectaba la inclinación que Ricardo sentía por el instrumento y que creció cuando pudo sacar-le tonaditas muy suyas que le gustaban y podía repetir. Así las cosas, una mañana la maestra de música del colegio quiso saber cuáles de sus alumnos sabían tocar el piano y la única mano que se levantó fue la de Ricardo. La maestra lo invitó a acercarse, cosa que hizo con paso

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 7 de abril del 2000.

Page 542: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

firme y seguro, hasta con cierta vanidad. Cuando llegó a donde ella estaba, ésta la dijo: “Siéntate y toca algo, lo que quieras”. Entonces Ricardo, se sentó, acercó el banco al piano, alzó las manos y se quedó perplejo. Por más que miraba las teclas, no encontraba las mancha-das, todas estaban totalmente blancas y en el de su casa las teclas con manchas le servían de guía para tocar Un fracaso al que tuvo que sobreponerse, para lo cual le sirvieron sus magníficas calificaciones de primaria y ya en secundaria, su amor al futbol, el cual le sirvió para formar allí el primer equipo o el equipo de su año, que da igual.

De sus amigos de entonces sigue viendo a Rigoberto Acevedo y Gerardo Delgado, éste último sacerdote y el primero publicista como su señor padre Manuel Acevedo (q.e.p.d.).

Como por entonces el “Colegio Mijares” no tenía preparatoria, ésta Ricardo la estudió en la Andrés Osuna, donde hizo amistad durade-ra con Gerardo Chávez, Luis Lamas y Pepe de la Cueva. En el “ISCYTAC” de Gómez Palacio hizo la carrera de arquitectura, que terminó en 1982, a los 25 años de edad. Su tesis de graduación se tituló: “Forma pira-midal: Keops-Audio”, que fue como una premonición de lo que años después llegaría a ser la actividad principal de su vida. Por lo pronto se dedicó a su profesión de arquitecto construyendo algunas casas habi-tación. Pero, no obstante su frustración como pianista en el colegio, el gusanillo de la música, de inventar tonadas, de componerles letra, del sonido, no le había abandonado. Otro de sus hermanos se había com-prado una guitarra, que no tardó en pulsar Ricardo hasta llegar a do-minarla. Todo esto trajo como consecuencia que a los dieciocho años, siendo todavía estudiante, compusiera dos canciones: “Amor Necio” y “Laguna sin agua”. Que corrieron con buena suerte, pues cantando profesionalmente por aquel entonces, su hermano Manuel mantenía buenas relaciones con la RCA Víctor, que aceptó grabarlas en un arre-glo de Chucho Ferrer y bajo el sello de una de sus compañías afiliadas. “Laguna sin agua” fue la más gustada por el público.

En la escuela había conocido a Mireya Valverde, estudiante de la carrera de ciencias de la comunicación. Se hicieron amigos. Le ayudó a tararear tonadas que se le ocurrían, corregir versos y a estudiar. Se hi-cieron (pero, ¡cómo no!) novios y se casaron en 1985. Tienen dos hijas: Mireya y Ana Lilia.

Platicando en alguna ocasión con José Luis Herrera Arce, quien por aquel entonces se dedicaba a la publicidad, éste le comentó que te-nía todo lo necesario, tanto en equipo humano como electrónico, para

Page 543: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

realizar un producto que estaba faltando en el mercado local, sugirién-dole que grabaran comerciales cantados. Ricardo captó la idea en toda su plenitud, siguió aquel consejo y tales grabaciones son ahora las que distinguen a su empresa. Hoy que tiene más de 400 anuncios comercia-les grabados, recuerda lo difícil que era al principio venderlos; pero el que le probó que podían colocarse fue precisamente el mismo que le sugirió que los hicieran. A los cantantes laguneros les evitó los gastos de viaje que tenían que hacer a México con este objeto, pues Ricardo comenzó a hacerlo como en la capital. Estos podían enviar su material para que fuera escuchado por los que ellos querían, conocieran sus can-ciones, voces o estilo. Entre los que primero grabaron sus voces fueron Tábata y de niños Pablo Montero y los Micro Chips. Luego vinieron los himnos, esos cánticos entusiastas que Ricardo ha sabido adaptar a las necesidades comerciales de los tiempos actuales; el más conocido, par-ticularmente en La Laguna, es el que ha ocho años con motivo de su campeonato dedicara al “Santos, pero el primero lo compuso a Interce-ramic de Chihuahua. Hace dos años le dedicó uno al equipo de béisbol Unión Laguna, ha hecho otros para Envases Especializados, para la Uni-versidad Autónoma de la Laguna, para Ropa 7 Leguas, para Pelsa, para Mao Rami, para Cableados del Norte... en fin, que ha hecho de este tipo de publicidad una especialización. De todos ellos él ha compuesto la música y la letra.

Hace unas semanas el Seguro Social convocó nacionalmente a un concurso para seleccionar uno para esta institución. Cuando Javier Cruz, amigo suyo, se lo dijo, de inmediato pensó en participar, pero al mismo tiempo, concibió la idea de que otro hiciera la letra ¿y quién mejor que su gran amigo Jaime Muñoz para ello? Jaime es un brillante escritor lagunero, nacido en Gómez Palacio. Ha editado varios libros, forma parte del grupo cultural “Botella al mar” y ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Narrativa ofrecido por el INBA y el Gobierno del Estado de Aguascalientes. Puestos defini-tivamente de acuerdo, unas horas después Ricardo recibía la letra del himno y de inmediato se puso a componer la música correspondiente, trabajo que hace un par de semanas obtuvo para ellos el primer premio del certamen convocado por el Seguro Social. Para Ricardo este pre-mio es, según él mismo lo dice, su máximo logro, hasta cree difícil que pudiera obtener otro igual; aunque, por otra parte, el haberlo obtenido le sirve de impulso para perseguir otro por el estilo o mayor, pues ha descubierto que quiere trascender, ser conocido no sólo localmente, más aun nacionalmente. Y el premio de $50, 000.00 para repartirse entre Ricardo y Jaime, para aquél fue lo de menos, tenían que ir am-bos, gastos pagados, a la ciudad de México donde el premio les sería

Page 544: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

entregado y como les cuenta a sus hermanos, allá el mundo cambió totalmente para él. Se sintió convertido en su centro. “Nos recibió el propio nuevo director del Seguro Social, señor Mario Luis Fuentes Al-calá, que personalmente nos entregó a los dos el cheque del premio. La orquesta Centro Congreso Sinfónico siglo XXI tocó nuestro himno, ante un público de mil personas, entre las cuales estaban los delegados del Seguro Social de todo el país que habían venido a la capital con este objetivo. Esto ocurrió a las siete de la tarde. Pero a las doce del día hubo un ensayo en el que también estuvimos, donde el himno fue cantado por cantantes profesionales y a las cinco una reunión a puerta cerrada en la que se hizo una grabación para la TV. Cada uno de esos ac-tos inesperados para mí me emocionaron enormemente, me pusieron la piel chinita como suele decirse y más cuando la directora del coro, formado todo por profesionales pues todos cantaban leyendo su músi-ca, me presentó a ellas enalteciéndonos y al terminar, nos aplaudieron calurosamente. Otro momento muy especial para mí fue cuando en un momento dado el Maestro de Ceremonias dijo: —Esta noche vamos a hacer historia, porque el himno se va a quedar para toda la historia—. Luego vino el momento de escuchar el coro tocado por sesenta músi-cos dirigidos por Francisco Lozano. Y al final el director dándose vuelta nos aplaudió, siguiéndole sus músicos y luego todo el público. Fue un aplauso que a mí se me hizo eterno. Otro momento de estos no creo pasarlo en toda mi vida”. “Yo quiero trascender. Ya no puedo vivir a la sombra del trabajito de todos los días. Mi propósito es trascender. Por mí, por La Laguna”.

Y así es como este hombre, que tiene en su haber acaso veinte himnos como el que hace unos días premiaron de tal manera que lo hicieron sentirse el ombligo del mundo y que ha hecho muchas y muy bonitas canciones para sus familiares, de pronto es distinguido en for-ma excepcional y se da cuenta no sólo de que puede llegar a ser un buen compositor, sino que sin abandonar su empresa (¿cuántos lo han hecho así?) debe hacer el intento de llegar a serlo sencillamente porque es uno de Los Nuestros.

Page 545: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Jorge Serna Ramírez* 145

Nació en esta ciudad de Torreón, a la que tanto amara, el 23 de abril de 1928. Fue, por lo tanto, Tauro. Tauro clavado. Acaso por ello no fumaba ni bebía. Se cuenta que en alguna ocasión don Braulio, El Mayor y don Rodolfo Guerrero apostaron uno a que lo emborracharía y otro a que no. Estaban en un sitio adecuado, pero no juntos, así que el que quería que las copas se le subieran a Jorge, desde lejos constantemente le invitaba a brindar, lo que hacía de buena gana, viéndose que los tragos eran largos y bajaban considerablemente el vaso que tenía en la mano, lleno, al parecer de la bebida que sus amigos tomaban. Jorge no tardó en darse cuenta de la intención y en un momento dado, se llegó bebida en mano hasta donde sus amigos estaban para saludarlos de mano y brindar con ellos, regresando a su grupo después de hacerlo. La apues-ta tuvo que dejarse por la paz porque Jorge no tenía para cuándo, pa-recía una esponja. Lo que después se supo es que, como no tomaba, siempre se ponía de acuerdo con los cantineros o meseros para que a él le sirvieran algo que pudiera confundirse con whiskey servido con agua mineral o ron con coca y todo mundo en paz.

Como Tauro, pues, una de sus principales características fue su tenacidad y por no darse jamás por vencido siempre obtuvo lo que per-siguió. Disciplinado, entusiasta y con una magnífica actitud de servicio y colaboración que le facilitó el trabajo en equipo, poco a poco se fue abriendo sin mayores problemas paso en la vida, en la que, definitiva-mente, fue un triunfador.

Fueron sus padres Gilberto Serna y Emilia Ramírez, quienes du-rante la niñez de Jorge posiblemente vivían cerca del crucero de la ave-nida Escobedo con calle Falcón, cerca al primero de los dos tajos que fueron segados para realizar en su lugar el Boulevard Independencia.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 17 de agosto del 2001.

Page 546: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En aquellos tiempos caían frecuentemente aguaceros que, al pa-recer, han desaparecido para siempre de entre nosotros y esos tajos reunían agua suficiente para que los niños se divirtieran chapaleándola; Jorge descubrió que con ese chapaleo se removía la tierra del fondo, lo que liberaba monedas allí perdidas por váyase a saber quién, detec-tables por sus pies y que a él le venían de perillas para gastarlas en la tienda de chinos de la esquina o en el puesto de la nieve de raspa, pues entonces monedas de un centavo o dos tenían un poder adquisitivo que hoy los niños no imaginan y si acaso su buena suerte le deparaba una moneda de plata de diez o veinte centavos, pues, ¡ya la había he-cho! Pero, igual que a todos los niños, a Jorge Serna se le acabaron sus primeros seis años y apareció en su vida aquél en que tuvo que perder su libertad y comenzar a ir a la escuela. Toda su primaria la hizo en la Escuela Amado Nervo, que había sido construida en 1922 por el deci-mosexto Presidente de nuestra ciudad, el doctor Samuel Silva. Al ter-minar su primaria pasó a la Escuela Venustiano Carranza para hacer su secundaria, al terminar la cual se inscribió en el Colegio Hidalgo, donde estudiaría comercio.

El destino de cada hombre es sólo uno y la decisión de Jorge de ir al Colegio Hidalgo a estudiar comercio tenía que ser para encontrar el suyo: fue el de conocer a Manuela “Melita” García Rodríguez de una vez por todas, algo en su alma lo proclamó siempre. Desde entonces fue su condiscípula, su amiga, su novia, su esposa, la mujer de su vida, en fin. Al morir había estado enamorado casi cincuenta años de una misma mujer, a la que siempre llamó cariñosamente “mami”.

En las escuelas había ido aficionándose a diversos deportes: al ciclismo, al frontón, al beisbol (en el que fue gran admirador de Pedro “Charolito” Orta, quien coincidentemente acaba de morir el domingo 12 de este mes de agosto a los ochenta y siete años de edad). Le gus-taban las corridas de toros y llegó a echar sus capotazos en algunos festivales taurinos, pero hasta allí.

A su debido tiempo la pasión por la cacería se reveló. Ya desde niño se veía que para allá iba, pues cuando su padre iba a cazar él se escondía en el mueble que iban. Cuando lo descubrían a tiempo, lo devolvían a la casa, pero, cuando no se acordaban de buscarlo, al llegar a su destino se encontraban con la sorpresa en el momento de bajar el equipo, aunque todos tomaban aquello como un deseo de disfrutar el campo o la sierra y no precisamente una inclinación que ya se incubaba a la cacería. Como cazador hecho y derecho dejó en su oficina una enorme y preciosa ca-beza de venado, e igual que Theodore Roosevelt, guardó siempre en su

Page 547: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

casa un oso de tamaño natural muerto por él y tratado por el taxidermis-ta como uno de sus mejores recuerdos del cazador que fue, en lo que ha-biendo comenzado, como todos, por los guajolotes y los gansos, anduvo por Colorado detrás de los alces.

Habiéndose conocido pues, Jorge y Melita en 1946, duraron 6 años de novios y en 1952, el 14 de junio, se dieron el sí definitivo y co-menzaron a formar una familia que fue de seis hijos: Leonor, Georgina, Linda, Jorge Gerardo, Leticia y Rocío, a la fecha todos casados.

En sus primeros años Jorge puso una marmolera por la Calzada 20 de Noviembre, donde se dedicó a fabricar lápidas. Pero luego apareció en su vida la posibilidad de poder dedicarse al servicio público. En 1964 el presidente municipal don Heriberto Ramos González lo invita a cola-borar con su Ayuntamiento como Promotor del deporte en el municipio; en el trienio siguiente don Rodolfo Guerrero le nombró Jefe de Tránsito; luego fue Jefe de Policía y Tránsito. Siendo Jefe de Policía fue cuando ocurrió aquel sonado robo de un banco en el que descubiertos los la-drones, fueron perseguidos, suscitándose una balacera por ambos lados —creo que en pleno río—, donde fueron alcanzados y en la que al final los ladrones acabaron huyendo. Al frente de la policía participaba Jorge Serna, quien después de aquello recibió diversas amenazas de muerte y por un tiempo tuvo que dársele protección especial. Con el licenciado Homero del Bosque Villarreal colaboró como Jefe de Tránsito. Su fácil comunicación con la gente (su saludo para todos era el de “Patrón”) le granjeó muchos amigos en esos años, habiendo llegado a tenerlos por millares.

El licenciado del Bosque a partir del término de su gestión comen-zó a invitar algunas veces al año al equipo que colaboró con él en su ejercicio municipal y estas reuniones, a las que nunca faltó Jorge, las disfrutaba mucho. En el año 1973, cuando comenzaba su negocio de la Juárez con una clara idea de modernidad y servicio, le ofrecieron la Ge-rencia Administrativa del Banco de Crédito Rural. Tenía que decidir entre una cosa u otra, a menos que... “Mami” —le dijo a Melita, su esposa— “si me ayudas aquí, puedo tomar la gerencia que me ofrecen”. La res-puesta fue pronta: “Cuenta conmigo”. Y Jorge pudo dedicarse durante cuatro años al campo bancario, en tanto que su negocio de la Juárez, con su esposa al frente, pudo seguir organizándose y tomando la ima-gen que actualmente tiene.

Del Banco Rural se retiró en el año 77. Entonces fue Jefe del Pa-tronato de Bomberos y después del del Bosque Venustiano Carranza.

Page 548: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Fue un muy activo socio del Club de Leones de Torreón, al que siempre sirvió con una total entrega y gran eficacia en cuanta comisión se le encomendara, no obstante su intenso trabajo que apenas si le dejaba tiempo para nada más. Solía contestar a quienes le preguntaban por qué trabajaba tanto: “Así como ves este sol, si no trabajo no como”.

Entre sus buenos amigos estuvieron aquellos que durante tantos años le acompañaron en sus giras de cacería: Federico Sáenz, Gustavo Garza, Roberto Eraña y Chocri Gidi. Cuando cumplió veinticinco años de matrimonio con su amada esposa Melita, de mutuo acuerdo decidieron salir a conocer el mundo. En varios viajes conocieron varias ciudades de Norteamérica y de América del Sur, también Alaska, Medio Oriente, Grecia, Japón, Rusia, Hungría, Budapest, Holanda, Italia, Francia, Espa-ña, Alemania, Inglaterra y otros países; viajes que llenaron de mutuos y queridos recuerdos su convivencia matrimonial.

Como queda dicho, su conocimiento que venía desde que ambos cursaron una carrera comercial en el mismo colegio, se fue vigorizan-do diariamente desde entonces. Cuando Jorge Serna murió, particular-mente sus hijas colocaron por todos los sitios de su casa fotografías de él, para que su madre lo tuviera siempre a la vista, según le dijeron a ella en su oportunidad; pero Melita les dijo que no necesitaba de ello porque él seguía vivo en el altar que le tenía en su corazón. Jorge Serna fue un hombre que verdaderamente amó y, lo que es aún mejor, que verdaderamente fue y sigue siendo amado.

Esto me trae a la memoria lo que Ortega y Gasset cuenta en sus estudios sobre el amor acerca de Chateaubriand. La Marquesa de Cus-tine lo conoce cuando acaba de publicar Atala e inmediatamente se enamora de él. Años después Chateaubriand muere. La marquesa se acerca a los setenta años. Un día enseña el castillo a un visitante. Al llegar éste a la habitación de la gran chimenea, dice: “¿De modo que éste es el lugar donde Chateaubriand estaba a los pies de usted?” Y ella, pronta, extrañada y como ofendida: “¡Ah, no, señor mío, no: yo a los pies de Chateaubriand”. De esto hace siglo y medio, gestos, entonacio-nes y palabras han cambiado, pero, dichas aquellas palabras como hoy pudieran aceptarse, el amor es el mismo, perdurable y eterno.

Visionario, emprendedor, tenaz, trabajador incansable, fiel y amoroso con los suyos, gran cultivador de la amistad, así fue Jorge Ser-na, uno de Los Nuestros.

Page 549: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Toño Silva*146

De los regalos que Dios reserva para sus elegidos uno es una buena me-moria, el otro es una buena voz. Es posible que, entre sus elegidos, En-rico Caruso, Belarmino Gigli y Tito Schipa en el pasado y Andrea Bocelli, Luciano Pavarotti y Plácido Domingo en el presente, figuren entre sus preferidos, pero de todas maneras, todo aquél que canta ha de sentirse tan cerca de la Divinidad como el que más.

Antonio Silva Alvarado, llamado cariñosamente Toño Silva por todos los que lo conocen —y en esta ciudad serán pocos los que no—, nació en ella el 25 de septiembre de 1926; siendo sus padres Isaac Silva y Francisca Alvarado. Vino al mundo lagunero en la calle Falcón sur, en-tre las avenidas Allende y Matamoros, de donde su padre se cambiaría poco después a la siguiente cuadra, a la casa número 123 entre Mata-moros y Morelos, donde Toño creció todo lo que pudo bajo la vigilan-cia amantísima de su señora madre, que le cuidaba como a la niña de sus ojos. El barrio estaba dominado por dos escuelas: “El Centenario” y la “Alfonso Rodríguez”. Por estar esta última casi frente a su casa, él recuerda con las esculturas de dos leones sentados que guardaban la puerta y una Minerva, diosa de la sabiduría, que la decoraba. En una de las esquinas de las dos manzanas de la Falcón que dan a la Morelos, Ra-miro Barocio tenía su botica, en la otra el doctor Ángel Gutiérrez (que en 1925 había sido presidente municipal de esta ciudad) su consultorio y según recuerda Toño Silva, Luis M. Farías, que llegó a ser Gobernador de Nuevo León, vivió en la misma cuadra.

Como sucede con todos los niños, en sus primeros años, lo que le importaba a Toño era jugar, lo que hacía con sus vecinos de la misma edad, Mariano Muñoz Montemayor y Paco Gutiérrez (q.e.p.d.) quienes más tarde estudiarían la carrera de Leyes hasta el final y la ejercerían.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 26 de agosto del 2000.

Page 550: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Toño haría toda su primaria en “El Centenario”, donde no pudo entrar a ningún equipo de basket, no obstante que la escuela los dio y buenos, porque no llegaba el balón a la canasta. Pero para entonces su familia y unas vecinas ya habían descubierto que Toño cantaba can-ciones que su hermana Carmen le hacía memorizar y un día en que por algo no cantó a la hora que acostumbraba estudiar, las vecinas, que a esa hora se ponían cómodas en su propia casa para oírle, fueron a pre-guntar qué le pasaba a Toño que no había cantado ese día.

Sus estudios primarios y el canto, llegaron, pues, a su vida a los seis años de edad. Terminó la primaria lleno de recuerdos de sus profesores, Pablo Frías Durán, director de la escuela; Rosa Armijo, su profesora de primer año; Pablo Moya, María de la Paz Martínez (a quien recuerda ati-zando reglazos a los alumnos de cuarto, dizque para enderezarlos, cosa que consiguió con muchos) y a David Berlanga, profesor de educación física, a quien muchos recordarán porque por lo regular se hacía acom-pañar de grandes perros. De sus condiscípulos de aquellos años recuerda a los hermanos Mondragón; Julio, que llegaría a doctor; Francisco, que sería piloto aviador; a José María Iduñate Acosta, que se licenció de abo-gado y a Amado Ledesma, lo mismo que a Donaldo Ramos Clamont, a Luis Pinchuk e Isaías Verano. Su secundaria y bachillerato los hizo, por supuesto, en la Escuela Preparatoria de La Laguna fundada por el señor licenciado Jesús María del Bosque Rodríguez. Entre las cosas que allí le sucedieron, además de seguir siendo un buen estudiante, fue la de ir per-diendo su timidez, al participar en apoyo de las candidatas que postu-laban los estudiantes para las ferias anuales del algodón, en las que se promovían eventos en los que colaboraba cantando.

Al terminar su preparatoria, que sería por el 43, eligió seguir la ca-rrera de medicina, que en Torreón no había dónde seguir y que él no hu-biera iniciado a no ser porque su padre platicó sobre ello con el Dr. Ángel Gutiérrez, quien le aconsejó favorecer los deseos de Toño, aunque para ello tuviera que hacer la familia algún sacrificio, que afortunadamente no era el caso. Toño Silva se fue, pues, a estudiar a San Luis. Todo fue bien durante los primeros dos años, pero, al terminar las vacaciones del segundo ya no pudo volver porque sufrió un serio ataque de apendicitis, que lo puso a las puertas de la muerte, cosa frecuente en los tiempos anteriores a los antibióticos, por increíble que ahora eso parezca y de lo cual lo salvó el doctor Ceniceros. No obstante, por un tiempo tuvo com-plicaciones que le llevaron a renunciar a aquellos estudios. De sus con-discípulos de entonces recuerda a Pepe Roiz, Vicente Peralta, Salvador de Lara y Juan Manuel Ríos: unos acabaron la carrera para distinguirse en ella y otros, como él, por diferentes causas, no la terminaron.

Page 551: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

¿Y entonces qué? Esa es una pregunta que, para Toño, exigía cada día una más urgente contestación, teniendo en cuenta que el tiempo no se detenía y él andaba rondando los veinte años. Iba y venía por la ciu-dad. Para descansar, se metía a los estudios de las diferentes estaciones de radio, no precisamente para cantar, sino para oír a los cantantes y a los locutores y ver a los operadores de cabina; en tanto se preguntaba si aquello podía ser su ambiente. Fue tanto que se hizo amigo de todos ellos y uno, Luis Roque Balmaceda, le permitió un día entrar a la cabina y poner los discos y otro, el locutor Salvador Solís Hernández, le dejó el micrófo-no para que pasara los anuncios comerciales el tiempo justo que a él le llevaba ir a tomar una bebida de moderación en el bar más cercano. Toño aprendía rápidamente aquello y con gusto substituía, tanto en la cabina como con el micrófono, a quienes le iban teniendo confianza, pero de dinero nada. Para ello se consiguió un trabajo en la ferretería “La Sirena” de don Leobardo Carlos y por las noches seguía acudiendo a los estudios radiofónicos. Total que el ingeniero Alejandro Stevenson le ofreció su pri-mer trabajo como operador de cabina en la B.P. y para 1949 ya tenía su licencia de locutor y operador de consola, para lo que tuvo que ir a la Ciu-dad de México a presentar examen en la Secretaría de Comunicaciones.

En cuanto a su carrera de cantante, ésta había comenzado bajo la dirección de Chago García en la T.B. Esto de comenzar, lo que en rea-lidad quería decir era que, de pronto, se dio cuenta de que si de ver-dad quería serlo tenía que estudiar canto. Fue a ver a la señora Arcaute, quien además de ser una brillante maestra egresada del Conservatorio, era una magnífica persona. Le dijo a Toño, más o menos, que el cantante es como un atleta, por depender ambos de una rutina que exige una tre-menda fuerza de voluntad, ya que la falla de un día puede representar-les un retroceso de semanas o meses y que los excesos en la vida de uno y de otro la pagaban con merma de facultades. La voz es un don de Dios, pero llegar a saber usarla para deleite de quienes te escuchen, es cosa tuya. Y así comenzaron, imagino, Toño Silva y su maestra doña María Franco de Arcaute. Su fama como cantante comenzaba a crecer. Ya se le buscaba para integrar grupos que salían de gira lo mismo a Centro Amé-rica que al norte y no se diga en eventos de beneficencia. Aquí se presen-tó con Magdalena Briones, ella bailando danzas españolas, él cantando las canciones apropiadas; participó con un grupo de artistas voluntarios (como Alejandro Vilalta y otros de renombre) que estaban en nuestra ciudad por haber venido con una de aquellas “Caravana Corona”; en aquella promoción que hicieron “Los Adolfitos y los Corbatones” que se llamó “La Fuente de la Salud y la Felicidad” y que convirtieron una de las fuentes de la Plaza de Armas en una gran alcancía, donde el pueblo dejaba caer sus monedas de cobre para poder comprar la vacuna Salk y

Page 552: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

salvar a nuestra niñez del peligro de la terrible polio. También participó por aquellos años en funciones pro damnificados de Tamaulipas, estado que había sufrido grandes inundaciones. Asimismo lo hizo para nuestra Cruz Roja, en un maratón promocionado por Everardo Martínez que, por entonces era el presidente de dicha institución.

Toño decidió casarse en 1950. Lo hizo con Clotilde Lamas Novoa, con quien procreó ocho hijos: Carmen, Martha Sonia, Raquel, Isabel, Miriam, Antonio, Isaac y Patricia. Ese mismo año Alejandro Reina Gar-cía, locutor lagunero, que hacía tiempo se había ido a conquistar la ca-pital, le invitó a probar aquello. Le consiguió una audición con Amado Guzmán, director artístico de la “W” y, habiéndole gustado su voz y su tipo (he de decir aquí que a Toño Silva le impresionó la elegancia con que siempre vestía uno de sus profesores de la preparatoria, Carlos Montfort y trataba en toda ocasión de seguir su ejemplo, de acuerdo con su edad, claro) y le ofreció algunos programas los sábados. Pronto cantaba en el restaurante “Rincón de Goya”.

Circunstancias familiares le hicieron tomar la decisión de volver a Torreón, resolución de la que nunca se hizo para atrás y menos cuan-do en el 73 ya en plenitud de sus facultades vocales, murió su esposa. A partir de entonces, con más razón, se entregó a sus hijos, a quienes por encima de todo, reconoció entonces como la verdadera misión y responsabilidad de su vida. No fueron pocos los cantos de las sirenas que escuchaba por todos lados y casi a todas horas insistiéndole en que México le seguía esperando; se lo decían los amigos, los que le escu-chaban por primera vez, artistas reconocidos como Emilio Fernández, cantantes como Pedro Vargas, Libertad Lamarque, Juan Arvizu. De esto le protegía el reconocimiento que a diario le daban sus paisanos, que no sólo le escuchaban, le querían. Por un tiempo fue casi el cantante exclu-sivo del Casino de La Laguna, por diecisiete años lo fue del restaurante “Los Sauces” de Manuel Ramírez, escribiendo entre ambos, uno como promotor y el otro como artista unas de las páginas románticas verda-deramente inolvidables en nuestra ciudad. Durante la mitad de este si-glo, su voz y sus canciones auspiciaron el amor entre las miles de parejas que llegaron al matrimonio en Torreón, para las que no ha dejado de cantar, celebrando de sus bodas de plata en adelante, todos sus aniver-sarios. En los últimos años Toño Silva y Rosina Alvarado, tenaz y relevan-te poetisa lagunera, han formado equipo para ofrecer, con propósitos de beneficencia, muy bellos e inolvidables recitales de canto y poesía.

Definitivamente Toño Silva es, por méritos propios, el cantante de su propia tierra y es sin duda alguna uno de Los Nuestros.

Page 553: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Manuel Sordo Noriega*147

Entre los grandes y esclarecidos nombres que dieron lustre al comercio de Torreón a fines del siglo XIX y buena parte del siglo XX antes del cambio como los Buchenau, los Von Vertrab, los Goodman, los Espejo, los Lack, los Elizetche, los Chabot, los Giraud y los Villanueva, Manuel Sordo Noriega figura en lugar prominente con la tienda de ultramarinos denominada “La Universal”; que durante 42 años estuvo al servicio no sólo de los laguneros, sino de todo el norte de la República, en la aveni-da Hidalgo 1409 poniente.

Manuel Sordo Noriega nació en Llanes, Asturias España, el 6 de noviembre de 1868, siendo sus padres Juan Sordo García y Juliana No-riega Gueto. Tuvieron varios hijos varones, tres llamados Ramón, Fran-cisco y Manuel.

En el puerto, buena parte de sus pobladores se dedicaban a la pesca de ballenas. El olor a su aceite impregnaba el pueblo (los faroles de Llanes hasta bien entrado el siglo utilizaban aquel combustible). A los hermanos Sordo no les gustaría aquel olor, o no verían en ello mu-cho porvenir, la cuestión es que el mayor comenzó a hablarles de emi-grar y hacer la América. Era terco y convincente. Tomaron su tiempo. Ahorraron y poco después de que el más chico, o sea Manuel, cumpliera 15 años, tomaron en el puerto el primer barco, escapando de casa y de un porvenir que no les era muy atractivo. Lo más extraordinario de este arrojo era que no hablaban español, únicamente bable, que es el dialec-to de los asturianos y que habiendo salido como salieron, iban con lo puesto, como quien va a la plaza; así que cuando llegaron a Veracruz, lo que ocurrió el 14 de enero de 1883, sin nada más que sus personas, bajaron vestidos a la usanza asturiana. Lo que fue providencial, pues un paisano que radicaba en Tampico y se encontraba en Veracruz de negocios, los distinguió de lejos por el vestuario y más los identificó al

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 14 de enero del 2000.

Page 554: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

acercarse y oírles hablar su dialecto, pues él también era asturiano. Pla-ticando con ellos se enteró del lío en que estaban, les ofreció llevarles a Tampico y darles trabajo en su negocio de panadería, al menos en tanto aprendían español y se acostumbraban a las costumbres del país. Con él duraron tres años, al término de los cuales, agradecidos, se despidieron. Uno de ellos escogió Puebla para radicarse, otro Oaxaca y el más joven, o sea Manuel Sordo Noriega, se fue a Ciudad Juárez.

Allá inició una fábrica de puros. Quién sabe de dónde se proveería de las hojas de tabaco, si lo haría del interior del país o de Louisiana (pues recuérdese que Benito Juárez torció puros en Nueva Orleáns), lo cierto es que allí, en 1887, Manuel Sordo se inició en el manejo de negocios propios, con la habilidad que desde entonces le caracterizó. Y fue allá y entonces, cuando también se casó con la mujer de su vida: Ángela Arzate Hernández, nacida en Denver, Colorado, de padres españoles. Procrea-ron veinticuatro hijos (cosa de los tiempos en que los matrimonios se inclinaban por tener grandes familias). No a todos, pero podemos recor-dar a algunos de los hijos de Manuel y Angelita: Julia (que vio bailar en Nueva York a Isadora Duncan y conoció en un viaje que hiciera a España en el barco a Rubén Darío, quien le escribiera en su álbum de autógrafos un pensamiento); Pelayo (todo un caballero, amante del servicio social, uno de los que hizo posible aquella Campaña de la Fuente de la Felicidad que se realizara con el fin de recaudar fondos para adquirir la vacuna Salk contra la polio); Paca (que casara con Francisco Bernardine, Cónsul de Italia en Torreón, dueño de la Hacienda de Santa Rosa, cuyo casco estaba donde hoy es el Centro Campestre Lagunero); Blanca (que casó con el General de División Antonio Villarreal, que fue presidente de la Convención de Aguascalientes, Gobernador por dos períodos del Estado de Nuevo León, Embajador de México en España, Secretario de Agricul-tura y candidato a la Presidencia de la República, que seguramente hu-biera ganado si no se hubiera disgustado con sus compadres, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón); Felipe (todo un dandy, de la cabeza a los pies, ayudó a su padre en “La Universal” y luego se estableció en Gómez Palacio hasta su muerte); Ramón (que también colaboró con su padre y después se independizó en un local frente al Hospital Civil); Leonor (que casó con Fernando Sánchez Cortés); Angelina (que casó con el doctor Ricardo Hernández Chávez, de quien ya nos hemos ocupado con ante-rioridad en esta columna); Cristina (que casó con Luis Ornelas Romero); Manolo (casado con Josefina Reyes); Covadonga (casada con Francisco Marrón) y Teté (casó con Miguel Olivares).

En Ciudad Juárez estuvo Manuel Sordo Noriega hasta 1894. De allí fue a Santa Rosalía de Camargo, Chihuahua, lugar donde puso un

Page 555: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

molino de trigo fabricando y vendiendo harina con gran éxito. Llegó la Revolución, pero al mismo tiempo, cada vez con más frecuencia, le llegaban las noticias del rápido desarrollo que iba teniendo un sitio que crecía, una comunidad que iba creciendo en necesidades y que estaba en espera de un empresario que la sirviera en la calidad, que le satisfa-ciera la cantidad, que las necesitara para recompensarlo ampliamente.

En 1911, pues, llega a Torreón donde abre la tienda de Ultramari-nos “La Universal S.A.”, en la que los laguneros y aún compradores de Durango y Chihuahua encontraban los bacalaos, los jamones, los em-butidos, los vinos, aguardientes y latería de primerísima calidad; pro-ductos todos de los que se veían privados por largas temporadas hasta que algún familiar iba cuando menos a México y aprovechaba el viaje para adquirir lo que aquí no se encontraba tan fácilmente. La fama de esta tienda, que al poco tiempo fue conocida y reconocida como “Casa Sordo”, creció por todo el norte, de cuyas ciudades venían a comprar lo que Manuel Sordo importaba lo mismo de España que de Francia, de Alemania, Noruega o Rusia; en fin, de donde hubiera un sabor que sus clientes, los más distinguidos de la ciudad, reclamaban. A sus bodegas llegaba a diario de todas partes mercancía que era necesario mover con la misma frecuencia, de tal manera que tuvo que hacerlo mediante carros, como los de las minas que por sus propias vías la movieran de las bodegas de la estación hasta las suyas propias. Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas. Los revolucionarios entraban y salían de la ciudad y no había que provocar tentaciones, así que durante aquella época Manuel Sordo y su familia viajaban mucho fuera de la ciudad, a veces por largas temporadas, cuando la ciudad era ocupada por los revolucionarios. Pero no hay fecha que no se llegue. Y un día llegó la tranquilidad, en la que Manuel Sordo Noriega pudo mostrar abierta-mente su laboriosidad y se le pudo ver constantemente al frente de su negocio, saludando a sus clientes, platicando con ellos, tomando nota de sus necesidades, sirviéndoles siempre, dando con ello ejemplo a sus empleados.

Sus aficiones: luchar a diario con su radio Zenith para pescar no-ticias de España; ir a los toros, que entonces los había con más frecuen-cia; no perderse ninguna romería y cada noche, antes de retirarse a casa, ir a reunirse a platicar de todo en aquella banca, la misma siempre, en la que le esperaban sus amigos.

En el 44 murió Angelita, su esposa. Más de medio siglo de vivir juntos y educar a una familia tan numerosa les había unido de tal ma-nera, que el suceso dejó verdaderamente desolado al viudo, que se fue

Page 556: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

disminuyendo día por día hasta seguirla tres años después, muriendo el 2 de noviembre de 1947, a los setenta y nueve años de edad.

Haber creado un negocio de la categoría, como lo necesitaba en sus primeros años nuestra ciudad, creyendo en ella y en su futuro; preocuparse de traerle de todas partes lo que por aquellos tiempos sólo se podía conseguir en las grandes capitales y dar el mejor servicio a su clientela, cosa que generalmente, no era lo usual en aquellos tiem-pos, hace por sí solo, de Manuel Sordo Noriega uno de Los Nuestros.

Page 557: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cosme Sordo Pesquera*148

Para el mes de febrero de 1911 la Revolución había entrado en su tercer mes de actividades en Torreón; cuyos ciudadanos, de pronto, se veían envueltos en sospechas, delaciones y persecuciones que rompían amis-tades y si no acababan, interrumpían el esfuerzo común en que se basa-ba el rápido crecimiento de nuestra ciudad. La misma que un cuarto de siglo después recibiría como uno más de sus habitantes a un niño que el día 11 de febrero de 1911 nació en la Ciudad de México, siendo el cuarto del matrimonio constituido por Cosme Sordo Mesta y Enriqueta Pesque-ra Tuñón, originario el primero de Llanes y la segunda de Porrúa, pueblos ambos de la provincia de Asturias, España, cuyo año de matrimonio po-siblemente fue, según cuentas, el mismo en que a Torreón se le diera el rango de ciudad. Premoniciones en las que nadie se fijara, ni se tenía por qué. El nacimiento de Cosme Sordo Pesquera siguió al de tres niñas, Ca-mila y Luisa, nacidas en España y a Otilia nacida, como él, en la Ciudad de México. Le dieron el nombre de su padre: Cosme. Todavía aumentaría la familia con un hermano más, el menor y último, llamado Emilio.

Cuando el jefe de esta familia tomó la determinación de venir a Mé-xico, lo hizo, como sucede generalmente, buscando progresar, mejorar el porvenir de los suyos. En muchos de aquellos pueblos españoles se lleva registro de a dónde van los que de ellos salen, de manera que siempre es fácil, para quienes deciden dejar sus pueblos localizarlos, ya sea antes de salir o al llegar al país elegido. En el caso personal del señor Cosme Sordo Mesta tuvo la fortuna de pronto colaborar con la firma López, Montes, Mesta, fabricantes de camas para hospitales, negocio que por el esfuerzo que todos entregaban y por las necesidades consecuentes a los enfren-tamientos revolucionarios crecía rápidamente. No obstante lo anterior, Cosme y Enriqueta temían por su propia seguridad y por la de sus hijos y comenzaron a pensar en regresar a su patria y con los suyos, cosa que hicieron en 1916, uno de los años llamados en México “año del hambre”.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 24 de agosto del 2001.

Page 558: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

El pequeño Cosme llegó a Llanes, pueblo de su progenitor, a los cinco años de edad. Hizo, pues, su primaria y secundaria en una es-cuela que hoy ha desaparecido, levantándose en su lugar un hermoso hotel llamado “La Posada”. Mientras Cosme crecía y estudiaba, en sus días libres su padre lo llevaba de cacería por la montaña a cazar pe-ligrosos jabalíes y a saltar arriesgados fosos o cunetas para abreviar caminos; de tal manera que para los brincos fue campeón, equiparable seguramente a Pedro de Alvarado del que cuentan que en ocasiones lo que saltaba de frente lo hacía de espaldas. Fuera de esto la montaña le fortaleció con la pureza de su aire y le llenó de verde sus recuerdos, de tal manera que jamás la olvidó. Cuando terminó la escuela primaria, su padre que en estas correrías y en pláticas hogareñas iba formando su espíritu con palabras y ejemplos, le dijo que sería bueno que fue-ra a aprender algo al taller del herrero del pueblo. En aquel taller sus manos fueron adquiriendo habilidades que no sabía tener. Llegó a ser muy diestro no sólo para manejar cualquier herramienta, sino que en ausencia de ellas fue capaz siempre de arreglar y componer innume-rables descomposturas sólo con sus manos. Su padre y este herrero fueron los únicos hombres que influyeron en Cosme. Por nadie más aceptó nunca haber sido influenciado. Esto es importante, porque si el herrero lo enseñó a bastarse a sí mismo, su padre le aleccionó para que fuera, por encima de todo, un caballero en todos los actos de su vida. Y esto que se dice pronto, exige del que aspira a serlo valor personal y el odio a la mentira, amor a la justicia, devoción a la verdad, vergüenza de los hechos viles, odio a la traición, al orgullo y a la deslealtad. Debe ser diligente, obediente, misericordioso, abnegado y tener firmeza y no-bleza de ánimo y sobre todo comedimiento en las palabras, paciencia, sobriedad y resignación. Dicen que San Ignacio para lograr parecidos propósitos, en una tabla clavó un clavo por cada pecado a vencer y por cada uno que lograba vencer, sacaba un clavo; así hasta que no le quedó uno solo en la tabla. No sé si Cosme se valió de algún truco por el estilo para llegar a ser el caballero que fue, pero si algo fue durante toda su vida, fue eso.

Cumplía los quince años en 1926 cuando Jerónimo Arango, que después fundara la cadena de los centros comerciales “Aurrerá”, pasó por Llanes e invitó a Cosme a que se viniera con él a trabajar en un ne-gocio que tenía en Tampico, Tamaulipas. A Cosme le ilusionó la idea y platicándola con sus padres, estos le autorizaron a que aprovechara la oportunidad de venirse a México. Esto sucedía con cierta frecuencia, ya fuera aprovechando los viajes que los dueños de negocios hicieran a sus pueblos, o bien a través de las autoridades de ellos, solicitando les fueran enviados grupos de “españoles chicos”.

Page 559: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

En 1926, pues, Cosme Sordo Pesquera llegó a Tampico y se puso de inmediato a trabajar en el negocio que los Arango tenían allá, no sólo para sobrevivir, sino con la idea fija de demostrar su diligencia, su confiabilidad y hacerse en el menor tiempo posible valioso para la em-presa y poder pensar en que con los años, podría ahorrar lo suficiente para llegar a tener su propio negocio. Cuando comenzó a suceder todo esto, los Arango le mandaron a Monterrey a hacerse cargo de un nego-cio que allá tenían y que contribuyó a desarrollar aún más. Aquí había una sucursal de “El Mayoreo Monterrey” de la que fungía como geren-te Tomás García. El negocio estaba en los bajos del Edificio Arocena, en la esquina de Hidalgo y Cepeda. Por allá de los principios de los 40’s Cosme vino a Torreón. Le gustó la ciudad, sus edificios, de ellos pen-saba que eran los anhelos y los sueños de los que los construían y que eso precisamente representaba el edificio donde el negocio que venía a visitar representaba. Los negocios principales por entonces eran “El Puerto de Liverpool”, “La Ciudad de París” y “Fábricas Unidas”. Eran los que satisfacían el gusto de aquellos laguneros que no podían via-jar frecuentemente a la frontera, a San Antonio, Houston o el propio Nueva York a hacer sus compras, pero que, de no haber existido dichas tiendas, hubieran hecho el esfuerzo.

“El Mayoreo Monterrey” se dedicaba por entonces exclusiva-mente a las ventas de mayoreo. La ciudad, pues, le gustó a Cosme, pero lo que le hizo pensar en volverse lagunero fue el haber conocido a Ma-ría Luisa Sesma Cerro, de la que se enamoró de inmediato. Pensó, acaso por primera vez, en que el sólo conocerla había cambiado de golpe sus circunstancias: que andaba por los treinta años, sólo sabía del reto de cada día y era su propio heredero; que era el momento de cambiar su vida. Total, hizo lo que había que hacer: lo primero pedir su cambio a esta ciudad. Lo que le concedieron. Luego vendría el cortejo, la decla-ración, la petición de mano y el matrimonio. Todo esto por sus pasos contados, pues ya hemos dicho que Cosme fue siempre un caballero y, en este caso, además, guapo. Allí está la fotografía que no deja mentir.

María Luisa Sesma Cerro y Cosme Sordo Pesquera se casaron en 1945. Formaron una familia de siete hijos: María Luisa, Enriqueta, Cos-me, Gerardo, Carmen, Fernando y Luis Miguel. Si antes trabajaba con diligencia su entrega a partir de entonces fue absoluta. En 1947 le avi-saron de la gravedad de su madre y acompañado de su esposa volvió al pueblo de sus padres. Desafortunadamente no la alcanzó viva.

Su entrega le dio resultados. Para 1959 estaba en condiciones de adquirir el negocio en el que había venido trabajando todos esos años.

Page 560: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Hizo su proposición y le fue aceptada. Su sueño de tantos años estaba cumplido. Aunque era muy cafetero, jamás abandonó su negocio para ir al café. El suyo personalmente, se lo hacía. Por años usó la misma taza sin que ésta sufriera la menor desportilladura. A sus seis colaboradores lo que les pedía con mayor insistencia era que nunca olvidaran tener un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio.

Entre sus mejores amigos estaban sus vecinos: Ángel Casán, Al-fredo Padrelín, Paco y Armando Martín, Luciano Arriaga, Benigno Pru-neda, Anacleto Correa, Amador Galán y otros: Rogelio Braña, José Iza; pero rara vez salía de su negocio para visitar a nadie. Todo su tiempo lo pasaba dentro de su negocio, el cual abría tan puntualmente que se podía poner los relojes a las nueve de la mañana o las tres de la tarde cuando él metía la llave a la cerradura de su local. No obstante esto, la situación económica por la que el año 66 atravesaba el país lo afectó notablemente, viéndose precisado a cerrar su negocio por incostea-ble, declarándose en quiebra; misma que no afectó a ninguno de sus acreedores, pues contra los consejos de muchos decidió pagar, como el caballero que era, hasta el último centavo a todos ellos, a costa de que-darse él como el día de hacía cuarenta años cuando llegó a Tampico: sin un centavo. Sin hacer de aquella situación un drama de mal gusto, con el valor personal necesario para mantener su equilibrio emocional, con toda naturalidad, como si nada hubiera pasado, se fue a la Ciudad de México a buscar representaciones, que obtuvo sin la menor dificultad y comenzó a viajar levantando pedidos que le permitieron durante los siguientes veinte años dar a los suyos el nivel de vida al que estaban acostumbrados.

Lo que Cosme Sordo Pesquera fue para sus clientes acaso lo de-muestre el hecho de que de varios de ellos recibí con insistencia la soli-citud de traerlo a esta columna, coincidiendo todos en que fue un hom-bre de tal manera honesto, que por encima del propio negocio siempre estuvo la comunicación con sus favorecedores. Dijo Camus que lo más difícil del éxito no es conseguirlo sino merecerlo. Cosme Sordo, por encima de todo lo mereció, aunque alguno crea que no lo consiguió. Llegar al corazón de quienes le conocieron es producto de una larga y paciente labor, por ella queda aquí como uno de Los Nuestros.

Page 561: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Demetrio Strimpópulos Sideri*149

Hijo de Apóstolo Strimpópulos y de Ekatherine Sideri, Demetrio Strimpópulos nació en Scopi Tripoli, Arcadia, Grecia el 17 de abril de 1901.

Los antiguos poetas cantaron a la Arcadia como residencia de la inocencia y la felicidad. Nacer en ella, pues, ya señalaba a Demetrio como algo diferente, como si hubiera nacido en el Paraíso (pongamos por caso) o algo así. No obstante lo anterior, a los diez años ya estaba preparándose para venir acá un día y hacer lo que aquí hizo; es decir, comenzó a trabajar en un café, llevando a media mañana y a media tarde pastelillos y café a sus propios negocios a los comerciantes del rumbo, igual que lo hacían otros varios muchachos de su edad. Con aquella preparación, a los quince años se sintió listo para conquistar la capital y un buen día, despidiéndose de los suyos, se marchó a Atenas. En ella buscó y obtuvo trabajo de mesero en un restaurante en el que estuvo dos años, porque a los diecisiete el ejército lo buscó, lo encontró y lo reclutó; enviándolo a luchar contra Turquía, guerra en la que Grecia perdió algunas de sus posesiones de Asia Menor y Demetrio fue herido en una pierna. Lo peor del caso fue que los médicos brillaban por su ausencia, como si los soldados griegos del siglo XX fueran invulnerables como lo fueron sus antiguos héroes, según la leyenda. Total que Deme-trio, para detener el sangrado, presionó su herida él mismo y cuando por fin pudo verlo un médico, fue sólo para decirle, que allí no le podían hacer nada, pero que, independientemente de ello, su herida ya había cerrado. De todas maneras lo llevaron a Atenas y ya estando en el hos-pital, después de revisarlo los doctores le dijeron que si operaban para sacarle la bala de máuser que lo había herido podía quedar cojo, noticia y posibilidad que de ninguna manera le gustó a Demetrio, decidiendo dejar donde estaba aquella bala, que se convirtió por el resto de su vida en constancia de su participación en aquella lucha y condecoración por el valor con que actuó.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 8 de noviembre del 2002.

Page 562: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Al terminar la guerra él siguió viviendo en Atenas trabajando de mesero, que era lo que sabía hacer bien. Y así hasta 1928. En realidad cuando a los quince años se fue a Atenas, pensaba que esta ciudad le serviría para ahorrar y reunir más rápidamente el dinero que necesitaba para viajar a Norteamérica, que era su sueño. Pero el hombre propone y Dios dispone. Entre sus primeros dos años en ella y luego la guerra, pasó que sus hermanas Georgina y Vasiliki tuvieron planes matrimonia-les , pero para llevarlos a cabo tenían que aportar su dote, según era la costumbre en Grecia; así que él tuvo que trabajar hasta 1928 para dar a sus hermanas sus dotes para casarse. Su otra hermana, Elizabeth, había fallecido adolescente todavía, de difteria; su hermano Panayotis (conocido por Pit) que había participado en la Primera Guerra Mundial, peleando en Europa, se había ido a San Francisco, California, donde re-sidía; su otro hermano Christo, optó por quedarse en Grecia.

Así las cosas y ya cumplidos todos los compromisos familiares, por fin en 1928 Demetrio pudo viajar a México, llegando a Veracruz, donde abordó el tren que lo llevaría a la Ciudad de México. Antes, en el trayecto del viaje por barco, se dedicó a aprender ochocientas pala-bras en español mediante un diccionario. Habiendo dejado la escuela en cuarto año —a los diez de edad— todo lo que Demetrio aprendió durante toda su vida fue a través de lecturas de libros.

Ya en la Ciudad de México, trabajó de mesero en un restaurante ubicado por la calle 16 de Septiembre, frente al cine Olimpia. Allí co-noció al que por décadas dirigió a la CTM: Fidel Velázquez, que entre-gaba la leche a aquel restaurante. Ahorrando todo lo que podía, sin permitirse ningún gasto que no fuera necesario, juntó dinero y se fue a Guadalajara, ciudad en la que sabía había una colonia de varias familias griegas. Llegó, pues, a la capital de Jalisco, buscó a sus paisanos, se identificó con ellos y al poco tiempo se asoció con Luis Limberópulos, abriendo allá “La copa de leche”, que tuvo éxito. Sin embargo, él sentía una especie de insatisfacción, que algo le faltaba, que tenía que seguir buscando. Vendió, pues, su parte a su socio y siguió rumbo al norte, llegando a Monterrey en abril de 1933. Allí, lo primero que vio fueron muchos locales desocupados.

Alguien le habló de la ciudad de Torreón y de su oro blanco: el algodón. Sin pensarlo más se vino ese mismo día dispuesto a jugársela en La Laguna. Tomó el ferrocarril, de la estación se fue al Hotel Salva-dor, se registró en él, dejó sus cosas y se dirigió al banco más cercano, donde Ismael Cepeda le rentó una Caja de Seguridad y abrió una cuen-ta de cheques. El dinero lo traía en dos “víboras” llenas de aztecas de

Page 563: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

oro, atadas alrededor de la cintura. Al salir del banco, a pocos pasos se encontró con un local desocupado que rentó de inmediato y en él abrió su primer restaurante en esta ciudad: el “Apolo”, el cual inauguró el 13 de mayo de 1933. En su menú el “Chateaubriand” (filete de vaca con patatas) para dos personas, tenía un precio de $ 2.50 (dos pesos con cincuenta centavos) ¡Qué tiempos, señor don Simón! Las nieves de crema él mismo las elaboraba, particularmente la de naranja, que era la especialidad de la casa.

En 1934 contrató como cajera a la señorita Elvira Ochoa Domín-guez, con quien luego contraería matrimonio. Procrearon a María Tere-sa, que aquí reside; a Elvira Elisa, que vive en Inglaterra; a Victoria Eu-genia y Demetrio Gerardo, que radican en Monterrey. De las que se le casaron ha recibido la inmensa alegría de que le den nietos, quienes en cuanto han comenzado a hablar le llaman “Papuli”, que en griego quie-re decir “abuelito” y a los que, según van creciendo, los mal acostum-bra haciendo realidad todos sus caprichos, pero a quienes tratándose de dinero sólo se los da si se lo piden en griego. En fin, que se gozaban mutuamente en una relación “sui géneris”.

En “La Copa de Leche” Demetrio no sólo se iba dando a conocer, sino que se fue volviendo popular. Para pocos fue el señor Strimpópu-los, para todos llegó a ser Demetrio por su facilidad para comunicarse de inmediato con los demás: respetuosa, pero también franca y alegre. Con el tiempo iba de mesa en mesa, saludando a sus clientes, dándoles conversación además de lo que habían pedido de su carta; particular-mente en las horas de los cafés, es decir entre almuerzo y comida y en-tre ésta y las cenas. Y como aquí se enteraba de que alguien necesitaba algo y tres o cuatro mesas más allá sabía que estaba alguien que lo te-nía, muchas veces servía de intermediario para que sus clientes vendie-ran unos lo que otros necesitaban y así, sin quererlo, un día comenzó a recibir cinco o diez por ciento que no buscó, pero que tampoco rechazó porque se los había ganado.

“La Copa de Leche” a las horas del café se llenaba de comisio-nistas, abogados, comerciantes, amigos dados a componer el mundo, políticos... en fin, ¿quién que viviera de verdad no pasó por sus mesas? La fama de Demetrio fue tanta que no había fiesta social cuya mesa no fuera servida por él. Las del Casino ni se diga: el servicio ni se notaba porque estando este centro social en la Juárez y “La copa” a la vuelta, por la Valdés Carrillo, Demetrio se ingenió para comunicarse por la azo-tea directamente a la cocina del Casino.

Page 564: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Allá por el 36 la situación le trajo días malos, la clientela le bajó, su esposa esperaba a su segunda hija... de seguir así sabía que le esperaba la quiebra; pero él tenía unos ahorros en El Paso y esperaba sólo que su hija naciera para ir por aquel dinero para aguantar a que aquello pasara. Y precisamente el día que su hija nació, el 13 de octubre de 1936, llega-ron a La Laguna los trescientos ingenieros que se iban a encargar de medir la tierra que se iba a repartir y la que se iba a dejar a sus dueños, la mayoría de los cuales le formaron otra clientela segura mientras aquí radicaron, con lo cual Demetrio se recuperó para siempre.

En el 63 regresó a Grecia, a visitar a los suyos. A su pueblo le re-galó una escuela y frente a la casa de sus padres plantó un almendro; a ambos los vería nuevamente en el año 72, cuando volvió a ir. Con los suyos, siempre que tuvo tiempo, viajó a diversos puntos de México, cada vez uno diferente.

En 1950 se asoció con Jorge Lambros y abrieron el restaurante “Apolo Palacio”, donde hasta 1976 Demetrio atendió a lo más selecto de nuestra sociedad, a los más destacados de nuestros visitantes, a los presidentes de la república en turno cuando visitaban nuestra ciudad y otros distinguidos etcéteras. Cuando a las compañías de cine nor-teamericano les dio por filmar en los paisajes de La Laguna de Durango y trajo con ella a todos sus artistas necesarios para la película en turno, estos aprovechaban para venir a comer al “Apolo”, cuya fama se había extendido, entre ellos John Wayne, a quien por una parte le gustaba la carne tampiqueña que preparaba el “Apolo” y también el tequila que tomaba para acompañar aquel platillo. Cuando Telly Savalas filmó aquí, lo visitaba diariamente, echando buenas y nostálgicas pláticas con De-metrio. Por aquellos años comer bien y “Apolo Palacio” llegaron a sig-nificar en lo mismo nuestra ciudad.

Demetrio estaba siempre atento a que sus comensales fuesen bien atendidos y, precisamente por ese servicio casi personalizado y por la buena comida, su clientela crecía diariamente. Los banquetes los ser-vía en el gran Salón de los Candiles que ocupaba todo el segundo piso del edificio del restaurante que estaba decorado por el pintor lagunero Ruiz Vela, que entre otras pinturas allí dejó la titulada “Almuerzo lagunero”.

Unos años antes de morir, sintiéndose mal, hizo cesión de algu-nas de sus acciones, o algo así A su ahijado Panayotis Lambros quIeN, en cierta forma le representó supliéndolo; éste después negociaría con el Lic. Raymundo Chávez el manejo del “Apolo”, que acabó cerrando en el 96 ó el 97.

Page 565: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Demetrio Strimpópulos Sideri murió (de cáncer) el 23 de diciem-bre de 1979, a los 78 años de edad. Sus mejores amigos fueron el ge-neral Procopio Ortiz y Pedro Gómez Reyes. Por la época que le tocó participar en la vida lagunera; por los cuarenta y seis años —más de la mitad de su vida— que aquí viviera; por la honorable familia que aquí formara; por la categoría de su servicio y por su cocina, de la que siem-pre salían platillos a los que nadie podía resistirse porque según se acer-caban abrían el apetito, Demetrio ocupa su lugar entre Los Nuestros.

Page 566: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Enrique C. Treviño*150

Conocí a Don Enrique —el don con D mayúscula porque lo mereci— como fue conocido por generaciones y generaciones de estudiantes: matriculándome en la escuela comercial de la Cámara Nacional de Comercio de Torreón, que fuera su escuela y estaba entonces por la avenida Matamoros, precisamente frente al Palacio Municipal.

La comercial, como sería conocida por siempre la Escuela Comer-cial Treviño, era por aquel entonces la única opción para quienes no podían seguir estudios universitarios fuera de nuestra ciudad, ya fuera por carecer de los medios económicos necesarios o sencillamente por los tiempos, en los cuales para algunos padres —y no se diga madres— mandar a sus hijos a estudiar a otros lados era como mandarlos al fin del mundo y perderlos para siempre.

Tras su escritorio de la Dirección, la primera impresión que tuve

de Don Enrique me la dieron sus manos. Un poco regordetas pero muy fuertes y muy cuidadas. Las uñas bien recortadas, las de los dedos gor-dos un poco en pico. Manos sacerdotales, me parecieron como dis-puestas a ofrecer una hostia. De haberlo sido habría sido un sacerdote mundano, pues vestía elegantemente.

Lo cierto es que por aquellos tiempos sus alumnos pasaban a ser, por su filosofía del trabajo, las segundas manos que los negocios en desarrollo estaban necesitando y a quienes fueron muy útiles mientras les sirvieron, pues una gran cantidad de aquellos estudiantes, con el tiempo, se emanciparon y fundaron sus propias empresas.

Don Enrique era regiomontano, como tantos otros que nunca han dejado de llegarnos de aquel estado y que han contribuido con

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 13 de noviembre de 1998.

Page 567: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su talento y laboriosidad a nuestro crecimiento. Por Tamaulipas había creado su primera escuela que tuvo que cerrar por los azares de la re-volución.

Aquí, independientemente de dirigir su escuela, formó el centro autodidáctico de contadores.

En su oportunidad fue síndico de nuestro ayuntamiento así como vocal y secretario de la Cámara de Comercio. Ocupando tal puesto y siendo presidente de la Cámara de Comercio el señor Luis Sáenz, fue que llegó a ella un representante de las cámaras Junior de Norteaméri-ca solicitando hablar sobre ellas a un grupo de jóvenes que no tuvieran menos de veintiún años ni más de treinta y seis.

Don Enrique se comprometió a invitar a un grupo de sus egresa-dos que entraran en aquel marco y ese fue el principio de aquella Cáma-ra Junior de Torreón, que con su obra en los desayunos escolares ganara allá en la década de los cincuenta, en la convención de San Francisco California, la distinción de haber realizado la mejor obra asistencial de los junior en todo el mundo.

Durante varios años la fuente natural de socios de los juniores fueron alumnos de la escuela comercial Treviño. Durante años nuestra ciudad dio el nombre de Don Enrique a una de sus calles.

Por esto y mucho más Don Enrique C. Treviño es uno de Los Nuestros.

Page 568: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Eugenio Tumoine Saldaña*151

Definir a Eugenio Tumoine Saldaña no resulta difícil. Al menos, para mí no lo es; fue toda su vida un lagunero clavado;, es decir, que cuando na-ció —y nació nada menos que en “El Coyote”, Coahuila, el 27 de noviem-bre de 1913— se introdujo en su espíritu esa cosa, esa idea puntiaguda que era entonces La Laguna, que a todos motivaba, movía y los hacia buscar sin descanso su propia realización para, a través de sí mismo, prestigiarla por lo que eran capaces de hacer, mientras ellos mismos se hacían. Pocos eran los que desperdiciaban el tiempo. Todos conscientes de que el tiempo nunca regresa, que jamás ha vuelto. “El tiempo es oro” decían los abuelos, repetían los hijos y escuchaban constantemente los nietos en sus hogares y el consejo se practicaba trabajando desde muy chicos, tuvieran o no necesidad de hacerlo. Era un concepto, sentencia aceptada de buen grado por todos los que, entonces, en plena conquis-ta del desierto por los agricultores, estaban desarrollando a “La Perla de La Laguna”, nuestra ciudad.

Pero Eugenio, Teno para sus más amigos que fueron muchos, no sólo absorbió la aplicación al trabajo, la diligencia y dinamismo del lagu-nero, sino también otras virtudes esenciales de sus mayores (llegados a México de Lyon, Francia) y que más tarde, en el transcurso de su vida, iría mostrando de una manera natural: su don de gentes que le facilitaría su relación con todo tipo de personas, que fueron para él sencillamente seres humanos, merecedores por sólo ello de ser tratados con amabili-dad, como siempre lo hizo, granjeándose en reciprocidad el afecto de quienes alguna vez le trataron.

O su buen gusto para vestir, que no le permitió jamás ninguna estridencia. En la ciudad se llegó a decir que los tres hombres mejor vestidos de ella eran Benjamín Díaz Flores, Manuel Acevedo y Eugenio Tumoine.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 1 de diciembre del 2000.

Page 569: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Eugenio Tumoine y Herminia Saldaña fueron sus padres, quienes llegaron de Lyon, la antigua “Lugdunum” fundada en Francia por los ro-manos, pocos años antes del nacimiento de Cristo y que por varios siglos fue gobernada por arzobispos y en la que en el siglo XIII hubo dos conci-lios ecuménicos; por lo que ellos profesaban la religión católica en la que educaron a Eugenio y a la que él fue fiel hasta su muerte.

Pero sus padres no llegaron directamente a la Laguna, sino a Zaca-tecas, donde residieron algunos años y donde su tío Julio, hermano de su padre, logró iniciar una fortuna. Seguramente el auge de esta región, ya conocido en toda la República, los hizo decidir escogerla como convenien-te para su futuro; la cuestión es que los acontecimientos revolucionarios ya los pudieron atestiguar en ella, residiendo en “El Coyote” Coahuila, donde Eugenio nació en la fecha que se ha dicho arriba

Allí sus padres abrieron una panadería cuyo producto Eugenio re-partió desde el momento mismo en que fue capaz de hacerlo, sin per-derse en aquellas pocas calles; más tarde lo haría en bicicleta, antes y después de su horario escolar, pues en la escuela de Coyote hizo toda su instrucción primaria.

Como en los ranchos comarcanos el futbol se jugó mucho antes que en nuestros estadios, Eugenio se aficionó a él desde su edad escolar, lo mismo que al rebote, para el que se construían paredes especiales para jugar. Aunque no practicó ninguno por mucho tiempo, pues en cuanto terminó su instrucción primaria su tío Julio, que al llegar de Zacatecas de alguna manera se había conectado con el sobrino del señor Feliciano Chabot (que fue el iniciador de “La ciudad de París”), fue a “El Coyote” por Eugenio y se lo trajo para que comenzara a trabajar en este negocio.

Este almacén, como “El Puerto de Liverpool” y algunos otros, se iniciaron en Ciudad Lerdo Durango, que por un tiempo fue la más im-portante de la Comarca; tanto que los domingos, por ejemplo, habitan-tes pudientes de Gómez Palacio iban hasta allá en sus carruajes a dar vueltas por la plaza para lucir sus vestuarios. Los que no tenían coche tomaban el tranvía y al llegar visitaban las huertas, en las que podían comer toda la fruta que quisieran gratuitamente, pagando sólo la que quisieran llevarse.

Bueno, pues a “La Ciudad de París” ya en Torreón desde 1910, fue que entró Eugenio Tumoine Saldaña como, por lo regular, se entra-ba a trabajar en aquella época: llevado de la mano de algún familiar co-nocido de los dueños a quienes se les “entregaba” (bueno casi) con la

Page 570: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

petición de que vieran qué se podía sacar de ellos. Y de algunos ¡vaya si se sacó!, como fue el caso de Eugenio.

Pasaron los años de 1927 a 1928 y en aquel tiempo había otras dos tiendas francesas, que yo recuerdo en este momento: “La Francia Marí-tima” de don Fernando Giraud y otra del señor Alegre, cuyo nombre se me va, se me va, se me fue... que vendían artículos de primera calidad, europeos naturalmente y eran las preferidas por nuestra sociedad.

El cambio de los sistemas de venta al menudeo ocurrió pocos años después. Por aquel tiempo, o poco tiempo después, “La Ciudad de París” fue adquirida por Julio Tumoine, el tío de Eugenio; quien al morir la legó a su esposa, que acabaría vendiéndola diez años más tar-de a Andrés Baille. Su destino finalmente es historia actual. Veinte años pasó Eugenio en aquel negocio, aprendiendo, cotizándose, relacionán-dose, relacionándose incluso con la colonia francesa, que entonces era mayor que ahora. Acudía a sus reuniones, pues hablaba poco, pero en-tendía todo el francés que le hablaran y cuando alguno le preguntaba dónde había nacido, creyendo que les iba a mencionar alguna ciudad o pueblo francés, les sorprendía diciéndoles que él era francés de “El Coyote”, Coahuila. Nunca quiso ser más que eso: lagunerísimo

A principios de la década de los treinta, llegó a nuestra ciudad An-tonio Arnoux. Venía de México y quería crecer aquí. Supo de Eugenio y lo interesó en trabajar para él, comenzando ambos desde abajo, aunque él con capital. Se especializaba en la venta de casimires. Rentó un local en la calle Cepeda, entre Juárez e Hidalgo, cargado hacia esta última. Los vendía por cortes, lo que les facilitaba ir a buscar sus clientes a los bancos, a las oficinas, etc. Aunque siempre se quedaba uno en el nego-cio por si algún cliente entraba.

Para este comienzo las relaciones hechas por Eugenio le fueron de gran utilidad. Por ahí de mediados de esta década de los treinta, cuando ambos vieron que podían confiar uno en el otro, lo mismo el jefe que el subordinado y conociendo ambos que la ciudad soportaría perfectamente otra tienda como las dos mayores que ya había, se lan-zaron a la empresa de inaugurar lo que por muchos años sería “Fábricas Unidas”, S.A. (FUSA); rentando un local por la avenida Hidalgo, entre Zaragoza y Juan Antonio de la Fuente, en el que crecieron desde el pri-mer día, abriendo otra con el nombre de “Versalles”, especializada en candiles y un anexo de la primera. Así hasta que decidieron reunir todo bajo un mismo techo y sabiendo que Luis Espejo (uno de los precursores de nuestro comercio de menudeo) que ya estaba retirado en Madrid,

Page 571: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

España, quería vender el local en el que durante muchos años operó y operaba todavía las Fábricas de México, hicieron gestiones, valiéndo-se de un amigo mutuo, para comprar dicha propiedad, lo que lograron. Levantaron una moderna tienda con la que se convirtieron en el triun-virato que por muchos años mantuvo a la competencia capitalina fuera de esta región. Al morir el señor Arnoux, Eugenio se quedó al frente del negocio, rindiéndole cuentas directamente a su viuda, Violeta Arnoux.

No obstante la entrega leal y total al negocio del que participaba, el día que Eugenio vio a Dolores García de la Garza, comenzó a hacerse un tiempito para rondarla. No le fue fácil, pues, no obstante todas sus virtudes, al Ing. Arnulfo García (los padres más que las hijas, siempre quieren un príncipe azul para ellas) Eugenio le parecía poco partido para su hija. Pero lo venció por cansancio, porque allí estaba, noche a noche haciendo surco en la calle. Claro, acabaron casándose, lo que hicieron el 31 de enero de 1942. Tuvieron siete hijos: Dolores Alicia; Eu-genio, que les murió de cuatro años; Mario Alberto; Gabriela; Fernando; Jorge Eugenio, muerto a los veintidós y Eugenio, que repitió el color de su papá y hoy colabora con los señores Murra Marcos en la tienda que estos tienen en ciudad Juárez, Chihuahua.

Tres grandes amores tuvo Eugenio en su vida: el trabajo (que fue lo primero), su propia familia (a partir de su matrimonio) y sus amigos de siempre. Eugenio hizo verdad aquello que se dice: “De su casa al trabajo y del trabajo a su casa” y no por nada, sencillamente porque no encon-traba otro mejor sitio para estar. Y cuando había fiestas sociales grandes, como el Día de la Patria o el Año Nuevo en el Casino, en una serie de me-sas juntas, siempre estuvieron los suyos y sus amigos allí reunidos.

Era alegre de corazón y como sabía cantar, sábado a sábado se reunían, en su casa o en la de cualquiera de su grupo de amigos (que entre otros formaban: Guillermo Garza, Alfonso Garibay, Enrique Sada Quiroga, Carlos Carrillo, Abdiel Vega, Nicasio Urraza, Eugenio Villarreal y Nacho Pámanes) y llenaban de risa y de alegría las horas de la noche. Como tenía una casa muy grande y llena de recámaras vacías según sus hijos fueron casándose, cuando en ella se verificaba la reunión, se con-taba —aunque seguramente no era cierto— que su esposa, cuando en-traba la última pareja de amigos (porque a donde quiera que se reunían iban en pareja), cerraba la puerta y escondía la llave y de allí no salía nadie hasta el amanecer, después de haber almorzado un sabroso y caliente menudo y si allí por la madrugada, alguno se sentía malo o con sueño, podía retirarse a una de aquellas recámaras a descansar hasta sentirse reparado, o hasta que se le despertaba para disfrutar del menudo.

Page 572: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Vida tranquila la de Eugenio, jamás se sintió protagonista de nada, aunque lo fue. Comerciante excepcional, cuando en Navidad al-guna de sus clientes había equivocado un regalo y le llamaba, la escu-chaba atentamente y como todo un caballero, dejaba su propia fiesta para ir a la tienda a cambiárselo diciendo que Santa Claus no podía que-dar mal con su regalo.

En su campo, Eugenio Tumoine Saldaña es uno de Los Nuestros.

Page 573: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Miguel Urtiaga Lecanda*152

Nació José Miguel Urtiaga en Güeñes, provincia de Vizcaya, Es-paña, el 19 de enero de 1901. Francisco y Juliana Urtiaga fueron sus padres. En su mismo pueblo estudió su instrucción primaria y una carrera comercial que le llevaron sus primeros quince años de vida. Los cinco siguientes los dedicó a trabajar la tierra familiar en la que su padre tenía nogales y un pequeño viñedo, donde hacía su propio vino. Este contacto con ella, con la tierra laborable, le conquistó para siempre. Como es sabido, en aquellos tiempos al llegar a cierta edad todos los jóvenes españoles tenían que prestar servicio en el ejército, con excepción de los que habían nacido el mismo año que el rey y éste no era el caso de Miguel Urtiaga Lecanda. Sus padres, como sucedía entonces con la generalidad, preferían enviar a sus hijos “a hacer la América” con tal de salvarlos de la sangría que representaba la guerra de África; situación que terminaría pocos años después, en 1925, el General Primo de Rivera.

Así pues, Miguel Urtiaga un buen día se encontró bajando de un barco en Veracruz, de donde siguió a la Ciudad de México, en la que se quedó por tres años (de 1921 a 1924) trabajando como contador en diversos negocios de paisanos que habían logrado hacer su América soñada. Igual que el más Antonio de los Machado: “A su trabajo acudía, con su dinero pagaba el traje que le cubría y la mansión que habitaba, el pan que le alimentaba y el lecho donde yacía”; pero algo le faltaba, no era feliz con aquella seguridad; le faltaban el aire libre, los lejanos horizontes, el color oscuro de la tierra cultivable. Fue en uno de esos días en que la melancolía le hacía su víctima cuando alguien mencionó en su presencia las palabras mágicas de “La Laguna”. Y no lo pensó dos veces. Tampoco preguntó mucho. Le bastó saber que aquello quería decir “tierra de cultivo”.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 13 de septiembre del 2002.

Page 574: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Urtiaga Lecanda llegó a Torreón en 1924. Se encontró con una ciudad llena de movimiento, una ciudad que se estaba haciendo cada día, una ciudad verdaderamente joven, una ciudad a la que él le llevaba seis años, una ciudad con la que indudablemente iba a entenderse. Y así fue. Se colocó pronto, y pronto también tuvo demanda, en cuanto se comenzaron a dar cuenta de su alegre seriedad, de su constancia en el trabajo, de su eficacia, de sus buenos resultados. Al mismo tiempo iba haciendo amigos, amigos para siempre, para toda la vida. Pero el hombre propone y Dios dispone. Al mismo tiempo que a él los años lo iban madurando, dándole sabiduría, a su padre lo volvían mayor y le hacían necesitar de su ayuda, y para eso, para apoyarlo en la atención del negocio familiar, regresó a Güeñes el año de 1931. Todo parecía in-dicar que aquellos nueve años transcurridos habían sido su América, dentro de los cuales los seis de La Laguna eran su aventura, cuando un día llegó a Güeñes José Urrutia. Mucha sorpresa no causó, porque, coincidentemente, era también nativo de aquel pueblo, así que era un indiano más que iba de visita. Incluso en alguna otra ocasión que por allí había estado había donado al pueblo una casa de su propiedad para que en ella se estableciera la Alcaldía; pero en esa ocasión la cosa no iba por allí, el motivo de la visita de José Urrutia a su pueblo, era quitarle al recién llegado, José Miguel Urtiaga, tentándolo con un ofrecimiento difícil de rechazar: nada menos que la Gerencia General de la Hacienda Lequeitio, conformada por nueve ranchos: “La Niña”, “La Pinta”, “La Santa María”, “Finisterre”, “Covadonga”, “La Coruña”, “San José” y “Lequeitio”; cada uno con su respectivo administrador y él al frente de todos ellos. Y así fue hasta que llegaron 1936, Lázaro Cárdenas y el reparto. Todo aquello se acabó y Miguel Urtiaga se quedó sin trabajo. Toda esa transformación le complicó la vida porque ya no era soltero, el 18 de mayo de ese mismo año se había casado con Concepción Tejada Fuentes, a quien había conocido apenas en enero, pero como él de-cía: “la amaba y no podía hacer otra cosa que amarla”. ¿A qué esperar, pues? Se casaron en Saltillo, porque de allá era su familia.

Formaron la propia procreando tres hijos: Concepción, Miguel y Carlos. Miguel se le parece, tanto en lo físico como en lo espiritual, como una gota de agua a otra.

Decidió ir a comenzar de nuevo en Chihuahua. Para poder ha-cerlo recurrió a su buen amigo Antonio P. González. Le pidió 400 pe-sos y le dejó en prenda una pistola, diciéndole que la guardara, pues la apreciaba mucho y que volvería a rescatarla. En Chihuahua consiguió la representación para el estado de los aceites Texaco, que trabajaba en sociedad con Luis Arciniaga como socio capitalista. Platicaba Paco

Page 575: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Martín Borque que alguna vez por aquellos años (1936-1938) se lo llegó a encontrar en la sierra, por donde él también viajó, ofreciendo incan-sablemente su producto.

Pero las cosas se sucedían rápidamente en aquellos tiempos y llegó 1938 con la expropiación petrolera, que terminó con el negocio de la representación de Texaco. Al volver, lo primero que hizo fue visitar a su amigo Antonio P. González para rescatar su pistola; disculpándo-se por no haber tenido tiempo de venir antes ya que no había dejado de trabajar un solo día. Aquí volvió a la agricultura, rentando tierras en Linares, en San Luis de Gurza, en San Gabriel, Los Ángeles 2, etcétera, donde fuera, con tal de no dejar pasar un año sin labrar aquello que tanto amaba: la tierra.

En 1956, por fin, se compró un rancho en Ceballos. Era de un nor-teamericano que había estado en Vietnam y el rancho se llamaba “Co-rea”. Mientras andaban en tratos, un día que platicaban en pleno campo, por allí se vio una avioneta que iba rumbo a ellos. Ver esto y echarse a tierra el norteamericano fue todo uno. Al preguntarle por qué lo había hecho, les dijo que era algo superior a su propio control y que era resul-tado de su participación en aquella guerra. La cuestión es que Miguel Urtiaga acabó comprando en 300 mil pesos el rancho al norteamericano. Los pidió prestados a uno de nuestros bancos, comenzando a pagar in-mediatamente los abonos con la debida oportunidad y, cambiándole el nombre a “Tepeyac,” comenzó a trabajarlo. Lo hizo durante seis años, hasta que un mal día le llamaron del banco para notificarle que iban a rematar el rancho porque no había hecho sus pagos y estaba adeudan-do 800 mil pesos. Y según las cuentas del banco así era. Pero, entonces, ¿qué se hicieron los pagos que él religiosamente entregó? Nunca se supo.

Golpe tras golpe económicos no acabaron jamás con su buen hu-mor y su confianza en los hombres. A sus hijos les decía que confiaran en todo mundo, que no por uno que les hiciera daño fueran a desconfiar de todos. Al que hace cosas indebidas dicen que le crece la cola, solía decir; no te la dejes crecer, para que no te la pisen un día. Al capital que se amasa cada día -y no hay gobierno que lo expropie, ni delincuentes que te lo ro-ben, ni se requiere testamento para legarlo al morir, se le llama prestigio.

Su amor a la tierra lo llevó a recomendar a sus hijos que no le incineraran, porque así como él entregó a su querida esposa a la tierra que tanto amó, en ella quería reunírsele al morir; para ir juntos a vivir su eternidad. No le sobrevivió por mucho tiempo, apenas nueve meses y así le dijo a su hijo Miguel:

Page 576: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

“No se entristezcan; cuando vean bajar mi ataúd, piensen que me voy acercando a tu madre, a la que tanto amé”.

Entre sus mejores amigos estuvieron Enrique Vázquez, Raúl Gon-zález, Antero y Telésforo Tejada, Ramón Montaña, Sóstenes Verdeja, Manuel Negrete, Abilio Hoyos. Todos los que tuvieron oportunidad de estrechar su mano alguna vez y cruzar algunas palabras con él, jamás lo olvidarán. Visitó España en dos ocasiones, una en 1969 gracias a la “Operación España” y la última invitado por su hijo Miguel.

Éste es el breve esbozo de un hombre interesante por su opti-mismo, que crió a sus hijos en el amor y la confianza en Dios, que amó a esta tierra que regó con el sudor de su frente y la sufrió como pocos en su intento logrado de ser uno de Los Nuestros.

Page 577: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

María Luisa Valdez de García*153

Quita es lagunera por los cuatro costados, pero más por los bra-zos y las piernas. Hija de Uriel Valdés Anaya y María Luisa Salmón, nació en Torreón el 16 de junio de 1951, que confiesa sin rebozo porque sabe que representa cuando menos diez menos; para satisfacción de su es-poso, a quien le acreditan el milagro diciendo: “¡Oye, qué bien te ha cuidado ‘El Chuma’!”. Y “El Chuma”, muy ancho, como que no y como que sí, se sonríe, pues está en el misterio.

Jesús García Carrillo (a) “El Chuma” era jugador profesional del equipo de futbol Laguna, deporte que jugó mientras pudo, pues enton-ces no pagaban los sueldos que hoy pagan a los profesionales y des-pués de casado, cuando la cigüeña dio con su casa, su propia mamá discretamente le dijo un día: “M’ijito, ya hay que ponerse a trabajar en serio”. Y lo hizo acogiéndose a su carrera de mecánico electricista que había estudiado y terminado en el Politécnico, en la Ciudad de Méxi-co. Al Chuma, Quita lo conoció por medio de un primo de ella, Marco Antonio Salmón. De novios duraron un par de años y la mitad de otro, casándose el 15 de enero de 1970. Todavía uno se ve en los ojos del otro. Formaron una familia de dos hijos, Jesús Javier, “Chumita” para el abuelo paterno y Malu, felizmente casada con Hans Putz.

Claro que, para que esas cosas pasaran, antes tuvieron que ocu-rrir otras: los negocios llevaron a su padre: Uriel Valdés Anaya y éste a toda su familia a Tecomán, Colima, tocándole a Chita iniciar allá sus es-tudios primarios y seguirlos hasta cuarto año. Lo hizo en un colegio de religiosas llamado “Victoriano Guzmán”, que por cierto iban a construir varias personas, entre las que estaba el papá de María Luisa, pero los colimenses dejaron sólo al lagunero Uriel, el que, como buen lagunero y sobre todo de aquellos tiempos, le hizo frente al toro. Por cierto, aca-so como una premonición del futuro de su hija, su papá la llevaba al mar

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 27 de junio del 2002.

Page 578: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

(igual que a sus otros hijos) y chiquillos como estaban, a cierta distancia de la playa —corta si ustedes quieren— los arrojaba de la lancha al mar, diciéndoles: “En la playa los espero”. Así les enseñó a nadar. Salvaje que era. Será por eso que lo quieren tanto.

En 1961, sus padres decidieron enviar a Quita, Enrique, Elvira y Esther a Torreón para que continuaran aquí sus estudios (viviendo con su tío Bulmaro) terminando su primaria en el colegio Los Ángeles, de la seño Moreira. Entre las amigas que recuerda de aquellos años están Graciela Ibargüengoitia, Laura Suárez y Carmelita Martínez de Villalo-bos. La secundaria la comenzó en el colegio La Luz, pero aunque en la primaria había sido su conducta buena, acá en el recreo le dio por salir a la calle, actitud que, por supuesto, le hicieron conocer a su papá, quien en castigo la sacó de aquel colegio inscribiéndola en el Hispano Mexi-cano; de cuyo director, Pablo Farrús, era amigo y casi vecino, ya que la escuela quedaba a una o dos cuadras de la casa. Amigos de entonces eran Jorge Orta, quien por cierto les enseñó a jugar volibol, Monserrat Farrús, Guadalupe Luna, Rosario y Malú Fernández Sarabia, que no por nada sino por su amistad tan íntima, la hija de Chita lleva su nombre: Malú. Al terminar la secundaria, Quita decidió estudiar decoración de interiores. Y lo hizo en el Instituto de Arte y Decoración con la señora Ibargüengoitia.

Como los negocios seguían llevando y trayendo por todas las la-titudes nacionales a su papá, una de ellas, Tampico; Quita se quedó con una tía por parte de madre. Desde que llegó a Torreón, contrajo aquí un asma que en determinadas épocas la ponía peor y no obstante los tratamientos médicos que aquí le recetaron, el malestar no mejoraba, ni con algunos de otros del otro lado, hasta que uno le dijo que lo que tenía que hacer era dejarse de todos ellos y fortificarse, sugiriéndole que se dedicara a nadar. Y aquí fue donde se pusieron en acción sus brazos y sus piernas.

Pero esto que les cuento fue allá por los años ochenta, teniendo ella 31 de edad, como dirían algunas: “¡Ah, pos ya estaba madurita!”. Y sí, pero ésa es la gracia. Cuando su papá la echaba al mar, nadar era de a fuerza; pero tomar la decisión de nadar a diario de por vida, o al menos hasta aliviarse, a la edad que Quita tenía entonces, tiene sus bemoles, si bien es que siempre ha contado para todo con las porras de su padre, de su esposo y de sus hijos... es decir, de su familia, que también se dice pronto, pero no es fácil. Total, se fue a ver a Arturo González Sesma para que le diera el curso más adecuado para lograr sus propósitos. Y comenzó a dar vueltas y vueltas y más vueltas, por horas y más ho-

Page 579: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

ras en la alberca. Allí conoció a Alfonso Macías, Ramón Fernández So-berón, Lolis Gómez de Fernández, Marina Pruneda, Esperanza y Nena Aranzábal, Ana Luisa de Negris de Díaz de León, quien por cierto hacía triatlón (tras nadar, hacía ciclismo y terminaba corriendo).

Verla y pedirle que le enseñara fue todo uno (ya para entonces había superado su afección asmática y seguía nadando sólo para ganar-se porras de su padre, de su esposo y de sus hijos.) Ella le enseñó a co-rrer y Quita comenzó a aprender ¡a los 43 años de edad!, pues aquello ocurrió en 1994. Tres años después correría, perfectamente programa-da, medio Maratón de Lala, pues cumplidos los 22 kilómetros se salió voluntariamente. En 1997 ya lo trotó completo. Y es que lo admirable de Quita es que no va tras ningún premio, su objetivo nunca ha sido ganar. El único premio que ha buscado ha sido siempre el de las porras familiares. Silvia Andoni la invitó en alguna ocasión, después de verla nadar, a participar en una competencia de natación de 24 horas conse-cutivas en Monterrey, dándole dos meses para prepararse. Aceptó y las terminó. Otra vez la invitación fue para trotar 24 horas consecutivas, en sábado y domingo; también las terminó.

Una vez enganchada en esto, ya es difícil escapar a los compromi-sos. Tengo a la vista una carta fechada el 11 de abril de 2002, firmada por el presidente de la Asociación Mexicana de Deportes de Ultradistancia, A. C., que en su párrafo principal dice:

Conociendo tu destacada trayectoria deportiva como una des-tacada ultratleta de nuestro país y habiendo formado parte del equipo nacional que representó a México en el Campeonato Mundial de 100 km de la IAU en Cleder, Francia, el 26 de agosto de 2001, donde el equipo femenil mexicano logró colocarse en un 9º lugar en el ranking mundial, me permito informarte que has sido nombrada nuevamente seleccionada nacional, para que integres el equipo nacional mexicano que representará a nues-tro país, en el Campeonato Mundial de 100 km de la IAU avalado por la IAAF, que se efectuará el 21 de junio de 2002, en la ciudad de Torhout, Bélgica. ¡Felicidades!.

Y otra de la misma Asociación, fechada el lunes 8 de julio de 2002, dirigida al Club Deportivo Parque España, Consejo Deportivo, que en sus principales párrafos dice:

Como ya es de su conocimiento, la Sra. María Luisa Valdés, ca-riñosamente llamada Quita, participó como integrante de la

Page 580: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Selección Mexicana Femenil, haciendo un tiempo oficial de 12 horas 47 minutos, 10 segundos y contribuyendo de manera muy importante a que el equipo se colocara en undécimo lugar mun-dial, de 37 países participantes. Es por demás meritoria la tra-yectoria de esta gran atleta lagunera, que ha puesto en el más alto plano deportivo a la ciudad de Torreón, Coahuila.

En un deporte duro, difícil, de mucha resistencia, que requie-re de un entrenamiento arduo y en el que la fortaleza física, mental y espiritual son puestas a prueba en cada competencia. Viendo a María Luisa Valdés de García en estos momentos, rodeada de su padre, de su esposo (sus hijos han formado sus propios hogares), cuando la visito de sorpresa, pienso que pocas mujeres han sido más amadas por los suyos, pero que ninguna tampoco ha sido más amante. Todo lo que ella ha hecho lo ha hecho por ellos, porque se sientan orgullosos de ella, con lo que logra, al mismo tiempo, ganar honores para su patria y que la existencia de Torreón, su ciudad de nacimiento, un puntito en el mundo sea conocida y reconocida a través de su brío.

Qué bueno que María Luisa Valdés de García, llamada por cariño Quita, sea, porque lo es, una de Las Nuestras.

Page 581: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Enrique Vázquez Ávila*154

Nació el 5 de marzo de 1920. Entre los rasgos que caracterizan a los pis-cianos, partiendo del de integridad que es el primero, le siguen los de una gran fuerza de voluntad, la conciencia, la eficiencia, la inteligencia, la moralidad, la honestidad, la determinación, el idealismo y una gran actitud de servicio. Controlan sus más fuertes inclinaciones y deseos, lo que lo hace invulnerables a cualquier tipo de manipulación. Piscianos fueron Jefferson y Emilio Azcárraga, por citar a algunos.

Nació en Ciudad Lerdo, Durango. Sus padres fueron el ingeniero Mariano Vázquez Schiaffino (quien, por cierto, estaba en palacio con Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, cuando estos fueron allí aprehendidos) y Emilia Ávila San Miguel. Su padre era de Sayula, Jalisco y su madre de la ciudad de México, D.F.

Su niñez fue una niñez feliz, rodeado de niños que iban jugar a su casa (que preferían por grande) los juegos de entonces: canicas, trom-po, cuerda, escondidas, etc.; hasta que una tarde, la tranquilidad del barrio se llenó del ruido que hacían las ruedas de una negra carroza, rodando sobre el empedrado: iban a buscar allí el cuerpo de una de sus tías que acababa de morir y había vivido algo más adelante en otra calle. Se enfrentaba, por primera vez, a la realidad de la vida.

Eran entonces muy aparatosas las carrozas. Todo en ellas era ne-gro: el mueble en sí, los caballos, el arreo de los mismos, el vestuario del cochero y su ayudante, que era muy formal y por supuesto, negro, con guantes blancos, en fin... muy impresionante. Y más para un niño de cinco anos que, en esa forma, se enteraba de que así como existía el misterio de los niños que nacían, existía ese otro de la muerte de los mayores.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de noviembre de 1999.

Page 582: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Por allá del 1907 don Venustiano Carranza le había encargado al Ing. Mariano Vázquez Schiaffino un estudio sobre la posibilidad de una presa en el Cañón de Fernández, estudios que entiendo sirvieron como referencia para la presa Lázaro Cárdenas. Lamentablemente, en ese mismo año un segundo acontecimiento luctuoso operó sobre la vida de Enrique Vázquez Ávila, quien para entonces tenia siete años y co-menzaba sus estudios primarios.

Su señor padre que era muy movible, fue enviado en comisión a Guadalajara, donde revisando algunas obras tuvo que subir a un alto andamio del que cayó, muriendo como consecuencia. Siendo don Ma-riano la única entrada económica de la familia, la vida de todos cam-bió de la noche a la mañana. Su esposa, dona Emilia, se convirtió en maestra rural. Don Pedro Franco Ugarte, para darle un poco más de comodidad, le brindó una habitación en la casa de la hacienda, aten-ción que ella reciprocaba dando clases especiales a sus hijas. En cuan-to a sus propias hijas, la mayor se fue a vivir con su tío Eduardo y sus primos y la siguiente y el propio Enrique, que era el menor, vivieron con su tía Isabel, que daba clases de piano.

Enrique, pues, comenzó su primaria con la señorita Manuelita, que recibía a quince niños en la Escuela Rural Federal Justo Sierra de Ciudad Lerdo. Se levantaba temprano por la mañana, barría la calle y luego se iba al mercado ofreciéndose para llevar canastas o bolsas llenas del manda-do por 2 centavos y como desde aquella edad descubrió que tenía gran habilidad manual, hacía cosas, componía juguetes, etcétera, que luego vendía; ganándose con ello algunos centavos para ayudar a los suyos.

En tercer año tuvo a un gran maestro que recuerda con cariño y agradecimiento por haberle enseñado entre tantas cosas a amar a la naturaleza: el Prof. Aureliano Gómez. El cuarto lo cursó en el Colegio Elliot y el quinto y sexto con el Prof. don Benito Garrido en el Instituto Laguna de Ciudad Lerdo.

Al terminar con lo anterior, a los doce o trece años, tuvo necesi-dad inmediata de trabajar y lo hizo en el rancho de Vicente Ovin. Era el año treinta y dos o treinta y tres. En el 36 se vino el reparto, el señor Ovin perdió su rancho y Enrique su trabajo, situación que aprovechó para estudiar Teneduría de Libros en la Escuela Comercial de los herma-nos Treviño: don Enrique y don Julián.

AI terminar estos estudios fue a trabajar en una casa de comercio al menudeo, como ayudante del Tenedor de Libros, donde además de

Page 583: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

su salario le daban cinco pesos por cada “slogan” o lema que inventara y les ‘’gustara a sus empleadores”; a los que podía agregar otros cinco si encontraba bardas donde pintarlos.

Un día fue a hacer un depósito llevando el efectivo en las cajas contadoras que entonces se usaban y al entrar al banco una persona que iba con mucha prisa le tropezó e hizo que las cajas se le cayeran y todo su contenido se regara por el piso del banco. Un lío... todo se volvió ojos y manos, éstas para recoger rápidamente las monedas que podía y los otros para ver quiénes eran los que le ayudaban. Afortu-nadamente eran empleados del banco y al final lo recogido sumó el total, que depositó. Luego de hacerlo pidió hablar con el gerente, en-contrando que era don Eloy Vallina, mismo que lo había tropezado y mandado a los empleados a ayudarle a recoger el dinero y que ahora se había detenido a ayudarle. Una vez aclarado aquello, le preguntó dónde trabajaba y qué hacía y cuando se lo dijo, le preguntó si no le gustaría trabajar con ellos ganando el cuádruple de lo que le pagaban donde trabajaba. Al contestar afirmativamente, comenzó para Enrique una larga actividad bancaria que inició como cajero de ventanilla, en la que llegó a ser el más rápido contador de dinero. Por su dedicación y eficiencia alcanzó pronto su primera gerencia y fue, en su momento, el más joven de los gerentes bancarios.

Llegó a ser muy demandado por las otras instituciones. Jamás dio el primer paso para cambiar, pero las ofertas le llegaban muy atrac-tivas constantemente. Algunos de los bancos en los que estuvo a partir del Comercial Mexicano fueron: Banco de Comercio, Banco Lagunero, Unión de Crédito de La Laguna, Banco Agropecuario, Banco Nacional de Crédito Rural (como Auditor Nacional), Unión de Crédito Lagunero, Unión de Productores de Leche e Industrial Agrícola. EI orden no es indudablemente ese, pero son algunas de las instituciones por las que fue pasando, habiendo sido por dos ocasiones Comisario del Centro Bancario. En el año 1985 se jubiló.

El 12 de abril de 1944 contrajo matrimonio con Flora Salinas Buisson, procreando nueve hijos: Guillermina, Mario Enrique, María Emilia, José Fernando, María Josefina Eugenia, Luis Carlos, Jaime y Ricardo; todos son actualmente profesionistas, hombres y mujeres.

No obstante tanta responsabilidad se dio tiempo, para ser uno de los Fundadores del Pentatlón Deportivo Militar Universitario, cuyo objetivo era y seguramente seguirá siendo, alejar a los jóvenes del vicio. Allí, como en todo, comenzó desde abajo, de soldado raso a Jefe de

Page 584: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Sección Militar y en el 72 organizó el Pentatlón del Estado de Durango con sede en Gómez Palacio. Existe una fotografía de los fundadores. En ella se ve a Enrique Orvañanos, Jorge Todd, Homero García, Celso Simental y Francisco Dingler. Enrique no pudo ir a la toma por estar en cama con anginas inflamadas.

En el Club de Leones de Gómez Palacio le pasó más o menos lo mismo. Fue uno de sus fundadores, pero en esta ocasión el culpable de que no apareciera en la foto fue su apéndice.

Algo que ha consumido la mayor parte de la vida de Enrique Vázquez Ávila, lo que la significa y es su razón de ser, es una idea que concreta en este lema: “Agua para La Laguna”. Desde hace años se ha transformado en una especie de apóstol de esta idea. Predicándola no sólo a los laguneros, a todos los mexicanos cuando se reúnen en asambleas, en congresos, en foros de consulta, en jornadas académi-cas y simposios, en seminarios, en reuniones nacionales, interesados en Sistemas de Captación de Lluvia... en fin, donde quiera que se le abra el más pequeño resquicio por donde entrar y pueda ser oído. Y no sola-mente allí, en los diarios, en la radio y en programas televisivos, les vie-ne diciendo que la recarga del acuífero, tan cuestionada e ignorada, es factible y muy necesaria. Les insiste en que la transferencia de agua del Crestón de la Sierra Madre Occidental, en el límite de Sinaloa y Duran-go, es realizable, es costeable. Y es necesarísima; que se pueden encau-zar hacia la Cuenca del Río Nazas, cuando menos dos mil millones de metros cúbicos de agua anuales, que servirán para que el ejido disfrute, cuando menos, de cien millones de metros cúbicos para aumentar sus superficies de riego y mejore su economía y que los otros mil millones se aprovecharán para generar energía hidroeléctrica, dejándole correr por el cauce del río Nazas; previamente acondicionado para recargar el gran acuífero y recuperar los niveles de bombeo y la calidad de agua. Y lo más importante, que “EI Banco Interamericano de Desarrollo” (BID) está dispuesto a financiar este macro proyecto.

Enrique siente, seguramente, que predicar esta idea y luchar por su realización es para lo que ha nacido y lo que justificará su vida y por ello no para, va de un lado a otro diciendo su mensaje. Jamás se cansará de ello. Y quién puede decir que no... a lo mejor un día encuentra a su Isabel la Católica.

Por lo pronto, su tenacidad lo identifica como uno de Los Nuestros.

Page 585: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Rafael Villalobos Armendáriz* 155

Rafael Villalobos Armendáriz, hijo de Margarito Villalobos y de Juana Armendáriz, nació el 5 de agosto de 1912; por lo tanto era Leo clavado. Ni mandado a hacer hubiera sido mejor. Lo dejó bien probado la inque-brantable voluntad que distingue a los de ese signo zodiacal y que le fuera tan útil en su trabajo diario y en los negocios, en los retos a que la vida lo enfrentara y an en las metas que el mismo se propuso alcanzar. Le permitió, inclusive, soportar con entereza y estoicismo los intensos dolores físicos que le impusiera la enfermedad contra la que luchó tan largamente sin quejas, como todo un hombre que era.

Por los años de su nacimiento los abuelos contaban a los nietos cosas sobre las luchas de los hombres blancos contra los apaches, in-cluidas las matanzas de aquel Jerónimo que, más norteño, de vez en vez incursionaba por Chihuahua para descansar un poco de las persecucio-nes del 70100 o lo que fuera de caballería de los “rangers” del otro lado; relaciones que, a su vez, a ellos les habían contado sus papás grandes.

El cine con sus primeras películas de vaqueros comenzaba a in-fluir en los niños y más en los que, como Rafael, tenían sensibilidad e imaginación. Sus primeros juegos con sus vecinos serían, qué duda cabe, jugar a los indios y a los vaqueros. En su caso particular su ima-ginación cobraba un vuelo mayor dada la circunstancia de que a diario veía caballos en su propio corral, pues su papá era cochero de sitio e, independientemente del que usaba en su vehículo, en el corral había siempre otro —cuando menos— de repuesto, por lo que el tiempo pu-diera encoger, como solía decirse por aquellos entonces.

Rafael cabalgó casi desde siempre. Su padre y su abuelo, de quie-nes fue consentido, en lugar de prohibirle acercarse a los equinos, lo alentaban subiéndolo a ellos. Como los tres eran muy madrugadores,

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 5 de noviembre de 1999.

Page 586: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

pronto saldría con uno o con otro a los alrededores y hasta la Junta, donde el campo, el aire libre y su imaginación le harían sentirse unas ve-ces apache, otras vaquero; pero más esto último, pues ya había apren-dido que eran los que, al final, siempre ganaban.

Montar a caballo le hizo, por otra parte, conocer desde pequeño con más amplitud que sus amigos la ciudad donde vivía y sus lugares cercanos, dándole una seguridad y un aplomo que sus compañeros de juego no tenían y que para él se fue convirtiendo en una manera parti-cular de ser, facilitando su independencia y liderazgo.

Pero nada es para siempre, así es que, igual que sus compañeros de juego, tuvo que ir a la escuela a disciplinar aquella encantadora libertad y aprendizaje en aras de una educación escolar. Para iniciar sus estudios fue inscrito en la escuela anexa a la Normal. Llegó a ella con al carisma consecuente a aquella auténtica comunicación que había tenido con sus mayores y que le hacía comportarse con naturalidad; siendo muy bien recibido por maestros y condiscípulos, quienes comenzaron a llamarle “El Negro” debido al color oscuro de su piel, aunque no llegaba a tanto.

Poco después una hermana de su padre entusiasmó a éste para que se fuera a radicar con toda la familia a la ciudad de México. Lo hizo, pero la experiencia no resultó como se esperaba. Tratando de encon-trar otra cosa, allá vivieron como año y medio. Su papá salía muy tem-prano a luchar por la vida y regresaba al mediodía con lo obtenido, que entregaba religiosamente a Juanita, su esposa. Un día no llegó a su hora y siguieron pasando éstas sin que lo hiciera. Por fin apareció y ya despreocupados, como él no entregara lo ganado, Juanita le pregun-tó por ello, diciéndole Margarito que lo había gastado todo en flores para Amado Nervo. Era el año 1919. En mayo el poeta había muerto en Montevideo, Uruguay. Sus despojos nos fueron traídos par el crucero “Uruguay”, escoltado por el “9 de Julio” de la armada Argentina, has-ta el Puerto de Veracruz después de haber sido allá objeto de especia-les homenajes. Cosa parecida ocurrió en Río de Janeiro y en Cuba, en donde el crucero “Cuba” se agregó a la escolta, lo mismo que el barco mexicano “Zaragoza”; así que cuando los restos de Nervo llegaron a la capital para ser sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres, la ciudad era un tumulto y una tristeza llena de fervor que seguramente contagió al padre de Rafael Villalobos y no encontrando más que hacer, se gastó en flores lo que ese día había ganado para los suyos.

Después de esto se regresaron a su ciudad, Chihuahua. Rafael vol-vió a la escuela, pero esta vez con un acento chilango que no se había

Page 587: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

llevado, lo que dio lugar a muchas burlas y riñas, en las que no siempre salía bien parado, porque no era precisamente peleonero. Pero una vez que la derrota fue notoria, su padre le dio luz verde para la defensa di-ciéndole: ¡Rafael, no te dejes! Y no se dejó más.

Al terminar su primaria fue inscrito en el Instituto Elemental de Ciencias, dirigido por jesuitas, donde estudió la carrera de comercio. Salió de allí a su debido tiempo con un título y un propósito: ser un hombre bueno; propósito que logró ampliamente con una vida entera entregada al trabajo.

En 1928 Rafael terminó sus estudios. Manuel Reynal era, en aquel tiempo, el concesionario de la cerveza Carta Blanca para Chihuahua, dándose la circunstancia —”el hombre es él y sus circunstancias”, decía Ortega y Gasset— de que también era cliente del papá de Rafael, quien lo movía en su coche por la ciudad; de manera que fue de lo más natural que el cochero le pidiera al empresario una oportunidad en su negocio para su hijo que recién había terminado sus estudios. Y se la dio como ayudante de cajero. Pero, cosa curiosa, el nuevo empleado pasó la ma-yor parte del tiempo de sus dos primeros meses llenando hojas y hojas de tareas de caligrafía Palmer, hasta que obtuvo una letra no sólo legi-ble sino, además, muy bonita.

Después de aquello sí fue ayudante de cajero, luego titular, más tarde el contador y más adelante el propio don Manuel lo tomó como su secretario.

EI destino comenzaba a mostrarle el lado amable a Rafael Villalo-bos. Sucedió que Héctor Reynal, hijo de don Manuel y quien había recibi-do una esmerada educación tanto en México como en Norteamérica, te-nía una decidida inclinación por la ganadería y no se ubicaba en el negocio de su padre; lo cual le abrió amplias oportunidades a Rafael, quien en su momento fue nombrado agente en plaza y luego en el estado.

Mientras todo esto iba sucediendo por sus pasos contados, a Ra-fael que nunca fumó ni tomó y cuya bebida favorita era la leche, lo único que le preocupaba a diario era significarse como vendedor de su pro-ducto. Reconocía, sin falsa modestia, ser “muy trabajador y perseve-rante”, fijándose constantemente nuevas metas que siempre cumplía.

Uno de los hombres que admiró siempre, tomándolo como mo-delo, fue Winston Churchill, “porque lograba salir adelante de cualquier situación, por su fortaleza de carácter”. Igual que aquél, Rafael tenía

Page 588: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

una cualidad semejante: la de poder dormir profundamente pocos mi-nutos en cualquier lugar por incómodo que fuera, olvidando cualquier preocupación, no obstante la importancia que tuviera, reponiéndose en tal forma de horas y horas continuas de trabajo, o preparándose así para situaciones que exigían la mayor lucidez y claridad de juicio.

A principios de 1936 conoció en un baile en el Teatro de los Héroes de Chihuahua a una jovencita de Aldama que le impresionó de buenas a primeras. Estaba él platicando con un grupo de amigos cuando la divi-só. Sólo espero a que tocara la orquesta para lanzarse a pedirle bailara con él, ¿qué bailarían? A lo mejor música de Lara o de Tommy Dorsey, quizás de Glenn Miller, que precisamente aquel año se había lanzado a conquistar con su música el gusto de la gente joven. La cuestión es que esa noche el destino había hecho que Rafael Villalobos y Mauricia Márquez se encontraran para toda su vida. Él iría a verla a Aldama, ella vendría con sus familiares de Chihuahua. A lo mejor hubo otros bailes en el Teatro de los Héroes, en el Jardín de las Rosas, en el Parque Cruz Blanca; acaso platicaban en el Café de los Ángeles o sencillamente ca-minando por el Paseo Bolívar, hasta que un día, en la empresa se habló de extenderse a Cuba y cuando le preguntaron que si él se iría dijo que sí de inmediato, pero pensando para sus adentros: “sí me voy, pero casado”. Y ni corto ni perezoso, se fue a proponerle boda a Mauricia, que para entonces ya era su novia, pero sin decirle lo de Cuba y Mauri-cia, como es, le contestó “¡Órale!”. Así lo platicaban ellos a sus amigos y luego se preguntaban: “oye, ¿nosotros tuvimos noviazgo?”. Porque sí que fue corto: seis meses o algo así. Se casaron en Villa Aldama Chi-huahua el 26 de septiembre de de 1936. Total, la boda se hizo, pero lo de Cuba se deshizo. Cosas del destino.

Tuvieron siete hijos: Rafael, María del Refugio, Sara, Julio Ignacio, César Mauricio, Luz Elena y Carlos Sergio. Cuando Cándido Suárez, que era por entonces jefe de territorio, obtuvo la concesión de Torreón, se trajo con él como socio industrial con una participación en el negocio a Rafael Villalobos, quien cambió para acá su residencia. Era el año 1941.

Para 1944 el señor Suárez comenzó a pasarse varios meses en España dejando el manejo el negocio en manos de Rafael, hasta 1959, año en el que aquél falleciera.

En 1960 el Consejo de la empresa tomó la determinación de nom-brar concesionario en esta plaza a Rafael Villalobos. No obstante el intenso trabajo que la concesión representaba, Rafael se dio tiempo para formar una de las familias mas unidas de nuestra ciudad, gracias

Page 589: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

al constante ejemplo que era su laboriosidad, lo mismo que a la diaria y auténtica comunicación que tenía con sus hijos, a su serenidad ante los embates de la vida, cuyo azar lo puede cambiar todo en un instante y a su sentido común: no oponía su autoridad a la opinión de sus hijos pero de una manera socrática, mediante el diálogo, les hacía descubrir por sí mismos la verdad, o ver con mayor claridad cualquier asunto y no dejarse llevar por impulsos.

En sociedad con sus hijos formaron compañías inmobiliarias, de transportes y operadores de tiendas de conveniencia.

Amante de la vida al aire libre, Rafael Villalobos perteneció al antiguo Club de Caza y Tiro del viejo aeropuerto, al de Sembradores de Amistad, del que presidió un ejercicio; también fue socio del Club de Leones de Torreón en la época mas brillante del mismo.

Como deportes practicó el golf y la cacería. En el 67 se retiró por consejo de su médico, dejando en manos de sus hijos el manejo de los negocios.

Mientras estuvo activo, apoyó todo lo que pudo el deporte y las causas culturales. Sufrió embolias, contra las que luchó denoda-damente, poniendo a prueba su voluntad de acero. Luchaba porque tenía un genuino amor a la vida, no por temor a la muerte, pues sabía que el fin de todos los hombres es morir. Lo que no le gustaba era la idea de dejarse morir, declararse vencido. Quería dejar esta vida con gallardía, en plena y diaria lucha contra su enfermedad y Dios se lo concedió.

Murió el 19 de abril de 1994, pero el ejemplo de hombre íntegro y laborioso que dejó y que subsiste en sus hijos, le señalan para siempre como uno de Los Nuestros.

Page 590: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Isaac Villanueva Fernández*156

Entre los antiguos nombres de negocios comerciales de nuestra ciudad hay algunos inmarcesibles: los Baños de las Delicias, que ya no existen pero vivirán siempre en la memoria de quienes los disfrutaron; Fábri-cas de México, que también cerró sus puertas para siempre, pero que quienes la recuerdan se refieren a ella con el nombre definitivo que su clientela le dio: “Casa Espejo”. Otras que sobreviven son la casa Lack y la que en un principio fuera Tabaquería y Papelería “El Modelo”. Este ne-gocio dejó en mi olfato desde mi primaria, edad escolar, el recuerdo de un aroma que me ha sido siempre agradable y que percibía desde antes de llegar a él, donde iba a comprar para mis trabajos manuales cartonci-llos, colores de madera y cajas vacías de puros para las tareas de calado. El olor combinado del tabaco y la madera de cedro de dichas cajas me enamoraba y aún puedo olerlo cuando paso frente a ese negocio y en ocasiones, como ahora, con sólo recordarlo.

De años posteriores, otro recuerdo que guardo muy vivo es el del señor Isaac Villanueva Fernández, que llegó a ser propietario de “El Modelo”. Era de baja estatura, frente despejada, labios delgados y mentón partido; podía decirse guapo, pero lo que le distinguía era su elegancia en el vestir. Eran los tiempos en que el actor francés Adolphe Menjou hacía gala de la elegancia en las cintas que nos lle-gaban de Hollywood y veíamos en la pantalla del cine Princesa en las funciones dominicales y acaso eso haya sido lo que me hizo reparar en el señor Villanueva.

Isaac Villanueva Fernández fue, pues, comerciante y comerciante exitoso, por su capacidad de trabajo, su inteligencia natural y por la gracia de Dios, como se verá. Dejemos por lo pronto constancia de que nació en Oviedo, Asturias, España, el 3 de Junio de 1890.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 18 de febrero del 2000.

Page 591: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Coincidencia, presagio, premonición... el destino de los hombres tiene caminos y veredas impensables. A fines de ese mismo año los her-manos Agustín, Ángel y Antonio Victoreo Lucio fundaron en la avenida Hidalgo esquina con la Zaragoza la Tabaquería y Papelería “El Modelo”.

Pasaron los años, aquel negocio crecía con el mismo paso de la ciudad. Los hermanos ya no se bastaban por sí solos para atender a su numerosa clientela. Necesitaban ayuda. Entre sus colaboradores recuerdo a Arturo Torre (que después se hizo agricultor) y a Antonio Torre, quienes asociados con su paisano montaron una camisería al otro lado del antiguo correo, en un local ocupado antes por un sastre de buena clientela, llamado Esteban Pérez.

No sé si porque Antonio Victoreo mantenía correspondencia con la familia de Isaac Villanueva o porque alguien de Oviedo le in-formó que los padres de éste habían fallecido, pero en cuanto estu-vo enterado, encomendó al ama de llaves, (paisana que les atendía en la casa que tenían por la calle Valdés Carrillo, entre Matamoros y Allende y que todavía es conocida por muchos como la casa de los Victoreo) que hiciera todas las gestiones necesarias para traer al huérfano. Y así fue como a los doce años, terminada su instrucción primaria, Isaac Villanueva Fernández tomó un barco en el puerto de Lastres, Asturias, rumbo a Veracruz. Fue a la ciudad de México y vino a dar a la Laguna, particularmente a Torreón, para vivir con los fun-dadores de “El Modelo”, incorporándose de inmediato al equipo de sus colaboradores.

A los doce años, pues, Isaac Villanueva comenzó a aprender a la par, prácticamente a ser comerciante y a ser hombre, no un niño mima-do, apreciado si, hasta querido, pero con la suficiente disciplina como para que se lograra como hombre de bien y de probidad acrisolada.

No son raros entre los hombres que pertenecieron a la gene-ración que sucedió a los fundadores de nuestra comarca, los que co-menzaron entre los doce y los quince años a labrarse un porvenir a base de trabajar con fidelidad y constancia para otros. Los tiempos han cambiado, hoy a esas edades muchos ni siquiera tienen el sentido de responsabilidad.

Bajo la vigilancia de sus tutores, Villanueva Fernández iba cono-ciendo cada día más el negocio y creciendo en él, escalón por escalón y así en 1934 teniendo treinta y dos años consecutivos trabajando en él

Page 592: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

y cuarenta y cuatro de edad, sus protectores decidieron irse a España, dejándolo como administrador general del negocio, apoderado y socio minoritario.

A los treinta y siete años de edad, en 1927, se había casado con Concepción Bilbao Visconti, cuyo padre tenía un destacado negocio en Parral. Del matrimonio hubo dos hijos, Concepción e Isaac Alfonso, quienes determinaron el arraigo definitivo de su padre en la Laguna.

Por su participación activa en todos los eventos importantes, asistenciales, de beneficencia o patronatos de la cultura organizados por las autoridades o diferentes grupos respectivos, en 1932 (con mo-tivo de la celebración de los veinticinco años cumplidos por nuestra ciudad) en el homenaje a los fundadores, fue declarado por el comité correspondiente “Hijo predilecto de la ciudad”.

En 1935 las circunstancias lo relacionaron con el negocio de las

salas cinematográficas, habiendo abierto en ese año el cine Modelo y más tarde el Cine Elena; luego el Palacio en la vecina ciudad de Gó-mez Palacio, siguiendo con el principal de Durango, de Los Héroes en Chihuahua, Chihuahua, llevando como socio a su suegro: Juan Bilbao Elorduy.

Para 1950 ya le había creado y agregado nuevos departamentos a la papelería que había acabado comprando a los hermanos Victoreo, los de muebles sanitarios, azulejos y deportes. Más tarde manejarían allí mismo la representación de los aceites Texaco para los estados de Durango, Coahuila y Zacatecas.

De común acuerdo con su esposa, ésta participó de manera definiti-va en la construcción de la iglesia de San Juanito. Por cierto, como su seño-ra era más alta que él, bromeaban entre sí mucho con esto, por ejemplo, alguna vez que él, que era bien parecido, presumía diciéndole “Fíjate, el perfume viene en envase pequeño,” ella reviraba, “y el veneno también”.

Todos los años podía vérseles noche a noche atendiendo con otros paisanos la tómbola de las romerías en el parque España. Perte-neció por varios años a los patronatos de la casa de beneficencia que por aquellos tiempos la gente llamaba “El asilo”.

De la Beneficencia Española fue presidente en varias ocasiones. Precisamente lo era cuando falleció a consecuencia de un infarto, el 15 de agosto de 1954 a los sesenta y cuatro años de edad y cincuenta y dos

Page 593: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de trabajo incesante, no obstante lo cual tuvo oportunidad de rendir culto a la amistad. Entre sus grandes amigos estaban Leopoldo Solarez, Fructuoso Arias y Jesús Fernández.

Con gente como Isaac Villanueva Fernández se fue haciendo poco a poco esta ciudad. Por lo cual es uno de Los Nuestros.

Page 594: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Marcelo Villanueva Sáenz*157

Marcelo Villanueva Sáenz, a quien desde este mismo momento llamaremos Marcelo como todo el mundo le llamó siempre en respues-ta a su constante afabilidad, que regalaba desde la primera palabra o el primer apretón de manos, nació en Jiménez, Chihuahua, que en 1912, aunque fuera el 11 de diciembre e hiciera frío, era buen sitio para nacer, pues en sus tierras se cultivaban algodón y trigo y había trabajo tanto en el campo como en la ciudad. Ahí se levantaban al menos dos molinos de harina.

Sus padres fueron Marcelo Villanueva y María del Refugio Sáenz, que allá vivían muy a gusto y así se proponían seguir hasta que el recién llegado creciera, necesitara estudiar y entonces… ya se vería. Pero el hombre propone y Dios dispone. Apenas habían pasado once meses desde aquel día en que su arribo había llenado de felicidad el hogar paterno, cuando su padre murió. Su madre decidió unos días después trasladarse a Torreón, una ciudad mayor, nimbada desde su nacimiento en 1907 con el título de “La Perla de La Laguna”. “Aquí, pensaba ella, me será más fácil la lucha para salir adelante y Torreón ofrecerá a mi hijo oportunidades que no encontrará en el sitio donde nació”.

Llegaron, pues, se instalaron y el mundo siguió adelante. Doña Cuquita la hizo de madre y padre con Marcelo. Como madre le cuida-ba de todo a todo; como padre no le engañaba acerca de la vida, le mantenía con los pies pisando la realidad, ayudándole con palabras a descubrir el significado de la palabra trabajo y luego a realizarlo. No que necesitara precisamente de su ayuda para salir adelante; se bastaba y se sobraba él mismo, pero ella quería que él entendiera que el hombre debía trabajar por el placer de hacerlo y no precisa y únicamente para sobrevivir. Así llegó a la edad en que tenía que comenzar su instrucción primaria, la cual realizó en el colegio Modelo y terminó en 1924.

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 22 de noviembre del 2002.

Page 595: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuando tenía ocho o nueve años, viviendo por la Morelos, sus ve-cinos le vieron jalando o empujando una caja de madera a la que había puesto ruedas y que había llenado de jabón de lavar e iba ofreciendo casa por casa. Fue su primer negocio. Los consejos de su mamá-papá habían prendido en su espíritu y no los olvidaría jamás.

Entre sus amigos de aquel entonces estaban Jesús y Everardo Siller, Enrique Gireud y, por supuesto, sus primos, los famosos “Pajari-tos” Villanueva.

Como todos los que en las décadas de los 20/30 se iniciaron en los negocios que habían nacido en las anteriores y desarrollado rápida-mente a la sombra de la bonanza lagunera para llegar a hacer lo propio, Marcelo hizo estudios de comercio en la Escuela Comercial Treviño, que terminó en 1926, pues siempre fue un buen estudiante y jamás repitió un año. Ese mismo año entró a trabajar al Banco de La Laguna, donde su laboriosidad, su don de gentes e iniciativa le ganaron el reconoci-miento de sus superiores, la amistad de los clientes y el cariño de todos los que le rodeaban, base de sus constantes ascensos hasta llegar a la gerencia del Banco.

El 7 de abril de 1940 contrajo nupcias con la señorita Josefina Bea-triz Franco Crabtree, con quien formó una familia de seis hijos: Carolina, María Teresa, Marcelo, Alejandro, Fernando y Reinaldo. De novios, los gallos que le llevaba, con piano y toda la cosa, hicieron época.

Emprendedor como era, después de su boda buscó más cosas para hacer. Compró una calera, a la que agregó la venta de materiales para construcción. En Gómez Palacio, entre Lavín y Morelos, por la Hi-dalgo, abrió un café con el nombre de “Le Petit”, además de una distri-buidora de llantas de marca muy conocida y en aquella misma ciudad distribuyó una marca de refrescos. Y fue el primer presidente del Club de Leones de Gómez Palacio. Años más tarde, aquí en Torreón, instaló por Torreón Jardín un golfito. En distintas fechas ocupó varias geren-cias, siendo algunas de ellas la del despepite “La Torreña”, la del Centro Campestre Lagunero, la del Club de Leones; se dedicó a bienes raíces y, por último, fundó la negociación Refrigeración y Servicios Laguna, S.A. de C.V.

Acaso la mayor pasión de Marcelo durante toda su vida fue siem-pre la amistad. Así como unos se proponen no dejar pasar un día sin ha-cer una obra buena, el propósito vital de Marcelo fue hacer cada nuevo día un amigo de verdad. No se trataba de conocer personas, sino de

Page 596: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

hacer amigos fraternos, hermanos que se escogen. Lo fueron sus con-discípulos, sus compañeros de trabajo, sus servidores, su peluquero, por ejemplo, que lo fue Pedro Vaquera y aquellos a quienes sirvió, en el banco o en sus empresas. Ya jubilado, se echó a cuestas la tarea de reunir a muchos de ellos, a quienes distinguía como amigos de las cin-co décadas, a los que citaba y reunía una vez al mes alrededor de una gran mesa y frente a una taza de café para recordar diversas épocas. Estas reuniones fueron evolucionando poco a poco hasta convertirse en comidas mensuales, que subsisten y se distinguen hoy con el nom-bre de “Los Milenarios”. Este agrupamiento mensual llenó a Marcelo de alegría y amor a la vida en sus últimos años, hasta el 17 de diciembre de 1997, fecha de su muerte.

En su memoria, sus amigos siguen reuniéndose mensualmente. Entre ellos José Leyer, Manuel Díaz de León, Víctor Castro, el Ing. Carlos Pérez Valdés, Mariano Barraza, Eduardo López, Jesús Oviedo, Manuel Hernández, Germán González, Isidoro Chávez, Leonel Castro, Rodolfo Ramírez, Jesús Román, el Ing. Edmundo Gallardo, Dr. José González, Maurilio Monárrez, Óscar Treviño, Gregorio Guerrero, Benigno Reyes, Miguel Urtiaga, Manuel Rodríguez, Amaury Pérez, Alberto Gireud, En-rique Vázquez, Javier Tinoco, Celso Simental, el Dr. Jesús Fernández Aguirre, el Dr. José Villarreal González, José Ma. Rodríguez Villarreal, Víctor Manuel Gómez y muchos más.

Y así, trabajando desde muy pequeño por el placer de hacerlo y tratando de amar al prójimo como a sí mismo y convenciendo con el ejemplo a otros para que lo imitaran, Marcelo Villanueva Sáenz es, indudablemente, uno de Los Nuestros.

Page 597: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

José Villarreal Chapa*158

Si bien todos los hombres nacen de la misma manera —incluso desnu-dos—, hay quienes al nacer les esperan ya el poder y la riqueza, en tanto que otros (no todos, algunos aceptan sin luchar el no ser nada), se pro-curan en cuanto pueden su propia fortuna y sus honores. Si acaso here-dan algo, será un nombre, como en este caso Villarreal, Villa Real, que es casi un compromiso acompañado en ocasiones, no siempre, de un esti-lo, una manera de ser que le distingue, como fue el caso de don Pepe.

José Villarreal Chapa nació en Zuazua, Nuevo León; Estado que con una constancia admirable ha contribuido con tantos laboriosos hombres al desarrollo de Torreón. Allá nació en la primavera del pri-mer año del siglo que acabamos de despedir, es decir, en 1901. Por allá nacieron también, año más, año menos, Gilberto Martínez y Tomás Vi-llarreal; a quienes conoció aquí años después para hacer con ellos una amistad no de paisanaje, sino fraternal que les duró para toda la vida.

Hay en la vida de José Villarreal Chapa el encanto de cierto miste-

rio por la falta de noticias de sus primeros años. Y es que, si viviera, es-taría por cumplir un siglo. En un siglo muchos son los que nos dejan. Los Adanes, los Set, los Enós, los Cainán, los Mahalalel, los Yared, los Enoc y los Noé; que contaban su vida por siglos, hace milenios que se aca-baron. Así que a los cien años no se obtienen respuestas para algunas preguntas si no se le abre la puerta a ciertas suposiciones, principio de una leyenda a la que tienen derecho algunos hombres por lo que des-pués hicieron. Se sabe que José Villarreal Chapa llegó niño a Torreón, pero no se sabe qué tanto. Sin embargo, más de uno recuerda que hizo sus estudios comerciales en la Escuela Comercial de la Cámara Nacional de Comercio de don Enrique C. Treviño, “La Comercial” por antono-masia; por lo tanto, a la que después sería su ciudad, llegaría de doce años cumplidos o menos, en el caso de que aquí hubiera terminado sus

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 12 de enero del 2001.

Page 598: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

estudios primarios. Uno de sus condiscípulos fue Alberto Humphrey y cuando la escuela cumplió cierto aniversario, ellos y don Julián, por supuesto, fueron los principales organizadores de una comida o cena auxiliados por Guillermo Zamudio, si la memoria no me es infiel.

Se asegura que en sus primeros años sus padres vivían cerca de una panadería a la que al niño, dicen que de seis u ocho años, le gustaba ir sólo a ver el movimiento de la misma... dicen también que al dueño le simpatizó el niño por despierto, que un día le llamó para que se acercara con él preguntándole su nombre, dónde vivía y qué hacía. El futuro don Pepe contestó lo que se le preguntaba y en cuanto a lo que hacía le dijo al panadero que estudiaba. ¿La primaria?, seguramente. El panade-ro le preguntó si le haría algunos mandados, a lo que el hombre que ya apuntaba le contestó: “si puedo”. Es decir, nada de compromisos, sólo realidades. Ni sí, ni no; sabiendo de qué se trataba podía decir sí o podía decir no. Esta anécdota de la panadería tiene una segunda parte. Suce-de que un día, según se dice, una cantidad grande de soldados estaban saqueándola. En un momento dado la panadería se quedó sin pan y el dueño en riesgo de quedarse sin cabellos por cómo se los estiraba. En eso llegó el niño Villarreal, quien en esta ocasión, a su vez, le preguntó qué le pasaba. El panadero le dijo que le habían robado todo su pan y que el único que podía pagarle todo era el General que se suponía Villa, al que no podía cobrarle porque era capaz de matarlo. El audaz chama-co le dijo: —Entonces haga la nota—; él vería al General para cobrarle. El panadero le hizo la nota, se la dio y el chico se dirigió al cuartel. Ahí le dijeron que no se podía ver al General, que para qué lo quería; él les dijo que eso sólo se lo diría a él. Lo mandaron con los sargentos, con los tenientes, con todo el mundo hasta llegar a las cercanías de donde Villa despachaba y como sus voces de que quería ver al General no cesaban, llegaron por fin a oídos del General, quien preguntó a sus asistentes de qué se trataba. Ya le dirían que era un chamaco que llevaba horas in-sistiendo en verle, pero que no quería decir para qué; que eso sólo se lo diría “a mi General Villa”. Éste estaba en uno de sus buenos ratos, lo mandó pasar y Pepe le dijo de buenas a primeras: “Vengo a cobrarle esta nota” y le narró todo el asunto sin temores ni halagos. A Villa le hizo gracia el asunto, ordenó que se le pagara aquella nota y como lo que corría era oro, mandó que le acompañara una escolta a llevar el dinero a su dueño. Por supuesto estas dos versiones no encajan. Es decir, si se trataba de Villa lo que se cuenta no pudo haber sucedido sino hasta 1913 y don Pepe tendría trece años, lo que no le restaría valor a su interven-ción; pero si tenía ocho ó nueve años lo único que descubriríamos es que para entonces ya estaba aquí y fueron otros los soldados y otro el General.

Page 599: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Algo deben haber tenido una comarca como La Laguna y una ciu-dad como la de Torreón para haber hecho posibles una serie de hombres como Los Nuestros, a los que hoy se integra José Villarreal Chapa por sus propios méritos. Entre ellos hay una gran diversidad, pero, al mismo tiempo un mismo anhelo: el de llegar a ser el hombre que se quiere ser, afanándose para lograrlo toda su vida. Ninguno de ellos, estoy, seguro, se preguntó nunca sobre el tiempo que iría a vivir; ellos sólo dedicaron toda su vida a vivir trabajando constantemente; nunca preguntaron a nadie qué harían: lo hicieron.

Graduado en “La Comercial”, Villarreal se colocó de inmedia-to en el negocio que Francisco J. Lozano tenía por la Hidalgo, entre Blanco y Falcón. Entró como meritorio, es decir, para ver si tenía mé-ritos o no, para tomarlo en cuenta “en la primera oportunidad” y darle su primer puesto. Esta posición era como la de “Chícharo”, la diferencia era que mientras aquél tenía algunos estudios, el “Chícha-ro” sólo tenía los de primaria, a veces sin terminar. Los “Meritorios” ya no existen, pero de ellos en la primera mitad siglo del pasado y fantástico siglo XX, salieron muy valiosos hombres de negocios que colaboraron valiosamente al desarrollo económico de Torreón y de La Laguna en general.

En los seis o siete años siguientes había llegado en aquella fir-ma al puesto de jefe de ventas y compras, cuando se le presentó la oportunidad de asociarse a la firma Buchenau y Cía., donde comenzó a trabajar en el departamento de empaques. Con el tiempo viajó en representación de la misma y en tal actividad hizo, durante aquellos años, amistades muy firmes con sus clientes a los que asesoraba; poniendo en ello su inteligencia, sentido común y experiencia a su servicio, por lo que se hizo acreedor a su total confianza que poste-riormente le sería muy útil.

El entusiasmo demostrado en todo lo que intervenía pronto le significó en la ciudad y diversas organizaciones de la misma, muchas de las cuales le llamaron para colaborar con ellas, entre las primeras la Cámara de Propietarios de Torreón, de la que llegó a ser Presidente; el Centro Patronal y la Cámara Nacional de Comercio también fueron pre-sididos por don Pepe en su momento. Figuró en el Consejo del Banco de La Laguna, así como en el Banco Industrial de Monterrey y fue Vice-Presidente del Banco Lagunero. Fue socio activo, ¡ay!, del Casino de La Laguna, del Club Campestre, por el otro ¡ay!, del Club del Algodón y de aquel Club de Leones de Torreón de las grandes realizaciones, como la Clínica del Club y la Casa del Anciano.

Page 600: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Cuando la Segunda Guerra Mundial trajo sus consecuencias, que-dó al frente de la Casa Buchenau, de la que acabó separándose ven-diendo sus acciones y abriendo el “Centro Abarrotero” por la Valdés Carrillo. Todo esto que se dice pronto fueron años y años de dedicación y trabajo, de sueños y realizaciones hasta forjarse un nombre respeta-ble y respetado en toda la ciudad. Cuando la Cámara de los Comercian-tes tenía verdadera voz y se atrevía con los Presidentes y en los que hubo veces en las que se llegaron a llevar las llaves de todos los comer-cios para no abrirlos si sus terquedades o inactividad no reaccionaban. Y claro que reaccionaban. Bueno, pues en aquellas ocasiones don Pepe estaba en sus Consejos.

Contrajo matrimonio en su momento con Isabel Esparza, herma-na de Alfonso Esparza, quien fuera Gerente de este diario por muchos años. Don Pepe e Isabel tuvieron tres hijas: Lilia, Olivia y Margarita. No obstante ser un trabajador obstinado, se dio tiempo para viajar con su esposa por Europa y Sud América, principalmente, en varias ocasiones.

Le gustaba reunirse en su casa con sus amigos. En la intimidad

era de carácter alegre y cuando comenzaron a crecer sus nietas las alentaba a invitar a sus amigas para jugar, nadar, oír música... en fin, según iba siendo la edad. Y me parece que no pudo escapar a tener su consentida, lo digo porque cuando veo a ese azogue que es su nieta María Isabel, haciendo esto y aquello y en seguida lo de más allá, una cosa tras otra constantemente, sin que una cosa le impida la otra, per-siguiendo a todas hasta su realización, me parece que eso no puede ser más que herencia de don Pepe, su abuelo.

Con gente como él, trabajador incansable, vigilante constante de los acontecimientos, previsor del porvenir, inteligente, responsable, ahorrativo, pero, al mismo tiempo generoso y magnífico, fue que esta ciudad se hizo. Ambos se pertenecían.

Por eso a José Villarreal Chapa sus padres, Ramón Villarreal y Fe-licitas Chapa lo trajeron a ella oportunamente, para que fuera uno de Los Nuestros.

Page 601: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Mario Villarreal Peña*159

Si no se hubiera condenado a trabajar al hombre, los hay que se hu-bieran condenado por sí mismos a ello; son aquellos que llegan a convertirlo en un deporte y no se limitan a sudar por la frente, sino que lo hacen gustosamente por todo el cuerpo, porque llegan a dar-se cuenta de que mientras más trabajan más éxito tienen en lo que hacen. Uno de ellos ha sido Mario Villarreal, que no ha dejado pasar día sin llenarlo de trabajo, dándose cuenta, desde pequeño, de que al que trabaja Dios lo ayuda, o sea que es cierto lo que sus mayores le decían: “Ayúdate, que Dios te ayudará”.

Mario nació aquí cerquita: en Purísima, Coahuila, el doce de di-ciembre de 1920; lo que quiere decir que está a un paso de cumplir los 80 años, siendo sus padres Alberto Villarreal Chapa y María Peña Fuentes.

Por El Compás, en San Felipe, su papá tenía un almacén de aba-rrotes, donde, además, compraba trigo, ganado, todo lo que podía comprar... y vender, claro.

Del primero al tercer año de primaria estudió en la hacienda de Cuba, con buenas calificaciones. El cuarto lo cursó en la escuela Ama-do Nervo, con el profesor Abel Valadés. Ya se sabe que por aquellos años en cuarto terminaba la primaria y quinto y sexto eran una especie de secundaria. Mario pues, terminó su primaria. En septiembre de 1933 murió su padre en un accidente, cuando su caballo tropezó y le cayó encima. Su señora esposa no soportó la pena y murió en diciembre del mismo año, quedando Mario huérfano de padre y madre a los trece años de edad.

En los buenos tiempos su papá había abierto otra tienda más pe-queña en Las Huertas, Durango y como la primera ya no existía, para

* Semblanza publicada en El Siglo de Torreón el 17 de noviembre del 2000.

Page 602: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

aquélla se fueron todos los hijos del matrimonio, o sea, sus hermanos José Guadalupe, Estela, él y su hermano menor Héctor, hasta que se casó su hermana. Los que se quedaron, todos hombres, se vinieron a Torreón, donde fueron acogidos por su tía Elvira Peña, soltera y profe-sora en el Colegio Manuel Acuña, quien por cierto frecuentaba la iglesia del Carmen y participaba en todos los eventos que allí se promovían y en los que participaban muchas sirvientas domésticas. Oyéndolas se dio cuenta de la dura situación que padecían y acabó por formar el primer sindicato que buscara hacer algo por ellas. Con ella estuvieron algún tiempo Mario y sus hermanos, pero con el tiempo acabaron por dispersarse, buscando cada uno por su cuenta un porvenir mejor.

Mario se dedicó a vender vajillas de aluminio, entre tanto estudió quinto y sexto a título de suficiencia en El Centenario y en la Escuela de Administración Pública del profesor Ávalos, que estaba por la ca-lle Valdés Carrillo, entre Juárez e Hidalgo. Con ahínco comenzó a estu-diar una carrera comercial, que no terminó porque, entonces —año de 1938— Bruno Hubner lo admitió en la Casa Buchenau como ayudante, dándole, además, tiempo para que cumpliera con su servicio militar. Con el tiempo pasó a ser calculista y como por ese tiempo el vendedor de plaza renunció, a él lo promovieron, dándole aquel puesto.

El tiempo siguió pasando. Vino la guerra y Bruno Hubner pasó a la cárcel por tal motivo, quedando en su lugar en la Casa Buchenau, José Villarreal Chapa. Mario visitaba a don Bruno llevándole comida y recuer-da lo extraño que le parecía la manera como los celadores llamaban a quien le había dado su primera oportunidad de trabajo: ¡Ese Bruno, a la reja! sin otro cargo que el de ser alemán en tierra de aliados.

Un poco después Mario se fue a trabajar para Anderson y Clayton a Industrias Modernas, S.A., que bajo la dirección de Jesús Barroso, fa-bricaba los jabones Oso e Inca, mismos que Mario vendió a pasto. En 1948 ya estaba con Acco de Monterrey, primero como vendedor en To-rreón, para convertirse luego en supervisor del distrito que comprendía los estados de Chihuahua, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, parte de Jalisco y la Región Lagunera; llegando por sus buenos resultados hasta gerente de distrito. Sin embargo, allí estuvo algo más de un año solamente, pues en 1950 la Compañía Vinícola de El Vergel lo contrató como gerente y con ellos estuvo hasta 1960, es decir, diez años durante los cuales estabilizó el negocio, abriendo para su producto la seguridad de un mercado nacional. Estando con ellos fue a un seminario de alta gerencia que tuvo lugar en Cola de Caballo en Monterrey y al final del mismo fue premiado con un viaje de tres semanas por Estados Unidos

Page 603: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

de Norteamérica por su magnífica participación en aquel evento. En los siguientes cuatro años fue gerente de Casa Buchenau, que había sido devuelta a sus dueños originales, una vez terminada la guerra y a la que regresó no sólo por la oferta que le hicieran, sino por dirigir la empresa en la que había estado casi niño, trabajando por primera vez en su vida y donde había aprendido, no sólo a hacerlo sino a hacerlo bien, puesto que a partir de entonces no había dejado de recibir sin solicitarla una oferta tras de otra, a cuál mejor.

En 1964 se inauguró, al fin, como empresario por propia cuenta, abriendo la Compañía Central de Llantas de la Laguna S.A. de CV., mane-jando las llantas General Popo. En 1965 abriría el Centro Abarrotero. Más tarde, una planta revitalizadora; luego distribuiría las semillas “Docaly” y, por último, quiero decir hasta ahora en 1999, abrió en la Zona Indus-trial “Recubrimientos y Servicios”.

Durante su vida ha sido Presidente y Gran Caballero de Colón; te-sorero de la construcción de La Sagrada Familia, en Gómez Palacio; teso-rero del museo de La Casa de la Cultura de Gómez Palacio; secretario de distrito del Club de Leones de Gómez Palacio; tres veces presidente del Club Rotario de Gómez Palacio; presidente de la Cámara de la Industria de Gómez Palacio, comenzando la construcción del edificio, siguiendo como tesorero de la misma, para terminar la construcción; secretario por doce años del Instituto Superior de Ciencia y Tecnología de la Lagu-na (ISCYTAC), donde actualmente sigue como consejero. Durante doce años fue presidente de la Casa de la Cristiandad de Gómez Palacio, sien-do Mario López Aviña el Obispo de la Diócesis, iniciándose entonces el edificio.

Mario Villarreal Peña casó con Olga Sotelo Rodríguez. Una prima hermana de Mario vivía frente a Olga y ella fue quien se la presentó. Por cierto, Mario recuerda que Olga y él daban vueltas noviando por la misma cuadra que lo hacían otro par de tórtolos amigos suyos: Enrique Vázquez y Flora.

Mario tuvo con Olga ocho hijos: Olga, que es contadora; Mario Alberto, fallecido, que fue C.P.; Silvia, que es Trabajadora Social; Blanca Estela, que es C.P.; Gerardo, fallecido; Lupita, licenciado en Ciencias de la comunicación; Fernando, licenciado en Diseño Gráfico y Adriana, que es Psicóloga.

Tras cuarenta y seis años de matrimonio, en agosto de 1990 mu-rió su primera esposa. Mario volvió a casarse en noviembre de 1991 con

Page 604: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

María Simental, viuda también, pues había estado casada con Salvador Acosta y que, lo que son las cosas, había sido su primera novia en aque-llos lejanos tiempos en que ambos estudiaban en la Escuela de Adminis-tración Pública. Han hecho una magnífica pareja. Anita es tesorera del grupo Mujeres Profesionistas pero, sobre todo, se ha captado el aprecio del resto de la familia de su esposo y quiere bien a los veinticinco nietos y dieciocho bisnietos con que casi de inmediato la enriqueció Mario.

Entre los más antiguos amigos de Mario están Gustavo Garza y Edmundo Gallardo, que no tienen mayor peligro que el de que, como buenos laguneros, cuando se reúnen les da por cantar.

Con motivo de los próximos ochenta años que cumplirá en di-ciembre, precisamente el día de la Guadalupana, sus hijos y su esposa lo han puesto a descansar, pero para un hombre como Mario, que no concibe otro descanso que el de hacer adobes, este descanso no será sino la oportunidad de tomar un segundo aire. Y si no, al tiempo. Ya lo veremos iniciando otras cosas o, para matar el tiempo, echándose de clavado al servicio social.

Precisamente por esa manera de entregarse toda su vida al tra-bajo, es uno de Los Nuestros.

Page 605: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Guillermo Zamudio Violante*160

Guillermo Zamudio, como generalmente es conocido por todos sus amigos —que no son pocos, pues si a algo se ha dedicado toda su vida es a hacerlos y cultivarlos—, nació como un Niño Dios (y lo fue para sus padres) un 24 del mes de diciembre de 1913. Rodolfo Zamudio se llamó el padre y la madre Beatriz Violante. Lamentablemente a él no lo re-cuerda por haberlo perdido cuando apenas contaba dos años de edad. Por ella llevó por muchos años la “V” de su apellido entre su nombre y el apelativo de su padre, como un altar amoroso.

Ambos, padre y madre, procedían de familias ferrocarrileras, cuando ser ferrocarrilero era algo romántico, como lo fueron los avia-dores de los aviones de dos alas de la Primera Guerra Mundial y los ven-dedores de corrido los cantaban cada mañana por las esquinas “pita y pita y caminando”, o “corriendo sobre la ancha vía”. El padre de ella, que era ingeniero, había compartido la responsabilidad de tender la vía del tren de la capital a Ciudad Juárez y elementos de ambas familias la construcción de la Casa Redonda gomezpalatina, Pero ya se sabe, cuando en aquellos años un jefe de familia moría, por lo regular con él morían también las posibilidades de la familia o al menos la vida se volvía difícil, dura y a veces cruel para las viudas con hijos pequeños a quienes sacar adelante.

Por fortuna para doña Beatriz sólo tenía uno, Guillermo. Millo-nes de casos han comprobado que los hijos de viudos siempre tie-nen problemas, en tanto que los de viudas todos salen bien librados y afortunadamente éste fue el caso de Guillermo. Sobreponiéndose a su pena, como mujer que era —por lo regular más realistas que los hombres—, doña Beatriz no despegó los pies del suelo y antes de que la posible necesidad llamara a sus puertas, se puso a valorar sus capa-cidades. Sabiéndose buena cocinera, como tal se colocó con la fami-lia Franco Ugarte, que trató a ambos, a madre e hijo, de una manera

* Semblanza publicada el 21 de abril del 2000.

Page 606: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

especial; trato del que ambas partes recibieron beneficios y el peque-ño Guillermo buenas relaciones que le servirían en el porvenir.

A los seis años llegó para Guillermo Zamudio la hora en que co-menzaba la verdad de su existir, con sus estudios. La situación política de México y la especialidad agrícola de la comarca propiciaban que la edu-cación oficial, particularmente, apenas si contara con apoyos. Guillermo pudo encontrar lugar, que no asiento, en la Escuela No. 3 de Gómez Pa-lacio, descubriendo con ello la pobreza, que su madre con esfuerzos ha-bía evitado que conociera. Él llegaba a la primaria con conocimientos de lectura, escritura y aritmética obtenidos como jugando, de unas religio-sas protestantes cercanas a su casa que daban clases a quienes querían. Pero, si eso le hizo distinguirse desde su primer día de clases —situación que le gustó y adoptó como actitud normal en su vida—, por otra parte se dio cuenta que la Escuela No. 3 carecía de todo, que no había mobilia-rio suficiente, que algunos de los alumnos tenían que sentarse en el sue-lo, que era de tierra, que no era un sitio que invitara a un niño a volver, al que se iba por necesidad o por fuerza. La escuela fue, pues, su primer contacto con la realidad y un acicate para buscar otra más atractiva.

Así pasaron cuatro años, al término del cuarto, Guillermo Zamudio se encontró frente a otra realidad: que allí terminaba su educación, pues eso era la primaria. Armó un escándalo, pues él quería seguir estudiando, sus compañeros le secundaron, visitaron al presidente municipal (hay que tener en cuenta que eran muchachos de diez años) que tampoco po-día hacer nada, pues la solución era económica; así que todos decidieron acompañarse para ir a ver al gobernador, quien decidió crear la Escuela Superior para niños y niñas. Entre los profesores estaba Alfonso Salazar Hernández, quien supo despertar entre sus alumnos inclinaciones dura-deras por la poesía y la música, contratando al guitarrista Pancho Aceve-do para que les diera clases, siendo uno de sus alumnos precisamente Zamudio.

Años después, siendo hombres todos, uno de ellos se lo encon-tró por Ciudad Juárez y cuando se lo dijo a Zamudio, acordaron invitarlo a venir a visitarlos a Gómez Palacio, donde le hicieron una gran cena asistiendo todos; muchos de ellos con sus esposas y sus hijos. Al inicio de la cena solicitó el profesor que le dejaran pasar lista de presentes, haciéndolo por nombres y apodos, despertando con ello gran hilaridad y dando oportunidad a que se volcaran los recuerdos.

Terminó la primaria Guillermo Zamudio y él mismo pensó que allí acabaría su educación, pero Lenin ha dicho que la vida de un hombre es

Page 607: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

como un juego de ajedrez, cuyas piezas mueve el destino para que ocu-rran cosas en la vida de éste, cuyos alcances se desconocen hasta que suceden. Zamudio se colocó, niño de doce o trece años, en la Jabonera La Esperanza; parando jabones para que se orearan y pudieran después de una semana, marcarse. Pero habiendo descubierto sus dotes de lide-razgo, participó en el esfuerzo hecho para crear la Esuela Normal Rural, en la que se inscribió y se tituló, igual que otros como Felipe Bonafán, que con el tiempo fue diputado.

Trabajó, pues, como maestro; pero al darse cuenta que no había gran porvenir en ello pues el sueldo era de un peso sesenta centavos diarios y lo pagaban con atraso de tres y cuatro meses, volvió pues a la Jabonera, esta vez como “Bell boy”, puesto del que ascendería hasta el de contador del departamento de Tesorería, gracias a los consejos de sus superiores: Santiago Estens y Francisco Zarzosa; quienes le su-girieron que estudiara de noche en la Comercial de los hermanos Trevi-ño como lo hizo, obteniendo el título de Contador Privado. Con estos estudios que le facilitaron los ascensos distinguiéndose, además por su laboriosidad, seriedad, honestidad y por ser hombre de palabra. Así las cosas, un día le llamó a su despacho Manuel Llorente, que era uno de los gerentes de la compañía, le dijo que Julio Castrillón, cuñado de su hermano, había logrado para México la concesión de Montgomery Word y que estaba necesitando urgentemente a un contador confiable que le ayudara en la organización de aquel negocio en la capital; que él se había permitido recomendarlo, que le pagarían mucho más de lo que allí ganaba, pero que necesitaba volver de inmediato y salir para allá en veinticuatro horas. Soltero, aceptó el reto. Cuando llegó, a media noche, ya lo estaba esperando en el hotel el Sr. Castrillón; se citaron para almorzar la mañana siguiente y se despidieron. En el almuerzo se arreglaron en un dos por tres. En organizar y hacer funcionar la matriz y cuatro sucursales se pasó cuatro años en la capital, tiempo que tam-bién ocupó en estudiar, muy temprano por la mañana y de noche, la carrera de contador público y en comenzar a hacer las gestiones para registrarse como profesionista.

Al volver a La Laguna abrió su despacho en el Edificio Hidalgo. Su experiencia capitalina le había dado conocimientos profundos del nuevo impuesto sorbe la renta, esto hizo que pronto se hiciera de una gran clientela.

Un día el Chato Solís, locutor estrella de la D. N., le llevó a pre-sentar al gerente de la misma, que era contador y quien le dijo que era responsable de la contabilidad del negocio que en los bajos de aquel

Page 608: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

edificio tenían Enrique Gonzáles y Memo Woolf, pero que con la res-ponsabilidad de la radiodifusora ya no podía llevarla y que le rogaba aceptarla. Total que la situación era que la tenía muy atrasada; Zamudio la puso al corriente y se fueron a ver a González Valles. Así comenzó una amistad que duraría toda la vida de éste y en la que Guillermo Za-mudio se encargó desde cobrar junto con Memo Woolf en el control de Abastecedores Eléctricos (cuando González Valles fue tesorero general del estado), hasta ser el hombre de confianza del Licenciado Raúl Ló-pez Sánchez, tanto como gobernador del Estado de Coahuila que como Ministro de Marina, por cuyo conducto conoció al presidente Miguel Alemán como tal.

Cuando Enrique González Valles lo presentó con López Sánchez, de inmediato le mandó hacer una auditoría a Piedras Negras de la que quedó satisfecho, tanto por lo que descubría como por la rapidez y ahí mismo le pidió unirse a su equipo. Y al decirle Zamudio que tenía su propio despacho y que hacía falta en él, el gobernador le contestó que más falta hacía al estado, que cerrara su despacho, como al final lo hizo.

Como todo mundo sabe, Zamudio es un aficionado taurino con todas las de la ley; habla de toros con sus amigos y fue cronista de toros por muchos años, tanto por la radio como por este diario. A Manolete le hizo dos crónicas, una en su primera corrida aquí que fue la peor de su vida, otra en su segunda que toreó como lo que era: un monstruo, el primero del toreo. Si no me equivoco, el padre Beto y Guillermo Zamu-dio hicieron posible la capilla para la plaza de toros.

Zamudio es el más nogalero de los nogaleros laguneros. Tomó cur-sos especiales en la Universidad de Brian, Texas, convencido de que el nogal es el futuro de esta comarca. Cuando plantaba sus primeros noga-les, su vecino, Ángel Sobrino, creyó que estaba loco y que eso no era para estas tierras y se lo dijo tres años después, cuando aquellos primeros ar-bolitos comenzaron a probar. Zamudio cortó las primeras nueces de uno y esperó al incrédulo, que tuvo que convencerse ante la evidencia.

A los cuarenta casó con Esperanza Amaya, ya fallecida, procreando cuatro hijos : Beatriz, casada con Juan Javier Gutiérrez; Guillermo, conta-dor público, casado con Concha Medina; Rodolfo, licenciado, casado con Leticia Thompson y Arturo, ingeniero, casado con Albertina del Río.

Agotado el espacio, se quedan muchas cosas por decir sobre este inquieto lagunero Gómezpalatino, lleno de vida y grávido de recuerdos, que indudablemente es uno de Los Nuestros.

Page 609: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Ciriaco Zorrilla Rodríguez*161

Ciriaco, Ciriaco, ¿quién no ha oído en Torreón este nombre o el apellido Zorrilla, que para el caso es igual tratándose de nuestra gastronomía comercial?

Veintisiete años, los últimos de su vida, dedicó Ciriaco asociado con sus hermanos Conrado y Juan Antonio a crear y hacer crecer este negocio familiar, cuyo prestigio tiene como base una cocina que es el sincretismo de la mexicana y la española. Ocupar sus mesas, particular-mente los domingos, ha llegado a ser parte de la vida de muchos de los habitantes de esta ciudad.

Esto se dice pronto, pero la historia es larga. El abuelo, llamado Ciriaco Zorrilla Ruiz, era santanderino. Por allá casó con Cristina Cuadra Lavín, que era de Ampuero. Ya casados fueron a Cuba, radicando en Ma-tanzas, donde les nació un hijo que llamaron Manuel. Cinco años des-pués de haber llegado a la isla, murió aquel Ciriaco y su viuda y el crío regresaron a Santander donde, años más tarde cuando Manuel tenía dieciséis años, murió la madre y el hijo tuvo que vérselas solo; es decir, que hizo de todo sin ver en nada un futuro apetecible, por lo que, a los diecinueve, recordando que su madre tenía en México —precisamente en la Comarca Lagunera— un tío Santiago, que era el del conocido Pe-rímetro Lavín, convirtió en dinero todo lo que pudo y se embarcó en el primer barco a Veracruz.

Como llegó escaso de fondos, se las vio negras para llegar hasta acá, pero llegó, con tan mala suerte que en cuanto principió a seguirle las huellas al tío, le salió al paso la noticia de que hacía poco había falle-cido. En tales casos ya se sabe, ni llorar es bueno, o al menos no ayuda mucho; por lo se puso a buscar trabajo entre los paisanos, encontrán-dolo con Don Pedro Camino.

* Semblanza publicada el 12 de febrero de 1999.

Page 610: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Para muchos otros tuvo que trabajar y en diversas partes, porque se sabe que un buen día en Coronado, S.L.P. cerca del famoso y rico mineral Real de Catorce se encontró con Conrada Rodríguez Cerda, con quien al poco tiempo contrajo matrimonio y llegaron a tener doce hijos, convirtiéndose Manuel en el tronco de los Zorrilla laguneros.

En eso de los hijos andaba el matrimonio, cuando Manuel tuvo que ir a la Capital de la República a comprar o vender un ganado y se llevó a su mujer que esperaba al sexto de los hijos, pero sucedió que, o echaron ambos mal las cuentas o el que estaba por llegar no quiso per-der la oportunidad de nacer en la Ciudad de México (por entonces to-davía “la región más transparente del aire”), la cuestión es que Ciriaco, ese nombre le dieron por el abuelo, tan lagunero, tan torreonés como llegó a ser, por nacimiento fue chilango.

La fortuna fue dispareja para Manuel y Conrada. Tuvieron sus días de mucho y sus vísperas de nada. Se asentaron aquí.

En lo que respecta a Ciriaco, estudió hasta quinto año, por no ha-ber sexto en la Escuela Primaria Mixta No. 5, que él siempre llamó fren-te a sus hijos “mi gloriosa Universidad” y que hoy es la Apolonio Avilés. Trabajó desde muy chico, primero con un cajón de bolear, luego en la carnicería “La Blanca” de los señores Hanzik ubicada en el centro, por la avenida Juárez frente a lo que hoy es el Banco Internacional (Bital). Este primer empleo lo dejó porque no le gustaba el olor de la carne y a él le parecía que se le había pegado y que por más que se bañara seguía oliendo a ella, así que cambió la ciudad por el rancho, trabajando para Don Pedro Fernández Peña.

Con el tiempo, abrió una tienda en San Ignacio, cerca de San Pe-dro, en una esquina que todavía muchos conocen como la de Zorrilla. Ciriaco siempre fue un gran preguntón, así que gracias a sus parroquia-nos pronto llegó a saber mucho de la comarca y de sus habitantes quién era quién. Más tarde abriría otra en Batopilas.

Ciriaco se casó en el año 40 con Velia Zárate Pérez, sobrina de Tito Pérez, dueño del Hotel Laguna ubicado frente a la Plaza de Armas. En 1945, a invitación de éste, vendió sus tiendas para equipar y conver-tir en el primer Ladies Bar de la ciudad el sótano de dicho hotel, con el fin de dar servicio a sus huéspedes. Se le había fijado una renta cómoda, pero el negocio resultó bueno y la renta no le fue respetada, pasándole mensualmente recibos por mayor cantidad.

Page 611: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Con el ánimo de buscar mayores entradas, pero mayormente por quitarse de alguna manera de su rentista, Ciriaco hizo a un lado la exclusividad del lugar y lo abrió a toda clase de público, lo que dio lugar a frecuentes escándalos. Él mismo acabó enredado en una aven-tura extra marital pública y notoria que fue comidilla de la ciudad por algún tiempo. Su propia esposa fue conminada por el tío a divorciarse o perder su protección. Ella, como ahora Hillary, se reservó el derecho de juzgar a su marido, aduciendo que no les quitaría el padre a sus hijos; que él era un hombre bueno y que, pasada su locura, volvería a ellos, como sucedería después. Ciriaco recobró la cordura, o como ahora dice uno de sus hijos, “dejó el folklore” y a partir de entonces volvió a ser un esposo y padre amoroso, entregado totalmente a su trabajo y con un solo objetivo: la seguridad de su familia.

El año 52 vendió el malhadado negocio y mientras buscaba cómo realizar sus deseos, durante los siguientes tres años fabricó embutidos, que vendía personalmente entre sus amistades. Luego Fernando Rodrí-guez Rincón le nombró Agente de Ventas exclusivo para los productos de Batopilas y ya en el 58, con sus hermanos Conrado y Juan Antonio, abrió en Hidalgo el Club Ciriaco, un sitio creado pensando acaso más en las clases medias que en las superiores, pero que acabó por atraer a to-dos, porque nuestra ciudad apenas si tenía entonces dónde meterse los días de descanso y Ciriaco aparecía ofreciéndoles un ambiente familiar, una buena cocina, un servicio personal y amable y precios moderados.

Aquello comenzó con ciento cincuenta metros techados. El éxito inmediato hizo posible techar al año hasta cuatrocientos cincuenta y cinco años después comprar a Antonio Guzmán la propiedad contigua, con lo que el local hoy tiene setecientos cincuenta metros al servicio de su público. Toda la familia trabaja como un solo hombre: padre, madre e hijos. Unos atienden a la parroquia, ellas la cocina y la gente menuda se ocupa en labores según sus edades. Los muchachos en “la marina”, como entre ellos llaman, a lavar trastes.

En el 63 Ciriaco rentó aquel negocio “inventado” por Gaspar Ma-sett que fue el Alameda, con servicio en los coches, cuyo contrato venció en el 92. En dicho año, siguiendo acaso el último consejo de Ciriaco, tíos y sobrinos abrieron un nuevo restaurante en Morelos y Donato Guerra.

Ciriaco Zorrilla Rodríguez murió en el año 85 sobreviviéndole Ve-lia, su esposa, quien muriera en el 90. Y cinco hijos: Victoria Aurora, Juan Ciriaco, Sergio Enrique, Víctor Manuel y Carlos Federico; con ca-

Page 612: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

rrera profesional todos los hombres, pero que siguen haciendo equipo y manteniendo vivo el recuerdo de su padre que para ellos fue como decía aquel anuncio que todos recordamos: “Duro, pero tan tierno” y con los nietos sólo lo último.

Indudablemente, Ciriaco fue uno de Los Nuestros.

Page 613: LOS NUESTROS - Emilio Herrera · Enrique Mesta 415 ... lar, el propio autor señala: Para una comunidad, ... uno es el profundo amor y compromiso que la gente aquí mencionada

Este libro se terminó de imprimirel ____ de _______ de 2011

Río Pánuco 199, Planta bajaCol. Cuauhtémoc, Deleg. Cuauhtémoc

06500, México, D.F. México

Se imprimieron ____ ejemplares