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Señores Presidente y demás Miembros de la Acade­mia de Ciencias Políticas y Sociales.

A l venir a tomar puesto entre vosotros, no me satisface el limitarme al deber de claros las gracias por la honorífica elección, sinp que me siento obliga­do a mu.cho más, y ciertamente que es poco la más am])]i a expresión de mi gratitud, quedándome aun en la duda de si será mayor el exceso de benevolencia vuestra al traerme a colaborar entre vosotros o el ex­ceso de vanidad por mi parte al aceptar.

Hay además, coincidencias felices para mí en es­te acto, concatenando épocas ya algo lejanas de mi vida, pero siempre actuales en los gratos recuerdos.

E legido el doctor Godoy Fonseca en la misma sesión y recibidos ambos en este mismo acto, es un encuentro. halagado1' en la vía después de años en la marcha. Unidos estamos por los vínculos imborra­bles que se crean en los bancos universitarios ; y aun finalizada nuestra tarea de preparación, continuamos :inseparables, siendo el apoyo mutuo un gaje de con­fianza íntima que nos daba mayor fuerza al laniar­nos a la lucha profesional. Juntos creamos y redacta­mos el periódico jurídico "Themis", que existió por los años de 1896 a 1898, hasta que se interpuso entre nos­otros dos la pasióp política, a la cual permanecí siem­p re ext raño y a él lo ll evó a arrostrar los combates partidarios. Tanto en ellos como en los t or·heos de ju-

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rista se ha destacado siempre airoso, y hoy estrecho su mano con verdadera efusión en este encúentro.

Otra coincidencia: al retiro ele mi estudio, y en época muy pretérita por fortuna, en que la aproxima­ción era esquivada a causa de gratuita ojeriza ejerci­da por el Poder, omnímodo entonces, se llegó con ; ~demáü resuelto y alteza ele 1deas, un joven estudian­l e, ansioso de entrar en contacto con la práctica pro~ fes ional. Aquel sólo gesto de acercamiento y su mé­vil, bastaban para sobreponer a todo obstáculo la sim­patía merecida que goza quien se debate usando ar­mas propias y legítimas por adelantar en su vía de cooperación al bien social, qu e es al mismo tiem po su propio bien. Desde allí , fu é a mi htclo , mas que un pa­sante, un compañero que comparti ó afanes, preocu­paciones y ansiedades, siempre con vuelo superior de intel igencia, con actividad sobresaliente y con dotes peculiares de iniciado ferv iente en sus labores.

Tales dotes, tenían que inducirlo a vigorosa as­censión por propio impulso, para orgtillo de quienes con afecto vimos su pe rseverancia y sus esfuerzos. Ese , entonces joven y siempre joven, es el doctor Gus­t avo Manrique Pacéf'nins, quien huésped de cumbres, viene a esperarme aquí para darme el abrazo de bien­ve nida.

Aquella alentadora elección ele la Academia y es­tas coincid encias atrayentes, hacen que .me a coja a l exceso de bondad vuestra o que m e deje dominar por osada tendencia h acia el sillón ele honor.

E n uno y otro caso, de lo que si estoy seg uro, es d e mi completa buena voluntad que os prometo, la cuctl const ituye fu erza supletoria sugerente de recur-sos que avecina n a la eficiencia. ·

Bien n ecesitaré ele ellos para ocupar ese s illón va­cante por fa ll ecimien t o del merit ísimo juri sta y ami­go mío doctor José L. Arismendi, inesperad amen te desaparecid o en t odo el vigor de su m entalidad.

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En Arismendi se destaca pr imeramente, para. abonar sus relevantes cualidades, el hecho de que no se man tuvo engreído por llevar un n ombre de génesis -ilustre en la Historia Patria, sino qu e, apersonado de las res 0)011sabilidades que tan señ; la da circunstancia: envuel r e, puso de su parte empeñe cons tante por ha..: cer ob ·a suya que aunar a la base el e aquellos bla:.. sones.

S olam ent e juzgado bajo este a specto, ya exhibe una elevación de esp íritu y una fu erza de voluntad que le aseguran título .al general a precio, pues que lo Jcvan ta g randemente sobre el ni ve l ordinario.

Profesionalmente, es hacerle just icia reconocien­do (j lle su laboriosida d y perseve rancia lo llevaron a ganar · puesto prominen te entre nuestros jurisconsul­tos, en quienes se nota ele ordinario, que aun poseedo­res de t a lent o y el e cualidades so1Jresa lien te s, no se in­clinan a crear obra estable que dej e en sus escritos el recuerdo que bien merecen.

Aparte ele sus varios foll etos, elaborados en la in­tensidad de luchas profesionales como abogado, A ri s­m encli publicó en el año de 1909 el comienzo de sus "Códigos Venezolanos Vigentes, Comparados y Ano­

. tados con los de otras Legis laciones " y ese comienzo lo const ituyó el Código ele Comercio que empezó a r egir el 19 el e Ab ril ele 1904, dejand o derogado el de 1873.

L as concordancias <JUe es tableció en este .estudio se refiere n a l Códi g o de Comercio ita liano, a l fr ancés, .al español, a l a rge ntino y al chi leno, sig uiend o el sis­te ma q ue había in iciado ya el eminente jurisconsulto doctor N icomedes Zuloaga al publicar su Código Ci­vil an ot ado, en el año de 1896; pero Ari smen cl i, ade·· más de las simples concordan cias apuntadas, enrique­ció su t ra ba jo con an otaciones exp licativas de juris­prudencia, que mucho recomiendan su acucios idad y s 11 erudic ión, y aumentan notah1Pmente b c1til idad ck

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su obra, al punto que; es muy de sentirse quedara in­terrumpido el mismo trabajo con relación a los otros Códigos Nacionales.

Otra de sus obras notables, fué un grueso volu­men p .1blicado sobre "Sociedades Mercantiles" en que ca '.npea no solo la ilustración del jurista, sino la perseverancia inquisitiva del hist oriador, para acu­mular detalles dignos ele conservarse, relacionados. con el comercio entre nosotros y con las entidades principales y firmas mercantiles que han contribuido a su desarrollo, perpetuando los nombres principales que han sido factores del desenvolvimiento del país en ese ramo.

Y la última de sus grandes obras publicada, pue­de decirse que pocos días antes de sn muerte, en cola­boración con el benemérito doctor Germán Jiménez, sobre arquitectura civil y materias edilicias, es base por sí sola para perpetuar el nombre de sus autores, teniendo en cuenta que han sido los primeros en Ve­nezuela consagrados a compilar y explicar los, princi­pios fundamentales en asunto de tanta trascendencia y utilidad para nuestro país.

Bien merece, pues, el nombre de Arismendi, que dejemos colocado sobre su tumba el ramillete form a­do por su propio y meritorio esfuerzo, vivificado po1-nuestra bien sentida simpatía. 11

Abordando ahora el deber de presentaros algu­nas anotaciones que envuelvan interés, dentro del marco que limita el objeto de esta Acad~mia, me he encaminado hacia el problema étnico y migratorio, ya que considero la necesidad de población en nues t ro país, corno la más imperiosa exigencia de sü verdade­ro progreso.

El Gobierno colonial de España no llegó a darse cuenta de nuestras riquezas naturales, y vió siem¡F e esta tierra con escasa atención por considerarla co lo-.. '\; ........... r\ 1,,~.a . J llC.L 1''-'"-'.1 '--•

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Fué ello efecto de negligencia o deficiente capa­cidad de sus agentes, o fué acaso que hizo re legarnos a último término el entusiasmo hacia las riquezas ya descubiertas y tangibles que a la Madre Patria pre­sentaban J\1 éjico y Perú, 'no es de este momento el averiguarlo. Solo puede anotarse de paso, que la con­secuencia de ese postergai;niento e in .Ji fe rencia, ex- . tiende sus efectos hasta nuestros días, siendo la cau­sa principal de que hasta ahora seamos generalmente tan desconocidos en el público de las Naciones dis-tantes de Sur-América. ·

:Pero es un hecho ya cierto, que las riquezas na­turales· existen en nuestra tierra, en el suelo, en el sub-suelo, en los bosques, en las aguas interiores, en sus mares, en condiciones climatéricas, en situaciones · topográficas , y en posición geográfica. Todo esto se decanta a diario, y nos produce fruiciones, y alienta nuestra confianza, y estimula espe1·anzas halagado-ras.

Merece atención, sinembargo, el darnos cuenta de que todo eso por sí solo no basta.

Tales riquezas, siempre han existido, pero sin va­lor apreciable y por ende sin utilidad para el hombre en su vida civilizada. Así como han existido, seguirán su existencia inerte a lo largo de los siglos, si la acti­vidad industrial no les apürta su elemento dinámico, que las traiga de modo adecuado a la circulación; y esa actividad industrial, no puede lograrse sino po­blando: es, pue s, este, el problema culminante de nuestra patria.

Para enfrentarlo, ocurre pensar en primer térmi­no, sobre el tiempo transcurrido de sde que las playas de esta región fueron pisadas por los descubridores, teniendo. muy en cuenta, que fué la primera región del continente :-irnericano visitada por europeos, debien­do por este respecto, haber aprovechado más tempra­no los beneficios de la cultura importada ; ck todo lo

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cual sería consecuencia lógica, mantenerse avanzada con relación a los otros países del mismo continente visitados con posterioridad por los colonizador es .

Desde Colón a hoy, han transcurrido m ás de cuatrocientos a 'í os, de los cuales llevamos más de un siglo como nac ión independiente; y es hecho visible que el progreso en población nada ha tenido de admi­rable.

Difícilmente podrá ponerse en duela, que la po­blación autóctona sea la más adecuada y conveniente para una región o país cualquiera, ya porque no ha ele sufrir los rigores de adaptación a la tierra, al clima y a los medios de nutrición, como porque tiene en el fondo de su ser-aun sin darse cuenta-el sentimien­to d e apego a las cosas que la rodean en contacto ín­timo y frecuent e, estimulándola a la conservación y mej ora. Ese sentimiento, que inconscientemente for­mado se encuentra en los miembros de la tribu, apa­rece a nivel más alto en el hombre culto, y es la prin­cipal fuerza de cohesión en las sociedades organiza­das.

Pero h emos de lamentar una vez más, que esa población, incuestionablemente la mejor para nti estro país , es elemento casi extinguido. Enteramente otra habría sido la suert e ele estas regiones, si su raza po­bladora hubiese sido conservada y educada, en lugar de verse cruelmente perseguida y despiadadam ent e exterminada.

Las socorridas observaciones sobre la indolencia y demás defec tos del indio, presentándolo como re­fractario a los impulsos del progreso, mucho presumo que solo tienen la significación ele puertas de escape , ante el cargo ele ine rcia y aun de resistencia en cuanto al prog rama edu cativo que debió constitnir base per-sistente y t esonera de los conquistadore s. Ji

Los conquistadores, son fi guras que a la distan­cia histórica en que los vamos contemplando, y entre

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el eco de alabanzas coreadas por ellos mismos y por sus conmilitones o satélites o gratuitos admiradores, van adquiriendo en Ja imaginación colectiva, propor­ciones fantásticas , con ribetes heróicos y aureola de gloria : hasta estatuas se han erigido a alg unos P ero al aplicarles el aná lisi s, solo de jan resíd uos de s 1) !ado­r es en el espíritu.

¿Habéis med i t :iclo con serenidad a lguna Yez so­bre lo que es un conquistador? Pues encontraré is sen­cillamente que; en lo general, es un hombre fuerte yendo a imponer se a otro, en la propia casa de éste, y por la sola r azón de su fu erza; y si esa descripción, la aplicáis a 'los conquistadores españoles que vinieron a América a fin es clt-1 siglo XV y principios del XVI; tend réis que modificar el concepto, agravándolo para decir que: es un h o111bre agresivo que confiad o en su fuerza brutal y rn sus armas bien preparadas, viene a lanzarse contra oi ros para dominarlos y arrebatarles lo suyo. Y, lo suyo en el caso de América, significaba tierra, patria, h ogar , familia, bienes, y el clón sublime señuelo ele la vida que es la libertad.

Y si reflexionamos que desde remotas tierras, al­guíen deliberadamente se apreste y venga con tal pro­pósi to, hacia tribu s ignaras y desarmadas, súbitamen­te desaparece basta el matiz del valor, jamás justifi­cante, pero que acaso con el rie sgo corrido serí a oro­pel que tentaría a cnbrir la rude za ele la misión .

N o son es t as id eas, un preámbulo para hacer caer sobre la Madre Pat ria la pondero sa re sponsabilidad -como se estila por muchos-sino tocio lo contra­rio-. La Espaíi a, grande siempre en la historia, con­serva intachaclo para el exégeta de sus an ales, el es­cudo nobili ar io que ostenta con gallardía.

Si por desgracia españoles fueron Gonza lo de Ocampo y Sed eño, y Hortal, y también Peclrarias y sus similares, dejando en América el exiclio por hue­lla, igualmente espa ñoles fu eron el Obispo ele Chiapa

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(Fray Bartolomé ele las Casas) y Fray Toribio el e Be­navente, llamado por los indios Motolinia que en idio­ma nahualtl significa pobreza, consagrando sus vidas a la protección y defen sa ele los indios: español fué el virrey Velasco ele M éjico, amparador ele los indios: español fué Gonzalo P érez de Angulo, Goberna dor de Cuba: español er a F ray Juan de Zumarraga, a1r oj ado del púlpito en la catedral ele Méjico por la fu r ia del oidor Barbadillo a ca usa de sus prédicas en fav or de los indios: español fué Hernanclo de Soto, protector de Atahualpa y censor severo ele los crímenes que lo ultimaron: español fu é Blasco Núñez de V ela, virrey del Perú, quien por im poner y sostener la apli cación .de las ordenanzas ele 1542 a favor de los indios, sufr ió la sublevación, en que perdió la vida, acaudill ada por el ambicioso Gonzalo P izzarro quien pagó a ig ual pre­cio su aventura. (A ltamira.-Hist. de Espa ña ).

Estas apuntaciones llevan a la convicción de que, el Gobierno Espa ñ ol, a

1 tan gran distancia de sus colo.:

nías y con los escasos m edios de comunicación que pa­ra aquella época existían, fué casi siempre jug uet e de sus propios agentes en ultramar, quienes no re sistían al espíritu de rapacidad dominante desde el principio, el cual llevaba a los Monarcas y su Consejo, h echos desfigurados por informaciones parciales, valiéndose para confirmarlas de todas las argucias y recursos vi­les que el poder sum ini stra, cuando está ej ercid o sin p robida d. Uno el e los expedientes más usua les, era el a menazar a los ca pi tanes y pilotos de los buques que salían para E spaña, si daban allá 11oticias sobre mal­t rato a los indi os en estas tierras. Fácilmente se com­prende qu e h orn brcs dedicados al comercio con las Col onias , se a t e rraba n ante el pelig ro que represen ta e l enoj o del pode roso.

N aturalmente, qu e solo los español es venidos a Améri ca, (relati vament e pocos), eran los qu e podían sumini strar elatos cie rt os, pero ele es tos, unos era n los

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directamente interesados en esclavizar y explotar a los indios, y a los otros les imponía silencio el ternor a esos interesados que estaban apoyados siempre en po­líticos influyentes de la Corte española.

Un historiador n ne stro, de indiscutible autori­dad, y que ha contad< con las fuentes de inq uisic · ón descubiertas hasta el 1 iempo presente, sirve de a p uyo a nuestro razonamien Lo, y de su estudio destacanos el siguiente párrafo:

"El espíritu mag ná nimo de Isabel la Católica procuró desde el prin ci pio ponei· a los indios baj o la protección ele leyes generosas; pero no era fá cil que leyes dictadas en E spaña encontraran en América quien las aplicase ni r espetase. No era tampoco vero­símil que el alma com pasiva de Las Casas hallara mu­chos imitadores en la especie de hombres que en los tiempos primeros dejaron su patria para buscar en América glori;¡i. y fortuna" . (Gil Fortoul. "Hist oria Constitucional ele Venezuela. T. l. p. 3). Mucho eludo de que viniesen a traídos por buscar gloria, y en todo caso, perseguían una triste g loria; pero de lo que no queda eluda es, ele la persecución a la fortuna. Traían dos instrumentos qu e utilizar: la cruz y Ja espada; y ele estos, el propiamente activo era el segundo.

Los anti-esclavi stas en su noble esfuerzo, hacían llegar aunque difícilmente hasta la Corte, algunas re­laciones fi eles de los h echos, pero eran como una que­ja que qtJedaba ahogada en la vocinglería de sus con­trarios qu e formab a n Ja mayor parte por ser el coro ele culpables y sus cómplices. Cuando se intentaba es­clarecimiento y mi entras se ll evaba a cabo-con los obstáculos que son de suponer , pues que se dirigía contra .~gente s del trono,-las depredaciones conti­nuaban y las inocentes víctimas caían a millaradas.

El más enérg ico y decidido entre los defensores de lns indios, lo fué sin eluda el padre Las Casas, a cu­yas ges! iones y doct rinas se debieron las Ordenanzas .

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de 1542 "que disponían poner en libertad a todos los indios esclavizados"; y cuando se vió ve11cido en Mé­jico, por el egoísmo y la intriga de los que se creían perjudicados en sus intereses con tan justas y huma­nitarias provisiones, abandonó su Diócesis y se retiró a España en donde public ·) su libro denominado "Bre­vísima Relación de la D , st rucción de las "Indias" . 1552", que fué luego traducid o al francés, al italiano y al latín. Condensada en esas páginas su tarea tan noble como larga y ruda. nada tiene de extraño qw~ sus opositores y críticos las tildasen de apasionadas en el recargo de perversidades cometidas, aun cuan­do muchas otras fuente s han venido a justificar de manera amplia la verdad el e sus afirmaciones.

Esa prolongada lucha entre los que eran verda­deros expoliadores llevados por la avaricia hasta el crimen, y los defensore s ele las víctimas, se desarrolla­ba principalmente en el ambiente de los enredos e in ­fluencias políticas, al calor ele los manej os cortesanos ; y como en el partido de los primeros constituían fa­lange los allegados al poder, contra unos pocos cléri­gos que eran excepción en su. clase y alguno~. funcio­narios señalados por la probidad en sus deberes, lle­vaban estos siempre la peor parte en la contienda, pues entonces, como ahora, los hechos siempre prego­nan "que Dios protege a los buenos, cuando son má s que los malos". ·

Este cuadro corresponde a la primera mitad del sig lo XVI, en que podem os decir que terminaba el pe­ríodo de lo que se llamó la conquista. Siguió a este ei período de colonización, de dos y medio siglos, en que ya los vencidos no lucb a1~an ! ! ! .... : sufrían y desapa­recían en silencio ele horrores bajo el yugo nefando; y si podéis extender la ment e hasta contar po r horas los doscientos cincuenta años de suplicio, tendréi s completo el bosquejo ele la agonía de ar1nel pueblo.

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Lo¡; ecos ele uno que otro ~tertor consignados en historias, revelando la conducta ele encomenderos, cor-rejiclores, mineros y jefes ele repartimientos, son ligeras pinceladas; y para mí tengo que si la raza in­dia hubiese poseído, junto a recursos de imprenta, historiadores., cronistas, podas, compiladores y edi­tores, veríamos ele muy dis ·: in to modo las tradiciones que conocemos por relato el e una sola-de las partes.

E n el año ele 1735 Don Jorge Juan y Don Anto­nio el e Ulloa, que eran pers onalidades prominentes de E spaña, merecedoras de altas distinciones y con cua­lidades evidentes ele rectitud , acompañaron en su ex­pedición a Sur América a los sab ios astrónomos fran­ceses Godin, Boger y La Conclamine, venidos para es­tudiar el exacto valor el e un g rado sobre el Ecuador terrest re, a, fin de compararlo con otro grado que otros sabios _debían medir sobre un paralelo al norte ele Europa, para verificar la verdadera forma ele la ti erra según el sistema ele Copérnico, grandemente discutido desde comienzos del siglo XVI, que h abía echado por tierra el sistema el e Ptolomeo, base anti­gua de la concepción sobre el Universo.

Aprovechó esta oportunidad el gobierno ele Es­paña para confiarles instrucciones secretas ele inspec­cionar y averiguar el verdadero estado ele las colonias que visitaran, en cuanto a organización y conducta de sus funcionarios dirigentes. Los dos sabios españoles, despu és de terminada su misión científica, se dedica­r on pacientemente a examinar y a estudiar en deta­ll es cuanto tuvieron a su alcance en este continente, visitando t odos los campos y poblados, graneles y pe­queños que pudieron, desde Méjico .hacia el Sur, las costas Atlfmticas y Pacíficas ele Panamá, y lo que es hoy repúblicas del Ecuador y del Perú hasta Chile.

Adoptaron el sistema único eficaz para llegar a 1:1 verdad , que fue la propia observación en primer 11··ri11i110 al tratar con autoridades y magnates, pero

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especialmente buscando en el pueblo la información confidencial fidedigna no coartada por el temor a los poderosos, y así pv.dieron escribir el libro lfoy bien co­nocido, titulado "Memorias Secretas de América", no destinado entonces al público ~ino a los Monarcas Es­pañoles exclusivamente, y co1 1 el propósito de llevar en forma íntima a conocimie1 to de éstos, fa corrup­ción y desorden y cruer1dades y rapacidades para con los indios, que constituían el sistema de administra­ción implantado en estos países, en los cuales pre­veían ya, por tales motivos, un posible movimiento de insurrección peligroso para el poder colonial.

(Publicaron en un torno Jos estudio.s astronómi­cos y físicos; y en dos tornos las noticias re la ti vas a historia) .

La razón de haberse conservado secreto este tra­ba jo fué, no solo resg uardar el buen nombre y crédito ele España ante sus envidiosos enemigos europeos, si­no ocultar también el verdadero estado deficiente de seguridad política en costas, arsenales y fortificacio-· nes, que habría estimulado al ataque fácil y a man­salva.

La segunda parte de la patriótica labor en esas memorias secretas, está dedicada a "La Administra­ción de Justicia y la Instrucción Moral y Religiosa entre los Indios del Interior, con la conduéta de sus gobernadores y correg idores, ele ~us prelados y pá­rrocos".

Contris ta hondamente el leer estas pág inas, en donde todo brota u ltraje a la justicia y a la car idad. Sin poder condensarlo todo en breve espaéio, toma­mos unas pocas ,líneas que pueden dar idea g eneral:

"La tiranía que padecen los indios n ace ele la in­saciable ansia ele riquezas qu e llevan a las Indias los que van a gobernarlos, y corno estos no tienen otro arbit rio para conseguirlo, que el de oprimir a los in­dios de cuantos mod os pueden suministrarle s la mali-

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cia, no dejan ele pra_cticar ninguno, y combatiéndolos por todas partes con crueldad, exi _i en ele ellos mas de lo qne pudieran sacar de verdaderos esclavos suyos". (p. 231 ).

Estas noticias permanecieron en los archivos pri-vados ele España hasta después el~ nuestra guerra de Independencia, en que fueron ed itadas en Londres, imprenta ele R. Taylor, 1826, por l)avid Barry, sin al­teraci ón alguna en su texto, pero adicionadas con no­tas el e propia observación e inquisi ciones y documen­tos obtenidos por el editor, quien Yiajó por estas tie­rras desde el Orinoco hasta Maracaibo y por las re­giones del Río. de la Plata y Chile y Perú de 1820 a f822 , habiendo luego residido en Madrid en 1823, donde tuvo noticia del manuscrito r1ue se procuró con gran trabajo y ruego <lió a fa estampa, como contribu­ción suya a la historia de la revolución emancipadora.

Las adiciones, que fueron cohonestadas por es­pañoles de autoridad reconocida, lejos de atenuar las congojas que el libro sugiere, confirman que aquel es­tado de la acln1inistración colonial, duró hasta ptovo~ car la insurrección de estos países a principios del si­g lo XIX, haciendo exclamar a Barry:

· "No parece sino que los reyes de España y su consejo de Irldias promulgaban leyes benigúas a fa­V(ir de los pobres indios, con el solo objeto ele que apa­reci ese n en el Código, puesto que ordenaban privada-111c111 e a los Virreyes, pusiesen en ejecución medidas contrarias al espíri t u y a la letra ele aquell as mismas leyes".

La exclamación habría perdido mucho de su du-r Ci'.a, si hubiera agregado, la serie de informaciones cunfidcnciales y el e manejos háb ihnente usa dos para arra nc:tr a Monarcas y Ministros desprevenidos, ta­les i11st rucciones privadas, incitadas casi siempre por el p1Tll'~lo de que, si no se obligaba a los n a turales a los'"t raba jos, ele minas principalmente, se qu edaría es-

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tancada la fuente de ingresos a la s arcas reales desti­nados a cubrir los gastos de adm.inistración pública, por ser este argumento el de más efecto en la Corte

de Madrid. · Con todo y por sobre todo lo dicho, el pr:imer ca-

pítu] ,J de la instrucción dada por los Reyes Católícos al A lmirante Colón, confiándole el gobierno de las tierras descubiertas: ··1as instrucciones dadas al Co­mendador Nicolás de Ovando, Gobernador de la Es­pañola o Santo Domingo en 1501: la cláusula del tes­tamento de Isabel la Católica en que pide y recomien­da a l Rey y a sus hijos, no consientan en que los in­dios sufran agravio ni en sus personas ni en sus bie­nes: la Recopilación de Indias y la multitud de Orde­nanzas y Cédulas Reales expedidas por España en fa­vor de los aborígenes de América, se anteponen para evidenciar con sus justas e iúdulgentes provisiones, que los Monarcas y Españoles dirigentes de la penín­sula, aun que presionados por fanatismo religioso, se inspiraron siempre en la moral y en la equidad, que­riendo para estos países una conquista pacífica que aportara los bienes de la civilización, asegurándoles base de estabilidad para un mejoramiento progresivo.

Entre }o mucho que puede aducirse en favor de la Madre Patria, a este respecto, sólo querernos referirnos brevemente, a un punto quizás no bien co­nocido como se debiera. por la ·resonancia que m erece.

E l libro quinto de la Recopilación de lndias (que fue sai1cionada ' a fines del siglo XVII) se ocupó en reunir y cond ensar todo lo relativo a la organización jurisdiccional de territorios y autoridades en Améri­ca : y la Ley 22 contenida en él, r eproduce lo ordenado por el Emperador Don Carlos V de Alemania-y I de España, en Madrid, a 12 de Julio de 1530, muy digno de copiarse y que en sn parte sustancial dice:

"Los Gobernad ores y Justicias reconozcan con particular atención la orden y forma ele vivir de los

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indios, policía y disposición en los mantenimientos y avisen a los Virreyes o Audiencias, y guardep sus huertos usos y cost'umbres en lo que no fueren contra núestra Sagrada Religión, como esta ordenado por l~" Ley 4, tit . 1. libro 2; y pn;wean que los Ministros y los otros Oficiales usen bien, tiel y clil i ~· e ntemente sus oficios, y que la tierra sea bien abaste cida" .... y qu'e · esten lim pias y reparacl<l.s las poblac iones y edificios "sin daño de los Indios, ge que claran cuenta a la Au­diencia del Distrito". Y Ía Ley 4 referida, colo­cada entre lo relativo a las Leyes, Cédulas y Ordenan­zas Reales dictadas hasta entonces y a la manera de ejecutarlas , reproduce lo ordenado por el mismo Em­perador Don Carlos en V:allaaolid a 6 ele Agosto de I 555 confirmando su disposición antes citada, así:

"Ordenan10s y mandarnos, que las leyes y buenas coftumbres , que antiguamente tenían los Indios para fu buen g ovierno y policia, y fus d os y cof tumbres obfervadas y guardadas defpues que son Chrí ftianos y que no se encuentran con nueftra Sagrada Religion, ni con las leyes ele efte libro, y las que han hecho y or­denado ele nuevo se gt.latden y executen, y fiendo ne·

·ce ffario, por la pref ente las a probarnos y confirma~ m os, con tanto, que Nos podamos añadir lo que fuere"' mos fervido, y nos pareciere que conviene al fervicio de Dios nueftro Señor, y al nueftro, y a la conferva­c·ion y policia Chriftiana de los naturales ele aquellas P rovincias, no perjudicando a lo que tienen hecho, ni a las buenas y juftas coitú1nbres y Eftatutos fuyo5",

No dejemos en olvido que la fecha citada de la P rovisíún originaria (1530) corresponde todavía al período ele conquista y que emana del Monarca más sospechado de ambición y de absolutismo: del mismo que nos mandó acá a los Welsares a pag arse en esta t icrra de lo que él no podía pagarles.

Cabe en nuestro concepto admirar, y muy de ve­r;1 s1 que el Gobierno E,spañol, desde la época de la

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conqtüsta, preg onaba y ordenaba respeto a las leyes y buenas costumbres y estatutos que antiguamente tenían los Indios para su buen · gobierno y policía, dándoles la aprobación y confirmación de la corona, aun sin conocer cuales füeran las dispo ::: iciones de esas leyes, cos· umbres y estatutos, bajo la sola condi­ción de que n e colidiesen con la Religión Católica ni con las leyes d ictadas por España.

Más libera l espíritu y sentimiento más a ltruista difícilmente se conciben, realzando ademá!' su méri-' to intrínseco, el ser emanados de aquel m ote jado Mo­narca.

Y si algunas Naciones colonizadoras contempo­ráneas, han merecido y merecen del mundo moderno ruidosas laudatorias basadas en el respeto que su sis­tema envuelve hacia las costurnbres y leyes ele los na­turales, encontramos aquí la grata sorpresa ele que esas naciones no han hecho sino copiar y ejecutar fiel­mente lo establecido por España desde los comienzos del siglo XVI.

La diferencia en la ejecución es la que nos pone delante de los ojos la diferencia en los resultados, pues mientras los colonos atraídos y persuadidos por un esfuerzo cultural paciente y bien dirigido, llegan a exhibir gesto ele orgullo al llamarse súbditos o ciuda­danos y aun colonos, con relación a sus civilizadores, puedo con .gran pesar aseg.uraros, que a la grande y g loriosa y noble España le granjearon su s agentes tan honda impresión de encono en el áni_mo ele los aborígenes de América, que los muy escasos resíduos quedantes, nos consideran y miran como en emigos a los que hablamos el hermoso idioma de Ca stilla, se­g ún observaciones personales que hemos pod ido ano­.tar respecto de Caribes en las llanuras Orientales, Guaraunos en el Delta del Orinoco y Goajiros en la Península Occidental.

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Las características que más n1arcadarn en te se atribuyen a su índole son, d_esconfianza y deslealtad, 1as cu,a les efectivamente resaltan a l estudiarlos, pero se nota al mismo tiempo que son solo resabios muy arraigados, clen1( ,st rativos el~ que en sus tradiciones se ha perpetuado el temor y la zozobra.

No encontn E spaña ejecutores para m sabio programa, y la omi sión que más hemos de la m entar, bajo el punto ele Yi sta histórico, es la ele no con se1·var­se nada, absolutamente nada, de las le yes y cos tum­bres de los Indios, mandadas conservar y resp etar, las cua les forn1arían tm acervo interesante y ele g randísi­ma utilidad, como factor que p"odría enseñarnos mu­cho acerca .ele la psicología predominante en las tribus precolombinas.

Nos inclinarnos a creer que se mantiene dentro del mito, el presf'n tar como legislador abori g en a un personaje llamado Bochica que vino ele Oriente por el Páramo ele Chingasa y entró a los dominios del pue­blo chibcha o muisca que ocupaba el territorio ele lo que hoy son departamentos ele Cunclinamarca y Boya­cá en la República ele Colombia, pe r sonaje de barba blanca y larga, pie descalzo, cubierto con túnica y man.to blancos y a quien se atribuye el car~tcter ele pri-111cr legislador aborigen, pero ninguna obra suya se señala de manera concreta.

C'imo segundo legislador en el mismo pueblo se 111enciolia a Nompanim citando la referencia del his­tori ador H.estrepo Tirado diciendo: " Las leyes dadas por Nompanim tenían un artículo que autori zaba a sus descendientes a cambiarlas y a aumentarlas pero npnca a disminuirlas en rigor ni en número", referen­cia (JllC conduce a la suposición ele que hubo leyes es­lableciclas aunque nadie pueda n i siqniera esbozarlas.

· También se menciona un tercer legislador pena­list~t llamado Nemequene, quien re inó en la misma

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tribú a.fines del siglo XV, sin que podamos coí10cer regla alguna establecida por éL

El trabajo recientemente publicado entre nos­otro::; ('.'Cultura Venezolana", Número 65, Agosto, 1925) del señor l\farce lino Uribe Arango, qu e nos su­ministra estas rnencione.s, cü'ntiene también algunos dato.s concretos 1 ornados del Coronel J oaquíi · Acosta en su compendio histórico del descubrimien to de la Nueva Granada, y señala algunos preceptos vigentes entre algunas ele las tribus, advirtiendo que como eran agrupaciones independientes, sería ocasionado a error el generalizar aquellos preceptos.

Es el trabajo del señor Uribe Arango el primero que conocemos sobre esta interesante materia y lo en­contramos digno del mayor encomio, pues ha siclo la creencia más generalizada, que solo los Incas en izl Sur y lós Aztecas hacia el Norte mostraron una civi­lizacióri relativa que hace presumir centros el e organi­zación politica; y qu e la región llamada hoy V ene zue­la estaba poblada solo por tribus salvajes.

Pero si se nos permite una reflexión sobre estas, apoyada en las citas precedentes, direni.os que, en la reunión de individ u os desde .que comienza, familia, clan o tribu, necesariamente la unión existe mediante reglas, que serán todo lo rudimentarias que se puede imaginar, pero reglas creadas por la imposición ele los hechos en las rel a ciones individuales y surgidas de la costumbre, las cuales en la tradición llegan a form ar lo que en nuestro lenguaje lla1'namos derecho consue-t üdinario. · ··

De ese derecho consuetudinari o indiano, no exis­t e ni rastro concerniente a la región que ocupa hoy Venezuela, sin que pueda dudarse de que existía, pues a un hoy, con observación perseverante se llega a es­t ablecer, que en la s relaciones guerreras ele tribu a tri ­bu, cuando tienen que tratar, lo hacen por medio de parlamentarios que concurren enterarrtente cubiertos

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para evit~r el ser conocidos, y así se retiran si de la entrevista. no resulta un acuerdo cordial; pero en el caso contrario, se descubren. y proceden a traer sus respectivos comitentes para celebrar juntos y con fiestas el avenimiento alcanzado, que así se ratifica.

En sus relaciones. que podr{amos llamar civi les, se descubre .en genera l, tribus tan alejadas como las del Orinoco y las ele L Goajira, que conservan el ma­triarcado corno base el e sus vínculos familiares.

Y err lo penal , sabernos que (por lo menos los Goajiros) no estiman punible el verter sangre de otra tribu, pero que la sangre ele su misma tribu, al ser ver­tida debe pagarla el agresor, sea en ganados u otras especies, y si no las ti ene, ha ele sufrir la pena corpo~ ral que dicta el cacique.

Estas ligeras notas envuelven el interés de indi­car, lo mucho que pudo recogerse desde el comienzo de contacto con aquellos pueblos, para utilidad el e los mismos, haciéndolos vivir dentro ele sus propios prin­cipios que fuesen compatibles con una tolerancia bien intencionada, tend ente a la elevación g radual ele su criterio colectivo.

Y 11.ó otra cosa se propuso la Madre Patria, cuan­do ordenaba que se conservaran las leyes y costum­bres de los aborígenes: leyes y costumbres de las cua-

. les como ya dijimos, nada existe en nuestros anales, a no ser algún detalle tosco presentado a la curiosidad bajo aspecto que induce al comentario piadoso o des­¡H.: c t j \"().

Sea cual fuere el giro que se dé al análisis histó­rico, no podrá evitarse el resumen cierto ele que, muy a p<'sar de la Madre Patria, la raza americana fué <li<:z111ada y borrados sus fastos, hasta quedar reduci­da a ttnas pocas fracciones de tribus que lograron es­(ºi1p:1r asiladas en lo impenetrable ele las selvas: tal es, al 111(·nos en nuestra región, lo que se n ota para los úl­t in1t 1s niíos de la colonia.

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Calcular la población encontrada acá por los des­cubridores, es tarea imposible por falta de dato s, lo cual nos reduce a simples conjeturas.

Atendidas las exposiciones del Padre Las Casas. el número de víctimas indígenas llegaría de doce a quince millones, debiendo recordar, que él se refe r ia únicamente a Méjico, C uatemala, Cuba y Venezue! :t. regiones que él visitó; pe ro, aun teniendo en cu en a la calificación de exageradas, atribuida a esas cifras por sus contradictores, llamándolas hijas de su gen e­rosa indignación, siempre correspondería a nuestro país una presumible prorrata en que fundar ·1a creen­cia de un habitante por kilómetro cuadrado, o sea rn:'is de un millón de individuos.

Solamente en la región llamada antiguam en t e Serpa y después Nueva Andalucía, considerada desde la Isla de Margarita has ta sus confines con el A mazo­nas (Guayana y Paria) se decían habitadas por las naciones bárbaras de Caribes-llamando nación a ca­da grupo o tribu unido por la comunidad de idioma-­y encontramos nombradas y enumeradas hasta vein­te y siete naciones diferentes. (Dice. ele Alcedo).

Poco nos ayuda el Padre Aguado, como más an­tiguo historiador, para reconstruir ideas acerca de l número ele pobladores; pero el Reverendo Fr. Ped ro, Simón, refiriéndose a las provincias llamadas Mara­capana y Cumaná con sus llanos al Sur, (lo que hoy denominamos Barcelona, Cumaná y l'viaturín, con li­toral desde el río Unarc al Orinocó), dice :

" E stas . provincias encierran en sí otras muchas de diferentes nombres. como son Cariaco, Curn ana-· g oto, Chacopata, Piritu, Paragoto, Chaigoto, Cheri­g oto y otras innumerabl es que fuera nunca acabar q uerer nomb rarlas 1 od as, que toman t ambi én su s nombres del principal Señor que las g obi erna, en las cnales era tan crecido el número de los nat urale s y po­blaciones en los princi pios que se descubrieron, que

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\afirman los· que primero le dieron vista, que hervía la 't ierra de ellos, y parecía que los árboles, matas, pie­~lras, ríos y quebradas, brot aban indios; en que se puede ver el consumo que han tenido, pues hoy casi

!io hay de todos estos quien haga una labranza para os pueblos de españoles. Las causas de esto, aunque ilgunas se les puede dar a :cance por ser evidentes y consistir en los tratamientcs que les han hecho los es­pañoles, y en dejarse ellos por esta causa morir .... "

Con estas y algunas otras noticias similares que ser\a posible presentar, aunque imprecisas, se traza Ja d'~ducción de una región muy poblada, venida muy a m~nos en cuanto hace relación a la raza que la ocu­pab~ ; de donde encontramos que a principios del si­g io :XIX estaba reducida a la poca mezcla resultante de indios y españoles y de estos con raza africana in­t roducida en gran número a las Antillas primero y en escasa porción a Tierra Firme, v corta cantidad de espafÍ'oles peninsulares y canaí-iÓs, elen1entos únicos que eran cimientos para reconstruir sobre las ruinas del pasado .

L'a gran guerra de Independencia se interpuso, y de suyo cae la despoblación con secuencial, no ya sola­mente por la destrucción sino por la emigración ele los. que representaban causa adversa al triunfante movimiento de insurrección. Así es como la Repúbli­ca al nacer, se encontró con el inmenso territorio des­de los Ancles al Esequibo y al Río Negro, y el grupo de soldados victoriosos, entre bardal es desolados qne pedían brazos laboriosos a fin ele dar vida al país, aso-111ado al dintel de sus libertades saludando al porve-1\ l r.

Ya Bolívar, siempre a la altura de su genio, que ('sn11taha en lo futuro, se había adel antado desde 16 d(' /\gosto de 1813 a publicar en Caracas como una de s11s pri11wras medidas, su "invitación a los extrange­J( is de C\lalqniera nación y profesión que sean, para

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que vengan a establecerse en estas provincias, bajo lal inmediata protección del Gobierno, que ofrece dispenj sársela abierta y francamente; en la segura inteligen cia de que la fertilidad de nuestro suelo, sus varias y. preciosas producciones, la benignidad de nuestro cli-1

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ma y un régimen prudente de administración que ga­rarn ice la seguridad individual y el sagrado derecho 1

de I ropiedad debe proporcionarles todas las ventaja$1

y utilidades que podrían desear en su país", documed~ to que está refrendado por su Secretario de Estado jn Relaciones Exteriores, Antonio M uñoz Té bar. /

Sobresale en estas frases el claro concepto / del problema máxi'mo que lo preocupaba sobre adm~nis­tración de los nacientes Estados, y también su ide(;l ya moldeada para la solución, sobre las garantías de '•'se­guridad individual y del sagrado derecho de propie­dad", lección ésta que debemos aprendernos dl me­moria y no cesar de repetirla, por su utilidad siempre actual. El superhombre se adelantaba al tiemp6, que aun le reservaba pruebas de años luengos, y prolon­gados más y más como saben hacerlo los sufrfmien-tos y combates!!! . . ·

La República luego, palpó ese interés vital y obró en consecuencia, ele la manera que a sus legisladores pareció más cónsona con la urgencia del propósito y con los medios de que disponía la Nación; de modo que , pasando por la Gran Colombia, para contraernos a esta tierra nuestra, encontramos en 1831. es decir, a poco de organizada Venezuela, la primer4 Ley so­bre Inmigración (13-14 de Junio) expedida por el Congreso reunido en Valencia, mandada ejecutar por el Vicepresidente de la República encargado del Po­der Ejecutivo Diego B. Urbaneja y refrendada por el Secret a rio Interino de Estado en el Departa m ent o de Int erior y Justicia, Antonio L. Guzmán, autorizando al Poder E jecutivo "para que promueva directa y efi­cazmente la inmigración de los nat urales de las T slas

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Canarias", haciendo para ello los gastos necesarios y pudiendo darles carta de naturaleza así como la pro­piedad de las tierras que pidiesen y pudiesen cultivar.

Las consideraciones que preceden y que motivan esa Ley, sirven para fijar el estado del país, aunque sea en líneas generales, bajo el aspecto de su densidad en mas; de habitantes, pues enunci-in: l 9 Que la pe­queña población ele la República no es proporcionada a la vasta extensión de su suelo; 29 Que este estado ele d espoblación impide los progresos de la civiliza­ción, el incremento y desarrollo ele la riqueza, y que se consolide y perfeccione la asociación política; y 39 Que para remediar estos males es necesario pro­mover de todos modos la inmigración ele extranjeros, que , a d optando nuestra patria, traigan a ella la indus­tria y cooperen al adelantamiento de la nación.

Y el conjunto de la Ley misma, nos dice el crite­rio p1 e c1 ominante en el Congreso· hacia el sistema de invertir parte del Tesoro Público en la obra de traer población útil al país.

Tres años después (6-7 Marzo 1834) para conti­nuar en la ejecución de aquella Ley, y por haberse agotado la parte dedicada de los fondos imprevistos, el Congreso autorizó al Poder Ejecutivo para dispo­ner de la suma ele quince mil pesos con el mismo ob­jeto.

M as aun, en 1837 el Congreso dice: "Que es con- . veniente hacer extensivas las concesiones que se hi­cieron a lo s canarios, a todos los europeos que quieran venir a Ja República para dedicarse a la agricultura o a otras empresas útiles" y acuerda pagar a los Em­presarios que traig an inmigrados europeos o cana­rios, 30 pesos por cada persona de 7 a SO años y 10 pesos po r cada un a m enor de 7 años ; y comprendien­do la d em asiada amplitud que se había dado a la asig~ nación de terreno s baldíos, limitó la extensión a no más ele tres fanegadas por cada in<lividuo mayor ele

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10 años, bajo la condición expresa ele que si no apare­cían cultivadas dichas tierras dentro ele los 4 prime­ros años, ellas volverían a la masa ele terrenos baldíos de la República. Estas provisiones reemplazaron a las de 1831 as í derogadas.

Por lo pronto vemos a graneles rasgos, el vehe­mente <~ eseo de nuestro Gobierno por traer población útil, deseo que viene en aumento a medida que la ex­periencia en el manejo de los asuntos públicos, hace sentir más la necesida d, y se exalta hasta pasar inad­vertido el enorme costo que las cifras señala das cau­sarían a un país de corto presupuesto para llegar a adquirir una población de importancia; y no lo deja hacer comparaciones entre el sistema adop tado de traer población, y el sistema de atraer pob lación pre­conizado por el Libertador en su invitación de 1813, mediante garantías efectivas y propaganda seria e in­tensa de las ventajas múltiples que en el país encuen­tra el extranjero.

Muchas otras Leyes se han sucedido sol;:>re la materia, hasta la vigente ahora que es ele fech a 26 Ju­nio 191 8, y a la vista salta que, aparte ele algún exi­guo resultado parcial, ninguna h a correspondido de lleno al propósito laudable que la inspiró.

En la vaguedad de noticias que es posible recojer para principios del Siglo XIX puede tomarse como cifra más probable ele población, la señalada por Ba­ralt y Díaz siguiendo principalmente las informacio­nes reunidas por H umboldt y Bomplancl, las cuales hacen llega'r a 800.000 habitantes la población total de Venezuela, número en que predominaba la raza m ix­ta como base d e pob lación, y en el cua l se incluían 120.000 indios el e raza pura, y de éstos 10.000 interna­dos en los bosques.

Nada nos autoriza para establ ecer numéri cam en­te la baja ele esa población durante los 10 años que puede decirse duró la crudeza ele la g uerra el e incle-

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pendencia; pero al mismo ti~mpo , nadi e podrá negar que los desastres ele la guerra impon en el aceptar una reducción ele importancia. No es, pues, much o arries­gar, en el campo ele las suposicion es, la cr eencia de que Venezuela comenzó su vida independiente, con medio milló1 1 de habitantes.

La urg encia y cúmulo de atencione que embar~ garon la acti viclacl de nuestros primer os · ; 1ibcrnantes, para dar frente con escasos medios a or~'. an i zar lo in­dispensable, a t rabajar sobre escombros y a remune~ rar en algo a los creadores de la Patria. dan explica­ción lógica sobre la ausencia de estadí s tica, que no puede existir ni es fi dedigna sino dentro ele un orde-. namiento perfecto en los ramos todos del conjunto administrati vo; y es en 8 de Abril 1847 qu e encontra­rnos consignado el primer esfuerzo por llegar a hacer el primer Censo ele la República destinando el Gobier­no la cantid ad de 40.000 pesos, y disponiendo se hicie­ra cada 10 años, sinernbargo de lo. cual no sabemos se llevara a la práctica sino en 1871.

Apegándonos a la doctrina Maltlrnsiana, en bo­ga preci sar:i1 ente para el primer cua.rt o del pasado si­g- lo, la población tiende en su crecimi ento a seguir la 11ron-rcsi(m o-eo111étrica ele 1 2 4 8 16 atenuada por

b ... b ' ' ' ' los medios de subsistencia que solo se desenvuelven en progresión aritmética de 1, 2, 3, 4, S. Mas, no pode-111os dejar aparte la observación ele que, Malthus solo estud ial>a cstaclísticas y poblaciones europeas, ele ma­sas densas, y ele preferencia hacia el Norte, mientras en país como el nuestro, de clima tropical, tierra vir­gen, extensión lata, y escaso de habi tant es, la atenua­ciún apuntada di sminuye pa ra favorecer el creci­miento.

Esto no nos h a h echo pasar sinembargo, ele 3 mi­llones en un siglo, y por consigu iente no ha siclo ha­J;1g·ador entre nosotros, como dijimos al principio, p11 cs solamente es en la última década qu e nuest1«is

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estadísticas revelan rnovin1iento favorable, que anima nuestro patriotismo a esperar cifras alentadoras en el avance deseado.

Los factores de aq uel estancamiento, necesaria­mente han ele encont ra rse en las frecuentes conmo­ciones políticas del pa ís . no solamente por la destruc­ción inherente a las r evo luciones, sino mucho mas por el daño incalculable e m la fama, que ha clesviadc. de Venezuela las mirada :o ele quienes buscan campo pro­picio a vida tranquil a, t rabajo honesto y actividades industriales, todo lo cu al no se reúne sino bajo la di­visa trazada por la m a no de Bolívar: "seguridad indi­vidual y del sagrado derecho de propiedad".

Esa divisa, ostentada sobre campos saneados y ya ligados entre sí y con sus grandes centros, por vías de comunicación (no vías férreas, sino caminos al al­cance de todos), en que ha puesto encomiable empeño nuestro Gobierno, con stituye · fundamentalment e el plan máximo a seguir y que supera a los vanos esfuer­zos de un siglo, comportando aquel, entre muchas otras, la ventaja de in vert ir en el mismo país para su mejoramiento, las fu ert es sumas que habría de erogar para sufragar gastos de inmigrantes que, no bien ha­llados a su arribo, clan el contraproducente resultado de trasmitir a sus relacionados del exterior noticias desfavorables, con gran perjuicio del interés que se persigue al traerlos.

Es imposible pasar inadvertido que, el sanea­miento es émpresa magna en nuest ro país, dada su gran extensión y los limitados alcances el.e su tesoro; pero mientras ganan te rreno los esfuerzos en este sentido, tenemos aprdvechables graneles zonas saluda­bles y fertiles, como clones de gran valía ofrecidos por la Naturaleza al espírit n emprendedor, laborioso, t e­sonero y honesto, qu e es el resorte esencial al par que la joya más preciada en el conjunto armónico del pro­greso social.

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El emigrante que se desprende de lazos más o menos fuertes en su patria, que siempre constituyen raigambre profunda, no es movido sino por tentacio~ nes o esperanzas fundadas, de mejor cómpensación para sus actividades y de más halagüeño porvenir pa­ra los suyos. Muy superi Jr al sacrificio tiene que ser el impulso, si pensarnos que él rompe vinculacione ~ del alma atadas por peq ue ños detalles, pero ql1e así pequeños, forman en su multiplicídad cadena sólida entre el individuo y la comunidad en la cual ha com­partido ilusiones y desengaños, alegrías y pesares, fortunas y desgracias, todo expresado en el mismo idioma y todo sentido del mismo modo dentro de la 1111idacl en tendencias y de la identidad en ideales.

Para lograr que ese impulso venga hacia nuestro país, y para cumplir el deber de corresponderlo, son dos los requerimientos primordiales: el uno, acentuar cada día el empeño de mejoramiento interior hasta hacer resaltar las ventaja s que realmente ofrece; y el otro, alcanzar que esas ventajas sean generalmente conocidas. '

J mporta no silenciar el error, común entre nos­otros, de que corresponde exclusivamente a nuestros Gobiernos atender a ambos requerimientos, pues si la cooperación individual no apoya y da expansión a las iniciativas oficiales, la eficacia de éstas quedará siem­prl' Ce 1-r(·nada y, por lo menos, resultar~1 el retraso del l1ici1 <Ít1c se proponen para todos.

S(· ha dicho ya muchas veces, que en este conti-11r111t· :tlllt:ricano está radicado el porvenir del mundo; .r :-; i ali(J11a este postulado la razón histórica de culmi­nncib11 y decadencia en las civilizaciones, no hay ra-1.'rn :il g 1111a para que esta fracción del Continente, do-1,1d:i 1t:<111 privilegios naturales de excepcional i111por­f 1111d:i, 11 0 los utilice hasta el límite de su capacidad JH1r11 ni:111t c 11 crse en primer rango hacia el futüro.

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Ya nuestras playas se miran por el extranjero, no como las de El Dorado legendario que recreaba la fantasía, sino como las de emporio que retribuye con creces el sudor dedicado a sus campos. El primer pa­so v el mús trascendental está adelantado-: toé.a a to­do; llosotros ahora, evidenciar a los que vienen ani­madus por l:.tuclable deseo y hoi testos propósitos, que no '. olo tenemos riquezas natura les que explotar, sino también 111cdios adecuados para dar faci lidades, espí­ril 11 de orden y ele paz para garantía de todos los inte­reses, car!tct:er modelado en la cultura al par que en la cnt ncza para mantener nuestras instituciones, y sen­tilllic11t os de licados que encumbran el alma brotando ricos y cspontúneos como la fragancia de las flores que adornan nuestros vergeles.

Caracas: Setiembre de 1926. J. B. BANCE.

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DISCURS O DEL DOCTOR GUSTAVO MANRIQUE PACANINS

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Señor Presidente y demás miembros de la · Academia

de Ciencias Políticas y Sociales.

Señores: Quizás no hubiera sido fácil a la Academia dar­

me más agradable encargo que éste, de corresponder a la Memoria de incorporación del doctor Juan Bau­tista Bance, pues aparte muy varias y apreciabilísimas razones para ello, úna especialmente cariñosa, me lo hace g ra to : el r ecuerdo de que en mi mocedad de es­t ndiante, el doctor Bance me abrió durante cinco años las puertas de su estudio y allí comencé a ini­<.:iannc en la práctica, profesional. Tócame ahora, por :;11crte afortunada, ser el primero en abrazarle ni ingresar él a nuestra Corporacióri..

fl arto conocida es la personalidad del recipienclia­l'iu pa1·a q ue deba yo añadir palabra alguna ele pre,. tH' lll:.lt;ÍÓn o elogio suyos: pertenece el doctor Bance a l rt:<ln cido núm ero de nuestros mejores jurisconsul­lfü;, <lig-nidad a donde en rápida ascención Je llevaron Í Ún't<'S ~· 11 a l (idades personales, sólida mente recornen-1lnda s por 11 1a larga tradición ele austeridad y consa­flrllC i1'111 ;i 1 es! u dio provechoso. La vida profesional, ~lrrn¡in· a1if~· 11st iosa en todo principio, le puso a él, o1l 11i•111! 1:i rg·11. cn la más alta palestra, y su nombre es­tf1 ll¡.::1 di1 ;L rnidosos procesos y a calamidades públi­{' lí'• <¡111• p11 s ino11 a prueba sn entereza de ánimo y fil h1 ill<1 (\t' s1 1s luces . hasta hace rle descollar eleva-hrnw1it e en 111H·stro Foro, dentro y fuera del país.

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Como toda eleY ac ión, la suya no ha podido sus­traerse al malestar de las cumbres, porque toda exce­lencia lleva en sí misma creddas responsabi lid ades. Nunca será bastan te lamentado el hecho d e que lo mejor de nuestro~ ta len tos nada dejaron de :- u obra para las generacic.nes futuras, las cuales só lo le ellos tienen la noticia e ue la tradición unáni me co J é~ e rva : que fueron sabios, pe ro sin otras pruebas que las de la simple referencia. S i esto significa valiosa péTdída para la cultura n acional,-lo que ya es bast ante do­loroso,-las actua les g eneraciones quéj an se, con ra­zón, de que al d ejar el destello de los n ombres ilu s­tres, su riqueza espir itual no encendiera pa ra el por­venir siquiera un pensamiento destinado a r esolver tánto problema nacional que de pensamiento ha m e­nester para acertada solución. Ese carg o es t anto más grave si se pie n sa que mientras m ás elevado es el talento mayor es la obligación de contribuír ge­nerosamente a r eso lver o estudiar por lo menos, no solamente negocios individuales, sino también los colectivos, sociales, ya que de la sociedad en que vivjmos somos frut o más o menos valioso, y en fin de fines, a ella d ebemos cuanto llegamos a valer. Y atribúyese tan abultada omisión, erradamente en nuestro juicio, a poco espíritu social, a est r echa ge­nerosidad de pen sami ento en fomentar las fuentes d e nuestra cultura, ante el hectio de una bi bliogra­fí a científica n acional inapreciable, por m eng uad a.

También yo estuve en el mismo error de ese juicio, y hube d e r ectificarlo mientras traba ié al lado del doctor Bance. No ha habido descu iclo ni falta de generosid ad , quizá t ampoco olvido. de l g ran d eber de pensa r en el país. Cuá ntas veces, 1 r a s las r ec ias fatigas diaria s. el doctor Bance y yo t uvim os que reanudar el t r a bajo pendiente del día y pasa­mos cuá ntas noche:-. "ele cbro en claro" si n más d esca nso que el lanza r una m irad a a la est r ellada

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oscuridad d el firmam ento .... E ra p reciso suprimir el sueño! en favor d e lus clientes . Y son los clientes, cuandp se alcanza la merecida fama de que el nuevo Académico disfruta, líiL L como esclavitud que inevita­ble y brutalmente irnpi ú ' no sólo la generosidad en el pensamiento social s ino que aún va más allá y se usurpa el reposo en la c;ulce tranquilidad del hogar.

Siempre quiso el ductor Bance ese espacio que quizá encuentre ahora con su ingre so a la Acade­mia, para una labor que siempre tuvo en m ientes, y que comienza a reali zar con haber elegido para tema de su trabajo de incorporación "el problema étnico y migratorio", po rque con justicia consi­dera que "la necesi dad de población es la más im­periosa exigencia de l Ye rdadero progre so d el país" . Y es ésta otra de las r azones d e nuestro regocijo: pensar que el ingres0' rle l doctor Bance a la Acad e-111ia será . el comienzo d e realidad de a quel intento.

* * * Dos son las conclus iones a q ue lleg a el doctor

llanee en su Memoria ele incorporación: f'rimera.-<tÍue la conquista y la colonización impi­

di1.:ron la supervivencia étnica en nuestra pobla ción di' l<)s tts os y costumbres de los primitivos poblad ore s· índíg('nas pues con la servidumbre desapáreció el el e-111~·1lf <l a utóctono o c;e disminu y ó grandem ente, y c:1llll-1i •"• l:t naturaleza de los indígenas que aún exis­t 1: n.

Sq.:·11 nda: Demues tra la urgente necesidad de fn111{'11 t ar út·ilmente la inmigración como problema f1111d:1111(:11tal del desenvolvimiento nacional.

< "111111 no podí a men os de esper arse d e la ecua-11 íntid:1d ·" sncno juicio del nuevo académico, su cru­dici1'n1 :u1:t!i 1a y descompone los dos elemen tos pc­ni rnn ll :t1:cs t·11 su actuacir'ln en A mérica : el. pe11sa-1•de11 t•• y la i11tcncic'i11 d e los Mona rcas, de las T,cycs

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y del Consejo de Indias, por una parte; y por la otra, el hech.o personal de la mayoría de los agentes del gobierno, cuya codicia, torpeza o crueldad hicieron vilipendio y .crimen en el hecho, cuanto fuera sa­biduría y humanidad en el espír:itu y vocys de las leyes. No se le esconde tampoco cqánto de b,emos a mucho varón ilustre qu .;: a estas apartadas tierras vino a derrochar ingenio, bondad y entereza de án i­mo contra la concupiscencia y desenfreno de adelan­tados, encomenderos y capitanes que, con igual esca r­nio de humanidad, traicionaban a un tiempo, con sus exce sos, el honor de su Nación, la ley de Dios y la lealtad al Rey.

Es indudable, ind iscutible, que muy a i11enos vino la población indígena con la conquista, que fue una g uerra; y con la colonización, pues en el reposo ele espadas y arcabuces, tantos o mayores estragos pro­dujo en la indiada la servidumbre. Sinembargo, es absolutamente infundado todo cálculo para apre­ciar esa despoblación, pues se ignora un dato fu nda­mental: la cantidad de pobladores que encontraron los conquistadores. Ningún crédito puede darse en esta materia a las noticias que debían ser las más fidedignas, las de los escritores del siglo XVI, quie­nes ninguna idea exacta ni aproximada pudieron te­ner de la densidad de población sin levantar un cen­so, trabajo que , aun con los abundantes r ecursos de n ues t ros días, es delicado y difícil en las naciones ci­vilizadas ; y porque aunque con difere.nte s propósi­t os e intenciones estaban ig ualmente .interesados en agigantar la realidad, los partidos opuestos que se fo rmaron en favor o en contra de los indios. Ademá s. llllíchos ot ros factores influyeron poderosamente en diezmar la poblaci ón , come luégo veremos.

No es posible aceptar, "que cuando Colón des­cnbrió la Españ ola, se contaban en e1la por lo menos

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1.111 mi llón de habitantes", (1) que quince años después, (1508 ), se habían reducido a sese nta mil, de los cúa"' ]es qnedaban apenas catorce mil cuando en 1517 se, -encargó Alburquerque del gobierno de la isla, y se h iz1, entregar el padrón exacto de los indios que la hab taban." (2)

L os frailes de San Franc seo se gloríabán de 1nb c: r bautizado ellos solos en Méjico más d·e seis mill ~ne s de indios, entre los años de 1524 a 1540, apenas en las poblaciones más próximas a la capi­tal. (3 )

A la crueldad española se imputó por mucho t iempo el haber exterminado en el Peru 7,600.000 indios en doscientos años, lo que es falso, corno lo demostró la solicitud del Padre Cisnerbs. No había para 1551 los 8,285.000 indios que calculó Feijóo, {]UÍen ha confesado que asi lo dijo ciertamente, pero sólo por la impresión que le produjo la ruina de muchos pueblos. En el que se ll amó esmeradísimó censo de 1793 practicado por el Virrey Gil de Lemos s1'il o figuran 600.000 indíos y el único dato en con­trario es el que da el Virrey Toledo, primer Legis­hdor del Perú, quien dice haber contado personal­mente en visita del territorio una población total de l ,500.000 indios. Deh1asiada ingenuidad reqtiié­r('s c para admitir que pudiera el Virrey contar per­son:ilmente tanto número de indios en una visita. (4)

l~s muy sabido, por lo demás, lo difícil que es apreciar siquiera apróximadamente la pobíación de 1rn p:1ís recién descubierto o en vías ele colonización. ·11u1nholdt cita el caso de la isl a inglesa de Taití, n 1y:1 población estimó Cook en 100.000 habitantes;

1 l J 1 krrera, cita de Robertson, Hi stori a de América. t. 19

(2) l lnrcra, decae! . I, libro VI. cap. 19, 20; decae!. I, libro X, cap. l ~ . .! {· ,:id . .l. libro VII, cap. 3; Oviedo, lib. III , cap. 6; Gomara, Hist.

<''f'. .¡ l. (,\) ll111nholdt, Ensayo Político sohre Nueva España. t. 19 , p. 108; ( ·l 1 l l11111liold1, op. cit. t . 19, p. 108.

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los m1s1oneros ingleses la reducen a 49.000; el capi­tán Wilson sólo la .estim.a en 16.000, mienlras que Mr. Turnbull crée probar que no son sino 5.000. Di­ferenci as tan notables no pueden r esultar <le una despoblación progresiva tan rápida, sino de error en la apre ciación. ( 5)

A « emás, muy comedidos y j ·ii ciosos hemos de S('r :ll CJ iscurrir en materia corno ~s r ;:, , sin datos exac­tos e11 que fundar opiniones, puts es inaceptable h generalización histórica, ya que muy diferE;ntes fue­ron los acontecimientos en Méjico y el Perú, en Co­lombia y Centro América o en las Antillas, para a­plicar a Venezuela lo que en aquelbs regiones pudo ocur;-:r.

En efecto, en Méjico y el Perú existían fuertes organizaciones sociales, poderosos imperios con a­vanzada cultura, con civilización propia, nl1merosa población y opulentas riquezas. E n esos países la conquista fué una guerra entre naciones organiza­das, aunque de culturas muy diferentes.

Entre nosotros, eri cambio, sólo existían tribus completamente salvajes, nómades, g uerreras y crue­les, dividi<las en mucha diversidad de agrupaciones, sin contacto social entre ellas, y muchas de las cuales en el más grosero estado primitivo. (6)

Así se explica que en Méjico y el Perú se co­nozcan las lenguas, religión, usos y costumbres, la. civilización de aquellos imperjos.- indígenas, cuyos monumentos de cultura todavía \hoy existen para curiosidad y estudio aún en nuestros ~lí as; y que nada en cambio quede entre nosotros de la obra de nuestros aborígenes.

Es científicamente inaceptabl e atribu ír tan di­ferentes hechos, exclusivamente a la influencia es -

(5) Humboldt, op. cit. t. 1° pgE. 108 y 109.

(6) Codazzi, Resumen de la Geografía de V enezuela, p. 246 y si -· guicntes.

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pañola. No hay poder humano, ni fuerzas de la n;;t­turaleza capaces de borrar toda huella ele una civili­zación o recuerdo de una raza. Puede quizá imaginar­se la compl eta destrucción de la r aza, pero quedarán escondidas o visibles las huellas de lo que fué. J)e la cultura ele nuestros aboH'genes apen: 1 s se han con­servado ha ;ta nuestros días, las fig-u1 as sirnbólicas gravadas e1 las altas rocas de las márg ~nes del Casi­quiare y en la s fue n tes del Esequibo y el Río Branco; y el cementerio ele los raudales de A tures. Los viaje­ros están de acuerdo en afirmar que son recuerdos de una raza de indios extinguida muchos años antes de la llegada ele los conquistadores. Esa es toda la monumentali dacl indígena en nuestro país, y corres­ponde a una raza extinguida mucho antes del des­cubrimiento. (7)

Todavía h oy existen restos ele las antig uas tri­hus en ·v enez uela, en completo estado salvaj e algu­nos, como los Motilones y muchos otros; y con al­gunos h ábitos de civilización otros , como "Caribes en las llanuras O rientales, Guarahibos en el Delta del Orinoco y Goagiros en la Península Occidental". .1.a observación personal del doctor Bance en estas últimas indiadas ha comprobado que aún viven bajo la for ma familiat del matriarcado, que es el grado 111;\s bajo en la evolución de la familia; y encontra­do que ' 'la desconfianza y desleal tad", son rasgos resalt;u1!es en ellos, aunque las atribuye a " resabios muy arraigados, demostrativos de que en sus tra di­ciones se ha perpetuado el temor y la zozobra hacia los blancos."

Lo que ele cultura ha podido observar en esas indiadas el doctor Bancé, débese, en nuestra opinión, a la obra ele los misioneros españoles; así lo atesti-

(7) Humboldt, Voyage aux régions eq uinoxiales, ecl . 1824, t. 9, p. l'l; 1. 8, p. 2.13 y 266. Codazzi, op. cit., p. 248; Humbold t, Cuadros de la Nat11ralcz:i, p. 2.11 y sgtes .

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gua Humboldt, cuando visitó las m1s1ones y si se duele de algunos rigores empleados, reconoce que no de otro modo podía tratarse a los indios para su mejoramiento. (8) .

Llamó Ja atención de los viajeros la gran diver­sidad de pee, ueños grupos indígenas de nuestro país y el variado 1úmero de sus lenguas o dia lectos, y que casi todas las tribus fueran igualmente salvajes; to­das nómades, errantes; algunas de ellas crue les has­ta la fero cidad, algunas en el más g r osero salvajis­mo, y muy raras las que tuvieron la más rudimenta­ria noción ele agricultura. Vivían casi exc lusivamen­te de la caza y de la pesca, "y la unión y el senti­miento de la dependencia mútua entre los miembros eran tan débiles, que apenas ¡podía 'clescubrise en sus acciones apariencia alguna de orden y gobier­no,'' (9) lo que explica que fueran tribus miserables y hambrientas hasta el extremo de que algun;:i.s d e ellas, de tiempo en tiempo se dispersab;i.r; para bus­car aisladamente cada quien alimento en las raíces silvestres; o que otras , como los Otomacos, Guari­bos y Guamas, los más sucios y embrutecidos entre todas ellas, habitualmente comieran cierta espi::cie de arcilla para calmar el hambre. (10)

Los usos y costumbres de las tribus ex istentes han sido bastante estudiados y conocidos por n-. u­chos viajeros, y resultan ser tan salva jes c;11110 antes d el descubrimiento, las que viven incl··p ~ 11 .:.l'11t<'3, sin contacto con la civilización, y al!5·1) m .: j.¡r do,; 11 s que manti enen ese contacto. (11)

(8) Humbold t, Voyage, t . .)Q p . 293; t . 9', p. 20 y 21. (9) Robertson, Historia de América, t. 29 , p. 147 . Codazzi, op. cit.

p. 147. (10) Humboldt, Ensay o J'olí tico; t. 19, p. 147; C<•cbzzi , op . ci t.

p. 251. (11) Martí n Matos Arvelo, Vida I ndi a na. Lui s Oramas ha estu-

diado el idioma Yaruro y Lisand ro A lvarado, la lengua Baniva, pubiica­dos en los Anales de la U niversi dad Central tomos X y X lI, números 1 y 2 re spectivamente .

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En cambio, la ferocidad · y crueldad comunes a casi todas las mantuvo en constante guerra, y vencidas unas a otras, al arribo ele los conquistado­res la nación Caribe dominaba casi exclusi,·amente sobre una consider able parte de la América meridio­nal, desde el ecu; clor hasta las islas Vírgenes. Suce­sivamente había1 destruído los Caribes a as más. temibles tribus, ' ~uapocas, Cuneguaras , Tamanacos, Aruacos y a los Cabros, y fué tánto el espanto que sembraron en tan dilatado territorio que cuando arribó Colón a la Española, la primera vez, corrieron despavoridos sus habitantes a g uarecer se en sus mon­tañas, porque creyeron que llegaban los Caribes, na­ción guerrera y cruel que se complacía en la matan­za y comía las carnes de los prisioneros que caían en sus manos, y a quienes no osaban resistir, como luego explicó el Cacique a l Almirante. (12) Y era ésa 110 sólo la más fl¡._~rte y poderosa nación ind ígena, sino la más inteligente y cuya hermosura física sorprendió como excepcional entre todas las del continente. Era tan antiguo el dominio de los Caribes, tan fu erte y completo, que imprimió el sello de su estirpe en el len­guaje de casi todas las tribus que poblaban lo que hoy ef' Venezuela y las islas vecinas. Esa influencia del idioma, la generalizaban las mujeres de otras tribus, de las que se apoderaban en sus incursiones. La mujer t'r:I e l jcf c de la familia, el g obierno de la casa, mien­n·~1s los homhres pescaban, cazaban o hacían la gue­rrn, y fue así el instrumento más adecuado para gene­rnlii.ar en tocias las tribus el dialecto caribe.

J\ .•; <~ptado, pues , el h echo de Ja crueldad españo­la clnrantt: la conquista y la colonización, podemos "4 HCt1' dos conclusi ones- igualmente indudable s : que (•11 :-.t l-jit·11 y l'l .Perú, a p,esar ele ello, se han ronser­\1t1d<1 l,11 ¡; 11sos y costumbres que tuvieron los primiti­vo~ l> <il1hdores, porque en aquellos países hubo civi-

; L ' I H<1 lw11 ··""· 0p. cit. t.' l", p. 128.

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lizacióh y cultura indigenas ; y que si nada semej an ­t e ocurre entre nosot rus . no es por causa de la cruel­dad española, sino porque tan groseros y primiti \ os fueron los aborígenes, que nada pudieron dejar , sal ­vo los restos de tribu ~ independientes que aún h •lV­existen y la influencia indígena encubierta y cli si11 u­lacla pei'o no menos cicrl a en la mezcla con la poli a . ción blanca y neg ra qne en mucha parte absorvi (J a la indiada.

Reconoce el doct or Bance que fue muy red tll'i do el número de europeos que vino a América, y así es la verdad. (13) En el acta de fundación ele muchas de nuestras act11ales ciu dades, puede verse qu e fu (;

muy escaso el núm ero de españoles; esas poblacio­nes, sinembargo, se desarrollaron luego a expen sas principalmente de las indiadas de las encomiendas .

.El indio sigue siendo la base étnica ele la A mé­rica latina, y tan vigo rosa h a sido su influencia e¡ ue constituye la caracter íst ica particular ele nu est ros países, cuya poblaci ón es re sultante del cruzam iento del elemento autóctono, el e los peninsulares y ele los negros en casi todo el continente. El peninsular y el negro son valores constantes de nuestra form ació n demográfica : sólo el indio es el factor variab le. Quién sabe hasta dónde influyó su diversa caracte­rística para dar profu ndo fundamento sociológico al pensamiento del Libertador cuando dij o : Vene rn ela es un cuartel, Colorn bia una Academia v el Ecu ador un convento. Benito J uárez cortando de. un golpe to­da posibilidad a la m onarq uía europea en América, es resultante directa del profundo republicani sm o de las naciones indígena s que en el país del A nab uac lucharon vali entemente h_asta independizarse del des-

(13) Bonzo ni, cit. de Rolier íso n a firma que solo 15.000 españoles vi nieron a Améri ca en los 60 2\10,; que sig uieron al desc ubrimien to. Dé ­pons calcula en solo cien espa l1 ol es e l número de los que a nua lmen te venían a V enezuela. inclnyr ndo en ese número a l0s em pleados del go· hie rno. Cit. de V al lcnill a Lanz, Cesari smo Democrático, p. 79.

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potismo de Moctezuma; y es indudable que , además del factor español, alguna infl uencia ejerce en el pro­fundo sentimiento religioso del pueblo de Colombia, la t radición indígena del gobierno teocrático del Za-que de Bogotá.

Innegable- como es el 11 ~cho ele la disminución de la población originaria de est os países; absolutamen­te imposible todo cálculo de su número siquiera a proximado, es indet erminable la m.edida ele aquella disminución a falta del ela to de la población original, pues es ele todo punto inaceptable la exagerada pode­rac ión que de su número hi cieron los escritores del si­g lo XVI, lo mismo que al ap reciar su disminución. A demás, también otros factores influyeron notable­men te en reducirla, por circunstancias que , aunque consecuenciales del descubrimiento , no pueden sinem­bargo atribuirse al h echo e intención ele los conquis­tadores, como fu eron ent1 e nosotros, la naturaleza misma ele nuestros indios, el hambre que a muchas de las tribus afligía por su mi serable estado primitivo, y especialmente las enfermedades.

La exageración propia de los primeros cronistas cada vez que de hacer números se trata, atribuye a las enfermedades haber exterminado la mitad de la po­hlación de las provincias en que se introdujeron, se­g:ún palabras de Fray Toribio ele Benavente; y Tor­qucmada afirma qu e dos epidemias, en 1545 y en l 57CJ, acabar on en Méjico, con ochocientos mil indios, la primera, y con más de dos millones la segunda, se-

, gú 11 el c'tlculo exacto formado ele orden de los vire­yt's. (14)

i\ ñftdese, de consig uiente, como factores de des-111ol1l:ici<'m, la naturaleza salvaje de nuestros indios, a q11il·1H;s la muerte misn1a parecí a preferible aun al ~· i11 qdi · hv ch o el e cambiar su naturaleza nómade y

( \.1 ) l~nlicrt so li, op. cit. t. 49, nota 21, p . 408.

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errante por la vida sedentaria y el trabajo, a extremo de que muchos se dieron la muerte voluntariamente; el hambre, que fu.é funesto flagelo de nuestras tribus, y muy principalmente en todas partes las enfermeda­des infecciosas que importaron los conquistadores, espe(ialmente las viruelas y el nn l francés, que en la natm aleza débil de los indios y en el ardor de lós tró­picos . adquirieron terrible virulencia sin recursos si­quiera con qué combatirlas.

Todavía hoy se palpan en nuestras tribus los te­rribles estragos de las enfermedades. Martín Matos Arvelo en su obra Vida Indiana, habla del horror al "cataro" de los indios de Yavita, en cuya región el simple catarro ha destruido tribus enteras.

La persistencia actual del elemeti.to indíge11a confirma la observación de muchos viajeros hasta principios del siglo XIX, quienes afirman que aumen­tó con la colonización la población indígena. Hum­boldt aprecia en tres millones de indios puros la po­blación indígena de Méjico para la época de su visita, sin mezcla de raza europea o africana, y el cálculo más exacto y remoto de aquella población es el de Na­varro, que la fija en 3.600.000.

Igual aumento de población de indios puros, aunque en menor propordón acusa Humboldt entre nosotros, debido a la obra de los misioneros "que for­maron populosas aldeas de caribes en las provincias ele la Nueva Barcelona y Guayana". (15) Si en tre nosotros la conquista fué diferente a la ele, M éjico y el Perú, también fué diferente la colonización, que e11 aquellos países fomentaba el desarrollo ele poblacio­nes organizadas, y entre nosotros debía comenzar por reducir a los indios salvajes y habituarlos a la vida se­dentaria de las poblaciones que por primera vez se fundaban en el país.

(15) Humboldt, Voyage. t. 9'', p. 11 y 12.

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No creernos aceptable l.a opinión del doctor J?an:-' ce que fija en un millón de indios Ja población origi­naria probable de Venezuela, no porque tengamos da"­to alguno para contrariarla, sino porque resulta in­aceptable, a falta de 'ba.Se tinne, en comparación c6n la .pobla( ión mucho mayor que tuvi<r on Méjico y e,1 Perú, y ( onde apenas hubo 3.600.000 y 1.500.000, res­pectivamente, como ya hemos visto. Matos Arvelo, sinembargo, es de la opinión del doctor Bance.

En cuanto a la torpeza, atropello o crueldad pe­ninsulares . aun reconociendo la verd ad del hecho, sin que sea, sinembargo, exactamente conocida su medi­da, no es posible en el criterio cien tífi co de nuestros días repetirlo tomo un eco meram ente sonoro. Es preciso analizarlo para determinar su significación hi$tórica, pues la historia como la aritmética se pres­tan maravillosamente a extravagancias increíbles, contrarias a la realidad, si no se aplica el análisis filo­sófico al estudio del proceso histórico lo mismo que a un balance de comercio.

La conquista de América se efectuó precisamen­t e en el apogeo intelectual de España, durante el siglo y medio que duró el renacimiento español, cuando· en la Península florecían esclarecidos ingenios que refle.­jaron su sabiduría y bondad en la organización del Nuevo Mundo, como ninguna otra nación lo hubiera hecho entonces ni ninguna otra ha pensado mejor e·n tiempos ulteriores. Mas no es posible olvidar que, con todo, el ambiente intelectual y social distaba mucho del de nuestros días y hemos de saturarnos de aque-11os ambientes para reducir los acontecimientos a las proporciones exactas de su significado histórico,·

E n aquellos tiempos era Vicario ele Cristo en la tierra un A lejandro VI, a quien la historia acusa de crímenes horribles; y por el hecho de ocupar la silla de Pedro tenía suficiente imperium para donar a la Corona de España casi todo el Nuevo M un el o con

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cuanto' en él había, porque habían llegado a costas de Améric~ tres barquichuelos bajo el per;dón .111orado de Castilla y se trataba de propagar la fe catolica en­tre los indios. E r a n t iempos en qüe el crim~n no tenía la .significación mor a l de nuestros días cuando con el crimen se perseg u ían a ltos fines, y por ello 110 apare­cían mo1:struosidad~s las del Duque d el. Va :entinaclo, ahorcamientos, asesmatos y envenenamient os alm n masa, en el corazón de Europa, fraguados en las ees­tancias mismas del Vaticano, porque para la 111ª or gloria de Dios, esos acontecimientos cont rih llÍar{ 1 triunfo de la unidad de la Iglesia. Es por eso %e c:­sar ~or&·ia va asm71i enclo bajo el criterio . ele hoy la apanenc1a ele un heroe precursor de la u111 dad itall _ na, a la q1'l!e lo sacrificó todo, hasta la familia. ª

"be antiguo p ract icaba la humanidad la escla ·.-1 . . . , d 1 h } Vl ~uc _c?m.o 111stituc1 on ~ e erec . o na tur_a , noción de

JUStlc1 a ideal que se creia puesta por D10s f'n la co _ ciencia de los h ombres; y así de G recia vino a r.

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1 . l 1 . . . f dº 1 .._'- n1a o m eJor e e 111 ~·e1110 ateniense a un ir en a s · 1 b 1 f 'd- d 1 .. 1. . , erv1-c um re os un amentos e a c1v1 izac10n gre"o .

'- -1 0-mana, que salvó para el mundo moderno la belJe idealidad del h eleni smo; muchas guerras hubo azat e

A ' · 1 \T' · M el 1 n es que en menea en e ieJO un o, contra os ii1f· 1 . f . 1 , . ie es y razas 111 enores, y entre as mas vigorosas 111ent l'-dades de ambos derechos, teólogos y legistas s ªt 1

' l 1 1 · 1· os e-rna n, corno verc ac, que os m e 10s ·eran seres irr· · l · d d 1 f' el " · acw-na es, incapaces e com pren er a e e i~n s to, ¡

0 les ponía fuera del campo de la humanidad, si11 d q~e cho a la caridad y sometidos por ley d e na1 urale-et e.­sufr~r el yugo y res ig n a r se al ex termini o co 1110z~a~ bestias.

Nada ele es! o :fue un a novedad ele la cnnc1u· t

E 1 · E - · b l 1 · is ª· n a propia ~s p ana se practica a a ese av11 l1d m etiendo a ella n o sólo a los prisioneros en LLs '.so-

l · d d fº gue-rras contra os m or os, s1110 qu e es e mes ch:J -.. 1 XIV existían 111crcados de esclavos en SeYi l\;_\ ;" 122~

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diz, donde se vendía n los Guaches, como llamaban a lo s infelices habitantes de las islas Canarias; con las expediciones portug·ucsas al Africa se introduje ron en Ca;;tillé1. los esclavus n egros, desde principios del siglo XV y y a pa ra f nes de ese mismo siglo, ant es qu e los indios americ: nos sufrieron la esclavitud. en Portugal y en España , principalmente en Andalu cía , cuantas razas vencidas fueron consideradas inferio­r es; los habitantes d e las recién conquistadas i slas Baleares, Cerd~ña y 1'vlaclera; y así abu n da ron en cre­cido número en aqu ellos países los esclavos blan co s, moros, judíos y negr os ( 16)

"Honni soit qui m a l y pense" digamos ahora con el gran rey. No llegu e la malicia a imag inar qu e sólo así pensaba Iberia. Es cie rto que en 1511, a m ed iados d el s'iglo XVI, la m on struosidad del auto ele Figue­roa marcaba con h ierro candente a los indios Caribes, atrocidad q.üe todavía a principios del siglo XIX, per­petuaban gene rali zadamente I ng la t erra, Holanda y Francia en la población negra de las islas del Mar Caribe. (17)

Cabe, por lo tanto, justificadamente, d entro de las ideas morales ele la época, la t errible alocución de Alonso Ojeda, la monstruosidad del auto de Figue­roa, la guerra; la se r vid umbre y dura esclavitud de los indios.

Tampoco convien e olvidar, pa ra ser justos , que cuando los español es ob ligaron a los indios a traba­jar en las minas, ya el sufrimiento indígena había acu­mul a do la inmensidad ele caudales que en Méjico y el Perú encontrar on los conquistadores; y que éstos, en aquellas tremendas cir cunstancias , sufrieron también

(16) Georg-es Scelle. La traite n égr iére aux Indes de Casti lle, et ·rré·p;u·c <l e M. A P il lct. l<Jü6, t. 1'1, p. 121. Alt amira, Historia de E spa· ria y de la civili zació n cspa11ola , t. !9, pgs. 249-250 ; J. M. Gounon Lou­hcn , . Es"1is sur l'adrnini stratio n de la C:1s tille, an X VI siécle París ¡ 7(,(). p. 92.

( 17) T f.!.!~"l;.bcld t . \.T oy ~~g f:', t pág.

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todo linaje ele padecimientos, inclusive el harn.bre, en la inmensidad salvaje de nuestras selvas.

Esclarecido .honor es sinembargo para España, que en semejante oscuridad de ideas, que eran con to­do la cumbre de la cultura de aquellos días, salga de los Claustros de Salamanca el verbo genial de , un Fr: ile, Francisco de Vitoria, a (1iscutir científica y ge­ne1 osamente los títulos de los \ 1onarcas españoles al do11inio del Nuevo Mundo, un siglo antes de que el interés nacionalista de Grotio escribiera con igual ob­jeto el Mare Liberum; y que Vitoria abriera al dere­_cho internacional en la negrura ele la época un cami­no aun no trillado definitivamente por la ijusticia de nuestros días amparando a la infelicidad de nuestros aborígenes, con sólidas bases ele derecho; y que la al­teza sorprenden.te de su mentalidad, volara. por enci­ma ele Jos dominio~de Ja fé y rompiera contra los pre­juicios religiosos y las disciplinas eclesiásticas, defen­d ien<l<5> la libertad ele conciencia al demostrar que nuestros indios no tenían obligación alguna de creer en una religión para ellos incomprendida y que no te­nían obligación de aceptar como la verdadera por la sola afirmación de Su Santidad ni por orden ele los Monarcas Españoles. La justa gloria de tan elevado ingenio me obliga a citar algunas de sus palabras que no han sido suficientemente divulgadas, tomadas de su libro "Relectione s theologicae", sus lecciones leídas en Salamanca, en 1532, dos de las cuales dedica a los indios de América con estos títulos: "De Indis recen­ter inventis relect_io prior" y "De indis, si ve de jure belli Hispanorum in ba rbaros, relectio posterior''.

Establece Vitor ia que los indios son libres, "por­que Dios h a dado la liber tad a t odos los hombres" y al t ratar de las cuestiones relativas a los derechos de las poblaciones búrbaras, afirma que podían ser clis­cu1idos, porque no habían siclo en absoluto resueltas, y " la solución ele estas materias no pert enece a los ju-

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tisconsuJtos , o por lo menos no pertenece a ellos sola­mente. Como estos bárbaros no son suj etos en virtud del derecho humano, los asuntos que les conciernen deben ser examinados desde el punto de vista; nó ele las leyes humanas, sino de las leyes divinas, en las cuales los jurisconsultos no están suficientemente versados , par a poder resolve.r las dificu ltades. Se tra­ta del fu ero de la conciencia, que corre~poncle a los sacerdote '. , es decir, a la Iglesia defi 1irlo". Rechaza Vitoria t odas las teorías sobre domin io basadas en la pretendida superioridad de los cristianos, sobre su de­recho a castigar la idolatría, sobre la misión que les

. hubiese sido atribuída de propagar · la verdadera reli­gión, y sostiene, que los indios no están obligados a aceptar Ja fé cristiana por la sola mención que se les haga de la verdad de la religión ele Cri sto, porque "no ha habid o milágros í1i' manifestacion es, dice él, que hayan debido convencerlos; no h an tenido tampoco ejemplos el e un a vida religiosa: al contrario , los espa~ ñoles se han hecho culpables de numerosos escánda­los, crímenes e impiedades" y por lo tanto no hay nin~ guna razón para que por eso los españoles les decla­ren y les hagan la guerra.

En cuanto 'al descubrimiento, la inventio, no lo . considera título suficiente para el dominio del Nuevo Mundo, porque ese título solo es basta11te "cuando se trata de r egiones inhabitadas, y en el caso actual-di­ce-los bárbaros. son los verdaderos dueños del país desde el punto de vista público y privado". En virtud del derecho de gentes,-continúa diciendo-lo que no está en el patrimonio de nadie, llega a se 1· propiedad del ocupante; pero los bienes de que 11ablamos están bajo un dueño, los bárbaros, y no caen, por consi­guiente, bajo el tít11l0 ele Ja inv~ntio. ( 18)

(18) Thc Clasics of International Law. Francisco de Vi10ria. In­troducci ón de Ernesto Ny s.

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Lo que hubo de exceso, atropello y crueldad en la conquista y colonizaciói'i de América fué, pues, una fatalidad histórica de su tiempo, y forzoso es concluir qpe no cabe sentimentalismo en el an{disis histórico, porque la moral no toma parte en el dina mismo de las fuerzas naturales y son fu.erzas naturales las que pre­siden y gobiernan el proce'so histórico. Si no bastaron el pensamid1to y la intención más firn es para que la bondad y sabiduría de las leyes di er;•n el resultado con ellas perseguidÓ, no es culpa de Lspaña, porque no pudo hacerse de otro modo ni con mejores elemen­tos sociales la gigantesca empresa del descubrimien­to, la conquista y colonación. ..,

"A pesar de los reproches que se pueden hacer a la colonización española-escribe Leroy-Beaulieu­es preciso reconocer que es la única entre las nac~nes modernas que ha intentado poner en pr;tctica, en las relaciones con los vencidos, los preceptos de humani­dad, de justicia y de religión, que e8!\preci~·amente lo contrari o de lo que ha hecho Inglaterra, la supuesta maestra de la colonización, en Irlanda: P iensan ele igual modo escritores eminentes ele todos los paí­ses. (19)

Dentro de dific'.;1)tacles enormemente menores, al desmigajarse en nuestras repúblicas el dominio colo­nial de España, cada una de las naciones del continen­te sabe por dolorosa experiencia propia, cuánta parte tuvieron en nuestros desórdenes políticos, las dificul­tades de comunicación en territorios bastante más pe­queños, y cómo en proporción de la distaí1cia al cen­tro de la autoridad perdieron las leyes la mªjestad de s u imperio, y fueron instrumentos de arbit"rariedad y capricho en los agentes del Gobierno, como en los tiempos coloniale s.

(19) L eroy Beaulieu. Lt colonización de los pu eblos modernos. Robcrtson, Hi storia de Améri ca; Carlos Lumnis, Los exploradores del si~!o XVI.

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Aun no ha podido Méjico resolver ·el problema fundamental ele su . desorden político: el problema agrario, a pesar de que desde 1799 el Obispo de Me~ choacán de Valladolid aconsejaba su solución al rey de España, con las siguientes cqnsideraciones: " ... dis­tribúyanse lo s bi ·.~n es concejiles, y que están pro indi­viso ·entre los na1 urales; co11cédase una porci • m de las tierras realenga~ que por lo con:i.ún están si1 • cultivo, a los indios y a las castas; hágase para M éji co una ley agraria sem cj ;rnte a la de las Asturias y Galicia, según las cuale s puede un pobre labrador, bajo cier­tas condiciones , romper las tierras que los grandes propietarios tienen incultas . de siglos atrás en daño de la industri a nacional". (20) ,,,

Y en el siglo XX, las más cultas naciones de Eu­ropa aplican no ya a Jos indios de América sino a la población obrera <le todos los países, rég·im en de du­reza que en nue~; tro tiempo es más grave que el de los conquistadores del siglo XVI. Ha sido apenas recien­temente que Ja organización del proletariado univer­sal fuera avalancha amenazadora, para lograr en al­guna medida la r eglamentación humanitaria del tra~ bajo de los obreros en las minas, que no se imponga trabajo superior a las fuerzas de niños y mujeres en los talleres, y que a los hombres, por un miserable sa­lario no se les obligue a una jornada de más cle ocho horas diarias.

La pasada guerra europea, una vez más ha de­mostrado cuan poco se modifica la profunda esencia humana. Las más cultas naciones de Europa se atri­buyen a la luz. ele nuestro s.iglo la fealdad obscena y rapacidad semejante que imputan a los conquistado­res españoles. P roblema g rande ha r esulta do deter-

(20) Humboldt. Ensayo Político sobre Nueva España, t. 1", p. 212.

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minar la nacionalidad y filiación de millares de niños nacidos de la violación de mujeres al paso de los ejér­dtos por centros de civilización .... y aun se preten­ck condenar el hecho de los conquistadores que sin haber traído mujeres a la empresa del descubrimiento y la conquista, incurrieran en ia infamia de irritar el ánimo de los indír·enas violando indias en las selvas arrtericanas y que robaran sus caudales a los in .líos, al fanzar con la arrog ancia del heroísmo en el Nuevo Mundo, la semilla de la raza!

# * * Al mismo tiempo que Alberdi pronunci aba el

glorioso programa de sus "Bases", que llevado a la práctica ha hecho el engrandecimiento ele la nación Argentina, con su célebre postulado "En América po~ blar es gobernar" , nuestro Cecilio Acosta pretendía resolver el problem a que apenas enunciaba Bol ívar en su decreto sobre inmig ración de 1813, cuando el año de 55 solicitaba la cooperación de la Sociedad ele Agricultores de Caracas y del Congres& ele aquel año, para atraer la inmigración al país. Son suyas estas pa­labras 1 "Por lo mismo que se nota ya tan cerca el mal (la escasez ele población) la prudencia está en ocurrir presto a su cura, y la mayor ele todas es la inmigra­ción. No puede decirse que ésta no haya siclo llamada y promovida en la leg;islación; pero los resultados no han correspondido. Los Estados Unidos abrí an por el mismo tiempo sus puertas, tenían industrias, campos, talleres, movimiento de agitaeión industrii.d; y esto por no hablar de otras causas que estaban en la con­dición y las costumbres del país, ha sido bastante pa­ra que no hayan afluido aquí, ni todas las mano ·; ni todos los trabajadores que habemos menester. L os pocos qu e llegaban, ligados a contratos forzad os con

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el propietario que los tornaba para sí, para pagarle el pasaje, se disgustaban de su estado, y disgustaban y desalentaban a los otros que se habían quedado en la patria común. La opinión influye más de lo que se crée en las cosas humanas; una idea difundida, un ru­mor, falso siquiera, precipita o pára un acontecimien­to;· según lo cual no es el \~ extrañar, que desacreditada de esta rnanera la introcl ucción de extranjeros, Vene­zuela no alcanzase el fruto de sus esperanzas y es­fuerzos." (21)

De entonces acá una formidable corriente de in­migración europea vino a América, tomando sienipre direcciones constantes: hacia Estados Unidos, Cuba, Méjico, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, princi­palmente. En la actualidad los Estados Unidos se han visto en la necesidad de limitar ya la inmigra­Ción, can la fijación de cuotas proporcionales a los di­ferentes países, a excepción ele las naciones amer:tca­nas, a las cuales también quiere someterse al mismo ré,gimen por la cantida<l creciente de suramericanos que a Norte América 'resuelven ir a trabajar. Cuba, el año pasado ha tenido que dictar la ley del 75 % , para garantizar ese porcentaje a los obreros y toda clase de trabajadores nacionales, sólo permitiendo una competencia de 25% al elemento extranjero en abun­dancia; y la Argentina, tanta cantidad de inmigra­ción ha recibido, que aconsejada por sabia experien­cia modificó la divisa de Albercli en este s('ntido: "Go­bernar es poblar bién", desechando con ella multitud de inmigrantes. que no considera como los mejores para el desarrollo social.

Ocioso resultaría citar cifras para demostrar, en cambio, que Venezuela, en · materia de inmigración casi está en las mismas cifras del 55, advirti endo des-

(21) Cecilia Acosta. Obras Completas, t. 4•.

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de iuego, porque así es la verdad , que no es inmigra­ción el ingreso de extranjeros relati va mente numero­sos que han venido al país últimamente con capitales para explotar determinadas industrias monopoliza­das en el mundo por dos o tres naciones, las únicas que efectivamente han podido explotarlas en todo el rnu1,cl o. E sos extranj er os no son inmig rantes: no vie­nen a l país a buscar fortuna con el sudor ele la frente y la fatiga ele sus brazos, ni traen intención de hacer~ se propietarios con el ah orro de sus ganancias; no vi e­nen a radicarse en el país con el cariño a la tierra que los enriquece y a la que con el ejemplo ele su esfuerzo labo ri oso, legan la tradici ón del t rabajo y la familia que formaron y prosper ó honorable en el pedazo de m onta ña que descuaj ó su brazo y donde la compañe ra criolla alzó con ellos la tienda clel h ogar y crecieron lueg o los hijos entre las espigas del tr igal o a la som.., bra del árbol g eneros o en frut os.

Es cierto, como dicen Acosta y el doctor Bance, que la obra legisla tiva n o ha fa ltado, pe ro desgracia:... clamente es la inmig ración un fenómeno social suje to a leyes propias, y no se establece la corriente migra to­ria con decretos. L a inmigración se establece, por el contrario, naturalmente, como las corri entes ele aire, entre dos sitios de diferente temperatura.

H an re sul tado inútiles nues tros muy escasos es­fuerzos hechos para atraer la inmig ración, reducidos a penas a dictar leyes inadecuadas y envi'ar de tiempo en tie mp o por el mund o unos funci onarios llamados Agentes de Inmigrac ión. P ara establece r una .corr ien­te ele inmig ración se requi eren, fund amentalm <:: nte, t res condiciones : P rimera. U n país en capac idad de r ecibir inmig ración; Segunda. U n país en capac; idad de emigración; y Tercera. Volunt ad firme ele favo re­cer la inm igración, est imul a rla, que es lo único que corresponde a los Gobiernos hacer para intensi ficar la inmigra ción.

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Por mucho tiempo, es doloroso confesarl o, nues­tro país no ha estado en capacidad de inmig ración, porque esa capacidad significa: estabilidad política y social, que garanticen la integ ridad d;: los derechos del inmig rante y la seguridad de fa vorable desenvol­vimiento ele su personalidad, con Ja segur id ad del fru­to provechnso del trabajo; g aran t ía c' e salubridad, porque el i1°migrante no es aventurero ' a paz el e sacri­ficar la vida a la fortuna . Esa inca pací ' lad ha sido la causa ele que a ningún inmigrante se le ocurri era pen­sar venirse a buscar aquí paz par-a el hogar , campo a sus actividades y per spectivas de po;:YCn ir , en medio de los clcsúrclenes políticos que mantu vieron como ba­jo terremoto constante a la Repúbli ca : esa misma in­capacidad clió por resultado que de lo s pocos extran­jeros que vinieron, no como inmigrantes, resolvieran muchos de ellos especular con nuestros desórdenes políticos , agobiándonos con recl amac iones diplomáti­cas las 111[1 s de ell as injustas y fant ást icas; y que cuan­do alguna vez viniero11 pocos verdaderos inmigran­tes, no voluntariamente sino engañados, y sujetos a contratos más que de trabajo , de servi dumbre, fueran ellos con el desengaño de sus espe ranzas, la más efi­caz propaganda contra la inmig ración a Venezuela. Esa misma incapacidad ha sido la cansa y razón, de que el único ensayo práctico ele inmig ración, por la juiciosa generosidad excepcional y no imi tada del se­ñor To var , <q¡~nas haya dado por res ul tado conser­var, sin desarroll arse. la colonia de su nom bre.

Hoy el fenói11 eno mig ratorio se ha complicado mucho por la circun stancia de qu e, la experiencia en los últimos cincuenta años ha demostrado que es ése asunto que no inter esa sólo a los particula r es resolver sino t arn bif n a los E stados a qüe .pertenecen los in­migrantes, y todo s los países han di ctado una leg;isl a­ción severa para fiscali zar oficia lment e la inn~igra­ción, permit irl a o impedirla . No son ya posibles los

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enganches por particulares ni por Gobiernos, si un previo examen del asunto no lo hace recomendable, con estudio de las condiciones del país hacia donde se pretenda emigrar,

Así, pues, la capacidad de emigración, viene a complicarse con esta intervención del Estado.

Debemos convencernós, po r lo demás, que tra­tándose de un fenómeno ya experimentado en condi­ciones más o menos análógas a las de nuestro país, en otras naciones del cóntinente, es infructuoso y torpe todo esfuerzo pór dictar nuestras propias leyes de in­migración. Lo juicioso, lo práctico y posible, es estu­diar el problema en esos países, y la manera coh10 lo han resuelto, adaptando a nuestras particularidades nacionales las soluciones satisfactorias que han per­mitido el desarrollo de la inmigración en aquellas na­. ciónes. Si se piensa seriamente, en favorecer o esti­mular la inmigración, lo patriótico, juicioso y reco­mendable, es estudiar el asunto nó al través de las re­copilaciones de leyes ni de los informes consulares y diplomáticos, sino en la práctica misma: enviando funcionarios especiales, inteligentes y capaces, para que en la Argentina, en Brasil, en Uruguay, vean có­mo es el funcionamiento de la ley en la práctica y ven­gan a nuestro país preparados para servir en la adap­tación de aquellas legislaciones a nuestro medio.

Cualquiera otra determinación sería continuar en el camino del desacierto, de la literatura declama­toria de las 'leyes inútiles y mal pensadas, como han sido t odas las nuestra s, desde el decreto '<:iel Liberta­dor de 1813 hasta la ley de inmigración actualmente en vigor.

Y muy comedidos y juiciosos habríamos de ser en la adaptación de leyes extranjeras de inmigración, para no incurrir en dos extremos igualmente pelig ro­sos: la copia servil de lo que entre nosotros no fuere

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o necesario; y la introducción d e novedad,es de nuestra invención, a lo que nos inclinamos demasiado.

Tampoco hemos de olvidar principalmente, que l~t ansiedad por atraer inmigración no debe esconder­rios el muy grave peligro :tJ.ue ella em u el ve en estos momentos E l desequilibrio de todo orde n en el mun­do, después de la guerra europea, ha ~ ubvertido mu­chos de los principios sociales en los pa íses de mayor rtensidad de población; y no son extranjeros inmi­g-rantes propiamente lo necesario, sino buena calidaci d~ i11111i,l:?,Tante lo que resuelve satisfactoriamente el p'i•oblcma. No es poblar solamente, s!n o poblar bién lo (me reclama el porvenir del país.·

No debe descuidarse toda la trascendencia de ese ·1rn~ tltl:vln fundamental que es resultado de la expe-"rlénei;L. p11es, nosotros, que tanto hemos menester de hr iniuigración, que no la hemos ten ido , comenzamos a scnt ir en estos precisos momentos, el sobresalto que p:trn td porvenir social representa, ver que el desarro-11<» dr 1:1 riqueza petrolífera del Zulia , está introclu­~~l~t\do :1 l país cantidad considerable ele negros para :f(!i8' . lnd1aj\1s en los campamentos, a t érminos que el h~<~.lrn y :t rec lama preocup;¡i,rse por las proporciones ~JU C,í . d .(;;; tso va tomando,

.. ~_ l~:l'l t:'1 hoy Venezuela en capacida d de lnmigra­~Jlu·1 ~, Fn E11 ropa sobra gente buena que vendría gus­(tilt,l ll t r:tnnos un capital social valioso indispensable ¡jilJO <ks:i rrollo y engrandecimiento económico del 1'-i~l~: ¡.¡/ilo falta que ,,fi l Gobierno y los particulares, ~~jn:.urr: L111ns todos e'ú un generoso esfuerzo ele pa-4·tl~Hi t1 1nc1, a qne nuestro paÍ$ siga siendo deseable al ~:~ t1· r111jn11, _v con una lab()r adecuada aunque muy <'Wrlmrn pno que serí a la más útil inversión adminis­

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Y o invito a la Academia a ese esfuerzo, el más noble, el más útil y el más urgente para el porvenir de la Nación: estudiemos el problema de la inmigración, lleguemos a un proyecto juicioso y bién pensado, que recomendado al Gobierno, estoy· seguro, ag radecerá nuestro esfuerzo y estimulará y fomentarú con él la inmigración.

Si así lo h iciéramos, señores, mereceríamos bién de· 1a patria, que es la más alta y noble asp iración del patriotismo, y como los fastos gloriosos de la anti­güedad clásica, marcaríamos con piedra blanca el in­g·reso del doctor Bance a la Academia.

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