evocación de murray

5
Evocación de Murray Al fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo Julián Sorel [email protected] Hace un siglo, a finales de octubre de 1914, el distinguido helenista australiano, traductor de Esquilo, Sófocles y Eurípides y profesor de griego de la Universidad de Oxford Gilbert Murray, durante el Seminario Anual sobre Shakespeare de la Academia Británica, impartió una amena y brillante conferencia titulada Hamlet and Orestes. A Study in Traditional Types (publicada, dicho sea de paso, ese mismo año de 1914, en una bonita edición, de solo veintisiete páginas, cuya versión digital pueden ustedes consultar libremente en el sitio web de la Librería del Congreso de los Estados Unidos siguiendo este enlace: https://archive.org/details/hamletorestesstu00murr). Pueden también encontrar este ensayo del profesor Murray incluido en su libro posteriormente aparecido, The classical tradition in poetry (Harvard, Harvard University Press, 1927). Con un cierto bochorno, debo admitir que no conozco versiones en español de estas obras ya clásicas del profesor Murray –con un cierto bochorno, digo, porque considero sobremanera improbable que no existan, por lo cual me temo que, si no puedo citarlas, ello tiene que deberse, casi con seguridad, a ignorancia mía−. Puedo, eso sí, contarles qué singulares hallazgos, hace un siglo, fueron los que reveló el profesor Murray a su auditorio del año 1914 en aquella conferencia, si me permiten hacerlo, más que con la literalidad de un traductor, con la libertad de un comentador y expositor que, por momentos, se permite incluso glosar un poco el discurso evocado; es decir, como quien, conforme al flexible juego de la tradición oral, les cuenta a unos amigos –y a unos lectores, en este caso− lo que leyó o escuchó de alguna fuente, para él, directa, y, obviamente, indirecta para ellos. Con las salvedades del caso, tratándose de dos cambios de estación simétricamente inversos para los hemisferios Norte y Sur, podrán observar ustedes que la idea nuclear de esta fascinante charla del profesor Gilbert Murray se aplica

Upload: montse-alvarez

Post on 02-Dec-2015

216 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Artículo acerca del helenista australiano, traductor de Esquilo, Sófocles y Eurípides y profesor de griego de la Universidad de Oxford Gilbert Murray

TRANSCRIPT

Page 1: Evocación de Murray

Evocación de MurrayAl fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo

Julián [email protected]

Hace un siglo, a finales de octubre de 1914, el distinguido helenista australiano, traductor de Esquilo, Sófocles y Eurípides y profesor de griego de la Universidad de Oxford Gilbert Murray, durante el Seminario Anual sobre Shakespeare de la Academia Británica, impartió una amena y brillante conferencia titulada Hamlet and Orestes. A Study in Traditional Types (publicada, dicho sea de paso, ese mismo año de 1914, en una bonita edición, de solo veintisiete páginas, cuya versión digital pueden ustedes consultar libremente en el sitio web de la Librería del Congreso de los Estados Unidos siguiendo este enlace: https://archive.org/details/hamletorestesstu00murr). Pueden también encontrar este ensayo del profesor Murray incluido en su libro posteriormente aparecido, The classical tradition in poetry (Harvard, Harvard University Press, 1927). Con un cierto bochorno, debo admitir que no conozco versiones en español de estas obras ya clásicas del profesor Murray –con un cierto bochorno, digo, porque considero sobremanera improbable que no existan, por lo cual me temo que, si no puedo citarlas, ello tiene que deberse, casi con seguridad, a ignorancia mía−.Puedo, eso sí, contarles qué singulares hallazgos, hace un siglo, fueron los que reveló el profesor Murray a su auditorio del año 1914 en aquella conferencia, si me permiten hacerlo, más que con la literalidad de un traductor, con la libertad de un comentador y expositor que, por momentos, se permite incluso glosar un poco el discurso evocado; es decir, como quien, conforme al flexible juego de la tradición oral, les cuenta a unos amigos –y a unos lectores, en este caso− lo que leyó o escuchó de alguna fuente, para él, directa, y, obviamente, indirecta para ellos.Con las salvedades del caso, tratándose de dos cambios de estación simétricamente inversos para los hemisferios Norte y Sur, podrán observar ustedes que la idea nuclear de esta fascinante charla del profesor Gilbert Murray se aplica perfectamente a este momento del año, puesto que dentro de tres días enterraremos lo viejo para saludar lo nuevo.

ORESTES Y HAMLETEn las historias de Orestes y de Hamlet, el héroe es hijo de un rey asesinado y destronado por un pariente más joven: en el caso griego, es un primo, Egisto; en la saga nórdica recogida por Saxo Grammaticus y llevada al teatro isabelino por Shakespeare, es un hermano menor, Claudio. En ambos casos, la viuda se ha casado con el asesino del rey y el héroe se compromete a vengar a este. En ambos casos, el héroe está bajo la sombra de la locura. Orestes y Hamlet son hombres embrujados. En ambos casos, el héroe ha estado lejos de casa: Hamlet en Wittenberg, Orestes en Fócida. En ambos casos, el héroe, en un viaje en barco, es capturado por enemigos que quieren matarlo, y escapa. En ambos casos, hay una escena en la que el héroe escucha los detalles de la muerte de su padre y sufre una pena incontrolable: el viejo rey muerto es evocado, en ambos casos, como una figura admirable. Y la amistad entre Orestes y Pílades tiene su equivalente en la amistad que une a Horacio y Hamlet. Estas son algunas de las coincidencias que enumera en su ensayo el profesor Murray.Estas coincidencias, añade, son extraordinarias; pero si ya hay grandes similitudes entre las sagas originales, lo más notable es que, cuando grandes dramaturgos de Grecia e Inglaterra las recrean, aparecen nuevas similitudes: Esquilo, Eurípides y Shakespeare coinciden de modo sorprendente

Page 2: Evocación de Murray

en puntos que no están ni en Saxo ni en la épica griega. Por ejemplo, la citada locura del héroe en Shakespeare y en Eurípides. ¿Cuál es la explicación de este fenómeno?, se pregunta el profesor Murray. ¿Acaso Shakespeare estudió a los trágicos griegos? No, responde enseguida: todos los críticos afirman que no lo hizo. ¿Y Saxo? Al parecer, tampoco eso es posible. Hay, señala en este punto el profesor, una hipótesis mucho más sencilla y aterradora. Podría ser que el campo de la tragedia fuera tan limitado que estas similitudes resultaran inevitables. Puede que las situaciones, personajes y temas trágicos sean tan pocos en número que los poetas que buscan o inventan temas trágicos tengan que seguir los mismos caminos. Sin embargo, aunque Murray encuentra algo de verdad en esa hipótesis, no cree que baste por sí sola para explicar coincidencias como las ya señaladas, de modo que, se pregunta, ¿puede haber alguna conexión original entre los mitos primitivos en los que en última instancia se basan estos dramas, una conexión capaz de explicar las asombrosas semejanzas existentes entre Eurípides y Shakespeare?¿Qué creen ustedes?

LO VIEJO Y LO NUEVOAcertaron, por supuesto: el profesor Murray cree que sí. El mito original −nos recuerda a reglón seguido, tras haber planteado esa cuestión−, del que surge la historia de Orestes tiene dos partes. La primera: el rey Agamenón es destronado y muerto, con ayuda de la reina, por un rey más joven. La segunda: su asesino, ya rey en su lugar, teme al próximo heredero del trono, y trata de destruirlo; pero este llega en secreto y los mata a él y a la reina. Esta historia, prosigue Murray, pertenece a un grupo definido de leyendas. Recordemos a los reyes primigenios del mundo en Hesíodo. Los primeros fueron Urano y su esposa, Gea. Urano temía que uno de sus hijos lo destronara, y Gea los escondió de él hasta que, en efecto, uno de ellos, Cronos, se rebeló contra su padre, lo destronó y lo expulsó de su reino, ayudado por Gea. Luego de Urano y Gea –el Cielo y la Tierra−, vinieron el rey Cronos y su esposa, Rea. También Cronos temía que alguno de sus hijos lo pudiera destronar, y, para evitarlo, los devoraba, uno tras otro, a todos, hasta que uno de ellos, su hijo Zeus, sobrevivió, se levantó contra él y lo derrocó, ayudado por Rea. Luego... pero la historia no puede continuar. Zeus sigue en el trono. Se salvó por los pelos. Estaba a punto de casarse con Tetis cuando Prometeo le advirtió que, si lo hacía, el hijo de Tetis crecería hasta volverse más grande que él y lo expulsaría del cielo.En estos casos, el usurpador es hijo del antiguo rey y la reina, y, por ende, aunque lo ayuda, la reina no se casa con él, como sí lo hace cuando es solo un pariente más joven. Pero existe cierta antigua historia en la que sí se consuma el matrimonio de la madre y el hijo. Layo, rey de Tebas, y su esposa, Yocasta, sabían que su hijo iba a matar y destronar a su padre. Para evitarlo, Layo ordena que maten a su hijo, pero este es salvado por Yocasta, y, después de matar a su padre, se convierte en rey en su lugar, y desposa a su madre. Después, ambos morirán, como Clytemnestra y Egisto, como Gertrudis y Claudio.¿Cuál es el elemento común en todas estas historias?, pregunta el profesor Murray, y añade, con cortesía, «Usted, no me caben dudas, ya lo ha reconocido». Ese elemento, prosigue, es la historia universal de lo que podríamos llamar «los Reyes de la Rama Dorada», elemento que está en el fondo arcaico de la tragedia griega, y en de los grandes relatos orales tradicionales, y que forma parte de la raíz de todas las religiones de la humanidad.

FELIZ 2015

Page 3: Evocación de Murray

No voy a aburrirlos −decía al auditorio, modestamente, Murray en este punto de su conferencia, hace un siglo− con un larga explicación acerca de los Reyes de la Vegetación o de los Demonios del Año, pero hay quizás dos puntos que debemos recordar, para evitar cualquier confusión más adelante. En primer lugar, hay dos modos de contar. El primero: por temporadas o semestres, por veranos e inviernos. El segundo: por años, con cada año como unidad. En el primer caso, un Rey del Verano o Espíritu de la Vegetación es muerto por el Invierno y resucita en primavera. En el segundo caso, el Rey Anual llega como un cazador que se apodera del trono, desposa a la reina, triunfa, y luego es asesinado por el vengador de su víctima. Así, Orestes, el loco asesino del rey, toma su lugar junto a Brutus el Loco, que expulsó a los Tarquinios, y junto a Amleth el Loco, rústico ancestro del más refinado –isabelino ya− príncipe Hamleth de la obra shakesperina, el Amleth que quemó al rey en las fiestas del invierno. En este punto, el profesor Murray reconoce al gran erudito griego Hermann Usener el mérito de haber ya identificado a Orestes como un Dios del Invierno, como un dios asesino. Él es, añade, con estas o parecidas palabras, Gilbert Murray, el hombre de las frías montañas que mata anualmente al Rey de Delfos; él es el aliado de la muerte y de los muertos, y por eso viene de la oscuridad, y está loco y furioso, igual que las tormentas. Y aquí hemos de añadir, sin traicionar el espíritu de la conferencia del notable helenista Gilbert Murray, que nos ha prestado su erudición para estar a la altura de la profunda relevancia cultural de estas fechas en el más complejo de los sentidos, con aquel Amleth brutal de la primitiva saga que quemó al rey en las fiestas del invierno, los habitantes del norte también, de manera oscura y liberadora, quemaron al Año Viejo. Y así, con Urano, con Cronos, con cada año que se extingue muere una y otra vez todo aquello que ha llegado a su término preciso y necesario: es el triunfo de la vida nueva sobre la caducidad de lo pasado. Hamlet se asemeja a Orestes porque la historia de ambos es la historia de los asesinatos y los triunfos y los derrocamientos y las resurrecciones y los ocasos y los esplendores que gobiernan la existencia humana. Y los sentidos misteriosos que en milenarios ritos hicieron a nuestros antepasados bailar en bosques y colinas a la luz de las antorchas, aún hacen correr más caliente nuestra sangre y aún nos emocionan al morir el Año Viejo y, nos guste o no, nos llenan de instintiva energía y de una despiada alegría por el futuro, aunque estas potentes emociones puedan estar acalladas bajo los convencionalismos de nuestra sociedad, un tanto más banal y moderada en sus ritos –sin embargo, por otra parte, comer más de la cuenta, beber en exceso, adornarse, derrochar, etcétera, son también manifestaciones arcaicas de emoción en fechas de fuerte carga simbólica como estas, por más que, en nuestro sistema, se encuentren reguladas por el mercado y el consumo en sus actuales niveles de desarrollo masivo e industrial−. Feliz Año Nuevo, lectoras y lectores; que el 2015 sea un viaje al fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo.