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CAPÍTULO 1 La llegada y los trucos de Ananse EL DÍA DE LA RAZA —Para un antropólogo, ¿epté mereció la pena celebrarse cuando se cumplieron los quinientos años del descubrimiento de América? ¿Se justifican los festejos epie se realizan el Día de la Raza? —pregunte) uno de los profesores de secundaria asistentes a una de esas conferencias que se organizan cada año en vísperas del 12 de octubre. Me invadió un silencio angustioso, mientras hacía un recuento rá- pido de mis pesamientos en torno a este asunto. Me di cuenta de que después de hablar una hora sobre la investigación que había llevado a cabo entre los afrodescendientes del río Bauele'), terminaría por hacer otra charla acerca de parte ele la historia de la trata y la esclavización ele los africanos en América. Por fin hallé palabras para responder: —A partir del 4 de julio de 1991, los colombianos tenemos una nueva carta política, cuyo artículo séptimo por fin reconoció el carác- ter multicultural y pluriétnico de la nación colombiana. Ya podemos celebrar el que nuestras diferencias en la manera de comunicarnos, amar a Dios o escoger con quien tenemos hijos no puedan ser motivo de exclusión de nuestra colombianidad. Sin embargo, aún persisten voces que insisten en epic debemos festejar aportes europeos como «raza», idioma y religión, que aparecen como superiores tan sólo des- pués de haber pasado por los filtros de formas racistas de ciencia y propaganda ideadas para justificar exterminio y esclavización (Arocha 1998d). Los europeos hablaron de la trata de esclavos negros como un acto humanitario. Inventaron epie redimían a los africanos integrándo- 31

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CAPÍTULO 1

La llegada y los trucos de Ananse

EL DÍA DE LA RAZA

—Para un antropólogo, ¿epté mereció la pena celebrarse cuando se cumplieron los quinientos años del descubrimiento de América? ¿Se justifican los festejos epie se realizan el Día de la Raza? —pregunte) uno de los profesores de secundaria asistentes a una de esas conferencias que se organizan cada año en vísperas del 12 de octubre.

Me invadió un silencio angustioso, mientras hacía un recuento rá­pido de mis pesamientos en torno a este asunto. Me di cuenta de que después de hablar una hora sobre la investigación que había llevado a cabo entre los afrodescendientes del río Bauele'), terminaría por hacer otra charla acerca de parte ele la historia de la trata y la esclavización ele los africanos en América. Por fin hallé palabras para responder:

—A partir del 4 de julio de 1991, los colombianos tenemos una nueva carta política, cuyo artículo séptimo por fin reconoció el carác­ter multicultural y pluriétnico de la nación colombiana. Ya podemos celebrar el que nuestras diferencias en la manera de comunicarnos, amar a Dios o escoger con quien tenemos hijos no puedan ser motivo de exclusión de nuestra colombianidad. Sin embargo, aún persisten voces que insisten en epic debemos festejar aportes europeos como «raza», idioma y religión, que aparecen como superiores tan sólo des­pués de haber pasado por los filtros de formas racistas de ciencia y propaganda ideadas para justificar exterminio y esclavización (Arocha 1998d). Los europeos hablaron de la trata de esclavos negros como un acto humanitario. Inventaron epie redimían a los africanos integrándo-

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Ombligados de Ananse

Tabla I. Características preponderantes de los esclavizados en la Nueva Granada

PERÍODO Y TRATANTES AFILIACIÓN LABOR REGIÓN DE FORMA DE RÉGIMEN DE ÉTNICA DESEMPE- DESTINO RESISTENCIA LA TRATA MAYORITARIA NADA

1533-1580,

Ucencias

1580-1640,

Asiento

1640-1703. Asiento

1704-1713, Asiento

Españoles, genoveses, portugueses

Portugueses

Holandeses

Franceses

Wolof, balanta. bran, zape, biáfara, serere,

bijago

Kongo, manicongo,

anzico, angola

bran. zape

Akán,

yoruba,

fanti, ewe-fon, ibo

Ewe-fon

yoruba,

fanti

Servicio doméstico, ganadería.

Minería del oro

Ganadería

Minería del oro

Agricultura

Minería del oro

Agricultura

Minería del oro

Llanura Caribe,

Antioquia

Llanura Caribe

Antioquia

Valle del Cauca

Litoral Pacífico

Valle del Cauca

Litoral Pacífico

Desconocida

Cimarronaje armado

Cimarronaje simbólico

Cimarronaje armado

Automanu-

mision

Cimarronaje armado.

Auto manumi-

1713-1740, Asiento

Ingleses Akán, ewe, ibo Agricultura Valle del Cauca

Minería del oro Litoral Pacífico

Automanu-misión

1740-1810. Ingleses, contrabando, españoles asiento, comercio libre

Akán, ewe. Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-ashanti, kongo misión

1750-1850, Españoles Comercio libre

Criollos Minería del oro Litoral Pacífico Automanu-misión

Tomado de Arocha I998d: 343. Fuentes: Escalante I96S y Del Castillo 1982.

los a la sociedad colonial de acuerdo con las prescripciones de los códi­gos negros epie asimilaban esclavo con mercancía. Especificaban además qué torturas y mutilaciones no eran delictivas como medio de someter rebeldes. Sin embargo, el argumento de la redención de almas fue poco convincente, a juzgar por la experiencia de fray Bartolomé de las Ca­sas. Después ele esgrimirlo para salvar indios, en el capítulo V de su Eli.sloria de las Indias, escribió: «¿Seré absnelto el día del Juicio Final?» (Friedemann y Arocha 1986: 109).

—Tantos resepiemores produciría la trata —agregue-— que a partir de 1580, como lo señala Nicolás del Castillo Malhien en su estudio Escla­vos negros de Cartagena y sus aportes léxicos, la Corona suspendió las li-

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La llegada y los tilicos de Ananse

cencías que les había otorgado desde 1533 a algunos de sus mercade­res, funcionarios, misioneros, conquistadores y «allegarlos a la Corte y privados del Rey». A su turno, ellos negociaban con los portugueses instalados en las costas de las selvas de África ecuatorial. De ahí en adelante la importación de esclavos a las colonias se subcontratá me­diante asientos que monopolizaron, primero, Portugal, entre 1580 y 1640, y luego Holanda, desde 1640 hasta 1703. Durante esos años au­mentó el número de deportaciones de fantis y ashantis, así como las historias de Anansi y el protagonismo de la deidad arácnida en el lide-rato de las luchas por la libertad. Miembros de estas etnias siguieron arribando entre 1703 y 1740, mientras franceses e ingleses controla­ron el asiento hasta 1810, año que marca el final elel intento de España por romper los monopolios que habían regido, y el establecimiento de su propia compañía, la Gaditana, después ele cuya quiebra aumenta­rían los negocios con negros nacidos en América (Maya 1998a; véase tabla 1).

—En otras palabras, ¿usted preferiría que se borrara el Día de la Ra­za? —me reclamó otro maestro.

—Que se cambiara el nombre y abarcara otros sucesos —le dije, tra­tando de conservar la calma—. En 1989, en Costa Rica tuvo lugar el simposio internacional Estado, etnia y nación. En su clausura, los parti­cipantes redactaron una protesta para las agencias multilaterales que se adherían a las ideas de celebración y descubrimiento, en referencia al 12 de octubre de 1992. No lo firmé porque excluyeron al África y a los pueblos afrodescenelientes dentro de su inventario de tierra y gente transformadas de raíz desde 1492.

Para comple ta r u n a cargazón

—Háblenos de una de esas exclusiones —pidió el primero de mis inter­locutores.

—La producción y creación lingüística y cultural, dentro de márge­nes cuya estrechez estaba inédita dentro del transcurso humano — respondí—. La trata quizás haya sido el episodio más vergonzoso en la historia de nuestra especie, y se tradujo en el transplante masivo y vio­lento de doce millones de africanos (Friedemann y Arocha 1986: 33-35). Antecede en cien años al primer viaje de Colón, pero inicia su apogeo a mediados del siglo XV, después de que los turcos ocuparon Constantinopla y taponaron las rutas que terminaban en el sur ele Ru­sia (ibid.: 30). Recorriéndolas, los europeos adquirían el grueso de sus

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esclavos. El cambio tuvo lugar cuando la industria azucarera del Medi­terráneo tomaba un auge enorme. El impasse en el suministro constan te de trabajadores para cultivar y moler caña se resolvió gracias a que los avances tecnológicos alcanzados por los navegantes portugueses permitieron obviar las rutas terrestres que atravesaban el desierto del Sahara. Por su lentitud, éstas daban pie a e|ue los capturados fueran rescatados por los ejércitos de sus pueblos.

—¿De qué tecnología habla? —preguntó otra de las maestras cpie había guardado silencio.

—Llegar hasta las costas de lo que los españoles y portugueses lla­maban Guinea usando las carabelas tradicionales era una empresa di­fícil, si no imposible. Tan sólo modificando velas, cascos y timones, e introduciendo la brújula y el sextante, las naves pudieron aprovechar tanto los vientos de todas las elirecciones, remontar el Cabo Verde y regresar hacia Europa (ibid.: 31, 32).

—¿Plantaciones de azúcar en el siglo XV? —elude') alguien en voz alta.

—Desde el siglo VII, los árabes comenzaron a sembrar esquejes ele caña, pero ésa es otra historia. (Véase el aparte La mermelada que nutrió al capitalismo). Aprovechando los conflictos territoriales epie signaban las relaciones entre muchos pueblos africanos, los portugueses fueron los primeros en lograr que varios gobernantes del Congo y Angola se convirtieran en sus intermediarios. Entre ellos sobresalen el rey Nzinga a Nkuwu, bautizado por los portugueses comojoáo I, el 3 de mayo de 1491, y quien lo sucedió en 1510, Afonso I del Congo (Friedemann y Arocha 1986: 85-92). A cambio de armas y mercancías europeas, ellos suministraban telas, marfil, cera de abejas, tintes, nueces de cola, acei­te de palma, arroz y esclavizados (ibid.) Claro está epie los propios por­tugueses también tomaban parte en la captura, usando mallas y tram­pas. De ellos, a quienes residían en las costas de Guinea se les conoció con los nombres de laucados, y con el de pombeiros en el río Congo (ibid.: 98-102). Para completar una cargazón de negros era necesario almacenarlos en factorías. La del fuerte de San José de El Mina en Gha­na, la Costa de Oro africana, debe su renombre a Colón, quien alabe') sus características y propuso replicarla, después de haberla visitado en 1481. Por su parte, la ele la isla de Goteé, frente a Dakar, hoy por hoy es visitada por miles de africanos que aspiran a no perder la concien­cia de su historia (véase más adelante, Puerta de viaje. Sin regreso, toma­do del diario de Nina S. de Friedemann).

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OCULTAR PARA DISCRIMINAR

—En las factorías se inicie') un proceso que sí merecería un brindis, la invención de nuevos idiomas. Los captores de esclavos no atrapaban a todo un pueblo. Primero, porque los más apetecidos eran los varones fuciles entre los 18 y 22 años. Segundo, porque algunos lograban fu­garse. Entonces, el laucado formaba un grupo de gente muy diversa que en los primeros años podía incluir bigajos, balantas, yolofos, biáfa-ras, sereres y mandingas, por ejemplo. Así, en la factoría convivían personas de afiliaciones étnicas y lingüísticas dispares o aniageínicas, quienes además tenían que interactuar con los portugueses. No debió ele ser infrecuente epie, pese a hablar lenguas emparentadas, como su­cede en nuestro caso con el español y el italiano, algunos ele ellos no lograran comprenderse; entonces, fueron elaborando nuevas hablas. Aquí se comienza a saber de aquellas que se fundamentaron en la fa­milia africana bantú del Congo y Angola, con adiciones...

—Bantéi me suena a salvaje —comentó otro maestro.

—Claro, porque uno de los horrores ele nuestra cultura consiste en haber tomado nombres africanos, como cafre, para designar lo que no es civilizado. O en desacreditar a la familia negra llamándola ilegítima e inestable por no estar regida por la monogamia católica, y por vincular a un gran número de parientes consanguíneos y afines. Al reiterar descalificativos, se va construyendo la discriminación.

—Por eso será que uno no se da cuenta ele que es racista —refle­xione) la misma persona.

—Quizás —dije, añadiendo—: Al unirse con africanas, pombeiros y hincados engendraban hijos de la tierra, quienes para el siglo XVII for­maban una clase poderosa que coadyuve) en la consolidación de estas jergas epie los especialistas llaman vehiculares o transaccionales porque sirven para hacer transacciones comerciales entre pueblos epie hablan distintos idiomas.

—Aquí la transacción era de personas —comente') alguien, agregan­do—: ¿Cernió se sabe esto?

—En parte por el estudio de las lenguas criollas, llevado a cabo por lingüistas como Willian Mcgcnncy, Carlos Patino Rossclli y Armín Schwegler. Aquí en Colombia existen la del palenque de San Basilio, cerca de Cartagena, y la de San Andrés, Providencia y Sania Catalina. Son idiomas...

—Dialectos querrá decir, profesor —me corrigió mi más frecuente interlocutor.

'M,

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—Otra palabra horrible epie se ha usado para ningunear a negros e indios, asociándola con supuestas faltas de progreso o con inhabilidades comunicativas. En realidad, los lingüistas hablan de dialectos no para designar inferioridades, sino las particularidades que a lo largo de la historia va tomando un ielioma en una región específica.

—Decía —continué— eme los criollos son idiomas que tienen muchos elementos prestados ele otros. En el palenquero gran parle ele las pa­labras africanas y el sustrato gramatical vienen del ki-congo, una lengua hantú. También hay expresiones españolas y portuguesas. La unión de­esas tres lenguas, dentro de la cual el núcleo hantú es indeleble, indica la posibilidad ele que, al fugarse, los cimarrones portaran una ele esas jergas transaccionales y epie continuaran usándola en esos pueblos ro­deados de murallas de madera, que llamamos palenques en Colombia, cambes en Venezuela, mambises en Cuba y quilombos en Brasil. Estudios como los de Carlos Patino Rossclli nos muestran epie cuando una pa­reja que habla esa jerga tiene hijos y los eelucan mediante ella, el habla se va haciendo más rica y compleja; menos rudimentaria, hasta conver­tirse en un idioma criollo.

—No me queda claro qué celebración puede ameritar esto — manifestó mi crítico ele cabecera.

—Este proceso tome) pocos años y se llevó a cabo en condiciones muy adversas; piense en un caso típico: el 24 ele diciembre de 1595 llegó a Cartagena la carabela Nuestra Señora de la Concepción con 205 esclavos, pese a epie el maestre portugués Jorge Rodríguez Gra-maxo tan sólo entregó setenta licencias debidamente registradas en la Casa de Contratación de Sevilla. La nave llevaba ¡135 esclavos de so-brecupo! (ibid.: 118, 124). Ello epiiere decir epic por lo menos elurantc 45 elías estas personas permanecieron acostadas y apeñuscadas, roelea-das de sus excrementos en un calor tropical, sin ventilación y someti­das al movimiento ele las olas. No es de extrañar epic muchos se suici­daran, ni ejue después del desembarque, los esclavos ponderaran el suicidio como una forma extrema de liberación.

—Pero San Pedro Claver los ayudaba cuando llegaban —se disculpe) otra maestra.

Formar cabildos para la autonomía

—Bueno, eso tuvo lugar un poco más tarde, después de 1620, cuando habían aumentado las ocasiones ele que las personas del mismo origen se encontraran. Para esc entonces los cabildos ele negros ya estaban es-

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tablecidos para brindar ayuda a los recién desembarcados (ibid.: 174, 175). Se basaban en las antiguas cofradías de negros epie habían existi­do en Andalucía desde el siglo XV. Agrupaban a gente de la misma ra­íz étnica y, por lo tanto, brindaban oportunidades de hablar el idioma ancestral y recordar viejos usos y costumbres. En estos espacios afian­zó Anansi el tejido de su red ele insurgen* ia, astucia y autonomía. De ahí la represión contra los cabildos. En ello desempeñó san Pedro Cía-ver un papel destacado. Por ejemplo, se dedicó a erradicar el tambor y sus toques (ibid.: 167-171). Desde la perspectiva española, acertó al contribuir a demoler un medio ele aglutinar y perpetuar recuerdos ele dioses y ceremonias, de danzas y ritos, ele arle, poesía y comunicación.

—La memoria —insistí— fue el mayor patrimonio ele los capturados, en especial al comienzo ele la trata. Durante esos años no salían agru­paciones aglutinadas, sino cargas de personas distintas. Se dice que du­rante la travesía se aliviaba el aislamiento fortaleciendo la amistad con el compañero de viaje y estimulando el canto y el baile en los pocos momentos de descanso, cuando los capturados poelían ser llevados a cubierta (Chandlcr 1972). Estas diadas creaban vínculos fuertes ele afecto y solidaridad (Minlz y Price 1992: 42-46), pero se rompían con el desembarque y la venta, cuando el esclavo tenía que comenzar a producir riqueza para el amo. Pero, ¿cómo hacerlo si era difícil comu­nicarse? ¿Cómo lograrlo si en América las materias primas para hacer instrumentos de trabajo —maderas y cuerdas, por ejemplo— eran tan diferentes? ¿Cómo alcanzarlo, si no había con epiién consultar? Pen­semos cpie aepií pudo haber desembarcado un arquitecto, pero no la arquitectura dogón ele Malí; un sacerdote, pero no todo un complejo ceremonial, mítico y litúrgico ele los rigolas; un médico, pero no la medicina balanta del río Cacheo. Una mayoría ele posladolescentes, cuya formación por lo general estaba lejos de concluir, se bajó de las naves con recuerdos que aplicó a las riejuezas del nuevo continente y a las artes ele indios y españoles, hasta ir haciendo culturas nuevas. Éstas ostentaban el legado africano, pero no eran africanas; dejaban ver los préstamos ele América y Europa, pero no eran ni americanas ni euro­peas.

—Como sucedió con el ele la lengua, el proceso de producción cul­tural ocurrió con una celeridad inigualada —recalqué—. Antes ele haber completado medio siglo ele vida en el nuevo continente, los africanos ya habían desarrollado artefactos y técnicas, formas de organizacie'm social y política, estrategias militares basadas en manejos creativos ele selvas, ciénagas y pantanos, así como medios ele comunicaciém abiertos

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o clandestinos, según fuera necesario contactar a sus semejantes o a sus dioses. A la velocidad de los procesos normales ele la humanidad, una elaboración comparable les hubiera tomado siglos ele evolución. Esta creatividad sí que merece celebrarse, pero jamás los esfuerzos ele ayer y de hoy por aniquilarla, debilitarla o sustituirla por la ele rai­gambre europea.

Puerta de viaje. Sin regreso

(Tomado de las entradas que la antropóloga Nina S. ele Friedemann hizo en su diario ele África, el 14 de agosto de 1984)

En la agenda de mi vida figuraba visitar uno de los fuertes que habían concentrado esclavos, para luego arrumarlos en los barcos que zarpaban a la construcción de América: Elmina, Arguin, Santo Tomé, Luanda. Hoy, no puedo creer que después de navegar 25 minutos desde Dakar esté pisando Co­reé.

La isla es una reliquia histórica que vio pasar portugueses, holandeses, in­gleses y franceses en el forcejeo de la expansión para dominar mar, tierra y gente. En sus idas y venidas de 1481, Diogo d'Azembuya, quien dirigía la cons­trucción del fuerte de Elmina en la actual Ghana, construyó una iglesia de piedra, cubierta de paja, para enterrar a los cristianos que morían durante los negocios de la trata en la. costa de Guinea. La isla también fue paso de explo­radores: Fernando Po, Diego Cam, Darthelemy Días, Vasco de Gamma y, quien lo creyera, san Francisco Javier, quien viajaba en 1541 a las Indias a bordo de la carabela Capitán Santiago.

-Adonde se dirige, madame? -me interpelan dos jóvenes. Sobre su mejilla derecha, Menou Frurtueux tiene una marca escarificada parecida a las que yo había visto en las calles de Dakar. El otro se llamaba Biokoujustin y también es yoruba de la República de Benín.

Creí que podría sonar ofensivo decirles que buscaba La Casa de los Escla­vos. Quise eludir ese terrible pasado de la humanidad, y les cuento que trabajo en un libro que enfoca la historia de Goréé, donde habían vivido las famosas signares, mulatas y mestizas cuyas uniones con hombres franceses en el siglo XVIII dieron origen a los que con sorna se llamaron "matrimonios a la moda del país», que fueron la base de linajes poderosos en el manejo del comercio y de la sociedad isleños.

Al devolverles la pregunta que ellos me habían hecho, sucede el milagro: «Venimos de vacaciones desde Porto Novo y Cotonou en Benín, y queremos conocer La Casa de los Esclavos».

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En 1780, durante el auge de la trata, había empezado a construirla Nico­lás Pépin, hijo de un cirujano y hermano de Anne Pépin, signare del caballe­ro de Boufflers. Gobernador de Senegal en 1786, Boufjlers resolvió establecer sv residencia en Coreé donde dedicó muchas horas a escribir sobre los encantos de su signare y de las demás que adornaban sus salones.

La Casa, es imponente. En medio de un patio enorme hay una escalera do­ble en forma de herradura que lleva al segundo piso. Flanqueado por gran­diosas columnas, estaba destinado a la celebración de negociaciones. En su ac­tual oficio de museo, el recinto enseña los instrumentos de tortura que se em­plearon con los cautivos, fotografías de los mismos y los planos de la edifica­ción con los usos del espacio. De las paredes cuelgan pinturas que evocan la captura, la venta de hombres, mujeres y niños en las Américas y algunas esce­nas de los tratos entre europeos y africanos en el comercio de esclavos. Asi, las signares de Goréé aparecen atendidas por esclavos y esclavas decoradas con sedas y joyas. Debajo de esta plataforma encontramos los cuartos de los cauti­vos. Los hombres separados de las mujeres, éstas de los niños y éstos de las ni­ñas.

A manera de gcaffiti, cantidad de papeütos en su mayoría escritos en fran­cés y pegados en las paredes le quitan el aliento a mis acompañantes yoruba. Mientras Menou y Biokou los leen uno por uno y por turnos, uno después de otro, copio algunos. Muchos eran conmovedores, otros candentes de reclamo, como aquel en lápiz negro:

La gente senegalesa ha querido mantener la presente Casa de Esclavos ron el fin ele recordarle a cada africano que una fiarle de él mismo ¡jasó por este santuario /Traduzcoj.

Más adelante encontramos el letrero oficial encima del umbral que miraba al mar y por donde eran conducidos los cautivos con deslino a los barcos:

Puerta de viaje. Sin regreso.

I.a mermelada ejue nutrió al capitalismo

En el colegio nos enseñaron a ligar esclavo con oro, pero no negro y azú­

car, pese a epie el sistema capitalista debe su existencia a ese vínculo.

En su libro Sxueetness and Power (Dulzura y poder, publicado en 1985 por

Penguin ele Nueva York), el antropólogo norteamericano Sidney Mintz

sugiere epie para comprender esta verdad oculta, recordemos epie ha­

ce tan sólo tres siglos epic la mermelada forma parte de la cotidiani­

dad. Algo parecido sucede con jamones y demás alimentos presérva­

lo

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dos mediante el azúcar ele caña. En su mayoría, son comidas que pue­den esparcirse o encerrarse dentro de dos tajadas de pan.

Desde los inicios del siglo XVIII, conservas y carnes procesadas fue­ron sacando a la mujer de la cocina. Al despachar marido e hijos con emparedados, ella pudo acompañarlos en el trabajo de las tcxtileras inglesas, y también alimentarse allá. En ese espacio irrumpieron café y té con azúcar para restaurar energías o excitar a los obreros dentro de la rutina interminable que requería la hechura mecanizada de telas ele algodón.

De las que se conocen como drogas del proletariado —café, té y taba­co—, el azúcar y el ron figuran entre los primeros productos sintetiza­dos mediante reacciones químicas. En las minas de oro coloniales el consumo del aguardiente fue tan difundido como el de la carne ele res y el plátano. Los amos alimentaban a los esclavos, haciendo todo lo posible por emborracharles sus rebeliones.

La adicción como forma de dominar se remonta al siglo VII, cuando los árabes comenzaron a experimentar con esepiejes de caña que ha­bían conseguido en Asia. A mediados del siglo XV, la aristocracia eu­ropea ya apetecía crecientes cantidades de azi'icar y alcohol de caña. Para suministrarlos, bancmeros catalanes y genoveses venían finan­ciando la expansión ele cañaduzales en el Mediterráneo, desde el norte de África hacia las islas Canarias, Azores, Chipre y el sur de Portugal y España.

Este crecimiento se apoyó en otra invención de los árabes, la agroindustria. Combinando su álgebra con el manejo de aguas escasas, realizaron aplicaciones de ingeniería hidráulica para desarrollar siste­mas de irrigación que les aseguraron rendimientos óptimos; separaron las operaciones ele producción de las del procesamiento ele la caña, las cuantificaron y detallaron, de forma tal que originaron una auténtica ingeniería industrial. En combinación con la enorme masa ele trabaja­dores que llegó ele África a Jamaica y Brasil, esa moderna administra­ción empresarial hizo posible el pan con mermelada que infinielael de niños textileros recibieron de sus madres en Manchester y otros pun­tos legendarios, en la llamada revolución industrial.

EN MOMPOX, SAMUEL SE VUELVE ANANSI CIMARRÓN

Resignación no rima con esclavización. En Angola había quilombos porque los secuestrados no soportaban el cautiverio que antecedía al embarque hacia América. Escapaban, se apertrechaban y, desde allá,

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comenzaban a resistir. Y quienes alcanzaban a llegar a los puertos americanos, pronto pusieron en marcha variadas formas de oposición, entre ellas el cimarronaje armado inieialmente desatado por rebeldes ele afiliación bijago, kongo y ngola, o el epie practicaron branes y zapes apelando a prácticas africanas ele brujería como medio de aterrorizar a los amos. Eucgej, a principios del siglo XVIII, se consoliele') el mensaje autonomista de las historias de Anansi y con las telarañas de su astucia vendría la búsqueda de la libertad aprovechando la legislaciem hispáni­ca. Cientos ele personas comenzaron a comprar ele sus amos cartas ele libertad mediante el oro que lograban ahorrar mazamorreando en

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domingos y días feriados. Hasta el propio blanquea miento genético y cultural representó una buena manera ele huir del cautiverio.

Si bien es cierto que las huellas más nítidas de la resistencia cima­rrona quedaron estampadas en el palencpie ele San Basilio, en lugares del Chocó biogeográfico pueden apreciarse otras improntas. La tradi­ción oral habla del palenepie ele Tadó, nombre que también aparece en el Togo con el sentido ele ciudad amurallada (Maya 1998a: 38, 39). Sin embargo, la voluntad de ocultamiento insiste en sostener que el vocablo corresponde a la voz embera para nombrar el agua. Claro que en este caso, tan sólo las investigaciones finuras dirán quién tiene la razón. Otro rastro de ese pasado aún pervive en una de las danzas más caracterizadoras del carnaval, como podrá apreciarse en la recolección ejue sigue en referencia al trabajo que Nina S. de Friedemann y yo lle­vamos a cabo en desarrollo del proyecto titulado Una contribución al etnodesarrollo de grupos negros en Colombia.

Los amigos africanos de Ananse

—Y tú, ¿qué opinas? —me preguntó Friedemann en Mompox, la noche anterior al domingo ele carnaval, después ele haber presenciado un en­sayo en el cual los miembros de la Danza de Negros habían brincado, cantado y gritado con tal furor, que el capitán había quedado afónico.

—No me imagino cómo se organizarán si el cantor solista está fuera de combate para mañana. No comprendo por qué no reservó algo ele su energía —respondí, ante la perplejidad y el asombro epie experi­menté durante la función ele esa noche. Era la cuarta vez que la veía­mos, pero la primera después de que su director Samuel Mármol nos explicara que recapitulaba uno ele los sucesos que más se repitió en la llanura Caribe entre el inicio del siglo XVII y finales del siglo XVIII: la huida ele esclavos hacia selvas y ciénagas en busca ele la libertad perdi­da. Entonces, habíamos sido testigos de la supcracie'm ele la metáfora consistente en que unos ebanistas comenzaran a portarse como cima­rrones, al logro de un acto sacramental: a medida epie aumentaba el compromiso emocional de los danzantes, dejaban ele ser como cima­rrones y se volvían cimarrones (véase Bateson 1991: 59-63).

Mientras escuchábamos el testimonio de Mármol, Friedemann pen­só en voz alta: «¿Y si le doy un ejemplar ele Ma Ngombe: guerreros y ga­naderos en Palenque?» Ella imaginaba el efecto que en la revitalizacie'm ele la danza podrían tener los conocimientos epie aparecen en el libro epie había escrito cinco años antes. Por fortuna, había llevado una co-

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pia que Samuel examinó con avidez, rodeado por los miembros ele su grupo, que se apretujaban para mirar cada página.

Esa noche nos sorprendimos con la irrupción de Tío Tigre, quien agrede al (apilan, para luego ser vencido y, por si fuera poco, castrado por el adalid de los cimarrones, con la ayuda de Perro. Quedaba así reiterado el carácter de perdedor que las historias de Anansi siempre le asignan a Tigre (Pomare 1998).

Las máscaras hedías de diez capas de papel pegado con engrudo, pintadas con colores brillantes y (pie no se habían puesto en las no­ches anteriores, tanto como los machetes y las lanzas esbeltas, tallados en madera, habían agigantado el hisirionismo de los danzantes. Estos formaban dos filas ele cuatro danzantes cada una y en el centro ele la calle que demarcaban se localizaba el adalid de la danza, a quien todos llamaban Zambe. Este coreaba los versos del capitán, epiien permane­cía adelante. Las palabras iban dirigidas contra el secretario del despa­cho municipal, que despilfarré) los fondos epie hubieran permitido ex-tender la red del acueducto para (pie durante el verano se pudiera bombear agua desde el centro del río Magdalena. Con Zambe en la mitad, él y los ocho bailarines se movían hacia adelante y hacia atrás, pero al alcanzar el climax de la denuncia pública, formaban círculos rápidos, todavía con Zambe en el centro, a la vez que cantaban Vamo San Migué que ya vino Zambe.

Cuando oyó la palabra por primera vez, Nina exclamó:

—illuy! Zambia [país que limita con Angola), Zambesi [el río prin­cipal de ese país), Zumbí [adalid cimarrón ele la revuelta del quilombo de Palmares en el Brasil|, sande [nombre de un pueblo aguerrido y guerrero de ascendencia negrítica oriental del conjunto ecuatorial]. ¿Qué tal preguntarle a Samuel por el significado de ese nombre?

—Miguel Zambe era |e l | cacique de |la) danza Donancut, una danza africana —nos explicó Marmol.

En los siguientes versos, Zambe hizo públicas las trampas de un profesor corrupto y los líos matrimoniales ele los habitantes del barrio:

El pobre Cristóbal/se acuesta y se desvela.../ llorando a la mujer/que se le fue- a Venezuela/ Las mujere de- Colombia/yo les digo la verdá.../ Se van pa' Venczucla/lAyl pa lirá/huena monda.

Recapituló las simpatías que despertaron programas ele televisión, como la serie alemana ele dibujos animados llamada La abeja Maya y la

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comedia mexicana El Chapulín colorado. En seguida, corrie') tras los ni­ños espectadores y agarró a uno de ellos a epiien primero revolcó en la tierra y luego simuló violar, con la ayuda del perro, el tigre y el capi­tán. Podría plantearse que, para entonces, la encarnación ele Anansi estaba completa: un danzante por cada pata y un rebelde bisexual por cuerpo del arácnido.

—Mañana los linchan —añadí, pensando cómo irrumpiría en la aris­tócrata Calle Real del Medio esta especie ele guerrilla urbana, irreve­rente, erótica y crítica. Sin embargo, una nueva metamorfosis ratifica­ría la posibilidad de habernos hallado ante otro truco de Araña.

Anansi se enfrenta y huye

Y ese domingo de carnaval quedamos atónitos. Para nuestra sorpresa, los aguerridos luchadores semidesnudos epie nos habían aterrado las noches anteriores se habían camuflado. Los ocho danzadores vestían flores vistosas, camisetas blancas y sombre-ritos de papel con flecos de colores. Zambe tenía las antenitas del Chapulín y, en una mano, su mazo de aplastar malvados, el sonado chipote chillón. Lo había elabora­do con un viejo frasco de aceite, amarrado a un palo ele escoba. De sus pies ató dos enormes trozos de caucho que había cortado de llantas viejas. Así, sus carreras para perseguir enemigos o víctimas ele su luju­ria desenfrenarla dejaron ele ser dramáticas y más bien provocaron carcajadas sonoras.

Este cambio parecía consecuente con una vieja estrategia epie el his­toriador Germán Carrera Damas (1977) describió como medio para encarar la dominación: enfrentarse y huir. La primera conducta había formado la esencia de los ensayos del barrio. La segunda habría sido una especie ele medio para negociar la presencia de la danza por fuera de su ámbito cotidiano. El imaginar epic hubiera algo muy ele ellos que se entregara o reprimiera de acuerdo con las características del am­biente nos permitió responder el siguiente interrogante: ¿por que el cuadernillo epie en 1970 publicó el Centro ele Investigaciones y Pro­mociones Folclóricas de Medellín, describiendo esta danza, no habla ele cimarronaje y palenques? En su documento, Tres danzas de Alompós, los expertos de Antioquia sostienen que el baile rememora la cacería ele un tigre ejue importuna los oficios ele unos cultivadores de maní. Pero si ello era así hace 25 años, ¿por epié entre la parafernalia descrita por este grupo de investigación no sobresalen instrumentos ele labran-

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za, sino los mismos cuchillos, machetes y lanzas de madera epie noso­tros vimos?

RITOS I'ARA GUARDAR SECRETOS

Es muy posible epie nos hallemos ante un secreto no intuido por los es­tudiosos, y epie los danzantes ele 1970 hayan optado por no revelarlo. Ello sería consecuente con un comportamiento reiterado por los des­cendientes de cimarrones a lo largo ele toda América: la información sobre los rebeldes, sus pueblos amurallados y sus usos y costumbres no siempre ha sido pública. Su clandestinidad hace parte ele la forma­ción de hábitos de resistencia y ele la réplica provocada por la repre­sión militar epie los europeos han ejercido contra los libertarios ne­gros. Al respecto, en el número que el Latín American Report tituló Las Ameritas negras (1492-1992), los antropólogos Norman Whilten y Alie­ne Torres escriben:

En el decenio ele 1070. los saramakas [de Surinam] les hablaron a los etnógrafos Richard y Sally Price sobre conductas que ya no practi­caban, excepto cu tiempos de crisis colectiva, debido a que esas prácti­cas estaban asociadas con los Primeros Tiempos, un período real e histó­rico de guerra y rebelión que, de llegar a ser discutido, podía malar gente. Valiéndose de subterfugios comunicativos y guardándose para sí los detalles, se refirieron a batallas, rituales y artefactos poderosos.

Por su parte, la Danza de Negros de Mompox, no obstante el haber huido mediante disfraces de chapulines y payasos, enfrentó la política manteniendo la intensidad de la critica a los funcionarios inescrupulo­sos o a los políticos mendaces. Incluso, hubo ocasiones en las cuales bailaron y cantaron frente a las casas de quienes figuraban como pro­tagonistas de los escándalos que los versos habían recogido. Tampoco editaron las escenas de cimarronaje, ni las que mostraban el bisexua-lismo del rebelde Zambe.

—El ingenio ele los negros minea dejará de sorprenderme— co­mentó Friedemann, reflexionando cómo al huir, atenuando parle ele la agresividad de coreografía y canto, la danza había persistido en valerse-ele las celebraciones del carnaval, si no para hacerle un juicio popular a los inmorales y corruptos, si para crear una opinión pública en torno a ellos y sus conductas asocíales. Friedemann y yo no sabemos cómo pudieron sentirse los infractores después ele epie hubieran sido de­nunciados ante distintas audiencias ciudadanas. Tampoco, si en estas

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épocas de silenciar disidentes mediante la fuerza la Danza de Negros fue víctima de represalias. Aspiramos a que investigaciones futuras aporten la información fallante. Sin embargo, de lo que sí estamos se­guros es de que, con otras danzas del carnaval momposino, además de aliviar las tensiones sociales de la población, ésta desempeña impor­tantes funciones de carácter político: expresa lo que callan los medios de comunicación ele masas, ya sea por su gigantismo o por los intere­ses que elefienden. Pero, además, señala a quienes los tribunales no osan cuestionar, combatiendo así algo de esa impunidad que vamos aceptando como normal. Como nos elijo el poeta Gutiérrez, otro pro­tagonista del carnaval, quien se ganaba la vida haciendo versos para la danza de farotas y otras comparsas:

Aquí a la gente le da miedo hablar. Yo salgo a gritar. Aprovecho el carnaval para salir a la calle y hablar de los problemas de Mompox. No sé qué va a pasar en este país, si cuando pasa un policía, para que no les pida plata, hasta las estatuas de los parques tienen que cerrar los ojos.

TEATRO QUE ENSEÑA SECRETOS

Veinticuatro horas después de que Nina ele Friedemann me pregunta­ra mi opinión del milagro de la transmutación de artesano en cima­rrón en la Danza ele Negros, nos hallábamos extenuados de filmar y tomar notas, ele correr detrás de Indios, Coyongos y Farotas, entre otras danzas que habían brincado por las calles ele Mompox en el domingo de carnaval. Con todo, fallaban muchas respuestas. Una tenía que ver con esa intensidad ele los ensayos, que podía desembocar en un capi­tán sin voz. Éstos pueden comenzar hasta dos meses antes del carna­val, y sirven para epie los ejecutantes se pongan ele acuerdo en la musi-calización ele versos ejue han ido elaborando a lo largo del año o que les compran a versificadores profesionales como el poeta Gutiérrez, quien vivía de componer coplas e improvisar. Pero más allá de esta ta­rea, ¿para epié las repeticiones de baile y canto? ¿Para qué, si" lo que abunda en estos artistas son las facilielades de expresión y el virtuo­sismo en el baile, el canto y la interpretación ele tambores?

Poco a poco, hemos ido armando una explicación que también tendrá que verificarse mediante más visitas a esa región en época de carnaval. El que la Danza de Negros salga a la Calle Real del Medio, sin duela, es importante para ejecutantes y espectadores. Además del

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entretenimiento, está la divulgación ele datos desconocidos sobre ma­los y buenos tratos ele los pobladores del lugar. También, el dinero ex­tra que bailadores y cantadores pueden ganarse en una época del año cuando hay múltiples escaseces. Con todo, creemos epic sus adalides hacen las danzas para sus barrios, para su gente, para divertirlos y re­cordarles la historia epie no figura ni en libros ni cartillas, y mucho menos en las páginas de la prensa o los programas ele radio y televi­sión. La historia ele un secreto muy bien guardado, ya no por los que bailan, sino por los epie los dominan: por cada esclavo siempre hubo un cimarrón que se encargó o de convencer al primero para que se le uniera o de ir extendiendo la rebelión. De ese modo, como lo demostré) Nina de Friedemann en el libro epie escribió con Carlos Patino Rosselli, Lengua y sociedad en el palenque de San Basilio, ele los dos focos ele resistencia identificados en el siglo XVI se pasó a los 20 del siglo XVII, entre ellos cuatro puntos importantes en la confluencia del Cauca con el Magda­lena. De ahí se obtuvo el balance ele finales del siglo XVIII: 19 núcleos esparcidos por toda la llanura Caribe, el litoral Pacífico y los valles del Magdalena, del Cauca y del Pana.

El cimarronaje que tapó la historia oficial

Los perfiles ele este complejo panorama están por dibujarse con el de-lalle cpie alcanzó la misma antropóloga para ese palenque. Su labor da cuenta ele una sensibilidad especial, no sólo por lo intrincado ele la do­cumentación, sino porque casi toda está plagada ele un léxico racista epie no acierta a catalogar los alzamientos cimarrones como auténticos procesos ele liberación, sino que ele manera reiterativa los demerita como actos criminales y como muestras ele la supuesta falta ele gratitud para con los blancos, epiienes al esclavizar a los negros dizque más bien los redimían ele su condición pagana y salvaje. Documentos en los cua­les los españoles nunca dejan ele ser héroes, mientras que los negros pocas veces pasan de cobardes y traicioneros.

Me atrevo a sugerirle al lector interesado en los detalles ele siglo y medio ele enfrentamientos y negociaciones epie hojee el texto que menciono. Comprenderá por qué me interesa destacar aepií que los cimarrones aventajaban a los peninsulares en cuanto a la práctica ele la libertad y a la utilización del entorno pantanoso y selvático dentro de su estrategia militar. En aras ele resaltar el alcance autonómico del movimiento cimarrón, subrayo epte en 1774 el teniente coronel Anto­nio de la T o n e Miranda no pudo ingresar al palenque ele San Basilio

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para realizar un censo. Sus pobladores le prohibieron el acceso apoyán­dose en un entente cordiale, pacto de mutuas concesiones epie habían suscrito en 1713 con el obispo ele Cartagena, fray Antonio María Ca-siani. Los palenqueros alegaron epie, como lo habían hecho durante los últimos cien años, continuaban dándole vigencia a la política pac­tada con los peninsulares: no permitir que allí se refugiaran los escla­vos que huían ele haciendas y casas. Por su parte, estos últimos habían aceptado la territorialidad de ése y otros palenques, como Matnna, Tabacal, Matudere, Bonga, Duanga y San Miguel. La base ele este re­conocimiento consistía en la capitulación firmada en 1603 por el en­tonces gobernador Gerónimo ele Suazo después ele que le aconteciera lo epie le pasaría a varios de sus sucesores: hundirse por días enteros hasta la cintura en los tremedales de ciénagas y caños; perderse en bosepics tupidos, ser picado por miles ele insectos o enfermarse ele peste, y culpar de estas desgracias al poder mágico ele los zaharíes pa­lenqueros. Contradicha por decenas ele acciones bélicas, la capitula­ción había sido ratificada mediante cédula de 1691, de cuyo conteni­do, a su vez, los españoles se habían retractado en 1695, con la conse­cuente respuesta armada de los cimarrones, la cual condujo al entente cordiale.

ZAMBE ENSUEÑA PORVENIRES

Cuando lt> interrogamos, Samuel conocía el pasado ele Miguel Zambe, pero no ele dónde o adémele marchaban los guerreros que él dirigía en su transmutación. Como sucede con muchos mitos y ritos, los conoci­mientos se esfuman con los ancianos sabios. Sin embargo, allá en Mompox aún permanecía un dirigente de barrio epie se veía a sí mis­mo como responsable de transmitir una épica antigua, protagonizada por sus antepasados. En la entrevista epie le hicimos, Samuel sostuvo con vehemencia:

—Cuanelo yo hago la danza, sí sé lo que significa. Esta danza es una crítica al gobierno, al alcalde, a la esclavitud que sentimos.

Cuatro semanas antes del carnaval, noche tras noche, decenas de niños gritan aterrorizados por las carreras de un negro enorme que va en pos de uno de ellos para revolearlo y violarlo. También oyen las denuncias epie hace el capitán de la Danza de Negros y ven a quienes lo siguen, replicando actuaciones guerreras por la libertad. Repasan el pasado como no lo hacen en sus escuelas, hasta portar un recuerdo epic a su debido tiempo podrán ampliar y conectar con la vida ele la

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gente epic habita y habite') el continente de sus antepasados. A medida que África figure más en las crónicas ele América, ellos comprenderán mejor su origen y nosotros nuestro trascurso. Y al conocerse más y conocernos mejor, ambos delinearemos otras nociones ele futuro.

ANANSE CACHARRERA '

Los franceses usan la palabra bricoleur para referirse al improvisador de artificios e inventor de soluciones epic parecen imposibles, dado lo absurdo de los materiales que emplea. Parte ele su intuición, tratando ele recordar de cuál de los desechos (pie por años ha coleccionado po­drá formarse la pieza epie necesita, ( lomo la improvisación está sujeta al carácter tmpredecible del individuo, las soluciones que plantea no coiné iden con las que formulan otros ante el mismo problema. Aun careciendo ele las herramientas adecuadas, acepta todos los trabajos que le propongan, como me tocó ver en el caso del vecino del adalid de pescadores, Rafael Valencia, en el barrio Panamá de Tumaco.

Una noche lluviosa de septiembre de 1983, sacó un destornillador enorme, unas tijeras de sastre y un soldador de plomo, y comenzó a desarmar lo epie por muchos años he considerado una joya ele la tec­nología alemana, mi fumadora Nizo Braum. En un comienzo, no me atrevía a mirar cernió hacía la limpieza ele sus entrañas atascadas ese día con arena de las playas de la Cálela Viento Libre, una aldea locali­zada sobre la ensenada, frente al puerto. Soldé) los contactos que había dañado al meter un chiro grasoso por los rincones más apretados, pu­lió su labor con un pedazo ele papel periódico amarillento y apretó las tuercas que había removido, sin e]uc le sobrara o le faltara ninguna. Con aire triunfal, me elijo: «Ensaye a ve». Todo perfecto. «¿Cuanto?» «Naa».

La gente no sólo es capaz del bricolage, sino que epiizás éste sea el desarrollo más característico ele la evolución ele las especies. Francois Jacob, premio Nobel en biología, destaca en sn libro El juego de lo posi­ble cenno la selección natural no crea engaños de la nada, sino epic los va improvisando a partir ele lo cpie existe: «Fabricar un pulmón con un

1 LTna versión anterior de este ensayo apareció en Colombia Parifica, lomo II. pp. 572-577, Pablo Leyva (editor). Santafé ele Bogotá: Fondo Financiera Eléctrica Na­cional.

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trozo de esófago es algo muy parecido a hacerse una falda con una cortina de la abuela».

Cacharrear identidades

Nuestras voces cacharreo y cacharrero quizás sean las más cercanas a las francesas en este intento por resaltar un proceso del cual muchos se vanaglorian. Oíd Sturdbridge Village, en el estado norteamericano ele Massachusetts, es un pueblo artificial. Se erigió llevando construccio­nes que iban a demoler y habían existido desde la primera mitad del siglo XVIII en diferentes puntos de Nueva Inglaterra. El grueso ele las exhibiciones consiste en artefactos que los colonos inventaron para re­solver problemas que no enfrentaban en Europa, con base en recursos (pie no conocían allá. El cacharreo marcó las formas y funciones de máquinas para cortar madera, doblar hojalata, moldear cerámica, ha­cer zapatos e hilar y tejer algodón. Museos comparables existen por casi todas la regiones de los Estados Unidos.

En Francia pasa algo similar. Ea iglesia de Saint Martin des Champs, escenario del primer capítulo ele la afamada novela de Um-berto Eco, alberga el péndulo que le da el título a la obra. Alrededor de ella está la Academia ele Artes y Medidas, que incluye los rastros que troqueló el cacharreo en los instrumentos y aparatos ele cnantifi-car espacio, tiempo, luz y sonido. Museos no menos modestos (pie és­te, como el Palacio ele los Descubrimientos o la Cindadela ele la Cien­cia y la Tecnología, recogen la memoria estampada en la historia de Francia por el bricolage del entorno y la improvisarie'm con sus cosas.

Hacer custodias derritiendo poporos

Dentro de esta perspectiva, España figura en el extremo opuesto. Los cálices y las custodias de oro con incrustaciones ele esmeraldas, rubíes y diamantes almacenados en los tesoros de las catedrales dominan las exhibiciones epie dibujan la identidad nacional. No ha)' lugares epie in-eliepicn cómo trabajaban los orfebres. Mucho menos epie hablen de las técnicas que emplearon los quimbayas, calimas, cemies, tahonas o muiscas para elaborar los poporos o las figuras ele jaguar, murciélago, rana o balsa que alimentaron las fundiciones auríferas ele la península. Ello enfocaría lo epie más se trató de ocultar con ocasión del aniversa­rio del descubrimiento de América, celebrado en 1992: el saepico ele América y su consecuente aniquilamiento ele pueblos y culturas.

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En eslo ele expresar cómo somos, nos pesa el legado hispánico. Ni e-n Mompox ni en Barbacoas hay exposiciones que ostenten las prácti­cas de los orfebres de ascendencia africana que han elaborado las pie­zas codiciadas en los mercados extranjeros. Los museos del oro que el Banco de la República tiene a lo largo del país alardean del arte indí­gena o del español, como sucede con la custodia de las Clarisas y la famosa Lechuga ele los jesuítas. Sin embargo, no montan exposiciones (pie enaltezcan la orfebrería negra o la epie está impregnada de me­morias africanas (Lleras 1998).

La ínvisibilidad de las huellas africanas en la evolución de las cultu­ras presentes en nuestra nación depende, entonces, de dos factores. En primer lugar, ele la poca relevancia que los colonizadores ibéricos le conceden al bricolage en su formación cultural. En segundo lugar, de la práctica de la exclusión como medio para discriminar y anular lo di­verso.

Comencé hablando de un briroleur de electrodomésticos que resul­taba intuyendo el arreglo de un instrumento de precisión. Este último, a su vez, se había averiado retratando una existencia epie le debe su proyección actual al bricolage. Ea Caleta Viento Libre era una aldea ele agricultores (pie pescaban cuando las mareas y el cuidado ele sus culti­vos se los permitían. Pero una noche el tsunnmi ele diciembre de 1979 les arrancó las formas ele producción que habían desarrollado. Inun­dados los campos y salinizada la tierra, tuvieron epic cambiar ele desti­no. Marcharon a los basureros de Tumaco y bricoleando con cuerdas viejas, pedazos de icopor (poliesüreno) y alambres, fabricaron más an­zuelos ele los que habían tenido. Transformaron la pe-sca ocasional de cangrejos en actividad permanente, sobreviviendo hasta (pie las tierras recuperaron la fertilidad perdida. Volvieron a vender cocos, y con el ingreso adicional pudieron reemplazar los aparejos improvisados por redes de nylon delgado que aumentaban las capturas.

Cacharrear prótesis sociales

El bricolacre de los necros va más allá de la transformación de desechos en artefactos, e incluye el desarrollo de prótesis sociales que compen­san la escasez de energía mecánica. En el Chocé) biogeográfiro esta li­mitación tiene raíces ambientales y humanas. Por una parte, el calor, la humedad y la lluvia son enemigos persistentes de las ruedas de me­tal o de madera, que se enlierran, patinan, oxidan y pudren. Por otra parte, la marginalidad geográfica y política en la nial el centro ha

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mantenido al litoral ha significado poco hierro. Desde la Colonia, son limitados los inventarios de herramientas mineras que deben ser re­construidas y rendadas en las forjas.

La alternativa, una hilera de hombres y mujeres metidos en el cana­lón, agachados con las manos dentro del agua, ablandando las arenas auríferas mediante barras, almocafres y cachos. Bateas llenas de guija­rros y greda pasan ele mano en mano, hasta eme cientos ele toneladas de piedra y arcilla han cambiado de lugar.

Esta prótesis social construida mediante una cadena ele brazos epie se mueven rítmicamente tiene un aglutinante ele memoria africana: la familia extendida. Hecha mediante la vinculación de las parejas con su prole, o ele las solas madres con sus hijos, el bricolage ha permitido epie ejuicnes Cjuieran asociarse con ella lo hagan aludiendo de preferencia a los vínculos de la sangre o, en menor grado, a los del parentesco polí­tico. La puja por los derechos mineros dio origen a linajes cpie, de­pendiendo de la rcgie3n y del período, han reconocido la línea que une a las abuelas con sus hijas y nietas, o a la de la pareja ele abuelos con sus descendientes ele ambos sexos (Friedemann 1984b). En ambos ca­sos, los miembros de la enorme familia aceptan la figura ele un antepa­sado fundador, hoy de perfiles casi legendarios. Cuando esa figura es masculina y las líneas de ascendencia son tanto del lado paterno como materno, los mineros hablan de un tronco (ramaje bilineal, dentro ele la terminología que emplean los estudiosos ele la organización social, ibid.) Su persistencia ha sido insuficiente para que algunos expertos en el tema ele la familia dejen de insistir en la manida simplificación de la poliginia africana, incluido el estereotipo del marido ocasional, caracte­rizado como fuente de inestabilidad e ilegitimidad, simpático con ICJS

niños pero intrascendente en sus papeles económicos, sociales y polí­ticos (Friedemann y Espinosa 1993).

Pese a la fuerza del estereotipo referido a la familia del Afropacífi-co como caótica c inestable, la realidad retrata fenómenos diferentes, como el del capitán ele mina, quien administra el ejercicio ele los dere­chos que tiene cada miembro del tronco familiar en la explotación (le­la mina comunitaria. Estos derechos permanecen latentes mientras el integrante del ramaje no los active mediante labores mineras concre­tas. Al capitán le corresponde determinar el grado y la línea ele paren­tesco dentro del tronco, con el fin ele corroborar la legitimidad de su solicitud (Friedemann 1984b). En este sentido, emula las cualidades del ancestro fundador del tronco. Sin duela, el ejercicio de esa territo­rialidad implica recuentos históricos frecuentes en cuanto al origen de

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la formación familiar y comunitaria y, por lo tanto, habla en contra de la inestabilidad sugerida.

Ea ilegitimidad atribuida a las familias asociadas ele tal modo indica más la ausencia c intolerancia de Estado e Iglesia, así como las trabas burocráticas impuestas por curas y empleados oficiales (Friedemann y Espinosa 1993). Su talante es muy parecido al de los obstáculos que se deben vencer para escriturar las tierras en las cuales, por siglos, la gen­te negra ha cultivado y producido riqueza ajena. Tropiezos que dicen bastante de la asimetría en el trato a los afrocolombianos, a epiienes no les sucede lo epie a los indígenas con sus familias y tierras, gracias a la Constitución de 1991: basta con la palabra ele embcraes y waunanaes para que las unas y las otras adcpiieran legitimidad ante expertos uni­versitarios o funcionarios gubernamentales.

Aun en el caso de las familias extendidas epie se centran en el eje ejue une a abuelas madres y nietas, los maridos están lejos de la insig­nificancia. En Tumaco, entre ICJS originadorcs de la pesca con chin­chorro, la enseñanza de técnicas pesepieras le corresponde al hermano de la adalid del grupo, por lo general dueña ele aparejos y equipos. (Véase capítulo II ele este libro). Además, de los poderes del tío ma­terno dependen la delimitación de las proporciones que rigen la re­partición ele capturas y la escogencia de los compradores ele la pro­ducción.

Redes para ir y venir

En el Chocó es frecuente ver epie, al saludarse, dos personas enume­ren todos sus apellidos. Con ello buscan conocer el grado de consan­guinidad o afinidad epie los liga, así como la proximidad ele sus regio­nes ele origen. Cuanto más cercanos los vínculos, mayor la confianza para conversar o realizar empresas conjuntas. Repetido por los afroa­mericanos ele otros puntos del litoral, este ejercicio permite apreciar redes intrincadas (pie —por medio del parentesco— concitan los puer­tos del litoral, por una parte, con las aldeas localizadas en el interior sobre los ríos y entre las selvas húmedas, y por otra, con áreas metro­politanas ele Bogotá, Mcdellín, Cali y Popayán. Al apoyarse en ellas, los afiliados pueden circular en todas las direcciones y en respuesta a las ofertas ele trabajo epic surjan. Por ejemplo, a principios del decenio ele 1980 corrió la noticia de que en la población de Payan empresarios norteamericanos iniciaban una exploiaeic'm minera mecanizada. Me­diante el pedido ele posada a primos, tíos y cuñados, hombres y mnje-

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res comenzaron a circular desde la zona del río Telerabí hacia la del rio Maguí. (Véase capítulo II ele este libro). Un lustro después, la gente reeditaba el éxodo en sentido inverso. La empresa foránea había sido diseñada para evadir impuestos, no para darle trabajo a los negros. Cuando cumplió su cometido, su desmantelamiento elejó en la ruina a decenas ele familias epie reconstruyeron su existencia aferrándose a las cadenas de parientes.

En el litoral Pacífico no sólo los terremotos y maremotos cambian destinos sin previo aviso. También lo hacen las inundaciones, los in­cendios y los cambios cíclicos en las temperaturas del aire y del agua, por cuenta de la corriente marítima de El Niño. Y por si fuera poco, las caídas abruptas en los mercados internacionales ele minerales pre­ciosos, maderas, camarones y pescados sacuden la economía local y ocasionan sismos de intensidad comparable a la de los naturales. Por estar en lo epie epiizás sea el ámbito más incierto ele Colombia, esa bt'is(|ueda de alternativas manipulando lo que ya se tiene, usando la in­tuición como bríijula, y el cacharreo como estrategia, encierra las cla­ves del porvenir de los ombligados de Ananse.

.".

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Cobero (La BOCM

1 ' -• „ Í Foto- laime Aroch. . . .anacía ele lumaco). loto.J

a . agosto de 1995.

ia, ensenada