leyendas urbanas en españa antonio orti

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Las leyendas urbanas son esashistorias extravagantes peroverosímiles que pasan de boca enboca como si fueran verdadesindiscutibles. Profundamentearraigadas en nuestra cultura, estascoincidencias increíbles, accidentesabsurdos y delitos rocambolescosbeben del inagotable ingenio de latradición popular.

Pionero español en su género, estelibro ofrece tanto una magníficaselección de historias asombrosas,como una seria introducción a los

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orígenes, interpretaciones y temasdel folklore moderno.

Un hombre ingresa en un hospitalpara someterse a una intervenciónquirúrgica de apendicitis. Laoperación se realiza con normalidad,no hay ninguna complicación y díasmás tarde es dado de alta. Al cabode unos meses, al someterse a unarevisión rutinaria, descubre que lehan robado un riñón.

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Antonio Ortí & JosepSampere

Leyendasurbanas en

España

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ePub r1.0jandepora 07.12.13

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Antonio Ortí & Josep Sampere, 2000

Editor digital: jandeporaePub base r1.0

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Me han contado varias veces elcaso de una mendiga. Tenía un niño, alcual, para hacerle llorar, ponía unavenda en un ojo y en la venda medianuez vacía, y dentro de la nuez unaaraña.

PÍO BAROJA

Todas las cosas interesantesocurren, sin duda, en la sombra. Nadasabemos de la verdadera historia delos hombres.

L. F. CÉLINE

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—En algunas grandes ciudadessucede en el Metro: entra más gente dela que sale. Nueva York, Tokio,Moscú… —permaneció unos instantessilencioso para luego seguir—: Secolocan aparatos especiales concélulas fotoeléctricas y lo último entecnología punta, sensores muydelicados. No hay sitios por dondeescapar: Si has entrado en elsuburbano y tu presencia fue detectadapor la máquina, tu presencia debeaparecer más tarde. Pues no. Entranmil, salen novecientos noventa y siete.

—Increíble —habían exclamado

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como si acabasen de tener idénticaidea.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZLos otros

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Agradecimientos

Esta obra no hubiera podidorealizarse sin la ayuda entusiasta de lasmás de cuatro mil personas querecibieron nuestro cuestionario y nosregalaron unos minutos de su tiempopara recordar las leyendas urbanas queaparecen en sus páginas. Este libro estádedicado a todas ellas.

También queremos agradecer sucolaboración a los profesores que desdeel principio confiaron en nuestro

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proyecto, brindándonos sus aulas ycoordinando la recogida decuestionarios.

En este apartado figuran por derechopropio Amparo Moreno, catedrática deHistoria General de la Comunicación dela Universidad Autónoma de Barcelona;María Jesús Casals Carro, profesora delDepartamento de Periodismo de laUniversidad Complutense de Madrid;Natividad Abril, profesora de laFacultad de Ciencias Sociales y de laComunicación de la Universidad delPaís Vasco (Bilbao); Manuel AntonioMartínez Nicolás, profesor de laFacultad de Ciencias de la Información

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de la Universidad de Santiago deCompostela; Inmaculada Sánchez y JuanAntonio García Galindo, profesores dePeriodismo de la Universidad deMálaga; Pilar Rodríguez López,profesora del Departamento deDidáctica de las Ciencias Sociales en laFacultad de Educación de laUniversidad de Extremadura, así comolas profesoras valencianas MiláBelinchón y Lola Ortí.

Asimismo, es de justicia agradecerla gentileza de una serie de especialistasde diferentes ámbitos, caso delantropólogo Manuel Delgado, que nosanimó a investigar la suerte que corrían

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los ciudadanos chinos una vez muertos;Victoria Cirlot y Alain Verjat, que nosinculcaron su pasión por la mitologíaclásica; Joan Perucho, que nos deleitócon su bagaje folklórico; Márius Serra,al que debemos la explicación dealgunos enigmas de este libro; Joan Prat,que nos ilustró sobre las raíces delmiedo; a los escritores Bienve Moya yJuan García Atienza; al cineasta PerePortabella; al historiador Josep MariaPerceval; a Edgar Vega, que nosadelantó su tesis doctoral sobre elimaginario urbano; a José Vázquez,portavoz del Cuerpo Superior de Policíade Barcelona; a Josep Maria Pujol, que

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nos hizo sentirnos menos solos en uncampo inexplorado; a Josep CariesRius, que nos permitió publicar en elMagazine de La Vanguardia el reportajeque dio pie a este libro; a SilviaVentosa, cuya tesis sobre las corseterasnos fue de enorme utilidad; al profesorJan Harold Brunvand, sumo sacerdotedel folklore universal, por su constanteapoyo en este trabajo, por remitirnosamablemente su última obra y por elprólogo con que nos obsequió. A MatíasMorey, Luis R. González Manso yRicardo Campo, quienes nos cedieronvarios expedientes de los archivos de laFundación Anomalía y contribuyeron a

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la causa con valiosas aportaciones. AJordi Ardanuy, que nos dio a conocer subrillante estudio sobre las avionetasantinubes; a Joan Fitó, por losnumerosos servicios prestados; a RicardFuste y Miguel Segura, que hicieron loque pudieron. A Joel Soriano, por elfamoso pleito del MacDonald’s y aTeresa Mas, por estar siempre ojoavizor. A Epi Cid, por lo que él ya sabe.A Alberto Luque, que se acordó decierta compañía de seguros. A LidiaRamos, que escuchó impasible algunosdesvaríos fisiológicos. A MagdaSampere, por leerse enteros losperiódicos, y a Oriol Puig, por su

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versión enciclopédica de la leyenda delsubmarinista calcinado. A Joana Martí yJoan Sampere, por fijarse en ciertasbotellas misteriosas. A Joaquim Font,jefe del departamento de química de laEscuela Industrial de Igualada, por susvaliosas apreciaciones en materia deaditivos, y a Paco Barquino, porpresentarnos a la mujer pálida. Sinolvidar a Zenaida Osorio y a tantosotros a los que pedimos disculpasanticipadas si no los citamos aquí.

Y muy especialmente a NúriaRossell, espejo de bibliotecarias, porencontrar agujas en un pajar y bordarcon ellas las costuras invisibles de este

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tapiz de caprichos goyescos. Y nomenos especialmente a Birgit Cortada.Gracias a las dos por «aguantamos»durante la larga gestación de estetrabajo.

Nuestra eterna gratitud a todos y atodas.

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Prólogo

Doy mi más calurosa bienvenida aesta obra, la primera antología deleyendas urbanas procedentes deEspaña. Desde la aparición en 1981 demi primer libro dedicado a lasleyendas urbanas estadounidenses, TheVanishing Hitchhiker , un buen númerode publicaciones ha venidoconfirmando la existencia, en Europa yotros continentes, de dichas leyendascontemporáneas. Hasta ahora, sin

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embargo, nadie había demostrado alresto del mundo la presencia —quealgunos intuían— de leyendassimilares en España. Esta obra deAntonio Ortí y Josep Sampere aportapruebas convincentes de que en Españano sólo existen leyendas urbanas, sinoque muchas de ellas poseen un estilo oun contenido marcadamente hispano, yque éstas —como las que circulan porotros países— se hallan profundamentearraigadas en la cultura popular, laprensa, la literatura, el cine, la radio,los textos transmitidos en fotocopia eInternet.

Ortí y Sampere han realizado un

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trabajo notable, no sólo al recogermúltiples ejemplos de leyendas urbanasdifundidas en España, sino alrelacionarlas con la tradicióninternacional del género. Este libro,pues, constituye una excelenteintroducción a las leyendas urbanas desu país así como un óptimo estudio delos antecedentes internacionales de losrelatos autóctonos, tanto en los mediosde difusión populares como en lasobras de los especialistas en lamateria. Los autores citan otrascolecciones de leyendas urbanas yaportan numerosos paralelismos con latradición medieval o clásica, extraídos

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de la narrativa folclórica extranjera yde los catálogos de «motivos»elaborados por estudiosos de todo elmundo.

Muchas de las leyendas recogidasen esta obra resultarán familiares a losfolcloristas y, sin duda, a un grannúmero de lectores de otras tierrasprofanos en la materia. Aparecidositinerantes, Muertos quitados de encima,Animales resucitados, Tarántulas en eltronco del Brasil, El submarinistacalcinado y otras muchas sonindudablemente internadonales. Ahorabien, algunas de estas historiascontadas por doquier contienen rasgos

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netamente españoles, como la que tratade la «celebridad servicial», queresulta ser el mismísimo rey JuanCarlos I, o del «animalfantasmagórico» que no es una panterau otro felino, como en la mayoría delos casos, sino un buitre gigante.

Ciertas leyendas de esta antologíase conocen más en Europa —osolamente allí— que en EstadosUnidos. Tal cosa ocurre, por ejemplo,con las que tratan de «víboras caídasdel cielo», «hipnorateros» italianos osecuestros en probadores.

A mi entender, los elementos másfascinantes que emanan de esta

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antología de Ortí y Sampere sondeterminadas historias que hanempezado a surgir recientemente y quepudieran tener un carácterinternacional. Aunque tengo constanciade otras leyendas que describenpercances ocurridos en bodas, nuncame había tropezado con La corbata delnovio y la sierra mecánica. Tampocoestaba al corriente de las historiastituladas Las lascivas del Viagra o Lamujer pálida y el ladrón hasta que estaobra señaló su reciente aparición comoposibles leyendas internacionales quenadie había recopilado anteriormente.Es interesante comprobar que la

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primera ha absorbido un motivo de losrelatos sobre la mujer que contagiavoluntariamente el sida mientras que laúltima tiene parientes próximos en lanarrativa tradicional. Con todo, aúnestá por ver si dichas historias sonleyendas urbanas genuinas quealcanzarán con el tiempo difusióninternacional, más allá del ámbito dela prensa o los cotilleos de Internet.Sea como sea, no cabe duda de que estaprimera —y excelente— antología delgénero en España animará a otraspersonas, tanto en el propio país comoen el extranjero, a recopilar y estudiarleyendas urbanas, y que tales

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preguntas, probablemente, se veráncontestadas en futuros estudios oantologías.

Así lo espero.

PROFESSOR EMERITUS JAN HAROLDBRUNVAND

Department of EnglishUniversity of Utah (Salt Lake City)

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Introducción

En noviembre de 1998, los autoresde estas líneas emprendíamos unainvestigación que ya se había llevado acabo en numerosos países pero que,inexplicablemente, estaba aún por haceren el nuestro. El objetivo queperseguíamos no era otro que demostrarque en la sociedad españolacontemporánea seguía existiendo algoasí como un «folklore moderno», esdecir, un repertorio de tradiciones y

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creencias populares, formado a imagen ysemejanza de las de antaño, peroadaptado sutilmente a las exigencias denuestra época.

Los especímenes que más nosinteresaba recoger durante estadificultosa travesía por las aguasinestables del folklore, se inscribían enuna familia de relatos denominados aveces «migratorios», por la rapidez conque cambiaban de residencia, o enocasiones «rumores», debido a su origeninescrutable, contenido chocante y arduaverificación. Nos referimos a las asíllamadas «leyendas urbanas». Estosrelatos, como los chistes o algunos

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cuentos de terror, y a diferencia de losrumores, simples noticias«improvisadas» e informes, se apoyanen una trama urdida meticulosamente enfunción del desenlace, que se condensaen una viñeta violentamente gráfica, aveces redondeada por un pequeñoepílogo. En circunstancias ideales,suelen contarse como si fueran «sucesosverdaderos», o en su defecto, comonoticias ambiguas que muy bien podríanhaber ocurrido alguna vez. He aquí sudiferencia esencial respecto a loscuentos literarios y la razón de su éxitoperdurable. Ello exige que lospersonajes sean meros arquetipos

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anónimos («un hombre», «una mujer»,«una pareja») aunque situados siempreen escenarios bien concretos (ciudad tal,calle cual), para reforzar el realismo deun argumento que depende íntegramentedel grado de verosimilitud de losdetalles. La acción se sitúa en un pasadoimpreciso pero inmediato, y el narradorsuele aludir a fuentes de información«fiables» para conferir una aparentesolidez a los puntos débiles de suhistoria. La más socorrida de dichasfuentes es el quimérico «amigo de unamigo», inevitable protagonista de lahistoria y último eslabón de una cadenasin fin.

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Los contornos de estas historias sonimprecisos, como los de los mitos, y sulógica, vinculada a la del inconsciente y susequivalencias, próxima a la del sueño —reflexionan Véronique Campion-Vincent yJean-Bruno Renard en el epílogo de su obraLégendes urbaines: rumeursd’aujourd’hui—. Lo que cuentan estosrelatos combina nuestros miedos y deseos.Estos últimos se suelen ver satisfechosgracias a los resultados imprevisibles de lajusticia inmanente, que ajusta las cuentas alos malhechores mutilándolos. En ellasabundan los miedos, múltiples ycontradictorios: miedo a la técnica y alsalvajismo, a la violencia urbana, a lasdrogas, a los poderes ocultos y a loscomplots, las ideas angustiosasrelacionadas con la salud y los niños. Lasleyendas contemporáneas dan nombre a

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estos miedos difusos y los encierran en uncaparazón literario. Nombrar y designar sonprácticas saludables, pues permiten definirel peligro además de exorcizarlo medianteactos simbólicos.

Las leyendas urbanas se hallan tanarraigadas entre nosotros que susmotivos básicos, como los de un cuentotradicional («el lobo devora a laabuela», «Cenicienta pierde el zapato»,«los cuarenta ladrones se esconden enlas tinajas»), permiten identificarlas enel acto. Hagamos la prueba: unaautoestopista desaparece; a un joven leroban un riñón; una mujer blanca da aluz a un bebé negro; una chica essorprendida en cierta situación

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embarazosa; el rey viaja de incógnito yayuda a los conductores que han sufridoavería o es recogido mientras haceautoestop; un buzo aparece en un bosquequemado; una pareja queda«enganchada» haciendo el amor; unmaníaco golpea la ventanilla de uncoche con una cabeza cortada; alguienencuentra un diente de ratón en unahamburguesa… Estamos seguros de queesta rápida enumeración habrá suscitadorecuerdos —entrañables o no— a másde un lector. Nos hallamos, pues, ante unfenómeno que goza de una existenciamúltiple y universal, lo mismo que otrosgéneros del folklore como las fábulas,

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los cuentos de hadas y los mitos.Puede que alguien haya fruncido el

ceño al toparse por tercera vez con eltérmino «folklore», anglicismo deapariencia vetusta, cargado deconnotaciones populacheras y utilizadomuchas veces con cierto retintín, cuandono en un sentido abiertamente burlón.Antes de seguir, por tanto, convendríaabrir un paréntesis momentáneo paradespejar un pertinaz interrogante: ¿Dequé hablamos cuando hablamos defolklore?

El estudio del «saber del pueblo»,que así suele traducirse el vocablo,nació oficialmente a mediados del siglo

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XIX, con el objetivo de preservar los«tesoros populares» del pasado —composiciones poéticas, cantos,refranes, mitos, leyendas, tradicionesliterarias— ante el avance de laindustria y la técnica, dos fuerzascorrosivas que amenazaban con disolverel medio rural y sus habitantes. A loshombres y mujeres que vivían en elcampo se les veía como privilegiadosdepositarios de este idealizadopatrimonio, gracias a su alejamiento delmundanal ruido y de la contaminantesociedad urbana, por lo que era precisoextraerles hasta la última gota de susabiduría silvestre antes de que el

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progreso la desecara para siempre.Partiendo de tales premisas, el filólogoy anticuario inglés W J. Thoms acuñó eltérmino «folklore» —corría el mes deagosto de 1846— en una carta a laprestigiosa revista The Athenaeum. Ladenominación vigente hasta entonces erala de «antigüedades populares»,preciados vestigios del pasado (ruinas,costumbres insólitas, creenciasextravagantes) a cuya denodadabúsqueda se venían librandogeneraciones de anticuarios desde losalbores del siglo XVII. Al subrayar en sucarta la importancia de «conservar lasescasas huellas existentes» de una

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cultura rural moribunda, W. J. Thomsobraba movido por una mezcla denostalgia romántica y nacionalismo,sentimiento parecido al que animara aotros ilustres precursores de losestudios folklóricos. Entre ellosfiguraban Johann Gottfried Herder,quien publicó en 1773, junto conGoethe, una colección pionera de«canciones populares», así como Jacoby Wilhelm Grimm, compiladores de ungran número de versiones de narrativaoral impresas bajo el título de Cuentosinfantiles y del hogar (1812-1822).

Como apunta Gillian Bennet en suo b r a Traditions of Belief, la idea

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popular sobre la naturaleza del folklorese vio decisivamente moldeada porcuatro teorías surgidas en las últimasdécadas del siglo XIX y quecondensaban el pensamiento de otrastantas escuelas: la primera, herencia delos anticuarios, reducía el folklore a lo«pintoresco» «arcaico» y «curioso»; lasegunda, inspirada en las hipótesis delmitólogo alemán Max Múller, sosteníaque las costumbres, creencias y cuentosde los pueblos eran vestigios de mitosinmemoriales; la tercera, debida alestudioso británico Andrew Lang y los«evolucionistas culturales», afirmabaque eran supervivencias del pasado más

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primitivo de un país; y la última, nacidade las elucubraciones de James Frazer,atribuía su origen a los cultos paganosde fertilidad.

A pesar de su imponente fachada,estas teorías monumentales se apoyabanen una base muy endeble, puesto que susartífices jamás recopilaronpersonalmente los textos cuyo origenremoto pretendían explicar con ellas.Sus más acérrimos detractores, los«difusionistas», contribuyeron adesacreditarlas definitivamente en lasprimeras décadas del siglo XX,empleando para ello un métodoausteramente científico: la recogida,

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comparación y clasificación de ingentescantidades de variantes para estudiar lahistoria y difusión geográfica de unpoema o una leyenda concretos. Suslaboriosos procedimientos dieron lugara la llamada «escuela finesa», deenorme influencia en la posteriorevolución del folklore e impulsora delos utilísimos «índices tipológicos y demotivos», a los que los autores delpresente trabajo han recurrido en más deuna ocasión. Estas imprescindiblesobras de referencia, deudoras todasellas de los trabajos precursores deAntti Aarne y Stith Thompson, son unintento de reducir los relatos

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tradicionales de todo el mundo a sustemas o «motivos» esenciales. Con ellose pretende ahorrar al estudioso delfolklore o la literatura el esfuerzosobrehumano de leerse los miles devolúmenes de narrativa tradicionalpublicados en todos los rincones delplaneta, paró lo cual necesitaría unavida entera e incluso más.

Algunos especialistas, como elantropólogo norteamericano WilliamBascom, opinaban que el método«histórico-geográfico» pecaba de aridezy omitía algunas de las cuestiones másfascinantes del folklore. Así pues, losfolkloristas se fueron alejando de la

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puntillosa inspección de la historia demiles de variantes de un mismo texto yoptaron por analizar su función ypsicología. Se trataba, en suma, deresponder a dos preguntasfundamentales: ¿Para qué servía elfolklore? ¿Qué clase de mecanismopsicológico encerraban un cuento o unacreencia determinados para quereaparecieran periódicamente en latradición popular?

Este cambio de rumbo en el estudiodel folklore se vería fortalecido por unmétodo que ha resultado ser el másexperimental y solvente hasta la fecha:el análisis del «contexto». Ello vendría

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a significar, como lo señalaba AlanDundes por primera vez en un ensayo de1964, que al recoger textos folkóricosera indispensable describirdetalladamente la situación particular enque se utilizaban a fin de poderinterpretarlos como es debido.

Examinado bajo esta nueva luz, elconcepto de «folklore» se alterabaradicalmente. Estudios posterioresfueron poniendo de manifiesto laimportancia del contexto, así como del«estilo» y la «presentación» en todamuestra de la cultura tradicional, por loque se llegó a la conclusión de que elcontenido y el significado de ésta

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variaban continuamente, de tal modo quesu origen jamás podría llegar adilucidarse.

Así pues, los folkloristas de nuestrosdías ya no creen, como los de antaño,que exista un «saber» popular inmutable,petrificado y al borde siempre de laextinción, sino más bien una serie deprocesos de carácter comunicativo,como los que intervienen en cualquierrelación humana, y por tanto sujetos alas mismas leyes evolutivas. A suentender, el folklore podría definirsecomo una sucesión de creencias,actividades y modos de hacer o decir lascosas que se adquieren «por contagio»

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mediante el trato informal con losdemás. Algo así como una especie de«cultura» espontánea que no se aprendeen la escuela. El mismo Alan Dundes loexpresaba elocuentemente en el título deun ensayo publicado en 1977: Who Arethe Folk? Es decir, ¿quiénes son elpueblo? Según Dundes, el término«pueblo» puede referirse a cualquiergrupo de personas que tengan al menosun rasgo cultural en común: sea laprofesión, la religión o la lengua. Loimportante del caso es que un grupoformado por cualquier motivo habrá detener algunas tradiciones que puedallamar propias. Así pues, la respuesta

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más lógica parecía condensarse en unafrase sencilla pero profunda: «el pueblosomos nosotros».

De todo ello se desprende que no espreciso irse en busca de campesinosnonagenarios para sonsacarles algunaconseja inmemorial sobre las andanzasde «La descarnada». No hay más queacudir a un moderno dispensario yhablar con alguna ATS, como lodemuestra el testimonio de ErnestinaGarcía:

En distintos hospitales de Málaga secuenta la historia de una mujer vieja vestidade negro que se aparece a los enfermos quevan a morir. Éstos, cuando la ven, suelenchillar de miedo. También ha sido vista por

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algunas enfermeras, a veces, en el ascensor.Me lo contó mi hermana, que es ATS.

Los alumnos y profesores de lasautoescuelas también han hecho circularuna leyenda que refleja la perniciosadesidia que atribuyen las malas lenguasa ciertos examinadores. Nos la cuentaJordi Barrera:

Un examinador, sentado en el asientotrasero, se pasó todo el examen de conducirleyendo el periódico, de tal manera quetapaba la visión al examinado. Finalmente,haciendo oídos sordos a sus quejas, lesuspendió sin piedad.

En el mundo castrense, la proverbialagresividad de ciertos militares ha

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cuajado en un relato particulamentesiniestro. Nos lo remite Felix Renétuberías:

Existe un teniente que en su uniformeestá obligado a lucir tres cruces negras. Secuenta que había sido comandante pero lodegradaron «por matar de una patada en lostestículos a un soldado». Se cuenta que cadacruz negra que lleva en el uniformesignifica que se ha matado a un soldado yestá obligado a llevarla en todo momentopara que todos lo sepan.

Fuera de los ámbitos gremiales, lalegendaria astucia del pueblo gitano hainspirado una estratagema picaresca (yapócrifa) que, curiosamente, parecenhaber hecho suya algunos futbolistas.

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Teresa Mas nos la detalla con lassiguientes palabras:

Los gitanos, ante un accidente de tráficoprovocado por ellos o ante un controlpolicial, intentan evitar todaresponsabilidad mediante la siguienteartimaña: el conductor del vehículo secoloca precipitadamente en el asiento delcopiloto o en el de atrás. Cuando la policíase acerca y pregunta por el conductor,todos los gitanos afirman que éste ha salidocorriendo. Algunos futbolistas famosos,ebrios a la salida de una discoteca, tambiénse han valido de este método.

Una simple inscripción en un vasode plástico de ciertas cadenas derestaurantes es capaz de inspirar toda

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una «etimología» fabulosa entre susclientes, siempre que se trate,naturalmente, de establecimientos conuna larga tradición legendaria en suhaber. Joel Soriano nos lo demuestracon un ejemplo que le contó un amigocanadiense:

Un cliente de un restauranteMacDonald’s sufrió quemaduras al caérseleencima el café. Atribuyendo el percance ala mala fabricación de los vasos, no dudó endemandarles y recibió una indemnizaciónde varios miles de dólares. A partir de aquelincidente, todos los vasos para bebidascalientes de los MacDonald’s llevan unainscripción advirtiendo de las altastemperaturas del líquido que contienen.

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Los ejemplos anteriores constituyenuna pequeña muestra de los casi milrelatos que habíamos logrado recoger altérmino de nuestra investigación.

Desde el primer momento tuvimosclaro que un estudio fundado en unconcepto tan inaprensible como las«leyendas urbanas» debía basarse en untrabajo sobre el terreno de ciertaenvergadura. Nos parecía éste el modomás objetivo de documentar unfenómeno que sólo conocíamos «deoídas» (nunca mejor dicho), puesto queno existía ningún estudio publicado quedescribiera sus manifestaciones ennuestro país.

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A tal efecto redactamos uncuestionario abierto en el quesolicitábamos, ni más ni menos,cualquier relato que tuviera el menorasomo de «leyenda urbana». Para noinfluir demasiado en las respuestas denuestros futuros corresponsales, yconfiando en su perspicacia, noslimitamos a incluir en él una brevedeclaración de intenciones y tresejemplos paradigmáticos del género: elfantasma que hace autoestop; el joven aquien extirpan un riñón sin suconsentimiento y la desconocida quedeja escrito en un espejo que hacontagiado el sida al hombre con quien

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acaba de acostarse. Acto seguidoremitimos unas cuatro mil copias dedicho cuestionario a variasuniversidades españolas y,simultáneamente, distribuimos algunoscentenares más entre personas próximasa nosotros, rogándoles que a su vezhicieran lo propio con quien lespareciera oportuno. Lo primeroobedecía a razones estratégicas: algunosprofesores y profesoras amigos nuestrosse prestaron a colaborar en el proyecto ynos pusieron en contacto con colegassuyos de diversas facultades delterritorio español, quienes a su vez nosofrecieron de buena gana su inestimable

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ayuda. Gracias a todos ellos fue posiblecoordinar sin sobresaltos la distribuciónde los cuestionarios entre un grannúmero de estudiantes y su posteriorrecogida una vez cumplimentados.

La razón principal que nos indujo apensar en los estudiantes comoinformadores idóneos fue su condiciónde grupo homogéneo, comunicativo, bienrelacionado e inquieto intelectualmente,y por ello proclive al intercambio detoda clase de información (ydesinformación). Por encima de todo,sin embargo, confiábamos en lacompetencia de sus profesores yprofesoras. A todos sin excepción les

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debemos los buenos resultadosobtenidos, ya que fueron ellos quieneslograron la entusiástica participación delos alumnos en nuestro proyecto, eincluso nos ofrecieron sus aulas para daralguna que otra charla. Sus nombresocupan un lugar preferente en la lista deagradecimientos.

Creemos que el predominio deinformadores del mundo universitario noimprime ningún sesgo especial en elcontenido de las versiones recogidas. Laubicuidad de las leyendas urbanas noslleva a pensar que de haber optado porotros grupos sociales, habríamosobtenido relatos semejantes. Asimismo,

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tampoco creemos que nuestro interés porrealizar un sondeo a escala nacionalhaya redundado en una mayor diversidadtemática ni en la posibilidad de llegar aconclusiones sociológicas respecto a ladistribución territorial de las tradicioneslegendarias. Si nos decidimos por esteplanteamiento fue más que nada paracomprobar personalmente un rasgoapasionante del folklore: la capacidadde adaptación de las leyendasuniversales. Un ejemplo emblemático,entre otros muchos que analizamos enlas páginas de este libro, seria lahistoria del fantasma que haceautoestop: a pesar de tratarse de una

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leyenda internacional, cada municipiodispone de una autoestopista autóctona,cuyas apariciones se vinculan siempre auna «curva de la muerte» de lascercanías.

A fin de complementar el materialrecopilado mediante los cuestionarios,creímos conveniente entrevistar a unaserie de personas versadas en diferentesmaterias: antropólogos, historiadores,filósofos, medievalistas, cirujanos,químicos, policías, etc. Con ellopretendíamos confirmar la circulaciónde ciertas leyendas por España, obteneralgún dato respecto a su verosimilitud o,simplemente, conocer su opinión

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particular acerca del significado o lapersistencia de algunas de ellas. Ellector también encontrará sus nombresen la lista de agradecimientos, y susimpresiones reproducidas en los lugarespertinentes.

Al cabo de diez meses de intensotrabajo sobre el terreno, abundanteslecturas y encendidos debates, dimospor terminada la recopilación de textos.

Se imponía entonces realizar unaselección de las casi mil versiones queteníamos entre manos. El criterio queadoptamos fue el siguiente: darpreponderancia a las leyendas quehubieran identificado previamente otros

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investigadores y que, por tanto,figurasen ya en recopilacionesextranjeras publicadas en los últimosveinte años. Nos proponíamosdemostrar así que la mayoría deleyendas aparentemente «españolas» noeran sino variantes de otras que llevabanlargo tiempo circulando por todo elmundo; nos interesaba también analizarsus similitudes o diferencias, tratar deseguir su trayectoria en nuestro país ycompararlas con relatos formalmentedistintos pero que contuvieran motivosparecidos. Una vez clasificadas lasleyendas «internacionales», nosquedaron dos relatos que, como señala

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Jan Brunvand en su prólogo, ningúninvestigador extranjero había recopiladoanteriormente. En vista de su estructuramodélica, que analizamos en loscapítulos correspondientes, se trataba deverdaderas leyendas urbanas con quinceaños largos de rodaje por nuestro país,de donde acaso fueran oriundas yreacias a emigrar. Ello —hemos dedecirlo— nos produjo una modestasatisfacción. Así pues, arrogándonos elderecho de todo descubridor,procedimos a bautizarlas como Lamujer pálida y el ladrón y La corbatadel novio y la sierra mecánica.

Concluida la selección, no tuvimos

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más remedio que dejar de lado unsurtido relativamente amplio deleyendas que no encajaban exactamenteen nuestra clasificación. Entre ellas(algo más de un veinte por ciento),figuraban numerosas historias relativas afenómenos paranormales, a losobrenatural o bien a la casuística ovni.En suma, otra serie de relatos deindudable valor para el estudioso delfolklore, cuyo gran interés habríarequerido darles el tratamiento quemerecían, pero que por la consabidafalta de espacio-tiempo, y en beneficiode la uniformidad temática, tuvimos queomitir. El lector encontrará, eso sí, tres

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capítulos que se ocupan de leyendaspropiamente «fantásticas». Dos de ellasson de obligada inclusión por su larga yafamada trayectoria: Aparecidositinerantes y Teletransportados adondeVidal. La tercera es una pequeña rareza—la guinda de esta antología— tituladaEl rey de los gatos.

El último dilema que se nos presentóconcernía al modo de reproducir lostextos. Teníamos dos opciones:«embellecerlos» literariamente para quesonaran «mejor», o publicarlos tal cual,respetando el estilo de nuestrosinformadores. La primera posibilidad nonos interesaba en absoluto, puesto que

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habría implicado uniformizar, conpretensiones dudosamente artísticas,unos relatos cuya vitalidad (como la detodo «folklore» que se precie) resideprecisamente en el uso personal eintransferible que le da cada uno. Asípues, decidimos ejercer el papel de«médiums» y transcribir literalmente lasversiones que nos habían llegado,limitándonos a pulir la sintaxis cuandofuera necesario, al objeto de facilitar lalectura, y a corregir, eso sí, las faltas deortografía.

A estas alturas tal vez convendríaembarcarse en algunas digresionesteóricas en tomo a la naturaleza de las

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«leyendas urbanas», concepto de origenanglosajón que hemos venido manejandoalegremente a riesgo de provocarextrañeza a más de un lector «castizo».En efecto, si nos atenemos a ladefinición de «leyenda» que da MaríaMoliner, o sea, la «narración de sucesosfabulosos que se transmite por tradicióncomo si fuesen históricos», casi todoslos relatos compilados en este libropalidecerán de golpe, reducidos a merasanécdotas fútiles. Esta tendenciareduccionista, dicho sea de paso, pareceser la norma por la que se rigen losmedios de comunicación nacionalescuando sacan a relucir el asunto. En

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tales ocasiones, más bien escasas ycircunstanciales, siempre hemos oídotildar las leyendas urbanas, conostentosa indiferencia o notablesarcasmo, de «bulos», «patrañas»,«monsergas» o «rumores», a menos quese difundieran como sucesos verídicos,con lo que entonces pasaban a ser«noticias chocantes» o «insólitas». Estadesgana intelectual sólo puedeatribuirse, como apunta el antropólogoL. Díaz Viana, a la inexplicable «malafortuna» que parece perseguir al estudiodel folklore en España, cosa que noocurre en Estados Unidos, por ejemplo,donde es asignatura en varias

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universidades desde los años sesenta.Ello ha redundado en su falta dereconocimiento académico y en unalarmante vacío en cuanto a bibliografíase refiere. Mientras que en casi todo elmundo existen abundantes obras queanalizan el fenómeno de las leyendasurbanas, así como especialistas dedistintos campos y asociacionesdedicados a su estudio permanente(véase bibliografía), en España tan sólohemos localizado, tras remover cielo ytierra, al profesor Josep Maria Pujol,autor de un índice tipológico denarrativa tradicional catalana, quienjunto con algunos colaboradores, está

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realizando una investigación similar a lanuestra, y dos míseras referencias quedespachan el tema en pocas líneas(Agradeceremos cualquier rectificaciónque puedan hacemos los lectores).

La primera se encuentra en unestudio clásico de Julio Caro Baroja:Ensayos sobre la cultura popularespañola. El eminente antropólogo rozade pasada el tema en tres párrafostitulados Bulo y arquetipo. El capítulose inicia con una breve definición quebien podría aplicarse a las leyendasurbanas: Esta clase de relatos cortos,que a veces no se expresan más que conun «se dice», Acto seguido, tras indicar

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que «bulo» significa noticia falsapropagada con algún fin, añade: Perofácil es demostrar que la circulacióndel «bulo» se hace a base de utilizar«arquetipos» o «temas» que, de modoperiódico, se ajustan a circunstanciasvarias, con signo o fin inclusocontrario. El ejemplo que sigue loencontrará también el lector en elcapitulo Calcomanías con LSD: Aúnrecordamos muchos cómo en tiemposde la República corrió por variascapitales de España la noticia de quegente de Religión había dado unoscaramelos envenenados a unos niños,no recuerdo bien con qué malévolos

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fines. El caso es que el «bulo» delveneno es igual a sí mismo desdeantiguo, aunque cambien los acusadoso el designio del mismo.

Nada que objetar. El lectorencontrará dos ejemplos concretos deeste lúcido dictamen en los capítulostitulados Secuestradas en el probador ySobre el riñón que nos falta, donde seanalizan una serie de relatos queparecen haber absorbido algunosmotivos de antiguas «leyendas negras».Lamentablemente, Caro Baroja sedetiene en este punto, por lo que susvaloraciones sólo afectarían a unnúmero muy limitado de leyendas

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urbanas.Una descripción algo más extensa,

en la que ya se alude sin circunloquios alas «leyendas contemporáneas ourbanas», aparece en fecha tan tardíacomo 1997 en la compilación La casaencantada: Estudios sobre cuentos,mitos y leyendas de España y Portugal,editada con motivo del seminariointeruniversitario de estudios sobre latradición y coordinada por los doctoresEloy Martos Núñez y Vitor Manuel deSousa Trinidade. Sin embargo, la visiónque se da del asunto resulta un tantoesquemática y atropellada:

La ciudad genera otro cúmulo de

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leyendas y consejas, que van a tener unnuevo cauce de expresión: la prensa local,las hojas volantes, los romances de ciego…Es decir, los rumores orales pasan al papelmediante la prensa local, sucesos,crímenes, misterios… Se producen asínuevos temas: despersonalización, carácteranónimo, el hombre que acecha(delincuente, avatar del siniestro «hombredel saco»), el mal en forma de azar (leyendaurbana difundida en Madrid: la chica quehace el amor con un chico al que encuentraen una discoteca, van al hotel, y al díasiguiente desaparece dejando este mensajeen el espejo: «Bienvenido al club del sida»)(…). Los accidentes son un nuevo foco degeneración de leyendas (el fantasma de laautopista [sic], la mujer que cambió elbillete del avión que luego se estrella…).La ciudad es un laberinto, un espacio

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mítico, donde se superponen planos yactividades (…). Es, a veces, un símbolodel mal, del caos. Lo contrario a leyendashospitalarias, y más cerca de visionesapocalípticas (catástrofes).

Este tono deshilvanado e imprecisogenera cierta confusión, por lo que es deagradecer que los autores incluyanalgunos ejemplos, pues de lo contrariosería más bien difícil saber de lo queestán hablando. Por otra parte, resultaimperdonable que lo den todo porsentado y no se molesten en citar laprocedencia de ninguna de susafirmaciones.

Para zanjar el tema, al cabo demedia página, enumeran lo que ellos

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entienden por «leyendas urbanasmodernas», con resultados másesclarecedores pero igualmenteexpeditivos. En su opinión, podríanconsiderarse como tales las que

están vinculadas a una ciudad y/o al modode vida urbano (…). Damos cabida a las quetienen que ver con la delincuenciaorganizada, actividades crípticas (burdeles,sectas…), los accidentes, incidencias deviajes, fenómenos paranormales…Incluimos las que puedan referirse apueblos (Niñas de Alcásser), pero revelanproblemas y formas de vida urbanas.Excluimos las advocaciones tradicionales(Virgen de la Paloma), pero sí se podríanincluir sus prolongaciones y adaptacionesal nuevo marco (milagros, exvotos…). En

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especial, las relacionadas con ovnis,sucesos paranormales, visiones, etc.

Hemos de señalar que aún no existeuna definición universalmente admitidade lo que se entiende por «leyendaurbana». Describir satisfactoriamentelas características de un género tanambiguo y resbaladizo ha sido uno delos principales empeños de la SociedadInternacional para el Estudio de laLeyenda Contemporánea (ISCLR). Consu fundación, en 1987, culminaban unaserie de conferencias destinadas aanalizar el asunto que se veníancelebrando anualmente, desde 1982, enla facultad de filología y tradición

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cultural inglesa de la Universidad deSheffield (Gran Bretaña). Aunque no sellegara a una conciliación definitiva delas diferentes maneras de abordar elfenómeno, estos cinco años de debatescuajaron en un buen número de valiosostrabajos que lo examinaban desdemúltiples perspectivas: psicológica,lingüística, histórica, periodística,etcétera.

Así pues, guiándonos por algunas delas intuiciones de los miembros de laISCLR y tomando lo más aprovechablede los apuntes reproducidos más arriba,intentaremos analizar las «constantes»de las leyendas urbanas.

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Antes que nada, ¿podemos llamarles«leyendas» sin forzar el sentido quetiene esta palabra en castellano?Revisemos la definición de MaríaMoliner: «narración de sucesosfabulosos que se transmite por tradicióncomo si fuesen históricos [o sea,“sucedidos realmente”]»:

A simple vista, el adjetivo«fabulosos» sería apto para algunos«sucesos» que desafían claramente larazón (el fantasma de la autoestopista, elviaje inexplicable del matrimonioVidal); en cambio, no resultaría muyadecuado para calificar otros que entranen el ámbito de las experiencias

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«factibles», por muy singulares ogrotescas que parezcan (una parejaqueda enganchada haciendo el amor,alguien encuentra un diente de ratón enuna hamburguesa). Sin embargo, a pocoque examinemos desapasionadamenteestos relatos en teoría «posibles»,empezaremos a percibir en ellosinconsistencias que terminaránrevelando su carácter igualmente«fabuloso». Veremos que contienen, enpalabras de la folklorista Linda Dégh,«ilusiones que generalmente se dan porciertas». Ilusiones tales como que unbuzo sea absorbido por un aviónapagafuegos o que un animal estalle en

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el interior de un horno microondas;coincidencias increíbles, accidentesabsurdos, confusiones inimaginables,delitos rocambolescos y ejemplosasombrosos de «justicia poética».Ilusiones tanto más creíbles cuantomayor sea la confianza que nos merezcael narrador o la fuente de dondeprocedan (medios de comunicación,etc.), y cuanto más apasionado sea eldebate público que generen (robo deórganos, drogas ocultas en objetos«inocentes», conspiracionesestatales…).

Admitiendo como legítimo llamar«leyendas» a estos relatos, ¿hasta qué

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punto les conviene el remoquete de«urbanas»? Si bien es verdad quemuchas de ellas «están vinculadas a unaciudad y/o al modo de vida urbano»(grandes almacenes, cadenas derestaurantes, «despersonalización»,sectas y delincuencia organizada), tomareste adjetivo en un sentido absoluto yexcluyente sería lo mismo que«amurallar» la ciudad y negar laexistencia de los medios decomunicación —o de la comunicaciónen toda su amplitud— en un mundo ruralcada vez más supeditado al urbano:donde puedan llegar noticias«verdaderas», fácil será que penetren

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otras «falsas». Podríamos decir queestas leyendas se hallan en un estadomigratorio permanente. Ahora bien,¿cuál es el punto de partida y el dellegada de este flujo ininterrumpido? Enla práctica, como se desprende de losrelatos de nuestros informadores, vemosque un gran número de variantes sesitúan en pueblos, zonas residenciales,urbanizaciones, etc., por lo que su gradode «urbanidad» resulta discutible.

Popularizado por las obras de _JanBrunvand, el término «leyendasurbanas» tiene sus partidarios y susdetractores. La ISCLR lo utiliza encombinación con el de «leyendas

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contemporáneas», quizá más altisonantepero más ajustado a la realidad.Nosotros preferimos alternarlos.

Hechas estas precisiones, pasemos aotros razonamientos más sustanciosos.Como argumentaba Bruno Bettelheim enPsicoanálisis de los cuentos de hadas,la función de la narrativa «maravillosa»ha sido tradicionalmente la de«entretener y educar». Otro tanto podríadecirse de las leyendas urbanas. Si nosatenemos a este principio, advertiremosque la postura del escéptico, interesadosolamente en remachar la falsedad delas mismas, resulta cuando menosreduccionista. Aplicar a las leyendas

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contemporáneas adjetivos tan rotundoscomo «bulos» o «patrañas» implica nover más allá de su envoltura, de sucarácter de puro entretenimiento, y portanto cerrarse en banda a todaespeculación relativa a su significadopsicólogico y social. El folklorista, encambio, procura evitar las actitudesextremas representadas por elescepticismo militante y la credulidadincondicional. Para ello debe rehuir atoda costa cualquier idea preconcebiday registrar con la máxima objetividadposible las diversas manifestaciones delfolklore, llámense leyendas urbanas,fenómenos paranormales o experiencias

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de «abducciones» extraterrestres. Sumétodo se fundamenta en la hipótesis deque estos relatos sirven a su narradorpara comunicar preocupacionespsicosociales latentes, difícilmenteexpresables por otros medios, y que los«temas» y «motivos» empleados paraello no han surgido de la nada, sino quehan sido tomados «inconscientemente»de la tradición y recombinados paraconferirles un nuevo significado.

Sin embargo, antes de arriesgarse aexplorar los múltiples significados deuna leyenda urbana, los folkloristasdeben acometer una empresa quijotescaque Bill Ellis define como la «búsqueda

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imposible del texto literal». Ellosignifica que para poder estudiar afondo una leyenda urbana, es precisooírla de boca de una persona que ignoreque lo es, y por tanto actúeespontáneamente convencida de que estánarrando un suceso verídico. Sólo así,estudiada «en su contexto», observandoatentamente la involuntaria «puesta enescena» del narrador, conociendodetalles de su vida, podrán obtenerse losdatos imprescindibles para llegar aconclusiones fiables acerca de susignificado. En pocas palabras: mientrascuenta la leyenda, el narrador estaráexplicándola.

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Desgraciadamente, este momentoprivilegiado se da raras veces y losfolkloristas no tienen más remedio quededicarse a reconstruir ese texto «ideal»pidiendo a sucesivos narradores que lo«reciten». Así pues, en palabras de BillEllis, casi siempre deben conformarsecon escuchar a «personas que seinterpretan interpretando una leyenda».

Cuando una leyenda urbana haperdido su capacidad de sorprender, poragotamiento del público entre el cual hacirculado (como un cuento fantástico delque ya conocemos el final), sobrevieneun periodo de atonía hasta que apareceotra para sustituirla. Durante este

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intervalo, sin embargo, la leyendaantigua no muere en el acto, sino quesuele transformarse en una serie devariantes a causa de la persistenterecreación colectiva que ha sufrido pocoantes, y luego entra en una fase dedeclive durante la cual adopta formas«menores». En el capítulo tituladoSorpresa, sorpresa describimos unproceso de este tipo, relacionado con unpequeño escándalo que conmocionóbrevemente el país y que sin dudarecordará el lector. Nos referimos a lasupuesta secuencia zoofílica,protagonizada por una adolescente y unperro ficticios, emitida por cierta

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cadena de televisión. Antes de llegar asu clímax social (ese momentoprivilegiado en que una leyenda seconvierte en la «noticia del día» einnumerables «textos literales» corrende boca en boca), el relato de «lamuchacha sorprendida en directo»llevaba algún tiempo circulando demanera «subterránea» hasta quediversos medios de comunicación sehicieron eco de él y lo convirtieron enun seudoacontecimiento, en un sucesovirtual. Acto seguido, agotada sunovedad, la leyenda entró en declive yreapareció en forma de chiste, de«metonimia» (un simple comentario

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evocaba el episodio entero) o deparodia, como la publicada en elnúmero 1137 (10 a 16 de marzo de1999) de la revista de humor El jueves,donde, dicho sea de paso, también separodiaban otras leyendas.

El proceso descrito puede aplicarsea casi todas las leyendas urbanas, y en éldesempeñan un papel decisivo losmedios de información, no sólo losdifusores de noticias, sino también losnuevos dispositivos de envío de datos—fax y correo electrónico—, así comoel cine, la literatura y otros canales detransmisión de «productos culturales»,grandes fagocitadores de material

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legendario. Disponemos, pues, de unared de medios de comunicaciónconectados inextricablemente unos conotros y por ello interdependientes.Asimismo, vivimos en una sociedaddividida y subdividida en grupos«unidos por cualquier rasgo cultural encomún», entre los cuales, según la teoríade Linda Dégh, circula toda clase deinformación a través de un cúmulo de«conductos» cuyo «cuerpo» nuncapermanece estable, sino que varamificándose cada vez que un individuocomunica algo a otro, alcanzando de estemodo a más personas del mismo grupo(por ejemplo, alumnos) y a las de fuera

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de él (por ejemplo, padres). Si lainformación comunicada tiene algúnvalor —claramente perceptible o sólointuido—, ésta no dejará nunca decircular, avanzando en progresióngeométrica de un conducto a otro hastadistancias insospechadas. Entretanto, irásufriendo por el camino toda clase deañadidos, pérdidas, desgastes, retoquesy mutaciones debidos al «estilopersonal» de cada «comunicador», a lasinevitables jugarretas de su memoria y alas exigencias de cada momentohistórico. El mismo símil de losconductos cabría aplicarlo a los mediosde comunicación: los periodistas,

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cineastas y escritores disponen deconductos aún más poderosos paraencauzar una información que,ordenadores y teletipos aparte, siemprese origina en un cerebro humano,hostigado por preocupacionessemejantes y expuesto a creer lo queBill Ellis denomina «mentiras nobles».Eso serían, en cierto modo, las leyendasurbanas: cuentos ejemplares de nuestrotiempo, relatos que narran la «historiasecreta» de la humanidad, vinculadaestrechamente a una tradición que jamásmorirá, porque, como el río deHeráclito, siempre es y no es la Misma.

Cabría sugerir entonces que las

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leyendas urbanas, más que relatosperfectamente «acabados», son procesosininterrumpidos nacidos de la fusiónperpetua y el movimiento continuo deeste abrumador laberinto de conductos ysubconductos, por el que corren lasvoces del mundo y se propagan sus ecos.Son las chispas que saltan a causa delroce de esta maquinaria gigantesca y malajustada, pero sumamente eficaz en supropósito de unir a la humanidad en unfin común e inconsciente: perpetuar latradición y expresar a través de ella sustemores y anhelos más urgentes.

Lo que encontrará el lector en estetrabajo no será el súbito fogonazo que

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provocan las leyendas contemporáneasal venir al mundo, sino la tenue estelaque han dejado antes de extinguirse: unacompilación de sinopsis o bosquejos derelatos que en algún momentoprovocaron emociones intensas en susoyentes —risas, asombro, repulsión,angustia, miedo, congoja, lástima,incredulidad—, pero que han terminadosus días atrapadas en un bucle temporal—las páginas de este libro— del que yano podrán emigrar para crecer ymultiplicarse. Encontrará una colecciónde fotogramas cortados que insinúan surelación con el resto de una escena quenunca sabremos cómo empezaba ni

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concluía. Encontrará, en suma, el primerinventario de leyendas urbanas que serealiza en este país para dar testimoniode su existencia.

No por ello, sin embargo, nos hemoslimitado a clasificar estos relatos por unmero afán de coleccionismo, como losinsectos de una vitrina de entomólogo,sino que intentamos reconstruir algunosde sus posibles significados y funcionesexaminando sus motivos «estables», susantecedentes históricos, sus huellas en laliteratura’ y el cine, y las teorías deotros investigadores.

Esta labor «arqueológica», nos hallevado a intuir que algunas leyendas

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urbanas, como la que titulamos La mujerpálida y el ladrón ilustran las manerasinsólitas en que un malhechor escastigado sin que la víctima tenga queensuciarse las manos (aunque sí la cara).Hemos recogido algunos ejemplos, máspróximos al rumor que a la leyenda, queejemplifican lo que Sandy Hobbsdenomina «estar en el ajo»: laacupuntura crea hábito y el INSERSOorganiza accidentes de autocar para queno se desborde el número depensionistas. Hemos detectado unaadmiración inconfesa hacia los rateroshabilidosos y traducido el códigosecreto de los maleantes. Hemos

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imaginado que en el mundo legendariolos deseos más íntimos pueden dejarestigmas permanentes, y que laenfermedad o la angustia son capaces deadoptar la forma de un animal que viveen las entrañas. Hemos supuesto queciertos relatos sobre percances sexualesconstituían humillantes castigos derancia raigambre puritana y que la carnehumana comida involuntariamenteprevenía contra la infracción del últimotabú. Hemos visto la manzana deBlancanieves convertida en la cabeza deBart Simpson. Hemos barruntado que lashadas y los fantasmas siguen viviendo enlos espacios entre sombras que conectan

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las ciudades y que los asesinos cortancabezas con fines instructivos. Hemosteorizado sobre el precio que debenpagar quienes no se fijan en lo quecomen, y quienes pulsan los botones queno deben del teléfono. Hemos creídoque todos merecíamos cinco minutos derey en la vida y que algunos aparatosmodernos encarnaban el miedo a lodesconocido. Hemos seguido los pasosevanescentes del matrimonio Vidal, yhemos llegado a pensar que su viajetransdimensional era una fabulosametáfora del poder arrebatador de lapasión.

Y mientras nos dedicábamos a la

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edificante tarea de recopilar estas«mentiras nobles», teníamos muypresentes las palabras que leyó elreverendo Watson el día 8 de febrero de1877 ante los respetables miembros dela Sociedad Gaélica de Inverness:

(…) puesto que el estudio de las leyendasocupa un lugar entre las disciplinascientíficas, no cabe duda de que unaempresa semejante no puede sino resultarenriquecedora, siempre que se emprendacon prudencia y buen tino. La energíaintelectual invertida en ella contribuye arobustecer el entendimiento del estudiante,mientras que las nuevas e interesantesverdades que va descubriendo engrandecensu caudal de conocimientos.

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Nada desearíamos con más ahíncoque esta obra robusteciera elentendimiento —y el espíritu crítico—de nuestros lectores, o, como mínimo,despertara su interés por el estudio delas leyendas urbanas. De ser así, talcomo hicieron en su día nuestrosamables corresponsales, genuinoscoautores de este trabajo, les invitamosa remitirnos cualquier relato que tengael menor asomo de leyenda urbana, otantas variantes como quieran de las quepodrán leer a continuación y todas lassugerencias que deseen. Al final de estaintroducción incluimos la direccióncorrespondiente.

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Que los lectores no rompan lacadena y nos permitan seguir cultivando,merced a su generosa cooperación y enlos años venideros, el enriquecedorestudio de las leyendas de nuestrotiempo.

ANTONIO ORTÍ y JOSEP SAMPEREAptdo. 12112

08006 BARCELONAE-mail: [email protected]

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SIGNOS DE LOSTIEMPOS

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Sobre el riñón que nos falta

—He oído decir que hay tíos delCaribe que de vez en cuando robancadáveres y los utilizan en ritualesreligiosos.

—Seiscientos noventa y cincodólares y cincuenta centavos. He aquíel precio de venta actual de un hornosapiens difunto en el mercado negro detrasplante de órganos. Y eso sin contarcon la riqueza mineral. Pulverizas unfémur te salen un par de kilos defertilizante de fosfato de calcio deprimera calidad.

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—¿De verdad cree que podríanvenderlo en pedazos?

—Pero si solamente las córneas yase venden a más de sesenta dólares elgramo, agentes.

—¡Venga, si tenía el cuerpoinfestado de cáncer!

—Hombre, siempre queda elmercado del Tercer Mundo.

Hill Street BluesEpisodio titulado:

Los ladrones de cadáveres mutantesdel Tercer Mundo

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Esta leyenda trata de las glándulassecretarias de la orina, voluminosas enlos mamíferos, de color rojo oscuro ysituadas a uno y otro lado de la columnavertebral. A los que sean aprensivos lesrecomendamos no seguir adelante: van aasistir a un desfile de riñones, hígados,ojos y vísceras capaz de hacer palideceral más experto matarife. Con semejantedespliegue de casquería pretendemosaclarar si los baños de sangre deElisabeth Báthory en el siglo XVI hangerminado en una poderosa«organomafia», explotada en régimenindustrial y con franquicias en todo elmundo.

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A modo preliminar les aconsejamosque un galeno certifique si sus dosriñones están allí donde deberían. Encaso de verse sorprendidos con que sólotienen uno, esta historia les interesará abuen seguro:

Un chico visita con sus padres NuevaYork. Mientras viajan en el autobús, el hijoentabla conversación con una joven. Comotienen que bajar, ella le invita a mantener unencuentro más pausado esa misma noche.Él accede de buen grado y quedan en verse alas ocho. Un tiempo después, apareceaturdido en una bañera llena de hielo de unhotel. No recuerda nada. Tanto es así quecon mucha dificultad alcanza el teléfono yllama a sus padres. No sabe dónde está. Alotro lado del hilo, sus padres le dicen:

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«¿Qué ves por la ventana?». Y él comienza adar pistas: «Hay un edificio con un cartelluminoso, una parada de taxis, etc.». Alfinal, lo encuentran y descubren que le hanrobado un riñón.

Ésta es la versión más contada enEspaña del robo del riñón. Por noextendernos en una prolija toponimia,diremos que innumerablescolaboradores nos han hecho llegar lareferida historia, aportándonos detallesmuy precisos que refuerzan suverosimilitud.

Teresa Mas, desde Igualada(Barcelona), por ejemplo, nos indicaque le sucedió al hijo de lospropietarios de cierta pastelería de la

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ciudad. Martina Fernández Bañobre serefiere a una «noche loca» de un amigode León en un país desconocido, cuyodespertar debió de coincidir,imaginamos, con una sentida añoranzapor la antigua Legio y su paisajetípicamente meseteño:

La historia contaba que un chico habíaviajado a un país desconocido y se habíaadentrado en un bar sin compañía alguna.Allí una mujer hermosa le invitó a una copa.Eso es lo último que recordaba; al díasiguiente amaneció en una bañera llena dehielo y en el suelo habían escrito con supropia sangre que llamara a un número deteléfono. Así lo hizo y descubrió que lehabían extirpado un riñón.

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Nos hallamos, de nuevo, frente ahermosas mujeres que; como en elcapítulo titulado Bienvenidos al mundodel sida, recurren a su opulenta lozaníapara seducir a leoneses montaraces, sóloque aquí, en lugar de contentarse con elfluido vital que destilan sus venas, subotín es más sólido. Las vampiresasmodernas, podría decirse, ya no secontentan con la bebida, sino que ahorareclaman un «menú» completo.

De ello da fe Purificación Feria(Barcelona), que narra la odiseainiciática que acompaña a veces a losviajes de fin de curso:

Un grupo de estudiantes se fue de viaje

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a Nueva York. Llegaron muy tarde y nohabían cenado. Uno de ellos decidió salirdel hotel a tomar un bocadillo. Suscompañeros le recomendaron que no lohiciera, dado el elevado índice depeligrosidad de ese barrio. Pero él no hizocaso de las advertencias y salió solo enbusca de un bar donde poder cenar. Una vezconseguido, se sentó en un banco acomerse el entrepan (sic). Allí fue asaltadopor unos desconocidos que lo durmieroncon alguna sustancia narcotizante.

Se despertó en el mismo lugar de dondese lo habían llevado, sintiendo un fuertedolor en la espalda. Al palpar ese punto,descubrió un inesperado esparadrapo. Trasacudir al hospital descubrió que había sidoobjeto de una operación quirúrgica, antesde que una radiografía revelara que lehabían extirpado el riñón.

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Si emuláramos la lógicadesarrollada por Ernesto Sábato enInforme sobre ciegos tendríamoselementos suficientes —la sangre, elbocadillo, etc.— para concluir que laCruz Roja debería ser objeto de unaminuciosa investigación. Pero, a falta desus habilidades, nos contentamos consugerir que las leyendas sobre robos deriñones y demás órganos vitales, nosacercan a los recelos que despierta lamedicina moderna y su énfasis porencontrar piezas de repuesto que nosacerquen a la inmortalidad.

Antes de proseguir, bueno será queoigamos cómo se narra la leyenda del

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robo de riñones en la ciudad de losrascacielos, cuna de este tipo deavatares y cuyos 10 300 km de acerascobijan un buen número de cicatrices.Nos lo cuenta Juan Fernando Cobo,traduciendo un texto anónimo quecirculaba por Internet:

La siguiente historia apareció en undiario del estado de Texas. Un jovendecidió un sábado por la noche asistir a unafiesta. Se estaba divirtiendo bastante, setomó unas cervezas y una muchacha queconoció allí y a la que parecía gustarle, leinvitó a ir a otra fiesta. Rápidamente aceptóy marchó con ella. Fueron a unapartamento, donde continuaron tomandocerveza y aparentemente le dieron droga(no sabe cual).

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Lo siguiente que recuerda es quedespertó totalmente desnudo en una bañerallena de cubitos de hielo. Todavía sentía losefectos de la droga y de la cerveza. Miró asu alrededor y estaba solo. Luego, se miróel pecho y descubrió que tenía escrito conpintura roja este mensaje: «llame al 911 ousted morirá». Vio un teléfono cercano a labañera, así que llamó inmediatamente. Leexplicó a la operadora la situación en la quese encontraba. La operadora le aconsejóque saliera de la bañera y que se mirara enel espejo. Se observó aparentementenormal, así que la operadora le dijo querevisara la espalda. Al hacerlo, se apercibióque tenía dos ranuras de nueve pulgadas enla parte baja del abdomen. La operadora ledijo que se metiera nuevamente en la bañeray que mandaría un equipo de emergencia.

Desgraciadamente, después de que lo

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examinaron a fondo en el hospital, reparóen lo que le había pasado: le habían robadolos riñones. Cada riñón tiene un valor en elmercado de 10 000 dólares —él no sabíaesto(…) Actualmente, esta persona se hallaen el hospital conectada a un sistema que lomantiene vivo. La Universidad de Texas y elCentro Médico de la Universidad de Baylorrealizan gestiones para encontrar donantes.

No nos detendremos aquí en elrefrán «dos mejor que uno», porconsiderarlo muy genérico. En cambio,sí criticaremos a los educadoresnorteamericanos por no adiestrar a susvástagos en un refrán muy conocido enEspaña: «Cuesta un riñón» o, lo que eslo mismo —como luego se verá—, «un

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ojo de la cara».Tampoco obviaremos otro hecho

insoslayable: nuestra víctima tejana enlugar de llamar a sus congéneres, comohacen los españoles en tan infaustascircunstancias, telefonea a la operadoraque, como se ha visto, conoce mejor quenadie la casuística de estos casos.

Pero en uno y otro lado del Atlánticose coincide en un aspecto de vitalimportancia: existe un complot, unamafia ramificada en los cincocontinentes (esta leyenda, junto con la dela autoestopista, es de las másuniversales), que trafica con los órganosy de cuyas andanzas van a tener ustedes

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cumplida cuenta en este capítulo.La fábula sobre el trasiego de

órganos surge en 1987 cuando LeonardoVilleda, ex secretario general delComité Hondureño de Bienestar Social,alerta que hay un contrabando criminalde niños del Tercer Mundo para queciertas piezas de su cuerpo seantraspasadas a ciudadanos pudientes. Apesar de que Villeda no tarda enrectificar, el revuelo internacional esnotorio. Por no cansarles con lainfinidad de libros, documentalestelevisivos y artículos que alentarán estecaso, intentaremos resumirles lo queconcluye Véronique Campion-Vincent en

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La légende des vols d’organes («Laleyenda de los robos de órganos»):

Las leyendas negras desempeñan un papelrelevante a la hora de movilizar a la gentefrente a nuevos problemas sociales. Sufunción es expresar sentimientos intensosen conflictos ideológicos.

Por «conflicto» se entiende en estecaso que los niños del Tercer Mundoson objeto de vejaciones de todo tipo. Asu vez, la medicina moderna haevolucionado de tal modo que algunosexpertos pronostican que con lananotecnología se reparará el cuerpodesde el interior, sin necesidad de abrirlas entrañas.

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Pero antes de que esto suceda, nosencontramos con que, por un lado,multitud de «pacientes ricos» debenaguardar largas listas de espera paraconseguir el riñón, la córnea o elcorazón que les mejorará la vida,mientras que, de otra parte, miles,millones de personas, pasean su pobrezapor África, América Latina y Asia, sinmás equipaje que lo puesto.

Sólo nos falta ya un trovador. Comomuy acertadamente observa VéroniqueCampion-Vincent, los medios decomunicación son muy sensibles alinterés espontáneo que las leyendasnegras despiertan en el público y las

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explotan con un objetivo muy preciso:vender más ejemplares. Posteriormente,la gente las escucha y las enriquece conelementos simbólicos.

De otro modo no se entiende que labarahúnda de horrores que narra estaleyenda —niños de Latinoamérica,Rusia, África, India o Extremo Oriente,descuartizados y enviados troceados alPrimer Mundo— goce de una salud enestos momentos que ya quisiéramos paranosotros.

Rafael Matesanz, presidente de laComisión de Trasplantes del Consejo deEuropa, se pronunciaba en 1996 en estostérminos:

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Jamás un gobierno, organismointernacional, organización nogubernamental o medio de comunicación halogrado presentar una sola prueba creíbleque confirme alguna de las denuncias ytestimonios referentes a la existencia detráfico de órganos.

Por su parte, la doctora BlancaMiranda, coordinadora nacional detrasplantes, argumentaba así laimposibilidad de orquestar una prácticade tal calibre en la revista MuyInteresante (núm. 186, noviembre de1996):

Desde el punto de vista técnico, resultainviable, ya que la cirugía de trasplanteúnicamente se puede llevar a cabo en un

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gran centro hospitalario, con un quirófanodotado de una tecnología muy moderna ycostosa. Además, el periodo de isquemia —es decir, el tiempo durante el cual unórgano puede permanecer fuera del cuerpo— es extremadamente breve, lo quedificulta su manejo: el corazón y el hígadohan de ser implantados antes de cuatrohoras: el hígado antes de 12, y el riñón,entre 24 y 48.

Por si fuera poco, los inmadurosórganos de los infantes sólo resultanviables entre los niños y son incapacesde hacer la función de las vísceras deuna persona adulta.

En resumidas cuentas, desde que en1986 surge esta leyenda en Europa, para

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emigrar cinco años después aNorteamérica, lo único que se ha podidoconstatar es que en China, a loscondenados a muerte se les extirpanciertos órganos vitales, con los quepagan una doble condena: sereliminados por la vía rápida y encabezarla vanguardia en materia de reciclaje.También que ha surgido un nuevo«turismo de órganos» hacia paísesdonde la donación recompensada espráctica habitual.

Por un lado —señala el periodistaEnrique Coperías—, para la mayoría de lospaíses del Tercer Mundo, la posibilidad demantener un elevado número de enfermosrenales sometidos a costosas diálisis es

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simple y llanamente impensable. Laconsecuencia es que a los pacientes sóloles quedan dos opciones: la muerte orecibir un riñón sano. Éste puede procederde un familiar o de un desconocido quecede su víscera a cambio de una fuertesuma de dinero. De este modo, se salvandos vidas: la del receptor y la del donante,que siempre es una persona que sobreviveen una situación de extrema pobreza.

Está confirmado que los enfermosrenales italianos acuden a la India atrasplantarse un riñón y que loscentroeuropeos, principalmente losalemanes, prefieren viajar a Rusia,Filipinas y Latinoamérica. Tampoco esun secreto que los japoneses burlan las

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religiones sintoísta y budista, queprohíben el trasplante de vísceras, paravisitar quirófanos en China. Por suparte, los pacientes estadounidenses sedesplazan a las clínicas urológicasemplazadas en la frontera de Texas conMéxico, para recibir un riñón chicanopor un puñado de dólares. A su vez, enBombay (India) un riñón de un donantevivo se puede adquirir por 400 000 ptas,y por algo más de un millón enBangalore y Madrás. En algunos puebloscercanos a estas ciudades, más de lamitad de la población sólo posee unriñón.

Esto es lo que se sabe. Pero, de ahí a

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afirmar que los niños sudamericanosadoptados en Estados Unidos y Europaterminan siendo desmenuzados por susmentores en aras a una aplicaciónerrónea del derecho paterno, media unabismo.

A pesar de ser una apreciación muyvaga, suecos, alemanes, holandeses yfranceses reaccionan frente a estaleyenda de forma distinta a españoles eitalianos. Si en los nórdicos prevaleceel componente «humanitario», llámeseniños huérfanos de países lejanosmartirizados por capricho demillonarios y de mafias ominosas, en lospaíses latinos no hace falta irse tan

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lejos. Justo a la vuelta de la esquinapuede haber una cicatriz sospechosa,como la que nos envía desde BarcelonaFrancisco Bostrom:

Aproximadamente en 1993, en unadiscoteca de Madrid cercana a la Puerta delSol, un chico de pelo corto fue raptado enla madrugada, lo metieron en una «Combi»,y horas después fue devuelto al mismositio, medio muerto, con la particularidadde que le habían extraído un riñón.

Desde un punto de vistaestrictamente policial, hay un cabo malresuelto por los narradores: ¿Por quécriminales sin escrúpulos vuelven acoser a las víctimas y tienen el detalle

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de transportarlas hasta su lugar deorigen?

Cuando se habla de folklore,preguntas de este tipo son bizantinas, sibien apuntaremos que los damnificadosacostumbran a sufrir un missing time, unespacio en blanco, nefasto para susriñones.

Ahora, de lo que no hay duda, es queen España tenemos mano fina para estetipo de manejos, tanto es así que, pormás que se lea, nadie encontrarámétodos tan sofisticados en ningunaparte. Oigan, si no, a Andrea(Barcelona) en el siguiente relato:

En Sant Pol de Mar un chico se fue de

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marcha con sus amigos a Mataró. Allíconoció a una chica muy guapa y se fue conella. Al día siguiente su madre, al salir acomprar, se lo encontró tirado en la calle.Le habían quitado un riñón, pero no teníacicatriz alguna.

Belén Luque, una informadora deSanta Margarida de Montbui(Barcelona), nos hace llegar otro buenejemplo de refinamiento, aunque noshace dudar si el verdugo es un hombreceloso de las apariencias o un simplechapucero:

Un hombre ingresa en un hospital parasometerse a una intervención quirúrgica deapendicitis. La operación se realiza connormalidad, no hay ninguna complicación y

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días más tarde es dado de alta. Al cabo deunos meses, al someterse a una revisiónrutinaria, descubre que le han robado unriñón.

Aunque no lo hemos dicho, Españaes uno de los lugares que más protege alos niños. Prueba de ello, es la ricatradición de personajes creados paraahuyentar a los críos —coco, hombredel saco, sacamantecas, etc.— y queacostumbran a citar estudiosos de todoel mundo.

Si el nombre de «ogro» nos viene delos húngaros —«Ogur»— queaterrorizaron Europa en la Alta EdadMedia, la génesis del hombre del saco

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nos la explica el gran folklorista catalánJoan Amades en su artículo Los ogrosinfantiles:

En términos generales, el pueblo sienterecelo hacia los adelantos y mejoras decarácter mecánico, rodeándolos deleyendas y de creencias que tienden másbien a desacreditarlos y a hacerlos odiosos.Más de una vez hemos oído que los ejes delas ruedas de los carros y demás vehículos,que los pernos de las muelas de toda suertede molinos y que incluso las jarcias delvelamen de las naves debían engrasarse muya menudo para ayudar a sus movimientos,empleando para ello saín obligadamentehumano, pues que no servía para el caso elde animal. La grasa debía ser fresca ytierna.

La industria, para procurarse el saín

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necesario, debía acudir al degüello deinfelices criaturas, de las que debíansacrificarse en buen número y a diario parasatisfacer las necesidades industriales. Afin de procurarse víctimas, rondaban por lascalles unos hombres con un saco alhombro, que sonaban una tonadilla queatraía a cuantos niños la oían, los cuales sesentían como hechizados a su son y, sindarse cuenta, iban tras el músico, quien losconducía hasta un paraje despoblado, dondeaprovechaba un momento para retorcerlesel pescuezo, metiéndolos en un saco yllevándolos luego al desollador, quien lepagaba a buen precio su carga. Éstedescuartizaba al infeliz para obtener elmáximo producto industrial de su cuerpo.No todos los embaucadores de niños seservían de la música para atraerles; loshabía que mostraban un teatrillo o unas

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vistas de colores y otra suerte deespejuelos.

La introducción del ferrocarril y de latracción urbana eléctrica, al igual que lagran expansión industrial, robustecieronsensiblemente este personaje, el cual eraactualísimo en Barcelona cuando nosotroséramos niños y del que nos habían habladoinsistentemente en los términos referidos,pintados en tonos terroríficos yespeluznantes.

Un episodio al que se referiríadespués Bernardo Atxaga enObabakoak:

El ferrocarril llegó aquí a mediados delsiglo XIX y supuso un cambio enorme, uncambio que ahora no podemos ni imaginar.Daros cuenta que lo único que se conocía

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entonces era el caballo, todos los viajes ytodos los transportes se hacían a caballo.Pues bien, están todos con su cuadrúpedoen casa cuando, de pronto, va y hace suaparición un artefacto que alcanza los cienkilómetros por hora. (…) Éste era elambiente que reinaba cuando alguien tuvo lafeliz ocurrencia de plantearse estapregunta: ¿Por qué anda tan rápido?Respuesta: Porque engrasan sus ruedas conun aceite especial. ¿Sí? ¿Y cómo consiguenese aceite tan especial? ¿Cómo? Pues muysencillo, derritiendo niños pequeños.Atrapan a los niños que andan sueltos poraquí y se los llevan a Inglaterra. Allí losderriten en unas calderas enormes.

Cualquier lector atento observarásemejanzas entre la leyenda del hombredel saco y la del robo del riñón. En

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ambos casos una innovación técnicaprovoca una escalada vampírica, tantomás poderosa a medida que uno se alejade las vías del progreso. Allí, en losarrabales de la ciencia, las clases másdesfavorecidas se preguntan si muypronto no servirán de carne de cañón.

Otro tanto podría decirse delsacamantecas —nombre por el que seconoce en Galicia al hombre quedespanzurra a sus víctimas—, tambiénllamado «sacaúntos» —en Asturias yCantabria—, «saginer» —en Valencia—o simplemente «Pimienta» en ambasorillas del río Nansa, apodo que leviene de cebar previamente a los niños a

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los que saca el «untu».Gerald Brenan en Al Sur de

Granada nos informa de su modo deproceder:

Un mantequero es un monstruo feroz,formado externamente como un hombrenormal, que vive en deshabitados parajessalvajes y se alimenta de grasa humana omanteca. Al ser capturado lanza un alaridogimoteante y agudo y, salvo cuando acabade darse un banquete, está delgado ymacilento.

Pese a que los sacamantecasalcanzaron su cenit en la posguerraespañola, no deja de sorprender que enel 2000 muchos jóvenes siganhaciéndole un hueco en sus corazones.

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Natalia Aparisi, una valenciana de 26años, nos da cuenta de una de susúltimas correrías:

Hace poco me contaron que una chicaque estaba sirviendo en una casa seencontraba cada vez más débil, y es que porlas noches antes de dormir se tomaba unvaso de leche, en el que sus patrones leintroducían un somnífero, y cuando estabadormida le sacaban grandes cantidades desangre para sus hijos.

Desde la otra punta de España,Miguel Ángel Gallardo García, de 21años y natural de Badajoz, nos informaque ahora utiliza una furgoneta roja, sibien en otras versiones —como la que

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nos envía desde Monóvar (Alicante)María Pilar Arnás— emplea unalimusina negra:

De pequeña oí hablar a las niñas muynerviosas sobre el tema. Trataba del rapto yposterior mutilación de órganos de lasniñas de corta edad. El hombre que lasraptaba era totalmente desconocido y laúnica pista que se tenía era que las esperabacon una furgoneta de color rojo en lossitios que las niñas de entre ocho y treceaños solían frecuentar.

A nuestro entender, el que lossacamantecas gocen de muy buena saluden la imaginación popular y su recientereconversión en ladrones de riñones, esconsecuencia lógica del progreso

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científico y de la aparición de nuevasenfermedades. Tal vez por ello y por esemínimo tamaño imprescindible querequieren las empresas de hoy en díapara ser rentables, ha dejado de actuarsolo y comienza a internacionalizar susactividades.

Alfonso Sastre, autor de obrasteatrales como El doctor Frankensteinen Hortaleza y Delirium, nos ofrece enNecrópolis algunas pistas sobre eldestino final de las «exportaciones»:

Era una pequeña sociedad de cirujanossin escrúpulos, como luego se demostróque se habían avenido —mediante uncontrato con una gran corporaciónnorteamericana que actuaba públicamente

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como una organización no gubernamental ybenéfica— a hacer aquel trabajo deextirpación de órganos destinados a futurasoperaciones. Eran portadores, claro está, deequipos sofisticados para que la operaciónfuera un éxito; y lo fue, porque se llevaronun total de veintitantas vísceras para futurostrasplantes. Al pie de la Morgue losesperaba una furgoneta frigorífica y nuncamás se supo.

El hecho de que, por norma general,los desriñonados y descorazonadosmiren con el rabillo del ojo —siempre ycuando no les falte también— a EstadosUnidos no es fortuito. Aunque lareferencia geográfica es muy precisa, setrata de una metáfora para designar el

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lugar donde más avanza la medicina ydonde más ricos se supone que hay.Decir Estados Unidos es nombrartambién a Francia, Suecia y GranBretaña, países en los que el sectorpúblico cede terreno ante la medicinaprivada y donde los pobres, cada vezmás abandonados a su suerte, sonutilizados como cobayas.

Al respecto, mientras lossacamantecas perpetran sus desmanes enzonas rurales, el pueblo interpreta quetrabajan por cuenta propia. Sólo alllegar a la ciudad pasan a trabajar alservicio de los ricos, a los que procuransangre fresca para combatir la

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tuberculosis o, antes todavía, para unreverdecer tardío. Ramón Gómez de laSema se refiere a los «ladrones deglándulas», discípulos aventajados delos salteadores de riñones, en su libroCinelandia:

Los ladrones de glándulas, voraces,impasibles, sin idea ninguna del debercomo hijos de su medio y de su siglo,repetían en su hambre de glándulas laexaltación que de las glándulas ha hechonuestra época, sobre todo de las glándulasde más dolorosa extirpación.

Para los ladrones de glándulas todohombre es rico y poderoso y lleva sobre síel secreto de su fortuna. Hasta el máspobre, si tiene cierta juventud, posee elcapital fabuloso de sus glándulas, ni

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metálicas ni diamantinas, blancas, crudas,con carnal morbidez apretadísima. (…)

En secretos rincones y gracias a unarápida gestión de los ladrones de glándulas,otros seres vetustos eran repuestos en sujuventud y pagaban a precio de oro eltrastrueque.

Pero aunque trabaje solo, al serviciode los ricos o de poderosas mafias, laesencia de esta leyenda no difiere:desde tiempos ancestrales la medicinase ha valido de los pobres parapracticar la tiranía social. Huelgarecordar que los raptos de niños en els i g l o XVIII se atribuían a noblesenfermos que recurrían a su secuestropor razones médicas: el rey leproso

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precisaba baños de sangre o un príncipemutilado requería un brazo nuevo queincompetentes cirujanos trataban deinjertarle cada día de un joven reciénsecuestrado.

Nada desde entonces ha cambiado.Si acaso, que hoy los déspotas parecenfijarse más en nuestras glándulas que enla sangre, pero tal vez ello obedezca aque después de siglos chupándonosla yadebemos de estar secos. Por lo demás eltema es el mismo: la masacre deinocentes a manos de tiranos, de siervosesclavizados por nobles, del pueblollano sometido a unas organizacionesmédico-técnicas que conciben a los

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seres humildes como meras piezas derecambio para los mandamases.

No es descabellado afirmar que esamáxima bien intencionada que argumentaque «la ciencia es neutra» no ha caladoen la periferia del poder. Por eso nosaventuramos a vaticinar que no tardaráen llegar el día en que lostodopoderosos, tras arrebatarnos lasangre, los riñones y los ojos, pretendantambién nuestros cerebros, la únicapieza que les falta para completar eserompecabezas sin alma que encumbra lamedicina actual y donde cualquier tipode inmortalidad pasa, hoy como ayer,por el sacrificio de los pobres.

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ANTONIO ORTÍ

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El poder oculto de la Coca-Cola

¿Por qué nadie conoce la fórmula de laCoca-Cola? ¿Por qué, cuando hoy en día seconocen todos los ingredientes decualquier producto y todo está analizadopor las direcciones sanitarias, la Coca-Colanos oculta su composición? ¿Por qué dichafórmula está guardada en la caja fuerte delbanco más seguro de Estados Unidos? Larespuesta a todos estos interrogantes es quela fórmula de dicha bebida contienesustancias corrosivas muy perjudicialespara el organismo humano. ¿Cómo si no seexplica que un trozo de carne metido en unvaso lleno de Coca-Cola se deshaga a sucontacto en menos de tres horas? Eso por

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no hablar de los poderes desatascadores dedicho líquido. Otras de sus importantescualidades es que, combinada con elantiguo optalidón (o aspirina), puedeprovocarte euforia y alucinaciones.

LOLA ORTÍValencia

En 1886, una empresa de Atlanta(Georgia) patentó un medicamento quecontenía extracto de coca. El producto,anunciado a bombo y platillo, recibió elnombre de Coca-Cola. Sus fabricantesaseguraban que tenía la propiedad de«curar el dolor de cabeza y aliviar la

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fatiga». Hacia 1903, cuando el tónico yallevaba diecisiete años levantandoánimos, una legión de médicos empezó aproclamar que la cocaína suponía unriesgo para la salud de losnorteamericanos. Muy pronto sesumaron al debate los políticos racistasdel sur, dispuestos a impedir por todoslos medios que la cocaína estuviera alalcance de los negros. En vista desemejante presión, la compañía Coca-Cola no tuvo más remedio que eliminarel fármaco de la receta. A partir deentonces la bebida se aromatizó conextracto de coca desprovisto delalcaloide estimulante y se le añadió

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cafeína para darle un toque vigorizador.En 1914, tras muchos años de figurar enlos botiquines de los estadounidenses, lacocaína ingresaba en el mundo tentadory superpoblado de las sustanciasprohibidas.

Paradójicamente, al ser despojadade su verdadera chispa y domesticadapara siempre, la Coca-Cola fueadoptando una serie de característicasfabulosas nacidas de la fantasía popular.Diríase que la imaginación colectiva senegaba a olvidar el mítico ingredienteque contenía la bebida in illo tempore y,a falta de pociones mágicas, se permitíasoñar con la única que tuvo el honor de

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serlo durante algún tiempo.Una de las creencias más tempranas

relacionadas con los poderes ocultos delrefresco, parece inspirarse claramenteen su fórmula original. Como sabentodos los adolescentes bien informados,se rumorea que la mezcla de aspirina yCoca-Cola produce efectosalucinógenos o simplemente mareantes.

Esta creencia ya circulaba allá porlos años treinta entre los jóvenesnorteamericanos, como lo atestigua unartículo «preventivo» que escribiócierto médico de Illinois en el Journalof the American Medical Association.Según el galeno, la combinación de

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ambas sustancias generaba un brebaje«tóxico» con propiedades adictivas quepodían ser tan perniciosas como «lahabituación a los narcóticos».

Muchos de nuestros lectores podríanaportar sus propias experiencias, sinduda menos devastadoras, al respecto.Por otro lado, las supuestas virtudespsicodélicas de la Coca-Cola seinscriben en una larga tradición dondefiguran las más variadas drogasfolklóricas. Lola Ortí, de Valencia,menciona los «hilos» que se separan delos plátanos al comerlos. «De hecho —añade nuestra informadora levantina,concluyendo así su cursillo de

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toxicología doméstica—, se puedenfumar tras secarlos al sol, al igual queotros productos como el poleo, la tila ola manzanilla. También se puedenutilizar hojas de amapola».

Para zanjar la polémica de una vezpor todas, nada mejor que reproducir lasconclusiones de alguien tan autorizadocomo Richard Feynman, premio Nobelde Física en 1965, quien experimentó ensu persona el célebre combinado:

Yo tenía con frecuencia que demostrar (alos compañeros de la fraternidaduniversitaria) cosas que no estabandispuestos a creer —se queja el eminentecientífico—. Por ejemplo (…), decían quela orina salía del cuerpo por gravedad, y

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para hacerles ver que no era así tuve quemear cabeza abajo, haciendo el pino. O lavez en que otro soltó que al tomar aspirinay Coca-Cola uno se desmayabainmediatamente. (…) Así que tuve quetomarme seis aspirinas y tres «cocas», unadetrás de otra. (…) En cada ocasión, losnecios que se tragaron el cuento merodeaban, atentos a sujetarme en cuanto medesmayase. Pero nada ocurrió. Recuerdo,en cambio, que aquella noche no pudedormir muy bien (…).

La obra de donde procede la cita setitula justamente ¿Está usted de broma,Sr Feynman?

Es también creencia que la Coca-Cola tiene un gran poder corrosivo ydisolvente. Cualquier objeto metálico

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sumergido en ella se cubre de óxido enuna noche (tal vez por un efectoimaginario de electrólisis, sugerido porlas burbujas que envuelven dicho objeto,aunque en este caso el agua de Vichytambién serviría). Contradiccionesaparte, hay quien la considera como uneficaz antioxidante.

Un testimonio italiano recogido porDanilo Arona afirma que es el productoutilizado en las cadenas de montaje de lacasa Fiat para dejar más limpios que unapatena los bancos de trabajo. Asimismo,se ha dicho repetidamente que es capazde disolver pedazos de carne,huesecillos, dientes…, y hasta cálculos

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renales, con tal de que se ingiera endosis convenientes.

Como sugiere Frederick Allen en sulibro Secret Formula, ambos rumorespodrían haberse gestado a partir de unejemplo que se inventó en 1950 unprofesor de la Universidad de Cornell,Clive M. McCay, para ilustrar su teoríade que el azúcar y el ácido fosfórico,dos ingredientes del refresco, producíancaries. Según McCay, bastaba introducirun diente en un vaso de Coca-Cola paraque se fuera reblandeciendo y empezaraa disolverse al cabo de un par de días.El director del departamento químico dela empresa, Orville May, se apresuró a

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desmentirlo ante el cuerpo de directivosen pleno, asegurando que cualquierbebida que contuviera ambas sustancias,como el zumo de naranja, tambiénterminaría por disolver los dientes, sóloque para ello habría que retenerla en laboca durante días y días… A pesar detodo, el rumor ya había entrado en eltorrente de la tradición y navegaba portodos los ríos del folklore universal.

La creencia en las propiedadescorrosivas del refresco se fue refinandohasta generar una variante que rebate sinpiedad aquello de «la chispa de lavida». Sostiene este nuevo rumor que laCoca-Cola es un espermicida infalible e

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instantáneo (conviene aclarar que debeaplicarse a modo de baño vaginal).

Nos adentramos aquí en un terrenoincierto, puesto que a lo largo de lahistoria se ha creído en la calidadespermicida de sustancias tan naturalescomo la miel y el aceite, con lo queparecería bastante comprensible que lospobres espermatozoides sucumbieran sinremedio a una viscosa marea negra deCoca-Cola.

La exageración paranoica de esterumor nos remite al mundo de las teoríasconspiratorias, de las que nos ocupamosen otro lugar de nuestro estudio.Sostiene Luis Noriega que un amigo

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suyo del equipo ciclista Postdam leaseguró que su patrocinador (lacompañía PepsiCola), incitaba a loscorredores a propagar el infundio de quela Coca-Cola era una especie de armaquímica con la que se pretendíaesterilizar al Tercer Mundo.

Sea como sea, si nos atenemos a lasinvestigaciones de algunos estudiosos dela psicología social, como Gary AlanFine y Jean-Noél Kapferer, esta clase derumores dañinos casi nunca se fabricanen despachos empresariales con el finde perjudicar a la competencia.Normalmente suelen ir fermentando enlas capas populares de la sociedad y

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reflejan la inquietud de losconsumidores por las tendenciasultraderechistas —ficticias o reales—de ciertos empresarios.

E n I Heard it Through theGrapevine, su clásico análisis de losrumores que definen las obsesiones dela cultura «afroamericana», la profesoraPatricia Turner recoge una lista deproductos «contaminantes» en la que noaparece la Coca-Cola, pero sí lacerveza Coors y el refresco TropicalFantasy, junto con los cigarrillos Kool yMarlboro. Todos estos productos,sostiene el rumor, serían propiedad delKu Klux Klan, que los emplearía con el

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mismo propósito: esterilizar a losnegros.

Como diría un marxista de toda lavida, la Coca-Cola representa la bebida«imperialista» por antonomasia. Juntocon las hamburguesas, es el primerproducto que traspasa cualquier fronterainexpugnable apenas se insinúa la másleve apertura. Esta capacidad«colonizadora» despierta odios yadhesiones a partes iguales. Lasvíctimas de los rigores comunistasengullen con ella los primeros sorbosdel anhelado capitalismo, mientras quelos más reacios a toda clase detransiciones la ven como el paso previo

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al consumismo embrutecedor.De ahí a imaginar que la Coca-Cola

es capaz de hundir los denodadosesfuerzos de todo un pueblo,esterilizando metafóricamente a sushabitantes, apenas hay un paso.

JOSEP SAMPERE

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Actos filantrópicos

Las tabacaleras extendieron el siguientebulo: si conseguías acumular un kilo de losplásticos que envuelven los paquetes decigarrillos, un minusválido lograba una sillade ruedas de regalo. Esta leyenda hacía quegente de buena voluntad continuaraenganchada pues, si bien fumar es malo, porlo menos se contribuía a una buena causa.El problema venía cuando conseguíasacumular el kilo de envoltorios e ibas alestanco.

ISABEL MIRANDAValencia

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Andrés Ibáñez Fortea, un barcelonésde 38 años, coleccionó en 1984 hasta unmillón de puntos que salían en lascajetillas de Winston americano,reconocible por su etiqueta azul. Éstosse encontraban fuera del alcance de lavista, en la patilla inferior del paquete.Allí se apreciaban una o dos cifras que,multiplicadas entre sí —por ejemplo 20por 50 igual a mil puntos—, daban elbotín logrado. Aunque Andrés norecuerda quién le comunicó lapseudopromoción, la cosa funcionabamás o menos así: al llegar a 200 000puntos se obtenía una silla de ruedas,mientras que con un millón la casa R. J.

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Reynolds te regalaba un reloj de oro.En aquella época, era hasta cierto

punto habitual ver en las Ramblas deBarcelona —donde se vendía esta marcade contrabando— a jóvenes con lamirada perdida en el suelo. Buscaban elWinston «pata negra» y, a la vez,contribuían a hacer más limpia laciudad.

Por los testimonios que logramosrecoger en toda España, la leyendaestaba muy extendida y lo único quedifería era la cantidad exacta de puntosque daban derecho al regalo y lascaracterísticas del premio, que oscilabaentre un encendedor Dupont de oro, una

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silla de ruedas, un reloj o el sorteo de uncoche.

En los principales estancos deMadrid, Valencia y Barcelona habíanoído hablar de la supuesta promoción,que algunos relacionaban con unprograma de radio y otros con uninfundio interesado. Pero lo bien ciertoes que muchos se conjuraron para sacaroro de aquello que con tanto desdéndespreciaban los zapatos.

El recurso de conferir valor a algoobjetivamente inútil, llámese arandelasde bebidas refrescantes, chapas,celofanes de tabaco y etiquetas deproductos muy diversos, era empleado

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desde el siglo XIX por empresas«pecaminosas» —tabaco, bebidas,dulces, etc.— para expiar las culpas desus clientes. Al hacer algo bueno con losenvoltorios, los consumidores redimíansu mala conciencia, ya que el daño quese infligían a sí mismos quedabacontrarrestado por el bien que hacían aotros.

Según cuenta Gary Alan Fine en elcapítulo Redemption Rumors de su obraManufacturing Tales , agudarecopilación de artículos sobre el«sexo» y el «dinero» en las leyendascontemporáneas, los orígenes de estatécnica de marketing se remontan a 1850

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cuando Benjamin Talbot Babbitt, unfabricante de jabón, decide venderpastillas individuales con su propioenvoltorio, cuando antaño se expedíanen largas barras que el comerciantetroceaba según las necesidades delcliente.

La campaña fracasaestrepitosamente —«el envoltorio nosirve para lavar», aducen los mujeres.Pero el éxito llega de forma abrumadoracuando se incluye un incentivo: unalitografía de vivos colores á cambio de25 paquetes vacíos.

En décadas posteriores, otrosfabricantes recurren a campañas

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semejantes. Los cupones de caféArbuckec se canjean por tirantes o café;los cereales Grape Nuts regalan un valedescuento por valor de un centavo parala próxima compra; la compañíaGeneral Mills obsequia con unacucharilla a cambio de equis bonos y asíhasta un largo etcétera. También la firmaR.) Reynolds entrega vistosos mecherospor paquetes de Camel vacíos, mientrasque American Brands obsequia concinco cartones de cigarrillos Pall Mallpor cada 500 cajetillas vacías recibidas.

Tras la Guerra Civil, también enEspaña se popularizaría esta técnicacomercial. Con «el cupón del hogar» y

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en función del volumen de comprasrealizado, un sinfín de establecimientosofrecían unos vales que había que pegaren una cartilla. Cuando se tenían lospuntos necesarios, el usuario se hacíamerecedor de ciertos regalosproporcionales a la cantidad recogida—ollas, vajillas, cuberterías, etc.— que,generalmente, se retiraban en loseconomatos.

Por lo demás, prosigue Gary AlanFine, el punto de encuentro entre elmundo de los negocios y los aparatosmédicos se remonta a 1936 cuando laempresa Liggett (ST Meyers impulsa unacampaña que permite canjear las

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etiquetas de Vets Dog Food —una marcade comida para perros— por uno o doscentavos, que van a parar a la cuentabancaria de una fundación de perrosguías de Chicago.

Desde 1950 hasta 1985 la noticia deque algunas empresas subvencionanaparatos médicos para los necesitadoscobra un inusitado ímpetu. En Syracuse(Estados Unidos), un centro comercialrecibe dos millones de cajetillas detabaco vacías, circunstancia que serepite en otros lugares y que, enprincipio, permite a los hospitalescomprar litros de sangre —financiadospor las empresas—, sillas de ruedas,

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perros guías, pulmones de acero ymáquinas de diálisis. Tanto es así, queGary Alan Fine remite una carta a 133fabricantes preguntándoles si han oídolos rumores que afectan a su marca. Delas 101 empresas que contestan, 17reconocen estar al corriente, entre ellasPepsi Cola, Kellogg’s, R. J. Reynolds yPhilip Morris.

La potencia de la leyenda urbana estal que en Estados Unidos, personas quehan reunido la cantidad necesaria deenseres —etiquetas, celofanes,cajetillas, etc.— y no saben qué hacercon ellos, se resisten a tirarlos con elpretexto: «Pero ¿y si los tiro y luego

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encuentro a alguien que los necesite?».Por norma general, las donaciones

tienen por destinatario a un niño de cortaedad, normalmente de entre dos y nueveaños, que necesita perentoriamenteayuda y que en algunos casos tienenombre y apellidos. Otras veces se tratade muchachos con enfermedadesterminales que quieren cumplir unúltimo deseo. Éste es el caso de DrallSheford.

La Biblioteca de Andalucía enGranada remitió uria carta fechada el 13de marzo de 1977 en la que podíaleerse:

Por la presente solicitamos su

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colaboración continuando la cadena desolidaridad realizada por las entidades queincluimos en el anexo con el objetohumanitario de ayudar a que se cumpla eldeseo de un niño de siete años que sufrecáncer terminal y cuya ilusión es figurar enel libro Guiness de los récords comopropietario de la mayor colección detarjetas de diferentes empresas o entidadesde todo el mundo. Rogamos sucolaboración no rompiendo la cadena. Paraello deberá remitir un dossier como éste aotras diez entidades a su elección y, almismo tiempo, enviar una tarjeta de suentidad al niño Drall Sheford, 38 ShelbyRoad, Carchalton, London, England.

La lista de instituciones que habíanparticipado en la cadena solidaria eraimpresionante —ocupaba unas cincuenta

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páginas— y en ella figuraban, entreotras, la Facultad de Medicina de laUniversidad Autónoma de Madrid, laEscuela de Estudios Árabes de Granada,el Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas —CSIC—, el Instituto deInvestigaciones Agrobiológicas deGalicia, la Fundación Jiménez Díaz deMadrid, el Centro de BiologíaMolecular Severo Ochoa, la AsociaciónValenciana de Empresarios deCerámica, la Universidad de Santiagode Compostela, la Fundación Cultural dela Caja de Ahorros del Mediterráneo, elayuntamiento de Haría (Las Palmas), laCámara de Comercio, Industria y

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Navegación de Barcelona y así hasta unlarguísimo etcétera. Cada una de estasentidades había mandado el mensaje adiez empresas distintas —listas que seincluían fotocopiadas.

A pesar del buen corazón de losremitentes, nos tememos que fueronengañados. En nuestros archivos seapilan decenas de peticiones parecidascuya falsedad está comprobada. Es elcaso de Brian Miranda, «que seencuentra internado en el Hospital NiñosPedro Garraham (sic.)» y que necesitaque le mandes un centavo para sucuración; de Jessica Mydek, una «niñitanorteamericana que sufre un caso muy

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agudo y muy raro de carcinomacerebral» que implora tres centavospara su tratamiento; de Craig Furr, unchaval británico de seis años que sufreun tumor cerebral y que quiere visitarDisney World antes de morir; deAnthony Parkin, martirizado por laleucemia y que desea recibir postales«para poder vivir entre nosotros parasiempre», etc.

Pero si hay un caso emblemático yverídico de filantropía éste es el deCraig Shergold. Su historia comienzacuando el 28 de septiembre de 1989 elperiódico sensacionalista inglés TheSun publica que Craig Shergold, nativo

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de Carshalton, pequeña localidad alsudeste de Londres, es víctima de unmaligno tumor cerebral. A pesar dehaber sido tratado con quimioterapia, suestado es muy grave, por lo que intentabatir el récord mundial de recogida depostales para figurar, a título póstumo,en el libro Guiness de los récords. Contan loable propósito, The Sun decideincluir en su edición un cupón-respuestapara superar la plusmarca de otro inglésde doce años, Mario Mosby, que cuentaen su haber con 1 000 265 cartaspostales.

Tras reiterados llamamientos de TheSun, Craig consigue el 18 de noviembre

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de 1989 hacerse con el récord —1 000266 postales— y a finales de ese mes yadispone de 1 256 266 cartas.Posteriormente otros lugares se suman ala campaña, caso del periódico de HongK o ng South China Sunday MorningPost. La respuesta es extraordinaria y,en marzo de 1990, Craig dispone de 7500 000 postales, inscribiendofinalmente su nombre en el LibroGuiness en 1991 con 16 250 692 cartasrecibidas. En diciembre de ese año,Craig inaugura una exposición enLondres, consagrada al récord, donde seexponen algunas de las 33 millones decartas recibidas por entonces.

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En noviembre de 1990 Craigencuentra a un millonario altruista, JohnKugle —según la revista Fortune elhombre más rico de Estados Unidos—,que ansía conocerlo. Kluge contacta conel neurocirujano Neal Kasell,especialista en tumores cerebrales en laUniversidad de Virginia, y le opera enCharlottesville el primero de marzo de1991. La intervención, sufragada porKugle y la compañía aérea AmericanAirlines, es un éxito y Kasell erradica el90% del tumor, que además no escancerígeno. Poco después es recibidoen Gran Bretaña con los honores de unrey.

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En la actualidad Craig Shergoldtiene veinte años y una salud envidiable.Sin embargo, sigue recibiendo postalesy figura como precursor de una saga deniños enfermos que recurren a lasolidaridad de sus semejantes paralograr sanar sus males. Decenas decasos similares se han registrado desdeentonces en España. Por otra parte, laempresa que apadrina el libro Guinessha retirado la categoría «más tarjetas»,ante el temor de que se repita losucedido. Por último, algunosdesaprensivos han hecho circular porInternet el nombre de niñossupuestamente enfermos, sirviéndose de

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nombres de indudable mal gusto: JessicaMydek —apellido que recuerda al falomasculino—, Craig Furr —«fur» podríatraducirse por saburra, esto es, la pastablancuzna que se forma en la lengua— oAnthony Parkin —patronímicoequiparable a vomitar.

Por lo que se refiere a lascompañías tabaqueras con que seiniciaba este relato, haninstitucionalizado los regalos que antessólo eran leyendas. Así, en marzo de1999, la casa R. J. Reynolds, fabricantede Winston, tenía una promociónconsistente en reunir el papel dealuminio que se encuentra al

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desprecintar el paquete. Cada papelitocontenía un número de «cities» con lasque se podía visitar Nueva York, SanFrancisco, Los Ángeles y Nueva Orleanstras tomar parte en un sorteo. Además sepodía ganar un reloj de pulsera —200«cities»—, un discman —700«cities»— o un chubasquero —75«cities»—, entre otros accesorios ycomplementos.

Otro tanto hacía Philip Morris,productora de Marlboro, sólo que eneste caso las «cities» eran «miles»(millas). Con 625 millas se lograba untermo de 700 cl de acero inoxidable,con 225 una linterna, con 185 un

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cenicero y con 550 una mochila, entreotros regalos.

También Pall Mall, otra de lasfirmas legendarias, se sumaba a la fiebrey ofrecía por quince códigos, de barrasde tabaco light un compact disc que seabría con el Free de Ultra Nate y quecerraba Gloria Gaynor con I am what Iam.

Las sillas de ruedas, los litros desangre y los pulmones de acero habíanpasado a mejor vida, para desazón detantos muchachos que rastreaban elsuelo de las Ramblas de Barcelona conla esperanza de ser tempranamente ricoscon su reloj de oro o de facilitar una

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silla de ruedas a alguien más necesitadoque ellos.

ANTONIO ORTÍ

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Aviones que roban la lluvia[1]

Yo he visto al ir al campo las nubes apunto de romper y ver enseguida la avionetapor en medio de ellas, y llegar al final delas nubes, volver otra vez atrás, y así le dabavarias pasadas a las nubes, despacio, y a losveinte minutos estar todo el tiempototalmente despejado.

RITA LÓPEZ ROMEROMurcia

El 1 de noviembre de 1953 larevista Diez Minutos regalaba a suslectores el siguiente reportaje: Los

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«rompenubes» norteamericanos sehacen ricos prestando servicios a loslabradores. Según se deducía delartículo, había surgido una nuevacuadrilla de pilotos capaces, ya no sólode producir lluvia, sino de evitar elgranizo que dañaba los frutales, acambio de 30 000 dólares al año. Deeste exterminio ilícito de las nubes setenía constancia desde 1949, cuando dosquímicos norteamericanos, lrvingLangmuir y V. Vonnegut, habíandescubierto que sembrando las nubescon agua y yoduro de plata se dificultabala creación de grandes cristales y así elconsiguiente granizo.

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Por tal motivo, las autoridadesespañolas llevaron a cabo variosensayos aéreos entre 1975 y 1985 en lacuenca del Duero y, más tarde, enCanarias y Aragón —según informabaServimedia en 1995. Pero,curiosamente, es desde que deja deutilizarse esta técnica —en 1985—cuando se multiplican los testimonios deagricultores de diferentes lugares deEspaña que afirman haber avistadotemibles aeronaves que perturban eltiempo con sus manejos.

Ese mismo año, Luis Alonso,presidente de la Cámara Agraria deAgreda, señala vehemente: «No sé a

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quién puede beneficiar todo esto, perohemos llegado a creer que es cosa de laComunidad Europea, pues las avionetasse hicieron frecuentes en esta comarcadespués de nuestro ingreso en ella yjusto después de que se decidierarecortar la producción de cereales ennuestro país».

Otro soriano, esta vez Toribio Isla,presidente de la Cámara Agraria deÓlvega, dispara en otra dirección:«Hace algunos años —afirmaba—vinieron gentes de La Rioja congeneradores de tierra o “estufas”, unaespecie de bombonas, que lanzabanyoduro de plata a la atmósfera, diciendo

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que se instalaban para disolver elgranizo antes que cayese, ya que a ellosles estropeaba las huertas. Fue entoncescuando comenzaron los problemas delluvia». Una diatriba que merecería díasdespués la contundente respuesta deJavier Ruiz, responsable del se-vicio delucha antigranizo de La Rioja: «Esteembrollo —apuntaba— obedece a lapsicosis de los campesinos sorianos,que creen que les estamos robando lasnubes. De hecho, en 1985 retiramos deesa provincia el último de nuestrosgeneradores de yoduro de plata, porquese creía que éramos nosotros losresponsables de la falta de lluvia,

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¡cuando buscábamos todo lo contrario!»Sin embargo, el debate continuó en

años posteriores y llegó al Congreso delos Diputados —en mayo de 1992— dela mano de Efrén Martínez, diputado delPartido Popular por Soria. La respuestadel Ministerio de Agricultura fuetajante: desde 1985 no se lanzabayoduro de plata desde avionetas y,cuando se hizo, fue para evitar elgranizo y aumentar las precipitacioneslíquidas.

No contentos con estasexplicaciones, ochenta pueblos del nortede Soria deciden crear en 1993 laAsociación de Avionetas del Moncayo

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—AVIMON— para denunciar laexistencia de artefactos voladores.Tanto es así que el entones ministro deObras Públicas, José Borrell, se veforzado a intervenir en el caso, tras serinterpelado por un senador de su propiopartido. «Desde el punto de vistacientífico —señala Borrell—, lapreocupación ciudadana no tiene otraexplicación que la coincidencia defenómenos naturales, como ladesaparición de una masa nubosa o sudisipación al aumentar la temperatura olevantarse el viento».

Por aquel entonces, los aviones queroban lluvia ya han sido detectados, no

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sólo en Soria, sino también en Zaragoza—en las proximidades del Moncayo—,circunstancia que no pasa desapercibidaa las autoridades. En otoño de 1995,Alberto López, responsable deldepartamento de prensa del GobiernoCivil de Soria, manifiesta que «latercera parte de la provincia estáalarmada, e incluso hemos sabido que sehan organizado batidas para cazaraviones, poniendo en riesgo la seguridadde vuelos que, quizá, no tengan nada quever con el problema». Tanto es así, quela Dirección General de Aviación Civildispone los días 15, 16 y 17 de mayo de1995 una avioneta estacionada en el

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aeródromo de Garay para perseguir alas aeronaves piratas.

Pero ya esos días las avionetasfantasmas vuelan por otros lares.Vecinos de Lorca —en Murcia—presentan una denuncia ante el juzgadode Instrucción número 2 de la capital eincluso entregan muestras de tierra que,presumiblemente, contienen «productosantilluvia». Tres años después, trasarchivarse el caso al no hallarseindicios sólidos de delito, se convocandos manifestaciones en Lorca —tambiénen Murcia— para exigir eldesmantelamiento de la ConfederaciónHidrográfica del Segura, a la que se

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acusa de trasmitir a las aeronavesinformación sobre la situaciónatmosférica.

A falta de lluvia, se desata unaauténtico aguacero de acusaciones quemoja a las compañías de seguros —si sepierde el género por culpa de la lluvia,han de responder con su capital— y alos grandes empresarios que cultivan lalechuga, «ya que no dejan que llueva,porque la lechuga quiere agua del sueloy con la lluvia se pudre», según señalaRita López Romero, una testigo que dicehaber divisado a las misteriosasavionetas.

La leyenda española, que ya se

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conoce desde Almería hasta Tarragona,donde el diputado de Iniciativa porCataluña-Los Verdes, Víctor Gimeno,eleva una propuesta no de ley alParlamento para que la Generalitat«explique si sabe de la realización deestos tratamientos aéreos», pasa,primero a la vecina Francia y luego aEstados Unidos, con lo que se completaun curioso trayecto de ida y vuelta.

A Francia pudo llegar, segúnespecula Jean-Bruno Renard, de la manode los temporeros españoles queacudían a la recolección de la patata,primero a la región de la Dordoña yantes a Quercy, donde en el verano de

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1986 las trufas no salieron a causa de lafalta de precipitaciones y se acusó a losarbicultores de Tant-et-Garonne decontratar aviones antinubes parapreservar sus frutales.

En Estados Unidos, tras arreciar lasequía en Maryland, los lugareñosachacaron la falta de lluvia a individuosque «intentaban alterar el climavertiendo productos químicos sobre lasnubes», razón que llevó en 1983 algobernador del estado a promulgar unaley que castigaba las actividades de losladrones de nubes —si bien ninguno deellos pudo ser apresado.

Tanto en España, Francia y Estados

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Unidos los misteriosos avionessobrevolaron los cielos en época desequía. Antes que ellos, sacerdotes ybrujos habían intentado controlar envano la meteorología. En el siglo y, porejemplo, la liturgia romana conocida porad pretendam pluviam intentó sustituir alas «robigalias», fiestas paganas en lasque se hacían procesiones y súplicasespeciales a los dioses.

Sólo siglos después, estos conjuros,mitad brujeriles, mitad eclesiásticos —valga recordar la lluvia torrencial quese atribuye a Santo Domingo y que sacóa Segovia de una persistente sequía—,recibían la inestimable ayuda de la

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ciencia. Así, durante el siglo XIX sepuso de moda atizar cañonazos a lasnubes, mientras las campanas de lasiglesias tañían al aire en busca decomprensión divina.

Sin embargo, donde antes habíaseres mágicos ahora nos encontramoscon tecnología, con avionetas quereencarnan a gráciles brujas montadasen ecológicas escobas. Lo demás, seriaaceptar un fenómeno natural: la sequía.Al fin y al cabo, los afectados se niegana admitir que la naturaleza se comportede un modo tan caprichoso, al socaire deciclos más o menos periódicos. Decirque la sequía no tiene un origen natural,

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es aceptar la influencia de fuerzasexternas, de oscuros intereses políticosque el Gobierno no tiene intención deinvestigar y que, en última instancia,explicarían por qué a lo largo de estesiglo los antiguos seres sobrenaturalesque nos visitaban se han vuelto«sobretecnológicos», aportando esetoque de racionalidad científica exigiblea cualquier superstición popular quepretenda una larga vida.

ANTONIO ORTÍ

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Fraudes telefónicos

Cuando en 1872 Graham Bellinventó un aparato para trasmitir sonidosa través de la corriente eléctrica yayudar a los sordomudos, poco podíaimaginar los sinsabores que iba a causaren 1998 a un buen número deciudadanos. Argelinos sin escrúpulos,marroquíes con tíos en Marraquesh,hermanos en Rabat y primos en Tánger,además de gambianos recolectores demanzanas, por citar sólo a algunos,formaban parte de una organización quemuy bien podría denominarse «África al

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habla».Todos ellos habían dado con un

método clandestino y eficaz quesignificaba un antes y un después en lahistoria de las telecomunicaciones:raptar los teléfonos del Primer Mundo,para llamar a su país a bajo coste. Igualque sucediera con la colonización delOeste americano, cuando ciertosdesalmados vendían rifles a los indios,ahora otros hombres blancos habíanbrindado a los africanos los mediosnecesarios para llevar a cabo susdesmanes.

El ingenioso sistema se resumía encinco puntos y tuvo tal acogida en

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instituciones y ayuntamientos que muypronto fue de dominio público. El textoque se intercambiaron a través delcorreo electrónico los consistorios deBarcelona, Santa Margarida de Montbuiy Arenys de Mar, entre otros, se titulabaSe ha detectado un nuevo timotelefónico y decía textualmente lo que selee a continuación:

1. Llaman por teléfono diciendo queson del servicio técnico deTelefónica o de una empresa quetrabaja para ellos —ATT— ypreguntan si dispones de marcaciónpor tonos.

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2. Con la excusa de que necesitanrealizar comprobaciones en lalínea, piden que marques el 90#(nueve-cero-tecla#).

3. Una vez que lo has hecho, te dicenque no hay ningún problema y tedan las gracias.

4. Resultado: han convertido tu líneaen receptora de todas las llamadasdel teléfono desde el cual te hanllamado, con lo que todas lasllamadas que hagan ellos te lascobrarán a ti.

5. Telefónica no sabe cómo pararlo,ni cómo evitar este fraude.

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Por los testimonios que recogimos y,al parecer, según había publicado elperiódico Regió 7 —extremo que nopudimos confirmar—, la argucia aquíreseñada era explotada en régimenindustrial por bandas interesadas enlanzar un cable a ciudadanos de otroscontinentes a cambio de una buenatajada.

En este libro uno de los aspectos alque hemos prestado mayor atención hasido desentrañar por qué algunashistorias tienen tanto éxito en lasciudades y por qué otras —narrativamente igual de perfectas—mueren por el camino. En el caso de esta

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leyenda no hay duda: la ciencia hacetiempo que dejó de percibirse como unabendición del cielo y ahora se observacomo una amenaza ante la que nadiepuede sentirse seguro.

Una somera lectura del manual deinstrucciones de nuestro teléfono—«Inserción de pausas», «Borrado dememorias» «Resistencia mínima deaislamiento», etc.— podría llevarnos apensar que los escribas de la compañíapública se adiestraron en el antiguoEgipto, antes que en el alfabeto latino.Lean, si no, el siguiente párrafo queaparece en la página siete del «Manualde Usuario» de esta compañía:

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Las teclas que facilitan el acceso a losServicios Suplementarios Digitales de laRed Telefónica, están programadasestrictamente para su uso con el equipoconectado directamente a la centraltelefónica. Para el uso de los servicios decentralitas se deberán seguir lasinstrucciones específicas de los mismos.

Paradójicamente la compañía quevela por la comunicación se dirige a sussúbditos con una jerga incomprensible ysectaria. ¿Por qué no atribuir, pues,sórdidas intenciones a este aprendiz de«Gran Hermano»? O, aún más, ¿por quéno rebelarse contra este ente anónimo ylejano?

Ambas tendencias parecen estar muy

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presentes en las leyendas telefónicas.Entre los amotinados figuran todosaquellos que durante el último tercio dels i gl o XX no han cejado de idearsistemas —por ejemplo, atar un hilo auna moneda previamente agujereada ytirar de él cuando la cabina se la traga—con tal de librarse del yugo de la tarifaplana.

Otros, en cambio, como en el casoque nos ocupa, han preferido llevar a lapráctica su propia noción delmonopolio, si bien conviene aclararpronto que el timo antes descrito jamáspudo producirse. «Es inviabletécnicamente», nos dijeron en

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Telefónica, con voz fatigada. No envano, decenas de personas —reconocieron— habían llamado antesque nosotros para cerciorarse si tambiénlos paquistaníes que reparten el butano ylas filipinas que trabajan en el serviciodoméstico habían dado con una nuevamodalidad de cobro revertido.

Una nueva informadora, BirgitCortada, nos hacía llegar otro novedosotimo telefónico, más ingenioso que elanterior y por tanto más plausible. Laidea central del mismo podría resumirseen que delante de la todopoderosa y nosiempre precisa ciencia, podemos llegara cometer idioteces tales que, a la

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postre, comprometan nuestro pecunio:

Unos presuntos delincuentes estánenviando decenas de miles de correos quedicen textualmente: ¡Gracias por su pedido!En menos de 48 horas su tarjeta de créditoserá cargada con la cantidad de: Ptas 780000 (520 $ US), IVA incluido. Paracualquier aclaración de este pedido, llame anuestro centro de pedidos: 005 691 4019(servicio GRATUITO para nuestrosclientes).

Se trata de una presunta estafa queconsiste, simplemente, en que el que recibeeste mensaje marque este teléfono,localizado en Chile, que no es gratuito, sinotodo lo contrario, y, al que sólo por elhecho de llamar, cargan en nuestra cuentabancaria cantidades astronómicas por unasimple llamada, unas 500 ptas el minuto

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(tres euros por minuto, aproximadamente).

El mensaje incluía el suplicatorio«mándalo a cuatro personas», una ciframodesta para lo habitual en la red deredes —normalmente diez. Respecto ala sintaxis del texto y la conocidaafición de los internautas de dramatizarlos mensajes con exclamaciones,mayúsculas y números, nos hemosmantenido fieles al texto original.

Pero el tercer grupo y el másnumeroso está integrado por los quesólo pagan sus facturas y se defienden,mal que pueden, de la tecnología deunos y otros. Entre ellos se encuentraAlex Font, un lector de La Vanguardia

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que publicaba el 21 de enero lasiguiente carta:

Telefónica ha puesto en funcionamientouno de los sistemas más chabacanos de losimaginables para usurparnos el dinero enpequeñas raciones pero que, sumadas, sonuna fortuna. El caso es el siguiente: el otrodía un conocido me llamó a casa. Despuésde charlar un rato me despedí y colgué elauricular. Una porción de segundo mástarde el teléfono volvió a sonar. ¡Quécasualidad! pensé. Pero la coincidencia noera tal: al descolgar descubrí que al otrolado del hilo se encontraba el mismo amigocon el que había departido hacia escasosmomentos. «¿Por qué vuelves a llamarme?»le pregunté, a lo que él me contestó muyextrañado: «¡Pero si yo aún no habíacolgado el auricular!».

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El asombro era máximo. Fue unproceso tan rápido que mi amigo no podíahaber tenido tiempo de apretar el botón de«rellamada». Pero la sorpresa fuemayúscula cuando días más tarde estemismo hecho me volvió a suceder con unconocido. La conclusión estaba clara: estassegundas llamadas —casi instántaneas—están previstas por Telefónica para que, consólo descolgar el teléfono, tengan derechoa cobrar tantas pesetas de establecimientode llamada.

Sinceramente, cualquiera podría darfe, apelando a su propia experiencia, deeste «fenómeno paranormal». Y otrotanto puede decirse de la repentinagenerosidad de Telefónica al regalar adiestro y siniestro el servicio de

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contestador automático.Para muchos particulares, ya no sólo

es posible que bandas foráneas esténpagando a Telefónica con su mismamoneda, sino que es más que probableque ésta nos engatuse con alevosía ypremeditación.

Tal vez esta desconfianza hacia lacompañía pública y, por extensión, a suoscurantista técnica, ha llevado aalgunos ciudadanos a participar encadenas solidarias que advienen de losexcesos.

Antiguamente, el boca a boca y lascartas de los lectores eran el medio detrasmisión habitual. Más tarde, los

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folkloristas comenzaron a referirse atérminos tan curiosos como el «faxlore»—algo así, como el folklore trasmitidopor el fax— para acabar en el «netlore»con la irrupción de Internet.

Los falsos virus informáticosentrarían dentro del último capítulo yabarcarían desde el famoso Good times,una bomba que se activa al abrir unmensaje de correo —algocompletamente imposible—, hasta el«virus del sida» que —según nos hallegado por Internet— se presenta ennuestro correo con «Abre. Superguay.Es increíble» y a continuación devoranada menos que cinco megas de disco

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duro y borra todos los programas, porno hablar del «Viernes 13», el primerode esta prolífica saga.

Incluso el periódico sensacionalistanorteamericano The Weehly WorldNews —de venta en supermercados— seha atrevido a publicar una entrevista conuna persona de 38 años, «cuyos datos sedesconocen», que responde por«paciente cero» y, que al parecer, hasido infectado por un virus informático:

Del mismo modo que el virus del sidapasó en cierto momento de los monos a laspersonas un virus del tipo «caballo deTroya» se ha trasmitido finalmente deldisco duro de un ordenador al sistemanervioso central de un hombre.

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Como sucedía con el teléfono, laexistencia de virus auténticos —caso de«Melissa»—, inspira a ciertos«tecnogamberros» a lanzar mensajestremendistas, sobre todo a través deInternet, a fin de instaurar el caos eninstrumentos concebidos para el orden.

Ante tamaña amenaza, losciudadanos reaccionan de forma muyclásica, sólo que en lugar de recurrir ahojas fotocopiadas o al fax, ahoramandan sus cadenas solidarias a travésde Internet. Y es que, curiosamente, elmismo instrumento de cuyos peligrosadvierten es, en la práctica, el único quepuede salvarlos.

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ANTONIO ORTÍ

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La acupuntura crea hábito

La acupuntura es una técnica curativatradicional de China. Sus efectos sonconocidos a escala mundial, aunque no seaaceptada por la comunidad científica.Últimamente es famosa por ser un remedioeficaz para dejar de fumar. ¿La razón?Evidentemente, las agujas que te meten vanprovistas de sustancias adictivas, quesustituyen a la nicotina. Dejas una adiccióny te sometes a otra.

LOLA ORTÍValencia

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Que los ciudadanos chinos son unosmalvados, que traicionan, que tienentormentos insanos, que se comen todo loque tiene patas —menos las sillas—, esbien conocido. En este libro encontraráejemplos muy gráficos, por si lequedaba alguna duda. Lo que nopodíamos sospechar cuandocomenzamos este inventario sobre lasleyendas urbanas que corren porEspaña, es que en Valencia se iba aampliar su larga lista de fechorías.

Al parecer, la acupuntura es unaformidable tapadera para convertir enpeleles ambulantes y zombis de pocamonta a enfermos aquejados de dolores

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musculares y fumadores empedernidos.Cuando se tumban en la mesa camilla,no sospechan nada, incluso creen notaralivio. Sin embargo, esas inocentesagujitas que les clavan en la espalda, enla nuca y en el lomo están impregnadasde una sustancia adictiva que lesconvierte en clientes cautivos. Que lesduele un pie, agujita; que la migraña nose cura, agujita; que el trabajo lesprovoca estrés, más agujitas.

A decir verdad, en Valencia pareceexistir un extraño síndrome relacionadocon las agujas adictivas. De aquíprocede, por ejemplo, la leyenda de quealgunas cabinas telefónicas esconden en

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el receptáculo que devuelve lasmonedas agujas de jeringuillasinfectadas de sida —cuando vas arecoger el cambio, te contagias. Incluso,algunos sostienen que el diario LasProvincias publicó alguna vez —extremo que no hemos podido confirmar— que en la playa de La Malvarrosa seencontraron jeringuillas enterradas en laarena con la punta hacia arriba.

El folklore moderno encuadra a estegénero dentro de las «teoríasconspirativas». Al contrario que lasleyendas urbanas, de estructura másneutra cuando no conservadora —no hayque hablar con desconocidos, hay que

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rehusar caramelos a la puerta delcolegio, tener cuidado con lasautoestopistas, etc.—, las«conspiraciones» suelen enfrentarse alpoder, al que consideran responsable debuena parte de los males conocidos.

Hasta España han llegado algunas deellas, como la que nos recuerda VicenteDomenech desde Alacuás (Valencia)quien sostiene que durante la etapafranquista el pan contenía pequeñasdosis de bromuro que disminuía elapetito sexual de quien lo comía.

La primera noticia que se tiene delmito del bromuro data de finales de1939, en vísperas del ataque alemán a

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Francia, cuando los soldados galosempiezan a quejarse de que se mezcla elbromuro a sus espaldas con café o vino.«Esto —señala Jean Noél Kapferer—disminuía de manera notoria el ardor yla capacidad amorosa de los soldados,fenómeno del que se percataban en susdías libres». Al parecer, los militaresrecurrían a este componente químico porpensar que la continencia amorosafacilitaba las posibilidades de victoria ypotenciaba ciertas virtudes mágicascomo el ardor guerrero.

Sin embargo, la leyenda del bromurosiguió expandiéndose al finalizar laguerra y caló en los cuarteles españoles

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a finales de la década de los sesenta. Afalta de alemanes a los que combatir,aquí la explicación podría ser otra: lossoldados, al fin y al cabo unosadolescentes, justificaban con elbromuro sus angustias sobre lasexualidad confinada y culpaban a laIglesia y a los militares de cualquiereventual fracaso amatorio que pudieradarse al llegar el anhelado permiso. Sinembargo, a diferencia de Francia y talvez fruto del opresivo régimenfranquista, la idea de que el bromuroseguía muy presente en la dieta cotidianafue una constante hasta prácticamentenuestros días.

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A su vez —continua Domenech—,cuando se generalizó el uso de aguacorriente en las casas, el líquido quesalía del grifo también llevaba uncomponente que, sin alterar en exceso elsabor —aprovechando el del cloro—,afectaba al deseo. Estas prácticasestaban auspiciadas por la Iglesiacatólica, de gran poder e influenciaentonces y siempre pendiente deldisfrute de sus feligreses.

Otro caso más reciente sobremanipulación gastronómica alude a losperros utilizados por la policía paraencontrar droga, sobre cuya toxicomaníaexiste un amplio consenso en España.

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Normalmente, el estado, la policía ylos políticos son los principalessospechosos de estas tramas urdidaspara oscuros manejos. Aunque no losúnicos. En efecto, los laboratoriosfarmacéuticos suelen percibirse, enEspaña y en Estados Unidos, comobunkers deshumanizados que deciden eldestino de las personas en función desus beneficios. ¿De qué modo cabeinterpretar, si no, que la gripe sigapostrando en cama a millones depersonas cada año?

Son los propios laboratorios —contesta Jaime Bengoa desde Castellón— los que mutan el virus para que las

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medicinas que año tras año inventan —más las que ya están en el mercado— nosirvan de nada. Simple y llanamentesirven para engordar las arcas de estasempresas. Además, estos fuertesintereses económicos implican enmuchas ocasiones a los médicos, queatiborran de medicamentos a lospacientes, normalmente de formaindiscriminada y a cambio de suculentascomisiones y regalos.

La extendida tesis de que el sida loinventaron los norteamericanos paralibrarse, primero de homosexuales yreclusos, y, más tarde, del TercerMundo, entraría dentro de este capítulo.

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E n Bienvenidos al mundo del sidadamos más detalles al respecto.

Sin embargo, hasta España hallegado una maquinación más terrorífica,un plan perfecto para aniquilar a losancianos y convertirlos en un amasijo dehierros y cristales rotos por encargo deun organismo oficial: el INSERSO.

Con las nuevas tecnologías yavances de la medicina —reflexionaSalvador Olmos desde El Perelló(Valencia)— es reconocible un aumentoconsiderable de la calidad de vida denuestros ancianos. Además de ventajasde todo tipo, el INSERSO facilita lalabor del ocio a los mayores,

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programando viajes a precio de costedurante temporadas donde la escasaactividad turística permite una mejoratención. Pero, paralelamente a estasmejoras, el problema del sostenimientode las pensiones públicas se engrandecedía y a día y jubilado a jubilado. Esentonces cuando el INSERSO pone enmarcha el plan B: OperaciónAccidentes. España es el país dondemayor número de accidentes deautobuses de jubilados se produce demedia en la Unión Europea, y eso tieneque ver con el sistema público depensiones.

En Estados Unidos hay varios libros

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dedicados exclusivamente a este tipo decomponendas, consecuencia lógica delalejamiento de los ciudadanos de loscentros de poder, pero también decorruptelas, abusos, prevaricaciones yenriquecimientos súbitos de gobernantesy allegados. Cada una de estas teoríastiene un buen número de seguidores y esrefutada periódicamente con nuevosdatos.

Algo similar parece estar ocurriendoen España. Y es que, si Luis Roldán,antiguo responsable de la Guardia Civil,apareció fotografiado en calzoncillos enInterviu, poco después de huir con unamaleta repleta de dinero, por qué no

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creer que las quinielas futbolísticas, enrealidad, no le tocan a nadie. Nos loexplicaron en Teruel y la cosa tenía sulógica. El sistema de apuestas es unafabulosa maquinaria inventada por elGobierno para recaudar fondos. Comoes imposible acertar y se impone cubrirlas apariencias, el estado escoge a unoscuantos mendigos para hacerlos pasarpor agraciados. A cambio de susilencio, les da algo de dinero, pero lescoacciona con que, si abren la boca, lesinternará en un hospital psiquiátrico olos condenará por tráfico de droga.Ellos acceden a callar y el «sistema»continúa. A nosotros, al pueblo, no nos

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toca nada —todo lo más algún doce…—y para más inri —añadimos—consienten que los médicos chinos noshagan adictos a la acupuntura.

ANTONIO ORTÍ

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IMPREVISTOSIMPENSABLES

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Elefantes abollacoches

¿Cómo sabes que hay un elefante en tubañera? Por el leve olor a cacahuetes desu aliento. ¿Cómo sabes que a una mujerla ha violado un elefante? Porque estarádos años embarazada.

He aquí un par de ejemplos, citadospor Alan Dundes en su obra CrackingJokes, de un género que estuvo muy demoda allá por los años sesenta: loschistes de elefantes. Fue también poresas fechas cuando empezaron a surgir

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las primeras leyendas modernas conpaquidermo incluido. Tom Buckley,periodista del New York Times , recogeuna de ellas en un artículo del 5 de mayode 1975.

El «suceso» descrito se iniciacuando una mujer aparca su flamanteVolkswagen «escarabajo» en elMadison Square Garden de Nueva York,con la intención de comprar unasentradas para el circo. Mientras está enla taquilla, se pasea por el aparcamientoun elefante, al cual han sacado para quese airee. De pronto, el animal confundeaquel cochecito rojo con el taburete queforma parte de su número y se sienta

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encima, hundiéndole completamente eltecho. Los responsables del circo leproporcionan un atestado donde secuenta lo ocurrido y se comprometen apagarle la factura del chapista. Cuandola policía la para en el viaje de vuelta,sospechando que ha tenido un accidentey se ha dado a la fuga, podrá demostrarsu inocencia gracias a dicho atestado,evitando que la sometan a la prueba dela alcoholemia.

Si hemos puesto «suceso» entrecomillas, es porque las concienzudasgestiones que llevó a cabo Tom Buckleypara localizar la fuente de la noticiasólo sirvieron para irle remitiendo a una

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cadena sin fin de «amigos de amigos»que aseguraban haberla oído de bocascada vez más lejanas. Por último, elportavoz del circo confirmó lo que cabíaprever: se trataba de una historiaapócrifa que llevaba unos quince añoscirculando.

En efecto: como demuestran JanBrunvand, Bengt af Klintberg y RolfBrednich, los elefantes abollacochestambién han depositado repetidamentesus demoledores traseros sobre lasfrágiles carrocerías de automóvilesalemanes, suecos, británicos yespañoles. Véronique Campion-Vincentmenciona un brevísimo suelto publicado

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en el periódico France-Soir del 8 demarzo de 1963, en el cual se describeuna versión situada precisamente ennuestro territorio.

Según esta reseña (que ya quisierapara sí el dibujante Ibáñez) parece serque un guardia de tráfico se puso a tocarel silbato cerca de un elefante; éste,quién sabe si tomando el pitido por unade las señales de su domador, se subióentonces al vehículo de nuestro paisano(que muy bien pudiera ser un«seiscientos», a juzgar por la fecha), ybailó sobre él con el mismo aplomo quedebía de mostrar en su taburete de lapista circense. En esta ocasión no hubo

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atestados que disculparan al conductor,quien terminó en la comisaría porsupuesta ebriedad.

Si calificábamos de frágiles lascarrocerías de los coches siniestradoses porque éstos suelen ser utilitarios depequeñas dimensiones: «Fiats»,«escarabajos», «Minis» o «DosCaballos». La aguda desproporciónentre el gigantismo del elefante y elenanismo de tales vehículos refuerza elefecto cómico de esta clase de relatos ylos sitúa en la órbita de ciertos gagsvisuales de invariable eficacia. Uncirco, por ejemplo, utilizó de reclamopublicitario un cartel donde se veía un

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elefante sentado en un Volkswagen paraanunciar su llegada a Estocolmo.

A finales de los años setenta laleyenda empieza a sufrir mutaciones ycristaliza en una variante que circulaprimero por Gran Bretaña, luego por elresto de Europa y con el tiempo seincorpora a la tradición norteamericana.En esta nueva versión, el circo seconvierte en «safari-park» y el alcoholadquiere un fatal protagonismo. El relatoque sigue presenta ya todas estasinnovaciones. Nos lo cuenta PacoBarquino, escritor y profesor deliteratura residente en Barcelona, talcomo se lo narró un alumno suyo:

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Un matrimonio acaba de estrenar uncoche nuevo y decide conducir hasta unsafari-park para celebrarlo. En la zona delos elefantes, la mujer, pensando que nocorre peligro, baja un poco la ventanillapara refrescarse un poco del calor. Uno delos paquidermos, acostumbrado a recibircomida de los turistas, introduce la trompapor el hueco de la ventanilla abiertareclamando su ración. La mujer, espantada,la cierra tan apresuradamente que, en sutorpeza, atrapa la trompa del animal. Elelefante reacciona de forma violentaintentando liberarse del cepo, y cuandofinalmente lo consigue tras un breveforcejeo, se venga del matrimoniogolpeando con furia el capó con su trompahasta abollarlo.

Cuando el matrimonio consigue escapardel ataque del elefante, se presenta, muy

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nervioso, en la recepción del safari-parkpara explicar lo sucedido. El gerente queles atiende les escucha sin sorpresa y lestranquiliza contándoles que este tipo deaccidentes es tan común que hasta disponende un seguro a disposición de los clientespara casos así. Mientras el gerente rellenalos papeles del seguro, sirve una copa decoñac al matrimonio para que acabe detranquilizarse.

Una vez cumplimentados todos lostrámites del seguro, el matrimonio semarcha de vuelta a casa con su cocheabollado. Unos kilómetros más allá, lafatalidad quiere que tropiecen con unaccidente de tráfico. Un coche medioatravesado en la carretera y un hombreinconsciente tendido en el asfalto lesimpiden el paso. El matrimonio baja de suautomóvil para atender al herido. Ellos son

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los primeros en llegar al lugar del siniestro.Al descubrir el cuerpo inmóvil del

conductor, no se atreven a tocarlo yaguardan ayuda. Enseguida llegan máscoches y, entre ellos, uno de policía. Loshombres de la ley, al ver el coche abolladode nuestro matrimonio, deducen que se havisto implicado en el accidente.

Nuestro matrimonio proclama suinocencia inútilmente explicándoles que elresponsable de aquel destrozo ha sido unelefante. La policía frunce el ceño alescuchar la anécdota del safari-park.Creyendo que es un bulo, hace la prueba dealcoholemia al matrimonio. Evidentemente,el coñac que había ingerido en la recepcióndel safari-park mientras el gerenteformalizaba los papeles del seguro es unaprueba inculpatoria demasiado contundente.Las pruebas circunstanciales les acusan.

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Ellos han provocado aquel accidente porconducción temeraria en estado deebriedad.

En esta versión se da unacoincidencia única, intraducible a otrosidiomas, que confiere al relato unacuriosa circularidad y apunta hacia unamoraleja rebosante de justicia poética.Obsérvese que la mujer «atrapa latrompa» al pobre elefante, que sólomendigaba un puñado de cacahuetes.Más tarde, esta frase literal reapareceráen forma figurada, al sobreentenderseque el marido «pilla una trompa» (seemborracha) y por ello es acusado de laautoría del accidente: difícilmente

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podría encontrarse una aplicación másingeniosa de la ley del Talión: ¡quienpille la trompa a un elefante, lo pagarápillando una trompa!

Puede que esta elucubración no seapoye más que en un juego de palabrasmás o menos afortunado; ahora bien,aunque el retruécano no sea posible enotras lenguas, la asociación metafóricaentre los elefantes y el alcohol sí que loes. Nos referimos a la creencia popularde que los bebedores empedernidos ven«elefantes rosas». Ignoramos en quémomento se introduciría la fatídica copade coñac en la leyenda del elefanteabollacoches, pero lo cieno es que

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constituye un magnífico hallazgoargumental. No sólo encaja a laperfección en la trama, sino que lareviste de un significado mucho máspunzante: a los ojos de la policía, elinocente conductor será culpable de«conducción temeraria en estado deebriedad», y cuando éste intentejustificarse, no conseguirá otra cosa queredondear involuntariamente el primermalentendido con una excusa queejemplifica, al más puro estilo del chisteo el tebeo, las alucinaciones de unalcohólico a las puertas del deliriumtremens.

Esta leyenda constituye una

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magnífica ilustración de las jugarretasdel destino a que está expuesta cualquierpersona de conducta ejemplar y quepueden poner en entredicho su honradez.

E n The Chohing Doberman JanBrunvand recoge una versión en que laprotagonista es nada menos que unamonja, a la que también acusan de haberempinado el codo. Algunos conocedoresdel carácter germánico nos proponenuna interpretación semejante. Según suteoría, la reiterada presencia de«escarabajos» Volkswagen podríadelatar el origen alemán de la leyenda.De ser cierto, opinan dichosgermanólogos, el temor reverencial que

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inspira la «autoridad» a los alemanes severía reflejado en una situación que paraellos encarnaría la peor de laspesadillas: ser acusados injustamente deun delito causado por una cadena defatalidades absurdas.

En el último relato de este capítulo,del que no hemos encontradoequivalentes extranjeros, no apareceelefante alguno. Lo que sí que hay en él,como observará el lector, son algunosmotivos que recuerdan la leyenda delelefante y el safari-park. Uno de ellos esel alcohol, que desempeña una funciónparecida: inculpar a un inocente.Tendríamos aquí otro ejemplo de la

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flexibilidad de los temas y motivos delas leyendas urbanas. La recreacióncolectiva los combina y recombina sincesar. De este modo se van generandotipos y subtipos autónomos y bientramados, con grandes diferenciasformales pero provistos de idénticoselementos de fondo. Nos lo cuentaMiriam, una informadora de Tarragona:

Un chico va conduciendo solo por lacarretera y tiene un accidente contra otrocoche conducido por una chica. Ninguno delos dos se hace daño pero los cochesquedan prácticamente destrozados. La chica(muy atractiva, por cierto) le dice: «¿Estásbien? Sí, estás bien. Y yo también. No tengoni un rasguño. Esto debe de ser cosa del

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destino. El destino nos ha unido. Es unaseñal».

El chico, encantado y desconcertadopor lo extraño de la situación, le da la razóna la chica. «Sí, sí, debe de ser cosa deldestino» (a ver si cae). La chica se dirige alcoche y coge una botella de vino que haquedado intacta. Se la ofrece al chico paraque «le quite el nerviosismo y para hacer lasituación algo más agradable y celebrar suencuentro». Él, nervioso, se bebe mediabotella y cuando se la pasa a la chica, éstatira el resto del vino y rompe la botella enañicos. Le dice al chico: «Ahoraesperaremos a que venga la policía…».

Y luego, por si teníamos algunaduda, nuestra informadora de Tarragonaalude al quimérico «amigo de un

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amigo», aportando pruebas concluyentesde las raíces legendarias del relato:

Esta historia me la explicó ayer (28 defebrero de 1999) un amigo como si fueraverdad. (Un caso real, aunque luego bromeódiciendo que se la había contado no séquién).

JOSEP SAMPERE

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Pechos explosivos

Hace quince años el periódicocolombiano El Espectador encabezó unade sus páginas con la siguiente noticia:Pechos de azafata explotan a 15 000pies de altura. Aunque los atónitoslectores lo ignoraban, no se trataba de latípica primicia de un país desmedido.Detonaciones parecidas se habían oídocon antelación.

También en Colombia el estallidohabía sido casual y sin ningún finpreconcebido. De repente, una azafatamuy bien plantada, se había marchitado

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ipso facto, recordándonos esa escena deUn rey en Nueva York (1957) en la queCharles Chaplin acude a ver unapelícula cómica después de hacerse lacirugía estética y ríe de tal manera quele saltan las costuras de la cara.

Hacia 1980 llegaban hasta Españaestallidos similares. Por aquella fechasitúa Víctor García, presidente de laSociedad Española de Medicina yCirugía Cosmética, una serie de rumoresque afectaron, muy en especial, a laactriz y presentadora Ana GarcíaObregón.

Aunque se ignoran los detallesconcretos de aquel infausto vuelo, el

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susto debió de ser de órdago, ya no sólopor la agraciada anatomía de laprotagonista, sino por la alarma socialque crean siniestros de esta ralea.

En apoyo de García Obregón hayque decir que otro tanto le habíaocurrido a Brigitte Nielsen en Italia,según daba cuenta el programatelevisivo Piú sani e piú belli y recogíaen su libro Trapianti sesso angosce laantropóloga transalpina Laura Bonato.

La noticia circuló por toda la profesión—sugería Victor García—, pero también enla calle. Había personas que nospreguntaban qué había de cierto en lo deAna García Obregón.

A mi entender, pudo tratarse de la

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despresurización —añadía García—, estoes, de un cambio de presión brusco en lacabina que hubiera llevado a que el senopostizo —un elemento cóncavo con unlíquido interior— se desparramara, delmismo modo que a veces se rompe un vaso.Pero lo más normal es que se tratara de undefecto de fabricación —que rezumarasilicona por un poro, o simple casualidad,tanto le podría haber pasado allí comosentada en una silla.

Por las pesquisas que llevamos acabo, «el caso Anita» era bien conocidoen la profesión, aunque especialistascomo Elvira Ródenas, doctora delcentro madrileño Estudio Estético senegaran a darle crédito.

Otro tanto sucedía con particulares y

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público en general que, verdad o no,habían escuchado la explosión por bocade conocidos y amigos. Incluso losh u mo r i s t a s Martes y Trecereconstruyeron el zambombazo en TVE1, para recuperar uno de ellos el sketchmás tarde en el programa Un Millán decosas.

El primero en investigar el sucesofue Jan Brunvand a quien escribió unamujer de Secaucus (Nueva Jersey) paracercionarse de si una historia quecirculaba por su familia era en realidaduna leyenda urbana.

La tía Edna, nombre al que recurrióBrunvand para encubrir sus apellidos

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reales al publicar dicha carta en TheBaby Train, sufrió, al parecer, unpercance parecido con su sujetador allápor 1960, «cuando era —decía la carta— una jovencita refinada con peinadoestilo “colmena”, tacones dorados deaguja y pantalones de pata de elefante».

Tía Edna, por lo visto, se puso unsujetador hinchable durante un trayectode avión, con tan mala fortuna, quecuando la cabina perdió presión elsostén se expandió de manera alarmante.En una versión del relato, tía Ednaconseguía llegar a tiempo al lavabo yquitárselo. En otra, «explotaba» enpleno pasillo.

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La remitiente de la carta recordabaque el sujetador hinchable estuvo demoda en los años sesenta y que consistíaen membranas de plástico huecas quepodían hincharse hasta él tamañodeseado soplando por un tubito.

Para satisfacer a la persona queescribía la carta y dado que otros «bigbangs» parecidos al de tía Edna habíanconmocionado a Estados Unidos,Brunvand decidió investigar a fondo elasunto.

El 12 de diciembre de 1988, en lateleserie Designing Women («Mujeresde diseño»), un personaje femeninopreguntaba sobre la conveniencia de

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invertir parte de una herencia en hacercrecer sus pechos con implantes desilicona. Suzanne —papel interpretadopor la actriz Delta Burke— lecontestaba: «No lo hagas. Una azafata dela PAN AM que conozco se hizo laoperación y los pechos le explotaronnada más despegar».

Otro informador, Dan Lester,bibliotecario de la Bruise StateUniversity, aportaba nuevos datos.Según parece, había oído un estruendosimilar entre 1981 y 1982, cuando unachica que asistía a una fiesta degraduación contempló horrorizada eldesplome de su pecho, después de que

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su pareja de baile le pinchara elsujetador hinchable al ir a prenderle unramillete de flores en la delantera de suvestido de gala.

Por otra parte, en el libro de JearlWalker The Flying circus of physics, unmanual de física divulgativa, en elcapítulo dedicado a la presiónatmosférica e hidráulica, se formulaba lasiguiente pregunta: «¿Qué le pasa a unaazafata que lleva un sujetador hinchablecuando la cabina de su reactor pierdepresión?: Inflación».

También el diario Los AngelesTimes quiso sumarse al debate. Unperiodista del mismo, Matt Weistock,

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afirmaba que esta serie decircunstancias potencialmenteexplosivas ocurrieron hacia poco en unvuelo con destino a Los Ángeles:

Cuando el sujetador se le habíaexpandido hasta la talla 46 —anotabaWeistock— ella buscó frenéticamente unasolución. Por fin, encontró entre el pasaje aalguien que llevaba un alfiler de sombrero ycon él se apuñaló a sí misma en el puntoestratégico. Pero no sin esfuerzo, puestoque fue mal interpretada por un pasajeroque forcejeó con ella para evitar el harakiri.

A su vez, Jan Brunvand pudoconstatar que ese tipo de sujetadoresexistían realmente. En una página del

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catálogo de 1967 Frederik’s Hollywoodse incluían tres modelos de sujetadoreshinchables: «Float» (flote), «BosomFriend» (el amigo del busto) y «KnitFit» (superceñido). También en 1989otro catálogo de venta por correo OldPueblo Traders de Tucson (Arizona)ofrecía un sujetador hinchable «hasta laplenitud que usted desee» —«tubitoincluido». Pero ni en un caso ni en otrose incluía advertencia alguna sobre quesu uso podía perjudicar seriamente lasalud en trayectos áereos.

La leyenda sobre los sujetadoresexplosivos se hizo muy popular enEstados Unidos durante la década de los

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setenta y creó un caldo de cultivo parauna nueva generación de pechosartificales: los implantes de silicona. Derepente, aquí y allá comenzaron aexplotar mujeres famosas —lasprimeras en experimentar la técnica—en aviones, primero en Estados Unidos,luego en Colombia, más tarde en Italia yfinalmente en España.

El momento álgido se produjocuando algunos estudios advirtieron quela silicona podía ser cancerígena y quealgunas mujeres deberían desprendersede sus pechos postizos en previsión demales mayores. Huelga decir quealgunas pagaron la impostura con el

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escarnio.Tanto es así que en agosto de 1999

una firma corsetera comenzaba acomercializar una nueva generación desujetadores de gel con la marca Último.En la promoción, según pudo verse enlos noticiarios —también El Paísinformó en la sección de «Gente»— doshermanas gemelas lucían en ropainterior sus encantos por las calleslondinenses.

Sin saberlo, gracias al inofensivogel, muchas mujeres se habían libradode la mofa y el escándalo. Con Últimolos senos ya no explotaban, sino quealcanzaban notoriedad y relieve sin

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renunciar a esa serena compostura que,en última instancia, encumbra a lasgrandes mujeres.

ANTONIO ORTÍ

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Animales resucitados

Esta historia ocurrió en la urbanizaciónde las Vaguadas de Bajadón, hará unoscinco años. Uno de los vecinos era dueñode un perro que siempre estaba atacando alos demás animales. Junto a su casa vivíauna mujer que tenía un loro desde hacíalargo tiempo, al cual apreciaba muchísimo.

Pues bien, un día el hombre encontró asu perro con el loro completamentemanchado de tierra y muerto. Al ver aquellopensó enseguida que el perro lo habíamatado. Entonces, para no dar un disgusto asu vecina, lo que hizo fue coger al loro, lolimpió y lo volvió a dejar en la jaula, sindecir nada a la dueña.

Esa misma tarde, mientras miraba la

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televisión, oyó a su vecina dando gritos:«¡Mi loro! ¡Mi loro!…». El hombre salióde casa y vio a la mujer con el loro en lasmanos y llorando. Le preguntó que qué leocurría, y ella le dijo que su loro estabamuerto. Él le dijo que no pasaba nada, queya se compraría otro, y las cosas que sesuelen decir. Pero la mujer estabadisgustada por otro motivo, por algo muyextraño: al parecer, el loro se murió hacíados noches, y ella lo había encontrado en lajaula, muerto, cuando debería estar bajotierra. ¿Habría resucitado?

ALBERTO COLINOBadajoz

Cuando Alberto Colino nos hizo

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llegar este relato, comprendimos una vezmás que, a diferencia de los papagayos,las leyendas contemporáneas son unaespecie migratoria y propensa a lasmetamorfosis.

La variante que viene a continuaciónla hemos localizado en la obra de janBrunvand Curses! Broiled Again! Enpalabras del folklorista norteamericanose trata de una de las numerosasversiones que surgieron de su buzónhacia 1988 «como los conejos que semultiplican en el sombrero de un mago»:

Un buen día, una señora se quedahorrorizada al ver que su perro lleva unconejo muerto en las fauces. Enseguida se

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da cuenta de que es el mismo que tenían susvecinos en una jaula del patio. La mujer lequita el conejo al perro, lo lava aconciencia, lo seca bien con un secador y,aprovechando la ausencia de los vecinos, semete a hurtadillas en su patio y deposita el«remozado» animalito dentro de su jaula enuna postura más o menos natural, como siaún estuviera vivo. Al día siguiente ve uncoche de policía aparcado frente a la casade al lado. Llena de curiosidad, sale a lacalle y pregunta qué ocurre.

—Una gamberrada —le dice un agente—. Ayer se murió el conejo de esta familia,y algún perturbado lo desenterró y lo volvióa poner en la jaula.

A lo largo de 1988, un sinfín denuevas versiones fueron engrosando losarchivos de Jan Brunvand. Procedentes

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de numerosos estados de Norteamérica,la mayoría eran recortes de prensa quecontaban la leyenda como si de un casoverídico se tratara. Un ejemploparticularmente impecable ponía enescena a una «canguro» que lavaba alconejo con suavizante Woolite y locolgaba de las orejas en la ducha paraque se secara. En 1989 fue el mismísimoMichael Landon quien narró la historiapor televisión, en el programa TonightShow, presentado por el incombustibleJohnny Carson. El beatífico actor pusoen entredicho su angelical sinceridad alasegurar que se trataba de unaexperiencia propia.

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Al mismo tiempo empezaban lasmetamorfosis: una variante británica yalgunas norteamericanas recogían elmismo episodio, aunque el cadáverexhumado adoptaba en ellas la forma deun gato. Pero la mutación definitiva,como hemos visto, tuvo lugar cuando laleyenda llegó a nuestros pagosprovinente de ultramar. ¿Habría hechotal vez escala en las islas Canarias,adoptando allí un plumaje multicolor?¿Cuántas vueltas habría dado para sufrirtan notable reencarnación?

La equívoca muerte y falsaresurrección de un animal ha dado pie aotras leyendas que, según Jan Brunvand,

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podrían ser las antecesoras de lasanteriores, ya que algunas se remontan alos años cincuenta. La mayoría de ellaslleva al límite el motivo del animal queregresa «de entre los muertos», laacción transcurre en un aeropuerto y—mutatis mutandis—, el difunto sueleser un perro. He aquí un ejemplo situadoen un aeropuerto internacional deChicago, extraído de la obra citada másarriba:

Los empleados de la sección deequipajes encuentran un perrito difuntodentro de una caja con destino a Roma.Temiendo que les acusen de haberlecausado la muerte por un descuido, decidenllevar a cabo una colecta, comprar un

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perrito idéntico y expedirlo a Roma en lamisma caja. Cuando el bulto llega a Italia, ladestinataria acude a recogerlo alaeropuerto. Al abrir la caja, el animalitosale dando brincos de alegría. La italianasufre tal impresión que se cae redonda.

Por lo visto, la buena mujer se había idode vacaciones a los Estados Unidos con superrito, y éste murió mientras estaban enChicago. Lo que contenía la caja eran susrestos mortales, que ella mandó a Italia porvía aérea para enterrarlos como Diosmanda.

El relato que sigue lo incluye PaulSmith en The Book of Nasty Legends.Aunque no haya resurrecciones fingidasde por medio, tiene éste una clarasimilitud temática con los anteriores: un

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malentendido causado por el cadáver deun animal provoca una situación muycomprometedora.

Una joven ama de casa iba a dar porprimera vez una cena a la que estabaninvitados varios directivos de la empresa desu marido. Como era una velada muyespecial, llevaba idea de preparar, entreotros platos, una mousse de salmón. A talefecto se acercó al mercado, compró elpescado que necesitaba y, después delavarlo, lo dejó sobre la mesa de la cocinamientras iba por los demás ingredientes. Alvolver de la despensa descubrió,horrorizada, que el gato estaba sentado en lamesa mordisqueando el pescado. Seapresuró a echarlo y luego se dijo: «Vaya,no creo que se den cuenta de lo que haocurrido». Así pues, volvió a limpiar el

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pescado y siguió con los preparativos.La cena tuvo un gran éxito. Al término

de la misma, entrada la noche, los invitadosse fueron despidiendo sin dejar defelicitarla efusivamente, sobre todo por lamousse de salmón. Cuando hubo partido elúltimo coche y cerraron las puertas deljardín, el matrimonio reparó de pronto enque su gato estaba junto al porche, tieso ymuerto.

La joven ama de casa se devanó lossesos, tratando de averiguar lo que le habríaocurrido al pobre animal, hasta que seacordó del salmón. Imaginándose que debíade estar contaminado, cogió el teléfono yllamó a todos los invitados, incluidos losjefes de su marido, para ponerles alcorriente de la situación y recomendarlesque avisaran al médico enseguida. Aquellono les hizo la menor gracia. De hecho,

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algunos llegaron a tomarse francamentemal que les hubiera servido un alimentomordisqueado por un gato.

En cuanto hubo hecho la última llamadasonó el timbre. Era su vecino, con cara deestar muy avergonzado. Le explicó queaquella noche, al salir, había tenido ladesgracia de atropellar a su gato. Le dijoque lo sentía mucho, pero que en aquelmomento tenía muchísima prisa porquedebía coger el tren. Que había llamadovarias veces para comunicárselo, pero que,por desgracia, no consiguió hacerse oír acausa del ruido de la cena. Así pues, habíadejado el gato junto al porche. ¿Lo habíanencontrado ya?

Obsérvese que en todas estasleyendas el cuerpo sin vida de un animaldesempeña una función «ejemplar», es

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decir, sirve para poner al descubiertouna acción reprobable. En la historiaprecedente, la «joven ama de casa» escastigada por dar a los invitados unalimento «sucio». En los relatos queabrían el capítulo, las personas quepretenden guardar las aparienciasfingiendo que un animal no ha muertoterminan pagando por ello, puesto que,aun siendo inocentes del «asesinato»que atribuyen a su perro, son culpablesde haber profanado el antiquísimo tabúde «no perturbar el descanso de losmuertos».

Otras leyendas urbanas sobremanipulación de cadáveres llevan al

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extremo esta idea, y dan a entender quela locura podría ser el castigo por nodejar en paz a los difuntos. Un ejemploconcreto de ello lo encontramos encierta historia muy difundida en lasfacultades de medicina: para gastar unabroma a una alumna, un grupo deestudiantes decidió meterle en la camael brazo de uno de los cadáveres con losque realizaban prácticas de disección.Tras esperar largo rato ante su puerta, yal ver que no daba señales de vida, losbromistas entraron por fin en el cuarto yencontraron a la alumna sentada en elsuelo, con el «pelo completamenteblanco», y royendo el brazo cadavérico

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desesperadamente. Tanto ella como losgraciosos pagaron muy cara la jugarreta.

Una versión más suave del mismorelato la encontramos en la novela dePío Baroja El árbol de la ciencia:

Se contaba de un estudiante de segundoaño que había embromado a un amigo suyo,que sabía era un poco aprensivo, de estemodo: cogió el brazo de un muerto, seembozó en la capa y se acercó a saludar a suamigo.

—¿Hola, qué tal? —le dijo sacando pordebajo de la capa la mano del cadáver—.Bien y tú, contestó el otro. El amigoestrechó la mano, se estremeció al notar sufrialdad y quedó horrorizado al ver que pordebajo de la capa salía el brazo de uncadáver.

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JOSEP SAMPERE

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El submarinista calcinado

Un guarda forestal advirtió tras unpavoroso incendio que un extraño cuerpo sehabía quedado enredado en las ramas de unárbol. Tras observarlo atentamente,descubrió que su atuendo era el propio deun hombre rana: traje de neopreno, botellasde oxígeno, mascarilla y pies de pato.

PERE PORTABELLABarcelona

Hace ya unos años el cineasta PerePortabella rodó una película titulada Elpont de Varsóvia (1989). En una de las

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escenas más impactantes de este filmlírico y simbólico, podía verse a unsubmarinista calcinado en mitad de unbosque arrasado por el fuego. Sumisteriosa aparición cambiaría el rumbode las relaciones afectivas quemantenían hasta ese momento los trespersonajes principales: una profesora debiología, un escritor recientementegalardonado y un director de orquesta.

La idea —nos comentó Portabella— lasaqué de un recorte de periódico de laregión de Le Midi, si no recuerdo mal, delNice Matin. En un breve se afirmaba que unescafandrista había sido hallado en lasinmediaciones de los Alpes, en la región dela Provenza, si bien no puedo precisar el

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lugar exacto, tal vez cerca de Lyon o deAviñón, pero no más abajo.

Antes que Portabella, submarinistasde diversas nacionalidades —la leyendase conoce, por ejemplo, en EstadosUnidos, España y Francia— habían oídoque los hidroaviones que extinguen losincendios abducen involuntariamente abuzos desprevenidos. Así, mientraséstos están absortos en la faunasubmarina, son apresados por las faucesde un Moby Dick alado que lostransporta a una especie de parrillaenorme, muy habitual en las pesadillasde meros, atunes y sargos.

Esta metáfora del «pescador

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pescado», hay que decirlo ya, no tieneningún fundamento técnico. Según señalael cuerpo de bomberos —por boca deEnric Pagés—, los hidroaviones deICONA se valen de un enjambre detubos y de una rejilla «por donde nocabe un puño», para llenar susdepósitos, por lo que no cabe hablar dehomicidio involuntario.

No obstante, esta historia eraconocida en España desde la década delos ochenta, cuando empezó a oírse porclubes de submarinistas, como el GISEDde Valencia, o el propio CentroExcursionista de Gracia —Barcelona—,en cuyo tablón de anuncios permaneció

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clavada con una chincheta durante largotiempo una fotocopia que advertía delpeligro.

Ya por aquel entonces,embarcaciones cuyos patrones tenían lavista puesta en Borneo, habían arrolladoen el litoral español a submarinistasatrincherados en boyas naranjas,causándoles graves daños, cuando no lamuerte.

Tal vez ello alimentara el rumor yforjara esta historia gremial surrealista,que con el tiempo acabaría por traspasarsu medio natural, el mar, para probarfortuna tierra adentro. James Kirkup, porejemplo, un norteamericano residente en

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Andorra, informó en octubre de 1998 aFoaftale News, el boletín de laSociedad Internacional para el Estudiode la Leyenda Contemporánea, que los«canadairs» —los aviones antiincendiosgalos— succionaban a menudo hombresranas al llenar sus depósitos en elMediterráneo.

Sin embargo, una pista iba atrastocar nuestra investigación. Laaportaba Luis Noriega, un colombianolicenciado en Literatura, que preparabaen aquel momento su tesis doctoralsobre las ficciones que determinan elmundo real. Noriega había escuchado enLondres la historia del submarinista y la

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relacionaba con una segunda, la de unmarinero que se suicidó tras salir de unrestaurante francés y comer una sopa dealbatros —los británicos parecen tenerclaro a qué país se le ocurriría perpetrarsemejante atentado gastronómico…

La historia contaba, más o menos, losiguiente. Un barco había naufragado enaltamar. Los supervivientes serefugiaron en una isla, pero muy prontoescasearon las provisiones. Cuando yaestaban a punto de perecer a causa delhambre, apareció un marinero con uncaldero humeante. Al parecer, la diosafortuna se había apiadado de ellos y leshabía obsequiado con un albatros para

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preparar el suculento guiso. Al díasiguiente se repitió la misma escena. Yal otro. Y al otro.

Después de marcar unas cuantascruces en un árbol —tantas como díastrascurridos—, los marineros fueronrescatados por un navío mercante. Alcabo de algunos meses, nuestro náufragose había convertido en un prósperogentilhombre y visitaba Francia paraatender sus negocios. Tal vez pararememorar su odisea, se aventuró en unrestaurante galo y decidió probar elmejunje al cual debía la vida. Pero fuellevarse la cuchara a la boca y repararen el sabor real que tenía la sopa de

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albatros. Ahora estaba claro: su menúhabía consistido en los marinerosmuertos que la marea devolvía a laplaya. Sin esperar al segundo plato —algo, por cierto, nada inglés— nuestrohéroe creyó encontrar el momento paraponer fin a sus días.

No obstante, tanto la historia de lasopa de albatros como del submarinistase contaban de otra forma: «Se incendiaun bosque y descubren a un buzoquemado. ¿Qué ha pasado?». Es decir,se trataba de acertijos, de pruebas deingenio del tipo: «Un hombre de unapequeña ciudad española ha celebradomatrimonio con nueve mujeres. No ha

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incumplido ninguna ley, ni se hadivorciado, ni se ha separado, nitampoco ninguna de ellas ha muerto.¿Cómo es posible?». Solución: Es unsacerdote.

Con esta certeza nos fuimos a hablarcon Márius Sena, especialista enenigmística y autor del crucigrama quecada día publica La Vanguardia . Trasrebuscar por sus archivos y conversaranimadamente sobre Martin Gardner yLos acertijos de Sam Lloyd, MáriusSena dio con lo que buscaba, una cajarectangular de la firma británica Spearcomercializada bajo el nombre deMindtrap. El desafío a la mente, que

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contenía unas mil fichas con adivinanzasde todo tipo, entre ellas la de la sopa dealbatros y la del submarinista calcinado.

En España había sido puesta a laventa en 1993 —al parecer la casajuguetera Mattel también tenía un juegoque reunía al submarinista y a la famosasopa—, si bien su puesta en circulaciónen Gran Bretaña fue anterior. De hecho,muchos de los acertijos que allí seincluían tenían más de cien años dehistoria, cuando no eran refritos demitos clásicos. Nos interesaba, sobretodo, saber si la historia delsubmarinista había surgido en algúndespacho como un juego de lógica o si,

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como parecía al principio, había sidopropagada por los únicos habitantes delmar trajeados.

Como si se tratara de uno de losenigmas de Canterbury, fue imposiblesaberlo. Tanto es así, que terminamoshablando sobre qué fue antes, si elhuevo o la gallina. Serra opinaba que,desde un punto de vista zoológico, losdinosaurios nacieron primero que lasgallinas y que lo hicieron de huevos. Asíque, mientras se consumía la mañana,creímos ver en el horizonte unpterodáctilo que, con la excusa deapagar un incendio, iba a depositar muypronto un huevo en forma de

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submarinista cerca de cualquier oceánoimportunado por el fuego.

ANTONIO ORTÍ

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El váter que explotó y otrosaccidentes grotescos

El humor es hermano del horror.

P. GRIPARI

Las fórmulas más elementales paraprovocar la risa —un transeúnte resbalaen una piel de plátano y da con sushuesos en el suelo; un grupo de personasse enzarza en un interminable duelo apastelazos— han sido utilizadas con unsinnúmero de variaciones sin perder

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jamás su primitiva eficacia.Desde las películas de «garrotazo y

tentetieso» de Mack Sennet, pasando porlos catastróficos despistes del inspectorClouseau, sin olvidar las historietas delTBO ni la comicidad aparatosa de lasfunciones de payasos y títeres, hasta laultraviolencia onírica de tantas serie de«dibujos animados», los humoristas nohan dejado de transformar a sereshumanos y animales en meros objetoszarandeables, aporreables, machacables,pisoteables, atropellables, dinamitablese incendiables.

En su célebre ensayo sobre losmecanismos del humor, el filósofo Henri

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Bergson extraía de ello la siguienteconclusión: «Nos reímos cada vez queuna persona da la impresión de ser unacosa».

Algunas leyendas urbanas describenaccidentes grotescos que podrían figurardignamente entre los gags visuales deciertas comedias enloquecidas. Su másnotoria diferencia, sin embargo, es quellevan el distintivo habitual del género:siempre se cuentan como sucesosverídicos. Jan Brunvand las denomina«Mack Sennets» por su obvio parecidocon los zafarranchos acelerados quedistinguen las películas de aquel pionerodel cine cómico. El hacer hincapié en su

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carácter real parece indicar que noconfiamos demasiado en la estabilidaddel mundo cotidiano, ni en la solidez decuanto nos rodea.

Las situaciones que pintan estasleyendas nos dan a entender que eldecorado donde vivimos puededesmoronarse en plena representación, yla obra solemne que creemos interpretarante un público respetuoso puedetransformarse súbitamente en una farsagrotesca, nosotros en simples payasos ylos comentarios apreciativos de losespectadores en risotadas estentóreas.

Cuando el escenario se derrumba, elmundo «organizado» de cada día choca

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bruscamente con el universo caótico delas «Looney Tunes» de la Warner Bros yel humor se hermana de improviso conel horror. Entonces es muy posible queun operario que instala una moqueta«alise» de un martillazo un supuesto«bulto», descubriendo más tarde que setrataba del canario o el hámster de lafamilia; o que un perro se arroje por laventana persiguiendo la pelota que lelanza un invitado poco diestro; o que elprometido que visita a los padres de lanovia cruce las piernas con tan malafortuna que arroje al fuego de unpuntapié al canario que volaba por lasala; o que alguien oiga un débil crujido

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al sentarse en un sofá y al comprobar loque ha pasado encuentre al chihuahua dela casa con el cuello roto. Accidentesgrotescos que tienen lugar en variasleyendas recopiladas por Jan Brunvand,y que ilustran los tragicómicos efectosque pueden derivarse de actos inocentes,sobre todo cuando uno se distrae yolvida que vive en un mundo donde laseguridad es pura apariencia.

Muchas leyendas sobre percancesgrotescos se apoyan en un métodocómico que Henri Bergson denomina«bola de nieve», pero que tambiénpodríamos llamar «efecto dominó»: unacausa mínima desencadena una sucesión

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irrefrenable de incidentes cada vezpeores. El siguiente relato, citadotambién por Jan Brunvand en su obraToo Good To Be True , ejemplificadicho efecto con hilarante claridad:

Una mujer debía llevar a la escuela de suhijo una culebra que tenía éste para quesirviera de tema de un ejercicio deexpresión oral. Así pues la metió en unacaja, imaginándose que estaba a buenrecaudo, la colocó en el coche y emprendióla marcha. Al cabo de un rato, sin embargo,notó un cosquilleo en el tobillo. Cuando seagachó para investigar la causa vio que laculebra se había escapado y le estabasubiendo por el interior de la pernera. Lamujer empezó a patear frenéticamente y asacudirse los pantalones con la mano,

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tratando de quitarse el bicho de encima,pero no sirvió de nada; la serpientecontinuaba trepándole por la pierna. Asípues se detuvo en la cuneta, salióprecipitadamente del coche y se puso a darsaltos e incluso a revolcarse por suelo paraver si conseguía librarse de ella. En esto unautomovilista que pasaba por allí presencióla escena y se dijo: «¡Santo cielo! ¡A esapobre mujer le ha dado un ataque!». Conqueparó el coche y se fue corriendo a prestarleayuda. La agarró fuerte e intentóinmovilizarla, pero ella no paraba de gritar yretorcerse. Otro conductor vio la escena yse dijo: «¡Santo cielo! ¡Ese tipo estáatacando a aquella pobre mujer!». Conquetambién se detuvo, se acercó corriendo a lapareja y asestó un puñetazo en plena cara alsupuesto agresor. Finalmente, la mujerlogró desembarazarse de la serpiente y

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pudo explicar lo ocurrido a aquel par debuenos samaritanos.

El símil de la «bola de nieve»valdría para otras leyendascontemporáneas que narran diversosaccidentes domésticos en los que lavíctima, como apuntábamos más arriba,se ve reducida a un simple «objeto» queva «rebotando» de un percance a otro yresulta herida y humillada en el proceso.

Héctor Izquierdo, de Madrid, noscuenta con gran estilo una de las másdifundidas: «El váter que explotó». Eltítulo con que encabeza su versión, Lasdesgracias nunca vienen solas, encierraexpresivamente la misma idea:

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Un hombre casado, de unos cincuentaaños, tenía prohibido el tabaco porque habíapadecido un amago de infarto de miocardio.Sin embargo, no podía prescindir dealgunos cigarrillos al día y se encerraba enel cuarto de baño de su casa para poderfumar tranquilamente sin ser recriminadopor su mujer, muy atenta siempre al estadode salud de su marido. En realidad, la mujerera cumplidora con todo e incansable. Lalimpieza del hogar era una de susobsesiones. Por ello se preocupaba endemasía por los gérmenes, y la cocina y loscuartos de baño eran el centro de supreocupación sanitaria e higiénica. Porello, de vez en cuando, empleaba en lalimpieza exhaustiva que practicaba unproducto químico abrasivo —ningúngermen, ningún microbio, bacteria o lo quefuera podrían sobrevivir a semejante

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esfuerzo. Solía rociar bien el retrete conese producto, que debía de ser unaespantosa mezcla de alcohol de quemar yamoníaco. Cuando lo vertía y lo extendíasobre el blanco inmaculado del váter o dellavabo solía ponerse una mascarilla por losvapores, que podrían resucitar a un viajerohacia el más allá. En fin, lo que de ningúnmodo podría imaginarse esa virtuosa mujerde su casa es que el marido iría a sentarseen el trono pocos minutos después paraenfrascarse en la lectura del periódicodeportivo y en el placer solitario de sufurtivo cigarrillo. Y aunque se lo hubieraimaginado tampoco hubiera servido de nadaporque es muy dudoso que hubiera podidoprever las consecuencias.

Las consecuencias fueron bastanteinmediatas, lo que tarda uno en fumarse aplacer un pitillo bien aprovechado, menos

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de diez minutos. Los gritos terroríficos deun hombre se escucharon por todo elbloque de viviendas nada más tirar elinfortunado marido la colilla por el retrete,como acostumbraba. Una llamarada seencargó de lamerle bien los genitales yalrededores. Los pelillos desaparecieron alinstante en una arruga rápida que nada teníade bella ni natural. La mujer acudió raudapero poco podía hacer ni entender. Elmarido se retorcía con una toalla mojadaenvolviéndole las partes bajas. Ella nocomprendía. Él no acertaba a explicarse, elinfierno bramó desde la grieta de un retretesuperlimpio.

Cuando llegaron los de Samur quisieronnaturalmente explicaciones para su rutinanecesaria de rellenar partes. A duras penasempezaron a comprender y a enlazarhechos, y cuando así ocurrió les dio un

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ataque de risa justo en el momento en quetransportaban al infortunado en una camilla.Y lo que tenía que suceder tampoco se hizoesperar. La camilla rodó con el abrasadoescaleras abajo.

Parece ser que en el hospital dudaron unmomento pero después lo tuvieron claro.Primero, el paciente a unidad de quemados.Después a traumatología. Nada se hacontado de su curación o del estado en quequedó. Aunque parece que el corazón no sedetuvo sino que resistió con entereza.

(Esta narración la oí contar en la radio—creo que era RNE en el programa deCarlos Herrera— a una señora que segúndijo le había ocurrido a un vecino delbloque).

Aquí la víctima no es el quimérico«amigo de un amigo» sino el «vecino de

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una vecina». Da lo mismo. La nota queincluye al pie de su relato nuestrocorresponsal de Madrid confirma denuevo que los medios de comunicaciónson el conducto por el que transitan conmás frecuencia las leyendas urbanas.

Diríase que a los periodistas (nosabemos si voluntaria oinvoluntariamente) les encantacompaginar la información objetiva —casi siempre monocorde— con ladesinformación legendaria —mucho másapasionante.

La variante que sigue la debemos aFélix René Juberías, de Zaragoza.Aunque se echa en falta el funesto

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«ataque de risa» con que suelenculminar todas las versiones, hay en ellados datos muy útiles: una referencia a laprensa —otra vía por la que pudierahaberse difundido la leyenda en nuestropaís— y una fecha concreta al respecto:

Esta historia la leí en un periódicocanario alrededor de 1987. Según creorecordar no ocurrió en España, debió depasar en algún país de Latinoamérica y porlo visto la noticia, aunque en principiofalsa, dio la vuelta al mundo. Trata de lopeligroso que pueden llegar a ser losproductos de limpieza sanitarios.

Una mujer acababa de fregar la taza delváter de su casa, y con el fin dedesinfectarlo totalmente, echó ciertoproducto dejándolo en contacto con las

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paredes interiores del sanitario. Al cabo decierto tiempo, su marido entró en elservicio para hacer de vientre. Cuando elhombre estaba plácidamente sentado leapeteció fumar un cigarrillo, lo encendiótirando la cerilla dentro de la taza (comohace todo el mundo) con tan mala suerteque el producto desinfectante erainflamable y… «se chamuscó todo».

En la obra citada anteriormente, JanBrunvand alude a otra versión de laleyenda que data de 1988. En aquelentonces el inodoro explotó nada menosque en Tel Aviv, y el relato dio la vueltaal mundo como una noticia verdaderahasta que el periódico israelí que lahabía publicado se encargó de

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desmentirla. Aún así, como suele ocurrircon muchas leyendas contemporáneas, larectificación cayó en el olvido y elrelato debió de proseguir su gira triunfalpor varios continentes.

El «ataque de risa» de loscamilleros, que también recogen lasversiones que nos envían ÁngelesMartín desde Málaga y un informadoranónimo de Barcelona, es un toque dehumor negro con el que suelen concluirotras muchas leyendas de accidentesgrotescos.

Una de las más conocidas sueleempezar con el protagonista a cuatropatas, intentando reparar un calentador o

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un fregadero, sin más indumentaria queun batín corto. De pronto se le acercapor detrás su perro o su gato y con el«hocico helado» le asesta un golpe enlos testículos. El hombre se lleva talsusto que se incorpora bruscamente y sepega un testarazo terrible, perdiendo elsentido. Al enterarse del suceso, loscamilleros se desternillan de risa ysueltan al infeliz, que sufre lesiones aúnmás graves.

Reanudando el razonamiento queseguíamos más arriba, podríamos decirque la leyenda del «váter que explotó»muestra con despiadada nitidez lafragilidad de ciertas ilusiones a las que

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nos aferramos para no sucumbir a ladesesperación. Creemos ingenuamenteen la seguridad y el recogimiento delhogar, y estamos convencidos de que la«dignidad» debe conservarse acualquier precio.

Pues bien, si analizamos la leyendaveremos cómo la «bola de nieve»bergsoniana aplasta consecutivamenteestos dos conceptos ilusorios.Obsérvese que la víctima se hallasiempre recluida plácidamente en elrincón más íntimo de su casa, el«retrete», la «habitación retirada» porexcelencia. Recordemos cómo describeHéctor Izquierdo esos efímeros

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momentos de paz: se encerraba en elcuarto de baño de su casa (…) paraenfrascarse en la lectura del periódicodeportivo y en el placer solitario de sufurtivo cigarrillo. La explosión seproduce siempre a causa de unanegligencia de la esposa, cuyo carácterde «ama de su casa» infatigable,preocupada por la higiene, contrastaabiertamente con la ociosidad delmarido, «sentado en su trono»,entregándose a un vicio «pernicioso»mientras ella se desvive por tenerlimpio el hogar. ¿Podría existir un afánde venganza inconsciente en la supuestanegligencia de la esposa? Dejaremos la

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pregunta en el aire, pero tanto si hubopremeditación como si no, el hombretermina pagando muy caro el peligrosodescuido. Su intimidad salta en pedazos,sus malos hábitos salen a la luz, su amorpropio queda seriamente abrasado y, endefinitiva, toda su dignidad es pasto delas llamas. Llegado a este punto, ya nopuede inspirar nada más que risa,incluso entre los que debieran mostrarcompasión, aunque sólo fueraprofesional.

Diversos ejemplos norteamericanosdemuestran que la leyenda del «váterexplosivo» deriva de algunos chistesque se remontan a la época de los

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retretes al aire libre. En la mayoría deellos, señala Jan Brunvand en la obra yacitada, la víctima es un pueblerino quevuela por los aires y aterriza en unprado cercano, donde exclamainvariablemente: «¡Debe de ser algo quecomí!».

Otros chistes más sangrientos, queya se contaban alla por los añoscincuenta, tienen similitudes aúnmayores con la leyenda que nos ocupa,si bien ésta parece ser una versión«suavizada» de aquéllos. En la página443 de Rationale of the Dirty Joke,obra que podríamos calificar con todajusticia de «Biblia del chiste verde»

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Gershon Legman reproduce el siguienteejemplo, recogido en Nueva York(1951):

Una mujer vierte un detergente explosivoen la taza del váter. Su marido, mientrasestá orinando, arroja en el interior la colillade un pitillo. Se produce una tremendaexplosión. Su esposa llega corriendo y loencuentra dentro de la bañera, cubierto desangre. «¡Dios mío!» exclama. «¿Dóndeestá tu oreja?» «¡Que se vaya al cuerno, mioreja! Búscame el brazo derecho. En él estámi pene».

El desenlace del chiste revelaexplícitamente lo que la leyenda sóloinsinúa, si bien las carcajadas de loscamilleros podrían ser el equivalente

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«expurgado» de este final que no admitedudas: la víctima sufre un «accidentecastrador» (palabras de Legman) debidoa la torpeza de su mujer. Si tenemos encuenta que el retrete se asociainevitablemente con los órganosgenitales, diríase que la castración delprotagonista sería la consecuencia máslógica del accidente. Su dignidad,entonces, no sólo se vería pisoteada,sino arrancada de raíz. Y la«comicidad» del episodio justificaríacon creces las risotadas convulsivas delos camilleros.

No todos los accidentes grotescosque describen las leyendas urbanas se

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producen por jugarretas del azar.Algunos de ellos son el resultado dellevar ciertas bromas demasiado lejos.El tema ha sido recogido puntualmentepor los cronistas de la narrativatradicional, como lo confirma lareferencia N334 del Motif-índex deStith Thompson: Desenlace fatal de unjuego o una broma. Ernest Baughman,otro eminente estudioso de los temastradicionales, amplía el dato en suíndice, asignándole la referenciaN.384.0.1 (a): Iniciado de unafraternidad muere por presuntapérdida de sangre. Los miembros levendan los ojos, le pasan un cubito de

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hielo por el brazo y, al mismo tiempo,dejan gotear un grifo. Acto seguido semarchan. Cuando vuelven al cabo deunas horas lo encuentran muerto.

Percibimos ecos evidentes de lareferencia N334 en una leyenda urbanamuy difundida en Catalunya —y tal vezen otros puntos de España— pero de laque no hemos localizado equivalentesextranjeros. La hemos titulado Lacorbata del novio y la sierra mecánica.La versión que sigue nos la cuentaTeresa Mas, una informadora deIgualada (Barcelona):

En un restaurante de la comarca de Anoia(Barcelona) se celebraba un banquete de

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bodas. Cuando llegó el momento de losacostumbrados rituales o bromas, sedecidió cortar la corbata al novio con unmétodo inédito hasta el momento: unasierra mecánica. Involuntariamente, lapersona encargada de efectuar el corte decorbata seccionó el cuello del novio, quefalleció.

Entre los días 10 y 15 de marzo de1991, la «noticia» causó tal conmociónen Igualada, que una publicaciónbisemanal de la ciudad tuvo quedesmentirla en un suelto titulado Lasserpientes de primavera. El texto, quetraducimos del catalán, decía así:

Parece que, a caballo de la primavera, sedesaten los casos rocambolescos referidos

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a nuestra comarca. Aún esta semana hayquien nos ha llamado por si podíamosampliar la noticia, que no era tal. Sepropagó que había habido un novio muertoal cortarle la corbata con una sierramecánica. Insólito.

Efectivamente. La historia conteníatodos los rasgos de las leyendasurbanas: impacto colectivo;protagonistas anónimos; escenariosconcretos que iban variando según lasversiones y que cada vez se alejabanmás del «foco» inicial del relato ydeformación progresiva de los hechos:en las primeras versiones el «bromista»,desesperado, huía en coche y sufría unaccidente mortal, mientras que la viuda

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prematura se suicidaba al día siguiente(pura tragedia griega).

Variaban asimismo las causas de lamuerte y la naturaleza del «armahomicida»: algunos sostenían que elnovio falleció desangrado; otros, encambio, juraban que murió estranguladopor su propia corbata al enredarse enella la cadena de la sierra. Tampocoestaba claro si ésta era eléctrica o degasolina. Había además numerosaspersonas que aseguraban codearse con«amigos de amigos» de quienes habíanpresenciado la tragedia o que inclusoconocían personalmente a alguno detales testigos.

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Nuestros obstinados intentos deencontrar nuevas referencias en losarchivos de un canal de televisión localno dieron resultado. Con el tiempofuimos recopilando versiones orales quesituaban el suceso en otras ciudades(Manresa, Vilanova i la Geltrú,Vilafranca del Penedés, Barcelona), delo cual parecía desprenderse que laleyenda ya circulaba anteriormente. Y sise trataba de una leyenda «migratoria»,cabía suponer que terminaríatraspasando los lindes de las comarcascatalanas. La confirmación de estahipótesis nos llegó en fecha muyreciente, —el 26 de enero de 1999—

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por vías inesperadas: una entrevista alescritor barcelonés Ignacio Vidal-Folchpublicada en El Periódico de Catalunyay firmada por Arturo San Agustín.Vidal-Folch empieza por describircierta costumbre que «ocurre realmenteen Serbia» y de la que da fe en su novelaLa cabeza de plástico. Merece la penareproducir sus palabras, puesto quedicha costumbre —sea o no apócrifa—evoca al escritor el recuerdo de lahistoria que nos ocupa:

Allí las bodas en el campo son crueles —asegura Vidal-Folch—. En un momento delas mismas, cuando ya han transcurrido dosdías de fiesta, se obliga a la orquesta a quesuba al tejado. Paralelamente se obliga al

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cantante a que suba al pajar. Entonces leprenden fuego al pajar y se cuenta porminutos el tiempo que el cantante es capazde permanecer en el mismo. (…). Y losinvitados poniendo dinero sobre la mesapara él. Cuantos más minutos es capaz deresistir las llamas, más dinero gana. (…). Sila codicia del cantante es extrema, puedeterminar asfixiado o abrasado. —Pocodespués, el novelista asocia ideas ycomenta—: Aquí algunas bodas también selas traen. —Y acto seguido entra en materia—: Me contaron que en un pueblocastellano, los amigos del novio leintentaron cortar la corbata con una sierraeléctrica con tan mala fortuna que cortaronal novio por la mitad. Una salvajada.

Así pues, gracias a Vidal-Folchpudimos confirmar, si bien algo

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tardíamente, que una versión corregida yaumentada de La corbata del novio y lasierra mecánica había alcanzado loscampos de Castilla.

A primera vista, esta leyenda podríaser un cuento admonitorio acerca de lospeligros de desviarse de los ritualesestablecidos. Teresa Costas, unainformadora de Capellades (Barcelona),nos remite una versión que contiene unpárrafo muy explícito al respecto. Denuevo traducimos del catalán:

(…) En el momento de cortar la corbata alnovio, unos amigos, creyéndose muy listos,sacaron una pequeña sierra eléctrica, puescreían que hacerlo con unas tijeras erademasiado convencional. Aunque algunos

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familiares les advirtieron que era un pocopeligroso, los amigos siguieron adelante(…)

La simplicidad de la trama pareceapuntar hacia esta interpretación, altiempo que refuerza su verosimilitud.«En este mundo puede ocurrir de todo»es una frase muy sensata que podríautilizar todo buen ciudadano que oyeracontar esta leyenda urbana o cualquierotra.

Sin embargo, cuantas más vueltasdamos a esta leyenda, más nosacordamos de los chistes sobre«accidentes castradores» que recogeGershon Legman en la obra citada

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anteriormente. Bajo su trágica superficiese intuyen ciertas dosis de humor negro.Pensemos en el carácter de orgíaencubierta que tienen los banquetes debodas tradicionales, tanto máspronunciado cuanto mayor es elconsumo de alcohol. Leamos entre laslíneas de la leyenda que, como todos losrelatos simbólicos, se dirige alinconsciente. Imaginemos que lo que senos pretende insinuar es que la «broma»consistía en un amago de castración consierra eléctrica, lo cual la aproximaríasignificativamente a la referenciaJ1919.5.1. del Motif-Index de StithThompson: esposa ignorante castra al

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novio cuando le dicen en broma que lohaga. Supongamos que los amigos delnovio llevaron a cabo lo que podríamosdenominar eufemísticamente un «duelode virilidades» (sierra mecánica«fálica» contra corbata igualmente«fálica») con el fin de poner los pelosde punta a la novia. Figurémonos, endefinitiva, cuál sería exactamente el«desenlace fatal».

El humor, sin duda, es hermano delhorror.

JOSEP SAMPERE

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Su majestad al volante

Me contaron que en las proximidadesde Madrid a alguien se le averió el coche.Tras estacionar en la cuneta, una motoque circulaba a gran velocidad aminoróel paso, con tal de prestar auxilio alconductor. Ya parado, el motorista sequitó el casco rojo y resultó ser el reyJuan Carlos I.

FRANCIS TSANGMadrid

Que al rey Juan Carlos I le encantanlos coches, no es ninguna novedad. Lo

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hemos visto tripular un Fórmula 1 en elcircuito de Montmeló, sabemos de supasión por las motos de gran cilindraday conocemos que, en alguna ocasión, halogrado despistar a los servicios deseguridad a bordo de su yate. Lo que nose conoce tanto es que el rey JuanCarlos I tiene remedios mecánicos muyingeniosos para esos coches que, deimprevisto, comienzan a sacar humo o sedesmayan por inanición faltos decombustible. Casi cualquier mallorquín,por ejemplo, ha oído relatar a algúnamigo suyo cómo una vez recogió al reyJuan Carlos I mientras hacía autoestop—su otra gran pasión, por lo que parece

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— y recuerda el lugar exacto en el queel monarca decidió apearse —Alcudia,Deia, Cala d’Or, Palma, etc. En virtudde las historias que nos han llegado, sepuede afirmar que el rey Juan Carlos Iha participado en toscas labores dereparación en un buen número deprovincias españolas —Madrid,Mallorca, Barcelona, Sevilla, etc.Incluso, a tenor de lo que se cuenta enotros países, caso de Estados Unidos, esposible que haya sentado jurisprudencia,pues de otra forma no se explica quecantantes famosos, estrellas deHollywood y multimillonarios de prohayan emulado su ejemplo y manifiesten

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un raro altruismo por los avatares de lacarretera.

En Estados Unidos, por ejemplo, lamujer de Leon Spinks —el famosoboxeador—, la viuda del cantante NatKing Cole, el magnate Howard Hughes yel también rey Elvis Presley hanrepartido entradas para conciertos,obsequiado auténticas fortunas yregalado flamantes Cadillacs a cuantosles han auxiliado en la carretera. Almenos, eso es lo que se cuenta por allí,tal y como ha podido comprobar JanBrunvand al enfrentarse con estaleyenda, cuyas diversas manifestacionesanaliza en The Mexican Pet.

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De todos ellos, Elvis es el máspersistente y no ha dejado de sorprendera su coetáneos con episodios queparecen sacados del libro de RaymondA. Moody Vida después de la vida , «uninforme amablemente sensato que recogeciento cincuenta testimonios deciudadanos corrientes que afirmabanhaber regresado de lo que parecía unamuerte cierta», en palabras de HaroldBloom.

El intérprete de Unchained melodyha sido «visto» tras fallecer, ya no sóloen Memphis, sino también eninnumerables supermercados y centroscomerciales e incluso en la Luna. Así,

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según una leyenda llegada hasta Españay narrada por Enrique Bueno, si unoobserva atentamente con un telescopio lafaz de la Luna, puede descubrir conasombrosa nitidez la cara del inventordel rock and roll.

A este raro fenómeno por el cual losreyes se mezclan con la plebe y lascelebridades ejercen de soberanos en suversión magnánima, se le conoce por«sebastianismo» o «el rey durmiente enla montaña».

Así lo explica Carlos Alonso delReal en un magnífico libro tituladoSuperstición y supersticiones en el quedetalla algunos nombres de figuras

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carismáticas, fallecidas en extrañascircunstancias, que en realidad nomurieron, sino que se quedaron en algúnlugar en la reserva. Según Alonso delReal hay dos facciones, la heroica y lademoníaca. La última empieza conNerón, continúa con FedericoBarbarroja y termina con Hitler,mientras que la épica incluye al inglésrey Arturo o al rey portugués Sebastián.

De un modo lateral —esgrime CarlosAlonso del Real, refiriéndose al«sebastianismo»— se ha aplicado aNapoleón, a Juana de Arco, con interesesbien claros al fallecido hijo de Luis XVI, y,dejando alguna duda sobre si habrá algúnfondo de verdad, al zar ruso Alejandro I y a

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la gran duquesa Anastasia.Una mediocre tentativa burocrática de

crear un mito de esta especie, prontamentetruncada por el peso de la realidad —apuntaAlonso—, se dio en España durante laGuerra Civil en torno al teórico y líderfalangista, José Antonio Primo de Rivera,con la denominación de «el ausente».Dicho sea de paso, yo mismo fui arrestadopor negarme a creer esto.

Pero no, lo de Juan Carlos 1pertenece a otro género. Más bien setrata de esos «cinco minutos de rey» alos que tiene derecho en vida cualquiermortal, por muy ruin que sea suexistencia. Aquí nos encontramos con unauténtico Robin Hood lleno de grasa

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que, tal vez enviado por los dioses,repara en las dificultades que atraviesansus súbditos en la vida doméstica. Ellosnecesitan ayuda y él se la da. Despuésvuelve a ponerse su casco rojo y arrancaa toda velocidad, dejando tras su estelaun horizonte de esperanza que nos hacesentirnos menos solos en nuestracondición plebeya.

ANTONIO ORTÍ

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ZOOLOGÍAFANTÁSTICA

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El buitre monstruoso

No puedo más que mostrar mi extrañezaante este inusual hecho: la noche del 28 demayo de 1990, algunos vecinos del barriode Les Corts nos despertamos ante losinsoportables graznidos de un ave; no un avecualquiera. Nuestro estupor fue inmenso alsalir al balcón y ver una silueta negra degrandes dimensiones. Quizá debería medirentre tres y cinco metros y no exagero.Numerosos fueron los vecinos que lavieron y numerosos, también, loscomentarios al día siguiente. Suponemosque en otros barrios, otras personasdebieron verla. ¿Qué era? Y lo que es másextraño: ¿Por qué no ha aparecido ningunanoticia en la prensa?

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PERE CARBÓBarcelona

Esta carta al director, publicada eldiez de junio de 1990 en el diario LaVanguardia, daría lugar a un encendidodebate que llevaría durante los mesessiguientes a que los periodistas quetrabajaban en La Vanguardia seconvirtieran en auténticos fans de lo queescribían sus lectores, dando lugar a unametáfora que no investigaremos aquí.Durante el siguiente mes y medio,cuando el ave gigantesca tuvo a bienvisitar la Ciudad Condal y aledaños —

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llegó a verse en Salou (Tarragona) y enlos aiguamolls de Girona—, mediaBarcelona no hablaba de otra cosa. Unave gigantesca «que profería fuertesgraznidos en tres intensidades distintas»—según aportaban en otra carta dosnuevos testigos, Manuel Villena Pastor yFrancisco Roch Estadella— habíaplaneado por la calle Vallirana, en lasproximidades de la plaza Lesseps, paraalejarse en dirección al barrio de Sarria.Eran las cuatro de la madrugada.

Cinco días después del monstruosovuelo, un botánico sorprendía connuevos datos:

Se trata —decía Xavier Tutusaus— del

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Avis Cervus o Peritio, especie que más deun eminente zoólogo reputa comodesaparecida, prima hermana del Ave Roc yotros ilustres pájaros mitológicos.

Fue descrita —continuaba la carta— enel siglo XVI por el rabino Aaron Ben Chaimen un opúsculo consagrado a las bestiasfantásticas, del que disponíamos algúnfragmento depositado en la universidad deMunich hasta la Segunda Guerra Mundial,tras la cual desapareció misteriosamente.

Aaron Ben Chaim, basándose en la obrade un escritor árabe desconocido,mencionaba un tratado sobre el AvisCervus, lamentablemente perdido en elincendio de la Biblioteca de Alejandría,donde se describía al curioso animal comomitad ciervo, mitad ave, concluyéndoseque, dada la sombra humana que proyectabasobre la tierra, podían ser espíritus de

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individuos que murieron bajo el enojo delos dioses.

Con el ánimo de tranquilizar a lapoblación —concluía el eminente botánico— considero útil decir que tal especie escompletamente inofensiva para el hombrey, en modo alguno agresiva, limitándose ensu triste peregrinaje hacia Madagascar aprovocar los sustos consiguientes por suterrible y pavoroso aspecto.

Ni que decir tiene que por aquelentonces el revuelo en Barcelona ya eraconsiderable. A los pocos días de laaparición del buitre, El Periódico deCatalunya publicaba una noticia en laque el Cuerpo Superior de Policíareconocía haber recibido centenares de

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llamadas alertando sobre el misteriosobicharraco. También el teléfono deinformación ciudadana —el 010— sehabía visto colapsado por el suceso,mientras que la agencia Europa Presshabía dispuesto redactores para cubrirel caso.

Tanto es así que el máximoresponsable del servicio de ornitologíade la Facultad de Biología deBarcelona, Santiago Mayosa, tuvo queesgrimir que no existía una explicacióncientífica que avalara la existencia delanimal, si bien precisó que pudieratratarse de un albatros, una especiecapaz de medir 3,6 m con las alas

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extendidas, pero que habita en elhemisferio sur. Por lo demás, otrosbiológos adujeron que podríamosencontrarnos ante un córvido de origentropical —y de ahí los graznidos—,mientras que el departamento de MedioAmbiente de la Generalitat parecióapostar por una solución decompromiso: el bicho era un buitre, talvez, incluso, un adversario político.

Así las cosas, La Vanguardia , cuyasección de cartas al director se habíaconvertido en la sección estrella,publicó una encuesta a insignespersonajes, caso de Josep María Costa,director técnico del Zoo de Barcelona, o

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Andreu Grau, presidente de laAsociación de Pilotos de Catalunya,para que dieran su parecer sobre eltema. En la encuesta también se consultóa Eugenio, el popular humorista catalán,quien afirmó:

Se trata de un pterodáctilo que hasobrevivido a períodos glaciares. Hacequince días que no veo a un amigo mío deLes Corts. Estoy seguro que este animal loha capturado.

Pero que nadie piense que el gruesode cartas y denuncias se nutríanúnicamente del humor. En muchos casoseran ciudadanos alarmados por la suertede sus hijos o la suya propia que, para

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más inri, habían sido testigos «con suspropios ojos» —una expresión repetida— del planear de un buitre, cérvido opaloma mutante, del que comenzaban aconocerse los detalles. Por lo generalera negro, media entre tres y diezmetros, su silueta se parecía a unapaloma o a «un pollo radioactivo» y susexcrementos, como le sucedió a unvecino de Figueras —Girona—, eran detal tamaño que el parabrisas de un cochequedaba empequeñecido por las heces.

Una pedagoga —Marta Pilar Bertrán— creyó encontrar su refugio en un solarvallado situado entre las calles Eliseu yTarragona de Barcelona, aunque sin

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éxito. Otros, caso de Josep MaríaFebrer —vecino de Benicarló(Castellón)— propusieron guardar elave —«o lo que quede de ella»— en laescultura de Antoni Tapies que culminasu fundación.

El súmmum fue, tal vez, cuando dosexpertos legalistas se ofrecieron elmemorable 5 de julio de 1990 a darasesoramiento jurídico a los afectados:

El ave —señalaban Rafael Doménech yXavier Claver en otra carta a La Vanguardia— a pesar de sus grandes dimensiones esuna res nullius. Esto significa que al notener dueño puede ser adquirida por simpleocupación, sin necesidad de agotar losplazos de usucapión.

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Pero esta adquisición por ocupación,con los beneficios que ello supondría —continuaban—, debe ser practicada antesque la res nullius alcance la alturasuficiente para que sea consideradapatrimonio de la humanidad. Es decir, si elave supera el espacio aéreo español, ya noserá posible individualizar su titularidad,pues se hallará en el espacio ultra-terrestreque, según la resolución 1962 y 222 de lasNaciones Unidas es patrimonio de lahumanidad.

Además —concluían, didácticos—, unavez conseguida la ocupación, será necesarioobedecer las prescripciones de la ley deprotección de animales y sobre todo, losdeberes de higiene, vacunación, etc.,previstos en este texto normativo. Encuanto a la posible responsabilidad penaldel animal en cuestión por el asesinato de

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unos gatos, es forzoso recordar que losanimales son inimputables desde el puntode vista jurídico penal. Así pues, denunciaral animal resultaría erróneo e infructuoso,ya que el juez no podría condenarlo a penaprivativa de libertad.

Haciendo un repaso del vuelo delenorme pájaro entre el 10 de junio y el31 de julio y, a tenor de los testimoniosrecogidos, puede decirse que en suestancia por Catalunya sobrevoló, sinorden aparente, los siguientes lugares: elbarrio de Les Corts, la plaza VirreyAmat —«cerca de la ermita abandonadade Santa Eulalia»—, la calle Tarragona—dos veces—, los árboles del TuróPark, el parque del Putxet —«cerca de

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la calle Hurtado donde esperaba a mihija»—, la calle Vallirana, la calleEuropa, la plaza del Padró, la calle delMar «casa número 79» —en el barrio dela Barceloneta—, la calle Rocafort, «elbalcón del segundo piso del número 347de la calle Consell de Cent» y laspoblaciones de Gavá, Sant Joan Despí,Salou, Bellvei del Penedés —«caminode El Vendrell, donde trabajo»— y lacomarca gerundense del Empordá —cerca de las alamedas que circundan «ElCortalet».

Durante su estancia en Catalunya sucomportamiento fue ejemplar y su únicatropelía fue haber descargado sus

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excrementos sobre el parabrisas de uncoche. Por lo demás, pareció manifestaruna especial predilección por plazas ylugares ajardinados, toda vez que susincursiones por los barrios másdegradados fueron muy escasas —con laexcepción de la plaza Padró.

Con estos datos, y a raiz de losbestiarios medievales consultados,puede concluirse, citando el Bestiairesculpté de Debidour, que «cualquieranimal es para el hombre el signo vivode todo aquello que se le escapa y de loque conquista, de su limitación y de sudominio, testigo humillante y exaltantede lo que puede ser el hombre». Así

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pues —y no profundizaremos demasiado— el buitre gigante podía ser al mismotiempo un espacio zoológico de libertadtodavía sin domesticar y una seriaadvertencia sobre una futura generaciónde polluelos radioactivos, palomasmutantes y gigantes carroñeros.

Como ocurriera en la Edad Mediacon las bestias del Physiologus, obraatribuida a los gnósticos, la absurdaconcepción del buitre catalán —hastadiez metros de tamaño— no pareciósorprender a sus ciudadanos, como si enél se proyectaran vicios y defectoshumanos. En ese espejo nocturno,parafraseando a Ignacio Malachevarria,

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se reflejaría «el temor ancestral a lodesconocido, al peligro de todo tipoencarnado en la bestia multiforme, a lalocura y a la muerte».

Si a todo ello añadimos que por lanoche todos los buitres son pardos, elresultado es ese fantasma alado que porunos días mantuvo a Barcelona en vilo ybajo cuyo manto varios centenares deojos creyeron encontrar un antes y undespués en el que certezas y sueñoscompartieron un mismo nido.

ANTONIO ORTÍ

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Los caimanes albinos deNueva York

Muchos ciudadanos de Nueva York, alregresar de sus vacaciones en Florida, setraen a casa como recuerdo un pequeñocaimán. Estos saurios de viverochapotean con ternura en agua de grifocon sabor a cloro en el piso 54 decualquier edificio. Pero sucede una cosaterrible: que el amor a los cocodrilostampoco es eterno.

MANUEL VICENTFiesta en Nueva York

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A cien metros bajo el nivel de lasjoyerías de la avenida Madison, en lasherméticas alcantarillas de Manhattan,existe una colonia de cocodrilos blancosy ciegos que navegan por el detritus. Asílo atestiguan temerarios viajeros que seperdieron por las cloacas en busca delinfierno. Ermano Cavazzoni cuenta en Elpoema de los lunáticos cómo una nochese sintió atraído por el agujero dellavabo y se dejó caer cañería abajo. Ydescubrió que el infierno es un gran tubode cemento con ramificaciones de plomoal que se accede por el urinario.

Ése fue el terrible sino que corrieronlos pequeños caimanes de Queens,

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Manhattan y el Bronx. Tras sercomprados en Miami por menos detreinta dólares, fueron alimentados concarcasas de pollo enriquecidas conproteínas y calcio. Pero ocurrió que,conforme pasaban los días, aumentabasu apetito y pronto alcanzaban los treintacentímetros de tamaño. Era entonces, sedice, cuando los padres se volvíanaprensivos, celosos del futuro de susvástagos. Así que, mientras éstosestaban en la escuela, comenzó aextenderse un extraño rito: lanzarlos porel excusado para que a través del vátercomunicaran con el Nilo.

Roben Daley da cuenta de ellos en

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The World Beneath the City , un curiosolibro que trata sobre la construcción dela red de colectores de Manhattan. Alparecer, el inspector general dealcantarillas decidió emprender, entre1935 y 1936, una campaña deexterminio de los temibles saurios queya por aquel entonces medían cuatrometros y se alimentaban de ratasgigantes, poco menos que conejos.

Anteriormente, el 10 de febrero de1935, el New York Times informaba delsiguiente hecho. Unos muchachos de lacalle 123, en las proximidades del ríoHarlem, habían avistado por la boca deuna alcantarilla a un caimán que

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chapoteaba por las turbulentas aguas. Elejemplar, que medía unos dos metros,tuvo un luctuoso final: fue sacado arastras y exterminado.

Fuera como fuese, lo bien cierto esque el inspector general no debió detener mucho éxito porque en añosposteriores magníficos ejemplares decaimán fueron vistos —o al menos, asílo manifestaron hombres de bien— en laestación de metro de Brooklin, en el ríoBronx y en algún lago de las afueras.

Según narra Kenneth A. Thigpen, losnativos de Florida ya conocían estasituación desde los años cincuenta. Alparecer, los imprudentes turistas

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neoyorquinos cometían la estupidez dellevarse a casa a los peligrosos reptiles;los metían en la bañera y luego se veíanobligados a desembarazarse de ellos,arrojándolos por el inodoro.

Tanto es así que a finales de losaños sesenta, el clamor era unánime: lascloacas de Nueva York estabaninfestadas de caimanes y, en algún caso,hasta de negros. «La mayoría de losnegros son mutilados —cuenta ErmanoCavazzoni en El poema de loslunáticos—, porque todos se pelean yllevan siempre en la mano un cuchillo oun gancho terrible que corta como unanavaja de afeitar y parte los huesos».

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Tras la investigación llevada a cabopor los herpetólogos Sherman A. MintonJr. y Magge Rutherford Minton —GiantReptiles—, el folklorista RichardDorson publicó una serie de textosrecopilados entre los estudiantes deBerkeley —California. En ellos seintroducía una variación: la oscuridadde las alcantarillas no sólo determinabael albinismo de los caimanes, sino queademás influía en su crecimiento lamarihuana arrojada por el retretedurante las redadas policiales. De ahísurgiría la legendaria «hierba blancaneoyorquina», potentísima variedadenriquecida por los nutrientes de las

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cloacas.Tras publicarse el libro de Thomas

Pynchon V y proyectarse el film Labestia bajo el asfalto (1980) donde sesugería que multitud de niñosamericanos había tirado al retretepequeños caimanes comprados enMacys por cincuenta centavos, laleyenda llegaba a Europa.

El francés Gilbert Lascault en sulibro Un monde miné fue uno de losprimeros en advertir de los peligros delmundo subterráneo:

Todos los poceros saben —escribía en laintroducción— que les está prohibidoentrar en un pasadizo que hay debajo del

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bulevar Saint-Marcel. De este pasadizo,protegido día y noche por tres agentes delcuerpo de seguridad armados yenmascarados, arranca un largo laberintopestilente que tal vez pueda recorrerse conuna lancha motora provista deametralladoras. Durante el trayecto, uno secruzará con flotillas de cocodrilosblanquecinos y famélicos.

Los cocodrilos americanos, no hayni que decirlo, habían encontrado en elenjambre de pasadizos subterráneos, unaruta de ordágo para adentrarse enEuropa. Primero presentaron suscredenciales a los moradores delinfierno urbano y, tras ser aceptados porunanimidad, pasaron a convivir con

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fantasmas de la ópera e insignesjorobados.

En España la leyenda llegó un pocomás tarde, ya en la década de losochenta, entre otras cosas porqueFrancisco Franco jamás hubieraaceptado que bestias tan inmundassembraran el pánico por El Ferrol. Noobstante, curiosamente, de estalocalidad procede una variedadinteresante de esta leyenda que unaalumna de la Universidad de Santiago deCompostela —Martina FernándezBañobre— tuvo a bien hacernos llegar.El título es bien explícito «Boas en lasalcantarillas de Puente de las Cabras».

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Sintéticamente —y en palabras textuales— dice así:

Varias personas habían viajado a un paísexótico y se habían traído con ellas variasboas. Ante la imposibilidad de ofrecerleslos cuidados necesarios, las habían arrojadoal retrete y estaban viviendo en lasalcantarillas de la zona de Puente de lasCabras —Ferrol. Llegó a afirmarse quehabían atacado a un niño, extremo que no sellegó a confirmar. Más tarde empezó acomentarse que la policía había cazado alos animales y así cesó el revuelo causado.

También en Sabadell (Barcelona)surgió el rumor de que un monstruoabisal moraba en las cloacas,arrastrando su deformidad por las aguas

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residuales. A tal efecto, nos pusimos encontacto con Vertisub, tal vez laempresa más importante de España en lalimpieza de emisarios submarinos yredes de alcantarillado. Allí hablamoscon Pilar Almagro, directora comercial,y Miguel Romans, responsable técnico.

Según Romans, la fauna de lascloacas se reduce a cucarachas, ratas ybacterias, por más que algunos sitúendebajo del metro de París una coloniade cerdos gigantescos.

Respecto al monstruo abisal deSabadell —del que algunos de nuestrosinformadores creyeron tener noticias pore l Díari de Sabadell— y que,

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presumiblemente, se trataba del cuerpohinchado de una vaca que,misteriosamente, habría caído a la redde alcantarillado tras desplomarse porun pozo, nos dijo que le sonaba de lejos,pero sin poder aportar más datos. Trashacer una llamada telefónica a laEmpresa Metropolitana de Saneamiento—EMSSA— tampoco allí nos supierondar pistas. Eso sí, Miguel Romans noscomentó que un empleado de su empresacreyó ver a una especie de minotauroque avanzaba a toda velocidad hacia élprocedente de una tubería de seis metrosde altura y doce de ancho. Sólo cuandosus afilados cuernos estaban a escasos

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metros de sus vísceras pudo apercibirsede que se trataba de una carretillatripulada por desechos de todo tipo quela corriente empujaba hacia el mar.

Para él como para tantos otros, loscaimanes albinos habitan en algún lugarde nuestra imaginación y allí seguiránpara siempre. Según algunos tratados decriptozoología, la rama de la zoologíaque más se ha destacado en el estudio dela fauna subterránea, existen especiesanimales de las que se conoceúnicamente un individuo, como el tanrecDasogaole fontoynanti, cuyo únicoejemplar, capturado en Madagascar, seencuentra en el Museo de Historia

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Natural de París o el Monachustropicalis, la foca de lomo blanco decuya existencia se sabe tan sólo por unafotografía tomada en Yucatán en 1962.De otros, en cambio, no tenemosvestigios, caso del kraken escandinavo,un pulpo gigante que apresaba a losbarcos valiéndose de sus tentáculos, ode los caimanes albinos.

Por esta razón, nos permitimosrecomendarles que, si alguna vez tienenocasión de visitar las cloacas de suciudad, se preocupen de adoptar lasprecauciones necesarias para que suracionalidad no sea herida ydespechada.

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ANTONIO ORTÍ

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El animal invasor

«Un animal vive en el estómago deuna persona». Así reza la clave B784d e l Motif-Index de Stith Thompson.Acto seguido encontramos una lista deejemplos que describen sucintamente elmodo en que se introdujo dicho animalen el cuerpo (a menudo por unaimprudencia) y algunas ideas paralibrarse de él (casi siempre mediantecebos o cirugía radical): «Una personase traga semen o huevos de serpiente alcomer berzas»; «Una chica se traga unpulpo, que empieza a crecerle en el

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estómago»; «Una chica come ciruelasque contienen gusanos y éstos semultiplican en su estómago»; «Unaserpiente o una rana es expulsada delcuerpo humano por medio de leche o deagua»; «Un médico desaloja un animaldel cuerpo de un paciente»; «Unaserpiente penetra en el recto de unhombre y le devora»…

Estas imágenes de pesadilla, muyparecidas a las que podría causar unasevera indigestión de ostras, estánprofundamente arraigadas en el brumosobosque de las creencias populares. Ensu libro titulado La brujería y lasuperstición en Cataluña, Javier

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Torneo y Juan M.ª Estadella incluyen lasiguiente crónica; equivalente exacto delos mencionados motivos universales:

Aparte de las fabulosas serpents, lasvulgares serps inspiran también multitud desupersticiones. (…) Penetran por la bocaentreabierta de los que se duermen en elcampo, se alojan en sus intestinos y seexpulsan haciendo aspirar a la víctima elmal olor que desprenden unos viejoszapatos quemados. (…) El pueblo creyótambién en la existencia de los nitus, seresmicroscópicos que atacaban al hombrepenetrando en su cerebro por los orificiosde la nariz, de las orejas o por la boca. Eldesgraciado que era víctima de tandiminutos engendros se veía acometido porun pesado sueño y acababa perdiendo lamemoria, porque la memoria, según el

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decir popular, era una especie de licor desabor muy dulce que les entusiasmaba.

Más adelante aluden a otra clase deparasitismo al que también son dadas lasserpientes, más epidérmico pero nomenos nefasto, ya que suele terminar conla desnutrición de la víctima:

Aficionadas a la leche, duermen a lasmadres que amamantan a sus hijos,desplazan suavemente al niño, introducenen su boquita la cola y maman en su puesto.

Joan Amades y Pep Coll recogen lamisma creencia en sendasrecopilaciones de cuentos orales. Lasiniestra fascinación del relato parece

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haber dejado honda huella en una denuestras informadoras. Antonia Martos,de 60 años, natural de Baza (Granada),asegura haber sufrido, en su juventud, elvampirismo lácteo de una serpiente.«No la vi nunca porque siempre mehipnotizaba», nos cuenta la señoraMartos. «Pero tenía un pezón todomorado, y hasta me sangraba. Y mi niñotambién tenía la boquita completamenteamoratada». Por último, siguiendo lasinstrucciones de un curandero, puso unacapa de ceniza debajo de la cortina queservía de puerta. «Con esto se vio bienclaro que entraba una serpiente, por laseñal que dejó en la ceniza». Así pues,

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se armó de una hoz, fue a mirar en unosmatorrales cercanos y allí estaba laintrusa, haciendo la digestión. «Eragruesa como un brazo —nos indica laseñora Martos, señalándose el suyo—.Le corté la cabeza de un tajo y luego laabrí en canal. Dentro tenía un cuajo deleche muy blanca».

Contra toda expectativa, estashistorias peregrinas se resisten apermanecer en la onírica esfera de lasuperstición y ocupan un lugarprivilegiado en los anales de lamedicina y las crónicas de sucesos delsiglo XVI en adelante.

La folklorista británica Gillian

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Bennet logra exhumar una gran variedadde casos en que serpientes y gusanos selanzan a invadir los órganos internos deun sinfín de desventurados. Su objetivono es otro que demostrar que lasleyendas modernas son en realidad«modernizaciones» de relatos pretéritos.Dos ejemplos bastarán para formarseuna idea de la antigüedad del tema. En1639 un folleto inglés publica la noticia«cierta y verídica de un monstruoextraño o serpiente hallado en elventrículo izquierdo del corazón de JohnPennant, gentilhombre de veintiún añosde edad». En el año 1675, un zapaterose suicida de una puñalada en el vientre

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tras diez años de lacerantes doloresabdominales. La herida deja escapar unaserpiente tan larga como el brazo de unhombre y de dos dedos de grosor. Ya ennuestro siglo, a mediados de los añostreinta, se contaba en Estados Unidosque una joven había incubado un huevode pulpo en el útero.

Señala Jean-Bruno Renard que lapenetración del cuerpo por seresvisibles o invisibles, naturales osobrenaturales, es uno de los miedosmás arcaicos y difundidosuniversalmente. Analizando este tipo deleyendas, Renard advierte que siguen elmismo esquema que la reproducción: el

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huevo o el animal «fecundan» el cuerpo,luego sigue una fase de «gestación», queculmina con la salida del animal o«alumbramiento».

Podría especularse, pues, que estosrelatos expresan un horror inconscienteal embarazo y al parto. Se trataría de lamisma aprensión que lleva a creer aciertas adolescentes un tanto despistadasque el tragar semen o bañarse enpiscinas públicas puede dejarlasencinta. O, como se rumoreaba allá porlos años setenta en ciertos institutos, queorinando en los ríos tropicales se correel peligro de que unos pececillosmicroscópicos remonten el chorro de

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orina y se queden agarrados al’ interiordel pene.

Otra variante de parecido génerocirculó a finales de los años setenta porEstados Unidos y Francia. Sostenía laleyenda que ciertas píldorasadelgazantes infalibles contenían lacabeza de una tenia. Su eficacia,lamentablemente, se veía mermada porun grave efecto secundario: que uno ibaadelgazando sin parar. Se imponíaentonces recurrir a un poderosovermífugo casero, de aplicación oral orectal. Las instrucciones paraadministrarlo por esta última vía sedetallan en un «recetario de la abuela»

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publicado en Cataluña en 1988:

Se llena un bidé con dos litros de lechehirviendo, de modo que el paciente puedasentarse en él para recibir el vapor sinquemarse. La tenia, al percibir el aroma dela leche, sacará enseguida la cabeza ybastará con tirar de ella para que no puedavolver a esconderse. La operación de tirarde la tenia suele hacerla otra persona.

El fantasma de la fecundación«contra natura» aparece en todo suesplendor en una leyenda procedente delos archivos de Jan Brunvand y quefigura en su obra The ChokingDoberman. La protagonista es unachiquilla de una ciudad costeracaliforniana, que un buen día empieza a

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mostrar todos los síntomas delembarazo. «Deshecha en llanto», la niñaasegura repetidamente a su madre quenunca se ha acostado con ningún chico.Finalmente, convencidos de que lahinchazón del vientre se debe a untumor, los cirujanos la operan y leextraen nada menos que un «pulpopequeño y vivo» que se aferrabatenazmente a la pared de su estómago.Al parecer la muchacha, nadando en elmar, debía de haberse tragado algunoshuevos de pulpo que «flotaban en lasuperficie» tras desprenderse de lasalgas del fondo oceánico donde suelenestar pegados.

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Gillian Bennet demuestra en suminucioso estudio que no hay orificiodel cuerpo humano que esté a salvo dela intrusión de los parásitos. LauraJiménez, una informadora de SantaPerpétua de Mogoda (Barcelona), nosofrece un ejemplo particularmentesangrante de uno de estos asaltos atraición:

Este caso me lo contó mi prima hace yabastantes años, un día en que fuimos depicnic al campo. Un matrimonio pasaba unfin de semana de camping con sus doshijos. Una noche, la madre salió de la tiendade campaña y se metió entre los árbolespara hacer sus necesidades. En esosmomentos la mujer tenía el período, y un

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lagarto, atraído por el olor de la sangre, seintrodujo en el cuerpo de ella mientrasestaba en cuclillas, con lo que muriódesangrada a los pocos minutos. Su hijopequeño la encontró a la mañana siguiente.

El testimonio oral de otras tresinformadoras confirma la ampliadifusión en España de esta leyenda.Anna Gual, de 37 años, nos cuenta unavariante situada en las playas deMálaga. María Martínez, una murcianade 67 años, nos asegura que se trata deun hecho verídico ocurrido años atrás acierta segadora mientras trabajaba en elcampo. En esta ocasión el desenlace fuemenos trágico: sus compañerosconsiguieron matar el lagarto a golpes

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de hoz y la mujer sobrevivió. AntoniaMartos nos relata un caso más laceranteque «vivió» una amiga de una conocidasuya. Como la mujer llevaba muchosaños soltera, le preguntaron un buen díapor qué no quería casarse. Suexplicación resultó a todas lucesinsospechada: una vez se encaminaba amoler trigo al molino, teniendo elperíodo, cuando un lagarto enloquecidopor el olor de la sangre se le echóencima y le arrancó «los labiosmayores». Habiendo perdido una partede su feminidad, la mujer llegó a latraumática conclusión de que ya noresultaría atractiva a ningún hombre.

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No hace falta acudir a Freud paradarse cuenta del tremendo podersimbólico que encierra el binomiocompuesto por la sangre menstrual, aúnhoy cargada de tabúes y supersticiones,y la «violación» que lleva a cabo unreptil claramente «fálico». Jean-BrunoRenard aporta un dato que denota elorigen arcaico de esta variante y subrayade nuevo el horror a la fecundaciónintempestiva: «En numerosas sociedadestradicionales, las mujeres temen que unaserpiente, atraída por el olor de lasangre menstrual, penetre en su vagina oen su boca y las deje preñadas, o, peoraún, les mutile las entrañas».

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Aparte de serpientes y lagartos,algunos insectos también pueden causarestragos en el cuerpo humano. JanBrunvand lo ilustra con varias leyendas.Dos de ellas empiezan con una mujer«tomando el sol en la playa». Laprimera víctima sufre la picadura de unaaraña en la mejilla, donde se le forma unterrible forúnculo. Cuando el médico selo abre con el bisturí, una legión dearañas minúsculas sale corriendo de laherida. Explicación oficial: la arañaplayera había puesto huevos debajo desu piel. La mujer sufre un ataquecardíaco o debe recibir tratamientopsiquiátrico.

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A la segunda desventurada se leintroduce una tijereta en el oído. Trasacudir al médico quejándose de terriblesdolores, éste le asegura que dentro depocos días el bicho saldrá por la otraoreja. Cuando esto ocurre, el doctordictamina con alarmante frialdad que setrataba de una hembra, por lo que es muyposible que haya desovado en el interiorde su cráneo. De ser así, concluyediciendo, «las crías terminarán pordevorarle el cerebro».

Heridas infectadas, insectoshormigueantes, impotencia médica,desenlace trágico… Estos elementosparecen apuntar hacia otro posible

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significado de la leyenda: el de lamuerte en acción. Tras señalar quesolemos imaginamos a los microbioscomo unas «bestezuelas que seintroducen en el organismo», GillianBennet concluye su estudioargumentando que «tener una bestia en elcuerpo es la obsesión delhipocondríaco, una representaciónsimbólica de los gusanos que devoraránnuestros cadáveres, una creencia en elorigen animal de las enfermedades».

Los escritores y cineastas proclivesal género fantástico no podíanpermanecer indiferentes al mórbidoencanto de este tipo de relatos. Ninguna

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novedad, por otra parte, ya que el cine yla literatura se han nutrido confrecuencia del patrimonio folklóricouniversal.

En un cuento titulado «Egoísmo, o laserpiente en el pecho», NathanielHasvthome nana la historia de un joventorturado por la certeza de que unaserpiente fantasmal le roe las entrañas.El escritor, aun indicando que «taleshechos han ocurrido en más de unaocasión», utiliza el tema en clavealegórica para formular un alambicadodiscurso en tomo al egoísmo, el pecadoy el remordimiento.

Menos simbólico y más lúbrico se

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muestra el escritor norteamericanoPhilip J. Farmer en La imagen de labestia, su novela pornofantásticapublicada en 1975. En cierto pasaje, unamujer de turbadora belleza se entrega aalucinantes juegos eróticos con unaespecie de serpiente barbuda de rostrohumano «y expresión de indeciblemaldad» que emerge de su vagina y se leintroduce en la boca procurándole gocesinusitados. En vez de parasitismo, lo quese describe aquí parece más bien uncaso de voluptuosa y ultraterrenasimbiosis.

Ya en el ámbito cinematográfico, elcelebérrimo film Alien (1980) recupera

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el tema con estética futurista, ciñéndosefielmente al modelo tradicional. Unparásito se aferra al rostro de untripulante de la nave espacial Nostromoy deposita un huevo en el interior de sucuerpo. De él nacerá, reventándole elpecho atraído por el olor de la comida,un retoño monstruoso. Más criaturasvermiformes se introducen en cuerposhumanos por vía oral y se adueñan devoluntades en otras dos películasfantásticas de culto: Vinieron de dentrode… (1974) y Hidden (1987).

Los insectos invasores tambiénpululan profusamente por el panoramaaudiovisual. El episodio «The

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Caterpillar», de la serie de televisiónGalería nocturna, emitida en los añossetenta, escenifica paso a paso el relatode la tijereta en el oído. En el film Loscreyentes (1986) se recurre a leyendade las arañas en la herida para ilustrarel resultado de una maldición santera. Yen uno de los episodios de la películaCreepshow (1982), un cínico industrialobsesionado por la limpieza terminarárelleno hasta las cejas de cucarachas,que saldrán a borbotones de su cadáver:aparatosa metáfora gráfica del pánico ala enfermedad y de la podredumbreinterior.

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JOSEP SAMPERE

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El rey de los gatos

Es bien sabido que los gatos madrileñosestán perfectamente organizados y que sereúnen en algún lugar mágico desde el quese diseminan por la ciudad siguiendo lasórdenes de una especie de gobiernointerno.

JUAN GARCÍA ATIENZA

La misteriosa conducta, la aparenteindiferencia y la premeditada indolenciade los gatos, no es más que la fachadacosmética de la que se sirven para

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ocultar su propósito de controlar a lahumanidad. Así al menos lo sugiereJacques Strenberg en el relato Les chats,incluido en su recopilación titulada 188contes á regler y así lo entendierontambién muchos madrileños en laposguerra española al observar laperfección geométrica con la que losmininos tomaban calles y plazas,cuarteles y ayuntamientos. Solos oacompañados, en manada o enformación de a dos, lo cierto es que losfelinos se las procuraban para obteneralimentos y allanar casas valiéndose demaullidos desconsolados que encubríanórdenes militares y planes muy

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concretos. Hoy, cuando ya dominan elmundo, sólo los más ancianos relacionansu presencia en los sillones de losprincipales jefes de estado con el rumbode la historia universal.

La idea de que los gatos y susprincipales enemigos, las ratas,disponen de una organización jerárquicaestá perfectamente glosada en el folklorepopular. La única disparidad es si sedecantan por monarquías o repúblicas.Michel Dansel en Nuestras hermanaslas ratas sostiene que las ratas sondemócratas de derechas que se permitenel lujo de mantener reyes. «Algunos —señala— piensan que estos reyes

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permancen en alcantarillas secretas, quea veces alcanzan el tamaño de un jabalíy que ejercen sus poderes sobre laratocracia francesa. Pero no ignoran quelas ratas, al igual que la poesía, laidiotez o la fraternidad no tienenfronteras».

A falta de datos que avalen laexistencia de sufragios universales entrefelinos y roedores o de representanteselegidos por sus congéneres en aras deuna pretendida superioridad física,sanguínea o intelectual, lo más quepuede decirse sobre la leyenda queencabeza esta historia y que conocen —que sepamos nosotros— en Madrid,

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Toledo y Ciudad Real, es que tras laGuerra Civil española muchosciudadanos tomaron conciencia delexcesivo número de animales —sobretodo gatos— que deambulaban por lascalles, circunstancia que motivóencendidas reseñas en los periódicos dela capital e incluso que el maestroSerrano les dedicara una opéra bufa.

Respecto a la cuestión principal,esto es, si dominan el mundo, no hayunanimidad, si bien no sería descartableque algunos de los presidentes quedeciden nuestros designios no fueranmás que pérfidos gatos y aviesas ratasvaliéndose de un hábil disfraz.

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ANTONIO ORTÍ

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FANTASÍASSEXUALES

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Las lascivas del viagra

Dos mujeres violan a un hombre enLondres después de atarle a una cama ydarle vodka con una pastilla de laerección.

El Periódico de Catalunya16 de diciembre de 1998

En Londres dos mujeres sedujeron a unatractivo joven, que no opuso resistenciapara acompañarlas a una habitación delhotel, y, una vez dentro de ella, le ataron, lesuministraron una dosis de la famosapastilla mezclada con alcohol y le utilizaron

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sexualmente toda la noche, hasta que elservicio de limpieza le descubrió agotado ygimiendo.

Así comenzaba la crónica tituladaViagrazo criminal que El Periódico deCatalunya tuvo a bien obsequiar a suslectores un anónimo miércoles dediciembre, cuando ya iniciaban suspreparativos los Reyes Magos deOriente.

La noticia, fechada en Londres, perosin firmar, contaba que en un concurridorestaurante del West End donde secelebraba una cena de empresa para«jóvenes dinámicas» —entrecomillladoque respetamos— dos mujeres se fijaron

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en un «atractivo joven de 25 años y carade efebo».

Tras el intercambio de sonrisas ycoqueteos —continuaba la noticia—, elchico aceptó las descaradas propuestas delas dos mujeres y las acompañó a unahabitación de un hotel de la zona de EarlsCourt. Dispuesto a pasar la gran noche desu vida, no dudó en aceptar la tentadorapropuesta de sus recién conocidascompañeras de juerga y se dejó atar a losbarrotes de la cama, «por juego», segúnseñaló posteriormente.

A partir de ahí, lo que prometía seruna divertida orgía, un ménage á troisquímico y excitante, comenzó atrasformarse en pesadilla.

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Las dos mujeres suministraronentonces al muchacho —se leía en la página25 del prestigioso rotativo catalán— unapastilla de Viagra acompañada por un granvaso de vodka, dispuestas a sacar partido delos efectos milagrosos del cóctel. En plenalascivia, las seductoras violaron durantetoda la noche a su presa sometiéndole a suavidez de sexo al límite. Al alba, lassecuestradoras se marcharon, dejando alinmovilizado muchacho con las fuerzasagotadas.

Por la mañana —acababa el relato—, lasempleadas de la limpieza del hotel,escucharon unos gemidos que salían de lahabitación y entraron en ella. La imagen queencontraron fue la de un hombre atado,desnudo, algo ruborizado por el resto deuna erección a la vista, y con una botella yun vibrador a su lado. En la puerta, el

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tradicional cartel de «no molestar», teníauna frase añadida: «El escuadrón deviolación al Viagra ha golpeado de nuevo(sic)».

Desde un punto de vistaestrictamente periodístico, la noticiatenía la estructura propia de cualquierrumor: nadie firmaba el artículo, no seconocía el nombre del restaurante dondese celebró la cena de «jóvenesdinámicas», se ignoraban los apellidosdel «muchacho» y tampoco se citaba enqué hotel había acabado, sonrojado,víctima de las lascivas del escuadrón.

Juzgado desde la óptica folklórica,sin embargo, el relato ofrecía

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sospechosas similitudes con ciertaanécdota que oímos días atrás en latertulia matinal de la COPE. Eltertuliano de turno —cuyo nombre noanotamos en su momento— refirióidénticas andanzas de otro escuadrón delascivas —Viagra, vodka y vibradorincluidos—, sólo que su teatro deoperaciones no era Londres sinoMarbella. En aquella ocasión la nota dedespedida aparecía escrita con lapiz delabios en un punto mucho másestratégico que el cartel de «nomolestar»: el fatídico espejo del lavabo.Y si decimos «fatídico» es porque eneste lugar, —detalle significativo—,

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suelen aparecer los mensajes con queculminan otras leyendas como las queanalizamos en los capítulos Bienvenidosal mundo del sida y Nos juntábamos lasnoches de veranos y contábamoshistorias de miedo.

Desde que Ovidio publicara susMetamorfosis —libro IV, versículo 285— y narrara la historia de Hermafrodito—una especie de divinidad bisexual— ySalmácides —una ninfa seguidora deArtemis que «saltó al agua,persiguiéndole, y le arrolló», lasnoticias sobre violaciones de hombresse habían convertido en una especie enextinción.

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Todo lo más, algunos cuentos dehadas —sirva de ejemplo La hija listadel campesino, recopilada por loshermanos Grimm— habían sugerido quelas mujeres superaban en inteligencia yastucia a los hombres, dominándolos asu antojo y decidiendo su suerte. Peronunca, hasta la década de los ochenta —en plena emancipación de la mujer—, sehabía tenido constancia tan explícita deque los hombres eran frágilesmarionetas en manos de robustasmujeres, capaces de lo peor con tal dedemostrar el ya anunciado «Adiós almacho».

En un artículo titulado Male Fantasy

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or Female Revenge: A Look at ModemRape Legends («Fantasía masculina ovenganza femenina: breve análisis de lasleyendas modernas de violaciones») lafilóloga y folklorista norteamericanaFrances Cattermole-Tally menciona porejemplo que el 23 de noviembre de1982 la revista norteamericana Uspublicó un artículo firmado por AdamW. Petricelli —casualidad o no, losartículos sobre violaciones masculinassiempre los firman hombres— tituladoViolación al revés donde se daba cuentade que un hombre fue atacado «por treso cinco mujeres» —hay que anotar queno deja de ser raro que la víctima no se

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acordara del número exacto— que leataron a un árbol y abusaron de él.

Según Frances Cattermole-Tally,desde 1970 han comenzado a proliferarrelatos sobre mujeres que violan ahombres, penetrando sus cuerposanalmente con un consolador de maderaque viene a hacer las veces delmembrum virile latino.

En Illinois, Nueva Jersey, California—aquí desde 1972— y, sobre todo, enChicago han aparecido en los últimosaños reseñas periodísticas que informansobre este mundo al revés. En Chicago,por ejemplo, se cuenta la historia de unperiodista masculino —otra vez sin

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nombre— que tuvo el mal gusto deescribir un artículo titulado «¿Por qué auna mujer no pueden violarlarealmente?» Días después, le atacaroncinco militantes feministas, muy guapas,para violarlo. «Magnífico, cuandoempezamos», se cuenta que exclamó él.Pero su sonrisa se esfumó al ver el granconsolador, una buena excusa para darsea la fuga. Las mujeres lo rodearon y learrancaron la ropa. En una versión delrelato, el pobre desgraciado se puso derodillas e imploró clemencia —ellas ledejaron ir. En otras no se conmovieroncon sus súplicas y cada una le introdujoel consolador, hasta que, exhausto, se

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fue corriendo con el rabo entre laspiernas a presentar la preceptivadenuncia policial.

De hecho, como sucedía en lanoticia publicada en España, lavenganza parece estar muy presente entodas estas historias. Algunosvioladores sin castigo, se cuenta alrespecto en Nueva York y San Diego,han sido castigados por mujeres y leshan cortado un testículo para incitarles auna rápida reforma.

Las variantes de Chicago son, sinduda, las más violentas, en tanto elviolador es colgado por un pie o por lostestículos en un rascacielos y luego

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metido otra vez dentro. A los pocos díaseste hombre anónimo decideinvariablemente irse a Detroit paraevitar males mayores.

Hasta Barcelona, por ejemplo, hallegado una variante de esta leyenda quenos cuenta Purificación Ruiz Feria:

Una joven médica fue asaltada una nocheen que regresaba a casa por dosdesconocidos con la intención de violarla.Ella no perdió la serenidad y les propuso ira su casa para hacer las cosas bien y conmás tranquilidad y así pasar juntos un buenrato. Allí, les invitó a una copa, en la quepuso un fuerte somnífero. Mientras estabandormidos, la joven médica los operó y lescortó el pene de raíz, para abandonarlosdespués en mitad de la calle.

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Pero la figura femenina máscarismática, en cuanto a violaciones serefiere, responde por «Amazalia» yhabita en Detroit. Amazalia es unaexperta karateca de 19 años que hacevaler sus evidentes encantos para animara los hombres a que se internen en laespesura de los parques públicos y asísatisfacer sus deseos. Justo después lesobsequia con un golpe que los anonada,los ata a un árbol y les penetra con elconsolador —curiosamente, algunoshombres fueron encontrados por lapolicía de Detroit en estascircunstancias, aunque no aclararon sifueron atacados por ladrones o por

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Amazalia.En definitiva, concluye Frances

Cattermole-Tally, las presuntas noticiassobre mujeres violadoras son en el 99%de los casos, «fábulas para enseñar a loshombres que no son invulnerables y quelas mujeres no piden ser violadas comomuchos creen». Quien así lo piense, quesepa que Amazalia prepara un árbolpara él.

ANTONIO ORTÍ

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Los amantes inseparables

Una pareja estaba haciendo el amor encasa de él y cuando llegó de repente elpadre se quedaron del susto enganchados ytuvieron que ir hasta el hospital con unamanta encima.

ANÓNIMOMálaga

Con esta transformación de dosamantes en hermanos siameses,inauguramos una serie de leyendas queejemplifican, en la mejor tradición

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católica, las diversas calamidades quepuede acarrear la lujuria.

Apresurémonos a señalar, sinembargo, que la literatura médica (y nola eclesiástica) recoge la posibilidadtécnica de que dos copulantes quedenatenazados en pleno abrazo amoroso.Responde este peregrino fenómeno altérmino de «vaginismo», síndrome quesobreviene en situaciones de máximatensión emotiva y que provoca, durantela cópula, la contracción espasmódicade todos los músculos de la cavidadvaginal y del ano. El efecto resultante seconoce con un púdico latinismo: peniscaptivus.

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La llegada imprevista del padre,como veíamos antes, puede ser unarazón de peso para desencadenar elpercance. En Rationale of the DirtyJohe, su exhaustivo análisis del «humorsexual», Gershon Legman propone otrascausas:

A una chica se le contrae la vaginaespasmódicamente al oír el petardeo de untubo de escape mientras está en el cochecon su novio, o cuando el reflector delcapitán la ilumina de pronto mientras haceel amor en la cubierta de un transatlánticolo sea, «Dios vé todos los pecadosocultos»), aprisionando al hombre en suinterior hasta que avisan a un veterinariopara que les separe, generalmenteinyectando un sedante en la zona lumbar del

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hombre o de la chica.

El malicioso erudito añade actoseguido:

La presencia del veterinario en taleshistorias sugiere que en la transmisión deesta fantasía puede haber influido laobservación de los perros «enganchados»durante el coito. De ahí que a veces searroje un cubo de agua fría sobre lainfortunada pareja (…).

Mencionemos de paso queVéronique Campion-Vincent localizavarios ejemplos de dicho síndrome, alparecer verídicos, en algunaspublicaciones médicas francesas. Ellono impide que tales episodios, por otra

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parte rarísimos, según nos confirma ladoctora Lidia Ramos, se veandesbancados por sus innumerablesequivalentes legendarios, cosa que nospermite suponer que los penes captivi(así se diría en plural), compartenterritorio con los submarinistas caídosdel cielo y otros especímenesfolklóricos estudiados en esta obra.

Despojadas de su neutro interésclínico, estas historias delatanclaramente su carácter «ejemplar»,como se infiere de un elemento común atodas ellas: el caso de penis captivussiempre ocurre a consecuencia de unarelación sexual ilícita o clandestina. En

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Die Spinne in der Yucca-Palme , RolfBrednich aporta una variante alemanadonde una mujer infiel, atenazada porlos remordimientos (nunca mejor dicho),sufre un calambre vaginal en pleno coitoque la deja férreamente unida a suamante. Tras alcanzar el teléfono atrompicones y cubrirse con una manta,una ambulancia les traslada al hospital,siendo liberados por fin gracias a laproverbial «inyección».

En una supuesta noticia sin fechaemitida por la agencia Reuters, quefigura en el libro de John Train tituladoT r u e Remarkable Ocurrences, unincidente parecido tiene lugar en el

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interior de un «cochecito deportivo»aparcado en el londinense Regent’sPark.

Los retozos de la pareja seinterrumpen aquí de golpe al quedarsepultada la mujer bajo su amante, unhombretón de unos cien kilos, cuando aéste se le disloca una vértebra. Un grupode mirones se congrega alrededor delcoche y algunas asistentas socialessirven té para relajar el ambiente. Porúltimo deben intervenir los bomberos yrescatarles cortando la carrocería. Trasquitarse aquel peso de encima, la mujerse descuelga con una frase digna deldesenlace de un chiste pero que revela,

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una vez más, que mantenía una relaciónilícita: «¿Como explico yo a mi maridolo que le ha ocurrido a su coche?».

Según los cánones de la culturacristiana, diríase que estos relatosejemplares asocian estrechamente lasexualidad con la culpa, lo cual setraduce en un castigo que ya habríaquerido Dante para su círculo infernalde los «lujuriosos». Su mensaje encierrauna advertencia para ambos sexos.

Como nos sugiere el historiadorJosep W. Perceval, a los hombres lespone en guardia contra los peligros de la«vagina dentata», tema de numerososmitos americanos analizados por Lévi-

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Strauss y elocuente metáfora del temormasculino hacia la «avidez devoradoray castrante» del sexo de la mujer.

A ellas, por otro lado, las conmina aabstenerse de cualquier aventuraextraconyugal (obsérvese que lainfidelidad, en estas leyendas, siemprees iniciativa de las esposas); de locontrario, se verán expuestas a unasituación humillante que vendría a seruna parodia cruel del vínculo«indisoluble» que constituyen lasrelaciones sexuales de acuerdo con lamentalidad cristiana.

A pesar de todo, y comosospechábamos, las leyendas de

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«parejas trabadas» no son meras viñetasgrotescas, dignas del pincel de ElBosco, con que ilustrar las irreductiblesaprensiones católicas a la sexualidad.Consultando el Motif-índex de StithThompson descubrimos que el tema seinsinúa ya en épocas paganas y cuentacon protagonistas de lujo: los dioses delOlimpo. Junto a la referencia K1563figura la siguente pista: Un marido(divino) aprisiona a su esposa y alamante de ésta con una red mágica.(Vulcano, Marte, Venus). Entre otrosautores clásicos, el poeta latino Ovidiorefiere íntegramente el suceso en susMetamorfosis.

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La historia arranca también con unadulterio, aunque esta vez divino (siocultara más lo humano): el de Venuscon Marte. Al sorprenderlos el Sol,«que todo lo ve», corre a delatarlos almarido, el herrero Vulcano, quien«inmediatamente apresta con la limasutiles cadenas de bronce, redes y lazosque pudiesen engañar a los ojos (…) ylos coloca convenientemente alrededordel lecho (…) Así que se unieron en eltálamo la esposa y el adúltero (…)quedaron ambos inmóviles,sorprendidos en medio de sus abrazos.Al instante Vulcano abrió de par en parlas ebúrneas puertas e introdujo a los

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dioses. Yacían los culpables envergonzosa postura; riéronse todos losdemás y durante mucho tiempo fue estelance el cuento preferido en los espacioscelestes».

Y continúa siéndolo, añadimosnosotros, en los espacios terráqueos. Enalgunas variantes recogidas por JanBrunvand en The Choking Doberman,se perciben ecos lejanos de la «redmágica», aunque reducida a un prosaicotubo de «super glue»: el que una esposaengañada utiliza para vengarse de sumarido pegándole el pene al vientre.

Las leyendas de «amantesinseparables» admiten innovaciones aún

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más efectistas, que refuerzan el motivode la humillación pública combinándolocon ciertos vicios privados. Otra citaclásica, extraída esta vez de la Historiade los animales, del polígrafo romanoClaudio Eliano (170-255), indicará pordónde van los tiros y justificará denuevo la antigüedad del tema:

Se cuenta que en Roma una mujer fueacusada por su marido de adulterio y secomprobó en el juicio que el adúltero eraun perro.

Redundando en el mismo asunto, elantropólogo Joan Prat nos trae a lamemoria las cópulas fantásticas entremujeres y monstruos, tan frecuentes en la

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mitología griega. Un ejemploparadigmático serían los amores deAriadna y el Minotauro, hijo a su vez dePasífae y el Toro de Creta.

Las versiones modernas de estaclase de historias llevan muchos añosescandalizando a los más crédulos,aunque su lógica fisiológica, válgase laredundancia, sea igual a cero. Si alguienlo duda, sólo tiene que echar un vistazoa cualquier producción pornográficaincluida en la sección de «zoofilia» delos videoclub.

De los numerosos relatos que noshan llegado, ofrecemos el mássangriento de todos, que nos cuenta una

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informadora de Madrid, María ElenaPalos, quien se muestra lo bastanteperspicaz para ponerlo en tela de juiciodesde el principio:

Me contaron esta historia pero no me lacreí porque me pareció excesiva. (…) Unamujer, conocida de la madre de la vecina deuna amiga, mantenía relaciones sexualescon su perro, un pastor alemán. (…) Unavez el marido llegó a casa antes de loprevisto y sin avisar porque estaba enfermo.Y los pilló infraganti.

La mujer, asustada, trató de separarsebruscamente del perro, pero debido a laespecial configuración genital de los canesno lo consiguió. Al contrario, se quedóatrapada y ninguna fuerza lograbasepararlos.

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Así se los llevaron juntos al hospital ycuando los médicos consiguieron que elperro se desatrancara, el efecto vacío, ocualquier otro, no sé yo, hizo que lastrompas de Falopio de la mujer salierandisparadas de su vagina y se quedarancolgando. Y, claro, hubo que operar a laseñora para extirpárselas o devolverlas a susitio, tampoco lo sé con seguridad.

Aparte de la zoofilia, el folkloremoderno incorpora otros viciosprivados a la tradición legendaria, quetambién culminan con la humillantevisita de rigor a «urgencias». RosaMayans, de Barcelona, nos cuenta uncaso particularmente anticlerical:

Un cura ingresó en urgencias con dos

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bombillas en el ano; argumentó que se habíasentado en una caja de bombillas.

Lo que pueden argumentar nuestroslectores, y con razón, es que talesincidentes están sobradamentedocumentados, y se explican por lairresistible tendencia del canal rectal aaprisionar tenazmente cualquier objeto eirlo impulsando cada vez más arriba,fuera del alcance de los dedos. Algunosmédicos entrevistados, como la doctoraLidia Ramos, nos lo confirman con susexperiencias personales (o sea, las desus pacientes). Gracias a ellospodríamos elaborar una listainterminable de cuerpos extraños

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hallados en el recto de algunas víctimas,pero nos limitaremos a cinco objetos,que suelen ser los más comunes: unfrasco de desodorante, una bombilla, unpepino, una botella y un tubo de ensayo.

Casos verídicos aparte, la mayoríade relatos de esta índole delatan suorigen legendario por su carácterabsolutamente abstracto y su tonomoralizador: protagonistas anónimos,falta de datos verificables, presencia detestimonios, humillación pública.

Aun así, algunos de ellos resultan aveces sumamente perniciosos, puestoque llenan sus espacios en blanco conapellidos concretos y se convierten en

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armas arrojadizas con las que dañar lareputación de sus presuntosprotagonistas. Lo vemos claramente eneste brevísimo ejemplo que nos mandaBorja Hortelano, de Sopelana (Bizkaia):

A Alejandro Sanz le habían tenido queoperar de urgencia porque se le habíaquedado un botellín atascado en lasposaderas.

Idénticos objetivos difamatariosparecía perseguir otra versión quecirculó hace años en cierta ciudad deprovincias, aunque su protagonista notuviera nada que ver con el mundo delespectáculo. Nos la remite Anna Muñozy la causa del percance es, una vez más,

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un inverosímil «efecto de vacío»:

Me contaron que una chica que estabapasando la tarde en el bar de costumbre,después de estar un buen rato en el cuartode baño, salió con una botella de Coca-Cola«colgando» entre sus piernas pidiendoayuda a su novio y amigos, al no haber sidocapaz de desprenderse de ella debido alefecto vacío. Al no poder ayudarla, lallevaron al hospital donde la recogió sumadre para llevarla a casa.

Toda la ciudad se enteró del incidente y,por raro que parezca, a nadie le sorprendíaal conocer el nombre de la protagonista.

A una fecha tan lejana como 1930 seremonta un relato similar, ubicado enSiloam Spring (Arkansas), que figura en

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la antología de Vance Randolph Pissingin the Snow con el expresivo título deCora y la botella. Según el autor, dichorelato siempre se contaba comoverdadero «con el nombre de algunachica del pueblo». Cuando sufre elconsabido percance, en su caso con unabotella de cerveza, la aterrada Cora sepone a lanzar alaridos de espanto hastaque todo el vecindario acude en suayuda.

Las mujeres tiran de la botella contodas sus fuerzas pero no consiguendesprenderla. El médico les aconsejaque practiquen un agujero en el cristalpara que entre el aire en ella, pero como

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la familia de la chica no dispone detaladro, lo intentan con limas, papel deesmeril, la fresadora del herrero, tijeraspara cristal y hasta con cordelesempapados en queroseno. Finalmente, elcristal se quiebra por un lado y elmédico consigue extraer la botella«como una seda».

Una variante igualmente malévolasurge a finales de los años sesenta enEstados Unidos, fundando de paso elinexistente «club Mickey Mouse». Losimaginarios socios de dicha entidad noson otros que los homosexuales«perversos» que se refocilan con unapráctica que ya aconsejaba el Marqués

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de Sade en el apéndice de Las cientoveinte jornadas de Sodoma, aunque confinalidades menos placenteras.

Dicha práctica consiste en hacer lamanicura a un roedor bien peludo —normalmente un jerbo—, e introducirloen el recto por medio de un tubo. Comoocurría con otros cuerpos extraños, elroedor suele atascarse y causardesgarros internos. De resultas de ello,la víctima debe efectuar el consabidoperegrinaje a «urgencias» y ver sunombre publicado en los ecos desociedad, ya que suele tratarse dealguien tan famoso como el actorRichard Gere.

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Si nos atenemos al análisis de JanBrunvand en Too Good To Be True , estaleyenda llegó a su apogeo en 1987 ydesde entonces ha circulado por todo elmundo, aunque no consta ni un casoverídico en los archivos médicos. Suobjetivo primordial parece ser el mismoque sugeríamos antes: arrojar dardosenvenenados a personas concretas y, porextensión, al mundillo gay en bloque.

JOSEP SAMPERE

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Secuestradas en el probador

En una fotografía de los añossesenta, once chicas mantienen lasonrisa a la espera del fogonazo de lacámara. Se trata de las dependientas deLa Sirena, una tienda de fajas y sostenesmuy popular en Barcelona. Ninguna deellas sospecha que muy pronto seránacusadas de raptar a sus dientas ymandarlas a Oriente Próximo. Lacabecilla es la dueña, en la foto conblusa blanca y un bolso colgado delbrazo, una dama de mediana edad ymirada apacible que vive en el número

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12 del Paseo de Gracia.La historia que las va a condenar es

la siguiente y aparece recogida en latesis doctoral que la antropóloga SilviaVentosa Muñoz realizó para laUniversidad Rovira i Virgili deTarragona con el título Trabajo y vidade las corseteras de Barcelona:

Una chica iba con su novio y decidiópararse en la calle Pelayo a comprarse unossostenes. El novio le dijo que la esperabaen la calle, porque no estaba bien visto queun hombre entrara en un negocio de estascaracterísticas. El pobre chico esperó yesperó y la chica no salta. Finalmente entróy no estaba. Al parecer, la secuestraron enel probador —que comunicaba con el

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edificio de La Vanguardia— y se lallevaron para trata de blancas. No se la viomás.

Este testimonio se remonta a 1969cuando una extraña plaga sacude a laCiudad Condal. Misteriosamente, secuenta, algunas chicas son secuestradasen ropa interior en el probador de LaSirena y enviadas en paños menores aSiria y el Líbano. Barcelona, primero, yluego Catalunya claman contra el abuso.Tanto es así, que treinta años despuéslos periodistas más veteranos de LaVanguardia, edificio colindante con LaSirena, alertan con el rictus complacidoa cuantas mujeres eligen la puerta del

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diario para concertar sus citas sobre elincierto destino que las aguarda.

E n La Vanguardia trabaja LluisPermanyer, gran cronista de la CiudadCondal y reputado escritor. Juntospaseamos por la redacción en busca deperiodistas con solera que nosprecipiten en los intrincados pasadizosque albergaba La Sirena. Por lo que suscolegas recuerdan, las adolescentes eranintroducidas en un montacargas ocultoque comunicaba con el sótano otransportadas hasta una sala secretadonde se activaba un dispositivo quehacía que el espejo del probador girarasobre su eje.

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Sin embargo, Rosa Clavet, unacorsetera que trabajó desde los 14 a los23 años en La Sirena descartarotundamente esta hipótesis tras serentrevistada por Silvia Ventosa. Alparecer, el probador de la tienda eramuy grande, con una cortina en medio.Cuando llovía y no entraba público, elencargado —«que no sabía ni coser unbotón»— enseñaba a las dependientas acantar opéra y zarzuela. El únicoorificio que había en la tienda era unaventana que sólo se abría en verano.Desde allí se accedía a un lavadero.«Allí no había ningún agujero —señalaba Rosa Clavet—. Había ratas,

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péro ningún agujero».A Herman Melville, autor de Moby

Dick, se le atribuye la siguiente frase:«Basta que sea irracional un solohombre para que otros lo sean y lo seael universo». Algo así sucedió con LaSirena. De repente, un locutor de radio,según recuerda otra corsetera, AsumptaSerra, comienza a contar lo que ya esvox populi: que en la tienda de fajas ysostenes de la calle Pelayo las doncellasson raptadas en un cuarto oscuro antesde ser encerradas en lóbregas bodegasde siniestros navíos mercantes.

Si Chesterton, en alguno de suscuentos, compara el universo de los

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ateos con un laberinto sin centro, justolo contrario podría decirse de loscrédulos. Los devotos siempre tienenalgún clavo al que agarrarse. Paraempezar, las corseteras eran vistas en1969 como «chicas fáciles», de vidadisoluta y poco licenciosa, tal y comoexplica Silvia Ventosa:

La supuesta vida alegre de las corseteras—argumenta la antropóloga— tenía que vercon que eran mujeres independientes, consu propio sueldo. A su vez vestían con unaelegancia inusual en la época.

Vanessa Maher en Sewing the Seamsof Society: Dressmahers andSeamstresses in Turin Between the

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Wars (1987), abunda en la misma idea:el hecho de vestir bien, de podermoverse por la ciudad entera, deconocer las reglas del juego socialgracias a tratar con dientas de todas lasclases, las diferenciaba de las amas decasa y de las obreras.

Pero había un segundo aspectotambién de interés. La propietaria de LaSirena no era corsetera, sino queregentaba varios negocios de los quenada se sabía —sólo logramos averiguarque el hermano de su marido tenía unafábrica en San Sebastián. Pero este datoquedaba empequeñecido por unaevidencia: era francesa, de París o de

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Lyon, poco importa, pero del país delMarqués de Sade.

La «pista gala» nos llevó hastaOrleans, más en concreto al 6 de mayode 1969, aunque, a decir verdad, yacontábamos con que, tarde o temprano,ambas historias se fundirían. Elsemanario Noir et Blanc acaba depublicar un artículo titulado Lastrampas de los traficantes. Segúnparece, algunas céntricas tiendas deropa femenina sirven de tapadera a unapoderosa red de trata de blancas. Lospropietarios de los locales son judíos,de Tel Aviv o de Haifa, pero judíos. Porlo demás, el procedimiento es arcaico

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pero efectivo: a las adolescentes lesinyectan un somnífero, las trasladan a unsótano y las abandonan a su suerte en unburdel exótico.

Aparentemente, la policía encuentraen algunos de estos comercios a dos otres chicas drogadas a punto de serempaquetadas por la mafia. Una falacia,como luego se descubrirá, pero queinstala el terror en la localidad.Casualmente y para su desdicha, el 10de marzo de 1969 un magnate hebreoinaugura en la céntrica calle Royal deOrleans una tienda de confección parachicas llamada Aux Oubliettes («A lasmazmorras»). Los probadores se hallan

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en el sótano, cuya decoración recrea elambiente medieval.

Las colegialas de institutocomienzan a atar cabos y la leyenda seexpande a otras tiendas cercanas:Dorphé —también con el probador en elsótano—, La boutique de Sheila,Alexadrino, Felix, Le petit bénéfice yDD Suno. Todas ellas se dedican a lamoda juvenil, salvo Felix, que es unazapatería —aquí la droga se inocula através de una aguja situada en el talóndel zapato—, y son propiedad de judíos.

El 20 de mayo, diez días después dela publicación del artículo, las chicasdesaparecidas ya son sesenta, la mayor

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parte en Dorphé y Cassegrain. En elcolegio Saint Charles se exhorta a lasadolescentes a no salir de su domiciliohasta que no se aclare el caso, con loque, sin ningún indicio fehaciente, laleyenda se propaga como una mancha deaceite por los 88 000 habitantes de laciudad.

Entre el 29 y el 31 de marzo, segúnrecogen en sendos trabajos CesariBermani y Véronique Campion-Vincentcomienza a fabularse por la villa que loscomercios de los judíos, tan sóloseparados entre sí por varios centenaresde metros, ocultan un sinfin de lúgubrespasadizos que confluyen en un canal que

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desagua en el río Loira y donde por lanoche acude un barco a recoger la carga.

La gente comenzaba a preguntarse —señala Bermani—: ¿Cómo es posible que lapolicía no practique detenciones y que losperiódicos no informen de lo que estápasando? La respuesta era bien clara: habíansido comprados por los judíos.

El 30 de mayo los tenderossospechosos comienzan a recibirllamadas anónimas donde se lespregunta por «la carne fresca» o por «elcamino que lleva a Tánger».

Finalmente, en la primera semana dejunio, los comerciantes difamadoslanzan una contraofensiva y denuncian

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una campaña antisemita, llamamiento alque se adhieren autoridades y partidospolíticos, con lo que la leyenda terminarelegada a unos pocos periódicossensacionalistas.

Posteriormente, entre 1970 y 1974,la leyenda se muda a Amiens, Charlon-sur-Saóne y Estrasburgo, antes de dar elsalto a España e Italia.

En nuestro país, disponemos de unsinfín de relatos que puedenconsiderarse variantes de Orleans.Natalia Aparisi, por ejemplo, nos envíala siguiente historia:

En una tienda de ropa situada justoenfrente de El Corte Inglés de la calle

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Pintor Sorolla, de Valencia, dos chicas semetieron en el probador. Su madre,alarmada por la tardanza, entró a buscarlas yno las vio. Los responsables delestablecimiento dijeron no saber nada. Perola madre insistió y presentó una denunciaen la policía, que tropezó con ellas en uncuarto oscuro donde estaban maniatadas.Querían llevárselas a otro país. El alcancede esta leyenda fue tal que la tienda tuvoque hacer un desmentido oficial’yposteriormente cambiar de nombre.

Veamos ahora lo que dice la policía.Nos encontramos en el quinto piso de laJefatura Superior de Policía deBarcelona, sita en la Vía Layetana. Nosatiende José Vázquez, portavoz delcuerpo, que no puede evitar una sonrisa

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cómplice al conocer el motivo denuestra investigación.

Desde hace años —recuerda Vázquezmientras hojea sus archivos— nos llegannoticias de que algunas chicas son raptadasy enviadas a otros países. Por normageneral, se trata de llamadas telefónicas,que casi nunca terminan en denuncias. Derepente, alguien se entera de segunda manodel presunto hecho y nos alienta a queinvestiguemos. Pero, como se suele decir,del dicho al hecho hay un buen trecho ynormalmente la cosa queda en nada.

En los años sesenta —continúa Vázquez— se comentaba que las chicas eranmandadas a Oriente Próximo. Luego,cuando muchos españoles eran emigrantes,el paradero pasó a ser América Latina.Últimamente y no me pregunte la razón, se

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dice que las mandan a Chequia.

Por los relatos recibidos durante eltiempo que ha durado la investigaciónque ha dado lugar a este libro, pareceexistir una última moda: las chicas sonsecuestradas en países exóticos,normalmente en Marruecos y Turquía.

Se diría que la desconfianza haciaotras culturas parece haber relegado aun segundo orden el propósito de dañara la competencia por la vía del racismo.En el caso de La Sirena, por ejemplo,además de descubrir que la dueña erafrancesa, logramos averiguar, a travésde la corsetera Rosa Calvet, un turbiointerés comercial:

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Esta tienda estuvo en traspaso y se ve queel que se la iba a quedar en un principio laperdió, porque llegó otro que ofrecía másdinero y se la dieron bajo mano, con lo queal final se la traspasaron a la corsetería.Según dicen, el primer interesado llevó unanota a los diarios que ponía quesecuestraban a las chicas.

El tema del rapto de las doncellaspara gozar de sus favores, su reclusiónen almenas y torres, tenía numerososprecedentes en la Edad Media. Sinembargo, no es hasta 1880 cuando surgela expresión «trata de blancas». Laacuña Victor Hugo en una carta aJoséphine Butler citada por EdwardBristow en Prostitution and Prejudice.

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The Jewish Fight Against WhiteSlaveiy:

La esclavitud de las mujeres negras enAmérica ha sido abolida, pero la esclavitudde las blancas continúa en Europa.

Por su alta carga emotiva, lalocución se hace muy popular y confiereun sentido más restrictivo a laprostitución que si antes era voluntariaahora pasa a ser forzada.

Una circunstancia que aprovecharáncomme il faut los periódicossensacionalistas para atraer a nuevoslectores. Por citar sólo un caso, la PallMall Gazette publica en 1885 enLondres una historia en cuatro entregas,

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obra de W.H. Stead; bautizada TheMaiden Tribute of Modern Babylon(«El tributo que pagan las vírgenes a lamoderna Babilonia») donde documentacon todo lujo de detalles cómo laspobres «hijas del pueblo» son«engañadas, atrapadas y violadas, bienbajo la influencia de drogas, bien trasreducirlas por la fuerza en unahabitación cerrada».

La serie tiene un efecto magnético yla Ley de enmienda al Derecho Penal de1885 no sólo eleva la edad núbil de lasniñas de los trece a los dieciséis años,sino que otorga a la policía mayorpotestad para perseguir a prostitutas y

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dueños de burdeles.Desde entonces, con un porcentaje

infinitamente superior de ficción arealidad, las muchachas han continuadosiendo raptadas aquí y allá, ya no porhombres flacos de rostro hundido yataviados con abrigos viejos ycolgantes, sino por sus descendientesnaturales: judíos, franceses —en España— y árabes —«moros», a ser exactos.

Tampoco los indefensos niñosparecen tener mejor suerte. Desde hacevarios años se cuenta una historia que,entre otros, han oído Domingo Marchenaen Barcelona y Victoria Garrido enMálaga. La trama más o menos es la

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siguiente: en un gran almacén —entrelos más nombrados figuran Pryca,Baricentro y Alcampo— una madrecomienza a gritar que ha perdido a suhija o a su hijo de muy corta edad. Laseñora se ha despistado al torcer uno delos pasillos con el carrito y al volver lamirada ya no ha encontrado al pequeño.A pesar de que en Información latranquilizan, la mujer obliga a cerrar elcentro comercial e impide salir a lagente. Durante una hora se rastrea elhipermercado sin éxito, hasta que,finalmente, el niño es encontrado en unode los lavabos sano y salvo. Pero con unpequeño detalle: la ropa que lleva es

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completamente distinta a la que vestíahoras antes —en unas versiones— obien lleva una peluca —en otras— o lehan teñido el pelo —en las menos.

El historiador José María Percevalfue el primero en hacemos llegar laleyenda, que decía haber escuchado almenos tres veces:

En broma, y quizá dando un giro socialal origen del ogro o el hombre del saco —nos sugería Perceval— en alguna versiónque escuché se venía a decir que en unpequeño comercio no pierdes a los niñostan fácilmente como en los grandesalmacenes.

¿Será —se interrogaba Perceval— quelos pequeños comerciantes ven los

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hipermercados como unos dráculas queroban el futuro de sus hijos?

No tenemos una respuestaconvincente para él, simplemente que sila gente cuenta esta historia y la creedebe existir una buena razón.

Lo que sí tenemos es una noticiapublicada el domingo 15 de agosto de1999 en la página 24 del diario El País.El primer párrafo dice así:

Sensormatic, una compañíaestadounidense de seguridad, cree haberhallado la forma de evitar que los niños sepierdan en las grandes superficiescomerciales o bien sean raptados porextraños, mientras sus padres hacen lacompra. Una chapa electrónica bautizada

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como SafeKids («niños seguros») sujeta aunos vistosos chalecos que los menores seponen al acceder a la zona de juegos de loscomercios, y que pone en marcha unaalarma cuando la abandonan, ha sidopresentada en el Reino Unido como «lapanacea de la seguridad infantil».

La noticia acababa con un datoelocuente. «En los años setenta —informaba Isabel Ferrer desde Londres— el 90% de los niños británicos ibaandando al colegio. Ahora sólo lo haceun 9%».

Como sucedió en La Sirena, antes enOrleans y ahora en Gran Bretaña lasdesgracias ajenas acostumbran a ser, porlo visto, lucrativas para algunos,

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llámese comerciantes o ministros de lamoral. En años posteriores, vaticinamos,proseguirán los raptos de muchachas yniños. Sin embargo, la policía noapresará a los autores. A no ser, claro,que invente un artilugio que ya investigay ponga a buen recaudo la imaginación.

ANTONIO ORTÍ

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Embarazos embarazosos

Una joven a punto de casarse celebró la«despedida de soltera» con sus amigas enun local nocturno de la capital donde loschicos («camareros») se desnudaban ydespués se prostituían. La joven que estabaa punto de casarse se «lio» con uno de ellosque era de piel negra. A la semana se casóla chica con su fiel novio, pero prontoquedó embarazada (lógicamente por larelación que había mantenido con el chicode color), aunque todos estabanconvencidos de que el padre era su marido.Llegó el día del parto y los médicos sesorprendieron al ver un bebé negro, por loque antes de cortar el cordón umbilicalllamaron al padre, para que estuviera seguro

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de lo que su mujer traía. El hombre dejó ala mujer y ella se quedó sola con su hijito«moreno».

Esta historia, o, mejor dicho, esterumor, lo escuché hace ya bastantes años encasa. Lo contó mi hermana ya que ésta sehabía enterado por medio de una enfermeraque trabajaba en el hospital donde ocurrióel hecho. Pero no conocían la identidad dela mujer que dio a luz porque era de otropueblo.

DAVID MORENOCabra (Córdoba)

Hará cosa de tres años, oíamoscontar este «suceso» en dos tertuliasradiofónicas, ante la total y absoluta

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credulidad de los presentes. (El lectordisculpará que no podamos aportar másdatos; lo único que somos capaces derecordar son las emisoras en cuestión —Radio Nacional de España y CatalunyaRádio— y los supuestos escenarios delinsospechado alumbramiento: unhospital de Sevilla y otro de Valencia).

Huelga decir que los tertulianosignoraban por completo que estabanponiendo al día una leyendacontemporánea que lleva más de veinteaños circulando por Europa y EstadosUnidos.

En algunas versiones la fecundaciónse produce en África o Cuba, durante el

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viaje de bodas de la protagonista, y éstaconcibe gemelos de distinto color. Asíocurre en el siguiente ejemplo querecogió Laura Bonato en la ciudaditaliana de Torino: «Una pareja derecién casados se va de viaje de noviosa África. La joven esposa cumpleregularmente con sus deberesconyugales, pero un día, aprovechandoque el marido se empeña en irse deexcursión, tiene relaciones sexuales conun joven sirviente negro del hotel. A lavuelta, la esposa descubre que estáembarazada de gemelos. Al cabo denueve meses nacen las criaturas: unablanca y otra negra».

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La elocuente estampa de la parejitabicolor, confirmación «cotejada» de lainfidelidad de la esposa, demuestra quelos gemelos de padres diferentes no sólovienen al mundo en los cuentosmaravillosos, sino que el tema hallegado intacto a los relatos ejemplaresde nuestros días. De su caráctertradicional deja constancia el Indice deStith Thompson junto a la clave T586.3:Alumbramiento múltiple comoresultado de las relaciones con varioshombres.

En su obra Rattan i pizzan, elfolklorista sueco Bengt af Klintbergincluye una variante publicada como

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noticia verídica en el diario Expressendel 24 de julio de 1975. En este caso lainfidelidad es obra del marido, pero araíz de una serie de circunstancias taninsalubres como absurdas, la esposaengendra un bebé negro sin haberseacostado jamás con ningún ciudadano deeste color. La verdad sale a relucirgracias a la portentosa capacidaddeductiva de un tocólogo de Munich, decuyos archivos provino aparentemente la«noticia».

He aquí la reconstrucción delepisodio: el marido se acostó con unaprostituta negra (!) que poco antes sehabía ocupado de un cliente también

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negro. Aquella prostituta no debía de sermuy partidaria de la higiene íntima,puesto que el esperma de dicho clienteseguía en el lugar justo donde éste lodepositó, y de ahí vino pegarse almiembro del marido. Éste, máscochambroso si cabe, se acostóenseguida con su esposa, dejándolaencima indirectamente, o tal vezdebiéramos decir «contagiándole» unembarazo humillante.

La sordidez de este relato, del queno hemos recogido ninguna versión, leconfiere un regusto desagradablementeracista: al indicar que la prostituta esnegra y además «no se lava», se

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establece un paralelismo entre el colorde su piel y la suciedad. Esta suciedadresulta ser contagiosa, ya que si elmarido no se hubiera rebajado a copularcon una trotacalles «destinada a losnegros», jamás hubiera «transmitido» asu inocente esposa un embarazo del quenacerá algo así como una manchapermanente.

Obsérvense las similitudes entre estaleyenda y los relatos que reflejan elmiedo al embarazo descritos en elcapítulo El animal invasor en amboscasos el semen adopta la forma de unaespecie de virus sumamente infecciosoque acecha en lugares inofensivos —

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bañeras, piscinas, asientos devestuarios, etc.—, dejando embarazadasa las incautas que entran en contacto conél.

Las versiones que nos han llegadoparecen derivar de una leyenda másreciente, puesto que todas ellascontienen el tema de la «despedida desoltera». Este «rito de paso»exclusivamente masculino en otrostiempos, se incorpora en fecha no muylejana al repertorio festivo de lasmujeres. Aunque no podemos precisar elmomento exacto, suponemos que no haráde ello más de diez o quince años.Naturalmente, esta nueva conquista

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femenina ha sido terreno abonado paratoda clase de bromas procaces yhabladurías viperinas en tomo a losimaginarios desmanes que tienen lugaren tales «despedidas de soltera».

La predilección por llevar a la futuraesposa a espectáculos de strip-teasemasculino (Mercabarna es una de lassalas más citadas en las versionesbarcelonesas de la leyenda) ha sido laexcusa idónea para que hombres ymujeres se explayen en vívidasdescripciones de las presuntas orgías aque se entregan novias y amigas duranteesas fiestas amenizadas por los asíllamados boys. Semejante surtido de

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murmuraciones pornográficas pudierahaber cristalizado en un relato-tipocargado de simbolismo que constituyeuna especie de versión condensada detodas ellas.

Félix René Juberias, de Zaragoza,nos remite una variante que prescindedel «bebé negro» pero compensa suausencia con un desenlace no menosefectista. Confirmando lo queapuntábamos antes, la narradora delrelato se sirve de él para explicarcalumniosamente una separaciónmatrimonial:

Esta leyenda la escuchó mi mujer muyrecientemente (hace unos 15 días

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[principios de febrero de 1999] comprandoen una frutería; una clienta contaba a ladependienta que «fulanita de tal» (connombre y apellidos) se había separado de sumarido porque:

Dos meses antes de casarse, fulanita detal y sus amigas se fueron de despedida desoltera a un show de desnudos masculinos.Cuando el pase terminó uno de los modelosestuvo tomando unas copas con lahomenajeada y se fueron juntos. Al cabo dedos meses la persona en cuestión se casa ypasados 7 meses tiene un hijo. El marido loinvestigó y decidió separarse de su mujerante tal engaño.

José Carlos Carrasco, de Badajoz,recupera el tema de la criatura negra enotra variante donde el padre

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involuntario es un ídolo del baloncesto:

Se comentaba que en una despedida desoltera, la novia, después de una largafiesta, se fue a la cama con un jugador debaloncesto del Cáceres C.B., y cuandopasaron los nueve meses tuvo un hijo depiel negra.

Estas historias nacen del tedio y lamediocridad vital, —nos sugiere el filósofoJordi Barrera—. Ocho horas de trabajomonótono en una fábrica, un marido o unaesposa insatisfechos, rutina y más rutina.Todo ello exige una válvula de escape,alguna manera de quitarse de encima tantafrustración. Las habladurías acerca deinfidelidades matrimoniales, centradassobre todo en alguien «con nombre yapellidos», son una buena forma decanalizar todo ese hastío reprimido y

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permiten expresar indirectamente losdeseos, prejuicios y temores másprofundos de quienes las cuentan.

El folklore siempre ha tenido al«negro» por el arquetipo de «hombresuperdotado», provisto de una potenciasexual desmesurada, casi sobrehumana.

Según cieno rumor que corrió añosatrás, la China comunista exportópreservativos a África, pero muchos deellos fueron devueltos por ser de«tamaño asiático» (como es sabido, losorientales tienen el pene pequeño).Tales atributos han ido deshumanizandoal «negro» hasta convertirlo en unaespecie de bestia lujuriosa, capaz de

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suscitar sentimientos radicales en ambossexos: la fantasía femenina lo representacomo el amante «salvaje» porexcelencia, mientras que la masculina loteme celosamente por su calidad decompetidor aventajado en el terrenoerótico.

Intuimos que la leyenda de la«despedida de soltera» constituye unabuena ilustración de esta clase defantasías calenturientas. Lo que serefleja en ella es el deseo de no accederal mundo apacible del matrimonio sinaprovechar antes la oportunidad únicade llevar a la práctica un sueño eróticoobsesionante. Este deseo, sin embargo,

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lleva aparejado un temor puritano que elrelato explota con claridad ejemplar:que estas horas de goce «bestial» seplasmen en un recuerdo permanente,humillante testimonio público de lasatisfacción ilícita de un anhelo secreto.Como señalaba Jordi Barrera, estaleyenda permite expresar los deseosreprimidos y al mismo tiempoencubrirlos bajo una capa de hipócritamoralismo.

Los antiguos creían que bastabanmuy pocas condiciones para que nacieraun monstruo. Claude Kappler, en suclásico estudio Monstruos, demonios ymaravillas a fines de la edad media

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reproduce un fragmento del tratado deAmbroise Paré Des monstres etProdiges, tras indicar que este autor«dedica todo un capítulo a lasimaginaciones en torno a la mujerembarazada, y alude más de una vez aautoridades bien antiguas».

Entre otros partos monstruosos,refiere Paré el caso de «una princesaacusada de adulterio por haber dado aluz un niño tan negro como un moro,mientras que ella y su esposo tenían lapiel blanca; según Hipócrates, lamencionada princesa fue absueltagracias a la pintura de un moro,parecido al niño, habitualmente

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colocado junto al lecho de la madre».Una variante de este episodio,

genuino precursor de la leyenda que nosocupa, la recoge Antonio deTorquemada en su curiosísimo Jardínde flores curiosas, escrito nada menosque en 1570:

Leemos en Plutarco que una mujerblanca, concibiendo del hombre blanco,vino a parir un negro, porque al tiempo delconcebir tenía puestos los ojos y laimaginación en una figura de un negro queen un paño de pared estaba pintada, y que lacriatura propiamente se le parecía.

Pocos ejemplos expresarían mejor elsignificado último de nuestra leyenda:

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las ensoñaciones eróticas pueden llegara tomar vida propia. El mismo miedo alpoder «generador» de la imaginaciónparece ser la base de la creenciapopular en los «antojos».

María Moliner los define como«manchas de nacimiento en la piel de lasatribuidas popularmente a caprichos nocumplidos de la madre». Si recordamosque en catalán un «antojo» es un desig,(deseo) advertimos con mayor nitidezaún el parentesco temático quemantienen las diversas manifestacionesdel folklore.

Igualmente familiar es la relaciónentre algunas leyendas contemporáneas y

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los chistes. Félix René Juberíasconcluye su relato con la siguienteaclaración:

Esta historia ya la había escuchado haceaños como una especie de broma en la queel modelo era de color y por tanto el hijosalía «negrito».

Intrigados, nos propusimos ilustrareste comentario con un ejemplo ad hoc.Como es de rigor en cuanto a chistes serefiere, recurrimos al monumentaltratado Rationale of the Dirty Joke obradel eminente folklorista norteamericanoGershon Legman. Como era de esperar,en la página 789 del primer volumendimos con el siguiente ejemplo, con el

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cual terminamos este capítulo:

Un indio se divorcia de su mujer.Explicación: «Yo plantar maíz, salir maíz.Yo plantar trigo, salir trigo. Yo plantarindio, salir chino. Yo divorciarme desquaw».

JOSEP SAMPERE

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Sorpresa, sorpresa

Los padres de una niña querían dar unasorpresa a su hija que era fan de RickyMartin. Para tal fin, se pusieron en contactocon el programa de Amena 3 Sorpresa,¡sorpresa! que ocultó varias cámaras en eldomicilio y escondió a Ricky Martin en unarmario. Los padres se personaron en elplató para ver la reacción de su hija endirecto, pero pronto se quedaron mudos alcomprobar cómo ésta salía de la ducha, seencaminaba a la nevera, sacaba un bote demermelada de fresa y llamaba a su perropara que comenzara a lamerla.

MANUEL CHARLÓNMadrid

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¡Oh, Dios mío, es él! Algo así debióde exclamar nuestra joven quinceañeraal ver salir a Ricky Martin entre lasfaldas de su armario y correrdespavorido. Sucedió un 5 de febrero de1999. Días después un oyente de lacadena SER llamaba al programanocturno Hablar por hablar. Pedía quealguien confirmara un rumor que habíaescuchado en la facultad, según el cual,el programa Sorpresa, ¡sorpresa! habíaemitido unas imágenes sexualmentecomprometidas de una menor, a la quese quería dar una sorpresa con sucantante preferido. El espacio encuestión fue visto por tres millones de

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telespectadores, en su mayor partedormidos, pues sólo unos cuantos sedignaron a coger el teléfono ycomenzaron a relatar esta historia, máspropia de un canal de pago. A JoséCalvo, presidente de la Asociación ProDerechos del Niño (Prodemi), lellamaron cuando acababa de almorzar ycuentan que exclamó: «¡Esperadme, queahora voy!». A las pocas horas remitíaun escrito a la Fiscalía de Menores deMadrid en el que se leía lo siguiente:

La menor, ajena a todo montaje y alparecer sola en su dormitorio y sabiéndoseen la intimidad de su habitación, se despojóprimero de su cazadora y a continuación delos pantalones y de su ropa interior y se

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embadurnó sus partes íntimas con foie gras,llamando a continuación a su perrito, quecuriosamente se llama Ricky, que la lamiólos genitales.

También, curiosamente, se podríaañadir, este aspirante a buen hombre sedecidió por el siempre eficaz foie gras,entre los muchos condimentos quecorrían de boca en boca por aquellashoras, esto es, Nocilla, mermelada defresa, crema de cacahuetes, mantequillay miel.

De hecho, este derivado del cerdono es, que se sepa, uno de los manjarespreferidos de los perros, ni siquiera deesos sátiros caninos que consagran sus

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días a investigaciones olfativas dedudosa moral.

Fuera como fuese, el caso es que alas pocas horas algunas emisoras deradio se sumaban al jolgorio, elevandoel rumor a la categoría de incertidumbre,mientras que el canal de los marcianosparecía esconder meteoritos capaces deconvertir a Giorgio Aresu, el directordel programa, en un Luis Aguilé cansadode trabajar, en una mota de polvo a laderiva.

La siempre eficaz policía yainvestigaba a esas horas, pues comocomentaba un alto cargo, «cosas másraras se han visto». En teoría, buscaba

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un vídeo que algunas llamadaslocalizaban en un colegio de Málaga yque se vendía por quinientas pesetas.También la Fiscalía de Madrid abríadiligencias, mientras que altosdirectivos de algunas televisionescomenzaban a cruzarse llamadas.

—¿Qué vais a hacer vosotros? Aquí noparan de llamar.

—Yo he hablado con Aresu —eldirector de Sorpresa, ¡sorpresa!— y medice que preparan un comunicado. ¿Tú visteel programa?

—Yo no. ¿Y tú?—Yo tampoco.

Por aquel entonces el rumor yacorría por: peluquerías, pescaderías,

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oficinas, panaderías, sex shops, RENFE—a Iberia llegó con retraso—, El CorteInglés, Alcampo, Pavo y Derivados,Pascual Hermanos, Helados laMenorquina, Unión Naval de Levante yAragonesa de Piensos. Era el 16 defebrero, es decir, once días después delos infames lameteos.

Esa misma tarde, la ColumbiaRecords —la compañía del cantante—decía que Martin no venía a España degira desde diciembre, si bien admitíaque se vio involucrado en un sucesoparecido al denunciado en un programade la televisión holandesa con unformato similar.

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Para entonces la protagonista delsuceso ya había cambiado varias vecesde nacionalidad: al principio eramalagueña, luego italiana, más tardefrancesa. Otro tanto sucedía con lasversiones. En unas había perro —sunombre oscilaba entre Ricky, Cuqui, yPichi—, mientras que, en otras, ella sefrotaba sólo los senos, sólo el clítoris, obien toda entera, con mantequilla, foiegras, Nocilla, etc.

No es de extrañar, pues, que alperiódico La Vanguardia llegara unaúltima hora: la chica protagonista delrelato, al ver invadida su privacidadinfantil y dadas las consecuencias del

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caso, había decidido quitarse la vida. Elúnico problema es que nuestroscomunicantes anónimos nos daban tresciudades distintas del desenlace fatal:Girona, Alicante y Málaga —siempreMálaga.

A las trece horas, cincuenta y sieteminutos y treinta y seis segundos del 16de febrero de 1999, el teletipo de LaVanguardia escupía una hoja con ellogotipo de Antena 3 en el que se citabaa los periodistas al pase del vídeocorrespondiente al programa de RickyMartin en la Avenida Isla Graciosa sinnúmero. Para lo que se esperaba, elvídeo resultó un auténtico tostón y lo

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más cercano a la zoofilia que hubo allífue observar a Raquel Welch entregandoun perrito extraviado a su inconsolableama.

A esas alturas Giorgio Aresu habíaofrecido un millón de pesetas —unacantidad que a muchos nos parecióirrisoria a la vista del reto— a quienencontrara «vivo o muerto» el vídeo delprograma del foie gras. Pero con laprueba documental, con la luz ytaquígrafos, Ricky Martin había vueltoya al armario al que nunca debió entrar—o del que jamás debió salir.

Hasta aquí la noticia puramenteperiodística y la crónica de una hipnosis

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colectiva. No obstante, lo que muchosespañoles ignoraban, era que la historiade la sorpresa imprevista ya había sido«difundida» el 7 de julio de 1994 en unarevista satírica canadiense tituladaFrank, y comentada en los periódicosChicago Sun-Times y The Guardian losdías 26 y 30 de julio respectivamentedel mismo año, según informaba elboletín Foaftale News (núm. 35, octubrede 1994). El relato, poco más o menos,era el que sigue:

Un grupo de amigos decide organizar unafiesta sorpresa para celebrar el aniversariode una compañera de trabajo. Unos díasantes han obtenido furtivamente una copiade su llave. Con ella entran y se ocultan en

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el sótano. La homenajeada llega pocodespués y se dirige a algún lugar de la casa.De repente, se abre la trampilla del sótano yla mujer baja unos peldaños a oscuras,llamando a su perro. Éste sube raudo yveloz. Los invitados deciden entoncesaprovechar la ocasión, encienden las luces,salen de su escondite y gritan: ¡Sorpresa!La mujer se queda petrificada en lasescaleras, mientras todos la miran de arribaa abajo. Está completamente desnuda y loúnico que lleva encima es crema decacahuetes en puntos neurálgicos.

A partir de entonces, otras variantescircularon profusamente por diversosgrupos de debate de Internet. A pesar deque muchos coincidían en que el perrose llamaba Skippy —nombre de una

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marca norteamericana de comida paracanes y, al mismo tiempo, de una cremade cacahuete—, había quien sosteníaque podía tratarse de Lucky, Kippy eincluso Ricky, y que el ungüento con quese embadurnaba la adolescente podíatratarse también de margarina, nata ocomida para perros.

Las siglas «Foaf» (amigo de unamigo) de la publicación citada másarriba aluden a la fuente generalmenteresponsable de la propagación deleyendas urbanas. En 1953, gracias aestos conocidos lejanos, J. M. Elgartpudo incluir en More over sexteen,segundo volumen de una larga serie de

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antologías de historietas «picantes», unchiste que sentaría jurisprudencia enestupefacciones venideras. Su título noera otro que Sorpresa, y su contenido seadelantaba a un género que iba a tenergran aceptación de público y crítica enaños posteriores. He aquí su argumento:

El director de una empresa contrata a unataquígrafa despampanante. Después decomérsela con los ojos durante unassemanas, decide invitarla a celebrar sucumpleaños en algún sitio «íntimo». Ella ledice que tiene que pensárselo. Al díasiguiente, la chica no sólo acepta supropuesta, sino que además le sugiere quevayan al piso de ella. La noche delaniversario del director, se van los dos a sucasa, toman un aperitivo y cenan

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tranquilamente. Una vez han terminado, ellale comunica melosamente que se va a sudormitorio y le pide que entre al cabo decinco minutos. Él se desnuda y por finllama a la puerta. Ella, con voz insinuante,le invita a pasar. Nada más abrir, el directorse encuentra a todo el personal de la oficinareunido en la habitación, cantando:«CUMPLEAÑOS FELIZ»

El que esta misma leyenda se hayaoído, con muy ligeras variaciones, hastanuestros días, tal vez se relacione conque el rumor goza siempre de un públiconuevo, seguro de haber accedido a unainformación fidedigna.

Volviendo al principio, el poso quenos queda de la historia de Ricky Martin

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y de su inesperada gira por España esque, hoy en día, hay algunos temas queya no venden como antaño. El adulteriosin más, por ejemplo, trama de tantosrelatos en el pasado, ha quedadorelegado al museo de los escándalospretéritos. Los «marcianos», lostelevidentes noctámbulos, lostertulianos, necesitan emociones másfuertes, llámese perros asesinos, snuffmovies, sesiones clandestinas de ruletarusa o bacanales de sexo.

De hecho, estamos hablando de losingredientes que conforman las historiasque merecen ser transmitidasurgentemente. La clave está en ser el

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más rápido, mientras que la presuntaverosimilitud del relato es un aspectomarginal.

«La verdad nunca se interpone enuna buena historia», suele comentar JanBrunvand, recordándonos algunasimágenes de la película de Billy WilderPrimera Plana.

En todo caso, tal vez muchosciudadanos anónimos, al verse vigiladospor cámaras de todo tipo —en bancos,supermercados, carreteras, etc.—pudieron interpretar que la hora del«show de Truman» estaba cerca dehacerse realidad. Otra posibilidad esque les vinieran a la cabeza noticias

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sobre abusos de niños, filmados en laintimidad y pasto de internautasdesaprensivos.

Esto explicaría, en parte, este estadode hipnosis colectiva. Aunque, ahora esfácil decirlo, cuando ya han trascurridovarios meses desde que la canción Elperrito de Ricky Martin figurara entodas las listas. En aquel momento, suestribillo se convirtió en un clamor,capaz de socavar la «realidad» y delibrarnos de sus rutinas.

ANTONIO ORTÍ

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GASTRONOMÍAPERVERSA

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Los peligros del yantarapresurado

El saciar el hambre en olla ajena hamerecido a lo largo de la historia todaclase de chascarrillos, no pocasdesconfianzas y más de un recelo haciacocineros poco diligentes, si no torpes yabiertamente impúdicos. El descuidadouso de los ingredientes, la profanaciónde ciertos tabús gastronómicos, labondad de las materias primas y la faltade higiene, son algunas de las rémorasmás citadas que acompañan al comerfuera de casa. De su génesis y posterior

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evolución tenemos constancia por libroscomo Tumbaollas y hambrientos, deJuan Eslava, donde se da cuenta y seaportan detalles sobre los pasteles decarne de ahorcado denunciados porQuevedo, de los salchichones con gatoencerrado o de animales menudos demuy diverso pelaje que muchas veceshicieron las veces de corderos, pavos oconejos.

Hasta hace poco, tropelías de estetipo acostumbraban a relacionarse conmesoneros muy concretos que se rendíana los pies de la alquimia cuando elhambre apretaba. Ahora, en cambio, seseñala con el dedo, si es que no falta y

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está en la olla, a multinacionales muyhonradas, cuya receta del éxito se afirmaque tiene mucho que ver con lamisteriosa desaparición de animalesmuy prolíficos.

La primera en ser acusada de malasartes fue la casa Coca-Cola, que en1914 perdió un juicio en el estado deMississippi tras ser denunciada por unconsumidor que encontró trozos de unratón flotando en el refresco. Desdeentonces, otros cuarenta y cuatro casoshan venido a sumarse al precedente paraentablar procesos contra las sociedadesconcesionarias del embotellado de estabebida. Aunque los juicios no tuvieron

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demasiada repercusión, los hechosdebieron de impresionar de tal manera alas gentes que el rumor corrió por todoel país y provocó dimes y diretes sobresi la pretendida fórmula secreta no seríaen realidad conocida.

En este capítulo nos referiremos aléxito de la comida rápida, para algunossímil de «basura», asociación que, comose verá después, ha dado lugar en loscinco continentes a una serie deleyendas en las que se aventura que enlugar de gato por liebre ahora nos danrata por hamburguesa, orín por cervezao rebozados de muy diversa calaña.

El relato más universal, por

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conocido, tiene por protagonistas a loshermanos MacDonald. Ambosinventaron en 1955 la hamburguesa de15 centavos —cuando en la competenciavalía 30— lo que les marcaría de porvida con un estigma: la calidad de losingredientes utilizados. Tanto es así queperros, ratas y, sobre todo, gusanos,creyeron ser «vistos» en sus preparados.A tal efecto, la empresa se anunció entelevisión —«¡Cien por cien carne devaca!», rezaba la campaña— paradefenderse de los ataques e hizo lucir ensus establecimientos un cartel quereproducía una carta del Ministerio deAgricultura donde se garantizaba el

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respeto de la firma a las normas del«Food Safety and Quality Service» —Consejo de Calidad y SanidadAlimentaria. Hasta tal punto llegó lacosa, que MacDonald’s llegó a rebatirel rumor desde el plano económico: unkilo de gusanos era cinco veces máscaro que otro de ternera. Un esfuerzovano, como cualquiera podrácomprobar.

Daniel Cano, un malagueño deveinte años natural de Estepona, nosintroduce sin remilgos en la cara ocultadel Big Mac:

No es extraño estar comiendo unahamburguesa en el MacDonald’s y

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encontrarse un diente de roedor, puesto quemucha de la carne que utiliza esta cadena dehamburgueserías procede de animales tandesagradables como las ratas.

A tenor de los testimonios recogidosa lo largo de la geografía española, sepodría concluir que nuestrosinformadores más se extrañan cuandoles sirven en MacDonald’shamburguesas de vacuno, que por esospequeños roedores de dientes finos ypuntiagudos cuyo sabor tan bien dicenconocer.

Desde Badajoz, Madrid, Valencia,Barcelona, Málaga y una larga lista deciudades y pueblos, nos han llovido

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historias que ratifican que el eslogan queensalzó este tipo de comida —«Seprepara en un minuto y se come encinco»— no está del todo perfeccionadoy que sesenta segundos dan para mucho,según cómo y cuándo.

El relato más celebrado suele llevara una mujer, antes que a un hombre, aldentista, al médico de guardia o alforense, según sea de benévolo el quenarra, donde pagará en carne propia suignorancia con el puchero, cocinar mal ypoco y tener a su familia tan sobrada decongelados y precocinados como faltade cuchara.

Decir que el castigo que recibirá allí

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será ejemplar, es decir poco, puescomerse una rata con lechuga y tomatetal vez merezca otro tipo de comentario.María Carmen Pérez García nos mandadesde Badajoz, tierra de estupendosasados, un plato a descartar:

Cuando era muy pequeña le oí decir a mimadre que una mujer, después de haberestado comiendo hamburguesas en la feriade San Juan, sintió unas molestias en elpaladar. Fue al dentista y le extrajo algo queno sabía lo que era. El dentista le dijo quelo mandaría analizar. Días después la llamóy le dijo que lo que le habían extraído eraun diente de rata.

Si hay un aguafiestas cuando sehabla de comida, éste es el sacamuelas,

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un personaje tradicionalmente contrarioa la buena mesa y por lo generaldoloroso y caro. El hecho de quemuchas mujeres terminen con la bocaabierta en su consulta desde hace unosaños, tiene mucho que ver con laobligada penitencia que han de pagar aldescuidar las tareas domésticas y queviene a sumarse a otro agraviosimbólico, el de la rata.

Así, desde que la mujer se incorporaal mercado de trabajo y descuida sutradicional papel de ama de casa,comienzan a proliferar indigestionesvarias que, en países como EstadosUnidos, llegan a convertirse en plaga. Si

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del Kentucky Friend Chicken sabíamospor Rafael Sambola, natural deBarcelona, que criaba clandestinamentepollos de ocho patas para obtener unnúmero proporcional de muslos,ignorábamos en cambio cuál era lafórmula secreta de su fortuna.

Gary Alan Fine recopiló en 1973más de un centenar de testimonios deotros tantos norteamericanos queadvertían yerros en elaprovisionamiento de su despensa.Ninguno de ellos aportaba pruebaalguna, pero su perfección narrativa lesllevó a convenirse en autos de feconforme avanzaron los años. Uno de

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los relatos que luego daría la vuelta almundo, con sus respectivas variantes, esel que puede leerse a continuación:

Antes de ir al cine, un joven y su novia sedetuvieron en un puesto callejero delKentucky Friend Chicken para comprar un«cubo» de pollo frito y comérselo en elcine. Al rato, la chica comenzó a quejarsediciendo que uno de los trozos de pollo erabastante duro y tenía una consistenciagomosa. Hacia el final de la película tuvoun violento ataque de náuseas. Su novioquedó tan preocupado que la llevó alhospital más próximo. Allí el médico deguardia observó que parecía haber sufridoun envenenamiento y le preguntó al joven siconocía alguna causa. El muchacho se fuecorriendo al coche y empezó ainspeccionar el recipiente de pollo, hasta

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descubrir aquel trozo de forma extraña amedio comer. Después de quitarle elrebozado halló los restos de una rata,envenenada y frita junto al pollo. Pocosdías después la chica moría tras ingerirfatalmente la estricnina del cadáver de larata.

En otras versiones que no hancirculado —que sepamos— por España,la culpa recae, ya sin ambages, sobre elama de casa, a la que se atribuye uncierto deterioro de la salud pública amedida que deja los fogones:

Había una esposa que no tenía nadapreparado para cenar. Entonces compró unacesta de pollo e intentó simular una veladaíntima, poniendo velas en la mesa que

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distrajeran la atención. Al comenzar acomer, notaron un sabor raro y muy prontodescubrieron que se trataba de una ratarebozada.

Normalmente, muchos de estosrelatos terminan en los tribunales,adonde acuden las víctimas o susfamiliares más cercanos, según hayasido de grave la bacanal, a pedir cuentasa quien corresponda. No obstante, cómomuy atinadamente anota VéroniqueCampion-Vincent, estas historias,además de criminalizar a las empresasresponsables, alertan sobre ladecadencia del comer en familia.

A decir verdad, este tipo de

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envenenamientos tienen un rico pasadoen España. Francisco de Quevedo enLos sueños, explica el modo deproceder de los pasteleros, los«MacDonald’s» de aquella época:

¡Ladrones! ¿Quién merece el infiernomejor que vosotros, pues habéis hechocomer a los hombres caspa y os han servidode pañizuelos los de a real sonándoos enellos, donde muchas veces pasó por caña eltuétano de las narices? ¡Qué de estómagospudieran ladrar si resucitaran los perros queles hicisteis comer! ¡Cuántas veces pasópor pasa la mosca golosa, y muchas vecesfue el mayor bocado de carne que comió eldueño del pastel! ¡Qué de dientes habéishecho jinetes y qué de estómagos habéistraído a caballo dándoles a comer rocines

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enteros! ¿Y os quejáis, siendo gente antescondenada que nacida los que hacéis asívuestro oficio? ¿Pues qué pudiera decir devuestros caldos? Más no soy amigo derevolver caldos.

También Joan Amades, siglosdespués, tuvo un recuerdo para lascomidas de los mesoneros en un cuentoque tituló Cualquier cosa es m… degato:

Cuenta la tradición que había uncarretero que cada día paraba en el mismohostal y que siempre, al pedirle la posaderaqué deseaba para cenar, contestaba:«Cualquier cosa».

Y no había manera de sacarle de aquí.Enfadada la hostelera, al no saber nunca qué

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darle, un día puso en el fuego lo que ellector puede imaginar y lo condimentó yguarneció como mejor supo. Acto seguidolo presentó al carretero, que lo encontróexcelente, y se cuenta que desde entonces,si en un hostal alguien pide cualquier cosapara comer, le sirven lo que tan biensabemos.

Incluso, más cerca todavía, en laposguerra española, Ángel FernándezSantos glosó el mortífero prestigio quealcanzaron los cigarrillos Celtas con unhumor negro, más que rubio americano.Reproduce sus palabras Agustín SánchezVidal en Sol y sombra:

En un lugar de la Mancha, al pareceralbaceteña, se rumorea que hay un museo

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no recogido en ninguna guía turística. Esmuy pequeño. Cabe en la vitrina de unaparador y en él están expuestos los objetosinsólitos encontrados dentro de Celtas. Haymoscas, tábanos, cucarachas, un grillo,tornillos, agujas, imperdibles, uñas cortadasa navaja, un dedo meñique, mondadientesusados, rabos de higo y de rata, pasas,altramuces, cuentas de un rosario,cagarrutas de oveja, una ceja postiza, undiente de leche e infinidad de objetos más.

Sin embargo, son normalmente losextranjeros, antes que los lugareños, lacausa de muchos recelos, lo que explicala mala fama que acompaña, no sólo alfast food, sino a la llamada cocinaétnica. Michel Dansel en Nuestrashermanas las ratas reflexiona sobre el

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fenómeno y saca a colación una recetaque creíamos propiedad delMacDonald’s:

De puerta en puerta y de las calles a losbulevares, se cuenta una historia que seríamaravillosa si no tuviera como objetivodesacreditar la cocina extranjera, ya seachina, vietnamita o árabe. De esta manerame la contaron:

A causa de un vivo dolor en las encías,un joven fue a consultar a su dentista. Esteúltimo, tras examinarlo, extrajo un dienteque no pertenencia a su cliente y que separecía al de un roedor. El escrupulosodentista quiso saber de qué roedor setrataba. Un laboratorio especializado lerespondió que ese diente provenía de unarata. Como este singular comensal seacordaba de haber comido, algunos días

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antes, un cuscús de cordero en un pequeñorestaurante, la policía investigó. Unosinspectores fueron a la dirección indicada ydescubrieron el pastel: ¡un criadero de ratasgrises! Pero nadie hasta aquel día se habíaquejado, sino al contrario, de la calidad dela carne que acompañaba al cuscús. Losclientes se relamían y recomendaban ellugar a sus amigos.

De hecho, debemos sorprendernos deque estos supremos refinamientos seanprivativos de los restaurantes extranjeros:me hubiera gustado que semejante historiase me contara a propósito de un restaurantebordelés, normando o de Berry.

Los supremos refinamientos de losque se da cuenta en estas líneas, remitenen ocasiones a los fluidos de más baja

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estofa, como si el modo de procederindustrial, tan deshumanizado, tuvieramucho que ver con estas cosas. De loque sucede cuando alguien comete latemeridad, por no decir herejía, decomprar vino en tetra brik nos informaBeatriz Velázquez, una madrileña:

Un empleado de una empresa invitó acomer a un restaurante de comidas caserasa un compañero de trabajo. El camarerodejó encima de la mesa un brik de vinoblanco sin abrir para los dos comensales.Ambos bebieron y comieron animadamentey repartieron al final el vino que quedaba enlas copas. Al servir el último resto delíquido cayó con él un condón usado ymedio anudado, con restos de materialorgánico bien visibles en su interior. El

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plástico trasparente quedó flotando en lacopa. Los comensales quedaronpetrificados, con el último bocadoatragantado y sin saber qué hacer: salircorriendo al retrete o armar un escándalo.Parece ser que uno de ellos se desmayó yel camarero, al acudir en su ayuda,comprendió enseguida lo que había pasado.Hubo denuncia, por supuesto, y la compañíaenvasadora del vino en cuestión emprendióuna investigación sobre el asunto,convencida de que uno de los trabajadoresestaba cometiendo sabotaje contra laempresa. En ningún momento se pensó enun accidente. Lo que no se sabe es si losclientes recibieron compensacióneconómica de algún tipo, pues los dañosfueron muchos.

Un tema, este del sabotaje

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inseminador, que creemos popular, puesde otro modo no se entiende que tantoscuentos se recreen en el rarocomportamiento que sigue a veces lamadre naturaleza. En una antología derelatos eróticos del colectivo catalánOfélia Dracs vive Xopsuei, un cuentoelíptico cuyo título resulta ya de por sírevelador: Un obrero de una fábrica debebidas de cacao se masturba, excitadopor una compañera de trabajo, y elsemen cae en la tinaja que contiene losingredientes del dulce brebaje. Mástarde, su novia se masturbará a su vezcon una botella de la bebida, queresultará ser la que contiene el fluido

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del obrero, casualmente su prometido,quedando embarazada.

Más obreros y fábricas. Esta vez setrata de la cerveza mexicana Corona,también conocida como Coronita, cuyotípico color amarillo brillante atribuyenalgunos norteamericanos a que en ellaorinan los charros. Al parecer, en estecaso expertos como Gary Alan Fine sedecantan por el «efecto Goliath», quelleva a pequeñas empresas adesacreditar a su competencia cuandoésta se come el mercado. El rumor sobrela Coronita surgió entre 1986 y 1987 enCalifornia y, según parece, provino deun fabricante de Reno (Nevada) a quien

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la compañía distribuidora de Coronapuso un pleito por valor de tres millonesde dólares.

Pero por muy distintos que sean los«menús» que recoge este capítulo, hayalgo que parece claro: pollos rellenosde rata, gusanos en hamburguesas, semenen el vino y orín en la cerveza son pocacosa a la vista del rumbo que estátomando la alimentación en nuestrosdías y que podría llevarnos muy pronto auna sentida añoranza por la olla podridade Quevedo.

ANTONIO ORTÍ

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La cocina caníbal

Pregunte, pregunte por qué razón no secelebran entierros de chinos en Barcelona,pregunte qué es lo que hacen exactamentecon los cadáveres…

MANUEL DELGADO

Y nosotros, curiosos por naturaleza,preguntamos. He aquí la suculentarespuesta que nos dio una informadorade Madrid, Ana María Fernández:

Muchas veces he oído relatar historiasque tienen que ver con restaurantes chinos

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y con los chinos que trabajan en ellos. Perolo más alucinante es lo que corre por ahísobre la desaparición de los cadáveres delos chinos (…) Según las estadísticaspublicadas, en varios años sólo fallece unoo dos de la comunidad de chinos queresiden en España (…) Nos cuentan queentre todos los que acudimos a losrestaurantes chinos nos estamos comiendoa los orientales muertos y ayudando así aque otros ocupen su lugar y sus pasaporteso permisos de residencia. Losprocedimientos son: 1°) Se trocea bien almuerto; 2°) se le corta en tiritas; 3°) loshuesos y partes duras acaban en los hornosde las cocinas; 4°) se congelan las tiras decarne; 5°) se sirven en bandejas ovaladas dediferentes formas: chop-suey, ternera consetas, arroz tres delicias, rollitos primavera,cerdo agridulce, empanadillas chinas… y

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6°) nos los comemos tan ricamente yademás pagamos como cualquier hijo devecino.

«La cocina china tiene la ventaja devolver irreconocibles los alimentos»,resume con docta imparcialidad elescritor Alain Robbe Grillet en su obral a La Maison de rendez-vous,rememorando cierto restaurante chino deAberdeen (Escocia) donde al parecerservían carne humana.

Otros observadores menosimparciales, como el escritor chinoZheng Yi —refugiado político enOccidente—, reiteran las tendenciasnecrófagas del pueblo chino, pero

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situándolas fuera del ámbito hostelero.Según dicho autor, durante la

Revolución Cultural los guardias rojosse habrían comido a prisioneros,estudiantes y profesores. Numerososactos de canibalismo habrían sidoorganizados con motivo demanifestaciones públicas en honor aldirigente del Partido Comunista. En unode tales banquetes —para demostrar sufidelidad al partido—, la novia del hijode una víctima habría sido la primera endesgarrar la carne. Según Zheng Yi, almenos 137 personas habrían sucumbido,devoradas, en Guangxi.

A falta de pruebas sólidas que

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documenten semejantes banquetes decarne humana, debemos concluir que suespeluznante relato no es sino unaleyenda terrorífica destinada a exagerarla crueldad de un régimen ya de por síbastante sanguinario. En su absorbentelibro de viajes, China parahipocondríacos, José Ovejero nosdeleita con una versión más tremendistaaún de la misma historia, sin poner enduda su veracidad ni aportar dato algunoque la respalde. Damos aquí un extracto,subrayando los elementos que, a pesarde la indudable buena fe del autor,huelen de lejos a leyendacontemporánea: El horror se paseó

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libremente no hace mucho tiempo poresta provincia (Guangxi), empiezaOvejero en tono acongojado —yacongojante. A continuación multiplicaalegremente los horrores: Centenares, sino miles de personas, sirvieron depasto a las fieras en que seconvirtieron sus conciudadanos(¡Zheng Yi hablaba de 137 individuos!);poco después rinde homenaje a losogros de los cuentos de hadas: la éliterevolucionaria se reservaba el corazóny el hígado, mientras que el pueblollano tenía que conformarse con brazosy piernas y por último nos regala con undetalle «testimonial» capaz de sacudir al

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lector más curtido: Durante aqueltiempo fue posible ver cómo unmiembro destacado de la comunidad deWuxan se iba a su casa llevando alhombro una pierna cortada de la queaún colgaban unos trozos de tela.

Con este alarde desmitificador nopretendemos negar en absoluto larealidad histórica de la antropofagia.Heródoto, en el siglo V a.C., mencionaya la existencia de «andrófagos», y eltema está presente en la Américaprecolombina, en África y en casi todoslos grupos humanos. Sin embargo, comoseñala el antropólogo William Arens, setrataría de una práctica excepcional que

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no ha constituido jamás un modo dealimentación, salvo en casos denecesidad o superviviencia.

El consumo de carne humana siguesiendo el tabú más indomable, latransgresión más temida y el delito más«repugnante». Por ello no es de extrañarque numerosas leyendas contemporáneasse nutran del temor a consumirinvoluntariamente ese manjar prohibido,sobre todo cuando entra en juego lamorbosa especulación acerca de loshábitos culinarios —y funerarios— delas «otras culturas».

Tras incluir a los difuntos chinos ennuestra cadena alimentaria,

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convirtiéndonos así en tumbasambulantes, el folklore contemporáneoha urdido otras leyendas que expresan eldisgusto de los occidentales haciadeterminados ingredientes de la cocinaoriental. Se dice (aunque las pruebasson más bien escasas) que la carne deperro forma parte integrante de laspreferencias gastronómicas de loschinos y otros pueblos asiáticos.Teniendo en cuenta que este animal es el«mejor amigo del hombre», su empleoculinario equivaldría, en palabras deChristie Davies, a «una forma diluida decanibalismo». Elena Pradas, deBarcelona, nos describe un trágico

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lapsus culinario fruto de tan denostadascostumbres:

Mi prima me explicó que a unos amigosles pasó lo siguiente: fueron a China con superro. Entraron en un restaurante y queríandarle de comer. Se lo indicaron con gestosal camarero: primero se señalaban la boca yluego al perro, dando a entender que letrajeran comida. El camarero llevó el perroa la cocina, y a la media hora se lo sirvieroncocido.

E n The Chohing Doberman, JanBrunvand recoge otra versión de estaleyenda, expedida como nota de prensapor la agencia Reuters en agosto de1972: la acción se desarrolla en HongKong, los protagonistas son un

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matrimonio suizo y el cocinero les traesu perrito, llamado Rosa, en una bandejacon tapadera de plata. En otra varianteel chef se esmera todavía más, ya que nose limita a guisar el perro, sino que se losirve con una manzana en la boca y unasramitas de perejil en las orejas.

Miguel Ángel Blanco, de Badajoz,nos ofrece las últimas exquisitecesfolklóricas de la gastronomía china.Aunque en este caso no se percibenreminiscencias antropofágicas, elobjetivo sigue siendo el mismo: poneren tela de juicio el paladar de loscocineros orientales y alimentar elrumor que afirma que por las

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inmediaciones de los restaurantes chinosnunca veremos perros, gatos ni ratas.

Sobre los restaurantes chinos pesan todaclase de leyendas, desde gente que ha vistoen la cocina gatos muertos hasta la que diceque alguien se encontró en el plato unhueso extraño, lo mandó analizar y resultóser de una rata. Por supuesto, cerraron elrestaurante.

Sostiene Christie Davies que estaclase de relatos «repugnantes» podríannarrarse como chistes macabros o comoleyendas, según la opinión que merezcanal narrador y la puesta en escena conque se adornen. El efecto vendría a serel mismo: provocar hilaridad o

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repugnancia, dos reacciones queatestiguan la eficacia de un chiste o unaleyenda bien contados.

Dos buenos ejemplos de«canibalismo involuntario» que seadaptan bien a ambos géneros podríantitularse Los paquetes confundidos. Elprimero se trata de una historiadifundida internacionalmente, que suelecontarse como si fuera verídica.Resumimos aquí la versión que recogeel folklorista británico Paul Smith enThe Book of Nasty Legends: una abuelaviaja al Extremo Oriente para visitar asus primos, quienes suelen enviarletodas las Navidades una jarra de

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especias, con las que su hija prepara unexquisito pastel. Unas semanas antes deNavidad llega un paquete que contienelo que parece ser la jarra de especias encuestión, aunque sin nota alguna. La hija,como siempre, confecciona su pastel. Alcabo de unos días recibe una carta delos primos, donde le comunican que laabuela ha fallecido, y que no podránenviarle las especias porque estándemasiado atareados con los trámitespara su incineración. Lo que sí le hanmandado por vía aérea, terminandiciendo, son sus cenizas, que llegaránde un momento a otro…

El segundo ejemplo lo encontramos

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e n El árbol de la ciencia, la novelaclásica de Pío Baroja publicada en1911:

De otro caso sucedido por entonces, sehabló mucho entre los alumnos —nosasegura el narrador, refiriéndose a lashistorias que se contaban en la escuela demedicina—. Uno de los médicos delhospital, especialista en enfermedadesnerviosas, había dado orden de que a unenfermo suyo, muerto en su sala, se lehiciera la autopsia y se le extrajera elcerebro y se le llevara a su casa.

El interno extrajo el cerebro y lo enviócon un mozo al domicilio del médico. Lacriada de la casa, al ver el paquete, creyóque eran sesos de vaca, y los llevó a lacocina y los preparó y los sirvió a lafamilia.

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Se contaban muchas historias comoésta, fueran verdad o no, con verdaderafruición, concluye diciendo el granescritor.

Y nosotros damos fe de ellas parahacer las delicias de nuestros lectores.

Con el título de El cadáver en elbarril podríamos bautizar otra serie deleyendas universales que narran laingestión accidental de alcoholes quecontenían difuntos en remojo. Seinspiran éstas en un método muy en bogaallá por los siglos XVIII y XIX paraconservar los cadáveres ilustres durantelas travesías marítimas: sumergirlos en

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toneles de aguardiente.Uno de los ejemplos más famosos lo

recoge una canción marinera, que cuentacómo la tripulación de un navío «sebebió» sin querer al mismísimoalmirante Nelson, mientras el héroe deTrafalgar esperaba las exequias en untonel de brandy.

En una versión francesa másreciente, se descubre el cadáveranónimo de un argelino o un magrebí,estrangulado o apuñalado, en un barcocisterna que transportaba vino deArgelia (cruel destino para un musulmánfallecer anegado en alcohol, y merecidocastigo para los franceses xenófobos que

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se lo bebieron).En otra versión alemana, un obrero

de Frankfurt perece ahogado al caer enuna cuba de la fábrica Coca-Cola donde,como mandan las propiedadesfolklóricas de este refresco, quedarádisuelto hasta reducirse a un meroesqueleto. Lo malo del caso es que lasbebidas ya habían sido embotelladas ydistribuidas cuando los responsables sepercataron de ambos incidentes,provocando así una ola de canibalismoinvoluntario en gran escala.

¿No será verdad que la carnehumana mejora el sabor de los vinos,del mismo modo que los lagartos y

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salamandras confieren un regustoindefinible a ciertos aguardientes?Carlos Alonso del Real, en suinteligente ensayo Superstición ysupersticiones nos brinda una posiblerespuesta a esta incógnita:

En muchos lugares vinícolas acusan losde cada aldea a la de al lado de arrojar uncadáver humano en los lagares para dar mássabor al vino. Naturalmente, nadie ha hechosemejante enormidad, pero se acusan…

En su novela El aire de un crimen,Juan Benet plantea una situaciónparecida con su inquietante sutileza desiempre. El pueblo de Bocentellas(Región), amanece con un cadáver

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anónimo en la plaza. Como el caloraprieta, se impone la necesidad deconservarlo de algún modo. Cuando yaempieza a descomponerse, alguien dacon la solución al contemplar «unabotella de castillaza (…) que conteníauna salamandra inmersa en el licor» ypropone que lo metan en una pipa deaguardiente de la bodega. El cosecheroapenas pone reparos, es más, inclusoafirma «con palabras un tantoenigmáticas» (…) «que ya se habíahecho en otra ocasión, en otra bodega».El muerto permanece un tiemposumergido en aquel «castillaza de agrazque sólo era utilizado (…) para

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fortalecer otros caldos pero que apenastenía paladar», hasta que finalmente loextraen y sumergen otro cadáver en supuesto. Los abúlicos lugareños,indiferentes a todo, seguirán trasegandoun castillaza cuya composición, con todaprobabilidad, ha variado sensiblemente.

Preservar los cadáveres en miel,sistema antiquísimo consignado ya enlas crónicas de Heródoto y Estrabón, hadado lugar a parecidas anécdotaslegendarias, aunque de mucho máscuerpo, si se nos permite la expresión.

En fecha tan temprana como 1450, elautor italiano Giovanni FrancesoPoggio-Bracciolini recoge una de ellas

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en su obra Facetie traducte de latino invulgare ornatissimo del secolo XV, queconoció una gran difusión en todaEuropa. El relato lleva un título de losque abren el apetito: «De un florentinoque, sin saberlo, se comió a un judíomuerto».

Refiere el autor que dos judíos deVenecia se dirigían a Bolonia, cuandouno de ellos enfermó y murió en elcamino. Como no podía repatriar elcadáver, pues era ilegal, su compañeroresolvió cortarlo en pedacitos y meterloen un barril, mezclándolo con miel ydiversos aromatizantes, con lo cualaquella confitura humana desprendía una

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fragancia agradabilísima. Acto seguidoencomendó el bulto a otro judío, que seencaminaba a Ferrara en una barcazadonde viajaban numerosas personas. Alcaer la noche, los deliciosos efluviosalcanzaron a un florentino que se hallabasentado junto al barril, quien no pudoresistir la tentación de irse comiendosigilosamente el contenido, que lepareció de lo más sabroso, hastaapurarlo del todo. Al desembarcar enFerrara y reparar en la ligereza delbarril, el judío rompió a gritar que lehabían robado el cadáver. En aquelmomento el florentino se dio cuenta deque se había convertido «en el sepulcro

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de un judío».Por desgracia, las leyendas de

canibalismo no siempre han servidopara conjurar, mediante el humor negroy unas gotas de racismo más bieninocente, el terror a infringir ese tabúancestral. En un momento u otro de lahistoria, casi todos los pueblos se hanacusado mutuamente de practicar laantropofagia, con resultadosinvariablemente cruentos. Como losejemplos podrían eternizarse,reproducimos esta cronología de CesareBermani, esquemática pero elocuente:

Los europeos han tenido por ferocescaníbales a los «primitivos» y a los

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africanos. En plena civilización europea,los romanos acusaron reiteradamente decanibalismo a los cristianos, y éstos, mástarde, a los judíos. Luego, en el siglo XVI,les tocó el turno a los brujas, y a los gitanosen el XVII.

Y estos últimos, señalaba elmalogrado antropólogo Alberto Cardínen su obra Lo próximo y lo ajeno, seránacusados hasta nuestros días deprácticas caníbales, generalmenteligadas con robos y secuestros, con lossacamantecas, los comprachicos y loshombres del saco cantados por lospliegos de cordel.

Por si esto fuera poco, también se dael caso que los africanos han

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considerado sospechosos deantropofagia a los estadounidenses.

Jean-Lolc Le Quellec lo ilustra conel siguiente ejemplo: en septiembre de1959, el Congo encargó una partida decarne de buey a los Estados Unidos. Laempresa importadora tuvo la ocurrenciade pegar una etiqueta con el dibujo de unnegro en las cajas que contenían dichacarne. De inmediato empezó a correr lavoz de que las cajas en cuestióncontenían carne de negro. Elresponsable era un blanco quehipnotizaba a los negros con unalámpara y los llevaba al matadero. Este«rumor» dio lugar a manifestaciones de

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protesta contra los blancos.El cine y la literatura nunca han

hechos ascos al canibalismo —voluntario o involuntario—, pruebapalpable de que el asunto, como todo loprohibido, censurable y rechazado depuertas afuera, provoca una ambiguafascinación de puertas adentro.

Espigando las filmografías a ojo debuen cubero y sin orden ni concierto,podríamos mencionar los matarifesnecrófagos de La matanza de Texas(1974) y sus continuaciones; losalienígenas que pretendían abrir unacadena galáctica de restaurantesespecializados en carne humana de Mal

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gusto (1987), los tenores necrófagos dela ópera caníbal Los caníbales y elamante servido bien doradito en elmarco suntuoso de El cocinero, elladrón, su mujer y su amante (1989).

En cuanto a los ejemplos literarios,citaremos tres que sitúan abiertamente ysin remilgos la antropofagia en el ámbitoculinario. El título del primero nos lohemos apropiado para encabezar esteflorilegio de horrores que ahora termina:se trata de La cocina caníbal del genialy polifacético Roland Topor. Consiste laobrita en un hilarante recetario para lapreparación de múltiples guisos decarne humana. Entre ellos serian

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particularmente recomendables el«Agente de seguros en su propia póliza»o la «Sopa de restos de enano».

Los dos que siguen son másinquietantes, ya que parecen insinuar quequienes han probado la carne humanaestán destinados a repetir, aunque esteplacer vedado les lleve finalmente aceder la suya a los demás gourmets queparticipan en el secreto.

E n La especialidad de la casa, unrelato clásico de Stanley Ellin, sólopueden acudir al restaurante Sbirro unoscuantos gastrónomos iniciados. Ningúnmanjar es comparable a los quepreparan allí. No obstante, hay un plato

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que los supera a todos: el cordero deAmirstán. Aparte de aquella carnemisteriosa y exquisita, servida muy detarde en tarde, los iniciados en lasdelicias de Sbirro sólo desean otracosa: que el dueño les permita visitar lacocina, Este privilegio, sin embargo,sólo se les concede cuando han sido lobastante fieles a la casa para haberengordado hasta cierto punto…

Más económicas, pero igualmenteúnicas, son las comidas que se sirven encierta tasca de uno de Los últimoscuentos de Canterbury, de Jean Ray, elgran maestro del fantastique belga. Heaquí el desenlace, que habla por sí

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mismo:

—¡Un cliente para la horca! —gritó unavoz en la oscuridad.

—Daba carne humana a sus clientes —murmuraron otras voces.

El ex oficial reconoció a su lado, con lacabeza tristemente inclinada sobre elpecho, a su vecino de mesa.

—Jamás volveremos a comer tantacarne por diez peniques —murmuró con untono de voz lleno de desesperanza.

JOSEP SAMPERE

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CASOS CERRADOS

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Muertos quitados de encima

Se ha producido en Madrid un sucesoextraño y macabro que se ha comentado entertulias y mentideros. Como podrá ver ellector, la historia es reciamente española,tanto, que podría muy bien servir de tema auna película de Berlanga. Resulta que unseñor que, según se dice, trabaja comoempleado en una empresa fosforera, salióde excursión con su familia aprovechandouna doble fiesta en su trabajo. Leacompañaban en el seiscientos, la mujer, elniño y la suegra; llevaban consigo la tiendade campaña con la sana intención de dar unmerecido asueto a sus pulmones, cansadosde respirar el madrileño monóxido decarbono durante toda la semana. (…)

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Una vez instalados, el señor de lafosforera se dio cuenta de que le faltabanalgunas provisiones y bebidas y decidió ircon su esposa y su hijo al pueblo máscercano a comprarlas, mientras la suegra sequedaba en el monte vigilando las cosas.Minutos después de haberse marchado lafamilia, la señora se sintió enferma,falleciendo repentinamente de un ataquecardíaco. (…)

Regresa la familia, se encuentra con elcuadro, grita la mujer, llora el niño, sedesespera el esposo. ¿Qué hacer? Elhonrado empleado piensa a lo primero enavisar a quien proceda para que se hagacargo del levantamiento y traslado de ladifunta, pero, hombre experimentado, seecha a temblar considerando el inmensopapeleo, el proceloso trámite que le espera.(…)

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Decide finalmente envolver a la difuntaen la tienda de campaña (…) y la sujeta enla baca del coche. Emprende raudo viaje a lacapital, aparca el coche delante de su casa ysube al piso con el niño y la atribuladaesposa. (…) Baja el hombre luego lasescaleras (…) corre hacia el automóvil (…)Se lo han robado. ¡Le han robado elseiscientos y con él la difunta suegra!«Anda, ¿no querías ahorrarte papeles ytrámites?, pues toma…», musita eldesventurado (…)

El caso de la suegra desaparecidaes el título que da Luis Carandell a estesuceso «macabro y extraño». Loencontramos en la página 93 de suexitoso libro Celtiberia Show, genialantología de disparates, anomalías y

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astracanadas de la España franquista y«subdesarrollada». Algunas de lasanécdotas que recoge el autor bordean laleyenda urbana. Otras, como el episodiotranscrito, son verdaderos clásicos delgénero. La siguiente nota a pie de páginade Carandell insinúa el carácterapócrifo del relato y sintetiza muy bienla típica evolución de todas las leyendasmodernas:

La autenticidad de este suceso no seconfirmó, aunque el rumor corrió porMadrid —en el mes de junio de 1969— yalgunos periódicos publicaron la noticia. Alpasar el tiempo sin que volviera a hablarsedel caso, algunos sospecharon que «sehabía echado tierra sobre el asunto».

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Posteriormente me dijeron que el macabroescamoteo de la suegra difunta habíasucedido realmente en Barcelona añosatrás. Ignoro cuál de las dosinterpretaciones era la verdadera. Desde mipunto de vista, el interés radica en elcontenido celtibérico de la historia.

Subscribimos esta última frase delautor y estamos de acuerdo en que elepisodio, de un humor negrísimo, podríaservir de tema a una película deBerlanga. Aún así, contra todas lasapariencias, debemos señalar que no setrata en absoluto de una historia«reciamente española».

La fecha en que el «rumor» corriópor Madrid —junio de 1969—, y la

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posibilidad de que ya circulara porBarcelona años atrás nos aproximasignificativamente a 1963. Decimos«significativamente» porque fueentonces cuando la leyenda apareciópublicada por primera vez comoejemplo de «cuento moderno», nadamenos que en una recopilación derelatos tradicionales ingleses: Folktalesof England, de Katherine M. Briggs yRuth L. Tongue.

Las dos folkloristas británicasconocieron la leyenda de boca de unacompatriota, a quien se la contó enCanadá un primo suyo, que a su vez lahabía oído en Leeds (Gran Bretaña).

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Entre esta versión temprana y la deCarandell existen importantessimilitudes, que inducen a pensar que talvez haya cierto parentesco entre ellas.La más llamativa de todas es que laacción también transcurre en España,aunque los protagonistas son unmatrimonio británico que viaja con lamadrastra del marido. Los tres vienen apasar las vacaciones en un camping denuestro país.

El día de su partida la ancianafallece de repente. Tras unos momentosde confusión y nerviosismo, la parejaopta por el mismo recurso que el señorde la fosforera: envolver a la difunta —

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que ya empieza a quedarse yerta— en latienda de campaña y colocarla encimadel coche.

Camino del consulado se detienen atomar un café para reconfortarse unpoco. Será entonces cuando les robenvehículo y cadáver. El alicaídomatrimonio deberá regresar a Inglaterrasin coche, sin madrastra y, por si fuerapoco, desheredado, ya que la «fuga» deesta última les impedirá demostrar sumuerte y verificar oficialmente eltestamento.

Véronique Campion-Vincentsostiene que la leyenda podría habersurgido en Francia durante la segunda

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guerra mundial. Respaldan su teoría dosversiones escritas de procedenciadispar, pero que sitúan la acción entierras francesas y describen la huida delos protagonistas ante el avance de lasfuerzas de ocupación. La primera seremonta a 1944 y figura en el periódicodanés Politihen.

El cronista recuerda que emprendióel éxodo en compañía de una parejafrancosueca, y que la madre de«Madame» falleció por el camino. Unbaúl de caoba que contenía la vajilla deplata sirvió de improvisado ataúd.Huelga decir que eran malos tiempospara dejar a la vista una carga tan

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tentadora, al menos en apariencia.La segunda la recoge Roger

Peyrefitte en su obra Las embajadas. Elhéroe de la novela, entre otrasvicisitudes menos legendarias, oyócontar a un parisino la misma historia enprimera persona: su abuela muriócuando se disponían a partir y el hombretuvo que envolver el cadáver en unaalfombra y atarlo sobre el maletero. A lamañana siguiente, tras dormir en uncorral, encontró el coche pero no lacarga.

Tenga o no raíces francesas, laleyenda de «la abuela robada» es contoda seguridad un relato de origen

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europeo que posteriormente emigró aNorteamérica. Prueba de ello son lasmás de cien versiones que recopiló en1968 la folklorista Linda Dégh en paísescomo Noruega, Suecia, Dinamarca,Alemania, Suiza, Italia, Polonia,Hungría, Yugoslavia. Con nuestraversión española cubrimosmodestamente el pequeño hueco de lalista.

Terminada la contienda el relato seviste de paisano. Los personajes,entonces, ya no son una familia quepretende cruzar la frontera con unadifunta a cuestas, huyendo de lapersecución nazi, sino unos turistas con

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prole incluida (o un matrimonio en viajede bodas) que sufren el mismocontratiempo en un país extranjero.Aparece así en primer término el temacentral —más bien inhumano— delrelato: los inconvenientes de gestionarla repatriación de un cadáver convertidoen un mero bulto engorroso, y queademás roba espacio a los vivos queviajan con él.

Una hilarante crónica de lo queimplica tan incómoda situación laencontramos en la novela Los que tocanel piano, de Anthony Burgess. Elpolifacético escritor británico aseguraque se inventó la historia allá por 1930,

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pero cualquier folklorista competente seresiste a creerlo. Burgess utiliza elplanteamiento de la leyenda paradescribir un accidentado viaje por Italia,cuyos peores momentos se iniciancuando la suegra del protagonista fallecede un infarto. Él y su esposa deberáncruzar medio país en busca delconsulado, a bordo de un Fiat que se caea pedazos, sin saber dónde meter elcadáver de la difunta.

Aunque al final no les roben elcoche, el episodio refleja muy bien elagobio de pasar por semejante trance yel alivio inconfesable que supone«quitarse el muerto de encima».

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Quien no conozca esta leyendapuede dejarse engañar por su irresistibleverosimilitud, como le ocurrió alfolklorista británico Stewart Sandersonal oírla contar a la esposa de un colegasuyo. Es indudable que se han dadomuchos casos de personas fallecidaslejos de su domicilio, que, porcircunstancias diversas, no han podidodisponer de un coche fúnebre y handebido efectuar su último viaje comosilenciosos pasajeros de un vehículoprivado. «Hasta aquí la cosa no tienenada de especial —comenta Carandell—, es simplemente una historia tristeque puede ocurrir, como de hecho

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ocurre, en los países más avanzados».En efecto, lo que pone en evidencia

el carácter legendario del relato es suingenioso desenlace, que se presta a dosinterpretaciones distintas perocomplementarias. El mismo Carandell,perspicaz, nos pone sobre la pista de laprimera:

Pero yo me pongo en el caso del ladrónque roba el coche y se va tan pancho a casa,feliz de haber conseguido además unatienda de campaña, y que llegado a suguarida descubre lo que descubre (…)

Tendríamos aquí un ejemplo diáfanode justicia poética: el «amigo de loajeno» castigado indirectamente. Esta

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interpretación cobra aún más sentidoaplicada a otra leyenda clásica quetambién gira en torno al robo de uncadáver —esta vez el de un gato— y susconsecuencias.

En fecha tan temprana como 1959,Jan Brunvand descubrió una noticia ene l Daily Herald-Telephone , unperiódico local de Bloomington(Indiana), que recogía el relato contodos sus pormenores. El sagazfolklorista la llevó consigo duranteaños, esgrimiéndola ante alumnos yconocidos como muestra palpable deleyenda urbana publicada en la prensa.

El argumento es el siguiente: a una

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mujer se le muere el gato. Como lasordenanzas municipales prohíbenenterrar animales en el núcleo urbano,decide ponerlo en manos de una amigasuya que vive en el campo para que seencargue de sepultarlo. Así pues, lomete en una bolsa de papel de estraza yse dirige al lugar donde ha quedado conella. Por el camino se detiene a hacerunas compras y deja la bolsadescuidadamente en el mostrador.Cuando se dispone a recogerla ya no laencuentra. Al salir a la calle, pensandoque el problema se ha resuelto de unmodo inesperado, tropieza con unamultitud apiñada delante de la tienda. El

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objeto de sus miradas es una mujer deunos cien kilos que yace inconsciente enel suelo, aferrando contra el pecho labolsa de papel de estraza, de la queasoma la cabeza del gato muerto.

Lo que se castiga aquí no essolamente el robo, sino también labulimia de la ladrona, cuya obesidadparece sugerir que se apropió de labolsa creyendo que contenía algúncomestible. Ello no altera mucho lascosas, ya que la codicia sería otra formade gula.

La segunda interpretación de laleyenda nos la insinúa de nuevoCarandell con una frase muy elocuente:

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«Anda, ¿no querías ahorrarte papeles ytrámites?, pues toma…», musita eldesventurado (…)

El deseo de «quitarse el muerto deencima» podría ser el significadoimplícito de la leyenda, tomando lapalabra «muerto» en su doble acepción:la de «cuerpo sin vida» y la de «cosapesada o molesta». Según la despiadadateoría que proponía Alan Dundes en unensayo titulado On the Psychology ofLegend, «la abuela, viva o muerta,constituye un engorro». Además deocupar un espacio que los jóvenes (elfuturo) merecen más que ella, su cadáverse transforma en un desagradable

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recordatorio de la mortalidad humana,que debe ocultarse a los niños.

Su culpa, añadimos nosotros, nosería otra que la de haber alcanzado unaedad en la que ya no puede producirbeneficios. De ahí que en algunasversiones los protagonistas se lamentende haber perdido el único fruto quepodían esperar de la abuela: suherencia.

Por tanto, siguiendo de nuevo a AlanDundes y utilizando un siniestroeufemismo de la guerra civil, la familiade la leyenda la «lleva a dar el paseo»,y el ladrón actúa como una especie deempresario de pompas fúnebres caído

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del cielo que se ocupa de eliminar parasiempre el cadáver.

Un cadáver que reaparece enescasas ocasiones, como en un episodiode la serie Hill Street Blues titulado Losladrones de cadáveres mutantes delTercer Mundo . Contenía este capítulo,que ya citamos en otra parte, una fielescenificación de la leyenda, aunque eldifunto no era ninguna abuela, sino elpadre de uno de los polizontes de lacélebre comisaría televisiva. Al final unagente de incógnito identificaba elcadáver, que aparecía en plena calleapoyado contra una valla, tras«conversar» con él un rato tomándolo

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por un vagabundo.No sucede así en la versión de

Carandell, mucho más ajustada a lacruel moraleja del relato:

La policía, alertada por el señor de lafosforera, ha recuperado el automóvil, perola suegra, y de esto han pasado ya variosdías, no aparece por ninguna parte.

JOSEP SAMPERE

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El código secreto devagabundos y villanos

Morgiane salió de la casa de Alí Babapor algún motivo; sólo al volver reparóen la señal del ladrón. ¿Qué significaesta marca?, se preguntó para susadentros. ¿Acaso alguien quiere mal a miseñor o lo han hecho por purodivertimento?

Alí Babá y los cuarenta ladronesLas mil y una noches

«La vida es un puente. Crúzalo perono construyas una casa encima», dice un

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antiguo proverbio indio. Desde que lallamada «revolución del neolítico»dividiera a los hombres en dos bandosantagónicos, por un lado los agricultoressedentarios y por otro los nómadas, unsinfín de pueblos —zíngaros, beduinos,quashgais, arandas, tuareg, etc.— se hanaplicado esta máxima en su inquietotrajinar por los tiempos.

En Australia, los antiguosaborígenes, identificaban a la tierra conuna partitura musical que había queinterpretar para llegar a viejo. Sólogracias a estas señales —la huella de unescarabajo estercolero, la ondulación deuna duna—, los trashumantes sabían

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dónde se encontraban; dónde estaban losdemás; dónde había llovido; de dóndeprovendría la siguiente ración dealimento; si la planta X estaba en flor, sila planta Y daría bayas, y así hasta unlargo etcétera.

En la Iglesia cristiana primitivahabía dos categorías de peregrinaje. Laprimera era el ambulare pro Deo,«peregrinar por Dios», imitando aCristo o al padre Abraham queabandonó la ciudad de Ur y emigró hastatierras lejanas. La segunda era la«peregrinación penitencial», en la cuallos culpables de la pecata enormia,«crímenes enormes», tenían la

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obligación de convertirse, de acuerdocon una tabla estipulada de tarifas, enmendigos ambulantes —con sombrero,morral, bastón e insignia— para ganarsela salvación en el camino.

Sirva esta introducción para explicaruna leyenda muy extendida en nuestrosdías. Se refiere a una tercera clase detrotamundos, más concretamente aladrones, maleantes y amigos de loajeno. Cuando «peregrinan» solos, susmétodos remiten a utensiliosexpeditivos, como la palanca o laganzúa. Pero cuando se sindican yademás recurren a los anagramas de losnómadas, entonces se convierten en una

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amenaza para cualquier gozne, en unpeligro para compañías aseguradorascomo Mapfre obligadas a advertir de superfidia con decididas exclamaciones.

¡Vigilad estas señales!, podía leerseen tinta roja en una postal informativaque Mapfre repartió hacia 1995 porvarias ciudades españolas. Justo debajose veía una casa con una serie depictogramas traducidos al cristiano. Porcitar sólo algunos, un rombo equivalía a«casa deshabitada»; tres barrasverticales a «casa ya robada», untriángulo a «mujer sola», un inocentevelero a «vacaciones» y así hastaveintiún signos.

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En el dorso de la postal se leía elsiguiente texto —escrito en catalán en elejemplar de que disponemos:

¡Defended vuestro hogar! —a modo detítulo y en letras rojas. Desde nuestraposición como uno de los primeros gruposaseguradores del país, nos permitimosllamar su atención sobre estas señales queseguramente ya habrá advertido en lasproximidades de su vivienda, fachadas,buzones, aceras, etc.

¡Cuidado! Estos y otros signoscorresponden a claves convenidas que seutilizan constantemente —palabra quefiguraba en mayúsculas cobradas— para queel ladrón actúe sabiendo previamente lascaracterísticas de la vivienda que quiererobar.

Borradlos y actuad con precaución… y

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previsión. Defended vuestro hogar contodas las medidas de seguridad a vuestroalcance. Una de ellas, la mejor, la queconstantemente puede proteger supatrimonio es nuestra póliza de segurocombinado del hogar.

En defensa de la compañía Mapfre yde su desmedido celo por sus clientes—antiguos o potenciales—, hay quedecir que el ridículo al que se vioexpuesta al retirar estas postales mesesdespués coincidió con una plaga deanónimas pegatinas y de garabatos enlos portales. Crípticos e indescifrables,estos adhesivos de forma rectangular ycuyo tamaño no excedía el centímetro,eran utilizados, que sepamos, por

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empresas que encargaban estudios demercado o por el buzoneo comercial.Pero, de forma imprevista, alguien creyóver en estas señales el hábil método delque se servían los rufianes paraperpetrar sus desmanes, dando lugar aun logia parecida a la descrita por G. K.Chesterton en El hombre que era jueves.

En 1898 Rafael Salillas, autor deHampa (Antología picaresca) secentraba en los misteriosos signos,grabados con tiza y carbón, y apuntabacon el dedo a los villanos:

Por algunas investigaciones hechas, queencontramos confirmadas en algún escritor,hemos llegado a la convicción de que existe

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una topografía aparte y un itinerarioespecial para todo pueblo de la CorteInternacional de los Milagros. Ladrones,fugados, desertores, contrabandistas,zíngaros, conocen estos itinerarios a laperfección. Una palabra, un signo, unaindicación les hacen comprender si talvivienda es lugar de amigos o enemigos; sital pueblo dará ayuda, si ofrece riesgo; si talmesón aislado es un consolato ladronesco,o por el contrario, una trappola a serviciode la gendarmería.

Estos signos —proseguía Salillas—,que se hacen a lo largo del camino maestroo se trazan con carbón sobre los muros delas casas o por medio de incisiones hechascon el cuchillo en la corteza de los árboles,resultan medios convencionales para decira futuras comitivas: éste es el camino delzíngaro.

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Un año antes de la Guerra Civilespañola, Pedro Serrano García volvíaa insistir en el tema en Delincuentesprofesionales contra la propiedad , sóloque ahora el lenguaje secreto eraconocido también por vagabundos ybohemios:

Los vagabundos poseen, paracomunicarse entre sí, mejor dicho paratrasmitirse los datos útiles, una serie designos grabados a la entrada de los pueblos,en los mojones o árboles del camino o enalguna tapia, que, interpretados, indican loslugares en que se prodiga o es escasa lalimosna, ceden albergue, o por el contrario,no dan nada.

En los libros, cuando los hombres

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despiertan de una visión, generalmentese encuentran en el mismo lugar en elque quizá se habían quedado dormidos;bostezan en una butaca o se levantan enel campo con los miembrosentumecidos. Otro tanto parece habersucedido con las extrañas marcas de tizay pintura a lo largo de este siglo, sóloque en lugar de diseminarse por posadasy caminos, ahora su entorno —Frankfurt,Milán, Madrid— es bien distinto.

En 1983, valga el caso, una octavillafotocopiada comenzaba a circular porFrancia. Un total de dieciséis símbolosadvertían del «código gráficocompartido por nómadas y ladrones».

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Siete de ellos eran idénticos a los queaños más tarde aparecerían por España,mientras que el resto difería ligeramenteen el trazo pero no en el significado(«nada interesante» «buena acogida si sehabla de Dios», «gendarme», etc.).

Tras rastrear su devenir histórico,Jean Bruno-Renard venía a concluir que

en buena semiótica estructural, se trata delos signos inversos de protección que sedibujan desde tiempos inmemorables paraprotegerse de amenazas externas.

Los hebreos, por ejemplo —explicabaRenard—, recurrieron a la sangre deanimales para salvarse del ángelexterminador en la décima plaga de Egipto—Éxodo, 12, 1-34.

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Otro tanto puede decirse de lossímbolos mágicos de ciertas culturas eincluso de las severas advertencias demansiones palaciegas: —«Atención:perro peligroso», «Jardín protegidoelectrónicamente», etcétera.

En una apasionante investigaciónque no podemos omitir, Jean Bruno-Renard constató que gran parte de lossignos que recogía la octavilla francesay, por extensión, la postal española,existían desde 1921, sólo que por elcamino algunos habían cambiado designificado —seguramente porfotocopias defectuosas. Así elcriptograma empleado en Francia en

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1921 para advertir de una barrera quefranqueaba el paso, era en 1950 un«lugar peligroso» para acabarconvirtiéndose en 1977 en «casa aevitar». En otro ejemplo, una cruzacotada por un círculo significaba en1921 «aquí se da de comer pan», en1934 «los propietarios no dan nada», en1954 «casa hospitalaria» y en 1977 —tal vez por la cruz— «buena acogida sise habla de Dios».

Al parecer, estos emblemas eranutilizados hasta 1950 en zonas ruralespor vagabundos, antes de ser empleadospor delincuentes urbanos en casosexcepcionales y a título individual. El

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clima de inseguridad ciudadana quepadeció Francia en la década de lossetenta los rescató del olvido y otrotanto puede decirse de España diez añosdespués.

Curiosamente, tanto en aquel paíscomo en éste, los modernos urbanitashan rescatado los usos y costumbres delas aldeas rurales de principios de siglo.Si nos unimos todos, no nos podránhacer nada, parecen decirse unos aotros. La única diferencia es que dondeantes había mendigos y vagabundosahora hay ladrones. Todos ellos formanparte de un clan perfectamenteorganizado ante el que sólo cabe luchar

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estrechando lazos, descubriendo sulenguaje criminal e intercambiandofotocopias y postales. Y es que, dada laíndole secreta del universo de losladrones, es natural que nadie puedaacceder a ellos sin una serie de sutilestransformaciones. Bien diferente seria sitodos los canallas del planeta llevaranun delantal blanco al perpetrar susfechorías. Pero, a falta de esta prendadelatora, sólo podemos confiar endefendernos de esta lacra conociendo sulenguaje, anticipándonos a susintenciones y siendo más sagaces quelos linces.

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ANTONIO ORTÍ

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La mujer pálida y el ladrón

Una mujer está frente al tocador de sualcoba poniéndose una mascarilla de barropara limpiarse las impurezas de la piel. Amedida que el barro se endurece ella sientecómo todo su rostro se inmoviliza y quedarígido tras la mascarilla. En ese momentooye cómo alguien fuerza la cerradura de lapuerta de entrada y se introduce en la casacomo un ladrón. Aterrada, oye cómo eldesconocido se dirige con pasos furtivoshacia la alcoba. Sin pensárselo dos veces,se oculta dentro del armario en un accesode pánico. Desde allí dentro, a través de lasvarillas del armario, ve cómo el ladrónentra en la alcoba y, tras revolver en loscajones de la cómoda, se dirige hacia ella.

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Petrificada por el terror, se queda comouna estatua cuando el ladrón abre laspuertas del armario. El ladrón descubreunos ojos inyectados de pánico enmarcadosen un rostro blanco y rígido como de cera,y del susto de haber creído ver un fantasmasufre un ataque al corazón y muere en elacto.

PACO BARQUINOBarcelona

La primera noticia de este relato sela debemos a Paco Barquino, un amigonuestro barcelonés. Él, por su parte, lohabía oído de boca de una profesorabritánica, Claire Balch, y creía recordar

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que a ésta se lo contaron tiempo atrás enInglaterra. Como en aquel momentocarecíamos de otras versiones delmismo, no tuvimos más remedio quefiarnos de la intuición y conjeturar quese trataba de una leyenda urbana contodas las de la ley.

No íbamos descaminados. Al pocotiempo nos llegaba una nueva yespléndida versión, procedente esta vezde Madrid. Su autor, Raúl Santos, ledaba el sugerente título de «La mejordefensa»:

Un ladrón penetra en una casa una nochede verano. Las ventanas estaban abiertas y elruido de la calle le ayuda en su trabajo. En

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el cuarto de baño de la casa en la que entraestá una mujer untándose la cara con unamascarilla de arcilla y huevo. Y de estaguisa es cuando se sorprende al escucharruidos más que sospechosos. La mujer seasusta y por puro miedo decide rápidamenteesconderse dentro del armario largo delbaño, en el que guarda todas las toallas.Mientras tanto, el ratero, que va buscandoen todas las habitaciones todo aquello quepueda llevarse, entra en el cuarto de baño yabre los armarios. Cuando abre la puerta delque esconde a la mujer se encuentra conuna visión totalmente inesperada: unespectro, un cadáver que grita y se le echaencima. La mujer se ha desmayado y elladrón perece de un ataque cardíaco.

Esta historia me la contó mi novia y aella se la contaron como absolutamentecierta dos vecinas de su bloque. Y hasta

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aseguraron que el periódico la publicó ensu día, aunque no he conseguido sabercuándo.

Como no conseguimos localizar lanoticia en cuestión, ni nos fue posibleentrevistar a las «dos vecinas» (aunquecabe suponer que nos hubieran remitidoa un frondoso árbol genealógico de«amigos de amigos») resolvimosponernos en contacto con Claire Balch,por si podía aportarnos más detallesacerca de la trayectoria británica de laleyenda. Nuestra conversación con elladio un giro inesperado al asunto: por lovisto no la había oído en Inglaterra, sinoen Barcelona, y de ello hacía unos doce

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años. La historia le causó tanto efectoque desde entonces no ha dejado derepetirla a sus alumnos. He aquí unejemplo palpable de cómo se transmitenlas leyendas urbanas. Quien hayasucumbido al hechizo de una de ellas nodudará en hacerla correr con afánproselitista. Y si además es un narradorcompetente y su profesión le obliga ahablar en público, los relatos de estegénero le vendrán que ni pintados paracaptar la atención del auditorio yamenizar con ellos una clase o unaconferencia, contribuyendo al mismotiempo a su difusión a velocidadesastronómicas.

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Al hablar con Claire Blach, nos vinoa la cabeza una pregunta clave: ¿A quése debe que ciertas historias legendariasno se olviden jamás?

El folklorista escocés Sandy Hobbsintentaba responderla en un lúcidoensayo titulado Psicología social de un«buen» relato. Según Hobbs, una de lasfunciones que desempeñan numerosasleyendas urbanas consiste en poner enjuego un mecanismo «mágico» quepodríamos denominar «justicia poética»o «inmanente».

Un malhechor es castigado de algunamanera extraña —señala Hobbs—. ¿Por quégustan estas historias? Porque en la realidad

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los malhechores no pagan por sus fechoríaso reciben castigos insatisfactorios.

Desquitarse de una agresión pormedios «mágicos» sin que uno tenga queensuciarse las manos (aunque a vecesmuera en el intento) es el tema quesubyace en el siguiente surtido deleyendas internacionales:

Una mujer encuentra a su perroDoberman con síntomas de asfixia. Lo llevainmediatamente al veterinario y vuelve a sucasa. Éste la llama al poco rato y le pideque salga inmediatamente, pues acaba deextraer dos dedos negros de la garganta delanimal. Llega la policía y descubre a unladrón oculto en su dormitorio: tiene lamano mutilada y está inconsciente por la

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pérdida de sangre.

Un grupo de soldados simula unfusilamiento disparando con balas defogueo. La víctima de la «novatada» fallecede la impresión.

Joel Soriano nos cuenta una variantemuy difundida en los cuarteles:

A un recluta lo encierran en una taquilla ylo arrojan a una piscina. El joven muereahogado. Desenlace: la piscina es«arrestada».

Una conductora se detiene en unsemáforo y es asaltada por una banda demotoristas. Cuando uno de ellos le asestaun cadenazo en el capó, la mujer arrancabruscamente y consigue esquivarlos. Alaparcar en el garaje, descubre una mano

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amputada, incrustada en el radiador,sujetando una cadena. [Leyendaescenificada paso a paso en la película MadMax: Salvajes de autopista (1980)]

Un médico se niega a atender a un jovensin identificar al que recogen de la callemedio moribundo. Al parecer, el herido nolleva la tarjeta del seguro y las personas quelo han traído no quieren hacerse cargo deél. Tras encendidas discusiones con elrecepcionista del hospital, que quiere quele saquen de allí aquel fardo sangrante, ytras efectuar varias consultas telefónicascon el director, éste decide bajar unmomento para pedir a los recién llegadosque dejen de armar escándalo y se marchencon el joven, porque no quiere atenderlo.Una vez abajo, el director descubre que elmoribundo —que luego fallecerá—, es su

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propio hijo.

Mientras circula en su coche, una mujersufre la persecución de un desconocido queno deja de hacerle señales con los faros. Alllegar a su casa, comprueba alarmada que elperseguidor se detiene detrás de ella. Salesu marido y le hace frente. El extraño seexplica: cuando la mujer se detuvo en unagasolinera, un individuo se introdujofurtivamente en su vehículo. Él presenció laescena y trató de advertirla. En efecto:agazapado en el asiento trasero encuentrana un maníaco armado con una cuerda y unhacha.

Como irá advirtiendo el lector,muchas de las leyendas analizadas eneste libro contienen las dosis necesariasde «justicia poética» para figurar en la

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lista precedente. La mujer pálida y elladrón podría ser una de ellas, puestoque cumple al pie de la letra el dictamende Sandy Hobbs: «Un malhechor escastigado de alguna manera extraña».Este dato fundamental sustentó nuestrahipótesis de que nos las habíamos conuna «nueva» leyenda urbana.

Analizando la trama, fuimospercibiendo en ella otros elementos dejuicio más consistentes, como lapresencia de motivos de la narrativatradicional y sutiles paralelismos concuentos populares muy antiguos. Uno delos motivos más precisos al respecto esel que Stith Thompson registra con la

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referencia N384. Muerte provocada porel miedo.

El segundo, extraído del indice deEmest Baughman, también habla por símismo: J1782.6. Una persona vestidade blanco es confundida con unfantasma. Por lo que se refiere a losantecedentes de la leyenda, nos parecióque ésta mostraba algunascorrespondencias con un cuentouniversal al que Baughman adjudica laclave N384.2.

La síntesis argumental es lasiguiente: Muerte en el cementerio: auna persona se le engancha la ropa.Cree que algo horrible le ha cogido y

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muere de miedo. Natalia, unainformadora de Santibáñez de la Peña(Palencia), nos cuenta la historia conmás detalle:

La transmisora de la leyenda que acontinuación narraré fue una compañera demi piso de estudiantes. En algunaspoblaciones del centro-sur navarro secuenta la historia de un grupo de chavalesjóvenes que, con el fin de divertirse,decidieron echarse a suertes el privilegiode adentrarse una noche en el cementeriode su pueblo. El «agraciado» con tal suertedebía clavar una estaca en el cementeriopara que, a la mañana siguiente, el resto delgrupo viera que había cumplido el pacto.Asi. pues, aquella noche el chico entró enel cementerio y, cuando estaba clavando la

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estaca junto a una tumba, sintió que alguienle cogía el abrigo por detrás. El susto quese llevó fue de tal magnitud que murió en elacto.

A la mañana siguiente, el resto delgrupo acudió al cementerio para comprobarque la estaca había sido clavada.Asombrados, vieron a su amigo muerto,quien al clavar la estaca, había pilladotambién su abrigo por detrás; y esacircunstancia fue la que precisamente dio alchico la sensación de un tirón por laespalda que le provocó la muerte. Y es quelos juegos en la noche son muy peligrosos.

«El chico entró en el cementerio.(…) El susto que se llevó fue de talmagnitud que murió en el acto» escribeNatalia. El lector observará que estas

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dos frases condensan el planteamiento yel desenlace de una y otra leyenda. Enambas se describe a un personaje que seinterna por su cuenta y riesgo en un lugarprohibido —un cementerio y una casaajena— con el objetivo «ilícito» derobar o divertirse. Tanto el ladrón comoel chico atrevido saben que están«profanando» territorios «sagrados»,por lo que la tensión resultante les poneen, un estado de lo más sugestionable.Para colmo es de noche (como informanRaúl y Natalia en sus respectivasversiones), «hora de las brujas»,momento en que las facultadesintelectuales se reducen a cero y afloran

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los tenores más primarios.En uno y otro caso el «susto»

fulminante es consecuencia de estecúmulo de tensiones, que llevarán alprimer infortunado a creer que se hallaen presencia de «algo horrible», y alsegundo que acaba de ver a un fantasmaemergiendo de su armario-sepulcro.Aunque todo ello no sea más que una«ilusión», la muerte provocada por elmiedo es bien real. De ahí que puedaequipararse a un castigo divinoejecutado por agentes sobrenaturales.Una vez más, la «justicia poética» operamediante una serie de coincidenciasfantásticas y el infractor recibe

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limpiamente su «merecido».La siguiente variante de «La muerte

en el cementerio», nos llega de Olivenza(Badajoz) y la firma Cristina Cortés. Elvestuario del protagonista está enconsonancia con el sabor tradicional delarranque, como corresponde a un relatotan añejo. Aquí la víctima es claramenteun bandido, cosa que refuerza losvínculos con la leyenda de La mujerpálida y el ladrón:

Esto fue algo que me contaron en mipueblo, Olivenza, y concretamente lo hizoun amigo; me comentó que se decía desdehacía bastante tiempo que muchísimos añosatrás, dos individuos, presas de pánico,corrieron desesperados buscando un lugar

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en el cual esconderse, pues eranperseguidos al haber cometido un robo, yllegaron hasta las afueras de Olivenza,refugiándose en el cementerio. Saltaron laverja que había, bueno, la saltó solamenteuno, mientras el otro vigilaba por si alguienvenía, y mientras tanto su compincheescondía todo lo que habían robado; éstellevaba puesta una capa, y cuando arrancó acorrer para volver a salir, se le enganchó enalgo (es un suponer, ya que nunca seaveriguó) y él, pensando que alguien locogía y no lo dejaba salir, murió del susto.Desde entonces, se rumorea que se oyenvoces de ultratumba cerca de las lápidasdonde falleció dicho individuo.

El añadido final, propio de uncuento de fantasmas, confiere un toquede misterio al desenlace, aunque su

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condición de «préstamo» salta a la vista.A falta de versiones documentadas,

no podemos afirmar ni desmentir que Lamujer pálida y el ladrón sea unaleyenda internacional, como creímos enun principio. De su arraigo en nuestropaís, en cambio, cada vez estamos másseguros.

Una nueva pista al respecto nosllegó por mediación de otro amigo, elcinéfilo Joan Fitó, quien estabaconvencido de que existía uncortometraje inspirado en la leyenda.Otro amigo cinéfilo, Ricard Fusté, vinoa sumarse a la lista de privilegiados quehabían visto dicho cortometraje hacía un

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par de años —1997— y un tercercinéfilo, Miguel Segura, organizador dela muestra de cortos donde se habíaexhibido, hizo lo posible por encontrarla ficha técnica del mismo…, perofracasó en el empeño. Si algún lectorpuede aportarnos algún dato al respectole estaremos muy agradecidos. (Y si nosmanda una copia de la película, aúnmás…)

Como decíamos antes, noconseguimos localizar ninguna varianteextranjera de la leyenda. Aun así no nosdimos por vencidos. Finalmente, en unaantología del escritor norteamericanoFredric Brown —Pesadillas y

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Geezenstacks— dimos con un cuentotitulado La broma (1961) que mostrabacuriosas concordancias con ella. Elargumento es el siguiente: un vendedorde artículos de broma —y bromistaempedernido— acaba de llegar alpueblo donde vive su amante. Puestoque faltan unas horas para reunirse conella, decide pasarse por la barbería paraque le afeiten. Según su costumbre, no sepriva de gastarle una broma al barberoponiéndose uno de sus productos mássolicitados: la máscara de «Dan elGuapo», que, como su nombre indica,representa el rostro de un hombre muybien parecido. El barbero, que forma

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parte de una compañía teatral deaficionados, muestra mucho interés poradquirir algunas de aquellas máscaras.

Mientras le está afeitando, elviajante le cuenta que ha quedado conuna chica muy atractiva «que tiene unapensión aquí cerca», y le pide quecuando termine le coloque la máscara de«Dan el Guapo» para gastarle unabroma. «Quizá se decepcione cuandovea mi verdadera jeta», añade. Actoseguido, a causa de las copas que hatomado antes, se queda amodorrado. Elbarbero termina su trabajo y le coloca lamáscara, según lo convenido.

El viajante se despide y se dirige a

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casa de su amante. Cuando ésta abre lapuerta no le reconoce. Él, entonces, sequita la máscara. Al punto, la chicalanza un grito terrible y cae muerta. Elvendedor se escabulle. Al llegar a labarbería y verse reflejado en elescaparate, repara en el espantosomaquillaje que le ha aplicado el barberomientras estaba adormecido. Ve «la carahorrorosa que era su propio rostro. Deun verde fosforescente, con un hábil ymeticuloso sombreado que lo convertíaen el semblante de un cadáver reciénsalido de la tumba, de un vampiro conlos ojos hundidos y los labiosmorados». Acto seguido se da cuenta de

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que el apellido del barbero, escrito enuna placa, coincide con el de su amante.Al otro lado del cristal, el maridoburlado acaba de ahorcarse en lalámpara.

Admitirá el lector que lascoincidencias son notables: muerteprovocada por el miedo, personaconfundida con un fantasma y moralejarebosante de justicia poética: elbromista deberá cargar con el peso dedos cadáveres en su conciencia, despuésde intentar adentrarse en otro territorioprohibido: la cama de la mujer delprójimo.

No descartaremos que se pueda

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tratar de una mera coincidencia, tantomás conociendo la portentosa inventivade Fredric Brown y su gran capacidadpara los desenlaces inesperados. Es unhecho, sin embargo, que el escritor solíainspirarse en leyendas urbanas célebres,como se desprende de los argumentos devarios relatos de la misma antología, enespecial los cinco que llevan el título dePesadilla con un color incorporado.

Entre ellos figura una ingeniosavariante de una leyenda que analizamosen el capítulo Sorpresa Sorpresa : unhombre asesina a su esposa el día de sucumpleaños. Cuando entra en su casacon el cadáver en brazos y enciende la

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luz, encuentra esperándole a losinvitados a una fiesta que la víctimahabía preparado para darle unasorpresa.

Situaciones de pesadilla y justiciapóetica: dos componentes que suelenabundar en las leyendascontemporáneas.

JOSEP SAMPERE

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Robos ingeniosos

Una pareja fue a buscar su coche,aparcado la noche anterior en la calle, y seencontró con que lo habían robado. Lobuscaron por todas partes y, como noaparecía, presentaron denuncia en lapolicía. Dos días después, el lunes por lamañana, de camino al metro, lo hallaron enun lugar muy próximo a donde lo habíandejado. En el interior se veía una nota en laque podía leerse: «Necesitábamos el cochepara el fin de semana y hemos tomadoprestado el suyo. Disculpen las molestias.En agradecimiento, acepten estas dosentradas para el teatro». Y, en efecto, juntoa la nota había dos tickets para una obrateatral, un día concreto que ahora no

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recuerdo. La noche señalada, la pareja,exultante de felicidad, se fue a disfrutar deesa velada tan bien ganada. Pero al volver acasa descubrieron que, mientras estaban enel teatro, les habían desvalijado la casa.

MARIA RIPOLLBarcelona

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Escribiré al finlo que me ha pasado? ¿Podré? ¡Es tanextraño, tan inexplicable, tanincomprensible! Si no estuviera seguro delo que he visto, seguro de que en mísrazonamientos no ha habido ningúndesmayo, ningún error en miscomprobaciones, ningún hiato en lainflexible serie de mis observaciones, me

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creería un simple alucinado, juguete de unaextraña visión.

Las líneas que abren el relato¿Quién sabe? del cuentista francés Guyde Maupassant podrían servirperfectamente para ilustrar esta historiade ladrones de guante blanco. Un sucesoque, por los testimonios recogidosparece haber dado la vuelta a España, yque nos sitúa en la mejor tradición derateros ilustrados, de cacos capaces dedesvalijar cuanto intercede a su pasovaliéndose de una inteligencia superior.

Tanto es así que este hurto podríafigurar —y, de hecho, figura— en losanales de la cleptomanía. Y es que su

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éxito radica en haber trascendido laslindes del choriceo patrio y contarse,con muy ligeras variaciones en suestructura, en países con igual o mayortradición en la materia.

A falta de conocer la procedenciageográfica de la luminaria que perpetróel plan y la veracidad del suceso, hayque anotar que el relato es bienconocido en ambos lados del Atlántico eincluso en Australia.

Las variantes norteamericanas, porejemplo, según recoge Alan Smith en unnúmero de la revista Folklore, reniegande regalar entradas para el teatro y —según la óptica de allí— introducen un

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cebo irresistible: boletos, por partidadoble, para el hockey, el beisbol, elbaloncesto o billetes para asistir a algúnconcierto de rock.

Por lo demás, tanto en EstadosUnidos, Gran Bretaña y Australia, latrama es la misma: un matrimonio —losrelatos españoles se refierensimplemente a una pareja— que esrobado por partida doble y unosladrones, en primer término generosos, yluego simplemente hábiles.

No está de más señalar la magníficaacogida que desde siempre han tenidopícaros y ladrones sagaces. Valgarecordar El lazarillo de Tormes, El

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buscón de Quevedo o el Gil Blas delMarqués de Santillana o, ya más cerca, alos saqueadores del tren de Bristol.

Se diría que cuando el expolio noafecta a personas cortas de entendederas—llámese «timo de la estampita»—tendemos a admirar el ingenio de estossecuaces, capaces de infringir la ley conel mínimo daño posible. También laidea de que nos roban continuamente,por lo que nunca estamos a salvo, planeasobre este relato y se relaciona conotros latrocinios más recientes, caso delos falsos inspectores de la luz o del gas—incluso de las vendedoras de Avon—que sirviéndose de su uniforme allanan

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nuestras moradas.Tal vez esto explique la

extraordinaria acogida que este relato hatenido en buena parte del mundo, éxitoal que España no es ajena. No en balde,en un experimento llevado a cabo enNápoles para averiguar la rapidez detrasmisión de ciertos rumores, unprofesor universitario inventó lahistoria, en la época en que se intentabaimplantar el cinturón de seguridad, deque algunos conductores se servían dechaquetas con una banda pintada queconfundía a los agentes de tráfico. Elembuste tuvo tal éxito, según cuentaDanila Arona en Tutte storie, que muy

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pronto en Milán y en Roma se decía que«realmente» había personas querecurrían al engaño. Y otro tanto enEspaña, donde los «chaquetas pintadas»fueron avistados, que sepamos, porAntonio Carpio, en Molins de Rei(Barcelona).

Sin querer abusar del tópico, puedeafirmarse que España e Italia son paísesmuy sensibles a estos temas, tal vez porun carácter que no admite imposicionesseveras.

De Italia, por ejemplo, procede unahistoria que eclipsó al país en 1990 yque está perfectamente glosada en unbuen número de periódicos y libros. Se

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trata del «hipnoratero», una especie deladrón de procedencia oriental quedesplumaba a los cajeros tras robarlesla mirada.

El año 1990 fue para Italia —apuntaCesare Bermani en Il bambino é servito—,el año del mundial de fútbol pero tambiéndel hipnoratero. Los visitantes indios,paquistaníes, turcos y egipcios realizarondiversos hurtos gracias a la hipnosis.

El primero de ellos tuvo lugar enenero en un restaurante de Porto Vechio(Génova) según se apercibía la revistaEl Europeo en septiembre de ese año enun artículo que Marina Terragni titulabaNos faltaba el hipnoratero:

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Llegaron dos mujeres y un hombre —contaba la víctima— con un bebé en brazos.Tenemos el barco en el puerto —dijeron—.Les serví de comer, aunque era ya muytarde. El niño me enternecía. Uno de ellos,elegantísimo, con muchos anillos, todo unpríncipe, vino a la cocina a rogarme si podíaprepararle pescado, al que señalaba parahacerse comprender. De golpe, comenzó aacariciarme la espalda. Yo empezaba asentirme un poco extraño. Entonces mepidió que le enseñara billetes de 100 000liras porque no los había visto nunca. Escomprensible, pensé yo, son indios. Y no sélo que me ocurrió. Todos decían: ¡Québonitos son! Y yo les daba los billetes. Alfinal, hasta les acompañé a la puerta.

A finales de mayo, esta vez enTorino, dos hipnorateros se introducen

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en una caja de ahorros e inauguran laversión más extendida de esta leyendaurbana que Danilo Arona recogería en ellibro citado más arriba, como Elencantador de cajeros. Mientras él esun oriental de aspecto principesco, ellano desmerece: cabello castaño,diamante en la nariz y blusa de seda.Ambos hacen cola en la ventanilla y alllegar su turno piden cambiar dosbilletes de cincuenta dólares por otro decien. El problema comienza cuandoreclaman un billete de la serie I de Italiapara llevárselo como recuerdo.

Cuando me pidieron el billete de la serieI —recuerda un cajero de la Plaza Duomo

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de Milán— me dedicaron una sonrisa. Apartir de ahí, tengo un vacío total en lacabeza. Lo único que sé, es que he buscadoese billete maldito, que se fueron a pie yque en la caja faltaban 1800 dólares. Queme costó lo mío que me creyeran y que yomismo no me creo.

Casos parecidos comienzan aregistrarse en Cremona, Novara, PortoCervo y Sant’Antonio de Canora,merecedores de suculentas crónicas enlos periódicos. El Banco di Sardegna, laBanca Commerciale Italiana diCinisello, el Banco di Desio pasan aengrosar la lista de damnificados.

Expresiones como «me miraron conojos magnéticos», «recuerdo que le daba

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el dinero y no podía parar», «mehipnotizaron con el anillo» o «caí entrance cuando me musitaron al oído:“Dame dinero, pequeño, pequeño,pequeño”» se repiten en los testimonios.

En este mundial paralelo alcampeonato de fútbol, en el que no sesabe muy bien qué pintaban indios,paquistaníes, turcos y egipcios, puesninguno de sus países había logrado laclasificación —detalle que pareció noimportar a los italianos—, los orientalespoco menos que ganan la copa al juegosucio.

Anteriormente al evento, comoacontecería dos años después en los

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Juegos Olímpicos de Barcelona, lapolicía primero y luego los periódicos,habían creado ese clímax de las grandesocasiones alertando sobre la posiblevenida de bandas de falsificadoresinternacionales, así como de lo másgranado de cada casa: descuideros,terroristas, psicópatas, estafadores…

Por lo demás, desde que terminó elmundial de fútbol nada se ha sabido deellos, aunque pudiera ser que ahoraestén desvalijando pisos tras birlamos elcoche e hiponotizarnos con «Tartufo».

A los ladrones pulcros y ocurrentessiempre sabremos reconocerles méritos,por mal que les pese a algunos. De otro

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modo no se entiende que sus andanzashayan dado la vuelta al mundo ycautivado los corazones de personasamantes de la ley, pero no por elloignorantes de la dificultad que entrañatriunfar en cualquier trabajo.

ANTONIO ORTÍ

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LAS MIL CARAS DELMONSTRUO

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«Nos juntábamos las nochesde verano y contábamos

historias de miedo»

Ocurrió hace unos años. Un chico llevabaa su novia a casa después de salir del cine.Cuando transitaban por el kilómetro cuatrode la carretera nacional 330 se quedaron singasolina. El chico cogió una botella quetenía guardada en el capó para un caso deemergencia como éste y se acercó a unagasolinera que hay a unos dos kilómetros.La chica se quedó en el coche, con laspuertas cerradas por dentro y escuchando laradio, medio dormida. Unos minutos mástarde unos fuertes golpes en la ventanillatrasera del vehículo le sobresaltaron.

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Cuando se giró para ver qué ocurría,descubrió con horror que alguien golpeabacon la cabeza ensangrentada de su novio enel cristal…

JOSÉ LUISAlicante

Este cuento cruel, que losfolkloristas norteamericanos denominanThe Boyfriend’s Death (La muerte delnovio) forma parte de un ciclo deleyendas urbanas que llevan más deveinte años en el repertorio de relatosterroríficos de los adolescentes. Ajenasal paso del tiempo y a la influencia de lo

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que el escritor y crítico cinematográficoCarlos Aguilar denomina películas deterror «de discoteca», estas leyendassiguen contándose al pie de la letra encampamentos de verano, en el recreo yen fiestas juveniles.

Ello parece indicar que, por muchoque se diga lo contrario, los jóvenes seencargan a su manera de preservar unaserie de relatos que podríamos calificarde tradicionales con toda justicia.Aunque pocos padres y educadoresreconocerán el valor «formativo» desemejantes historias ultraviolentas, locierto es que constituyen una especie deprolongación realista, secreta, casi

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underground, de los relatostradicionales homologados por lospedagogos.

Las versiones de que disponemosubican la acción en escenarios tandispares como el Túnel del Cadí, laplaya de El Saler (Valencia) o el Vallede Arán, pero ninguna de ellas omite dosdetalles clave: el coche se queda singasolina o se avería, y el novio, trasdejar desamparada a su chica, terminasiempre decapitado.

Antes de analizar la «moraleja» queencierran ambas constantes, convieneque nos detengamos en la interesantedifusión de esta leyenda.

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Entre 1979 y 1982, Mark Glazer sededicó a recopilar sobre el terreno lasleyendas contemporáneas que se habíanincorporado al folklore de la comunidadanglomexicana residente en el sur deTexas. Así logró reunir veinte versionesd e La muerte del novio, once de lascuales se ajustaban al esquema de losprimeros ejemplos documentados deeste relato, que recogió el folkloristaDaniel Barnes en 1964 designándoloscomo del Tipo A. Hemos de señalar quepor nuestra parte no hemos obtenido niuna sola versión de este tipo, lo cualparece sugerir que se trata de unaleyenda inédita en España. [Si por fin

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llega a nuestros pagos, tal vez sea porobra de la mediocre película Leyendaurbana (1998) que se sirve de ella paraescenificar un asesinato particularmenteinverosímil.]

Los relatos del Tipo A contienendetalles que los emparentan con lasversiones que reproducíamos másarriba, aunque el desenlace difiereconsiderablemente: una pareja se quedasin combustible en un lugar apartado,debajo de un árbol espléndido. Elmuchacho decide llegarse a unagasolinera próxima, tras aconsejar a sunovia que permanezca en el coche y noabra la puerta a menos que oiga tres

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golpes y luego su nombre. No bien sequeda sola empiezan a sonar ruidosinquietantes. (A veces pone la radio y seentera de que un loco peligroso se haescapado de un manicomio cercano. AnaBelén Cerezuela, de Bilbao, e IsabelMaría, de Málaga, nos lo recuerdan ensus respectivos relatos).

Por fin se queda dormida, hasta quetres golpes en el techo la despiertanbruscamente. Como no oye su nombreprefiere no abrir la puerta. Llega porúltimo la policía. La chica les explica loocurrido. Le piden que salga del cochepero que no mire hacia atrás. (Detalleque recoge Jaione Olmos, de San

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Sebastián, en su versión de los hechos).Como era de esperar, la chica no puederesistir a la tentación, y mientras se alejadel vehículo vuelve la cabeza, emulandoa la mujer de Lot. Entonces ve su novioahorcado en el árbol, encima del coche.Los golpes los producía la sangre quegoteaba de su cuerpo desgarrado. (Enalgunas variantes se oyen roces ycrujidos en el techo, causados por loszapatos del cadáver. En otras, el novioaparece colgado del pie).

Así concluían las once versiones delTipo A. Lo que Mark Glazer no seimaginaba cuando emprendió su estudio,era que iba a encontrarse con nueve

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variantes inéditas hasta entonces de Lamuerte del novio. Estos relatos, quellamó del Tipo B, se habrían formadoposteriormente pues el más antiguodataba de 1971. He aquí su argumento:Una pareja de novios (a veces unmatrimonio) se queda sin gasolina.Mientras la mujer espera en el coche,ocurre lo siguiente: le arrojan un sacodesde un vehículo en marcha; unindividuo (o varios) deja el saco sobreel capó y se va; o bien un hombre golpeacon él la ventanilla y finalmente loabandona en el suelo. El saco lo abre lapolicía o la misma mujer, impelida porla curiosidad, descubriendo que

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contiene la cabeza de su compañero.[Si sustituimos el saco por un

paquete urgente, y la cabeza del noviopor la de Gwyneth Paltrow, tendremosel comentadísimo desenlace de lape l í cul a Seven (1997): otro casoflagrante de guionista que bebió de lasfuentes del folklore.]

Dejando aparte el saco, que debióde perderse en algún punto del camino,está claro que los relatos del Tipo Bcoinciden a grandes rasgos con los quehan llegado a España y otros paíseseuropeos.

En una versión italiana de laleyenda, recogida por Titta Cancellieri

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en su obra E se capitasse a te?, lacabeza cortada también aparece sinenvoltorio. Lo mismo sucede en lavariante que incluye Paul Smith en TheBoole of Nasty Legends: el asesino sesienta en el techo del coche y la hacerebotar como una pelota.

Al analizar el perfil lingüístico delas personas que le contaron versionesdel Tipo B, Mark Glazer llega a unaconclusión que no duda en calificar de«sorprendente» y que a nosotros nosparece de lo más interesante: la mayoríade ellos eran bilingües o hablabansolamente castellano. ¿Podría existir unalínea directa entre las versiones del sur

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de Texas y las españolas? ¿Explicaríaello la ausencia de versiones del Tipo Aen nuestro país? Dejamos la cuestión enel aire, pero valdría la penainvestigarla.

En cuanto a la moraleja a que nosreferíamos antes, la que propone MarkGlazer es de aplicación universal, peronos parece que se adapta muy bien a lamentalidad hispana. En nuestra cultura,el tener coche y novia (o viceversa) sondos requisitos fundamentales paraingresar en el mundo de los adultos. Apartir de entonces surgen nuevasobligaciones de índole caballeresca: sergalante con la doncella y tratar como

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Dios manda al automóvil (equivalentemoderno de la montura).

El joven que vela por su coche y lo«alimenta» como es debido podrá cruzarvelozmente los caminos oscuros dondeacechan monstruos y gigantes. Pero si nole ofrece los cuidados necesarios, elcoche se rebelará dejándole «tirado». Ysi encima comete la torpeza deabandonar a su dama para ir a solventarel despiste, es lógico que reciba uncastigo ejemplar. Su muerte pordecapitación constituye un símbolo muyelocuente: si el novio pierde la cabezaes porque su «falta de cabeza» le hallevado a perderla. Al enseñar su

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«trofeo» a la novia, golpeando con él laventanilla, el asesino no hace sinoremachar esta moraleja de un modosalvajemente expresivo.

Con un relato que nos remite Ainhoa,una informadora de Leioa (Euskadi)abrimos la segunda parte de estaantología de leyendas terroríficas. Setrata de otro clásico universal, del queel folklorista británico Paul Smith hadetectado antecedentes históricos que seremontan al siglo XVI, y que podríamostitular La ciega y el perro lazarillo:

Les voy a contar una historia queescuchaba de pequeña en mi pueblo deExtremadura (en Montehermoso, Cáceres).

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No sé si será cierta o no, supongo que esuna historia para asustarnos cuando somospequeños. Nos juntábamos las noches deverano y contábamos «historias demiedo»… Había una historia que trataba deuna joven, ciega, que vivía sola con su perrolazarillo, un pastor alemán. La joven vivíacerca de un psiquiátrico; una noche,escuchando la radio, dijeron en elinformativo que un loco se había escapadode allí.

Ella se acostó un poco asustada, pero superro siempre dormía debajo de su cama.Ella dejaba la mano colgando y el perro sela lamía; así se tranquilizaba y se quedabadormida. Esa noche se despertó por unruido que venía de la cocina: toc, toc, toc;lo que sonaba era el grifo goteando, o seaque lo cerró bien, volvió a la cama, dejó lamano colgando y el perro se la lamió. A la

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mañana siguiente llamó a su perro, noaparecía. Avisó a sus vecinos para que laayudasen a buscarlo. Al final lo encontrarondebajo de la cama, descuartizado, con unanota que decía: «Los locos tambiénsabemos lamer la mano».

Joan Amades y Andrew Lang,incansables folkloristas de «la viejaescuela», decían que el cuentotradicional podría compararse a uncalidoscopio: del mismo modo en que lamezcla de unos pocos cristales produceinfinidad de figuras, la combinación deun número reducido de episodios dalugar a una gran variedad de versiones.

Comparando el relato de nuestranarradora de Leioa con otras variantes

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que nos han llegado, vemos que lasleyendas modernas también se rigen poreste principio. Hay en él un préstamo deLa muerte del novio: la noticiaradiofónica que advierte de la fuga delloco. Este detalle es asimismo unaconstante de otra leyenda desconocidaen España pero que goza de granpopularidad en los países anglosajones:una parejita oye por la radio del cocheque un asesino manco, dotado de unaprótesis en forma de garfio, ha huido deun manicomio situado en lasinmediaciones del lugar recoleto dondese lo «están montando». A instancias dela chica, se marchan de allí a toda prisa.

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Luego descubrirán que se han salvadopor los pelos, ya que un garfioensangrentado cuelga del tirador de laportezuela.

El detalle del grifo goteando («toc,toc, toc») parece deberse a un lapsus denuestra informadora, que no le atribuyesu función narrativa «correcta»: insinuarque el perro lazarillo ya ha sidoasesinado y se desangra lentamente. (Deahí que esconda su cadáver debajo de lacama porque no sabe muy bien qué hacercon él…) Jaione Salomé Olmos, de SanSebastián, se acuerda mejor delargumento:

(…) De pronto, una gota fría, como

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venida del cielo, comenzó a resbalar por sufrente. Tras ella otra, y otra más, y luegomás todavía. A pesar de lo raro del caso laniña se relajaba al notar los lametazoscaninos. (…) Fue entonces cuandocomprobaron que la cabeza del animalcolgaba sangrante del techo, sobre la cabezade su hija…

Sin embargo, otro lapsusmemorístico la lleva a una conclusión«aceptable» pero muy personal:

… mientras un loco le lamíaincesantemente la mano.

Otra vuelta de calidoscopiomodifica el modus moriendi del perro eincrementa el número de víctimas. Lo

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vemos en una versión que nos envíaOlalla Cociña, de Viveiro (Lugo), quetermina así:

(…) Ya por la mañana, descubrehorrorizada al perro estrangulado, junto asus hermanos también asesinados y unanota que dice: «Los locos también sabemoslamer».

Semejante escabechina infantil separece mucho a la que tiene lugar en otraleyenda muy popular en Estados Unidospero inédita en España. Probablementela recordarán los que hayan visto lapel ícula Llama un extraño (1980),donde se utilizaba en los primerosveinte minutos para crear una tensa

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atmósfera de suspense. Una «canguro»con tres criaturas a su cargo recibecontinuamente las llamadas de unindividuo que le pregunta si «ha ido aver a los niños». Por último, latelefonista le da una noticia espeluznante(aunque técnicamente imposible):quienquiera que sea, la está llamandodesde una extensión del piso superior,situada precisamente en la habitación delos niños. Cuando interviene la policíaya es demasiado tarde: el asesino hahecho picadillo a las criaturas.

Una tercera vuelta de calidoscopiocombina de nuevo los episodios,llevando la cieguecita a la tumba y

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cambiando de lugar la inscripción.Escribe M José Ruiz, de Málaga:

(…) Cuando los padres volvieron,encomiaron a la hija muerta, junto alcadáver del perro, y en la pared, con sangre,había escrito: «Los asesinos tambiénsabemos lamer».

Cabría preguntarse si la ceguera dela protagonista no será un añadidoposterior, más bien redundante, puestoque la acción transcurre siempre en undormitorio oscuro. A juzgar por loscuatro siglos largos que lleva circulandoesta leyenda, existe alguna posibilidadde que la pequeña invidente sea hija dedos películas muy taquilleras en su

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momento: Sola en la oscuridad (1967) yTerror ciego (1971). Ambas partían dela misma premisa: mujer ciega sometidaal acoso implacable de un asesino.

La próxima leyenda de la serieparece derivar de la anterior, pero locontrario también sería posible. Lo queestá claro es que el desenlace de ambasse apoya en el mismo golpe de efecto: elasesino que deja una nota. Nos la remiteMaría José Ayllón, de Granada. Eltítulo, La muerte de la amiga, es de JanBrunvand:

Hace unos dos años, en Granada capital,ocurrió un asesinato que llamó mucho laatención. Fue en un piso de estudiantes,

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donde vivían cuatro chicas. Una noche, dosde las chicas se fueron a sus respectivospueblos ya que era viernes, para pasar el finde semana. Las otras dos se quedaron en elpiso. Una de ellas decidió irse a dormir alpiso de una compañera de clase. Se fuedejando a la otra sola en la vivienda.

Por la noche, la que se había ido adormir fuera se dio cuenta de que no teníapijama y volvió al piso a recogerlo. Fue a suhabitación y no encendió la luz para no«despertar» a su compañera. Cogió elpijama que estaba en el armario y se fue denuevo.

A la mañana siguiente, cuando volvió, sedio cuenta de que la policía estaba en elpiso y que los vecinos llenaban el pasillo.Se asustó mucho porque no sabía qué habíapasado.

Se dirigió a su habitación y vio que un

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«cuerpo» se encontraba en el suelo tapadocon una sábana. ¡Era un cadáver! ¡Su amigahabía muerto! ¿Cómo?

Se puso muy nerviosa, un montón depreguntas se atropellaban en su mente y noencontraba ninguna respuesta.

La noche antes un ladrón había entradoen el piso y, estando la chica sola, la matódespués de robarle el dinero que tenía.

Cuando la chica protagonista fue al pisoa recoger el pijama, el ladrón se encontrabaen su habitación y ya había asesinado a sucompañera. Dicho hombre dejó escrito enel espejo de la habitación, con pintalabiosrojo: «SUERTE QUE NO ENCENDISTELA LUZ».

La frase escrita con pintalabios rojoen el espejo tampoco es exclusiva deeste relato, sino un motivo recurrente en

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algunas versiones de las leyendas queanalizamos en el capítulo Bienvenidosal mundo del sida.

¿A qué se debe que los «curtidos»adolescentes de hoy sigan contando esosviejos cuentos de terror químicamentepuro?

Pongámonos en su lugar.Remontémonos a la época en quecreíamos realmente que Verónica (aliasMary Worth en Estados Unidos) podíaaparecerse en el espejo.

De pequeña me horrorizaba la historia deVerónica una niña que murió apuñalada conunas tijeras, a manos de sus padres —confiesa Ernestina García, residente en un

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pueblo de la provincia de Málaga—. Secontaba que, si a las doce de la noche,repetías tres veces su nombre, enfrente delespejo, con velas encendidas y unas tijeras,Verónica se te aparecía. Me daba tantomiedo que nunca llegué a practicarlo.

Tal vez nunca llegara a practicarseel ritual, ni tampoco se entrara en lacasa embrujada (bastaba echar unvistazo a las ventanas oscuras paracomprender que si entrabas allí ya nosaldrías jamás). Al igual que en losantiguos ritos de paso, la clave consistíaen «morirse de miedo» para superar elmiedo a morirse de miedo.

Oír estos relatos por primera vez, alos doce o trece años, implica

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experimentar en compañía el terror quehasta entonces padecías a solas en plenanoche: un terror impreciso y agobianteque estas leyendas reflejan a laperfección. No bien se comprende queeste terror no «mata» sino que puede ser«constructivo», se dan los primerospasos para dominarlo.

A partir de este momento, uno seconvierte a su vez en narrador,adquiriendo el poder de convertir elmiedo en un fenómeno estético, del queincluso se puede gozar. He aquí lafunción «formativa» de las leyendas deterror y el motivo por el cual nuncamorirán.

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JOSEP SAMPERE

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Calcomanías con LSD

En Londres, y en varias capitalesde Inglaterra, los directores decinemas han sido advertidos contraposibles ataques a los espectadores,pues varias personas provistas dejeringas hipodérmicas conteniendodrogas ponían inyecciones a lasmujeres que tenían al lado valiéndosede su descuido en la oscuridad de lasala.

El vicio secreto de la droga buscapor este medio imprevisto el hacerprosélitos, el dar a probar por este

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procedimiento viperino una dosis deparaíso artificial que puede producirun secuaz. Ante la voluptuosidadinoculada irremediablemente buscanesos inyectadores solapados nuevasparejas para esa nueva religión oscuray apremiante.

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA«Automoribundia»

Las calcomanías Blue Star. Me enteré através de unas fotocopias (miles de vecesreproducidas, a juzgar por su calidad) querepartían a las puertas de mi colegio.Avisaban a los niños de que no compraranni aceptaran de extraños unas calcomanías

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conocidas como Blue Star, fácilmentereconocibles por sus colores azulados.Tenían formas divertidas y atrayentes paralos niños, como por ejemplo mariposas.Según las fotocopias, al entrar en contactocon la piel, liberaban LSD. Se hacía paraque los niños cogieran adicción a las drogasdesde pequeños. Estas fotocopias eranrepartidas de vez en cuando.

RODRIGO ORDÓÑEZLEIOA (EUSKADI)

Quiso el destino que hacia finales dejulio del presente año (1999), dosfotocopias como las descritas cayeranen nuestras manos procedentes de las

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comandancias de la Guardia Civil deCiudad Real y León. Una nota adjuntacontenía el siguiente fragmento de prosapolicial:

ASUNTO: TATUAJE (sic) IMPREGNADOEN ESTUPEFACIENTE

Por comunicaciones dimanantes de la7.ª Zona y de las comandancias de CiudadReal y León, se tiene conocimiento de laposible existencia de un tipo de tatuajeimpregnado el (sic) LSD, denominado«estrella azul», que pudiera estar siendovendido a los niños en los colegios.

A su vez también han sido detectadoslos panfletos (sic) en las localidades deSant Joan Despí (B) y Mataró (B).

Dicha información se ha conocido através de panfletos que advierten a la

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población del peligro del uso del tatuaje,difundiendo sus características para poderser identificados (sic).

Los panfletos son de dos tipos, de losque se adjunta copia, apareciendo en uno deellos emblemas de la Guardia Civil y unllamamiento a la colaboración ciudadanacon el Cuerpo, no habiendo tomado parteninguna Unidad del mismo en suconfección.

Hasta el día de la fecha, no se tieneconstancia de la veracidad de la noticiay no ha sido detectado ninguno de estostatuajes. Siendo conveniente que sepreste especial atención a la posibleexistencia y distribución de los mismos,ante la alarma social que la divulgación

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de los panfletos está causando. Caso deser detectados tales tatuajes o lospanfletos se informará al COS de estaComandancia.

El primer «panfleto» estáencabezado con una súplica patética,escrita en cuerpo 20 y negrita: «LÉEMEPOR FAVOR». El texto dice así:

LLAMADA DE ATENCIÓN PARA LOSPADRES

Un tipo de tatuaje llamado «estrellaazul» está siendo vendido en los colegios alos niños. Su forma es de una pequeña piezade papel que contiene una estrella azul.Tiene el tamaño de una goma de borrar yésta (sic) impregnada de LSD. La droga esabsorbida a través de la piel simplemente

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manoseando el papel. También hay tatuajesde colores brillantes que parecen sellos decorreos y contienen imágenes de:SUPERMAN, MICKEY MOUSE,PAYASOS, MARIPOSAS, DIBUJOSDISNEY, BART SIMPSON, MARIPOSAS.Cada uno está envuelto en papel dealuminio de forma atractiva para losniños/jóvenes. ESTÁN LLENOS DEDROGA. Son conocidos por reaccionarrápidamente estando algunos de ellosllenos de estricnina. Ésta es una nuevaforma de venta de LSD, y en definitiva decrear nuevos adictos. Por favor comentenesto con los niños, jóvenes, etc. Sobre lapeligrosidad de este tipo de tatuajes.

El segundo «panfleto», en el quefiguran dos emblemas de la GuardiaCivil, dice exactamente lo mismo, pero

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en mayúsculas y enmarcado. Un añadidoa pie de página reza: «Si observan algo,pónganlo en conocimiento». Junto a élhay un número de teléfono: el 062.

Como aquellas cartas amenazadorasque exigen ser copiadas tres veces yenviadas a otros tantos destinatarios, el«panfleto» siguió circulandoirrefrenablemente y llegó incluso a laprensa. El 29 de julio de 1999, el diarioLa Mañana, uno de los más importantesde Lleida, abría su portada con elsiguiente titular: «Bando en Guissona aldetectarse el uso de LSD encalcomanías». En la página 24, unredactor anónimo copiaba literalmente

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el texto del «panfleto» añadiendo algunaprecisión indispensable (por ejemplo:«impregnados de LSD, una droga») yseñalando que se había distribuido enforma de cartel por los establecimientosy locales públicos de Guissona. Elartículo concluía en términos parecidosa los de la nota de la Guardia Civil:«Los Mossos d’Esquadra indicaron queno les consta ninguna denuncia formalsobre este problema, que ha suscitado lapreocupación del consistorio deGuissona».

El día 30 de julio la página 25 de LaMañana informaba que el bando de los«tatuajes» con LSD había sido retirado.

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La decisión se ha tomado —decía elperiódico— por la alarma social que hagenerado el bando municipal y debido a quela Guardia Civil ordenó ayer la retiradainmediata del comunicado, según una notahecha pública por el alcalde de la ciudad,Josep Cosconeva.

El alcalde explicó que el bando seelaboró porque el pasado 22 de julio unmiembro de la Guardia Civil, conocido enla población, aportó un folleto en el que seadvertía de la posible existencia de tatuajesimpregnados de droga, por lo que el agentesugirió que se distribuyera por los lugarespúblicos.

El consistorio tradujo la información alcatalán y colgó el cartel en tablones deanuncios, en las escuelas, en la guardería ylos comercios.

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El uso del término «tatuaje» y laresponsabilidad de un agente de laGuardia Civil en la distribución delfolleto indica a las claras que se tratabade una copia del que reproducíamos másarriba, expedido por las comandanciasde Ciudad Real y León.

Finalmente, en su número del 30 dejunio, otro de los diarios másimportantes de Lleida, El Segre, poníalas drogas en su sitio con la siguienteaclaración: «Los rumores sobre laexistencia de estas calcomanías correncada verano y son desmentidos por lasfuentes oficiales, que también esta veznegaron su existencia».

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En efecto, estas fotocopias quealertan de la peligrosidad de ciertascalcomanías imaginarias (y no«tatuajes») impregnadas de LSD,constituyen un ejemplo clásico de lo quelos folkloristas, desde hace muchosveranos, denominan «xeroxlore», o«folklore en fotocopia». Los adelantosen materia de transmisión de datos hanampliado el concepto con otros dosneologismos, que aluden a sendosmétodos para invadir el planeta concualquier documento dudoso en un abriry cerrar de ojos: el «faxlore» y el«netlore».

Por muy modernas que sean las vías

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de difusión, los mensajes distribuidosapenas difieren de las cartas «encadena» que mencionábamos antes. Laúnica distinción estriba en los motivosde quienes muerden el anzuelo y setoman la molestia de copiarlas. Si antesobraban por un vago temorsupersticioso, ahora se dejan llevar porun miedo impreciso que les impulsa a no«romper la cadena» (aunque duden deella) para evitar con su gesto«solidario» una posible epidemia decorrupción infantil.

Como señala Jean-Bruno Renard enel capítulo Les décalcomanies au LSDde su obra Légendes urbaines, escrita

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en colaboración con VéroniqueCampion-Vincent, todas las variantes delas fotocopias difundidas mundialmenteson traducciones de octavillasnorteamericanas que ya circulaban en1987 por Estados Unidos y Canadá.Éstas, a su vez, derivan de otra octavillaque data de 1981, en la que no semencionaban estrellas azules,mariposas, ni payasos. En ella aparecíaun tosco dibujo de Mickey Mousevestido de «aprendiz de brujo», como enla película Fantasía (1940),acompañado del consabido mensaje. Ladistribución de unas y otras haprovocado regularmente, como veíamos

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más arriba, pequeños brotes de histeriacolectiva en incontables puntos delplaneta, y todo parece indicar queseguirá provocándolos.

Vincular el LSD con las calcomaníaspodría tener su origen en una asociaciónde ideas errónea. Es bien sabido que el«ácido» suele recogerse en hojas depapel secante, de las que se vancortando minúsculas porciones para suventa. En general, estas hojas llevanestampado repetidamente un dibujo —Mickey Mouse, Snoopy, E.T., BartSimpson, estrellas azules, etc.—, con elque se indica la cantidad y posición delas dosis. La misma práctica han

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adoptado los fabricantes de drogassintéticas, quienes suelen grabar en suspastillas una infinidad de «logotipos»caprichosos, entre los que tambiénfigura el ratón Mickey e incluso Popeye.

La utilización de personajes de lacultura infantil y juvenil en el mundo delas drogas pudiera ser una reminiscenciadel uso contra-cultural que se dio a lapelícula Fantasía, de Walt Disney, araíz de su reestreno en los años setenta.Se decía que los psiconautas de aquellaépoca solían ir a verla bajo los efectosde la marihuana o el «ácido» a fin deexplotar al máximo el poder alucinógenode sus imágenes, un auténtico delirio

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pirotécnico, cuyo hilo conductor era larepresentación visual de la músicaclásica.

Sin embargo, los ciudadanos deorden llegaron a conclusiones muydistintas. En su opinión, un papel —secante o no— con un dibujo impresoera una calcomanía, y si era unacalcomanía debía de ir destinada a losniños, porque de lo contrario, ¿a quévenía poner dibujos atractivos para losniños en las drogas, si no era paraconvertirlos en adictos desde su mástierna infancia? Este obtusorazonamiento dejaba de lado dos hechosfundamentales: en primer lugar, el papel

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impermeable de las verdaderascalcomanías no podía absorber ningunadroga porque carecía de porosidad, adiferencia del papel secante o losterrones de azúcar. Y en segundo lugar,el LSD no es una droga adictiva como lamayoría de narcóticos y estimulantes.

Aun así, las tergiversacionescontinuaron y se fueron perpetuandotenazmente en las infames octavillas.Las versiones que reproducían el textocompleto señalaban que la droga pasabainmediatamente a la sangre cuandoentraba en contacto con la saliva «allamer las calcomanías». Esta frase hasido eliminada de las variantes actuales,

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tal vez porque alguien reparó en que losniños saben perfectamente que no debenlamer las calcomanías, porque se lespegarían en la lengua, sino que bastaaplicarlas sobre la piel y humedecerlascon agua. La frase que se ha conservadoafirma algo todavía más absurdo: «Ladroga es absorbida a través de la pielsimplemente manoseando el papel».

La creencia falsa de que una drogapuede penetrar en la sangre a través delos poros, tiene su antecedente másdirecto en un rumor de los años sesenta,recogido en la obra Vraies ou fausses?Les rumeurs según el cual el cantante derock Jimmy Hendrix se colocaba

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píldoras de LSD debajo de la cinta quellevaba alrededor de la cabeza para quela droga fuera penetrando en suorganismo durante el concierto almezclarse con el sudor. Esta idea carecede base médica: una droga —o el bacilodel tétanos— no puede pasar al torrentesanguíneo por vía cutánea a menos queexista una herida en la piel.

La última advertencia es la máshorripilante de todas, pues afirma quealgunas calcomanías están «llenas deestricnina».

En este caso la octavilla —fiel comosiempre a la verdad—, recogeatolondradamente un rumor que nada

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tiene que ver con el «ácido», sino queforma parte de la subcultura de laheroína. Dicho rumor, difundido aescala mundial, asegura que existenpartidas de esta droga adulteradas conestricnina, veneno sumamente mortífero.Huelga decir que envenenar las drogas—o repartirlas gratis con vistas a unafutura amortización— supondría paralos traficantes la quiebra inmediata desu negocio, con lo cual esta últimaadvertencia cae por su propio peso.

Con ánimo de averiguar si, a pesarde todo, se había dado algún caso dedistribución de algo parecido acalcomanías trucadas en las escuelas,

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nos pusimos en contacto con JoséVázquez, portavoz de la JefaturaSuperior de Policía de Barcelona. Segúnsu testimonio, jamás se habíanproducido denuncias de este tipo. Todaslas supuestas alegaciones al respectoprovenían de simples rumores quecontaban algunos padres mientrasesperaban la salida de los niños delcolegio. En su opinión, los relatosacerca de supuestas calcomaníasimpregnadas de droga llegaron a su augehacia 1984, coincidiendo con lasmuertes por heroína adulterada quesaltaron a las crónicas de sucesos. Locual, como apuntábamos antes,

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explicaría la mención de la estricnina enlas octavillas.

Sea como fuere, demostrar lafalsedad de esta leyenda nunca haservido para erradicarla. Su aparenteverosimilitud se ve reforzada por lasfrecuentes noticias relativas a laincautación de alijos de droga ocultos enlugares insólitos: bombones, latas deconserva, etc. El motivo de sureaparición cíclica pudiera deberse alestado de alarma social que creanregularmente las campañasprohibicionistas, con su lacrimógenainsistencia en la protección de losjóvenes contra el fantasma de la droga.

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Es muy significativo, por otro lado, quelas octavillas en cuestión no circulen demano en mano entre las personas menoscultivadas, sino que aparezcan a menudoen los tablones de anuncios de escuelasy ambulatorios. Esto demostraría que losguardianes de la educación y la salud sesienten aludidos, por el papel quedesempeñan en la formación deciudadanos ortodoxos, y se valen de unaexcusa idónea para clamar de nuevocontra las amenazas de la droga.

El tema del veneno oculto en unobjeto inocente tiene precedentes tanilustres como la manzana deBlancanieves (relato que, curiosamente,

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también llevó Walt Disney al cine…).Lo mismo podría decirse del individuosin rostro capaz de preparar con suspropias manos toda clase de cebos conlos que corromper a las criaturas.

Tradicionalmente llamado «elhombre de los caramelos», o «el hombredel saco», este personaje había idoperdiendo facultades hasta que adoptóatributos más acordes con los nuevostiempos y pasó a llamarse «traficante dedrogas».

Poca diferencia hay entre ambosespantajos: su único propósito continúasiendo llenar de angustia a padres ehijos. Su rastro contaminante no

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emponzoña tan sólo las calcomanías delos niños, sino también otro objeto deuso cotidiano entre los adultos: losbilletes de banco. Edgar Vega noscuenta un rumor que ilustra gráficamentela tremebunda metáfora del «dineromanchado de sangre de la droga», y quetambién recogía un programa reciente deLa noche temática: todos los billetes dedólar que circulan por el mundo tienenrastros de cocaína. Por si esto fuerapoco, los ingleses han empezado a«detectar» el mismo polvillo en suslibras esterlinas, como (des)informabacumplidamente el programa La 2Noticias del 6 de octubre de 1999.

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Era de suponer que la agonizantepeseta no tardaría en entrar a formarparte de la lista de billetes adictivos.Efectivamente, en noviembre del mismoaño, varios informativos citaban unestudio (!) según el cual el 80% de losbilletes de 5000 y 10 000 pesetasregistraban rastros de cocaína, cosa quedemostraría el gran poder adquisitivo delos consumidores de dicha sustancia(U). Nuevamente, los medios decomunicación desempeñaban su papelde portavoces involuntarios de ranciostemas folklóricos. Esta vez, sinembargo, difundían un rumor que, si biense mira, parece combinar

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metafóricamente dos cuestiones que, aldecir de algunos, definen la Europaactual: el pensamiento único y lamoneda única.

Por otro lado, esta noticia apócrifano parece un simple cuento admonitorioinspirado en la práctica habitual de«esnifar» la droga mediante billetesenrollados. Diríase que reflejasimbólicamente la «suciedad» moral delas personas que se los intercambian(consumidores y traficantes). Las manosde éstos (Como la frente de Caín)estarían manchadas de restos indeleblesde droga que impregnarían los billetes ycontaminarían a los ciudadanos

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indefensos.Volviendo al mundo de la infancia,

no hay peor pesadilla para los padres, nise concibe peor crueldad que dar un«dulce envenenado» a las criaturas.Tanto es así que en Estados Unidoscircula el rumor de que algunosperturbados, durante la noche deHalloween, introducen hojas de afeitaren las manzanas o envenenan loscaramelos que regalan a los pequeños.En sus Ensayos sobre la culturapopular española,

Julio Caro Baroja menciona unequivalente nacional situado en tiemposde la República:

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Corrió por varias capitales de España lanoticia —cuenta el eminente estudioso—de que gente de Religión había dado unoscaramelos envenenados a unos niños, norecuerdo bien con qué malévolos fines.

Acto seguido no duda en afirmar queel «bulo» del veneno se viene repitiendodesde antiguo, aunque cambien losacusados o el designio del mismo.

Porque si se dio en nuestra época en laEspaña de izquierdas —prosigue don Julio—, antes se dio en Madrid entre lasllamadas masas liberales, con motivo delcólera de 1834, que ocasionó la famosamatanza de frailes, habiendo inclusohombres de letras como Gallardo, quecreyeron en el envenenamiento.

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Tras estas palabras, parece oportunoconcluir con la siguiente versión que nosenvía la malagueña W Ángeles Martín,saludablemente desmitificadora ysarcástica:

Muchas veces he oído hablar de loscaramelos envenenados en las puertas delos colegios. Yo estaba en 3°, salíamos delcolegio y un señor muy simpático te dabaun caramelo y te pegaba una pegatina delPSOE en el pecho. Una mujer que seencontraba allí comenzó a gritar como locadiciendo que esos caramelos conteníandroga. Nadie se atrevió a cogerlos, menoslos que siempre aprovechaban las buenasocasiones y decían «eso no es verdad, ladroga no existe» (hay que matizar, teníamosnueve años). Más tarde me di cuenta, con el

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paso del tiempo, de que esa mujer era delPP.

JOSEP SAMPERE

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Satanás, rey del rock and roll

Así como todo policía es uncriminal y todos los pecadores sonsantos, así como la cara es la cruz,llamadme, simplemente, Lucifer porquenecesito cierta moderación.

ROLLING STONESSympathy for the Devil

Que el diablo acecha en cadaesquina es bien sabido por todosaquellos que salieron a comprar tabaco

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y todavía no han vuelto. Pero que adoptela faz precisa de un disco y pueda salirde su círculo eterno para raptarvoluntades es algo que sorprende por lonuevo.

No analizaremos aquí si una doctrinaque se expande es porque así lo quiereel cielo, como sostenía Confucio;simplemente apuntaremos que desde quelos profetas aventuran que el hombretiene otra misión en el mundo que brotary languidecer como las plantas, la figuradel demonio se hace tan necesaria comolos espejos.

La sombra de Satanás y su aficiónpor los disfraces está muy presente en la

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historia del cristianismo. Tal vez porello, el Dhammapada recomiende, paraobtener el liberación, sacudirse el dobleyugo del Bien y del Mal. Desde otraatalaya, se designa con «tzimtsum» unode los conceptos mayores de la Cábala.Al respecto, para que el mundoexistiera, Dios, que era todo y estaba entodas partes, consintió en encogerse, endejar un espacio vacío, que no estuvierahabitado por él y fue precisamente enese «agujero» donde se creó el mundo.Sin embargo, debió de distraerse enalgún momento y permitir que el mal secolase, «imperfección» que llevaría a lahumanidad en siglos posteriores a

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contemplar la existencia desde unadoble óptica.

Pero nunca hasta ahora la debilidadde Belcebú por travestirse habíaalcanzado la sofisticación de loscamaleones, como atestigua la leyendaque trataremos en este capítulo y queargumenta que cuando ciertos discos seescuchan en sentido inverso al originalliberan mensajes satánicos.Empezaremos, pues, por el final.

Gloria Trevi, la exuberante cantantemexicana, se encuentra en paraderodesconocido. Se le recrimina ser unaemisaria al maligno y «embrujar» a loscinco millones de adolescentes que

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compraron sus discos. En uno de ellos—Tu ángel de la guarda (1991)— unseguidor de la cantante escuchó el viniloal revés y oyó un mensaje nítido yperverso: «¡Castigado!», «¡Lo hicistemal!», «¡Debes obedecer!». Lossusurros diábolicos correspondían a unhombre y una mujer que daban ordenes yregañaban. Otro tanto sucedía en labalada «Mañana» incluida en el LP Quéhago aquí (1994) que, al reproducirseen sentido inverso, desvelaba otromensaje demoníaco: «Hoy por sexo tedas».

Según informaba la prensa mexicanaen agosto de 1999, el muchacho que

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descubrió el infame karaoke del que seservía Trevi para reclutar a sus acólitos,obró movido por «la casualidad, eljuego o la curiosidad». A decir verdad,al menos la hipótesis de la casualidadpuede descartarse de plano.

Desde comienzos del siglo XX,adalides de la recta moral vienenpregonando que Satán, Lucifer, Belcebúy Mefistófeles utilizan el rock paracaptar a nuevos adeptos. Al menosdisponemos de una decena de libros queasí lo atestiguan e incluso de una caseteeditada por Golden Temple que recogelos grandes hits en materia satánica. Enlo más alto del ranking destaca con

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oscuridad propia el Himno al ImperioSatánico, de Anton La Vey, una arengademoníaca con timbales y campanasinvertidas que evoca vagamente al grupocaliforniano The Residents, mientrasque el segundo puesto de la lista loocupa por derecho propio Power, unmonólogo gutural del conocido brujoAleister Crowley al que acompaña unpiano de ultratumba.

A pesar de que en el siglo XIX elcompositor Nicolo Paganini fue acusadode vender su violín al diablo, elauténtico interés de Satanás por lamúsica se remonta a 1911, cuando nacefruto de una relación ilegítima Robert

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Lee Johnson, el que luego seráconsiderado el inventor del blues.

En los polvorientos cruces de caminosrurales que bordean arrozales yplantaciones de algodón —indica JotaMartínez Galiana en Satanismo y brujeríaen el rock—, recios jornaleros negroscantan los espirituales aprendidos de susantepasados para hacer más llevadero sutrabajo bajo el sol. Allí, rodeado delóbregos pantanos, aprende a tocar laguitarra Robert Johnson. Su estilo es tanexcitante que pronto su fama llega hastaWillie Brown y Son House, dos reputadosbluesmen para lo que toca en 1932. Aloírlo por primera vez House exclama: «Hadebido vender el alma al diablo para tocarde esa manera».

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Nace así la leyenda de RobertJohnson que él mismo tiene a galapropagar al componer Me and the Devilblues («Blues de mí y del diablo»). Lacanción, muy explícita, comienza así:«Esta mañana, temprano, llamaste a mipuerta y yo dije “Hola, Satán, creo quees hora de irse”», para concluir con«Voy a pegarle a mi mujer hasta quedarsatisfecho».

Según corre de boca a oreja,Johnson se cita con Belcebú en un crucede caminos y sella a medianoche uncurioso pacto: tocar la guitarra comonadie a cambio de difundir entre lajuventud el ideario de Lucifer: alcohol,

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juegos y mujeres de mala reputación.Robert Johnson cumple con creces

las expectativas de Satán —sobre todoen lo relativo al alcohol—, sin que éste,tal vez celoso de su discípulo, haga nadapor evitar su muerte a la edad de 27años. No obstante, consigue que algunosadolescentes blancos se interesen por sumúsica y olviden los azucaradosaleluyas de los pastores anglicanos. Eltriunfo de la Bestia está ya cercano: elrock and roll, «el blues de los blancos»,va a llevar muy pronto a que se cumplaun viejo dicho: «En cuanto uno empiezaa desear cae bajo la jurisdicción deldemonio».

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Pero tal vez convenga remontarse asiglos anteriores y observar cuál habíasido la vida del diablo hasta surepentina pasión por el baile. Mientrasen la Biblia las referencias al infiernoremiten a un lugar físico, en el NuevoTestamento el averno comienza arelacionarse con un estado mental de lospecadores. Los griegos, por ejemplo,llamaban Hades a un reino subterráneogobernado por un rey del mismonombre, al que era condenado el espíritudel pecador. Éste, después de serjuzgado por Minos, Eaco y Radamanto,debía cruzar el río Estigia en la barcadel viejo Caronte con un óbolo en la

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boca, en un viaje hasta un tormento sinfin.

A su vez, los romanos situaban alinfierno debajo del lago Averno, en lacampiña de Roma, donde debido a lospestilentes vapores, los pájaros quesobrevolaban el paraje caían muertos enel acto. Según el Diccionario deMitología de J. E. Nóel, el purgatorioromano estaba dividido en siete reinossubterráneos: «El primero encerraba alos niños muertos antes de nacer, elsegundo a los condenados a muerte. Eltercero a los suicidas. El cuarto,llamado Campo de Lágrimas, a losamantes perjuros y a los amantes

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desgraciados. El quinto a los héroescuya crueldad había oscurecido el valor,como Tydeo, Partenopeo y Adrasto. Elsexto era el Tártaro y el séptimo era, enfin, los Campos Elíseos».

Pero más importante que conocer elemplazamiento exacto del reino delPríncipe de las Tinieblas, tal vez seaaveriguar cuándo su «ideología» ejerce,mayor atracción en sus pupilos.

La Edad Media es, en este sentido,un período clave. Por aquel entonces laIglesia y el Estado procrean por doquierdemonios imaginarios con formahumana. Tras aplastar todas las herejíasexistentes, la Santa Inquisición inventa

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una nueva herejía con una base tanamplia que el suministro de víctimas setorne inagotable: los brujos y las brujas,seres, en apariencia normales, quesatisfacen las pasiones profundas quedescuida una sociedad austera.

Es entonces cuando más crece elculto al demonio, tal vez como unresentimiento inconsciente contra elcristianismo por ser una religión tanestricta o contra Cristo por ser unconductor tan rígido. El caso es que eldiablo comienza a convertirse en unestandarte de libertad para losdesposeídos, para todos aquellos quediscrepan de un Dios sanguinario e

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inmisericorde.Salvando las distancias —que son

muchas—, algo parecido puede decirsedel momento histórico en que el rocksella su alianza con Satán. La accióntranscurre en el deep South —en elprofundo sur— estadounidense, enTennessee, Arkansas y Alabama, lugaresen los que se predica con un Colt 45 yuna pala. Al margen de diferenciasformales —los inquisidores ahorallevan sombrero de ala ancha y camisa acuadros, en lugar de sotana y crucifijo—, el aprecio por los usos y costumbresdel medievo goza aquí de temiblejurisdicción.

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A pesar de que durante estainvestigación hemos recibidotestimonios de toda España en los que senos informa que si se escucha un discoen sentido inverso se corre el peligro desufrir la verborrea de Belcebú —y mássi uno se tropieza con grupos como TheCramps, Led Zeppelin ó Black Sabbath— el origen de esta leyenda urbana esgenuinamente norteamericano.

Tanto es así que, desde un punto devista estrictamente antropológico, laprincipal aportación de Gloria Trevi aesta larga saga de nombres ilustres —Beatles, Rolling Stones e incluso lospropios Eagles, aunque parezca

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increíble— es que el Maligno porprimera vez en la historia del rocksatánico se digna a cantar en español.

La única objeción —y que nosexcuse— es que no se le entiende nada.Pero para explicar por qué Satanás cantatan endiabladamente mal que no hay dospersonas en el mundo que oigan elmismo mensaje —salvo que esténrealmente poseídas— hay que referirsea dos fenómenos anteriores: losbifrontes y la publicidad subliminal.

Según explica Márius Serra en suManual d’enigmtstica, se denominabifronte —«que tiene dos caras»— auna palabra o frase que puede leerse en

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ambos sentidos con significado pleno.Cuando ambas lecturas coinciden elbifronte es también un palíndromo. Alrespecto, el ejemplo más manido debifronte es el que relaciona la capitalitaliana con el sentimiento más deseado—Roma/amor.

El origen del bifronte se remonta alsiglo vi a.C. cuando Sótades, un poetacortesano que vivió en la época de laBiblioteca de Alejandría y, por lodemás, casado incestuosamente con suhermana Arsinoe, nos legó —más através de las referencias de ciertosautores, caso de Plutarco, que de la obrapropia, de la que no hay testimonios—

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la leyenda de que fue el inventor de losversos retrógrados o sotádicos.

Según nos ha llegado, Sótadesescribía versos al rey Ptolomeo Filadelfque cuando se recitaban de izquierda aderecha eran laudatorios, pero que ensentido contrario encubrían chanzas ycomentarios satíricos. Al apercibirse deello, el rey Ptolomeo, que no secaracterizaba por su sentido del humor,encerró a Sótades en un cofre de broncey, sin mayor dilación, lo lanzó al marEgeo.

Tal vez Sótades tuviera algo que vercon que durante la Edad Media el diablopasara a recibir el nombre de Deus

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Inversus. Como anotaría René Laban alescribir en 1985 Música rock ysatanismo, un oscuro manual que secerraba con un dibujo de Albert Einsteinsacando la lengua y la pregunta«¿Hemos hecho la obra del diablo?»,esto aclararía que artistas como NinaHagen irrumpan en el escenario concruces invertidas o que el nombre deBlack Sabbath se lea en algunos grafritisen sentido cambiado.

No sin razón —explicaba Laban— laexpres ión free yourself —¡libérate!—aparece en un gran número de temas demúsica rock. Nos encontramos, pues, conlo que pudiéramos calificar como el«reverso» del materialismo, de su

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consecuencia lógica y previsible a la vezque su complemento y consumación: ladesintegración que, a todos los niveles,vivimos desde 1945.

Satán, cualquiera que sea la forma quepueda revestir, no es sino la resoluciónmetafísica del espíritu de la negación y dela subversión, por una parte, y, por otra —continuaba un Laban extasiado—, lo queencama en el mundo terrestre a lo queconocemos como «contra-iniciación» yque conduce forzosamente a loinfrahumano. Si en la iniciación se trasmiteuna semilla de luz, en la «contra-iniciación»lo que se siembran son tinieblas.

Esta oscura labranza tiene suprincipal granero en la adolescencia, taly como denota la leyenda que nos envía

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Marta Costa desde Bellaterra(Barcelona):

Si a las doce de una noche de luna llenarezas un Padrenuestro al revés y pones lamano debajo del colchón el diablo te lacoge.

Por lo que se refiere a la publicidadsubliminal, su repercusión en la maladicción de Satanás no admite lugar adudas. Su primer apóstol es JamesVicary, un psicólogo que adopta eltérmino para referirse a ciertosestímulos que funcionan por debajo delumbral consciente de percepción.

Según cuenta Vance Packard en suobr a The Hidden Persuaders, Vicary

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lleva a cabo en 1950 variosexperimentos sobre los hábitos decompra de los norteamericanos, en unmomento en que los supermercadoscomienzan a introducir el régimen deautoservicio.

Pues bien, Vicary descubre que elíndice de parpadeos de las mujeresdesciende significativamente en lossupermercados. También que la«primavera psicológica» dura el dobleque el «invierno psicológico» e inclusoque la experiencia de una mujerpreparando un pastel guarda un raroparecido —que no abordaremos aquí—con el momento del parto.

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Como es de suponer, los desvelos deVicary pasan completamenteinadvertidos hasta que en el verano de1957 apadrina un experimento en el cineFt. Lee de Nueva Jersey. Se trata decolocar un taquiscopio en la cabina deproyección y de ir insertando dosmensajes cada cinco segundos mientrasse proyecta la película Picnic. Losfotogramas sólo son visibles durante unatresmilésima de segundo y actúan muypor debajo de la percepción conscientedel público. Las sugerenciasimperceptibles se resumen en dos:«Bebe Coca-Cola» y «¿Tienes hambre?Come palomitas». Sorprendentemente,

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Vicary registra un aumento del 18,1% enel consumo de la bebida refrescante y un57,8% en el de palomitas de maíz, conlo que algunos consumidores comienzana reparar en que tal vez se les estáincitando a comprar artículos nodeseados.

Durante más de cuarenta años semantiene esta leyenda. Tanto es así, quela Comisión Federal de Comunicacionesde Estados Unidos prohíbe en 1974 lapublicidad subliminal en radio ytelevisión, muy a pesar de que ningúnestudio posterior a 1957 puede ratificarsu eficacia.

Por aquel entonces James Vicary

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está a punto de ser acusado de falsedad.Ocurre cuando el presidente de laAsociación de Psicólogos, el doctorHenry Lynk, lo desafía a repetir elexperimento y descubre que no seaprecia ningún incremento sustancial enlas ventas de Coca-Cola y de palomitas.Humillado, Vicary confiesa haberfalsificado los resultados.

El relevo de Vicary lo toma WilsonB. Key que reemprende sus desvelos allídonde éste los había dejado. EnSeducción subliminal Key argumentaque los anuncios modernos estánrepletos de mensajes y símbolos ocultosque sólo él es capaz de discernir.

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Pero por entonces, la cuestión ya esotra. Tal y como aprecia en The HiddenPersuaders Vance Packard:

Los publicistas utilizaban mensajessubliminales en los anuncios porque losempresarios se lo creían… y les pagabanbien por eso. Otra cosa, claro está, era sueficacia, nula por completo.

Muy pronto la publicidad subliminalempieza a ser utilizada por algunosartistas de rock, máxime después de queun pastor protestante californiano, GaryGreenwald, que en su juventud habíasido músico, descubra que sus antiguoscolegas recurren a una técnica conocidap o r backward masking para trasmitir

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«órdenes hipnóticas» a los jóvenes.Predicadores de diversos estados de

Norteamérica —en especial, pastoresprotestantes de Georgia— comienzan aescuchar en sentido inverso a grupossospechosos y desatan una fiebrefundamentalista que lleva a la hoguera agrupos como los Beatles y los RollingStones. Mientras los discos arden en unaenorme pila, un ser, sin duda demoníacoy, normalmente con flequillo, incita a lasmasas, micrófono en mano, a exhumar a«los santos de Satán».

Las hogueras de los fundamentalistascristianos alcanzan tal virulencia en1966 que Joseph Viglione, alias The

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Count, un cantante de rock bostoniano ycristiano practicante, llega a sugerir asus correligionarios que, en lugar dededicar sus vidas a descubrir mensajessatánicos grabados al revés, «empleensu tiempo en quehaceres máscristianos».

No obstante, la furia incendiaria delos puritanos responde a causas másprofundas. Desde 1960 el viejo ordenparece venirse abajo. Los hippies y suflower power, la filosofía beatnik deJack Kerouac, William S. Burroughs,Allen Ginsberg y otros «popes» de lacontracultura, el naturalismo del folk,las drogas psicodélicas como vía de

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conocimiento, el interés por las culturasprimitivas y orientales y la búsqueda deun mundo en paz, ponen en pie de guerraa los puritanos —muy especialmente enNorteamérica—, algunos de los cualesven ya definitivamente la mano deBelcebú cuando Anton La Vey funda ennoviembre de 1968 en Los Ángeles laprimera iglesia satánica reconocidaoficialmente.

En este contexto, los Beatlespublican en 1969 su White Album(Álbum blanco). Misteriosamente sedesata el rumor de que Paul McCartneyha muerto en un accidente de tráfico, taly como informa el Northern Star, un

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periódico de la Universidad de Illinois,y que el cuarteto de Liverpool lo vienesustituyendo por un doble —WilliamCampbell— desde 1966.

Los seguidores del grupo no saben aqué atenerse, máxime cuando comienzana descubrir misteriosas pistas en losdiscos. Por lo que respecta a lascanciones, al final de Strawberry FieldsForever («Campos de fresas parasiempre») (1966), muchos creen oír aJohn Lennon susurrando I buried Paul—Yo enterré a Paul—, mientras que elguitarrista repite una y mil veces que loque dijo fue «cranberry sauce» —salsade arándanos. En Revolution n° 9

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(«Revolución número 9») (1968) unavoz repite insistentemente «Numbernine, number nine». Si se escucha estesegmento hacia atrás lo que se oye es«Turn me on, dead man» —«Ponme atono, hombre muerto».

Si es extraña esa coincidencia —explica Jota Martínez Galiana enSatanismo y brujería en el rock, a buenseguro el estudio más completopublicado en España—, aún más da quepensar lo que ocurre en el mismo álbumentre el final de I’m so tired («Estoy tancansado») y el inicio de Black Bird(«Pájaro negro»). Lennon balbucea unassílabas sin sentido que, escuchadas

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hacia atrás, forman aproximadamente lafrase: Paul is dead, miss him, miss him(«Paul ha muerto, echadle de menos,echadle de menos»).

Los que defienden la integridadfísica de Paul, se aprestan a señalar queesas «sílabas sin sentido» son enrealidad una frase: Monsieur, monsieur,let’s have another one («Señor, señor,tomemos otra») y que sólo cuando seescucha al revés se conviene en unbalbuceo ininteligible.

Por lo que concierne a las portadasde los Beatles, las pistas son, si cabe,más desconcertantes. En Abbey Road —donde se observa en una foto a los

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cuatro Beatles cruzando dicha calle porun paso de cebra— Paul aparece sinzapatos —en los rituales del Tíbet, muyde moda por aquella época, los muertosandaban descalzos— y es el único delos cuatro que camina con el pasocambiado y los ojos cerrados. Además,aunque es zurdo, va fumando con lamano derecha. Por si fuera poco, loscuatro chicos de Liverpool van vestidosde un color y parecen representar laescena de un entierro: John, de blanco,es el predicador; Ringo, de negro, elenterrador; George, con camisa vaquera,es el sepulturero. Ni que decir tiene quePaul es el muerto…

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Para más inri, la matrícula del cocheestacionado en la calle tiene lacombinación «28 IF», es decir,precisamente la edad que tendría PaulMcCartney si estuviese vivo —en inglésla conjunción condicional if significa si.

E n Sergeant Pepper’s sobre lacabeza de Paul aparece una mano —queen algunas religiones orientalessimboliza la muerte—, el instrumentoque sostiene Paul es negro, mientras queen la contraportada éste luce en un brazouna banda negra con las letras OPD,siglas que en Canadá significanOfficially Pronounced Dead(«Declarado Oficialmente Muerto»), por

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más que los Beatles sostuvieran que enrealidad hacían referencia al OntarioPolice Department («Departamento dePolicía de Ontario») iniciales que loscuatro Beatles enarbolaron al efectuar sugira por Estados Unidos en 1965.

Para acabar de rematarlo, en laabigarrada portada del disco, puedeobservarse la cabeza de AleisterCrowley, el brujo más famoso de todoslos tiempos —y del que ya hablamosantes— y que fue referencia obligadapara muchos grupos británicos.

En total, los fans de los Beatlesllegan a descubrir más de cien pistasdistintas que refrendan que Paul,

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efectivamente, ha fallecido al saltarse unsemáforo en 1966 y que un doble usurpasu puesto. Tanto es así que cuando PaulMcCartney aparece tiempo después enla revista Lije para desmentir el rumor,éste, lejos de dejar de circular, serecrudece. Se trata del doble. Unaconclusión aparentemente lógica si seobservaba que al dorso de la página enla que aparecía la foto de McCartney, sepublicaba el anuncio de un coche, cuyaimagen parecía cortarle la cabeza almirarse a contraluz.

Pero si entre los seguidores de losBeatles habían dos faccionesenfrentadas —¿Cómo puede haber

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compuesto William Campbell Let it be?,se preguntaban los seguidores leales—,los fundamentalistas cristianos lo teníandel todo claro: vivo o muerto PaulMcCartney, los Beatles eran un jugueteroto en manos de Satanás.

Una de las principales razones de laanimadversión de los cristianosfundamentalistas hacia el rock —explicaJota Martínez— estriba en el hecho de quelos jóvenes mitifiquen e idolatren a lasestrellas de la música popular, ya que, paraellos, la única persona que merece seradorada es Jesucristo. Al fin y al cabo, ¿nose comportaron los fans de The Beatlescomo los apóstoles intentando resucitar asu mesías muerto?

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Si a ello unimos que esos mismosjóvenes que escuchaban rock and rolleran los mismos que faltaban a misa losdomingos, se comprenderá que losintegristas religiosos recurrieran a lafigura del coco —llámese Belcebú—para convencer a sus feligreses.

Por no aburrir a los lectores,diremos que desde los Beatles hastaGloria Trevi un sinfín de grupos hansido acusados de servir al diablo y que,sólo algunos de ellos, han incluido exprofeso mensajes sotádicos, más paraaumentar las ventas que por unaverdadera cofradía con el diablo.

Por citar sólo a los más destacados,

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los Rolling Stones publicaron variosdiscos en los que dieron a entender, porlas dudas, en qué bando querían formar.Their Satanic Majesties Request («Lallamada de sus Satánicas Majestades») yGoat’s Head Soup («Sopa de cabeza decabra»), dan pistas al respecto, mismocaso que Sympathy for the Devil(«Simpatía por el diablo»), un tema quealgunos consideran el himno oficioso deSatanás y que le valió a Jagger el apodode «El Lucifer del rock».

En lo que respecta a Led Zeppelin,Jimmy Page, guitarrista de la banda,sentía una fascinación casi enfermizapor Aleister Crowley, el brujo más

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carismático desde la Edad Media.Nacido en 1875 en el seno de una sectairlandesa para la cual la lectura diariade la Biblia era obligada, Crowley diodesde su tierna infancia buenas pruebasde su naturaleza malvada: paracomprobar si era cierto que los gatostenían siete vidas, intentó matar a uno desiete formas diferentes. A la edad deveinte años, su propia madre lo bautizócomo La Bestia, apodo que él adoptóencantado añadiéndole el número 666.

Muchos exégetas —indica MartinGardner en «La Nueva Era»— han intentadodescifrar el misterioso número. La mayoríacree que es una cifra que vale por unnombre. Este tipo de juego matemático era

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muy popular entre los griegos y loshebreos, que usaban letras del alfabetocomo números en la época en la que elApocalipsis fue escrito, en el primer siglodespués de Cristo. El nombre más probablees el del tiránico emperador Nerón. Comola traslación del nombre se hace a partir delgriego, Nerón César se representa enhebreo como Nron Ksr, cuyas letras tienenestos valores numéricos: n=50, r=200,o=6, n=50, k=100, s=60, r=200. Sumados,hacen un total de 666.

Detrás de esta operación ariméticase encuentra la fama satánica de lapirámide del Louvre de París. Situadaen el antiguo meridiano cero, sus 666paneles de cristal le han hechomerecedora de todo tipo de comentarios.

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Pues bien, La Bestia 666 ingresa en1898 en la sociedad mágica GoldenDawn —que guarda un asombrosoparecido con el sello discográfico queapadrina los grandes hits satánicos— ycomienza a apostar por una mezcla demagia blanca y negra, de Cábala yHermética, todo ello aderezado con lomás granado de las tradiciones hindú,budista y taoísta, además de diversosrituales satánicos y sexuales, unos decosecha propia y otros tomados delmago Abra-Melin. Así, AleisterCrowley desarrolla el IluminismoCientífico o Misticismo Escéptico, quemás tarde denominaría «Magick», «la

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ciencia y el arte de causar el cambio enconformidad con el deseo».

Pero no será hasta 1904 cuandoCrowley dé al mundo su obra másnotable: El libro de la Ley que instituyeun nuevo principio para la humanidad:«Hacer lo que se quiera será toda Ley».

No es de extrañar, pues, el éxito quecosecha La Bestia 666 —yposteriormente Anton la Vey— entre losgrupos roqueros más viscerales, y nuncamejor dicho, con consignas del tipo:«Todo hombre y toda mujer es unaestrella», «No hay más dios que elhombre» «El hombre tiene derecho apensar lo que desee; a hablar lo que

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desee; a escribir lo que desee; a dibujar,pintar, esculpir, a grabar al agua fuerte,a moldear, á construir como desee; avestir como desee», «El hombre tiene elderecho de matar a aquellos que puedanfrustrar estos deseos», «El amor es laley. Ama bajo el deseo».

En una época de cambio, donde losjóvenes ya no admitían como antaño laautoridad paterna y la rígida moralpuritana, los conjuntos que adoptaroneste mensaje se convirtieron paramuchos jóvenes en pregoneros de unanueva era donde el fondo era másimportante que la forma.

Desde entonces, desde la satánica

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Escalera al Cielo de Led Zeppelin o laestética descaradamente canalla deBlack Sabbath, muchos otros grupos —Marilyn Manson, Slayer, Judas Priest,etc.— han conducido a Satanás hasta elfinal del milenio, renovando, de paso, suestilo musical. El mensaje de todos elloses bien explícito: si vosotros tenéis elorden, las Iglesias, la familia, el trabajoy la policía, nosotros tenemos a Satán.

Pero que nadie piense que esedebate se limita a la música. En laultraconservadora sociedadnorteamericana, numerosas empresashan tenido que enfrentarse desde 1978 arumores intencionados que sugieren que

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gran parte de su capital está en manos dela secta Moon, que es como decir deldemonio.

Entre las más citadas figuran Procterand Gamble —el primer fabricantemundial de productos de limpieza comoAriel, Pamperss, Bonux, etc.—,MacDonald’s, el número uno de lashamburguesas, y Entemann’s, un gigantede la producción alimentaria.

Como sucediera con Robert LeeJohnson y los Beatles, al final se pudodar con el origen de estos rumores. Setrataba de los pastores de lascomunidades religiosas fundamentalistasdel sur de Estados Unidos, asentadas en

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una región conocida como Bible Belt —el «cinturón bíblico».

Así, el logotipo de la sociedadProcter and Gamble representa el rostrode un anciano con aspecto de Júpiter enforma de luna creciente que mira hacialas trece estrellas —en recuerdo de lastrece primeras coloniasnorteamericanas. Al principio se dijoque la luna era una alusión evidente a lasecta Moon —luna— y a su fundador, elAnticristo en persona. Más tarde, losrumores se cebaron sobre otros aspectosdel logotipo todavía más reveladores:las estrellas dibujaban, supuestamente,la cifra 666, es decir, la cifra de Satán

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según la interpretación de un verso delcapítulo trece del Libro de laRevelación:

El Anticristo hace que todos, pequeños ygrandes, ricos y pobres, libres y esclavos,reciban una marca en la mano derecha o enla frente, y que nadie pueda comprar nada nivender, sino el que lleve la marca con elnombre de la Bestia o con la cifra de sunombre.

En abril de 1985, con la intención deponer fin a tan persistente rumor, Procterand Gamble decidió retirar el logotipodel embalaje de sus productos, pormucho que éste hubiera figurado en ellosdesde un siglo antes, cuando naciera esta

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empresa, por lo demás, profundamenteconservadora.

Como aprecia muy atinadamenteJean-Nóel Kapferer, «al igual quesucedía en la Edad Media, la Iglesia seha convertido en la canalizadora de losrumores, los cuales se sustentan ademásen la interpretación de unos signos quepermanecen ocultos a los ojos de losque no son expertos».

De ahí que los obispos mexicanosJosé Melgoza y José Aguileradeclararan el 8 de agosto de 1999 queGloria Trevi, la cantante con la que seabría esta leyenda, era nada menos queuna emisaria del demonio e incluía

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«mensajes insanos» en sus cancionescuando se escuchaban al revés.

Toda una «revelación» como paraplantearse, mal que nos pese, si el buenode esta película no será precisamenteSatán…

ANTONIO ORTÍ

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LOS AÑOS DE LAHIPOCONDRÍA

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Bienvenidos al mundo del sida

Tras declararse en 1981 losprimeros casos de sida, y ante lasdevastadoras proporciones que iríatomando la enfermedad en añossucesivos, se fue extendiendo unaepidemia paralela que un psiquiatrainglés calificó atinadamente de«síndrome de pánico al sida». Lapresunta ubicuidad de aquel virusdesconocido, la rapidez con que actuabay la falta de recursos para atajarlo,suscitaron un miedo irracional alcontagio, fomentado de buena gana por

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los puritanos de turno. El mal llamado«azote de los ochenta» les vino deperlas para invocar la ira divina,predicar la castidad y poner en la picotaa una nueva víctima propiciatoria,encarnada esta vez por loshomosexuales, cuya circunstancialpropensión a la enfermedad losconvertía en candidatos idóneos al papelde «agentes transmisores».

Nada nuevo, por otra parte.«Tucídides cuenta que en la gravísimapeste por él descrita, más que losdemás, caían muertos los melancólicos ylos miedosos», escribía en 1721 elcronista italiano L.A. Muratori.

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Proféticas palabras: dos siglos ymedio más tarde una maestra romana de39 años se arrojaba de un cuarto pisodespués de ver un reportaje sobre elsida, instigada por la certeza de haberlocontraído cinco años atrás al pincharsecon la aguja de una jeringuilla. (LaStampa, 31 de enero de 1987.) Mientrastanto, en Francia, Suecia y la UniónSoviética se abogaba desde diversosfrentes por la construcción de«sidatorios» u «hospitales prisiones»,modernos lazaretos ubicados en islasdonde confinar en masa a seropositivosy enfermos. Solución ésta que ya sebarajaba a principios de siglo, aunque

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los estigmatizados eran entonces lostuberculosos. «Los defensores de lahigiene social», cuenta FernandoAlvárez-Uría en su obra Miserables ylocos, «llevarán tan lejos su celo quellegarán a proponer la creación de unagran ciudad de tuberculosos, alejada yaislada de la sociedad de los sanos(…)».

Un 29% de los estadounidenses,según una encuesta de Los AngelesTimes (1987), era partidario desoluciones más moderadas: tatuar a losseropositivos para que pudieran seridentificados a simple vista. El enfermode sida iba entrando poco a poco en la

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fase de homicida potencial, ya que susgérmenes letales podían acechar encualquier parte. «Corremos el peligro deaspirarlos o ingerirlos yendo en tranvía,coche de plaza, ferrocarril; en losrestaurantes, cafés, teatros, dormitoriosde las fondas, tiendas, etc.», escribíaAlfredo Opisso, otro médico quefloreció en los albores del siglo XX. Serefería éste a los bacilos de latuberculosis, pero da lo mismo: laignorancia y la aprensión suelen generarsupersticiones similares.

En pleno apogeo de lasenfermedades venéreas, era creenciacomún que la sífilis o la gonorrea

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podían contraerse a través de los poros,sentándose en un váter «contaminado»,tocando barandillas, utilizando toallasajenas, besando a personas infectadas,en baños públicos y piscinas, teniendorelaciones sexuales con mujeres quemenstruaban o acariciando a perrosinfectados. «Causas de contagio» que lavox populi recuperó del olvido y adaptóinmediatamente al sida, proveyendo aesta enfermedad de un cortejo derumores que sembraban angustia yrecelos a su paso.

Al mismo tiempo, y a falta de teoríasconvincentes, el folklore tomó el relevoy se ocupó de improvisar unas cuantas

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para llenar este vacío. Fue así comoempezaron a divulgarse explicacionesperegrinas que atribuían la aparición delsida a turbios experimentos llevados acabo por organizaciones no menosturbias. Paul Smith enumera algunas delas «hipótesis» más cacareadas: setrataría de un virus creado como armabacteriológica que terminódescontrolándose y escapando a laatmósfera. Lo mezclaron con el flúor delagua potable. Lo creó la CIA. Locrearon los rusos. Lo crearon en loslaboratorios de Hitler. Lo propagó lapoblación de determinados países:Haití, África, etc.

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Este empeño por cargar las culpasde nuestros males a los vecinos tienetambién antecedentes venerables. Comoapunta Susan Sontag en El sida y susmetáforas (1988), la sífilis, en el últimodecenio del siglo XV, se convirtió enFrench pox para los ingleses y en «malfrancés» para italianos y paisanosnuestros; los franceses, por su parte lollamaban morbus germanicus, «malnapolitano» los florentinos y «malchino» los japoneses.

Entretanto, mientras la epidemiaseguía su trágico curso, se iban dandoaquí y allá casos de agresiones ahomosexuales, expulsiones de alumnos

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seropositivos, injusticias laborales detodos los calibres, segregación deenfermos en los hospitales y uninexorable rechazo eclesiástico al usodel preservativo.

Este clima de agresividad yprejuicio debía reflejarsenecesariamente en el espejo delfolklore, vehículo idóneo para poner enimágenes el malestar social. Serenovaban así antiguas leyendasurbanas, entre ellas las referentes acontaminaciones alimentarias, de las quenos ocupamos en los capítulos Lacocina caníbal y Los peligros delyantar apresurado.

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El periódico Daily Star, en suedición del 3 de septiembre de 1986,recogía por ejemplo una noticia apócrifasegún la cual un joven empleado de unBurger King, al enterarse de que tenía elsida, había eyaculado en la mayonesapara contagiar a los parroquianos. Enuna variante que recopiló en 1989 lafolklorista norteamericana JanetLanglois, se empleaba la sangre comofluido infeccioso, pero en ambos relatosel motivo no era otro que la venganza.De este modo, el enfermo de sidapasaba de la fase de homicida enpotencia a la de asesino que actuabahostigado por el resentimiento, como

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parecía sospechar la facción «sana» dela sociedad que vivía obsesionada porel fantasma del contagio.

Otras leyendas iban dando forma aese temor hipocondríaco, que se nutríade la desinformación y la escasaconfianza en el prójimo. A veces partíanéstas de algún suceso verídico, como eldel atracador heroinómano quereemplazaba la navaja por la jeringuilla,pero pronto lo incorporaban a una seriede relatos anteriores más bienabstractos, —las trampas en objetoscotidianos—, dotándolos de unaaparente actualidad. Núria, unainformadora de Barcelona, nos ofrece un

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ejemplo extraído de Internet:

Me llegó vía e-mail. Era uno de esosmensajes que se mandan de 30 en 30, atodos los conocidos que tienes. (…) Eltexto decía que fuéramos con cuidado conlos teléfonos públicos y los cines. Decíaque había historias que contaban que en elcine un chico se sentó cuando todo yaestaba a oscuras y en la butaca había unaaguja infectada de sida y se la clavó. Lomismo con las cabinas telefónicas: al ir arecoger el cambio (al levantar la «solapa»),había una aguja también infectada y se laclavó en la mano. A mí me envió la historiaun amigo mío y sé que a él se la envió otroamigo suyo.

De agresiones más directas eranobjeto los protagonistas de otros relatos

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que coexistían con el anterior en lafantasía colectiva. En algunos de ellos,la víctima recibía el mordisco de unborracho que luego declaraba tener elsida, o bien terminaba hecha un acericoa manos de una pandilla de desalmadosprovistos de jeringuillas repletas desangre contaminada. La inseguridadciudadana, pesadilla de todo buencontribuyente, se veía empeorada por elpeligro de toparse con un nuevo tipo devampiro, cuya «mordedura», como ladel personaje tradicional, era capaz detransmitirle a uno su condición.

A la circulación de estos rumorescontribuían gustosos los periódicos

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sensacionalistas, y con ello, en palabrasde Paul Smith «sembraban la semillapara nuevos relatos y creencias». Una delas leyendas contemporáneas máspersistentes nacidas a la sombra del sidapudiera haberse formado en torno a unaserie de noticias con un fondo deverdad. Periódicos de todo el mundohan informado repetidas veces de queciertas personas portadoras del virus sehabían acostado con incautos/as paracontagiarles la enfermedad. En suensayo Sex, Death and Punishment(1990) el historiador inglés RichardDavenport-Hines menciona el caso deunos «chicos de alquiler» londinenses a

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quienes «alguien» habría inducido acontar a unos reporteros que intentabantransmitir el VIH a sus clientes como«venganza» por haber contraído laenfermedad. A su vez, un artículo delNew York Times del 21 de febrero de1987 daba cuenta de la detención enNuremberg (Alemania Occidental) de unex sargento bisexual del ejércitonorteamericano, sospechoso de habercontagiado deliberadamente a susparejas. El mismo periódico, en suedición del 4 de marzo, se refería alinminente proceso de un individuo queasesinó a su amante cuando éste lereveló, después de tener relaciones

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sexuales, que padecía el sida.Rematadamente absurdo, en cambio, erael artículo de George Glidden publicadoe n The Examiner el 24 de marzo de1987, donde se alertaba sobre unasupuesta red de «terroristas del sida»formada por «gigolós» árabes quehabrían penetrado clandestinamente enEstados Unidos con la consigna detransmitir la enfermedad a los clientesde «bares de solteros» y clubes gays, asícomo a toxicómanos y prostitutas.

De esta clase de noticias parecederivar el melancólico ejemplo que nosremite Encarnación Rodríguez desdeMálaga:

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Una joven había contraído la enfermedadpor descuido e intentaba vengarse. Setrataba de una prostituta que propagaba elsida en una pequeña población para, por lomenos, hallar consuelo.

Las primeras versiones de laleyenda que mencionábamos más arribaempiezan a circular en Estados Unidos afinales de 1986 y de ahí emigranvelozmente a Europa. En su obra Lacasa encantada: estudio sobre cuentos,mitos y leyendas de España y Portugal,Eloy Martos y Víctor M. de Sousaresumen así el argumento, tras indicarque se trata de una leyenda urbanadifundida en Madrid:

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La chica que hace el amor con un chicoal que encuentra en una discoteca, van alhotel, y al día siguiente desaparece dejandoeste mensaje en el espejo: «Bienvenido alclub del sida».

El mensaje en cuestión suele estarescrito con lápiz de labios rojo en elespejo del lavabo, detalle que refuerzael efectismo del trágico desenlace y, almismo tiempo, se halla revestido de unpotente substrato simbólico. Lo señalaelocuentemente Laura Bonato enTrapianti sesso angoste:

En la simbología popular —escribe laantropóloga italiana— el rojo es el colordel amor, pero también se considera comoun color agresivo, cargado de energía y

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asociado estrechamente al principio de lavida, que el hombre de la historia, seducidoy contagiado, está a punto de perder.

Corresponde además, añadimosnosotros, al color del fluido vital queutiliza el virus para invadir elorganismo: la sangre.

Inaferrables como el mercurio, lasleyendas modernas se modifican sincesar. David Fernández, de Barcelona,da fe de ello explícitamente en unavariante en la que la víctima es unaprostituta y el mensaje cambia deubicación, despojando así al clímax desu dramatismo. La presencia de unaprostituta da pie a un curioso efecto de

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espejos enfrentados, pues implica que elcliente tal vez pretenda vengarse de otraprostituta que tal vez le contagió el sidatambién como venganza:

Lo leí hace un par o tres de años en undiario, concretamente en El Periódico deCatalunya. Pero la historia no eraexactamente así. Se trataba de un reportajesobre turismo sexual en Cuba. Entre otrascosas, el artículo explicaba que una«jinetera», una de esas chicas que seofrecen a los turistas, contactó con uncanadiense. Fueron al hotel del turista y aldía siguiente, cuando ella se despertó, él yano estaba. En la mesita de noche, sinembargo, había un sobre en el que, alabrirlo, pudo leer «Bienvenida al club delsida».

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La modernidad de esta leyenda,como de muchas otras, es tambiénaparente. Cualquier estudiante de inglésque haya consultado la BritishEncyclopaedia para averiguar elsignificado de la expresión «TyphoidMary», conocerá la etimología de unnombre propio que pasó a utilizarsecomo adjetivo para describir a cualquierpersona causante de la propagación dealgo indeseable. La dama que se ganó elapodo de «tifoidea» era una tal MaryMallon, cocinera norteamericana deorigen irlandés, quien al parecercontagió la fiebre tifoideaintencionadamente a más de cincuenta

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personas mientras trabajaba en la ciudadde Nueva York, a principios de 1900.Fue detenida en 1915 tras burlar a lapolicía durante ocho años, y falleció en1938. En homenaje a tan funestacocinera, algunos folkloristas han dadoel nombre de «AIDS Mary» y «AIDSHarry» a la mujer o al hombre anónimosque figuran en estos relatos comosiniestros transmisores del sida.

Otro antecedente lo encontramos enun cuento de Guy de Maupassant tituladoLa cama n° 29 (1884). La acción sesitúa en la guerra franco-prusiana, y laprotagonista, la bella lrma, esposa de unmilitar francés, es una joven sifilítica

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que saca provecho de su enfermedadacostándose sistemáticamente consoldados enemigos para causar tantasbajas como pueda entre sus filas.

Más antiguo todavía es un ejemploque hemos localizado en el BarzazBreiz, recopilación pionera de cuentostradicionales de la cultura bretona ycelta en general, que publicó en 1867 elVizconde de Villemarqué. Se trata deuna canción anterior al siglo XV, de lostiempos en que la lepra hacía estragosen Bretaña. Cuenta la balada la trágicahistoria de María, una joven leprosa quesuspira por un apuesto campesino.Rendido ante sus encantos, éste no tarda

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en corresponderla. Pero cuando Maríase presenta en casa del padre de suenamorado para anunciarle que su hijole ha prometido tomarla por esposa, elanciano le responde con tono burlón:«No tendrás a mi hijo, ¡ni tú ni ningunahija de leproso como tú!» «María salellorando y jura vengarse» —continúa lacanción—. «En efecto, se hace un corteen el dedo, y con la sangre que emana dela herida contagia la lepra a catorcepersonas de la familia que la harechazado, y su propio enamoradomuere de la enfermedad».

El «corte» y la «sangre», dossímbolos de fuerte contenido sexual,

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parecen sugerir que la muchacha sesirvió de un método de contagio que,como hace la balada, dejaremos para laimaginación del lector. El tema no sólorecuerda la leyenda de «AIDS Mary»sino también la del camarero que infectalos alimentos para transmitir el sida asus clientes.

El último antecedente que damos fuepublicado en la antología AnécdotaAmericana (1927), de J. Mortimer Hall.Con él recuperamos de nuevo el tema delas enfermedades venéreas.

Un hombre entró corriendo en una casade mala nota.

—Tráiganme a una chica que tenga

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gonorrea —exigió.La patrona le miró indignada y le espetó

que en su establecimiento no contrataban aesa clase de chicas.

—Pues tendré que ir a otro sitio —repuso el hombre.

Una de las muchachas, al oír laconversación, llamó aparte a la patrona.

—Dígale que tengo gonorrea —le pidió—. No seré yo la que deje escapar a uncliente—. Así pues, la patrona llamó alhombre, que ya se marchaba, le señaló a lachica, y los dos se fueron al piso de arriba.Cuando hubieron terminado, la chica lemiró y le dijo con una sonrisita:

—Le he tomado el pelo, señor. Resultaque no tengo gonorrea.

—Ahora sí —repuso él.

El motivo del hombre infectado por

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una prostituta que se venga contagiandoa otra parece quedar implícito en esterelato, como en el de la «jinetera» quecomentábamos antes.

En la versión más temprana de laleyenda siempre es una mujer la queseduce a un hombre y luego deja elfunesto mensaje anunciándole que acabade ingresar en el club del sida.

Diriase que en esta constante delrelato se perciben reminiscencias de untema clásico de la literatura tradicional,registrado con la referencia T332 en elIndice de Stith Thompson: Un hombrees tentado por un demonio en forma demujer.

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En la Edad Media, a estos seresdiabólicos con apariencia de hermosasjóvenes se les denominaba «súcubos».Su misión consistía en tener relacionessexuales con los hombres mientrasdormían. Subrayamos estas dospalabras porque nos parece muysignificativo que la víctima masculinasiempre descubra el mensaje «aldespertar». Ello parece sugerir que,hasta aquel preciso instante, el hombrevivía en un sueño tejido arteramente porsu seductora, durante el cual «ignoraba»la verdadera personalidad de ésta. Si elsúcubo encubría su monstruosidad bajouna belleza ilusoria, la enferma de la

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leyenda disimula su «corrupcióninterior» tras una capa de engañosalozanía.

En la jornada décima delManuscrito encontrado en Zaragoza,de jan Potocki, clásico indiscutible de laliteratura fantástica, encontramos unejemplo magistral de nuestra hipótesis.El joven Thibaud se prenda de unahermosa muchacha, Orlandina, quienfinalmente le invita a pasar la noche conella en una cabaña lujosamenteamueblada. Cuando se dispone allevarla al lecho, Thibaud «siente comosi unas garras se hincaran fuertemente ensu espalda». En aquel momento adviene

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que Orlandina ya no está en la cama.«En su lugar había un ser horrible deformas repugnantes y desconocidas».Con una voz terrible, el monstruo dice:«Yo no soy Orlandina. Soy Belcebú, yya verás mañana el cuerpo que heanimado para seducirte». Thibaud,condenado para siempre, ni siquierapuede invocar el nombre de Jesús,puesto que Satán se lo impidecogiéndole la garganta con los dientes.Al día siguiente, unos campesinos oyengemidos en una cabaña abandonada quehabía junto al camino (el súcubo habíacreado un decorado suntuoso parareforzar la ilusión). Al entrar,

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encuentran a Thibaud «tendido sobre unacarroña medio podrida». El desgraciadojoven consigue finalmente confesarseante un ermitaño y muere «con uncrucifijo entre las manos».

Más adelante, un confesor vuelve areferirse a los súcubos con lassiguientes palabras: «Cuando un hombrelleva mucho tiempo sin recibir lossacramentos, los demonios adquieren uncierto poder sobre él, tomando laapariencia de mujeres e induciéndole atentación». Esta prédica, oportunamenteadaptada a los tiempos del sida, podríaser un aviso contra los peligros a que seexponen quienes porfían en el libertinaje

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y se resisten a practicar la castidad y el«sexo seguro».

De fecha más reciente y de origeneuropeo parece ser una variante de laleyenda en la que se invierten lospapeles y la víctima es, invariablemente,una mujer. Rocío, una informadora deMálaga, nos envía una versión típica dela misma:

Un amigo me contó que le habíancontado amigos suyos una historia quehabía sucedido en Palma de Mallorca. Porlo visto, una chica de Málaga se había idode vacaciones a Mallorca, donde conoció aun chico extranjero. Se enamoraron ypasaron todo el verano juntos. Cuandoterminaron las vacaciones, la chica estaba

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muy apenada porque el chico se marchaba asu país. Él le dijo que no se preocupara, quela quería mucho, y le dio una caja y le pidióque no la abriera hasta que hubiera subido alavión. Ella se despidió de él muy triste,pero a la vez intrigada por ver qué conteníala caja. Esperando encontrarse un anillo decompromiso, abrió la caja y se encontróuna rata muerta y una nota que decía que losentía mucho pero que tenía el sida y que selo pegaba como venganza porque una noviaa la que él había querido mucho se lo habíacontagiado a él.

La venganza vuelve a ser el móvil dela tragedia, pero el relato se enriquececon dos innovaciones de hondaraigambre tradicional: la caja cerrada yla rata muerta. Consultando de nuevo el

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Índice de Stith Thompson localizamostres referencias que lo atestiguan:A1337.0.1.1. El hombre recibe la pesteen una caja traída por un mensajerodel creador. C321. Tabú: mirar en elinterior de una caja. C321.2. Abrirprematuramente una caja que contieneun regalo. Los tres temas aluden, endefinitiva, al riesgo que se correabriendo una caja cuyo contenido seignora. Lo que encuentra la víctima en suinterior no es exactamente la pestebubónica, pero sí un animal que,siguiendo a Cirlot, fue la deidadmaléfica de esta plaga en Egipto yChina. «La rata —sigue diciendo el

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autor del Diccionario de Símbolos— sehalla en estrecha relación con laenfermedad y la muerte». En efecto, fueeste animal el propagador de lapestilencia en la Edad Media, tristepapel que le valió para los siglosvenideros el estigma de alimañainfecciosa. Una rata, pues, parece ser unemblema muy apto para una enfermedadque ha dado en llamarse popularmente,con fatalismo medieval, la «peste de losochenta». Teniendo en cuenta que la ratasiempre aparece muerta, el símboloadquiere un significado aún másirrevocable, tanto para la víctima comopara el vengador: la suerte de los dos

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está echada, del mismo modo en que larata terminaba sucumbiendo a laepidemia que le había tocado transmitir.

Cirlot percibe un significado aúnmás oscuro en la rata, cerrando con él suanálisis: «se le superpone significadofálico, pero en su aspecto peligroso yrepugnante». Muy apropiada parece estainterpretación, si recordamos que elcontagio del sida se produjo a través delfalo.

En otras variantes de quedisponemos, como la que nos remiteMaría Pilar Arnás desde Monóvar(Alicante), la caja no contiene una rata,sino un pájaro muerto, una rosa negra y

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una nota que dice: «Bienvenida al clubdel sida». Carlos Cabrera, de Málaga,pone en el paquete una jaula con uncanario muerto. En algunos casos setrata de un objeto, como un ataúd enminiatura, y en un ejemplo únicoprocedente de Reus y firmado por SilviaBartolomé, la rata muerta lleva nadamenos que «el lazo del sida rojo». Elsentido sigue siendo el mismo: la florsimboliza la fugacidad de la vida y elpájaro representa el alma en casi todaslas tradiciones. La rosa negra y el avemuerta evocan la calavera y el reloj dearena de los pintores clásicos: ejemploselocuentes de memento morí: «recuerda

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que has de morir».Si en las versiones más recientes de

la leyenda predominan las víctimas delsexo femenino, debe de ser porque,como dice Gary Alan Fine «todosvivimos en el mundo del sida».

Estadísticas aparte, lo que está claroes que las leyendas que envuelven elsida reflejan los mismos pánicos que lasque circulaban en siglos pasados apropósito de otras epidemias, como lalepra o la peste.

En las leyendas acerca del sida (sonpalabras de Paul Smith) predomina elmiedo, la violencia, la venganza, elrecelo y los prejuicios. Por el mundo

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que describen no sólo merodeansúcubos, sino también íncubos, suequivalente masculino, demonio quereviste la forma de hermoso joven yhace creer durante el sueño a susvíctimas femeninas que han conocido alhombre de su vida…, hasta que al díasiguiente, al «despertar», encuentran unarata muerta en una caja. El universo quepintan estos relatos es un lugar dondelos sueños románticos han sidodesterrados, porque apenas cerremos losojos a la cruda realidad, vendrá el ángelde la muerte para seducirnos. Así pues,desconfiemos profundamente los unos delos otros, no sea que algún demonio

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disfrazado pretenda convertirnos ensocios forzosos del siniestro club delsida.

JOSEP SAMPERE

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Aditivos que restan

He adquirido en supermercados y tiendasde comestibles, leche, bebidas, zumos defruta, margarinas, precocinados, etc. Elenvase de cada uno de ellos detalla susingredientes, además de una indicación enclave de sus conservantes o mejorantes.También he averiguado que las sustanciasañadidas a estos productos se clasifican eninofensivas, a evitar, peligrosas ycancerígenas. Son cancerígenas, segúninvestigaciones realizadas en el Hospitaldel Villejuif, el mayor centro para elestudio del cáncer en Francia, las que secitan a continuación: E-102, E-120, E-123,E124, E-127, E-150, E-220, E-226, E-230,E-250, E-251, E-252, E-311, E-330, E-

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339, E-407 y E-450.

SEBASTIÁN PALOUBarcelona

Esta carta publicada en LaVanguardia el ocho de marzo de 1986,sería contestada días después porAgustín Contijoch, a la sazón presidentede la Asociación de Fabricantes yComercializadores de Aditivos yComplementos Alimentarios, más tardepor Roberto Mercader —13 de marzode 1986— y finalmente, dado que lapolémica iba en aumento, por PereMercader, director general de Salut

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Pública de la Generalitat de Catalunya—4 de abril de 1986.

Tanto ellos, como millones deespañoles, habían tenido en sus manosuna lista fotocopiada que detallaba losefectos secundarios de una serie deaditivos. En la referida relación, hastaun total de 34 conservantes eranconsiderados «perjudiciales para lasalud», desde el E-220 «que destruye lavitamina B-12 y produce trastornos en lapiel», hasta el E-223 «que provocatrastornos intestinales y se encuentra enlas galletas María Fontaneda», pasandopor el E-330 «el más peligroso detodos. Perturba la digestión. Se

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encuentra en la Schwepps de limón,aperitivos y quesitos La vaca que ríe».La leyenda sobre estos abominablesproductos químicos se había gestado en1976 en Francia, cuando comenzó acircular una octavilla —más detalladaque su homónima española— donde sesugería que un buen número de marcaseran potenciales asesinas.

Según algunos estudios efectuadosen Francia, la lista cancerígena llegó asiete millones de franceses, muchos delos cuales quedaron «envenenados» porel infundio.

Desde 1976, cuando se tiene porprimera vez constancia del suceso, hasta

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1986 cuando la polémica irrumpe enEspaña, lo que al principio era un rumorse había convertido en una leyendaurbana de la que estaban al corriente enAmsterdam, Berlín, París y Praga.

Curiosamente, la mayoría de losaditivos prohibidos en Francia y, portanto, no utilizados en la producciónalimentaria, aparecían descritos comoinofensivos. Por el contrario, algunassustancias completamente anodinas eranconsiderados cancerígenas, caso del E-330, «el más peligroso», el inocenteácido cítrico de limones y naranjas.

Por tal motivo, nos pusimos encontacto con diversos químicos —entre

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ellos Joaquim Font— que nos apuntaronuna buena razón: la despiadadacompetencia entre laboratoriosfarmaceúticos en la década de lossetenta, causante de la proliferación derumores como que la aspirina infantilera dañina —noticia que coincidió conla invención del paracetamol. Según estahipotesis, algunas empresas químicas deescaso tamaño podían haber maquinadoesta estrategia para desafiar al statu quoexistente, sembrando dudas sobre unaserie de aditivos cuyas patentes nocontrolaban.

La segunda opción apuntabadirectamente a los ecologistas a quienes

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muchos químicos identifican con seresparanoicos, ignorantes de sus fórmulasy, por extensión, de lo que hablan, y queya por entonces comenzaban a ganarse ala opinión pública —en la actualidad seplantea un debate similar con labiotecnología y los alimentostransgénicos.

Tal vez por ello, la octavilla inicialcomenzó a citar como fuente alprestigioso hospital de Villejuif, pormás que su presidente, Maurice Tubiana,manifestara muy pronto: «Todos loscientíficos que han leído la lista no hanpodido reprimir la risa ante tal sarta detonterías».

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En realidad, los desmentidos queefectuó el Instituto Gustave Roussy deVillejuif no sirvieron de nada, hasta elextremo de que fueron varios losperiódicos que publicaron la lista sinverificarla. Incluso se llegó al punto deque un médico que escribió en 1984 unaobra divulgativa sobre el cáncer, laincluyó íntegra, tejiendo una largasombra sobre productos inofensivoscomo los quesitos de La vaca que ríe ola mostaza Amara.

En España ocurrió otro tanto ylectores como Santiago Alaez siguieronpublicando cartas durante 1986 donde seimploraba a las autoridades para que «el

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organismo competente y responsable,haga una declaración oficial, encastellano corriente, sobre el peligro oinocuidad de los aditivos».

Lo del «castellano corriente» notenía que ver con ningún nacionalismoexacerbado, sino con una jerga queremitía a cónclaves de brujos —«elcomité de expertos mixto FAO-OMSque sirve de base al comité de CodexAlimentarius Mundi» (sic)—, cuyanaturaleza y composición no estaban deltodo claros.

Por dicha razón, al apagarse estapolémica, surgieron otras nuevas, comoque el teflón o material antiadherente

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que incorporaban las nuevas sartenesera igualmente cancerígeno. Hacia 1955se había publicado en Estados Unidosque un maquinista había muerto despuésde fumar un cigarrillo contaminado poruna pequeña cantidad de resina deteflón. «Sus pulmones —decía la noticia— se llenaron de gas y falleció a loscinco minutos». Otro tanto sucedió conotros productos nuevos, como losmicroondas, los rayos UVA o las lentesde contacto.

Como indicaba J. B. R. en relaciónal teflón, «en la mentalidad colectivapareció nacer un sentimiento deculpabilidad tras el abandono de los

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métodos de limpieza tradicionales quenos habían legado nuestrosantepasados». En Francia y Canadá,donde más estragos causó el teflón, seoyeron variantes de esta leyenda quehacían portador al nuevo elemento delmal de Alzheimer, una consecuencialógica de haber olvidado nuestropasado.

Algo parecido sucedió con loscaramelos Space Dust, una especie decompuesto granulado que al contactarcon la saliva crepitaba como si setratara de una traca valenciana.

No pocos padres —decía Jean NoélKapferer— deseosos de inculcar a sus

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hijos valores como la discreción,moderación y utilitarismo se enfrentabancon campañas publicitarias que proponían lafrivolidad, el escándalo y la dispersiónsiempre latente en los niños. Space Dustera una provocación más que venía asumarse a la larga serie de agresiones de lapublicidad, el comercio y sus productos deconfitería con colorantes, edulcorantes,aditivos, etc.

Tanto es así que pronto prendió laleyenda de que a un niño que se habíatragado dos paquetes de Space Dust lehabía explotado el estómago. Otro tantose decía de los caramelos Pop Rocks,fabricados por General Foods, y delchicle Bubble Yum, producido por Life

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Savers. En el caso de los caramelosefervescentes se contaba que un niño sehabía zampado un paquete entero y habíaentrado en ebullición interna, antes demorir. Por lo que se refiere a loschicles, o bien contenían huevos dearaña o bien provocaban cáncer, oambas cosas a la vez.

De hecho, este tipo de noticiassiempre encontrará un público nuevo, yano sólo porque los caramelos no son losde antes, sino porque la fruta no tiene elsabor que antaño y qué decir de lasvacas y los pollos. En medio de tantalocura y de tanto avance precipitado,quedamos nosotros, cada vez más

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recelosos de que, efectivamente, le esténponiendo puertas al campo.

ANTONIO ORTÍ

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Máquinas infernales

A finales del siglo XIX, una serie depensadores creyeron ver en lasmáquinas un remedio eficaz paraerradicar la esclavitud o, mejor dicho,para canalizarla hacia artefactos sinalma. No en vano, el término «robot»fue tomado de la palabra checa «robota»que designaba y designa a aquel que estásometido a una servidumbreinvoluntaria. Pero resultó ser que lasmáquinas crecieron y se multiplicaronhasta tal extremo que fue imposibleconocerlas a todas, cada cual con sus

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habilidades, con sus teclas, por no deciralegrías y enfados.

En palabras de Isaac Asimov,«desde el inicio, la máquina ofreció doscaras a la humanidad: mientras estuvocompletamente bajo el control delhombre, fue útil y buena al hacer posibleuna vida mejor. Pero conforme se fueronsofisticando y apartándose de nuestrocontrol, se volvieron terribles ypeligrosas».

La palabra «terrible», derivada deterror y sinónima de sombrío, tétrico ytorvo, nos viene como anillo al dedopara referimos a una serie de accidentesdomésticos, plausibles pero raros, que

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gentes de bien cuentan con fervor paraalertamos de la esencia maligna queocultan determinados aparatos.

El relato más chocante de una largaserie de desgracias y malentendidostiene por protagonista a una mujer a laque accidentalmente se le moja su gatito—a menudo se trata de un caniche y muyesporádicamente de un bebé— y tiene laluminosa idea de meterlo «cincominutos» en el microondas para que seseque más rápido. Ni que decir tiene,que el minino ya no maullará más y quela mujer demandará al fabricante por nodetallar en el manual de instrucciones lainconveniencia de semejante proceder.

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Curiosamente el enviado del diario«El País» en Washington, Javier delPino, recogía, sin saberlo, esta leyendaurbana en un artículo publicado el 1 demarzo de 1999 que llevaba por título«Abogados de sí mismos en el paraísode los litigios»:

(…) Y es el mismo miedo el que haprovocado que la mayoría de los productosque se venden en EE.UU llevenincorporadas etiquetas en las que elfabricante se declara exento deresponsabilidad por cualquier mal uso delproducto. Tiene su explicación: una señorabañó a su gato y decidió secar al animalmetiéndolo en el microondas, donde perdióinmediatamente sus siete vidas. La señorademandó al fabricante porque «en ningún

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sitio ponía que el microondas no sirve parasecar animales». Y ganó. Por eso unacompañía que vende disfraces de Batman hacosido una etiqueta en la capa en la que seaclara: «Esta capa no sirve para volar».

A falta de tiempo para emprenderuna investigación que dilucide si,realmente, un fabricante ha cosidosemejante etiqueta en la capa de Batman,lo que podemos afirmar es que ningunamujer ha ganado juicio algunorelacionado con un gato achicharrado.

Si bien se trata de un suceso queentra dentro de lo posible, la infinidadde países que ha visitado esta leyendadesde que en 1970 se inventan losmicroondas —curiosamente, antes de

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estos, corría la historia de un niño quehabía querido lavar a su gato o perritoen la lavadora, con el resultadoprevisible— y la abundancia devariantes recogidas, nos invitan a pensarque no hay más verdad que la ciencia esun pozo sin fondo.

Tal vez convenga recordar que, trassustituir al tradicional horno, que escomo decir a la forma de cocinar detoda la vida, los microondas han estadomarcados por una serie de leyendasnegras, la más conocida de todas queprovocan cáncer, pero también que —taly como recoge Jan Brunvand— algunosfabricantes han reducido la puerta de los

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aparatos tras constatar que ciertosparticulares ensayaron secar el cabelloen su interior o lo poco conveniente quees calentar allí la leche para los bebés.

Como ocurre con la leyenda quecuenta que a algunas mujeres lesexplotan sus senos de silicona, quetratamos en otra parte del libro, tambiénexisten versiones, caso de la recogidapor Paul Smith en «The Book of NastyLegends», que retoman la hipótesis delzambombazo:

Hace tiempo oí hablar de una anciana quecriaba a gatos de raza para exposiciones. Sededicaba sobre todo a los persas, y a causade su largo pelo siempre le costaba mucholavarlos y cepillarlos para que tuvieran el

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mejor aspecto posible. A fin de ahorrarseesfuerzos, aquella señora había adquirido lacostumbre de lavar primero al gato, secarlocon una toalla y dejarlo calentar unosmomentos en el horno eléctrico. Un día, envísperas de Navidad, se le estropeó elhorno, por lo que su hijo decidió regalarleun microondas. Cuando llegó su próximaexposición, la anciana, que no comprendíala diferencia básica entre un horno normal yun microondas, lavó aplicadamente su gatopersa ganador de varios premios y lo metióen el microondas durante unos segundos. Elpobre gato no tuvo tiempo ni de maullar, yaque explotó en el acto tan pronto su dueñaencendió el aparato.

A decir verdad, la leyenda negra delos microondas ha circuladogenerosamente por España, dando

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pábulo a un sinfín de variantes, comoque sus radiaciones provocan cáncer omales todavía peores, como «cocemosel cerebro», en palabras de Lola Ortí,una informadora de Valencia.

Por las investigaciones que se hanllevado a cabo hasta la fecha, se conoceque los microondas pueden provocarocasionalmente fatiga, vértigo y dolor decabeza, pero, no en cambio cocemos lamateria gris. En realidad, esta historiaentronca con otras leyendas que afirmanmás de lo mismo: que las líneas de altatensión emanan vibraciones negativas,que los rayos X provocan cáncer, quelos rayos UVA fagocitan las entrañas y

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que los despertadores eléctricosproducen insomnio.

En el caso de los rayos UVA hancirculado profusamente por España unaserie de leyendas que, en ocasiones,detallan el nombre de la víctima y lacasuística del suceso. Valga la versiónrecopilada por Jan Brunvand en 1989 yque utilizan como ejemplo VéroniqueCampion Vincent y Jean-Bruno Renardpara familiarizamos con el relato másextendido:

Una jovencita que deseaba un bronceadorápido decidió acudir a un salón de bellezapara someterse a varias sesiones de rayosUVA. Muy pronto comenzó a sentirse mal.Decidió entonces poner su caso en manos

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de un médico que le anunció que susentrañas estaban cocidas por unaexposición demasiado prolongada a laslámparas de bronceado.

Normalmente esta chica muere, peroaunque no sea así, queda marcada parasiempre por su vanidad desmedida —como le ocurría a la mujer a la que leexplotaban los pechos de silicona—,por pretender beneficiarse de unmagnetismo —«electromagnetismo»,sería más correcto— casi brujeril o porir en contra de la madre naturaleza yansiar estar morena cuando no luce elsol.

Tal vez, como sugiere Jean Bruno-

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Renard, la idea de que los rayos UVApueden producir una podredumbreinterior, por más que en la fachada seobserve a una mujer bonita y bronceada,remita en su árbol genealógico a laleyenda del microondas, que síincorpora en su manual de instruccionesla función de cocer —no confundir condorar.

Solamente así puede entenderse quela historia de que alguna vez una mujerfue literalmente cocinada con rayosUVA tenga tantos amigos en la geografíaespañola. Curiosamente, en EstadosUnidos y Francia la víctima esinvariablemente una mujer, también en

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España, por más que hayamos recogidoalguna versión que debería servir deadvertencia a los hombres sobre lospeligros de las falsas apariencias. Nosla manda desde Valencia Sonia Francés,poniendo el dedo en la llaga donde másduele, en la virilidad masculina:

Parafraseando a Paul Newman —serefiere a la película El efecto de los rayosgamma sobre las margaritas—, el efectode los rayos UVA sobre el aparatoreproductor masculino es devastador. Esteproblema, que hasta hace poco tiempo erainapreciable, pronto pasará a marcar eldestino de la humanidad, por cuanto tienede importancia la creciente impotencia delgénero masculino, provocada por lasradiaciones de los rayos UVA sobre tan

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delicada zona. Antiguamente, poca genterealizaba esta práctica, pero en la actualidadse unen dos factores: los cada día másdenostados rayos solares y que cada sesiónde rayos UVA sólo cuesta 500 pesetas,cuando hace dos años valía 2000.

Los que desconfíen del folklore, talvez crean ver en nuestra informadorauna persona que desvaría, juicioextensible a cuantas personas nos hanconfiado generosamente los relatos querecoge este libro y, por supuesto, a susautores. No somos de la misma opinión.A nuestro entender, las nuevastecnologías, cuando incorporan cambiossustanciales en el modus vivendi, creanrecelos en amplias capas sociales y

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sirven de sustento narrativo, comosucedió en el pasado y ocurrirá en elfuturo, a una serie de historias de cortetradicional.

En la Ilíada se cuenta que Hefaístos,el dios griego de la forja, tenía unasmujeres mecánicas de oro que teníantanta movilidad e inteligencia como lasmujeres de carne y hueso, y que loayudaban en su palacio. Pero nunca lasconsideró igual de «buenas» que a lasotras.

También Talos, el guerrero debronce concebido por el StevenSpielberg de los mitos griegos, Dédalo,vigilaba las costas de Creta y mantenía

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alejados a los intrusos. Cada día dabauna vuelta a la isla para evitar que asífuera. Un tapón en su talón evitaba quesaliera de su cuerpo el líquido que lomantenía en vida. Cuando los argonautasdesembarcaron en Creta, Medea usó sumagia para arrancarle el tapón y Talosperdió toda su fuerza al desvanecerse elarmazón.

Algo parecido puede afirmarse de laleyenda de los rayos UVA y de losimplantes de silicona en los pechos:cuando recurrimos al engañocontranatura, puede suceder que el«fraude» o artificio salte a la vista encualquier momento, y eso en el mejor de

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los casos, pues existe la posibilidad deque seamos castigados con la ira deZeus.

En ocasiones, los propios gobiernosse ven desbordados por el galopar delprogreso y solicitan a sus científicos quecomprueben qué hay de cierto enhistorias muy parecidas a las recogidasen este capítulo. Sucedió, por ejemplo,en abril de 1999 —ver la contraportadadel diario El País del día 25 de abril de1999, «Los móviles al banquillo»—cuando Tessa Jowell, secretaria deEstado laborista de Sanidad, seautoproclamó «campeona de la saludnacional» y encargó que el Consejo

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Nacional de Protección Radiológicainvestigara qué había de cierto en laleyenda que sostenía que los teléfonosmóviles provocaban pérdidas dememoria, aumento de la temperatura delcuerpo y fallos en la capacidadcognitiva.

Esta investigación recibió ungeneroso tratamiento informativo enEspaña, ya no sólo porque los teléfonoscelulares habían pasado de ser un millónescasos en 1995 a más de doce millonesen 1999, sino porque en nuestro país sesabía perfectamente de este posibleriesgo. Sirva como botón de muestra lahistoria que nos hacía llegar Teresa Ruíz

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Mateos, natural de Valencia y de 28años de edad:

Dícese que se dice que ese aparatito,avance tecnológico de nuestros días estátotalmente integrado en nuestra cultura y,para algunos, resulta imprescindible. Otraspersonas tienen un miedo terrible aposeerlo. ¿Por qué? Porque dícese que sedice que los teléfonos móviles emitencierta radiación, ondas que afectan alcerebro. Según otras fuentes orales, sepuede hacer un experimento que consisteen poner un huevo cerca de un teléfonomóvil en funcionamiento y al cabo de untiempo se obtiene un huevo duro. Lasradiaciones del teléfono hacen que secueza.

Retomando la investigación que

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lleva a cabo el gobierno laboristabritánico, Michael Clark, portavozcientífico del organismo antes citado,que en su día desaconsejó retirar losbolígrafos láser del mercado, similaresa los punteros utilizados en lasconferencias para señalar imágenesproyectadas en una pantalla, aldemostrarse que eran dañinos si sedirigían a los ojos, declaró lo que sigue:

Las dudas son legítimas, pero lainformación que llega ahora al consumidorno está contrastada. Por ejemplo, esevidente que producen calor y estudiaremossus consecuencias en el organismo. Sinembargo, sin saber aún a que atenernos,circulan ya teorías acerca de supuestos

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tumores cerebrales, pérdidas de memoria yalteraciones del pensamiento.

Lo que el científico Michael Clarkllama «teorías», en este libro lodenominamos leyendas contemporáneas.En Gran Bretaña, como en España,gozan de magnífica salud y, lo que mássorprende, han empezado a ser tomadasen consideración por el poder.

Desde aquí nos congratulamos deque así sea. Sin embargo, en el ánimo dela gente siempre quedará la duda de si la«ciencia es neutra» o responde aoscuros galimatías.

Por eso, aventuramos, aunque lainvestigación del gobierno británico

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concluya con que no hay peligro alguno,no les quepa la menor duda queseguiremos oyendo que los móvilesaplatanan el cerebro y que «un amigo deun amigo» sabe del caso de una mujercuyo ojo derecho resultó chamuscadotras manipular una cámara digital.

ANTONIO ORTÍ

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PASAJEROSCLANDESTINOS

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Las víboras caídas del cielo

En el verano de 1998 se comentaba enFerrol —A Coruña— que algún tipo deorganismo oficial estaba arrojando,valiéndose de avionetas, reptiles sobre lasplayas. Con estas culebras y víboras sepretendía acabar con una supuesta plaga deinsectos. El revuelo fue tal que losteléfonos de las emisoras locales secolapsaban a diario con llamadas deciudadanos que aseguraban haber vistoserpientes e incluso haber tenido queescapar de ellas ante un inminente ataque.

MARTINA FERNÁNDEZ BAÑOBREFerrol

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Aunque se desconozca en España,las víboras voladoras tienen unaccidentado pasado aéreo. En la décadade los años setenta corrió el rumor enFrancia de que grupos ecologistashabían lanzado víboras desde el aire conel fin de repoblar las regiones dondeescaseaban y así, de paso, alimentar alas aves rapaces. La emisora Sud-Radiorecogía testimonios como éste: «Elavión volvió al cabo de veinte minutos.En su panza albergaba una especie decaja con una trampilla que se abría aescasos metros del suelo». Mesesdespués, la región del Perigord, el Lot yla Vauclase —según recoge Jean-Noél

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Kapferer— estaban inundadas deculebras, dando lugar a un encendidodebate entre agricultores hartos deconspiraciones maquiavélicas,periodistas en bermudas a la caza de«serpientes de verano» y autoridadespseudocientíficas ávidas de ExpedientesX.

Pronto llegaron los detalles. A raízde un testimonio recogido por eletnólogo Bruno Soulier, se desprendíaque los reptiles eran soltados desdehelicópteros que volaban muy bajo enbolsas de plástico de color blanco,hábiles para albergar hasta veinteejemplares.

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Al tiempo, Verónique Campion-Vincent y Jean-Bruno Renard recogíanel alegato de particulares anónimos queafirmaban haber descubierto cajas conel matasellos del Ministerio del MedioAmbiente. Por aquel entonces la lista desospechosos incluía a los ecologistas —que habían promovido, años atrás, laintroducción de linces en la región delos Vosgos—, la Administración yciertos laboratorios farmacéuticosinteresados en producir suerosantiveneno a partir de estos animaleszigzagueantes que por aquel entonces seimportaban de la URSS.

En 1989 el rumor había corrido ya

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por amplias zonas rurales de Francia yhabía llegado, aunque debilitado, a Sion—Suiza— y al norte de Italia —el 13 deoctubre de 1989 La Stampa publicaba lafotografía de un carabinero con una cajaque, presumiblemente, conteníaserpientes. Unos años más tarde, elrumor aterrizaba en Galicia y en algunaszonas del País Vasco.

A decir de los que más se handestacado en el estudio de esta leyenda,—Veronique Campion y Jean-BaptisteHarang— la historia tiene algunosingredientes de interés. Por una parte, laserpiente, símbolo del mal y la traición,por otra, potentes helicópteros, viva

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imagen de la ciencia menos accesible, y,por último, nuevas leyes para amparar alas especies protegidas. Este cóctel,bien batido, daba lugar a una noticiainquietante: ¿No será, acaso, que, enestos tiempos que corren, lasautoridades se decantan antes por losanimales que por los propios hombres ymujeres…?

ANTONIO ORTÍ

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El perro extranjero

Una pareja se fue con su perro aAlemania. Allí encontraron a otro penoabandonado, muy débil. Decidieron traerloa España. Poco a poco se fue recuperando.Un día volvieron a casa y vieron que superro estaba destrozado: se lo había comidoel perro que recogieron. Lo llevaron alveterinario y resultó que no era tal, sino lamutación de una rata. Me lo contó unaamiga; le había pasado a unos amigos de unaconocida.

ELENA PRADASBarcelona

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En otoño de 1983, Jan Brunvandempieza a recibir versiones de estaleyenda procedentes de varios estados.Casi todas describen a una turista queviaja a Méjico, adopta a un supuestochihuahua callejero y lo introduceclandestinamente en los Estados Unidos.En una de ellas, el animal amanece «conlos ojos rodeados de mucosidad yarrojando espuma por la boca», esdecir, con síntomas evidentes de rabia.El veterinario será el encargado derevelar la naturaleza del animal conestas contundentes palabras: «En primerlugar no es un peno, sino una rata dealcantarilla mejicana. Y en segundo

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lugar, se está muriendo». En algunasvariantes la rata mejicana actúa cómo enla versión de nuestra informadora:atacando a los perros o gatos de lafamilia. En dos ocasiones el veterinarioserá incluso más expeditivo: se limitaráa romper el cuello al falso chihuahua.

Los ejemplos europeos del relatosiguen el mismo esquema, con lasalvedad de que la rata suele procederde países tropicales o africanos.

En las versiones italianasrecopiladas por Cesare Bermani se ladescribe a veces como una rata gigante«típica» de Filipinas, Tailandia, Kenia,o Paquistán. Su naturaleza agresiva la

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impulsa a devorar sin piedad perros,gatos e incluso bebés. Ennio Rota,cuenta cómo una familia milanesa se fuede vacaciones a Filipinas, compró unperrito por unas cuarenta o cincuenta milliras,

se lo llevaron consigo a Milán y elanimalito fue creciendo. Un día volvieron acasa y encontraron muerto a su hijopequeño, mutilado y devorado por el perro.Cuando intervino el veterinariodescubrieron que era una rata de un géneroparticular que se cría en las Filipinas, voraz,agresiva y muy peligrosa.

En ciertas ocasiones el veterinariodictamina que la rata exótica esportadora de «todas las enfermedades

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del mundo», por lo cual la familia espuesta inmediatamente en cuarentena.

Las versiones alemanas y suecasreiteran el origen africano, asiático otropical de la bestia, pero amplían elcatálogo geográfico con la inclusión deEspaña, concretamente Mallorca, comopaís productor de voraces roedores.

En esta versión anónima, de unestudiante de Barcelona, ni siquiera semenciona a la omnipresente rata. Elanimal se reduce a un lovecraftiano«aquello», confirmando así su naturalezaestrictamente «demoníaca», es decir,metafórica:

Una familia se va de vacaciones a un país

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tropical. Se encariñan con un animaldesconocido, pero que es muy afectuosocon los niños (…) Se lo traen, le dan decomer, le preparan un rincón para él, todomuy bien, se adapta perfectamente. A lospocos días se presenta un amigo. Esentendido en animales. Al ver al bicho seasombra de que tengan allí aquello. Que esun cruce muy raro (…) que además soncrueles carnívoros, que si les faltasecomida atacarían a los dueños sin pensarlodos veces, hasta devorarlos para asegurarseasí la comida. Que se sorprende que leshayan permitido traerlo con lopeligrosísimo que es. A pesar del cariño delos niños hacia el animal y de lo bueno queparecía ser, se deshacen de él.

En las páginas de Opio, diario deuna desintoxicación, escrito en 1928-

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30, Jean Cocteau incluye un genuinoprecedente de esta leyenda:

Le habían vendido, en los bulevares, unperro minúsculo a Mine A. D. Vuelve acasa, coloca el perro en el suelo parabuscar agua. Vuelve y encuentra al perroencaramado en el marco de un cuadro. Erauna rata con una piel de perro. De ira habíaconseguido roer sus falsas patas.

Sería difícil describir con mayorelocuencia el rechazo a la personalidadpostiza que intenta imponer la«civilización» a lo irremediablementesalvaje.

Gary Alan Fine lleva a cabo unpenetrante análisis de esta parábola, que

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con amargo sarcasmo hemos titulado «Elperro extranjero». No es por azar, segúnél, que el relato cobre tanta difusión apartir de 1983, ya que es la fecha en queNorteamérica y otros países empiezan amaquinar las primeras leyes deextranjería, espoleados por el incipienteproblema de la inmigración clandestina.Si aceptamos su tesis, el «perromejicano» viene a ser un extranjeroindocumentado. En algunas ocasiones, elanimal en cuestión es recogido delocéano, con lo que se nos ofrece unamplio catálogo de «mojados» a quienesponer el collar: inmigrantes mejicanos,cubanos, haitianos, polizones

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asiáticos…, una nutrida selección deperritos extranjeros «con los que nodebemos encariñarnos, por muyinocentes que parezcan, pues en el fondono son más que ratas carroñeras,agresivas y peligrosas, que no pintannada en Estados Unidos» (ni en Europa).

En el espejo deformante del folkloremoderno, el así llamado Tercer Mundoencarna lo primitivo en estado puro: esun lugar amenazador donde las ratas,animales nocturnos y subterráneos, hanemergido a la luz del día y convivenigualitariamente con los nativos,transmitiéndoles toda clase deinfecciones que los hacen tan peligrosos

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(y escasamente exportables) como ellas.Resulta sintomático que en el relato denuestra informadora la parejaprotagonista no traiga un simple roedorautóctono de un país como Alemania(modelo de progreso), sino la «mutaciónde una rata». Lo mismo ocurre en unavariante recopilada por CesareBermani: la rata, que procede de Japóno China, sufre «modificacionesgenéticas».

El sentido que podría extraerse deesta distinción es que los países delTercer Mundo poseen, por decirlo así,la fauna natural que corresponde a sugrado de subdesarrollo, mientras que los

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más adelantados, como Alemania oJapón, han de padecer una faunaaccidental que es un efecto secundario(terrible o justificable, según como semire) de su prodigiosa técnica: la mismaque les permite hacer malabarismos conel código genético.

JOSEP SAMPERE

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Tarántulas en el tronco delBrasil

A mediados de 1996, un brote dearacnofobia perturbaba la balsámica pazde las floristerías españolas. Ladraconea fragans o «tronco del Brasil»perdía su decorativa inocencia y setransformaba en un ejemplar máspeligroso si cabe que la planta carnívorade «La tienda de los horrores». He aquílo que podía suceder a los incautos quese atrevían a importarla por su cuenta yriesgo, en palabras de un informadoranónimo:

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Una chica vuelve de un país tropical conuna planta de tronco grueso (unadragonera). Al cabo de unos días se oyenunos ruidos extraños en el interior, como sialguien lo raspase. Al día siguiente eltronco está hinchado, se rompe y sale unaenorme tarántula. Ella asustada va corriendoa la casa de la vecina para que llame a lapolicía, los bomberos, etc., para que lequiten de allí a tan horripilante animal.

Una florista de Barcelona, Mª delMar Sena, nos confirma que por esasfechas algunas clientas (la mayoría deextracción humilde) solían inquietar alos empleados de su gremio con relatossimilares. ¿Era posible que el tronco delBrasil (o la yuca) pudiera estar

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infestado de huevos de tarántula?Nuestra florista no tiene noticia de quealgo así haya ocurrido jamás, a menosque las tarántulas en cuestión sean las«arañas rojas», unos bichitos inocuosque genera el tronco del Brasil alpudrirse, debidamente agigantados porun acceso de delirium tremens.

Sugiere Mª del Mar Serra que lanoticia podría haberla difundido algúnsaboteador dispuesto a reducir lasventas de esta planta —una de las demayor longevidad, si se sabe cuidarbien. Sea como sea, lo cierto es queotras versiones internacionales de laleyenda llevan etiquetas que se aferran

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tenazmente a su forma narrativa. El año1985, por ejemplo, se convirtió en unaespecie de annus horribilis para lacadena de supermercados británicosMarks & Spencer. Por todo Londrescundió una variante aumentada ycorregida de la leyenda, que acusaba adichos establecimientos de vender yucasque «siseaban, gemían, temblaban, seestremecían e incluso aullaban cuandouno las regaba». Se decía incluso que unequipo de especialistas de Marks &Spencer, vestidos con trajes protectores,habría tenido que llevarse las plantasinfectadas mediante brazos metálicosextensibles.

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Jan Brunvand ofrece algunosejemplos en que los cactus reemplazan ala yuca como refugio de mortíferosartrópodos (tarántulas o escorpiones).En tales variantes, fechadas en los añosnoventa, la «víctima» suele adquirir lasplantas en sucursales norteamericanasde los almacenes Ikea.

Resueltos a poner las arañas en susitio de una vez para siempre, losdirectivos de Ikea y Marks & Spencerterminaron recordando al consumidorque sus plantas no eran ni mucho menossilvestres; antes bien, se cultivaban eninvernaderos, se regaban como Diosmanda y no se enviaban a la tienda sin

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cambiarlas previamente de tiesto.A pesar de las ampollas que levanta,

la referencia a establecimientosconcretos no es una constante del relato;más bien parece un añadido(malintencionado o no) que se incorporaa la trama según las circunstancias enque resurge la leyenda.

Las versiones más «fieles», comolas que circularon por Finlandia, Sueciay Alemania a partir de 1970, coinciden agrandes rasgos con la de nuestroinformador. Una de ellas, sin embargo,constituye una rareza que no podemospasar por alto. La recoge en 1985 elfolklorista sueco Bengt af Klintberg y se

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puede condensar en una frasedesgarradora: «¡Mamá, el plátano meha mordido!». La víctima que laprofiere, antes de morir, es un chiquilloque se disponía a comerse un plátano«en el que una serpiente venenosa habíapuesto huevos».

Como argumenta Gary Alan Fine, eltema central de estos relatos es elconflicto entre la peligrosa «jungla» y elambiente urbano domesticado. Lostroncos del Brasil, yucas, plátanos ycactus provienen de América Central,África y Méjico, es decir, del inhóspitoTercer Mundo. Al igual que en laleyenda de El perro extranjero , su

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objetivo primordial no es otro queadvertirnos de la amenaza que suponepara nuestra aséptica cultura laimportación de ciertos productosescasamente homologados.

JOSEP SAMPERE

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EL OTRO LADO

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Aparecidos itinerantes

En 1986, la agencia Europa Pressdifundió la noticia de que entre Bilbao ySan Sebastián los fantasmas de jóvenesfallecidas en accidentes de tráficoaterrorizaban con sus apariciones a losautomovilistas que circulaban poraquella zona.

Unos diez años antes, un hombrellamaba a la redacción del diarioCataluña Exprés para contar unaexperiencia escalofriante: mientrascirculaba de noche por una carreteradesierta, había recogido a una joven que

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hacía autoestop bajo la lluvia. Al cabode pocos kilómetros, la muchachadesapareció del vehículo en plenamarcha y haciendo caso omiso de laspuertas cerradas. Aurora Segura,periodista de dicho rotativo, se citó conél para entrevistarle. «Tuve la impresiónde que decía la verdad», recuerda. «Sinembargo, no sé por qué motivo, se echóatrás y prefirió no darme más detalles».

Xavier Fábregas, en su libro Lesarrels llegendáries de Catalunyadescribe otro caso parecido, situado enlas inmediaciones de Manresa(Barcelona). Un conductor invita a subira una joven que hace autoestop. Cuando

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se acercan a una curva, la muchachamurmura con voz angustiada: «Vaya concuidado. Este tramo es muy peligroso.Hay muchos accidentes». Acto seguidose esfuma silenciosamente. El hombre,muy alterado, acude a un puesto de laGuardia Civil. Allí le muestran una fotode la autoestopista, le dicen que se matóen aquella misma curva cosa de un añoatrás, y que tienen archivadas casi unadocena de denuncias. «Hará siete u ochoaños, esta historia gozó de muchocrédito», termina diciendo Fábregas.«Algún periodista se propusoinvestigarla a fondo. Luego lo dejócorrer».

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A pesar de la frecuencia con que laprensa española y extranjera se ha hechoeco de tales apariciones, nadie hapublicado todavía un atestado auténtico,con fotos incluidas, procedente de losarchivos de la benemérita. Paraencontrar una ficha completa de esospálidos espectros que embrujan la redviaria, debemos remitirnos a los índicesde motivos tradicionales. En ellosfiguran desde hace unos cincuenta añosbajo la clave E332.3.3.1 y el nombregenérico de The Vanishing Hitchhiker :la autoestopista que desaparece.

Ejemplo clásico de «cuento defantasmas» tradicional adaptado a un

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marco contemporáneo, la autoestopistadel más allá ha visto renacer su famaplanetaria al ser utilizada nada menosque de fantasma-anuncio en spots decoches y pantalones tejanos.

Como sucede con los santos localesy sus ermitas, cada municipio disponede una autoestopista particular, cuyasapariciones se vinculan a una «curva dela muerte» de las cercanías.Enumeremos al azar algunos de estostramos malditos: El puerto del Ragudo(Castellón), las curvas de l’Arrabassada(Barcelona), la «Curva de la Viuda»(Ceuta), la carretera de Ojén (Málaga),la curva de Majadahonda (Madrid), La

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Laguna (Tenerife), las Siete Revueltasde Navacerrada (Madrid), el puerto deEl Bruc (Barcelona), la curva de LaPalanca (Álava).

A diferencia de los espectros de laliteratura gótica, truculentas sombrasensangrentadas, las autoestopistas delotro mundo poseen una corporeidadcapaz de engañar al conductor máspintado. Es más, incluso pueden dejarvestigios de su presencia, como un tenueperfume o un charco de agua si hanperecido ahogadas. Aunque suelen serde pocas palabras, el comportamientoque muestran nunca delata su origen«sobrenatural». Matías Morey, socio de

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la Fundación Anomalía, nos envíaamablemente un retrato hiperrealista deuna de ellas, extraído del libroMallorca Mágica (1987) de CarlosGarrido. En esta ocasión, la joven seaparece en la carretera vieja de Sineu(Mallorca):

(…) Era una muchacha con un abrigo decorte militar, muy ancho y desgarbado, queaparentemente le hacía señas para que larecogiera. (…) Al arrancar, nuestro hombrela miró de reojo, sólo contando con lasleves luces del tablero de mando. Tenía loscabellos en gran desorden. Una de lasmangas estaba rota por dos sitios, y laexpresión de sus ojos, aunque no tenía nadaextraordinariamente anormal, era como demiedo sordo. (…) Tenía unas manos muy

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delgadas y blancas que dejaba caer sobre elasiento delantero como si estuviese enalerta constante. Entonces, el conductor sepercató —y ese detalle no lo olvidaríanunca— de que entre la mata de pelodesgreñado que a ella le caía a ambos ladosdel rostro, había una hoja seca de pinazaconfundida entre sus cabellos (…)

La personalidad y conducta de losaparecidos itinerantes está sujeta avariaciones. La catalogación mástemprana de todas ellas la debemos alos folkloristas norteamericanos RichardK. Beardsley y Rosalie Hankey. En unestudio imprescindible que data de1942/43, publicado en la revistaCalifornia Folklore Quarterly, ambos

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estudiosos analizaron a fondo un total de79 relatos procedentes de diversospuntos de los Estados Unidos.Finalmente llegaron a la conclusión deque las leyendas de autoestopistasfantasmales se presentaban en cuatroformas básicas. A su entender, habríauna versión «originaria», deprocedencia ignota, de la cualdescenderían las demás variantes. Ellosla denominan Versión A y la describenen los siguientes términos: «Laautoestopista da una dirección, mediantela cual el conductor descubre que harecogido a un fantasma».

Este enunciado podría ampliarse

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ligeramente para dar cabida a lasnumerosas versiones españolas yeuropeas que difieren algo de él. Comoen el relato de Xavier Fábregas citadomás arriba, la mayoría de las veces elconductor toma la iniciativa y descubrela identidad fantasmal de laautoestopista gracias a una foto de losarchivos policiales. Otra divergenciarespecto a los relatos norteamericanos,es que las autoestopistas del viejocontinente suelen avisar, antes deesfumarse, de que se aproxima una curvapeligrosa o bien revelar directamenteque encontraron allí la muerte. Lovolvemos a ver en el ejemplo que nos

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manda la malagueña Rocío Vázquez,situando el encuentro en un fatídicopunto negro de la carretera de Ceuta:

Una misteriosa chica con el rostro pálidoy los vestidos raídos es recogida por unconductor. Tras una breve conversación, lachica le avisa de que tenga mucho cuidado,momentos antes de llegar a la famosa«Curva de la Viuda», porque ella se habíamatado allí mismo. En ese mismo instante,la joven desaparece ante la mirada perplejadel conductor.

Con la reglamentaria visita alcuartelillo culmina también el relato quenos manda Mónica Gracia, de Rentería(Gipuzkoa), basándose en el«testimonio» de un hombre que se

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dirigía de Zarauz a Orio, por unacarretera de la costa guipuzcoana, dondese hablan producido numerososaccidentes mortales:

(…) De repente, a dos metros de sucoche y bajo la lluvia, apareció una chicajoven, con el cabello largo hasta la cintura,empapada de arriba abajo. El hombre paróbruscamente y salió del coche. Extrañadose acercó hasta la chica; ella tenía la miradaperdida y el conductor supuso que estaba enestado de shock. ¿Te puedo ayudar? —ledijo— ¿Puedo acercarte a algún sitio? Ella,sin mediar palabra, hizo un gesto afirmativocon la cabeza y accedió a montarse en elcoche. (…) En una de las rectas de lacarretera, un coche se aproximó de frente agran velocidad (…) y deslumbró

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fuertemente al conductor. Éste dio unvolantazo y frenó justo en el instante antesde caer en un barranco. Cuando se recuperódel susto, miró hacia la derecha parapreguntar a la chica cómo se encontraba,pero ella había desaparecido. En su lugarhabía un pequeño bolso, que ella llevaba enla mano. Al día siguiente se acercó a lacomisaría para devolver el bolso y todo loque contenía. Dentro había un pasaporte anombre de una chica. Tras buscar sunombre le dijeron que había fallecido añosatrás en un accidente de circulación.Posiblemente en la carretera entre Orio yZarauz (…) Actualmente, el conductor llevainternado desde hace dos años en la clínicamental Santa Águeda, de Mondragón.

Este ejemplo es particularmenteminucioso, ya que contiene el detalle del

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«objeto olvidado en el coche»(referencia 3.3.1 en el índice de tipos ymotivos de cuentos tradicionales deInglaterra y Norteamérica, de ErnestBaughman), e insinúa el carácterambivalente del personaje de laautoestopista.

En algunas ocasiones, como en laadaptación literaria de la leyenda queincluye el folklorista y escritor BienveMoya en su libro Llegendes i contescatalans per ser explicats, el objetivoprimordial del fantasma parece ser el deevitar un accidente. En otras, como en elrelato de nuestra informadora, se dejaentrever su condición maléfica, puesto

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que el conductor enloquece a raíz delencuentro. Hay casos en que lamalignidad del fantasma se halla enestado latente, como en este ejemploanónimo de Badajoz:

En una de las curvas más peligrosas queexisten en la M-30 madrileña dicen que seaparece el fantasma de una joven vestida deblanco que hace autoestop. Si el conductorno la recoge, será víctima de un accidentemortal a los pocos metros.

Y hay otros casos en que se trataclaramente de una dama diabólica. Noslo confirma el escritor Alfredo BryceEchenique, en su novela Reo denocturnidad, ubicando el encuentro en

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el puente de Palavas, de Montpellier(Francia):

(…) me repetía con voz amenazadora laleyenda de aquella mujer de larga túnicablanca, que paraba a los autos en aquelpuente y pedía ser transportada a algúndeterminado lugar. Todos los hombres quela invitaban a subir, seducidos por susencantos, se estrellaban antes de llegar aMontpellier y morían. De la famosa dama,en cambio, no se volvía a saber hasta supróxima aparición.

Acaso no sea ninguna coincidenciaque los espectros más diabólicos de lafamilia vistan de blanco. Este detalleparece sugerir que ciertas autoestopistasde la leyenda podrían haber sufrido la

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aciaga influencia de la «Dama deBlanco», figura del folklore universalque merodea por puentes, acantilados yotras elevaciones e invita a los viajerosa bailar con ella. Si se niegan aconcederle el favor, el siniestropersonaje los arroja al vacío sincontemplaciones.

Sea como sea, lo cierto es que lasleyendas de aparecidos itinerantesrecogen y modernizan diversos temas ypersonajes del mundo imaginariotradicional. «Los fantasmas de lasautoestopistas», nos indica VictoriaCirlot «son el equivalentecontemporáneo de las hadas». En efecto,

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al igual que las hadas, estas visiones dela carretera se hallan revestidas defacultades mágicas: pueden aparecer ydesaparecer a voluntad, evitaraccidentes o provocarlos. Ello lasconvierte en personajes ambiguos, endeidades benéficas o maléficas, según elhumor de que se encuentren. Asimismo,desempeñan el papel de intermediariasentre el mundo de los vivos y el de losmuertos, poseyendo así el temible poderde anunciar la existencia del «más allá»,noticia que puede afectar gravemente lacordura de muchos «testigos». En lugarde aparecerse en bosques lúgubres,como las hadas de cuento, se dejan ver

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en noches lluviosas, por carreterasoscuras y serpenteantes: espacio desombras entre luces, paisaje igualmenteidóneo para la manifestación de lofantástico.

La antropóloga italiana LauraBonato establece una ingeniosacorrespondencia entre la lluvia y lamítica «agua de la vida», sugiriendo queel baño en este elemento alquímicoparece indispensable para devolver elsoplo vital a la difunta. De guiamos porsu razonamiento, advertiremos que lasvanishing hitch-hikers recuerdantambién a los espíritus de los cuentos defantasmas tradicionales: ánimas en pena

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condenadas a vagar por los parajesdonde encontraron la muerte; jóvenesfallecidas el mismo día de sucumpleaños o de su boda, queconmemoran la fecha con un fugazregreso a este mundo; madresespectrales que piden ayuda para salvara sus hijos atrapados en el coche dondeellas acaban de morir. O hermosos ybecquerianos espectros femeninos quese esfuman tras hacer el amor con elautomovilista, dejando una nostalgiaincurable en su pobre corazón. Variantestodas ellas clasificadas minuciosamenteen el Indice de Emest Baughman.

Volvamos al estudio de Beardsley y

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Hankey. La Versión B de la leyendaengloba una serie de espectros algo máscircunstanciales: ancianas, monjas osantas que se aparecían para vaticinarcatástrofes o anunciar el fin de laSegunda Guerra Mundial.

En un artículo de la revistaCommunications, Frédéric Dumerchatcita numerosos ejemplos de esta índoley los compara con sus variantesmodernas, donde abundan los profetasviajeros que predicen el fin del mundo.Por su parte, Lydia M. Fish analiza elperegrinaje de un fantasma visionarioque recorría Norteamérica a principiosde los años setenta: se trataba de un

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joven vestido de blanco, conindumentaria hippy, que pronosticaba lainminente segunda venida del mismísimoJesús.

La Versión D comprende casos aúnmás limitados: la aparición deautoestopistas que resultan serdivinidades locales, como la diosa Pelede la mitología de las Islas Hawai, a laque nadie debe dejar en la cuneta bajopena de terribles desgracias.

La Versión C, en cambio, coincidepunto por punto con una serie deleyendas que han circulado ampliamentepor Europa y el mundo entero. Vale lapena reproducir el resumen que hacen de

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ellas Beardsley y Hankey, puesto que lasmúltiples versiones que nos han llegadolo siguen al pie de la letra: «Un jovenconoce a una chica durante una fiesta, enuna discoteca, etc., en lugar deencontrarla en la carretera; ella dejaalguna prenda (a menudo la chaquetaque le prestó el joven) sobre la tumbadonde está enterrada, para corroborar laexperiencia y probar su identidad».

Durante uno de los múltiples guatequesque se celebraban en casa de una familiaacomodada (que habitaba por aquelentonces en la zona de Carranquer), el hijomenor de la familia se fijó en una joven queiba completamente vestida de blanco…

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Así empieza una Versión C que nosmanda Sonsoles García, de Málaga. Lapareja estuvo bailando sin parar,

pero ella no dijo ni una palabra en toda lavelada. Cuando llegó la hora de ladespedida, el joven llevó a la chica hasta sucasa en la moto, y como tenía frío, le dejóla chaqueta. Al día siguiente el joven acudióa la casa donde la noche anterior dejara a lachica, con la intención de recuperar suchaqueta, pero la madre de la chica leinformó de que ésta había fallecido hacía yadiez años. El joven no podía creerlo, así quefue al cementerio de San Miguel paraconvencerse. Allí encontró su chaqueta,correctamente doblada sobre la tumba de lachica.

En su libro 99 leggende urbane

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Maria Teresa Carbone recoge unavariante digna de Edgar Allan Poe: elprotagonista conoce a la joven en un bary le salpica de café la ropa. Másadelante, cuando abran su ataúd,descubrirán que el cadáver tiene unamancha en el vestido.

Dos autores españoles hartodispares nos ofrecen aún más pruebasdel arraigo de esta versión en nuestroacervo folklórico. El primero es elescritor Max Aub, que la convierte en unrelato cuyo título ya suelta prenda deldesenlace: La gabardina. Lo encabezauna dedicatoria que también habla por símisma: «A mi novia, que me lo contó».

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El segundo es el padre José MaríaPilón, infatigable parapsicólogo yacitado en otros lugares de esta obra. Ensu libro Lo paranormal, ¿existe?(1996), nuestro detective de losobrenatural asegura haber oído elrelato, como si fuera verídico, de bocade un «íntimo amigo del protagonista».Finalmente, el misterio se resolverá deun modo prosaico: «Mientras esperabaen la antesala de un dentista», cuenta elpadre Pilón, «encontré sobre la mesitade revistas un número atrasado de ElCaso —aquel periódico que, porentonces, se publicaba con historiastruculentas y hechos espeluznantes— y

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en la página segunda, en un recuadro,aparecía esta misma historia, inventadapor un lector que la presentaba alconcurso que dicho periódico habíaconvocado, y que en aquella ocasiónhabía resultado premiada (…)».

Sin ánimo de pecar de impertinentes,querido padre Pilón, nos parece comomínimo disparatado atribuir la autoríade una Versión C a un lector de ElCaso…

Tras este repaso de las andanzasespañolas de los aparecidos itinerantes,es nuestro deber constatar laabrumadora universalidad de la leyenda.En la lista de países visitados por las

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autoestopistas evanescentes figuranEstados Unidos, Canadá, Cuba, Méjico,Guatemala, Argentina, Italia, Suiza,Suecia, Finlandia, Francia, Alemania,Austria, Inglaterra, Yugoslavia,Rumania, Argelia, Egipto, Israel,Sudáfrica, Guam, Hawai, India,Malasia, Paquistán, Japón, Corea yTaiwán.

Si la difusión de estos relatos esabrumadora, aún lo es más suantigüedad. En un importante estudioti tul ado The Phantom HitchhihersNeither Modern, Urban, Nor Legend?Gillian Bennet aporta datos decisivosque ponen en tela de juicio el carácter

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«urbano», «moderno» y «legendario» delas historias de fantasmasautoestopistas:

Un repaso a la literatura «de fantasmas»pone en evidencia que el relato del«espectro que hace autoestop» ha venidotransmitiéndose sin descanso, —argumentaBennet— pero despierta la duda de que seaesencialmente urbano, y demuestra que nose cuenta invariablemente como si de unaleyenda se tratase. Algunos indiciossugieren asimismo que tampoco es unahistoria particularmente moderna. Laencontramos, por ejemplo, en LordHalifax’s Ghost Book , antología quecontiene otros cuentos (y por razonesintrínsecas nos inclinamos a pensar que elque nos ocupa no es otra cosa) que ya senarraban unos cien o ciento cincuenta arios

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antes de la publicación del volumen. Unepisodio muy parecido figura en una larganarración incluida en las Miscellanies deAubrey (1969) y en el Pandemonium: Orthe Devil’s Cloister de Bovet (1684).

En otro estudio fundamental, tituladoprecisamente The Vanishing Hitchhiher,el profesor Jan Brunvand redunda en lasconclusiones de Bennet, al afirmar quelas historias de autoestopistasespectrales son de las pocas leyendas degénero sobrenatural que derivanclaramente de antiguos cuentos defantasmas errantes. Según su tesis, laincorporación del automóvil parecehaber sido decisiva para convertirdichos cuentos del pasado en relatos

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contemporáneos de una movilidad y unatractivo enormes. Tras consignarnumerosos ejemplos modernos, JanBrunvand localiza una leyenda queconstituye otro claro antecedente de losrelatos de autoestopistas quedesaparecen. La recogió Catherine S.Martin en 1943, al oírla contar a sumadre, quien de niña vivía en lasinmediaciones de Nueva York. El relato,sin embargo, ya circulaba allá por 1890.Los protagonistas no eran conductores,sino jóvenes jinetes que se dirigían auna fiesta. Cuando pasaban por ciertobosque de las proximidades de Delmar(Nueva York), el fantasma de una

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muchacha se montaba de un salto en lagrupa de su caballo y desaparecía alterminar el viaje. La muchacha, en vida,tenía fama de celosa, pero nuncacausaba ningún daño, salvo agarrarsefuerte a los jinetes y echarles al cuellosu aliento glacial.

En la obra The Evidence forPhantom Hitch-hikers, un intentocurioso —y convincente— de demostrarque algunos casos contados deautoestopistas fantasmales pudieran serexperiencias auténticas, el escritorbritánico Michael Goss menciona unprecedente aún más antiguo de laleyenda. Se trata de un texto de 1602,

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que figura en un manuscrito de JoanPetri Klint conservado en la bibliotecade Linkóping (Suecia). Los viajeros, eneste caso, son un vicario y dos granjerosque se desplazan en trineo y recogen auna joven «encantadora» que viste comouna sirvienta. Cuando se detienen acomer en un albergue, la chica pide tansólo una cerveza. A partir de entoncesempiezan los portentos: las bebidas deltrío se transforman respectivamente enmalta, bellotas y sangre. Acto seguido,la muchacha vaticina un año deprosperidad, pero al mismo tiempo «deguerras y peste». Dicho esto,desaparece.

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Como desapareció también elapóstol Felipe unos dos mil años atrás,convirtiéndose posiblemente en elprimer aparecido itinerante de lahistoria. El episodio —lo señala LydiaM. Fish—, se encuentra en Hechos delos Apóstoles, 8 26-39:

El ángel del Señor habló a Felipediciendo: «Levántate y marcha hacia elmediodía por el camino que baja deJerusalén a Gaza. Es desierto». Se levantó ypartió. Y he aquí que un etíope eunuco, altofuncionario de Candace (…) regresabasentado en su carro, leyendo al profetaIsaías. El espíritu dijo a Felipe: «Acércate yponte junto a ese carro». Felipe entonces(…) se puso a anunciarle la buena nueva deJesús.

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Siguiendo el camino llegaron a un sitiodonde había agua. El eunuco (…) mandódetener el carro. Bajaron ambos al agua,Felipe y el eunuco; y lo bautizó, y ensaliendo del agua, el Espíritu del Señorarrebató a Felipe y ya no le vio más eleunuco, que siguió gozoso su camino.

JOSEP SAMPERE

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Teletransportados adondeVidal

El 3 de junio de 1968, el diario LaRazón informaba que un matrimonio deapellido Vidal-Rallo, que viajaba enautomóvil desde Chascomús hastaMaipú —en la provincia de BuenosAires (Argentina)— había perdido laconciencia al entrar en un banco deniebla. Cuando volvió en sí, la pareja seencontraba en Ciudad de México.

Según información facilitada porMatías Morey, miembro de la FundaciónAnomalía, pese a que nadie logró

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entrevistar al matrimonio, La Razóncomenzó a publicar noticias cada vezmás detalladas sobre el suceso. Así, elcaso se relacionó con Martín Rapallini,supuesto familiar de los Vidal, quiendeclaró desconocer el asunto. Pero eldiario tomó la negativa de Rapallinicomo una confirmación de sus fundadassospechas, pues «existe una estrictaprohibición de difundir lo sucedido».

Al parecer, el único «testigo»indirecto de lo acontecido era un joven—presunto pariente de los Vidal— quefue entrevistado en el talk showSábados circulares de Mancera , uno delos programas de televisión más

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populares de Argentina.Durante años, el matrimonio Vidal

alcanzó tal notoriedad que su viajefantástico se hizo célebre, ya no sólo enBuenos Aires, Mendoza o Córdoba, sinotambién en San Miguel de Tucumán,Puerto San Julián o Santa Rosa. De aquíy de allá surgían personas que decíanhaber conocido en vida a los Vidal yque culpaban a los ovnis de su viajerelámpago. Estaban en lo cierto.

En 1996 el cineasta Aníbal Usetreconocía haber fabricado la noticia conla ayuda de un periodista y de dosamigos vinculados al mundo delespectáculo con el propósito de

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promocionar la película Che, ovni, unacomedia que se estrenaría ese mismoaño —1968.

En el filme dirigido por Uset, uncantante de tangos era secuestrado porun platillo volante que loteletransportaba —con coche y todo—hasta Madrid. El protagonista, papel querecayó en el actor Jorge Sobral, ibaacompañado por una deslumbranteautoestopista a la que había recogidocon su Peugeot 404 blanco —como en el«caso Vidal»—, mientras que el«testigo» que había dado la cara en elp r o gr a ma Sábados circulares deMancera era en realidad un actor

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secundario.Por lo demás, la trama no tenía

desperdicio. El interés extraterrestre porel cantante argentino y su bellaacompañante no era banal: losalienígenas, programados para trabajarsin descanso, necesitaban de cierta cuotade haraganería para equilibrar sutemperamento.

La película fue un fracaso y sóloaños después fue encumbrada poralgunos cinéfilos por su desmedidosurrealismo y su «humor involuntario».Su director, Aníbal Uset, tras serrequerido por Alejandro Agostinelli —el argentino que llevó a cabo la

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investigación que aquí se relata— paraque explicara por qué había ocultado lainvención de esta leyenda durante treintaaños, manifestó: «Vino tanta gente acontarme que había conocido a los Vidalque empecé a dudar. Es más, laconfusión fue tan grande que llegué apensar que nuestra historia coincidiócon algo que realmente había pasado».

Desde entonces, las variantes de estaleyenda urbana se han multiplicado pordoquier —sobre todo, en España ySudamérica—, con lo que modestosutilitarios han superado con creces lasexpectativas de sus fabricantes yrecorrido enormes distancias

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economizando combustible al máximo.El alucinante padre José María

Pilón, una especie de jesuita quecombate con ardor a los replicantes quea veces nos manda el cielo, recogía elsiguiente testimonio en su libro Loparanormal, ¿existe?:

Un matrimonio de recién casadosdecidió hacer su viaje de novios a Granada.Al llegar a Bailén, decidieron repostargasolina. Al intentar pagar, el empleado dela estación de servicio les rechazó el dineroaduciendo que tenían que hacerlo con lamoneda del país. Asombrados por estaspalabras, preguntaron en qué lugar seencontraban. «En Santiago de Chile», lesrespondió el señor. ¡Asombro total!Recordaban cómo, al superar

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Despeñaperros, se vieron envueltos en unaextraña niebla, por otra parte bastantefrecuente a esas alturas de Derroñadas (…)A consecuencia tuvieron que ser internadosdurante una temporada en una clínicaaquejados de un fuerte shock nervioso.

Es más —continuaba el infatigablepadre Pilón—, en cierta ocasión, en unacena con unos amigos, me aseguraron queen la embajada de España en Santiago deChile se encontraba, precintado, elautomóvil en cuestión. ¡Hubiera sido unaprueba absolutamente fehaciente de laautenticidad del hecho! Como, porentonces, un antiguo alumno mío delcolegio de Areneros de Madrid seencontraba de secretario en la embajada dedicha capital, le escribí pidiéndole que meconfirmara el «hecho». ¡Absolutamentefalso! No había ni noticias del tal automóvil

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ni de la realidad del suceso en cuestión.Todo pura fabulación… Es decir, un casomás de contagio psíquico.

Pues bien, la lista de «contagiados»es mucho más extensa de lo que podríapensar el padre Pilón. Según hemosconstatado a lo largo de la realizaciónde este libro, la historia del automóvilfantástico se conoce en Madrid,Barcelona, Bilbao, Castellón y Málaga.Desde la capital vizcaína, por ejemplo,Joana Artega nos hace llegar el siguienterelato:

Un matrimonio de recién casadoscomienza su luna de miel. Van en coche endirección norte desde un pueblo del sur de

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León. Al llegar a La Bañeza les sorprendeuna densa niebla que les impide ver más alláde dos metros. Apenas pasan cinco minutosdentro de esta niebla pero, al salir,sorprendentemente, se hallan en la regiónportuguesa de El Algarve.

Otra versión parecida nos la ofreceJosé Manuel Vigo Sánchez desdeBenamocarra (Málaga):

Un joven matrimonio circula con sucoche por una carretera de una zona rural deSevilla en dirección a la capital hispalense.El coche comienza a tener problemas hastaque se avería. Como es de noche, decidencontinuar andando hasta algún lugar dondesolicitar ayuda. A los pocos minutos,empieza a soplar un fuerte viento y se ve ungran resplandor en el cielo. La pareja se

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asusta, pero, al poco tiempo, desaparecetanto el fuerte viento como el resplandor yreanudan la marcha. Poco después ven a lolejos las luces de una ciudad y unaindicación que dice: Santiago de Chile 5km. La pareja, al carecer de dinero paravolver a España y presa de una fuerteconmoción, decide acudir a la embajadaespañola en Chile en busca de ayuda.

Otras versiones, igual de precisas,sitúan al automóvil en la carretera queune Madrid con Toledo o en la queenlaza Onda y Castellón, mientras que eldestino oscila entre México y Santiagode Chile. Normalmente los vehículosatraviesan un túnel o son envueltos poruna densa niebla. En ocasiones, para

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tranquilizarse, deciden parar en unagasolinera y descubren que hay quepagar con cruceiros, esto es, que acabande aterrizar en Brasil.

El hecho de que esta leyenda semuestre muy resistente al paso deltiempo, tal vez pueda relacionarse conel folklore popular y el auge de laciencia ficción. Joan Guillamet enBruixeria a Catalunya cuenta en Unviaje rápido cómo una bruja llamadaSavanna se introdujo en una barca depescadores que iba de Cadaqués aRosas a vender fruta, para al pocotiempo desaparecer. Al volver, seencontraron con que Savanna ya había

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estado en Rosas y había vendido susperas.

Para averiguar si, brujas al margen,este tipo de viajes tenían precedenteshistóricos fuimos a hablar con VictoriaCirlot, profesora de Literatura Medievalen la Universidad Pompeu Fabra deBarcelona e hija de Juan Eduardo Cirlot,autor del imprescindible Diccionario desímbolos. Victoria, efectivamente, habíaoído la leyenda del automóvilprodigioso en Perú y su narracióncoincidía con el resto de relatosrecopilados, sólo que en este caso el«aterrizaje» se había producido enBrasil, razón por la que se exhortaba a

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los ocupantes del vehículo a pagar lagasolina con cruceiros.

Para Victoria Cirlot, esta leyendainforma sobre la necesidad detransgredir las fronteras de lo real. Bajoese punto de vista y, sin pretenderemular a Freud, el insólito destino de laluna de miel, no dejaba de ser el viajesoñado —El Algarve, Brasil, Santiagode Chile, México—, un lugar a la alturade la felicidad que embargaba a loscónyuges y que abría de par en par laspuertas de un «nuevo mundo».

Por otra parte, Stith Thompsonrecoge en su índice de los motivos másrecurrentes de la literatura tradicional

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que «la niebla mágica que provocainvisibilidad», «la niebla mágica quelleva a una persona a perderse» o «elascenso al cielo en una nube» tienenprecedentes en el folklore irlandés eindio.

De hecho, su periódica puesta al día,guarda relación con el auge de ungénero, la ciencia ficción, que ha sabidosacar partido como nadie de puertasdimensionales, extrañas tormentas,nieblas que envían barcos al pasado ytúneles que conectan con el cielo.

Valga recordar al respecto a StarTrek y a su famosa campana de vidrio oa una película más reciente como Julia y

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Julia (1987) en la que una mujerignorada por su marido es transportada aotra dimensión en la que conocerá a unhombre muy fogoso con el quemantendrá un apasionado idilio.

También en El experimentoFiladelfia (1984) se recoge la historiade un barco que, tras una aparatosatormenta, es transferido al pasado,mismo caso que El final de la cuentaatrás (1980) cuando un modernoportaviones norteamericano es atrapadopor una distorsión temporal y aparece en1941 en vísperas del ataque japonés aPearl Harbour.

En resumidas cuentas, la idea de

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proyectarnos mentalmente hacia elpasado o hacia el futuro, de hacer volarnuestros sueños más allá del presente, escasi una necesidad vital a la que sólomuy recientemente se le ha puesto unpero: no tener dinero con que pagar lagasolina.

ANTONIO ORTÍ

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ANTONIO ORTÍ. (Valencia) es una delas firmas habituales del Magazine deLa Vanguardia , a la vez que colaboraen revistas como Woman, GQ, CNR yDinero. Procedente del campo de laeconomía, donde fue colaborador jefede la revista Economics, su andaduraprofesional entronca con algunas de las

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leyendas urbanas que recoge este libro:ha publicado un sinfín de reportajes deviajes —Paisajes, Rutas del mundo,Primera Línea, El Dominical—;redactó durante dos años —junto conMartínez Nicolás— la columna de sexod e El Periódico de Catalunya con elseudónimo de Berta Bel y fuecompañero de viaje de la revistacultural Arrabal.JOSEP SAMPERE. Igualada(Barcelona). Una tarde lejana oyó untrailer radiofónico de «La noche de losmuertos vivientes» y lo tomó por unanoticia verídica. Tal vez de ahíprovenga su interés por las leyendas

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urbanas. De cierto escritor dijeron: «Sepasa el día mirando por la ventana, a laespera de que ocurra algo interesante».Él adoptó la frase y la convirtió en sulema. Le obsesiona descubrir películasinsólitas y escritores excéntricos, asícomo embarcarse en investigacionespoco ortodoxas. Actualmente ejerce detraductor, pero escribe desde que tieneuso de razón. Entre sus obras figurancuentos, artículos, guiones de cómic yvarios cortometrajes.

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Notas

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[1] Gran parte de las citas y referenciasde este capítulo proceden del artículo«De nuevo con las avionetas antinubes»,de Jordi Ardanuy. Manifestamos nuestroagradecimiento al autor por suamabilidad al remitírnoslo. <<