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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular! 1 Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2014 GMM

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Antonio Gramsci. Vigencia y Revolución. Antología. GMM . Colección E.O. Julio 26 de 2014. Biblioteca Emancipación Obrera. Guillermo Molina Miranda.

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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

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Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2014

GMM

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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!

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© Libro No. 941. Antonio Gramsci. Vigencia y Revolución. Antología. GMM . Colección E.O. Julio 26 de 2014.

Título original: © ANTONIO GRAMSCI. Vigencia y Revolución. Antología. GMM

Versión Original: © ANTONIO GRAMSCI. Vigencia y Revolución. Antología. GMM

Circulación conocimiento libre, Diseño y edición digital de Versión original de textos: http://www.wenceslaoroces.org/arc/laso/articulos/tem/gra/pgg.htm http://www.ddooss.org/articulos/otros/Antonio_Gramsci.htm http://www.marxists.org/espanol/gramsci/oct1921.htm Licencia Creative Commons: Emancipación Obrera utiliza una licencia Creative Commons, puedes copiar, difundir o remezclar nuestro contenido, con la única condición de citar la fuente.

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ANTONIO GRAMSCI Vigencia y Revolución

Antología

GMM

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CONTENIDO

VIGENCIA DEL PENSAMIENTO DE GRAMSCI

«Introducción al pensamiento global de Gramsci» José María Laso Prieto

«Vigencia del pensamiento de Gramsci » José María Laso Prieto

"Antonio Gramsci, Amor y Revolución" Francisco Fernández Buey

ANTONIO GRAMSCI

Biografía de Gramsci Antonio

La Revolución contra el capital El Estado y el socialismo La poda de la historia Un partido de masas Espontaneidad y dirección consciente

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«Introducción al pensamiento global de Gramsci»

José María Laso Prieto

José María Laso Prieto: «Introducción al pensamiento global de Gramsci» en Asociación Cultural Wenceslao Roces: Cuadernos Edición Popular, nº 1,

Gijón, 2004.

También en: «Introducción al pensamiento global de Gramsci» en M. Ballestero, Y. Krasin, J. Reinoso, J. Capella, J. Laso, J. Moral Santín y V. Romano: El marxismo en el debate teórico-cultural actual. Madrid: PCE,

1991, pp. 137-160 (Colección Debate, nº 5). También como texto separado en un folleto: Introducción al pensamiento global de Gramsci. Oviedo:

Fundación Isidoro Acevedo (colabora el Partido Comunista de Asturias), 1997 [1] .

Texto preparado para su edición digital por Uriel Bonilla [2]

Sección temática Antonio Gramsci en el Archivo Digital José María Laso

Su renovada actualidad.

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El 22 de enero de 1.991 se ha cumplido el centenario del nacimiento de Antonio Gramsci, una de las más relevantes figuras de la cultura y la política italianas del siglo XX. Por su prematuro fallecimiento –en 1937– casi han coincidido las conmemoraciones del cincuentenario de su muerte y del centenario de su nacimiento. Con motivo de la primera efemérides, se publicaron en diversos países libros y artículos conmemorativos en los que se argumentaba la vigencia de su pensamiento. Sin embargo, en los tres años transcurridos desde 1987, se han producido acontecimientos históricos que han proporcionado más fuerza a la vigencia y actualidad de las elaboraciones y concepciones políticas de Gramsci. Concretamente esta es la tesis del filósofo polaco Adam Schaff al sostener que el fracaso del denominado «socialismo real», en los países de Europa Central y Oriental, constituye la mejor confirmación de su certera previsión sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario de la población. Consenso que sólo puede lograrse actuando en el campo de la cultura, para conseguir e implantar la hegemonía intelectual y moral del nuevo bloque histórico emergente. La aportación específica de Gramsci en el campo de la previsión científica, de las condiciones para la transformación social, la sitúa muy bien Adam Schaff, al precisar que «Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrolló en un periodo posterior, aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del consenso como teoría subjetiva de la revolución socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución ni mucho menos verificar el domino de la clase obrera como hegemonía moral y política (y no como imposición violenta). Este consenso debe lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que Gramsci atribuye a la intelectualidad en su teoría de la revolución socialista».

[Vida y obra.

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Antonio Gramsci nació en Ghilarza (Cerdeña) el 22 de enero de 1891. Su padre era un modesto funcionario de la administración estatal. A partir del bachillerato, se inicia en él una etapa de nacionalismo sardo. Por entonces, en Cerdeña, era muy fuerte el sentimiento nacionalista y Gramsci llega a identificarse con su lema ¡Al mar los continentales! A partir de las elecciones de 1.913 se puede considerar superada esta etapa sarda de Gramsci. En 1911 comienza a leer a Marx, «por curiosidad intelectual» y, al igual que su compañero Palmiro Togliatti, consigue una beca para estudiar en la Universidad de Turín. Al iniciar sus estudios de filología, entra en contacto con el movimiento obrero de Turín. Simultáneamente participa en el movimiento de la reforma intelectual y moral promovido por el filósofo idealista Benedetto Croce, cuyo primer postulado es que el hombre puede, y debe, vivir sin religión revelada. De esta época datan sus primeros escritos, publicados en los diarios socialistas Il grido del popolo y Avanti (1914-1918).

Durante su breve vida (1891-1937), Gramsci descolló como publicista a través de la revista L´Ordine Nuovo –fundada en 1918– llevando a cabo con especial rigor intelectual una gran labor de esclarecimiento y crítica de los fundamentes sociológicos de la cultura nacional italiana. No menor importancia revistió su actividad como dirigente político ya que se convirtió en el teórico y organizador de los «consejos de fábrica» y de otras organizaciones obreras italianas. Posteriormente, tras un breve pero intenso periodo de militancia en el Partido Socialista Italiano, Gramsci adoptará una decisión que determinará toda su trayectoria ulterior. El 21 de enero de 1921, en el Congreso del Partido Socialista, Gramsci, Togliatti y otros portavoces del ala izquierda rompieron con la mayoría reformista y fundaron el Partido Comunista Italiano. Proclamado el Fascismo, Gramsci es detenido no obstante la inmunidad parlamentaria de que gozaba como diputado, y en tan difíciles circunstancias redacta sus célebres Cuadernos de la cárcel que le consagraron como gran teórico marxista. La labor ingente que Gramsci desarrolló con su característico «lenguaje de Esopo» –ya que no sólo se trataba de aportar nuevas categorías científicas sino también de burlar el control de sus vigilantes– constituye un

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ejemplo con pocos precedentes similares acerca del poder de la voluntad humana. Según su biógrafo Giuseppe Fiori, «Trabajaba en condiciones difíciles, con los libros que el director –inclinado por conformismo de burócrata a resistencias y pequeñas vejaciones– le permitía recibir irregularmente desde el exterior. Así escribía diariamente, con ejemplar tenacidad, pese a los muchos factores desfavorables, los generales de la vida de todo recluso y además la imposibilidad de consultar ampliamente los libros y documentos necesarios, así como la progresiva deteriorización física. Pero –como señala Fiori– el trabajo, los apuntes, las notas breves con una idea fijada en su primer esbozo, los ensayos a completar o reelaborar eran para Gramsci la vida misma, su modo de continuar la lucha revolucionaria, de permanecer vinculado al mundo, ideológicamente activo de la sociedad y de los hombres». Tan abnegado esfuerzo no fue por ello baldío, en su doble faceta cuantitativa y cualitativa. Las casi tres mil páginas de los 32 cuadernos que Gramsci cubrió en once años de cárcel, con notas y apuntes, constituyen una de las aportaciones más importantes realizadas por un solo pensador a la problemática de nuestra época. La monumental edición de Einaudi las inserta –junto a sus escritos juveniles– en seis volúmenes, en el siguiente orden: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce (1948), Los intelectuales y la organización de la Cultura (1949), Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado Moderno (1949), El Risorgimento (1949), Literatura y vida nacional (1950) y Pasado y Presente (1951). En la edición de Einaudi se agrupan así orgánicamente temas desarrollados en diversos cuadernos, incluso con varios años de distancia. No se trata, sin embargo, de materiales preparados para su inmediata publicación sino para su ulterior reelaboración. El propio Gramsci describe en carta dirigida a su cuñada, su plan de trabajo: «...Se puede decir que ya tengo un verdadero programa de estudio y trabajo, cosa que había de ocurrir forzosamente. Me había propuesto reflexionar sobre una serie de cuestiones, pero era forzoso que al llegar a cierto punto tuviese que pasar a la fase de documentación y, por tanto, a una fase de trabajo y elaboración que exige grandes bibliotecas... Hay que tener en cuenta además que el hábito de severa disciplina filológica adquirido durante los estudios universitarios me ha hecho adquirir unos escrúpulos metodológicos quizá excesivos». Evidentemente no se cumplió el designio del fiscal del Tribunal Especial para la Defensa del Estado cuando, tras una violenta requisitoria, dijo

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refiriéndose a Gramsci: «Hemos de impedir durante veinte años que este cerebro funcione».

En 1947, la publicación de sus Cartas de la prisión le valieron a Gramsci para obtener, a título póstumo, el más importante galardón literario de Italia: el Premio Viareggio. Las Cartas de la prisión, en su mayor parte dirigidas a sus familiares, están impregnadas de una patética humanidad y reflejan la entereza moral con que Gramsci afrontó su largo y doloroso martirio. En ellas Gramsci trasciende su propia vicisitud individual para plantearse globalmente la condición del combatiente político: «Cuando se ha ligado la propia vida a un fin y se concentra en éste todas las energías y toda la voluntad, ¿no es forzoso que queden al descubierto algunos, o muchos, de los aspectos individuales?». Y, prosigue «Yo no hablo más del aspecto negativo de mi vida. Antes que nada por que no quiero ser compadecido; fui un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata, y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado no porque han sido obligados, sino porque ellos mismos lo han decidido conscientemente». Gramsci falleció el 27 de abril de 1937, tras once años de dura prisión fascista en cumplimiento de una condena de 20 años, 4 meses y 5 días, dictada contra él por el Tribunal Especial de Defensa del Estado. Sentencia totalmente ilegal debido a que Gramsci gozaba de inmunidad parlamentaria, para sus actividades políticas

Su revalorización.

No obstante los años transcurridos desde su fallecimiento, el interés suscitado por la dimensión humana y la obra teórica de Gramsci lejos de aminorar tiende a incrementarse. A esta revalorización de su pensamiento, que contrasta con el eclipse casi total de otros autores que fueron sus contemporáneos –cuya popularidad coyuntural no ha resistido la perspectiva histórica– ha contribuido decisivamente la óptima conjunción del teórico riguroso con el dirigente político, que supo compaginar adecuadamente el pesimismo de la inteligencia

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con el optimismo de la voluntad. Por su prematuro fallecimiento, casi han coincidido las conmemoraciones del cincuentenario de su muerte y el centenario de su nacimiento. Con motivo de la primera efemérides, se publicaron en muy diversos países libros y artículos conmemorativos en los que se argumentaba la vigencia de su pensamiento. Sin embargo, en los tres años transcurridos desde 1987, se han producido acontecimientos históricos que han proporcionado más fuerza a la vigencia y actualidad de las conclusiones teóricas y políticas de Gramsci. Concretamente, tal es la tesis del filósofo polaco Adam Schaff al sostener que el fracaso del denominado «socialismo real», en los países de Europa central y oriental, constituye la mejor confirmación de la certera previsión de Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario dela población. Consenso que sólo puede lograrse actuando intensamente en el campo de la cultura, para conseguir la hegemonía intelectual y moral del nuevo bloque histórico emergente. La aportación específica de Gramsci en el campo de la previsión científica, de las condiciones para la transformación social, lo sitúa muy bien Adam Schaff, al precisar que «...Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución; Gramsci desarrolló en un periodo posterior aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del consenso, como teoría subjetiva de las condiciones de la revolución socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución ni mucho menos verificar el domino de la clase obrera como hegemonía moral y política –y no como imposición violenta–. Este consenso debe lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí la importantísima función que Gramsci atribuye a la intelectualidad en su teoría de la revolución socialista».]

Peculiaridades de los textos de Gramsci.

Gramsci, que está considerado como el más destacado y original teórico marxista occidental, ofrece especial dificultad para la comprensión inicial de su pensamiento. La razón de ello estriba no sólo en que fue un elaborador de

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categorías políticas originales sino también en el carácter de su obra. Ésta se estructura en dos vertientes: 1) La periodística (política, sindical y cultural) que abarca hasta su detención en 1926. Es de estilo directo, brillante y de fácil comprensión. 2) La propia reflexión carcelaria (filosófica, política, económica, sociológica y cultural), constituida por innumerables notas y comentarios que llenan totalmente 32 cuadernos. Estos textos son de comprensión mucho más ardua que la de los textos periodísticos, a causa de su mayor grado de abstracción y por no estar destinados directamente a la publicación. Sin embargo, la monumental edición de Einaudi los insertó en seis volúmenes con los títulos ya indicados.

Su lucha antipositivista.

En el pensamiento de Gramsci confluyen, en síntesis dialéctica, los pensamientos de Benedetto Croce y Antonio Labriola. De este último incorpora su reacción antipositivista y la noción totalizadora de «praxis». Interpretando certeramente su intención, para Manuel Sacristán «...Toda la obra de Gramsci quedó estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento adecuado del marxismo y de elevar esta concepción filosófica, que por necesidades de la vida práctica se había venido “vulgarizando”, a la altura que debía alcanzar para la solución de las tareas más complejas que imponía el desarrollo histórico; es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral. Gramsci cumplirá esta tarea de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura filosófica marxista. Por encima del accidental origen de la expresión, Gramsci es un filósofo de la praxis».

Gramsci profundiza así la fuerte reacción antipositivista que le había caracterizad, tanto en le plano filosófico-científico como en el específicamente político. El precoz instinto político de Gramsci le hizo percibir, ya desde sus

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primeros escritos, que el cientifismo tras el que se ocultaban las posiciones oportunistas de algunos líderes socialdemócratas tenía no sólo raíces sociales objetivas sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen positivista. Su compañero de lucha, y de estudios, Palmiro Togliatti precisa así su actitud: «Gramsci reaccionó contra las consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista, del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero, muy arraigada entre los mencheviques rusos y que iba a encontrar en Kautsky su máxima expresión teórica. Frente al objetivismo economicista de Plejanov y de sus colegas socialdemócratas occidentales que basándose en una concepción petrificada y dogmática del marxismo, trataba de utópica toda praxis revolucionaria del proletariado, elabora Gramsci nuevas concepciones que, a pesar de contener todavía una apreciable carga de voluntarismo, pronto evidenciarían un gran realismo político. En ello la coincidencia entre Lenin y Gramsci fue total, ya que no obstante las diferencias en sus procesos de formación, en ambos líderes marxistas se daba una profunda conciencia revolucionaria que les permitía captar lúcidamente las condiciones necesarias para que el proletariado pudiese abordar seriamente la tarea de la conquista del poder».

La etapa consejista de Gramsci.

El 1º de mayo de 1919 se inició la publicación de la revista L´Ordine Nuovo. Su núcleo fundacional estaba constituido por un grupo de jóvenes intelectuales socialistas, procedentes de la Universidad de Turín, con un proyecto intelectual que sólo se precisa al fusionarse con el movimiento de los Consejos de Fábrica. En esa revista Gramsci, sostiene que el Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de la vida social características de la clase obrera explotada y que han surgido a consecuencia de la iniciativa de las masas. Para él, los Consejos obreros y las comisiones internas de fábrica constituían órganos dela democracia obrera que podrían transformarse después en órganos del poder proletario, en la línea del carácter industrial que Marx preveía para la futura sociedad comunista de productores. El objetivo de

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los Consejos de fábrica sería liquidar toda distinción entre poder político y económico, luchando por la emancipación y autonomía de los trabajadores considerados en su unidad, como productores, los cuales serán simultáneamente administrados y administradores. Se trataría de creaciones revolucionarias que partiendo del lugar de trabajo, y hundiendo sus raíces en el momento de la producción, constituirían representaciones obreras emanadas directamente de las masas con un mandato imperativo y siempre revocable. Para Gramsci, el Partido no es la clase y, precisamente por ello, la potencialidad de los Comités de fábrica deriva de que pueden constituir el órgano unificador de la clase en el lugar de la producción, superando la escisión productor-ciudadano en la que la burguesía reproduce su dominación.

Gramsci sintetizó entonces así la respectiva función de partido, sindicato y Consejo obrero: 1) Partido: función de orientación política y de elaboración teórica; 2) Sindicato: función de educación proletaria; 3) Consejo obrero: desarrollo de una democracia obrera directa de base industrial. Gramsci fue enriqueciendo así paulatinamente el nivel de teorización marxista, en el campo consejista, hasta el punto de que llegó a rebasar las geniales intuiciones de Lenin –en El Estado y la Revolución– desarrollando un tratamiento sistemático de las posibilidades de fundamentación de una democracia obrera directa de base consejista.

La etapa de construcción del Partido Comunista Italiano.

En esta etapa de la evolución del pensamiento de Gramsci, las tesis centrales sobre los Consejos de fábrica se mantienen pero enriqueciéndose en una síntesis más amplia, en una estrategia política global. Gradualmente Gramsci evoluciona desde la «vanguardia obrera» de los Consejos de fábrica a la concepción del «partido de vanguardia». Así se produce el salto cualitativo por el cual el partido pasa a ser la forma superior de organización de la clase obrera, en tanto que los sindicatos y Consejos de fábrica constituyen las formas

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subordinadas de organización en las que se agrupan los trabajadores para la lucha cotidiana contra el capital.

Gramsci y la cuestión meridional.

Un gran avance en la evolución de Gramsci, se produjo cuando tuvo que abordar, por primera vez, de forma sistemática los problemas de la Italia rural. Gramsci se planteaba, concretamente, no sólo el análisis de la situación de esa Italia subdesarrollada sino también el de concretar el fundamento ideológico de las distintas dominaciones de clase. Es decir, la función de la hegemonía política, cultural, intelectual y moral de un bloque histórico. A juicio de Gramsci, la clase emergente sólo puede lograr tal hegemonía si consigue despojarse de todo residuo corporativo y estar así en condiciones de crear un sistema de alianzas de clase que le permitan erigirse en clase dirigente y dominante. De ese modo el proletariado urbano, como protagonista moderno de la historia de Italia, destruirá el bloque histórico constituido por los terratenientes del sur y los industriales del norte, creando así las condiciones para una sólida alianza con las masas campesinas. O sea, la constitución de un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora.

Empero la cuestión campesina está en Italia históricamente determinada. No es «la cuestión campesina y agraria en general». En Italia, la cuestión campesina tiene, por el determinado desarrollo de la historia italiana, dos formas típicas peculiares: 1) la cuestión vaticana (para la integración de los católicos de base en un proyecto revolucionario). 2) La cuestión meridional (para resolver el problema de las alianzas de clase). Para Gramsci, conquistar políticamente la mayoría de las masas campesinas significaría dominar esas dos cuestiones desde el punto de vista social. Profundizando en tal análisis, Gramsci llega a la conclusión de que la sociedad meridional italiana era, de hecho, un gran bloque agrario constituido por tres estratos sociales: 1) La gran

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masa campesina amorfa y disgregada. 2) Los intelectuales de la pequeña y media burguesía rural. 3) Los grandes propietarios terratenientes y los grandes intelectuales.

Según Gramsci, los campesinos meridionales encuentran perpetuamente en fermentación, pero, como masa, son incapaces de dar una expresión centralizada a sus aspiraciones y necesidades. A su vez, el estrato medio de los intelectuales recibe de la masa campesina el impulso para su actividad política e ideológica. Los grandes propietarios, en el terreno político, y los grandes intelectuales, en el terreno ideológico, centralizan y dominan, en última instancia, todo ese conjunto de manifestaciones. Como es natural, la centralización se verifica con mayor eficacia en el terreno ideológico: Giustano Fortunato y Benedetto Croce, desempeñan una relevante función en esa unificación, como grandes intelectuales orgánicos que son del bloque histórico dominante (paralelismo entre Croce y Ortega y Gasset en su respectiva función de grandes intelectuales orgánicos del bloque dominante).

Para Gramsci, los intelectuales meridionales eran muy interesantes. Mas de las 3/5 partes de la burocracia estatal está, por otra parte, constituida por meridionales. Tratando de profundizar en el estudio de la Psicología de estos intelectuales, Gramsci comprobó que: 1) En todos los países, el estrato de los intelectuales ha quedado totalmente modificado por el desarrollo del capitalismo. El viejo tipo de intelectual era el elemento organizativo de una sociedad e base campesina y artesana predominantes; para organizar el Estado, para organizar el comercio, la clase dominante cultivaba un determinado tipo de intelectual. 2) La industria ha introducido un nuevo tipo de intelectual: el organizador técnico, el especialista de la ciencia aplicada. 3) En las sociedades en las cuales las fuerzas económicas se han desarrollado en sentido capitalista, hasta absorber la mayor parte de la actividad nacional, este segundo tipo de intelectual ha prevalecido con todas sus características de orden y disciplina intelectual. 4) En cambio, en los países cuya agricultura ejerce una función todavía notable e, incluso, preponderante, sigue

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prevaleciendo el viejo tipo, el cual proporciona la parte mayor del personal del Estado y ejerce también localmente, en el pueblo y en el burgo rural, la función de intermediario entre la administración en general y el campesino. En la Italia meridional predomina ese tipo con todas sus características: democrático en su cara campesina, reaccionario en la cara que dirige hacia el gran propietario y el gobierno, politicastro corrompido y desleal; no se comprendería la tradicional figura de los partidos políticos meridionales si no se tuvieran en cuenta los caracteres de este estrato social.

Los intelectuales orgánicos.

El concepto de intelectual orgánico, que Gramsci dedujo de sus investigaciones sobre la función de los intelectuales a lo largo de la historia, se define así en uno de sus textos: «Cada grupo social, naciendo en el mundo propio de una función esencial en el campo de la producción económica, crea con él, orgánicamente, una o varias capas de intelectuales que le proporcionan su homogeneidad y la conciencia de su propia función no sólo en el terreno económico, sino igualmente en el terreno social y político».

Por otra parte, en la investigación del «criterio unitario», que caracterizaría toda la actividad intelectual de Gramsci, elimina de entrada la distinción «homo faber-homo sapiens», dado que en todo trabajo físico, incluso el más mecánico y degradado, existe un mínimo de cualificación técnica. Es decir, de la actividad intelectual creadora. Así podría afirmarse que «todos los hombres son intelectuales». Profundizando en el tema, Gramsci precisó que ciertas categorías especializadas de intelectuales se forman en el ejercicio de la función intelectual en contacto con las clases sociales, pero, sobre todo, en contacto con los grupos sociales más importantes: la clase dominante o la que propende a serlo. Por medio de la sociedad civil y de la sociedad política, la clase dominante ejerce sobre las clases subalternas una doble función: hegemónica y coercitiva. Empero la ejerce de manera mediata. Es esta

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mediación la que caracteriza la función de las intelectuales orgánicos, en la medida en que se revelan como los «especialistas» de esta función; los encargados por el grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de hegemonía social y de gobierno político.

Según esta concepción gramsciana, el intelectual, cuya función se amplía al considerarle como «funcionario de la superestructura», debe realizar una cuádruple tarea: 1) Organizar la función económica (cuadros técnicos, economistas, tecnócratas, etc.). 2) Organizar las concepciones heteróclitas de la clase dominante, y de la totalidad del cuerpo social, en una cosmovisión coherente y homogénea. 3) al hacer corresponder esta «Weltaanshauung» a la dirección que la clase dominante imprime a la dirección que la clase dominante imprime a la vida social, favorece el consenso «espontáneo» proporcionado por las grandes masas de la población a la clase hegemónica. 4) Como funcionario de la sociedad política (ministros, jueces, diputados, etc.) busca obtener «legalmente» la disciplina social.

Intelectual orgánico e intelectual tradicional.

La clase dominante –la aristocracia, por ejemplo, en el modo de producción feudal– crea en el curso de su desarrollo capas intelectuales –los empleados– que en el seno de una de sus organizaciones (por ejemplo, la Iglesia) cumplen esas misiones específicas: esos intelectuales son denominados orgánicos, en la medida en que pertenecen a una organización íntimamente ligada a una clase esencial. En ese sentido, el partido es el intelectual orgánico por excelencia. Los intelectuales no constituyen pues una clase social, sino una capa social que dispone, vis a vis de la clase social a la que están unidos, de cierta autonomía. El intelectual no discute el poder hegemónico de la clase social de la cual constituye el funcionario organizador, pero puede entrar en conflicto con ella. Sin embargo, incluso en esto los intelectuales se despegan de la clase dominante para unirse a ella más íntimamente.

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Intelectuales tradicionales.

La capa intelectual representa la «conciencia» de la clase a la que sirven; en tanto que trabajadores de las superestructuras ideológicas, los intelectuales proporcionan a la clase de origen una visión clara de su propia orientación socio-económica, política, cultural, etc. que le permite asentar su propio poder hegemónico. En este sentido, los intelectuales orgánicos de la clase progresista deben contar con la ideología de los otros grupos sociales –anteriormente dominantes– a los que deben integrar en la nueva concepción del mundo dominante. Para esta finalidad deben asimilar a esa capa de intelectuales que Gramsci denominaba «intelectuales tradicionales». Es decir, a los que habían estado al servicio del anterior bloque histórico dominante. Así lo precisaba el propio Gramsci en uno de sus textos carcelarios: «todo grupo social esencial, que emerge a la superficie de la historia desde la precedente estructura económica, ha encontrado categorías de intelectuales que preexistían a su advenimiento y que, incluso, aparecían como representantes de una continuidad histórica que no habían interrumpido ni los conflictos más radicales».

En la tarea que Gramsci se trazó desde su detención, de analizar con rigor la función de los intelectuales, Gramsci comenzó estudiando el papel que los intelectuales desempeñan en las sociedades divididas en clases antagónicas y, para ello, se remonta a la división del trabajo que en el plano de la actividad intelectual introdujo Julio César en la Roma de su época. Pronto, a través de múltiples conexiones, lleva a cabo la elaboración de diversos conceptos que constituyen el núcleo de su aportación teórica: intelectual orgánico-intelectual tradicional, bloque histórico, hegemonía, crisis orgánica, revolución pasiva, transformismo, Príncipe Moderno.

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Bloque histórico y hegemonía.

Se considera que constituyen los conceptos fundamentales de la aportación gramsciana. Sin embargo, en los Cuadernos de la Cárcel, no existen sino algunas alusiones esquemáticas a esta noción. Se trata, por lo general, de la afirmación sumaria de la unidad entre la estructura socio-económica y la superestructura política e ideológica. Para Manuel Sacristán, «la idea de bloque histórico, es otra de las afortunadas acuñaciones de conceptos que son acaso el fruto más permanente de la obra teórica de Gramsci. En su génesis, parte de la constatación sociológica de que la lucha de clases, y, por consiguiente, su reflejo en los antagonismos políticos, no tiene lugar enfrentando exclusivamente una clase contra otra –como la oposición tradicional entre proletariado y burguesía– sino mediante el choque entre dos constelaciones de fuerzas. Cada una de ellas está constituida por una clase fundamental y otras clases o capas sociales auxiliares articuladas orgánicamente en una coalición más o menos sólida. Frente al bloque histórico constituido bajo la dirección de la clase dominante, que en un momento determinado ejerce la hegemonía, tiende a formarse el de las fuerzas progresistas que aspiran a la conquista del poder político como fase previa para, tras una etapa hegemónica transitoria, poner fin a la dominación de clases.

Para Gramsci, el problema de las alianzas de clase era muy importante, pero con sus conceptos de bloque histórico y hegemonía rebasa la mera problemática de alianzas. Así, en un cursillo de formación que realizó para sus compañeros de prisión, Gramsci sostuvo que «sin la conquista de aliados el proletariado no puede emprender ningún movimiento revolucionario serio». Desde esa perspectiva y para resolver los problemas que suscitaba en Italia la lucha clandestina contra el fascismo, Gramsci razonaba así: 1) Ni siquiera en las condiciones más favorables podrá el partido contar con 6.000 activistas. 2) La táctica más conveniente no es el aislamiento sectario, sino la búsqueda de alianzas de clase. 3) Los campesinos y la pequeña burguesía son

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indispensables para promover un amplio movimiento popular antifascista. Sin embargo, contradiciendo la interpretación posterior que Roger Garaudy realiza del concepto de bloque histórico, Gramsci no reducía la operatividad de ese concepto a la de una mera alianza de clases. Realmente, para Gramsci, el vuelco de las relaciones de poder sólo se puede lograr aislando a la clase dominante, separando de ella a sus aliados antinaturales. Así, en el texto del citado cursillo, Gramsci sostenía: «El proletariado sólo puede llegar a ser clase dirigente y dominante cuando llegue a crear un sistema de alianzas de clases que le permitan movilizar contra el capital y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora». Por ello, una concepción del bloque histórico –como la realizada por Garaudy en la década del 60– que lo reduzca a una simple modalidad de alianza de clases, además de los riesgos de economicismo (al limitarlo a los elementos estructurales) esterilizaría la gran fecundidad que proporcionan los análisis superestructurales gramscianos. Por ello, conviene precisar más el concepto de bloque histórico. En síntesis, una definición operativa del mismo sería considerarlo como «complejo, determinado por una situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica de la estructura y la superestructura de una sociedad. Al evitar privilegiar a uno de sus componentes (economicismo), o a otro (ideologismo), de ambos elementos que se hallan en una relación de reciprocidad e interdependencia». Gramsci insiste sobre la unión de ambos elementos y en la función de los intelectuales –como «funcionarios de la superestructura»– actuando a nivel superestructural y cumpliendo con la misión específica de tejer el lienzo orgánico que une a ambos elementos del bloque histórico.

Bloque ideológico.

En la fragua de esa unidad es indispensable la constitución previa de un bloque ideológico. Para el logro del cual los intelectuales orgánicos de la clase emergente deben atraer a los intelectuales tradicionales. Así se puede llegar a dirigir y controlar la sociedad civil y, por consiguiente, el consenso de las clases subalternas. La clase dominante, que sostiene firmemente las riendas de la

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economía a nivel estructural, consigue pues, gracias al bloque ideológico, asegurar su primado a nivel superestructural y, de ese modo, asentar su hegemonía sobre el conjunto del bloque social. En consecuencia, puede considerarse que hay bloque histórico cuando la hegemonía de una clase dirigente sobre el conjunto de la sociedad se ve realizada. Este planteamiento suscita el estudio de la distinción entre sociedad civil y sociedad política y también del concepto de hegemonía, que aparece conjugado con el de bloque histórico.

Sociedad civil.

El planteamiento inicial de Marx, sobre la sociedad civil, aparece claramente formulado en su trabajo Contribución a la crítica de la Economía Política: «Mis investigaciones desembocaron en el resultado de que tanto las relaciones jurídicas, como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas, ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de sociedad civil, y que la anatomía de esa sociedad civil hay que buscarla en la economía política». Para elaborar tal formulación, Marx se inspiró en la concepción que Hegel formuló tras el estudio del denominado «Sistema de necesidades». A su vez Gramsci, introduce nuevos matices en el concepto de sociedad civil. Así, si para Marx, la sociedad civil es el conjunto de la estructura económica y social en un periodo determinado. La concepción gramsciana se centra en sus aspectos superestructurales. Es decir, que para Gramsci, la denominada «sociedad civil» está constituida por el conjunto de los organismos denominados «privados» (asociaciones empresariales y sindicales, medios de comunicación y enseñanza, Iglesias, etc.) y que corresponden a la función de hegemonía que la clase dominante ejerce sobre el conjunto de la sociedad.

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La explicación de tales diferencias, en las respectivas concepciones de Marx y Gramsci, parecer radicar en la interpretación extensa y contradictoria que Hegel tiene de la sociedad civil. Si la mayoría de las veces ésta corresponde a la estructura socioeconómica –interpretación de Marx–, Gramsci se inspiró también en ciertos pasajes de La filosofía del derecho de Hegel, donde el filósofo alemán incluye asimismo en la sociedad civil a las asociaciones políticas y sindicales. Es decir, a las corporaciones que constituyen «el contenido ético del Estado».

Hegemonía.

Gramsci –aparte de alguna referencia aislada en L´Ordine Nuovo– utilizó por primera vez operativamente el concepto de hegemonía en su trabajo La cuestión meridional. Lo profundiza y concreta en sus Cuadernos de la Cárcel. Después de una referencia inicial al aspecto filológico. Del término griego «eghestai»: conducir, actuar de guía, actuar de jefe. Tiene, por lo tanto, el significado de dirección y en ese sentido se empleaba para precisar el carácter de ciudad hegemónica (polis eghemos) en las guerras del Peloponeso. Gramsci se propuso elaborar con más rigor el concepto en el plano teórico-político, en este aspecto, Gramsci se consideró deudor de Lenin, ya que el dirigente soviético lo empleó por primera vez en su trabajo Dos tácticas de la socialdemocracia en la Revolución Democrática. Sin embargo, Gramsci –en su terminología carcelaria– consideró que era la más relevante aportación de Lenin a la «filosofía de la praxis» (el marxismo) a causa de la relevancia filosófica de la política. Gramsci consideraba también que el concepto de hegemonía podría ser incluso equivalente al concepto de dictadura del proletariado. En esa perspectiva, la dictadura del proletariado sería la forma política y estática, en la que se realiza la hegemonía, mientras que la hegemonía estaría constituida por el momento en que se realizan las alianzas que constituyen la base social necesaria para la «dictadura del proletariado», interpretando a ésta no sólo como la coerción sino también como dirección política e ideológica.

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Ahora bien, a pesar del explícito origen leninista del concepto de hegemonía, Gramsci tuvo la oportunidad de elaborarlo a niveles de mucha mayor profundización teórica, al interrelacionarlo con el concepto de bloque histórico. Y es que, en realidad, para Gramsci sólo existe bloque histórico cuando la hegemonía de una clase sobre el conjunto de la sociedad logra realizarse. Es la ideología de la clase dominante, «interiorizada» socialmente mediante los aparatos ideológicos constituidos por los medios de comunicación, la enseñanza, al Iglesia, etc., la que permite a esa clase dominante soldar en torno suyo al bloque de fuerzas sociales diferentes. En los textos de Lenin, el concepto de hegemonía aparece ante todo, como hegemonía política. Como ya señalamos, Gramsci concede un gran valor a esta hegemonía política –incluso filosófico– pero distingue también otras formas de hegemonía.

Hegemonía ideológica y cultural.

Para Gramsci, la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos maneras: como dominación y como dirección intelectual y moral. La clase en el poder dirige al mismo tiempo que domina, gana para las soluciones que propone masas suficientes para constituir las bases de su propio poder, aunque los intereses reales de estas bases estén en oposición directa con sus soluciones. Todo ello se realiza mediante la política, el savoir faire político de la clase dominante. Empero la política no basta, tiene que intervenir la ideología. Esta política que la clase dominante –la capitalista, por ejemplo– hace penetrar en las masas populares; pues es precisamente la ideología la que permite a las clases dominantes soldar alrededor un bloque de fuerzas sociales diferentes. En ese sentido, el bloque histórico es un conjunto de fuerzas heterogéneas y, hasta cierto punto, contradictorias, que podrían estallar si no fuesen equilibradas por la ideología (que logra las funciones de dirección) como por la dominación (obtenida mediante la actividad política). Así se logra el doble efecto de dirección-dominación. En la hegemonía política se refleja la impronta de la sociedad civil sobre la sociedad política. Cuando a causa de una crisis

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orgánica, la clase dominante pierde su hegemonía su dominación queda reducida a la dictadura pura y dura. Por ello Gramsci utiliza el término dictadura para definir la situación de un grupo o clase social no hegemónico que domina la sociedad exclusivamente por medio de la coerción, debido a que mantiene en su poder el aparato del Estado. Este grupo o clase social no tiene –o ha dejado de tener, si ya lo tuvo– la dirección ideológica.

Para Gramsci, puede darse una situación de esa índole en dos casos que caracterizan la crisis de un bloque histórico: 1) Una clase que detenta la hegemonía en un bloque histórico la pierde, en provecho de un nuevo sistema hegemónico, o logra sólo mantenerse en el poder por medio de la fuerza (es el fenómeno fascista). 2) Una clase que aspira a la hegemonía, se apodera del Estado antes de haber logrado su hegemonía. (Es el caso de la Revolución Rusa). Según Hugues Portelli, estas situaciones son para Gramsci intermedias, para la construcción de un sistema hegemónico. Y así lo argumenta: «El período de primacía de la sociedad política, o dictadura, es un período de transición entre dos períodos hegemónicos, aunque no por eso deba ser subestimado, ya que la clase que los detenta puede aprovechar la ocasión para diezmar los cuadros de sus adversarios que actúan en al sociedad civil y en la sociedad política. Es lo que hizo la burguesía italiana durante el período fascista, decapitando los cuadros liberales y revolucionarios. Así aunque la hegemonía y la dictadura pueden estar combinadas, su carácter sin embargo es bien delimitado; frente a la hegemonía, donde domina la sociedad civil, la dictadura representa la sociedad política.

Guerra de movimientos y guerra de posiciones.

Gramsci reflexionó profundamente acerca del fracaso de los movimientos revolucionarios en Occidente durante la década de los 20. Como consecuencia, llegó a la siguiente conclusión: «En Oriente, el Estado lo era todo, ya que la sociedad civil era primitiva y gelatinosa. En Occidente, entre el

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Estado y la sociedad civil existe una justa relación y en un estado que se tambalee se encontrará, a pesar de ello, una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado no es más que una trinchera avanzada detrás de la cual se encuentra una robusta cadena de fortalezas y casamatas. Señala que en Oriente, en Rusia, «la guerra de movimientos», la que implicaba un conflicto de masas y un desenlace rápido era posible. Empero en Occidente, por el contrario, una «guerra de posiciones» es necesaria. Con esta expresión, Gramsci no pretendía una táctica defensiva sino una estrategia revolucionaria diferente, capaz de cercar el Estado y la sociedad a todos los niveles.

Hegemonía y sociedad regulada.

La consecuencia de la hegemonía sobre las otras clases es el debilitamiento de la sociedad política y, por lo tanto, de la coerción. Es en esa medida que Gramsci califica de «democrática» a la hegemonía. La sociedad política se ve así reducida a una función de apoyo y tiende incluso a integrarse a la sociedad civil. Ello indica que con el nuevo bloque histórico emergente, liderado por la clase obrera, se logra uno todavía más amplio en el que su hegemonía prepare las condiciones precisas para el nacimiento de una «sociedad regulada» en la que desaparecería la función represiva del Estado.

Gramsci y la cultura.

La original y rica concepción que Gramsci tenía de la cultura, se manifiesta también en muy diversos aspectos de su ingente obra: tratamiento de la función de los intelectuales en la organización de la cultura, el necesario componente cultural de la hegemonía política, el concepto de cultura nacional-popular, etc. Además Gramsci terció en la polémica que sus compañeros Tasca y Bordiga sostuvieron sobre la función de la cultura. Tasca defendía la urgencia de una profunda renovación cultural y de una mejor preparación de

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los dirigentes marxistas. Por el contrario Bordiga rechazaba toda conexión entre acción política e iniciativa cultural, considerando reformista toda posición «cultural». En el seno de esta polémica, Gramsci expuso su concepción de la cultura en la lucha por el socialismo. En síntesis, su conclusión fue: 1) No puede concebirse la cultura sólo como saber enciclopédico en el cual el hombre no es visto sino bajo al forma de recipiente que llenar de datos y hechos. Esto no es cultura sino pedantería. 2) La cultura es organización, disciplina del propio yo interior y toma de posesión de la propia personalidad, es conquista de la consciencia superior por la cual se logra comprender el propio valor histórico, la propia función en la vida, los propios derechos y deberes. 3) El hombre es, sobre todo, espíritu. Es decir, creación histórica y no naturaleza. No se explicaría de otra manera, porque habiendo existido siempre explotados y explotadores –desde el período histórico– no se haya realizado aún el socialismo. Ello quiere decir que toda revolución ha sido precedida siempre por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural. El último ejemplo es el de la Revolución francesa precedida de la Ilustración. El mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. Es a través de la crítica de la civilización capitalista como se está formando hoy la conciencia unitaria de la clase obrera y crítica quiere decir cultura y no ya evolución espontánea y naturalista. Crítica quiere decir aquella conciencia del yo que Novalis ponía como fin de la cultura.

Finalizamos este trabajo, elaborado a petición del Centro de Profesores de Gijón en el marco de un Seminario dedicado al pensamiento de Gramsci, con una síntesis de otros conceptos del fecundo pensamiento gramsciano.

Nacional-Popular.

El concepto «nacional-popular» –según D. Grisoni y R. Maggiori– no es una expresión nominal, sino adjetivada, que se aplica a nombres para traducir que tienen su origen en el pueblo, que le pertenecen, y que son su expresión

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objetiva y real. Es así que Gramsci utiliza «cultura nacional-popular», «literatura nacional-popular», «voluntad colectiva nacional-popular», etc. y para mostrar que esas «formas» de la realidad histórico-social son creadas y reconocidas para y por el pueblo y se distinguen por esta razón de las derivadas de la burguesía –clase dominante–. De hecho, el concepto «nacional-popular» plantea prácticamente el problema del enlace intelectuales-masas. Ya el análisis de los términos de esta expresión subraya la posición, en una estructura social dada, de la capa intelectual con la clase dominante y con las clases subalternas. Así, hace notar Gramsci, en muchas lenguas, «nacional» y «popular» son sinónimos o casi; esto acaece en ruso y alemán donde «volkisch» tienen un sentido aún más íntimo de raza, en las lenguas eslavas en general; en francés «nacional» tiene una significación en el que el término «popular» está ya más elaborado políticamente, porque se halla conectado al concepto de «soberanía»: soberanía nacional y soberanía popular tienen, o han tenido, igual valor. Pero en Italia, «nacional» que «tiene un sentido ideológico restringido», no coincide en modo alguno con «popular», porque en Italia, los intelectuales están lejos del pueblo, es decir, de la «nación» y existen en tanto que esfera autónoma, como «casta» más unidos a una tradición libresca y abstracta «que a un campesino de Sicilia». Así puede comprenderse la atracción que siente el pueblo italiano por los escritores italianos. Los intelectuales italianos –debido a no haber sido jamás contestados «por un fuerte movimiento político popular o nacional, surgido de abajo»– son algo despegado, «habitantes de las nubes», exteriores al pueblo, cuyas aspiraciones desconocen y cuyos sentimientos o difusas necesidades son incapaces de comprender y expresar. La hegemonía de la cultura extrajera halla su raíz en esta ausencia de una cultura nacional-popular italiana.

De modo que crear esta nueva cultura, es antes que cualquier otra cosa, la misión acordada a los intelectuales como «educadores y formadores del intelecto y de la conciencia del pueblo-nación..., la misión de satisfacer las exigencias intelectuales del pueblo..., de elaborar «un humanismo» moderno, capaz de expandirse hasta «las capas más bajas e incultas». «Nacional-popular» es, por consiguiente, el índice de un desplazamiento de las capas

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intelectuales hacia el pueblo, la erección de un nexo orgánico intelectuales-masa, la puesta en marcha de un proceso de conocimiento que se articules alrededor de la «comprensión». Es decir, de la educación recíproca. «Nacional-popular» significa entonces expresión coherente y organizada del pueblo.

Crisis y crisis orgánica.

Detención momentánea de la evolución de la clase progresiva, en el sentido de que ésta ya no hace avanzar realmente la sociedad como un todo, satisfaciendo no sólo las exigencias de su propia existencia, sino ampliando sin cesar sus propios cuadros, con vista a la toma de posesión continua de nuevas esferas de actividad económico-productiva. Para Gramsci, esta crisis estructural no favorecerá la aparición de un bloque histórico sino en la medida en que se convierta en crisis orgánica, es decir, crisis de hegemonía o ruptura de lazos entre estructura y superestructura. La crisis orgánica es concebida por Gramsci como una disgregación del bloque histórico, en el sentido de que los intelectuales que están encargados de hacer funcionar el nexo estructura-superestructura, se separan de la clase a la cual estaban orgánicamente unidos y no permiten ya que ejerza su función hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. «La clase dominante ha perdido el consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino únicamente “dominante”, detentadora de fuerza coercitiva pura». La crisis de una clase o grupo social sobreviene en la medida en que éste ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones pero, gracias a la sociedad política y a su aparato de coerción, la clase dominante mantiene artificialmente su dominación e impide que la reemplace el grupo de tendencia dominante: «la crisis consiste en que lo viejo muere y lo nuevo no puede todavía nacer». Una crisis semejante puede deberse al fracaso de una empresa política de la clase dirigente que llega a imponer por la fuerza el consenso social (Gramsci cita el ejemplo de la guerra), o bien puede estar provocada por las grandes masas de la población que «pasan súbitamente de la inactividad política» a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su propio complejo inorgánico constituye una revolución. La crisis orgánica

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que se manifiesta como desaparición del consenso que las clases subalternas acuerdan a la ideología dominante no puede culminar en la aparición de un nuevo bloque histórico, sino en la medida en que la clase dominada fundamentalmente sepa construir, por la mediación orgánica de sus intelectuales, un sistema hegemónico dominante capaz de oponerse al sistema hegemónico anterior y extenderse por todo el ámbito social. Es decir, apoderarse de la sociedad civil como preludio a la conquista de la sociedad política.

Transformismo.

El «transformismo» es una simbiosis gracias a la cual la clase dominante –históricamente, la burguesía– se incorpora y asimila a los intelectuales de las clases subalternas, haciendo de ese modo imposible la aparición de un grupo revolucionario suficientemente organizado para convertirse en hegemónico. Gramsci, al estudiar esta práctica en Italia sobre el «Risorgimento», pone de relieve dos etapas sucesivas: 1) Un transformismo simple y primario, o molecular, cuando los intelectuales de los partidos democráticos de oposición «se integran individualmente en la clase política conservadora-moderada (caracterizada por su aversión a toda intrusión de las masas populares en la vida del Estado, y hacia toda reforma orgánica que sustituya el riguroso “dominio” dictatorial por una hegemonía)». 2) Un transformismo compuesto o secundario, cuando se trata de grupos enteros «que se pasan al campo moderado, sea integrándose en los partidos tradicionales, sea constituyendo nuevos partidos políticos». Este tipo de transformismo se asemeja al practicado en España por el Partido Socialista Obrero Español al absorber –integrándolos privilegiadamente entre sus cuadros dirigentes– a numerosos cuadros políticos de los partidos situados a su izquierda. De ese modo, la clase dirigente produce un ensanchamiento constante de la base social, absorbiendo gradualmente a la élite consciente y activa «de los grupos aliados adversos que parecían ser enemigos irreconciliables». Se trata de un ensanchamiento de la base social, pues, como lo hace observar Gramsci, los intelectuales

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arrastran siempre con ellos un grupo dominante de individuos. El transformismo constituye así la decapitación sistemática de las clases subalternas por la clase dominante. Esta absorción ideológica por la burguesía busca en Italia una finalidad diferente que en Francia, donde buscaba un sostén popular, por tanto el ensanchamiento de su base social, pues quiere perpetuar la exclusión de las clases subalternas de la vida política. Así, por el transformismo, Gramsci estudia la relación entre hegemonía y dictadura enseñando que el predominio de la sociedad civil sobre la sociedad política conducirá a una hegemonía y luego a una dirección política, que concretamente se traducirá en un ensanchamiento de la base social de las clases dominantes, mientras que si hay utilización y predominio de la sociedad política, habrá dictadura y, de modo subsiguiente, despojo y neutralización de las clases subalternas.

[1] Este trabajo fue elaborado originalmente, como ponencia, para un seminario organizado por el Centro de Profesores del Gijón (Nota del autor).

[2] Nota de los editores digitales. Presentamos dos textos con el mismo nombre elaborados por José María Laso en 1991 el primero y en 1997 el segundo. No hay muchas diferencias de estilo entre ellos, así, aunque la corrección de algunas palabras indica que se ha revisado el texto completo, en lo esencial permanecen idénticos. En todo se ha mantenido el formato y el texto de 1997 salvo erratas. En cuanto al contenido, el segundo texto incluye los dos epígrafes que hemos encerrado entre corchetes.

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«Vigencia del pensamiento de Gramsci »[1]

José María Laso Prieto

El Basilisco nº 6,priemra época, pags 73-84, Enero- Abril 1979

Texto preparado para su edición digital por Carlos Glz. Penalva

Sección temática Antonio Gramsci en el Archivo Digital José María Laso

«Admitamos que el artículo del Grido fuera el non plus ultra de la dificultad y de la oscuridad proletaria. ¿Habríamos podido escribirlo de otro modo?. Era una respuesta a un artículo de la Stampa, y en el artículo de la Stampa se utilizaba un lenguaje filosófico preciso que no era superfluo ni afectado, puesto que toda corriente de pensamiento tiene su lenguaje y su vocabulario propios. En la respuesta teníamos que mantenernos dentro del dominio del

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pensamiento del adversario, probar que incluso, y precisamente dentro de esta corriente de pensamiento (que es la nuestra, que es la corriente del pensamiento del socialismo no chapucero ni adolescentemente pueril) la tesis colaboracionista es un error. Para ser fáciles habríamos tenido que desnaturalizar y empobrecer una discusión que se refería a conceptos (le la mayor importancia, a l a sustancia más íntima y preciosa de nuestro espíritu. Hacer eso no es ser fáciles: es ser tramposos, como el tabernero que vende agua teñida dándola por barolo o lambrusco. Un concepto difícil en sí mismo no puede dar en fácil por la expresión sin convertirse en torpe caricatura. Y, por lo demás, fingir que la aguada torpeza sigue siendo el concepto es propio de bajos demagogos, de tramposos de la lógica y de la propaganda».

(Antonio Gramsci, de un artículo titulado Cultura y lucha de clases publicado en II Grido del Popolo el 25 de Mayo de 1918).

La vida del fundador del Partido Comunista de Italia se extinguió - después de haber afrontado con gran entereza y dignidad la dura prueba de once años de prisión fascista- el 27, de Abril de 1937. No obstante los años transcurridos desde su fallecimiento -en aquella ya lejana época del auge del nazi-fascismo internacional - el interés suscitado por la obra teórica de Gramsci lejos de aminorar tiende a incrementarse. A esta revalorización de su pensamiento, que contrasta con el eclipse casi total de otros autores que fueron sus contemporáneos - pero cuya popularidad coyuntural no ha resistido la perspectiva histórica - ha contribuido decisivamente la óptima conjunción que en Gramsci se da del teórico marxista riguroso con el dirigente revolucionario que sabe equilibrar adecuadamente «el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad».

Si bien el interés suscitado por la obra del dirigente comunista italiano no es nuevo, ya que se remonta al período inmediatamente posterior a la liberación de Italia, es en la actualidad cuando está obteniendo niveles más profundos y

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ámbito universal. Al impacto inicial que sus concepciones suscitaron en Europa Occidental -constituyendo en ese sentido España una excepción por su tardía difusión- ha seguido su penetración en los países anglosajones y en los Estados Socialistas. En una fase más reciente el pensamiento de Gramsci está penetrando en los países orientales. Al éxito espectacular alcanzado en el Japón se suma una demanda creciente de traducciones por parte de los países árabes que ha suscitado al Instituto Gramsci problemas difíciles de contextualización cultural.

El interés creciente que suscita el pensamiento de Gramsci se refleja también en el gran número de publicaciones que en los últimos tiempos le han dedicado números monográficos o semimonográficos: CUADERNI DI CRITICA MARXISTA, LES TEMPS MODERNES, DIALECTIQUES, NEW LEFT REVIEW, etc., así como diversos trabajos sobre temática gramsciana insertados regularmente en publicaciones académicas especializadas. Lo mismo ha sucedido recientemente en España, ya que al pensamiento de Gramsci han dedicado también distintos números: ZONA ABIERTA, MATERIALES, TAULA DE CANVI, EL VIEJO TOPO y, en menor medida, NUESTRA BANDERA, SAIDA, ARGUMENTOS, etc. Evidentemente este auge editorial y publicístico, en torno a la figura de Gramsci, no es fortuito ni coyuntural. Tiene raíces más hondas. No transcenderíamos tampoco el tópico afirmando que su pensamiento sigue vivo. Nadie puede negarlo racionalmente. Pero hay algo más. La lectura de Gramsci nos conduce al centro mismo de nuestras inquietudes y tareas en este sector de Europa, ya que ha sido el primer pensador marxista que se ha planteado con rigor la especificidad del tránsito hacia el socialismo en las sociedades industrialmente desarrolladas.

I. LA ETAPA CONSEJÍSTICA DE GRAMSCI

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Dada la extensión que nos hemos asignado para este trabajo, no podemos realizar un análisis completo de toda la compleja problemática gramsciana. Por ello vamos a limitarnos a una síntesis - forzosamente esquemática - de las aportaciones teóricas gramscianas más relevantes desde la perspectiva de la denominada «ciencia política». Así, desde las coordenadas del aquí y ahora en que se desarrolla nuestra actividad política; debemos subrayar que la lúcida concepción de Gramsci manifiesta sobre la especificidad que en Occidente debe revestir el proceso de transición hacia el socialismo no surge en él repentinamente, inspirada en una intuición genial. Por el contrario, es producto de un largo proceso de acumulación de experiencias sociales y de una reflexión sobre las consecuencias políticas que de ellas se deducen. En consecuencia, la concepción estratégico-revolucionaria gramsciana no es homogénea, sino que va evolucionando condicionada por la necesidad de afrontar la solución de los problemas que sucesivamente plantea la lucha de clases.

En este sentido la fase periodística que caracteriza la etapa juvenil de Gramsci reviste indudable interés. Después de haber expresado, en su célebre artículo «La revolución contra «El Capital», un fervor revolucionario en el que subsistían importantes reminiscencias de su formación idealista crociana inicial, Gramsci afronta seguidamente -con una formación marxista ya más sedimentada- los problemas inéditos que suscitan las nuevas formas de organización que reviste el movimiento obrero italiano. Para poder efectuar su análisis con cierta profundidad teórica, Gramsci cuenta con un instrumento adecuado: la revista L'Ordine Nuovo. Se trata de una publicación surgida de un grupo de jóvenes vinculados a la Universidad de Turín y, en su mayoría, procedentes del Partido Socialista. En su conjunto constituían un dinámico grupo juvenil que sabía compaginar adecuadamente el mayor rigor intelectual con la superación de los prejuicios elitistas tan arraigados en los intelectuales tradicionales. En torno a la revista se creó así una atmósfera de atracción hacia el movimiento obrero que facilitó extraordinariamente su simbiosis con los Consejos de fábrica. De ahí la atención que a este interesante fenómeno social

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han dedicado numerosos autores desde muy diversas perspectivas. Así, para Giudicci, «La historia de L'Ordine Nuovo es la historia de una fracción del Partido Socialista, fracción creada por un pequeño grupo, del cual formaban parte Gramsci, Togliatti, Terracini, Tasca, etc., con unos objetivos inciertos y divergentes inicialmente, pero precisados después con toda claridad: derrocar el sistema capitalista en Italia». Desde otra perspectiva, la originalidad del grupo es reconocida por el liberal Gobetti, quien define la experiencia de L'Ordine Nuovo: «como uno de los episodios más originales del pensamiento marxista e incluso tal vez el primer ensayo de comprensión de Marx, por encima de caducas ilusiones ideológicas, como suscitador de acción». Todo ello es una consecuencia de la concepción que el equipo de L'Ordine Nuovo tenía de la interdependencia dialéctica entre lucha- política, lucha ideológica y lucha económica. Gradualmente, por impulso directo de Gramsci y Togliatti, se pasa de una fase de revista cultural socialista a la de foro e instrumento teórico de los Consejos obreros de fábrica.

En consecuencia, inspirándose en el análisis concreto de las experiencias de un movimiento surgido como resultado de la libre iniciativa de las masas trabajadoras - como su tesis consejista central - Gramsci considera que el Estado Socialista existe ya potencialmente en las instituciones de la vida social características de ¡a clase obre explotada. Por consiguiente, Gramsci estima que los Consejos y comisiones internas de fábrica forman órganos c la democracia obrera que podrán convertirse después órganos del poder proletario en la línea del carácter industrial que Marx preveía para la futura sociedad comunista de productores.

El objetivo de los Consejos de fábrica sería liquida toda distinción entre poder político y poder económico luchando por la emancipación y autonomía de los trabajadores considerados en su unidad, como productores, lo cuales serán simultáneamente administrados y administradores. Se trataría de creaciones revolucionarias que partiendo del lugar de trabajo, y hundiendo sus raíces en el momento de la producción, constituirían representaciones obreras

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emanadas directamente de las masas con un mandato imperativo v siempre revocable.

Para Gramsci el partido no es la clase y, precisamente por ello, la potencialidad de los Consejos de fábrica deriva de que pueden constituir el órgano unificador de la clase en el lugar de la producción, superando la escisión productor/ciudadano sobre la que la burguesía reproduce dominación. Sin embargo, frente a interpretaciones simplistas, que han pretendido que en esta etapa Gramsci subestima la función de partidos y sindicatos obreros, existe una sólida fundamentación científica para considerar que Gramsci les atribuía una función de orientación política y elaboración teórica (partidos) y de educación proletaria (sindicatos) de gran relieve. En ese sentido concepción gramsciana de la respectiva función de Consejos, partidos y sindicatos queda claramente delimitada finalizar el artículo publicado en L'Ordine Nuovo de 2 de Diciembre de 1919: «El Consejo, formación histórica de la sociedad, determinado por la necesidad de domina el aparato productivo, formación nacida de la conquista de la autoconciencia de los productores. El sindicato y partido, asociaciones voluntarias, instrumentos de propulsión del proceso revolucionario, agentes y gerentes de la revolución. El sindicato que coordina las fuerzas productivas e imprime al aparato industrial la forma comunista; Partido Socialista, modelo viviente y dinámico de una convivencia social que hace adherir la disciplina a la libertad y administra al espíritu humano toda la energía y entusiasmo de que es capaz».

Por consiguiente no puede sorprender que Lenin mostrase su identificación con la línea política de L'Ordine Nuovo, ya que la búsqueda y profundización de las instituciones propias de la clase obrera no se opone a concepción leninista sino que constituye su práctica más correcta. Ahora bien, aunque Gramsci, durante la etapa consejista, halla su inspiración en las enseñanzas de Marx y Lenin, no se limita a aplicarlas mecánicamente. Por contrario, sobre la base de generalizar científicamente las nuevas experiencias sociales originadas por el movimiento de los Consejos de fábrica, Gramsci enriquece

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paulatinamente el nivel de teorización que el pensamiento marxista había alcanzado en este campo. Así pronto rebasa alguna de las intuiciones geniales que Lenin apunto en El Estado y la revolución -pero que no pudo desarrollar precisamente a causa de la carga que para él supuso la dirección política de las tareas revolucionarias- realizando, en consecuencia, un tratamiento mas riguroso y sistemático de las posibilidades de desarrollo de una democracia obrera directa de base consejista. En este sentido los textos «consejistas» de Gramsci constituyen un rico acervo teórico para su eventual reactualización si un determinado desarrollo del movimiento obrero lo hiciese necesario.

II. GRAMSCI Y EL DESARROLLO DEL PARTIDO COMUNISTA

Superada, por el desarrollo histórico, la interesante experiencia del movimiento consejista apenas se detiene Gramsci el tiempo estrictamente necesario para efectuar su balance. Se trata, ante todo, de dar prioridad a la tarea de constituir en la realidad ese partido comunista que se daba potencialmente en el Partido Socialista. Con ello se abre una etapa, en la vida y obra de Gramsci, que comprende el período 1920-1926. En esta última etapa se inicia, con su detención, la fase de los Cuadernos de Cárcel que prácticamente llega hasta su fallecimiento en 1937. En ambas etapas continúa Gramsci elaborando su pensamiento en estrecha concatenación con los problemas de la lucha de clases va planteando sucesivamente al movimiento obrero. De tal forma el concepto central de hegemonía -que ya se daba en germen en sus escritos «consejistas»- va pasando gradualmente a un primer plano y ello le permite profundizar una vez más en su concepción del poder. La mayoría de los autores que han estudiado el pensamiento de Gramsci consideran que en la etapa postconsejista, las tesis centrales de Gramsci sobre los consejos se mantienen, pero enriqueciéndose en una síntesis más amplia, en una estrategia política global. Gradualmente Gramsci irá evolucionando desde la

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concepción de la «vanguardia de los Consejos» a la del «partido de vanguardia». Inicialmente Gramsci seguía considerando a los Consejos de fábrica como el instrumento más idóneo para la movilización básica de las grandes masas y para su formación antiburocrática. Empero, casi sin transición, va reforzando la función del partido, aunque este herede ciertos rasgos característicos de los Consejos y, especialmente, los que hacen de él un instrumento y vehículo histórico del «proceso de liberación interior por el cual se transforma de ejecutante en dirigente y guía de la revolución proletaria».

Poco después se produce el salto cualitativo: a partir de ese momento la fuerza propulsora de la revolución ya no es canalizada por los Consejos de fábrica sino por el partido de vanguardia, al que pasará a denominar El Príncipe Moderno a partir del estudio en la cárcel de la obra de Maquiavelo. De ahí que, en esta fase de la evolución del pensamiento de Gramsci, el partido pase a ser la forma superior de organización de la clase obrera, en tanto que Sindicatos y Consejos constituyen formas subordinadas de organización en las que se agrupan los trabajadores en la lucha cotidiana contra el capital. Sin embargo, aún estableciendo esta jerarquización orgánica -para Gramsci-, por principio, los Consejos de fábrica continúan siendo sinónimos del esfuerzo de los trabajadores en la búsqueda de un tipo de democracia revolucionaria auténtica.

Como culminación de este proceso ideológico, el grupo de L'Ordine Nuovo se adhirió rápidamente a los promotores de una tendencia comunista, dentro del Partido Socialista, tendencia que no tardó en afirmar abiertamente la necesidad de fundar un nuevo partido más próximo a las masas trabajadoras y capaz de traducir políticamente, sobre la base nacional entera, un movimiento revolucionario definido y organizado. Esta voluntad de crear un partido como organizador y guía de las nuevas fuerzas sociales, que él veía en estado anárquico en las masas populares, es lo que va a aportar un cambio a la acción política de Gramsci. La justificación ideológica del Partido es posterior al empleo que realiza de su concepción. Esta justificación aparecerá claramente

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sólo en los Cuadernos de Cárcel. Y efectivamente, el 21 de Enero de 1921, en el Congreso de Livorno, Aceda constituido el Partido Comunista de Italia. Su núcleo fundamental radica en la tendencia comunista que dirige Bordiga y a la cual se suma al sector ordinovista con todo el peso de su prestigio intelectual.

Entre tanto, al finalizar I920, L'Ordine Nuovo había dejado de aparecer semanalmente y desde el 1 de Enero de 1921 se convierte en diario, bajo la dirección de Gramsci, con un lema en la portada que pronto adquirirá gran popularidad: «En política de masas, decir la verdad es revolucionario». A partir de ese momento, tanto en sus páginas como en una correspondencia creciente, Gramsci se esfuerza por contribuir a resolver los problemas que va suscitando el desarrollo del partido. El momento es difícil, pues se trata de una etapa de reflujo de la ola revolucionaria, después de la derrota del movimiento consejista, y del auge del fascismo que ya preludia su conquista del poder a través de la marcha sobre Roma.

En esta etapa de su actuación, que se recoge en sus escritos sobre la formación del Partido Comunista, Gramsci libra simultáneamente la lucha en tres frentes: en una polémica interna contra el sectarismo de Bordiga, en un esfuerzo por dirigir el partido según las orientaciones de la Internacional Comunista y, finalmente, en un prolongado combate contra el Partido Socialista para hacerse con la dirección política y cultural de las masas. Pero no por ello abandona otras actividades. Así en I926, último año de su libertad, Gramsci elaboró uno de los trabajos teóricos más representativos de su pensamiento político. Se trata del ensayo titulado Algunos temas de la cuestión meridional [2] publicado posteriormente en el por la revista Lo Stato Operario, con la siguiente nota de su redacción: «El escrito no está completo y verosímilmente el autor lo habría retocado aquí ó allí. Nosotros lo transcribimos, sin ninguna corrección, como el mejor documento de un pensamiento comunista incomparablemente profundo, fuerte, original, rico en los mejores análisis».

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Aunque, por razones de espacio, no podemos dedicar a este trabajo de Gramsci la extensión debida tampoco queremos hurtar al lector la parte en que, con gran lucidez, se plantea por primera vez la función de los intelectuales orgánicos del bloque dominante:

«... La sociedad meridional es un gran bloque agrario constituído por tres estratos sociales: la gran masa campesina amorfa y disgregada, los intelectuales de la pequeña y mediana burguesía rural, los grandes propietarios terratenientes y los grandes intelectuales. Los campesinos meridionales se encuentran perpetuamente en fermentación, pero como masa son incapaces de dar una expresión centralizada a sus aspiraciones y necesidades. El estrato medio de los intelectuales recibe de la base campesina el impulso para su actividad política e ideológica. Los grandes intelectuales, en el terreno ideológico, y los grandes propietarios, en el terreno político, centralizan y dominan, en última instancia, todo este conjunto de manifestaciones. Como es natural, la centralización se verifica con mayor eficacia y precisión en el campo ideológico. Por eso Giustino Fortunato y Benedetto Croce representan la clave de bóveda del sistema meridional y, en cierto sentido, son las figuras máximas de la reacción italiana».

Y, preludiando su futura distinción entre los conceptos de intelectual orgánico e intelectual tradicional, agrega: «Los intelectuales meridionales son un estrato social de los más interesantes de la vida italiana». Basta pensar que más de los 3/5 de la burocracia estatal está constituida por meridionales para aceptar esta afirmación. Ahora bien, para comprender la particular psicología de los intelectuales meridionales hay que tener en cuenta algunos datos de hecho:

1)En todos los países el estrato de los intelectuales ha quedado radicalmente modificado por el desarrollo del capitalismo. El viejo tipo de intelectual era el elemento organizativo de una sociedad de base campesina y artesana predominante; para organizar el Estado, para organizar el comercio, la clase

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dominante cultivaba un determinado tipo de intelectual. La industria ha introducido un nuevo tipo de intelectual: el organizador técnico, el especialista de la ciencia aplicada. En las sociedades en que las fuerzas económicas se han desarrollado en sentido capitalista hasta absorber la mayor parte de la actividad nacional, este segundo tipo de intelectual ha prevalecido, con todas sus características de orden y disciplina intelectual. En cambio, en los países cuya agricultura ejerce una función todavía notable o incluso preponderante, sigue prevaleciendo el viejo tipo, el cual da la parte mayor del personas del Estado y ejerce también localmente, en el pueblo y el burgo rural, la función de intermediario entre campesino y la Administración en general. En la Italia meridional predomina este tipo con todas sus características: democrático en su cara campesina, reaccionario en cara que dirige al gran propietario y al Gobierno, corrompido, desleal; no se comprendería la tradicional figura de los partidos políticos meridionales si no se tuvieran en cuenta los caracteres de este estrato social [3] .

En definitiva al abordar, por primera vez en forma sistemática, los problemas de la Italia rural -en este relevante trabajo sobre La cuestión meridional- Gramsci plantea concretamente el tema de la «dictadura del proletariado». Es decir, el de la premisa ideológica para creación de la base social del Estado obrero. Para lograrlo el proletariado debe despojarse de todo residuo de corporativismo y así estar en condiciones de crear un sistema de alianzas de clase que le permitan erigirse en clase dominante y dirigente. De este modo el proletariado urbano como protagonista moderno de la historia de Italia, destruirá el bloque histórico constituido por los terratenientes del sur y los industriales del norte creando así 1as condiciones para una sólida alianza con las masas campesinas. Para ello es prerrequisito que los intelectuales orgánicos de la clase obrera atraigan a los intelectuales ligados al bloque agrario que, en forma de bloque intelectual ideológico, constituyen el cemento que aglutina a éste. O enunciado en sus propias palabras, «El proletariado destruirá el bloque agrario meridional en la medida que logre, a través de su partido, organizar en estructuras autónomas e independientes la mayor cantidad de mas campesinas pobres. Logrará esto más o menos lentamente,

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cumpliendo con su deber obligatorio, pero es logro está subordinado a su capacidad de disgregar bloque intelectual que es la armadura flexible pero muy resistente del bloque agrario» [4] .

III.BLOQUE HISTÓRICO Y HEGEMONÍA

En Noviembre de 1926 Gramsci es detenido, a pesar de la inmunidad parlamentaria de que gozaba como diputado. Por parte del régimen fascista se trataba, ante todo, de descabezar el movimiento obrero privándole de su más relevantes teóricos y hombres de acción. Al darse en Gramsci tan plenamente ambas facetas, de todo dirigente marxista auténtico, la represión se ceba especialmente en él. En junio de 1928 es condenado a más de veinte años de prisión, por el Tribunal Especial de Defensa del Estado, tras una violenta requisitoria del fiscal que, refiriéndose a Gramsci, afirmó: «Hemos de impedir durante veinte años que este cerebro funcione». No se cumplió empero este designio fascista ya que, a pesar de las difíciles condiciones de prisión y de padecer diversas enfermedades, Gramsci mantuvo durante su permanencia en la cárcel una intensa actividad intelectual. Tan abnegado esfuerzo no fue por ello baldío en su doble faceta cuantitativa y cualitativa. Las casi tres mil páginas de los 32 cuadernos que Gramsci cubrió en once años de prisión con notas y apuntes constituyen una de las aportaciones más importantes realizadas por un sólo pensador a la problemática de nuestra época. La elevada calidad de la aportación teórica que Gramsci realiza en sus Cuadernos de Cárcel, al acervo común del pensamiento marxista, halla su fundamento epistemológico en el rigor científico con que plantea sus investigaciones.

Gramsci comienza su investigación estudiando la función que los intelectuales desempeñan en las sociedades divididas en clases antagónicas y, con esta

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finalidad formula su ya clásica definición de los intelectuales orgánicos: «Cada grupo social, naciendo en el terreno propio de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea con él orgánicamente, una o varias capas de intelectuales que le dan su homogeneidad y la conciencia de su propia función no solamente en el terreno económico, sino igualmente en el terreno social y político» [5] .

Coherentemente, si son los intelectuales los que homogenizan la conciencia política de una clase social, en nuestra etapa histórica, serán los intelectuales orgánicos del bloque dominante los responsables de la difusión de la ideología burguesa y de la aceptación generalizada de ésta, bajo la forma de sentido común popular, por las masas explotadas. Ahora bien, Gramsci no realiza esta constatación con la fría y distante asepsia de algunos sociólogos contemporáneos. En él, pensador y hombre de acción constituyen un todo orgánico. Por ello no puede limitarse a la mera descripción generalizada propia de la sociología empírica. Como combatiente, Gramsci es consciente de que... «para que un equipo subalterno llegue a ser completamente autónomo y hegemónico, suscitando un nuevo tipo de Estado, es preciso elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas-más refinadas y decisivas» [6] . Y a esta importante tarea se entrega con su rigor habitual.

Frente a simplificaciones mecanicistas, tan frecuentes por entonces en el marxismo italiano, Gramsci se plantea... «el punto de partida para el estudio de la acción de los hombres en la realidad histórica concreta». Habiendo valorado, desde esta perspectiva, la importancia de la función de los intelectuales en el logro, por el bloque dominante, del consenso de las masas explotadas, Gramsci retoma su concepto de hegemonía ya esbozado en sus trabajos anteriores sobre el movimiento consejista y la cuestión meridional. Se trata de elaborar el concepto con todo rigor y así estar en condiciones de proporcionarle la operatividad necesaria para la finalidad de emancipación social perseguida.

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Gramsci reconoce explícitamente que la paternidad del concepto de hegemonía debe atribuirse a Lenin ya que «constituye la más genial aportación de Ilich a la filosofía de la praxis». Podría incluso ser equivalente al concepto de «dictadura del proletariado» en el sentido de que ésta no está sólo constituida por la coerción hacia los adversarios sino también por la dirección de los aliados. En esa perspectiva la dictadura del proletariado sería la forma política y estática en que se realiza la hegemonía, mientras que la hegemonía estaría constituida por el momento en que se realizan las alianzas que constituyen la base social necesaria de la dictadura del proletariado. Sin embargo, a pesar del explícito origen leninista del concepto de hegemonía, Gramsci tuvo oportunidad de elaborarlo a niveles de mucha mayor profundidad teórica al interrelacionarlo con el de bloque histórico. Es decir, -en la concepción gramsciana- de un complejo, determinado por una situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica de la estructura y la superestructura.

En realidad, para Gramsci, sólo existe bloque histórico cuando la hegemonía de una clase sobre el conjunto de la sociedad logra realizarse. Es la ideología de la clase dominante, «interiorizada» socialmente mediante los aparatos ideológicos constituidos por los medios de comunicación, la educación y enseñanza, la Iglesia, las Fuerzas Armadas, etc., lo que permite a la clase dominante soldar en torno a sí un bloque de fuerzas sociales diferentes. En consecuencia, no es admisible -como lo han realizado algunas interpretaciones mecanicistas- reducir el bloque histórico a una formulación científica del problema de las alianzas de clase. Por el contrario, para Gramsci, en la constitución del bloque histórico es fundamental la función de los intelectuales actuando a nivel superestructural para fraguar la unidad orgánica entre estructura y superestructura. En la constitución de esa unidad los intelectuales orgánicos de la clase dominante deben atraer a los intelectuales tradicionales hasta la formación de un bloque ideológico que, controlando la sociedad civil, obtenga el consenso de las clases subalternas. Con ello la clase dominante, que sostiene firmemente las riendas de la economía a nivel estructural, consigue, gracias al bloque ideológico, asegurar su supremacía a nivel

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superestructura) y, de ese modo, asentar su hegemonía sobre el conjunto del cuerpo social.

En los textos de Lenin el concepto de hegemonía aparece ante todo como hegemonía política. Gramsci concede gran valor al concepto de hegemonía política -incluso valor filosófico ya que, como se recordará, la política es un elemento esencial de la filosofía de la praxis- pero distingue también otra forma de hegemonía: la hegemonía ideológica. Así para Gramsci «La supremacía de un grupo social (clase) se manifiesta de dos maneras: como «dominación» y como «dirección intelectual y moral». Un grupo social ejerce la dominación sobre grupos adversos, a los que tiende a liquidar o someter, incluso por la fuerza de las armas, y dirige a los grupos que le son próximos o aliados. Un grupo social puede, e incluso debe, ser dirigente antes de conquistar el poder gubernamental. Y esta es una de las principales condiciones para la conquista del poder en sí mismo. Después, cuando ejerce el poder, incluso si lo detenta con firmeza, se convierte en grupo dominante, pero debe seguir siendo el grupo dirigente» [7]

En este texto hegemonía implica dirección y dominación. La crisis revolucionaria se manifiesta como crisis de hegemonía cuando dominación y dirección se encuentran disociadas. Pero la conquista del poder, por parte de las clases dominadas, exige de entrada que pongan en práctica una capacidad de dirección tanto cultural como política.

Tratando de precisar las diferentes articulaciones del concepto de hegemonía, Gramsci repetía a menudo esta definición a Lenin: «Los partidos son la nomenclatura de las clases sociales». «Pero, para Gramsci -según acertadamente señala Umberto Cerroni- las relaciones entre partidos y clases sociales no tienen nada de automáticas. Por ejemplo, no es suficiente ser obrero para ser comunista... La complejidad de una tal relación remite precisamente al concepto de hegemonía. La clase (o las clases) en el poder

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dirige al mismo tiempo que domina, gana para las soluciones que propone masas suficientes para constituir la base del propio poder, aunque los intereses reales de estas masas están en oposición con sus soluciones. Todo ello se realiza mediante la política, el savoir faire político de la clase dirigente. Pero la política no basta, tiene que intervenir la ideología. Esta ideología que la clase dominante (capitalista, por ejemplo) hace penetrar en las masas populares mediante los diversos aparatos ideológicos públicos o privados. Pues es precisamente la ideología la que permite a la clase dominante soldar a su alrededor un bloque de fuerzas sociales diferentes. El «bloque histórico» es un conjunto de fuerzas contradictorias cuyos antagonismos, que de otro modo estallarían, son mantenidos juntos, tanto por la ideología (dirección) como por la dominación y por la política (dirección + dominación) [8] .

En este contexto Gramsci utiliza el término hegemonía política para reflejar la impronta de la sociedad civil sobre la sociedad política en tales situaciones. Se hace preciso distinguir entonces la hegemonía que expresa la primacía ideológica de una clase y se prolonga normalmente por la hegemonía exclusivamente política de la dictadura. Por el contrario, Gramsci utiliza los términos dictadura o dominación para definir la situación de un grupo social (o clase) no hegemónico que domina la sociedad exclusivamente por medio de la coerción, debido a que detenta el aparato del Estado. Este grupo no tiene -o ha dejado de tener si ya la tuvo- la dirección ideológica.

Según Hugues Portelli, estas situaciones de crisis del bloque histórico son, para Gramsci, situaciones intermedias en espera de la construcción (o reconstrucción) de un sistema hegemónico:.. «el periodo de la primacía de la sociedad política, o dictadura, es un período de transición entre dos períodos hegemónicos, aunque no por eso debe ser subestimado, ya que la clase que lo detenta puede aprovechar la ocasión para diezmar la sociedad civil de sus adversarios. Es lo que hizo la burguesía durante el período fascista decapitando los cuadros liberales y revolucionarios. Así aunque la hegemonía y la dictadura pueden estar combinadas, su carácter aparece sin embargo bien

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delimitado: frente a la hegemonía, donde domina la sociedad civil, la dictadura representa la utilización de la sociedad política» [9] .

Desde la perspectiva que proporciona su profundización en la problemática de la hegemonía ideológica, Gramsci profundiza más que Lenin en valorar la importancia del consenso de las masas explotadas y, en consecuencia, matiza más que Lenin la función social del Estado sin limitarla a constituir un mero instrumento represivo y «Consejo de Administración» de la clase dominante. De ahí también que Gramsci comprenda mejor que Lenin -aunque en este se dio una interesante autocrítica por la impronta «excesivamente rusa» de que se había impregnado la Internacional Comunista- la necesidad de una estrategia revolucionaria específica para las sociedades desarrolladas de Occidente que permita romper mejor el amplísimo consenso que en la sociedad civil ha obtenido la burguesía.

Después de haber reflexionado profundamente acerca del fracaso de los movimientos revolucionarios en Occidente, durante la década del veinte, Gramsci se planteó, ante todo, la tarea de contribuir a resolver el problema suscitado por la necesidad de que el proletariado italiano afrontase seriamente la conquista del poder.

Y no solo del poder político, entendido como expresión directa de la sociedad política, sino también la captación del consenso popular preciso para hacerse con la hegemonía de la sociedad civil. Así trataba Gramsci de eludir los graves errores tácticos y estratégicos cometidos en Alemania, Hungría, etc. mediante la aplicación mecánica de la experiencia de la Revolución de Octubre a países donde se daban condiciones muy distintas a las que se dieron en los territorios sometidos a la autocracia zarista. Sin embargo, el análisis realizado en su extraordinariamente lúcido trabajo Guerra de movimiento y guerra de posición transcendía el marco concreto italiano y pasaba a ser paradigmático de todas las sociedades industrializadas. Para Gramsci ya no se trataba sólo de que en

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Octubre se hubiese producido -según la acertada formulación de Lenin- la ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista a consecuencia de las contradicciones engendradas por la Primera Guerra Mundial. Ese fue un factor coadyuvante, como detonador, de un proceso explosivo propiciado, porque en la vieja Rusia «el Estado lo era todo y la sociedad civil resultaba primitiva y gelatinosa». Pero en las condiciones de las sociedades industrializadas de Occidente, la situación es muy distinta. En ellas la burguesía realizo en su momento la revolución u obtuvo por uno u otro medio el dominio del aparato estatal. Después -antes, o simultáneamente, según los casos- tuvo lugar un amplio proceso de sedimentación histórica en que ese dominio coercitivo se complementó con la dirección moral e intelectual de las masas subordinadas. Es decir, con la imposición de la hegemonía ideológica, que aseguró el consenso popular en una medida jamás obtenida en etapas anteriores de la historia de la explotación del hombre por el hombre.

Con ello el elemento represivo, propio de la sociedad política, se mantiene generalmente en estado potencial y sólo en forma excepcional, en los momentos de ruptura en que se producen las «crisis orgánicas», requiere ser utilizado por la clase dominante o hegemónica. De ahí la potencia inusitada que adquieren las superestructuras propias de este tipo de sociedades y que les permiten sortear crisis tan espectaculares como el Mayo francés. En tales condiciones no cabe plantearse únicamente, como en el Octubre soviético, el ataque frontal a la trinchera estatal. Gramsci considera que en Occidente esa trinchera posee también una serie de fortines y búnkers, escalonados a diversas profundidades, que constituyen los puntos neurálgicos de una sociedad civil sumamente desarrollada. Manteniendo la expresiva metáfora bélica gramsciana, cabe considerar a los intelectuales orgánicos, del bloque dominante, como los ingenieros que han construido esas líneas complementarias de defensa y, asimismo, como los oficiales militares que las mantienen. Pero no se trata de francotiradores aislados, como sería propio del concepto tradicional de intelectual, sino de cuadros militares organizados como fuerza coherente. Y cada clase social hegemónica, o que aspira a serlo, debe crearse sus propios cuadros intelectuales. Tales cuadros se vinculan,

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orgánicamente, a su clase de origen, o de adopción, y la homogeneizan ideológicamente.

En consecuencia la clase obrera de cada país, si aspira seriamente asumir la función hegemónica que le corresponde en el desarrollo social, debe afrontar con decisión la creación de sus propios intelectuales orgánicos y la captación de los tradicionales que han quedado desvinculados de su clase originaria. Estos «funcionarios de la superestructura» como les calificaba Gramsci, asumen la función de promotores del ejercicio de la hegemonía. Si se trata de los intelectuales orgánicos de la nueva clase ascendente, abordan la elaboración de su ideología, le proporcionan conciencia de su papel y acaban transformándola en concepción del mundo que se irá difundiendo por todo el cuerpo social. Para la mayor eficiencia de su labor, deben asumir con rigor la función de críticos de la cultura imperante. Ello ofrece grandes posibilidades en cuanto a proporcionar la contribución precisa para producir el debilitamiento del consenso anterior y simultánea concienciación de la clase emergente. Con el desempeño de estas funciones, los intelectuales abordan la tarea de establecer los necesarios nexos orgánicos entre estructura y superestructura, que dan lugar al fenómeno del bloque histórico concebido no mecánicamente, sólo como alianza de clases, sino también como unidad orgánica de esa estructura y superestructura.

De la síntesis, forzosamente esquemática, que hemos realizado de algunas de las aportaciones conceptuales gramscianas, a un análisis sistemático de las tareas con que se enfrentan los trabajadores occidentales, se deduce claramente la gran fuerza y lucidez de su pensamiento. De ahí su vigencia. O, más precisamente, su creciente actualidad, a medida que la problemática contemporánea se centra cada vez más en el tema que constituyó su contribución fundamental. Se produce asimismo una valoración de otros análisis gramscianos, que también desempeñan un importante papel dentro de su muy diversificada temática. Así, por ejemplo, su juicio, plenamente justificado por el desarrollo histórico posterior, del fascismo. No menos lúcida

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resulto su formulación de la política de alianzas de clase en la que hallaron expresión operativa, en los planos estratégico y táctico, algunas de las categorías que Gramsci aportó a la ciencia política: bloque histórico, hegemonía, estatolatría, jacobinismo, cesarismo,revolución pasiva, crisis orgánica, transformismo, etc. O, dicho de otro modo, la creación de los instrumentos conceptuales mediante los que aborda finalmente la problemática de la ruptura del bloque dominante y de la creación revolucionaria de un nuevo bloque.

No obstante los años transcurridos desde su formulación, continúan vigentes los principios básicos de la proyección estratégica gramsciana. En Italia constituye el fundamento teórico de la línea del Partido Comunista y de otras organizaciones marxistas. Diversos trabajos teóricos de Togliatti, Napolitano Berlinguer, Améndola. Ingrao y otros líderes marxistas italianos se remiten a esos fundamentos como la base científica ineludible que, incorporando las modificaciones surgidas en el desarrollo experimentado por el país, permite trazar las perspectivas para los avances ulteriores del movimiento de emancipación de los trabajadores. Este rico acervo teórico gramsciano, debidamente actualizado, es precisamente el que ha permitido al movimiento obrero italiano liberarse, antes y con mayor amplitud, de los corsés dogmáticos que durante mucho tiempo han dominado a sus compañeros de diversos países. En este sentido, aunque con importantes aportaciones ulteriores de Togliatti, las concepciones de Gramsci constituyen el antecedente teórico ineludible del fenómeno que actualmente se conoce bajo la poco rigurosa denominación de eurocomunismo. Dada la relevancia que el factor consenso popular desempeña en la estrategia política gramsciana se produce una mas íntima conexión entre democracia y socialismo. Si, como propugna Gramsci, el bloque histórico emergente, hegemonizado por la clase obrera, logra extender su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad, con ello se produciría coherentemente el debilitamiento de la sociedad política y, por lo tanto, de la coerción. Es en esa medida que Gramsci califica de «democrática» a la hegemonía. La sociedad política se ve así reducida a una función de apoyo y tiende incluso a integrarse en la sociedad civil. En una perspectiva mas lejana,

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se abren posibilidades más racionales de realización de la aspiración marxista de una extinción final del Derecho y el Estado -en la época culminante del desarrollo humano constituida por la, sociedad comunista- ya que la estrategia gramsciana implica que el nuevo bloque emergente del proletariado lograra un consenso todavía mas amplio, que el de las anteriores clases dominantes, en el que la hegemonía de la clase obrera prepare las condiciones precisas para el nacimiento de una sociedad regulada en la que desaparezca la función represiva del Estado.

Gramsci también se preocupó de que en lo que -utilizando la terminología actual- podría calificarse como la estrategia de un socialismo en libertad, no hubiese incoherencias orgánicas. Es decir, que hubiese plena adecuación entre los principios de organización del partido de la clase obrera y su estrategia política. Con ese propósito Gramsci elaboró una serie de textos teóricos sobre la función dirigente de dicho partido en el sentido que, en su época, Maquiavelo atribuía al Príncipe. No obstante, Gramsci considera que actualmente el «Príncipe Moderno» ya no puede ser una figura individual, sino un ente colectivo que agrupe a los sectores más conscientes de la clase ascendente. Al igual que Lukacs, Gramsci concibe al Partido de la clase obrera como un «intelectual colectivo», ya que figuras geniales como las de Marx, Engels y Lenin sólo se dan excepcionalmente, debiendo ser sustituidas, como elaboradores teóricos, por ese «intelectual colectivo» que es el Partido. Para conseguirlo preciso estar en alerta permanente a fin de evitar que centralismo democrático pueda degenerar en centralismo burocrático. Según Gramsci, «la burocracia es la fuerza rutinaria y conservadora mas peligrosa: si acaba por constituir un cuerpo solidario que exista en sí y que se siente independiente de la masa, el Partido acaba por haces anacrónico y, en los momentos de crisis, se encuentra vaciado de su contenido social y como suspendido en aire [10] . De ahí que el Partido sólo pueda devenir intelectual cual colectivo si sus militantes no se limitan a ser meros ejecutores mecánicos de una línea política elaborada por la dirección, para constituirse en elaboradores y aplicadores creativos de una estrategia y táctica política que producto del esfuerzo colectivo.

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SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA DE ANTONIO GRAMSCI

Una bibliografía completa de Gramsci y de los trabajos elabora sobre su pensamiento, o en aplicación de éste, desbordaría los límites espaciales disponibles. Por ello nos limitamos a una selección amplia pero no exhaustiva.

A) Obras publicadas por Einaudi, de Turín:

Scritti giovenili (1914-1918) 1958. (4a Edición en 1975).

L'Ordine Nuovo (1919-1920) 1954. (3a Edición en 1)70).

Sotto la Mole (1916-1920) 1958. (21 Edición en 1971).

Socialismo e fascismo (1921-1922) 1966. (4a Edición en 1971).

La construzione del Partito Comunista (1923-1926) (41 Edición en 1974).

Quaderni del Careen: Los Cuadernos de la Cárcel han sido publicados en seis volúmenes:

Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce 1948. (10a Edición en 1974).

Gli intelletuali e l'organizzazione della cultura 1949 (10a Edición en 1974).

I1 Risorgimento. 1949 (111 Edición en 1974).

Note sul Machiaveli, tulla politica e tullo stato moderno. 1949. (8' Edición en 1974).

Letteratura e vira nazionale. 1950 (8a Edición en 1974). Passato e presente. 1951 (7a Edición en 1974).

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Lettere del careen. 1947 (110 Edición en 197 i).

Otras publicaciones de Gramsci en italiano.

2000 pagine di Gramsci. Milán. II Saggiatore. 1964. Selección de textos por Giansino Ferrata y Nicollo Gallo, precedida de una introducción del primero.

Inediti da¡ Quaderni del Carcere. Rinascitá. anno 24 n° 15. (14 Abril 1967).

La formazione del gruppo dirigente del partito comunista italiano, publicado bajo la dirección de PalmiroTogliatti. Editori Riuniti. Roma, 1902.

La Question meridionale. Roma, Riuniti, 1966. Granco de Felice y Valentino Parlato presentan una colección de textos de Gramsci sobre el problema del sur de Italia.

Scriti 1915-1921: Milano, 1 Quaderni de II Corpo, 1968. Sergio Caprioglio presenta 120 artículos no publicados por Ediciones Einaudi sobre el período 1915-1921.

Scritti politici, Roma, Riuniti, 1967. Antología de textos políticos de Gramsci anteriores a su detención. Selección, introducción y notas de Paolo Spriano.

Americanismo e jordismo. Universale económica. Milano, 1950.

Trenta anni di vira e lona del PCI, .Quaderni di Rinascita, núm. 2. Incluye las Tesis de Lyon, 1951.

Antología popolare degli scritti e delle lcttere. Recogida y presentada por C. Salinari y

M. Spinella. Editori Riuniti, Roma, 1966. Scritti (1915-192 1) Quaderni de «II Corpo», 1968.

Antonio Gramsci parla del partito. Scritti e Citazioni. Ed. B. Verona, 1971.

L'Alternativa Pedagogiga, Antologia. La nuova Italia, Firenze, 1972.

Il Consigli e la critica operaia alla produzione. Servire il popolo. Milano, 1972.

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La Lota per lé edificazione del Partito Comunista. Servire il popolo. Milano, 1972.

Il Vaticano e L'Italia. Editori Riuniti, Roma. Prefacio de A. Cecchi, 1967.

Sul Risogimento. Editori Riuniti, Roma. Prefacio de G. Candeloro, 1967.

I1 Vaticano e L'Italia. Editori-Riuniti, Roma. Prefacio de A. Cecchi, 1967.

Su¡ Risorgimento. Editor¡ Riuniti, Roma. Prefacio de G. Candeloro, 1967.

La formazione dell'oumo. Escritos pedagógicos presentados por G. Urbani. Editori Riuniti, Roma, 1967.

Gramsci e L'Ordine Nuovo. Editori Riuniti, Roma, 1965.

Elementi di politica. Selección a cargo de Mario Spinella. Editori Riunitti, Roma, 1972.

Per la veritá. Edición a cargo de R. Martinelli. Roma, Riunitti, 1976.

B) Nuevas Ediciones de Los Cuadernos de Cárcel.

Además de la edición temática publicada por Einaudi en las Opere hay otras dos ediciones en italiano:

Una edición crítica con ordenación cronológica de los Quaderni: Quaderni del carcere(edición crítica del Instituto Gramsci preparada por Valentino Gerratana), 4 volúmenes. Torino, Einaudi, 1975.

Una edición intermedia que sigue la ordenación temática de la edición original de Elinaudi y aprovecha el aparato crítico de la edición preparada por Gerratana.

Quaderni del carcere (con una introducción de L Gruppi. Roma, Reuniti, 19771. Se la considera la más asequible para un lector no especializado

OBRAS DE GRAMSCI EN ESPAÑOL

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No existe todavía ninguna edición castellana completa de las obras de Gramsci. La selección más amplia de escritos anteriores y posteriores a 1926 publicada hasta ahora es:

A.G. Antología (selección, traducción ynotas de Manuel Sacristán) Madrid, Siglos XXI de Ediciones, 1974 (2a Edición). la primera edición es de México, 1970.

Una selección de artículos políticos de Gramsci mucho más reducida en: A.G. Pequeña Antología política (traducción de Juan Ramón Capella) Barcelona, Fontanella, 1974.

Cartas de la Cárcel: Lautaro, Buenos Aires. Traducción de G. Moner y prólogo de G. Bermann. 1950 y 1958. Otra edición en Madrid, por Edicusa, data de 1975.

El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Editorial Lautaro, Buenos Aires. Traducción de 1. Flambaun y prólogo de Héctor P. Agosti, 1961 (reeditado por Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971). También hay una edición de Ediciones Revolucionarias, La Habana, 1966.

Los intelectuales y la organización de la cultura. Lautaro, Buenos Aires, 1960 (reeditado por ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972).

Literatura y vida nacional. Lautaro, Buenos Aires. Traducción de José Aricó y prólogo de Héctor P. Agosti, 1961.

Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Lautaro, Buenos Aires. Traducción y prólogo de José M. Aricó, 1962 (reeditado por Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972).

Cultura y literatura. Ediciones Península, Barcelona. Traducción y selección de J. Solé Tura, 1967.

Pasado y Presente, Gránica Editor, Buenos Aires, 1974.

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La alternativa pedagógica, selección de textos a cargo de A. Manacorda. Nova Terra, Barcelona, 1976.

La construcción del Partido Comunista. Con prólogo de Juan Calatrava. Madrid, Dédalo Ediciones, 1978.

Introducción a la Filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura, 1970. Hay una segunda edición de 1972. Ediciones Península. Barcelona.

La política y el Estado Moderno. Península, Barcelona Traducción de J. Solé Tura, 1971.

Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría marxista. Editorial Nacimiento, Santiago de Chile. Selección y prólogo de Osvaldo Fernández, 1971.

Contra el pesimismo, previsión y perspectiva. Ediciones Roca, S.A. México, 1973.

Consejos de fábrica y estado de la clase obrera. Ediciones Roca, S.A. México, 1973.

Notas críticas sobre una tentativa de «Ensayo popular de sociología» publicado en

Cuadernos de Pasado y Presente. Córdoba, 1974.

La constitución del partido proletario. Latina, Buenos Aires, 1976.

El Caporetto del frente interior. Texto publicado en Revolución y democracia en Gramsci. Editorial Fontamara, Barcelona, 1976.

La formación de los intelectuales. Publicado en La función social y política de los intelectuales. Taller de Sociología, Madrid, 1977.

Revolución Rusa y Unión Soviética. Editorial Torres. Barcelona, 1976.

Debate sobre los Consejos de fábrica. Anagrama. Prólogo de F. Fernández Buey. Barcelona, 1977.

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Los usos de Gramsci, comprende sus «Escritos Políticos» (1917-1933) con una amplia introducción de Juan Carlos Portantiero. Cuadernos de Pasado y Presente. Distribuído por Siglo XXI, México, 1977.

El «Risorgimento., con una amplia introducción de Manlio Macri, Gránica Editor, Buenos Aires, 1974.

Gramsci y otros Consejos Obreros y Democracia Socialista. Cuadernos de Pasado y Presente. Córdoba, 1972.

La formación de los intelectuales. Colección 70. Editorial Grijalbo. México,1970.

OBRAS DE GRAMSCI EN FRANCES:

Lettres de prisión. Editions Sociales. Traducción de J. Noaro y prólogo de Togliatti, 1958.

L'organisation de l'eco/e et de la cultura. Europe, núm. 3. Traducción de M. Soriano, 1955.

A. Gramsci, textes de 1919-1020. Caiers internationaux núm. 76. Mayo, 1956.

Americanisme et fordisme, Cahiers internationaux núm. 89. Septiembre, 1957.

Oeuvres Choisies. Editions Sociales. Prólogo de G. Gogniot, 1959.

Gramsci. Estudio de Jacques Texier, que incluye fragmentos de los Quaderni. Seghers, 1966.

La science et les ideologies scientifiques. En .L'Homme et la societé. no 13. Julio, 1969.

Lettres de prisión. NRF, 1971.

OBRAS DE GRAMSCI EN ALEMAN:

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Die Süditalienische Frage, Beitrdge zur Geschichte der Einingung Italiens. Dietz Verlag Berlín, 1956.

Briefe aus dem Kerker. Diera Verlag. Berlín, 1956.

Kunst und Kultur. Almanach. Frankfurt-am-Main. Fischer Verlag. 1965. Cesarismus, ibid, 1966.

Philosophie der Praxis. Fischer Verlag. Frankfutt-am-Main. 1967.

[1] Versión extractada de una conferencia que, con el título de «El pensamiento de Gramsci: bloque histórico y hegemonía», fue pronunciada el 27 de Marzo de 1979 en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo durante la semana dedicada a Italia por su Departamento de Filología

[2] Antonio Gramsci, Antología. Editorial Siglo XXI. México, 1970. Pág. 192 y sig. En 1978 se ha editado en España este trabajo de Gramsci, bajo el título de la cuestión Meridional, con prólogo de Lorenzo Díaz Sánchez. Dédalo Ediciones. Madrid.

[3] Antonio Gramsci, La Cuestión Meridional. Dédalo Ediciones. Madrid, 1978. Pág. 97 y sigs.

[4] Op. cit. Págs. 130 y 131.

[5] Antonio Gramsci, Antología. Siglo XXI, Editor. México, 1970. Pág. 338

[6] Giuseppe Fiori, Vida de Antonio Gramsci. Editorial Península. Barcelona

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[7] Antonio Gramsci, 11 Risorgimento. Editore Einaudi. Roma, 1949 (1 la Edición en 1974), pág. 70.

[8] Umberto Cerroni, Revolución y democracia en Gramsci. Editorial Fontamara. Barcelora, 1976. Págs. 44 y 45.

[9] Huges Portelli, Gramsci y el bloque histórico. Buenos Aires, 1973. Siglo XXI, Ediciones. Págs. 74 y sigs.

[10] Antonio Gramsci, La Política y el Estado Moderno. Editorial Península. Barcelona, 1971. Pags. 93 y sig.

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"Antonio Gramsci, Amor y Revolución"

por Francisco Fernández Buey

En Viena enterraré mi alma en un álbum con las fotografías y el musgo y rendiré al flujo de tu belleza

mi cruz y mi violín barato. Ay, amor, mi amor,

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Toma este vals, toma este vals: ahora es tuyo, es todo lo que queda.

LEONARD COHEN

canta el “Pequeño vals vienés”, de Federico García Lorca

en recuerdo del 70 aniversario de la muerte de Gramsci el 27 de abril de 1937

Epistolarios

La mejor manera de llegar a conocer al Gramsci íntimo es, desde luego, sumergirse en su epistolario. Quien quiera hacerlo con sensibilidad y respeto

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por la tragedia del hombre tendrá que solventar preliminarmente dos reservas del propio Gramsci.

La primera es que muchas de las cartas que escribió desde la cárcel tenían que pasar por la censura: él lo sabía; sabía que en cierto modo esto las hacía "públicas" y en consecuencia reduplicó durante esos años (1927-1933) su ya notable contención sentimental adoptando a veces el lenguaje de Esopo. Para descifrar ese lenguaje el estudioso y el lector atento tienen que acudir a veces a otras fuentes (testimonios de los familiares y amigos dentro y fuera de la cárcel).

La segunda reserva tiene que ver con la declaración del preso, explícita en alguna de las cartas desde la cárcel pero avanzada ya en otros momentos anteriores, según la cual él mismo sentía una invencible aversión a la epistolografía.

De estas dos cosas juntas el lector no alertado podría deducir apresuradamente que el material disponible será escaso y que en las cartas conservadas va a encontrar muy pocas referencias a la vida privada de un hombre cuya principal dedicación desde los veintitantos años fue la política. Pero en realidad no es así. Se han conservado alrededor de setecientas cartas de Antonio Gramsci. De ellas casi doscientas están escritas entre sus años de estudiante (en Cagliari y en Turín) y el otoño de 1926, momento en que fue detenido por la policía fascista. Otras quinientas fueron redactadas desde las distintas cárceles y sanatorios por los que pasó como preso político hasta su muerte en 1937.

La gran mayoría de las cartas escritas por Gramsci desde Cagliari y Turín, entre 1908 y 1914, están dirigidas a familiares: a los padres y hermanas. Entre 1914 y 1919 esa correspondencia decae y sus cartas a la familia se hacen muy esporádicas. Del bienio revolucionario de 1919-1921 se han conservado poquísimas cartas. Probablemente en esos años de gran actividad política Gramsci tuvo a su lado a la mayoría de las personas con las que quería comunicarse: consejistas y compañeros de L´Ordine Nuovo. Pero es seguro que escribió más cartas que las que se han conservado, sobre todo de contenido político y sindical. En cualquier caso, el epistolario se hace mucho

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más denso y mucho más interesante a partir de su estancia en Moscú, en 1922, donde conoció a Julia Schucht, durante los cinco meses que vivió en Viena trabajando para la partido comunista de Italia en la Internacional Comunista y luego, ya de regreso a Italia, en Roma (desde mayo de 1923 hasta noviembre de 1926). La correspondencia desde Moscú (noviembre de 1922 a noviembre de 1923) y sobre todo desde Viena (hasta mayo de 1924) y Roma (1924-1926) suma aproximadamente dos tercios de todas las cartas que Gramsci escribió antes de ser detenido y encarcelado.

Se han conservado casi quinientas cartas escritas por Gramsci desde noviembre de 1926 hasta 1937, pocos meses antes de su muerte. Aunque estas cartas se conocen habitualmente con el nombre de “cartas de la cárcel” no todas ellas fueron escritas propiamente desde las distintas prisiones por las que Gramsci pasó desde su detención. Unas cuantas fueron redactadas desde el destierro en la isla de Ustica, lugar al que fue trasladado junto con otros militantes antifascistas a la espera del juicio y donde Gramsci vivió, vigilado, en una casa particular (diciembre de 1926 - enero de 1927). Otras muchas fueron escritas desde las clínicas a las que fue enviado, ya muy enfermo, desde finales del año 1933: la clínica del doctor Cusumano, en Formia (de diciembre de 1933 a agosto de 1935) y la clínica Quisisana, de Roma, en la que permaneció en libertad condicional desde esa última fecha hasta muy poco antes de morir, en abril de 1937. De estas casi quinientas cartas, la mayoría de las escritas desde la cárcel de Turi de Bari están dirigidas a la cuñada, Tatiana Schucht (una parte de ellas también para Julia o con la intención de que fueran conocidas por Piero Sraffa, el amigo economista que hacía de enlace con la dirección del partido comunista); muchas de ellas están dirigidas a la mujer, Julia Schucht, y a los hijos, Delio y Giuliano (los dos, con la madre, en Moscú). Un número mucho más reducido del epistolario de ese periodo está formado por cartas dirigidas a la madre (que murió en Ghilarza en diciembre de 1932, aunque Gramsci no lo supo hasta bastante tiempo después), al hermano Carlo y a otros parientes.

Por razones obvias (teniendo en cuenta la acusación por la que Gramsci había sido juzgado y encarcelado, y la ilegalización del partido comunista por el fascismo mussoliniano) Gramsci apenas podía escribir directamente desde la

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cárcel a los amigos políticos. Casi todas las cartas que escribió a éstos entre 1927 y 1935 se han perdido. A partir de 1934 el epistolario con su principal corresponsal, Tatiana Schucht, decae debido al hecho de que ésta y Piero Sraffa podían visitar periódicamente a Gramsci en la clínica, de manera que casi todas las cartas desde esa fecha hasta 1937 están dirigidas a los familiares que vivían en la URSS, a la mujer y a los hijos.

En estas cartas (y en numerosos testimonios) se han basado las dos biografías más completas de Antonio Gramsci publicadas hasta la fecha, la de Giuseppe Fiori y la de Aurelio Lepre. El hermoso retrato que Fiori hizo en los años sesenta de la personalidad de Gramsci es tan preciso como sensible. Muy probablemente en su biografía está en lo esencial para captar el carácter de Gramsci y las circunstancias que modelaron este carácter. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que las ediciones que pueden considerarse ya prácticamente definitivas de la correspondencia de Gramsci se han publicado más tarde, en la década de los noventa, y que estas ediciones incorporan varias piezas relevantes para la mejor comprensión de algunos aspectos discutidos de la personalidad de Gramsci y sobre su relación con las personas a las que más quiso y con el grupo dirigente del partido comunista desde 1926 a 1937. La biografía de Lepre tiene en cuenta estas novedades e incorpora los resultados del trabajo de investigación llevado a cabo por otros autores (Paolo Spriano, Valentino Gerratana, Antonio A. Santucci y Aldo Natoli, principalmente) sobre los últimos años de la vida de Gramsci. El propio Fiori, en ensayos publicados en las últimas décadas, ha matizado y actualizado algunas conjeturas de su biografía tanto en lo relativo a las opiniones de Gramsci sobre la política comunista posterior a 1926 como en lo que hace a la complicada y a veces agria relación que desde la cárcel mantuvo con sus íntimos.

De 1908 a 1926

La recopilación más completa de las cartas escritas por Antonio Gramsci hasta 1926 apareció a principios de los años noventa. El editor de este epistolario,

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Antonio A. Santucci, hacía observar en esa fecha el número relativamente reducido de las mismas para un periodo que comprende casi veinte años, sobre todo si este número se compara con el de las escritas en los diez años que siguieron a la detención. Naturalmente, esta diferencia se explica, en gran parte por el cambio de circunstancias en la vida de Gramsci: no se escriben tantas cartas cuando uno está estudiando, o metido en la vorágine de los acontecimientos políticos, como las que se escriben cuando uno está solo y aislado en la cárcel. Por otra parte, parece que hay que hacerse a la idea de que algunas de las cartas escritas por Gramsci sobre todo en el periodo de L´Ordine Nuovo semanal, entre 1919 y 1920, se han perdido definitivamente, pues de ese periodo sólo se conoce una, escrita a Serrati en febrero de 1920. Algo parecido puede decirse de algunas de las cartas redactadas entre 1922 y 1923, mientras Gramsci vivió en Moscú y en Viena.

Hay lagunas de importancia en este epistolario, sobre todo para los años que van de 1914 a 1926. Santucci pensaba, hace diez años, que algunas de esas lagunas, las correspondientes al periodo de 1922 a 1926, tal vez podían colmarse investigando en las archivos de la antigua Unión Soviética, pero no parece que hasta el momento hayan sido descubiertas piezas muy sustanciales a este respecto. Y, por otra parte, las cartas del Gramsci estudiante (en Cagliari y, sobre todo, en Turín) no dicen mucho sobre la formación de su carácter y de su personalidad. Hasta 1913 esas cartas son, mayormente, un memorial de quejas al padre (y a la familia en general); quejas de un estudiante pobre, que depende de una beca y de la ayuda de los suyos para su subsistencia, que pasa frío y hambre en la ciudad industrial, que se ve obligado a cambiar de pensión por falta de medios, que sufre constantes dolores de cabeza, al que le cuesta mucho adaptarse al ambiente, que necesita ayuda y no la encuentra. La impresión que se saca al leer este epistolario es que el joven Gramsci tenía un importante vínculo afectivo con la madre y que, quejas aparte, sólo encuentra un hilo que le una con los que han quedado en la isla: la lengua, el interés por las palabras y su historia, reforzado por las sugerencias que está recibiendo en Turín del profesor Matteo Bartoli sobre el dialecto sardo. De manera que cuando en Turín Gramsci encuentra otros vínculos, político-culturales, en las proximidades de la universidad, la correspondencia con los familiares, ya tensa antes, se interrumpe.

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Sólo hay una carta de esos años, fechada en 1916 y dirigida a la hermana Grazietta, en la que Gramsci se desnuda. Esta carta, escrita después de un larguísimo silencio, permite hacerse una idea de la dimensión de la crisis por la que el universitario ha pasado entre 1913 y 1915: “Durante un par de años he vivido fuera del mundo, casi como en un sueño. He dejado que se fueran rompiendo uno a uno todos los hilos que me unían al mundo y a los hombres. He vivido exclusivamente para el cerebro sin dejar nada para el corazón. Y seguramente eso ha ocurrido porque mi cerebro sufría mucho, siempre me estaba doliendo la cabeza, y he acabado por no pensar más que en ella”. Aparecen ahí giros y expresiones sobre el propio carácter que Gramsci reiteraría luego muchas veces, en su correspondencia con Julia y Tatiana Schucht, el sentirse, por dentro y por fuera, como un oso en la caverna, como un lobo en su cueva, que reacciona ante el dolor físico y la soledad sumergiéndose en el trabajo intelectual y político.

Resulta evidente, por lo que escribió en las varias publicaciones socialistas en que colaboró entre 1914 (después de renunciar a los estudios universitarios) y 1920, así como por algunas reflexiones autobiográficas posteriores, que, en esos años, Gramsci encontró su ambiente, salió parcialmente del aislamiento en que al principio vivió en Turín e hizo amigos (algunos de los cuales, como Piero Sraffa, para lo que le quedaba de vida). Pero de eso apenas hay rastro en las pocas cartas que han quedado. La actividad periodística y política no le dejan tiempo, ya entonces, para la comunicación epistolar de los sentimientos. De manera que para saber cómo creció el hombre Gramsci durante los años de la primera guerra mundial el epistolario es muy insuficiente. Hay que acudir a los testimonios de aquellos que estuvieron cerca de él en Turín y/o establecer conjeturas a partir de algunos pasos de sus colaboraciones en en Il Grido del Popolo, en Avanti, en La città futura y en L’Ordine Nuovo.

La cosa cambia a partir del viaje de Gramsci a Moscú en diciembre de 1922. Comparativamente, las cartas que escribe desde entonces hasta 1926 son muchas más. Y esto por dos factores muy determinantes. El primero fue la relación sentimental con Julia Schucht, el nacimiento del amor. El segundo que, estando en Viena como liberado político, en una ciudad que le era ajena y con un trabajo de organización pensado para Italia, Gramsci dispuso de

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mucho tiempo para escribir cartas: unas, amorosas, para consolidar la relación naciente con Julia; otras para cumplir con el mandato político que le había llevado allí. Así pues, a la hora de estudiar la relación entre lo público y lo privado en Gramsci durante ese periodo, aunque haya algunas lagunas en la correspondencia, aunque se hayan perdido algunas cartas por la clandestinidad de unos y la vida de saltafronteras de otros, el epistolario de Moscú y Viena, y las cartas enviadas desde Roma entre 1924 y 1926 son suficientes. Precisamente en ese periodo Gramsci inicia una reflexión sobre amor y revolución, sobre política y sentimientos, que constituye una clave para la mejor comprensión de lo que fue el hombre. Lo esencial de esa reflexión está en las Lettere a Julka, recopiladas por Mimma Paulesu Quercoli en 1987 e incluidas también en el epistolario editado por Santucci. No parece que el descubrimiento de nuevos documentos para ese periodo vaya a cambiar ya la idea de Gramsci que el lector atento puede hacerse a partir del epistolario ahora disponible.

De 1926 a 1937

Una parte importante de la correspondencia de Gramsci entre 1926 y 1937 fue dada a conocer por primera vez poco después de acabar la segunda guerra mundial, en 1947, con el título de Lettere dal carcere. Aquella edición, cuyo valor literario fue reconocido con la concesión del Premio Viareggio, incluía 218 textos, algunos de ellos expurgados de los pasos que el entonces grupo dirigente del PCI, encabezado por Palmiro Togliatti, consideró inconveniente hacer públicos, bien porque en ellos se aludía a cuestiones familiares delicadas, bien a controversias políticas sobre las que no se quería volver en aquel momento. Muchas de las cartas no publicadas en 1947 fueron recuperadas en una nueva edición preparada para Einaudi por Sergio Caplioglio y Elsa Fubini en 1965. Este volumen, que en los años siguientes fue traducido a numerosas lenguas, contenía ya 428 cartas de Gramsci, 119 de las cuales inéditas por entonces. Además, se restauraron en él los pasos que el primer editor había considerado inconvenientes. Esta edición de Fubini y

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Caprioglio ha sido la habitualmente manejada en la época de mayor auge de los estudios gramscianos en Europa, desde la segunda mitad de la década de los sesenta hasta finales de la década de los setenta, época que coincidió también con la conversión del partido comunista en la organización política más importante de Italia.

Pero ya en los años setenta el diario L´Unità, el semanario Rinascita y otras publicaciones periódicas italianas fueron dando a conocer algunas piezas más del epistolario gramsciano de los años de la cárcel. Después de la muerte de Julia Schucht, la mujer de Gramsci, en 1980, su hijo Giuliano hizo donación al Partido Comunista Italiano de las últimas cartas inéditas que había conservado la familia en Moscú y éstas, a su vez, incluidas en diversas recopilaciones prologadas o comentadas por Valentino Gerratana, Nicola Badaloni, Paolo Spriano, Mimma Paulesu Quercioli, Aldo Natoli, Giuseppe Fiori y Antonio A. Santucci.

Una nueva edición de las cartas de la cárcel, sin duda la más completa hoy disponible, apareció en 1996, al cuidado también de Antonio A. Santucci. La edición de Santucci incluye un total de 478 cartas, cincuenta más que la edición Fubini-Caprioglio. Teniendo en cuenta las particulares circunstancias en que fueron escritas las cartas gramscianas de la cárcel y los complicados vericuetos por las que algunas de ellas llegaron a sus destinatarios tampoco se puede descartar del todo que aún queden algunas por conocer; pero, aun así, en lo que hace a este periodo, la opinión más extendida entre los estudiosos es que la investigación posible está prácticamente concluida y que el trabajo llevado a cabo por Santucci puede considerarse prácticamente definitivo.

Sigue habiendo, eso sí, controversia sobre la interpretación de algunos pasos oscuros de estas cartas, sobre la fecha precisa de alguna de las escritas en Formia y en la clínica de Roma, sobre la relación existente entre algunos de esos pasos oscuros y ciertas notas de los Quaderni del carcere y, por supuesto, sobre cómo valorar, partiendo de lo que se dice en esas cartas y de otros documentos, la relación entre Gramsci y Togliatti después de 1926. En los últimos diez años se han escrito también varios ensayos polémicos acerca de este último extremo y la relación sentimental de Antonio Gramsci con Julia

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Schucht y con las hermanas de ésta, Tatiana y Eugenia. Alguno de estos ensayos ha tenido bastante eco periodístico en Italia, donde, paradójicamente, no era ya nada fácil encontrar en librerías la edición crítica de los Quaderni preparada por Valentino Gerratana.

Ya esto último sugiere que la orientación actual de los medios de comunicación dominantes (y no sólo en Italia), inclinados a suscitar el morbo facilón o la politiquería inmediatista en la sociedad del espectáculo, cuadra poco, o nada, con el rigor filológico e historiográfico de las personas que, a lo largo de cuarenta años, más han hecho por poner a disposición del público culto toda la documentación disponible de y sobre Gramsci. Especulaciones y actitudes morbosas aparte, prácticamente todo lo que hay que saber para valorar lo que fue el hombre Gramsci entre 1926 y 1937 está ya en las ediciones de Gerratana y Santucci, que han sido la base para una reciente y excelente edición anotada, en inglés, preparada por Joseph Buttigieg. Casi todo lo demás son detalles. Y no creo exagerar si digo que, desde el punto de vista de la filología y de la historiografía —dos cosas que Gramsci apreciaba—, sólo la búsqueda inmoderada de la originalidad puede sustituir la visión de conjunto, nada hagiográfica por lo demás, fundada en años de estudio, por el detalle funcional a los intereses politicistas del hoy.

En lo que sigue me voy a referir esencialmente a la reflexión de Gramsci sobre la relación entre lo público y lo privado a partir de su encuentro con Julia Schucht en Moscú. Este es un tema inicialmente suscitado en Italia en los márgenes de los estudios gramscianos, a mediados de los años setenta, por Adele Cambria con una representación teatral titulada Nonostante Gramsci (1975) y con un libro, basado en ciertas piezas del epistolario, de intención polémica pero sugerente en muchos de sus pasos: Amore como rivoluzione . Este libro prestaba una atención preferente, por primera vez, a la otra parte del epistolario: las cartas que nos han llegado de Julia y Tatiana Schucht.

No es casual el que la atención preferente a la reflexión de Gramsci sobre la relación entre público y privado surgiera en el ámbito de la literatura feminista de la época y se haya mantenido en ella durante algún tiempo, pues, además de que, en general, romper con esa dualidad, o debilitarla, ha sido un tema central de la filosofía moral y política del feminismo contemporáneo, debe

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reconocerse que los estudios gramscianos de las décadas anteriores apenas se habían ocupado del análisis de la personalidad de las mujeres a las que Gramsci amó o con las que tuvo una relación intensa (Julia y Tatiana Schucht, principalmente), lo cual tiene que ser visto como un déficit notable por toda persona sensible que se proponga entender simpatéticamente las oscilaciones del pensamiento del propio Gramsci en Viena, en Roma, en las cárceles y en las clínicas, cuando la introspección, la expresión de los sentimientos o de los estados de ánimo y las conjeturas sobre el carácter, la personalidad y el sentir de los seres queridos se mezclan e interrelacionan constantemente con el discurso político, con los planes de trabajo intelectual y con la forma en que realmente progresan, planes aparte, los Cuadernos de la cárcel.

He dicho ya que la mejor manera de leer a Gramsci hoy es hacerlo desde el trasfondo de los célebres versos de Bertolt Brecht a los hombres del futuro. Esta afirmación tiene aún más sentido cuando se trata de los epistolarios, pues en ellos Gramsci reflexiona de manera abierta sobre la relación existente (y por establecer) entre lo público y lo privado. Hay tres intuiciones contenidas en aquellos versos de Brecht que la correspondencia de Antonio Gramsci con Julia y Tatiana Schucht ejemplifican tal vez como ningún otro epistolario contemporáneo. La primera es la conciencia —aguda en los revolucionarios de la época del fascismo y del nazismo— de estar viviendo “en tiempos sombríos” (en un mundo grande y terrible, repetirá Gramsci). La segunda es el reconocimiento de hasta qué punto, en tiempos de desorden pero también de rebeldía, el hombre rebelde se ve constreñido, aun sin quererlo, al desorden amoroso y a contemplar la naturaleza con impaciencia. La tercera es la observación trágica de que aquellos hombres que querían preparar el camino para la amistad no pudieron ser amables porque, como dejó dicho el poeta, “también la ira contra la injusticia pone ronca la voz”.

Tratar este tema con ecuanimidad no es nada fácil. Y el asunto se complica muchísimo cuando hay que atender al detalle del epistolario gramsciano de los años 1928 a 1936. Se complica por los cambios en los estados de ánimo del preso (motivados por su enfermedad y la de Julia Schucht), por los efectos psicológicos de la “carcelitis”, por sus sospechas políticas (fundadas o infundadas), por las interrupciones en la correspondencia, por la inhibición que

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produce en Gramsci el tener que escribir sobre un sentimiento amoroso a través de persona interpuesta (de la que depende en muchas cosas esenciales, a la que quiere pero a la que no quiere herir), por los equívocos reales y por la interpretación subjetiva, a posteriori, de esos mismos equívocos. Al abordar este nudo vital de Gramsci con la distancia que da el tiempo transcurrido, quien pretenda intentarlo con sensibilidad se sentirá sin duda molesto ante las reducciones meramente politicistas de aquel drama personal. Pero tampoco basta a este respecto con la afirmación genérica (frente a la manera institucional de entender la política) de que “también lo personal, lo privado, es político”. Se necesita algo más. Se necesita respeto, comprensión en el sentido amplio de la palabra y, desde luego, cierta compasión para con los personajes que entran en el nudo.

Captatio benevolentiae...

Sólo en unos pocos casos, como es precisamente el de Antonio Gramsci —o el de Rosa Luxemburg, cuyo asesinato en 1919 recordaban todavía hace poco los jóvenes en Alemania, después de lustros de olvido— se atreve todavía uno a juntar en un título dos palabras tan hermosas y tan gastadas como “amor” y “revolución”. Y hacerlo sin por ello empezar a sentir la garra del malestar que se te instala en el cerebro para acabar bajando y saliendo afuera, hasta la cara, en forma de rubor, sobre todo en tiempos como éstos, en los que la deriva imparable hacia la mercantilización integral de los sentimientos corre pareja con la afirmación (casi excluyente de todo lo demás) del derecho a la privacidad, y cuando la conversión interesada de todos los derivados de la palabra “revolución” en mero eslogan para promocionar cualquier novedad técnica invita a los insumisos a dar de lado tan nobles vocablos en la vida cotidiana, o, no habiendo otro remedio, a utilizarlos con doble cautela, con ironía o con sarcasmo.

Tal vez lo que en este caso hace que al escribir juntas las dos grandes palabras no sienta uno la vergüenza del inminente ridículo, o la sospecha de estar entrando en el bosque sombrío de los anacronismos, sea la solidez de una

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convicción que el que escribe supone compartida: la convicción, esto es, de que todo aquel lector que se haya decidido a seguir hasta el final la biografía de Antonio Gramsci habrá acabado con un nudo en garganta.

Pues tal es, en efecto, el estado de ánimo con el que las personas sensibles (lo que es tanto como decir, hoy en día, “revolucionarias”, en la medida en que la revolución de los sentimientos es siempre y al mismo tiempo conservación cultural) suelen asimilar aquella permanente pasión suya por la veracidad, aquel admirable esfuerzo por seguir pensando —con independencia, con criterio, con punto de vista autónomo— a pesar del fascismo y del embrutecimiento psicológico y moral que acaba representando la cárcel, su lucha tenaz contra la propia enfermedad mediante el análisis introspectivo tan intenso como puntilloso, o, finalmente, sus intermitentes iniciativas para volver a anudar un vínculo amoroso obstaculizado y deteriorado por la distancia, por la ausencia de noticias de la persona amada, por el aislamiento en la prisión, por la depresión de los propios interlocutores, por la piedad de los familiares que él considera falsa y, sobre todo, por la incomparable huella del tiempo, por el transcurrir de ese tiempo psicológico que, en la soledad y en la ausencia, acabaría convirtiéndose para nuestro hombre en mero pseudónimo de la vida misma y para Julia Schucht en motivo definitivo de cansancio psicosomático constante.

Por fuerte que sea la convicción aludida, y por compartida que estuviera, ésta no cierra del todo, sin embargo, el argumento nuestro, el cual, al juntar “amor” y “revolución” en Gramsci, pone las amorosas y claras razones del corazón al lado de la pasión política razonada con la intención de explicar desde ellas, entrelazadas y como categorías centrales, lo que fue la tragedia de aquellas vidas.

Para cerrar ese argumento con coherencia y terminar de paso la justificación iniciada en los párrafos anteriores habría que añadir todavía una opinión que no se refiere sólo a Gramsci sino que pretende tener un sentido más general, aunque tal añadido lo sea únicamente a título de simple sugerencia, de esas sugerencias que hay que creerse o aceptar bajo palabra: que ya sólo los nudos en la garganta —cuando hay suerte de que se formen en ella— nos libran hoy del rubor y de la vergüenza que produce la manipulación postmoderna de las

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palabras grandes y hermosas de nuestra infancia y de nuestra adolescencia (de la infancia y de la adolescencia de la humanidad, por supuesto). De modo que es probable —sigo escribiendo hipotética y dubitativamente— que sea esa disponibilidad restante para la emoción, esa visceral permeabilidad, culturalmente reformada, que aún nos queda para la formación del nudo en la garganta, ante tanta desgracia vivida con tanta voluntad de resistencia, lo que hace de Antonio Gramsci en este momento de crisis de la cultura comunista —cuando los lobos de la publicidad venden pieles de cordero fabricadas con la tradición obrera— el pensador marxista más internacionalmente apreciado, el más traducido, el más leído por las jóvenes generaciones y releído también por aquellas otras generaciones que, al decir del poeta, no pudieron ser amables.

Pero quien no comparta la afición por el modo de decir del poeta comunista ni los tonos satírico-asermonados de horaciana memoria, quien esté convencido, por el contrario, de que nosotros somos, precisamente, aquellos “por nacer” en quienes pensaba Brecht, y de que, por tanto, ha llegado ya la hora de ser amables y de cambiar la retórica y las metáforas —“quién quiera tener razón y tenga una lengua la tendrá”, decía Mefistófeles a Fausto— por el análisis desapasionado, tiene todavía otra vía para llegar, en el caso de Gramsci, a una conclusión semejante: la filológica. Pues ningún otro pensador revolucionario ha tratado de vincular tan estrechamente lo privado y lo público, lo personal y lo político, el amor y la actividad revolucionaria, en suma, como lo hizo Gramsci en una carta dirigida a Julia Schucht y fechada en Viena el 6 de marzo de 1924:

Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante?, ¿no iba a esterilizar y reducir a mero hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad revolucionaria?

Amor que a nada ha amado amar perdona

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Es posible que Antonio Gramsci haya tenido relación sentimental íntima con alguna otra mujer antes de conocer a Julia Schucht en Moscú. Alguna de las personas que estuvieron cerca de él en Turín, en la época de L´Ordine Nuovo, así lo ha testimoniado, e incluso ha dado el nombre de la amiga. Pero, si así fue, de aquella relación sentimental no ha quedado eco alguno en el epistolario. No es extraño que no lo haya en el epistolario de esos años puesto que, como he dicho, las cartas de entonces que han quedado son poquísimas. En las cruzadas con Julia en Moscú, poco después de conocerse, y desde Viena y Roma, cuando el amor se ha declarado, no hay recuerdo de un amor anterior. Ni mención en ninguna de las cartas escritas desde la cárcel. Naturalmente, cuando se sabe de la contención sentimental de Gramsci este dato no quita verdad al otro testimonio, aunque es raro que en el momento inicial de las declaraciones y de las confesiones recíprocas, cuando en el caso de Julia sí aparece alguna alusión a otra relación sentimental, el varón Gramsci no diga nada al respecto, sobre todo si, como parece, no había pasado demasiado tiempo de su otra relación. La única alusión, por lo demás genérica, a relaciones eróticas anteriores está, que yo sepa, en una carta que escribió a Julia al poco de conocerla en Moscú. Dice así: “He tratado incluso de convencerme a mí mismo de que le había recitado a usted una comedia, como he hecho otras veces (porque de verdad lo he hecho otras veces) cuando, convencido de que no podía ser amado (¿se acuerda usted de una discusión sobre cierto verso de Dante?), me proponía conseguir granjearme las manifestaciones externas del amor...”.

Respetemos, por tanto, el pudor de los dos. Y de sus familiares.

Antonio Gramsci conoció a Julia Schucht durante el verano de 1922. En junio de ese año Gramsci estaba en Moscú para participar en la segunda Conferencia del Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista. De ella salió como dirigente de la III Internacional. Gramsci había llegado a Moscú con una fuerte depresión, tenía temblores, tics y a veces convulsiones, por lo que inmediatamente después de la Conferencia tuvo que ser internado en el sanatorio de Serebriani bor [El bosque de plata], en el que por entonces estaba alojada también Eugenia Schucht recuperándose de un agotamiento

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psicofísico. Antonio estableció allí relación con Julia a través de Eugenia. Las hermanas Schucht habían vivido durante algún tiempo en Italia y hablaban italiano. Seguramente esto fue determinante para un hombre como Gramsci de quien Pier Paolo Pasolini dejó dicho que era un tímido al que la timidez empujaba a vivir siempre impersonalmente.

La relación que estableció con Julia fue inicialmente, durante algunos meses, esporádica y de camaradería. Los dos primeros billetes de Antonio a Julia que se han conservado van encabezados con un “querida compañera”. El tratamiento es de usted y respetuoso. Gramsci propone en ellos citas en Moscú y en el sanatorio (en las proximidades de Moscú) para visitar a Eugenia; juega con la (aparente) complicidad de la hermana y se despide de Julia con las fórmulas “afectuosamente” y “con afecto”. Una viñeta familiar, humorística, que se ha conservado, fechada el 16 de octubre de 1922, sugiere la existencia de una relación sentimental en ciernes: la hermana Eugenia es el objeto activo de la broma que al mismo tiempo facilita la comunicación entre los otros dos.

Los primeros encuentros con Julia en Serebriani bor han dejado en Gramsci una huella imborrable. Una carta que la escribe desde Roma un par de años después, cuando ya la relación se ha hecho estable, desvela, para nosotros, el contexto y el sentido de la discusión en Serebriani bor sobre “un cierto verso de Dante”. Este dice: Amor que a nada ha amado amar perdona. La escena, en una habitación del sanatorio con una sola cama, habla de las dificultades de ambos para decidir allí la relación. Antonio dirá luego: “Me acuerdo de todos los detalles porque creo que aquella noche fue muy importante para nosotros y que luego, durante mucho tiempo, estuvimos jugando a la gallina ciega. ¡Qué horror!”.

El peso desequilibrante del cerebro

Los acontecimientos en curso en Italia (las consecuencias de la marcha fascista sobre Roma que se produjo en octubre) retrasaron el regreso de Gramsci. Pudo entonces asistir al IV Congreso de la III Internacional

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(noviembre-diciembre) en el que tuvo la oportunidad de escuchar a un Lenin muy pesimista sobre el futuro de la revolución. Aquel discurso se le quedó grabado y está en el origen de su reflexión sociopolítica posterior, en los Quaderni, sobre la revolución en occidente. Muy probablemente Gramsci fue el dirigente comunista occidental que mejor entendió el mensaje del viejo Lenin. Pero por entonces, a finales de 1922, su corazón estaba en otra parte. Mientras espera en Moscú el desarrollo de los acontecimientos en Italia y se entera de la agresión que se ha sufrido su hermano Gennaro, herido por los fascistas en Turín, la relación sentimental con Julia progresa hacia el amor entre enero y febrero de 1923. En enero todavía mantiene el tratamiento de respeto y aún sigue jugando con la excusa de visitar a Eugenia para propiciar un nuevo encuentro con Julia y consolidar los lazos, pero Antonio ha pasado ya al “queridísima” y la siguiente carta, que escribe el 13 de febrero, es una declaración de amor.

La primera declaración de amor de Gramsci, al menos por escrito, es complicada y preludia otras muchas complicaciones que habían de venir. Dice a Julia varias veces en esa carta que la quiere y que tiene la certeza de que ella le quiere a él, pero en seguida se enreda en una discusión sobre lo “sencillos” que son ambos, y en particular él mismo, contra las apariencias. Con el amor, Antonio empieza una batalla por dejar de ser el que sentimentalmente fue: “Es verdad que desde hace muchos, muchos años me he acostumbrado a pensar que existe una imposibilidad absoluta, casi fatal, para que yo pueda ser amado”. Gramsci alude aquí a su deformidad física (que, según todos los testimonios, acomplejaba ya en Turín su vida sentimental) y recuerda seguramente las huellas de una infancia y de una adolescencia de sufrimientos, sacrificios y debilidad física; pero se extraña, o dice que se extraña, a su vez, de que Julia note en él “contracciones nerviosas”, tics y “pequeños arrebatos marginales”. E inmediatamente después, en la misma carta, aparece el Gramsci volitivo y persuasivo. Nada de “demasiado pronto” para consolidar la relación, como dice ella, nada de enredos, ni de intrigas psicológicas almibaradas: “Yo no soy un místico ni usted es una virgen bizantina”.

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Gramsci no era, desde luego, un místico. Julia Schucht tenía entonces veintiséis años, cinco menos que él. Había nacido en Ginebra, donde sus padres estaban exiliados, en 1896. Su padre, de origen finlandés, antizarista, había conocido la deportación en Siberia; tuvo que salir de Rusia en 1890 y vivió con la familia en Francia, Suiza e Italia. En Roma, Julia se había diplomado como violinista en 1915 y en el otoño de ese año salió hacia Rusia para encontrarse con los suyos que ya vivían en Moscú. Empezó a trabajar como profesora en un liceo musical a cien kilómetros de la capital. Su familia tenía cierta relación con Lenin y ella misma estaba afiliada al partido bolchevique desde 1917. Cuando Gramsci la conoció trabajaba en la sección local del partido en Ivanovo Vosnessiensk, un centro textil al que llamaban “el Manchester de Rusia”. Por su formación y por su trabajo Julia era, en 1922, una mujer de carácter, independiente pero a la vez muy sensible y ligada a la familia, a los padres y a las hermanas.

Se conserva un paso de una carta de Julia Schucht, escrita cuando tenía veinte años, que hace pensar en lo que pudo acercarla sentimentalmente a Gramsci, en sus afinidades y diferencias. Dice así: “Hay algo extraño en mi vida que me impide vivir como yo querría. No me gusta hablar de esta vida que no es como yo quiero. Me pregunto cuál de las dos personas que hay en mí será la auténtica, si la que quiero ser o la que soy. Y ese pensamiento me impide ser yo misma. Hay algo que me molesta, algo que es parte de mi, y ese algo es mi cerebro. No sé ‘ser’; se ver, pensar, alguna veces sentir...”.

Así, pues, la casualidad quiso que se hayan encontrado en Moscú dos adultos, ideológicamente afines, comunistas y revolucionarios, que en su juventud han sentido el peso desequilibrante de lo que llamaban “el cerebro” y la angustia de no llegar a saber ser: él, en Turín, profundamente afectado por persistentes dolores de cabeza, o por lo que dice ser “anemia cerebral”, se refugia primero en el estudio y salta luego a la vorágine de la actividad política huyendo de la soledad; ella, primero en Roma y luego en Moscú, se siente dividida, tiene una profesión, podría ser independiente, pero sabe que hay algo en su “cerebro” que se la impone también como un dolor, aunque no sólo físico, y se siente como perdida al observar introspectivamente que lo que sabe (ver, sentir, pensar) es una constricción que la impide llegar a lo que querría ser. Ambos,

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él y ella, querrían ser “simples”, pero hay algo en su interior que les dice que no lo son. Están tratando de superar “complicaciones psicológicas” que seguramente, desde el punto de vista clínico, son algo más que las triviales complicaciones ordinarias del normópata cotidiano. Buscan ahora en el amor lo que no acaban de encontrar en la actividad profesional ni en la vida política. No todo es azar, pues, en este primer encuentro: Serebriani bor, el bosque de plata, sería para ellos, con el tiempo, algo más que un nombre, muchas veces recordado y otras muchas aludido precisamente en relación con las depresiones, el malestar y las complicaciones psicológicas.

Mientras tanto, la situación en Italia se ha ido agravado por la detención de varios de los principales dirigentes comunistas y socialistas del momento. Eso es tema del intercambio epistolar de Gramsci con Julia en los meses siguientes: por lo que representaba desde el punto de vista político (Gramsci era entonces uno de los tres miembros comunistas en la comisión formada para una eventual fusión con los socialistas revolucionarios) y porque, evidentemente, el aplazamiento que aquella situación suponía para su regreso significaba, por otra parte, la ocasión para multiplicar los encuentros en Moscú y anudar la relación sentimental. En una de las cartas de Moscú, sin fecha pero muy probablemente de finales de febrero de 1923, aquella misma en que se alude genéricamente a algún otro contacto erótico, Antonio Gramsci insiste autobiográficamente en el tema del “antes” y el “después” del amor. Quiere salir del “erial”, del “frío páramo”, que ha sido su vida hasta entonces y declara estar convencido, sin comedia, de que precisamente eso es lo que le está ocurriendo después de haber conocido a Julia. Que el propósito no era fácil lo prueba el tono con el que, después de otro encuentro, escapándose a escondidas del hotel Lux, en el que residía, reconoce haber sido “un bruto”, haber hecho daño a Julia “demasiado brutalmente”, y que aún necesita quemar muchas cosas de sí mismo.

No se han conservado (o no se han publicado) las cartas de Julia Schucht en Moscú, a las que alude el epistolario de Gramsci, ni tampoco las escritas por éste, si es que las hubo, desde marzo a finales de noviembre de 1923, fecha esta última en que Gramsci partió para Viena. Lo más probable, a juzgar por el contenido y el tono de las escritas ya desde Viena (en las que destaca el dolor

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por la ausencia de la amada y el reiterado deseo de volver a estar juntos) es que entre marzo y noviembre de 1923 no haya habido cartas justamente porque la relación amorosa se había consolidado y no hacía falta escribir lo que se podía decir con la presencia. Queda el testimonio de Vincenzo Bianco, encargado por Gramsci de ayudar a Julia en Moscú después de su partida, que, con algún lapso de memoria, confirma esta suposición.

Viena: el mundo grande y terrible

Antonio Gramsci vivió en Viena desde principios de diciembre de 1923 hasta mediados de mayo de 1924, apenas un invierno y media primavera. Los recuerdos que nos ha dejado, en las cartas a Julia, de aquel “mundo grande y terrible, y encima en manos de los burgueses”, son, por lo general, melancólicos, muy mediatizados por el sentimiento de la ausencia. Durante aquellos meses su actividad político-organizativa fue muy intensa, pero no llegó a congeniar ni con los propietarios de las casas en que allí vivió ni con sus colaboradores más próximos, como el argentino Mario Codevilla. En Viena le visitaron, con encargos políticos varios, camaradas italianos; y desde Viena escribió Gramsci muchas cartas, algunas de ellas interesantísimas para entender el ambiente político de los revolucionarios sin revolución: a Urberto Terracini, PalmiroTogliatti, Ruggero Grieco, Alfonso Leonetti y otros destacados comunistas italianos.

En Viena tuvo Gramsci la oportunidad de conocer de cerca no sólo las dificultades del trabajo organizativo y periodístico realizado lejos de los lugares en que uno tiene puestos el corazón y la cabeza, sino también de reconocer las debilidades y miserias del sectarismo de algunos de los próximos. Refiriéndose a la mujer de Joseph Frey, secretario general entonces del partido comunista austríaco, en cuya casa vivía, escribe poco después de llegar a Viena: “Maldice continuamente al partido que la obliga a tener en casa a personas tan molestas y antipáticas como yo... pero conserva el carnet del partido porque, si no, la fracción dirigida por su marido en este desgraciadísimo partido perdería el uno por ciento de sus afiliados. También este ‘fenómeno’

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me ha puesto bruscamente ante viejas cosas conocidas que se me habían olvidado un poco al cabo de año y medio de alejamiento”.

Desde esta primera carta, escrita el 16 de diciembre de 1923, Gramsci se queja, una vez más, de su soledad y del aislamiento: soledad sentimental y aislamiento político. En seguida pide a Julia que vaya a Viena a trabajar con él, pensando, sin duda, que esta sería la forma de ahondar una relación estable entre revolucionarios. Y, mientras Julia sigue en Moscú, el motivo principal de la correspondencia será precisamente la posible colaboración en el trabajo ideológico y político. Así, invita a Julia a emprender juntos la traducción al italiano de la edición del Manifiesto comunista preparada por Riazanov; le requiere continuamente información sobre el desarrollo de los acontecimientos en Rusia; y trata de contrastar con su opinión las informaciones que le llegan acerca de las primeras discusiones, serias ya, que se estaban produciendo en el núcleo dirigente del PCUS. Sobre ese fondo una constante: la melancolía por la ausencia de la amada que sólo muy parcialmente puede paliar la actividad política y organizativa.

La sensación de rutina, la pésima impresión que le produce la desorganización, el desconcierto y el pesimismo que observa entre los compañeros italianos que ve en Viena, las noticias que le llegan de Italia y de Alemania deprimen nuevamente a Gramsci. Trata de salir del hoyo, como lo había hecho ya en otras circunstancias parecidas, a base de voluntad y recurriendo al humor. De este humor, que le lleva a distanciarse moderadamente de algunas de las cosas serias que se trae entre manos, hay muestras recurrentes en el epistolario de Viena. Así, en la carta a Julia del primero de enero de 1924 se pregunta Gramsci qué les deparará, a él y a su amor, el nuevo año, y luego escribe: “¿Podremos estar juntos un poco de tiempo disfrutando mutuamente con la presencia del otro y riéndonos de todos y de todo, con excepción, por supuesto, de las cosas serias que, de todas formas, son muy pocas en este mundo grande y terrible?”.

Durante semanas el trabajo central de Gramsci en Viena ha sido precisamente redactar cartas para recuperar las relaciones en el partido italiano y preparar la publicación de L´Ordine Nuovo quincenal. Pero también estas cartas —le dice a Julia— “se están convirtiendo en mi pesadilla”. Casi no sale de casa: lee

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y escribe. No se aclimata a las costumbres del lugar: pasa frío y traduce. Describe su vida en Viena como “simple y transparente” y recuerda una frase Rimbaud. Eso es todo. Quiere, en cambio, que Julia vaya a Viena y que le informe del debate que se está produciendo en el PCUS. No hay duda de que este debate le inquieta. Al principio, por las noticias que le llegan, sus simpatías parecer estar con Trotsky para el que, en Moscú, había escrito algo sobre la evolución de los futuristas italianos. Pide uno de los libros de éste y cuenta a Julia que no sabe cómo explicarse el ataque de Stalin contra Trotski, que eso le parece muy irresponsable y peligroso, pero que no ha podido ver todavía los papeles y que quizás el desconocimiento del material puede hacerle juzgar mal. Eso está escrito el 13 de enero de 1924. En la misma carta busca la complicidad personal de Julia: “Para evitar cualquier peligro relacionado con la dispersión tendrías que escribirme en forma cifrada”.

“Dispersión” es aquí un eufemismo para nombrar un ambiente, el del reflujo revolucionario, que estaba incubando sospechas y maniobras inesperadas en la nueva Internacional. Escribir en forma cifrada no es una idea personal de Gramsci. Era relativamente habitual en aquel ambiente y ha seguido siéndolo en situaciones de clandestinidad o semiclandestinidad. Umberto Terracini se lo ha sugerido a Gramsci y Gramsci refuerza el vínculo político-sentimental sugiriéndoselo a Julia. Al mismo tiempo, a medida que comprueba la “dispersión” que le rodea, su requerimiento a Julia se va haciendo más apremiante y más amoroso: “No puedo estar sin ti. Eres una parte de mi mismo y siento que no puedo estar lejos de mi mismo. Estoy como suspendido en el aire, como alejado de la realidad. Pienso siempre, con infinita emoción, en el tiempo que hemos pasado juntos, en aquella intimidad, en aquella tan grande expansión de nosotros mismos”.

Amor y filología

Una de las cosas que probablemente han dificultado más la relación sentimental de Antonio Gramsci con Julia Schucht fue la forma que él tenía de leer las cartas de ella. Éstas eran, por lo general, cortas y estaban escritas en

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un italiano claro y sencillo, de manera que el obstáculo principal en la comunicación no parece haber sido la diferencia lingüística, aunque es verdad que la diversidad cultural también cuenta por debajo de las identidades ideológicas y políticas. Pero más que eso cuenta, en este caso, la atención, a veces exasperante, con que Gramsci escrutaba cada párrafo de las cartas íntimas para captar en ellas la más mínima variación en los estados de ánimos de la mujer a la que amaba.

Este constante cribar, que también practicó introspectivamente, desde luego, llegaría a convertírsele con el tiempo en una auténtica obsesión. Al final de su vida confiesa a Julia que lee sus cartas varias veces: la primera vez —dice— como se leen las cartas de las personas a las que queremos, “desinteresamente, por así decirlo”; luego —añade— vuelve a leerlas “críticamente”, para tratar de adivinar cómo estaba Julia el día en que le escribió, para observar atentamente cómo es su escritura, la mayor o menor seguridad de la mano ese día, y sacar así de las cartas “todas las indicaciones y significados posibles”. Esto último está dicho cuando la enfermedad y las penalidades sufridas en las cárceles por las que ha pasado habían deteriorado mucho el humor y el carácter de Gramsci. Pero ya en el epistolario de Viena aquel hombre que acaba de enamorarse y que quiere cambiar su vida deja algunas señales inequívocas de su ansiedad. Casi a renglón seguido de la propuesta de pasar al lenguaje cifrado para hablar de las cosas de la política, escribe a Julia:

Tu última carta me ha hecho una impresión extraña, me ha dejado un poco inquieto. No consigo entender del todo tu estado de ánimo. Me parece que estás un poco inquieta y desorientada. ¿Depende eso solamente del no tener todavía una casa, del estar obligada a una vida de zíngara, del cansancio que supone un trabajo sin descanso? Espero que sea así, pero me da la impresión de que no puede, o no debe, ser únicamente eso. Me parece que hay en ti una ansiedad que te debilita más que la fatiga. Tienes que escribírmelo todo, tienes que decirme todo lo que sientes para que yo tenga al menos la ilusión de tenerte cerca de mí.

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Incluso después de saber que Julia espera un hijo suyo y que esto va a anudar aún más las relaciones, ante una frase de ella que dice “crece una sombra: ¿te encontraré todavía?”, Gramsci responde abruptamente, a finales de marzo, que no ha entendido nada, “absolutamente nada”, de esa carta y después de encadenar una serie de suposiciones a cual más inconveniente sobre el significado de estas palabras (si ella ha vuelto a ver “al otro”, si no habrá sido ella más que un agente de la Cheka para probar su corruptibilidad o si se trata tal vez de una manifestación más de la célebre “alma eslava”), repite, ya en serio, que sigue sin entender nada, y advierte de forma solemne que no quiere alusiones entre ellos para acabar exigiendo por dos veces “claridad total, absoluta, aunque haya que sangrar”.

Y todavía en un momento en que la relación sentimental se ha consolidado definitivamente, cuando Julia anuncia que va a viajar a Italia con su primer hijo para encontrarse allí con Antonio, éste, en un tono ya muy cordial, ironiza con oficio de filólogo. “Empleas —dice a Julia— la palabra ‘quiero’ junto a estas otras palabras: ‘estar cerca de ti’. Esta voluntad tuya me ha producido una gran impresión.” Pero para el filólogo que pudo ser Gramsci doblado de político volitivo también el querer, o más que nada el querer, tiene que precisarse. Así que después de narrar sus propias andanzas y de recordar con melancolía que el hijo, Delio, e incluso su propio amor, ha sido “como una estrella fugaz en la noche de san Lorenzo”, Gramsci acaba la carta con esta broma: “Tendrás que explicarme el significado exacto de la palabra quiero: Tatiana está segura de que vendrás en septiembre [como realmente ocurrió] y ya está preparando las habitaciones en que viviremos”.

Es, sin embargo, casi siempre entre dos momentos malos, a los pocos días de haber expresado una sospecha o de haberse ejercitado en un puntillismo más propio del filólogo que del varón que quiere hacer algo positivo por su relación sentimental, cuando Gramsci escribe las cartas íntimas más hermosas, justamente al reflexionar sobre lo que le está costando adquirir el equilibrio emocional necesario. Así, por ejemplo, cuando después de casi tres semanas sin noticias de Moscú empieza a pensar que, en efecto, las condiciones de salud de Julia eran graves y recibe la noticia de que ella está embarazada: “Me

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ha dado un vuelco el corazón al leer tu carta. Ya sabes por qué. Pero tu alusión es vaga y yo me consumo, porque querría abrazarte y sentir también yo una nueva vida que une las nuestras más de lo que ya lo están, amor mío tan querido”.

Esta es la carta en la que escribe el párrafo —ya mencionado— que vincula la lucha revolucionaria y el amor a una colectividad con la necesidad de amar profundamente a criaturas humanas individuales. En ella Gramsci narra a Julia la vida solitaria que ha llevado desde la infancia, la enorme complicación de sus relaciones con los otros, su necesidad de estar siempre ocultando los sentimientos más íntimos, incluso en el marco de las relaciones familiares. Esta declaración viene motivada, naturalmente, por uno de los acontecimientos que más conmueven en la vida y por el deseo, que la noticia suscita, de volver a estar con la persona amada. Pero hay ahí algo más. Es como si Gramsci hubiera intuido en esa circunstancia que en los caracteres fuertes, y en situaciones emocionales así, es precisamente el reconocimiento recíproco de ciertas debilidades compartidas lo que más une. Pues en la misma carta del 6 de marzo de 1924 desliza también una aguda premonición que no se puede pasar por alto.

Pesimismo de la inteligencia,

optimismo de la voluntad

Gramsci cuenta a Julia que ha recibido desde Italia una misiva de una compañera rusa que estuvo con Rosa Luxemburg en Alemania y que también ella, que no es precisamente “de temperamento italiano”, le escribe descorazonada y desilusionada. En ese contexto confiesa que “le están pidiendo demasiado” y que eso le “impresiona de una forma siniestra”. De manera que el hombre que por entonces está escribiendo en la prensa del partido “contra el pesimismo” de los otros se siente solo, no acaba de superar la enfermedad, siente que algo se ha roto en su interior y necesita unas fuerzas

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que sólo le pueda dar, espiritualmente, la mujer, una mujer de la que, por otra parte, él mismo sospecha que está algo más que fatigada.

Si no se quiere trivializar la conocida frase pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad —tantas veces repetida a cuenta de Gramsci y fuera de contexto— conviene atender a este trasfondo psicológico y sentimental que es propiamente lo que da vida a la misma. Su artículo “contra el pesimismo”, publicado en el número 2 de L´Ordine Nuovo quincenal (15 de marzo de 1923) es realmente un artículo contra el pesimismo de la voluntad, contra el escepticismo existente en las propias filas sobre el futuro político y sobre el papel del partido comunista en formación; es un artículo contra el fatalismo y el determinismo, contra la vuelta a un estado de necesidad del que el propio Gramsci participó un años antes.

La diferencia entre lo que se dice en él y lo que Gramsci está diciendo por esos mismos días a Julia está en el hecho de que en el plano público, político, la reafirmación de la voluntad, del optimismo de la voluntad, tiene que quedar deslindada del equilibrio sentimental de los sujetos que han de actuar. Y, sin embargo, al acentuar la crítica política al pesimismo de la voluntad es evidente que quien lo hace, el propio Gramsci, no sólo asume sino que reafirma una responsabilidad para la que, privadamente, reconoce no tener fuerzas suficientes. De donde resulta, paradójicamente, que estas fuerzas, la reafirmación de la voluntad necesaria para combatir el pesimismo político, tienen que venir de la debilidad del otro, de la otra, que es la que da el equilibrio de la relación sentimental.

Es propio de las personalidades volitivas hacerse psicológicamente fuertes ante los demás en los momentos de mayor dificultad. Ese era también el caso de Antonio Gramsci. Y lo fue particularmente en Viena. De la acumulación de dificultades el rebelde sardo, que en la época universitaria no ha querido convertirse en un pingo almidonado (o sea, en un académico sin más), que por eso mismo ha dado todo lo que tenía en las jornadas revolucionarias de 1919-1920 en Turín, vuelve a sacar fuerzas de flaqueza para remontar. Por eso dice a Julia que los compañeros le piden fe, entusiasmo, voluntad y fuerza, y que es él quien trata de infundir voluntad, entusiasmo y una fuerza que no tiene a los compañeros que están en Italia. ¿De dónde sacarla? De la anudación del

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vínculo entre vida política y vida sentimental. Por eso Gramsci insistirá tanto a Julia en sus últimas cartas desde Viena (y luego desde Roma) en juntar el amor y la camaradería.

Amor y camaradería, una colaboración de quehaceres

La declaración más explícita en ese sentido la hace Gramsci justo el mismo día en que aparecía su artículo contra el pesimismo: “Te aseguro que si sólo se hubiera tratado de nuestro amor yo no habría insistido como lo he hecho. Pero nuestro amor es y debe ser algo más: una colaboración de quehaceres, una unión de energías para la lucha, además de búsqueda de nuestra propia felicidad. Hasta es posible que la “felicidad consista precisamente en eso”. Lo que más conmueve en esta solicitud de “colaboración de quehaceres” es que el hombre que la hace ha asumido ya una responsabilidad política peligrosa, y lo sabe; se siente viejo como el chino Lao-tsé, nacido a los ochenta años, y sabe, además, que continúa su lucha con el propio “cerebro”, con “las cucarachas se le pasean” por él, con “la araña que le chupa el cerebro”, con los fantasmas, las sombras y “las gotas de metal fundido en la carne”.

En abril de 1924 Gramsci fue elegido diputado por el Véneto en las listas del partido comunista. Comunica a Julia la noticia y al mes siguiente regresa a Italia. Han pasado dos años desde su viaje a Moscú y aquel viaje le ha cambiado la vida. El retorno lo hace sabiendo que Julia tendrá un hijo a los pocos meses y teniendo que renunciar, sin embargo, tanto a su propuesta de encontrarse en Viena para trabajar juntos como a la posibilidad de viajar él mismo, de nuevo, a Moscú.

A pesar de ello, no hay duda de que el sentimiento de la próxima paternidad y la vuelta a Italia, a un ambiente políticamente adverso pero que conoce, han tranquilizado psicológicamente a Gramsci. En las cartas escritas desde Italia entre mayo y agosto de 1924 Gramsci no deja de mencionar la persistencia de los dolores de cabeza y la tristeza que le produce la encrucijada en que están: él querría ir Moscú para encontrarla pero no puede; propone insistentemente

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que ella vaya a Italia pero no obtiene respuesta. Siente que “una inmensa muralla de espacio y tiempo les separa”. Pero, aún así, cuando aborda la relación sentimental, es más paciente e incluso las bromas domésticas que hay en estas cartas (sobre la discusión familiar acerca del nombre que habrían de poner al niño, sobre la reconocida limitación de su propio papel en esto y sobre la decantación del amor) no son inquietantes; son bromas cariñosas y revelan un estado de ánimo mucho más equilibrado que durante los meses de Viena.

En una de estas primeras cartas enviadas a Julia desde Italia, mientras sufre de insomnio y se siente débil en una tórrida noche veraniega romana, Gramsci vuelve al tema de la relación entre actividad política y vida sentimental para establecer una generalización que afecta a su personalidad: “No podemos dividirnos y dedicarnos a una actividad única, puesto que la vida es unitaria y cada actividad sale reforzada con la otra”. Se pregunta entonces si el amor no refuerza toda la vida al crear un equilibrio y dar una intensidad mayor a las otras pasiones y a los otros sentimientos, aunque, paradójicamente, enseguida añade que no quiere ponerse doctrinario.

En estas cartas que Gramsci escribe desde Roma a Julia Schucht hasta marzo de 1925, fecha en la que volverían a encontrarse en Moscú y en la que él conocería a su primer hijo, predomina el tema político. Es natural que un hombre que está dedicando gran parte de las horas de su vida al trabajo de organización antifascista haya buscado en las cartas que escribe a la persona amada la complicidad política. Pero la solicitud de colaboración de quehaceres pasa a segundo plano por razones obvias: Julia está ya en avanzado estado de gestación y la situación en Italia, sobre todo después del asesinato de Mateotti, tampoco permite seguir insistiendo en el trabajo intelectual compartido.

Política y paternidad

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En agosto de 1924 nació el primer hijo de Julia y Antonio. Después de discutir entre bromas sobre varios nombres simbólicos (Ninel, Lev) le pusieron Delio a propuesta de Antonio. Éste tuvo que renunciar a estar presente en Moscú en el momento del nacimiento. Su actividad política en Italia se había hecho desbordante. El nacimiento del hijo coincidió con el momento en que Gramsci empieza a actuar como secretario general del Partido Comunista. Quiso, en cambio, ayudar materialmente a los suyos enviando algún dinero a Moscú través de amigos italianos, aunque tampoco acertó con la forma adecuada, lo cual provocó un malentendido con Julia, que se sintió ofendida, y una disculpa inmediata de Antonio que contiene una reflexión notable:

Creo que es un recuerdo de mi vida infantil, ligada a las penurias materiales y a las estrecheces... que crea vínculos de solidaridad y afecto que nadie podrá destruir. ¿Crees tú que la mejor de las sociedades comunistas podrá modificar de manera fundamental estos condicionamientos de las relaciones individuales? Yo creo que, al menos por algún tiempo, seguro que no. Y me parece que tales sentimientos son propios de las clases explotadas, no de la burguesía.

Durante los meses que siguieron, Gramsci, además de mostrar a Julia su alegría por el nacimiento del hijo, del que asegura que va a unirles mucho más, y de expresar su malestar por no poder ayudar como querría, confiesa cierta confusión a la hora de hacerse una idea concreta de lo que significa la paternidad reciente: “Pienso en los niños en general, en su peso, en su debilidad, en los peligros que les amenazan a cada momento, pero no consigo pensar en nuestro niño vivo como individuo concreto”. Pide fotografías pero sabe que “la objetividad no es la vida, sino una fría caricatura fotográfica de la vida”; escribe pero sabe que las cartas no pueden sustituir la presencia. Sigue habiendo entonces algunas dificultades en la comunicación con Julia, pero éstas son mayormente externas: retrasos en la correspondencia, esperadas cartas que no llegan, desconfianza en el funcionamiento de los correos y sensación de que estos motivos externos deterioran a veces la relación

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sentimental. El 18 de septiembre de 1924 Gramsci escribe a Julia: “Hay un montón de cosas que no puedo escribirte porque no me fío del correo”. Dos semanas después confiesa que no es sólo la desconfianza en el correo: “Siento pena cuando no puedo enviarte una carta y tengo que superar un montón de obstáculos psicológicos cuando me pongo a escribirte. Me parece —y creo que tú has tenido la misma impresión— que el papel empobrece todos nuestros sentimientos y se convierte en un filtro a la inversa, o sea, en algo que enturbia lo que es limpio y claro” .

En lo sentimental, Gramsci oscila ahora entre la manifestación de la ternura que le produce la maternidad de Julia, la expresión de la preocupación por su salud, la contención de sus ironías privadas para no hacer daño, cierta perplejidad ante una paternidad para la que no parece sentirse particularmente preparado y la mala conciencia que le produce el estar ausente y lejos en un momento decisivo: “No soy capaz de estimar mi amor por ti: me parece distinto de lo que era hace un año. Tampoco sé imaginar la impresión que tendré al ver al niño vivo y real en lugar de la leve impresión de la cartulina fotográfica”. Narra a Julia sus actividades, sus viajes por Italia y sus impresiones sobre la situación política y social del momento. Pasa constantemente de la anécdota (una conversación escuchada, las impresiones de un viaje, la estancia en una ciudad) a la categoría, al análisis de lo que entonces hay socialmente en Italia y de lo que puede llegar a haber en el próximo futuro.

Algunos pasos de estas cartas son interesantísimos desde el punto de vista del diagnóstico psicosocial de lo que estaba siendo el fascismo, tanto más de apreciar cuanto que apenas se han conservado otras cartas políticas de Gramsci escritas desde el retorno a Italia hasta abril de 1925. Los pasajes políticos de estas comunicaciones a Julia Schucht destacan por la veracidad y la lucidez con que describen ciertos rasgos (el atraso, la ignorancia, la intolerancia, el semibandidismo, la corrupción, el clientelismo) que contribuyen a la consolidación del régimen de Mussolini: “Los niños y los idiotas están convirtiéndose en la expresión política de la situación, y lloran y hacen tonterías bajo el peso de una responsabilidad histórica con la que de repente han tenido que cargar sus espaldas de aprendices ambiciosos e irresponsables. La tragedia y la farsa se suceden en escena sin conexión alguna. El desorden

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está alcanzando un grado que ni la fantasía más desenfrenada podía imaginar”. Gramsci rectifica ahí sus ilusiones de meses anteriores sobre un próximo fin del fascismo. Absorto en la batalla antifascista y en la reorganización del partido comunista, incluso su juicio sobre las personas más próximas quedará mediatizado por consideraciones políticas. Es lo que ocurre cuando, después de varios intentos fallidos, en febrero de 1925, Gramsci conoce en Roma a Tatiana Schucht, la hermana de Julia, con la que simpatiza en seguida. La opinión que comunica a Julia es que, a pesar de las apariencias y de los rumores, su hermana puede llegar a estar más cerca de los bolcheviques que de los socialistas revolucionarios rusos, entonces muy críticos con el leninismo.

El desierto de lo puramente político:

mirar la naturaleza con impaciencia

Gramsci estuvo de nuevo en Moscú un par de semanas entre marzo y abril de 1925. Durante esas semanas participó en los trabajos de la V Sesión del Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista, volvió a estar con Julia unos pocos días y conoció a su hijo Delio. No son muchos los recuerdos escritos que han quedado de aquella estancia. Gramsci recordará después un paseo con Julia y Delio por un parque moscovita, que no sacó buena impresión de la forma en que la familia Schucht comenzaba a educar al hijo y se referirá, ya en un contexto polémico posterior, a la influencia en esto de Eugenia, la hermana mayor de Julia, cuya afición al niño, un tanto obsesiva, la impulsaba a suplantar a la verdadera madre. Pero es evidente que después de este viaje se producen algunos cambios notables en la correspondencia. Gramsci ha estabilizado las relaciones con la familia de Schucht, ha arrancado la promesa de que Julia irá a Italia con el niño en cuanto pueda (cosa que, efectivamente, harían pocos meses después) y los lazos afectivos se han hecho más fuertes. Tal vez por eso entre la primavera y el otoño de 1925 las cartas de Gramsci se hacen más breves, más espaciadas y también menos ansiosas. La seguridad de que Julia

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llegará en breve le permite aguantar mejor los bajones psicológicos, incluso cuando el calor del verano romano le altera los nervios.

En la espera, Gramsci ha tenido que reduplicar la actividad político-organizativa no sólo como diputado sino también como secretario general del partido: “Ha sido borrado de mi cerebro todo lo que no sea actividad política inmediata”. Cuando llegan los calores del verano empieza a sentirse peor; no ha perdido del todo el humor del que hacía gala en los meses inmediatamente anteriores al nacimiento del hijo, pero las referencias a su propio estado de ánimo van haciéndose más sombrías. Se siente —dice— como “el resto de un naufragio a merced de las olas” y describe con cierto distanciamiento pesimista su debut parlamentario; se queja varias veces del desorden y da la desconexión existente en las propias filas y vuelve a sentirse, como en Viena, psicológicamente cansado y viejo.

Al menos por dos veces ha aludido Gramsci durante estos meses al “desierto” que representa una vida dedicada exclusivamente a la política. Y sintomáticamente ve ahora en las conversaciones con Tatiana, a la que sólo unas semanas antes había juzgado casi solo en términos político-ideológicos, una salida de ese desierto, algo así como una anticipación de lo que puede ser el equilibrio psicofísico cuando Julia y Delio lleguen, por fin, a Italia. Sus requerimientos a Julia acentúan ahora la necesidad de salir de esa mecanización unilateral de la vida propia que representa lo solo político. Ve ahora el amor como algo que tiene que impedir “que me convierta en un pingo almidonado, me mecanice, me haga apático y acabe convertido en un muñeco que repite siempre las mismas palabras y los mismos gestos”.

Este estado de ánimo no le hace perder, sin embargo, la lucidez política. El diagnóstico que realiza, en julio de 1925, de la situación en Italia, cuando para llevar a cabo sus actividades empieza a verse obligado a “borrar las huellas” y burlar así a la policía política, suena a premonitorio: “Somos demasiado fuertes para no tener iniciativas que llevan al descubrimiento de nuestras fuerzas y somos demasiado débiles todavía para aguantar un choque frontal”. En esas circunstancias nota, en cambio, Gramsci que está perdiendo el gusto por la naturaleza. Y relaciona esto, como Brecht, precisamente con las obligaciones de lo solo político.

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Nada más revelador y sintomático de lo que el desierto (obligado) de lo solo político puede llegar a representar para un hombre sensible que comparar lo que dice Gramsci sobre la naturaleza en la última carta (de 15 de agosto de 1925) que escribe a Moscú, antes del viaje de Julia y Delio a Italia, con la carta en que un año después cuenta a Julia su estancia con Delio en Trafoi y con la descripción del paisaje que él mismo haría en enero de 1927, después de la detención, ya en el destierro de Ustica.

En efecto, durante el ferragosto de 1925, en la misma carta en que dice a Julia que tendrá que explicarle el significado exacto de la palabra “quiero”, narra Gramsci uno de los viajes a los que se ha visto obligado por el trabajo de organización, y describe así sus impresiones:

He visto parajes que, según dicen, son bellísimos, paisajes que al parecer son admirables, tan admirables que los extranjeros vienen de lejos para contemplarlos. Por ejemplo, he estado en Miramare, pero me ha parecido una errada fantasía de Carducci; las blancas torres se me presentaban como chimeneas acabadas de blanquear con argamasa; el mar tenía un color amarillo sucio porque los peones que construían un camino habían echado en él toneladas de detritus; el sol me dio la impresión de un calorífero fuera de estación.

A renglón seguido comenta Gramsci que se está convirtiendo en un apático y que esas impresiones tienen que deberse a que el sentimiento de la ausencia le está haciendo perder el gusto por la naturaleza.

La percepción de la naturaleza cambia con la llegada de los seres queridos a Italia durante el otoño de aquel año. Julia y Delio permanecieron con Antonio en Roma hasta el verano de 1926, aunque en casas distintas por motivos de seguridad. A finales de agosto Gramsci se tomó un respiro en la actividad política y pasó unas breves vacaciones con su hijo en Trafoi (Bolzano) mientras Julia regresaba a Moscú. En septiembre escribe a Julia: “Creo que la estancia de Delio en Trafoi, en un marco tan grandioso de montañas y glaciares, dejará

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en su memoria huellas muy profundas. Hemos jugado. Le he construido algún juguete, hemos hecho fuego en el campo. No había lagartijas, así que no he podido enseñarle a cogerlas. Me parece que ahora empieza una fase muy importante para él, esa fase que deja los más sólidos recuerdos porque en su desarrollo se conquista el mundo grande y terrible”.

Incluso unos meses después de la detención, ya en Ustica, y a pesar de estar desterrado, a pesar de la falta de libertad, a pesar de los presagios y de la incertidumbre de la nueva situación, pendiente como estaba de juicio por sus actividades políticas, y lejos también de Julia, nuestro hombre dispone de algo que no tenía meses atrás. Es un desterrado, pero dispone de tiempo para mirar la naturaleza de otra manera: “Tenemos a nuestra disposición una hermosísima terraza desde la que admiramos el mar sin fin durante el día y un magnífico cielo por la noche. Como el cielo está limpio, sin los humos de la ciudad, podemos gozar estas maravillas con la máxima intensidad. Los colores del agua del mar y del firmamento son realmente extraordinarios por su variedad y por su profundidad. He visto arco iris únicos en su género” . La explicación de este cambio en la manera de percibir la naturaleza es psicológica y la da el propio Gramsci en una carta que una semana antes ha escrito a su cuñada, Tatiana: a pesar de que ha perdido la libertad de movimientos, el ambiente de Ustica le está regenerando física y mentalmente porque necesitaba un periodo de reposo absoluto después de una desbordante actividad política de meses y meses.

El mundo subterráneo

Las cartas enviadas desde Ustica revelan tranquilidad de espíritu e incluso, en algún momento, una cierta euforia. La euforia desaparecerá después del traslado desde la isla a la cárcel de San Vittore, en Milán, a principios de febrero de 1927, pero la serenidad ante una situación tan adversa seguirá siendo durante meses el rasgo principal de las cartas de la cárcel. Incluso el símil con que Gramsci transmite a Julia su estado de ánimo, imaginándose como uno de los marineros que acompañaron a Fridtjof Nansen al Polo Norte sugiere cierta

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serenidad doblada de ironía: avanzar lentamente, muy lentamente, después de dejarse aprisionar por los hielos, aprovechando el empuje de los mismos a medida que éstos se van separando. Y de hecho, durante más de un año, hasta después del proceso al que Gramsci y otros dirigentes comunistas fueron sometidos en Roma y de su traslado, ya condenado, a la casa penal de Turi de Bari, la gran mayoría de las cartas que escribió a Tatiana, a Julia, a su madre y a otros familiares no dejan entrever la tragedia que se avecinaba. En ellas, además de la tranquilidad de espíritu, afloran la fortaleza moral, el autocontrol en el plano de los sentimientos, la reserva en el juicio político, el sentido práctico y realista, la crítica de los convencionalismos y, sobre todo, el humor, una vena irónica no siempre bien comprendida por sus interlocutores.

Entre el destierro en Ustica y la celda de San Vittore, en Milán, Gramsci ha ido construyéndose una ética de la resistencia basada en la observación lúcida y distanciada del nuevo mundo que estaba descubriendo y en la acentuación de lo que cree que son los principales rasgos de su propia personalidad. No quiere dejarse dominar por la aflicción ni quiere ser consolado. Ha conocido el aislamiento, ha sabido en otras ocasiones estar solo entre la multitud y no cree que la nueva situación le vaya a superar.

Mientras se encontró físicamente bien, Gramsci se ha preocupado más por disipar los temores de los otros ante un futuro incierto, pero en cualquier caso sombrío, que de solicitar ayudas o pedir clemencia. En este sentido ha recordado a la madre su propia fortaleza física y moral, bromeando con ella sobre curas y rezos, pero sobre todo advirtiéndola de que hay algo peor que la cárcel, con ser ésta malísima, y que ese algo es el deshonor por debilidad moral o por villanía. Ha llamado la atención del hermano Carlo, en términos cortantes, sobre lo poco que éste sabe de lo que ha sido su vida hasta ese momento y sobre el principio moral de la resistencia: las convicciones profundas que no se venden por nada de este mundo. Ha ironizado con Tatiana Schucht sobre las deficiencias de su italiano y a cuenta de sus propias lecturas, aconsejándola cuando ella se ha encontrado enferma. Ha mantenido durante esos meses una relación epistolar esporádica pero relativamente equilibrada con Julia. Y ha elegido a Tatiana como corresponsal principal para seguir manteniendo, a través de ella y con Piero Sraffa, el contacto con el partido

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comunista y, de paso, mitigar así el peso de la losa que más le abrumaba: el convencionalismo epistolar al que obliga el reglamento carcelario con todas las derivaciones que esto supone cuando se trata de comunicar sentimientos amorosos.

Ya en estas cartas, sin embargo, la fortaleza moral y el alto concepto del honor y de la dignidad personal que Gramsci tenía chocan con una educación sentimental que se reconoce insuficiente. Tiene un alto concepto de su propia fortaleza moral y se exige mucho, pero quiere que los otros (Julia, Tatiana, su madre, su hermano Carlo) le consideren “un hombre normal” cuando, obviamente, no lo es.

Gramsci declara odiar todo lo que es convencional. No quiere verse reducido a una correspondencia convencional. Así era ya en Viena, cuando empezaba a escribir a Julia. Solo que esta sensación se le agudiza ante un carteo que sabe que será, además, convencionalmente carcelario. Dedica mucho tiempo a la introspección, casi tanto como a la lectura, y pronto cree estar perdiendo “el hábito externo de la sensibilidad”, su “meridionalismo”. Gramsci está haciendo un esfuerzo voluntarista por controlar sentimientos y afectos. Ve en ello una forma de autodefensa, pero duda de si los resultados de este esfuerzo son siempre positivos, consecuentes con su afirmación de que hay que ser prácticos y realistas hasta en la bondad. Se diría que toda la seguridad con que argumenta sobre el principio moral de la resistencia se le convierte en duda, incluso en inseguridad, cuando ha de hacer frente a los propios sentimientos. Y así oscila entre valorar positivamente la frialdad y la indiferencia externas, el reconocimiento esporádico de que él mismo ha llegado a adquirir “cierta sensibilidad morbosa” y la aceptación forzada de la confusión que le produce el tener que hablar o escribir de sus cosas íntimas. Sabe que su correspondencia es en cierto modo “pública” porque la están leyendo otras personas (funcionarios de la cárcel y amigos políticos) y no consigue vencer el pudor que le produce hablar de sentimientos íntimos ante terceras personas.

Desde el primer momento, ya en Ustica, Gramsci ha pensado que su capacidad de resistencia como prisionero tenía que estar directamente vinculada a un programa de lecturas y estudios. Y ha hecho planes a este respecto. Pero también desde el primer momento ha sabido que la probabilidad

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de llevar a cabo estos planes desciende cuanto más detallados son. Se aplica a sí mismo el concepto que tiene de la utopía. Y no sólo por razones externas, de tipo general o relacionadas con los obstáculos que el destierro y la cárcel suponen, sino también por autoconciencia, por conocimiento del propio carácter, porque se considera un hombre polémico y dialogante que necesita medirse intelectualmente con otros interlocutores.

Precisamente por eso lo mejor de las cartas que ha escrito desde la cárcel de San Vittore está en la descripción irónica y vivaz de sus conversaciones con otros, en el uso metafórico de algunas de sus lecturas carcelarias para contar la evolución de los propios estados de ánimo y en la forma en que ha narrado, para las personas a las que quiere, el descubrimiento de un mundo cuya existencia apenas podía sospechar en los meses anteriores: el mundo subterráneo de los desterrados y de los presos, de los “no cristianos”, un mundo que le hace pensar en lo difícil que es captar la verdadera naturaleza de los hombres a partir de los rasgos externos. Digna de recuerdo es su descripción de la cuerda de presos que como una inmensa serpiente se arrastra desde Palermo a Milán dejando en cada cárcel una parte de sus anillos para luego recuperarlos en otras madrigueras. E igualmente memorable la narración —entre el distanciamiento propio del antropólogo y la perplejidad crítica del político— de ese mundo subterráneo que vive y se reproduce en los márgenes del otro y que acaba configurando el subsuelo humano dostoievskiano: beduinos de Cirenaica, mafiosos sicilianos, camorristas de Nápoles, remedos de Farinata y violadores con aire bonachón: “Todo un mundo complicadísimo, con una vida propia de sentimientos, puntos de vistas, códigos del honor, jerarquías férreas y un particular sentido de la solidaridad”.

Este primer periodo carcelario en San Vittore, que se abría con el símil de los marineros de Nansen sugiriendo la imagen de la serenidad conscientemente elegida ante la dificultad, se cerrará, entre febrero y abril de 1928, con otro símil y la manifestación de una sospecha. En sus cartas a Julia Gramsci advierte que se ha cumplido ya todo un ciclo de transformaciones que han afectado a su estado de ánimo, y luego que un periodo de su vida carcelaria está a punto de terminar. Son los prolegómenos del proceso que tendría lugar finalmente en Roma. Gramsci sugiere ahora que él mismo está cambiando la táctica de la

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ética de la resistencia. Se ha hecho más estoico. Ha decidido dejar de oponerse a lo que es necesario e ineluctable “con los medios y maneras de antes” y quiere dominar ahora el proceso en curso acentuando el espíritu irónico. En ese contexto vuelve a la metáfora:

A la celda llega una luz a mitad de camino entre la luz de una cantina y la luz de un acuario. De todas formas, no debes pensar que mi vida transcurre tan monótona e igual como puede parecer a primera vista. Una vez que se ha acostumbrado uno a la vida del acuario, adoptando el sensorio para captar las impresiones amortiguadas y crepusculares que llegan hasta allí (y siguiendo, desde luego, en una posición un tanto irónica) se descubre todo un mundo que bulle alrededor, con sus peculiares leyes y con su curso esencial. Ocurre como cuando después de echar una ojeada rápida a un viejo tronco medio deshecho por el tiempo y la intemperie nos paramos a mirarlo más fijamente y con atención. Primero se ve únicamente algo así como una fungosidad humectante, con alguna babosa soltando baba y arrastrándose lentamente. Pero luego, casi de repente, se ve todo un mundo de colonias de pequeños insectos que se mueven y afanan, haciendo y rehaciendo los mismos esfuerzos, el mismo camino. Si uno sigue conservando la propia posición externa, si no se convierte en una babosa o en una hormiguita, todo eso acaba interesándole y le permite pasar el tiempo.

La ironía empieza a hacerse negra. El mundo subterráneo sigue siendo para Gramsci una curiosidad interesante cuando se la observa con la adecuada distancia, pero ya no es un mundo de hombres, por primitivos y elementales que fueran (mafiosos, camorristas o delincuentes) sino un mundo poblado de babosas e insectos, lo que sugiere cierta inquietud psicológica. Gramsci se encuentra aún relativamente bien de salud, pero justamente por eso, en la siguiente carta a Julia, a finales de abril, manifiesta su disgusto por la forma en que los compañeros han enfocado la campaña de solidaridad ante el proceso y alude a una preocupación que en los años siguientes se le convertiría en obsesiva: “He recibido recientemente una extraña carta firmada Ruggero, que

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solicitaba respuesta. Quizá la vida en la cárcel me haya hecho más desconfiado de lo que exigiría la prudencia, pero el hecho es que esa carta , a pesar de su sello y de su matasellos, me ha sacado de quicio”.

Esta carta de Ruggero Grieco, fechada el 10 de febrero de 1928 y conocida por su destinatario en marzo, se ha convertido en uno de los asuntos más repetidamente tratados entre los biógrafos e intérpretes de Gramsci. Y se comprende. No tanto por lo que la carta misma decía, ni siquiera por lo que Gramsci dice a Julia al mes siguiente de haberla recibido, pues, al fin y al cabo, el que eso “le sacara de quicio” está probablemente todavía dentro de lo que llamaríamos prudencia, sino por la forma terrible en que se ha referido a ella varios años después. Gramsci trató de esa carta en un coloquio con Tatiana, en la cárcel de Milán, poco después de haberla recibido, unos meses antes del proceso. Entonces manifestó su disgusto al respecto, pero añadió, además, y esto es significativo, que el juez instructor le había advertido de que aquella carta podía costarle unos cuantos años más de cárcel sugiriéndole que sus amigos políticos le estaban traicionando. Así nacía una sospecha que iba a atormentarle durante años y que acabaría dando un nuevo giro a su manera de entender la relación entre lo público y lo privado.

El preso 7047

El proceso contra los dirigentes del Partido Comunista tuvo lugar en Roma entre finales de mayo y comienzos de junio de 1928. Gramsci fue condenado a 20 años, 4 meses y 5 días de reclusión. Él había calculado que sería condenado a un máximo de 14 o 17 años. A pesar de que tuvo la oportunidad de hablar sobre la carta de Ruggero Grieco con otros compañeros mientras permaneció en la cárcel de Roma durante el proceso, es posible que la diferencia de años entre este cálculo y lo que fue la condena haya hecho aumentar en su cerebro la sospecha que le sugirió el juez instructor. O que Gramsci haya pensado que aquella carta desbarataba gestiones diplomáticas en curso que podían haber favorecido su situación. Pero no hay confirmación de estas conjeturas para esa fecha. Es notorio, en cambio, que con la condena

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y el traslado a la casa penal de Turi empieza una nueva fase de la vida de Gramsci. En la cárcel de Turi estuvo desde julio de 1928 hasta noviembre de 1933. Allí le matricularon con el número 7047.

En la cárcel de Turi Gramsci trató de organizarse siguiendo los mismos criterios resistenciales que le habían sostenido desde su detención en 1926. El fiscal fascista había puesto énfasis en que el régimen quería impedir que aquel cerebro siguiera pensando. Él hizo todo lo que pudo para que aquel designio no se cumpliera: elaboró un nuevo plan de estudios, se organizó para ganar tiempo que dedicar a la lectura, pidió y obtuvo libros que consideraba indispensables, siguió con su trabajo de aprendizaje de distintas lenguas y empezó a traducir textos del alemán, del inglés y del ruso, consiguió permiso para escribir en la celda, entabló un interesante diálogo intelectual con Piero Sraffa y redactó lo esencial de lo que conocemos con el nombre de cuadernos de la cárcel.

Pero hay al menos tres factores que en la cárcel de Turi determinaron un cambio notable en su manera de entender la relación entre las razones de la razón y las razones del corazón, entre lo público y lo privado, entre el compromiso político-moral y el mundo de los sentimientos. El primero de estos factores fue el constante empeoramiento de su salud. El segundo, el deterioro de su relación afectiva y sentimental con Julia Schucht. Y el tercero, el distanciamiento político respecto de sus compañeros más próximos. Las tres cosas juntas producirían en Gramsci una considerable inestabilidad emocional: cambios de humor muy acentuados, tendencia al aislamiento, irritabilidad en el trato con los más próximos, dificultad temporal para la concentración intelectual, desconfianzas que a veces se le convirtieron en obsesiones, oscilación entre la ironía todavía alegre y distanciada y el sarcasmo amargo, acentuación de la acribia de filólogo en la correspondencia íntima, progresivo sentimiento de derrota personal hasta llegar al sentimiento de muerte.

Lo más notable es que de todo esto, y del sufrimiento que tuvo que conllevar, apenas hay huellas en los cuadernos que simultáneamente estaba escribiendo en la cárcel. Se diría que en las horas, muchísimas horas, que Gramsci dedicó a redactar los cuadernos hizo abstracción casi absoluta de su dolor, de su sufrimiento, de sus cambios de humor, de sus irritaciones, de sus sospechas y

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de sus obsesiones. Logró imponer ahí un distanciamiento intelectual y una fuerza moral cuya expresión más alta está en un paso de una carta a la madre, en la que dice: “Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, ante todo porque no quiero ser compadecido. He sido un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado sin ser obligados a ello si no porque así lo han querido conscientemente”. En esas palabras y en lo que deja entrever en algunas de las cartas a Tatiana escritas desde Turi en los peores momentos de la enfermedad, donde solicita ayuda (pero sólo y exclusivamente la ayuda que él quiere en ese momento y en la forma precisa que su voluntad le dicta), está la clave para entender el carácter de este Gramsci resistencial.

Ya durante la conducción desde la cárcel de Milán a la cárcel de Roma para el proceso y desde Roma a Bari, una vez concluido éste, su salud ha empeorado. En junio de 1928 se le diagnosticó una uricemia crónica. Como consecuencia de ello, ha tenido periodontitis expulsiva. Simultáneamente ha pasado por varios momentos de agotamiento nervioso. En julio sufre un herpes que le produce una inflamación muy dolorosa y pasa varios días de dolores infernales, “retorciéndome como un gusano”, dice. En diciembre de ese mismo año, ya en Turi, tuvo un ataque de ácido úrico que le dejó medio inválido durante tres meses. En noviembre de 1930, el insomnio prolongado se le hace insoportable, duerme una media de dos horas diarias y tiene problemas de concentración. Desde mediados de agosto de 1932 tiene serios problemas intestinales, no atribuibles sólo a la mala alimentación, siente que las fuerzas empiezan a abandonarle, vuelve a sufrir de insomnio y cree que su capacidad de resistencia está quebrándose, que está perdiendo el control de los impulsos y de los instintos elementales del temperamento. En septiembre entra en una fase de exaltación nerviosa. Describe entonces su situación como “un frenesí neurasténico, una obsesión continua y espasmódica que no me deja un momento de quietud”. En diciembre de 1932 vuelve a tener insomnio y pide consejo médico a Tatiana para tomar un somnífero. En marzo de 1933 tiene una crisis grave, desfallece, cae al suelo, no puede valerse por sus propios medios y, durante semanas, tiene que ser asistido en la celda por otros compañeros.

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Sólo entonces, después de cinco años de cárcel, ha tenido Gramsci un diagnóstico relativamente preciso de sus males, cuando el doctor Umberto Arcangeli le visita en Turi de Bari. Hasta entonces los médicos que le vieron actuaron de oficio, le recetaron lenitivos o placebos o, en algún caso, le trataron como a un enemigo político. El doctor Arcangeli le diagnostica lesiones tuberculosas en el lóbulo superior del pulmón derecho con emotisis, arterioesclerosis con hipertensión arterial e insomnio permanente, pero, sobre todo, sugiere que tiene el mal de Pott, es decir, una tuberculosis de la columna vertebral que afecta a las vértebras y que suele producir dolor espontáneo por irritación de las raíces de los nervios raquídeos y, cuando se tiene desde de la infancia, cifosis. Es posible que Gramsci haya tenido desde niño el mal descrito por el cirujano británico Percival Pott. Eso explicaría la deformación de su columna y, al no haber sido tratado el mal, la reiteración de los estados de irritabilidad desde su adolescencia. En tales condiciones, ante una enfermedad descubierta muy tardíamente y cuyo tratamiento requiere, para empezar, inmovilización y reposo, se comprende que el doctor Arcangeli concluyera que Gramsci no podría sobrevivir mucho tiempo en las condiciones carcelarias. A pesar de lo cual esta situación se prolongó todavía siete meses, hasta noviembre de 1933, fecha en la que, finalmente, fue trasladado a una clínica en Formia. Gramsci ya no mejorará más que esporádicamente en los años siguientes.

Elección racional y sensibilidad

La relación sentimental de Gramsci con Julia Schucht, que ya había sido difícil en los años anteriores, se fue complicando en los años que pasó en Turi de Bari hasta hacer crisis entre 1932 y 1933. Es difícil decir qué contribuyó más a esta crisis: si la falta de noticias de ella durante meses enteros, los silencios y malentendidos sobre su verdadero estado de salud, las presiones familiares para que ella no viajara a Italia en un momento en el que obviamente el preso lo necesitaba, los equívocos de una comunicación que no llega a ser correspondencia auténtica, la inestabilidad emocional del propio Gramsci, su

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concepto de la relación entre sentimientos y vida política, o las obsesiones que acabaron carcomiendo al preso 7047.

Poco después de llegar a la cárcel de Turi de Bari, en 1928, Gramsci ha ratificado una decisión que seguramente tuvo una importancia decisiva en la complicación de su relación con Julia. El reglamento carcelario limitaba el número de cartas que podía escribir y decidió elegir como corresponsal principal a Tatiana, no a Julia. Era ésta una elección racional puesto que Tatiana estaba en Italia, podía visitarle y de esta forma se facilitaba una comunicación con el centro exterior del partido (en París y Moscú) a través de Piero Sraffa (que podía viajar, legalmente y con frecuencia, a Italia desde Inglaterra). Por aquellas fechas Tatiana tenía que haber regresado a Moscú para reunirse con su familia, pero unió su decisión a la decisión del otro: se sacrificó por Gramsci contra el deseo de sus padres.

Esta elección racional, que en condiciones de normalidad habría sido una ayuda positiva sin más, se convirtió en otra cosa, tuvo un efecto inesperado. No sólo por la anormalidad que representaba la situación de un preso en una cárcel fascista, sino también por las enfermedades que sufrían uno y otra, y por la complicación psicológica de la pareja a la que Tatiana tenía que ayudar. Tatiana se convirtió así en la Antígona de esta tragedia moderna, pero mediatizó la relación de Antonio y Julia al no enviar a ella las cartas de él que consideraba que podrían molestarla o deprimirla y al no comunicar a él, por razones parecidas, la gravedad de la enfermedad psíquica de ella. Con su bondad, y sin quererlo, contribuyó a disolver uno de los hilos que más había unido sentimentalmente a la pareja desde que se conocieron: la conciencia del sufrimiento que produce el peso desequilibrante del cerebro, la conciencia recíproca de la debilidad que acompaña a la fortaleza moral, esa conciencia que, en situaciones excepcionales, como era el caso, lleva a la ayuda mutua. Es sintomático, en este sentido, el que la relación sentimental entre Antonio y Julia mejorara y se equilibrara eventualmente siempre a partir del reconocimiento de la gravedad de las enfermedades mutuas, esto es, del reconocimiento de las propias debilidades a través de la debilidad del otro.

A pesar de las quejas de Gramsci sobre los silencios de Julia Schucht, de su contención sentimental ahora obligada, de sus discrepancias sobre la

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educación de los hijos (él pensaba que ella y su familia eran en esto demasiado “románticos”) y de su repetida observación de que se estaba produciendo un distanciamiento sentimental, comprensible dadas las circunstancias, el tono y la forma de las cartas escritas hasta la primera mitad de 1930 no hacían presagiar, ni de lejos, lo que vino después. Pero ya en mayo de ese mismo año Gramsci empieza a sentir que la razón de que Julia no le escriba es que se le estaba ocultando algo. Una semana después, en carta a Tatiana, afirmaba que el aislamiento en que él se encuentra no es sólo consecuencia de la inquina política de los adversarios, cosa esperable, sino también del abandono de los próximos, con lo que no podía contar. Dice entonces sentirse sometido a varios regímenes carcelarios y alude, por primera vez en el epistolario, a “la otra cárcel”, al hecho de que le han echado fuera de la vida familiar: “Los golpes me llegan de donde menos podía esperar”. Enseguida se da cuenta de que está escribiendo precisamente a la persona que más le ha ayudado desde el encarcelamiento, pero, a pesar de ello, quiere que quede claro que en este asunto, bondad aparte, no vale la sustitución de persona.

Al llegar a ese punto de la comunicación de sus impresiones, Gramsci ha escrito algo, entre la confesión y la declaración de principios, que ayuda a entender su concepto de la relación entre razón y sensibilidad:

A decir verdad no soy muy sentimental y no son las cuestiones sentimentales las que me atormentan. No es que yo sea insensible (ni quiero hacer pose de cínico o de blasé). Mas bien lo que ocurre es que las cuestiones sentimentales se me presentan, y las vivo, en combinación con otros elementos (ideológicos, filosóficos, políticos, etc.), en forma tal que no sabría decir hasta dónde llega el sentimiento y donde empieza cada uno de los otros elementos, ni siquiera sabría decir de cuál de todos estos elementos se trata, de tan unificados que están en un todo inescindible y en una vida única. Es posible que esto sea una fuerza, o quizá una debilidad porque lleva a analizar a los otros del mismo modo y, por tanto, a sacar conclusiones tal vez equivocadas.

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En un plano genérico, Gramsci reafirmaba así la sustancial unidad del hombre que siente con el hombre que piensa y con el hombre que lucha por un ideal, unidad que es lo que constituye la dignidad de la persona, su coherencia. Él pensaba que eso es precisamente la sustancia del ser revolucionario. Pero para el caso concreto, que es el de su propia vida en la cárcel, dependiente de los sentimientos y de las actuaciones de los otros, este paso deja todavía flotando una duda: la de si esta coherencia, que se ha mostrado tantas veces como una fuerza en las relaciones sociales mediadas por lo político, no será al mismo tiempo una debilidad en lo que concierne a las relaciones interpersonales. Así es como me parece que hay que interpretar el final de la carta.

No es casual que haya sido precisamente su amigo Piero Sraffa quien, con la agudeza del científico que aprecia sobre todo el análisis y la distinción de elementos (aunque también, todo sea dicho, gracias a la distancia y al desapasionamiento permitidos por el estar fuera de la cárcel), mejor captó el riesgo de aquella concepción unitaria de Gramsci en relación con asuntos que requerían soluciones prácticas. Pues una cosa es teorizar la concepción unitaria de la dignidad de la persona y otra caer en la indistinción cuando se quiere saber las verdaderas causas del aislamiento de uno. Sraffa hizo lo razonable en un caso así. Viajó a Moscú, vio a Julia en el sanatorio en que estaba internada, obtuvo un diagnóstico de su enfermedad (amnesias, depresión, pérdidas repetidas de conocimiento) y regresó con una respuesta a las dudas de Gramsci: Julia no escribía porque temía que, al leer sus cartas, Antonio descubriera su verdadero estado de salud, cosa que le perjudicaría a él mismo.

A partir de ahí, y durante unos meses, el reconocimiento de la desgracia recíproca volvió a anudar por un tiempo aquella relación difícil. A veces, en la correspondencia de esos meses, tanto con Tatiana como con Julia, sale a relucir aquella “veracidad despiadada” que movía a Gramsci incluso cuando el interlocutor al que quiere le está dando satisfacción. He aquí un ejemplo: “Quisiera saber en qué circunstancias y en relación con qué objeto ves tú [Julia] esta identidad entre nuestros pensamientos. Pues en nuestra correspondencia falta precisamente una ‘correspondencia’ efectiva y concreta. Nunca hemos

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logrado entablar un ‘diálogo’. Nuestras cartas son una serie de ‘monólogos’ que no siempre discurren de acuerdo ni siquiera en sus líneas generales. Y si a esto se añade el elemento tiempo, que hace olvidar lo que se ha escrito anteriormente, la impresión de puro ‘monólogo’ se refuerza. ¿No crees?” .

Desgraciadamente, las cartas de Julia Schucht que se han publicado hasta ahora no son suficientes todavía para la comprensión en detalle de la otra tragedia (o de la otra cara de la tragedia). Pero con las que se han conservado y con las referencias que hace a otras su hermana Tatiana hay material de sobra para imaginársela con “fantasía concreta”, como quería Gramsci, sin necesidad de caer en especulaciones fantasiosas. Basta con pensar un poco en dos palabras que se repiten en sus casi siempre brevísimas cartas: “cansancio” y “melancolía”. No es difícil de imaginar, para quien no esté obnubilado por el politicismo o por la gris teoría sin vida, lo que significaban “cansancio” y “melancolía” para una violinista joven y culta que estaba viviendo en Rusia lo que siguió a los diez días que estremecieron al mundo, con dos hijos de un hombre con el que ha convivido apenas unos pocos meses y que, además, había de cumplir en las cárceles italianas, a muchísimos kilómetros de distancia, una condena de veinte años.

Por lo general, las cartas que Gramsci ha enviado a Julia en 1931 y durante los primeros meses de 1932 son afectuosas, a veces rememorativas, otras tiernamente preocupadas por su salud y por la educación de los hijos, y fueron escritas siempre con la intención de ayudar a que ella pudiera superar por completo el mal momento psicológico por el que estaba pasando. En enero de 1931 pensaba Gramsci que, una vez informado convenientemente del estado de salud de Julia, las relaciones entre ellos iban a ser francas y espontáneas. En febrero reconoce su parte de culpa en el deterioro de la relación sentimental porque ha pensado que Julia era más fuerte y por un exceso de ternura no quiso romper aquella imagen: “Estoy debatiéndome entre dos sentimientos, el de una inmensa ternura por ti, cuya debilidad tendría que consolar inmediatamente con una caricia física, y el de la necesidad de hacer yo mismo un gran esfuerzo de voluntad para convencerte desde lejos de que, a pesar de todo, también tu eras fuerte y tienes que superar la crisis”. En mayo considera que ellos dos se están volviendo “de un sabio que llegará a ser proverbial”. En

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agosto, cuando sabe que Julia ha empezado un tratamiento psicoanalítico, se pone a leer a Freud y relaciona los principios del psicoanálisis con su propia insistencia en la necesidad de “desovillar” la verdadera personalidad. De noviembre a diciembre sus sentimientos son un péndulo: empieza diciendo a Julia que se han convertido en fantasmas el uno para el otro y le reprocha haber contribuido a agravar su aislamiento; luego muestra su disgusto por haber escrito de esa forma; y acaba reflexionando sobre los vínculos que les unen, que, en su opinión, no son sólo afectivos sino también de solidaridad: “El afecto es un sentimiento espontáneo que no crea obligaciones porque está fuera de la esfera de la moralidad. [...] Donde podemos y debemos apoyarnos es en los vínculos de solidaridad”.

Algunas de las noticias que iba recibiendo de Moscú, a través de Tatiana, sobre la educación de los hijos y sobre las relaciones familiares llevaron a Gramsci a la convicción de que la propia Julia era una víctima del “sistema familiar de los Schucht”. En ese momento sabía ya, por Tatiana, que el obstáculo para que Julia pudiera trasladarse a Italia no era sólo su enfermedad sino también la oposición decidida del padre y de su hermana Eugenia. A pesar de todo lo cual, las sospechas de Gramsci sobre el “otro muro” que se estaban levantado en torno suyo para aislarle no han vuelto a aflorar en esos meses, que, por lo demás, fueron de muy intensa actividad intelectual en la redacción de los cuadernos.

Y tal vez las sospechas no habrían ido a más si no hubiera intervenido aquel otro elemento que él no conseguía escindir de la consideración de los propios sentimientos: el factor político-ideológico, un asunto del que, en sus condiciones de entonces, no podía tratar con Julia por carta. Este tercer factor es igualmente importante para entender el curso de los pensamientos de Gramsci en Turi de Bari. Su discrepancia respecto de la táctica de la Internacional sobre el “socialfascismo”, una táctica compartida entonces por el grupo dirigente del Partido Comunista Italiano, le llevó a entrar en conflicto con sus propios compañeros de cárcel. En este punto mantuvo siempre una gran reserva cuando se le pidió opinión desde el exterior, pero tuvo conocimiento de las formas de actuación que se estaban imponiendo en la Unión Soviética: “Stalin es un déspota”, dice un testigo que le dijo en la cárcel. El saberse en

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minoría, y sin posibilidades de actuar en la práctica, determinó en él la tendencia a ovillarse e hizo crecer nuevamente en su cerebro la sospecha de que se le estaba ocultando algo más que las amnesias y las pérdidas de conocimiento de Julia.

A veces se ha querido reducir a este último factor, al factor político o político-ideológico, la tragedia de Gramsci en la cárcel. Y se comprende que así haya sido, puesto que formalmente Gramsci había ingresado en la cárcel siendo secretario general del partido comunista y, de hecho, había sido condenado por ello. Además, la forma un tanto críptica o esópica en que él mismo iba a referirse a la interrelación entre el problema sentimental y el problema político en los meses siguientes ha favorecido no pocas conjeturas y, desde luego, muchas especulaciones políticamente interesadas al respecto: sobre su ruptura “definitiva” con Togliatti, sobre su disidencia en el seno del comunismo contemporáneo, sobre las “traiciones” de sus supuestos amigos políticos, etc. A la luz de los documentos hoy disponibles y del testimonio durante mucho tiempo más esperado, el de Piero Sraffa, se puede decir ya que toda esa especulación es inmantenible: ni hubo ruptura “definitiva” con Togliatti, ni “condena” sobreañadida, ni otra disidencia que no quepa en lo que cabe dentro de la manifestación del pensamiento propio en el marco de unas mismas convicciones compartidas. Las obsesiones de Gramsci y su desgracia se entienden mucho mejor a partir de la interrelación de los tres factores mencionados: enfermedad, complicación sentimental y preocupación ético-política (no sólo política en sentido restrictivo, táctico u organizativo).

Esperanzas y obsesiones

En agosto de 1932, como casi todos los veranos, Gramsci se siente mal. Escribe a Julia un par de cartas en las que se congratula de los progresos que ella está haciendo en la superación de la enfermedad. Pero a renglón seguido le dice que ya no puede contar gran cosa con él porque se siente precozmente envejecido, irascible, hipercrítico e insatisfecho de todo y de todos, y que está empezando a vivir una existencia animal y vegetativa. Enseguida comunica a

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Tatiana que tiene dudas de que él pueda ser el corresponsal que Julia desea, porque su capacidad de resistencia está a punto de quebrar. Gramsci cree en ese momento que ha de tomar pronto una decisión importante si no quiere volverse loco o entrar en una fase en la que no va a poder controlarse. Al autoanalizarse llega a esta conclusión: “Estoy perdiendo el control de mis impulsos y de los instintos elementales del temperamento”.

A medida que el verano avanza, y con él los calores, la irritabilidad de Gramsci va en aumento. Escribe en forma breve y cortante a Julia, amenaza a Tatiana con interrumpir la correspondencia y se disculpa luego, pasado ya el verano, explicando que está pasando un periodo de continuas obsesiones, de “frenesí neurasténico”. En ese momento se anuncia en Italia la posibilidad de una amnistía. Gramsci no se hace ilusiones porque no quiere desilusionarse luego, pero retoma su frase favorita: “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. Y la traduce para el caso: él aceptó la condena como una condena a muerte en la cárcel, pero eso no quiere decir que esté dispuesto a abandonarse o a dejarse llevar por la corriente como un perro muerto.

En ese contexto, el 14 de noviembre de 1932, Gramsci comunica a Tatiana, con cierta solemnidad y mucho preámbulo, algo que dice haber estado meditando durante tiempo: divorciarse de Julia. No plantea la cosa como un asunto estrictamente sentimental, como una cuestión de desamor, sino como una opción que otros varones presos han abordado antes que él. Aduce un argumento moral: un ser vivo no debe permanecer vinculado a un muerto o casi. Se propone, por tanto, “liberar a Julia” del vínculo que le une a él, y querría hacerlo, además, “por acuerdo bilateral”. Pide consejo a Tatiana sobre si es mejor que esto se lo comunique ella a Julia o hacerlo él mismo directamente, aunque, por las mismas razones morales, de una cosa dice estar seguro: la iniciativa tiene que partir de él. Gramsci afirma ahí haber sopesado las consecuencias, los dolores y sufrimientos que ella y él tendrán que soportar. Cree que, a su edad, Julia todavía puede crearse una nueva vida y que, de aceptar ella la propuesta, él volvería entonces a su “concha sarda”. Pero antes de llegar a este punto ha advertido a Tatiana que no debe pensar que él se ha vuelto loco o que lo que está sugiriendo es una ligereza o una irresponsabilidad. Y avanza, de manera oscura, que tiene otros argumentos

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que no puede exponer por carta y “que tal vez ni siquiera te comunicaría a ti de palabra”.

La discusión con Tatiana sobre este tema en las semanas siguientes arroja mucha luz sobre el tipo de relación que Gramsci ha establecido entre sentimiento y razón. Cuando ella le objeta que su forma de sentir es inadecuada a las circunstancias, Gramsci contesta que no se trata de “sentir” en el sentido inmediato de la palabra, sino de algo pensado, meditado, razonado, o sea, de un sentir cuyas premisas no son impulsos emocionales o pasiones instintivas, sino una larga meditación hecha con toda calma y frialdad. Ante el silencio de ella, insiste en que cuenta con su ayuda para convencer a Julia de que acepte su punto de vista. Mientras tanto, no comunica su idea a Julia, pero le insinúa vagamente que le escribirá sobre el tema del “empezar” o “volver a empezar” cuando se haya puesto de acuerdo con Tatiana, la cual “le está haciendo obstruccionismo” y le deja en suspenso. Cuando, finalmente, Tatiana le da sus argumentos contrarios a la propuesta, Gramsci contesta con una carta furiosa, el 5 de diciembre de 1932, en la que le prohibe argumentar a contrario, exige un “sí” o un “no” y pasa a contar lo que llama “una verdad dolorosa”: que el juez instructor del proceso tenía razón cuando le advirtió de las consecuencias de la extraña carta de Ruggero Grieco.

Gramsci advierte entonces abruptamente a Tatiana de cómo queriendo hacer el bien, y escribiendo en forma aparentemente afectuosa, se puede en realidad llevar al otro a la catástrofe. Y deja abierto un interrogante: ¿fue aquello un acto criminal o una ligereza irresponsable?

En enero de 1933 vuelve a plantear al asunto a Tatiana Schucht en términos parecidos durante varios coloquios que ésta tuvo con él en la cárcel de Turi. De palabra, y a pesar de la presencia de los funcionarios de la cárcel, Gramsci aclara la referencia críptica a sus “otros argumentos”. Está buscando una forma de salir en libertad y teme que la ligereza o la irresponsabilidad de sus amigos políticos frustre el intento. Gramsci había puesto entonces ciertas esperanzas en dos tipos de gestiones: obtener la libertad condicional por la vía legal, basándose en el hecho de que era el único diputado preso, o emprender una gestión diplomática desde la embajada rusa en Roma para conseguir su liberación por la vía del intercambio de presos. Espera más de la segunda

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gestión, indica a Tatiana incluso los diplomáticos rusos con los que tiene que hablar y le dice estar dispuesto a cambiar de nombre y a renunciar a la ciudadanía italiana. Es en este contexto de esperanzas en el que cobra tanta fuerza la obsesión: como consecuencia del asunto Grieco en 1928, desconfía de la forma de actuar de los “amigos italianos”. Para que los medios puedan adaptarse al fin, quiere que esta segunda gestión se haga en secreto y no se hable de ella a aquellos amigos. Gramsci no da nombres, pero uno de estos amigos queda incluido en el secreto y excluido de toda sospecha: Piero Sraffa.

Pero todavía un mes después, el 27 de febrero, Gramsci insiste de nuevo sobre el tema y escribe la más tremenda de sus cartas a Tatiana Schucht y probablemente de todas las cartas de la cárcel. En ella, Gramsci empieza admitiendo que hay cosas que se le han hecho obsesivas, pero rechaza de plano que, en su caso, el elemento psíquico esté determinando lo físico o viceversa. Da otra razón: la antigua preocupación se le ha intensificado porque está llegando a la conclusión de que él mismo ya no va a poder ocuparse de la cosa “filológicamente”, o sea, ir a las fuentes y llegar a una explicación plausible de los hechos. En este punto relaciona solemnemente la carta de Ruggero Grieco con la evolución de sus relaciones con Julia. Confiesa ahí que él puede haber cometido errores en esta relación, pero, por encima de esos errores, ve en el comportamiento de Julia algo que se le escapa y que no consigue identificar con precisión. La sospecha toma cuerpo:

Quien me ha condenado es un organismo mucho más amplio, del que el tribunal especial [fascista] no ha sido más que la manifestación externa y material, el que ha compilado el acto legal de la condena. Tengo que decir que entre estos “condenadores” ha estado también Julia, aunque creo, o mejor dicho, estoy firmemente persuadido de que ella ha actuado inconscientemente y de que ha habido una serie de personas menos inconscientes.

Al llegar ahí el lector del epistolario de Gramsci se queda tan pasmado y perplejo como quedó la destinataria de la carta, Tatiana Schucht. ¿Qué decir? Seguramente lo más razonable es decir lo que dijo Piero Sraffa cuando tuvo

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copia de estas misivas a través de la propia Tatiana: “El estado de ánimo de Antonio es muy preocupante: su última carta es impresionante por lo absurda. Es el documento de un enfermo”. Cierto. A pesar de la insistencia de Gramsci en que está abordando el asunto racionalmente, con espíritu práctico, y a pesar del énfasis que ha puesto en que hay que adaptar los medios al fin que se persigue (hasta el punto de herir a Tatiana cuando cree que no es capaz de hacerlo), no se entiende por qué, en el transcurso de semanas, puede haber pensado sucesivamente en romper el vínculo con Julia y retirarse a la “concha sarda”, en renunciar a la nacionalidad e ir a vivir a Moscú con los suyos, en el caso de ser liberado, y en que Julia, por la que dice sentir una acentuada ternura, pudiera ser uno de sus “condenadores”, aunque de forma inconsciente.

En cualquier caso, no se trataba de una obsesión ocasional o de una forma de locura temporal. Gramsci ha dado tanta importancia a este suceso que, incluso al pasar revista a lo que había sido su vida desde la detención y el encarcelamiento, y establecer los periodos de su vida carcelaria, además de afirmar que en 1933 empezaba una fase crítica y decisiva de su existencia, retrotraía la fase anterior, no, como hubiera sido lo lógico, al momento en que tuvo lugar el proceso, o al momento en que, concluido éste, fue trasladado a la casa penal de Turi (en la que todavía se encontraba), sino precisamente al día en que recibió la carta de Ruggero Grieco, como si ésta hubiera sido “la mota negra” del relato famoso. Todavía en mayo de 1933 repetía que el juez instructor tuvo razón al decirle que parecía como si sus amigos estuvieran colaborando a mantenerlo lo más posible en la cárcel.

Hipótesis

¿Por qué Gramsci mezcla a Julia (a la que sin duda sigue queriendo y de la que no tiene otro motivo racional de queja que sus prolongados silencios o la brevedad de sus cartas cuando escribe) en aquella “ligereza irresponsable” o “acto criminal” que la convierte en uno de sus “condenadores”? La proximidad temporal de esta carta a aquella otra en la que Gramsci suscita la cuestión del

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divorcio ha llevado a algunos intérpretes a contestar a esta pregunta con la hipótesis de que en el debate comunista de los primeros años treinta Julia y la familia Schucht (o parte de la familia) residente en Moscú estaban (tal vez en relación con Togliatti) en el otro bando. Según esta hipótesis Gramsci se habría dado cuenta de ello, ató cabos y llegó a la conclusión correcta: la maldad consciente de alguno de los dirigentes comunistas y la inconsciente de ella. Pero esta conjetura pierde entidad cuando se advierte que, en la misma carta mencionada y sobre todo en los coloquios que tuvo con Tatiana, Gramsci ha dicho que no hablara de ese asunto más que con Piero Sraffa, y Gramsci sabía perfectamente que Tatiana y Piero Sraffa eran sus enlaces con la dirección del Partido Comunista en el exterior.

¿Hay alguna evidencia de que la sospecha de Gramsci fuera cierta, de que el grupo dirigente del partido comunista, y con él, aunque inconscientemente, Julia Schucht, hayan traicionado a Gramsci, o hay que considerar, más bien, que se trató de una obsesión, de una sospecha infundada? Umberto Terracini, otro de los prisioneros comunistas que recibió igualmente, y en las mismas fechas, la carta de Grieco, ha sido muy explícito al respecto: “La sospecha de Gramsci siempre me pareció incomprensible”. Esta ha sido también la opinión del historiador Paolo Spriano, que ha estudiado el asunto con detalle, y de Valentino Gerratana, que se basa en la documentación donada por Piero Sraffa, la persona que, por sus contactos con unos y con otros, más pudo saber a este respecto.

Queda, desde luego, “la ligereza irresponsable” de 1928 y el hecho de que en lo político, como en lo demás, Gramsci pensó siempre por su cuenta: en 1926, en 1928, en 1930 y en 1933. Pensar por cuenta propia ha sido siempre una cruz, dentro y fuera de los partidos comunistas. Una cruz aún más pesada en las cárceles. Y en la cárcel no hay Cirineos para eso. Cabe pocas dudas respecto del hecho de que Gramsci tenía los Cirineos fuera. Pero su rigor moral —“hasta en la bondad hay que ser prácticos”—, su manera de entender la racionalidad en las relaciones personales —“mi modo de actuar y expresar los sentimientos debe ser racional y racionalizado”— y su carácter volitivo —“la voluntad concreta lo es todo”, había escrito— le confundieron a veces.

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Y queda el juicio de Piero Sraffa sobre el absurdo y la enfermedad. Que se puede ampliar. Ampliarlo en forma explicativa supone, con la distancia que da el tiempo transcurrido, distinguir con claridad entre: 1) lo que Gramsci creyó; 2) la base racional de sus obsesiones; 3) los motivos por los cuales esta base racional convierte la simple sospecha en obsesión; 4) la reconstrucción historiográfica de lo que realmente estaba ocurriendo en el otro mundo, en “el mundo grande y terrible”, en el mundo externo a la cárcel; y 5) lo que el biógrafo o el historiador cree que hubiera sido más conveniente que ocurriera en aquellas circunstancias. Dejando contrafácticos a un lado, uno de los problemas que se plantean al tratar de repensar comprensivamente momentos críticos como el que Gramsci tuvo que pasar entre 1932 y 1933 es que cuesta, cuesta mucho, diferenciar entre esas operaciones, de manera que la obsesión del hombre, que en su obsesión sigue pensando y escribiendo en forma luminosa (hay que tener en cuenta que varias de las mencionadas cartas de Gramsci son formalmente excelentes), se convierte en obsesión nuestra.

Y en este punto es importante decir enseguida, para no quedarse en ella, en la obsesión, que en el momento en que Gramsci tuvo ayuda (no sólo epistolar, sino la ayuda de la presencia), y encontró en las clínicas al menos el reposo que necesitaba, aquellas obsesiones suyas fueron desapareciendo. El problema está en que lo que Gramsci llamaba “ayuda concreta” antes de que la enfermedad hiciera crisis, en marzo de 1933, dependía demasiado de su voluntad de resistencia y autosuperación moral, de una voluntad que no se correspondía con el grado de su enfermedad. Pues en esos meses (e incluso después, aunque ya con menos fuerza) ha llamado “ligereza irresponsable” y cosas peores toda tentativa de ayuda que supusiera para él pérdida de imagen moral, toda tentativa de ayuda que pudiera ser interpretada por los otros como una cesión o como una rendición. Y esto no sólo cuando los familiares le propusieron una petición de gracia o en el caso de los frustrados intentos de intercambio de prisioneros, cosa razonable y comprensible, sino también en el caso de la ayuda médica, lo que iba a ser más grave para él.

Ya esta otra hipótesis sugiere que, para entender racionalmente la evolución de Gramsci desde fuera, no hay que quedarse en lo sólo político, sino dar más importancia a los otros factores: al efecto devastador sobre el vínculo entre lo

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sentimental y lo político de una enfermedad grave, mal diagnosticada y peor tratada, y a las consecuencias de la evolución de esta enfermedad sobre ciertos rasgos del carácter que él consideraba permanentes.

La transformación molecular

Una de las cosas que más llaman la atención en las cartas que Gramsci ha escrito a los próximos, desde la cárcel de Turi de Bari, es la cantidad de veces que, al referirse a su carácter y a sus convicciones, emplea los adverbios “siempre” y “nunca”. Y la contundencia con que los usa. Se ve a sí mismo como un hombre que siempre ha sido eminentemente práctico; que siempre ha sido volitivo y siempre ha puesto la voluntad concreta en primer plano; que siempre ha sido pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad, sabiendo que pesimismo y optimismo son simples y vulgares estados de ánimo; que siempre ha tenido una paciencia ilimitada; que siempre se ha propuesto fines discretos y alcanzables por autoconciencia de los propias limitaciones; que nunca ha sido egoísta porque ha dado en su vida al menos tanto como ha recibido; que siempre ha sabido vivir en soledad y nunca ha necesitado aportación externa de fuerzas morales para sobrevivir; que nunca habla del aspecto negativo de su vida, etcétera.

A medida que la enfermedad avanza, sin embargo, estos “siempre” y estos “nunca” aparecen entrelazados ya con rectificaciones amargas o, las más de las veces, matizados por el uso del pretérito perfecto: he sido así, pero ya no puedo ser así. En mayo de 1932 ha escrito: “Yo soy un sardo sin complicaciones psicológicas”. Pero enseguida corrige: “Debería decir que he sido un sardo sin complicaciones, porque ahora ya no lo soy. Una cierta dosis de complicaciones debe haber turbado también mi psicología”. El 6 de febrero de 1933 dice a Tatiana que ya no puede ser paciente. Y el 29 de mayo, consciente ya de la gravedad de la enfermedad, rectifica incluso su autodefinición favorita: “Hasta hace poco tiempo yo era, por así decirlo, pesimista con la inteligencia y optimista con la voluntad. Hoy ya no pienso así”.

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Este cambio es lo que más conmueve cuando se sigue la evolución de un hombre que ha hecho de la voluntad de resistencia el sentido de su vida y que al mismo tiempo está escribiendo notas interesantísimas de teoría política, de filosofía, de costumbres, de filología. Pero seguramente lo que mejor expresa el cambio psicológico que se estaba produciendo en Gramsci es la comparación entre sus anteriores metáforas (la de los marineros de Nansen, la del observador del acuario) y la parábola con que quiere describir su situación en marzo de 1933, precisamente una semana antes de la confirmación de la gravedad de su enfermedad.

Gramsci están pensando entonces en “las catástrofes del carácter”. Se pregunta qué tiene que ocurrir para que personas normales, víctimas de un naufragio, acaben aceptando la idea del canibalismo y la pongan en práctica. Y se contesta a sí mismo que entre el momento en que, durante el naufragio, el canibalismo se presenta como pura hipótesis y el momento en que para algunos pasa a convertirse en una necesidad inmediata se ha producido un proceso rápido de “transformación molecular”: son y no son las mismas personas que tal vez hayamos conocido. Canibalismo aparte —concluye— algo parecido le está ocurriendo a él: lo que siente es un “desdoblamamiento de la personalidad” por el que una parte de sí mismo observa el proceso y la otra lo sufre, con la particularidad, en su caso, de que la parte observadora, la que rige el autocontrol, se da cuenta de la precariedad de su estado y prevé que está próximo el momento en que su función desaparecerá, y con la consecuencia de que entonces la personalidad se metamorfoseará en un individuo nuevo con impulsos, iniciativas y modos de pensar distintos de los del individuo que fue.

Hasta ahí el símil. De la importancia que Gramsci ha dado a esta observación sobre el desdoblamiento de la personalidad y las catástrofes del carácter dice mucho el hecho de que ésta es una de las pocas cosas comunicadas en las cartas que aparece también en los cuadernos y, significativamente, bajo el rótulo “notas autobiográficas”. Se ha aludido muchas veces a esta circunstancia desde que Valentino Gerratana llamó la atención sobre la coincidencia. Pero tal vez no se ha insistido lo suficiente en que lo más preocupante de esta lúcida parábola introspectiva, y al mismo tiempo lo más

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relevante para entender la relación entre la “catástrofe del carácter” y las sospechas y obsesiones antes mencionadas, es la moraleja que Gramsci quiere sacar de ella. Uno esperaría, en tal situación, y antes de verse abocado al “canibalismo”, petición de ayuda en el momento mismo del naufragio. Pero Gramsci infiere de su metáfora introspectiva esta otra conclusión, que llama práctica: “Es preciso que durante un cierto tiempo yo no escriba a nadie, ni siquiera a ti [a Tatiana] más que las desnudas y crudas noticias sobre los hechos de la existencia”. Y cuando Tatiana intenta ayudar al náufrago, haciendo gestiones ante el tribunal especial para una reducción de la pena, el mismo náufrago objeta que ella no ha entendido el sentido de la metáfora, pues actuar de este modo es como si en la urgencia para socorrer al que se está ahogando uno se preocupara de buscarle otra profesión en la que no tuviera que pasar por el riesgo de caer al agua.

Es el mismo tipo de reacción que había tenido cuando, en Turín, se le hizo presente “el peso desequilibrante del cerebro”: aislarse y concentrarse en el estudio. Y no es casual que cuando la enfermedad hizo crisis Gramsci haya vuelto varias veces a la comparación con situaciones (1916, 1922) que en principio cree similares para tratar de obtener fortaleza del recuerdo de su reacción en ellas. A pesar de las horas que ha dedicado a observar la evolución de su enfermedad y de las páginas que ha dedicado a transmitir sus sensaciones, le ha costado mucho tiempo admitir que esta vez, en 1933, no se trataba sólo de un problema de nervios. Incluso después de tener un diagnóstico serio y habiendo ya aceptado la necesidad de ser trasladado a una clínica, en los pocos momentos en que ha observado cierta recuperación, ha vuelto a hacerse la ilusión de que, en el deterioro físico, seguía dominando todavía la vaguedad aquella de “la anemia cerebral” que un día le diagnóstico un médico de Turín.

Pero la descripción, a veces detalladísima, de sus males, de sus dolores y de sus sufrimientos, estaba indicando otra cosa. Primero percibe su mal como algo físico que no consigue dominar y que le obliga a hacer un esfuerzo que le altera psicosomáticamente de modo increíble. Luego describe la principal de sus consecuencias psicológicas: la obsesión, o sea, el hecho de que el sufrimiento mismo hace olvidar que el noventa y nueve por ciento del mal se

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debe a causas de fuerza mayor, independientes de la propia voluntad o de las personas a las quiere, para acabar presentándosele siempre como si el otro uno por ciento, lo que hacen y dicen las personas queridas, fuera la causa única o mayor de sus males. Poco después reconoce que ha entrado en una fase catastrófica de su vida y que le parece que se está volviendo loco: tiene crisis de llanto y miedo a entrar en una fase de delirio. En este punto introduce otra rectificación importante: “No creía que lo físico pudiera apoderarse hasta este punto de las fuerzas morales”. Es el principio de la “transformación molecular”. Pero todavía sigue creyendo que lo mejor en su caso es el aislamiento.

Finalmente, después de la crisis de marzo y de la visita del doctor Arcangeli, Gramsci se ha dado cuenta de que sus frecuentes insomnios, sus dolores de cabeza y su continuada irritabilidad tenían que tener otra causa que la genérica “anemia cerebral”. Reconoce entonces que lo que le está pasando es distinto de lo que ha tenido que sufrir años atrás. Se siente como “electrizado”: ha tenido escalofríos, vómitos, convulsiones y alucinaciones, insuficiencia cardíaca, ataques que no puede controlar, tics en brazos y piernas. Aun así parece que Gramsci no ha dado demasiado importancia a la tuberculosis pulmonar ni al mal de Pott. Su estado psíquico le preocupa más y no acaba de establecer relación entre la arterioescleroris y lo que está ocurriendo en su cerebro, como si, efectivamente, en el desdoblamiento “canibalesco” de la personalidad, él mismo estuviera luchando para que el individuo que fue no se convierta en un individuo “nuevo” incontrolado. Describe entonces su propia “transformación molecular” con un esfuerzo analítico que tuvo que costarle nuevos sufrimientos: “Estoy en un estado de obsesión psíquica del que no logro liberarme de ningún modo. Y los esfuerzos que hago en este sentido (porque se ve que todavía no he perdido completamente el equilibrio) aumentan la obsesión hasta ponerme frenético”. Viendo, sin embargo, que ninguna de las gestiones en curso para su liberación daban fruto, en julio de 1933 Gramsci ha acabado aceptando la idea (no sin manifestar reticencias por el costo) de que sólo podría mejorar en una clínica. Desde entonces aún ha tenido que sufrir cuatro meses más en la cárcel.

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Verdad y medicina

Desde las clínicas por las que pasó en los últimos años de su vida Gramsci ha escrito todavía bastantes cartas, de las que se han conservado medio centenar, la mayoría de ellas de 1936 y 1937. Casi todas están dirigidas a Julia Schucht y a los hijos, Delio y Giuliano. La correspondencia escrita con Tatiana se interrumpió casi por completo porque Tatiana podía verle semanalmente en la clínica de Formia y con más frecuencia aún cuando fue trasladado a la clínica Quisisana, de Roma. También le visitó varias veces, en Formia y en Roma, Piero Sraffa.

Durante la estancia en Formia la salud de Gramsci no mejoró. Tenía ya afectados el riñón, los pulmones y el vientre, aunque los exámenes radiológicos para confirmar la tuberculosis fueron negativos. Estaba debilísimo, con fiebre constante, tenía vahídos, doble visión, el vientre muy hinchado, dolores agudos en las articulaciones y seguía sin poder dormir. Una nueva visita médica aclaró que sus males psíquicos, la atonía cerebral y lo que él llamaba “crisis neurasténicas”, eran efectos derivados de la afección renal y de la hipertensión. Pero el reposo, los cuidados y el ambiente de la clínica, tan distinto de la celda carcelaria, serenaron relativamente a Gramsci. Siguió con cierta intranquilidad las gestiones jurídicas para la obtención de la libertad condicional y las gestiones diplomáticas para su liberación (que se reanudaron, sin éxito, en 1934), pero sin las obsesiones del año anterior.

En 1934 la relación con Julia se invirtió. Ahora era Julia la que escribía y Antonio quien no contestaba a sus cartas, dejando a Tatiana la comunicación de noticias. De ese año sólo se ha conservado una carta suya, dirigida a la madre. Gramsci aún no sabía que su madre había muerto el 30 de diciembre de 1932. Cuando lo supo se irritó porque le hubieran ocultado la noticia. En octubre, quedó en libertad vigilada y por primera vez pudo salir a pasear por Formia. Hasta octubre apenas pudo trabajar en los cuadernos, pero estando en Formia aún volvió a hacer planes: reordenó parte de lo que había escrito en la cárcel de Turi y añadió algunas notas, reflexiones y comentarios. Varias de

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estas notas ponen de manifiesto que mantuvo sus convicciones revolucionarias hasta el final.

Ya en la clínica Quisisana, de Roma, adonde llegó el 24 de agosto de 1935, Gramsci reanudó la correspondencia con Julia. Aunque se sentía agotado y muy excitado, Gramsci volvió a repetir (para Julia y para él mismo) su palabra de siempre: resistir y tratar de adquirir fuerzas. Enseguida encontró similitudes entre su estado de ánimo y el Julia y basó en esta impresión suya la petición reiterada para que Julia hiciera el viaje a Italia y reanudar así los vínculos que les habían unido. Aunque tampoco tienen el humor de antaño ni están dictadas por las efusiones del enamoramiento, estas cartas, serenas y tiernas, se han librado ya de la inhibición que le producía la vigilancia de terceras personas y recuerdan a veces, por su tono, el epistolario de Viena: “Te he esperado siempre, querida, y tu has sido siempre uno de los elementos esenciales de mi vida, incluso cuando no te escribía porque no sabía qué escribirte ni cómo escribirte. [...] Estoy poniendo en lo que te escribo toda mi ternura, aunque ésta no queda reflejada en las palabras escritas”.

Ante las dudas de Julia sobre el viaje a Italia Gramsci ha creído que no debía imponer o condicionar su decisión y que lo mejor para eso era eliminar toda complicación morbosa y todo sentimentalismo obsesionante. Por eso planteó el reencuentro en términos de amistad: “Yo soy un amigo tuyo, esencialmente, y tengo necesidad de hablar contigo como se habla entre amigos, con franqueza y sin prejuicios”. Cuando pasan los meses y Julia no se decide a viajar Gramsci se siente mal: “Porque también yo debo tomar decisiones y estoy irresuelto, a la espera de lo que tú decidas, positiva o negativamente”. En esas condiciones, en junio de 1936, se atreve a comunicar a Julia los malos pensamientos que le pasaron por la cabeza en los años de cárcel. Repite la pregunta que se hizo entonces: “¿Quién me ha condenado a la cárcel, es decir, a hacer esta determinada vida de este determinado modo”. Y da una respuesta que confirma la enorme distancia que existe entre hacerse la pregunta aguijoneado por la obsesión, el dolor y las constricciones de la cárcel, y hacérsela, aunque sea igualmente enfermo pero cuidado por otros y en libertad. Sugiere entonces Gramsci, sin acritud, que circunstancias que no son la causa principal del estado al que se ha llegado pueden sentirse con más

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fuerza que ese acto principal que condujo a la situación mala. Y corta la queja con una fórmula muy alejada de la que empleó en la terrible carta a Tatiana de 1933: “Quiero decirte, en definitiva, que tu incertidumbre determina mi incertidumbre y que tienes que ser fuerte y valiente para darme toda la ayuda posible, lo mismo que yo querría hacer por ti, aunque desgraciadamente no puedo”.

Aquel Gramsci, muy enfermo pero libre, acariciaba entonces la idea de volver a su Cerdeña natal y cerrar así, definitivamente, todo un ciclo de su vida. Pero no quería tomar la decisión sin saber antes qué iba a hacer Julia. También esto, esta manera de actuar, permite entender mejor sus razones cuando, años atrás, se planteó “liberarla del vínculo”. Lo que le dañaba psicológicamente era que su vida dependiera, de forma burocrática, no sólo y especialmente de aquella parte de la cual no podía esperar nada bueno sino, precisamente, de la parte de la que algo bueno espera. Julia Schucht no acaba de entender aquello de “acabar un ciclo de la vida” y Antonio Gramsci no acaba de encontrar la forma de decir “el sentido profundo” de lo que quiere decir. Cuando ella insinúa que puede ir a Italia, él suscita una dificultad: se siente débil, pero no quiere imponer, no quiere condicionar. Así nace el último equívoco de aquella relación sentimental.

Y del equívoco vuelve a brotar el Gramsci de los adverbios contundentes, el Gramsci que, en el diálogo afectivo, nos quiere aparentar debilidad moral y lleva las cosas a situaciones extremas. Le preocupa que, al hablar de un retiro en Cerdeña, en el que su aislamiento aumentaría, ella piense que sus sentimientos expresan algún tipo de pesimismo “histórico”. Ese tipo de pesimismo sigue sin ser el suyo. Y cuando ella dice que está segura de poder hablarle “de todo”, ya en polémica con esta supuesta seguridad, vuelve a ratificar su concepto de la veracidad frente a la comedia de los equívocos:

Siempre he sido de la opinión de que la verdad lleva en sí su propia medicina y, en cualquier caso, es preferible al silencio prolongado, el cual, entre otras cosas, es además ofensivo y degradante, porque quien calla acerca de algo que puede producir dolor parece estar convencido de que la otra parte no

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comprende que el silencio mismo tiene un significado, y no sólo eso, sino que es capaz de pensar que el silencio pueda ocultar cosas todavía más graves que las que se pretende callar. Haya, pues, verdad, claridad y sinceridad en nuestras relaciones.

La verdad lleva en sí su propia medicina, efectivamente. Cuando Tatiana le entrega en la clínica las cartas que Julia le escribió en el año malo de 1933 Gramsci relaciona aquel ocultamiento con el silencio de los próximos sobre la muerte de la madre, se deja ir brevemente a la efusión de los sentimientos, bordea una reflexión sobre la zona de las “ocasiones perdidas”, pero enseguida se declara de una “hipersensibilidad morbosa” y dice no poder escribir sobre ciertos temas. A continuación pasa a hablar de los hijos. En enero del 1937 Gramsci hizo el último intento para convencer a Julia de que viajara a Italia. Dice entonces sentirla como parte de sí mismo, pero que nada puede sustituir la impresión directa. Es su última confesión y su penúltimo adverbio, ahora atribuido a ella sobre él: “Creo que tu siempre has sabido que hay en mí una dificultad grande, muy grande, para exteriorizar los sentimientos y esto puede explicar muchas cosas ingratas”. En su última carta conservada, de enero de 1937, Gramsci subrayaba todavía una palabra que ha sido esencial en su vida: quiero. Quería, con motivos de su cumpleaños, una hermosa fotografía de ella y los hijos.

Los últimos meses de Gramsci, como toda su vida desde 1922, han estado marcados por la división del alma entre sentimiento y política, amor y revolución. La idea de que la cualidad revolucionaria no puede reducirse al mero instinto de la rebelión, sino que depende del otro querer, del vínculo afectivo y amoroso con personas realmente existentes, o sea, de los lazos sentimentales que aproximan a los miembros de las clases oprimidas y a quienes, sin pertenecer a ellas, se sienten solidarios, no fue una ocurrencia compulsivamente elaborada en los días del enamoramiento. Esa idea le acompañó hasta final. Descartado el viaje de Julia a Italia, Gramsci pidió a Tatiana y a su familia en Cerdeña que hicieran gestiones para encontrar una casa en Santu Lussurgiu, en las cercanías del pueblo en que él había nacido. Pero luego cambió de opinión. En abril, en el último coloquio que tuvo con el

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amigo Piero Sraffa, manifestó su deseo de ser expatriado a la Unión Soviética. Sraffa hizo la petición formal desde Milán el 18 de abril. Una semana después Gramsci tuvo una hemorragia cerebral y murió.

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*De: Leyendo a Gramsci, El viejo topo, Barcelona, 2001

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ANTONIO GRAMSCI

(1891 - 1937)

Gramsci Antonio

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(1891-1937) Antonio Gramsci nació el 22 de Enero de 1891 en Ales, provincia de Cagliari, en la Isla de Cerdeña, Italia. Fue el cuarto de siete hijos de un matrimonio relativamente acomodado. Su padre era funcionario público y siempre mantuvo una posición afectivamente distante de Antonio, para quien será su madre la que ocupe un lugar central en sus afectos, tanto de niño y adolescente como en su vida adulta. Mientras cursaba sus estudios medios, en Caligari, comenzó a participar en el ambiente socialista. Sus estudios universitarios lo llevan a Turín, gracias a una beca que le permite iniciar sus estudios en la Facultad de Letras, donde participa de un ambiente intelectual y político más intenso del que lo inició en la vida política en su ciudad natal. En 1913 se afilia al PSI y luego de desatada la Guerra, relega su actividad estudiantil para dedicarse por completo a la militancia política. En 1915 abandona definitivamente sus estudios formales. En 1919 funda L´Ordine Nuovo, periódico socialista, que cuando funde el Partido Comunista Italiano se "llevará consigo". La Primera Guerra Mundial no solo se desata en el campo de batalla sino también en el interior del Socialismo Internacional que se había consolidado enarbolando la bandera de la no intervención y que luego de seis meses de iniciada la guerra encuentra a socialistas de países comprometidos en el enfrentamiento "aliados" a las burguesías de sus países tras la contienda. Este será el origen de la escisión entre socialistas y comunistas. La actitud del partido socialdemócrata alemán que aprueba los gastos de guerra, disparará la crisis más grande en el movimiento socialista. En ese debate Gramsci se definirá como "pacifista" y terminará creando, luego del Congreso de Livorno, hacia 1921, el PCI. En su artículo "La revolución contra el Capital" que escribe en saludo a la Revolución de Octubre, Gramsci define su primer ruptura con el marxismo dogmático y perfila su perspectiva "voluntarista" bebida en fuentes leninistas. El debate se sitúa en esos momentos en torno de la cuestión del rol de los movimientos, partidos y sujetos en la historia, y la revolución bolchevique deja como enseñanza incuestionable que ocupan un rol central devaluando las lecturas que establecían el prerequisito de la "revolución burguesa" para alcanzar la "revolución socialista". De allí el interés especial de Gramsci por construir un partido fuertemente vinculado con las masas y con capacidad no

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sólo de movilización sino también de "educación". El 15 de enero de 1921 se celebra el XVI Congreso Nacional del Partido Socialista Italiano en Livorno, donde se consuma la escisión interna que venía comprometiendo al partido, como producto de la cual Gramsci crea el PCI. A su vez, Gramsci mantiene diferencias internas con otros grupos dentro del PCI en cuanto a la valoración del fascismo: ya que el dirigente no minimiza la capacidad de destrucción de la oposición que tenía el régimen fascista y no alienta posiciones optimistas respecto de la caída del mismo y del triunfo del socialismo. En 1923 se casa con Giulia Schucht, a quien conoce en un viaje a la URSS como representante ante la Internacional. Tiene dos hijos, de lo cuales el más pequeño no lo conoció. Su vida privada resultará muy atormentada por la delicada salud mental de Giulia, la separación, y la constante intromisión de su cuñada Genia en el vínculo entre ambos. Durante su encierro Giulia se traslada a la URSS con sus hijos, consumando así una separación irreparable. Será su cuñada Tania, otra hermana de Giulia, entre sus afectos, quien esté más cerca de él en ese momento. Entre 1924 y 1926 Gramsci es Presidente del PCI, momentos en que se suceden sangrientas persecuciones y asesinatos a dirigentes de izquierda, ante lo cual se impone como una de sus tareas definir una estrategia de lucha antifascista. En ese campo, Gramsci intentará sentar las bases de un partido de masas, que represente a campesinos y trabajadores para educarlos en la lucha, con organización de base laboral y no sólo territorial (experiencia de los Consejos), sin privilegios para quienes ocupen cargos de importancia (Parlamentos, cooperativas, sindicatos, etc) y comprometido con los movimientos de masas, para promover nuevas zonas de influencia. Es de destacar, además, que Gramsci otorgaba un papel esencial a la educación popular como herramienta de liberación y para garantizar la autonomía de las clases subalternas. El partido aquí también debía cumplir funciones trascendentes: formar cuadros y promover la educación entre las masas. Así es como en 1919 crea la "Escuela de cultura y propaganda socialista" (organizada sobre la base de encuentros con obreros dos veces por semana donde se impartían clases teóricas y prácticas); en 1924, durante su exilio en Viena, organiza la "escuela por correspondencia" para formar cuadros partidarios; en 1930, en la cárcel de Turí de Bari, crea la "escuela de Turi" para los comunistas detenidos que participaban de percepciones mecanicistas que sostenían que era inminente la caída del fascismo y que luego sobrevendría el

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comunismo El 8 de noviembre de 1926 es arrestado en su domicilio, horas antes de una sesión parlamentaria, en la que debía tomar parte como Diputado Comunista. Un brutal traslado entre unidades carcelarias que dura 19 días deteriora su ya delicado estado de salud y da inicio al período de reclusión. En su vida en la cárcel Gramsci mantiene una intensa vinculación con dirigentes del Partido, del Partido Comunista Ruso y diversos dirigentes e intelectuales, lo que lo mantiene al tanto de la realidad nacional e internacional. En ese marco escribe el capítulo más denso de su obra. En 1929 se da lo que se conoce como "el Viraje" en el PCI, en sintonía con la Internacional Comunista de 1928 VI Congreso, a partir del cual describen un escenario de inminente caída del fascismo y de irrupción del proletariado, una variante renovada del "desplome" del capitalismo por sus propias contradicciones que a Gramsci ya lo habían enfrentado con otros dirigentes en el PSI. Como respuesta a esta lectura de la realidad, Gramsci organiza, como ya dijimos, la escuela de Turí de Bari con intensión de combatir el mecanicismo positivista. Hacia 1933 su liberación se convierte en una cuestión de Estado para el régimen fascista - que había negado sistemáticamente los pedidos de libertad - momento en que se inicia una campaña internacional por su liberación. Muere el 27 de Abril de 1937, en la cárcel fascista, luego de más de diez años de confinamiento, dos días despúes de que se dispusiera su libertad. Podemos decir que toda la vida y obra de Antonio Gramsci estuvo marcada por su temperamento inquieto y cuestionador. Se interesó profundamente por la política y la cultura, a las que consideraba como "los campos esenciales" desde los cuales se podía producir el cambio social, entendido siempre en términos de entender, como punto de partida la construcción de la historia anclada en el campo nacional. Como sostiene Ansaldi: "Hobsbawm tiene razón cuando afirma que Gramsci es el iniciador de una teoría marxista de la política. Pero quizás pueda decirse, mejor aún, que él abre el camino para elaborar una ciencia histórica de la política.", enmarcado como miembro de los pensadores de la crisis del capitalismo. En este sentido comparte las mismas preocupaciones y se enfrenta a los representantes más encumbrados del pensamiento liberal: Weber, Croce, Mosca. Por otra parte, dentro de la tradición socialista va a tener como interlocutores a sus camaradas de la III Internacional y la socialdemocracia europea. Obras: "Notas sobre la Revolución Rusa" (1917), "El partido y la masa" (1921), "Materialismo histórico y la filosofía de Bendetto Croce". Los

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"Cuadernos de la cárcel" fueron una recopilación de escritos que Gramsci escribió durante sus años de prisión. Existen dos ediciones diferentes. Una agrupa los escritos según su orden de aparición, y otra por tema, esta última es la más difundida. "Los intelectuales y la organización de la cultura". "La política y el Estado moderno". "Introducción a la filosofía de la praxis". "Escritos políticos" (1917-1933) y "Cartas desde la cárcel".

http://www.quedelibros.com/autor/1728/Gramsci-Antonio.html

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LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL

Escrito: 1917

Primera Edición: Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918

Digitalización: Aritz

Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

La revolución de los bolcheviques se ha insertado defenitivamente en la revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos

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meses fueron el fermento necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de aposentamiento -que habría sido un aposentamiento burgués- se han adueñado del poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que la revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose armónicamente, sin exceso de grandes choques, a partir de las grandes conquistas ya realizadas. La revolución de los bolcheviques se compone más de ideologías que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la revolución contra El Capital de Carlos Marx. El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado. No obstante hay una ineluctabilidad incluso en estos acontecimientos y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan el pensamiento inmanente, vivificador. No son marxistas, eso es todo; no han compilado en las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento sitúa siempre como máximo factor de historia no los hecho económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se entienden entre sí, que

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desarrollan a través de estos contactos (civilidad) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los condicionan a su voluntad, hasta que esta deviene el motor de la economía, plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place. Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una extensa serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en corporaciones, en ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en la voluntad... de una incesante continuidad y multiplicidad de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica histórica edl marxismo captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente, intelegible. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia lo mejor, que acelera el ritmo de la producción, que incrementa continuamente la suma de bienes que servirán a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de los que quedan. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-pueblo se convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino. Todo esto, normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a través de momentos cada vez más

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complejos y ricos de significado y de valor pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era inminente, el hambre, la muerte por hambre, podía golpear a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente; activa, espiritualmente tras la primera revolución[1]. Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los otros proletarios. La prédica socialista hace vivir en un instante, dramáticamente, la historia del proletariado, su lucha contra el capitalismo, la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían abyecto, para devenir conciencia nueva, testimonio actual de un mundo futuro. La prédica socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se suscite la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría. Ha superado estas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros y de esa perfección recibiráa el impulso para alcanzar la madurez económica que según Marx es condición del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos mismos

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las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el capitalismo. Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento serían heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente más de lo que podrá hacer el colectivismo. Hoy haría mucho menos, porque tendría súbitamente en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que le malestar económico acarrea. Incluso desde un punto de vista absoluto, humano, el socialismo inmediato tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios sienten que de su voluntad y tenacidad en el trabajo depende suprimirlos en el más breve plazo posible. Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión espotánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que, absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo, de su propia regeneración, pueda sentir menos los estímulos del lobo hambriento y Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se entredevoran.

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1. Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.

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El Estado y el socialismo[1]

Escrito: 1919 Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 28 de junio a 5 de julio de

1919 Digitalización: Aritz

Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

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Publicamos este artículo de For Ever aunque se trate de una colección de despropósitos y de divertida fraseología. Para For Ever, el Estado de Weimar es un Estado marxista; nosotros, los del "Ordine Nuovo" somos adoradores del Estado, queremos al Estado ab aeterno (For Ever quería decir in aeternum, evidentemente); el Estado socialista es lo mismo que el socialismo de Estado; han existido un Estado cristiano y un Estado plebeyo de Cayo Gracco; el Soviet de Saratov podría subsistir sin coordinar su producción y su actividad de defensa revolucionaria con el sistema general de los Soviets rusos, etc. Afirmaciones y necedades semejantes se presentan como una defensa de la anarquía. Y sin embargo publicamos el artículo de For Ever. For Ever no es sólo un hombre: es un tipo social. Desde este punto de vista no debe ser puesto de lado; merece ser conocido, estudiado, discutido y superado. Lealmente, amistosamente (la amistad no debe ser separada de la verdad y de toda la aspereza que la verdad comporta). For Ever es un pseudorevolucionario; quien basa su acción en mera fraseología ampulosa, en el frenesí de la palabrería, en el entusiasmo romántico, es simplemente un demagogo y no un revolucionario. Para la revolución son necesarios hombres de mente sobria, hombres que no dejen sin pan la panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan las fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los malhechores, que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hacen reír (o llorar) cuando uno solo de esos problemas tiene que ser resuelto aunque sólo sea en una aldea de cien habitantes. Pero For Ever, pese a ser un tipo característico no representa a todos los libertarios. En la redacción del Ordine Nuovo contamos con un comunista libertario, Carlo Petri. Con Petri la discusión se sitúa en un plano superior; con comunistas libertarios como Petri el trabajo en común es necesario e indispensable; son una fuerza de la revolución. Leyendo el artículo de Petri publicado en el número pasado y el de que publicamos en este número[2] -para fijar los términos dialécticos de la idea libertaria: el ser y el no ser- hemos llegado a estas observaciones. Por supuesto, los camaradas Empédocles y Caesar[3], a los que Petri se refiere directamente, son libres de responder por su cuenta.

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El comunismo se realiza en la Internacional proletaria. El comunismo será tal sólo cuando y en tanto sea internacional. En este sentido, el movimiento socialista y proletario está contra el Estado, porque está contra los Estados nacionales capitalistas, porque está contra las economías nacionales que tiene su fuente de vida y toman su forma de los Estados nacionales. Pero si de la Internacional Comunista se verán suprimidos los Estados nacionales, no sucederá lo mismo con el Estado, entendido como "forma" concreta de la sociedad humana. La sociedad como tal es pura abstracción. En la historia, en la realidad viva y corpórea de la civilización humana en desarrollo, la sociedad es siempre un sistema y un equilibrio de Estados, un sistema y un equilibrio de instituciones concretas, en las cuales la sociedad adquiere conciencia de su existencia y de su desarrollo y únicamente a través de las cuales existe y se desarrolla. Cada conquista de la civilización humana se hace permanente, es historia real y no episodio superficial y caduco, en cuanto encarna en unas instituciones y encuentra una forma en el Estado. La idea socialista ha sido un mito, una difusa quimera, un mero arbitrio de la fantasía individual hasta que ha encarnado en el movimiento socialista y proletario, en las instituciones de defensa y ofensiva del proletariado organizado, en éste y por éste ha tomado forma histórica y ha progresado; de él ha generado el Estado socialista nacional, dispuesto y organizado de modo que le hace capaz para engranarse con los otros Estados socialistas; condicionado incluso de tal modo que sólo es capaz de vivir y desarrollarse en cuanto se adhiera a los otros Estados socialistas para realizar la Internacional Comunista en la que cada Estado, cada institución, cada individuo encontrará su plenitud de vida y de libertad. En este sentido, el comunismo no está contra el "Estado" e incluso se opone implacablemente a los enemigos del Estado, a los anarquistas y

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anarcosindicalistas, y denuncia su propaganda como utópica y peligrosa para la revolución proletaria. Se ha construido un esquema preestablecido, según el cual el socialismo sería un "puente" a la anarquía; se trata de un prejuicio sin fundamento de una arbitraria hipoteca del futuro. En la dialéctica de las ideas, la anarquía es una continuación del liberalismo, no del socialismo; en la dialéctica de la historia, la anarquía se ve expulsada del campo de la realidad social junto con el liberalismo. Cuanto más se industrializa la producción de bienes materiales y a la concentración del capital corresponde una concentración de masas trabajadoras, tantos menos adeptos tiene la idea libertaria. El movimiento libertario se difunde aún donde prevalece el artesanado y el feudalismo rural; en las ciudades industriales y en el campo de cultivo agrario mecanizado, los anarquistas tienden a desaparecer como movimiento político, sobreviviendo como fermento ideal. En este sentido la idea libertaria dispondrá aún de un cierto margen para desplegarse; proseguirá la tradición liberal en cuanto ha impuesto y realizado conquistas humanas que no deben morir con el capitalismo. Hoy, en el tumulto social promovido por la guerra, parece que la idea libertaria haya multiplicado el número de sus adeptos. No creemos que la idea tenga de qué vanagloriarse. Se trata de un fenómeno de regresión: a las ciudades han emigrado nuevos elementos, sin cultura política, sin entrenamiento en la lucha de clases con las formas complejas que la lucha de clases ha adquirido en la gran industria. La virulenta fraseología de los agitadores anarquistas prende en estas conciencias instintivas, apenas despiertas. Pero la fraseología pseudorevolucionaria no crea nada profundo y permanente. Y lo que predomina, lo que imprime a la historia el ritmo del progreso, lo que determina el avance seguro e incoercible de la civilización comunista no son los "muchachos", no es el lumpenproletariado, no son los bohemios, los diletantes, los románticos melenudos y excitados, sino las densas masas de los obreros de clase, los férreos batallones del proletariado consciente y disciplinado.

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Toda la tradición liberal es contraria al Estado. La literatura liberal es toda una polémica contra el Estado. La historia política del capitalismo se caracteriza por una continua y rabiosa lucha entre el ciudadano y el Estado. El Parlamento es le órgano de esta lucha; y el Parlamento tiende precisamente a absorber todas las funciones del Estado, esto es, a suprimirlo, privándole de todo poder efectivo, puesto que la legislación popular está orientada a liberar a los órganos locales y a los individuos de cualquier servidumbre y control del poder central. Esta postura liberal entra en la actividad general del capitalismo, que tiende a asegurarse más sólidas y garantizadas condiciones de concurrencia. La concurrencia es la enemiga mas acérrima del Estado. La misma idea de la Internacional es de origen liberal; Marx la toma de la escuela de Cobden y de la propaganda por el libre cambio, pero lo hace críticamente. Los liberales son impotentes para realizar la paz y la Internacional nacional, porque la propiedad privada y nacional genera escisiones, fronteras, guerras, Estados nacionales en permanente conflicto entre ellos. El Estado nacional es un órgano de concurrencia; desaparecerá cuando la concurrencia sea suprimida y un nuevo hábito económico haya aparecido, a partir de la experiencia concreta de los Estados Socialistas. La dictadura del proletariado es todavía un Estado nacional y un Estado de clase. Los términos de la concurrencia y de la lucha de clases han variado, pero concurrencia y clases subsisten. La dictadura del proletariado debe resolver los mismos problemas del Estado burgués: de defensa externa e interna. Estas son las condiciones reales, objetivas, que debemos tener en cuenta; razonar y obrar como si existiese ya la Internacional Comunista, como si estuviera superado ya el periodo de la lucha entre Estados

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socialistas y Estados burgueses, la despiadada concurrencia entra las economías nacionales comunistas y las capitalistas, sería un error desastroso para la revolución proletaria. La sociedad humana sufre un rapidísimo proceso de descomposición, coordinado al proceso de disolución del Estado burgués. Las condiciones reales objetivas en que se ejercerá la dictadura del proletariado serán condiciones de un tremendo desorden, de una espantosa indisciplina. Se hace necesaria la organización de un Estado socialista sumamente firme, que ponga fin lo antes posible a la disolución y la indisciplina, que devuelva una forma concreta al cuerpo social, que defienda la revolución de las agresiones externas y las rebeliones internas. La dictadura del proletariado debe, por propia necesidad de vida y de desarrollo, asumir un acentuado carácter militar. Por eso el problema del ejército socialista pasa a ser uno de los más esenciales a resolver; y se hace urgente en este periodo prerrevolucionario tratar de destruir las sedimentaciones del prejuicio determinado por la pasada propaganda socialista contra todas las formas de la dominación burguesa. Hoy debemos rehacer la educación del proletariado; habituarlo a la idea de que para suprimir el Estado en la Internacional es necesario un tipo de Estado idóneo a la consecución de este fin, que para suprimir el militarismo puede ser necesario un nuevo tipo de ejército. Esto significa adiestrar al proletariado en el ejercicio de la dictadura, del autogobierno. Las dificultades a superar serán muchísimas y el periodo en que estas dificultades seguirán siendo vivas y peligrosas no es previsible sea corto. Pero aunque el Estado proletario no subsistiera más que un día, debemos trabajar a fin de que disponga de condiciones de existencia idóneas al desarrollo de su misión, la supresión de la propiedad privada y de las clases.

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El proletariado es poco experto en el arte de gobernar y dirigir; la burguesía opondrá al Estado socialista una formidable resistencia, abierta y disimulada, violenta o pasiva. Sólo un proletariado políticamente educado, que no se abandone a la desesperación y a la desconfianza por los posibles e inevitables reveses, que permanezca fiel y leal a su Estado no obstante los errores que individuos particulares puedan cometer, a pesar de los pasos atrás que las condiciones reales que la producción pueda imponer, sólo semejante proletariado podrá ejercer la dictadura, liquidar la herencia maléfica del capitalismo y de la guerra y realizar la Internacional Comunista. Por su naturaleza, el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina diferentes y opuestas a las que reclama el Estado burgués. A diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en el interior como en el exterior cuanto los ciudadanos menos controlan y siguen las actividades del poder, el Estado socialista requiere la participación activa y permanente de los camaradas en la actividad de sus instituciones. Preciso es recordar, además, que si el Estado socialista es el medio para radicales cambios, no se cambia de Estado con la facilidad con que se cambia de gobierno. Un retorno a las instituciones del pasado querrá decir la muerte colectiva, el desencadenamiento de un sanguinario terror blanco ilimitado; en las condiciones creadas por la guerra, la clase burguesa estaría interesada en suprimir con las armas a las tres cuartas partes de los trabajadores para devolver elasticidad al mercado de víveres y volver a disfrutar de condiciones privilegiadas en la lucha por la vida cómoda a que está habituada. Por ninguna razón pueden admitirse condescendencias de ningún género. Desde hoy debemos formarnos y formar este sentido de responsabilidad implacable y tajante como la espada de un justiciero. La revolución es algo grande y tremendo, no es un juego de diletantes o una aventura romántica. Vencido en la lucha de clases, el capitalismo dejará un residuo impuro de fermentos antiestatales, o que aparecerán como tales, porque individuos y

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grupos querrán eludir los servicios y la disciplina indispensables para el éxito de la revolución. Querido camarada Petri, trabajemos para evitar cualquier choque sangriento entre las fracciones subversivas, para evitar al Estado socialista la cruel necesidad de imponer con la fuerza armada la disciplina y la fidelidad, de suprimir una parte para salvar el cuerpo social de la disgregación y la depravación. Trabajemos, desplegando nuestra actividad de cultura, para demostrar que la existencia del Estado socialista es un eslabón esencial de la cadena de esfuerzos que el proletariado debe realizar para su completa emancipación, para su libertad. [1] Notas a un artículo de For Ever (el anarquista turinés Conrado Quaglino), titulado "En defensa de la anarquía". [2] For Ever partía del trabajo de Gramsci La poda de la historia, para acusar a los socialistas "comprendidos los revolucionarios, los soviéticos, los autonomistas", de ser adoradores del Estado, como los economistas burgueses y los socialdemócratas alemanes ("El Estado de Weimar"). For Ever afirmaba que "la Comuna es la negación aplastante del Estado" y que "un poder de políticos", aunque fuera el poder de Lenin y los bolcheviques, oprimía de todos modos al "individuo anárquico". "No hay diferencia -escribía Quaglino- entre ser oprimido y aplastado por la blusa obrera y la bandera roja o por la levita y la bandera tricolor". [3] Empédocles era el seudónimo de Palmiro Togliatti, y Caesar el de Cesare Seassro.

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La poda de la historia

Escrito: 1919 Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919

Digitalización: Aritz Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

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¿Qué reclama aún la historia al proletariado ruso para legitimar y hacer permanentes sus victorias? ¿Qué otra poda sangrienta, qué más sacrificios pretende esta soberana absoluta del destino de los hombres? Las dificultades y las objeciones que la revolución proletaria debe superar se han revelado inmensamente superiores a las de cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a corregir las formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de cambio; afectaban a una parte limitada de los elementos humanos. La revolución proletaria es la máxima revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a todos los hombres y no sólo a una parte de ellos. Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir. La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las objeciones de la historia. Ha revelado al pueblo ruso una aristocracia de estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par de millares de hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio han analizado y profundizado todos los problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo sin par contra la potencia del zarismo, se han forjado un carácter de acero, que, viviendo en contacto con todas las formas de la civilización capitalista de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de los cambios y de la historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad exacta y precisa, fría y cortante como las espadas de los conquistadores de imperios.

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Los comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer orden. Lenin se ha revelado, testimonian cuantos le han conocido, como el más grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre cuyo prestigio se impone naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre que logra dominar en su vasto cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser desencadenadas en beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa. Pero una cosa es la doctrina comunista, el partido político que la propugna, la clase obrera que la encarna conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado, arrojado a un sombrío abismo de miseria, de barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y desastrosa guerra. La grandeza política, la histórica obra maestra de los bolcheviques consiste precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o por la primera vez) una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este caos; en haber sabido fundir la doctrina comunista con la conciencia colectiva del pueblo ruso, en haber construido los sólidos cimientos sobre los que la sociedad comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en una palabra: en haber traducido históricamente en la realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura del proletariado. La revolución es eso, y no un globo hinchado de retórica demagógica, cuando se encarna en un tipo de Estado, cuando se transforma en un sistema organizado del poder. No existe sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de todo derecho y de todo deber, que es garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La revolución es proletaria cuando de ella nace, en ella se encarna un Estado típicamente proletario, custodio del derecho proletario, que cumple sus funciones esenciales como emanación de la vida y del poder proletario. Los bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias históricas y sociales del proletariado ruso, que son las experiencias de la clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en un organismo complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su más profunda y apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado, pero han continuado el pasado; han despedazado una tradición, pero han desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con el pasado de la historia dominado por las clases

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poseedoras, han continuado, desarrollado, enriquecido la tradición vital de la clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido revolucionarios y por eso han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina. La ruptura es irrevocable porque afecta a lo esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás que el desplomamiento sobre la sociedad rusa de un inmenso desastre. Y era esta iniciación de un formidable duelo con todas las necesidades de la historia, desde las más elementales a las más complejas, lo que había que incorporar al nuevo Estado proletario, dominar, frenar, en las funciones del nuevo Estado proletario. Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo ruso que el nuevo Estado era su Estado, su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso patrimonio. El Estado de los Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique; tenía el apoyo de una minoría social, representante de la conciencia de clase, de los intereses vitales y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria. Se ha transformado en el Estado de todo el pueblo ruso, merced a la tenaz perseverancia del Partido comunista, a la fe y la entusiasta lealtad de los obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento, de educación de los hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la voluntad clara y rectilínea del maestro de todos, Lenin. El Soviet ha demostrado ser inmortal como forma de sociedad organizada que responde plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y políticas), permanentes y vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface las aspiraciones y las esperanzas de todos los oprimidos del mundo. La prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste herencia de miseria, de barbarie, de anarquía; la organización de los servicios sociales estaba deshecha; la misma comunidad humana se había reducido a una horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de una inmensa descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos torturados de la sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un alma, una voluntad de trabajo y de progreso. Misión que puede constituir la gloria de toda una generación.

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No basta. La historia no se conforma con esta prueba. Formidables enemigos se alzan implacables contra el nuevo Estado. Se pone en circulación moneda falsa para corromper al campesino, se juega con su estómago hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de todo intercambio comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del Donetz, de Siberia, de todo mercado de materias primas y de víveres. En un frente de diez mil kilómetros, bandas armadas amenazan con la invasión; se pagan sublevaciones, traiciones, vandalismo, actos de terrorismo y de sabotaje. Las victorias más clamorosas se convierten, mediante la traición, en súbitos fiascos. No importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que sigue a la derrota, crea un poderoso ejército que se transforma en la espina dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes fuerzas antagónicas, encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse a las necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el feliz proceso de desarrollo hacia el comunismo. El Estado de los Soviets demuestra así ser un momento inevitable e irrevocable del proceso ineluctable de la civilización humana; ser el primer núcleo de una nueva sociedad. Y puesto que los otros Estados no pueden convivir con la Rusia proletaria y son impotentes para destruirla, puesto que los enormes medios de que el capital dispone -el monopolio de la información, la posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el boicot, el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del derecho de gentes (guerra sin declaración), la presión militar con medios técnicos superiores- son impotentes contra la fe de un pueblo, es históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al nivel de Rusia. El cisma del género humano un puede prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que permita la reconstrucción del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de satisfacer las necesidades de la

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humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas, contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados capitalistas, con la ayuda de todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial para sostenerse, continúan decayendo, acumulando ruinas sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones. La historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia; sólo en el régimen de los Consejos encuentran adecuada solución los problemas de vida o de muerte que incumben al mundo. La Revolución rusa ha pagado su poda a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de sacrificio, de indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie, terrible gigante en su ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos que le agreden furiosamente. Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser vencido; ha pagado su poda. Debe ser defendido contra el orden de los ebrios mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que quieren morder su corazón rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el mundo, deben hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el retorno a la vida del mundo.

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Un partido de masas

Primera Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 5 de octubre de 1921. Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.

Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

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El Partido Socialista se presenta en el Congreso de Milan con 80.000 inscritos. Puede ser útil un pequeño razonamiento sobre las cifras, más que cualquier razonamiento teórico, para tener una exacta comprensión de la naturaleza y de las actuales funciones del Partido Socialista Italiano. Desde el Congreso de Liorna, el Partido Socialista se halla integrado por 98.000 comunistas unitarios y 14.000 reformistas, es decir, 112.000 inscritos. Después de Liorna han entrado en el Partido por lo menos 15.000 nuevos miembros; si hoy los inscritos son 80.000 quiere decir que de los 112.000 votantes en Liorna, 47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con los 15.000 nuevos constituyen los actuales efectivos de 80.000. En el Congreso de Liorna los comunistas unitarios eran 98.000; la actual fracción maximalista unitaria continuadora de aquella comunista unitaria, tendrá en el Consejo de Milán de 45 a 50.000 votos; está claro que los 47.000 salidos del Partido Socialista después de Liorna son en casi su totalidad comunistas unitarios. La calidad de los actuales 80.000 inscritos puede comprenderse a través de este pequeño razonamiento. El Partido Socialista administra actualmente cerca de 2.000 comunas y 10.000 entre ligas, Cámaras de trabajo, cooperativas y mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías comunales y de los Consejos provinciales, es lícito calcular a una media de 16 consejeros por 2.000 comunas administradas en mayoría; esto es, resulta que un partido de 80.000 inscritos cuenta con 32.000 consejeros comunales. Para las 10.000 organizaciones económicas no es exagerado calcular (también teniendo en cuenta los cargos múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos así un partido de 80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá bien 32.000 funcionarios de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de 80.000 inscritos, 62.000 son miembros estrechamente ligados a una posición económica o política, quedando solamente 18.000 miembros desinteresados. Esta composición explica suficientemente cómo ocurre que el Partido Socialista, aunque no representa ya las aspiraciones y los sentimientos de las

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masas trabajadoras, continúa aparentemente siendo un partido de masas. La historia está llena de fenómenos similares. El reino de los Borbones en Nápoles era "negación de Dios" hasta 1848; no obstante, subsistió hasta 1860 porque tenía un cuerpo de funcionarios que estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860, el Estado borbónico fue una pura y simple organización de funcionarios, sin consenso en ninguna clase de la población, sin vida interior, sin un fin histórico que justificase su existencia. El imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y putrefacto históricamente; tenía contra sí al proletariado industrial, los campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la enorme mayoría de la población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente porque tenía una burocracia formidable, vivió solamente como organización de funcionarios estatales, sin contenido ético, sin una misión de progreso civil que le justificara la existencia. El Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás el más educativo, que ofrece la historia. Estaba dividido en razas enemigas entre sí, como hoy son enemigas entre sí las diversas tendencias del Partido Socialista, pero continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola categoría de ciudadanos, la casta de los funcionarios. En la política internacional, el Estado de los Borbones, el imperio del zar, el imperio de los Habsburgo representaban todavía toda la población y pretendían expresar su voluntad y sentimientos. También hoy el Partido Socialista, organización de 62.000 funcionarios en la clase trabajadora, pretende expresar su voluntad y sus sentimientos. Esta composición del Partido Socialista justifica nuestro escepticismo sobre el resultado del Congreso de Milán. Solamente entre 18.000 miembros desinteresados es posible que haya influido una discusión política; los otros 62.000 razonan sólo desde el punto de vista de su empleo y de su cargo. Una escisión a la derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos municipales, una escisión entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de

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mutualidades pondría en peligro la situación de cada uno; los 62.000 son, por tanto, unitarios hasta el fondo, hasta la extrema vergüenza. Por tanto, creíamos destinado al fracaso el intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una aproximación a la Internacional Comunista; los tres pueden influir solamente en 18.000 de los 82.000 inscritos en el Partido Socialista; en la mejor de las hipótesis podrían arrancar de este partido 10.000 miembros, ya la nueva escisión no tendría ninguna importancia política. La verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y putrefacto; un partido obrero que de 80.000 miembros tiene 62.000 funcionarios es solamente una excrecencia morbosa de la colectividad nacional. El fenómeno es, sin embargo, rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es cierto que el Partido Socialista, aunque muerto como conciencia política del proletariado, sigue viviendo como aparato organizativo de las grandes masas, ello indica la importancia considerable que en la civilización moderna tienen los "funcionarios". Para el Partido Comunista, el problema de convertirse en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del gobierno revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de interpretar fielmente las aspiraciones populares, significa también resolver la cuestión de sustituir los funcionarios contrarrevolucionarios con funcionarios comunistas; significa, por consiguiente, crear un cuerpo de funcionarios comunistas, que, sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén estrechamente disciplinados y subordinados al Congreso y al Comité Central del Partido. De esta verdad, poco simpática aparentemente, deben convencerse especialmente nuestros jóvenes; la realidad es como es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y poco simpáticos.

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Espontaneidad y dirección consciente

Escrito: 1931 Digitalización: Juan Carlos de Altube

Fuente: Antonio Gramsci, "Escritos Políticos" Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2002

Se pueden dar varias definiciones de la expresión espontaneidad, porque el fenómeno al que se refiere es multilateral. Hay que observar, por de pronto, que la espontaneidad pura no se da en la historia coincidiría con la mecanicidad pura. En el movimiento más espontáneo los elementos de "dirección consciente" son simplemente incontrolables, no han dejado

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documentos identificables. Puede por eso decirse que el elemento de la espontaneidad es característico de la "historia de las clases subalternas", y hasta de los elementos más marginales y periféricos de esas clases, los cuales no han llegado a la consciencia de la clase para sí y por ello no sospechan siquiera que su historia pueda tener importancia alguna, ni que tenga ningún valor dejar de ella restos documentales. Existe, pues, una multiplicidad de elementos de dirección consciente en esos movimientos, pero ninguno de ellos es predominante ni sobrepasa el nivel de la ciencia popular de un determinado estrato social, del sentido común, o sea, de la concepción del mundo tradicional de aquel determinado estrato. Este es precisamente el elemento que De Man contrapone empíricamente al marxismo, sin darse cuenta (aparentemente) de que está cayendo en la misma posición de los que, tras describir el folklore, la hechicería, etc., y tras demostrar que estos modos de concebir tienen una raíz históricamente robusta y están tenazmente aferrados a la psicología de determinados estratos populares, creyeran haber superado con eso la ciencia moderna y tomaran por ciencia moderna los burdos artículos de las revistas de difusión popular de la ciencia y las publicaciones por entregas. Este es un verdadero caso de teratología intelectual, del cual hay más ejemplos: los hechiceristas relacionados con Maeterlinck, que sostienen que hay que recoger el hilo de la alquimia y de la hechicería, roto por la violencia, para poner a la ciencia en un camino más fecundo de descubrimientos, etc. Pero De Man tiene un mérito incidental: muestra la necesidad de estudiar y elaborar los elementos de la psicología popular, históricamente y no sociológicamente, activamente (o sea, para transformarlos, educándolos, en una mentalidad moderna) y no descriptivamente como hace él; pero esta necesidad estaba por lo menos implícita (y tal vez incluso explícitamente declarada) en la doctrina de Ilich (LENIN), cosa que De Man ignora completamente. El hecho de que existan corrientes y grupos que sostienen la espontaneidad como método demuestra indirectamente que en todo movimiento "espontáneo" hay un elemento primitivo de dirección consciente, de disciplina. A este respecto hay que practicar una distinción entre los elementos puramente ideológicos y los elementos de acción práctica, entre los estudiosos que sostienen la

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espontaneidad como método inmanente y objetivo del devenir histórico versus los politicastros que la sostienen como método "político". En los primeros se trata de una concepción equivocada; en los segundos se trata una contradicción inmediata y mezquina que trasluce un origen práctico evidente, a saber, la voluntad práctica de sustituir una determinada dirección por otra. También en los estudiosos tiene el error un origen práctico, pero no inmediato como el caso de los políticos. El apoliticismo de los sindicalistas franceses de anteguerra contenía ambos elementos: era un error teórico y una contradicción (contenía el elemento soreliano y el elemento de concurrencia entre la tendencia anarquista-sindicalista y la corriente socialista). Era, además, consecuencia de los terribles hechos de París de 187l: la continuación, con métodos nuevos y con una teoría brillante, de los treinta años de pasividad (1870-1900) de los obreros franceses. La lucha puramente económica no podía disgustar a la clase dominante, sino al contrario. Lo mismo puede decirse del movimiento catalán, que no "disgustaba" a la clase dominante española más que por el hecho de que reforzaba objetivamente el separatismo republicano catalán, produciendo un bloque industrial republicano propiamente dicho contra los terratenientes, la pequeña burguesía y el ejército monárquico. El movimiento torinés fue acusado al mismo tiempo de ser espontaneísta y voluntarista o bergsoniano (!). La acusación contradictoria muestra, una vez analizada, la fecundidad y la justeza de la dirección que se le dio. Esa dirección no era abstracta, no consistía en una repetición mecánica de las fórmulas científicas o teóricas; no confundía la política; la acción real, con la disquisición teorética; se aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos, modos de concebir, fragmentos de concepción del mundo, etc., que resultaban de las combinaciones espontáneas de un determinado ambiente de producción material, con la casual aglomeración de elementos sociales dispares. Este elemento de espontaneidad no se descuidó, ni menos se despreció: fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo, para hacerlo homogéneo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría moderna. Los mismos dirigentes hablaban de la espontaneidad del movimiento, y era justo que hablaran así: esa afirmación era un estimulante, un energético, un elemento de unificación

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en profundidad; era ante todo la negación de que se tratara de algo arbitrario, artificial, y no históricamente necesario. Daba a la masa una conciencia teorética de creadora de valores históricos e institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la espontaneidad y la dirección consciente, o sea, de la disciplina, es precisamente la acción política real de las clases subalternas en cuanto política de masas y no simple aventura de grupos que se limitan a apelar a las masas. A este propósito se plantea una cuestión teórica fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos espontáneos de las masas? (Espontáneos en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada par el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestramente se llama instinto y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental). No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia cuantitativa, de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una reducción, por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa. (Recordar que Kant quería que sus teorías filosóficas estuvieran de acuerdo con el sentido común; la misma posición se tiene en Croce; recordar la afirmación de Marx en la Sagrada Familia, según la cual las fórmulas de la política francesa de la Revolución se reducen a los principios de la filosofía clásica alemana.) Descuidar -y aun más, despreciar- los movimientos llamados espontáneos, o sea, renunciar a darles una dirección consciente, a elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves. Ocurre casi siempre que un movimiento, espontáneo de las clases subalternas coincide con un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes: por ejemplo, una crisis económica determina descontentos en las clases subalternas y movimientos espontáneos de masas, por una parte, y, por otra, determina complots de los grupos reaccionarios, que se aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno; para intentar golpes de estado. Entre las causas eficientes de estos golpes de estado hay que incluir la renuncia de los grupos

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responsables a dar una dirección consciente a los movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político positivo. Ejemplo de las Vísperas sicilianas y discusiones de los historiadores para averiguar si se trató de un movimiento espontáneo o de un movimiento concertado: me parece que en las Vísperas sicilianas se combinaron los dos elementos: la insurrección espontánea del pueblo italiano contra los provenzales -ampliada con tanta velocidad que dio la impresión de ser simultánea y, por tanto, de basarse en un acuerdo, aunque la causa fue la opresión, ya intolerable en toda el área nacional- y el elemento consciente de diversa importancia y eficacia, con el predominio de la conjuración de Giovanni da Procida con los aragoneses. Otros ejemplos pueden tomarse de todas las revoluciones del pasado en las cuales las clases subalternas eran numerosas y estaban jerarquizadas por la posición económica y por la homogeneidad. Los movimientos espontáneos de los estratos populares más vastos posibilitan la llegada al poder de la clase subalterna más adelantada por la debilitación objetiva del Estado. Este es un ejemplo progresivo, pero en el mundo moderno son más frecuentes los ejemplos regresivos. Concepción histórico-política escolástica y académica, para la cual no es real y digno sino el movimiento consciente al ciento por ciento y hasta determinado por un plano trazado previamente con todo detalle o que corresponde (cosa idéntica) a la teoría abstracta. Pero la realidad abunda en combinaciones de lo más raro y es el teórico el que debe identificar en esas rarezas la confirmación de su teoría, traducir a lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no al revés, exigir que la realidad se presente según el esquema abstracto. Esto no ocurrirá nunca y, por tanto, esa concepción no es sino una expresión de pasividad. (Leonardo sabia descubrir el número de todas las manifestaciones de la vida cósmica, incluso cuando los ojos del profano no veían más que arbitrio y desorden).