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HISTORIA DE LA MINERÍA EN COPIAPÓ Y LA REGIÓN DE ATACAMA.

FEBRERO 2018

Elaborado por:

MAA CONSULTORES LTDA

Para:

COMPAÑIA CONTRACTUAL MINERA CANDELARIA

MAA CONSULTORES Av. Cristóbal Colón 3837 depto 133, Las Condes. Teléfono: +56 2 28556488 /28556733 Móvil: +56 9 94485155 / 68487408

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CONTENIDO

1. INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 2

2. ANTECDENTES HISTÓRICOS .......................................................................................... 2

LA ÉPOCA COLONIAL : SIGLOS XVI Y XVII. ....................................................................... 2

Características Generales .................................................................................................... 2

LA REGIÓN DE ATACAMA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII ..................................................... 5

EXPANSIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA ACTIVIDAD MINERA: SIGLO XVIII .................... 8

Características Generales .................................................................................................... 8

3. LOS MINEROS ................................................................................................................ 10

4. ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD MINERA ............................................................... 13

5. LA MINERÍA DEL ORO ................................................................................................... 15

6. LA MINERÍA DEL COBRE............................................................................................... 17

7. LA MINERÍA DE LA PLATA ............................................................................................ 19

EL SIGLO XIX ...................................................................................................................... 19

Características Generales .................................................................................................. 19

8. LA PRODUCCIÓN Y EXPORTACIÓN MINERA .............................................................. 20

9. CAMBIOS TECNOLÓGICOS Y PRODUCTIVOS ............................................................ 23

10. EL DESARROLLO MINERO A LO LARGO DEL SIGLO ............................................ 24

11. EL AUGE DE LA PLATA ............................................................................................. 25

12. LA MINERÍA DEL ORO ............................................................................................... 26

13. LA MINERÍA DEL COBRE .......................................................................................... 28

EL SIGLO XX ....................................................................................................................... 30

Características Generales .................................................................................................. 30

14. LA MINERÍA DEL ORO ............................................................................................... 31

15. LA MINERÍA DEL COBRE .......................................................................................... 31

16. POTRERILLOS-EL SALVADOR ................................................................................. 32

17. CHILENIZACIÓN Y NACIONALIZACIÓN DEL COBRE .............................................. 33

18. LA MINERÍA DEL HIERRO ......................................................................................... 33

19. LA FUNDICIÓN DE PAIPOTE ..................................................................................... 33

BIBLIOGRAFIA .................................................................................................................... 35

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1. INTRODUCCIÓN

La minería y los minerales han sido y son parte fundamental de la historia de Chile. Considerando los amplios antecedentes prehispánicos sobre actividades mineras y metalúrgicas en el actual territorio del norte de Chile, no deja de ser significativo que el viaje de descubrimiento emprendido por Diego de Almagro haya sido motivado por el relato de abundantes riquezas en metales preciosos que estaban disponibles en este territorio. Desde entonces, la producción de una amplia gama de minerales y metales ha sido uno de los principales motores de la actividad económica nacional y las riquezas minerales de esta tierra fueron durante siglos parte de su fama legendaria, aunque no siempre corroborada por la realidad.

La actual región de Atacama, con capital en Copiapó y parte integrante de esa noción geográfico-administrativa llamada “norte chico”, concentró durante la época colonial y los inicios de la república, una importante actividad minera, asociada fundamentalmente al oro, la plata y el cobre. Esta se ha mantenido activa hasta el presente, siguiendo los vaivenes y progresos de la minería del siglo XXI.

Sin embargo, sería un error reducir la minería a una actividad restringida a la esfera económica. Lo cierto es que, en cuanto actividad propiamente humana, la minería dio lugar a una cultura propia, a un conjunto de prácticas tecnológicas, sociales y económicas, a una forma específica de utilizar los recursos naturales y de dejar una huella en el ambiente e influyó en los procesos demográficos y de poblamiento del territorio.

El presente informe explora en los antecedentes de la tradición minera de la región de Atacama y busca ofrecer conocimientos e interpretaciones sobre el impacto de esta actividad en la identidad histórica regional, desde la época colonial y hasta el presente.

2. ANTECDENTES HISTÓRICOS

LA ÉPOCA COLONIAL: SIGLOS XVI Y XVII.

Características Generales

Para la economía mercantil ibérica del siglo XVI y la época colonial que se inaugura entonces, era imperativo que todos sus territorios aportaran a la actividad económica general del imperio. Y dentro de las valoraciones de la sociedad y la Corona española, los metales preciosos ocupaban un lugar distintivo, tanto a nivel del sistema económico en general como a nivel de los sueños y esfuerzos de los individuos que se aventuraron en América en esos siglos de descubrimiento, conquista y colonización.

Existía minería en la América precolombina o prehispánica. Esto fue verdad también en el caso del territorio chileno en general y de la región de Atacama en particular. De esta manera, la minería

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colonial se desarrolló en muchos lugares donde ya habían existido faenas extractivas y productivas previas de oro y cobre principalmente.

Desde España llegó un conjunto de técnicas y conocimientos sobre minería y una legislación que buscaba ordenar y regular esta actividad. Esta legislación estableció que los depósitos minerales que existían en Chile eran propiedad de la Corona española, con lo que se distinguía la propiedad de la superficie del suelo, que podía ser de un particular a quien le había sido entregada, y la riqueza mineral escondida bajo esa superficie, que era de la monarquía.

Sin embargo, al menos en el caso chileno, la Corona española y sus autoridades administrativas no operaron directamente minas de cobre, oro o plata. Esta faena fue entregada a individuos particulares, cuya participación era abiertamente promovida por las leyes coloniales. De hecho, ya en el siglo XVI, el Cabildo de Santiago, haciéndose eco de leyes provenientes de la península ibérica, garantizaba que cualquier persona, sin distinción de raza, clase o casta, podía participar de la actividad minera y solicitar el usufructo de pertenencias (Pederson, 1966:119). Esto explica que en muchos lugares los propietarios de pertenencias fueron no solamente españoles sino también mestizos e indígenas.

El derecho sobre una pertenencia minera entregada por el gobierno colonial se mantenía válida solo si el dueño la trabajaba de manera permanente. En caso de abandono de la faena, aunque fuera temporal, esta podía ser denunciada ante la autoridad por otra persona. Este sistema dio lugar a una larga lista de litigios y pleitos judiciales sobre los derechos de explotación y la vacancia producida por abandonos temporales debidos a dificultades económicas u otras situaciones personales.

Siguiendo con la lógica establecida por la legislación, el capital necesario para una faena minera debía ser provisto de manera particular por el interesado, lo que supuso una importante limitación para el establecimiento y la continuidad de las actividades mineras y para el desarrollo de infraestructura y tecnología. Ante la inexistencia de bancos comerciales o de financiamiento estatal, la mayoría de los mineros en el norte de Chile colonial recurrió al sistema de “habilitadores”, que consistió en personas que contaban con algún capital que era aportado inicialmente al dueño de la pertenencia, a cambio de un porcentaje de las ganancias futuras. De acuerdo a Pederson (1966:123), la mayoría de estos habilitadores eran personas con capitales modestos y con escasa capacidad para realizar grandes entregas de dinero a través del tiempo. Este sistema también dio lugar a una larga lista de pleitos judiciales. Otros mineros recurrieron a su riqueza personal o a la formación de sociedades con personas que podían aportar el capital necesario para el inicio y mantención de la actividad.

Estas características redundaron en un importante déficit que la minería chilena arrastró a lo largo de todo el período colonial: la limitada tecnología e infraestructura utilizada para la actividad. Otro problema significativo fue la falta de mano de obra calificada en ciertas tareas específicas relacionadas con la ingeniería en las minas y el procesamiento del mineral. Esta falta de mano de obra calificada fue especialmente relevante en la minería de la plata, cuyo proceso de amalgamación requería de conocimientos y técnicas específicas. Según Pederson, “el sistema incorporaba mucho de experiencia y poco de ciencia teórica; usaba poco capital y dilapidaba trabajo y recursos naturales; era, según sus críticos, extremadamente contaminante y algo degradado. Sin embargo funcionaba”

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(1966:129). El sistema de explotación minero se mantuvo prácticamente igual a lo largo de toda la etapa colonial y el siglo XIX, registrando lentos pero significativos cambios y avances en esa última etapa.

De esta manera, la minería colonial del siglo XVI y XVII en Chile fue, salvo contadas excepciones, una actividad privada, pobre, discontinua, con escaso avance técnico y desarrollada en condiciones laborales y físicas poco favorables. Esto explica también la corta duración de muchas faenas que eran iniciadas, suspendidas, luego retomadas y luego vueltas a paralizar, siguiendo el vaivén de la demanda esporádica y de los precios pagados y concentrándose solo en la explotación de las vetas superficiales y de más alta ley, lo que contribuyó a que muchas minas quedaran destruidas o bloqueadas producto del sistema de explotación utilizado.

Los obreros mineros básicos durante la Colonia fueron el barretero y el apir. El barretero era quien preparaba el mineral para su extracción, trabajando con distintas herramientas de madera y hierro con las que iba siguiendo las vetas del mineral, golpeando la roca, utilizando pólvora cuando era necesario, desgranando con sus golpes las piedras en busca de minerales. Estas eran transportadas luego por el apir, quien debía llevar hasta el lugar de acumulación el mineral y las rocas dejadas por el barretero. Con capachos de cuero transportaban hasta 90 kilos de piedras a sus espaldas. Este sistema, más costoso en la medida que aumentaba la distancia y profundidad entre la mina y el lugar de acumulación y procesamiento, explica que muchas veces las minas quedaran tapadas con material estéril o roca con mineral de baja ley, ya que no resultaba rentable sacar todo ese material a la superficie.

Ilustración 1: Mineros coloniales (Fuente: www.memoriachilena.cl)

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En un comienzo, la principal fuente de mano de obra fue la población indígena. De acuerdo a Carmagni (1963), existieron tres categorías para los indígenas:

a. De depósito: eran indígenas, mayoritariamente araucanos o mapuches, que habían sido liberados de la esclavitud inicial por la legislación española, pero que habían quedado en manos de sus antiguos dueños, siendo sometidos a un régimen abusivo y desprotegido.

b. Libres: provenían mayoritariamente de indígenas de depósito, desarraigados o que habían huido de sus encomiendas originales. Generalmente se movían hacia zonas donde había fuentes de trabajo más atractivas, como por ejemplo, la actividad minera.

c. Encomendados: eran aquellos que habían sido designados a un español como parte del sistema de encomienda.

LA REGIÓN DE ATACAMA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

La zona de Copiapó entró en la historia de Chile con el viaje de Diego de Almagro, quien pasó por la zona en su viaje de ida a Chile y de regreso al Perú (1536). Almagro estuvo cerca de un mes en Copiapó, donde los cronistas refieren que fue bien recibido por los indígenas, recuperando fuerza después de un penoso y largo viaje y cruce de la Cordillera de los Andes que hizo enormes estragos en los expedicionarios. El cacique local Montriri hizo entrega de obsequios de oro que el conquistador distribuyó entre sus soldados, tomándolos como presagio de otras riquezas que estaban por descubrirse. Tal fue el entusiasmo que generaron estos obsequios metálicos en el conquistador, que decidió perdonar las deudas contraídas por muchos de los miembros de la expedición con él (Sayagó, 1874). Después de continuar durante algunos meses su recorrido hasta el río Aconcagua, y decepcionados por lo belicoso de los habitantes originarios y por la escasez de oro encontrado, Almagro volvió al Perú en 1536, buscando hacer valer sus derechos sobre el Cuzco, encontrando pronta muerte en la lucha contra Francisco Pizarro.

Cuando Pedro de Valdivia inició la conquista y colonización del territorio nacional, hizo el recorrido hasta Copiapó siguiendo el Camino del Inca que atravesaba el desierto de Atacama. Una vez llegado a la ribera del río Copiapó, estableció el campamento y tomó posesión oficial del territorio en nombre del rey de España, siendo conocido desde entonces este lugar como el Valle de la Posesión (Sayagó, 1874). En un principio, los habitantes originarios se escondieron de los españoles, pero luego fueron encontrados y prometieron amistad y hospitalidad a los conquistadores. Entre los regalos que trajeron los indígenas, los cronistas destacaron el oro y objetos de cobre labrado (Sayagó, 1874). Sin embargo, la tranquilidad duró poco y Valdivia debió enfrentarse con los indígenas, según relata Mariño de Lovera. Poco después, Valdivia siguió hacia el sur y fundó la ciudad de Santiago en febrero de 1541. En el año 1543, la expedición de Alonso de Monroi atravesó por Copiapó, con destino a la zona central de Chile, sin que se registraran mayores incidentes (Sayagó, 1874).

Sin embargo, el estado de levantamiento general en que se encontraba toda la población indígena contra los conquistadores españoles llevó a Valdivia a enviar soldados a Copiapó para asegurar el vital tránsito por tierra hacia Perú, con miras a mantener y dar continuidad al abastecimiento de

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pertrechos y hombres. El encargado de esta tarea fue Juan Bohón, quien llegó hasta La Serena y luego a Copiapó, organizó las tierras y distribuyó encomiendas para los colonos, tocándole a él la encomienda de los indígenas de Copiapó. Mandatado por Valdivia para asegurar la zona y evitar los continuos ataques que hacían los indígenas del sector a los viajeros españoles que iban o venían del Perú, Bohón construyó un cuartel fortificado en el sector de Tres Puentes, donde había un antiguo pukará de los indígenas. Sin embargo, en 1548, un alzamiento de los indígenas terminó con la vida de Bohón, quien fue asesinado al interior del fuerte. En 1549, otras dos expediciones españolas que venían del Perú enviadas por Pedro de Valdivia fueron atacadas en Copiapó mientras se dirigían hacia Santiago (Sayagó, 1874).

En 1549 llegó el conquistador Francisco de Aguirre quien asumió como encomendero y pacificó la región por encargo de Valdivia. Desde entonces, Copiapó tuvo importancia como parada obligada en la ruta terrestre hacia o desde el Perú. Los descendientes de Aguirre se mantuvieron en Copiapó en los siguientes siglos y participaron de la actividad minera de la región. A lo largo del siglo XVI y XVII, las tierras del valle fueron repartidas entre los descendientes de los primeros conquistadores y otros colonos españoles, quienes se instalaron en el lugar y se dedicaron a actividades agrícolas y ganaderas principalmente.

Ilustración 2: Pedro de Valdivia (fuente: memoriachilena.cl)

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En estos primeros contactos, llamó la atención de los españoles la abundancia de turquesa que los habitantes indígenas les mostraban, lo que le valió el nombre de “sementera de turquesas” a la región (Sayagó, 1874). Sin embargo, la mayor fuente de atención de los conquistadores y colonizadores españoles estuvo dedicada al oro. Durante el siglo XVI, la principal explotación en Chile se realizó en los lavaderos o “placeres” de oro, los que se encontraban distribuidos en distintos lugares del territorio nacional. Tal como lo explica Pederson (1966), la explotación del oro estuvo marcada por una intensa producción inicial y luego por un largo declive.

Para organizar esta y otras actividades económicas, se recurrió a la institución de la Encomienda, que puso bajo el mando de un español a un grupo de indígenas que debían trabajar y tributar para él a cambio de protección, alimentación, vivienda y evangelización. En la noción española, la disponibilidad de población que pudiera ser sometida o utilizada como mano de obra era un elemento decisivo para pensar el desarrollo de una zona específica. Hacia fines del siglo XVII, existían en Copiapó cuatro encomiendas: la del conquistador Francisco de Aguirre heredada a sus sucesores y que fue la primera encomienda después de la muerte de Bohón; la de Juan Bravo Morales, dueño de las haciendas de Bodegas y Camasquil; la de Alonso Gutiérrez de Espejo, en la estancia de Jarilla; la de Juan de Cisternas, considerada la más numerosa (Sayagó, 1874)

Una de las situaciones complejas que debió enfrentar la actividad minera colonial en la región de Atacama fue la escasa disponibilidad de mano de obra para la encomienda. Cuando Bohón fundó La Serena, expresó a Pedro de Valdivia sus dudas sobre la viabilidad del emprendimiento debido a la escasez de indígenas (Pederson, 1966). Esa escasez se vio agudizada por el efecto que tuvo el sistema de encomienda y el sometimiento a una nueva forma de trabajo en la alta mortandad de la población indígena local (Sayagó, 1874, Pederson 1966).

Hacia 1697, la población encomendada en todo el norte chico se encontraba en un proceso de franco declive, debido a pestes, la destrucción de los pueblos de indios y el traslado de la población encomendada a las haciendas o estancias de sus dueños, lo que aceleró también la transformación del indígena de encomendado en peón y el mestizaje. Estos procesos se aceleraron y consolidaron en el siglo XVIII (Carmagni, 1963).

Un segundo aspecto crítico que influyó en la minería colonial en la zona de la región de Atacama fue el requerimiento de agua. Las precipitaciones eran esporádicas y los cursos de agua superficial intermitentes por lo que la producción de minerales y metales se vio muy limitada. En diversos momentos de la historia de estos siglos, los vecinos concurrieron al Cabildo local para manifestar los problemas que existían con el abastecimiento del agua para las actividades domésticas y para la agricultura y ganadería que también se practicaba en el sector.

De acuerdo a Sayagó, la minería colonial comenzó en Copiapó con Hernando de Aguirre, hijo del conquistador Francisco de Aguirre, quien retomó minas superficiales de oro que habían sido trabajadas por los indígenas en las inmediaciones del asentamiento español. Estableció el primer trapiche para trabajar el mineral, ubicándolo en la cercanía del cerro Tambillo del Inca, ubicado en un extremo del solar que pertenecía a su familia, y que luego fue un establecimiento para amalgamación de Plata (Sayagó, 1874).

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La explotación del cobre no estuvo dentro de las primeras prioridades de los españoles. Lentamente fue constituyéndose un mercado de exportación y de uso interno en el país que hizo rentable el establecimiento de algunas minas de cobre (Pederson, 1966). De esta manera, no hubo explotaciones relevantes y duraderas durante el siglo XVI. Pero en el siglo XVII se produjo un cambio forzado por las circunstancias. Corsarios y piratas asolaron las costas de la América española y la necesidad de contar con piezas de artillería y balas necesarias promovió la exportación de cobre desde el norte de Chile hacia el Perú e incluso a España. Las principales fuentes de ese cobre estuvieron ubicadas en la zona de Coquimbo, pero los documentos de la época hablan de manera general de faenas extractivas en la zona de Copiapó, aunque sin mayor precisión. Aparentemente, el general Cisternas Escobar y su hijo, Francisco Cisternas Villalobos, tuvieron alguna mina de cobre que explotaron a lo largo del siglo XVII (Sayagó, 1874)

De acuerdo a Sayagó, la principal actividad minera organizada durante el siglo XVII correspondió a la explotación de azufre realizada por Francisco Cisternas Villalobos desde 1680 aproximadamente. El azufre era de alta pureza y se trasladaba a Caldera donde era embarcado con dirección al Perú, junto con algo de cobre y brea extraído por el mismo personaje (Sayagó, 1874)

Sayagó remarca que la existencia de Copiapó y sus habitantes fue pobre y precaria durante el siglo XVI y XVII. Hacia mediados del siglo XVII (1652) aparecen en la documentación colonial el funcionamiento del puerto de Caldera, que en el siglo siguiente tuvo un rol importante en el comercio del mineral producido en la región, y el puerto de Huasco (Sayagó, 1874).

EXPANSIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA ACTIVIDAD MINERA: SIGLO XVIII

Características Generales

El siglo XVIII trajo consigo un período de desarrollo y crecimiento para la economía, población y sociedad chilena en general y para Copiapó en particular. Es importante hacer notar que este crecimiento no fue continuo, sino que se caracterizó por períodos de auge y decadencia que se alternaron continuamente a través de las décadas. En el caso de la actual región de Atacama, fue la actividad minera la que movilizó principalmente el desarrollo regional. La minería del oro ocupó un lugar preeminente, pero el cobre y la plata también vivieron un auge extractivo, al menos hasta donde lo permitieron los costos y la tecnología disponible (Pederson, 1966). La actividad económica regional se vio complementada con la producción agrícola (trigo, cebada, vino y aguardiente). Sin embargo, las malas vías de comunicación, el aumento de la población y las sequías que afectaron a la región a lo largo del siglo propiciaron la existencia de etapas en que hubo importante escasez de alimentos y dificultades para el abastecimiento básico de la población (Sayagó, 1874, Carmagni, 1963).

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De acuerdo a Pederson, es en este siglo cuando el “norte chico” se constituyó en una provincia netamente minera dentro del territorio chileno, integrando esta actividad en su identidad provincial y distinguiéndose de otras regiones del país. Proliferaron las exploraciones, la apertura de minas y el establecimiento de centros para el procesamiento del mineral, y el gradual aumento de la producción durante este siglo se debió fundamentalmente a la apertura de nuevas minas en la zona y al aumento de personas dedicadas a la actividad minera y no a cambios en la tecnología utilizada.

En 1713, el viajero francés Amadeo Frezier describió Copiapó como "una aldea pequeña cuyas casas están esparcidas sin orden alguno; las minas de oro que hace seis años se han descubierto han atraído alguna gente y actualmente su población puede estimarse en ochocientos o novecientos habitantes" (Frezier, [1713] en Pederson 1966:98).

Siguiendo con las instrucciones de concentrar a la población en núcleos urbanos emanada por la Corona española, el Gobernador del Reino de Chile, don José Antonio Manso de Velasco, ordenó la fundación de la ciudad de Copiapó en el año 1744. El 7 de diciembre, "en forma de bando, a son de caja y usanza de guerra, con asistencia de ministros militares y vecindario, se leyó en las partes más públicas del pueblo un auto del señor corregidor, por medio del cual se prevenía que al día siguiente se iba a erigir e intitular en nombre de S. M. la fundación de la villa y ordenaba que todas las personas de cualquier estado, calidad y condición asistieran a las ceremonias del acto de fundación", según el historiador de Copiapó Carlos María Sayagó (1874).

El 8 de diciembre de 1744, don Francisco Cortés y Cartavío, Corregidor y Justicia Mayor, lugarteniente de Alcalde de Minas, procedió al acto oficial de la fundación, acudiendo como testigos al acto el cura Andrés Varas, otros padres procedentes de los conventos de San Francisco y de las Mercedes, y vecinos españoles como José Cisternas, Felipe de Mercado, Juan Santos de Umeres, Fernando de Aguirre, Álvaro Vallejos y Lorenzo de Larraona. Se le dio el nombre de San Francisco de la Selva de Copiapó, en alusión a los frondosos matorrales de chañar y algarrobo que llenaban todo el valle donde estaba la antigua aldea (Acta de fundación, [1744], en Lorenzo, 1995:288-289).

En 1745 se constituyó el Cabildo de la ciudad, y de acuerdo a Sayagó, todos sus integrantes eran “mineros emprendedores”, asentados en la zona desde hacía largo tiempo (Sayagó 1874:116). Como alcalde principal fue electo Felipe de Mercado, dueño de minas de oro; como segundo alcalde, Juan Santos Humeres, dueño de un trapiche en Punta Negra, en el sector de Tierra Amarilla; el alférez real Nicolás de Alzaga y Sopeña, considerado uno de los primeros mineros de la zona en el Mineral de Ánimas Benditas. La actividad del cabildo, cuyo principal objetivo era promover el mejoramiento de la ciudad y de sus habitantes, se vio constantemente limitado por la escasez de recursos y la pobreza de la localidad, siempre al vaivén de la minería.

Cuando el gobernador Ambrosio O’Higgins llegó en Visita oficial al Partido de Copiapó en 1788 destacó la pobreza de la ciudad y sus alrededores y la enorme distancia que los separaba de la capital. Respecto a la minería, afirmó que “hace hasta hoy el único nervio de la subsistencia de dicho distrito” (O’Higgins, 1929:123)

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3. LOS MINEROS

La mano de obra, primeramente, confinada al sistema de encomienda y los indígenas de otras regiones que eran llevados al norte chico a trabajar, había restringido no solo la producción sino también al grupo de “empresarios” que podían hacerse cargo de una faena minera, limitándola fundamentalmente a los encomenderos. La encomienda fue especialmente importante para el norte chico a lo largo de todo el siglo XVIII y por eso los encomenderos se opusieron tenazmente a los intentos por suprimirla en 1724 y 1726. Sin embargo, los procesos de cambio estructural en la población indígena iniciados a fines del siglo XVII siguieron su curso hasta la desaparición de este sistema y la disminución radical de la cantidad de población indígena a lo largo del siglo XVIII (Carmagni, 1963).

1700 1750 1770

Copiapó 217 192 172

Huasco 768 661 604

Total 985 853 776 Tabla 1: Población indígena encomendada (ancianos, hombres, mujeres y niños) (Fuente: Carmagni, 1963)

De acuerdo a Carmagni (1963), el descenso de la población indigena encomendada fue de la mano con el explosivo aumento de la población mestiza y blanca en todo el país, el cual se produjo por un aumento neto de la población, en parte por los cambios en el sistema de encomienda y también por la creciente migración de europeos. En el caso de Copiapó, el aumento de la población estuvo directamente relacionado con el desarrollo y auge de la minería. La escasez de mano de obra afectó especialmente a la minería ya que la mayoría de los empresarios mineros no eran encomenderos.

Figura 1: Plano de la ciudad de Copiapó

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La minería de Copiapó en este período tuvo como figuras destacadas a familias de vascos que llegaron en esos años, como los Goyenechea, Eleyzalde, Gorostiaga o Larraguibel (Pederson, 1966:121), y las familias más importantes de Copiapó tuvieron pertenencias y explotaciones mineras a lo largo del siglo, incluyendo a quienes ocuparon cargos de autoridad en el cabildo o como corregidores.

Pero no solo españoles llegaron a probar suerte en Atacama. Apellidos como Gallo (italiano), Shea (irlandés), Subercaseaux (francés) y Borcoski (polaco) también tuvieron lugares relevantes a lo largo de este período. Sin embargo, la falta de mano de obra, trabajadores libres una vez suprimida la encomienda en el siglo XVII, fue una constante para Copiapó y sus alrededores. En 1776, la autoridad minera de Copiapó solicitaba al gobierno central hacer gestiones para facilitar la migración de familias del sur de Chile que pudieran incorporarse com fuerza de trabajo en las minas (Pederson, 1966:126). El incremento de población en la zona fue de la mano con el incremento de la producción de minerales y metales.

La escasez crónica de mano de obra y la imposibilidad de recurrir a indígenas encomendados o a través de un sistema de mita llevó a los empresarios mineros a incorporar al trabajo a parte de la importante masa de mestizos que hasta entonces habían quedado marginados del sistema, especialmente debido a su nacimiento ilegítimo (Carmagni, 1963).

Uno de los formatos utilizados en los sectores mineros fue el de los “dobles”. Aparentemente, este sistema tuvo su origen en Potosí, donde los indígenas eran autorizados para recoger todo el mineral que pudieran entre el sábado en la noche y el lunes, debiendo entregar un porcentaje al dueño de la mina. Aparentemente, en el caso chileno, el doble consistió en el permiso para extraer todo el mineral que se pudiera durante algunas horas o por una cierta cantidad de mineral y rocas que el doble pudiese extraer, debiendo entregarse también un porcentaje al dueño de la mina y los participantes del sistema fueron principalmente mestizos y no indígenas. El acuerdo se establecía verbalmente y fue común que hubiese préstamo de dobles entre los mineros (Carmagni, 1963; Pederson, 1966).

Otra forma de atraer mano de obra fue el “préstamo de labor”, que consistía en que el empresario minero entregaba una veta de su propiedad a un trabajador por un período definido de tiempo para que este la explotase y luego debía entregar un porcentaje al propietario original (Carmagni, 1963).

Ambas formas de trabajo, dobles y préstamo de labor contribuyeron a una explotación desordenada y destructiva, que se concentraba en la extracción de mineral de alta ley y dejaba tapadas con roca estéril las minas.

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Además de estas formas precarias de trabajo, aparece en la documentación el surgimiento de un nuevo tipo de trabajador minero: el asalariado. Este grupo estuvo constituido por peones indígenas libres y algunos mestizos, quienes recibían un salario mensual por su trabajo. El concepto utilizado inicialmente en la documentación es el de “asistente” o “ayudante”, quien trabajaba a cambio del salario. Estos conceptos fueron prontamente reemplazados por el de “peón” minero, que estuvo conformado mayoritariamente por población mestizo-blanca. Una de las características que mantuvo a lo largo de todo el siglo este creciente grupo de trabajadores fue su alta movilidad geográfica, siguiendo los ciclos de auge y decadencia de los minerales (Carmagni, 1963).

El sistema de peones trajo consigo otras prácticas, como el robo de mineral (conocido como “cangalla”) y que consistía en esconder las piedras más ricas en mineral para recuperarlas en algún momento de descuido de los dueños de las minas. Otra situación fue el endeudamiento de los peones con los dueños de minas y la posterior fuga para evitar tener que pagar lo adeudado o, por el contrario, la obligación de quedarse fijo en un lugar hasta el pago total de la deuda. También existen diversas referencias en los documentos de la época al desorden en la conducta de los peones mineros, su tendencia a aloholizarse y asistir a pulperías y burdeles en los días libres, a donde tenían que ir los empresarios mineros y sus mayordonomos para llevarlos de vuelta a las faenas mineras terminado el día de descanso (Carmagni, 1963; Pederson, 1966).

En 1780, empresarios mineros de Copiapó dirigieron una carta al gobernado haciéndole ver que la actividad minera estaba viéndose gravemente afectada por “el desorden de los peones, en quienes creze cada día la ynsolencia y falta al cumplimiento de sus obligaciones”, y solicitaban que se hicieran efectivas las medidas estipuladas en la legislación existente y la aplicación de nuevas normas para frenar los diversos problemas que se producían (en Carmagni, 1963). Los constantes reclamos de los empresarios mineros por estas dificultades llevaron a incluir dentro de la legislación minera que se elaboró desde mediados del siglo y, especialmente, en el último cuarto del siglo, normas específicas sobre aspectos laborales. Por ejemplo, se incluyó la retención de los peones por deudas, obligando a los peones que se movieran a contar con una carta emitida (“Boleta o pasaporte”) por el dueño de la mina en la que hubiesen trabajado anteriormente o por la autoridad minera de ese lugar, en la que se certificara que no tenían dudas pendientes. Era deber de los alcaldes de Minas de cada provincia solicitar esta documentación a los peones que llegasen a las zonas en busca de trabajo. Más adelante, la legislación también limitó la cantidad de deuda que el peón podía adquirir, para evitar abusos de parte de los empresarios y patrones (Carmagni, 1963).

El peonaje minero como institución laboral se consolidó a lo largo del siglo, siendo además una forma para que la población mestiza anteriormente marginada se incorporara en la estructura social legitimada. Esta consolidación influyó también en la disminución de la movilidad espacial de los peones y su permanencia por ciclos mayores de tiempo sujetos a una misma mina o a un mismo empresario minero.

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4. ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD MINERA

El aumento de la producción obligó a definir de manera más específica la organización espacial de la actividad minera. En la legislación y administración del siglo XVIII es posible distinguir conceptos como el “distrito minero”, que refería a lo que antiguamente había sido denominado como “Mineral”.

El “distrito minero” era “el territorio dentro del cual estaban distribuidas un número variable de minas, minerales, y plantas de proceso rodeando, centradas o relacionadas a un centro poblado que estaba funcionalmente asociado con ellas como su asiento o centro de servicio minero” (Pederson 1966:165).

Dentro del distrito era posible encontrar tres partes básicas: minas, plantas y asiento. En las minas se encontraba el depósito del mineral, y se asociaba a un campamento rústico, precario y generalmente temporal en el que alojaban y vivían los trabajadores durante la faena. Los dueños de las minas tenían la obligación de proveer a los trabajadores con todos los insumos básicos para poder vivir en el campamento y la vida de los mineros estaba supuestamente regulada y controlada mientras vivían ahí.

La planta era el lugar para el procesamiento del mineral. Tal como ya se ha dicho, un factor crítico para decidir la ubicación de las plantas era la disponibilidad de agua. Por ejemplo, los trapiches para el oro en Copiapó estuvieron estrictamente ubicados en los márgenes de los escasos cursos de agua disponibles en la región. Muchas de las localidades ubicadas al interior del valle de Copiapó deben sus orígenes a actividades de procesamiento de minerales realizadas en el siglo XVIII, como San Antonio, Los Loros, Tres Puentes, Hornitos, Yeso, Pabellón, etc. (Pederson, 1966). Los trapiches que estaban funcionando a inicios del siglo en Copiapó eran de propiedad de ilustres personas y familias de la ciudad, pero, de acuerdo a las observaciones realizadas por Frezier en 1713, se trataba de pequeños establecimientos artesanales que podían moler una cantidad limitada de mineral. La técnica de amalgamación de plata con mercurio y el uso de marayes y trapiches también fueron comunes a lo largo de todo este siglo.

El asiento era, literalmente, un asiento de operaciones y actividades mineras, es decir, era un poblado que aprovisionaba a las minas, campamentos y plantas del distrito, era el lugar en que se declaraban y registraban las pertenencias mineras y dónde residía la autoridad administrativa para el tema minero. En la mayoría de los casos, los asientos mineros se establecieron en poblados que existían con anterioridad (Pederson, 1966).

Los distintos puntos del distrito eran unidos por arrieros con recuas de burros y mulas, principal medio de transporte de la época. Así se movilizaban los minerales, alimentos, herramientas y otros insumos necesarios por los distintoas senderos o huellas troperas, ya que en el siglo XVIII la región de Atacama era todavía un territorio sin caminos carreteros.

En el último cuarto del siglo XVIII, la Corona española impulsó una serie de cambios y adecuaciones en la legislación y la organización de la actividad minera en América, cambios que llegaron también a Chile. Las primeras leyes específicas fueron las Ordenanzas de Minería, dictadas por Francisco García Huidobro en 1754. Estas fueron complementadas y reformuladas en la última parte del siglo.

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Para ello, se creó una nueva institucionalidad minera a través del Real Tribunal de Minería, que se instaló en Chile en 1787. Este “fue la organización gremial básica de los propietarios de minas, comerciantes y fundidores de metales y estuvo destinado a fomentar el conocimiento y desarrollo de la actividad minera existente en las distintas regiones del Imperio español” (Méndez, 1979:15). Junto con esta institución, la monarquía redactó en 1783 un nuevo cuerpo de leyes para regular y organizar la actividad minera, que fue llamado “Reales ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno del importante cuerpo de la minería de la Nueva España y de su Real Tribunal General” y en 1787 se decidió su aplicación en Chile (Méndez, 1979).

La aplicación de estas ordenanzas reales obligó a una serie de cambios en la organización del gremio de los mineros, las cuáles comenzaron a ser aplicadas en el inicio del siglo XIX, como, por ejemplo, la elección de los Diputados de Minas (Méndez, en Fernández, 2000).

En el marco de esta institucionalidad, se ordenó intensificar la realización de visitas a las distintas regiones del país para verificar y cuantificar en terreno la cantidad y condiciones de las explotaciones mineras. El primer Administrador de Minería encargado de esa actividad fue Antonio Martínez de Mata quien viajó al norte del país junto al gobernador Ambrosio O’Higgins en 1788 y 1789, y realizó un primer levantamiento de información más sistemática sobre la actividad minera en la actual Región de Atacama.

Al igual que en los siglos anteriores, el combustible utilizado fue principalmente la leña proveniente de la vegetación nativa del sector. El aumento sostenido de la producción redundó en la tala indiscriminada del bosque nativo, no demasiado abundante y de lento crecimiento en el clima semidesértico de Copiapó y sus alrededores. Hacia fines del siglo, estaban operando sobre 300 minas en todo el norte chico y distintos documentos dan cuenta de una creciente escasez de combustible para las fundiciones (Pederson, 1966). El litigio de José de Monrreal, propietario de minas en Copiapó, contra los hacendados que se negaban a vender leña es elocuente en este sentido. La respuesta de las autoridades centrales dando la razón al minero denota que estos tenían la primera prioridad en el uso de los recursos naturales en el sector y es una muestra de la importancia estratégica de la minería en el desarrollo económico (Capitanía General, Vol. 251).

La escasez de madera para leña también quedó de manifiesta en las dificultades que encontraron las autoridades de la ciudad para conseguir suficiente madera para acometer la tarea de la construcción de la recientemente fundada ciudad a mediados del siglo y de los principales edificios públicos. Desde la Real Audiencia en Santiago se dieron instrucciones específicas para que se intercambiara el cobre producido en la zona por maderas que se traerían desde Chiloé en un barco perteneciente a la Corona española y que el intercambio se realizaría en el puerto de Caldera, a fin de facilitar el acceso a tan necesario material. La idea de la autoridad española era generar condiciones para un tráfico constante que supliese las carencias en Copiapó y sus alrededores (en Sayagó, 1874).

Destaca Sayagó que la creciente actividad minera durante el siglo XVIII atrajo la llegada de nuevos pobladores, quienes vinieron a cambiar las costumbres sencillas, conocidas y tranquilas que los habitantes del pueblo de Copiapó habían desarrollado en los siglos anteriores (Sayagó, 1874). Un ejemplo notorio fue la introducción del baile llamado “la bandera” por parte de los mineros que iban al

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pueblo desde los campamentos y asientos en sus días libres, calificado como indecoroso y que fue prohibido por la autoridad eclesiástica en 1740 (Sayagó, 1874:98).

5. LA MINERÍA DEL ORO

A diferencia de lo que había ocurrido en los siglos anteriores, la explotación del oro se trasladó desde los lavaderos o placeres al trabajo de vetas y filones. Este paso a un nuevo tipo de minería para el oro marcó un cambio significativo en el proceso minero.

Hacia 1700 se descubrió el mineral aurífero de Capote ubicado en el sector de Huasco. En 1707 se descubrieron las minas de Talinai, ubicadas en la cercanía de Copiapó y, más adelante, se retomaron explotaciones prehispánicas en otros cerros cercanos a Copiapó. El descubrimiento de Talinai produjo una gran actividad en la ciudad, y muchas personas que fueron a ver con sus propios ojos la existencia de las vetas de oro, hicieron pedimentos de estacas mineras ante el entonces Diputado de Minas, el corregidor Francisco Cisternas Villalobos. A los pocos días, los numerosos cateadores que recorrieron el lugar descubrieron la veta Descubridora, y poco después Las Benditas Ánimas, la más rica de las vetas y que dio el nombre al Mineral completo. Poco después, el capitán Alejandro Pinto Sotomayor descubrió la veta Mercedes y la veta Jesús, María y José en el cerro Santo Domingo, constituyendo una segunda área del mineral, que tuvo distintos nombres según la riqueza de sus vetas principales.

El ya citado viajero francés Amadee Frezier, que estuvo en Copiapó en 1713, describió una situación similar a la “fiebre del oro” estadounidense, con cateadores, exploradores, mineros, especuladores y negociantes consumidos por la búsqueda del sueño de la riqueza mineral. Explicaba Frezier que durante su breve paso por la ciudad vio que “hay minas hacia la parte de arriba de la villa, otras a dos y tres leguas de donde se bajan los minerales en mulas a los trapiches del pueblo; en 1713 existían seis trapiches y se construía un injenio real o injenio de pilones que podría moler doce veces tanto como los trapiches. Además de las minas de oro, se encuentra en las cercanías de Copiapó, vetas de hierro, de cobre, de estaño y de plomo que permanecen sin explotarse. En las altas serranías de la cordillera, a cuarenta leguas del puerto hacia el este-sudeste, se hallan las minas del más hermosos azufre que se pueda ver: la extracción se hace por medio de un filón de cerca de dos pies de ancho, sin que haya necesidad de purificarlo” (Frezier, en Sayagó, 1874).

Pasada esta primera fiebre, cesaron los descubrimientos de vetas y con eso amainó también la llegada de nuevos buscadores y pobladores, interesados en la riqueza mineral que había sido conocida en los años anteriores. Sin embargo, las actividades de exploración continuaron, y los años siguientes trajeron nuevos descubrimientos de vetas, aunque solo unas pocas destacaron con una producción más constante y duradera. La veta Los Apóstoles, descubierta por Mateo de Zopeña, la veta Nuestra Señora del Carmen de José Antonio Cisternas y las vetas de San Ignacio de Loyola y Nuestra Señora de Aranzazú, de propiedad de Pedro de Artusa, fueron las más destacadas.

En el cerro San Cristóbal se descubrieron y explotaron otras tantas vetas y minas, las que fueron de escasa proyección. Estos descubrimientos comenzaron en 1755, con el minero Isidro Julio. En la visita de 1772 se encontraban todas las minas abandonadas, y en las sucesivas visitas se alternaron reportes de algunas minas en funcionamiento y luego en desuso (Sayagó, 1874). Hacia 1729, fue el

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cerro Santo Domingo el que volvió a atraer el interés de los mineros con el descubrimiento de la veta Millaguen. En 1739, el minero peruano Francisco de Garro descubrió y trabajó la veta Los Odres por varios años.

El Mineral de Santo Domingo fue, de acuerdo a la impresión de Sayagó, “el mineral más abierto y más abundante de oro que hasta hoy se haya tenido en Copiapó” (1874:300) y se contabilizaron 28 vetas y hasta 187 minas. Las sucesivas visitas realizadas por las autoridades mineras a este Mineral nos ofrecen un panorama de una de las características más relevantes de la minería colonial que ya ha sido destacada con anterioridad: la precariedad y discontinuidad de las faenas. Por ejemplo, en 1744, había 10 minas en explotación en las distintas vetas del mineral. Para 1745, había solo dos minas funcionando al momento de la visita. En 1746, 6 minas activas. En 1747 y 1748, 5 minas trabajándose. Los cambios no solo afectaban la actividad, sino que también la propiedad. Por ejemplo, en la visita de 1750 se daba cuenta que en el lapso de 6 años habían cambiado de dueño las dos minas de Jesús María (propiedad de José Cisternas a Carlos de Loyola); la San Ignacio (de Miguel José Echeverría a Bernardo Pacheco); la Descubridora (de Aguirre a Martín José de Ustariz) (Sayagó 1874).

1777 fue un año de nuevos descubrimientos, pero estos tuvieron corto alcance. De acuerdo al informe de Mata en 1789, el Mineral de Las Ánimas o de Santo Domingo se encontraba por entonces con menor actividad, después de casi 80 años de explotaciones en sus diversas y numerosas minas y vetas. Sin embargo, las sucesivas visitas realizadas en años posteriores daban cuenta de la continuidad de explotaciones, aunque estas iban cambiando sistemáticamente de dueños. En 1792, la actividad minera del oro estaba en plena decadencia. Diversas fuentes de la época citadas por Pederson (1966) indicaban la existencia de al menos 12 minas de oro en los alrededores de Copiapó y más de 30 en el valle de Huasco hacia fines del siglo XVIII.

Para 1803, el informe de Egaña entregó información sobre el Mineral de oro El Plomo, con una mina en producción; el Mineral de Cabeza de Vaca (oro y plata), con tres minas en explotación; el Mineral de Santo Domingo, con cuatro minas activas; el Mineral de San Pedro, San Pablo y San Francisco, con tres minas en actividad; el Mineral de Zapallar (oro y plata) con tres minas y una planta de procesamiento. En todos los minerales, el informe pone de manifiesto la existencia de muchas estacas o pertenencias mineras abandonadas y disponibles para ser solicitadas (Egaña [1803], en Fernández, 2000:41-44). En el sector de Huasco destacaban el Mineral de Canutillo, con 5 minas de oro en actividad; Capote, con dos minas en actividad; Mineral del Jote con dos minas activas.

El mineral era procesado en trapiches o marayes, los que se ubicaban, como ya se dijo, generalmente cerca de fuentes de agua disponible. Con la fiebre del oro en la primera parted el siglo, se establecieron muchos lugares de procesamiento. Sayagó destacaba la existencia de al menos 6 trapiches en los alrededores de Copiapó. El que había pertenecido a Hernando de Aguirre seguía funcionando, pero ahora era propiedad de la familia Cisternas. Otro centro destacado era el que pertenecía a Pedro de Artusa, ubicado en la vega que por entonces estaba al frente del pueblo y el de José Antonio Gómez Granizo, de quien Sayagó destacaba el hecho de que llegó a la región como comerciante en 1704 y ante los descubrimientos de vetas se transformó en minero, trayendo a la región materiales de ferretería y minería necesarios para la actividad. Dice Sayagó, que “eran estos trapiches muy pequeños, su molienda no escedía de 30 quintales por día; una piedra de molienda

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movida por agua, su tina, su canal de desague y un pozo de maritata: he ahí todo el artificio de esos injenios metalúrgicos” (Sayagó, 1874:296). En las décadas siguientes cambiaron de dueños, se abrieron y cerraron numerosos trapiches.

La minería del oro dio lugar además al establecimiento de villas o poblados que crecieron al alero de esta actividad, como fue el caso de Freirina y Vallenar. Desde 1743, con la autorización para la creación de la Real Casa de Moneda en Chile, parte de la producción de oro y plata fue destinada a ese lugar para la acuñación de monedas que luego circulaban dentro del territorio nacional (Méndez, en Fernández 2000:9).

Un párrafo aparte merece el famoso mineral de Capote, que llegó a ser uno de los yacimientos de oro más famosos e importantes de Chile. Este mineral se ubicaba a unos 35 kilómetros al norte de Freirina, en la actual Provincia de Huasco de la región de Atacama. La tradición dice que fue descubierto, tal como se indicó más arriba, en el año 1700, por un minero de apellido Robles. Cuando en 1756 se fundó la villa de Santa Rosa de Huasco, figuró como vecino con asignación de terreno un minero y trapichero de nombre Joseph Robles, probablemente descendiente del redescubridor de este mineral (Álvarez Gómez, 1995). En 1788, el gobernador O’Higgins alojó en el Asiento Mineral de Santa Rosa y conoció directamente las actividades que ahí se realizaban (O’Higgins, 1929:126).

El viajero Frezier, en su obra y visita de 1713 ya citada, destacó que “el mineral más famoso de los visitados por el ilustre viajero era el de Capote, cerca de Vallenar, que dio grandes cantidades de oro de muy subida lei i que aún hasta ahora produce algunas onzas” (en Álvarez Gómez, 1995). Refiriéndose a este mismo viajero, años más tardes comentaba Vicuña Mackenna que “el oro de Copiapó, conocido en aquel tiempo con el nombre de Capote, por la riqueza de su ley marcada en el cerro del mismo nombre. Era considerado entonces por su ley como el más aquilatado de Chile, cual el de Valdivia lo fuera en el siglo XVI… apunta Frezier que este oro de Capote, que este nombre genérico tenía, era el más dúctil obrizo, rebuscado y el verdadero tipo monetario de la colonia” (Vicuña Mackenna [1881], en Rivera et al 2007).

La calidad y cantidad del oro que produjo este mineral hizo que la gran mayoría de las monedas acuñadas en Chile tuvieran metal explotado en este lugar (Rivera et al, 2007). Hacia fines del siglo XVIII, el mineral estaba dividido en dos minas: Capote nuevo, cuyo propietario era Manuel Rojas y Capote viejo, cuyo propietario era Francisco García (Egaña [1803], en Fernández, 2000).

6. LA MINERÍA DEL COBRE

Además del oro, la minería del cobre y de la plata también vivieron un auge, aunque menos significativo que el del metal dorado. Lo cierto es que, si consideramos que la minería del oro fue precaria y discontinua, más aún lo fue la minería del cobre. Cada descubrimiento de vetas de oro era una poderosa razón para dejar desamparadas las minas de cobre y dirigir el esfuerzo y los recursos a la búsqueda de la riqueza aurífera.

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El informe de Juan Egaña (1803) consignaba que existían vetas “riquísimas” de cobre en la zona. La demanda de cobre provino, como ya se dijo, fundamentalmente de la necesidad española de elaborar cañones y hay documentos que informan de pedidos de cobre para el Virreinato del Perú y exportación directa incluso hasta España. Por ejemplo, en 1749 se registraba el envío de barras de cobre procedente de la fundición de Fernando de Aguirre embarcado en el puerto de Caldera con destino a la maestranza de artillería de la ciudad de Lima y en 1754 se embarcaron 495 quintales de cobre procedente de la misma fundición y con destino al Callao (Sayagó 1874).

Existió además un mercado nacional para la elaboración de utensilios de cocina con el metal rojo, aunque se destacaba que el mejor cobre para esta faena provenía de las minas de Coquimbo (Pederson, 1966).

Sayagó consignó el descubrimiento de los minerales de Jarrillas y Camarones en el sector de Huasco en los inicios del siglo (Sayagó, 1874). En 1739, ya se encontraba en desuso el mineral de Punta de Cobre, el cual fue retomado hacia la última década del siglo. En 1747, Fernando de Aguirre estaba trabajando la mina San Francisco Javier, en el Mineral El Plomo, cuyo cobre era fundido y luego enviado al puerto de Callao en Perú. Esta fue, de acuerdo a Sayagó, la única explotación relevante en Copiapó durante varias décadas. (1874:325)

En 1783, la minería del cobre pareció consolidarse de manera más permanente con varios descubrimientos y la instalación de faenas mineras. Juan Ortigas comenzó a trabajar vetas en el mineral de Garín, Basilio Castro en Cerro Blanco, José de Urrutia en el Mineral de Ojancos y Pedro Antonio de Goyenechea en la quebrada de Nantoco (Sayagó, 1874). En los años siguientes se establecieron faenas en Cerro de Ladrillos y en el Checo. En 1793, el mismo Urrutia y Pedro de Fraga iniciaron explotación en el Cerro de Remolinos y otros mineros comenzaron a trabajar en el Cerro del Rosario.

El aumento en la producción hizo necesaria la instalación de ingenios para la fundición del mineral, estableciéndose uno en Cerro Blanco y otro en la Hacienda de Ramadillas.

Los requerimientos de cobre para la fabricación de artillería desde el Perú llevaron al gobernador Ambrosio O’Higgins a intentar la formulación de contratos de producción que aseguraran ese abastecimiento, sin que fuese posible concretarlos debido a la limitada producción y a que esta ya se encontraba comprometida con otros compradores (Sayagó, 1874)

El informe de 1803 nombra el Mineral del Cerro Morado, con tres minas en actividad y dos minas activas en el Mineral de Cerro Blanco (en Fernández, 2000:42). Mayor actividad de minería de Cobre había en el sector de Huasco. El informe de 1803 destacaba la existencia del Mineral de las Astillas, con tres minas activas y una en broceo; el Mineral de Mollaca, con una mina activa; el Mineral de Camarones, con dos minas en actividad: Mineral de Algarrobito, con una mina activa; Mineral de San Juan con 25 minas (en Fernández, 2000:56-65).

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7. LA MINERÍA DE LA PLATA

La minería de la plata presentó dificultades técnicas que encarecieron sus costos y demoraron su expansión de manera notoria en el siglo XVIII. Hacia fines del siglo, Carvallo informaba de la existencia de 13 minas de plata en explotación en los alrededores de Copiapó.

Las principales dificultades, además de la falta de mano de obra que afectaba a la minería en general, tenían que ver con las dificultades para el proceso de la amalgamación del mineral y la escasez y el alto costo del mercurio que se usaba en dicho procedimiento (Pederson, 1966). Esta situación se vio reflejada en la discontinuidad de las minas de plata o en su explotación superficial restringida a los sectores de alta ley, ya que luego las minas se volvían inviables desde el punto de vista económico.

En el último cuarto del siglo XVIII, minas de plata de alta ley estaban siendo explotadas de manera continua en los alrededores de Copiapó (Chanchoguin, Zapallar, Pampa Larga, Checo). El informe de Egaña (1803) consignaba que en el Mineral de Plata de Punta Gorda se encontraban las tres minas en bronce (Fernández 2000:38). En el caso de Chanchoguin, había dos minas en funciones y otra paralizada por una disputa legal. El Mineral de Cerro Blanco presentaba minas de oro, cobre y plata. Las de plata eran tres y se encontraban activas.

EL SIGLO XIX

Características Generales

El inicio del siglo XIX encontró a la actividad minera chilena en medio de un profundo proceso de reorganización impulsado por la Corona española y cuyo origen y alcances han sido descritos en el apartado anterior. En 1802, y como consecuencia de la aplicación de las ordenanzas reales para la actividad minera, el territorio nacional se dividió en 14 y luego 8 diputaciones mineras, más 8 delegaciones mineras. En cada diputación, los mineros debieron elegir democráticamente un Diputado de Minas quien ejerció funciones organizacionales para el gremio y judiciales. Las delegaciones quedaron bajo tuición directa del tribunal, quien designó a delegados de Minas para esas zonas. Estos funcionarios realizaron el primer Censo Minero en Chile, recopilando y enviando la información al Tribunal, información que fue sistematizada en el “Informe sobre minería y metalurgia colonial en el Reyno de Chile” de Juan Egaña, por entonces secretario del Real Tribunal (1803).

Junto con los cambios políticos asociados al proceso de independencia de Chile, la región de Atacama y la actividad minera vivieron un enorme auge relacionado con la explotación de minerales de plata y cobre. Con el surgimiento de esta industria se produjo una importante migración hacia la ciudad de Copiapó y la proliferación de actividades económicas asociadas de manera directa e indirecta con la minería contribuyeron al crecimiento general de la región.

El orden conservador que se impuso en la política chilena después del proceso independentista, representado icónicamente por Diego Portales y la Constitución Política de 1833, estableció la explotación y exportación minera como una de las bases del desarrollo económico de la nación.

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Las actividades económicas y comerciales se vieron liberadas de las limitaciones impuestas por España en la época colonial, abriéndose las puertas para la inmigración masiva y la llegada de capitales ingleses principalmente. La llegada de extranjeros fue decisiva ya que gran parte de las innovaciones o mejoras en los procesos de extracción y procesamiento del mineral fueron aportadas por ellos.

Desde el punto de vista administrativo, en 1843 los valles de Huasco y Copiapó, fueron separados de Coquimbo y La Serena y se convirtieron en una provincia independiente, Atacama, y Copiapó fue declarada entonces la capital provincial. La población de la provincia vivió los mismos vaivenes de la economía nacional y regional. El auge minero que fue produciéndose a lo largo del siglo movilizó a miles de personas que llegaron para participar de una u otra manera en esta actividad. El declive que se observó en la minería en las últimas décadas contribuyó a la contracción de la población. Para 1897, Espech describió la situación como un estado general de abatimiento y realizó una larga enumeración de minerales y minas que por entonces se encontraban abandonados (Espech, 1897).

La evolución de la población también fue fluctuando según la actividad minera:

Sector/año 1854 1865

Copiapó y Caldera 32.601 50.614

Vallenar 11.300 13.446

Freirina 6.789 14.912

Total 50.690 78.972 Tabla 2: población Provincia Atacama Siglo XIX (Fuente: Espech 1897)

8. LA PRODUCCIÓN Y EXPORTACIÓN MINERA

A lo largo de todo el siglo, la participación chilena en el comercio internacional y la economía mundial se basó fundamentalmente en las exportaciones mineras y en la importación de insumos para esas faenas. Se desarrollaron amplias exploraciones en busca de nuevos depósitos mineros y se observaron importantes avances de infraestructura, técnicos y tecnológicos que impactaron directamente en distintas fases del proceso productivo minero, permitiendo acceder a mayores profundidades en las minas y el aprovechamiento de minerales con ley más baja. El uso de nuevas técnicas de fundición permitió el aprovechamiento de súlfuros de cobre y el uso del carbón como combustible bajó los costos y redujo la presión sobre la agotada fuente de leña en la vegetación local.

Las exportaciones mineras de la Provincia de Atacama a través de los puertos de Caldera y de Huasco desde mediados de siglo expresan de manera elocuente la expansión del sector:

Quinquenio Valor exportaciones

1843-1847 9.919.163

1848-1852 20.176.693

1853-1857 33.969.976

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1858-1862 42.611.601

1863-1867 45.176.634

1868-1872 49.981.173

Tabla 3. Valor exportaciones mineras (Fuente: Estadísticas 1869-1873)

Para el mismo período, las principales exportaciones mineras en la Provincia fueron:

Mineral Valor exportaciones

Cobre en barras 11.852.513

Ejes de Cobre 55.297.185

Mineral de cobre 32.358.399

Oro en barra 161.207

Oro en pasta 363.548

Plata en barra 75.411.354

Mineral de plata 14.205.195

Tabla 4 Principales exportaciones mineras 1869-1873 (Fuente: Estadísticas 1869-1873)

La proporción de cobre fundido respecto al mineral de cobre, versus la plata fundida en barras respecto al mineral de plata es muy distinta. Esto indica que gran parte de la plata era fundida y exportada en barras, mientras que un porcentaje mayor del cobre era exportado como mineral o como ejes que habían sido sometidos a un proceso de fundición preliminar.

Al revisar la estadística completa se puede concluir que en el período comprendido entre 1843 y 1873, el principal producto minero de exportación del Departamento de Copiapó fue el cobre, seguido por la plata. Según Espech, 1848 fue conocido como el “año de los descubrimientos” para la minería regional, y efectivamente marcó el inicio de un quinquenio que supuso un salto enorme en la producción mineral de la entonces Provincia de Atacama, caracterizándola además como “una vasta colmena de mineros en movimiento” (Espech, 1897). El oro tuvo un lugar muy marginal (no se considera el Mineral de Capote, ubicado en el departamento de Huasco).

En 1875, la Estadística minera presenta los siguientes resultados para las principales exportaciones del período 74-75:

Mineral 1874 1875

Plata en barra 4.326.433 5.356.160

Ejes de cobre 4.337.550 3.419.610

Cobre en barra 2.179.181 2.654.477

Minerales de cobre 1.301.428 1.394.065

Tabla 5. Principales exportaciones 1874-1875 (fuente: Estadística, 1875)

Las exportaciones se dirigeron primordialmente a Gran Bretaña y fueron exportadas en su mayoría a través del puerto de Caldera. También hubo exportaciones significativas a Francia y a Perú (plata). Sin embargo, en la primera parte del siglo, los puertos más activos eran el Puerto Viejo de Copiapó

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(Caldera estaba deshabitado y funcionaba solo como una caleta habilitada) y el puerto de Huasco (Espech, 1897). Más adelante, y gracias al ferrocarril, el puerto de Caldera tomó la primacía en las exportaciones regionales. Le siguieron en importancia los puertos de Carrizal Bajo, que exportaba el mineral traído desde Carrizal Alto y fundido en los numerosos ingenios existentes en ese lugar, y Chañaral. En el año 1847, el puerto de Caldera registró el movimiento de 101 barcos, de los cuáles eran 62 chilenos y 39 extranjeros. El puerto de Huasco registró ese mismo año 88 barcos, de los cuáles eran 50 chilenos, 24 ingleses y el resto de diversas nacionalidades (Espech, 1897). En 1895, los principales puertos eran Caldera y Carrizal bajo, el que fue degradado a la categoría de puerto menor, tal como había ocurrido anteriormente con Huasco. Huasco, pese a su condición de puerto menor y sus “humildísimas” instalaciones (Aracena, 1884), era el lugar por el que se exportaba la producción minera de los departamentos de Freirina y de Vallenar, además de la producción del propio Huasco.

Para 1895, las principales exportaciones mineras de los puertos de Atacama fueron:

Mineral Valor exportaciones

Cobre en barras 281.762

Ejes de Cobre 2.087.716

Mineral de cobre 3.251.935

Oro en barra y pasta 3.789.483

Plata en barra y piña 1.704.000

Mineral de plata 80.935

Tabla 6. Principales exportaciones mineras 1895 (Fuente: Espech, 1897)

La estadística de las minas empadronadas permite hacerse una idea del volumen de la actividad y su fluctuación a través de los años. En el departamento de Copiapó, la situación fue la siguiente:

Año Total minas Plata Cobre Oro

1869 649 315 294 27

1874 289 161 115 3

Tabla 7. Minas activas 1869-1874 (Fuente: Estadísticas)

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9. CAMBIOS TECNOLÓGICOS Y PRODUCTIVOS

Como se recordará, una de las principales limitaciones económicas para la actividad minera venía de la mano del alto costo que implicaba el traslado del mineral y del estéril desde el interior de la mina, traslado que se había realizado hasta entonces en las espaldas de los apires, lo que limitaba la profundidad de las minas y la ley del mineral que era rentable trasladar al exterior para su procesamiento. A partir de 1840, las principales minas de Atacama comenzaron a invertir en la construcción de socavones, piques o galerías que permitieron introducir máquinas para remover el mineral y bombear el agua en caso de inundación (Pederson, 1966:208).

La introducción de máquinas a vapor en diversas etapas del proceso fue un fenómeno de la segunda mitad del siglo, facilitado claramente por la construcción de la línea del ferrocarril, que abarató decisivamente el transporte de carbón a la región. Sin embargo, estas estuvieron presentes solo en los principales minerales, los que a su vez, fueron responsables de gran parte de la producción regional. Para el año 1872-73, la estadística oficial informaba que solo 33 de 788 minas estaban utilizando máquinas a vapor para extraer las menas y solo 4 tenían máquinas a vapor en los socavones (Anuario Estadístico de la República de Chile, 1872-1873).

Otros avances técnicos fueron la introducción de lámparas de aceite que reemplazaron a las velas de cebo, la masificación del uso de la pólvora y perforadoras neumáticas (que se usaron muy raramente por su costo) (Pederson, 1966:212-213).

El acceso al capital siguió siendo un asunto crítico durante todo el siglo. Solo las grandes faenas mineras atrajeron inversión extranjera, o también se puede decir que justamente lograron convertirse en grandes faenas gracias a esos capitales. De esta manera, junto a las minas principales, subsistieron cientos de explotaciones en pequeñas pertenencias mineras que mantuvieron el estilo de producción tradicional heredado de los siglos pasados, con faenas precarias y discontinuas en el tiempo. El caso de Chañarcillo es sintomático, pues para el año 1850 se trabajaban más de cien minas (Pederson, 1966:215).

Los principales avances se vieron en el procesamiento del mineral, especialmente en el caso del cobre. En la época colonial, el uso de los hornos de manga permitía solo el tratamiento de óxidos de cobre de alta ley. Para 1803, Egaña informó del uso de técnicas de tostado que permitían el tratamiento de súlfuros y también el uso de un sistema primitivo de hornos de reverbero (Egaña, 1803). Sin embargo, fue gracias al aporte de Charles Lambert en 1830, que se introdujo el tratamiento exitoso y masivo de los súlfuros de cobre a través de una versión mejorada del Horno de Reverbero (Vicuña Mackenna, 1883). Sin embargo, estas nuevas técnicas significaron aumentar la enorme presión sobre la vegetación, ya que hasta entonces la leña era utilizada como combustible. Ya en 1838, Claudio Gay advertía de las desastrosas consecuencias ambientales y económicas que tendría la rápida destrucción de la flora nativa y la absoluta falta de planificación de parte del Estado al respecto (Gay, 1838). En algunos casos, esta dificultad para acceder al combustible llevó a que se establecieran fundiciones en otros lugares de Chile, hasta donde era transportado el mineral para ser beneficiado.

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Hacia 1870, se fueron introduciendo nuevos métodos de fundición, como los hornos de soplado o los hornos de chaqueta de agua (creado por William Jacket), traídos desde Estados Unidos, o los hornos de soplete que funcionaban con coke. El alto costo de estas nuevas tecnologías hizo que solo algunos pocos establecimientos pudieran utilizarlos, mientras que un porcentaje importante de productores siguió extrayendo y comerciando el cobre mineral (Fundición Nacional Paipote, 1951)

10. EL DESARROLLO MINERO A LO LARGO DEL SIGLO

El comienzo del siglo y poco después de iniciado el proceso independentista, no fueron tan alentadores. El declive general de la minería que se había observado a fines del siglo XVIII continuaba haciendo sentir sus efectos en la región. El informe de Juan Egaña de 1803 presentaba un amplio resumen de la situación destacando la existencia de gran cantidad de minas abandonadas en las diputaciones mineras de Copiapó y Huasco. Las principales dificultades que destacaba el secretario general del tribunal de Minas en su informe eran “la falta de socorros y habilitación de sus mineros”, con dificultades importantes para el abastecimiento de elementos tan esenciales como la sal, debido a la distancia de los grandes centros comerciales y urbanos del país y la falta de caminos adecuados. Se denunciaban además las dificultades para comerciar el cobre, el que debía ser enviado a España debido al monopolio existente, por lo que los costos de transporte terrestre y marítimo lo volvían no rentable (en Fernández, 2000).

En 1813, ciudadanos destacados de la ciudad de Copiapó hicieron llegar un requerimiento a la autoridad revolucionaria criolla instalada en Santiago, solicitando una disminución en los impuestos que pagaban para lo cual aducían como razón la extrema pobreza en la que se vivía en esa ciudad, pobreza producida por una importante baja en el precio del cobre que había obligado a cerrar muchas faenas y a mucha gente a volver a sus tierras de origen o a buscar trabajo en otras regiones más al sur (Pederson, 1966:127). Para 1818, una vez constituido el primer gobierno después de la Declaración de Independencia, nuevamente los vecinos manifestaron a sus autoridades locales la necesidad de promover acciones para superar la grave escasez de agua y la pobreza general de la zona (Sayagó, 1874). La minería del oro, que había sido el principal motor económico del siglo anterior, entró en una etapa de languidez y la producción fue decreciendo notoriamente a lo largo del siglo (Pederson, 1966).

Esta pobreza fue reafirmada por una visita que realizó a la zona Charles Lambert en 1817. Su resumen es elocuente, ya que criticaba la totalidad del proceso minero: la escasez de capital, la falta de maquinaria e infraestructura para el transporte barato del mineral, la ausencia total de mapas y planos de las minas, el comportamiento y situación social en los campamentos mineros, “la falta de supervisión en las minas y la ignorancia de las artes para trabajarlas y de beneficiar sus menas” (en Pederson, 1966:134).

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11. EL AUGE DE LA PLATA

A medida que avanzaba el siglo XIX, este panorama comenzó a cambiar para la región. Exploradores y cateadores como Diego Almeida y José Santos Ossa recorrieron Atacama en busca de nuevos depósitos o de antiguas minas que habían sido abandonadas por considerarse inviables en otros tiempos. En las primeras décadas del siglo se descubrieron y explotaron los minerales de plata del llamado “Grupo Huasco” (Agua Amarga, Vizcachitas y Tuna entre sus principales minas).

Desde la década del 20, la británica Chilean Mining Association comenzó a invertir en diversas pertenencias mineras de plata en los alrededores de Copiapó. En 1832, el cateador Juan Godoy descubrió el Mineral de Chañarcillo, que empujó al auge de la minería regional, el aumento de la población y otras actividades económicas. En 1848 se agregó el trabajo en el mineral de Tres Puntas. Este recuento solo considera las principales minas de plata en la región. Lo cierto es que para el año 1850, solo en el Distrito minero de Copiapó había más de 3000 personas trabajando en 290 minas de plata. A las ya nombradas hay que agregar San Antonio, Garín, Sacramento, Lomas Bayas, Bordos, Ladrillos, Checo, Cabeza de Vaca y un largo etcétera (Pederson, 1966).

De todos ellos, indudablemente Chañarcillo ocupó un lugar destacado, siendo el mineral de plata más importante de toda la historia de Chile. Juan Godoy, el cateador a quien se atribuye el descubrimiento, era un arriero y leñador analfabeto, y junto a su hermano y al empresario minero Miguel Gallo, registraron la pertenencia, vendiendo luego su parte a Gallo quien quedó como primer

Figura 2: Plano del Mineral Agua Amarga (1812)

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propietario. La primera etapa de la mina consistió en la explotación del manto superior, que contenía mineral de alta ley. Sin embargo, después de bajar unos 40 metros, los mineros se encontraron con una capa de manto estéril de casi 100 metros de espesor. Debajo yacían un segundo, y luego un tercer e incluso un cuarto manto de rico mineral argentífero, todos a continuación de gruesas capas de toba estéril. Esto supuso un desafío técnico importante. Con los conocimientos y técnicas coloniales, al primer obstáculo se habría declarado el broceo y la mina habría sido abandonada.

Sin embargo, los avances técnicos y la inversión de capital permitieron continuar con la explotación en las minas principales de Chañarcillo. Se instalaron tornos, primero operados a mano y luego por animales e incluso máquinas a vapor para ventilar las galerías profundas (Pederson 1966:210). La Mina Delirio alcanzó la profundidad máxima de 620 metros en Chañarcillo y varias otras llegaron hasta los 400 metros, hitos que marcaron una nueva etapa en la exploración y explotación de las entrañas de la tierra.

El descubrimiento y explotación del Mineral de Caracoles, ubicado más al norte en territorio boliviano pero explotado con capitales chilenos, representó el último empuje de la minería de la plata, la que fue entrando en un progresivo declive hacia finales del siglo XIX, debido fundamentalmente al agotamiento de las vetas.

De las 315 minas de plata empadronadas en 1869 en el Departamento de Copiapó, 111 correspondían a la subdelegación de Chañarcillo. En 1870, este Mineral tenía registrados un total de 1570 operarios trabajando en 83 minas activas. Le seguía Lomas Bayas con 32 minas y 1030 operarios, Chimberos con 20 minas y 577 operarios y Tres Puntas con 27 minas y 306 operarios (Estadísticas, 1873). Sin embargo, la minería de la plata había iniciado ya su declive. Para el año 1872, Chañarcillo tenía 63 minas activas y 1509 operarios, y el total de minas de plata había bajado de 142 minas con 3461 operarios en 1870 a 129 minas con 2866 operarios en 1872 (Estadísticas, 1873).

En la década de los 80, se reportaba el trabajo en el mineral de Agua Amarga, retomado por un empresario de apellido Forent y el mineral de Tunas, trabajado por Nicolás Naranjo en la mina Domeyko (Aracena, 1884)

12. LA MINERÍA DEL ORO

La minería del oro también se mantuvo activa, aunque fue perdiendo preponderancia a nivel regional y nacional. Al igual que en el siglo XVIII, el mineral de Capote continuó siendo trabajado con diversas intensidades y alcanzó períodos de auge destacados. A lo largo del siglo tuvo como propietarios de algunas de sus minas a Miguel Zavala y Colón, Pablo Segundo Corbalán, Manuel Rosas, Esteban Torres, José Infante, José T. Vega y Teodocio Barrios. Durante este período, la explotación conservó las características coloniales, con los apires extrayendo la roca desde el interior de la mina en los capachos que cargaban a sus espaldas, el que luego era trasladado a los trapiches instalados en las riberas del río Huasco, y de ahí al puerto (Rivera et al, 2007).

En la segunda mitad del siglo, grupos de mineros y empresarios de la zona se organizaron en distintas empresas para fortalecer el proceso productivo del mineral. En 1863 se creó la empresa

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“Capote” con accionistas y directorio formado por importantes vecinos de Freirina y Huasco: José Felipe Ávalos, Ramón García, Wenceslao Campusano, Wenceslao Navarrete, Ramón Péres y Ramón Alderete, entre otros (Rivera et al, 2007). En 1872 se constituyó otra sociedad minera en Valparaíso, con el objetivo de realizar explotaciones en este mineral. Este tipo de empresas se sucedieron a lo largo de toda la segunda mitad del siglo, algunas alcanzaron éxito y muchas otras fueron experiencias fallidas, por las mismas causas que hicieron precaria a la minería en los siglos anteriores.

Entre las minas que fueron objeto de explotación y trabajos en este siglo destacaron la Ofir, Guías Vallejos y Salchichero, cuya propiedad fue pasando a través de distintas manos y sucesivos pleitos judiciales producidos por el abandono temporal de las faenas y nuevas denuncias que realizaban empresarios y mineros interesados (Rivera et al, 2007).

Respecto al importante Mineral Santo Domingo (Benditas Ánimas o Jesús María) en los alrededores de Copiapó y que tuvo gran importancia en el siglo anterior, se mantuvo su declive de las últimas décadas. A inicios del siglo, el minero Gavino de Sierralta retomó la explotación de la mina Los Odres, la más importante y rendidora del mineral. A mediados del siglo, José Joaquín Vallejos formó una sociedad que retomó la explotación en el sector de la Descubridora. Como muchos otros emprendimientos, este fue suspendido antes de llegar a resultados provechosos. En la década de los 60’ un grupo de buscadores encontró pepitas de oro en unos desmontes del sector. Al volver a Copiapó, como tantas otras veces, se desató una fiebre efímera de exploradores que fueron al lugar en busca de la riqueza mineral, para verse pronto defraudados por la extinción de la veta (Sayagó, 1874).

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13. LA MINERÍA DEL COBRE

En paralelo, se mantuvo una activa minería del cobre, la que fue ganando un lugar preeminente en las exportaciones mineras chilenas a lo largo del siglo. Los primeros años marcaron una continuidad con los procesos de exploración y explotación del siglo anterior. Muchos de los propietarios de vetas y minas que ya estaban siendo explotadas buscaron nuevas faenas en las cuáles ampliar o continuar sus actividades.

El Mineral de Puquios, en las cercanías de Copiapó, tuvo intensa actividad con el inicio de actividades de la Mina Farellón, de propiedad de Ambrosio de Mercado en 1809. También se realizaron explotaciones en el Cerro del Algarrobo, en las cercanías de Caldera. Los acontecimientos relacionados con el proceso de independencia supusieron una cierta interrupción en la actividad minera debido a la incertidumbre del estatus legal de los antiguos propietarios españoles que estaban avecindados en la zona desde hacía mucho tiempo. La actividad se retomó con fuerza una vez que se consolidó la situación política del país.

Desde la década del 20, hubo un progresivo aumento de la producción nacional de cobre y de demanda por este mineral desde Gran Bretaña. Por entonces, el cobre exportado era enviado al puerto de Swansea donde era fundido. Swansea tenía una larga tradición en la fundición de minerales y desde allá llegaron las principales innovaciones tecnológicas para la minería del cobre chileno que ya fueron nombradas en algunos acápites más arriba.

Figura 3: ruinas del Mineral de Capote

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Después de la crisis de las primeras décadas del siglo, hacia 1829 la actividad del cobre comenzó a mejorar, ayudando también a la recuperación económica de la región. Se descubrieron y explotaron minerales en Algarrobo, Ladrillo, Ojancos, Checo, Puquios, Garín y San Antonio, las que se contaron entre los principales productores de cobre (Sayagó, 1874). El aumento de la producción estuvo directamente relacionado a la irrupción de la Compañía Inglesa de Minas que comenzó a invertir en una gran cantidad de explotaciones de cobre, denunciando prácticamente todas las minas y vetas que se encontraban abandonadas por entonces.

La ya comentada introducción de una versión mejorada del Horno de Reverbero, permitió aumentar la fundición súlfuros de cobre y con ello se hicieron viables y rentables minas y vetas que hasta entonces habían sido descartados.

Entre los minerales destacados hacia mediados del siglo estaban Carrizal Alto y Dulcinea de Puquios. Ambas tuvieron como característica novedosa la excavación a gran profundidad, hundiéndose a más de 800 metros hacia finales del siglo, en busca de minas de cobre. En general, se trabajaron óxidos y súlfuros con diversas leyes, aunque se acepta un 10 a 12% de cobre como promedio de ley para las menas seleccionadas. La baja ley ponía presión a los costos, especialmente para aquellas faenas mineras que mantenían el sistema colonial de trabajo ya descrito en el apartado anterior.

Carrizal Alto comenzó su etapa de esplendor hacia 1858. Había sido descubierto en 1803 por Isidro Aracena, quien inició la explotación de tres labores y llegó a una profundidad de 30 metros. Entre 1840 y 1858, su propietario fue Mariano Saavedra, vecino de Huasco, período en el cual la mina tuvo escasa actividad (Aracena, 1884). En 1858, el empresario José Ramón Ovalle adquirió la antigua Mina Mondaca y construyó un pique a lo largo de la veta principal y a casi 200 metros de profundidad se encontró con súlfuros de cobre de una ley de 15 a 20%, lo que hizo tremendamente rentable el negocio (Pederson, 1966:209). Siguiendo su ejemplo, otras minas del sector también adhirieron al sistema de piques y frontones, equipando las minas con rieles y carros para facilitar el movimiento del

Figura 4: Mineral de Carrizal Alto (fuente www.gwovirtual2.cl)

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mineral, chimeneas y ductos de ventilación y máquinas a vapor en el exterior para extraer la producción. Para 1860, era tan grande la producción, que ya no bastaban los arrieros y recuas de mulas para trasladar el mineral hasta las fundiciones en Carrizal Bajo, por lo que se habilitó una vía de ferrocarril, primero de madera, y luego una definitiva de metal que se comunicaba con las estaciones del ferrocarril de Cerro Blanco y Jarcillas. En 1863 se trabajaban más sesenta minas en el lugar, muchas de ellas con tornos e incluso dos con máquinas a vapor. Trabajaban en el lugar unos 2000 operarios y ya se había alcanzado una profundidad de 300 metros en algunas vetas (Espech, 1897). Hacia 1880, Carrizal Alto se encontraba en una crisis productiva.

En el sector de Huasco, destacaba hacia 1861 el Mineral El Morado y el ingenio de fundición de cobre construido por el minero Manuel José Ávalos quien incluso habilitó un pequeño puerto en Sarco para comerciar el mineral y metal producido (Espech, 1897). Otras minas destacadas en el valle de Huasco fueron San Bartolo, San Antonio, Arenillas, Mollaca, La Totora, La Jarrilla y el Labral. Todas ellas se encontraban paralizadas en 1884 (Aracena, 1884)

La introducción de nuevas tecnologías para la fundición produjo un cambio importante en la instalación y funcionamiento de los antiguos injenios. En la década del 20 seguían funcionando los injenios de Yerbabuena y Potrero Grande, pero se habían agregado el de Fraguita, del Carrizo, Hornito, Ramadilla, Chañarcillo, Tinajilla y Potrerillos. Se instalaron fundiciones de cobre en los puertos de Huasco, Chañaral, Caldera y Carrizal Bajo, ubicadas estratégicamente en la costa para acceder a la llegada de combustible desde otros lugares, dependiendo completamente del carbón y luego del coque (Pederson, 1966).

Hacia fines del siglo, las fluctuaciones de precios y el agotamiento de las vetas produjo una decadencia de la minería del cobre. Aracena encontró paralizadas las fundiciones de Huasco pertenecientes a Urmeneta y Errázuriz debido al cierre del mineral de Arenillas (Aracena, 1884)

EL SIGLO XX

Características Generales

El siglo XX marcó un cambio radical y definitivo en la minería chilena. La aparición de la Gran Minería del cobre supuso una transformación completa en la industria que afectó también a la mediana y pequeña minería y a la minería de otros minerales. La Gran Minería del cobre fue definida por ley en 1955, estableciendo que se trataba de compañías que producían anualmente más de 25.000 toneladas métricas de cobre blister, electrolítico o refinado a fuego (Cruz, 1957). Este nuevo tipo de minería, basado en la explotación y procesamiento de enormes cantidades de mineral de muy baja ley supuso un quiebre con la tradición minera que había ido evolucionando a través de los siglos anteriores en la región de Atacama. Por ejemplo, un depósito porfídico con ley de 3% es considerado un mineral rico, mientras que antes de 1910, rara vez se fundía mineral de cobre con menos del 10% de ley. Dentro de la Gran Minería del cobre en la región de Atacama, destacaron a lo largo del siglo

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XX las minas de Potrerillos e Indio Muerto (El Salvador). Junto con ellas, siguió existiendo la actividad minera a menor escala y de otros minerales.

La incorporación de las regiones del Norte Grande a fines del siglo XIX, la minería del salitre y minas de cobre como Chuquicamata, afectaron el lugar preponderante que habían tenido las regiones del Norte Chico en la actividad minera nacional. En 1920 se cerró la fundición de cobre que tenía la American Smelting and Refining Company en Caldera. Para 1958, el norte chico produjo solo el 11,6% del cobre nacional. Esto afectó también el poblamiento y otras actividades económicas, especialmente en la región de Atacama (Pederson, 1966).

14. LA MINERÍA DEL ORO

La minería del oro mantuvo un lugar marginal a lo largo de todo este siglo en la región de Atacama. El mineral más destacado siguió siendo Capote, el que estuvo en explotación en la primera mitad del siglo. Un informe realizado en 1918 por la Escuela de Ingeniería en Minas de La Serena, encargado por la Comunidad Reconocimientos Auríferos de Capote destacaba la existencia de las minas Socavón y Ofir como las más importantes. Pero existían también otras pertenencias y minas, como Guías de vallejos y Salchichero (estaba en broceo), y otras menores como Veta Ávalos, Mina Clotilde y Mina Amanda. Varias de estas minas estaban en actividad y fueron compradas entonces para la Comunidad que encargó el estudio (Rivera et al, 2007).

A partir de 1932, el Mineral de Capote vivió un nuevo período de auge, de la mano de Paulino Callejas y su familia, quienes descubrieron una nueva veta de oro. En 1936, Callejas creó la “Sociedad Capote Aurífero de Freirina” y eran propietarios de 16 pertenencias mineras, más otras nueve que estaban por entonces en proceso de ser mensuradas. Entre los años 1938 y 1940 la empresa adquirió la totalidad de las pertenencias en Capote, logrando unificar la propiedad del mineral completo, superando así una de las grandes debilidades de la minería colonial y del siglo XIX, a saber, la enorme dispersión en la propiedad de las vetas y minas que formaban parte de un mismo mineral.

Por entonces, el mineral extraído era trasladado a Freirina y entregado a la Caja de Crédito Minero de Freirina, donde era almacenado. La producción fue creciendo y se mantuvo constante hasta finales de los años 50. La empresa de la familia Callejas llegó a exportar directamente el oro a Estados Unidos y lo vendían además a la Casa de Moneda y al Banco Central de Chile. A lo largo del siglo, la mina fue dotada de una importante infraestructura y su actividad influyó enormemente en el desarrollo de la localidad de Freirina, hasta que en 1954 inició su período de declive debido al agotamiento de las vetas de mineral (Rivera et al, 2007).

15. LA MINERÍA DEL COBRE

La demanda mundial de cobre aumentó otra vez con el inicio del siglo y la industrialización asociada a la paz armada y a la industria bélica y militar. La necesidad de explotar cobre profídico, ubicado en depósito de enorme tamaño pero con una ley más baja, impulsó a una importante renovación

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tecnológica y la introducción de enormes capitales para hacer viable la explotación. La explotación de cobre profídico fue iniciada experimentalmente por William Braden en el año 1907, en la mina Fortuna de los Andes ubicada en la cordillera de Rancagua (Pederson, 1966).

De esta manera, se dio origen a la gran minería del cobre. Esta nueva etapa fue impulsada y aprovechada fundamentalmente por capitales estadounidenses, quienes formaron empresas de exploración y explotación. Se definieron tres grandes proyectos en Chile: El Teniente (1904), a cargo de la Braden Copper Company; Chuquicamanta (1912) a cargo de la Chilean Exploration Company, y Potrerillos (1916), a cargo de la Andes Copper Mining. Hacia 1959, el cobre profídico representó aproximadamente el 90% de la producción de cobre fino chileno (Pederson, 1966).

16. POTRERILLOS-EL SALVADOR

En 1916, la empresa Andes Copper Mining comenzó la explotación del mineral de Potrerillos, y la producción de cobre blister se inició en 1927, siendo la demora explicada por el bajo precio del cobre que se produjo como consecuencia de la I Guerra Mundial. La Mina de Potrerillos fue declarada agotada en 1959 (Pederson, 1966). La descripción de la faena que realiza Pederson permite hacerse una idea de lo que implicaba la gran minería en la vida de la región: “la explotación de los depósitos de Potrerillos y El Salvador (Indio Muerto) involucró e involucra un complejo de instalaciones y actividades dispersas desde la costa en Chañaral hasta el Salar de Maricunga a más de 160 kilómetros en línea recta al interior y a más de 3.660 metros sobre el nivel del mar. Una vasta red de caminos, ferrocarriles, senderos, líneas de energía, acueductos, ductos para pulpas y líneas comunicacionales unen las partes y lugares separados en un sistema funcional que es el elemento dominante en el paisaje humano de todo el Departamento de Chañaral, mientras que adicionales ferrocarriles, carreteras, aerolíneas, buques tanqueros, cargueros y redes de comunicaciones radiales y telefónicas proveen al sistema local sus vitales conexiones con el resto del mundo, del cual es parte” (Pederson, 1966:258). Se trata del paso de una actividad local a una de carácter global.

El complejo Potrerillos – El Salvador tenía un ferrocarril que servía para subir insumos importantes para la actividad de las minas, planta y campamentos y para bajar el cobre hasta el puerto de Barquito, habilitado especialmente para exportar el mineral. El pueblo-campamento de Potrerillo fue durante décadas una isla de actividad humana en medio de la precordillera y el desierto.

La ley del mineral de Potrerillo fue decreciendo rápidamente, por lo que la Andes Minning Company realizó amplias exploraciones en los alrededores. En 1953 se decidió continuar con la actividad de explotación la mina Indio Muerto, ubicada a 30 kilómetros al noreste de Potrerillos. La mina fue rebautizada como El Salvador y presentaba rastros de explotaciones previas en épocas prehispánica y colonial.

En 1959 entró en funcionamiento El Salvador, incluyendo la habilitación de un nuevo centro urbano que fue planificado y diseñado para ser habitado por al menos 7.000 habitantes y supuso un cambio radical en el estándar de los campamentos mineros a los que estaba acostumbrada la actividad chilena.

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Al igual que en la minería de los siglos anteriores, uno de los grandes problemas que debieron enfrentar Potrerillos y El Salvador fue el acceso al agua. Por ello, se construyeron cientos de kilómetros de tuberías para acceder y trasladar agua desde fuentes ubicadas en la Cordillera.

Inicialmente, se decidió mantener la fundición habilitada en Potrerillos, y en 1962, la empresa propietaria decidió construir una nueva refinería electrolítica en ese mismo lugar aumentando su capacidad de procesamiento y renovando la tecnología utilizada (Pederson, 1966).

17. CHILENIZACIÓN Y NACIONALIZACIÓN DEL COBRE

Hasta la década del 60, los capitales extranjeros tuvieron gran libertad para explotar el mineral del cobre. Sin embargo, en esos años se inició la discusión sobre la recuperación de las riquezas asociadas a materias primas por parte de los países y naciones. Chile no estuvo ajeno a esa discusión. En 1964, el presidente Eduardo Frei Montalva y el parlamento chileno aprobaron la “Chilenización del cobre”. En 1971, se produjo la nacionalización y estatización del cobre durante el gobierno de Salvador Allende, con lo que la propiedad de las principales minas fue transferida íntegramente al Estado.

18. LA MINERÍA DEL HIERRO

La minería del hierro también tuvo desarrollos en la región de Atacama a lo largo del siglo XX. Las principales faenas se desarrollaron en la provincia de Huasco, las que tuvieron gran repercusión en el pueblo, permitiendo el acceso a luz eléctrica, agua potable y la habilitación de muelles en el puerto para la carga del mineral en barcos de gran calado. La Compañía Minera Santa Bárbara estuvo a cargo de la explotación de la mina Huantemé, una mina con un depósito limitado ubicada en la cercanía de Vallenar en la década del 50. La Compañía de Aceros del Pacífico trabajó la mina Algarrobo, considerada a mediados de siglo como el depósito de hierro más grande de Chile. En la provincia de Caldera, la mina más importante a mediados de siglo era Adrianitas, propiedad de la Atacama Mining Company. Otra mina destacada fue Cerro Imán. En el sector de Chañaral, la operación minera más destacada fue Mina Carmen (Pederson, 1966). Es interesante destacar que la minería del hierro influyó directamente en la habilitación, mejoramiento y funcionamiento de pueblos costeros como Huasco, Carrizal Bajo, Caldera y Chañaral.

19. LA FUNDICIÓN DE PAIPOTE

Durante largos años, el Estado de Chile y los sucesivos gobiernos encargados de su administración, habían evaluado la posibilidad de construir un centro estatal para la fundición de minerales, que permitiera a una cantidad mayor de mineros pertenecientes a la pequeña y mediana minería acceder a la posibilidad de fundir el mineral extraído con la tecnología más avanzada de la época, situación que hasta entonces era imposible para muchos de ellos, debido a los costos de ese tipo de tecnología para el procesamiento del mineral.

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En 1947, el presidente Gabriel González Videla dio inicio a esta obra en Paipote, distante unos 40 kilómetros al sur de Copiapó y que fue considerada en su momento “la fundición mecanizada más moderna del mundo” (Fundición Nacional Paipote, 1951). El lugar elegido disponía de un abundante abastecimiento de agua subterránea para las distintas actividades industriales y domésticas de la fundición y su campamento.

La Fundición entró en funcionamiento en 1951 y contaba entonces con conexiones a la línea longitudinal del ferrocarril que iba desde Santiago a Iquique y con los ramales de la región de Atacama que iban desde el puerto de Caldera a Copiapó y desde Copiapó hasta la estación Los Loros.

Después de todos los procesos de chancado, transporte y fundición, Paipote producía cobre blíster de 99,5 de pureza y tenía capacidad para beneficiar 140 mil toneladas de mineral al año.

Similar a la idea que se ocupó luego en El Salvador, el campamento de Paipote poco tenía que ver con los antiguos campamentos mineros de los siglos anteriores. Se trató de una obra cuidadosamente planificada y ejecutada según un modelo urbano que buscó generar condiciones adecuadas para la vida de los trabajadores y sus familias.

Figura 5: fundición de Paipote

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BIBLIOGRAFIA

Fuentes de Archivos Archivo Nacional de Chile Anuario estadístico de la Historia de Chile 1872-1873 Capitanía General, Vols. 229-268. Publiaciones Aracena, Francisco Marcial (1884). Apuntes de Viaje: La industria del cobre en las provincias de Atacama y Coquimbo y los grandes y valiosos depósitos carboníferos de Lota y Coronel en la provincia de Concepción. Valparaíso. Bowman, Isaiah ([1924] 1942) Los senderos del Desierto de Atacama. Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Santiago. Carmagnani, Marcello (1963) El salariado minero en Chile colonial, su desarrollo en una sociedad provincial: el norte chico 1690-1800. Editorial Universitaria, Santiago. Cruz, Carlos (1957) Gran minería del cobre en Atacama, en Seminario de problemas regionales de Atacama, 36-58, Santiago. Estadística de las minas del Departamento de Copiapó 1869-1873: esportación de productos de la minería de la provincia de Atacama 1843-1873 (1874). Imprenta Copiapó, Copiapó. Estadística Minera de la Provincia de Atacama (1875). Imprenta Copiapó, Copiapó. Egaña, Juan (1803 [2000]) Informe anual que presenta al secretario de este real tribunal en el cual con arreglo a las reales ordenanzas i Disposiciones de la Junta Jeneral de Electores…. AGD Impresores, Santiago. Espech, Román (1897) El Jubileo de Atacama: estudio sobre la situación económica de esta provincia a través de 50 años. Imprenta de la Gaceta, Santiago. Gay, Claudio (1838) Sobre las causas de la disminución de los montes de la provincia de Coquimbo. El Araucano, 399:2-3 Fundición Nacional Paipote (1952) Editorial Zigzag, Santiago. Méndez, Luz María (1979) Instituciones y problemas de la minería en Chile. Ediciones Universidad de Chile, Santiago. O’Higgins, Ambrosio (1929) La visita de las provincias del norte por don Ambrosio O’Higgins, Revista Chilena de Historia y Geografía, 67:118-135 Pederson, Leland (1966) La industria minera del norte chico. Ril Editores, Santiago.

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Rivera, Francisco; Tagle, Rodolfo; Lorca, Rodrigo; Pascual, Daniel, (2007) Memorias de Capote. Fondart, Santiago. Sayagó, Carlos María (1874) Historia de Copiapó. Imprenta de El Atacama, Copiapó. Vicuña Mackenna, Benjamín (1883) El libro del cobre y del carbón de piedra en Chile. Impreso en Santiago.