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LIBERALISMO Y LIBERTAD EN EUROPA En 1848 pasa Europa por una experiencia tremen- da que produce honda conmoción en las creencias so- ciales de muchos y trae consigo, como sucede siem- pre en estos casos, un nuevo deslinde en el campo de •las luchas políticas. El resultado de esa experiencia, tal como la formulan los pensadores más agudos en todos los países y especialmente en Francia, en donde •se han sufrido una vez más los trastornos con mayor intensidad que en otras partes, es éste: las masas no traen la libertad. Si de los hechos dela gran Revolu- ción se había podido ya inducir esa misma máxima y •Constant y los doctrinarios intentaron oponerse a sus penosas consecuencias, en 1848 puede contemplarse la situación con mucha más claridad. Porque en esa fe- cha se produce en forma mucho más neta, que permite aislar mucho mejor el fenómeno para su análisis, la irrupción de las masas enla esfera del gobierno, hasta •el extremo de quepor primera vez en la historia se puede contemplar a iun representante nato de las mis- mas, y precisamente en cuanto tal, encaramado a un ministerio. Y a esas "masas que se han apoderado de 3a fuerza política se las ve recorrer solamente el escaso trecho que va del desmán al cesarismo. En nombre y

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LIBERALISMO Y LIBERTADEN EUROPA

En 1848 pasa Europa por una experiencia tremen-da que produce honda conmoción en las creencias so-ciales de muchos y trae consigo, como sucede siem-pre en estos casos, un nuevo deslinde en el campo de•las luchas políticas. El resultado de esa experiencia,tal como la formulan los pensadores más agudos entodos los países y especialmente en Francia, en donde•se han sufrido una vez más los trastornos con mayorintensidad que en otras partes, es éste: las masas notraen la libertad. Si de los hechos de la gran Revolu-ción se había podido ya inducir esa misma máxima y•Constant y los doctrinarios intentaron oponerse a suspenosas consecuencias, en 1848 puede contemplarse lasituación con mucha más claridad. Porque en esa fe-cha se produce en forma mucho más neta, que permiteaislar mucho mejor el fenómeno para su análisis, lairrupción de las masas en la esfera del gobierno, hasta•el extremo de que por primera vez en la historia sepuede contemplar a iun representante nato de las mis-mas, y precisamente en cuanto tal, encaramado a unministerio. Y a esas "masas que se han apoderado de3a fuerza política se las ve recorrer solamente el escasotrecho que va del desmán al cesarismo. En nombre y

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defensa de la extensión democrática de los derechos, ellgolpe de Estado de Luis Napoleón se da en un decreta-que disuelve una Asamblea conservadora y restaura elsufragio universal, ese sufragio que los más puros libe-rales del siglo xix, a pesar de que hoy se olvida con.frecuencia, miran con marcado recelo y que uno de:ellos, Guizot, más llevado por su deseo que por unareflexiva crítica histórica, había pronosticado su des-aparición.

Pero he aquí que setenta años después, al final de-la que ha sido, hasta verse la presente, la mayor con-tienda bélica conocida, nuevamente pasa Europa, con.más amplitud que la otra vez, por una experiencia,si no más grave, sí más patética: las masas son lasque sufren la libertad. La crítica, poco menos que uni-versal y despiadada, de que ha sido objeto en el se-gundo cuarto de este siglo el liberalismo económico,,achacándosele arrojar a las masas en el desamparo yla miseria, es bien conocida y apenas si hallaríamos,una conciencia normal en la que la angustia de los.desheredados no haya hecho honda mella. Y se haresaltado debidamente que mientras tanto el libera-lismo político, de espaldas al hambre, se entretenía,en garantizar unos derechos que sólo podrían servir,en todo caso, para ser vendidos por unas migajas a.los poderosos.

Lo que haya de argumentación táctica en estas úl-timas críticas no nos interesa y no vamos a insistiren el tema. Pero sí hemos de advertir que hay unaimportante variación en el concepto de libertad, talcomo en los dos casos anteriores hemos empleado lapalabra. Porque la libertad que resulta aniquilada porel imperio de las masas es muy distinta de aquella que

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condena a las mismas a la indigencia. La libertadque se pide- frente a las masas es la ausencia decoacción externa en el logro del propio destino per-sonal y vale tanto como autenticidad de la propia vida.Va ligada, pues, a supuestos morales y metafísicos ysu afán es cada vez más intenso a medida que el hom-bre se siente más lleno de religiosidad. En cambio, lalibertad que permite que unos pocos excluyan del usode los recursos económicos a otros muchos no es másque un medio de administración de bienes materiales.Y si volvemos hoy al pensamiento de los que honrada-mente defendieron el sistema del laissez faire econó-mico, hallaremos que fue éste concebido precisamentecomo instrumento para propulsar el más amplio bien-estar material (i). Que en gran medida esto era así enel momento histórico en que se propagó ese liberalis-mo económico, es irrebatiblemente cierto, si pensamosen la elevación astronómica que se ha producido enla media aritmética del bienestar económico, medidono por las esperanzas del mismo que queden por sa-tisfacer, sino por la inmensa extensión con que ha sidopuesto al alcance de la generalidad el disfrute de unaserie de medios materiales, reservados antes no ya a lospoderosos, sino a un reducidísimo número de ellos. Hoytambién parece innegable que se hayan agotado las

(i) En Adam Stnith y la mayor parte de los optimistas de laeconomía clásica, el interés individual es el motor de la prosperidady riqueza de las naciones, de la cual todos resultan, al fin, beneficiados.Hasta la introducción del darwinismo en economía y en política no seconcebirá despiadadamente la libertad como ambiente para la lucha se-lectiva entre los individuos. Piénsese, por otra parte, en el papel funda-mental que en la doctrina del liberalismo económico tuvo la noción ben-thamiana de"utilidad general". Por muy insuficiente y aun descamina-da que esta idea sea, no deja de testimoniar cómo el interés individualse concibe solidarizado con el de la sociedad.

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posibilidades del sistema, ya desde el punto de vistade la sociedad entera, ya de los mismos beneficiariosmás directos de aquél. Y de este modo la legislaciónsocial que el intervencionismo ha ido produciendo ad-quiere, ante la crisis, el carácter de un remedio eco-nómico general, superando el de mera legislación pro-tectora de una clase, la de los trabajadores, con queal pronto se inició.

Pero lo que nos interesa en este momento es tenerpresente que ese abandonado liberalismo económico,como llevamos dicho, fue entendido como un medio depromover el bienestar social y, por tanto, en cuantosimple instrumento, como algo puramente accidental.Y preguntamos entonces: la eliminación de este acci-dente, ¿en qué manera modifica, aunque sea acciden-talmente, el núcleo esencial de la libertad?, y también,¿en qué manera cambia.o inutiliza los procedimientosde seguridad de la libertad que montó el liberalismo?Desde el lado de la situación social-económica del pre-sente, a pesar de su gravedad, no estaríamos obligados,ni quizá autorizados, a extender esas preguntas. Perorecojamos de nuevo el hilo de lo que se vio aconteceren 1848 y entonces tendremos que hacernos cuestiónde la libertad, desde el lado de la democracia y delliberalismo.

Cuando se anuncia el final de la conflagración ma-yor de los siglos, y ligada a su resultado se observala política interna de los pueblos, es necesario golpearun poco sobre las fórmulas hechas de las doctrinas po-líticas, para librarlas de la cascara con que el tiempoha ido envolviéndolas y dejar a la luz su propia y puraalmendra. Y es un hecho visto que en medida muysuperior a la época de la Santa Alianza, surgida de

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las guerras napoleónicas —las primeras guerras mo-dernas en sentido político—, el fin de la actual va atener xepercusiones de carácter político realmente im-portantes, favorecidas por el pluralismo de opinionesque la debilitación de las vigencias sociales ha produ-cido en los pueblos y por la resquebrajadura del senti-miento de nacionalidad ocasionada por las insupera-bles pugnas que la irrupción del socialismo en todassus formas ha provocado. Y ante esta situación, unade las tareas más recomendables es volver a las fuen-tes originarias de las doctrinas hoy beligerantes paraaclararnos su sentido, porque el estrépito ideológicosoportado por los europeos desde hace dos siglos, opor lo menos siglo y medio, les ha hecho entender malmuchas voces que es prudente pararse a escuchar unmomento y a meditar sobre lo que advierten. Porquedespués de esos dos graves trances por los que lassociedades actuales han pasado y con cuyo recuerdoiniciamos estas líneas, sería ridículo y llevaría hastaperder la atrayente simpatía que despiertan algunosequivocados, colocarnos como quienes empiezan a pe-lear con problemas nunca conocidos. No son dé estaclase, y sólo en esto se puede decir que por fortuna,los que hoy nos acucian, al replantear en términos dehondo dramatismo la polémica que viene encendidadesde 1789. Una profunda conmoción soportan hoylos más de los países europeos y ya sería bastanteconsolador poder decir con Tocqueville: "Los puebloscristianos me parecen ofrecer hoy un alarmante es-pectáculo; el movimiento que los arrastra es ya bas-tante fuerte para que pueda detenerse y no es aúnbastante rápido para que se desespere de dirigirlo: susuerte está entre sus manos, aunque pronto se les pue-

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da escapar" (2). Desde mucho antes que Tocqueville,desde el siglo xvn en que aparece la opinión públicacomo fuerza política, esa es la cuestión.

Libertad es una palabra que suscita hoy, lo mismoque hace cientos de años, las más dispares reacciones.Ella orientaba, como norte fijo, el pensamiento polí-tico de un Cicerón, uno de los hombres de más culti-vado espíritu de todos los tiempos, y ella ha provo-cado también desde muy antiguo los tumultos popu-lares más ciegos. En torno a ella se muestran esperan-zas y desconfianzas grandes. Se la estima como el másvalioso fin a. gue tiende por su naturaleza el gobiernodemocrático, o se la rechaza como un privilegio obs-taculizador de la igualdad democrática del pueblo. Sela exalta como un goce de los espíritus superiores quehay que salvar del naufragio igualitario o se la acha-can todos los males que amenazan con la descompo-sición del cuerpo social. Y algo cabe deducir de esto:que es grande su importancia en la vida de los hom-bres, cuando desde muy atrás se vienen éstos preocu-pando de ella, y que no está ligada de manera exclu-yente a los intereses particulares de un grupo o clase,cuando de una y otra parte se la combate y sólo esdefendida por los que noblemente intentan estar so-bre los bandos. Probablemente, entre las conviccionesque dominan hoy la vida política europea —y usandoeste mero término geográfico dejamos aparte a los an-glosajones— sólo en la doctrina del Movimiento Na-cional español está inscrita, como uno de los fines car-dinales que se persiguen, Ja libertad de la persona,íunto a otros dos, la dignidad y la integridad de 1?

(2) De ¡a Democratie en Amérique, Calmann Lévy, París, 1888, vo-lumen I, pág. 9.

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misma, cuya estrecha relación conceptual con la liber-tad es bien palmaria. Porque toda mente empapadade catolicismo sabe muy bien que "la libertad, bienaventajadísimo de la naturaleza y propio únicamentede los que gozan de inteligencia o razón, da al hombrela dignidad de estar en manos de su propio consejo y•tener la potestad de sus acciones" (Encíclica "Liber-tas"). Y no se diga que con esto se alude solamentea la conciencia individual, porque para el católico, paraquien sociedad e individuo se ordenan, aunque en mo-dos diversos, a un mismo fin de virtud, cuanto atañeal Estado y a la vida pública entran en su concienciamoral de individuo. Nadie puede quitar al hombre lo>que es para él un bien natural y esto llega hasta elEstado, que no podrá desconocer esa limitación. Lalibertad moral tiene un lado de ¡libertad civil y polí-tica incuestionable.

En la situación de hoy una cosa es evidente: quehay que replantear el problema catolicismo-libertad, noporque se trate de una adaptación a los tiempos, cosa•que en muy precisos límites sería lícito a la prudenciacristiana, sino porque los momentos de la Historia•cambian de faz constantemente, y enfocados con unaidea que no cambia dan, sin embargo, panoramas dis-tintos. Interesa en esta coyuntura advertir la constan-cia con que pensadores católicos se han aferrado ala libertad y cómo en su favor hallamos numerosos tes-timonios desde los orígenes mismos de la Iglesia. Y nonos referimos sólo a la esfera de la libertad moral, enla que nunca pasó la Iglesia por la negación luteranadel libre arbitrio, sino que refiriéndonos a las mani-festaciones de la libertad en la sociedad civil, es evi-dente que la distinción básica en la cultura y la histo-

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ria europea, entre lo temporal y lo religioso es obradel pensamiento católico y nunca aceptó la Iglesia ro-mana esa fórmula del Estado-Iglesia que tan cara fuea muchos reformados y que sólo en países que se sepa-raron de la obediencia a Roma prosperó. Es más, mu-cho antes que las sectas, la Iglesia católica enseñó queno puede darse todo al Estado y que ¡hay una zona,personal en la que no puede penetrar éste. La auto-nomía del individuo, de la familia, del municipio, fuepromovida, antes que nadie, por la Iglesia frente acada una de las instancias de poder más altas. Y fue-ella la que puso trabas a la tiranía de los gobernantes,,de un valor no más .relativo, respecto a su época, quelas instituciones de control actualmente conocidas.

Y, sin embargo, ha sido común hacer venir la li-bertad por el cauce de la Reforma, en dos sentidos:porque el pensamiento reformista dio lugar a lascreencias ideológicas al final de cuyo proceso sur-gieron las Declaraciones de Derechos (3), o porque laReforma, al romper la unidad religiosa, dio lugar al'espectáculo de los disidentes, la aceptación de cuyo*hecho creó el clima necesario para el respeto a los de-más, propio del liberalismo (4). De esta manera se ini-cia en el liberalismo la posición anticatólica prime-ro y después agnóstica. Y no contra la libertad, sino-contra esta "ideología liberal" sí claman reiterada-mente los textos pontificios, entre ellos la Encíclicaque antes hemos citado, en la que se sale al paso de-la irreligiosidad y enemistad a la Iglesia de los "libe-

(3) Ver Doumergue, "Les origines historiques de la Déclaration des.droits de l'homme et du citoyen", Revue de Droit public, núm. XXI.

(4) Ruggicro, Historia del liberalismo europeo. Ediciones Pegaso..Madrid, 1944, págs. xvn y 33.

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rales", al mismo tiempo que se señalan las aportacio-nes de aquélla a la libertad humana.

Pero veamos que antes de ese agnosticismo irreli-gioso había otra cosa muy distinta en los escritoresliberales. Y limitándonos, entre innumerables testimo-nios posibles que repiten la máxima muy querida demuchos liberales en el xix, según la cual para ser librehay que empezar por creer, reduciéndonos a los auto-res de dos obras paralelas que estudian la democraciadesde el plano liberal, vemos que uno de ellos, ErskineMay, pone en estrecha relación la libertad con la reli-gión, señalando en qué modo favorece ésta a aquélla,y, francamente hostil a la historia constitucional fran-cesa, sostiene que Francia es el único país en que laincredulidad ha sido asociada a la democracia, siendo*así que la incredulidad puede traer la revolución, maslo que no trae es la libertad. Aquélla ha sido propa-gada por hombres despreciables que no han hecho nadapor los pueblos. En otros muchos países libertad y re-ligión se nos ofrecen unidas. "La religión y no la faltade fe, lleva a Una libertad racional y bien ordena-da" (s) . El otro autor —nos referimos a Tocqueville—con mucho más interés, plantea todos los problemasde la libertad parmi les chrétiens, observa una tenden-cia al catolicismo en la democracia liberal tal como se-da en los Estados Unidos —país en el que sólo aquellareligión hace progresos— y la interpreta en el sentida-de que los hombres que viven en democracia, cuando»se someten a una autoridad, quieren que por lo me-

(5) Ver "La Democrazia in Europa", en el vol. I, parte i." de la Bi—blioteca di Scienze polinche, de Brunialti, pág. 33. La obra se publicóen 1877. , . . .

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nos sea ésta una y uniforme (6); pero es más, hablandode la igualdad en el sentido liberal de base para undesarrollo personal libre, la reconoce como conquistacatólica: "el clero abre sus jerarquías a todos, al po-bre y al rico, al campesino y al señor; la igualdadempieza a penetrar por la Iglesia en el seno del go-bierno y aquel que había vegetado como siervo en unaesclavitud permanente se coloca como sacerdote en me-dio de los nobles y va muchas veces a sentarse por«ncima de los Reyes" (7).

Pero la medida !en que el pensamiento católico haaceptado la libertad civil y política depende de la justamedida de su noción de la libertad moral. Y hoy seimpone la neta restauración de esta relación entre am-bas libertades, en su aspecto positivo —en cuanto laexistencia de una y otra están ligadas— y en su as-pecto negativo —en cuanto los límites de ambas estántambién en relación—. Cuando en el siglo pasado seha querido escindir totalmente el problema de la li-bertad política del de la libertad moral, se ha caídoen una gran falta, porque era cegar a la vez la nociónde la libertad política y de sus límites.

Naturalmente, cuando un liberal como Humboldtescribió que "el gran principio, el principio dominante,es la importancia esencial y absoluta del desenvolvi-miento humano en su más rica diversidad" y exigíapara ello el respeto máximo a la libertad en su másamplia extensión posible, es porque consideraba queel hombre por propia iniciativa puede llevar a caboese desenvolvimiento, por tanto ¡que es libre de que-rerlo, y si pide que los demás no le pongan obstáculos

(6) Ob. cit., vol. III, pág.40.(7) Ob. di., vol. I, pág. 3

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•es porque cree que puede llegar a ese fin. Pero al nosolamente no insistirse en 3a conexión entre las dosvertientes de la libertad, sino justamente empezar plan-teando el problema sobre el dato previo de su separa-ción, como lo hizo entre otros, y ciertamente que sin las.gravísimas consecuencias que en otros, Stuart Mili t(8),se dejó el campo abierto a los que al pedir la libertadpolítica no pretendían más que establecer el gobiernode los hombres por los estómagos, las glándulas en-docrinas o instintos de sociabilidad tan irracionales ytontamente alabados como los de los térmites. La li-bertad política, entonces, se conectaba con un determi-nismo económico, biológico, etc., sin contenido ni va-lor alguno moral.

En este caso, y una vez utilizada la que se consi-dera libertad política burguesa para la propaganda delmaterialismo económico y llegados a la implantaciónde éste, es lógico que Lenin se preguntara para quésirve la libertad, sin encontrar respuesta, y'que sus se-guidores la hayan eliminado de sus dominios totalmen-te. Pero nosotros declaramos no sólo que no podemospasar sin la libertad, sino que los españoles que se al-zaron el 18 de julio de 1936 la reconocieron como unfin superior, junto, como illevamos dicho, con la dig-nidad y la integridad de la persona. Y ello es así por-que una medida de libertad en la existencia comúnorganizada en Estado es imprescindible para quenuestro libre arbitrio pueda ejercer su facultad deelección a favor de una vida, y con ella de una con-ducta social, moralmente buena, ajustada a la virtud.

Pero, como en cuanto es existencia humana, aun-

(8) Ver La Libertad. Introducción. Ediciones La Nave. Madrid, 1931.Esta obra se publicó por'primera vez er. 1859.

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que tengamos que mirar a un polo fijo, no podemosdesprendernos ¡de la Historia, hemos de contemplar lasdos tendencias o, mejor, caminos de la libertad polí-tica desde que ésta se ha hecho cuestión decisiva enla vida política europea. A la primera la llamaremosprovisionalmente democrática y a la segunda liberal,,sin olvidar que entre una y otra hay intensa relación,por lo que cuanto de útil o nocivo haya en ellas estarátambién emparentado, aunque sólo sea por el lazo quese da siempre entre posiciones contrapuestas.

Hay una democracia continental —afirma StuartMili, cuyo pensamiento tiene un gran interés paranosotros—, .que consiste simplemente en permitir a to-dos que participen en el gobierno, más que para evitarque otro domine sobre uno, para conseguir uno domi-nar sobre los demás, aunque a su vez se esté domi-nado por muchos. A cambio de imperar sobre el pró-jimo se consiente en quedar sojuzgado. "La idea quese hacen de la democracia es simplemente la idea deabrir las funciones públicas a todos y no solamentea unos pocos: cuanto más populares son las institu-ciones más infinito es el número de puestos que ,secrea; en consecuencia, los excesos del gobierno ejer-cido por todos sobre cada uno y por el Ejecutivo sobretodos llegan a ser más monstruosos que nunca" (9). Enrigor, el primer fundamento de esta democracia es el"no servir", el negar el derecho de alguno a gobernarsobre otros; pero como no es posible prescindir de lasfunciones de gobierno en ninguna sociedad, el anversode esta idea, por donde hoy la contemplamos, es elgobierno de todos. Así, como participación de la uni-

(9) Le gouvernemeni' représentalif, París, 1877, pág. 109.

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versalidad en el mando, encontramos todavía hoy con-cebida la democracia en Kelsen. (10). En el fondo, es laconocida ecuación de Rousseau: la enajenación to-tal de cada asociado con todos sus derechos a la co-munidad toda, y como por este procedimiento no hay •ningún asociado sobre el cual no se adquiera el mismoderecho que se cede sobre uno mismo, se gana el equi-valente de todo lo que se pierde (i i) . En la misma fun-damentación de lá libertad se comete un brutal atropellocontra ella, como es reducirla a una magnitud mensu-rable y fungible. La propia libertad perdida es irrecu-perable y lo que de la suya puedan entregarnos losdemás no sirve para compensar aquélla, porque lo queuno pueda hacer con la libertad personal no tiene po-sible sustitución con impedir a los otros que utilicenla suya. Desde su origen, en la democracia rousseau-niana queda destruida la libertad. Y, efectivamente,descubrimos en ella una ¡enajenación total de lax per-

(10) Tal es la idea fundamental de su obra Esencia y valor de la de-mocracia (versión española, Labor, 1934). Kelsen, a pesar de su emi-nencia como jurista, es un tipico ejemplo del penoso embotamiento delsentido político, en los científicos especialistas, aunque sea en rama tanpróxima a la Política como el Derecho. Se busca, según él, hacer libresal mayor número posible de hombres, aunque los menos, que son millo-nes, resulten mortalmente asfixiados por la mayoría, problema para elque carece de toda sensibilidad. Ese fin se consigue logrando que el me-nor número posible de individuos tenga una voluntad opuesta a la vo-luntad general, lo que conduce, de modo lógico, al principio de la ma-yoría (ver ob. di., pág. 23 y sigs.). Es lamentable que después de lasduras pruebas por las que ha pasado Europa se mantenga esa que Spen-cer llamaba "la gran superstición política", frente a la que reconocíaque "fácilmente se encuentran ejemplos que demuestran, por reducciónal absurdo, que el derecho de la mayoría es un derecho puramente con-vencional, sólo válido entre ciertos límites". Y el límite supremo —es in-teresante descubrir esto en un liberal del xix— es el fin objetivo, laempresa común del grupo social de que se trate, que está por enoima delas voluntades (ver L'individu contre l'Etat, París, 1885, pág. 123).

(n ) Contrat social, lib. I, cap. 6.°.

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sona, una absorción del individuo por el cuerpo social—su relación con éste debe ser aussi grand qu'il estposible—, sin reservas, de ninguna clase —l'aliénationse faisant sans reserve—-, de modo que para ese cuer-po social no hay instancias objetivas, ni leyes funda-mentales que se le opongan —il n'y a ni ne peut yavoir nulle espece de loi fundaméntale obligatoire pourle corps du peuple, pos meme le contrat social—, nigarantías que puedan hacerse efectivas respecto a él—la puissance souveraine n'a nul besoin de garant en-vers les sujets. Con ello el individuo queda aplastadopor la presión de la voluntad general, que es, por suparte, ilimitada.

Realmente, Rousseau reduce el ámbito de la vo-luntad general a la legislación, entre otras cosas por-que en los actos particulares de gobierno o de ejecu-ción, no tendría aplicación, ya que esa voluntad sehace general no sólo por el número, sino por el objeto—ce qui généralise la volonté est moins le nombre desvoix que l'interet común qui les unit (12)—. Y por eso,al plantearse la cuestión de las formas de gobierno,rechaza la que él mismo llama democracia o interven-ción del pueblo en las funciones ejecutivas, porque se-ría un absurdo e imposible gouvernement sans gou-vernement (13). Pero lo cierto es que al hacer soberanaa la voluntad general, sin nada que la obligue y la li-mite, con toda la "absolutividad" de la noción tradi-cional de soberanía, fijando ella misma su extensión,¿quién podrá evitar su extralimitación?; ciertamenteque nadie, y entonces la puerta está abierta a los ex-cesos de ese gobierno democrático que el mismo Rous-

(12) 06. cit., lib. II, cap. 4°.(13) Ob. cit., Hb. III, cap. 4.0.

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seau preveía como algo que "nada es más peli-groso".

Tenemos ya el camino recorrido por la democra-cia contra la libertad: primero, y siguiendo la doctri-na rousseauniana, los abusos de las asambleas, que nohan de verse sujetas ni siquiera por respeto a las mi-norías; segundo, en pugna con Rousseau, pero conti-nuando su línea, las invasiones democráticas en la es-fera del gobierno.

Para esta democracia la libertad ha quedado con-vertida en el derecho a ejercer la coacción sobre losotros, a la intervención en las funciones de dominiopolítico sobre los otros. Entre optar por ser libres oiguales los hombres, se ha escogido lo segundo, aunquehaciéndolos sólo iguales en la sujeción. Pero no vamosa hacer nosotros la crítica de esta situación. Clarasmentes liberales del xix nos advertirán sus peligros.

De 1835 a 1840 publica Tocqueville su obra sobrela Democracia en América, en donde, juzgando incon-tenible el proceso igualitario, trata de limitar sus efec-tos nocivos y salvar, por medio de la libertad, los bie-nes morales del individuo, amenazados de destrucción.A medida que la igualdad se expande, las ideas y lossentimientos de los pueblos democráticos en materiade gobierno se van inclinando cada vez más a una

•concentración del poder y a una uniformidad de las•normas. Todos deben obedecer de igual modo a un po-der igual y a una norma igual. El individuo se empe-queñece cada vez más en medio de la gran masa dela que tan sólo es un número, y como, en cuanto tal,es equivalente y sustituíble por otro cualquiera, se leve menor porque no hay modo de diferenciarle. Lasociedad, en cambio, aparece de una pieza, compacta,

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sólida, y pesa cada vez más. Su poder puede hacerlotodo, porque lo que tiene delante, el simple hombre,es tan insignificante que no hay que pararse en él."La unidad, la ubicuidad, la omnipotencia del podersocial, la uniformidad de sus reglas" (14) son las pro-pias ilusiones democráticas. Como los hombres sueltos,las familias, las clases y grupos, los pueblos desapare-cen como tragados por ese conglomerado monótono eigual de la sociedad democrática.

En definitiva, éste era el sueño rousseauniano: elhombre lo más aislado posible y entregado al poder delEstado. Entonces la rebeldía del que no quería servir,del que no consentía que se gobernara por nadie sobreél le ha llevado a la más trágica dimisión de sí mismo.Rousseau esperaba que este hombre desprendido detodo otro lazo se entregaría de lleno a los sentimien-tos de solidaridad. Y no es así. Ya el propio Tocque-ville observaba que la democracia igualitaria, al des-truir el contenido moral del individuo, por imponerleuna existencia trivial en cuanto uniforme, desarrolla-ba en éste un terrible egoísmo individualista, porqueal no tenerse más que a sí mismo, no pensaba másque en su pura conveniencia (15). Hoy sabemos muybien en España hasta qué extremo una revolución de-mocrática pura demuestra ser eso cierto, por el desco-nocimiento sistemático de todos los afectos familiares.

Tocqueville no tiene todavía una experiencia de-masiado sangrienta de la tiranía democrática. Fami-liares suyos cayeron bajo el Terror, pero las dimensio-nes de éste son bien reducidas ante las grandes con-mociones exterminadoras que más tarde se han con-

(14) Ob. at., vol. III, pág. 448.(15) Ob. cit., vol. II, pág. 170.

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templado. Su palabra es cálida, sin embargo, en larepulsa, aunque no piensa más que en una tiranía de-mocrática dulce y asfixiadora. No recordó que Rous-seau, que será luego bien seguido en esto, había colo-cado al final de su construcción la pieza terrible de lareligión civil y que ese exasperado fanatismo popularorganizaría hecatombes de dimensiones inconcebibles•entonces, cualquiera que fuere el contenido ideológicode esa democracia.

De todos modos, ¿qué hacía, según nuestro autor,•del hombre libre la democracia? Le deja regir la cosapública —ya veremos en qué escasa y relativa medi-da—, pero, en cambio, no le permite gobernarse a símismo. "Se conserva la intervención individual en losjnás importantes asuntos; pero no se la suprime menosen los pequeños y particulares. Se olvida que es enlos detalles generalmente en lo que es peligroso redu-cir a servidumbre a los hombres. Por mi parte llega-ría a creer menos necesaria la libertad en las grandes•cosas que en las menores, si creyera que se puede estarasegurado de una sin poseer la otra. La sujeción enlos pequeños asuntos se manifiesta todos los días, y.se hace sentir- indistintamente a todos los ciudadanos.No los desespera, pero los contraría sin cesar y los¿leva a renunciar al uso de la voluntad. Extingue pocoa poco su espíritu y enerva su alma, mientras que laobediencia que no se debe más que en un escaso nú-mero de circunstancias muy graves, pero muy raras,no muestra la sujeción más que de tarde en tarde yno la hace pesar más que sobre algunos hombres. Envano encargaréis a los mismos ciudadanos que habéishecho tan dependientes del poder central, elegir devez en cuando los representantes de ese poder, puesto

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que este uso tan importante, pero tan breve y raro,,de su libre arbitrio no impedirá que pierdan poco apoco la facultad de pensar, de sentir, de obrar porellos mismos y que no caigan gradualmente por de-bajo del nivel de la humanidad" (16).

Durante la primera mitad del siglo xix la tiraníade las masas se realiza por medio de las Asambleasrepresentativas. Durante toda la pasada centuria elrecuerdo de la Convención estremece a los escritoresliberales más netos. Las Asambleas representativasson necesarias porque es la única manera de aseguraruna presencia organizada de la opinión. En todos losregímenes que tienen cierto propósito de duración sehacen imprescindibles y de hecho no han faltado enninguno, aunque su forma de reclutamiento y facul-tades sean muy variables. Pero en interés mismo dela libertad, piensan típicos escritores del liberalismo,hay que prevenir sus extravíos. Cuando no se ponenlímites precisos a la autoridad representativa popu-lar, observa Benjamín Constant, no son los represen-tantes defensores de la libertad, sino candidatos a la.tiranía, y de ésta la más horrorosa es la de más cre-cido número de tiranos. "En una Constitución en laque la representación nacional tiene su parte, la na-ción no es ubre más que si se pone un freno a losdiputados." Una Asamblea sin cortapisas es de todaslas fuerzas la más ciega en sus movimientos. Se en-trega al exceso y halaga a la peor parte del pueblo;es peor que la multitud porque une a ser tan apasio-nada como ésta una frialdad imperturbable en la pro-secución de sus desatinos. Es necesario que existan

(16) Ob. cit., vol. III, págs. 535 y 536.

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para unión del pueblo con sus jefes, pero han de estarmuy sujetas (17).

La democracia encuentra en las Asambleas su pro-pio lugar de aplicación. Es cierto ,que no ha faltadonunca, así en el mismo Rousseau, la idea del "déspota"como brazo democrático, pero generalmente la repre-sentación ha asumido la forma de un órgano .colegia-do. Este grupo de representantes, no mandatarios, encuanto tal, se ha atribuido una condición jurídica equi-parada en facultades a los representados y ha hechosuya, por consiguiente, la' soberanía, con todas las ca-racterísticas de poder absoluto e incontrastable pecu-liares de aquélla (18). Su poder, por tanto, puede in-vadirlo todo y no soporta limitación. "La gran supers-tición de la política en otro tiempo era el derecho divi-no de los reyes. La gran superstición de la política dehoy es el derecho divino de los Parlamentos... Se pue-de encontrar absurda la primera de esas creencias;pero es forzoso admitir que es más lógica que la se-gunda." Y pensando de esta manera, en su obra mo-tivada por el ejemplo de unos excesos parlamentarios,que, aunque democráticos en la forma, Spencer califi-caba de un nuevo y peligroso torismo, entendía eseclásico liberal inglés que "el verdadero liberalismo enlos tiempos pasados luchaba contra el monarca quepretendía ejercer una autoridad ilimitada, mientrasque el verdadero liberalismo, en nuestros días, luchará

(17) Cours de Politique constilutionnelle, Schapen, Bruselas, 1837,pág. 7-

(18) En la sesión de 10 'de agosto de 1791; el diputado Roederer de-da ante la Asamblea francesa: "Los diputados del Cuerpo legislativoson no solamente representantes del pueblo, sino representantes de lospoderes del pueblo, para ejercer un poder representativo, en consecuencia,igual al del pueblo."

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contra el parlamento que quiera apoderarse de seme-jante autoridad" (19).

En un momento dado se pensó en que el procedi-miento ,de contener a las Asambleas en el respeto alo que no es la mayoría que en «lias se impone, eraincorporarles forzosamente una minoría que en suseno se hiciera oír y con sus argumentos fuera capazde deshacer el bloque mayoritario e imponerle por estavía una contención. La representación de las minoríases, mucho más que una idea democrática que lleva abuscar la representación de cuantas opiniones se danen el pueblo, una idea liberal que busca limitar la ma-yoría sirviéndose del temor de ella misma a verse des-organizada en caso de salirse de lo razonable. En estaforma la vemos manifestarse en uno de sus primerosdefensores, Stuart Mili.

Este principio de la representación minoritaria esde tal importancia para S. Mili, que basta para cali-ficar una democracia de auténtica. Porque hay dos po-sibles democracias, verdadera y falsa, según que setrate del gobierno del pueblo por todo el pueblo o poruna simple mayoría. La diferencia está en que haya ono representación minoritaria, conseguida por mediode la representación proporcional, cuyo mejor sistemaes el conocido de Haré (20). De lo contrario, advierteS. Mili, puede darse un caso tan escandaloso como el

(19) Ob. cit., págs. 22 y 116. Hay que reconocer, sin embargo, queesta clara orientación de Spencer sobre de qué lado podia venir el ata-que a la libertad, ha faltado de ordinario en muchos de los que se hanllamado "liberales" o en general se han juzgado defensores de la liber-tad, los cuales han seguido actuando como si lo que estuviera inmediata-mente detrás de nosotros fuera el feudalismo medieval, contra el quehubiera que precaverse.

(20) Ob. cit, cap. VII.

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siguiente: sale elegida una mayoría por escasa dife-rencia de votos; planteado en la Asamblea el proble-ma de un acuerdo importante y divididas las opinio-nes, la mayoría se escinde y sólo votan la aprobaciónalgunos más de la mitad de los representantes. Suma-dos los electores de la parte de la mayoría que disintió,más los que por votar a las minorías que no salieroncarecen de representación, son muchos más que la mi-tad del cuerpo electoral. Tenemos entonces que la me-dida aprobada por la Cámara está en pugna con lamayoría del cuerpo electoral. Stuart Mili no pudo con-templar que ese escandaloso resultado se da. en losParlamentos diariamente, ya que al fraccionarse la re-presentación entre varios grupos o partidos, ningunode los cuales tiene la mayoría absoluta, el resultadode las votaciones es siempre un compromiso en el quese lleva la mayor parte el grupo más audaz, aunquesu apoyo en el cuerpo electoral sea escasísimo.

Stuart Mili, por el ambiente y época en que escri-'be, tiene ante sí mayorías abiertas y movedizas, cuyosmiembros son capaces de raciocinio y susceptibles deser convencidos por una opinión ajena. Esto nada tieneque ver con la situación de las modernas Cámaras,con sus cerrados cuadros de partidos, en los que suscomponentes, como es conocido, exhiben complacidoshaber votado contra su conciencia personal para hacergala de su disciplina. No cabe duda de que el Parla-mento fue una bella creación del espíritu libre y ra-cional de discusión, pero en los años anteriores a laguerra no solía ser —y con ello nos referimos sóloal Continente— más que un mero sistema de re-cuento, cuyos escrutinios se conocen de antemano,cualquiera que sea la perfección convincente de los

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argumentos esgrimidos por la minoría en el salónde sesiones (21). ¿Para qué sirve entonces qué es-tén representadas esas minorías ? Sólo para que se per-sonifique en sus miembros la hostilidad de la mayoríay soporten, como tristemente nos es conocido, hastael crimen. La "función de antagonismo" que, segúnS. Mili, compete a la minoría no tiene sentido hoy,porque las cerradas mayorías clasistas no están dis-puesta^ a soportar un rival, cosa que ya el pensadoringlés intuyó, comprendiendo que en tal caso la opo-sición puede quedar tal vez más oprimida en la demo-cracia que en cualquier otro sistema, en que no tieneaquélla una organización jurídica, pero es, en cambio,una realidad social mucho más importante en relacióna la mayor debilidad del poder a que se opone (22).

Con todo, ya en su tiempo, Stuart Mili, y ello de-muestra que no todos los pensadores liberales esta-ban incursos en un optimismo utópico y ligero, señalólos peligros de un gobierno representativo de masas yen especial su tendencia a no contar más que con losintereses de clase, porque, aunque se les advierta aaquéllas que éste no es su verdadero interés político,pocos hombres hay que puedan elevarse a un desinterésde clase, y esperar que hagan esto los más es vano. "Nohay que contar con este prodigio ni entre espíritus mu-cho más cultivados que los de la mayoría" (23). Gobier-no representativo, sí; pero el mismo autor señala loscasos en que es inaplicable. Y esos supuestos de inaplica-

d o Al sustraerse de los Parlamentos, 'de esta manera, toda posibi-lidad de discusión capaz de influir decisivamente en las resoluciones,como se vio en el de la segunda República española, vinieron a ser éstosun órgano de aclamación, al estilo de las Cámaras en régimen totalitario.

(22) Ob. cit., pág. io,r y sigs.(23) Ob. cit., pág. 165 y sigs.

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ción no son los que hoy podemos observar, sino de mu-cho menos grave condición. Las masas, en cuanto con-siguen la mayoría representativa, ajenas como son a lasnobles formas de respeto que hacen posible la convi-vencia, tratan sólo de mantenerse como sea en el po-•der y rara vez dejan de sentirse tentadas por el fácilexpediente de exterminar a los que están fuera de suscuadros.

Enlazar la representación de masas, la llamada li-bertad democrática, con el principio liberal de discu-sión racional, se ha hecho imposible con el modernorégimen de partidos. Esto quiere decir que la práctica«continental de los partidos ha destrozado las esperan-zas liberales, y para comprenderlo basta ver que entoda Europa no ha podido organizarse el liberalismocomo un partido duradero. La situación se ha agra-vado todavía más cuando el total agrupamiento de losrepresentantes en partidos ha trascendido al cuerpo deciudadanos. En la democracia de masas se ha llegado•a una gravísima consecuencia antidemocrática: la másabsoluta pasividad del ciudadano, cuya participación•en las funciones públicas ha quedado reducida a laposesión de un carnet y a seguir, desprovisto de todainiciativa, la disciplina que el mismo le impone.

Desde entonces, el papel de las minorías en las Cá-maras es todavía más inútil. Antes, aunque no fuera•capaz su voz de resquebrajar el bloque mayoritario,podía esperarse la resonancia en la calle para el díade unas nuevas elecciones. La absorción del cuerpoelectoral en la disciplina de los partidos ha hecho im-posible esto. La opinión pública ha desaparecido, sus-tituida por la voz de los comités de partido. Cuando unliberal y parlamentario tan clásico como el inglés Sir

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Erskine May decía que la opinión pública "representala inteligencia nacional, más bien que la voluntad ge-neral" (24) estaba aún muy distante de la situación pre-sente. Lejos de ser como un juicio nacional, colocado-por encima del Gobierno, al que, llegado el caso, "loprotegerá también contra los desordenados y perni-ciosos movimientos populares" (25), la opinión hoy,cuando soporta el juego de los partidos, deja de seralgo que se mueve por razón y no se arrastra sino-por pasiones sistemáticamente excitadas. Prueba deello es ver cómo en las contiendas electorales tienemucha más importancia que el discurso raciocinanteel grito llamativo e impresionante del cartel mural o.de cualquier otro procedimiento mecánico, no de con-vencimiento, sino de captación de la opinión (26).

Y esa opinión, proselitizada con resortes irraciona-les, en los que entran intereses económicos, resenti-mientos sociales, ambiciones personales, ilusiones jus-ticieras, más que justas, y a veces un vago e inconsis-tente humanitarismo, se enciende con ese fuego faná-tico que prende fácilmerite en la esfera de las convic-ciones no racionales. La torva mística del absolutismorevolucionario contra la libertad ha sido ya señalada,desde la segunda mitad del xix, por Jules Simón: lasubordinación de todos los derechos a la igualdad apa-rece como una nueva fe, necesariamente intolerante,

(24) Constilutiotial History of England, II, pág. 420, obra de 1863.(25) Democrazia in Europa, pág. 29.(26) La critica del cuerpo electoral como órgano de la opinión pú-

blica y del sufragio como procedimiento de participación en el gobierno,ha sido hecha con una crudeza extraordinaria, basándose en un análisissociológico-político de la realidad, por el laborista Laski en La Demo-cracia en crisis, trad. española de ed. Revista de Derecho privado, Ma-drid.

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porque atacarla es atacar a la igualdad misma, y, con.ella, a la justicia, al derecho, a la humanidad, contralo cual tiene que ser fuerte la sociedad igualitaria. Lamasa se coloca como en estado de legítima defensa,ante cualquier discrepancia y "de ahí la dictadura re-volucionaria y su forma histórica, el Terror" (27). Esta,fanática utopía de la igualdad acaba siempre organi-zando tribunales populares, libres de toda garantía,procesal y que igualan a todos, menos a los jueces, en.el más inhumano desamparo. Por eso Laboulaye, que.escribía después de la primera revolución social mo-derna, en 1848, decía que en las manos de todos Ios-soñadores hay sangre.

Y la grave y fundamental falta de toda esta líneademocrática está en su raíz voluntarista, pese al ca-rácter racional que ha querido ver en ella Kelsen, con.su formidable miopía política (28). Aquello que quierela voluntad democrática es bueno, y no hay una ins-tancia moral objetiva que la contenga. La volonté dusouverain est le soiwerain lui méme, había dicho delgobierno democrático Montesquieu (29). Y ese volun-tarismo aparece en Rousseau que atribuye al puebloel carácter de soberano por su voluntad, según la cons-trucción monárquica de Bodino: un poder absoluto,sin límites, dirigido por la voluntad general, es la so-beranía del pueblo. Y pensando en la aplicación fran-cesa de este principio, Laboulaye sostiene que "la li-bertad ha muerto por el principio mismo de la sobe-ranía popular", ya que en la vida política francesa a

(27) La liberté politique, Hachette, París, 1881, pág. 335.(28) Ver su Forma de Estado y Filosofía, trad. española, publicada-,

en el volumen anteriormente citado, págs. 133 y sigs.(29) De l'esprit des lois, lib. II, cap. 2/°.

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mediados del xix —¡y qué no diría de lo que se havisto*en otras partes después!— "la soberanía del pue-blo es para nosotros la voluntad universal..., se extien-de a todo, lo comprende todo. En este sentido la sobe-ranía es absoluta, en consecuencia, despótica, y no pue-•de engendrar más que la tiranía" (30).

Lo que le sobra a la soberanía democrática es auto-ritarismo, puesto que se cree con poder sobre todo yasí la hemos visto obrar con frecuencia. La crítica dela democracia por su debilidad es anacrónica. No setrata de gritar con Stahl: "Autoridad, no mayoría."Frente a esto hemos de decir: ni mayoría, ni autori-dad, que por sí solas no fundamentan nada, sino ra-zón. Porque sin imperio de la razón ni cabe el ejercicio•del libre arbitrio en el hombre, ni el de la libertad po-lítica en la sociedad civil.

Cuando la razón ocupa su lugar para discernir,más allá de nuestra arbitrariedad, lo que es verdadero•o falso, bueno o malo, honesto o inmoral y hasta con-veniente o nocivo, entonces no hay que temer de unaAsamblea popular que participe, como sucedió ya enmuchas ocasiones, antes de 1789, en la legislación yhasta en el gobierno por medio de la crítica presupues-taria y aun de otros recursos parlamentarios, sin in-miscuirse en funciones gubernativas o de mando, nidedicarse al deporte de tumbar ministros, y por eilopuede tener su puesto la representación, porque en elnivel histórico de los pueblos actuales no se puede por•quien gobierna desconectarse de la opinión razonablede los ciudadanos, y aun e\ sufragio, que no es másque un procedimiento técnico de selección de represen-

to) Histoire des Etats Unís, vol. III, págs. vi y vm.

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tantes o de manifestación de la opinión, como otrosmuchos, puede ser conveniente en ciertas materias y•entre límites precisos. Lo absurdo, en este punto, comodenunciaba Spencer, es creer que el individuo se verámenos sujeto por haber concurrido, mediante su sufra-gio, con el de otros muchos, a formar el cuerpo quele somete (31). Partiendo de esta idea, los liberales dela segunda mitad del xix independizan el problemade la libertad del de las formas de gobierno y así re-conoce el mismo Spencer que el grado de libertad deque goza un ciudadano no puede medirse por la natu-raleza del mecanismo gubernamental bajo el que vive,sea éste gobierno representativo o de otra forma cual--quiera (32).

Frente a los extravíos populares, Tocqueville y Ers-kine May, que, como historiadores ambos de la demo-cracia, tropezaron con ellos, pensaron que el remedioestaba en el incremento de la libertad. En principio,

. hay,una parte de franco ilusionismo en esto, aunquees justo disculparles por haber contemplado una situa-ción social muy diferente a la de estos tiempos. En su•época hay una clase ilustrada, la burguesía, que tiene•en sus manos incuestionablemente la dirección de lasociedad. Confianza en la burguesía y en la libertad seunen en Erskine" May: "si la creciente riqueza y la•más desarrollada inteligencia de la sociedad son con-trarias al gobierno absoluto e irresponsable, ¿no sonigualmente opuestas al excesivo desarrollo de la de-mocracia? Los miembros ricos e ilustrados de la so-ciedad, si tienen fuerza para resistir al dominio de unmonarca y de los aristócratas, no son menos capaces

(31) Oh. cit., pág. 21.(32) Ob. cit., pág. 23.

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de oponerse a la preponderancia política de las otras-clases; La primera tendencia del progreso nacional es-abatir las formas de gobierno en manos de pocos yfavorecer la libertad; pero su fin ulterior es hacer a.ésta indisoluble con el Estado y convertirla en la másfirme barrera contra la democracia" (33). Pero ¿de quélibertad se trata aquí? Aunque se mantiene un mí-nimo de participación popular en las funciones públi-cas —que ya hemos visto que no repele a un recto en-tendimiento del gobierno, y añadamos que está en la.evolución natural del Movimiento español, declarada,desde el principio y comenzada a aplicar—, esa parti-cipación tiene un carácter medial. El acento de la idea.de la libertad se coloca en otra parte: en la posición-del individuo frente al Estado. Y ésta sí que sería ba-rrera, aunque no única ni suficiente, contra el extravíodemocrático; pero siempre que hubiera modo de hacerinatacable esa posición.

Nos encontramos con un evidente cambio de con-cepto y a este cambio es a lo que llamaron algunos,liberales del xix (Constant, Laboulaye, entre otros) elpaso de la libertad antigua a la libertad moderna. ParaConstant (34), la libertad entre los modernos es el res-peto a la autonomía individual, la no intromisión delpoder en el rico contenido de la persona. También es.algo más, algo que supone, como antes ya dijimos, ungrado de democracia, en la medida en que ésta es posi-ble y es un factor para vigilar la órbita de la libertad.¿Cómo define Constant esa dosis democrática que pornuestra parte ya hemos señalado antes?: "El derecho

(33) 06. dt., pág. 29.(34) "De la liberté chez les anciens comparée a celle des modernes",,

en Oeuvres, II, pág. 541.

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•de cada uno a influir sobre la administración del Go-bierno, bien por el nombramiento de todos o algunosfuncionarios, bien por representaciones, peticiones, re-clamaciones que la autoridad está más o menos obli-gada a tomar en consideración." Observemos la am-plitud de este concepto: primero en cuanto al proce-dimiento de la participación; segundo en cuanto a laintensidad. Constant, desengañado de las revoluciones,nos hace pensar que un buen contencioso-administra-tivo, por ejemplo, es más útil para la libertad que otrasinstituciones, como el cacareado sufragio universal,igual, directo y secreto. Y piénsese, con este motivo,•en el restablecimiento en España de la jurisdicción con-tenciosa, que se ha mantenido atribuida a un tribunaljudicial y no a un órgano administrativo, como es elConsejo de Estado, dicho sea en este caso con todoslos respetos a su tradición jurídica, de la Francia re-publicana .

Para los antiguos, en cambio, compara Constant,ser libres era gobernar por sí mismos, intervenir porsí mismos en los mas graves y complicados asuntos;pero al mismo tiempo "admitían como compatible conesta libertad colectiva la sumisión completa del indi-viduo a la autoridad del conjunto". La masa de losindividuos interviene, sí, en lo público y tiende a con-vertir en cuestión pública la vida entera. Pensemosnosotros que la desoladora y herética publificación dela vida individual entera fue el sueño de Rousseau yadvirtamos que Constant observa una tendencia aná-loga en las sectas reformadas —sobre todo en las detono calvinista—, dato interesante para el problemadel origen religioso de la libertad, con que empezamos<estas páginas.

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De esta manera, entre los antiguos, el individuo,,soberano en los asuntos públicos, es esclavo en sus re-laciones privadas. Entre los modernos no se puede en-modo alguno alcanzar la libertad por esa vía.-Hastaen los Estados más democráticos no es el ciudadanaseñor más que en apariencia: su soberanía tiene obs-táculos insuperables, con frecuencia es suspendida, ysi en épocas fijas., aunque raras, y aun en ellas rodeadade barreras, ejerce la soberanía, no es más que paraabdicarla.

El mismo problema de la libertad antigua y mo-derna se plantea Laboulaye (35) y, coincidente con suantecesor, interpreta con verdadera adversión la histo-ria constitucional de su propio país (36) —tan amada,en cambio, por "liberales" sin penetración alguna—, enla que no se ha conseguido, a pesar de tanta sangre ytantos trastornos, la libertad, porque separándose delos puros principios de 1789, desde la Asamblea legis-lativa y la Convención, y siguiendo la línea de Rous-seau y Mably (37) se ha caído en el errado camino de

(35) "La liberté antique ct la liberté moderne", en el vol. L'Etat efses limites, pág. 103 y sigs.

(36) La tesis de la oposición de la historia política francesa contra lalibertad, frente a la historia inglesa, es corriente en el xix. May plan-tea así la cuestión: "la historia de una en los tiempos modernos es lahistoria de la democracia, no de la libertad; la historia de la otra es lahistoria de la libertad, no de la democracia, es la historia de las fran-quicias y derechos populares"; Ob. cit., pág. 526.

A fines del siglo xix la contraposición pasa a ser hecha entre la his-toria de los Estados Unidos y la de Francia. Mientras Tocqueville tienetodavía muchos reparos frente a la democracia norteamericana, en nom-•bre del individuo, Laboulaye juzga el sistema constitucional de los Es-tados Unidos (en su citada Histoire) como verdadera escuela de la liber-vtad. Es curioso que el mismo autor sólo juzga en Francia como Consti-tuciones defensoras de la libertad las del año III y Cartas de 1814 y1830, es decir, las de acusado tono conservador.

(37) La separación entre estas dos líneas se observa claramente en

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la soberanía popular frente a la libertad. Para La-boulaye, y sus palabras vienen en apoyo de nuestra.tesis cardinal, el quid está en restaurar el espíritu delcristianismo en la vida pública, porque "Cristo ha li-bertado nuestra alma y destruido para siempre el des-potismo del Estado".

Aquí sí que se toca en la roca viva de la libertad,,como afirmación de una zona de autonomía individualfrente al poder público, cualquiera que sea su titular,.y mucho más, como llevamos visto, si es un poder de-mocrático. Pero para ver la parte de acierto y de exa-geración es interesante acudir a la fuente en que ori-ginariamente surge este problema, ya que nuestro in-tento principal en estas páginas es aducir el testimo-nio de los notorios y clásicos escritores de la libertadpolítica.

En 1792 Guillermo de Humboldt redacta el manus-crito del Ensayo sobre los límites de la acción del Es-tado, aunque no se publica hasta 1851. Vale la penaresumir el contenido de esta importante obra tan ci-tada y poco leída (38). Parte Humboldt de que entoda organización social hay que atender a dos cosas :•

la oposición de los dos teorizantes democráticos que quedan citados a lahistoria constitucional inglesa. De Rousseau es sobradamente conocido'el lugar del Contrato social (lib. III, cap. XV), en que critica el sistemarepresentativo inglés. En cuanto a Mably, escribe una obra que figura,ser un diálogo entre un inglés y un sueco, en el que éste combate Ios-móviles y la organización del gobierno en Inglaterra y acaba reducien-do al silencio a su contradictor. Por lo demás, las ideas expuestas, muypretenciosamente por Mably, son de un deleznable utopismo. (Ver su De-la législation ou Principes des lois, Amsterdam, 1776.) La repulsa de lossistemas de gobierno inglés y norteamericano, como representativos dé-la libertad, subsiste en el sector de la democracia igualitaria, entre otros-en el propio Laski; ver su Oh. cit.

(38) "Saggio sui limiti dell'azione dello Stato", versión italiana en*Biblioteca di Scienze politiche, vol. VII, pág. 638 y sigs.

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•es necesario, ante todo, definir las dos partes de lanación, gobernantes y gobernados, y el puesto que cadauna tiene asignada en la organización del gobierno;hay que determinar después los objetos sobre los cua-les el Estado constituido podrá o no ejercer su acción.Este último punto, que se refiere en especial a la vidaprivada de los ciudadanos, que nos da la medida desu libertad y de la independencia de sus actos, es elfin verdadero y principal; el otro no es más que unmedio necesario para conseguirlo. El Estado es sólopara los individuos. Y cabe entonces pensar si su ob-jeto es sólo la seguridad o también el bien general,material y moral de la nación. La preocupación por lalibertad privada conduce a la primera de estas afirma-ciones, mientras que la idea de que del Estado cabeesperar algo más, unida a una restricción de la liber-tad, lleva a la segunda.

Pero para resolver este dilema hay que fundarsesobre lo que el hombre sea como individuo y sobre susmás altos destinos. El verdadero fin del hombre, elque le asigna la razón eterna e inmutable, es el des-arrollo más elevado y mejor proporcionado de sus fuer-zas en su propia y especial individualidad. Las condi-ciones necesarias para ello son la libertad de accióny la variedad de condiciones. Por tanto, "la verdaderarazón no puede desear para el hombre un estado di-verso de aquel en el cual no solamente goce de la máscompleta libertad de desarrollarse a sí mismo y entorno suyo su propia personalidad, sino en el cual lanaturaleza no reciba de las manos del hombre ninguna•otra forma que aquella que le da libremente cada in-dividuo, según sus propias necesidades e inclinaciones,en los límites de su fuerza y su derecho".

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El Estado, en consecuencia, no debe ocuparse delbien positivo y concretamente del bienestar materialde los individuos. Su intervención en esto es perju-dicial : produce la uniformidad y el estancamiento; dis-minuye, por tanto, la fuerza de la nación; impide eldesarrollo-de la individualidad y de la originalidadpersonal del hombre; entorpece la misma administra-ción del Estado. Frente a esto, acción espontánea y•común de los ciudadanos, la cual es siempre muy su-perior a la del Estado, respecto a los fines que le sonpropios. Que éstos actúen por medio de convencionesy no el Estado por medio de leyes. Es vergonzoso einnecesario que el Estado imponga actos positivos, sal-vo algunos en excepciones que son de necesidad. ElEstado sólo debe atender a conseguir un bien nega-tivo : la seguridad. Ha de evitar que alguien quebrantelos derechos de otro. Y esto es algo que el hombre ais-lado no puede conseguir.

Afírmase, pues, este principio incluso en forma po-sitiva: la conservación de la segundad, bien contralos enemigos externos, bien contra las turbaciones in-teriores, es el fin que ha de procurar el Estado y lamateria en la que ha de ejercitar su propia acción.Pero, ¿qué entender por tal?: el aseguramiento de lalibertad legítima, sólo en cuanto que legítima. El Es-tado debe impedir los actos que directa o indirecta-mente vayan contra los derechos de otro, intervenir enel juicio de derechos litigiosos, restablecer el derecholesionado y castigar al violador. En estos casos cabeinvocar un poder distinto del de un individuo. Y estopor un principio de necesidad, no por una engañosa•apariencia de utilidad. El Estado ha de mantener la•seguridad por medios diversos con los que se pueda

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oponer a los actos que la perturban: haciéndolos lomenos perjudiciales posible, ordenando un justo resar-cimiento de daños, evitándolos en lo futuro con el cas-tigo, y de aquí tenemos tres clases de leyes: las depolicía o administrativas, las civiles y las penales.

Lo que de disparatada exageración antiestatal ha-bía en la posición de Humboldt fue atenuado, sin duda,en otros pensadores como Stuart Mili al plantearsetambién el problema de la libertad como deslinde decompetencias, aunque no ya entre individuo y Esta-do, sino entre individuo y sociedad (39). Del propio La-boulaye, en una obra sobre el mismo tema, son .estas-palabras: "representante de la nacionalidad y de lajusticia, el Estado es lo que de más grandeNy santohay entre las instituciones humanas, es la formavisible de la patria" (40). Y aun el mismo Spencer, apesar de su individualismo de tono darwiniano, dioal Estado una sustantividad, incluso una realidad

(39) La Libertad, ed. cit. Es interesante recoger el siguiente frag-mento de las primeras páginas: "La idea de que los pueblos no tienennecesidad de limitar su poder sobre sí mismos, podía parecer un axiomacuando el gobierno popular era una cosa acerca de la cual no se hacía,más que soñar... [al hacerse realidad] se vio entonces que frases como-"el poder sobre sí mismo" y el "poder de los pueblos sobre sí mismos"no expresaban la verdadera situación de las cosas; el pueblo que ejerce•el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido; yel "gobierno sobre sí mismo", de que se habla, no es el gobierno decada uno por sí, sino el gobierno de cada uno sobre todos los demás. Ade-más, la voluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad de laporción más numerosa o más activa del pueblo; d~. la mayoría o deaquellos que logran hacerse aceptar como tal; el pueblo, por consiguien-te, puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y las precauciones sontan útiles contra esto como contra cualquier otro abuso de poder." Por-que, además, esta presión puede realizarse más allá de las normas jurí-dicas, por imposición de la opinión social. (Ver págs. 102 a 104.)

(40) L'Etat et ses limites, Charpentier, París, 1863. La cita en la pá-gina 96.

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biológica superior. Pero en dos cosas fundamentalesfalló el liberalismo, debido a su posición en el proble-ma que nos ocupa: primero, en fortalecer los resortesde seguridad del Estado ante un tipo de ataques a. sufortaleza que en el siglo pasado no era posible conce-bir todavía en su tremenda gravedad presente, y se-gundo, en proteger contra la voracidad de otros indi-viduos, y no menos contra la opresión de las masas,a ese individuo que se colocaba frente a él. Y es queno podía ser un principio animador conveniente de lavida política ese sentimiento radical de desconfianzaen que se inspiraba la política liberal (41).

Pero dos cosas había de cierto en su posición y laraíz de ello, está en la superioridad cristiana de deter-minados fines espirituales del hombre sobre los de lasociedad: primera, que hay una zona de autonomíaindividual frente al poder público, porque no todo, niaun lo mejor del individuo, está ordenado a la comu-nidad política, y segunda, que hay una esfera en quese da la imposibilidad técnica de penetración del poder,como en nuestros días se ha podido comprobar muybien al observar, cuando los Estados han tenido nece-sidad, por causa de la guerra, de extender su acción,que una serie de medidas han sido de una eficacia es-casísima, porque el poder no tiene medios, más que demuy reducidas posibilidades, de hacerse obedecer enla zona del individuo a que atañen. Y cuando la inter-vención en esos límites se intenta no trae consigo másque perturbación en la paz de los ánimos y en la tran-quilidad civil.

En la historia constitucional europea la delimita-

(41) Sobre la actitud radical de desconfianza en el hombre moder-no, ver Ortega y Gasset, Kant. Reflexiones de centenario. Madrid, 1029.

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ción de esferas entre individuo y Estado dio lugar,como es sabido, a unos documentos que se hallan en lacasi totalidad de las Constituciones, las Declaracionesde Derechos, y en el contenido tradicional de las mis-mas se incorporó, desde la guerra del 14, un segundogrupo de derechos que venían a ser la exigencia deuna protección estatal con que se corregía el aspectonegativo, típicamente liberal o de pura no interven-ción del poder, que el problema tenía en sus comienzos.La segunda parte de las Constituciones, llamada "or-gánica" en la doctrina española, venía a establecer eljuego institucional que por medio de una técnica jurí-dica asegurase el mantenimiento de aquellos límites.

La edad constitucional, que se ha apoyado en losfundamentos racionales de la que Hauriou ha llamadola edad de la ley escrita y de la discusión, tiene un evi-dente sentido y supone una conquista de la que difícil-mente se podrá prescindir. Pero tengamos presentesunas palabras de Hauriou: "no olvidemos que el ré-gimen constitucional no es la organización de una me-cánica política perfecta, es ante todo la reorganizaciónde un orden político moral, base de la sociedad" (42).Y esto es, justamente, lo que se ha olvidado. En laedad de las Constituciones clásicas se ha incurrido enalgo que es un error racionalista y se ha creído queuna Constitución es el plano de un mecanismo socialque funciona con exactitud en la forma prevista porel soberano ingeniero llamado poder constituyente. Loshombres, desde el mismo día en que aquélla se pu-blica, y tanto gobernantes como gobernados, se con-

(42) Derecho público y constitucional, Madrid, Reus, 1927, pág. 48.

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ducen según se- halla dibujado en los planos constitu-cionales, con un perfecto ajuste.

La crítica tradicionalista (De Maistre) y organi-cista (escuela histórica alemana), del concepto de Cons-titución, después de la experiencia que del constitu-cionalismo tienen los pueblos europeos, no puede de-jarse a un lado (43). Porque no cabe duda de que paraque una Constitución viva es necesario que esté enrai-zada en las costumbres y creencias del pueblo que vaa regir. Es una exageración lo que dice De Maistrede que una Constitución muere desde el momento enque se la escribe; pero no deja de ser cosa compro-bada que cuando se empieza por escribir una Consti-tución no se la verá vivir. Sin embargo, la prácticacontinental ha consistido en promulgar un texto cons-titucional recién establecido u organizado un régimen,y como desde entonces era imposible desterrar las for-mas anteriores, ni los trastornos y exigencias peren-torias, aunque tal vez provisionales, de la nueva si-tuación lo permitían, la Constitución quedaba frecuen-temente aparte y estaba ya hecho costumbre el no res-petarla cuando podía empezar a ser una realidad. En-señanza inestimable en esto la de Inglaterra, que des-pués de siglos de continuidad política no ha queridoencerrar su vida constitucional en una fórmula y serige sólo por leyes que van quedando firmes o sonmodificadas a través del tiempo. Y Francia misma,después de un siglo xix de proceloso constitucionalis-mo, optó por el sistema de unas leyes sueltas, cuyareforma apenas si está sujeta a condiciones de rigi-dez. Una Constitución es ante todo un orden moral,

(43) Véase, sobre la decisiva aportación del elemento conservador ala libertad, la parte primera de la Ob. cit. de Ruggiero.

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como ha dicho Hauriou, que supone un espíritu decolaboración leal y entusiasta del ciudadano con el Es-tado y la sociedad, y de respeto a la persona por partedel poder. ¿Y puede esto decretarse, especialmente so-bre los escindidos grupos y clases de los países en laactualidad?

Preguntémonos ahora por las "libertades" que de-terminaban la esfera de la autonomía individual, porel procedimiento liberal de asegurar el respeto a esaslibertades, para terminar con la cuestión de si hayque aceptar y mantener una absoluta inhibición anteesa esfera de autonomía. Naturalmente, como hastaaquí, sólo breves líneas podremos dedicar a estos trestemas y procuraremos poner de manifiesto nada másque el núcleo de los mismos.

No es cosa de desmenuzar la lista de libertades,franquicias o derechos individuales que se agruparon,en un momento dado, como integrantes de la libertadpersonal y se declararon, como tales, en las Constitu-ciones. En primer lugar, muchas de ellas están con laúltima en una relación mudable e histórica. Si pensa-mos en el cuadro que de ellas trazó, como integrantesde la libertad en general, Hobhouse (39), veremos quedifícilmente serían suscritas por cuantos hoy se pre-ocupan por asegurar al hombre una sustancial liber-tad. Entre las llamadas "libertades", las hay que nopueden ser atacadas sin ofender a Dios —como Ja elec-ción de estado—; otras han calado tan hondo en la con-ciencia de los hombres que, aun sin reconocimiento le-

(44) Ver su obra, que constituye como un breve manual del políticoliberal. Liberalismo. Col. Labor, Barcelona, 1027.

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gal, se mantienen en el juego institucional de los paí-ses civilizados —asi ciertas garantías procesales—.Otras, en cambio, tienen un valor muy circunstancial.

Pero lo importante en esta materia es que la prác-tica del constitucionalismo tuvo que dar entrada, des-de muy pronto, a una pieza interesantísima: la llama-da "suspensión de garantías". Desde la primera Cons-titución que ha existido en el mundo, la norteameri-cana de 1787, tiene entrada esa situación excepcionalpara casos de rebelión o invasión (art. i.°, Sección IX,2) y poco después, en la Constitución consular fran-cesa de 1799, toma ya el carácter que ha de conservaren el moderno constitucionalismo (45). Pero los su-puestos de excepción que prevén las leyes sobre el es-tado de sitio en todos los países no tienen nada quever con las amenazas que acechan a los Estados ac-tuales. Como ha señalado Schmitt, esta suspensiónprovisional de unos derechos constitucionales se apo-yaba en la necesidad de defender la Constitución comoforma de organización total de la vida política de unpueblo. Con ella se conseguía aumentar transitoria-mente las facultades del Gobierno y hasta de dar asu acción la rapidez e intensidad con que opera la au-toridad militar (46); pero, como este mismo sistemarepresivo, el ataque que se trataba de repeler teníatambién un carácter parcial y episódico. Cuando con

(45) Por primera vez aparece en España la suspensión de garantías•en el artículo 308 de la Constitución de 1812, en relación únicamentecon Jas formalidades para el arresto personal y no los demás derechos.Puede ser parcial o total, tanto respecto al territorio como al contenidoy es decretada por las Cortes.

(46) Una forma típica en el parlamentarismo democrítico es la del"état de siége" francés. Ver • Duguit, Traite de Droit Constitutionnel,•vol. V, pág. 74 y sigs.

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el incremento de las nuevas amenazas revolucionariaslos ataques contra la vida del pueblo en Estado ad-quirieron una gravedad hasta entonces no conocida,junto a la clásica "suspensión de garantías" se dioentrada en una Constitución como la de Weimar, quefue objeto de admiración por los demócratas del mun-do entero, a la figura de la dictadura constitucionaldel Presidente del Reich, con la que éste podía no sólodejar momentáneamente sin vigor ciertas prescrip-ciones legal-constitucionales previstas, sino quebran-tarlas por medio de todas las medidas que juzgaraoportunas, diferenciándose del sistema anterior enque "el contenido de la autorización no está circuns-crito de antemano según el estado de las cosas, sino-que depende del criterio del autorizado" (47).

No se trata ya de defender el Estado del complotaislado de unos conspiradores ni de facilitar la acciónante un caso de guerra o invasión que, por de pronto,,ha vigorizado losiazos del sentimiento nacional en to-dos los ciudadanos sin excepción, o de evitar los ca-sos individuales de pillaje en la turbación de una ca-lamidad pública. La aparición del comunismo y otrasformas de revolucionarismo social, ha destruido el la-zo nacional de sus adeptos con el resto de los conciuda-danos (sin que para esto tenga nada que ver el caso deRusia, en donde, por hallarse en el poder durante lar-gos años, la situación es muy distinta), y ha dadolugar en la mayor parte de los Estados europeos, co-mo estamos viendo, a la presencia de un destacamen-to armado permanentemente enemigo del Estado.Además, la amenaza al orden estatal puede venir no*

(47) Ver Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 128 y sigs.

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por actos cuya represión corresponde a la policía, sinopor otros nuevos de naturaleza muy distinta. Y efec-tivamente, la amenaza al Estado en la decena 1920-1930, tuvo un carácter económico con frecuencia, co-mo se observa en los numerosos casos de "plenos po-deres" concedidos en Francia al Gobierno (48) y en losmotivos que ocasionaron casi siempre el ejercicio dela dictadura presidencial en la Alemania democrá-tica.

Las nuevas características del estado de excep-ción y su carácter duradero ha hecho inservible la so-lución tan parcial y transitoria de la suspensión degarantías. La mayor parte de las Constituciones de lapostguerra han estado suspendidas casi todo el tiem-po en que nominalmente han estado en vigor. Y ellodemuestra, con la rotunda claridad de una experien-cia que no cabe soslayar, la necesidad de reformar elmecanismo del poder. No hay cosa peor que acostum-brar, por medio de suspensiones o desusos, tanto a laautoridad pública como a los particulares, a la inapli-cación de una norma.

En relación con esto tengamos presente que tal vezlo más importante del sistema constitucional, desde elpunto de vista de la libertad, estaba, más que en elcontenido concreto de garantías o en la separación depoderes, en el absoluto imperio de la legalidad que deél se deriva. Volvamos otra vez al testimonio de La-boulaye que acepta incluso la ley más severa con talque se cumpla por todos. "La ley es conocida, es igual

(48) Ver Gouet, La question constitutionnelle des prétendus décrets-iois, París, Dalloz, 1932, y las numerosas notas publicadas en la Revuede Droit pubtic con motivo de los Decretos del que fue famoso Gobier-no Poincaré.

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-para todos... la ley más dura valdrá siempre más quela más dulce arbitrariedad" (49). Añadamos que lasarbitrariedades democráticas, izquierdistas o totalita-rias, por que pasa Europa, no tienen nada de dulces o.suaves, y nuestro apoyo con ello a la tesis de Labou-laye lo daremos sin la menor reserva. Para la concien--cia católica española ésta es una verdad indudable.Nosotros los españoles hemos comprendido como pala-bras propias las de S. S. el Papa en el mensaje de lavíspera de Navidad de 1942: la reintegración del or-denamiento jurídico, necesario para el mantenimien-to de la paz en los pueblos, supone "normas jurídicasclaras que no se puedan tergiversar con abusivas ape-laciones a un supuesto sentimiento popular o con me-ras razones de utilidad". La seguridad jurídica, pormedio del imperio de la legalidad objetiva, correspon-de a la más pura tradición de los escritores jurídico-políticos españoles. Limitación del poder público porel reconocimiento de una esfera de autonomía indivi-dual y sistema objetivo de legalidad, son dos condi-ciones de la libertad que indiscutiblemente se ligan ala vida y al pensamiento españoles. Ahora bien, ¿quéprocedimiento ideó el liberalismo para conservación de•esos principios ?: la separación de poderes.

Formulada, como es sabido, por Montesquieu estadoctrina, es conveniente recordar que no sólo su au-tor la completó con la exigencia de una colaboracióny armonía entre ellos, como ha observado Hauriou (50),sino que concedió una supremacía política al Eje-cutivo, cuyo titular ha de ser sagrado para la Asam-

(49) Ver L'Etat el ses limites, pág. 98.(50) Ob. cit., pág. 377 y sigs.

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blea legislativa y ha de poder cortar la actividad deésta para.que no se convierta en tiránica. Si la puis-sance exécutrice n'a pas le droit d'arréter les entre-prises du corps législatif, celui-ci sera despotique; car,•conime il pourra se donner tout le pouvoir qu'ü peutimaginer, il anéantira tout es les autres puissances (51).Este aniquilamiento y por el mismo motivo que Montes-quieu lo previo, ha tenido lugar, y los remiendoscon que se ha intentado desde 1920 en Europa forta-lecer el Ejecutivo no han sido suficientes a los efec-tos perseguidos. Esta separación se había anuladopor completo, si no en su forma jurídica, sí en surealidad social, en el parlamentarismo democráticocontinental de los últimos años. El Gabinete no eramás que un grupo de jefes del partido mayoritarioen el Parlamento. Todo estaba en las mismas manos,y los mínimos instrumentos de contención recíproca—el voto de desconfianza o el decreto de disolución—no tenían apenas valor y hubieran acabado por per-derlo totalmente en la democracia extremada de lospartidos sociales revolucionarios. He aquí, por tanto,una pieza que hay que reformar respecto a la maneraen que había acabado por funcionar, y entre las pala-bras del propio Montesquieu se encierra una sugestiónque puede ser fecunda todavía en los pueblos europeos,en los que para una vigorización del Gobierno (52),

(51) L'Esprit de lois, lib. XI, cap. VI. En un Estado libre el Legis-lativo tendrá facultad de examinar cómo se han ejecutado sus leyes,"mais quel que soit cet examen, le corps législatif ne doit point avoir lepouvoir de juger la personne et par conséquent la conduite de celui quiexécute. Sa personne doit ctre sacrée, parce qu'étant nccessaire a l'Etatpour que le corps législatif n'y devienne pas tirannique, des les moment•qu'il serait accusé ou jugé, il n'y aurait plus de liberté".

(52) Sobre el proceso de fortalecimiento del Ejecutivo, respondien-

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con carácter permanente e institucional, faltan muchosy decisivos supuestos del presidencialismo americanoy en cambio no están secas las fuentes de la legitimi-dad para hacerlas fluir en su momento oportuno.

Pero dejando ya los problemas de organización dela libertad y volviendo al núcleo de ésta, hemos de ha-cer una advertencia final. El liberalismo, aun en pen-sadores de agudo pesimismo sobre la sociedad y lasmasas, unió al núcleo de su doctrina un optimismo in-fundado en el individuo. Se creyó, como en el caso delvoluntarismo democrático, que cuanto emanaba de lalibre voluntad individual era bueno simplemente porser creación suya o porque esa voluntad del hombreera el único medio de alcanzar el bien. Pero frente aesto, hemos de afirmar hoy la existencia perenne de unorden de bienes y de fines objetivos, válidos por en-cima y aun contra la voluntad humana, que cuando seaparta de ellos yerra. De la misma manera que se hademostrado vana la tesis de que cada individuo po-día conocer y proseguir mejor que nadie sus interéseconómicos y, por la suma de ellos, los de la sociedadentera, tampoco la voluntad individual es infalible pa-ra el logro de los intereses sociales y políticos más al-tos. Por encima de la expresión voluntarista del su-fragio, están esos bienes y fines que hemos de procurarconseguir. La noción fundamental de Ja antropologíacristiana es la base para resolver este problema: el hom-bre es capaz del bien, pero para alcanzarlo no le bastansus solas fuerzas. Es necesario una labor educativa yuna dirección de gobierno sobre él para dar efectividad

do a una necesidad sentida en los países europeos durante los años an-teriores a la presente guerra, ver E. Gordon, Les nouvelles Constitutions-de fEurope et le role du Chef de l'Etat, París, Sirey, 1931.

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a sus medios naturales de convivencia y de prosecucióndel bien en la sociedad política misma. Y de igualforma que aparece una "economía dirigida", hay queaceptar una "libertad dirigida" para el más exacto ser-vicio del individuo, de Ja Patria y de Dios en ese queha-cer común de la vida política de los pueblos.

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