las centrales sindicales en argentina y brasil: proyección política y desafíos actuales

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Arturo Fernández * – Tania Julieta Rodríguez ** En los últimos treinta años, el mundo del trabajo ha sufrido importantes transformaciones como la introducción de nuevas tecnologías y formas de organización en el ámbito de la producción que han generado mayores niveles de productividad con menos mano de obra. La crisis de las formas organizativas tradicionales del movimiento obrero y una correlación de fuerzas desfavorable para los sectores populares han hecho que estos desarrollos tecnológicos no impliquen un reparto equitativo de las horas de trabajo directo e indirecto, aumenten los niveles de exclusión del mercado laboral y disminuyan el salario. Los países de América Latina, en su mayoría, han vivido un proceso de desintegración de las protecciones básicas propias del mundo del trabajo que condena a grandes porciones de estas poblaciones a la incerteza sobre sus condiciones de existencia. Todo ello en un contexto de sensación vertiginosa y de incertidumbre generalizada característica de la sociedad pos- industrial. (Abdala: 2005) En el marco de los conflictos entre el capital y el trabajo, el análisis de la organización de los movimientos sindicales en América del Sur, en particular en Argentina Brasil, intenta dilucidar cuáles son las condiciones en las que se insertan y/o enfrentan en la actualidad las organizaciones de la clase trabajadora frente a un mercado laboral que transforma vertiginosamente las condiciones del modelo productivo hegemónico. Para el desarrollo de este análisis, se realizará una breve descripción de las tendencias del movimiento sindical argentino y brasileño y algunas de sus relaciones con los sectores excluidos organizados. Los nuevos dilemas que el sistema capitalista presenta al Estado y las instituciones político-partidarias, desde fines de la década de los ’90 hasta nuestros días, son relativos al rol del aparato estatal como punto ordenador de las sociedades. En este contexto la articulación entre el movimiento sindical, los movimientos sociales de trabajadores y el Estado, con 1

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Las Centrales sindicales en Argentina y Brasil: Proyección Política y Desafíos Actuales

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Page 1: Las Centrales sindicales en Argentina y Brasil: Proyección Política y Desafíos Actuales

Arturo Fernández * – Tania Julieta Rodríguez **

En los últimos treinta años, el mundo del trabajo ha sufrido importantes transformaciones como la introducción de nuevas tecnologías y formas de organización en el ámbito de la producción que han generado mayores niveles de productividad con menos mano de obra. La crisis de las formas organizativas tradicionales del movimiento obrero y una correlación de fuerzas desfavorable para los sectores populares han hecho que estos desarrollos tecnológicos no impliquen un reparto equitativo de las horas de trabajo directo e indirecto, aumenten los niveles de exclusión del mercado laboral y disminuyan el salario.

Los países de América Latina, en su mayoría, han vivido un proceso de desintegración de las protecciones básicas propias del mundo del trabajo que condena a grandes porciones de estas poblaciones a la incerteza sobre sus condiciones de existencia. Todo ello en un contexto de sensación vertiginosa y de incertidumbre generalizada característica de la sociedad pos-industrial. (Abdala: 2005)

En el marco de los conflictos entre el capital y el trabajo, el análisis de la organización de los movimientos sindicales en América del Sur, en particular en Argentina Brasil, intenta dilucidar cuáles son las condiciones en las que se insertan y/o enfrentan en la actualidad las organizaciones de la clase trabajadora frente a un mercado laboral que transforma vertiginosamente las condiciones del modelo productivo hegemónico.

Para el desarrollo de este análisis, se realizará una breve descripción de las tendencias del movimiento sindical argentino y brasileño y algunas de sus relaciones con los sectores excluidos organizados.

Los nuevos dilemas que el sistema capitalista presenta al Estado y las instituciones político-partidarias, desde fines de la década de los ’90 hasta nuestros días, son relativos al rol del aparato estatal como punto ordenador de las sociedades. En este contexto la articulación entre el movimiento sindical, los movimientos sociales de trabajadores y el Estado, con particular énfasis en los gobiernos de los últimos años, resulta de fundamental importancia a la hora de interpretar los escenarios políticos próximos en estos países y en la región.

Estudiosos del sindicalismo, definen al sindicato como un organismo social destinado a la defensa de los intereses económicos y sociales de los componentes de sus respectivas categorías profesionales, individual o colectivamente. Dichos intereses refieren a las mejoras salariales y de las condiciones de trabajo y de vida en general. Dado que se trata de cuestiones comunes a las trabajadoras y los trabajadores de la propia base social del sindicato, estos organismos unifican a todas y todos los que los integran sin distinción de sexo, raza, credo religioso, orientación sexual o elección política. (Rossi-Gerab)

En Argentina y Brasil, el sindicalismo remonta sus orígenes al tiempo en que el capitalismo industrial logró penetrar en las estructuras sociales de estos países, hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Dada la casi inexistente experiencia de trabajo en la producción industrial de los trabajadores nativos, los gobiernos de ambos países impulsaron una política de promoción de la inmigración europea.

* Profesor Titular Consulto e Investigador Principal – CONICET **Becaria Estímulo -UBA“Fueron los inmigrantes los que trajeron las experiencias en el arte de la producción

industrial y también de las luchas obreras. Los inmigrantes fueron los que iniciaron el proceso

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de enfrentamiento contra la explotación patronal, empuñando las banderas de las ocho horas diarias de trabajo y de las leyes específicas para el trabajo de las mujeres y los menores. De tal modo, las marcas del sindicalismo brasilero, a finales del siglo XIX y principios del XX, son de origen socialista y anarquista, debido a la inmigración europea en el país.” (Rossi-Gerab)

Luego el varguismo y el peronismo crearon modelos sindicales propios de América Latina y semejantes entre sí, fortaleciendo gremios más o menos vinculados a los Estados. Si embargo, desde 1955, la historia socio-económica de los dos países comenzó a diferenciarse profundamente; cada sociedad generó diversas formas de desarrollo capitalista que irían moldeando sindicalismos muy distintos entre sí y en su relación con las fuerzas políticas que apoyan y enfrentan. Los intentos reformadores que se implementaron desde principios de la década actual en Argentina y Brasil también son diferentes. Trataremos en este trabajo de resaltar los caracteres distintivos de las organizaciones sindicales de ambos países, así como su relación política con los gobiernos de los Presidentes Kirchner-Fernández y Lula. Más aun, para entender la historia reciente de los trabajadores organizados en Argentina y Brasil, deben considerarse las recientes transformaciones socio-económicas de los factores de la producción, como los efectos de la globalización, las reformas del Estado y las nuevas formas de producción social y de organización social; ellas antecedieron a dichas Presidencias y las condicionaron Por ello trataremos de demostrar la heterogeneidad de la realidad social y política argentina y brasileña, la cual tienen un punto en común: la tensa relación entre el capital y el trabajo signada por pactos sociales endebles.

I. EL CASO ARGENTINO : EL SINDICALISMO Y LOS GOBIERNOS DE NESTOR KIRCHNER Y CRISTINA FERNANDEZ

En primer lugar analizaremos la relación entre la conducción del Partido Justicialista y el sindicalismo, lo cual conduce a preguntarse si el peronismo ha dejado de ser el partido próximo de los sindicatos o, inversamente, si la histórica “columna vertebral” gremial, concebida por Perón, ha cesado de existir, dada la crisis de los Partidos y la evolución del movimiento obrero y la de sus propios intereses. Cabe revisar brevemente los caracteres de la prolongada vinculación peronismo-sindicalismo y las modificaciones en curso.

A partir de 1976, las principales corrientes sindicales nacionales se diferenciaron cada vez más nítidamente en función de la diversidad de sus vinculaciones sociales y políticas, lo cual condujo a la formulación de proyectos políticos también distintos; sin embargo, esas tendencias no son compartimentos estancos y por ello la mayoría agremiada siguió reunida formalmente en una sola Central Obrera: la CGT.. Su estructuración fue fluida y cambiante, por lo cual constituyeron tanto actitudes sindicales como “nucleamientos” más o menos estables. No es raro encontrar sindicatos o sindicalistas a mitad camino entre dos tendencias-actitudes a las cuales adhirieron o adhieren parcialmente por espacios de tiempo cambiantes. Por lo tanto, es preciso matizar la existencia de divisiones profundas entre la cúpula cegetista peronista; ellas existieron y existen pero no fueron ni son rígidas; ellas siempre tienen un contenido político pero éste no se expresa con plena transparencia.

La crisis de liderazgo político de la clase obrera tiene un condicionamiento económico; éste adquirió particular importancia al estallar la crisis mundial de 1975-1980, la cual tendió a

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modificar la estructura productiva, provocando la concentración y centralización del capital, una relativa des-industrialización y la diversificación del nivel de eficiencia y rentabilidad de las empresas. Asimismo se fragmentaba la unidad del movimiento obrero organizado porque se generalizaban la flexibilización laboral y los sistemas de remuneraciones diversificados, en los cuales salían beneficiados los obreros de las empresas grandes y exitosas y se perjudicaban los asalariados de los sectores de la producción que iban quedando rezagados. Este es un fenómeno mundial que influyó con particular fuerza en la realidad local, dada la vinculación particular entre la CGT y el Estado argentino desde 1946.

Pese a la actual “distancia” entre la dirigencia gremial nacional y las bases sindicales, la cúpula cegetista ha ido reflejando, de manera no mecánica y de forma parcial, la atomización de la clase obrera, tendencia que las agudas y sucesivas crisis no hicieron más que profundizar. Asimismo, hemos constatado que, al contrario de otras instituciones, el discurso y la práctica de la CGT y de la mayoría de sus líderes no se adaptó con rapidez al condicionamiento impuesto por la modificación del paradigma productivo durante los años setenta y ochenta. La “lentitud de reflejos” de los dirigentes sindicales frente a los mencionados cambios contribuyó a restarles prestigio y también a agudizar sus divisiones internas.

1- Tendencias al interior del movimiento sindical

Analizaremos a continuación las principales características de las vinculaciones y los proyectos políticos de las tendencias sindicales que conforman el movimiento obrero argentino; en particular la CGT de tradición peronista se caracteriza por una relativa formal y antiguas corriente con diversidad de proyectos políticos:

a) La tendencia “participacionista”

El participacionismo constituye un modelo de sindicalismo subordinado al Estado y cooperativo con el sector capitalista hegemónico. Ese modelo generó la consolidación de un “nucleamiento” estable y cohesionado; y también actitudes participacionistas en las otras corrientes sindicales.

Desde el punto de vista de sus vinculaciones políticas con el peronismo, ellas pasaron a ser coyunturales desde fines de los años ’60; incluso, en el período de “apertura política” de 1972, los principales dirigentes de esta tendencia gremial estuvieron a punto de dividir al peronismo debido a su acercamiento a la estrategia del General Lanusse. Perón neutralizó esta maniobra y el dirigente Coria, el principal responsable de la misma, fue marginado aun dentro de su propio sindicato.Este sector se reconstituyó formalmente en 1977, a instancias de las intervenciones militares de los principales sindicatos del país; luego, tuvo una actitud pasiva de oposición a la dictadura y llegó a dialogar con sus voceros, oponiéndose a la acción de la “Comisión de los 25” en pos de reorganizar la CGT. Sin embargo este nucleamiento restableció la unidad sindical bajo la dirección de “los 25” cuando, en 1984, el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín intentó dictar una Ley que amenazaba el modelo de vinculación sindical imperante. La vinculación corporativa del participacionismo con el Estado, la cual no se diluyó con el ascenso del radicalismo al gobierno. Aunque la mayoría de los dirigentes participacionistas

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siguieron actuando en el peronismo, su principal objetivo pasó a ser la defensa de sus intereses sectoriales y la negociación con todos los factores de poder que les asegurasen ampliar el rol de sus corporaciones.

Una organización gremial corporativizada carece de proyecto político propio y sobre todo colaborará con aquellos que se implementen desde el Estado. Ello sucedió en cada vez mayor medida con el participacionismo de filiación peronista, independiente o relacionado con otros partidos políticos (UCR, MID, PS, etc.).

Como consecuencia de esta actitud sindical, muchos de sus personeros pasaron a ser minoritarios tras las elecciones internas del justicialismo en 1983. Las elecciones sindicales de 1984-1985 significaron un nuevo retroceso para la corriente participacionista; varios de sus dirigentes fueron derrotados por agrupaciones que habían surgido para enfrentar o, al menos, para oponerse a la dictadura. Sin embargo, la saludable influencia de las elecciones sindicales, impulsadas por el gobierno democrático, estuvo precedida por el restablecimiento de la unidad de la CGT, con lo cual volvían a mezclarse los participacionistas con las demás tendencias sindicales y, particularmente, con “las 62” de tendencia negociadora.

En 1985, se fue delineando una nueva faceta de esta corriente sindical; cuestionada por los citados resultados electorales pudo reunir a muchos gremialistas poco dispuestos a enfrentarse con “ningún tipo de gobierno”… “ni con ningún empleador”. El participacionismo, encarnado por Jorge Triaca (Plásticos), colaboró con el gobierno de Alfonsín y. al mismo tiempo, abandonó sus vinculaciones con sectores militares tentados por el “golpismo”. Al interior de la CGT pasó ser a ser una corriente minoritaria y en el Partido Justicialista fue desplazado por el “peronismo renovador” que tomó distancias políticas de todos los dirigentes sindicales, en parte responsables de la derrota política de 1983.

En 1988 el ala participacionista de la CGT apoyó la candidatura de Carlos Menem y, después de su viraje hacia una economía de mercado, obtuvo el Ministerio de Trabajo y pasó a controlar la CGT. La central sindical, controlada por el sector participacionista, acompañó explícitamente la política oficialista sin recibir a cambio concesiones significativas, salvo el mantenimiento de la estructura de las Obras Sociales Ello dividió cada vez más a la cúpula dirigente entre los sectores asociados a diversos negocios promovidos por la desregulación económica y las privatizaciones; y, por otra parte, los grupos dirigentes de sindicatos que desaprobaban cada vez más el rumbo económico-social del gobierno. Esta segunda postura no tuvo un peso hegemónico en las organizaciones de mayor poderío entre 1990 y 2002, salvo el caso del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), crítico del neoliberalismo.. Por ello, la CGT mayoritaria, liderada por Secretarios Generales como Gerardo Martínez (Construcción), apareció desorientada y reducida a una actitud defensiva y vacilante durante los años noventa.

Después de la crisis de 2001-2002 el participacionismo sindical fue desplazado en la cúpula de la CGT que se reunificó alrededor de dirigentes opuestos al modelo neoliberal. Esta unidad formal se resquebrajó en julio de 2008, momento en que la coalición que apoyaba al kirchnerismo comenzó a fracturarse. Surgió la CGT “Azul y Blanca” participacionista liderada por Luis Barrionuevo (Gastronómicos), separada de la CGT

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El desprestigio del sindicalismo en diversos estratos sociales medios y hasta populares está ligado a la imagen del sector que analizamos, más propenso a componendas en detrimento de los trabajadores y a grados de corrupción, exaltados por una sostenida prédica anti-sindical. De ese desprestigio deriva su irrelevante proyección política.

b). La tendencia “negociadora”

El sector “negociador” fue el eje de la vinculación estructural de la organización obrera con el Partido/Movimiento Peronista, a través de las “62 Organizaciones” controladas entre 1960 y 1990 por los grandes sindicatos de los trabajadores industriales (metalúrgicos, textiles, etc.), bajo el liderazgo de los metalúrgicos Augusto Vandor y, luego de su muerte, Lorenzo Miguel.

Esa vinculación ligaba a los dirigentes cegetistas con el mismo Perón y, aunque dicha relación haya tenido etapas conflictivas, se mantuvo vigente hasta la desaparición del líder justicialista. A partir de entonces, el peronismo careció de un liderazgo plenamente acatado en la práctica política y el grupo sindical mayoritario trató de llenar ese vacío de poder con muy poca fortuna.

En 1975, la CGT no tenía un proyecto claro de gobierno frente a la seria crisis económica que hizo eclosión; sus “recetas” eran ya inadecuadas para satisfacer las demandas de los trabajadores y, al mismo tiempo, las exigencias del capital. El sector “negociador” (que controlaba la central obrera) no pudo mantener la disciplina de sus huestes y prefirió ponerse a su frente, contribuyendo a desatar una espectacular carrera inflacionaria; tampoco hizo concesiones de fondo al sector monopólico del bloque dominante, lo cual condujo a su adhesión al golpe de marzo de 1976. A partir de este período, los sindicalistas “negociadores” se encontraron sin un referente político que los guiase, sea para resistir al poder autoritario, sea para concebir nuevas alternativas sociales y gremiales.

La vinculación política estructural con el peronismo se debilitó en la medida que la escasa organización del Partido/Movimiento se reveló insuficiente para sustituir a la conducción personal del líder desaparecido, cuya sucesora Isabel Martínez no tenía envergadura política.. Además algunos sectores “negociadores” se inclinaron hacia la “participación” y otros hacia la “confrontación”…, con lo cual se debilitó su carácter hegemónico al interior de la CGT.

Contra este sector hegemónico sindical, la dictadura de Videla había actuado con dureza, encarcelando a sus principales dirigentes e interviniendo los sindicatos claves que, en general, estaban liderados por antiguos “vandoristas”. El llamado “Proceso” dudaba acerca del destino que le correspondía a sindicalistas como Lorenzo Miguel; tras un año de vacilación se impuso la línea que prefirió tolerar ciertas actividades estrictamente gremiales de este grupo directivo.

Miguel y la mayoría de los dirigentes “negociadores” marginados en 1976 no aceptaron esa propuesta y en noviembre de 1980 acordaron reinstaurar las disueltas “62 Organizaciones Peronistas” en una postura tradicionalmente equidistante de la “participación” y de la “confrontación”. A fines de 1981, el la línea negociadora coincidió con “los 25” en la formación de la CGT que, por su sola existencia, implicaba una contestación a la dictadura. Saúl Ubaldini era el candidato de “los 25” y el líder metalúrgico lo aceptó como dirigente de un sindicato pequeño ( cerveceros).

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En el ocaso de la dictadura, ascendía la estrella de Miguel; a fines de 1982, pese al activo rol opositor jugado por “los 25”, el sector “negociador” recuperaba la mayoría sindical, animada por los dirigentes proscriptos en 1976 y así pasó a liderar el Partido Peronista en las elecciones de 1983.

Este grupo logró éxitos por la habilidad política de “Lorenzo”, figura que nunca pudo opacar la de su predecesor, Augusto Vandor, pero que demostró una notable capacidad de recuperación frente a las y la adversidad. Por ello, en 1983 Miguel pudo imponer sus preferencias por la candidatura presidencial de Ítalo Luder pero chocó contra la obstinación de Herminio Iglesias por ser gobernador de la Provincia de Buenos Aires, alentado por la derecha peronista, sectores militares “procesistas” y algunos líderes de las mismas “62 Organizaciones”. Peor aún, Miguel no pudo ni supo organizar una campaña electoral unitaria que compensase la notoria capacidad de convocatoria de Alfonsín y su discurso “democrático” que “llegaba” mucho más exitosamente que el de Luder.

Las incoherencias y debilidades del “justicialismo 1983”, más el recuerdo del penoso período de gobierno de Isabel, decidieron la derrota electoral del Partido que, en vida de Perón, nunca había sido vencido políticamente en las urnas. De ella surgían dos responsables principales: Iglesias, por su desaforada aptitud de mostrar la imagen más reprobable del peronismo (patoterismo, incultura, irracionalidad); y Miguel, por encarnar el mítico “poder sindical” que tanto había preocupado al “Proceso” y que ahora ahuyentaba al electorado medio. Desde otro punto de vista, “las 62” expresaban un sindicalismo complicado menos real que simbólicamente con el “Proceso” y los militares, pero criticado por su desprolijidad en el manejo de los fondos gremiales, sus tendencias autoritarias y, para una franja creciente del electorado juvenil y femenino, por su despreocupación frente a la violación de los derechos humanos cometida por el “Proceso” en una escala sin precedentes en la Argentina del siglo XX.

Iglesias continuó recorriendo el camino de la impopularidad y fue derrotado por la propia estructura partidaria. Por el contrario, Miguel abandonó la primera línea del combate político y, en cierto modo, logró recomponer su perfil de dirigente sindical; ganó las elecciones de la UOM y reafirmó su control de “las 62”. Primero se alió con los participacionistas para neutralizar a “los 25” confrontacionistas en abril de 1985 y, luego, se convirtió en uno de los árbitros del Congreso Normalizador de la CGT. La reconstitución de la unidad cegetista, a principios de 1984, se vio facilitada por la amenaza que significaba el proyecto alfonsinista de reorganización sindical que implicaba elecciones gremiales bajo directo control de la autoridad estatal; esa unidad entre participacionistas y confrontacionistas fue posible por la existencia de un fuerte sector “puente”, encarnado por el ala negociadora.

Luego, en los años de gobierno democrático, se debilitó la influencia política de la corriente sindical porque ella perdió peso al consolidarse el peronismo “renovador” en la conducción partidaria, el cual limitó la influencia de la rama sindical.

Sin embargo, subsistió su proyecto de un sindicalismo cobijado por un Estado regulador de la economía; por ello el sector negociador conservó su tradicional proyecto y discurso económicos ambiguos que caracterizan la historia misma del peronismo. Desde 1994, el ala

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negociadora intentó vanamente fortalecer y ampliar su vinculación estructural con el Partido Justicialista, tratando una y otra vez de revitalizar “las 62 Organizaciones” como rama política del mismo. Sin embargo, la mayoría de los dirigentes políticos del justicialismo, comprometidos con la política neoliberal del Presidente Menem, no tuvieron interés en favorecer la expansión de la influencia sindical.

Ante las claudicaciones de la conducción de la CGT frente al plan neo-liberal, la UOM y un sector sindical aliado reflotó, en 1996, una aproximación al MTA, expresión de una nueva tentativa de regenerar el rol reivindicativo de la central obrera. La nueva coalición contribuyó a una nueva unificación formal de la CGT en 2004-2005 con el fin de apuntalar el modelo económico heterodoxo iniciado por el Presidente Duhalde y consolidado por el kirchnerismo. Sin embargo, los cambios en la estructura productiva del país determinaron que los sindicatos industriales, tal como la Unión Obrera Metalúrgica, cedieran su rol mayoritario a los de servicios (camioneros) que pasaron a ser mayoritarios en la CGT..

c). La tendencia “confrontacionista”

El confrontacionismo fue una tendencia sindical organizada, además de una actitud táctica, la cual se manifestó en los años sesenta como oposición a la línea vandorista-negociadora hegemónica. Hasta 1968 este sector conservó una vinculación estructural con el peronismo político, en el cual cumplía la función de ala ofensiva. Luego de la creación de la CGT de los Argentinos, bajo la dirección de Raimundo Ongaro (Gráficos) los confrontacionistas cometieron diversos errores que frustraron la renovación sindical y deterioraron su vinculación política con la conducción justicialista.

El peronismo podía contener elementos confrontacionistas en la medida que éstos aceptaron ser parte de un conjunto mayor. Pero, a partir de 1969, los grupos sindicales peronistas radicalizados perdieron de vista esa perspectiva y creyeron que el conjunto del Movimiento “debía” someterse a sus dictados. Ello fue una derivación del clima de insurrecciones juveniles que se vivía en la región y en el mundo y por la particular circunstancia de la proscripción impuesta a Perón; asimismo, el crecimiento del “clasismo” obligaba a extremar posiciones...

Los confrontacionistas perdieron apoyo en las estructuras sindicales establecidas y fueron desautorizados por Perón, quedando políticamente aislados; luego, algunos de ellos tendieron a confundirse con las posturas combativas. Esta tendencia se acentuó durante el gobierno justicialista de 1973 a 1976, cuyo plan de gobierno y cuya práctica no se correspondían plenamente con el programa confrontacionista de Huerta Grande (1962) o el de la CGT de los Argentinos del 1º de mayo de 1968. Por otra parte, los grupos radicalizados iniciaban entonces una ofensiva anti-burocrática al interior de la CGT y los sectores confrontacionistas pasaron a ser hostilizados por el propio régimen justicialista, sobre todo después de la muerte de Perón.

El resurgimiento de una actitud y, luego, de una línea sindical peronista de confrontación fue la consecuencia más positiva de la dura ofensiva anti-sindical del llamado “Proceso”: la “Comisión de los 25” encarnó al movimiento social más numeroso que resistió a la dictadura desde 1979. De ella derivó la reconstitución de la CGT bajo el liderazgo de Saúl Ubaldini (cervecero), apoyado también por la línea negociadora. Sin embargo, las carencias de la

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conducción política justicialista impidieron la consolidación de este sector antes y después de la derrota electoral de 1983; no obstante, esta corriente sindical aportó su cuota de imprescindible apoyo al triunfo del peronismo “renovador” en las estructuras partidarias ente 1985 y 1987.

El fenómeno del liderazgo ubaldinista y el avance de los sectores confrontacionistas en las elecciones sindicales de los años ochenta merecen una consideración complementaria. Saúl Ubaldini, proveniente de un pequeño sindicato, fue adquiriendo vuelo propio por su imagen de gremialista “nuevo” y no contaminado por la corrupción a partir de su elección como Secretario General de la proscripta CGT a fines de 1980. Al terminar el “Proceso”, era la única figura gremial que, según las encuestas, contaba con porcentajes de aceptación elevados en el conjunto de la opinión pública; lo mismo sucedía al interior del peronismo. Luego, Ubaldini no desperdició ese capital sino, al contrario, lo jugó en huelgas generales y manifestaciones en el centro de Buenos Aires, en las cuales fue el único orador. En ciertos momentos, encarnó “la” oposición a la política económica del gobierno de Raúl Alfonsín, quizás por las carencias del Partido/Movimiento Justicialista.

A fines de 1985, Ubaldini se acercaba a “las 62” y a Lorenzo Miguel, alejándose de “los 25” para asegurarse el cargo de Secretario General en el Congreso Normalizador de la CGT; en ese momento Ubaldini llegó a estar más próximo de la línea negociadora que de “los 25” confrontacionistas, lo cuial demuestra su capacidad de reacomodamiento es los vaivenes de la sutil política sindical.

Este “juego florentino” de alianzas que se hacían y se deshacían y la tarea de negociación-confrontación que realizó la CGT “unitaria” respecto del gobierno de Alfonsín, fueron desgajando diferencias de concepción y de pertenencia ideológica en el seno del confrontacionismo. Por ello el viraje del Presidente Menem al neo-liberalismo fue acompañado por el desplazamiento de Saúl Ubaldini de su puesto de Secretario General de la CGT, el cual fue ocupada por participacionistas apoyados por la línea negociadora.

En las luchas de la Resistencia Peronista o en las del primer lustro de los años sesenta, el objetivo político de la casi totalidad de las luchas obreras (compartido por el ala negociadora de tradición vandorista) fue el retorno del peronismo al gobierno; de ahí derivaron su carácter masivo y algunos éxitos políticos. Por su parte, las bases obreras, sin cuyo concurso hubieran sido imposibles tantas y tan variadas formas de lucha, poseían un sentimiento anticapitalista y, en muchos casos, hostilizaban al sector patronal por una profunda convicción de clase. Pero ese hostigamiento no se llevaba a cabo con el fin de crear una sociedad alternativa de definidos contornos superadores del capitalismo. Al menos la mayoría de las bases peronistas eran poco o nada conscientes de ese objetivo.

Los dirigentes confrontacionistas de los años sesenta y los surgidos después de 1976, expresaron ese estado de consciencia de las bases sindicales, inclinado a cierto hostigamiento del capitalismo explotador; cabe subrayar que ese anticapitalismo de la clase obrera argentina está teñido de un fuerte nacionalismo que intuye las limitaciones y las insuficiencias sociales de un capitalismo cada vez más transnacionalizado.

Por ello, frente a la política neoliberal del menemismo surgieron nuevas formas de confrontacionismo. En primer lugar el Congreso de Trabajadores Argentinos (CTA), luego

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Central de Trabajadores Argentinos, creado en 1992, consolidó su proyecto de conformar una organización de trabajadores totalmente diferenciada del modelo sindical y político de la CGT de origen peronista. Sus definiciones fundacionales han sido llevadas a la práctica y ello posibilitó la afiliación de sindicatos, seccionales, agrupaciones, movimientos sociales y aun de individuos, lo cual permitió elegir a los dirigentes nacionales y regionales por el voto directo de sus afiliados.

La CTA no creció numéricamente de forma espectacular; sus principales sindicatos son representantes de empleados públicos y maestros pero alcanzó una fortaleza ética de la cual emergió la “carpa de la dignidad” como original protesta de los docentes en los años noventa; asimismo la CTA acompañó a los jubilados y desocupados, víctimas principales y más vulnerables del duro ajuste estructural de los años noventa; confluyó unitariamente con todas las movilizaciones significativas de 1996 y 1997 pero aislado no hizo sentir su presencia. Fracasado su diseño de un nuevo “Partido de los Trabajadores” tuvo contradicciones y dificultades para proyectarse políticamente. Sin embargo, se transformó en una segunda central alternativa a la CGT, por primera vez desde 1930; también tuvo una importante y original proyección en movimientos de desocupados y excluidos.En mayo de 1997, el Gobierno le reconoció formalmente el carácter de persona sindical, como resultado de múltiples presiones internas e internacionales. Sin embargo, no logró aún personería gremial y sufrió tensiones y divisiones derivadas de su relación con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Por otra parte, el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), surgido en 1995, también se manifestó contra el neo-liberalismo imperante. Inicialmente alcanzó cierto protagonismo, en la medida que su táctica de ocupar espacios al interior de la CGT para recuperarla desde adentro, pareció triunfar en agosto-septiembre de 1996. Entonces se pactó un Congreso extraordinario donde, desde su debilidad numérica, el MTA apoyó la promoción del negociador Rodolfo Daer como Secretario General y ubicó como Secretario Adjunto a su dirigente Palacios, de la UTA. Ese Congreso lanzó el nuevo paro unitario de 36 horas que, por primera vez, enfrentaba a la CGT con el gobierno menemista.

El ímpetu del accionar del MTA se fue desdibujando en los años posteriores en la medida que el sector dirigente de la CGT continuó negociando con los gobiernos menemista y aliancista sin lograr modificar sus políticas económicas y sociales. Sin embargo, sectores del MTA denunciaron la Reforma Laboral impuesta por el FMI, la cual derivó en un escándalo que afectó al gobierno del Presidente De la Rúa. En el año 2001 se diluyó definitivamente su intento de constituir una Central disidente y pasó a ser una tendencia al interior de la CGT. Ella se impondría, aliada a sectores negociadores, a partir de 2004, estableciendo una relación política y partidaria con el gobierno kirchnerista.

d). La tendencia “combativa” o “clasista”

El sector gremial “clasista” no pudo insertarse en partidos políticos significativos entre 1945 y 1985; tampoco pudo transformar desde adentro el peronismo, tal como lo intentaron diversos grupos y tendencias minoritarias que adhirieron al justicialismo porque allí estaba (y está) la mayoría de la clase obrera.

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Las causas de ese fracaso son variadas y difíciles de explicar al margen del estancamiento de l proceso de industrialización que vivió la Argentina desde 1976::

- el intento de copamiento de los sindicatos peronistas después de noviembre de 1955 por parte de los diversos sectores clasistas, confundidos con sindicalistas “democráticos” próximos a la ORIT y con las intervenciones militares de esos gremios;- el maximalismo anti-burocrático peronista y no peronista de comienzos de los años setenta que confundió al “vandorismo” con el capital monopólico y concluyó asesinando dirigentes cegetistas burocratizados (o sospechosos de estarlo);- la represión de la última dictadura que eliminó dirigentes y bases clasistas y prohibió de hecho el funcionamiento de Comisiones Internas en los lugares de trabajo. - el sectarismo político-ideológico de los partidos de las diversas tendencias marxistas, el cual impidió la realización de Frentes socio-políticos sólidos con las bases peronistas radicalizadas antes de 1976 y después de 1983.

Pese a ello, hubo un crecimiento del clasismo tradicional y del inspirado en la “nueva izquierda” maoísta o trotskista a partir de la crisis de 2001-2002. . Se radicalizaron sindicalistas peronistas y surgieron líderes marxistas jóvenes, representativos de la generación emergente; sobre todo a partir de la reactivación de la acción sindical en 2004.

En los últimos años renacieron con mayor fuerza corrientes clasistas combativas ajenas al sindicalismo peronista y con apertura a sectores sociales excluidos (desocupados, trabajadores de provincias y barrios pobres, etc.). Algunas tendencias se vincularon a la CTA y otras son autónomas. Por ahora constituyen una dinámica minoría social y sindical.

2. Proyección política y comportamientos del sindicalismo frente al proyecto del kirchnerismo”

Las elecciones del año 2003 arrojaron como vencedor al Gobernador de Santa Cruz Néstor Kirchner, apoyado por el Presidente Duhalde; él sólo obtuvo un poco más de 22% de los votos, quedando segundo de Carlos Menem en la primera vuelta electoral y superándolo en todas las encuestas sobre el ballotage, lo que llevó al ex-Presidente a desistir del mismo. Aun así la fragmentación social y política que se manifestó en 2001 era aguda; cerca de 40% del electorado votó por posturas neoliberales.La alianza socio-política que Duhalde transfirió a su delfín era endeble; la conformaban sectores productivos industriales y agropecuarios favorecidos por la devaluación con un tibio apoyo del antiguo MTA y una parte de la CTA. Al principio de su gestión la imagen dinámica de Kirchner le fue ganando simpatías de sectores medios castigados por la crisis. Luego tomó decisiones audaces y difíciles para establecer un mínimo orden político: -restaurar la autoridad del Estado y de la clase política, reabriendo los juicios por delitos de lesa humanidad; ello le otorgo el sostén en una parte de los movimientos de derechos humanos y lo enfrentó a los estamentos militar y clerical, cuya posible convergencia podría volver a amenazar la vida democrática. Ello implicó depurar la Corte Suprema menemista, un ejemplo de sumisión al poder político sólo superado por la Corte que apoyó la dictadura militar de 1976 a 1983.

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-mantener el modelo productivo con un peso sobrevaluado, enfrentando las intensas presiones del sector financiero y de las empresas privatizadas; más aun se re-estatizó Aguas Argentinas cuya conducta anti-social y corrupta había sido responsabilidad de la importante empresa francesa Suez, esta dirección económica permitió al país crecer, reabriendo empresas industriales medianas y pequeñas, y mantener un superávit fiscal gracias a las retenciones a las exportaciones agropecuarias que se habían establecido durante la Presidencia de Duhalde.-realizar una política laboral agresiva a cargo del Ministro Tomada que restableció el mejoramiento del salario y de las jubilaciones mínimas por imposiciones del Poder Ejecutivo, la reapertura de la negociación colectiva, la inspección de trabajo y el arbitraje del Estado en los conflictos laborales. El incremento del empleo condujo a un aumento de los salarios pactados en las Comisiones Paritarias a partir de 2004. Luego se extendieron jubilaciones mínimas a personas que hubieran discontinuado aportes y tuviesen la edad para retirarse del sector activo (unas 800 mil personas). A medida que mejoraba el nivel de la ocupación se fue a reduciendo el número de beneficiarios del Plan de Jefas y Jefes.En dos años varios de los objetivos urgentes con los que iniciara su gobierno Néstor Kirchner fueron alcanzados y sus resultados fortalecieron la posición presidencial en la política nacional, en el Partido Justicialista y en el Congreso. En las elecciones legislativas del 2005 el kirchnerismo lanzo el Frente para la Victoria (FPV) combinando una base peronista leal a su figura con el apoyo de otras fuerzas políticas y sociales de centro izquierda. Las listas del FPV y las del PJ aliado recogieron el apoyo del 40,1% del electorado a nivel nacional y, a través de esta elección, Kirchner pudo resolver a su favor la interna peronista con Eduardo Duhalde, tarea que estuvo a cargo de las esposas de ambos. Cristina Fernández obtuvo un 25% más de votos que Hilda Duhalde, resultado que golpeó al duhaldismo pero no destruyó su aparato político. En realidad, habiendo fracasado la gran mayoría de opciones renovadoras en casi todas las comunas del Gran Buenos Aires, se gestó una nueva alianza de conveniencia entre el Presidente y los caudillos peronistas del conurbano.

En esta segunda etapa, el kirchnerismo intentó profundizar su relación con la burguesía “nacional” industrial y agropecuaria y con la CGT reunificada y liderada por Moyano y los sindicalistas opositores al neoliberalismo; entonces el gobierno hizo suya la defensa del modelo sindical centralizado ligado históricamente al PJ y contra el cual había tenido un esbozo de crítica al inicio de su período, insinuando un mayor acercamiento a la CTA. Esta coyuntura motivó cambios en el posicionamiento de la CTA con respecto al kirchnerismo y su fragmentación en tres corrientes internas principales: una de acompañamiento al proyecto oficialista (Hugo Yasky y CTERA); una vertiente crítica (Víctor De Gennaro, Claudio Lozano y ATE), y una última que se incorporó a las filas del oficialismo (Edgardo Depetri y diversos movimientos sociales. El Gobierno buscó concretar un pacto social capital – trabajo, instalando el Consejo del Salario y proyectando un Consejo Económico y Social que nunca se concretó. Sin embargo, a partir de 2006, el empresariado comenzó a resistir la política heterodoxa de redistribución; los industriales fueron trasladando el aumento de los salarios a los precios, los acuerdos de precios pactados se diluyeron y la inflación se insinuó; los sectores de propietarios agropecuarios reclamaron con cada vez más intensidad baja de impuestos a las exportaciones y una política sectorial que excluyese el financiamiento de sectores no competitivos de la economía por los altos márgenes de ganancia del conjunto del complejo agrario, altamente modernizado y favorecido por el aumento del precio de los alimentos. Pese al notable crecimiento del PBI a 8-9% durante cuatro años, la puja por la repartición de la renta se

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desarrolla en el 2007 y el Gobierno impone parciles controles de precios e interviene desafortunadamente el INDEC.

La política de transversalidad política del presidente Kirchner fue una respuesta tentativa desde el Poder Ejecutivo a los cambios que el sistema político venía atravesando como resultado de la territorialización y fragmentación del voto y la crisis de todos los partidos políticos, en particular la del Justicialista. Para evitar que la coyuntura de dispersión del poder electoral se tradujese en pérdida del poder político Kirchner desarrolló una estrategia para establecer alianzas políticas con los gobernadores e intendentes de la UCR, mediante la cual logró alinear detrás de su proyecto a varios líderes de ese partido, al tiempo que provocó una fractura al interior del mismo. Un proceso similar dividió al Partido Socialista entre quienes profesaron su cercanía con el proyecto kirchnerista y una rama que reivindicó una postura independiente de aquél. Ello condujo al proyecto de la Concertación Plural que llevó a Cristina Fernández como candidata a Presidenta, acompañada de Julio Cobos, dirigente radical de Mendoza. Las elecciones presidenciales del 2007, planeadas desde el Poder Ejecutivo, lograron perfeccionar la maquinaria electoral del Frente para la Victoria, Le dieron 45% de votos a la candidata Cristina Fernández y cerca de 20 puntos de ventaja sobre la fórmula opositora mejor posicionada; sin embargo, profundizaron las tendencias centrífugas que afectaban el sistema partidario sin lograr consolidar la construcción de una coalición política sólida. La puja social estalló en 2008 y la Concertación Plural se deshizo en pocos meses. Ello condujo a la derrota en las elecciones legislativas del 28 de junio de 2009, en las cuales el kircnerismo se atrincheró en la estructura de un Partido Justicialista profundamente dividido. No analizaremos las circunstancias políticas que explican el deterioro del kirchnerisno en menos de do años sino sólo resaltamos el enfrentamiento entre grupos e intereses sociales que defienden la intervención económico-social del Estado nacional que caracterizó los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández y los que se oponen a ella y apuestan a un proceso productivo regido por las reglas del mercado y la globalización del capital. Ello se debatió confusamente en dichas elecciones y se ha hecho explícito en 2009.La política laboral de los gobiernos kirchneristas fue estructurada según tres ejes: la política de salarios y protección del trabajador, instrumentalizada mediante decretos presidenciales y acuerdos corporativos; la reestructuración del marco regulatorio de las relaciones laborales llevada a cabo en la arena legislativa; y los planes elaborados por el Ministerio de Trabajo en relación al empleo en negro y el desempleo. La coalición en la que se apoyó el gobierno para implementar las políticas laborales se redujo considerablemente en el número de apoyos;.la CGT, dirigida por Hugo Moyano, se transformó en el actor central que protagonizó las negociaciones corporativas que sostenían los arreglos salariales, a la vez que impulsó en el ámbito legislativo –desde la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados, presidida por el ex abogado de la Confederación, Héctor Recalde- una serie de proyectos que tendieron a mejorar los derechos del trabajador frente a las atribuciones de las empresas. La supresión del “ingenioso negocio” de los ticket-canasta, ideado en los años noventa, es un buen ejemplo de la restauración de normas protectivas del trabajo. Los sectores empresariales y su representación política fueron restando apoyo a esta política y luego condenaron la estatización del sistema de jubilaciones y la eliminación de las AFJP, impuesta en 2007

Las definiciones en materia de política pública de un gobierno no pueden desprenderse de las coaliciones sociales y políticas que las sostienen. En el caso de las políticas laborales del kirchnerismo el principal apoyo del gobierno fue el principal beneficiario de su contenido: la

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Confederación General del Trabajo se constituyó en actor central de la coalición de gobierno y logró mantener el modelo sindical verticalista centralizado. La Ley de Ordenamiento Laboral y la política de salarios ayudaron a sostener una CGT que monopolizara y controlara las demandas de los trabajadores; ello fue un arreglo esencial para mantener la movilización social institucionalizada y, al mismo tiempo, salvaguardar las metas del gobierno en materia de política económica. Ellas fueron acompañadas por un sector de la dividida CTA. Una parte del empresariado apoyó esta concepción pero gradualmente cuestionó de hecho los incrementos salariales, volviendo a generar inflación y amenazas de inestabilidad mayor.

El resultado de esta política laboral fue un fortalecimiento y rejuvenecimiento del conjunto del sindicalismo y de movimientos sociales aliados a sus organizaciones o autónomos. Sin embargo las diversas tendencias históricas del sindicalismo volvieron a diferenciarse frente al debilitamiento político del kirchnerismo:

a) el ala participacionista se alejó de la CGT en 2008, conformando parte del justicialismo disidente y preparando una alternancia al interior de la central obrera “unica”. La CGT “Azul y Blanca” está siguiendo en sentido inverso el camino del MTA en los años noventa y de hecho no desea romper la mítica unidad cegetista. Sin embargo ¿será esta división el preanuncio de una ruptura definitiva en la CGT y en el Partido Justicialista? Desde 1955 hubo cinco coyunturas semejantes y tanto la central de trabajadores de tradición peronista y el Partido Movimiento reconstituyeron su unidad formal.

b) las tendencias confrontacionista y negociadora mantuvieron una tensa alianza al interior del Partido Justicialista kirchnerista, la cual es inestable. Ambas lograron recuperar un rol político significativo de la rama sindical al interior del PJ, desconocido desde 1987. La CTA, dividida en tres tendencias, sigue negociando con el gobierno de Cristina Fernández el otorgamiento de la personería gremial.

c) La tendencia combativa no peronista minoritaria ha recuperado Comisiones Internas significativas y expresa el cuestionamiento radical por nuevas generaciones de sindicalistas del capitalismo que genera explotación y exclusión.

La recuperación de la capacidad de gobierno fue un hito fundamental en la primera etapa del gobierno de Néstor Kirchner y el decisionismo y la unilateralidad y la fueron herramientas válidas en el proceso de reconstitución de la autoridad presidencial. Si se tienen en cuenta las opciones que se le presentaron a Néstor Kirchner en los inicios de su mandato y las decisiones que tomó frente a poderes fácticos e institucionales puede apreciarse que su camino fue quizás el único posible para intentar resolver el problema del destruido Estado de Derecho argentino y el de la restauración de una justicia social mínima. Ello lo enfrentó a enemigos sociales e institucionales que sólo desean destruir su programa económico-social heterodoxo e inclusivo. Es preciso reconocer que el debate y la negociación son mecanismos esenciales de la construcción política y su ausencia o limitación en la formulación de acciones estatales dificulta la tarea de lograr consensos que garanticen la efectividad de sus decisiones en el largo plazo. Quizás al kirchnerismo le ha faltado capacidad para lograr legitimidad pero la historia y el actual escenario regional hacen sospechar que sus enemigos sociales y políticos actúan en de defensa de una estructura social inicua porque amenazados sus privilegios y están dispuestos a

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conservarlos a cualquier precio. Para ellos la democracia es válida si los favorece. Una vez más tienen la capacidad de arrastrar a vastos sectores medios confundidos.

2. EL CASO BRASILEÑO. EL SINDICALISMO Y EL GOBIERNO DE LULA DA SILVA

En el marco de los conflictos entre el capital y el trabajo, el análisis de la organización de los movimientos sindicales en Brasil, permitirá dilucidar cuáles son las condiciones en las que se inserta y/o enfrenta en la actualidad la clase trabajadora frente a un mercado laboral que transforma vertiginosamente las condiciones del modelo productivo hegemónico.

Para el desarrollo de este análisis, se realizará una breve descripción de las tendencias del movimiento sindical brasilero, categoría que abarcará, principalmente, a las centrales sindicales de este país.

En la actualidad, al hablar de sindicalismo en Brasil, deben considerarse las centrales sindicales que agrupan a la mayoría de los sindicatos del país, articulaciones sindicales de menor envergadura y reciente historia y, por último, incluir a los movimientos sociales organizados que desde hace más de dos décadas han sido parte protagonista en la historia de las reivindicaciones de la clase trabajadora. Sin embargo, para entender la historia reciente de los y las trabajadores organizados en este país, deben considerarse las transformaciones socio-económicas de los factores de la producción, como los efectos de la globalización, las reformas del Estado, las nuevas formas de producción social y de organización social.

El movimiento obrero también se vio afectado por la revolución tecnológica y la eliminación de las últimas fronteras jurídicas que, durante la década de los ochenta hasta principios de este milenio, permitieron al capital una amplia libertad de movimiento. ¿Cuáles fueron los efectos de estas transformaciones en el movimiento obrero brasileño y de qué modo incidieron en el escenario político nacional? Trataremos de responder a esta pregunta.

1- Tendencias al interior del movimiento sindical

Para entender la conformación del movimiento sindical de Brasil, es necesario explicar las transformaciones de la relación entre el capital y el trabajo en las últimas tres décadas.

Promediando la década de los ochenta del siglo XX, luego de la tercera revolución industrial, Brasil, como la mayoría de los países de América Latina, fue destinatario del plan de reformas estructurales que los organismos multilaterales y las potencias mundiales recomendaron a los países tercermundistas. A partir de entonces, se produjo la desregulación del mercado laboral, lo que consecuentemente generó la destrucción de puestos de trabajo, con el consiguiente aumento creciente de la desocupación y de la precarización laboral.

La década de los ochenta mostró el agotamiento de los modelos económicos de industrialización por sustitución de importaciones, que se habían ensayado como salida a la crisis de 1930. Hacia fines de los ’90 Torre escribía: “Con el impulso de las reformas estructurales mediante las cuales dichas orientaciones (racionalización y reducción del papel del Estado) se han implementado en la última década, la era del desarrollo hacia adentro y

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promovido desde el Estado que presidió hasta entonces el desenvolvimiento económico y social de América Latina ha entrado aceleradamente en la historia, para ser reemplazada por un nuevo patrón de desarrollo centrado en la inversión privada, la apertura externa y las señales de mercado.” (Torre: 1998)

A partir de este nuevo paradigma de organización de la productividad, las nuevas sociedades modernas en general y el mercado de trabajo en particular se fragmentan entre quienes tienen acceso a la modernidad y quienes no lo tienen: “la marca de la pertenencia o no al sistema productivo descansa fuertemente en el nivel de educación o calificación alcanzado. (...) Nunca antes el conocimiento había sido un determinante tan fundamental para acceder al sector moderno de la economía” (Isuani-Nieto: 2002).

Estas transformaciones en el mundo del trabajo, marcaron la configuración del actual movimiento sindical brasileño, el cual hacia fines de la década del setenta y principios de los ochenta adquiere nuevas formas y protagonismo para intervenir en el curso de la historia de los trabajadores de dicho país hasta nuestros días.

Durante el siglo XX, se identificaban en el sindicalismo brasileño tres grandes tendencias: el llamado “peleguismo”, el sindicalismo clasista y el sindicalismo de resultados. El “pelego” (se traduce como “piel de oveja” del portugués al español) en el sindicalismo, es el dirigente que fue impuesto y llegó a la dirección del sindicato por medios dudosos o se corrompió durante el ejercicio de sus funciones; pretende engañar a los trabajadores y traiciona sus intereses favoreciendo a la patronal o al gobierno. (Rossi-Gerab: 2009) El “peleguismo” fue el resultado de la decadencia del sindicalismo varguista, la cual se consumó después del golpe militar de 1964 y la proscripción de toda actividad sindical que pusiese en cuestión el modelo de acumulación capitalista impuesto desde el Estado.

De las resistencias a estas prácticas “peleguistas”, fueron surgiendo iniciativas en las ciudades industriales – iniciativas clandestinas y de acción pública en asambleas sindicales- entre grupos al interior del movimiento sindical que, progresivamente, confluyeron en la conformación de un movimiento auténtico de combate a la estructura sindical tradicional.

En 1979, se formaron dos grandes bloques de sindicalismo en Sao Paulo: por un lado, el bloque de la Unidad Sindical representando el ala reformista y compuesto por el Partido Comunista Brasileño (PCB pro-soviético), el Movimiento Revolucionario – 8 de octubre (MR8 guevarista) y el Partido Comunista do Brasil (PCdoB maoísta) aliados a los “pelegos”. Por el otro lado, el bloque de los Auténticos, con base en los sindicatos, con una postura de enfrentamiento constante con la patronal y el gobierno y aliados a la oposición a los sindicatos “pelegos”. (Rossi-Gerab: 2009) Éste último bloque es el que representa la tradición del sindicalismo clasista en Brasil y que, hacia fines de los setenta y principios de los ochenta, funda la CUT.

Una primera descripción del sindicalismo brasilero en la actualidad permite hablar de la existencia de seis centrales sindicales: la Central Única de los Trabajadores (CUT), Fuerza Sindical (FS), la Unión General de los Trabajadores (UGT), la Central General de los Trabajadores de Brasil (CGTB), la Nueva Central Sindical de los Trabajadores (NCST) y la Central de los Trabajadores y Trabajadoras de Brasil (CTB). Existen además, dos articulaciones sindicales que no están constituidas como centrales sindicales: Conlutas e Intersindical.

La central sindical más grande es la CUT (que tiene 27 millones de afiliados), fundada bajo principios socialistas en 1983 y comandada por el Partido de los Trabajadores (PT), encarnó más de veinte años el denominado “sindicalismo clasista”. Desde la llegada de Lula al gobierno, la cúpula sindical de la CUT ha establecido fuertes vínculos con el gobierno, lo que le ha valido fuertes críticas de sectores de la izquierda sindical por el tono reformista que ha

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adquirido su discurso en relación al gobierno, sin embargo, en la práctica, su programa continua reflejando los principios socialistas.

La segunda en representatividad es la Fuerza Sindical, creada en 1990 por dirigentes ligados a Collor de Melo para encarnar el denominado “sindicalismo de resultados” de armonía con el capital y de apoyo al gobierno de Collor. FS está vinculada al Partido Democrático Laborista (PDT en portugués) de tendencia varguista.

Más recientemente y como resultado de la fusión de otras centrales - Confederación General de los Trabajadores (CGT), Social Democracia Sindical (SDS), Central Autónoma de Trabajadores (CAT) y un amplio grupo de sindicatos independientes-, fue construida la UGT en julio de 2007. Esta central se define como organización que nuclea trabajadores empleados, así como también desempleados, y establece fuertes líneas de acción contra la informalidad.1

La CUT, FS y la UGT están afiliadas a la Central Sindical Internacional (CSI) y forman parte de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS).

Por su parte, la Nueva Central Sindical de los Trabajadores (NCST) fue creada en junio de 2005, es la única con sede en Brasilia y está compuesta por siete Confederaciones y 136 Federaciones, representando a casi 12 millones de trabajadores en todo el país. La NCST se define como una central independiente, clasista y autónoma. La posición de esta central en relación al gobierno de Lula es crítica porque entiende que el mismo está inmerso en una crisis política de legitimidad. Sin embargo, esta posición no aleja a la NCST de las demás centrales sindicales del país con las cuales establece líneas de acción conjunta en la lucha por los derechos de las y los trabajadores.

En el caso de la CTB, la misma fue creada en diciembre de 2007, a partir de una fracción de la izquierda de la CUT y bajo la influencia del PCdoB. Los principios de unidad, democracia, independencia, solidaridad, internacionalismo y emancipación, entre otros, definen a la CTB como una central clasista y socialista.2

Por último cabe destacar que, la historia de los trabajadores tiene directa relación con la CGT de Brasil, desde 1986 denominada CGTB. La CGT fue creada en 1946 bajo la influencia del Partido Comunista Brasileño (PCB) tras un gran encuentro denominado Conclat - Conferencia de las Clases Trabajadoras. La CGT estuvo atravesada por los efectos que causó la dictadura sobre el movimiento obrero y las denominadas leyes “trabalhistas” (impulsadas por Vargas). Hacia fines de los setenta y principios de los ochenta, la CGT dividió sus filas y por ello es que la mayoría de las centrales sindicales contienen sindicalistas provenientes de la misma.3

Conlutas y la Intersindical son dos articulaciones sindicales de orientación trotskista que surgen de rupturas en la composición de la CUT en 2003, con la llegada de Lula al poder.

Además de las centrales y agrupamientos sindicales, forman parte del movimiento de trabajadores, sectores organizados excluidos - algunos con delimitada institucionalidad y organización y otros de estructuras más difusas. Entre ellos pueden mencionarse al Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), el movimiento negro, el movimiento de barrios, el movimiento comunitario y el movimiento estudiantil.

Para la siguiente caracterización de los comportamientos políticos del movimiento sindical en la escena nacional se considerarán a las dos mayores centrales sindicales que son la

1 Fuente: Entrevista a referente sindical de la UGT (diciembre de 2009).2 Fuente: sitio web de la CTB http://portalctb.org.br (Consulta: 2/12/2009).3 Fuente: Entrevista a referente sindical de la CGTB (diciembre de 2009).

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CUT y Fuerza Sindical, así como también a la UGT y CTB por su reciente creación y dinámica de funcionamiento y a la CGTB por su histórica tradición en el sindicalismo brasilero.

Finalmente, en relación a los movimientos sociales organizados vinculados a las luchas y a la historia del sindicalismo, se brindarán algunos aportes del caso de la CUT y su relación con los movimientos de sectores excluidos.

2- Proyección y comportamiento políticos de los sindicatos durante los gobiernos del presidente Lula

El ascenso de Lula al poder modificó notoriamente el escenario político en Brasil. Las cinco centrales sindicales brasileras (CUT, Força Sindical, UGT, CGTB, CTB) así lo manifestaron al haber logrado una unidad del sindicalismo en temas como reducción de la jornada laboral y políticas de protección del trabajo.

El hecho de que el Presidente proviniese de las filas del movimiento sindical, marcó decisivamente el campo de lucha de los trabajadores en su relación con el gobierno y en general con el Estado. Simbólicamente fue un hecho extraordinario que un trabajador sindicalista presidiera el país más poderoso de América Latina, sentando las bases de un pacto social mínimo entre el capital y el trabajo. Si bien la dirección económica del país no se modificó sustantivamente, la Presidencia de Lula acentuó el apoyo del Estado a los sectores industriales más dinámicos y competitivos del país, aliados a sectores medios de creciente peso social; ellos habían sorteado con éxito las turbulencias económicas de los años noventa y se proponían hacer de Brasil una potencia económica global. A partir de 2003 la expansión mundial de la economía favoreció este proyecto ortodoxo y alejó la perspectiva de cambios estructurales; ni siquiera la demorada distribución de la tierra avanzó de manera significativa. Lo novedoso del los dos gobiernos del PT fue profundizar políticas de asistencia y promoción sociales que favorecieron a trabajadores pobres y masas de excluidos urbanos y rurales. Ellos apoyaron con entusiasmo la reelección de Lula contra la irritación de grupos sociales dirigentes y medios que lo acusaban de populista Asimismo la relación entre el movimiento sindical y el gobierno de Lula debe entenderse teniendo en cuenta la historia del origen del PT. Para esto cabe retrotraerse a las huelgas sindicales de 1978 y 1979 que, conducidas por los metalúrgicos de San Bernardo y Diadema, generaron las condiciones para la formación y publicidad de los líderes obreros reconocidos por la opinión pública, entre ellos Luíz Inácio da Silva (Lula). Esas huelgas marcaron la historia del sindicalismo brasileño del siglo XX, así como también el crecimiento de lo que se denominaría el “nuevo sindicalismo”. (Keck: 1991)

El papel histórico que desempeñaron las huelgas de fines de la década del setenta, adquirió suma relevancia al considerar que, tras casi cinco décadas de sindicalismo varguista, la irrupción del nuevo sindicalismo hizo crujir las viejas estructuras que la “legislaçao trabalhista” había creado. Tal impacto produjeron las huelgas de los “nuevos sindicalistas” que, en 1978, el gobierno brasileño decidió modificar dicha normativa con un artículo específico que determinaba la prohibición de centrales sindicales. (Keck: 1991)

Se produjo en esta época la manifestación de las contradicciones entre un modelo corporativista de sindicatos (control de los sindicatos por parte del Estado desde el modelo del Estado Nuevo varguista y concesión de programas de bienestar social) y la configuración de una nueva fuerza social de trabajadores que manifestaba las aspiraciones de libertad, autonomía y derecho a la ciudadanía plena en el marco de una férrea dictadura militar.

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En este contexto, se crea la CUT y los trabajadores adquieren carácter autónomo como sujeto social en la escena política de la época, condición que se mantuvo hasta la actualidad. Ya desde 1978, algunos de los líderes metalúrgicos consideraban la posibilidad de crear un partido político que no fuera un partido de sindicatos sino un partido de “todos los asalariados”, como diría Lula en las reuniones entre líderes sindicales, intelectuales y políticos en 1979. (Keck: 1991)

La creación del PT estuvo marcada por el núcleo central de líderes sindicales, una base social que ya se había constituido durante las huelgas de 1978 y 1979 y el papel que asumieron los líderes de la izquierda partidaria (algunos de ellos provenientes de la izquierda del Movimiento Democrático Brasileño (MDB- partido de oposición tolerado por la dictadura militar), quienes abandonaron el partido para apoyar la creación del PT.

Durante el proceso de su creación y crecimiento en los primeros años, el PT no sólo contó con el apoyo de los sindicatos, sino además el de comunidades eclesiásticas, movimientos locales (vinculados al transporte, saneamiento básico, habitación y salud), movimientos de barrios y el movimiento estudiantil. (Keck: 1991).

Las condiciones y características del surgimiento del PT, echan luz sobre el análisis de la relación actual de las centrales sindicales con un gobierno cuyo líder presidencial es un producto del sindicalismo surgido en los setenta. Considerando que el PT es una fuerza de origen y características populares que alcanzó el gobierno por vía de un triunfo electoral, se entiende por qué el triunfo de de Lula es considerado la expresión de la conquista del Estado por parte de una organización que se asienta en los trabajadores urbanos y suburbanos del sur, sureste, occidente y nordeste del país, con apoyo significativo de los excluidos y oprimidos de las áreas marginadas urbanas y rurales de Brasil. (Oliver: 2009)

Desde el triunfo del PT y el ascenso de Lula al gobierno, la CUT desplegó una agenda de reivindicaciones de los trabajadores y propuestas de participación política para fortalecer los canales de diálogo con el nuevo gobierno popular, hecho inédito en la historia de Brasil y de la región. En este sentido, y sobre todo a partir del segundo gobierno de Lula, la CUT definió una estrategia de construcción e intervención política que priorizó acciones vinculadas al proyecto de desarrollo sustentable, respaldando el proyecto del gobierno (CUT: 2005).

La victoria de Lula fue, para esta central sindical, un triunfo de la clase trabajadora ya que el nuevo gobierno asumió una agenda que la CUT ya venía trabajando: salario mínimo, políticas de protección para mujeres trabajadoras y políticas de trabajo juvenil, entre otras.

Desde la concepción de la CUT, se produce la valorización del trabajo a partir del gobierno de Lula y la apertura de espacios de diálogo y relación democrática con la sociedad civil, condiciones que el sindicalismo no vivió en ninguna experiencia gubernamental anterior, dada la naturaleza vertical del sindicalismo varguista.4.

En el caso de Fuerza Sindical, la central considera que, desde el ascenso de Lula al poder, los derechos de los trabajadores han sido reivindicados. Esto ha hecho que FS apoye, en general, las políticas del actual gobierno y se sume a las políticas para los trabajadores junto con las otras centrales sindicales.5

Por su parte, la UGT participa de los Consejos de Políticas Públicas que el gobierno de Lula ha impulsado en los años de gobierno para la elaboración de políticas ciudadanas. La UGT participa con consejeros sindicales e informes temáticos elaborados por la central. Si bien la UGT es apartidaria, apoya de todos modos la participación de los líderes sindicales en elecciones por cargos en el poder público.4 Fuente: Entrevista a referente sindical de la CUT (diciembre de 2009).5 Fuente: Entrevista a referente sindical de la Forca Sindical (diciembre de 2009).

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La histórica CGTB desarrolló un fuerte rol opositor durante los años del llamado “estado de bienestar social brasileño” (1930-1954) - durante los cuales se produjo la “revoluçao trabalhista” de la era del varguismo-, así como también durante la etapa de industrialización pesada (1954-1961). A partir de la llegada de Lula al poder, se produce un cambio en el campo de las ideas del sindicalismo en Brasil y en todo el mundo, de acuerdo al análisis de los líderes de la CGTB.

La CGTB tuvo una posición de acercamiento al gobierno de Lula, aunque sostiene críticas sobre algunas políticas de gobierno. Pero asumen el hecho de que el actual gobierno retomó reivindicaciones históricas de las centrales sindicales y generó un clima de “cambio de época” para el sindicalismo brasilero. Así. por ejemplo, la CGTB que había iniciado la campaña “O Presal é nosso” (“el Presal es nuestro”, en español) durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso para defender las plataformas marítimas de petróleo, resalta que, a partir de 2004, el gobierno de Lula retomó esta lucha por los recursos energéticos habilitando la masificación de este debate, el cual fue retomado además por las demás centrales de trabajadores en Brasil.

A su vez, la CGTB remarca que el gobierno de Lula, al contar con el apoyo de las centrales sindicales, ha modificado el escenario político en relación a las disputas por el trabajo. Según el análisis de esta central sindical, se trata de un gobierno que, por primera vez en la historia, ha habilitado las consultas al movimiento de trabajadores/as. Ejemplo de este mecanismo de consulta lo constituye el Plan Nacional de Trabajo Decente, a través del cual el gobierno convocó a una mesa tripartita (estado-empresarios-trabajadores) para la discusión del tema y otros temas de la agenda gubernamental.

El caso de la CTB implica, por su reciente creación y sus raíces “cutistas”, una breve caracterización histórica para entender su posición frente al gobierno de Lula y, a la vez, un temprano análisis general sobre sus proyecciones para las próximas elecciones presidenciales.

Los orígenes de la CTB remiten a las divergencias internas que la CUT albergó principalmente ante las elecciones que dieron la victoria a Lula en 2002. La posición de la dirigencia de la mayor central de Brasil – proveniente de las filas de las tendencias mayoritarias de esta central- fue hegemonizar los espacios de conducción de la central y las disputas en torno al grado de autonomía de la misma en relación con el gobierno nacional; entonces las diferencias con los sectores de la CUT denominados “clasistas” iniciaron un camino de profundizaciones.

La CTB es creada por un sector de dirigentes de la izquierda cutista (Corrente Sindical Classista - CSC) y de dirigentes del Partido Comunista do Brasil (PCdoB) que deciden crear esta herramienta sindical principalmente por no encontrar espacio en la CUT, dadas las diferencias con la tendencia mayoritaria (Articulaçao Sindical). De acuerdo a las declaraciones de sus fundadores, la creación de esta nueva central permite a la CSC hacer visibles sus propuestas frente a un escenario que presenta nuevos desafíos a las y los trabajadores, los cuales no hubieran tenido lugar en la CUT dadas las tensiones con la corriente mayoritaria. (Bertolino: 2007)

En líneas general, la CTB sostiene que la CUT es su principal aliada en la lucha por los derechos de los y las trabajadores y declara un apoyo general a las políticas del gobierno de Lula. Sin embargo mantienen grandes diferencias y realizan importantes críticas en relación a lo que denominan “o jogo do Lula”, lo cual refiere al juego de alianzas del gobierno nacional con las organizaciones de trabajadores así como también con los sectores empresariales más poderosos del país. (Bertolino: 2007)

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3- Opciones de estos nucleamientos frente a las próximas elecciones generales

En relación a las proyecciones de cara a las elecciones de 2010, el análisis implica posicionamientos y política a mediano y largo plazo. En el caso de la CUT, la central viene trabajando desde hace algunos meses en la creación de oficinas de desarrollo sustentable con el fin de participar de la generación de políticas de Estado. Por otro lado, en relación al escenario próximo en disputa, la central sindical plantea la importancia de que asuma un gobierno democrático en las próximas elecciones. La disputa aparece, desde la visión de los líderes “cutistas”, entre dos proyectos: uno que plantea retornar al modelo neoliberal del Presidente Fernando Cardoso que predominó durante la década de los noventa; y el otro, que apunta a dar continuidad al proyecto de desarrollo social y distribución económica que inició Lula en el poder.

Los líderes de FS analizan que las políticas del gobierno de Lula han incentivado a las centrales sindicales y esto ha habilitado mayor protagonismo de las mismas a la hora de discutir la situación de los trabajadores. En relación a las elecciones presidenciales 2010, no existe aún en esta central sindical una postura oficial, aunque sí se manifiestan grandes expectativas por el candidato que llevará el PT.

La UGT por su parte, no ha definido aún su posicionamiento. Referentes de esta central sindical declaran que, aunque los candidatos aún no están todos definidos, es sabido que existirá una fuerte divisoria ente el candidato apoyado por Lula y el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

La CGTB como las otras centrales, en líneas generales, alberga una preocupación por mantener la línea del actual gobierno ya que considera que en este momento, Brasil se encuentra en un momento propicio en relación a políticas distributivas relativas a los trabajadores y sectores del campo popular.

La CTB no ha declarado aún una posición oficial sobre su posicionamiento de cara al escenario electoral de 2010. Por sus principios fundadores y la caracterización ideológica, puede asumirse que, de haber segunda vuelta, se inclinará por realizar una alianza con el PT y otros partidos de centro-izquierda.

De todos modos, exceptuando la posición oficial de la CUT, las demás aún son conjeturas y análisis generales. A partir de mayo de 2010, se oficializará el juego electoral y los posicionamientos de los sindicatos se conocerán en su mayoría una vez iniciadas las campañas de las presidenciales 2010.

4- Articulación entre centrales sindicales y movimientos sociales organizados de sectores excluidos: el caso de la CUT.

Para el análisis de la relación de los sectores de trabajadores organizados y el gobierno brasileño, en particular de los sindicatos y el gobierno de Lula da Silva, habría que contemplar además, la relación entre los sindicatos y los movimientos sociales de trabajadores excluidos. Dada la complejidad y diversidad de estos sectores sociales, dicho análisis podría ser tema de un capítulo aparte, sin embargo se delinearán a continuación, algunas consideraciones sobre el caso de la mayor central obrera, la CUT.

El llamado “nuevo sindicalismo” brasileño que marcó la historia del país durante los años ochenta, convivió con procesos recesivos, que condujeron al crecimiento del desempleo y la flexibilización laboral. Sin embargo, en el caso de Brasil, cabe señalar que existe cierta distancia entre el proceso de achicamiento del Estado vivido en este país y los procesos de

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fuerte crisis de representación que durante el período de los noventa sufrieron los movimientos sindicales de algunos países de la región, sobre todo aquellos tenían que una larga tradición en la expresión de la conflictividad social como Argentina y Chile. (Carleial: 2009)

En relación a la articulación entre los movimientos sociales y sindicatos, puede decirse que existen y existieron - sobre todo desde fines de los setenta a la actualidad - estrechas relaciones y formas de articulación en la práctica política y sindical.

El caso de la CUT es uno de los más ilustrativos en lo que se refiere a la relación entre sindicatos y movimientos de sectores excluidos; referentes de esta central sindical definen esta relación como de compañerismo y alianza en la mayoría de los casos.

La CUT participa de la Coordinadora de Movimientos Sociales (CSM), espacio que plantea un debate amplio en relación a los movimientos sociales y del que participan los sectores sociales del campo popular y democrático: el movimiento sindical, el movimiento popular, el movimiento de barrios, el movimiento comunitario y el movimiento estudiantil. En relación a este último, la CUT manifiesta la necesidad de ampliar su vinculación en la construcción de políticas comunes, más allá de las alianzas que mantienen con la UNE (Unión Nacional de Estudiantes); así también la central sindical lo plantea en relación al movimiento de defensa del medio ambiente y al movimiento negro, entre otros.6

El caso de la CUT y la relación con los movimientos organizados de sectores excluidos evidencia la diversidad de sectores que conforman el “movimiento de trabajadores” en Brasil, así como también la complejidad del escenario de disputa entre el capital y el trabajo. Al mismo tiempo, este caso permite ilustrar la necesidad de considerar en el análisis sobre el mundo del trabajo, a las nuevas formas de organización social que asumen las fuerzas productivas ante los desafíos de la globalización en estos tiempos.

A título de conclusiones provisorias

Las diferencias entre los caracteres actuales del sindicalismo argentino y del brasileño han sido desarrolladas a lo largo de este capítulo, intentando dar cuenta de la impronta que su diversa historia ha tenido desde la creciente diversificación de los modelos de industrialización que ambas sociedades y Estados adoptan, al menos desde 1970. La actualidad del movimiento sindical ha intentado reflejarse a través de los posicionamientos y proyecciones políticas de las centrales sindicales de cara a los procesos de reforma intentados desde 2002 por las Presidencias de Lula y de Kirchner. En la Argentina dichos intentos transformadores son apoyados por la mayoría de un fragmentado movimiento sindical pero la ausencia de acuerdos sociales básicos entre sectores del capital y entre el capital y el trabajo se manifiesta en una aguda crisis del sistema de partidos y en la incapacidad de mediación de los políticos, lo cual hace muy difícil gobernar. El peligro reside en un mayor estancamiento del sector productivo nacional.

El análisis de la relación entre el movimiento sindical y el actual gobierno de Brasil, permite afirmar que, durante la gestión de Lula, los sindicatos han sido parte protagonista en la agenda del mejoramiento los trabajadores y de los sectores marginales, así como también han participado en la elaboración de políticas públicas; No se pudieron realizar reformas estructurales pero se fortaleció la mediación política y un sistema de partidos atomizado y poco prestigiado pero funcional al desarrollo del capitalismo brasileño. Se esbozó un endeble pacto social favorecido por la expansión de la economía nacional pero amenazado por la franca

6 Sitio web del Partido de los Trabajadores (Brasil): http://www.pt.org.br/

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oposición de los grupos económicos dirigentes a políticas de distribución social. Sólo el notable liderazgo de Lula pudo sortear la acusación de “populista” que le lanzaron permanentemente poderes fácticos influyentes.Sólo la dificultosa marcha hacia un proceso de integración económico, social y político en el marco del MERCOSUR, y luego en el de una Unión Sudamericana, son metas deseables y promisorias para ambos países y particularmente para la Argentina.

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