el valor de la imágen

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El valor de los sueños Soñar siempre ha sido, para mí, la más utópica de las fantasías humanas. No porque sea inconveniente vislumbrar un futuro ideal, a sabiendas de que la esperanza siempre es el motor que impulsa nuestras madrugadas y nuestra paciencia ante la caótica realidad que enfrentamos a diario. Sólo que soñar es un término excesivamente subjetivo, así los académicos de la RAE me contradigan. Soñar implica milenarias tradiciones que por años se han construido alrededor de esta cotidiana práctica que tantas dudas, aún en pleno siglo XXI, nos genera. Para muchos definen la suerte, para otros los condiciona la cantidad de comida ingerida la noche anterior (Mi señora madre acusa a la “gula costeña” de las pesadillas) y así existen millones de creencias alrededor de ellos. Para mí sólo significan una expresión, la misma con la que respondo cada que me formulan la “pregunta del millón”: Yo sueño con viajar en el tiempo. Y no, mis propósitos no pasan por la palabrería casual de corregir los errores y cambiar el presente. Mi deseo, por muy “freaky” que suene, pasa por querer presenciar, en carne propia, los momentos que marcaron la historia del fútbol y su devenir. Sin sorpresa alguna me topé con que casi nadie lograba comprender mi extraño deseo. Mi madre, por su parte, diría que me estaba volviendo loco. Que tanto computador me estaba quemando neuronas, y que apagara ese bicho de una buena vez (De haber estado en el colegio me lo habría quitado). Hasta que un día, navegando sin rumbo alguno en la web, me topé con la foto que cambiaría mi desdén en una sonrisa de oreja a oreja. A pesar de ser una imagen del siglo pasado, me vi inmediatamente reflejado en ella. Y allí estaba yo, personificado por el “10” de los Rowdies de Tampa Bay. En 1977 un hombre había tenido el placer de ver a tan sólo metros de distancia, lo que yo sólo puedo palpar a través de una pantalla. Su expresión lo dice todo. Fascinado, extasiado, embelesado y como poco atolondrado. En sus narices estaba el lengendario

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Artículo para la web "Grupo Sports".

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Page 1: El Valor de La Imágen

El valor de los sueños

Soñar siempre ha sido, para mí, la más utópica de las fantasías humanas. No porque sea inconveniente vislumbrar un futuro ideal, a sabiendas de que la esperanza siempre es el motor que impulsa nuestras madrugadas y nuestra paciencia ante la caótica realidad que enfrentamos a diario. Sólo que soñar es un término excesivamente subjetivo, así los académicos de la RAE me contradigan.

Soñar implica milenarias tradiciones que por años se han construido alrededor de esta cotidiana práctica que tantas dudas, aún en pleno siglo XXI, nos genera. Para muchos definen la suerte, para otros los condiciona la cantidad de comida ingerida la noche anterior (Mi señora madre acusa a la “gula costeña” de las pesadillas) y así existen millones de creencias alrededor de ellos. Para mí sólo significan una expresión, la misma con la que respondo cada que me formulan la “pregunta del millón”: Yo sueño con viajar en el tiempo.

Y no, mis propósitos no pasan por la palabrería casual de corregir los errores y cambiar el presente. Mi deseo, por muy “freaky” que suene, pasa por querer presenciar, en carne propia, los momentos que marcaron la historia del fútbol y su devenir.

Sin sorpresa alguna me topé con que casi nadie lograba comprender mi extraño deseo. Mi madre, por su parte, diría que me estaba volviendo loco. Que tanto computador me estaba quemando neuronas, y que apagara ese bicho de una buena vez (De haber estado en el colegio me lo habría quitado). Hasta que un día, navegando sin rumbo alguno en la web, me topé con la foto que cambiaría mi desdén en una sonrisa de oreja a oreja. A pesar de ser una imagen del siglo pasado, me vi inmediatamente reflejado en ella.

Y allí estaba yo, personificado por el “10” de los Rowdies de Tampa Bay. En 1977 un hombre había tenido el placer de ver a tan sólo metros de distancia, lo que yo sólo puedo palpar a través de una pantalla.

Su expresión lo dice todo. Fascinado, extasiado, embelesado y como poco atolondrado. En sus narices estaba el lengendario Beckenbauer, a su lado el mítico Pelé, ambos desbordando pinceladas de arte puro, regalándonos trazos propios de Da Vinci o Botero, epopeyas sonoras con sus caños, tacones y “tocaditas” dignas de Bach y Anatolyevich Khil. Arte en su máxima expresión histriónica, y él, nuestro melenudo compañero, lo presenció a metros de distancia. Soltaré el que envidia más certero que haya plasmado en un escrito jamás.

Encontrarme con alguien, así fuese en foto, que compartiera mi disparate significa el cielo para mí. Y encontrar quien secunde y viva el fútbol de la misma manera que yo, le da más carrete a este hilo de locura que tejo a diario. Como diría el adagio popular “Ningún loco es loco sin nadie que lo secunde”. Ahora, entrado en mayor edad y con la plena seguridad de mis creencias y gustos, podré plantarme estas navidades (Sí, como un descarado de 19 años pidiendo aguinaldo) y decirle: Sí, mamá, yo quiero una máquina del tiempo, aunque me cuelgues de las orejas por admitirlo.