la guerra que no vivimos: palimpsesto familiar

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1 La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar Trabajo de grado Maestría en Construcción de Paz Candidato a magíster José Luis Mondragón Garavito Directora Dra. Tatjana Louis Facultad de Ciencias Sociales Universidad de los Andes Bogotá, enero de 2019

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Page 1: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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La guerra que no vivimos:

Palimpsesto familiar

Trabajo de grado

Maestría en Construcción de Paz

Candidato a magíster

José Luis Mondragón Garavito

Directora

Dra. Tatjana Louis

Facultad de Ciencias Sociales

Universidad de los Andes

Bogotá, enero de 2019

Page 2: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

2

La guerra que no vivimos:

Palimpsesto familiar

A mi familia, a toda:

a quienes aquí me prestaron sus voces

y también a mi hermana y hermanos,

a mis tías y tíos, y a mis primos,

por hacer parte de esta foto

que necesita un marco

cada vez más grande.

Page 3: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

3

Contenido

Agradecimientos ................................................................................................................................ 4

Introducciones ................................................................................................................................... 5

La Violencia ..................................................................................................................................... 10

Y nos repartimos la marrana ......................................................................................................... 11

Como son las cosas cuando son del alma ...................................................................................... 15

Vuelve ........................................................................................................................................... 18

La ley del silencio ......................................................................................................................... 22

Cosa de ignorantes ........................................................................................................................ 25

Pasos de animal grande ................................................................................................................. 27

El pan de cada día ......................................................................................................................... 32

la violencia........................................................................................................................................ 35

De la esquina pa’ allá .................................................................................................................... 36

De virgen no tenía nada ................................................................................................................. 44

Algo sobre la violencia .................................................................................................................. 48

El único citadino ........................................................................................................................... 51

Piedra contra bala .......................................................................................................................... 54

Un paisito chiquito ........................................................................................................................ 57

Más malos que las motosierras ...................................................................................................... 61

Los muertos que tú quieras............................................................................................................ 65

El péndulo ..................................................................................................................................... 68

“la violencia” .................................................................................................................................... 73

Ni pies ni cabeza ........................................................................................................................... 74

La historia lo dirá .......................................................................................................................... 78

El día que deje de rezar ................................................................................................................. 83

Palimpsesto familiar ...................................................................................................................... 87

Mala recordadora .......................................................................................................................... 91

La última bendición ....................................................................................................................... 95

Referencias ....................................................................................................................................... 99

Page 4: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

4

Agradecimientos

Quiero empezar por agradecerle a la Maestría en Construcción de Paz y a su artífice,

Angelika Rettberg, por hacer una apuesta verdaderamente interdisciplinar, en la que tienen

cabida trabajos como éste, que oscilan entre lo académico y lo literario.

Agradezco a mi directora, Tatjana Louis, por su apertura y apoyo a lo largo del

proceso de investigación y escritura, así como a todas las profesoras que con sus distintos

cursos hicieron que mis intuiciones tuvieran un piso más fuerte: Julieta Lemaitre, Ana María

Forero, Catalina González, Tatiana Andia, Ángela Rivas y Decsi Arévalo.

Gracias también a los coordinadores y a mis compañeros del Centro de Español, sin

quienes literalmente no hubiera sido posible mi paso por esta maestría.

Un agradecimiento muy especial a mis amigas: Julieta, Sol, Laura y Cathe, por sus

discusiones enriquecedoras y su complicidad. También a Felipe por su lectura detenida de

este trabajo y por la pertinencia de sus comentarios y correcciones.

Mi admiración a quienes desde su escritura han aportado a mi propia construcción de

memoria, junto a la de muchos otros colombianos.

Finalmente, un eterno agradecimiento a mi familia, por todo su apoyo desde siempre.

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5

Introducciones

Mi canción no es tan solo de quien pueda escucharla

porque a veces el sordo lleva más para amarla.

(Canción de Navidad, Silvio Rodríguez)

Estimados jurados:

Este escrito se inscribe dentro de la opción de Proceso de investigación en periodismo

con producto periodístico o artístico, como trabajo de grado para la Maestría en Construcción

de Paz de la Universidad de los Andes. Se trata primordialmente de un texto narrativo que

resulta de una serie de entrevistas realizadas a cinco miembros de mi familia: mis abuelos

maternos, Ernesto y Ángel; mi mamá, Violeta; mi papá de crianza, Jaime; y mi papá

biológico, Héctor1.

En mi proyecto de investigación está planteado como objetivo general:

Construir un texto narrativo sobre mi memoria familiar que abarque desde el relato

de mis abuelos hasta el mío y contribuya a la memoria colectiva del conflicto armado desde

la perspectiva de quienes no hemos estado estrechamente vinculados a él, teniendo en cuenta

tanto las vivencias directas como las influencias mediales que han contribuido a la

constitución de dicha memoria y abarcando los distintos momentos históricos del país que se

han desarrollado a lo largo de la biografía mía y de mis familiares. (Mondragón, 2018, p. 3)

En este sentido, más que una pregunta específicamente investigativa hay una

preocupación por dar cuenta de esta memoria poco abordada en el marco del conflicto

armado: la de quienes no lo hemos vivido directa y permanentemente. En Colombia, cada

uno de los actores enfrentados ha procurado establecer un relato de lo ocurrido (la versión

oficial de los sucesivos gobiernos y los discursos subversivos de las guerrillas) y, al mismo

tiempo, ha existido un importante esfuerzo por parte de la academia y el periodismo (con los

aportes destacados del Centro de Memoria Histórica) para dar voz a las víctimas. Sin

embargo, no ha habido una labor similar en lo que respecta a las historias de quienes hemos

1 Algunos nombres en este texto han sido cambiados para proteger las identidades de los participantes.

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tenido la fortuna de haber vivido la violencia desde otra orilla, sin haber sido particularmente

afectados por ella, pero siempre presenciándola de alguna manera.

Esto no significa que hayamos mantenido una distancia radical de los eventos que han

marcado al país ni que hayamos, por tanto, perdido de vista la importancia de su contexto

social y político. Si algo puede evidenciarse en este escrito es que la violencia política ha

estado presente en la vida cotidiana de una familia alejada del conflicto: las bromas de mi

abuelo y los secretos de mi abuela, las decisiones de mi mamá y las visiones antagónicas de

mis dos papás forman parte de una memoria en la que a veces coinciden y a veces divergen

las distintas interpretaciones que se tienen sobre la violencia en Colombia.

Estoy seguro de que fue en un libro de Ernesto Sábato, pero no logro recordar cuál,

donde leí acerca del destino entrecomillador de los grandes conceptos. Sábato citaba palabras

como Verdad, Realidad e Historia para señalar que, después de ser protagonistas de

importantes polémicas y disertaciones, habían ido perdiendo trascendencia pasando a ser

escritas en minúsculas para, al final, ser puestas entre comillas, como conceptos que no

resultaban dan claros y estables como se creía. He decidido utilizar este mismo criterio para

agrupar en tres capítulos los relatos que componen este texto.

El primer capítulo es el de La Violencia, que abarca desde las vivencias de mis

abuelos en la época de los enfrentamientos entre liberales y conservadores, hasta el paso de

mi mamá por la agitada vida universitaria de los años ochenta. Si bien este capítulo inicia

con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, los relatos que lo componen no terminan

en 1958 con la instauración del Frente Nacional, sino que se extienden algunas décadas más.

Tomo este periodo ampliado porque aquí la creación de nuevas guerrillas –ahora de

influencia comunista– da continuidad a una violencia de carácter rural. Como señala Daniel

Pécaut:

La existencia de las guerrillas no es nueva, ya que éstas siempre acompañaron al

Frente Nacional. Pero hasta el momento no había pasado de ser un fenómeno periférico, con

altos y bajos, e incapaz de inquietar al régimen. Las FARC, el ELN y el EPL, las tres grandes

organizaciones creadas en los años 1960, hacían parte del paisaje de alguna manera. La

aparición de una nueva organización, el M-19, a finales de los años 1970, no modifica de por

sí esta correlación de fuerzas, incluso porque tiene una implantación menor que sus

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7

predecesoras. Pero al hacer el esfuerzo por instalarse en las ciudades, hasta ese momento

preservadas, innova la situación, con la utilización de un lenguaje nacionalista y, sobre todo,

con su contribución a la difusión del rechazo al régimen entre las clases medias egresadas de

las universidades. (2015, pp. 27-28)

Teniendo en cuenta lo anterior, el segundo capítulo tiene como punto de partida el fin

del M19 –y con él, la Asamblea Constituyente de 1991– para abordar la violencia que se ha

ido naturalizando en muchas esferas de la sociedad, a medida que su raíz política se ha ido

debilitando por la influencia del narcotráfico y la aparición del paramilitarismo. Si bien estos

últimos actores ya existían antes de los noventas, es a partir de esta década que empieza a

esclarecerse su papel en el conflicto armado con la desaparición de los grandes carteles y,

posteriormente, con los escándalos de parapolítica. De ahí que en este segundo capítulo

ahonde en eventos que en el primero quedan apenas insinuados, hilando los recuerdos de mis

padres y abuelos como reminiscencias que comienzan a cobrar sentido, al ser vistas en

conjunto con sus complementos y contradicciones.

La firma del Acuerdo de Paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos

marca el inicio del tercer capítulo, que aborda “la violencia” de una manera un poco más

analítica. Esto debido en parte a que surge del requerimiento de acompañar el producto

literario con un texto reflexivo en el que describiera la investigación y diera cuenta del

proceso creativo así como de los aprendizajes logrados, haciendo uso de los referentes

teóricos que había obtenido a lo largo de la maestría. Aunque esta última parte nace de un

requisito argumentativo, mi decisión fue hacerla también de manera narrativa para conservar

el espíritu de todo el texto.

Es en este último capítulo donde daré cuenta de los conceptos de memoria que guiaron

mi investigación, basándome especialmente en los planteamientos de Astrid Erll. Dichos

conceptos buscan mostrar las diferencias y relaciones entre la memoria transmitida a nivel

interpersonal y aquella generada a través de los medios masivos. También buscan distinguir

entre la memoria como una colección personal de recuerdos y aquélla que se da en el día a

día, como un proceso en constante cambio. El desarrollo de éstos y otros conceptos en el

capítulo final posibilita una construcción más tangible de los mismos, a la luz de los relatos

que componen los dos primeros capítulos.

Page 8: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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Querida familia:

Lo anterior no explica del todo mis distintas elecciones a la hora de escribir este texto.

Tuve al menos otras motivaciones que entraron en juego. Una de ellas era la de organizar los

relatos de una manera acorde a la memoria que se transmite en nuestras conversaciones sin

seguir necesariamente un orden cronológico, sino más bien el capricho de ustedes y mío, en

el que los temas se tocan o interrumpen por causas muchas veces ajenas a la razón. La otra

motivación que tuve tiene su origen en las raíces de este trabajo, que se encaminaban a ver

cómo nuestra propia historia se instauraba en los distintos sucesos del país y cómo éstos se

manifestaron en la vida de cada uno.

Así, el nacimiento de mis abuelos y su infancia en plena violencia bipartidista marca

el inicio de lo que, en el primer capítulo, está más asociado nuestra mitología del conflicto,

en donde las grandes figuras desde Gaitán a Pizarro (o incluso Pablo Escobar) se van

volviendo leyendas de nuestro pasado. Las fuentes de estos relatos son siempre difusas: hay

hechos históricos que mis abuelos o mi mamá no recuerdan claramente y otros que recuerdan

sospechosamente exactos: hablan de imágenes vagas, de cosas que no entendían o de las no

se hablaba mucho, pero también narran lo que le dijo la esposa al presidente Ospina Pérez el

día del Bogotazo o lo que conversaron liberales y conservadores para acabar la dictadura de

Rojas Pinilla.

Por su parte, el salto al segundo capítulo no sólo coincide con la nueva Constitución,

sino también con otro evento intrascendente para la historia patria: mi nacimiento. Este

capítulo está asociado propiamente a nuestra memoria del conflicto, ya que sus relatos dan

cuenta sobre todo de nuestras vivencias personales en medio de una violencia que había

empezado a camuflarse entre las calles y los noticieros, esa violencia que había dejado de ser

política para volverse “común”. Estos recuerdos son más cercanos en el tiempo y en ellos

dialogan las tres generaciones para relatar las protestas obreras y estudiantiles, el terrorismo

del narcotráfico y las guerrillas, y la irrupción del paramilitarismo en el recrudecimiento del

conflicto.

Finalmente, la firma del Acuerdo de Paz que marca la transición hacia el tercer

capítulo coincide, a su vez, con mi ingreso a la Maestría en Construcción de Paz. Lo que allí

narro tiene más que ver con la historia del conflicto porque, como ya lo he señalado,

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corresponde al texto reflexivo que debía acompañar el producto literario. Además de los

conceptos sobre memoria, este último capítulo da cuenta de algunas investigaciones y teorías

que aportan o interpelan a los relatos aquí presentados. No obstante, he buscado que esto no

signifique una primacía conceptual, sino presentar este análisis como un relato más del

conflicto, que entre en diálogo nuestra memoria familiar.

Amable lector:

Quisiera pedirle un poco de paciencia, ya que la estructura de este escrito no

corresponde a un orden académico que comienza por el final, diciendo lo que se encontró o

comprobó o rebatió. Mi objetivo aquí no es cumplir con alguno de estos cometidos, sino dar

cuenta de una memoria que pueda entrar en diálogo directo con cualquiera, sin estar

inicialmente mediada por conceptos. Por eso, lo que prevalece es una escritura –valga

decirlo– más familiar, dirigida no a expertos y estudiosos del conflicto, sino a todo aquel que

sin haberlo experimentad en carne propia se pregunte por su relación con él. Esto con el

anhelo de mostrarle las distintas formas en que una familia puede haber vivido la violencia

sin que su historia haya estado particularmente marcada por ella.

Mi intención es, pues, elaborar un relato que dé cuenta de las memorias de tres

generaciones de mi familia y de cómo éstas se conectan e interpelan, un relato con saltos y

vueltas que permita evidenciar la complejidad de construir memoria sobre un conflicto tan

largo y con tantas aristas. Es por eso que no le pido a quien me lee más que la disposición

que se tiene en las conversaciones familiares, a veces alegre, a veces conflictiva, pero siempre

a la escucha de historias que nos dicen algo de nosotros mismos, algo tal vez difícil de

identificar pero que está allí, esperando a ser contado. Y que, sobre todo, nos une a un pasado

común, que se cruza en sus recovecos con la violencia que ha marcado la historia del país.

Dejo estas palabras en sus manos, esperando sinceramente que disfrute de los relatos

y pueda encontrar en ellos eso que quizás compartamos, aunque ninguno sepa muy bien de

qué se trata. Sea, entonces, el eco de nuestras historias el que dicte la última palabra.

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La Violencia

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Y nos repartimos la marrana

Ya se cayó el arbolito donde dormía el pavo real,

ahora dormirá en el suelo como le tocó a Gaitán.

(Me he de comer esa tuna de Jorge Negrete, versión de mi abuelo)

–Claro que no recuerdo desde cuando nací porque yo estaba muy chiquito –se burla

mi abuelo desde su hamaca–, pero yo nací en 1940 y el conflicto político grave fue con la

muerte de Jorge Eliecer Gaitán. El Bogotazo2 fue el 9 de abril de 1948, yo tenía entonces

ocho años y de ahí para acá sí recuerdo. A raíz de la muerte de Gaitán (según me doy cuenta

hoy en día porque lógico que en ese tiempo no dejaban publicar sino las noticias que más le

convenían al gobierno) se dejó traslucir de que lo mandó a matar la camarilla, bueno, digamos

la mafia de la oligarquía colombiana que la han compuesto desde hace muchísimos años los

Ospinas, los López, los Santos, Laureano Gómez en ese tiempo y todas esas altas familias

bogotanas.

Mi abuelo se llama Ernesto3. Nació en una vereda entre las montañas de Boyacá,

donde me lo imagino de ruana, hundiendo la mancera en el arado mientras los bueyes tiran.

–En mi vereda se resaltaba era lo bien que había obrado el gobierno de Mariano

Ospina Pérez4. La gente se rebotó toda, comenzaron los incendios, los saqueos en gran

cantidad. Y entonces ya se dice que hubo un momento en que dijeron: “Doctor Mariano

Ospina Pérez, renuncie, sálgase y deje esto”. Y que él iba a renunciar, pero Doña Berta, la

esposa, lo llamó y le dijo: “¿Cómo que se va a volar? Usté no se va porque no se va”. Entonces

ya él dijo la frase célebre: “Yo sigo con la presidencia porque más vale un presidente muerto

que un presidente fugitivo”.

>>Yo realmente en el campo muy rara vez escuchaba noticias porque solamente los

gamonales tenían su carro y en el carro, un radio. Entonces cuando escuchábamos esas

noticias más importantes nos aglomerábamos un poco de campesinitos alrededor. En ese

2 Así pasó a conocerse la fecha en que asesinaron a Gaitán, generando fuertes revueltas en todo el país, pero

especialmente en Bogotá. 3 Algunos nombres de personas y lugares han sido cambiados u omitidos por para proteger la identidad de los

participantes. 4 Presidente conservador entre1946 y 1950.

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tiempo sólo se conocía que si no era liberal era conservador, entonces el narrador hablaba a

favor de su partido siempre. Y ellos narraban todo, decían que los malditos, los asesinos, eran

los liberales. Ya después de la muerte de Gaitán y como siguió esa violencia, fue que me di

cuenta de que pues lo asesinos eran de parte y parte.

>>El pueblo más cercano a donde yo vivía era de mayoría liberal y ahí había como

ocho policías que lógico eran del gobierno, o sea conservadores. Entonces un muchacho de

apellido Malaver tenía un fusil automático y organizó los liberales. Él dijo: “Pa matar esos

policías, díganles que hay un armamento aquí en la casa mía y yo me atrinchero en el zarzo”.

Ellos, ingenuos todavía, sin saber nada de batallas ni de nada, llegaron y se metieron los ocho

como una manada de ovejas y les cerraron la puerta, y el otro desde el zarzo los mató a todos.

Bajó y les quitó los ocho fusiles y ya organizó una guerrilla pequeñita de ese pueblo.

>>Mi abuelito, mi papá, todos nosotros éramos conservadores. Mejor dicho, yo

resulté siendo conservador fue por ellos, no por más, no por convicción porque yo no estaba

convencido de nada. A nosotros nos había caído muy bien la muerte de Gaitán porque era un

liberal. Por eso nos agallinamos cuando mataron a todos esos policías y se formó esa

guerrillita. Mi papá se reunía con mi tío Camilo, con mi tío Ignacio y decían: “No podemos

quedarnos solos en una casa porque llegan y nos masacran”. Entonces ellos se organizaron

para una noche dormir en la casa de uno, otra en la casa de otro y así.

>>Contaron después (ya eran comentarios que se pasaban entre vecinos) que habían

estado cerquita al caminito que entraba a la casa de nosotros ahí, a la finca. Entoes habían

llegado esos guerrilleros liberales y que dijeron: “Bueno, ¿por este caminito quién vive en

esa casa de allá?”, “Ah, que vive el Midas (o sea mi papá), ese es un godo hijuetantas, vamos

a matarlo”. Entonces hubo alguien que dijo: “No, Midas no, ese es un señor, ese nunca ha

hecho mal y es una muy buena persona, no, no le hagamos nada a ese”, entoes siguieron.

Detrás de ellos ya vino fue el Ejército y esos liberales pues dejaron por ahí el armamento

abandonado, se dispersaron y se acabó ese conato de guerrilla que hubo.

>>Pero mi papá sufrió físicamente también porque una vez fue a hacer el mercadito

y lo cogieron los liberales y le dieron una muenda de patadas y puños, que él llegó todo

maltrecho. Entonces con Fidel, mi hermano, ya nos sentíamos impotentes. Si en ese tiempo

hubiese como tanto líder político que aprovechaba esas circunstancias para organizarse con

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armas y dinero, pues gustosamente nosotros hubiésemos participado en eso para vengar lo

que le hicieron a mi papá.

>>Por eso, para mí, de los gobernantes de Colombia el que me pareció más justo fue

Rojas Pinilla. En ese tiempo fue el primer General de Tres Soles que hubo en Colombia,

entonces lo enaltecían con muchas frases y decían “El Generalísimo”, era como un ícono. Y

al darse cuenta de esa masacre que había entre liberales y conservadores dijo: “Esto no es

justo”. Porque él era comandante del ejército y el ejército tenía que ser apolítico. Entonces

como en ese tiempo estuvo Laureano Gómez5 y la consigna de él era matar hasta el último

liberal que hubiese en Colombia. Entonces Rojas Pinilla dijo: “No, hay tanto liberal tan

bueno como los conservadores” y le dio golpe de Estado a Laureano Gómez.

>>Rojas Pinilla implantó un gobierno que me pareció el más justo que yo haya

conocido. Ordenó que todos los niños que no tuvieran recursos en Bogotá fueran dotados con

un litro de leche diaria6. Fue la primera vez que yo recibí un regalito que dizque de parte del

gobierno, que fue una pólvora de luces de bengala, que con eso nos hicimos un mal porque

nadie las conocíamos y al prenderlas una noche junto al corral de las ovejas, las ovejitas se

saltaron y se volaron, y después pa’ cogerlas fue un problema.

>>Pero para nosotros, y yo creo que para la gran mayoría de la clase baja, la noticia

de que Rojas Pinilla gobernaba era una gran alegría. Cuando ya Laureano Gómez y los Lleras

y los Ospinas comenzaron a atacarlo a él, entonces en el techo de nuestra casa teníamos un

cartel que decía: Colombia lo necesita, Bogotá lo proclama, Generalísimo Gustavo Rojas

Pinilla. La gran mayoría, creo, lo queríamos, era nuestro ídolo. Sino que al pueblo

colombiano, sobre todo a los más ignorantes y los de la clase de abajo, nos engañan muy

fácil. Llega un líder político y se escuda en los peores errores del que está gobernando, es lo

que ellos anotan para decir: “Voy a corregir esto”.

>>Mientras tanto, Laureano Gómez se había volado para Francia. Y él, al ver que

Rojas Pinilla ya estaba siendo popular, llamó a los jefes liberales y les dijo: “Bueno, vengan

y negociamos a ver cómo sacamos a ese dictador”. Ahí sí fue Lleras7 y se reunió con

5 Presidente conservador entre 1950 y 1951. 6 Rojas Pinilla también es recordado por traer la televisión al país, haberle dado el voto a la mujer y ofrecerle

amnistía a las guerrillas liberales. No obstante, su dictadura estuvo marcada por la represión y la censura. 7 Alberto Lleras Camargo, presidente liberal entre 1945 y 1946, y entre 1958 y 1962.

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Laureano Gómez en Benidorm y Sitges, las dos ciudades europeas donde hicieron el pacto

del Frente Nacional. Allá dijeron: “¿Qué vamos a hacer?”, “Pues vamos y nos repartimos la

marrana: cuatro años el uno, cuatro años el otro”, “Entonces tenemos que preparar el

ambiente, preparar el terreno para que podamos hacer esa campaña y derrocarlo”.

>>Llegaron ellos y, primero que todo, cogieron a los estudiantes como señuelo:

“¡Vamos a protestar contra la dictadura porque estamos en una democracia!”. Llevaron a los

universitarios a muchas manifestaciones, entonces la Universidad Nacional se fue en una

marcha a la Plaza de Bolívar, y Rojas Pinilla ordenó por medio de sus generales: “No los

dejen pasar de la Avenida Jiménez para acá”. Y llegó uno de apellido Gutiérrez, se adelantó

y lo mataron8. Eso les sirvió de caballito de batalla a liberales y conservadores.

>>Ya la misma camarilla política tenía organizado quién le iba a recibir a Rojas

Pinilla. Habían hablado con los otros generales9 que le dijeron a él: “General, si usted se va,

deje el poder en manos de nosotros”. Y él les dijo: “Vea, yo les entrego a ustedes, pero

convoquen a elecciones y verán que el pueblo no quiere más a los Lleras ni a los López ni a

los Gómez ni a los Ospinas, sino que convoquen a unas elecciones libres”. Y ellos se

comprometieron a eso, pero tan pronto él les entregó el poder, ahí mismo esos generales se

lo entregaron a los líderes liberales y conservadores, eso ya estaba acordado.

8 En realidad, a Uriel Gutiérrez lo asesinaron en los predios de la universidad y a raíz de eso se organizaron las

marchas del 9 de junio de 1954 en las que resultaron muertos otros diez estudiantes. 9 La junta militar, conformada por los generales Paris Gordillo y Fonseca Espinosa, el vicealmirante Piedrahita

Arango y los brigadieres generales Navas Pardo y Ordoñez Castillo, fue la encargada de fungir como gobierno

de transición entre la dictadura de Rojas Pinilla y el Frente Nacional.

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Como son las cosas cuando son del alma

Y del último estallido

mi abuelo supo el amor.

(Yo soy de donde hay un río, Silvio Rodríguez)

–Tan pronto fui mayor de edad –continúa mi abuelo– me acuerdo que mi papá y mi

mamá me llevaron a votar prácticamente de la mano. Me dijeron: “Bueno, ya usté puede

votar, camine votamos”. Y entonces yo di el primer voto por Jorge Leyva10. A raíz de ese

voto después yo me puse a pensar: ¿por qué voté por él, si no estoy convencido ni de lo que

él piensa ni de la ideología de él ni nada? Hombe, está mal uno dar un voto porque lo lleven

de la mano, ¿entonces es que la cabeza a uno le está sobrando? Hay que utilizar la cabeza,

hay que pensar. Y comencé a pensar el porqué, no sólo de los votos, sino de las cosas. Y así

me fui y dije: “No, a mí me están utilizando como un borreguito ahí”.

>>Fue por ese tiempo también que a mí me tocó prestar el servicio militar. En el

Ejército, hay que decirlo honestamente, no había política ni liberal ni conservadora y eso que

a mí me tocó en el Batallón Guardia Presidencial. Todos los días el saludo era: “¡Batallón

Guardia Presidencial, buenos días!”, “¡Buenos días, mi Coronel! ¡En defensa del honor hasta

la muerte!”. Entonces a nosotros nos inculcaban era defender el honor y al defender el honor,

por lógica, estábamos defendiendo a nuestro presidente.

>>En ese tiempo cambiaban ya de colores políticos los presidentes y el Batallón

Guardia Presidencial tenía que ser leal a cualquiera. A mí me tocó “el muelón”, que se

llamaba Alberto Lleras Camargo. Allá comencé a darme de cuenta del desenvolvimiento que

se llevaba a cabo en el Palacio Presidencial. Me daba cuenta cómo los del Congreso eran

unos sinvergüenzas: llegaban de vez en cuando, ocupaban su curul y se quedaban dormidos;

aprobaban proyectos sin darse cuenta qué era lo que estaba hablando el otro, ya más antes

habían acordado eso, no era sino una payasada lo que iban a hacer.

>>También me daba cuenta de esos bacanales que hacían, esas fiestas en el Palacio

Presidencial cuando llegaba un embajador de cualquier país a presentar las credenciales al

10 Primer candidato conservador del Frente Nacional, fue vencido por el liberal Alberto Lleras Camargo.

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presidente. Nosotros teníamos que hacer calle de honor para que el embajador entrante

pasara. Eso por lo regular era a las cuatro de la tarde y a partir de las seis comenzaba la Billo’s

Caracas Boys, unas de las mejores orquestas, a darle a la rumba como un hijuepucha.

>>El relevo era a las cinco de la tarde en el Palacio de San Carlos, simulando un

poquito el relevo de la Guardia en París. Y bueno, los que entrábamos de guardia de una vez

hasta las doce de la noche. Entonces ahí se daba cuenta uno cuando estaban en esos salones

en esas parrandas. A veces nos tocaba en la oficina de periodistas, en la oficina privada del

presidente, en garajes, en terraza, en la puerta principal, en donde fuera. Y cuando pasaba por

ahí yo vi a una ministra con las naguas enredadas en la cabeza, toda borracha, por ahí

amanecida.

>>Ya luego salí del Batallón Guardia Presidencial a volver a mi campo, pero entonces

ya dándome de cuenta de toda esa degeneración de los gobiernos y lo que sucedía en el

Capitolio Nacional. Y comencé a renegar de esto y fue germinando en mí como el odio hacia

la clase política dominante. Entonces ya buscaba yo como lo que podría llamarse

“izquierdismo”. Ya vino el Che Guevara y Fidel Castro y esa ideología, pues yo comulgaba

con ellos.

>>Y tal vez me fui como hacia la extrema izquierda cuando asistí a las

manifestaciones de Camilo Torres Restrepo en Bogotá, antes de que se fuera para el Ejército

de Liberación Nacional. A él un periodista lo llamó “cobarde” porque no había sido capaz de

sostener su doctrina de Cristo. Entonces él le decía: “Cobarde usté, periodista, que no le ha

tocado nunca subir esos caminos llenos de lodo para llegar a su vivienda y encontrar a su

esposa o a sus hijos enfermos, y tener que volverse por esos caminos lloviendo para buscar

un medicamento para sanar las heridas de esa familia que está hambrienta”.

>>También comencé a buscar literatura de acuerdo con mi modo de pensar. Llegué a

leer las doctrinas de Mao Tse Tung, La Rebelión de las Ratas (ese es de Fernando Soto

Aparicio, si no estoy mal), ya luego la Voz Proletaria y más adelante Alternativa, que era un

órgano informativo del M19. Entonces eso me dio campo para pensar que toda esa mafia de

las directivas políticas es una maquinaria, yo diría muy difícil de combatir y de destronar del

gobierno de Colombia.

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>>Como andaba desempleado llegué donde una política que se llamaba doña

Bendición, yo no sé cómo la había conocido, y le dije: “Doctora, ayúdeme para hacer

cualquier cosa”. Entoes me dijo: “Si quiere ser guardián dígame, que yo tengo una cuota

política y si usté es conservador, me sirve”. Acepté y primero me mandaron a la Cárcel

Nacional Modelo, luego me trasladaron a Pereira, donde era un patio de los presos

conservadores y otro de los presos liberales. Y me dijeron: “Bueno, vaya controle el desayuno

al patio segundo”. Entonces llegué allá, entré yo y les dije: “Señores, por favor formar para

el desayuno”. Me comenzaron a mirar, todos se quedaron pero asombrados y a reírse. Y a lo

último uno me dijo: “¿Sabe qué? Es que aquí no le hacemos favores a nadie”. Me salí y le

dije al guardián del pasillo, que me dijo: “No, es que aquí no se trabaja así. Vea, coja el

garrote, entre y dígales: ¡Partida de hijueputas, formar pal desayuno! Les doy un minuto y al

último le doy garrote”. Y llegué y efectivamente, claro que al último me tocó darle garrote.

Y me dijo: “Uy, yo lo mato cuando salga”.

>>Fue en Pereira donde conocí a Angelita. Yo solamente le vi la cara y por la cara

me enamoré, y decía yo: “¿Cómo hago pa’ hablarle?”. Entonces ella salió y se puso a asolear

un poquito de café que traía y yo vi que ahí era mi oportunidad. Llegué yo y le dije: “Buenos

días, señorita. Oiga, ¿este proceso cómo es?, ¿esto cómo se llama?, ¿cómo lo cultivan?”. Y

ahí comenzamos, al poquito tiempo ya teníamos prácticamente un noviazgo establecido.

Duraba yo colgado de la ventana desde las 7 hasta las 10 u 11 de la noche, hablando y

hablando y no más, si acaso le cogía una mano y hasta luego. Pero después la comencé a

notar toda extraña, toda desdeñosa. Y cuando ya iba yo a charlarle a la ventana, ella la cerraba

y se entraba. No comprendía yo qué pasaba, por más que buscaba los motivos de eso.

Figúrese cómo son las cosas cuando son del alma.

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18

Vuelve

Para descartar esta sensación de perderlo todo,

para analizar por dónde seguir y elegir el modo.

(Fogata de amor de Víctor Heredia, versión de Mercedes Sosa)

–Una noche a mis papás les tocó salir por allá entre un cafetal con nosotros porque se

formó como una balacera –cuenta mi abuela recostada en su cama, cada tanto se le corta la

voz y me mira como disculpándose–. A no más sintieron ellos la balacera y como el alboroto,

a la casa le habían hecho una salida, así como por el piso hacia un sótano y salía uno por un

cafetal abajo. Por allá estuvimos, yo medio recuerdo, como hasta el amanecer. Recuerdo

como ese impacto cuando nos sacaron: “¡Tenemos que salir!”. Así, eso es lo único que

recuerdo y que bajamos por un cafetal. Yo estaría por ahí de tres años, le pongo, yo estaba

muy chiquita.

Mi abuela se llama Ángel y nació en 1945, en una vereda del Valle, pero al poco

tiempo su papá los dejó a ella y su hermano donde sus abuelos maternos. Así que fue criada

por don Evaristo y doña Asunción, ambos liberales, a quienes a veces llama papás y a veces

abuelos.

–En La Violencia mataban mucho a los liberales en esa región, se oía decir de

matanzas y matanzas. Cuando un día se vino mi papá, mi abuelo, a mercar y encontró en la

plaza, dizque los habían tirado ahí, a cuatro personas muy nombradas y buenas personas, por

el solo hecho de ser de ese color. Entoes ahí sí dijo mi papá: “No, vámonos de acá, eso aquí

nos van a matar, yo aquí no me quedo más”. Tonces, pues ahí sí yo no recuerdo ni qué tiempo

fue eso, ya es que me lo contaban: él salió y se vino adelante solito porque era más a los

hombres que mataban, y dejó que mi abuelita negociara la finca, que le dieron cualquier cosa

por ella.

>>Yo no sé qué tanto tiempo duraría allá mi mamá, mi abuela, pero sí recuerdo que

me quedé con ella. No sé ni cómo saldría de allá con nosotros, me imagino que no duramos

mucho porque a los quince días mataron al hermano de mi papá. Ah porque él sí dijo: “No

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19

hermano, yo no me voy. El que nada debe, nada teme”. Tan bobo, viendo que los otros que

mataron nada debían y nada temían.

>>Entonces llegamos a Pereira y estuvimos por allá como en unos bajitos11, llegamos

ahí me imagino que los tomarían en arriendo. Es que yo de eso no recuerdo, es más lo que

me contaban. Entonces ya un señor dejó una tierrita pa’ administrarla, creo que en compañía.

Y nos fuimos para allá, llegamos todos y ahí duramos me parece que dos años y medio o tres.

Yo en esa época tenía como seis años, más o menos.

>>Me acuerdo que el señor de la finca tenía una esposa de esas tacañas, pensaba que

todo el mundo le estaba robando. Y mi papá vivía muy incómodo con eso, como con esa

desconfianza. Pero él era muy ahorrativo y fue comprando como pedacitos de tierra, ya en

otra vereda que quedaba como a unos ocho kilómetros y era una casita así muy como

humildita, pero entonces la fue arreglando, la fue organizando y fue comprando pedacitos

hasta que cuadró una finquita.

>>Entoes estando allá, que eso ya habían pasado unos cuatro años, llegaron

preguntando por Gustavo Cuellar, como era el apellido del hermano de mi papá que habían

matado: Adolfo Cuellar. Pero es que ellos no tenían el mismo apellido porque no eran hijos

del mismo papá. Y vinieron varias veces, le contaron a mi papá unos sobrinos que vivían ahí

y que ellos habían dicho: “No, es que el Gustavo que vive por acá no es Cuellar, el Gustavo

que vive por acá es Cifuentes”. Y nosotros en la casa haciendo novenas, rezando pa’ que esa

gente no viniera, porque ya le habían contado que lo andaban siguiendo.

>>Pero de La Violencia más es lo que sé ahora, de esa época no sé más. Sólo que mi

papá llevaba la prensa y nos leía que por Barragán bajaba dizque rojo ese río de la gente que

echaban. Porque después de que nos vinimos de allá, al tiempo empezó por aquí, pero esa de

aquí yo no sé si era por política que descabezaban gente. Pero mi papá esas historias las

repetía mucho y a uno se le graban es por eso: que mataron a fulano de tal, que era éste, que

era el otro, que era el que vendía la carnita, que era el que motilaba, en fin.

>>Igual yo vivía como tan bueno allá. Imagínese que ahí me entraron a estudiar y yo

les suplicaba que no, es que eso era muy lejos, yo le pongo como dos kilómetros caminando

11 “Los bajos” se le dice a un sótano que se arrienda como apartamento.

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sola por unos callejones impresionantes y llegaba a esa casa casi oscuro ya. Porque cuando

eso a uno le tocaba estudiar todo el día, me dejaban pa’ que me hicieran el almuerzo por allá

en una casa que no me gustaba y luego salir de allá a pegar por una maldinga loma, que yo

por eso no las quiero. Y yo sola, a veces habían unas niñas que me esperaban y otras veces

no. Entoes les dije a mis papás: “Ay, yo no quiero estudiar más, yo no quiero, yo no quiero”.

>>En esa vereda duré hasta que tenía yo quince años más o menos. Luego me vine

pa’ Pereira, que mi mamá12 vivía ahí. Allá en la vereda yo había hecho unos cursos de

modistería, entoes ya como por aprender mejorcito me vine pa’ Pereira y me quedé ahí. Fue

como un año recibiendo las clases y ya nos dedicamos con mi mamá a cocerle a un almacén.

Cuando apareció Ernesto tenía yo diecisiete años y me dedicaba a la costurita.

>>Ese noviazgo duro año y medio, más o menos. Y bueno, como a los seis meses me

di cuenta que él era conservador. Yo había hecho la promesa, no sé ni si la hice ante alguien

o yo misma dije: “Yo con un godo13 no me caso, pues esa gente es mala”. Yo decía que al

hermano de mi papá lo habían matado los godos y sí, a mí me daba mucha rabia que por ellos

hubiera tenido mi papá que dejar su casa. Imagínese uno estar bien en su finca y tener que

salir como un ladrón pa’ ir a trabajar. Cómo sería mi mamá que tenía poco como habilidá pa’

defenderse en un negocio. Qué pecaito, ella luchó tanto por nosotros –dice y se queda en

silencio mientras se seca las lágrimas–. Todo eso lo digo por lo que ellos hablaban, que eso

fue muy tormentoso: saber que dejaban esa fincota que tenían tan buena, que también medio

recuerdo que era cerquita al pueblito.

>>Entonces le dije a Ernesto: “No, terminamos”. Yo no le supe dar razón por qué, él

no supo por qué era. Bueno y él me cuenta: “Yo pedí traslado, yo quedé aburrido”. Y no le

dieron el traslado y un día, una profesora que creo que enseñaba allá en la cárcel le dijo:

“Ángel preguntó por usté” (yo creo que yo no había preguntado). Entonces él se animó y me

escribió una carta. Me la mandó con un bolero que dice: Vuelve y verás con qué dulzura y

con la inmensa ternura que yo te sabré adorar.

En este punto mi abuela vuelve a detenerse, pero esta vez se ríe.

12 Se refiere a su madre biológica. 13 “Godo” es una forma despectiva de referirse a un conservador.

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–Ay, me da hasta pena –confiesa y me cuenta que la noche después de enviarle la

carta, mi abuelo apareció a las 7 en punto con las piernas temblando.

Yo me lo imagino caminando hacia ella, lento porque a cada paso teme que su Ángel

desaparezca definitivamente por la ventana.

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La ley del silencio

No hay que ser pobre amigo, es peligroso,

no hay ni que hablar amigo, es peligroso.

(Cantata a Santa María de Iquique, Quilapayún)

–Yo nunca había pensado en eso –reflexiona mi mamá apoltronada en su sofá–, pero

se me ocurre ahora que esa situación que vivió mi mamá de ser desplazada por La Violencia

es el referente más concreto, más vivo, que tenemos de una víctima. Y además porque era

una nena, porque ella no salió, sino que la sacaron. Pero estaba pensando también que al lado

de eso está lo que algunos llaman resiliencia, pensando en los abuelos que la criaron a ella.

O sea, en su capacidad de empezar de cero, de volver a tener una finca propia, unos cultivos,

después de haber salido así como perdiendo todo. Y también esa es la idea muy en términos

culturales del paisa, que pueden andar, ir, fundar, tumbar.

Mi mamá se llama Violeta y nació en Pereira el día de las brujitas de 1965, un año

después de que mis abuelos se casaran en la iglesia del cementerio. Al poco tiempo

transfirieron a mi abuelo a la Cárcel del Remanso y él se fue con toda la familia a vivir al

pueblo, donde se establecieron definitivamente. Mi mamá crece allí, rodeada cada vez de más

hermanos, y en el piso de tierra de su casa se entera de los relatos de La Violencia.

–Por ejemplo, cosas como lo del corte franela14, que eran formas de asesinato y

tortura, eso me lo contaban a mí en la niñez. Cuando eso no creo que haya oído la palabra

“desplazamiento”, pero sí tenía la idea como de las fincas, que es donde habían vivido mis

papás. Tengo la idea de que en esas fincas había escenas de violencia, de que se presentaban

asaltos, de que se presentaban ataques. Tal vez ahora, con el tiempo, es que tengo más claro

que la familia de mi mamá tuvo que salir huyendo.

>>Pero creo que los que más me hablaban eran mi papá y mamá Asunción, que era

la abuela que crió a mi mamá y también estuvo muy presente en nuestra crianza, sobre todo

conmigo que soy la mayor. Ella nos contaba muchas historias como de duendes, de la

14 Forma de asesinato en que se cortaba la parte delantera de la garganta de la víctima para que la cabeza se

descolgara hacia atrás.

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Patasola, de la Madremonte y, paralelo a eso, las historias de La Violencia: “Ay mija, si usté

hubiera sabido cómo fue eso, eso fue muy horrible”. Eso es como de lo que uno está hecho,

la narración de La Violencia era parte de lo que mamá Asunción estaba hecha. También creo

que mi papá alguna vez me dio una charla sobre La Masacre de las Bananeras, sobre el ataque

a los sindicalistas. Y me dejó muy claro siempre que la inequidad estaba como en la base de

esa violencia, que los muertos los ponía el pueblo.

>>Una noche yo estaba con mi madre. Ella estaba cociendo ahí al lado de la ventana

y yo le estaba conversando, y de repente “¡Tatatatatá!”, unos disparos, pero ahí en la orejan

de uno. Nosotras nos agachamos en la máquina y cuando ya como que pasó, salimos. Yo creo

que fui la primera en salir y el cadáver estaba ahí donde doña Nelly. Entonces yo pasé y miré,

y mi mamá me acuerdo que me dijo: “¿Es alguien conocido?”. Y yo le dije: “No”. Pero luego

cuando ya vino la policía y le sacaron los documentos, era un señor de la vuelta que yo sí

conocía: don Lázaro Hernández.

>>Cuando ya supimos que era él, como la esposa era muy amiga de mi mamá, me

mandaron a estar en su casa. Yo no recuerdo haber visto a los niños, sólo la recuerdo ella y

un reloj que sonaba cada hora. Recuerdo verla llegar con la ropa ensangrada, ese es como un

recuerdo muy fuerte también como de lo masculino, como que a veces cuando veo la ropa de

mi papá o de tu papá pienso en esa ropa del hombre con sangre. Todo eso para decirte que

cuando yo ahora pregunto por qué lo mataron, fue por política, porque él era concejal en ese

momento. Era como para quitarle su cargo político, o sea que era un contendor, pero no creo

que haya nadie condenado por eso.

>>Otra noche estábamos dormidos y yo creo que no escuchamos ni los tiros,

escuchamos fue a alguien que gritaba: “¡Ayúdenme, ayúdenme, se me muere!”. Nos

asomamos y vimos a un hombre que sostenía a otro de los brazos en la mitad de la calle. Yo

recuerdo que ese hombre estuvo así hasta que suspiró y se murió. Y la cosa es que después

que eso pasó, mi mamá me dijo: “Violeta, imaginate que tu papá dizque oyó que hubo una

discusión”. O sea, mi papá sabía quién lo había matado, él oyó la discusión, se dio cuenta del

que entró a la casa, volvió a salir y mató al otro.

>>Entonces era saber eso y en absoluto silencio, la ley del silencio. ¿Que uno debe

denunciar y no sé qué?: no, uno debe es cuidar el pellejo. Porque uno no confía en la policía,

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24

entonces vas y denuncias y más fácil se entera el ampón de quién denunció que obtener

justicia frente a ese caso. El que lo mató fue Cintio Velázquez, que ahora es uno de los más

adinerados, de los más prestigiosos del Remanso: le acaban de hacer un homenaje por la

persona que le ayuda a la comunidad. Yo no sé, él después de ese asesinato consiguió toda

la plata, a él mismo lo secuestraron años después.

Ella no estaba en El Remanso cuando el secuestro, quienes lo recuerdan son mis

abuelos, que vivían a pocas cuadras.

–Eso fue como a las 7 de la noche –cuenta mi abuelo–. Llegaron unos a hostigar el

cuartel de la policía, pusieron ametralladoras desde arriba y “¡Tatatatatá! ¡Tatatatatá!”. En

ese mismo momento vinieron otros en un camión y le pusieron una bazuca a la puerta, se

metieron y él estaba durmiendo, también las dos hijas y la esposa. Yo sí lo relacioné porque

pues yo sé distinguir lo que es una ráfaga de metralleta y lo que era la bomba de una bazuca.

Yo dije: “Uy eso fue la guerrilla, eso no hay más que ver”. Entonces lo sacaron y lo echaron

al camión con la esposa y una hija, la otra hija se metió debajo de la cama y no la llevaron.

Por ahí como que más adelante dejaron a la hija y después a la esposa, y lo llevaron a él. Ya

después comenzaron las negociaciones con la familia y todo eso.

–Se sintió una balacera y luego una explosión fuerte –resume mi abuela–. Y todo el

mundo pues quietecito en la casa. Cuando al ratico ya como que se quedó todo en silencio,

cuando pasaron ya por ahí diciendo: “¡Secuestraron a Velásquez!”.

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Cosa de ignorantes

Por no hacerme caso mijo, se lo dije tantas veces:

no haga caso a los discursos del dotor ni del patrón.

(Dios te salve mijo de Agustín Magaldi, versión de mi abuelo)

–Lo otro que siempre estuvo muy presente en nuestra crianza –continúa mi mamá–

es como las bromas de que “ustedes son liberales y nosotros conservadores”. Entoes mi papá

y mi mamá siempre bromearon con eso y cuando uno empezaba como a hablar del tema:

“¿En serio mi mamá es liberal y mi papá es conservador?”. Ellos decían: “No, la politiquería

es una idiotez, eso es cosa de ignorantes”.

>>Yo tengo muy claro que desde niña me enseñaron que lo político era malo, pero

también estaban las canciones, los poemas y las lecturas que de alguna forma hablaban de

política. Por ejemplo, para hablar de La Violencia: A quién engañas abuelo. Mi papá la

cantaba, entoes uno le preguntaba: “¿Cómo así?, papá, ¿qué pasó?”. Y ahí venía toda la

lección de historia: qué era lo que quería decir la letra, por qué era que los papás del

muchachito de la canción ya no estaban. Me acuerdo que también cantaba Una flor para

mascar de Pablus Gallinazus y otra que es como de otro país: Dios te salve mijo.

>>En El Remanso había un festival de música también, que incluía canciones

protesta. Yo recuerdo como actividades en la Casa de la Cultura, gente que iba a dar charlas,

hacían mucho teatro. Recuerdo como movimientos de muchachos que hacían cosas y yo

empecé a ir a esas reuniones. Hasta que un día hubo una reunión con un candidato como de

derecha para que nos aliáramos. Y yo tengo la idea de que hasta ahí llegó la cosa, como que

era muy distinto lo que él nos estaba proponiendo y no seguimos.

>>En esa misma Casa de la Cultura hubo una vez un homenaje a Catalina Gómez de

Mosquera, que por mucho tiempo fue la política más destacada del pueblo. Ahí sí era evidente

el clientelismo: usté necesitaba algo, necesitaba una mediana cuota de bienestar, pues tenía

que buscar alguna afinidad con ella o votar por ella. Recuerdo que en su discurso ella empezó

a hablar como del bien que le hacía a los demás y se oyó una voz desde atrás que gritó: “¡Sí,

sobre todo con los buses urbanos!”. Y de lo que la acusaban era de ser dueña de buena parte

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de la flota de taxis y que no estaba interesada en que entraran los buses porque eso le dañaba

su negocio. Entonces ella siguió hablando y se le quebró la voz porque varias personas

empezaron a abuchearla. Luego supe que el que había gritado era mi papá, que estaba por

allá como en la última fila.

La sonrisa de mi mamá refleja una mezcla de nostalgia y vergüenza, como si no

supiera muy bien qué pensar de lo que hacía mi abuelo.

–Incluso ahí era un poco desleal yo a mi juramento –confiesa él– porque ser guardián

del gobierno en ese entonces no era coherente con leer la revista Alternativa o con coger una

buseta e irme gritando para Armenia: “¡Viva El Remanso, combativo y revolucionario”.

Todo eso era totalmente contra el juramento que yo di, que decía: “Juras ser fiel, defender

esta bandera…”.

>>Yo en ese entonces aplaudía los triunfos del M19 y cuando caía un líder para mí

era un fracaso. Incluso asistí a varias reuniones políticas, todavía me encuentro con algunos

de los que fuimos a esas manifestaciones, pero ya con ellos dejamos de hablarnos, dejé de

comulgar con esas ideas cuando Vietnam invadió a Camboya, después de haber estado

desangrado por esa guerra tan sanguinaria con Estados Unidos.

>>Ya me puse a pensar y dije: “El problema de la humanidad es que nos alejamos de

Dios”. Y me puse a buscar a Dios, me puse a averiguar sobre Cristo. Yo dije más de una vez:

“Cristo fue uno de los primeros revolucionarios y les dio juete a los azotadores del pueblo

porque en ese tiempo no había metralletas”. Yo estaba blasfemando: Cristo sí fue un

revolucionario, pero de la paz, con el amor.

La versión de mi mamá sobre este cambio de perspectiva de mi abuelo es un poco

distinta:

–Yo la idea que tengo es que se llevó a mi hermano Juan a una marcha, estando el

niño como de seis o siete años. Allá recibieron mucho sol y a Juan se le vino la sangre por la

nariz. Entonces mi mamá le dijo a mi papá que ya dejara de participar en eso.

–Es que Angelita me reprochaba mucho –termina por confesar mi abuelo– y sobre

todo eso de Juan, que fue lo que más le dolió. Yo todo un día con ese niño por allá para

sembrar una protesta y ¿qué ganamos nosotros con eso?, ¿qué hicimos? Tal vez, gracias a

Dios, no le infundí ese veneno al niño en su corazón.

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Pasos de animal grande

Oh qué será, qué será

que anda suspirando por las alcobas

que se oye susurrando en versos de trova

que anda combinándonos preguntas locas.

(Oh qué será de Chico Buarque, versión de Willie Colón)

–El principal fundador del M19 se llamó Carlos Lleras Restrepo (le decían “la loca

Lleras”) porque estaba de presidente cuando le robaron las elecciones a Rojas Pinilla15. En

ese tiempo éramos un electorado más o menos de cuatro millones, máximo, y a las 10 de la

noche llevaban escrutados unos ochocientos mil votos y Rojas Pinilla iba ganando por más

de doscientos mil. Cuando comenzó el pueblo a festejar, esa fue una disculpa para que Carlos

Lleras Restrepo (“remache” le decían también porque era chiquitico) dijera: “Ordeno el toque

de queda en todas las ciudades del país, que todo el mundo se recoja a sus casas, a sus

dormitorios inmediatamente; los medios de comunicación quedarán suspendidos”.

>>Al otro día, los titulares: Ganó Misael Pastrana Borrero. Entonces, al darse cuenta

que por medios electorales no podían llegar al poder, algunos líderes de la ANAPO (la

Alianza Nacional Popular, que eran los que iban con Rojas Pinilla) dijeron: “Organicémonos

en un grupo guerrillero”. Y comenzaron a publicar por El Siglo, El Espectador y El tiempo:

¿Se siente cansado?, ¿se siente afligido?, ¿se siente sin esperanzas?… Espere al M19.

Entoes todo el mundo creía que era una droga genérica. Y al fin publicaron: ¡Ya llegó el

M19!, y asaltaron la Quinta de Bolívar16, se robaron la espada, se declararon grupo guerrillero

y comenzaron la lucha armada. Pero luego los fueron cogiendo.

15 Las elecciones de 1970, en las que resultó ganador el conservador Misael Pastrana Borrero, fueron

fuertemente acusadas de fraude. 16 El 17 de enero de 1974, un grupo de varios jóvenes se robó la espada del Libertador que reposaba en la Quinta

de Bolívar, dando lugar a la fundación del M19.

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>>Ahí fue cuando estuve relacionado con Navarro Wolff17, mientras les estaban

haciendo el juicio ahí en la Picota18 y llegaban los jueces, los secretarios, los fiscales, los

abogados y allá en el salón los reuníamos. Estaban también los hermanos París, eran hijos

del General París: un muchacho y una muchacha, ambos eran estudiantes o algo así, y

mostraban esa alegría y esa fraternidad entre ellos dos cuando a ella la traían de la reclusión

de mujeres a asistir a la audiencia.

>>Pero todos ellos tenían un trato muy preferencial, no los trataron de la misma forma

que tratan a los demás reclusos. No, a ellos les dieron un pabellón especial y hasta yo decía:

¿Por qué a un pobre rata, que se roba una gallina, sí lo hunden en un patio y esta gente con

tanto privilegio? Pues a los otros había que echarlos al calabozo si estaban hablando después

de las 8 de la noche, mientras que éstos podían seguir hablando ahí en su pabellón, si querían

hasta la amanecida. Tanto que yo iba jugar ajedrez allá con ellos, sobre todo con Iván Marino

Ospina19, y hablaba mucho con ellos.

>>Pues amistad no era porque la amistad reúne un poco de requisitos, pero sí

tratábamos, dialogábamos. Me gustaba hablar con muchos de ellos, digamos quien no fuera

muy beligerante porque había unos que llegaban a la grosería y eso no me gustaba a mí, ya

me comenzaba como a hastiar la violencia. Pero había unas cosas bonitas, sí, y yo aplaudía

la ideología de esa lucha contra la desigualdad social. Siendo esa cúpula de la alta clase social

y tocarle resignarse a dormir en un pabellón de una cárcel por seguir la lucha. Por ejemplo,

ellos asaltaron varios carros portadores de leche, gaseosas de Postobón, y se las daban por

allá a los pobres en los barrios.

–Es que la izquierda que se funda con el M19 era muy populista –me explica mi

mamá–, despertaba simpatía. Lo de robarse carros de leche y repartirla en los barrios pobres

eran cosas heroicas a los ojos de muchos, incluido lo que mi papá me trasmitía. No sé si tú

lo alcances a captar porque eres de otra generación, pero el M19 sí hacía mucho trabajo de

base. O sea, uno estaba enterado, ellos le llegaban a la gente, iban a los barrios, se hacían

17 Antonio Navarro Wolf llegó a ser el segundo al mando en la comandancia del M19. En 1985 sufrió un

atentado en Cali, por el cual perdió una pierna y tiene dificultades de hablar. 18 En un artículo publicado en el portal Universo Centro, Navarro Wolf cuenta su experiencia en la cárcel La

Picota de Bogotá, a la que llegó preso en agosto de 1980. Esta versión resulta bastante diferente de la de mi

abuelo. 19 Fue fundador y segundo al mando del M19. Murió en 1985 en un operativo militar en Cali.

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conocer. Había una simpatía que ya no hay y que seguramente hay razones pa’ que no hay,

pero en esa época (de pronto antes de ese gran auge del narcotráfico) ellos hacían mucho

trabajo de base.

>>Yo creo que fue mi papá el que alguna vez me mostró cuál era la embajada donde

había sido la toma20. De pronto por los años que me fui a Bogotá, a estudiar psicología en la

Nacional, pero inmediatamente hubo un cierre largo de la universidad. O sea, yo aprobé un

semestre y empezando segundo fue un cierre de más de un año y me devolví al Remanso. Y

en ese tiempo fue la toma del Palacio de Justicia21, que yo vi por televisión. Lo recuerdo

como algo increíble: ver esa tanqueta entrando a esa edificación. Como que eso tan material

que es el edificio fuerte y la tanqueta que es más fuerte que el edificio y que puede penetrarlo.

También era una representación como de la institución. Yo no sé, guardadas las proporciones,

pero un poco es como lo de las Torres Gemelas, o sea que hay cosas que uno cree que son

invulnerables, que no se van a mover de ahí. Pero en este caso aún más porque quien la está

rompiendo es la misma institución.

>>Yo no recuerdo tanto el Palacio en llamas, que ahora uno lo ve más, porque además

eso ya fue como por la noche, ya como lo último22. Recuerdo mucho el impacto y la narración

por radio, algunas de esas voces como de “¡Está entrando la tanqueta, atención! ¡El general

acaba de ordenar la retoma del Palacio, están entrando a sangre y fuego!”. Recuerdo también

las imágenes de esos helicópteros, como la gente cayendo, el que se cae de la camilla. Y

recuerdo mucho la voz de Reyes Echandía23 pidiendo auxilio, pidiendo alto al fuego.

>>Ya en esa época las torturas eran algo establecido. Ahora uno no oye eso, pero en

esa época era muy común porque había una izquierda muy activa y al que cogían lo

torturaban. Entonces en el Palacio de Justicia, toda esa gente desapareció y pues ahí mismo

20 El 27 de febrero de 1980 un comando del M19 se toma la Embajada de República Dominicana, donde se

encontraban reunidos varios diplomáticos. La negociación duró dos meses y los guerrilleros lograron que se les

permitiera salir en un avión hacia Cuba. 21 El 6 de noviembre de 1985 un comando del M19 se toma el Palacio de Justicia. Esta vez el ejército se niega

a negociar y retoma el Palacio en una operación en la que hubo decenas de muertos, desaparecidos y torturados. 22 En un momento dado se dejó de informar sobre los sucesos en el Palacio de Justicia para trasmitir un partido

de fútbol de Millonarios contra el Unión Magdalena. 23 Alfonso Reyes Echandía era el presidente de la Corte Suprema de Justicia y murió en los eventos del Palacio.

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empezaron los rumores y efectivamente fue lo que pasó: que los estaban torturando24. Yo no

sé qué tantos guerrilleros cogieron, yo creo que a los guerrilleros los masacraron ahí mismo.

O sea, mucha de la gente que torturaron no tenía nada que ver.

>>Ya después de eso volví a Bogotá. Allá empecé a escuchar música cubana, la

Nueva Trova de Pablo y de Silvio. Allá también escuchaba Mercedes Sosa. Y de poetas o

escritores, pues lo que pasa es que esos iban desde antes. A mí siempre me gustó mucho

Ernesto Sábato y a Mario Benedetti también lo leía desde El Remanso. Entonces en Bogotá

tuve la oportunidad de ver en el León de Greiff25 a Sábato y creo que también estuvo

Benedetti, pero a él me lo perdí. Allá en el León también las asambleas. Yo asistía a veces,

trataba de entender y no entendía mucho porque eso es como el poder del discurso de cada

cual. Yo como que trataba de discernir qué había de verdad detrás de cada discurso, quién

decía la verdad. Porque algunos decían que no respaldan las pedreas, pero echaban piedra,

entoes yo no entendía.

>>Recuerdo también las pedreas. Uno generalmente estaba en Ciencias Humanas y

las explosiones se oían como en la 45, que no es tan cerca. Realmente la participación que

yo tenía era como la de alguien de barrio: “Ve, que hubo tal cosa allí, vamos a mirar”. Entoes

nosotros nos íbamos acercando, supongo que hasta la última línea de los que estaban tirando

piedra; recuerdo estar cerca de donde llegaban los gases lacrimógenos.

>>Pero yo tengo como dos caras de esas protestas. La primera es que una vez a un

compañero lo metieron a una tanqueta y lo torturaron. Lo patearon y lo trataron mal, lo

tuvieron unas horas ahí y luego lo dejaron ir. Él contaba que tenía un libro de psicología y

les decía: “¡Mire, pero si yo estudio esto!”. La otra cara es que una vez yo estaba por fuera

de la universidad, creo en una heladería que había al frente, cuando entró un conductor al que

le habían quemado el bus. Llegó llorando con sus moneditas y eso como que me marcó, eso

no se le hace a nadie. Qué incapacidad de ver el otro lado, no están ni tocando la

institucionalidad y sí le están jodiendo la vida a alguien.

24 El Estado colombiano fue encontrado culpable de desaparición forzada, tortura y ejecución extrajudicial por

la Corte Interamericana de Derechos Humanos. 25 Principal auditorio de la Universidad Nacional.

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>>Ahora se me ocurre que uno era como el inocente (yo llegué a la universidad como

de diecisiete años), como que uno sentía pasos de animal grande, como que mis compañeros

estaban hablando cosas importantes, pero a mí no me las decían. Un día llegó el rumor de

que habían matado a Álvaro Fayad26 muy cerquita de la universidad y entoes ahí mis

compañeros como que hablaban entre ellos. Después de eso dejamos de ver a uno, recuerdo

que le oí decir: “No, es que me tocó viajar con carga pesada” y entendí que él era el que había

llevado el cadáver de Fayad a algún lado.

>>Y lo último que recuerdo es la visita de Pizarro27, antes de que lo mataran. Como

candidato, no sé si a la alcaldía de Bogotá o a la presidencia, él fue a hacer campaña a la

universidad, iba a hablar ahí en la Plaza Che. Y se armó una pedrea y hubo explosiones y

disparos como nunca me había tocado ver, y no lo dejaron dar su discurso por desertor, como

por traicionar las ideas de la izquierda. Nosotros estábamos como lejitos porque uno sabía

que eso se iba a calentar. Y empecé a ver como papas28 y a escuchar los disparos muy cerca,

entoes me acuerdo que fuimos saliendo como hacia atrás y vi que lo llevaban corriendo dos

guardaespaldas armados.

26 Cofundador del M19, murió en 1986 en un operativo policial en Bogotá. 27 Carlos Pizarro fue el comandante del M19 que en los tiempos de las negociaciones de paz. Fue asesinado en

1990, siendo candidato a la presidencia. 28 Las “papas bomba” son artefactos de fabricación artesanal con las que los manifestantes anuncian que va a

iniciar una protesta.

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32

El pan de cada día

Cuando nací me dijeron: naciste por la esperanza

así le digo a mi hijo y parto hacia la matanza.

(Martianos, Silvio Rodríguez)

–Mi tesis era sobre desarrollo comunitario –cuenta mi mamá–, pero todavía más en

mi práctica estaba presente como un trabajo político y un compromiso del psicólogo. Si

buscamos referentes conceptuales, sobre todo estamos pensando en Ignacio Martín-Baró, que

era de los psicólogos más políticos que había. Él era un sacerdote jesuita que hacía manuales

de psicología, que a la vez son una denuncia política. Entonces si está hablando sobre

identidad, por decir algo, los ejemplos que pone son las torturas y atropellos de los militares

en esa época. Y por eso fue que, una noche llegaron, lo buscaron y lo mataron con otras diez

personas29.

>>La sustentación de mi tesis fue el 6 de junio de 1991, supongo que en horas de la

tarde. Fue en un salón del segundo piso del edificio de Ciencias Humanas, tengo la idea de

paredes blancas y mucha luz. Yo tenía una gran panza y estaba absolutamente nerviosa,

recuerdo que las gafas se me resbalaban por el sudor de la nariz. Según dice tu tía Doris (en

ese entonces vivíamos las dos y creo que nos estaba visitando tu tía Clemencia) luego de la

sustentación me fui al Servicio Médico de la Universidad, que estaba ubicado en el edificio

de Administración. Fui allá porque estaba muy hinchada, especialmente las piernas y ésa se

considera una señal de riesgo. No recuerdo qué me dijeron, pero nos fuimos a casa.

>>Vivíamos en una urbanización de viviendas de interés social en Suba, de esas que

son todas igualitas, en una calle peatonal. Estábamos mis hermanas, un amigo al que

estábamos alojando porque no tenía dónde vivir y yo. Esa noche les propuse que

compráramos pollo asado para la comida, a manera de celebración, pero ellas dijeron que no.

Sólo teníamos cinco mil pesos y podíamos necesitarlos en cualquier momento. Recuerdo que

la comida fue arroz, tomate y huevo, que era el pan de cada día.

29 Esto sucedió en San Salvador en 1989.

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33

>>A las once de la noche empezó a salirme mucha agua y les dije que había roto

fuente. Entonces Doris decidió que yo debía comer y tratar de dormir un poco. Un compañero

ya nos había ofrecido llevarnos en su carro al hospital, cuando llegara el momento. Él vivía

unas cuadras más arriba con su esposa y creo que tenían una niña. Trabajaba como taxista en

un carro, creo que era un Fiat viejo al que se le caía el tanque de gasolina. Así que lo llamamos

y le pedimos que estuviera atento cuando llegara el momento de recogernos en casa.

>>Yo me recosté y traté de dormir, las contracciones eran suaves, pero cuando las

sentía yo decía "¡Ay!". Luego se fueron haciendo más frecuentes y alrededor de la una de la

mañana decidimos que era hora de irnos. La ropa no me servía, así que salí casi que

disfrazada, con uno de mis vestidos maternos, unas medias gruesas y largas, unos mocasines

que creo que eran de hombre y un abrigo inmenso. Me veía muy chistosa, lástima que no

hayamos tomado una foto.

>>Salimos caminando al parqueadero para abordar el carro, teníamos que atravesar

la ciudad desde Suba hasta el Hospital Materno Infantil, que queda en la Carrera Décima y

era un lugar de práctica de los estudiantes de áreas de la salud de la Universidad Nacional.

Una amiga de Doris tenía un hermano médico, que me había referenciado con un ginecólogo

que trabajaba en allá, para que estuviera atento al momento del parto. No sabíamos si era

niño o niña, no me habían ordenado ecografías ni me las había hecho. La instrucción era que

yo preguntara por Gustavo cuando llegara al hospital y dijera que era estudiante de la

Nacional.

>>Entré en una sala repleta de barrigonas, unas sentadas, otras de píe y esperé hasta

que me hicieron pasar a otra sala. Allí no podían entrar mis acompañantes. Luego de un rato,

me hicieron pasar a una sala más pequeña donde un guarda me ordenó: “Entre a ese baño, se

quita los calzones y pasa allá”. Después de revisarme me dijeron que podía irme a la casa y

regresar al día siguiente, pues todavía me faltaba mucho tiempo para que naciera el bebé,

debía dilatar mucho más. Les expliqué que no podía irme porque vivía al otro lado de la

ciudad y no tenía cómo transportarme; entonces dijeron que me revisarían nuevamente en

unas horas.

>>Me reuní con los demás y salimos a darnos un vuelto por la décima a la madrugada;

ése es un paisaje realmente lúgubre. Caminamos hasta la esquina del hospital, donde había

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34

un kiosko, allí comí tostada o algo. Por el andén pasaban indigentes y una mujer con un niño

en brazos se nos acercó y nos pidió dinero. Su argumento es inolvidable, me dijo refiriéndose

a mi panza: “Mire que el día de mañana usted puede estar en la misma situación”.

En ese momento mi mamá se queda en silencio, pero yo me sé el resto de la historia:

a la 1:00 am la dejaron entrar de nuevo al hospital y la hicieron pasar a una sala con otras

mujeres en parto, cuando alguna gritaba demasiado le corrían el biombo para que no se viera;

a la 1:30 pm del día siguiente la llevaron al burro, allí pujó durante 45 minutos hasta que a

las 2:15 pm del 7 de junio de 1991 nací yo. Ella me cuenta que al principio no lloré, tuvieron

que pasarme alguna cosa helada por el cuerpo para que despertara.

–Para mí, tú naces con la Constitución –continúa– y esa Constitución fue en parte

producto de la desmovilización del M1930, uno de los requisitos del Acuerdo fue la

realización de una Asamblea Constituyente. Entonces tú naciste con la constituyente, con

una nueva Constitución para este país, una Constitución más incluyente. Esa es como la

imagen que me he querido dar, a mí sí me gusta pensar que nosotros ahora tenemos un mejor

país que el de las torturas, que el de la Toma del Palacio. Yo sé que hay mucha inequidad y

todo, pero creo que con esa Constitución éste es un mejor país.

30 El 4 de julio de 1991 la actual Constitución de Colombia, construida entre desmovilizados del M19 y otras

guerrillas, en conjunto con miembros de distintos partidos políticos.

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la violencia

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De la esquina pa’ allá

¡Del puente para allá Juanchito,

del puente para acá está Cali!

(Del puente para allá, Grupo Niche)

–Yo me vine para Cali porque quería estar un poquito más cerca de mis papás, pero

no tanto –dice mi mamá–, y mi primer trabajo fue en la Universidad del Valle como

profesional del área social. Jaime era monitor allá. Yo lo recuerdo muy bien porque antes de

verlo lo escuché y me gustó lo que oí, que era bastante irreverente. Lo que escuché fue una

entrevista, le dijeron a él: “¿Bueno y eso cuánto me va a valer?”. Y él: “Diez millones”. Y le

dijeron: “Dejémolo en dos”. Y él: “Bueno, hágale pues”.

–Cuando yo empecé a hacer una monitoría en Univalle –me cuenta Jaime, a quien

desde que tengo memoria llamo papá– Violeta también estaba recién empezando a trabajar

ahí. Ellos tenían un proyecto por allá en Tuluá, entoes a mí me tocó hacer la base de datos de

toda esa información que ellos recolectaban. Duré un semestre allí y en esa época fue que me

conocí con ella.

–Me acuerdo que en el descanso del mediodía, él llegaba en unas mesas grandes que

había ahí para trabajar y hacía la siesta cuan largo es –continúa mi mamá–. Pero después se

acercaba a mi cubículo y me charlaba, me preguntaba cosas. Luego íbamos a almorzar juntos

a la cafetería, íbamos a la frutería, hablábamos. Y muy rápido empezó a participar de lo

doméstico y siento también que él tenía claro que se estaba acercando a una madre soltera.

–Y en algún momento de esos ya se vino el enamoramiento –concluye mi papá– y

empezamos a ser novios. Pero el noviazgo de nosotros siempre hemos dicho que fue como

un mes porque yo empecé como a quedarme más tiempo con ella, a llevar mis cosas también.

Creo es que fue después de mi grado que nos fuimos a vivir juntos a Guabales31.

–Yo me acuerdo que allá uno casi todas las noches escuchaba tiros o gritos: “¡Cójanlo,

cójanlo que me robó!” –cuenta mi mamá de ese barrio–. Y también una mañana que acababan

31 Si bien no he encontrado referencias a este barrio, es posible que se trate del barrio Guaduales, pero todos le

decíamos Guabales.

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de recogerme para ir a trabajo de campo, recuerdo haber visto cuando le estaban disparando

a alguien. La idea que tengo es del hombre como cayendo y también vi al que estaba en la

moto prendida esperando al sicario. Y claro uno oye y mira y eso fue lo que vi, pero el carro

iba a buena velocidad y nosotros ni nos detuvimos ni nos pusimos averiguar.

–Ya luego nos fuimos a Ciudad Córdoba32. Yo había podido estar pagando arriendo

en un sector mejor, pero como la idea era tener casa propia, entonces decidimos estar allí.

Uno se las arreglaba para pensar que no está viviendo en Aguablanca, aunque claramente me

sentía discriminada, mis amigos me decían: “La traigo hasta acá porque yo pa’ allá sí no

entro” y me dejaban en la esquina. Es que también dentro del conflicto de este país uno juega

mucho con eso, con que uno esté seguro hasta la esquina. O sea, eso sólo sucede de la esquina

pa’ allá.

–En ese barrio se veían armas –recuerda mi papá–, una vez vimos corriendo a un

muchacho con un fusil en la mano; se veían pandillas que se enfrentaban, disparándose desde

un barrio al otro. Pero no se escuchaba que hubiera guerrilla o narcotraficantes. Además que

como son barrios humildes, entonces los narcotraficantes lo primero que hacen es comprarse

una casa en otro lado.

–Recuerdo también barras bravas agarradas –agrega mi mamá–: pelados del Cali y el

América dándose ahí en la esquina del caño, persiguiéndose. Otra vez que no estuvimos,

cuando volvimos nos dijeron que un chiquito de 13 había matado a otro de la misma edad,

ahí en nuestra calle. También allá me pasó que llegué a la casa y encontré que alguien había

estado allá, había una llave rota y los cajones desordenados. Es que uno se acostumbra y no

ve los riesgos, incluso un día una vecina me dijo: “¿Y usté cómo deja al niño que se baja de

la buseta y entra solo con ese violín?”. Finalmente nosotros salimos de Ciudad Córdoba

porque Jaime empezó a presionar: “Ay, yo no quiero vivir más acá, yo estoy aburrido”, entoes

hicimos el esfuerzo de cambiarnos.

32 Este es uno de los barrios que componen el Distrito de Aguablanca, que es conocida como uno de los sectores

más peligrosos de Cali.

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Tierra de nadie

Que la reseca muerte no me encuentre

vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.

(Sólo le pido a Dios de León Gieco, cantada por Mercedes Sosa)

–En mi primer año de trabajo, probablemente en 1992 –recuerda mi mamá–, tenía

que hacer inventario y pre-diagnóstico de las zonas urbano-marginales de Cali, entoes nos

recorríamos toda la zona marginal y todo lo rural. El trabajo era una semana yendo a campo,

cada día a una vereda, y otra semana haciendo informes de esa visita. En una de esas salidas,

íbamos subiendo por una carretera destapada, nosotros siempre íbamos como en un campero,

y ese día había otro carro detrás como acosando. Por allá no hay mucho tráfico, pero como

la vía es estrecha nos hicimos a un lado.

>>Luego llegamos al pueblito a conversar con la gente; entramos a una casa y cuando

estábamos allá escuchamos uno o dos disparos. Como íbamos con el inspector de policía,

llegaron donde nosotros estábamos pa’ que él hiciera el levantamiento. Yo al rato me asomé

y me dijeron o vi que lo único que le encontraron al muerto fueron unos casetes, que era

como la música que le gustaba, y le habían dejado una nota que decía: “A nosotros también

nos duele”, o sea que lo habían matado por disidente, creo que eran FARC los que firmaban.

Mi mamá se queda pensando un instante. Yo me imagino al muerto al lado del carro.

Me imagino su sangre, la nota y los casetes, me pregunto qué música le gustaría. Mientras

tanto, mi mamá ha vuelto de su letargo y continúa:

–Buena parte de lo que he hecho no ha sido en una oficina, sino andando en trabajo

de campo y cuando eras chiquito a veces te llevaba. En una de esas veces nos paró el Ejército,

claro que uno los ve y no sabe bien quién es, uno duda si lo está parando el ejército o un

grupo ilegal. Me acuerdo que nos advirtieron: “Si ven algo por ahí, nos dicen”. Y nosotros:

“Sí, claro”. Pero ellos sabían dónde estaban los otros, sino que no se querían andar matando

entre pueblo. Luego nos paró la guerrilla. Tú ibas dormidito, yo sentí preocupación, pero no

mucha. Nos preguntaron pa’ dónde íbamos, qué hacíamos, dónde trabajábamos. Nos pararon

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como a hacer propaganda, entoes nos dijeron: “Vean, llévense estos casetes pa’ que

escuchen” y cuando los pusimos en el carro, eran unos vallenatos, pero con letra de ellos.

>>En cambio, a los compañeros en esa zona, como una de las técnicas que uno

trabajaba mucho era el mapeo, un día sí los cogió la guerrilla, se los llevó pal campamento y

les dijo: “¿Ustedes por qué están levantando mapas?”. Pero cuando los retenían eso no duraba

mucho tiempo, yo creo que alguien como que hablaba y los dejaban ir,

Mi mamá estaba embarazada cuando le informaron que no le renovarían el contrato

en Univalle. Fue por ese tiempo que mis papás se casaron y a los ocho días nació mi hermano

menor, Carlitos. Por una fortuna extraña, meses después tembló en el Eje Cafetero, así que

nos fuimos a vivir donde mis abuelos porque mi mamá consiguió trabajo con los

damnificados del terremoto. Allí pasé a ser el hermano del medio porque mis papás

decidieron recibir en la familia a una niña de quince años, mi hermana Susan. Durante casi

dos años mi papá fue a visitarnos cada quince días, hasta que volvimos a Cali porque mi

mamá había encontrado otro trabajo:

–Me habían contratado en una fundación, donde teníamos que asesorar campesinos

en zonas de conflicto para que hicieran proyectos productivos. Lo más peligroso de ese

trabajo, que yo no quisiera repetir, es que dentro de una misma función nosotros trabajábamos

en zonas guerrilleras y paramilitares porque eran varias poblaciones. Nosotros nos

pasábamos de unas a otras y eso sí creo que era peligroso. En la escuela donde nos reuníamos

tenían advertidos a los niños que cuando fueran o vinieran, si sentían un campero o un carro

se botaran al monte, por el riesgo de que fueran reclutados por los grupos armados. O sea,

los niños de la zona vivían en esa lógica y a veces llegaban revolcados.

>>En esa misma escuela a veces estaba uno en reunión y la guerrilla se arrimaba y lo

mandaba llamar a uno los profesores: “¡Clodomiro, que vaya!”, eso era un estrés. Hablando

con los profesores le decían a uno: “No, es que yo de ahí pa’ arriba no subo” y uno apenas

veía la vía, eso era como misterioso. “Pa allá subió una familia y nunca volvió a bajar… lo

que dicen es que los marranos se los comieron”. O sea, llegaron los guerrilleros, los mataron,

dejaron los cadáveres ahí y nunca subió nadie por ellos, y los comentarios de la gente era que

los animales se estaban comiendo los cuerpos.

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>>Tal vez allá es donde yo me haya sentido más mala persona un día que estábamos

con el equipo y empezaron unos helicópteros a bajar. Había un operativo o algo, pero no era

usual que ahí hubiera helicópteros. Nosotros teníamos una compañera que había estado

secuestrada y cuando ella escuchaba los helicópteros eso era lo peor que podía pasar porque

en los campamentos ahí mismo se tenían que mover. Entonces todos reaccionamos así,

dejamos la gente tirada y salimos huyendo, sabiendo que éramos unos profesionales y que

estábamos haciendo un trabajo ahí.

>>La última vez que fuimos a la zona guerrillera, nos pararon ya arriba en las

montañas y nos dijeron: “¿Ustedes qué llevan ahí?, ¿ustedes qué es lo que hacen?”. Les

dijimos que dábamos talleres y entonces uno de ellos dijo: “Ustedes lo que le tienen que

enseñar a la gente es a manejar esto” y nos mostraban las armas, “Esto es lo que hay que

enseñarle a la gente”.

–Con los guerrilleros se daba de que te encontrabas con ellos y no te pasaba nada o te

secuestraban y te mataban, eso era como una ruleta –cuenta mi papá–. Yo eso lo recuerdo

como una tierra de nadie, una tierra donde esa gente asesinó a muchísimas personas. Yo casi

nunca acompañaba a Violeta porque a esos sitios no debe ir una persona que no tenga

justificación para ir. Ella sí tenía su justificación por su trabajo, por las entidades que hacen

el apoyo, como el acercamiento allá para que los conozcan.

–Es que uno cuando va a trabajar a zonas de conflicto siempre lo que busca es un

contacto allá, como que uno se sienta protegido –explica mi mamá–. A uno a veces le dicen:

“Hoy no suban, no vayan a subir por acá”. Por ejemplo, en un trabajo que hicimos con grupos

indígenas, ellos eran los que daban cuenta de quiénes éramos nosotros, de qué trabajo

hacíamos, eran como nuestra protección. Entonces uno iba tranquilo y generalmente, antes

de ir, llamaba.

>>Incluso a la zona de los paramilitares nosotros llegábamos, los saludábamos y

sabíamos que ellos estaban ahí. Una vez estábamos dando un taller en una casa y se oyó un

tiro ahí en nuestras narices y era que los perros estaban haciendo mucha bulla y un paramilitar

les hizo un disparo. No mató a ninguno, era como pa’ espantarlos. Pero el recuerdo que más

me impresionó fue ver a los paramilitares haciendo calistenia, trotando por esas vías

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destapadas. Eran a pleno sol y polvo gritando: “¡Sangre, muerte!”, yo sólo recuerdo esas dos

palabras.

>>Las historias que contaba el conductor cada que subíamos a trabajar allá son

irrepetibles: “Vea, ahí en ese puente sentaron un muerto el otro día y como él fumaba tanto

le pusieron un cigarrillo”. Y nadie se atrevía a cogerlo, o sea, nadie se atrevía a ir por su

muerto. De allá también era El Sombrero (yo era la que le decía así), que era un campesino

que visitábamos y usaba unos sombreros de ala muy grande. Y un día que llegamos a trabajar,

el conductor dijo que se había muerto. “¿Cómo así que se murió? ¿Qué le pasó?”. Y él: “No,

partiendo una panela”. Lo que nos contó es que para partirla cogió una piedra que había por

ahí, como en el patio de la finca, y era una granada que habían dejado los grupos armados.

>>Un día llegamos y estaba eso lleno de paramilitares, que iban en una chiva

subiendo y bajando, como que se emborrachaban y se arrebataban. Una señora nos dijo:

“Siquiera ustedes se fueron el viernes temprano porque llegaron esos paramilitares, nos

saquearon la tienda y manosearon las muchachas”. Yo me acuerdo de ver eso todo pintado

–cuenta mi mamá–: AUC en todas las paredes, y la señora luego nos contó: “¿Sí saben del

muchacho que mataron aquí el fin de semana? No, pues estaban esos paramilitares de rumba,

hicieron un baile y él era que ponía la música. Un paramilitar le pidió un disco, no se lo puso

a tiempo y el tipo le dio un tiro y lo mató”. Y también nos contó que se le habían llevado la

moto a otro muchacho y ese bendito se fue a buscarla… noh, lo torturaron, lo mataron, lo

volvieron nada.

>>Esa noche que estábamos sólo mujeres. Nosotras dormíamos en un jardín infantil

y nos estábamos alistando cuando empezaron las explosiones, eso sí eran explosiones,

durísimo. Entonces nosotras nos vestimos, nos calzamos, nos metimos plata en los bolsillos

y nos acostamos a dormir. Yo no sé cuál era la estrategia, no la tengo clara, en todo caso era

que la guerra no nos cogiera sin plata en el bolsillo. Esa noche dormimos así y lo tenaz es

que uno sentía que lo que explotaba era en la esquina, pero nunca nos asomamos, nosotras

dormimos en la absoluta ignorancia. Ya al otro día sí preguntamos: “¿Qué pasó?”. “Ah no,

que los paramilitares se estaban yendo”. Ellos activaban las minas antes de irse, dejaban

como desminado, eso era lo que habíamos oído.

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>>Y la más fea que nos pasó fue cuando ya nos íbamos pal pueblo y se nos arrimó

un tipo: “Vean, yo soy de las AUC, llévenme, llévenme que estoy herido, me dieron un tiro”.

Y nos rogó que lo lleváramos y nosotros azarados, sin saber cómo sacarle el cuerpo:

imagínese nosotros con un paramilitar en el carro. Pero también uno no sabía si él iba a sacar

un arma y le iba a pegar un tiro a uno por no llevarlo. Y lo que un poco hizo que a la final lo

pudiéramos dejar es que estaba como borracho, logramos decirle: “No, es que no podemos”

y nos fuimos y lo dejamos ahí.

>>Pero fue en la última época cuando yo dije “No sigo”. Hacíamos reuniones con los

grupos de campesinos y una vez me acuerdo que hubo una discusión como acalorada y que

yo sentía que le estaban dando un mensaje a alguien, o sea que alguien estaba escuchando.

Pero yo no tenía claro quién, sólo sentía que esos talleres que hacíamos podían alimentar el

conflicto. Estás supuestamente liderando un trabajo comunitario y sientes que ahí despiertan

otras cosas, pero no tenés ni idea de quiénes son los actores ni qué está pasando ni por qué

dicen lo que dicen.

>>Como un mes después me llamó la coordinadora y me contó que habían matado a

dos señores, eran dos hombres de 60 años. Y uno de los asesinados era el papá de esos pelados

que yo vi discutiendo tan agitadamente el día de la reunión. Cuando me contaron cómo fue

el asesinato, yo siempre sentí que lo mataron él pa’ hacer sufrir a los hijos. Porque lo que me

contaron fue que a ellos los sacaron, a él y a los hijos, dos jóvenes grandes, fuertes. Creo que

a las mujeres las dejaron ir, se fueron monte adentro o se quedaron en la casa, pero eran los

hombres tirados en el patio. Uno de los hijos, el que yo vi discutir tanto, dice que vio a su

papá y que lo vio que temblaba. Y luego lo mataron ahí al lado de ellos.

>>El otro señor al que asesinaron era como más cercano a nosotros, con él

conversábamos porque era un hombre muy particular, un campesino grandísimo. Él lo

saludaba a uno y le dejaba doliendo la mano, apretaba muy fuerte. Era un tipo así, rudo. Y a

él como que llegaron, lo llamaron a la casa, lo sacaron a la carretera y lo asesinaron. Él vivía

allí con su esposa y ella me dijo que a veces ellos iban en el carro por la remesa y como que

una vez iban a comprar o a dejar el mercado y se les subió un paramilitar. ¿Y ellos qué iban

a hacer? Ella decía: “¿Pues uno cómo le dice: bájese?”. Entonces así ellos quedaban como

colaboradores, eso es lo que ellos viven todos los días.

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>>De todas formas, es tan difícil entender por qué los mataron. Cuando preguntaron

quién se adjudicaba el asesinato, los unos habían dicho que no y los otros que tampoco. Me

acuerdo en esa época como de un defensor del pueblo, verlo ahí payaseando en televisión,

pero sobre todo esa impotencia, o sea uno siente que no tiene ni idea de nada. Y lo horrible

es que éramos profesionales, se supone que uno ahí tenía algo que hacer.

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De virgen no tenía nada

Si Samper quiere corona que se la den de viruta

que la corona de un pueblo no es pa’ cualquier hijueputa.

(Copla guerrillera recordada por mi abuelo)

–Uno se imagina que la gente en el campo –reflexiona mi papá–, en medio de la

noche, solita, pues vienen los guerrilleros y les dicen: “Ustedes auxiliaron a los

paramilitares”. O los otros llegan y “Ustedes auxiliaron a la guerrilla”. ¿Pues usté qué hace

si apenas son su familia, sus hijos pequeños, su esposa, contra cincuenta tipos armados hasta

los dientes? Así a usté no le pidan de mala manera, pues ellos igual piden y son tipos armados,

pues usté no vale nada. O sea, seguramente esos que parecían como auxiliares de la guerrilla,

pues sencillamente estaban ahí y los otros llegaron. Claro, pues lo mismo me puedes decir de

cuando llega también la tropa, como le dicen al Ejército.

>>Y eso que yo conocí a una familia que le dio por irse pa’ la selva, ellos creyeron

que eso era una tierra de oportunidades, la tierra prometida pues. Es como a veces los

europeos que uno también los ve con esa curiosidad de venirse a ver cómo es la vida acá,

cómo es la vida en un campamento guerrillero y ellos creen que eso es una verraquera. Pero

mucha gente desapareció, a mucha gente la mataron. Los guerrilleros se acostumbraron a lo

que ellos dijeran y creyeron que eso estaba bien: que si querían, una mujer tenía que estar

con ellos o si ellos querían matar a alguien que hizo algo, pues lo mataban y ya. Esa era la

ley de ellos, como las historias que cuenta tu abuelo de cuando él estuvo por allá.

–Yo había dicho: “Quisiera como alguna vez descansar de la bulla de la ciudá y de

ese ambiente, y estar aunque fuera tres días donde no haya intervenido la mano del hombre,

que no ha hecho sino mal” –explica mi abuelo–. Yo sabía que esas eran zonas guerrilleras,

dominadas totalmente, yo era consciente de eso, pero dije: “Si es para conocer una selva

virgen, paga la pena ir, qué dicha meterme yo y colgar una hamaca entre los árboles, donde

escuche los micos, si acaso, y los pájaros, no más”.

>>Entonces al llegar hubo que pedirle permiso a los guerrilleros para que nos dejaran

entrar. Esa misma tarde que armamos la carpa, cuando se metieron dos desconocidos y nos

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dijeron: “No, lo que pasa es que a ver dónde nos acostamos acá porque nos dejó la lancha”.

“Ah bueno”, ¿qué más iba a decir uno? Y a lo último se fueron, era no más para ver qué

llevábamos. Ya en la noche se oían avionetas a lo desgualetao y se veían esos camperos de

alta gama que llegaban allá a cargar hoja de coca como un hijuepucha. Eso era de narcotráfico

todo, eso estaba invadido de narcotráfico y de virgen no tenía nada esa selva.

>>Al otro día llegó fue una lancha al río. Subió un señor y nos dijo: “Señores, que El

Potro los manda a invitar a un almuerzo”. El Potro era el comandante de las FARC allá.

Entonces nosotros dijimos: “Vamos a hacer una porra33, se quedan dos y hacen la comida

para cuando vengamos del almuerzo”. Pero el de la lancha dijo: “No, no, no, es que tienen

que ir todos, él me mandó fue por todos”. Ay juepucha, siempre a uno le da un poquito de

miedo. Entoes ya nos subimos a la lancha y ese río estaba bajito, por el verano había poquita

agua. Y claro, cada rato esa lancha “pún”, quedaba encallada. Y una muchacha que había,

una guerrillera, nos decía: “¡Bueno, a bajarse y empujar!”.

>>Cuando ya llegamos al campamento ese, había una casa que no llevaba más de dos

meses de hecha, ahí se veían las guaduas recién cortadas. Y de las cosas que me comenzó a

impresionar mal fue que había una viejita y una viejito, pero era que eran unos viejitos (al

menos se les vía más cansancio que el mío ahora y yo creo que más edad) y la muchacha que

iba en la lancha le dijo a la primera: “Oiga vieja hijueputa, ¿usté ya le dio de comer a los

muchachos?, ¿a qué horas se levantó vieja marica?”. Y al otro: “Vení viejo hijueputa, ¿vos

qué hiciste ayer que te dejé que tumbaras monte?, ¿esos dos palitos que tumbó? Se acuesta

usté viejo marica y le quedan las patas por fuera”.

>>Entonces ya salió la mujer del Potro y me llamó: “Que lo necesito a usté”. Y ya

me encontré con ella, que me dijo: “Vea, usté puede venir y coger el terreno que quiera por

acá, todo el terreno que quiera y explótelo como quiera, usté le puede sembrar hoja de coca

toda la que quiera. Y cada que vaya por allá34, nosotros le decimos qué necesitamos para que

traiga. Por ejemplo, ahora necesitamos munición 7.65 milímetros y se la pagamos en dinero

o en especie, como quiera. Eso sí, usté convive por acá, siempre y cuando no le falte a los

demás”. Entoes le dije: “¿Y qué es faltarle a los demás?”. Y ella: “Ah, digamos una viejita

33 Rifa. 34 A la zona urbana.

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que tenga una gallinita, que ella vive de los huevitos de esa gallina y que le robe usté esa

gallina: eso es faltarle a los demás”. Dije: “Ah bueno, ¿y qué castigo tengo yo si le falto a los

demás?”. Entoes me dijo: “¿Y no ve ahí el río?”. Eso era a cada rato que bajaban cadáveres

por ese río. Abajo en el campamento que hicimos nosotros, como estábamos a la orilla del

río, cada rato bajaban cadáveres por ahí.

>>Como a los tres días, el dueño de la finca donde nosotros nos estábamos, ya con él

sí charlábamos. Nos metíamos al corredor de la casa de él, en una mesita ahí de comedor y

él nos contaba: “Yo hace tantos años que vivo por acá y que vine de tal parte y no conozco

qué es un soldado ni qué es un policía. La única autoridad que yo conozco es la de las FARC.

Y cómo le parece que llega un hijueputa de Villavicencio, que dizque trabajador acá y lo

recibí muy bien. Cuando una tarde me di cuenta que se voló con mi hija, la mayor. Y le avisé

a los muchachos, porque aquí no es sino avisarles y decirles que es un infiltrado y ahí mismo

al río. Pero no, nos fuimos y no lo alcanzamos, se nos perdió y se me perdió mi hija. Claro

que estamos investigando y me dicen que están en Villavicencio”.

>>Luego dijo: “La otra vez aquí cogimos dos infiltrados, entonces el comandante nos

dijo que se los lleváramos. Se los llevábamos aquí en el camión, cuando pegaron carrera esos

dos hijueputas. A uno le alcanzamos a dar y el otro sí se nos voló”. Yo no sé si era pa’

infundirme terror o qué, en todo caso había momentos en que yo sentía mucho miedo y yo

temblaba –confiesa mi abuelo–. Después nos contó: “Esta casa está recién hecha y todo ese

pasto que usté ve pisoteado fue que ayer nos comimos acá, con los muchachos y los

raspachines, veinticinco arrobas de pescado”. Entonces pa’ comerse veinticinco arrobas,

¿cuánta gente había?

>>Nosotros llevamos cuarenta y cuatro anzuelos, los colocábamos en ese río. Y un

muchacho, que era hijo del señor ese que había ahí, en un momentico iba y traía ocho

pescados. Y nosotros nunca, con todos esos anzuelos, cogimos un hijuepucha pescado.

Entoes una mañana les dije yo: “Me voy pa’l río, hasta que no coja un pescado no me vengo”.

Eché pa’ arriba por donde habíamos armado primero las carpas y tiré el anzuelo allá. Y yo

acostumbrado a coger truchas en Boyacá, pero allá no picaban ni nada. Cuando una lancha

venía y me vieron, yo vi que el que venía mandando hizo señas de que fueran donde mí. Ahí

mismo se bajaron unos con un uniforme nuevo de guerrilleros: “Quiubo, ¿no ha cogido

Page 47: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

47

nada?”. Dije: “No, nada”. Entoes ahí mismo dijo el que mandaba: “Dele una sarta de

pescado”, y me dio doce pescados, cuatro grandotes, y todavía estaban vivos esos

hijuepuchas. Y ahí mismo me vengo yo pa’ esa carpa y les dije: “¿No les dije que hasta que

no cogiera un pescado no me venía?”.

Page 48: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

48

Algo sobre la violencia

Martí me habló de la amistad y creo en él cada día,

aunque la cruda economía ha dado luz a otra verdad.

(Juego a que me regalo un 6 de enero, Silvio Rodríguez)

Yo me crié en Cali casi toda mi vida. Tengo algunos recuerdos de Guabales, el primer

barrio donde con mis papás, pero la mayor parte de mi niñez la viví en Ciudad Córdoba.

Como cuentan mis papás, recuerdo algunos tiroteos y como un ambiente de inseguridad.

También recuerdo que la ruta del colegio siempre ponía problema por tener que ir hasta allá

a recogerme. Una vez me acababa de bajar y estaba caminando hacia la casa, cuando alguien

me levantó por detrás tapándome la boca. Yo no entendí lo que estaba pasando, creo que

intenté gritar, pero el sonido apenas podía atravesar la mano. Cuando me bajaron me di cuenta

que era un muchacho vecino, que me dijo algo así como "¡Ay pelao, tiene que andar pilas!".

Yo estudiaba un colegio privado con matrícula estratificada, de modo que en un

mismo salón habíamos niños de Ciudad Córdoba y de Ciudad Jardín35. La mayoría de mis

compañeros hablaban de sus viajes a Estados Unidos y de marcas de ropa que yo no conocía.

Mi mejor amigo se llamaba Lucho y era hijo de un sindicalista y una profesora. Fue él quien

me mostró la música de Silvio Rodríguez, me grabó un CD con las mejores canciones. Yo

ya había escuchado a Pablo Milanés y Mercedes Sosa en los discos que tenía mi mamá, pero

Silvio para mí fue todo un descubrimiento.

Por ese tiempo tenía unos diez años y vi a un hombre decir por televisión que no se

podía seguir negociando con las FARC en el Caguán. Yo no entendía muy bien qué era lo

que estaba pasando allá, pero supongo que pensaba muy parecido a mi papá:

–Para mí desde el principio eso fue una mentira –cuenta él–, o sea, ahí no se iba a

llegar a nada. De hecho, cuando el Ejército y el Presidente decidió que no, no se vio el ataque

frontal que había podido ser. Creo que en las semanas después mataron como a un jefe

guerrillero y no más.

35 Ciudad Jardín es uno de los barrios más exclusivos de Cali, al sur de la ciudad.

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49

Cuando le pregunté a Lucho por quién iban a votar sus papás, me dijo que por

cualquiera menos por el que yo había visto en televisión. Le pregunté por qué y me explicó

algo sobre la violencia que no recuerdo y que seguramente tampoco entendí. Yo sólo veía

que en las noticias salía una gente con uniformes que se llamaban guerrilleros y que estaban

acabando con el país.

Crecí y en décimo grado me fui de intercambio a San Francisco. Fueron sólo tres

meses, que no alcanzan para saber propiamente lo que es vivir allí, pero tengo algunos

recuerdos que ahora me parecen importantes. El primero fue que al llegar al colegio, una niña

me preguntó de dónde era. Yo le dije que de Colombia. “Isn’t there a war or something?”,

me preguntó ella. No sé exactamente qué le respondí, pero debió ser algo así como: “Yes,

but we don’t live it”. Lo que le haya dicho fue intentando sacarme de ese lugar donde había

una guerra.

También recuerdo al único comunista gringo que conocí, era el papá de una

compañera de mi curso. Cuando ella me lo presentó hablamos un poco, él sabía de las FARC

y los admiraba. Yo intenté explicarle que aquí habían matado a mucha gente, pero él

consideraba que eran gajes del oficio. En todo caso, al despedirnos nos dimos la mano

izquierda en una especie de saludo fraterno. Uno en el extranjero siente mucho ese tipo de

cercanías, recuerdo haberme enamorado de una compañera chilena sólo porque una vez

comenzó a cantar Oleo de mujer con sombrero.

Al volver a Colombia quise escribirles una carta a los padres del muchacho donde me

había quedado, contándoles un poco de mi experiencia y mis pensamientos encontrados:

Hi Jack and Jean,

I know I told you I was going to write a long time ago but it´s been impossible because

I had a lot of work to do. Anyways, my journey to San Francisco was a great experience, I

already told you that but I think I never said how grateful and how glad of having met you I

am. I know how most of the people around the world think Colombia is and it makes me still

happier knowing that there are people like you, who don´t care what the news say and really

want to know what is happening outside of U.S.

The journey also changed me. When I wrote to different schools from U.S., I wasn´t

sure I wanted to go there because I thought U.S didn´t care for Colombian problems but only

was interested in selling guns to us to continue the war. That´s what half people think here,

Page 50: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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the other half think the war is the way. Now I think no one is entirely wrong or entirely right

because now I know that´s what the actual government wants and I really hope Obama is

going to change that. I wasn´t expecting the only school that had someone who wants to come

to Colombia was from U.S. and I know it wasn´t easy to decide to let your son come here. So

thanks again and I really hope I can come back to see you some day.

Bye,

José

Eran los últimos años de Uribe y ya para ese entonces me consideraba un comunista

consumado. Jamás en mi vida había leído algún texto de Marx o Lenin, pero sostenía

apasionadas conversaciones con Lucho sobre las aventuras del Ché y el golpe de Estado a

Allende, le hacíamos propaganda al Polo Democrático como si fuéramos militantes y

soñábamos con nuestra propia revolución.

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El único citadino

Quiso mirar y encontró un paraíso

quiso mirar y encontró el infierno

quiso mirar lo que siempre nos duele

quiso mirarse por dentro.

(Mirémonos por dentro, José Antonio Quesada)

Siempre supe que existía, pero no cómo se llamaba. En mi familia le decían

simplemente “Hache”. Creo que en algún momento me dijeron su nombre, pero yo no lo

recordaba, algo en mi memoria se resistía a hacerlo. Sólo el día que llamé a mi mamá a decirle

que quería conocerlo pude grabármelo: Héctor Helías. No sé qué fecha era, yo debía estar en

segundo o tercer semestre de filosofía en la Universidad Nacional. Me recuerdo entrando por

la 45 sin saber muy bien cómo sentirme. Al pasar la reja volteé a la izquierda y me fui

bordeando el anillo vial. A la altura de la Capilla crucé la calle. Allí me esperaba un hombre,

sus facciones me eran desconocidas, pero familiares. Cuando él me vio dudó un poco y luego

caminó lento hasta donde yo estaba, al llegar me abrazó y se puso a llorar.

–Yo fui el único de mi familia que nació en Medellín, el único citadino –me dice él

años después, sentado en su escritorio–, todo el resto nació en pueblos del occidente

antioqueño. Lo primero que se me viene a la cabeza cuando hablamos del conflicto en

Colombia es lo que me contaba mi abuela. Ella manifestaba sus recuerdos de La Violencia

desatada por el Bogotazo, que ella la vivió en el campo, en un pueblito en Antioquia. Y

entonces son varias cosas que ella tenía muy presentes. Una fue la muerte de su hermano,

que le dieron unos tiros y lo botaron a un hueco, eso era lo que más le dolía. También hubo

varios familiares heridos y toda la gente que tuvo que huir, que eran los desplazados de la

época.

>>Mi abuela nunca pudo perdonar ni a Laureano Gómez ni a Álvaro Gómez, que fue

el hijo, porque ella vivió de una manera muy cruda La Violencia. Y ese odio, o llamémoslo

ese dolor, tuvo un impacto en mí. Yo no sabía en ese momento cómo fue, pero sí me hizo

identificar a muy temprana edad que en Colombia había una gente, que en general provenía

Page 52: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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de los poderosos y los ricos, y eran como causantes de dolor y desplazamiento: todas esas

historias que uno escuchaba del corte de franela, de la tortura sólo por decir que se era liberal,

que era casi una condena a muerte. Entones yo, sin identificarlo de esa manera tan detallada,

sí veía que había alguna parte de donde provenía el dolor, que eran los conservadores.

>>Entonces yo evoluciono con esas ideas y me doy cuenta, ya cuando comienzo a

tener algo de uso de razón, de que efectivamente es así. Y lo constato principalmente en la

época de Pastrana36 y López Michelsen37. Yo no hacía nada de ese análisis, pero sí pude vivir

en carne propia la violencia asociada a esos gobiernos. Para esa época ya había paros

nacionales, sindicales, incluso con participación del pueblo, trabajadores común y corrientes.

Eran paros prolongados y hubo muertos en esos paros, muchos muertos.

>>Son muy pocos los recuerdos que tengo de mi vida en Medellín porque cuando

tenía cinco años mi mamá se vino a Bogotá con nosotros. En esa época uno chiquito podía

salir, la ciudad no era tan peligrosa y los niños andábamos por ahí. Yo vivía en el barrio

Venecia y había como gente del sindicato y de Colmotores alentando una protesta de un paro.

Estaban en la Autopista Sur tirando piedras, tal vez, o arengando simplemente y alguien

murió al lado mío por un disparo. Yo sólo estaba chismoseando, tendría entre doce y quince

años.

>>Venir de una familia en cierto modo humilde y haber logrado, sin embargo, tener

acceso a cierta educación de calidad, aunque fuese pública, pues me llevó hacia la defensa

de los ideales de izquierda. Ya en el colegio yo viví la introducción de las ideas comunistas

en Colombia. La continuidad de esas ideas que ya venían con la pasión que desató Fidel

Castro en América Latina con la revolución cubana, el Mayo del 68 francés y, por supuesto,

todo el esfuerzo que hacía la Unión Soviética por mostrar su sistema político como un futuro

promisorio para todos los países del mundo.

>>Entonces yo empiezo a ver el conflicto del país desde los ojos de la izquierda y,

por supuesto, toda esa carga de guerra que se impartía contra el pueblo liberal por causas del

Bogotazo y de La violencia después se desplaza hacia la población de izquierda, que en esa

36 Misael Pastrana Borrero, conservador y último presidente del Frente Nacional entre 1970 y 1974. 37 Alfonso López Michelsen, presidente liberal de 1974 a 1978. Fue él quien afrontó el Paro Cívico Nacional

de 1977 al que probablemente se refiere Héctor, el cual dejó “una veintena de muertos” (Siglo XX en El Tiempo,

1999)

Page 53: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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época era comunista porque eran los ideales que estaban en el mundo. Todo lo que oliera a

comunismo era enemigo del Estado y había que acabar con él. Y paralelamente estaba

sucediendo el tema de las FARC en Colombia, entoes uno veía muertos y desaparecidos.

>>No creo que entendiera mucho, pero algo entendía, sabía que había inconformidad

y sabía de qué lado estaba porque en la escuela primaria los profesores míos fueron como de

influencia hippie y revolucionaria. En esa época los educadores del distrito eran personas de

pelo largo, que enseñaban canciones de Víctor Jara y Violeta Parra, y de los cantautores

colombianos con letras revolucionarias.

>>El primer libro que leí en mi vida se llama La rebelión de las ratas, que es el libro

más triste que yo haya leído porque es la historia de Rudencindo Cristancho, un personaje

por allá en un pueblo cagado, polvoriento aquí del país, pobre, pobre. Entonces yo ya en esa

época entendía que había una parte de la población llevada de putas, más llevada aún de lo

que yo estaba. Pues yo provenía de una familia pobre, pero tenía qué comer y qué ponerme.

>>Y cuando entro al INEM del Tunal, pues es un colegio público, grande, de buena

calidad, financiado directamente por el Ministerio de Educación y con excelentes profesores

en todas las materias, especialmente los de filosofía. Entonces ya vinieron un poco más en

profundidad estudios en el colegio sobre el marxismo, el comunismo, la lucha de los

contrarios, las tesis filosóficas de Mao Tse Tung y de todo eso me alimenté yo. Entonces era

alimentar ya mi pensamiento de izquierda, ver que en el acontecer nacional había

desaparecido tras desaparecido y muertes.

>>En mi colegio, toda esa época fue de paros constantes y de protesta social, y yo

participé porque el colegio participaba. Era un colegio que marchaba, que salía y hacía los

recorridos por todos los colegios del sur, arengando a los demás colegios a que salieran.

Nosotros hacíamos un recorrido por el Clemencia Caicedo, sacábamos a las niñas de allá,

sacábamos a los niños del Piloto, a todos los niños de todos los colegios de alrededor y los

llevábamos a protestar a la calle. Y pues en esas protestas hubo maltrato de la policía, de lo

que ahora es el ESMAD, y hubo encarcelamientos de los líderes y hubo heridos y hubo de

todo. Pero era protesta social, era inconformismo, digamos una protesta frente a una situación

de desigualdad.

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Piedra contra bala

Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?

¿hasta dónde debemos practicar las verdades?

(Playa Girón, Silvio Rodríguez)

–Cuando estaban recién salidos los policías estos de moto –continúa Héctor–,

recuerdo que había una protesta y estaban tirando piedra en la 45. Yo estaba mirando ahí

detrás de un árbol y de afuera hubo disparos. Yo sentí que me rozaron, volteé a mirar y el

que estaba detrás de mí, que era un estudiante de medicina, tenía un balazo en el pómulo

derecho de su rostro. Lo intentaron atender otros estudiantes de medicina, pero murió: Luis

Alberto Parada, creo que se llamaba. Y ese día estaban reivindicando o protestando por un

muerto que había habido hacía no sé cuántos años. Entonces era la cosa absurda porque el

siguiente año era protestar por el primer muerto y por éste. Yo después de eso no volví a estar

por ahí ni brujiando, ni chismosiando, ni nada en esas protestas porque realmente no valía la

pena la vida en una de esas.

>>Mientras estuve en la Nacional todavía estaban en boga ciertos ideales de la

revolución cubana, había decaído un poco el tema del socialismo soviético, pero seguía

presente. Aunque me consideraba un defensor de las ideas de izquierda y defensor de la

protesta social, yo no formé parte de ningún grupo político, de ninguna militancia de lo que

en ese momento se pudiese llamar un grupo ilegal, alzado en armas. Pero sí miraba con cierta

admiración a los que militaban en el M19 cuando se tomaban emisoras o se tomaban iglesias.

Estas tomas a veces eran románticas, pero a veces eran crueles porque terminaban con

muertos.

>>A nivel doméstico, digamos intramuros de la universidad, cuando uno hacía esas

protestas sociales o participaba de ellas de manera bastante emocionada, pues uno veía las

respuestas. Siempre hubo muertos, varias veces, seguramente también por agentes del

Estado, en esas protestas que eran piedra contra bala. Por más equivocados que pudiéramos

estar los estudiantes, si es que estábamos equivocados, pues no había derecho a tal

desproporción en el uso de la fuerza.

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>>En el año que cerraron la universidad, eso fue el 16 de mayo del 8438, hubo

bastantes muertos y desaparecidos. Es cierto que había una crisis en el ámbito informal que

aprovechaba gente cuyos sus intereses eran otros, el dinero por ejemplo, que traficaban con

droga. Entoes habían unos microtraficantes ahí, que muchas veces se confundían con la parte

de los líderes políticos, tenían ahí como una difusa relación y aprovechaban eso para defender

su negocio. Y la cosa alcanzaba unos ribetes bastante malucos porque alguna vez alcanzó a

haber un muerto en las residencias que en ese momento llamábamos Gorgona, que es donde

queda la rectoría ahora: cayó un tipo del quinto piso en extrañas circunstancias, que no se

supo si era de éstos que vendía droga o algún estudiante. Nunca supe muy bien.

>>También había situaciones bastante malucas en esas residencias porque muchas de

esas habitaciones habían sido tomadas por estos combos malucos. Era un reflejo muy

profundo del acontecer nacional: estaban los intereses de la izquierda, de la izquierda radical,

del narcotráfico; había también quienes estaban al margen y seguramente no lo vivieron, y

habían quienes no estaban cerca pero conocían de las situaciones, desde estudiantes muy

críticos, hasta quienes estaban involucrados en ese tema de las armas o de las drogas.

>>Tonces había cierta crisis de valores, no en los estudiantes pero sí en el acontecer

universitario, producto de esta fuerza que era de cierta manera ajena a la universidad y que

al mismo tiempo formaba parte de ella. Digamos que se estaba perdiendo cierto control sobre

el campus universitario, pero la intervención fue exagerada. Hubo demasiados desaparecidos,

demasiados muertos. Ahí la universidad estuvo un año cerrada, se acabaron los servicios de

cafetería, los servicios de residencias, sólo quedaron las de casados. En fin, la universidad

cuando se reabrió fue otra.

Más de dos décadas después ingresé yo a esa nueva Universidad Nacional, sin

residencias, rodeada de rejas y con edificios a medio caer, pero todavía con un movimiento

estudiantil activo. Cuando mi mamá se enteró de que había sido admitido, lo primero que me

advirtió fue que me mantuviera alejado de cualquier protesta porque “el mirón es al primero

que cogen”.

38 Según El Espectador, ese día 17 estudiantes murieron en hechos que aún siguen sin esclarecerse (Martínez,

2008).

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–Por ser tan joven, uno cada pedrea decía: “Mirémola” –recuerda mi papá–, pero era

más por ver un espectáculo que porque hubiera algo allí. Yo pensaba que era algo aparte de

uno, lo veía como desde la tribuna. En esa época en la del Valle había mucha protesta porque

se habían acabado las residencias.

Supongo que algo de lo vivido por la generación de mis papás hizo que en la

universidad nunca me interesara hacer parte de una organización política. En vez de eso entré

al grupo de teatro, donde paradójicamente tuve los debates con quienes tal vez mayor

influencia haya tenido en mi visión del país. Sólo que, a diferencia de mis tiempos del

colegio, mis posturas se caracterizaban ahora por ser las más reaccionarias. Era la época de

las protestas contra la reforma a la ley 30 y cada vez que había una pedrea, yo cogía mis cosas

y me marchaba. Algunas veces en ese trayecto vi a los capuchos lanzar piedras y al ESMAD

devolver gases, pero nunca me quedé a averiguar el desenlace, y las únicas veces que asistí

a una marcha fue con fines estrictamente sentimentales.

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Un paisito chiquito

¿Quiénes son los que sufren?

No lo sé, pero son míos.

(El monte y el río de Pablo Neruda, cantada por Jorge Drexler)

–A mí me tocó vivir el nacimiento, auge, apogeo y caída del M19, que surgió cuando

yo estaba en bachillerato –continúa Héctor–. Recuerdo muy bien la primera publicidad que

sacó: Ya llega el M19, como si fuera un jarabe. Fue como una irrupción en la sociedad, una

cosa alternativa y llamativa, por eso ganaron muchos adeptos, incluso entre la clase alta. Yo

pasé a la universidad para el segundo semestre del 82, pero no entré porque estaban atrasados

por la toma de la Embajada de la República Dominicana39. Eso me atrasó un semestre y entré

en el 83. El gobierno que padeció esa toma fue el de Turbay Ayala40, que tuvo que negociar

la liberación.

–Todo era como una payasada –opina mi papá–, se veía que lo del M19 era como por

darse a conocer, en esa época de pronto era más por periódico, como los del M19 siempre

eran tan mostrones. Se mencionaba mucho a Cuba: querían negociar e irse a Cuba. Es que

Colombia no es como los gringos, que ellos no negocian con terroristas. Esas son cosas que

uno piensa décadas después: muchos son como inocentes, como de negociar con gente a la

que no le interesa o que sencillamente quieren negociar para que las cosas se aplaquen, para

que no los persigan tanto y ganar tiempo. Esas eran como las negociaciones en esa época.

Pero eso era como una locura, una cosa traída de los cabellos. En esa época se decía que el

Ejército no se las perdonaba.

>>La gente de las FARC y el ELN disimulaban más, eran más escondidos. Pero al

mismo tiempo sí el M19 era como más sencillo, más inocente. Tal vez porque estaba

conformado inicialmente por hijos de familias bien de Colombia, sobre todo del Valle: hijos

de militares, hijos de familias ricas. Me acuerdo en la Universidad del Valle de un muchacho

39 No es seguro que esta haya sido la razón del atraso de la universidad porque ya habían pasado más de dos

años desde la toma de febrero a abril de 1980. 40 Julio César Turbay, presidente liberal de 1978 a 1982. Su gobierno es recordado por el Estatuto de Seguridad

en el que se llevaron a cabo diversas violaciones a los Derechos Humanos.

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que era como muy comprometido con su causa, y ese man en una reunión dijo que era del

M19 y días después ya no se volvió a ver. Uno en esos casos no sabía si ante presiones él se

habría ido al monte a pelear o si lo habían desaparecido.

–Había compañeros que militaban en el Partido Comunista de Colombia, compañeros

que simpatizaban con las FARC y tal vez representaban el brazo político en la universidad,

también estaban los Guardias Rojos y por supuesto los del M19, que en su momento fueron

clandestinos –retoma Héctor–. La universidad es un sitio privilegiado para ver el acontecer

nacional en todo su espectro y especialmente el político, era un paisito chiquito que uno veía

desde muy cerca y de manera muy violenta porque allá había intentos por los partidos de

izquierda, y tal vez también de derecha, por captar gente para sus movimientos, tanto los

legales como para los ilegales.

>>Hubo un compañero de ingeniería eléctrica que fue muerto en la toma de un pueblo

aquí cercano, Tenjo. Era un compañero como cualquier otro, que pensó que su ideal político

era participar de estas cosas y perdió la vida lamentablemente. Ellos se habían autoentrenado

o no sé cómo fue la historia, pero ni siquiera con armas de verdad, sino con palos que

simulaban rifles. Yo pienso que fue un error que hicieran esa intervención política y de armas,

pero el Estado no tenía derecho a matarlos, porque los hubieran podido reducir muy

fácilmente y encarcelar; en cambio los mataron. Ellos eran estudiantes, no eran guerreros, no

eran luchadores, no eran hombres de armas. Y de la manera más vulgar, sus cuerpos fueron

alzados en helicópteros y mostrados41.

–Yo recuerdo a Antonio, que era un peladito todo simpático que nos hacía reír –dice

mi mamá–. Y luego apareció que él y otros pelados habían asaltado el Banco Agrario en

Tenjo y los mataron a todos. Lo que recuerdo es que ellos estaban representando a alguna

guerrilla y el asalto lo hicieron pa’ obtener recursos para esa guerrilla. Y los cogió la policía,

los persiguió y los fumigó a todos, los mató, tengo la idea como de cuatro al menos. En esa

época ya existía uno de esos periódicos amarillistas, El Espacio, entonces sacaron una foto

de los cadáveres colgando de los helicópteros. Yo creo que los habían podido sacar de otra

41 El 9 de marzo de 1989, tras asaltar la Caja Agraria de Tenjo, fue asesinada “la mayoría de integrantes de una

célula urbana del EPL” (Los nueve del patíbulo, 1989).

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manera, no creo que estuvieran en un sitio donde no los pudieran sacar bien, pero optaron

por colgarlos como si estuvieran ahorcados.

–Fue una época de clímax –reflexiona Héctor–, sobre todo por lo que representó el

holocausto de la toma del Palacio de Justicia, que fue como una especie de espejo que puso

al país contra sí mismo. Y cuán bajo se había caído y cuán perdidos estábamos todos, tanto

el M19 en su acto de desespero y en su error de haberse tomado el Palacio, como de los

militares en su desespero por retomarlo.

–Creo que Jaime es el que lo dice –recuerda mi mamá–: todo lo que logró la guerrilla

en la toma a la embajada, como salieron de triunfantes de la embajada a capacitarse en Cuba.

Lo que entendí después es que ese evento dio la base para la retoma del Palacio porque los

militares colombianos estaban ardidos de que les hubieran metido el dedo, como dicen,

estaban mamados.

–¿Es que cómo se les ocurre meterse y esperar que los militares quisieran negociar?

–pregunta mi papá–, porque con la toma de la embajada el Ejército se vio humillado y ahora

dicen: “Esta no se las perdonamos y vamos a acabar con esa gente”, eso se vio desde el primer

momento porque Belisario42 como que no se imaginaba la dimensión de qué era tener un

grupo de terroristas ahí al frente.

>>Yo recuerdo la toma más por televisión, uno estaba muy joven y veía como una

especie de película allí: al principio uno ve los tanques, ve como el ejército metido ahí, casi

que matando gente, masacrándolos. Pero con los años también uno dice: bueno, ¿pero los

otros por qué se metieron allá? Yo creo que una gran decepción fue cuando empezó a

escucharse las conexiones que había con los narcos y que de alguna manera Pablo Escobar43

mandó a los guerrilleros. Yo creo que eso fue una cosa que les quitó mucho apoyo popular.

–Todos los intereses que confluyeron ahí no han sido todavía suficientemente

esclarecidos –opina Héctor–: que los expedientes de Pablo Escobar, ¿pero cuántos más

42 Se dice que Belisario Betancur, presidente entre 1982 y 1986, recibió un breve golpe de Estado en el que los

militares actuaron bajo su propia voluntad al retomar el Palacio de Justicia (Samper, 2000). 43 Según la Comisión de la Verdad constituida para investigar el holocausto al Palacio de Justicia, el M19 recibió

financiación del Cartel de Medellín para realizar la toma (“Narcotráfico sí financió toma al Palacio de Justicia:

Comisión de la Verdad”, 2009). Sin embargo, la justicia no ha encontrado pruebas de tal vínculo (“¿Hubo

narcos en la toma del Palacio?”, 2004).

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expedientes de cuántos políticos había ahí, que a muchos de ellos les convenía que se

quemaran?

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Más malos que las motosierras

Él decide lo que va, dice lo que no será

decide quién la paga, dice quién vivirá.

(Señor Matanza, Mano Negra)

–Es que el narcotráfico se fue instalando sin que uno se diera cuenta –dice mi mamá

y entrecierra los ojos, como si se le dificultara enfocar–: creo que primero fueron los rumores

en El Remanso de que había amigos que se iban o se habían ido de mulas44. Eso de que le

contaran a uno que se comían unas pepas enteras y yo todavía digo ¿eso cómo se hace?, ¿uno

cómo se pasa eso? No creo que los papás de ellos hubieran sido narcotraficantes porque o

entonces los hijos no se iban a meter de mulas. Éstos eran los pelados como de plata, los que

vivían en el barrio El Rey. Aunque no sé qué es primero, creo que al principio no tenían tanta

plata y se fueron a conseguirla así. Luego, ya con los años, estaban en la cárcel

–Eran como los vaguitos del pueblo –recuerda, en cambio, mi papá–, los que tampoco

tenían a su papá o su mamá presentes. Entonces sí, vivían como metidos en problemas, como

haciendo las bromas o las embarradas. Ellos terminaban metiéndose en muchas de cosas, yo

creo que muchos llegaron a ser lo que ahora se conoce como “lavaperros”45. Con respecto a

mí son vidas muy diferentes, yo era mucho menor, pero en esa época en los colegios había

gente de más de veinte años estudiando con muchachitos de catorce o trece años en los

mismos cursos. Mientras que yo salí de dieciséis años de bachillerato, ellos tenían mucho

más de veinte y empezaban a relacionarse con gente diferente, como que estaba en otras

cosas.

–Al principio fue como muy bacano, muy macondiano –dice Héctor, por su parte–,

con dinero que de alguna forma nos tocaba a todos, así uno no fuera narcotraficante el dinero

se notaba. Yo iba a Medellín a visitar los pocos familiares que tengo por ahí y veía los vecinos

que andaban en esto, la cosa era como tan tranquila que todo el mundo le contaba a uno en

qué andaba, que era llevar marihuana pa’ los Estados Unidos y el billete que entraba. Antes

44 Así se les denomina a quienes llevan droga al exterior, generalmente tragándola en cápsulas. 45 Rango más bajo de las organizaciones mafiosas.

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de que los gringos se dieran cuenta muchos llegaron allá, entoes de alguna manera todos

sentíamos que era chévere estar dándoles por la cabeza y que entrara dinero, y que ese dinero

rodaba y llegaba a los pobres. Estaba la persona que quería ir a cuadrarse unos pesos porque

estaban en la olla y era la única manera que los pobres tenían de surgir.

–No eran personas que estuvieran pensando: “Bueno, qué carrera voy a estudiar, voy

a buscar trabajo” –continúa mi papá–. No, más bien eran en el mundo como de la delincuencia

a ver en dónde encajaban, muchos de ellos seguramente han muerto o han tenido que irse del

país. En cambio yo, cuando me gradué, me fui a prestar servicio militar a Tolemaida. Eso fue

salir de la casa, fue empezar a estar muy lejos, en un ambiente bien hostil porque ése es un

sitio de mucho calor, muy seco, allá uno se enfermaba por tomar agua, pero al mismo tiempo

no podías con la sed. El ejercicio es extenuante, pero en general me fue bien porque en esa

época no había tanta violencia en el país, creo. O sea, sí se daban como ataques de los

guerrilleros y esas cosas, pero eso era muy esporádico y no era tan relevante.

>>Pensé seguir en el ejército porque no sabía qué iba a hacer con la vida. A mi papá

le gustaba la marina porque uno de sus primeros trabajos fue embarcarse en un buque

mercante, así conocía el mundo la gente antes, por eso me hacía fuerza para ser de la armada.

Él llegó a conocer algo de Estados Unidos cuando podía bajarse en un puerto, entoes también

hablaba unas cositas en inglés. Mi papá es de origen muy humilde, pero él por viajar y eso

se da cuenta cómo era un extranjero, qué pensaba, por eso le hacía fuerza a uno con el inglés

y la marina. Pero el estudio fue lo que salió como más aterrizado al final de prestar el servicio

militar y ahí sí pues muy responsable mi hermana porque ella me dijo: “Ve y si a vos te gusta

la química, ¿por qué no estudiás eso?”.

>>Mi papá sí me cuenta que en el pueblo los que se volvieron narcos eran también

muy pobres y comenzaron cultivando uva como él. Pero luego esa gente empezó a hacer sus

negocios con droga y a mezclar negocios lícitos con negocios ilícitos, o sea que entre los

cargamentos de uva iba droga. A mi papá eso lo afectaba porque cuando los cargamentos de

esa gente se caían, entonces la uva no salía y eso hacía que los precios bajaran.

–Luego, cuando empezaron a caer las mulas, la cosa ya no fue tan bacana ni tan

macondiana –recuerda Héctor– porque ya no sólo era la marihuana, sino también coca. Había

el narcotraficante basto, matón, que producía y traficaba. Uno veía chicos de barrios pobres

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63

montados en tremendas motos y todos estos chicos bien vestidos con Levi’s, fruto del dinero

fácil; con unas zapatillas Nike que en esa época nadie las tenía porque eran tremendamente

costosas. Ellos eran los matones, los sicarios.

–Mi papá me decía que la gente pobre antes se conocía porque, por ejemplo, no tenía

zapatos para entre semana –recuerda mi papá–, sino que usaba los zapatos solamente los

domingos y casi que sólo iba a misa con ellos y el resto de la semana era descalzo. Entonces

ya en Cali se escuchaba que las fiestas de los narcos eran a todo dar y al hijo que cumplía

años le daban era un carro y no un par de zapatos. Pero yo creo que el narcotráfico empieza

a cobrar fuerza en Medellín con Pablo Escobar porque antes eran como personas dedicadas

a eso, pero pues era muy local, muy básico, mientras que él fue un tipo a nivel mundial.

–Yo estuve en la Hacienda Nápoles de Escobar, en el zoológico, llevados por la

universidad –cuenta mi mamá–. La salida era de etología, a ver los animales. Me acuerdo

que ese elefante metió el moco por el bus, nos sacó las cosas y se nos comió la comida. Yo

no sé por qué el profesor nos llevó, yo tampoco tengo la idea de que ya estuviera confiscada

por el Estado. Ahí creo que era sólo el rumor porque es que también el tipo estuvo un tiempo

en la legalidad, en la política46.

>>El otro que me acuerdo era el quindiano, que se llamaba Carlos Lehder. Ahí sí era

como ver las instalaciones: “Que esto es de Carlos Lehder, que ése como que es narco, que

lo detuvieron”. Por ejemplo, La Posada Alemana, que queda ahí como en la vía de Armenia

a Pereira. Eso es raro porque es como si hubiera una jaula en la que hay una estatua de John

Lennon con su guitarra y me parece que también tuvo ahí como animales y cosas así.

–Al principio Lehder estaba aliado con Pablo Escobar47 –explica Héctor–. Y el temor

de que ellos fueran extraditados los llevó a intentar cambiar la Constitución. Ya después hubo

un capítulo, tal vez el más difícil de la historia en Colombia, y es esa encrucijada en la cual

se relacionan los carteles de la droga, que son Pablo Escobar Gaviria, el Cartel de Medellín,

por un lado, y el Cartel de Cali por el otro, y esas enemistades entre ellos.

46 Pablo Escobar fue elegido como representante suplente a la cámara en 1982 (Escobar: 17 años de historia del

criminal, 1993). 47 Carlos Lehder fue el primer capo capturado y extraditado a Estados Unidos, según la revista Samana

entregado por el mismo Escobar (“Así entregó Pablo Escobar a Carlos Lehder”, 2015).

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–Empezaron a verse como enfrentamientos entre los narcotraficantes del Cali y los

de Medellín –recuerda mi papá–. Entonces se empezaban a buscar: de aquí iban pistoleros

hasta Medellín, mataban gente; de Medellín venían hasta acá, mataban gente. Aunque creo

que fue más violento en Medellín que acá. Yo me enteraba como por cosas que decía la gente

por radio y televisión.

–En el ‘83, ‘84, yo iba a Medellín –continúa Héctor– y era horrible porque a veces

uno llegaba de Bogotá y había una balacera en el barrio Salvador, creo que era. Habían

balaceras cotidianas, muertos cotidianos que uno se encontraba por las avenidas en Medellín.

Era una cosa bárbara, terrible, eso causa mucho dolor como sociedad. Eso tocó en este país

a todo el mundo: la economía, la violencia cotidiana en las calles, los amigos que uno veía

que se metían de sicarios.

–A mí cuando trabaja en la cárcel un narcotraficante boyacense me duró insistiendo

más de dos años para que yo me metiera a eso –cuenta mi abuelo–. A cualquier cárcel que

usté vaya, el que tiene plata lo dejan en el casino y le dan una celda aparte. En el tiempo que

estuve era una sinvergüenzada, eso era un descaro, un cinismo. Había uno que le pagaba al

guardián para que le escogiera las dos mujeres que quería que le entraran el día de visita

conyugal, una por la mañana y otra por la tarde. Y eso llegaban diez o doce a hacer cola y él

no las podía atender a todas. Entonces eso es una alcahuetería, un degenero, una

desorganización. ¿Para qué es una cárcel? No es sino como pa’ guardar un poquito aislado

de la sociedad, pero eso ahora ni siquiera los aíslan, sino que desde las cárceles están

dirigiendo y organizando sus pandillas, su narcotráfico, todo eso.

–Yo me he quedado aterrado –termina mi papá– porque ya están hablando de gente

del Clan del Golfo y gente mexicana acá. Y decir que pueden ser más malos que los

colombianos, eso es increíble. Y por las cosas que uno sabe de México, sí puede ser verdad:

más malos que los que destripaban y echaban a los ríos, más malos que las motosierras, Dios

mío. Pa’ mí los narcos son peor que paramilitares, peor que guerrilleros porque yo como papá

pienso: ¿qué tal que un hijo cayera en drogas? Para mí el narco está riéndose allá, en medio

de sus billetes y de sus dólares, ¿y el papá al que se le acaba de suicidar un hijo por droga o

que está en las calles qué?

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Los muertos que tú quieras

No hay muerto que no me duela, no hay un bando ganador,

no hay nada más que dolor y una vida que se vuela.

(Milonga del moro judío, Jorge Drexler)

Una vez estaba hablando con un compañero del grupo de teatro y recuerdo que él

nombró a la Unión Patriótica. “Marcha Patriótica”, creo que lo corregí pensando que se

refería al movimiento recién fundado. “No, la Unión Patriótica, el partido de las FARC que

exterminaron”, insistió él. Yo asentí para que no se diera cuenta de que no tenía ni idea de lo

que estaba hablando.

–Se le llamó el exterminio de la Unión Patriótica –me explica Héctor– porque mataron

a todos los líderes, fueron miles.

–Eso sí era noticia casi diaria –relata mi abuelo–: que mataron de la Unión Patriótica

a fulano, de la Unión Patriótica en el Valle, en Antioquia, en Bogotá, en Cundinamarca, en

toda parte. Iban matando sistemáticamente hasta que la extinguieron.

–Era ver caer uno tras otro a los de la UP –cuenta mi mamá–. Recuerdo asistir a algún

sepelio, creo que fue al de Jaime Pardo48, es que varios fueron velados ahí en la Plaza de

Bolívar. También cuando mataron a Antequera49 en el aeropuerto, que estaba con Ernesto

Samper, el titular fue: Un atentado contra Ernesto Samper, pero eso había sido colateral. O

sea, fueron a matar a Antequera y él casualmente estaba saludando a Samper, pero a él no le

iban a hacer nada. Alguna vez alguien me contó que la familia de Manuel Cepeda50 vivió

meses o años en la incertidumbre, que cada llamada creían que era hasta que finalmente fue.

Era la crónica de una muerte anunciada, como que los de la UP sabían y sin embargo se

quedaron.

48 Candidato a la presidencia por parte de la Unión Patriótica, fue asesinado en una vereda de Cundinamarca en

1987 (Así fue el asesinato de Jaime Pardo Leal, 2012). 49 El asesinato ocurrió en marzo de 1989 (Jiménez, 2015). 50 Representante a la Cámara por parte de la Unión Patriótica, asesinado en 1994 (A 22 años del asesinato de

Manuel Cepeda Vargas, 2016).

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>>También recuerdo mucho como explosiones, bombas, pero creo que eso era una

violencia más del narcotráfico. Yo sólo recuerdo ir por la Séptima, escuchar una explosión y

salir corriendo como a buscar donde refugiarme. Luego coger un bus e irme y no sé, uno no

se iba a poner a preguntar qué explotó ni dónde. De pronto la de más recordación es la del

DAS51, que fue como las más grande en Bogotá, pero yo no creo haber estado allá, no creo

haberla oído.

–La bomba del DAS fue tenaz –cuenta Héctor–. Yo vivía con mis compañeros en

Germania, en un apartamento que habíamos arrendado allá en un segundo piso. Estaba

acostado porque eso fue temprano y escuché la explosión, eso fue relativamente lejos, pero

sonó como si hubiera sido en la esquina, una cosa estruendosa, terrible. Después averiguar

no era tan inmediato como con las redes sociales hoy, no había internet, no había nada de

esto. Era como con las noticias, la radio, el voz a voz, la televisión, ahí se supo: un camión

lleno de dinamita que tumbó todo edificio y el General Maza Márquez (que era enemigo de

Pablo Escobar) se salvó milagrosamente, pero hubo los muertos que tú quieras.

>>Eso era una locura demencial, es que tumbar todo un edificio pa’ matar una

persona, no importaba cuántos muertos hubiese. Entonces lo primero que se me viene a la

mente es el miedo de salir a las calles y que una bomba le explotara a uno. Eran las bombas

en los centros comerciales, las bombas al frente de los edificios, las bombas en los cajeros

automáticos, las bombas al frente de los canales de televisión o al frente de las emisoras. Ahí

es cuando uno se da cuenta de la locura descabellada, cuando un conflicto entra en sus fases

más podridas.

>>Otra bomba que me chocó mucho, y que no proviene del narcotráfico, sino de las

FARC, fue una época en que estaban comenzando a sentirse arrinconadas y ya estaban

acudiendo al terrorismo, a los actos indiscriminados de violencia y empezaron a poner

bombas en donde fuera. Esos eventos por esa época se los autoproclamaba las FARC porque

querían justamente que les tuviesen miedo, supongo que fue cuando empezó el Plan

Colombia52 y toda esa vaina.

51 El 6 de diciembre de 1989 se detonó una bomba en las instalaciones del DAS, asesinando a más de 50 personas

(Cardona, 2009). 52 Mediante este acuerdo, Estados Unidos le otorgó financiación a Colombia, especialmente enfocada en la

lucha antinarcóticos y el conflicto armado (Tokatlián, 2005).

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>>Yo le había comprado un apartamento a un sueco lo más de querido y buena

persona. Era como vivienda de interés social, pero estaba muy bien ubicado porque quedaba

en La Macarena. Las FARC andaban poniendo bombas por ahí y a este man le vieron cara

de gringo porque era mono, entoes que la guerra contra el imperialismo yanqui y no sé qué,

y pusieron una bomba en una tapa de esas donde estaban instalados los teléfonos en los

andenes. Voló esa tapa y una parte cayó encima encima de él y la otra sobre un brazo de la

hija. Él no sé cómo pudo salir de donde estaba y levantar la que estaba aprisionando el brazo

de la niña y se desmayó. El cuento fue que una persona tan linda como ese man, con una niña

tan chiquita y tan inocente, son víctimas de esta locura y no tenían nada que ver. Que porque

tenía cara de gringo. Y si hubiera sido un gringo, pues tampoco.

–El que nos tocó a nosotros bastante fue en la casa que vivíamos en Junín –cuenta mi

papá– porque vivíamos al frente de una inspección de policía. Entonces ahí colocaron una

bomba que explotó como en medio de la calle y nosotros estábamos durmiendo con mi

hermano en las dos habitaciones que daban a la policía: las ventanas se rompieron, en los

techos hubo problemas, las cortinas se dañaron. Yo recuerdo que a mí me cayeron todos esos

vidrios, pero no me pasó nada. Los policías salieron asustados, pero no cogieron a nadie y

nunca se supo qué pasó. Creo que a mí me llamaron como a ser testigo en esos días o a ver

qué información les podía dar, pero yo no sabía nada.

–Pero la cosa que yo más recuerdo y que más me haya causado dolor –termina

Héctor– fue la muerte de Jaime Garzón. Eso fue en el ‘99, yo vivía ahí en la Macarena. Y esa

sí me dolió muchísimo por lo que ya tú debes haber escuchado: quitarle la sonrisa, la risa a

un país. Él estudió en la Nacional y yo lo vi varias veces, lo veía cotidianamente y

coincidimos en cosas, en eventos de activismo, por ejemplo. No éramos amigos, pero

conocidos sí y yo siempre pensé: “Jaime Garzón, no sea pendejo, lo van a matar”. Yo creo

que él pensó que se iba a salvar y lo mataron.

–Yo ni entiendo por qué era eso –confiesa mi abuela–, la verdá yo no entiendo: matar

y matar gente ahí como por formar susto, por atemorizar la gente. Me parecía muy doloroso,

eso me escalofriaba a mí.

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El péndulo

Este suelo tiene un nombre

desde el mar hasta la sierra.

¿Cómo le cuento a mi gente

lo que pasa en esta tierra?

(Coplas a mi país, Piero)

Supongamos que Colombia tiene dos padres: uno de derecha y uno de izquierda. Al

primero le debe mucho de lo que tiene y de lo que es: su educación, su desarrollo, su

seguridad. Al segundo lo conoce tarde porque ha estado décadas escondido en el monte, pero

se da cuenta que también con él tiene cosas en común: sus sentimientos, sus ideales, sus

dolores. ¿Cómo negarlos o aceptarlos como parte de lo que somos? ¿Cómo juzgar o perdonar

a uno u otro? ¿Cómo dialogar con ellos?

–Para mí los guerrilleros son personas muy malas –opina mi papá–, manes con una

mentalidad completamente asesina, casi como un asesino serial o más. Tal vez los

paramilitares tienen una motivación más personal: que les mataron familiares, les mataron

padres, les mataron hijos. Aunque los guerrilleros de pronto nacieron por lo mismo: el

ejército vino y mató personas de acá. Bueno, lo de los guerrilleros podría ser que de pronto

más social, pero son como el mismo tipo de gente: lo que había hecho la guerrilla por muchas

décadas, lo hicieron los paramilitares también. Yo digo, pues si los paramilitares mataron

tantas personas en un fenómeno que duró digamos quince años, ¿pues cuántos habrán matado

los guerrilleros en cincuenta o más? Eso para mí es sencillamente proporcional, o sea que en

mis cuentas han matado mucho más los guerrilleros que los mismos paramilitares.

>>Yo creo que el fenómeno paramilitar empezó porque el ejército de alguna manera

es como muy dormido, no le interesa, como que no tiene estrategias, tácticas, voluntad para

realmente buscar a las guerrillas. Como que se limitan a lo puntual: “Me dispararon aquí o

me atacaron aquí, entoes contrataco”, pero dos días después ya no pasó nada. Hubo un

momento en que había columnas de las FARC de dos mil tipos, entones uno decía: “Bueno,

vinieron, se tomaron un pueblo ¿y se pudieron ir así no más?, ¿cómo es eso?”.

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>>En esa época uno veía que se podían tomar un pueblo grande, no era solamente

una veredita de cuatro casitas; cogían prisioneros a cientos de policías, los tenían como en

campos de concentración, una cosa asquerosa. Habían cogido a ese poco de diputados de

acá53, la gente no podía salir, incluso dentro del Valle le daba miedo. Yo recuerdo un

compañero de trabajo que le salió un grupo guerrillero y le alcanzaron a dar un disparo al

carro entre Tuluá y Buga.

>>También tuve un compañero de universidad que tenía una finquita como de

descanso, humilde, sencilla yo creo, pues con todos mis compañeros de la Universidad del

Valle éramos de origen humilde. Lo que él cuenta es que una vez estaba allá y en medio de

un gran aguacero en la noche siente cómo los fusiles hacen ruido alrededor de la casa. Eso

yo nunca lo olvido porque como yo estuve en el ejército, el fusil hace un ruido especial

cuando se descarga sobre la madera. Entonces ellos medio se asomaron y, claro, había un

montón de gente armada ahí en su casa, como buscando evitar la lluvia. Seguramente ellos

no tenían nada, entonces no perdieron nada, pero eso muestra que podían entrar y hacer lo

que quisieran porque muchos tienen hambre, entonces bueno pues: “Mire a ver cómo nos

prepara o venga y nosotros preparamos” y ellos no te van a pagar vacas ni gallinas ni nada

de eso. Eso muestra como la indefensión de la gente.

>>Entonces pues tú eres el dueño de una finca o de una hacienda de cientos de

hectáreas y en medio de la noche, en medio de la oscuridad, en un pueblo, estás

completamente solo. Yo creo que empezaron a haber grupos liderados por gente que les había

pasado algo con los violentos, gente a la que la guerrilla les había matado familiares. De

alguna manera para mí el origen de los paramilitares es la misma guerrilla porque mataban,

secuestraban y ellos sencillamente esperaban que no sucediera nada con eso, pero empezó a

haber gente que no le gustó y empezó a crear fuerzas, pequeñas fuerzas. Y yo creo que

muchos hacendados al sentirse desprotegidos empezaron a pagarle a esos grupos. O sea que

53 El 11 de abril de 2002 un grupo de 12 diputados del Valle del Cauca fue secuestrado en Cali por guerrilleros

de las FARC, 11 de ellos fueron asesinados por la misma guerrilla en 2007 (Los diputados del Valle fueron

asesinados con 95 disparos de fusil AK-47, el arma usada por las FARC, 2007). Sin embargo, las FARC asegura

que las muertes se dieron en un fuego cruzado con militares y, presuntamente, con paramilitares (FARC

aseguran que 11 diputados secuestrados murieron en fuego cruzado, 2007).

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empezó como lo que ellos se denominaban: una autodefensa ante la incapacidad del Estado

de defender la soberanía.

–Las Convivir se crean como asociaciones de campesinos, de autodefensas –cuenta

Héctor–: que se defendieran ellos mismos, ésa era como la esencia, en teoría para defenderse

armados de la guerrilla. Pero hubo quienes alertaron el peligro que era crear esas Convivir y

tenían toda la razón porque degeneraron en los paramilitares. Al principio no era muy visible,

pero después ya empezaron a haber muertes y muertes y masacres. Es que tú prendías el

televisor y era todos los días una masacre. El problema con eso es que se vuelve costumbre,

entonces la gente no se inmuta: hoy mataron siete, mañana diez, como ahorita con los líderes

sociales, lo mismo, la gente parece que no le doliera eso.

>>Una vez que salí a Villavicencio, apenas saliendo de allá: una talanquera. Unos

manes ahí, comunes y corrientes, dueños de una zona. Eso pasaba en las narices y la gente

en Bogotá no se daba cuenta. Me acuerdo también que para esa época fui al norte del Valle,

y entrando al sur del Chocó vi kilómetros y kilómetros de cabañitas, de casas de madera, de

ranchos, abandonados. Eso era un espectáculo horrible: no había necesidad de presenciar las

muertes en directo, ni siquiera las personas. Esos ranchos desocupados es una imagen

dolorosa de lo que era el paramilitarismo en Colombia. Ellos se proclamaban terrenos

enteros, ponían una talanquera donde consideraban y se adueñaban de las fincas para sembrar

palma africana o lo que fuese, pa’ tener más poder y más dinero.

>>Yo hablé con paramilitares en esa zona y los más lúcidos, entre comillas, los más

educados, defendiendo a ciertos políticos con unas ciertas ideas, y otros simplemente que

eran gente de gatillo rápido. Pero ellos se cuidaban mucho de no hablar de muertos de

asesinatos, cuando uno hablaba con ellos no dejaban ver toda la porquería que había detrás.

Había uno particularmente que tenía una zona de control, tenía su casa en una parte alta donde

dominaba todo y tenía radioteléfono, y con ese radio tenía comunicación con varios. El tipo

defendía a Uribe para su reelección54, decía que Álvaro Uribe era la única opción porque

como estaba el país no había ninguna otra.

54 Presidente de Colombia entre 2002 y 2010, modificó la Constitución para ser reelegido.

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–Es que con la llegada de Uribe la gente empezó a querer como más fuercita –afirma

mi papá–, más mano dura porque los presidentes querían era como negociar, que las cosas se

calmaran y no sé qué y la paz. Y la gente pues muy engañada por los grupos guerrilleros

porque les creían que ellos querían paz, pero no, ellos ya estaban en sus cuentos de ganar

dinero con el narcotráfico. No sé cuándo fue, pero en algún momento ellos empezaron a tener

negocios porque tenían territorios donde pagaban por traficar con droga. Antes de pronto

alguien les daba comida en una finca y con eso era suficiente, ya después empezaron a querer

más. Me imagino que ese narcotráfico empezó a permear todos esos grupos guerrilleros,

empezaron a confundirse narcos con guerrilleros, guerrilleros con narcos.

>>Para mí el único presidente que sí vio la amenaza y que sí los buscó y presionó y

motivó al ejército fue Uribe. Porque la gente se cansó y llegó alguien que sí quería presionar

más, negociar pero buscando más como hacerles daño. Uribe empezó a combatir a todos, yo

creo que más a los guerrilleros que a los paramilitares. Pero los paramilitares quisieron

negociar su entrega y su paz con él. Me parece que fue una negociación diferente, más rápida

para la gente. Como que era pagar prisión, entregar sus propiedades o su compensación a las

víctimas y si empezaban a seguir delinquiendo él los extraditaba, y de hecho creo que apenas

están saliendo de las cárceles.

–Para mí fue bastante incómodo –recuerda, en cambio, Héctor– porque lo que uno

podía ver era que más que una negociación de paz, se quería que ellos formaran parte del

poder y que fueran un elemento fuerte para conservar el poder y para acrecentarlo. Era el

poder de la derecha, del latifundio, del medioevo, de las tierras, del capital financiero y del

ganado. Entoes fue indignante porque a estos manes incluso los llevaron al Congreso y no

hubo un proceso orgánico, sino que fue forzado y acelerado. No había deseo de mostrarlos o

de sostener que eran criminales y esos personajes ya se le volvieron fue incómodos al

presidente. Entoes se vio en la obligación de extraditarlos.

–Yo creo que los paramilitares por muchas circunstancias no van a decir todo lo que

han hecho –reflexiona mi papá–. Me imagino que también sentirán vergüenza,

arrepentimiento, cosas que no podrán decir y habrá otras que ni se acuerden.

–Entoes muy tenaz eso, esa fue la parte más triste del país –opina Héctor– porque por

lo menos cuando había digamos La Violencia de la que hablaba mi abuela, era como de corte

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político, una vaina ahí de apasionamiento. Pero esto del paramilitarismo eran ya los valores

por debajo, muertos, y solamente un cruce de dinero con política y armas.

–Yo sí creo que los paramilitares entraron directo a eso –concuerda mi papá–, me

imagino que de entrada buscaron cómo financiarse. Y pues una manera era la plata que les

daban los grandes hacendados, la gente dueña de tierras y luego me imagino que fue con el

narcotráfico, eso creo que fue mucho más inmediato que los guerrilleros.

–Entonces imagínate el panorama de un país con una complejidad de esas –concluye

Héctor–: narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros, políticos corruptos y la mezcla de todo

eso. Se llegaron a dar cruces incluso de paramilitares con guerrilleros para defender pasos de

narcotráfico, una cosa de una complejidad enorme. El péndulo que para mí había alcanzado

su punto máximo en la época del presidente Gaviria con la Constitución del ‘91, después

vino corriendo hacia el otro lado con toda la derecha extrema y el paramilitarismo.

–En estos días estaba escuchando la historia de Carlos Castaño –agrega mi papá– y

una cosa que yo no había escuchado de por qué lo mataron: estaban diciendo que el tipo tenía

una hija enferma y que la quería mucho, entonces la quería llevar a que la cuidaran porque le

estaban quitando los bienes a la esposa. Ahí fue que lo acusaron de traición porque se acercó

a la DEA como negociando, por lo de la hija. Lo que me puse a pensar es que hay una cierta

humanidad igual en todo el mundo, o sea algo que te mueve como ser humano: un hijo o tu

esposa, ¿no? Así él fuera una de las personas más malas que hayan existido, pues lo movía

hacer algo por sus hijos. O sea, siempre van a haber historias detrás de todo.

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“la violencia”

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Ni pies ni cabeza

Soy hijo de un desterrado y de una flor de la tierra

y de chico me enseñaron las pocas cosas que sé

del amor y de la guerra.

(Frontera, Jorge Drexler)

Antes de mí ya habían pasado varias personas, sólo quedaba otra participante, los

observadores y la traductora. Muchos de los que ya habían mostrado su escena terminaron

hablando sobre la muerte de un papá, la desaparición de un hermano, los intentos de suicidio.

Yo no sabía cómo competir con eso, mi historia no era trágica ni conmovedora. Pero me

esforcé y cuando me tocó hablar dije que lo que yo quería representar era una conversación

con mi abuelo y que por eso cantaba La gota fría, que era una canción que él cantaba.

El director me miró y dijo en inglés que mi tema no tenía importancia, que lo que yo

había hecho no se entendía ni se creía y que además cantaba desafinado. Entonces le hablé

de mi mamá, de todo lo que significaba para mí que me hubiera tenido y criado en medio de

tanta violencia. Él volvió a desecharlo. Le hablé de mis papás: cómo veía en ellos una

metáfora de los pensamientos encontrados en el conflicto armado. Lo desechó por tercera

vez. Así estuvimos durante una hora o más, yo escarbando en mi historia para mostrarle

cualquier cosa que pudiera considerar conmovedora, él desechando una a una.

Al terminar el taller traté de olvidarme de todo y cambié el tema tesis de pregrado,

que inicialmente era sobre filosofía y teatro, por uno de esos comentarios a Platón que nadie

nunca va a leer. Me gradué y decidí que quería presentarme a la carrera consular de la

Cancillería, así que empecé a prepararme para el examen. Me habían dicho que lo que más

tenía que estudiar era historia, de modo que busqué uno de los tomos gruesos de la

enciclopedia de mi tía y empecé con los tiempos prehispánicos. A medida que avanzaba en

las distintas épocas sentía que algo no me quedaba del todo claro, o mejor, que la historia que

me estaban contando no tenía mucho que ver conmigo. Hablaban de presidentes y de

partidos, de fechas, de próceres y batallas, de reformas y crisis económicas, en fin, de todo

lo que se habla en las enciclopedias de historia.

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Me fui de vacaciones a Cali y en la biblioteca de mi mamá encontré un libro más

delgado y atractivo que la enciclopedia de mi tía, se llamaba Pa que se acabe la vaina de

William Ospina (2013). Lo empecé a leer y sentí que algo en mí se movía, no era una cuestión

lógica porque la narración de Ospina era mucho más desordenada y diversa que la

enciclopedia, podía pasar del mestizaje a la literatura y luego a La Violencia. Recuerdo haber

leído sus últimas palabras con la misma emoción con la que sostenía mis conversaciones con

Lucho, en las que planeábamos nuestra revolución colombiana:

Todavía la vieja dirigencia y los nuevos poderes que han crecido en las últimas

décadas quisieran repartirse a Colombia, y hasta sueñan con fanatizar de nuevo al país a favor

de uno o del otro. Pero el país que intentaron por años contener en el lecho de Procusto habrá

crecido demasiado para caber en la caja registradora de la vieja aristocracia, en la caja de pino

de la nueva. Y entonces veremos si ellos están solos, decidiendo como en los últimos

doscientos años la suerte del país, o si hay alguien más que sea capaz de abrir, cuando la

historia llame a la puerta. (Ospina, 2013, p. 237)

Todavía no tengo idea de lo que es el lecho de Procusto, pero mi sensación al terminar

el libro, si tengo que ponerla en palabras, era que una tristeza que tenía escondida en alguna

parte estaba encontrando su sentido, su explicación. Después de todo, algo de mi papá se me

había pegado:

–Para mí la guerra es como el peor atraso que hay en este mundo. O sea, a mí la guerra

de guerrillas, las revoluciones, los de ISIS, me dan mucha tristeza porque digo: “Los países

más atrasados son los que tienen eso y que antes van es pa’ abajo”. Y lo más triste es que

sigue, eso no acaba porque hay muchos grupos, ahora más delincuentes, cosa a la que uno no

le encuentra ni pies ni cabeza.

Poco después le hablé del libro de Ospina a una amiga de teatro y ella me comentó

que había una Maestría en Construcción de Paz en la Universidad de los Andes y que además

había una beca a la que podía aplicar. Yo en el pregrado había querido estudiar literatura en

los Andes, pero mi mamá me había dicho que cuando me la pudiera pagar yo. Supongo que

estaba recordando su propia historia:

–Yo me fui a la Nacho porque no me podía pagar otra cosa y no sabía ni siquiera si

me podía pagar la Nacho. Lo que mis papás me decían era: “A usté le costeamos hasta

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bachillerato. Si se quiere ir a la universidad, se la tiene que pagar usté”. Pero ya cuando estaba

en 11, empezaron: “Pues inscríbase a ver, pero lo que le podemos pagar es una oficial”.

En todo caso, estudiar en ese paisito chiquito, como la llama Héctor, fue una de las

mejores cosas que me pudo pasar. Entre otras cosas porque en mi carrera y en el grupo de

teatro encontré más gente parecida a mí de la que había en el colegio, era como si de repente

conociera decenas de Luchos. Pero al mismo tiempo me di cuenta de que no compartía

muchos de sus pensamientos, me parecían exagerados y poco realistas, así que pasé de ser el

militante más izquierdoso de un colegio privado al godo más recalcitrante de una universidad

pública.

Para la maestría había que presentar una carta de motivación, que yo hice lleno de

esperanza y alegría porque estábamos en los tiempos de la firma de paz. Pero la semana antes

de enviar los documentos hubo un cambio de planes: ganó el No en el plebiscito. Tuve que

volver a la carta, revisarla y ser lo más sincero posible:

Mi interés personal por ingresar a esta maestría surge de una pregunta muy simple:

¿cómo convenzo a mi papá y mi abuelo de que voten “Sí” al plebiscito? Cómo filósofo estuve

tentado de buscar argumentos teóricos para mostrar que la paz es mejor que la guerra. Sin

embargo, resulta difícil hablar de la guerra en términos abstractos, sin tener en cuenta su

contexto sociocultural e histórico, y a su vez es peligroso justificar la paz a cualquier precio,

ignorando los medios usados para instaurarla y sus posibles consecuencias. (Mondragón,

2016, p. 1)

Y hacia el final concluía:

En últimas, la idea misma de convencimiento implicaba cierto deseo de imponer mi

versión del país a mi papá y mi abuelo. Tal vez este sea uno de los cambios necesarios para

la paz: renunciar a imponer nuestras ideas y buscar entender la situación de ese otro que

también creció directa o indirectamente en medio de la guerra y fue moldeado por ella.

(Mondragón, 2016, p. 3)

Para ese momento ya había renunciado a la idea de presentarme a la Cancillería, así

que envié la carta a la maestría y me puse a esperar. Mientras tanto me leí Escrito para no

morir, que fue la tesis de Maria Eugenia Vásquez para graduarse de antropología en la

Universidad Nacional, después de haber sido parte del M19 desde sus inicios hasta las

negociaciones. María Eugenia empieza su libro diciendo:

Page 77: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

77

Esta autobiografía quizás es un conjuro contra el olvido de una colectividad política

o unas ideas que dieron sentido a muchas vidas y que se pierden en la memoria y la historia

oficiales. O, simplemente, una manera de situarme frente a mí misma. (Vásquez, 2011, p. 19)

Al terminar el libro me había enterado de toda una historia que desconocía y con la

que compartía algunas cosas, decisivas en la vida de ambos: parte de la infancia en Cali, el

amor por el teatro y la Universidad Nacional. Había decidido que de pasar a la maestría quería

hacer algo similar a lo de María Eugenia en su trabajo de grado. Yo era consciente de que

ella tenía mucho más que contar sobre la guerra porque la había vivido de frente, pero al

mismo tiempo sentía que mi historia tenía algo que decir. Tal vez no sobre la guerra, o al

menos no directamente, pero sí de una manera más soterrada y cotidiana de vivirla.

Page 78: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

78

La historia lo dirá

La pregunta punzante que me hicieron,

las respuestas veraces que no di.

(Hombre que mira una muchacha, Mario Benedetti)

Entré a la Maestría en Construcción de Paz para el primer semestre de 2017 y la

primera electiva que tomé fue Historiografía de Colombia, esperaba encontrar allí alguna

guía sobre cómo se había escrito aquí la historia. Cuando en la primera clase la profesora nos

preguntó por qué habíamos inscrito la clase, yo contesté que me había inspirado el libro de

William Ospina. La risa de todos, incluida la profesora, fue el primer indicio que tuve de que

lo que yo quería hacer no era muy apreciado por los historiadores.

Sin embargo, me quedé en la electiva hasta el final y algo aprendí. Supongo que lo

que más se me quedó grabado es que la historia es una ciencia en la que se puede hablar

desde los grandes periodos y personajes, hasta la vida cotidiana de los anónimos. Esta última

posibilidad la encontraba en nociones como la historia desde abajo o la historia de los sujetos

invisibilizados, expresadas en textos como Cultura e identidad obrera de Mauricio Archila

(1991), Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada de Pablo Rodríguez

(1997) y Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes de Martha Lux (2014). Pero,

además, ¿no era la historia colombiana en sí misma una historia desde abajo, toda vez que se

atrevió a hacerse desde una perspectiva propia? Como señala Aníbal Quijano (2007) en su

crítica decolonial al caricaturizar el eurocentrismo: “El sujeto racional es europeo. La no-

Europa es objeto de conocimiento. Como corresponde, la ciencia que estudiará a los europeos

se llamará ‘Sociología’, mientras que la que estudiará a los no-europeos se llamará

‘Etnografía’” (Quijano, 2007, p. 113).

Los textos que leímos para la última clase fueron los que me dieron más esperanzas

de que mi trabajo tuviera cierta validez. El primero de ellos fue Memorias, historia y guerras

en Colombia. Opciones decoloniales para la construcción de “otros” relatos del conflicto

armado, donde Luisa Fernanda Pineda (2015) sostiene que:

Page 79: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

79

Frente a un panorama como el actual, donde encuentros y desencuentros entre guerra,

historia y memoria son materia de reflexión creciente desde diferentes sectores de la academia

-institucional y no institucional- colombiana, es que surge más que nunca la necesidad de

construir y proponer otras formas de aprender el pasado. Esto, a partir de saberes que reflejen

que la historia y la memoria como reconstrucción del pasado de una sociedad es ante todo

una praxis política, es decir, una suerte de “juego de poderes y contrapoderes”, que se hace

visible de maneras específicas y refleja la asimetría de las relaciones en pugna en sus

articulaciones con el poder. (Pineda, 2015, p. 110)

Para ver cómo se ponía esto en práctica leímos Prácticas de memoria - imaginarios

de verdad: tres mujeres víctimas de la guerra en Colombia de María Victoria Uribe (2012).

Allí, después de hacer un breve recuento de la violencia y la construcción de memoria en el

país, la autora presenta a las mujeres con quienes, más que hacer un análisis, establece un

diálogo en el que priman sus voces, para al final retomar ella la palabra y afirmar que:

Las memorias de familiares y sobrevivientes del conflicto colombiano conforman un

coro de voces cada vez más audible en Colombia. Son voces muy diversas, muchas de ellas

avaladas por movimientos sociales que luchan por establecer la verdad de lo ocurrido durante

los años que ha durado el conflicto. (Uribe, 2012, p. 134)

Uribe (2012) concluye con un llamado de atención sobre el tratamiento que se hace

de estos relatos en los espacios judiciales, particularmente con la Ley de Justicia y Paz que

“no opta por una verdad exaltada” (Uribe, 2012, p. 135) y señala que sólo en los encuentros

directos entre víctimas y perpetradores (paramilitares, en este caso) parece darse un cambio

de actitud por parte de éstos últimos.

Al igual que en los espacios judiciales, en la historia académica que había visto la

mayor parte del curso no parecía tener mucha cabida este tipo de relatos en el que prima la

voz de las personas, como sí la tenía en otras ciencias sociales como la antropología. Por eso

decidí tomar Metodologías Cualitativas para las Ciencias Sociales como pre-requisito para

realizar mi trabajo de grado. La clase empezó con una discusión en la que se contraponía el

texto periodístico de Andrés Felipe Solano (2015) –que a mí me gustó mucho– con lo

planteado por Charles Ragin (2007), cuya idea principal radicaba en que la investigación

académica debía distinguirse por el rigor en la colección de datos empírico y en su análisis

con base en la teoría previamente establecida.

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80

Sin embargo, en la siguiente clase se nos mostró el lado más humano de este rigor y

cómo la investigación académica estaba inevitablemente atravesada por una serie de factores

que mueven al investigador de su camino lineal. La investigación social, dice Nancy Luker

(2008), es como bailar salsa: una práctica y como tal, no necesariamente da cuenta de una

realidad exacta: “Por lo menos, tenemos que aceptar que escribir acerca del mundo social es

encajar una realidad ambigua, cambiante, compleja y multicolor en un bosquejo a blanco y

negro” (Luker, 2008, p. 8, traducción propia). Aun así, mi inquietud era precisamente cómo

hablar de esa complejidad sin simplificarla en el intento.

Entonces me enteré de que había una discusión entre los planteamientos de Pierre

Bourdieu y los de Bruno Latour acerca de cuál era el papel del científico social. El primero

sostiene que se trata de una labor excepcional, en la que se tiene una mirada privilegiada del

mundo (Bourdieu, 1996, p. 34), mientras que para el segundo la cuestión se reduce más bien

a hacer un seguimiento juicioso de los actores sociales y observar lo que ya de por sí ellos

traen: “esto es, tratar de estar al día con sus a menudo salvajes innovaciones, en aras de

aprender de ellos en qué se ha convertido la existencia colectiva en sus manos” (Latour, 2005,

p. 12, traducción propia). Como ya puede intuirse, me convenció más esta última visión.

Aun así, la pregunta sobre cómo hablar de la realidad social seguía patente y sólo

comenzó a resolverse a mediados del curso, cuando tuve que hacer una exposición sobre

periodos de tiempo y process tracing, que son dos enfoques distintos para acercarse al estudio

de la historia en su desarrollo temporal. Los defensores de estos enfoques son Jeffrey Haydu

(1998), y Alexander George & Andrew Bennet (2005). Si bien estos autores buscaban

plantear métodos que permitieran establecer comparaciones temporales, por un lado, o

cadenas causales, por el otro, lo que llamó mi atención fue que todos coincidían en que la

narrativa era un método explicativo válido, cuya mayor virtud radicaba en la precisión

descriptiva y su mayor debilidad, en la posible arbitrariedad a la hora de establecer relaciones

causales.

Mi intención, sin embargo, no era establecer una causalidad entre los distintos eventos

que iba a narrar. Tomando la analogía propuesta por George & Bennet (2005), mi objetivo

no era ser el detective social que descubre un crimen encadenando distintos sucesos, sino

mostrar cómo las personas los han vivido y cómo ellas mismas los relacionan para darles un

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sentido explicativo. En otras palabras, lo que yo quería era contar una historia, pero una que

para mí tenía gran importancia.

“¿Y eso a mí qué me importa?”, fue la pregunta que me hizo la profesora invitada a

dar la siguiente clase, que era sobre la entrevista como método de investigación. Me recordó

inmediatamente al director gringo con el que había tomado el taller de teatro hacía más de

dos años, curiosamente esta profesora también era extranjera. Antes de que yo pudiera

responder, ella continuó: “Lo que quiero decir es, ¿por qué un trabajo como el tuyo habría de

ser importante para la ciencia?”. En ese momento no supe qué responderle, pero días después

en una conversación con la filósofa Gracia Escalante (mi mejor amiga), me dijo: “Pues es

importante porque usted es una persona completamente normal en este país. Es decir, usted

representa a una gran cantidad de personas que hemos vivido la guerra sin vivirla”. Yo estuve

de acuerdo: a mí no me interesaba que mi relato contribuyera a la ciencia (al menos no era

mi principal ambición), lo que yo quería era escribir algo que pudiera leer alguien como yo

y que, tal vez, eso lo inquietara para saber más, como a mí me había inquietado el libro de

William Ospina.

Yo era muy consciente del reto que representaba hablar de la violencia en Colombia,

dada la variedad de sus actores, la longevidad del conflicto y la oscuridad que rodea muchos

de sus eventos más importantes, al igual que las relaciones entre los distintos grupos, legales

e ilegales (Garay et al., 2008). Como dice mi papá:

–Si esto que está pasando en este momento, que son cosas recientes, que es lo presente

y es tan confuso, ¿cómo será de lo que no hubo testigos? Pues la versión que predomine será

la que diga qué pasó, la historia lo dirá.

También me había dado cuenta de que las versiones que estaban en pugna tenían

como fuente principal a las víctimas directas y, más recientemente, a algunos victimarios con

los procesos de verdad y reparación. Estas versiones eran usualmente tomadas y reelaboradas

por académicos o jueces para darles un sentido más claro en el marco del conflicto armado.

Yo no quería parecer insensible, pero ¿no era también posible que los que no habíamos vivido

la guerra diéramos nuestra versión de ella? No sólo una versión explicativa de causas y

efectos, sino más que todo una perspectiva vivencial, que reflejara cómo una familia común

y corriente había vivido la guerra a través de las noticias, los viajes, el trabajo comunitario,

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la violencia cotidiana, los chismes del pueblo y los relatos de padres y abuelos. Yo quería

que fueran esas mismas voces las que contaran su historia y en ese momento llegó a mí un

texto corto pero valiosísimo de Alfredo Molano (2015): La gente no habla en conceptos, a

menos que quiera esconderse. Allí, Molano cuenta su proceso y las decisiones que tuvo que

tomar para escribir de la manera en que lo hace:

Sé que escribir es jugarse frente a sí mismo, desnudarse, como también hacerlo frente

a los demás. Sospecho que ese reto es el sabor de la escritura y lo que la hace apasionante.

No sé si uno puede sentir tal compromiso emocional cuando escribe sobre la renta de la tierra.

Una palabra más sobre este punto: la intelectualidad suele poner de moda el lenguaje

académico, abstruso y seco. Los profesionales añaden a este producto otro ingrediente, una

terminología políticamente correcta. Habría que decirlo algún día: es un lenguaje creado

deliberadamente para decir poco y decirlo sin molestar a nadie, sin implicar a ninguna

institución. Es una especie de dialecto usado por Naciones Unidas, adoptado por las agencias

de cooperación internacional, por los gobiernos y, lo más peligroso, por los profesionales que

trabajan con la gente. Peligroso en un sentido: a veces es adoptado también por el pueblo, lo

que contribuye a sepultar su memoria porque la gente no tiene acceso a ese lenguaje, no puede

expresarse a través de él. (Molano, 2015, p. 496)

Leí las palabras de Molano como si fueran una última invitación a la pequeña rebeldía

de escribir algo que no cupiera dentro de los estándares habituales de la academia, lo cual no

restaba valor a mis aprendizajes a lo largo de la maestría, que me había permitido entender

mejor el país en el que vivimos.

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El día que deje de rezar

Presiento que tras la noche

vendrá la noche más larga.

(Al Alba, Luis Eduardo Aute)

En segundo semestre vi una materia llamada Paz Territorial, yo no sabía muy bien de

qué trataba, pero la profesora que la dictaba me había cautivado el semestre anterior, en el

Coloquio de la maestría, con las anécdotas que contaba de su trabajo de campo. Lo que

aprendí allí me permitió organizar las ideas que tenía dispersas en torno a lo que es la

Colombia de la guerra. En la primera clase, la profesora nos mostró una caricatura en la que

seis ciegos deben describir un elefante: cada uno toca una parte distinta y por eso nunca es

ponen de acuerdo. “Lo que yo quiero es hablarles de nuestro elefante”, nos dijo.

Lo primero que vimos fue que efectivamente en este país existen zonas sin ley o,

como las llamó mi papá, tierra de nadie, en donde el Estado ejerce poco o nada su autoridad

ni, mucho menos, otorga bienestar a sus habitantes (Lemaitre, 2011). Mi papá tenía muy

claras las limitaciones el Ejército a la hora de llegar a ciertos lugares:

–Los batallones que estaban en las diferentes regiones eran los encargados de

defenderse, por ejemplo allá había paracaidistas, las fuerzas especiales, pero siendo que había

un conflicto generalmente estaban acuarteladas. Con el tiempo he entendido la logística:

bueno, ¿vos cómo te desplazás y cómo llegás a un punto si necesitás, primero, comida, tus

pertrechos, todas tus cosas militares, todos tus equipos? No era solamente mandar diez mil

hombres, era mandar también los armamentos, las municiones, cómo vas a pelear, qué

equipos de batalla vas a llevar. Entonces, claro, en Colombia había sitios a los que casi que

era imposible ir.

Sin embargo, David Kilcullen (2016) llama la atención sobre la necesidad de ir más

allá de una estrategia meramente contraguerrillera y realizar labores sociales, políticas y

económicas que permitan hablar de una verdadera gobernanza del Estado. Esta idea está muy

relacionada con los planteamientos de Johan Galtung (1969) sobre la paz como justicia

social, en la que se enfrenta la violencia estructural mediante una distribución equitativa del

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poder y los recursos. También se relaciona con la capacidad del Estado para llevar su

infraestructura a todo el territorio (Mann, 1984). Todo esto puede encontrarse en las

opiniones planteadas por mi abuelo y mi mamá acerca de la injusticia social como base de la

violencia, e incluso en las palabras sencillas de mi abuela:

–Me da más dolor lo que pasa ahora, la injusticia. Que haya gente que vive en la

miseria, que siempre van como en contra del pobre, que pal pobre no hay como nada, ninguna

salida. Si le fían una casa, le sacan esta vida y la otra, lo hacen esclavo ahí pagando. Si es pa’

aumentar los sueldos, le aumentan a los que más tienen. Por ejemplo, la salud ahora está

pésima: la señora que me ayuda, caminado por allá pa’ comprar unas pasticas que valen como

cinco mil pesos y pierda viajes porque ella que vive en una vereda. Yo no sé en otra época

cómo sería, pero hoy día sí es muy dura la vida del pobre.

Son estas poblaciones más abandonadas (militar e institucionalmente) por el Estado

las que aprovechan los grupos armados, no sólo para imponer su propia autoridad, sino

también para ganar el apoyo de la sociedad civil, que es lo que finalmente les garantiza el

control territorial (Kalyvas, 2006). Esto puede verse, por ejemplo, en el siguiente relato de

mi mamá:

–Un día llegamos a esa vereda donde mataron el muchacho porque no puso el disco

rápido, y nosotros, como trabajábamos en proyectos productivos, les insistíamos que hicieran

una minga, una jornada, y organizaran la carretera pa’ facilitar la circulación de los carros

que sacaban los productos. Y les decíamos a los campesinos y nada, no nos paraban bolas. Y

un día llegamos y encontramos esa carretera hermosa: habían llegado los paramilitares y ellos

se las hicieron arreglar en un momentico.

Esta incidencia de los grupos sobre la población se dio especialmente por parte de las

guerrillas, a través de lo que Arjona (et al., 2005) denominan “gobiernos insurgentes”. Tanto

guerrillas como paramilitares llegaron a hacer uso de las Juntas de Acción Comunal para

crear bases políticas y obtener apoyo estatal (Aguilera, 2014; Ballvé, 2012). Como lo muestra

la incursión de mi abuelo a la zona guerrillera, los pobladores dejaban el cumplimiento de la

ley en manos de los comandantes, quienes ejercían una justicia directa basada en la ejecución,

el destierro y el trabajo forzoso (Aguilera, 2014).

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Además del control territorial, los grupos ilegales necesitan de financiación y es ahí

donde entra la coca. De esto también pueden dar cuenta las anécdotas de mi abuelo en la

selva: las personas tenían la posibilidad de cultivar coca como medio de subsistencia. No

obstante, esto constituye apenas el primer eslabón en la cadena del narcotráfico que va desde

el campesino que cultiva la coca y elabora la pasta base que le vente al intermediario,

generalmente un grupo armado ilegal, sea guerrillero o paramilitar (Jansson, 2006), como

también lo señala mi mamá:

–Yo oía a la gente decir que a la larga todos cuidaban una misma empresa

narcotraficante, o sea que en general en las zonas donde están los grupos armados es donde

hay algún interés económico. Entonces, digamos los guerrilleros cuidan la ruta de la coca

hasta aquí y de aquí pa’ allá paracos.

Estos grupos se encargan de transportarla y vendérsela finalmente al narcotraficante,

quien la refina para producir la cocaína como tal y distribuirla. A partir de aquí se vuelve

cada vez más difícil rastrear la cadena, que continua con el lavado de dinero y su disfrute a

nivel urbano, a través de una serie de relaciones clientelistas (Duncan, 2009). De ahí que el

Estado no haya estado exento de vínculos con grupos ilegales, tanto narcotráfico como

guerrillas y paramilitares:

–Lo otro que decían era: “Vea, ahí está el ejército, mañana llegan los paracos” y era

verdad, como que unos les abrían campo a los otros –cuenta mi mamá–.

La relación entre ejército y paramilitares también se dio a través de la transferencia de

información, que:

Permitió articular a la unidad paramilitar dada con los organismos de seguridad del

estado y otras burocracias, mandar señales tranquilizadoras a las élites rurales y generar

amenazas creíbles contra la población civil que tenían la capacidad de contener actividades

peligrosas. (Gutiérrez, 2014, p. 9)

De esta función de los paramilitares, tranquilizadora para las élites y amenazante para

la población, también hablaron mi papá y Héctor cuando se refirieron al surgimiento de los

grupos de autodefensas.

Sin embargo, al lado de estos procesos de autodefensas, limpieza social y

linchamientos, que no han sido exclusivos de Colombia (Kruijt, 2011), han existido también

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formas positivas de autogobierno por parte de comunidades en las que buscan mantenerse al

margen del conflicto armado y se ha visto la capacidad de algunas víctimas para sobreponerse

a su situación y generar espacios de reconstrucción. Tal es el caso que vimos en la última

clase, acerca de cómo algunas mujeres desplazadas por la violencia habían logrado

reconstruir sus vidas (Lemaitre, 2016). Allí la profesora señalaba que la pérdida de agencia

moral era una de las peores consecuencias de la guerra y yo recordé que a partir de una de

sus anécdotas que le había escuchado en mi primer semestre, ella había concluido: “Uno de

los problemas más graves de la guerra es que la gente no tuvo la oportunidad de vivir la vida

que consideraban buena”. Pensé entonces en la fortuna de mi familia, de la que mi abuela

habla con cristiana resignación:

–Yo pienso que a este país le cogió ventaja ya todo eso –dice mi abuela–, que es muy

difícil porque ya como que los grandes se tomaron el poder. Pero Dios es tan bueno con

nosotros que creo que por eso no nos ha pasado nada. Yo digo: “El día que deje de rezar,

alguien tiene que coger la camándula porque el día que yo falte, ¿ya quién reza?”.

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Palimpsesto familiar

Aún resuena en su cabeza el bombardeo

de una guerra de dragones sin cuartel

su mirada queda oculta pero veo

lo que ven sus ojos porque yo soy él.

(El niño que miraba el mar, Luis Eduardo Aute)

Antes de empezar mi tesis tomé un seminario sobre Emociones en las Ciencias

Sociales. Esta clase también la inscribí porque en el Coloquio de la maestría tuve la

oportunidad de escuchar a una de las profesoras, quien habló sobre las investigaciones que

ha hecho en torno a las narrativas del ejército colombiano. En éstas, los militares se atribuían

una “quintaesencia neutral y civilista para defender el orden y la integridad moral de la

República” (Forero, 2016, p. 164), lo cual se parece mucho a la descripción que hace mi

abuelo de su servicio militar en los primeros tiempos del Frente Nacional.

Pero al mismo tiempo, las narrativas reflejaban que “el Ejército Nacional de Colombia

era una institución herida que, según generales y coroneles, sufría las consecuencias de lo

que ellos definían como la miopía de los gobiernos y la desconfianza de los ciudadanos a los

que protege” (Forero, 2017, p. 43). Aunque a mí me habían gustado más las palabras que ella

usó y que, si mal no recuerdo, decían: “Los militares sienten que no tienen el amor del pueblo

ni el respeto de las élites”. Revisando las entrevistas de mi papá y Héctor es precisamente

eso lo que encuentro: por un lado, un sentimiento de que los militares no han sido capaces de

imponerse y, por el otro, un rencor frente a empleo de la tortura y demás abusos de autoridad

de los que se los acusa.

Del curso sobre emociones, lo primero que me atrajo fue el uso que hace Marta

Nussbaum (2008) de la noción de eudaimonía, término con el que en la antigua Grecia se

referían a lo que habitualmente traducimos como “felicidad”, pero que en realidad se trataba

de una algo mucho más complejo:

En una teoría ética eudaimonista, la pregunta central que se plantea una persona es:

“¿Cómo ha de vivir el ser humano?”. La respuesta a tal interrogante es la concepción que esa

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persona detente de la eudaimonía o florecimiento humano, en el sentido de qué entiende por

una vida humana plena. La concepción que tenga de la eudaimonía debe incluir todo aquello

a lo que el agente atribuye un valor intrínseco […]. No sólo las acciones virtuosas, sino

también aquellas relaciones recíprocas, tanto personales como cívicas, de amistad y amor, en

las que se ama y se beneficia al objeto por sí mismo, pueden considerarse partes constitutivas

de la eudaimonía de una persona. (Nussbaum, 2008, pp. 54-55)

En otras palabras, la eudaimonía tenía mucho que ver con esa posibilidad que la

guerra le niega a las personas de vivir la vida que consideran buena. Así, las palabras de mi

abuela cobran un significado especial:

–Digo yo, la dicha que yo tuve en el hogar me quitó un poquito todo el sufrimiento

de los demás. Porque yo siempre digo, es que en esta familia somos dieciocho o veinte y hay

mucha armonía en nosotros, ¿cierto?

Cuando me llegó el turno de hacer mi ponencia para el seminario, el texto que me

tocó fue Hating Israel in the Field. Aquí, el antropólogo Ghassan Hage (2010), habla de la

experiencia que vivió y las reflexiones a las que llegó a partir de su trabajo con coterráneos

libaneses que, a diferencia de él, habían sufrido la guerra muy de cerca y de manera constante.

La distinción principal que establece Hage (2010) es aquella entre “identificarse con” e

“identificarse a través de”, tratándose ésta última de una identificación mucho más cercana y

toca directamente las emociones de una persona. A partir de esta distinción, Hage (2010)

busca explicar la diferencia entre sus sentimientos por los bombardeos israelíes a Palestina

de aquéllos por los bombardeos al sur del Líbano. En el primer caso se trataba de algo mucho

más abstracto, mientras que en el segundo él tenía una identificación directa con su nación,

además de que conocía algunas personas que habían sido víctimas del bombardeo.

–Entonces –dice mi mamá, refiriéndose a mi abuela–, cada que uno piensa ahora en

los millones de víctimas del conflicto armado, de alguna manera piensa en ella.

Las motivaciones para identificarnos con una persona o comunidad pueden ser muy

diversas. Hage (2010) señala, por ejemplo: su identificación con los libaneses por ser

coterráneos; su identificación con los sudlibaneses por conocer a algunos directamente; su

identificación con las víctimas de los bombardeos israelíes, que él relaciona con la

experiencia de haber tenido un padre dominante e, incluso, su identificación con los

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oprimidos porque él forma de los intelectuales, que es la fracción oprimida de la clase

dominante. Así mismo, señala que el ser cristiano y no musulmán o ser libanés y no palestino

determina en gran parte el grado de identificación al que él llega en los distintos casos. Esta

idea resuena en mí cada vez que pienso en lo que yo pueda sentir frente a la gran diversidad

de víctimas del conflicto armado. Ciertamente no siento lo mismo por el secuestro del

acaudalado Velásquez que cuentan mis abuelos, que por las torturas y desapariciones que

narran Héctor y mi mamá porque, como dice mi papá:

–Creo que deberíamos tener un Estado y unas fuerzas militares que buscaran defender

a cualquier nivel o estrato social. Mucho más que ahora que hay que ser influyente y tener

alguna posición social para que se dé un resultado del ejército y la policía. Si hubiera una

mejor relación de la sociedad con las fuerzas armadas es probable que no hubiéramos llegado

a esas instancias de tener grupos guerrilleros, grupos terroristas deambulando en el campo.

Incluso me sorprendía la tranquilidad con la que era capaz de escuchar los relatos de

mi abuela, a diferencia de los de mi mamá, siendo los primeros mucho más personales en lo

que toca a la vivencia directa de la violencia. La cercanía (en mi caso socioeconómica o

generacional) que uno tenga con quienes han sufrido la violencia tiene un gran impacto en

las emociones con las que uno interpreta el conflicto armado. Esto puede no ser muy

innovador, pero pone de relieve la dificultad de movernos hacia emociones como la

compasión extendida que sugiere Nussbaum (2013). De aquí no se sigue que haya que

renunciar a toda esperanza de ampliar lo que Jimeno et al., (2015), Ramírez (2017), López y

López (2017) llaman “comunidad emocional”, sino que para hacerlo es necesario ser muy

realista y cuidadoso en los pasos a seguir. Un buen ejemplo es el que plantea Yuri Magnolia

Arias (2015), donde relata su propia experiencia pedagógica a partir de un día en el que se

dio cuenta de que ninguno de sus estudiantes le estaba prestando atención a su clase sobre

Jorge Eliecer Gaitán:

Los días siguientes a esta clase, pensé mucho, no solo en mis estudiantes sino en mí

como estudiante y retomé lo que descubría en mis estudios sobre la memoria, que realizaba

para mis clases y para la investigación de mi trabajo de grado, de la maestría que cursaba. En

estos estudios, poco a poco dimensioné la fuerza de la memoria en la construcción de

identidad personal y colectiva, en la relación existente entre historia de vida y sentido de vida,

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y por supuesto, entre memoria e historia. Propuse a los estudiantes hablar con sus padres y

abuelos, o con personas mayores para que les contaran sobre su vida. Resumiendo, en sus

inicios el proceso consistió en relacionar los eventos históricos de Colombia con la historia

de la vida familiar, barrial y comunitaria de los estudiantes. (Arias, 2015, p. 29)

En mi primer semestre, yo había tenido que organizar con una compañera una sesión

para el Coloquio de la maestría. Allí proyectamos un documental de Lizette Lemoine (2014)

sobre el Teatro Varasanta, titulado Amnesthésie, en donde se mostraban tres obras del grupo

que abordan el tema del conflicto armado: Kilele, una epopeya artesanal, Animula Vagula

Blandula y Mujeres en la guerra. Esta última consistía en una serie de monólogos en los que

una actriz daba voz a los relatos de mujeres vinculadas de una u otra manera al conflicto, que

la periodista Patricia Lara había compilado en su libro homónimo. En una de las entrevistas

a esta actriz cuenta:

–Nos pasó a nosotros también, a mi familia: el asesinato de mi hermano por uno de

los grupos violentos del país. Yo creo que yo no he podido todavía asumir eso, por eso en

Mujeres de la Guerra yo toqué eso de manera tangencial, con pinzas. Soy parte de una de las

muchísimas familias traumatizadas del país, ahí estará esa huella: mi palimpsesto personal

incluye un rastro tremendo, un rastro de uno de esos dolores que está ahí.

Como no sabía lo que era un palimpsesto busqué en el diccionario de la RAE y decía

lo siguiente: “Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada

artificialmente” (DRAE, 2014). Quedé encantado con la palabra, así que en cuanto tuve

oportunidad la usé como título de un escrito: el trabajo final que entregué para el

Seminario sobre Convivencia y Reconstrucción del Tejido Social. En este primer

Palimpsesto familiar intenté poner en práctica la propuesta de Arias (2015) de relacionar la

historia colombiana con mi propia memoria, de la que hacían parte fundamental los relatos

de mi familia. Con base en algunas entrevistas telefónicas elaboré un relato inicial en el que

hacía una reconstrucción bastante breve de las historias de mis abuelos y mi mamá, y las iba

relacionando con los distintos hechos del conflicto armado.

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Mala recordadora

Un barredor de tristezas, un aguacero en venganza

que cuando escampe parezca nuestra esperanza

(Rabo de nube, Silvio Rodríguez)

–Yo lo que estoy haciendo es sobre memoria –le explico a mi papá en medio de la

entrevista– y entonces la memoria tiene una pelea con la historia en que es de la gente y no

necesariamente tiene que corresponderse con los hechos, al menos no de una manera

completa. Yo estoy trabajando sobre eso porque es lo que siento que tenemos los

colombianos en este momento: después de una guerra (y de una guerra tan larga como en

Colombia, más) suele pasar que no se sabe qué pasó, no se sabe qué hicieron los guerrilleros,

no se sabe qué hicieron los paramilitares, no se sabe qué relaciones tenían con el gobierno o

con la izquierda colombiana. Sí, hay cosas que se saben y cosas que no, entoes por eso es que

a mí realmente me importan más como las cosas que uno recuerda que los hechos. Y de todas

formas ahí están los hechos también porque uno los hechos los recuerda.

Para preparar las entrevistas, mi directora de tesis me sugirió leer Memoria Colectiva

y Culturas del Recuerdo, un libro donde Astrid Erll (2012) repasa los conceptos y discusiones

más relevantes que han surgido en torno al tema de memoria colectiva a nivel internacional.

La autora hace varias distinciones que me fueron muy útiles no sólo para planear las

entrevistas, sino también para decidir a qué aspectos prestarles atención y cómo estructurarlos

en el relato familiar. Lo primero que me llamó la atención fue la aclaración que Erll (2012)

hace de que la memoria colectiva es a veces una metáfora y a veces una metonimia de la

memoria personal. En el primer caso, se trata de lo que habitualmente nombramos como

“memoria colectiva”, es decir, “los símbolos, los medios, las instituciones sociales y las

prácticas que reciben metafóricamente el nombre de memoria y representan la relación social

que mantiene un pueblo con el pasado” (Erll, 2012, p. 134). Para explicar el otro caso, la

autora toma el concepto de “memoria colectada” de Jeffrey Olick para referirse a “la memoria

individual que está determinada social y culturalmente” (Erll, 2012, p. 134). Siendo así, es

en la memoria individual donde se hace posible observar más claramente la incidencia

Page 92: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

92

sociocultural de los sucesos históricos. Sería, entonces, esta memoria colectada la que yo

observaría a través de las entrevistas a cada uno de mis familiares.

Siendo mi fuente directa la memoria colectada, podría acercarme a través de ella a lo

que conformaba la memoria colectiva de mi familia, por lo cual decidí basarme en dos tipos

de preguntas: aquéllas con las que buscaba ahondar en las anécdotas y relatos que ya conocía

de sus vidas, y otras en las que indagaría acerca de sus vivencias y percepciones de ciertos

eventos fundamentales del conflicto armado. Aquí me fue muy útil otra distinción establecida

por Erll (2012), a saber, aquélla entre memoria comunicativa y memoria cultural. Ambas son

formas de la memoria colectiva, pero la primera:

Surge por la interacción cotidiana; su contenido son las experiencias históricas de los

contemporáneos y, por eso, siempre se refiere sólo a un horizonte temporal limitado que se

mueve constantemente y que es de alrededor de ochenta-cien años. Los contenidos de la

memoria comunicativa cambian y no se les otorga ningún sentido fijo. Aquí cualquier

individuo es considerado igualmente competente para recordar e interpretar el pasado común.

(Erll, 2012, p. 37)

La memoria cultural, en cambio:

Lleva consigo un inventario fijo de contenidos y creaciones de sentido, para cuya

continuación e interpretación se forman especialistas (p. ej. sacerdotes, chamanes o

archivistas). Sus objetos de estudios son los acontecimientos míticos de un pasado lejano que

son vistos por la agrupación como fundantes. (Erll, 2012, p. 38)

Cabe aclarar que Erll (2012) insiste en el hecho de que no hay una división tajante

entre ambos tipos de memoria, sino que se entrelazan en distintos niveles:

La memoria comunicativa es tan cultural como la memoria cultural. Ambas son

fenómenos de la cultura. De la misma manera, ocurre que tanto la memoria cultural como la

memoria comunicativa son comunicativas, pues sólo por medio de la comunicación el

recuerdo se convierte en algo que se puede transmitir intersubjetivamente. (Erll, 2012, p. 156)

De ahí que al hablar de la memoria colectiva de mi familia estuviera refiriéndome

tanto a su aspecto comunicativo como al cultural. No obstante, es específicamente dentro de

la memoria comunicativa que se inscribe la memoria familiar en tanto que:

Sus portadores son todos los miembros de la familia, que comparten el horizonte de

experiencia de la vida familiar. Una memoria colectiva de este tipo se constituye por medio

Page 93: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

93

de la interacción social (por medio de las acciones comunes y las experiencias compartidas)

y por medio de la comunicación (remembranza recurrente y conjunta del pasado). Por medio

de los relatos orales que se hacen, por ejemplo en fiestas familiares, aquellos que no vivieron

directamente lo recordado también se hacen partícipes de la memoria. De esta manera se da

un intercambio del recuerdo vital entre los que lo vivieron y sus descendientes. Por lo tanto,

la memoria colectiva generacional se extiende hasta aquello que pueda recordar el miembro

del grupo social que sea más viejo. (Erll, 2012, p. 22)

Ahora bien, los medios de los que se vale la memoria colectiva pueden referirse tanto

a la memoria comunicativa como a la cultural, de modo que Erll (2012) se refiere a los medios

de comunicación en un sentido muy amplio, que abarca

La memory talk entre la madre y el hijo, las conversaciones familiares, las fotos que

utilizan los medios para la (re)construcción de los hechos pasados, la influencia de los medios

masivos en la formación de esquemas y modelos de narración con los cuales se codifica la

experiencia vital, etcétera. (Erll, 2012, p. 169)

Estos medios “desempeñan un papel importante en la medida en que son interfaces entre el

nivel psíquico y el nivel social de la memoria colectiva” (Erll, 2012 p. 142), es decir que son

el punto de encuentro entre la memoria individual y la colectiva. Esto me llevó a estar muy

atento a la forma en la que cada uno de mis familiares se había enterado de los distintos

sucesos de la violencia, ya fuera por vías directas o indirectas, de modo que el relato reflejara

el tipo de memoria del que se trataba en cada caso. Mi abuelo, por ejemplo, relata muchos

episodios de la historia como si él los hubiera presenciado, pero cuando le pregunto cómo se

enteró casi siempre estuvo mediado por la radio, el periódico, las revistas, los libros o la

televisión. En cambio, mi abuela suele mostrarse reticente a la hora de hablar de cualquier

cosa que no haya vivido directamente:

–Yo soy muy mala recordadora, Ernesto es el que tiene buena memoria pa’ eso –dice

constantemente, pero lo poco que cuenta siempre está lleno de una emoción que casi puede

transmitir lo que ella estaba vivenciando.

Es esto lo que yo temía que se perdiera si hacía un relato demasiado científico,

centrado en el análisis de las narrativas, pensando más en cómo sustraer la información detrás

de los relatos que en lo que éstos podían transmitir por sí mismos y que muchas veces escapa

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al razonamiento lógico. En este punto recuerdo otro de los textos que leímos para la clase de

Emociones, en el que Renato Rosaldo (1989) habla de cómo la fuerza emocional:

Cuestiona el supuesto antropológico de que el valor más grande del ser humano

radica en la densa maraña de símbolos y que el detalle analítico o la “profundidad cultural”

equivale a la explicación ampliada de una cultura o una “elaboración cultural” (Rosaldo,

1989, p. 24).

Era esto, después de todo, lo que tenía en mente cuando escogí la literatura como medio para

expresar lo que yo quería. Y el libro de Erll (2012) me ayudó a terminar de entender por qué,

cuando dedica sus dos últimos capítulos al valor de la literatura como medio de la memoria

y las posibilidades que ofrecían las formas narrativas para lograr distintos cometidos. Erll

(2012) señala varios tipos de retórica que permiten alcanzar distintos objetivos, tales como

el relato de la experiencia propia, a través del cual es posible acercarse a “la comprensión

que una generación tiene de sí misma” (Erll, 2012, p. 232) e incluso instaurar su memoria en

la cultura a modo de monumento. Así mismo, ciertas retóricas literarias permiten antagonizar

con la memoria hegemónica o, al menos, cuestionarla de un modo reflexivo. Todas estas

estrategias suelen combinarse, de manera que:

La literatura puede actuar como medio que se utiliza para la formación y

transformación de la memoria cultural; puede enriquecer las memorias comunicativas de

manera icónica; puede reconciliar de manera ejemplar el mito y la experiencia cotidiana

reciente; puede determinar las representaciones de la historia; puede deconstruir versiones

del pasado existentes e inscribir el contrarrecuerdo dentro de la memoria colectiva;

finalmente, puede motivar la reflexión crítica acerca de las maneras como funciona la

memoria colectiva y los problemas que tiene. (Erll, 2012, p. 259)

En últimas, la literatura narrativa representa un medio más amable y horizontal que

el de la escritura académica para relacionarse con el lector de a pie, ese que no está pensando

todo el día en las causas y consecuencias de la violencia ni en el contexto del conflicto armado

ni, mucho menos, en qué tiene que ver todo esto con él.

Page 95: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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La última bendición

Disculpen la molestia, ya me llevo mi boca,

a mi edad la cabeza a veces se trastoca.

En la alegría de ustedes distinguí mis promesas

y todo me parece que empieza.

(Monólogo, Silvio Rodríguez)

Para las elecciones de 2014 escribí sobre la cara de mi candidato: No voto por él, voto

por la paz, pero asegurándome muy bien de no salirme del recuadro para que quedara claro

que sí votaba por él.

–Eso es como cuando le correspondió el turno para gobernar a Guillermo León

Valencia55 –cuenta mi abuelo–, que lo llamaron “El Presidente de la Paz” porque se acabó la

violencia política (también lo llamaban “el matapatos”). Él le dijo a los Santos, a los Ospinas,

a los López, a los Lleras: “Vea, yo acepto la presidencia del Frente Nacional, siempre y

cuando ustedes dejen de patrocinar a esos asesinos”. Entoes le dijeron: “Listo, listo” y ya no

le mandaron más plata, pero por desgracia, ya todos esos sicarios tenían su cultura, tenían su

forma de vida y la forma fácil de conseguir la plata así. Entonces ya, como no les llegó más

plata de Bogotá, formaron sus grupitos y se llamaron: Sangre Negra, Chispas, Desquite,

Pájaro Ázul, Tirofijo…

–Yo la verdad no le veo salida –confiesa mi abuela–, es que son cincuenta años en

esa tarea de que: ay es que éste sí va a ser. Yo de pronto digo que Santos hizo algo, pues

aplacó esa gente, pero también los servicios médicos fueron más pésimos este gobierno. O

sea que ya será que no pueden mejorar por el desequilibrio que haya en todo. Uno de su casa

va arreglando todo, digo yo, pero es que un gobierno delega. ¿Pa qué hay alcaldes,

gobernadores? Si uno el pueblo dice: “Bueno, usté se va a encargar de esta cuadra”, uno lo

hace. Pero no, a nadie le importa nada. Por eso yo no doy votos, porque primero pienso que

en eso hay mucha picardía, por todos esos fraudes.

55 Presidente conservador en la época del Frente Nacional, de 1962 a 1966.

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96

–Uno no estaba votando por Santos –dice mi mamá–, pero sí creo que esa era la idea

de mucha gente. Y los que manipulan a través de los medios ahí mostraron su éxito, esa

manera irracional como tomamos ciertas decisiones de orden político. Entoes ahí pusieron la

paz en cabeza de una persona y eso es desconocer un proceso, como creo que también hay

también mucho desconocimiento sobre cuáles son los factores que determinan el surgimiento

de un grupo armado como las FARC, como el M19. Cuando uno sabe qué llevó a eso (aunque

se haya convertido en otra cosa, en asesinato, en secuestro), finalmente esa es una medida

que toma la gente frente a la inequidad, una medida solidaria frente a los que sufren y

necesitan. Entonces creo que hace la diferencia saber eso o no saberlo.

–La gente como que quiere creer desde su corazón –opina mi papá–, muy

inocentemente, en un delincuente, en un terrorista. Eso es como si usté quisiera creer que el

tipo que está pasando por ahí, que usté ya sabe que ha robado, no lo va a robar a usté, no le

va a sacar el cuchillo y no lo va a atracar. Usté como que quiere y espera que el tipo no lo

haga, que se reforme, que haga algo y cambie su vida. Eso es como una condición humana:

querer creerle al otro. Entonces usté en el fondo quiere creer en unos tipos que han matado y

han hecho la ley durante casi toda su vida. Y otras personas, de pronto, que quieren una mejor

negociación, que saben que es muy complicado, pues la guerrilla no está en una posición

dominada, no es también para que se entreguen y vayan a la cárcel todos, pero sí se quiere

una negociación más justa, más clara, más de reparación de las víctimas. Yo soy como de las

segundas.

–El rollo es que tenemos gente muy enferma en el país –reflexiona Héctor–, tanto los

líderes como la población vulnerable y fácilmente manipulable. Yo no sé si alguna vez la

gente se vaya a sentir responsable por omisión de lo que ha pasado en este país, de no haber

alzado su voz de protesta, de no haber votado por quien era el indicado. Y vuelva otra vez

cierto temor de que el conflicto crezca. En el horizonte uno ve otra vez esas llamas que

quieren nacer de las brazas, entonces pues tenaz hermano, muy triste. Uno queriendo dejar

atrás ese pasado porque somos generaciones que no han visto la paz: ni tú ni yo y tal vez la

que venía era la primera que la iba a ver, ¿y qué tal que no? Ojalá las cosas en este país no

estén tan mal como para que eso renazca.

Para Pécaut (2015), en los colombianos:

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97

Prevalece la convicción de que siempre está presente la misma violencia, una

violencia que no está relacionada con actores específicos, sino que toma el aspecto de una

fuerza bárbara que escapa al control de todo el mundo. […]

Esta memoria la califico de memoria mítica por estar construida como la repetición

permanente de lo mismo y por estar basada en la percepción de una contraposición entre

fuerzas impersonales, como la contraposición de animales que aparece en los mitos

estudiados por Lévi-Strauss y que se encuentra en la base de muchas narrativas. (Pécaut,

2015, p. 180)

Pécaut (2015) considera necesario establecer un relato histórico que permita superar

esta memoria mítica, relato que debe estar debidamente argumentado y periodizado. Erll

(2012) concuerda en que “Historizar significa tratar la historia como un pasado concluido;

en cambio, en los mitos de la memoria cultural, al igual que en las narraciones cotidianas de

la memoria comunicativa, la historia aparece como un presente” (Erll, 2012, pp. 242-243).

Sin embargo, ella misma señala que “Para que la cultura histórica y la conciencia histórica

tengan un impacto, deben actualizarse en las memorias orgánicas” (Erll, 2012, p. 58). Para

Pécaut (2015), ésta es una de las labores de las comisiones de la verdad, que “dan mucha

importancia a la memoria pero ayudan a estructurarla arraigándola en la temporalidad

concreta” (Pécaut, 2015, p. 190).

Yo espero que con este texto se haya hecho algo en esa dirección, tal vez no tanto en

términos de periodización y esclarecimiento como sí en la elaboración de un relato que

muestra las distintas relaciones de una familia con la historia del país. Como ya lo he dicho,

mi esperanza es que esto sirva de algo para reflejar la memoria de todos quienes no hemos

vivido la guerra o lo hemos hecho a medias, y nos invite a darnos cuenta de que de todas

formas algo de ellas se nos ha pegado para ver cómo empezamos a elaborarlo.

Ahora recuerdo otra parte de mi carta de motivación en la que decía:

Si para algo sirvió el plebiscito fue para poner el conflicto en boca de todos los

colombianos, obligándonos a dialogar al respecto con el señor del taxi, el compañero de

oficina, el vecino, el papá y el abuelo. Este diálogo implica ya un cambio hacia la paz en el

que son inevitables los desacuerdos, pero donde se empieza a ver otra posibilidad de

tramitarlos. (Mondragón, 2016, pp. 2-3)

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–Yo ahí mismo entendí que lo que hubiera dicho el pueblo valía huevo –dice mi

mamá–, que eso ya estaba hecho, blindado, protegido por la comunidad internacional. Santos

es de una familia muy poderosa, eso estaba asegurado desde antes, no es un riesgo real que

tomó. Él creyó que eso iba a respaldar el Acuerdo y que iba a ser como la última bendición,

y fue una jugada que no funcionó, pero el Acuerdo siguió por encima de eso. De pronto eso

permitía era decirles a los otros: “Ah sí, venga pues nos tomamos la foto dándonos la mano,

¿qué renglón le cambio?”.

Page 99: La guerra que no vivimos: Palimpsesto familiar

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