emilio salgari - el tesoro de los incas

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  • 7/24/2019 Emilio Salgari - El Tesoro de Los Incas

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    jefe indio Sinoky despus de sufrir un brutal ataque siente que llega la hora de su m

    convoca a su amigo John Webber al que revela la existencia de unos docume

    steriosos e importantes. John Weber consigue descifrar el contenido de e

    cumentos y descubre la existencia de un canal subterrneo que une Kentucky y P

    rprendentemente en esos documentos se hace tambin referencia al famoso Teso

    s Incas. Decidido a comprobar la veracidad de estos documentos se propone llev

    bo una expedicin recorriendo el misterioso canal hasta su fin. En esta aventura co

    n la ayuda inestimable de los fieles Morgan, Burthon y OConnor.

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    Ttulo original:Duemila leghe sotto lAmericaEmilio Salgari, 1888

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    CAPTULO I

    El ingeniero Webber

    A noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tej

    las casas, y un viento endiablado y frigidsimo silbaba entre las desnudas ramas de los rbolgoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de abina, entraba a galope en Munfordsville, pequea e insignificante aldea, situada casi en el estado de Kentucky, en la Amrica del Norte.Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas

    che, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habra apresura

    cerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenrselas que haber con iestro jinete.El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio ca

    s altas botas de montar y su carabina, no poda menos, en verdad, de producir a primera una inquietud.Ms quien le hubiese mirado de cerca, se habra tranquilizado al punto. El rostro de

    mbre era franco, abierto, nobilsimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de preugas, ojos negros hermossimos, algo melanclicos y coronados de grandes cejas, nariz re

    gados labios sombreados de un tanto spero bigote.Apenas lleg el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentame

    recha e izquierda, como si buscase a alguien, meti la mano en un bolsillo interior de su chuciopelo negro y sac un magnfico reloj de oro.Las doce dijo, acercndole a los ojos. Con esta obscuridad, no ser fcil encont

    erta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bachdisecado.Y espoleando al caballo, que lanz un sofocado relincho, atraves a galope la aldea, y por

    uvo ante una casita casi desmantelada.

    Mir con atencin la puerta, y sobre ella vio clavado una especie de nade con lassplegadas.He aqu el canwass-bachmurmur.Baj de la silla, at el caballo a los hierros de una reja, y llam tres veces a la puerta, por c

    ndijas salan algunos rayos de luz.Quin es? pregunt una voz desde dentro.El ingeniero John Webber respondi el jinete.Al punto rechinaron los cerrojos, abrise la puerta y apareci un hombre con una linterna

    no.

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    Podra tener hasta treinta aos, y era un mestizo de una estatura mediana, aunque muy membpiel obscura, ojos grandes, vivsimos e inteligentes, labios gruesos pero no abultados; nar

    co aplastada y cabello negrsimo y rizado, como el de los negros. Su traje se asemejaba muclos cazadores de las grandes praderas del Oeste: chaquetilla de tela burda con dibujo

    rdoncillos azules, ancha faja ceida al talle, pantalones de piel de gamo, grandes polainas y piel de zorra.Sois vos, seor? pregunt dirigiendo la luz de la linterna sobre el ingeniero. No

    ros con esta horrible noche.No temo a la lluvia ni al viento, Burthon respondi el caballero. Apenas recib tu t sobre la silla y part a galope. Qu deseas?Ante todo, entrad, Sir John.El ingeniero y Burthon penetraron en la cabaa. Hallronse en una salita pobremente alhaja

    mbrada por un gran fuego que arda en la chimenea. Haba all tres o cuatro asientos cojossa, sillas y guarniciones de caballo, varios fusiles colgados de un clavo, dos o tres fu

    chillos de los llamados bowieknife, algunos cuernos llenos, sin duda, de plvora de fusil, y p

    oso y ciervo puestas a secar.Burthon destap una botella de whisky, llen un vaso y se lo ofreci al ingeniero.

    Bebed, Sir John le dijo, es del bueno. Y ahora decidme: Podr vuestro caballo recalope otras seis millas?Por qu lo preguntis? replic Sir John.Debemos partir inmediatamente.Has descubierto el rastro de algn oso? T te acuerdas de m siempre que es menest

    en tiro de fusil.

    No se trata ahora de salir de caza, Sir John. Vamos a ver a un hombre que est a punrir, y que desea hablar con vos.A un moribundo? Y quin es?Os lo dir en el camino.El ingeniero apur el vaso y psose en pie inmediatamente.

    Partamos dijo.Burthon arroj un cubo de agua sobre el fuego, colg de su tahal un cuerno lleno de plv

    a bolsa con balas, y descolg del clavo un fusil.

    Tienes caballo para ti? pregunt el ingeniero.Tengo a mi mustang. Vamos, Sir John.Los dos hombres salieron de la cabaa. El cazador cerr la puerta con llave y sac d

    echado un hermoso corcel de la pradera completamente enjaezado.A galope! grit saltando gilmente a la silla.Los dos caballos, vigorosamente espoleados, lanzronse a escape, dejando a su derec

    unfordsville.La noche segua siendo horrible y oscursima. Un viento helado y violentsimo silbaba ent

    mas de las encinas, acebos, hayas y olmos, torcindolas y quebrndolas; y una lluvia

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    petuosa que antes se derrumbaba y corra entre los surcos de las plantaciones. No se vea por nguna ser viviente, ni brillaba una sola luz en las casas.Pero a dnde me llevas? pregunt el ingeniero, tras breve espacio, a su compaeroopaba a su lado.Al lecho de un moribundo a quien siempre socorristeis generosamente: el indio Sinoky.Cmo? Se halla Sinoky moribundo?S, y temo que no alcance a ver el sol de maana.

    Qu le ha sucedido? pregunt el ingeniero con voz conmovida.Os lo contar en pocas palabras. Hace quince das, tornaba el pobre Sinoky a su cabaa crvo montes que haba cazado en un bosque; de pronto hicieron fuego sobre l tres hombreaban escondidos detrs de un rbol, y apenas le vieron caer, derribaron la puerta de su alberrobaron cuanto tena.Y donde le hirieron?En el pecho, de dos balazos! Apenas me enter corr a buscarle, y le cur; pero esta maha agravado tanto el herido que, como os dije temo no llegue a maana.

    Y quines son los asesinos?Los conozco a los tres. Uno es un blanco llamado Carnot, y los otros, dos aventureros

    adera.Y dnde estn ahora?Habrn atravesado el Mississippi, y refugindose en las grandes praderas del Oeste. Pejuro, seor, que los encontrar y ser muy pronto.Tienes propsito de volver a las grandes praderas?En Kentucky ya no hay caza, Sir John.

    Vives ahora solo?No; contino con OConnor y Morgan.Entonces, tus compaeros estarn junto a Sinoky?Creo que no.Esta maana me dijeron que queran batir un bosque donde haban hallado las huellas

    o.Y t sabes por qu desea verme Sinoky?Ya os he dicho que para hablaros.

    Pobre Sinoky! murmur el ingeniero. Apresurmonos, Burthon.A la una de la maana los dos jinetes, despus de haber costeado por algn tiempo la r

    recha del Green, ancho caudal de agua que desemboca en el Ohio, se internaron en medio peso bosque de acebos de obscuro follaje, por un sendero apenas transitado.

    All no llova, pero la obscuridad era tan profunda, que no se vea ms all de tres pasosnto bramaba de tal suerte, que el bosque pareca estar lleno de fieras.A las dos, Burthon, que iba guiando, torci bruscamente hacia el Este, y recorridos trescien

    atrocientos metros, se detuvo ante una pequea cabaa, cuyas ventanas hallbanse iluminadas.A tierra, Sir John dijo bajando de la silla.

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    El ingeniero obedeci, y se dirigi a la cabaa, dejando a su compaero que se cuidase ballo.

    En la puerta le recibi una anciana negra.Sois el ingeniero Webber? pregunt sta.El mismo. Duerme Sinoky?No, seor.Cmo est?

    Muy mal. No le prometo cuatro horas de vida.El ingeniero entr en la cabaa; hallse en una estancia rectangular, iluminada por una ve

    bo y muy mezquinamente amueblada. En el medio una mesa, algunas banquetas alrededor, fugados en las paredes, algunas hachas indias, algn cuchillo, cuernos de bisonte, pieles, frasq

    ocasines[1]bordados, prendas de vestir amontonadas en un ngulo, y en el fondo un lecho sobal respiraba angustiosamente un hombre muy viejo y flaco, de piel rojiza y cabellera todava muy larga.

    El ingeniero se detuvo un momento a mirar con ojos compasivos a aquel desgraciado que pa

    lmente a punto de morir; despus se acerc al lecho.Sinoky, mi pobre amigo! dijo con voz conmovida.El indio, al or aquella voz, abri los ojos semiapagados, y despus, haciendo un esfuerz

    orpor lentamente.Vos! exclam, mientras alumbraba sus ojos un vivo relmpago. Mi hermano blanmpre bueno.Cmo ests, amigo mo?El indio intent sonrer, ms no lo consigui.

    El Gran Espritu me llama dijo despus con voz enronquecida.No desesperes, Sinoky dijo Sir John, estrechando afectuosamente la mano que el morib

    tenda.Siento que mi vida se acaba, hermano blanco Oh, pero un indio no teme a la muerlo tema dejar esta vida sin haberos visto, ySe interrumpi e inclin la cabeza, como si tratase de coordinar sus ideas; despus se tend

    evo en el lecho, y continu con voz ronca:Mi hermano blanco ha sido siempre bueno con sus hermanos rojos y siempre l

    udado con largueza, su corazn siempre ha sido grande, generoso.Qu quieres decir con eso, amigo? pregunt el ingeniero.Lo sabris en seguida; me quedan quiz algunas horas de vida; s, poco tiempo

    co; siento que las balas de los asesinos estn cerca del corazn Est muy atenrmano blanco a cuanto voy a decirle Me ha hecho a m mucho bien y yo se lo har a l.Habla, Sinoky; pero despacio, no te fatigues.Poco ser ya lo que me fatigue dijo el indio con amarga sonrisa. Escuchadme, hero.

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    CAPTULO II

    El tesoro de los Incas

    VOLVI el indio a incorporarse, bebi algunos sorbos de agua azucarada, y despus, cogiendnos del ingeniero y clavando sobre l sus ojos que se iban poco a poco apagando, con voz rorecortada hizo la siguiente narracin:Hace muchos aos, un da de los primeros del mes en que caen las hojas[2],mi padre, qugransakem[3]de la tribu de los Shawanis, me llam a su cabaa. Haba recibido en un com

    s hachazos en el pecho y estaba prximo a expirar.A su lado haba dos arquillas de hierro muy viejas y cubiertas de herrumbre, las cuales sin

    ba tenido hasta aquel da sepultadas bajo tierra.Hijo mome dijo: dentro de poco comparecer ante el Gran Espritu. Te dejo mis cabafiel tomahawk[4],mi fusil y estas dos arquillas, que guardars cuidadosamente.Contienen documentos muy antiguos que hered de mi padre, y l hered del suyo. Si alg

    e nuestra tribu en la miseria, lelos; y si haces cuanto ellos te indiquen, tendrs oro bastantemprar caballos, cabaas, anuas y vveres para todos nuestros hermanos rojos de Amrica.

    Y dicho esto, cerr los ojos para no volver nunca a abrirlos. Su alma haba volado al senan Espritu.

    Al llegar aqu, detvose Sinoky para recobrar aliento. Su voz habase enronquecido cads, y un viscoso y abundante sudor corra por su frente y sus mejillas.No prosigas, amigo le dijo el ingeniero. Vas a apresurar tu muerte.Es preciso que hable respondi el indio con firmeza. Yo lo quiero.Descansa siquiera un poco.El indio hizo un gesto negativo y prosigui:

    Sucedi lo que mi padre haba previsto. Mi tribu, perseguida por sus enemigos, robadncos y rojos, cay en la ms extrema miseria; y ahora anda errante por las orillas del Missis

    del Ohio, perseguida por el hambre y por el fro. Si no hay quien la socorra, desaparecernesto de la tierra los ltimos Shawanis.Y las arquillas? pregunt el ingeniero. No las abriste?S, varias veces.Qu contenan?Documentos duplicados, pero que no logr nunca descifrar.Dnde estn ahora esas arquillas?Una, que se hallaba oculta en esta cabaa, me ha sido robada por los hombres que me hirdos balazos en el pecho. La otra est escondida en el bosque.

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    El indio volvi a detenerse, pero en seguida aadi:Hermano, lo que yo no he hecho podis hacerlo vos.Yo?S, vos. Yo os dir dnde est la arquilla; examinaris el documento, iris a descubroro, daris la mitad de l a mi tribu y tomaris vos la otra mitad.Rehus, Sinoky.Por qu rehusis? pregunt el indio con suave acento de reproche.

    Yo no necesito dinero, Sinoky. Pero te prometo que si descubro el tesoro, se lo dar ntetribu.El indio sacudi su cabeza.

    Esccheme mi hermano. Vos me habis socorrido muchas veces; dejadme que ahora os hambin algn obsequio.

    Pero es que quiz la suma que t quieres regalarme sea inmensa.La dividiris con Burthon, OConnor y Morgan. Tambin ellos me han favorecido.Y aceptarn?

    Son pobres cazadores, que arrostran la muerte cada da para vivir. Hermano, juradmmpliris mi ltima voluntad.Pues bien, lo juro.Gracias, gracias murmur Sinoky. Ahora, escuchadme atentamente.Intent incorporarse un poco, pero volvi a caer sin fuerzas, lanzando un sordo gemido.

    La muerte se acerca murmur roncamente. Escuchadme, escuchadme Detrs dbaa hay un sendero que conduce hasta el bosque. Seguidlo hasta que encontris un artado en su mitad All, torced a la derecha hasta contar quince pasos; escucha

    cuchadme; despus hallaris otro acebo con tres cortes profundos; cavad al pie de quilla est, est all.

    Por ltima vez se enderez, cogi las manos del ingeniero, las apret fuertemente, agit los ovi los secos labios como si quisiese pronunciar alguna otra palabra y en seguida se despbre el lecho y permaneci inmvil.Ha muerto! exclam el ingeniero, apoyando una mano sobre el corazn del desgra

    dio.Burthon!

    A su voz acudieron el mestizo y la anciana negra, que estaban sentados junto a la puerta. Avinaron lo sucedido.Pobre Sinoky! dijo Burthon, quitndose su gorro. Malditos sean sus asesinos!En el interior de la cabaa rein un breve silencio, slo interrumpido por los sollozos

    gra.Encended cirios dijo el ingeniero.Burthon sac dos velas de una especie de saco, y despus de encenderlas las coloc jun

    dver.Ahora prosigui Sir John, coge un azadn y una pala y sgueme.

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    Vamos a cavar la fosa para enterrarlo?No; tenemos que penetrar en el bosque. Y t, buena mujer, no llores. Tengo una casa mjor que esta cabaa; yo te la dar y vers cmo no te falta lo necesario para vivir. Varthon.Salieron de la cabaa, roderonla por detrs y tomaron un senderillo que desapareca en mbosque de acebos.Comenzaba a blanquear por el Oriente. Por el cielo corran nubarrones de color plomizo;

    ba dejado de llover. Algn pjaro gorjeaba sobre las ramas ms altas de los rboles, y a lo lcia Munfordsville, oase ladrar a algn perro.

    Haban Sir John y Burthon recorrido algunos centenares de metros, cuando reson en la orillsque un silbido agudsimo.Es una seal? pregunt el ingeniero, detenindose.Son mis dos compaeros que regresan respondi Burthon. Debo llamarlos?S, los necesito.Burthon aplic dos dedos a los labios y lanz un silbido estridente, y tan fuerte, que pod

    do a inedia milla de distancia.Al punto, dos hombres, Morgan y OConnor, se aproximaron por el sendero.El primero era alto, un poco delgado, de aspecto noble, con ojos negrsimos y barba tam

    gra, recortada a estilo americano; el otro era, por el contrario, muy bajo, pero membrudochas espaldas, piel un poco bronceada y un bosque de cabellos rojos. Ambos vestan rthon e iban armados de carabina y de slidos bowieknife.Al ver al ingeniero, descubrironse respetuosamente la cabeza.

    Cmo ests, Morgan? Y t, irlands? pregunt el ingeniero, acercndose a los

    zadores y estrechando sus manos.Estemos bien, seor respondi OConnor.Habis cazado algo?Con una noche tan horrible, era imposible descubrir las huellas del oso. Y Sinoky, cmo El pobre viejo ha muerto.Muerto! exclamaron los dos con tristeza.Tenis algo que hacer? pregunt el ingeniero.Nada, seor respondi Morgan.

    Entonces, seguidme.Pero a dnde vamos, Sir John? pregunt Burthon.A desenterrar un documento que nos servir de gua para descubrir un gran tesoro.Descubrir un tesoro? exclamaron el mestizo y el irlands.S, amigos.Pero de quin es ese tesoro?El ingeniero les inform en pocas palabras de cuanto le haba confiado Sinoky.

    Vamos, pues, amigos djoles cuando hubo terminado.Pusironse en camino, siguiendo siempre el senderillo, y poco despus llegaban ante un

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    rtado a la mitad de su altura. El ingeniero torci a la derecha, y contando, como le haba dicdio, quince pasos, se detuvo ante otro acebo, sobre el cual veanse tres profundas incisiones.Cava aqu, Burthon dijo.El mestizo empu la azada y comenz a cavar, mientras OConnor, valindose de la

    haba fuera la tierra. Al poco rato el pico choc contra un cuerpo muy duro que produjo un tlico.Burthon se inclin sobre la fosa, meti las manos en la tierra y haciendo un poderoso esf

    c una arqueta de hierro de un pie de larga y seis pulgadas de ancha, y cubierta de una espesaherrumbre.Sir John la examin atentamente, esperando encontrar algn muelle o resorte que perm

    rirla; pero nada vio Entonces cogi el azadn y golpe los goznes con tal violencia, que al punieron pedazos.Burthon levant la cubierta y apareci un rollo de pergamino muy amarillento y atado con

    denilla de oro.El documento! exclamaron los cazadores con viva emocin.

    Sir John lo sac y desenroll, y se puso a examinarlo con profunda atencin.Qu contiene? pregunt Burthon.Veo un plano, nmeros y palabras castellanas.Podis descifrarlo? pregunt OConnor.As lo espero.De all a poco sali de sus labios una exclamacin de estupor.

    Oh! Qu es lo que veo? exclam con voz entrecortada. Morgan! Burthon! OCos el tesoro de los Incas!

    Cmo? El tesoro de los Incas? grit Morgan. El tesoro de los Incas habis dor?S, Morgan, s; el tesoro de los Incas. Amigos mos, son cientos de millones los que vam

    scar.Pero estis seguro de no engaaros, seor?No; no me engao, Morgan. Este documento nos ensea el camino para llegar a la ca

    nde se esconde el famoso tesoro de Huascar.Traducid ese escrito, seor.

    Dadme cinco minutos de tiempo.Sentse sobre el tronco del rbol cado, sac un lpiz y un librillo y se puso a trabajar. Mo

    rthon y OConnor devoraban con sus ojos las palabras que escriba. No pareca sino que loban sido presa de repente de violentsima fiebre, pues sus miembros temblaban fuertemente.

    Tambin se hallaba agitado el ingeniero. De sus labios salan frecuentes exclamaciones y mblante se iba pintando el mayor asombro a medida que iba traduciendo el documento.

    Transcurridos diez minutos, levant la cabeza, y mirando a los cazadores dijo con voz alteraNo me he engaado. Se trata realmente del tesoro de los Incas.Decidme, Sir John pregunt Burthon. Es grande ese tesoro?

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    Es inmenso, Burthon; tan inmenso, que con l se podra comprar Nueva York con todoques.De quin es ese tesoro? pregunt OConnor.Escuchadme, amigos. Hacia el ao 1525 muri Huauna-Capac, emperador del Per, dejahijo Huascar el Imperio, y a su hijo Atabalipa el reino de Quito.Durante cinco o seis aos los dos hermanos vivieron en paz, pero despus nacieron entre

    alidades que les llevaron a una cruelsima guerra fratricida.

    Huascar, envidioso de la popularidad de su hermano, y aguijoneado por la ambicin, le intie le cediese el reino de Quito. Negse a ello Atabalipa, y la guerra estall encarnizadsimbas partes. El rey de Quito, joven, gallardo, generoso y capitn habilsimo, derrot a las tperiales en varias batallas, conquist una a una las ciudades del Imperio y logr, por loderarse de su hermano, al cual mand prisionero a Casamassca.

    El desgraciado Emperador posea tesoros inmensos, heredados de su padre, y los haba hconder en un lugar conocido slo por l y por algunos de sus fidelsimos curachis[5], habcho matar a los hombres que los haban conducido; as, cuando Soto y Barca, capitane

    ancisco Pizarro, conquistador del Per, le visitaron, l les ofreci estos tesoros a cambio ertad. Mas, por desgracia, Atabalipa tuvo barruntos de este ofrecimiento, y temeroso deascar, una vez libre, se pusiese nuevamente en campaa, le hizo estrangular secretamente p

    neral Quiezquiez.En vano los espaoles buscaron los tesoros; en vano dieron tormento a varios cur

    perando arrancarles el secreto; los tesoros jams fueron hallados, sin que tuviesen mejor suerpediciones emprendidas con este fin en diversas pocas por audaces aventureros.

    Este documento, amigos mos, nos seala el camino para llegar a uno de esos escondites, qu

    ncipal, y aun el nico donde se hallan los tesoros.Entonces, es preciso encontrar esos tesoros dijo Burthon.Pero dnde se hallan? pregunt Morgan.Escuchadme, amigos dijo el ingeniero, extendiendo el precioso documento.El punto de partida ser, segn lo indica este plano, la Caverna del Mammuth.Pero entonces est muy cerca el tesoro dijo Burthon.Al contrario. Parece que se halla muy lejos. Conoces la caverna?Como a Quisville.Entonces sabrs que al final de una de sus galeras hay un abismo al que se ha dado el noMaelstroom.Lo s. Es un abismo que todava no ha sido explorado y al que se cree muy profundo.Pues bien, all, en el fondo de abismo, si hemos de creer a cuanto dice el documento, exisera que conduce a un ro subterrneo y navegable.Y debajo de ste est el tesoro?No; el pergamino dice que es preciso seguir todo el curso de agua, que es largusimo y avo largo de muchas galeras. El tesoro se hallar en una gran caverna circular, sostenida

    mensas columnas talladas en la roca.

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    Pero a qu distancia del Maelstroom? pregunt Morgan.El documento no lo dice, pero habla de muchos das de navegacin y de muchos otrrcha.Es sorprendente dijo el cazador. Cmo puede ser que la Caverna del Mammuth con

    a cueva donde se esconde el tesoro de los Incas?En efecto, es asombroso; sobre todo si se considera la enorme distancia que separa a KenPer confirm el ingeniero.

    Habr debajo de Amrica una gigantesca galera? Habis alguna vez odo hablar de estoNunca, Morgan.Pero cmo es que ese documento se hallaba en poder de los jefes Shawanis?Y quin nos dice que la tribu de los Shawanis no es una fraccin de los Incas?La observacin es acertada, seor. Pero cmo han llegado esos Incas hasta Kentucky?Por la gran galera sealada en el documento.Una galera de dos mil leguas!Pues para trazar este plano, es preciso que alguien haya hecho ese maravilloso viaje.

    Morgan le mir con estupor, sintindose impresionado por aquel razonamiento que hallabanado.Entonces, existe ese subterrneo dijo.Debe existir, Morgan. Sin duda, una tropa de lacas emprendi ese largo viaje y cerr de

    pozo que conduce a la Caverna del Mammuth.Qu decids, seor? Intentaremos el viaje?El ingeniero no respondi. Pensaba, sin duda, en los inmensos peligros que ofreca seme

    presa.

    Seor dijo Morgan, con voz conmovida. Yo s que vos sois, no slo un hbil cazadormbre valiente, sino tambin uno de los ms ilustres ingenieros de que se enorgullece Kentuco de los sabios ms animosos de los Estados Unidos. Poneos a nuestra cabeza y nosotrguiremos a donde queris conducirnos. Si encontris los tesoros nos habris salvado a nosotrmiseria y a los Shawanis de una muerte segura.El viaje me tienta, Morgan. Pero habis pensado vosotros en los peligros que habremostrar?Los peligros no nos asustan dijo Burthon.

    Puede costarle la vida a alguno de nosotros.No importa dijo OConnor.Pues bien, acepto ser vuestro jefe. Pero habis de jurarme dos cosas.Hablad dijo Morgan.Lo primero, juradme que me obedeceris ciegamente.Lo juramos dijeron los cazadores.Despus, juradme que entregaris a los indios Shawanis la mitad del tesoro.Lo juramos tambin repitieron los cazadores con voz solemne.Entonces, maana volver yo a Louisville a preparar cuanto se necesita para la

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    pedicin, y dejar arreglados mis negocios. Y vosotros os introduciris en la Cavernaammuth, haris amistad con los guas y estudiaris el camino que conduce al Maelstroom. Y, sdo, guardad secreto. Todos deben ignorar nuestro viaje.Cunto tiempo necesitaris para los preparativos? pregunt Burthon.Unos veinte das, a mi juicio.Seor dijo Morgan. Costarn mucho los objetos que nos sern necesarios?Sin duda; pero no te preocupes de eso. Tengo lo suficiente para comprar veinte veces m

    que necesitemos. Si no me equivoco, t eres maquinista.He navegado seis aos sirviendo en las mquinas de la Compaa del Pacfico.Y t, OConnor, has sido marinero?S, seor; muchos aos.Basta, pues. Regresemos, amigos.Aquella maana fue sepultado el cadver de Sinoky en la misma fosa donde haba sido halla

    eciosa arquilla; y unas horas despus, partan para Louisville el ingeniero y la anciana nentras los cazadores se encaminaban a la Caverna del Mammuth.

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    CAPTULO III

    La Caverna del Mammuth

    INGUNA caverna del viejo mundo puede competir en amplitud, profundidad y belleza c

    verna del Mammuth, de Kentucky.Este inmenso antro, que se hunde en los flancos de una montaa y desciende hasta las entra

    tierra, convirtiendo el suelo en una esponja colosal, formada Dios sabe por qu espaaclismo, se halla a corta distancia del Green-River, casi en el rin de Kentucky.Parece que tan desmesurada caverna debera tener una entrada gigantesca; y, sin embargo, su

    do lo contrario. Penetrase en ella por una especie de pozo de cuarenta pies de profundid

    enas tres metros de anchura, el cual, por uno de sus ngulos, recibe las aguas de un riachueloprecipita dentro con fragor diablico, odo all abajo a muy larga distancia. La ms vig

    scripcin no puede dar sino muy plida idea de esta caverna, de cuya posesin se enorgullecerteamericanos.

    Aquello es un caos de tenebrosos corredores que suben hacia el monte y descienden raas de la tierra, ora rectos, ora quebrados y tortuosos, ya anchos y elevados, ya angostos os, que se tropieza con la cabeza en la bveda; es un laberinto de cpulas esplndidas, de c

    rmosas, de celdas y celdillas, de bvedas inmensas, interrumpidas por mil entrantes y salient

    os espantosos, de columnas desmesuradas, perforadas, rotas, y cuyas cimas se pierden muces en profundas tinieblas, de abismos horribles, de cavidades extraas y misteriosas, dentcuales viven blancos grillos que causan espanto; de lmpidos torrentes que corren sobre lechncas piedras, ya con leve murmullo, ya con furia irresistible, hinchando los subterrneos dgores y mugidos que el eco repite incesantemente de caverna en caverna; es, finalmente, unmaravillosas cristalizaciones, de alminares turcos, de rboles, espirales, flores magn

    ladas en el ms puro alabastro, de estalactitas y estalagmitas de mil formas y tamaos, que lntsticos fulgores; y de cien mil especies de mrmoles, blancos unos, verdes como esmer

    os, rojos como rubes, amarillos como topacios, azules como zafiros, veteados de plandecientes, hermossimos. Cualquiera dira que un hada ha reunido en aquellos tenebros todas las piedras preciosas de la tierra.All, bajo aquella montaa, rota, minada de cien mil maneras, hay que admirar el Gabine

    eveland, que con sus maravillosas cristalizaciones parece labrado y construido por el genio distas; all es de ver la caverna de lasBolas de nieve, abierta en un bloque inmenso de blanqurmol y sembrada de piedras esfricas que causan escalofros; all son de admirar la Cunreva, cuyas paredes parecen cubiertas por un tapiz de piedra amarilla, y cuyos suaves plieecen a la vista el dibujo de un teln de teatro; la Sala de las Sombras, tumba de los ant

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    dios, y en cuyo centro se alza gigante el blanco esqueleto de un mastodonte; la Cpula de Yuna que no es posible distinguir la bveda, ni aun con las ms potentes lmparas; el Valle delyas repercusiones sorprenden, espantan y hacen creer que en sus obscuros antros se escondin de duendes; laMansin de los Invlidos, a la cual van los enfermos del pecho; la Ctrellada, inmensa, magnfica, tachonada de miles y miles de facetas que chispean extraamenplandor de las hachas, y finalmente elMar Muerto, negra y tranquila la superficie de agua, qrde bajo oscuras bvedas, y que a la extremidad de una espantosa galera se abre en el miste

    aelstroom, el gran abismo que deba conducir al ingeniero y a los cazadores al hallazgo del faoro de los Incas.Fieles a las rdenes recibidas de Sir John, Morgan, Burthon y OConnor, despus de vend

    cos objetos que posean, alojbanse haca ya quince das en uno de los numerosos hoteles qantan en las cercanas de la maravillosa caverna.Haban trabado ntima amistad con los guas, a los cuales les convidaban frecuentemente a a

    tella de whisky o degin; y fingindose apasionados gelogos, haban visitado muy despacverna, y especialmente la galera que conduca al Maelstroom.

    A los diecisis das, en el momento en que Morgan bajaba la escalera del hotel para dirigirsverna, encontrse con el ingeniero Webber, que acababa entonces de llegar.Vos aqu ya, seor? le dijo Morgan, estrechando vigorosamente la mano que Sir Joda.Condceme a tu cuarto, y hablaremos.Morgan, le hizo entrar en una estancia aderezada con elegancia y le ofreci una cmoda silla

    Todo est preparado dijo Sir John. El equipaje est a dos millas de aqu, a la orilla sque.

    Pesa mucho?Cinco mil trescientos kilos.Cinco mil trescientos kilos! exclam el cazador, abriendo asombrado los ojos. Y e

    nsiste ese equipaje?En un barco de vapor, todo de acero, para navegar por el ro marcado en el pergamino.Pero cmo nos arreglaremos para meterlo en el Maelstroom?Est desarmado, y cada pieza no pesa ms de sesenta a setenta kilos. Hasta la mquina

    smontada.

    Y el resto de la carga?Lo componen vveres, carbn, aceite para las lmparas, armas, vestidos, apauquayrolAparatos Rouquayrol?S. En nuestro viaje quiz hayamos de pasar por lugares donde el aire no sea respirable.Habis pensado en todo, seor. Y quin nos ayudar a bajar la carga y llevarla hasta la abismo?Los guas y cincuenta negros que yo he hecho venir de la plantacin de un amigo mo. Ay treme al jefe de los guas.

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    Una hora despus, el jefe de los guas de la caverna presentse ante el ingeniero, y tuvo con go coloquio, al fin del cual, marcharon los dos a visitar el misterioso abismo y colocar varatos que deban servir para bajar la carga.

    Aquella misma tarde el ingeniero obsequi a los guas y a los cazadores con un abundante coun elegante saloncito de uno de los mejores hoteles. A las nueve levantronse todos de la migironse a la caverna, junto a la cual hallbase parado un gran furgn, tirado por seis vigoballos, y rodeado de cincuenta robustos negros. En aquel furgn iba todo el equipaje que hab

    var los audaces buscadores del tesoro de los Incas.A trabajar! dijo l ingeniero. Es preciso que antes del alba est todo hecho, par

    die sepa que penetramos en las entraas de la tierra.Y no lo dirn los guas? le pregunt al odo Morgan.Me han jurado que guardarn secreto absoluto, y les creo hombres de honor.Burthon, Morgan y el jefe de los guas, con diez de sus hombres y veinte negros provistos lmparas y antorchas penetraron en la caverna. El ingeniero, OConnor y los dems, despuablecer numerosos turnos, comenzaron a descargar el furgn y a bajar los fardos, cada uno d

    ales pesaba, todo lo ms, sesenta kilos.Antes de dos horas yacan en el fondo del pozo las piezas del barco, la mquina, las provisiinstrumentos, las ropas, armas y cuanto haba adquirido el ingeniero. Slo faltaba transpo

    do hasta la orilla del Maelstroom.Sir John dio algn descanso a sus hombres, los reanim con una abundante racin de whi

    spus de repartir entre ellos varias antorchas, dio la seal de partir.Los cincuenta negros, los guas y los tres cazadores, cargados todos como mulos, emprend

    mosamente el camino, guardando absoluto silencio.

    spero era el camino, ora ascendente, ora descendente.A la una de la madrugada, la caravana lleg a la orilla del abismo, en cuyo fondo oanse fra

    tanto inquietantes.El ingeniero envo cincuenta hombres a que trajesen el resto de la carga, y despus se in

    bre el abismo, descolgando una lmpara atada a una cuerdecilla.Se ve algo? pregunt Burthon.Absolutamente nada respondi el ingeniero.De dnde proviene este fragor?

    De una cascada respondi l ingeniero. Est marcada en el pergamino. Quin bamero?Yo dijo Morgan.Yo repiti Burthon.Si tuviese la seguridad de no tenrmelas que haber con ningn espectro, bajara yo tambi

    urmur OConnor, que era tan supersticioso como todos los irlandeses.Doy la preferencia a Morgan dijo el ingeniero.El cazador se at a la cintura una lmpara de seguridad y se puso a horcajadas sobre una bar

    rro, suspendida de dos slidas cuerdas.

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    Tienes miedo? le pregunt el ingeniero, sintiendo apretrsele el coraznsconocido atemoriza aun a los ms valientes, Morgan.No tengo miedo respondi l cazador.Descolgadle, pues dijo Sir John a los guas.La cuerda comenz a desenrollarse lentamente, y el audaz cazador empez el espantoso des

    aquella sima misteriosa, que quiz le preparaba terribles sorpresas.El ingeniero, sumamente plido, segua con la mirada a Morgan, que se mantena asido

    erdas con ambos manos, y se bamboleaba a cada oscilacin de la barra. De cuando en cuandz dominaba los sordos mugidos que suban del fondo del abismo.Tienes miedo? preguntbale Sir John.No responda invariablemente Morgan.Haba transcurrido un minuto, largo como un siglo para aquellos hombres, cuando de p

    svise la cuerda. El ingeniero, que se haba retirado hacia atrs, volvi rpidamente a la orilsmo y mir hacia abajo.Deteneos orden con voz sofocada.

    Qu sucede? preguntaron temblando los cazadores y los guas.No veo ya la lmpara, y la cuerda no est tensa respondi Sir John.Es imposible exclamaron Burthon y OConnor, que sintieron baarse en fro sudontes.Callad! dijo el ingeniero. Oigo la voz de Morgan.Y se inclin de nuevo sobre el abismo y aplic el odo, conteniendo La respiracin. Entr

    dos fragores, percibi la voz de Morgan.Esperad! gritaba el intrpido explorador.

    Has llegado al fondo? pregunt Sir John.Sea porque su voz no pudiese llegar hasta abajo por el ruido de las aguas, o por otra

    alquiera, ello es que no obtuvo respuesta; pero de pronto descubri, a cuarenta pieofundidad, la lmpara que pareca salir de la pared, y sinti que la cuerda volva o ponerse tendear.Dad cable! se oy gritar en el abismo.La cuerda sigui desenrollndose otros cien pies; luego volvi a perder tensin. El ingen

    rando hacia abajo, descubri un punto luminoso apenas visible.

    Ha llegado dijo.Y despus de esperar cinco minutos, recogi la cuerda, a cuya punta vio atada una hoja de cuatro dobleces y empapada de agua. La abri y ley las siguientes palabras escritas con le llegado felizmente. Podis bajar sin temor.Ahora t, Burthon dijo el ingeniero.Heme aqu, seor respondi el mestizo. Y ponindose a caballo sobre la barra, desceizmente en menos de diez minutos. OConnor, despus de algunas vacilaciones, sigui mpaeros.Ahora dijo el ingeniero, volvindose a los guas descolguemos el equipaje.

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    CAPTULO IV

    El Maelstroom

    OS tornos y las cuerdas hallbanse a punto. Los guas, dirigidos por el ingeniero, ataron los f

    cuatro en cuatro, y los descolgaron hasta el fondo del abismo, donde Morgan, Burthon y OCoiban desanudando y poniendo en orden.La tarea dur tres horas largas, durante las cuales llegaron los negros con el resto del equi

    e fue tambin bajado al Maelstroom.A las seis de la maana haba terminado todo. El ingeniero entreg dos mil dlares al jefe d

    as, y otro tanto al capataz de los negros, e hizo que todos le jurasen que guardaran abs

    reto. Despus, mand retirar los tornos y estrechando la mano a los circunstantes ms prxnt sobre la barra que haban utilizado para bajar sus compaeros.Seor dijo el jefe de los guas, antes de ordenar a sus hombres que desenrollasen el Debo recoger tambin esta cuerda?S respondi el ingeniero.Y si os veis obligados a regresar por el Maelstroom?Escucha atentamente. Si no te sirve de molestia, te acercars diariamente hacia el medio

    orilla de este abismo, y si oyes tiros de fusil, echa una cuerda.

    Os prometo que lo har.Gracias. Si vuelvo con vida a la superficie de la tierra, te recompensar largamente.Adis, seor, y que Dios os proteja.Adis, amigo. Haz la seal.La cuenda comenz a desenvolverse, y el ingeniero descendi al horrible abismo que se

    o sus pies. Las paredes eran escabrosas, y estaban hendidas de mil maneras, formando entraientes de tal forma que el ingeniero chocaba contra ellos, rasgndose la ropa. Del fondo sudos mugidos que, conforme bajaba, banse haciendo ms formidables. Aunque posea un

    s que extraordinario, al hallarse suspendido de aquella cuerda, rodeado de espesas tinieblasenas lograba atenuar la lmpara, y lacerado por aquellas agudas peas, sinti un escalofro.

    Mir hacia abajo. All en el fondo brillaban tres puntos luminosos, y al lado de ellos descs formas humanas, apenas distintas e inmviles.Eran sin duda sus compaeros, que observaban ansiosamente el espantoso descenso.A cuarenta pasos de profundidad, sus pies se apoyaron sobre una especie de plataforma

    bresala hasta el centro del pozo. En el fondo de ella abranse cuatro obscuras grutas, por dan extraos rumores, como si por all corriesen impetuosos torrentes. Apoyndose en un psvo hacia fuera y continu descendiendo. A otros cien pies de profundidad vio salir por

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    mensa abertura una columna de agua, que se lanzaba furiosamente al fondo del abismruendo era tal que pareca que las rocas se hundan, y el mpetu tan violento, que la llama

    mpara amenazaba apagarse.Ensordecido y azotado por la espuma que llegaba hasta l, baj en lnea paralela a la catar

    o pie en una roca escarpada, sobre la cual se mantenan firmes sus tres compaeros.Bien, seor Webber!legrit Burthon al odo.El ingeniero le oy a duras penas, a causa del mugido formidable de las aguas. Cogi la ma

    compaero y la estrech vigorosamente.Los cuatro audaces exploradores penetraron en una galera, y se detuvieron en una peqverna, cuyo piso estaba cubierto de una arena negrsima, salpicada de conchitas blancas comve. All dentro podase hablar libremente.Todo va bien dijo Morgan.Has hallado la abertura que conduce al gran subterrneo? pregunt el ingeniero.Seguidme, seor.Morgan apoy las manos sobre una pea, que vino a encajarse en una especie de hendi

    ando libre una abertura circular de cuatro pies de dimetro.Mirad dijo alzando la lmpara.El ingeniero vio abierta ante s una inmensa galera, cuya bveda, sin duda altsima, se perdtinieblas. Por el centro, y entre dos orillas cortadas, rotas y aspersimas, corra una ne

    petuosa corriente en direccin al Sudoeste. Circulaba all un aire fresco y hmedo, ms pee el exterior, pero respirable.ste es sin duda el ro marcado en el pergamino dijo el ingeniero.Se ve a alguien? pregunt OConnor, con inquietud.

    Quin quieres que haya aqu? replic Burthon.Me han dicho que en las cavernas habitan espectros.Eso son fbulas, querido.Volvamos atrs dijo el ingeniero. Los guas esperan mi respuesta.Permitidme antes una pregunta, Sir John dijo Burthon, habis dicho a los gua

    mos a buscar el tesoro de los Incas?No, amigo mo. Ellos creen que se trata de una gran excursin cientfica.Habis hecho bien, seor.

    Volvieron a la caverna, en medio de la cual yaca el equipaje. El ingeniero arranc una holibrillo de apuntes, y escribi en ella:Retirad la cuerda. Todo va bien. Adis todos.Despus at el papel a La cuerda, la cual, a una seal dada por Burthon con un tiro

    vlver, fue recogida por los guas.Ahora, armemos el barco dijo el ingeniero.Burthon, Morgan y OConnor transportaron a la orilla del ro subterrneo las piezas, que es

    meradas, y eran de acero muy ligero, pero tan resistente que poda desafiar un choque aunque olentsimo. En seguida pusieron manos a la obra, dirigidos por el ingeniero.

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    Dos horas fueron ms que suficientes para ensamblar todas aquellas piezas, las cuales forma elegantsima embarcacin, cmoda, ceida de carena, de ms de treinta pies de larga y armoa de un slido espoln.

    El montaje de la mquina y de la hlice requiri ms espacio de tiempo. Morgan que, mos dicho, haba sido maquinista varios aos, asegur a sus compaeros que el bote podrso desesperado, alcanzar una velocidad superior a diez y seis nudos por hora.

    A las doce, el ingeniero propuso que durmiesen algunas horas. La proposicin fue acepta

    da cual se envolvi en una gruesa manta, y se tendi junto al bote.Hasta las ocho de la noche no despertaron. Hicieron una copiosa comida con carnes fiam

    e el previsor ingeniero haba metido en un fardo, y despus de fumar un cigarro, echaron el boua y lo amarraron slidamente a la punta de una roca.Hermoso! Magnfico! exclam OConnor. En mis viajes por el Ocano pocos botto tan bien construidos como ste.An ser ms hermoso cuando navegue a todo vapor dijo Burthon.Empecemos a cargarlo, amigos dijo Sir John. Nuestro barco est impaciente por zarp

    Haba que cargar dos mil setecientos kilos. Cuatrocientos de carbn de piedra, doscienteite para las lmparas, trescientos de pescado seco, cuatrocientos de bizcocho, doscientommicam[6],cien de alcohol para el infiernillo de la cocina, y los restantes de instrumentos, cnivelas, barras de hierro, dos hlices de recambio, etctera, y de t, chocolate, caf, botell

    hisky,gin y brandy, una caja de sal, ropas, mantas, plvora de mina y de fusil, anuas, padas, cuerdas, brjulas, barmetros, dos manmetros de aire comprimido, dos cronmetros, caratos Rouquayrol con una pequea bomba de mbolos filos y cilindros movibles para renovovisin de aire de los depsitos, un pequeo botiqun, etctera.

    Todo ello fue bien colocado en el bote de manera que quedase espacio suficiente paradiesen sus mantas los que hubiesen de dormir.A las diez haban terminado los ltimos preparativos. El ingeniero mand encender c

    mparas de seguridad, sistema Davy, rodeadas por un tubo de cristal, protegido por gruesos hilrro, y cubiertas de una red metlica, y en seguida salt al bote, que se meca suavemente sobdas espumosas del ro. Sus compaeros, un tanto plidos y conmovidos, le siguieron al punto.Amigos dijo Sir John, con voz solemne: Si alguno de vosotros no se siente con baor para seguirme, que lo diga.Nadie respondi.Gracias, amigos. Burthon, descorcha una botella.El mestizo destap una botella de viejo whiskyy llen cuatro vasos.

    Qu nombre pondremos a nuestro bote? pregunt el ingeniero.No hallo otro mejor que el deHuascardijo Morgan.Pues viva elHuascar! grit Sir John.Viva! repitieron gritando los cazadores.Y de un sorbo vaciaron los vasos.

    A la mquina, marchen! orden el ingeniero. Y que Dios nos proteja!

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    Morgan, que una hora antes haba encendido la mquina, abri la vlvula. El vapor rugidos mugidos, y la hlice comenz a girar.ElHuascarse estremeci, y se lanz hacia adelante, hendiendo como una flecha las negras inmenso subterrneo, mientras un nuevo y formidable hurra!, sacuda los ecos d

    onmensurables bvedas.

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    CAPTULO V

    Un rastro misterioso

    LHuascar, dotado de una potente mquina vertical y de largo horno, era en verdad un exce

    dador. Al poderoso empuje de la hlice, que morda furiosa las negras aguas, corra con fantpidez, dejando en pos de s una estela fosforescente que brillaba con maravilloso fulgor en aqscuridad casi absoluta.

    Por babor y estribor, iluminados por la rojiza luz de las dos lmparas de seguridad, colocaoa, pasaban confusamente rocas inmensas, rectas las unas, curvas o cncavas o rasgadas las zadas de espantosas puntas, algunas de las cuales llegaban casi a rozar los flancos de acer

    oz bote; despus, estalactitas y estalagmitas de formas extraas, maravillosas, que despntsticos fulgores; columnatas inmensas, cuya altura se perda en las tinieblas; bloques de viscas conformadas de mil maneras y obscuras y profundas cavernas o galeras, dentro de las cgan o hervan impetuosos torrentes.Sir John y sus compaeros, sentados a bordo del bote, contemplaban silenciosos las orilla

    an rpidamente, y las aguas que bramaban dentro defiords numerossimos; y escuchabansiedad los sordos mugidos del vapor, que se propagaban de caverna en caverna despertandos, dormidos quiz desde haca ms de trescientos aos.

    Aunque dotados de valor realmente extraordinario, al verse nuestros hombres all abajo, uellas bvedas inmensas y siniestras aguas, y a ms de seiscientos pies debajo de la superfictierra, sentanse vivamente conmovidos, y aun espantados de su propia audacia. El m

    geniero, alma de aquella expedicin, miraba un tanto tembloroso las bvedas que se sucedanotras, y bajo las cuales volaba el barco con creciente rapidez, hundindose en las entraas rra.Qu es lo que sientes? dijo, volvindose hacia Burthon, que haba perdido su acostumuacidad.

    Debo confesaros, Sir John, que estoy espantado respondi el mestizo. Parceme quemil leguas bajo la corteza terrestre.

    Pues apenas hemos empezado.Se necesita valor para meterse aqu dentro.Lo s, Burthon, y espero que no nos faltar.Creis vos que lograremos vencer todos los obstculos que encontremos?Confo en ello, ya que disponemos de poderosos medios. No nos detendrn ni las rocasgo.El fuego? Encontraremos fuego?

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    No lo aseguro, pero lo temo. Dentro de diez o doce das lo sabremos por la direccin quesubterrneo: si atraviesa el golfo de Mxico, probablemente no hallaremos grandes obstcro si pasa bajo el gran istmo de la Amrica Central, tendremos que luchar probablemente colcanes.Quiz muramos asfixiados.Para evitar eso es para lo que he trado conmigo los aparatos Rouquayrol.Y cmo nos libraremos de las lavas?

    No lo s; pero yo te aseguro que pasaremos, Burthon Adems, si pasaron los indios, no s no habremos de pasar nosotros.Y creisCalla! dijo el ingeniero. Qu estruendo es se?Cuidado! grit OConnor, que estaba en pie a proa, observando la corriente. Atiebarra, Morgan!Qu sucede? pregunt Sir John, acercndose a proa.All hay rompientes respondi el marinero.

    Se las ve?No; pero estoy seguro de ello. La corriente se quiebra con gran furia.A proa oase un mugido formidable.Los ecos de las cavernas repetan aquel fragor con tal intensidad como si doscientos o tresci

    sos ms adelante hubiese alguna gran catarata.Coged los remos dijo el ingeniero, levantando una lmpara. Aunque el bote es duro

    a roca, podra serle fatal un choque, eh, Morgan! Haz parar la hlice.El estruendo habase vuelto tan formidable que ahogaba las voces de los hombres. A la luz d

    mparas, divisbanse confusamente a babor y estribor rocas monstruosas, negras, erizadarribles puntas, contra las cuajes rompanse furiosamente las aguas. Un movimiento mal hech

    mn habra bastado para que el bote se hiciese aicos, a pesar de su solidsima construccin.Durante diez minutos elHuascar, detenido unas veces, empujado otras a la derecha o

    uierda, naveg lentamente entre aquella doble fila de escollos; despus, desemboc en un ro, una especie de gigantesca cueva, donde la corriente hacase sentir dbilmente.El ingeniero se irgui cuan alto era con una lmpara en la mano, pero la bveda era tan ele

    e no poda divisarse; inclinse luego hacia babor y estribor, pero las orillas ya no eran visibl

    Dnde nos hallamos? pregunt Burthon.No s ms que t respondi Sir John. Pero parece que hemos entrado en una ca

    stsima. Dispara un fusil, para que veamos la altura de la bveda.Burthon cogi una carabina, la amartill e hizo fuego. Un fragor espantoso sigui a la repe

    onacin. Los ecos de la inmensa caverna, despertados bruscamente, doblaron y centuplicarscarga de tal modo, que la bveda pareci derrumbarse toda a un tiempo, y hasta algunas enocas, sin duda mal adheridas, desplomronse de la bveda, levantando las aguas a monstura.Oh! exclam Burthon, temblando a su pesar. Mirad, Sir John, mirad!

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    El ingeniero, que segua mirando hacia arriba, baj la cabeza. Un espectculo extrao e inapresent a sus ojos.A derecha e izquierda, por detrs y por delante, en un trecho vastsimo, vivsimos relmp

    caban las negras aguas de aquella caverna. Eran mil, dos mil, diez mil surcos de fuegoarecan y desaparecan con fulmnea rapidez, y se cruzaban de infinitas maneras, rotos los ebrados, retorcidos y semicirculares los otros.Qu es esto? pregunt Burthon.

    Son fantasmas! chill el supersticioso OConnor, haciendo precipitadamente la seal uz.

    Son peces que bullen en las aguas saturadas de huevas dijo el ingeniero.Si pescsemos alguno! exclam Burthon.Ests loco? replic OConnor; lo que pescars es algn diablo.Echa la red dijo el ingeniero. Tengo curiosidad por ver qu clase de peces viven

    ajo.Burthon fue a proa a buscar una pequea red que el previsor ingeniero haba trado, y la arr

    pa, mientras el barco, empujado por una dbil corriente, avanzaba por el centro de la espaverna.

    Las aguas habanse ya calmado, y los surcos luminosos eran rarsimos. Sir John, MoConnor y el mestizo, inclinados sobre la popa, espiaban ansiosamente la llegada de los pecesHelos aqu murmur al poco rato el mestizo.Un ligero surco luminoso haba aparecido a pocos pasos del bote. Casi en seguida, OCo

    e empuaba el extremo de la red, sinti tal sacudida, que se le estremecieron los brazos.Iza, Burthon murmur. El diablo est cocido.

    Cuatro brazos vigorosos levantaron la red, que se agitaba endiabladamente. Apenas estuvo agua, el ingeniero acerc a ella la lmpara.Hola! exclam. Si es una anguila!Tripas de tiburn! murmur el mestizo. Y de dos metros de larga! Izad!La red fue izada a bordo y arrojada en el fondo del bote. Un pez, o mejor dicho, una espec

    piente, de casi dos metros de larga y tan gruesa como el brazo de un hombre, se agsesperadamente entre las mallas, tratando de romperlas.Poco a poco, querida dijo Burthon. Nuestro puchero te est esperando.

    Y alargando una mano, la cogi; pero apenas la hubo tocado, cuando se sinti derribadpaldas, y un grito de dolor se escap de sus labios.

    El ingeniero, inquieto, se precipit sobre l.Qu te ha sucedido? le pregunt.He sido fulminado! balbuce el pobre mestizo. He recibido una descarga elctrica.Por Jpiter! exclam OConnor, saltando detrs de la maquina. Hemos pescad

    ablo!No la toques, Morgan dijo el ingeniero, viendo al maquinista que iba a coger la gigan

    guila.

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    La matar de una cuchillada dijo Morgan.Te fulminar tambin. Mtala de un balazo.Morgan amartill un revlver, y meti una bala en la cabeza de la anguila, que despu

    berse retorcido de mil maneras, qued, por fin, inmvil.El ingeniero la examin atentamente a la luz de la lmpara. Era, como hemos dicho, d

    tros de larga, de forma cilndrica, serpentiforme y con la cola desmesuradamente largmparacin con el resto del cuerpo.

    Qu bicho es ste? pregunt Morgan.Un pez que yo jams haba visto respondi Sir John.No se parece a alguno de los conocidos?S, algimnoto.Y qu es ese seor gimnoto? pregunt Burthon, que se frotaba los miembros toumecidos.Una anguila parecida a sta, y que posee la misma cualidad de causar descargas elctricasY son buenos de comer esos gimnotos?

    Los indios de la Amrica del Sur los comen.Pues si son comestibles losgimnotos, tambin lo ser esta serpiente. Para vengarme meatracn de ella.Y si este pez fulminase tambin despus de muerto? pregunt OConnor, que se man

    udentemente a distancia.No ves cmo lo tengo impunemente en la mano? respondi el ingeniero. No temarinero.Hum! murmur el irlands, moviendo la cabeza. Ah anda la cola del diablo,

    guro.Encendamos fuego, y pongamos a cocer estegim migVaya unos nombres que se inv

    ra aturdir a los cristianos!Espera un poco, Burthon dijo el ingeniero. Iremos a comer a la orilla. Eh, Morganquina!El maquinista se coloc junto al hornillo, y pocos instantes despus navegaba el bote hac

    ste, dejando tras s una estela fosforescente.Conforme iba avanzando veanse enormes columnatas, gallardamente talladas, surgir sob

    gra masa de las aguas y levantarse hacia la bveda a la cual deban sin duda unirse. OConnorba empuado la barra del timn, tena que hacer grandes esfuerzos para sortearlas.

    Haban ya recorrido tres millas, cuando el ingeniero divis a doce o trece metros de prosa confusa de rocas. Apenas tuvo tiempo de chillar:Da contra mquina! Vira!El vaporcito vir impetuosamente de bordo, yendo a juntarse con las rocas, con las cuales c

    n un sonido metlico que hizo vibrar los ecos de la gigantesca cueva.Sir John salt a la orilla y at el barco a la punta de una roca. OConnor y el mestizo le sigu

    n dos lmparas, mientras que Morgan apagaba la caldera.

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    A dnde vamos? pregunt Burthon.All arriba, sobre aquella meseta respondi el ingeniero.Los tres hombres se encaramaron sobre las rocas, hmedas y negras, y llegaron a la m

    rthon, deseoso de saber hasta dnde llegaba la ribera, avanz un poco ms, alumbrndose cmpara, en tanto que OConnor improvisaba una hornilla con algunos fragmentos de rocas.

    Mas apenas hubo andado el primero cincuenta pasos, cuando se le oy gritar, con voz espantVenid, Sir John, venid!

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    CAPTULO VI

    Un formidable asalto

    L ingeniero, al or aquel grito, se precipit hacia el mestizo, mientras OConnor, aterrado y se

    que su compaero haba hallado algn duende o fantasma, corra hacia el bote a llamar a MorDespus de atravesar Sir John la meseta y una roca desmoronada, divis junto a la entrada d

    scura galera, a Burthon, inclinado sobre el suelo y examinando atentamente un objeto confusoQu has encontrado? le pregunt.Venid, seor Webber dijo Burthon. He encontrado un cuchillo.Un cuchillo? Es imposible.

    Vedlo aqu, seor.El ingeniero, presa de viva inquietud, examin atentamente aquel arma. Era uno de esos fu

    chillos espaoles, llamados navajas: la hoja era de acero finsimo, brillante y algo curva.Quin habr trado este arma hasta aqu? se pregunt, arrugando la frente.Algn hombre sin duda dijo Morgan, que se haba unido a sus compaeros, juntoConnor.Pero quin?, quin?Quiz bajaron aqu los espaoles.

    Lo habran dicho los peridicos dijo el irlands.Hace doscientos aos no haba peridicos replic Morgan.Pero esta navaja no tiene dos siglos. A estas horas, con la humedad que aqu reina, e

    mohecida.La observacin es atinada dijo Burthon. Y no podra haber cado este arma de arribDe arriba? exclam el ingeniero.S; por algn agujero que comunique con la superficie de la tierra.No es difcil. Conservar este arma.

    Volvieron los cuatro a la orilla del ro. OConnor, que haba construido ya la hornilla, pucer la anguila, mientras Burthon preparaba la sopa.

    La comida fue devorada en pocos minutos y rociada con una abundante racin de whiskyarthon se veng de la descarga elctrica asestada por la anguila, y se veng tan bien, que apda moverse; tanta era la carne, en verdad, finsima, que haba devorado.Son las seis de la maana dijo el ingeniero, consultando su cronmetro. Dormiremosque no tenemos nada que temer de hombres ni de fieras.Ni tampoco la humedad de la noche aadi Burthon, que no deseaba otra cosa.Aunque no fuese de temer peligro alguno, los aventureros pusieron junto a s sus carabi

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    vlveres, y despus, envolvindose en gruesas mantas, se durmieron tranquilamente. Al poconcaban de tal modo, que hacan estremecer los ecos de la gran caverna.

    Haban ya transcurrido ocho horas, cuando OConnor, que dorma junto al borde de la mesntro de una especie de cavidad, fue de pronto despertado por una dolorosa sensacin que subpantorrilla derecha.

    Sorprendido y aterrado, y temiendo que el autor de aquella horrible chanza fuese alguno dados duendes, no se atrevi a moverse, ni aun siquiera a abrir los ojos. Pero un minuto de

    petase la dolorosa sensacin en la otra pierna.Socrreme, San Patricio murmur el infeliz, echando mano al revlver.Levant cautamente la cabeza y dirigi en torno suyo una rpida mirada.Veinte pasos a su derecha, arda la lmpara y junto a ella dorman Burthon y el ingen

    vueltos en sus mantas; a su izquierda, y a igual distancia, roncaba Morgan.Oh! murmur, respirando. Habr soado?Volvi a mirar alrededor, pero la lmpara estaba muy lejos y no poda verse bien. Persuadid

    e haba sido un sueo, volvi a acostarse; pero un instante despus sinti que dos dient

    ncaban en un dedo de su mano izquierda. Al punto se puso en pie con los cabellos erizsencajados los ojos, cubierta de sudor la frente y presa todo l del ms vivo terror.No estoy soando, no balbuce. Alguien quiere devorarme.Casi al mismo tiempo vio que el maquinista se alzaba sobre sus rodillas y buscaba algo en

    yo.Eh, Morgan! dijo con voz temblorosa. No has sentido t nada?S; que algn animal me morda.Yo tambin.

    Lo has visto?No; pero escuchaEl maquinista permaneci silencio, aplicando el odo. Un rumor extrao, repetido por e

    se alrededor; no pareca sino que se acercaba un ejrcito de pequeos caballos.Seor Webber! grit OConnor, cada vez ms aterrado.A esta llamada el ingeniero y el mestizo, que dorman con un ojo abierto, se pusieron en pie.

    Qu ocurre, marinero? pregunt Burthon.Que nos atacan.

    Quines? pregunt el ingeniero. No es posible.Es verdad; nos atacan confirm Morgan. Ah!Un agudo chillido sigui a la exclamacin del maquinista.

    He estrangulado a un topo grit Morgan. ste era el animalejo que me morda.El mestizo hizo retumbar la bveda con una formidable explosin de risa.

    Cuerpo de Baco! exclam riendo. Os asustis de los topos!Y hay para alarmarse, Burthon, si los topos son muchos dijo el ingeniero. Has visto

    organ?No os un rumor especial?

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    S, s! exclam el ingeniero, levantndose rpidamente. Retirmonos, amigos.Yo me quedo aqu dijo el testarudo mestizo. Qu diablo! No es cosa de huir an

    bao de topos.Ante los millones de topos! replic Sir John. Si no nos defendamos nos devorarn vA toda prisa recogieron las mantas, las armas y las lmparas, y se apresuraron a abandon

    seta; pero apenas haban recorrido veinte pasos cuando se hallaron ante la vanguardia dedores.

    Es una muchedumbre espantosa! exclam el ingeniero, detenindose.Y no se engaaba. Las rocas, hasta donde alcanzaba la luz de la lmpara desaparecan bajo

    pesa alfombra de grandes topos de piel gris. Eran cien mil, quiz doscientos mil, tal vez quinil roedores enfurecidos por el hambre, prontos a caer sobre la presa y mondar sus huesos mejopreparador anatmico.Qu espectculo! exclam Burthon.Huyamos! grit el ingeniero.Nos han cortado la retirada dijo Morgan. El bote est detrs de esos batallones.

    Tratemos de abrirnos paso.Ya estaban cerca las primeras filasEl ingeniero, Burthon, Morgan y OConnor empuaron las carabinas por el can y comenza

    artir golpes a diestro y siniestro. Trabajo intil; por diez topos que mataban surgan diez mianzaban sin cesar, llenando el aire de agudos chillidos. Y todava no era ms que la vanguard

    El asalto hzose muy pronto formidable. Los topos derribaron la lmpara y gatearon pornas de los cazadores y del ingeniero, que se vean negros para librarse de ellos.Burthon tena ya tres o cuatro en sus bolsillos. Morgan, los pantalones hechos pedazo

    geniero y OConnor ya no podan ms.Era absolutamente necesario huir.

    Apelemos a la fuga grit Burthon.S, s; huyamos! orden el ingeniero.Recogieron las lmparas y escaparon a todo correr, mientras los feroces roedores devoraba

    dveres de sus compaeros.Doscientos pasos ms all haba una roca de dos o tres metros de altura y cuyos lados es

    rtados a pico. En un abrir y cerrar de ojos el ingeniero y los cazadores se encaramaron sobre

    nindose a salvo.

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    CAPTULO VII

    La catarata

    YA era tiempo. El inmenso ejrcito de los feroces roedores llegaba entonces en apretadsimaspie de la roca, contra la cual se estrell como torrente que haya cerrado el paso por un dranqueable. Una confusin indescriptible estall en torno de las rocas, desordenandoallones de asaltantes. Imposibilitados de retroceder por la presin de los que venan detr

    pos ms lejanos se lanzaban sobre los ms prximos, pasando sobre ellos y trabando unos cos luchas formidables. Enfurecidos los pequeos monstruos, y no pudiendo habrselas co

    cas, encarnizbanse en sus propios compaeros, devorndolos con increble ferocidad para ab

    so.Media hora larga pas antes que el ejrcito se dividiese, por fin, en dos. El ingeniero

    mpaeros, que haban acercado las lmparas al suelo, observaban con vivsima curiosidavimientos de aquellas filas interminables, arrojando sobre ellas fragmentos de roca.Cuernos de bisonte! exclam Burthon. En mi vida haba visto un espectculo como No hay duda dijo el ingeniero. Es preciso bajar aqu abajo para ver emigracionos tan gigantescos.Pero de dnde vienen todos estos roedores?

    No lo s. El subsuelo hierve de estos feroces animalejos, que se multiplican en un ninito, y no conocen ms que una sola ley: roer y devorar, minarlo todo por doquiera.Habis reparado, seor, en que todos son de un mismo color?Es que todos son de una misma raza. Los topos no toleran entre s a los extranjeros.Cmo? Hay otras razas?Las haba; pero fueron aniquiladas por los conquistadores.Por los conquistadores? Explicaos, Sir John.Los primeros topos que invadieron Europa no eran iguales a stos que estamos viendo

    scuros. Haban venido de las regiones septentrionales detrs del ejrcito de los vndalos.Seiscientos aos despus una nueva raza de roedores, ms fuertes y feroces y de color gr

    rro, bajaba luchando furiosamente con los antiguos habitantes del subsuelo y obligndoles a campo.De dnde venan esos nuevos roedores? pregunt OConnor.De la Europa central, siguiendo a los lansquenetes, cuyas bandas haban invadido Franlia a fines del siglo XVI.

    Pero seguan acaso a los brbaros? pregunt Morgan.Sin duda, y muy de cerca. Toda invasin de brbaros iba seguida por otra de topos.

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    Y qu hicieron estos nuevos conquistadores?Destruyeron casi del todo a los topos negros; mas no gozaron mucho tiempo los frutos toria. Cien aos haca que reinaban, cuando sobrevino una gigantesca invasin de una n

    pecie de topos: eran los asiticos, cuya raza reina ahora en Europa y Amrica.Y de dnde venan?De las orillas del mar Caspio.Qu andaderas! exclam Burthon.

    Estos topos prosigui el ingeniero haban salido por enormes bocas abiertas sierto de Coman a consecuencia de un gran terremoto. Parte de ellos dirigironse hacia el Nogaron a la Siberia, precisamente a la ciudad de Jaik.Es increble dijo Morgan.Pero cierto. Estos roedores apenas entraron en La ciudad atacaron vigorosamente a las pas; la batalla empez a las cuatro de la tarde y dur ferocsima varias horas. Los ant

    eos fueron vencidos por el nmero y hubieron de ceder a los invasores un barrio entero.Y la otra parte, a dnde emigr?

    Estos bribones, ms astutos, embarcronse en las naves ancladas en el Volga y se dejvar hasta el centro de Rusia, desde donde bajaron e invadieron de un cabo a otro la Europaos negros, diezmados ya anteriormente, no pudieron hacer frente a estos nuevos conquistads fuertes y mejor armados que ellos, y al fin desaparecieron.Y cmo vinieron a Amrica? pregunt Burthon.A bordo de las naves, como grandes seores.Y sin pagar pasaje.De fijo, y probablemente metidos en la despensa del cocinero.

    Y han aumentado en tanta cantidad?En cincuenta aos los topos asiticos se hicieron tan numerosos que llegaron en alguna constituir un peligro pblico. En Pars son tan numerosos que sus habitantes se ven obliga

    cer cada ao grandes caceras.De qu manera?Las alcantarillas de la gran ciudad estn infectadas espantosamente de topos dijo Sir Los cazadores cierran por una punta uno de los principales conductos, y por la otra comienzida con gran nmero de perros, muchos de los cuales caen vctimas de los dientes de los topo

    iembre de 1849 se mataron en Pars en pocos das 240 000 topos.Qu atrocidad! exclam el mestizo. Entonces habr millones de ellos en Pars.Como que cuando demolieron el antiguo matadero Montfauton se calcul en seis millonogramos la carne que los seores topos proporcionaron.Y qu hacen con los topos muertos en estas grandes matanzas? Los entierran?Nada de eso. Hay industriales que los compran para hacer con sus pieles finsimos guanteY no es posible destruir del todo a estos feroces roedores?De qu manera? Los topos son espantosamente prolficos: paren tres veces al ao y en

    rto dan de doce a dieciocho hijos.

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    Y vos creis, seor, que estos topos llegarn con el tiempo a ser seriamente peligrosoegunt Morgan.No me sorprendera que cualquier da las cloacas de alguna antigua ciudad vomitasen sobpblica millones de topos que atacasen a los ciudadanos.Me gustara ver un espectculo semejante! exclam Burthon reventando de risa.Plinio escribi que ciudades enteras fueron arruinadas por los topos dijo el ingeniero.Y lo creis vos? pregunt Morgan.

    Tal vez s.Durante esta conversacin continuaron pasando batallones de topos, siempre apret

    multuosos, feroces, dirigindose hacia el sudoeste, donde parece que deba abrirse una giganera.Pero el desfile no poda ya durar mucho. En efecto, pocos minutos despus comenzar

    ararse las filas. A las siete de la maana desapareca en las tinieblas la retaguardia dedores.

    El ingeniero y los cazadores, despus de esperar algn tiempo por miedo a que sobrevinie

    gundo ejrcito, bajaron de la roca y se dirigieron a la orilla del ro.La meseta donde haban dormido estaba cubierta de esqueletos de topos perfectam

    scarnados por los dientes de sus compaeros. Haba ms de trescientos.Pardiez! dijo Morgan, hemos matado bastantes.Al pasar junto a la hornilla improvisada recogi OConnor la marmita, que, como es de sup

    ba sido completamente vaciada.Tendremos tambin topos en el bote? dijo Burthon.Sin duda alguna estar lleno respondi el ingeniero.

    En pocos instantes llegaron al vaporcito y saltaron dentro. Un agudo chillido sigui aricin, y al resplandor de las lmparas vieron numerosos topos saltando por un lado y por odio de los vveres, debajo de los instrumentos y hasta dentro del hornillo.Ah, malditos! exclam OConnor, empuando un hacha.Haba lo menos ciento, pero fue tan furiosa la persecucin que les hicieron el mariner

    stizo y el maquinista, que al poco tiempo no quedaba uno vivo.El ingeniero ech una ojeada al documento para ver qu camino haban de seguir y dio or

    organ de encender la mquina.

    Media hora despus alejbase el barco de la orilla, dirigindose a todo vapor hacia el doeste, donde, segn indicaba el plano, se hallaba la continuacin del ro.Lo mismo que antes veanse de cuando en cuando gigantescas columnatas, la mayora de

    as, perforadas y tan rodas por su liase como si aquel negro lago tuviese como el mar orrascas. El agua, hendida por la aguda proa del vapor, iba a estrellarse contra aquellas moledo fragor que se propagaba indefinidamente.El ingeniero, que vigilaba atentamente a proa, temeroso de chocar contra algn escollo o a

    aquellas columnas, hizo parar muchas veces el bote para sondear el fondo; pero las sesenta bcable se hundieron en el agua sin que la sonda tocase fondo.

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    Esto es un mar en pequeo dijo. Sesenta brazas de profundidad ya es una cosa respetPero de dnde sale toda esta agua? pregunt Burthon.Quin va a saberlo? Probablemente de los grandes depsitos que se esconden bajo la corestre y que forman las corrientes de los ros.Silencio! exclam en aquel instante OConnor. Se oye un rumor especial.El ingeniero aplic el odo, inclinndose sobre la superficie del agua. A lo lejos oase un s

    gor producido, al parecer, por cada de aguas.

    Habr aqu una catarata? Pregunt Burthon.No sera imposible respondi el ingeniero.Y si no pudisemos salvarla?Si pasaron los incas, pasaremos tambin nosotros.La corriente, que poco antes apenas era perceptible, tornbase rapidsima conforme

    anzando, y el fragor hacase realmente formidable. Los cuatro exploradores, no sabiendoteza la causa de todo ello, sentan cada vez mayor inquietud. Aquel peligro desconocido, uperable para su barco, tal vez terrible, aterraba al mismo ingeniero.

    Pronto aparecieron a diez o doce metros de proa innumerables escollos, espesos, negros, agaltsimos. Estaban situados de modo que casi detenan la corriente, la cual se estrellaba cos crujiente y espumosa.Despacio, Morgan dijo el ingeniero. Si chocamos se har trizas elHuascar.El maquinista se apresur a disminuir la velocidad del vapor, el cual, guiado por la man

    rro de OConnor, avanz con prudencia buscando un paso. Despus de haber recorrido scientos metros ante aquella formidable barrera, detrs de la cual divisbanse otras no mmidables, el bote penetr en un angosto y tortuoso canal por donde el agua se precipitaba con

    esistible. Tres veces roz elHuascarcon metlico estridor aquellos peligrosos escollos, pepas sin percance alguno.Detrs de aquellas barreras la corriente era rapidsima e irresistible y produca tal fragor q

    geniero viose obligado a gritar para dar sus rdenes.Pero dnde estamos? pregunt OConnor, que gobernaba con gran trabajo el timn.Sin duda cerca de una catarata respondi el ingeniero, que se hallaba en pie a proa coanca en la mano. No la oyes mugir?La salvaremos?

    Si es posible, s. Burthon, prepara una tea de bengala.El mestizo fij en medio del barco un asita de hierro, a cuya punta at fuertemente la tea.Al poco rato una lluvia sutil cay sobre el bote; el ingeniero, a la luz de las lmparas, vio a

    a inmensa columna de vapor que pareca salir de un abismo.La catarata! grit. Dad contra mquina!Mientras la hlice giraba en sentido inverso, Burthon prendi fuego a la tea de ben

    mediatamente en los labios de los cuatro hombres vibr un grito a un tiempo de admiracinror.A slo quince pasos de la proa del bote las aguas del lago, teidas de rojo por la viva luz

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    CAPTULO VIII

    Un pulpo gigante

    A situacin era desesperada. El vapor, semitumbado por el repentino desequilibrio de la c

    rustado entre los dos escollos, combatido furiosamente a popa por la masa enorme de las aestremeca, se empinaba, volva a caer y cruja y rechinaba, amenazando romperse o abrirsedas, chocando contra l, penetraban en su interior, inundando los vveres y la mqupapando en agua a los cuatro hombres. Pocos minutos ms, tal vez unos segundos, y una cat

    eparable habra comprometido para siempre el xito de aquella expedicin, emprendida conrificio, tanta audacia y tan grandes esperanzas.

    De una sola ojeada comprendi el ingeniero la gravedad de la situacin.Mand a OConnor y Burthon se colocasen a popa para formar con sus pechos una barrera caguas que penetraban en el barco, y despus se lanz a proa, seguido de Morgan y armados amslidas palancas.Teneos firmes! grit el marinero al mestizo. Introdujo la palanca en una grieta del escoo fuerza. Morgan, que haba comprendido al punto la maniobra, le imit.Empujado por aquel vigoroso esfuerzo, elHuascarcedi y se lanz fuera, rozando el escoll

    Firmes! grit Morgan.

    Burthon y OConnor no tuvieron tiempo de asirse a la banda y cayeron en medio de las carriles, que corran desordenadamente de babor a estribor.

    ElHuascardescenda con rapidez vertiginosa, ora arrastrndose sobre la pendiente con crrmante, ora chocando contra las ondas, ya torcindose a un lado y a otro, ya saltando locam

    bre las aguas. El ingeniero y Morgan procuraban con los remos moderar la carrera, que se da vez ms rpida, entre bordadas y desviaciones espantosas.Atencin! grit de all a poco Sir John.ElHuascarhallbase a pocos metros del fondo de la cascada y a punto de hundir la proa e

    uas. En aquel momento los cuatro hombres se agruparon a popa, arrastrando consigo las carriles ms pesados.Animo! grit el ingeniero.El bote lleg al fondo; su proa, por la inclinacin marcadsima de la pendiente, desapareci

    agua, pero en seguida se levant.Los cuatro exploradores, al ver que la popa se hunda y embarcaba agua, abandonaron al pun

    esto, de modo que, equilibrado, el bote recobr su posicin normal.A dnde vamos? pregunt Morgan, precipitndose hacia el hogar de la mquina, apa

    r el agua.

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    El ingeniero lanz en derredor una rpida ojeada. A babor vease una elevada orilla que fora infinidad de pequeosfiords, capaces de albergar hasta un navo de gran porte.A tierra! dijo.Merced a algunos golpes de remo fue empujado elHuascar hasta uno de aquellosfiords

    geniero y los cazadores saltaron a tierra. En seguida volvieron sus ojos hacia la inmensa cate hencha de mil fragores las tenebrosas bvedas del subterrneo.

    El espectculo era magnfico. El caudal de las aguas se precipitaba hacia abajo con incr

    lencia sobre una pendiente muy inclinada, y las ondas se erguan, rompindose una y mil ntra las rocas y estrellndose contra el fondo, donde poco a poco se calmaban y corran hadoeste por el tenebroso subterrneo.Al vivo fulgor de la tea de bengala, pareca aquello un ro de ardiente lava que se precipitasescarpados flancos de un volcn.Los mugidos del agua, centuplicados por el eco, podanse muy bien comparar a los rugido

    nstruo que vomita ros de fuego, y la nube de espuma, a una inmensa nube de humo, iluminadllamas.

    Rayos y centellas! exclam Burthon. Todava tiemblo de solo pensar que hemos br ah en un barquichuelo. Os juro, Sir John, que jams he sentido una impresin tan fuerte ora, y que no quisiera sentirla una vez ms.Pues lo que es yo, no hubiese dado dos ochavos por mi pellejo dijo OConnor. Cuan

    te choc, me cre muerto y encomend mi pobre alma a San Patricio.Ya os dije que la expedicin no sera fcil respondi el ingeniero. Pero examinem

    rco, y si no ha sufrido rotura alguna, partamos.Bajaron nuevamente a la orilla y saltaron al bote. Dentro habra una media tonelada de agua,

    la mquina ni el casco haban sufrido avera en aquel trance.Con algunas cubetas vaciaron el agua embarcada, que, por fortuna, y por estar bien cer

    rriles y cajas, haban causado poqusimos daos, y en seguida encendi Morgan la mquina.Seor Webber dijo Burthon. Cunto hemos andado hasta ahora?Segn mis clculos, unas cien leguas.Entonces navegamos ahoraPor debajo del Tennessee.A qu profundidad?

    A ochocientos pies respondi el ingeniero mirando el manmetro.La mquina slo desea funcionar, seor dijo en aquel instante Morgan.Partamos, pues orden Sir John. Entretanto OConnor nos har la comida en el ho

    queo.Un agudo silbido estremeci los ecos del subterrneo, mezclndose con los sordos mugidos

    scada; despus elHuascarsali del pequeofiord, y se lanz a todo vapor hacia adelante.El ro ya no era tan ancho como antes ni muy rpido. Tendra todo lo ms seis o siete metr

    chura, y describa numerosas curvas, a veces bruscos ngulos donde era necesaria tobilidad del timonel para que elHuascarno se estrellase contra la orilla.

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    El ingeniero mand echar varias veces la sonda, pero sta no toc fondo. En cambio, la btan baja que, alzando una palanca, se la tocaba en algunos lugares.Al medioda, durante la hora de la comida, la galera comenz a ensancharse, y muy p

    anz las dimensiones de un pequeo lago, circuido de inmensas columnas que sostenveda, ms alta ya que poco antes. Tampoco aqu hall fondo la sonda, pero trajo a bordo algas negrsimas y sutiles.A las ocho de la noche, el bote haba recorrido unas treinta leguas ms, dirigin

    nstantemente al Sud-Sudoeste. Segn los clculos del ingeniero, navegaba entonces por debajkansas, a setecientos quince metros de profundidad.A las nueve, despus de la cena, OConnor mont el primero la guardia. Fue apagada la m

    ra no consumir demasiado pronto la escasa provisin de carbn, se cebaron bien las dos lme ardan una a proa y otra a popa, y despus los tres compaeros del irlands tendironse a del fondo del bote. Ningn incidente vino a turbar la guardia del marinero. A las doce le sust

    organ; despus le toc al ingeniero, y por fin a Burthon.El mestizo, lo mismo que antes sus compaeros, haba cargado su pipa y fumaba vigorosam

    ra alejar el sueo que a pesar suyo le asaltaba.El canal continuaba siendo ancho, la corriente bastante rpida y el silencio absoluto. La

    mparas esparcan alrededor una luz clarsima, mostrando las enormes columnas que de treccho surgan de las negras aguas.Media hora hara que fumaba, con los ojos a medio cerrar y La mano asida al timn, cuan

    te experiment de improviso una fuerte sacudida.Sorprendido y algo alarmado el mestizo, se frot enrgicamente los ojos y mir en torno suy

    rriente segua siendo tranquila y, sin embargo, el bote se agitaba de babor a estribor.

    Oh! exclam el cazador. Qu sucede? Habremos chocado?Descolg la lmpara de popa y mir nuevamente: ni a babor ni a estribor se divisaban colu

    aparecan escollos a flor de agua.Es extrao murmur. Y, sin embargo, no estoy soando; si le hubiese sucedido lo misConnor, dira que era una broma de algn duende, pero Burthon no ha credo nunca en los dueColg de nuevo la lmpara, volvi a cargar la pipa, la encendi y torn a sentarse a popa co

    os bien abiertos y el odo alerta.Apenas haban pasado cinco minutos, cuando se alz ante la proa un brazo redon

    smesuradamente largo.La punta de aquel extrao miembro se apoy sobre la lmpara colgada del pequeo baupr

    t por algn tiempo, la descolg y levant en el aire a una altura de cinco o seis metros, desbaj, describiendo extraas curvas, y por fin la hundi en las negras aguas. Burthontintamente el chirrido de la llama que se apagaba al contacto del lquido. Salt en pie, prrado, con los cabellos erizados.Mir con espanto a popa, temiendo ver un segundo brazo; despus se inclin rpidamente

    ingeniero, que roncaba ruidosamente, y todo tembloroso le despert.Qu hay? pregunt Sir John, levantndose sobre las rodillas.

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    Seor balbuce el mestizo. Suceden unas cosas Yo no he credo nunca enntasmas, pero Bueno! Estoy temblando como si tuviese fiebre.Qu ha sucedido?Que se han llevado la lmpara de proa.Quin?No lo s. He visto a un brazo enorme cogerla, levantarla y hundirla luego en el agua.T has soado, amigo mo.

    Hacis mal en no creerme, seor.Pero a quin perteneca aquel brazo?Slo s que sali del agua.El ingeniero, ms sorprendido que asustado, se levant empuando un hacha.En seguida vio que no estaba la lmpara en su sitio.

    Es maravilloso exclam. Habr aqu duendes? Coge un fusil, Burthon, y vamos a veEncendieron otra lmpara y se dirigieron a proa. De pronto el ingeniero se detuvo.

    Pero si estamos inmviles! exclam.

    Es verdad! dijo Burthon.Y, sin embargo, el agua corre.Habr asido alHuascarel brazo desconocido?Llegaron a proa y miraron hacia abajo, alargando la lmpara. Ambos dejaron escapar un gr

    rocedieron vivamente pisando a sus compaeros dormidos.

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    CAPTULO IX

    Un peligro terrible

    AL grito de alarma del ingeniero y de Burthon, saltaron en pie y se precipitaron hacia Connor y Morgan, adormilados todava. A sus ojos se ofreci un espectculo espantoso, capaarle la sangre al hombre ms valiente de ambas Amricas.All, a dos pasos del espoln, un monstruo enorme y horroroso flotaba fijando sobre ello

    s grandsimos de coloraciones verdosas. Era una mole de treinta mil kilogramos, fusifoatinosa, griscea, armada de un enorme pico crneo, corvo como el de un loro, y que abrinaba ver una lengua dura, erizada de largos y agudos dientes. Alrededor de su desmesurada ca

    endanse ocho brazos, de quince metros por lo menos de largo, provistos de innumerntosas; los cuales, agitndose en el aire, esparcan en torno suyo un violentsimo olor a almuel animal desconocido y monstruoso deba de ser terrible, sin duda.El ingeniero y los cazadores haban retrocedido aterrados.

    Qu monstruo tan horrible! exclam Morgan.Qu bestia es sa? pregunt OConnor con un hilo de voz.Nunca he visto cosa igual! exclam Burthon.Pongmonos en guardia, amigos dijo Sir John, que haba recobrado instantneamen

    ngre fra. Tenemos que luchar con un enemigo capaz de arrastrarnos al fondo del abismo n el bote.

    Apenas haba acabado de hablar cuando uno de aquellos desmesurados brazas se extotando el aire. Vacil un momento, trazando caprichosas curvas, como si buscase un siopsito en qu fijarse, y despus cay furiosamente sobre el pequeo bauprs, a imprimi ala violentsima sacudida de proa a popa. Una ola de considerable volumen se estrell al mmpo, mugiente y espumosa, contra la proa, que se sumergi en ms de su mitad.

    De un salto se puso Sir John sobre el espoln. Su hacha relampague un momento en el aire

    guida cay con fuerza irresistible sobre aquel tentculo, y lo taj enredador a un tercio de altuAlerta! exclam luego. Armaos de hachas!El horrible monstruo, al sentirse tan fieramente mutilado, tise de color rojo obscuro. Susagrandaron extraordinariamente, abrise su enorme pico con chasquido siniestro, y sus tculos azotando enormes oleadas. El ataque era inminente.Los cuatro hombres, agrupados a proa y resueltos a luchar hasta lo ltimo, mantenanse pron

    peler el asalto, que haba de ser, sin duda, violento. Un solo tentculo bastaba para envolverogarlos en un solo apretn.Cuidado! grit Sir John.

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    El monstruo se acercaba moviendo borrascosamente las negras aguas. Sus tentculos se lanaire con furioso mpetu y trataron de asirse a los bordes del vapor y de envolver a los hombretripulaban. Una batalla feroz se empe a la vacilante luz de las lmparas.Los cuatro hombres, armados de hachas, luchaban con desesperada energa, descargando

    das partes golpes formidables y hundiendo sus aceros en aquellas masas carnosas, de las can torrentes de lquido espeso y nauseabundo. Cuadro tentculos haban sido ya tronchado magullado, cuando lleg el monstruo junto al bote, inundndolo con una descarga de un lq

    gro parecido a la tinta, e impregnado de almizcle. Abri luego su pico y lo clav en el espolero, que cruji como si fuese a quebrarse. El bote, sacudido furiosamente, se inclin a bbarcando una media tonelada de agua. OConnor, Sir John y Burthon cayeron uno sobre otro,

    organ permaneci en pie.El intrpido maquinista levant el hacha y golpe furiosamente por tres veces al monstru

    al, herido mortalmente, solt al punto el vapor. Los tentculos que todava le quedaban azor un momento las aguas, brillaron por ltima vez sus ojos lanzando siniestros fulgores, despunch, se puso lvido, luego rojizo, se agit convulsivamente y, por fin, se estir y se dej arra

    r la corriente.El bote lo alcanz con algunos golpes de remo, y Morgan lo sujet a estribor con un s

    ncho.Est realmente muerto dijo el ingeniero, que se haba levantado al punto.Pero es horrible exclam OConnor.Y asqueroso dijo Burthon, que todava temblaba. Nunca haba visto un animalote e. Oye, marinero, has encontrado alguna vez en el mar estos monstruos?Jams, Burthon respondi el irlands, y, sin embargo, he dado doce veces la vue

    undo.Pero qu bicho es ste? pregunt Morgan.Acaso un monstruo de nueva especie?No dijo Sir John, que examinaba atentamente el cadver, es un pulpo gigant

    falpodo.Y cmo es que se encuentra aqu?No s decirte. Tal vez haya otros en el fondo del ro.Pero son realmente peligrosos estos monstruos? pregunt Burthon.

    Peligrossimos, querido. Si te pilla alguno de estos tentculos, primero te parte la colrtebral y despus te chupa la sangre por medio de las doscientas cincuenta ventosas que tiene a interna.Poda quebrarnos el bote!No slo quebrarlo, sino arrastrarlo al abismo.Le agradezco a Morgan que lo haya matado.Debe de haberlo herido en los tres corazones dijo Sir John.En los tres corazones! Tienen acaso tres corazones estos monstruos?S, Burthon.

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    Entonces, aunque se les hiera en uno continuarn funcionando los otros dos.As debe ser.Diablo! Es curioso; y cortndole un par de tentculos, muere el monstruo?Nada de eso; antes se dice que al cabo de siete aos los tentculos cortados estn en

    mo antes.El mestizo abri los ojos y la boca.

    Es increble! exclam.

    No tanto como crees. No se reproduce tambin el cerebro?Lo que es eso, no lo creo, seor dijo el testarudo mestizo.Haces mal, Burthon. Si le quitas el cerebro, por ejemplo, a un pichn, vers que el ave pseguida el uso de los sentidos. Pero si lo alimentas y lo cuidas, el cerebro se repro

    tamente, y el animal vuelve en s recobrando los instintos y la inteligencia que antes tena.Es extrao dijo Morgan, que prestaba mucha atencin a las palabras del ingeniero.Y no es eso todo prosigui Sir John. En la Universidad de Boston me dijo un c

    ofesor que tambin se reproduce la cabeza.

    Y tambin la cabeza?S, Burthon. Tambin la cabeza. Si se la cortan a una lombriz o gusano de tierra, la

    producirse. Carlos Bounet se la cort doce veces a una misma lombriz y vio que las doce naca.De modo dijo Morgan que a ciertos animales no se les mata decapitndoles.No!, y hay algunos que no mueren aunque se les corte en pedacitos. Corta una naide ennte o treinta partes y vers formarse de cada una de ellas una nueva naide. Corta una hidra

    ceder lo mismo. Es increble, pero cierto.

    Y por qu no se reproducen las cabezas de los hombres? pregunt OConnor.La cabeza y los miembros de los hombres, lo mismo que los de otros animales, nroducen a causa de la importancia e individualidad que han adquirido. La vida de un hombrmpre concentrada en el corazn y en el cerebro: herido el uno o el otro, es fuerza que la viague.Qu lstima! dijo Burthon. Tan hermoso como sera que mi cabeza se reprodujese!En ese caso, no se habra ciertamente inventado esa siniestra mquina que se llamllotina dijo Sir John.

    Lo creo, seor. Pero decidme: si se le corta la cabeza a un hombre, se apaga inmediatamvida?Segn parece, no. En efecto; si se le ausculta el corazn a un decapitado, se le siente pa

    dava, tal vez durante cincuenta o sesenta segundos.Caracoles!El seor Petitgand asisti en el Japn a una decapitacin. La cabeza del reo, separada p

    goroso tajo de catn (especie de larga cimitarra), cay sobre la arena, de tal modo que la herihiri al suelo, y se impidi as que saliese la sangre. Los ojos del ajusticiado se fijaron sobor Petitgand, que estaba muy cerca; le siguieron durante algn tiempo y despus se cerraron

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    lpe.Y cmo estaba el rostro de aquel japons?Horriblemente alterado. Expresaba una angustia desgarradora, como el de quien se hance de asfixia aguda. El seor Petitgand vio tambin que la boca se abra y se cerraba.Es sorprendente, seor dijo el maquinista. Cortada la cabeza, debera ser la m

    mediata.Volviendo a lo de antes, es comestible la carne del pulpo? pregunt OConnor,

    nsaba en su cocina.Te gusta la carne del caimn?De ningn modo. Huele horriblemente a moho.Pues la carne de pulpo es lo mismo que la de caimn.Qu lstima! Con una provisin que hay aqu para seis meses.Bueno, basta dijo Sir John; ya hemos charlado bastante, y el camino es largo

    organ!, encie