espacio del poeta
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Revista N.º 12 -‐ ESPACIO DEL POETA REVISTA LITERARIA DE HABLA HISPANA Noviembre 2011
Saint Côme D´Olt Daniel Serrano
Preguntas -‐ Guarda, ¿qué hay de la noche?
-‐Todos durmiendo, señor.
Duerme el amor bajo el cielo
y está acunándolo Dios.
-‐ Guarda, ¿qué hay de la noche?
¿Tu qué has visto y se verá?
-‐Por diferentes caminos
la luz viene y sombra va.
-‐ Guarda, ¿qué hay de la noche?
¿Cuándo Dios responderá?
-‐ Los profetas se han dormido
y pronto despertarán.
-‐ Guarda, ¿qué hay de la noche?
¿Cuántos van a despertar?
-‐ Duerme la vida en la cuna,
la muerte la cuidará.
-‐ Guarda, ¿qué hay de la noche?
¿Quién te relevará?
-‐ Yo sólo tengo un relevo
que pronto viene y vendrá.
Ezequiel Feito- Buenos Aires- Argentina
Grita mi alma Grita mi alma al leer tus versos.
Que llegue el consuelo desde las alturas…
Y lleguen cercanos.
Los sienta en mi pecho.
Aniden amores sin más agonías.
Se pierda en la nada ésta noche oscura.
A veces,
solo a veces
el grito de espanto es tan silencioso
que pasa en quien amas desapercibido....
Y solo se mira lo aparente, lo que agrada:
Sonrisa en la cara.
Bromista. Valiente.
No sirve de nada.
No cala en la gente.
No mira a los ojos el grito del alma. Nieves M.ª Merino Guerra-Gran Canaria- España 09 julio 2011
¡QUÉ VENGO DEL SACROMONTE, MADRE!
Amor de mi cuerpo oscuro
de palabras que se rompen.
Calor llenando ese muro
de besos, sin saber de quién.
Está llorando Granada,
están llorando sus montes,
del viento lloran las penas
y la luna va soltando
lágrimas en las tabernas
con los gitanos llorando.
¡Rompe esos hilos del viento
y quédate sin aliento!
llamando al amor despecho
y bésalo con derecho.
Y al amanecer, al alba
antorchas van encendiendo
esos cielos de la sierra
que la nieve va queriendo.
Suspiros que alientan flores
lo mismito que en las cuevas,
están llenas de dolores
y gritos que son de amores.
Luz, de los metales quieta
¡Grita!
en los espejos de plata.
¡Qué vengo del Sacromonte!
¡Madre!
De amar los cantos dolientes
con encendida pasión
y mágicos rituales.
Lujuria de amanecer,
es el amor que yo juro
y si lo llaman oscuro,
es el que me ha de apetecer.
¡Gritad trompetas!
¡Mi amor!
el de rizos en la frente
al que amo sin dolor
con la guitarra en poniente.
¡Qué vengo del Sacromonte!
¡Madre!
A. Monzonís Guillen-Valencia -España
Vigilia
Salpicada
de barro
Estiro las piernas
Absorta
contemplo
el revoloteo de un colibrí
que se detiene
al lado del jacarandá en flor
Sin estigmas
sin rencores
Escabullo el dolor
Y es así
como prosigo.
Ana romano-Buenos Aires- Argentina
LAS DOS FRONTERAS Un alto, carcelero...
No llegaremos. Nunca llegaremos.
La frontera está lejos.
La frontera está ardiendo.
¿Cuál frontera?
Esa región del fuego está sangrando.
No llegaremos.
¡Un alto, un alto..!
Traigo en los bolsillos
pan de mi casa, carcelero.
Este pan milagrosamente fresco,
con el suave sabor de los puños que lo amasan
entre el amanecer y el mediodía,
entre lágrima y lágrima.
Da lo mismo seguir o detenerse.
No hay blanco, carcelero:
el horizonte está sangrando, rojo
de miedo.
Bajemos a la sombra de aquél árbol,
carcelero.
Bajo la piel de la camisa traigo
desde el adiós y el beso
el rumor de hojas frescas de mis montes
y la savia del hacha
y el abrigo
de la leña en invierno.
No hay nada atrás que empuje,
carcelero.
El aire está terriblemente absorto,
terriblemente pensativo y quieto.
Aquí
allá
se descuelga algún grito sin respuesta
como una llamarada.
Un rumor de hojas frescas se detuvo
y alguna carta
vaga
huérfana para siempre, carcelero.
Bajemos a la sombra de aquél árbol
en silencio.
A aquel olivo abandonado,
carcelero.
En los bolsillos traigo puños, llantos
y el fuego de los hornos, obstinado
en la gesta del pan de un día nuevo.
La consigna es vencer
y venceremos.
Algo nos lleva, irresistible y hondo.
Volvamos a mis montes,
carcelero.
Jorge Dágata-Balcarce-Argentina
Tapera en las afueras de Buenos Aires, 1830
Incómoda, como moneda de un centavo,
la tapera, lastre para el ombú que la cobija,
es un obstáculo para la tarde.
La noche se prolonga en el hollín
de las achaparradas pavas.
Sobre el fogón: una sospechada yesca,
dos mazorcas desgranadas
y una botella de aguardiente.
Una perra barcina, harta de no esta nunca harta,
forcejea impertérrita con un salobre charqui.
Detrás de unos trastos,
profiriendo súplicas e insultos,
hállase una vieja desdentada.
A lo lejos,
el galope sordo de un indio que cabalga,
que va o viene.
¡Nunca se sabe! José Rodolfo Espasa Muñoz –Valencia- España (Ficciones Norteñas)
Quédate con ella Ya poco me duelen hoy tus desdenes
hoy se que no valiste ni una sola lágrima
que fue tiempo perdido amarte y esperarte
quédate con ella, ¡ya no me importas nada!
Que te olvido hoy, puedo jurártelo
y que no te encuentre más en ningún camino,
si ayer te amé con locura y delirio
hoy te estás ganando todo mi desprecio
Vete si la quieres, si no puedes vivir sin ella
a ver si te da lo que en mí despreciaste
quédate con sus labios, sus ojos y sus besos
quédate con ella, ¡ya no me interesas!
No vale la pena seguir peleando por ti
porque después de todo no sé si vales tanto
desde hoy no estarás ni un minuto en mi vida
¡vete con ella si estás tan desesperado!
Pero vete bien lejos donde ya no te vea
donde no me moleste recordar tu nombre
vete donde te den ese placer que buscas
vete a buscar ese cuerpo más joven.
Porque al fin y al cabo eso es lo que buscas
placer y lujuria que en mí no encontraste;
solo tuve este amor para darte a raudales
un amor que con indiferencia despreciaste.
Un amor como el tuyo que se lo quede ella
después de todo los dos son iguales,
me voy ahora mismo porque no quiero verte
contigo solo es despecho, odio y amargura.
Pero no te preocupes que yo me voy pronto
no seré más un obstáculo que te moleste
y no me voy llorando, me voy felizmente,
¡un amor como el tuyo que se lo quede ella! M.ª José. Acuña-Curmaná -Venezuela
Al faro
«Lloverá –recordaba a su padre diciéndolo-. No podréis ir al Faro.» Virginia Woolf
No sé si el faro era mi guía
(No me eligió el mar)
Me invitó una luna sola,
Y mis muertos huéspedes
Me acerqué, avancé,
Adelante, más
Ya no pude ver el faro
No me eligió, seguí
El faro era YO
Y la luz más blanca y circular:
mis ojos
entendí, lo di todo y mil caricias
y otras mil y mil más
Y ahora, al fin ¡soy!
¡Ya no puedo verlo!
Diana Luz Bravi Torras- Rosario- Santa Fe- Argentina
Quisiera ser aura
Quisiera ser aura
suave y de alada ternura,
para acariciar la
tenue línea de tu frente.
Quisiera ser viento
o tornado,
para llevarte
en remolino hacia lo eterno.
Y, allí, en lo infinito
colmarte de besos y caricias,
para hacerte tocar el cielo
con la pasión de mis labios.
Si fuera melodía,
quisiera ser un vals para
danzar contigo los pasos
del baile enamorado.
Si fuera un ruiseñor
te cantaría tenues melodías
en tu oído con mi aliento
de fuego enardecido.
Si fuera esa mujer que amas,
tendría tu corazón
palpitando al unísono
con el mío para cantar al mundo lo mucho
que mi amor vive del tuyo...
Nos perderíamos en los eternos confines
del deseo, la ternura y el amor infinito,
para encontrarnos al fin allí,
donde nadie más que tú y yo
pernoctaríamos ebrios de sentimientos.
Charo Bustos Cruz- Sevilla-España
Cesárea programada XV Se deshilacha el verde y la copa
se ahueca, como una novia
que se quita los tules. En ocre
se desnuda, la mano aferra el suelo
grávido y orgulloso; entre los dedos
la hoja que será es todavía polvo.
El ojo gira sobre un eje torcido
paralelo al futuro, clavado en el pasado
y sólo ve la muerte simulada.
Mayte Sánchez Sempere-Madrid- España
El Tiempo
Caballo que vuela
Crines al aire
Belfos resecos
Mirada intensa que explora el camino
Espuela de plata
Galope tendido
Esquivo de piedras
Retumbe de cascos
¡Galopa, galopa!
¡Toma el espacio,
vive tu tiempo!
Miles de estrellas
cubrieron los campos.
Cientos de soles
lamieron su cuerpo
¡Ya no hay espuelas!
Espuelas de plata,
ni crines al viento
No se oyen galopes
ni existe el espacio.
Terminó su tiempo
Rafael Serrano Ruiz-Madrid-España- 29-6-2011
Compás de espera
Mis sentimientos cautivos, en el foso del olvido, en espera del indulto que me dé la
libertad. Pero el olvido no llega, para perdonar mi pena de no poderte olvidar.
Olvido de olvidar tu olvido; esa es la peor condena, amarrada con cadenas de eslabones
de dulzura, caricias, besos, ternura, soldados a fuego vivo en un horno de pasiones, que
el tiempo ni la distancia podrán desencadenar.
Los senderos del camino con penumbras y con sombras; infinitos, tortuosos, arrastrando
las cadenas engarzadas en mi alma, cargadas con tu recuerdo, y mendrugos de
esperanza, que se van endureciendo en mi largo caminar.
La tenue luz del recodo ilumina mi tristeza, que sonríe si a lo lejos imagina tu silueta;
con apuesta gallardía, paso firme, energía, voz de calidez extrema, y una mirada tan
limpia, que al fundirse con la mía, como en aguas cristalinas, me devuelva aquella
imagen que tú conociste un día.
Bendito día del encuentro, de ilusiones compartidas, promesas de eternidad, de ser mi
luz y mi guía, mi camino, mi esperanza, mi ilusión y mi alegría; que languidece sin
rumbo, sin metas y sin salida, en un limbo sin final, esperando la partida.
Marga Utiel- Badajoz- España
AMOR EN PLAYA LARGA El hilo delgado de la claridad tejía indolencias sobre la orilla El sol en rojiza despedida sumergía su posición fetal entre la bruma atemporal de una alfombra oceánica Y allí estábamos… Descaminando horas de un día intenso. Brazo y cuello, hombro y pecho, abrazados de embelezo, mirando el silencio, escuchando la nada, admirando la complicidad de aquellas lengas que nos regalaban espesura, para expresarnos confiados en su regalo de discreción. de alquimias, de ocultismos… Tendidos… sobre arena de conchillas la cómplice pereza de palabras invitaba a la quietud de una desierta Playa Larga. De pronto, un extraño fulgor humedeció tu labio inferior dibujando una estrella, y luciérnagas fugaces profesaron su ritmo socavando tormentas en tus ojos de nácar, aventurando convenios cobijó el aire
diástoles de suspiros. En tibia cofradía tus primicias de asombro devastaron defensas en mi otoño escudo. Retrocedí a mi tiempo… y naufragué en tus besos, besé el fulgor de tu boca aniñada, besé la vigilia de tus ojos confiados, besé la humedad, besé el rocío, la prisa enredada en la noche de tu pelo que imantaba crepúsculos. Besé tu aroma, tu polen, tu savia besé tu vida, besé tus besos, besé la bahía pintada de estuario, besé la confesión del sol tatuado en el plenilunio de tu silueta desnuda… Y fuimos uno en la piel de Playa Larga bajo el cielo de enero… Carlos Alberto Giménez-Ushuaia-Tierra de Fuego-Argentina
ELLA Cuando se anunció que ella iría a vivir con la familia, la tierra se abrió a los pies de
Alicia. Es que Alicia no había participado en esa decisión, más bien se había opuesto.
Había dicho: “tengo miedo”. No obstante, colaboró con entusiasmo, o con expectativa,
desocupando el garaje para brindarle ese lugar, eligiendo su nueva cama en un compra-
venta de muebles antiguos (encontraron una muy linda de estilo provenzal),
comprando un placard nuevo, más pequeño, porque el de ella , extremadamente grande,
no entraba en las dimensiones de que disponían. Lo que no le convencía era tener que
re-ubicar las bicicletas en el semi descubierto patio, por el deterioro que, imaginaba, les
acarrearía. Pero bueno, la máquina de coser de ella también estaría ubicada allí, asi que
eso estaba equilibrado. El resto del patio se llenó de plantas, algunas de Alicia, otras de
ella.
Mas no llegó sola, trajo consigo el perro callejero que había refugiado en su casa
años antes, cuando su esposo aún vivía; un perro negro, viejo, buenazo, pero que, al
poco tiempo, llenó de olor y de pelos la casa. Realmente, no había lugar para él en
aquella casa, de tres plantas, atiborrada de escaleras y un patiecito de cerámicos. Sin
embargo se quedó con ella.
El problema se suscitó cuando, debido a su gran vitalidad, pese a sus años, ella
decidió hacerse cargo de la cocina y su presencia fue adueñándose de todos los
ambientes, desplazando a Alicia de, prácticamente, todas sus funciones.
Por esos tiempos, además de ser ama de casa, Alicia había comenzado una carrera
universitaria, de modo que se abocó a sus estudios e intentó acomodarse a la nueva
situación. No fue posible; ella trataba de demostrar que todo lo podía hacer mejor y más
rápido: planchar, cocinar, bañar al perro, ocuparse de las plantas y hasta de las
“necesidades” de su hijo y de los hijos de Alicia. Esta no lograba concentrarse en sus
lecturas y, de cuatro materias, pasó a cursar una o dos por año, por lo que su carrera se
atrasó ostensiblemente.
También se vio afectada su vida marital pues, en la cama, Alicia ya no veía el cuerpo
de su amado compañero sino el de ella, por cierto, bastante similar.
Los utensilios de la cocina comenzaron a deteriorarse, las cacerolas a abollarse, los
vasos y platos a romperse y los cubiertos simplemente a desaparecer, igual que los
repasadores. Ella, efectivamente, abundaba en presteza, pero sus manos,
incontrolablemente torpes, perpetraban y consumaban el exterminio fatal.
Una tensa inquietud se podía sentir hasta en las paredes; olores extraños, ruidos
diferentes se percibían arriba y abajo, a través de las ventanas y por las escaleras. Y la
voz de ella, ensordinada a veces, sonaba regularmente alta, gutural, verborrágica,
insoportable.
Alicia comenzó a sentir que le faltaba el aire. La ira y la intolerancia se apoderaban
de sus sentimientos cada vez más asiduamente. Era un ahogo que se tornaba insufrible,
además de inoportuno. Salir hacia las clases de la facultad ya no le bastaba; necesitaba
escapar de allí, aunque eso significara ceder su preciado terreno.
Por suerte sus hijos eran suficientemente grandes y comprendían lo que estaba
sucediendo; también a ellos les afectaba esa prestancia abrumadora, enfadosa y
sofocante. Y, aunque el respeto permanecía intacto, era evidente que los lazos afectivos
sufrían un deterioro inconciliable e incontenible.
El ambiente, desafortunadamente, se había apestado.
Apestado - pensó Alicia – es el mejor adjetivo que define mi estado de ánimo, mi
esplín.
Se sentía desdichada, infeliz, presa de la adversidad y, sin imaginar siquiera cómo
sería su vida de allí en más, recordó lo que Albert Camus dice, en La Peste: “Una
manera fácil de conocer una ciudad es indagar cómo se trabaja, cómo se ama y cómo se
muere en ella”. La misma manera de conocer una casa – se dijo -, averiguando cómo
transcurren las horas de las personas que viven y mueren en ella. Aunque la muerte no
sea física.
Porque esta muerte no era el simple límite temporal de la vida, al que no le queda
ningún límite por venir, ningún “todavía no”, como dice Vladimir Jankelevitch en La
Mort.
Era otra especie de muerte. O de vida. O de muerte en vida.
EGLE EDITH FRATTONI ROMANO-ROSARIO – SANTA FE – ARGENTINA.
NADA MÁS Quiero tocar de nuevo
las estrellas con mis pechos,
cada vez que te evoco.
Quiero que me falte el aire
que me tiemblen las entrañas
que el tiempo se detenga.
Estar prendida a tu piel
en una hoguera constante
sentir tu aliento sobre el mío
tu palpitar galopándome la espalda
oír tus pasos desnudos
atravesando los muros,
que no te desvíe el viento
ni te detenga una lira.
Quiero entonces con más ansias
rasgar mi largo vestido
para fundir
en cada poro despierto
tu fértil vibrar sediento
y embriagarme con tu aroma,
que se me acabe la vida
y quiero, quiero nacer de nuevo.
Victoria Gonzáles Badani-Santiago de Chile Oct.2011.
Estás Repentinamente se me antoja crearte
En este instante, y estás
Latiendo,
Estás
Palpitando, pleno
Construido a mi apetencia
Análogo, equivalente
Estás
Cautivo en mi espíritu
Velado en mi cuerpo
Tenue
En el pliegue de mi sábanas
Palpando
Estás
En la alforza de mi blusa
Halagando
Donde te busque
Te hallo
Como mi bella locura
Estás
Si tu tiempo tiene fin
Sólo yo puedo volverte,
De mi centro, de mi núcleo
Aunque dijeras que no
Inadmisible, será
Se me ocurrirá crearte
Al instante
Has de ser mí realidad
Íntimo
Complementario
Irma Sambuelli Serrano-Rosario –Santa Fe- Argentina
AMANECIÓ LLOVIENDO
Cielo gris, plomizo, lluvia que tenue penetra
por las hendijas de los recuerdos,
allí muy dentro están atesorados,
guardados, archivados.
Y resurgen cada tanto dibujando una sonrisa
de algo ya vivido, que regresa iluminando,
dando fuerza y esperanza,
como los rayos ocultos del sol.
Algunos pájaros
vuelan,
se atreven,
mojan sus alas.
Ruedan lágrimas, se deslizan,
Sueños frustrados, ilusiones truncas,
silencio en derredor.
Tierra que absorbe,
plantas que agradecen al Creador
por esta lluvia esperada.
Habrá un mañana con cielo límpido,
azul y radiante;
se reflejará el sol en tu mirada
dando y recibiendo alegría, paz y amor.
María del Carmen Latorre- Rosario-Argentina
Lluvia
Naturaleza pura.
Pensamientos.
Música suave.
Lluvia...
Acrecienta el golpetear
en el cristal,
deseos
de mojar mis manos,
mi rostro,
desnudar mi cuerpo
y sentir...
Placidez...
Olor a tierra.
Verdor lavado
arborescente.
Prado Infinito,
Ondulante.
Serenidad perpendicular.
Cortina transparente
que deja ver
un mural
de pasteles pinceladas
Reflejos multicolores_/b>
en cada gota
Descomposición
de luz.
Gargantas insufladas,
roncas,
persistentes,
inmensas
para seres diminutos
Croar...croar...
Mágico paisaje
mojado.
Lluvia...
Lucia Giaquinto- Victoria- Entre Ríos- Argentina
MIS VACACIONES
Me encontraba yo apoyado justo en aquella palmera inclinada que se ve en todas
las fotos de propaganda del Caribe, mientras mis pies se iban tostando suavemente al
calor de la blanca arena de la playa inmaculada. Para completar la foto, unas hermosas
caribeñas en tanga retozaban en el agua. Por lo demás, la playa estaba desierta, como en
la canción, y tenía kilómetros de arena perfecta a mi disposición y a la de las del tanga.
La transparencia del agua invitaba al baño y, ya en el agua, comprobé con alegría que
estaba a la temperatura perfecta, tirando a caliente, pero sin ese tacto caldoso
desagradable. Después de nadar un poco, se acercó una de las del tanga y me ofreció
una helada piña colada como aperitivo, para tomarla dentro del agua en una cómoda
sillita, a la vez que recogía una estrella de mar y jugaba con ella, mientras los revoltosos
delfines venían a decirme buenos días. Luego comí langosta, caviar, champán francés,
café y whisky. Era el último día de las vacaciones y se había cumplido exactamente lo
que me había prometido la agencia de viajes por un paquete “todo incluido”, que había
contratado por Internet a un precio ventajoso. Pero como todo se acaba, era necesario
volver a la rutina, pensando en las lejanas vacaciones del año que viene y sin decir nada
a los amigos, no sea que se acabase el chollo
Ya en casa, comprobé con satisfacción que había adelgazado varios kilos,
estaba moreno, me había vuelto a salir el pelo, había crecido doce centímetros, y, por
increíble que parezca, me había rejuvenecido más de 20 años, e incluso, en lugar de
Nemesio, me llamaba Jorge Alfredo. Pero todavía faltaba lo mejor: Al abrir la maleta
había una caja de bombones con los recuerdos del Hotel sujeta a la más guapa de las del
tanga, que, sonriendo, me dijo que era cortesía del hotel, para ayudar a pasar el invierno
hasta el año que viene.
Habrían sido unas maravillosas vacaciones, si no fuese porque obviamente es
todo mentira.
Lo que pasó fue lo siguiente:
Iba paseando por la calle meditando profundamente en el cambio climático y en
nuestra responsabilidad ecológica que yo procuraba cumplir, incluso reciclando los
desechos en docenas de diversos cubos de múltiples colores, cuando un llamativo
anuncio en una agencia de viajes captó mi atención. El susodicho anuncio proponía un
viaje a una reserva ecológica en el centro de África, con todo incluido, a un precio,
caro, pero asequible. Entré en la Agencia y muy amablemente me ampliaron la
información. El viaje en cuestión era al interior de la República de Kinesia, en el
corazón de África. El nombre me sonaba, pero no sabía de qué y, como parecía
atractivo, decidí interesarme más por el viaje. La cosa no era sencilla porque había
varios condicionantes complicados. El avión salía ese día y debía contratar el viaje en
ese mismo momento para que diera tiempo a ponerme las múltiples vacunas necesarias.
No había tiempo para preparar el equipaje aunque en la agencia me dijeron que me
proporcionarían todo lo necesario incluido en el billete. También me avisaron de que
era un viaje de aventura de alto riesgo y debería firmar un documento renunciando
explícitamente a cualquier reclamación a la Agencia en caso de percance, aunque, por
supuesto, iría debidamente asegurado. En el viaje tendría en todo momento un guía a
mi disposición. Cuanto más cosas me decía, mas intrigado estaba y más me apetecía ver
aquel salvaje país, que imaginaba la maravilla de las maravillas ecológicas. Como no
tenía a nadie de quien despedirme, me decidí inmediatamente, firmé, pagué, me dieron
una maleta con ropa del Coronel Tapioca para ir de safari, una cámara de fotos y me
llevaron al aeropuerto en un taxi, con el tiempo justo.
Después de un montón de horas de vuelo, llegamos a Nairobi y allí me estaba
esperando un simpático guía en español, doctor en derecho por la Universidad de
Zaragoza y que estaba allí, porque era el único empleo que había encontrado. Ildefonso,
que así se llamaba el guía, me dijo que era yo el único viajero para este tour y que tenía
órdenes de llevarme a Mwallabo, o algo así, donde me esperaba una avioneta que me
trasladaría a la capital de Kinesia. Ildefonso había sacado, no sé de donde, unos papeles
que me autorizaban a hacer tránsito en Nairobi y que valían, me dijo, para cualquiera,
porque de tanto usarlos ya no se leía el nombre, aunque lo que valía era la propina al
aduanero. En un vetusto coche me llevó a un aeropuerto con una pequeña pista de tierra
donde esperaba una achacosa avioneta. Un poco atemorizado, pero disfrutando de
fuertes emociones, me despedí de Ildefonso, despegó la avioneta y nos adentramos en
una selva cada vez más espesa. Desde el aire ya se veían montones de bichos de todos
los tipos, mucho más bonito de lo que yo me esperaba.
Por fin llegamos a Kinesia capital, que era un conjunto de chozas desperdigadas
y donde una especie de militar, en calzón corto, me hizo firmar un papel, supongo que
en kinesio, poniendo además la huella dactilar. Cuando le pregunté que qué ponía en el
papel, me dijo que no sabía leer y no tenía ni idea. Daba igual, porque el que no tenía ni
idea de donde estaba era yo. Sin perder un momento, apareció otro guía, que,
curiosamente, era un arquitecto de La Coruña en paro que me hizo subir, junto con mi
exiguo equipaje, a un todo terreno de cuando Rommel andaba por el desierto. ¡Más
típico imposible! El hombre no era muy locuaz y no dijo nada, pero se pasó todo el
viaje cantando muñeiras a grito pelado, lo que hizo que todos los bichos huyeran
despavoridos y no pudiera sacar ni una foto. Después de varias horas de camino, varios
pinchazos y averías, llegamos a un punto donde la selva se espesaba tanto, que parecía
imposible atravesarla. Estaba claro que era la selva virgen. El gallego me dejó allí y se
largó con sus muñeiras a otra parte, lo que le agradecí muy de veras. Al poco rato y,
como yo sospechaba por las películas, aparecieron dos negros con plumas y taparrabos,
armados con sendas lanzas, que me dijeron por señas que les siguiera. Pasamos dos días
subiendo, bajando, pasando ríos, viendo toda clase de bichos, exactamente como si
fuera la mismísima selva de Tarzán. Yo estaba en la gloria, porque mas ecológico no
podía ser. El único problema era que los negros hablaban algo incomprensible, con
cierto acento gallego. Intentando recordar algo de las novelas de Tarzán, les dije aquello
de “Yo Tarzán, tu Jane”, pero ni caso. Solo mostraron alegría cuando les dije ¿Tu,
Wazziri?, con lo cual deduje que eran los fieles negros de Tarzán, que darían su vida
por mí si fuese necesario.
Finalmente llegamos al poblado, que consistía en ocho o diez cabañas situadas
alrededor de una plaza, donde no se veía un alma y, cosa curiosa, no se veían perros ni
gatos, ni bichos. Claro, pensé, esto es ecología pura, la perfecta comunión con la
naturaleza. Todos son libres, viven de lo que cazan y de los frutos que proporciona la
madre tierra, sin agricultores que echen insecticidas.
Al cabo de un rato, me recibió el jefe de la tribu, que había estudiado ecología y
filosofía griega en Madrid y hablaba correcto español. Me explicó muchas cosas, y me
propuso que me fuera a descansar, porque al día siguiente, dijo, era la gran fiesta
ecológica, con cantos, bailes y gran banquete, donde sería el invitado de honor. Con tan
alegres perspectivas, me fui a la cama y dormí como un niño, sin pensar para nada en la
disminución de la capa de ozono.
A la mañana siguiente, me despertaron dos fornidas negras, que me bañaron, me
frotaron con lianas jabonosas, me perfumaron con bellas flores salvajes y me ataviaron
con un faldellín de vivos colores. Al salir a la plaza, me esperaba el pueblo entero,
vestido de forma similar a como iba yo y comenzaron a cantar bellas e incomprensibles
canciones a varias voces. El ritmo fue cambiando poco a poco, cada vez algo mas
violento, hasta que aparecieron unos cuantos guerreros, los fieles Wazziris, ataviados
con faldellines y adornados con tatuajes y dibujos de colores por todo el cuerpo.
Además, llevaban sus lanzas, escudos, los correspondientes arcos y flechas y toda la
parafernalia necesaria para el acontecimiento. El jefe, más elegante, llevaba además
colgado del cuello un pequeño receptor de radio. “Para ver qué pasa con el Madrid”,
dijo sonriente, a la vez que me sentaba a su lado a ver los coros y danzas.
En un determinado momento sacaron un gran caldero que colocaron encima de
unos leños y procedieron a llenarlo con frutos y verduras del campo. Yo empecé a
relamerme, pensando en la rica sopa ecológica que iban a preparar, pero, de repente, sin
mediar palabra, me arrojaron dentro de la olla a la vez que prendían fuego a los leños,
mientras cantaban y bailaban todavía más fuerte. No tardé en darme cuenta de que el
ingrediente principal de la comida era yo, cosa a todas luces incomprensible. Comencé a
dar grandes voces diciendo que yo no era ni misionero ni explorador y que estaban
cometiendo un grave error al querer devorar a un buen turista ecologista. Como no me
hacían ni caso, opté por insultarles, llamándoles antiecológicos, destructores de la
naturaleza, y otras lindezas parecidas, hasta que el jefe tuvo a bien darme ciertas
explicaciones: “Señor turista, dijo, usted perdone, pero está en un error. Debe usted
comprender que es usted una especie invasora, que hay que destruir, igual que hacen
ustedes con los siluros del Ebro. Las especies invasoras son nefastas y hay que
combatirlas por todos los medios –eso lo aprendí en la facultad de Ecología- y ahora
estamos actuando de acuerdo con esos sacrosantos principios. No se preocupe, porque
sus restos serán depositados en los diversos contenedores de colores, separando las
gafas, los botones, los implantes de las muelas etc. Todo está bajo el más estricto
control ecológico”. No me hizo gracia, sobre todo porque el caldo estaba empezando a
hervir, aunque entendía sus razones y no tenía argumentos para combatirlas. Resignado
a mi suerte me callé, encomendé mi alma a Dios y me hice pis en la sopa, que también
es ecológico.
Como es lógico esta historia también es mentira, aunque bien es cierto que
algunos ecologistas (no todos, por fortuna) merecerían acabar en la olla, pero eso es un
simple deseo que no es probable que se cumpla
En realidad, mis vacaciones de verdad se han reducido a una vida tranquila,
engordando, con amigos y buen tiempo. ¡No se puede pedir más! Aunque algo más
hubo: una excursión a Tailandia para capturar cobras a mano. Pero esta es otra historia,
y, como además también es mentira, más vale que lo dejemos correr.
Luis Urquí- Madrid- España Tarazona, Octubre de 2011
El más puro Diamante
Mi alma se quiebra
se quiebra de dolor
¿Hoy me pregunto?
De que sirvió la entrega sin tiempo
Amar sin medida crear una fantasía
Desear el más puro diamante
único luminoso con su brillo opaco los sentidos
su falsa transparencia engaño los ojos
es tempano de hielo en su interior
no tiene corazón, sus aristas laceran cruelmente
el dolor causado es indescriptible,
afloran las lagrimas al recordar los sueños
los que nunca se harán realidad
muda quede ,me dejaron sin voz
mis labios sellados nada pueden pronunciar
ecos lacerantes a la mente llegan
repitiendo constantemente
fuiste un juego un juego nada mas
Nancy Salas Aquino-México
LLUVIA DE VERANO
La tierra seca sorbe con avidez las primeras gotas. La tarde se impregna de
olor húmedo. Miro hacia el cielo y dejo que la lluvia mansa me moje la cara. El agua
lava las fachadas, limpia y reverdece las hojas de los árboles, purifica el aire, me
purifica. Tiene gusto a infancia, a pies descalzos que corren por un surco de
tomates en la huerta del abuelo. Cae cómplice y silenciosa sobre mi escondite de
cañas cruzadas. Esas voces que me llaman ya no están, esos pasos urgentes que me
buscan ya partieron. La tierra, de a poco, se encharca y salpica barro sobre mi ropa
nueva. El juego ya no me divierte, quisiera que me encuentren, encontrarlos.
La lluvia sabe a beso adolescente. Son dos que corren de la mano a
refugiarse y sofocan la risa labio sobre labio. Su mundo cabe debajo de un
paraguas. El amor dura tanto como el aguacero. Después poco importa si el agua
nos empapa.
Llueve herrumbre del techo de la vieja estación abandonada, fantasmales
ojos, sus ventanas, ven crecer el pasto sobre los rieles. Camino por el andén, el
agua incontenible y salada resbala por mi cara. Lloran lánguidamente las
ventanillas del tren que parte ignorante de la tormenta y mi desconsuelo.
Un relámpago anuncia el estrépito y el agua se descarga sobre los techos,
los patios, los árboles, las almas. La noche se tiñe de una nostalgia pegajosa que
amenaza inundarme, pero no cerraré las ventanas, no cerraré los ojos. Atravesaré
también esta lluvia aunque me cale más allá de los huesos.
No es más que una tormenta de verano.
Silvia Rodríguez.-La Plata- Argentina
LA INDECISION
Venía de trabajar del campo, cansado y sudoroso, todo el día sulfatando las viñas,
cuando su padre le llamó para entregarle una carta certificada dirigida a su nombre.
Yago no era capaz de abrir el sobre. Su padre le ayudó a leer el contenido, cuando
exclamó:
—¡Es del instituto! Dicen que te han admitido y has conseguido la beca.
El padre emocionado le dio un abrazo, Yago no pudo articular palabra, recogió la carta
y se marchó a su habitación. Una y otra vez releía el texto, sintiéndose muy angustiado,
pero también muy ilusionado; llevaba meses esperando noticias y en ese momento su
destino se vería alterado. Sus fronteras se reducían a unos cincuenta kilómetros a la
redonda. Sus amigos eran los del colegio, y su entorno familiar se interrumpiría durante
los nueve meses que iba a durar el curso, así hasta finalizar los estudios.
Llegó septiembre, las uvas empezaban a madurar en las vides y por fin, remitía el fuerte
calor.
Yago, se vio en la estación de autobuses, sus padres despidiéndole y deseándole que
algún día, esa decisión que tomaba hoy daría su fruto. Sentía miedo, incluso antes de
subir al autobús tuvo ganas de bajarse y seguir como siempre en la aldea que le vio
nacer. Fue muy rápida la despedida y cuando perdió de vista el cartel que indicaba su
pueblo. De su mejilla resbalaron unas lágrimas, con rabia se restregó los ojos y se
reconfortó como pudo, pensando que sería lo mejor.
Después de varias horas de viaje, descubrió una gran ciudad, quedando impresionado
por la monumentalidad de los edificios y de las grandes avenidas, haciendo que a Yago
se le olvidase el motivo de su marcha.
La entrada a la residencia le sorprendió, estaba acostumbrado a estudiar en una escuela
pública, que sólo disponía de varias aulas. Ahora, se mostraba ante él una enorme
escalinata y grandes pasillos.
Yago, se sentía perdido, preguntó a un estudiante, que le indicara dónde estaba el
despacho del director; siempre que llegaba un alumno al centro, el director daba la
bienvenida y después le indicaba el cuarto que iba a compartir con los compañeros
asignándole la cama y el armario.
La primera impresión de Yago fue agradable, pues los compañeros de cuarto no estaban
en mejor situación que él; solo Alejandro parecía ser quién lo tenía superado. Por algo
era repetidor, y eso, le daba un aire de suficiencia.
Yago, al principio, se hacía un lío con las aulas, el cambio de profesores y nuevas
asignaturas hacían que el comienzo le resultase un tanto difícil; incluso en alguna
ocasión llegó tarde a clase por despistarse con las aulas.
Lo que peor llevaba eran las comidas, su alimentación había cambiado muchísimo, no
estaba acostumbrado a probar otros sabores, echaba de menos los guisos de su madre y
sobre todo, al llegar la noche, añoraba las reuniones familiares junto al calor del brasero,
para comentar cómo había ido la cosecha y las pocas noticias que ocurrían en el pueblo.
Le costó adaptarse los primeros días, las asignaturas era más complicadas que las del
año anterior, aunque su nivel era muy elevado. Además, tendría que olvidarse durante el
curso de hablar en gallego, y algunos significados en castellano le resultaban difíciles de
entender, incluso para sus compañeros era complicado hablar con Yago.
Comprendían que poco a poco se iría adaptando, al fin y al cabo todos en cierta medida
habían pasado por una experiencia parecida.
Después de finalizar las clases, cuando el sol se ocultaba, Yago siempre iba a refugiarse
a su rincón favorito, junto al río.
Y era allí, dónde su mente volaba hasta su pueblo, le gustaba imaginarse que nada había
cambiado, sus hermanos pequeños llegaban del colegio, podía ver a su madre, poniendo
las potas en el fuego. Su padre cansado y diciendo:
—Hemos recibido carta del chico, dice que está muy contento y que le va muy bien y se
acuerda de nosotros.
Podía ver al abuelo, recibiendo regañinas de la abuela por quemarse las camisas con el
cigarrillo encendido a un lado de la boca.
La abuela tejiendo calcetines de lana para que a Yago, no se le enfriaran más los pies.
Él sabía que los primeros meses eran los más difíciles y que si los superaba, no habría
ningún problema en continuar.
Miró su reloj, se levantó corriendo, eran las ocho y dentro de media hora, empezarían
las cenas y le pondrían falta por el retraso.
Habían pasado seis meses y una tarde, decidió escribir a sus padres y comentarles su
verdadera situación.
Queridos padres:
Siento mucho decirles que no puedo más.
Soy incapaz de vencer mi timidez.
Me resulta muy difícil no poder comunicarme con los demás y sobre todo no sé estar
sin vosotros.
Quiso seguir rellenando más líneas y no pudo continuar.
Se acordó de las palabras que su padre le decía:
“Tú mi chico, algún día serás un alguien, pero para eso tendrás que luchar día a día, y
cuando creas que estás vencido, tendrás que levantarte tú solo, tantas veces te caigas,
tantas veces te levantarás”.
Yago con rabia, estrujó la carta entre sus manos, se arrepintió de haber escrito un solo
renglón.
Ni era el primero en salir del pueblo, ni sería el último, también el abuelo Eusebio, tuvo
que hacerlo antes que Yago.
Eran los tiempos del hambre, cuando las vides no daban para comer a toda la familia,
como cualquier paisano, emigró a la Argentina durante varios años, con lo que pudo
recaudar, compró tierras para que pudiera subsistir la familia.
Cuando Yago era pequeño y tenía cinco años, le comentó a sus padres:
—El día que sea mayor, no quiero manchar mis manos de tierra, para eso estudiaré y
tendré que marcharme muy lejos de aquí.
Si renunciaba a continuar estudiando, su destino sería igual que el de su familia.
Empezaban los exámenes de junio y Yago iba superando las pruebas con calificaciones
muy altas. Una tarde después de salir de clase, le llamó el tutor a su despacho, quería
hablar con él, mientras se dirigía a la cita, se iba preguntando, ¿qué pasaría? El tutor le
tendió la mano al verle y le invitó a que se sentara.
—En primer lugar, tengo que felicitarte, por los buenos resultados de este año—, Yago
sonriendo le dio las gracias — continuó hablando el tutor.
—Sé el gran esfuerzo que ha supuesto para ti este año, el comentario unánime de tus
profesores, es de excelente, pero también sé, Yago, que lo has pasado mal, tus
compañeros de clase y los de la habitación, me han dicho que no sabían cómo te podían
ayudar para que no te sintieras desplazado.
—Sí, lo he pasado fatal —dijo Yago—, ahora todo va mucho mejor, me he ido
familiarizando con los compañeros y adaptándome a las costumbres de aquí.
El tutor concluyó la entrevista, y dándole una palmada en la espalda, le dio la
enhorabuena.
Esta vez Yago volvió a escribir a sus padres, de la siguiente manera:
Querido padres:
Han sido difíciles para mí los comienzos, ahora me siento contento de haber superado
por fin el curso, las notas han sido muy buenas y estoy deseando abrazarles.
Yago, volvió a finales de junio al pueblo, la cosecha ese año fue espléndida, las cepas
cargadas de uvas maduradas por los rayos del sol.
Todos los años a finales de septiembre, el pueblo entero se levantaba en fiestas, para dar
las gracias a su Patrón San Genaro, festejando la vendimia. El primer racimo de uvas, se
ofrecía al Santo.
Hacía años que las primeras uvas en madurar eran las del abuelo Eusebio. Por eso, se
vestía con sus mejores galas y en la procesión abría el paso de la comitiva detrás de San
Genaro, llevando el bastón en alto y en el extremo colgado el primer racimo de uvas,
mostrando con orgullo que sus cepas eran las mejores de la comarca.
Detrás del cortejo de vendimiadores iba la comparsa de gaiteros y tamborileros, todo el
pueblo se echaba a la calle, bailando muñeiras y cantando canciones típicas de la zona,
así hasta la hora de comer, en la plaza del pueblo cerca del ayuntamiento, se ponían
unos tablones grandes, dónde no faltaba el pulpo y los cachelos, regados con un vino do
ribeiro ¡que quita el sentido!
El olor a uvas recién cortadas almacenadas en baldes esperando a ser prensadas, hacían
inolvidable la recogida de la vendimia.
Veinte años después, Yago ha visto cumplidos sus deseos de cuando era niño, ahora
vive en una gran ciudad, con un trabajo en la que sus manos están llenas de papeles y
dónde para ir de la oficina a su casa, tarda más de una hora en desplazarse.
Ha sido padre y lo primero que hará, será llevar a su hijo al pueblo y cuando tenga edad,
le mostrará sus orígenes, dónde estudio. Y allí dónde nace el río, dónde el olor a tierra
se hace más intenso; allí le hablará de su indecisión.
Pilar Serrano Rodríguez- Madrid- España
BOGANDO Me siento lluvia / enarbolando las alas
del invierno en la noche.
Me siento viento / trepidando en las veletas
abrazando los rincones.
Me siento cauce / circundando tu imagen
diluviando palabras/
orillando los sueños
y bogando / empeñosa
hacia el declive final.
Pero nada perturba
este momento / nada lo empaña.
Llevo conmigo tus huellas
tu hemisferio / nuestra historia.
Aunque el silencio me estalle
entre las manos / estás aquí
y al abrigo de tu luz
mueren las sombras.
Belkys Larcher de Tejeda-Coronada- Santa Fe- Argentina (De su libro “Navegando los miedos”)
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