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92 D E I B E R I A V I E J A Historia contemporánea M adrid era una ciudad irreconocible. En 1940 la capital asediada se había convertido en el emblema del triunfo franquista. Las principales calles cambiaron sus nombres y las zonas más castigadas por los combates se exhibían como castigo o como ejemplo de martirio. Las cicatrices de tres años de guerra estaban lejos de cauterizar, pero se advertía un tiempo distinto colmado de revancha y de nuevas lealtades ideológicas. Los edificios más insignes izaban banderas bajo el mismo cielo añil y limpio que, meses antes, había acogido símbolos opuestos. Una de ellas presidía majestuosamente el tramo más noble La ruta nazi de la capital Ich bin Madrid Durante la Segunda Guerra Mundial, Madrid se convirtió en la retaguardia del nazismo. La ciudad fue nido de espías, sede de la Gestapo, destino de fugados y capital de la diplomacia de Hitler. Un tramo de la Castellana concentraba la mayoría de los edificios germanos, aunque su influencia se extendía a todos los centros de poder y abarcaba todas las actividades. La esvástica jalonaba la ruta por el Madrid nacionalsocialista. JAVIER JUÁREZ y mejor conservado del Paseo de la Castellana. La esvástica lucía orgullosa como símbolo del poder nazi en la capital. No era casualidad que la zona más señorial de Madrid se hubiese convertido en una pequeña Berlín, en la que se agrupaban edificios oficiales y otros menos públicos en representación del nuevo tutor político del franquismo. Alemania era más que un aliado, aspiraba a ser metrópoli de una España arrasada que buscaba definir su espacio en una Europa encaminada hacia la misma catástrofe. Justo a un extremo de la Glorieta de Colón, en el número 4 del Paseo de la Castellana –entonces denominado Avenida del Generalísimo– se situaba la Embajada alemana. Un palacete neoclásico albergaba desde finales del siglo XIX la legación diplomática, inmune a los cambios políticos que en poco más de tres décadas habían transformado el Imperio del Káiser en república y después en una dictadura bajo el dominio omnipresente del nazismo. El edificio se ocultaba tras un muro que cubría todo el perímetro, en un discreto aislamiento que no se correspondía con la poderosa influencia que la Embajada ejercía. Gran parte del operativo de los nazis se desplegaba desde ese palacete neoclásico, pero también desde numerosos inmuebles distribuidos estratégicamente en las proximidades. La embajada en Madrid era la mayor desplegada por Berlín en ningún otro país. Se calcula que aproximadamente medio millar de funcionarios trabajaban en ella.

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Page 1: La ruta nazi de la capital Ich bin Madrid - Monroy.eu

92D E I B E R I A V I E J A

Historia contemporánea

Madrid era una ciudad

irreconocible. En 1940

la capital asediada

se había convertido

en el emblema del

triunfo franquista.

Las principales calles

cambiaron sus nombres y las zonas más

castigadas por los combates se exhibían

como castigo o como ejemplo de martirio.

Las cicatrices de tres años de guerra

estaban lejos de cauterizar, pero se advertía

un tiempo distinto colmado de revancha y

de nuevas lealtades ideológicas.

Los edificios más insignes izaban

banderas bajo el mismo cielo añil y

limpio que, meses antes, había acogido

símbolos opuestos. Una de ellas presidía

majestuosamente el tramo más noble

La ruta nazi de la capital

Ich bin MadridDurante la Segunda Guerra Mundial, Madrid se convirtió en

la retaguardia del nazismo. La ciudad fue nido de espías, sede

de la Gestapo, destino de fugados y capital de la diplomacia de

Hitler. Un tramo de la Castellana concentraba la mayoría de

los edificios germanos, aunque su influencia se extendía a

todos los centros de poder y abarcaba todas las actividades.

La esvástica jalonaba la ruta por el Madrid nacionalsocialista.

JAVIER JUÁREZ

y mejor conservado del Paseo de la

Castellana. La esvástica lucía orgullosa

como símbolo del poder nazi en la capital.

No era casualidad que la zona más

señorial de Madrid se hubiese convertido

en una pequeña Berlín, en la que se

agrupaban edificios oficiales y otros menos

públicos en representación del nuevo

tutor político del franquismo. Alemania

era más que un aliado, aspiraba a ser

metrópoli de una España arrasada que

buscaba definir su espacio en una Europa

encaminada hacia la misma catástrofe.

Justo a un extremo de la Glorieta

de Colón, en el número 4 del Paseo de

la Castellana –entonces denominado

Avenida del Generalísimo– se situaba

la Embajada alemana. Un palacete

neoclásico albergaba desde finales del

siglo XIX la legación diplomática, inmune

a los cambios políticos que en poco más

de tres décadas habían transformado

el Imperio del Káiser en república y

después en una dictadura bajo el dominio

omnipresente del nazismo. El edificio se

ocultaba tras un muro que cubría todo

el perímetro, en un discreto aislamiento

que no se correspondía con la poderosa

influencia que la Embajada ejercía.

Gran parte del operativo de los nazis se

desplegaba desde ese palacete neoclásico,

pero también desde numerosos inmuebles

distribuidos estratégicamente en las

proximidades. La embajada en Madrid era

la mayor desplegada por Berlín en ningún

otro país. Se calcula que aproximadamente

medio millar de funcionarios trabajaban

en ella.

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La esvástica formaba parte del paisaje de Madrid en 1940.

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Historia contemporánea

El edifi cio ya no existe. Fue expropiado

en 1949 y posteriormente derruido. En el

mismo solar, el arquitecto Miguel Fisac

construyó en 1966 el edifi cio que sería

la primera sede de IBM en España. A

un costado, se conserva todavía el único

vestigio de esa época: una pequeña capilla,

conocida como la Iglesia Guillermina de la

paz, que aún sirve de lugar de culto para la

colonia protestante alemana.

LOS HOMBRES EN LA SOMBRA

A unos pasos, en el número 18 del paseo

de la Castellana, se ubicaba el Consulado

general alemán, que servía también de sede

a la Gestapo, cuya delegación en España

mantenía bajo control a la comunidad

alemana y gozaba de excelentes relaciones

con la Dirección General de Seguridad y

la policía española. Al frente de la policía

secreta nazi en España fi guraba Paul

Winzer, un ofi cial enigmático e implacable,

cuya responsabilidad era muy superior al

anonimato en el que solía refugiarse.

Otro edifi cio poco conocido pero

igualmente crucial se ubicaba en el

número 43 del paseo de la Castellana.

Desde allí, un periodista de oscuro pasado

y modales cortesanos manejaba la Ofi cina

de Prensa alemana. Su nombre era Hans

Lazar y su competencia desbordaba la

mera publicación de boletines y diarios

germanos. Ejercía un control casi absoluto

sobre la prensa española, tanto en sus

contenidos como en sus decisiones

editoriales. Para ello contaba con un

presupuesto siempre generoso y con la

complicidad de las autoridades españolas.

Uno de sus logros fue la prohibición de

vender prensa británica en Madrid.

Muy cerca de allí, en el número 3 de la

calle Hermanos Bécquer, a unos metros de

la Castellana, se ubicaba la residencia del

embajador alemán. Durante la Segunda

Guerra Mundial, tres diplomáticos

ocuparon esta casa señorial que lindaba

pared con pared con la que habitó el

Al frente de la policía secreta nazi en España

figuraba Paul Winzer, un oficial enigmático e

implacable que se refugiaba en el anonimato

embajador británico: Eberhard von

Stohrer, Hans- Adolf von Moltke y Hans-

Heinrich Diecko� .

Esa exclusiva zona albergaba bastantes

más huellas de la presencia germana, bajo

la apariencia de centros culturales o foros

académicos. Casi a la altura de la Residencia

de Estudiantes, en el número 5 de la calle

Pinar, se encontraba la Asociación Hispano-

Alemana, convertida en esos años en un

núcleo de proselitismo nazi.

Caminando unos minutos de nuevo

hacia la Castellana y subiendo por la

calle Fortuny (número 15), el paseante

se encontraba con el Colegio Alemán,

hoy reconvertido en Embajada de la

República Federal de Alemania, que

contaba también con un jardín de

infancia anexo en la calle Rafael Calvo.

Completaba este despliegue el Instituto

de Cultura Alemán, en el número 35, de

nuevo, del Paseo de la Castellana, y otro

pequeño anexo del Colegio Alemán en el

número 25 de la misma avenida.

Casi se podía vivir una realidad

netamente berlinesa, genuinamente

Franco y Hitler en Hendaya.

Himmler visitó el Poble Espanyol de Barcelona el 23 de octubre de 1940.

Hanz Lazar era el jefe de la Oi cina de Prensa alemana.

Gustav Lenz coordinaba a los espías germanos.

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95D E I B E R I A V I E J A

alemana, sin abandonar ese triángulo

privilegiado de Madrid que conformaban

el Paseo de la Castellana, la calle Pinar y

la calle Fortuny.

MÁS QUE UN PARTIDO

Si además se quería respirar el alma nazi

que sustentaba un despliegue tan evidente,

bastaba con caminar unos metros más, en

dirección a la calle Eduardo Dato, entonces

Paseo del Cisne. En el número 17 tenía su

sede el Partido Nacional Socialista Obrero

Alemán (NSDAP), que operaba como un

centro de infl uencia que se ejercía por igual

sobre la colonia alemana y la administración

española. Sus ofi cinas se ubicaban frente

a la iglesia de San Fermín de los Navarros,

templo preferido por la extrema derecha

española en sus actos religiosos, y muy cerca

de la actual sede del Defensor del Pueblo.

La ofi cina del partido nazi era tan

conocida en Madrid como su máximo

responsable, un gigante de casi dos metros

llamado Hans Thomsen.

En el número 10 de la misma calle

brillaba el lujo del Club Social Alemán, en

una reñida competencia por atraer a la

colonia alemana; quien no rendía cuentas

ante el partido nazi –imposible para el

alemán que pretendiera seguir ligado a su

país– difícilmente se resistía a adentrarse

en la exclusiva reserva aria que hacía del

Club Social una mezcla de cervecería

muniquesa y distinción berlinesa.

El peso del partido nazi en la toma de

decisiones evidenciaba la doble realidad

que emanaba del régimen hitleriano. La

Embajada y el partido nazi operaban como

dos ramas paralelas del mismo Estado, con

poderes similares y a veces en clara rivalidad.

Otro ejemplo de esta convivencia

confl ictiva la encarnaba el consejero de

la Embajada Erich Gardemann, enviado

por el ministro de Asuntos Exteriores,

Joaquim von Ribbentrop, para vigilar que

las actividades diplomáticas se ciñesen

a las directrices de su departamento. En

la práctica, Gardemann ofi ciaba como

un segundo embajador en comunicación

directa con Berlín y contaba con su red

de información al margen de los servicios

ofi ciales de la Embajada.

Gardemann tenía su propia ofi cina en

la calle Juan Bravo 8, esquina con Claudio

Coello, y allí dispuso de un pequeño

auditorio en el que realizaba proyecciones

de cine, básicamente propaganda alemana,

para él y su círculo de confi anza. Su ofi cina

alberga en la actualidad la Asociación de la

Prensa de Madrid.

Una sólida alianza

BERLÍN HABÍA situado a Madrid

como el centro del mapa de su

expansión diplomática y económica.

El inicio de la Segunda Guerra

Mundial contribuyó a consolidar este

decisivo papel asignado a España.

No solo les unía una sintonía

ideológica fraguada tras el apoyo

militar de Hitler al ejército franquista,

sino que la aparente neutralidad, o

la no beligerancia de España, sellaba

en la práctica una sólida alianza

que hacía de la península Ibérica

el principal baluarte del espionaje

nazi, permitía el control del trái co

marítimo en el Estrecho de Gibraltar,

facilitaba el aprovisionamiento de

submarinos y buques de guerra,

o servía como apoyo valioso para

coordinar toda la navegación aérea

en el sur de Europa.

El peso del partido nazi en la toma de

decisiones evidenciaba la doble realidad que

emanaba del régimen hitleriano

La embajada nazi en Madrid se alzaba en el paseo de la Castellana número 4.

Iglesia alemana de Madrid. El Embassy fue un nido de espías británicos.

Page 5: La ruta nazi de la capital Ich bin Madrid - Monroy.eu

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Historia contemporánea

Ruta por Madrid

1. Asociación hispano-alemana.

2. Residencia de los embajadores alemanes.

3. Residencia de sir Samuel Hoare.

4. Oi cina de prensa alemana y domicilio de Lazar.

5. Colegio Alemán (anexo del jardín de infancia).

6. Instituto de cultura alemán.

7. Embajada de Estados Unidos.

8. Iglesia de san Fermín de los Navarros.

9. Club social alemán.

10. Residencia del embajador norteamericano.

11. Cuartel general del Partido Nazi.

12. Colegio Alemán.

13. Anexo del Colegio Alemán.

14. Consulado de EE.UU.

15. Embajada británica.

16. Consulado británico y oi cina de pasaportes.

17. Oi cina de prensa británica.

18. Oi cina de Soi ndus.

19. Consulado alemán y Cuartel General de la Gestapo.

20. Salón de té Embassy.

21. Compañía General de Lanas.

22. Iglesia alemana.

23. Embajada alemana.

SOFINDUS Y EL IMPERIO ECONÓMICO

La infl uencia alemana no dejaba ningún

cabo suelto. No solo era diplomática,

cultural o política, también ocupaba

un importante aspecto: el económico.

El artífi ce de la expansión empresarial

germana era un viejo conocido de Francisco

Franco, quien le debía en gran medida su

triunfo militar en la guerra.

Su relación se inició en el agitado

Marruecos de 1936. Franco acababa de

sumarse a la rebelión. Johannes Bernhardt

era entonces un modesto comerciante

alemán en Tetuán, sin demasiado éxito

y con escaso peso político pese a su

militancia nazi. El inicio de la Guerra Civil,

sin embargo, le colocó en una situación

privilegiada para prestar un servicio

esencial al militar rebelde, a Alemania,

y, por supuesto, a sí mismo. Con más

determinación que posibilidades de éxito,

viajó a Alemania, consiguió reunirse con

Hitler y convencerle del envío de apoyo

y transporte militar para permitir el

La influencia alemana no dejaba ningún cabo

suelto. No solo era diplomática, cultural o

política, sino también económica

Otto Skorzeny era apodado Caracortada.

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97D E I B E R I A V I E J A

Nazismo a la cartaEL PARAÍSO NAZI en que Madrid se había convertido incluía algunos

restaurantes de clara i liación ideológica. Horcher, un emblema de la cocina

berlinesa que se convirtió en cenáculo de los dirigentes alemanes, abrió frente

al parque del Retiro otro local después de que los bombardeos sobre Berlín

amenazaran su supervivencia. El restaurante Horcher de Madrid fue i el a

la misma vocación: el lujo gastronómico al servicio de paladares de bolsillo

solvente y sintonía ideológica. Aún sigue siendo un lugar privilegiado por la

buena comida, los altos precios y la clientela escogida.

Algo parecido sucedió con el restaurante Edelweiss, situado en la calle

Jovellanos, frente al Congreso de los Diputados. Aunque sus inicios no estaban

ligados al nazismo, las circunstancias lo convirtieron en centro de reunión de

funcionarios y agentes alemanes.

Algunos bares próximos a la Cibeles como el Café Lyon o la cafetería

Correos, en el inicio de la calla Alcalá, servían como lugar habitual de cita para

espías y agentes de la Gestapo. En el primero de ellos, por ejemplo, estableció

sus primeros contactos con la Embajada alemana Juan Pujol García, alias

Garbo, quien sería un agente doble decisivo para el éxito del desembarco de

Normandía en 1944.

Ni siquiera el turismo, incluso en tiempo de guerra, estaba ausente de las

inquietudes alemanas. En el número 42 de la calle Alcalá permaneció abierta al

público durante toda la guerra la Oi cina de Turismo, que servía también como

delegación de la compañía de ferrocarriles. El servicio aéreo de Lufthansa tenía

su propia sede en la calle Antonio Maura, 6.

traslado de las tropas del protectorado

a la península. Así comenzó la campaña

victoriosa de Franco desde el sur, y una

creciente colaboración militar que se

concretaría en el envío de la Legión Cóndor.

Bernhardt supo desde un primer

momento sacer provecho personal de

su gestión. Primero creó la sociedad

HISMA, Sociedad Hispano Marroquí

de Transportes, que se enriqueció

canalizando como intercambio comercial

el envío de material militar alemán.

Posteriormente, transformó la compañía

en un complejo empresarial llamado

SOFINDUS, Sociedad Financiera

Industrial, que aglutinaba casi la totalidad

de las inversiones alemanas en España,

controlaba gran parte de las explotaciones

mineras estratégicas para la maquinaria

militar alemana, como las de wolframio,

y monopolizaba el intercambio comercial

entre ambos países.

El modesto hombre de negocios era

entonces un hombre intocable, respaldado

por ambos Gobiernos y propietario de una

fortuna siempre en equilibrio entre sus

negocios y la política. Dirigía su imperio

desde –no podía ser otro lugar– el Paseo

de la Castellana número 13, aunque tenía

sedes de empresas repartidas por toda la

ciudad. Una de las más conocidas era la

Compañía General de Lanas, cuyas ofi cinas

se encontraban en la calle Ayala 10, casi

esquina con la Castellana y al lado del

célebre salón de té Embassy.

La Compañía General de la Lana

sirvió de tapadera a varios agentes

y espías alemanes, que afi naban sus

intrigas en el mismo salón de té que era

utilizado por la inteligencia británica

para captar información y como centro

de un vasto operativo de evasión de

refugiados y fugados del nazismo.

Además de SOFINDUS, todavía quedaba

margen para otras empresas germanas,

coordinadas desde la Cámara de

Comercio Alemán en el número 125 de

Claudio Coello.

EL OCASO DE LOS DIOSES

Al término de la Segunda Guerra Mundial,

el emporio germano en España se

derrumbó con la misma facilidad que

se desplomó el poder nazi en Berlín.

El Consejo de Control Aliado, una

organización que reproducía en España el

SOFINDUS aglutinaba casi la totalidad de las

inversiones alemanas en España y controlaba

las explotaciones mineras de wolframio

Leon Degrelle, el “hijo” favorito de Hitler.

Interior del restaurante Horcher.

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Historia contemporánea

Intrigas en Madrid TODOS LOS SERVICIOS de espionaje alemanes, militares o políticos, tenían en

España su principal centro de actividad en el exterior. El más importante era el

Abwehr, el servicio de información militar, que dirigía desde Berlín el almirante

Canaris, un profundo conocedor de España, amigo personal de Franco y un militar

plenamente consciente de la importancia estrategia de la península.

Al frente del Abwehr en España había nombrado a un hombre de su máxima

coni anza, Wilhelm Leissner, como él marino profesional, militar competente y un

funcionario profesional que trataba de servir a su país sin incurrir en el servilismo

al partido nazi, al que íntimamente detestaba.

Leissner se hacía llamar Gustav Lenz. Con cualquiera de sus nombres

cultivó un merecido crédito como agente discreto y casi invisible, del que

apenas se conocía nada y cuya relación personal limitaba a un reducido círculo

de funcionarios, incluyendo al embajador.

Su anonimato tiene aún más mérito si

se considera que el Abwehr manejaba

una maquinaria de casi 2.000 agentes y

colaboradores repartidos por toda España, y

centralizaba informaciones desde el estrecho

de Gibraltar hasta el Golfo de Vizcaya.

Junto al Abwehr, el SD, el servicio de

información del partido nazi, también tenía una

delegación en la sede de la Embajada, además

de la mencionada Gestapo, que operaba desde

el Consulado, y el servicio de inteligencia,

centrado en información diplomática, que

coordinaba Gardemann, al que se conoció

como Dienstelle Gardemann o red Gardemann.

Gobierno aliado de Alemania, ejerció un

insistente y a veces infructuoso reclamo

sobre el patrimonio nazi y muchas de las

personas asociadas al régimen derrotado.

Durante varios años, la

administración franquista y el CCA

practicaron el juego del gato y el ratón.

Cuánto mayores eran las evasivas

españolas, más contundente se volvía

la presión ejercida por EEUU y Gran

Bretaña. El resultado fi nal fue la

repatriación y detención de centenares

de agentes, funcionarios y dirigentes

nazis en Madrid. La mayoría de los bienes

inmuebles citados en este artículo fueron

incautados y posteriormente vendidos.

Sin embargo, no todos los integrantes

de la lista negra aliada fueron entregados.

Los más destacados, de hecho, evitaron su

detención gracias a sus conexiones con el

régimen de Franco. El más importante fue

Johannes Bernhardt, quien permaneció

en España hasta que la presión aliada hizo

insostenible ocultarle por más tiempo.

Emigró a Argentina, donde vivió varios

años sin responder ante la justicia. Según

su testimonio posterior, Franco le regaló

El emporio germano

en España se

derrumbó con la

misma facilidad que el

poder nazi en Berlín

Una estampa del Madrid de la posguerra.

Wilhelm Canaris.

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99D E I B E R I A V I E J A

en el momento de su partida tres cuadros.

Dos de ellos los vendió. El tercero, un

Greco cuyo título se desconoce, decoraba

el salón de su fi nca La Elena, próxima a

Buenos Aires. En ella conservaba también

el uniforme que le acreditaba como

general honorífi co de las SS.

Paul Winzer, el poderoso hombre

de la Gestapo, falleció en un accidente

aéreo en los meses fi nales de la guerra.

Hanz Lazar, que tan generosamente

había retribuido a numerosos periodistas

españoles, intentó evitar su repatriación

durante años, a veces ocultándose y

en ocasiones alegando enfermedades

graves. Murió en Viena en 1961. Poco

se sabe de Gustav Lenz, el jefe de los

espías alemanes, salvo que sobrevivió

modestamente en Madrid y que tampoco

fue entregado a las autoridades aliadas.

No obstante, la derrota alemana

activó otro tipo de colaboración

clandestina, destinada a proporcionar

acogida y rutas de evasión a destacados

nazis y colaboracionistas de diversa

nacionalidad. Habitualmente, España

se utilizó como paso intermedio en un

viaje más amplio hacia Latinoamérica,

fundamentalmente a Argentina. La nieta

del fundador de la fábrica de cervezas

Mahou, Clarita Stau� er, o el periodista

Víctor de la Serna, hijo del director del

diario Informaciones, fueron dos activos

colaboradores en estas rutas de escape.

En otros casos, España fue el destino

fi nal y permanente de destacados

combatientes nazis. Dos de ellos gozaron

durante décadas de protección y una

destacada vida pública: Otto Skorzeny y

Leon Degrelle.

Ambos llegaron como huidos,

utilizando documentación falsa y

manteniendo en un principio una actividad

discreta. Por poco tiempo. Pronto se

revelaron como hombres acogidos por el

régimen, prosperaron en sus respectivos

negocios y se dedicaron al proselitismo de

sus ideas. Se convirtieron en referentes de

los movimientos neonazis de toda Europa

y propiciaron la creación en España de

CEDADE, un grupúsculo de extrema

derecha vinculado al revisionismo histórico

y a la ideología nacionalsocialista. Ambos

murieron en España.

Ningún otro país, a excepción de la

Argentina bajo la presidencia de Perón,

dedicó tanto esfuerzo y apoyo a la

protección de dirigentes y funcionarios

del régimen nazi. Madrid ya no era

la pequeña Berlín, pero su huella no

despareció hasta muchos años después,

cuando las complicidades que habían

servido a ambos regímenes dejaron de

tener una justifi cación. La esvástica dejó

ser una imagen recurrente de Madrid para

convertirse en un recuerdo incómodo.

La derrota alemana activó otro tipo de

colaboración clandestina, destinada a

proporcionar acogida y rutas de evasión

El siniestro Paul Winzer.

Diversas estampas del Reichsführer-SS Himmler durante su periplo por España, que incluyó una visita al Museo Arqueológico de Madrid y a la plaza de toros de Las Ventas.