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ONOMAZEIN 4 (1999): 521-551 LA LABOR TRADUCTOGRÁFICA Y LA FILOSOFÍA TRADUCTOLÓGICA DE SAN JERÓNIMO EN SU MARCO BIOGRÁFICO 1 Dr. Miguel Angel Vega Universidad Complutense de Madrid 1. UN POCO DE HAGIOGRAFÍA: PERFIL BIOGRÁFICO Y PERSONALIDAD HISTÓRICA Y LEGENDARIA DE SAN JERÓNIMO Decía el filósofo idealista alemán Fichte que cada uno escoge la filosofía según el tipo de hombre que es. Por eso, a la hora de presen- tar la filosofía traductológica de San Jerónimo, justo será presentarle como hombre, es decir, como persona histórica y personalidad so- cial, para así poder comprender la filosofía que puso en práctica. En cuanto a la persona de Jerónimo de Estridón, los datos que nos permiten trazar su currículum biográfico se encuentran dispersos en sus escritos y se trata, sobre todo, de apuntes autobiográficos esparcidos en sus numerosas cartas. Nacido en 347 en una ciudad hoy en día inexistente y que podríamos situar en la actual Croacia, pasa su infancia en las posesiones paternas en unos años en los que el paganismo cede terreno ante el triunfo arrollador del cristianismo, consumado políticamente bajo Constantino unos 30 años antes. A la edad de 12 años se traslada a Roma. Allí su pasión por las letras latinas y, más concretamente, por Cicerón hará de este joven un 1 El presente artículo es el texto de una conferencia pronunciada por su autor –documenta- da con el pertinente material visual– en el Programa de Traducción del Instituto de Letras de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile el día 30 de septiembre de 1998 con ocasión de la festividad de San Jerónimo, fecha en la que se celebra el Día Mundial del Traductor. En esta ocasión, acudieron a la convocatoria de la Universidad Católica, tres Universidades santiaguinas en las que se imparten los estudios de la traducción. La coordinación de la publicación de este artículo estuvo a cargo de las profesoras Ileana Cabrera, Jefa del Programa de Traducción de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Carolina Valdivieso, docente de dicho Programa.

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LA LABOR TRADUCTOGRÁFICA Y LA FILOSOFÍA TRADUCTOLÓGICA… 521

ONOMAZEIN 4 (1999): 521-551

LA LABOR TRADUCTOGRÁFICA Y LA FILOSOFÍATRADUCTOLÓGICA DE SAN JERÓNIMO EN SU

MARCO BIOGRÁFICO1

Dr. Miguel Angel VegaUniversidad Complutense de Madrid

1. UN POCO DE HAGIOGRAFÍA: PERFIL BIOGRÁFICOY PERSONALIDAD HISTÓRICA Y LEGENDARIA DESAN JERÓNIMO

Decía el filósofo idealista alemán Fichte que cada uno escoge lafilosofía según el tipo de hombre que es. Por eso, a la hora de presen-tar la filosofía traductológica de San Jerónimo, justo será presentarlecomo hombre, es decir, como persona histórica y personalidad so-cial, para así poder comprender la filosofía que puso en práctica.

En cuanto a la persona de Jerónimo de Estridón, los datos quenos permiten trazar su currículum biográfico se encuentran dispersosen sus escritos y se trata, sobre todo, de apuntes autobiográficosesparcidos en sus numerosas cartas. Nacido en 347 en una ciudadhoy en día inexistente y que podríamos situar en la actual Croacia,pasa su infancia en las posesiones paternas en unos años en los que elpaganismo cede terreno ante el triunfo arrollador del cristianismo,consumado políticamente bajo Constantino unos 30 años antes. A laedad de 12 años se traslada a Roma. Allí su pasión por las letraslatinas y, más concretamente, por Cicerón hará de este joven un

1 El presente artículo es el texto de una conferencia pronunciada por su autor –documenta-da con el pertinente material visual– en el Programa de Traducción del Instituto de Letrasde la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile el día 30 deseptiembre de 1998 con ocasión de la festividad de San Jerónimo, fecha en la que secelebra el Día Mundial del Traductor. En esta ocasión, acudieron a la convocatoria de laUniversidad Católica, tres Universidades santiaguinas en las que se imparten los estudiosde la traducción.La coordinación de la publicación de este artículo estuvo a cargo de las profesoras IleanaCabrera, Jefa del Programa de Traducción de la Pontificia Universidad Católica de Chile, yCarolina Valdivieso, docente de dicho Programa.

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latinista que paulatinamente va adquiriendo gran renombre entre losescritores de su tiempo. De Roma se trasladará a Tréveris, la ciudaddel Imperio en el limes germánico, constituida en una de las capitalesde la anterior Tetrarquía. Vuelto a Roma y ya bautizado, emprendeun viaje de estudios y de peregrinación al Oriente estableciéndose enAntioquía y después en Calcis. Allí experimenta una especie deconversión paulina. Ustedes se acuerdan del episodio de San Pablocamino de Damasco. Algo parecido tiene lugar en la vida de SanJerónimo. Un día, en un sueño, que él cuenta como si fuera unarrebato, se le aparece un juez, por supuesto Jesucristo, quien le dice:

–Tú ¿quién eres?–Yo, Jerónimo, un cristiano –le contesta.–Tú no eres cristiano, tú eres un ciceroniano, ¡arrepiéntete!Y desde entonces, San Jerónimo dice,–Bueno, con Cicerón ya no quiero más.En ese sueño, en ese arrebato, el juez le manda azotar. Es un

motivo que ha recogido frecuentemente la iconografía, que es SanJerónimo ofreciendo las espaldas a los ángeles. Esto muchas veces seha podido interpretar como el pobre traductor ofreciendo sus espal-das al crítico.

Después de esta visión, San Jerónimo se dedica a la vida ascéti-ca, en el desierto. Un desierto que el monacato de la Iglesia primitivahabía convertido prácticamente en un lugar de encuentro con laesencialidad cristiana. San Jerónimo se impone una rígida renuncia atodo lo superfluo de la vida, lo que va marcando su temperamentohasta hacer de él una persona que vive para la percepción y lapráctica del mensaje cristiano. Pues claro, el mensaje cristiano estáen la Biblia. Es entonces cuando se dedica a estudiar la Biblia, paralo cual debe estudiar las lenguas bíblicas. Comienza a estudiar elhebreo, el griego, que en principio no sabía, pues había sido latinista.

Después de unos años de estar en el desierto, se cansa. Se hallevado mal con los otros monjes. Hay que insistir en ello, le conside-ramos un gran santo, pero era también hombre, y en cuanto tal teníasus defectos. Vuelve a Roma, y allá el Papa, San Dámaso, le empleacomo secretario, como consultor y consejero en cuestiones dogmáti-cas, bíblicas y filológicas. Es este Papa quien le anima a traducir laBiblia.

Esa actividad, secretario del Papa, será la que provoque que SanJerónimo pase como cardenal de la Iglesia Romana. Nunca lo fue,puesto que el cardenalato todavía no existía. Sin embargo, la icono-grafía recoge ese dato y es así como lo vemos representado con ladignidad de cardenal (ver grabado 1).

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Grabado 1:S. Jerónimo, P. Banquete - Catedral de Avila.

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A la muerte del Papa, tres años después, en el 385, se siente adisgusto en la curia, pues ha conseguido un cúmulo importante deenvidias en Roma. Por otra parte, ha estado rodeado de un cenáculo dehombres y, sobre todo, de mujeres piadosas, que le han ayudado mu-cho. Él trata de infundirles una mística. Así, cansado de Roma, coge aeste cenáculo de mujeres piadosas y se lo lleva otra vez al Oriente.Hace un viaje de estudios por Egipto con un sentido muy traductológico,el conocimiento de lo real. Va a Cesarea y finalmente se establece enBelén hasta el final de sus días, en el 419, como monje, como cenobita,etc. Allá traduce, escribe, alejado del mundo. Se queda en Belén y esen esta polifacética circunstancia vital, de monje, de antiguo funciona-rio de la Iglesia y de estudioso de la Biblia (ver grabado 2), dondeempezó a fraguarse la imagen histórica y legendaria que después pasa-ría a la iconografía, que haría de él una de las figuras más transcen-dentales de finales del cristianismo primitivo y uno de los motivos másabundantes de la historia del arte. Así, por ejemplo,

1. Sus escritos exegéticos y sus polémicas le hicieron pasar a laiconografía como un erudito estudioso de los textos cristianos.

2. Su vida de retiro monacal no le hizo padre del monacato, nisiquiera del occidental, pero sí uno de sus modelos, compartiendocancha en la iconografía monástica con San Antón y San Pabloermitaño y eclipsando a San Benito. A esta, su faceta de monjeeremita, pertenece el episodio del león, que sin embargo corres-pondería propiamente a San Gerásimo. La proximidad onomásti-ca de ambos haría que la imaginación medieval confundiera lospersonajes y, a partir de finales del XIII, el león es un acompañan-te fiel del penitente de Belén (ver grabados 3 y 4).

3. Su vida de penitente hizo de él el epónimo del ascetismo cristia-no, oscureciendo la personalidad del otro gran castigador de sucuerpo, San Onofre.

4. Su participación en las luchas teológicas del tiempo y su defen-sa de la ortodoxia, le convirtieron en uno de los cuatro Padresde la Iglesia latina junto con San Agustín, San Ambrosio y SanGregorio Magno.

Mientras que la mayoría de las figuras y personalidades de lahistoria religiosa del primer cristianismo fueron perdiendo perfil conel paso del tiempo, Jerónimo fue haciéndose uno de los personajesmás caseros y familiares del arte, la doctrina y la piedad cristianos.Ya a comienzos del prerrenacimiento, en el Trecento, empiezan aaparecer masivamente representaciones del penitente de Belén, deldignatario eclesiástico o del traductor de la Biblia en los más diver-sos emplazamientos, situaciones y composiciones:

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– en las iluminaciones (ver grabado 5) y miniaturas de los libros,– esculpido en los púlpitos y portones (ver grabado 6) de las iglesias,– en fresco o relieve en las pechinas del crucero, en los intercolumnios

y en los intradoses de los arcos,– también esculpido (ver grabado 7), en las portadas de las catedra-

les y, por supuesto,– en tablas, lienzos o tallas en los altares mayores.

Los franciscanos, que tenían en la docilidad del “hermano cuer-po” a través del castigo un punto fuerte de su ideario, le pondráncomo ejemplo de penitente (ver grabado 8), como demuestra, porejemplo, la serie de terracotte de della Robbia del cenobio del monteAlvernia, donde San Francisco habría recibido las llagas.

La orden de los predicadores, llamada por su fundador SantoDomingo de Guzmán al cultivo de la reflexión teológica, le pondrácomo ejemplo de intelectual cristiano que hace de la razón una siervadel dogma cristiano.

El humanismo, incluso el laico, tendrá en él un punto de refe-rencia, y Durero llenará su estudio y los salones e iglesias de suciudad natal (Nüremberg) de las figuras de este intelectual que enca-jaba perfectamente en los afanes todavía conciliadores de lo nuevo ylo viejo, de lo medieval y lo humanista, de lo humano y lo cristiano,que pretendía Durero (ver grabado 9).

Más tarde, la Contrarreforma propondrá la figura de Jerónimotraductor e intelectual (ver grabado 10), sometido a la tradición y a laautoridad papal, como paradigma de actitud antiluterana, y apelará asu ideario para reivindicar, frente al antropocentrismo del humanis-mo, la vuelta a la consideración de las cosas sub specie aeternitatis.

Pero serán sobre todo el manierismo y el barroco italianos (vergrabado 11) y españoles los que encontrarán en la personalidadatormentada del penitente e intelectual un filón extraordinario paraensayar los más diferentes tratamientos cromáticos, las más rebusca-das composiciones, las más esotéricas simbologías.

Será tan grande la afición que su figura y su ideario, recogido ensu epistolario, despierten en los medios religiosos de la Baja EdadMedia, que, a mediados del Quatrocento, unos varones piadosos vana tomar como ejemplo de vida cristiana la de Jerónimo y fundaránuna serie de congregaciones de cenobios independientes (los jesuatos,p.e.) que con el tiempo darán lugar a una orden religiosa propia, laOrden Jeronimiana, que, sobre la regla de S. Agustín, tendría enEspaña su máxima expresión. Esta Orden todavía subsiste, siendo lapropietaria, si no jurídica, sí moral de patrimonios históricos y reli-giosos como los del Monasterio de Yuste, adonde se retiraría a morirCarlos V, el Monasterio del Escorial, adonde lo haría su hijo FelipeII, o el Monasterio de Guadalupe, una de las referencias religiosas dela América hispana cristiana.

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Grabado 2:Staatliche Kunstsammlungen Dresden - Gemäldegalerie Alte Meister - SalomonKoninck, Der Eremit, 1643 - Leinwand, 121x93,5 cm.

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Grabado 3:Avignon (84-Vaucluse)- Musee du Petit Palais - Ottaviano Nelli (Gubbio, vers 1375-1444) - Saint Jerôme guérissant le lion, vers 1410-1420 - (bois 0,70x0,32).

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Grabado 4:Saint Jerome reading in a Landscape - Follower of Giovanni Bellini, 1480s? -Wood, 47x33.7 cm - The National Gallery.

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Grabado 5:Códice medieval - San Jerónimo en su estudio.

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Grabado 6:Avignon (84-Vaucluse) - Eglise Saint-Pierre - 84.01.144-Portes: Vantail gauche - St-Jérome et St-Michel (1552).

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Grabado 7:Guadalupe, San Jerónimo. - Escultura en terra cotta de Pedro Torriggiano.Siglo XVI.

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Grabado 8:Tiziano - San Jerónimo en el desierto. H. 1575 - Oleo sobre lienzo. 137x97 cm.

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Grabado 9:Saint Jerome - Albrecht Dürer 1471-1528 - Oil on panel, 27.5x21.2 cm - TheNational Galleri.

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Grabado 10:Fundación LÁZARO GALDIANO - Maestro del Parral - San Jerónimo en suescritorio. Hacia 1500 - Oleo sobre tabla 1,76 x 1,00 m.

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Grabado 11:Roma - Basilica di S. Eustachio - S. Girolamo.

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2. EL INTELECTUAL CRISTIANO

En el marco de esta personalidad polifacética que hemos esbozado yque tan profusamente ha recogido la iconografía cristiana, destaca suamplio perfil de intelectual: en cuanto polemista, crítico, escritor ytraductor, San Jerónimo se revela como una de las grandes cabezasde la época. En su retiro de Belén es el oráculo al que acude laintelectualidad de ese cristianismo todavía en formación. Sintomáticade esa pasión intelectual es la recomendación que en más de unaocasión hace a sus discípulos y discípulas acerca de la lectura: “Quela noche te coja con el libro entre las manos”, recomienda en ciertaocasión a Paula, la noble romana que le siguió al retiro de Belén. Enotra ocasión escribe a Panmaquio y Océano: “¡Ojalá tuviera yo lasobras de todos los comentaristas para compensar la torpeza de miingenio con la diligencia de la lectura!” (utinam omnium tractarumhaberem volumina, ut tarditatem ingenii lectionis diligentiaconpensarem, Carta 842 I, p. 90). A este carácter intelectual de am-plio espectro se debe, en parte, el que mantuviera contacto con todaesa pléyade de grandes nombres del cristianismo primitivo que fra-guan en medio de apasionantes polémicas, no siempre verbales, eldestino doctrinal de la Iglesia: San Gregorio Nacianceno, patriarcade Constantinopla; San Dámaso, obispo de Roma, al que sirvió desecretario y consejero; San Agustín, con el que se carteó en repetidasocasiones; San Epifanio, etc. Interviene en las disputas dogmáticasde la época, sobre todo la que se desarrollaba en torno a la interpreta-ción del apologeta Orígenes, muerto en Tiro un siglo antes de queJerónimo viniera al mundo, y quien, a pesar de sus doctrinas heréticasy de su autocastración3, era uno de los autores más considerados delcristianismo. Hay, sin embargo que señalar que sus relaciones noestuvieron siempre carentes de dificultades y tensiones, sobre todocon San Agustín, con el que acabaría en buena concordia; con SanAmbrosio, al que en más de una ocasión dirigió reproches de caráctertraductivo; con su amigo Rufino, traductor, y con San Juan Crisóstomo,a cuyo destierro contribuyó de manera importante con una de suscartas.

Como polemista y apologeta participó activamente en las dispu-tas pelagianas, en cuyo contexto escribiría un Diálogo contra lospelagianos, que le valdría, entre otras cosas, el que una banda de

2 Citamos según la edición del Epistolario realizada por la Biblioteca de Autores Cristianos acargo de Juan Bautista Valero, S.J., Madrid, 1993.

3 Fue célebre la autocastración de esta interesante personalidad de la Iglesia primitiva realiza-da en aras de una interpretación literal del Evangelio: “Si tu mano te escandaliza…”

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estos asaltara su convento o cenobio en Belén para prenderle fuego.En este ataque, acaecido el año 415, se vertería la sangre de undiácono de Jerónimo y perecería pasto de las llamas la biblioteca delsanto, quien pudo salvarse gracias a que se refugió en una torrefortificada. Es este un dato que pone de relieve el carácter aventureroque en ocasiones tuvo, por fas o por nefas, su vida, cosa que, por otraparte, no tenía nada de extraordinario en un momento en el que elcristianismo se hallaba inmerso en conmociones doctrinales que con-llevaban, en más de una ocasión, fuertes enfrentamientos personales.Es este un dato que hoy en día nos alecciona acerca de cómo ladisputa doctrinal debe hacerse siempre en un tono de concordia paraque la fuerza de la palabra sea exclusivamente la de la razón que lasostiene, no la que le confieren la pasión o los intereses. Si en suamplio currículum de polemista Jerónimo hubiera tenido un sentidomás irénico y en ocasiones hubiera moderado sus expresiones, posi-blemente habría salvado muchas amistades y, lo que es más impor-tante, las pequeñas o grandes porciones de verdad que las doctrinascontrarias o heréticas pudieran tener. Sólo aventuro un ejemplo. Unade las tesis del monje británico Pelagio, establecido en Belén comoJerónimo, una tesis que, por cierto, iba frontalmente en contra de laconcepción agustiniana del hombre como masa damnata, afirmabaque no era necesaria la gracia divina para la práctica del bien. Si eloptimismo humanista que respiraba esta tesis se hubiera incorporadoya en los primeros momentos a la teoría oficial del cristianismo, nohabríamos tenido que esperar a los tiempos postconciliares de nues-tro siglo para aceptar al no creyente como hijo de Dios y posiblemen-te la Iglesia hubiera recorrido otros caminos de tolerancia que ha-brían hecho más risueño su rostro histórico. Pero el verbo y la plumade Jerónimo eran tan pasionales como su personalidad y, llevados delcelo y el entusiasmo de la verdad, posiblemente del orgullo propio detodo intelectual, a duras penas podían evitar, como tampoco lo ha-cían sus contrincantes, la descalificación y el insulto.

También intervendría contra Joviniano (393), contra los arrianos,los donacianos, etc., siendo un acérrimo defensor tanto de la resu-rrección de la carne y de la Inmaculada Concepción como del culto alos mártires, es decir, de los santos y del bautismo de los niños.Como exégeta escribió numerosos comentarios a diversos libros dela Biblia (Jeremías, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Evangelios,etc.) y como historiador aportó o reelaboró numerosas monografías yestudios, tales como las biografías de San Pablo de Tebas, conocidomás bien como San Pablo ermitaño, de San Antonio, conocido comoSan Antonio Abad o San Antón, de San Hilarión de Palestina, etc.Hizo también un diccionario de varones ilustres del cristianismo

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(de Viris Illustribus), un catálogo de escritores eclesiásticos, etc. Comoinvestigador filológico realizó un diccionario de nombres propiosque se puede considerar ya como un intento de diccionario enciclo-pédico.

3. EL INTELECTUAL Y LA TRADUCCIÓN

Por muy interesantes que sean estos rasgos de su personalidad histó-rica, por lo que a nosotros respecta, más nos interesa su actividadcomo traductor, ya que en este aspecto su actividad fue decisiva paranuestro entorno cultural y religioso. En una carta a uno de sus discí-pulos romanos, el senador romano Panmaquio, Jerónimo distinguedos tipos de textos en las traducciones que él realiza: el de los“griegos” y el de las Sagradas Escrituras: “…in translationegraecorum, absque scripturis sanctis…”, es decir, textos profanos ytextos sagrados. Por lo que respecta a los primeros, se ha tratadofundamentalmente de los escritos apologéticos, hagiográficos yteológicos del cristianismo compuestos en los siglos anteriores porOrígenes (Peri archon, comentarios biblicos), Eusebio de Cesarea(Cronica), Dídimo (Sobre el Espíritu Santo), de San Pacomio (escri-tos ascéticos), etc. Es interesante destacar que su traducción del Periarchon, de Orígenes, es una respuesta a la traducción, supuestamenteerrónea, hecha por su amigo y, después, contrincante, monje tambiénen Palestina y después en Roma, Rufino.

No se le conocen traducciones de los autores paganos griegos,cosa que no es de extrañar, ya que, además de salirse del inmediatocampo de interés de nuestro eremita, a saber, el campo doctrinal delcristianismo, estos circulaban en suficientes versiones latinas. Si hacentrado su actividad traductora en los escritos griegos de los autoreseclesiásticos ha sido precisamente porque en un momento en el queel Imperio Romano mostraba unas tendencias centrífugas que sematerializarían, tras el período preconstantiniano de la Tetrarquía, enla división definitiva bajo el emperador español Teodosio, estas,obviamente, conllevaban el peligro de incomunicación entre el cris-tianismo oriental, grecoparlante, y el occidental, latinoparlante, y queproducían importantes variantes interpretativas y pastorales de ladoctrina cristiana. En este sentido, Jerónimo realizó esa vocaciónfundamental a la que responde la tarea del traductor, a saber, la de serpuente entre culturas y lenguas. Para ello tenía la mejor base. Educa-do en Roma, había vivido y continuado su formación largos años enAsia Menor y Constantinopla, por lo que conocía las dos orillaslingüístico-culturales entre las que quería establecer el comercio tex-

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tual. A esas orillas de la traducción aludiría más tarde expresamenteel humanista italiano Leonardo Bruni, cuando nos hizo aceptar demanera definitiva el término que hoy en día expresa nuestra activi-dad: traducere navem, es decir, pasar a la otra orilla la nave textual.Al trasladar al latín los comentarios de Orígenes, los estaba convir-tiendo en patrimonio de la iglesia de la parte occidental, ya latino-parlante, en acervo doctrinal que permitiría a ambos mundos tenerpuntos de referencia comunes. Tal era lo que le advertía Agustín en laprimera carta que le dirigió cuando todavía no era obispo de Hipona,deseoso de entrar en contacto con él: la necesidad de tener en Occi-dente los tesoros de la doctrina cristiana oriental: “Te pido y conmigote pide toda la comunidad estudiosa de las iglesias africanas que note canses de poner tu esmero y trabajo en traducir los libros de losautores que, en lengua griega, han tratado magníficamente de nues-tras escrituras. Con ello conseguirás que también nosotros conozca-mos a estos hombres extraordinarios y, muy especialmente, a ese quetanto citas en tus obras. En cuanto traducir a la lengua latina lasSantas escrituras canónicas, yo no desearías que trabajaras en eso”(Petimus ergo, et nobiscum petit omnis Africanarum ecclesiarumstudiosa societas, ut interpretandis eorum libris qui Graece scripturasnostras quam optime tractaverunt, curam atque operam impenderenon graveris. Potes enim efficere ut nos quoque habeamus tales illosviros et unum potissimum quam libentius in tuis litteris sonas. Devertendis autem in linguam Latinam sanctis litteris canonicis laborarete nolle…, BAC I 536). He aquí formulada por Agustín, de maneraespecífica que, sin gran esfuerzo, se puede generalizar, la misión deltraductor: hacer de dos humanidades, en este caso la de Oriente y lade Occidente, un único espacio de fraternidad. Por cierto que estacarta tardó varios años en llegar a su destinatario. Tras ser violada enRoma, nuestro eremita se enteraría de su contenido por los rumoresque le llegaron de la capital a su retiro, lo que sería un primer motivode tirantez entre ambos, ya que en ella, el que después sería obispode Hipona le aconsejaba que no siguiera con la traducción de laBiblia.

Si estas traducciones de los escritores griegos eclesiásticos hu-bieran sido el único trabajo de Jerónimo, habrían sido suficientespara que su nombre hubiera pasado a la historia de la traducción.Frecuentemente, cuando repasamos la historia de esta actividad queha transmitido y universalizado las obras claves de la ciencia y laliteratura universales –piénsese en las obras que la Escuela de Toledohizo de curso legal en la Europa medieval– se pierden de vista losenormes esfuerzos que hay detrás de esa historia. Mientras se valorael esfuerzo titánico de la creación (los de un Goethe creando la

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imagen arquetípica de nuestra cultura, el Fausto, o los de un Einsteinrevolucionador de la imagen del mundo), pasa inadvertida para elgran público la labor callada y ascética del traductor, que quizásposibilita con ella la presencia de esos otros grandes genios.

En el caso de San Jerónimo, para valorarla adecuadamente, hayque inscribir esa su actividad traductográfica en el contexto de laagitadísima vida que le rodea incluso en el cenobio belenita. Que eldignatario de la iglesia, escritor de tratados teológicos, viajero incan-sable, organizador monástico, tuviera tiempo para dejarnos la impor-tante traductografía que hoy en día poseemos de su pluma, no deja deser edificante. Por otra parte, la carencia de los medios de escritura(tinta, papiros, etc.) y de ayuda lexicográfica, por ejemplo, que dis-ponemos hoy en día tendrían que superarse con una dedicación porencima de las posibilidades normales de trabajo de cualquier perso-na. ¿Se imaginan ustedes lo que sería para un traductor actual elencargo repentino de la traducción de la Biblia? Imagínense entoncesel trabajo que significó para Jerónimo, por muy bien rodeado queestuviera de santas y solícitas mujeres que le servían de amanuenses,toda esa tarea traductiva que emprende en medio del tráfago munda-no de Roma hacia el año 380 y que continuará en su retiro belenita,no en último término por aliento de San Agustín, con el que amenudo se le representa en sacra conversatio. Solo el acarreo de latinta, llegada mayormente de Etiopía, o la disponibilidad de las plu-mas, la limitación laboral que imponía la luz diurna a su trabajo o, enel caso nocturno, la disponibilidad de sebo o aceite para las pestilenteslámparas, implicaban un cúmulo de dificultades enormes, añadidas alas inherentes a la versión textual y que debería superar, además decon ingenio, con mucho esfuerzo. Personalmente no me imaginotraduciendo bajo esas condiciones. Añádase a esto la atención a loscultos religiosos en el monasterio belenita, cultos que suponían laruptura de la cadena mental del trabajo, y uno tendrá una idea aproxi-mada del esfuerzo que hay detrás de esas traducciones y, sobre todo,detrás de la traducción de la llamada Vulgata, esa Biblia católicacuyo texto vierte Jerónimo al latín los años 390 y 406 y que, declara-do texto sagrado oficial de la Iglesia por el Concilio de Trento, seríafijado definitivamente en 1592.

Pero todo ese trabajo y esfuerzo de versión, de consultatextológica de las fuentes griegas y hebreas y de la subsiguientefijación del texto tuvieron como resultado la entrega a la humanidadcristiana e incluso a la agnóstica de un elemento de cohesión yreferencia sobre el que los siglos posteriores irían elaborando unacultura común por encima de las peculiaridades raciales y cosmo-visivas. Abandonando por un momento nuestro punto de vista cris-

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tianocéntrico, al que, por supuesto, tenemos pleno derecho, podre-mos imaginarnos el papel de esa traducción si consideramos el papelque para el Islam ha representado el Corán. Bien que este no setraduzca y la Biblia haya experimentado innumerables versiones enlas diferentes lenguas a las que ha sido traducida, la Vulgata, es decir,la traducción jeronimiana representa el punto de referencia comuni-tario de todas ellas y, en cuanto tal, es el factor de cohesión másimportante de la cultura occidental, que tiene en la Biblia y en elmensaje evangélico su motor fundamental. Es esta una consideraciónque nos da la dimensión de la obra traductiva de San Jerónimo.

Todo esto se potencia si se considera que en ese momento en elque apenas han pasado tres siglos de cristianismo, existen ya unaserie de versiones bíblicas al latín que se han tratado de integrar en lallamada Vetus Latina, derivada de las Hexaplas de Orígenes y quecon sus divergencias textuales ponían en peligro una concepciónhomogénea del mensaje cristiano. De hecho, más de una de lasherejías que pueblan el panorama de la historia de la Iglesia en estosaños se debió a la carencia de una pauta textual común. De ahí laimportancia de la Biblia jeronimiana, que, sin embargo, como sesabe, no dejó de tener contestatarios, incluso entre sus filas.

4. LA FILOSOFÍA DE LA TRADUCCIÓN JERONIMIANA

Precisamente a estas contestaciones técnicas, es decir, filológicas,responde la formulación expresa de su teoría de la traducción, expre-sada sobre todo en varias de sus cartas. Efectivamente, como en elcaso de cualquier traducción (que se lea, por supuesto) y, sobre todo,como en el caso de la otra gran traducción bíblica de la historia, laluterana, tanto la Vulgata como sus otras traducciones provocaron unaluvión de críticas a las que tuvo que responder con energía y, en másde una ocasión, perdiendo los papeles de la modestia y la humildadreligiosas que pretendía realizar en su eremitorio. Y es que el contex-to en el que surgen estos apuntes de crítica y teoría de la traducciónes de nuevo revelador de los modos y maneras de este cristianismoque, pretendiendo predicar el Sermón de la Montaña, se dejaba atra-par por la vis teorica de las cuestiones doctrinales y olvidaba lamansedumbre y el irenismo de aquel. Las diatribas que en ocasionesdirige a sus contrincantes por un quítame allá esas pajas filológicasno tienen nada que envidiar a las que, siglos después, Lutero dirigiríaa los que desde un punto de vista doctrinal o meramente filológicopensaban de manera distinta. En todo caso, hay que decir que, encuanto a San Jerónimo, esta pérdida de papeles manifiesta la rica

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personalidad, humanamente real, de esta figura histórica que, a pesarde sus intentos de perfección cristiana, tenía baches suficientes comopara seguir siendo una persona de carne y hueso, no un santo depeana. El fanatismo es en muchas ocasiones mera cuestión de fórmu-las. Pero hay un fanatismo, el textual de los traductores, que les hacecreer que las versiones de los demás son malas. Me pregunto, porenésima vez, por qué los traductores no podrán dirimir sus diferen-cias técnicas sin acudir a la aniquilación intelectual del contrario:¿Interpres interpreti lupus?

Pues bien, para responder a las críticas, Jerónimo coge la plumaen varias ocasiones, en las cartas 57, en la 84, en la 85, en la 106 yotras, además de hacer crítica de traducción, que ya es teoría, esbozaclaramente los principios rectores que le han servido de guía y méto-do. Para no sobrepasar los límites de esta exposición, voy a tratar deexponer los razonamientos, la filosofía traductológica de dos de ellas,la 84 y la 57, empezando por la primera, para centrarme después enla 57, más importante.

En el origen de toda la teoría de la traducción jeronimiana estála cuestión origenista. Cuando escribe la carta 84, hace tiempo queJerónimo había prometido la traducción del Peri archon de Orígenes,si bien todos los problemas doctrinales y personales que le ha causa-do su admiración por la persona de Orígenes, al tiempo que surepulsa de sus doctrinas heréticas, le han hecho ir abandonando laidea. Rufino, el monje amigo del monasterio del Monte Olivete que,a finales de siglo, se traslada a Roma, emprende esta traducción. Unsegundón de los ambientes del cristianismo romano, Eusebio deCremona, se hace amigo de Rufino y logra de él, obviamente a títuloconfidencial, el manuscrito, no definitivo, de la traducción sobre laque todavía está trabajando. Eusebio, defraudando la confianza deamigo que Rufino ha puesto en él, hace circular ese borrador y lopasa al senador Panmaquio y a la matrona romana Marcela, quienesde inmediato perciben el tufillo herético que el texto disimula coninterpolaciones y censuras, teorías que van contra catholicam regulamy minus catholice dicta (BAC I 885). Actuando de chivatos, amboshacen llegar el texto de la traducción a Jerónimo, que desde Belénirradia su influencia basada en el prestigio de su saber filológico y ensu seguridad doctrinal. Uno de sus “santos hermanos”, escriben refi-riéndose al Eusebio de marras, les ha entregado un texto que mani-fiesta ciertas simpatías por el ya abiertamente declarado hereje y conel fin de que intervenga como crítico y como retraductor le envían latraducción de Rufino. Como se ve, ni siquiera en este caso en el queintervenían “santos varones”, los traductores han estado al margendel juego sucio que toda versión provoca, bien en el mandante, bien

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en el público lector, bien en el colega, y como a menudo sucede, sehan convertido en víctimas y verdugos del unfair play. Esta jugarretaen la que intervienen Eusebio de Cremona y Panmaquio comourdidores y Rufino y Jerónimo como víctimas, causará nuevas des-avenencias en la relación de estos dos últimos, que ya se habíanenfrentado en Palestina. Esta es la acusación de Panmaquio contraRufino ante la corte que preside Jerónimo: se han suprimido de estoslibros muchos pasajes que podrían delatar impiedad manifiesta y sehan interpolado pasajes. Ergo, Jerónimo deberá como sentencia con-denatoria de Rufino, “traducir el libro de Orígenes a partir del origi-nal y tal y como fue editado por su autor” (supra dictum librumOrigenis ad fidem, quemadmodum ab ipso auctore editus est, tuosermone manifestes, BAC I 885). Jerónimo accederá a ello y acom-pañará el texto de una contestación a sus comunicantes romanos,que, sin atacar directamente a Rufino, constata la verdad fundamen-tal de la traductología: que hay varias maneras de traducir: “comointérprete y como autor”. Como autores y no como intérpretes ha-brían traducido Hilario y Victorino las obras de Orígenes. Él, comosolución intermedia, ha optado por un término medio, evitando tantola “autoridad”, que se apropia ilícitamente del texto ajeno, como laservidumbre, que hace al traductor esclavo del mismo y no de laverdad: “Ahora, el trabajo que me ha costado traducir los libros Periarchon es cosa que dejo a vuestro juicio. Pues si, por una parte,cambiar lo más mínimo del texto griego no sería versión, sino eversión,expresarlo todo palabra por palabra no sería propio de quien quisieraguardar la gracia del estilo” (vestro iudicio derelinquo; dum et mutarequippiam de Graeco, non est vertentis sed evertentis; et eadem adverbum exprimere, nequaquam eius qui servare velit eloquiivenustatem; BAC I 903). En una carta a Paulino de Nola, el célebresanto francés establecido en Italia, escribe explicando su modusprocedendi en la traducción de Orígenes: “Me he visto forzado atraducir estos libros, en los que hay más de malo que de bueno, y aguardar la norma de no añadir ni quitar nada y respetar el originalgriego en la traducción latina” (unde necesitate compulsus sumtransferre libros, in quibus mali plus quam boni est, et hanc servaremensuram, ut nec adderem quid, nec demerem, Graecamque fidemLatina integritate servarem, BAC I 905). Es decir: la traduccióncomo aristotélica cuestión del término medio. Ni simplificación nicomplicación, pero, en todo caso, empresa arriesgada. O lo que es lomismo, miseria y esplendor, que diría Ortega.

Tal, la carta 84. Más importante es, sin embargo, la que dirige aPanmaquio, el corresponsal y amigo romano, para aclararle cómo ypor qué ha traducido una carta que, dirigida por Epifanio de Chipre a

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Juan de Jerusalén, se ha convertido en manzana de discordia entretirios y troyanos cristianos. Veamos el contexto histórico.

Corre el año 396 y de nuevo nos encontramos con el problemaorigenista. Epifanio, santo para más señas, obispo de Salamina, enChipre, emprende a finales de siglo (394) una campaña antiorigenistaque incluye, entre otras actuaciones, un viaje a Palestina con elobjeto de urgir al obispo Juan de Jerusalén, simpatizante de Orígenesy ordinario, es decir, superior del monje de Belén, a que abandone susimpatía por el hereje. En el transcurso de una estancia en el monas-terio de Jerónimo ordenará sacerdote, contra su voluntad y con vio-lencia, casi con anestesia, a Pauliniano, hermano de Jerónimo. Elobispo de Jerusalén, como digo ordinario del monasterio, protesta deeste desmán y Epifanio contesta con una carta en la que, en vez deatenerse al meollo de la cuestión, su desmán, aprovecha la ocasiónpara conminarle a dejar la compañía espiritual de Orígenes. Ad usumprivatum, esta carta será traducida por Jerónimo al latín y, de nuevopor la imprudencia e indiscreción de Eusebio de Cremona, a la sazónmonje del monasterio de Jerónimo, se pondrá en circulación pública,divulgando al tiempo las notas marginales desfavorables de Jerónimoacerca de Juan y de su adlátere Rufino. Este, molesto, le acusará dedelincuente o ignorante arguyendo que la carta ha sido traducida demanera aparentemente errónea al no atenerse a la literalidad. Adcautionem, Jerónimo escribe al senador Panmaquio (“te mando estacarta para que te sirva de informe del estado de la cuestión”) unacarta que se ha convertido en el de optimo genere interpretandi, esdecir, en la carta magna de la teoría de la traducción.

Oigamos el trazado de la génesis que hace Jerónimo de esacarta: “… Eusebio de Cremona, al ver que esta carta andaba en bocade muchos y que tanto sabios como ignorantes la alaban por sudoctrina y por la pureza del estilo, me pidió con insistencia que se latradujera al latín y se la expusiera más claramente para facilitarle sucomprensión, ya que ignoraba completamente la lengua griega. Hicelo que me pidió. Llamamos a un taquígrafo y dicté a toda prisa,anotando brevemente al margen de cada página el sentido de lospárrafos que ocupaban el centro; porque también me había pedidocon insistencia que hiciera esto para su uso particular. Yo, a mi vez,le pedía que guardara en su casa el ejemplar y que no lo expusieraligeramente al público. Así transcurrieron las cosas durante un añoy seis meses, hasta que por extraño embrujo la mencionada traduc-ción emigró de los armarios de aquel y llegó a Jerusalén… de estamanera andan mis adversarios pregonando entre los ignorantes quesoy un falsario, que no traduje palabra por palabra, que pusequeridísimo en vez de honorable… Estas y otras tonterías son mis

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delitos” (BAC I 544). Jerónimo se defenderá diciendo que al haberhecho anotaciones al texto para uso privado no ha contravenido losprincipios de la buena concordia, y que al traducir lo ha hechoconforme a los criterios establecidos y de buen sentido común que yaCicerón había sancionado. Este, en su de optimo genere oratorum,había aportado el primer apunte de teoría de la traducción, levísimo.A sus principios metodológicos apela Jerónimo ya en el título de sucarta que formula en paralelo a la de Cicerón. Como en este tratadoque él mismo menciona textualmente, Jerónimo distingue dos formasde traducir: la del orador y la del intérprete, more oratoris et moreinterpretis. Aquella, libre y atenta al peso de las palabras, no alnúmero; esta, atenta a la equivalencia literal de los textos, el departida y el de llegada. Para apoyar su opción llama en su ayudatambién a Horacio, a Terencio4, a Plauto, a Evagro, el biógrafo deSan Antonio (quien “ex alia in aliam linguam ad verbum expressatranslatio sensus operit… alii syllabas aucupentur et litteras, tu quaeresententias”; BAC I 550). Pero completando este breve compendiode historia de la teoría y realizando un análisis más diferenciado,Jerónimo hace avanzar más la reflexión traductológica del tusculanoal distinguir que esos dos tipos de metodología se corresponden condos tipos de texto. Nihil novum sub coelo: cuando los modernosteóricos de la traducción creen haber puesto una pica en Flandeshaciendo depender el método traductivo de la tipología textual, nohacen más que desarrollar lo que in nuce está ya en esta carta magnade la traductología.

Porque, efectivamente, ya lo hemos dicho, Jerónimo distinguedos tipos de textos que manifiestan una fenomenología literaria yantropológica diferente: la del texto sagrado y la del texto profano.Veamos el núcleo del texto jeronimiano: Ego enim non solum fateor,sed libera voce profiteor me in interpretatione graecorum absquescripturis sanctis, ubi et verborum ordo misterium est, non verbumde verbo sed sensum exprimere de sensu (BAC I 547). En el primertipo de texto, al ser palabra divina, cualquier factor de sufenomenología lingüística, el orden de las palabras, por ejemplo,debe respetarse, pues incluso esto que en la comunicación humanano es considerable, puede encerrar misterio. En este caso, un cambioen “el orden de los factores sí altera el producto”. La literalidad seríala garante de la unidad textual y, consiguientemente, doctrinal de lacomunidad eclesial. Por el contrario, en la traducción de los textos no

4 La crítica textual ha demostrado que tanto Horacio como Terencio habrían sido malosvaledores de la doctrina jeronimiana, ya que ambos han abogado en alguna ocasión por laliteralidad. Ver Vega, Textos clásicos de teoría de la traducción. Cátedra, Madrid, 1993.

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sagrados, ni el orden ni el número son significativos, y en estos casosse impone la traducción según el sentido, sensum de sensu, sacar elsentido del sentido.

Por supuesto que este teorema jeronimiano parte del análisisfenomenológico del texto concreto, no del análisis del hechotraductivo: en aquel la funcionalidad inmediata, a saber, la compren-sión del texto, se impone. Por eso, dice, “desde mi juventud, jamáspretendí trasladar palabras, sino las ideas” (… me semper abadulescentian non verba sed sententias transtulisse; BAC I 549).Pero, ¿es que la traducción agota su función antropológica en laexpresión del sentido? Contestaré a esto más adelante. Es cierto, entodo caso, que a Jerónimo, sin que él se dé cuenta, le sale el ciceronianoque lleva dentro: su ideal de traducción es la belleza estilística.Citando su propio prefacio a la traducción de la Crónica de Eusebio,dice: “Es tarea dura lograr que lo que está bien dicho en otra lenguaconserve la misma belleza en la traducción… si traduzco al pie de laletra, sonará absurdo; si por necesidad cambio algo en el orden de laspalabras, parecerá que me salgo de mi tarea de intérprete” (difficileest alienas lineas insequentem non alicubi excidere, arduum ut, quaein alia lingua bene dicta sunt, eundem decorem in translationeconservent… si ad verbum interpretor, absurde resonant; si obnecesitatem aliquid in ordine, in sermone mutavero ab interpretisvidebor officio recessise; BAC I 549). Él, obviamente, prefiere quele consideren traidor al oficio a que su versión pierda decoro. Cabríapreguntarse si en el mantenimiento de la presunta o realmente percibidabelleza del texto al traductor no se le va la mano, en cuyo caso seríadoblemente traidor.

En todo caso, este procedimiento respondía perfectamente almodus operandi de San Jerónimo, quien, rodeado de taquígrafos/asdictaba sus comentarios y posiblemente sus traducciones“velocissime”, para así poder dar satisfacción a una llenísima agendaque incluía las más diversas tareas, extremo del que dan fe sus cartas:dar acogida a los peregrinos, responder a las numerosas consultasque le llegaban, vigilar la pureza doctrinal de sus allegados. Dehecho, en una carta que le dirige Paulino de Nola, este le achaca al“ciceroniano” Jerónimo el descuido estilístico con el que últimamen-te le escribe, reproche al que Jerónimo contesta escudándose en susmúltiples obligaciones y ocupaciones, que no le permiten otra cosa:“Te quejas de que te envío cartas muy breves y desaliñadas. No sedebe a negligencia, sino al respeto que me infundes, pues temo que sime dejo llevar de la palabrería, puedo revelarte demasiadas cosas quetú tendrías que censurar. Aunque, si he de decir la verdad a tu santaalma, son tantas las cartas que se me piden durante el período de la

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navegación a Occidente, que si quisiera responder a todo lo que cadauno pregunta no podría dar abasto. De ahí resulta que, haciendo casoomiso de la sintaxis y de la atención que debo a quienes me escriben,dicto lo que me viene en boca. Además a ti te considero amigo, nojuez”. La pregunta está a flor de labios: ¿no será este hábito redaccio-nal, producido por el estrés epistolar y que le lleva a “hacer casoomiso de la sintaxis”, el que se le introduce subrepticiamente a lahora de traducir, cosa que también ha podido, ha debido hacerceleriter? Ese es, al menos, el modus procedendi que ha utilizado ensu controvertida traducción de la carta de Epifanio a Juan de Jerusa-lén, tal y como confiesa en la carta a Panmaquio: “Ac cito notarioraptim celeriterque dictavi”; BAC I 544) ¿No será por eso por loque a los literalistas les tacha de cinceladores de palabras, logodaedali?

Sea como fuere, lo que sí es cierto es que, desde entonces, eseste un principio que, con raras excepciones, se ha hecho valer porparte de la mayor parte de traductores de la historia. De Jerónimo yde su metodología deriva la mayor parte de la traductografía occiden-tal. Pero solo de la segunda parte del binomio por él establecido: elde la “sensualidad”, el del sentido. El principio de la literalidad anteel texto sagrado tuvo una observancia rígida en Fray Luis de Leóncuando al traducir El Cantar de los Cantares se atuvo a la literalidadmáxima, cosa que no hizo, sin embargo, su hermano de hábito MartinLuther en su versión de la Biblia, que él no llamaba traducción sinoVerdeutschung. Por lo demás, los traductores profanos se atuvieroncon entusiasmo al “sensualismo” que se sanciona en la carta. Si, porejemplo, consultamos la antología del pensamiento traductológicoespañol publicada por Julio César Santoyo5, comprobaremos quecasi todos los traductores clásicos españoles apelan en sus prefacios(bella costumbre esta, la de introducir las traducciones con un prefa-cio teórico) al patrocinio metodológico de San Jerónimo. Bien esverdad que herejes de esta ortodoxia traductológica los hubo porexceso y por defecto: por defecto de literalidad cuando Lutero norespeta esta en su traducción de las Escrituras, y por exceso desensualidad cuando los traductores franceses del XVII hicieron deri-var de ese “sensualismo” una práctica libertaria, más o menos abe-rrante, que daría lugar al episodio conocido como “bellas infieles”.Quizás estaba lejos del pensamiento jeronimiano el sancionar estas,pero lo cierto es que este sensualismo en manos francesas se convir-tió en “libertarismo”, en anarquía traductiva que hizo tradición. Entodas las observancias hay relajaciones, más o menos tolerables,

5 J. C. Santoyo, Teoría y crítica de la traducción. Antología. Barcelona, 1987.

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aunque intolerable resulta que los traductores franceses de las bellasinfieles cometieran el delito de la manipulación del texto. Solo unejemplo: la actuación del abbé Prevost, que incluso pretendía habermejorado el texto original de Richardson (la Pamela), al recortarlodrásticamente y reducirlo de doce a siete volúmenes.

Hay que advertir que estos principios formulados por Jerónimoeran eso: principios, camino, brújula, regla, es decir, intento, norma aobservar y, por supuesto, a contravenir. Utopía, en definitiva. Pues nohay regla sin excepción, ni estado de gracia sin pecado. El mismoJerónimo en ocasiones parece contradecir en la práctica esos princi-pios por él estatuidos e incluso en algunos otros textos parece confe-sar que aun en las Escrituras ha tenido que proceder ad sensum. En laintroducción al libro de Job dice que en su traducción nunc verba,nunc sensus, nunc simul utrumque resonabit. En la misma carta aPanmaquio, Jerónimo comprobará que incluso los apóstoles y evan-gelistas, en la interpretación de las Escrituras antiguas no buscarontanto las palabras cuanto el sentido (in interpretatione veterumscripturarum sensum quaesisse, non verba; BAC I 558).

En todo caso, y para completar este trazado de la teoríajeronimiana de la traducción, permítaseme hacer un apunte crítico,poner un escolio que no invalida sus propuestas pero sí las relativiza.Para ello voy a apoyarme inicialmente en el célebre opúsculo deWalter Benjamin, otro gran teórico de la traducción, que proponíaque la fenomenología del hecho traductivo no se agotaba en la com-paración de los dos textos, sino que iba más allá de la re-expresióndel texto: el hecho traductivo, además de comparar dos textos, com-paraba las dos lenguas en contacto, no entre sí, sino con la capacidadlingüística general humana, aquella que en su perfección solo existeen Dios. Desde este punto de vista, la traducción podría y deberíavolver a revindicar la opción metodológica de la literalidad, puessería esta la que nos devolvería esa función superior de la traducciónque trasciende la comprensión inmediata del texto y pretende fecun-dar una lengua con otra para acercar ambas a la pura realización dellenguaje. Es esta una posibilidad que nunca ha visto Jerónimo, quesiempre ha pretendido salvar el sentido del texto y el estilo de lalengua de llegada.

Desde este punto de vista benjaminiano, permítanme que hagaotra reflexión acerca de la teoría jeronimiana que no deja de tenercierto sentido crítico. Efectivamente Jerónimo acertó al diferenciarlos tipos de texto. Hoy en día disponemos de una tipología muchomás diferenciada. Reiss, por ejemplo, ha señalado la presencia de lafunción expresiva del texto que produce o debe producir una actitudmetodológica distinta: la del respeto al aspecto externo del texto. Yo

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me pregunto: ¿no hay, además, textos que, no siendo sacros en senti-do religioso, sí lo son en sentido cultural o antropológico, cuales sonlos textos clásicos universales de Dante, Shakespeare, Cervantes,etc., y ante los cuales habría que guardar también un respeto al ordende las palabras como garante de un misterio, el de la inspiraciónsublime, tal vez divina, del genio, a través del cual se revela tambiénla esencia divina? Acordémonos de cómo Herder proponía las diver-sas poesías nacionales como revelaciones parciales de la revelacióninacabada de la divinidad en la historia.

Si he querido poner mi pequeño grano de arena crítica en elengranaje de la teoría de la traducción jeronimiana, si he intentadoresaltar el aspecto parcialmente contradictorio de la misma, es paraacentuar que, al igual que este “santo varón” siguió siendo un hom-bre al que no le faltaban las miserias, nunca la voluntad del bien,también la traducción, a pesar de los deseos ideales de perfecciónteórica, siempre estará limitada por la casuística del texto y, porsupuesto, por las deficiencias y fallos del traductor.

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Grabado 12:Nº 359 Sevilla, Museo de Bellas Artes - San Jerónimo (Pedro Torrigiano).