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Ignacio Martínez nació en Montevideo en 1955. En 1976 llegó a Suecia, allá lejos, donde la nieve pinta de blanco el inviernoy las noches son muy largas.Una tarde fría conoció a Vasa.Estaba metido en un gran museo hecho para él. Se trataba de un barco que jamás había podido navegar. Ignacio se preguntó «¿Cómo podré ayudarlo a navegar?» y así nació este relato donde juntos aprendieron que cualquier sitio es bueno para soñary que no hay ningún lugaral que no se pueda llegar.Hoy, una vez más, Vasa sigue ensu museo e Ignacio está aquí contándote de su largo viaje en estas hojas que son como barcosde papel.

Foto:

Jorg

e Kon

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mio MEC 1989.• La fantástica historia de una gran ja rebelde y

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El viejo Vasa

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El viejoVasa

Ilustraciones del autor

Ignacio Martínez

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© 2008, Ignacio Martínez© Ediciones del Viejo Vasa Isla de Gorriti 1934 C.P. 11800 - Montevideo/Uruguay TelFax: (598-2) 204 0895 [email protected] www.ignacio-martinez.com Impreso en Uruguay

ISBN: 9974-7596-3-3

Todos los derechos reservadosCualquier reproducción total o parcial de este librodeberá contar con la previa autorización del autor.Queda hecho el depósito que marca la Ley. Ilustraciones de tapa e interior: Ignacio Martínezutilizando la técnica de collage. El autor agradece especialmentea los niños de los 3eros. años del año 2000 de la Escuela Logosófi caque en sus actividades de Taller de Plástica le facilitaron muchosde los papeles coloreados.Diseño y armado: Elizabeth Djambolakian

Encuadernado en Encuadernadora Ltda. - Tel: 200 0742Distribución: GUSSI Libros - Yaro 1119 • Tels.: 413 61 95 / 413 30 38

Primera edición: 1983Última edición: 2008

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SIETE

A partir de un hecho real, la construcción de un gigantesco barco por mandato del rey Gustavo II Vasa, que lo bautiza con su nombre y asiste con angustia a su hundimiento en el mismo día de la inauguración, Ignacio Martínez compone una historia donde lo maravilloso cobra vigencia en la palabra poética.

Un clima de suave ensoñación sirve de marco al relato que fl uye serenamente de los labios de un personaje fi cticio, Don Ismael, anciano en torno a quien se reúnen los niños junto al fuego una noche de nevado invierno nórdico para oír la historia del “viejo Vasa”, el barco que desaparece del mundo real –la superfi cie marina en este caso– “bajo una gran burbuja celeste y blanca” y, caído ya en el fondo arenoso, inclinándose sobre su costado para iniciar un “largo sueño”, cobra vida en el mundo de la fantasía donde cumple una extraordinaria aventura: humani-zarse en medio de un clima poético. Porque toda la trayectoria que realiza el barco a través de los distintos mares se elabora sobre una trama delicada sustentada en la poesía: el lector se encuentra de pronto transportado a una realidad diferente, don-de la magia adquiere voz y color en esas simpáticas, solidarias “creaturas” que pueblan el fondo del mar y que vienen a visitar a Vasa y conversan con palabras que son burbujas de colores: la anguila, los peces, la tortuga, el caballito marino. Juntos planea-rán la aventura que llevarán a cabo para alegría del barco que por fi n navegará –es decir, cumplirá su destino– y conocerá el mundo surcando sus mares. Una ballena blanca presta su for-taleza para el desplazamiento; un tiburón dirige las maniobras; otros peces van apareciendo y se dan a conocer a medida que transcurre la travesía. La historia intercala un diálogo simple, puro, que permite el conocimiento y reconocimiento de seres, objetos, regiones. El matiz del color varía en las burbujas que dinamizan el diálogo en uno u otro lugar, y las corrientes ma-

Prólogo

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rinas, también animadas en la narración, contribuyen gustosas al deslizamiento del barco y sus amigos. Hablan así con el pez Caribe y conocen la historia de ese mar “cuna de perlas, verde como la selva, salpicado de islas y habitado por peces de mil colores”. Y al singular cromatismo que va cobrando vida ante nuestros ojos se une, para nuestro deslumbramiento, la imagen de relieves seguros y el contenido expresivo de la voz que busca ser música: “cada frase era una sinfonía de burbujas multicolores de una belleza pocas veces vista”.

La historia es, asimismo, muy rica en el nivel didáctico: una expresión sin rebuscamientos, una metáfora accesible a la comprensión del lector infantil, una enseñanza de amistad, valida las pericias del viejo Vasa.

Su sortilegio gana realmente todos los auditorios; su clima incautatorio, ya al fi nal, nos propone un mensaje: la última visión de Vasa, ya refl otado, esplende ante los ojos de Anna, la niña “de largas trenzas amarillas” que, curiosamente, es la única conocedora de un secreto al que los otros no pueden acceder; cuando, al enterarse del nombre de la niña, Vasa le dice:

–“Qué bello nombre, pero ¿cómo sabes el mío?”, y Anna le responde, con la mayor naturalidad:

–“Todos lo sabemos. Lo que yo sola sé es que tú también puedes hablar”.

En ese secreto radica tal vez una de las más interesantes propuestas del relato: existe un “entendimiento” que sólo con-siguen los seres bondadosos y solidarios.

El lenguaje que “comunica” secretamente al tímido y enorme barco con la pequeña que lo mira relucir en su nueva belleza, es el de los amigos auténticos donde “dice” y “canta” la poesía, ese que está en la vida cotidiana pero que no todos saben encon-trar, y cuyas claves luminosas nos descubre, sin duda, Ignacio Martínez en su noble y original relato.

Sylvia Lago

OCHO

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A mi hija Anna

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n una cabaña de madera junto al hogar encendido, don Ismael, sentado en un viejo sillón de respaldo alto, miraba E

el fuego. Afuera todo era blanco. Sobre los techos de las casas vecinas, sobre los árboles, un grueso y suave manto de nieve daba una quietud asombrosa a todo el paisaje.

ONCE

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DOCE

Nevaba. Los copos de nieve caían suavemente deslizándose por el aire hasta depositarse en los techos, en las ramas desnudas, en el suelo ya blanco…

Junto al anciano, un grupo de niños de cabe-llos amarillos y ojos de cielo, también miraba el fuego, deleitándose con su calor aquel invierno frío. La quietud de la nevada invadió de silencio toda la cabaña de madera, lugar indicado para contar una historia de aquel país.

–Hace más de cien años y menos de quinien-tos tuvo lugar esta historia de un barco, de un rey y del mar –dijo don Ismael haciendo que los niños se juntaran a su alrededor para escuchar.

El rey de toda esta blancura era un hombre de barba clara que amaba el mar y los viajes. Gus-tavo II Vasa –así se llamaba aquel rey– mandó construir un barco gigantesco, de varios pisos, para navegar más allá del mar, donde la vista no llega, donde el sol alumbra otros colores.

Al fi nal del invierno, cuando el hielo se quie-bra y la nieve se deshace, un grupo de artesanos comenzó la tarea encomendada. Los mejores árboles de los bosques frondosos se convirtieron en grandes maderos, los herreros hicieron las piezas de metal y los artistas, venidos desde lejos, trabajaron en los adornos y en las velas.

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TRECE

–Maestro de obra, ¿cuándo crees que esta-rá pronto? –dijo el rey al viejo artesano de la corte.

–Majestad, al entrar el invierno será pobre el trabajo. Tal vez al fi nal de la primavera lo podamos terminar.

Otro invierno cubrió el país de las noches largas. Como los días invernales son muy cortos, ya a las dos de la tarde la noche detenía el tra-bajo. Los meses transcurrieron despacio, hasta que al fi n la primavera nació como un volcán de color. La nieve se derritió rápidamente. Los hielos se deshicieron dejando ver el agua azul de los lagos y el mar. Las fl ores nacieron con fuerza y volvieron los pájaros emigrantes. Los artesanos regresaron a las obras. El barco, ya con todo su esplendor, dejaba que los trabajadores le dieran los toques fi nales.

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QUINCE

n día temprano llegó hasta el castillo del rey un joven artesano y anunció que el barco estaba listo para hacerse a la mar.

UPoco después del mediodía, hombres y mujeres de la vecindad, con sus trajes de fi esta y su entusiasmo, llegaron a orillas del lago Mälaren para contemplar el fl amante barco.

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DIECISÉIS

Majestuoso, pintado y cubierto de banderitas, parecía un joven preparado para casarse con las aguas y la brisa. El rey habló.

–Yo, soberano de la nieve, hijo del sol, descendiente de los marineros que oyeron los secretos de las aguas, te llamo con mi nombre: barco Vasa.

Al concluir su breve discurso, hizo un ade-mán que puso a empujar a muchos hombres, deslizando la fortaleza hacia el agua fría y clara. El pesado barco se internó lentamente forman-do a su alrededor una corona de espuma blanca. La línea de fl otación, esa frontera que indica hasta dónde debe llegar el agua sobre el cuerpo de los barcos, estaba justamente en el límite. Pequeñas olas lo acariciaban bajo su imponente cuerpo de madera. El rey se embarcó sonriente y complacido. El personal del barco lo puso en marcha, desplegó las velas y orientó el timón. Vasa se separó del muelle lentamente.

Las exclamaciones de sorpresa salieron de las bocas de todos los presentes, cuando vieron que la línea de fl otación no estaba por encima del agua. El agua la había rebasado. Alguien anun-ció desde la costa el problema que los hombres de a bordo no podían ver.

–¡El Vasa se hunde! ¡El Vasa se hunde!

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DIECISIETE

Varios marinos corrieron de un lugar a otro. El bote de auxilio fue descendido. Los presentes, en la orilla, vieron al mismo rey asomarse por la baranda dando órdenes apresuradas y enérgi-cas. El agua subía lentamente por el barco. Sin esperar consejos, algunos marineros se lanzaron al agua. El rey bajó al bote de emergencia. Los últimos marineros saltaron al agua cuando el

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DIECIOCHO

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barco dejaba ver su último piso. El viejo arte-sano los acompañó dejando ver en sus ojos el dolor de la obra perdida, de su barco ahogán-dose. El mástil más alto desapareció bajo una gran burbuja celeste y blanca, en cuyo centro irreparable Vasa se perdía para siempre.

DIECINUEVE

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l joven barco cayó lentamente y se detuvo en el fondo arenoso, inclinándose sobre un costado, para un largo sueño marino.

ELa claridad de la superfi cie apenas lo alumbraba, dándole tonos brillantes a sus adornos metálicos.El mar tenía un nuevo visitante.

VEINTIUNO

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Pasó la primavera y el corto verano se extin-guió rápidamente. Con el invierno, la capa de hielo fue haciéndose más gruesa, oscureciendo el fondo del mar donde Vasa descansaba entris-tecido.

Una tarde, dos piedrecitas brillantes se acerca-ron desconfi adas al barco. Se movían con rapidez, como danzando alrededor de Vasa, que las miraba asombrado. Para su sorpresa las dos piedras eran los ojos de una anguila gigante de color morado. El pez había visto muchos barcos hundidos sin vida y sin color, pero aquel enorme y joven barco le era completamente extraño.

–¿Cómo te llamas? –preguntó la anguila.–Vasa –respondió temeroso. La anguila quiso

saber lo ocurrido y el barco le contó la tragedia con voz grave y pausada.

–Ya no podré viajar –concluyó Vasa.La anguila lo examinó detenidamente. Era un

barco nuevo, sin lugar a dudas. “Buen lugar para vivir”, pensó, “ahora que el invierno oscurecerá el mar y lo volverá frío hasta lo insoportable”.

Luego de unos días, cuando los peces le per-dieron el miedo a Vasa, su interior se convirtió en un hotel de turistas venidos de todas partes. Familias enteras de peces se instalaron en sus espaciosas recámaras y un tiburón, venido de

VEINTIDÓS

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aguas lejanas, ocupó el cuarto del rey. Vasa perdió su tristeza y se le veía animado y feliz de ser la casa de todos los peces.

Una tarde, cuando todos volvían a casa, el barco los reunió y les contó lo ocurrido. Algo habían oído de boca de la anguila, pero el relato de Vasa, su tono y convencimiento, los puso tristes y pensativos. Al día siguiente varios habitantes del mar se fueron aguas adentro en busca de la solución para el amigo Vasa que quería navegar.

VEINTITRÉS

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asaron muchos inviernos. Muchos techos de hielo vio Vasa sobre su mástil mayor.Una mañana apareció P

ante sus grandes ojos un caballito de mar, agitado y nervioso, que había cabalgado mucho para dar la noticia al barco hundido.Una enorme ballena blanca venía hacia el lugar traída por los peces que se fueron a buscar la solución.

VEINTICINCO

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VEINTISÉIS

Instantes después una mancha, más oscura que las tinieblas del mar, se agrandaba en dirección a Vasa. Sin dudas era una ballena gigantesca. El tiburón, con un rápido movimiento, rodeó a Vasa con una cuerda gruesa rescatada del fondo de los océanos. Con el otro extremo ató a la ballena por debajo de las aletas. Todos los peces se dispusieron a empujar. La ballena se alejó lentamente hasta que la cuerda quedó tensa. El tiburón dirigía la operación.

–¡Ahora! –gritó, dejando escapar una bur-buja verde esmeralda de su boca abierta. Todos empujaron al mismo tiempo. Vasa también hacía fuerza. Un empujón más. Y otro, hasta que Vasa quedó fl otando. La ballena, en un esfuerzo digno de gigantes, empezó a nadar. Luego de unos instantes de descamación –en lugar de transpirar los peces sueltan escamas cuando hacen ejercicios físicos– Vasa viajaba por el mar, remolcado por la ballena y ayudado por las corrientes marinas.

–¿Hacia dónde vamos? –preguntó Vasa.–Vamos a pasear por los mares del mundo

–respondió una tortuga que estaba parada sobre el mástil más pequeño.

El techo de hielo que oscurecía el fondo se fue adelgazando y dejó pasar la luz. Después de

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VEINTISIETE

unos quilómetros de viaje, el mar se aclaró por completo. El hielo había desaparecido.

En pleno Océano Atlántico una corriente cálida les dio un impulso increíble. Viajaban a toda velocidad. Los peces se subieron a Vasa para no quedarse atrás. Después de varios días de viaje llegaron a aguas cálidas. La ballena se detuvo bruscamente y Vasa, con sus pasajeros, chocó contra la cola de la gran amiga.

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nte ellos apareció un espectáculo increíble y en el medio de ese paisaje un pez singular.A

–Bien recibidos sean, amigos, al Mar de las Antillas –dijo.–¿De las Antillas? –preguntó sorprendido el tiburón.

VEINTINUEVE

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–Sí, que también Caribe llaman.–¿Dos nombres tiene tu mar? –quiso confi r-

mar Vasa.–Sí –volvió a repetir el pez–. Las Antillas son

las islas que salpican este mar, por eso se llama así. Y Caribe –agregó– porque yo me llamo así. Nosotros somos los peces Caribe, que le damos nombre al mar y también a unos hombres que vi-vieron por estas aguas hace ya mucho tiempo.

–¡Ah! –exclamaron todos.Un mar que llevara el nombre de un pez

era realmente un honor incomparable. Pero más sorprendente resultaba que los hombres, acostumbrados a ponerle nombre a todas las cosas, hubieran tomado el nombre de un pez para llamarse a sí mismos como él. Llenos de admiración hacia aquel pez audaz e inteligen-te, los viajeros contaron la historia de Vasa y el gran viaje que habían emprendido. Caribe, por su parte, contó la historia del mar, cuna de perlas, verde como la selva, salpicado de islas y habitado por peces de mil colores. Cada frase era una sinfonía de burbujas multicolores de una belleza pocas veces vista.

Luego de la cena, Vasa y los peces viajeros, emprendieron camino rumbo al sur, despi-diéndose del amigo Caribe con burbujas verde

TREINTA

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esperanza. Bajo el agua bordearon el nuevo continente. Sabían que encontrarían una en-trada, muy al sur, para pasar al Océano Pacífi co, el más grande del planeta. Muchos días duró el viaje. Las aguas se fueron tornando más frías a medida que avanzaban hacia el sur. Ese era un dato inequívoco de que iban por buen rumbo.

TREINTAY UNO

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na mañana azul, despejada y fresca, la enorme ballena se detuvo e indicó un desvío que podía ser la entrada que U

buscaban.–Tal vez sea por aquí.–Aunque no estamos seguros, bien vale la pena intentar en esta entrada –aconsejó el cangrejo rojo.

TREINTAY TRES

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Cuando los vieron pasar por esas aguas dulces los peces del lugar no se animaron a decir nada. A mitad del camino un pez de traje dorado los detuvo.

–¿Para dónde van? –quiso saber.–Al Océano Pacífi co –contestó Vasa alegre-

mente.El pez lanzó una risotada de burbujas amari-

llas y dijo:–No amigos, por aquí no. Están equivocados.–Pero el pez Caribe nos dijo que por una gran

entrada, por un gran pasillo de agua, llegaríamos al Pacífi co.

–Y tuvo razón –dijo el pez Dorado– pero no es esta la entrada. Este es el Río de la Plata, tan ancho como un mar.

–¿De la Plata? –preguntaron todos al mismo tiempo.

El Dorado comprendió que los peces viajeros y Vasa nada sabían de este río grande como mar y les contó la historia.

–Así lo llamaron unos viajeros hace ya mu-cho tiempo. Todos creían que el fondo de este río estaba hecho de plata. Creían que yo mismo era de oro, por eso me llamaron el Dorado.

La historia resultaba fascinante, pero la tortu-ga interrumpió para preguntar adónde conducía el río.

TREINTAY CUATRO

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–A la selva, en el corazón de la tierra, lejos, muy lejos, allá donde nacen los ríos.

–¿Dónde? –insistió el tiburón.–Pues en la lluvia de la montaña, donde el

cielo llora para darnos la vida de los ríos.–¡Ah! –exclamaron todos.El Dorado seguramente conocía historias

maravillosas, pero la caravana no podía esperar. Se despidieron con burbujas rosadas regresando por el camino, hasta salir al océano abierto. Emprendieron viaje más allá, al sur, al extremo sur, donde las aguas son tan frías como las de Escandinavia, la tierra de Vasa.

TREINTAY CINCO

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uego de varias semanas llegaron a un lugar muy frío y por fi n ¡el pasillo de agua!, que los conduciría al Pacífi co.Un extraño pez, o pájaro, L

o persona, o ninguna de las tres cosas, se acercó impulsándose con las patas y moviendo sus pequeñas aletas.

TREINTAY SIETE

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–¿Van a cruzar al Pacífi co, amigos? –preguntó.–Sí –respondió Vasa.–Este es el lugar indicado. Por aquí vivimos

los pingüinos, habitantes de las aguas del sur.–Pingüinos… yo he oído hablar de ustedes

–recordó la anguila que cuando joven había viajado por muchas aguas.

El pingüino, con su traje negro y su camisa blanca, los guió por el canal. Al llegar al otro extremo, el frío era muy intenso.

–Han cruzado, amigos, por la Tierra del Fuego.–¿Del fuego con el frío que hace? –gritó el

cangrejo.–Así le llamaban los indígenas que prendían

grandes fogatas en las noches largas a orillas del mar.

Vasa recordó el invierno de su tierra y sus ojos redondos, ventanas de camarote, se pusieron melancólicos.

El Océano Pacífi co, azul e inmenso, apareció ante ellos como un cielo infi nito, lleno de se-cretos. A lo largo del viaje, hacia el norte esta vez, encontraron algunos barcos hundidos que con sus viejas maderas esperaban una ballena blanca. Vasa los saludó y al pasar cerca de ellos les dio aliento y esperanza con frases de burbujas verdes.

TREINTAY OCHO

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El agua se fue volviendo más cálida. Después de varios millares de corrientes marinas –así medían las distancias en el mar– unas sombras largas y delgadas pintaron el agua en la superfi -cie. Pequeñas embarcaciones navegaban de un lado a otro ignorando la caravana que pasaba por debajo. Eran barcos pescadores. Al fi n en-traron en el Mar de Arabia y por él llegaron al Mar Rojo. Un pez los encontró en la entrada.

TREINTAY NUEVE

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ienvenidos al Mar Rojo donde en otros tiempos el sol se hundía en sus aguas tiñéndolas del color de la tarde.–Tú pareces poetaB

–observó Vasa.–Y lo soy, mi buen amigo. Aquí los antiguos poetas lanzaban sus redes para hallar las palabras y la música que el mar les devolvía.

CUARENTAY UNO

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–¿Y ahora? –preguntó el cangrejo desde el timón.

–Ahora la poesía se ha extendido por todo el mundo y otros mares sirven para la pesca de tan grandes pescadores. El Mar Rojo, sin embargo, sigue siendo la cuna del sol y de la tarde.

Se despidieron con burbujas rojas y conti-nuaron hacia el norte. En el otro extremo el mar se volvió muy angosto y un canal artifi cial apareció ante ellos.

–¡El Canal de Suez! –gritó la anguila soltando burbujas blancas.

–Esto fue hecho por los hombres para que los peces y los barcos pudieran pasar de un lado a otro. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que salimos de tus tierras, Vasa!

–¡Adelante! –gritó el tiburón.Cuando terminaron de pasar por el canal,

un mar profundamente azul los recibió del otro lado. El agua parecía sabia, como si hubiera aprendido la sabiduría de todos los que por ella navegaron desde tiempos antiguos. Detrás de una roca sumergida apareció un pez de rayas blancas y rojas, con aletas como plumas de un pavo real.

–Sabía que vendrían –dijo–, las corrientes via-jan más rápido que los peces. Ellas me contaron

CUARENTAY DOS

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con sus ecos el viaje marino que están realizando. ¡Venid! –ordenó suavemente–, os guiaré.

La forma de hablar del pez señalaba su anti-güedad. Hablaba con burbujas transparentes de una pureza increíble. No cabía duda que por ese mar la sabiduría se había quedado atrapada en las aguas. El viaje fue corto. El pez se despidió con una burbuja multicolor. Ante los viajeros apareció una puerta de agua entre dos paredes continentales, que los condujo a un mar cono-cido.

CUARENTAY TRES

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stamos otra vez en el Atlántico –dijo alborozada la ballena. Todos los peces se agitaron. Muchos amigos salieron al E

encuentro de la caravana y Vasa los recibió con sus ojos en señal de saludo. El agua no estaba fría, lo que indicaba el verano.

CUARENTAY CINCO

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En esas mismas aguas habían iniciado el viaje por los mares del mundo. Llegaron al lugar donde Vasa se hundiera, desataron la cuerda y el barco, con la ayuda de todos, se volvió a apoyar sobre el fondo del lago, inclinándose como para dormir.

Los peces viajeros se despidieron de Vasa con burbujas rosadas y celestes. Vasa abrió y cerró varias veces sus dos ventanas circulares. Él tam-bién dejó salir dos burbujas de muchos colores en señal de gratitud por todo lo que aprendió en el viaje. La ballena blanca y los peces se alejaron lentamente, volteándose a veces para saludar una vez más con burbujas de amistad.

Vasa inició un largo sueño. Una tarde se despertó súbitamente. Se encontró atado con cuerdas y ganchos metálicos que le habían colo-cado unos hombres vestidos con trajes rarísimos, nadando debajo del agua. Todo lo hacían con suavidad, pero ¿qué querían de él? En ese mo-mento un ruido infernal vino desde la superfi cie y toda el agua tembló. Vasa se sintió liviano, como suspendido en el lago.

–”Me están subiendo” –pensó.El ruido venía de una grúa que se esforzaba

por sacar a Vasa de su largo sueño. Al fi n salió. Con sumo cuidado lo pusieron sobre una pla-

CUARENTAY OCHO

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taforma de piedra especialmente diseñada para él.

Vasa no comprendió nada. Todo a su alre-dedor era distinto. La blancura que conociera cuando nació de las manos de aquellos artesanos era ahora un paisaje multicolor de casas altas, puentes y luces.

CUARENTAY NUEVE

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l fi nal de la jornada los hombres se marcharon. La luna lo iluminaba todo. La ciudad se fue apagando A

lentamente. Vasa y el lago tenían un color plateado y brillante. Volvió su cara hacia el agua quieta y se pudo ver refl ejado en la superfi cie con toda claridad.

CINCUENTAY UNO

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–¡Por todos los mares del mundo! –exclamó. La imagen que el agua le devolvía era la de un viejo plateado por la luna y el tiempo.

–¡Cuántos años han pasado! –dijo en voz alta.Creyó que nadie lo oía, pero se equivocó.

Una niña, con los ojos muy grandes, lo miraba desde el muelle.

–¿Vasa? –preguntó ella.–¿Eh?, ¿quién eres? –dijo él un poco sorpren-

dido.–Me llamo Anna –contestó la niña mientras

jugaba nerviosa con sus largas trenzas amarillas.–Qué bello nombre, pero ¿cómo sabes el mío?–Todos lo sabemos. Lo que yo sola sé, es que

tú también puedes hablar.–Sí –contestó Vasa pensativo –entonces te

contaré una historia que sólo tú sabrás, mi niña Anna.

Ella se sentó a su lado con la cabeza hacia arriba para poder ver los ojos de Vasa en lo alto de su piso superior. Vasa empezó a contar:

–Hace más de cien años y menos de quinien-tos tuvo lugar esta historia de un barco, de un rey y del mar…

En ese momento salieron de los ojos de Vasa dos burbujas transparentes, alumbradas por la luna. Eran muy puras y brillantes. Se elevaron

CINCUENTAY DOS

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CINCUENTAY TRES

hasta perderse a lo lejos, donde el lago termina y comienza el mar azul. Nunca se supo si fueron dos lágrimas de alegría o dos burbujas sabias que el mar le dejara.

–Y esta fue la historia, mis amigos –terminó diciendo don Ismael.

–Allá en el lago se encuentra Vasa para que todos lo puedan visitar.

Los niños se agruparon frente a la ventana para mirar la nieve y el lago congelado. Afuera los copos caían suavemente pintando de blanco el paisaje invernal. Adentro el calor los abrigaba.

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Impreso en Artes Gráfi cas S.A. - Porongos 3035Telefax: 208 48 88 - Montevideo - Uruguay

en el mes de setiembre de 2008Depósito Legal 345.205/2008

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Ignacio Martínez nació en Montevideo en 1955. En 1976 llegó a Suecia, allá lejos, donde la nieve pinta de blanco el inviernoy las noches son muy largas.Una tarde fría conoció a Vasa.Estaba metido en un gran museo hecho para él. Se trataba de un barco que jamás había podido navegar. Ignacio se preguntó «¿Cómo podré ayudarlo a navegar?» y así nació este relato donde juntos aprendieron que cualquier sitio es bueno para soñary que no hay ningún lugaral que no se pueda llegar.Hoy, una vez más, Vasa sigue ensu museo e Ignacio está aquí contándote de su largo viaje en estas hojas que son como barcosde papel.

Foto:

Jorg

e Kon

Otros libros del autor

Para niños y jóvenes

• El libro de todos. Cuentos.• La vereda de enfrente. Cuentos.• El viejo Vasa. Cuento y pieza teatral. Pre-

mio MEC 1989.• La fantástica historia de una gran ja rebelde y

el secreto de un río. Cuentos.• Detrás de la puerta... un mundo. Novela.• Los fantasmas de la escuela. Novela y pieza

teatral.• Los fantasmas de la escuela pasaron de clase.

Novela.• Milpa y Tizoc, herederos de las piedras y el

maíz. Novela y pieza teatral. Premio Bar-tolomé Hidalgo y MEC 1993. Florencio al mejor espectáculo teatral para niños 1999.

• ¿Adónde fueron los bichos? Cuento y pieza teatral. Premio Florencio al mejor texto de Autor Nacional. Premio Florencio al mejor espectáculo teatral para niños 1998. Premio Musa 1999.

• Los piratas del Atlántico Sur. Novela y pieza teatral. Premio MEC 1996.

• La mochila infernal. Cuentos y pieza tea-tral.

• Malú, diario íntimo de una perra. Cuento y pieza teatral.

• Los niños de la Independencia. Novela.• Los pequeños amigos de la tierra. Cuentos.

Para adultos

• Avisa a todos los compañeros pronto. Relatos breves.

• Tiene la palabra Tota Quinteros. Reportaje.• Todos los jueves del mundo. Novela.• Cuentos para leer en el ómnibus. Cuentos.

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