la escritura y el mundo (reflexiones sobre la escritura)
DESCRIPTION
Algunas reflexiones de los conceptos de escritura y oralidad a la luz de autores como Derrida, Ong, Calvet, Ginzburg, Blanche-Benveniste, Oesterreicher. También se discute sobre la enseñanza de la escritura en el aula y la importancia de entender a ésta como un objeto epistemológico y productor de episteme.TRANSCRIPT
Universidad Nacional de Rosario
Facultad de humanidades
Maestría en Lectura y escritura
“La escritura del mundo”
Trabajo final que para aprobar el seminario
“La escritura como objeto epistemológico”
Presenta
Roberto Villegas Silva
Director de Tesis:
Dra. Norma Desinano
1
Índice
La escritura del mundo......................................................................................................3
El encuentro de dos sistemas de significación...................................................................3
Diferencias entre Oralidad y Escritura...............................................................................3
La vuelta al aula.................................................................................................................3
Bibliografía.........................................................................................................................3
2
El lenguaje es equiparable a la poesía,
puesto que también la poesía corresponde,
precisamente, a la aprehensión intuitiva del ser.
Como el lenguaje, también la poesía
ignora la distinción entre lo verdadero y lo falso
y entre existencia e inexistencia: tanto el lenguaje
como la poesía son anteriores a tales distinciones.
Por otra parte, la poesía, como el lenguaje,
es aprehensión de lo universal en lo individual,
objetivación de los contenidos intuitivos de la conciencia.
El lenguaje absoluto es, por tanto, poesía.
(Eugenio Coseriu, Lenguaje y poesía)
3
La escritura del mundo
La escritura y la huella
“(…) se podría decir que no es el lenguaje hablado
el natural al hombre, sino la facultad de constituir
una lengua, es decir, un sistema de signos
distintos que corresponden a ideas distintas.”
(Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general)
La elección del epígrafe anterior, que corona el presente texto, no es en
absoluto inocente. Derrida la utiliza en el capítulo segundo de su Gramatología
(1986) para contraponer a Saussure con Saussure mismo, lo que equivale a decir
que se vale de las palabras del lingüista ginebrino para deconstruir toda una
tradición de análisis lingüísticos (que Derrida calificaría de logocéntricos) basados
en el concepto saussuriano, perfectamente geométrico, del signo lingüístico como
Significado/Significante. Estos estudios lingüísticos estaban estructurados con una
concepción eminentemente fonológica1 -inevitable si se toma en cuenta que la
lingüística moderna se desarrolla a partir de la fonología- que propició el estudio
del lenguaje humano sólo en tanto que fenómeno acústico y por lo tanto, aportó a
la escritura un punto de vista fonológico que no hizo más que subordinarla al
habla. Este tipo de aproximaciones científicas hacían del lenguaje humano algo
que en última instancia era reducible a un intercambio de signos articulados en el
habla, a una puesta en ejecución de diferencias fonémicas significativas que
tenían como núcleo irreductible el signo lingüístico, comunión afortunada de
imagen acústica y concepto. Paradójicamente, este tipo de acercamiento
1 “Lo que caracteriza esa mirada es también lo que constituye la característica misma de la lingüística moderna, desarrollada a partir de la fonología: la lingüística aporta a la escritura un punto de vista fonológico” (Calvet, 2007)
4
conceptual que dejaría de lado a la escritura tratándola como simple
representación del habla, dependió siempre de ésta para poder abstraer sus
objetos de estudio a unidades cuantificables como, por ejemplo, el desarrollo del
Alfabeto Fonético Internacional, es decir, una notación de los sonidos que permite
estudiarlos desde una escritura fonética. Centrados en el sonido como parte
primordial del lenguaje humano (y dejando de lado otro tipo de connotadores de
significación) aparentemente convirtieron el estilo escriturial o grafolecto (Ong,
1987), que Chomsky llama competence (en oposición a performance), en el
centro de su trabajo, dejando el estudio de las manifestaciones meramente orales
(la falible performance) en un lugar marginal. Es decir, la escritura ocupaba en sus
teorías un lugar secundario como representación del habla y por otro lado, los
fenómenos lingüísticos eran estudiados en formas abstractas e ideales
impensables sin la escritura. Esto explica por qué, como dice Claire Blanche-
Benveniste, “los estudios sobre nuestras lenguas habladas son recientes y por
mucho tiempo fueron considerados menores” (1998), contrastando con el
pensamiento de Saussure, fundador de la lingüística moderna, que ve en lo que
Ong llamaría estilo escriturial, una usurpación de la escritura al habla, trampa en la
que no se debía caer al estudiar una lengua.
Por un lado teníamos una lingüística de logos que era en realidad un
estudio de la escritura, de un lenguaje ideal, literario, sin tomar en cuenta factores
como la inmediatez o distancia comunicativa2 (pues, como referiré más adelante,
la escritura no puede ni intenta reflejar la oralidad). Incluso la gramática en su
aspecto más prescriptor es, a fin de cuentas, una gramática del uso escrito y
esmerado del lenguaje. Por otro lado, Derrida pone el dedo en la llaga y remarca
las presuposiciones metafísicas en el corazón de la lingüística y la semiótica,
operación que para Blumenberg hubiese significado encontrar una suerte de
caverna conceptual, pues Blumenberg hablaba del pensamiento teológico
2 Ambos conceptos de Wulf Oesterreicher, en El español hablado y la cultura oral en España e Hispanoamérica. 1996.
5
metafórico inmerso en nuestros sistemas filosóficos y en nuestra lectura del
mundo. Esas metáforas absolutas, según él, traslucen para el ojo históricamente
adiestrado
las certezas, las conjeturas, las valoraciones fundamentales y sustentadoras que regulan
actitudes, expectativas, acciones y omisiones, aspiraciones e ilusiones, intereses e indiferencias de
una época (…) metafóricas de fondo, marcos últimos de decisiones y conjeturas previas con las
que, presos de horror vacui, completamos los espacios en blanco de nuestras retículas
conceptuales.
(…) Que el mito constituye una de esas pantallas representativas con que filtramos , para
no vernos aplastados por ella, una realidad inhóspita, inquietante, insoportable en su prepotencia,
es ya lección antigua; pero acaso lo sea menos la extensión de semejante apreciación a la ciencia
y a la técnica, a la ciudad y al propio mundo, a toda forma de narración, de sueño, de imagen, de
cultura o institución: vale decir, a cualquiera de esas cavernas culturales con las que esos seres
débiles que se quedan dentro de la caverna tratan de protegerse de las inclemencias del exterior.
(Blumenberg,1997)
Todo lo anterior bien podría entenderse como una escritura del mundo en el
término más amplio del escribir: dejar huella, producir lectores, construir. La
escritura de algún modo propició la abertura de nuevas “cavernas” conceptuales al
hacer posible la episteme, al permitir teorizar de una manera organizada. El mito,
aparentemente, sólo se desplazó de lo oral a la escritura, oculto entre las letras de
una manera mucho más intrincada.
Derrida, retomándolo, abre el concepto de escritura a algo más que
condición de la episteme, algo más que el traslado, en palabras de Ong, del
“mundo oral y auditivo a un nuevo mundo sensorio, el de la vista” (1987); algo más
complejo que el paso del tiempo del soplo a la espacialidad de la grafía. Para
Derrida la escritura es huella, differance, marca significativa que no se puede dar a
sí misma como presente, debido a que está constituida por la ausencia: Un
significante de un significante que, por lo tanto, está en igualdad de condiciones
con la articulación fonética debido a que ambas son un “dar” el significante para
6
dar el “significado” (dar algo para dar otra cosa), o sea, intrínsecamente diferidas,
complejo rizomático que convierte en imposible la tarea de buscar un origen, un
significado trascendental (Derrida) que detenga el juego de significantes que
remiten a otros significantes ad infinitum. Además, siguiendo de nuevo a Derrida,
“si escritura significa inscripción y ante todo institución durable de un signo (…) La
escritura en general cubre todo el campo de los signos lingüísticos.”3 El filósofo
francés parte del Fedro para dejar en evidencia que la critica que se le hace a la
escritura desde Platón a Saussure, a saber, que no está presente ante sí misma y
que es evocación de otra cosa, vale también para los signos fonémicos ya que “la
secundariedad que se creía poder reservar a la escritura afecta a todo significado
en general”4.
No sorprende que esta emancipación de la escritura respecto al habla no
fuera bien vista por Ong, quien tachó el discurso filosófico de Derrida en torno al
texto como una “logomaquia”5 y acusó a la deconstrucción de estar ligada a la
tipografía, la cual, por razones no muy claras según su propio aparato conceptual,
Ong separa de la escritura. Este último autor pudo distinguir con mucha agudeza
las diferencias entre el discurso oral y el escrito (historiando este último desde sus
albores, cuando dependía de la oralidad, hasta nuestros días) además de los
cambios causados por la cultura escriturial en nuestra forma de interactuar con el
mundo que hicieron posible, a saber, una nueva relación del hombre con su
conocimiento y su memoria al separar, en sus propias palabras, “lo sabido del que
sabe” (Ong, 1987): la elaboración de la memoria escrita del hombre. Sin embargo,
contrario a las ideas de Derrida, el autor se inscribe en una tradición fonocentrista
al asegurar ante todo (y después de haber ilustrado las profundas diferencias
entre la oralidad y la escritura) que “la comunicación y el pensamiento mismo, se
3 Derrida, Jaques. De la Gramatología. 1986, México D.F., siglo xxi.4 ídem5 “Hartman sugiere un vínculo entre la poesía concreta y la actual logomaquia de Derrida con el texto. El lazo ciertamente es real y merece más atención (...) La deconstrucción está ligada a la tipografía y no sólo a la escritura, como frecuentemente parecen suponer sus defensores” Ong, 1987.
7
relacionan de un modo inherente con el sonido (…) La condición oral básica del
lenguaje es permanente” (Ong, 1987).
Algo seguro es que la posibilidad del texto, más como γράμμα que como
sonido, permitió una interacción más abstracta con el sistema de signos en sí (si
se me permite decirlo de este modo), en otras palabras, hubo una inclinación
hacia la escritura como huella, la escritura como instrumento para manifestar la
huella no mediada por el habla. Hay tantas palabras que conocemos en el silencio
de nuestra lectura, tantos paradigmas discursivos, estilos y figuras, inclusive
palabras cuya existencia permanece meramente escrita porque cayeron en
desuso en la oralidad (como la palabra cuyo que acabo de utilizar) que es
innegable que nuestra relación con el sistema de signos lingüístico se ha
modificado, producto más de nuestra cultura que de una conciencia “mejorada”,
como podría leerse en Ong.
Todo esto nos devuelve al epígrafe de Saussure ya más lejano en el texto y
nos invita a preguntarnos: Si la lengua es un sistema de signos distintos y un
signo, por decirlo con Coseriu, es
Un instrumento que está por una idea, un concepto, o un sentimiento con el cual el signo
mismo no coincide; un instrumento que evoca, en particular, un concepto en virtud de una
convención y de acuerdo con una tradición determinada, pero que no tiene con el concepto
evocado ninguna relación de causa a efecto o viceversa. (Coseriu, 1986)
Y si lo que es natural al hombre es constituir una lengua y no exclusivamente un
lenguaje articulado ¿por qué siempre se dejó el lenguaje corporal, los titubeos,
subidas y bajadas de tono, pausas, interrupciones, los gestos y hasta los silencios
(la semiótica enseña que dentro de un sistema la falta de un elemento es
significativa en sí) en un lugar marginal?
Si bien no trata todo lo mencionado anteriormente (más adelante veremos
que es imposible) la lingüística del texto, disciplina relativamente nueva, abre un
8
campo de estudio que, al menos desde la visión de Eugen Coseriu, de algún modo
parece prestar atención al discurso como la potencialidad expresiva del lenguaje
sin dejar de lado la escritura:
En los discursos no se trata de hablar en general, tampoco de hablar una lengua, sino de hablar en
una circunstancia, es decir, hablar sobre algo, en un determinado momento práctico, con alguien y
en un determinado ambiente. Es éste, precisamente, el escalón particular o circunstancial del
lenguaje, al cual corresponde también un tipo especial de saber lingüístico: es el saber hablar de
acuerdo con tal o cual circunstancia, el saber estructurar discursos («textos») conformes a las
circunstancias.6
La escritura, en este tipo de estudios, tiene un papel sustancial porque
precisamente hizo y hace posible la existencia de muchos tipos de discursos pues
escribir es poner en acto los “modos” discursivos propios de una práctica social. El
número de discursos pareciera ir en aumento en su variedad según van
emergiendo nuevos tipos de textos, con mención especial a la escritura
“espontánea”, calificativo que antes se aplicaba sólo a la realización fónica en el
contexto de la “inmediatez comunicativa” (Oesterreicher, 1996) característica de la
conversación familiar pero que, hoy en día y debido a las nuevas formas de
comunicación virtual, se puede usar para calificar la escritura familiar y altamente
contextualizada de las salas de chat y las redes sociales.
El encuentro de dos sistemas de significación
6 Albrecht, Jörn. 1988.
9
Ya sin fonocentrismos podemos volver una nueva mirada hacia la escritura
cuyo origen no está en relación al del lenguaje articulado pues más bien forma
parte de otro medio de expresión mayor que, según Calvet7, estaría comprendido
por aquellas manifestaciones con la capacidad de “perdurar”, de ser huella
duradera.
“(…) el hombre ha utilizado y sigue sirviéndose todavía de múltiples medios de expresión
(por supuesto de la palabra, pero también del gesto, la danza, las señales de humo, el lenguaje de
los tambores, los pictogramas, los tatuajes, las pinturas parietales prehistóricas, el maquillaje, las
formas de vestir etc.) que pueden englobarse dentro de dos grandes grupos: el de la gestualidad,
que comprende aquellos sistemas por definición fugaces, y el de lo pictórico, compuesto por
aquellos otros sistemas con cierta capacidad de perduración, de resistencia al tiempo o capaces de
salvar el espacio. (Calvet, 2007)
Lo pictórico, cercano a lo que Ong llamaría marca semiótica (que podría ser
una pisada, la orina de un animal, marcas en los árboles), es la permanencia de
un elemento significante en el tiempo, elemento que se iría semantizando hasta
convertirse en algo convencional. Ginzburg (1989) llama la atención sobre la
importancia del “indicio” en la constitución de los significados y en el posible origen
cinegético del razonamiento indicial, pues la huella como indicio significa una
ausencia, pero también la existencia de otra cosa, a saber, lo que dejó la huella.
Continuando con Calvet en su Historia de la escritura leemos sobre la
posibilidad de que las primeras escrituras hayan significado “gestos” antes que
sonidos, como se puede inferir del origen cinegético, teoría aún discutida, de las
manos en las pinturas parietales del paleolítico. No hay necesidad de “leer” lo
pictórico en el sentido tradicional –es decir, en relación a una lengua- el simple
hecho de ver un pictograma es ya significativo siempre y cuando se conozca la
convención, y los signos cuneiformes del sumerio –primer sistema de escritura
hasta donde sabemos- fueron pictogramas que poco a poco perdieron la relación
con los objetos representados, convirtiéndose cada vez más en signos
7 Historia de la escritura, 2007
10
convencionales hasta llegar a encontrarse, por medio de relaciones acrofónicas,
con el sistema del lenguaje articulado.
Al glifo azteca, si se nos permite el salto a otro continente y otro contexto,
puede darnos una pista de las relaciones que desde antiguo pudieron haber tenido
ambos sistemas. Calvet lo ejemplifica con una relación pictográfica de hechos
realizada por los aztecas, y glosada por un monje español, que puede ser
interpretada con sólo verla si uno conoce la semiótica detrás de ciertos
pictogramas sin necesidad de conocer la lengua de los aztecas, el náhuatl. Por
otra parte, en otro códice de la misma época nos encontramos con un pictograma
que se vale de la acrofonía como operación para poder significar un topónimo, es
decir, un pictograma que depende de los sonidos del náhuatl para poder ser
interpretado. Lo anterior demuestra, según Calvet, que ambos sistemas pudieron
haber coexistido y que no todo sistema de escritura es dependiente del lenguaje
articulado, pues la escritura, en su origen, está más cercana de lo pictórico y
habría que “rechazar todo grafismo como preconfiguración de una
escritura”(Calvet). En efecto, los primeros grafismos eran marcas de propiedad en
forma de sellos para ayudar a cuantificar, es decir, una herramienta para precisar
el objeto y número que se poseía.
Las letras que hoy constituyen nuestro alfabeto, tan elogiado por Ong, son
en origen pictogramas de algunos de los cuales hemos podido reconstruir su
historia desde el protosinaítico, en su forma de pictograma, hasta el latín ya como
parte de un alfabeto. Un ejemplo de esto es la letra M a la que correspondía el
nombre Mém en protosinaítico y que originalmente representaba el agua, cuyas
ondas aún son visibles en nuestra letra e incluso su equivalente fónico es una
acrofonía de la palabra original protosinaítica. (Calvet, 2007)
La escritura nace de los medios de expresión pictóricos que ostentan,
posiblemente, la misma antigüedad que el lenguaje articulado, ya que no debemos
olvidar que el hombre, de podernos remontar a tiempos arcaicos en los no tenía
11
del todo desarrollado su aparato fonador, se valía del gesto y las señas por
motivos cinegéticos aprovechando el mutismo del gesto como una ventaja si bien
el tiempo fue favoreciendo la fonación. Esta última afirmación tendría que ser
matizada pues hay estudios que afirman que hoy en día
Si consideramos con Mehrabian y Birdwhistell que en una comunicación normal entre dos
o más personas sólo el 7% de los intercambios los constituyen mensajes verbales, mientras que
93% restante es intercambio no verbal, tal pareciera que en los estudios del lenguaje hemos
puesto mayor énfasis en la comunicación verbal y hemos dejado un poco de lado la otra parte,
ampliamente significativa. 8
De todo lo pictórico, de donde nacen los primeros grafismos y la escritura,
nos quedó huella sólo de aquellos cuyo soporte pudo resistir el paso del tiempo, lo
que no significa que la proto-escritura no pudo haberse dado en otros soportes
con menos fortuna ante el inexorable deterioro ocasionado por el paso de los
siglos. Desde el paleolítico nos han llegado huesos tallados con lo que parecen
ser patrones rítmicos, sin mencionar la moderna escritura de la música o, como
menciona Calvet, la notación de los pasos de la danza, que no dependen del
lenguaje articulado y apoyan la tesis de la escritura como el encuentro de dos
sistemas de significación con un origen completamente distinto: una nacida en la
fugacidad del instante y la otra como una marca, una huella9, un indicio
significativo que en punto de la historia de las escrituras se encontró con el
sistema del lenguaje articulado.
Diferencias entre Oralidad y Escritura
La escritura nos pone en una relación más abstracta con nuestro sistema
de signos y aunque muchas reformas se le han hecho tomando como base la
8 Sergio Ortega y Rodríguez, Lenguaje no verbal y gestualidad: dos vertientes en los estudios del lenguaje, 20119 No es casual que la raíz indoeuropea para las palabras relacionadas a la escritura se encuentren en el campo semántico de rasgar, realizar incisiones, arañar.
12
fonación (como la fracasada reforma de 1900 en Francia), no cabe duda de que la
escritura afecta al mismo acto de hablar ya que lo escrito se convierte también en
modelo de lo que se dice. Según lo que hubiese parecido la evolución fonética
natural del español, la C de doctor, la G de persignar y la P de septiembre hace
mucho que se habrían dejado de pronunciar de no ser por la escritura que tiende a
permanecer. Aún hoy en día encontramos en la Argentina la palabra “Setiembre”
en los nombres de las calles que no se condicen ya con la pronunciación actual (al
menos de las más recientes generaciones) de dicha palabra en la que la P es
realizada por influencia de la escritura. Recursos a la escritura del tipo decir algo y
punto, decir algo con coma o sin coma, son, según Claire Blanche-Benveniste,
algunos ejemplos de lo interiorizada que tenemos la escritura en nosotros, al punto
de que siempre nos volvemos a ella cuando utilizamos lo que Coseriu denomina
“lengua ejemplar”, que casi está demás decirlo, está totalmente basada en el estilo
escriturial. Tal es la situación que Wulf Oesterreicher10 sugiere un par de
estrategias para encontrar lo oral en lo escrito debido a que hoy en día se nos
dificulta estudiar la verdadera oralidad de épocas pasadas, habiéndonos quedado
de ellas sólo registros escritos (lo mucho que tenemos del latín culto y lo poco en
relación del latín vulgar romanceado).
A la escritura, no cabe duda, debemos la conceptualización científica y,
obviamente, la literatura ya no entendida en su sentido más etimológico sino en
cuanto a discurso artístico, poiesis con el lenguaje que permite la narración (y
sobre todo la lectura y la relectura) de un mundo de acción e interacción humanas
con el que entramos en una “relación de aceptación, cuestionamiento o abierto
rechazo” (Pimentel, 1998, pág. 10). El mundo del relato se nos muestra como un
mundo en el que no podemos actuar, pero que –al estar constituido de una forma
que imita el mundo real en cuanto que se organiza con una espacialidad y
temporalidad humanas- es capaz de modificar nuestras experiencias11. Porque,
como dice Cassirer, en todo arte (pero especialmente en el arte narrativo) “las
10 Op.Cit.
13
pasiones son liberadas de su carga material, sentimos su forma y su vida pero no
su pesadumbre”.12.
La relación más compleja que la escritura propicia con el sistema de signos
vino a ser una parte tan fundamental de nuestra existencia que terminó
interiorizándose provocando con ello la ilusión de que este sistema era visible y
que la forma de verlo era la escritura que lo volvía presente. Así, se creía estudiar
el lenguaje verbal articulado cuando en realidad se estudiaba todo un sistema de
nuevas relaciones discursivas y por ello los primeros estudios científicos sobre
lengua analizaron ésta como a una escritura: lineal, ideal, no tocada por los giros
dialectales.
Si bien la escritura no había sido estudiada de una manera sería no sólo
como “vehículo” sino en su función epistemológica, la oralidad tampoco se había
tratado a fondo. Basta recordar la cantidad de años que tuvieron que pasar para
ver nacer las primeras apologías de las lenguas romances o los intentos de
unificarlas en un solo dialecto y en épocas tan tardías como en 1525 (con las
Prose della volgar lingua) Bembo proponía tomar la lengua de Petrarca como
modelo del italiano. La idea de competencia lingüística, como mencionamos antes,
desechaba a la oralidad como parte de la performance, tan ligada ésta a lo
circunstancial cuando, desde el punto de vista chomskiano, lo que interesaba era
la competence, una suerte de abstracción idealizada del lenguaje humano. Los
elementos de análisis de la oralidad han sido por mucho tiempo las mismas
unidades aprendidas del análisis gramatical de la escritura, lo que quiere decir
que antes de describir la oralidad, se buscaban los modelos gramaticales
canónicos en ésta.
11 “Con esto no sólo se indica cuán intensamente participan nuestras experiencias en la realización del texto, sino también que en este proceso siempre sucede algo con nuestras experiencias” (Iser, en En busca del texto., 2001, pág.103)
12 Y continúa diciendo que “el arte transforma estos dolores y daños, estas crueldades y atrocidades en medios de auto-liberación proporcionándonos así una libertad interior que no puede ser alcanzada por ninguna otra vía” (Cassirer, 1945, pág. 222)
14
Al hablar uno se equivoca, se interrumpe a sí mismo, titubea, repite cosas,
lanza palabras al aire en busca de la mot juste que no siempre tenemos la fortuna
de alcanzar. Como afirma Claire Blanche-Benveniste (1998), la oralidad se parece
más a un borrador de la escritura que pocos tenemos la oportunidad de ver. Al
hablar no podemos borrar lo que se acaba de decir (cuando más podemos corregir
sin poder borrar el hecho de que nos corregimos). Poder ver nuestro proceso de
escritura con todos los cambios, las palabras borradas, los párrafos trasladados,
las pequeñas faltas que enmendamos en la relectura de nuestro propio trabajo,
convertirían en algo aberrante e ilegible el texto, debido a esto “la mayor parte de
las producciones orales deben ser tratadas como pre-textos.” (Benveniste).
Siguiendo de nuevo a Blanch-Benveniste, estamos de alguna manera
predispuestos a entender el discurso articulado dentro de la linealidad espacial de
la escritura. No sólo eso, la escritura nos predispone también a poner nuestra
atención sobre el texto literal, las palabras exactas, es decir, a lo que se dice (Say)
y no tanto al contenido o querer decir (Mean) que es la forma natural en la que nos
comunicamos. La acumulación paradigmática (Blanch-Benveniste, 1998) entre
otras particularidades de la oralidad (como cualidades y modulaciones de las
voces, rasgos de velocidad y melodía), hacen que la transcripción de ésta sea
muy difícil, situación que deja en evidencia que la escritura no es un simple
“instrumento de transposición de lo oral” (Benveniste). La misma puntuación
apunta más a los rasgos sintácticos (división de párrafos, unidades de sentido
etc.) que a verdaderas pausas en la enunciación.
La vuelta al aula
Sentados de nuevo en el aula, donde aprendimos nuestros primeros trazos,
pero del lado del docente, nos encontramos con una realidad innegable: enseñar a
escribir es una actividad que requiere estrategias particulares y un concepto firme
de lo que es la escritura. Las competencias en lecto-escritura, como suelen
15
llamarle, son enseñadas hasta que el niño interioriza no la escritura sino
relaciones fonéticas muy básicas con las grafías, punto en el cual se asume que el
niño sabe escribir y se lo deja seguir delante de manera más o menos intuitiva.
Jóvenes llegan a la secundaria leyendo las palabras como unidades de sonido
aisladas, lo que los lleva a un deletreo entorpecedor tanto de la lectura como de su
proceso de aprendizaje.
No es mi intención aquí, al final de este breve recorrido ensayístico por la
escritura, tratar el tema de la enseñanza de la escritura a fondo. Sin embargo, hay
varios preceptos pedagógicos que considero necesarios y pertinentes a todo aquel
que piensa lidiar con el tema de la escritura y su enseñanza en el aula. Por un
lado, es necesario conocer la representación mental que el estudiante se hace de
la escritura y guiarlo a un nuevo concepto de ésta misma: La escritura NO es sólo
un vehículo del pensamiento, pero para enseñar la función epistémica de esta
misma es necesario que el texto y el contexto se vean como inseparables,
interdependientes, mutuamente determinados. (Castelló Badía, 2000) La escritura
debe darse siempre en el contexto de una situación comunicativa para llevar al
alumno de una escritura lineal y poco reflexiva a un trabajo más reflexivo de
composición, en otras palabras, el que escribe debe poseer una intención, un
lector y un contexto (Camps, 2000). Según los estudios citados, el trabajo en
grupo con el fin de producir un texto resulta benéfico propiciando la actividad
metalingüística y la reflexión de los estudiantes en torno al proceso de escribir
(diferencias léxicas, sintácticas) y a la escritura desde la función social en la que
nos coloca el escribir (informar, argumentar, etc). En fin, enseñar a escribir es
pasar de la escritura instrumental –la que se genera sólo por conocimiento del
sistema- a la escritura desde la enunciación, esa actividad individual y subjetiva
que de la pluma a las pantallas táctiles no hemos dejado de tecnologizar desde su
invención.
16
Evaluación: El trabajo revela un alto nivel de reflexión y en su
desarrollo es posible establecer algunos puntos de mira importantes
respecto de la escritura.
Nota: 10 (diez) Sobresaliente.
17
ibliografía
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