españa, un hecho

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    FAES Fund ac in pa ra el Anlis is y l os Est ud ios Sociales y l os au to res, 2 003

    ISBN: 84-896 33 -72 -XDepsito Legal: M-33819-2003Impreso en Espaa / Printed in SpainEBCOMP, S.A. Bergantn, 1 - 280 42 MADRID

    FAES Fundacin para el Anlisis y los Estudios Sociales no se identificanecesariamente con las opiniones expresadas en los textos que publica.

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    Espaa, un hecho

    Csar Alonso de los RosGustavo BuenoSerafn Fanjul

    Fernando Garca de CortzarPo Moa

    Enrique MgicaMiguel Roca

    Pedro Schwartz

    Coordinador: Jos Mara Lassalle

    Prlogo: Javier Ruiz Portella

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    Sumario

    Pginas

    PRLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Javier Ruiz Portella

    PRESENTACIN: ESPAA, UN HECHO . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Jos Mara Lassalle

    LA PROPUESTA CONSTITUCIONAL DE 19 78 . . . . . . . . . . . . . 43Miguel Roca

    ESPAA, MS QUE UN ESTADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Csar Alonso de los Ros

    PROTECCIONISMO Y NACIONALISMO EN EL PENSAMIENTO DECNOVAS DEL CASTILLO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89Pedro Schwartz

    LA NACIN SE HIZO CARNE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14 1Fernando Garca de Cortzar

    LOS HETERODOXOS Y LA IDEA DE ESPAA . . . . . . . . . . . . . 1 75Enrique Mgica

    LA IDEA DE ESPAA EN LA II REPBLICA . . . . . . . . . . . . . . 19 9Po Moa

    LA IZQUIERDA ANTE ESPAA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 1Gustavo Bueno

    ERAN ESPAOLES LOS MORISCOS? EL MITO DE AL-ANDALUS . 26 9Serafn Fanjul

    SUMARIO 7

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    PRLOGO

    Javier Ruiz PortellaPeriodista.

    Dime, hblameT, esencia misteriosaDe nuestra razaTras de tantos siglos,

    Hlito creadorDe los hom bres hoy vivos.

    LUIS CERNUDA (Elega espaola )

    ESPAA NO ES UNA CSCARA

    Permtanme, ustedes perdonen, escribir Espaa, diceen este libro Fernando Garca de Cortzar, parafraseando aJorge Guilln. Su contribucin, ribeteada de fina irona, llevael s ignificativo ttulo de La Nacin se hizo carne.

    Presentadas las pertinentes disculpas, obtenida la venia,afirmemos con vigor que Espaa se hace carne, por ms

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    que estn empeados en convertir la en una cscara, comoescriba yo en otra ocasin (1). Pretenden reducir Espaa a unenvoltorio jurdico: convertir la en el Estado espaol, comodicen quienes se niegan a pronunciar hasta s u nombre; comodira, por ejemplo, un am igo nacionalista cat aln que no s upoqu contestarme cuando, escuchando un da las hermossi-

    mas Danzas espaolas del muy cataln Enrique Granados, leespet: Tendrais que modificar el ttulo y llamarlas Danzasestatales .

    Naus d Espanya, sem pre avant! Naves del Estado es-paol, siempre adelante!, tendra hoy que escribir el anms catalansimo poeta padre de la patr ia denomina-do Mossn Cinto Verdaguer: aquel mismo Verdaguer que, glo-sando la batalla ganada en Lepanto por las tropas mandadaspor un castellano (Juan de Austria) y un cataln (Llus deRequesens), hablaba como si la es paolidad y la catalanidad

    fueran lo que, por encima de agravios y enfrentamientos, nun-ca han dejado de ser: dos alientos colectivos compleja, peroestrechamente hermanados entre s. As deca:

    Naus dEspanya, sempre avant! . .Valgans Sant Jordi i la Verge,la Verge de Montserrat! . .Mes a ells, lleons dEspanya,

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    (1) Javier RUIZ PORTELLA, Espaa no es una cscara, Ediciones Altera,Barcelona, 20 00 .

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    qui us atia s don Joan! []tamb hi poden cops de mall,que amb Requesens rebatent-s hi,llamp de Du, los catalans (2).

    Pero una cosa es la espaolidad y otra, ese Estado es-

    paol cuya integridad, es cierto, muy pocos impugnan enCatalua. Qu ms da, sin embargo, que acepten, comoquien te hace un favor, no independizarse , no romper el en-voltorio estatal. Qu importa que quede salvaguardada lacscara, cuando es carcomida la carne (no tanto la deEspaa, como la de dos de sus partes integrantes: las quepeor malparadas salen del asunto). Administrativa, jurdica-mente hablando, tanto Catalua como el Pas Vasco siguen,qu duda cabe, formando parte de Espaa. Pero afectiva,sentimental, culturalmente, ambas naciones osemos eltrmino; luego se explica han dejado ya de estar integra-

    das, al menos para una parte importante de sus gentes, enla nacin de todos (luego veremos el porqu de esas comi-llas). Abramos los ojos y constatemos la evidencia: al cabo de

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    (2) Vlganos San Jorge y la Virgen,la Virgen de Montserrat! .Pero a ellos, leones de Espaa,quien os incita es don Juan! []tambin m azazos les pueden,pues con Requesens batindose,rayo de Dios los catalanes.

    Jacint VERDAGUER, La Batal la de Lepant (7 octubre 1571 ), in Ptria,Edici de Narcs Garolera, Edicions de 1984, Barcelona 2002, pgs.87-91.

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    veinticinco aos de un constante bombardeo meditico, es-

    colar y cultural, cualquier criollo hispanoam ericano se s iente

    hoy ms unido a la lengua, a la cultura y a la historia de to-

    dos que buena parte de vascos y catalanes.

    Qu pasa con los dems? Qu pasa con todos estos

    vascos que se juegan literalmente el pellejo por el hecho deseguir siendo y sintindose espaoles ? Qu pasa con todos

    estos catalanes la mitad de la poblacin que, proceden-

    tes de otras partes de Espaa, siguen respirando y sintiendo

    en la lengua comn? Y qu pasa con nosotros, los otros

    catalanes, esos renegados que, pudiendo, como hoy po-

    demos, hablar y asumir con total plenitud nuestra catalani-

    dad, consideramos que ningn viejo agravio tiene sentido,

    que ningn resentimiento puede enfrentar nuestra catalani-

    dad y nuestra espaolidad.

    Pero yendo ms al fondo de las cosas, qu pasa, no ya

    con tal o cual sector de la poblacin? Qu pasa con

    Catalua o con el Pas Vasco como tales? Son ellos, es su

    propia identidad nacional la que ms diezmada sale de las

    manos de sus presuntos redentores. Qu pasa con esos

    pueblos cuya singularidad es tan obvia como su pertenen-

    cia a la patria comn? Qu pasa con esta Catalua, con es-

    te Pas Vasco y, aunque en menor m edida, con es ta Galicia,

    cuya doble, cuya rica identidad se ve amputada al arrancarsede su corazn no de su uso una de sus dos lenguas pro-

    pias, una de sus dos historias, una de s us dos personalidades?

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    Qu pasa, por referirme slo a Catalua, cuando se ha-

    ce todo lo posible por quebrar nuestros afectos, por separar

    nuestros sentimientos de los del resto de Espaa? Qu pa-

    sa cuando se considera que un Lorca, un Machado, un

    Quevedo, un Cervantes, un Manrique, un Carlos V, unos

    Reyes Catlicos, un Cid el Campeador no son tan entraa-

    blemente nuestros, tan de todos los catalanes, como unEspriu, un Pla, un Ausis March, un Jaume I el Conqueridor,

    un Guifr I el Pils lo son tambin de todos los espaoles?

    Qu pasa cuando en las escuelas donde nuestros hijos re-

    ciben las mism as horas o menos de espaol que de in-

    gls, se les ensea por ejemplo que el Estado espaol [ni se

    menta a Espaa] es aquella parte de la pennsula ibrica que

    no pertenece ni a Portugal, ni a Andorra, ni al Reino Unido? (3 )

    Qu pasa cuando en los m anuales de Histor ia de est as mis -

    mas escuelas las jvenes generaciones de catalanes no en-

    cuentran ni rastro (o mseras re fe rencias) de un cierto Cris-

    tbal Coln, enterndose tan slo de que los europeos [sic]

    d es c ub ri eron Amrica? (4 ) Qu pasa cuando, abandonando

    tan suti les insidias, se pasa en las ikastolas vascas a pro-

    pagar el odio directo y brutal contra Espaa, adems de en-

    sear en algunas de ellas a confeccionar y manejar ccteles

    m oloto v?

    PRLOGO 1 3

    (3 ) Dolors FREIXENET y Cristfol A. TREPAT, Espanya: Diversitat fsica i hu -mana. Cincies Socials., E.S.O., Editorial Barcanova 1996, pg. 14.

    (4 ) Curso 2001-2002. Competncias bsiques. Educaci SecundriaObligatoria, primer Cicle, prova A (Cincies socials). Editado porGeneralitat de Catalunya, Departament dEnsenyament.

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    Lo que pasa, por supues to, es que se va logrando poco apoco aquello que se persigue: amputar de uno de sus doscomponentes la rica, la doble identidad nacional de Cataluao del Pas Vasco. Cosa que, por lo dems, tampoco es de-masiado nueva: se parece a la amputacin realizada por latan execrada dictadura franquista..., pero a la inversa, y con

    democrticos medios esta vez.

    La doble identidad nacionalde Catalua o del Pas Vasco:ah est todo el meollo de la cuestin. O se reconoce y amaesta dualidad, o se busca e impone (en un sentido o en elcontrario) la unicidad. La doble identidad nacional d eCatalua y el Pas Vasco Ahora bien, es legtimo calificarde nacional esta doble identidad? Puede un mismo pueblopertenecer a dos naciones a la vez? No constit uye ello unaflagrante contradiccin?

    Sera una contradiccin, resultara conceptualmente in-sostenible, si por nacin entendiramos la nacin decimo-nnica, el viejo Estado-nacin . Pero el asunt o cambia s i en-tendemos por nacin algo mucho ms amplio, algo que, enltimas, ha caracterizado en todos los tiempos a todos lospueblos. Las cosas cambian si entendemos por nacin la identidad colect iva esto es: la comunidad de afectos ysentimientos que vinculan, a travs del tiempo y el espacio,a los hombres que viven y mueren en una determinada tie-rra. Las cosas cambian an ms si se excluye de la idea de

    nacin cualquier arrogancia exclusivista, cualquier preten-sin de superioridad (o de victimismo) frente a los dem s; enuna palabra, las cosas cambian del todo si de la idea de

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    n acin queda radicalmente excluido cualquier engreimientopatriotero, cualquier exclusivismo nacionalista.

    Resulta difcil, es cierto, efectuar dicha exclusin. La ideamisma de nacin ha quedado tan contaminada por el patrio-terismo zafio y rampln (separatista hoy, espaolista ayer),

    que habra que encontrar otro trmino para designar la na-cin, para dar nombre a esa identidad colectiva que se im-pone afirmar con orgullo y plenitud, pero sin prepotencia niagresividad. Habra que encontrar otro trmino, es seguro.Pero como las palabras no se encuentran a la vuelta de la es-quina, como no surgen de la noche a la maana, deberemoscontentarnos con mantener el trmino de nacin, arran-cndole, eso s, su escoria exclusivista y protegindolo entrecuidadosas comillas.

    As descontaminado el trmino, volvamos a formular la

    anterior pregunta: puede un pueblo pertenecer a dos na-ciones, esto es: revestir, sin patrioterismo, dos identidades,dos pertenencias, dos sentimientos colectivos a la vez?

    S lo puede, parece afirmar Miquel Roca i Junyent en sucontribucin a este libro. No lo dice, es cierto, con tal rotun-didad. Si lo hiciera, si hablara categricamente de la dobleidentidad nacional de Catalua, s era como para saludar elacontecimiento con redoble de tambores y resonar de clari-nes. Lo que hace es limitarse a s uscribir, al igual que muchos

    otros nacionalistas, las palabras de aquel Cervantes que ha-blaba de Espaa como de una Nacin de naciones.Nacin las partes, y nacin el todo, viene a decir el manco

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    que luch en Lepanto a las rdenes de un cas tellano y un ca-

    taln. Identidad colectiva las partes, e identidad colectiva el

    todo, digamos para evitar las engorrosas com illas. O con ma-

    yor precisin: las partes constitutivas de Espaa tres de

    ellas, ms exactamente estn marcadas tanto por su iden-

    tidad especfica como por la espaolidad global. Es por su-

    puesto esto ltimo la espaolidad de Catalua, el PasVasco y Galicia, lo que nuestros nacionalistas no pueden

    soportar, ellos que citan la frase de Cervantes com o si, en lu-

    gar de afirmar que Espaa es una Nacin de naciones, se

    limitara a decir que constituye un Estado integrado por varias

    naciones.

    Ignoro si un nacionalista de talante abierto como Miquel

    Roca (el mero hecho de que participe en es te libro ya es bas-

    tante significativo y merece ser debidamente saludado) con-

    sidera que Catalua slo forma parte del Estado espaol;

    o si, por el contrario, estim a que su dualidad de lengua e his-

    toria, lejos de ser una s imple circunstancia fctica (o peor: im-

    puesta por el enemigo), la enriquece con esa doble identi-

    dad que la sumerge tanto en las aguas de la catalanidad

    como en las de la espaolidad. No queda clara la postura de

    Miquel Roca al respecto. Parece inclinarse por la s imple vin-

    culacin estatal, aunque reconoce y ya es mucho, viniendo

    de quien vienen tales palabras que Espaa existe y es,

    como Estado y como nacin.

    * * *

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    Espaa repitmoslo ya sin pedir permiso no es unacscara: es un hecho, como proclama e ste l ibro. Un hechosustancial, histr ico, cultural, l ingst ico. No slo Espaa,por lo dems: cualquier nacin cualquier comunidad deafectos y sentim ientos arraigados en el t iempo, e nraizadosen una t ierra, cualquier identidad colect iva es un hecho:

    el gran hecho que, dejndonos menos solos en el mundo,nos une a una comunidad de vivos y m uert os, nos arr a i g aen el pasado, nos proyecta hacia el futuro, hace correr pornuestras venas la sangre de una lengua, f luir la savia deuna cultura. Pasado, futuro, tradicin, lengua, cultura:aquello mismo gracias a lo cual s om os, aquello mismo sinlo cual ni t, ni yo, ni ninguno de cuantos en este m undo es-tamos, s e r a m o s .

    Se r, vibrar en torno a una cultura, latir al calor de una len-gua, afirmarse como herederos de quienes sobre esta tierra

    nos precedieron Qu sentido tienen t ales cosas ? SerNos importa todava el ser? O nos interesa slo el (bien)estar? A quin le importa la herencia si ante notario no esotorgada? Nos interesa algo que no sean los puros intere-ses materiales? Late an en nuestro corazn algo que nosea el ans ia por consumir objetos y producir productos? No loparece. Slo ansiamos las cosas prcticas, materiales, tan-gibles ni la nacin, ni la mem oria, ni la lengua desde luegolo son , aderezadas, eso s, con distracciones y ornamentosde carcter cultural.

    El fenmeno no concierne slo a Espaa. La m uerte delespr i tu , como se le denomina en el manif iesto que en

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    compaa de lvaro M utis lanc no hace m ucho (5 ), afecta atoda Europa, a todo Occidente, si es que no a todo nuestroglobalizado mundo actual. Sus consecuencias son mani-f iestas para la cuestin aqu tratada. En todas partes (de-jemos pr ovis ional men te de lad o a nue s tros na cionali s tas ya los de otros pases ) est perdiendo fuerza la idea de na-

    cin: esta impalpable, simblica cosa, trenzada de afec-tos, lengua, t radicin

    Alegrmonos de que se desvanezca el antiguo y altaneropodero de la nacin (sin comillas ahora), pero lamentemosque se pierda, junto con ella, el sentim iento de arraigo colec-tivo que entraaba. Alegrmonos del desvanecimiento de lanacin, si ello significa que desaparece tambin el arrogantepatrioterismo que como si los hombres no pudieran amarsu propia identidad sin vilipendiar la de los dems tanto laha contaminado.

    El problema es que el desvanecimiento de la nacin tam-bin trae consigo otras consecuencias, y stas son nefas tas.En un mundo cada vez ms dominado por amorfas masascompuestas de atomizados individuos, la prdida del alientocolectivo, la indiferencia ante la herencia comn, no hace s i-no incrementar nuestra soledad, fomentar nuestro desarrai-go, aumentar nuestra asfixiante uniformidad.

    El fenmeno e s generalizado. Pero no hay lugar en el m un-

    do (sigamos dejando de lado a nuestros nacionalistas) en

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    (5 ) Vase www.manifiesto.org.

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    que el sent imiento nacional parezca hoy ms decado que enEspaa. Recordemos a Fernando Garca de Cort z a r :Permtanme, ustedes perdonen, escribir Espaa En nin-gn otro pas habra que pedir perdn. Si t rasponemos talespalabras a otros idiomas y lugares, el resultado es grotesco;la frase, incomprensible. A quin se le ocurrira decir:

    Veuillez mexcuser dcrire: la France? Quin se atreveraa decir: Excuse me, but let me write: the United Kingdom?Qu sentido tendra decir: Mi scusino di scrivere: Italia?

    Salvo para la nuestra, la frase sera un sinsentido paracualquiera de las naciones-Estado surgidas en la EdadModerna. Pero la cosa sera igual de absurda s i la dijramosen latn pensando en Roma, o en griego recordando a Atenas.La nacin (sin comillas), la nacin entendida en el estrictosentido de la palabra, es un fenmeno surgido estos ltimossiglos. Pero la nacin, la patria, si se prefiere, el senti-

    miento de pertenencia colectiva; el afn de los hombres porvencer de algn modo a la muerte, por permanecer en el re-cuerdo que sobrevive, es un fenmeno tan antiguo como lahumanidad.

    El sentimiento nacional, aunque debilitado en esostiempos de atomizadas masas, an mantiene su vigencia.Por qu parece haberla perdido casi por completo enEspaa? Ser porque nos hem os subido dem asiado tarde alcarro de la modernidad? Ser porque, habiendo cogido en

    marcha el tren de ese (bien) estarque olvida el ser, nos hadado por efectuar mprobos esfuerzos para, hacindonosms papistas que el papa, convertirnos en ms modernos

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    ms de sprovis tos de alma, ms pr ivad os de es pri tu, mscarentes de pasin que los modernos europeos y america-nos de toda la vida?

    Es posible. Lo es en tantos otros aspectos de nuestra vi-da Pero lo anterior slo da cuenta de una parte del asunto.

    Hay ms cosas, desde luego. Hay, para empezar, todo estepasado de una Restauracin, una Repblica, una Guerra Civily un Franquismo cuya realidad histrica seguimos contem-plando con unas ideolgicas anteojeras que el tiempo trans-currido debera ya arrinconar. Quien arrincona tales anteoje-ras es, por ejemplo, el historiador Po Moa, cuya obra sededica, entre otras cosas, a romper el maniqueo esquem a ex-plicativo de nues tro pasado reciente: esa infantiloide pelculade buenos contra malos que ha sust ituido, invirt iendo lostrminos, a la que nos proyectaban durante el franquismo.As lo hace Po Moa en el artculo aqu publicado y en el que

    se interroga, entre otras cosas, sobre lo que MenndezPelayo llamaba el lento suicidio de un pueblo que, engaadopor grrulos sofistas, hace espantosa liquidacin de su pa-sado, escarnece a cada momento las sombras de sus proge-nitores, [ ] reniega de cuanto en la Historia hizo de grande .

    El mal, com o se ve, viene de lejos. En el fondo, no hay mu-cha cosa nueva en el desvanecimiento de la idea de Espaaque padecemos hoy. O, mejor dicho, lo que es totalmentenuevo es la forma en que muchos espaoles pero segn

    modalidades acordes con los nuevos tiempos siguen po-niendo en la picota nuest ro pasado y nuestra identidad. Ya nolo hacen, es cierto, con aquella rabia y dolor, con aquella

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    p asin que m ova a los regeneracionistas . Ahora lo hacencon indiferencia. Ya no abrazan la leyenda negra inventadapor quienes vencieron a Espaa. Ahora slo alzan los hom-bros mientras siguen convencidos si acaso giran la vistaatrs de que Espaa no habra sido ms que un imperio de mendigos y frai les como deca Azaa , al iados con

    mis er ia y s uperst icin . Espaa ya h a d ejado de dolern o s sub raya con razn Jos M. Lass al le en la pre s e n t a c i nde este l ibro. Ya no nos duele como les dola a los hom-b res del n oventa y ocho, pero tal parece com o s i fuerapor anestesia colect iva por lo que se nos ha ido el dolor.

    Las manifestaciones de dicha anestesia son numerosas.Basta hablar de la nacin espaola para que, recurriendo aun conocido y refinadsimo anlisis conceptual, le tilden a unode facha. Basta invocar la memoria de nuestras grandezas mezc lada s como en tod as pa rtes con m is er ia s (po r ejem -

    plo: la expulsin de los judos) , para que los fieles de la pro-gresa (pero slo ellos?) le miren a uno como si preten-diera reinstaurar el Imperio en el que no se pona el sol.Basta que la bandera nacional sea solemnem ente izada en lacapital del Reino, para que s ea ello cons iderado una peligro-sa, intolerable provocacin. Etctera.

    * * *

    Numerosos son los casos en que la anestesia se aplica

    con abundancia y generosidad. Pero hay uno en el que pare-ce como aglutinarse toda nuestra indiferencia colectiva. Setrata de la forma en que vivimos el desmem bramiento de que

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    es objeto el pas (no un desmembramient o poltico, sino afec-

    t ivo, sentimental , que de sentimientos sobre todo se tra-

    ta). Vemoslo ms detenidamente. No cabe duda de que el

    repudio del terror es, fuera del Pas Vasco, total. La repulsa

    hasta empieza a alcanzar ya a quienes lo encubren y sub-

    vencionan pertrechados en las instituciones y mecanismos

    que el Estado de derecho les ofrece. Cientos de m iles de es-paoles hemos salido mltiples veces a la calle para gritar y

    defender Para defender qu, exactamente?

    Para defender, como se dice, la vida y la libertad . Noble

    empeo, claro y manifiesto como la luz del da. La vida y la li-

    bertad, nada menos Pero nada ms, ste es el problema;

    el problema que se pone de evidencia con slo preguntarnos:

    qu pasara si un buen da dejaran de m atar, pero todo lo

    dems siguiera exactamente igual? Qu pasara si, enfun-

    dadas las pistolas, destruidas las bombas, nuestra identidad

    y nuestros sentimientos siguieran igual de vilipendiados en

    escuelas y universidades, en panfletos y proclamas, en tele-

    visiones y publicaciones?

    No hay que ir muy lejos para saber lo que pasara. Basta

    ir a Catalua, donde todo ello ocurre sin violencia alguna (y

    tambin con formas no tan groseras: mucho ms sutiles, re-

    finadas, mucho ms eficaces, pues). Qu pasara? No

    pasara nada. Como nada pasa en Catalua. Respirando ali-viada y contenta por el fin de los asesinatos, Espaa entera

    se quedara tan pancha.

    ESPAA, UN HECHO 2 2

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    Se seguiran lamentando, claro est, los exabruptos agre-sivos; se denunciara por supuesto la altanera nacionalista.Pero con tal que se mantuviera preservada la unidad delEstado; con tal que, aun resquebrajada, no se rompiera la cscara , nada grave se considerara vulnerado. Aseguradoel Bien Supremo del hombre moderno, salva la vida la del

    cuerpo, qu importa el resto! Si la vida, si su tranquili-dad y bienestar estn asegurados, qu ms dan alma, espri-tu, nobleza, esas nimiedades!

    Por qu, entonces, nos aferramos con tan apasionadoempeo a la unidad del Estado? No est claro, la verdad. O,mejor dicho, s est claro, pero nadie lo dice, nadie lo reco-noce. A santo de qu empearse en preservar la integridadde l Estado: de esa colosal maquinaria administ rativa, polticay, hoy sobre todo, econmica? Desde cundo los hombresqueremos tanto al Gran Moloch como para jugarnos la vida

    por l? Si slo del Estad o se tratara, locos estaramos si no lesentregramos de inmediato cuanta independencia quisieran.

    Pero no se trata del Estado, claro est. A nadie, salvo alos funcionarios, le importa el Estado como tal. Lo que im-porta es el Estado como smbolo, como expresin de la na-cin, de la identidad. Pero nadie lo dice. Ni pidiendo permi-so, ni presentando disculpas, nadie habla de preservar launidad de esta nacin plural y constitucionalmente recono-cida como tal que es Espaa.

    Id a un acto de protesta contra cualquier desmn nacio-nalista. Escuchad a los oradores que, con voz quebrada de

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    emocin, denuncian los desafueros comet idos; leed lo que di-cen manifiestos y proclamas; contemplad los rostros de lagente: les acaban de matar a uno de los suyos, o estn har-tos de vivir atemorizados, o indignados por sufrir prepoten-cias y atropellos. Qu dicen, qu gritan? Qu os? Ni unasola vez oiris lo que realmente est en juego. El nombre de

    Espaa late oscuramente en el corazn de todos (si no,qu diablos estaran haciendo ah?). Jams, sin embargo,llegar a vuestros odos el nombre de Espaa. Tampoco, sal-vo excepcin, veris ondear su bandera.

    Es pobre, es tr iste el discurso que oponemos a quienesnos repudian. Es acomplejado. Lo vertebra una sola palabra,que de tanto repetirse hast a se convierte en huera: libertad,democracia. Santa, bendita palabra, si no fuera que pocotiene que ver con lo que de verdad se est jugando.

    En algunos casos s tiene mucho que ver. Es evidenteque, en medio del t emor y el terror, no puede haber ni demo -cracia ni elecciones libres. Slo puede existir, habiendo comohay elecciones, un engendro hbrido: una dictadura demo-crtica. Pero por grave que sea ello, el aplastamiento de lademocracia no deja de const ituir un fenmeno s egundo, deri-vado de otro que es primero: la cuestin nacional, ese om-nipresente cncer que corroe un pas dominado por quienesse em pecinan en repudiar la doble identidad vasca y espa-ola que lo configura.

    Pero si dejamos de lado lo que representa la dictadurademocrtica vasca, en todos los dems casos pienso sobre

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    todo en Catalua carece de sentido combatir los desafue-ros nacionalistas alzando la exclusiva bandera de las liberta-des, ese subterfugio para no alzar la que jams ondea enmanifestacin alguna.

    Es cierto, sin embargo, que en determinadas ocasiones

    se just if ica con creces alzar la bandera de las libertades. Sinir ms lejos, un famoso filsofo vasco fue recientementeagredido en la Universidad de Barcelona, en respuesta a locual su Rector priv de la palabra a otra conocida profeso-ra vasca. Claro est que se pueden llegar a infringir las reglasdel juego democrtico. Pero no son tales vulneraciones lasque caracterizan a un nacionalismo cuyo atropello bsico nodeja de contar, en Catalua, con el respaldo de unas urnasen las que el voto se deposita sin terror ni coaccin.

    El gran atropello del nacionalismo cataln imponer una

    sola de nuestras dos lenguas, hacer prevalecer una sola denuestras dos identidades, no constituye una grave vulne-racin de la democracia? No. Constituye una grave vulnera-cin, pero no de la dem ocracia. Lo que de t al modo se vulne-ra, lo que as se ataca, no es ningn rgimen poltico. Es algomucho ms grave: es toda una forma de ser y de sentir. Estodo un pas: no tanto Espaa ya lo seal comoCatalua.

    Un pas el que sea es a lgo que est por encima de

    los d i ferentes regmenes pol t icos que le puedan dar for -ma a lo largo de la h istor ia. Un pas su cul tura, su ta-lante, su pasado es a lgo que tambin est por encima

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    de la democracia. La rebasa, la excede. An ms en nues-t ro caso: tota l , s lo son veint ic inco aos frente a m i l .Por decir lo con otras palabras, tan espaola es la Espaaconst i tucional como la de la Guerra de la Independencia,o la del Siglo de Oro, o de la Reconquista Aunque nospueda gustar m s una de e l las ( 6 ).

    Pe ro no es una cuestin de gustos, precisamente. No esuna cuestin de opciones o prefe rencias. El pas de uno noes como un club al que se pueda entrar o del que se pue-da salir segn apetenc ias y aficiones. Slo se entra una vez:al nacer. (Cabe, por supuesto pero slo en casos indivi-duales, expatriarse, preferir otros lugares, en dondes i em pre, sin embargo, seguir uno marcado por la lenguamam ada y la cultura sorbida.) Un pas no es una cues tin deopciones y decisiones. Un pas por ms que los nuestro sse hayan convertido en esa gran empresa, en ese ingente

    s up e rm ercado del que habla lvaro Mutis no es ningunasociedad mercantil. Un pas no es esa sociedad cuyo con-trato pretenda Rousseau otorgaran los individuos quelo int egran.

    No hay ni puede haber contrato social , decisin fun-dadora de un pas, an menos nimo for jador de una len-gua. Nadie puede forjar el aire que respira porque, para

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    (6) Tal es, por cierto, toda la contradiccin terica que encierra el de-nominado patriotismo constitucional. Pero las dif icultades que, en elplano terico, pueda presentar un concepto, no implican necesaria-mente que el mismo deje de resultar til y fructfero en la lid poltica ycoyuntural.

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    forjar l o que s ea, ante s hay que re s p i r a r. Slo pueden otor-gar un contrato, como dira don Pero g rullo, quiene s ya exis-ten, ya son, ya hablan. Y fuera de la sociedad, ant es del pre-tendido contrato social , nadie habla ni puede hablar,nadie es ni puede s er.

    No hay individuo fuera de la sociedad. Slo somos, slohablamos gracias a nuestra pertenencia a ese pas, a ese es-pacio pblico que, sin embargo, forjamos y moldeamos da ada. Lo moldeamos con nuestros actos, pero al mismotiempo nos preexiste, nos t rasciende: est ya ah al nacer, alser arrojados al mundo , como dira Heidegger. Es es ta con-junc i n de au ton om a y t rasce nden cia, es es ta s im ul tan eida dde libertad y arraigo, lo que ni Rousseau, ni el liberalismo in-dividualista que en l se inspira son capaces ni de compren-der ni de aceptar.

    Slo el individuo abstracto, intercambiable entre pases ytradiciones, existe para el pensam iento que hoy domina la tie-rra. Slo cuenta esa entelequia, la cual, si bien se mira,tampoco es sin embargo tan abstracta como parece. ste esel problema. Convertido en unidad del m ercado, trasformadoen punto de m ira del consumo, ah est el individuo, a la vezabstracto y real, deambulando como un zombi entre aero-puertos, metrpolis y supermercados perfectamente inter-cambiables, en efecto, entre s .

    Slo cuenta el individuo: lo dems sera derivado, secun-dario, construido por l. Slo el individuo l solo lo forjatodo. Nada le trascendera, nada le rebasara. Slo im porta el

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    individuo, ese nuevo Hacedor Supremo desprovisto de races,

    carente de densidad. Slo ese tomo, cuya suma se trasfor-ma en masas, forjara tanto el sentido como la colectividad.

    Tal es el pensamiento sobre cuya base, por ejemplo,Azaa y sus afines pudieron im aginarse Espaa lo subraya

    Po Moa en su artculo como una simple asociacin dehombres libres (o autosometidos, que para el caso da igual).Tal es el individualismo que lleva al delirio de imaginarse elmundo como una pgina en blanco sobre la que todo se pue-de fundar: la pgina en blanco sobre la que un Joaqun Costa

    pretenda fundar Espaa otra vez, como si no hubiera existido.

    Tal es el pensamiento que, junto a m uchas otras razones

    (la cobarda, la ingenuidad de creernos que as se puede apa-

    ciguar a quienes nos odian), lleva a no invocar siquiera, en el

    combate contra estos ltimos, el nombre de Espaa; a cen-trarlo todo en la exclusiva defensa de las libertades.

    Tal es el pensamiento que hace por ejemplo que, en el

    en f rentamiento con el nacionalismo cataln, nadie defienda

    el bi l ingismo invocando todo el quebranto que su supre-sin entraa para la identidad mis ma de Catalua. Es por el

    p ropio bien de s ta lo de m enos es la faci l idad o comodi-dad de uso por lo que se impone mantener arr a i g ad a s

    nuestras dos lenguas pro p i a s, no una sola, en nuestro co-

    razn. Pero nadie dice cosas s emejantes. Slo una razn seinvoca para denostar el monolingismo exclusivista: la l i-

    b e r tad que el individuo tien e d e usar la le ngua que le venga

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    en gana; la l ibertad de ut i l izar como le plazca este instru-

    mento que se considera que es el idioma.

    La lengua es un mero instrumento de comunicacin.

    Nada ms, se repite una y mil veces en todos los alegatos

    contra el nacionalismo. La lengua se aade poco tiene

    que ver con una identidad colectiva cuya importancia, por lodems, se ha visto hinchada por el nacionalism o. La idea mis-

    ma de nacin no deja de ser una especie de falacia, de im-

    postura nacionalista.

    Si as fuera, cmo entender entonces esa pasin, esa

    emocin con que se defiende y lucha por una herramienta?

    Si la lengua poco o nada tuviera que ver con nuestro ser, si

    slo fuera un m edio para entenderse, qu ms dara emplear

    este o aquel instrument o? Puesto que todo el m undo maneja

    o puede manejar tanto el ut ensilio cat aln como el espaol,qu importa cul se em plee! Qu sentido tiene echarse los

    platos a la cabeza por una herramienta, pelearse por emplear

    un azadn o utilizar una pala, por usar una llave o preferir una

    ganza? Ser tal vez que una de las dos herramientas es

    ms eficaz? Ser que con una s e abren cuatrocientos mi-

    llones de puertas de hispanohablantes, y con la otra tres mi-

    llones de puertas de catalanohablantes? No, la eficacia no

    tiene nada que ver en el asunto. La eficacia instrumental es-

    t plenament e garantizada: ningn nacionalista est tan loco

    como para pretender abolir el espaol como herramienta deuso, como instrumento con el que abrir puertas en el co-

    mercio, la industria y el turismo.

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    Asunto distinto es la manera como se hable una lenguaque mejor o peor, con torpeza o con aplicacin nunca s edejar de practicar en Catalua. Asunto distinto es que elespaol deje de vibrar en nuestro corazn como una lenguatan entraablemente propia como la catalana. Asunto distin-to es que, al dejar las nuevas generaciones de catalanoha-

    blantes de sentir el espaol como lengua propia, ya empiezaa darse un fenm eno cada vez ms abundante: el de esos j-venes en los que uno nota, cuando hablan ocasionalmente enespaol, toda la incomodidad, toda la falta de soltura dequien se defiende m uy aplicadamente, eso s en una len-gua extranjera.

    Poco importa la falta de soltura para la lengua entendidacomo instrumento. Carece de toda importancia para venderen Valladolid productos financieros de La Caixa, o arenasol en Lloret. El asunto no est ah. El asunto est en impe-

    dir que el espaol se convierta entre nosot ros en una lenguaextranjera, se reduzca a ser un instrumento utilitario, porms correcta o incorrectamente que lo manejen sus nuevosoperarios. El asunto no est en la lengua como instrumento,sino en la lengua como identidad.

    A modo de conclusin

    Resumamos. Se r, vibrar en torno a una cultura, latir al

    calor de una lengua, afirmarse como herederos de quienesnos precedieron sobre esta tierra Qu sentido tienen ta-les cosas?, habamos preguntado anteriormente. Si poco

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    sentido revisten hoy tales cosas, an menos lo tienen para

    ese espaolito que al mundo llega, y ninguna de las dos

    Espaas, ni Espaa como tal cambiaron las cosas, don

    Antonio! le helar o alegrar el corazn.

    Existe, sin embargo, una notable excepcin al respecto.

    Ser, vibrar en torno a una cultura, una lengua, una cultura,una tradicin No es esto, precisamente, lo que mueve a

    los nacionalistas? No es esto lo que con tanto ahnco persi -

    guen en Espaa, pero tambin en otras partes? As es. Y, per-

    siguindolo, es como alcanzan su nica pero indiscutible

    grandeza. Una grandeza que nadie, fuera de sus filas, reco-

    noce y saluda. Una grandeza que es tanto ms factible cele-

    brar aqu cuanto que ya han dejado suficientem ente claro es-

    tas pginas todo lo que el nacionalismo conlleva de perverso

    y disgregador.

    Salvo en lugares como Catalua, el Pas Vasco, Flandes,

    Qubec, dnde encontrar alguien que se estremezca hoy

    de emocin ante algo como la lengua? Alguien: no un poe-

    ta, no un fillogo : toda una colectividad. Dnde descubrir

    alguien que, desvelndose por la lengua, la ame y mime tan-

    to? Dnde encontrar gentes cuya vida est hasta tal punto

    envuelta por esta trama de sentimientos y querencias deno-

    minada pas? Dnde hallar hombres y mujeres que, en

    medio del aire past oso que nos envuelve, vibren pensando enlo que sus antepasados fueron y significaron? Dnde en-

    contrar gentes menos solas hoy?

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    Dnde encontrar gentes menos solas, pero tambin ste es e l prob le ma ! gent es ms ens im is mad as , msen c erradas en su propio ser? Dnde descubrir gentes quevivan rememorando el pasado, pero tambin deformndo-lo, inventndoselo incluso? Dnde encontrar ms odio?Dnde descubrir una mayor negacin de lo otro en gene-

    ral y de ciertos otros en particular?

    Lo que pervierte al nacionalismo no es lo que afirma. Eslo que niega. Si su grandeza se trasforma en miseria, no espor afirmar una lengua, no es por revivir un pasado. Al con-trario, ah radica su grandeza. Si sta se trasforma en mise-ria, es por negar y rechazar la otra lengua, el otro pasado: lalengua y el pasado que, junto con los es pecficos, configurana unos pases amados con un tan exclusivista amor, que sequedan ahogados.

    La lengua y la historia espaola son, al igual que las es-pecficas, parte consustancial de Catalua y el Pas Vasco. Loson, pero no son sentidas as. ste es el problema. Y na-da se resolver hasta que est e problema, de algn modo, nose solvente; hasta que este doble sentimiento no se sienta,no se experimente en toda s u hermanada complejidad. No esdesde luego tarea fcil convencer de ello no tanto al es-tr icto mundo nacionalista dmosle por perdido, sino ala opinin por este mundo influida y manejada. No es fcil;es tarea mproba, imposible incluso en sus casos ms extre-

    mos. Pero no es en tales casos en los que pienso. Estoy pen-sando en el conjunto de una opinin pblica (tanto la influidapor el nacionalismo, como la que nada tiene que ver con l)

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    a la que Espaa ha dejado, durante veinticinco aos, inermey desarmada: sin el aliento de un proyecto enaltecedor, sinideas positivas slo defensivas que afirmar y edificar.

    Afirmar la compleja pluralidad que nacionalmente nos con-forma: no es sta la alentadora tarea que se ha asignado a

    s mism a la Espaa de las autonomas? En cierto sentido, s .Pero en otro, no. Por un lado, se ha puesto la base indispen-sable para tal pluralidad. Nuestro pas se ha articulado en unEstado, de hecho, federal; en un Reino infinitamente mscercano, para entendernos, al modelo de los Austrias que aldel centralismo borbnico. El problema es que todo ello se hallevado a cabo como si fuera suficiente para zanjar la cues-tin; como si se acabara ah un asunto que se ha querido li-mitar a s u dimens in poltico-administrativa. Pero no es stasu dimensin fundamental. Lo que entre nosotros se juegatiene ante todo que ver con una tupida m araa de sentimien-

    tos, creencias, afectos : lo ms difcil, sin duda, de abordary manejar polticamente.

    Tal vez por ello la tarea primera no incumb a, hoy por hoy, alos polticos. Tal vez lo ms decisivo no se juegue hoy en des-pachos ministeriales y consejeras autonmicas. Tal vez lo pri-mordial se juegue el nacionalismo cataln lo ha comprendi-do admirablemente por lo que a sus intereses se re fiereen escuelas y universidades, en estudios y ensayos, en librosy manuales, en peridicos y televisiones: en todos esos me-

    dios de expresin y de formacin en los que se s ustenta en l-timas es e proyecto sugestivo de vida en comn que, segnOrtega, es una nacin. Un proyecto que jams podr ser tal

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    sin que s e derrumbe ingente es la tarea de explicacin, de

    discusin, que tenemos por delante la gran montaa de dis-

    lates y despropsitos con que han logrado enturbiar tanto la

    idea de Espaa como la de s us par tes integrantes.

    Cul es hoy nuestro sugestivo proyecto de vida en co-

    mn? No lo hay: ni sugestivo ni indigesto. No tenemos otroproyecto que el de ir t irando, consumiendo, produciendo:

    con el perfil bajo, a ras de suelo, sin mayor vuelo ni aliento.

    Cmo podra ningn gran proyecto embriagar nuestro nimo,

    si slo pidiendo disculpas y perdones somos capaces de in-

    vocar nuestro nombre colectivo? All en los aos sesenta y

    setenta, es cierto, las libertades y la democracia constituye-

    ron para muchos algo parecido a un sugestivo proyecto co-

    mn. Pero una vez obtenidas, una vez consolidadas las liber-

    tades, qu gran proyecto comn nos pueden ofrecer las

    mism as? Cmo encontrar un proyecto mnimament e sus tan-cial en ese vaco al que la democracia remite, en ese haz lo

    que quieras, que todo finalmente da igual?

    Sucede todo lo contrar io en el caso de nuestros ami-

    gos o enemigos nacionalistas. Ah s hay proyecto, ah s

    hay al iento. Un proyecto, es cierto, ms negativo que af ir -

    mativo; un proyecto que s e desm oronara en el instante mis -

    mo en que dejara de tener enfrente este cur ioso re p u l s i v o

    Espa a qu e le ot orga s ent ido . Pero en medi o de to-

    das las mis er ias nacionalistas, al ienta hay que re c on o-cerlo una grandeza: el rechazo de los hombres a conver-

    t irse en meros tomos, en simples individuos; su voluntad

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    de af irmarse, de perdurar abrazados en torno a una lenguay a una identidad.

    Reconocer tal cosa y hasta que no se reconozca, nadagrande se conseguir equivale a reconocer que no es slopor maldad, cerrilismo o cretinismo tambin es desd e luego

    por esto, pero no slo por ello por lo que el nacionalismo se-gregador ha arraigado con semejante fuerza en dos de las na-ciones parafraseemos a Cervantes, recordemos a MiquelRoca de la espaola nacin . Lo ha hecho en dos singula-res naciones de esta Espaa ciertamente plural, como tan-tas veces dicen y repiten, pe ro cuya pluralidad no puede ni de-be ser la de una cscara: ni por lo que a Espaa se refiere,ni por lo que a sus naciones concierne. El que nuestra sus -tancia sea plural conlleva desde luego que Espaa entera re-conozca la identidad propia de sus partes constitutivas. As loha hecho la Espaa de la Constitucin y las autonomas. El

    problemas es que este reconocimiento se ha limitado al en-voltorio institucional, no ha ahondado en la sustancia de lascosas. Pero reconocimiento ha habido y reconocimiento hay.Cabe, acaso, decir lo mismo en la otra direccin?

    Desde luego que no: tal es el problema. Y hasta que est eotro problema no se solucione, nada tampoco ni grande nipequeo se conseguir. Pluralidad de Espaa, desde lue-go. Diversidad de nuestra carne y de nuestro ser. Pluralidadpero por ambos lados a la vez. No slo en una direccin: co-

    mo ha ocurrido en todos estos aos en que la plural nacinespaola s lo ha recibido agravios (y un m illar de muertos, enun caso) por parte de sus no menos plurales naciones.

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    Alegrndose de su rica pluralidad, Espaa no ha de vaci-lar en reconocerla. Pero jams sin contrapartida. No comohasta ahora: poniendo, adems de los muertos, la otra me-

    ji lla. S lo un gran pa ct o No, un pa ct o no . S lo un profun -do, un autntico abrazo de lealtad nacional (no simplementeconstitucional) puede sust entar nuestra diversidad. La de esaEspaa que slo podr s er armoniosa, reconciliadamente plu-ral, el da en que t anto el Pas Vasco como Catalua asum antambin la pluralidad de su propio ser: el da en que abracen,con igual alegra, tanto su espaolidad como su vasquidad ocatalanidad.

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    PRESENTACIN: ESPAA, UN HECHO

    Jos Mara LassalleProfesor de Filosofa del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.Director de la Fundacin Carolina.

    Que Espaa es un hecho resulta difcil de negar. As loavalan la presencia de una de las culturas ms frtiles de Eu-ropa, una historia compartida durante cinco siglos, unas tra-diciones ms o menos comunes dentro de una geografa ho-mogneamente unitaria e, incluso, una lengua que hablancuarenta millones de es paoles en la pennsula ibrica y cer-ca de cuatrocientos millones de hispanohablantes en todo elmundo. Sin embargo, estos datos, que s eran suficientes a lahora de justif icar la facticidad de cualquier nacin, con todo,en nuestro caso no parecen ser argumentos, digamos, defini-tivos; al menos al tratar de convencer a algunos que se em-pean una y otra vez en negar la existencia m ism a de Espaa.

    Lo curioso de esta actitud no estriba en el debate en torn oa la determinacin de lo que es , o no es, la nacin que niegan.

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    Baroja apuntaba en su discurso de ingreso en la AcademiaEspaola la idea de que para Espaa, como para todos lospases, su primer problema es el conocimiento profundo desu manera de ser . Esta reflexin, que comparten muchos es-paoles, sin em bargo, es radicalmente orillada por aquellos alos que nos referimos. Por qu? Pues porque para ellos elproblema no radica en el hecho de indagar sobre la manerade ser de Espaa, sino en la negacin misma de su existen-cia, sin m s. Claro que con ello, en realidad, lo que hacen esincurrir en una contradiccin enfermiza, casi freudiana, yaque si por un lado se empecinan en negar que Espaa exis-te, por otro, neces itan su presencia para as poder rechazar-la edificando su propio discurso nacional antiespaol.

    Esto se puede apreciar analizando la actitud misma queadoptan, pues, con su confrontacin visceral, afirman, sinquererlo, el hecho que impugnan. Sobre todo a la vista del

    odio que proyectan sobre Espaa. Y es que, incluso quienesla niegan con ahnco visceral y porfa asesina, no pueden elu-dir su presencia. Empecinados en su propsito, incurren enel solipsism o agnico y estril de quien no ve ms all de supropia obsesin. Y as, una y otra vez estrellan su palabreratorpe y su idiotez moral en el muro de s us propias frustracio-nes y resentimientos. Empequeecidos por tan m iserable pro-yecto vital descienden de nivel y densidad personales, acha-parrndose por el peso de una especie de culpa nacida delhecho de no poder soportar la existencia de Espaa y de loque significa. Tal es as que resulta imposible ver a tan curio-

    sa fauna humana con el rostro relajado, la m irada limpia y lapalabra despejada de exabruptos cuando hablan de Espaa,quiz porque su seriedad no es ms que el fruto de su cor-

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    tedad, y su expresin irr itada el resultado de un tempera-mento vil al que propicia una psima dieta argumental

    Con el propsito de atajar este em peo negador surgi elciclo de conferencias que ahora ve la luz en forma de libro (* ).Nacida la iniciativa dentro del club liberal santanderino Foro

    Abierto, su des arrollo fue posible gracias al apoyo econmicoy a la organizacin de la Fundacin para el Anlisis y los Es -tudios Sociales, contando para ello con la colaboracin ines-timable de dos instituciones benemritamente liberales: lacentenaria Sociedad El Sitio de Bilbao y el casi centenarioAteneo de Santander.

    La eleccin de los lugares en los que celebraron no fue ca-sual. Santander y Bilbao desempearon un papel moderniza-dor y liberal en la historia de Espaa como claves de una b-

    veda nortea que, junto a ciudades como La Corua y Gijn,hizo de la proyeccin at lntica y europea una razn de ser quelas hermanaba: una vocacin de servicio y lealtad a Espaa,pero a esa Espaa que viva deseosa de insertarse en losflujos econmicos y culturales de la Europa decimonnica yque se apoy en ellas a la hora de afrontar el desafo que le

    PRESENTACIN 3 9

    (* ) El libro reproduce las conferencias enviadas por sus partici-pantes. Desgraciadamente no podemos incorporar las impartidaspor los profesores Jon JUARISTI La Espaa constitucional y la ame -naza de los nacionalismos, Juan Pablo FUSI El Estado liberal,problemas y desafos y Charles POWELL Ideas de Europa en laEspaa contempornea. Vaya por delante nuestro agradecimientoa todos el los por el esfuerzo que supuso su participacin en el ci-clo que ahora consignamos por escrito.

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    planteaba aquel carlismo antimoderno y antiliberal del queson herederos los nacionalismos y particularismos que en laactualidad pretenden desvertebrar, a su manera, el proyectode modernidad liberal que representa la Espaa salida de laConstitucin de 19 78 .

    Los organizadores del ciclo quisimos , de est e modo, opo-ner a quienes niegan la idea de Espaa un contrapunto clari-ficador, afrontando este reto desde el escenario que vienenutilizando aqullos para llevar adelante su objetivo de negarla existencia de Espaa. Por eso elegimos Bilbao y Santan-der. Porque desde la capit al de Vizcaya y desde l a vecina Can-tabria poda hablarse de Espaa donde tena que hacerse:desde el corazn y las proximidades de ese entramado na-cionalista que confunde el apego al terruo con lo patrio y es-grime polticamente un difuso romanticismo regionalistaque, como nos previene Dahrendorf a la luz de la experiencia

    balcnica reciente, lo nico que ha conseguido donde haprosperado es fragmentar el Estado en unidades menores,muchas veces intolerantes y agresivas, que anteponen los in-tereses locales a los heterogneos y plurales del conjunto alque pertenecen.

    Y es que, en realidad, lo que se persigue con esta estra-tegia es reducir al absurdo las expectativas nacionales. Pa-ra ello se vindica un curioso itinerario sentimental que, sifuera absolutamente fiel a su lgica intimista, tendra que

    ha ce rnos d escende r de la patria a la regin y, de sta, a laco ma rca, al valle n ativo, a la aldea, a la casa familiar y, fi-nalmente por l legar hasta el hartazgo en su trayector ia

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    m ic rosc p i c a, a ese desvn en el que se condensan los re-cue rdos d e una n iez crecida al arrobo de las vibrantes y lu-minosas brasas del fogn

    Deseosos de alterar este peligroso itinerario emotivo na-cionalista, los organizadores hemos querido as prestar nues-

    tro propio servicio a la Espaa democrtica en la que creci-mos y nos formamos. Porque este es un dato imprescindiblepara comprender la razn de s er del ciclo que ideam os. Hijosde la generacin que protagoniz el curso modlico de la tran-sicin espaola de 1977 por otro lado, imposible de llevar-se a efecto s i la paz sacrifical de nuestros abuelos no les hu-biera hecho comprender lo que entonces se jugaban, alreivindicar el nombre de Espaa nos ha movido, sobre todo,la responsabilidad de asegurar su continuidad agradeciendoel ambiente de libertad y prosperidad pacfica que hemos dis-frutado a lo largo de estos ltimos veinticinco aos de Mo-

    narqua democrtica.

    Y es que la Espaa que hemos querido defender con es-te ciclo de conferencias es una nacin nueva, distinta a aque-lla otra convulsionada por las vivencias traumticas acaeci-das durante el siglo XIX y buena parte del XX. Una Espaa encalma, sensata y deseosa de apostar por su futuro sin incu-rrir en exclusiones ni violencia, sin que se tome su nombre,citando a Julin Maras, otra vez en vano y en falso. Mucho sehabl de Espaa durante la dictadura franquista. Es cierto.

    Pero de una Espaa que se esgrima contra los derrotados enuna atroz Guerra Civil. Aquella Espaa patriotera, que se pro-nunciaba con vozarrn cuartelero es pasado. La Espaa de

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    hoy es otra radicalmente diferente. Es una circunstancia por ut il iza r el co ncep to or teguian o hech a de mod erac iny sentido comn, de libertad y respeto a la pluralidad y a lasreglas del juego democrtico. Una Espaa joven que ha teni-do que esperar hasta la Constitucin de 1 97 8 para encontrarun marco de consenso acerca de lo que se quera poltica-mente para Espaa y que, por eso mismo, porque ha encon-trado por fin ese m arco, debe ser capaz ahora de defenderlofrente a quienes niegan su razn de ser.

    Deca Unamuno: De razones vive el hombre/ Y de sue-os sobrevive. Nuestro sueo es hacer posible la supervi-vencia de Espaa, su continuidad dentro del cauce inaugura-do con la Monarqua restaurada en 1975. A nuestrageneracin ya no nos duele Espaa como les suceda a losnoventayochistas, sino que nos ilusiona. De ah que quera-mos ser leales a ella, a la es peranza que porta cons igo. El he-

    cho de Espaa es ste, no otro. Un hecho ilusionante, que haconseguido cumplir aquel sueo acariciado desde el desa-rraigo por quienes, como Mara Zambrano, se quejaban deltiempo que tardaba Espaa en liberarse del cerco de la m uer-te para presentarse, por fin, ante la luz de la ilusin: en ha-cerse con las alas de quien por un instant e las tiene ; cun-to tarda esta transfiguracin en reposarse. Queramos con es te ci clo de fe nder es as alas y es e repo so cons e-guidos despus de tanto dolor y sacrificio, y ojal que mo-destam ente hayamos podido contribuir a ello con el libro quepresentamos.

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    LA PROPUESTA CONSTITUCIONAL DE 1978

    Miguel RocaAbogado.

    Voy a dirigir mi intervencin en la lnea de defender el mo-delo constitucional de des arrollo autonmico, em pezando porsu justif icacin y terminando por los problemas que haya po-dido plantear en su evolucin durante estos ltimos veinte yalgo ms aos de su vigencia. Es ms, me gustar finalizarexaminando los retos actuales que aquel modelo debe supe-rar y opinando sobre una cierta moda que presenta, desdeuna visin apocalptica, el futuro de es ta Espaa de las Auto-nomas. No s si el tiempo de que dispongo dar para tanto,pero, en todo cas o, quiero tranquilizarles: si algo hay que re-cortar ser el tiempo, para de esta manera no abusar de supaciencia.

    Cuando los constituyentes surgidos de las primeras elec-

    ciones democrticas del 15 de junio de 19 77 afrontaron la ta-rea de definir para Espaa un nuevo marco jurdico-constitu-cional en el que desar rollar, a partir de entonces, el ejercicio

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    de la convivencia en libertad, lo primero que tuvieron que rea-lizar fue un inventario de los problemas que, en principio, laConstitucin deba resolver o, en todo caso, examinar. Serbueno sealar y recordar que en este inventario figuraban pro-blemas tan importantes como el de la forma de Estado; porms obvia que hoy nos parezca la cuestin, no lo era en

    1977. En aquel entonces el debate entre Monarqua y Rep-blica no era ni una cuestin menor ni mucho menos pacfica.

    Y viene a cuento este recordatorio para, simplem ente, re-cordar el calibre de los problemas que en aquel momento seafrontaban. Y entre ellos, el de la articulacin territorial de Es-paa tena tanto calado como el de la forma de Estado, car-gado de similares dificultades y con parecida trascendenciadesde la perspectiva de dotar de credibilidad al sistema de-mocrtico que se pretenda inst aurar.

    La Espaa recin salida de un largo rgimen totalitario,cuyos fundam entos y legitimacin se apoyaban en una cruen-ta y dramtica Guerra Civil, recuperaba de golpe los viejosproblemas de Espaa; los de siempre o, en todo caso, losque desde haca siglos haban marcado la historia de este pa-s. Con la libertad afloraba la realidad de Espaa que el rgi-men franquista haba pretendido ocultar, imponiendo una vi-sin de Espaa, construida desde los idelogos del sistema.Pero esta afloracin deba enfrentarse, adems, a dos nue-vos problemas surgidos de la propia herencia del sistema:

    por un lado, para muchos ciudadanos de este pas, la Histo-ria de Espaa era la que la visin unitarista y centralista delfranquism o l es h aba ense ado; y por otra part e, la larg a

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    d i ctadura haba asociado a su presencia viejos smbolos dela Espaa de siempre, pero que en aquel momento se identi-ficaban como smbolos del rgimen. Banderas e himnos seasociaban ms al rgimen que al pas.

    En esta situacin, en el mencionado inventario de proble-

    mas, el de la articulacin territorial y poltica de la realidadplural de Espaa dest acaba casi por encima de los dem s co-mo t est de referencia. Para muchos ciudadanos de territoriosconcretos de Espaa, la aceptacin o valoracin del nuevo r-gimen democrtico sera ms o m enos sent ida y eficaz, en lamedida en que se diera suficiente respuesta a un deseo se-cular de dotarse de un am plio autogobierno. Y, a partir de es-te m omento, mis palabras se referirn a Catalua y slo a Ca-talua, que es de lo que me han invitado a hablar. E incluso,desde Catalua lo har desde m i visin personal, que no pre-tende representar ni mucho menos a la totalidad de Catalua

    ni a opciones polticas en concreto. Hablo desde mi libertady desde mi personal opinin; a nadie represento ni pretendorepresentar.

    La ambicin de Catalua de dotarse de un amplio autogo-bierno tiene races profundas en la Historia. Negar esta afir-macin honrara poco a este saln de la Academia de Histo-ria. Y cuando un problema hace muchos aos que estplanteado, lo que debera aceptarse, como m nimo, es que elproblema existe. Y lo digo porque, a veces, y especialmente

    en estos ltimos meses, aparecen voces que presentan estaambicin de Catalua como algo nuevo, como un invento deunos cuantos alocados, desconocedores de la Historia real

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    de una Espaa idlica, integrada sin problemas des de hace si-glos. Pues bien, esto es simplemente falso y as lo tuvieronque asumir los constituyentes del 77 cuando se encontraronencima de la mesa la peticin de Catalua de encontrar, enel marco democrtico que se iniciaba, una solucin a su pro-blema de encajar su identidad vivida y sentida como nacio -

    nal en la realidad de Espaa como Estado.

    Como deca, este problema vena de lejos. No era algosurgido como reaccin a la represin cultural, poltica y socialdel rgimen de Franco; ello tambin estaba ah, pero vena dems lejos. No era la voluntad de recuperar el Estatuto de1932, que la Repblica le haba reconocido y la dictadura learrebat; tambin todo esto estaba en la reivindicacin del77 , pero vena de m s lejos. No vena del recuerdo de la Man-comunidad, ni de los planteam ientos de Camb, ni de las Ba-ses de M anresa, ni de la posicin de los diputados catalanes

    en la Constitucin de 1 81 2; todo es to estaba ah, pero la rei-vindicacin vena de ms lejos.

    Estaba, ciertamente, el recuerdo del duro castigo que Ca-talua soport por haber defendido la causa de los Austrias,en la Guerra de Sucesin, que termin con la victoria borb-nica de 1714. Estaba la prdida de su derecho, de sus insti-tuciones de autogobierno, la represin de su lengua, el cierrede su Universidad, su ocupacin militar. Pero, estando todoello, que es verdad, el problema vena de ms lejos. Y al fi-

    nal, hurgando en la Historia, nos encontramos con que el ori-gen de Espaa fue visto desde Catalua ms como el resul-tado de una unin dinstica que como una realidad poltica

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    nica. La est ructura confede ral de la Corona de Aragn y, des-pus, el respeto de los reyes de Castilla de los fueros e ins-tituciones propias de Catalua dieron a esta una forma es-pecial de vivir la unidad de Espaa, desde su pro pioautogobierno, que en 17 14 se aboli como castigo de guerra.

    Catalua ha vivido desde hace siglos en un marco de au-to go bi erno o desde su reivindicacin. Y en todas cuantasocasiones la libertad poltica lo permiti, Catalua construy para s instituciones y polticas autonomistas o dedic susm ejo res es fuerzos pa ra reivindicarlas. Y, de mane ra m uy sin-gu la r, el enorme y protagonista pap el que Catalua des em-pe en la oposicin al rgimen anter ior durante los aoss et en t a , se concret, art icul y aglut in alrededor de la re i-vindicacin de la autonoma para su futuro democrtico.

    Por ello, sin lugar a dudas, la estructuracin autonmicade Espaa, reflejada en la Constitucin de 1978, tiene mar-cado acento cataln. Es cierto que en esta reivindicacin secoincida tambin desde el Pas Vasco, pero la peculiaridadde su rgimen foral del que ms adelante querr hacer al-guna consideracin dio a su posicin un matiz distinto. LaConstitucin de 1978, en su ttulo autonmico, es el resultadode una negociacin entre el conjunto de Espaa represen-tada por todos sus par lamentar ios y Catalua represen-tada por sus parlamentarios. Examinaremos, s eguidamen-te, si el resultado ha sido positivo o no; sus fallos, sus

    insuficiencias o sus errores, pero fue el resultado de una lu-cha poltica conducida principal y fundamentalmente desdeCatalua.

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    Y no poda ser de otra manera. Este era, para Catalua,un tema fundamental. Su sentimiento nacional, as entendi-do, proyectaba a la Constitucin su ambicin de verse reco-nocida en su identidad y, consiguientemente, en la recupera-cin de sus h istr icas inst i tuciones de autogobiern o .Perdonen que m e detenga en ello un mom ento: la primera rei-

    vindicacin era su identidad; la autonoma, la consecuencia.Catalua no adquiere su identidad como consecuencia de s eruna Comunidad Autnoma: primero es, y como tal quiere quese la reconozca; segundo, como consecuencia de s u existen-cia, reclama el derecho subs iguiente de tener un autogobier-no que le permita desarrollar su ser.

    Esto tiene mucha importancia tenerlo presente. La Cons-titucin de 1978 generaliz el rgimen autonmico para to-das las regiones de Espaa. Fue un acierto o un error? Yodefiendo que fue un acierto, pero en todo caso lo que es cier-

    to es que para otras muchas Comunidades la autonoma nofue el fruto de ninguna reivindicacin histrica, ni una reivin-dicacin asociada a un sentimiento de identidad. Fue algoque, as de claro, como t ena que darse a los catalanes, con -vena darlo a todos para diluir el impacto que polticamentepoda tener. Era y fue algo ms asociado a un planteam ientode m odernizacin descentralizadora que a un problema hist -rico que viniera de lejos. Fue as.

    Y con ello no critico la generalizacin. La propuse, la vot

    y la defiendo todava hoy. En primer lugar, porque concebi-do como un derecho a la autonoma no quiero negar a na-die lo que pido para m; aun cuando tampoco acepto que la

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    just if icac in de ne gars e un de recho pu ed a ap oya rse en qu e s i

    se da a uno tiene que darse a todos. En segundo lugar, por-

    que la generalizacin ha evitado o, en todo caso, limitado el

    uso del agravio comparativo como motivo de enfrentamiento

    entre los territorios del Estado. Y, en tercer lugar, porque aun

    cuando algunas Comunidades lleguen a la autonoma por v-

    as y motivos muy distintos, en la medida en que se consoli-dan, comprenden y respetan ms el gusto por la propia iden-

    tidad y saben compartir mejor la reivindicacin de hacer

    posible la autonom a, con transferencias y recursos que sean

    suficientes y operativos.

    Pero la generalizacin no excluye que la mencin consti-

    tucional de regiones y nacionalidades deba y quera tener

    un sent ido. No apareci por casualidad, no fue el fruto de nin-

    guna licencia literaria. Quera decir algo y lo sigue diciendo. Y

    falta saber quin respeta menos la Constitucin, el que niega

    lo que esta doble expresin representa o el que, a su ampa-

    ro, cree que esta diferente mencin tiene o puede tener al-

    guna consecuencia prctica distinta. No es ahora el momen-

    to de profundizar en esta cuestin. Es ms, no tendra

    demasiados inconvenientes en sealar que no me resulta

    una polmica interesante en el da de hoy. Pero, como mni-

    mo, s u recordatorio vale para justif icar que el problema de es -

    ta realidad plural de Espaa no est todava aceptado ni re-

    suelto. Y que cuando en 19 78 se hablaba con normalidad deEspaa como nacin de naciones era tanto como hablar

    hoy de la realidad plurinacional de Espaa.

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    Qu ha pasado para que hoy esta expresin provoque

    tantos recelos? Cmo es posible que el proceso de des cen-

    tralizacin del poder poltico ms importante de los que ha vi-

    vido cualquier pas de nuestro entorno europeo y occidental

    en los ltimos sesent a aos, y que constituye un punto de re-

    ferencia ejemplar para todos estos pases, sea vista desde

    Espaa, por algn sector ciertamente minoritario, como algopeligroso, nocivo o lleno de incertidumbres para nuestro in-

    mediato futuro? Espaa ha dejado de ser un mal ejemplo de

    centralismo uniformizador de cuyo modelo nadie quiere sa-

    ber nada al mejor ejemplo de proceso pacfico y conviven-

    cial hacia una nueva estructura para una Espaa plural. Y en

    Espaa, esto que es ejemplo para los dems se cita como

    ejemplo de que Espaa no va bien.

    Seguramente, la explicacin de esta contradiccin deba

    encontrarse en las diferentes formas en que se ley la aper-tura autonomista de la Constitucin del 78 . Para unos pa-

    ra Catalua, desde luego esta Constitucin era la sust itu-

    cin de un Estado centralista por otro autonmico; para

    otros era aadir y superponer ste al Estado centralista de

    s ie mp re; para unos era el reconocim iento de la realidad plu-

    ral de Espaa; para otros era consolidar la Espaa de siem-

    p re; para unos era hacer de la di versidad y de la pluralidad

    el hecho caracterstico de la especial unidad de Espaa; pa-

    ra otros era una concesin sem ntica para ref orzar la unidad

    de siempre; para unos era iniciar la vida de una nueva Es-paa, para otros era el sacrificio que exiga mantener inmu-

    table su idea de Espaa.

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    Y al final, esta contradiccin ha estallado y cualquier ex-cusa o pretexto sirve para poner de relieve la peligrosa vaespaola hacia el desgarramiento y la autodestruccin. Nin-guna encuesta fundamenta esta conclusin; ningn informeestadstico apoya una opinin tan agria como aqulla. Pero,es igual; a los profetas del desastre les basta con su subje-

    tividad, con su capacidad de elaborar informes fantasma ycon el manido truco demaggico de excitar las viejas pasio-nes de los resentimientos y agravios, para provocar polmi-cas mediticas que ensombrezcan la convivencia entre unosy otros.

    Y el hecho cierto es que la implant acin y desarrol lo delmodelo autonmico ha sido fci l , pero que mucho ms fci lde lo que poda preverse al t iempo de su definicin. A pesardel enorme volumen de transferencias pract icado, el nivelde confl ict ividad ha des cendido ao tras ao y los pre vi s t o s

    confl ictos inter t e rr i tor iales ms t ienen que ver con accionespolticas del Ejecutivo vase, por ejemplo, el Plan Hidro-lgico Nacional que con polt icas de una Comunidad Au-tnoma en relacin a otra de el las. Es ms, desde Cataluapuede af irmarse que jams, desde el ao 1 71 4 hasta el dade hoy, habamos gozado de un nivel de autogobierno tani m po r tant e como del que a hora disfrutamos . Pero este re-conocimiento tampoco debe ser bice para sealarse nue-vos objet ivos, igualmente constitucionales, como re su lt ad ode nuevas ambiciones.

    Y aqu empieza el autntico debate. Cuando se habla denuevas ambiciones, acto seguido se plantea la necesidad de

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    acotar el campo de stas; hay que cerrar el modelo, se di-ce; e incluso, si procede, modificar la Constitucin para de-

    ja r b ien clar o qu e dent ro de el la no ca be n ms con ces io -nes s e dice de las que se otorgaron en 197 8. Convienedetenerse en estas cuestiones, por cuanto son de extremadaimportancia para el desarrollo posterior de mi intervencin.La autonoma o el autogobierno, que es lo mismo, represen-ta que una parte del Estado asume importantes competen-cias que el Estado le ha transferido. Por definicin, as en-tendida la autonoma, sta s e define en relacin a un Estado,cuya unidad s e defiende. La autonom a sustituye a la depen-dencia, pero no cuest iona la pertenencia al Estado. Y, por lotanto, la ambicin autonmica slo tiene el lmite de la uni-dad; autonoma e independencia son dos posiciones contra-dictorias. Incluso puede negarse que la primera sea un pasoms fcil hacia la independencia; por el contrario, la expe-riencia demuestra que el autonomism o bien practicado puedeconllevar una reduccin de las tesis independentistas.

    Pero, dicho esto, tiene sentido hablar o plantear el cie-rre del modelo? Sinceramente, creo que no. Cuando habla-mos de articulacin territorial del Estado, estamos hablandode hechos vivos, dinmicos; de pueblos que crecen, que sedesarrollan; estamos hablando de sentimientos, de identida-des, de voluntad. Y a los seres vivos es m uy difcil acotarlessu des arrollo y, mucho ms, limitar su am bicin. Puede acep-tarse que aquellas Comunidades que se hayan hecho a par-tir del reconocimiento constitucional tengan o puedan tener

    menos voluntad de ser y de mantenerse como quieran ser.Pero, para Catalua, centenares de aos de historia ponen demanifiesto que su existencia y su voluntad de afirmarse en s u

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    sern ms operativos desde los niveles autonmicos quedesde los del Estado.

    El modelo de la Constitucin era y debe seguir siendo unmodelo abierto y, adems, un modelo flexible. Un modelo ca-paz de adaptarse a las caractersticas de cada Comunidad.

    La igualdad de derechos no debe extenderse ni a los ritmosni a las especificidades. Catalua tiene y debe seguir tenien-do competencia exclusiva en poltica lingstica; no pareceque igual competencia deba predicarse de una Comunidadque no tenga lengua propia. Y en el mismo sentido, debe de-cirse de aquellas competencias que tienen su razn de ser enaquello que define y da vida a la propia identidad. Si el serest en la base del reconocimiento de la autonoma, el con-tenido mnimo de sta debe ser el ejercicio de aquellas com-petencias fundamentales para seguir siendo. Lo contrariosera un fuerte y descarnado ejercicio de cinismo.

    En este punt o se encuentra el debate identitario entre loespaol y lo cataln, en el caso que me ocupa. Compren-do a quienes se resistan a aceptar una identidad espaolacomo residual, es decir aquella que no es ni sta, ni aqulla,ni la de ms all; simplemente lo que sobra. Una identidadespaola hecha a retazos, con un poco de esto y otro pocode aquello. Espaa existe y es, como Estado y como nacin;y su desarrollo autonmico es una prueba de esta realidad.Pero la Espaa plural es compleja; es un microcosmos hete-

    rogneo, que encuentra su identidad en su capacidad de as u-mir la pluralidad como algo natural, como algo que la identifi-ca. Difcil? Seguro! Pero de momento llevamos ms de tres

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    siglos negndonos a aceptar esta visin plural, y as nos haido. Y, en todo caso, la situacin actual es la ms estable,avanzada y descentralizada que ha conocido Espaa en elmismo perodo de tiempo.

    Defender el pasado como modelo slo puede hacerse

    desde el olvido de la historia. El pasado fue confrontacin yguerra; la Constitucin del 7 8, y con ella el desarrollo del Es -tado autonm ico, han garantizado la etapa de estabilidad de -mocrtica ms larga de la Historia M oderna y Contemporneade Espaa. El terrorismo etarra nada tiene que ver con todoello y estoy convencido de que ot ros intervinientes de est e Ci-clo profundizarn debidamente en est a cuest in. Deberamostener ms confianza, pues, en nosotros mismos, en nuestrofuturo; aceptando, eso s, que la pluralidad es difcil, y querespetarla ms y hacerla posible como algo natural, todavamucho ms. Pero este es el reto; Espaa nunca consigui

    deshacerse de las identidades que le dieron vida. Cierta-mente, por algunos se intent, pero fracasaron; fueron los pri-meros Borbones o el efmero Bonaparte. En Francia fueronms eficaces (salvo en Crcega, como se ve), pero Espaaconserv aquella configuracin de nacin de naciones que in-cluso a los m s reacios convendra aceptar. Porque hacer de-saparecer una pluralidad real, de hechos vivos, ident ificadosy crecientes en su des arrollo, no se conseguir.

    Al amparo de este intento absurdo el de negarse a

    aceptar la realidad se han usado y usan todo t ipo de art i-maas y falacias. As el nacionalismo identitario es el prlo-go del fascismo, como si no se reco rdara qu e st e nace

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    de sde la negacin de la libertad y sin s ta el nacionalism o noes otra cosa que un pretexto para el exterminio. Como lo hasido y es el socialismo cuando legitima la revolucin mate-r ial en contra de un sistema de l ibertades formales; o elcomunismo cuando convierte la lucha de clases en el funda-mento ideolgico de la represin de la libertad; o el liberalis-

    mo a ultranza, cuando hace de la libertad individual el para-digma que le legitima para explotar a los que reclamanderechos de contenido social.

    Detrs de ello, en el fondo, s e esconde una gran desleal-tad constitucional. La deslealtad de invocar el nombre de laConstitucin en vano. La de discriminar por razn de ideolo-ga. Pero todos estos esfuerzos no sirven para nada. Hoy, enEspaa, la gente acepta la Constitucin; comprende, a vecesmejor que sus polticos, las exigencias y consecuencias de larealidad plural de Espaa, y cree que el desarrollo autonmi -

    co del Estado ha sido y efect ivamente lo es un xito.

    Ciertamente, desde Catalua este sentimiento se com-parte con un deseo de seguir avanzando en este desarrolloautonmico. Desde ngulos muy diversos y distantes del pa-norama poltico cataln se reclama seguir avanzando. Antesde examinar la direccin de este avance, me gustara justif i-car esta ambicin, aun cuando no comparta en oca-siones algunas de s us m anifestaciones. Seguir avanzandoes lgico; ciertas tutelas, ciertas limitaciones aparecen hoy

    poco justif icables. Pero sobre todo es que el eje del dinamis-mo poltico se ha desplazado; ya no son tan importantes lascompetencias tradicionales de ciertas prestaciones sociales

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    y de servicios jurdicos, como intervenir en la direccin o eje-

    cucin de la poltica econmica, por ejemplo.

    Nuevos mercados, nuevas tecnologas, globalizacin, in-

    ternacionalizacin son fenmenos en los que las Comunida-

    des Autnomas y, en todo caso, Catalua deben intervenir.

    Catalua tampoco quiere convertirse en residual o en t estigosilencioso de lo que ocurre en el mundo. Y esta intervencin

    querr decir ejercer competencias compatibles con el gran

    protagonismo del sector privado en estos nuevos campos. Y

    querr debatirse frente a la globalizacin cultural y poder de-

    fender la identidad en una irrenunciable ambicin de proyec-

    cin universal.

    Aqu se quiere y se debe estar. Es bueno para Espaa que

    Catalua tenga esta voluntad. Y es bueno para Catalua que

    Espaa acepte con comodidad esta ambicin. Y si me permi-ten seguir en este proceso, tambin es bueno para Europa

    que Catalua se convierta en un punto de referencia sobre

    cmo una nacionalidad histrica, con una fuerte identidad y

    con una reconocida voluntad por mantenerla, compatibilice to-

    do esto con el respeto al marco constitucional espaol y una

    decidida vocacin europesta. En este futuro incierto de Eu-

    ropa, que se interroga sobre cmo debe construirse a s mis -

    ma, el ejemplo espaol de articulacin plural y compleja, y el

    ejemplo cataln como punto donde coinciden los hechos his-

    tricos y las polticas regionales, s on aportaciones que Euro-pa valora y Espaa debera tambin hacerla valorar. A menu-

    do da la sensacin de que desde Europa se aprecia ms a

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    Espaa por su proceso autonmico de lo que dentro de Es-paa se valora es ta experiencia.

    En todo caso, lo que es cierto es que el desarrollo auto-nmico del Estado nacido de la Constitucin del 78 no ha ter-minado. Ser un m odelo abierto o cerrado, pero lo que es evi-

    dente es que es un modelo incompleto. En parte, por lanecesidad de rectificar un error de la propia Constitucin y, enotra parte, por la necesidad de atribuir al sist ema la s uficien-cia financiera que garantice la eficacia de la autonoma.

    Efect ivamente, la Constitucin del 78 contiene un grane rror que es el de la regulacin del Senado. La Espaa delas Autonomas es un Estado cuasi federal, como se la vinoen cali f icar por la pr imera doctr ina que se pronunci sobreel te ma, recin aprobada la Constitucin. Pero esta estru c-tura re q u i e re de una Cmara de re p resent acin terr i t o r i a l ,

    que no se corresponde con lo que hoy es el Senado. EstaCmara, en la actualidad, es un a segunda instancia legisla-t iva, de base ideolgica y part idis ta, muy distante de lo quedebera ser el escenario de la re p resentacin de las Comu-nidades Autnomas.

    Sin una Cmara de esta naturaleza, el edificio autonmi-co no slo est incompleto, sino que chirra institucional-mente. No existe un lugar de encuentro de las ComunidadesAutnomas, donde puedan debatir sobre la poltica de Espa-

    a, desde la perspectiva de los intereses territoriales. La au-sencia de un escenario con esta funcin traslada confus in alos debates en el Congreso de los Diputados y residencia en

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    el Ejecutivo la responsabilidad de crear mecanismos de coor-

    dinacin que, con frecuencia, invaden el campo competencial

    de las Comunidades Autnomas o, en su defecto, son reu-

    niones informativas carentes de toda eficacia.

    El nico intrprete del principio de solidaridad interterrito-

    rial debe ser el Senado, salvada la ltima funcin que en es-te campo pueda corresponder al Tribunal Constitucional. Pe-

    ro, normalmente, el constructor y delimitador del concepto de

    la solidaridad debe ser el Senado. Como debe ser, ste el es-

    cenario habitual de coordinacin de las polticas sectoriales

    de las distintas Comunidades Autnomas. Son estas, entre

    s, las que deben trasladar al Gobierno su visin sobre las po-

    lticas ejecutivas y legislativas, cuando proceda, del Gobierno

    Central.

    Por ello, me inclino clara y decididamente por un Senadointegrado exclusivamente por una representacin paritaria de

    los distintos ejecutivos de las Comunidades Autnomas, si-

    guiendo el modelo alem n. Cualquier mixtif icacin de est a re-

    presentacin ideologizara el Senado en detrimento de su re-

    presentacin territorial y hara difcil los acuerdos entre

    Comunidades. Y esta es la gran asignatura pendiente del s is-

    tema autonmico espaol: hasta la fecha, la gran obsesin

    de las Comunidades Autnomas es alcanzar acuerdos con el

    gobierno central, cuando la caracterstica de un Estado fede-

    ral, cuasi federal o de generalizacin autonmica que todoello es muy similar es la necesidad y conveniencia de los

    acuerdos globales entre las Comunidades Autnomas.

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    Estos acuerdos son decisivos. Esto es lo que da real yeficazmente poder a las Comunidades Autnomas; poderco nf o rmador de la accin poltica global de Espaa. Y lasresponsabiliza de lo que en toda Espaa ocurra, no slo delas consecuencias de su poltica en el mbito estricto de supropia Comunidad Autnoma. Y el legislador sabe, a part i r

    de esta nueva realidad, que esta Espaa de las Autonomascondiciona su soberana que tiene efectivamente que com-p artir con un Senado territorial. Y el gobierno central sabeque no puede as umir, por la va de la tute la o de la coord i-nacin, competencias que no le son propias. Y las Comuni-dades Autnomas saben que no pueden desentenderse dela construccin del inters general de Espaa, porque sobresu definicin te ndrn que opinar y definirse fre cu en te me nt e.

    Me atrevo a sugerir que el debate sobre el Plan Hidrolgi-co Nacional, por ejemplo, hubiera sido ms fcil con un Se-

    nado como escenario de aqul. O el ejercicio de determina-das competencias autonmicas podra encontrar en elSenado un mecanismo ms operativo para la resolucin deconflictos. Y quiero apuntar que, a mi entender, uno de losobstculos para alcanzar un gran acuerdo sobre la reformadel Senado es el miedo que genera en determinadas instan-cias ejecutivas la aparicin de acuerdos entre las Comunida-des Autnomas, que romperan con la im agen de la amenazadel desgarro de la unidad de Espaa, s ustituida por la imagende un eficaz entendimiento entre sus distintas partes.

    Comparto el criterio de no precipitar una reforma consti-tucional. En ello me he manifestado, en ocasiones, ms beli-

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    gerante que otros que por procedencia ideolgica deberanaparecer como m s reacios a est a modificacin. Pero de pro-ducirse aquel gran acuerdo sobre lo que el Senado debe real-mente ser, acometera sin miedo la pertinente reforma cons-titucional sobre esta cuestin. Y sealo, a la vez, que de noproducirse este acuerdo ser difcil creer que exista sincera

    voluntad de desarrollar y perfeccionar el sistem a autonm icoespaol. Nadie podr creerse en ningn foro internacionalque, despus de veinte aos de vigencia de la Espaa de lasAutonomas, sta no s e complemente con un Senado que lasrepresente. Y tampoco nadie va a creerse ni aceptar que elSenado que hoy tenemos, en su conformacin actual, puedacumplir esta funcin.

    No debera tenerse miedo. El sist ema est consolidado.El Senado lo completara, dara transparencia a los intere-ses terr i tor iales en juego y art iculara la voluntad colect iva

    de las Comunidades Autnomas en el inters general deEspaa. La confrontacin entre Comunidades y el Estado,al imentada a veces por unos y otros como m a r k e t i n g e l e c-toral ista, desaparecera. Todos deberan ser m s corre s-ponsables; dialogar y pactar es tambin la esencia de ladem ocracia terr i t o r i a l .

    Y, como he sealado, un segundo elemento fundamentalpara completar el esquema autonmico surgido de la Consti-tucin del 7 8 es el de alcanzar otro gran acuerdo para definir

    un suficiente, estable y justo sistema de financiacin de lasComunidades Autnomas. Hoy el nico acuerdo que existe esel de constatar que el sistema actual no sirve, pero es ms

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    difcil hacer coincidir las diferentes posiciones en un com pro-miso que todos puedan asumir. Y este acuerdo es funda-mental; s in suficiencia financiera, la autonoma es una invita-cin al fracaso. Es y ha sido una maravillosa excusa paracentrifugar el dficit presupuestario; transferir sin dotar sufi-cientemente es aliviar el dficit de una Administracin para

    trasladarlo a otra. Nada ms.

    En este tema de la financiacin, ha podido ms la explo-tacin demaggica de los datos aparentes que la bsquedade una solucin justa. Solucin que debe permitir que no exis-tan diferencias de financiacin entre los distintos ciudadanosde Espaa, con independencia de su pertenencia a una u otraComunidad Autnoma. Los regmenes econmicos distintosdeben afectar al modo, pero no pueden cambiar el quan-tum. Cualquier diferencia en este campo resultara discrimi-natoria y polticamente incorrecta.

    Ciertamente, coinciden en este tema principios y criteriosmuy diversos. La solidaridad lo enmarca todo, pero ello no esbice para minimizar el efecto del esfuerzo fiscal y de los da-tos objetivos resultant es de la propia realidad econmico-so-cial de cada Comunidad. Pero un error que ha dificultado ex-traordinariamente la asuncin de un acuerdo es querertrasladar al sistema de financiacin correcciones solidariasms propias de una poltica de rentas o inversiones. El siste-ma debera tender a su objetividad; las disfunciones que de

    ello resulten deben ser corregidas con polticas presupuesta -rias tendentes al reequilibrio territorial. Pero son dos cosasdistintas: el sistema de financiacin debe tender a la objeti-

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    vidad de sus parmetros y conclusiones; la poltica presu-puestaria de com pensacin territorial debe asumir la polticareequilibradora y redistribuidora de la renta en toda Espaa.Confundir una y otra slo perjudica la comprensin y transpa-rencia del sistema. Aqu, tambin el nuevo Senado deberadesempear un papel fundamental.

    En todo cas o, debe saludarse con s atisfaccin el inicio deun proceso de negociacin para un gran acuerdo sobre la fi-nanciacin autonmica. Es una excelente noticia, si ademsva acompaada de la voluntad por parte de todos de alcanzarefectivamente un acuerdo. La autonoma, desde el punto devista financiero, debe permitir: a) ejecutar las propias com-petencias; b) es tablecer propias prioridades; c) prestar servi-cios con personalidad propia, etc. Las Comunidades Autno-mas no pueden aparecer como meros gestores de laspolticas del Estado. Sin aut onoma en el gasto o en la capa-

    cidad normativa de segmentos tr ibutarios no hay autonomapoltica.

    Todo el lo debe ser compatible con los esfuerzos euro-peos de estabil idad presupuestar ia. Pero este objet ivo nopuede vivirse en Esp aa con mayor rigor d el que se pro p o-ne en Alemania, y es evidente que en este pas la estabil i-dad no cast iga las competencias de los Lnder para deci-dir sobre sus mrgenes de pol t ica econmica y tr ibutar ia.Por otra parte, esta dif icultad la del r igor der ivado de la

    necesidad de pract icar la auster idad en la administracin delos recursos pbl icos viene compensada por una mejoranotable en los ingresos tr ibutarios del Est ado. La auster idad

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    t iene hoy una base mucho ms sana; podemos ser auste-ros, adems de porque debemos ser lo, porque no ser tandifcil serlo.

    Voy terminando. Espaa ha protagonizado en los ltimosveinte aos una transformacin espectacular, en todos los

    campos. Pero siendo importante la que se ha vivido en elcampo econm ico y social, para m la ms significativa ha s i-do la del transformar a uno de los Estados ms centralistasy uniformizadores de Europa en uno de los que cuentan hoycon un nivel m s im portante de des centralizacin poltica. Hasido un xito.

    Pero, sorprendentemente, Espaa vive mal este xito. Almenos, algunos sectores llevan y conviven mal con esta rea-lidad ms plural de Espaa. Y se levantan voces, incluso cua-lif icadas, que se cuestionan si lo que se hizo en 1978 fue un

    acierto. O que, en todo caso, vienen a preconizar que no de-be darse ni un paso ms en la direccin marcada por la Cons-titucin; o que, finalment e, si algn paso debiera darse s erael de interpretar a la baja sus previsiones, para frenar y cerrarel desarrollo autonmico de Espaa. La Espaa fuerte de2001 se interroga sobre si el Estado de las Autonomas nofue el fruto de la debilidad coyuntural del 78.

    No creo que esta posicin sea ni mucho m enos m ayorita-ria. Cr