En compañía dE Lobos:nuestra propia sangre

Hablar de En compañía de lobos (The company of wolves, 1984)

resulta tan apasionante como delicado. Esta película de Neil Jordan es muy rica en sugerencias, y plantea una imagine-ría desbordante. Al igual que las mejo-res obras de cineastas como Buñuel, Cocteau, Polanski o Argento, invita a ser vista con los ojos entrecerrados,

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abandonando la lógica por unos instantes, para sumergirnos en otra lógica etérea, mucho menos consistente, aunque quizás más cercana, más propia, íntima y nuestra. Y no es otra que la lógica de los sue-ños, y también de las pesadillas. En compañía de lobos profundiza en nuestro interior para desvelarnos secretos que quizás ya intuíamos. Y lo hace sin ningún tipo de cortapisas, saltándose las limitaciones que nos impone el pensamiento racional.

Por todo ello, hablar de esta película es un asunto muy delicado. Porque se trata de una película que oculta una gran trastienda. Por momentos comprendemos lo que estamos viendo, pero a menudo te-nemos la sensación de que algo, mucho, se nos escapa. Y siendo como somos los críticos, más de uno se ampara en su erudición, en sus conocimientos de literatura, mitología, psicoanálisis, hermenéu-tica, en definitiva, en todo lo que tenga a mano, para aventurar una explicación coherente. Cerrada y coherente consigo misma, que no con esta película taciturna y alucinada que, por mucho que queramos, se nos escapa.

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Cualquier comentario o análisis sobre En compañía de lobos, in-cluido éste, se puede columpiar con gran facilidad entre lo sublime y lo pedante. Es inevitable hablar y sobreinterpretar, dando más importan-cia de la debida a detalles casuales o al cultivo de la estética, mientras que otros aspectos esenciales, nos pasarán desapercibidos.

Neil Jordan no ha hecho una película sencilla. Es complicado encon-trar, a través de sus imágenes, un hilo conductor, una cadena lógica de acontecimientos. Al contrario; el cineasta irlandés plantea una trama que se ve surcada por arquetipos, imágenes de gran poder simbólico que provocarán una reacción intensa en nosotros. Puede que de sor-presa, de intriga, miedo o excitación, cuando no de todo a la vez…

El film comienza en la época actual. Rosaleen (Sarah Patterson) ha tenido su primera menstruación. No comprende qué le está pasando, pero intuye que la infancia ha quedado atrás y se está convirtiendo en mujer. Los juguetes que hasta hace poco le han acompañado la obser-van con gesto severo.

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Como si estuviera completando un rito de paso, la adolescente se pinta los labios con un rojo encendido, y se maquilla exageradamente. Se tumba en la cama, aturdida por el dolor y la fiebre. Cuando un soplo de aire abre la ventana, empieza a soñar. Una breve acotación: acep-temos la metáfora psicoanalítica que equipara la casa con la propia personalidad. El aire que viene de fuera simboliza el comienzo de un proceso. Vientos de cambio. Un cambio que va a afectar de manera decisiva a la personalidad de Rosaleen.

Ella sueña que vive con sus padres en una aldea medieval. Su abuela (Angela Lansbury) intenta protegerla de los hombres y de su condición de mujer, contándole viejas historias en las que presenta al varón como un depredador, un lobo sádico guiado por sus bajos instintos. La abuela trata de mantener a la joven protegida del mundo exterior, de la vida, y para ello la mantiene aislada. El tiempo demues-tra que esa represión no es efectiva. El lado animal de Rosaleen no tardará en aflorar… Cuando empiece a sentirse mujer, el contenido de esas historias –los episodios que conforman la película– cambiará. No se limitará a escuchar las historias que otros le cuentan; empeza-

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rá a contarlas ella misma, mostrando su evolución, la manera en que asume su lado animal… Y gracias a esas narraciones, aprenderemos que el hombre lleva un animal dentro, pero la mujer también. Quizás sea más sabio, tal y como hace la jovencita, acariciar a las bestias y, en consecuencia, aceptarlas como parte de nosotros. Ella prefiere no condenarlas a la marginación.

En compañía de lobos nos habla del despertar sexual de una ado-lescente, pero esquiva las alusiones literales. Neil Jordan utiliza com-plicadas metáforas visuales que nos muestran el crecimiento de la muchacha protagonista. En el momento culminante, Rosaleen trepa por un largo árbol –¿ascensión por un símbolo fálico?– en cuya cima encuentra unos huevos. En su interior hay pequeñas figuras de bebés. Ha seguido el camino correcto. Ha superado los obstáculos para asu-mir su madurez, su fertilidad y su condición de mujer.

No sería desatinado decirlo: estamos ante una película surrealis-ta. Las historias se suceden de forma plácida, como en un estado de duermevela. No hay transiciones bruscas entre unas y otras; se encadenan igual que los sueños, aunque no haya continuidad en el

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espacio ni en el tiempo. Además, algunas de esas historias no pasan de ser un breve apunte, una anécdota. No necesitan mayor desarrollo, ya que, tal y como hacen los cuentos infantiles, acaban apottando una moraleja: “No os fieis de los hombres de cejas juntas”.

También contribuye al surrealismo la ambientación de la película. Los decorados y su aire intimista, abiertamente romántico. Esa am-bientación sumerge a los personajes en la bruma, una espesa niebla que parece puré de guisantes, surcada por delicadas luces de tonos miel, y fugas que realzan el ambiente mágico. A su vez, muchos de-talles indican que estamos presenciando un sueño. En compañía de lobos no pretende ser realista. Antes bien, reproduce la atmósfera del cuento infantil. A ello contribuyen las técnicas artesanales emplea-das. Hablamos de una película de estudio, que al prescindir de los espacios naturales, crea un mundillo encantador y artificioso. Es el ambiente perfecto para que afloren las experiencias más íntimas. La fantasía se adueña de todo.

Profundicemos en algunas teorías estéticas. En El surrealismo y la pintura, de 1928, Breton expone la psicología surrealista:

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El inconsciente es la región del intelecto donde el ser humano no objetiva la realidad sino que forma un todo con ella. El arte, en esa esfera, no es representación sino comunicación vital directa del indi-viduo con el todo. Esa conexión se expresa de forma privilegiada en las casualidades significativas (azar objetivo), en las que el deseo del individuo y el devenir ajeno a él convergen imprevisiblemente, y en el sueño, donde los elementos más dispares se revelan unidos por relaciones secretas. El surrealismo propone trasladar esas imágenes al mundo del arte por medio de una asociación mental libre, sin la in-tromisión censora de la conciencia. De ahí que elija como método el automatismo, recogiendo en buena medida el testigo de las prácticas mediúmnicas espiritistas, aunque cambiando radicalmente su inter-pretación: lo que habla a través del médium no son los espíritus, sino el inconsciente.

La clave de En compañía de lobos es el surrealismo. Y su telón de fondo, el despertar sexual de una adolescente. Neil Jordan es el

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cineasta perfecto para un argumento así. Una constante a lo largo de su carrera ha sido, además de su pasión por la literatura y el cuento infantil, el desarrollo de la sexualidad, centrándose casi siempre en las ambigüedades. Basta citar títulos suyos como Amor a una extra-ña (1990), que profundiza en el conflicto edípico; Juego de lágrimas (1992), o Desayuno en Plutón (2005), que abordan el travestismo.

Jordan suele abordar un modelo de sexualidad separado de lo convencional. Destaca por la sensibilidad con que se acerca a estos personajes y a sus conflictos. La humorada, la condena moral o el ex-hibicionismo morboso son tentaciones muy fáciles que él no duda en descartar.

Lo que singulariza al cineasta es su mirada humana, comprensiva, ajena a prejuicios, donde importa más la creatividad personal que el respeto a esas instituciones sociales que estamos obligados a perpe-tuar. Finalmente, nos muestra alternativas individuales que no son uni-versales, pero que, ahí es nada, ayudan a que sus personajes hagan sus vidas.

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Pudiera parecer que la Rosaleen de En compañía de lobos sí re-presenta una sexualidad más tradicional, sin embargo, sabrá esquivar la presión social y tomará sus propias decisiones. En lugar de seguir el camino que los demás esperan, decidirá vivir su vida. Con todas las consecuencias. Y dentro de la sociedad puritana en la que vive –la aldea medieval poblada por supersticiones– se arriesgará a caer en la marginalidad cuando se decante por su lado animal. Quizás por esto, muchos han calificado de feminista la película1, aunque no hay lugar para los radicalismos. Su fin último es, además de explorar los miedos adolescentes, reconciliar a ambos sexos en un juego que tiene bastante de animal.

Destacaremos una secuencia. Un jovencito que camina por sende-ros misteriosos ve acercarse unas luces. Se trata de un automóvil, lo que llama nuestra atención por lo extemporáneo. Esta secuencia es la única en toda la película que subvierte su lógica interna, al separarse de la perspectiva femenina imperante y adentrarse en fantasías mas-1 No en vano, intervino una mano femenina en la elaboración del guión: la escritora Angela Carter, quien, junto con Neil Jordan, adaptó su relato homónimo, aglutinando además elementos de otros relatos suyos de temática similar. Consúltese el libro de cuentos La cámara sangrienta, editado

por Minotauro en 1991.

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culinas. Quizás sea a causa de la publicidad o de los medios de comu-nicación de masas, pero el coche, símbolo inequívoco del siglo XX, se ha convertido en símbolo de libertad, de autonomía y de lo masculino. Este arquetipo nos habla de la potencia sexual del hombre. Dentro del automóvil hay un hombre de aspecto shakespeariano que porta una calavera en su mano. Se dirige al joven y le da un ungüento que hará crecer el vello en su piel. Le convertirá en hombre adulto. Y por esa misma condición de hombre se perderá en el bosque.

El verdadero problema, el único problema es: ¿dónde se ha metido el Mal? En todas partes: la anamorfosis de las formas contemporáneas del Mal es infinita. En una sociedad que a fuerza de profilaxis, de elimi-nación de sus referencias naturales, de blanqueamiento de la violen-cia, de exterminio de sus gérmenes y de todas las partes malditas, de cirugía estética de lo negativo, sólo quiere vérselas con la gestión cal-culada y con el discurso del Bien; en una sociedad donde ya no existe ninguna posibilidad de nombrar el Mal, éste se ha metamorfoseado en todas las formas virales y terroristas que nos obsesionan

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En estos términos analiza Jean Baudrillard2 uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad.

Retomemos por un momento a la abuela, que aterroriza a Rosa-leen con historias truculentas de hombres-lobo que atacan a las mu-jeres. ¿No estaría estigmatizando a los hombres, en un intento por volverlos innombrables, para, eliminando las referencias naturales de la sociedad, crear un ambiente aséptico, donde no hubiera lugar para las amenazas? Siguiendo esa lógica que nos indica que lo reprimido siempre resurge con violencia, bajo formas violentas, encontraremos que el sexo, visto como una amenaza, como algo impuro y propio de animales, acaba derivando en un banquete de sangre.

En su película, Neil Jordan contrapone el mundo civilizado de la aldea con ese otro mundo poblado por bestias, donde impera la ley del más fuerte. A lo largo de la película van apareciendo animales de todo tipo y especie: sapos, arañas, gansos, perros, lobos. Y puede que la joven rebelde Rosaleen sienta miedo ante tal fauna, pero se 2 La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. Anagrama, Colección Argu-

mentos, 1991.

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acaba imponiendo su curiosidad. Resulta muy significativo el plano en que se detiene a observar a una araña gorda que teje su tela en una ventana. Tras unos momentos de duda, llega a tocarla. Destacamos también una de las secuencias más bellas de la película: abuela y nie-ta duermen juntas en la misma cama. La madrugada ha avanzado, y Rosaleen se mantiene despierta. Cuando se escucha el aullido de los lobos, se incorpora con un gesto que mezcla la extrañeza y la fascina-ción. No puede desatender la llamada de la Naturaleza, y en su salto al mundo adulto, acabará fundiéndose con ésta, siguiendo sus –nunca mejor dicho– inclinaciones naturales.

Su abuela siempre se mantiene vigilante, para separarla del mal camino, por ello se convierte en una figura de autoridad represora, que trata de inculcarle unas rígidas normas morales. Pero llega un momen-to en que esa figura carece de sentido para Rosaleen. La abuela ten-drá que fallecer para que ella siga su propio camino. Resulta de gran belleza el momento en que muere la anciana: se resquebraja contra el suelo, convertida en frágil porcelana: las normas que guiaban su vida

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se han hecho añicos y para la joven, llega el momento de asumir la libertad.

Rosaleen elegirá esa libertad, poder vivir bajo el cielo abierto, sin más normas que las que ella quiera asumir, estando en compañía de lobos. Nunca más vivirá ajena a su propia naturaleza animal.

Te r r o r e n P í l d o r a sLas películas episódicas de terror

david G. Panadero

Grupo Kelton & Revista Prótesis

2010

www.revistaprotesis.com