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1 Judas Iscariote 1º año v. p. de Jesús Incluye también: -Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena) -Pastores de Belén. El tema de ―Judas Iscariote‖, 1º año de la vida pública de Jesús, comprende: Episodios y dictados extraídos de la Obra magna ―El Evangelio como me ha sido revelado‖ ( ―El Hombre-Dios‖) (<La historia de Judas Iscariote, como discípulo, empieza después de la elección de los primeros 6 discípulos: Pedro y Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, Felipe y Bartolomé. Con estos 6 discípulos había llegado Jesús a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Es de advertir que, los primos- hermanos de Jesús, Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, debido a la fuerte oposición de su familia (del padre y de sus dos hermanos mayores) aún no se habían decidido seguir a Jesús, aunque pronto lo harán. Precisamente, Judas Tadeo era esperado por Jesús en Jerusalén durante esta fiesta. Por otra parte, al día siguiente de expulsar del Templo a los mercaderes, Jesús, en una casa de campo del Getsemaní donde se aloja, recibe la visita de tres hombres<). . 1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso (Simón Zelote) que es curado de la lepra. Tomás aceptado como discípulo. * El leproso es curado de la lepra,- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se hospeda. No es la del Cenáculo --que está más en la ciudad, aunque en las afueras--. Ésta es una casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles, deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas: serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: ―Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo‖. Juan: ―¿Dónde están? ¿Quiénes son?‖. Anciano: ―No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro... no sabría decirte. No se lo he preguntado‖. Juan: ―¿Dónde están?‖. Anciano: ―Están esperando en la cocina... y... sí... bueno... hay también uno lleno de llagas... Le he dicho que se estuviera allí porque... no quisiera que estuviera leproso... Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el Templo‖. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: ―Vayamos primero a éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar‖ y se va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: ―Y nosotros ¿qué hacemos?‖. Jesús: ―Venid si queréis‖. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve que Jesús viene a él, grita: ―¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!‖. Y descubre su tronco, dejando caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya

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Page 1: JUDAS DE KERIOT · 2013-04-05 · siguiente de expulsar del Templo a los mercaderes, Jesús, en una casa de campo ... ni ayer ni hoy he visto a Judas Tadeo, que también había dicho

1

Judas Iscariote 1º año v. p. de

Jesús

Incluye también:

-Familia de Lázaro de Betania

(Lázaro, Marta, María Magdalena)

-Pastores de Belén.

El tema de ―Judas Iscariote‖, 1º año de la vida pública de Jesús, comprende:

Episodios y dictados extraídos de la Obra magna

―El Evangelio como me ha sido revelado‖

( ―El Hombre-Dios‖)

(<La historia de Judas Iscariote, como discípulo, empieza después de la elección de los primeros 6

discípulos: Pedro y Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, Felipe y Bartolomé. Con estos 6

discípulos había llegado Jesús a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Es de advertir que, los primos-

hermanos de Jesús, Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, debido a la fuerte oposición de su familia (del padre

y de sus dos hermanos mayores) aún no se habían decidido seguir a Jesús, aunque pronto lo harán.

Precisamente, Judas Tadeo era esperado por Jesús en Jerusalén durante esta fiesta. Por otra parte, al día

siguiente de expulsar del Templo a los mercaderes, Jesús, en una casa de campo del Getsemaní donde se

aloja, recibe la visita de tres hombres<).

.

1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso

(Simón Zelote) que es curado de la lepra. Tomás aceptado como discípulo.

* El leproso es curado de la lepra,- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he

visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar

aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el

atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se

hospeda. No es la del Cenáculo --que está más en la ciudad, aunque en las afueras--. Ésta es una

casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y

agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles,

deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre

dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo

olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas:

serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario

del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: ―Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo‖.

Juan: ―¿Dónde están? ¿Quiénes son?‖. Anciano: ―No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro... no

sabría decirte. No se lo he preguntado‖. Juan: ―¿Dónde están?‖. Anciano: ―Están esperando en

la cocina... y... sí... bueno... hay también uno lleno de llagas... Le he dicho que se estuviera allí

porque... no quisiera que estuviera leproso... Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el

Templo‖. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: ―Vayamos primero a

éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar‖ y se

va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: ―Y nosotros ¿qué hacemos?‖. Jesús:

―Venid si queréis‖. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico

muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve

que Jesús viene a él, grita: ―¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!‖. Y descubre su tronco, dejando

caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya

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convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras

blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: ―¡Eres leproso!

¿Para qué me quieres?‖. Leproso: ―¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que

la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que

Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo

de los sepulcros... desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del

riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la

penumbra se me identifica menos. Me he atrevido... encontré a éste, al buen amo de la casa. No

me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también‖. Y dado

que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos

desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: ―¡No más

adelante!...¡No más!... ¡Estoy infectado!‖. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el

hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: ―¡Tu Señal! ¡Tu

Señal!‖. Jesús: ―Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y

sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento

hacia Dios‖. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba... y está

curado. Grita: ―¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?‖. Jesús: ―Obedecer a la

Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!‖. El hombre hace un movimiento de

arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (Lev. 13 y 14)

y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.

* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. “Judas, es mejor sopesarse a sí mismo

antes de emprender un camino muy escarpado... sólo el que sabe querer con todas sus

fuerzas resiste”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y,

con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: ―Amigos, no era más que una lepra

de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?‖

pregunta a los dos desconocidos. ―Aquí estoy. ¿Quiénes sois?‖. ―Te oímos la otra tarde... en el

Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí‖.

Jesús: ―¿Por qué me buscáis?‖. ―Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad‖.

Jesús: ―¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?‖. ―No, Maestro, pero ciertamente que a la

gloria―. Jesús: ―Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y

que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?‖ vuelve a preguntar.

―Para tener parte en tu gloria‖. Jesús: ―¿Según el Cielo?‖. ―Sí, según el Cielo‖. Jesús: ―No

todos pueden llegar porque Mammón acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y

sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere

decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?‖. ―Porque así quiere nuestro corazón, que

ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos‖. Jesús:

―¡¡¡Amigos!!!‖.... ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado

hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es

Judas de Keriot. Jesús: ―¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?‖. Iscariote: ―Soy

Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo... o... estoy en el Templo. Espero y sueño

en el Rey de los Judíos. Te he visto que eres Rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto.

Tómame contigo‖. Jesús: ―¿Tomarte?... ¿Ahora?... ¿Inmediatamente?... ¡No!‖. Iscariote: ―¿Por

qué, Maestro?‖. Jesús: ―Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino

muy escarpado‖. Iscariote: ―¿No te fías de mi sinceridad?‖. Jesús: ―¡Lo has dicho! Creo en tu

impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para

Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!... ■ y tú, ¿quién eres?‖

pregunta al otro desconocido. Éste le responde: ―Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero

ahora siento temor‖. Jesús: ―¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo,

pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando

vuelva...‖. El desconocido le interrumpe: ―Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno.

No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo...‖. Jesús: ―¿Cómo te llamas?‖. Responde:

―Tomás y de sobrenombre Dídimo‖. Jesús: ―Recordaré tu nombre. Ve en paz‖. Jesús los

despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.

* “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos?”.- ”Quiero que se me llame el Hijo

del hombre”.- ■ Los seis que están con Él quieren saber muchas cosas. Juan pregunta: ―¿Por

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qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro?... ¿Por qué tanta diferencia?... Ambos

tenían el mismo impulso...‖. Jesús: ―Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener

distintos orígenes y producir distintos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso.

Pero el uno no es igual al otro en el fin, y el que parece el menos perfecto es el más perfecto,

porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque... me ama‖. Todos ellos

unánimes gritan: ―¡También yo!‖.―¡Y también yo!‖. ―¡Y yo!‖... ―¡Y yo!‖... ―¡Y yo!‖... ―¡Y

yo!‖. Jesús: ―Lo sé. Os conozco por lo que sois‖. Discípulos: ―¿Somos por lo tanto

perfectos?‖. Jesús: ―¡Ah, no! Pero, como Tomás lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de

amor. ¿Perfectos?... ■ ¿Quién es perfecto sino Dios?‖. Discípulos: ―Tú lo eres‖. Jesús: ―En

verdad os digo que no por Mí soy perfecto, si creéis que soy un profeta. Ningún hombre es

perfecto. Pero Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del Padre. Sale de Dios su

Pensamiento que se hace Palabra. Tengo la perfección en Mí. Y como tal me debéis creer, si

creéis que soy el Verbo del Padre. Y, no obstante, a pesar de todo lo que estáis viendo amigos,

Yo quiero que se me llame el Hijo del hombre, porque me aniquilo al tomar sobre Mí todas

las miserias del hombre para llevarlas --mi primer patíbulo-- y anularlas después de haberlas

llevado, ¡sin ser mías! («llevarlas», no «tenerlas»). ¡Qué peso, amigos! Mas lo llevo con

alegría. Es una alegría para Mí llevarlo porque, siendo Yo, el Hijo del hombre, haré del hombre

un hijo de Dios como el primer día. Como el primer día‖. Jesús está hablando con dulzura,

sentado a la pobre mesa, gesticulando serenamente con las manos sobre la mesa, el rostro un

poco inclinado, iluminado de abajo a arriba por la lamparita de aceite que está colocada sobre la

mesa. La sonrisa da expresión al rostro de Jesús. Cuando enseña es majestuoso, pero al mismo

tiempo amigable en su trato. Los discípulos le escuchan atentos.

* Pedro pregunta a Jesús por Judas Tadeo y da su primer juicio sobre J. Iscariote.- ■

Pedro pregunta: ―Maestro... ¿por qué tu primo, sabiendo dónde vives, no ha venido?‖. Jesús:

―¡Pedro mío!... Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras pueden

emplearse igualmente. ¿Has visto los mármoles del Pretorio? Arrancados con trabajo del seno

de la montaña ahora forman parte del Palacio. Mira por el contrario aquellas otras piedras que

brillan allí, bajo la luz de la luna, en medio de las aguas del Cedrón. Están en el lecho del río y

si alguien desea tomarlas, no tiene más que extender la mano. Mi primo es como de las primeras

piedras de que hablé... las del seno de la montaña; la familia me lo disputa‖. Pedro: ―Pero yo

quiero ser en todo como las piedras del río. Estoy pronto a dejar todo por Ti; casa, esposa,

pesca, hermanos y... ¡Todo! ¡Oh, Rabí por Ti!‖. Jesús: ―Lo sé, Pedro. ■ Por eso te amo. Mas,

también vendrá Judas‖. Pedro: ―¿Quién? ¿Judas de Keriot?¡No me agrada! Es un apuesto

señorito, pero... prefiero... me prefiero incluso a mí mismo...‖. Todos lanzan una risotada con la

salida de Pedro, que añade: ―No hay por qué reírse. Quise decir que prefiero un galileo franco,

burdo, pescador pero sin malicia... a los de la ciudad que... no sé... ¡Ea! el Maestro entiende lo

que yo pienso‖. Jesús: ―Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad los unos de

los otros en la tierra, y los buenos están mezclados con los perversos como las flores en un

campo. La cicuta está al lado de la salutífera malva‖.

* ―En Caná honraba a la Toda Santa, haciendo de Ella --la Anticipadora de la Gracia--, la

Anticipadora del milagro (El mundo me tiene por Ella), aquí honro a Jerusalén haciendo

públicamente de ella la iniciadora de mi poder del Mesías‖.- ■ Andrés: ―Yo quisiera una

cosa...‖. Jesús: ―¿Cuál es, Andrés?‖. Andrés: ―Juan me ha contado el milagro de Caná...

Teníamos muchas ganas de que hicieses alguno en Cafarnaúm... y has dicho que no hacías

ningún milagro sin haber cumplido antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí

y no en tu tierra?‖. Jesús: ―Cada vez que el hombre obedece a la Ley se une a Dios y por eso

aumenta su capacidad. El milagro es la señal de esta unión con Dios y es la prueba de su

presencia benévola y aprobadora. Por esta razón quise cumplir con mi deber de Israelita antes de

empezar la serie de prodigios―. Andrés: ―Pero la Ley no te obligaba a Ti‖. Jesús: ―¿Por qué?

Como Hijo de Dios, no. Pero como hijo de la Ley, sí. Israel por ahora solo me conoce como esto

segundo... Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá solo así, más aún, como menos

todavía. Pero no quiero dar escándalo a Israel y obedezco a la Ley‖. Andrés: ―Eres santo‖.

Jesús: ―La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo,

tengo que daros ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de un

sacerdote que no diesen buen ejemplo?‖. ■ Andrés: ―¿Y entonces, Caná?‖. Jesús: ―Caná era el

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regocijo que mi Madre debía tener. Caná es el anticipo que se debe a mi Madre. Ella es la

Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad santa, haciendo de ella, públicamente, la

iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda

Santa. El mundo me tiene por Ella. Es justo que también por Ella vaya mi primer milagro al

mundo‖.

* Tomás aceptado en el grupo de los discípulos.- ■ Tocan a la puerta. Es Tomás nuevamente.

Entra y se echa a los pies de Jesús: ―Maestro... no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame

contigo. Estoy lleno de defectos pero tengo este amor, único, grande, verdadero, que es mi

tesoro. Es tuyo y es para Ti. ¡Déjame, Maestro!‖. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza:

―Quédate, Dídimo. Ven, conmigo. ■ Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el

querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes, porque me sois hijos y

hermanos, no según la sangre, que muere, sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro

espiritual. Y Yo digo ahora que no tengo pariente más cercano a Mí que el que hace la voluntad

de mi Padre, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien‖. La visión termina aquí. (Escrito el 26

de Octubre de 1944).

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1-55-304 (1-18-333).- Un encargo confiado a Tomás.

*Encargo: buscar al leproso ( Simón Zelote) y de momento evitar a Iscariote.- ■ Jesús se

dirige a Tomás: ―Amigo, antes te he dicho, en el olivar, que cuando vuelva por aquí, si todavía

deseabas, serías mi discípulo. Ahora te pregunto si estás dispuesto a hacerme un favor‖. Tomás:

―Sin duda‖. Jesús: ―¿Y si este favor te puede suponer un sacrificio?‖. Tomás: ―Ningún

sacrificio es el servirte. Te tengo a Ti. ¿Qué se te ofrece?‖. Jesús: ―Quería decirte... Pero tal

vez tendrás negocios, afectos...‖. Tomás: ―¡Nada, nada! ¡Te tengo a Ti! Habla‖. Jesús:

―Escucha. Mañana cuando el alba salga, el leproso saldrá de los sepulcros para encontrar a

alguien que ponga al sacerdote en conocimiento de lo sucedido. Tú lo primero que harás es ir a

los sepulcros. Es caridad. Y dirás en voz alta: «Tú que ayer fuiste curado, sal fuera. Me manda a

ti Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el que te ha curado». Haz que el mundo de los

«muertos-vivos» conozca mi Nombre y arda de esperanzas; y que quien a la esperanza una la fe

venga a Mí para que le cure. Es la primera forma de limpieza que Yo traigo, la primera forma

de la resurrección de la que soy dueño. Llegará el día en que os daré una limpieza más

profunda... Un día, los sepulcros sellados vomitarán a los verdaderos muertos que aparecerán

para reír, a través de sus cuencas sin ojos y de sus mandíbulas descarnadas, por el profundo

gozo --que aun los esqueletos experimentarán-- cuando sus espíritus sean liberados del Limbo

de espera. Aparecerán para celebrar su liberación y para llenarse de júbilo al saber a qué se la

deben... Tú irás y él se acercará a ti. Harás lo que él te diga que tienes que hacer. En todo le

ayudarás como si fuese tu hermano. ■ Le dirás también: «Cuando hayas cumplido con tu

purificación, iremos juntos por el camino del río, más allá de Jericó y de Efraín. Allá el Maestro

Jesús te espera, y me espera, para decirnos en qué debemos servirle»‖. Tomás: ―¡Así lo haré! ¿Y

el otro?‖. Jesús: ―¿Quién?... ¿El Iscariote?‖. Tomás: ―Sí, Maestro‖. Jesús: ―Para él todavía vale

mi consejo. Déjale que decida por sí mismo, y durante un largo tiempo. Evita aún el

encontrarle‖. Tomás: ―Estaré con el leproso. Por el valle de los sepulcros solo andan los impuros

o quien por piedad tiene contacto con ellos‖.

* Las características del leproso señaladas por Jesús a Tomás.- ■ Jesús: ―¿Estás seguro de

reconocer al leproso? No hay ningún otro curado, pero podría haberse ido ya, a la luz de las

estrellas, para tratar de encontrar a algún caminante solícito. Y quizás otro, por el ansia de entrar

en la ciudad, ver a los familiares... podría ocupar su lugar. Escucha cómo es su retrato. Yo

estaba cerca de él y a la luz del crepúsculo le he visto bien. Es alto y delgado. Piel oscura como

de sangre mezclada, ojos profundos y muy negros bajo unas cejas blancas, cabellos blancos

como el lino y tirando a rizados, nariz larga pero achatada en la punta como la de los libios,

labios gruesos, sobre todo el inferior, y salientes. Es de color tan aceitunado, que los labios

parecen casi como amoratados. En la frente le ha quedado una antigua cicatriz, que será la

única mancha que tenga, ahora, ya que todas las otras costras se le cayeron‖. Felipe: ―Es un

viejo, si es todo blanco‖. Jesús: ―No, Felipe. Lo parece, pero no lo es. La lepra le ha hecho

canoso‖. ■ Pedro: ―¿Qué es? ¿Tiene mezcla de razas?‖. Jesús: ―Tal vez. Tiene cierta semejanza

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con los pueblos de África‖. Pedro: ―¿Será Israelita, entonces?‖. Jesús: ―¡Ya lo sabremos! ¿Y si

no lo fuera?‖. Pedro: ―¡Ah!, si no lo fuera, se marcharía. Ya está bien con haber merecido que

se le cure‖. Jesús: ―No, Pedro. Aun cuando fuera un idólatra, no le rechazaré. Jesús ha venido

para todos. Y en verdad te digo que los pueblos de las tinieblas precederán a los hijos del pueblo

de la Luz...‖. Jesús da un suspiro. Se levanta. Da gracias el Padre con un himno y los bendice.

La visión termina aquí.

* San Simón y San Judas.- ■ Como inciso, hago notar de paso que el que dentro de mí habla,

me ha dicho desde ayer tarde cuando veía al leproso: ―Este es Simón, el apóstol. Verás cuando

él y Judas Tadeo lleguen al Maestro‖. Esta mañana después de la Comunión (es viernes) abrí el

misal y vi que hoy exactamente es la vigilia de la fiesta de los santos Simón y Judas, y que el

Evangelio de mañana habla precisamente de la caridad (1), casi repitiendo las palabras que había

oído antes en la visión. Pero por ahora no he visto a Judas Tadeo. (Escrito el 27 de Octubre de

1944).

··········································· 1 Nota : Ju. 15,17-25.

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1-56-307 (1-19-336).- Judas Tadeo, y Simón Zelote elegidos como discípulos en el Jordán.

Simón Zelote y Judas Tadeo unidos en común destino.

*Razones de Judas Tadeo, amigo desde la infancia, para seguir a Jesús.- ■ ¡Sois hermosas,

en verdad, riberas del Jordán, así cual erais en tiempos de Jesús! Os veo y me siento dichosa

con vuestra majestuosa paz verde-azul, con rumor de aguas y de frondas que se mueven con un

dulce tono como de melodía. Me encuentro en un camino que es bastante ancho y bien cuidado.

Debe ser una de las principales vías, más bien una vía militar, trazada por los romanos para unir

las diversas regiones con la capital. Corre junto al río, pero no exactamente por la orilla; la

separa del río un espacio boscoso, que creo sea para afianzar las márgenes y servir de dique a

las aguas en tiempo de crecidas. Al otro lado del camino, continúa el bosquecillo de modo que

la vía parece una galería natural a la que hacen techo, entrelazadas, las frondosas ramas: alivio

inapreciable para el viandante, en estos lugares de un sol candente. El río y, por la misma razón,

también el camino, forman en el punto en donde estoy, una curva suave, de modo que veo cómo

continúa el terraplén frondoso como una muralla verde para cerrar un depósito de aguas quietas.

Parece casi un lago de un parque señorial. Pero el agua no es el agua tranquila de un lago; fluye,

aunque lentamente... ■ Tres viajeros están parados en esta curva del camino, exactamente en un

saliente de la curva. Miran hacia arriba y hacia abajo; al sur, donde está Jerusalén; al norte,

donde está Samaria. Miran a través de la enramada que forman los árboles para ver si ya viene

la persona, que esperan. Son Tomás, Judas Tadeo y el leproso curado. Hablan entre sí. ―¿Ves

algo?‖. ―¡Nada!‖. ―Ni yo tampoco‖. ―Y con todo, éste es el lugar‖. ―¿Estás seguro?‖. ―Seguro,

Simón. Uno de los seis, mientras el Maestro se alejaba entre las aclamaciones de la multitud

después que había curado milagrosamente al mendigo que caminaba cojeando en la Puerta de

los Peces, me dijo: «Ahora nos vamos de Jerusalén. Espéranos a unas cinco millas entre Jericó y

Doco, donde el río hace curva, en el camino flanqueado de árboles». ¡Ésta es! Luego añadió:

«Dentro de tres días estaremos allí a eso del amanecer». Es el tercer día, y aquí nos ha

encontrado la cuarta vigilia‖. Zelote: ―¿Vendrá? Tal vez hubiera sido mejor haberle seguido

desde Jerusalén‖. Tomás: ―¡No, Simón, todavía no podías ir entre la muchedumbre!‖. Tadeo:

―Si mi primo dijo que vendría aquí, vendrá. Siempre cumple con lo que promete. No hay más

que esperar‖. ■ Zelote: ―¿Has estado siempre con Él?‖. Tadeo: ―Siempre. Desde que regresó a

Nazaret ha sido siempre para mí un buen compañero. Siempre juntos. Somos casi de la misma

edad. Yo un poco mayor. Además su padre me quería mucho, era yo su preferido. Su padre era

hermano del mío. También la mamá de Él me quería mucho. Más me he criado junto con Ella

que con mi madre‖. Zelote: ―Te quería... Ahora, ¿ya no te quiere lo mismo?‖. Tadeo: ―¡Oh, sí!

Pero nos hemos separado un poco desde que Él se hizo profeta. A mi familia no le gusta‖.

Zelote: ―¿Qué familia?‖. Tadeo: ―A mi padre y a otros dos hermanos míos. El otro hermano está

en duda... Mi padre es muy viejo y no ha querido dejarme, pero ahora... Ya no más. Ahora voy

donde el corazón y la cabeza me arrastran. Voy a donde está Jesús. No creo que falte contra la

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Ley al hacerlo así. Claro... si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que

Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a

veces los padres de uno se convierten en enemigos?‖. Simón lanza un suspiro como si en su

mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo,

responde: ―Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo

con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has

esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él --y lo sabrás siguiéndole--,

vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»‖. Tadeo: ―¡Tienes más

suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!... Y no creemos, ¡nosotros los de la

familia!... Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»‖. ■ Simón Zelote grita: ―¡Eh,

miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos

corriendo!‖. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva,

ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro

cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la

orilla. ‖¡Maestro!‖ ―¡Jesús!‖ ―¡Señor!‖. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado

resuenan envueltos en adoración y alegría. ―¡La paz sea con vosotros!‖. He aquí la hermosa e

inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo:

―¿También, Tú, Judas, primo mío?‖. Se abrazan. Judas llora. Jesús: ―¿Por qué lloras?‖. Tadeo:

―¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!‖. Jesús: ―Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?‖.

Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: ―No querían... Y... ¿ahora?‖. Tadeo: ―Jesús,

yo... yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo‖. Jesús: ―Pero Yo no te he mandado

nada‖. Tadeo: ―No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda! Es Aquel que te ha enviado el

que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró

y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear

palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el

corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo

porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el

Bautista te ha reconocido --sin haberte visto jamás-- aquí, en las orillas de este río y te ha

saludado como «Cordero de Dios»?... Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno

siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de

Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones,

sino el espíritu de ellas... ¿Es que no voy a ser capaz de nada?‖. Jesús: ―¿Y tu padre?‖. Tadeo:

―¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además... Tú me das ejemplo. Tú has

pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de María. Y Ella está sola. Dime,

Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero

sobre ti está Dios, y a Él sigo...?»‖. Jesús: ―Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy

adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios

es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o

mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a

nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con

nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues,

Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana‖. Judas queda

conmovido

* Simón Zelote, “Zelote” por casta y “Cananeo” por madre, elegido como discípulo.- ■

Jesús se vuelve a Tomás: ―Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo‖.

Tomás: ―He venido para serte fiel a Ti‖. Jesús: ―Lo serás. Te lo digo‖. Y luego dirigiéndose al

ex leproso: ―Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo‖. Zelote:

―¡Señor mío!‖. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: ―Levántate. ¿Cómo te

llamas?‖. Zelote: ―Simón‖. Jesús: ―¿Tu familia?‖. Zelote: ―Señor... era poderosa... y yo también

tenía poder... Pero envidia de opulencia y... errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre...

¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo

ves, ya has visto qué regalo me ha dado!‖. Jesús: ―¿Era leproso?‖. Zelote: ―No era leproso,

como tampoco yo. Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros

los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él --entonces dominaba su casta-- vivió y

murió poderoso en su casa. Yo... si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros‖.

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Jesús: ―¿Estás solo?‖. Zelote: ―Solo. Tengo un siervo fiel que tiene cuidado de lo que me

queda. Le he instruido al respecto‖. Jesús: ―¿Tu madre?‖. Zelote: ―Ha muerto‖. El hombre

parece sentirse violento. Jesús le observa atentamente y después le dice: ―Simón, me dijiste:

«¿Qué debo hacer por Ti?». Ahora te lo digo: «¡Sígueme!»‖. Zelote: ―¡Enseguida, Señor!... ■

Pero... pero yo... déjame que te diga una cosa. Soy, me llamaban «Zelote» por la casta y

«Cananeo» por madre. ¿Lo ves? Soy de color moreno. Tengo en mí sangre de esclava. Mi

padre no tuvo hijos de su mujer, y me tuvo de una esclava. Su mujer, una mujer buena, me

cuidó como si fuera su propio hijo y me curó de todas las enfermedades, hasta que murió...‖.

Jesús: ―No hay esclavos ni libertos a los ojos de Dios. Hay una sola esclavitud ante sus ojos: el

pecado. Yo he venido a hacerla desaparecer. A todos os llamo, porque el Reino es de todos.

¿Eres culto?‖. Zelote: ―Lo soy. Tenía incluso un lugar entre los grandes, mientras mi mal pudo

estar oculto bajo los vestidos. Pero cuando salió al rostro... a mis enemigos les pareció tener

bastante razón para aprovecharse y ponerme entre los «muertos», aunque --como dijo un médico

romano de Cesárea, a quien consulté-- mi enfermedad no era una lepra verdadera, sino una

erisipela hereditaria. Para evitar que se propagara, bastaba con no tener hijos. ¿Puedo acaso no

maldecir a mi padre?‖. Jesús: ―Debes no maldecirle aunque fue la causa de muchos males...‖.

Zelote: ―¡Oh, sí! Dilapidó la fortuna, fue vicioso, cruel, sin corazón, sin amor. Me quitó la salud,

las caricias, la paz, me ha dado un nombre que es despreciable y una enfermedad que es marca

de oprobio... Se hizo dueño de todo. Hasta del porvenir de su hijo. Todo me ha quitado hasta la

alegría de ser padre‖. ■ Jesús: ―Por esto, te digo: «Sígueme». A mi lado, en mi compañía,

encontrarás padres e hijos. Mira a lo alto, Simón, y allí encontrarás al verdadero Padre que te

sonríe. Levanta la vista y contempla los inmensos espacios de la tierra, los continentes, las

regiones. Hay hijos y más hijos; hijos espirituales para los que no tienen hijos. Te están

esperando y muchos, como tú, te esperan. Bajo mi señal no existe el abandono. Bajo mi señal no

hay soledades, ni diferencias. Es señal de amor y da tan solo amor‖.

* Simón Zelote y Judas Tadeo: unidos en un destino común.- Simón Zelote y Tomás

quedarán en Judea, “preparando el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré‖.-

■ Jesús, que tiene cerca a Zelote y a Tadeo, les dice: ―Ven, Simón, tú que no has tenido hijos.

Ven, Judas, que pierdes a tu padre por Mí. Os uno en el destino‖, y pone sus manos sobres sus

hombros, como para una toma de posesión, como para imponer un yugo común. Después

agrega: ―Os uno pero ahora os separo. Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el

camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha

gente. Decid a los enfermos --tú lo puedes decir-- que Aquel que cura, viene. Decid a los que

esperan, que el Mesías está ya entre su pueblo. Decid a los pecadores que hay quien perdona y

que da fuerzas para subir...‖. Zelote: ―Pero ¿seremos capaces?‖. Jesús: ―Sí. Solo tenéis que

decir: «Él ha llegado y os llama, os espera. Viene para liberaros. Estad aquí preparados para

verle»‖. ■ Y tú, Judas, primo mío, ven conmigo y con éstos. Tú de todas formas te quedarás en

Nazaret‖. Tadeo: ―¿Por qué, Jesús?‖. Jesús: ―Porque me debes preparar mi camino en nuestra

patria. ¿La consideras una misión pequeña? ¡En verdad no hay una más pesada!...‖. Jesús lanza

un suspiro. Tadeo: ―¿Y lo lograré?‖. Jesús: ―Sí y no. Pero eso será suficiente para justificarnos‖.

Tadeo: ―¿De qué cosa?...¿Y ante quién?‖. Jesús: ―Ante Dios. Ante nuestra patria, ante la familia

que no podrá decir que nosotros no les hayamos ofrecido el bien. Y si nuestra tierra y nuestra

familia no hacen caso, nosotros no tendremos ninguna culpa de que se hayan perdido‖. ■ Pedro:

―¿Y nosotros?‖. Jesús: ―Tú, Pedro y vosotros, volveréis a las redes‖. Pedro: ―¿Por qué?‖.

Jesús: ―Porque pienso instruiros lentamente y tomaros conmigo cuando os vea preparados‖.

Pedro: ―Pero, entonces, ¿te veremos?‖. Jesús: ―¡Claro! Iré frecuentemente con vosotros, os

mandaré llamar cuando esté en Cafarnaúm. Ahora despedios amigos y vámonos. Mi paz sea

con vosotros‖. Y la visión ha terminado. (Escrito el 28 de Octubre de 1944).

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(<―Dentro de no mucho volveré‖ había dicho Jesús. Y así es, después de unos días de estancia en Galilea,

exactamente después de la Pesca Milagrosa, vuelve, solo Él, a Jerusalén. Se hospeda como la vez pasada

en la casa del Getsemaní>).

.

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1-66-354 (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo.

* “De y con Israel debe brotar la planta de vida eterna, cuya savia será la Sangre del

Señor”.- ■ Por la tarde, veo a Jesús bajo unos olivos. Está sentado sobre un escalón del terreno

en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y

las manos unidas. Empieza a hacerse de noche y la luz va disminuyendo en el tupido olivar.

Jesús está solo. Se quitó el manto como si tuviese calor y su blanco vestido resalta sobre lo

verde del lugar muy oscurecido por el crepúsculo. Sube un hombre entre los olivos. Da la

impresión de que busca algo o a alguien. Es alto, su vestido de un color alegre: un amarillo rosa

que hace más vistoso el manto, lleno de franjas ondulantes. No distingo bien su cara porque la

luz y la distancia no lo permiten. Cuando ve a Jesús, hace un gesto como diciendo: ―¡Ahí está!‖,

y apresura el paso. A pocos metros saluda: ―¡Salve, Maestro!‖. Jesús se vuelve repentinamente y

alza la cara, porque el que acaba de llegar en ese momento está en el escalón superior. Jesús le

mira seriamente y podría decir que hasta con tristeza. El hombre repite: ―Te saludo, Maestro.

Soy Judas de Keriot ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de mí?‖. Jesús: ―Te recuerdo y te

reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada‖. Iscariote: ―Y al que Tú

dijiste: «Piensa y reflexiona al decidirte antes de mi regreso». Ya lo he decidido: voy contigo‖.

Jesús: ―¿Por que vienes, Judas?‖. Jesús está realmente triste. Iscariote: ―Porque... ya te dije la

otra vez por qué: porque sueño en el Reino de Israel y te he visto cual rey‖. Jesús: ―¿Vienes por

este motivo?‖. Iscariote: ―Por éste. Me pongo a mí mismo, y todo cuanto poseo: capacidad,

conocimientos, amistades, fatiga, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel‖.

■ Los dos están ahora frente a frente, cerca el uno del otro, en pie. Se miran fijamente. Jesús

serio hasta la tristeza; el otro exaltado por su sueño, sonriente, joven y hermoso, ligero y

ambicioso. Jesús: ―Yo no te busqué, Judas‖. Iscariote: ―Lo sé. Pero yo te buscaba. Día tras día

puse a las puertas quien me indicase tu llegada. Pensaba que vendrías con seguidores y que así

fácilmente se podría saber de Ti. Pero fue al contrario... he comprendido que estabas, porque

después de que curaste a un enfermo, los peregrinos te bendecían. Pero nadie sabía decirme con

exactitud dónde estabas. Entonces me acordé de este lugar. Y vine. Si no te hubiera encontrado

aquí, me hubiera resignado a no encontrarte más...‖. Jesús: ―¿Piensas que ha sido para ti un

bien el haberme encontrado?‖. Iscariote: ―Sí, porque te buscaba, te anhelaba, te quiero‖. Jesús:

―¿Por qué?... ¿Por qué me has buscado?‖. Iscariote: ―Te lo dije, ¡Maestro! ■ ¿No me has

comprendido?‖. Jesús: ―Te he comprendido. Sí... pero quiero que también me comprendas antes

de seguirme. Ven. Hablaremos en el camino‖. Y empiezan a caminar uno al lado del otro. ―Tú

me sigues por una idea que es humana, Judas. Debo disuadirte. No he venido para esto‖.

Iscariote: ―¿Pero no eres Tú el señalado Rey de los Judíos? ¿Del que han hablado los profetas?

Han venido otros. Pero les faltaban demasiadas cosas, y cayeron como hojas que el viento ya no

sostiene. Tú tienes a Dios contigo, en tal modo que haces milagros. Donde está Dios, el éxito de

la misión está seguro‖. Jesús: ―Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Soy

su Verbo. Soy el que profetizaron los profetas, el prometido de los Patriarcas, el esperado de las

multitudes. Pero ¿por qué, ¡oh Israel! te has hecho tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver,

oír ni comprender lo verdadero de los hechos? Mi Reino, no es de este mundo, Judas. No te

hagas ilusiones. Vengo a traer a Israel la Luz y la Gloria. Pero no la luz y la gloria de esta

Tierra. Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de Israel y con Israel debe

formarse y brotar la planta de la vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor, planta que

se extenderá por toda la Tierra, hasta el fin de los siglos. Mis primeros seguidores son de Israel.

Aun mis verdugos serán de Israel, y también el que me traicionará será de Israel...‖. Iscariote:

―No, Maestro. Esto no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen, yo quedaré y te

defenderé‖. Jesús: ―¿Tú, Judas?‖.

* ―Judas, seguir al Mesías en verdad y justicia quiere decir realizar obras del espíritu y es

necesario matar al hombre y renacer‖.- ■ Jesús: ―Y ¿en qué basas tu seguridad, Judas?‖.

Iscariote: ―En mi palabra de honor‖. Jesús: ―Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. A

Dios debemos pedir la fuerza para ser honrados y fieles. ¡El hombre!... El hombre realiza obras

de hombre. Pero para realizar obras del espíritu --seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere

decir realizar obras de espíritu-- es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de

cosa tan grande?‖. Iscariote: ―Sí, Maestro. Y además... no todo Israel te amará. Pero Israel no

dará ni verdugos ni traidores a su Mesías. ¡Te espera desde hace siglos!‖. Jesús: ―Me los dará.

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Recuerda los Profetas... sus palabras... y el fin que tuvieron. Estoy destinado a desilusionar a

muchos y tú eres uno de ellos. Judas, tienes enfrente de ti a un hombre manso, pacífico, pobre y

que quiere permanecer pobre. No he venido para imponerme ni para hacer guerras. No disputo a

los fuertes y a los poderosos ningún reino, ningún poder. No disputo sino a Satanás las almas y

he venido a destrozar las cadenas con el fuego de mi amor. He venido a enseñar misericordia,

sacrificio, humildad, continencia. Te digo a ti y a todos también digo: «No tengáis sed de

riquezas humanas, sino trabajad por el dinero eterno». Desilusiónate, Judas, si crees que soy

vencedor de Roma y de las castas que mandan. Los Herodes como los Césares pueden dormir

tranquilos mientras Yo hablo a las multitudes. No he venido a arrebatar el cetro a nadie... y mi

cetro, eterno, ya está preparado, pero nadie, que no fuese amor como Yo, lo querría empuñar.

Vete, Judas, y medita...‖. ■ Iscariote: ―¿Me rechazas, Maestro?‖. Jesús: ―No rechazo a nadie,

porque quien rechaza no ama. Pero dime, Judas: ¿Qué nombre darías al hecho de alguien, que

sabiendo que tiene enfermedad contagiosa, dijese a uno que no lo sabe y que se acerca a beber

de su vaso: «Piensa en lo que haces» ¿Lo llamarías odio o amor?‖. Iscariote: ―Lo llamaría

amor, porque no quiere que el que ignora su enfermedad destruya su salud‖. Jesús: ―Pues

entonces llama también así a mi acto‖. Iscariote: ―¿Puedo destruir mi salud al venir contigo?

¡No, nunca!―. Jesús: ―Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. ■ Piensa bien,

Judas, poco se exigirá al que asesinare, creyendo que lo hace justamente, y lo cree porque no

conoce la Verdad; pero mucho será exigido de quien, después de haberla conocido, no sólo no la

sigue, sino que se hace su enemigo‖. Iscariote: ―Yo no lo seré. Acéptame, Maestro. No puedes

rechazarme. Si eres el Salvador y ves que soy pecador, oveja extraviada, un ciego que está fuera

del camino recto, ¿por qué no quieres salvarme? Acéptame. Te seguiré hasta la muerte‖. Jesús:

―¡Hasta la muerte! Es verdad. Esto es cierto. Después...‖. Iscariote: ―¿Después qué, Maestro?‖.

Jesús: ―El futuro está en el seno de Dios. Vete. Mañana nos veremos cerca de la Puerta de los

Peces‖. Iscariote: ―Gracias, Maestro. El Señor sea contigo‖. Jesús: ―Y su misericordia te salve‖.

Todo termina Así. (Escrito el 28 de Diciembre de 1944).

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1-68-361 (1-31-395).- Jesús, con Iscariote en el Templo, pide permiso para enseñar en el

Templo.

* “Mi Maestro es el Espíritu de Dios que me habla con su Sabiduría todos los Textos

sagrados”.- ■ Estoy viendo a Jesús que, con Judas a su lado, entra en el recinto del Templo, y,

después de haber atravesado la primera terraza o rellano de la grada si se prefiere, se detiene en

un pórtico que rodea un amplio patio, cuyo suelo está hecho con mármoles de diversos colores.

El lugar es muy hermoso y está lleno de gente. Jesús mira a su alrededor y ve un sitio que le

gusta. Pero antes de dirigirse a él, dice a Judas: ―Llámame al encargado de este lugar. Debo

presentarme para que no se vaya a decir que falto a las costumbres y al respeto‖. Iscariote:

―Maestro, Tú estás sobre las costumbres, y nadie tiene más derecho que Tú a hablar en la Casa

de Dios. Tú, el Mesías‖. Jesús: ―Lo sé. Tú lo sabes, pero ellos no lo saben. He venido no para

dar escándalo, ni para enseñar a violar la Ley, ni las costumbres. Por el contrario, he venido a

enseñar el respeto, la humildad, la obediencia y para quitar escándalos. Por esta razón quiero

pedir permiso para hablar en nombre de Dios, haciéndome reconocer digno de ello por el

responsable del lugar‖. Iscariote: ―La otra vez no lo hiciste‖. Jesús: ―La otra vez me consumió

el celo de la Casa de Dios, profanada con tantas cosas. La otra vez era el Hijo del Padre, el

Heredero que en nombre del Padre y por amor de su Casa, actuaba con majestad, que me es

propia y que está por encima de magistrados y sacerdotes. Ahora soy el Maestro de Israel, y

enseño también esto. ■ Por otra parte, Judas, ¿piensas que el discípulo es mayor que su

Maestro?‖. Iscariote: ―No, Jesús‖. Jesús: ―Y ¿tú quién eres?... y ¿quién soy Yo?‖. Iscariote:

―Tú eres el Maestro y yo el discípulo‖. Jesús: ―Si reconoces que las cosas son así ¿por qué

quieres enseñar al Maestro? Ve y obedece. Yo obedezco a mi Padre, tú obedece a tu Maestro.

La primera condición del Hijo de Dios es obedecer sin discutir, pensando que el Padre no puede

dar sino órdenes santas. Condición primera del discípulo es obedecer al Maestro, pensando que

el Maestro sabe, y que no puede dar sino órdenes justas‖. Iscariote: ―Es verdad. Perdona.

Obedezco‖. Jesús: ―Te perdono. Ve y oye lo siguiente, Judas: Acuérdate de esto, recuérdalo

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siempre‖. Iscariote: ―¿De obedecer?... Sí‖. Jesús: ―¡No! Recuerda que Yo fui respetuoso y

humilde para con el Templo; para con el Templo, o sea, con las castas poderosas. Ve‖. Judas le

mira pensativo interrogativamente... pero no se atreve a preguntar algo más. Y se va pensando.

■ Regresa con un personaje vestido oficialmente. ―Maestro, he aquí el encargado‖. Jesús: ―La

paz sea contigo. Pido enseñar a Israel, entre los Rabíes de Israel‖. Encargado: ―¿Eres Tú rabí?‖.

Jesús: ―Lo soy‖. Encargado: ―¿Quién fue tu maestro?‖. Jesús: ―El Espíritu de Dios que me

habla con su sabiduría y que me ilumina con su luz todas las palabras de los Textos

Sagrados‖. Encargado: ―¿Eres más que Hilel, Tú que sin ser maestro dices conocer cualquier

doctrina? ¿Cómo puede uno aprender si no hay uno que le enseñe?‖. Jesús: ―Como se formó

David, pastorcillo desconocido, y que llegó a ser poderoso y sabio por voluntad de Dios‖.

Encargado: ―¿Tu nombre?‖. Jesús: ―Jesús de José de Jacob, de la estirpe de David, y de María

de Joaquín, de la estirpe de David, y de Ana de Aarón; María, la Virgen que el Sumo Sacerdote

casó en el Templo, según la ley de Israel, porque era huérfana‖. Encargado: ―¿Quién lo

prueba?‖. Jesús: ―Todavía aquí debe de haber levitas que se acuerden del hecho y que fueron

coetáneos de Zacarías de la clase de Abía, mi pariente. Pregúntales, si dudas de mi sinceridad‖.

Encargado: ―Te creo. Pero ¿quién me prueba de que eres capaz Tú de enseñar?‖. Jesús:

―Escúchame y tu mismo decidirás‖. Encargado: ―Eres libre de hacerlo... pero... ¿no eres

Nazareno?‖. Jesús: ―Nací en Belén de Judá en tiempos del censo ordenado por César. Proscritos

a causa de leyes injustas, los hijos de David están por todas partes. Pero la estirpe es de Judá‖.

Encargado: ―Ya sabes... los fariseos... toda Judea... respecto a Galilea...‖. Jesús: ―Lo sé. Pero

no desconfíes. En Belén vi la luz por primera vez, en Belén Efratá de donde viene mi estirpe; si

ahora vivo en Galilea es solo para que se cumpla lo que está escrito...‖. El encargado se aleja

unos metros, dirigiéndose a donde le llaman. ■ Judas pregunta: ―¿Por qué no has dicho que eres

el Mesías?‖. Jesús: ―Mis palabras lo dirán‖. Iscariote: ―¿Qué es lo que está escrito y debe

cumplirse?‖. Jesús: ―La reunión de todo Israel bajo la enseñanza de la palabra del Mesías. Soy

el Pastor de quien hablan los Profetas y he venido a reunir a mis ovejas de todas partes, he

venido a curar las enfermedades, a poner en buen camino a los que yerran. Para Mí no hay

Judea o Galilea, Decápolis o Idumea. Sólo hay una cosa: el Amor que mira con un único ojo y

une con un único abrazo para salvar...‖. Jesús está inspirado, ¡tanto sonríe a su sueño, que

parece emanar destellos! Judas le contempla admirado. Entre tanto, algunas personas, curiosas,

se han acercado a los dos, cuyo aspecto imponente --distinto en ambos-- atrae e impresiona.

* ( <Jesús anuncia a la gente los nuevos tiempos. Les dice que el precepto del amor ahora es más

luminoso y se presenta como el Mesías anunciado por el Bautista>).

■ Mas Judas se siente en el deber de decir a diestro y siniestro: ―El Mesías es el que os está

hablando. Os lo aseguro yo que le conozco y soy su primer discípulo‖. La gente, atemorizada,

exclama: ―¡Él!... ¡Oh!...‖, y se echa atrás un poco. Pero Jesús se muestra tan bondadoso, que

vuelven a acercarse. Iscariote anima a la gente: ―Pedidle algún milagro. Él es poderoso. Cura.

Lee los corazones. Responde a todas las dificultades‖. Un enfermo se le acerca: ―Háblale para

mí, que estoy enfermo. Con el ojo derecho no veo, y el izquierdo está casi seco...‖. Iscariote

llama a Jesús que estaba acariciando a una niña ―Maestro, este hombre está casi ciego y quiere

ver. Le he dicho que Tú puedes‖. Jesús: ―Puedo para quien tiene fe ¿Tienes fe tú?‖. Enfermo:

―Yo creo en el Dios de Israel. He venido para echarme en Betzeta. Pero siempre hay alguien que

se echa antes que yo‖. Jesús: ―¿Puedes creer en Mí?‖. Enfermo: ―Si creo en el ángel de la

piscina (1), ¿no debería creer en Ti, de quien tu discípulo dice que eres el Mesías?‖. Jesús sonríe.

Se pone saliva en el dedo y frota el ojo del enfermo. ―¿Qué ves?‖. Enfermo: ―Veo las cosas sin

la neblina de antes. Y... ¿no me curas el otro?‖. Nuevamente Jesús sonríe. Hace lo mismo con el

ojo ciego. ―¿Qué ves?‖ pregunta al quitar la yema del dedo del párpado caído. Enfermo: ―¡Ah!

¡Señor de Israel! ¡Veo como cuando corría de niño por los prados! ¡Bendito seas para siempre!‖.

El hombre postrado a los pies de Jesús llora. Jesús: ―Vete. Sé bueno ahora por agradecimiento a

Dios‖. ■ Un levita, que había llegado cuando ya estaba concluyéndose el milagro, pregunta:

―¿Con qué poder haces Tú estas cosas?‖. Jesús: ―¿Tú me lo preguntas? Te lo diré si me

respondes a una pregunta. Según tú, ¿es más grande un profeta que anuncia al Mesías o el

Mesías mismo?‖. Levita: ―¡Qué pregunta! El Mesías es mayor: es el Redentor que prometió el

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Altísimo‖. Jesús: ―Entonces... ¿por qué los Profetas hicieron milagros? ¿Con qué poder?‖.

Levita: ―Con el poder de Dios que les daba para probar a las multitudes que Dios estaba con

ellos‖. Jesús: ―Pues bien: con el mismo poder Yo hago los milagros: Dios está conmigo, Yo

estoy con Él. Pruebo a las multitudes que es así, y que el Mesías bien puede, con mayor razón y

medida, lo que podían los Profetas‖. El levita se va pensativo y todo termina. (Escrito el 1 de

Enero de 1945).

··········································· 1 Nota : Piscina de Betsaida. Ju.5,2-4.

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1-69-366 (1-32-401).- Jesús instruye a Iscariote: ―Quien mata o se mata muestra soberbia...¿qué

es la desesperación sino soberbia?‖.

* “Maestro, matar la carne, ¿no está en contradicción con el mandamiento de Dios?”.-

“Todo es vanidad”.- ■ Jesús y Judas salen del Templo de Jerusalén después de haber estado

orando en el lugar más cercano al Santo, concedido a los israelitas varones. Judas quisiera

quedarse con Jesús, pero este deseo encuentra oposición en el Maestro. ―Judas, deseo estar solo

en las horas de la noche. Es cuando mi espíritu obtiene su alimento del Padre. Tengo más

necesidad de la oración, meditación y soledad, que del alimento corporal. El que quiere vivir del

espíritu y quiere llevar a otros a que vivan la misma vida, debe posponer la carne, diría casi,

matarla, para cuidar sólo del espíritu. Todos, sábelo Judas, también tú, si quieres ser

verdaderamente de Dios, o sea, de lo sobrenatural‖. Iscariote: ―Pero nosotros pertenecemos,

Maestro, todavía a la tierra. ¿Cómo podemos dejar de pensar en la carne y tan solo en el

espíritu? ¿No está en contradicción lo que dices con el Mandamiento de Dios: «No matarás»?

¿No se incluye también en él no suicidarse?... ■ Si la vida es un don de Dios, ¿debemos amarla

o no?...‖. Jesús: ―Te voy a responder como no respondería a una persona sencilla, a la cual es

suficiente elevarle la mirada del alma, o de la mente, a esferas sobrenaturales, para poder

llevársela en vuelo a los reinos del espíritu. Tú no eres una persona sencilla. Te has formado en

ambientes que te han pulido... pero también te han manchado con sus sutilezas y doctrinas.

Judas, ¿te acuerdas de Salomón? Era sabio, el más sabio de aquellos tiempos. Recuerdas qué

dijo después de haber conocido todo el saber humano: «No hay más que vanidad. Todo es

vanidad. Temer a Dios y observar sus mandamientos, para el hombre, esto lo es todo» (Eci 1,2;

12,8 y 13). Ahora yo te digo que hay que saber tomar de los alimentos sustento, pero no veneno. Y

si se ve que un alimento nos es nocivo (porque se producen reacciones en nuestro organismo

por las cuales ese alimento es nefasto, siendo más fuerte que nuestros humores buenos, los

cuales lo podrían neutralizar), es necesario dejar de tomar ese alimento, aún cuando sea

agradable al paladar. Es mejor pan, sin más, y agua de la fuente, que no los platos rebuscados de

la mesa del rey que tienen especias que alteran y envenenan‖. Iscariote: ―¿Qué debo dejar,

Maestro?‖. Jesús: ―Todo lo que sabes que te hace mal. Dios es paz y si quieres ponerte en el

sendero de Dios, debes librar tu mente, tu corazón y tu carne de todo lo que no es paz y te turba.

Sé que es difícil reformarse a sí mismo, pero Yo estoy aquí para ayudarte a hacerlo. Estoy aquí

para ayudar al hombre a que se haga hijo de Dios, a volver a crearse, por medio de una segunda

creación, una autogénesis querida por él mismo. ■ Pero deja que te responda a cuanto

preguntabas, para que no digas que quedaste en error por culpa mía. Es verdad que el suicidarse

es lo mismo que matar. Sea la vida propia o la de otro, la vida es un don de Dios y solo Dios

que la dio, tiene el poder de quitarla. Quien se mata, muestra su soberbia, y Dios odia la

soberbia‖. Iscariote: ―¿Muestra la soberbia? Diría yo la desesperación‖. Jesús: ―Y ¿qué es la

desesperación sino soberbia? Considera esto, Judas. ¿Por qué uno se desespera? O porque las

desgracias se ensañan con él y quiere vencerlas por sí solo, sin ser capaz de tanto; o bien porque

es culpable, y juzga de sí mismo que Dios no le puede perdonar. Tanto en el primero como en el

segundo caso, ¿no es reina la soberbia? El hombre que quiere resolver por sí mismo las cosas,

carece de la humildad de tender la mano al Padre y decirle: «No puedo, pero Tú sí puedes.

Ayúdame, porque espero todo, todo lo estoy esperando, de Ti». El otro hombre, el que dice:

«Dios no me puede perdonar», lo dice, porque, midiendo a Dios con el patrón de sí mismo,

piensa que otra persona, ofendida como él ha ofendido, no le podría perdonarle. O sea, también

aquí hay soberbia. El humilde siente compasión y perdona aun cuando sufra por la ofensa

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recibida. El soberbio no perdona. Es soberbio además porque no sabe bajar la cabeza y decir:

«Padre, he pecado, perdona a tu hijo culpable». ¿O es que no sabes, Judas, que el Padre está

dispuesto a disculpar todo, si se pide perdón con corazón sincero y contrito, con corazón

humilde y deseoso de resucitar al bien?‖.

* ―Dios perdona... pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y dado fuerzas

a las almas con su Espíritu, no le será concedido el perdón a quien muera desesperado‖.- ■

Iscariote: ―Pero ciertos pecados no son perdonados. No lo pueden ser‖. Jesús: ―Eso lo dices tú.

Y hasta será verdad, si el hombre así lo quiere. Pero en verdad, en verdad te digo que aun

después del crimen más grande que puedas imaginarte, si el culpable corre a los pies del Padre,

infinitamente perfecto, y llorando le pidiese perdón, le ofreciese expiación, pero sin

desesperarse, el Padre le daría la manera de expiar para merecer el perdón y salvar su alma‖. ■

Iscariote: ―Siendo así, ¿Tú dices que los hombres que cita la Escritura, y que se mataron (1),

hicieron mal?‖. Jesús: ―No es lícito hacer violencia a nadie, y tampoco uno a sí mismo.

Hicieron mal. Según su conocimiento relativo del bien, habrán conseguido de Dios, en ciertos

casos, misericordia. Pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y haya dado fuerzas

a las almas con su Espíritu, a partir de ese momento, no le será concedido el perdón a quien

muera desesperado. Ni en el instante del juicio particular, ni, después de siglos de Gehnna, en

el Juicio Final, ni nunca. ¿Es dureza de Dios esto? ¡No!: ¡Es justicia! Dirá Dios: «Tú, criatura

dotada de razón y de ciencia sobrenatural, a quien crié libre, decidiste seguir el sendero

escogido por ti y dijiste: ‗Dios no me perdona. Estoy separado de Él para siempre. Juzgo que

debo aplicarme, por mí mismo, justicia por mi delito. Dejo la vida para escapar de los

remordimientos‘, sin pensar que ya no habrías sentido remordimientos si hubieses venido a mi

pecho paterno. Recibe eso mismo que has juzgado. Vete. No violento la libertad que te he

dado». Esto dirá el Eterno al suicida. Piénsalo, Judas‖.

* La vida ¿es fin o medio?.- ■ Jesús: “La vida es un don y hay que amarla. Y ¿qué clase de

don es? Un don santo y por esto debe amarse santamente. La vida dura tanto cuanto la carne

resiste. Después empieza la Vida grande, la Vida eterna, que será de felicidad para los justos y

de maldición para los injustos. La vida, ¿es fin o medio? Es medio. Sirve para el fin, que es la

eternidad. Y si es así, demos, pues, a la vida aquello que le haga falta para durar y servir al

espíritu en su conquista: continencia de la carne en todos sus apetitos, en todos; continencia de

la mente, en todos sus deseos, en todos; continencia del corazón en todas sus pasiones que saben

a humano. Mientras que por el contrario, sea ilimitada el ansia hacia las pasiones que llevan al

Cielo: amor a Dios y al prójimo, voluntad de servir a Dios y al prójimo, obediencia a la palabra

divina, heroísmo en el bien y en la virtud. Te he respondido, Judas ¿Te basta la explicación? Sé

siempre sincero y pregunta; y si no sabes lo suficiente, estoy aquí para enseñarte‖.

* ―Judas, he venido para hacer de los hombres, ángeles. Éstos, siendo espirituales, solo

podían tener un pecado: la soberbia, que fue la flecha que afeó a Lucifer”.- ■ Iscariote:

―He comprendido y me basta. Pero... es muy difícil llevar a la práctica lo que he comprendido.

Tú lo puedes porque eres santo. Pero yo... soy un hombre joven, lleno de vitalidad...‖. Jesús:

―He venido para los hombres, Judas, y no para los ángeles, que no tienen necesidad de Maestro.

Los ángeles ven a Dios y viven en su Paraíso, no ignoran las pasiones de los hombres, porque la

Inteligencia, que es su Vida, les hace conocer todo, incluso a aquellos que no son custodios del

hombre. Pero, siendo espirituales, solo pueden tener un pecado, como uno de ellos lo tuvo y

arrastró consigo a los menos fuertes en la caridad: la soberbia, la flecha que manchó y afeó a

Lucifer, el más hermoso de los arcángeles, e hizo de él el monstruo horrible del Abismo. No he

venido para los ángeles, los cuales, después de la caída de Lucifer, se horrorizan incluso ante el

espectro de un pensamiento de orgullo. ■ He venido para los hombres, para hacer de los

hombres ángeles. El hombre era la perfección de la creación. Tenía del ángel el espíritu, y del

animal la completa belleza en todas sus partes animales y morales; no había criatura que le

igualara. Era el rey de la Tierra, como Dios es Rey del Cielo, y un día, el día en que él se

hubiera dormido por última vez en la tierra, iba a ser rey, con el Padre, en el Cielo. Satanás ha

arrebatado las alas al ángel-hombre y, en su lugar, le ha puesto garras de fiera y deseos ardientes

de inmundicia y ha hecho de él un ser al que cuadra más el nombre de hombre-demonio que el

de hombre a secas. ■ Yo quiero borrar la deformación causada por Satanás, destruir el hambre

corrompida de la carne contaminada, devolverle las alas al hombre, y llevarle de nuevo a ser

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rey, coheredero del Padre y del Reino celestial. Sé que el hombre, si realmente quiere, puede

hacer todo lo que digo para volver a ser rey y ángel. No os diría cosas que no pudierais hacer.

No soy uno de esos oradores que predican doctrinas imposibles. He tomado carne verdadera

para poder saber, por experiencia de carne, cuáles son las tentaciones del hombre‖.

* ―Jesús, ¿nunca has pecado o sido tentado alguna vez?”.- “Judas, cuanto podría ignorar

como hombre y juzgarlo mal, lo conozco y juzgo como Hijo de Dios”.- ■ Iscariote pregunta:

―¿Y los pecados?‖. Jesús: ―Todos pueden ser tentados; pecador, tan solo quien quiere serlo‖.

Iscariote: ―Jesús... ¿nunca has pecado?‖. Jesús: ―Nunca he querido pecar. Y ello no porque Yo

sea el Hijo del Padre, sino que es que lo he querido y lo querré, para mostrarle al hombre que el

Hijo del hombre no pecó porque no quiso pecar y que el hombre, si no quiere, puede no pecar‖.

Iscariote: ―¿Has sido tentado alguna vez?‖. Jesús: ―Tengo treinta años, Judas, y no he vivido en

una cueva de algún monte, sino entre los hombres. Y aunque hubiese vivido en el lugar más

solitario de la tierra, ¿tú crees que no habrían venido las tentaciones?... Todo lo tenemos en

torno a nosotros: el bien y el mal. Todo lo llevamos con nosotros. Sobre el bien sopla Dios y lo

aviva como a incensario de agradables y sagrados trozos de incienso. Sobre mal sopla Satanás y,

encendiéndolo, lo hace una hoguera de feroz llama. Pero el cuidado atento y la oración

constante son húmeda arena sobre la llamarada de infierno: la sofocan y la extinguen‖. ■

Iscariote: ―Pero si jamás has pecado, ¿cómo puedes juzgar a los pecadores?‖. Jesús: ―Soy

hombre y soy Hijo de Dios. Cuanto podría ignorar como hombre, y juzgarlo mal, lo conozco y

juzgo como Hijo de Dios. Y... ¡por lo demás!... Judas, respóndeme a esta pregunta: uno que

tiene hambre ¿sufre más cuando dice: «ahora me siento a comer» o cuando dice «no hay

comida para mí»?‖. Iscariote: ―Sufre más en el segundo caso, porque sólo el saberse privado de

la comida le trae a la memoria el olor de las viandas, y las vísceras se retuercen de deseo‖.

Jesús: ―Exacto: la tentación es mordiente como este deseo, Judas. Satanás lo hace más agudo,

exacto y seductor que cualquier acto realizado. Además, después que el acto ha sido terminado

y que tal vez provoque náuseas, la tentación con todo no desaparece, sino que, como un árbol

podado, echa ramas cada vez más vigorosas‖. ■ Iscariote: ―¿Y jamás has cedido?‖. Jesús:

―Jamás he cedido‖. Iscariote: ―¿Cómo lo has conseguido?‖. Jesús: ―He dicho: «Padre, no me

dejes caer en la tentación»‖. Iscariote: ―¡Cómo!... ¿Tú, el Mesías, Tú que obras milagros, has

pedido la ayuda al Padre?‖. Jesús: ―No tan sólo ayuda: le he pedido no me deje caer en la

tentación. ¿Crees tú que, porque Yo sea Yo, puedo prescindir del Padre? (2). ¡Oh, no! En verdad

te digo que el Padre le concede al Hijo todo, pero también te digo que el Hijo recibe todo del

Padre. Y te digo que todo lo que se pida al Padre en mi nombre, será concedido. Pero mira que

hemos llegado a Get-Sammi, donde vivo. Nos volveremos a vernos mañana. Adiós. La paz sea

contigo‖. Iscariote: ―También sea en Ti la paz, Maestro‖.

* ―Bajo mi señal todo se invertirá: no será grande el poderoso sino el humilde y santo”.-

La opción por los pobres.- ■ Iscariote: ― Mas, te querría decir otra cosa. Te acompañaré hasta

el Cedrón y después me vuelvo para atrás. ¿Por qué estás en ese lugar tan humilde? Sabes, la

gente tiene en cuenta muchas cosas. ¿No conoces a alguno en la ciudad que tenga una casa

hermosa? Yo, si quieres, puedo llevarte con amigos. Te acogerán por amistad hacia mí. Serán

moradas más dignas de Ti‖. Jesús: ―¿Crees así? Yo no lo creo. Lo digno y lo indigno están en

todas las clases sociales. Y, no por carecer de caridad, sino para no faltar a la justicia, te digo

que lo indigno, y lo maliciosamente indigno, se encuentra frecuentemente entre los grandes. No

hace falta ser poderoso para ser bueno, como tampoco sirve el ser poderoso para ocultar el

pecado a los ojos de Dios. Todo debe invertirse bajo mi Señal: no será grande el poderoso, sino

el que es humilde y santo‖. Iscariote: ―Pero para ser respetado, para imponerse...‖.. Jesús: ―¿Es

acaso respetado Herodes?... ¿Y Cesar es respetado? ¡No! Los labios y los corazones los

soportan y los maldicen. Créeme, Judas, sobre los buenos, o incluso sobre los que tienen buena

voluntad, sabré imponerme más con la modestia, que con el poderío‖. ■ Iscariote: ―Pero

entonces... ¿despreciarás siempre a los poderosos? Te buscarás enemigos. Pensaba hablar de Ti

a muchos que conozco y que tienen un nombre...‖. Jesús: ―Yo no desprecio a nadie. Iré tanto a

los pobres como a los ricos, a los esclavos como a los reyes, a los puros como a los pecadores.

Pero si bien he de quedar agradecido a quien proporcione pan y techo a mis fatigas, cualquiera

que sea el pan y el techo, verdad es que daré siempre preferencia a lo humilde. Los grandes

tienen ya muchas satisfacciones, los pobres no tienen más que su recta conciencia, un amor fiel,

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e hijos, y el verse escuchados por la mayoría de ellos. Yo siempre me inclinaré hacia los

pobres, los afligidos y los pecadores. Te agradezco tus buenos sentimientos pero déjame en este

lugar de paz y de oración. Vete. Y que Dios te inspire lo que está bien‖. Jesús deja al discípulo y

se interna entre los olivos. Todo termina. (Escrito el 3 de Enero de 1945).

··········································· 1 Nota : ―Quienes cita la Escritura que se mataron‖.- Cfr. 2 Sam. 17,23 ( único caso de verdadero y propio suicidio

mencionado en el AT.); Jue. 9,50-57; 1 Sam. 31; 1 Rey. 16,15-22; 2 Mac. 14,37-46.

2 Nota : En la sexta petición del ―Pater Noster‖: “no nos dejes caer en la tentación‖ no se pide a Dios que no nos

tiente para el mal sino que nos aleje de las pruebas muy duras, como a la que Dios mismo sometió a Abraham y

después como a Jesús en el Huerto de los Olivos.

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1-70-372 (1-33-408).- Jesús se encuentra en Getsemaní con Juan de Zebedeo. Una

consideración: el alma del Templo de Jerusalén está muerta; una encomienda especial para

Juan: debe ser amigo del nuevo discípulo, ―una tierra contaminada con aguas muertas‖.

* Encuentro entre Jesús y Juan de Zebedeo con efusivas manifestaciones de afecto entre

ambos.- Noticias de Simón Zelote (“está feliz a tu servicio”).- ■ Veo que Jesús se dirige a

la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos. Le saluda un jovencillo. Parece que es

del lugar porque lleva en las manos los utensilios para poder cavar. ―Dios sea contigo, Rabí.

Llegó tu discípulo Juan, pero se ha vuelto a marchar a buscarte‖. Jesús: ―¿Hace mucho?‖.

Jovencillo: ―No, acaba de cruzar aquel sendero... Creíamos que vendrías de la parte de

Betania...‖. Jesús se encamina ligero, da vuelta al sendero y ve a Juan que casi corriendo baja

hacia la ciudad y le llama. El discípulo se vuelve y, con el rostro iluminado por la alegría, grita:

―¡Oh, Maestro mío!‖ y regresa corriendo. Jesús abre los brazos y los dos se abrazan

afectuosamente. Juan: ―Iba a buscarte... Pensábamos que estarías en Betania, como habías

dicho‖. Jesús: ―Sí. Eso quería. Debo comenzar a evangelizar también los alrededores de

Jerusalén. Pero luego me entretuve en la ciudad... para instruir a un discípulo nuevo‖. Juan:

―Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos

hemos encontrado en seguida‖. ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los

hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella

intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: ―¿Hace mucho tiempo que habías venido?‖.

Juan: ―No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón (Zelote); ya le he dicho lo

que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de

Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por

allí. Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo

suyo (Lázaro) al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le

conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado

decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente. Quisiera ser como él,

pero soy un muchacho ignorante‖. Jesús: ―No, Juan, también tú haces mucho bien‖. Juan:

―¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?‖. Jesús: ―Muy contento, Juan mío. Mucho‖.

―¡Maestro mío!‖. Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa, y se la pasa por

la cara como una caricia. ■ Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa. El

dueño les saluda: ―La paz sea contigo‖. Responde Jesús: ―Paz a esa casa y a ti, y a quien vive

contigo. Viene conmigo un discípulo‖. Dueño: ―Habrá pan y aceite también para él‖. Juan: ―He

traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret tu Madre me dio pan

y miel para Ti. He caminado sin detenerme pero ha de estar ya duro‖. Juan: ―No importa, Juan.

Tendrá siempre el sabor de las manos de mi Madre‖. ■ Juan saca sus tesoros de la alforja que

había dejado en un rincón, y veo preparar el pescado seco de una manera rara: lo meten varias

veces dentro del agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre la llama. Jesús

bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa. También están sentados a la mesa el

dueño a quien llaman Jonás, y su hijo. La madre va y viene con el pescado, aceitunas negras,

verduras preparadas con aceite. Jesús ofrece también de su miel. La ofrece a la madre

extendiéndosela sobre el pan. ―Es de mi colmena‖ dice ―Mi Madre cuida las abejas. Cómetela,

es sabrosa. Tú, María, eres tan buena conmigo, que mereces esto y más‖ agrega, porque la

mujer no querría privarle de su sabrosa miel. ■ La cena termina pronto. La conversación ha sido

breve. Nada más acabar, después de dar gracias por el alimento recibido, Jesús dice a Juan:

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―Ven. Salgamos un poco al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar un poco

afuera‖. El dueño de la casa dice: ―Maestro, Yo me despido de Ti. Estoy cansado, y también

mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes

cómo se hace‖. Jesús: ―Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una

luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él‖. Jonás: ―¿Y tu discípulo dónde va a dormir?‖.

Jesús: ―Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?‖. Juan, ante la idea de

dormir al lado de Jesús, está sumamente contento.

* ―El Templo debe y debería tener alma de oración y santidad, mas los levitas y sacerdotes

son los primeros en quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Le comunican

la muerte que hay en sus almas. Tienen fórmulas y no la vida de ellas‖.- ■ Salen al olivar.

Pero antes de salir, Juan ha tomado algo de la alforja que había puesto en el rincón. Caminan un

poco y llegan a un punto donde se ve toda Jerusalén. Jesús dice: ―Sentémonos aquí y

hablemos‖. Juan, sin embargo, prefiere estar sentado a los pies de Jesús, sobre la hierba

cortada. Apoya el brazo sobre las rodillas de Jesús. Reclina la cabeza sobre el brazo. Y mira de

cuando en cuando a Jesús. Parece un niño que está junto a la persona a quien más quiere.

―Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche; más que de día‖.

Jesús: ―Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se

ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece

suspendida en el vacío?‖. Juan: ―Parece que la llevan los ángeles en sus alas de plata‖. Jesús

suspira. ■ ―Por qué suspiras, Maestro?‖. Jesús: ―Porque los ángeles han abandonado el Templo.

Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros. Los que deberían de darle ese aspecto al

alma del Templo --pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue

levantado, y el Templo tiene, debería tener, alma de oración y santidad-- son los primeros en

quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Y si los sacerdotes y levitas que viven

allí son muchos, con todo ni una décima de ellos es capaz de dar vida al Lugar Santo. Muerte, sí

que dan. Le comunican la muerte que hay en sus almas, muertas para todo lo que es santo.

Tienen fórmulas, pero no la vida de ellas. Son cadáveres que tienen calor tan solo por la

putrefacción que los hincha‖. Juan: ―¿Te han hecho algún mal, Maestro?‖ Jesús: ―No, antes

bien, me dejaron hablar cuando lo pedí‖. Juan: ―¿Lo pediste?... ¿Por qué?‖. Jesús: ―Porque no

quiero ser Yo el que empiece la lucha. Esta vendrá por sí misma. Porque en algunos produciré

un terror humano que no tiene razón de ser, y seré un reproche para otros. Pero esto debe estar

en el libro de ellos, no el mío‖.

* Juan ofrece a Jesús protección (su familia, por razón de negocio del pescado, conoce a

Anás y Caifás) y alojamiento más digno junto al Hípico (un mercader conocido de su

familia).- ■ Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez; dice: ―Maestro... yo

conozco a Anás y a Caifás. Por razón de negocios, mi familia ha estado en contacto con ellos, y,

cuando estuve en Judea, por causa del Bautista, venía también al Templo, y ellos nos trataban

bien a nosotros los hijos de Zebedeo. Mi padre les provee con el mejor pescado. Es costumbre...

¿sabes? Cuando se quiere tener amigos, y quiere uno conservarlos, es necesario obrar así...‖.

Jesús: ―Lo sé‖. Jesús está serio. Juan insiste: ―Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Ti

al Sumo Sacerdote. Y luego... si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con

mi padre. Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque

son personas ricas, y también muy buenas. Estarías más cómodo y te cansarías menos. Además,

para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan desordenado y siempre

lleno de asnos y de muchachos pendencieros‖. Jesús: ―No, Juan. te lo agradezco, pero estoy

bien aquí. ¿Ves cuánta paz? ■ Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la

misma propuesta. Él decía: «Para estar mejor considerado»‖ Juan: ―Yo lo decía para que te

cansaras menos‖. Jesús: ―No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes

qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso... qué carga!... es como si llevara un peso en

el corazón‖. Jesús: ―Yo te amo, Jesús‖. Jesús: ―Sí, y me das mucho consuelo. Te quiero mucho

Juan; te querré siempre, porque jamás me traicionarás‖.

* ―Oye Juan, cordero sin trasquilar... pero también águila..., te ruego que, conservándote

tal cual eres, seas amigo del nuevo discípulo, experto de la vida, para que le transmitas tu

corazón”.- ■ Juan, con asombro: ―¡Traicionarte!‖. Jesús: ―Y, sin embargo, habrá muchos que

me traicionarán... Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo.

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Es joven judío, instruido y conocido‖. Juan: ―Entonces te encontrarás mejor con él que con

nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas a alguno más capaz que nosotros‖. Jesús: ―¿Crees

que tendré que trabajar menos?‖. Juan: ―¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te

entenderá mejor y te servirá mejor, sobre todo si te ama mejor‖. Jesús: ―Exacto. Lo has dicho

bien. Pero el amor no está en proporción con la instrucción, y ni siquiera con la educación. Uno

que jamás ha amado y ama por vez primera, ama con toda la fuerza de ese primer amor suyo. Lo

mismo sucede con el primer amor del pensamiento. El amado penetra, se imprime más en un

corazón y en un pensamiento donde antes jamás había habido otro amor, que en aquel en quien

ha habido ya otros amores. Pero, Dios dispondrá... ■ Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo.

Mi corazón tiembla de ponerte a ti, cordero sin trasquilar, junto al experto de la vida; pero, por

otra parte, se calma, porque sabe que tú serás, sí, cordero, pero también águila y si el experto

quiere hacerte tocar el suelo, siempre fangoso, sabrás librarte de él y querer solo el azul y el sol.

Por eso te ruego que... conservándote tal cual eres, seas amigo de mi nuevo discípulo, que no

será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón...‖.

Juan: ―¡Maestro! Pero... ¿no bastas Tú?‖. Jesús: ―Yo soy el Maestro. A Mí no se me dirá todo.

Tú eres el condiscípulo, un poco más joven, con quien será más fácil abrirse. No te digo que me

repitas lo que él te diga. Odio a los espías y traidores. Pero te ruego le evangelices con tu fe y

caridad y con tu pureza. Es una tierra contaminada con aguas muertas; hay que secarla con el sol

del amor, purificarla con la honestidad del pensamiento, deseos y obras, cultivarla con la fe.

Puedes hacerlo‖. Juan: ―Si Tú dices que lo pueda hacer, lo haré por amor a Ti.‖ Jesús: ―Gracias,

Juan‖.

* La consabida bolsa del desconocido de Cafarnaúm.-El nombre del nuevo discípulo.-

Noticias de Tomás: por la vía del mar, va al encuentro de Felipe y Bartolomé. “Siendo de

caracteres tan diferentes, el amor por la causa de Dios debe uniros... Tú, Juan, en nuestra

familia, eres la paz amorosa del Mesías de Dios”.- ■ Juan dice: ―Maestro, has mencionado a

Simón Pedro. Y ahora me acuerdo de lo que ante todo tenía que decirte. La alegría de oírte

me lo había alejado del pensamiento. Después de volver a Cafarnaúm, pasada la fies ta de

Pentecostés, encontramos la consabida suma de ese desconocido (1). El niño se la había

llevado a mi madre. Yo se la di a Pedro y él me la devolvió diciendo que la usase un poco

para el regreso y la estancia en Doco y que el resto te lo trajera a Ti para lo que pudieras

necesitar... porque también Pedro pensaba que éste es un lugar incómodo... Pero Tú dices que

no... Yo sólo he sacado dos denarios para dos pobrecillos que encontré cerca de Efraín. Por lo

demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me han dado algunas

buenas personas a las que he predicado tu Nombre. Aquí tienes la bolsa‖. Jesús: ―Se la

distribuiremos mañana a los pobres. Así también Judas aprenderá nuestras costumbres‖. ■ Juan:

―¿Ha venido tu primo? ¿Cómo se las ha arreglado para darse tanta prisa? Estaba en Nazaret

y no me habló de partir...‖.Jesús: ―No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú le has

visto por Pascua, aquí, la tarde de la curación de Simón. Estaba con Tomás‖. Juan: ―¡Ah!

¿es él?‖. — Se le nota un poco turbado a Juan. Jesús: ―Es él. ■ ¿Y Tomás qué hace?‖. Juan:

―Ha obedecido lo que habías dicho, dejando a Simón Cananeo y yendo por la vía del mar al

encuentro de Felipe y Bartolomé‖. Jesús: ―Sí, quiero que os améis sin preferencias, ayudándoos

mutuamente, comprendiéndoos mutuamente. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes ni los

viejos. Pero si tenéis buena voluntad llegaréis a la perfección; lo que os falte lo pondré Yo.

Vosotros sois como los hijos de una santa familia. En ella hay muchos caracteres

distintos. Uno es fuerte; el otro, dulce o valiente o tímido o impulsivo o muy cauto. Si

todos fuerais iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento, pero estaríais

incompletos en todos los demás; mientras que así formáis una unión perfecta porque os

completáis unos a otros. El amor os une --debe uniros--, el amor por la causa de Dios‖. Juan:

―Y por Ti, Jesús‖. Jesús: ―Primero la causa de Dios y luego el amor hacia su Mesías‖. Juan:

―Yo... ¿qué soy yo en nuestra familia?‖. Jesús: ―Eres la paz amorosa del Mesías de Dios, ¿estás

cansado, Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a orar‖. Juan: ―Yo también me quedo a orar

contigo. Déjame quedarme a orar contigo‖. Jesús: ―Bien, quédate‖. Jesús recita algunos

salmos y Juan le sigue; pero la voz se apaga, y el apóstol se queda dormido con la cabeza

en el regazo de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre los hombros del durmiente y

continúa orando mentalmente. La visión termina así. (Escrito el 4 de Enero de 1945).

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····································· 1 Nota : Se trata del publicano Mateo, quien antes de su aceptación como discípulo, fue enviando a Jesús, de forma

anónima, bolsas de dinero, sirviéndose de un niño de Cafarnaúm.

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1-70-377 (1-34-413 ).- Comparación entre Juan de Zebedeo e Iscariote.

* “Juan es aquel que se despoja aun de su modo de pensar y juzgar para ser «el

discípulo»... Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo, conserva su modo de

pensar”.- ■ Dice Jesús: ―Una comparación más entre mi Juan y el otro discípulo; comparación

en la que aparece siempre más clara la figura de mi predilecto. Juan es aquel que se despoja aun

de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo». Es el que se dona sin querer quedarse

para sí con nada de lo que era antes de su elección. Judas es el que no se quiere despojar de sí

mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de

pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la gracia. ■ Judas: cabeza

de todos los apóstoles fallidos... ¡y son tantos...! Juan: cabeza de los que se hacen hostia por

amor a Mí. Es tu antecesor. Yo y mi Madre somos Hostias por excelencia. Llegar hasta

nosotros es difícil, mejor dicho, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total.

¡Pero mi Juan!... Es esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas clases: virgen, mártir,

confesor, predicador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo, contemplativo; él dispone de

un ejemplo para todos: es aquél que ama. ■ Observa los distintos modos de pensar. Judas

investiga, cavila, escudriña, y, aunque externamente parece que cede, en realidad conserva su

modo de pensar. Juan se siente nada, acepta todo, no pide razones, se contenta con hacerme

feliz. He aquí el modelo. ¿Y no te has sentido invadida de paz ante su amor sencillo y

encantador?...¡Oh, Juan mío! Mi pequeño Juan que quiero que seas siempre más semejante a mi

amado. Acepta todo, diciendo al igual que el apóstol: «Todo lo que Tú haces, está bien hecho»

para que merezcas que Yo te diga: «Eres mi paz llena de amor». Tengo necesidad también Yo

de consuelo, María. Dámelo. Sea mi corazón para tu descanso‖. (Escrito el 4 de Enero de 1945).

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1-71-378 (1-35-414).- Iscariote, presentado a Juan y Simón Zelote.- Zelote y Lázaro de Betania (1).

* Jesús quiere hacer las veces de padre con un Judas que no se digna a abrir su corazón.- ■ Veo que Jesús se pasea con Judas Iscariote yendo y viniendo junto a una de las puertas del

recinto del Templo. Judas pregunta: ―¿Estás seguro que vendrá?‖. Jesús: ―Lo estoy. Al alba

partiría de Betania y en Get-sammi debería de haberse encontrado con mi primer discípulo...‖.

Jesús se detiene y mira fijamente a Judas. Le tiene frente a Sí; le estudia. Después le pone una

mano encima del hombro y le pregunta: ―¿Por qué, Judas, no me dices lo que estás pensando?‖.

Iscariote: ―¿Qué cosa? No pienso en nada especial en este momento, Maestro. Te hago hasta

demasiadas preguntas. No puedes lamentarte de mi mutismo‖. Jesús: ―Me haces muchas

preguntas y me das muchas informaciones detalladas sobre la ciudad y sus habitantes. Pero no

me abres tu corazón. ¿Crees que me interesen mucho las noticias sobre el censo o sobre la

estructura de esta o aquella familia? No soy un ocioso que haya venido aquí en plan de pasar el

tiempo. Tú sabes para qué he venido. Y, como puedes comprender, ante todo me apremia ser el

Maestro de mis discípulos. Por eso exijo de ellos sinceridad y confianza. ■ ¿Te quería tu padre,

Judas?‖. Iscariote: ―Me quería mucho. Era yo su orgullo. Cuando regresaba de la escuela, e

incluso después, cuando volvía a Keriot desde Jerusalén, quería que le dijese todo. Se interesaba

de todo lo que yo hacía. Si eran cosas buenas, se alegraba. Si eran menos buenas, me consolaba.

Si había cometido un error (como alguna vez, ya se sabe, cualquiera se equivoca), y, por ello,

me reprendía, él me mostraba toda la justicia de la represión recibida, o en dónde estaba el error

de lo que yo había hecho. Pero lo hacía tan dulcemente... que parecía un hermano mayor. Casi

siempre terminaba de este modo: «Esto te lo digo porque quiero que mi Judas sea una persona

justa. Quiero que me bendigan a través de mi hijo...». Mi padre...‖. Jesús, que ha estado mirando

en todo momento fija y atentamente al discípulo, sinceramente conmovido ante la evocación del

padre, dice: ―Mira, Judas, estate seguro de cuanto te digo. Ninguna obra le hará más feliz a tu

padre como el que me seas un discípulo fiel. El espíritu de tu padre se regocijará, allí donde está

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en espera de la luz --porque si te educó así debió de haber sido justo--, si ve que eres discípulo

mío. Mas... para serlo, debes de decirte: «He vuelto a encontrar a mi padre perdido, al padre que

parecía un hermano mayor; le he encontrado de nuevo en mi Jesús, y a Él, al igual que al padre

amado a quien todavía lloro, le diré todo, para que sea mi guía, para que tenga yo sus

bendiciones y sus dulces reproches». ¡Quiera el Eterno y quieras tú, sobre todo tú, que Jesús no

tenga otra cosa que decirte sino: «Eres bueno. Te bendigo!»‖. Iscariote: ―¡Oh, sí, Jesús, sí! Si

me llegas a amar tanto, podré ser bueno como Tú quieres y como quería mi padre. Y mi madre

así ya no tendrá más esa espina en su corazón. Ella siempre decía: «Te has quedado sin guía,

hijo, y todavía tenías mucha necesidad de ella». ¡Cuando sepa que te tengo a Ti...!‖. Jesús: ―Te

amaré como ningún otro hombre sería capaz de hacerlo. Te amaré mucho. Mucho te amaré. No

me desengañes‖. ■ Iscariote: ―No, Maestro, no. Estaba lleno de contradicciones, envidias, celos,

manía de ser el primero, carne... todo chocaba dentro de mí contra las voces buenas. Incluso

hace poco, ¿ves?, Tú me has causado un dolor. Bueno, Tú, no, me lo causó mi malvada

naturaleza... Yo creía que era tu primer discípulo... y me has dicho que tienes ya otro‖. Jesús:

―Lo viste tú mismo. ¿No recuerdas de que en el Templo, durante la Pascua, estaba Yo con

algunos galileos?‖. Iscariote: ―Creía que eran amigos... Creía que yo era el primer discípulo

elegido y, por tanto, el predilecto‖. Jesús: ―En mi corazón no hay distinción entre los últimos y

los primeros. Si el primero faltase y el último fuese santo, entonces sí se crearía ante los ojos de

Dios la distinción. Pero Yo... Yo los amaré igual: con un amor de dicha al santo, y con un amor

que sufre al pecador.■ Pero mira, allí viene Juan con Simón. Juan es mi primero y Simón es

aquel de quien te hablé hace dos días. Tú ya los has visto a Simón y a Juan. Uno estaba

enfermo...‖. Iscariote: ―¡Ah, el leproso! Recuerdo. ¿Es ya tu discípulo?‖. Jesús: ―Desde el día

siguiente‖. Iscariote: ―Y yo, ¿por qué he debido esperar tanto?‖. Jesús: ―¡¿Judas?!‖. Iscariote:

―Es verdad. Perdón‖.

* S. Zelote habla a Jesús de Lázaro de Betania.- ■ Juan ya vio al Maestro y se lo indica a

Simón. Apresuran el paso. Juan y Jesús se saludan con un beso mutuo. Simón, por el contrario,

se echa a los pies de Jesús, y los besa exclamando: ―¡Gloria a mi Salvador! Bendice a tu siervo

para que sus acciones sean santas a los ojos de Dios, y yo le dé gloria bendiciéndole por

haberme otorgado a Ti‖. Jesús le pone la mano sobre la cabeza: ―Sí, te bendigo para agradecerte

tu trabajo. Levántate, Simón. Juan, Simón... ¡éste es el último discípulo! También él quiere la

Verdad. Por esto es un hermano para todos vosotros‖. Se saludan entre sí: los dos judíos con

recíproca indagación, Juan con franqueza. ■ Jesús pregunta: ―¿Estás cansado, Simón?‖. Zelote:

―No, Maestro, junto con la salud me ha venido un vigor, como no lo había tenido antes‖. Jesús:

―Y sé que lo empleas bien. He hablado con muchos y todos me han referido de ti que les habías

hablado del Mesías‖. Simón sonríe contento y dice: ―Aun ayer tarde hablé de Ti a un israelita

(Lázaro de Betania) honrado. Espero que un día le conocerás. Querría yo ser quien te llevase a

él‖. Jesús: ―Eso no es imposible‖. ■ Judas interrumpe: ―Maestro, me prometiste venir conmigo

a Judea‖. Jesús: ―E iré. Simón continuará instruyendo a la gente sobre mi venida. Amigos, el

tiempo es breve y la gente es mucha. Ahora voy con Simón. Por la tarde vosotros dos vendréis a

mi encuentro por el camino del Monte de los Olivos. Distribuiremos dinero a los pobres. ¡Id!‖.

Jesús, solo con Simón, le pregunta: ―¿Esa persona de Betania es un verdadero Israelita?‖.

Zelote: ―Lo es. Existen en él todas las ideas imperantes, pero tiene una verdadera ansia por el

Mesías. Y cuando le dije: «Está Él entre nosotros» al punto me dijo: «Feliz de mí que vivo en

estos tiempos»‖. Jesús: ―Algún día iremos a su casa a llevarle mi bendición‖.

* Jesús pide a Zelote comprensión y ayuda para formar a Iscariote.- ■ Luego Jesús

pregunta a Zelote: ―¿Has visto al nuevo discípulo?‖. Zelote: ―Sí, es joven y parece inteligente‖.

Jesús: ―Lo es. Tú que eres judío le compadecerás, más que los otros, por sus ideas‖. Zelote:

―¿Es un deseo o una orden?‖. Jesús: ―Es una dulce orden. Tú que has sufrido, puedes tener

mayor comprensión. El dolor es maestro de muchas cosas‖. Zelote: ―Si Tú me lo mandas, seré

para él comprensión‖. Jesús: ―Así es, probablemente mi Pedro, y no tan solo él, se escandalizará

un poco al ver cómo cuido a este discípulo y me preocupo de él. Pero algún día comprenderá...

Cuanto peor formado está uno, más necesidad tiene de cuidados. Los otros... ¡oh!, los otros se

forman incluso por sí mismos, por el solo contacto. Yo no quiero hacer todo solo. Pido la

voluntad del hombre y la ayuda de los demás para formar a un hombre. Os llamo para que me

ayudéis... y os agradezco la ayuda‖. ■ Zelote: ―Maestro, ¿estás suponiendo que te va a

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defraudar?‖. Jesús: ―No. Pero es joven y se ha formado en Jerusalén‖. Jesús: ―¡Oh! Cerca de Ti

se curará de todos los vicios de esta ciudad... Estoy seguro de ello. Yo, viejo ya y cansado de la

vida, me he sentido nuevo desde que te he visto‖. Jesús susurra: ―Que así sea‖... Y la visión

termina. (Escrito el 6 de Enero de 1945).

·········································· 1 Nota : Lázaro de Betania.- Cfr.: Personajes de la Obra magna: Lázaro y familia.

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1-72-381 (1-36-418).- Jesús, Juan, Simón Zelote y Judas de Keriot van hacia Belén.

* Iscariote pide para su alma la misma curación que obtuvo el alma de Zelote.-. ■ Veo

que al rayar el alba, Jesús está en la misma puerta con Juan y luego se le unen los discípulos

Simón y Judas. Oigo que dice: ―Amigos, os ruego vengáis conmigo por la Judea, si no os cuesta

demasiado, sobre todo a ti, Simón‖. Zelote: ―¿Por qué, Maestro?‖. Jesús: ―El camino es muy

duro por los montes de Judea... y tal vez incluso te resultará más duro el encontrar a ciertas

personas que te han causado daño‖. Zelote: ―Por lo que toca al camino, te aseguro una vez más,

que después de que me sanaste soy más fuerte que un joven y no siento ninguna fatiga; además,

siendo por Ti, y, ahora contigo, menos... Por lo que respecta al encuentro con los que me

hicieron mal, en el corazón de Simón, desde que es tuyo, ya no hay rencores, y ni siquiera

sentimientos duros. El odio cayó juntamente con las escamas de la enfermedad. Y no sé,

créemelo, si has hecho un milagro mayor al curarme la carne corroída o el alma abrasada por el

rencor. Pienso que no me equivoco si digo que el milagro más grande fue éste último. Sana

siempre con menos facilidad una llaga del espíritu... y Tú me has curado de un golpe. Esto es un

milagro, porque uno no se cura de repente aunque quiera hacerlo con todas sus fuerzas; no se

cura el hombre de un hábito moral, si Tú no anulas ese hábito con tu querer santificante‖. Jesús:

―No te equivocas al juzgar así‖. ■ Judas, un poco resentido, pregunta: ―¿Por qué no lo haces así

con todos?‖. Juan: ―Pero si lo hace, Judas. ¿Por qué hablas así al Maestro? ¿No te sientes

cambiado desde que estás con el Maestro? Yo ya era discípulo de Juan el Bautista, pero me

siento cambiado completamente desde que Él me dijo: «Ven»‖. Juan, que generalmente nunca

interviene, sobre todo si tiene que hacerlo delante del Maestro, esta vez no sabe quedarse

callado. Dulce y cariñoso ha puesto una mano sobre el brazo de Judas, como para calmarle, y le

habla preocupada y persuasivamente. Al caer en la cuenta de que había hablado antes que Jesús,

se sonroja y dice: ―Perdón, Maestro, hablé en tu lugar... pero quería... quería que Judas no te

causase ningún dolor...‖. Jesús: ―Sí, Juan. Pero no me ha causado ninguna pena como discípulo.

Cuando lo sea, si entonces continúa en su modo de pensar, me causará dolor. ■ Tan solo me da

tristeza el constatar lo corrompido que está el hombre por Satanás, y cómo éste le aparta el

pensamiento del recto camino. ¡Todos, ¿sabéis?, todos tenéis el pensamiento turbado por él!

Pero vendrá, sí, vendrá el día en que tendréis la Fuerza de Dios, la Gracia; tendréis la Sabiduría

con su Espíritu... Entonces dispondréis de todo para juzgar justamente‖. Iscariote: ―¿Y todos

podremos juzgar justamente?‖. Jesús: ―No, Judas‖. Iscariote: ―Pero ¿hablas de nosotros, los

discípulos o de todos los hombres?‖. Jesús: ―Hablo refiriéndome primero a vosotros, después a

los demás. Cuando llegue la hora, el Maestro instituirá discípulos y los mandará por el

mundo...‖. Iscariote: ―¿No lo estás haciendo ya?‖. Jesús: ―Por ahora solo me sirvo de vosotros

para que digáis: «Está el Mesías entre nosotros. Venid a Él». Llegada la hora, os haré capaces

de que prediquéis en mi nombre, que hagáis milagros en mi nombre...‖. Iscariote: ―¡Oh!,

¿también milagros?‖. Jesús: ―Sí, en los cuerpos y en las almas‖. Judas está feliz ante esta idea y

exclama: ―¡Oh! ¡Cómo nos admirarán entonces!‖. ■ Juan dice: ―Pero ya no estaremos con el

Maestro entonces y... yo tendré siempre miedo de hacer lo que es de Dios a mi manera de

hombre‖, y mira a Jesús pensativamente, y hasta con un dejo de tristeza. Zelote dice: ―Juan, si el

Maestro permite, me gustaría decirte lo que pienso‖. Jesús: ―Díselo a Juan. Deseo que

mutuamente os aconsejéis‖. Zelote: ―¿Y sabes que es un consejo?‖. Jesús sonríe y calla. Zelote:

―Pues bien, te digo entonces, Juan, que no debes, no debemos temer. Apoyémonos en su

sabiduría de Maestro santo y en su promesa. Si Él dice: «Os enviaré», señal es de que sabe que

nos puede enviar sin que le perjudiquemos a Él ni a nosotros, o sea, a la causa de Dios que todos

amamos como se ama a la propia esposa recién casada. Si Él nos promete vestir nuestra miseria

intelectual y espiritual con los rayos de la potencia que el Padre le da para nosotros, debemos

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estar seguros de que lo hará, y nosotros tendremos ese poder de que nos habla el Maestro, no

por nosotros, sino por su misericordia. Pero ciertamente todo esto sucederá así si no

introducimos el orgullo, el deseo humano en nuestro obrar. Pienso que si corrompemos nuestra

misión, que es completamente espiritual, con elementos que son terrestres, entonces la promesa

de Cristo decaerá también; no por incapacidad suya, sino porque nosotros ahogaremos esta

capacidad con la soga de la soberbia. No sé si me explico bien‖. ■ Iscariote le responde: ―Te

explicas muy bien. Me he equivocado yo. Pero mira... pienso que, en el fondo, desear ser

admirados como discípulos del Mesías, suyos hasta el punto de haber merecido hacer lo que Él

hace, es deseo de aumentar aún más la figura potente del Mesías entre las gentes. Alabanzas al

Maestro, que tiene tales discípulos; esto es lo que quería decir yo‖. Zelote: ―No todo es erróneo

en tus palabras‖.

* “Judas, yo vengo de una casta perseguida por haber entendido mal qué es el Mesías....

Durante la persecución y después la segregación he pensado mucho... y he visto la

verdadera figura del Mesías, la Tuya, Maestro...‖.- ■ Y acto seguido Zelote se explica:

―Pero... mira, Judas. Yo vengo de una casta perseguida por... por haber entendido mal qué y

cómo debe de ser el Mesías. Sí. Si lo hubiésemos esperado con justa visión de su ser, no

habríamos podido caer en errores que son blasfemias contra la Verdad y rebelión contra la ley

de Roma; por lo cual tanto Dios como Roma nos han castigado. Hemos querido ver en el

Mesías a un conquistador y a un libertador de Israel, a un nuevo Macabeo y más grande que el

héroe Judas... Esto solo. Y ¿por qué? Porque hemos cuidado más de nuestros intereses (los de la

Patria y los de los ciudadanos), que de los intereses de Dios. ¡Oh!, santo es también el interés

por la Patria. Pero ¿qué es comparado con el Cielo eterno? He aquí cuanto he pensado y visto en

las largas horas de persecución, primero, y de segregación después; cuando, fugitivo, me

escondía en las cuevas de las bestias salvajes, condividía con ellas el lecho y la comida, para

escapar de la fuerza romana, y sobre todo de las delaciones de los falsos amigos; o cuando, en

espera de la muerte, gustaba ya el olor del sepulcro en mi cueva de leproso. ■ ¡Cuánto he

pensado y he visto! He visto... la figura verdadera del Mesías... la tuya, Maestro humilde y

bueno, la tuya, Maestro y Rey del espíritu, la tuya, ¡oh Mesías!, Hijo del Padre, que llevas al

Padre, y no a los palacios de la tierra, no a las deidades de barro. ¡Tú... oh!, me resulta fácil

seguirte...porque --perdona mi osadía que se proclama justa-- porque te veo como te he pensado;

te reconozco, enseguida te reconocí. Sí, no se trataba de un conocimiento de Ti, sino un

reconocer a Uno que el alma había conocido...‖. Jesús: ―Por esto te llamé... y por esto te llevo

conmigo, ahora en este mi primer viaje a Judea. Quiero que completes el reconocimiento... y

quiero que también éstos, a los que la edad no los hace así capaces de llegar a la verdad por

medio de una meditación constante, sepan cómo su Maestro ha llegado a esta hora... Después

entenderéis. ■ Pero henos aquí a la vista de la torre de David. La puerta Oriental está cerca‖.

Iscariote: ―¿Salimos por ella?‖. Jesús: ―Sí, Judas. Primero vamos a Belén. Nací allí... Es bueno

que lo sepáis para que lo digáis a los demás. También esto entra en el conocimiento del Mesías

y de la Escritura. Encontraréis las profecías escritas en las cosas con voces que no pertenecen ya

más a la profecía sino a la historia. Demos vuelta rodeando por las casas de Herodes...‖.

Iscariote: ―La vieja zorra malvada y lujuriosa‖. Jesús: ―No juzguéis. Es Dios quien juzga.

Vayamos por aquella vereda, entre las hortalizas. Nos cobijaremos bajo la sombra de un árbol,

cerca de algún hospitalario lugar, hasta que el sol deje de quemar. Después proseguiremos el

camino‖. La visión termina. (Escrito el 7 de Enero de 1945).

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1-73-384 (1-37-422).- En las cercanías de Belén, en casa de un campesino, noticias sobre la

matanza de Herodes y la suerte de Ana. Visita a la Gruta de la Natividad. * En la casa de un campesino de Belén.

●“Sé que he sido puesto para prueba y contradicción de muchos”.- ■ El camino es un

sendero pedregoso, polvoriento, que el sol del estío ha quemado. Discurre entre grandes olivos,

todos cargados con pequeñas aceitunas. El suelo, en los lugares que aún no han sido pisados,

está cubierto con las florecillas del olivo, que cayeron después de la fecundación. Jesús, con los

tres, camina en fila india a lo largo del margen del camino, donde la sombra de los olivos ha

conservado todavía verde la hierba, y por ello hay menos polvo. El camino cambia de

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dirección en ángulo recto, y sube levemente hacia una cuenca que tiene forma de amplia

herradura, en la que están esparcidas numerosas casas, más o menos grandes, hasta formar una

pequeña ciudad. Exactamente en el punto en que el camino tuerce, hay una construcción cúbica

cubierta por una pequeña cúpula baja; está completamente cerrada, como abandonada. Zelote

dice: ―¡He allí el sepulcro de Raquel!‖. Iscariote: ―Entonces ya casi hemos llegado. ¿Entramos

inmediatamente en la ciudad?‖. Jesús: ―No, Judas. Primero os enseñaré un lugar... Después

entraremos en la ciudad y como todavía el día es claro y por la noche habrá luna, podremos

hablarle a la población, si quiere escuchar‖. Iscariote: ―¿Cómo quieres que no te escuche?‖. ■

Han llegado al sepulcro, antiguo pero bien conservado, y bien pintado en blanco. Jesús se

detiene a beber en un rústico pozo cercano. Una mujer, que ha venido a sacar agua, se la ofrece.

Jesús le pregunta: ―¿Eres de Belén?‖. Mujer: ―Lo soy. Pero ahora, en tiempo de recolección,

estoy con mi marido en estos campos, para cuidar los huertos y los árboles frutales. Tú, ¿eres

galileo?‖. Jesús: ―Nací en Belén, pero estoy en Nazaret de Galilea‖. Mujer: ―¿Tú también

perseguido?‖. Jesús: ―La familia. Pero por qué dices: «¿Tú también?» ¿Hay muchos

perseguidos entre los betlemitas?‖. Mujer: ―¿No lo sabes? ¿Cuántos años tienes?‖. Jesús:

―Treinta‖. Mujer: ―Si es así... naciste exactamente cuando... ¡Oh, qué desgracia! Pero... ¿pero

por qué nació Aquél aquí?‖. Jesús: ―¿Quién?‖. Mujer: ―Aquél que se decía que era el Salvador.

Maldición a esos estúpidos que, borrachos de sidra, vieron ángeles en las nubes, oyeron voces

celestiales en los balidos y rebuznos y, en medio de su semioscura embriaguez, tomaron a tres

miserables por los más santos de la tierra. ¡Maldición a ellos! ¡Y a quien creyó en ellos!‖.

Jesús: ―Pero no explicas, con todas tus maldiciones qué sucedió. ¿Por qué maldices?‖. Mujer:

―Porque... Óyeme: ¿a dónde quieres ir?‖. Jesús: ―A Belén con mis amigos. Tengo compromisos

allí. Debo saludar a viejos amigos y llevarles el saludo de mi Madre. Pero antes quisiera saber

muchas cosas, porque nosotros los de la familia hace muchos años que estamos ausentes.

Dejamos la ciudad cuando yo era de unos cuantos meses‖. ■ Mujer: ―Antes de la desgracia,

entonces. Oye, si no te repugna la casa de un campesino, ven con nosotros a compartir el pan y

la sal, Tú y tus compañeros. Hablaremos durante la cena y os daré alojo hasta mañana. Tengo

una casa muy pequeña, pero en el pajar hay mucho heno amontonado. La noche es cálida y

serena. Creo que podrás dormir‖. Jesús: ―El Señor de Israel pague tu hospitalidad. Con gusto

voy a tu casa‖. Mujer: ―El peregrino trae siempre bendiciones consigo. Vamos. Pero antes debo

echar seis cántaros de agua a las verduras‖. Jesús: ―Yo te ayudo‖. Mujer: ―No, Tú eres un señor.

Lo dice tu modo de obrar‖. Jesús: ―Soy un obrero, mujer. Y éste es pescador. Y éstos, judíos,

son de censo y empleo. No Yo‖. Y toma el cántaro que estaba cerca del brocal del pozo, le pone

la cuerda y lo baja. Los otros no quieren ser menos y dicen a la mujer: ―¿Dónde está el huerto?

Muéstranoslo: llevaremos allí los cántaros‖. Mujer: ―Dios os bendiga. Tengo los riñones

destrozados de tanto trabajar. Venid...‖.Y mientras Jesús saca su cántaro, los otros tres

desaparecen por un vericueto... después regresan con dos cántaros vacíos, los llenan y se van. Y

así lo hacen no tres veces, sino hasta diez. Y Judas con la sonrisa en la boca dice: ―Se muere de

bendecirnos. Hemos echado tanta agua en la verdura que por dos días por lo menos, la tierra

estará mojada y esta mujer no acabará con sus riñones‖. ■ Y cuando vuelve por última vez dice:

―Maestro, de todas formas, me parece que hemos venido a parar a un mal sitio‖. Jesús: ―¿Por

qué Judas?‖. Iscariote: ―Porque la tiene tomada con el Mesías. Le dije: «No blasfemes. ¿No

sabes que el Mesías es la mayor gracia para el pueblo de Dios? Jeová se lo prometió a Jacob y a

todos los profetas y justos de Israel, ¿y tú le odias?»‖. Me respondió: «No odio a Él, sino al que

los pastores borrachos y los malditos Magos de Oriente, llamaron Mesías». Eso me dijo y...

puesto que eres Tú...‖. Jesús: ―No importa. Sé que he sido puesto para prueba y contradicción

de muchos. ¿Le dijiste quién soy Yo?‖. Iscariote: ―No. No soy tonto. Quise librar tus espaldas y

las nuestras‖. Jesús: ―Hiciste bien. No por tratarse de las espaldas, sino porque Yo deseo

manifestarme cuando lo crea conveniente. Vamos‖. Judas los guía hasta el huerto.

● Jesús, que hace recordar las profecías del A.T. sobre Belén y sobre la matanza de los

inocentes, es rechazado por el campesino, penetrado, como todo betlamita, de odio hacia

aquellos que, según ellos, fueron la causa de la matanza.- ■ La mujer echa los tres últimos

cántaros y luego los lleva a una casa campestre que está en medio de árboles frutales. ―Entrad‖

dice. ―Mi marido está ya en la casa‖. Entran en una pequeña y húmeda cocina. Jesús saluda:

―La paz sea en esta casa‖. El campesino responde: ―Quien quiera que seas Tú, sea la bendición

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contigo y con los tuyos. Entra‖. Y trae al punto un lavamanos con agua para que los cuatro se

refresquen y se limpien. Se sientan en una mesa rústica y dice: ―Os agradezco en nombre de mi

mujer. Me ha dicho lo que habéis hecho. Yo nunca había tratado a los galileos, y me habían

dicho que eran vulgares y pendencieros. Pero vosotros habéis sido gentiles y buenos. ¡Estando

ya cansados... trabajar tanto! ¿Venís de lejos?‖. Jesús: ―De Jerusalén. Éstos son judíos. Éste y

Yo somos de Galilea. Pero créeme hombre: el bueno y el malo se encuentran en donde quiera‖.

Campesino: ―Es verdad. Yo, como primer encuentro con los galileos, encuentro a los buenos.

Mujer, trae la comida. No tengo más que pan, verduras, aceitunas y queso. Soy campesino‖.

Jesús: ―Yo tampoco soy un señor. Soy carpintero‖. Campesino: ―¿Tú? No, a juzgar por tus

modales‖. La mujer interrumpe: ―Nuestro huésped es de Belén, te lo dije, y, si persiguen a los

suyos, habrán sido quizás ricos e instruidos como lo eran Josué de Ur, Matías de Isaac, Leví de

Abrahám... ¡pobres desgraciados!‖. Campesino: ―Nadie te preguntó. Perdónala. Las mujeres son

más parlanchinas que los pájaros al oscurecer‖. Jesús: ―¿Eran familias de Belén?‖. Campesino:

―¿Cómo?... ¿No sabes quiénes eran, siendo Tú de Belén?‖. Jesús: ―Huimos cuando yo apenas

tenía unos cuantos meses‖. La mujer que en verdad debe ser una parlanchina dice de nuevo:

―Se fue antes de la matanza‖. Campesino: ―¡Ah! Lo comprendo. De otro modo no habría nadie

en el mundo. ¿No has regresado más allá?‖. Jesús: ―No‖. ■ El hombre exclama: ―¡Qué gran

desgracia! Encontrarás a pocos de los que, según me ha contado Sara, quieres conocer y saludar.

Muchos fueron matados, muchos huyeron, muchos... dispersos y no se sabe ni siquiera si

murieron en el desierto o fueron arrojados en la cárcel para castigarlos por su rebelión. Pero

¿fue rebelión?... Mas ¿quién habría podido permanecer inerte, dejando degollar a tantos

inocentes? No, ¡que no es justo que estén todavía vivos Leví y Elías (pastores de Belén),

mientras hayan sido asesinados tantos inocentes!‖. Jesús: ―¿Quiénes son esos dos y qué

hicieron?‖. Campesino: ―¡Pero bueno!... al menos sabrás algo de la matanza. ¡La matanza de

Herodes! Más de mil infantes en la ciudad y otro millar casi en los campos (1). Y... todos... casi

todos varoncitos, porque en medio de la furia, de la oscuridad, confusión, esos crueles hombres

arrancaron de las cunas, de los lechos maternos, hasta a las niñitas y las mataron como los

arqueros matan a las pequeñas gacelas que están mamando la leche de su madre.. Y bien... ¿todo

esto por qué? Porque un grupo de pastores que, para no helarse de frío, habían bebido sus

buenos tragos de sidra, empezaron a delirar diciendo que habían visto ángeles, oído cantares,

recibido señales... y nos dijeron a los de Belén: «Venid y adorad al Mesías que ha nacido».

¡Imagínate! ¡El Mesías en una cueva! Pero debo de decir que en realidad todos estábamos

ebrios, hasta yo, que en ese entonces era un jovencito, y también mi mujer, que tenía unos

cuantos años de edad... porque todos creímos y quisimos ver en una pobre mujer galilea a la

Virgen que da a luz, de la que hablaron los profetas (Is. 7,14). ¡Pero si estaba con un vulgar

galileo! Su marido, claro; y, si estaba casada, ¿cómo podía ser la «Virgen»?... En resumidas

cuentas ¡creímos! Regalos, adoraciones... casas se abrían para hospedarles... ¡Oh, habían sabido

hacer muy bien su papel! ¡Pobre Ana! Perdió los bienes y la vida y también los hijos de su hija

--la primera, la única que se salvó porque estaba casada con un mercader de Jerusalén--

perdieron también los bienes, porque Herodes mandó quemar la casa y todo el sembradío.

Ahora es un terreno desierto en que pacen los animales‖. ■ Jesús: ―¿Los pastores tuvieron toda

la culpa?‖.Campesino: ―No, también tres brujos que vinieron de los reinos de Satanás. Tal vez

eran compinches de los tres... ¡Y nosotros, estúpidos, nos sentíamos honrados! ¡Aquel pobre

hombre arquisinagogo! Le matamos porque juró que las profecías se cumplían exactamente con

las palabras de los pastores y de los Magos...‖. Jesús: ―Entonces, ¿toda la culpa fue de los

pastores y de los tres Magos?‖. Campesino: ―No, galileo. También nuestra. De nuestra

credulidad. ¡Se le esperaba desde hacía tiempo al Mesías! Siglos de espera. Muchas desilusiones

en los últimos tiempos a causa de los falsos Mesías. Uno era galileo, como Tú, otro se llamaba

Teoda (Hech. 5,36-37). ¡Mentirosos! ¡Mesías ellos! ¡No eran más que aventureros rapaces en busca

de fortuna! Debía habernos servido la lección, para que abriéramos los ojos. Sin embargo...‖.

Jesús: ―Y entonces ¿por qué maldecís solamente a los pastores y a los Magos? Si también os

juzgáis estúpidos, deberíais también maldeciros a vosotros mismos. Ahora bien, la maldición no

está permitida por el mandamiento del amor. Maldición atrae maldición. ■ ¿Estáis seguros

vosotros de estar en lo justo? ¿No podría ser que los pastores y los Magos hubiesen dicho la

verdad, revelada a ellos por Dios?...¿Por qué debe de pensarse que fueran mentirosos?‖.

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Campesino: ―Porque los años de la profecía no se habían cumplido (Dan.9,20-27). Después

reflexionamos en ello... después que la sangre, que enrojeció tanques del agua y ríos, nos abriera

los ojos del pensamiento‖. Jesús: ―¿Y no podría haber hecho el Altísimo, llevado de un gran

amor por su pueblo, anticipar la venida del Salvador? ¿En qué apoyaron los Magos su aserción?

Me has dicho que vinieron de Oriente...‖.Campesino: ―En sus cálculos sobre una nueva

estrella‖. Jesús: ―¿Y no acaso está dicho: «Una estrella nacerá de Jacob y un cetro se alzará en

Israel»? (Núm. 24,17). ¿No es Jacob el gran patriarca que vivió en esta tierra de Belén a la que

quiso como a la pupila de sus ojos porque en ella murió su amada Raquel?... (Gén.35,16-20). ¿Y no

acaso está dicho también por boca del profeta: «Brotará un retoño de la raíz de Jesé y saldrá

una flor de esta raíz»? (Is. 11,1). Isaí, padre de David nació aquí. ¿El retoño de la estirpe, serrada

por la raíz por usurpación de unos tiranos, no es acaso la «Virgen» que dará a luz a su Hijo, sin

intervención de hombre (Is.7,14) --puesto que entonces no sería virgen-- sino por querer divino y

por lo cual Él será «el Emmanuel» porque: Hijo de Dios, será Dios; y traerá, por tanto, a Dios a

habitar entre su pueblo, como su nombre lo dice? ¿Y acaso no será anunciado, dice la profecía

(Is. 9,1), a los pueblos de las tinieblas, o sea, a los paganos por «una luz grande»? ¿La estrella

que vieron los Magos no podría ser la estrella de Jacob, la gran luz de las dos profecías de

Balaam (Núm. 24,17) y de Isaías? (Is. 9,1). Hasta la misma matanza que hizo Herodes ¿no acaso

forma parte de las profecías? «Se ha oído un lamento en lo alto... Es Raquel que llora por sus

hijos» (Jer. 31,15; Gén. 35,19). Estaba indicado que los huesos de Raquel vertieran lágrimas en su

sepulcro de Efrata, cuando, a causa del Salvador, llegara la recompensa al pueblo santo.

Lágrimas que después se cambiarían en sonrisa celestial, como el arco-iris que se forma con las

últimas gotas del temporal, y que parece decir: «¡Ea!¡Ahora todo está sereno!»‖. Campesino:

―Eres muy docto. ¿Eres Rabí?‖. Jesús: ―Lo soy‖. Campesino: ―Y yo lo percibo. Hay luz y

verdad en tus palabras. Sin embargo... todavía hay muchas heridas que manan sangre en esta

tierra de Belén a causa del verdadero o falso Mesías... Yo nunca le aconsejaría a Él que viniese

aquí. La tierra le rechazaría como se rechaza a un hijastro por el que murieron los verdaderos

hijos. Pero, bueno... si era Él... murió ya con los otros degollados‖.■ Jesús: ―¿Dónde viven

ahora Leví y Elías?‖. El hombre entra en sospechas: ―¿Los conoces?‖. Jesús: ―No los conozco.

No conozco su rostro pero... son desgraciados y siempre tengo compasión de los infelices.

Quiero ir a verlos‖. Campesino: ―¡Ya!... serías el primero después de seis lustros. Son todavía

pastores y están al servicio de un rico herodiano de Jerusalén que se apropió muchos de los

bienes de los asesinados... ¡Siempre hay alguien que se aprovecha! Los encontrarás con los

ganados por las vertientes que van a Hebrón. Pero un consejo: que los betlemitas no te vean

hablar con ellos. Te iría mal. Los soportamos porque... porque está el herodiano. De otro

modo...‖.Jesús: ―¡Sí... el odio!... ¿Por qué odiar?‖.Campesino: ―Porque es justo. Nos hicieron

daño‖. Jesús: ―Creyeron hacer bien‖.Campesino: ―Pero hicieron daño. Debíamos haberlos

matado, de la misma forma que ellos, con su torpeza, provocaron muertes. Pero todos

estábamos como alelados, y después... estaba el herodiano‖. Jesús: ―Si no hubiese estado él,

entonces ¿incluso después del primer sentimiento de venganza, los habríais matado?‖.

Campesino: ―Incluso ahora los mataríamos, si no tuviésemos miedo de su patrón‖. Jesús:

―Hombre, Yo te digo: no hay que odiar. No hay que desear el mal. Aquí no hay culpa. Aunque

hubiese, perdona. Perdona en nombre de Dios. Dilo a los otros betlemitas. ■ Cuando haya caído

el odio de vuestros corazones, veréis al Mesías; le conoceréis entonces, porque Él vive, Él no

estaba ya, cuando sucedió la matanza. Yo te digo. No fue culpa de los pastores ni de los Magos,

sino de Satanás, el que hubiese acaecido tal matanza. El Mesías ha nacido aquí, ha venido a

traer la luz a la tierra de sus padres. Hijo de Madre Virgen de la estirpe de David, en las

ruinas de la Casa de David, ha abierto al mundo el torrente de gracias eternas, ha mostrado la

vida al hombre...‖.Campesino: ―¡Largo, largo de aquí! ¡Sal de aquí! Tú, seguidor de este falso

Mesías, porque de no haberlo sido, no nos hubiera acarreado a nosotros de Belén esa desgracia.

Tú le defiendes, por eso...‖. Iscariote, violento e iracundo, asiendo por el vestido al campesino y

sacudiéndole, prorrumpe: ―Cálmate, hombre. Soy judío y tengo amigos que están en lo alto.

Podría hacer que te arrepintieras del insulto‖. El campesino no se calma: ―¡No!, ¡No! ¡Fuera de

aquí! No quiero pleitos ni con los betlemitas ni con romanos, ni con Herodes. Idos, malditos, si

no queréis que os deje un recuerdo. Fuera...‖. Jesús: ―Vámonos, Judas. No respondas.

Dejémosle con su rencor. Dios no entra donde hay ira. ¡Vámonos!‖. Iscariote. ―Vámonos, sí.

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Pero me las pagaréis‖. Jesús: ―No, Judas no. No digas así. Están ciegos... y habrá tantos a lo

largo del camino...‖.

* ―Juan, repetirás una y otra vez: «Él era la Luz y las tinieblas no le comprendieron»”.-

■ Salen, detrás de Simón y Judas, que estaban ya afuera, hablando en voz baja detrás de la

esquina del pajar con la mujer, que dice: ―Perdona a mi marido, Señor. No pensaba que podría

yo causar tanto daño... mira, ten, los tomarás mañana. Están frescos, son de hoy. No tengo otra

cosa... Perdona. ¿Dónde dormirás?...‖( le da los huevos). Jesús: ―No te preocupes. Sé dónde ir.

Vete en paz por tu buen corazón. Adiós‖. Caminan unos cuantos metros en silencio. Luego

Judas no aguanta más y dice: ―¡Pero también Tú...! ¡Mira que no hacerte adorar! ¿Por qué no

hiciste que ese puerco blasfemo besase el lodo?... ¡A la tierra! ¡Arrojado a tierra por haberte

faltado! ¡Al Mesías!... ¡Oh! ¡Yo lo hubiera hecho! A los samaritanos hay que reducirlos a

cenizas con fuego milagroso. ¡Solo esto los mueve!‖. Jesús: ―¡Oh!, ¡cuántas veces habré de oír

lo mismo! Si debiese convertir en cenizas a cada uno que me ofenda!... No, Judas... he venido

para crear, no para destruir‖. Iscariote: ―Está bien, pero entre tanto otros te destruyen‖. Jesús no

contesta. Simón pregunta: ―¿A dónde vamos ahora, Maestro?‖. Jesús: ―Venid conmigo.

Conozco un lugar‖. Iscariote, más irritado todavía, pregunta: ―Pero si nunca has estado aquí,

desde que huiste, ¿cómo lo conoces?‖. Jesús: ―Lo conozco. No es hermoso. He estado allí otra

vez. No es en Belén... un poco fuera... Torzamos de este lado‖. Jesús va delante, detrás Simón,

luego Judas y al final Juan... ■ En el silencio interrumpido tan solo al frotarse las sandalias

contra las piedrecitas del camino, se percibe un llanto. Jesús, volviéndose, pregunta: ―¿Quién

llora?‖. Judas: ―Es Juan, ha tenido miedo‖. Juan: ―No, no tengo miedo. Tenía la mano en el

cuchillo que tengo en mi cinto... pero me acordé de tu «No matar». Perdona. Siempre lo

dices...‖. Iscariote pregunta: ―¿Y entonces, por qué lloras?‖. Juan: ―Porque sufro al ver que el

mundo no ama a Jesús. No le reconoce y no quiere reconocerle. ¡Qué dolor! Algo así como si

me restregasen el corazón con espinas de fuego. Como si hubiera visto pisotear a mi madre y

escupirle a mi padre en la cara. Todavía peor... como si hubiese visto los caballos romanos

comer en el Arca Santa y descansar en el Santo de los Santos‖. Jesús: ―No llores, Juan mío.

Repetirás lo mismo una y otras tantas veces: «Él era la luz que vino a brillar entre las tinieblas,

pero las tinieblas no le comprendieron. Vino al mundo que Él había hecho, pero el mundo no le

conoció. Vino a su ciudad, a su casa, y los suyos no le recibieron». ¡No llores así!‖. Juan, con

un suspiro, dice: ―¡Esto no sucede en Galilea!‖. Iscariote le responde: ―Y tampoco en Judea.

Jerusalén es su capital y hace tres días te lanzaba hosannas a Ti, el Mesías; este lugar de burdos

pastores, campesinos y hortelanos, no hay que tomarlo como punto de referencia. Tampoco los

galileos, ¡vamos!, serán todos buenos. Y además, Judas el falso Mesías, ¿de donde era? Se

decía...‖. Jesús: ―Basta, Judas. No conviene perder la calma. Estoy tranquilo. También estadlo

vosotros. ■ Judas, ven aquí. Debo hablarte‖. Judas va donde Jesús. Jesús: ―Toma la bolsa, te

encargarás de los gastos de mañana‖. Iscariote: ―¿Y ahora en dónde nos albergaremos?‖. Jesús

sonríe y calla.

* “Entrad, ésta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖.- ■ Ha llegado la noche. La

luna está arropada en su claridad. Los ruiseñores cantan entre los olivos. Un río que pasa por

allí, es como una cinta de plata que canta. De los prados segados se levanta un olor a heno

caliente, diría sensual. Algún mugido, algún balido, y... estrellas, estrellas y estrellas... un

campo de estrellas en el manto del cielo; un baldaquino de piedras preciosas sobre las colinas de

Belén. Iscariote dice: ―Pero aquí... son ruinas. ¿A dónde nos llevas? La ciudad está más allá‖.

Jesús: ―Lo sé. Ven. Sigue el río, detrás de Mí. Unos pocos pasos más y después... después te

ofreceré la habitación del Rey de Israel‖. Judas encoge de hombros y calla. Unos pocos pasos

más. Luego un amasijo de casas derruidas. Restos de viviendas... Una cueva entre dos aberturas

de una gruesa pared. Dice Jesús: ―¿Tenéis yesca? Encended‖. Simón saca de su alforja una

lamparita, la enciende y se la da a Jesús. ―Entrad‖ dice el Maestro levantando la lamparita. ■

―Entrad, esta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel‖. Iscariote: ―¿Estás de broma,

Maestro? Esta es una cueva. Por supuesto que yo aquí no me quedo. Me repugna. Húmeda, fría,

apestosa, llena de escorpiones, tal vez de serpientes...‖. Jesús: ―Y con todo, amigos, aquí el 25

de las Encenias, de la Virgen nació Jesús el Emmanuel, el Verbo de Dios hecho carne por amor

del hombre. Yo, que estoy hablando. Entonces, como ahora, el mundo fue sordo a las voces del

Cielo que le hablaban al corazón... y rechazó a mi Madre... y aquí... No, Judas, no apartes con

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desagrado tus ojos de esos murciélagos que andan revoloteando; de esas lagartijas, de esas

telarañas; no levantes con asco tu hermosa y bordada vestidura para que no roce el suelo

cubierto de excrementos de animales. Esos murciélagos son hijos de los hijos de aquellos que

fueron los primeros juguetes que miraban los ojos del Niño, a quien cantaban los ángeles el

«Gloria» que escucharon los pastores, que estaban ebrios, sí, pero solo de extática alegría, de la

verdadera alegría. Esas lagartijas, con su color esmeralda, fueron los primeros colores que

hirieron mi pupila, y los primeros después del candor del vestido y del rostro maternos; estas

telarañas fueron los baldaquinos de mi cuna real. Ese suelo... lo puedes pisar sin desdén... está

cubierto de excrementos... pero está santificado por los pies de Ella, la Santa, la Gran Santa, la

Pura, la Inviolada, la Doncella Deípara, aquella que dio a luz porque debía dar a luz. Dio a luz

porque Dios, no el hombre, se lo dijo y la fecundó de Sí mismo. Ella, la sin Mancha, ha hollado

este suelo. Tú puedes pisarlo. Y Dios quiera que por las plantas de tus pies te suba al corazón la

pureza que Ella derramó...‖.■ Simón se ha arrodillado. Juan va derecho al pesebre y llora con la

cabeza apoyada en él. Judas está aterrado... luego le vence la emoción y, sin pensar en su

hermosa vestidura, se arroja al suelo, toma la orla del vestido de Jesús, la besa y se golpea el

pecho diciendo: ―¡Misericordia, Maestro bueno, por la ceguera de tu siervo! Mi soberbia cae...

te veo cual eres. No el rey que yo pensaba, sino el Príncipe Eterno, el Padre del siglo futuro, el

Rey de la Paz. ¡Piedad, Señor y Dios mío, piedad!‖. Jesús: ―Sí, ¡Toda mi piedad! Ahora

dormiremos donde durmieron el Infante y la Virgen, allí donde Juan se ha colocado en el lugar

de mi Madre en adoración, aquí donde Simón parece mi padre putativo... O si lo preferís, os

hablo de aquella noche...‖. ―¡Oh, sí, Maestro! Dinos cómo naciste‖. ―Para que sea perla de luz

en nuestros corazones, y para que lo podamos contar a nuestra vez al mundo‖. ―Y venerar a tu

Madre, no sólo porque es tu Madre, sino por ser... por ser la Virgen‖. Primero habló Judas,

después Simón y luego Juan que está cerca del pesebre, con el rostro envuelto en llanto y

sonrisa. ■ Jesús: ―Venid aquí sobre el heno. Escuchad...‖... y Jesús empieza a hablar de la noche

de su nacimiento: ―... Cuando ya mi Madre estaba ya próxima a dar a luz, llegó por orden de

César Augusto, el bando que publicó su delegado imperial Publio Sulpicio Quirino. En

Palestina el gobernador era Senzio Saturnino. El bando era para hacer el censo de todos los

habitantes del Imperio. Los que eran súbditos, tenían que ir al lugar de su origen para inscribirse

en los registros del Imperio. José, esposo de mi Madre, obedeciendo, pues, el bando, salieron de

Nazaret para venir a Belén, cuna de la estirpe real. Hacía frío...‖. Jesús continúa su narración y

así termina todo. (Escrito el 8 de Enero de 1945). ····························· 1 Nota : Sobre la matanza de Herodes.- En cuanto a los Inocentes degollados por orden de Herodes el número

exacto fue de 320, según afirma Jesús en los ―Cuadernos del 47‖ Pág. 342, dictado que se relata al final de este tema

―Niño‖. Como sucede siempre, el campesino exagera la verdad, y de este modo muchas leyendas falsas se han

creado.

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1-74-394 (2-38-433).- Noticias del dueño de la posada sobre la matanza de Herodes. Jesús que,

desde las ruinas de la casa de Ana, se manifiesta como el Mesías a los betlamitas, es expulsado

de Belén a pedradas.

* Iscariote tiene sentido práctico.- ■ Son las primeras horas de una brillante mañana de

verano... Jesús, con los brazos cruzados sobre el pecho, contempla la naturaleza que le rodea

percibiendo el bullicio de las criaturas que la pueblan y sonríe. Simón Zelote pregunta a sus

espaldas: ―¿Tan temprano, Maestro?‖. Jesús: ―Sí. ¿Todavía están durmiendo los otros?‖.

Zelote: ―Todavía‖. Jesús: ―Son jóvenes... Me he bañado en el río. Es agua fresca que despeja la

mente‖. Zelote: ―Ahora voy yo‖. Mientras Simón, que lleva sólo una túnica corta, se asea y

luego se pone los demás vestidos, sacan la cabeza Judas y Juan. ―Dios te guarde, Maestro. ¿Es

demasiado tarde?‖. Jesús: ―No. Apenas ha amanecido. Pero daos prisa que nos vamos‖. Los

dos se lavan y luego se ponen la túnica y el manto. ■ Antes de que se pongan en camino, Jesús

arranca unas florecillas que han brotado entre las hendiduras de dos piedras y las echa en una

cajita de madera en que hay otras cosas que no puedo ver bien. Da la razón: ―Las llevaré a mi

Madre. Le gustarán... ¡Vámonos!...‖. Iscariote pregunta: ―¿A dónde vamos, Maestro?‖. Jesús:

―A Belén‖. Iscariote: ―¿De veras? Me parece que no hay un buen ambiente respecto a

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nosotros...‖. Jesús: ―No importa. Vayamos. Quiero que veáis dónde bajaron los Magos y dónde

estaba Yo‖. Iscariote: ―Si es así, Maestro, perdona y permite que te hable. Hagamos una cosa.

En Belén, en la posada, permite que sea yo el que hable y pregunte. En Judea no hay mucho

cariño para los galileos y mucho menos aquí. Hagamos así: Tú y Juan parecéis galileos aun por

el vestido, que es muy simple. Y luego... ¡ese pelo! ¿Por qué os gusta llevarlo tan largo?...

Simón y yo os dejamos nuestro manto y cogemos el vuestro. Tú, Simón, dale a Juan; yo, al

Maestro. Así... así... ¿Ves? Pareceréis, en un momento, un poco más judíos. Ahora esto‖. Se

quita el capucho: un pedazo de tela con rayas amarillas, marrones, rojas y verdes, como el

manto, alternadas; sujetado por un cordón amarillo. Lo pone sobre la cabeza de Jesús, cubriendo

con él ambos lados de su cara para ocultar sus largos cabellos rubios. Juan se pone el verde

oscuro de Simón. ―¡Ah! ¡Ahora mejor! ¡Tengo el sentido práctico!‖. Jesús: ―Sí, es cierto Judas,

tienes el sentido práctico, no hay duda... pero procura que no rebase al otro sentido, al

espiritual‖. Iscariote: ―Lo haré. Pero en ciertos casos conviene saber ser más políticos que los

diplomáticos. Escucha... no te enojes... es por tu bien... no me desmientas si digo cosas... cosas...

que no son verdaderas‖. Jesús: ―¿Qué quieres dar a entender? ¿Por qué mentir? Yo soy la

Verdad y no amo la mentira ni en Mí, ni alrededor de Mí‖. Iscariote: ―Pero... no diré más que

medias mentiras. Diré que nosotros regresamos de lugares lejanos, por ejemplo de Egipto, y que

deseamos tener noticias de amigos queridos. Diré que somos judíos que regresamos de un

destierro... en el fondo, hay un poco de verdad... por otra parte, soy yo el que habla... mentira

más, mentira menos...‖. Jesús: ―¡Pero Judas! ¿Por qué engañar?‖. Iscariote: ―¡No te preocupes,

Maestro! El mundo se gobierna con mentiras. Son necesarias algunas veces. Bueno para

contentarte diré sólo que venimos de lejos y que somos judíos. Esto es verdad en el 75 por

ciento. Y ¡tú Juan no abras para nada tu boca! Nos traicionarías‖. Juan: ―No diré nada‖.

Iscariote: ―Luego... si las cosas van bien... diremos lo que falta. Pero tengo poca esperanza...

Soy astuto, y las cazo al vuelo‖. Jesús: ―Ya lo veo, Judas. Pero preferiría que fueses sencillo‖.

Iscariote: ―Sirve de muy poco. En tu grupo seré quien tome las misiones difíciles. Déjame que

yo me las entienda‖. Jesús se muestra poco entusiasta. Pero cede. ■ Se ponen en camino.

Rodean las ruinas; luego van siguiendo una gruesa pared sin ventanas, detrás de la cual se oye

rebuznar, mugir, relinchar, balar, y ese sonido desagradable desafinado de los camellos y

dromedarios. La pared hace esquina. Vuelven ésta... y se encuentran en la plaza de Belén. El

tanque del agua de la fuente está en el centro de la plaza, que sigue teniendo la misma forma

irregular, pero que ahora es distinta en el lado opuesto a la posada. En el lugar que estaba la

casita --cuando pienso en ella la veo todavía toda plateada bajo los rayos de la Estrella-- hay

ahora un montón de escombros. Tan sólo queda en pie la pequeña escalera con su pequeño

balcón. Jesús mira y da un suspiro. La plaza está llena de gente en torno a los vendedores de

alimentos, enseres o herramientas, telas etc., los cuales han extendido sobre esteras, o colocado

en cestas, sus mercancías, todas depositadas sobre el suelo; ellos están hasta en cuclillas,

generalmente en el centro de su... puesto, si es que no están en pie, gritando y gesticulando,

cerrando un trato con algún comprador tacaño. Zelote dice: ―Es día de mercado‖.

* Noticias del posadero sobre la matanza de Herodes y el impacto que produjo en Belén.-

El César dijo de Herodes: «Cerdo que se alimenta de sangre».- ■ La puerta, mejor dicho, el

portal de la posada está abierta de par en par y sale por allí una hilera de asnos cargados de

mercancía. Judas es el primero en entrar. Mira a su alrededor. Pilla, altanero, a un mozo de

establos de pequeña estatura, sucio, que lleva solo una camisa larga, sin mangas y hasta la

rodilla. ―¡Mozo!‖ grita. ―¡El patrón! ¡Enseguida! ¡Muévete, no estoy acostumbrado a esperar!‖.

El muchacho sale corriendo, llevando en su prisa una escoba de ramas. Jesús: ―¡Pero Judas!

¡Qué modales!‖. Iscariote: ―Silencio, Maestro. Déjame que yo me las entienda. Nos deben creer

ricos y de ciudad‖. ■ El patrón viene corriendo y se deshace en inclinaciones delante de Judas.

Iscariote: ―Venimos de lejos, somos judíos de la comunidad asiática. Éste, perseguido,

betlemita de nacimiento, busca a sus queridos amigos de aquí. Y nosotros con Él, venimos

desde Jerusalén, donde hemos adorado al Altísimo en su Casa. ¿Puedes darnos información al

respecto?‖. Posadero: ―Señor, soy tu siervo... ordena‖. Iscariote: ―Queremos tener noticias de

muchos pero sobre todo de Ana, la mujer que habitaba frente al albergue‖. Posadero: ―¡Oh,

pobrecilla! No encontrarás a Ana sino en el seno de Abrahám y a sus hijos con ella‖. Iscariote:

―¿Muerta?... ¿Por qué?‖. Posadero: ―¿No sabéis lo de la matanza de Herodes? Todo el mundo

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habló de ello e incluso César declaró a Herodes: «cerdo que se alimenta de sangre». ¡Ay, qué

he dicho! ¡No me denunciéis! ¿Eres en realidad un judío?‖. Iscariote: ―Mira la señal de mi tribu.

Así, pues, habla‖. Posadero: ―A Ana la mataron los soldados de Herodes, y con ella a todos sus

hijos, menos a una‖. Iscariote: ―Pero ¿por qué?...¡Era muy buena!‖. Posadero: ―¿La

conociste?‖. Judas miente descaradamente: ―¡Muy bien!‖. Posadero: ―La mataron por haber

dado alojamiento a los que se decían ser padre y madre del Mesías... Ven aquí, a esta

habitación... Las paredes tienen oídos y hablar de ciertas cosas... es peligroso‖. ■ Entran en una

pequeña habitación baja y oscura. Se sientan en un diván también bajo. Posadero: ―La cosa fue

así... yo intuí algo. ¡No en vano soy posadero! Nací aquí, hijo de hijos de posaderos. Tengo la

malicia en la sangre. Y entonces no los acepté. Tal vez hubiera podido encontrar un rinconcillo

para ellos. Pero... galileos, pobres, desconocidos, ¡no, no! ¡A Ezequías no se engaña! Y

además... veía... veía... que eran diferentes... esa mujer... unos ojos... un algo... ¡no, no!; debía de

tener el demonio dentro y hablar con él. Y nos lo trajo aquí... A mí no, pero sí a la ciudad. Anna

era más inocente que una ovejilla, y los hospedó pocos días después, ya con el Niño. Decían que

era el Mesías... ¡Oh! Cuánto dinero gané en esos días. ¡Fue mucho más que un

empadronamiento! Venía incluso gente que no habría debido venir por el padrón. Venían

incluso desde el mar, ¡hasta de Egipto! para ver... ¡y durante meses! ¡Qué ganancias tuve!... Los

últimos en llegar fueron tres Reyes, tres potentados, o tres magos... ¡qué sé yo! ¡Un cortejo que

no acababa nunca! Me ocuparon todas las cuadras y pagaron en oro heno como para un mes, y

al día siguiente se fueron dejando todo allí. Y ¡qué regalos hicieron a los mozos de los establos

y a las mujeres... y a mí! ¡Oh, yo no puedo decir sino bien del Mesías, fuera verdadero o falso!

Me hizo ganar dinero a montones. No sufrí ningún desastre, ni siquiera muertos, porque me

acababa de casar. Así pues... ¡Pero los demás...!‖. ■ Iscariote: ―Querríamos ver los lugares de la

matanza‖. Posadero: ―¿Los lugares? Pero si todas las casas fueron lugar de matanza. Hubo

muertos en varias millas a la redonda. Venid conmigo‖. Suben por una escalera y luego a una

terraza que está encima del tajado; desde arriba se ve ampliamente el campo y toda Belén

extendida como un abanico abierto sobre sus colinas. El posadero explica: ―¿Veis aquellos sitios

destruidos? Allí ardieron incluso las casas porque los padres defendieron a sus hijos con las

armas. ¿Veis allí aquella especie de pozo cubierto de hiedra? Son los restos de la sinagoga,

quemada con el arquisinagogo dentro, que había asegurado que aquél era el Mesías. La

quemaron los que se salvaron, enloquecidos por la matanza de sus hijos. Hemos tenido luego

problemas... Y allí, y allí, y allí... ¿veis aquellos sepulcros? Son de las víctimas... Parecen ovejas

esparcidas entre la hierba, hasta donde alcanza la mirada. Todos inocentes, y también sus padres

y madres... ¿Veis aquel estanque de agua? Su agua estaba roja después que los sicarios lavaron

sus armas y sus manos en ella. Y ¿habéis visto ese riachuelo de aquí detrás?... Iba enrojecido

con la sangre que recogía de las cloacas... Y ahí, sí ahí enfrente... eso es lo único que queda de

Ana‖. Jesús llora. El posadero le pregunta: ―¿La conocías bien?‖. Responde Judas: ―Era como

una hermana para con su Madre, ¿no es así, amigo mío?‖. Jesús responde solo: ―Sí‖. El

posadero dice: ―Lo comprendo‖, y se queda pensativo. Jesús se inclina hacia Judas para hablar

con él en voz baja. Iscariote dice: ―Mi amigo querría ir a esas ruinas‖. Posadero: ―¡Pues que

vaya! ¡Pertenecen a todos!‖. Bajan, se despiden y se van. El posadero queda desilusionado. Tal

vez esperaba alguna ganancia.

* ―La matanza fue venganza de Satanás por ser Belén cuna del Salvador”.- Jesús

apedreado al manifestarse como el Salvador nacido en Belén.- ■ Atraviesan la plaza. Suben

por la pequeña escalera que ha quedado en pie. ―Por aquí‖, dice Jesús, ―mi Madre me sacó a

saludar a los Magos y desde aquí bajamos para huir a Egipto‖. Hay gente que mira a los cuatro

que están sobre las ruinas. Uno pregunta: ―¿Parientes de la muerta?‖. Responden: ―Amigos‖.

Una mujer grita: ―No hagáis ningún mal, al menos vosotros, a la muerta, como los otros amigos

suyos se lo hicieron a la viva, y luego escaparon salvos‖. Jesús está de pie en la terraza, contra el

muro que la limita, por tanto a una altura de unos dos metros con respecto de la plaza, con el

vacío por detrás, un vacío rico de luz que le aureola todo y hace aún más cándida su vestidura de

lino blanquísimo que le cubre --solo el vestido, ahora que el manto se ha deslizado desde los

hombros y está a sus pies como un pedestal multicolor--. Más atrás, el fondo verde y desaliñado

de lo que fuera el jardín y la tierra propiedad de Ana, ahora lleno de arbustos y de escombros. ■

Jesús extiende los brazos. Judas, que ve el gesto, dice: ―¡No hables! ¡Sé prudente!‖. Pero Jesús

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llena la plaza con su voz fuerte: ―¡Hombres de Judá! ¡Hombres de Belén, escuchadme! ¡Oidme,

vosotras, mujeres de la sagrada tierra de Belén! Oid a uno que viene de David, que sufrió

persecuciones, que honrándose con hablaros, lo hace para daros luz y consuelo. Escuchadme‖.

La multitud deja de hablar, de pelear, comprar y se amontona. ―Es un Rabí‖. ―Ciertamente que

viene de Jerusalén‖. ―¿Quién es?‖. ―¡Qué hermoso es!‖. ―¡Qué voz!‖. ―¡Qué ademanes!‖.

―¡Claro, si es de la descendencia de David!‖. ―¡Entonces es nuestro! ¡Oigamos! ¡oigamos!‖.

Toda la plaza está ahora contra la pequeña escalera, que parece púlpito. ―Está dicho en el

Génesis: «Pondré enemistad entre ti y la Mujer... Ella te aplastará la cabeza y tú estarás al

acecho de su calcañal...». Y también está dicho: «Multiplicaré tus sufrimientos y tus partos... y

la tierra producirá cardos y espinas». Ésta es la condena del hombre, de la mujer y de la

serpiente. Habiendo venido de lejos a venerar la tumba de Raquel, he oído en el viento de la

tarde, en el rocío de la noche, en el llanto del ruiseñor por la mañana, el sollozo de la Raquel de

antaño, repetido por bocas y bocas de madres de Belén en medio de los sepulcros o en medio de

sus corazones. Y he escuchado el dolor de Jacob clamando en el dolor de los viudos, ya sin

esposa porque el dolor la mató...Yo lloro con vosotros. Pero oid, hermanos de la tierra mía.

Belén, tierra bendita, la más pequeña de entre las ciudades de Judá, pero la mayor ante los ojos

de Dios y del linaje humano, porque siendo la cuna del Salvador, como dice Miqueas,

precisamente por esta razón, por estar destinada a ser el tabernáculo en que reposaría la gloria

de Dios, el Fuego de Dios, su amor Encarnado, Satanás desencadenó su odio. «Pondré

enemistad entre ti y la Mujer...». ¿Qué mayor enemistad puede haber que la que tiene por objeto

los hijos, corazón del corazón de la mujer? Y ¿qué pie más fuerte que el de la Madre del

Salvador? He aquí por tanto que fue natural la venganza de Satanás vencido, el cual, no, no

contra el calcañal, sino contra el corazón de las madres, lanzó su asechanza. ¡Oh!, los

sufrimientos del parto de los hijos se multiplicaron al perderlos! ¡Oh, terribles cardos que

después de haber sembrado y sudado por los hijos, seguir siendo padre pero sin prole! Pero

¡regocíjate, Belén! Tu sangre más pura, la sangre de los inocentes, ha abierto camino de

llama y púrpura al Mesías...”. ■ La multitud, que, desde que Jesús ha nombrado al Salvador

y luego a la Madre del mismo, ha ido progresivamente inquietándose, ahora muestra un indicio

más claro de agitación. ―¡Calla, Maestro!‖ dice Judas ―¡Vámonos!‖. Pero Jesús no le hace caso.

Continúa: ―... al Mesías, salvado de los tiranos por la Gracia de Dios Padre para conservárselo al

pueblo para su salvación y...‖. Se oye una voz chillona de mujer: ―¡Cinco, cinco, había yo

parido y ninguno de ellos está en mi casa! ¡Desgraciada de mí!‖ histéricamente grita. Es el

principio de la gritería. Otra mujer se arroja al polvo y desgarrando sus vestidos, muestra un

pecho con el pezón mutilado y grita: ―¡Aquí, aquí en esta mama me degollaron a mi

primogénito! La espada le partió la cara junto con mi pezón. ¡Oh, Elíseo mío!‖. Otra: ―¿Y yo?

¿Y yo?... ¡He ahí mi palacio!: tres tumbas en una, veladas por el padre. Marido e hijos

juntos.¡Ahí, ahí está!... Si está el Salvador entre nosotros, que me devuelva a mis hijos, a mi

esposo, y que me salve de la desesperación, ¡que me salve Belzebú!‖. Todos a una gritan: ―A

nuestros hijos, a nuestros hijos, a nuestros maridos y padres, ¡que nos los devuelva, si está entre

nosotros!‖. Jesús mueve los brazos para imponer silencio. ―Hermanos de mi misma tierra: yo

querría devolver a vuestra carne, sí, incluso a vuestra carne, los hijos. Pero Yo os digo: sed

buenos, resignaos; perdonad, tened esperanza, regocijaos en una certeza. Pronto volveréis a

tener a vuestros hijos, ángeles en el Cielo, porque el Mesías va a abrir pronto la puerta del Cielo,

y, si sois justos, la muerte será Vida que viene y Amor que vuelve...‖. Gente: ―¡Ah!, ¿eres Tú el

Mesías?¡En nombre de Dios, dilo!‖. Jesús baja los brazos con ese gesto suyo tan dulce, tan

manso, que parece un abrazo y dice: ―Lo soy‖. La gente grita: ―¡Lárgate! ¡Lárgate!... Entonces...

¡Tú tienes la culpa!‖. Vuela una piedra entre silbidos e insultos. ■ Judas tiene un bello gesto...

¡Si así hubiese sido siempre! Se interpone ante el Maestro, que está de pie sobre la pared

pequeña del balconcito, con el manto abierto, y sin miedo alguno recibe las pedradas, sangrando

incluso, y les dice a Juan y a Simón chillando: ―Llevaos a Jesús. Detrás de esos árboles, yo

después iré. ¡Id, en nombre del Cielo!‖. Y a la multitud le grita: ―¡Perros rabiosos! Soy del

Templo. Os denunciaré ante el Templo y ante Roma‖. La multitud siente, por un momento,

temor. Pero luego vuelve otra vez a las piedras, que por fortuna no le atinan. Impertérrito Judas

las recibe, y con injurias responde a las maldiciones de la multitud. Aún más, coge a vuelo una

piedra y se la tira a la cabeza a un viejecito que grita como una garza desplumada viva. Y, dado

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que intentan asaltar la escalerilla, rápido recoge una rama seca que hay en el suelo (ya no está

encima del pequeño muro) y la hace rotar sin piedad sobre las espaldas, cabezas y manos hasta

que los soldados acuden y se abren paso con sus lanzas. Pregunta un soldado: ―¿Quién eres?

¿Por qué esta riña?‖. Iscariote: ―Un judío asaltado por estos plebeyos. Estaba conmigo un rabí a

quien los sacerdotes conocen. Hablaba a estos perros. Se han exaltado y nos han atacado‖.

Soldado: ―¿Quién eres?‖. Iscariote: ―Judas de Keriot que pertenecía al Templo, pero ahora es

discípulo del Rabí Jesús de Galilea. Soy amigo de Simón el fariseo, de Yocana el saduceo, de

José de Arimatea, consejero del Sanedrín y en resumidas cuentas, esto lo puedes comprobar con

Eleazar ben Anás, el gran amigo del Procónsul‖. Soldado: ―Lo verificaré ¿A dónde vas?‖.

Iscariote: ―Con mi amigo a Keriot y después a Jerusalén‖. Soldado: ―Ve. Te guardaremos las

espaldas‖. Judas da al soldado unas monedas. Debe ser cosa ilícita... pero usual, porque el

soldado las toma pronto y cauto, saluda y sonríe. ■ Judas salta y va brincando por el baldío

campo, hasta alcanzar a sus compañeros. Jesús: ―¿Estás muy herido?‖. Iscariote: ―Cosa de nada,

Maestro. ¡Además, por Ti!... No obstante, también yo he dado. Debo estar todo manchado de

sangre...‖. Juan: ―Sí, en la mejilla. Aquí hay un hilo de agua‖. Juan moja un pedazo de tela y

lava la mejilla de Judas. Jesús: ―Lo siento, Judas... Pero mira... aun diciéndoles a ellos que

éramos judíos, según tu sentido práctico...‖. Iscariote: ―Son unos brutos. Espero que te habrás

convencido, Maestro, y que no insistirás‖. Jesús: ―¡Oh, no!... No por miedo sino porque por

ahora es inútil. Cuando no nos quieren no se maldice, sino que uno se retira rogando por los

pobres locos que se mueren de hambre y no ven el Pan. Vámonos por este camino solitario.

Creo que por aquí se puede tomar el camino que lleva a Hebrón... Vamos donde los pastores, a

ver si los encontramos‖. Iscariote: ―¿Para que nos den otra pedrada?‖. Jesús: ―¡No! Para

decirles: «Soy Yo»‖. Iscariote: ―¡Ah! Entonces... sí que nos darán de palos ¡Treinta años hace

que por tu causa padecen!‖. Jesús: ―Veremos‖. Y se internan en un bosque tupido. Los pierdo

de vista. (Escrito el 9 de Enero de 1945).

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1-75-403 (2-39-442).- Jesús encuentra a los pastores Elías, Leví y José (1).

* Los pastores, fieles al recuerdo de aquel “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a

los hombres de buena voluntad”.- ■ Las alturas se hacen mucho más elevadas y boscosas que

las de Belén; y cuanto más se asciende se ve una verdadera cadena de montes. Jesús va subiendo

delante de todos, proyectando su mirada hacia adelante y alrededor, como buscando algo. No

habla. Escucha más las voces del arbolado que las de los discípulos, que van unos metros detrás

de Él hablando bajo entre sí. Se oye lejos una campanilla, cuyo ritintín lleva el viento. Jesús

sonríe. Se vuelve y dice: ―Oigo algunas ovejas‖. ―¿Dónde, Maestro?‖. ―Me parece que hacia

aquella colina‖. Juan, sin decir una palabra, se quita el vestido --el manto lo llevan todos en

bandolera, enrollado, porque tienen calor--, se queda solo con la prenda corta, y abraza un

tronco alto y liso (yo diría que es de fresno), y sube, sube... hasta que puede ver: ―Sí, Maestro.

Hay muchos rebaños y tres pastores; allí, detrás de esa arboleda‖. Baja y ya caminan seguros. Se

preguntan: ―¿Serán ellos?‖. Jesús: ―Preguntaremos, Simón; si no son, nos sabrán decir algo... Se

conocen entre ellos‖. Unos cien metros más. ■ Luego, ante la vista de un amplio pacedero

verde, rodeado de grandes árboles añosos, hay muchas ovejas que muerden la tupida hierba.

Tres hombres las están cuidando. Uno es anciano, ya completamente cano; los otros tienen: uno,

aproximadamente, treinta años; el otro, unos cuarenta. ―Cuidado, Maestro. Son pastores...‖ dice

Judas con tono de consejo, al ver que Jesús acelera el paso. Pero Jesús ni siquiera responde.

Continúa, alto, hermoso, dándole el sol de poniente el rostro, con su vestido blanco. Se le ve tan

luminoso, que parece un ángel... Cuando está en los bordes del pasto saluda: ―La paz sea con

vosotros, amigos‖. Los tres sorprendidos vuelven la cara. Silencio. El más viejo pregunta:

―¿Quién eres?‖. Jesús: ―Uno que te ama‖. Pastor: ―Serás el primero después de muchos años.

¿De dónde vienes?‖. Jesús: ―De Galilea‖. Pastor: ―¿De Galilea?¡Ah!‖. El hombre le mira con

atención. Los otros dos se han acercado. ―De Galilea‖... repite el pastor, y en voz baja como si

hablase consigo mismo: ―También Él era uno que venía de Galilea... ¿De qué lugar, Señor?‖.

Jesús: ―De Nazaret‖. Pastor: ―¡Ah! Entonces dime. ¿Ha regresado un Niño, con una mujer de

nombre María y un hombre de nombre José, un Niño aún más hermoso que su Madre, una flor

bella que jamás vi en las laderas de Judá? Un Niño que nació en Belén de Judá, cuando fue el

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edicto. Un Niño que luego huyó, para gran fortuna del mundo. ¡Un Niño que... yo daría la vida

por saber que está vivo y que ahora será ya un hombre!‖. Jesús: ―¿Por qué dices que el que Él

huyera ha sido una gran fortuna para el mundo?‖. Pastor: ―Porque Él era el Salvador, el Mesías

y Herodes le quería matar. No estaba yo cuando huyó con su padre y su Madre... Cuando tuve

noticias de la matanza y volví --porque yo también tenía hijos (sollozo), Señor, y una mujer

(sollozo) y me habían dicho que habían sido asesinados (otro sollozo), pero te juro por el Dios

de Abraham, que temblaba yo más por Él que por mi propia carne--, supe que había huido, y ni

siquiera pude preguntar, ni siquiera pude recoger a mis hijos degollados... ■ Me apedreaban

como a un leproso, como un inmundo, como un asesino... Y tuve que huir a los bosques, llevar

una vida de lobo... hasta que encontré a un patrón de ganado. ¡Oh, pero no es como era Ana!...

¡Es duro y cruel!... Si una oveja se disloca una pata, si el lobo me lleva un cordero, o recibo

palos hasta sangrar o me quita mi poca paga o debo trabajar en los bosques para otros, hacer

algo, para pagar, siempre el triple del valor. Pero no importa. He dicho siempre al Altísimo:

«Permíteme que vea a tu Mesías, haz que al menos sepa que está vivo, y todo lo demás es

nada». Señor, pude haber devuelto mal por mal, o hacer el mal, robando, para no sufrir a causa

del patrón. Pero solo he querido perdonar, padecer, ser honrado, porque los ángeles dijeron:

«Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad»‖. ■ Jesús:

―¿Dijeron eso exactamente?‖. Pastor: ―Sí, Señor, créelo Tú, al menos Tú, que eres bueno.

Conoce Tú al menos, y cree, que el Mesías ha nacido. Nadie lo quiere creer. Pero los ángeles no

mienten... y no estábamos borrachos como dijeron. Éste, mira, era entonces un niño y fue el

primero en ver al ángel. No bebía sino leche. Los ángeles dijeron: «Hoy en la ciudad de David

ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor, y le reconoceréis por esto: encontraréis a un

Niño recostado sobre un pesebre, envuelto en pañales»‖. Jesús: ―¿De veras dijeron eso? ¿No

oísteis mal? ¿No os equivocáis, después de tanto tiempo?‖. Pastor: ―¡Oh, no! ¿Verdad Leví?

Para no olvidarlo --ya de por sí no habríamos podido, porque eran palabras del Cielo y se

esculpieron con fuego del Cielo en nuestros corazones-- todas las mañanas, todas las noches,

cuando el sol sale, cuando brilla la primera estrella, decimos esas palabras como oración, como

bendición, como fuerza, y consuelo, juntamente con el Nombre de Él y el de su Madre‖. Jesús:

―¡Ah! ¿decís: Mesías?‖. Pastor: ―No Señor. Decimos: Gloria a Dios en los Cielos altísimos y

paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad, por el Mesías que nació de María en un

establo de Belén y que, siendo el Salvador del mundo, estaba envuelto en pañales en un

pesebre‖. ■ Jesús: ―Pero en definitiva, ¿vosotros a quién buscáis?‖. Pastor: ―Al Mesías, Hijo de

María, al Nazareno, al Salvador‖. Jesús: ―Soy Yo‖. A Jesús se le ilumina el rostro al

manifestarse a éstos tenaces hombres que le han amado. Tenaces, fieles, pacientes. Los tres se

echan a tierra y besan los pies de Jesús entre llantos de alegría: ―¡Tú! ¡Oh!¡Señor, Salvador

nuestro Jesús!‖. Jesús: ―Levantáos. Levántate Elías; también Leví y tú, que no sé quién eres‖.

Pastor: ―José, hijo de José‖. Jesús: ―Éstos son mis discípulos, Juan es galileo; Simón y Judas

Iscariote, judíos‖. Los pastores ya no están rostro en tierra, pero sí todavía de rodillas, echados

hacia atrás sobre sus calcañares. Adoran al Salvador, con ojos de amor, labios que tiemblan de

emoción, con rostros enrojecidos de alegría.

* ―Vosotros me dais lo que yo busco: amor, fe y esperanza que resiste por años y al fin

florece”.- ■ Jesús se sienta en la hierba. Pastores: ―No, Señor. En la hierba, Tú, no, Rey de

Israel‖. Jesús: ―No os preocupéis, amigos. Soy pobre; un carpintero, para el mundo. Rico solo

de amor para el mundo, y del amor que los buenos me dan. Vine para estar con vosotros, para

compartir con vosotros el pan de esta noche, dormir a vuestro lado sobre el heno y recibir

consuelo de vosotros...‖. Pastores: ―¡Oh, consuelo! Somos hombres sin educación y

perseguidos‖. Jesús: ―También Yo lo estoy. Pero vosotros me dais lo que busco: amor, fe y

esperanza que resiste durante años y al fin florece. ¿Veis? Habéis sabido esperarme, al creer sin

dudar que era Yo. Y Yo he venido‖. ■ Elías: ―¡Oh, sí! Has venido. Ahora, aunque me muera, no

tengo nada que me dé dolor, porque lo que esperé lo tengo‖. Jesús: ―No, Elías. Tú vivirás hasta

después el triunfo del Mesías. Tú, que viste mi alba, debes ver mi resplandor‖.

* Elías da noticias a Jesús de la situación actual de aquellos doce pastores de Belén.- ■

Después, Jesús pegunta: ―¿Y los otros? Erais doce: Elías, Leví, Samuel, Jonás, Isaac, Tobías,

Jonatás, Daniel, Simeón, Juan, José y Benjamín. Mi Madre me decía siempre vuestros nombres,

como el nombre de mis primeros amigos‖. Los pastores se muestran cada vez más conmovidos.

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Jesús: ―¿En dónde están los demás?‖. Elías: ―El viejo Samuel hace veinte años que murió. Era

ya anciano. A José le mataron peleando en la puerta de la salida, para dar tiempo a su esposa,

madre desde hacía pocas horas, de huir con éste, al que yo recogí por amor de mi amigo, y por...

seguir teniendo niños a mi alrededor. También tomé conmigo a Leví... le perseguían. Benjamín

con Daniel pastorean en Líbano. Simeón, Juan y Tobías, que ahora prefiere que se llame Matías,

en recuerdo de su padre, al cual también le mataron, son discípulos de Juan Bautista. Jonás está

en la llanura de Esdrelón, al servicio de un fariseo. Isaac está sólo, en Yutta, con los riñones

despedazados y sumido en la mayor miseria. Le ayudamos como podemos... pero, golpeados

como somos por todos, estamos en la ruina y lo poco que le damos es como gotas de rocío en un

incendio. Jonatás es ahora servidor de uno de los grandes de Herodes‖. ■ Jesús: ―¿Cómo habéis

logrado, sobre todo Jonatás, Jonás, Daniel y Benjamín, conseguir estos trabajos?‖. Elías: ―Me

acordé de Zacarías, pariente tuyo... Tu Madre me había mandado a él. Y cuando nos volvimos a

encontrar entre los desfiladeros de Judea, fugitivos y maldecidos, los llevé donde Zacarías. Se

portó bien. Nos protegió, nos dio de comer y nos buscó un patrón como pudo. Yo ya había

tomado a mi cuidado todo el ganado de Ana de manos del herodiano... y me quedé a su

servicio... Cuando el Bautista llegó a la edad adulta y empezó a predicar, Simeón, Juan y Tobías

se fueron con él‖. Jesús: ―Pero el Bautista ahora está prisionero‖. Elías: ―Sí. Y ellos vigilan en

torno a Maqueronte, con un puñado de ovejas para no levantar sospechas; ovejas que les ha

dado un hombre rico, discípulo de Juan, tu pariente‖. Jesús: ―Me gustaría ver a todos‖. Elías:

―Sí, Señor. Iremos a decirles: «Venid, Él está vivo. Se acuerda de vosotros y os ama»‖. Jesús:

―Pero primero iremos a ver a Isaac. ¿En dónde están sepultados Samuel y José?‖. Elías:

―Samuel en Hebrón. Quedó al servicio de Zacarías. José... no tiene tumba, Señor. Murió en su

casa incendiada‖. Jesús: ―Pronto estará en la Gloria, no entre las llamas de los crueles, sino

entre las llamas del Señor. Yo te lo digo, a ti, José, hijo de José, Yo te lo aseguro. Ven a que te

bese para agradecer a tu padre‖. Elías: ―¿Y mis hijos?‖. Jesús: ―Son ángeles, Elías; ángeles que

repetirán el «Gloria» cuando el Salvador sea coronado‖. Elías: ―¿Rey?‖. Jesús: ―No. Redentor.

¡Qué cortejo de justos y santos! ¡Y delante irán las falanges blancas y purpúreas de los niñitos

mártires! Y al abrirse las puertas del Limbo, subiremos juntos al Reino en donde no existe la

muerte. ¡Y luego iréis vosotros y volveréis a encontrar a vuestros padres, madres e hijos en el

señor! ¿Lo creéis?‖. Pastores: ―Sí, Señor‖. Jesús: ―Llamadme Maestro. ■ Ya llega la noche, la

primera estrella ha nacido. Di tu oración antes de cenar‖. Elías: ―Yo no, Tú‖. Jesús: ―Gloria a

Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad que han

merecido ver la Luz y servirle. El Salvador está entre vosotros. El Pastor de la estirpe real está

entre su grey. La Estrella matutina ha nacido. ¡Alegraos justos! Alegraos en el Señor. Él, que

creó los Cielos y los sembró con estrellas, Él, que puso límite entre la tierra y los mares, Él, que

creó los vientos y el rocío, que dispuso las estaciones para que den pan y vino a los hijos, he

aquí que os manda un Alimento mucho mayor: el Pan vivo que baja del Cielo, el Vino de la

eterna Vid eterna. Venid. Vosotros, primicias de los que me adoraron. Venid a conocer

realmente al Padre, para que le sigáis santamente y consigáis el premio eterno‖. Jesús dijo esta

plegaria, de pie, con los abrazos abiertos, mientras que discípulos y pastores están arrodillados.

* ―¿Cómo servirán al Mesías, ellos, unos incultos?”.- ■ Después se reparten pan y una

escudilla de leche recién ordeñada, y, dado que son tres los tazones --o calabazas vaciadas, no

sabría decirlo--, primero comen Jesús, Simón y Judas, luego Juan (al cual Jesús le pasa su taza)

con Leví y José; Elías come el último. Las ovejas ya no pastan, se reúnen en un gran grupo

compacto en espera de ser conducidas quizás a su aprisco. Sin embargo, veo que los tres

pastores las conducen al bosque, debajo de un rústico cobertizo de ramas cercado de cuerdas.

Ellos se ponen a prepararles a Jesús y a los discípulos un lecho de heno. Se encienden algunos

fuegos, tal vez, para los animales salvajes. Judas y Juan, cansados, se echan; al poco tiempo ya

están dormidos. Simón querría hacerle compañía a Jesús, pero al cabo de un poco él también se

queda dormido, sentado en el heno y con la espalda apoyada en un poste. ■ Permanecen

despiertos Jesús y los pastores. Y hablan: de José, de María, de la huida a Egipto, del regreso...

Luego, después de estas preguntas de amor, vienen otras de mayor importancia: ¿qué hacer para

servir a Jesús?, ¿cómo hacerlo ellos, pastores sin educación? Jesús instruye y explica. ―Ahora

Yo voy por Judea. Siempre los discípulos os tendrán informados. Después haré que vayáis

conmigo. Entre tanto, reunios. Procurad que cada uno tenga noticias de los demás y que sepan

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de mi presencia en el mundo, como Maestro y Salvador; y, como podáis, manifestadlo a otras

gentes. No os prometo que siempre se os creerá. Yo he recibido escarnios y golpes, vosotros

también recibiréis. Pero así como supisteis ser fuertes y justos en la espera, sedlo más aún ahora

que sois míos. ■ Mañana iremos hacia Yutta, luego a Hebrón. ¿Podéis venir?‖. Pastores: ―¡Oh,

sí! Los caminos son de todos y los pastos son de Dios. Tan sólo el odio injusto nos tiene

alejados de Belén. Los otros pueblos saben todo... pero solo se burlan de nosotros llamándonos

«Bebedores». Por esto, muy poco podremos hacer aquí‖. Jesús: ―Os llamaré para que vayáis a

otro lugar. No os abandonaré‖. Pastores: ―¿Durante toda la vida?‖. Jesús: ―Durante toda mi

vida‖. Elías: ―No, primero moriré yo, Maestro. Soy viejo‖. Jesús: ―¿Tú lo crees? ¡No! Yo. Una

de las primeras caras que vi fue la tuya, Elías. Y será una de las últimas. Me llevaré conmigo, en

mi pupila, tu cara consternada de dolor a causa de mi muerte. Pero después será tu cara la que

lleve en el corazón el irradiar de una mañana triunfal, y con ella esperarás la muerte... La

muerte: el encuentro eterno con el Jesús a quien adoraste cuando era pequeñito. También

entonces los ángeles cantarán el Gloria: «para los hombres de buena voluntad». No oigo más.

La dulce visión termina. (Escrito el 11 de Enero de 1945).

··································· 1 Nota : Elías, Leví y José- Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.

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1-76-409 (2-40-448).- Jesús en Yutta con Isaac el pastor. – Sara y sus niños.

* Isaac siente la llamada de Jesús y sus piernas inertes recobran fuerzas milagrosamente.-

■ Jesús viene bajando con los suyos y con los tres pastores en dirección al río. Se para con toda

la paciencia cuando hay que esperar a una oveja retrasada o a uno de los pastores que debe ir

tras de una oveja que se le extravía. Es exactamente el Buen Pastor. También se ha buscado Él

una rama larga para apartar las ramas de las moreras y de los espinos y algalias, que salen al

paso por todas partes tratando de pegarse a los vestidos. Así es completa su figura de pastor.

Elías: ―¿Ves?... Yutta está allá arriba. Ahora pasaremos el torrente; hay un lugar en donde se

puede vadear en verano, sin tener que ir hasta el puente. Habría sido más breve venir por

Hebrón, pero Tú no has querido‖. Jesús: ―No a Hebrón iremos después. Primero y siempre al

que sufre. Los muertos ya no sufren, cuando son justos. Y Samuel era justo. Además, para los

muertos que necesitan de oraciones, no es necesario que uno esté cerca de los huesos muertos

para ofrecerlas...‖. ■ Elías: ―¿Me has dicho que quieres que Isaac sepa de tu presencia, pero sin

entrar en el pueblo?‖. Jesús: ―Sí, así lo deseo‖. Elías: ―Entonces es hora de separarnos. Yo iré a

verle, Leví y José se quedarán con el rebaño y con vosotros. Subo por aquí; así será más

rápido‖. Elías sube por la ladera, hacia las casas blanquecinas que resplandecen con el sol.

Tengo la sensación de que le sigo. Ahí está ante las primeras casas. Sigue por un callejón entre

casas y huertos. Continúa caminando algunas decenas de metros. Tuerce y va a dar a una calle

más ancha, que le lleva a una plaza. No he dicho que todo sucede en las primeras horas

matinales. Lo digo ahora para que se comprenda por qué en la plaza hay todavía mercado, y que

amas de casa y vendedores se desgañitan en torno a los árboles que dan sombra en la plaza. ■

Siguiendo un camino que parte de la plaza, en una esquina, hay una casa pobre, mejor dicho,

una habitación con la puerta abierta. Casi a la puerta hay un lecho miserable y sobre él hay un

enfermo que es todo un esqueleto, que pide entre lamentos una limosna. Elías entra como rayo.

―Isaac... soy yo‖. Isaac: ―¿Tu?... No te esperaba. Viniste la luna pasada‖. Elías: ―Isaac...

Isaac... ¿Sabes por qué he venido?‖. Isaac: ―No sé... Estás excitado... ¿Qué pasa?‖. Elías: ―He

visto a Jesús de Nazaret, ya hombre, y Rabí. Ha venido a buscarme...y quiere vernos. ¡Oh,

Isaac! ¿Te sientes mal?‖. En realidad Isaac está como alguien que fuese a morir, pero toma

aliento. Dice: ―No. La noticia...¿Dónde está? ¿Cómo es? ¡Oh, si pudiera verle!‖. Elías: ―Está

allá abajo, hacia el valle. Me manda que te diga esto, nada más esto: «Ven, Isaac, quiero verte

y bendecirte». Isaac: ―¿Ha dicho eso?‖. Elías: ―Eso. Pero, ¿qué haces?‖. Isaac: ―Me pongo en

camino‖. Isaac hace a un lado las cobijas, mueve las inertes piernas, las saca fuera del jergón de

paja, las pone en el suelo, se levanta todavía un poco incierto, vacilante. Todo sucede en un

instante, bajo los ojos desencajados de Elías... que al fin entiende y da un grito... Se asoma una

mujercita curiosa. Ve al enfermo de pie, cubriéndose --no tiene otra cosa-- con una de las

cobijas, y se echa a correr gritando como una gallina. Isaac: ―Vamos... Vamos por aquí, para

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tardar menos y no toparnos con mucha gente... Rápido, Elías‖. Y salen los dos de estampida por

una puerta de un huerto que da a la parte posterior, empujan la puerta de ramas secas; ya están

afuera; marchan rápidamente por una callejuela miserable, luego siguen por un camino entre

huertos, y continúan bajando, por los prados y arboledas, hasta llegar al río. ■ Elías, señalando a

Jesús con el dedo, le dice: ―¡Mira allí a Jesús! Aquel alto, hermoso, rubio, vestido de blanco y

con el manto azul...‖. Isaac corre, se hace paso entre el rebaño que pace, y con un grito de

triunfo, de alegría, de adoración, se postra a los pies de Jesús. Jesús: ―Levántate Isaac. He

venido a traerte la paz y bendición. Levántate para que vea tu cara‖. Pero Isaac no quiere

levantarse. Son demasiadas las emociones juntas, y continúa en medio de su llanto silencioso,

con la cara contra el suelo. Jesús: ―Has venido inmediatamente. No te has preguntado si

podías...‖. Isaac: ―Tú me has mandado decir que viniese... y he venido‖. Elías: ―Ni siquiera ha

cerrado la puerta, ni ha recogido las limosnas, Maestro‖. Jesús: ―¡No importa! Los ángeles

vigilarán su habitación ¿Estás contento Isaac?‖. Isaac: ―¡Oh Señor!‖. Jesús: ―Llámame

Maestro‖. Isaac: ―Sí, Señor, Maestro mío. Aunque no me hubiese curado, me habría sentido

feliz de verte. ¿Cómo he podido obtener de Ti tanta gracia?‖. Jesús: ―Por tu fe y tu paciencia,

Isaac. Sé cuánto has sufrido...‖. Isaac: ―¡Nada!, ¡nada! ¡Ya nada!¡Te he encontrado! ¡Estás

vivo! ¡Estás aquí! Esto es lo que vale... Lo demás, todo lo demás, pertenece al pasado‖.

* Isaac llamado a ser discípulo: “Para confesar, contra burlas y amenazas, mi presencia en

el mundo y decir que te he llamado y has venido”.- ■ Isaac añade: ―Pero, Señor y Maestro,

ahora ya no te vas ya ¿verdad?‖. Jesús: ―Isaac, tengo a todo Israel para evangelizar. Me voy...

Pero si no puedo quedarme, tú sí me puedes seguir y servir. ¿Quieres ser mi discípulo, Isaac?‖.

Isaac: ―¡Oh! ¡Pero no serviré para ser discípulo!‖. Jesús: ―¿Sabrás confesar mi presencia en el

mundo?, ¿confesarlo contra las burlas y amenazas?, ¿y decir que Yo te he llamado y has

venido?‖. Isaac: ―Aun cuando Tú no lo quisieras, todo esto diría yo. En esto te desobedecería,

Maestro. Perdona que lo diga‖. Jesús sonríe y dice: ―¿Ves cómo eres capaz de ser mi

discípulo?‖. Isaac: ―¡Oh, si solo es para hacer esto!... Pensaba que sería una cosa más difícil,

que tendría que ir a la escuela de los rabinos para servirte, Rabbí de los rabinos... y así de viejo

ir a la escuela...‖. El hombre, tiene al menos cincuenta años. ■ Jesús: ―Tú ya has aprendido lo

que se enseña en una escuela, Isaac‖. Isaac: ―¿Yo? ¡No!‖. Jesús: ―Tú, sí. ¿No has seguido

creyendo y amando, respetando y bendiciendo a Dios y al prójimo, sin tener envidia, sin desear

lo ajeno, e incluso lo que era tuyo y ya no tenías? ¿No has seguido diciendo solo la verdad, aun

cuando ello te perjudicase? ¿No has evitado fornicar con Satanás cometiendo pecados? ¿No has

hecho todo esto en estos treinta años de desventura?‖. Isaac: ―Sí, Maestro‖. Jesús: ―Lo ves. La

escuela ya la has terminado. Sigue así y añade la revelación de mi presencia en el mundo. No

hay nada más que hacer‖.

* Isaac ya predicó: del Niño, Ángeles, Magos, y... de María, “porque pronunciar ese

nombre es como tener miel en la boca‖.- ■ Isaac: ―Ya te he predicado, Señor Jesús. Les hablé

a los niños que venían, cuando ya casi inválido, llegué a este pueblo pidiendo un pan y cuando

todavía podía trabajar de esquilador o haciendo productos lácteos, y luego, cuando venían

alrededor de mi cama, cuando mi mal se había hecho fuerte y había perdido todas las fuerzas de

las piernas. Les hablaba de Ti a los niños de aquellos tiempos y a los niños de ahora, hijos de

aquellos... Los niños son buenos y creen siempre... Les contaba de cuando naciste... de los

ángeles y de la Estrella de los Magos... ■ y de tu Madre... ¡Dime!:¿vive todavía?‖. Jesús: ―Vive

y te manda saludos. Siempre habla de vosotros‖. Isaac ―¡Oh, si pudiera verla!‖.Jesús: ―La

verás. Algún día vendrás a mi casa. María se dirigirá a ti con el saludo de «amigo»‖. Isaac:

―María... sí. ¡Es como tener miel en la boca al pronunciar ese nombre...!‖.

* ―Sara y Joaquín, que me han dado siempre refugio y ayuda, han puesto a sus hijos los

nombres de María, José, Emmanuel y ahora están pensando en el nombre que le pondrán

al cuarto recién nacido”.- ■ Isaac: ―Hay una mujer en Yutta, --ahora es ya mujer, madre,

desde hace poco, de su cuarto hijo--, que entonces era una niña, una de mis pequeñas amigas... y

ha puesto a sus hijos los nombres de María y José a los dos primeros, y, como no atreviéndose a

poner al tercero el nombre de Jesús, le ha puesto el nombre de Emmanuel, como signo de

bendición para sí misma, para su casa y para Israel. Y ahora está pensando en el nombre que

dará al cuarto, que ha nacido hace seis días. ¡Ah, cuando sepa que estoy curado, y que Tu estás

aquí! ¡Sara, la mamá, es buena como el pan, y bueno es también su esposo Joaquín! Y ¡qué

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decir de sus familiares! Estoy vivo por ellos. Me han dado siempre refugio y ayuda‖. Jesús:

―Vamos a su casa a pedirles refugio mientras baja el sol y a llevarles una bendición por su

caridad”. Isaac: ―De este lado, Maestro, es más fácil para el ganado y para evitar a la gente que

ciertamente estará agitada. La anciana que me ha visto ponerme en pié con seguridad ya lo

habrá contado‖. ■ Ahí están los prados con los manzanos, las higueras y los nogales. Ahí está

la casa, blanca sobre verde, con su ala saliente que protege la escalera formando un pórtico y

mirador. Ahí está la pequeña cúpula en la parte más alta, y el huerto jardín, con el pozo, la

pérgola, los cuadros... Un gran murmullo sale de la casa. Isaac se adelanta, entra, llama con

fuerte voz: ―¡María, José, Emmanuel, ¿dónde estáis? Venid con Jesús‖. Acuden tres críos: una

niña de casi cinco años y dos niños de los cuatro a los dos, el último todavía con el paso un poco

inseguro. Se quedan con la boca abierta ante el... resucitado. Luego la niña grita: ―¡Isaac!

¡Mamá! ¡Isaac está aquí! ¡Es verdad lo que ha visto Judit!‖. ■ De una habitación donde hay un

gran murmullo de voces, sale una mujer. Es la madre, de lozano aspecto, morena, alta,

exuberante en su mirar lejano, hermosa toda... que exclama: ―¡Isaac! ¿Pero cómo es posible?

Judit... Creía que el sol la había hecho perder la cabeza... ¡Andas!... ¿Qué ha sucedido?‖. Isaac:

―¡El Salvador! ¡Oh! ¡Sara! ¡Él es ya una realidad y ha venido!‖. Sara: ―¿Quién? ¿Jesús de

Nazaret? ¿Dónde está?‖. Isaac: ―¡Allí, detrás del nogal! ¡Y dice que si se le puede recibir!‖.

Sara: ―¡Joaquín! ¡Madre! ¡Todos!¡Venid! ¡Está aquí el Mesías!‖. Salen todos corriendo:

mujeres, hombres, muchachos, niños; salen dando gritos, chillando... Pero, al ver a Jesús, alto,

majestuoso, pierden toda vehemencia y quedan como petrificados. Jesús: ―Paz a esta casa y a

todos vosotros. La paz y la bendición de Dios‖. Jesús se dirige, despacio, sonriente, hacia el

grupo de personas. ―Amigos, ¿queréis recibir en vuestra casa al Viandante?‖ y sonríe aún más.

Su sonrisa ya vence los temores. El esposo tiene el valor de hablar: ―Entra, Mesías. Te hemos

amado sin conocerte. Te amaremos mucho más conociéndote‖.

* ―La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces y benditos. Los más dulces

y benditos ya los tienen éstos. Pero hay tal vez todavía otro...”.- ■ Joaquín: ― Mi casa está

de fiesta por tres motivos: Por Ti, por Isaac y por la circuncisión de mi tercer varoncito.

Bendícelo, Maestro. ¡Mujer, trae al niño! Entra, Señor‖. Pasan a una sala preparada para la

fiesta. Mesas y platos, manteles y ramas verdes por todas partes. Sara vuelve con un hermoso

niño recién nacido y se lo presenta a Jesús. Jesús: ―Dios sea siempre con él. ¿Cómo se llama?‖.

Sara: ―No tiene nombre. Ésta es María, éste es José, éste Emmanuel, éste... todavía no tiene...‖.

Jesús mira a los esposos sonriendo: ―Buscadle un nombre, si es que hoy debe ser circuncidado‖.

Los dos se miran, le miran, abren la boca y la cierran sin decir palabra alguna. Todos están

atentos. Jesús insiste: ―La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces, benditos.

Los más dulces y benditos ya los tienen éstos. Pero tal vez hay todavía otro‖. Al unísono los dos

esposos dicen: ―¡El tuyo, Señor!‖ y la esposa termina diciendo: ―pero es demasiado santo...‖.

Jesús sonríe y pregunta: ―¿Cuándo será circuncidado?‖. Sara: ―Estamos esperando al que va a

circuncidar‖. Jesús: ―Estaré presente en la ceremonia. Entre tanto, os agradezco lo que habéis

hecho por mi Isaac. Ahora no tiene más necesidad de los buenos, pero los buenos tienen

necesidad todavía de Dios. Habéis puesto al tercero el nombre de «Dios con nosotros». Y sin

embargo, a Dios lo teníais desde que tuvisteis caridad para con mi siervo. Seáis benditos. En la

Tierra y en el Cielo vuestra acción será recordada‖. ■ Sara: ―¿Isaac se va ahora? ¿Nos deja?‖.

Jesús: ―¿Os duele? Él debe servir a su Maestro. No obstante, volverá, y Yo también vendré.

Vosotros, entre tanto, hablaréis del Mesías...¡Hay tanto que decir para convencer al mundo!...

Llega la persona que esperábamos‖. ■ Entra un personaje pomposo con su criado. Saludos e

inclinaciones. ―¿Dónde está el niño?‖ pregunta con solemnidad. Sara: ―Aquí está. Pero saluda

al Mesías. Está aquí‖. ―¿El Mesías?... ¿El que curó a Isaac? Bueno... Hablaremos de esto más

tarde. Tengo mucha prisa. El niño y su nombre‖. Los presentes están mortificados con tales

modales. Sin embargo, Jesús sonríe como si tales desaires no fuesen para Él. Toma al bebé, lo

toca en su frentecita con sus hermosos dedos, como si los fuese a consagrar y dice: ―Su nombre

es Jesai‖ y se lo vuelve a dar al padre, el cual, junto con el personaje soberbio y con otros, se

dirige a la habitación vecina. Jesús se queda en donde está hasta que regresan con el niño

llorando desesperadamente. Jesús, para consolar a la angustiada madre, dice: ―Mujer, dame al

niño ¡Ya no llorará!‖. El niño al ser puesto sobre las rodillas de Jesús, se calla al punto.

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* ―Judas, deja que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no

pierde el sonido que tiene en los labios de mi Madre... Sólo los inocentes, que ni calculan

interés ni odian, lo pronunciarán con amor...”.- ■ Se forma un grupo aparte alrededor de

Jesús, con los niños, los pastores y los discípulos. Afuera se oye el balar a las ovejas (Elías las

ha metido en el aprisco). En la casa hay rumor de fiesta. Traen dulces y bebidas a Jesús y a los

suyos. Pero Jesús distribuye éstas a los pequeños. Joaquín: ―¿No bebes, Maestro? ¿No lo

aceptas? Te lo damos de corazón‖. Jesús: ―Lo sé, Joaquín, y lo acepto de corazón. Pero déjame

que primero dé gusto a los pequeñuelos; ellos constituyen mi alegría...‖. Isaac: ―No hagas caso

de ese hombre, Maestro‖. Jesús: ―No, Isaac. Ruego porque vea la Luz. Juan, lleva a los dos

niños a ver las ovejas. ■ Y tú, María, acércate más y dime: ¿Quién soy Yo?‖. María: ―Tú eres

Jesús, Hijo de María de Nazaret, nacido en Belén. Isaac te vio y me puso el nombre de tu Mamá

para que yo sea buena‖. Jesús: ―Tienes que ser buena como el ángel de Dios, más pura que un

lirio que haya brotado en la ladera del monte, piadosa como el levita más santo, para imitarla.

¿Lo serás?‖. María: ―Sí, Jesús‖. Iscariote: ―Niña, di «Maestro» o «Señor»‖. Jesús: ―Judas... deja

que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no pierde el sonido que

tiene en los labios de mi Madre. Todos, en el correr de los siglos, pronunciarán este Nombre,

unos por interés, otros por diferentes motivos, y otros para hacerle objeto de blasfemia. Sólo los

inocentes, que ni calculan interés ni odian, lo pronunciarán con amor como lo hace esta

pequeñita y lo hace mi Madre. También los pecadores me llamarán, sintiéndose necesitados de

compasión. ¡Pero, mi Madre y los niños! ¿Por qué me llamas Jesús?‖ pregunta, acariciando a la

niña. María responde: ―Porque te quiero mucho... como a papá, a mamá y a mis hermanitos‖ y

se abraza a las rodillas de Jesús, con la cara levantada y llena de sonrisas. Jesús se inclina y la

besa... y así termina todo. (Escrito el 12 de Enero de 1945). -------------------000------------------

1-77-417 (2-41-457).- Jesús en Hebrón, en casa de Zacarías, acompañado de los tres discípulos

y de los pastores Elías, Leví, José e Isaac.- Encuentro con la romana Aglae.

* “Si los pastores, son amigos tuyos y de Dios, ¿por qué son desgraciados?”.- ■ ―¿A que

hora llegaremos?‖ pregunta Jesús, que camina en el centro del grupo precedido por las ovejas,

que mordisquean la hierba de las veredas. Elías responde: ―A eso de las nueve. Son cerca de 10

millas‖. Iscariote pregunta: ―Y después... ¿vamos a Keriot?‖. Jesús: ―Sí. Vamos allí‖. Iscariote:

―¿Y no era más corto ir de Yutta a Keriot? No debe haber mucha distancia. ¿O no es así,

pastor?‖. Elías: ―Dos millas más, poco más o menos‖. Iscariote: ―Así caminaremos más de

veinte millas inútilmente‖. Jesús dice: ―Judas... ¿Por qué estás tan inquieto?‖. Iscariote: ―No lo

estoy, Maestro. Sólo que me habías prometido venir a mi casa...‖. Jesús: ―E iré. Siempre

mantengo mis promesas‖. Iscariote: ―Mandé avisar a mi madre... y Tú, por otra parte, dijiste

que con los muertos se está también con el espíritu‖. Jesús: ―Lo dije. Pero piensa bien Judas: tú,

por Mí, no has sufrido todavía. Éstos hace treinta años que sufren y ni siquiera han traicionado

el recuerdo mío. Ni siquiera el recuerdo. Ellos no sabían si estaba vivo o muerto... y sin

embargo permanecieron fieles. Se acordaban de Mí, cuando recién nacido, Niño que no tenía

otra cosa que llanto y deseo de leche... y sin embargo siempre me han reverenciado como a

Dios. Por causa mía han sido golpeados, maldecidos, perseguidos: como un oprobio de la Judea,

y con todo, su fe no vacilaba, con los golpes no se secaba, sino que echaba raíces más profundas

y se hacía más robusta‖. ■ Iscariote: ―A propósito. Hace ya varios días que una pregunta me

quema los labios. Éstos son amigos tuyos y de Dios ¿no es cierto? Los ángeles los bendijeron

con la paz del Cielo... ¿no es así? Permanecieron justos contra todas las tentaciones. ¿No me

equivoco? Entonces... explícame ¿por qué fueron desgraciados?... ¿Y Ana? ¿La mataron porque

te amaba?...‖. Jesús: ―¿... y por tanto concluyes que mi amor y el amarme traigan desgracias?‖.

Iscariote: ―No... pero...‖. Jesús: ―Pero es así. Siento verte tan cerrado a la Luz y tan

preocupado de las cosas humanas. No te metas, Juan, ni tú tampoco Simón. Prefiero que él

hable. No regaño jamás. Tan sólo deseo que abráis vuestros corazones para introduciros a la luz.

Ven aquí, Judas. Escucha. Tú partes de un juicio, que muchos también tienen y que otros

tantos tendrán. Dije juicio, debería decir error. Pero lo decís sin malicia, por ignorancia de lo

que es la verdad, por eso no es error, sino juicio imperfecto, como puede tenerlo un niño. Sois

niños, pero hombres. Y Yo estoy como Maestro, para formaros hombres adultos, capaces de

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discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo mejor de lo bueno. Escuchad, pues.

¿Qué cosa es la vida? Es un breve tiempo en que el hombre está en la Tierra, diría Yo, en el

limbo del Limbo, que el Padre Dios os concede para probar vuestra naturaleza de hijos buenos o

de bastardos, para reservaros, sobre la base de vuestras obras, un futuro en el que no habrá ni

pausas ni pruebas. Decidme ahora: ¿Sería justo que alguien que ya tuvo el bien extraordinario

de poder servir a Dios de una manera especial, gozara también por toda la vida de un bien

continuo? ¿No os parece que ya ha tenido mucho bien y que, por lo tanto, puede llamarse feliz,

aunque en lo humano no lo sea?... ¿No sería injusto que aquel que tiene ya en el corazón la luz

de manifestación divina y la paz de una conciencia tranquila, tuviera además honores y bienes

terrenos? ¿No sería una cosa hasta imprudente?‖. ■ Zelote dice: ―Maestro, pienso que hasta

sería profanador. ¿Por qué poner alegrías humanas en donde Tú estás?... Cuando uno te

tiene --y éstos te han tenido pues son los únicos ricos en Israel porque durante treinta años te

poseyeron-- no debe tener otra cosa. No se ponen cosas humanas en el propiciatorio... y el vaso

sagrado no sirve más que para usos sagrados. Estos han sido consagrados desde el día en que

vieron tu sonrisa... ¡y nada, pero nada que no sea Tú debe entrar en el corazón que te posee! ¡Si

fuese como ellos!‖. Iscariote contesta irónicamente: ―Sin embargo, te has dado prisa, después de

haber visto al Maestro y después de ser curado, en volver a tomar posesión de tus bienes‖.

Zelote: ―Es verdad, lo dije y lo hice, pero... ¿sabes por qué? ¿Cómo puedes juzgar si no lo sabes

todo? Mi administrador tuvo órdenes escuetas. Ahora que Simón Zelote está curado --y sus

enemigos no pueden hacerle daño segregándole; ni perseguirle porque ya no pertenece más que

al Mesías, y no tiene ninguna secta: tiene sólo a Jesús y basta-- Simón puede disponer de sus

bienes que un hombre honrado, un hombre fiel le conservó. Y yo, dueño todavía durante una

hora, di órdenes de reajuste para obtener más dinero por su venta y poder decir... no, esto no lo

digo‖. Jesús dice: ―Simón, los ángeles lo dicen por ti, y lo escriben en el libro eterno‖. Simón

mira a Jesús. Los dos se cruzan miradas, la del uno está llena de sorpresa, la del otro de

bendición. ■ Iscariote: ―¡Como siempre estoy equivocado!‖. Jesús: ―No, Judas. Tienes sentido

práctico. Tu mismo lo dices‖. Juan, siempre dulce y conciliador, dice: ―¡Oh, pero con Jesús!...

¡También Simón Pedro estaba apegado al sentido práctico ¡y ahora sin embargo!... También, tú,

Judas, llegarás a ser como él. Poco tiempo hace que estás con el Maestro, nosotros más y nos

hemos mejorado‖. Iscariote: ―No me ha querido con Él. Si no, hubiera sido suyo desde la

Pascua‖. Hoy Judas está de mal humor. Jesús corta la conversación al dirigirse a Leví: ―¿Has

estado alguna vez en Galilea?‖. Leví: ―Sí, Señor‖. Jesús: ―Vendrás conmigo para llevarme a

donde está Jonás... ¿Le conoces?‖. Leví: ―Sí, por Pascua nos veíamos siempre; yo iba a verle

entonces‖. José baja la cabeza apenado. Jesús lo nota y le dice: ―Juntos no podéis venir. Elías se

quedaría solo con las ovejas. Pero tú vendrás conmigo hasta el paso de Jericó, donde nos

separaremos por un tiempo. Después te diré lo que debes hacer‖. Iscariote: ―¿Nosotros ya nada

más?‖. Jesús: ―También vosotros, Judas, también vosotros‖.

* Jesús llega a conocer el final de la familia Zacarías-Isabel y algunos detalles de la vida

oculta de Juan Bautista.- ■ Juan, que va unos pasos por delante, dice: ―Ya se ven las casas‖.

Elías: ―Es Hebrón, entre dos ríos, como jinete. ¿Ves, Maestro? ¿Ves aquella casa grande entre

aquella hierba verde, un poco más alta que las demás? Es la casa de Zacarías‖. Jesús:

―Apresuremos el paso‖. Recorren ligeros los últimos metros del camino y entran en el pueblo.

Las pequeñas pezuñas de las ovejas parecen castañuelas al chocar contra las piedras irregulares

de la calle, aquí toscamente adoquinada. La gente mira a este grupo de hombres de tan diverso

aspecto, edad y vestido entre el blancor de las ovejas. Elías dice: ―¡Oh! ¡Está cambiada! ¡Aquí

estaba la verja de entrada! Ahora en lugar de la verja hay un portón de hierro que impide ver. Y

la tapia que la circunda es más alta que un hombre, y, por tanto no se ve nada‖. Jesús: ―Tal vez

esté abierto por detrás, vamos‖. Dan vuelta a un gran cuadrilátero, mejor dicho, un amplio

rectángulo, pero la pared es igual por todas partes. Juan, al observarla, dice: ―Una pared

construida hace poco. No tiene grietas y en el suelo hay todavía piedras con cal‖. Elías, perplejo,

dice: ―Tampoco veo el sepulcro... Estaba hacia el bosque. Ahora el bosque está fuera del muro

y... parece de todos. Están haciendo leña en él...‖. ■ Un hombre, un viejecito leñador de baja

estatura, pero fuerte, que mira al grupo, deja de partir un tronco caído, y viene hacia ellos.

―¿Qué buscáis?‖. Elías: ―Queríamos entrar en la casa, para orar en el sepulcro de Zacarías‖.

Leñador: ―Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabéis? ¿Quiénes sois?‖. Elías: ―Yo, amigo de

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Samuel, el pastor. Él...‖. Jesús dice: ―No es necesario, Elías‖, y Elías calla. Leñador: ―¡Ah!

¡Samuel!... ¡Ya! Solo que desde que Juan, hijo de Zacarías, está en prisión, la casa ya no es

suya. Y es una desgracia, porque él distribuía todas las ganancias de sus bienes entre los pobres

de Hebrón. Una mañana vino uno de la corte de Herodes, echó fuera a Joel, clausuró la casa;

después volvió con algunos trabajadores y empezó a levantar el muro... En el ángulo, allí, estaba

el sepulcro. No lo quiso... y una mañana lo encontramos todo destrozado, medio derruido... los

pobres huesos mezclados con el polvo... Los recogimos como se pudo... Ahora están en una

única urna... ■ Y en la casa del sacerdote Zacarías, aquél infame tiene sus amantes. Ahora hay

una actriz de Roma. Por eso levantó el muro. No quiere que se le vea... ¡La casa del sacerdote,

un prostíbulo! ¡La casa del milagro y del Precursor! Porque ciertamente es él, si es que no es él

el Mesías. Y ¡cuántas dificultades hemos tenido por causa del Bautista! ¡Pero es nuestro grande!

¡Verdaderamente grande! El haber nacido ya fue un milagro. Isabel, vieja como un cardo seco,

fue fértil como un manzano en Adar, primer milagro. Después vino una prima, que era una

santa, a servirla y a desatar la lengua del sacerdote. Se llamaba María. Me acuerdo de Ella,

aunque solo la viéramos en raras ocasiones. No sé cómo sucedió. Se dice que, para contentar a

Isabel, Ella hizo que la boca muda de Zacarías tocase su vientre grávido, o que Ella le metió sus

dedos en la boca. No sé muy bien. Lo cierto es que después de nueve meses de silencio,

Zacarías habló, alabando al Señor y diciendo que había venido ya el Mesías. No explicó más,

pero mi mujer asegura --ella estaba ese día-- que Zacarías dijo, alabando al Señor, que su hijo

iría delante de Él. Ahora yo digo: no es como la gente cree. Juan es el Mesías y camina ante el

Señor como Abrahám ante de Dios. ¿No tengo razón?‖. Jesús: ―Tienes razón por lo que respecta

al espíritu del Bautista, que siempre camina en presencia de Dios. Pero no tienes razón, respecto

al Mesías‖. Leñador: ―Entonces, aquella mujer, de la que se decía que era Madre del Hijo de

Dios --lo dijo Samuel-- ¿no era verdad que lo era? ¿No vive todavía?.‖ Jesús: ―Lo era. El

Mesías ha nacido, precedido por aquel que en el desierto alzó su voz, como dijo el Profeta‖ (Mal.

3, 1: Is. 40,3). Leñador: ―Eres tú el primero que lo asegura. Juan, la última vez que Joel le llevó una

piel de oveja --como lo hacía cada año al acercarse el invierno-- cuando fue interrogado acerca

del Mesías, no dijo: «Ya ha venido». Cuando él lo diga...‖. Juan interviene: ―Oye, yo he sido

discípulo de Juan Bautista y le oí decir: «He aquí el Cordero de Dios», señalando...‖. Leñador:

―¡No! ¡No! El Cordero es él. Verdadero cordero que por sí mismo se ha desarrollado, sin

necesitar casi de madre ni padre. Apenas hecho hijo de la Ley, se apartó a las cuevas de los

montes que dan al desierto y allí creció, hablando con Dios. Isabel y Zacarías murieron y él no

vino. Para él, Dios era su padre y madre. No hay nadie que sea más santo que él. Preguntad a

toda Hebrón. Lo decía Samuel, pero debían de tener razón los de Belén. Juan es el Santo de

Dios‖. Jesús pregunta: ―Si alguien te dijese: «Yo soy el Mesías», ¿qué dirías tú?‖. Leñador: ―Le

llamaría blasfemo y le echaría a pedradas‖. Jesús: ―¿Y si hiciese un milagro para probar que es

Él?‖. Leñador: ―Diría que está endemoniado; el Mesías vendrá cuando Juan se revele en su

verdadero ser. El mismo odio de Herodes es la mayor prueba. Él, astuto, sabe que Juan es el

Mesías‖. Jesús: ―No nació en Belén‖. Leñador: ―Pero cuando le liberen, después de anunciarse

por sí mismo su próxima venida, se manifestará en Belén. También Belén espera esto.

Mientras... ¡Oh!. Ve, si tienes valor, a hablarles a los de Belén de otro Mesías... y verás‖. ■

Jesús: ―¿Tenéis una sinagoga?‖. Leñador: ―Sí, por esta calle, derecho, como a doscientos pasos.

No puedes equivocarte, cerca está la urna de los restos profanados‖. Jesús: ―Adiós, que el Señor

te alumbre‖. Se van.

* Encuentro con la prostituta romana Aglae.- ■ Dan vuelta por la parte de delante. En el

portón hay una joven vestida descaradamente. Hermosísima. ―¿Señor, quieres entrar en la

casa?... ¡Entra!‖. Jesús la mira fijamente, severo como un juez, pero no dice nada. Judas habla,

en esto apoyado por todos: ―¡Metete dentro desvergonzada! ¡No nos manches con tu aliento,

perra hambrienta!‖. La mujer sonroja y baja la cabeza. Apenada trata de desaparecer,

escarnecida por gamberros y por la gente que pasa. Jesús, severo, dice: ―¿Quién es tan puro que

pueda decir: «Jamás he deseado la manzana ofrecida por Eva?». Decidme dónde está éste y Yo

lo saludaré con la palabra «santo». ¿Ninguno? Bueno, pues entonces, si no por desprecio, sino

por debilidad, os sentís incapaces de acercaros a ésta, retiraos. No obligo a los débiles a una

lucha en inferioridad de condiciones. Mujer: quiero entrar. A esta casa, que era de un pariente

mío, le guardo cariño‖. Mujer: ―Entra, Señor, si no sientes asco de mí‖. Jesús: ―Deja la puerta

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abierta. Que el mundo vea y no murmure...‖. ■ Jesús pasa serio, majestuoso. La mujer se inclina

subyugada, y no se atreve a moverse. Pero las burlas de la gente la hieren muy a lo vivo. Huye

corriendo hasta el fondo del jardín, mientras Jesús llega hasta los pies de la escalera: mira de

refilón por las puertas entreabiertas, pero no entra. Luego se dirige al sepulcro, donde ahora hay

una especie de templo pagano. Jesús: ―Los huesos de los justos, aunque estén resecos y

dispersos, manan bálsamo de purificación y esparcen semillas de vida eterna. ¡Paz a los

muertos que vivieron en el bien! ¡Paz a los puros que duermen en el Señor! ¡Paz a los que

sufrieron pero no quisieron conocer el vicio! ¡Paz a los verdaderos grandes del mundo y del

Cielo! ¡Paz!‖.■ La mujer, bordeando un seto que la ocultaba, se ha acercado a Él. ―¡Señor!‖.

―¡Mujer!‖. ―¿Tu nombre, Señor?‖. ―Jesús‖. ―Jamás lo había oído. Soy romana, actriz y bailarina.

No soy experta en ninguna otra cosa más que en lascivias. ¿Qué significa tu Nombre? El mío es

Aglae y... quiere decir vicio‖. Jesús: ―El mío: Salvador‖. Aglae: ―¿Cómo salvas?... ¿A quién?‖.

Jesús: ―A quien tiene buena voluntad de salvación. Yo salvo enseñando a ser puros, a preferir el

dolor a la pérdida de la honra, a amar el bien a toda costa‖. Jesús habla sin acritud pero sin

siquiera volverse a la mujer. Aglae: ―Estoy perdida, muerta, soy porquería y mentira. Tú que no

me miras ni me tocas ni me pisoteas, ten piedad de mí‖. Jesús: ―Yo soy el que busco a los

perdidos, el que da Vida, Yo soy Pureza y Verdad. Ante todo ten piedad de ti, de tu alma‖.

Aglae: ‖¿Qué cosa es el alma?‖. Jesús: ―Lo que hace del hombre un dios y no un animal. El

vicio, el pecado la mata, y muerta ya, el hombre se convierte en un animal repugnante‖. Aglae:

―¿Podré verte otra vez?‖. Jesús: ―Quien me busca me encuentra‖. Aglae: ―¿En dónde estás?‖.

Jesús: ―Donde los corazones tienen necesidad de médico y de medicina para volveros

honestos‖. Aglae: ―Entonces... no te veré más... Yo estoy donde no se quiere médico ni

medicina, ni honestidad...‖. Jesús: ―Nada te impide que vengas a donde Yo estoy. Mi Nombre

será voceado por los caminos y llegará hasta ti. Adiós‖. Aglae: ―Adiós, Señor. Permíteme que te

llame «Jesús» ¡Oh! No por familiaridad sino... para que penetre un poco de salvación en mí.

Soy Aglae. Acuérdate de mí‖. Jesús: ―Sí. Adiós‖. La mujer queda en el fondo. Jesús sale severo.

Mira a todos. Ve la perplejidad en los discípulos, la burla de los hebronitas. Un siervo cierra el

portón.

* Jesús echado de la sinagoga de Hebrón.- ■ Jesús toma la calle y llega a la sinagoga y

llama. Se asoma un viejo malévolo. No da tiempo a Jesús ni de que hable. ―La sinagoga está

prohibida a los que comercian con prostitutas; este lugar es santo. ¡Lárgate!‖. Jesús se vuelve

sin hablar y continúa caminando por la calle. Los suyos le siguen. Cuando están fuera de

Hebrón empiezan a hablar. Iscariote dice: ―Hay que decir que Tú lo has buscado, Maestro.

¡Una prostituta!‖. Jesús: ―Judas, en verdad te digo que ella te superará. Y, ahora que tú me lo

echas en cara, ¿qué me dices de los judíos? En los lugares más santos de Judea se han burlado

de nosotros y nos han echado... Pero, así es. Vendrá el tiempo que Samaria y los gentiles

adorarán al Dios verdadero, y el pueblo del Señor estará manchado de sangre y de un crimen...

de un delito respecto al cual el de las prostitutas que venden su carne y su alma será poca cosa.

■ No he podido orar sobre los huesos de mis primos y del justo Samuel. Pero no importa.

Descansad huesos santos, alegraos ¡oh espíritus que habitáis en ellos! La primera resurrección

está cercana. Después vendrá el día en que seréis mostrados a los ángeles como los espíritus de

los siervos del Señor‖. Jesús calla y todo termina. (Escrito el 13 de Enero de 1945).

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1-78-424 (2-42-465).- Jesús en Keriot: Judas quiere proclamarle rey.- Muerte del viejo Saúl.

* Jesús dice a la madre de J. Iscariote: “Mi Madre es tu hermana... en el amor y en el

destino doloroso de madre de señalados”.- ■ Tengo la impresión de que la parte más

escabrosa, o sea, la garganta más estrecha de las montañas de Judea, se encuentra entre Hebrón

y Yutta. Pero podría también engañarme, y ser éste un valle más ancho y extenso que descubre

horizontes más amplios, en los que emergen montes aislados que ya no forman una cordillera.

Quizás es una cuenca entre dos cordilleras, no lo sé. Es la primera vez que la veo y no la

conozco bien. Por los campos bien labrados, aunque no extensos, se ve la cebada, el centeno y

también viñedos en las partes más soleadas. Más arriba, bosques hermosos con pinos y abetos, y

otros árboles propios de la selva. Un camino... discreto, introduce en un pequeño poblado.

Iscariote, tan agitado, que, en realidad, está fuera de sí, dice: ―Este es el suburbio de Keriot. Te

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ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre allí te espera. Después iremos a Keriot‖. No he

dicho que ahora están solos Jesús, Judas, Simón y Juan. No vienen ya los pastores.

Probablemente se quedaron en los pastizales de Hebrón o bien regresaron en dirección de Belén.

Jesús: ―Como quieras, Judas. Pero también podíamos habernos quedado aquí para conocer a tu

madre‖. Iscariote: ―¡Oh, no! Es una casucha. Mi madre viene en tiempo de la cosecha, pero

después vuelve a Keriot. ¿No quieres que te vea mi ciudad? ¿No quieres traer a ella tu luz?‖.

Jesús: ―Sí que quiero, Judas. Pero sabes que no me preocupa la humildad del lugar que me

hospeda‖. Iscariote: ―Pero ahora eres mi huésped... y Judas sabe dar hospitalidad‖. ■ Caminan

todavía algunos metros entre las casitas desparramadas por el campo. Mujeres y hombres,

avisados por los niños, se asoman. Está claro que se ha despertado la curiosidad. Judas debe de

haber dado un grito de atención. Iscariote: ―He aquí mi pobre casa. Perdona su pobreza‖. Pero

la casa no es ninguna chabola: es un cubo de un solo piso pero amplio y bien cuidado, en medio

de un jardín frondoso y bien cultivado. Un camino propio, muy limpio, bien limpio, va desde el

camino a la casa. Iscariote: ―¿Me permites que vaya delante, Maestro?‖. Jesús: ―Ve, si quieres‖.

Judas va. Zelote dice: ―Maestro: Judas ha preparado las cosas a lo grande. Me lo sospechaba,

pero ahora me convenzo. Tú dices, Maestro, y dices bien: espíritu... espíritu... pero él... no

entiende así. Jamás te entenderá... o muy tarde‖ --corrige, para no disgustar a Jesús--. Jesús da

un suspiro y calla. ■ Judas sale con una mujer de unos cincuenta años. Más bien alta, no tanto

como el hijo, a quien dio sus ojos negros y su abundante cabello. Pero los ojos de ella son

suaves, más bien tristes, mientras que los de Judas son imperiosos y astutos. Ella, postrándose

con un verdadero saludo de súbdita, dice: ―Te saludo Rey de Israel. Haz el favor de que tu

sierva te dé hospitalidad‖. Jesús: ―La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo‖.

Madre de Judas: ―¡Oh, sí! ¡Con mi hijo!‖ es más bien un suspiro que una respuesta. Jesús:

―Levántate, madre. Tengo también Yo Madre y no puedo permitir que me beses los pies. En

nombre de mi Madre te beso, mujer. Es tu hermana... en el amor y en el destino doloroso de

madre de señalados‖. Iscariote, un poco inquieto, pregunta: ―¿Qué quieres decir, Mesías?‖.

Pero Jesús no responde. Está abrazando a la mujer a la que ha levantado cariñosamente del

suelo y a quien besa en las mejillas. Y luego tomándola de la mano, va hacia la casa. Entran en

una habitación fresca mantenida en sombra por ligeras cortinas de rayas. Ya han preparado

bebidas frías y fruta fresca. Pero antes la madre de Judas llama a una sierva para que traiga agua

y toallas; ella, por su parte, quisiera quitar las sandalias a Jesús para lavarle los pies llenos de

polvo, pero Jesús se opone: ―No, Madre, la madre es una criatura demasiado santa, sobre todo

cuando es honesta y buena como tú eres, para permitir que se ponga en actitud de esclava‖. La

madre mira a Judas... con una mirada extraña, y luego se va. Jesús ya se ha refrescado.

* ―Judas, seré proclamado Rey cuando sea elevado en un madero infame... por obra de

uno que no habrá entendido nada... Te he rechazado porque veo lo que hay en ti. Vete por

tu camino. No eres apto para esta obra...”.- ■ Cuando está a punto de ponerse las sandalias,

la mujer regresa con un par nuevo. ―Mira, éstas, Mesías nuestro. Creo que lo he hecho bien...

como quería Judas... Él me dijo: «Un poco más largas que las mías e igual de anchas»‖. Jesús:

―Pero ¿por qué, Judas?‖. Iscariote: ―¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿No eres mi

Rey y mi Dios?‖. Jesús: ―Sí, Judas, pero no debías haber dado tanta molestia a tu madre. Tú

sabes cómo soy Yo...‖. Iscariote: ―Lo sé. Eres Santo. Pero debes aparecer como Rey Santo. Así

es como se debe ser. En el mundo en que, nueve de cada diez, está compuesto de tontos, hay

que imponerse con la presencia; yo entiendo de eso‖. Jesús se ha amarrado las sandalias nuevas

de piel roja, de correas perforadas que van desde el empeine hasta las pantorrillas. Mucho más

hermosas que sus sencillas sandalias de obrero, y semejantes a las de Judas, que son como

mocasines que dejan ver solo pequeñas partes del pie. Madre de Judas: ―También el vestido,

Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas... pero... él te lo regala. Es de lino fresco y nuevo.

Permite que una madre te vista... como si fuese su hijo‖. Jesús vuelve a mirar a Judas... pero no

se opone. Se suelta en el cuello la cinta y cae la amplia túnica, quedando con la túnica interior.

La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón (una faja profusamente bordada), de la

que cuelga un cordón terminado en muchísimos hilos. Sin duda Jesús se sentirá bien, con esos

vestidos frescos y sin polvo; sin embargo, no parece que esté muy contento. Entre tanto los

otros se han aseado. ■ Iscariote: ―Ven, Maestro. Son de mi pobre huerta, y este es el jugo de

manzanas cocidas que mi madre prepara. Tú, Simón, tal vez prefieras este vino blanco. Toma.

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Es de mi viñedo. Y ¿tú, Juan?... ¿como el Maestro?‖. Judas está feliz en poder usar los

hermosos vasos de plata y en poder mostrar que es alguien que puede. La madre habla poco.

Mira... mira a su Judas... pero mucho más a Jesús, y cuando Jesús, antes de comer, le ofrece la

fruta más hermosa y le dice: ―Primero es la madre‖ una lágrima como perla asoma a sus ojos.

Iscariote pregunta: ―¿Mamá, todo lo demás está hecho?‖. Madre de Judas: ―Sí, hijo mío. Creo

que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí y no sé... no sé las costumbres de los

reyes‖. Jesús: ―¿Qué costumbres, mujer? ¿Qué reyes? Pero... ¿qué has hecho, Judas?‖.

Iscariote: ―¿Pero no eres Tú el Rey prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como

a tal, y ello debe suceder por vez primera aquí, en mi ciudad, en mi casa. Ya te venero como a

tal. Por el amor hacia mí y respeto a tu nombre de Mesías, de Rey, que los Profetas, por orden

de Yavé, te han dado, no me desmientas‖. ■ Jesús: ―Mujer, amigos, un momento. Debo hablar

con Judas. Debo darle órdenes precisas‖. La madre y discípulos se retiran. Jesús: ―Judas ¿qué

has hecho? ¿Tan poco me has entendido hasta ahora? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto

de hacerme tan sólo un poderoso de la tierra, o peor aún, uno que se esfuerza por ser poderoso?

¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo? Sí. No lo niegues. Un

obstáculo. Israel está sujeto a Roma. Tú sabes lo que ha sucedido cuando ha querido levantarse

contra Roma alguien en actitud de caudillo del pueblo levantando sospechas de fomentar una

guerra de liberación. Has oído, justamente en estos días, cómo se ensañaron con un Niño porque

se le supuso rey según el mundo. Y ¡tú... y tú! ¡Oh Judas! ¿Pero qué esperas de un poder mío

humano? ¿Qué esperas? Te he dado tiempo para que pensases y decidieses. Te hablé muy

francamente desde la primera vez. Te he rechazado porque sabía... porque sé, sí, porque sé,

porque leo, porque veo lo que hay en ti. ¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo

quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas... Vete. Es mejor para ti. No eres un

obrero apto para esta obra... es muy superior a ti. En ti hay soberbia, concupiscencia con sus

tres ramas, autosuficiencia... tu madre misma, debe de tener miedo de ti... tienes inclinación a la

mentira... ¡No! Así no debe ser el que me siga. Judas, Yo no te odio, Yo no te maldigo, tan sólo

te digo --con el dolor del que ve que no puede cambiar al que ama--, te digo solo: vete por tu

camino, ábrete camino en el mundo que es el lugar que quieres, pero no te quedes conmigo. ¡Mi

camino...! ¡Mi palacio! ¡Oh, qué pequeñez hay en ellos! ■ ¿Sabes dónde seré Rey? ¿Sabes

cuándo seré proclamado Rey?... Cuando sea levantado en un madero infame y por púrpura tenga

mi Sangre, por corona un tejido de espinas, por enseña un cartel burlón, por trompetas y

tambores y organillos y cítaras saludando al proclamado Rey las blasfemias de todo un pueblo,

de mi pueblo. ¿Y sabes por obra de quién todo esto? De uno que no habrá entendido, que no

habrá entendido nada. Corazón de bronce forjado en quien la soberbia, el sentido y la avaricia

habrán destilado sus humores, y estos habrán producido como flor un montón de serpientes que

se unirán como una cadena contra Mí... y como maldición en contra de él. Judas, los demás no

conocen así, claramente mi suerte... y te ruego no la digas, esto quede entre tú y Yo. Por otra

parte... es un regaño... y tú callarás por no decir «me regañaron». ¿Has entendido, Judas?‖. ■

Judas está violáceo de tan colorado que se ha puesto. Está en pié ante Jesús. Está avergonzado,

con cabeza baja... se echa de rodillas y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús.

―Maestro, te amo. No me rechaces... Sí, soy soberbio, soy un necio, pero no me apartes de Ti.

No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado. Pero también en

este error hay amor. Quería proporcionarte mucho honor... y que los demás te lo diesen porque

te amo. Hace tres días dijiste: «Cuando os equivocáis sin malicia, por ignorancia, no es error,

sino juicio imperfecto de niños y Yo estoy aquí para haceros adultos». Mira, Maestro, estoy a

tus rodillas... me dijiste que serás para mí un padre... y te pido perdón, te pido que me hagas un

«adulto» y un adulto santo... No me despidas, Jesús, Jesús, Jesús... No todo es maldad en mí.

¿Lo ves?... Por Ti he dejado todo y he venido. Tú vales más que los honores y victorias que

obtenía yo cuando servía a otros. Tú, en realidad, Tú eres el amor del pobre e infeliz Judas que

querría darte tan sólo alegrías y que en cambio te da dolores‖. Jesús: ―Basta, Judas. Una vez

más te perdono...‖. Jesús parece cansado... ―Te perdono esperando... esperando que en el futuro

me comprendas‖. Iscariote: ―Sí, Maestro, sí. Pero ahora... no quieras en modo alguno

desmentirme, lo que haría de mí objeto de burla. Todo Keriot sabe que he venido con el

descendiente de David, el Rey de Israel... y se ha preparado para recibirte esta ciudad mía...

Creía que actuaba correctamente... creía que así mostraba cómo hay que hacer para ser temidos

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y obedecidos... y también a Juan y a Simón Zelote, y a través de ellos a los otros que te aman

pero que te tratan como a un igual... Incluso mi madre será objeto de burla por ser madre de un

hijo mentiroso y loco. Por ella, Señor mío... y te juro que yo...‖. Jesús: ―No jures por Mí. Jura

por ti mismo si puedes, para no pecar más en este sentido. Por tu madre y por los ciudadanos no

me marcharé. Levántate‖. Iscariote: ―¿Qué dirás a los otros?‖. Jesús: ―La verdad...‖. Iscariote:

―¡No, no!‖. Jesús: ―La verdad: que te he dado órdenes para hoy. Hay siempre una manera de

decir la verdad con caridad. Vamos. Llama a tu madre y a los otros‖. Jesús se muestra más bien

severo. ■ Y no vuelve a sonreír sino cuando Judas regresa con su madre y los discípulos. La

mujer escudriña a Jesús. Pero le ve complaciente y se tranquiliza. Esta mujer me parece a mí un

alma en pena. Jesús: ―¿Vamos a ir a Keriot? He descansado y te agradezco, madre, tu gentileza.

El Cielo te recompense y conceda, por la caridad que usas conmigo, reposo y alegría a tu esposo

por quien lloras‖. La mujer trata de besarle la mano, pero Jesús se la pone sobre la cabeza,

acariciándosela y no permite que se la bese.

* ―El Hijo ha venido a soldar la paternidad cortada con los hijos del hombre y a construir

la morada de Dios en los corazones pero si el hombre no ayuda al Señor es en vano... El

camino son los Mandamientos...”.- ■ Iscariote: ―La carreta está preparada, Maestro, ven‖. En

estos momentos está llegando una carreta tirada de bueyes, una cómoda carreta, sobre la que

hay almohadones de asientos y un pabellón de tela roja. Iscariote: ―Sube, Maestro‖. Jesús: ―La

madre, primero‖. Sube la mujer, luego Jesús y los demás. Iscariote: ―Aquí, Maestro‖ (Judas ya

no le llama rey). Jesús se sienta delante, a su lado Judas, detrás la mujer y los discípulos. El

conductor va a pie y aguijonea a los bueyes para que caminen. El trayecto es corto, unos

cuatrocientos metros poco más o menos, luego aparecen las primeras casas de Keriot, que me

parece que es una ciudad modesta. Un niño mira en la calle llena de sol, mira y sale disparado.

Cuando la carreta llega a las primeras casas, personalidades y gente del pueblo están esperando

para recibirle con banderitas y ramas, y banderas y ramas por las calles y de casa en casa. Gritan

de júbilo y profundas reverencias. Jesús --ya no puede evitarlo--, desde lo alto, desde su

bamboleante trono, saluda y bendice. La carreta sigue adelante, atraviesa una plaza y luego gira

por una calle, y llega a la altura de una casa cuyo portón está abierto de par en par; en él hay

dos o tres mujeres. Se detiene la carreta, bajan. Iscariote dice: ―Mi casa es tu casa, Maestro‖.

Jesús: ―Paz en ella, Judas. Paz y santidad‖. Entran. Pasado el vestíbulo hay una sala ancha con

sofás bajos y muebles con incrustaciones. Las personalidades del lugar entran con Jesús y los

demás. Reverencias, curiosidad, gran pompa. ■ Un anciano de aspecto grave pronuncia un

discurso: ―Es una gran fortuna para la tierra de Keriot el tenerte, ¡oh Señor! ¡Gran dicha! ¡Día

feliz! Fortuna por tenerte y fortuna porque vemos que un hijo suyo es tu amigo y te ayuda.

Bendito él que antes que cualquier otro te conoció. Y Tú bendito diez veces, cien veces por

haberte manifestado. Tú a quien las generaciones han esperado. Habla, Señor y Rey. Nuestros

corazones esperan tu palabra como la tierra sedienta por los fuertes calores del estío en espera

de las primeras y acariciadoras lluvias de septiembre‖. Jesús: ―Gracias, quienquiera que tú seas.

Gracias. Y gracias a estos ciudadanos que han inclinado sus corazones ante el Verbo del Padre.

Porque tened en cuenta que no al Hijo del hombre que os habla, sino al Señor Altísimo van

dirigidas las gracias y honor, por este tiempo de paz en que Él vuelve a soldar la paternidad

cortada con los hijos del hombre. Alabemos al Señor verdadero: el Dios de Abrahám que ha

tenido piedad por su pueblo, lo ha amado y concedido el Redentor prometido. Gloria y alabanza

no a Jesús, siervo de la Voluntad eterna, sino a esta Voluntad amorosa‖. Anciano: ―Hablas como

santo... Yo soy el sinagogo: Hoy no es sábado. Pero ven a mi casa a explicar la Ley, Tú, sobre

quien más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría‖. Jesús: ―Iré‖. Iscariote: ―Mi Señor

tal vez está cansado...‖. Jesús: ―No Judas. Jamás me canso de hablar de Dios, y nunca tengo

deseos de quitar las esperanzas de los corazones‖. El sinagogo insiste: ―Entonces, ven. Todo

Keriot estará afuera esperándote‖. Jesús: ―Vamos‖. Salen. Jesús entre Judas y el arquisinagogo;

en torno a ellos las personalidades, y gente y más gente. Jesús pasa y bendice. ■ La sinagoga

está en la plaza. Entran. Jesús se dirige al lugar donde se enseña. Empieza a hablar. Su vestidura

es muy blanca, su rostro inspirado, los brazos extendidos según su costumbre. ―Pueblo de

Keriot: El Verbo de Dios habla. Escuchad. Quien os habla no es sino la Palabra de Dios. Su

soberanía le viene del Padre y regresará al Padre después que hubiere evangelizado a Israel. Que

se abran los corazones y las inteligencias a la verdad, para que el error no quede estancado, para

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que no nazca la confusión. Isaías dijo (Is. 9,4-5): «Toda rapiña que se hace con violencia y con

vestiduras manchadas de sangre, las consumirá el fuego. He aquí que ha nacido un Niño, se

nos ha dado un hijo. Tiene sobre sus hombros el Principado. He aquí su nombre: Admirable,

Consejero, Dios, Fuerte, Padre del Siglo Futuro, Príncipe de la Paz». Este es mi Nombre.

Dejemos a los Césares y a los Tetrarcas su botín. Yo tendré el mío, pero no un botín que

merezca el castigo de fuego. No solo esto sino que le arrebataré al fuego de Satanás gran

número de presas para llevarlas al Reino de Paz, del que soy Príncipe, y al siglo futuro: el

tiempo eterno del cual soy Padre. ■ «Dios» --dice también David (1Para. 29,1), de cuya estirpe

desciendo, como habían predicho quienes vieron porque eran santos, gratos a Dios, elegidos

por Dios para hablar-- «ha elegido a uno solo... a mi hijo... pero la obra es grandiosa, porque se

trata no de preparar la casa de un hombre, sino la de Dios». Así es. Dios, el Rey de los reyes,

ha elegido a uno sólo, a su Hijo, para construir, en los corazones, su casa. Ha preparado ya el

material. ¡Oh, cuánto oro de caridad, y bronce, y plata, y hierro, y maderas raras y piedras

preciosas! Todas están acumuladas en su Verbo y Él las usa para construir en vosotros la

morada de Dios. Pero si el hombre no ayuda al Señor, en vano el Señor querrá construir su

casa. Al oro se responde con el oro, a la plata con la plata, el bronce con el bronce, al hierro con

el hierro. O sea, por el amor debe darse amor, continencia para servir a la pureza, constancia

para ser fieles, fuerza para no desistir. Y luego, llevar hoy la piedra, mañana la madera: hoy el

sacrificio, mañana la obra y construir, construir siempre el templo de Dios en vosotros. ■ El

Maestro, el Mesías, el Rey de Israel eterno, del pueblo eterno de Dios, os está llamando. Pero

quiere que estéis limpios para la obra. Abajo la soberbia, a Dios sea la alabanza. Abajo los

pensamientos humanos: de Dios es el Reino, ¡oh humildes!, decid conmigo: «Todas las cosas

son tuyas, Padre, todo cuanto es bueno es tuyo. Enséñanos a conocerte y a servirte en verdad».

Decid: «¿Quién soy yo?», y convenceos de que sólo seréis alguna cosa cuando lleguéis a ser

mansiones purificadas en donde Dios pueda bajar y reposar. Todos vosotros, peregrinos y

extranjeros en esta tierra, tratad de juntaros y de ir al Reino prometido. El camino son los

Mandamientos que se cumplen no por temor al castigo sino por amor a Ti, Padre Santo. El

Arca: un corazón perfecto en donde está el maná que nutre de sabiduría y en donde florece la

vara de una voluntad pura. Y para que la casa esté iluminada, venid al que es la Luz del mundo.

Os la he traído. Os he traído la Luz. No otra cosa. No poseo riquezas y no prometo honores que

sean de la Tierra. Poseo todas las riquezas sobrenaturales de mi Padre y prometo a los que

siguen a Dios con amor y caridad, la honra eterna del Cielo. La paz sea con vosotros‖.

* Mesías y rey no son la misma cosa.- ■ La gente, que ha estado escuchando atenta, murmura

un poco inquieta. Jesús habla con el sinagogo. Se unen al grupo otras personas, probablemente

son las personalidades. El sinagogo pregunta: ―Maestro... ¿pero no eres el Rey de Israel? Nos

habían dicho...‖. Jesús: ―Lo soy‖. Sinagogo: ―Pero Tú has dicho...‖. Jesús: ―Que no poseo y

que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la verdad. Y así es. Conozco

vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto al

Altísimo. Se os dijo: «Viene el Mesías» y pensasteis, como muchos de Israel que Mesías y rey

fuesen una misma cosa. Levantad más en alto el espíritu. Contemplad este hermoso cielo de

verano. ¿Pensáis que termina allí su límite, allí donde el aire parece una bóveda de zafiro? No.

Más allá hay capas más puras, de un azul más nítido, hasta aquel inimaginable paraíso a donde

el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. ■ La misma diferencia existe entre la

realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera que es todo divina‖. Sinagogo: ―¿Pero

podremos nosotros, pobres hombres, levantar el espíritu a donde Tú dices?‖. Jesús: ―Basta que

lo queráis, y, si lo queréis, al punto os ayudaré‖. Sinagogo: ―¿Cómo te debemos llamar si no

eres rey?‖. Jesús: ―Maestro, Jesús, como queráis. Maestro soy y soy Jesús, el Salvador‖.

* El anciano Saúl, que vio un día al Niño con su Madre, ve ahora al verdadero Rey.- ■ Un

anciano dice: ―Oye, Señor: hubo ocasión, hace mucho tiempo, allá por el Edicto, que llegó la

noticia que había nacido en Belén el Salvador... yo fui con otros... vi a un pequeñín, igual que

los demás. Pero le adoré con fe. Después supe que había un hombre santo, que se llamaba Juan.

¿Cuál es el Mesías verdadero?‖. Jesús: ―Aquel a quien tú adoraste. El otro es su Precursor. Un

gran santo a los ojos del Altísimo, pero no es el Mesías‖. Anciano: ―¿Eras Tú?‖. Jesús: ―Era Yo.

Y ¿qué viste alrededor de Mí recién nacido?‖. Anciano: ―Pobreza y limpieza, honradez y

pureza... un carpintero gentil y serio que se llamaba José; carpintero pero de la estirpe de David.

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Una joven mujer rubia y gentil, de nombre María, ante cuya belleza las rosas más hermosas de

Engaddi palidecen y los lirios de los palacios reales son feos... y un Niño con ojos grandes de

cielo, de cabellos de hilo de oro pálido. No vi otra cosa... y todavía creo oír la voz de la Madre

que me decía: «Por mi Hijo yo te digo: el Señor esté contigo hasta el eterno encuentro y su

Gracia te salga al paso en tu camino». Tengo ochenta y cuatro años... el camino se está

acabando. No esperaba más, que encontrar la Gracia de Dios... Pero te he encontrado... y ahora

no deseo ver otra luz que no sea la tuya... Sí. Te veo, cual eres, bajo esos vestidos de piedad que

son la carne que has tomado. ■ ¡Te veo! Escuchad la voz del que al morir ve la Luz de Dios‖.

La gente se arremolina alrededor del anciano inspirado que está en el grupo de Jesús y que sin

sostenerse en su bastón, levanta los brazos trémulos, la cabeza blanca, la barba larga y partida

en dos, una verdadera cabeza de patriarca o de profeta: ―Yo veo a Éste, el Elegido, el Supremo,

el Perfecto, que habiendo bajado por amor, vuelve a subir a la diestra del Padre. A volver a ser

Uno con Él. Pero, ¡ved!, no Voz y Esencia incorpórea como Moisés vio al Altísimo y como el

Génesis dice le conocieran los Primeros Padres y con Él hablasen en el viento de la tarde. Le

veo subir como un verdadero Hombre hacia el Eterno, Cuerpo que brilla. Cuerpo glorioso. ¡Oh

pompa de Cuerpo divino! ¡Oh belleza del Hombre-Dios! Es el Rey. ¡Sí! ¡Es el Rey! No de

Israel, sino del mundo. Ante Él se inclinan todas las realezas de la tierra y todos los cetros y

coronas palidecen, ante el fulgor de su cetro y de sus joyas. Una corona, una corona tiene en su

frente. Un cetro, un cetro tiene su mano. Sobre el pecho tiene un escudo: hay en él perlas y

rubíes de un esplendor jamás visto. Llamas salen como de un altísimo horno. En sus muñecas

hay dos rubíes y lleva un lazo de rubíes en sus santos pies. Luz, luz de rubíes. Mirad, ¡oh

pueblos! al Rey Eterno. ¡Te veo! ¡Te veo! Subo contigo... ¡Ah! ¡Señor! ¡Redentor nuestro!... La

luz aumenta en los ojos de mi alma... ¡el Rey adornado con su Sangre! ¡La corona... es una

corona de espinas que sangran, el cetro, una cruz... ¡He ahí al Hombre! ¡Helo! ¡Eres Tú!...

Señor, por tu inmolación ten piedad de tu siervo. ¡Jesús a tu piedad confío mi espíritu!‖. ■ El

anciano, hasta ese momento derecho, que se había vuelto joven en el fuego de su profecía, se

dobla de improviso, y caería al suelo si Jesús, atento, no le hubiera sujetado contra su pecho. La

gente exclama: ―¡Saúl!‖. ―Está muriendo Saúl‖. ―¡Auxilio!‖.―Corred‖. Jesús, que lentamente se

ha arrodillado para poder sostener mejor al anciano, que pesa cada vez más, dice: ―Paz en torno

al justo que muere‖. Hay silencio. Jesús le coloca en el suelo y se levanta: ―Paz a su espíritu. Ha

muerto viendo la Luz. Y en la espera, que será breve, verá el rostro de Dios y será feliz. No

existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor‖. La gente, pasados algunos minutos, se

aleja comentando lo sucedido. ■ Quedan los ancianos, Jesús, los suyos y el sinagogo. Sinagogo:

―¿Ha profetizado, Señor?‖. Jesús: ―Sus ojos han visto la Verdad. Vámonos‖. Salen. Sinagogo:

―Maestro, Saúl ha muerto revestido con el Espíritu de Dios. ¿Quienes le hemos tocado, estamos

limpios o inmundos?‖. Jesús: ―Inmundos‖. Sinagogo: ―¿Y Tú?‖. Jesús: ―Yo como los otros. No

cambio la Ley. La Ley es ley y el israelita la observa. Estamos inmundos. Dentro del tercero y

séptimo día nos purificaremos. Hasta entonces estamos inmundos. Judas, no regreso a la casa de

tu madre. No llevaré inmundicia a su casa. Comunícaselo por medio de alguien que pueda

hacerlo. Paz a esta ciudad. Vámonos‖. No veo otra cosa más. (Escrito el 14 de Enero de 1945).

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2-79-2 (2-43-477).- De nuevo con los pastores.- Jesús explica a Iscariote la muerte del viejo

Saúl.- Aglae dona sus joyas. Parábola sobre su conversión.

* Judas no puede comprender que la muerte de Saúl fue una Gracia.- ■ Jesús va

caminando entre sus discípulos por un camino que sigue el curso del río. Bueno, digo sigue el

curso del torrente por decirlo de alguna forma. En realidad, el torrente está abajo; mientras que

el camino (un camino serpenteado, como es fácil encontrar en algunos lugares montañosos) va

arriba, cortando la pendiente. Juan está completamente colorado, cargado con una alforja grande

bien llena. Judas, por su parte, lleva la de Jesús y la suya. Simón lleva solo la suya y los mantos.

Jesús viste de nuevo sus vestidos y sandalias. La madre de Judas debe haber encargado que se lo

lavaran porque no tienen arrugas. ―¡Cuánta fruta! ¡Qué hermosos los viñedos de aquellas

colinas!‖ dice Juan que no pierde su buen humor pese al calor y al cansancio. Y añade:

―¿Maestro, es este el río en cuyas riberas nuestros padres cogieron los racimos milagrosos?‖.

Jesús: ―No. Es el otro que está más hacia el sur. Pero toda la región es muy rica en frutas

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sabrosas‖. Juan: ―Ahora ya no es tan fértil, aunque sigue siendo bella‖. Jesús: ―Demasiadas

guerras han devastado el suelo. Aquí se formó Israel... pero, para formarse, tuvo que fecundarse

con su sangre y con la de los enemigos‖. Juan: ―¿En dónde encontraremos a los pastores?‖.

Jesús: ―A cinco millas de Hebrón, en las orillas del río que decías‖. Juan: ―Entonces, ¿más allá

de aquellas colinas?‖. Jesús: ―Sí‖. ■ Juan: ―Hace mucho calor... Maestro, después, ¿a dónde

vamos?‖. Jesús: ―A un lugar mucho más caliente. Pero os ruego vengáis. Caminaremos de

noche. Las estrellas son tan claras que no hay oscuridad. Os quiero mostrar un lugar‖. Juan:

―¿Una ciudad?‖. Jesús: ―No... Un lugar... que os hará comprender al Maestro... mejor tal vez

que sus palabras‖. ■ Iscariote: ―Perdimos varios días con ese estúpido contratiempo. Destruyó

todo... y mi madre que había hecho tantas cosas, ha quedado desilusionada. No sé por qué has

querido retirarte hasta la purificación‖. Jesús: ―Judas, ¿por qué llamas estúpido a un suceso que

ha significado gracia para un verdadero fiel? ¿No desearías para ti una muerte semejante? Había

esperado toda su vida al Mesías. Había ido, siendo ya anciano, por caminos incómodos a

adorarle cuando le dijeron: «Ha venido»; había conservado en su corazón durante treinta años la

palabra de mi Madre. El amor y la fe le han cubierto con su fuego en la última hora que Dios le

reservaba. El corazón se le partió de alegría, se le incendió en el fuego de Dios como holocausto

agradable.¡Qué suerte mejor que ésta! ¿Aguó la fiesta que habías preparado?... Ve en esto una

respuesta de Dios. Que no se vaya a mezclar lo que es del hombre con lo que es de Dios... Tu

madre otra vez me verá. Aquel anciano no más. Todo Keriot puede venir al Mesías, el anciano

no tenía fuerza ya para hacerlo. He sido feliz en haber estrechado con el corazón al anciano

padre que moría y de haber encomendado su espíritu. Y por lo demás... ¿Por qué dar escándalo

mostrando desprecio a la Ley? Para decir «seguidme», hace falta recorrer uno mismo el camino

¿Cómo habría podido Yo, o cómo podré decir «sed fieles», si Yo fuera infiel?‖. ■ Zelote

observa: ―Creo que este error es la causa de nuestra decadencia. Los rabíes y los fariseos

aplastan al pueblo con sus preceptos y después... después hacen como aquel que ha profanado la

casa de Juan en Hebrón transformándola en un lugar de vicio‖. Iscariote: ―Es uno de Herodes‖.

Zelote: ―Sí, Judas. Pero las mismas culpas hay también en las castas que se llaman a sí mismas

santas. ¿Qué opinas Tú de esto, Maestro?‖. Jesús: ―Afirmo que solo en el caso de que haya un

poco de verdadera levadura y de verdadero incienso en Israel, se hará el pan y se perfumará

el altar‖. Zelote: ―¿Qué quieres decir?‖. Jesús: ―Quiero decir que si hay alguien, que con recto

corazón venga a la Verdad, la Verdad se esparcirá como fermento en la masa de harina y como

incienso en todo Israel‖. Iscariote pregunta: ―¿Qué te dijo aquella mujer?‖. Jesús no responde.

Se vuelve a Juan: ―Pesa mucho y te cansas, dámela‖. Juan: ―No, Jesús, estoy acostumbrado a

las cargas, y, además... me lo aligera el pensamiento de la alegría que le dará a Isaac‖.

* ―Isaac, hay que alimentar el cuerpo, como si fuera un borriquillo, que ayuda a su

dueño”.- ■ Han dado vuelta a la colina y a la sombra del bosque, a la otra parte, están las

ovejas de Elías. Los pastores sentados a la sombra, las cuidan. Ven a Jesús y corren. ―La paz sea

con vosotros. ¿Qué hacíais?‖. Isaac: ―Estábamos preocupados por Ti... y por el retardo...

dudando si ir a encontrarte u obedecer... decidimos venir hasta aquí... para obedecerte y al

mismo tiempo obedecer a nuestro amor. Pero deberías haber llegado aquí hace muchos días‖.

Jesús: ―Hemos tenido que detenernos‖. Isaac: ―Pero... ¿nada malo?‖. Jesús: ―No, nada, amigo.

Solo la muerte de un fiel sobre mi pecho‖. Iscariote: ―¿Qué querías que sucediese, pastor?

Cuando las cosas están bien preparadas... Claro que es menester saber prepararlas y preparar los

corazones para recibirlas. Mi ciudad tributó al Mesías honores. ¿No es verdad, Maestro?‖.

Jesús: ―Es verdad. ■ Isaac, al regreso hemos pasado por la casa de Sara. También la ciudad de

Yutta, sin ningún otro preparativo que el de su bondad sencilla y el de la verdad en las palabras

tuyas, logró entender la esencia de mi doctrina y amar con un amor práctico, desinteresado y

santo. Isaac, te envían vestidos y alimentos, y todos han querido echar alguna cosa más a los

óbolos que quedaron en tu habitación, ya que ahora regresas al mundo y te encuentras sin nada.

Tómalo. No tengo dinero, pero esto lo he traído porque está purificado con la caridad‖. Isaac:

―No, Maestro, tenlo Tú... Yo... estoy acostumbrado a no tener nada‖. Jesús: ―Ahora tendrás que

ir por los pueblos a los que te voy a enviar y te hará falta. El obrero tiene derecho a su

recompensa, y también el obrero de almas... porque hay que alimentar el cuerpo, como si fuese

el borriquillo, que ayuda a su dueño. No es mucho, pero sabrás emplearlo. Juan, en aquella

alforja hay vestido y sandalias. Joaquín ha cogido de lo suyo; será un poco grande... ¡pero hay

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mucho amor en ese regalo!‖. Isaac toma la alforja y va a vestirse detrás de un matorral. Todavía

estaba descalzo y llevaba su extravagante toga hecha con una manta.

* Parábola de la levadura y la harina aplicada a la regeneración de Aglae.- ■ El pastor

Elías dice: ―Maestro, esa mujer... esa que está en la casa de Juan... cuando habían pasado tres

días de tu partida, y estando nuestro ganado apacentando en Hebrón --que son de todos y no

nos podían echar fuera-- nos mandó a una criada con esta bolsa y a decirnos que nos quería

hablar... No sé si hice bien... pero la primera vez devolví la bolsa y dije: «No tengo nada que

escuchar»... Después la sirvienta me volvió a decir: «Ven en nombre de Jesús» y fui...

esperando que no estuviese su... digamos el hombre que la tiene... ¡Cuántas cosas quería... aún

más, quería saber! Pero yo... hablé poco por prudencia. Es una prostituta. Tenía miedo de que

fuese una trampa contra Ti. Me preguntó que quién eres, dónde vives, qué haces, si eres

grande... le dije: «Es Jesús de Nazaret, está por todas partes porque es un Maestro y va

enseñando por Palestina». Le dije que eres un hombre pobre, sencillo, un obrero a quien ha

hecho sabio la Sabiduría... No dije más‖. Dice Jesús: ―Hiciste bien‖. Pero simultáneamente

Judas Iscariote exclama: ―¡Has hecho mal! ¿Por qué no le dijiste que Él es el Mesías, que es el

Rey del Mundo? ¡Aplastar la soberbia romana bajo el fulgor de Dios!‖. Elías: ―No me hubiera

entendido... Y además ¿estaba seguro de si era sincera? Tú mismo dijiste lo que era ella cuando

la viste. ¿Podía ofrecer las cosas santas --y todo lo que es Jesús es santo--, a su boca? ¿Podía

poner en peligro a Jesús dándole muchos informes? Que el mal le venga de cualquier otro

punto, pero no de mí‖. ■ Iscariote: ―Vamos, Juan, a decirle quién es el Maestro, a explicar la

verdad santa‖. Juan: ―Yo no. A no ser que Jesús me lo ordene‖. Iscariote: ―¿Tienes miedo?...

¿Qué quieres que te haga?... ¿Te causa asco?... El Maestro no lo tuvo‖. Juan: ―No es miedo ni

asco. Tengo compasión de ella, pero me imagino que, si Jesús hubiera querido, se hubiera

detenido a instruirla. No lo hizo... no es necesario que lo hagamos nosotros‖. Iscariote:

―Entonces no había señales de conversión... Ahora... ■ A ver, Elías, la bolsa‖. Y Judas echa en

su manto, pues se ha sentado sobre la hierba, lo que hay en ella: anillos, brazaletes, collares

salen de la bolsa; oro pálido cae sobre el pálido color del vestido de Judas, que exclama: ―¡Joyas

todas!... ¿Qué hacemos de ellas?‖. Zelote dice: ―Se pueden vender‖. Objeta Iscariote: ―Son

siempre pejigueras‖. Judas muestra, no obstante, admiración por las joyas. Elías: ―Le dije

también, cuando las recibía: «Tu dueño te pegará». Y me respondió: «No son suyas, son mías y

hago de ellas lo que se me antoje. Sé que es oro de pecado... pero se hará bueno si se emplea

con quien es pobre y santo. Para que se acuerde de mí», y se echó a llorar‖. Iscariote: ―Ve, Tú

Maestro, si no manda a Simón‖. Jesús: ―¡No!‖. Iscariote: ―Entonces voy yo‖. Jesús: ―¡No!‖.

Los «no» de Jesús son cortantes e imperiosos. Pregunta Elías que ve que Jesús está enojado:

―¿He hecho mal, Maestro, en haber hablado con ella y en haber tomado el oro?‖. Jesús: ―No

hiciste mal, pero no hay nada que hacer‖. Iscariote objeta una vez más: ―Pero tal vez la mujer

quiere redimirse y tiene necesidad de ser instruida...‖. Jesús: ―Hay en ella ya muchas chispas

capaces de provocar el incendio en que puede quemarse su vicio para quedar su alma

virginizada de nuevo por el arrepentimiento. Hace poco os hablé de la levadura que,

esparciéndose entre la harina, convierte a ésta en santo pan. ■ Oid una breve parábola. Esa

mujer es harina, una harina en la cual el Maligno ha mezclado sus polvos de infierno; Yo soy la

levadura, o sea, mi palabra es la levadura. Pero, ¿puede hacerse el pan, aún en el caso de que la

levadura sea buena, si en la harina hay mucho salvado, o si mezclado hay piedras y arena y

ceniza? ¡No puede hacerse! Es necesario quitar con paciencia las cascarillas, la ceniza, las

piedras y la arena. La Misericordia pasa y ofrece el tamiz... El primero: hecho de verdades

breves, pero fundamentales, necesarias para ser comprendidas por uno que está en la red de la

ignorancia completa, del vicio, del gentilismo. Si el alma lo acepta, empieza la primera

purificación... El segundo: es el tamiz del alma misma, que compara su ser con el Ser que se le

ha revelado... y le da horror. Y empieza su obra. Por medio de una operación cada vez más

minuciosa, después de las piedras, de la arena y de la ceniza, llega incluso a quitar lo que es ya

harina pero con granitos todavía grandes, demasiado grandes para producir un pan óptimo.

Después, cuando ya está completamente dispuesta, vuelve a pasar nuevamente la Misericordia y

se introduce en esa harina preparada --y también ésta es una preparación, Judas-- y la hace

fermentar y la hace pan. Pero es una operación larga y de voluntad del alma. Esa mujer... esa

mujer tiene ya en sí esa mínima cosa que era justo darle y que le puede servir para terminar su

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trabajo. Dejemos que lo lleve a cabo, si quiere hacerlo, sin que se la perturbe. Cualquier cosa

turba a un alma que se elabora: la curiosidad, el celo imprudente, las intransigencias, y la

excesiva compasión‖. Iscariote: ―Entonces ¿no vamos?‖. Jesús corta tajante: ―No. Y para que a

ninguno de vosotros le venga tentación, nos vamos inmediatamente‖.

* Misión para Isaac. Jesús, con Judas, Juan y Zelote, al lugar donde se preparó para la

misión. “Judas, no fui donde un rabí... y de Juan solo tomé el bautismo”.- ■ Jesús:“En el

bosque hay sombra. Nos detendremos en las faldas del valle del Terebinto. Allí nos

separaremos. Elías volverá a sus pastizales con Leví. José vendrá conmigo hasta el paso de

Jericó. Después... nos volveremos a reunir. Tú, Isaac, continúa haciendo lo que hacías en Yutta,

yendo desde aquí, por Arimatea y Lidda, hasta llegar a Doco. Allí nos reuniremos. Hay que

preparar la Judea, y tú sabes cómo hacerlo. Como has hecho ya en Yutta‖. ■ Iscariote pregunta:

―¿Y, nosotros?‖. Jesús: ―Vendréis para mi preparación. También Yo me preparé para la

misión‖. Iscariote: ―¿Yendo donde un rabí?‖. Jesús: ―No‖. Iscariote: ―¿Con Juan?‖. Jesús: ―De

él tomé solo el bautismo‖. Iscariote: ―¿Entonces?‖. Jesús: ―Belén ha hablado con las piedras y

los corazones. También en ese lugar, donde te llevo, Judas, las piedras y un corazón, el mío,

hablarán y te responderán‖.

* Pecado común a muchos pueblos y creyentes: mirar al obrero y no al patrón.- ■ Elías,

que ha traído leche y pan negro, dice: ―Traté, mientras esperábamos, y conmigo también Isaac,

de persuadir a los de Hebrón... Pero... solo creen en Juan, no juran más que por Juan, no quieren

más que a Juan; es su «santo» y solo quieren a él‖. Jesús: ―Es un pecado común a muchos

pueblos y a muchos creyentes que viven y vivirán. Miran al obrero y no al patrón que envió al

obrero. Se dirigen al obrero sin ni siquiera decirle: «Dile a tu patrón esto». Se olvidan de que el

obrero existe porque existe el patrón y de que es el patrón el que instruye al obrero y le hace

apto para el trabajo. Olvidan que el obrero puede interceder, pero uno sólo puede conceder: el

patrón; en este caso Dios, y su Verbo con Él. ¡No importa! El Verbo sufre, pero no guarda

rencor... ¡Vámonos!‖. Termina la visión. (Escrito el 15 de Enero de 1945).

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(<Jesús y tres de sus discípulos: Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote, han llegado al monte del ayuno>).

2-80-8 (2-44-484).-Jesús en el monte del ayuno y la peña de la tentación con los tres discípulos.

*“Vine aquí para preparar mi misión: hacer comprender a los hombres lo que es el Señor

y le amaran en espíritu y verdad...”.- ■ Mientras estoy mirando la desolación del lugar, me

saca de este estado la voz de mi Jesús: ―Hemos llegado ya al lugar donde quería‖. Me vuelvo,

le veo a mis espaldas, entre Juan, Simón y Judas, en la pendiente rocosa del monte, en el punto

en que llega una vereda... sería mejor decir: en el punto en donde un largo trabajo de aguas, en

los largos meses de lluvia, ha arañado la caliza excavando a lo largo de los siglos un canal

apenas dibujado, por donde las aguas de las cimas se precipitan, pero que por ahora es camino

para cabras montesas más que para hombres. ■ Jesús mira alrededor y repite: ―Sí, aquí es a

donde quería traeros. Aquí el Mesías se preparó para su misión‖. Iscariote: ―¡Pero aquí no hay

nada!‖. Jesús: ―No hay nada, tú lo has dicho‖. Iscariote: ―¿Con quién estuviste?‖. Jesús: ―Con

mi alma y con el Padre‖. Iscariote: ―¡Ah! ¡Estuviste aquí unas pocas horas!‖. Jesús: ―No,

Judas, no pocas horas. Muchos días‖. Iscariote: ―Pero ¿quién te atendía?... ¿Dónde dormías?‖.

Jesús: ―Tenía por criados a los asnos salvajes que por la noche venían a dormir a sus cuevas...

en ésta donde Yo también había entrado...Tenía de criadas a las águilas que me decían: «Ya es

día» con su áspero graznido al ir a buscar su presa. Tenía de amigos a las liebrecillas que venían

casi a mis pies a comer las hierbas que había... Mi comida y bebida eran lo que es alimento y

bebida de la flor silvestre: el rocío de la noche, la luz del sol, no otra cosa‖. Iscariote: ―Pero

¿por qué?‖. Jesús: ―Para prepararme bien, como tú dices, para mi misión. Las cosas bien

preparadas salen bien, tú lo has dicho. Y mi cosa no era la pequeña, inútil cosa de hacer que

brillara Yo, Siervo del Señor, sino de hacer comprender a los hombres lo que es el Señor y, a

través de esta comprensión, hacer que le amaran en espíritu y en verdad. ■ ¡Desgraciado es

aquel siervo del Señor que piensa en su triunfo y no en el de Dios!; que trata de sacar partido,

que sueña con ponerse en alto en un trono hecho... ¡Oh, hecho con los intereses de Dios

rebajados hasta el suelo, intereses que son del todo celestiales! Ya no es siervo, éste, aunque

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externamente lo parezca; es un mercader, un traficante, un falso que se engaña a sí mismo, que

engaña a los hombres y que querría engañar a Dios... un infeliz que se cree príncipe, pero es

esclavo...; es del Demonio, su rey de embuste. Aquí, en esta cueva, el Mesías, durante muchos

días, vivió de maceraciones y oración para prepararse a su misión. ■ Judas, ¿a dónde querrías

que hubiera ido a prepararme?‖. Judas está perplejo, desorientado, al fin responde: ―No sé...

pensaba... con algunos rabíes... con los esenios... no sé‖. Jesús: ―¿Y podía encontrar un rabí que

me dijese más de lo que me decía la Potencia y Sabiduría de Dios?... ¿Y podía Yo, --Yo, Verbo

Eterno del Padre, Yo, que era cuando el Padre creó al hombre, y que sé de qué espíritu inmortal

y animado, y de qué poder de juicio libre y capaz ha dotado Dios al hombre-- podía ir a

procurarme ciencia y adiestramiento a donde aquellos que niegan la inmortalidad del alma

negando la resurrección final y niegan la libertad de acción del hombre imputando virtudes y

vicios, acciones santas y perversas, al destino, que consideran fatal e invencible? ¡No! No‖.

* ―En la mente de Dios hay un destino para vosotros: la santidad de ser hijos de Dios. Sois

reyes pues sois libres. Frente a vuestro pequeño reino tenéis un Rey amigo y dos potencias

enemigas”.- Jesús: “Tenéis un destino. Es cierto que lo tenéis. En la mente de Dios que os creó

hay un destino para vosotros. El Padre lo desea. Es un destino de amor, de paz, de gloria: «la

santidad de ser hijos de Dios». Este es el destino que ha estado en la mente divina desde el

momento en que Adán fue hecho con el lodo de la tierra y lo seguirá siendo hasta la creación del

alma del último hombre. Pero, Dios no os hace ninguna violencia en vuestra condición de reyes.

El rey, si está prisionero, ya no es rey: es un abyecto. Vosotros sois reyes porque sois libres en

vuestro pequeño reino individual, en el «yo»; en él podéis hacer lo que queráis, como queráis. ■

Frente a vuestro pequeño reino y en sus fronteras tenéis un Rey amigo y dos potencias

enemigas. El Amigo os muestra las reglas dadas por Él para hacer felices a los suyos. Os las

muestra, os dice: «Helas aquí; con estas reglas es segura la eterna victoria». Os las muestra --Él,

el Sabio y Santo-- para que podáis, si queréis hacerlo, practicarlas y con ellas obtener la gloria

eterna. Las dos potencias enemigas son Satanás y la carne. En la carne incluyo la vuestra y la

del mundo, o sea, las pompas y seducciones del mundo, o sea, la riqueza, las fiestas, los

honores, el poder que del mundo y en el mundo se tienen, y que no siempre honradamente se

consiguen, y menos todavía se saben usar honradamente, si por un complejo de causas el

hombre llega a esas cosas. Satanás, maestro de la carne y del mundo, también habla a través de

éste y de la carne; también él tiene sus reglas... ¡Oh, que si las tiene! Y --dado que el «yo» está

envuelto en carne y la carne tiende a la carne como las limaduras del hierro tienden hacia el

imán, y, dado que el canto del Seductor es más dulce que el gorjear del ruiseñor en celo entre

rayos de luna y perfume de rosas-- es más fácil ir hacia estas reglas, volverse hacia estas

potencias y decirles: «Os considero amigas, entrad». Entrad... ¿habéis visto alguna vez a un

aliado que permanezca siempre honesto, sin pedir el ciento por uno a cambio de la ayuda

prestada? Así hacen esas potencias. Entran... Y se hacen dueñas. ¿Dueñas? ¡No!: carceleros. Os

amarran, ¡oh hombres!, a su banco de galera, os encadenan ahí, no os dejan ya alzar el cuello de

su yugo, y su látigo os azota hasta manar sangre, si tratáis escapar de ellas: o dejarse herir hasta

llegar a ser un montón de carne hecha pedazos (tan inútil, como carne, que hasta su cruel piel la

desprecia), o morir bajo ellas. ■ Si sabéis proporcionaros ese martirio, proporcionaros ese

martirio, entonces pasa la Misericordia, la Única que puede todavía tener piedad de esa miseria

repugnante de la que el mundo, uno de sus dueños, siente ahora asco y contra la cual el otro

dueño, Satanás, envía sus flechas de venganza. Y la Misericordia, la Única que pasa, se inclina,

la recoge, la cura, le da otra vez salud y le dice: «Ven. No tengas miedo. No te mires porque tus

llagas, a pesar de haber cicatrizado ya, son tan innumerables que te causarían horror por lo

mucho que te afean. Yo no te las miro, miro tu voluntad; por esa buena voluntad estás marcada

así. Por eso Yo te digo: Te amo. Ven conmigo». Y la lleva a su Reino. Entonces comprenderéis

que, Misericordia y Rey amigo, son una misma persona. Halláis de nuevo las reglas que Él os

había mostrado y que no quisisteis seguir. Ahora lo queréis... y llegáis a la paz: de la conciencia,

primero; a la paz de Dios, después. Decidme ahora... ¿este destino lo impuso Uno Solo para

todos, o cada uno, individualmente, lo eligió para sí?‖. Zelote: ―Cada uno lo eligió‖. Jesús:

―Juzgas bien, Simón. ¿Podía Yo, para formarme ir con los que niegan la resurrección feliz y el

don de Dios?‖.

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* ―Aquí vine. Cogí mi alma de Hijo de hombre y me la labré, terminando el trabajo de 30

años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio... Necesito

arrancar dos almas a Satanás. Solo la penitencia lo puede”.- ■ Jesús: ―Aquí vine. He

tomado mi alma de Hijo del Hombre y me la he labrado hasta los últimos toques, terminando mi

trabajo de treinta años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio. Os

ruego que estéis ahora conmigo algunos días en esta cueva. En cualquier caso será una estancia

menos solitaria porque seremos ahora cuatro amigos que luchan contra la tristeza, el miedo, las

tentaciones, las necesidades de la carne. Yo estuve solo. En cualquier caso, será menos penosa

porque ahora es verano, y aquí arriba, sopla el viento de las alturas que templa el calor. Llegué a

fines de la luna de Tebet y el viento que descendía de las nieves de la cúspide era muy frío. En

cualquier caso será menos angustiosa, porque es más breve, y porque tenemos ahora los

alimentos indispensables que pueden calmar nuestra hambre. Y en las pequeñas botijas de cuero

que hice que los pastores os diesen hay suficiente agua para estos días de estancia. ■ Yo... Yo

necesito arrancar dos almas a Satanás. Solo la penitencia lo puede. Os pido vuestra ayuda.

También vosotros os formaréis. Aprenderéis cómo se arrancan las presas a Satanás: no tanto con

palabras cuanto con el sacrificio... ¡Las palabras!... El estrépito satánico impide oírlas... Cada

alma en manos del Enemigo está envuelta en torbellinos de voces infernales... ¿Queréis

quedaros conmigo?... Si no queréis podéis iros. Yo me quedo. Nos encontraremos en Tecua,

junto al mercado‖. Juan dice: ―No, Maestro, yo no te dejo‖, y al mismo tiempo Simón exclama:

―Tú nos elevas al querernos contigo en esta redención‖. Judas... no me parece que esté muy

entusiasmado. Pero hace buena cara al... destino y dice: ―Me quedo‖. Jesús: ―Tomad, pues, las

botijas y las alforjas y metedlas dentro y antes de que queme el sol, partid la leña y amontonadla

junto a las aberturas. La noche aún en verano es fría, y no todos los animales son buenos.

Vamos a encender enseguida una rama. ¡Allí!, de aquella planta de acacia resinosa; arde bien.

Y vamos a mirar entre las aberturas para echar fuera con el fuego víboras y escorpiones.

¡Venga, comenzad!‖...

* ―Nuestra permanencia ha terminado. Acordaos de este lugar... de cómo se preparó el

Mesías y cómo se preparan los apóstoles tal como Yo os he enseñado...‖.- ■ ...El mismo

lugar del monte. Tan solo que ahora es de noche. Una noche llena de estrellas... Jesús está

sentado en la boca de la cueva y habla a los tres que están alrededor de Él. Deben de haber

hecho fuego porque, en medio del círculo que forman los cuatro, un montoncito de ascuas arroja

chispazos de fuego que se dibujan en los cuatro rostros. ―Sí, nuestra permanencia aquí se ha

acabado. Esta permanencia ha sido corta. La mía duró cuarenta días... Y os digo más: era

todavía invierno en estas pendientes... y no tenía Yo comida. Un poco más difícil que esta vez

¿no es así? Sé que también ahora habéis sufrido. Lo poco que teníamos y que os daba no era

nada, especialmente para el hambre de los jóvenes; era suficiente solo para que no

desfallecierais de debilidad. El agua, todavía más escasa. El calor es tórrido durante el día; diréis

que no hacía este calor de invierno; pero sí había viento seco que bajaba quemando los

pulmones desde aquella cima, y subía desde aquella bajura cargado de polvo desértico, y secaba

más aún que este calor activo que se puede aliviar sorbiendo el jugo de estos frutos agraces ya

maduros. En cambio, el monte, entonces, solo proporcionaba viento y hierbas quemadas por el

hielo en torno a las esqueléticas acacias. No os he dado todo porque he reservado para el regreso

los últimos panes y el último queso con la última botija. Yo sé lo que fue el regreso, estando

exhausto, en la soledad del desierto... Recojamos nuestras cosas y pongámonos en camino. La

noche es aún más clara que la que nos condujo aquí. No hay luna, pero el cielo llueve luz.

Vamos. Acordáos de este lugar. No olvidéis cómo se preparó el Mesías y cómo se preparan los

apóstoles. Cómo enseño Yo para que se preparen‖. ■ Se ponen de pié. Simón con una rama

revuelve las brasas, las reaviva y prende una rama de acacia en la llama y la tiene en alto, a la

entrada de la cueva, mientras Judas y Juan recogen mantos, alforjas y unas botijas de piel, de las

que todavía una está llena. Después apaga la tea contra la roca, se echa encima su alforja, se

pone el manto, como todos, se lo amarra con las cintas para que no le moleste al caminar. Bajan,

sin más palabras, uno detrás del otro, por un sendero inclinadísimo, espantando a los pequeños

animales que comen las pocas hierbas que todavía han resistido al sol. El camino es largo e

incómodo. Finalmente llegan a un llano. Tampoco es muy fácil aquí el camino, donde piedras y

lascas se mueven, traidoras, bajo el pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo,

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las oculta y no se pueden ver ni evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos, arañan y

dificultan el paso enganchándose en los bajos de los vestidos; pero es un camino más expedito.

Arriba las estrellas están cada vez más hermosas. Caminan, caminan, caminan durante horas. La

llanura es cada vez más estéril y triste. Luces fosforescentes brillan en algunas grietas pequeñas

del terreno, en agujeros que hay en las quebraduras del suelo. Parecen pedacitos de brillantes

sucios. Juan se inclina a mirarlas. Jesús explica: ―Es la sal del subsuelo; está saturado de sal.

Aflora con las aguas de primavera y luego se seca. Por esto la vida no resiste aquí. El Mar

Oriental, a través de venas profundas, esparce su muerte a muchos kilómetros a la redonda. Tan

solo, donde manantiales de agua dulce combaten su acción mordiente, es posible encontrar

plantas... y también refrigerio‖.

* ―Un hombre me preguntó un día si alguna vez había sido tentado... Después del

Bautismo vine aquí... También me preparé a la tentación... Aquí fui tentado directamente

por Satanás... Del hombre he tomado la 1ª y la 2ª de las 3 partes (cuerpo, alma, espíritu).

Como Dios todo lo puedo, como hombre todo lo conozco‖.-Jesús explica sus tentaciones en

el desierto.- ■ Siguen caminando, hasta que Jesús se detiene junto al cóncavo peñasco, en que

le vi tentado por Satanás. ―Detengámonos aquí. Sentaos. Pronto el gallo cantará. Hace seis horas

que estamos caminando y tendréis hambre y estaréis cansados. Tomad, comed y bebed, sentaos

aquí junto a Mí, entre tanto os cuento algo que diréis a vuestros amigos y al mundo‖. Jesús ha

abierto su alforja, ha sacado pan y queso que parte y distribuye y de su botija echa agua en una

tacita que también distribuye. ―¿Tú no comes, Maestro?‖. Jesús: ―No. Yo os hablo. Escuchad.

■ Una vez hubo un hombre que me preguntó si alguna vez había sido tentado; que me preguntó

si no había pecado nunca; que me preguntó si, en la tentación no había cedido nunca; y que se

maravilló porque Yo el Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre diciendo:

«Padre no me dejes caer en la tentación»‖. Jesús está hablando, despacio, con calma, como si

estuviera contando un hecho ignorado... Judas baja la cabeza como molesto, pero los otros están

tan centrados en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido. Jesús prosigue: ―Ahora vosotros,

amigos míos, podéis saber lo que tan sólo superfluamente supo aquel hombre. Después del

bautismo --estaba Yo limpio, pero no se está nunca suficientemente limpio respecto al

Altísimo (1), y la humildad en decir: «soy hombre y pecador» es ya bautismo que hace limpio el

corazón-- vine aquí. Me había llamado el «Cordero de Dios» aquel que --santo y profeta-- veía

la Verdad y veía bajar al Espíritu sobre el Verbo y ungirle con su crisma de amor, mientras la

voz del Padre llenaba los cielos de su sonido al decir: «He aquí a mi Hijo amado en quien me he

complacido». Tú, Juan estabas presente cuando el Bautista repitió las palabras... Después del

bautismo, a pesar de estar limpio por naturaleza y limpio por figura, quise «prepararme». Sí,

Judas, mírame, que mi ojo te diga lo que aún la boca no dice. Mírame, Judas. Mira a tu Maestro

que no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, por el contrario, sabiendo que era el

Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al mal (2). Eso es. Así‖. Ahora Judas ha

levantado su rostro y mira a Jesús, que está frente a él. La luz de las estrellas hacen brillar los

ojos de Jesús como si fueran dos estrellas fijas en un rostro pálido. ■ Jesús prosigue: ―Para

prepararse a ser maestro, es menester haber sido discípulo. Yo, como Dios, sabía todo, con mi

inteligencia, incluso, Yo podía comprender las luchas del hombre, debido a mi poder intelectivo

e intelectualmente. Pero un día algún pobre amigo mío, algún pobre hijo mío, habría podido

decir y decirme: «Tú no sabes qué es ser hombre y tener sentidos y pasiones». Habría sido un

justo reproche. Vine aquí, mejor dicho, allí, a aquel monte para prepararme... no sólo a la

misión... sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde estáis vosotros, Yo fui tentado.

¿Por quién? ¿Por un mortal? ¡No! Demasiado débil habría sido su poder. Fui tentado por

Satanás directamente. Estaba ya agotado. Hacía cuarenta días que no probaba alimento... Pero,

mientras había estado sumergido en la oración, todo se había anulado en el gozo que significa el

hablar con Dios; más que anulado, el dolor se había hecho soportable. Lo sentía como una

molestia de la materia, circunscrito a la sola materia... Después volví al mundo... a los caminos

del mundo... y sentí las necesidades de quien está en el mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el

frío hiriente de la noche del desierto, sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho

y por las largas caminatas hechas en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar...

■ Porque Yo también tengo un cuerpo, amigos, un cuerpo verdadero, sujeto a las mismas

debilidades (3) que tiene todo cuerpo, y con el cuerpo tengo un corazón. Sí. Del hombre he

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tomado la primera y segunda de las tres partes que le forman. He tomado la materia con sus

exigencias y lo moral con sus pasiones. Y, si por mi voluntad he doblegado en el momento de

su nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado crecer poderosas como cedros seculares

las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las amistades, del trabajo, de todo cuanto

es óptimo y santo. Aquí sentí la nostalgia de mi Madre lejana, aquí sentí la necesidad de sus

cuidados a mi fragilidad humana, aquí sentí renovarse el dolor de haberme separado de la Única

que me ama perfectamente, aquí presentí el dolor que me está reservado y el dolor de su dolor;

pobre Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá derramar por su Hijo y por obra

de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del asceta que en un momento de

presentimiento se hace conocedor de la inutilidad de su esfuerzo... Lloré... ■ La tristeza...

reclamo mágico para Satanás. No es pecado estar triste si los momentos son dolorosos. Es

pecado ceder más allá de la tristeza y caer en la inercia o desesperación. Y Satanás enseguida

acude cuando ve a uno caído en la debilidad del espíritu. Vino...Vestido bajo la apariencia de

caminante bondadoso. Siempre toma el aspecto bondadoso... Yo tenía hambre... y tenía mis

treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. Primero me dijo: «Di a estas piedras que se

conviertan en pan». Pero antes... sí... antes, me había hablado de la mujer... ¡Oh, él sabe hablar

de ella, la conoce a fondo! Fue a la primera que corrompió, para hacerla su aliada de corrupción.

No soy sólo el Hijo de Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A aquel hombre que me hablaba,

preguntándome si conocía tentación, y casi me acusaba de ser injustamente feliz por no haber

pecado, le dije: «El acto se calma en la satisfacción. La tentación rechazada no cede jamás, sino

que se hace más fuerte, y a ello concurre Satanás azuzándola». Rechacé la tentación tanto del

hambre de mujer, como del hambre de pan. Y tened en cuenta que Satanás me presentaba la

primera --y no estaba equivocado, humanamente hablando-- como la mejor aliada para abrirse

campo en el mundo. La Tentación --no vencida por mi respuesta: «no solo de sentido vive el

hombre»-- me habló entonces de mi misión. Quería seducir al Mesías después de haber

tentado al joven. Me incitó a destruir a los ministros indignos del Templo con un milagro... No

se rebaja el milagro, llama del Cielo, a hacer de él un círculo de mimbre con que coronarse... No

se tienta a Dios pidiendo milagros para fines humanos. Esto quería Satanás. El motivo

presentado era el pretexto, la verdad era: «Gloríate de ser el Mesías», para llevarme a la otra

concupiscencia: la del orgullo. No se dejó vencer con mi respuesta: «No tentarás al Señor Dios

tuyo», me insidió con la tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el oro! Gran cosa el pan

y mayor aún la mujer, para quien anhela el alimento o el placer; grandísima cosa es para el

hombre, incomparablemente mayor, la aclamación de las multitudes... Por estas tres cosas,

¡cuántos crímenes se cometen! ¡Ah!, pero el oro... el oro... llave que abre, círculo que suelda, es

el alfa y el omega de noventa y nueve de cada cien de las acciones humanas. Por el pan y la

mujer, el hombre se hace ladrón. Por el poder, homicida incluso; pero por el oro se hace

idólatra. Satanás, el rey del oro, me ofreció su oro a condición de que le adorase... Le derroté

con las palabras eternas: «Adorarás solo al Señor, Dios tuyo». Aquí... aquí sucedió esto‖.■

Jesús se ha puesto de pie. Parece más hermoso que de costumbre, en la naturaleza que le rodea.

También los discípulos se levantan. Jesús prosigue hablando y mira fijamente a Judas.

―Entonces vinieron los ángeles del Señor... el Hombre había vencido la triple batalla. El Hombre

sabía lo que quería decir ser hombre, y había vencido; estaba agotado, la lucha había sido más

agotadora que el largo ayuno... Mas el espíritu se agigantaba... Yo creo que los Cielos se

regocijaron cuando una criatura dotada de inteligencia, tal cosa realizó. Yo creo que desde ese

momento me vino el poder de hacer milagros. Había sido Dios (solamente). Yo me había hecho

el Hombre. Ahora, venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí

que Yo era el Hombre-Dios, y lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo

conozco. Haced también vosotros como Yo, si queréis hacer lo que Yo hago, y hacedlo en

memoria mía‖.

* ―Creo que aquel hombre ya no se asombrará más de que Yo haya solicitado ayuda del

Padre para no caer en la tentación... Mi primer contacto con el mundo me produjo

náuseas, ahora al unirme con el Padre en la oración y en la soledad puedo volver al mundo

para retomar mi primera cruz”.- ■ Jesús: ―Aquel hombre se admiraba de que hubiera Yo

solicitado la ayuda del Padre, y de que le hubiera rogado que no me dejara caer en tentación, es

decir, que no me dejara a merced de la Tentación más allá de mis fuerzas. Creo que aquel

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hombre, ahora que sabe, ya no se asombrará más. Haced también vosotros así, en memoria mía

y para vencer como Yo, y no dudéis jamás de verme fuerte en todas las tentaciones de la vida,

victorioso en las batallas de los cinco sentidos, del sentido y del sentimiento, sobre mi

naturaleza de verdadero hombre (la que tengo además de mi naturaleza de Dios). Acordáos de

todo esto. ■ Os había prometido llevaros a donde habríais podido conocer al Maestro... desde el

alba de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el mediodía de su vida, aquél del

cual me alejé para ir hacia mi humana tarde... Le dije a uno de vosotros: «También Yo me

preparé»; ahora veis que es verdad. Os doy las gracias por haberme hecho compañía en este

retorno al lugar natal y al lugar penitencial. Los primeros contactos con el mundo me habían

causado náuseas y desilusiones; es demasiado feo. Ahora mi corazón se ha alimentado de la

fuerza del león: al unirme completamente con el Padre en la oración y en la soledad. Puedo

volver al mundo para tomar de nuevo mi cruz, mi primera cruz del Redentor: la del contacto con

el mundo, con el mundo en que demasiado pocas son las almas que se llaman María, que se

llaman Juan...‖.

* ―No digáis a mi madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un perro. ¡Piedad de

Ella!”.- ■ Jesús: ―Escuchad ahora; tú especialmente Juan. Volvemos a donde está mi Madre y

los amigos. Os ruego que no digáis nada a mi Madre de la dureza que han opuesto al amor de su

Hijo; sufriría demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho por esta crueldad humana... pero no le

mostremos desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo cuando le sea dado!; tan amargo que, como

un veneno, le bajará serpenteando a sus santas entrañas y a sus venas y se las morderá y le

helará el corazón. ¡Oh!, no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un

perro. ¡Piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano y bueno, eres un corazón que reflexiona y sé

que no hablarás. Tú Judas, eres judío, y no hablarás por orgullo regional. Pero tú, Juan, tú

galileo joven, no caigas en el pecado de orgullo, de crítica, de crueldad. Callarás. Más tarde...

más tarde dirás a los demás lo que ahora te ruego que calles. Hay muchas cosas que hablar sobre

el Mesías ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el Mesías? Amigos: ¿me prometéis

esto?‖. Juan: ―¡Oh, Maestro! ¡Claro que lo prometemos! ¡No desconfíes!‖. Jesús: ―Gracias.

Vamos a aquel pequeño oasis. Allí hay un manantial, un pequeño pozo de agua fresca, sombra y

verdor. Está muy cerca de él el camino que lleva al río. Podremos encontrar alimento y descanso

hasta el atardecer. A la luz de las estrellas llegaremos al río, y al vado. Esperaremos a José

(pastor) o nos uniremos a él si ya regresó. ¡Vámonos!‖. Y se ponen en camino mientras allá en

los confines del oriente un nuevo día se levanta bañado en el color rosado con que se tiñe el

cielo. (Escrito el 17 de Enero de 1945).

············································· 1 Nota : ―Pero nunca se es suficientemente limpio ante el Altísimo. Decir soy hombre y pecador... limpia el

corazón‖ es una expresión que se refiere a los hombres en general y no quiere decir que Jesús, hubiese sido o hubiese

creído pecador, como aparece en las palabras a continuación: ―Hombre... en todo, a excepción del condescender en el

mal‖.

2 Nota : La futura doctrina de San Pablo. Cfr. Fil.2,7; Hebr.2,16.-18; 4,15; 5,2.

3 Nota : ―Tengo cuerpo y sujeto a debilidades‖: Cfr. Nota anterior 1 y véase que aun en este contexto no se trata

de debilidad como inclinación al pecado o debilidad pecaminosa, sino tan solo de aquellos defectos humanos que

Jesús quiso libre y generosamente tomar para nuestra enseñanza, sostén y salvación Cfr. Mt. 4,2; 26,38; Mc.14,34;

Ju.4,6; Hebr.4,15.

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2-81-17 (2-45-495).- Encuentro con los pastores Juan, Matías y Simeón, discípulos del

Bautista. Un plan para liberar al Bautista.- Iscariote y Juan salen a vender las joyas de Aglae.

* Los 3 pastores se unieron al Bautista porque al venir donde éste, el Precursor, pensaban

encontrar a Él.- ■ Vuelvo a ver el vado del Jordán, el camino verde que corre de una parte y

otra del río está hollado por viajeros que buscan su sombra. Hileras de borriquillos van y vienen

y con ellos los hombres. En la margen del río hay tres hombres que apacientan algunas, pocas,

ovejas. En el camino, José el pastor, que está esperando, mira a un lado y a otro. A lo lejos, en

el punto en que otro camino entronca con éste del río, Jesús aparece con sus tres discípulos.

José y los tres pastores van al encuentro de Jesús. José les anima. Éstos ponen en movimiento

por el camino a las ovejas, haciéndolas avanzar por la orilla herbosa. Rápidamente se dirigen

hacia Jesús. Uno de los pastores: ―Yo casi no me atrevo... ¿con qué palabras le voy a saludar?‖.

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José: ―¡Oh, es muy bueno! Dile: «La paz sea contigo», Él saluda siempre así‖. Pastor: ―Él sí...

pero nosotros...‖. José: ―¿Y yo quién soy? No soy ni siquiera uno de sus primeros adoradores, y

me quiere mucho... muchísimo‖. Pastor: ―¿Quién es?‖. José: ―Aquél más alto y rubio‖. Pastor

―¿Le hablamos del Bautista, Matías?‖. Matías dice: ―¡Sí!‖. Simeón: ―¿No pensará que le hemos

preferido antes que a Él?‖. Matías: ―No, hombre, Simeón. Si es el Mesías, ve dentro de los

corazones y en el nuestro verá que en el Bautista seguíamos buscándole a Él‖. Simeón: ―Tienes

razón‖. Los dos grupos están ya a pocos metros el uno del otro. ■ En el rostro de Jesús se

dibuja una sonrisa que es imposible de describir. José acelera el paso. Las ovejas, por su parte,

se ponen a trotar azuzadas por los pastores. ―La paz sea con vosotros‖ les dice levantando los

brazos como si fuera a dar un abrazo, y especifica: ―¡Paz a ti Simeón, Juan, Matías, mis

discípulos y discípulos de Juan el Profeta!; paz a ti, José‖ y le besa en la mejilla. Los otros tres

están de rodillas. ―Venid, amigos, bajo estos árboles y junto a las aguas del río hablaremos‖.

Bajan. Jesús se sienta en una gruesa raíz que sobresale del terreno, los otros en el suelo. Jesús

sonríe y los mira fijamente, fijamente, uno a uno: ―Dejad que conozca vuestros rostros. Los

corazones ya los conozco como corazones de justos que van tras el Bien, al que amáis frente a

todas las utilidades del mundo. Os traigo saludos de Isaac, Elías y Leví. También otro saludo de

mi Madre. ■ ¿Tenéis noticias del Bautista?‖. Ellos, que hasta ahora se habían sentido

subyugados, recobran el ánimo: ―Todavía está en prisión. Nuestro corazón tiembla por él,

porque está en manos de un cruel, dominado por una criatura del infierno y rodeado de una corte

corrompida. Nosotros le amamos... Tú sabes que le amamos y que merece nuestro amor.

Después de que Tú dejaste Belén, fuimos perseguidos... Pero más que su odio sentimos el

vernos solos, abatidos, como árboles tronchados por el viento, porque te habíamos perdido.

Luego, después de años de dolor (como quien tuviera los párpados cosidos y buscara el sol y no

lo pudiera ver, porque además estuviera dentro de una cárcel y ni siquiera se lo mostrara el tibio

calor que sintiera en su carne), oímos que el Bautista era el hombre de Dios predicho por los

Profetas para preparar los caminos a su Mesías (Is. 40,3-5) y fuimos donde él diciéndonos a

nosotros mismos: «Si él le precede, al ir a él le encontraremos», porque era a Ti, Señor, a quien

buscábamos‖. Jesús: ―Lo sé. Me habéis encontrado. Estoy con vosotros‖. Pastor: ―José nos dijo

que fuiste donde el Bautista. Nosotros no estábamos allí ese día; tal vez él nos habría mandado a

algún lugar. Le servíamos sobre todo en las cosas espirituales que nos pedía con tanto amor; y

con amor le escuchábamos, aunque fuera muy severo, cosa que Tú no eres; pero decía siempre

palabras de Dios‖. Jesús: ―Lo sé. Y... ■ ¿no conocéis a éste?‖ señala a Juan. Pastor: ―Le vimos

con los otros galileos entre la gente más fiel al Bautista. Si no nos equivocamos, tú te llamas

Juan y eres aquél de quien él decía, a nosotros, sus íntimos: «Ved: yo el primero; él, el último;

mas luego será: él, el primero y yo el último». Y nunca pudimos entender lo que quería decir‖.

Jesús se vuelve hacia su izquierda, donde está Juan el apóstol, le trae hacia su pecho, en medio

de una sonrisa aún más resplandeciente, y explica: ―Quería decir el Bautista que él era el

primero en declarar: «He aquí el Cordero», y que éste será el último de los amigos del Hijo del

hombre que hablará del Cordero a las multitudes; pero que, en el Corazón del Cordero, éste es

primero, porque le ama más que a ningún otro hombre. Esto es lo quería decir el Bautista. Pero

cuando le veáis al Bautista --le volveréis a ver y le volveréis a servir hasta la hora determinada-

- decidle que él no es el último en el Corazón del Mesías. No tanto por ser pariente cuanto por

su santidad, a él le quiero como a éste. Y vosotros acordaos de esto. Si la humildad del Santo se

proclama «último», la Palabra de Dios le proclama compañero del discípulo que amo. Decidle

que amo a éste porque lleva su nombre y porque encuentro en él la marca del Bautista,

preparador de los corazones para el Mesías‖. Pastor: ―Le diremos‖.

* Precio de liberación del Bautista: 20 talentos.- Iscariote, que se descubre como un

experto, y Juan salen a vender las joyas de Aglae.- ■ El pastor agrega: ―Pero... ¿le

volveremos a ver?‖. Jesús: ―Le volveréis a ver‖. Pastor: ―Sí. Herodes no se atreve a matarle por

miedo al pueblo. En esa corte de avaricia y corrupción, sería fácil librarle si hubiera dinero.

Pero... pero, por mucho que haya --los amigos han dado ya-- todavía falta mucho, y tenemos

mucho miedo de no llegar a tiempo... y que le maten‖. Jesús: ―¿Cuánto pensáis que os falte para

el rescate?‖. Pastor: ―No, para el rescate, Señor. Herodías no le quiere ni ver, y ella es

demasiado dueña de Herodes como para poder pensar en llegar a un rescate. Pero... en

Maqueronte se han dado cita, yo creo, todos los codiciosos del reino. Todos quieren gozar,

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todos quieren sobresalir, desde los ministros hasta los siervos; y para ello hace falta dinero... Ya

hemos encontrado a quien por una importante cantidad de dinero dejaría salir al Bautista.

Incluso Herodes lo desea... porque tiene miedo, no por otra razón, miedo al pueblo y miedo a la

mujer. Así contentaría al pueblo, y la mujer no le podría acusar de haberla disgustado‖. Jesús:

―¿Y cuánto quiere esa persona?‖. Pastor: ―Veinte talentos de plata. Tenemos tan sólo doce y

medio‖. ■ Jesús: ―Judas, tú dijiste que esas joyas eran muy bonitas‖. Iscariote: ―Bonitas y

valiosas‖. Jesús: ―¿Cuánto podrían valer? Me parece que tú eres experto en esas cosas‖.

Iscariote: ―Sí, lo soy. ¿Por qué quieres saber su valor, Maestro? ¿Las quieres vender? ¿Por

qué?‖. Jesús: ―Quizás... Di, ¿cuánto podrán valer?‖. Iscariote: ―Si se venden bien... al menos...

al menos seis talentos‖. Jesús: ―¿Estás seguro?‖. Iscariote: ―Sí, Maestro. Solo el collar, con el

grueso que es y el peso que tiene, siendo de oro purísimo, vale al menos tres talentos; le he

mirado bien. Y también las pulseras... No sé ni siquiera cómo las muñecas finas de Aglae

podían soportarlas‖. Jesús: ―Eran sus cepos, Judas‖. Iscariote: ―Es verdad, Maestro... ¡Pero a

muchos les gustaría tener cepos como éstos!‖. Jesús: ―¿Tú crees? ¿Quién?‖. Iscariote: ―En fin...

¡muchos!‖. Jesús: ―Sí, muchos que de hombre solo tiene el nombre... Y, ¿sabrías de un posible

comprador?‖. Iscariote: ―En definitiva, ¿los quieres vender? ¿Para el Bautista? ¡Mira que es

oro maldito!”. Jesús: ―¡La incoherencia humana! Acabas de decir, con un deseo patente, que

a muchos les gustaría ese oro y ¿ahora dices que está maldito? ¡Judas! ¡Judas!... Es maldito, sí,

es maldito, pero ya lo ha dicho ella: «Se santificará sirviendo al que es pobre y santo», y lo ha

dado para esto, para que el que reciba el beneficio ruegue por su pobre alma, que, cual embrión

de futura mariposa, crece en la semilla del corazón. ¿Quién más pobre y santo que el Bautista?

Él es como Elías por su misión, pero más grande que Elías por la santidad. Él es más pobre que

Yo. Yo tengo una Madre y una casa... Cuando se tiene estas cosas, y además puras y santas

como las tengo Yo, jamás uno puede decir que está abandonado. Él ya no tiene casa, y ni

siquiera tiene el sepulcro de su madre. Todo destruido, profanado por la perversidad humana. ■

¿Quién es, pues, el comprador?‖. Iscariote: ―Hay uno en Jericó y muchos en Jerusalén. ¡¡¡Pero

el de Jericó!!! Es un astuto orfebre oriental, usurero, estafador, mercader de amores, ciertamente

ladrón, quizás homicida... con toda seguridad perseguido por Roma. Quiere que se le llame

Isaac para parecer hebreo, pero su nombre verdadero es Diómedes. Le conozco bien‖. Zelote,

que habla poco pero todo observa, interrumpe: ―¡Ya lo vemos!‖. Y pregunta: ―¿Pero cómo has

hecho para conocerle tan bien?―. Iscariote: ―Bueno... ya sabes... Para contentar a unos amigos

poderosos. Fui a su casa... hice algunos tratos... Nosotros los del Templo... ya sabes...‖. Zelote

termina con fina ironía: ―¡Ya!... trabajáis en toda clase de servicios‖. Judas se pone rojo de ira,

pero se calla. Jesús pregunta: ―¿Puede comprar?‖. Iscariote: ―Yo creo que sí. El dinero no le

falta nunca. Ciertamente hay que saber vender porque ese griego es astuto, y si ve que está

tratando con una persona honesta, un... pichón, le despluma a su gusto. Pero si se encuentra

delante un buitre como él...‖. Zelote dice: ―Ve Judas, eres el tipo de persona adecuado para esto;

tienes la astucia del zorro y la capacidad del buitre. ¡Oh, perdona, Maestro; he hablado antes que

Tú!‖. Jesús: ―Soy de tu misma opinión, y, por tanto, le digo a Judas que vaya. Juan, ve con él.

Nosotros os alcanzaremos al ponerse el sol. El lugar de nuestra próxima cita es la plaza del

mercado. Ve y saca el mayor partido posible‖. Judas se levanta inmediatamente. Juan tiene los

ojos suplicantes, como los de un perro al que se echa fuera. Mas Jesús se dirige de nuevo a los

pastores y no ve esta mirada suplicante. Juan sigue a Judas.

* Iscariote, para los 3 pastores, es seria duda; para Zelote, un enigma; para Jesús, joven

con muchos pliegues en su corazón al que no faltan lados buenos... humanos.- ■ Jesús les

dice a los pastores: ―Querría ser para vosotros motivo de alegría‖. Juan (pastor): ―Lo serás

siempre, Maestro. Que el Altísimo te bendiga por nosotros. ¿Ese hombre es amigo tuyo?‖.

Jesús: ―Lo es. ¿No te parece que pueda serlo?‖. El pastor Juan baja la cabeza y calla. Habla el

discípulo Simón Zelote: ―Solo quien es bueno sabe ver. Yo no soy bueno y no veo lo que la

Bondad ve. Veo lo externo. El bueno desciende también a lo interno. Tú también, Juan, ves

como yo. Pero el Maestro es bueno... y ve...‖. Jesús: ―¿Qué ves, Simón, en Judas? Te ordeno

hablar‖. Zelote: ―Bueno, pienso, cuando le miro, en ciertos lugares misteriosos que parecen

cuevas de fieras y aguas de fiebre estancadas; uno divisa apenas algo que no va bien, e

inmediatamente se retira. Y, sin embargo... sin embargo, dentro hay tórtolas y ruiseñores y el

suelo es rico en aguas y hierbas saludables. Yo quiero pensar que Judas es así.. Lo creo porque

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Tú has tomado contigo. Tú, que sabes...‖. Jesús: ―Sí, Yo le conozco... Hay muchos pliegues en

su corazón... pero no le faltan lados buenos. Lo viste en Belén y en Keriot. Este lado bueno,

completamente humano, hay que elevarlo a una bondad espiritual. Entonces Judas será como tú

quisieras que fuera. Es joven...‖. Zelote: ―También Juan es joven...‖. Jesús: ―Y tú concluyes en

tu corazón: «y es mejor». ¡Pero, Juan es Juan! ■ Ámale, Simón, a ese pobre de Judas... Te lo

ruego. Si le amas... te parecerá más bueno‖. Zelote: ―Me esfuerzo en hacerlo... por Ti... Pero es

él el que rompe mis esfuerzos como a cañas del río... No obstante, Maestro, yo tengo una sola

ley: hacer lo que Tú quieres. Por eso le amo a Judas, a pesar de que algo grite en mí contra él y

contra mí mismo‖. Jesús: ―¿Qué es, Simón?‖. Zelote: ―No lo sé con precisión... Algo parecido

al grito del soldado de guardia durante la noche... algo que me dice: «¡No duermas! ¡Observa!».

No lo sé... No tiene nombre esto, pero existe... existe en mí contra él‖. Jesús: ―No pienses más

en ello, Simón. No te esfuerces en definirlo. Hace mal conocer ciertas verdades... y podrías errar

en tu conocimiento... Deja que tu Maestro actúe. Tú, dame tu amor y piensa que eso me hace

feliz...‖. Y todo termina. (Escrito el 18 de Enero de 1945).

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2-82-22 (2-46-500).- J. Iscariote cuenta cómo ha vendido a Diómedes-Isaac las joyas de Aglae.

* Jesús exhorta al trato justo a los animales a imitación de la Caridad que vela por ellos.-

■ Estoy en la plaza del mercado de Jericó. Pero no por la mañana, sino por la tarde, bajo un

largo y calidísimo crepúsculo de verano. Del mercado de la mañana solo quedan rastros: restos

de verduras, montones de excrementos, paja que cayó de las canastas o de las cabezadas de los

burros, jirones de trapos... Sobre todo ello las moscas triunfan y, de todo, el sol hace fermentar y

evaporar hedores y olores de cosas poco agradables. La vasta plaza está vacía. Algún raro

transeúnte, algún muchacho rebeldillo que tira piedras a los pájaros que andan por el suelo,

alguna mujer que va a la fuente. Y basta. ■ Jesús llega por una calle, mira a su alrededor, no ve

todavía a nadie. Pacientemente se apoya en un tronco y espera, encontrando la manera de hablar

a los muchachos sobre la caridad que empieza en Dios y baja del Creador a todas las criaturas.

―No seáis crueles. ¿Por qué queréis molestar a los pájaros del aire? Tienen nidos allí arriba y

tienen a sus pequeñas crías, no hacen daño a nadie, cantan y limpian comiéndose los

desperdicios que el hombre deja y los insectos que dañan las cosechas y la fruta. ¿Por qué

herirlos y matarlos, privando a los pequeñuelos de sus padres y de sus madres, o a éstos de sus

pequeñuelos? ¿Os gustaría que un malvado entrase en vuestra casa y la destruyese, o que os

matasen a vuestros padres o que os separasen de ellos? ¡Claro que no os gustaría! Entonces ¿por

qué hacer a estos inocentes lo que no querríais que se os hiciese a vosotros? ¿Cómo podréis el

día de mañana no hacer mal al hombre, si, de pequeños, os endurecéis el corazón con criaturitas

que no pueden defenderse, como estos siempre buenos pajaritos? Y ¿no sabéis que dice la Ley:

«Ama a tu prójimo como a ti mismo»? Quien no ama al prójimo tampoco puede amar a Dios. Y

quien no ama a Dios, ¿cómo puede ir a su Casa a pedirle algo? Dios podría decirle, y lo dice en

los Cielos: «Vete, no te conozco. Tú... ¿mi hijo? ¡No! No amas a los hermanos, no respetas en

ellos al Padre que los creó; por tanto, no eres ni hermano ni hijo, sino un bastardo: hijastro para

Dios, hermanastro para los hermanos». ■ ¿Veis cómo ama Él, el Señor eterno? Durante los

meses más fríos hace que sus pajaritos puedan encontrar pajitas, para que, hechas nido en ellas,

vivan los pajaritos. En los meses calurosos, les proporciona las sombras de las hojas para

protegerlos del sol. Durante el invierno, en los campos, apenas está el grano cubierto de tierra y

es fácil sacar la semilla y comerla. En verano su sed se calma con frutas llenas de jugo, y

pueden hacer los nidos más fuertes y calientes con pajitas de heno y con la lana que las ovejas

dejan en las zarzas. Y es el Señor. Vosotros, pequeños hombres, creados por Él como los

pájaros, por tanto hermanos suyos de creación, ¿por qué queréis ser distintos de Él, creyendo

que os es lícito comportaros cruelmente con estos pequeños animales?... Sed misericordiosos

con todos y no privéis de lo justo a ninguno; para con los hombres hermanos y para con los

animales, vuestros siervos y amigos; y Dios...‖. Zelote grita: ―¡Maestro!, Judas está llegando‖.

Jesús: ―... Dios será misericordioso con vosotros; os dará cuanto os sea necesario, como se lo

da a estos inocentes. Id y llevad con vosotros la paz de Dios‖.

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* Las habilidades poco escrupulosas de Iscariote en la venta de las joyas de Aglae.- ■ Jesús

se abre paso en el círculo de muchachos, a los que se habían juntado también adultos, y va al

encuentro de Judas y Juan, que vienen rápidos por otra calle. Judas viene triunfante. Juan sonríe

a Jesús... pero no parece contento en absoluto. Iscariote: ―Ven, Maestro. Creo que lo hice bien.

Pero ven conmigo. En la calle no se puede hablar‖. Jesús: ―¿A dónde?, Judas‖. Iscariote: ―A la

fonda. Ya he reservado cuatro habitaciones... son modestas, no te asustes. Tan sólo para

descansar en un lecho después de tanta incomodidad por este calor; y poder comer como

personas y no como pájaros en el follaje, y hablar también tranquilamente. He hecho una buena

venta ¿Verdad, Juan?‖. Juan asiente sin muchas ganas. Pero Judas está tan contento de su obra,

que no repara ni en la poca alegría de Jesús ante la perspectiva de un alojamiento cómodo, ni

ante el menos entusiasta de Juan. Continúa diciendo: ―Después que vendí en más de lo que

había pensado me dije: «Es justo que tome un poquitín, cien denarios para dormir y comer. Si

nosotros, que siempre hemos comido, estamos agotados, mucho más debe estarlo Jesús». ¡Mi

deber es cuidar de que no se enferme mi Maestro! Deber de amor, porque tú me amas y yo

también. Hay un lugar también para vosotros y vuestras ovejas --dice a los pastores-- en todo he

pensado‖. Jesús no dice palabra. Le sigue junto con los demás. Llegan a una plaza secundaria. ■

Judas dice: ―¿Veis aquella casa sin ventanas que dan a esa calle y con aquella puertecilla tan

estrecha que parece una hendidura en la pared? Es la casa del orfebre Diómedes. Parece una

casa pobre... ¿no esa así? Sin embargo, allí dentro hay tanto oro como para comprar Jericó y...

¡ja!¡ja!...‖. Judas ríe con malicia... ―y entre ese oro se pueden encontrar también muchos collares

y copas, y... también otras cosas de las personas más influyentes de Israel. Diómedes... ¡oh!,

todos fingen no conocerle, pero le conocen todos, desde los herodianos hasta... bueno... hasta

todos. En aquel muro liso, pobre... se podría escribir: «Misterio y secreto». ¡Si hablasen esas

paredes!... ¡No ya escandalizarte, Juan, por la forma en que he negociado!... Es que tú... tú te

morirías ahogado de vergüenza y de escrúpulo. Mejor dicho, mira, Maestro, no vuelvas a

mandarme otra vez con Juan a tratar ciertos negocios. Por poco me hace que todo salga mal. No

sabe cogerlas al vuelo, no sabe negar. Y con un astuto como Diómedes hay que tener reflejos

rápidos y mostrarse seguro‖. Juan dice entre dientes: ―Decía ciertas cosas... tan raras y tan...

tan... Sí, Maestro. No me vuelvas a mandar. Yo solo soy capaz de amar, yo...‖. Jesús responde

serio: ―Difícilmente necesitaremos otras ventas de este tipo‖. Iscariote: ―Allá está la fonda. Ven,

Maestro. Hablo yo... porque... yo he hecho todo‖. ■ Entran en la fonda y Judas habla con el

dueño que hace que lleven las ovejas al establo y después conduce personalmente a los

huéspedes a una habitación donde hay dos esteras, que serían las camas, unas sillas y una mesa

preparada, luego se retira. Iscariote dice: ―Hablemos enseguida, Maestro, mientras los pastores

están ocupados en acomodar sus ovejas‖. Jesús: ―Te escucho‖. Iscariote: ―Juan puede decir si

soy sincero o no‖. Jesús: ―No lo dudo. Entre honrados no es necesario ni juramento ni

testimonio. Habla‖. Iscariote: ―Llegamos a Jericó a la hora sexta. Estábamos sudados como

animales de carga. No quise dar impresión a Diómedes de tener necesidad urgente. Así vine

antes aquí, me refresqué, me puse un vestido limpio, y esto mismo quise que hiciera él. ¡Oh, no

quería echarse nada de ungüento ni arreglarse los cabellos! ¡Y es que yo había hecho mi plan,

cuando venía por el camino! Cercano ya al atardecer, digo: «Vamos». Ya estábamos

descansados y frescos como dos ricachones en viaje de placer. Cuando estábamos a punto de

llegar a la casa de Diómedes, dije a Juan: «Tú, sígueme la corriente, no me desmientas y sé

rápido en entender». ¡Pero hubiera sido mejor haberlo dejado afuera! No me ha ayudado en

absoluto. Al contrario... ¡menos mal que yo soy rápido por dos, y había pensado en todo! ■ De

la casa de Diómedes salía el alcabalero. Digo: «Bien, si sale ése de allí, habrá denarios y lo que

necesito para hacer comparaciones». Porque el alcabalero, usurero y ladrón como todos los de

su clase, siempre tiene joyas, arrancadas con amenazas y usuras a los pobres desgraciados a

quienes impone una tasa mayor de lo lícito para tener mucho de qué gozar en crápulas y

mujeres; es muy amigo de Diómedes que compra y vende oro y carne... Me identifiqué y

entramos. Digo «entramos» porque una cosa es ir al lugar en donde finge trabajar honradamente

el oro, y otra es bajar al sótano, donde él lleva a cabo sus verdaderos negocios. Para poder bajar

es necesario que él conozca mucho a uno. Cuando me vio, me dijo: «¿Otra vez quieres vender

oro? La situación es difícil y tengo poco dinero». Su acostumbrado cantar. Le respondí: «No

vengo a vender, sino a comprar. ¿Tienes joyas de mujer? Pero, que sean bonitas, ricas, valiosas

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y de peso, de oro puro». Diómedes quedó estupefacto. Preguntó: «¿Es una mujer lo que

quieres?». Le respondí: «No te preocupes, no es para mí; es para este amigo mío que se va a

casar y quiere comprar oro para su amada».■ Y en ese momento Juan empezó a hacer el niño.

Diómedes que le estaba mirando, viendo que se ponía como la púrpura, dijo, como viejo

lujurioso que es: «¡Eh!, el muchacho con solo oír nombrar a su novia, siente fiebre de amor. ¿Es

muy hermosa tu dama?» preguntó. Yo le di una patada a Juan para espabilarle y hacerle

entender que no se comportara como un estúpido. Pero respondió con un «sí» tan apagado, que

Diómedes entró en sospechas. Entonces tomé yo la palabra: «Si es hermosa o no, no tiene por

qué interesarte, viejo. No estará nunca entre el número de las mujeres por las que merecerás el

infierno. Es una virgen honesta y en breve será una buena esposa. Saca tu oro. Yo soy el amigo

de boda de él y tengo el encargo de ayudar al joven... yo, judío y ciudadano». «¿Él es galileo,

verdad?»--¡ese pelo siempre os traiciona!--. «¿Es rico?». «¡Mucho!». ■ Entonces fuimos abajo y

Diómedes abrió cofres y arcas. Pero di la verdad, Juan... ¿no parecía estar uno en el cielo ante

aquellas piedras preciosas y oro?... Collares, entretejidos, brazaletes, aretes, redecillas de oro y

piedras preciosas para los cabellos, peinetas, broches, anillos... ¡ah, qué esplendor! Con mucha

calma elegí un collar más o menos como el de Aglae, y anillos, broches, brazaletes... todo como

lo que tenía en la bolsa y en igual número. Diómedes se maravillaba y preguntaba: «¿Todavía

más? ¿Pero, quién es éste? ¿Y la novia, quién es?, ¿una princesa?». Cuando tuve todo lo que

quería, dije: «¡El precio!». ¡Oh, qué letanía de lamentos preparatorios, sobre la situación actual,

sobre las tasas, sobre los peligros, sobre los ladrones! ¡Oh, qué otra letanía de afirmaciones de

honradez! Y luego la respuesta: «Solo porque se trata de ti, te diré la verdad, sin exageraciones;

pero, menos ni siquiera un dracma. Pido doce talentos de plata». Dije: «¡Ladrón!». Y

dirigiéndome a Juan: «Vámonos; en Jerusalén encontraremos alguno menos ladrón que éste». Y

fingí que me salía. Corrió detrás de mí. «Mi muy grande amigo, mi amigo predilecto, ven,

escucha a este pobre siervo tuyo. No puedo menos. De veras que no puedo. Mira, hago

verdaderamente un esfuerzo y me arruino; lo hago porque siempre me has brindado tu amistad y

me has hecho hacer buenos negocios. Once talentos. ¿Qué tal? Es lo que yo daría si debiera

comprar este oro a uno que pasa hambre. Ni un céntimo menos. Sería como quitarme sangre de

las venas». ¿Verdad que así hablaba? Causaba risa y náuseas. ■ Cuando le vi que se mantenía

en el precio di el golpe: «Viejo sucio, comprende que no quiero comprar sino vender. Esto es lo

que quiero vender. Mira: es hermoso como el tuyo. Oro de Roma y de nueva cuña. Muchos lo

querrán. Es tuyo por once talentos; lo que pediste por esto. Tú pusiste el precio. Paga». ¡Uh,

entonces!... Aullaba: «¡Es una traición! ¡Has traicionado la estima que tenía de ti! ¡Eres mi

ruina! ¡No puedo darte tanto!», aúlla. «Lo has valorado tú. Paga». «No puedo». «Mira que se lo

llevo a otros». «No, amigo» y alargando sus manos ganchudas las metía en el montón de las

joyas de Aglae. «Pues entonces, paga: debería yo pedirte doce talentos, pero me conformo con

lo último que has pedido». «No puedo». «¡Usurero! Mira que aquí tengo un testigo y te puedo

denunciar como ladrón...» y le dije otras virtudes, que no repito porque aquí está este

muchacho... ■ En fin, dado que me urgía vender y hacerlo pronto, le dije una cosa, una cosa

que quedaba entre él y yo y que no mantendré... pues ¿qué valor tiene una promesa hecha a un

ladrón? Y cerramos la venta en diez talentos y medio. Llegamos a este acuerdo en medio de

lloriqueos de amistad y... de mujeres. Y Juan casi se echa a llorar. Pero, ¿qué te importa que

piensen que eres un vicioso? Basta con que no lo seas. ¿No sabes que el mundo es así y que tú

eres un aborto del mundo? ¿Un joven que no conoce el sabor de la mujer? ¿Quién quieres que te

crea? O, si te creen... ¡yo no quisiera que pensaran de mí lo que puede pensar de ti quien

considere que no tienes deseos de mujer! Aquí está, Maestro. Cuéntalo Tú mismo. Tenía un

montón de denarios, pero me pasé por donde el alcabalero y le dije: «Toma esta basura tuya y

dame los talentos que Isaac te ha entregado» --porque, como cosa última, supe también esto,

una vez hecho el trato--. ■ No obstante, le dije a Isaac-Diómedes al final: «Acuérdate que el

Judas del Templo no existe más. Ahora soy discípulo de un santo. Hazte idea, por tanto, de que

jamás me has conocido, si en algo estimas tu cuello». Y por poco se lo tuerzo en ese momento,

porque me respondió mal‖. Zelote pregunta con indiferencia: ―¿Qué te dijo?‖. Iscariote: ―Me

dijo: «¿Tú, discípulo de un santo? Jamás lo creeré, o muy pronto veré aquí también al santo a

pedirme una mujer». Me dijo: «Diómedes es una vieja raposa en el mundo. Pero tú eres la joven

raposa. Yo todavía podría cambiar, porque lo que soy ahora lo soy de viejo, pero tú no cambias,

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porque has nacido así». ¡Viejo lujurioso! Niega tu poder, ¿comprendes?‖. Zelote: ―Y como buen

griego dice muchas verdades‖. Iscariote: ―¿Qué insinúas, Simón?... ¿Lo dices por mí?‖. Zelote:

―No. Por todos. Es una persona que conoce el oro y los corazones de la misma manera. Es un

ladrón lujurioso en todos sus negocios y peor en fama. Pero se percibe en él la filosofía de los

grandes griegos. Conoce al hombre, animal con siete branquias de pecado, pulpo que destroza el

bien, la honradez, el amor y otras tantas cosas en sí y en los demás‖. Iscariote: ―Pero no conoce

a Dios‖. Zelote: ―¿Y tú querrías dárselo a conocer?‖. Iscariote: ―¿Yo?... sí... ¿Por qué?... Son

los pecadores los que tienen necesidad de conocer a Dios‖. Zelote: ―Así es. Pero el maestro debe

conocer a Dios para darle a conocer‖. Iscariote: ―¿Y yo no le conozco?‖. ■ Jesús: ―Paz amigos.

Vienen ya los pastores. No turbemos su corazón con estas peleas entre nosotros. ¿Contaste tú el

dinero?... Basta. Lleva a buen término todas tus acciones, como has llevado con ésta y, te lo

repito, si puedes, en lo porvenir, no mientas ni siquiera para realizar una acción buena...‖. Los

pastores entran. Jesús: ―Amigos, aquí hay diez talentos y medio. Faltan sólo cien denarios que

Judas tomó para gastos de alojamiento. Tomadlos‖. Iscariote pregunta:―¿Los entregas todos?‖.

Jesús: ―Todos. No quiero ni siquiera un céntimo de ese dinero. Nosotros tenemos la limosna de

Dios y de los que honestamente buscan a Dios... y jamás nos faltará lo indispensable. Créelo.

Tomadlos y alegraos como Yo me alegro, por el Bautista. Mañana iréis a su prisión, vosotros

dos, Juan y Matías. Simeón con José irán donde está Elías a dar noticias y a instruirse para el

futuro. Elías ya sabe. Después José volverá con Leví. El lugar del encuentro será dentro de diez

días en la Puerta de los Peces en Jerusalén, a las seis de la mañana. Ahora comamos y

descansemos. Mañana al amanecer, parto con los míos. No tengo otra cosa que deciros por el

momento. Más tarde tendréis noticias de Mí‖. Todo se desvanece en el momento en que Jesús

parte el pan. (Escrito el 19 de Enero de 1945).

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2-83-30 (2-47-508).- Iscariote pide permiso para ausentarse.- Jesús llora a causa de Judas que

es enseñanza viva para Pedro y para los apóstoles de todos los tiempos. Zelote le consuela.

* “Judas es vuestra escuela, sobre todo para Pedro. Por un Pedro, un Juan... hay al menos

otras tantas veces 7 Judas”.- ■ Jesús está en el campo, en una zona de tierras opimas:

magníficos árboles frutales, viñedos espléndidos con racimos que tienden ya a colorearse de oro

y de rubí... Está sentado bajo un árbol y come fruta que le ofreció un campesino... ■ Se acerca

un hombre que trae un borriquillo cargado de verduras. ―Mira, si tu amigo quiere partir... mi

hijo va a Jerusalén para el mercado de la Pascua‖. Jesús dice a Juan: ―Ve, Juan. Sabes lo que

debes hacer. Dentro de cuatro días nos volveremos a ver. Mi paz sea contigo‖. Jesús abraza a

Juan y le besa, también Simón hace lo mismo. Iscariote dice: ―Maestro, si me permites, voy con

Juan. Tengo necesidad de ver a un amigo. Todos los sábados está en Jerusalén. Iría con Juan

hasta Betfagé y luego iría por mi cuenta... Es un amigo de casa... ya sabes... mi madre me

dijo...‖. Jesús: ―Nada te he preguntado, amigo‖. Iscariote: ―Mi corazón llora al tener que

dejarte. Pero dentro de cuatro días estaré de nuevo contigo, y te seré tan fiel que hasta te

resultaré pesado‖. Jesús: ―Ve, pues. Dentro de cuatro días, cuando el alba se levante, estad en la

Puerta de los Peces. Hasta la vista y que Dios te guarde‖. Judas besa al Maestro y camina a poca

distancia del borriquillo, que va trotando por el camino polvoriento. La tarde va bajando sobre

la campiña que se cobija en silencio. Simón observa el trabajo de los hortelanos que riegan los

surcos. ■ Jesús por unos momentos se ha quedado en el lugar en que estaba. Después se levanta,

va hacia la parte de atrás de la casa, se adentra en el huerto. Se aísla. Se dirige hasta un lugar

tupido en el que robustos granados se entrecruzan con matas bajas --yo diría que son de parras

silvestres, pero no sé con seguridad, porque ya no tienen frutos y conozco poco la hoja de esta

planta--. Jesús se esconde detrás de los granados, se arrodilla y ora... y luego se inclina hacia la

hierba, con el rostro contra el suelo, y llora. Esto lo colijo por sus suspiros profundos y

entrecortados. Un llanto desconsolado, sin sollozos pero muy triste. Así pasa el tiempo. La luz

es ya crepuscular, pero aún no hay tanta oscuridad como para no poder ver. ■ Y dentro de esta

escasa luz, se ve sobresalir por encima de una mata la cara fea pero honrada de Simón Zelote.

Mira, busca, descubre la figura encorvada de Jesús, todo cubierto por el manto azul-oscuro, que

le confunde casi con las sombras del suelo; sólo resaltan la rubia cabeza, apoyada sobre las

muñecas, y las manos unidas en oración, que sobresalen por encima de aquella. Simón mira con

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esos ojos suyos tan saltones. Comprende que Jesús está triste, por los suspiros que da, y su boca

de labios abultados y de color violeta, se abre: ―¡Maestro!‖. Jesús levanta el rostro. Zelote:

―¿Lloras, Maestro? ¿Por qué? ¿Me permites que vaya a donde estás?‖. En la cara de Simón está

dibujada la sorpresa y el dolor. En realidad es un hombre feo. A su no bello perfil y al color

oscuro aceituna se le añaden las cicatrices azuladas que cual hoyos le dejó su mal. Pero su

mirada es tan buena, que su deformidad desaparece. Jesús le dice: ―Ven, Simón amigo‖. Jesús

se ha sentado en la hierba. Simón se sienta cerca de Él. Zelote le pregunta: ―¿Por qué estás

triste, Maestro mío? Yo no soy Juan y no podré darte todo cuanto él te da, pero tengo deseos de

consolarte. Y tengo un solo dolor: el de sentirme incapaz de hacerlo. Dime: ¿Te he causado

algún disgusto en estos últimos días hasta el punto de que te canse el tener que estar conmigo?‖.

Jesús: ―No, buen amigo. Desde el momento en que te vi, no me has causado ningún desagrado.

Y creo que jamás me serás causa de llanto‖. Zelote: ―¿Y entonces, Maestro?... No soy digno de

tu confianza, pero dados mis años, podría ser hasta padre tuyo, y bien sabes que siempre he

tenido sed de hijos... Permíteme que te acaricie como si fueses hijo mío y que haga yo en esta

hora las veces de padre y madre. Tienes necesidad de tu Madre para olvidar muchas cosas...‖.

Jesús: ―¡Oh, sí... de mi Madre!‖. Zelote: ―Pues bien, mientras no llegue el momento en que Ella

te consuele, deja a tu siervo la alegría de hacerlo. ■ Maestro, Tú lloras porque ha habido uno

que te ha disgustado. Desde hace días tu rostro es como sol cubierto de nubes. Te he estado

observando. Tu bondad oculta la herida, para que nosotros no odiemos al que te hiere; pero esta

herida duele y te provoca náusea. Pero dime, Señor mío: ¿por qué no alejas de Ti la fuente de

esta pena?”. Jesús: ―Porque humanamente es inútil y sería contra la caridad‖. Zelote: ―¡Ah! ¡Te

has dado cuenta de que me refería a Judas! Tú sufres por él. ¿Cómo puedes, Tú, Verdad,

soportar a ese mentiroso?... Miente y ni cambia de color. Es más falso que un zorro, más cerrado

que una piedra. Ahora se ha ido ¿A hacer qué? ¿Será posible que tenga tantos amigos? Aléjale

de Ti, Señor mío, a ese hombre‖. Jesús: ―Es inútil. Lo que debe ser, será‖. Zelote: ―¿Qué

quieres decir?‖. Jesús: ―Nada en particular‖. Zelote: ―Tú de buena gana le has dejado ir

porque... porque te asqueó su modo de actuar en Jericó‖. Jesús: ―Así es, Simón. Una vez más te

digo: lo que debe ser, será. ■ Y Judas forma parte de este futuro. También él debe estar...‖.

Zelote: ―Juan me ha contado que Simón Pedro es todo franqueza y fuego... ¿Le podrá soportar a

éste?‖. Jesús: ―Le debe soportar. También Pedro está destinado a ser una parte, y Judas es el

cañamazo en que debe tejer su parte; o, si lo prefieres, es la escuela en que Pedro se ejercitará

más que con cualquier otro. Ser buenos con Juan, entender a los corazones como el de Juan, es

también virtud hasta de tontos. Pero ser buenos con quien es un Judas, saber comprender

corazones como el de Judas, y ser médico y sacerdote para ellos es difícil. Judas es vuestra

enseñanza viviente”. Zelote: ―¿La nuestra?‖. Jesús: ―Sí, la vuestra. El Maestro no es eterno

sobre la Tierra. Se irá después de haber comido el pan más duro, y bebido el vino más amargo.

Pero vosotros os quedaréis para ser mis continuadores... y debéis saber. Porque el mundo no

termina con el Maestro, sino que continúa después, hasta el regreso final del Mesías y hasta el

juicio final del hombre. ■ Y, en verdad te digo que por un Juan, un Pedro, un Simón, un

Santiago, Andrés, Felipe, Bartolomé y Tomás, hay al menos otras tantas veces siete Judas.

Muchos más, muchos más‖. Simón, reflexivo, guarda silencio ■ Luego dice: ―Los pastores son

buenos. Judas los desprecia pero yo los amo‖. Jesús: ―Yo los amo y los alabo‖. Zelote: ―Son

almas sencillas, como las que te agradan‖. Jesús: ―Judas ha vivido en la ciudad‖. Zelote: ―Su

único pretexto. Muchos también han vivido y sin embargo... ■ ¿Cuándo irás a la casa de mi

amigo Lázaro de Betania?‖. Jesús: ―Mañana, Simón. Y con mucho gusto porque estamos solos

tú y yo. Me imagino que es un hombre culto y experimentado como tú‖. Zelote: ‖Y sufre

mucho... en el cuerpo y más aún en el corazón. Maestro... me gustaría pedirte un favor: si no te

habla de sus tristezas, no le preguntes nada referente a su casa‖. Jesús ―No lo haré. Yo soy para

quien sufre, pero no fuerzo las confidencias; el llanto tiene su pudor...‖. Zelote: ―Y yo no lo he

respetado... Pero es que me has dado tanta pena...‖. Jesús: ―Tú eres mi amigo y ya le habías

dado un nombre a mi dolor. Yo para tu amigo soy el Rabí desconocido. Cuando me conozca...

entonces... ¡Vámonos! Ya es de noche. No hagamos esperar a los que nos hospedan. Mañana al

amanecer iremos a Betania‖. (Escrito el 20 de Enero de 1945).

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2-84-34 (2-49-513).-Primer encuentro de Jesús con Lázaro de Betania.

* Una visita muy esperada por Lázaro quien ve en Jesús al “Esperado”.- ■ Jesús y Simón

Zelote caminan por un camino que se aleja de la calzada principal haciendo una ―V‖. Se dirigen

hacia unos magníficos huertos de árboles frutales, y espléndidos campos de lino tan alto como

un hombre, ya cercano a la siega; otros campos más lejanos parecen de color rosado a causa de

las calabazas que se ven entre la amarillez de los rastrojos. Zelote: ―Estamos ya en la propiedad

de mi amigo. Como puedes ver, Maestro, la distancia estaba dentro de la prescripción de la Ley.

Jamás me habría permitido un engaño contigo. Detrás de aquel huertecillo está el muro que

circunda el jardín; dentro está la casa. Te he traído por este atajo precisamente para estar dentro

de la distancia permitida‖. Jesús: ―¡Es muy rico tu amigo!‖. Zelote: ―Mucho. Pero no es feliz.

Su casa tiene propiedades también en otras partes‖. Jesús: ―¿Es fariseo?‖. Zelote: ―Su padre no

lo fue. Él... es muy observante. Ya te lo dije: un verdadero israelita‖. ■ Llegan a la sólida puerta

de hierro forjado. Simón llama a la puerta con el pesado aldabón de bronce. Jesús observa:

―Simón, es una hora todavía muy temprana para entrar‖. Zelote: ―¡Oh! Mi amigo, al no

encontrar consuelo sino en su jardín y en los libros, se levanta nada más salir el sol. La noche es

para él un tormento. Maestro, no tardes en darle una alegría‖. Un criado abre la puerta.

―Buenos días, Aseo. Di a tu patrón que Simón el Zelote ha venido con su Amigo‖. El criado les

invita a entrar diciendo: ―Vuestro siervo os saluda. Entrad, que la casa de Lázaro está abierta

para los amigos‖. Luego se marcha corriendo. Simón, que conoce el lugar, se dirige no por el

pasillo central sino por un sendero que entre rosales lleva a una pérgola de jazmines. ■ Y de allí,

en efecto, sale Lázaro poco después. Está delgado y pálido, como siempre le he visto; alto, pelo

corto ni abundante ni rizado, barba rasurada excepto en el mentón. Trae un vestido de lino

blanquísimo y camina con fatiga, como quien está enfermo de las piernas. Cuando ve a

Simón, le hace una señal de saludo afectuoso, y después como puede, corre hacia Jesús, se

arrodilla inclinándose hasta el suelo para besar la orla de su vestido y dice: ―No soy digno de

tanto honor. Pero ya que tu santidad se humilla hasta mi miseria, ven, Señor mío, entra, y toma

posesión de mi pobre casa‖. Jesús: ―Levántate, amigo y recibe mi paz‖. Lázaro se levanta, besa

la mano de Jesús, le mira con veneración no exenta de curiosidad. Caminan en dirección a la

casa. Lázaro: ―¡Cuánto te he esperado, Maestro! A cada amanecer me decía: «¡Hoy vendrá!», y

a cada crepúsculo: «¡Hoy, tampoco le he visto!»‖. Jesús: ―¿Por qué me esperabas con ansia?‖.

Lázaro: ―Porque... ■ ¿qué esperamos nosotros los de Israel sino a Ti?‖. Jesús: ―¿Y crees tú, que

sea Yo el Esperado?‖. Lázaro: ―Simón jamás ha dicho mentiras, ni es muchacho que se exalte

por quimeras. La edad y el dolor le han hecho maduro como un sabio. Y, además... aunque él no

te hubiese conocido por lo que en realidad eres, tus obras habrían hablado y te habrían llamado

«Santo». Quien hace las obras de Dios debe ser hombre de Dios, y Tú las haces; y las haces de

modo que te proclaman el Hombre de Dios. Mi amigo fue a Ti, por la fama de milagros y

obtuvo un milagro. Y sé que tu camino está cubierto de otros milagros. ¿Por qué no creer

entonces que Tú eres el Esperado? ¡Oh, es tan dulce creer lo bueno! Hay tantas cosas no buenas

que debemos creerlas, por amor a la paz, por no poderlas cambiar; debemos mostrar que

creemos muchas palabras falsas, que parecen halagos, alabanzas, benignidad, y son por el

contrario sarcasmo y censura, veneno recubierto de miel; debemos mostrar que las creemos aun

sabiendo que son veneno, censura y sarcasmo..., debemos hacerlo porque... no se puede actuar

de otra manera y somos débiles contra todo un mundo que es fuerte, y estamos solos contra todo

un mundo, que, como enemigo, está contra nosotros... ¿Por qué, entonces, tener dificultad en

creer lo bueno? Pero es que, además, estamos en la plenitud de los tiempos y los signos de los

tiempos se dan. Y cuanto pudiera faltar para robustecer la fe y hacerla impasible ante la duda, lo

pone nuestra voluntad de creer y de aplacar nuestro corazón en la certeza de que la espera ha

terminado y de que el Redentor está ya entre nosotros; está entre nosotros el Mesías... Aquel

que devolverá la paz a Israel y a los hijos de Israel. Aquel que hará que muramos sin angustia,

sabiendo que hemos sido redimidos y que vivamos sin ese aguijón de nostalgia por nuestros

muertos... ¡Oh... los muertos! ¿Por qué sentir pena por ellos, sino porque ya no tienen a sus hijos

y todavía no tienen a su Padre y Dios?‖. ■ Jesús: ―¿Hace mucho tiempo que se te murió el

padre?‖. Lázaro: ―Hace tres años, y hace siete que murió mi madre. Pero ya hace algún tiempo

que no los compadezco... Yo mismo quisiera estar donde creo que están ellos en espera del

Cielo‖. Jesús: ―No hubieras entonces hospedado al Mesías‖. Lázaro: ―Es verdad. Ahora yo soy

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más que ellos porque te tengo... y el corazón se aplaca con esta alegría. Entra, Maestro.

Concédeme la honra de que mi casa sea la tuya. Hoy es sábado y no puedo honrarte convidando

a amigos...‖. Jesús: ―No lo deseo. Hoy soy todo para el amigo común de Simón y mío‖. Entran

en una bella sala donde los siervos están preparados para recibirlos. Dice Lázaro: ―Os ruego que

los sigáis. Podréis reponer fuerzas o tomar algún fresco antes de la comida matutina‖. Y,

mientras Jesús y Simón van a otro lugar, Lázaro da órdenes a sus siervos. Comprendo que la

casa es rica, y señorial además de rica... Jesús bebe leche que Lázaro quiere personalmente

servirle antes de los alimentos matinales.

*Simón Zelote quiere vender su propiedad porque no desea otra atadura que la de servir a

Jesús.- ■ Veo que Lázaro se vuelve a Simón y le dice: ―He encontrado al hombre que está

dispuesto a adquirir tus bienes, y al precio que tu intendente ha estimado justo. No quita ni una

dracma‖ (1). Zelote: ―¿Pero está dispuesto a observar mis cláusulas?‖. Lázaro:―Está dispuesto.

Acepta todo, con tal de estar en estas tierras. Y yo me alegro porque al menos sé con quién

confino. No obstante, de la misma forma que tú deseas mantenerte al margen en la venta, él

desea que no sepas quién es. Te ruego que secundes este deseo suyo‖. Zelote: ―No veo motivo

para no hacerlo. Tú, amigo mío, harás mis veces... Todo lo que hagas estará bien. Me conformo

solo con que mi servidor fiel no se quede en la calle... Maestro, yo vendo, y, por lo que a mí

respecta, me siento feliz de no tener ya nada que me ligue a ninguna cosa que no sea servirte a

Ti. Pero tengo un viejo criado fiel, el único que ha quedado después de mi desventura y que --ya

te lo dije-- me ayudó siempre en los momentos de segregación, cuidando de mis bienes como de

los propios, haciéndolos incluso pasar con la ayuda de Lázaro por propios para salvármelos y

poder socorrerme con ellos. Ahora sería injusto que yo le despidiera sin casa, ahora que es

anciano. He decidido que una pequeña casa, en los lindes de la propiedad, se quede para él, y

que parte de la suma se le dé para su sustento futuro.■ Los viejos, ya sabes, son como la hiedra:

cuando han vivido siempre en un lugar, sufren demasiado si se les aleja de él. Lázaro le quería

consigo, porque Lázaro es bueno, pero he preferido hacer esto. Sufrirá menos el anciano...‖.

Jesús observa: ―Tú también eres bueno, Simón. Si todos fueran justos como tú, resultaría más

fácil mi misión...‖.

* La metáfora de las tierras –pantanosas-ventosas-- aplicada a la vida de algunos

pecadores, y el amor.- ■ Lázaro pregunta: ―¿Encuentras, Maestro, que el mundo te resiste?‖.

Jesús: ―¿El mundo?... ¡No! La fuerza del mundo: Satanás. Si él no fuese dueño de los corazones

y los tuviese en sus manos no encontraría Yo resistencia. Pero el Mal está contra el Bien, y debo

vencer en cada uno el mal para introducir el bien...¡y no todos quieren!‖. Lázaro: ―Es verdad.

No todos lo quieren. Maestro, ¿qué palabras encuentras para convertir y doblegar a quien es

culpable? ¿Palabras de severa reprobación, como las que llenan la historia de Israel hacia los

culpables --el último que las usa es el Precursor--, o por el contrario palabras de misericordia?‖.

Jesús: ―Empleo el amor y la misericordia. ¡Cree, Lázaro, que para quien ha caído tiene más

poder una mirada de amor que una maldición!‖. Lázaro: ―¿Y si se burlan del amor?‖. Jesús:

―Insistir una vez más. Insistir hasta donde más no se pueda. Lázaro, ■ ¿conoces esas tierras

traidoras que se tragan a los incautos?‖. Lázaro: ―Sí. Lo he leído, porque en mi situación actual

leo mucho. Sé que hay en Siria y en Egipto y que son como ventosas. Aspiran cuando hace

presa. Dice un romano que son bocas del Infierno, habitadas por monstruos paganos. ¿Es

verdad?‖. Jesús: ―No es verdad. No son más que formaciones especiales del suelo terrestre. No

tiene nada que ver con el Olimpo. Dejará de creerse en el Olimpo y aquéllas seguirán

existiendo, y el progreso del hombre no podrá más que proporcionar una explicación más

verídica del hecho, pero no eliminarlo. Ahora Yo digo: de la misma forma que has leído acerca

de esas tierras, habrás leído también de qué manera puede salvarse quien cae en ellas‖. Lázaro:

―Sí, echándole una soga, o con un palo o una rama. En ocasiones es suficiente poco para darle al

que se está hundiendo eso mínimo que necesita para mantenerse, que es además ese mínimo

imprescindible para que esté tranquilo, sin movimientos convulsivos, mientras espera un

socorro mayor‖. Jesús: ―Pues bien, el culpable, el que está en manos de Satanás, es como si

sufriera la succión de un suelo engañoso (cubierto de flores en la superficie, pero lodo movedizo

por debajo). ¿Tú crees que, si uno supiera qué significa poner aunque solo fuera un átomo de sí

mismo en manos de Satanás, lo haría? Pero no sabe... y, después... o le paraliza el aturdimiento

y el veneno del mal o le enloquece, y para huir del remordimiento de haberse procurado la

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propia ruina empieza a moverse convulsivamente, a agarrarse al lodo, creando así pesadas ondas

con su movimiento imprudente, las cuales aceleran cada vez más su fin. ■ El amor es la soga, el

hilo, la rama de que hablaste. Insistir, insistir... hasta que se haya asido... Una palabra... y

perdón... un perdón más grande que la culpa... al menos para impedir que siga hundiéndose y

esperar el socorro de Dios... Lázaro,¿sabes qué poder tiene el perdón?: Hace que Dios acuda a

auxiliar a quien está socorriendo a otro...‖.

* Jesús aplaca los escrúpulos de Lázaro por alguna de sus lecturas o aficiones.- ■ Jesús le

pregunta: ―¿Lees mucho?‖. Lázaro: ―Mucho; y no sé si hago bien. Pero la enfermedad y... otras

cosas me han privado de muchos placeres del hombre... y ahora no tengo más que la pasión por

las flores y los libros... por las plantas, y... también por los caballos... Sé que me critican, pero

¿puedo yo ir a mis propiedades en este estado (y descubre unas gruesas piernas completamente

vendadas) a pie o ni siquiera en mula? Debo usar un carro y además que sea rápido. Por esto

tengo caballos y me he encariñado con ellos. Pero si Tú me dices que está mal... los mando

vender‖. Jesús: ―No, Lázaro. No son estas cosas las que corrompen. Corrompe lo que

intranquiliza el corazón y le aleja de Dios‖. Lázaro: ―Pues bien, Maestro, esto quería saber.

Leo mucho. Es mi consuelo. Me gusta saber. Yo creo que en el fondo es mejor saber que hacer

el mal, es mejor leer que... que hacer otras cosas. No leo tan sólo páginas que se refieren a

nosotros. Me encanta también conocer otros mundos. Roma y Atenas me atraen. Ahora sé

cuánto mal le vino a Israel cuando se corrompió con los Asirios y con Egipto, cuánto mal nos

hicieron los gobiernos helenizantes. No sé si un particular puede hacerse a sí el mismo daño que

Judas Macabeo se hizo a sí mismo y a nosotros, sus hijos. Tú ¿qué piensas de ello? Deseo que

me enseñes. Tú, que no eres rabí, sino el Verbo sabio y divino‖. ■ Jesús le mira fijamente

durante unos momentos con una mirada penetrante y al mismo tiempo lejana. Parece que como

si, traspasando el cuerpo de Lázaro, Él escrutara su corazón, y, yendo aún más allá, viera quién

sabe qué... Al final habla: ―¿Sientes turbación por lo que lees? ¿Te separa de Dios y de su

Ley?‖. Lázaro: ―No, Maestro. Al revés, me mueve, por el contrario, a hacer comparaciones

entre nuestra verdad y la falsedad pagana. Comparo y reflexiono las glorias de Israel, sus justos,

sus Patriarcas, sus Profetas y las figuras deshonestas de la historia de otros. Comparo nuestra

filosofía --si se puede llamar así la Sabiduría que habla en los textos sagrados-- con la pobre

filosofía griega y romana, en las cuales hay, sí, chispas de fuego, pero no la segura llama que

arde y resplandece en nuestros Sabios. Y luego, con mayor veneración aún, me inclino con el

espíritu a adorar a nuestro Dios que habla a Israel a través de hechos, personas y nuestros

escritos‖. Jesús: ―Entonces, sigue leyendo... Te será útil conocer el mundo pagano... Continúa...

Puedes hacerlo. En ti no existe el fermento del mal y la gangrena espiritual; por lo tanto, puedes

leer sin temor alguno pues el amor verdadero que tienes para tu Dios, hace estériles los

gérmenes profanos que la lectura puede esparcir en ti. ■ En todas las acciones del hombre

existe la posibilidad del bien y del mal, según se realicen. Amar no es pecado, si se ama

santamente. Trabajar no es pecado, si se trabaja cuando es justo. Ganar no es pecado, si uno se

conforma con lo que es justo. Instruirse no es pecado, si, por la instrucción, no se mata la idea

de Dios en nosotros. Por el contrario, es pecado incluso el servir al altar, si ello se hace por

interés propio. ¿Estás convencido, Lázaro?‖. Lázaro: ―Sí, Maestro. Había preguntado lo mismo

a otros, y han terminado por despreciarme... Pero Tú me das luz y paz. ¡Oh, si todos te

oyesen!... Ven, Maestro. Entre los jazmines hay frescura y silencio. Dulce es esperar el

atardecer entre la fresca sombra‖. Salen y todo termina.(Escrito el 21de Enero de 1945).

········································ 1 Nota : Casa de Simón Zelote en Betania.- Durante el período en que Simón Zelote, acusado y proscrito como

leproso, anduvo errante en continua huída --antes de conocer a Jesús--, fue Lázaro quien, amparándose en el favor de

Roma, le conservó esta propiedad de Betania. Zelote, después de su curación por Jesús, se hizo cargo nuevamente de

la misma, donde un fiel sirviente suyo vivía y la guardaba. Mas una vez hecho apóstol de Jesús, la puso en venta

para, ya ―sin ataduras humanas, servir solo al Maestro‖. El propio Lázaro, a quien Simón le encargó la venta, la

compró, sin revelar la identidad del comprador, al precio fijado y en las condiciones estipuladas por Zelote. Una de

las condiciones se refería a la permanencia, hasta la muerte, de su sirviente en la casa. Lázaro, sin embargo, nunca la

consideró suya.

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2-85-41 (2-50-521).- Antes de ir a la casa del Getsemaní, Jesús y Zelote suben al Templo.

Zelote, asombrado, ante la predicación de J. Iscariote.

* Judas sorprende a todos: habla en el Templo e invita a aceptar a Jesús como el Mesías.-

José de Arimatea y Nicodemo quieren conocer a Jesús.-■ Jesús está con Simón en el

Templo. Ya han entrado y caminan por el primer rellano. Pasan por un pórtico, dirigiéndose a

un segundo rellano. Zelote: ―Maestro, mira allá a Judas entre aquel corro de gente. Y hay

también fariseos y miembros del Sanedrín. Voy a oír lo que dice. ¿Me permites?‖. Jesús: ―Ve.

Te espero cerca del Gran Pórtico‖. Simón va rápido y se mete de manera de poder oír, sin ser

visto. Judas habla con convicción: ―... y aquí hay personas que todos conocéis y respetáis, que

pueden decir quién soy yo. Pues bien, os lo digo que Él me ha cambiado. El primer redimido

soy yo. Muchos veneráis al Bautista. También Él le venera y le llama «el santo igual a Elías por

misión, pero aún mayor que Elías». Ahora bien, si tal es el Bautista y el mismo Bautista le llama

«el Cordero de Dios» y jura por su santidad haber visto que el fuego del Cielo lo coronaba

mientras una voz del Cielo le proclamaba: «Hijo amado de Dios a quien se debe escuchar» no

puede ser sino el Mesías. Lo es. Os lo juro. No soy un cualquiera ni un tonto. Lo es. Lo he visto

en sus obras y he escuchado su palabra. Os lo digo: Es Él, el Mesías. El milagro le obedece

como el esclavo a su dueño. Enfermedades y desgracias caen como cosas muertas y en su lugar

llega la alegría y la salud. Los corazones se cambian más que los cuerpos. Podéis verlo en mí.

¿Tenéis enfermos o penas que aliviar? Si los tenéis, venid mañana al amanecer a la Puerta de los

Peces. Estará Él allí y os hará felices. Entre tanto: ved que en su nombre doy a los pobres esta

ayuda‖. Y Judas distribuye el dinero a dos paralíticos y a tres ciegos, y finalmente obliga a una

viejecilla a aceptar el resto. ■ Despide a la gente y se queda con José de Arimatea, Nicodemo y

otros tres que no conozco. Iscariote exclama: ―¡Ah! ¡Ahora estoy bien!, no tengo ya nada. Soy

como Él quiere‖. José, sorprendido, le dice: ―En verdad que no te conozco. Pensaba que era una

broma, pero veo que lo haces en serio‖. Iscariote: ―En serio. ¡Oh! Soy el primero en

reconocerlo. Sigo siendo una bestia inmunda respecto a Él, pero ya estoy muy cambiado‖. Uno,

de los que no conozco, pregunta: ―¿Y no perteneces más al Templo?‖. Iscariote: ―¡Oh, no! Soy

del Mesías. Quien se acerca a Él, a menos que sea una víbora, no puede más que amarle y no

desea nada más aparte de Él‖. Nicodemo pregunta: ―¿No vendrá, más aquí?‖. Iscariote: ―Sí que

vendrá. Pero no ahora‖. Nicodemo: ―Me gustaría conocerle‖. Iscariote: ―Ya habló en este lugar,

Nicodemo‖. Nicodemo: ―Lo sé. Pero yo estaba con Gamaliel... Le vi... pero no me detuve‖.

Iscariote: ―Nicodemo... ¿qué dice Gamaliel?‖. Nicodemo: ―Dijo: «algún nuevo profeta», no

añadió más‖. Iscariote habla con ansiedad: ―¿José, no le dijiste lo que yo te dije?... ¡Tú eres su

amigo!‖. José: ―Se lo dije, pero me respondió: «Tenemos ya al Bautista y, según doctrina de los

escribas, por lo menos deben pasar cien años entre éste y aquél, para la preparación del pueblo

para la venida del Rey. Yo digo que se necesitan menos», añadió, «porque el tiempo se ha

cumplido ya». Y concluyó: «Mas no puedo admitir que el Mesías se manifieste de este modo...

Creí un día que daba principio la manifestación mesiánica, porque su primer resplandor fue un

relámpago verdaderamente celestial (1). Pero después... no hubo más que un largo silencio y creo

que me equivoqué...»‖. ■ Iscariote: ―Trata de hablarle otra vez. Si Gamaliel estuviese con

nosotros y vosotros con Él...‖. Uno de los tres desconocidos objeta: ―No os aconsejo. El

Sanedrín es poderoso y Anás lo gobierna con astucia y ambición. Si tu Mesías quiere vivir, le

aconsejo que permanezca en la oscuridad; a menos que se imponga con la fuerza, pero entonces

está Roma...‖. Iscariote: ―Si el Sanedrín le escuchase se convertiría a Él‖. Los tres desconocidos

se ríen: ―¡Ja! ¡ja! ¡ja!‖, y dicen: ―Judas, creíamos que habías cambiado, y que eras inteligente. Si

es verdad lo que dices de Él, ¿cómo puedes pensar que el Sanedrín le siga?... Ven, ven, José. Es

mejor para todos. Que Dios te guarde, Judas. Te hace falta‖ y se alejan. Judas queda solo con

Nicodemo.

* Judas es un alma muy enferma.- ■ Simón Zelote se aleja sin hacerse notar y va donde

Jesús. ―Maestro, me acuso de haber calumniado a Judas de palabra y de corazón. Este hombre

me desorienta. Casi creía que era un enemigo tuyo, pero le oí hablar de Ti de una forma que

pocos entre nosotros lo harían, sobre todo aquí donde el odio podría matar en primer lugar al

discípulo y luego al Maestro. Le vi dar dinero a los pobres, y tratar de convencer a los miembros

del Sanedrín...‖. Jesús: ―¿Lo ves, Simón? Me alegro de que hayas visto en esta ocasión así.

Dirás esto también a los demás cuando le acusen. Bendigamos al Señor por esta alegría que me

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proporcionas; por tu honradez al decir: «He calumniado», y por la obra del discípulo que creías

malvado y no lo es‖. ■ Oran por largo tiempo y luego se retiran. Jesús le pregunta: ―¿No te

vio?‖. Zelote: ―¡No! Estoy seguro‖. Jesús: ―No le digas nada. Es un alma muy enferma. Una

alabanza sería semejante a alimentos fuertes dados a un convaleciente de una alta fiebre

estomacal... Le haría que se enfermase más, porque se gloriaría de saber que es famoso... y

donde entra el orgullo...‖. Zelote: ―Guardaré silencio. ■ ¿A dónde vamos?‖. Jesús: ―A donde

está Juan. A esta hora del calor se encontrará en la casa del Olivar‖. Caminan ligeros buscando

la sombra por las calles, calles verdaderamente de fuego a causa del intenso sol. Salen del

suburbio polvoriento, atraviesan la puerta de la muralla, salen a la deslumbrante campiña; de

ésta a los olivos, de los olivos a la casa. En la cocina (fresca y oscura por la cortina que han

colocado en la puerta) está Juan que cabecea. Jesús le llama: ―¡Juan!‖. ―Maestro, ¿Tú? Te

esperaba por la noche‖. Jesús: ―Vine antes. ¿Cómo te has sentido durante este tiempo?‖. Juan:

―Como un cordero que hubiese perdido a su pastor. Hablaba a todos de Ti, porque, al hacerlo,

era tenerte un poco. He hablado a algunos familiares, a conocidos y extraños. También a

Anás... y a un paralítico del que me hice amigo con tres denarios. Me los habían dado y yo se

los di a él. ■ Y también a una pobre mujer, de la edad de mi madre, que lloraba en un grupo de

mujeres a la puerta de una casa. Le pregunté: «¿Por qué lloras?». Respondió: «El médico me ha

dicho: ‗Tu hija está enferma, de tisis. Resígnate. En los primeros de Octubre morirá. Ella es lo

único que tengo; es hermosa y buena, y tiene quince años. Debía de casarse en la primavera, y

en lugar del cofre de las nupcias debo prepararle el sepulcro‘». Le dije: «Conozco a un médico

que te la puede curar si tienes fe». Y ella: «Nadie la puede curar. Ya la vieron tres médicos.

Escupe ya sangre». Dije: «Mi médico no es uno como los tuyos. No cura con medicinas, sino

con su poder. Es el Mesías...». Entonces una viejecilla irrumpió: «¡Oh, cree, Elisa! Cree.

¡Conozco a un ciego que ve debido a Él!». Y la madre entonces pasó de la desconfianza a la

esperanza y te está esperando... ¿Hice bien? ¡No hice más que esto!‖. Jesús: ―Hiciste bien. Al

atardecer iremos a tus amigos. ¿Has visto a Judas?‖. Juan: ―No, Maestro. Pero me ha mandado

comida y dinero, que repartí entre los pobres. También mandó decir que podía usarlo porque era

suyo‖. Jesús: ―Es verdad, Juan. ■ Mañana iremos a Galilea...‖. Juan: ―Me alegra, Maestro.

Pienso en Simón Pedro. ¡Con qué ansia te estará esperando! ¿Pasaremos también por Nazaret?‖.

Jesús: ―Sí, y allí esperaremos a Pedro, a Andrés y a Santiago tu hermano‖. Juan: ―¡Oh! ¿Nos

quedamos en Galilea?‖. Jesús: ―Sí, durante un tiempo‖. Juan está feliz. Y en medio de su

felicidad termina todo. (Escrito el 22 de Enero de 1945).

········································· 1 Nota : Gamaliel y la señal predicha por Jesús.- El episodio de Jesús, a los doce años, entre los doctores en el

Templo, es narrado por Lucas 2,41-50. En el episodio analógico descrito por María Valtorta para la Obra sobre el

Evangelio (en la edición publicada con el título ―El Evangelio como me ha sido revelado‖ corresponde al episodio 1-

41-270. En nuestro trabajo: se narra en el tema ―Jesús Niño‖), aparecen los personajes de: Gamaliel y Hillel entre

esos doctores. Jesús prometió entonces a Gamaliel, impresionado por la ciencia de aquel muchacho, que vería cómo

las piedras se estremecerían, como señal de su Divinidad. Este suceso y las palabras de Jesús marcaron toda la vida

de Gamaliel, como se verá a lo largo de esta Obra. Cfr. Fascículo 1º, prólogo en prenotando VIII: Personajes de la

Obra Magna: Gamaliel.

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2-86-46 (2-51-526).- Encuentro con el soldado Alejandro (1) en la Puerta de los Peces. También

con Judas y pastores.

* ―No tiene cuerpo pero existe. Está en ti. Viene de quien creó el mundo y a Él vuelve

después de la muerte del cuerpo”.- Simón Zelote observa: ―Tarda Judas y también los

pastores‖. El soldado Alejandro que había estado escuchando atentamente (las palabras que

Jesús acaba de dirigir a unos compañeros suyos de armas, soldados de guardia), pregunta: ―¿Esperas a alguien, Galileo?‖. Jesús: ―A algunos amigos‖. Alejandro: ―Ven al fresco, al

«andrón», el sol quema desde el amanecer. ¿Vas a la ciudad?‖. Jesús: ―No, regreso a Galilea‖.

Alejandro: ―¿A pie?‖. Jesús: ―Soy pobre. A pie‖. Alejandro: ―¿Tienes mujer?‖. Jesús: ―Tengo

una Madre‖. Alejandro: ―También yo. Ven... si no te causamos repugnancia como a los demás‖.

Jesús: ―Tan solo el pecado me causa repugnancia‖. El soldado le mira sorprendido y pensativo:

―Nosotros nunca tendremos nada contra Ti. Jamás se levantará la espada contra Ti. Eres bueno.

Pero los demás...‖. ■ Jesús está en el andrón. Juan mira hacia la ciudad. Simón está sentado

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sobre un bloque de piedra que hace de banco. Alejandro: ―¿Cómo te llamas?‖. ―Jesús‖.

Alejandro: ―¿Tú eres el que haces milagros a los enfermos? Pensaba que fueses tan sólo un

mago... como nosotros tenemos, pero un mago bueno. Porque hay ciertos tipos... los nuestros no

saben curar enfermos. ¿Cómo lo haces?‖. Jesús sonríe y calla. Alejandro: ―¿Empleas fórmulas

mágicas? ¿Tienes ungüentos de la médula de los muertos, polvo de serpientes, piedras mágicas

de las cuevas de los Pitones?‖. Jesús: ―Nada de eso. Tengo tan sólo mi poder‖. Alejandro:

―Entonces eres realmente santo. Nosotros tenemos arúspices y vestales... y algunos de ellos

hacen prodigios... y dicen que son los más santos. ¿Qué piensas Tú?... ¡Son peores que los

demás!‖. Jesús: ―Y si es así... ¿por qué los veneráis?‖. Alejandro: ―Porque... porque es la

religión de Roma. Si un súbdito no respeta la religión de su Estado, ¿cómo puede respetar al

Cesar y a la patria, y así, así otras tantas cosas?‖. Jesús mira atentamente al soldado y le dice:

―En verdad estás muy adelantado en el camino de la justicia. Prosigue, ¡soldado!, ■ y llegarás a

conocer eso que tu alma añora tener, y no sabe darle un nombre‖. Alejandro: ―¿El alma?... ¿Qué

es?‖. Jesús: ―Cuando mueras, ¿a dónde irás?‖. Alejandro: ―Bueno... no lo sé. Si muero como

héroe, iré a la hoguera de los héroes... y si llego a ser un pobre viejo, un nada, probablemente

me pudra en mi cuartucho o al borde de un camino‖. Jesús: ―Esto por lo que respecta al cuerpo.

Pero el alma ¿a dónde irá?‖. Alejandro: ―No sé si todos los hombres tienen alma o si la tienen

solo los destinados por Júpiter a los Campos Elíseos después de una vida portentosa, si es que

antes no se los lleva al Olimpo, como hizo con Rómulo‖. Jesús: ―Todos los hombres tienen un

alma. Y ésta es lo que distingue al hombre del animal. ¿Te gustaría ser semejante a un caballo, a

un pájaro, a un pez, carne que, muerta, es solo un montón de podredumbre?‖. Alejandro: ―¡Oh!

¡No! Soy hombre y prefiero serlo‖. Jesús: ―Pues bien, lo que hace que seas hombre, es el alma.

Sin ella no serías más que un animal que habla‖. Alejandro: ―Y ¿dónde está?... ¿Cómo es?‖.

Jesús: ―No tiene cuerpo pero existe. Está en ti. Viene de quien creó el mundo y a Él vuelve

después de la muerte del cuerpo‖. Alejandro: ―Viene del Dios de Israel, según vosotros‖. Jesús:

―Del Dios único, Uno, Eterno, Señor Supremo y Creador del Universo‖. Alejandro: ―¿Y

también un pobre soldado como yo, tiene alma y regresa ésta a Dios?‖. Jesús: ―Sí, también un

pobre soldado, y Dios será amigo de su alma si ésta fue siempre buena, o la castigará si fue

malvada‖. ■ Juan anuncia: ―Maestro, he aquí a Judas con los pastores y las mujeres...‖. Jesús:

―Me voy, soldado, sé bueno‖. Alejandro: ―¿No te volveré a ver? Quisiera saber todavía...‖.

Jesús: ―Estaré en Galilea hasta Septiembre. Si puedes, ven. En Cafarnaúm o Nazaret

cualquiera te puede dar razón de Mí. En Cafarnaúm, pregunta por Simón Pedro; en Nazaret, por

María de José. Es mi Madre. Ven y te hablaré del Dios verdadero‖. Alejandro: ―Simón Pedro...

María de José. Iré si puedo. Si regresas, acuérdate de Alejandro. Soy de la Centuria de

Jerusalén‖.

* “Judas, son las luchas del apostolado: más derrotas que victorias‖.- Iscariote pregunta:

“¿Llegaré a ser bueno alguna vez?”.- Judas y pastores están ya en el atrio. Dice Jesús: ―Paz a

todos vosotros‖, y hubiera querido decir algo más... Pero una jovencita delgaducha, ha abierto el

grupo y se ha echado a sus pies: ―¡Tu bendición una vez más sobre mí, Maestro y Salvador, y una

vez más mi beso para Ti!‖ (le besa las manos). Jesús: ―Ve. Sé alegre, buena; buena hija, luego

buena esposa y luego buena madre. Enseña a tus futuros pequeños mi Nombre y mi doctrina.

Paz a ti y a tu madre. Paz y bendición a todos los que son amigos de Dios. Paz a ti también,

Alejandro‖. Jesús se aleja. ■ Iscariote explica: ―Nos hemos retrasado, pero es que nos han

asediado esas mujeres. Estaban en Getsemaní y querían verte. Nosotros habíamos ido allí, sin

saber los unos de los otros, para venir contigo, pero tú te habías ido y en vez de Ti estaban ellas.

Queríamos quitárnoslas de encima... pero eran más pesadas que las moscas, querían saber

muchas cosas... ¿Has curado a la niña?‖. Jesús: ―Sí‖. Iscariote: ―¿Hablaste con el soldado?‖.

Jesús: ―Sí. Es un corazón honrado y busca la Verdad‖. Judas suspira. Jesús le pregunta: ―¿Por

qué suspiras, Judas?‖. Iscariote: ―Suspiro porque... porque quisiera que los nuestros fuesen los

que buscasen la Verdad. Sin embargo, o huyen de ella o se burlan de ella o permanecen

indiferentes. Estoy desilusionado. Siento el deseo de no volver a poner pie aquí y de dedicarme

solo a escucharte. ■ Total, como discípulo no logro hacer gran cosa‖. Jesús: ―¿Y tú crees que

Yo logro mucho?... No te desanimes, Judas. Son las luchas del apostolado. Más derrotas que

victorias: derrota aquí, pero allá arriba siempre son victorias. El Padre ve tu buena voluntad y

te bendice, aunque nada logres‖. Iscariote besándole la mano: ―¡Oh!, Tú eres bueno. ¿Llegaré

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a ser bueno alguna vez?‖. Jesús: ―Sí, si lo quieres‖. Iscariote: ―Creo haberlo sido durante estos

días... He sufrido para serlo... porque tengo muchas tendencias... pero lo he sido pensando solo

en Ti‖. Jesús: ―Entonces persevera. Me haces muy feliz. ■ Y ¿vosotros qué noticias me dais?‖

pregunta a los pastores. Pastores: ―Elías te saluda y te manda un poco de alimentos. Dice que

no le olvides‖. Jesús: ―¡Oh! ¡Yo tengo a todos mis amigos en el corazón! Vámonos hasta aquel

pueblecito. Por la tarde continuaremos. Me siento feliz de estar entre vosotros, de ir a ver a mi

Madre y de haber hablado de la Verdad a un hombre honrado. Sí, soy feliz. ¡Si supieseis lo que

para Mí significa realizar mi misión y ver cómo a ella vienen los corazones, o sea, al Padre, ¡ah,

entonces sí me seguiríais más con el espíritu!...‖. No veo más. (Escrito el 24 de Enero de 1945).

······································ 1 Nota : Alejandro- CFr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as. --------------------000-------------------

(<Desde Jerusalén pasando por Samaria, han llegado a Galilea, a la Llanura de Esdrelón, una región

cercana a Samaria. Jesús con sus tres discípulos Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote junto con los dos

pastores Leví y José, van al encuentro de Jonás que trabaja en unos campos cuyo propietario es un fariseo

cruel y avaro: Doras>).

. 2-88-52 (2-53-533).- Encuentro con el expastor Jonás, que solía pedir a Dios: ―Tómame a mí

como hostia pero ¡dame a Jesús!‖.- El milagro.

* “Jonás, ha llegado la hora, hay que saber esperar... Ahora el Recién Nacido está

preparado para ser el Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo «venid,

saciaos conmigo»”.- ■ Por un senderillo entre campos quemados, segados y amarillentos, Jesús

camina con Leví y Juan; detrás, en grupo, vienen José, Judas Iscariote y Simón Zelote. Es de

noche y, sin embargo, no se siente refrigerio. La tierra es un fuego que continúa quemando aun

después del incendio del día. El rocío es impotente ante este arder; tan fuerte es el calor que sale

de los surcos y de las hendiduras del suelo, que creo que se seca incluso antes de tocar el suelo.

Todos caminan en silencio, fatigados y sudados. Pero veo a Jesús sonreír. La noche está clara, a

pesar de que la luna menguante apenas se ve ahora, al este, en el horizonte. Jesús pregunta a

Leví: ―¿Piensas que estará?‖. Leví: ―Ciertamente estará. A estas alturas ya está recogida la

cosecha y todavía no ha empezado la recolección de la fruta, por tanto, los campesinos están

ocupados en vigilar los viñedos y los árboles frutales contra los ladrones, y no se alejan, sobre

todo cuando los patrones son odiosos como el que tiene Jonás. Samaria está cerca y cuando esos

renegados pueden... están siempre dispuestos a perjudicarnos a nosotros los de Israel. ¿No saben

que luego a los criados se les apalea? Sí que lo saben. Pero nos odian y esta es la razón‖. Jesús

dice: ―No tengas rencor, Leví‖. Leví: ―No, pero verás cómo fue herido Jonás hace cinco años

por culpa de ellos. Desde entonces pasa las noches en guardia, porque la flagelación es un

suplicio cruel‖. Jesús: ―¿Nos falta todavía mucho para llegar?‖. Leví: ―No, Maestro. ¿Ves allí en

donde terminan estos campos y empieza aquel monte oscuro? Allá están las arboledas de Doras,

el duro fariseo. Si me lo permites, me adelanto para que Jonás pueda oírme‖. Jesús: ―Ve‖... ■

Han llegado al huerto, se detienen, todos se reúnen. El calor es tan grande que sudan a pesar de

no llevar manto. Guardan silencio y esperan. De la parte más tupida, oscura, ahora apenas

iluminada por la luna, emerge la clara figura de Leví, y, detrás, otra más oscura. Leví dice:

―Maestro, aquí está Jonás‖. Jesús, antes de que Jonás se acerque a Él, le dice: ―Mi paz llegue a

ti‖. Jonás no contesta. Corre y llorando se arroja a sus pies que besa. Cuando puede hablar dice:

―¡Cuánto te he esperado! ¡Cuánto! Qué desconsuelo al sentir que la vida se iba, que venía la

muerte y que tenía que decir: «Y no le vi». Sin embargo, no moría toda la esperanza. Ni siquiera

cuando estuve para morir. También me decía: Ella dijo: «Vosotros aún le serviréis». Y Ella no

podía haber dicho una cosa que no fuese verdad. Es la Madre del Emmanuel. Por esto ninguna

más que Ella tiene a Dios consigo, tiene a Dios y sabe lo que es Dios‖. Jesús: ―Levántate. Ella

te saluda. La tienes muy cerca, muy cerca. Reside en Nazaret‖. Jonás exclama: ―¡Tú! ¡Ella! ¿En

Nazaret? ¡Oh, si lo hubiera sabido! Por la noche, en los meses fríos de invierno, cuando la

campiña duerme, y los malintencionados no pueden causar daño a los agricultores, habría yo ido

corriendo a besaros los pies, y habría vuelto con mi tesoro de estar en lo cierto. ¿Por qué no te

has manifestado, Señor?‖.■ Jesús: ―Porque no era la hora. Mas ahora sí ha llegado. Hay que

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saber esperar. Tú lo dijiste: «En los meses del hielo cuando la campiña duerme»... y sin

embargo ya ha sido sembrada... ¿No es verdad?... Yo también, pues, era como el grano

sembrado. Tú me habías visto cuando era sembrado, después desaparecido, sepultado bajo un

silencio obligatorio, para crecer y llegar al tiempo de la mies y resplandecer a los ojos de quien

me había visto apenas nacido, y a los ojos del mundo. Ese tiempo ha llegado. Ahora el Recién

Nacido está preparado para ser Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo: «Venid,

saciaos conmigo»‖. El hombre le escucha con una sonrisa feliz y como si consigo hablase:

―¡Oh! ¡Eres exactamente Tú! ¡Eres exactamente Tú!‖. ■ Jesús: ―¿Estuviste a punto de morir?

¿Cuándo?‖. Jonás: ―Cuando me azotaron a muerte porque me robaron los racimos de dos cepas.

¡Mira cuántos cardenales!‖ --se baja el vestido mostrando las espaldas del todo marcadas por

cicatrices irregulares--. ―Con un azote de hierro me golpeó. Contó los racimos que habían

cogido --se veía dónde había sido arrancado de su tallo-- y me dio un golpe por cada racimo.

Luego me dejó allí semimuerto. Me socorrió María, la joven esposa de un compañero mío y que

siempre me ha querido. Su padre era el encargado antes de que llegara yo. Cuando vine aquí, le

tomé cariño a la niña porque se llamaba María. Me ha cuidado y después de dos meses me curé,

porque las llagas con el calor se habían infectado y me producían calenturas. Dije al Dios de

Israel: ―No importa. Haz que vea otra vez a tu Mesías, y no me importará lo que sufro; tómalo

como sacrificio. No tengo más que ofrecerte. Soy esclavo de un hombre cruel, Tú lo sabes. Ni

siquiera se me permite ir a tu altar durante Pascua. Tómame a mí como hostia. ¡Pero, dame a

Jesús!‖. Jesús: ―Y el Altísimo ha satisfecho tu deseo‖.

* ―Jonás, quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?... Diles a los muertos en el

alma que «Yo soy la Vida»; a los que duermen que «Yo soy el Sol»; a los vivos que «Yo soy

la Verdad»”.- ■ Jesús: ―Jonás, ¿quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?‖. Jonás:

―¿Y en qué forma?‖. Jesús: ―Como ellos lo hacen. Leví sabe y te dirá cuán sencillo es servirme.

Quiero tan solo tu voluntad‖. Jonás: ―La buena voluntad te la he ofrecido incluso cuando, recién

nacido, llorabas. Por ella he superado todo, tanto los desconsuelos como los odios. Es... que

aquí se puede hablar poco... El patrón una vez me dio de patadas, porque yo insistía diciendo

que Tú ya estabas. ¡Pero cuando él estaba lejos, y con quien podía fiarme, yo contaba el

prodigio de aquella noche!‖. Jesús: ―Pues bien, hoy se ha dado el prodigio de encontrarnos. Os

he encontrado a casi todos, y todos fieles. ¿No es esto una maravilla? Por el simple hecho de

haberme contemplado con fe y amor os habéis hecho justos ante Dios y ante los hombres‖. ■

Jonás: ―¡Oh! desde ahora tendré valor. ¡Valor! Porque sé que estás y puedo decir: «¡Él está

aquí. Id a donde está...!». Pero ¿a dónde Señor mío?‖. Jesús: ―Por todo Israel. Hasta septiembre

estaré en Galilea. Nazaret o Cafarnaúm frecuentemente me hospedarán y allí se me podrá

encontrar... Después... estaré por todas partes. He venido a reunir a las ovejas de Israel‖. Jonás:

―¡Señor mío!, te encontrarás con muchos que no son ovejas. Desconfía de los grandes de Israel‖.

Jesús: ―No me harán ningún daño hasta que no llegue la hora. Tú, a los muertos, a los que

duermen, a los vivos, diles: ―El Mesías está entre nosotros‖. Jonás, extrañado: ―Señor... ¿a los

muertos?‖. Jesús: ―A los muertos en su corazón. Los demás, los muertos en el Señor, se

regocijarán con la alegría cercana de verse libres del Limbo. Diles a los muertos que Yo soy la

Vida; diles a los que duermen que Yo soy el Sol que sale y saca del sueño; diles a los vivos que

Yo soy la Verdad que buscan ellos‖.

* “El milagro: para los buenos, regalo justo; para mediocres: para empujar a la bondad;

para malvados, también en alguna ocasión, para removerlos de su estado y persuadirles de

que Yo soy”.- ■ Jonás: ―¿Y curas también a los enfermos? Leví me ha contado lo de Isaac.

¿Solo para él el milagro, porque es tu pastor, o también para todos?‖. Jesús: ―Para los buenos,

el milagro como premio justo; para los menos buenos para empujarlos hacia la verdadera

bondad; para los malvados, también en alguna ocasión, para removerlos de su estado y

persuadirlos de que Yo soy y de que Dios está conmigo. El milagro es un regalo. El regalo es

para los buenos. Pero, aquel que es Misericordia y que ve que la dureza humana, no removible

sino por un hecho extraordinario, recurre también a este medio para decir: «He hecho todo por

vosotros y de nada me ha valido. Decid, pues, vosotros mismos, ¿qué más puedo hacer?»‖. ■

Jonás: ―Señor, ¿no te da repulsa entrar en mi casa? Si me aseguras que no vienen los ladrones a

la propiedad, quisiera hospedarte, y llamar a los pocos que te conocen a través de mi palabra

para reunirlos en torno a Ti. El patrón nos ha doblegado y quebrado como a tallos inútiles. No

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tenemos otra cosa más que la esperanza de un premio eterno. Pero si te muestras a los corazones

intimidados, tendrán una nueva fuerza‖. Jesús: ―Voy. No tengas miedo de los árboles ni de los

viñedos. Puedes creer que los ángeles harán guardia‖. ■ Jonás: ―¡Oh, Señor! Yo he visto a tus

siervos celestiales. Creo y estoy seguro de Ti. ¡Benditas estas plantas y estas viñas que tienen

viento y canción de alas y de voces angelicales! ¡Bendito este suelo que santifican tus pies!

¡Ven, Señor Jesús! Oid, árboles y vides, oid surcos: Aquel Nombre que os confié para paz mía,

ahora os lo repito. ¡Jesús está aquí! ¡Escuchad! Por ramas y viñedos discurra a borbotones la

savia, el Mesías está con nosotros‖. Todo termina con estas palabras preñadas de alegría.

(Escrito el 26 de Enero de 1945).

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2-89-57 (2-54-539).- Adiós al expastor Jonás.- Simón Zelote quiere pagar el rescate de Jonás.

* “Jonás, que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob... ¡Desearía daros una paz

también humana pero no puedo!”.- ■ Apenas un atisbo de luz. En la puerta de una mísera

choza --y hablo así porque llamarla casa sería demasiado honor--, están Jesús con los suyos y

con Jonás y otros campesinos como él. Es la hora de separarse. Jonás pregunta: ―¿No te volveré

a ver, Señor mío? Nos has traído la luz al corazón. Tu bondad ha hecho de estos días una fiesta

que durará toda la vida. Ya has visto cómo nos tratan. Se preocupan más del borriquillo que de

nosotros; y se cuida más humanamente de las plantas porque valen dinero; nosotros somos solo

máquinas que proporcionan ganancia, y se nos hace trabajar hasta que morimos por exceso de

trabajo. Pero tus palabras han sido como muchas caricias de alas. El pan nos ha parecido más

abundante y mejor, porque Tú lo compartías con nosotros, este pan que él ni siquiera da a sus

perros. Vuelve a compartirlo con nosotros, Señor. Me atrevo a decir esto, solo porque eres Tú.

Para cualquier otro significaría una ofensa el ofrecer un cobijo y un alimento que hasta el

mendigo desdeña. Pero Tú...‖. ■ Jesús: ―Pero Yo encuentro en ellos un perfume y un sabor

celestes, porque hay en ellos fe y amor. Regresaré, Jonás. Quédate en tu lugar, amarrado al carro

como un animal de tiro. Que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob (Gén.28,12).

Ciertamente entre el Cielo y tú bajan y suben los ángeles con la atención puesta en recoger

todos tus méritos y llevárselos a Dios. Pero yo volveré a ti, a consolar tu espíritu.

Permanecedme todos fieles. ¡Oh! ¡Quisiera daros una paz que fuera también humana pero... no

puedo! Tengo que deciros: sufrid todavía. Y ello es tristeza para Uno que ama...‖.

* ―Jonás, espera a mi Madre, como se espera el levantarse de la 1ª estrella”. Jesús bendice

la campiña para que, Satán no pueda, dañándola, perjudicar a los infelices campesinos.- ■

Jonás: ―Señor, si Tú nos amas, no se sufre. Antes no teníamos a nadie que nos amara... ¡Si

pudiéramos al menos ver a tu Madre!‖. Jesús: ―No te angusties. Yo te llevaré a Ella. Cuando la

estación sea más suave, vendré con Ella. No te expongas a castigos inhumanos por la prisa de

verla. Sabe esperarla, como se espera el levantarse de una estrella, de la primera estrella.

Aparecerá ante ti improvisadamente, exactamente como hace la estrella vespertina que ahora no

se ve e inmediatamente después titila en el cielo. Y piensa que, ya incluso desde ahora, Ella

esparce sus dones de amor sobre ti. Adiós a todos vosotros. Mi paz os sirva de escudo contra las

crueldades de quien os llena de temor. Adiós, Jonás. No llores. Con fe paciente has esperado

muchos años, te prometo ahora una espera muy breve. No llores. No te dejaré solo. Tu bondad

enjugó mi llanto infantil; ¿no te es suficiente la mía para enjugar el tuyo?‖. Jonás: ―Sí... pero Tú

te marchas... y yo me quedo...‖. Jesús: ―Jonás, amigo, no dejes que vaya abatido por el peso de

no poderte ayudar‖. Jonás: ―No lloro, Señor... Pero, ¿cómo lograré poder vivir sin verte más,

ahora que sé que estás vivo?‖. ■ Jesús vuelve a acariciar una vez más al anciano desolado y

luego se separa; mas en el límite de la mísera era, erguido, abre los brazos bendiciendo la

campiña. Luego se pone en camino. Simón, que ha notado el desacostumbrado gesto,

pregunta:―¿Qué significa lo que hiciste, Maestro?‖. Jesús: ―He puesto una señal sobre todas las

cosas, para que Satán no pueda, dañándolas, perjudicar a esos infelices. Más no podía...‖.

* Zelote, con sus propios bienes, quiere rescatar a Jonás.- ■ Zelote: ―Maestro...

adelantémonos. Quisiera decirte una cosa sin que nos oigan‖. Se separan aún más del grupo y

Simón Zelote toma la palabra: ―Quería decirte que Lázaro tiene orden de usar el dinero para

socorrer a todos aquellos que recurran a él en nombre de Jesús. ¿No podríamos libertar a Jonás?

Ese hombre está acabado y su única alegría es tenerte. Démosela. ¿Qué podemos esperar de su

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trabajo aquí? Tu discípulo sería libre en esta llanura tan hermosa, y tan desolada. Aquí los más

ricos de Israel tienen tierras opimas, que las exprimen explotando con cruel usura a los

trabajadores, exigiéndoles el ciento por uno. Lo sé desde hace años. Poco tiempo podrás

permanecer aquí porque en este lugar impera la secta de los fariseos, que creo que nunca será

amiga tuya. Esos trabajadores, oprimidos y sin luz, son los más infelices en Israel. Ya lo has

oído: ni siquiera para la Pascua gozan de paz y oración, mientras los crueles patrones, con

grandes gestos y fingidas actitudes, se ponen en primera fila entre los fieles. Tendrán al menos

la alegría de saber que Tú vives, la alegría de oír tus palabras, repetidas por uno que no alterará

de ellas ni una jota. Maestro, si te parece bien, da órdenes y Lázaro actuará‖. Jesús: ―Simón, ya

había comprendido por qué te desprendías de todo. No me es desconocido el pensamiento del

hombre. También por esto te amé. Al hacer feliz a Jonás, haces feliz a Jesús. ¡Oh, cómo me

angustia ver sufrir al que es bueno! Mi condición de pobre y despreciado por el mundo no me

causa angustia sino por esto...‖. (Escrito el 27 de Enero de 1945).

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2-89-59 (2-54-542).- Adelantada llegada del Hijo a Nazaret buscando, anhelante, el ansiado

regazo de su Mamá, ―porque no podía esperar más. ¡Mi Mamá!‖, después de haber dejado a

Jonás.

* “Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se pide”.- ■ Leví, de

rodillas: ―Debo dejarte, Maestro, pero tu siervo te eleva una súplica: Llévame a donde tu Madre.

Éste (José) es huérfano como yo. No me niegues a mí lo que a él le das, para poder ver un rostro

de madre...‖. Jesús: ―Ven. Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se

pide‖... ■... Jesús está solo. Camina rápido entre bosques de olivos cargados de aceitunas

ya bien formadas. El sol, a pesar de que esté declinando, asaetea la copa gris-verde de los

árboles preciosos y pacíficos, pero no taladra el entramado de sus ramas sino con diminutos

ojitos de luz. La vía principal, por el contrario, encajonada entre dos pendientes, es una cinta de

polvorienta incandescencia deslumbrante. Jesús camina y sonríe. Llega a una zanja del

terreno... y sonríe aún más vivamente. Allí está Nazaret... De tanto como la oprime la

incandescencia del sol, parece como si vibrara. Jesús baja aún más veloz. Llega al camino.

No se preocupa más del sol. Parece volar, de lo presuroso que va, con el manto --colocado como

protección sobre 1a cabeza-- hinchado y palpitando a los lados y detrás de Él. ■ La calle

está desierta y silenciosa hasta las primeras casas. Allí, alguna voz de niño o de mujer

se oye venir desde el interior de las casas o desde los huertos, que suspenden incluso

sobre el camino las ramas de sus árboles. Jesús se aprovecha de estas manchas de sombra

para rehuir el implacable sol. Gira por una callecita cuya mitad está en sombra. Allí hay

mujeres que se arremolinan junto a un pozo fresco. Casi todas le saludan, manifestando

con voces agudas su alegría porque haya vuelto. ―Paz a todas vosotras... Pero... guardad

silencio. Quiero dar una sorpresa a mi Madre‖. Las mujeres le dicen: ―Su cuñada se ha

marchado ahora con una jarra fresca, pero tiene que volver; se han quedado sin agua. El

manantial está seco, o se pierde en el suelo ardiente antes de llegar a tu huerto; no

sabemos. María de Alfeo lo decía ahora. Mira, allí viene‖. ■ La madre de Judas y Santiago

viene con un cántaro sobre la cabeza y otro en cada mano. No ve inmediatamente a Jesús

y grita: ―De este modo me doy más prisa. María está toda triste, porque sus flores se

mueren de sed. Son todavía las de José y Jesús, y siente que le quitan el corazón

viéndolas languidecer‖. Jesús, apareciendo desde detrás del grupo, dice: ―Pero ahora que me

ve a Mí...‖. María de Alfeo: ―¡Oh, mi Jesús! ¡Bendito Tú! Voy a decírselo...‖. Jesús: ―No.

Voy Yo. Dame los cántaros‖. María de Alfeo: ―La puerta está sólo entornada. María está en el

huerto. ¡Oh, qué contenta se pondrá! Hablaba de Ti también esta mañana. ¡Pero, haber

venido con este sol!... ¡Estás todo sudado! ¿Estás solo?‖. Jesús: ―No. Con amigos. Yo me he

adelantado para ver antes a mi Madre. ¿Y Judas?‖. María de Alfeo: ―Está en Cafarnaúm.

Va frecuentemente...‖. María no habla más, pero sonríe mientras seca con su velo el

rostro humedecido de Jesús.

* “Sí, tengo sed... de tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la cabeza

en tu hombro, como cuando era pequeño...¡Cuánto te echo de menos!... Déjame llenar

mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!... Mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos.

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Pero hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo”.- ■ Los cántaros ya están llenos. Jesús, usando su

cinturón, se carga dos de ellos equilibradamente sobre los hombros, y el otro lo lleva en la

mano. Camina, vuelve una esquina, llega a la casa, empuja la puerta, entra en la pequeña

habitación, que parece oscura en relación al fuerte sol exterior, levanta despacio la

cortina que cubre la puerta del huerto, observa. María está en pie junto a un rosal, dando

la espalda a la casa, compungida por la sedienta planta. Jesús posa el cántaro en el

suelo, y el cobre suena al golpear contra una piedra. ―¿Ya aquí, María?‖ dice la Madre sin

volverse. ―¡Ven, ven! ¡Mira este rosal!, y estas pobres azucenas; morirán todas, si no las

socorremos. Trae también unas cañitas para sujetar este tallo que se está cayendo‖. Jesús: ―Te

llevo todo, Mamá‖. María se vuelve de repente. Se queda atónita un segundo; luego, dando

un grito, corre con los brazos abiertos hacia el Hijo, el cual ya ha abierto los suyos y la

espera con una sonrisa que es toda amor. ―¡Hijo mío!‖. ―¡Mamá! ¡Querida mamá!‖. La

manifestación de afecto es larga, suave, y María está tan contenta que no ve, no siente lo

sudado que está Jesús. Pero luego se da cuenta: ―¿Por qué, Hijo, a esta hora? Estás como la

púrpura y sudando como una esponja. Ven, ven dentro; que Mamá te seque y te refresque.

Ahora te traigo una túnica nueva y sandalias limpias. ¡Pero Hijo! ¡Hijo! ¿Por qué vas por los

caminos con este sol? ¡Las plantas se mueren por el calor y Tú, Flor mía, por los caminos...!‖.

Jesús: ―¡Para llegar antes, Mamá!‖. Virgen: ―¡Oh, querido mío! ¿Tienes sed? Claro que sí.

Ahora te preparo...‖. Jesús: ―Sí. De tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la

cabeza en tu hombro, como cuando era pequeño... ¡Oh! ¡Mamá! ¡Cuánto te echo de

menos!‖. Virgen: ―¡Pero dime que vaya, Hijo, y yo iré! ¿Qué te ha faltado por causa de mi

ausencia?: ¿comida de tu agrado?, ¿ropa fresca?, ¿cama bien hecha? ¡Oh, dime, mi

Dicha, ¿qué te ha faltado?! Tu sierva, ¡oh mi Señor!, tratará de poner remedio‖. Jesús: ―Nada

aparte de ti...‖. ■ Jesús, que ha vuelto a entrar en la casa de la mano de su Madre, se ha

sentado en el banco que está junto a la pared y ahora mira fijamente a María. La tiene de frente,

ceñida con sus brazos. Tiene apoyada la cabeza contra su corazón, y de vez en cuando la besa.

Dice: ―Déjame que te mire. Déjame llenar mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!‖. Virgen: ―Primero

la túnica. No es bueno estar tan mojado. Ven‖. Jesús obedece. ■ Cuando vuelve con una túnica

fresca, el coloquio continúa, delicado. Jesús: ―He venido con discípulos y amigos. Pero los he

dejado en el bosque de Melca. Vendrán mañana al amanecer. Yo... no podía esperar, más. ¡Mi

Mamá!..‖, y le besa las manos. ―María de Alfeo se ha retirado para dejarnos solos; ella también

ha entendido mi sed de ti. Mañana... mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos. Pero

hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo‖ (1).

* “Tú eres la Madre de todos... Pero antes de nada, te suplico que tengas mucha piedad con

los que vendrán mañana. Escucha: me aman... pero no son perfectos. Tú, Maestra de

virtud...¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos...Yo quisiera salvar a todos...! Santificarlos...

Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito... Yo solo no podré”.- ■ Jesús: ―Te he

traído... ¡Oh, Mamá!, he encontrado a los pastores de Belén, y te he traído a dos de ellos:

huérfanos y tú eres la Madre, la Madre de todos, y más aún de 1os huérfanos. Y te he traído

también a uno que tiene necesidad de ti para vencerse a sí mismo; y a otro que es un justo y ha

llorado; bueno,... y a Juan... Y el recuerdo de Elías, de Isaac, Tobías (ahora Matías), Juan y

Simeón. Jonás es el más infeliz. Te llevaré donde él; lo he prometido. Seguiré buscando a otros.

Samuel y José están en la paz de Dios‖.■ Virgen: ―¿Estuviste en Belén?‖. Jesús: ―Sí, Mamá.

Llevé allí a los discípulos que tenía conmigo. Te traigo estas florecillas, nacidas entre las piedras

de la entrada‖. Virgen: ―¡Oh!‖ — María coge los tallitos secos y los besa. ―¿Y Ana?‖. Jesús:

―Murió en la matanza de Herodes‖. Virgen: ―¡Pobrecilla! ¡Te quería mucho!‖. Jesús: ―Los

Betlemitas sufrieron mucho y no han sido justos con los pastores. Han sufrido mucho...‖. Virgen:

―¡Pero contigo por entonces fueron buenos!‖. Jesús: ―Sí. Por esto se los debe compadecer.

Satanás está envidioso de aquella bondad suya y los instiga al mal. ■ He estado también en

Hebrón. Los pastores, perseguidos...‖. Virgen: ―¡Oh! ¿Hasta ese punto?‖. Jesús: ―Sí. Los ayudó

Zacarías, y, gracias a él, pudieron tener patrones y pan, aunque estos patrones fueran duros. Pero

son almas de justos, y de las persecuciones y de las heridas se han hecho piedras de santidad. Los

he reunido. He curado a Isaac y... y he dado mi Nombre a un niñito... En Yutta, donde Isaac se

consumía y donde ha renacido hay ahora un grupo inocente que se llama María, José y Yesaí...‖.

Virgen: ―¡Oh, tu Nombre!‖. Jesús: ―Y el tuyo, y el del Justo. Y en Keriot, patria de un discípulo,

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un fiel israelita murió contra mi corazón, por la alegría de haberme encontrado... ■ Y también...

¡tengo tantas cosas que contarte..., mi perfecta Amiga, Madre dulce! Pero antes de nada, te lo

suplico, te pido que tengas mucha piedad con los que vendrán mañana. Escucha: me aman... pero

no son perfectos. Tú, Maestra de virtud... ¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos... Yo quisiera

salvarlos a todos...!‖.. Jesús se ha caído a los pies de María. Ahora Ella aparece en su

majestuosidad de Madre. Virgen: ―¡Hijo mío!¿.Qué puede hacer tu pobre Mamá que Tú no

hagas?‖. Jesús: ―Santificarlos... Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito. Mamá... un día,

ante la urgencia de santificar a los espíritus, viendo en ellos voluntad de redención, te diré:

«Ven». Yo solo no podré... Tu silencio será tan activo como mi palabra. Tu pureza ayudará a mi

potencia. Tu presencia mantendrá distante a Satanás... Tu Hijo, Mamá, sabiendo que estás

cerca, encontrará fuerzas. ■ Vendrás, ¿no es cierto, dulce Madre mía?‖. Virgen: ―¡Jesús!

¡Querido Hijo!... No te siento feliz... ¿Qué te pasa, Criatura de mi corazón? ¿Ha sido duro contigo

el mundo? ¿No? Creerlo me es motivo de consuelo... pero... ¡Oh! Sí. Iré. A donde Tú quieras,

como Tú quieras, cuando Tú quieras, incluso ahora, bajo el sol, bajo las estrellas, o con hielo o

entre aguaceros. ¿Me quieres contigo?: aquí me tienes‖. Jesús: ―No. Ahora no. Pero un día... ¡Qué

dulce es la casa! ¡Y tu caricia! Déjame dormir así, con la cabeza en tus rodillas. ¡Estoy muy

cansado! Sigo siendo tu Hijito...‖. Y Jesús realmente se duerme, cansado, derrengado, sentado

en la estera, con la cabeza reclinada sobre las rodillas de su Madre, mientras Ella, feliz, le

acaricia en el pelo. (Escrito el 27 de Enero de 1945). ··········································

1 Nota : ―Tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo‖... expresión que debe entenderse bajo la luz del Antiguo Testamento del

Cantar de los Cantares y la de los Santos Padres refiriéndose a Jesús, el nuevo Adán y María la nueva Eva.

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2-90-63 (2-55-546).-En la casa de Nazaret, presentación de los discípulos y pastores a la Virgen.

* “Cuando eras pequeño sonreías en los sueños. Esta noche suspirabas como si estuvieras

afligido”.- ■ Veo a María, descalza y diligente, con las primeras luces del día va y viene por la

casa. Con su vestido azul tenue parece una delicada mariposa que apenas roza, sin hacer ruido,

paredes y objetos. Se acerca a la puerta que da a la calle y la abre cuidando de no hacer ruido: la

deja entornada, después de haber dado una ojeada a la calle todavía desierta. Pone en orden las

cosas, abre puertas y ventanas. Entra en el taller --en donde, ahora que lo ha dejado el

Carpintero, están los telares de María-- y también allí trajina; cubre con cuidado uno de los

telares en que hay una tejedura comenzada, y sonríe por un pensamiento que le viene al mirarla.

Sale al huerto. Las palomas se le agolpan encima de los hombros. Con vuelos cortos, de un

hombro a otro, para conseguir el mejor puesto, peleonas y celosas por amor a Ella, la

acompañan hasta una despensa en la que hay provisiones. Saca unos granos para ellas y dice:

―Aquí, hoy aquí. No hagáis ruido. ¡Está muy cansado!‖. Luego coge harina y va a un cuartito

que está junto al horno y se pone a hacer el pan. Lo amasa y sonríe. ¡Qué sonriente está Mamá!

Está tan rejuvenecida por la alegría, que parece la joven Madre de Navidad. De la masa del pan

aparta una cantidad y la cubre; luego continúa su trabajo. Está colorada. Sus cabellos presentan

un aspecto más claro debido a una leve capa de polvo de harina. ■ Entra despacio María de

Alfeo: ―¿Ya trabajando?‖. Virgen: ―Sí. Estoy haciendo el pan. Mira, las tortas de miel que a Él

gustan tanto‖. M. de Alfeo: ―Dedícate a ellas. Yo hago el pan, que es mucha la masa‖. María de

Alfeo robusta y más gruesa, trabaja con fuerzas en su pan, mientras María pone miel y

mantequilla en sus panecillos; hace muchos de forma redondeada y los coloca sobre una

plancha. M. de Alfeo suspira: ―No sé qué hacer para avisar a mi hijo Judas... Santiago no se

atreve... y los demás...‖. Virgen: ―Hoy vendrá Simón Pedro. Viene siempre el segundo día

después del sábado con los pescados. Le mandaremos a él a donde Judas‖. M. de Alfeo: ―Si

quiere ir...‖. Virgen: ―Simón Pedro jamás me dice que no‖. ■ Jesús aparece, dice: ―La paz sea

en este vuestro día‖. Las dos mujeres se sobresaltan al oír su voz. Virgen: ―¿Ya te levantaste?

¿Por qué?... quería que durmieras...‖. Jesús: ―He dormido como un niño, Mamá. Tú no debes

haber dormido‖. Virgen: ―Te he estado viendo dormir... Siempre lo hacía cuando eras pequeño.

Siempre sonreías en los sueños... y esas sonrisas me quedaban todo el día como una perla en el

corazón... Pero esta noche no sonreías, Hijo, suspirabas como si estuvieses afligido...‖. Jesús:

―Estaba cansado, Mamá. Y el mundo no es esta casa donde todo es sinceridad y amor. Tú... Tú

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sabes quién soy y puedes entender qué significa para Mí el contacto del mundo. Es como quien

camina por un camino sucio y lodoso; que, aunque camine atento, un poco de fango le salpica, y

el hedor penetra aunque se esfuerce en no respirar... Y si éste es hombre que le gusta la limpieza

y el aire puro, puedes imaginar cuánto le fastidiará‖. Virgen: ―Sí, Hijo. Lo entiendo. Pero me

duele que sufras...‖. Jesús: ―Ahora estoy contigo y no sufro. Permanece el recuerdo... pero sirve

para hacer más hermosa la alegría de estar contigo‖. Y Jesús se inclina para besar a su Madre.

Acaricia también a la otra María, que entra toda colorada, porque ha estado encendiendo el

horno. M. de Alfeo: ―Será necesario anunciar a mi hijo Judas‖ --es la preocupación de María de

Alfeo--. Jesús: ―No es necesario, Judas estará hoy aquí‖. M. de Alfeo: ―¿Cómo lo sabes?‖. Jesús

sonríe y calla. ■ Virgen: ―Hijo, todas las semanas, en este día, viene Simón Pedro. Me quiere

traer los pescados frescos que cogió en las primeras horas. Llega un poco después de las seis.

Estará contentísimo hoy. Simón es bueno. En el tiempo que se queda nos ayuda, ¿No es así

María?‖. Jesús dice: ―Simón Pedro es un hombre sincero y bueno. Pero también el otro Simón,

que dentro poco le veréis, es un gran corazón. Voy a su encuentro. Están por llegar‖.

* J. Iscariote, Simón Zelote y Juan presentados a la Madre junto con los dos pastores.-

Jesús sale, mientras las mujeres que han puesto el pan en el horno, regresan a la habitación

donde María se pone las sandalias y se pone un vestido blanquísimo de lino. Pasa algún tiempo

y mientras esperan, María de Alfeo dice: ―No te ha dado tiempo de terminar ese trabajo‖.

Virgen: ―Lo terminaré pronto y mi Jesús tendrá el consuelo de la sombra, sin preocuparse de

nada‖. ■ Empujan la puerta desde fuera: ―Mamá, he aquí a mis amigos. Entrad‖. Entran en

grupo los discípulos y los pastores. Jesús, con las manos sobre los hombros de los dos pastores,

lleva a éstos hacia su madre: ―He aquí a los dos hijos que buscan una Madre. Sé su alegría,

Mujer‖. Virgen: ―Os saludo... ¿Tú?... Leví... ¿Tú?... no sé, pero por la edad --Él me ha puesto al

corriente-- eres sin duda José. Ese nombre es aquí dulce y sagrado. Ven, venid. Con alegría os

digo: mi casa os acoge y una Madre os abraza en recuerdo del gran amor que vosotros (tú en tu

padre) tuvisteis por mi Niño‖. Los pastores están tan extáticos, que parecen bajo efecto de un

encantamiento. Virgen: ―Soy María, sí. Tú viste a la Madre feliz. Sigo siendo la misma; dichosa

también ahora de ver a mi Hijo entre corazones leales‖. Jesús: ―Éste es Simón, Mamá‖. Virgen:

―Mereciste el favor, porque eres bueno. Lo sé. Que la gracia de Dios sea siempre contigo‖.

Simón, más experto en las costumbres del mundo, hace una muy profunda reverencia, llevando

los brazos cruzados sobre el pecho, y dice: ―Te saludo, Madre verdadera de la Gracia, y no pido

otra cosa al Eterno, ahora que conozco la Luz y te conozco a ti, más bella que la luna‖. Jesús:

―Éste es Judas de Keriot‖. Iscariote: ―Tengo una madre, pero mi amor por ella desaparece ante

la veneración que siento por ti‖. Virgen: ―No, no por mí. Por Él. Yo soy, porque Él es. Para mí

no quiero nada. Sólo pido para Él. Sé cuánto honraste a mi Hijo en tu ciudad. Pero aún así yo te

digo: sea tu corazón el lugar en que Él reciba de ti todo el honor. Entonces te bendeciré con

corazón de Madre‖. Iscariote: ―Mi corazón está bajo el calcañal de tu Hijo. Feliz opresión. Sólo

la muerte destruirá mi fidelidad‖. Jesús: ―Éste es nuestro Juan, Mamá‖. Virgen: ―Estuve

tranquila desde el momento en que supe que estabas con Jesús. Te conozco y me tranquilizo en

el alma al saber que estás con mi Hijo. Sé bendito, quietud mía‖. Y le besa.

* Pedro acoge con gozo a los dos pastores, con una mirada franca de advertencia a

Iscariote y alaba la cara honrada de Simón Zelote.- ■ La voz ronca de Pedro se oye desde

fuera: ―He aquí al pobre Simón que trae su saludo y...‖. Entra y queda con la boca abierta.

Después arroja al suelo el canasto, redondo, que llevaba colgado a la espalda y se arroja también

él al suelo, diciendo: ―¡Señor eterno! ¡Pero... no, esto no me lo debías haber hecho, Maestro!

Estar aquí... ¡y no notificármelo... al pobre Simón! ¡Dios te bendiga, Maestro! ¡Ah, qué feliz

soy! ¡No podía estar más sin Ti!‖.Y le acaricia la mano, sin hacer caso a Jesús que le dice:

―Levántate, Simón. ¡Que te levantes!‖. Pedro: ―Me levanto, sí. Pero... ¡Eh, tú, muchacho! (el

muchacho es Juan) ¡Tú al menos podías haber corrido a decírmelo! Ahora ¡venga!, sal

enseguida, a Cafarnaúm, a avisar a los demás... y primero a casa de Judas. Pronto estará aquí tu

hijo, mujer. Rápido. Como si fueras una liebre con los perros por detrás‖. Juan sale riéndose. Al

fin Pedro se ha levantado. Sigue teniendo entre sus cortas, toscas manos, de venas marcadas, la

larga mano de Jesús que la besa sin dejarla, no obstante querer entregar el pescado, que está en

el suelo en el canasto. ―No quiero que te vayas otra vez sin mí. ¡Nunca, nunca más, tanto tiempo

sin verte! Te seguiré como la sombra sigue al cuerpo y la cuerda al ancla. ¿Dónde estuviste,

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Maestro?... Me decía: «¿Dónde estará, qué estará haciendo?... ¿Y ese muchacho de Juan, sabrá

tener cuidado de Él? ¿Estará atento de que no se canse mucho, a que no se quede sin comer?».

¡Te conozco! ¡Estás más delgado! Sí, más delgado. ¡No te cuidó bien! Le diré que... Pero...

¿dónde estuviste, Maestro? ¡No me dices nada!‖. Jesús: ―Espero que me dejes hablar‖. Pedro:

―Es verdad. Pero es que... verte es como un vino nuevo: se sube a la cabeza solo con el olor.

¡Oh! ¡Mi Jesús!‖. Pedro está a punto de llorar de gozo. Jesús: ―También Yo he deseado verte, a

todos vosotros, aun cuando estaba con amigos queridos. ■ Mira, Pedro, estos dos son los que me

han amado desde cuando tenía pocas horas de nacido. Todavía más: ya han sufrido por Mí.

Aquí hay un hijo sin padre por mi causa. Pero encontrará tantos hermanos cuantos sois vosotros

¿o no es verdad?‖. Pedro: ―¿Me lo pides, Maestro? Pero si por una suposición el Demonio te

amase, yo le amaría porque te ama. Veo que también vosotros sois pobres. Somos, pues,

iguales. Venid que os bese. Soy pescador, pero tengo el corazón más tierno que un pichón. Es

sincero. No os fijéis si soy áspero. Lo duro es por fuera; dentro soy todo miel y mantequilla.

¡Con los buenos porque con los malvados...!‖. ■ Jesús: ―Pedro, éste es un nuevo discípulo‖.

Pedro: ―Me parece haberle visto antes...‖. Jesús: ―Sí. Es Judas de Keriot. Tu Jesús por medio de

él tuvo una buena acogida en esa ciudad. Os ruego que os améis, aunque seáis de diversas

regiones. Sed hermanos todos en el Señor‖. Pedro: ―Y a como tal lo trataré, si lo es él. ¡Eh...

sí...! (Pedro mira fijamente a Judas con una mirada franca, de advertencia) Y... sí... es mejor que

lo diga; así me conoces ya desde ahora. Lo digo: no tengo mucha estima en general de los judíos

y de los ciudadanos de Jerusalén en particular. Pero soy honrado y en mi honradez te aseguro

que hago a un lado todas las ideas que tengo de vosotros y que quiero ver en ti, sólo al hermano

discípulo. Toca a ti que no cambie yo ni de pensamiento ni de decisión.‖ ■ Zelote le pregunta

sonriendo: ―¿También contra mí tienes iguales prejuicios?‖. Pedro: ―¡No te había visto! ¿Contra

ti?...Contra ti no. Tienes pintada en la cara la honradez. Se te brota la bondad del corazón para

afuera, como un bálsamo oloroso por un vaso poroso. Y eres anciano. Ello no es siempre una

dote. Algunas veces, cuanto más envejece uno, tanto más falso y malvado se vuelve. Pero tú

eres, como aquellos vinos alabadísimos: cuanto más añejos, más secos y buenos‖. Jesús dice:

―Haz juzgado bien, Pedro. Venid ahora. Mientras las mujeres trabajan para nosotros,

quedémonos debajo de ese emparrado fresco. ¡Qué hermoso es estar aquí con los amigos!

Luego iremos todos juntos por la Galilea y por otras partes; ■ todos no. Leví, ahora que has

satisfecho tu deseo, volverás a donde Elías, a llevarle el saludo de María; ¿verdad, Mamá?‖.

Virgen: ―Que lo bendigo, y también a Isaac y a los demás. Mi Hijo me ha prometido llevarme...

y yo iré donde vosotros, los primeros amigos de mi Niño‖. Zelote: ―Maestro, querría que Leví

llevase a Lázaro el escrito que ya sabes‖. Jesús: ―Prepáralo, Simón. Hoy es día de gran fiesta.

Mañana por la tarde partirá Leví a tiempo para llegar antes del sábado. Venid amigos...‖. Salen

al verde huerto y todo termina. (Escrito el 28 de enero de 1945).

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2-91-68 (2-56-551).- 1ª lección en Nazaret: unios y amaos.- Reproche de Judas a Jesús.

* “1ª cosa: absolutamente necesario entre vosotros: amor y unión. Amaos para enseñar a

amar. Y unidos, pese a las diferencias en edad, posición social, instrucción: todos sois

iguales: necesitados de la misma instrucción para llegar a la Verdad.”.- La unión hace la

fuerza: metáfora de las hormigas.- ■ Veo que Jesús con Pedro, Andrés, Juan, Santiago,

Felipe, Tomás, Bartolomé, Judas Tadeo, Simón, Judas Iscariote y el pastor José salen de la casa

y van no lejos de Nazaret bajo un olivar tupido. Dice: ―Venid a mi alrededor. Durante estos

meses de presencia y de ausencia me he formado un juicio de vosotros. Os he conocido, y he

conocido, con experiencia de hombre, el mundo. Ahora he pensado en enviaros al mundo. Pero

antes debo haceros maestros, haceros capaces de enfrentaros al mundo con la dulzura y la

sagacidad, la calma y la constancia, con la conciencia y la ciencia de vuestra misión.

Aprovecharé este tiempo, de sol ardiente, que impide que se haga viaje alguno por la Palestina,

para vuestra instrucción y formación de discípulos. He escuchado cual músico lo que en

vosotros desentona y quiero poneros en tono con la armonía celestial que debéis transmitir al

mundo, en nombre mío. ■ Retengo a este hijo (y señala al pastor José) porque le doy el encargo

de llevar a sus compañeros mis palabras, para que también allá se forme un núcleo robusto, que

me anuncie; no un anuncio que tan solo diga que Yo ya estoy, sino con las características más

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esenciales de mi doctrina. ■ Como primera cosa os digo, que es absolutamente necesario entre

vosotros el amor y la unión. ¿Qué cosa sois? Personas de toda clase social, de toda edad y de

diversas regiones. He querido escoger a quienes carecen de enseñanza y conocimientos, para

poder penetrar más fácilmente en ellos con mi doctrina, y también porque --habiendo sido

destinados para evangelizar a personas que se encontrarán en una absoluta ignorancia del Dios

verdadero-- quiero que, recordando la primitiva ignorancia, no desprecien a éstos, y, con piedad,

los instruyan, recordando con cuánta piedad Yo les he instruido. Oigo a vosotros una objeción:

«¡No somos paganos, ni tampoco carecemos de cultura intelectual!». ¡No! no lo sois. Pero

vosotros --y sobre todo quienes entre vosotros representan a los doctos y a los ricos-- habéis

sido educados en una religión que, degenerada por demasiadas razones, de religión no tiene sino

el nombre. En verdad os digo que hay muchos que se glorían de ser hijos de la Ley, pero de

ellos ocho partes de cada diez, no son más que idólatras que han confundido, entre nieblas de

mil pequeñas religiones humanas, la verdadera, la santa y eterna Ley del Dios de Abrahám,

Isaac, Jacob. ■ Por tanto, mirándoos unos a otros, tanto vosotros, pescadores humildes y sin

cultura, como vosotros, mercaderes e hijos de mercaderes, oficiales o hijos de oficiales, ricos o

hijos de ricos, decid: «Todos somos iguales. Todos tenemos las mismas deficiencias y todos

tenemos necesidad de la misma instrucción. Hermanos en los defectos personales o nacionales,

debemos desde ahora en adelante ser hermanos en el conocimiento de la Verdad y en el esfuerzo

de practicarla». Sí, hermanos. Quiero que así os llaméis y como tales os consideréis. Sois una

sola familia. ¿Cuándo prospera una familia? ¿cuándo la admira el mundo? Cuando está unida y

se manifiesta concorde. Si los hermanos se enfadan, ¿acaso puede durar la prosperidad de esa

familia? ¡No! En vano el padre de familia se esforzará en trabajar, en allanar las dificultades, en

imponerse al mundo. Sus esfuerzos resultan inútiles, porque las propiedades se acaban, las

dificultades aumentan, el mundo se burla por esta situación perpetua de lucha que reduce

corazón y riqueza --que, unido, era fuerte contra el mundo-- a un montón pequeño de pequeños

intereses contrarios, de los que se aprovechan los enemigos de la familia para acelerar cada vez

más su ruina. Jamás seáis así vosotros. Permaneced unidos. Amaos. Amaos para enseñar a amar.

■ Observad: incluso lo que nos rodea nos ilustra acerca de esta gran fuerza. Ved este enjambre

de hormigas que se dirige hacia un lugar. Sigámoslo y descubriremos la razón de su esfuerzo

para acudir a un punto... Mirad aquí. Esta pequeña hermana descubrió con sus minúsculos

órganos, que no podemos ver con facilidad, un gran tesoro debajo de ese montón de raíces

silvestres. Puede ser que se trate de una migaja de pan que se le haya caído a algún agricultor

que vino a ver sus olivos, o a algún caminante que se haya refugiado bajo esta sombra, para

comer, o a un niño que alegre jugaba entre la hierba. ¿Cómo podría ella sola llevar hasta su nido

este tesoro que era mil veces mayor que ella?... Y ha llamado a una hermana y le ha dicho:

«Mira, date prisa a decir a las demás, que aquí hay alimento para toda la tribu y por muchos

días. Corre, antes de que un pájaro descubra el tesoro y llame a sus compañeros y se lo coman».

Y la hormiguita ha corrido, afanosa, entre las escabrosidades del terreno, subiendo y bajando

entre los arenales y pajillas hasta llegar al hormiguero. Su voz fue: «Venid, una de nosotras os

llama; ha encontrado para todas, pero sola no puede traerlo aquí. Venid». Y todas, incluso las

que --ya cansadas por tanto como han trabajado durante todo el día-- estaban descansando en

las galerías del hormiguero, han acudido; incluso las que estaban amontonándolas provisiones

en sus correspondientes celdas. Una, diez, cien, mil... Mirad... Lo toman con sus pinzas, lo

levantan haciendo de sus cuerpos unos carritos, lo arrastran hincando las patitas en el suelo. Ésta

se cae... más allá la otra casi se lisia porque la punta del pan le ha rebotado y la ha comprimido

contra una piedra; ¿y esta, tan pequeñita? (una jovencita de la tribu): se detiene derrengada...

pero ved que toma aliento y continúa. ¡Qué unidas están! Mirad: ahora el pedazo de pan está

entre todas, y avanza, avanza despacio, pero avanza. Sigámoslo... Todavía un poco más,

hermanitas, todavía un poco más y vuestra fatiga obtendrá su premio. Ya no pueden más, pero

no ceden. Descansan y otra vez prosiguen... Llegan al hormiguero. ¿Y ahora? Ahora al trabajo,

para partir en pequeños trocitos la miga grande. Observad qué trabajo. Unas cortan y otras

llevan... Se ha acabado. Ahora todo está bien y contentas desaparecen entre esas grietas para ir a

su galería. Son hormigas, nada más que hormigas, y, sin embargo son fuertes, porque están

unidas. Meditad en esto. ¿Tenéis algo que preguntarme?...‖.

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* Reproche de Iscariote a Jesús y la 1ª recriminación de Pedro a Iscariote.- ■ Iscariote

pregunta: ―Quisiera preguntarte si es que ya no volvemos a Judea‖. Jesús: ―¿Quién lo ha

dicho?‖. Iscariote: ―Tú, Maestro. Has dicho que prepararías a José para que fuese a instruir a los

demás que están en Judea. ¿Te fue tan mal como para no volver más allá?‖. Tomás pregunta

curioso: ―¿Qué te hicieron en Judea?‖. Y el fogoso Pedro al mismo tiempo exclama: ―¡Ah!

Tenía yo razón en decir que habías vuelto agotado. ¿Qué te hicieron los «perfectos» de Israel?‖.

Jesús: ―Nada, amigos, ninguna otra cosa más que la que también encontraré acá. Judas, te había

pedido que guardases secreto...‖. Iscariote: ―Es verdad, pero... No, no puedo callarme cuando

veo que prefieres Galilea a mi Patria. Eres injusto. También allí recibiste honores...‖. Jesús:

―¡Judas! ¡Judas! ¡Oh, Judas! Tu reproche es injusto. Tú mismo te acusas, al dejarte llevar de la

ira y de la envidia. Yo había logrado dar a conocer solo el bien que he recibido en Judea. Sin

mentir y con alegría había logrado manifestar este bien para hacer que os amasen a los de Judea.

Con alegría, porque el Verbo de Dios no conoce separaciones de lugares, antagonismos,

indiscriminaciones. A todos vosotros os amo. A todos... ¿Cómo puedes decir que prefiero la

Galilea, cuando quise hacer los primeros milagros y las primeras manifestaciones en el sagrado

sitio del Templo y de la Ciudad Santa que es estimada por todos los israelitas? ¿Cómo puedes

decir que soy parcial, si de vosotros los once discípulos, mejor dicho, de los diez porque mi

primo es de la familia, no de amistad, cuatro sois de Judea? Y, si añado a los pastores, que son

todos judíos, puedes ver de cuántos de Judea soy amigo. ¿Cómo puedes decir que no amo a

vosotros, judíos, si cuando nací y cuando me preparé a la misión quise que hubiese dos judíos,

contra uno solo de Galilea? Me acusas de injusticia, pero examínate, Judas, y mira si el injusto

no eres tú‖. Jesús ha hablado con majestuosidad y dulzura. Pero, aunque no hubiese dicho más,

habrían sido suficientes los tres modos como ha pronunciado «Judas» al principio de sus

palabras, para darle una gran lección. El primer «Judas» lo decía el Dios majestuoso que llama

al respeto; el segundo, el Maestro que enseña de un modo paternal; el tercero era el ruego del

amigo dolido por los modales de su amigo. Judas, humillado, baja la cabeza, todavía iracundo,

afeado por este aflorar de bajos sentimientos. ■ Pedro no sabe quedarse callado: ―Y por lo

menos pide perdón, muchacho. Si estuviese en lugar de Jesús, no te bastarían palabras. ¿Que Él

sea injusto?... ¡Eres un irrespetuoso señorito! ¿De este modo os educan en el Templo? ¿O es que

eres tú el ineducable? Porque si ellos son...‖. Jesús: ―Basta, Pedro. Dije lo que tenía que decir.

Esto será también motivo de instrucción mañana‖.

* ―No digáis a mi madre, todo amor, el odio con que los judíos me han rechazado”.- ■

Jesús añade: ―Y ahora repito lo que había dicho a estos en Judea: No digáis a mi Madre que los

judíos maltrataron a su Hijo. Está muy afligida al haber intuido mi pena. Respetad a mi Madre.

Vive en la sombra y en el silencio. Tan sólo es activa en virtudes y oración por Mí, por vosotros

y por todos. Dejad que las luces negras del mundo y las agrias disputas se queden lejos de su

retiro envuelto en la reserva y en la pureza. No introduzcáis ni siquiera el eco del odio donde

todo es amor. Respetadla. ■ Tiene más valor que Judit y lo veréis. Pero no la obliguéis antes de

la hora, a gustar la hez que supone los sentimientos de los miserables del mundo, de aquellos

que no saben ni siquiera por asomo qué cosa significa Dios y la Ley de Dios. Esos de los que al

principio os hablaba: los idólatras que se creen sabios de Dios y que, por tanto, unen su idolatría

a la soberbia. Vámonos‖. Jesús de nuevo se dirige a Nazaret. (Escrito el 29 de Enero de 1945).

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2-95-88 (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.

* Santiago de Alfeo «un buen amigo de infancia, un buen hermano de juventud».- ■ Es

una mañana de mercado en Cafarnaúm. La plaza está llena de vendedores de toda clase de

mercancías. Jesús, que llega a este lugar desde el lago, ve que vienen a su encuentro sus primos

Judas y Santiago. Acelera el paso en dirección a ellos y, después de abrazarlos con cariño,

pregunta ansioso: ―Vuestro padre... ¿Qué ha sucedido?‖. Judas responde: ―Nada nuevo por lo

que se refiere a su salud‖. Jesús: ―¿Y entonces ¿por qué has venido?... Te había dicho que te

quedaras allí‖. Judas baja la cabeza y calla. ■ Pero ahora es Santiago el que no se contiene: ―Por

mi culpa él no te obedeció. Sí. Por culpa mía; pero es que no he podido soportar más. Todos en

contra... ¿Y por qué? ¿Hago acaso mal en amarte? ¿acaso hacemos mal? Hasta ahora me había

frenado un escrúpulo de estar actuando mal. Pero ahora que sé las cosas, ahora que Tú has dicho

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que por encima de Dios no hay nadie, ni siquiera el padre, no he aguantado más. Traté de ser

respetuoso, de hacer entender las razones, de enderezar las ideas. Dije: «¿Por qué me combatís?

Si es el Profeta, si es el Mesías ¿por qué queréis que el mundo diga: ‗Su familia fue enemiga

suya; cuando todos le seguían, ella no lo hizo‘? ¿Por qué, si es el infeliz que vosotros decís, no

debemos, nosotros los de la familia, estarle cerca en su demencia, para impedir que sea nociva

no sólo para Él sino también para nosotros?». ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba yo, para razonar

humanamente, como ellos razonaban. Pero tú sabes que ni Judas ni yo te creemos demente;

sabes que en Ti vemos al Santo de Dios; que siempre hemos dirigido nuestra mirada a Ti

como a nuestra Estrella Mayor. Pero no han querido comprendernos, ni siquiera escucharnos. Y

entonces yo me he marchado. Entre la elección de «Jesús o la familia», te he escogido a Ti.

Aquí estoy, pues, si me quieres; si no, seré el hombre más infeliz del mundo porque no tendré

nada: ni tu amistad ni el amor de la familia‖. Jesús: ―¿En esto estamos?... ¡Oh! Santiago mío,

mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre

llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven! Estoy cierto que la alegría de ser portador

de Dios entre los hombres aumentará de día en día tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la

última hora de la tierra, y en la eterna del Cielo‖. ■ Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que

prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros. ―Venid, amigos. Mi primo

Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora,

este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!‖. Los discípulos

dan la bienvenida con alegría al nuevo llegado y a Judas de Alfeo, que hacía días que no le

veían. (Escrito el 2 de Febrero de1945).

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2-97-101 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo (1). * Tres miradas, tres llamadas: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven...

¡Sígueme!”.- ■ Una vez más en la palaza de Cafarnaúm, pero en una hora de mayor calor en

que el mercado ha terminado ya y solo hay algunas personas ociosas hablando y unos niños

entregados al juego. Jesús, en medio de su grupo, viene del lago hacia la plaza, acariciando a los

niños que le salen al paso e interesándose por sus confidencias... Ya han llegado a la plaza.

Jesús va derecho al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y

comprobando si corresponden con las monedas (las cuales divide en categorías metiéndolas en

bolsitas de distinto color y colocando éstas en un arca de hierro). Dos siervos esperan para

transportar el arca a otro lugar. En el preciso momento en que la sombra proveniente del alto

cuerpo de Jesús se extiende, Mateo levanta la cabeza para ver quién era el que se había

retardado en ir a pagar. Pedro, mientras tanto, dice, tirando a Jesús de la manga: ―No tenemos

nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?‖. Pero Jesús no le hace caso. Mira fijamente a Mateo,

que se ha puesto de pie inmediatamente en actitud reverente. Otra segunda mirada perforadora,

no obstante, ya no se trata de mirada del juez severo de la otra vez; es una mirada de llamada y

de amor. Le envuelve, le llena de amor. Mateo se pone colorado. No sabe qué hacer, qué decir...

Jesús ordena majestuosamente: ―Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven...¡Sígueme!‖.

Mateo, sorprendido: ―¿Yo... Maestro? ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy?... Lo digo por Ti, no por

mí...‖. Jesús repite con voz más dulce: ―Ven, y sígueme, Mateo hijo de Alfeo‖. Mateo: ―¡Oh!

¿Cómo es posible que haya alcanzado favor ante Dios?... ¿Yo... Yo...?‖. La tercera invitación

es una caricia: ―Mateo, hijo de Alfeo, he leído tu corazón. Ven ¡Sígueme!‖. Mateo:

―¡Enseguida, mi Señor!‖ y con lágrimas en los ojos, sale por detrás del banco, sin preocuparse

siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él, ni de pedir la caja fuerte, ni de nada. Y

cuando está cerca de Jesús le pegunta: ―¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?‖. Jesús:

―A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del hombre?‖. Mateo: ―¡Oh! Pero... pero ¿qué dirán

los que te odian?‖. Jesús: ―Yo escucho lo que se dice en los Cielos, y allí se dice: «Gloria a Dios

por un pecador que se salva», y el Padre dice: «Para siempre la Misericordia se levantará en los

Cielos y se derramará sobre la Tierra, y, puesto que con un amor eterno, con un amor perfecto,

Yo te amo, también contigo uso misericordia». Ven. Y que yendo Yo a tu casa, ésta se

santifique además de tu corazón‖. Mateo: ―Yo la tenía purificada, por una esperanza que tenía

en mi alma... que, no obstante, la razón no podía creer verdadera... ¡Oh, yo con tus santos...!‖ y

mira a los discípulos. Jesús: ―Sí, son mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos‖. Los

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discípulos están hasta tal punto estupefactos, que todavía no han encontrado la forma de decir

palabra alguna. Detrás de Jesús y Mateo caminan en grupo por la plaza, que está completamente

vacía de gente, y van por un estrecho paso de la calle que arde bajo sol abrasador. No hay ser

viviente alguno en las calles, solo sol y polvo. ■ Entran en casa. Una hermosa casa con un

amplio portal que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio lleno de sombra y frescor, luego un

pórtico ancho dispuesto como jardín. Mateo: ―¡Entra, Maestro mío! ¡Traed agua y bebidas!‖.

Los criados corren a traerles. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan.

Regresa y dice: ―Ahora ven, Maestro. La sala está fresca... Ahora vendrán amigos...¡Oh!

¡Quiero que se haga una gran fiesta! Es mi regeneración. Es la mía... esta es la circuncisión

verdadera... Me has circuncidado el corazón con tu amor... Maestro, es la última fiesta... No

más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanales... sola la fiesta interna de haber

sido redimido y de servirte a Ti... de ser amado por Ti... cuánto he llorado... no sabía cómo

hacer... quería ir... pero... ¿cómo ir a Ti?... ¿A Ti, santo... con mi alma sucia?‖. Jesús: ―Tú la

lavabas con el arrepentimiento y caridad para Mí y para el prójimo. ■ Pedro... ven aquí‖. Pedro

que todavía no ha hablado, pues sigue tan estupefacto, da un paso adelante. Los dos hombres,

igualmente ya de edad, de estatura baja, robustos, están frente a frente, y Jesús ante ellos, los

mira con una hermosa sonrisa, y dice: ―Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el

desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti‖. Pedro:

―¿Quién?... Este lad... ¡Perdona, Mateo! Pero ¿quién podía pensar que eras tú, precisamente tú,

nuestra desesperación --por la usura--, fueses capaz de arrancarte cada semana un pedazo de tu

corazón, al dar ese rico óbolo?‖. Mateo: ―Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad, me arrodillo

ante todos vosotros y os digo: «¡No me arrojéis de vuestra presencia! Él me ha acogido, no seáis

más severos que Él»‖. Pedro, que está junto a Mateo, le levanta improvisadamente, a pulso,

brusca pero cariñosamente: ―¡Vamos! ¡vamos! Ni a mí ni a los demás. Pídele perdón a Él.

Nosotros... ¡bueno hombre!, más o menos somos ladrones como tú... ¡Ay! ¡Lo he dicho!

¡Maldita lengua! Pero es que yo soy así: lo que pienso, lo digo; lo que tengo en el corazón, lo

tengo en los labios. Ven. Vamos a hacer un pacto de paz y de amor‖ y besa a Mateo en las

mejillas. Los otros también lo hacen con más o menos cariño. Digo así porque Andrés lo hace

con reserva, debido a su timidez y Judas Iscariote se muestra frío; parece como si abrazase un

montón de serpientes, pues apenas le abraza. Mateo sale al oír un ruido.

* J. Iscariote, que no ve con buenos ojos a Mateo, tiene un rifirrafe con Pedro.- ■ Iscariote

dice: ―Pero, Maestro, me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos

de aquí, y Tú... ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Un publicano después de una prostituta!... ¿Has

decidido destruirte? Si es así, dilo, que...‖. Pedro concluye irónicamente: ―Que nosotros

«desfilamos», nos vamos, ¿verdad?‖. Iscariote: ―¿Y quién está hablando contigo?‖. Pedro: ―Sé

que no estás hablando conmigo, pero yo, por el contrario, hablo con tu alma de señorito, con tu

purísima alma, con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo, sientes hedor del pecado en

nosotros, pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío, perfecto, amalgama de

fariseo, saduceo y herodiano, medio escriba y migaja de esenio... quieres otras palabras nobles...

te sientes mal entre nosotros, como un sábalo espléndido caído por azar en una red llena de

pescados sin valor. Pero... ¿qué quieres que hagamos?... Él nos tomó a nosotros... nos

quedamos. Si te sientes mal... vete tú. Respiraremos todos mejor. También Él, que, ¿lo ves?,

está disgustado por mí y por ti; por mí porque me falta paciencia y... sí, también caridad, pero

más contigo, que no entiendes nada, con toda tu retahíla de nobles atributos, y que no tienes ni

caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho, sino una gran vanidad... y quiera

Dios que ese humo no sea nocivo‖. ■ Jesús de pie, disgustado, con los brazos cruzados, la boca

cerrada y con los ojos duros ha dejado que hablase Pedro. Después se dirige a éste y le dice:

―¿Has dicho todo, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había

dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. La llamada del

Mesías es como la Sangre del Cordero sobre vuestras almas, y donde Aquella se encuentra no

bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe es fiel a ella. Mi llamamiento es liberación y

se le festeja con diversas clases de fermento‖. A Judas no le dice nada. Pedro mortificado

guarda silencio. Jesús dice: ―Regresa Mateo con amigos. No le enseñemos otra cosa que no sea

virtud. Quien no lo pueda, salga. No seáis iguales a los fariseos que oprimen con preceptos y

son los primeros en no observarlos‖. (Escrito el 4 de Febrero de 1945).

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············································ 1 Nota : Mt. 9,9-11; Mc. 2,13-17; Lc.5,27-32.

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2-98-106 (2-63-593).- El primer encuentro de Jesús con Magdalena (1) sucede en el lago. * María Magdalena entre amigas y amigos de placer en barca por el lago.- ■ Jesús con

todos los suyos --ya son 13 mas Él-- van por el lago de Galilea, siete en cada barca. Jesús va en

la de Pedro, la primera, junto con Pedro, Andrés, Simón, José y los dos primos. En la otra, los

hijos de Zebedeo con Iscariote, Felipe, Tomás, Natanael y Mateo. Las barcas avanzan a vela,

ligeras, empujadas por un viento fresco boreal, que apenas encrespa el agua en muchos,

pequeños pliegues marcados ligeramente por un hilo de espuma que dibuja un tul sobre azul

turquesa del hermoso lago sereno. Las barcas van dejando dos estelas que en la base se besan,

confundiendo sus espumas alegres en una sola sonrisa de agua, pues las barcas van muy cerca,

apenas separadas unos dos metros. De barca a barca se intercambian palabras y comentarios que

me hacen pensar que los galileos ilustran y explican a los judíos los puntos del lago, con su

comercio, con las personalidades que allí residen, las distancias desde el lugar de partida y de

llegada, o sea, de Cafarnaúm a Tiberíades. Las barcas no pescan, se les emplea tan solo para el

transporte de personas. ■ Jesús está sentado en la proa y se ve claramente que goza de la belleza

que le rodea, del silencio, de todo ese cielo limpio, y de las aguas que rodean las riberas verdes,

sembradas de pueblos del todo blancos entre el verdor. No pone atención a la conversación de

los discípulos, muy hacia delante en la proa, casi echado encima de un atado de velas, casi

siempre con la cabeza inclinada hacia ese espejo de zafiro que es el lago, como si estudiase el

fondo y se interesase de cuanto vive en las transparentes aguas. Pero... quién sabe en qué está

pensando... Pedro le pregunta dos veces si el sol --que está en alto y cuyos rayos, que caen de

pleno en la barca, ya calientan aunque todavía no queman-- le molesta; otra vez le dice si quiere

también pan y queso como los demás. Pero Jesús no quiere nada, ni toldo que le defienda del sol

ni alimento. Y Pedro le deja en paz. ■ Un grupo de pequeñas barcas de recreo, pequeñas pero

con gran exhuberancia de baldaquinos purpúreos y de blandos almohadones, cortan

transversalmente a las barcas de los pescadores. Música, carcajadas, perfumes pasan con ellas.

Están llenas de hermosas mujeres y de vividores romanos y palestinos, pero más romanos, o por

lo menos no palestinos, porque alguno debe ser griego; al menos así lo deduzco de las palabras

de un joven alto, delgado, moreno como una oliva madura, todo elegante con un vestido rojo,

que en los bordes lleva un pesado adorno en greca y va ceñido de un cinturón que es una obra

maestra de artífice. Dice: ―¿La Hélade es hermosa? Pero ni siquiera mi olímpica patria tiene

este azul y estas flores. Y a la verdad, nada extraño es que las diosas la hayan abandonado para

venir aquí. Arrojemos sobre las diosas, ya no griegas sino judías, las flores, las rosas...‖ y

esparce sobre las mujeres que van en su barca pétalos de espléndidas rosas; y echa otros en la

barca de al lado. Responde un romano: ―¡Echa, echa griego! Pero Venus está conmigo. Yo no

deshojo, yo recojo las rosas en esta hermosa boca; ¡es más dulce!‖ y se inclina a besar en la

boca, abierta a la risa, de María de Mágdala, semiechada sobre los almohadones y con la cabeza

rubia apoyada sobre las piernas del romano. ■ En ese momento las barcas grandes tienen ya

literalmente encima a las barcas pequeñas, y por poco no se chocan, o por la impericia de los

bogadores o por una racha de viento. Pedro grita enfurecido: ―Tened cuidado, si queréis seguir

viviendo‖, mientras vira, dando un golpe de barra, para evitar el choque. Insultos de hombres y

gritos de susto de las mujeres van de barca a barca. Los romanos insultan a los galileos con:

―Alejaos, perros judíos‖. Pedro y los otros galileos no dejan caer el insulto y Pedro

especialmente, rojo como un gallo de pelea, de pie sobre el borde de la barca que se balancea,

con las manos en la cintura, responde vivamente, y no perdona ni a romanos, ni a griegos, ni a

hebreos ni a hebreas; es más, dedica a éstas toda una colección de apelativos honoríficos que

dejo en la pluma. El altercado dura mientras la maraña de quillas y de remos no se deshace, y

cada quien se va por su camino. ■ Jesús en todo tiempo no ha cambiado de posición. Ha

permanecido sentado, ausente, sin miradas, sin palabras hacia las barcas o hacia sus ocupantes.

Apoyado sobre un codo, ha seguido mirando a la lejana ribera como si nada sucediese. Le echan

también a Él una flor; no sé quién; con seguridad una mujer, porque oigo una risilla femenina

que acompañó al acto. Pero Él... nada. La flor le pega casi en la cara y cae sobre las tablas para

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ir a quedar a los pies del enfurecido Pedro. Cuando las barquichuelas se van alejando, veo que

Magdalena se pone de pie, y sigue la indicación que le señala una compañera de vicio, o sea,

apunta sus ojos espléndidos hacia el rostro sereno y lejano de Jesús. ¡Qué lejos del mundo ese

rostro...!

* Iscariote pegunta a Zelote sobre la vida de Magdalena.- Nuevo rifirrafe entre Iscariote y

Pedro.- ■ Dice Iscariote: ―Dime, Simón, tú que eres judío como yo, responde. Aquella

hermosísima rubia en las piernas del romano, y que estaba de pie hace poco ¿no es la hermana

de Lázaro de Betania?‖. Simón Cananeo responde secamente: ―Yo no sé nada. Hace poco que

he vuelto al mundo de los vivos y esa mujer es joven...‖. Iscariote: ―¡Espero que no me vayas a

decir que no conoces a Lázaro de Betania! Sé bien que eres su amigo y que has estado allí con el

Maestro‖. Zelote: ―¿Y si eso fuera así?‖. Iscariote: ―Y puesto que así lo es, yo digo, que debes

conocer también a la pecadora, que es la hermana de Lázaro. ¡También las tumbas la conocen!

Diez años hace que está en la boca de todos. Apenas llegada a la pubertad empezó a ser ligera

de cascos. Pero ¡desde hace cuatro años! No puedes ignorar el escándalo, aunque estuvieras en

el «valle de los muertos». Toda Jerusalén habló de ella, y Lázaro se encerró entonces en

Betania... Bueno, hizo bien. Nadie hubiera puesto un pie en su espléndido palacio de Sión a

donde también ella iba y venía. Quiero decir: ninguno que fuese santo. En los pueblos... ¡Ya se

sabe!... Y además, ahora ella está en todas partes, menos en su propia casa... Ahora está, seguro,

en Mágdala... Se habrá encontrado un nuevo amor... ¿No respondes?... ¿Puedes decirme que no

es verdad?‖. Zelote: ―No te desmiento, callo‖. Iscariote: ―Entonces, ¿ella es? ¡También tú la has

conocido!‖. Zelote: ―La conocí cuando era niña y pura. La vuelvo a ver ahora... No obstante, la

reconozco. Impúdicamente refleja la cara de su madre, que era una santa‖. Iscariote: ―Y

entonces ¿por qué querías casi negar, que fuese la hermana de tu amigo?‖. Zelote: ―Nuestras

llagas y las de los que amamos, tratamos de tenerlas cubiertas. Sobre todo cuando uno es

honesto‖. Judas se ríe forzadamente. ■ Pedro observa: ―Dices bien, Simón, y tú eres un hombre

honesto‖. Iscariote: ―¿Tú la habías reconocido? ¡Seguro que vas a Mágdala a vender tu pescado,

y quién sabe cuántas veces la habrás visto!...‖. Pedro: ―Muchacho, ten en cuenta que cuando

uno tiene los riñones cansados de un trabajo honrado, no se le antojan las mujeres; se prefiere

sólo el lecho casto de nuestra esposa‖. Iscariote: ―¡Ya! ¡Pero lo bello gusta a todos!; al menos se

mira, aunque solo sea eso‖. Pedro: ―¿Por qué?... ¿Para decir: «No es comida para tu mesa?».

No. ¿Sabes? De mi trabajo en el lago he aprendido varias cosas y una de ellas es que peces de

agua dulce y de fondo no están hechos para agua salada y curso vertiginoso‖. Iscariote: ―¿Qué

quieres decir?‖. Pedro: ―Quiero decir que cada uno debe de estar en su lugar, para no morir de

mala muerte‖. Iscariote: ―¿Te hacía morir la Magdalena?‖. Pedro: ―No. Tengo el cuero duro.

Pero... dime: ¿te sientes mal tú?‖. Iscariote: ―¿Yo?... ¡Ni siquiera la he mirado!...‖. Pedro:

―Mentiroso. Apuesto algo a que te estabas royendo por no estar en esa primera barca y tenerla

más cerca... Incluso me habrías soportado a mí con tal de estar más cerca... Y es tan cierto lo

que estoy diciendo, que me honras con tu palabra, por gracia suya, después de tantos días de

silencio‖. Iscariote: ―¿Yo? Pero...¡si ni siquiera me hubiera visto! ¡Miraba ella continuamente al

Maestro!‖. Pedro: ―¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y dice que no estaba mirándola! ¿Cómo has podido ver a

dónde miraba, si no la estabas mirando?‖. Ante la observación de Pedro todos ríen menos Jesús

y Zelote. ■ Jesús que ha hecho como que no oía, pone fin a la discusión preguntando a Pedro:

―¿Es aquello Tiberíades?‖. Pedro: ―Sí, Maestro, ahora llegamos‖. (Escrito el 5 de Febrero de

1945).

······································ 1 Nota : Magdalena.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Familia Lázaro.

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2-99-115 (2-64-604).- En Tiberíades, en casa de Cusa, esposo de Juana y mayordomo de

Herodes, Jesús busca al pastor Jonatás.- Juan Bautista liberado.- Fe de la nodriza Ester, para

sanar a Juana.

* “Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Dice ser bueno solo porque el beso que te dio

le hizo bueno”.-“He dado y recibido besos... pero solo en los buenos éstos aumentan la

bondad”.- ■ El pastor José, quien les acompaña en busca de Jonatás, dice: ―Maestro, hemos

llegado. Ésta es la casa del mayordomo de Herodes‖. Se detienen al final del vial, donde éste

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presenta una bifurcación (el vial, así, viene a ser la segunda de las calles, mientras que las casas

de campo quedan entre esta calle y el lago). La casa que ha señalado José es la primera,

bellísima, toda rodeada de un jardín florecido. Fragancias y ramas de jazmines y rosas se

extienden hasta el lago. Jesús: ―¿Y aquí está Jonatás?‖. José: ―Aquí, eso me han dicho. Es el

mayordomo del mayordomo. A él le fue bien. Cusa no es malo y es justo en reconocer los

méritos de su mayordomo. Es una de las personas honradas de la corte. ¿Voy a llamarle?‖. José

se dirige al gran portón de la entrada y llama. Acude el portero. Hablan entre sí. Veo que José

tiene un gesto de desagrado y que el portero asoma su cabeza gris y mira a Jesús; luego pregunta

algo a José, el cual asiente. Hablan otra vez entre sí. José viene hacia Jesús, que ha estado

esperando pacientemente a la sombra de un árbol: ―Jonatás no está. Está en el Alto-Líbano. Ha

ido a llevar a aquel aire fresco y puro a Juana de Cusa, que está muy enferma. Dice el criado

que ha ido Jonatás porque Cusa está en la Corte, y no puede venirse después del escándalo de

la fuga de Juan el Bautista, y la enferma empeoraba y el médico decía que aquí moriría. ■ No

obstante, el criado dice que entres a descansar. Jonatás ha hablado del Mesías niño y también

aquí te conocen de nombre y te esperan‖. Jesús: ―Vamos‖. El grupo se pone en movimiento.

De lo cual el portero, que estaba mirando de soslayo, se percata, y llama a los otros domésticos;

abre de par en par la puerta de entrada, que hasta ahora había estado entreabierta, y corre con

mucho respeto al encuentro de Jesús. ―Derrama, Señor, tu bendición sobre nosotros y sobre esta

triste casa. Entra. ¡Cuánto pesará a Jonatás el no haber estado aquí! Su esperanza era verte. Pasa,

pasa, y tus amigos contigo‖. En el atrio hay siervos y criadas de todas las edades. Todos se

inclinan respetuosamente a saludar a Jesús, no sin un sentimiento de curiosidad. Una viejecita

llora en un rincón. Jesús entra y bendice con su gesto y su saludo de paz. Le ofrecen refrigerio.

Toma asiento y todos se ponen a su alrededor. Jesús observa: ―Veo que no soy desconocido‖.

Portero: ―Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Jonatás es bueno. Dice serlo solo porque el

beso que te dio le hizo bueno. Pero también es porque lo es‖. Jesús: ―Yo he dado y recibido

besos... pero, como tú dices, solo en los buenos éstos aumentaron la bondad. ¿No está ahora?

Yo venía por él‖. Portero: ―He dicho que está en el Líbano. Allí tiene amigos... es la última

esperanza para la joven patrona. Si esto no produce resultados...‖.

* ―Ester, ¿crees que ella por tu fe no morirá? Yo soy la Vida. Doy la Vida y no Muerte‖.-■

La viejecita en su rincón llora con más fuerza. Jesús la mira con actitud interrogativa. Portero:

―Es Ester, la nodriza de la patrona Juana. Llora porque no se resigna a perderla‖. Jesús la invita:

―Ven, madre. No llores así. Ven aquí, junto a Mí. ¡No necesariamente enfermedad significa

muerte!‖. Ester: ―¡Es muerte, es muerte! ¡Desde que tuvo aquel único parto desafortunado se me

está muriendo! ¡Las adúlteras dan a luz secretamente y viven a pesar de todo, y ella, ella que es

buena, honesta, un ángel, un verdadero ángel, debe morir!‖. Jesús: ―Pero ¿qué tiene ahora?‖.

Ester: ―Una fiebre la consume... es como una lámpara que arde atizada por un fuerte viento...

Cada día más fuerte, y ella cada vez más débil. Yo deseaba acompañarla, pero Jonatás ha

querido criadas jóvenes, porque ella no tiene fuerzas y hay que llevarla como a un peso inerte y

yo ya no soy capaz... No soy capaz de eso, pero sí de amarla. La recogí del seno de su madre.

Yo era una sirvienta. También estaba casada, y había tenido un hijo hacía un mes. La di de

mamar porque su madre estaba débil y no podía... Yo le hice de madre cuando, apenas sabiendo

decir «mamá», se quedó huérfana. Me he llenado de canas y de arrugas velándola en sus

enfermedades. Y la vestí de novia, la conduje al tálamo; he sonreído ante sus esperanzas de

madre, lloré con ella ante el recién nacido muerto, he recogido todas las sonrisas y las lágrimas

de su vida, le he dado toda sonrisa y consuelo de mi amor... ¡Y ahora se muere y no me tiene

cerca!‖. La anciana da pena. Jesús la acaricia, pero no sirve de nada. ■ Jesús: ―Escucha, madre,

¿tienes fe?‖. Ester: ―¿En Ti?‖.Jesús: ―¿Crees que todo lo puede Dios?‖. Ester: ―Lo creo y creo

que Tú, su Mesías, lo puedes. En la ciudad ya se habla de tu poder. Ese hombre (y señala a

Felipe el apóstol) hace tiempo hablaba de tus milagros junto a la sinagoga. Y Jonatás le

preguntó: «¿Dónde está el Mesías?» y le contestó: «No lo sé». Jonatás me dijo entonces: «Si

estuviese aquí, yo te lo juro, que ella se curaría». Pero Tú no estabas aquí... y partió con ella... y

ahora estará para morir‖. Jesús: ―No. Ten fe. Dime claramente lo que tienes en el corazón:

¿puedes creer que ella por tu fe no morirá?‖. Ester: ―¿Por mi fe? ¡Oh! si la quieres, te la doy.

Toma incluso mi vida, mi vieja vida pero... solo házmela ver curada‖. Jesús: ―Yo soy la Vida.

Doy la vida y no muerte. Tú, un día le diste la vida con la leche de tu seno, y era una pobre

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vida que podía acabar. Ahora, con tu fe, le das una vida ilimitada. Sonríe, madre‖. Ester: ―Pero

ella no está...‖ -- la vieja oscila entre la esperanza y el temor-- ―ella no está y Tú estás aquí...‖. ■

Jesús: ―Escucha. Ten fe. Voy a Nazaret por algunos días. Tengo también allí amigos enfermos.

Luego iré al Líbano. Si Jonatás regresa dentro de seis días, mándale a Nazaret, a Jesús de José.

Si no viene, iré Yo‖. Ester: ―¿Cómo le hallarás?‖. Jesús: ―Me guiará el arcángel de Tobías (Tob.

5-12). Tú robustécete en la fe. No te pido más que esto. No llores, madre‖. La anciana por el

contrario llora más fuerte. Está a los pies de Jesús y tiene la cabeza sobre las rodillas divinas,

mientras besa y baña con sus lágrimas la mano bendita. Jesús, con la otra mano la acaricia, y,

mientras los otros criados le insisten en que deje de llorar, dice: ―Dejadla que llore. Es un llanto

que la alivia. Le hace bien. ¿Seréis felices todos, si la patrona sana?‖. Criados: ―¡Oh! es muy

buena. Cuando alguien es así, no es patrón, es un amigo y se le ama. La amamos. Créelo‖.

Jesús: ―Lo veo en vuestros corazones. Vosotros también sed buenos. Ya me voy. No puedo

esperar. Tengo la barca. Os bendigo‖.

* ―Soy más conocido en esta casa de Cusa que en Nazaret, donde solo soy carpintero,

porque la preparó alguien que tenía verdadera fe en el Mesías”.- ■ Jesús sale con los suyos,

acompañado de los criados que le aclaman. Su primo Santiago dice con tristeza: ―¡Eres más

conocido aquí que en Nazaret!‖. Jesús: ―Esta casa la preparó alguien que tenía verdadera fe en

el Mesías. Para Nazaret soy el carpintero... Nada más‖. Santiago: ―Y... y nosotros no tenemos la

fuerza de anunciarte por lo que eres...‖. Jesús: ―¿No la tenéis?‖. Santiago: ―No, primo. No

somos heroicos como los pastores...‖. Jesús: ―¿Lo crees, Santiago?‖. Jesús sonríe mirando a su

primo que tanto se asemeja a su padre putativo, por el color castaño moreno de sus ojos y

cabellos, lo mismo que la cara, --mientras que la tez de Judas Tadeo, el otro primo, es más

pálida, encuadrada entre la barba negrísima y los cabellos ondulados; Judas tiene ojos azules

que ligeramente recuerdan los de Jesús--. ―Pues bien, Yo te digo que no te conoces. Tú y Judas

sois dos fuertes‖. Los dos primos menean la cabeza. (Escrito el 6 de Febrero de 1945).

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2-100-120 (2-65-608).- En Nazaret, en casa del enfurecido, anciano y enfermo, Alfeo (padre de

Santiago y Judas).- No es fácil seguir a Jesús.

* El nazaretano Alfeo explica a Jesús la cólera de Alfeo, tío de Jesús, que piensa que

Jesús está arruinando a la familia y a los parientes.- ■ Están ya en Nazaret. Algunas mujeres

ven a Jesús y le saludan, así como también lo hacen algunos hombres y niños. Pero aquí no hay

aclamaciones al Mesías como en otros lugares, aquí se trata de amigos que saludan al Amigo

que regresa: unos, más expansivamente; otros, menos. Observo en muchos de ellos una

curiosidad irónica al ver al grupo heterogéneo que viene con Jesús y que ciertamente no es

grupo de dignatarios reales, ni de pomposos sacerdotes. Acalorados, empolvados, vestidos

modestamente, menos Judas Iscariote, Mateo, Simón y Bartolomé --los he puesto en orden

decreciente de elegancia-- semejan más un grupo de campesinos viajeros por algún mercado,

que no seguidores de un rey. Rey que, de por sí, manifiesta su realeza en la imponencia de su

estatura y, sobre todo, en la imponencia de su aspecto. Caminan unos metros y luego Pedro y

Juan se separan, yendo hacia la derecha, mientras que Jesús con los demás prosigue hasta llegar

a una plaza llena de niños que gritan alrededor de una pila llena de agua de la que sacan agua las

madres. ■ Un hombre (Alfeo) ve a Jesús y hace una gesto de gozosa sorpresa. Se apresura a ir

hacia Él y le saluda: ―¡Bienvenido, no te esperaba tan pronto! Ten, besa a mi último nieto. Es el

pequeño José. Nació en tu ausencia‖ y le pasa un niñito que tiene en los brazos. Jesús: ―¿Le has

puesto por nombre José?‖. Alfeo: ―Sí. No me olvido de mi casi pariente y, más que pariente,

gran amigo. Ya tengo puestos también a los nietos los nombres que más aprecio: Ana, mi amiga

de cuando era niño, y Joaquín. Luego María... ¡Oh! ¡Qué fiesta cuando nació! Recuerdo cuando

me la dieron para que la besase y me dijeron: «¿Ves? Aquel arco iris fue el puente por donde

Ella bajó del Cielo. Los ángeles caminan por ese camino». Verdaderamente que parecía un

angelito... ¡Tan hermosa era!... Ahora, aquí tienes a José. Si hubiera sabido que ibas a volver tan

pronto, te hubiera esperado para la circuncisión‖. Jesús: ―Te agradezco tu amor hacia mis

abuelos y hacia mi padre y mi Madre. Es un niño muy hermoso. Que sea eternamente justo

como el justo José‖. Jesús mece al pequeñín, que dibuja en sus labios risitas llenas de leche.

Alfeo: ―Si me esperas voy contigo. Estoy esperando a que se llenen las ánforas. No quiero que

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mi hija María se fatigue. Es más, mira, voy a hacer esto: les doy los jarros a los tuyos, si los

toman, y yo hablo un poco contigo a solas‖. Tomás exclama: ―¡Pues claro que los cogemos!¡No

somos reyes asirios!‖, y es el primero en agarrar un jarro. Alfeo: ―Entonces mirad, María de José

no está en su casa, está donde el cuñado, ¿sabes?, pero la llave está en la mía. Que os la den para

entrar en casa, o sea... en el taller‖. Jesús: ―Sí, si, id; entrad incluso en casa. Luego voy yo‖.

Los apóstoles se marchan y Jesús se queda con Alfeo. ■ Alfeo: ―Quería decirte, soy tu verdadero

amigo... y cuando uno es verdadero amigo, y uno es más viejo y del lugar, puede hablar. Creo

que debo hablar...Yo... no es que quiera darte consejos. Tú eres más entendido que yo. Sólo

quiero ponerte sobre aviso de que...¡oh!, no quiero hacer de espía ni sacarte a la luz defectos de

tus familiares, pero, yo creo en Ti, Mesías y... me duele al ver que ellos dicen que Tú no eres

Tú, o sea, el Mesías; que eres un enfermo, que estás arruinando a la familia y a los parientes. La

ciudad... ya sabes... Alfeo, tu tío, es muy estimado y por eso la ciudad también le escucha; y

ahora está enfermo, infunde compasión... Algunas veces la compasión incluso sirve para

cometer injusticias. Mira, también yo estuve aquella tarde en que Santiago y Judas, sus hijos, te

defendieron y defendieron la libertad de seguirte... ¡Qué escena! No sé cómo tu Madre puede

aguantar. ¿Y la pobre María de Alfeo? En ciertas situaciones de familia las mujeres son siempre

las víctimas‖. Jesús: ―Ahora mis primos están en la casa de su padre...‖. Alfeo: ―¿De su padre...?

¡Les compadezco! El viejo está realmente fuera de sí y, será por la edad, o mejor dicho por la

enfermedad, pero se comporta como un loco. Si no estuviera loco, me daría mucha mayor

compasión aún porque... en ese caso pondría en peligro su alma‖. Jesús: ―¿Piensas que tratará

mal a sus hijos?‖. Alfeo: ―Estoy seguro de ello. Lo siento por ellos y por las mujeres... ¿A dónde

vas?‖. Jesús: ―A casa de Alfeo‖. Alfeo:―¡No, Jesús! ¡No te expongas a que te falte al respeto!‖.

Jesús: ―Mis primos me aman por encima de sí mismos, y es justo que Yo les pague con un amor

igual... En esa casa hay dos mujeres a quienes amo...Voy. No me entretengas‖. El hombre

queda pensativo en medio de la calle mientras Jesús se dirige presuroso a la casa de Alfeo.

* Jesús visita a su tío Alfeo enfermo que maldice su destino, la ley de las huérfanas

herederas y la boda de su hermano José, causa de la ruina de la casa de David a la que él

pertenece.- ■ Jesús va veloz. Ya está casi a la altura del linde del huerto de Alfeo cuando le

llegan el llanto de una mujer y los gritos descompasados de un hombre. Jesús acelera el paso,

por el huerto todo verde, en los pocos metros que separan la calle de la casa. Está casi a la

entrada cuando su Madre se asoma a la puerta y le ve. ―¡Mamá!‖.―¡Jesús!‖ --dos gritos de amor-

-. Jesús quiere entrar, pero María le dice: ―No. Hijo‖. Y se pone en el umbral con los brazos

abiertos y las manos puestas contra el marco de la puerta: una barrera de carne y de amor, que

repite: ―No, Hijo. No lo hagas‖. Jesús: ―Déjame, Mamá que no pasará nada‖. Jesús está

tranquilísimo, a pesar de que la marcada palidez de María le turbe. Toma su delgada muñeca, le

quita la mano del marco y pasa. En la cocina, esparcidos por el suelo, hechos un montón

viscoso, están los huevos que trajeron de Caná sus hijos. ■ De la otra habitación sale una voz

quejumbrosa de un viejo que insulta, acusa, se lamenta con uno de esos arrebatos seniles tan

injustos, impotentes, penosos de ver y dolorosos de padecer: ―...¡mi casa destruida, convertida

en el hazmerreír de toda Nazaret, ¡y yo aquí, sólo, sin ayuda, herido en mi sentimiento, en el

respeto, padeciendo necesidades!... ¡Eso es lo que te toca, Alfeo, por haberte portado como un

verdadero fiel! Y ¿por qué? Por un loco. Un loco que vuelve locos a mis estúpidos hijos. ¡Ay!

¡Ay! ¡qué dolores!‖. Se oye también la voz llena de lágrimas de María de Alfeo que suplica:

―¡Cálmate, Alfeo! ¿Ves cómo te perjudicas?... Voy a ayudarte a meterte en la cama... Siempre

bueno tú, siempre justo... ¿Por qué ahora te portas así contigo, conmigo, con tus pobres

hijos?...‖. Alfeo: ―¡Nada! ¡Nada! ¡No me toques! ¡No quiero! ¿Buenos hijos? ¡Ah, sí! ¡En

realidad dos ingratos! ¡Me traen miel después de haberme convertido en un vaso de hiel! ¡Me

traen huevos y fruta... después de que se han atragantado en mi corazón! ¡Lárgate, te digo!

¡Fuera! ¡Que venga María, no tú! Ella tiene maña. ¿Dónde está ahora esa débil mujer que no

sabe hacerse obedecer por su Hijo?‖. ■ María de Alfeo, arrojada de la presencia de éste, entra en

la cocina en el momento en que Jesús estaba por entrar en la habitación de Alfeo. Le ve y se

arroja en sus brazos llorando desesperada, mientras María, la Virgen, va, humilde y paciente,

donde el anciano iracundo. Jesús: ―No llores, tía. Ahora voy Yo‖. María de Alfeo: ―¡Nooh! ¡No

te dejes insultar! Está como loco. Tiene el bastón. No, Jesús, no. Pegó incluso a sus hijos‖.

Jesús: ―No me hará nada‖. Y Jesús suave pero resueltamente hace a un lado a su tía y entra.

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Jesús: ―La paz sea contigo, Alfeo‖. El anciano, que iba a meterse en la cama en medio de mil

quejas e insultos a María ―porque no tiene maña‖ (antes había dicho que Ella era la única que

tenía maña) se vuelve de golpe: ―¿Aquí?... ¿Aquí para burlarte de mí? ¿Hasta esto?‖. Jesús:

―No. A traerte paz. ¿Por qué estás tan inquieto? ¡Te empeoras! Mamá, deja. Yo le levanto. No te

haré daño ni tendrás que esforzarte. Mamá, levanta las cobijas‖. Y Jesús toma con cuidado aquel

montón de huesos que se resquebrajan, anhelante, duro, quejumbroso, miserable, y le recuesta

con cuidado, como si fuese un recién nacido, sobre la cama. ―Así, así, como hacía Yo con mi

padre. Más alto este almohadón, así estarás más alto y respirarás mejor. Mamá, mete aquí,

debajo de la cintura, ese de allí, el pequeño; estará más mullido. Ahora, así, la luz, que no le dé

en los ojos, pero que deje entrar el aire puro. Eso es. Ahora... he visto una tisana al fuego.

Tráela, Mamá y que esté bien dulce. Estás todo sudado y te estás enfriando. Te hará bien‖.

María sale obediente. Alfeo: ―Pero yo... pero yo.. ¿Por qué eres bueno conmigo?‖. Jesús:

―Porque te quiero mucho, como ya lo sabes‖. Alfeo: ―Yo te quería... pero ahora...‖. Jesús:

―Ahora ya no me quieres. Lo sé. Pero Yo te quiero y me basta. Más adelante me querrás...‖.

Alfeo: ―Entonces... ¡ay, ay... qué dolores!...entonces, si es verdad que me quieres, ¿por qué

ofendes mis canas?‖. Jesús: ―No te ofendo, Alfeo, de ningún modo. Te respeto‖. Alfeo:

―«¿Respeto?»... Soy el hazmerreír de Nazaret, eso sí‖. Jesús: ―¿Por qué, Alfeo, dices eso? ¿En

qué te hago el hazmerreír?‖. Alfeo: ―En mis hijos. ¿Por qué son rebeldes? ¡Por Ti! ¿Por qué se

burla de mí la gente? ¡Por Ti!‖. Jesús: ―Dime: si Nazaret te alabara por la condición de tus hijos,

¿sentirías el mismo dolor?‖. Alfeo: ―¡Claro que no! Pero Nazaret no me alaba. Me alabaría si de

verdad fueses Tú una persona llamada al éxito. Pero, ¿quién no se echaría a reír de haber sido

abandonado por seguir a uno que es poco menos que loco, que va por el mundo atrayéndose

odios y burlas, un pobre que vive en medio de pobres? ¡Pobre casa mía! ¡Pobre casa de David!

¡Cómo terminas! ¿Y yo tenía que vivir tanto para contemplar esta desgracia? ¡Verte a Ti, último

vástago de la estirpe gloriosa, hecho un demente por ser demasiado servil! ¡Ah!, la desgracia ha

caído sobre nosotros desde el día en que mi cobarde hermano se dejó unir a esa mujer insípida,

prepotente mujer, que le tuvo dominado en todo. Ya lo dije entonces: «José no ha nacido para el

matrimonio. ¡Será infeliz!». Y así fue. Él sabía cómo era, y nunca había querido oír hablar de

casamiento. ¡Maldición a la ley de las huérfanas herederas! ¡Maldito destino! ¡Maldita boda!‖.

* ―A uno que sufre todo se le perdona. La Gracia trabaja incluso sin que los corazones lo

sepan”.- ■ La ―Virgen heredera‖ ha vuelto ya con la tisana, a tiempo para oír las lamentaciones

de su pariente. Se la ve todavía más pálida, pero su actitud paciente no ha perdido la calma. Se

dirige a Alfeo y con una dulce sonrisa le ayuda a beber. Jesús, que le está levantando la cabeza,

le dice: ―Eres injusto, Alfeo; pero has sufrido tanto, que todo se te perdona‖. Alfeo: ―¡Oh, sí!

¡Mucho he sufrido! ¡Dicen que eres el Mesías y que haces milagros! Eso dicen. Si al menos si

me curaras para pagarme por los hijos que te has llevado. Cúrame... y te perdonaré‖. Jesús:

―Perdona a tus hijos, comprende su corazón y Yo te aliviaré. Si guardas rencor, no puedo hacer

nada‖. Alfeo: ―¿Perdonar?‖. El anciano hace un movimiento rápido; ello, naturalmente, hace

más agudos los espasmos, lo cual, de nuevo, le enfurece. ―¿Perdonar? ¡Jamás! ¡Lárgate, si es

para decirme esto! ¡Largo! Quiero morirme sin que me molesten más‖. Jesús tiene un gesto de

resignación. ―Adiós, Alfeo. Me voy...¿De veras debo irme?... Tío... ¿de veras debo irme?‖.

Alfeo: ―Si no me curas, sí, vete. Y di a esas dos serpientes que su anciano padre muere

guardándoles rencor‖. Jesús: ―No, esto no, no pierdas tu alma. No me ames, si quieres, no creas

que soy el Mesías... pero no odies, no odies, Alfeo. Búrlate de Mí, llámame loco... pero no

odies‖. Alfeo: ―Pero... ¿por qué me quieres tanto si te insulto?‖. Jesús: ―Porque Yo soy Aquel a

quien no quieres reconocer. Soy el Amor. Mamá, me voy a casa‖. Virgen: ―Sí, Hijo mío. Iré

pronto‖. Jesús: ―Te dejo mi paz, Alfeo. Si me necesitas, mándame llamar a cualquier hora y

vendré‖. Jesús sale, tranquilo como si nada hubiese pasado. Sólo está más pálido. ■ María de

Alfeo gime: ―¡Oh! Jesús, Jesús. Perdónale‖. Jesús: ―Claro que sí, María. No hay necesidad

siquiera de hacerlo. A uno que sufre, todo se le perdona. Ahora está ya más calmado. La

Gracia trabaja incluso sin que los corazones sepan. Y además, ahí están tus lágrimas y, por

supuesto, el dolor de Judas y Santiago, y su fidelidad a su vocación. Paz a tu angustiado

corazón, tía‖. La besa y sale al huerto para irse a casa.

* Pedro e Iscariote enzarzados de nuevo, ahora por asunto de “patrias”, por el trato

recibido por Jesús.- ■ Cuando está ya para poner el pie en la calle, entran Pedro y, detrás de él,

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Juan jadeantes, como quien ha corrido. ―¡Maestro! Pero ¿qué ha sucedido? Santiago me ha

dicho: «Ve corriendo a mi casa. ¡Quién sabe qué trato recibirá Jesús!» ¡Pero... no me equivoco!

Vino Alfeo, el de la fuente, y dijo a Judas: «Jesús está en tu casa» y entonces Santiago ha dicho

eso... Tus primos están espantadísimos. Yo no comprendo nada, pero... te veo... y me

tranquilizo‖. Jesús: ―Nada, Pedro. Un pobre enfermo a quien los dolores le hacen insoportable.

Ahora ya ha terminado todo‖. Pedro: ―¡Oh, me alegro! ¿Y tú, por qué estás aquí?‖. Pedro

interpela en tono muy suave a Judas Iscariote, que también ha venido. Iscariote: ―Me parece

que estás también tú‖. Pedro: ―Me han pedido que viniera y he venido‖. Iscariote: ―También yo

he venido. Si el Maestro estaba en peligro, y en su patria, yo, que ya le he defendido en Judea,

podía defenderle también en Galilea‖. Pedro: ―Para eso bastamos nosotros. Pero no hay

necesidad de ello en Galilea‖. Iscariote: ―¡Ja!¡ja!¡ja! ¡Exacto! Su patria le echa fuera como si se

tratase de un alimento indigesto. Bien. Me alegro por ti, que te escandalizaste por un pequeño

incidente sucedido en Judea, donde no le conocen. Aquí, sin embargo...‖ y Judas concluye con

un modo de silbar que es un poema de sátira. Pedro: ―Mira, muchacho. No estoy de humor para

soportarte. Olvida todo, si algo te atraganta. Maestro, ¿te han hecho algún daño?‖. Jesús: ―¡No,

Pedro mío! Te lo aseguro. Vamos más deprisa a consolar a mis primos‖.Van.

*Pedro, viendo el dolor de Santiago y Judas Alfeo por el rechazo de su padre por seguir a

Jesús, se siente un afortunado en su llamada porque su esposa siempre le dice: «Es como si

estuviera repudiada, porque ya tú no eres mío. Pero te digo: „Feliz repudio‟» - ■ Entran en

el amplio taller de carpintería. Judas y Santiago están junto al banco de carpintero: Santiago, en

pie, Judas sentado en un taburete, con los codos sobre el banco y la cabeza entre las manos.

Jesús se les acerca sonriente, para asegurarles de que su corazón los ama: ―Alfeo está más

tranquilo ahora. Los dolores se están calmando y todo vuelve a sosegarse. Estad también

tranquilos vosotros‖. Santiago: ―¿Le has visto? ¿Y a nuestra madre?‖. Jesús: ―He visto a todos‖.

Judas Tadeo pregunta: ―¿Estaban allí mis hermanos José y Simón?‖ Jesús: ―No, no estaban

allí‖. Judas Tadeo: ―Estaban. No han querido dejarse ver. Pero nosotros los vimos. Si

hubiéramos cometido un crimen no nos hubieran tratado peor. ¡Y pensar que veníamos volando

desde Caná por la alegría de volverle a ver y traerle a él lo que le gusta! Le amamos... pero ya

no nos comprende... ya no nos cree‖. Judas dobla el brazo y llora con la cabeza sobre el banco.

Santiago se muestra más fuerte, pero su cara manifiesta un martirio interno. Jesús: ―No llores,

Judas. Y tú no sufras‖. Santiago exclama: ―¡Oh! ¡Jesús! Somos hijos... y nos ha maldecido.

Pero, aunque esto nos destroce ¡no daremos paso atrás! ¡Somos tuyos, y tuyos seremos aun

cuando nos amenazasen con la muerte!‖ Jesús: ―¿Y tú decías que no eras capaz de heroísmo?

Yo lo sabía, pero tú, por tu propia boca, ahora lo manifiestas. En verdad, serás fiel incluso hasta

la muerte. Y tú también‖. Jesús los acaricia... pero ellos sufren. El llanto de Judas llena la

bóveda de piedra. Ello me proporciona la manera de ver mejor el alma de los discípulos. ■

Pedro, cuya honrada cara refleja dolor, exclama: ―¡Claro! Es una cosa dolorosa... Cosas tristes.

Pero, muchachos --y les da unos pequeños zarandeos con afecto--, no todos merecen esas

palabras... Yo... yo me doy cuenta de que he sido una persona afortunada en mi llamada. Esa

buena mujer que es mi esposa siempre me dice: «Es como si estuviese repudiada, porque ya tú

no eres mío. Pero yo te digo: ‗¡Feliz repudio!‘». Decidlo igualmente vosotros. Perdéis un padre,

pero ganáis a Dios‖. El pastor José, que ha sido huérfano siempre, sorprendido de que un padre

pueda ser causa de llanto, dice: ―Creía ser el más infeliz porque me falta el padre. Me doy

cuenta de que es mejor llorarle por muerto que tenerle por enemigo‖. Juan se limita a besar y a

acariciar a sus compañeros. Andrés suspira y guarda silencio. Se muere por el deseo de hablar,

pero su timidez no le permite. Tomás, Felipe, Mateo, Natanael hablan en voz baja en un rincón

como quien respeta un dolor. Santiago Zebedeo ora, apenas perceptiblemente, para que Dios

conceda paz.

* Zelote recuerda a Judas Tadeo unas palabras proféticas de Jesús: «Os uno: a ti, que por

mi causa pierdes a un padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos».- ■ Simón

Zelote --¡cuánto me gusta su actitud!-- deja su rincón y se acerca a los dos afligidos, pone una

mano sobre la cabeza de Judas Tadeo, el otro brazo en torno a la cintura de Santiago, y dice:

―No llores, hijo. Él nos lo había dicho a mí y a ti: «Os uno: a ti, que por mi causa pierdes a un

padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos». No comprendimos la profecía que

encerraba en sus palabras. Pero Él lo sabía. Pues bien, os lo ruego: Soy viejo y siempre he

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soñado en que se me llame «padre»; aceptadme como tal, y yo, como padre, os bendeciré

mañana y tarde. Os ruego que me aceptéis como tal‖. Los dos hacen un gesto de aceptación

entre sollozos aún más fuertes. ■ María, la Virgen, entra y corre junto a los dos afligidos.

Acaricia la cabeza (de un moreno intenso) de Judas, y a Santiago le acaricia en la mejilla. Está

pálida como un lirio. Judas le toma la mano y se la besa diciendo: ―¿Qué está haciendo?‖.

Virgen: ―Está durmiendo, hijo. Vuestra mamá os manda un beso‖ y besa a los dos.

* J. Iscariote, que se ríe del dolor de los hermanos Alfeo, forzado por Pedro a salir de la

casa.- ■ Se deja oír bruscamente la áspera voz de Pedro: ―Oye, ven aquí un momento, que te

quiero decir una cosa‖ y veo que Pedro aferra con su robusta mano un brazo de Iscariote y se le

lleva fuera, a la calle; y luego vuelve solo. Jesús pregunta: ―¿A dónde le has mandado?‖. Pedro:

―¿A dónde? A tomar el aire; si no, acabaría yo dándole el aire de otra manera... y no lo hice tan

sólo por Ti. Ahora está mejor. Quien se ríe ante un dolor es un áspid, y yo aplasto a las

serpientes... Aquí estás Tú... y por eso le he mandado solo al claro de la luna. No digo que no...

pero... yo llegaré incluso a ser un escriba, cosa que solo Dios puede hacer en mí, que apenas

comprendo que estoy en el mundo... pero él, ni aun con la ayuda de Dios, se hará bueno. Te lo

asegura Simón de Jonás. Y no me equivoco. ¡No, no te lo tomes a mal! Él no piensa que ha

habido verdaderamente una tristeza. Es más seco que una piedra bajo el sol de agosto. ¡Ea,

muchachos! Que aquí hay una Madre que más dulce que Ella no la tiene siquiera el Cielo, aquí

hay un Maestro que es más bueno que todo el Paraíso, aquí hay muchos corazones honrados que

os aman sinceramente. Las borrascas hacen bien, hacen caer el polvo. Mañana estaréis más

frescos que las flores, os sentiréis más ligeros que los pájaros, para seguir a nuestro Jesús‖. Y

con estas palabras sencillas y buenas, Pedro termina. (Escrito el 7 de Febrero de 1945). --------------------000-------------------

2-100-129 (2-65-617).- Confidencias entre Hijo y Madre.- Difícil camino de aprendizaje de los

Doce.- Uso del término de «Tío» y «Tía».

* “No necesitaba aconsejarme pero cómo gozaba Yo en hablar y pedir consejo a mi dulce

amigo: mi Madre”.- ■ Luego dice Jesús: ―Después de esta visión pondrás la que te di en la

primavera de 1944, aquella en que Yo pedía a mi Madre impresiones sobre mis discípulos.

Llegados a este punto, sus figuras morales han dado ya suficientes destellos para que pueda

ponerse aquí esa visión sin crear en nadie escándalo. No tenía necesidad de aconsejarme con

alguien. Pero cuando estábamos solos, mientras los discípulos estaban esparcidos entre familias

amigas o en lugares vecinos, durante mis permanencias en Nazaret, cómo gozaba Yo en hablar

y pedir consejo a mi dulce amigo: a mi Madre, y obtener confirmación, de su boca de gracia y

de sabiduría, de cuanto Yo había visto. No fui otra cosa con Ella más que «el Hijo». Y entre los

nacidos de mujer, no ha habido una mujer más digna del nombre de «Madre» que Ella, en todas

las perfecciones de las maternas virtudes morales y humanas, ni hubo hijo más «hijo» que Yo,

en el respeto, en la confianza y en el amor‖.

*Mi camino, mi trabajo, mi servicio es la cruz, el dolor, la renuncia, el sacrificio”.- ■ Jesús:

―Y ahora que vosotros tenéis un mínimo conocimiento de los Doce, de sus virtudes, de sus

defectos, carácter, y luchas ¿hay alguien todavía que diga que me fue fácil unirlos, elevarlos,

educarlos? ¿Hay todavía alguno que juzgue fácil la vida de apóstol, y, por ser un apóstol, o sea,

frecuentemente, por creerse tal, juzgue tener derecho a una vida llana, sin dolores, dificultades,

derrotas? ¿Hay todavía alguno que, por el hecho de que me sirva, pretenda que sea Yo su siervo,

y que haga milagros sin interrupción en favor suyo, haciendo de su vida una alfombra tapizada

de flores, fácil, humanamente gloriosa? Mi camino, mi trabajo, mi servicio es la cruz, el dolor,

las renuncias, el sacrificio. Yo lo hice, háganlo quienes quieran llamarse «míos». Esto no va

para los Juanes, sino para los doctores insatisfechos y difíciles‖.

* ―Uso el término de «tío» y «tía», inusitado en lenguas palestinas para aclarar mi

condición de Unigénito y la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre‖.-■ Jesús: ―Y

digo, para los doctores de la argucia, que he usado el término «tío» y «tía», inusitado en las

lenguas palestinas, para aclarar y definir una irrespetuosa cuestión sobre mi condición de

Unigénito de María y sobre la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre, quien me tuvo por

espiritual y divino connubio y, repítase una vez más, no conoció otras uniones, ni tuvo otros

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partos; carne inviolada, la cual ni siquiera Yo laceré, cerrada sobre el misterio de un seno-

tabernáculo, trono de la Trinidad y del verbo Encarnado‖. (Escrito el 7 de Febrero de 1945). --------------------000-------------------

2-101-130 (2-66-618 ).- Jesús pregunta a la Madre acerca de los discípulos. * A la Madre, no le gusta J. Iscariote: su ojo no es limpio, menos su corazón.- ■ Ahora

estoy viendo, dos horas después de lo escrito anteriormente, la casa de Nazaret. Reconozco la

pequeña habitación del adiós (comienzo de la vida pública), que da al huerto, donde las plantas

están llenas de follaje. Jesús está con María. Están sentados el uno junto al otro en el asiento de

piedra que está adosado a la casa. Parece que la cena ya haya terminado y que, mientras los

demás --si hay otros (no veo a nadie)-- ya se han retirado, Madre y Hijo se sienten felices en

una dulce conversación. La voz interna me dice que ésa es una de las primeras veces que Jesús

vuelve a Nazaret después del bautismo, después del ayuno en el desierto y, sobre todo, de la

formación del Colegio Apostólico. Él cuenta a su Madre las primeras jornadas de

evangelización, las primeras conquistas de corazones. María está pendiente de los labios de su

Jesús. Está más delgada, más pálida, como si hubiera sufrido mucho durante este tiempo. Tiene

dos grandes ojeras, como las de alguien que ha llorado mucho y que está preocupado. Pero

ahora está feliz y sonríe. Sonríe acariciando la mano de su Jesús. Es feliz de tenerle ahí, de estar

de corazón a corazón en el silencio de la noche que va entrando. Debe ser verano, porque la

higuera tiene ya sus primeros frutos maduros, que llegan incluso hasta la casa, y Jesús,

poniéndose de pie, coge algunos de ellos; los más hermosos se los da a su Madre, limpiándolos

con cuidado y ofreciéndolos como si fuesen cálices blancos de estrías rojas, con su corola de

pétalos blancos por dentro y púrpura por fuera. Los ofrece sobre la palma de su mano y sonríe al

ver que le gustan a su Mamá. ■ Después, a quemarropa, le pregunta: ―Mamá, ¿has visto a mis

discípulos? ¿Qué piensas de ellos?‖. María que está para llevar a la boca el tercer higo, levanta

la cabeza, suspende su movimiento, se sobresalta y mira a Jesús. Jesús recalca: ―¿Qué piensas

de ellos ahora que te los he presentado?‖. Virgen: ―Creo que te aman y que podrás obtener

mucho de ellos. Juan... ámale a Juan como Tú sabes amar. Es un ángel. Y estoy tranquila

cuando pienso que está contigo. También Pedro... es bueno. Más duro porque es ya viejo, pero

franco y de convicción. Y su hermano... te aman por ahora como son capaces de hacerlo.

Después te amarán más. También nuestros primos, ahora que se han convencido, te serán fieles.

■ Pero... el hombre de Keriot... ese no me gusta, Hijo. Su ojo no es limpio y su corazón mucho

menos. Me causa miedo‖. Jesús: ―Contigo es respetuoso‖. Virgen: ―Demasiado respetuoso.

También contigo es muy respetuoso. Pero no es por Ti, Maestro; sino por Ti, su futuro rey de

quien espera utilidades y gloria. Era un nadie, apenas un poco más que los demás de Keriot.

Pero ahora espera desempeñar a tu lado un papel de importancia y...¡Oh Jesús!... No quiero

faltar a la caridad, pero pienso, aun cuando no quiero pensarlo, que en caso de que Tú le

desilusiones, no durará en reemplazarte, o en tratar de hacerlo. Es ambicioso, avariento y

vicioso. Está más preparado para ser un cortesano de un rey terrenal que no un apóstol tuyo,

Hijo mío. ¡Me causa miedo!‖ y la Mamá mira a su Jesús con los ojos aterrorizados y su cara

pálida.

* ―Esto es también necesario. Si no fuese él sería otro. Mi Colegio debe representar al

mundo y en el mundo no todos son ángeles”.- ■ Jesús lanza un suspiro. Piensa. Mira a su

Madre. Le sonríe para darle fuerzas: ―Esto también es necesario, Mamá. Si no fuese él, sería

otro. Mi Colegio debe representar al mundo, y, en el mundo, no todos son ángeles, ni todos son

del temple de Pedro y de Andrés. Si escogiese todas las perfecciones, ¿cómo podrían las pobres

almas enfermas atreverse a poder llegar a ser mis discípulos? Yo he venido a salvar lo que

estaba perdido, Mamá. Juan de por sí ya está salvado. Pero, ¡cuántos no lo están!‖. Virgen:

―No tengo miedo de Leví. Él se ha redimido, porque se ha querido redimir. Dejó su pecado con

su banco de alcabalero y se ha transformado en un alma nueva para ir contigo. Pero Judas de

Keriot, no; es más, el orgullo llena cada vez más su vieja alma manchada. Pero Tú sabes estas

cosas, Hijo. ¿Por qué me las preguntas? Yo no puedo sino rogar y llorar por Ti. Tú eres el

Maestro, maestro también de tu pobre Mamá‖. La visión termina aquí. (Escrito el 13 Febrero de

1944).

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2-102-131 (2-68-622).- J. Iscariote se despide del grupo por ―la vendimia en su casa en Keriot‖.

* “No obligo a nadie que venga conmigo. A mi alrededor todo es espontáneo”.- ■ Los

discípulos están cenando en el amplio taller de carpintería de José en Nazaret. El banco hace

mesa. Todo lo que se requiere para la cena está encima del banco. Pero veo que el taller es

también dormitorio. Sobre los otros dos tablones de carpintero hay esteras que los convierten en

lechos. Unos lechos bajos (esteras sobre cañizos) han sido colocados junto a las paredes. Los

apóstoles hablan entre sí y con el Maestro. Iscariote pregunta: ―¿Entonces es verdad que vas a

subir al Líbano?‖. Jesús: ―No prometo nunca si luego no voy a mantener y en este caso lo he

prometido dos veces: a los pastores y a la nodriza de Juana de Cusa. He esperado los cinco días

que la había dicho y he añadido aún hoy por prudencia. Pero ahora parto. En cuanto salga la

luna nos pondremos en marcha. Será un largo camino, aunque usemos la barca hasta Betsaida.

No obstante, será para mi corazón motivo de gozo saludar también a Benjamín y a Daniel. Ya

ves qué almas tienen los pastores. ¡Oh!, merece la pena ir a honrarlos; efectivamente, ni siquiera

Dios se quita algo honrando a un siervo suyo, antes bien acrecienta su justicia‖. Iscariote:

―¡Con este calor!... piensa lo que haces. Lo digo por Ti‖. Jesús: ―Las noches son ya menos

sofocantes. El sol aún durante un poco está en León, y las tormentas hacen menos abrasador el

calor. Y, además, os lo repito: no obligo a nadie a venir. Todo es espontáneo en Mí y en torno

de Mí. Si tenéis otras ocupaciones o si os sentís cansados, quedaos. Nos volveremos a ver

después‖. Iscariote: ―Eso, Tú lo has dicho. Yo tendría que ocuparme de asuntos de mi casa.

Llega el tiempo de la vendimia y mi madre me había rogado que viera a algunos amigos... ya

sabes, yo soy, en el fondo, el cabeza de familia; quiero decir que soy el hombre de mi familia‖.

Pedro barbotea: ―Menos mal que se acuerda de que la madre es siempre la primera después del

padre‖. Judas, bien porque no oiga, bien porque no quiera oír, no muestra entender el barboteo,

que, por lo demás, Jesús frena con una mirada, mientras Santiago de Zebedeo, sentado al lado

de Pedro le da un tirón de túnica para que se calle. ■ Jesús: ―Ve, Judas, ¿cómo no? Es más,

debes ir. No se debe desobedecer a la madre‖. Iscariote: ―Entonces me voy enseguida, con tu

permiso. Estaré en Naím con tiempo para encontrar todavía alojamiento. Adiós, Maestro, adiós

amigos‖. Jesús dice. ―Sé amigo de la paz, y merece tener siempre a Dios contigo. Adiós‖,

mientras los demás se despiden de él al unísono. No se ve mucha pena al verle partir; más bien

lo contrario... Pedro, quizás por temor a que Judas se arrepienta, le ayuda a apretar los cordones

de su alforja y a metérselo en bandolera, le acompaña hasta la puerta del taller (que ya estaba

abierta, como la otra que da al huerto --sin duda para ventilar la habitación agobiante después de

un día tórrido--) está en la puerta mirándole marcharse y, cuando le ve que realmente se aleja,

hace un gesto de alegría y de irónico adiós, y vuelve frotándose las manos. No dice nada... ya ha

dicho todo. Alguno que ha visto lo sucedido se ríe disimuladamente. (Escrito el 13 de Febrero

de 1944).

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2-102-133 (2.-68-624).-Encuentro con el ex pastor Jonatás y curación de Juana de Cusa.

* Jonatás cuenta la visión y la llamada de Jesús a Juana de Cusa moribunda.- ■ Un

estrépito de cascos herrados y un vocerío de muchachos llega de fuera: ―¡Aquí es! ¡Aquí! ¡Para,

hombre!‖. Y, antes de que Jesús y los discípulos encuentren una explicación, ante el vano de la

puerta se presenta el cuerpo negro y sudoroso de un caballo, y baja un jinete; éste se precipita

dentro como un bólido y se postra a los pies de Jesús besándolos con veneración. Todos miran

asombrados. ―¿Quién eres? ¿Quién eres?‖. Dice: ―Jonatás, soy‖. Con un grito responde José,

que por estar sentado detrás del banco y por la rapidez de la llegada no pudo reconocer a su

amigo. El pastor corre ligero hasta el hombre postrado: ―¡Tú! ¡Si eres tú!‖. Jonatás: ―Sí. ¡Adoro

a mi Señor amado! Treinta años de esperanza. ¡Larga espera! Mas, ahora han florecido como

flor solitaria de agave; y florecen en un instante, en un éxtasis feliz, más feliz aún que aquel,

lejano. ¡Oh, mi Salvador!‖. Mujeres, niños y algún hombre, entre los cuales el buen Alfeo de

Sara, que tiene todavía un pedazo de pan y queso en las manos, se arremolinan en la entrada y

hasta dentro de la espaciosa estancia. Jesús: ―Levántate Jonatás. Estaba ya a punto de ir a

buscarte, como también a Benjamín y Daniel...‖. ■ El fornido anciano, bien aparecido y bien

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vestido, dice: ―Lo sé... lo sé. Ella tenía razón. ¡No era delirio de una que está muriendo! ¡Oh,

Señor Dios! ¡Cómo te ve el alma y cómo te siente, cuando Tú la llamas!‖. Jonatás está

conmovido. Pero se recobra. No pierde el tiempo. Activo, a pesar de su rostro de adoración, va

a su objetivo: ―Jesús, Salvador y Mesías nuestro, he venido a pedirte que vengas conmigo. He

hablado con Ester y me ha dicho... Pero antes, antes Juana había hablado contigo y me dijo...

¡Oh, no os burléis de un hombre feliz, vosotros que me estáis escuchando, hasta que no oiga tu

«voy»! Ya sabes que estaba de viaje con la patrona moribunda ¡Qué viaje! De Tiberíades a

Betsaida fue bueno. Pero luego... En Cesárea de Filipo estuvo a punto de morir con vómitos de

sangre... Nos detuvimos... A la tercera mañana, hace siete días, me manda llamar. Parecía ya

muerta. Pero cuando la llamé abrió sus dulces ojos de gacela agonizante y me sonrió. Me indicó

con la manita helada que me inclinase --porque solo tiene un hilo de voz-- y me dijo: «Jonatás,

llévame a casa; pero inmediatamente». Fue tan grande el esfuerzo en dar la orden. --ella que es

siempre más dulce que una buena niña-- que se colorearon las mejillas, y durante un momento

sus ojos se llenaron de fulgor. Continuó diciéndome: «He soñado con mi casa de Tiberíades.

Dentro estaba Uno con rostro de estrella, alto, rubio, con ojos de cielo y una voz más dulce que

sonido de arpa. Me decía: ‗Yo soy la Vida. ¡Ven, regresa, te espero para dártela!‘ ¡Quiero ir!».

Yo decía: «¡Pero, patrona!... ¡No puedes! ¡Estás mal! ¡Ahora cuando estés mejor, veremos!». Lo

tomé yo por delirio de una agonizante. Pero ella lloró y luego... --es la primera vez que lo ha

dicho en estos seis años que la tengo como patrona; e incluso, de ira, se sentó (ella que no tiene

fuerzas para nada)-- y luego me dijo: «Siervo, lo quiero. Yo soy tu patrona. ¡Obedece!» y cayó

envuelta en sangre. Creí que moría... y me dije: «Démosle gusto. ¡Muerte por muerte!... No

sentiré el remordimiento de no haberla complacido al final, después de haber querido hacerlo

siempre». ¡Qué viaje! No quería descansar ella, aparte de las horas entre tercia y sexta. He

agotado a los caballos para abreviar. ■ Hemos llegado a Tiberíades esta mañana a la hora de

nona. Ester me ha referido... Entonces he comprendido que eras Tú quien la había llamado,

porque coincidían la hora y el día en que Tú prometiste el milagro a Ester y te apareciste al alma

de mi patrona. Ha querido proseguir en cuanto fue la hora nona, y a mí me ha mandado

adelante... ¡Oh, ven, Salvador mío!‖. Jesús: ―Voy al punto. La fe merece su premio. Quien me

quiere me tiene. ¡Vamos!‖. Jonatás: ―Espera. He arrojado mientras venía una bolsa a un joven,

diciendo: «Tres, cinco, los asnos que queráis, si no tenéis caballos; rápido, a la casa de Jesús».

Estarán para llegar. Así abreviaremos. Espero encontrarla cerca de Caná. Si al menos... viviera‖.

Jesús: ―Viva está. Pero, aunque estuviese muerta, Yo soy la Vida. ■ Aquí está mi Madre‖. La

Virgen, avisada sin duda por alguien, viene corriendo seguida de María de Alfeo. ―Hijo, ¿te

vas?‖. Jesús: ―Sí, Madre. Voy con Jonatás. Ha venido. Sabía que podría dártele a conocer. Por

eso he esperado un día más‖. Jonatás primero la había saludado inclinándose profundamente

con las manos cruzadas sobre el pecho, y ahora se arrodilla, levanta ligeramente el vestido y

besa la orla: ―Te saludo, Madre de mi Señor‖. Alfeo de Sara dice a los curiosos: ―¡Oh! ¿Qué

decís de esto? ¿No es cosa vergonzosa que tan solo nosotros seamos los que no tenemos fe?‖.

* ―No pido nada, Señor, a no ser que me ames y que me permitas que te ame”.- ■ Un gran

ruido de cascos se oye en la calle. Son los borricos. Creo que son todos los de Nazaret; y son

tantos, que bastarían para un escuadrón. Mientras Jonatás escoge los mejores y los contrata,

pagando sin escatimar, y toma consigo a dos nazarenos con otros borricos (por miedo a que

algún animal, por el camino, pierda las herraduras, y para que puedan volver con toda esta

rebuznadora caballería asnal), María y la otra María ayudan a cerrar los sacos y las alforjas.

Parten. La noche ha entrado y la luna aparece con su cuarto creciente. A la cabeza van Jesús y

Jonatás, detrás los demás. Mientras están en la ciudad van al paso, porque la gente se

arremolina. Pero, en cuanto salen, van al trote, en una caravana sonora de cascos y cascabeles.

Jonatás explica: ―Está en el carro con Ester. ¡Oh, patrona mía! ¡Qué alegría hacerte

feliz!¡Llevarte a Jesús! ¡Oh, mi Señor! ¡Tenerte aquí, a mi lado! ¡Tenerte!...Tienes justamente el

rostro de estrella que ella te ha visto, y eres rubio y con ojos de cielo, y tu voz es realmente

sonido de arpa... ¡Oh, pero tu Madre!... ¿La vas a llevar a la patrona algún día?‖. Jesús: ―Irá la

patrona a Ella. Serán amigas‖. Jonatás: ―¿Sí?... Sí, puede serlo. Juana está casada y ha sido

madre, pero tiene alma pura como una virgen. Puede estar junto a María bendita‖. ■ Jesús se

vuelve por una fresca carcajada de Juan, seguida de la de todos los demás. Pedro dice: ―Quien

provoca la risa soy yo, Maestro. En la barca me siento más seguro que un gato... pero ¡aquí

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arriba! ¡Parezco un barril de madera suelto en el puente de una nave con el viento del sudoeste!‖.

Jesús sonríe y le anima, prometiéndole que pronto terminará el trote. Pedro: ―¡Oh! No es

nada. Si los muchachos se ríen, nada hay de malo. Vamos, vamos a hacer feliz a esa buena mujer‖.

Jesús vuelve una vez más su rostro por otra explosión de risas. Pedro exclama: ―¡No! Esto no te

lo digo, Maestro... y ¿por qué no? Sí que te lo digo. Decía yo: «Nuestro supremo ministro se

va a tirar de los pelos cuando sepa que no ha estado justo cuando se podía pavonear con

una dama». Y ellos se ríen. De todas formas, es así. Estoy seguro de que, si se lo hubiera

imaginado, no hubiera tenido viñas paternas que cuidar‖. Jesús no contradice. Se corre rápido el

camino sobre estos borriquillos bien nutridos. Con el claro de luna dejan atrás Caná. ■ Jonatás:

―Si me permites, te precedo. Paro el carro. Los movimientos bruscos la hacen sufrir mucho‖.

Jesús: ―Ve, sí‖. Jonatás pone el caballo a galope. Siguen y siguen bajo la luz blanca de la luna.

Luego... la forma oscura de un voluminoso carro cubierto, parado al borde del camino. El asno

en que va Jesús, instigado por Él, alcanza un pequeño galope, sesgado. Jesús llega al carro. Se

apea. Jonatás anuncia: ―¡El Mesías!‖. La anciana nodriza se arroja del carro al camino, del

camino al polvo. ―¡Oh, sálvala! Se está muriendo‖. Jesús: ―Aquí estoy‖. Y Jesús, sube al carro,

donde hay, extendido, un considerable número de almohadones y sobre ellos un cuerpo exiguo.

Hay un farolillo en un ángulo, y copas y ánforas. Y una joven criada llorando, que está secando

el sudor helado de la moribunda. Jonatás acude con uno de los faroles del carro. Jesús se inclina

hacia la mujer decaída, verdaderamente moribunda. No hay diferencia entre el candor del

vestido de lino y la palidez, incluso ligeramente azulada, de las manos y del rostro esquelético.

Solo las pobladas cejas y las largas pestañas negrísimas proporcionan un color a ese rostro de

nieve. Ni siquiera tiene en sus mejillas enjutas el infausto color rojo de los tuberculosos, la

respiración es difícil, y en los labios semiabiertos hay una sombra purpúrea. ■ Jesús se arrodilla

a su lado y la mira. La nodriza le toma la mano y la llama. Pero el alma, ya en los umbrales que

despiden a la vida, no oye más. Han llegado los discípulos y los dos jóvenes de Nazaret, y se

arremolinan junto al carro. Jesús pone una mano en la frente de la moribunda, que por un

instante abre sus ojos nublados, vagos y luego los cierra. La nodriza deplora: ―Ya no oye‖. Y

llora más fuerte. Jesús hace un ademán: ―Madre, oirá, ten fe‖ y luego la llama: ―¡Juana!

...¡Juana! Soy yo. Yo que te amo. Soy la Vida. Mírame, Juana‖. La moribunda abre sus grandes

ojos negros con un mirar más vivo, y mira el rostro que está junto a ella. Tiene un movimiento

de alegría y una sonrisa brota. Mueve despacio los labios sin voz, con palabras que no tienen

sonido. Jesús: ―Sí, soy Yo, viniste... y vine a salvarte. ■ ¿Puedes creer en Mí?‖. La agonizante

asiente con la cabeza. Toda la vitalidad se ha acumulado en la mirada y en las palabras que no

puede pronunciar. Jesús: ―Pues bien, (Jesús, aunque continúa de rodillas y con la mano

izquierda en la frente, se endereza y toma la posición de milagro) pues bien: ―Yo lo quiero. Sé

sana. Levántate‖. Quita la mano y se pone en pie. Una fracción de minuto y luego Juana de

Cusa, sin ayuda de nadie, se sienta, da un grito y se lanza a los pies de Jesús con una voz fuerte

y llena de felicidad: ―¡Oh!¡Amarte toda mi vida! ¡Para siempre! ¡Tuya! ¡Para siempre

tuya!¡Nodriza! ¡Jonatás! ¡Estoy curada! ¡Oh!¡Pronto! Corred a decirlo a Cusa. Que venga a

adorar al Señor. ¡Bendíceme una vez más, Salvador mío!‖. Llora y ríe mientras besa el vestido y

la mano de Jesús. ■ Jesús: ―Te bendigo, sí. ¿Qué otra cosa quieres que te haga?‖. Juana:

―Ninguna, Señor, a no ser que me ames y que me permitas que te ame‖. Jesús: ―Y... ¿no

querrías un niño?‖. Juana: ―¡Oh, un niño!... Lo que Tú quieras, Señor. Te entrego todo: mi

pasado, mi presente y mi futuro. Todo te lo dedico y todo te lo doy. Da a tu sierva lo que sabes

que es mejor para ella‖. Jesús: ―La vida eterna, entonces. Sé feliz. Dios te ama. Me voy. Te

bendigo y os bendigo‖. Juana: ―No, Señor, quédate un tiempo en mi casa, que ahora es un

rosal en flor. Permíteme que vuelva a ella contigo... ¡Soy feliz!‖. Jesús: ―Voy. Pero tengo a

mis discípulos‖. Jonatás: ―Mis hermanos, Señor. Juana tendrá, tanto para ellos como para Ti,

comida y bebida y... descanso. ¡Hazme feliz!‖. ■ Jesús: ―Vamos, devolved los borriquillos y

sigamos a pie. El camino es corto. Caminaremos despacio para que podáis seguirnos. Adiós

Ismael y Aser. Saludad a mi Madre, y a mis amigos‖. Los dos nazarenos, estupefactos, se van

con sus asnos, mientras el carro emprende el retorno con su carga de alegría ahora. Detrás

vienen los discípulos comentando el hecho. Todo termina. (Escrito el 13 de Febrero de 1944)

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2-103-141 (2-69-632).- Jesús en los altos del Líbano donde los pastores Benjamín y Daniel.

* Al hablar de Eliseo, patrón de Daniel y Benjamín, es descrita la crueldad del fariseo

Doras, patrón de Jonás.-«El rescate».- ■ Pedro comenta: ―Estos lugares son hermosos‖.

Zelote: ―Y no hace mucho calor‖. Mateo añade: ―Con estos árboles, el sol molesta poco...‖. Juan

pregunta: ―¿De aquí llevaron los cedros del Templo?‖. Jonatás: ―De aquí. Estos bosques son

los que proporcionan la mejor madera. El patrón de Daniel y de Benjamín tiene muchísimos,

además de muchísimo ganado. Los sierran allí mismo y luego los transportan al valle por

algunos pasillos o sobre los hombros. El trabajo es difícil cuando los troncos deben ser usados

enteros, como fue el caso del Templo. Pero paga bien y hay muchos a su servicio; y además es

muy bueno. ■ No es como aquel feroz de Doras. ¡Pobre Jonás!‖. Zelote: ―Pero ¿cómo es

posible que sus servidores sean casi esclavos? Cuando le dije: «Déjale plantado y vente con

nosotros, que Simón de Jonás tendrá siempre para ti un pan»; me dijo: «No puedo si no pago mi

rescate». ¿Qué historia es ésta?‖. Jonatás: ―Doras no es el único en Israel que habitualmente

hace esto: cuando ve que un siervo es bueno, le lleva con aguda astucia sutil a la esclavitud. Le

carga con deudas inmensas y falsas que el pobre no puede pagar; cuando la suma es suficiente,

dice: «Tú eres mi esclavo por deudas»‖. Zelote: ―¡Qué vergüenza! ¡Y además es fariseo!‖.

Jonatás: ―Sí. Jonás mientras tuvo ahorros, pudo pagar... luego... Un año el granizo, otro la

sequía, el trigo y la uva dieron poco, Doras multiplicó el daño por diez... y otra vez por diez...

Luego Jonás se enfermó por el excesivo trabajo. Doras le prestó dinero para que se curara, pero

quiso el doce por uno. Como Jonás no lo tenía, añadió esto al resto. En pocas palabras: después

de algunos años, se había acumulado una deuda que le hizo esclavo; y jamás le dejará que se

vaya... Siempre encontrará otras razones y otras deudas...‖. Jonatás está triste al pensar en su

amigo. Zelote: ―¿Y tu patrón no podía...?‖. Jonatás: ―¿Qué? ¿Hacer que le trataran como a un

ser humano? ¿Pero quién se enfrenta a los fariseos? Doras es uno de los más poderosos, creo

que incluso es pariente del Sumo Sacerdote... al menos eso se dice. Una vez, cuando le dieron

de palos a Jonás hasta dejarle exánime, y yo lo supe, lloré tanto, que Cusa me dijo: «Pago yo su

rescate por hacerte feliz». Pero Doras se rió delante de su cara y no aceptó nada. ¡Ése!... tiene

los campos más ricos de Israel... pero, te lo juro, han sido abonados con la sangre y las lágrimas

de sus siervos‖. ■ Jesús mira a simón Zelote y éste mira a Jesús. Ambos están apenados. Zelote:

―¿Y éste de Daniel es bueno?‖. Jonatás: ―Al menos, humano. Quiere, pero no oprime, y, dado

que los pastores son honestos, los trata con amor; son los que mandan en los pastos. A mí me

conoce y me respeta porque soy un doméstico de Cusa y... podría serle útil... Pero... Señor, ¿por

qué el hombre es tan egoísta?‖. Jesús: ―Porque el amor fue estrangulado en el Paraíso Terrenal.

Yo vengo, no obstante, a aflojar esa soga y a dar nueva vida al amor‖.

* Recuerdos imborrables de aquellos días de Belén en Daniel y Benjamín.- ■ Jonatás dice:

―Hemos llegado a la propiedad de Elíseo. Los pastos están aún lejanos, pero a esta hora las

ovejas casi siempre están en los apriscos, por el sol. Voy a ver si están‖. Y se marcha casi

corriendo. Vuelve después de un rato con dos pastores entrecanos y robustos, los cuales

realmente se precipitan abajo por la pendiente para ir a donde Jesús que les saluda: ―La paz sea

con vosotros‖. Uno de ellos dice: ―¡Oh! ¡Nuestro Niño de Belén!‖; y el otro: ―Bendita seas, Paz

de Dios, que has venido a nosotros‖. Los dos hombres están inclinados hasta tocar la hierba. El

saludo a un altar no es tan profundo como éste dedicado al Maestro. Jesús: ―Levantáos. Os

devuelvo la bendición, y me alegra hacerlo porque la bendición desciende con gozo sobre quien

es digno de ella‖. Exclaman: ―¡Oh, dignos nosotros!...‖. Jesús: ―Sí, vosotros, que habéis sido

siempre fieles‖. Benjamín dice: ―¿Quién no lo habría sido? ¿Quién puede borrar aquella hora?

¿Quién puede decir: «No es verdad lo que vimos»? ¿Quién puede olvidar que Tú nos sonreíste

durante meses, cuando, volviendo entre las ovejas al atardecer, te llamábamos y Tú, al sonido de

nuestras flautas, batías las manitas?... ¿Le recuerdas, Daniel? Casi siempre vestido de blanco en

los brazos de su Madre, te veíamos entre rayos de sol en el jardín de Ana o desde la ventana, y

parecías una flor que descansaba sobre la nieve del vestido materno‖. Daniel dice: ―Y aquella

vez que viniste, dando los primeros pasos, a acariciar a un corderito menos rizado que Tú...

¡Qué feliz se te veía! Y nosotros no sabíamos qué hacer de nuestras rústicas personas.

Habríamos deseado ser ángeles para parecerte menos feos...‖. Jesús: ―¡Amigos míos! Yo veía

vuestro corazón, y eso veo también ahora‖. Benjamín: ―¡Y nos sonríes como entonces!‖.

Daniel: ―¡Y has venido hasta aquí para ver a estos pobres pastores!‖. ■ Jesús: ―A mis amigos.

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Ahora estoy contento. Os he vuelto a encontrar a todos y ya no os perderé. ¿Podéis dar

hospedaje al Hijo del hombre y a sus amigos?‖. Daniel: ―¡Señor! ¿Pero lo pides? No nos falta ni

pan ni leche, pero si tuviéramos solo un bocado te lo daríamos con tal de tenerte con nosotros.

¿Verdad, Benjamín?‖. Benjamín: ―¡Hasta el corazón te daríamos por comida, ¡oh Señor nuestro

tan suspirado!‖. Jesús: ―Vamos, entonces. Hablaremos de Dios...‖. ■ Daniel: ―Y de tus padres,

Señor. ¡José era tan bueno! ¡María..., oh, la Madre! Fijaos, mirad este narciso bañado de rocío.

Es hermoso y puro con su corola que parece una estrella diamantina. Ella, sin embargo... ¡oh,

esto está sucio si se compara a la Madre! Una sonrisa suya era purificación; encontrarse con

Ella, una fiesta; y oírla, santificarse. ¿Te acuerdas también de aquellas palabras tú, Benjamín?‖.

Benjamín: ―Sí. Te las puedo repetir, Señor. Porque cuanto Ella nos dijo en los meses en que

pudimos oírla está escrito aquí (y señala el pecho) en el corazón. Es la página de nuestra

sabiduría. Y ésta la comprendemos aun nosotros porque es palabra de amor y el amor lo

entienden todos. Ven, Señor, entra y bendice esta morada feliz‖. Entran en una habitación,

cercana a un extenso redil y todo termina. (Escrito el 10 de Febrero de 1945).

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(<Jesús con sus apóstoles, excepto Iscariote, se encuentra en una casa de una ciudad marítima en la región

siro-fenicia>).

2-104-148 (2-70-639).- Noticias sobre la muerte de Alfeo y sobre el rescate del expastor Jonás

que Lázaro gestiona.

* Carta de la Virgen comunicando la muerte de Alfeo y el ambiente hostil de Nazaret

hacia Jesús.- ■ Entra el pastor José. Está completamente lleno de polvo del camino, como quien

hubiera andado mucho. Jesús, después del beso de saludo, pregunta: ―¿Tú? ¿Por qué?‖. José:

―Tengo cartas para Ti. Tu Madre me las ha dado, y una es suya. Aquí están‖. Y José entrega

tres pequeños rollos de una especie de pergamino fino, atados con una cinta. La más voluminosa

de las cartas está incluso cerrada con un sello, otra tiene sólo el nudo y la tercera muestra un

sello roto. ―Ésta es de tu Madre‖, e indica la que tiene el nudo. Jesús la desenrolla y la lee;

primero en voz baja, luego alto. ―«A mi amado Hijo, paz y bendición. .Ha llegado a mí a la hora

prima de las calendas de la luna de Elul un enviado de Betania. Se trata de Isaac, pastor. Le he

dado un beso de paz en tu nombre y reposo como personal agradecimiento. Me ha traído estas

dos cartas que ahora te envío diciéndome de palabra que el amigo Lázaro de Betania te ruega que

condesciendas con lo que te pide. Amado Jesús, mi bendito Hijo y Señor, yo también tendría dos

cosas que pedirte. Una, recordarte que me prometiste llamar a tu pobre Mamá para instruirle

en la palabra; la segunda, que no vengas a Nazaret sin haber hablado antes conmigo»‖. ■ Jesús

se detiene bruscamente, se pone en pie y va hacia donde están Santiago y Judas. Los abraza

estrechamente y termina repitiendo, sin leer, las palabras: ―«Alfeo ha vuelto al seno de Abraham

la pasada luna llena, con gran duelo de la ciudad...»‖. Los dos hijos lloran sobre el pecho de

Jesús, que termina: ―«... En el último momento te hubiera deseado a su lado, pero Tú estabas

lejos. Esto, no obstante es un consuelo para María, que ve en ello perdón de Dios, y debe dar

paz también a mis sobrinos». ¿Habéis oído? Ella lo dice, y Ella sabe lo que dice‖. Santiago

suplica: ―Dame la carta‖. Jesús: ―No. Te perjudicaría‖. Santiago: ―¿Por qué? ¿Qué puede decir que

sea más penoso que la muerte de un padre?...‖. Judas suspira: ―Que nos ha maldecido‖. Dice Jesús:

―No. No es eso‖. Judas: ―Lo dices para no traspasar nuestro corazón. Pero es así‖ Jesús: ―Lee,

entonces‖. Y Judas lee: ―«Jesús, te ruego, y conmigo María, que no vengas a Nazaret hasta que

el duelo no haya terminado. El amor hacia Alfeo hace injustos a los nazarenos respecto a Ti, y

tu Madre llora por ello. El buen amigo Alfeo me consuela, y pone calma en el pueblo. Ha tenido

mucha resonancia lo que han contado Aser e Ismael sobre la mujer de Cusa, pero Nazaret es

ahora un mar agitado por vientos contrarios. Te bendigo, Hijo mío, y te pido paz y bendición

para mi alma. Paz a mis sobrinos. Mamá»‖. Los apóstoles hacen comentarios y consuelan a los

dos hermanos, que están llorando.

* Cartas de Lázaro y de Doras.- ■ Pedro dice: ―¿Y esas, no las lees?‖. Jesús hace un gesto de

asentimiento y abre la de Lázaro. Llama a Simón Zelote. Leen juntos en un ángulo. Luego abren

el otro rollo y lo leen también. Debaten. Veo que Simón trata de persuadirle de algo a Jesús, pero

no lo consigue. Jesús con los rollos en la mano, se coloca en medio de la estancia y dice: ―Oid,

104.7

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amigos. Somos todos una familia y no hay secretos entre nosotros y, si tener oculto el mal es

piedad, dar a conocer el bien es justicia. Oíd lo que escribe Lázaro de Betania: «Al Señor Jesús

paz y bendición, y paz y salud a mi amigo Simón. He recibido tu carta y, como siervo que soy,

he puesto mi corazón, mi palabra y todos mis medios a tu servicio para satisfacerte y tener el

honor de serte siervo no inútil. He ido a ver a Doras a su castillo de Judea, a rogarle que me

vendiera su siervo Jonás como Tú deseas. Confieso que si Simón, amigo mío fiel, no me

hubiera dicho que me lo pedía por Ti, no habría visto la cara de ese chacal burlón, cruel y

funesto. Pero por Ti, Maestro y amigo, me siento capaz de afrontar hasta incluso a Satanás. Ello

porque pienso que quien trabaja para Ti te tiene cercano y está, por tanto, protegido. Y

ciertamente he recibido ayuda, porque he vencido, contra todas las previsiones. Dura fue la

discusión y humillantes las primeras negativas. Tres veces tuve que agachar la cabeza ante este

esbirro con poder. Luego, me impuso una espera de días. Finalmente, la carta; digna de un

áspid. Yo casi no oso decirte: ‗Cede para conseguir el objetivo‘, porque él no es digno de tu

presencia; pero no hay otra forma. He aceptado en tu Nombre y he firmado. Si he hecho mal,

repréndeme. No obstante --créeme-- he tratado de servirte lo mejor que podía. Ayer ha venido

un discípulo tuyo, judío, diciendo que venía en tu nombre a saber si había alguna noticia que

llevarte. Ha dicho llamarse Judas de Keriot. No obstante, he preferido esperar a Isaac, para

entregarle la carta. Y me ha extrañado mucho el que hubieras mandado a otros, sabiendo que

todos los sábados viene aquí Isaac, para su reposo sabático. No tengo más que decirte. Tan solo

te ruego, al besar tus santos pies, que los dirijas a la casa de tu siervo y amigo Lázaro, como

prometiste. A Simón, salud. A Ti, Maestro y Amigo, un ósculo de paz solicitando tu bendición.

Lázaro». ■ Y ahora la otra, la carta de Doras: «A Lázaro. Salud. He decidido. Por una suma

doble obtendrás a Jonás. No obstante, pongo estas condiciones y no pienso cambiar respecto a

ellas bajo ningún motivo. Quiero que primero Jonás termine la cosecha de este año, o sea, su

entrega se efectuará para la luna de tisri, al final de la luna. Quiero que venga personalmente a

recogerle Jesús de Nazaret, al cual le pido que entre bajo mi techo, para conocerle. Quiero pago

inmediato a la vista de contrato en regla. Adiós. Doras»‖. Pedro grita: ―Qué peste. Pero ¿quién

paga? Quién sabe lo que pide, y nosotros... ¡estamos siempre sin un céntimo!‖. Jesús: ―Simón

paga. Para darme esta alegría a Mí y al pobre Jonás. No adquiere sino una piltrafa humana, que

para nada le servirá; pero conquista un gran mérito en el Cielo‖. Todos muestran asombro:

―¿Tú? ¡Oh!‖. Hasta los hijos de Alfeo salen de su aflicción por el estupor. Jesús: ―Él es. Es justo

que ello sea conocido‖. Pedro: ―Sería también justo saber por qué Judas de Keriot ha ido donde

Lázaro. ¿Quién le había enviado? ¿Tú?‖. Jesús no responde a Pedro. Se muestra muy serio y

pensativo. Sale de la meditación solo para decir: ―Preocupaos de que José cene y repose, luego

nos retiraremos a descansar. Yo prepararé la contestación a Lázaro...‖. (Escrito el 11 de Febrero

de 1945).

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2-109-170 (2-76- 661).- Rescate y muerte del expastor Jonás. Contraste de vidas: entre Jonás y

Doras. La salvación se consigue en el lugar señalado por Dios a cada uno, sin rebelarse y

obrando según la Ley eterna del Decálogo.

* A los 4 amigos de Jonás: “Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un

amigo”.- Pedro y 3 más cargan con el arado.- ■ Vuelvo a ver la llanura de Esdrelón, es de

día pero un día seminublado de fines de otoño. Debió de haber llovido por la noche; una de las

primeras melancólicas lluvias de los meses invernales, porque la tierra está húmeda aunque no

lodosa. Todavía sopla el viento, un viento que arranca las amarillentas hojas y penetra en los

huesos con su humedad. Son escasas las yuntas de bueyes tirando del arado. Levantan

fatigosamente la tierra densa y pesada de esta fértil llanura para prepararla a recibir la semilla. Y

lo que más me duele es ver que en algunos lugares son los mismos hombres los que hacen el

trabajo de bueyes, jalando la reja del arado con todas las fuerzas de sus brazos y hasta con el

pecho, apuntalando los pies en el suelo ya flojo, trabajando como esclavos en esta operación que

cansa incluso a los fuertes toros. También Jesús contempla y ve. La tristeza se ve en su rostro

bañado de lágrimas. Los discípulos: once, porque Judas está todavía ausente y los pastores ya no

están, hablan entre sí y Pedro dice: ―Pequeña, pobre y fatigosa es la barca... ¡pero cien veces

mejor que este trabajo de bestias de tiro!‖ y luego pregunta: ―Maestro ¿serán estos los siervos de

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Doras?‖. Simón Zelote responde: ―No lo creo; sus campos están más allá de aquellos árboles

frutales. Todavía no los vemos‖. ■ Mas Pedro, siempre curioso, se separa del camino y se va

por un lindero entre dos parcelas. En los bordes se han sentado un momento cuatro flacos y

sudados campesinos. Respiran fatigosamente. Pedro les pregunta: ―¿Sois de Doras?‖.

Responden: ―No, somos de su pariente Yocana. Y tú, ¿quién eres?‖. Pedro: ―Soy Simón de

Jonás, pescador de Galilea hasta la luna de Ziv, ahora soy Pedro de Jesús de Nazaret, el Mesías

de la Buena Nueva‖. Pedro dice gustoso y con orgullo de alguien que dijera: ―Pertenezco al alto

y divino César de Roma‖ y mucho más. Su honrada cara resplandece de alegría al decir que es

de Jesús. Los cuatro campesinos infelices exclaman: ―¡Oh! ¡El Mesías! ¿Dónde?, ¿dónde está?‖.

Pedro, señalando: ―Es aquel. Aquel alto y rubio, vestido de rojo oscuro. El que está ahora

mirando hacia aquí y que sonríe porque está esperándome‖. Campesinos: ―¡Oh!... si fuésemos a

Él... ¿nos rechazaría?‖. Pedro: ―¿Rechazaros?... ¿Por qué? Es el amigo de los infelices, de los

pobres, de los oprimidos, y me parece que vosotros... pertenecéis a éstos...‖. Campesinos:

―¡Claro que lo somos! ¡Y cómo! De todas formas, de ninguna manera como los de Doras. Al

menos tenemos pan suficiente y no nos azotan sino en el caso de que dejemos el trabajo,

pero...‖. Pedro: ―Quieres decir que si el hermoso señorito de Yocana os encontrara aquí

hablando os...‖. Campesinos: ―Nos azotaría como no lo hace ni con sus perros...‖. Pedro silba de

modo significativo. Luego dice: ―Entonces será mejor hacer así...‖ y poniendo sus manos en la

boca a modo de embudo, grita fuerte: ―Maestro, ven aquí. Hay corazones que sufren y te

quieren‖. Los campesinos no se lo pueden creer: ―Pero ¿qué estás diciendo? ¡Él! ¡¿Aquí donde

nosotros?! ¡Pero si nosotros no somos más que unos siervos sin ningún valor!‖. Los cuatro están

aterrorizados de tanto atrevimiento. Pedro riéndose: ―Los azotes no son algo agradables, y si se

asoma por aquí ese «hermoso» fariseo, no querría recibir también yo una ración... ‖, y zarandea

con su manota al más aterrorizado de los cuatro. ■ Jesús con su largo paso va hasta allí. Los

cuatro no saben qué hacer. Querrían ir a su encuentro, pero el respeto los paraliza (pobres seres

a quienes la perversidad humana ha transformado en seres atemorizados de todo). Caen rostro

en tierra, adorando desde ahí al Mesías, que se llega a ellos. ―La paz a todos los que me desean.

Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un amigo. Levantaos. ¿Quiénes

sois?‖. Los cuatro apenas levantan el rostro del suelo, permaneciendo de rodillas y mudos.

Pedro habla y dice: ―Son cuatro siervos del fariseo Yocana, pariente de Doras. Querrían

hablarte, pero... si llega él, serán apaleados y por eso te dije: «¡Ven!» ¡Ea muchachos, que no os

come! Tened confianza. Tomadle como a un amigo vuestro‖. Campesinos: ―Nosotros... nosotros

sabemos de Ti... por Jonás...‖. Jesús: ―Vengo por él. Sé que me ha anunciado. ¿Qué sabéis de

Mí?‖. Campesinos: ―Que eres el Mesías. Que te vio cuando eras pequeñito, que los ángeles

cantaron paz a los buenos cuando Tú llegaste, que fuiste perseguido... pero que te salvaste, y

ahora has buscado a tus pastores... y que les amas. Estas últimas cosas las decía ahora. Y

nosotros pensábamos: si es tan bueno de amar y buscar a los pastores, ciertamente nos podrá

querer también a nosotros aunque sea un poco... Tenemos mucha necesidad de que alguien nos

ame...‖. ■ Jesús: ―Os amo. ¿Sufrís mucho?‖. Campesinos: ―¡Oh!... Pero más todavía los de

Doras. ¡Si Yocana nos encontrase hablando!... Pero hoy está en Guerguesa. Todavía no ha

regresado de los Tabernáculos. Su mayordomo nos dará esta noche de comer según el trabajo

hecho. ¡No importa! Recuperaremos el tiempo no descansando para la comida de la hora de

sexta‖. Pedro pregunta: ―Dime, muchacho. ¿No sería yo capaz de empujar ese arado? ¿Es un

trabajo difícil?‖. Campesino: ―Difícil no, pero fatigoso. Requiere fuerza‖. Pedro: ―Fuerzas

tengo. Déjame ver. Si soy capaz, mientras tú hablas, yo hago de buey. Tú Juan, Andrés y

Santiago... ¡adelante!, a la lección. Pasamos de los peces a los gusanos de la tierra. ¡Ea!‖. Pedro

pone su mano sobre el eje transversal del timón. Por cada arado hay dos hombres, uno de este

lado, el otro al otro lado de la larga barra del timón. Mira e imita todos los movimientos del

campesino. Fuerte como es y estando descansado, trabaja bien. El hombre le alaba. El buen

Pedro exclama contento: ―Soy un maestro en arar. ¡Ea Juan! ¡Ven aquí! Un toro y un becerro

por arado. En el otro, Santiago y el mudo toro de mi hermano. ¡Animo!... ¡Eh! ¡ahora!‖ y el par

de arados empiezan a revolver la tierra y a hacer el surco a través del lago campo; y al llegar al

límite, voltean el arado y hacen otro surco. Parece como si hubiesen trabajado siempre de

campesinos. El más audaz de los siervos de Yocana dice: ―¡Qué buenos son tus amigos! ¿Tú has

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hecho que sean así?‖. Jesús: ―Yo he dado una regla a su bondad. Como tú haces con las tijeras

de podar. Pero la bondad ya existía en ellos. Ahora florece bien, porque hay quien la cuida‖.

* “¿Reprocháis a Dios por haberos puesto entre los últimos de la tierra?...Bienaventurados

los que hayan honrado al Señor con verdad y justicia”.- ■ Campesino: ―Son también

humildes. ¡Amigos tuyos y ayudar así a unos pobres siervos!‖. Jesús: ―Conmigo solo puede

estar quien ama la humildad, la mansedumbre, la continencia, la honradez y el amor; sobre todo

el amor, porque quien ama a Dios y al prójimo posee como consecuencia todas las virtudes

y conquista el Cielo‖. Campesino: ―¿Podremos también nosotros conseguirlo, nosotros que no

tenemos tiempo de orar, de ir al Templo, ni siquiera de levantar la cabeza del surco?‖. Jesús:

―Responded: ¿existe en vosotros rebelión, y reprocháis a Dios por haberos puesto entre los

últimos de la tierra?‖. Campesinos: ―¡Oh, no, Maestro! Es nuestra suerte. Cuando cansados nos

echamos en la cama, decimos: «¡Y bien!, el Dios de Abrahám sabe que estamos tan exhaustos

que no podemos decirle más que: ‗Bendito seas, Señor‘»; también decimos: «Hoy hemos vivido

también sin cometer pecado»... Ya sabes... podríamos robar un poquito, comer con el pan un

fruto, o echar algo de aceite en las verduras molidas. Pero el amo dijo: «A los siervos les basta

el pan y las verduras cocidas, y en el tiempo de la recolección un poco de vinagre en el agua

para calmar la sed y proporcionar energía». Y nosotros lo hacemos. En fin... se podría estar

peor‖. ■ Jesús: ―Yo en verdad os digo, que el Dios de Abraham sonríe al ver vuestros

corazones, mientras su rostro es severo con quienes le insultan en el Templo con mentirosas

plegarias, porque no aman a sus semejantes‖. Campesinos: ―¡Oh, pero entre sí se aman! Al

menos... eso parece, porque se veneran mutuamente con regalos y reverencias. Es a nosotros a

quienes no aman. Pero nosotros somos diferentes de ellos, y es justo‖. Jesús: ―No. En el Reino

de mi Padre no es justo, y distinto será la manera de juzgar. No los ricos y poderosos, porque lo

sean, tendrán honras, sino los que habrán siempre amado a Dios sobre sí mismos y sobre

cualquier otra cosa como dinero, poder, mujer, y mesa; y amado a sus semejantes que son todos

los hombres, ricos o pobres, famosos o desconocidos, doctos o sin cultura, buenos o malvados.

Sí, también es necesario amar a los malvados. No por su maldad, sino por compasión hacia su

pobre alma que han herido de muerte. Es menester amarlos con un amor que suplique al Padre

celestial que los cure y redima. En el Reino de los Cielos serán bienaventurados, los que hayan

honrado al Señor con verdad y justicia, y hayan amado a sus padres y familiares por respeto; los

que no habrán robado de ninguna manera cosa alguna, o sea, los que hayan dado y pretendido lo

justo, incluso en el trabajo de sus siervos; los que no hayan destruido ni reputaciones ni

criaturas, y no hayan tenido deseo de matar, aun cuando los modos de actuar de los demás

hayan sido tan crueles que solivianten el corazón al desprecio y a la rebelión; quienes no hayan

jurado en falso, dañando al prójimo y a la verdad; quienes no hayan cometido adulterio o

cualquier otro acto vicioso carnal; quienes mansa y resignadamente hayan aceptado su

suerte sin envidiar a los demás. De éstos es el Reino de los Cielos. Y así, el mendigo puede

ser allá arriba un rey bienaventurado, mientras que el Tetrarca con su poder será nada; es más,

más que nada: será pasto de Satanás si ha actuado contra la Ley eterna del Decálogo‖. ■ Los

hombres le están escuchando con la boca abierta. Cerca de Jesús están Bartolomé, Mateo,

Simón, Felipe, Tomás, Santiago y Judas Alfeo. Los otros cuatro continúan su trabajo, colorados,

sudorosos, pero alegres. Pedro es suficiente para tener a todos alegres. Campesinos: ―¡Oh,

cuánta razón tenía Jonás en llamarte: «Santo»! Todo en Ti es santo; las palabras, la mirada, la

sonrisa... Jamás habíamos experimentado en el alma, así...‖.

* ―Es muy difícil amar a una hiena como Doras... pero Jonás, un santo, le ama”.- ■ Jesús:

―¿Hace mucho que no veis a Jonás?‖. Campesinos: ―Desde que está enfermo. Sí, Maestro, no

puede más. Antes a duras penas podía moverse, pero después de las labores del verano y de la

vendimia ya realmente no se tiene en pie. Y con todo... le hace trabajar ése... ¡Oh, Tú dices que

es menester amar todos, pero es muy difícil amar a las hienas, y Doras es peor que una hiena!‖.

Jesús: ―Jonás le ama...‖. Campesino: ―Sí, Maestro. Y yo digo que es santo como los que, por su

fidelidad al Señor Dios, fueron martirizados‖. Jesús: ―Has dicho bien. ¿Cómo te llamas?‖.

Campesino: ―Miqueas y éste Saulo, éste Joel y éste Isaías‖. Jesús: ―Recordaré al Padre vuestros

nombres. ¿Decías que Jonás está muy enfermo?‖. Miqueas: ―Sí. Apenas termina el trabajo se

echa sobre su jergón de paja y no le vemos más. Nos lo dicen los otros siervos de Doras‖. Jesús:

―¿Está en el trabajo a esta hora?‖. Miqueas: ―Si puede estar en pie, sí. Debería estar al otro lado

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de aquel manzanar‖. Jesús: ―¿Ha sido buena la cosecha de Doras?‖. Miqueas: ―¡Oh, ha sido

célebre en toda la región! Fueron apuntalados los árboles porque los frutos tenían un tamaño

verdaderamente milagroso. Doras tuvo que construir nuevas cubas, porque en las antiguas no

hubiera cabido la uva. ¡Era tanta!‖. Jesús: ―Entonces Doras debió de haber premiado a su

siervo‖. Miqueas: ―¿Premiado? ¡Señor, qué mal le conoces!‖. Jesús: ―Pero si Jonás me dijo que

hace años le dio una paliza mortal por haber desaparecido algunos racimos de uvas, y que pasó a

ser esclavo por deudas habiéndole acusado el patrón de pérdidas por la escasa cosecha, este año,

que tuvo una cosecha milagrosa, debía de haberle dado premio‖. Miqueas: ―No. Le azotó

ferozmente, acusándole de no haber obtenido los años anteriores igual abundancia por no haber

cuidado la tierra como se debía‖. ■ Mateo exclama: ―¡Ese hombre es una fiera!‖. Jesús: ―No. Es

un hombre sin alma. Os dejo, hijos, con una bendición. ¿Tenéis pan y comida para hoy?‖.

Miqueas: ―Tenemos este pan‖ y, sacando un pan oscuro de una bolsa que está en el suelo, se lo

muestran. Jesús: ―Tomad mi comida. No tengo más que esto. Hoy estaré en la casa de Doras

y... ―. Miqueas: ―¿Tú en la casa de Doras?‖. Jesús: ―Sí, para rescatar a Jonás. ¿No lo sabíais?‖.

Miqueas: ―Nadie sabe nada aquí. Pero... desconfía, Maestro. Eres como una oveja en la cueva

del lobo‖. Jesús: ―No me podrá hacer nada. Tomad mi comida. Santiago, dales cuanto

tengamos. También vuestro vino. Alegraos un poco también vosotros, pobres amigos, en el

alma y en el cuerpo. Pedro, vámonos‖. Pedro: ―Voy, Maestro. No quedaba más que este surco

para terminar‖ y corre a donde está Jesús, respirando con fatiga, se seca con el manto que se

había quitado, se lo vuelve a poner y ríe feliz. Los cuatro terminan de dar las gracias y le

preguntan: ―¿Pasarás por aquí, Maestro?‖. Jesús: ―Sí, esperadme. Saludaréis incluso a Jonás.

¿Lo podréis hacer?‖. Miqueas: ―¡Claro! El campo debía estar arado para el atardecer y ¡ya está

hecho más de dos terceras partes, ¡y qué bien y qué rápido! ¡Tus amigos son fuertes! Dios os

bendiga. Hoy para nosotros es una fiesta mayor que la de los Ácimos. ¡Que Dios os bendiga a

todos! ¡A todos! ¡A todos!‖.

* ―Los muertos aman a los vivos con doble amor”.- ■ Jesús se dirige derecho al manzanar.

Lo atraviesan, llegan a los campos de Doras. Hay otros campesinos al arado o encorvados para

arrancar de los surcos las hierbas. Jonás no está. Jesús es reconocido y sin dejar los hombres el

trabajo, le saludan. Jesús: ―¿Dónde está Jonás?‖. Campesinos: ―Después de dos horas de trabajo

se cayó en el surco y le han llevado a casa. Pobre Jonás. Poco le queda por sufrir. Está ya a su

término. Jamás volveremos a tener un amigo tan bueno‖. Jesús: ―Me tenéis en la Tierra y a él

en el seno de Abrahám. Los muertos aman a los vivos con doble amor: con el suyo y con el

que reciben al estar con Dios, y por lo tanto con amor perfecto‖. Campesinos: ―¡Oh! Ve pronto a

donde está. ¡Que te vea ahora que sufre!‖. Jesús bendice y continúa su camino.■ Los discípulos

preguntan: ―¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Qué vas a decir a Doras?‖. Jesús: ―Voy a ir como si no

supiera nada. Si se siente descubierto, es capaz de cebarse contra Jonás y sus siervos‖. Pedro

dice a Simón Zelote: ―Tiene razón tu amigo Lázaro; es como un chacal‖. Zelote responde:

―Lázaro nunca dice más que verdad y nunca habla mal de nadie. ¡Le conocerás y le amarás!‖.

* Jesús lanza el anatema sobre los campos de Doras y apela al Dios del Sinaí.- ■ Se ve ya

la casa del fariseo. Larga, baja, bien construida, en medio de árboles frutales ya sin fruta. Una

casa de campo, pero rica y cómoda. Pedro y Simón se adelantan para avisar. Sale Doras. Un

viejo de semblante duro, de viejo rapaz: ojos irónicos, boca de sierpe que gesticula una sonrisa

falsa entre la barba que es más blanca que negra. ―Salud, Jesús‖ saluda familiarmente y con

manifiesta ostentación de benevolencia. Jesús no dice: ―Paz‖; solo responde: ―Tenla

igualmente‖. Doras: ―Entra. La casa te acoge. Has sido puntual como un rey‖. Jesús objeta:

―Como hombre honrado‖. Doras ríe con sorna. Jesús se vuelve y dice a los discípulos, que no

habían sido invitados: ―¡Entrad! Son mis amigos‖. Doras: ―¡Que entren!... pero... ¿aquel no es el

alcabalero, hijo de Alfeo?‖. Jesús: ―Este es Mateo, el discípulo del Mesías‖, y lo dice con un

tono que... el otro entiende y vuelve a reírse con mayor sorna que antes. Doras querría aplastar

al «pobre» Maestro galileo bajo la opulencia de su casa que por dentro es fastuosa. Fastuosa y

fría. Los siervos parecen esclavos. Caminan inclinados, dándose prisa rápidos, temerosos

siempre de que se les castigue. La casa da la impresión de que en ella reina la frialdad y el odio.

Pero Jesús no se deja aplastar ante la ostentación de riquezas, ni ante el recuerdo de posición y

parentela... y Doras, que percibe la indiferencia del Maestro, le lleva consigo por el jardín, en

donde hay también árboles; le muestra plantas raras y le ofrece frutos de ellas que los siervos

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traen en palanganas y en copas de oro. Jesús degusta y alaba la exquisitez de las frutas, parte

conservada en una especie de almíbar con duraznos bellísimos, parte fruta natural, como peras

de singular tamaño. Doras dice: ―Soy el único en Palestina en tener estas frutas y creo que ni

siquiera las hay como éstas en toda la península. Las mandé traer de Persia y de lugares más

lejanos todavía. La caravana me costó casi un talento. Pero ni siquiera los Tetrarcas tienen estas

frutas. Probablemente ni el mismo César. Cuento las frutas y recojo todas las semillas. Las peras

solo se comen en mi mesa, porque no quiero que se roben ni una semilla. Le envío a Anás, pero

tan solo cocidas porque así son ya estériles‖. ■ Jesús: ―Son plantas de Dios, y los hombres todos

son iguales‖. Doras: ―¿Iguales? ¡Noooo! ¿Yo igual a... a tus galileos?‖. Jesús: ―El alma viene de

Dios, y Él las crea iguales‖. Doras: ―¡Pero yo soy Doras, el fariseo!...‖ y diciendo esto parece

esponjarse como un pavo real. Jesús le atraviesa con sus ojos de zafiro, cada vez más

encendidos, señal precursora en Él de un acto de piedad o de rigor. Jesús es mucho más alto que

Doras y le domina; está majestuoso con su vestido purpúreo al lado de este pequeño y

encorvado fariseo embutido en su vestido amplísimo y con una impresionante abundancia de

franjas. Doras, después de algún tiempo de auto admiración de sí mismo, exclama: ―Pero Jesús,

¿por qué has enviado a la casa de Doras, el fariseo puro, a Lázaro, hermano de una prostituta?

¿Lázaro es tu amigo? ¡No debe serlo! ¿No sabes que está en el anatema, porque su hermana

María es una prostituta?‖. Jesús: ―No conozco más que a Lázaro y sus acciones, que son

honradas‖. Doras: ―Pero el mundo recuerda el pecado de esa casa y ve que su mancha se

extiende sobre los amigos... ¡No vayas a esa casa! ¿Por qué no eres fariseo? Si lo deseas... yo

soy poderoso... hago que te acepten como tal a pesar de que seas galileo. Puedo todo en el

Sanedrín. Anás está en mis manos como este pedazo de paño de mi manto. Serías más temido‖.

■ Jesús: ―Yo quiero solo ser amado‖. Doras: ―Yo te amaré. Ves que te amo desde que te cedo,

atendiendo a tu deseo, a Jonás‖. Jesús: ―He pagado por él‖. Doras: ―Es verdad, y me admiré

que Tú pudieses disponer de tal cantidad‖. Jesús: ―No fui yo, sino un amigo lo hizo por Mí‖.

Doras: ―Bien, bien. No quiero indagar. Ves que te amo y deseo satisfacerte. Tendrás a Jonás

después de la comida. Solo por Ti hago este sacrificio...‖ y ríe en medio de su cruel risa. Jesús le

mira cada vez con mayor rigor, con los brazos cruzados en el pecho. Están todavía en el jardín

de los árboles, en espera de la comida. Doras: ―Me debes hacer un favor. Alegría por alegría. Te

doy mi mejor siervo, me privo por lo tanto de una utilidad futura. Tu bendición, este año, (supe

que viniste cuando comenzaba el calor fuerte) me dio cosechas que han hecho célebres mis

posesiones. Bendice ahora mis ganados y mis campos. Para el año próximo echaré de menos a

Jonás... y mientras encuentre otro igual a él, ven, bendíceme. Dame la alegría de que se hable de

mí por toda la Palestina, y de tener rediles y graneros que revienten de abundancia. ¡Ven!‖. Y le

toma y trata de llevarle a la fuerza, poseído de su sed de oro. Jesús se opone y enérgicamente

pregunta: ―¿Dónde está Jonás?‖. Doras: ―En los arados. Ha querido hacer esto por su buen

patrón, pero vendrá antes de que termine la comida. Entre tanto ven a bendecir los ganados y los

campos, los árboles frutales, las viñas, y los olivares... todo... todo... ¡Oh! ¡Qué fértiles serán el

año que entra! Ven, pues‖. Jesús, en un tono mucho más fuerte, le pregunta: ―¿Dónde está

Jonás?‖. Doras: ―¡Ya te lo dije! Al frente de los arados. Es el primer siervo y no trabaja:

preside‖. Jesús: ―¡Mentiroso!‖. Doras: ―¿Yo?... ¡Lo juro por Yeové!‖. Jesús: ―¡Perjuro!‖.

Doras: ―¿Yo?... ¿Yo perjuro? Yo soy el fiel más fiel. ¡Ten cuidado como hablas!‖. Jesús:

―¡Asesino!‖. Jesús ha levantado cada vez más fuerte la voz, y la última palabra parece como si

fuese un trueno. Los discípulos se acercan a Él, los siervos se asoman por las puertas,

temerosos. ■ El rostro de Jesús es formidable en su severidad. Parece como si sus ojos arrojasen

rayos fosforescentes. A Doras por un momento el temor le sobrecoge. Se hace más pequeñito,

como un montón de tela finísima junto a la alta persona de Jesús vestido con lana pesada de un

rojo oscuro. Mas luego la soberbia se apodera otra vez de él. Doras se pone a gritar con su voz

chillona (exactamente como la de los zorros): ―En mi casa yo solo doy órdenes. ¡Sal de aquí vil

galileo!‖. Jesús: ―¡Saldré después de haberte maldecido a ti, tus campos, ganados, y viñas para

este año y para los que vengan!‖. Doras: ―¡No, esto no! Sí, es verdad. Jonás está enfermo. Pero

se ha curado. Se ha recuperado. Retira tu maldición‖. Jesús: ―¿Dónde está Jonás? Que un siervo

me conduzca a él, inmediatamente. Yo pagué, y, dado que para ti es una mercancía, una

máquina, tal lo considero; y, puesto que le he comprado, le quiero‖. Doras saca un silbato de oro

de entre su pecho y silba tres veces. Muchos siervos de la casa y del campo acuden de todas

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partes; corren --encorvados hasta el punto de que casi rozan el suelo-- hasta donde está su

temido dueño, que les ordena: ―¡Traedle a Jonás a éste y entregádselo! ¿A dónde vas?‖.

* Jesús, todo amor, toma y lleva consigo a Jonás.- ―Doras, te pongo en manos del Dios del

Sinaí”.- ■ Jesús ni siquiera responde. Camina detrás de los siervos que, presurosos, han cruzado

el jardín en dirección de las casas de los campesinos. Entran en el tugurio de Jonás. Éste,

realmente es un esqueleto semidesnudo, que respira fatigosamente por la fiebre sobre un lecho

de cañas; como colchón, un vestido remendado; como manta, un manto todavía más roto. La

joven de la otra vez le cuida como puede. Jesús: ―¡Jonás, amigó mío! ¡He venido a llevarte!‖.

Jonás: ―¿Tú?... ¡Señor mío! Me muero... ¡pero soy feliz de tenerte aquí!‖. Jesús: ―Fiel amigo,

eres libre desde ahora, y no morirás aquí. Te llevo a mi casa...‖. Jonás: ―¿Libre?... ¿Por qué?...

¿A tu casa? ¡Ah sí! Habías prometido que vería a tu Madre‖. Jesús es todo amor. Se inclina

sobre el miserable lecho del infeliz, y le dice a Pedro: ―Pedro, tú eres fuerte. Levanta a Jonás, y

vosotros dadle el manto. Este lecho es muy duro para cualquiera en estas condiciones‖. Los

discípulos se despojan de sus mantos con prontitud, los doblan y vuelven a doblar y los

extienden; con algunos hacen la almohada. Pedro coloca la carga de huesos y Jesús le cubre con

su mismo manto y pregunta a Pedro: ―Pedro, ¿tienes dinero?‖. Pedro: ―Sí, Maestro, tengo

cuarenta denarios‖. Jesús: ―Está bien. Vámonos. Ánimo, Jonás. Todavía un poco de esfuerzo y

después habrá mucha paz en mi casa, cerca de María...‖. Jonás llora, en medio de su

agotamiento, y exclama: ―María... sí... ¡Oh!‖. Pero no sabe más que llorar. Jesús se despide de

la mujer: ―Adiós, mujer. El Señor te bendecirá por tu misericordia‖. Mujer: ―Adiós, Señor.

Adiós, Jonás. Ruega, orad por mí‖. La joven llora. ■ Cuando están para salir, aparece Doras.

Jonás por un momento se llena de terror y se tapa la cara. Jesús le pone una mano sobre la

cabeza y sale a su lado, más severo que un juez. El miserable cortejo sale al patio, y toma el

camino del jardín. Doras: ―¡Este lecho es mío! Te vendí el siervo, no el lecho‖. Jesús le arroja a

los pies la bolsa sin hablar. Doras la toma, la vacía. ―Cuarenta denarios y cinco dracmas. ¡Es

poco!‖. Jesús le mira al avariento y repugnante hombre en tal forma que es imposible describir

su gesto. No dice nada. Doras: ―Dime al menos que retiras el anatema‖. Jesús le fulmina con

una nueva mirada y una nueva frase: ―Te pongo en manos del Dios del Sinaí‖ y pasa derecho

al lado de la rústica camilla que llevan Pedro y Andrés. Doras, al ver que todo es inútil, que su

condena es segura, grita: ―¡Nos volveremos a ver, Jesús! ¡Oh! ¡Te tendré nuevamente entre las

uñas! Te haré guerra a muerte. Llévate si quieres esa piltrafa de hombre. No me sirve más. Me

ahorraré el entierro. Vete, vete. ¡Satanás maldito! A todo el Sanedrín te pondré en contra.

¡Satanás, Satanás!‖.

* Al soldado Publio Quintiliano: “Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese Bien en

la otra vida donde se hace igual a Él en la beatitud”.- ■ Jesús aparenta no oír. Los discípulos

están consternados. Jesús se preocupa solo de Jonás. Busca los caminos más planos y mejores

hasta que llega a un cruce de campos en la propiedad de Yocana. Los cuatro campesinos corren

a saludar a su amigo que parte y al Salvador que bendice. Pero desde Esdrelón hasta Nazaret el

camino es largo y además no se puede ir deprisa con esa piadosa carga. Por el camino principal

no se ve ningún carro o carreta. Nada. Continúan en silencio, Jonás parece que duerme, pero no

abandona la mano de Jesús. ■ Ya al atardecer, se ve un carro militar romano que los alcanza.

Jesús, levantando el brazo, dice: ―En nombre de Dios, deteneos‖. Los dos soldados se detienen.

Del capote extendido sobre el carro, el comandante, un hombre todo pomposo, saca la cabeza y

pregunta a Jesús: ―¿Qué quieres?‖. Jesús: ―Tengo a un amigo que se está muriendo. Os pido

para él un lugar en el carro‖. Comandante: ―No se podría... pero sube. Tampoco somos perros‖.

Suben la camilla. Comandante: ―¿Tu amigo?... ¿Quién eres?‖. Jesús: ―Jesús de Nazaret‖.

Comandante: ―¿Tú? ¡Oh!...‖el oficial le mira con curiosidad. ―Entonces, si Tú eres... subid

cuantos podáis. Basta con que no os asoméis... así son las órdenes... pero sobre las órdenes está

el ser humano, ¿o no?... y Tú eres bueno. Lo sé. Nosotros, los soldados, sabemos todo. ¿Cómo

lo sé?... Hasta las piedras hablan, bien y mal; y nosotros tenemos oídos para oírlas, para servir al

César. Tú no eres un falso Mesías como los anteriores, sediciosos, rebeldes. Tú eres bueno.

Roma lo sabe. Este hombre... está muy enfermo‖. Jesús: ―Por eso le llevo a la casa de mi

Madre‖. Comandante: ―¡Uhmm! ¡Poco tendrá que cuidarle! Dale un poco de vino de esa

cantimplora... Tú, Aquila, arrea los caballos y... tu Quinto dame las raciones de miel y de

mantequilla. Es mía pero le hará bien. Tiene mucha tos y la miel le hace bien‖. Jesús: ―Eres

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bueno‖. Comandante: ―No. Soy menos malo que muchos. Estoy contento de tenerte conmigo.

Acuérdate de Publio Quintiliano de la Itálica (1). Estoy en Cesarea. Pero ahora voy a Tolemaide.

Inspección de orden‖. Jesús: ―No estás en enemistad conmigo‖. Publio: ―¿Yo? Enemigo de los

malos, jamás de los buenos. Querría también yo ser bueno. ■ Dime: ¿qué doctrina predicas,

para nosotros los hombres de armas?‖. Jesús: ―La doctrina es única para todos. Justicia,

honradez, continencia, piedad. Ejercer el propio oficio sin abusos. Aun en los duros momentos

de las armas, no olvidar el ser humanos. Buscar conocer la Verdad, o sea a Dios Uno y Eterno,

sin cuyo conocimiento cualquier acción está privada de gracia y por lo tanto del premio eterno‖.

Publio: ―Y cuando esté muerto, ¿qué me interesa el bien hecho?‖. Jesús: ―Quien se acerca al

Dios verdadero encuentra ese Bien en la otra vida‖. Publio: ―¿Vuelvo a nacer? ¿me convierto en

tribuno o aun en emperador?‖. Jesús: ―No. Te haces igual a Dios al unirte con Él en su eterna

beatitud en el Cielo‖. Publio: ―¿Cómo? ¿En el Olimpo?... ¿Entre los dioses?‖. Jesús: ―No

existen los dioses. Existe el Dios verdadero. El que Yo predico. El que te oye y pone señal en tu

bondad y en tu deseo de conocer el Bien‖. Publio: ―¡Esto me basta! No sabía que Dios se

pudiese ocupar de un pobre soldado pagano‖. Jesús: ―Él te creó, Publio. Por eso te ama y

querría que estuvieses con Él‖. Publio: ―¡Eh!... ¿Por qué no?... nadie nos habla de Dios

jamás...‖. Jesús: ―Iré a Cesarea y me escucharás‖. Publio: ―¡Sí, iré a oírte! Allá está Nazaret.

Querría servirte algo más. Pero si me ven...‖. Jesús: ―Desciendo y te bendigo por tu buen

corazón‖. Publio: ―Salve, Maestro‖. Jesús: ―El Señor se os muestre. ¡Adiós, soldados!‖.

* Jonás muere en el lecho de José entre Jesús y María.- ■ Descienden y vuelven a caminar.

Jesús le dice para animarle: ―Jonás, en breve vas a descansar‖. Jonás sonríe. Cada vez más

tranquilo, a medida que la tarde va cayendo y que está seguro de estar lejos de Doras. Juan con

su hermano se adelanta corriendo para avisar a María. Y, cuando la pequeña comitiva llega a

Nazaret, que está casi desierta al caer de la tarde, María está ya en las afueras esperando a su

Hijo. ―Madre, aquí está Jonás. Se acoge a tu dulzura para comenzar a gustar el Paraíso. ¡Feliz

Jonás!‖. Jonás, extenuado, como en éxtasis, murmura: ―¡Feliz, feliz!‖. Se le lleva a la

habitación en donde murió José. Jesús: ―Estás en el lecho de mi padre. Y aquí está mi Mamá y

Yo. ¿Ves? Nazaret se convierte en Belén, y tú ahora eres el pequeño Jesús entre dos que te

aman, y ellos son los que veneran en ti al siervo fiel. No ves los ángeles, pero revolotean a tu

alrededor con alas de luz y cantan las palabras del canto navideño...‖. Jesús derrama su dulzura

sobre el pobre Jonás que poco a poco va debilitándose. ■ Parece como si hubiese resistido hasta

este momento para morir aquí. Pero es feliz. Sonríe, trata de besar la mano de Jesús, la de

María, y de decir, decir... pero la falta de aliento quiebra sus palabras. María, cual Madre, lo

conforta. Él repite: ―Sí... sí‖, con una sonrisa en su cara de esqueleto. Los discípulos

conmovidos miran desde la puerta del huerto. Jesús: ―Dios ha escuchado tu largo deseo. La

estrella de tu larga noche se convierte ahora en la estrella de tu eterno amanecer. ¿Sabes su

nombre?‖. Jonás: ―Jesús, ¡el tuyo! ¡Oh! ¡Jesús! Los ángeles... ¿Quién está cantándome el himno

angelical? Mi alma oye... pero también mis oídos lo quieren oír. ¿Quién lo canta para hacerme

feliz?... ¡Tengo mucho sueño! Me he cansado mucho. ¡Muchas lágrimas... muchos insultos!...

Doras... Yo... le perdono... pero no quiero oír su voz y la oigo... Es como la voz de Satanás junto

a mi agonía. ¿Quién me cubre esa voz con palabras venidas del Paraíso?‖. Es María que con la

misma melodía de su canción de cuna entona dulcemente la canción que compuso a Jesús Niño:

―Gloria a Dios en los altos Cielos y paz a los hombres de acá abajo‖. Y lo repite dos o tres

veces porque ve que Jonás se ha tranquilizado al oírla. ■ Después de un poco de tiempo, dice:

―¡No habla más Doras! Solo los ángeles... era un Niño... en un pesebre... entre un buey y un

asno... y era el Mesías y yo le adoré... y con Él estaban José y María...‖ la voz se apaga en un

breve murmullo y sigue un silencio. Jesús: ―¡Paz en el Cielo al hombre de buena voluntad! ¡Ha

muerto! Le pondremos en nuestro pobre sepulcro. Merece que espere la resurrección de los

muertos junto a mi justo padre‖. Y mientras María de Alfeo, a quien alguien ha avisado entra,

todo termina. (Escrito el 15 de Febrero de 1945).

·········································· 1 Nota : Publio Quintiliano.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.

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2-112-193 (2-79-686).- J. Iscariote que, en el mercado de Jericó, pregunta al alcabalero Zaqueo

sobre una «mujer velada», se topa con Jesús y apóstoles.- En Betania, con Lázaro y Marta.

* Zaqueo compra un brazalete a la «mujer velada» por la que Judas se interesa.- ■ La

plaza del mercado del Jericó, con sus árboles, con sus mercaderes gritando. En una esquina, el

recaudador Zaqueo, ocupado en sus transacciones legales e ilegales; probablemente también se

ocupa en comprar y vender joyas porque veo que pesa e indica el valor de collares y objetos de

metal finos; no sé si se los dan en vez de monedas por no pagar de otra forma los impuestos o si

se los venden por otras necesidades. ■ Le toca el turno a una mujer delgada, toda cubierta por

un gran manto de color pardo. También tiene la cara cubierta con un velo de algodón grueso y

de color amarillo que no deja que se le vea. No se nota más que la delgadez de su cuerpo, que se

manifiesta tal a pesar de toda esa vestidura que la envuelve. Debe ser joven, al menos a juzgar

por esa mínima parte que de ella se ve, o sea, una mano que por un momento sale por debajo del

manto para entregar un brazalete de oro, y los pies, calzados con sandalias no muy sencillas,

cubiertas con cuero, que llevan un entramado de correas que dejan ver solo los dedos, lisos y

juveniles, y un poco del tobillo, delgado y blanquísimo. Da su brazalete sin decir palabra

alguna, recibe el dinero sin objetar y se va. Ahora caigo en la cuenta que tiene a sus espaldas a

Iscariote que atentamente la observa; y me doy cuenta también de que, cuando hace ademán

para irse, Judas le dice una palabra que no logro coger. Pero ella, como si fuese una muda, no

responde y se va ligera. Judas pregunta a Zaqueo: ―¿Quién es?‖. Zaqueo: ―No pregunto a los

clientes su nombre, sobre todo cuando son buenos como ésa‖. Iscariote: ―Es joven, ¿verdad?‖.

Zaqueo: ―Así parece‖. Iscariote: ―¿Pero es judía?‖. Iscariote: ―Y ¿quién lo va a saber? ¡El oro

es amarillo en todos los países!‖. Iscariote: ―Déjame ver el brazalete‖. Zaqueo: ―¿Lo quieres

comprar?‖. Iscariote: ―No‖. Zaqueo: ―Pues entonces nada. ¿Qué piensas, que uno se va a poner

a hablar con ella?‖. Iscariote: ―Quería ver si lograba saber quién es...‖. Zaqueo: ―¿Tanto te

interesa? ¿Eres nigromante que adivina, o perro de caza que sigue el olor? ¡Déjalo y olvídate de

ello! Si es así, o es honrada e infeliz o está leprosa. Por tanto... no hay nada que hacer‖. Iscariote

responde con desprecio: ―No tengo hambre de mujeres‖. Zaqueo: ―Así será... pero, con esa cara,

me cuesta creerlo. Bueno, si no querías más que eso, apártate; tengo a otras personas a las que

servir‖. ■ Judas se va enojado y pregunta a un vendedor de pan y a uno de fruta si conocen a la

mujer que les había antes comprado pan y manzanas, y si saben dónde vive. No lo saben y

responden: ―Hace tiempo que viene, cada dos o tres días, pero no sabemos dónde está‖. Iscariote

insiste: ―¿Pero cómo habla?‖. Los dos se echan a reír y uno de ellos responde: ―Con la lengua‖.

Judas les dice unas palabras insolentes y se marcha...

* Imprevisto encuentro de Judas con Jesús y apóstoles. Pedro ironiza sobre los viñedos y

la vendimia de J. Iscariote.-■... Y va a caer justo en medio del grupo de Jesús y de los suyos

que vienen a comprar pan y alimentos para la comida de todos los días. La sorpresa es mutua

y... no muy entusiasta. Jesús se limita a decir: ―¿Estás aquí?‖ y, mientras Judas masculla entre

dientes alguna cosa, Pedro rompe en una clamorosa carcajada: ―Eso es: estoy ciego y soy

incrédulo; no veo las viñas, y no creo en el milagro‖. Dos o tres discípulos preguntan: ―Pero

¿qué dices?‖. Pedro: ―Digo la verdad. Aquí no hay viñedos. Y no puedo creer que Judas, aquí,

entre este polvo, vendimie, solo porque es discípulo del Rabí‖. Iscariote responde secamente:

―Hace tiempo que la vendimia terminó‖. Concluye Pedro: ―Y Keriot está lejos a muchas millas

de distancia‖. Iscariote: ―Tú enseguida me atacas. No me aprecias‖. Pedro: ―No. Soy menos

tonto de lo que tú quisieras‖. Jesús corta no sin severidad: ―¡Basta!‖.■ Se vuelve a Judas: ―No

pensaba encontrarte aquí. Te creía cuando menos en Jerusalén para los Tabernáculos‖. Iscariote:

―Mañana me voy. Estaba yo esperando a un amigo de la familia que...‖. Jesús: ―Por favor,

basta‖. Iscariote: ―¿No me crees Maestro? Te juro que yo...‖. Jesús: ―No te he preguntado nada

y te ruego que no digas nada. Estás aquí y basta. ¿Puedes venir con nosotros o todavía tienes

asuntos que resolver? Responde con franqueza‖. Iscariote: ―No... he terminado. Total, ese al

que me refería no viene y yo voy para la fiesta de Jerusalén. Y ¿tú a donde vas?‖. Jesús: ―A

Jerusalén‖. Iscariote: ―¿Hoy mismo?‖. Jesús: ―Esta tarde estaré en Betania‖. Iscariote: ―¿En

casa de Lázaro?‖. Jesús: ―Donde Lázaro‖. Iscariote: ―Entonces voy yo también‖. Jesús: ―Pues

ven hasta Betania. Luego, Andrés con Santiago de Zebedeo y Tomás irán a Getsemaní a

preparar las cosas y esperarnos a todos nosotros, y tú iras con ellos”. Jesús marca en tal forma

las palabras que Judas no reacciona. Pedro pregunta: ―¿Y nosotros?‖. Jesús: ―Tú, mis primos y

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Mateo iréis a donde os voy a mandar, para volver por la tarde. Juan, Bartolomé, Simón y Felipe

se quedarán conmigo, o sea, irán por Betania a anunciar que el Rabí ha llegado...‖.

* Lázaro llora por su hermana Magdalena.- ■ Caminan veloces por los campos desnudos.

Sopla aire de tempestad, no en el cielo sereno sino en los corazones, y todos lo perciben y

marchan en silencio. Al llegar a Betania, viniendo de Jericó, la casa de Lázaro es de las

primeras, Jesús despide al grupo que debe ir a Jerusalén; después al otro, al que manda hacia

Belén, diciendo: ―Id seguros. Encontraréis a mitad de camino a Isaac, Elías y a los demás.

Decidles que estaré en Jerusalén muchos días y que los espero para bendecirlos‖.■ Entre tanto,

Simón ha llamado a la puerta y le han abierto. Los siervos dan aviso a Lázaro, que acude. Judas

Iscariote, que se había adelantado algunos metros, vuelve atrás con la excusa de decirle a Jesús:

―Te he disgustado, Maestro, lo entiendo, perdóname‖ y aprovecha para mirar de refilón hacia la

casa por la puerta abierta en el jardín. Jesús: ―Sí, de acuerdo. ¡Vete, vete! No hagas esperar a los

compañeros‖. Judas se ve obligado a irse. Pedro murmura: ―Esperaba que hubiera un cambio de

órdenes‖. Jesús: ―Eso, jamás, Pedro. Sé lo que hago. Compadécete de ese hombre...‖. Pedro:

―Trataré de hacerlo pero no prometo... Adiós, Maestro. Ven, Mateo, y vosotros dos. Vámonos

ligeros‖. Jesús: ―Mi paz sea con vosotros‖. Jesús entra con los cuatro restantes y, después de

dar el beso a Lázaro, presenta a Juan, Felipe y Bartolomé. Después les dice que se retiren y se

queda sólo con Lázaro.

* Encuentro con Marta: buena y piadosa, consuelo y honra de la familia, la alegría de

Lázaro.- ―Marta, perdona a tu hermana Magdalena y háblala de Mí... Mi Nombre es

salvación”.- ■ Se dirigen a la casa. Esta vez, bajo el hermoso portal, hay una mujer. Es Marta.

Es alta aunque no tanto como su hermana Magdalena, morena mientras la otra es rubia y de tez

sonrosada; pero también es bella con su cuerpo armónicamente grueso, bien modelado, de

cabeza menuda y cabellera muy oscura, bajo la cual presenta frente morena y lisa y dos ojos

dulces y suaves, grandes entre las pestañas oscuras. Tiene la nariz ligeramente encorvada hacia

abajo y una boca pequeña, muy roja entre el color moreno de las mejillas. Sonríe mostrando

unos dientes fuertes y blanquísimos. Viste de lana color azul marino, con galones en rojo y

verde oscuro en torno al cuello y a los dos extremos de las amplias mangas, cortas, hasta el

codo, de las que salen otras mangas de lino blanco y finísimo amarradas a la muñeca por un

cordoncillo que las recoge; esta camisita finísima y blanca, ceñida con un cordón, sobresale

también por la parte alta del pecho, a la altura del cuello; lleva por cinturón una banda azul, roja

y verde, de paño muy fino, que le llega hasta las caderas y le cuelga del lado izquierdo con una

borla de flecos; un vestido rico y casto. Lázaro: ―Tengo una hermana, Maestro. Es ésta. Se

llama Marta. Es buena y piadosa, el consuelo y la honra de la familia, y la alegría del pobre

Lázaro. Antes era mi primera y única alegría, pero ahora es mi segunda, porque la primera eres

Tú‖. Marta se postra hasta el suelo y besa la orla del vestido de Jesús, que le dice: ―Paz a la

hermana buena y a la mujer casta. ¡Levántate!‖. Marta se levanta y entra en la casa con Jesús y

Lázaro. Luego solicita ausentarse para las labores domésticas. Lázaro murmura: ―Es mi paz...‖,

y mira a Jesús. Es una mirada investigadora, que Jesús, no obstante, muestra no haber visto. ■

Lázaro pregunta: ―¿Y... Jonás?‖. Jesús: ―Ha muerto‖. Lázaro: ―¿Muerto? Entonces...‖. Jesús:

―Cuando le he conseguido estaba ya muriéndose. Pero ha muerto libre y feliz en mi casa, en

Nazaret, entre mi Madre y Yo‖. Lázaro: ―¡Doras te le ha acabado antes de entregártele!‖. Jesús:

―De fatiga, sí, y también de golpes...‖. Lázaro: ―Es un demonio y te odia. Odia a todo el mundo

esa hiena... ¿No te dijo que te odiaba?‖. Jesús: ―Me lo dijo‖. Lázaro: ―Desconfía de él, Jesús. Es

capaz de todo, Señor... ¿qué te ha dicho Doras? ¿No te ha dicho que evites mi compañía? ¿No te

ha dado una imagen ignominiosa del pobre Lázaro?‖. Jesús: ―Creo que me conoces

suficientemente para comprender que Yo juzgo por Mí y con justicia, y que cuando amo lo hago

sin pensar en si ese amor puede hacerme bien o mal según las luces del mundo‖. Lázaro: ―Pero

este hombre es cruel y atroz en herir y dañar... Me ha torturado hace unos días con su visita y

con sus palabras... ¡Oh... es mucho ya mi tormento!, ¿por qué privarme también de Ti?‖. Jesús:

―Soy el consuelo de los atormentados y el compañero de los abandonados. He venido a ti

también por esto‖. Lázaro: ―¡Ah! Entonces sabes que...¡Oh, vergüenza mía!‖. Jesús: ―No. ¿Por

qué tuya? Lo sé. ¿Y qué? ¿Te despreciaré porque sufres? Yo soy misericordia, paz, perdón y

amor para todos, ¿cuánto más para los inocentes? Tú no tienes el pecado por el que sufres.

¿Estaría bien que me ensañase contra ti, si tengo piedad también de ella?”. Lázaro: ―¿La has

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visto?‖. Jesús: ―Sí. No llores‖. Mas Lázaro, con la cabeza reclinada encima de sus brazos

cruzados y apoyados sobre una mesa, llora dolorosamente. Se asoma Marta y mira. Jesús le hace

seña de que se esté callada. Y ella se retira con lágrimas que le caen silenciosamente. Lázaro

poco a poco se calma. Se siente humillado por su debilidad. Jesús le consuela. Luego, viendo

que su amigo desea estar solo un momento, sale al jardín y pasea entre las pequeñas veredas

donde una que otra rosa purpúrea todavía se ve. ■ Pasado un poco, Marta se acerca a Él.

―Maestro... ¿Lázaro te ha dicho?‖. Jesús:―Sí, Marta‖. Marta: ―Lázaro no es capaz de hallar

consuelo desde que sabe que Tú lo sabes y que la viste‖. Jesús: ―¿Cómo lo supo?‖. Marta:

―Primero, aquel hombre que estaba contigo y que se dice tu discípulo, ese joven, alto, moreno y

sin barba... luego Doras. Éste nos ha fustigado con su desprecio; el otro dijo solo que la habías

visto en el lago... con sus amantes...‖. Jesús: ―¡Pero no lloréis por esto! ¿Creéis que Yo ignoraba

vuestra herida? La sabía desde cuando Yo estaba con el Padre... No te aflijas, Marta. Levanta tu

corazón y tu frente‖. Marta: ―Ruega por ella, Maestro. Yo oro... pero no sé perdonar

completamente y tal vez el Eterno rechaza mi oración‖. Jesús: ―Has dicho bien: es menester

perdonar para ser perdonados y escuchados. Yo ruego por ella. Pero dame tu perdón y el de

Lázaro. Tú, buena hermana, puedes hablar y obtener todavía más que Yo. Su herida está

demasiado abierta y le escuece demasiado como para que algo la roce, aunque sea mi mano. Tú

puedes hacerlo. Dadme vuestro perdón completo, santo... y Yo lo haré...‖. Marta: ―¿Perdonar?...

No podremos. Nuestra madre murió de dolor por sus malas acciones, y... eran de poca

importancia en comparación de las actuales. Veo los tormentos que sufrió mi madre... los tengo

presentes. Y veo que Lázaro sufre‖. Jesús: ―Está enferma, Marta, está loca. ¡Perdónala!‖. ■

Marta: ―Esta endemoniada, Maestro‖. Jesús: ―¿Y qué es la posesión diabólica, sino una

enfermedad del espíritu contagiado por Satanás hasta el punto de convertirse en un ser

espiritualmente diabólico? De otro modo, ¿cómo explicarías ciertas perversiones en los

humanos, perversiones que hacen al hombre una bestia peor que cualquiera de ellas, más

libidinosa que los monos en calor, etc., y hacen de él un ser híbrido, en el que se hallan

fundidos el hombre y el animal y el demonio? Esta es la explicación de lo que nos asombra

como una monstruosidad inexplicable en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Porque

tengo una vista más alta que la del ojo y del corazón. Tengo vista de Dios. Veo, te digo:

Perdona porque está enferma‖. Marta: ―Entonces... ¡cúrala!‖. Jesús: ―La curaré. Ten fe. Te haré

feliz. Perdona y di a Lázaro que lo haga. Perdónala. Vuélvela a amar. Acércate a ella. Háblale

como si fuese una como tú. ■ Háblale de Mí...‖. Marta: ―¿Cómo quieres que te entienda a Ti,

que eres Santo?‖. Jesús: ―Parecerá que no comprende. Pero mi Nombre de por sí ya es

salvación. Haz que piense en Mí y me llame. ¡Oh!, Satanás huye cuando mi Nombre es pensado

por un corazón. Sonríe, Marta, ante esta esperanza. Mira esta rosa: la lluvia de los días pasados

la había ajado, pero el sol de hoy la ha vuelto a abrir; y así es aún más hermosa, porque la lluvia

que ha quedado entre pétalo y pétalo la enjoya de diamantes. Así sucederá en vuestra casa...

llanto y dolor, ahora; después... alegría y gloria. Vete. Dilo a Lázaro mientras Yo, en la paz del

jardín, ruego al Padre por María y por vosotros...‖. Todo termina aquí. (Escrito el 19 de Febrero

de 1945).

--------------------000-------------------

2-113-199 (2-80-692).- Después de la fiesta de los Tabernáculos, regreso a Betania.- Lázaro le

habla de J. de Arimatea, Nicodemo, del Sanedrín (1) y de J. Iscariote (un camaleón).

* “Lázaro, no tengo nada contra los poderosos. He venido para los pobres y para los que

sufren en el alma y en el cuerpo”.- ■ Nuevamente Jesús está en casa de Lázaro. Por lo que

oigo, comprendo que los Tabernáculos ya se han celebrado y que Jesús ha regresado a Betania

por insistencia de su amigo, que no quiere verse separado de Él. También caigo en la cuenta que

Jesús está con Simón y Juan, y que los demás están esparcidos en diversos lugares. Y, en fin,

comprendo que ha habido encuentro de amigos, todavía fieles a Lázaro, invitados por él para

dar a conocer a Jesús. Comprendo todo esto porque Lázaro continúa --con más detalle--

ilustrando las características morales de cada uno. ■ Así, al hablar de José de Arimatea, lo

define como: ―un hombre justo y verdadero israelita‖. Dice: ―No se atreve a decirlo --porque

teme al Sanedrín, que ya te odia, y del cual forma parte--, pero espera que Tú seas el Predicho

por los Profetas. Él mismo me ha pedido venir para conocerte y juzgar acerca de Ti en primera

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persona, puesto que no le parecía justo lo que de Ti tus enemigos decían... Hasta de Galilea han

venido fariseos para acusarte de pecado. Pero José juzgó de este modo: «Quien obra milagros

tiene a Dios consigo. Quien tiene a Dios no puede estar en pecado; es más, debe ser alguien

amado por Dios». Y querría verte en su casa de Arimatea. Me ha dicho que te lo proponga. Y yo

te pido que escuches su petición, que también es mía‖. Jesús: ―He venido para los pobres y para

los que sufren en el alma y en el cuerpo, más que para los poderosos que ven en Mí solo un

objeto de interés. Iré a la casa de José. No tengo nada en contra de los poderosos. ■ Un

discípulo mío, ese que por curiosidad y por darse importancia vino a tu casa sin orden mía --

pero es un joven y se ha de ser indulgente con él--, es testigo de mi respeto para con las castas

reinantes que se autoproclaman «las defensoras de la Ley» y...--dan a entender-- «las tutoras del

Altísimo». ¡Oh, está claro que el Altísimo se sostiene Él solo! Ninguno entre los doctores ha

tenido jamás el respeto que Yo he tenido hacia los oficiales del Templo‖. Lázaro: ―Lo sé y esto

lo saben muchos, y muchos... pero tan sólo los mejores llaman justo a este acto. Los demás lo

llaman...«hipocresía»‖. Jesús: ―Cada uno da lo que tiene de sí, Lázaro‖. Lázaro: ―Es verdad.

Ve, no obstante, a la casa de José. Él desearía que fueras para el próximo sábado‖. Jesús: ―Iré.

Se lo puedes comunicar‖.

* Según Nicodemo, Iscariote es un camaleón que toma el color del lugar.- ■ Lázaro:

―También Nicodemo es bueno. Es más... me dijo... Bueno, ¿puedo decirte un juicio sobre uno

de tus discípulos?‖. Jesús: ―Dilo. Si es justo, lo que dice será cierto; si injusto, criticará una

conversión, porque el Espíritu da luz al espíritu del hombre si es hombre recto; y el espíritu del

hombre, guiado por el Espíritu de Dios, tiene sabiduría sobrehumana y lee la verdad de los

corazones‖. Lázaro: ―Me dijo: «No critico la presencia de los ignorantes ni de los publicanos

entre los discípulos del Mesías. Pero no juzgo digno de estar entre los suyos a aquél que no sé si

está con Él o contra Él, como un camaleón que toma el color del lugar en donde se encuentra»‖.

Jesús: ―Es Judas Iscariote. Lo sé. Pero creedme todos: la juventud es vino que fermenta y

luego se purifica. Cuando fermenta aumenta de volumen y hace espuma y se derrama por todas

partes debido a la exhuberancia de su fuerza. El viento de primavera sopla por todas partes, y

parece un loco arrancador de hojas; y, no obstante, debemos estarle agradecidos por ser

fecundador de flores. Judas es vino y viento, pero malvado no lo es. Su modo de ser desorienta

y turba, hasta molesta y hace sufrir; pero no todo en él es malvado... es un potro de sangre

ardiente‖. Lázaro: ―Tú lo dices... Yo no soy competente para juzgarle. De él me queda la

amargura de haberme dicho de que Tú la habías visto...‖. ■ Jesús: ―Sí. Pero esa amargura se

mitiga ahora con miel, por mi promesa...‖. Lázaro: ―Sí. Pero recuerdo aquel momento. El

sufrimiento no se olvida aunque ya hubiera cesado‖. Jesús: ―¡Lázaro! ¡Lázaro! Tú te turbas por

demasiadas cosas... ¡y tan mezquinas! Deja que pasen los días: pompas de aire que se esfuman y

que no vuelven con sus colores alegres o tristes; y mira al Cielo, que no desaparece y que es

para los justos‖. Lázaro: ―Sí, Maestro y Amigo. No quiero juzgar por qué Judas está contigo, ni

por qué le tienes contigo. Rogaré para que no te haga daño‖. Jesús sonríe y todo termina.

(Escrito el 20 de Febrero de 1945).

·····································

1 Nota : Sanedrín.- Cfr. María Valtorta y la Obra, apartado 6.-1: Sanedrín.

--------------------000-------------------

(<Jesús, acompañado de Tomás y Simón Zelote, respondiendo a la invitación de José de Arimatea, ha

llegado a la casa de éste. Aquí se encuentra, además de con Lázaro, con otros invitados: Nicodemo,

Félix y Simón --miembros del Sanedrín--, Cornelio y un tal Juan. Una vez que ha llegado Gamaliel, se

sientan a la mesa>).

2-114-204 (2-81-698).-En el convite de José de Arimatea, encuentro con Gamaliel, Nicodemo y

unos sanedritas.-El cargo y la santidad.- El milagro y la santidad.- La fe de Gamaliel y la señal.

* “¿El milagro es prueba de santidad?... Los sacerdotes deben tener Verdad y Doctrina

además del cargo... A la doctrina se llega por la meditación y a la Verdad con la fidelidad

absoluta al Bien”.- ■ Gamaliel está sentado en el centro de la mesa entre Jesús y José. Junto a

Jesús está Lázaro y junto a José, Nicodemo. Empieza la comida después de las preces rituales,

que Gamaliel recita después de un intercambio oriental de cortesías entre los tres principales

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personajes, esto es, Gamaliel, Jesús y José. Gamaliel es un hombre de porte muy digno, pero no

orgulloso. Prefiere escuchar que hablar. Se ve que medita cada una de las palabras de Jesús, y le

mira frecuentemente con sus negros, profundos y severos ojos. Cuando Jesús se calla porque el

tema se ha agotado, Gamaliel con una pregunta oportuna enciende la conversación. Lázaro en

un primer momento se encuentra un poco sin saber qué hablar, pero luego toma confianza y

participa en la conversación. Hasta que la comida está casi acabada no se hacen alusiones

directas a la personalidad de Jesús. ■ Se enciende entonces, entre Félix y Lázaro, a quien se une

a apoyarle Nicodemo, y, en fin, el otro invitado de nombre Juan, una discusión acerca de los

milagros como prueba a favor o en contra de un individuo. Jesús guarda silencio. Se le nota una

sonrisa hasta cierto punto misteriosa, pero no dice nada. También Gamaliel calla. Tiene un codo

apoyado sobre el lecho y la mirada fijamente intensa en Jesús. Parece como si quisiera descifrar

alguna palabra sobrenatural, escrita en la piel pálida y lisa del rostro de Jesús, rostro del que

parece estar analizando cada una de las fibras. ■ Félix sostiene que la santidad de Juan Bautista

es innegable, y de esta santidad de la que nadie discute ni duda saca una conclusión

desfavorable a Jesús de Nazaret, autor de muchos y famosos milagros. Concluye: ―El milagro

no es prueba de santidad, porque no se ve en la vida del Profeta Juan, y nadie en Israel lleva una

vida como la suya: ni banquetes, ni amistades, ni comodidades; sí sufrimientos y prisiones por

el honor de la Ley; soledad, porque, aunque sí tiene discípulos, ni siquiera convive con ellos, y

encuentra culpas incluso en los más honrados y a todos alcanzan sus invectivas. Mientras que...

la verdad es que el Maestro de Nazaret aquí presente, ha hecho, es verdad, milagros, pero veo

que aprecia como los demás lo que la vida ofrece, y no rechaza amistades --y... perdona si esto

te lo dice uno de los Ancianos del Sanedrín--, se muestra demasiado dispuesto a dar, en nombre

de Dios, perdón y amor a los pecadores públicos y señalados con anatema. No lo deberías hacer,

Jesús‖. Jesús, sonríe pero no habla. Lázaro responde por Él: ―Nuestro poderoso Señor es libre

de dirigir a sus siervos como quiere y a donde quiere. A Moisés le concedió el milagro; a Aarón,

su primer pontífice, no se lo concedió (1). ¿Qué decir entonces? ¿Qué conclusión sacas? ¿El uno

es más santo que el otro?‖. Felix responde: ―Ciertamente‖. Lázaro: ―Entonces el más santo es

Jesús, que hace milagros‖. Félix ha perdido la brújula, pero acude a un último subterfugio: ―A

Aarón se le había concedido el pontificado. Era suficiente‖. ■ Nicodemo responde: ―No amigo.

El Pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. No siempre y no todos los

pontífices de Israel han sido santos: lo cual no quita el que fueran pontífices, aunque no fueran

santos‖. Félix exclama: ―¡No querrás decir que el sumo Sacerdote sea un hombre privado de

gracia!...‖. Interviene el que se llama Juan: ―Felix, no entremos en el fuego que quema. Yo, tú,

Gamaliel, José, Nicodemo, todos, sabemos muchas cosas...‖. Félix está escandalizado: ―Pero

¡cómo!... pero ¡cómo! ¡Gamaliel, intervén!...‖. Los tres, que discuten acaloradamente contra

Félix, dicen: ―Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír‖. José trata de poner paz. Jesús no

dice nada, lo mismo que Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel parece que

está jugando con las cintas de su vestido, pero mira de arriba abajo a Jesús. Félix grita: ―¡Habla

pues Gamaliel!‖. Dicen los tres: ―Sí ¡Habla! ¡Habla!‖. Gamaliel responde: ―Yo digo: las

debilidades de la familia se tienen ocultas‖. Félix grita: ―No es una respuesta. Parece como si

confesases que hay culpas en la casa del pontífice‖. Los tres le replican: ―Es boca que dice

verdad‖. ■ Gamaliel se pone derecho y se vuelve a Jesús: ―Aquí está el Maestro que eclipsa a

los más doctos. Que Él dé su opinión‖. Jesús dice: ―Tú lo deseas. Obedezco. Yo digo: el hombre

es hombre; el cargo o misión va más allá del hombre; pero el hombre investido de un cargo, es

capaz de cumplirlo como superhombre cuando, por vivir una vida santa, tiene a Dios por

amigo. Él es quien dijo: «Tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado». ¿Qué está

escrito en el Racional? (Éx. 28,15-30; Lev.8,8). «Doctrina y Verdad». Esto deberían poseer los

pontífices. A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al

Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la

Mentira y pierde la Verdad‖. Gamaliel exclama admirado: ―¡Bien has respondido! Como un

gran Rabí. Yo, Gamaliel. Te lo digo. Me superas‖. ■ Félix estalla: ―Entonces, que Éste aclare

por qué Aarón no hizo milagros y Moisés sí‖. Jesús, interpelado, responde: ―Porque Moisés

debía imponerse sobre la masa oscura y pesada, y hasta contraria, de los israelitas, y debía llegar

a tener una autoridad moral sobre ellos que fuera capaz de doblegarlos a la voluntad de Dios. El

hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Se admira de lo que sale de las reglas. Tal cosa es

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el milagro. Es una luz agitada ante las pupilas cerradas; es un sonido que resuena junto a los

oídos tapados: despierta, atrae la atención, hace decir: «Aquí está Dios»‖. Félix rebate: ―Lo

dices a favor tuyo‖. Jesús: ―¿A favor mío? ¿Y qué me añado haciendo milagros? ¿Puedo parecer

más alto si pongo una hoja de hierba bajo mis pies? Así es el milagro con respecto a la

santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas

oscuras los hacen, pero no son santos siendo ellos unos demonios. Yo seré Yo, aunque deje de

obrar milagros‖. Gamaliel aprueba: ―¡Perfectamente bien! ¡Eres grande, Jesús!‖. Félix insta

dirigiéndose a Gamaliel: ―¿Y quién es, según tú, este «grande»?‖. Gamaliel le responde: ―El

mayor entre los profetas que yo conozco, tanto en obras como en palabras‖. José dice: ―Es el

Mesías, te lo digo, Gamaliel. Créelo, tú que eres sabio y justo‖. Félix a Gamaliel y José:

―¿Cómo? ¿Con que tú, jefe de los judíos, tú el Anciano, gloria nuestra, caes en la idolatría de un

hombre? ¿Quién te prueba que es el Mesías? Yo no lo creeré jamás aunque le vea hacer

milagros. Pero, ¿por qué no hace uno delante de nosotros? Díselo tú que le alabas, díselo tú

que le defiendes‖. José responde seriamente: ―No le invité para diversión de mis amigos, y te

ruego que recuerdes que eres mi invitado‖. Félix, enojado y grosero se va.

* ―Aquel Niño dijo: «Yo daré una señal. Las piedras del Templo del Señor se estremecerán

con mis últimas palabras»”.-■ Después de unos momentos Jesús se dirige a Gamaliel: ―¿Y tú

no pides milagros para creer?‖. Gamaliel: ―No serán los milagros de un hombre de Dios que

me quiten la espina dolorosa que llevo en el corazón de tres preguntas que siempre han

permanecido sin respuesta‖. Jesús: ―¿Qué preguntas?‖. Gamaliel: ―¿Está vivo el Mesías? ¿Era

Aquél?.... ¿Es Éste?‖. José exclama: ―Él es, te lo digo, Gamaliel. ¿No le sientes santo, distinto,

potente? ¿Sí?¿Entonces qué esperas para creer?‖. Gamaliel no responde a José. Se dirige a

Jesús: ―Una vez... no te sientas molesto, Jesús, si soy tenaz en mis ideas... Una vez, cuando aún

vivía el grande y sabio Hilel, yo creí, y él conmigo, que el Mesías estaba ya en Israel. ¡Un gran

resplandor de sol divino en aquel frío día de un persistente invierno! Era Pascua... Los

campesinos temblaban por las mieses heladas... Yo dije, después de haber oído aquellas

palabras (2). «Israel está salvado. ¡Desde hoy, abundancia en los campos y bendiciones en los

corazones! El Esperado se ha manifestado con su primer fulgor». Y no me equivoqué. Todos

podéis recordar qué cosecha hubo en aquel año, de trece meses (3), que en éste se repite‖. Jesús:

―¿Qué palabras oíste? ¿Quién las dijo?‖. Gamaliel: ―Uno... poco más que un Niño... pero Dios

resplandecía en su inocente y apacible rostro... Hace diez y nueve años que lo pienso y lo

recuerdo... y trato de volver a oír esa voz... que hablaba palabras de sabiduría. ¿En qué parte de

la Tierra está? Yo pienso:... «Era Dios. Bajo forma de Niño para no aterrorizar al hombre. Y

como el rayo que en un momento recorre los cielos de oriente a occidente, de norte a sur, Él, el

Divino, recorre de un lado a otro de la Tierra, vestido de hermosa misericordia, con voz y rostro

de Niño y pensamiento divino, para decirles a los hombres: ‗Yo soy‘». Pienso de esta forma:..

«¿Cuándo volverá a Israel?...¿Cuándo?». Y pienso: «Cuando Israel sea altar para el pie de

Dios». Y gime mi corazón al ver la abyección de Israel: «Nunca». ¡Oh..., dura respuesta... y

verdadera! ¿Puede la santidad descender en su Mesías mientras exista en nosotros la

abominación?‖. Jesús responde: ―Puede hacerlo y lo hace, porque es Misericordia‖. ■

Gamaliel le mira pensativo y le pregunta: ―¿Cuál es tu verdadero Nombre?‖. Y Jesús,

majestuoso, se levanta y dice: ―Yo soy quien es. Soy el Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy

el Mesías del Señor‖. Gamaliel: ―¿Tú?... No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero aquel

Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal... Estas piedras se estremecerán cuando

llegue mi hora». Espero esa señal para creer. ¿Me la puedes dar Tú para persuadirme que Tú

eres el Esperado?‖. Los dos --ahora en pie ambos-- altos, majestuosos--. el uno con su amplio

vestido de blanco lino, el otro con su vestido sencillo de lana de color rojo oscura; el uno, de

edad; el otro joven; ambos, de ojos dominadores y profundos, se miran fijamente. Jesús baja su

brazo derecho, que tenía sobre el pecho y como si jurase exclama: ―¿Esa señal aguardas? ¡Pues

la tendrás! Repito las palabras de aquel entonces: «Las piedras del Templo del Señor se

estremecerán con mis últimas palabras». Espera esa señal, doctor de Israel, hombre justo, y

luego cree, si quieres obtener perdón y salvación. ■ ¡Serías bienaventurado si pudieses creer

antes! Pero no puedes. Siglos de creencias equivocadas acerca de una promesa justa, y cúmulos

de orgullo, como muro se te interponen para llegar a la Verdad y a la Fe‖. Gamaliel: ―Dices

bien. Esperaré esa señal. Adiós. ¡El Señor sea contigo!‖. Jesús: ―Adiós, Gamaliel. Que el

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Espíritu Eterno te ilumine y te guíe‖. Todos despiden a Gamaliel que se va con Nicodemo, Juan

y Simón (el miembro del Sanedrín). Se quedan Jesús, José, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y

Cornelio. José dice: ―¡No cede!... Me gustaría que estuviese entre tus discípulos. Sería peso

decisivo en tu favor... pero no lo logro‖. Jesús: ―No te aflijas por ello. No hay influencia capaz

de salvarme de la tempestad que ya se está preparando. Pero Gamaliel, si no se pliega a favor,

tampoco lo hará contra el Mesías. Es de los que esperan...‖. Todo termina. (Escrito 21 de

Febrero de 1945).

··········································· 1 Nota : ―A Moisés le concedió el milagro; a Aarón, su primer pontífice, no se le concedió‖.- Efectivamente, a

pesar de haber obrado prodigios Aarón, se puede decir que el Señor no le concedía a él, porque había ordenado a

Moisés cumplirlos a través de la acción de Aarón (Éxodo 7-8). Y aun cuando el Señor se los hubiera concedido a

Aarón, éste los habría obtenido no en cuanto ―primer pontífice suyo‖, porque esos prodigios fueron obrados antes de

la consagración de Aarón como sumo sacerdote (Éxodo 28-29; Levítico 8-9).

2 Nota : ―Después de oír aquellas palabras‖.- Cfr. Episodio 2-85-41: Nota 1.

3 Nota : El año hebraico contaba con 12 meses de 29 y 30 días, con un mes suplementario cada dos o tres años.

-------------------000-------------------

(<El soldado Alejandro entra al Templo y se abre paso hasta Jesús, a quien cuenta lo sucedido: su caballo

ha embestido cerca de la Antonia a un niño abriéndole la cabeza de una patada. Acto seguido, Jesús,

acompañado de Alejandro, va donde el niño que está en brazos de su madre esperándoles debajo de un

pórtico del Templo y cura al niño>).

2-115-211 (2-82-706).- Jesús y el soldado Alejandro expulsados del Templo.

* J. Iscariote da testimonio de Jesús frente a los del Templo.- ■ ■ Alejandro ya está para

marcharse cuando llegan, como ciclones, oficiales del Templo y sacerdotes: ―El Sumo

Sacerdote te intima a Ti y al pagano profanador, por nuestro medio, de que al punto salgas del

Templo. Habéis turbado el ofrecimiento del incienso. Éste (pagano) ha penetrado en un lugar

que es de Israel. No es la primera vez que por tu causa hay confusión en el Templo. El Sumo

Sacerdote, y con él, los Ancianos de turno, te ordenan que no vuelvas más a poner los pies aquí

dentro. Vete y quédate con tus paganos‖. Alejandro, herido del desprecio con que los sacerdotes

dicen «paganos», responde: ―No somos perros tampoco nosotros. Él lo dice: «Hay un solo Dios,

Creador de los judíos y de los romanos». Si ésta es su Casa y Él me creó, puedo entrar también

yo‖. Jesús interviene: ―Calla, Alejandro. Yo hablo‖, y después de haber besado al niño y

entregado a su madre, se ha puesto de pie. Dice al grupo que le arroja: ―Nadie puede prohibir a

un fiel, a un verdadero israelita a quien de ningún modo se le puede acusar de pecado, de orar

junto al Santo‖. Un sacerdote le dice: ―Pero de explicar en el Templo la Ley, sí. Te has arrogado

el derecho y ni siquiera lo has pedido. ¡Pero bueno, ¿quién eres Tú?! ¡¿Cómo usurpas un

nombre y un puesto que no te pertenecen?!‖. ¡Jesús los mira con unos ojos que...! ■ Luego dice:

―Judas de Keriot. Ven aquí‖. A Judas no parece que le guste que le llamen. Había tratado de

eclipsarse apenas llegaron los sacerdotes y oficiales del Templo (que no visten como soldados:

se trata de un cargo civil). Mas debe obedecer porque Pedro y Judas de Alfeo le empujan

adelante. Jesús: ―Responde, Judas. Y vosotros, miradle. ¿Le conocéis?... Es del Templo... ¿Le

conocéis?‖. Tienen que responder que sí. Jesús: ―Judas, ¿qué te mandé hacer cuando hablé aquí

por vez primera? Y, ¿de qué te asombraste tú? ¿Y Yo qué dije como respuesta a tu asombro?

Habla franco‖. Iscariote: ―Me dijo: «Llama al oficial de turno para que pueda pedirle permiso

para enseñar»... Y dio su nombre y prueba de su personalidad y de su tribu... y me admiré de

ello como de una formalidad inútil porque se dice el Mesías. Y Él me dijo: «Es necesario, y

cuando llegue el momento, recuerda que no falté al respeto ni al Templo ni a sus oficiales».

Ciertamente así dijo. Debo decirlo por honor a la verdad‖. Si Judas al principio hablaba un poco

incierto, como cortado, después, con uno de esos gestos bruscos, propios suyos ha tomado

confianza y se ha hecho hasta arrogante. Un sacerdote le reprocha: ―Me sorprende que le

defiendas. Has traicionado la confianza que en ti teníamos‖. Iscariote: ―No he traicionado a

nadie. ¡Cuántos de vosotros sois del Bautista! Y... ¿por eso sois traidores? Yo soy del Mesías y

eso es todo‖. Sacerdote: ―Con todo y eso, Éste no debe hablar aquí. Que venga como fiel. Es

mucho para uno que se hace amigo de paganos, meretrices, publicanos...‖. ■ Jesús, enérgica

pero tranquilamente, dice: ―Respondedme a Mí, entonces. ¿Quiénes son los Ancianos del

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turno?‖. Responden: ―Doras y Félix, judíos, Joaquín de Cafarnaúm y José Itureo‖. Jesús:

―Entiendo. Decid a los tres acusadores, porque el Itureo no ha podido acusar, que el Templo no

es todo Israel e Israel no es todo el mundo, y que la baba de los reptiles, aunque es mucha y

venenosísima, no aplastará la Voz de Dios, ni su veneno paralizará mi caminar entre los

hombres, hasta que no llegue la hora. Y luego... ¡oh!, decidles que después los hombres harán

justicia de los verdugos y levantarán en alto a la Víctima haciendo de Ella su único amor. Idos.

Nosotros nos vamos‖. Jesús se echa encima su pesado manto oscuro y sale en medio de los

suyos. ■ Detrás de todos viene Alejandro que había asistido a la disputa. Fuera del recinto, cerca

de la Torre Antonia dice: ―Que te vaya bien, Maestro. Y te pido perdón de haber sido la causa

de pleito contra Ti‖. Jesús: ―¡Oh no te preocupes! Buscaban un pretexto y lo encontraron. Si no

hubieras sido tú, hubiera sido otro... Vosotros en Roma, celebráis juegos en el Circo con fieras

y serpientes, ¿no es verdad? Pues bien, te digo que no hay fiera más cruel y engañosa que el

hombre que quiere matar a otro‖. Alejandro: ―Y yo te digo que al servicio de Cesar he recorrido

todas las regiones de Roma. Pero entre los miles y miles de súbditos suyos, jamás he encontrado

uno más divino que Tú. ¡Ni siquiera nuestros dioses son divinos como Tú! Vengativos, crueles,

peleones, mentirosos... Tú eres bueno. Tú verdaderamente eres el Hombre. Que te conserves

bien, Maestro”. Jesús: ―Adiós, Alejandro. Prosigue en la Luz‖. Todo termina. (Escrito el 22 de

Febrero de 1945).

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2-116-213 (2-83-708).- Jesús en Getsemaní habla de los paganos y de la «Velada».

* “¿Hay sólo éstos dioses del Olimpo?... Hay otros. Y en sus altares todo hombre quema

inciensos... incluso mis discípulos. ¿Cómo se puede entonces despreciar a los que por

mala ventura son paganos, cuando, a pesar de estar con el Dios verdadero, se sigue

siendo voluntariamente pagano?‖.- ■ Jesús está en la cocina de la pequeña casa del Olivar,

cenando con sus discípulos. Hablan de los hechos sucedidos durante ese día (no el

precedentemente descrito: efectivamente, oigo que hablan de otros acontecimientos, entre los

cuales la curación de un leproso, que ha tenido lugar cerca de los sepulcros que están en el

camino de Betfagé). Dice Bartolomé:―Estaba presente también, observando, un centurión

romano. Me ha preguntado, desde su caballo:«¿El hombre al que sigues hace

frecuentemente estas cosas?» y, ante mi respuesta afirmativa, ha exclamado: «Entonces

es más grande que Esculapio y llegará a ser más rico que Creso». Yo he respondido: «Será

siempre pobre según el mundo, porque no recibe, sino que entrega, y sólo quiere almas a

las que llevar al Dios verdadero». El centurión me ha mirado lleno de asombro y acto

seguido ha espoleado a su caballo, yéndose al galope‖. Dice Tomás: ―Y una dama romana

en su litera. No podía ser sino una mujer. Tenía corridas las cortinas, pero se asomaba

furtivamente a mirar. Lo he visto‖. Juan dice: ―Sí. Estaba cerca de la curva alta del camino.

Había dado orden de detenerse cuando el leproso había gritado: «¡Hijo de David, ten

piedad de mí!». En ese momento tenía una cortina un poco corrida y he visto que te ha mirado

con una valiosa lente, y luego se ha reído con ironía. Pero, cuando ha visto que Tú, sólo con un

acto imperativo, le has curado, ¡ah!, entonces me ha llamado y me ha preguntado: «¿Pero es

ese al que llaman el verdadero Mesías?». He respondido que sí y ella me ha dicho: «¿Y tú

estás con Él?» y luego ha preguntado: «¿Es verdaderamente bueno?»‖. ―¡Entonces la has

visto! ¿Cómo era?‖ preguntan Pedro y Judas. Juan: ―¡Hombre, pues... una mujer!‖. Dice

Pedro riendo: ―¡Qué descubrimiento!‖. Judas Iscariote insiste: ―¿Pero, ¿era guapa, joven,

rica?‖. Juan: ―Sí. Creo que era joven y también guapa. Pero, yo estaba mirando más hacia

Jesús que hacia ella. Quería ver si el Maestro reanudaba el camino...‖. ―¡Estúpido!‖

murmura entre dientes Judas. Santiago de Zebedeo le defiende: ―¿Por qué? Mi hermano

no es un galanteador que va en busca de aventuras. Ha respondido por educación. Pero no ha

faltado a su primera cualidad‖. Judas Iscariote pregunta: ―¿Cuál?‖. Santiago: ―La de

discípulo cuyo único amor es el Maestro‖. Judas baja la cabeza irritado. ■ Dice Felipe:

―Y, además... no es muy aconsejable que nos vean hablar con la romanos. Ya de por sí nos

acusan de ser galileos y, por tanto, menos «puros» que los judíos; de nacimiento, además. Y nos

acusan de detenernos frecuentemente en Tiberíades, lugar de encuentro de gentiles,

romanos, fenicios, sirios... Y luego... ¡oh, de cuántas cosas nos acusan!...‖. Dice Jesús

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que hasta ahora ha guardado silencio: ―Eres bueno, Felipe, y por eso corres un velo sobre la

dureza de la verdad que dices. Pero esa verdad es, sin el velo, ésta: ¡de cuántas cosas me

acusan!‖. Dice Judas Iscariote: ―En el fondo no están errados del todo: demasiados contactos

con los paganos‖. Jesús pregunta: ―¿Consideras paganos sólo a aquellos que no tienen la

ley mosáica?‖. Judas Iscariote: ―Y si no, cuáles otros?‖. Jesús: ―¡Judas!... ¿Puedes jurar

por nuestro Dios que no tienes paganismo en tu corazón? ¿Y puedes jurar que no lo tienen

los israelitas más renombrados?‖.Judas Iscariote: ―En fin, Maestro... respecto a los

demás, no lo sé..., pero yo... yo ¡en respecto a mí puedo jurar‖. Jesús vuelve a hacer otra

pregunta: ―¿Qué es para ti, según tu idea, el paganismo?‖. Judas replica vehementemente: ―Pues

seguir una religión no verdadera, adorar a los dioses‖. Jesús: ―¿Y cuáles son?‖. Judas

Iscariote: ―Los dioses de Grecia y Roma, los de Egipto..., en definitiva, esos dioses de mil

nombres, inexistentes como personas, que, según los paganos, llenan sus Olimpos‖. Jesús:

―¿No existe ningún otro dios? ¿Sólo éstos del Olimpo?‖. Judas Iscariote: ―¿Qué otros? ¿No

son ya demasiados?‖. Jesús: ―Demasiados. Sí, demasiados. Pero hay otros. Y en sus altares

todo hombre quema inciensos, incluso los sacerdotes, los escribas, rabies, fariseos, saduceos,

herodianos: todos de Israel, ¿no es cierto? Y no solo estos... También lo hacen mis

discípulos‖. Dicen todos: ―¡Ah, esto sí que no!‖. Jesús: ―¿No? Amigos... ¿Quién entre

vosotros no tiene un culto, o varios cultos, secretos? Uno, la belleza y la elegancia; el otro, el

orgullo de su saber; otro inciensa la esperanza de llegar a ser grande, humanamente; otro

todavía adora a la mujer; otro, al dinero...; otro se postra ante su saber... y así podríamos

seguir diciendo. En verdad os digo que no hay hombre que no esté manchado de

idolatría. ¿Cómo se puede entonces despreciar a los que por mala ventura son paganos,

cuando, a pesar de estar con el Dios verdadero, se sigue siendo vo luntariamente pagano?‖.

Muchos exclaman: ―Pero somos hombres, Maestro‖. Jesús: ―Cierto. Entonces... tened

caridad para con todos, porque Yo he de venido para todos y vosotros no sois más que Yo‖.

Todos convienen: ―Pero, mientras, nos acusan y se ponen trabas a tu misión‖. Jesús: ―Irá

adelante igualmente‖.

* ―Dejadla venir. Siempre. Y respetad su velo. Puede ser que esté colocado como

defensa, en una lucha entre el pecado y la sed de redimirse”.- ■ Pedro, que, quizás por

estar sentado al lado de Jesús, está tan embelesado que se muestra tranquilísimo, dice: ―A

propósito de mujeres, hace unos pocos días --para mayor exactitud, desde que hablaste en

Betania la primera vez después del regreso a Judea-- que una mujer, enteramente velada,

nos sigue continuamente. No sé cómo logra saber nuestros programas. Sé que, o al final de

las filas de gente que escucha cuando hablas, o detrás de la gente que te sigue cuando

caminas, o también detrás de nosotros cuando vamos a anunciarte por los campos... el

hecho es que está casi siempre. En Betania, la primera vez, me susurró tras el velo: «¿Ese

hombre que va a hablar es Jesús de Nazaret?». Le respondí que sí; bueno, pues por la tarde

estaba oyéndote detrás de un tronco de un árbol. Luego la había perdido de vista, pero

ahora aquí en Jerusalén la he visto ya dos o tres veces. Hoy le he preguntado: «¿Tienes

necesidad de Él? ¿Estás enferma? ¿Quieres el óbolo?». Su respuesta ha sido siempre «no»; con

la cabeza, porque nunca habla con nadie‖. Juan dice: ―A mí me dijo un día: «¿Dónde vive

Jesús?» y le dije: «En Getsemaní»‖. ■ Judas Iscariote dice iracundo: ―¡¿Pero serás estúpido?!

No debías haberlo hecho. Tenías que haberle dicho: «Quítate el velo. Date a conocer y

entonces te lo digo»‖. Juan, con simplicidad e inocencia, exclama: ―Pero, ¡¿desde cuándo

exigimos estas cosas?!‖. Judas Iscariote: ―A los otros se les puede ver. Ésta está

enteramente velada. O es una espía o es una leprosa. No debe seguirnos y saber lo que

hacemos. Si es una espía es para hacer algún mal. Quizás la paga el Sanedrín para esto...‖.

Pedro: ―¡Ah!, ¿utiliza estos métodos el Sanedrín?. ¿Estás seguro?‖. Judas Iscariote:

―Segurísimo. He pertenecido al Templo y lo sé‖. Pedro comenta: ― ¡Pues vaya! A esto se

adapta como una caperuza la razón explicada por el Maestro hace un momento...‖. Judas

está ya rojo de ira: ―¿Qué razón?‖. Pedro: ―Esa de que también hay paganos entre los

sacerdotes‖.Judas Iscariote: ―¿Qué tiene que ver esto con lo de pagar a un espía?‖. Pedro,

con su buen juicio propio de la gente llana, responde: ―¡Tiene que ver, tiene que ver! ¡Es

más, ya está visto! ¿Por qué pagano? Para echar por tierra al Mesías y triunfar ellos. Por

tanto, suben al altar con sus sucias almas bajo las vestiduras limpias‖. Dice Iscariote: ―Bien,

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en resumidas cuentas, esa mujer es un peligro para nosotros o para la gente, si es leprosa;

para nosotros, si es espía‖. Pedro replica: ―Quieres decir: para Él, en todo caso‖. Judas

Iscariote: ―Pero, cayendo Él, caemos también nosotros...‖. ―¡Ja! ¡Ja!¡ja!‖, Pedro se ríe y

termina: ―y entonces el ídolo se hace pedazos y se pierde el tiempo, estima y, quizás,

la vida y entonces ¡ja!¡ja!..., y entonces es mejor tratar de que no caiga, o... apartarse

a tiempo ¿verdad? Yo, por el contrario, mira, le abrazo más estrechamente. Si caes abatido por

los traidores de Dios, quiero caer con Él‖ y Pedro abraza estrechamente, con sus cortos

brazos, a Jesús. ■ Juan, que está frente a Jesús dice todo triste: ―No creía haber hecho tanto

mal, Maestro. Pégame, maltrátame, pero sálvate. ¡Ay, si fuera yo la causa de tu muerte!... ¡Oh!,

no me lo perdonaría. Siento que el continuo llanto me excavaría el rostro y me quemaría la

vista. Pero ¿qué he hecho?! ¡Tiene razón Judas: soy un estúpido!‖. Jesús: ―No, Juan. No lo eres, y

has hecho bien. Dejadla venir. Siempre. Y respetad su velo. Puede ser que esté colocado

como defensa, en una lucha entre el pecado y la sed de redimirse. ¿Sabéis vosotros qué causa ese

llanto y ese pudor? Tú has dicho, Juan, querido hijo de corazón de niño bueno, que tu rostro

quedaría excavado por el continuo llanto si fueras para Mí causa de mal. Pues debes saber que

cuando una conciencia, despertada de nuevo, comienza a roer una carne que fue

pecado, para destruirla y triunfar con el espíritu, debe por fuerza consumir todo aquello que fue

atracción de la carne, y la criatura envejece, languidece bajo la llamarada de este fuego

taladrador. Sólo después, completada la redención, se compone de nuevo una segunda, santa y

más perfecta belleza, porque es entonces lo hermoso del alma lo que aflora por la mirada, a

través de la sonrisa, de la voz, de la honesta dignidad de la frente sobre la cual se ha

depositado y resplandece como diadema el perdón de Dios‖. Juan: ―¿Entonces no he hecho mal?...‖.

Jesús: ―No. Y tampoco Pedro. Dejadla. Y ahora, que todos se vayan a descansar...‖.

(Escrito el 24 de Febrero de 1945).

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(<Debido a las amenazas del Sanedrín, Jesús no puede permanecer por más tiempo en Jerusalén, no por

temor a las molestias que le podrían ocasionar a Él sino a los que le rodean y a los que vienen a Él. Se

traslada a un lugar, entre Efráin y el Jordán, donde antes también había evangelizado y bautizado el

Bautista. Se instalan en una casa rústica, propiedad de Lázaro, en un lugar llamado «Aguas Claras», que

se encuentra dentro de las posesiones de Lázaro, al frente de las cuales hay un administrador de Lázaro. ■

En este lugar se dedicará Jesús, junto con sus discípulos, bautizando como Juan y curando enfermos, a la

evangelización con discursos a los que asistirá un numeroso grupo de peregrinos>).

.

2-118-229 (2-85-723) Inicio de la vida en común en «Aguas claras».- A Iscariote no le gusta el

lugar.- Aparece la «Velada».

* Estado anímico de los apóstoles durante los trabajos de preparación del nuevo hogar..

La mentalidad de Iscariote choca con el inhóspito lugar y con sus compañeros.- ■ La casa,

donde Jesús y los suyos residirán, está situada en un lugar llamado «Aguas claras». Campos,

prados y viñedos la rodean y a la distancia de unos trescientos metros (no tome en serio mis

medidas) se ve otra casa en medio del campo, más hermosa porque tiene una terraza en el techo,

que no tiene la de Lázaro. Más allá de esta otra casa, hay bosques de olivos y de otros árboles,

parte despojados de hojas, parte frondosos, que impiden la vista. Pedro con su hermano y Juan

gustosos trabajan en limpiar la era y los camarotes, en arreglar los lechos y sacar agua. Aún

más, Pedro hace todo un montaje en torno al pozo para poner en funcionamiento y reforzar las

sogas y hacer así más práctico y cómodo el sacar el agua. Por su parte, los primos de Jesús

trabajan con el martillo y la lima en las cerraduras y goznes; y Santiago de Zebedeo les ayuda

serrando y cortando con una sierra como un obrero de astilleros. Tomás está atareado en la

cocina y parece ser un buen cocinero: sabe dosificar lumbre y llama, y limpiar las verduras que

el señorito Judas Iscariote se ha dignado traer del poblado cercano. Sé que hay un pueblo

vecino, más o menos grande, porque Judas dice que hacen el pan solo dos veces por semana, y

que, por tanto, ese día no hay pan. Habiéndolo oído, Pedro dice: ―Haremos tortas en el fuego.

Allí hay harina. Pronto, quítate el vestido y haz la masa, luego me ocupo yo de cocerlas; que sé

hacerlo‖. Y no puedo menos que echarme a reír al ver que Iscariote se humilla, solo con los

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vestidos interiores, amasando la harina, llenándose bien de polvo. Jesús no está, como tampoco

Simón, Bartolomé, Mateo, ni Felipe. ■ Pedro responde a una queja de Iscariote: ―Lo peor es

hoy. Pero mañana irá mejor; y para la primavera irá perfectamente‖. Iscariote pregunta

asustado: ―¿En primavera? ¿Estaremos siempre aquí?‖. Pedro: ―¿Por qué no? Es una casa. Si

llueve no nos mojamos. Hay agua de beber. No falta el fuego... ¿Qué más quieres? Yo me

encuentro a mis anchas. Y también porque no huelo el hedor de los fariseos y compañía‖.

Andrés dice: ―Pedro, vamos a sacar las redes‖, y se lleva consigo afuera a su hermano antes de

que empiece un altercado entre él e Iscariote. Iscariote exclama: ―¡Este hombre no me puede

ver!‖. Tomás, que siempre tiene óptimo humor, responde: ―No. No lo puedes decir. Es así de

franco con todos. Tú eres el que siempre estás descontento‖. Iscariote: ―Es que yo me

imaginaba otra cosa...‖. Santiago de Alfeo dice tranquilo: ―Mi primo no te prohíbe ir a ocuparte

de las otras cosas. Creo que todos pensábamos en otra cosa al seguirle. La razón es que

tenemos cerviz dura y mucha soberbia. Jamás ha ocultado el peligro ni el esfuerzo que supone el

seguirle‖. Iscariote refunfuña entre dientes. El otro Judas, Tadeo, que trabaja en una mesita de la

cocina para transformarla en un pequeño armario, dice: ―Estás equivocado. Estás equivocado

incluso desde el punto de vista de las costumbres: todo israelita debe trabajar; y nosotros

trabajamos. ¿Te molesta tanto trabajar? Yo no siento nada. Desde que estoy con Él cualquier

fatiga se me hace liviana‖. Santiago de Zebedeo afirma: ―Yo tampoco extraño nada. Y estoy

contento de estar como si estuviese en familia‖. Iscariote comenta irónico: ―¡Pues sí que vamos

a hacer mucho aquí!...‖. Judas Tadeo estalla: ―Pero en resumidas cuentas, ¿qué quieres?... ¿Qué

pretendes?... ¿Una corte como la de un sátrapa? No te permito criticar lo que hace mi primo.

¿Entendido?‖. Santiago de Alfeo: ―Calla hermano. A Jesús no le gustan estas disputas.

Hablemos menos y trabajemos más. Será mejor para todos. Por otra parte... si Él no logra

cambiar los corazones... ¿puedes esperar hacerlo tú con tus palabras?‖. Iscariote pregunta

agresivo: ―El corazón que no cambia es el mío... ¿verdad?‖. Santiago no le responde, antes bien

se mete un clavo entre los labios y empieza a clavar con todas sus fuerzas los goznes haciendo

tal ruido que no se oye el farfullar de Judas. ■ Pasa un poco de tiempo, luego entran al mismo

tiempo Isaac con huevos y una cesta de panes fragantes y Andrés con peces en una canasta.

Isaac dice: ―Tened, lo manda el administrador y dice que, si necesitamos algo, se le den

ordenes‖. Tomás dice a Iscariote: ―¿Ves que de hambre no se muere?‖. Y añade: ―Dame el

pescado Andrés. ¡Qué hermoso! Pero ¿cómo se hace para prepararlo?... yo no sé‖. Andrés: ―Yo

sí sé. Soy pescador‖ y se pone en un rincón a sacar las entrañas de los peces que todavía están

coleando. Isaac: ―El Maestro está a punto de llegar. Recorrió el pueblo y los campos. Veréis

que dentro de poco estará aquí. Curó ya a un enfermo de los ojos. Yo ya había recorrido estos

campos y sabían...‖. Iscariote: ―¡Ya, claro! ¡Yo, yo!... Todo los pastores... Nosotros hemos

dejado, yo al menos, una vida segura, y hemos hecho esto y hemos hecho lo otro, pero nada se

ha logrado...‖. Isaac mira estupefacto a Iscariote... pero, filosóficamente, no objeta nada. Los

otros le imitan, pero por dentro son una caldera. ■ ―¡La paz sea con vosotros!‖. En el umbral

está Jesús, sonriente, amable. ―¡Qué diligentes! ¡Todos trabajando! ¿Puedo ayudarte, primo?‖.

Santiago de Alfeo: ―No, descansa. Ya terminé‖. Jesús dice con un poco de tristeza: ―Traemos

muchos alimentos. Todos han querido regalarnos. Si todos tuviesen el corazón de los humildes‖.

―¡Oh Maestro mío! ¡Que Dios te bendiga!‖. Es Pedro que entra con una carga de leña sobre sus

espaldas y que saluda a Jesús bajo su fardo. Jesús: ―También a ti, Pedro, te bendiga el Señor.

¡Habéis trabajado mucho!‖. Pedro: ―Y en las horas libres trabajaremos más. ¡Tenemos una casa

en el campo... y hay que hacerla un Edén! Para empezar he arreglado el pozo, al menos para ver

de noche dónde está y para estar seguros de no perder cántaros al bajarlos. Luego... ¿ves qué

hábiles son tus primos? Todas estas cosas son necesarias para quien debe vivir largo tiempo en

un lugar, y yo, que soy pescador, no lo habría sabido hacerlas. Verdaderamente son capaces.

También Tomás, podría hacer de cocinero en el palacio de Herodes. También Judas es bueno.

Hizo unas espléndidas tortas...‖. Iscariote responde de mal humor: ―E inútiles. Hay pan‖. Pedro

le mira y yo me espero una respuesta punzante, pero se limita a mover la cabeza; luego prepara

bien las cenizas y sobre ellas pone las tortas... Tomás dice riendo: ―¡Dentro de poco todo estará

listo!‖. Santiago de Zebedeo pregunta: ―¿Hablarás hoy?‖. Jesús: ―Sí. Entre sexta y nona.

Vuestros compañeros lo dijeron. Por eso, comamos aprisa‖.

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* Pedro comunica a Jesús la presencia de la «Velada». Viene siguiéndoles desde Betania.-

■ Pasan algunos minutos y Juan pone el pan sobre la mesa, prepara las sillas, trae las copas y los

cántaros y Tomás trae las verduras cocidas y el pescado frito. Jesús está en el centro, ofrece y

bendice, distribuye y todos comen a gusto. Todavía están comiendo cuando en la era se asoman

algunas personas. Pedro se levanta y va a la puerta: ―¿Qué queréis?‖. Responden: ―¿El Rabí no

hablará aquí?‖. Pedro: ―Hablará, ahora está comiendo porque también Él es hombre. Sentaos

aquí afuera y esperad‖. El grupillo se pone debajo del rústico cobertizo. Pedro: ―La verdad es

que viene el frío y frecuentemente vamos a tener lluvia. Pienso que estaría bien usar ese establo

vacío. Lo he limpiado muy bien. El pesebre servirá de banco...‖. Iscariote dice: ―No digas

ironías tontas. El Rabí es rabí‖. Pedro: ―¿Cuáles ironías? Si nació en un establo, ¡podría hablar

sobre un pesebre!‖. Jesús: ―Pedro tiene razón, ¡pero os ruego que os améis!‖. Jesús parece hasta

cansado en decir estas palabras. Terminan de comer y Jesús sale para dirigirse enseguida adonde

está el pequeño grupo. Pedro le grita por detrás: ―Espera, Maestro. Tu primo te ha hecho una

silla porque el suelo de ahí está húmedo‖. Jesús: ―No es necesario. Ya sabes. Hablo de pie. La

gente quiere verme y Yo a ella. Más bien... preparad las sillas y lechos. Tal vez vendrán

enfermos... y los podrán usar‖. Juan dice: ―Siempre piensas en los demás, ¡buen Maestro!‖, y le

besa la mano. Jesús se dirige, con una sonrisa ligeramente triste, al grupo. Con él van también

todos los discípulos. ■ Pedro que está al lado de Jesús, lo hace inclinarse hacia él, y le dice en

voz baja: ―Detrás del muro está la mujer velada. La he visto. Está desde esta mañana, vino

siguiéndonos desde Betania. ¿La echo o la dejo?‖. Jesús: ―Déjala. Ya lo he dicho‖. Pedro:

―¿Pero si es espía como dice Iscariote?‖. Jesús: ―No lo es. Fíate en lo que te digo. Déjala y no

digas nada a nadie. Respeta el secreto‖. Pedro: ―No he dicho nada, porque pensé que estaba

bien...‖. Jesús comienza diciendo: ―Paz a vosotros que buscáis la Palabra‖. Se dirige al fondo

del portal, teniendo a sus espaldas la pared de la casa. Es el tibio atardecer de un día de

noviembre en que Jesús habla a unas veinte personas sentadas por tierra o apoyadas a las

columnas... (Escrito el 26 de Febrero de 1945).

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(<Hoy, en «Aguas Claras», Jesús ha hablado sobre el pasaje del Éxodo ―Yo soy El Señor Dios Tuyo‖. Y a

continuación ha realizado muchas curaciones. Acaba de perdonar también a un hombre arrepentido de

haber matado a su madre y a su hermano por causa de una herencia>).

2-119-240 (2-86-736).- En «Aguas Claras».-Jesús bautiza como Juan.- La oración.- Los

milagros.

* “Desde mañana bautizaréis”.- El beso de Jesús a sus apóstoles y a J. Iscariote.- ■ Jesús

vuelve a la casa, a la oscura cocina no obstante sean todavía las primeras horas del atardecer.

Los discípulos se le arremolinan a su alrededor. Pedro pregunta: ―¿Qué tenía el hombre que

llevaste detrás de la casa?‖. Jesús: ―Necesidad de purificación‖. Pedro: ―No ha vuelto, de todas

formas, y no estaba siquiera entre los que pedían el bautismo‖. Jesús: ―Se fue a donde se le

envió. A expiar, Pedro. No en una cárcel sino con la penitencia por todo el resto de su vida‖.

Pedro pregunta: ―¿Entonces no se purifica con el agua?‖. Jesús: ―También el llanto es agua‖.

Pedro: ―Esto es verdad. Ahora que has hecho milagros, ¡quien sabe cuántos vendrán!... Hoy

eran más del doble...‖. ■ Jesús: ―Así es. Si Yo tuviera que hacer todo, no podría. Vosotros

bautizaréis. Primero uno cada vez, después seréis dos, tres, muchos. Y Yo predicaré y curaré a

los enfermos y pecadores‖. Pedro: ―¿Nosotros, bautizar? ¡Oh! ¡Yo no soy digno! ¡Quítame esa

misión, Señor! ¡Tengo necesidad de ser bautizado!‖. Pedro se ha arrodillado y suplica. Jesús se

inclina y le dice: ―Tú vas a ser el primero en bautizar. Desde mañana‖. Pedro: ―¡No, Señor!

¿Cómo voy a hacerlo si estoy más negro que una chimenea?‖. Jesús sonríe de la sinceridad

humilde del apóstol arrodillado junto a sus rodillas, sobre las que tiene puestas sus gruesas

manos de pescador. Le besa en la frente, en el límite de su cabello entrecano que, áspero, se

riza: ■ ―Mira, te bautizo con un beso. ¿Estás contento?‖. Pedro: ―¡Cometería inmediatamente

otro pecado para recibir otro beso!‖. Jesús: ―Esto no. No hay que burlarse de Dios abusando de

sus dones‖. Iscariote dice: ―Y ¿a mí no me das un beso? También yo tengo alguno que otro

pecado‖. Jesús le mira atentamente. Su mirar, muy mutable, pasa de la luz de la alegría, que le

hacía claro mientras hablaba con Pedro, a una oscura severidad, y yo diría que cansada, y dice:

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―Sí... también a ti. Ven. No soy injusto con nadie. Sé bueno, Judas. ¡Si quisieses...! Eres joven.

Toda una vida para ascender siempre hasta la perfección de la santidad...‖ y le besa. ―Ahora tú,

Simón Zelote, amigo mío. Y tú, Mateo, mi victoria. Y tú sabio Bartolomé. Y tú, Felipe fiel. Y

tú, Tomás, el de la pronta voluntad. Ven, Andrés, el del silencio activo. Y tú, Santiago, el del

primer encuentro. Y ahora tú, alegría de tu Maestro. Y tú, Judas, compañero de infancia y de

juventud. Y tú, Santiago que me recuerda al Justo (S. José) en sus facciones y en su corazón.

¡Ea! Todos, todos. Recordad que mi amor es grande, pero es necesaria también vuestra buena

voluntad. Daréis un paso adelante en la vida de discípulos míos desde mañana. Y pensad que

cada paso adelante es una honra y una obligación‖.

* ―La oración es un don que Dios dona al hombre y que el hombre dona a Dios”.- ■ Pedro

dice: ―Maestro... un día dijiste a mí, a Juan, a Santiago y a Andrés que nos enseñarías a orar.

Creo que si orásemos como Tú oras, seríamos capaces de ser dignos del trabajo que quieres de

nosotros‖. Jesús: ―También entonces te respondí: «Cuando estéis suficientemente formados, os

enseñaré la plegaria sublime, para dejaros mi plegaria. Pero incluso ésta no tendrá ningún valor

si se dice solo con la boca. Por ahora, levantad el alma y la voluntad hacia Dios». ■ La plegaria

es un don que Dios concede al hombre y que el hombre dona a Dios...‖. Iscariote dice: ―¿Cómo

es esto?... ¿No somos todavía dignos de orar? Todo Israel ora...‖. Jesús: ―Sí, Judas. Puedes ver

por sus obras cómo ora Israel. No quiero hacer de vosotros traidores. Quien ora externamente y

por dentro está contra el bien, es un traidor‖.

* ―Si hay demasiada carne, no haréis milagros”.- ―Somos débiles y pecadores. Ayúdanos

con tu fuerza y perdón”.- ■ Iscariote sigue preguntando: ―¿Y los milagros? ¿cuándo nos

capacitas para que los hagamos?‖. Pedro: ―¿Nosotros hacer milagros?, ¿nosotros? ¡Misericordia

eterna! ¡Y eso que bebemos agua pura! ¿Nosotros, milagros? Pero muchacho ¿estás loco?‖.

Pedro está escandalizado, espantado, fuera de sí. Iscariote le contesta: ―Él nos dijo en Judea.

¿No es verdad?‖. Jesús: ―Sí, es verdad, lo dije. Y los haréis. Pero, mientras en vosotros haya

demasiada carne, no tendréis milagros‖. Iscariote: ―Ayunaremos‖. Jesús: ―No se requiere

ayunos. Cuando digo carne quiero decir las pasiones corrompidas, la triple concupiscencia, y

tras de esta pérfida trinidad, la secuela de sus vicios...Como hijos de una lujuriosa, bígama

unión, la soberbia de la mente engendra, con la avidez de la carne y del poder, todo lo malo que

hay en el hombre y en el mundo‖. ■ Iscariote objeta: ―Nosotros hemos dejado todo por Ti‖.

Jesús: ―Pero no a vosotros mismos‖. Iscariote: ―¿Debemos entonces morir? Con tal de estar

contigo lo haríamos. Yo al menos...‖. Jesús: ―No. No pido vuestra muerte material. Pido que

muera en vosotros la animalidad y el satanismo, y esto no muere mientras la carne esté

satisfecha y haya en vosotros mentira, orgullo, ira, soberbia, gula, avaricia, pereza‖. Bartolomeo

dice sumisamente: ―¡Somos muy frágiles, junto a Ti, muy Santo!‖. El primo Santiago: ―Y

siempre fue Santo. ¡Nosotros lo podemos decir!‖. Juan interviene: ―Él sabe cómo somos... No

debemos por eso perder los ánimos. Hay que decirle solamente: Danos diariamente la fuerza de

servirte. Si dijésemos: «Estamos sin pecado» nos engañaríamos y seríamos mentirosos. Y ¿a

quién engañaríamos?... ¡A nosotros que sabemos lo que somos, aunque no lo queramos

confesar!... ¿Engañaríamos a Dios a quien no se puede?... Pero si decimos: «Somos débiles y

pecadores. Ayúdanos con tu fuerza y perdón». Dios entonces no nos desilusionará, y en su

bondad y justicia nos perdonará y purificará de la iniquidad de nuestros pobres corazones‖.

Jesús, poniéndose de pie y atrayendo hacia su corazón al predilecto que había hablado desde su

oscuro rincón, dice: ―Eres bienaventurado, Juan, porque la Verdad habla en tus labios que tienen

perfume de inocencia y no besan sino al Amor adorable‖. (Escrito el 27 de Febrero de 1945).

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2-121-247 (2-88-744).- En «Aguas Claras».- Mannaén (1), ―el hermano de leche de Herodes‖,

encuentra a Jesús.- J. Iscariote va montado sobre dos caballos locos: el sentido y la

autosuficiencia. * Los altercados de Pedro con J. Iscariote (esta vez sobre la «Velada»), las disputas

internas, la falta de amor, son sufrimientos añadidos a Jesús que ya sufre a causa de la

mucha guerra que le dan sus enemigos .- ■ Hay un gran desconcierto entre los discípulos. Su

agitación es tanta, que parecen un enjambre cuando se le hurga. Hablan, miran, nerviosamente,

a todas partes... Jesús no está. Finalmente toman una decisión y Pedro ordena a Juan: ―Vete a

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buscar al Maestro. Está en el bosque junto al río. Dile que venga pronto y que diga lo que se

debe de hacer‖. Juan se marcha a todo correr. Iscariote dice: ―No entiendo por qué tanta

confusión y tanta descortesía. Yo habría ido y le habría recibido con todos los honores... Es un

honor para él y también para nosotros. Así, pues...‖. Pedro: ―Yo no sé nada. Será diferente de su

pariente de leche... pero... pero quien está con hienas se le pega el olor y el instinto. ■ Por lo

demás, tú querrías que se marchara esa mujer... ¡Pero ten cuidado! El Maestro no quiere, y yo la

tengo bajo mi protección. Si la tocas... yo no soy el Maestro... Te lo digo para tu futura

conducta‖. Iscariote: ―¡Venga hombre! ¿Pero quién es? ¿Es acaso la bella Herodías?‖. Pedro:

―¡No te hagas el chistoso!‖. Iscariote: ―Si me hago gracioso es por ti. Has hecho alrededor de

ella una guardia real, como si se tratara de una reina...‖. Pedro: ―El Maestro me dijo: «Procura

que no se le perturbe y respétala», y eso es lo que hago‖. Tomás pregunta: ―Pero, ¿quién es?...

¿Lo sabes?‖. Pedro: ―Yo no‖. Varios insisten: ―¡Ea! Dilo. Tú lo sabes... ―. Pedro: ―Os juro que

no sé nada. El Maestro lo sabe, pero yo no‖. Santiago de Zebedeo: ―Deberá ser Juan quien se lo

pregunte. A él le dice todo‖. Iscariote: ―¿Por qué? ¿Qué cosa de especial tiene con Juan? ¿Es

un dios, tu hermano?‖. Santiago de Zebedeo: ―No, Judas. Es el mejor de nosotros‖. Santiago de

Alfeo dice: ―Por mí ni me preocupo. Ayer mi hermano la vio cuando salía del río con los peces

que le había dado Andrés y se lo preguntó a Jesús. Él respondió: «No tiene rostro. Es un espíritu

que busca a Dios. Para Mí no es más que esto y así quiero que sea para todos». Y dijo en tal

forma «quiero» que os aconsejo que no insistáis‖. Iscariote: ―Yo voy a donde ella‖. Pedro,

encendido como un gallo, dice: ―Prueba si eres capaz‖. Iscariote: ―¿Me espías para luego

chivarte ante Jesús?‖. Pedro: ―Dejo ese oficio a los del Templo. Nosotros los del lago, ganamos

el pan con el trabajo y no con la delación. Pero no me provoques ni te permitas desobedecer al

Maestro, porque estoy yo...‖. Iscariote: ―¿Y tú quién eres? Un hombre pobre como yo‖. Pedro:

―Sí, Señor. Es más, más pobre, más ignorante, más vulgar que tú. Lo sé y no me avergüenzo.

Me avergonzaría si fuese igual a ti en el corazón. El Maestro me confió este encargo y yo lo

hago‖. Iscariote: ―¿Igual a mí en el corazón? Y ¿qué cosa hay en mi corazón que te causa

asco?... Habla, acusa, ofende...‖. Zelote interviene y con él Bartolomé: ―¡Pero bueno! Ya está

bien, Judas, cállate. Respeta las canas de Pedro‖. Iscariote: ―Respeto a todos, pero quiero saber

qué es lo que hay en mí...‖. Zelote: ―Pues te voy a dar gusto inmediatamente... Déjame hablar...

hay soberbia... tanta que se puede llenar esta cocina, y hay falsedad y hay lujuria‖. Iscariote:

―¿A mí me llamas falso?‖. Todos se interponen y Judas se ve obligado a callarse. ■ Simón

Zelote con calma dice a Pedro: ―Perdona amigo si te digo una cosa. Él tiene defectos, pero tú

también tienes, y uno de ellos es el no compadecer a los jóvenes. ¿Por qué no tienes en cuenta le

edad, el nacimiento... y tantas cosas? Mira: Tú obras por amor a Jesús. ¿Pero no caes en la

cuenta que estas disputas le causan hastío? A él no le digo nada (y señala a Judas) pero a ti sí,

que eres hombre maduro y muy sincero, te hago esta súplica. ¡Él tiene muchas penas por sus

enemigos! ¡Y añadirle nosotros otras!... Hay mucha guerra a su alrededor, ¿por qué provocar

otra en su propio nido?‖. Judas Tadeo dice: ―Es verdad, Jesús está triste y ha adelgazado. En las

noches oigo que da vueltas sobre su cama y suspira. Hace algunos días me levanté y vi que

lloraba orando. Le pregunté: «¿Qué te pasa?». Me abrazó y me dijo: «Quiéreme mucho. ¡Qué

fatigoso es ser Redentor!»‖. Felipe: ―También yo le encontré con señales de haber llorado en el

bosque del río. Y a mi mirada interrogativa respondió: «¿Sabes qué diferencia hay entre el Cielo

y la tierra, además de la de no ver a Dios? Es la falta de amor entre los hombres. Me estrangula

como una soga. He venido aquí a echar granos a los pájaros para ser amado por seres que se

aman»‖. Judas Iscariote (debe ser un poco desequilibrado) se arroja al suelo y llora como un

muchacho. ■ En este momento entra Jesús con Juan: ―Pero ¿qué sucede? ¿Por qué ese llanto?‖.

Pedro responde franco: ―Por mi culpa, Maestro. Cometí un error. Regañé a Judas muy

duramente‖. Iscariote: ―No... yo... yo... el culpable. Yo soy... el que te causo dolor... no soy

bueno... perturbo. ¡Pero ayúdame a ser bueno! Porque aquí tengo una cosa, aquí en el corazón,

que me obliga a hacer cosas que no querría hacer. Es más fuerte que yo... y te causo dolor, a Ti,

Maestro, al que debería de dar gozo... Créelo. No es falsedad...‖. Jesús: ―Pues claro, Judas, no lo

dudo. Viniste a Mí con sinceridad de corazón, con verdadero entusiasmo. Pero eres joven...

Nadie, ni siquiera tú mismo, te conoce como Yo te conozco. ¡Ánimo!, levántate y ven aquí.

Luego hablaremos los dos solos‖.

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* ―Mannaén ha llegado como un «alma» no como hermano de leche de Herodes”.- ■ Jesús:

“Entre tanto hablemos del asunto por el que me mandasteis llamar. Ha venido Mannaén... Bien,

¿dónde está el mal? ¿Acaso no puede un hermano de leche de Herodes tener sed del Dios

verdadero? ¿Tenéis miedo por Mí? ¡No, hombre, no! Tened fe en mi palabra. Este hombre no

ha venido sino por fines honestos‖. Los discípulos preguntan: ―Entonces ¿por qué no se dio a

conocer?‖. Jesús: ―Precisamente porque viene como un «alma», no como hermano de leche de

Herodes. Se ha envuelto en el silencio porque piensa que ante la Palabra de Dios no existe

parentesco con un rey... Respetemos su silencio‖. Discípulos: ―¿Pero si por el contrario, él le

enviase?‖. Jesús: ―¿Quién?... ¿Herodes?... No. No tengáis miedo‖. Discípulos: ―¿Quién le

manda entonces? ¿Cómo se ha informado de Ti?‖. Jesús: ―Pues por el mismo Juan, mi primo.

¿Creéis que no me habrá predicado en la cárcel? O por Cusa... o por la voz de la gente... o por el

mismo odio de los fariseos. Hasta las frondas y el aire hablan ya de Mí. Se ha echado la piedra

en el agua inmóvil, el mazo ha percutido en el bronce: las ondas se difunden, cada vez más

mayores, portando a la lejana agua la revelación, y el sonido lo entrega confiado a los espacios...

La Tierra ha aprendido a decir: «Jesús» y jamás se callará. Marchad... y sed amables con él,

como con cualquiera. Marchad, Yo me quedo con Judas‖. Los discípulos se van.

* ―Judas, acostúmbrate a hablar con tu verdadera alma...con tu yo... Tu carne es tu

caballo enloquecido”.- ■ Jesús mira a Judas todavía lloroso y le pregunta: ―¿Entonces? ¿No

tienes nada que decirme? Yo sé todo lo tuyo. Pero quiero saberlo de ti. ¿Por qué ese llanto? Y

sobre todo, ¿por qué este desequilibrio que te tiene siempre descontento?‖. Iscariote: ―¡Oh! sí,

Maestro. Tú lo has dicho. Soy celoso por naturaleza. Tú sabes que así es... Sufro viendo que...

viendo tantas cosas. Esto me saca de quicio... y me hace injusto. Y me vuelvo malo, aun cuando

no querría, no...‖. Jesús: ―¡Pero no llores de nuevo! ¿De qué estás celoso? Acostúmbrate a

hablar con tu verdadera alma. Hablas mucho, hasta demasiado; pero, ¿con qué?: con el instinto

y con tu mente. Sigues todo un fatigoso y continuo trabajo para decir lo que quieres decir: hablo

de ti, de tu yo, porque cuando tienes que hablar de otros y a otros, no te pones cortapisas ni

límites. Igualmente no pones cortapisas a tu carne, que es tu caballo enloquecido. Pareces un

jinete al que el jefe de las carreras le hubiese dado dos caballos locos. El uno es el sentido, el

otro... ¿quieres saber quién es el otro? ¿Sí? Es el error que no quieres domar. Tú, jinete capaz,

pero imprudente, te fías de tu capacidad y crees que es suficiente. Quieres llegar primero... no

pierdes tiempo ni siquiera para cambiar de caballo. Antes bien los espoleas y golpeas con el

látigo. Quieres ser «el vencedor». Quieres aplauso... ¿No sabes que la victoria es segura cuando

se conquista con constante, paciente y prudente trabajo?... Habla con tu alma. De ahí quiero que

salga tu confesión. ¿O debo decirte lo que hay adentro?‖. ■ Iscariote: ―Veo que tampoco Tú

eres justo, ni firme, y esto me hace sufrir‖. Jesús: ―¿Por qué me acusas? ¿En qué ves que he

faltado?‖. Iscariote: ―Cuando quise llevarte con mis amigos, no te gustó y dijiste: «Prefiero

estar entre los humildes». Posteriormente Simón y Lázaro te dijeron que convenía que te

pusieses bajo la protección de un poderoso y Tú aceptaste. Tú das preferencia a Pedro, a Simón,

a Juan. Tú...‖. Jesús: ―¿Qué otra cosa?‖. Iscariote: ―Nada más, Jesús‖. Jesús: ―Nubecillas...

Pompas en la espuma de la ola. Me das compasión, porque eres un desgraciado que te torturas,

pudiendo alegrarte. ¿Puedes decir que este lugar es de lujo? ¿Puedes decir que no hubo razón

poderosa que me obligó a aceptarlo? ¿Si Sión hubiera sido menos madrastra para sus profetas,

estaría aquí, escondido como uno que teme a la justicia humana, y se refugia en un lugar de

asilo?‖. Iscariote: ―No‖. Jesús: ―Y ¿entonces puedes decir que no te he dado encargos como a

los demás? ¿Puedes decir que he sido duro contigo cuando has faltado? ■ Tú no fuiste sincero

Las vides... ¡Oh, las vides! ¿Qué nombre tenían esas vides? No fuiste complaciente con quien

sufría y se redimía. Ni siquiera fuiste respetuoso para conmigo. Y los demás lo han visto... Y,

con todo, una voz sola e incansable se ha alzado defensora siempre: la mía. Los otros tendrían

derecho de sentirse celosos, porque si ha habido uno que haya sido protegido has sido tú‖. Judas

conmovido, avergonzado, llora. Jesús: ―Me voy. Es la hora en que soy de todos. Tú quédate y

reflexiona‖. Iscariote: ―Perdóname, Maestro. No podré tener paz si no tengo tu perdón. No estés

triste por mi causa. Soy un muchacho malvado... Amo y atormento... Así sucedía con mi

madre... así contigo... así sucederá con mi esposa si algún día me casase... ¡sería mejor que me

muriese!...‖. Jesús: ―Sería mejor que te enmendases. Estás perdonado. ¡Hasta luego!‖.

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* Pedro debería tratar a Iscariote como a un hijo.- Mannaén pide alojamiento.- ■ Jesús

sale. Afuera está Pedro: ―Ven, Maestro. Ya es tarde. Hay mucha gente. Dentro de poco se

pondrá el sol. Y no has ni comido... Ese muchacho es la causa de todo‖. Jesús: ―Ese

«muchacho» tiene necesidad de todos vosotros para dejar de ser la causa de estas cosas. Procura

recordártelo, Pedro. Si fuese tu hijo, ¿serías indulgente con él?...‖. Pedro: ―¡Uhmm! Sí y no.

Sería indulgente... pero... le enseñaría también algunas cosas. Aunque fuese adulto le enseñaría

como a un jovencillo mal educado. Bueno, si fuese mi hijo, no sería así...‖. Jesús: ―Basta‖.

Pedro: ―Sí. Basta, Señor mío. ■ Mira allí a Mannaén. Es el que tiene el manto casi negro, es

rojo oscuro. Me dio esto para los pobres y me dijo que si podía quedarse a dormir‖. Jesús:

―¿Qué respondiste?‖. Pedro: ―La verdad: «Tenemos camas solo para nosotros. Ve al pueblo»‖.

Jesús no dice nada. Deja a Pedro y va a donde está Juan; a quien dice algo. Luego se pone a

hablar a la gente... Y una vez terminado el discurso, se despide dándoles la paz.

* Mannaén, instruido por el Bautista que le dijo: “Hay Uno que es más que yo; te recogerá

y te elevará”.- ■ No hay ningún enfermo. Jesús permanece con los brazos cruzados apoyado

contra la pared, bajo del cobertizo sobre el que ya las sombras van cayendo. Jesús mira a los que

se van yendo en borriquillos y a los que se dirigen al río a purificarse, a los que atravesando los

campos se dirigen hacia el pueblo. El hombre vestido de rojo parece que no sabe qué hacer.

Jesús no le pierde de vista. Después de algún tiempo el hombre se mueve y se dirige hacia su

caballo, un caballo hermosísimo blanco adornado con una gualdrapa roja que pende de la silla

adornada con plata. Dice Jesús llegándose a él: ―¡Hombre, espérame! Cae la tarde. ¿Tienes

dónde dormir? ¿Vienes de lejos? ¿Estás solo?‖. Mannaén, él es, responde: ―De muy lejos... y

me iré... no lo sé... al pueblo, si encuentro... si no... a Jericó... Dejé allí la escolta; no me fiaba

de ella‖. Jesús: ―No. Te ofrezco mi cama. Está ya preparada. ¿Tienes qué comer?‖. Mannaén:

―No tengo nada. Creía encontrar un pueblo más hospitalario...‖. Jesús: ―Nada falta allí‖.

Mannaén: ―Nada. Ni siquiera el odio hacia Herodes. ¿Sabes quién soy?‖. Jesús: ―El nombre de

quienes me buscan es uno solo: hermanos en el nombre de Dios. Ven. Partiremos juntos el pan.

Puedes llevar el caballo a aquel recinto; le vigilo Yo, que dormiré allí‖. Mannaén: ―No. Jamás.

Yo duermo allí. Acepto el pan, pero nada más. No pondré mi cuerpo sucio, donde Tú recuestas

tu cuerpo santo‖. ■ Jesús: ―¿Me crees santo?‖. Mannaén: ―Sé que eres santo. Juan, Cusa... tus

obras... tus palabras. Todo ello resuena en el palacio real como una concha conserva el rumor

del mar. Iba yo a donde estaba Juan... y luego le perdí. Pero me había dicho: «Uno que es más

que yo te recogerá y te elevará». Solo podías ser Tú. He venido en cuanto he sabido dónde

estabas‖. ■ Han quedado solos bajo el cobertizo. Los discípulos, en la cocina, cuchichean y

miran de reojo. Zelote, que era a quien tocaba hoy bautizar, regresa del río, con los últimos

bautizados. Jesús, después de bendecirlos, dice a Simón: ―Este hombre es el peregrino que

busca refugio en nombre de Dios, y en el nombre de Dios le saludamos como amigo‖. Simón se

inclina. También lo hace el hombre. Entran en el galerón y Mannaén amarra el caballo al

pesebre. Acude Juan, advertido por un gesto de Jesús, con hierba y un cubo de agua. Acude

también Pedro con una lámpara de aceite porque está ya oscuro. Dice el caballero: ―Aquí estaré

muy bien. Dios os lo pague‖, y luego entra con Jesús y con Simón a la cocina, iluminada por

una un haz de ramas secas encendido en ese momento. Todo termina. (Escrito el 1 de Marzo de

1945).

··········································· 1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra Magna: Mannaén.

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2-122-254 (2-89-752).- En «Aguas Claras».-Iscariote pide a Juan: ―¿Me ayudarás a ser menos

malo?‖.

* Iscariote reconoce que Juan tiene miedo de él porque no es bueno y tiene tendencias

perversas.- ■ Jesús pasea lentamente arriba y abajo a lo largo de la orilla del río. Hace poco

debe haber amanecido, porque la neblina de un triste día invernal envuelve todavía los cañizares

de las márgenes. Por ninguna parte a lo largo del Jordán se ve a alguien. Tan solo hay neblina a

ras de tierra y el chocar del agua entre las cañas, rumor de aguas, que, por las lluvias de los días

precedentes, están turbias, y algunos reclamos de pájaros, cortos, tristes, como lo son cuando,

pasada la estación de los amores, las aves están entristecidas por el invierno y por la escasez del

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alimento. Jesús los escucha y parece atraerle mucho la llamada de un pajarito, que con

regularidad matemática, voltea su cabecita hacia el norte y lanza un lamentoso «chiruit», luego

la dobla hacia el sur y repite su interrogatorio «chiruit» sin obtener respuesta. Finalmente el

pajarito parece haber obtenido respuesta con el «chip» que llega de la otra ribera y con un grito

de alegría se lanza a través del río. Jesús hace un gesto como diciendo: ―¡Menos mal!‖ y

continúa paseando. ■ Juan, que llega de los prados, pregunta: ―¿Te importuno, Maestro?‖.

Jesús: ―No. ¿Qué quieres?‖. Juan: ―Quería decirte... me parece que sea una noticia que te pueda

dar consuelo y vine al punto a decírtela; además, quisiera pedirte consejo. Estaba barriendo los

salones y vino Judas de Keriot y me dijo: «Te ayudo». Me quedé sorprendido porque casi

siempre hace de mala gana estos quehaceres humildes... No obstante, me he limitado a decir:

«¡Oh gracias! ¡Así lo haré antes y mejor!». Él se ha puesto a barrer y hemos terminado pronto.

Me dijo: «Vamos al bosque. Los viejos son siempre los que acarrean leña. No está bien. Vamos

nosotros. Yo no sé cómo se hace, pero si me enseñas...». Y nos fuimos. Mientras estaba yo con

él atando la leña, me dijo: «Juan, te quiero decir una cosa». Le dije: «Habla». Pensaba que sería

una crítica. Por el contrario, dijo: «Tú y yo somos los más jóvenes. Sería necesario que

estuviésemos unidos. Tú tienes casi miedo de mí y tienes razón porque no soy bueno. Pero

créeme... no lo hago a propósito. Hay veces que siento ganas de ser malo. Tal vez, como yo era

el único, no me educaron bien. Querría hacerme bueno. Sé que los viejos no me miran con

buenos ojos. Los primos de Jesús están enfadados porque en realidad, así es, les he faltado

mucho, como también a su primo. Pero tú eres bueno y tienes paciencia. Quiéreme mucho.

Hazte idea de que soy hermano tuyo, malo sí, pero a quien hay que amar aunque sea malo. El

Maestro también dice que hay que obrar así. Cuando veas que no obro bien, dímelo. Y luego no

me dejes siempre solo. Cuando voy al pueblo, ven también tú; así me ayudarás a no hacer el

mal. Ayer sufrí mucho. Jesús me habló y yo le miré. Dentro de mi necio rencor no me miraba ni

a mí mismo, ni a los demás. Ayer lo comprobé... Tienen razón de decir que Jesús sufre... y

pienso que tengo algo de culpa en ello... No quiero más tenerla. Ven conmigo. ¿Vendrás?... ¿Me

ayudarás a ser menos malo?». ■ Así habló y te confieso que el corazón me latía, como le late a

un pajarito cuando le coge un muchacho. Me latía de gozo porque me agrada que se haga bueno

--por Ti me agrada-- y latía un poco de miedo porque... no quisiera volverme como Judas. Pero

después me acordé de lo que dijiste cuando aceptaste a Judas, y le respondí: «Sí, te ayudaré.

Pero debo obedecer, y si tengo otras órdenes...». Pensaba: ahora se lo diré al Maestro y si Él

quiere lo hago, y si no quiere, que me dé la orden de no alejarme de la casa‖. Jesús: ―Oye, Juan.

Puedes ir. Pero debes prometerme que si sientes que algo te turba, me lo vienes a decir. Me has

alegrado con esto, mucho, Juan. Aquí llega Pedro con pescado. Puedes irte, Juan‖.

* ―Un vicioso, para ir al Bien, debe ir contra corriente y no puede lograrlo por sí solo”.- ■

Jesús se dirige a Pedro: ―¿Buena pesca?‖. Pedro: ―¡Uhmm! No muy buena. Pescaditos... pero

todo sirve. Está Santiago que reniega porque algún animal ha roído la soga y se ha perdido una

red y le dije: «¿Y él no debía comer? Ten compasión del pobre animal». Pero Santiago no lo

toma así...‖. Pedro se echa una carcajada. Jesús: ―Eso es lo que yo digo respecto a uno que es

hermano y es lo que vosotros no sabéis hacer‖. Pedro: ―¿Te refieres a Judas?‖. Jesús: ―Hablo

de Judas. Él sufre por ello. Tiene buenos deseos y tendencias perversas. Pero dime, tú, experto

pescador. ¿Si Yo quisiera ir en barca por el Jordán y llegar al lago de Genesaret, qué debería

hacer? ¿Lo lograría?...‖.Pedro: ―¡En fin! ¡Sería un trabajo enorme! Lo lograrías con barcas

pequeñas y planas... Cuesta trabajo, ¿sabes? ¡Es lejos! Sería necesario medir siempre el fondo,

tener ojos en la ribera, en los remolinos, en los bosquecillos flotantes, en la corriente. La vela en

estos casos no sirve, es más, perjudica... ¿pero quieres volver al lago siguiendo el río? Ten en

cuenta que contra corriente se va mal. Hay que ser muchos, si no...‖. Jesús: ―Tú has dicho.

Cuando alguien es vicioso, para ir hacia el Bien, debe ir contra la corriente, y no puede por

sí solo lograrlo. Judas es uno de estos. Y vosotros no le ayudáis. El pobre rema hacia arriba,

solo y se pega contra el fondo, da con remolinos, se mete en bosquecillos flotantes y cae en una

vorágine. Si quiere medir el fondo, no puede tener al mismo tiempo el timón y el remo. ¿Por

qué se le echa en cara si no avanza? Tenéis piedad de los extraños, y de él, vuestro compañero

¡no!... ¡No es justo! ¿Ves allá a Juan y a él, que van al pueblo a traer pan y verduras? Él ha

pedido que por favor no se le deje ir solo. Se lo pidió a Juan, porque no es tonto, y sabe cómo

pensáis los viejos de él‖. Pedro: ―¿Y Tú le has mandado? ¿Y si Juan también se echa a perder?‖.

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■ Santiago, que llega con la red recuperada entre un cañizar, pregunta: ―¿Quién? ¿Mi hermano?

¿Por qué se va a echar a… perder?‖. Pedro: ―Porque Judas va con él‖. Santiago: ―¿Desde

cuándo?‖. Jesús: ―Desde hoy. Yo le di permiso‖. Santiago: ―Si Tú lo permites, entonces...‖.

Jesús: ―Sí; es más, se lo aconsejo a todos. Le dejáis muy solo. No seáis jueces solo para él. No

es peor que otros. Está muy mal educado desde su infancia‖. Santiago: ―Sí, debe ser eso. Si

hubiese tenido por madre y padre a Zebedeo y Salomé, las cosas no serían así. Mis padres son

buenos, pero se acuerdan de tener un derecho y una obligación sobre sus hijos‖. Jesús: ―Dijiste

bien. Hoy hablaré exactamente sobre esto. Vámonos. Veo que empieza a aparecer gente por los

prados‖. Pedro, entre admirado y fastidiado, dice: ―Yo ya no sé cómo nos las vamos a arreglar

para vivir. Ya no hay ni hora para comer, ni de orar, ni de descansar... y la gente sigue

aumentando‖. Jesús: ―¿Te lamentas por ello? Señal de que hay quien todavía busca a Dios‖.

Pedro: ―Sí, Maestro. Pero Tú sufres como consecuencia. Ayer te quedaste incluso sin comer, y

esta noche sin más cobijas que tu manto. ¡Si lo supiese tu Madre!...‖. Jesús: ―¡Bendeciría a

Dios, que me acerca tantos fieles!‖. Pedro termina: ―Y me regañaría a mí, en quien puso su

confianza‖. (Escrito el 3 de Marzo de 1945).

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2-124-272 (2-91-771).- En «Aguas Claras».- El valor de un alma.- Se da alojo a la «Velada».

* Cuando Jesús mira a las personas solo ve almas.- ■ El día es tan tempestuoso que no hay

ningún peregrino. Llueve a cántaros y la era se ha convertido en una pequeña laguna por la que

flotan hojas secas, que quién sabe de dónde sean, pero que el viento las trajo, el viento que silba

y sacude puertas y ventanas. En la cocina, más oscura que nunca --porque para impedir que

entre la lluvia se debe tener apenas entornada la puerta--, quien está se ahuma, lagrimea y tose,

pues el viento rechaza hacia dentro el humo. Pedro dice como un sabio: ―Tenía razón Salomón.

Tres cosas echan afuera al hombre: la mujer pendenciera (y a ésa la dejé en Cafarnaúm riñendo

con los otros yernos); la chimenea que echa humo y el techo que gotea. Y estas dos cosas las

tenemos... Pero mañana me las arreglaré con esta chimenea. Voy al techo y tú, y tú y tú

(Santiago, Juan, Andrés) venís conmigo. Y con piedras planas haremos un techo a la chimenea‖.

Tomás pregunta: ―Y ¿dónde encuentras las piedras planas?‖. Pedro: ―En el cobertizo. Si gotea

allí no se acaba el mundo; pero aquí... ¿Te duele que tus alimentos dejen de decorarse con

lágrimas tiznadas de hollín?‖. Tomás: ―¡Bonito sería! ¡Ojalá lo lograras! ¡Mira cómo estoy

teñido! Me cae en la cabeza cuando estoy cerca del fuego‖. Juan dice riéndose: ―Pareces un

monstruo egipcio‖. De hecho Tomás presenta sobre su rostro lleno y afable diversas y

caprichosas figuras negras. El primero que se ríe de ello es él mismo, que está siempre alegre, y

Jesús también se ríe, porque justamente cuando está hablando, otra gota cargada de hollín le cae

en la nariz y le pone negra la punta. ■ Iscariote, que hace tiempo que está cambiando, dice a

Pedro: ―Tú eres experto de tiempo, ¿qué piensas? ¿Durará mucho así?‖. Pedro le contesta:

―Ahora te lo voy a decir; voy a hacer de astrólogo‖, y se va a la puerta, la abre un poco más,

saca un poco la cabeza y una mano y sentencia: ―Viento bajo y del sur, calor y neblina...

¡Uhmm! Poco hay que...‖. Pedro calla, se vuelve a meter despacio y entorna la puerta, y da un

vistazo hacia fuera. Tres o cuatro preguntan: ―¿Qué pasa?‖. Pedro hace señal con la mano de

que guarden silencio. Mira. Luego dice en voz baja: ―Es aquella mujer. Ha bebido agua del pozo

y tomado un poco de leña del patio. Está toda mojada. No encenderá... se va... voy a seguirla.

Quiero ver...‖. Y cauteloso sale. Tomás pregunta: ―Pero, ¿dónde puede quedarse para estar

siempre cerca?‖. Mateo añade: ―Y ¡para estar aquí con este tiempo!‖. Bartolomé dice:

―Ciertamente va al pueblo porque anteayer estaba allí comprando pan‖. Santiago de Alfeo

observa: ―¡Tiene una constancia inaudita en estar así velada!‖. Tomás concluye: ―O un gran

motivo‖. Juan pregunta: ―¿Sería ésta a la que se refería ayer aquel judío?‖. Y dice: ―Son siempre

tan falsos...‖. Y Jesús continúa callado como si estuviese sordo. Todos le miran, seguros de que

Él lo sabe. Sigue trabajando con un cuchillo afilado en un trozo de madera blanda; poco a poco

el trozo de madera va tomando la forma de un tenedor grande para sacar las verduras del agua

hirviendo. Cuando ha terminado, se le ofrece a Tomás que está dedicado con todas sus fuerzas a

la cocina. Tomás: ―Eres muy bueno, Maestro... pero... nos dices ¿quién es?‖. Jesús: ―Un alma.

Para Mí todos vosotros sois «almas». Ninguna otra cosa. Hombres, mujeres, ancianos, niños,

almas, almas, almas, almas blancas los niños, almas azules los muchachos, almas color rosa los

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jóvenes, almas de oro los justos, almas negrísimas los pecadores. Pero solo almas; solo almas. Y

sonrío a las almas blancas, porque me parece como si sonriera a los ángeles; y descanso entre

las flores color rosa y azules de los adolescentes buenos; y me alegro con las almas preciosas de

los justos; y me canso, sufriendo para hacer preciosas y brillantes las almas de los pecadores...

¿Las caras?... ¿Los cuerpos?... ¡Nada! Yo os conozco y reconozco por vuestras almas‖. Tomás

pregunta: ―Y ¿qué alma tiene ella?‖.

* Dan alojo a la «Velada» por acuerdo unánime. Iscariote confiesa su curiosidad.- ■ Jesús

contesta a Tomás: ―Un alma menos curiosa que la de mis amigos, porque no indaga, no

pregunta, va y viene sin decir palabra, sin echar una mirada‖. Iscariote: ―Yo creía que era una

mujer mala o leprosa. Pero he cambiado de parecer porque... Maestro, ¿no me regañas si te digo

una cosa?‖ pregunta y se va a poner cerca de Jesús apoyándose sobre sus rodillas, todo

cambiado, humilde, bueno, mucho más bello en esta actitud que no cuando es el pomposo y

soberbio. Jesús: ―No te regañaré. Habla‖. Iscariote: ―Sé dónde vive. La seguí una tarde...

fingiendo que iba sacar agua, porque he caído en la cuenta que viene siempre al pozo cuando ya

está oscuro... Una mañana encontré por tierra una orquilla de plata... exactamente en el brocal

del pozo... y comprendí que ella la había perdido. Pues bien, está en una chocita de leña en el

bosque; quizás la utilizan los campesinos; de todas formas, está casi en ruinas. Ella le ha puesto

encima como techo unas ramas; quizás ese montón de leña lo quería para eso. Es una cueva. No

comprendo cómo puede estar así. Casi ni cabría un perro grande o un asno pequeño. Era noche

de luna y pude ver bien. Está medio sepultada entre las zarzas, pero dentro... está vacía y no

tiene puerta. Por eso mismo he cambiado de opinión y he comprendido que no es una

prostituta‖. Jesús: ―No lo deberías haber hecho. Pero sé sincero: ¿no hiciste nada más?‖.

Iscariote: ―No, Maestro. Habría deseado verla, porque ya en Jericó la vi, y creo reconocer su

paso, muy suave, con el que va veloz a donde quiere. También su figura debe de ser flexible y...

bella. Sí, se adivina, no obstante todos esos vestidos. Pero no me atreví a espiarla cuando se

acostó en el suelo. Tal vez se quitó el velo. Pero la respeté...‖. Jesús le mira fijamente y luego

dice: ―Y has sufrido. Pero dijiste la verdad. Yo te digo que estoy contento de ti. Otra vez te

costará menos ser bueno. Todo consiste en dar el primer paso. ¡Muy bien Judas!‖ y le acaricia.

■ Regresa Pedro de la calle: ―¡Pero Maestro! ¡Esa mujer está loca! ¿Pero Tú sabes en dónde

está? Casi en la orilla del río, en una casita de madera bajo un matorral. Tal vez en un tiempo

sirvió a algún pescador o guardabosques...¡Quién sabe! Jamás me hubiera imaginado que en

aquel lugar húmedo, metido en un foso, bajo una enramada de zarzas se encontrase aquella

pobre mujer. Le dije: «Habla y sé sincera. ¿Eres leprosa?». Me respondió con voz apagada:

«¡No!». Le dije: «¡Júralo!». Y ella: «¡Lo juro!». Insistí: «Mira que si lo eres y no dices y te

acercas a la casa y yo llego a saber que eres inmunda, hago que te apedreen. Pero si eres una

perseguida, ladrona o una asesina, y estás aquí por miedo a nosotros, no tangas miedo de nada.

Ahora sal de ahí. ¿No ves que estás en el agua? ¿Tienes hambre? ¿Estás temblando? Soy viejo,

¿lo ves? No te hago la corte. Viejo y honesto. Por esto, ¡escúchame!». Así me he expresado.

Pero no ha querido venir. Nos la encontraremos muerta porque está dentro del agua‖. ■ Jesús

piensa. Mira las doce caras que le contemplan. Luego pregunta: ―¿Qué pensáis que se pueda

hacer?‖. Le dicen: ―Maestro, Tú decides‖. Jesús: ―No. Quiero que vosotros juzguéis. Se trata

de algo en que vuestra honra también se halla mezclada. Y no debo violentar vuestro derecho de

conservarla‖. Zelote dice: ―En nombre de la misericordia digo que no se la puede dejar allí‖. Y

Bartolomé: ―Diría que hoy se le lleve al galerón. Van también allí los peregrinos y también ella

puede ir‖. Andrés comenta: ―Al fin y al cabo es una criatura como todas las demás‖. Mateo hace

observar: ―Y, además, hoy no viene nadie, y por lo tanto...‖. Judas Tadeo dice: ―Yo propondría

darle alojamiento por hoy, y mañana decírselo al encargado; es un buen hombre‖. Pedro

exclama: ―Tienes razón. ¡Sí, señor! Tiene muchos establos vacíos. Siempre un establo será un

palacio comparado a esa barquichuela ¡que está haciendo agua!‖. Tomás dice con ansia: ―Vete a

decírselo entonces‖. Jesús observa: ―Los jóvenes todavía no han hablado‖. Santiago: ―Para mí

está bien lo que Tú hagas‖. El otro Santiago con su hermano a una voz: ―Para nosotros

también‖. Felipe: ―Pienso solo en que por desgracia vaya a venir un fariseo‖. Iscariote dice:

―¡Oh!, aunque caminásemos por las nubes, ¿crees que no nos acusarían? No acusan a Dios

porque está lejos. Pero si pudiesen tenerlo cerca, como lo tuvieron Abraham, Jacob y Moisés, le

harían reproches... ¿Quién hay, para ellos, sin culpa?‖. Jesús: ―Si es así, id a decirle que venga

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a cobijarse en esa estancia. Ve tú, Pedro, con Simón y Bartolomé. Sois viejos, con lo cual se

sentirá menos violenta esa mujer. Y decidle que le daremos comida caliente y un vestido seco;

el que dejó aquí Isaac. ¿Veis que todo sirve?... incluso un vestido de mujer dado a un

hombre...‖. Los jóvenes se ríen, porque con el vestido en cuestión debe de haber habido algún

hecho gracioso. Los tres de edad se van... poco después regresan. Dicen: ―Ha costado lo suyo...

pero, al fin, ha venido. Le hemos jurado que no la molestaríamos en ningún momento; ahora le

llevo paja y el vestido. Dame las verduras y un pan; hoy no tiene nada que llevarse a la boca.

Por otra parte... ¿quién puede salir con este diluvio?‖. El buen Pedro sale con sus tesoros.

* “Las almas oyen las palabras de los maestros y no avanzan porque ven también las

acciones de sus maestros”.- ■ Jesús:―Y ahora una orden para todos: por ningún motivo se va a

esa estancia. Mañana tomaremos las decisiones oportunas. Acostumbraos a hacer el bien por el

bien, sin curiosidades o deseos de recibir del bien realizado un motivo de diversión o cualquier

otra cosa. ¿Veis? Os lamentabais de que hoy no se haría nada útil. Hemos amado al prójimo. Y

qué cosa más grande podíamos hacer. Si esta mujer, como es verdad, es una infeliz, ¿no podrá,

acaso, nuestro auxilio darle un alivio, un calor, una protección mucho más profunda que el poco

alimento, el pobre vestido, el techo sólido, que le hemos dado? Si es una culpable, una

pecadora, una criatura que busca a Dios, ¿nuestro amor no será, acaso, la más bella lección, la

más poderosa palabra, la señal más clara para ponerla en el camino de Dios?‖. ■ Pedro entra

despacito y se pone a escuchar a su Maestro. Jesús: ―Mirad, amigos. Muchos maestros tiene

Israel, que no hacen más que hablar y hablar... Bueno, pues las almas no cambian. ¿Por qué?

Porque las almas oyen las palabras de los maestros pero también ven sus acciones. Pues bien,

éstas destruyen a aquellas. Y las almas se quedan donde estaban, si no es que retroceden

incluso. Pero cuando un maestro hace lo que dice y obra santamente en todas sus acciones;

aunque solo lleve a cabo acciones materiales --como dar un pan, un vestido, un lugar de

alojamiento al prójimo que sufre--, obtiene el que las almas vayan adelante y lleguen a Dios,

porque son sus mismas acciones las que dicen a los hermanos: ―¡Dios existe! ¡Dios está aquí!‖.

¡Oh..., el amor! En verdad os digo que quien ama, se salva a sí mismo y a los demás‖. Pedro:

―Así es, como Tú dices, Maestro. Esa mujer me dijo: «Sea bendito el Salvador y Aquel que le

ha enviado, y todos vosotros que estáis con Él» y me quería besar los pies a mí, hombre

miserable; y lloraba tras su tupido velo... ¡En fin! Esperamos que no llegue ninguna de esas

celebridades de Jerusalén... Si no... ¿quién nos salva?‖. Jesús: ―Es suficiente que nuestra

conciencia nos salve del juicio de nuestro Padre‖. Luego bendice y ofrece los alimentos y se

sienta a la mesa. (Escrito el 5 de Marzo de 1945).

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(<Jesús está terminando su discurso sobre el mandamiento ―No matarás‖. Va a referirse ahora

directamente al cruel fariseo Doras, oculto detrás de la gente. Por aquel anatema lanzado por Jesús, en el

episodio del rescate de Jonás, las tierras de Doras han quedando totalmente desoladas e improductivas.

Abatido por su nueva situación, Doras se hace presente en el lugar>).

2-126-287 (2-93-787).- En «Aguas Claras».- Jesús-Dios, intransigente con el impenitente

fariseo Doras que cae fulminado: ―No es lícito herir a Dios‖.

* “Nada los convierte. El bien no cabe donde todo está lleno de mal”.- ■ Dice Jesús: ―Y

todavía añado: el patrón que da una paliza a un siervo, pero con la astucia de que no se le muera

entre sus manos, es doblemente culpable. El siervo no es dinero del patrón, es un alma de su

Dios. Sea para siempre maldito ese patrón que trata a su siervo peor que al buey‖. Jesús parece

como lanzar rayos y truenos. Todos le miran espantados, porque antes hablaba con calma.

―¡Maldito sea! La Nueva Ley abroga esta dureza contra el esclavo, todavía justa cuando en el

pueblo de Israel no había hipócritas que se fingían santos y agudizaban su ingenio solo para

sacar el máximo provecho y eludir la Ley de Dios. Pero ahora --rebosando Israel de estos seres

viperinos, que hacen de su capricho cosa lícita porque son ellos, los miserables poderosos, a

quienes Dios mira con odio y náusea--, al presente Yo digo: ya no es así. Caen los esclavos en

sus surcos y ante las piedras de molino. Caen, con los huesos quebrantados, visibles los

nervios, a causa de los azotes. Los acusan de delitos que no existieron para poderlos golpear,

para justificar su propio sadismo satánico. Hasta el milagro se usa como acusación para tener el

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derecho a golpearlos. Ni el poder, ni la santidad del esclavo convierten su alma retorcida. No se

les puede convertir. El bien no cabe donde todo está lleno de mal. ■ Dios ve y dice:

«¡Basta!». Demasiados son los Caínes que matan a los Abeles. Y ¿qué os pensáis, inmundos

sepulcros blanqueados por fuera, por fuera cubiertos con palabras de la Ley mientras que por

dentro se pasea el rey Satanás y pulula el satanismo más astuto, qué os pensáis?, ¿que es solo

Abel hijo de Adán?, ¿que Dios mira benigno solo a los que no son esclavos de hombre mientras

rechaza el único ofrecimiento que puede elevarle el esclavo, el de su honradez envuelta en

llanto? ¡No! En verdad os digo que cada justo es un Abel, aun cuando esté cargado de cadenas,

aun cuando muera entre los terrones del campo o sangrando por los azotes; y que son Caínes

todos los injustos que le dan a Dios por orgullo, no por verdadero culto, lo que está manchado

por su pecado y manchado por su sangre. ¡Vosotros que profanáis el milagro. Profanadores del

hombre, asesinos, sacrílegos! ¡Fuera! ¡Idos de mi presencia! ¡Basta! Yo os digo: Basta. Y os lo

puedo decir porque soy la Palabra divina que traduce el Pensamiento divino. ¡Idos!‖. Jesús de

pie, erguido, sobre la rústica tribuna causa miedo, impone temor. Su brazo derecho extendido

señalando a la puerta de salida; sus ojos, dos fuegos azules: parecen fulminar a los pecadores

presentes. La niñita que estaba a sus pies se pone a llorar y corre a su madre. Los discípulos se

miran espantados y tratan de descubrir contra quién es la invectiva. La gente también se vuelve

con los ojos interrogativos. ■ Finalmente el secreto se descubre. En el fondo, fuera de la puerta,

semiescondido detrás de un grupo de campesinos altos, se deja ver Doras. Está ahora más flaco,

amarillo, arrugado, todo él nariz y mentón. Trae consigo a un siervo que lo ayuda a moverse

porque parece que haya sufrido un accidente. Y ¿quién podía verle allí entre la gente en medio

del patio?... Se atreve a hablar en su voz ronca: ―¿Te refieres a mí? ¿Por qué lo dices?‖. Jesús:

―Por ti. Sal de mi casa‖. Doras: ―Me voy. Pero dentro de poco ajustaremos cuentas. No lo

dudes‖. Jesús: ―¿Pronto? Al punto. El Dios del Sinaí, te lo dije, te está esperando‖. Doras:

―También tú, hombre maléfico, que a mí me has acarreado las enfermedades y a mis tierras los

animales dañinos. Nos volveremos a ver, para gozo mío‖. Jesús: ―Sí. Y no querrás volverme a

ver. Porque Yo te voy a juzgar‖. Doras, gesticula, trata de gritar: ―¡Ah! ¡Ah! Mald...‖. Y cae al

suelo. Grita el siervo: ―¡Ha muerto! ¡Ha muerto el patrón! ¡Que seas bendito, tú, Mesías nuestro

vengador!‖. ■ Jesús: ―No Yo. Dios, el Señor Eterno. Que ninguno se contamine: que solo el

siervo se ocupe de su patrón. Y trata bien su cuerpo. Todos vosotros, sus siervos, sed buenos.

No os regocijéis de alegría, con resentimiento, por el caído, para que no merezcáis condena.

Que Dios y el justo Jonás sean siempre vuestros amigos, y Yo con ellos. ¡Adiós!‖. Pedro

pregunta: ―Pero... ¿ha muerto por tu querer?‖. Jesús: ―No, sino que el Padre entró en Mí... es un

misterio que no puedes entender. Acuérdate de que no es lícito herir a Dios. Él, sin concurso

ajeno, se toma venganza‖. Pedro: ―¿No podrías entonces decir a tu Padre que haga morir a todos

los que te odian?‖. Jesús: ―¡Cállate! Tú no sabes de qué espíritu eres. Yo soy Misericordia y no

venganza‖. El viejo sinagogo se acerca: ―Maestro, has resuelto todas mis preguntas y hay luz en

mí. Que seas bendito. Ven a mi sinagoga. No rehúses a un pobre viejo tu palabra‖. Jesús: ―Iré.

Vete en paz. Que el Señor sea contigo‖. Mientras la multitud se va poco a poco, todo termina. (Escrito el 10 de Marzo de 1945). --------------------000-------------------

2-127-289 (2-94-790).- En «Aguas Claras».- Los discípulos del Bautista, inquietos por los

informes que les dan sobre «Aguas Claras».- Testimonio del Bautista.- Jesús desvela el misterio

que envuelve al Precursor.

* Testimonio del Bautista sobre Doras y sobre la «Velada».- ■ Es un serenísimo día de

invierno. Sol, viento y cielo azul, sin ni siquiera la menor mancha de nubes. Son las primeras

horas del día. Todavía un ligero velo de rocío, mejor dicho de escarchas, cubre cual polvo el

suelo y las hierbas. Vienen en dirección a la casa tres hombres que caminan con la seguridad de

quien sabe a dónde se dirige. Llegando ya, ven a Juan que atraviesa el patio cargado de cubos de

agua sacados del pozo. Le llaman. Juan se vuelve, deja los cubos y les dice: ―¿Vosotros aquí?

¡Bienvenidos! El Maestro se alegrará al veros. Venid, venid, antes de que llegue la gente.

¡Ahora viene mucha!...‖. Son los tres pastores discípulos de Juan Bautista. Simeón, Juan y

Matías van contentos detrás del apóstol. ―Maestro, hay tres amigos. Mira‖ dice Juan entrando

en la cocina donde arde alegre un buen fuego de raíces, y que expande un agradable olor a

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bosque y a laurel quemado. Jesús: ―Paz sea con vosotros, amigos míos. ¿Cómo es que venís a

verme? ¿Le ha sucedido alguna desgracia al Bautista?‖. Simeón dice: ―No, Maestro. Hemos

venido por permiso suyo. Te saluda y dice que encomiendes a Dios el león perseguido por los

arqueros. No se hace ilusiones sobre su suerte futura, aunque por ahora sigue libre, y es feliz

porque sabe que tienes muchos fieles, aun los que antes eran suyos. Maestro... también nosotros

tenemos el anhelo de serlo, pero... no queremos abandonarle ahora que le persiguen.

Compréndenos...‖. Jesús: ―No solo eso, sino que os bendigo por ello. El Bautista es digno de

todo respeto y amor‖. Matías: ―Sí. Así es. El Bautista es grande, y cada vez descuella más su

figura. Se parece al agave que poco antes de morir produce el gran candelabro de la flor de

siete hojas y lo ondea, y perfuma. Así es él. Y dice siempre: «Mi único deseo es volver a

verle...». Verte a Ti. Nosotros hemos recogido este grito de su alma y, sin decírselo, te lo hemos

venido a traer. Él es «el Penitente», «el Absteniente». Su santo deseo de verte y de oírte le

consume. Yo soy Tobías, ahora Matías. Creo que el arcángel dado a Tobías no sería distinto del

Bautista; todo en él es sabiduría‖. ■ Jesús: ―¿Quién ha dicho que no le vuelva a ver?... Pero

¿solo por eso habéis venido? Es muy duro caminar durante esta estación. Hoy hace un día

sereno, pero, hasta hace solo tres días, ¡cómo llovía por todas partes!‖. Matías: ―No hemos

venido solo por esto. Hace algunos días vino Doras, el fariseo, a purificarse. El Bautista le negó

el rito con estas palabras: «No entra el agua en donde hay una costra tan grande de pecado. Solo

uno te puede perdonar: el Mesías». Y entonces él dijo: «Iré a donde está Él. Quiero curarme.

Creo que este mal es un maleficio suyo». Entonces el Bautista le arrojó de su presencia como lo

habría hecho con Satanás. Él, al irse, vio a Juan (el pastor) --le conocía desde que Juan visitaba

a Jonás, con quien estaba algo emparentado-- y le dijo que él vendría aquí, que todos iban, que

había venido Mannaén y hasta incluso venían las... (yo digo prostitutas pero él dijo otra palabra

peor). «Aguas Claras, decía, está lleno de ilusos. Ahora, si me cura y retira la maldición contra

mis tierras --que están como excavadas como con máquinas de guerra por ejércitos de topos y

gusanos de todas clases y animales que acaban con las semillas y roen las raíces de los árboles

frutales y de las viñas y no hay nada que los venza--, me haré amigo suyo. De otro modo... ¡ay

de Él!». Nosotros le respondimos: «¿Y con este corazón vas allá?». Y él contestó: «¿Pero quién

cree en ese pedazo de Satanás? Además, así como convive con prostitutas, puede hacer alianza

también conmigo». Nosotros queríamos venir a decírtelo, para que pudieras saber a qué atenerte

con Doras‖. Jesús ―Ya está todo resuelto‖. Matías: ―¿Ya? ¡Ah, es verdad!, que él tiene carros y

caballos y nosotros tan solo las piernas. ¿Cuándo ha venido?‖. Jesús: ―Ayer‖. Matías: ―¿Y qué

pasó?‖. Jesús: ―Lo siguiente: que si queréis ocuparos de Doras podéis ir al duelo a su casa de

Jerusalén. Le están preparando para el sepulcro‖. Exclaman: ―¡¿Muerto?!‖. Jesús: ―Muerto.

Aquí. Pero no hablemos de él‖. Matías: ―Sí, Maestro... ■ Solo... dinos una cosa. ¿Es verdad

cuanto dijo Mannaén?‖. Jesús: ―Sí. ¿Os desagrada?‖. Matías: ―No, no..., nos alegra. ¡Cuánto le

hemos hablado de Ti en Maqueronte! Y ¿qué quiere el discípulo sino que el Maestro sea

amado? Es lo que Juan quiere, y, con él, nosotros‖. Jesús: ―Hablas bien Matías. La sabiduría

está contigo‖. Matías: ―Y... yo no lo creo, pero ahora la hemos visto... a esa mujer. Vino

también a nosotros buscándote a Ti antes de los Tabernáculos. Le dijimos: «A quien tú buscas

no está aquí, pero pronto estará en Jerusalén, para los Tabernáculos». Eso le dijimos, porque el

Bautista nos había dicho: «¿Veis a esa pecadora?: es una costra de inmundicia; pero lleva

dentro una llama que hay que alimentar; así, se avivará de tal modo que saldrá impetuosamente

de la costra y arderá toda. Cederá la inmundicia y quedará solamente la llama». Eso dijo. Pero...

¿es verdad que duerme aquí, como han venido a decirnos dos influyentes escribas?‖. Jesús:

―No. Está en una de las caballerizas del encargado, más o menos a un estadio de aquí‖. Matías:

―¡Lenguas infernales! ¿Oíste? ¡Y ellos...!‖. Jesús: ―Déjalos que hablen. Los buenos no creen en

sus palabras, sino en mis obras‖. Matías: ―Esto lo dice también Juan‖.

* Testimonio del Bautista sobre sí mismo: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido

mandado delante de Él para prepararle el camino... Sola la esposa goza del esposo, el

amigo del novio se alegra y desaparece... Es necesario que Él crezca y yo disminuya. Quien

viene del Cielo está por encima de todos”.- Matías continúa diciendo a Jesús: ―Hace unos

días, algunos discípulos suyos, le dijeron en nuestra presencia: «Rabí, Aquel que estaba contigo

al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza y todos van a Él; te vas a

quedar sin fieles». A lo que Juan respondió: «¡Bienaventurado mi oído, que oye esta noticia! No

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sabéis qué alegría me proporcionáis. Tened en cuenta que el hombre no puede tomar nada si no

le es dado del Cielo. Vosotros podéis testificar que dije: ‗Yo no soy el Mesías, sino el que ha

sido mandado delante de Él para prepararle el camino‘. El hombre justo no se apropia un

nombre que no es suyo, y, aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: ‗Eres ése‘, es decir:

el Santo, él responde: ‗¡No, en verdad, no!; yo soy su siervo‘. ■ Y de todas formas se alegra

mucho de ello, porque dice: ‗Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede

confundir con Él‘. Y, ¿qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Solo la esposa

goza del esposo. El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto.

Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial,

experimenta una alegría tan grande que podría compararse a la que hace feliz a la virgen casada

con él, la cual en aquella palabra empieza a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es

mi alegría y es completa. ¿Qué otra cosa hace el amigo del novio, después de haberle servido

durante meses y habiéndole conducido a la esposa hasta el hogar? Se retira y desaparece. ¡Así

hago yo! Uno solo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad. ¡Oh, qué

palabra más profunda! ■ Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo

está por encima de todos. Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el

Sol, que todo ilumina y su luz es tan fuerte que los astros y planetas, que no tienen luz propia, se

revisten de ella, y los que aún no están apagados desaparecen en el supremo resplandor del Sol.

Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras los Patriarcas y Profetas irán al Cielo, pero del

Cielo no vienen. Quien viene del Cielo es superior a todos, y anuncia lo que ha visto y oído.

Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando por ello de Dios, podrá aceptar su

testimonio. Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, demuestra, con este acto

suyo de creer, que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad, y escucha a la Verdad

porque su ánimo está deseoso de ella. Porque aquel a quien Dios ha enviado pronuncia palabras

de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud, y el Espíritu dice: ‗Heme aquí. Tómame, que

quiero estar contigo, Tú, delicia de nuestro amor‘. Porque el Padre ama al Hijo sin medida y

todas las cosas las ha puesto en su mano. Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas

quien se niega a creer en el Hijo, no verá la Vida, y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre

él». Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en la memoria para repetirlas‖. Jesús: ―Te

alabo y te doy las gracias por ello. El último Profeta de Israel no es aquél que desciende del

Cielo, pero, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre --vosotros

no lo sabéis, pero Yo os lo digo-- es el que más se acerca al Cielo‖. ■ Los tres pastores se

muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos: ―¿Qué cosa? ¿Qué cosa?

¡Cuenta!... Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador»‖. Jesús: ―Cuando mi Madre me llevaba, a

mí-Dios en su vientre, fue a servir --porque es la humilde y amorosa--, a la madre de Juan,

prima de ella por parte de su madre, que había quedado embarazada en su vejez. El Bautista

tenía ya su alma, porque era el séptimo mes de su formación (1). Y este germen de hombre

encerrado en el seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios ■ También en

esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y

penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño. Por ello Yo os digo que sobre la tierra hay

tres que son poseedores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los

poseedores de la Sabiduría: el Verbo, la Madre, y el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo y

el Espíritu Santo, en el Cielo‖. Matías: ―Nuestro corazón está lleno de estupor... Casi como

cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías...». Porque eres Tú el abismo de la Misericordia y este

Juan nuestro es el abismo de la humildad‖. Jesús: ―Y mi Madre es el abismo de la Pureza, de la

Gracia, de la Caridad, de la Obediencia, de la Humildad, de toda virtud que sea de Dios y que

Dios infunde en sus santos‖. (Escrito el 11 de Marzo de 1945). ···········································

1 Nota : ―Tenía su alma, porque estaba en el séptimo mes de su formación‖. Esta afirmación no excluye que el

alma sea infundida el primer instante de la concepción. Lo que parece más. bien, es que quiere rechazar la opinión de

que el individuo reciba su alma en le momento del nacimiento o, incluso, después de haber nacido. La sacralidad de

la vida humana, desde su concepción se afirma en esta Obra. Como muestra, se ofrecen estas dos frases de Jesús

pronunciadas en otros episodios de la Obra: 1) ―Si, matando a la madre, mato también a su fruto, entonces Dios me

pedirá cuentas de dos seres, porque el vientre que engendra a un nuevo hombre, según el mandamiento de Dios es

sagrado, como es sagrada la pequeña vida que en aquél va madurando, a la que Dios ha dado un alma‖. 2) ―Y ahora

escuchadme vosotras, mujeres, que calladas y sin castigo alguno asesináis tantas vidas. Separar de vuestro seno un

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fruto que crece en él, por el hecho de que provenga de culpable simiente, o porque sea un vástago no deseado, una

carga a vuestro lado, o una carga para vuestra economía, también es matar‖.

-------------------000------------------

(<Jesús ha hablado a la gente hoy sobre las palabras del Éxodo ―No desearás a la mujer de los demás‖.

Jesús no puede soportar este pecado>).

2-128-299 (2-95-800).- «En Aguas Claras».- Jesús no puede soportar el pecado del 9º

mandamiento.- Iscariote, Zelote y Juan buscan noticias en Jerusalén.

* “Judas, no me des jamás ese dolor”... “Maestro, te amo, pero soy débil”.- ■ De hecho,

Jesús está muy pálido, y su rostro denota dolor. No vuelve a sonreír sino hasta cuando se agacha

sobre los niños enfermos y sobre los enfermos en sus camillas. Entonces vuelve a ser Él. Sobre

todo cuando, al introducir su dedo en la boca de un mudo de unos diez años de edad, le hace

decir: ―Jesús‖ y luego: ―Mamá‖. La gente se marcha muy lentamente. ■ Jesús se queda a pasear

por el sol que inunda la era hasta que se le acerca Iscariote: ―Maestro, no estoy tranquilo...‖.

Jesús: ―¿Por qué, Judas?‖. Iscariote: ―Por los de Jerusalén... Yo los conozco. Déjame ir allí

algunos días. No te digo que me mandes solo; es más, te ruego que no sea así. Mándame con

Simón y Juan, que fueron muy buenos conmigo en el primer viaje a la Judea. El uno me frena,

el otro me purifica hasta en el pensamiento. ¡No te puedes imaginar lo que significa Juan para

mí!: es un rocío que calma mis ardores y aceite sobre mis aguas agitadas... Créelo‖. Jesús: ―Lo

sé. No te debes por lo tanto admirar de que Yo le quiera tanto. Es mi paz. Pero tú también, si

eres siempre bueno, serás mi consuelo. Si usas los dones de Dios --y tienes muchos-- para el

bien, como estás haciendo desde hace algunos días, llegarás a ser un verdadero apóstol‖. ■

Iscariote: ―¿Y me amarás como amas a Juan?‖. Jesús: ―Yo te amo igualmente, Judas; solo que

entonces te amaré sin preocupación y dolor‖. Iscariote: ―¡Oh, Maestro mío! ¡Qué bueno eres!‖.

Jesús: ―Ve a Jerusalén, aunque no servirá de nada. Pero no quiero quitarte tu deseo de

ayudarme. Lo diré inmediatamente a Simón y a Juan. Vamos. ¿Ves cómo sufre tu Jesús por

ciertas culpas? Son como uno que ha levantado un peso demasiado fuerte. No me des jamás este

dolor. Nunca más...‖. Iscariote: ―No, Maestro. No. Te amo. Lo sabes... pero soy débil...‖. Jesús:

―El amor fortalece‖. Entran en la casa y todo termina. (Escrito el 12 de Marzo de 1945).

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(<Después de unos días de ausencia, Juan Zebedeo, Simón Zelote e Iscariote vuelven con noticias de

Jerusalén. Son noticias preocupantes. Traen también consigo algunos detalles enviados por las mujeres de

los apóstoles y una carta para Jesús de su Madre. En la carta le recuerda que hace ya un año que no está

con Ella; que recibe noticias que hablan de Él; unos le bendicen, otros le maldicen; incluso que su primo

José de Alfeo, en un viaje reciente a Jerusalén, fue amenazado y detenido por los hombres del Gran

Consejo. Ante estas noticias...>).

.

2-133-329 (2-100-834).- Jesús debe abandonar «Aguas Claras» y va a Betania.

*“Como la luna en sus fases, así en mi religión habrá fases crecientes, llenas,

decrecientes”.- ■ Pedro grita: ―¡Hasta esa casa llegan esos desvergonzados!‖. Y Judas Tadeo

exclama: ―José... podía haberse guardado para sí lo sucedido. ¡Pero le ha llenado de satisfacción

el poder comunicárselo!‖. Enjuicia Felipe: ―Gritos de hiena no infunden temor a los vivos‖.

Iscariote dice: ―Lo malo es que no son hienas, sino tigres. ¡Buscan una presa viva!‖. Y

volviéndose a Zelote: ―Di todo lo que hemos sabido‖. Zelote: ―Sí, Maestro. El temor de Judas

estaba justificado. Fuimos a casa de José de Arimatea y de Lázaro que son abiertos amigos

tuyos. Luego Judas y yo, --como si yo fuese un amigo suyo de la infancia-- fuimos a casa de

algunos amigos suyos de Sión... Bueno, pues José y Lázaro te dicen que te dejes este lugar

enseguida y vayas donde ellos durante estas fiestas. Cede, Maestro; es por tu bien. ■ Además

los amigos de Judas dijeron: «Mira que ya está decidido ir a sorprenderle para acusarle.

Precisamente en estos días de fiesta en que no hay gente. Que se retire por algún tiempo, para

engañar a estas víboras. La muerte de Doras ha estimulado su veneno y su miedo, porque

además de sentir odio tienen miedo. Y el miedo les hace ver lo que no existe y el odio les hace

incluso mentir»‖. Iscariote: ―¡Todo, pero es que saben todo de nosotros! ¡Es una cosa odiosa!

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¡Y todo alteran. Todo exageran! Y, cuando creen que no haya bastante razón para maldecir, se

lo inventan. Tengo náuseas y me siento abatido. Me llegan ganas de expatriarme, de irme... no

sé... lejos, fuera de este Israel que es todo un pecado...‖. Se le ve deprimido a Iscariote. Jesús:

―Judas, Judas... una mujer para dar al mundo a un hombre, trabaja por nueve lunas. Tú,

para dar al mundo el conocimiento de Dios ¿querrías emplear menos tiempo? No nueve

lunas, sino millares de lunas serán necesarias; del mismo modo que la luna nace y muere cada

mes, apenas acabada de nacer, luego llena, luego menguada... así sucederá siempre en el mundo,

mientras exista: habrá fases crecientes, llenas y decrecientes, de religión. Mas, aun cuando

parezca muerta, tendrá vida, como la luna, que existe aun cuando parece que se haya extinguido.

Y quien haya trabajado en esta religión, conseguirá mérito completo, a pesar de que solo una

escasa minoría de almas fieles quede sobre la tierra. ¡Venga! ¡Venga! ¡Nada de fáciles

entusiasmos en los triunfos ni de fáciles depresiones en las derrotas!‖. ■ Apóstoles, unos y

otros: ―No obstante... vete de aquí. Nosotros no somos todavía fuertes. Pensamos que ante el

Sanedrín tendríamos miedo. Yo al menos.. De los otros no sé... creo que es una imprudencia el

probarlo. No tenemos el corazón de los tres jóvenes de la corte de Nabucodonosor‖. ―Sí,

Maestro. Es mejor‖. ―Es prudente‖. ―Judas tiene razón‖. ―Ves que también tu madre y

familiares...‖. ―Y Lázaro y José...‖. ―Hagámosles venir en vano...‖. Jesús abre los brazos y dice:

―Sea como queréis. Pero luego se vuelve aquí. Veréis cuántos vienen. Yo ni fuerzo ni tiento

vuestra alma. Sé que todavía no está preparada...‖.

* ―No es este el momento de que nos capturen, y no nos capturarán. Bien entrada la

noche, con el claro de la luna, iremos hacia Doco y luego a Betania‖.- ■ Jesús: ―Bueno...

veamos los trabajos que han hecho las mujeres‖. Todos, con ojos alegres y voces de alegría

extraen de las alforjas los paquetes con los vestidos, sandalias y los alimentos que enviaron las

mamás y las esposas, y tratan de interesar a Jesús a que admire tanto favor de Dios, pero Él

sigue triste y distraído. Lee una y otra vez la carta materna. Se ha retirado con una lamparita

al rincón más alejado de la mesa en que están la ropa, las manzanas, recipientes de metal,

pequeños quesos... y, haciendo con una mano de visera para los ojos, parece meditar, pero en

realidad está sufriendo. Pedro, que está rebosante de alegría, con los brazos cargados de sus

tesoros, dice: ―Mira, Maestro, mi esposa, ipobrecilla!, ¡qué prenda tan linda, y qué manto

con capucha me ha hecho! Quién sabe lo que le habrá costado hacerlo, porque no es tan experta

como tu Madre‖. Cortésmente dice Jesús: ―Bonitos. sí, bonitos. Es una esposa excelente‖...

pero con los ojos lejanos de las cosas que le presentan. Santiago de Zebedeo dice: ―A nosotros

nuestra madre nos ha hecho dos túnicas dobles. ¡Pobre mamá! ¿Te gustan, Jesús? Es un

color bonito, ¿no es verdad?‖ Jesús: ―Muy bonito, Santiago; te estará bien‖. Judas de Alfeo

dice: ―Mira, estoy seguro de que estos cinturones los ha hecho tu Madre; es Ella la que

borda así. Y este velo doble para cubrir del sol yo también digo que lo ha hecho María; es igual

que el tuyo. La túnica no; ciertamente ha sido nuestra madre la que la ha confeccionado.

¡Pobre mamá! Después de tanto como ha llorado este verano, ve menos y frecuentemente se le

rompe el hilo. ¡Qué buena es!‖, y besa la gruesa túnica de color rojo-marrón. ■ Bartolomé por

fin observa: ―No estás alegre, Maestro. Ni siquiera miras lo que te han mandado‖. Simón

Zelote arguye: ―No puede estarlo. Jesús les dice: ―Estoy pensando... Pero... Volved a hacer

los paquetes. Ponedlo todo en orden. No es este el momento de que nos capturen, y no nos

capturarán. Bien entrada la noche, con el claro de la luna, iremos hacia Doco y luego a

Betania‖. ―¿Por qué a Doco?‖. Jesús: ―Porque allí hay una mujer que se está muriendo y

espera de mí la curación‖. Andrés dice: ―¿No pasamos por casa del administrador?‖. Jesús:

―No, Andrés, por ningún sitio. Así nadie tiene por qué mentir diciendo que no sabe dónde

estamos. Si vuestra preocupación es que no nos persigan, la mía es no crear complicaciones a

Lázaro‖. Andrés: ―Pero Lázaro te espera‖. Jesús: ―Y vamos donde él. o, mejor,... Simón, ¿me

hospedas en la casa de tu viejo siervo?‖. Zelote: ―Con mucho gusto, Maestro. Tú ya sabes todo.

Por tanto, puedo decirte en nombre de Lázaro, de mí mismo y de quien vive en ella, que esa

casa es tuya‖. Jesús: ―Vamos. Rápido. Para estar en Betania antes del sábado‖.

* Andrés, preocupado por la suerte de la «Velada»: recibe el encargo de avisar de la

partida y del pronto regreso.- ■ Y, mientras todos se dispersan, con lámparas, para hacer lo que

la imprevista partida requiere, Jesús se queda solo. Vuelve Andrés, se acerca a su Jesús y dice:

―¿Y esa mujer? Me duele abandonarla ahora que parecía que iba a venir... Es prudente... ya lo

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has visto...‖. Jesús: ―Vete a decirle que dentro de un tiempo volveremos y que mientras tanto

recuerde tus palabras...‖. Andrés: ―Las tuyas, Señor. Yo he dicho sólo las tuyas‖. Jesús:

―Ve. Date prisa. Y mira que ninguno te vea. Verdaderamente, en este mundo de malos, deben tomar

la apariencia de pérfidos quienes son inocentes...‖. Todo me cesa aquí, en esta gran verdad.

(Escrito el 18 de Marzo de 1945).

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(<Ya están en Betania, después de pasar por Doco y curar la mujer enferma>).

2-135-336 (2-102-843).- En Betania, Magdalena, oculta tras un seto, oye el discurso de Jesús

(2º contacto con Jesús).

* ―Marta, ahora la lucha por tu hermana María es entre el demonio y Yo‖.- ■ Llega al

improviso Maximino, que precede en unos metros a Lázaro. ―Maestro... me dijo Simón... que

Tú vas a su casa... Le va a dar dolor a Lázaro... pero se comprende‖. Jesús: ―Luego hablaremos

de ello. ¡Oh, amigo mío!‖. Jesús se acerca rápido a Lázaro, el cual parece sentirse violento, y le

besa en las mejillas. Han llegado entre tanto a un caminito que conduce a una casita situada

entre otros terrenos de árboles frutales y el de Lázaro. Éste dice: ―Entonces ¿estás decidido a ir

a casa de Simón?‖. Jesús: ―Sí, amigo mío. Traigo a todos mis discípulos y prefiero sea así...‖. A

Lázaro le desagrada esta determinación pero no replica; solo se vuelve a la pequeña

aglomeración de gente que los sigue y dice: ―Idos, el Maestro tiene necesidad de descanso‖.

Aquí me convenzo de la autoridad que tiene Lázaro. Todos se inclinan al oír sus palabras. Se

retiran mientras Jesús les manda un dulce saludo: ―La paz sea con vosotros. Os avisaré cuando

predique‖. ■ Lázaro, ahora que están solos, adelantados respecto a los discípulos, los cuales,

algunos metros más atrás, vienen hablando con Maximino, dice: ―Maestro... Marta está hecha

un mar de lágrimas. Por esto no vino, pero luego vendrá. Yo lloro solo en mi corazón. Pero hay

que reconocer que es justo. Si hubiéramos pensado que ella (Magdalena) venía... pero jamás

viene a las fiestas... Sí... jamás viene... Yo digo: precisamente hoy tenía que traerla aquí el

demonio‖. Jesús: ―¿El demonio? ¿Por qué no pudo ser su ángel por órdenes de Dios? Pero

créeme, que aunque ella no hubiese estado aquí de todas formas Yo hubiera ido a la casa de

Simón‖. Lázaro: ―¿Por qué, Señor mío? ¿No te dio paz mi casa?‖. Jesús: ―Tanta, que después

de Nazaret es mi lugar preferido. Pero respóndeme: ¿por qué me dijiste: «Sal de Aguas

Claras?». Por las asechanzas que se acercan. ¿No es así? Por esto entro a tierras de Lázaro pero

no quiero que Lázaro sea insultado en su casa. ¿Crees que te respetarían? Con tal de pisotearme

pasarían sobre el Arca Santa... déjame por lo menos ahora. Luego vendré. Por otra parte nadie

me prohíbe que venga a comer a tu casa y que tú vengas a donde Yo estoy. Deja que se diga:

«Está en casa de un discípulo suyo»‖. ■ Lázaro: ―¿Y yo no lo soy?‖. Jesús: ―Tú eres el amigo.

Es más que discípulo para el corazón. La malicia no entiende eso. Déjame hacer las cosas como

Yo quiero. Lázaro, esta casa es tuya... pero no es tu casa, la hermosa y rica casa del hijo de

Teófilo, y, para los pedantes, eso cuenta mucho‖. Lázaro: ―Tú hablas así... pero ¿por qué? Es a

causa de ella ¿no es así? Yo estaba ya casi decidido a perdonar... pero si ella es causa de que Tú

te apartes,¡vive Dios que la odiaré!‖. Jesús: ―Y me perderás para siempre. Desecha ese

pensamiento enseguida o ahora mismo me pierdes. ■ Aquí viene Marta. La paz sea contigo, mi

buena hospitalaria‖. Marta, arrodillada, llora y dice: ―¡Oh, Señor!‖. Se ha bajado el velo, que

lleva sobre el peinado hecho en forma de corona, para no mostrar mucho su llanto a los

extraños. Pero, a Jesús no piensa ocultárselo. Jesús: ―¿Por qué este llanto? ¡Verdaderamente

estás malgastando esas lágrimas! Hay muchas razones para llorar, y para hacer de las lágrimas

un objeto precioso. ¡Pero llorar por este motivo!... ¡Oh, Marta! Parece que te olvidas quién soy

Yo. Del hombre, como sabes, no tengo más que el vestido. Mi corazón es divino, y palpita

como divino. ¡Vamos! Levántate y entra en casa... Y en cuanto a ella, dejadla en paz. Aunque

viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace

instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está

entre él y Yo, directamente. Vosotros rogad, perdonad, tened paciencia y creed. Ninguna otra

cosa.■ Entran en la casita (Es una pequeña casa cuadrada rodeada de un pórtico que la hace más

extensa). Dentro hay cuatro habitaciones, divididas por un pasillo en forma de cruz. Una

escalera, exterior como de costumbre, conduce a la parte alta del pequeño pórtico, que, por

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tanto, aquí es una terraza, que da acceso a una amplia estancia de las mismas dimensiones que la

casa; en el pasado probablemente destinada para provisiones, ahora está enteramente libre y

limpia, absolutamente vacía. Simón que está al lado del anciano siervo, --que oigo que le llaman

José--, al ofrecer su casa dice: ―Aquí se podría hablar a la gente, o también comer... como tú

quieras‖. Jesús: ―Vamos a pensarlo. Y ahora ve a decir a los demás que después de la comida,

puede venir gente. No defraudaré a los buenos de este lugar‖. Zelote: ―¿A dónde digo que

vayan?‖. Jesús: ―Que vengan aquí. El día está templado. El lugar está protegido de los vientos.

Al huerto, como no tiene fruta, la gente no le puede hacer ningún daño. Hablaré aquí desde la

terraza. Ve a decirlo‖.

* Jesús y Lázaro hablan sobre los sucesos de «Aguas Claras».- ■ Se quedan solos Lázaro y

Jesús. Marta, --de nuevo la ―buena hospitalaria‖ al tener que ocuparse de atender a tantas

personas-- trabaja abajo con los criados y con los mismos apóstoles disponiendo lo necesario

para las mesas y para el descanso. Jesús pone un brazo sobre los hombros de Lázaro, y le

conduce fuera de la sala, a pasear por la terraza que rodea la casa, bajo un bello sol que entibia

el día, y, desde arriba mira a los siervos que trabajan y a los discípulos, y envía una sonrisa a

Marta que va y viene pero sin la cara de congoja que antes tenía. Mira también el hermoso

panorama que rodea el lugar, y nombra con Lázaro diversos lugares y personas para terminar

preguntando a quemarropa: ■ ―¿Entonces, la muerte de Doras fue como agitar una vara dentro

del nido de víboras?‖. Lázaro: ―¡Oh, Maestro! Me ha contado Nicodemo que fue una de las

sesiones más violentas a que haya asistido en el Sanedrín‖. Jesús: ―¿Qué cosa hice para que el

Sanedrín se inquietara? Doras, murió por sí mismo, a la vista de todo el pueblo, muerto de ira.

No permití que se faltase al respeto a su cadáver. Por tanto...‖. Lázaro: ―Tienes razón. Pero

ellos... están locos de miedo. Y... ¿sabes que han dicho que hay que pillarte en pecado para

poder matarte?‖. Jesús: ―¡Oh! Si es por eso, ¡ni te preocupes! ¡Tendrán que esperar hasta la hora

de Dios!‖. Lázaro: ―¡Pero, Jesús! ¿Sabes de quién se habla? ¿Sabes de qué son capaces los

fariseos y escribas? ¿Sabes qué alma tiene Anás? ¿Sabes quién es su segundo? ¿Sabes?... pero

¿qué estoy diciendo? ¡Tú sabes! Y, por eso, es inútil que te diga que inventarán el pecado para

poder acusarte‖. Jesús: ―Ya lo encontraron. He hecho más de lo que necesitan. He hablado a los

romanos, he hablado a los pecadores... ■ Sí, a pecadoras, Lázaro. Una --no mires con esa cara

de espanto--... una siempre, fue a oírme y se aloja en uno de los establos de tu administrador,

porque se lo pedí, porque, para que estuviera cerca de Mí, se había establecido en una

pocilga...‖. Lázaro, estupefacto, parece una estatua. Ni se mueve. Mira a Jesús como a quien ve

algo sumamente raro. Jesús sonriente le zarandea y pregunta. ―¿Has visto a Satanás?‖. Lázaro:

―No... He visto a la Misericordia. Pero... lo entiendo. Esos, los del Consejo, no. Dicen que es

pecado. ¡Luego es verdad! Creía... ¡Oh! ¿qué has hecho?‖. Jesús: ―Mi deber, mi derecho y mi

deseo: buscar y redimir a un alma caída. Por esto podrás ver que tu hermana no será el primer

fango al que me acerque y sobre el que me incline y no será la última. Quiero sembrar en el

fango flores y quiero que nazcan flores del bien‖. Lázaro: ―¡Oh! ¡Dios mío!... Pero...¡Oh

Maestro mío! Tú, tienes razón. Estás en tu derecho, es tu deber y es tu deseo. Pero, las hienas no

comprenden esto. Son carroña tan fétida, que no sienten el olor, no pueden sentir el perfume de

los lirios, y hasta en donde éstos florecen, ellos, esas poderosas carroñas, sienten olor de pecado;

no comprenden que proviene de su cloaca... Te lo ruego, no estés en un lugar por mucho

tiempo; vete de acá para allá sin darles la posibilidad de encontrarte...‖.

*Magdalena, oculta, oye a Jesús: “Van buscando amor, cualquier amor, estas almas

infelices a las que el Amor de Dios aguijonea. Pero uno solo es el amor del alma: Dios‖.- ■

....Y la visión se reanuda cuando Jesús sube de nuevo a la terraza para hablar a la gente que, de

Betania y de lugares circunvecinos, ha acudido a escucharle. ―La paz sea con vosotros. Aun

cuando yo callara, los vientos de Dios llevarían hasta vosotros las palabras de mi amor y las del

odio de otros. Sé que estáis turbados porque no desconocéis el por qué de que Yo esté entre

vosotros. Pero no hagáis otra cosa que alegraros y bendecir conmigo al Señor, que emplea el

mal para dar un motivo de alegría a sus hijos, conduciendo de nuevo a su Cordero, aguijoneado

por el mal, a donde los otros corderos, para ponerle al seguro contra los lobos. Ved qué bueno es

el Señor. Al lugar en que me encontraba llegaron, como aguas a un mar, un río y un riachuelo.

Un río de amorosa dulzura, un riachuelo de punzante amargura. El primero era vuestro amor,

desde Lázaro y Marta al último del pueblo; el riachuelo era el injusto rencor de quien, no

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pudiendo ir al Bien que le llama, acusa al Bien de ser Pecado. Y el río decía: «Vuelve, vuelve

con nosotros. Que nuestras olas te circunden, te aíslen, te defiendan, te den todo aquello que el

mundo te niega». El riachuelo malvado lanzaba amenazas y quería matar con su veneno. Mas,

¿qué es un riachuelo comparado con un río?, ¿qué, comparado con un mar? Nada. Como a nada

ha quedado reducido el veneno del riachuelo, porque el río de vuestro amor lo ha superado de

tal modo, que al mar de mi amor no ha llegado sino la dulzura de vuestro amor. Podríamos decir

aún más: ha producido un bien. Me ha traído de nuevo con vosotros. Bendigamos por ello al

Señor Altísimo‖. La voz de Jesús se expande, poderosa, por el aire tranquilo y silencioso. Jesús,

lleno de hermosura bajo el sol, desde lo alto de la terraza, gesticula y sonríe sereno. Abajo, la

gente escucha beata: son como un floreado de rostros alzados sonriendo a la armonía de su voz.

Lázaro está cerca de Jesús, como también Simón y Juan. Los demás están diseminados entre la

multitud. Sube también Marta y se sienta en el suelo a los pies de Jesús, mirando hacia su casa,

que se ve más allá de los árboles frutales... ■ Lázaro: ―Mi hermana, Jesús... ¡oh!‖. Lázaro

descubre a María que se escurre detrás de un seto del huerto de Lázaro para acercarse lo más

posible. Camina agachada, pero su rubia cabellera brilla como oro contra el boj oscuro. Marta

hace ademán de levantarse, pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza y debe quedarse donde

está. ■ Todavía más fuerte levanta Jesús su voz: ―¿Qué decir de estos infelices? Dios les ha

dado tiempo de hacer penitencia y ellos lo emplean en pecar. Dios no los pierde de vista, aunque

parezca que lo haga. Llega el momento en que, o bien porque, cual rayo capaz de penetrar

incluso en la roca, el amor de Dios hiende y desgarra su duro corazón, o bien porque la suma de

sus delitos hace llegar el nivel de su cieno hasta introducirse en su boca y en su nariz --y

perciben, sí, al fin perciben la náusea de ese sabor y de ese hedor que da asco a los demás y que

llena su corazón-- llega el momento en que ello les produce náusea y brota un movimiento de

deseo por el bien. Entonces el alma grita: «¿Quién me concediera volver a ser como antes,

cuando estaba yo en amistad con Dios, cuando su luz resplandecía en mi corazón y caminaba yo

bajo sus rayos, cuando, al ver mi recto proceder, el mundo, admirado, guardaba silencio, y quien

me veía me llamaba bienaventurado? El mundo bebía mi sonrisa, y mis palabras eran aceptadas

cual palabras de ángel y saltaba de orgullo el corazón de mis familiares. ‗Y ahora, ¿qué soy?

Motivo de burla de los jóvenes, horror de los ancianos, tema de sus cantares, el esputo de su

desprecio baña mi cara‘» (Job 29,1-30,10). Sí, así habla en ciertas horas el alma de los pecadores,

de los verdaderos Job, porque no hay miseria mayor que ésta, la de quien ha perdido para

siempre la amistad de Dios y su Reino. Inspiran tan solo piedad. Piedad tan solo. Son pobres

almas que, por ociosidad o por ligereza, han perdido al eterno Esposo. «De noche, en mi lecho,

busqué el amor de mi alma y no lo encontré» (Cantar 3,1). De hecho en las tinieblas no se puede

reconocer al esposo, y el alma aguijoneada por el amor, sin saber qué hacer porque está rodeada

de la noche espiritual, busca y trata de encontrar un alivio a su tormento. Cree poder encontrarlo

en cualquier amor. ¡No! Uno solo es el amor del alma: Dios. Van buscando amor estas almas a

las que el Amor de Dios aguijonea. Bastaría con que admitieran la luz en ellas para que el amor

fuera su consorte. Van como enfermas, buscando a tientas amor, y encuentran toda clase de

amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no encuentran al Amor; porque

el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder. ¡Pobres, pobres almas! Si, menos

ociosas, se hubiesen puesto en pie al oír la invitación del Esposo eterno, al oír a Dios que dice:

«Sígueme», a Dios que dice:«Ábreme», no habrían llegado tarde a abrir la puerta, con el ímpetu

de su amor despertado, cuando, desilusionado, el Esposo ya estaba lejos y había desaparecido...

Y no habrían profanado ese ímpetu santo de una necesidad de amor en un lodazal que, por su

hediondez, causa repugnancia hasta a un animal inmundo; sembraron cardos que no eran flores,

sino solo pinchos, pinchos que punzan, y que no sirven de corona. Y no habrían conocido las

burlas de todos aquellos que, cual guardias de ronda, como Dios, pero por motivos opuestos, no

pierden de vista al pecador y lo acechan para burlarse de él y criticarle. ¡Pobres almas

maltratadas, expoliadas, heridas por todos! Tan solo Dios no acude a esta lapidación de cruel

escarnio; es más, vierte sus lágrimas para curar de las heridas y para volver a vestir con

vestidura diamantina a su criatura. Siempre su criatura... Solo Dios... y los hijos de Dios con el

Padre. ■ Bendigamos al Señor. Él quiso que, por los pecadores, Yo debiera volver aquí para

deciros: «Perdonad, perdonad siempre. Convertid todo mal en bien. Haced que una ofensa se

convierta en gracia». No os digo solo «haced»; os digo: imitad mi modo de obrar. Yo amo y

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bendigo a mis enemigos porque por ellos he podido volver a vosotros, amigos míos. La paz sea

con vosotros‖. La gente agita velos y ramas en dirección de Jesús, y luego, lentamente, se van

alejando.

* ―Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia,

oración”.- ■ Lázaro dice: ―¿Habrán visto a esa desvergonzada?‖. Jesús: ―No, Lázaro. Estaba

detrás del seto y bien escondida. Podíamos verla, porque estábamos en lo alto. Los otros no‖.

Lázaro: ―Había prometido que...‖. Jesús: ―¿Por qué no podía venir? ¿No es también ella una

hija de Abrahám? Quiero que vosotros hermanos, discípulos, me juréis que no haréis ninguna

alusión a ella. Dejadla en paz. ¿Que se reirá de Mí? Dejadla. ¿Que llorará? Dejadla. ¿Que querrá

quedarse? Dejadla ¿Tendrá ganas de huir? Dejadla. ■ Es el secreto del Redentor y de los

redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más Todo gesto sobra ante

ciertas enfermedades...y ciertos tocamientos son insufribles...Adiós amigos, me quedo a orar.

Cada uno vaya a sus tareas. Y que Dios os acompañe‖.Todo termina (Escrito el 21 de Marzo de

1945).

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(<Después de celebrar la fiesta de las Encenias en casa de Lázaro, Jesús y los suyos emprenden el regreso

a «Aguas Claras»>).

2-137-355 (2-104-862).- Regreso a «Aguas Claras» pero deben abandonar el lugar

* “Andrés, jamás la oración hecha para salvar un alma se pierde”.- ■ Jesús atraviesa con

sus discípulos las llanuras de «Aguas Claras». El día está lluvioso y todo está desierto. Es más o

menos mediodía, porque cuando logra el sol abrirse paso entre los resquicios de las nubes, envía

sus rayos perpendiculares. Jesús va hablando con Iscariote y le da el encargo de ir al pueblo para

comprar lo más necesario. Cuando se queda solo, se le junta Andrés, y siempre tímido, dice en

voz baja: ―¿Quieres escucharme, Maestro?‖. Jesús: ―Sí, ven adelante conmigo‖ y alarga el

paso seguido de su discípulo, adelantándose algunos metros respecto a los demás. Andrés,

apenado, le dice: ―¡La mujer ya no está, Maestro!‖. Y explica: ―La pegaron y huyó. Iba herida y

sangrando. El administrador la vio. Me adelanté, diciendo que iba a ver si nos habían tendido

alguna insidia, pero la verdad es que quería ir enseguida a donde estaba ella. ¡Tantas esperanzas

tenía de traerla a la luz! ¡Mucho he orado por ella en estos días!... ¡Ahora ha huido! Se perderá.

Si supiese en dónde está, la iría a buscar... No lo diría a los demás, pero a Ti, sí, porque me

entiendes. Tú sabes que en esta búsqueda no hay pasión alguna, sino un deseo, ¡oh!, un deseo

tan grande que se hace tormento, de salvar a una hermana mía...‖. ■ Jesús: ―Lo sé, Andrés, y te

digo: aun cuando las cosas se han presentado así, tu deseo se cumplirá. Jamás la plegaria hecha

con ese motivo se pierde. Dios la escucha y ella se salvará‖. Andrés: ―Si Tú eres quien lo dice...

¡Mi dolor se mitiga!‖.

* El verdadero don del apóstol.- ■ Jesús: ―¿No querrías saber qué es de ella? ¿No te interesa

ni siquiera el no ser tú el que la conduzca a Mí? ¿No me preguntas cómo lo hará?‖. Jesús sonríe

dulcemente, con un esplendor de luz en sus azules pupilas que miran al apóstol que va

caminando a su lado. Una de esas sonrisas y de esas miradas que son uno de los secretos de

Jesús para conquistar los corazones. Andrés con sus dulces ojos castaños lo mira y dice: ―Me

basta saber que vendrá a Ti. Que sea otro o yo, no me importa. ¿Cómo sucederá? Tú lo sabes y

no tengo necesidad yo de saberlo. Tengo la promesa y me siento feliz‖. Jesús le pasa el brazo

por los hombros y lo trae a Sí dándole un abrazo afectuoso, que transporta al buen Andrés en

éxtasis y en esta forma sigue hablando: ―Este es el don del verdadero apóstol. Mira, amigo: tu

vida y la de los futuros apóstoles será siempre así. Algunas veces sabréis que fuisteis «los

salvadores». Pero muchas veces salvaréis las almas sin saber siquiera que salvasteis las almas

que más queríais que se salvasen. Sólo en el Cielo veréis venir a vuestro encuentro o subir al

Rey Eterno a quienes salvasteis. Algunas veces lo sabréis en la Tierra. Son las alegrías que os

infundo para dar un vigor mucho mayor para buscar nuevas conquistas. ¡Bienaventurado será el

sacerdote que no tenga necesidad de estos incentivos para cumplir con su propio deber!

Bienaventurado el que no se amilana al no ver triunfos y que no dice: «¡No hago más porque no

tengo satisfacción!». ■ La satisfacción apostólica que se busca, como único incentivo,

demuestra que no existe formación apostólica, envilece el apostolado que es cosa espiritual y lo

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reduce al nivel de un vulgar trabajo humano. No se debe caer jamás en la idolatría del

ministerio. No sois vosotros los que debéis ser adorados sino el Señor vuestro. A Él sea la gloria

de los que se salvan. A vosotros, la obra de la salvación dejando para cuando estéis en el Cielo

la gloria de haber sido los «salvadores»‖.

* La voluntad de redimirse es ya una absolución.- ■ Jesús: ―Pero me decías que el

administrador la vio. Cuéntame‖. Andrés: ―Tres días después de que habíamos partido, vinieron

algunos fariseos a buscarte. Naturalmente no te encontraron. Recorrieron el pueblo y las casas

de los campos como si estuvieran vivamente interesados en verte. Nadie lo creyó. Entraron en la

posada echando fuera con soberbia a los que estaban allí, porque decían que no querían entrar

en contacto con extranjeros desconocidos, que podían incluso profanarlos. Todos los días iban a

la casa. Después de algunos días encontraron a esa pobrecita, que siempre iba allá porque tal vez

esperaba encontrarte y conseguir la paz. La hicieron huir, siguiéndola hasta su refugio que

estaba en el establo del administrador. No la agredieron inmediatamente, dado que el

administrador y sus hijos habían salido armados de garrotes. Pero luego, por la tarde, cuando

ella salió de nuevo, volvieron, y venían con otros, y cuando la mujer fue a la fuente, empezaron

a apedrearla, llamándola «prostituta» y exponiéndola al oprobio del pueblo. Y, dado que ella se

echó a correr queriendo huir, la alcanzaron, la pegaron, le quitaron el velo y manto para que

todos la viesen, y siguieron pegándola, tratando de imponerse con su autoridad al sinagogo para

que la maldijera y fuera así lapidada, y además para que te maldijera a Ti, que la habías llevado

al pueblo. Pero el sinagogo no quiso hacerlo y ahora está en espera del anatema del Sanedrín.

El administrador la arrancó de las manos de esos bribones y la ayudó. Pero por la noche se fue,

dejando un brazalete y escrito sobre un pedazo de pergamino: «Gracias, ruega por mí». El

administrador dice que es joven y hermosísima, aunque muy pálida y delgada. La buscó por los

campos, porque estaba muy herida, pero no la encontró, y no se explica cómo haya podido

alejarse mucho. ■ Tal vez haya muerto en algún sitio... y no se salvó...‖. Jesús: ―No‖. Andrés:

―¿No? ¿No ha muerto? ¿No se ha perdido?‖. Jesús: ―La voluntad de redimirse es ya una

absolución. Aun cuando hubiese muerto sería perdonada, porque ha buscado la verdad y puesto

bajo sus pies el error. Pero no ha muerto. Empieza a subir por la pendiente del monte de la

redención. La veo... inclinada bajo su llanto de arrepentimiento. Ahora bien, el llanto la hace

siempre más fuerte, mientras que, por el contrario, el peso va disminuyendo. Yo la veo. Se

dirige al encuentro del Sol. Cuando haya subido toda la pendiente, se encontrará en la gloria del

Dios-Sol. Va subiendo... ayúdala con tus oraciones‖. Andrés: ―¡Oh Señor mío!‖. Y se siente

casi aterrorizado por el hecho de poder ayudar a un alma en su santificación. Jesús sonríe mucho

más dulce. Dice: ―Será necesario abrir los brazos y el corazón al sinagogo perseguido e ir a

bendecir al buen administrador. Vamos con los compañeros a decírselo‖.

* Iscariote, herido tras un altercado con los fariseos, advierte del peligro de quedar allí.-

■ Pero mientras recorren en sentido inverso el camino andado para unirse a los otros diez --los

cuales, habiendo comprendido que Andrés estaba en coloquio secreto con el Maestro, se habían

detenido aparte--, llega corriendo el Iscariote. Viene muy rápido, con su manto ondeando a su

espalda, haciendo además un verdadero carrusel de gestos con los brazos, de modo que parece

una mariposa gigantesca en veloz vuelo por el prado. Pedro le pregunta: ―¿Pero qué tiene? ¿Se

ha vuelto loco?‖. Antes de que alguien pudiese responderle, Iscariote, ya un poco cerca, con voz

jadeante grita: ―¡Espera, Maestro! Escuchadme antes de ir a la casa... Están al acecho. ¡Oh, qué

ruines!...‖ y corre; ya ha llegado: ―¡Oh, Maestro! ¡No se puede ir allá! Te están esperando para

hacerte daño. Despiden a quienes vienen buscándote. Los espantan con anatemas horrendos.

¿Qué quieres hacer? Aquí te perseguirían y tu obra quedaría anulada... Uno de ellos me vio y me

atacó. Un viejo, feo, narigón que me conoce, porque es uno de los escribas del Templo --pues

también hay escribas-- me atacó asiéndome con sus garras y me insultó con su voz de gavilán.

Mientras me insultó, me rasguñó --«mira», dice, mostrando una muñeca y una mejilla con

señales claras de las uñas-- le he dejado, pero cuando babeó sobre Ti, lo cogí por el cuello...‖.

Jesús grita: ―¡Pero Judas!‖. Iscariote: ―No, Maestro. No le estrangulé. Tan solo le impedí que

blasfemase contra Ti, y luego le dejé que se fuese. Ahora está allí muriéndose de miedo por el

peligro que ha corrido... Vámonos de acá, te ruego. ¡Total, ya nadie podría venir a verte!...‖.

Todos tienen una opinión: ―¡Maestro!‖. ―¡Es un horror!‖. ―Judas tiene razón‖. ―¡Son como

hienas en acecho!‖.―Fuego del Cielo que bajaste sobre Sodoma ¿por qué no vuelves a bajar?‖.

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Pedro dice a Iscariote: ―En realidad has estado valiente, muchacho. Una mala suerte que no

hubiese estado también yo. Te habría ayudado‖. Iscariote: ―¡Oh, Pedro! Si hubieras estado

también tú, ese viejo gavilán hubiese perdido para siempre las plumas y la voz‖. Pedro: ―¿Pero

cómo hiciste para... para quedarte a mitad?‖. Iscariote: ―¡Ah! Una luz improvisa en la mente;

una idea que salió quién sabe de qué parte profunda del corazón: «El Maestro condena la

violencia», y... me contuve. Lo cual me ha supuesto un choque interior más profundo aún que el

que recibí al pegarme con la pared contra la que me había tirado el escriba cuando me agredió.

Sentí los nervios como despedazados... hasta el punto de que después no hubiera tenido ya

fuerza para ensañarme con él. ¡Qué esfuerzo supone el vencerse!...‖. Pedro: ―¡Eres un

muchacho valiente! ¿Verdad, Maestro? ¿No das tu parecer?‖. ■ Pedro está tan contento por lo

que hizo Judas, que no comprende por qué Jesús haya pasado de tener el luminoso rostro de

antes a mostrar una cara severa que le oscurece la mirada y le comprime la boca, pareciendo

ésta hacerse más pequeña. La abre para decir: ―Yo digo que estoy más disgustado de vuestro

modo de pensar que de la conducta de los judíos. Ellos, desgraciados, se encuentran en las

tinieblas. Vosotros, que estáis con la Luz, sois duros, vengativos, murmuradores, violentos; sois

de los que aprueban, como ellos, un acto brutal. Os digo que me dais la prueba de ser siempre

los mismos que erais cuando por primera vez me visteis. Y esto me duele. En cuanto a los

fariseos, sabed que el Mesías no huye. Retiraos. Yo les haré frente. No soy cobarde. Cuando

haya hablado con ellos sin haber podido persuadirles, me retiraré. No se debe decir que no he

buscado todos los medios para atraerlos a Mí. También ellos son hijos de Abraham. Cumplo con

mi deber hasta el fin. Es preciso que la causa de su condena sea únicamente su mala voluntad y

no una falta de dedicación mía hacia ellos‖.

* Ni las palabras humildes de Jesús logran doblegar la mala voluntad de los fariseos.-

Jesús llora.- ■ Y Jesús camina hacia la casa, que se deja ver con su techo bajo, tras una fila de

árboles sin hojas. Los apóstoles le siguen con la cabeza baja, hablando entre sí. Han llegado a la

casa. Entran a la cocina en silencio, y se ponen a preparar lo necesario. Jesús está absorto en su

pensamiento. Están a punto de comer cuando un grupo de personas aparece en la puerta.

Iscariote dice en voz baja: ―Ahí están‖. Jesús se levanta inmediatamente y se dirige a ellos. Es

tan imponente que el grupillo retrocede por un instante, pero el saludo de Jesús les da seguridad:

―La paz sea con vosotros. ¿Qué queréis?‖. Entonces esos hombres viles creen poder atreverse a

todo y arrogantemente le intiman: ―En nombre de la santa Ley te ordenamos que abandones este

lugar. Tú, turbador de las conciencias, violador de la Ley, corruptor de las tranquilas ciudades

de Judá. ¿No temes el castigo del Cielo? Tú, mono imitador del Justo que bautiza en el Jordán;

Tú, que proteges a las prostitutas. Lárgate de la tierra santa de Judá. Que tu aliento no llegue

desde aquí a los muros de la Ciudad santa‖. Jesús: ―No hago ningún mal. Enseño como rabbí,

curo como taumaturgo, arrojo los demonios como exorcista. Estas categorías, queridas por Dios,

existen también en Judá, y Dios exige respeto y veneración hacia ellas por parte vuestra. No

pido veneración. Pido solo que me dejéis hacer el bien a los que están enfermos en el cuerpo, en

la mente o en el espíritu. ¿Por qué me lo prohibís?‖. Fariseos: ―Eres un poseído ¡lárgate!‖.

Jesús: ―El insulto no es una respuesta. Os pido que no me prohibáis lo que a otros permitís‖.

Fariseos: ―Porque eres un poseído, y arrojas los demonios y haces milagros con la ayuda de

ellos‖. Jesús: ―¿Y vuestros exorcistas, entonces? ¿Con la ayuda de quién lo hacen?”.

Fariseos: ―Con la ayuda santa. Tú eres pecador. Y para aumentar tu poder, te sirves de

pecadoras, porque con esta clase de uniones se aumenta la fuerza de la posesión demoníaca.

Nuestra santidad ha purificado la zona de esa mujer, tu cómplice; pero no permitimos que te

quedes aquí, para que no atraigas a otras mujeres‖. ■ Pedro, que se ha acercado al Maestro en

actitud no recomendable, les pregunta: ―¿Pero esta casa es vuestra?‖. Fariseos: ―No es casa

nuestra. Pero todo Judá y todo Israel está en manos de los santos, de los puros de Israel‖.

Iscariote, que también se ha acercado a la puerta, termina: ―¿Lo sois vosotros?‖. Y concluye la

frase con una risotada burlona. Luego pregunta: ―¿Dónde está el otro amigo vuestro? ¿Todavía

está temblando? ¡Desvergonzados, largaos! Y enseguida. De otro modo haré que os arrepintáis

de...‖. Jesús: ―Silencio, Judas. Y tú, Pedro, regresa a tu lugar. Oid, escribas y fariseos. Por

vuestro bien, por piedad de vuestra alma, os ruego que no combatáis al Verbo de Dios.

Venid a Mí. No os odio. Comprendo vuestra mentalidad y la compadezco. Pero os ruego que

tengáis una nueva mentalidad, santa, capaz de santificaros y de que os dé el Cielo. ¿Creéis que

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he venido para pelear contra vosotros? ¡Oh, no! He venido a salvaros. Para esto he venido. Os

amo. Os pido amor y comprensión. Precisamente porque sois los más santos en Israel debéis

comprender más que todos la verdad. Sed alma y no cuerpo. ¿Queréis que os lo pida de rodillas?

Lo hago. Lo que está en juego, vuestra alma, tiene tal valor, que Yo metería bajo las plantas de

los pies para conquistarla para el Cielo, con la seguridad de que el Padre no consideraría errónea

esta humillación mía. ¡Hablad!¡Decidme la palabra que espero!‖. Fariseos: ―Maldición,

decimos‖. ■ Jesús: ―Está bien. Dicho queda. Idos. También Yo me iré‖. Y Jesús les da la

espalda y regresa a su lugar. Dobla su cabeza sobre la mesa y llora. Bartolomé cierra la puerta

para que ninguno de esos hombres crueles que le han insultado, y que se marchan profiriendo

amenazas y blasfemias, vea este llanto. Un largo silencio, luego Santiago de Alfeo acaricia la

cabeza de su Jesús y le dice: ―No llores. Nosotros te amamos. Incluso por ellos‖. Jesús levanta

su rostro y dice: ―No lloro por Mí. Lloro por ellos que se matan, sordos a toda llamada‖. El otro

Santiago pregunta: ―¿Qué hacemos ahora, Señor?‖. Jesús: ―Iremos a Galilea. Partiremos

mañana por la mañana‖. Santiago: ―¿Hoy no, Señor?‖. Jesús: ―No. Debo saludar a los buenos

del lugar. ¿Vendréis conmigo?‖. (Escrito el 15 de Abril de 1945).

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2-138-361 (2-105-868).- Jesús y apóstoles abandonan «Aguas Claras». Jesús se despide del

administrador y del arquisinagogo Timoneo que se hace discípulo.

* El administrador alaba la conducta de la «Velada» y Jesús alaba la rectitud del

administrador con la bendición.- ■ ―Señor, yo no he hecho sino cumplir con mi deber ante

Dios, ante mi jefe y ante la honestidad de conciencia. He estado atento a esa mujer durante este

tiempo en que ha sido huésped mía, y siempre la he visto honesta. Habrá sido una pecadora.

Bien. Ahora no lo es. ¿Por qué razón tengo yo que indagar sobre un pasado que ella misma ha

tachado para anularlo? Yo tengo hijos en edad joven, no feos. Pues bien, no ha mostrado nunca

su rostro, realmente bonito, ni ha hecho oír su palabra. Puedo decir que oí el tono de su voz de

plata cuando gritó cuando fue herida. De hecho ella, lo poco que pedía --siempre a mí o a mi

mujer-- lo decía tras el velo, y tan bajo que casi no se entendía. Date cuenta de lo prudente que

fue: cuando temió que su presencia podía causar algún perjuicio, se marchó... Yo le había

prometido protección y ayuda, y sin embargo, ella no quiso aprovecharlo.¡No, así no se

comportan las mujeres perdidas! Yo rogaré por ella, como ha pedido; incluso, sin este recuerdo.

Tenlo, Señor. Empléalo como limosna para bien suyo. Dándola Tú, ciertamente, recibirá a

cambio la paz‖. Ha sido el administrador quien ha hablado a Jesús y lo ha hecho

respetuosamente. Es un hombre de buen talle, rostro honesto y cuerpo recio. Detrás de él hay

seis jóvenes, parecidos al padre, seis caras francas e inteligentes; también está su esposa, una

mujercita liviana y todo dulzura, que escucha a su marido como escucharía a un dios, asintiendo

continuamente con la cabeza. ■ Jesús recibe el brazalete de oro y se lo pasa a Pedro diciendo:

―Para los pobres‖. Luego se dirige al administrador en estos términos: ―No todos tienen tu

rectitud en Israel. Tú eres sabio, porque distingues el bien del mal y sigues el bien sin sopesar la

utilidad humana que el cumplirlo pueda comportar. En nombre del Eterno Padre, te bendigo a ti,

a tus hijos, a tu esposa y a tu casa. Manteneos siempre en esta disposición de espíritu y el Señor

estará siempre con vosotros, y tendréis la vida eterna‖.

* El arquisinagogo Timoneo, discípulo... obrero del Dueño eterno.- ... ■ Jesús ha llegado a

la casa del arquisinagogo. Éste le dice a Jesús: ―Señor... Yo... me han dicho que he pecado. Me

han dicho que soy anatema. Yo me examino... y no creo que lo sea. Pero ellos son los santos de

Israel, y yo el pobre jefe de sinagoga. Sin duda tienen razón. Y yo ahora no me atrevo a alzar la

mirada hacia el rostro airado de Dios, a pesar de que me sería muy necesario en este momento.

Ahora quedaré privado de todo bien, porque el Sanedrín está claro que me maldice‖. Jesús:

―Pero, ¿cuál es el dolor? ¿El de dejar de ser jefe de la sinagoga, o el de quedar imposibilitado

para hablar de Dios?‖. Timoneo: ―Es precisamente esto, Maestro, lo que me produce dolor.

Supongo que cuando dices que si me duele el no ser el jefe de la Sinagoga te refieres a las

ganancias y a los honores que ello conlleva. Eso no me preocupa. Solo tengo a mi madre. Ella

es nativa de Aera y allí tiene una pequeña casa. Techo y sustento, para ella, hay. Para mí... yo

soy joven. Trabajaré. Pero jamás osaré hablar de Dios, pues he pecado‖. Jesús: ―¿Por qué has

pecado?‖. Timoneo: ―Dicen que soy cómplice del... ¡Señor..., no me hagas decir...!‖. Jesús: ―No.

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Yo lo digo. Bueno, ni siquiera lo digo. Yo y tú conocemos sus acusaciones, y Yo y tú sabemos

que no son ciertas. Por tanto, tú no has pecado. Yo te lo digo‖. Timoneo: ―Entonces, ¿puedo

todavía levantar la mirada hacia el Omnipotente? ¿Te puedo...‖. Jesús: ―¿Qué, hijo?‖.■ Jesús

es todo dulzura mientras se inclina hacia el hombre, que se ha detenido bruscamente como con

miedo. ―¿Qué? Mi Padre busca tu mirada, la quiere. Y Yo quiero tu corazón y tu pensamiento.

Sí, el Sanedrín descargará su mano sobre ti, Yo abro los brazos y digo: «Ven». ¿Quieres ser un

discípulo mío? Yo veo en ti todo lo necesario para ser un obrero del Dueño eterno. Ven a mi

viña...‖.Timoneo: ―¿Lo dices en serio, Maestro? Madre... ¿estás oyendo? ¡Yo me siento feliz,

madre! ¡Celebrémoslo a lo grande, madre! Luego me iré con el Maestro y tú volverás a tu casa.

Voy enseguida, Señor mío; Tú, que me has librado de todo temor, y dolor, y miedo a Dios‖.

Jesús: ―No. Esperarás la palabra del Sanedrín. Con corazón sereno y sin odio. Tú en tu puesto,

mientras se te deje en ese puesto. Luego te juntarás conmigo en Nazaret o en Cafarnaúm. Adiós.

La paz sea contigo y con tu madre‖. (Escrito el 16 de Abril de 1945).

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2-139-365 (2-106- 872) .- En los montes de Emaús. El carácter de J. Iscariote y las cualidades

de los buenos.- La recta de la perfección: orden ↔caridad.

* Jesús está triste, una tristeza llena piedad. Parece un médico que comprueba el estado

del enfermo ( “¿Qué cosa soy, Señor mío? Ayúdame a entender lo que soy”, ha oído decir

a Iscariote) pero que sabe que es un enfermo incurable.- ■ Jesús está con los suyos en un

lugar muy montañoso. El camino es incómodo y escabroso. Los más viejos se cansan mucho.

Los jóvenes, por su parte, están contentos alrededor de Jesús y suben ágiles, conversando entre

sí. Los dos primos, los dos hijos de Zebedeo y Andrés están felices con el pensamiento de su

regreso a Galilea, y tal es su alegría que contagia también a Iscariote que desde hace tiempo está

en las mejores disposiciones de espíritu. Se limita a preguntar: ―Bueno, Maestro, pero, para

Pascua, cuando se va al Templo... ¿vas a volver a Keriot? Mi madre espera siempre volver a

verte. Me lo ha hecho saber. Igualmente mis paisanos...‖. Jesús: ―Por supuesto. Ahora aunque

quisiéramos, la estación es muy dura para meterse por esos caminos infranqueables. Daos

cuenta cómo aquí también resulta muy fatigoso; y, si no hubiera sido por esa imposición, no

habría emprendido ahora el camino... Pero ya no podía uno quedarse allí más...‖. Jesús calla,

pensativo. Juan dice: ―¿Y después, quiero decir por Pascua, se podrá ir? Yo quisiera mostrar tu

gruta a Santiago y a Andrés‖. Iscariote pregunta: ―¿Te olvidas que Belén no nos ama a

nosotros? O, mejor dicho, al Maestro‖. Juan: ―No. Pero iré con Santiago y Andrés. Jesús podría

estar en Yutta o en tu casa...―. Iscariote: ―¡Oh! Eso sí me gusta. ¿Lo harás así, Maestro? Ellos

van a Belén, Tú te quedas conmigo en Keriot. Realmente conmigo solo nunca has estado... y

siento grandes deseos de tenerte enteramente para mí‖. Jesús: ―¿Estás celoso? ¿No sabes que

amo a todos por igual modo? ¿No crees que estoy con todos vosotros, aun cuando os parezca

que esté lejos?‖. Iscariote: ―Sé que nos amas. Si no fuese así, serías más severo, a lo menos

conmigo. Creo que tu espíritu vela siempre sobre nosotros. ¿Pero somos del todo espíritu?

Existe también el hombre con sus pasiones, sus deseos, y sus quejas. Jesús mío, yo sé que no

soy el que más te hace feliz, pero creo que Tú sabes lo vivo que está en mí el deseo de agradarte

y cómo me pesan las horas en que te pierdo por mi miseria...‖. Jesús: ―No, Judas. No me

pierdes. Estoy más cerca de ti, porque conozco lo que eres‖. ■ Iscariote: ―¿Qué cosa soy, Señor

mío? Dímelo. Ayúdame a entender lo que soy. No me comprendo. Me parece que sea como una

mujer que sufre los efectos de estar en cinta. Tengo apetitos santos y perversos. ¿Por qué? ¿Qué

cosa soy yo?...‖. Jesús mira con una mirada indefinible. Está triste, pero con una tristeza llena de

piedad. Mucha piedad. Parece un médico que comprueba el estado del enfermo y que sabe que

es un enfermo incurable... pero no habla. Iscariote: ―Dímelo, Maestro mío. Tu juicio será el

menos severo de todos los que se lancen contra el pobre Judas. Y además... estamos entre

hermanos. No me importa que sepan de qué estoy hecho. Al contrario, al oírlo de ti, corregirán

su juicio y me ayudarán. ¿No es verdad?‖. Los otros se sienten violentos y no saben qué decir.

Miran al compañero, miran a Jesús. Jesús pone a su lado a Judas Iscariote, en el lugar donde

antes estaba su primo Santiago, y dice: ■ ―Tú eres simplemente un desordenado. Tienes en ti

todos los mejores elementos, pero no los tienes bien fijados, y, el más mínimo soplo de viento

los descoloca. Hace poco pasamos por aquellos desfiladeros y nos mostraron el daño que han

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hecho a las pobres casas de aquél pueblecito el agua, la tierra y los árboles. Estos tres

elementos son cosas útiles y benditas, ¿no es verdad? Bueno, a pesar de todo, han resultado

malditas. ¿Por qué? Porque el agua del río no tenía un curso ordenado, sino que, por indolencia

del hombre, se habían excavado otros lechos siguiendo su capricho, lo cual era bonito mientras

no había tempestades. Esa clara agua que irrigaba el monte con pequeños riachuelos --collares

de diamantes o de esmeraldas, según reflejasen la luz o la sombra de los bosques-- era como una

obra de joyero. Y el hombre gozaba de ello, porque esa agua parlanchina era útil para sus

campos; como también eran hermosos los árboles nacidos, por avatares de los vientos, en

caprichosos grupos, ora aquí, ora allí, dejando claros llenos de sol. También era hermosa la

tierra esponjosa, depositada por quién sabe qué lejanos aluviones entre unas ondulaciones y

otras del monte; tierra verdaderamente fértil para los cultivos. Pero ha sido suficiente que

llegaran las tempestades de hace un mes, para que los caprichosos surcos del río se uniesen y,

desordenadamente, se desbordaran siguiendo otro curso, llevándose los desordenados árboles y

arrastrando hacia abajo las desordenadas acumulaciones de tierra. Si las aguas hubiesen estado

bien reguladas, si los árboles hubiesen estado agrupados en bosques ordenados, si la tierra

hubiese estado sostenida con las debidas protecciones, entonces esos tres elementos, la madera,

el agua y la tierra, que son buenos, no se habrían convertido en causas de destrucción y muerte

para ese pueblecito. Tú tienes inteligencia, valor, educación, prontitud, elegancia, tienes

muchas, muchas cosas, pero están salvajemente dispuestas en ti; y tú dejas que estén así. Mira:

tienes necesidad de un trabajo paciente y constante sobre de ti mismo, para poner orden, --que al

final se traduce en una vigorosidad-- en tus cualidades, de modo que cuando surja la tempestad

de la tentación, lo bueno que tienes en ti no se transforme en un mal para ti y para los demás‖.

Iscariote: ―Tienes razón, Maestro. Cada cierto tiempo sufro la acción de un viento que me altera

profundamente, y entonces todo se enreda. Y dices que yo podría...‖. Jesús: ―La voluntad lo es

todo, Judas‖. ■ Iscariote: ―Pero hay tentaciones que son tan ardientes... Uno se oculta, por

miedo a que el mundo se las lea en el rostro‖. Jesús: ―¡Ése es el error! Ése sería el momento

preciso de no ocultarse, sino de buscar el mundo de los buenos, su ayuda. Además el contacto

con los buenos calma la fiebre. Y buscar también el mundo de los criticadores, porque, debido a

ese orgullo, que impulsa a ocultarse para que no le lean a uno su espíritu tentado, ello sería un

impulso ante la debilidad moral, y no se caería‖. Iscariote: ―Tú fuiste al desierto...‖. Jesús:

―Porque lo podía hacer. Pero ¡ay de los solos si no son, en su soledad, multitud contra la

multitud!‖. Iscariote: ―¿Cómo? No entiendo‖. Jesús: ―Multitud de virtudes contra multitud de

tentaciones. Cuando la virtud es poca, hay que hacer lo que hace esta débil hiedra: agarrarse a

las ramas de árboles robustos, para poder subir‖. Iscariote: ―Gracias, Maestro. Yo me agarro a

Ti y a mis compañeros. Ayudadme todos. Sois mejores que yo‖. ■ Santiago de Alfeo dice: ―Ha

sido mejor el ambiente sobrio y honesto en que hemos crecido, amigo. Ahora estás con nosotros

y te queremos mucho. Verás... no es por criticar la Judea, pero, créelo, en Galilea hay, al menos

en nuestros pueblos, menos riqueza y menos corrupción. Están cercanos Tiberíades, Mágdala y

otros lugares de regocijo. Pero vivimos con «nuestra» alma sencilla, vulgar, si quieres, pero

activa, contenta santamente de lo que da Dios‖. Juan objeta: ―Santiago ¿no sabes que la mamá

de Judas es una mujer santa? Se le ve la bondad escrita en su cara‖. Judas de Keriot feliz de

haber oído tal alabanza le manda una sonrisa; y su sonrisa aumenta cuando Jesús confirma:

―Dijiste bien, Juan. Es una criatura santa‖. Iscariote: ―¡Sí! ¡Ya! Pero mi padre soñaba con

hacerme un gran personaje en el mundo, y muy pronto y demasiado profundamente me arrancó

de mi madre‖.

* La recta de la perfección: orden, paciencia, constancia, humildad, caridad.- ■ Pedro

pregunta desde lejos: ―¿Pero qué es lo que tenéis que decir, que no paráis de hablar? ¡Deteneos!

Esperadnos. No le veo la gracia caminar así y no pensar que tengo piernas cortas‖. Se detienen

hasta que el otro grupo los alcanza. Pedro: ―¡Uf! ¡Cómo te quiero, barquita mía! Aquí se suda

como esclavos... ¿de qué hablabais?‖. Jesús responde: ―Hablábamos de las cualidades para

ser buenos”. Pedro: ―¿Y no me las dices a mí, Maestro?‖. Jesús: ―Claro que sí: Orden,

paciencia, constancia, humildad, caridad... Muchas veces las he enumerado‖. Pedro: ―Pero el

orden, no. ¿Qué tiene que ver el orden?‖. Jesús: ―El desorden no es jamás una buena cualidad.

Y lo he dicho a tus compañeros. Te lo dirán. Y le he puesto en primer lugar; y en el último la

caridad, porque son los dos extremos de una recta de la perfección. Ahora bien, tú sabes que una

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recta puesta horizontalmente, no tiene ni principio ni fin. Ambos extremos pueden ser principio

y pueden ser fin, mientras que de una espiral, o de cualquier otra figura no cerrada en sí misma,

siempre hay un principio y un fin. La santidad es lineal, sencilla, perfecta, y no tiene sino dos

extremos, como la recta‖. Pedro: ―Es fácil hacer una recta‖. Jesús: ―¿Lo crees? Te engañas. En

un dibujo, complicado incluso, puede pasar inadvertido algún defecto; pero en la recta

enseguida se ve cualquier falta, o de inclinación o de inseguridad. José, cuando me enseñaba el

oficio, insistía mucho en que fueran derechas las tablas y con razón me decía: «¿Ves, Hijo mío?

En una moldura o en un trabajo de torno todavía puede pasar una imperfección leve, porque el

ojo (si no es expertísimo), si observa un punto no ve el otro. Pero si una tabla no está derecha

como se debe, ni siquiera el trabajo más sencillo, como podía ser una pobre mesa de

campesinos, sale bien. Estará arqueada, hacia abajo o hacia arriba. No sirve sino para el fuego».

■ Podemos aplicar esto mismo a las almas. Para que no suceda que no se sirva sino para el

fuego del Infierno, es decir, para conquistar el Cielo, es menester ser perfecto como una tabla

debidamente cepillada y escuadrada. Quien empieza su trabajo espiritual desordenadamente,

comenzando por las cosas inútiles, saltando, como un pájaro inquieto, de esto a aquello, al final,

cuando quiere reunir las partes de su trabajo, ya no puede, no encajan. Por tanto: orden. Por

tanto: caridad. Luego, manteniendo fijos en las dos mordazas estos extremos, de forma que no

se escapen nunca, trabajar en todo lo restante, ya se trate de molduras o de tallas. ¿Has

entendido?‖. ■ Pedro: ―Sí. He comprendido‖. Pedro se traga en silencio la lección y de pronto

concluye: ―Entonces mi hermano vale más que yo. Es él muy ordenado. Un paso después del

otro, callado, en silencio. Da la impresión de que no se moviera, y, sin embargo... Yo desearía

hacer muchas cosas y en poco tiempo. Y no hago nada.. ¿Quién me ayuda?‖. Jesús: ―Tu buen

deseo. No temas, Pedro. Tú también haces. Te haces‖. Felipe: ―¿Y yo?‖. Jesús: ―También tú,

Felipe‖. Tomás: ―¿Y yo? Me parece que no sirvo para nada‖. Jesús: ―No. Tomás. También tú te

trabajas. Todos os trabajáis. Sois árboles sin podar, pero el injerto os cambia despacio pero

seguro, y Yo tengo en vosotros mi alegría‖. Tomás: ―Eso. Estamos tristes y Tú nos consuelas;

débiles y nos das fuerzas; miedosos y nos das valor. En todo y en todas las circunstancias tienes

a la mano el consejo y el consuelo. Maestro, Tú siempre estás preparado y siempre eres bueno,

¿cuál es el secreto?‖. Jesús: ―Amigos míos, para esto he venido, sabiendo ya lo que me

encontraría y lo que debía hacer. Sin ilusiones no existen desilusiones; por tanto, no se pierde

energía, se va adelante. Recordad esto, para cuando vosotros debáis también tallar al hombre

animal para hacer de él el hombre espiritual‖. (Escrito el 17 de Abril de 1945).

Dice Jesús:

―Y con esto termina el primer año de evangelización. Tomad nota de ello. ¿Qué podré

deciros? Lo he dado porque era mi deseo que fuese conocido. Pero, como los fariseos, así

también hay quien se opone a este trabajo. Mi deseo de ser amado --conocer es amar-- se ve

rechazado por demasiadas cosas... Y esto me produce un gran dolor a Mí, que soy el Eterno

Maestro que por vuestra causa estoy aprisionado...‖.

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