el ultimo guardian - jeff grubb

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historia de khadgar como aprendiz de mediv en la mistica torre de karazan

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En la bruma del pasado, largotiempo antes del comienzo de lahistoria, estaba el mundo deAzeroth. Toda clase de seresmágicos vagaba por la tierra entrelas tribus humanas, y todo estabaen paz, hasta la llegada de losdemonios y los horrores de laLegión Ardiente y su pérfido señorSargeras, el dios oscuro de la magiacaótica. Ahora los dragones, losenanos, los elfos, los trasgos, loshumanos y los orcos luchan por lasupremacía a través de reinosdispersos; parte de una grandiosa ymaléfica intriga que determinará el

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destino del mundo de LosGuardianes de Tiristal: un linaje decampeones imbuidos con poderescasi divinos, cada uno de ellosencargado de luchar en una guerrasolitaria a lo largo de las erascontra la Legión Ardiente. Medivhestaba destinado desde sunacimiento a convertirse en el másgrande y el más poderoso de estanoble orden. Pero desde elprincipio, una oscuridad manchó sualma, corrompiendo su inocencia yvolviendo hacia el mal los poderesque deberían haber combatido porel bien. Desgarrado por dosdestinos, la lucha de Medivh contra

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su malicia interior se hizo una conel destino del mismo Azeroth. Ycambió el mundo para siempre.

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Jeff Grubb

El últimoguardián

Warcraft 04

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ePub r1.0Titivillus 28.04.15

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Título original: The Last GuardianJeff Grubb, 2001Traducción: Antonio Calvario

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Nota editor digital

En el momento de realizar estatraducción no se tradujeron algunosnombres propios, así que nosencontraremos con los nombres de losclanes orcos en inglés, también elnombre de algunas ciudades o zonas.

Algunos ejemplo:

BlackrockBleeding HollowIronforgeStormreaverStormwindTwilight’s Hammer

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A Chris Metzen, que mantuvola visión.

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L

PRÓLOGOLa torre solitaria

a mayor de las dos lunas habíasido la primera en salir ese

anochecer, y ahora colgaba preñada y deun blanco plateado contra un cielo

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despejado y punteado de estrellas. Bajola luna llena, las cimas de las Montañasde la Cresta Roja se esforzaban porllegar al cielo. A la luz del día, el solhabía resaltado los tonos magentas yóxido entre los grandes picos de granito,pero a la luz de la luna éstos quedabanreducidos a fantasmas altos yorgullosos. Al oeste se encontraba elBosque de Elwynn, con su densacubierta de grandes robles y satines quecorría desde las estribaciones hasta elmar. Al este se extendía el desoladopantano del Cenagal Negro, una tierra demarismas y colinas bajas, ciénagas yriachuelos, asentamientos fallidos ypeligros acechantes. Una sombra cruzó

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brevemente ante la luna, una sombra deltamaño de un cuervo, rumbo a unagujero en el corazón de las montañas.

Aquí se había arrancado un trozo dela fortaleza que era la cordillera de laCresta Roja, dejando un valle circular.Puede que alguna vez hubiera sido ellugar de un primitivo impacto celestial oel recuerdo de una explosión quesacudió la tierra, pero los eones habíanerosionado el cráter con forma decuenco hasta convertirlo en una serie deempinados y redondeados altozanos queahora se asentaban entre las abruptasmontañas que los rodeaban. Ninguno delos antiguos árboles de Elwynn podíaalcanzar esta altitud, y el interior del

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anillo de colinas estaba desnudo exceptopor la maleza y los enmarañadosmatorrales.

En el centro del anillo de colinas sealzaba un cerro desnudo, tan calvo comola coronilla de un maestro mercader deKul Tiras. De hecho, la propia forma enla que se levantaba el cerro, con unapendiente muy pronunciada que sesuavizaba en su parte superior hastahacerse casi llana, era de formaparecida a un cráneo humano. Muchos sehabían dado cuenta de esto a lo largo delos años, aunque sólo unos pocos habíansido lo bastante valientes, o poderosos osin tacto como para mencionárselo alpropietario.

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En la cima aplanada del cerro sealzaba una antigua torre, una inmensaprotuberancia de piedra blanca ycemento oscuro, una erupción levantadapor el hombre que surgía sin esfuerzohacia el cielo, escalando más alto quelas colinas que la rodeaban, alumbradacomo un faro por la luz de la luna. Habíaun muro bajo en la base de la torrerodeando un patio de armas, dentro delcual se encontraban los restosdesvencijados de un establo y unaherrería, pero era la propia torre la quedominaba el interior del anillo decolinas.

Una vez este lugar se llamóKarazhan. Una vez fue el hogar del

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último de los misteriosos y secretosGuardianes de Tirisfal. Una vez fue unlugar vivo. Ahora estaba sencillamenteabandonado y perdido en el tiempo.

Había silencio en la torre, pero notranquilidad. En el abrazo de la nocheunas siluetas revoloteaban de ventana enventana, y formas fantasmagóricasdanzaban en balcones y parapetos.Menos que fantasmas pero más querecuerdos, eran nada menos que trozosdel pasado que se habían desprendidodel paso del tiempo. Estas sombrashabían sido arrancadas del pasado porla locura del propietario de la torre, yahora estaban condenadas a interpretarsus historias una y otra vez en el silencio

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de la torre abandonada. Condenadas ainterpretar pero desprovistas deaudiencia alguna que lo apreciase.

Entonces, en el silencio se oyó elsuave roce de una bota sobre la piedra,y luego otra. Un destello de movimientobajo la luna llena, una sombra contra lapiedra blanca, el susurro de unaandrajosa capa roja en el frío airenocturno. Una silueta caminaba sobre elparapeto superior, en la espira almenadamás alta, la cual años antes habíaservido de observatorio.

La puerta que conducía del parapetoal observatorio chirrió sobre susantiguas bisagras, y se detuvo congeladapor la herrumbre y el paso del tiempo.

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La figura envuelta en la capa se paró uninstante; entonces colocó un dedo en labisagra y murmuró unas pocas palabras.La puerta se abrió en silencio, como silas bisagras fueran nuevas. El intruso sepermitió una sonrisa.

Ahora el observatorio estaba vacío,y los instrumentos que quedaban, rotos yabandonados. La figura intrusa, casi tansilenciosa como uno de los fantasmas,recogió un astrolabio aplastado,retorcido en algún momento de cólera yaolvidado. Ahora era simplemente unpesado trozo de oro, inerte e inútil ensus manos.

Hubo otro movimiento en elobservatorio, y el intruso levantó la

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vista. Ahora cerca de él había una figurafantasmal junto a una de las muchasventanas. El fantasma/no fantasma era unhombre ancho de hombros, con pelo ybarba que una vez fueron oscuros peroahora encanecían prematuramente en losbordes. La figura era uno de losfragmentos del pasado, separado de éstey ahora repitiendo su tarea, tuvierapúblico o no. Por el momento, el hombrede pelo oscuro sostenía el astrolabio, elgemelo intacto del que estaba en lasmanos del intruso, y trasteaba con unaruedecilla en uno de sus costados. Unmomento, una comprobación y un girode la ruedecilla. Sus oscuras cejas sefruncieron sobre unos fantasmagóricos

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ojos verdes. Un segundo momento, otracomprobación y otro giro. Finalmente lafigura alta e imponente suspiro hondo ydejó el astrolabio en una mesa que ya noestaba allí, y luego se desvaneció.

El intruso asintió. Tales aparicioneseran habituales incluso en los tiempos enque Karazhan estaba habitado, aunqueahora, arrancadas del control (y de lalocura) de su amo, se habían vuelto másosadas. Y a pesar de todo, esosfragmentos del pasado pertenecían aquí,mientras que él no. Él era el intruso, noellos.

El intruso cruzó la habitación hastala escalera descendente, mientras tras élel anciano volvía a hacerse visible con

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un parpadeo y repetía su acción,observando con su astrolabio un planetaque hacía mucho que se había movido aotra parte del cielo.

El intruso bajó por la torre, cruzandolos pisos para llegar a otras escaleras yotras estancias. Ninguna puerta estababloqueada, ni siquiera las cerradas conllave y clavadas, ni las selladas por elóxido y el tiempo. Unas pocas palabras,un toque, un gesto y los remaches sesoltaban, el óxido se disolvía enmontoncitos rojizos y las bisagrasquedaban restauradas. En uno o dossitios seguían brillando las antiguasprotecciones, manteniendo su poder apesar del tiempo transcurrido. Se detuvo

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ante ellas durante unos instantes,pensando, reflexionando, buscando en sumemoria la clave adecuada. Dijo lapalabra correcta, realizó el movimientoindicado con las manos, hizo pedazos ladébil magia que quedaba, y siguióadelante.

Mientras avanzaba por la torre, losfantasmas del pasado se agitaban y sevolvían más activos. Teniendo ahora unaposible audiencia, parecía que esostrozos del pasado querían representar supapel, aunque sólo fuera para librarsede este sitio. Cualquier sonido quehubieran poseído se había desvanecidohacía eras, dejando sólo las imágenesmoviéndose por las estancias.

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El intruso pasó junto a unmayordomo vestido con una libreaoscura, mientras el frágil ancianoavanzaba lentamente por el pasillo,llevando una bandeja de plata y unasanteojeras puestas. Después cruzó labiblioteca, donde una jovencita de pielverde estaba de pie leyendo un antiguolibro, dándole la espalda. Atravesó unsalón de banquetes, en cuyo extremo ungrupo de músicos tocaba sin sonidoalguno y unos bailarines danzaban unagavota. En el otro extremo ardía unagran ciudad, y sus llamas lamíaninofensivas las paredes de piedra y lostapices podridos. El intruso atravesó lassilenciosas llamas, aunque su rostro se

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volvió macilento y se tensó cuandocontempló una vez más la poderosaciudad de Stormwind ardiendo a sualrededor.

En una habitación tres hombresjóvenes se sentaban en torno a una mesay se contaban mentiras hoy ya olvidadas.Había desparramadas jarras de metal enla superficie de la mesa, al igual quebajo ella. El intruso se quedóobservando la imagen algún tiempo,hasta que una fantasmal posadera trajouna nueva ronda. Entonces agitó lacabeza y siguió avanzando.

Casi había llegado hasta la plantabaja, y salió a un balcón que colgabaprecariamente del muro, como un nido

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de avispas sobre la entrada principal.Allí, en el amplio espacio que seextendía ante la torre, entre la entradaprincipal y los establos que había al otrolado del patio, ahora derrumbados,había una sola imagen fantasmagórica,solitaria y aislada. No se movía comolas demás, sino que permanecía allí,esperando vacilante. Un fragmento delpasado que no había sido liberado. Unfragmento que lo estaba esperando.

La imagen inmóvil era de un hombrejoven con una franja blanca recorriendosu desordenada cabellera oscura. Losdispersos fragmentos de una barbareciente podían verse en su rostro. Unaajada mochila estaba a los pies del

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joven, que tenía agarrada una carta conun sello rojo como si le fuera en ello lavida.

Éste sí que no era ningún fantasma,sabía el intruso, aunque puede que elpropietario de la imagen hubiera muertoya, caído en combate bajo un solextranjero. Éste era un recuerdo, unfragmento del pasado, atrapado como uninsecto en ámbar, esperando serliberado. Esperando su llegada.

El intruso se sentó en la balaustradade piedra del balcón y miró hacia fuera,más allá del patio, más allá del cerro ymás allá del anillo de colinas. Habíasilencio bajo la luz de la luna, y lasmismas montañas parecían estar

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conteniendo el aliento, esperándolo.El intruso levantó la mano y entonó

una serie de cánticos. La primera vez,las rimas y ritmos llegaron suavemente,luego más fuerte, y finalmente con muchamás fuerza, haciendo pedazos la calma.En la distancia los lobos oyeron sucántico y lo devolvieron con elcontrapunto de sus aullidos.

Y la imagen del joven fantasmal, queparecía tener los pies atrapados en elbarro, respiró hondo, se echó al hombrosu mochila de secretos y avanzó a duraspenas hacia la entrada principal de latorre de Medivh.

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K

CAPÍTULOUNO

Karazhan

hadgar se aferraba a la carta depresentación con el sello rojo e

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intentaba desesperadamente recordar supropio nombre. Había cabalgadodurante días, acompañando a variascaravanas y finalmente haciendo ensolitario el viaje hasta Karazhan trasatravesar el inmenso y agreste Bosquede Elwynn. Luego la larga escaladahasta la cima de las montañas, hasta estelugar sereno, vacío y solitario. Inclusoel aire parecía frío y distante. Ahora,deshecho y cansado, el joven de barbadesaliñada estaba plantado en el patiobajo el crepúsculo, petrificado ante loque tenía que hacer.

Presentarse ante el mago máspoderoso de Azeroth.

Un honor, habían dicho los eruditos

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de Kirin Tor. Una oportunidad, habíaninsistido, que no había quedesaprovechar. Los mentoresacadémicos de Khadgar, un cónclave deinfluyentes eruditos y hechiceros, lehabían dicho que llevaban añosintentando introducir un oído amigo enla torre de Karazhan. Los Kirin Torquerían aprender los conocimientos queel mago más poderoso de la tierra teníaocultos en su biblioteca. Queríanconocer las investigaciones quedesarrollaba. Y más que nada queríanque este mago solitario e independienteempezase a preparar su legado, queríansaber cuando el grande y poderosoMedivh planeaba entrenar a un heredero.

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El gran Medivh y los Kirin Torllevaban años en un tira y afloja poresos asuntos y por otros, aparentemente,y sólo ahora había hecho aquél, algunasconcesiones. Sólo ahora tomaba unaprendiz. Fuese por un repentinoarrepentimiento de su reputadamenteduro corazón, una simple concesióndiplomática o una percepción del magode su propia mortalidad, eso no lesimportaba a los maestros de Khadgar. Laúnica verdad era que este poderoso (ypara Khadgar, misterioso) mago habíasolicitado un asistente, y los Kirin Tor,que gobernaban el reino mágico deDalaran, estaban más que felices deacceder a la petición.

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Así que el joven Khadgar fueseleccionado y enviado con una lista deinstrucciones, órdenes, contraórdenes,peticiones, sugerencias, consejos y otrassolicitudes de sus arcanos maestros.Pregúntale a Medivh por los combatesde su madre contra los demonios, pidióGuzbah, su primer instructor. Entérate detodo lo que encuentres en su bibliotecaacerca de la historia de los elfos,solicitó Lady Delth. Busca entre suslibros si tiene algún bestiario, ordenóAlonda, que estaba convencida de quehabía una quinta especie de troll quetodavía no estaba registrada en susvolúmenes. Sé directo, sincero yhonesto, le aconsejó el Artífice Jefe

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Norlan; parece que el Gran MagusMedivh valora esos rasgos del carácter.Sé diligente y haz lo que te digan. Noharaganees. Que siempre parezca queestás interesado. Cuando estés de pie,ponte derecho. Y por encima de todomantén los ojos y los oídos abiertos.

Las ambiciones de los Kirin Tor noes que preocuparan horriblemente aKhadgar; su educación en Dalaran y sutemprano aprendizaje en el Cónclave lehabían dejado claro que sus mentoresposeían una curiosidad insaciableacerca de la magia en todas sus formas.Sus continuos catalogados, acumulacióny definición de la magia quedabanimpresos en los jóvenes estudiantes

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desde muy temprana edad, y Khadgar noera diferente a la mayoría.

De hecho, se daba cuenta, puede quehubiera sido su propia curiosidad la quehabía provocado su difícil situación. Suspropios vagabundeos nocturnos por lasestancias de la Ciudadela Violeta deDalaran habían descubierto más de unsecreto que el Cónclave preferiría norevelar. El gusto del Artífice Jefe por elaguardiente, por ejemplo, o lapredilección de Lady Delth por losjóvenes donceles de apenas una fracciónde su edad, o la colección secreta deKorrigan el bibliotecario de panfletosdescribiendo (de un modo más bienescabroso) las prácticas de los

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adoradores de demonios del pasado.Y había algo acerca de uno de los

grandes sabios de Dalaran, el venerableArrexis, una de las eminencias grisesque incluso los otros respetaban. Habíadesaparecido, o muerto, o le habíapasado algo terrible, y los demásdecidieron no mencionarlo, inclusohasta el punto de borrar el nombre deArrexis de los libros y no volver anombrarlo. Pero a pesar de todo,Khadgar lo había descubierto. Khadgarposeía la capacidad de encontrar lareferencia necesaria, hacer la deduccióncorrecta o hablar con la personaadecuada en el momento adecuado. Eraun don que podía llegar a ser una

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maldición.Cualquiera de estos descubrimientos

podía haber provocado que élconsiguiera esta prestigiosa (y a pesarde todos los planes y advertencias,posiblemente fatal) misión. Quizápensaron que el joven Khadgar erademasiado bueno descubriendosecretos; y mejor para el cónclavemandarlo a donde su curiosidad lehiciera algún bien a los Kirin Tor. O, almenos, donde estaría lo bastante lejospara no descubrir secretos acerca de losdemás habitantes de la CiudadelaVioleta.

Y Khadgar, en su incansablefisgoneo, también había oído esa teoría.

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Así que Khadgar partió con unamochila llena de notas, un corazón llenode secretos y una cabeza llena degrandes exigencias y consejos inútiles.En la última semana antes de partir deDalaran, había hablado con casi todoslos miembros del Cónclave, cada uno delos cuales estaba interesado en algoacerca de Medivh. Para tratarse de unmago que vivía en mitad de ningunaparte, rodeado de árboles y de picosominosos, los miembros de los KirinTor tenían una curiosidad extremaacerca de él. Ansiosa, incluso.

Respirando hondo (y recordando alhacerlo que aún estaba cerca de losestablos), Khadgar avanzó a grandes

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zancadas hacia la torre propiamentedicha, y sintió los pies como si estuvieraarrastrando su pony de carga por lostobillos.

La entrada principal bostezaba comola boca de una caverna, sin portón nirastrillo. Eso tenía sentido. ¿Quéejército se abriría paso por el bosque deElwynn para escalar las paredes delcráter, y todo para luchar contra elMagus Medivh en persona? No habíaconstancia de que nada ni nadie hubieraintentado alguna vez poner sitio aKarazhan.

La entrada envuelta en sombras eralo bastante alta como para dejar pasar aun elefante con todos sus arreos.

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Colgado sobre ella había un ampliobalcón con la balaustrada de piedrablanca. Desde allí, uno estaría a lamisma altura que las colinascircundantes y tendría a la vista lasmontañas que había al otro lado. Huboun destello de movimiento en labalaustrada, un leve movimiento queKhadgar sintió más que vio. Una figuraenvuelta en una túnica, quizá, que semovía por el balcón hacia el interior dela torre propiamente dicha. ¿Inclusoahora lo observaban? ¿No había nadiepara recibirlo o es que esperaban que seaventurase solo en la torre?

─¿Eres el nuevo joven? ─dijo unavoz baja, casi sepulcral; y a Khadgar,

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que mantenía levantada la cabeza, casise le salió el corazón por la boca.

Se giró para ver una figura delgada yencorvada que emergía de las sombrasde la entrada. La cosa encorvadaparecía marginalmente humana, y por unmomento, Khadgar se preguntó siMedivh estaría mutando animales delbosque para que trabajaran como suscriados. Éste parecía una comadreja sinpelo, y su alargado rostro estabaenmarcado por lo que parecía ser un parde rectángulos negros.

Khadgar no recordaba haberrespondido, pero la persona comadrejasalió más de las sombras.

─¿Eres el nuevo joven? ─repitió.

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Cada palabra fue pronunciada porseparado, encapsulada en su propiacajita, articulada y separada de lasdemás. Salió por completo a la luz y sereveló como nada más o menosamenazador que un anciano delgadocomo un fideo vestido con una libreaoscura de estambre. Un sirviente;humano, pero sirviente. Ello, o mejordicho, él, llevaba unos rectángulosnegros a los lados de la cabeza, como sifueran unas orejeras, que se extendíanhacia delante en dirección a suprominente nariz. El joven se dio cuentade que estaba mirando como unpasmarote al anciano.

─Khadgar ─dijo, y tras un momento

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le entregó la carta de presentación─. DeDalaran. Khadgar de Dalaran, en elreino de Lordaeron. Me envían los KirinTor. De la Ciudadela Violeta. DeDalaran. En Lordaeron.

Se sentía como si estuviese tirandopiedras de conversación a un gran pozovacío, con la esperanza de que elanciano respondiera a alguna de ellas.

─Por supuesto que lo eres, Khadgar─dijo el anciano─. De los Kirin Tor. Dela Ciudadela Violeta. De Dalaran.

El sirviente cogió la carta como si eldocumento fuera un reptil vivo y, trasalisar sus picos arrugados, se la guardóen el chaleco de la librea sin abrirla.Tras llevarla y protegerla durante tantos

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kilómetros, Khadgar sintió el dolor de lapérdida. La carta de presentaciónrepresentaba su futuro, y no le gustabaverla desaparecer, ni siquiera unmomento.

─Los Kirin Tor me envían a ayudar aMedivh. A Lord Medivh. Al magoMedivh. Medivh de Karazhan.

Khadgar se dio cuenta de que estabaa medio paso de ponerse a farfullar, ycon un esfuerzo titánico cerró la bocafirmemente.

─Estoy seguro de que sí ─dijo elcriado─. De que te mandaron, quierodecir.

Palpó el sello de la carta y unadelgada mano se sumergió en su levita,

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sacando un par de rectángulos negrosunidos por una estrecha banda metálica.

─¿Anteojeras?Khadgar parpadeó.─No; quiero decir, no, gracias.─Moroes, dijo el criado.Khadgar movió la cabeza.─Me llamo Moroes ─dijo el

criado─. Mayordomo de la torre,senescal de Medivh. ¿Anteojeras?─Volvió a levantar los rectángulosnegros, idénticos a los que enmarcabansu alargado rostro.

─No, gracias, Moroes ─dijoKhadgar, con una mueca de curiosidaden el rostro.

El criado se dio la vuelta y le hizo

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un leve gesto con la mano a Khadgarpara que lo siguiera.

Khadgar recogió su mochila y tuvoque trotar para alcanzar al sirviente. Apesar de toda su aparente fragilidad, elmayordomo se movía a buen paso.

─¿Está usted sólo en la torre?─aventuró Khadgar mientras empezaba asubir un tramo curvo de escalerasanchas y bajas. La piedra estaba hundidaen el centro, gastada por el paso demiles de pies de sirvientes y huéspedes.

─¿Eh? ─respondió el criado.─¿Está usted solo? ─repitió

Khadgar, preguntándose si se veríareducido a hablar como lo hacía Moroespara que lo entendieran─. ¿Vive usted

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aquí solo?─El Magus está aquí ─respondió

Moroes con una voz sibilante quesonaba tan débil y muerta como el polvode una tumba.

─Sí, por supuesto ─dijo Khadgar.─No tendría mucho sentido que tú

estuvieras aquí si él no estuviera─continuó el mayordomo─. Aquí, quierodecir.

Khadgar se preguntó si la voz delanciano sonaba así porque no la usabamuy a menudo.

─Por supuesto ─asintió Khadgar─.¿Alguien más?

─Ahora tú ─siguió Moroes─. Mástrabajo cuidar de dos que de uno. Y no

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es que se me consultara.─¿Así que normalmente están solos

usted y el mago? ─dijo Khadgar,preguntándose si al mayordomo lohabrían contratado (o creado) con sunaturaleza taciturna en mente.

─Y Cocinas ─dijo Moroes─.Aunque Cocinas no habla demasiado. Apesar de todo, gracias por preguntar.

Khadgar trató de contenerse para nolevantar la vista al cielo, pero no loconsiguió. Tuvo la esperanza de que lasanteojeras a ambos lados de la cara delmayordomo hubieran impedido que ésteviera su respuesta.

Llegaron a un descansillo, unaintersección de pasillos iluminada por

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antorchas. Moroes cruzó inmediatamentehasta otro tramo de escalerasdesgastadas que había justo al frente.Khadgar se detuvo un momento parainspeccionar las antorchas. Puso unamano apenas a unos centímetros de latitilante llama, pero no sintió calor.Khadgar se preguntó si el fuego fríosería común por toda la torre. EnDalaran usaban cristales fosforescentes,que relucían con un brillo estable yconstante, aunque sus investigacioneshablaban de espejos reflectantes,espíritus elementales vinculados alámparas y, en un caso, enormesluciérnagas cautivas. Y, sin embargo,estas llamas parecían estar congeladas

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en su sitio.Moroes, que había subido la

siguiente escalera hasta la mitad, se diola vuelta y carraspeó. Khadgar corriópara alcanzarlo. Aparentemente lasanteojeras no limitaban tanto al viejomayordomo.

─¿Por qué las anteojeras? ─preguntóKhadgar.

─¿Eh? ─replicó Moroes.Khadgar se tocó el lado de la

cabeza.─Las anteojeras. ¿Para qué?Moroes contrajo su rostro en lo que

Khadgar sólo pudo suponer que era unasonrisa.

─La magia es fuerte aquí. Fuerte, y a

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veces no está bien. Se ven… cosas…por aquí. A menos que tengas cuidado.Yo tengo cuidado. Los otros visitantes,los que vinieron antes que tú, ellostuvieron menos cuidado. Ahora se hanido.

Khadgar pensó en el fantasma quepodía o no podía haber visto en elbalcón y asintió.

─Cocinas tiene unas gafas de cuarzorosa ─añadió Moroes─. Dice que son lomejor. ─Hizo una pausa durante uninstante y añadió─. Cocinas es un pocotonta.

Khadgar tenía la esperanza de queMoroes fuera algo más comunicativouna vez que tuviera más confianza.

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─¿Lleva mucho tiempo al serviciodel mago?

─¿Eh? ─volvió a decir Moroes.─¿Lleva mucho tiempo con él?

─repitió Khadgar, esperando mantenerla impaciencia fuera de su voz.

─Sí ─dijo el mayordomo─. Losuficiente. Demasiado. Parecen años. Eltiempo aquí es así. ─El ajadomayordomo dejó inacabada la frase ylos dos subieron las escaleras ensilencio.

─¿Qué sabe acerca de él? ─preguntófinalmente Khadgar─. Del Magus,quiero decir.

─La cuestión es ─dijo Moroesmientras abría una puerta para revelar

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otro tramo de escaleras─: ¿qué sabestú?

Las investigaciones de Khadgaracerca del asunto habían sidosorprendentemente improductivas, y losresultados frustrantemente escasos. Apesar del acceso a la Gran Biblioteca dela Ciudadela Violeta (y el accesosubrepticio a unas cuantas bibliotecasprivadas y colecciones secretas) habíabastante poco acerca de este grande ypoderoso Medivh. Y esto eradoblemente raro, puesto que los magosmás antiguos de Dalaran parecían sentirun temor reverencial hacia ese Medivh,y querían una cosa u otra de él. Algúnfavor, algún servicio, algo de

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información.Medivh parecía ser un hombre

joven, para lo que era normal entre losmagos. Sólo tenía unos cuarenta y tantosaños, y durante gran parte de este tiempoparecía no haber tenido ningún impactoen su entorno. Esto sorprendía aKhadgar. La mayoría de las historias quehabía oído y leído decían que los magosindependientes solían ser bastanteescandalosos, imprudentes a la hora deentrometerse en secretos que el hombreno debería conocer, y solían morir,quedar mutilados o malditos pormezclarse con poderes y energías másallá de su control. La mayoría de laslecciones que había aprendido de niño

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sobre los magos que no eran de Dalaransiempre acababan igual: sin límites,autocontrol ni reflexión, los magosespontáneos, autodidactas, sin elentrenamiento adecuado, siempreacababan mal; a veces, aunque no amenudo, destruyendo gran cantidad delas tierras circundantes.

El hecho de que Medivh no hubierallegado a derrumbar sobre su cabeza uncastillo, o a dispersar sus átomos portodo el Averno Astral, o a invocar undragón sin saber controlarlo, indicaba obien un gran autocontrol o un gran poder.Por todo el jaleo que los eruditos habíanorganizado con su nombramiento, y lalista de instrucciones que había

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recibido, Khadgar se inclinaba por loúltimo.

Y a pesar de todas susinvestigaciones, no había logradoaveriguar el porqué. No había indiciosde ninguna investigación de importanciade este Medivh, ningún descubrimientosignificativo, ningún logro determinanteque explicase la evidente reverencia quelos Kirin Tor sentían por este magoindependiente. No se le conocíangrandes guerras, grandes conquistas nipoderosas batallas. Los bardos erannotablemente lacónicos cuando setrataba de Medivh, y heraldos que por lodemás eran diligentes se encogían dehombros a la hora de discutir sus logros.

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Y aun así, se daba cuenta Khadgar,aquí había algo importante, algo quecreaba en los estudiosos una mezcla demiedo, respeto y envidia. Los Kirin Torno consideraban sus iguales enconocimiento mágico a ningún otromago, y de hecho solían tratar deobstaculizar a los magos que no estabanafiliados a la Ciudadela Violeta. Y sinembargo inclinaban la cabeza anteMedivh, ¿por qué?

Khadgar sólo tenía unos mínimosindicios: algo acerca de sus padres(Guzbah estaba especialmenteinteresado en la madre de Medivh);algunas notas marginales en un grimoriomencionando su nombre y referencias a

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sus ocasionales visitas a Dalaran. Todasestas visitas habían sido en los últimoscinco años, y aparentemente Medivhsólo se había entrevistado con los magosmás ancianos, como el desaparecidoArrexis.

En suma, Khadgar sabía bien pocode este presunto gran mago para el quele habían encargado que trabajase. Ypuesto que él pensaba que elconocimiento era su armadura y suespada, se sentía terriblemente malpreparado para el encuentro que seavecinaba.

─No mucho ─dijo en voz alta.─¿Eh? ─respondió Moroes

girándose en las escaleras.

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─He dicho que no sé mucho ─dijoKhadgar levantando la voz más de loque hubiera deseado.

Su voz reverberó en las paredesdesnudas de la escalera. Ésta securvaba, y Khadgar se preguntó si latorre era realmente tan alta comoparecía. Le dolían las pantorrillas de lasubida.

─Por supuesto que no ─dijoMoroes─. Que no sabes, quiero decir.La gente joven nunca sabe mucho. Esoes lo que los hace jóvenes, supongo.

─Quiero decir… ─dijo Khadgarirritado. Hizo una pausa para tomaraliento─. Quiero decir que no sé muchoacerca de Medivh. Usted preguntó.

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Moroes se detuvo un instante, con elpie apoyado en el siguiente peldaño.

─Supongo que pregunté ─dijo al fin.─¿Cómo es? ─preguntó Khadgar con

gesto suplicante.─Como todo el mundo, supongo

─dijo Moroes─. Tiene sus cosas, tienesus días. Buenos y malos. Como todo elmundo.

─Se pone los pantalones por lospies ─dijo Khadgar con un suspiro.

─No, se los pone levitando ─dijoMoroes. El viejo criado miró a Khadgar,y el joven pudo distinguir el leve indiciode una sonrisa cruzando el rostro delanciano─. Una escalera más.

La última escalera era de caracol, y

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Khadgar supuso que estarían llegando ala espira más alta de la torre. El viejocriado abría la marcha.

La escalera se abría a una pequeñahabitación circular, rodeada por unamplio parapeto. Como había supuestoKhadgar, estaban en la cima de la torre,que tenía un gran observatorio. Lasparedes y el techo estaban atravesadospor ventanas de cristal, limpias y sinempañar. En el tiempo que les habíallevado la subida había caído la noche,y el cielo estaba oscuro y salpicado deestrellas.

El observatorio en sí estaba oscuro,iluminado por unas pocas antorchas dela misma luz fija que había en los demás

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sitios. Pero éstas estaban cubiertas, yaque habían sido tapadas para poderobservar el cielo nocturno. En el centrode la habitación reposaba un braseroapagado listo para ser usado más tarde,puesto que la temperatura bajaría amedida que se acercara la mañana.

Había varias grandes mesasovaladas repartidas junto a las paredesdel observatorio, cubiertas con todo tipode aparatos. Niveles de plata yastrolabios de oro servían depisapapeles para mantener antiguostextos abiertos por ciertas páginas. Enuna mesa había una maqueta a mediomontar que mostraba el movimiento delos planetas por la bóveda celestial,

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junto con los finos alambres, las bolas yunas delicadas herramientas. Habíacuadernos de notas apilados contra unapared, y más en cajas atestadas quehabía bajo las mesas. Un mapaenmarcado del continente mostraba lastierras meridionales de Azeroth yLordaeron, la patria de Khadgar, juntocon los reinos enano y élfico de KhazModan y Quel’Thalas, tan dados aaislarse. En el mapa había clavadasmultitud de chinchetas, constelacionesque sólo Medivh podía descifrar.

Y Medivh estaba allí, porque paraKhadgar no podía ser otro. Era unhombre de edad mediana, con el pelolargo y recogido en una cola de caballo.

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En su juventud su pelo seguramentehabría sido negro como el azabache,pero ahora ya estaba encaneciendo enlas sienes y la barba. Khadgar sabía queesto les pasaba a muchos magos, por latensión de las energías mágicas quemanipulaban.

Medivh iba vestido con ropassencillas para un mago, bienconfeccionadas y ajustadas a su reciaosamenta. Un corto tabardo, noadornado por decoración alguna,colgaba hasta su cintura, sobre unospantalones remetidos en unas botasexcesivamente grandes. Una voluminosacapa marrón colgaba de sus anchoshombros, y tenía la capucha echada

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hacia atrás.Cuando los ojos de Khadgar se

acostumbraron a la oscuridad, se diocuenta de que estaba equivocado acercade que la ropa del mago no estabadecorada. De hecho estaba entretejidacon filigrana de plata, de una factura tandelicada que era invisible a primeravista. Observando la espalda del mago,Khadgar se dio cuenta que estabamirando al rostro estilizado de unantiguo demonio legendario. Parpadeó, yen ese instante la tracería se transformóen un dragón enroscado, y luego en elcielo nocturno.

Medivh les daba la espalda al viejocriado y al joven, ignorándolos por

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completo. Estaba de pie junto a una delas mesas, con un astrolabio dorado enuna mano y un cuaderno de notas en laotra. Parecía perdido en suspensamientos, y Khadgar se preguntó siésta sería una de las «cosas» acerca delas que le había prevenido Moroes.

Khadgar se aclaró la garganta y dioun paso al frente, pero Moroes levantóuna mano. Khadgar se quedó inmóvil,como si hubiera quedado paralizado porun conjuro mágico.

En su lugar el viejo sirviente caminóen silencio hasta un lado del maestrohechicero, esperando que Medivhadvirtiera su presencia. Pasó un minuto.Un segundo minuto. Y luego un periodo

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que Khadgar juró que era una eternidad.Finalmente, la figura de la capa dejó

el astrolabio e hizo tres rápidasanotaciones en el cuaderno de notas.Cerró en seco el libro y dirigió la vistahacia Moroes.

Al ver su rostro por primera vez,Khadgar pensó que Medivh era muchomás viejo de los cuarenta y tantos añosque se le suponían. El rostro estabaarrugado y envejecido. Se preguntó quémagias blandiría Medivh que habíanescrito una historia tan profunda en surostro.

Moroes se metió la mano en elchaleco y sacó la arrugada carta depresentación, cuyo sello escarlata

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parecía ahora rojo como la sangre bajola uniforme luz de aquellas antorchasque no parpadeaban. Medivh se dio lavuelta y observó al joven.

Los ojos del mago estaban hundidosbajo unas pobladas cejas oscuras, peroKhadgar se dio cuenta enseguida delpoder que yacía bajo ellos. Algodanzaba y parpadeaba bajo esos ojos decolor verde oscuro, algo poderoso yquizá incontrolado. Algo peligroso. Elmaestro mago le echó una ojeada, y enun momento Khadgar sintió que el magohabía examinado el total de su existenciay no la había encontrado más interesanteque la de un escarabajo o una pulga.

Medivh apartó la vista de Khadgar y

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miró la carta de presentación, que seguíalacrada. Khadgar se sintió relajado caside inmediato, como si un depredadorgrande y hambriento hubiera pasado delargo sin hacerle caso.

Su alivio duró poco. Medivh noabrió la carta. En vez de eso fruncióligeramente el ceño y el pergaminoestalló en llamas con una explosivaráfaga de aire. Las llamas se agolparonen el extremo opuesto al que él sosteníael documento, y temblaron con unatonalidad intensa y azulada.

Cuando Medivh habló, su voz fue ala vez grave y divertida:

─Bueno ─dijo, ignorando el hechode que sostenía el futuro de Khadgar

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ardiendo en su mano─. Parece que porfin ha llegado nuestro joven espía.

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─¿A

CAPÍTULODOS

Entrevista con el Magus

lgún problema? ─preguntóMedivh, y Khadgar volvió

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a sentirse súbitamente bajo lamirada del archimago.De nuevo se sentía como un escarabajo,pero esta vez como uno queinadvertidamente hubiera atravesado lamesa de trabajo de un coleccionista deinsectos. Las llamas ya habíanconsumido media carta de presentación,y el sello de lacre se estaba derritiendo,goteando sobre las losas del suelo delobservatorio.

Khadgar era consciente de que teníalos ojos desorbitados, el rostrodemacrado y pálido y la boca abiertacon la mandíbula colgando. Intentóobligar al aire a salir de su cuerpo, perolo único que pudo conseguir fue un siseo

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estrangulado. Las pobladas cejasoscuras se arquearon en una miradadivertida.

─¿Estás enfermo? Moroes, ¿elchaval está enfermo?

─Cansado, quizá ─dijo Moroes enun tono neutro─. Ha sido una largasubida.

Finalmente, Khadgar logró recuperarla suficiente compostura para gritar.

─¡La carta!─Ah ─dijo Medivh─. Sí, gracias,

casi me olvidaba.Anduvo hasta el brasero y dejó caer

el pergamino ardiendo sobre loscarbones. La llamarada azul se alzóespectacularmente hasta la altura más o

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menos del hombro, y luego disminuyóhasta convertirse en una llama normal,que llenaba la habitación con un brillocálido y rojizo. De la carta depresentación, con su pergamino y susello escarlata inscrito con el símbolode los Kirin Tor, no quedaba ni rastro.

─¡Pero si ni la ha leído! ─dijoKhadgar. Entonces se dio cuenta─.Quiero decir, señor, con todo respeto…

El archimago soltó una risita y sesentó en una gran silla hecha de lienzo ymadera oscura tallada. El braseroiluminaba su rostro, resaltando lasarrugas que formaba su sonrisa. A pesarde esto, Khadgar no lograbatranquilizarse.

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Medivh se inclinó hacia delante enla silla.

─Oh Grande y Respetado MagusMedivh ─dijo─, Archimago deKarazhan: os traigo saludos de los KirinTor, la más letrada y poderosa de todaslas academias, gremios y asociacionesmágicas; consejeros de reyes, maestrosde los eruditos, reveladores de secretos.Y siguen así un buen rato, dándose másaires con cada frase. ¿Cómo voy hastaahora?

─No sabría decir ─respondióKhadgar─. Me dieron instrucciones…

─De no abrir la carta ─acabóMedivh─. Pero lo hiciste de todosmodos.

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El archimago levantó la vista paramirar al joven, y a Khadgar se le hizo unnudo en la garganta. Algo parpadeó enlos ojos de Medivh, y Khadgar sepreguntó si el archimago tendría elpoder de lanzar conjuros sin que nadiese diera cuenta.

Khadgar asintió lentamente,preparándose para la respuesta.

Medivh soltó una carcajada.─¿Cuándo?─En el… en el viaje desde

Lordaeron hasta Kul Tiras ─dijoKhadgar, inseguro de si lo que diría ibaa divertir o a irritar a su posiblementor─. Tuvimos calma chicha un parde días y…

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─La curiosidad pudo contigo─Medivh volvió a acabar la frase porél. Sonrió, y fue una limpia sonrisablanca bajo una barba entrecana─. Yoprobablemente la habría abierto en elmismo momento en el que hubieraperdido de vista la Ciudadela Violeta.

Khadgar respiró hondo.─Lo pensé, pero supuse que tendrían

activado algún conjuro de adivinación,al menos a ese alcance ─dijo.

─Y querías estar lejos de cualquierconjuro o mensaje que te llamara devuelta si abrías la carta. Y la volviste acerrar lo bastante bien para burlar unainspección superficial, seguro de que yorompería el sello enseguida y no notaría

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la manipulación. ─Medivh se permitióuna risita, pero su rostro adquirió ungesto de concentración─. ¿Cómo lo hehecho? ─preguntó.

Khadgar parpadeó.─¿Hacer qué, señor?─Saber lo que ponía en la carta

─dijo Medivh, mientras bajaban lascomisuras de su boca─. La carta queacabo de quemar dice que encontraré aljoven Khadgar muy impresionante por sucapacidad deductiva y su inteligencia.Impresióname.

Khadgar miró a Medivh, y la sonrisajovial de unos segundos antes se habíaevaporado. El rostro sonriente era ahorael de algún dios primigenio labrado en

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piedra, crítico e implacable. Los ojosque antes habían chispeado de diversiónahora parecían ocultar a duras penas unafuria contenida. Las cejas estabanfruncidas juntas como los nubarrones deuna tormenta en formación.

Khadgar tartamudeó unos instantesantes de empezar a hablar.

─Ha leído mi mente.─Posible ─dijo Medivh─. Pero

incorrecto. Ahora mismo eres un manojode nervios, y eso dificulta la lectura dementes. Una mal.

─Ya ha recibido usted antes este tipode cartas ─dijo Khadgar─. De los KirinTor. Usted sabe el tipo de cartas queescriben.

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─También es posible ─dijo elarchimago─. Puesto que he recibidotales cartas, y sí que suelen serabrumadoras en su tono deautocomplacencia. Pero tú conoces laspalabras exactas igual que yo. Un buenintento, el más obvio, pero tampoco escorrecto. Dos mal.

La boca de Khadgar formó unadelgada línea. Tuvo una intuición y elcorazón empezó a latirle con fuerza en elpecho.

─Simpatía ─dijo al fin.Los ojos de Medivh siguieron

inescrutables, y su voz se mantuvomonocorde.

─Explícate.

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Khadgar respiró hondo.─Una de las leyes de la magia.

Cuando alguien manipula un objeto dejaen él mismo una parte de su propia aurao vibración mágica. Como las aurasvarían según el individuo, es posibleestablecer una conexión con alguien através de su aura. De esta forma unmechón de pelo puede convertirse en untalismán de amor o se puede rastrear unamoneda hasta su propietario original.

Los ojos de Medivh se entrecerrarony se pasó un dedo por su barbudamejilla.

─Continúa.Khadgar se detuvo unos instantes,

sintiendo sobre sí el peso de los ojos de

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Medivh. Eso era lo que había aprendidoen las clases. Estaba a medio camino,pero ¿cómo la había usado él paraaveriguar…?

─Cuanto más usa alguien un objeto,más fuerte es la resonancia ─dijorápidamente Khadgar─. Así que por lotanto un objeto que experimente muchamanipulación o reciba mucha atencióntendrá una simpatía más fuerte. ─Ahorale salían más palabras y más rápido─.Así que un documento que alguien haescrito tiene más aura que un pergaminoen blanco; y la persona se concentra enlo que escribe, así que… ─Khadgar hizouna pausa para reorganizarse las ideas─.Usted ha leído una mente, pero no la

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mía, sino la del escribano que redactó lacarta en el momento en que la estabaescribiendo; ha captado suspensamientos reforzando las palabras.

─Sin tener que abrir el documento─dijo Medivh, y la luz volvió a danzaren sus ojos─. ¿Y cómo le sería útil estetruco a un estudioso?

Khadgar parpadeó un instante yapartó la vista del archimago, tratandode evitar su penetrante mirada.

─Se podrían leer libros sin tener queleerlos.

─Algo muy útil para un investigador─dijo Medivh─. Perteneces a unacomunidad de estudiosos, ¿por qué no lohacéis?

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─Porque… porque… ─Khadgarpensó en el viejo Korrigan, que podíaencontrar cualquier cosa en labiblioteca, incluso la mínima notamarginal─. Creo que lo hacemos, perosólo los miembros más ancianos delcónclave.

Medivh asintió.─Y eso es porque…Khadgar pensó durante un momento

y luego negó con la cabeza.─¿Quién escribiría si todo el

conocimiento pudiera extraerse con unaorden mental y una ráfaga de magia?─sugirió Medivh. Luego sonrió, yKhadgar se dio cuenta de que habíaestado conteniendo la respiración─. No

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eres malo, nada malo. ¿Sabes decontraconjuros?

─Hasta el quinto repertorio.─¿Tienes poder para un rayo

místico? ─preguntó enseguida Medivh.─Uno o dos, pero es agotador

─respondió el joven, sintiendo derepente que la conversación volvía aponerse seria.

─¿Y tus elementos primarios?─Soy más fuerte con el fuego, pero

los conozco todos.─¿Y la magia de la naturaleza?

─preguntó Medivh─. ¿Madurar,seleccionar, recolectar? ¿Puedes cogeruna semilla y extraerle la juventud hastaconvertirla en una flor?

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─No, señor. Fui entrenado en unaciudad.

─¿Puedes hacer un homúnculo?─Las doctrinas no lo ven con buenos

ojos, pero conozco los principiosimplicados ─dijo Khadgar─. Si sienteusted curiosidad…

Los ojos de Medivh se iluminaron unmomento.

─¿Has navegado hasta aquí desdeLordaeron? ─dijo─. ¿En qué tipo debarco?

Khadgar quedó fuera de juego unmomento por el repentino cambio detema.

─Sí, esto… una goleta tirassiana, laBrisa Majestuosa ─contestó.

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─Desde Kul Tiras ─acabóMedivh─. ¿Tripulación humana?

─Sí.─¿Hablaste con alguno de la

tripulación?De nuevo Khadgar se sintió pasar de

la charla al interrogatorio.─Un poco ─dijo─. Creo que mi

acento les parecía divertido.─Las tripulaciones de los barcos de

Kul Tiras se divierten con poco ─dijoMedivh─. ¿Algún no humano en latripulación?

─No, señor ─respondió Khadgar─.Los tirassianos contaron historias deunos hombres-pez. Los llamaronmurlocs. ¿Son reales?

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─Lo son ─dijo el Magus─. ¿Con quéotras razas has tenido tratos? Sin contarlas variaciones de la humana.

─Una vez llegaron a Dalaran variosgnomos ─dijo Khadgar─. Y he conocidoartífices enanos en la Ciudadela Violeta.Conozco los dragones a través de lasleyendas; en una de las academias vi unavez el cráneo de un dragón.

─¿Y qué hay de los trolls o lostrasgos? ─dijo Medivh.

─Trolls ─dijo Khadgar─. Cuatrovariedades conocidas de trolls; puedeque haya una quinta.

─Eso son las paparruchas queenseña Alonda ─murmuró Medivh, perole hizo un gesto a Khadgar para que

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siguiera.─Los trolls son salvajes, más

grandes que los humanos. Muy altos yfibrosos, con rasgos alargados. Esto…─meditó unos instantes─, organizacióntribal. Casi completamente apartados delas tierras civilizadas, casi extintos enLordaeron.

─¿Trasgos?─Mucho más pequeños, de tamaño

más parecido a los enanos, con la mismainventiva pero con un cariz destructivo.Temerarios. He oído que como razaestán locos.

─Sólo los inteligentes ─dijoMedivh─. ¿Sabes algo acerca de losdemonios?

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─Por supuesto, señor ─dijorápidamente Khadgar─. Quiero decir delas leyendas, señor. Y conozco lasabjuraciones y protecciones apropiadas.Se las enseñan a todos los magos deDalaran desde el primer día deentrenamiento.

─Pero nunca has invocado uno─dijo Medivh─. Ni has estado presentecuando otro lo ha hecho.

Khadgar parpadeó, preguntándose sisería una pregunta trampa.

─No, señor, ni se me ocurriría.─No lo dudo ─dijo el mago, con la

más fina ironía en su voz─. Que no se teocurriría. ¿Sabes lo que es un Guardián?

─¿Un Guardián? ─Khadgar percibió

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un nuevo giro en la conversación─. ¿Unvigía? ¿Un guardia? ¿Quizá otra raza?¿Es algún tipo de monstruo? ¿Quizá unprotector contra los monstruos?

Ahora Medivh sonrió y negó con lacabeza.

─No te preocupes. Se supone que nodebes saberlo, es parte del truco.─Entonces levantó la vista─. Bueno¿qué sabes de mí?

Khadgar buscó por el rabillo del ojoa Moroes el senescal, y de repente sedio cuenta de que el sirviente se habíadesvanecido, despareciendo entre lassombras. El joven tartamudeó por unosinstantes.

─Los magos de los Kirin Tor tienen

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un alto concepto de usted ─logró deciral final, diplomáticamente.

─Obviamente ─dijo Medivh conbrusquedad.

─Es usted un poderoso magoindependiente, supuestamente consejerodel rey Llane de Azeroth.

─De vuelta a lo mismo ─dijoMedivh asintiéndole al joven.

─Aparte de eso… ─Khadgar dudó,preguntándose si realmente el magopodía leerle la mente.

─¿Sí?─Nada concreto que justifique la

alta estima… ─dijo Khadgar.─Y el miedo ─terció Medivh.─Y la envidia ─acabó Khadgar,

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sintiéndose repentinamente molesto porlas preguntas, inseguro acerca de cómoresponder─. Nada en concreto queexplique directamente el gran respetoque le profesan los Kirin Tor.

─Se supone que ha de ser así ─leespetó Medivh malhumorado, frotándoselas manos sobre el brasero─. Se suponeque ha de ser así.

Khadgar no podía creer que el magotuviera frío. Él mismo podía sentir elsudor nervioso correrle por la espalda.

Por fin, Medivh levantó la mirada, yla tormenta volvió a cernirse en susojos.

─Pero ¿qué sabes acerca de mí?─Nada, señor ─dijo Khadgar.

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─¿Nada? ─Medivh levantó la voz,que pareció retumbar por todo elobservatorio─. ¿Nada? ¿Has recorridotodo este camino por nada? ¿Ni siquierate has molestado en investigar? Quizá yono sea más que una excusa para que tusmaestros te quiten de en medio, con laesperanza de que mueras en el trayecto.No sería la primera vez que alguien lointenta.

─No había tanto que investigar. Noes que usted haya hecho mucho─respondió Khadgar un tanto irritado;luego respiró hondo, dándose cuenta decon quién estaba hablando y lo queestaba diciendo─. Quiero decir, nomucho que yo haya podido encontrar,

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quiero decir…Esperó un estallido de furia del

mago, pero Medivh se limitó a emitiruna risita.

─¿Y qué pudiste encontrar?─preguntó.

Khadgar suspiró.─Usted proviene de un linaje de

hechiceros. Su padre era un mago deAzeroth, un tal Nielas Aran. Su madreera Aegwynn, que puede ser un título envez de un nombre, uno que se remonta almenos ochocientos años en el pasado.Creció usted en Azeroth y conoce desdela infancia al rey Llane y a Lord Lothar.Aparte de eso… ─Khadgar dejó la fraseinacabada─. Nada.

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Medivh miró al interior del braseroy asintió.

─Bueno, eso es algo, más de lo quesolía encontrar la mayoría de la gente.

─Y su nombre significa «guardián delos secretos» en alto élfico ─añadióKhadgar─. También encontré eso.

─Demasiado cierto ─dijo Medivh,quien repentinamente parecía cansado.Miró fijamente al brasero durante unrato─. Aegwynn no es un título ─dijo alfin─. Simplemente es el nombre de mimadre.

─Entonces es que ha habido variasAegwynn, quizá sea un apellido─sugirió Khadgar.

─Sólo una ─dijo sombrío Medivh.

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Khadgar emitió una risita nerviosa.─Pero eso significaría que tenía…─Algo más de setecientos cincuenta

años cuando yo nací ─dijo Medivh conun sorprendente resoplido─. Erabastante mayor. Fui un hijo tardío en suvida. Lo que puede ser una de lasrazones por las que los Kirin Tor estáninteresados en lo que guardo en mibiblioteca. Que es el motivo de que tehayan mandado aquí.

─Señor ─dijo Khadgar tan seriocomo pudo─. Para ser sincero, todos losmagos excepto los de posición máselevada de los Kirin Tor quieren queaverigüe algo de usted. Lo haré lo mejorque pueda, pero si hay algún material

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que usted desee mantener restringido uoculto, lo comprendo perfectamente…

─Si yo hubiera pensado eso, nuncahubieras atravesado el bosque parallegar hasta aquí ─dijo Medivh conrepentina seriedad─. Necesito alguienpara ordenar y clasificar la biblioteca,para empezar, y luego trabajaremos enlos laboratorios alquímicos. Sí, lo harásbien. Verás, yo conozco el significadode tu nombre igual que tú el mío.

─¡Moroes!─Aquí, señor ─dijo el sirviente,

manifestándose repentinamente entre lassombras. Muy a su pesar, Khadgar dioun salto.

─Lleva al chaval abajo a su

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habitación y asegúrate de que comaalgo. Ha sido un día largo para él.

─Por supuesto, señor ─dijo Moroes.─Una pregunta, maestro ─dijo

Khadgar, sobreponiéndose─. Quierodecir Lord Magus, señor.

─Por ahora llámame Medivh.También respondo a Guardián de losSecretos y a algunos nombres más, notodos ellos conocidos.

─¿Qué ha querido decir con eso deque conoce mi nombre?

Medivh sonrió, y repentinamente lahabitación volvió a parecer cálida yacogedora.

─No hablas enano ─observó.Khadgar negó con la cabeza.

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─Mi nombre significa «guardián delos secretos» en alto élfico. Tu nombresignifica «confianza» en la antigualengua enana. Así que espero que hagashonor a tu nombre, joven Khadgar, JovenConfianza.

Moroes condujo al joven hasta sushabitaciones, en el tramo central de latorre, dándole explicaciones con esa vozfantasmal y definitiva mientrasdescendían por las escaleras. Lascomidas en la torre de Medivh eransencillas: gachas y salchichas paradesayunar, un almuerzo frío y una cenacopiosa y abundante, normalmente unestofado o un asado servido convegetales. Cocinas se retiraba tras la

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cena, pero siempre quedaban sobras enla cámara de frío. El horario de Medivhpodía ser descrito, de forma caritativa,como «errático», y Moroes y Cocinashacía ya mucho que habían aprendido aacomodarse a él con un mínimo demolestias por su parte.

Moroes informó al joven Khadgar deque, como asistente en vez de criado, élno tendría el mismo lujo. Se esperabaque estuviese disponible para ayudar alarchimago en cualquier momento en queéste lo considerara necesario.

─Como aprendiz ya me esperaba eso─dijo Khadgar.

Moroes se volvió en mitad de unpaso (estaban andando por una tribuna

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elevada que dominaba lo que parecíaser un salón de recepciones o de baile).

─Aún no eres aprendiz, chaval─dijo Moroes casi sin voz─. Ni porasomo.

─Pero Medivh ha dicho…─Que podías ordenar la biblioteca

─dijo Moroes─. Trabajo para unasistente, no para un aprendiz. Otros hansido asistentes, ninguno ha llegado a seraprendiz.

Khadgar frunció el ceño y sintió enel rostro la calidez del azoramiento. Nose había esperado que hubiera un nivelinferior al de aprendiz en la jerarquía delos magos.

─¿Cuánto hace desde…?

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─Realmente no sabría decirlo ─dijoa duras penas el sirviente─. Nadie hallegado tan lejos.

A Khadgar se le ocurrieron dospreguntas al mismo tiempo. Dudó, yluego preguntó.

─¿Cuántos asistentes más ha habido?Moroes miró abajo por la barandilla

de la tribuna, y su mirada pareciódesenfocarse. Khadgar se preguntó si elsirviente estaba pensando o si lo habríacogido fuera de juego. La habitación quehabía más abajo estaba escasamenteamueblada con una pesada mesa centralcon sillas. Estaba sorprendentementedesnuda, y Khadgar supuso que Medivhno celebraría muchos banquetes.

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─Decenas ─dijo por fin Moroes─.Por lo menos. La mayoría de ellos deAzeroth. Un elfo. No, dos elfos. Eres elprimero de los Kirin Tor.

─Decenas ─repitió Khadgar, y elalma se le cayó a los pies mientraspensaba cuántas veces habríabienvenido Medivh a un joven aprendiza su servicio. Entonces hizo la segundapregunta.

─¿Cuánto duraron?Esta vez, Moroes gruñó.─Días. A veces horas. Un elfo ni

siquiera llegó hasta las escaleras de latorre. ─Dio unos toquecitos a lasanteojeras que llevaba a ambos lados desu anciana cabeza─. Ven cosas, ¿sabes?

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Khadgar pensó en la figura de lapuerta principal y se limitó a asentir.

Al fin llegaron al alojamiento deKhadgar, en un pasillo lateral no muylejos del salón de banquetes.

─Ponte cómodo ─dijo Moroesentregándole a Khadgar la lámpara─. Elbaño está al fondo del pasillo. Hay unorinal debajo de la cama. Baja a lacocina. Cocinas te tendrá preparadoalgo caliente.

La habitación de Khadgar era unaestrecha cuña de la torre, más apropiadacomo alojamiento de un monje cenobitaque de un mago. Una estrecha cama juntoa una pared, y una mesa igualmenteestrecha junto a la otra con una

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estantería vacía sobre ella. Un armariopara la ropa. Khadgar arrojó su petate alinterior del armario sin abrirlo, yanduvo hasta la también estrechaventana.

Ésta era una delgada lámina decristal emplomado, montadaverticalmente en un vástago central.Khadgar empujó una mitad, y la ventanase abrió lentamente, mientras rebosabael casi solidificado aceite de la bisagrainferior.

La vista seguía siendo desde unpunto bastante alto en el costado de latorre, y las colinas que la rodeaban seveían grises y desnudas bajo la luz delas lunas gemelas. Desde esta altura, a

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Khadgar le resultaba evidente que lascolinas habían sido alguna vez un cráter,gastado y erosionado por el paso de losaños. ¿Había sido arrancada algunamontaña de este lugar como un dientepodrido? ¿O quizá es que el anillo decolinas no se había elevado, y el restode las montañas circundantes habíansubido más rápido, dejando sólo estelugar de poder clavado en el sitio?

Khadgar se preguntó si la madre deMedivh habría estado aquí cuando latierra se alzó o se hundió, o fuegolpeada por un trozo del cielo.Ochocientos años era mucho inclusopara la medida de los magos. Trasdoscientos años, según enseñaban las

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viejas lecciones, la mayoría de losmagos humanos estaban mortalmentedelgados y frágiles. ¡Tener setecientosaños y dar a luz un hijo! Khadgar agitóla cabeza y se preguntó si le estaríatomando el pelo.

Khadgar se quitó la capa de viaje ehizo una visita a las instalaciones delfondo del pasillo. Eran espartanas, peroincluían un aguamanil de agua fría, unapalangana y un buen espejo que no habíaperdido el lustre. Khadgar pensó en usarun sencillo conjuro para calentar elagua, pero decidió limitarse a aguantar.

El agua resultó vigorizante, yKhadgar se sintió mejor mientras secambiaba a una ropa menos polvorienta:

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una cómoda camisa que le llegaba casihasta las rodillas y unos resistentespantalones. Su ropa de trabajo. Sacó unestrecho cuchillo de comer del macuto y,tras pensarlo unos instantes, se lo metióen la caña de una bota.

Volvió a salir al pasillo, y se diocuenta de que no tenía una idea clara dedónde estaba la cocina. No había vistoningún cobertizo para cocinar junto a losestablos, así que seguramente estaríadentro de la misma torre. Posiblementeen la planta baja o en una próxima, conuna bomba de agua para traer aguadesde el pozo. Con el camino expeditohasta el salón de banquetes, se usaraéste o no.

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Khadgar encontró con facilidad lagalería sobre el salón de banquetes,pero tuvo que buscar para encontrar laescalera, estrecha y retorcida, queconducía hasta el salón. Desde el salónde banquetes propiamente dicho podíaelegir entre varias salidas. Khadgarescogió la más probable y acabó en unpasillo sin salida con habitacionesvacías a ambos lados, parecidas a lasuya. Una segunda elección tuvo unresultado parecido.

La tercera condujo al joven al fragorde una batalla.

No se lo esperaba. En un momentoestaba caminando sobre unos bajosescalones de losas de piedra,

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preguntándose si iba a necesitar unmapa, una campana o un cuerno de cazapara recorrer la torre. Al momentosiguiente el techo sobre él se habíaabierto a un brillante cielo del color dela sangre fresca, y estaba rodeado dehombres con armadura, aprestados parala batalla.

Khadgar dio un paso atrás, pero elpasillo se había desvanecido tras él,dejando sólo un paisaje agreste ydesolado muy diferente de cualquiera delos que conocía. Los hombres estabangritando y señalando, pero sus voces, apesar del hecho de que estaban junto aKhadgar, sonaban ininteligibles yapagadas, como si le estuvieran

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hablando desde debajo del agua.¿Un sueño?, pensó Khadgar. Quizá

se había echado un rato y se habíaquedado dormido, y todo esto era unterror nocturno provocado por suspropias preocupaciones. Pero no, casipodía sentir el calor de los moribundos,el sol en su piel y la brisa, y loshombres gritando se movían a sualrededor.

Era como si se hubiera separado delresto del mundo, ocupando su propiaisla diminuta, con sólo el más débilcontacto con la realidad que lo rodeaba.Como si se hubiera convertido en unfantasma.

Y de hecho los soldados lo

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ignoraban como si fuera un espíritu.Khadgar alargó la mano para agarrar auno por el hombro, y para su propioalivio la mano no atravesó la abolladahombrera. Hubo resistencia, pero sólo lamínima; podía sentir la solidez de laarmadura y, si se concentraba, percibirlas aristas del metal abollado.

Khadgar se dio cuenta de que estoshombres habían luchado, dura yrecientemente. Sólo un hombre de cadatres no llevaba algún tipo de toscovendaje, enseñas de guerra manchadasde sangre que sobresalían por debajo desucias armaduras y yelmos abollados.Sus armas también estaban melladas ysalpicadas de escarlata seco. Había

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caído en un campo de batalla.Khadgar examinó su posición.

Estaban en la cima de un pequeño cerro,un mero pliegue en las llanurasondulantes que parecían rodearlos. Lavegetación que había existido la habíancortado y formado con ella toscasfortificaciones, defendidas ahora porhombres de rostro lúgubre. Esto no eraun reducto seguro, ni un castillo ni unfuerte. Habían elegido este punto paraluchar sólo porque no había otro.

Los soldados se apartaron cuando elque parecía ser su jefe, un hombregrande de barba blanca y anchoshombros, se abrió paso a empujones. Suarmadura estaba tan baqueteada como

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las demás, pero consistía en una corazapectoral sobre una túnica escarlata deestudioso, de un tipo que no habríaestado fuera de lugar en las estancias delos Kirin Tor. El dobladillo, las mangasy el chaleco de la túnica estabaninscritos con runas de poder, algunas delas cuales reconoció Khadgar, pero otrasle resultaron completamente ajenas. Lanívea barba del líder le llegaba casihasta la cintura, tapando la armadura quequedaba bajo ella, y llevaba un bacineterojo con una sola gema dorada en elceño. En una mano empuñaba un bastónrematado por una gema, y una espada decolor rojo oscuro en la otra. El líderestaba gritándoles a los soldados con

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una voz que a Khadgar le sonaba comoel rugido del mismo mar. Sin embargo,los guerreros parecían saber lo queestaba diciendo, puesto que formaronordenadamente a lo largo de lasbarricadas, mientras que otros llenabanlos huecos que había entre éstas.

El comandante de barba nevada pasópegado a Khadgar, y muy a su pesar eljoven trastabilló hacia atrás,apartándose del camino. El comandanteno debería haberlo notado, no más de loque lo habían hecho los ensangrentadosguerreros.

Pero el comandante lo notó. Su vozse entrecortó un instante, tartamudeó,apoyó mal el pie en el desigual suelo del

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cerro rocoso y casi se cayó. Y sinembargo se dio la vuelta y miró aKhadgar.

Sí, miró a Khadgar, y el futuroaprendiz tuvo claro que el ancianomago-guerrero lo veía y lo veía conclaridad. Los ojos del comandantemiraron profundamente a los de Khadgary por un momento éste se sintió como sehabía sentido bajo la fulminante miradade Medivh. Y, si acaso, ésta era másintensa. Khadgar miró al comandante alos ojos.

Y lo que allí vio lo hizo gemir. Muya su pesar se dio la vuelta, rompiendo elcontacto ocular con el mago-guerrero.

Cuando Khadgar volvió la mirada de

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nuevo, el comandante estaba asintiendo.Fue una inclinación de cabeza breve,casi despectiva, y el anciano tenía loslabios apretados. Entonces el líder debarba nevada partió, gritando a losguerreros, exhortándolos a defenderse.

Khadgar quiso ir tras él, perseguirloy descubrir cómo podía verlo cuandolos demás no podían, y qué podíadecirle, pero a su alrededor surgió ungrito, el grito amortiguado de unoshombres cansados llamados a cumplircon su deber una última vez. Espadas ylanzas se alzaron hacia un cielo delcolor de la sangre coagulada, y losbrazos señalaron hacia las ondulacionescercanas, donde la escorrentía había

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dejado parches de púrpura queresaltaban contra el suelo de coloróxido.

Khadgar miró hacia donde señalabanlos hombres, y una ola de verde y negroremontó la ondulación más próxima.Khadgar pensó que se trataba de algúnrío, o de un arcano y coloridocorrimiento de tierras, pero se diocuenta de que la ola era un ejército queavanzaba. El negro era el color de susarmaduras, y el verde era el color de supiel.

Eran criaturas de pesadilla, burlasde la forma humana. Sus rostros de colorde jade estaban dominados por grandesmandíbulas inferiores coronadas de

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dientes puntiagudos; sus narices eranchatas y olfateaban como el hocico de unperro, y sus ojos eran pequeños,inyectados en sangre y llenos de odio.Sus armas de azabache y susornamentadas armaduras brillaban bajoel sol eternamente moribundo de estemundo, y cuando remontaron la crestaemitieron un aullido que sacudió elsuelo bajo ellos.

Los soldados que había a sualrededor emitieron su propio grito, ymientras las criaturas verdes cubrían ladistancia hasta la colina, lanzarondescarga tras descarga de flechas conpenachos rojos. La primera línea de lasmonstruosas criaturas trastabilló y cayó,

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y fue inmediatamente pisoteada por losque venían detrás. Otra descarga y cayóotra de las filas de monstruosinhumanos, pero su caída fue ignoradapor la marea que venía detrás.

A la derecha de Khadgar hubo unosestallidos cuando el rayo danzó sobre lasuperficie de la tierra, y lasmonstruosidades gritaron cuando lacarne se evaporó sobre sus huesos.Khadgar pensó en el comandante mago-guerrero, pero también se dio cuenta deque dichos rayos sólo mermabanmínimamente a la horda que embestía.

Y entonces las monstruosidades depiel verde estaban sobre ellos, una olade azabache y jade embistiendo contra

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la tosca empalizada. Los troncosderribados no fueron más que ramitas enel camino de esta tempestad, y Khadgarpudo sentir cómo la línea se doblaba.Uno de los soldados que estaba junto aél cayó empalado por una gran lanzaoscura. En el sitio del guerrero habíauna pesadilla de carne verde y armaduranegra, aullando mientras pasaba a sulado como una exhalación.

Muy a su pesar, Khadgar retrocediódos pasos, se dio la vuelta y saliócorriendo.

Y casi arrolló a Moroes, que estabade pie en la puerta. Moroes hablótranquilamente.

─Te retrasabas, quizá te habías

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perdido.Khadgar se giró de nuevo, y vio que

tras él no había un mundo de cielosescarlatas y monstruosidades verdes,sino una salita abandonada, con lachimenea vacía y las sillas tapadas conunas sábanas. El aire olía a polvo reciénremovido.

─Estaba… ─gimió Khadgar─. Vi…estaba…

─¿En el sitio equivocado? ─sugirióMoroes.

Khadgar tragó saliva, miró a sualrededor y luego asintió en silencio.

─La cena está lista ─gruñóMoroes─. No vuelvas a ir al sitioequivocado, ¿estamos?

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Y el sirviente vestido de negro sedio la vuelta y flotó en silencio fuera dela habitación.

Khadgar miró por última vez elpasillo sin salida en el que habíaentrado. No había puertas misteriosas niportales mágicos. La visión (si habíasido una visión) había acabado de unaforma repentina sólo igualada por suinicio.

No había soldados. Ni criaturas depiel verde. Ningún ejército a punto dedesmoronarse. Sólo había un recuerdoque asustaba a Khadgar hasta el fondode su alma. Era real. Había parecidoreal. Había parecido verdad.

No eran los monstruos, ni el

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derramamiento de sangre los que lohabían asustado. Era el mago-guerrero,el comandante de pelo nevado que habíaparecido ser capaz de verlo. Que habíaparecido mirar en su corazón, yencontrarlo indigno.

Y lo peor de todo, la figura de labarba blanca vestida con la armadura yla túnica tenía los ojos de Khadgar. Elrostro estaba envejecido, el pelo blancocomo la nieve, la actitud imponente,pero el comandante tenía los mismosojos que Khadgar había visto en elpulido espejo hacía sólo unos momentos(¿o unas vidas?).

Khadgar salió de la salita, y sepreguntó si no sería demasiado tarde

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para buscarse unas anteojeras.

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─E

CAPÍTULOTRESInstalándose

mpezaremos contigo poco apoco ─dijo el mago de más

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edad desde el otro lado de la mesa─.Vete acostumbrando a la biblioteca. Vepensando cómo vas a organizarla.Khadgar asintió mientras comía gachas ysalchichas. El grueso de la conversacióndel desayuno había sido acerca deDalaran en general. Qué era popular enDalaran y cuáles eran las modas enLordaeron. Qué se debatía en lasestancias de los Kirin Tor. Khadgarmencionó que la duda filosófica quecirculaba cuando él se había ido era sicuando se creaba una llama mediante lamagia se la traía a la existencia o si sela invocaba desde una existenciaparalela.

Medivh resopló sobre su desayuno.

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─Imbéciles. No reconocerían unadimensión paralela aunque fuera a porellos y les mordiera en el… ¿Y tú, quécrees?

─Yo creo… ─Khadgar se dio cuentade que volvía a estar bajo la lupa─. Yocreo que puede ser otra cosacompletamente diferente.

─Excelente ─dijo Medivhsonriendo─. Cuando te den a elegir entredos posibilidades, escoge siempre latercera. Por supuesto querías decir quecuando se crea fuego, lo que se hace esconcentrar en un punto la naturalezainherente del fuego que hay contenida enel área circundante, trayéndolo a laexistencia.

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─Oh, sí ─dijo Khadgar─. Lo habíapensado. Durante algún tiempo, comoalgunos años.

─Bueno ─dijo Medivh mientras selimpiaba la barba con una servilleta─.Tienes una mente ágil y una honestavaloración de ti mismo. Veamos qué talte va con la biblioteca. Moroes teenseñará el camino.

La biblioteca ocupaba dos pisos, yestaba situada en el tramo central de latorre. La escalera que recorría esta partede la torre iba pegada a la pared,dejando una gran cámara de dos pisosde alto. Una plataforma de hierroforjado creaba una galería elevada en elsegundo nivel. Las estrechas ventanas de

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la habitación estaban cubiertas debarrotes de hierro entrelazados, lo quereducía la luz natural que entraba en lahabitación a poco más que la de unalinterna sorda. En las grandes mesas deroble del primer nivel había unos globoscristalinos, cubiertos con una gruesapátina de polvo, que brillaban con unresplandor azul grisáceo.

La habitación en sí era zonacatastrófica. Había libros desperdigadosabiertos al azar, pergaminosdesenrollados sobre las sillas, y unadelgada capa de folios polvorientos locubría todo como las hojas en el suelodel bosque. Los volúmenes másantiguos, que seguían encadenados a las

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estanterías, habían sido sacados ycolgaban de sus grilletes como losprisioneros de una mazmorra.

Khadgar contempló los daños y dejóescapar un hondo suspiro.

─Empecemos poco a poco ─dijo.─Puedo tener tu equipaje listo en

una hora ─dijo Moroes desde el pasillo.El criado no iba a entrar en labiblioteca.

Khadgar recogió un trozo depergamino que estaba a sus pies. Una delas caras era una solicitud de los KirinTor para que el maestro magorespondiera a su carta más reciente. Laotra cara estaba marcada con unamancha de color escarlata oscuro que

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Khadgar supuso al principio que seríasangre, pero se dio cuenta de que no eramás que el sello de lacre derretido.

─No ─dijo Khadgar dando unaspalmaditas a su saquito de útiles deescribano─. Lo único que pasa es queva a ser un reto más grande de lo quehabía supuesto al principio.

─Ya he oído eso antes ─dijoMoroes.

Khadgar se dio la vuelta parapreguntarle acerca de ese comentario,pero el criado ya se había ido de lapuerta.

Con el cuidado de un ladrón,Khadgar se abrió paso entre el desastre.Era como si hubiera estallado una

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batalla en la biblioteca. Había lomosrotos, cubiertas medio arrancadas,páginas dobladas, libros a los que leshabían arrancado por completo lastapas… Y esto era en los libros queseguían estando más o menos enteros.Muchos volúmenes habían sidodesencuadernados, y el polvo de lasmesas cubría una capa de papeles ycartas. Algunas de éstas estabanabiertas, pero otras seguíanevidentemente cerradas, manteniendooculta su información tras los sellos delacre.

─El Magus no necesita un asistente─murmuró Khadgar, mientras limpiabaun espacio en el extremo de una mesa y

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sacaba una silla─. Necesita una señorade la limpieza.

Y echó una rápida ojeada a la puertapara asegurarse de que el senescal sehabía ido realmente.

Khadgar se sentó y la silla sebalanceó peligrosamente. Se levantó, yvio que las patas desiguales de la sillahabían estado apoyadas en un gruesotomo con tapas metálicas. La portadaestaba decorada, y el canto de laspáginas había sido teñido en plata.

Khadgar abrió el libro, y al hacerlosintió que algo se movía dentro delmismo, como una pesa descendiendo poruna varilla de metal o una gota demercurio bajando por una pipeta. Algo

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metálico se desenroscó dentro del lomodel libro.

El tomo empezó a emitir un tic-tac.Khadgar cerró la tapa a toda prisa, y

el libro se calló con un chirrido agudo yun chasquido, al rearmarse elmecanismo. El joven dejó con cuidadoel libro en la mesa.

Entonces fue cuando notó las marcasde deflagración en la silla que estabausando y en el suelo bajo ella.

─Ya veo por qué vienen y van tantosasistentes ─dijo Khadgar vagandolentamente por la habitación.

La situación no mejoraba. Habíalibros abiertos colgando de los brazosde las sillas y de la barandilla metálica.

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La correspondencia se hacía másprofunda a medida que avanzaba por lahabitación. Algo había hecho un nido enel rincón de una estantería, y cuandoKhadgar lo sacaba de allí, el pequeñocráneo de una musaraña cayó al suelo yse hizo añicos. El nivel superior erapoco más que un almacén, y los libros nisiquiera estaban en las estanterías; eranpilas cada vez más altas, colinas quellevaban a montañas que llevaban acimas inalcanzables.

Y había un lugar vacío, en el queparecía que alguien había iniciado unfuego en un intento desesperado dereducir la cantidad de papel presente.Khadgar examinó el área y negó con la

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cabeza; aquí había ardido algo más,puesto que había restos de tela,posiblemente de la túnica de unestudioso.

Khadgar agitó la cabeza y volvióhasta donde había dejado sus útiles deescritura. Sacó un delgado palillero demadera con un puñado de plumillasmetálicas, una piedra para afilar y darforma a las plumillas, un cuchillo dehoja flexible para raspar el pergamino,un bloque de tinta de calamar, un platitopara derretir la tinta, una colección dellaves delgadas y planas, una lupa y loque a simple vista parecía un grillometálico.

Cogió el grillo, lo puso boca arriba

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y le dio cuerda usando una plumillaespecial. Era un regalo de Guzbahcuando Khadgar hubo completado suentrenamiento básico como escribano, yhabía demostrado no tener precio en losvagabundeos del joven por las estanciasde los Kirin Tor. En su interior conteníaun conjuro sencillo pero efectivo, queavisaba cuando estaba a punto de saltaralguna trampa.

Tan pronto como le hubo dado unavuelta completa a la manecilla, el grillometálico emitió un agudo chirrido.Khadgar, sorprendido, casi dejó caer alsuelo el insecto detector. Entonces sedio cuenta de que el aparato se limitabaa avisar de la intensidad del peligro

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potencial.Khadgar miró los volúmenes que

estaban apilados a su alrededor, ymurmuró una maldición. Se retiró hastala puerta y siguió dándole cuerda algrillo. Luego llevó hasta la puerta elprimer libro que había cogido, el quehacía tic-tac.

El grillo gorjeó levemente. Khadgardejó el libro con trampa a un lado de lapuerta. Recogió otro y lo acarreó. Elgrillo se mantuvo en silencio.

Khadgar contuvo la respiración,abrigó la esperanza de que los hechizosdel grillo le permitieran hacer frente atoda clase de trampas, mágicas o no, yabrió el libro. Era un tratado escrito con

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una suave mano femenina acerca de lapolítica de los elfos hacía trescientosaños.

Khadgar dejó el volumen manuscritoal otro lado de la puerta y volvió a porotro libro.

─Yo a ti te conozco ─dijo Medivh lamañana siguiente, mientras comíansalchichas y gachas.

─Khadgar, señor ─dijo el joven.─El nuevo asistente ─dijo el mago

de más edad─. Por supuesto. Perdona,pero mi memoria ya no es lo que era.Tengo demasiado entre manos, me temo.

─¿Hay algo en lo que necesiteayuda, señor?

El hombre pareció sopesarlo un

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momento.─La biblioteca, Joven Confianza,

¿cómo van las cosas en la biblioteca?─Bien ─dijo Khadgar─. Muy bien.

Estoy ocupado ordenando los libros ylos papeles.

─Ah. ¿Por temas? ¿Por autores?─preguntó el archimago.

En letales y no letales, pensóKhadgar.

─Estoy pensando en hacerlo portemas, porque muchos son anónimos.

─Hmmmf ─dijo Medivh─. Nuncaconfíes en nada en lo que un hombre noempeñe su nombre y su reputación.Sigue entonces. Dime. ¿Qué opinióntienen los magos de Kirin Tor acerca del

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rey Llane? ¿Lo mencionan alguna vez?El trabajo avanzaba con una lentitud

glacial, pero Medivh parecía no darsecuenta del tiempo transcurrido. Dehecho, parecía empezar cada díaquedando leve y agradablementesorprendido de que Khadgar siguieracon ellos y, tras un corto resumen de losprogresos, la conversación cambiaba detema.

─Hablando de bibliotecas ─decía,por ejemplo─. ¿En qué está metidoahora Korrigan, el bibliotecario de losKirin Tor?

─¿Qué opina la gente de Lordaeronacerca de los elfos? ¿Hay recuerdos dehaber visto alguno allí?

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─¿Circulan leyendas acerca dehombres con cabeza de toro por lasestancias de la Ciudadela Violeta?

Y una mañana, cuando Khadgarllevaba allí aproximadamente unasemana, Medivh no estuvo presente.

─Se ha ido ─se limitó a responderMoroes cuando le preguntó.

─¿Ido? ¿Adónde? ─preguntóKhadgar.

El viejo senescal se encogió dehombros, y Khadgar casi pudo sentir elcrujir de los huesos de su cuerpo.

─No suele decirlo.─¿Qué estará haciendo?─No suele decirlo.─¿Cuándo volverá?

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─No suele decirlo.─¿Me deja sólo en la torre?

─preguntó Khadgar─. ¿Sin vigilanciacon todos estos textos místicos?

─Yo podría ir a vigilarte ─seofreció Moroes─. Si es lo que quieres.

Khadgar negó con la cabeza.─¿Moroes?─¿Sip, joven señor?─Esas visiones… ─empezó el

joven.─¿Anteojeras? ─sugirió el sirviente.Khadgar volvió a negar con la

cabeza.─¿Muestran el futuro o el pasado?─Ambos, que yo me haya dado

cuenta, aunque normalmente no ─dijo

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Moroes─. Que no me doy cuenta, quierodecir.

─Y las del futuro… ¿se hacenciertas?

Moroes dejó escapar lo que Khadgarsólo pudo suponer que era un hondosuspiro, una exhalación que le hizosacudirse hasta los huesos.

─En mi experiencia, sí, joven señor.En una visión Cocinas me vio romperuna pieza de cristal, así que la escondió.Pasaron meses, y finalmente el amopidió esa pieza de cristal. Cocinas lasacó de su escondite y en menos de dosminutos yo la había roto. De formatotalmente fortuita. ─Volvió a suspirar─.Así que ella se buscó las gafas de

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cuarzo rosa al día siguiente. ¿Hay algomás?

Khadgar dijo que no, pero subiópreocupado la escalera hasta el pisodonde estaba la biblioteca, Habíaavanzado tanto como se había atrevidoen la organización, y la repentinadesaparición de Medivh lo dejaba aoscuras, necesitado de orientación.

El joven candidato a aprendiz entróen la biblioteca. A un lado de lahabitación estaban los volúmenes (y losrestos de volúmenes) que el grillo habíadeterminado que eran «seguros»,mientras que la otra mirad de lahabitación estaba llena con losvolúmenes (generalmente más

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completos) en los que había detectadotrampas.

Las grandes mesas estaban cubiertasde páginas sueltas y correspondencia sinabrir, dispuestas en dos pilas casiiguales. Las estanterías estabancompletamente vacías, y las cadenascolgaban desprovistas de susprisioneros.

Khadgar podía ojear los papeles,pero le pareció mejor volver a rellenarlas estanterías con los libros. Elproblema era que casi todos losvolúmenes no tenían título o, si lotenían, sus tapas estaban tan gastadas,rayadas y arañadas que eranininteligibles. La única forma de

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determinar los contenidos iba a serabrirlos.

Lo cual haría saltar los que tuvierantrampas. Khadgar miró la marca dedeflagración en el suelo y movió lacabeza.

Y entonces se puso a buscar, primeroentre los libros con trampas y luegoentre los que no tenían, hasta queencontró lo que estaba buscando. Untomo marcado con el símbolo de lallave.

Estaba cerrado con llave; una gruesabanda metálica con una cerradura lomantenía así. Khadgar no habíaencontrado llave alguna en ningúnmomento de su búsqueda, aunque eso no

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lo sorprendía, dado el orden de lahabitación. La encuadernación eraresistente, y las cubiertas eran placas demetal envueltas en cuero rojo.

Khadgar sacó las llaves planas de subolsita, pero todas eran insuficientespara el gran tamaño de la cerradura.Finalmente acudió a la punta de sucuchillo de raspar, que logró insertar enel mecanismo metálico de la cerradura,el cual emitió un satisfactorio chasquidocuando Khadgar dio en el clavo.

Observó el grillo que tenía en lamesa, y éste permanecía en silencio.

Conteniendo la respiración, el jovenmago abrió el voluminoso tomo. El olorrancio del papel podrido llegó hasta sus

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fosas nasales.─«Dee Traampas y Cerraduuras»

─dijo en voz alta, envolviendo con suboca la arcaica escritura y las palabrascon exceso de vocales─. «Sieendo unTrataado Soobre la Naturaleza de losDispositiivos de Seguridad».

Khadgar cogió una silla (algo másbaja, ya que había aserrado las trespatas más largas para equilibrarla) yempezó a leer.

Medivh estuvo fuera dos semanascompletas, y para entonces Khadgar sehabía adueñado de la biblioteca. Cadamañana se levantaba para desayunar, lehacía a Moroes un somero resumen desus progresos (ante el cual el senescal,

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al igual que Cocinas, nunca dabamuestra alguna de curiosidad) y luego sesepultaba en la bóveda. Le llevaban elalmuerzo y la cena, y a menudo sequedaba trabajando por la noche bajo lasuave luz azulada de las esferasbrillantes.

También se acostumbró a lanaturaleza de la torre. A menudopercibía imágenes por el rabillo del ojo,sólo el parpadeo de una figura ataviadacon una capa andrajosa que seevaporaba en cuanto él se volvía paramirarla. Una palabra a medio acabar queflotaba en el aire. Un frío repentinocomo si una puerta o una ventanahubieran quedado abiertas, o un brusco

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cambio de presión, como si de repentehubiera aparecido una nueva entrada. Aveces la torre gruñía al viento, como silos antiguos sillares se rozaran unos conotros, siglos después de su construcción.

Poco a poco fue aprendiendo lanaturaleza, si no los contenidos exactos,de los libros de la biblioteca, frustrandolas trampas que había colocadas en losvolúmenes más valiosos. Susinvestigaciones le fueron muy útiles enestos casos. Pronto se hizo tan expertoen superar los mecanismos mágicos ylas trampas de contrapeso como lo habíasido con las puertas cerradas y lossecretos ocultos de Dalaran. El trucocon la mayoría era convencer al

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mecanismo de la cerradura (fuese denaturaleza mágica o mecánica) de que nohabía sido manipulado, cuando enrealidad sí lo había sido. Descubrir loque hacia saltar la trampa, si era uncontrapeso o un resorte metálico oincluso la exposición al sol o al airefresco, era media batalla paraderrotarla.

Había libros que lo superaban, cuyascerraduras frustraban incuso sus ganzúasmodificadas y su diestro cuchillo. Ésoslos puso en el piso superior, hacia elfondo, y tomó la resolución de descubrirlo que había en su interior, por si mismoo sacándole la información a Medivh.

Dudaba de esto último, y se

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preguntaba si el archimago habría usadoalguna vez la biblioteca como algo másque un vertedero para los textosheredados y las cartas viejas. Lamayoría de los magos de los Kirin Tortenían al menos alguna apariencia deorden en sus archivos, y sus libros másvaliosos los tenían ocultos. Pero Medivhlo tenía todo tirado por ahí, como si nole hiciera falta.

Excepto como prueba, pensabaKhadgar. Una prueba para librarse delos candidatos a aprendiz.

Ahora los libros estaban en lasestanterías, los más valiosos (eilegibles) asegurados con cadenas en elpiso superior, mientras que los más

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comunes (historias militares,almanaques y diarios) estaban en el pisobajo. Aquí también se encontraban lospergaminos, que iban desde mundanaslistas de cosas compradas y vendidas enStormwind hasta ejemplares de poemasépicos. Estos últimos eranespecialmente interesantes, ya quealgunos de ellos se centraban enAegwynn, la supuesta madre de Medivh.

Si vivió más de ochocientos años,debió de haber sido una maga muypoderosa, pensaba Khadgar. Cualquierinformación más que hubiera acerca deella estaría en los libros protegidos quehabía al fondo. Hasta el momento dichosejemplares habían resistido todas las

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aproximaciones habituales e intentosfísicos de superar sus cerraduras y sustrampas, y el grillo detectorprácticamente había maullado de horrorcuando había tratado de abrir lascerraduras.

Con todo, había cosas más que desobra por hacer: clasificar losfragmentos sueltos, restaurar losejemplares que el tiempo casi habíadestruido y ordenar (o como mínimoleer) la mayoría de la correspondencia.Una parte de ésta estaba en lenguaélfica, y un gran porcentaje del total, devarias fuentes, estaba en algún tipo declave. Esta última categoría llegaba conuna variedad de sellos, desde Azeroth,

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Kaz Modan y Lordaeron, junto con sitiosque Khadgar no podía ni localizar en elatlas. Un gran grupo se comunicaba entresí, y con el propio Medivh, en clave.

Había varios grimorios antiguosacerca de códigos, la mayoría de loscuales se basaban en la sustitución deletras y en las jergas. Nada comparadocon el código usado en esas claves.Quizá habían usado una combinación demétodos para crear el suyo propio. Poresto, Khadgar tenía los grimorios sobrecódigos, junto con los libros acerca delélfico y el enano, abiertos en la mesa lamisma tarde en la que Medivh volviósúbitamente a la torre.

Khadgar no lo escuchó, más bien

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sintió su presencia, del mismo modo quecambia el aire a medida que el frente deuna tormenta se acerca sobre la tierracultivada. El joven mago se dio la vueltaen la silla y allí estaba Medivh, susanchos hombros llenando el umbral dela puerta, su túnica ondeando tras élcomo si tuviera voluntad propia.

─Señor, he… ─empezó a decirKhadgar, sonriendo y levantándose de lasilla.

Entonces se dio cuenta de que elpelo del archimago estaba revuelto, ysus ojos verdes: desorbitados eiracundos.

─¡Ladrón! ─grito Medivh señalandoa Khadgar─. ¡Intruso!

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El mago mayor señaló al más joveny empezó a entonar una retahíla desílabas alienígenas, palabras que noestaban hechas para la garganta humana.

Muy a su pesar, Khadgar levantó unamano y dibujó un signo de protecciónante sí en el aire, pero para el efecto quetuvo en el conjuro de Medivh, igual lepodía haber estado haciendo un gestoobsceno con la mano. Una pared de airesolidificado golpeó al joven,derribándolos a él y la silla sobre la quese sentaba. Los grimorios y manualesresbalaron por la mesa como botesatrapados en una repentina tempestad, ylas anotaciones se alejaron en unremolino.

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Sorprendido, Khadgar fue obligadoa retroceder, empujado contra una de lasestanterías que había tras él. Laestantería se tambaleó por la fuerza delimpacto y el joven temió que se volcara,echando a perder su duro trabajo. Laestantería se mantuvo en el sitio, pero lapresión sobre el pecho de Khadgar sehizo más intensa.

─¿Quién eres? ─tronó Medivh─.¿Qué haces aquí?

El joven mago luchó contra el pesoque tenía sobre el pecho y logró hablar.

─Khadgar… ─exhaló─. Asistente…Limpiando la biblioteca… Susórdenes…

Una parte de su mente se preguntó si

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éste sería el motivo de que Moroeshablase de forma tan escueta.

Medivh parpadeó ante las palabrasde Khadgar, y se irguió como un hombreque acabara de despertarse de unprofundo sueño. Giró un poco la mano, yal instante la ola de aire solidificado seevaporó. Khadgar cayó de rodillas,tratando de coger aire.

Medivh fue hasta él y lo ayudó alevantarse.

─Lo siento chaval ─empezó─.Había olvidado que estabas aquí.Supuse que eras un ladrón.

─Un ladrón empeñado en dejar lahabitación más ordenada que cuando sela encontró ─dijo Khadgar. Le dolía un

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poco al hablar.─Sí ─dijo Medivh recorriendo la

habitación con la mirada y asintiendo, apesar de la destrucción causada por suataque─. Sí. No creo que nadie hayallegado nunca tan lejos.

─Los he ordenado por temas ─dijoKhadgar, que aún estaba inclinado yaferrándose a las rodillas─. La historia,incluyendo los poemas épicos, a laderecha. Las ciencias naturales a laizquierda. Los de contenido legendarioen el centro, con los de idiomas y loslibros de referencia. El material máspoderoso, las notas alquímicas, y lasdescripciones y teoría de conjuros vanen la galería, junto con algunos libros

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que no he podido identificar que parecenbastante poderosos. Ésos va a tener quemirarlos usted mismo.

─Sí ─dijo Medivh, ignorando aljoven y mirando la habitación─.Excelente, un trabajo excelente. Muybien. ─Miró a su alrededor, con laapariencia de un hombre que acababa derecuperar el sentido─. Realmente muybien. Lo has hecho bien. Ahora, ven.

El archimago se dirigió como unrayo hacia la puerta, se detuvo antes dellegar y se volvió.

─¿Vienes?Khadgar sintió como si le hubiera

impactado otro rayo místico.─¿Ir? ¿Adónde vamos?

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─Arriba ─dijo Medivh secamente─.Ahora ven, o será demasiado tarde. ¡Eltiempo es esencial!

Para ser un hombre mayor, Medivhsubía con rapidez las escaleras,subiendo los escalones de dos en dos abuen paso.

─¿Qué hay arriba? ─jadeó Khadgar,logrando finalmente alcanzarlo en undescansillo cerca de la cima de la torre.

─Transporte ─contestó secamenteMedivh, y luego dudó por un instante. Sedio la vuelta en el sitio y hundió loshombros. Por un momento pareció que elfuego de sus ojos se había apagado─.Tengo que disculparme. Por lo de ahíabajo.

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─¿Señor? ─dijo Khadgar,confundido por esta nuevatransformación.

─Mi memoria ya no es lo que era,Joven Confianza ─dijo el Magus─.Debería haber recordado que estabas enla torre. Con lo que está pasando, supuseque eras un…

─¿Señor? ─interrumpió Khadgar─.¿El tiempo no era esencial?

─El tiempo ─dijo Medivh, y luegoasintió y la intensidad volvió a surostro─. Sí, lo es. ¡Vamos, noremolonees! ─Y tras decir eso, elhombre volvió a subir los escalones dedos en dos.

Khadgar se dio cuenta de que la

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torre encantada y la bibliotecadesordenada no eran las únicas razonespor las que la gente abandonaba elservicio de Medivh, y corrió tras él.

El anciano senescal los esperaba enel observatorio de la torre.

─Moroes ─tronó Medivh mientrasllegaba a la cima de la torre─. El silbatodorado, por favor.

─Sip ─dijo el sirviente mientrassacaba un fino cilindro. Había runasenanas talladas a lo largo del costadodel cilindro, que reflejaban la luz de laslámparas de la habitación─. Me hetomado la libertad, señor, ya están aquí.

─¿Están? ─empezó a decir Khadgar.Arriba se escuchó un susurro de alas.

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Medivh se dirigió hacia el parapeto yKhadgar levantó la vista.

Unos grandes pájaros descendían delcielo, con las alas reluciendo a la luz dela luna. No, no eran pájaros, se diocuenta Khadgar; eran grifos. Tenían elcuerpo de grandes felinos, pero suscabezas y las garras delanteras eran deáguila marina, y sus alas eran doradas.

Medivh le entregó un bocado y unasriendas.

─Prepara el tuyo y nos vamos.Khadgar ojeó a la gran bestia. El

grifo más cercano emitió un penetrantechillido y arañó el suelo de losas conlas garras de sus patas delanteras.

─Yo nunca he… ─empezó a decir el

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joven─. No sé…Medivh frunció el ceño.─¿Es que los Kirin Tor no enseñan

nada? No tengo tiempo para esto.Levantó un dedo y murmuró unas

pocas palabras, mientras tocaba la frentede Khadgar. Éste retrocedió, gritandosorprendido. El toque del mago lo habíasentido como si le estuviera clavando unhierro al rojo en el cerebro.

─Ahora sí que sabes. Colócale elbocado y las riendas, venga.

Khadgar se tocó la frente y dejóescapar un gemido de sorpresa. Losabía, cómo enjaezar adecuadamente ungrifo, y también cómo cabalgarlo, tantocon silla como al estilo enano, sin ella.

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Sabía cómo hacer una deriva lateral,cómo hacerlo flotar parado en el aire y,lo principal de todo, cómo prepararsepara un aterrizaje brusco.

Khadgar le puso los arreos a sugrifo, mientras percibía cómo la cabezaestaba a punto de estallarle del dolor,como si los conocimientos que le habíanmetido tuvieran que hacerse un hueco acodazos entre los que ya estaban en sucráneo.

─¿Listo? ¡Sígueme! ─dijo Medivh,sin esperar la respuesta.

La pareja se lanzó a volar, y lasgrandes bestias se esforzaron y batieronlas alas al aire para poder elevarse. Lasgrandes criaturas podían llevar enanos

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con armadura, pero un humano con unatúnica se aproximaba a sus límites.

Khadgar hizo virar expertamente asu grifo mientras éste descendía, ysiguió a Medivh mientras el magopicaba hasta ponerse sobre las oscurascopas de los árboles. El dolor se ibaextendiendo por su cabeza a partir delpunto donde Medivh lo había tocado, yahora sentía una pesadez en la frente ylos pensamientos confusos. Aun así, seconcentraba e imitaba con exactitud losmovimientos del archimago, como sillevara toda la vida volando en grifo.

El joven mago trató de ponerse a laaltura de Medivh, para preguntarle haciadónde iban y cuál era su objetivo, pero

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no pudo alcanzarlo. Incluso si lo hubieralogrado, se dio cuenta Khadgar, elviento lo hubiera ahogado todo exceptolos gritos más fuertes. Así que lo siguió,con las montañas cerniéndose sobreellos, mientras volaban hacia el este.

Khadgar no podía decir cuántotiempo habían volado. Puede quehubiera dado algunas cabezadas a lomosdel grifo, pero sus manos se habíanaferrado con firmeza a las riendas y elgrifo había mantenido el ritmo de suhermano. Sólo cuando Medivh hizo girarbruscamente a su grifo a la derecha salióKhadgar de su duermevela (si es que erauna duermevela) y siguió al archimagomientras su ruta se desviaba al sur. El

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dolor de cabeza de Khadgar, muyposible consecuencia del conjuro, casise había disipado por completo, dejandosólo una cierta molestia comorecordatorio.

Habían dejado atrás la cordillera yKhadgar se dio cuenta de que volabansobre terreno abierto. Bajo ellos la luzde la luna se hacía pedazos y erareflejada por una miríada de estanques.Una gran marisma o un pantano, pensóKhadgar. Tenía que ser por la mañanatemprano, puesto que a su derecha elhorizonte estaba empezando a iluminarsecon la promesa de un nuevo día.

Medivh descendió y levantó ambasmanos por encima de su cabeza.

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Khadgar se dio cuenta de que estabaefectuando un conjuro a lomos de ungrifo, y aunque su mente le aseguró queél sabía hacerlo, guiando a la gran bestiacon las rodillas, sintió en el fondo de sucorazón que nunca se sentiría cómodo enesa clase de maniobras.

Las criaturas descendieron más yrepentinamente Medivh quedó bañadopor una bola de luz, que lo iluminabaclaramente y convertía al grifo deKhadgar en una sombra que le pisabalos talones. Bajo ellos, el joven vio uncampamento de gente armada en unterreno ligeramente elevado quesobresalía del resto del pantano.Hicieron una pasada rasante sobre el

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campamento y Khadgar pudo oír abajogritos y el estruendo de armas yarmaduras a las que se echaba mano atoda prisa. ¿Qué estaba haciendoMedivh?

Pasaron sobre el campamento yMedivh dio la vuelta con un alto girolateral, mientras Khadgar imitaba cadauno de sus movimientos. Volvieron asobrevolar el campamento, y ahorahabía más luz; las hogueras que anteshabían estado casi apagadas habían sidoreavivadas y resplandecían en laoscuridad. Khadgar vio que se tratabade una patrulla de gran tamaño, quizáincluso una compañía. La tienda delcomandante era grande y estaba

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ricamente decorada, y reconoció elestandarte de Azeroth ondeando sobreella.

Aliados, pues, ya que se suponía queMedivh era allegado del rey Llane deAzeroth y de Lothar, el CaballeroCampeón del reino. Khadgar esperabaque Medivh aterrizara, pero en vez deeso el mago dio con los tacones en loscostados de su montura, a la vez quelevantaba la cabeza del grifo. Lasgrandes alas de la bestia batieron eloscuro cielo y ambos volvieron aascender, esta vez a toda velocidad endirección norte. Khadgar no tuvo máselección que seguirlo, mientras la luz deMedivh se apagaba y éste volvía a tomar

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las riendas.De nuevo sobrevolaron el pantano, y

Khadgar vio abajo una delgada línea;demasiado recta para ser un río ydemasiado ancha para ser un canal deirrigación. Luego era una carretera,tendida a través del pantano, conectandolos trozos de tierra seca que sobresalíande la ciénaga.

Entonces la tierra se elevó en otracresta, otra zona seca y otrocampamento. En este campamentotambién había llamas, pero no era elfuego brillante y contenido del ejército.Éstas estaban dispersas por todo elclaro, y cuando se acercaron, Khadgarse dio cuenta de que eran carromatos

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ardiendo, con sus contenidosdesperdigados entre las oscuras siluetashumanas que estaban tiradas como losmuñecos de una niña en el suelo detierra del campamento.

Como antes, Medivh hizo una pasadasobre el campamento, luego giró en loalto e hizo una segunda pasada. Khadgarlo siguió, y el joven mago se inclinóhacia un lado sobre su montura para vermejor. Parecía una caravana saqueada eincendiada, pero los bienes estabandesparramados por el suelo. ¿No sehabían llevado el botín los bandidos?¿Había supervivientes?

La respuesta a esta última preguntallegó con un grito y una salva de flechas

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que surgió de entre los arbustos querodeaban el lugar.

El grifo que iba delante emitió unchillido cuando Medivh tiró sinproblemas de las riendas y apartó con ungiro a la criatura de la trayectoria de lasflechas. Khadgar intentó la mismamaniobra, mientras el cálido, falso yreconfortante recuerdo en su mente ledecía que ésta era la forma correcta devirar. Pero a diferencia de Medivh,Khadgar montaba demasiado adelantadoen su montura, y no pudo tirar de lasriendas con suficiente fuerza.

El grifo giró, pero no lo bastantepara evitar todas las saetas. Una depunta dentada atravesó las plumas del

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ala derecha, y la gran bestia dejóescapar un grito de dolor, sacudiéndoseen vuelo e intentando desesperadamentebatir las alas para evitar los dardos.

Khadgar estaba desequilibrado, y nologró recuperar el control. En el espaciode un latido, sus manos se soltaron delas riendas y las rodillas se leresbalaron de los costados del grifo. Alno estar ya bajo su mando, el grifo seencabritó, derribando a Khadgar de sulomo.

El joven alargó la mano tratando deagarrar las riendas. Las tiras de cuerorozaron la punta de sus dedos y luegodesaparecieron en la noche, junto con sumontura.

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Y Khadgar cayó hacia la oscuridadarmada que aguardaba debajo.

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E

CAPÍTULOCUATRO

Batalla y consecuencias

l aire se le escapó a Khadgar delos pulmones cuando golpeó el

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suelo. La tierra estaba suelta bajo susdedos, y se dio cuenta de que habíacaído en una duna baja de sedimentosarenosos depositados en uno de losbordes de la loma.

El joven mago se puso en pietrabajosamente. Desde el aire la lomaparecía un incendio forestal. Desde elsuelo parecía una puerta al mismoinfierno.

Los carromatos ya estaban casiconsumidos por el fuego, y suscontenidos desparramados y ardiendopor toda la elevación. Los rollos de telahabían sido desenrollados sobre latierra, los barriles habían sidoagujereados y se estaban vaciando, y la

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comida había sido saqueada y tirada porel suelo. A su alrededor también habíacuerpos, siluetas humanas vestidas conarmaduras ligeras. Se veía el brilloocasional de un casco o una espada.Ésos serían los guardias de la caravana,que habían fracasado en su misión.

Khadgar encogió un hombrodolorido, pero lo notó magullado en vezde roto. Incluso a pesar de la arena,debería haber caído más fuerte. Agitó lacabeza, con fuerza. El dolor que lequedaba del conjuro de Medivh pesabamenos que los múltiples padecimientospor el resto del cuerpo.

Hubo movimiento entre el desastre,y Khadgar se agachó. Unas voces se

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comunicaban a ladridos en una lenguadesconocida, un lenguaje que a Khadgarle resultaba gutural y blasfemo. Loestaban buscando. Lo habían vistocaerse de su montura y ahora lo estabanbuscando. Mientras observaba, unasfiguras encorvadas avanzaronarrastrando los pies por entre los restos,dejando ver siluetas jorobadas cuandopasaban ante las llamas.

Algo se le vino a la cabeza aKhadgar, pero no lograba situarlo.Empezó a retroceder desde el claro, conla esperanza de que la oscuridad lomantuviera oculto de las criaturas.

Pero no fue así. Tras él se partió unarama, o una bota pisó un montón de

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hojas, o una armadura de cuero seenredó brevemente en un arbusto. Encualquier caso, Khadgar supo que noestaba solo y se dio la vuelta para ver…

A una monstruosidad proveniente desu visión. Una burla de la humanidad enverde y negro.

No era tan grande como las criaturasde su ensoñación, ni tan corpulento, peroseguía siendo una criatura de pesadilla.Su recia mandíbula inferior estabadominada por unos colmillos que salíanhacia arriba, y sus demás rasgos eranpequeños y siniestros. Por primera vez,Khadgar se dio cuenta de que tenía lasorejas grandes y puntiagudas.Posiblemente lo habría oído ante de

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verlo.Su armadura era negra, pero de

cuero, no de metal como en su sueño. Enla mano la criatura llevaba una antorchaque resaltaba sus marcados rasgosfaciales, haciéndolo aún másmonstruoso. En la otra mano la criaturaempuñaba una lanza decorada con unahilera de pequeños objetos blancos. Conun sobresalto, Khadgar se dio cuenta deque los objetos eran orejas humanas,trofeos de la masacre que los rodeaba.

Todo esto le vino a Khadgar en uninstante, en el encuentro repentino entrehombre y monstruo. La bestia apuntó aljoven con la lanza grotescamentedecorada y emitió un pavoroso

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desafío…Desafío que quedó interrumpido

cuando el joven mago pronunció unapalabra de poder, levantó una mano ydesencadenó un pequeño rayo de energíacontra el vientre de la criatura. La bestiacayó hecha un ovillo, y el aullido seinterrumpió.

Una parte de su mente estabaaturdida por lo que acababa de hacer, laotra sabía que había visto de lo queestas criaturas eran capaces, en la visiónen Karazhan.

La criatura había avisado a otrosmiembros de su tropa, y ahora seescuchaban aullidos de guerra en tornoal campamento. Dos, cuatro, una docena

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de esas parodias de hombre, todasconvergiendo sobre su posición. Y peoraún, del propio pantano salían másaullidos.

Khadgar sabía que no tenía poderpara repelerlos a todos. Invocar un rayomístico era suficiente para debilitarlo.Otro más lo pondría en serio peligro dedesmayarse. ¿Quizá debería intentarhuir?

Pero estos monstruos probablementeconocían la oscura ciénaga que losrodeaba mejor que él. Si se quedaba enla loma de arena, lo encontrarían. Sihuía al pantano, ni siquiera Medivh seríacapaz de localizarlo.

Khadgar levantó la vista al cielo,

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pero no había ni rastro del mago ni delos grifos. ¿Había aterrizado Medivh enalgún lugar y se acercaba sigilosamentea los monstruos? ¿O había vuelto con elcontingente humano del sur para traerloaquí?

O, pensó lúgubremente Khadgar,¿había cambiado el volátiltemperamento de Medivh y se habíaolvidado de que llevaba a alguienconsigo en el vuelo?

Khadgar miró rápidamente a laoscuridad y luego otra vez al lugar de laemboscada. Había más sombrasmoviéndose alrededor del fuego, y másaullidos.

Khadgar recogió la grotesca lanza

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con trofeos y anduvo con determinaciónhacia el fuego. Puede que no fuera capazde disparar más de uno o dos rayosmísticos, pero los monstruos no losabían.

Quizá fueran tan tontos comoparecían. Y tuvieran tan pocaexperiencia con los magos como él conellos.

Y los sorprendió, vaya si lo hizo. Laúltima cosa que esperaban era que suvíctima, la víctima que habían derribadode su montura voladora, apareciese derepente al filo de la luz de las hogueras,empuñando la lanza-trofeo de uno de suscentinelas.

Khadgar arrojó la lanza al fuego, y

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ésta chisporroteó al aterrizar.El joven mago invocó un poco de

llama, una pequeña bola, y la sostuvo enla mano. Abrigó la esperanza de queiluminara sus rasgos tanamenazadoramente como la antorchahabía iluminado los del guardia. Más levalía.

─Abandonad este lugar ─gritóKhadgar, rezando para que su cansadavoz no se quebrara─. Abandonad estelugar o moriréis.

Uno de los brutos más grandes diodos pasos al frente y Khadgar murmuróuna palabra de poder. Las energíasmísticas se condensaron en torno a lamano que sostenía la llama y golpearon

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con el verde inhumano de lleno en lacara. El bruto tuvo el tiempo justo dellevarse una mano dotada de garras alrostro destrozado antes de caer.

─¡Huid! ─gritó Khadgar, tratando dedar a su voz el tono más grave posible─.Huid o enfrentaréis el mismo destino.─Tenía el estómago helado, e intentabano mirar fijamente a la criatura queardía.

Una lanza voló desde la oscuridad, ycon sus últimas energías Khadgar invocóun poco de aire, el justo para desviarla aun lado. Cuando lo hizo se sintió débil.Eso era lo último que podía hacer. Susenergías estaban completamenteagotadas. Iba siendo un buen momento

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para que funcionase su farol.Las criaturas que lo rodeaban, sobre

una docena visible, dieron un paso atrás,y luego otro. Un grito más, se dio cuentaKhadgar, y huirían de vuelta al pantano,dándole el tiempo suficiente paraescapar. Ya había decidido huir hacia elsur, hacia el campamento del ejército.

En vez de eso se oyó una risa sonoray carcajeante que le heló la sangre. Losguerreros verdes se apartaron y otrafigura avanzó arrastrando los pies. Eramás delgado y más jorobado que losdemás, y vestía una túnica del color dela sangre coagulada. El color del cieloen la visión de Khadgar. Sus rasgos erantan verdes y tan deformes como los de

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los demás, pero éste tenía un brillo deinteligencia salvaje en los ojos.

Extendió la mano con la palma haciaarriba, sacó una daga y se pinchó en lapalma con la punta. La sangre rojiza seacumuló en el hueco de la palma.

La bestia de la túnica pronunció unapalabra que hacía daño a los oídos, y lasangre estalló en llamas.

─¿Humano quiere jugar? ─dijo elmonstruo de la túnica en un rudimentariolenguaje humano─. ¿Quiere jugar a losconjuros? ¡Nothgrin puede jugar!

─Idos ahora ─intentó Khadgar─.Idos ahora o morid.

Pero la voz del joven mago sequebró en ese momento y el espantajo de

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la túnica se limitó a reírse. Khadgarrecorrió con la mirada la zona que losrodeaba, buscando el mejor sitio parahuir, preguntándose si podría hacersecon una de las espadas de los guardiasque había en el suelo. Se preguntó sieste Nothgrin jugaba de farol como él.

Nothgrin dio un paso hacia Khadgary dos de las bestias que estaban a laderecha del hechicero gritaron derepente y estallaron en llamas. Sucediócon una rapidez que los conmocionó atodos, Khadgar incluido. Nothgrin segiró hacia las criaturas que ardían, paraver a dos más unirse a ellas, estallandoen llamas como ramitas secas. Éstastambién gritaron y doblaron las rodillas,

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cayendo al suelo.Ahora, en el sitio que habían

ocupado las criaturas se encontrabaMedivh. Parecía resplandecer por símismo, eclipsando a la hogueraprincipal, los carromatos que sequemaban y los cadáveres que ardían enel suelo, absorbiendo la luz. Parecíaradiante y relajado. Sonrió a lascriaturas reunidas y fue una sonrisasalvaje y brutal.

─Mi aprendiz os ordenó que oslargarais ─dijo Medivh─. Deberíaishaber cumplido sus órdenes.

Una de las bestias emitió un bramidoy el Magus lo silenció con un gesto de lamano. Algo duro e invisible golpeó a la

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bestia de lleno en la cara, y hubo uncrujido de ruptura cuando la cabeza sele separó del cuerpo y rodó hacia atrás,golpeando el suelo sólo momentos antesde que el cuerpo del ser cayera a laarena.

El resto de las criaturasretrocedieron un paso titubeando, yluego salieron huyendo hacia la noche.Sólo el cabecilla, el entunicadoNothgrin, se mantuvo firme, y susobredimensionada mandíbula se abriópor la sorpresa.

─Nothgrin te conoce, humano─siseó─. Tú eres el que…

El resto de lo que iba a decir lacriatura desapareció en un alarido

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cuando Medivh hizo un gesto con lamano y la bestia comenzó a flotar en unaráfaga de viento y fuego. Fue levantadaen el aire, gritando, hasta que al fin suspulmones reventaron por la tensión y losrestos de su cuerpo calcinado cayeroncomo copos de nieve negra.

Khadgar miró a Medivh, y el magosonreía enseñando los dientes de purasatisfacción. La sonrisa se desvaneciócuando vio el rostro ceniciento deKhadgar.

─¿Estás bien, chico? ─preguntó.─Bien ─dijo Khadgar, sintiendo

cómo el cansancio lo abrumaba. Tratóde sentarse pero acabó desplomándosede rodillas, con la mente agotada y

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vacía.Medivh estuvo a su lado enseguida,

poniéndole la mano en la frente.Khadgar trató de apartarlo, perocomprobó que no le quedaban fuerzas.

─Descansa ─le dijo Medivh─.Recupera la energía. Lo peor ya hapasado.

Khadgar asintió parpadeando. Mirólos cuerpos alrededor del fuego. Medivhpodía haberlo matado con la mismafacilidad en la biblioteca. Entonces,¿qué había detenido su mano? ¿Algúnasomo de reconocimiento a Khadgar?¿Algún recuerdo o algo de humanidad?

─Esas cosas ─logró articular eljoven mago, casi farfullando─. ¿Qué

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eran?─Orcos ─dijo el Magus─. Eso eran

orcos. Ahora basta de preguntas por elmomento.

Al este el cielo empezaba ailuminarse. Al sur se oía el resonar decantarines cuernos y poderosos cascosde caballo.

─La caballería al fin ─dijo Medivhcon un suspiro─. Demasiado ruidosa ydemasiado tarde, pero no se te vaya aocurrir decírselo. Pueden encargarse delos rezagados. Ahora descansa.

La patrulla hizo un barrido por elcampamento y luego la mitad desmontó yel resto siguió avanzando por el camino.Los jinetes empezaron a inspeccionar

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los cadáveres. Se asignó undestacamento para enterrar a losmiembros de la caravana. Los pocosorcos muertos a los que Medivh nohabía hecho arder fueron recogidos yarrojados a la hoguera principal, y suscuerpos se carbonizaron mientras sucarne se hacía cenizas.

Khadgar no recordaba que Medivhlo hubiera dejado, pero éste volvió conel comandante de la patrulla. Elcomandante era un hombre mayor,robusto, con el rostro curtido por elcombate y las campañas. Su barba negratiraba más a canosa, y el pelo le habíaretrocedido hasta más allá de lacoronilla. Era un hombre enorme, de

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aspecto aún más imponente por suarmadura de placas y su voluminosacapa. Sobre uno de los hombros,Khadgar pudo ver la empuñadura de unespadón, con enormes gavilanesenjoyados.

─Khadgar, éste es Lord AnduinLothar ─dijo Medivh─. Lothar, éste esmi aprendiz, Khadgar, de los Kirin Tor.

La cabeza de Khadgar le dabavueltas, y lo primero en que cayó fue enel nombre. Lord Lothar. El CampeónReal, compañero de la infancia del reyLlane y de Medivh. La espada quellevaba a la espalda debía de ser elMandoble Real, dedicado a la defensade Azeroth y… ¿acababa Medivh de

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decir que Khadgar era su aprendiz?Lothar se inclinó para ponerse a la

altura del joven y lo miró sonriendo.─Así que al fin conseguiste un

aprendiz. Tuviste que ir hasta laCiudadela Violeta para encontrar uno,¿eh, Med?

─Para encontrar uno con lossuficientes méritos, sí.

─Y si los brujos locales semolestan, mejor que mejor, ¿eh? Oh,venga, no me mires así Medivh. ¿Qué hahecho éste para impresionarte?

─Psche, lo de siempre ─respondióMedivh, enseñando los dientes con unasonrisa feroz─. Me ordenó la biblioteca,domó un grifo a la primera. Se fue él

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solo contra estos orcos, brujo incluido.Lothar dejó escapar un silbido.─Organizó tu biblioteca. Estoy

impresionado. ─Una sonrisa destellóbajo su canoso mostacho.

─Lord Lothar ─logró decir al finKhadgar─. Vuestra destreza es conocidaincluso en Dalaran.

─Descansa, zagal ─dijo Lotharapoyando un pesado guantelete en elhombro del joven mago─. Cogeremos alresto de esas criaturas.

Khadgar negó con la cabeza.─No, no si os mantenéis sobre la

carretera.El Campeón Real pareció

sorprendido, y Khadgar no estuvo

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seguro de si fue por su presunción o porsus palabras.

─Me temo que el chaval tiene razón─dijo Medivh─. Los orcos se hanmetido en el pantano. Parecen conocerel Cenagal Negro mejor que nosotros, yeso es lo que los hace tan efectivos aquí.Nosotros nos mantenemos junto a loscaminos y ellos se mueven por dondequieren.

Lothar se rascó la nuca con elguantelete.

─A lo mejor podríamos cogerprestados algunos de esos grifos tuyospara explorar.

─Los enanos que los entrenaronpuede que tengan su propia opinión

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acerca de prestar sus grifos ─dijoMedivh─. Pero quizá deberías hablarcon ellos, y también con los gnomos.Tienen algunos aparatejos e ingeniosvoladores que podrían ser másapropiados para explorar.

Lothar asintió y se frotó la mejilla.─ ¿Cómo sabías que estaban aquí?─Encontré uno de sus exploradores

de avanzadilla cerca de mis dominios─dijo Medivh, con la mismatranquilidad que si estuviera hablandodel tiempo─. Logré sacarle que habíauna partida grande con intención dehacer incursiones a lo largo de laCarretera del Cenagal. Tenía laesperanza de llegar a tiempo de

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avisarlos. ─Contempló la devastaciónque los rodeaba.

La luz del sol hacía poco pormejorar la apariencia de la zona. Losfuegos más pequeños se habíanextinguido, y el aire olía a carne de orcoquemada. Una pálida neblina flotabasobre el lugar de la emboscada.

Un joven soldado, poco mayor queKhadgar, llegó corriendo hasta ellos.Habían encontrado un superviviente, unoque estaba en un estado bastantelastimoso, pero vivo. ¿Podía el Magusvenir enseguida?

─Quédate con el chaval ─dijoMedivh─. Sigue un poco aturdido portodo lo que ha pasado.

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Y con eso el archimago atravesó agrandes zancadas el suelo calcinado yensangrentado, con sus largas vestidurasondeando tras él como una bandera.

Khadgar trató de levantarse yseguirlo, pero el Campeón Real le pusoel pesado guantelete en el hombro y loretuvo. Khadgar sólo se resistió uninstante, y luego volvió a sentarse.Lothar lo observó con una sonrisa.

─Así que el viejo grajo tiene por finun asistente.

─Aprendiz ─dijo débilmenteKhadgar, aunque sentía el orgullo creceren su pecho. El sentimiento le trajonuevas fuerzas a su mente y a susmiembros─. Ha tenido muchos

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asistentes. No duraron. O eso he oído.─Oh-oh ─dijo Lothar─. Yo

recomendé unos cuantos de esosasistentes, y volvieron con historias deuna torre encantada y de un mago loco yexigente. ¿Qué opinas de él?

Khadgar parpadeó un instante. En lasdoce últimas horas Medivh lo habíaatacado, le había metido conocimientosen la cabeza, lo había arrastrado através del país a lomos de un grifo y lohabía dejado enfrentarse a un puñado deorcos antes de bajar a rescatarlo. Porotro lado, lo había convertido en suaprendiz. Su estudiante. Carraspeó.

─Es más de lo que me esperaba.Lothar volvió a sonreír, y había una

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genuina calidez en su sonrisa.─Es más de lo que nadie se espera.

Ésa es una de sus cosas buenas. ─Lotharpensó unos instantes─. Ésa es unarespuesta muy política y muy cortés.

Khadgar logró sonreír débilmente.─Lordaeron es una tierra muy

política y muy cortés.─Ya me he dado cuenta en el

consejo real. Los embajadores deDalaran pueden decir sí y no al mismotiempo, a la vez que no dicen nada. Sinánimo de insultar.

─No es insulto, mi señor ─dijoKhadgar.

Lothar miró al muchacho.─¿Cuántos años tienes, chaval?

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Khadgar lo miró.─Diecisiete, ¿por qué?Lothar movió la cabeza y gruñó.─Eso podría tener sentido.─¿Tener sentido cómo?─Med, quiero decir el Lord Magus

Medivh, era joven, varios años másjoven que tú, cuando cayó enfermo.Como resultado, nunca tuvo mucho tratocon gente de tu edad.

─¿Enfermo? ─dijo Khadgar─. ¿ElMagus estuvo enfermo?

─Gravemente ─respondió Lothar─.Cayó en un profundo sueño, un coma lollamaron. Llane y yo lo dejamos en laAbadía de Northshire, y los santoshermanos lo alimentaron con caldo para

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impedir que se consumiera hasta morir.Estuvo así durante años y entonces,pang, se despertó. Fresco como unarosa. O casi.

─¿Casi? ─preguntó Khadgar.─Bueno, se había perdido la mayor

parte de la adolescencia, y unas cuantasdécadas más. Cayó en sopor siendoadolescente y se despertó como hombreadulto. Siempre me ha preocupado quelo afectase.

Khadgar pensó acerca del volátiltemperamento del archimago, susbruscos cambios de humor y el deleitecasi infantil con el que se habíaenfrentado al combate contra los orcos.Si Medivh fuera un hombre más joven

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¿tendrían sentido sus actos?─Su coma ─dijo Lothar moviendo la

cabeza al recordar─, no fue natural.Med lo llama «siesta», como si fueraperfectamente normal. Pero nuncadescubrimos por qué pasó. Puede que elMagus lo haya descifrado, pero nomuestra interés por el tema, ni siquieracuando le he preguntado.

─Soy el aprendiz de Medivh ─selimitó a decir Khadgar─. ¿Por qué mecontáis esto?

Lothar suspiró hondamente y miróhacia el horizonte, sobre la lomadesgarrada por la batalla. Khadgar sedio cuenta de que el Campeón Real eraun individuo básicamente honesto que no

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duraría ni día y medio en Dalaran. Susemociones se reflejaban con claridad ensu rostro curtido y franco.

Lothar chasqueó la lengua.─Para ser honesto, me preocupa

─dijo─. Así solo en su torre…─Tiene un senescal. Y está Cocinas

─terció Khadgar.─…con toda su magia ─siguió

Lothar─. Parece tan solo… Recluidoallí, en las montañas. Me preocupa.

Khadgar asintió y pensó para sí: Ypor eso intentaste meter allí aprendicesde Azeroth. Para espiar a tu amigo. Tepreocupas por él, pero también por supoder.

─Os preocupa que esté bien ─dijo

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Khadgar en voz alta.Lothar se encogió de hombros,

demostrando lo preocupado que estaba ylo dispuesto que estaba a fingir locontrario.

─¿Qué podría hacer para ayudaros?─preguntó Khadgar─. Ayudarlo a él yayudaros a vos.

─Échale un ojo ─dijo Lothar─. Sieres su aprendiz, debería pasar mástiempo contigo. No quiero que…

─ ¿Caiga en otro coma? ─sugirióKhadgar. En un momento en que derepente hay orcos por todas partes. Porsu lado, Lothar lo recompensóvolviendo a encogerse de hombros.

Khadgar le dedicó su mejor sonrisa.

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─Me sentiría honrado de ayudaros aambos, Lord Lothar. Sabed que milealtad pertenece primero al archimago,pero si hay cualquier cosa que un amigodebería saber, os la comunicaré.

Otra palmada con el pesadoguantelete. Khadgar estaba maravilladoante lo mal que ocultaba Lothar suspreocupaciones. ¿Eran todos los nativosde Azeroth tan abiertos e ingenuos?Incluso ahora, Khadgar podía ver quehabía algo más de lo que Lothar queríahablar.

─Hay algo más ─dijo el hombre;Khadgar se limitó a asentir cortésmente.

─¿Te ha hablado el Lord Magus delGuardián? ─preguntó.

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Khadgar pensó en fingir que sabíamás de lo que en realidad sabía, parasacarle más información a este hombremayor y sincero. Pero a medida que elpensamiento le pasaba por la cabeza, lofue desechando. Mejor limitarse a laverdad.

─He oído el nombre de labios deMedivh ─dijo Khadgar─, pero no séningún detalle.

─Ah ─dijo Lothar─. Entoncesdejémoslo como si yo no te hubieradicho nada.

─Estoy seguro de que ya lohablaremos cuando sea el momento─añadió Khadgar.

─Sin duda ─dijo Lothar─. Pareces

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de confianza.─Después de todo sólo llevo unos

días como su aprendiz ─dijo Khadgarsin mucho énfasis.

Lothar levantó las cejas.─¿Unos días? ¿Exactamente cuánto

llevas como aprendiz de Medivh?─¿Contando hasta el amanecer de

mañana? ─dijo Khadgar, y se permitióuna sonrisa─. Un día.

Medivh escogió ese momento paravolver, con un aspecto más demacradoque el de antes. Lothar levantó la miradacon una expectante interrogación, peroel Magus se limitó a negar con lacabeza. Lothar frunció el ceño, y trasintercambiar unas cuantas cortesías se

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fue para supervisar lo que quedaba de larecogida de restos y la limpieza. Lamitad de la patrulla que se habíaadelantado por la carretera había vuelto,sin encontrar nada.

─¿Listo para viajar? ─preguntóMedivh.

Khadgar se levantó, y la lomaarenosa en medio del Cenagal Negropareció un barco cabeceando en el marembravecido.

─Lo suficiente ─dijo─. Aunque nosé si podré manejar un grifo, inclusocon… ─dejó inacabada la frase, pero setocó la frente.

─No importa ─dijo Medivh─. Tumontura se asustó con las flechas y se

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dirigió hacia las tierras altas. Tendremosque ir los dos en la mía.

Se llevó a los labios un silbatotallado con runas y emitió una serie depitidos cortos y secos. Lejos en lo altose oyó el graznido de un grifo quevolaba en círculos sobre ellos. Khadgarlevantó la vista.

─Así que soy su aprendiz ─dijo.─Sí dijo Medivh, su rostro una

máscara de serenidad.─Pasé sus pruebas ─dijo el joven.─Sí ─dijo Medivh.─Me siento honrado ─dijo Khadgar.─Me alegro de que sea así ─dijo

Medivh, y el espectro de una sonrisacruzó su cara─. Porque ahora empieza la

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parte difícil.

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─L

CAPÍTULOCINCO

Grano de arena en el reloj

os he visto antes ─dijoKhadgar.

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Hacía siete días de la batalla en elpantano. Tras su vuelta a la torre (y undía de descanso por parte de Khadgar),el aprendizaje del joven mago habíaempezado en serio. La primera hora deldía, antes del desayuno, Khadgarpracticaba sus conjuros bajo la tutela deMedivh. Desde el desayuno hasta elalmuerzo, y desde el almuerzo hastaúltima hora de la tarde, Khadgarayudaba al mago en diversas tareas.Éstas consistían en tomar notas mientrasMedivh leía números, en correr a labiblioteca para coger éste o aquel libro,o simplemente en sostener una serie deherramientas mientras el Magustrabajaba.

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Que era lo que estaba haciendo eneste preciso instante, cuando finalmenteKhadgar se sintió lo bastante cómodocon el mago como para contarle lo quesabía de la emboscada.

─¿Visto antes a quienes? ─replicósu mentor mientras observaba su actualexperimento a través de una gran lente.El archimago llevaba en los dedos unospequeños dedales puntiagudos queacababan en unas agujas imposiblementefinas. Estaba ajustando algo que parecíaser un abejorro mecánico, el cual movíalas pesadas alas cuando las agujas lotocaban.

─A los orcos ─dijo Khadgar─. Yahabía visto antes a los orcos contra los

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que combatimos.─No lo mencionaste al llegar ─dijo

Medivh abstraídamente, mientras susdedos bailaban con una extrañaprecisión, sacando y metiendo las agujasen el aparato─. Recuerdo habertepreguntado acerca de otras razas. No lodijiste. ¿Dónde los has visto?

─En una visión, poco después dellegar aquí ─dijo Khadgar.

─Ah, tuviste una visión. Bueno, aquílas tiene mucha gente, ya sabes.Probablemente te lo haya dicho Moroes,es un poco charlatán.

─He tenido una, o puede que dos.De la que estoy seguro es de una de uncampo de batalla, y estas criaturas, estos

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orcos, estaban allí, atacándonos. Quierodecir, atacando a los humanos con losque yo estaba.

─Hmmm ─dijo Medivh, y la puntade su lengua apareció bajo su bigotemientras movía con delicadeza lasagujas por el tórax de cobre delabejorro.

─Y yo no estaba aquí ─siguióKhadgar─. No en Azeroth, ni enLordaeron. El cielo era rojo como lasangre.

Medivh se puso rígido como sihubiera recibido una descarga eléctrica.El intrincado ingenio que había bajo susherramientas destelló brillante cuandose accionaron las piezas equivocadas,

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luego gritó… y murió.─¿Cielos rojos? ─dijo, dejando a un

lado el trabajo y mirando con severidada Khadgar. Una energía intensa eimplacable parecía bailar en el ceño delhombre, y los ojos de Magus eran delverde del mar azotado por la tormenta.

─Rojo. Como la sangre ─dijoKhadgar. El joven había pensado que seestaba acostumbrando al temperamentobrusco y volátil de Medivh, pero esto logolpeó como un puñetazo.

El mago mayor dejó escapar unsiseo.

─Háblame de ello. El mundo, losorcos, el cielo ─ordenó Medivh, su vozfría como el acero─. Dímelo todo.

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Khadgar narró la visión de suprimera noche allí, mencionando todo loque podía recordar. Medivh lointerrumpía constantemente; cómovestían los orcos, cómo era el mundo.Qué había en el cielo, en el horizonte. Sihabía algún estandarte entre los orcos…Khadgar sentía que sus pensamientoseran diseccionados y examinados.Medivh le sacaba la información sinesfuerzo. Khadgar se lo dijo todo.

Todo excepto los extraños yfamiliares ojos del comandante mago-guerrero. No le parecía bienmencionarlo, y las preguntas de Medivhparecían centrase más en el mundo decielos rojos y en los orcos que en los

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defensores humanos. Mientras describíala visión, el Magus pareció calmarse,pero el mar encrespado permaneció bajosus pobladas cejas. Khadgar no veíanecesidad alguna de molestarlo más.

─Curioso ─dijo Medivh, lenta ypensativamente, después de que Khadgarhubiera acabado. El archimago serecostó en la silla y tamborileó en suslabios con un dedo rematado en unaaguja. El silencio colgaba en lahabitación como una mortaja─. Esa esuna nueva. De hecho, una muy nueva─dijo al fin.

─Señor, empezó a decir Khadgar.─Medivh ─le recordó el archimago.─Medivh, señor ─volvió a

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comenzar Khadgar─. ¿De dónde vienenesas visiones? ¿Son ecos de algúnpasado o presagios del futuro?

─Las dos cosas ─dijo Medivhrecostándose en la silla─. Y ninguna deellas. Ve a por una jarra de vino a lacocina. Por hoy he acabado con eltrabajo, me temo. Es casi la hora decenar y puede que esto requiera dealgunas explicaciones.

Cuando Khadgar volvió, Medivhhabía hecho un fuego en la chimenea y seestaba acomodando en uno de los sofás.Sostenía dos tazas. Khadgar sirvió, y eldulce aroma del vino tinto se mezcló conel humo del cedro.

─¿Bebes? ─preguntó Medivh en una

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ocurrencia un poco tardía.─Un poco ─dijo Khadgar─. En la

Ciudadela Violeta es costumbre servirvino en la cena.

─Sí ─dijo Medivh─. No os haríafalta si os librarais de las tuberías deplomo de vuestro acueducto. Pero,bueno, habías preguntado por lasvisiones.

─Sí, vi lo que te he descrito, yMoroes… ─Khadgar dudó por unosinstantes, preocupado por echar másleña al fuego de la reputación decorreveidile de Moroes, pero decidióseguir─, Moroes dijo que no era elúnico. Que la gente veía cosas todo eltiempo.

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─Moroes tiene razón ─dijo Medivhtomando un largo sorbo del vino ychasqueando la lengua─. Una cosechatardía, nada mala desde luego. Que estatorre sea un lugar de poder no deberíasorprenderte. Los magos se sientenatraídos por estos sitios. Estos lugaressuelen ser donde el universo se debilita,lo que hace que se doble sobre símismo, o quizá incluso permitiendo elpaso hacia el Averno Astral, o hastaotros mundos completamente distintos.

─Entonces ¿qué fue lo que vi? ─lointerrumpió Khadgar─. ¿Otro mundo?

Medivh levantó una mano para hacerque el joven se callara.

─Sólo estoy diciendo que hay sitios

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de poder, que por una razón u otra seconvierten en fuentes de gran poder. Unode tales lugares se encuentra aquí, en lasMontañas de la Cresta Roja. Una vezhace mucho explotó aquí algo poderoso,que excavó el valle y debilitó larealidad a su alrededor.

─Y por eso la buscaste ─tercióKhadgar.

Medivh negó con la cabeza.─Eso es una teoría ─dijo.─Dices que hubo una explosión hace

mucho que creó este sitio, y lo convirtióen un centro de poder mágico. Entoncesviniste…

─Sí ─dijo Medivh─. Eso estotalmente cierto, si lo miras de forma

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lineal. Pero ¿qué sucedería si laexplosión sucedió porque en algúnmomento yo vendría aquí y el sitio teníaque estar preparado para mí?

El rostro de Khadgar se encogió.─Pero las cosas no pasan así.─En el mundo normal no, no son así

─dijo Medivh─. Pero la magia es el artede circunvalar lo normal. Por eso losdebates filosóficos en las estancias delos Kirin Tor son tan inservibles.Intentan imponer la racionalidad almundo, y regular sus movimientos. Lasestrellas se mueven ordenadamente porel cielo, las estaciones van una tras otracon la regularidad del reloj y loshombres viven y mueren. Si eso no

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sucede, es magia, la primera distorsióndel universo, unas tablas torcidas queestán esperando unas manos laboriosasque las enderecen.

─Pero para que pasase eso para quela zona estuviera preparada para ti…─empezó Khadgar.

─El mundo tendría que ser muydiferente de lo que parece ─respondióMedivh─. Y a fin de cuentas lo es enverdad. ¿Cómo funciona el tiempo?

A Khadgar no lo dejó demasiadodescolocado el aparente cambio de temade Medivh.

─¿El tiempo?─Lo usamos, confiamos en él, lo

medimos, pero ¿qué es? ─Medivh

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sonreía sobre el borde de su taza.─El tiempo es una progresión

regular de instantes. Como los granos deun reloj de arena ─dijo Khadgar.

─Una analogía excelente ─dijoMedivh─. Una que iba a usar yo mismo,y luego comparar el reloj de arena conel reloj mecánico. ¿Ves las diferenciasentre ambos?

Khadgar negó con la cabezalentamente mientras Medivh sorbía elvino. Finalmente el mago habló.

─No, no es que seas tonto, chico. Esque es un concepto algo duro deasimilar. El reloj es una simulaciónmecánica del tiempo, y cada instanteestá controlado por un giro de los

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engranajes. Puedes mirar a un reloj ysaber que todo avanza con una pulsacióndel muelle, un giro de los engranajes. Sesabe lo que viene, porque el relojero loha construido así.

─Vale ─dijo Khadgar─. El tiempoes como un reloj mecánico.

─Ah, pero también es como un relojde arena ─dijo el mago alargando lamano hasta uno que había en la repisa ydándole la vuelta. Khadgar miró el reloje intentó recordar si estaba allí antes deque él trajera el vino, o siquiera antes deque Medivh hubiera alargado la manopara cogerlo.

─El reloj de arena también mide eltiempo ¿verdad? ─dijo Medivh─. Y sin

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embargo nunca sabes qué partícula dearena se moverá de la mitad superior ala mitad inferior en un momento dado. Sipudieras numerar los granos de arena, elorden sería algo diferente cada vez.Pero el resultado final siempre es elmismo; toda la arena ha pasado dearriba abajo. El orden en el que pasa eslo de menos. ─Los ojos del hombremayor se iluminaron por un instante─.¿Y? ─preguntó.

─Y. ─dijo Khadgar─. Estás diciendoque puede que no importe si establecisteaquí la torre porque una explosión creóeste valle y retorció la naturaleza de larealidad a su alrededor, o si laexplosión sucedió porque en un

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momento dado vendrías aquí, y lanaturaleza del universo necesitaba dartelas herramientas que querías paraquedarte.

─Lo bastante cerca ─dijo Medivh.─Así que esas visiones son granos

de arena ─dijo Khadgar. Medivh fruncióligeramente el ceño pero el jovensiguió─. Si la torre es un reloj de arena,y no un reloj mecánico, entonces haygranos de arena, del tiempo mismo,moviéndose por ella constantemente.Están sueltos o se solapan unos conotros, así que podemos verlos, pero nocon claridad. Algunos son parte delpasado y otros son parte del futuro.¿Puede que algunos sean de otros

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mundos?Medivh ahora estaba sumido en sus

pensamientos.─Es posible. Buena nota. Bien

pensado. Lo que hay que tener en mentees que esas visiones son sólo eso.Visiones. Van y vienen. Si la torre fueraun reloj mecánico se moverían conregularidad y sería fácil explicarlas.Pero como la torre es un reloj de arena,esto no es así. Se mueven a su propioritmo, y nos desafían a quedesentrañemos su caótica naturaleza.─Medivh se recostó en su asiento─.Algo con lo que yo estoy muy cómodo,por cierto. No me gustaría un universoordenado y bien planeado.

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─¿Pero has buscado alguna vez unavisión concreta? ¿Habría alguna formade descubrir un futuro concreto yasegurarse de que sucediera? ─añadióKhadgar.

La actitud de Medivh se volvióhosca.

─O asegurarse de que nunca llegaraa suceder ─dijo─. No, hay cosas queincluso un archimago respeta y de lasque procura mantenerse alejado. Ésta esuna de ellas.

─Pero…─Nada de peros ─dijo Medivh,

levantándose y dejando su taza vacía enla repisa─. Ahora que has bebido algode vino, veamos cómo afecta a tu control

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mágico. Haz levitar mi taza.Khadgar frunció el ceño y se dio

cuenta de que la voz se le había idohaciendo cada vez más confusa.

─Pero si hemos estado bebiendo.─Exactamente ─dijo el archimago─.

Nunca sabrás qué granos de arena tetirará a la cara el universo. Puedesdecidir estar siempre vigilante ypreparado, despreciando la vida comola conocemos, o estar dispuesto adisfrutar de ella y pagar el precio.Ahora intenta hacer levitar la taza.

Khadgar no se dio cuenta hasta esemismo instante de cuánto había bebido,e intentó aclarar la niebla de su mente ylevantar de la repisa la pesada taza de

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cerámica.Unos momentos después se dirigía

hacia la cocina, en busca de una escobay un recogedor.

A última hora de la tarde, Khadgartenía el tiempo libre para practicar einvestigar, mientras Medivh se ocupabade otros asuntos. Khadgar se preguntabaqué serían esos otros asuntos, perosuponía que incluían la correspondencia,puesto que dos veces por semanallegaba un enano montado en un grifohasta la cima de la torre con una saca, yse iba con otra saca más grande.

Medivh dio permiso al joven parausar a su antojo la biblioteca en susinvestigaciones, incluyendo la miríada

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de preguntas que sus antiguos maestrosde la Ciudadela Violeta le habíansolicitado.

─Mi única exigencia ─le dijoMedivh con una sonrisa─, es que meenseñes lo que escribas antes deenviarlo. ─Khadgar debió demostrarazoramiento ante esto, ya que Medivhañadió─: No es que tema que me ocultesalgo, Joven Confianza, es que odiaríaque ellos supieran algo que a mí se mehubiera olvidado.

Así que Khadgar se zambulló en loslibros. Para Guzbah encontró un antiguopergamino en buenas condiciones con unpoema épico; sus estrofas numeradasdetallaban con precisión una batalla

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entre la madre de Medivh, Aegwynn, yun demonio anónimo. A Lady Delth lehizo un listado de los mohososvolúmenes élficos de la biblioteca. Ypor encargo de Alonda buceó en todoslos bestiarios que pudo leer, aunque nologró hacer que las especies conocidasde troll pasaran de cuatro.

Khadgar también pasaba su tiempolibre con sus ganzúas y sus conjuros deapertura particulares. Seguían intentandodominar aquellos libros que habíanfrustrado sus intentos iniciales deabrirlos. Esos volúmenes tenían sobreellos poderosas magias, y podía pasarhoras entre conjuros de adivinaciónantes de conseguir siquiera la primera

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pista de la clase de conjuros queprotegían su contenido.

Y, por último, estaba el asunto delGuardián. Medivh lo había mencionado,y Lord Lothar había supuesto que elMagus se lo había confiado al joven, yel Campeón Real se había echado atrásenseguida cuando había descubierto queno era el caso.

El Guardián, al parecer, era unfantasma, ni más ni menos que lasvisiones temporales que parecíanmoverse por la torre. Había una brevemención de un Guardián (siempre conmayúscula) en este libro élfico; algunareferencia en las crónicas reales deAzeroth acerca de un Guardián

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asistiendo a esta boda o aquel funeral, oestando en la vanguardia de algúnataque. Siempre presente pero nuncaidentificado. Este Guardián, ¿era untítulo? ¿O, como la supuestamente casiinmortal madre de Medivh, un solo ser?

También había otros fantasmasvinculados a este Guardián. Una ordende alguna clase, una organización.¿Sería el Guardián un guerrero sagrado?Y la palabra Tirisfal había sido escritaen el margen de un grimorio y luegoborrada, de forma que sólo la habilidadperceptiva de Khadgar le pudo indicarlo que una vez hubo escrito allí por elrastro que la pluma había dejado sobreel pergamino. ¿El nombre de un

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Guardián concreto? ¿De laorganización? ¿De otra cosa?

Fue la noche en la que Khadgarencontró esta palabra, cuatro días tras elincidente de la taza, cuando el jovenmago tuvo una nueva visión. O, másbien, la visión lo tuvo a él y lo rodeó,tragándoselo.

Lo primero que le llegó fue el olor,una suave calidez vegetal entre losmohosos textos, una fragancia que seesparció poco a poco por la habitación.La temperatura subió, pero no hasta elpunto de ser incómoda, más bien comouna manta caliente y húmeda. Lasparedes se oscurecieron y se volvieronverdes, y las enredaderas treparon por

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los costados de las estanterías,atravesando y sustituyendo losvolúmenes que había allí y extendiendohojas anchas y gruesas. Entre las pilasde pergaminos brotaron grandes ypálidas damas de noche y orquídeas decolor carmesí.

Khadgar respiró hondo, pero máspor ansiedad que por miedo. Éste no erael mundo de tierra inhóspita y ejércitosorcos que había visto la vez anterior.Esto era algo diferente. Era una jungla,pero era una jungla de este mundo. Elpensamiento lo reconfortó.

Y la mesa desapareció, y el libro, yKhadgar se quedó sentado junto a unfuego de campamento con otros tres

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jóvenes. Parecían ser más o menos de suedad, y se encontraban en algún tipo deexpedición. Habían extendido sus sacosde dormir, y la olla, vacía y ya limpia,se secaba junto al fuego. Los tresllevaban ropa de montar, pero éstas erande buen corte y excelente calidad.

Los tres hombres estaban riendo ybromeando aunque, igual que antes,Khadgar no podía distinguir las palabrasexactas. El rubio del centro estaba enmitad de contar una historia, y por comogesticulaba con las manos, una queimplicaba a una jovencita bienproporcionada.

El que estaba a su derecha reía y sepalmeaba una rodilla mientras el rubio

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seguía con su relato. Se pasó la manopor el pelo, y Khadgar se dio cuenta deque su cabello oscuro ya tenía entradas.Entonces fue cuando Khadgar se diocuenta de que estaba mirando a LordLothar. Los ojos y la nariz eran lossuyos, igual que la sonrisa, pero la pielaún no estaba curtida, y su barba aún noera canosa. Pero era él.

Khadgar miró al tercer hombre, ysupo enseguida que tenía que serMedivh. Éste iba vestido con un atuendode cazador de color verde oscuro, yllevaba la capucha echada hacia atrásrevelando un rostro joven y alegre. A laluz de la hoguera sus ojos eran del colordel jade bruñido, y correspondía a la

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historia del rubio con una sonrisa deazoramiento.

El rubio del centro dijo algo y lehizo un gesto al joven Medivh, que seencogió de hombros claramenteavergonzado. Aparentemente la historiadel rubio también implicaba al futuroMagus.

El rubio tenía que ser Llane, ahora elrey Llane de Azeroth. Sí, las primerashistorias de los tres habían llegadoincluso hasta los archivos de laCiudadela Violeta. Los tres solían vagarpor las fronteras del reino, explorando yeliminando a toda clase de saqueadoresy monstruos.

Llane acabó su relato y Lothar casi

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se cayó de espaldas del tronco en el queestaba sentado, rugiendo de risa.Medivh disfrazó su risa tras una mano,haciendo como que se aclaraba lagarganta.

La risa de Lothar fue apagándose, yMedivh dijo algo, levantando las manospara dar más énfasis. Ahora Lothar sique se cayó, y Llane se cubrió el rostrocon las manos, mientras su cuerpo sesacudía de risa. Aparentemente, lo queMedivh había dicho remataba a laperfección la historia de Llane.

Entonces, algo se movió en la junglaque los rodeaba. Los tres dejaron lafiesta al instante; lo habían oído.Khadgar, el fantasma de este encuentro

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más que nada lo sintió; algo malévoloacechando en los márgenes del fuego decampamento.

Lothar se levantó lentamente y echómano de una enorme espada de hojaancha que yacía enfundada a sus pies.Llane se levantó, alargando la mano trassu tronco para sacar un hacha de doblehoja, e hizo un gesto para que Lotharfuera en una dirección y Medivh en otra.Medivh también se había levantado y,aunque sus manos estaban vacías, era elmás poderoso de los tres, incluso a esaedad.

Llane se dirigió hacia un extremo delcampamento con su hacha de guerra.Puede que se imaginara a sí mismo

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como alguien sigiloso, pero Khadgar lovio moverse con deliberación y firmeza.Quería que lo que hubiera al borde delcampamento se descubriera a sí mismo.

La cosa lo complació, saliendo entromba de su escondite. Era mediocuerpo más alto que cualquiera de losjóvenes, y por un instante pensó que eraun orco gigantesco.

Entonces lo reconoció de losbestiarios que Alonda le había hechoconsultar. Era un troll, de la variedadselvática, con su piel azuladapalideciendo a la luz de la luna y sulargo pelo gris erizado en una cresta queiba desde su frente hasta la base delcuello. Igual que los orcos, le

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sobresalían los colmillos de lamandíbula inferior, pero eran chatos yredondeados, más gruesos que losafilados dientes de los orcos. Sus orejasy su nariz eran alargadas, parodias de lacarne humana. Iba vestido con pieles, ysobre su pecho bailaban unas cadenashechas con falanges de dedos humanos.

El troll emitió un aullido de guerra,enseñando los dientes e hinchando elpecho en su furia, e hizo una finta con sulanza. Llane atacó al arma, pero falló elgolpe por mucho. Lothar embistió desdeun flanco, y también llegó Medivh con laenergía arcana danzando en las puntasde sus dedos.

El troll esquivó el espadón de

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Lothar y retrocedió otro paso cuandoLlane desgarró el aire con su enormehacha. Cada uno de sus pasos cubríamás de un metro, y los dos guerrerospresionaban al troll cada vez queretrocedía. Usaba la lanza más comoescudo que como arma, empuñándola ados manos y desviando los golpes.

Khadgar se dio cuenta de que lacriatura no estaba luchando para matar alos humanos, aún no. Estaba intentandoponerlos en posición.

En la visión, el joven Medivhpareció darse cuenta de la misma cosa,porque gritó algo a los otros.

Pero para entonces era demasiadotarde, puesto que otros dos trolls

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eligieron ese momento para saltar de susescondites a ambos lados del combate.

Llane, a pesar de todos sus planes,fue el sorprendido, y la lanza le atravesóel brazo derecho. La hoja del hacha deguerra se clavó en el suelo mientras elfuturo rey maldecía.

Los otros dos se concentraron enLothar, y ahora el guerrero se veíaobligado a retroceder, usando su anchoespadón con consumada destreza,frustrando primero un ataque, luego otro.Aun así, los trolls mostraron suestrategia; estaban alejando a los dosguerreros, separando a Llane de Lotharpara obligar a Medivh a elegir.

Medivh eligió a Llane. Desde su

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punto de vista de fantasma, Khadgarsupuso que sería porque Llane ya estabaherido. Medivh embistió, con llamas enlas manos…

Y recibió en la cara el extremo romode la lanza del troll, cuando éste logolpeó con la pesada asta en lamandíbula, para luego volverse y, con unmovimiento fluido, propinar un puñetazoa Llane. Medivh fue derribado, al igualque Llane, y el hacha cayó de la manodel futuro soberano.

El troll dudó unos instantes, tratandode decidir a quién matar primero.Escogió a Medivh, despatarrado en elsuelo a sus pies, el que estaba máscerca. El troll levantó la lanza y la punta

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de obsidiana despidió un brillo malignoa la luz de la luna.

El joven Medivh pronuncióentrecortadamente una serie de sílabas.Un pequeño tornado de polvo se alzódel suelo y se lanzó contra el rostro deltroll, cegándolo. El troll dudó unosinstantes y se frotó el polvo de los ojoscon una mano.

Ese momento de duda fue todo loque necesitaba Medivh, que se lanzóhacia delante, no con un conjuro sinocon un simple cuchillo, clavándoselo enel dorso del muslo. El troll chilló en lanoche, y pinchó a ciegas con la lanza.Ésta se hundió donde había estadoMedivh, puesto que el joven había

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rodado a un lado y ahora se estabalevantando, con un chisporroteo en losdedos.

Murmuró una palabra y se formó unabola de relámpago entre sus dedos, quese lanzó hacia delante. El troll sufrió unasacudida por el impacto y se quedócolgado en el aire por unos momentos,atrapado en una descarga azul. Lacriatura cayó de rodillas, y ni siquieraentonces estuvo acabada, puesto quetrató de levantarse, con los ojos rojosardiendo de odio contra el mago.

El troll nunca tuvo su oportunidad,ya que tras él se cernió una sombra, y larecuperada hacha de Llane brillóbrevemente bajo la luz de la luna antes

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de caer sobre su cabeza, partiéndola porla mitad hasta el cuello. La criatura cayódespatarrada hacia el frente y ambosjóvenes, al igual que Khadgar, sevolvieron hacia los trolls que combatíancontra Lothar.

El futuro Campeón aguantaba, pero aduras penas, y ya casi había atravesadotodo el campamento retrocediendo. Lostrolls habían oído el alarido de muertede su hermano, y uno siguió atacandomientras el otro se volvió paraencargarse de los dos humanos. Emitióun bramido inarticulado mientrascruzaba el campamento, con la lanzaadelantada como si fuera un caballerocargando a caballo.

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Llane respondió con otra carga, peroen el último momento se echó a un lado,esquivando la punta de la lanza. El trolldio dos pasos más al frente, que lollevaron junto al fuego, donde esperabaMedivh.

Ahora el mago parecía lleno deenergía e, iluminado por los tizones quehabía ante él, tenía un aspecto casidemoníaco. Tenía los brazos abiertos yestaba salmodiando algo brusco yrítmico.

Y el mismo fuego saltó, tomando porun breve instante la forma animada de ungigantesco león, y cayó sobre el trollatacante. El troll de la selva gritócuando los tizones, leños y cenizas lo

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envolvieron como una mortaja y senegaron a desprenderse. El troll se tiróal suelo y rodó primero para un lado yluego para otro, intentando apagar lasllamas, pero no sirvió de nada. Al findejó de moverse, y las hambrientasllamas lo consumieron.

Por su parte, Llane continuó suembestida y enterró su hacha en elcostado del troll superviviente. Labestia aulló, y ese momento de duda fuesuficiente para Lothar. El campeónapartó la lanza con un revés, y con unpreciso corte lateral decapitólimpiamente al ser. La cabeza rebotóentre los matorrales y se perdió.

Llane, aunque sangraba por su

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propia herida, palmeó a Lothar en laespalda, aparentemente provocándolopor tardar tanto con su troll. EntoncesLothar le puso una mano en el pechopara tranquilizarlo y señaló a Medivh.

El joven mago seguía de pie junto alfuego, con las manos abiertas pero losdedos curvados como si fueran garras.Sus ojos se veían vidriosos a la luz delfuego que quedaba, y tenía la mandíbulaapretada. Mientras los dos hombres (y elfantasma de Khadgar) corrían hacia él,el joven cayó hacia atrás.

Para cuando la pareja hubo llegadojunto a Medivh, éste respiraba de formaentrecortada y se le veían las pupilasdilatadas bajo la luz de la luna. Los

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guerreros y el visitante de la visión seinclinaron sobre él, mientras el jovenmago se esforzaba por distinguir laspalabras que salían de su boca.

─Ten cuidado conmigo ─dijo, nomirando a Llane ni a Lothar, sino aKhadgar. Entonces los ojos del jovenMedivh se cerraron y se quedó muyquieto.

Lothar y Llane intentaban reanimar asu amigo, pero Khadgar retrocedió unpaso. ¿Lo había visto Medivh igual quelo había hecho el otro mago, el que teníasus ojos en las llanuras asoladas por laguerra? Y él lo había oído, palabrasclaras que casi le habían llegado alalma.

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Khadgar se dio la vuelta y la visióncayó tan rápido como la cortina de unprestidigitador. De nuevo estaba en labiblioteca, y casi chocó contra Medivh.

─Joven Confianza ─dijo el Magus,la versión mayor de la que había yacidoen el suelo de la visión que se habíadesvanecido─. ¿Estás bien? Te hellamado, pero no respondías.

─Lo siento, Med… señor ─dijoKhadgar, y suspiró hondamente─. Fueuna visión. Me temo que estaba perdidoen ella.

Medivh frunció sus cejas oscuras.─¿No más orcos y cielos rojos?

─preguntó, serio, y Khadgar vio unmatiz de tormenta en esos ojos verdes.

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Khadgar negó con la cabeza y eligiócon cuidado sus palabras.

─Trolls. Trolls azules, y era unajungla. Creo que era en este mundo. Elcielo era igual.

La preocupación de Medivh parecióremitir.

─Trolls de la jungla. Una vez meencontré con varios, al sur, en el Vallede Stranglethorn… ─Los rasgos delmago se suavizaron y pareció perderseen su propia visión. Entonces agitó lacabeza─. Pero esta vez nada de orcos¿no? Estás seguro.

─No, señor ─dijo Khadgar. Noquiso mencionar que ésa era la batallade la que había sido testigo. ¿Era un mal

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recuerdo para Medivh? ¿Fue entoncescuando cayó en coma?

Mirando al mago de más edad,Khadgar podía ver mucho del joven dela visión. Era más alto, pero ligeramenteencorvado por los años y los estudios, ysin embargo allí estaba el jovenenvuelto en la forma adulta.

─¿Tienes La Canción de Aegwynn?─dijo Medivh por su parte.

Khadgar se sacudió de suensoñación.

─¿La canción?─De mi madre ─dijo Medivh─.

Tiene que ser un pergamino viejo. ¡Tejuro que desde que has ordenado esto nopuedo encontrar nada!

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─Está con el resto de la poesíaépica, señor ─dijo Khadgar. Deberíahablarle de la visión, pensó. ¿Era unacontecimiento aleatorio o había sidomotivado por su encuentro con Lothar?¿Buscar información acerca de las cosasprovocaba las visiones?

Medivh cruzó hasta la estantería,pasó un dedo por los pergaminos y sacóla versión que quería, vieja y gastada.La desenrolló parcialmente, la contrastócon un trozo de papel que sacó delbolsillo, y luego volvió a enrollarla y ladejó en su sitio.

─Tengo que irme ─dijo de repente─.Esta noche, me temo.

─¿Adónde vamos? ─preguntó

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Khadgar.─Esta vez voy solo ─dijo el mago,

que ya se dirigía hacia la puerta agrandes Zancadas─. Dejaréinstrucciones para tus estudios conMoroes.

─¿Cuándo volverás? ─gritó Khadgartras la silueta que se alejaba.

─¡Cuando vuelva! ─bramó Medivh,quien ya subía los peldaños de dos endos. Khadgar se imaginó al senescal yaen la cima de la torre, con su silbatorúnico y el grifo domado dispuesto.

─Bien ─dijo Khadgar mirando a loslibros─. Yo me quedaré y averiguarécómo domar un reloj de arena.

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M

CAPÍTULOSEIS

Aegwynn y Sargeras

edivh estuvo fuera una semana,más o menos, y fue una semana

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que Khadgar aprovechó bien. Se instalóen la biblioteca e hizo que Moroes lellevara allí las comidas. En más de unaocasión, ni siquiera volvió a suhabitación por la noche, y en vez de esopasó el tiempo durmiendo en las grandesmesas de la biblioteca. Definitivamente,estaba buscando visiones.

Dejó sin responder su propiacorrespondencia mientras rastreaba losantiguos volúmenes y grimorios enbusca de respuestas acerca del tiempo,la luz y la magia. Sus primeros informeshabían provocado rápidas respuestas delos magos de la Ciudadela Violeta.Guzbah quería una trascripción delpoema épico de Aegwynn. Lady Delth

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afirmó que no reconocía ninguno de lostítulos que le había mandado; ¿podíamandárselos de nuevo, esta vez con elprimer párrafo de cada uno para que ellasupiera qué eran? Y Alonda se manteníaen sus trece de que tenía que haber unaquinta especie de troll, y que Khadgarobviamente no había encontrado losbestiarios apropiados. El joven magodisfrutó dejando sus peticiones sinresponder mientras buscaba una manerade controlar las visiones.

La clave para el encantamiento, oeso parecía, sería un sencillo conjuro declarividencia, una magia adivinatoriaque permitía ver objetos distantes ylugares lejanos. Un libro de magia

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sacerdotal lo había descrito como unencantamiento de visión sagrada, aunquea Khadgar le había funcionado tan biencomo a los sacerdotes. Aunque esteconjuro sacerdotal funcionaba en elespacio, quizá con algunasmodificaciones podría funcionar en eltiempo. Khadgar razonó quenormalmente esto sería imposible dadoel flujo del tiempo en un universodeterminante y organizado como un relojmecánico.

Pero parecía que dentro de losmuros de Karazhan, al menos, el tiempoera un reloj de arena, e identificar losfragmentos desprendidos del tiempo eramás posible. Y una vez que pescase un

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grano de tiempo, sería más fácilmoverse de ese grano a otro.

Si alguien más había intentado estodentro de los muros de la torre deMedivh, no había ninguna pista en labiblioteca, a menos que eso estuviera enlos ejemplares más protegidos oilegibles ubicados en la pasarelametálica. Curiosamente, las notas enletra de Medivh no demostraban interésalguno por las visiones, algo queparecía dominar las notas de otrosvisitantes. ¿Guardaba Medivh esainformación en otro sitio? ¿O es que enverdad estaba más interesado en lo quepasaba más allá de los muros de la torreque en lo que pasaba dentro?

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Modificar un conjuro para una nuevafunción no era tan sencillo comocambiar una salmodia aquí y alterar ungesto allá. Requería una comprensiónprofunda y precisa de cómo funcionabala magia de adivinación, de lo querevelaba y de cómo lo revelaba. Cuandose cambia un movimiento de la mano ose modifica el tipo de incienso usado, elresultado más posible es un completofracaso, donde las energías se disipande forma inofensiva. Ocasionalmentepuede que las energías se desaten y sedescontrolen, pero normalmente el únicoresultado de un conjuro fallido es unmago frustrado.

En sus estudios, Khadgar descubrió

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que, si un conjuro falla de formaespectacular, eso indica que el conjurofallido estaba muy cerca del que sepretendía conseguir. Las magias intentanllenar el hueco, hacer que las cosassucedan, aunque no siempre con losresultados deseados por el mago. Porsupuesto, a veces esos magos fallidos nosobrevivían a la experiencia.

Durante el proceso, Khadgar temíaque Medivh volviera en cualquiermomento, entrando sin avisar en labiblioteca en busca del releído poemaépico o de cualquier otrainsignificancia. ¿Le diría a su maestro loque estaba intentando? Y si lo hacía, ¿loanimaría Medivh o le prohibiría

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continuar?Tras cinco días, Khadgar creyó tener

listo el conjuro. El armazón era el delconjuro de clarividencia, pero ahoraestaba potenciado por un factoraleatorio que le permitía alcanzar yrastrear las discontinuidades queparecían existir en la torre. Estosfragmentos de tiempo fuera de sitioserían un poco más brillantes, un pocomás calientes o sencillamente un pocomás raros que su entorno inmediato, ypor lo tanto atraerían toda la fuerza delconjuro.

Además el conjuro, si funcionaba,debería sintonizar mejor la visión. Estodebería afinar los sonidos y eliminar la

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distorsión, concentrándolos del mismomodo que hace una persona mayorcuando se lleva la mano a la oreja paraoír mejor. No funcionaría tan bien conlos sonidos alejados del punto central,pero debería aclarar lo que hablaban losindividuos además de lo que veía elmago.

Al anochecer del quinto día,Khadgar había completado sus cálculos,y tenía los ordenados renglones deórdenes de poder y de conjuracióndispuestos en un sencillo escrito. Si algosaliera horriblemente mal, al menosMedivh averiguaría lo que habíapasado.

Medivh, por supuesto, tenía una

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despensa perfectamente abastecida decomponentes para los conjuros,incluyendo una alacena de hierbasaromáticas y taumatúrgicas y unlapidario de piedras semipreciosasmolidas. De éstas, Khadgar escogió laamatista para disponer su círculomágico en la propia biblioteca,entrelazándolo con runas de cuarzo rosapulverizado. Revisó las palabras depoder (la mayoría de las cuales leresultaban conocidas al joven magoantes de abandonar Dalaran) y ensayólos movimientos (casi todos ellosoriginales). Vestido con las ropas deconjuración (más para que le dieransuerte que por su efecto real), entró en el

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círculo mágico.Khadgar dejó que su mente se

asentara y se tranquilizase. Éste no eraun conjuro de batalla que hubiera quelanzar a toda velocidad, ni un trucoapresurado. Esto era un conjurocomplejo y poderoso, uno que si lolanzase dentro de la Ciudadela Violetaharía saltar las abjuraciones de aviso deotros magos, quienes acudirían a élvolando.

Respiró hondo y comenzó laconjuración.

Dentro de su mente, el conjuroempezó a formar una caliente bola deenergía. Podía sentirla condensándoseen su interior, mientras ondas irisadas

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recorrían su superficie. Éste era elnúcleo del conjuro, que normalmentesolía despacharse enseguida para alterarel mundo real a capricho del lanzador.

Khadgar otorgó a la esfera losatributos que deseaba, para buscar losfragmentos de tiempo que parecíanvagar por la torre, revisarlos ycomponer una sola visión, una de la quepudiera ser testigo, que él pudiera verextenderse ante sí. Las ideas parecieronhundirse en la esfera imaginaria de sumente, y en respuesta la esfera pareciózumbar en un tono más agudo, esperandosólo que la soltara y le marcara elrumbo.

─Tráeme una visión ─dijo el joven

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mago─. Tráeme una visión del jovenMedivh.

La magia abandonó su mente con elsonido de un huevo que implotase,fluyendo hacia el mundo real paracumplir su voluntad. Hubo un soplo deaire y, mientras Khadgar miraba a sualrededor, la biblioteca empezó atransformarse como había hecho antes, amedida que la visión se movíalentamente a este espacio y este tiempo.

Sólo cuando de repente empezó ahacer más frío se dio cuenta Khadgar deque había llamado a la visiónequivocada.

Una corriente helada recorrió labiblioteca, como si alguien se hubiera

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dejado una ventana abierta. La brisapasó de corriente a viento gélido y luegoa ventisca ártica, y a pesar de que sabíaque esto era sólo una ilusión, tiritó.

Las paredes de la biblioteca cayeroncuando la visión ocupó su lugar con unaextensión blanca. El viento helado searremolinaba alrededor de libros ymanuscritos, y dejaba un manto de nievea su paso, grueso y duro. Las mesas, lasestanterías y las sillas quedaron primeroocultas y luego desaparecieron por losremolinos de gruesos copos.

Y Khadgar estaba en la ladera deuna colina, con las piernas hundidashasta las rodillas en la nieve pero sindejar marca. Era un fantasma dentro de

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la visión.Sin embargo su aliento se

condensaba y ascendía hecho vapormientras él miraba a su alrededor. A suderecha había una pequeña arboleda,oscuros árboles de hoja perennecargados de nieve por la recientetormenta. Lejos a su izquierda había ungran acantilado blanco. Khadgar pensóque era alguna sustancia caliza, y luegose dio cuenta de que era hielo, como sialguien hubiera sacado de su lecho unrío congelado y lo hubiera dejado allí.El río de hielo era tan alto como algunasmontañas de Dalaran, y pequeñas formasoscuras se movían sobre él. Halcones oáguilas, aunque tenían que ser de un

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tamaño inmenso si realmente estabancerca de los acantilados de hielo.

Ante él se extendía un valle, yavanzando por el valle venía un ejército.

El ejército derretía la nieve a supaso, dejando tras de sí una mancha defango negro como el rastro de unababosa. Los miembros del ejército ibanvestidos de rojo, equipados con grandesyelmos con cuernos y largas capasnegras con cuello alto almidonado. Erancazadores, porque llevaban toda clasede armas.

A la cabeza del ejército, su líderportaba un estandarte, y clavada en lapunta del mástil del estandarte, unacabeza cortada chorreando sangre.

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Khadgar pensó que pertenecía a algunagran bestia con escamas verdes, pero sedetuvo cuando vio que era la cabeza deun dragón.

Había visto el cráneo de una dedichas criaturas en la Ciudadela Violeta,pero nunca pensó ver una querecientemente hubiera estado viva.¿Hasta cuándo lo había hecho retrocederla visión?

El ejército de cosas gigantescasestaba bramando lo que podía habersido una canción de marcha, aunqueigual podía ser una retahíla de insultos oun grito de desafío. Las voces sonabanamortiguadas, como si estuvieran en elfondo de un pozo gigantesco: pero al

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menos Khadgar podía oírlas.Cuando se acercaron, se dio cuenta

de lo que eran. Sus ornamentadosyelmos no eran yelmos, sino cuernos quesalían de su propia carne. Sus capas noeran ropas, sino grandes alasmembranosas que salían de susespaldas. Sus armaduras salpicadas derojo eran su propia carne, brillandodesde dentro y derritiendo la nieve.

Eran demonios, criaturas de lasleyendas de Guzbah y de los panfletosocultos de Korrigan. Seres monstruososque superaban incluso a los orcos en sedde sangre y sadismo. Los grandesespadones de hoja ancha estabanclaramente bañados de escarlata, y

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ahora Khadgar pudo ver que sus cuerpostambién estaban manchados de sangre.

Estaban aquí, dondequiera ycuandoquiera que fuese aquí, y estabancazando dragones.

Tras él sonó un ruido suave ydistorsionado, no más que una pisada enuna alfombra mullida. Khadgar se dio lavuelta y descubrió que no estaba solo enel cerro desde el que se dominaba lademoníaca partida de caza.

Ella había llegado tras él sin queKhadgar se diera cuenta, y si lo vio nole hizo ningún caso. Igual que losdemonios parecían una plaga encarnadaen la tierra, ella también irradiaba supropia sensación de poder. Éste era un

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poder radiante que parecía doblarse eintensificarse mientras casi flotabasobre la superficie de la nieve misma.Era real, pero sus botas blancas decuero sólo dejaban las más leves marcasen la nieve.

Era alta y poderosa y no temía a lasabominaciones que había en el valleinferior. Su atuendo era tan blanco ypuro como la nieve que los rodeaba, yvestía un chaleco hecho de pequeñasescamas de plata. Una voluminosa capade piel con capucha y el forro de sedaverde ondeaba tras ella, abrochada en sugarganta por una gran gema verde queiba a juego con sus ojos. Llevaba el pelorubio con un sencillo peinado, recogido

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con una diadema de plata, y parecíamenos afectada por el frío que elfantasmal Khadgar.

Pero fueron sus ojos los que lellamaron la atención; verdes como unbosque en verano, verdes como el jadebruñido, verdes como el océano tras latormenta. Khadgar reconoció aquellosojos, porque había sentido la penetrantemirada de unos similares: los de su hijo.

Era Aegwynn. La madre de Medivh,la poderosa y casi inmortal maga quehabía vivido tanto como paraconvertirse en leyenda.

Khadgar también se dio cuenta dedónde debía estar; ésta tenía que ser labatalla de Aegwynn contra las hordas

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demoníacas, una leyenda de la que sólose conservaban fragmentos en lasestrofas de un poema épico que había enuna de las estanterías de la biblioteca.

De repente, Khadgar supo dóndehabía fallado su conjuro. Medivh lehabía pedido ese pergamino antes deirse la última vez que Khadgar lo habíavisto. ¿Había fallado el conjuroatravesando una visión reciente delpropio Medivh hasta la leyenda quehabía consultado?

Aegwynn frunció el ceño al mirarhacia la partida de caza demoníaca, y laúnica arruga que separó sus cejasmostró su desagrado. Sus ojos de jadedestellaron, y Khadgar pudo intuir que

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en su interior se estaba formando unatormenta de poder.

Su cólera no tardó mucho endesencadenarse. Extendió un brazo,pronunció una frase corta y seca, y elrelámpago brotó desde la punta de susdedos.

Éste no era un simple rayo mágico,ni siquiera el más potente de los rayosde una tormenta de verano. Era unachispa del relámpago primordial,avanzando por el aire hasta llegar alsuelo a través de los sorprendidosdemonios. El aire se dividió en suselementos básicos cuando el rayo loatravesó, y se llenó de un olor fuerte yacre. Tronó al desplazarse para rellenar

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el espacio que brevemente habíaocupado el rayo. A pesar de sí mismo, apesar de saber que él era un fantasma, apesar de saber que esto era una visión, apesar de todo ello y del hecho de que elruido quedaba amortiguado por suestado fantasmal, Khadgar hizo unamueca y retrocedió ante el destello y elrepicar metálico del ataque místico.

El rayo golpeó al portaestandarte, elque llevaba la cabeza decapitada deldragón verde. El demonio fue inmoladoen el sitio, y los que lo rodeabancayeron al suelo por la explosión, comotizones ardiendo sobre la nieve. Algunosno volvieron a levantarse.

Pero la mayoría de la partida de

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caza quedó fuera de los efectos delconjuro, bien por accidente, bien deforma intencionada. Los demonios, cadauno de los cuales era más grande quediez hombres, retrocedieronconmocionados, pero eso sólo duró unmomento. El más grande bramó algo enun idioma que sonaba como el tañido decampanas agrietadas, y la mitad de losdemonios emprendieron el vuelo,embistiendo contra la posición deAegwynn (y Khadgar). La otra mitadsacó pesados arcos de roble negro yflechas de hierro. Cuando dispararon lasflechas, éstas estallaron en llamas, y unalluvia de fuego cayó sobre ellos.

Aegwynn no retrocedió, sino que se

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limitó a hacer un movimiento de barridocon la mano. El cielo entero entre ella yla lluvia de fuego estalló en un muro dellamas azuladas, que engulló las flechascomo si hubieran caído al río.

Pero las flechas eran simplementeuna cobertura para los atacantes, loscuales irrumpieron a través del muro defuego azul mientras éste se desvanecía, ycayeron sobre Aegwynn. Tenía quehaber al menos veinte, cada uno de ellosun gigante que oscurecía el cielo con susalas.

Khadgar miró a Aegwynn y vio queestaba sonriendo. Era una sonrisa decomplicidad, confiada, una que el jovenmago había visto en el rostro de Medivh

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cuando habían combatido contra losorcos. Estaba más que tranquila.

Khadgar miró al otro extremo delvalle, donde habían estado los arqueros.Éstos habían abandonado sus inútilesproyectiles y se habían reunido asalmodiar en un tono bajo, como unzumbido. El aire se retorció a sualrededor y apareció un agujero en larealidad, una malignidad oscura sobre lablancura prístina. Y del agujero cayeronmás demonios; criaturas de toda índole,con cabezas de animales, con ojos defuego, con alas de murciélago, insecto opájaro carroñero. Estos demonios seunieron al coro y la fractura se abrió aúnmás, absorbiendo más y más engendros

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del Averno Astral hacia el frío aire delnorte.

Aegwynn no prestó atención a losque cantaban ni a los refuerzos, sino quese concentró fríamente en los que caíansobre ella desde arriba.

Hizo un pase con la mano, con lapalma levantada. La mitad de los quevolaban fueron convertidos en cristal, ytodos fueron derribados del cielo. Losque habían sido transformados en cristalse hicieron añicos donde cayeron, consonidos discordantes. Los que aúnvivían aterrizaron con un sonoro golpe yvolvieron a levantarse, desenvainadaslas armas manchadas de sangre.Quedaban diez.

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Aegwynn colocó su mano izquierdacerrada en un puño contra la palma de lamano derecha levantada, y cuatro de lossupervivientes se derritieron; su carnerojiza se fundió sobre sus huesosmientras caían en la nieve. Gritaronhasta que sus gargantas endescomposición se atascaron con supropia carne desecada. Quedaban seis.

Aegwynn hizo un gesto de agarrar elaire y otros tres demonios explotaroncuando sus entrañas se convirtieron eninsectos y los destrozaron desde dentro.Ni siquiera tuvieron tiempo de gritarmientras sus cuerpos eran reemplazadospor enjambres de mosquitos, abejas yavispas, que se fueron hacia los

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bosques. Quedaban tres.Aegwynn separó las manos, y una

fuerza invisible le arrancó a un demoniolos brazos y las piernas del torso.Quedaban dos. Aegwynn levantó dosdedos y un demonio se convirtió enarena; su aullido de muerte se perdió enla brisa gélida. Quedaba uno. Era el másgrande, el líder, el que bramaba lasórdenes. A corta distancia, Khadgarpudo ver que su pecho desnudo era undibujo de cicatrices y que una de suscuencas oculares estaba vacía. En laotra ardía el odio.

No atacó, y Aegwynn tampoco. Envez de eso se detuvieron, congeladospor un instante, mientras el valle bajo

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ellos se llenaba de demonios.Finalmente el gigantesco ser gruñó.

A oídos de Khadgar su voz sonó clarapero distante.

─Eres una tonta, Guardiana deTirisfal ─dijo, adaptando sus labios entorno al incómodo lenguaje humano.

Aegwynn emitió una risa, tancortante y fina como una daga de cristal.

─¿De veras, abominable engendro?He venido a fastidiar vuestra cacería dedragones. Parece que lo he logrado.

─Eres una imbécil con exceso deconfianza ─farfulló el demonio─.Mientras tú combatías con unos pocos,mis hermanos en la hechicería han traídomás. Una legión. Cada íncubo y cada

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demonio menor, cada pesadilla y cadamastín de las sombras, cada señoroscuro y cada capitán de la LegiónArdiente. Todos han venido mientras túcombatías contra unos pocos.

─Lo sé ─dijo tranquilamenteAegwynn.

─¿Lo sabes? ─bramó el demoniocon una ronca carcajada─. ¿Sabes queestás sola en las tierras salvajes contodos los demonios alzados contra ti?¿Lo sabes?

─Lo sé ─dijo Aegwynn, y había unasonrisa en su voz─. Sabía que traeríastantos de tus aliados como pudieras. UnGuardián sería un objetivo demasiadobueno para que lo ignorases.

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─¿Lo sabes? ¿Y viniste de todosmodos a este lugar abandonado?

─Lo sé ─dijo Aegwynn─. Peronunca he dicho que estuviese sola.

Aegwynn chasqueó los dedos y elcielo se oscureció de repente, como siuna gran bandada de pájaros hubieralevantado el vuelo y tapado el sol.

Sólo que no eran pájaros. Erandragones, más dragones de los queKhadgar hubiera imaginado que existían.Se mantenían estáticos en vuelo,soportados por sus grandes alas,esperando la señal de Aegwynn.

─Abominable engendro de la LegiónArdiente ─dijo Aegwynn─. Tú eres eltonto.

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El líder demoníaco dejó escapar ungrito y levantó su espada manchada desangre. Aegwynn fue demasiado rápidapara él, y levantó una mano con tresdedos extendidos. El pecho delabominable engendro se evaporó,dejando sólo una nube de motitas desangre. Sus robustos brazos cayeron aambos lados, sus piernas abandonadasse doblaron y se derrumbaron, y sucabeza, en la que quedaba patente unamirada de sorpresa, cayó en la nieve yse perdió.

Ésa fue la señal para los dragones,que como uno solo se precipitaron sobrela horda agolpada de demoniosinvocados. Las grandes criaturas

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voladoras descendieron desde todos losflancos, y de sus bocas abiertas brotó elfuego. Las primeras filas de demoniosfueron inmoladas, reducidas a cenizas enun instante, mientras que otros luchabanpor desenvainar sus armas, preparar susconjuros o huir.

En el centro del ejército se elevó uncántico, a la vez una intensa súplica y ungrito vehemente. Eran los máspoderosos conjuradores demoníacos,quienes concentraban sus energíasmientras los que estaban al borde delgrupo repelían a los dragones a un costemortal.

Los demonios se reagruparon yrespondieron, y empezaron a caer

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dragones del cielo con el cuerpoacribillado por flechas de hierro yvirotes de fuego, por venenos místicos yvisiones enloquecedoras. Y aun así, elcírculo que rodeaba el centro de losdemonios se estrechaba a medida quemás y más dragones se tomabancumplida venganza contra los demoniospor la cacería, y los gritos del centro sehicieron más desesperados eininteligibles.

Khadgar miró a Aegwynn, queestaba de pie en la nieve, rígida, con lospuños cerrados, los ojos verdesrefulgiendo de poder y los dientesapretados en una horrible sonrisa. Ellatambién estaba salmodiando, algo

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oscuro e inhumano más allá incluso dela capacidad de identificación deKhadgar. Estaba combatiendo el conjuroque habían construido los demonios,pero también estaba extrayendo energíade él, doblando sobre sí mismas lasenergías místicas que contenía, como sehace con las capas de acero de la hojade una espada para hacerla más fuerte ypoderosa.

Los gritos de los demonios delcentro alcanzaron un tono febril, y ahorala misma Aegwynn estaba gritando, conun nimbo de energía condensado a sualrededor. Su pelo ondeaba suelto,levantó ambos brazos y descargó lasúltimas palabras de su conjuración.

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Hubo un estallido en el centro de lahorda demoníaca, en el centro donde losmagos salmodiaban y chillaban yrezaban. Fue un desgarramiento en eluniverso, esta vez un desgarramientobrillante, como si se hubiera abierto unportal al mismo sol. La energía sedesató hacia fuera y los demonios notuvieron tiempo ni de gritar cuando losalcanzó, incinerándolos y dejando sussiluetas carbonizadas como únicotestamento.

Todos los demonios fueronatrapados, y también algunos dragonesque se habían acercado demasiado alcentro de la horda demoníaca. Quedaronapresados como polillas en una llama, e

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igualmente consumidos.Aegwynn dejó escapar un aliento

entrecortado y sonrió. Era la sonrisa dellobo, del depredador, del vencedor.Donde antes había estado la hordademoníaca ahora había una columna dehumo que ascendía hasta los cielos enuna gran nube.

Pero mientras Khadgar observaba, lanube se aplanó y se comprimió,haciéndose más oscura y más intensa,como los nubarrones de tormenta. Y alintensificarse se hizo más fuerte, y sucorazón se hizo más negro, bordeandomatices del púrpura y el azabache.

Y, de la nube oscurecida, Khadgarvio emerger a un dios.

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Era una figura titánica, más grandeque cualquier gigante de leyenda, másgrande que cualquier dragón. Su pielparecía estar fundida en bronce, y vestíauna armadura negra de obsidianaincandescente. Su luenga barba y el peloenmarañado estaban hechos de llamaviva, y unos enormes cuernos emergíande su ceño. Sus ojos eran del color delabismo infinito. Salió a grandeszancadas de la nube, y la tierra temblabaallá donde posaba sus pies. Empuñabauna enorme lanza tallada con runas quegoteaban sangre ardiente, y tenía unalarga cola rematada por una bola defuego.

Los dragones que quedaban salieron

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huyendo, en dirección al bosque oscuroy los distantes acantilados. Khadgar nopodía culparlos. Por mucho poder queMedivh tuviera en su interior, pormuchos y grandes poderes que su madrehubiera demostrado, eran como dosvelitas comparados con el puro poder deeste señor de los demonios.

─Sargeras ─siseó Aegwynn.─Guardián ─tronó el gran demonio

con una voz tan profunda como elocéano. En lontananza, los acantiladosde hielo se derrumbaron antes que dareco a esta voz infernal.

La Guardiana se irguió tan alta comoera y se apartó un mechón de pelo rubiode la cara.

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─He roto tus juguetes. Aquí ya notienes nada que hacer. Huye mientrasconservas la vida.

Khadgar miró a la Guardiana comosi hubiera perdido la cabeza. Inclusoante sus ojos estaba exhausta por laexperiencia, casi tan vacía comoKhadgar había quedado ante los orcos.Seguramente este titánico demonio eracapaz de ver a través de su engaño. Elpoema épico hablaba de la victoria deAegwynn. ¿Iba él a presenciar su muerteen su lugar?

Sargeras no se rió, pero su vozretumbó en la tierra, empujando aKhadgar a pesar de todo.

─El tiempo de Tirisfal llega a su fin

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─dijo el demonio─. Este mundo prontose inclinará ante la ofensiva de laLegión.

─No mientras haya un Guardián─dijo Aegwynn─. No mientras yo viva,o vivan los que vengan tras de mí.

Sus dedos se doblaron ligeramente,y Khadgar pudo ver que estabareuniendo el poder que le quedaba en suinterior, reuniendo su intelecto, suvoluntad y su energía en un último granasalto. Muy a su pesar, Khadgar dio unpaso atrás, luego otro y luego un tercero.Si su yo anciano pudo verlo en la visión,si el joven Medivh pudo verlo… ¿Nopodrían verlo también estos dospoderes, maga y monstruo? ¿O es que

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quizá era demasiado insignificante paraque lo notaran?

─Ríndete ahora ─dijo Sargeras─. Tupoder me será muy útil.

─No ─dijo Aegwynn con los puñosapretados.

─Entonces muere, Guardián, y que tumundo muera contigo ─dijo el titánicodemonio, y alzó su ensangrentada lanzarúnica.

Aegwynn levantó las dos manos ylanzó un grito, mitad maldición y mitadoración. Un refulgente arco iris decolores nunca vistos en este mundobrotó de las palmas de sus manos, yserpenteó hacia arriba como un rayodotado de vida propia. Se clavó como

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una puñalada en el pecho de Sargeras.A Khadgar le pareció un flechazo

disparado contra un barco, tan pequeñoe ineficaz. Pero Sargeras flaqueó tras elimpacto, retrocediendo medio paso ydejando caer la enorme lanza. Ésta cayóal suelo como un meteorito cae sobre latierra, y la nieve se onduló bajo los piesde Khadgar. Éste hincó una rodilla, perolevantó la vista hasta el señor de losdemonios.

Desde donde había impactado elconjuro de Aegwynn se extendía unaoscuridad. No, no era una oscuridad,sino un frío, a medida que la calientecarne de bronce del titán demoníacomoría y era sustituida por una masa

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inerte y fría. Irradiaba desde el centrode su pecho como un incendio desatado,dejando tras de sí carne consumida.

Sargeras contempló la crecientedevastación con sorpresa, luego alarmay luego miedo. Levantó una mano paratocarla, y se propagó también a esemiembro, dejando a su paso una masa detosco metal negro. Ahora Sargerasempezó a salmodiar reuniendo lasenergías que tenía para revertir elproceso, detener el flujo, apagar elfuego que lo consumía. Sus palabras sehicieron más frenéticas y vehementes, yla piel que le quedaba relucía conrenovada intensidad. Brillaba como unsol, gritando maldiciones mientras la

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oscura frialdad llegaba hasta dondedebería haber estado su corazón.

Y entonces hubo otro resplandor, tanintenso como el que había consumido ala horda demoníaca, centrado enSargeras. Khadgar apartó la mirada y ladirigió hacia Aegwynn, que observabacómo el fuego y la oscuridad consumíana su enemigo. El resplandor de la luzempequeñecía al del mismo día, y largassombras se proyectaban tras la maga.

Y entonces se acabó. Khadgarparpadeó cuando sus ojos recuperaronla vista. Se volvió hacia el valle y allíestaba el titánico Sargeras, inerte comouna cosa hecha de hierro forjado, supoder consumido. Bajo su peso, el suelo

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ártico recalentado empezó a ceder, ylentamente su forma muerta cayó haciadelante, permaneciendo entera cuandogolpeó el suelo. El aire alrededor deellos estaba inmóvil.

Aegwynn se rió. Khadgar la miró yparecía agotada, tanto por el cansanciocomo por la locura. Se frotaba lasmanos y se carcajeaba, y empezó adescender hacia el titán caído. Khadgarse dio cuenta de que ya no se posabadelicadamente sobre la nieve, sino quedescendía a duras penas, hundida enella.

A medida que se alejaba, labiblioteca empezó a volver. La nievecomenzó a sublimarse en densas nubes

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de vapor, y las borrosas formas de lasestanterías, el piso superior y las sillasse fueron haciendo visibles poco a poco.

Khadgar se giró un poco endirección hacia donde debería haberestado la mesa, y todo volvió a sernormal. La biblioteca reafirmó surealidad con una firme inmediatez.

Khadgar exhaló un aliento frío y sefrotó la piel. Fresco, pero no frío. Elconjuro había funcionado más o menosbien en términos generales, pero no enlos detalles. Había traído una visión,pero no la deseada. Las cuestiones eranqué había salido mal y cuál sería lamejor forma de arreglarlo.

El joven mago cogió su bolsita de

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escribano y sacó de ella un pergaminoen blanco y útiles. Colocó una plumillametálica en el extremo del palillero,derritió parte de la tinta de calamar enun cuenco y empezó a anotar enseguidatodo lo que había pasado, desde quelanzó el conjuro inicial hasta queAegwynn empezó a hundirse más y másen la nieve a medida que se alejaba.

Seguía trabajando una hora despuéscuando sonó un cadavérico carraspeo enla puerta. Khadgar estaba tan absorto ensus pensamientos que no lo notó hastaque Moroes carraspeó por segunda vez.

Khadgar levantó la vista, algoirritado. Estaba a punto de escribir algoimportante, pero el asunto lo eludía. Era

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algo que percibía por el rabillo del ojode su mente.

─El Magus ha vuelto ─dijoMoroes─. Quiere verte arriba en elobservatorio.

Khadgar miró a Moroes sin entenderdurante unos instantes, hasta que laspalabras se abrieron paso poco apocoen su mente.

─¿Medivh ha vuelto? ─pudo decir alfin.

─Eso es lo que he dicho ─gruñóMoroes, pronunciando cada palabra demala gana─. Tienes que volar hastaStormwind con él.

─¿Stormwind? ¿Yo? ¿Por qué?─logró articular el joven mago.

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─Porque eres el aprendiz, ése es elporqué ─dijo Moroes con el ceñofruncido─. Observatorio. Piso superior.Ya he llamado a los grifos.

Khadgar miró su trabajo; renglóntras renglón de buena caligrafía,ocupándose de cada detalle. Había algomás que estaba pensando.

─Sí, sí. Déjame recoger mis cosas.Acabar esto ─dijo.

─Tómate tu tiempo ─dijo elsenescal─. Lo único que pasa es que elMagus quiere que vueles con él hasta elcastillo de Stormwind. Nada importante.─Y Moroes se desvaneció en elpasillo─. Piso superior ─llegó su vozincorpórea, casi como una ocurrencia de

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última hora.¡Stormwind,! pensó Khadgar, el

castillo del rey Llane. ¿Qué sería tanimportante como para hacerlo ir allí?¿Quizá un informe acerca de los orcos?

Khadgar miró sus notas. Con lanoticia de que Medivh había vuelto y deque pronto partirían, sus pensamientoshabían quedado interrumpidos, y ahorasu mente se dedicaba a la nueva tarea.Miró las últimas palabras que habíaescrito en el pergamino.

Aegwynn tiene dos sombras, decían.Khadgar agitó la cabeza. Cualquiera

que fuese el curso de sus pensamientosse había perdido. Secó cuidadosamenteel exceso de tinta para que no se

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corriera, y dejó las páginas a un lado.Entonces recogió sus útiles y se dirigiórápidamente hacia su habitación. Tendríaque ponerse ropa de viaje si iba a ir alomos de grifo, y necesitaría empacar sucapa de conjuración buena si iba a ver ala realeza.

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H

CAPÍTULOSIETE

Stormwind

asta entonces, el edificio másgrande que Khadgar había visto

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en su vida era la Ciudadela Violeta, enla Isla Cruz, a las afueras de la ciudadde Dalaran. Las majestuosas agujas ygrandiosas estancias de los Kirin Tor,techadas con gruesa pizarra del colordel lapislázuli que daba su nombre a laciudadela, habían sido motivo deorgullo para Khadgar. En todos susviajes por Lordaeron y Azeroth, nada, nisiquiera la torre de Medivh, se acercabaa la ancestral grandeza de la ciudadelade los Kirin Tor.

Hasta que llegó a Stormwind.Volaron de noche, como la vez

anterior, y en esta ocasión el joven magoestaba convencido de haber dormidomientras guiaba al grifo a través del

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relente nocturno. Cualquiera que fuese elconocimiento que Medivh había puestoen su mente, seguía funcionando, porqueestaba seguro de su habilidad para guiaral depredador alado con las rodillas, yse sentía muy a gusto. La parte de sucerebro donde residía el conocimientono le dolía en este momento, sino quesentía una cierta vibración, como si eltejido mental hubiera sanado dejandouna cicatriz, admitiendo el conocimientopero todavía reconociéndolo como algoajeno.

Se despertó mientras el sol salía porel horizonte tras él y se sobresaltómomentáneamente, haciendo que la grancriatura voladora se ladease

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ligeramente, apartándose de la ruta queseguía Medivh. Ante él, repentina yreluciente al sol de la mañana, estabaStormwind.

Era una ciudadela de oro y plata.Bajo la luz de la mañana los murosparecían brillar con su propia luz,pulidos como un cáliz bajo los cuidadosde un sirviente. Los techosresplandecían como hechos de plata, ypor un momento Khadgar pensó quetenían engastadas innumerables gemitas.

El joven mago parpadeó y agitó lacabeza. Las paredes de oro se volvieronsimple piedra, aunque pulida hasta unfino lustre en algunos sitios eintrincadamente esculpida en otros. Los

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techos de plata eran sencillamente depizarra oscura, y lo que había pensadoque eran gemas no era más que el rocíode la mañana reflejando la luz del sol.

Y aun así, Khadgar siguióasombrado por el tamaño de la ciudad.Tan grande como cualquiera de las deLordaeron, si no más, y vista desde estaaltura se extendía ante él. Contó hastatres anillos de murallas concéntricosalrededor del castillo central, y barrerasmenores que separaban diferentesbarrios. Dondequiera que miraba, habíamás ciudad bajo él.

Incluso ahora, en las horas delamanecer, había actividad. El humo sealzaba desde fuegos mañaneros, y ya

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circulaba gente por las calles ymercados. Grandes carros se agolpabanal exterior de las puertas principales,cargados de granjeros que se dirigían alos limpios y ordenados campos que seextendían desde los muros de la ciudadcomo una falda, alcanzando casi elhorizonte.

Khadgar no podía identificar lamitad de los edificios. Unas grandestorres podían ser universidades o silosde grano, por lo que a él respectaba. Enuna cascada habían colocado unasruedas de molino. Por qué, ni se loimaginaba. De repente surgió unallamarada a su derecha, aunque siprovenía de una fundición, de un dragón

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cautivo o de algún gran accidente, era unmisterio.

Era la ciudad más grandiosa quehabía visto, y en su corazón seencontraba el castillo de Llane.

No podía ser otro. Aquí las paredessí que parecían estar hechas de oro, conincrustaciones de plata alrededor de lasventanas. El techo real estaba recubiertode pizarra azul, tan intensa y rica comoel zafiro, y en su miríada de torresKhadgar podía ver estandartes con lacabeza de león de Azeroth, el escudo dearmas de la casa del rey Llane y símbolode la tierra.

El complejo del castillo parecía seruna pequeña ciudad en sí mismo, con

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innumerables edificios laterales, torres ypabellones. Puentes colgantes iban entrelos edificios, a distancias que Khadgarpensó imposibles sin ayuda mágica.

Quizá una estructura de este tiposólo podía construirse con magia, pensó,y se dio cuenta de que quizá ésta era unade las razones por las que Medivh eratan apreciado aquí.

El mago levantó una mano y pasósobre una torre en particular, cuya partesuperior era un parapeto plano. Medivhseñaló hacia abajo; una vez, dos veces,una tercera. Quería que Khadgaraterrizase primero.

Echando mano de sus recuerdosartificiales, Khadgar hizo aterrizar

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limpiamente al grifo. La gran bestia concabeza de águila echó las alas haciaatrás como una gran vela, reduciendo lavelocidad hasta aterrizar delicadamente.

Ya había una delegaciónesperándolo. Un grupo de pajes conlibrea azul se adelantó para coger lasriendas del grifo y ponerle en la cabezauna pesada capucha. Los recuerdosajenos le dijeron a Khadgar que erasimilar a las que usaban los cetrerospara restringir la vista de sus pájaros depresa. Otro tenía un cubo de víscerasfrescas de vaca, que puso con cautelafrente al pico del grifo, que mordía alaire.

Khadgar desmontó de lomos del

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grifo y fue cálidamente saludado por elpropio Lord Lothar. El hombretónparecía aún más grande vestido con unatúnica ornamentada y una capa,rematadas por una coraza pectorallabrada y un manto de filigrana quecolgaba de su hombro.

─¡Aprendiz! ─dijo Lothar,engullendo la mano de Khadgar en suenorme zarpa carnosa─. ¡Me alegro dever que conservas el empleo!

─Mi señor ─dijo Khadgar, tratandode no hacer una mueca de dolor ante lafuerza del apretón del hombre─. Hemosvolado toda la noche para llegar hastaaquí. Yo no…

El resto de la frase de Khadgar fue

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barrido por un vendaval de alas y elgraznido de miedo de un grifo. Lamontura de Medivh bajó del cielo dandotumbos, y el Magus aterrizó con menosgracilidad aún. La enorme bestiavoladora resbaló por toda la anchura dela torre y casi se cayó por el parapeto;Medivh tiró con fuerza de las riendas.Como estaban las cosas, las grandesgarras delanteras del grifo se aferraron alos merlones, y casi tiró al mago haciafuera.

Khadgar no esperó los comentariosde Lord Lothar, sino que saltó haciadelante, seguido por la hueste de pajesvestidos de azul y con Lord Lotharavanzando pesadamente tras ellos.

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Para cuando llegaron junto a él,Medivh ya había desmontado y leentregaba las riendas al primer paje.

─¡Maldito viento cruzado! ─dijoirritado el mago─. Os dije que éste erajusto el lugar equivocado para unaviario, pero aquí nadie le hace caso almago. Buen aterrizaje, chaval ─añadiócomo ocurrencia de última hora,mientras los sirvientes se arremolinabanalrededor de su grifo, tratando decalmarlo.

─Med ─dijo Lothar, extendiendo unamano como saludo─. Me alegro de quehayas podido venir.

Medivh se limitó a fruncir el ceño.─He venido tan pronto como he

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podido ─espetó el mago secamente,respondiendo a alguna ofensa queKhadgar no había percibido─. Tenéisque apañároslas sin mí de vez encuando, ya sabes.

Si a Lothar lo sorprendió la actitudde Medivh, no dijo nada.

─Me alegro de verte de todasformas. Su majestad…

─Tendrá que esperar ─dijoMedivh─. Llévame a la cámara encuestión, ahora. No, yo sé el camino.Dijiste que fueron Huglar y Hugarin. Poraquí, entonces.

Y con eso partió el mago, hacia lasescaleras laterales que se adentraban enla torre.

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─¡Cinco pisos hacia abajo, luego unpuente que cruza y luego tres pisos haciaarriba! ¡Un sitio horrible para unaviario!

Khadgar miró a Lothar. Elhombretón se frotaba la calva con unamanaza y movía la cabeza. Entoncespartió tras el hombre, con Khadgarpisándole los talones.

Para cuando llegaron a la parte bajade la escalera de caracol, Medivh ya sehabía ido, aunque más adelante podíaoírse una retahíla de quejas y laocasional palabrota, alejándose rápido.

─Está de buen humor ─dijoLothar─. Deja que te acompañe a lashabitaciones de los magos. Lo

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encontraremos allí.─La noche pasada estaba muy

alterado ─dijo Khadgar a modo dedisculpa─. Se había ido, y parece serque vuestra llamada llegó a Karazhanpoco después de su vuelta.

─¿Te ha dicho de qué va esto,aprendiz? ─preguntó Lothar.

Khadgar tuvo que negar con lacabeza.

El Campeón Anduin Lothar fruncióel ceño.

─Dos de los grandes hechiceros deAzeroth están muertos, con sus cuerposquemados más allá de toda posibilidadde identificación y los corazonesarrancados del pecho. Muertos en sus

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habitaciones. Y hay pruebas… ─LordLothar dudó un momento, como siintentara elegir las palabrasadecuadas─. Hay pruebas de actividaddemoníaca. Por eso mandé al mensajeromás rápido por el Magus. Quizá élpueda decirnos lo que pasó.

─¿Dónde están los cuerpos?─gritaba Medivh cuando Lothar yKhadgar lo alcanzaron por fin. Estabancerca de la cima de otra de las espirasdel castillo, con la ciudad extendiéndoseante ellos en un gran ventanal que seabría frente a la puerta.

La habitación estaba destrozada, yparecía haber sido registrada por orcos,y orcos torpes. Todos los libros habían

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sido sacados de las estanterías, y cadapergamino había sido desenrollado ymuchos de ellos hechos jirones. Losaparatos alquímicos habían sidodestrozados, los polvos y emplastosestaban desparramados, e incluso habíanroto los muebles.

En el centro de la habitación habíaun anillo de poder, una inscripciónlabrada en el suelo. El anillo secomponía de dos círculos concéntricos,con palabras arcanas labradas entreellos. Las incisiones en el suelo eranprofundas y estaban llenas de un líquidooscuro y pegajoso. Había dos marcas dequemadura en el suelo, cada una de ellasdel tamaño de un hombre, situadas entre

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el círculo y la ventana.Dichos círculos tallados sólo tenían

un propósito, por lo que sabía Khadgar.El bibliotecario de la Ciudadela Violetasiempre avisaba acerca de ellos.

─¿Dónde están los cuerpos?─repitió Medivh, y Khadgar se alegróde no ser el quien tuviera queresponder─. ¿Dónde están los restos deHuglar y Hugarin?

─Los retiramos poco después deencontrarlos ─dijo tranquilamenteLothar─, Era indigno dejarlos aquí. Nosabíamos cuándo llegarías.

─Quieres decir que no sabías sillegaría ─le espetó Medivh─. Vale,vale. Todavía podemos aprovechar algo.

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¿Quién ha entrado en esta habitación?─Los Lores Conjuradores Huglar y

Hugarin ─empezó Lothar.─Hombre, por supuesto. ─dijo de

forma cortante Medivh─. Tenían queestar aquí si murieron aquí. ¿Quién más?

─Uno de sus criados los encontró─siguió Lothar─. Y me mandaronllamar. Y traje algunos guardias pararetirar los cuerpos. Todavía no han sidoenterrados, si deseas examinarlos.

Medivh ya estaba sumido en suspensamientos.

─Hmmm. ¿A los cuerpos o a losguardias? No importa, ya nosocuparemos luego de eso. Así que entotal un criado, tú y como otros cuatro

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guardias, ¿no? Y ahora yo y mi aprendiz.¿Nadie más?

─No que yo sepa ─dijo Lothar.El Magus cerró los ojos y murmuró

unas pocas palabras en voz baja. Tantopodría haber sido un juramento como unconjuro. Sus ojos se abrieron de par enpar.

─¡Interesante, Joven Confianza!Khadgar respiró hondo.─Lord Magus.─Necesito tu juventud y tu

inexperiencia. Puede que mis ojoscansados vean lo que yo quiero ver.Necesito ojos frescos. No temas hacerpreguntas, vamos. Ven aquí y ponte en elcentro de la habitación. No, no entres en

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el círculo. No sabemos si queda algúnencantamiento residual en él. Ponte aquí.Ahora, ¿qué sientes?

─Veo la habitación destrozada─empezó Khadgar.

─No he dicho ver ─lo cortóMedivh─. He dicho sentir.

Khadgar tomó aliento y lanzó unconjuro menor, uno que acentuaba lossentidos y ayudaba a encontrar objetosperdidos. Era un conjuro sencillo deadivinación, uno que había usadocientos de veces en la CiudadelaVioleta. Era especialmente bueno paraencontrar cosas que otros queríanmantener ocultas.

Pero nada más entonar las primeras

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palabras, Khadgar pudo sentir que eradiferente. Había cierta pesadez en lamagia de esta habitación. La magia solíatener una sensación de ligereza yenergía, pero ésta parecía más viscosa,casi líquida. Khadgar nunca la habíanotado antes, y se preguntó si seríadebida a los círculos de poder o apoderes y conjuros de los difuntosmagos.

Era una sensación pegajosa, como elaire estancado en una habitación quehubiera estado cerrada durante años.Khadgar intentó reunir las energías, peroéstas parecieron resistirse, seguir susdeseos con la mayor de las reluctancias.

El rostro de Khadgar se volvió serio

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mientras trataba de extraer más poder dela habitación, de las energías, hasta sí.Era un conjuro sencillo, si acaso deberíaser más fácil en esta sala deconjuración, donde el lanzamiento de losmismos era cosa habitual.Repentinamente el joven mago se viodesbordado por la densa y fétidasensación de la magia. Bruscamentecayó sobre él, envolviéndolo, como sihubiese quitado un ladrillo de la partede abajo y se hubiera tirado una paredencima. La fuerza de la oscura y pesadamagia cayó sobre él como una manta,aplastando el conjuro y obligándolofísicamente a arrodillarse. Muy a supesar, gritó.

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Medivh estuvo a su lado enseguida,ayudando al joven mago a levantarse.

─Venga, venga ─dijo─. No esperabaque lo hicieras tan bien. Buen intento.Excelente trabajo.

─¿Qué es? ─logró articularKhadgar, que de repente podía volver arespirar─. No se parece a nada que hayasentido antes. Pesado. Resistente.Asfixiante.

─Entonces eso son buenas noticiaspara ti ─dijo Medivh─. Está muy bienque lo hayas sentido, y está muy bienque lo hayas aguantado. Aquí la magiaha sido corrompida, como resultado delo que pasó antes.

─¿Quieres decir que la habitación

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está encantada? ─dijo Khadgar─. Nisiquiera en Karazhan he…

─No, no es eso ─dijo Medivh─. Esalgo mucho peor. Los dos magosmuertos de aquí estaban invocandodemonios. Es esa mancha la que hassentido, esa pesadez en la magia. Aquíestuvo un demonio. Eso fue lo que matóa Huglar y Hugarin, los pobres ypoderosos idiotas.

Se hizo el silencio durante unosinstantes, luego habló Lothar.

─¿Demonios? ¿En las torres del rey?No puedo creer…

─Oh, creencia ─dijo Medivh─. Noimporta lo culto y lo erudito, lo sabio ylo maravilloso, lo poderoso y lo hábil

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que se sea, siempre hay un fragmentomás de poder, un pedazo más de saber,un poderoso secreto más por aprenderpara cualquier mago. Creo que estos doscayeron en esa trampa, e invocaronfuerzas del otro lado de la GranOscuridad del Más Allá, y pagaron elprecio por ello. Idiotas. Eran amigos ycolegas, y eran idiotas.

─¿Pero cómo? ─dijo Lothar─.Seguramente tenía que haberprotecciones. Defensas. Eso es uncírculo místico de poder.

─Fácil de abrir brecha, fácil deromper ─dijo Medivh mientras seinclinaba sobre el círculo, donde lasangre seca de los magos lanzaba

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reflejos. Se agachó y cogió una delgadahebra de paja que estaba caída sobre laspiedras, que aún se estaban enfriando─.¡Ajá! Una simple paja de escoba. Si estoestaba aquí cuando comenzaron lainvocación, todas las abjuraciones yfilacterias del mundo no pudieronprotegerlos. El demonio consideraríaque el círculo no era más que un arco, unportal hacia este mundo. Saldríadisparando fuego infernal y atacaría alos pobres tontos que lo habían traído aeste mundo. Lo he visto antes.

Khadgar movió la cabeza. La densaoscuridad que parecía aprisionarlo portodos lados pareció levantarse un poco,y recuperó la compostura. Recorrió la

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habitación con la mirada. Ya era unazona catastrófica. El demonio lo habíadestrozado todo en su ataque. Si habíauna hebra de paja de una escobarompiendo el círculo, debería habersedesplazado durante el ataque.

─¿Cómo se encontraron loscuerpos? ─preguntó Khadgar.

─¿Qué? ─dijo Medivh con unabrusquedad que sobresaltó a Khadgar.

─Lo siento ─respondió enseguidaKhadgar─. Dijiste que podía hacerpreguntas.

─Sí, sí, por supuesto ─dijo Medivh,calmando su tono seco sólo un ápice. Sedirigió al Campeón Real─. Bien, AnduinLothar. ¿Cómo se encontraron los

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cuerpos?─Cuando yo llegué estaban en el

suelo, el criado no los había movido─respondió Lothar.

─¿Boca arriba o boca abajo, señor?─dijo Khadgar, con tanta tranquilidadcomo pudo. Podía sentir la gélidamirada del mago mayor─. ¿Las cabezasapuntaban hacia el círculo o hacia laventana?

Lothar quedó absorto mientrasrecordaba.

─Hacia el círculo, y boca abajo. Sí,definitivamente. Estaban totalmentecalcinados, y tuvimos que darles lavuelta para asegurarnos de que eranHuglar y Hugarin.

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─¿Adónde quieres llegar, JovenConfianza? ─dijo el Magus, quien ahoraestaba sentado en la ventana abierta,atusándose la barba.

Khadgar miró las dos marcas dequemadura entre el círculo defensivoque no había funcionado y la ventana, ytrató de pensar en ellos como cuerpos yno como magos que una vez habíanestado vivos.

─Si golpeas a alguien desde delante,se cae hacia atrás. Si golpeas a alguienpor detrás, cae hacia delante. ¿Estaba laventana abierta cuando vos llegasteis?

Lothar miró al ventanal abierto,olvidándose por un momento de la granciudad que había al otro lado.

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─Sí. No. Sí, creo que sí. Pero puedeque la abriera el criado. Había un hedorespantoso; de hecho eso fue lo queatrajo la atención en un principio. Puedopreguntar.

─No hace falta ─dijo Medivh─. Laventana estaba seguramente abiertacuando entró el criado. ─El Magus selevantó y anduvo hasta las marcas dequemadura─. Así que tú crees, JovenConfianza, que Huglar y Hugarin estabanaquí de pie, observando el círculomágico, y algo llegó por la ventana y losatacó por la espalda. ─Para dar másénfasis se dio una palmada en la nuca─.Cayeron hacia delante y ardieron en esaposición.

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─Sí, señor ─dijo Khadgar─. O sea,es una teoría.

─Una buena teoría ─dijo Medivh─,pero equivocada, me temo. Paraempezar, los dos magos habrían tenidoque estar ahí de pie sin mirar nada enparticular, salvo que hubieran estadomirando el círculo mágico. Por lo tantoestaban invocando un demonio. Uncírculo de este tipo no sirve para otracosa.

─Pero… ─empezó a decir Khadgar,y el Magus congeló sus palabras en lagarganta con una dura mirada.

─Y ─siguió Medivh─, aunque esoencajaría con un solo atacante con unacachiporra o un garrote, no encaja tan

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bien con las energías oscuras de losdemonios. Si la bestia exhaló fuego,pudo haber cogido de pie a los doshombres, haberlos matado y luego loscuerpos caer ardiendo hacia delante.¿Dijiste que los cuerpos estabancalcinados por delante y por detrás?─dirigió la pregunta a Lothar.

─Sí ─dijo el Campeón Real.Medivh levantó la palma de la mano.─El demonio exhala fuego. Quema

la parte delantera. Huglar (o Hugarin)cae hacia delante. Las llamas seextienden a la espalda. A menos que eldemonio atacase a Hugarin (o Huglar)por la espalda, les diera la vuelta paraasegurarse de que también se quemaba

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la parte delantera, y luego les diera lavuelta de nuevo. Poco probable; losdemonios no son tan metódicos.

Khadgar sintió cómo el rostro se leacaloraba por el azoramiento.

─Lo siento, sólo era una teoría.─Y una buena teoría ─dijo

rápidamente Medivh─. Sólo que estabaequivocada, nada más. Pero tienes razónen que la ventana estaría abierta, porqueasí fue como el demonio salió de latorre. Ahora anda suelto por la ciudad.

Lothar maldijo.─¿Estás seguro?─Completamente ─asintió Medivh─.

Pero probablemente por el momento noquiera llamar la atención. Incluso matar

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por sorpresa a dos tontos como Huglar yHugarin llevaría al límite lashabilidades de cualquier criaturaexcepto la más poderosa.

─En una hora puedo tenerorganizados grupos de búsqueda ─dijoLothar.

─No ─replicó Medivh─. Quierohacer esto yo mismo. No tiene sentidodesperdiciar vidas. Por supuesto, quierover los restos. Eso me dirá a qué nosenfrentamos.

─Los llevamos a una cámara fría enla bodega ─dijo Lothar─. Puedo llevarteallí.

─Enseguida ─urgió Medivh─.Quiero echar un vistazo por aquí durante

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un momento. ¿Nos dejarías solos a miaprendiz y a mí unos minutos?

─Por supuesto ─dijo Lothar trasdudar un momento─. Estaré justo afuera.─Mientras decía esto mirabaseveramente a Khadgar, luego se fue.

El picaporte se cerró y en lahabitación se hizo el silencio. Medivh semovía de mesa en mesa, trasteando entrelos libros destrozados y los papeleshechos jirones. Sostuvo el trozo de unacarta con un sello púrpura, y negó con lacabeza. Lentamente, arrugó el trozo depapel que sostenía en la mano.

─En los países civilizados ─dijocon voz algo tensa─, los aprendices nodiscuten a sus maestros. Al menos en

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público. ─Se volvió hacia Khadgar y eljoven vio que el rostro de su maestro erauna masa de nubarrones de tormenta.

─Lo siento ─dijo Khadgar─. Dijisteque debía hacer preguntas, y la posturade los cuerpos no me pareció la normalen ese momento, pero ahora que hasmencionado cómo ardieron esoscuerpos…

Medivh levantó una mano y Khadgarse cayó. Hizo una pausa y luego expulsóaire lentamente.

─Ya basta. Hiciste lo correcto, nimás ni menos de lo que yo te habíapedido. Y si no hubieras hablado yo nome habría dado cuenta de que eldemonio posiblemente bajó escalando la

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torre y habría perdido el tiemporastreando el castillo. Pero preguntasteporque no sabes mucho acerca dedemonios, y eso es ignorancia. Y yo laignorancia no la tolero.

El Magus miró a Khadgar, perohabía una sonrisa en las comisuras desus labios. Khadgar, seguro de que latormenta había pasado, se sentó en untaburete.

─Lothar…─Esperará ─dijo Medivh

asintiendo─. Ese Anduin Lothar esperabien. Veamos. ¿Qué aprendiste sobre losdemonios durante tu estancia en laCiudadela Violeta?

─He oído las leyendas ─dijo

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Khadgar─. En los Primeros Días habíademonios en la tierra, y se alzarongrandes héroes para expulsarlos.─Pensó en la imagen de la madre deMedivh haciendo pedazos a losdemonios y enfrentándose a su señor,pero no dijo nada. No veía la necesidadde enfadar a Medivh ahora que se habíacalmado.

─Eso es lo básico ─dijo Medivh─.Lo que nosotros llamamos cuentos deviejas. ¿Qué más sabes?

Khadgar respiró hondo.─Las enseñanzas oficiales en la

Ciudadela Violeta, en Kirin Tor, dicenque la demonología debe ser rechazada,evitada y abjurada. Cualquier intento de

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invocar un demonio debe ser localizadoe impedido, y los implicados han de serexpulsados. O algo peor. Circulabanhistorias entre los estudiantes jóvenes,mientras yo crecía.

─Historias con base real ─dijoMedivh─. Pero eres un chaval curioso.Sabrás más, supongo.

Khadgar inclinó la cabeza pensativo,mientras escogía las palabras concuidado.

─Korrigan, el bibliotecario de laacademia, tenía una extensa colecciónde… material a su disposición.

─Y necesitaba alguien que leayudara a ordenarlo ─dijo secamenteMedivh. Khadgar debió de ponerse

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tenso, porque Medivh añadió─: No esmás que una suposición, JovenConfianza.

─El material consistíaprincipalmente en leyendas populares einformes de autoridades locales acercade actividades demoníacas. La mayorparte versaba sobre individuoscometiendo actos execrables en nombrede algún antiguo demonio legendario.Nada acerca del acto de invocarrealmente a un demonio. Nada deconjuros ni de escritos arcanos.─Khadgar señaló el círculo deprotección─. Nada de ceremonias.

─Por supuesto ─respondióMedivh─. Ni siquiera Korrigan dejaría

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eso en manos de un estudiante. Si tienecosas de ésas las tendrá por separado.

─A partir de eso, la creencia generales que cuando los demonios fueronderrotados, fueron expulsadoscompletamente. Los echaron de estemundo de luz y seres vivos a su propiodominio.

─La Gran Oscuridad del Más Allá─dijo Medivh, entonando la frase comouna plegaria.

─Siguen allí, o eso dice la leyenda─siguió Khadgar─. Y quieren volver.Algunos dicen que acuden en sueños alas personas de voluntad débil y lasaniman a buscar viejos conjuros y ahacer sacrificios. A veces para abrirles

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el camino de vuelta. Otros dicen quequieren adoradores y sacrificios parahacer que este mundo sea como antes,sanguinario y violento, y que sóloentonces volverán.

Medivh se mantuvo en silencio unmomento, atusándose la barba.

─¿Algo más?─Hay más. Detalles e historias

individuales. He visto tallas dedemonios, dibujos, diagramas. ─Denuevo Khadgar sintió la necesidad dehablarle a Medivh de la visión, delejército demoníaco─. Y está ese viejopoema épico, el que habla de Aegwynn─dijo en vez de lo otro─, luchandocontra una horda de demonios en una

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tierra remota.La mención trajo una amable sonrisa

de complicidad al rostro de Medivh.─Ah, sí. «La Canción de Aegwynn».

Encontrarás ese poema en lashabitaciones de muchos magospoderosos, ya sabes.

─Mi profesor, Lord Guzbah, estabainteresado en él.

─¿Sí? ─dijo Medivh con unasonrisa─. Con el debido respeto, no sési Guzbah está preparado para el poema.Al menos en su forma verdadera.─Levantó las cejas─. Lo que sabes esbásicamente cierto. Mucha gente loesconde en forma de leyendas y cuentosde hadas, pero creo que tú sabes tan

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bien como yo que los demonios sonreales y están ahí afuera, y sí, son unaamenaza para todos los que caminamospor este mundo iluminado por el sol, aligual que para otros mundos. Creo,definitivamente creo, que tu mundo delsol rojo era otro sitio, un mundodiferente al otro lado de la GranOscuridad del Más Allá. El Más Allá esuna prisión para los demonios, un sitiosin luz ni abrigo, y ellos están muy, muyenvidiosos y tienen muchas, muchasganas de volver. ─Khadgar asintió yMedivh continuó─. Pero tu suposiciónde que sus víctimas son gente devoluntad débil es un error, aunque denuevo un error bienintencionado. Hay

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más que suficientes granjeros corruptosque invocan una fuerza demoníaca paravengarse de un antiguo amor, omercaderes estúpidos que queman lafactura de un acreedor con una velanegra mientras farfullan malamente elnombre de algún antiguo poderdemoníaco. Pero también hay aquellosque se adentran en el abismo por propiavoluntad, que se sienten seguros y asalvo y creen estar por encima decualquier lisonja o amenaza; que creenser lo bastante poderosos para dominarlas energías demoníacas que fluyen másallá de las paredes del mundo. Éstos sonincluso más peligrosos que la chusmacomún, puesto que como sabes, un fallo

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por poco en la conjuración es másmortífero que un fallo por completo.

Khadgar sólo pudo asentir, y sepreguntó si Khadgar tenía el poder de lamente.

─Pero éstos eran magos poderosos;quiero decir, Huglar y Hugarin.

─Los más poderosos de Azeroth─dijo Medivh─. Los mejores y mássabios magos, consejeros mágicos delmismísimo rey Llane. ¡De confianza,sabios y sinecuras!

─Seguramente deberían saber lo quehacían.

─Así debería haber sido ─dijoMedivh─. Y sin embargo aquí estamos,en los restos de sus habitaciones, y sus

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cuerpos calcinados yacen en la bodega.─Entonces ¿por qué lo harían?

─Khadgar frunció el ceño, tratando deno ofender─. Si sabían tanto. ¿Por quétratar de invocar un demonio?

─Por muchas razones ─dijo Medivhcon un suspiro─. La soberbia, ese falsoorgullo que precede a la caída. Excesode confianza, en sus habilidadesindividuales y duplicado por trabajar enequipo. Y supongo que, sobre todo, elmiedo.

─¿Miedo? ─Khadgar miró intrigadoa Medivh.

─Miedo a lo desconocido ─dijoMedivh─. Miedo a lo conocido. Miedoa las cosas más poderosas que ellos.

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Khadgar movió la cabeza.─¿Qué podría ser más poderoso que

dos de los magos más avezados y cultosde Azeroth?

─Ah ─dijo Medivh, y una débilsonrisa floreció bajo su barba─. Ese soyyo. Se mataron invocando un demonio,jugando con fuerzas que es mejor dejaren paz, porque me temían.

─¿A ti? ─dijo Khadgar, y su vozsonó más sorprendida de lo que habíapretendido. Por un momento temióvolver a ofender al Magus.

Pero Medivh se limitó a respirarhondo y expulsar el aire lentamente.

─Yo ─dijo luego─. Eran tontos,pero yo también tengo la culpa. Ven,

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chaval, Lothar puede esperar. Es hora deque te cuente la historia de losGuardianes y de la Orden de Tirisfal,que es lo único que se interpone entrenosotros y la oscuridad.

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─P

CAPÍTULOOCHO

Lecciones

ara comprender la Orden─dijo Medivh─, debes

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comprender a los demonios. Tambiéndebes comprender la magia. ─Se sentócómodamente en una de las sillas queseguían intactas. La silla también teníaencima uno de los pocos cojines que nohabían sido desgarrados.

─Lord Medivh… Magus ─dijoKhadgar─. Si hay un demonio suelto enStormwind deberíamos concentrarnos eneso, y no en lecciones de historia quepueden esperar a más tarde.

Medivh bajó la vista para mirarse elpecho, y Khadgar temió habersearriesgado a otro estallido de furia delmago. Pero el archimago se limitó anegar con la cabeza y sonreír.

─Tus preocupaciones serían válidas

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si el demonio en cuestión fuera unaamenaza para los que los rodean. Hazmecaso, no lo es. El demonio. Inclusoaunque fuera uno de los oficiales máspoderosos de la Legión Ardiente, habríagastado casi todas sus energíaspersonales encargándose de los dospoderosos magos que lo invocaron. Nohay que preocuparse, al menos por elmomento. Lo que es importante es quecomprendas lo que es la Orden, lo queyo soy y porque hay otros taninteresados en ello.

─Pero Magus… ─empezó Khadgar.─Y cuanto antes pueda acabar, antes

sabré que puedo confiarte lainformación y antes podré ir a

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encargarme de este demonio, así que side verdad quieres que vaya deberíasdejarme acabar, ¿vale? ─Medivh dedicóal joven mago una áspera sonrisa decomplicidad.

Khadgar abrió la boca paraprotestar, pero cambió de idea. Se sentóen el amplio alfeizar del ventanalabierto. A pesar de los esfuerzos de lossirvientes por retirar los cuerpos de latorre, el hedor de su muerte, un vahocorrosivo, seguía pesando en el aire.

─Bueno, ¿qué es la magia?─preguntó Medivh a la manera de unprofesor de magia.

─Un campo ambiental de energíaque impregna el mundo ─dijo Khadgar

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casi sin pensar. Era un catecismo, unarespuesta sencilla para una preguntasencilla─. Es más fuerte en algunossitios que en otros, pero esomnipresente.

─Sí, así es ─dijo el mago de másedad─, al menos ahora. Pero imagina untiempo en el que no lo fue.

─La magia es universal ─dijoKhadgar, sabiendo tan pronto como lodijo que le iban a demostrar que no eraasí─. Como el aire o el agua.

─Sí, como el agua ─dijo Medivh─.Ahora imagina un tiempo al inicio de lascosas, cuando toda el agua del mundoestaba en un sitio. Toda la lluvia, losríos, los mares y los arroyos, las

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cataratas, los torrentes y las lágrimas,todo en un mismo sitio, un pozo.

Khadgar asintió lentamente.─Pero, en vez del agua estamos

hablando de la magia ─dijo Medivh─.Un pozo de magia, la fuente, unaapertura a otra dimensión, un brillanteportal a las tierras al otro lado de laGran Oscuridad, más allá de las paredesdel mundo. Las primeras gentes en hacerconjuros acamparon alrededor del pozoy destilaron su poder puro en forma demagia. Entonces se llamaban loskaldorei. Cómo se llaman ahora, no losé. ─Medivh miró a Khadgar, pero eljoven mago se mantuvo en silencio, asíque continuó─. Los kaldorei se hicieron

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poderosos con su uso de la magia, perono comprendían su naturaleza. Nocomprendían que había otras fuerzas enla Gran Oscuridad del Más Allá,moviéndose entre los mundos,hambrientas de magia y muy interesadasen cualquiera que la domara y larefinase para servirse de ella. Estasfuerzas malignas eran abominaciones,monstruosidades y pesadillas de cientosde mundos, pero nosotros los llamamossimplemente demonios. Buscabaninvadir cualquier mundo donde la magiacreciera y fuese dominada, y destruirlopara quedarse las energías para ellossolos. Y el más grande de todos, el amode la Legión Ardiente, era un demonio

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llamado Sargeras.Khadgar pensó en la visión de

Aegwynn y suprimió un escalofrío. SiMedivh notó la reacción del jovenmago, no dijo nada.

─El señor de la Legión Ardiente erapoderoso y sutil, y trabajó paracorromper a los primeros magos, loskaldorei. Tuvo éxito, porque una oscurasombra cayó sobre sus corazones yesclavizaron a otras razas, los nacienteshumanos y otras más, para construir unimperio ─Medivh suspiró─. Peroincluso en esos tiempos de esclavismokaldorei había aquéllos con más visiónque sus hermanos, aquellos que estabandispuestos a hablar en contra de los

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kaldorei y pagar el precio de su visión.Estos valientes individuos, tantokaldorei como de otras razas, veíancómo los corazones de los kaldoreigobernantes se hacían fríos y oscuros, yel poder demoníaco crecía. Así sucedióque los kaldorei fueron corrompidos porSargeras tanto que casi condenaron estemundo en su nacimiento. Los kaldoreiignoraron a los que hablaban contraellos, y abrieron el camino para que losdemonios más poderosos, Sargeras y lossuyos, invadieran el mundo. Sólo con lasheroicas acciones de unos pocos sepudo cerrar el portal resplandeciente através de la Gran Oscuridad, exiliando aSargeras y a sus seguidores. Pero la

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victoria tuvo un alto coste. El Pozo de laEternidad explotó cuando se cerró elportal, y la explosión resultante learrancó el corazón al mundo,destruyendo las tierras kaldorei y elcontinente en el que se asentaban. Losque cerraron el puente nunca volvieron aser vistos por los ojos de los vivos.

─¡Kalimdor! ─dijo Khadgar,interrumpiendo muy a su pesan.

Medivh lo miró, y Khadgar continuó.─¡Es una vieja leyenda de

Lordaeron! Una vez hubo una razamaligna que jugó estúpidamente con ungran poder. Como castigo por suspecados, sus tierras fueron destruidas yhundidas bajo las olas. Se llama la

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Caída del Mundo. Sus tierras sellamaban Kalimdor.

─Kalimdor ─repitió Medivh─.Conoces la versión infantil del relato, eltrozo que les contamos a los candidatosa mago para enfatizar los peligros deaquello con lo que juegan. Los kaldoreifueron estúpidos y se destruyeron a símismos, y casi a nuestro mundo. Ycuando el Pozo de la Eternidad explotó,las energías mágicas que había en suinterior se dispersaron hasta los cuatroconfines de la tierra, en una eterna lluviade magia. Y por eso la magia esuniversal; es el poder de la muerte delpozo.

─Pero, Magus… ─dijo Khadgar─.

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Eso pasó hace milenios.─Diez mil años ─respondió

Medivh─. Año más, año menos.─¿Y cómo ha llegado la leyenda

hasta nosotros? Las propias historias deDalaran sólo se remontan hasta unos dosmil años, y de ésas las primeras estáncompletamente envueltas en la leyenda.

Medivh asintió y retomó el relato.─Muchos perecieron en el

hundimiento de Kalimdor, pero algunossobrevivieron y se llevaron su saber conellos. Algunos de esos kaldoreisupervivientes fundaron la Orden deTirisfal. Si Tirisfal fue una persona, unsitio, una cosa o un concepto, ni yopuedo decirlo. Recogieron el

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conocimiento de lo que había sucedido yjuraron impedir que volviera a suceder,y ésos son los cimientos de la orden. Laraza humana también sobrevivió a esosdías oscuros, y prosperó, y pronto, conla energía mágica entrelazada con eltejido el mundo, ellos tambiénestuvieron llamando a las puertas de larealidad, empezando a invocar criaturasde la Gran Oscuridad, fisgando en laspuertas cerradas de la prisión deSargeras. Entonces fue cuando loskaldorei que habían sobrevivido ycambiado aparecieron con la historia decómo sus ancestros casi habíandestruido el mundo. Los primeros magoshumanos consideraron lo que los

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kaldorei supervivientes había dicho, yse dieron cuenta de que aunque ellosrenunciaran a sus varitas, grimorios ycódigos, siempre habría otros que,inocentemente o no, buscarían formaspara permitir a los demonios acceder denuevo a nuestras verdes tierras. Así queellos continuaron la Orden, ahora comouna sociedad secreta entre los magosmás poderosos. Esta Orden de Tirisfalescogería a uno de sus miembros, queserviría como Guardián del Tirisfalen.A este Guardián se le otorgarían los másgrandes poderes, y sería el guardián delas puertas de la realidad. Pero ahora lapuerta no era un solo gran pozo deenergía, sino una lluvia infinita que

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sigue cayendo aún hoy. No es nadamenos que la más pesadaresponsabilidad del mundo.

Medivh se calló y sus ojos sedesenfocaron brevemente, como sihubiera sido súbitamente arrastrado alpasado. Entonces agitó la cabeza yvolvió en sí, pero no habló.

─Tú eres el Guardián ─se limitó adecir Khadgar.

─Sí ─dijo Medivh─. Soy el hijo dela más grande Guardiana de todos lostiempos, y su poder me fue otorgadopoco después de mi nacimiento. Fue…demasiado para mí, y pagué por ello conun buen pedazo de mi juventud.

─Pero has dicho que los magos

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elegían entre ellos ─dijo Khadgar─.¿No podía Magna Aegwynn haberelegido a un candidato mayor? ¿Por quéelegir a un niño, y en concreto su hijo?

Medivh respiró hondo.─Los primeros Guardianes, durante

el primer milenio, fueron elegidos entreun grupo selecto. La propia existenciade la Orden se mantenía en secreto,siguiendo los deseos de los fundadoresoriginales. Sin embargo, con el paso deltiempo fueron apareciendo lospolitiqueos y los intereses personales, yel Guardián pronto se convirtió en pocomás que un criado, un recadero mágico.Algunos de los magos más poderososcreían que el trabajo del Guardián era

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mantener apartados a los demás delpoder que ellos mismos disfrutaban.Igual que con los kaldorei que noshabían precedido, una sombra de podercorruptor se cernía sobre los miembrosde la Orden. Cada vez pasaban másdemonios, e incluso el mismísimoSargeras había manifestado pequeñosfragmentos de su esencia. Una merafracción de su poder, pero suficientepara masacrar ejércitos y destruirnaciones.

Khadgar pensó en la imagen deSargeras con la que había combatidoAegwynn en la visión. ¿Era posible queeso fuera una simple fracción del poderdel gran demonio?

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─Magna Aegwynn… ─Medivhpronunció las palabras y luego sedetuvo. Era como si no estuvieraacostumbrado a pronunciarlas─. La queme engendró había nacido hace casi unmillar de años, Estaba muy dotada, y losdemás miembros de la orden la eligieroncomo Guardián. Creo que los miembrosmás ancianos de los ancianos pensaronque podían controlarla, y al hacerloseguir usando al Guardián como peón ensus juegos de política. Ella lossorprendió ─y ante esto Medivhsonrió─. Se negó a ser manipulada, y dehecho combatió contra algunos de losmagos más grandes de su época cuandocayeron en la demonología, Algunos

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pensaron que su independencia seríaalgo pasajero, que cuando llegara suhora, tendría que pasar el testigo a unmiembro más maleable. Y de nuevovolvió a sorprenderlos, usando la magiade su interior para vivir mil años,inalterada, y para blandir su poder consabiduría y gracia. Así que la Orden y elGuardián se separaron. La Orden puedeasesorar al Guardián, pero éste últimodebe ser libre de enfrentarse a ella, paraevitar lo que les sucedió a los kaldorei.Durante mil años, ella combatió contrala Gran Oscuridad, inclusoenfrentándose a la forma física deSargeras, que había logrado filtrarse aeste plano e intentaba destruir a los

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dragones míticos para añadir el poderde éstos al suyo propio. MagnaAegwynn se enfrentó a él y lo venció,encerrando su cuerpo en un lugardesconocido, dejándolo aislado de laGran Oscuridad que es la fuente de supoder. Eso está en el poema épico «LaCanción de Aegwynn», el que quiereGuzbah. Pero ella no podía hacerlo porsiempre, y siempre debe haber unGuardián. Y entonces… ─y de nuevo aMedivh le falló la voz─, Todavía lequedaba un as en la manga. Erapoderosa, pero seguía siendo de carnemortal. Se esperaba que transmitiese supoder. En vez de eso concibió unheredero con un conjurador de la propia

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corte de Azeroth, y escogió a ese niñocomo su sucesor. Amenazó a la orden,diciendo que si su elección no erarespetada, nunca renunciaría y sellevaría el poder del Guardián a latumba antes que permitir que otro lotuviera. Creyeron que podrían manipularmejor al niño… a mí… así que ladejaron. Pero el poder fue demasiado─dijo Medivh─. Cuando yo era joven,más joven que tú, se despertó en miinterior y dormí durante veinte años.Magna Aegwynn tuvo tanta vida… y yome la he perdido casi toda. ─Su voz sequebró de nuevo─. Magna Aegwynn…mi madre… ─empezó, pero se diocuenta de que no tenía más que decir.

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Khadgar se quedó sentado allí unmomento. Entonces Medivh se levantó yse echó hacia atrás la melena.

─Y mientras yo dormía ─dijo─, elmal volvió a insinuarse en el mundo.Hay más demonios, y también más deesos orcos. Y ahora los miembros de mipropia Orden vuelven a jugar con lasenda de la oscuridad. Sí, Huglar yHugarin eran miembros de la Orden,como lo han sido otros, como el ancianoArrexis de los Kirin Tor. Sí, algoparecido le sucedió, y aunque lo hanencubierto bien, posiblemente hayasoído algo acerca de eso. Temían elpoder de mi madre y me temen a mí, ytengo que impedir que su miedo los

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destruya. Ésa es la carga que soporta elGuardián de Tirisfal. ─El hombre sepuso repentinamente en movimiento─.¡Debo partir!

─¿Partir? ─dijo Khadgar,sorprendido por la súbita energía de lalarguirucha figura.

─Como has indicado tanacertadamente, hay un demonio suelto─dijo Medivh con una sonrisarenovada─. Que suene el cuerno delcazador. ¡Debo encontrarlo antes de querecupere las fuerzas y mate a otros!

Khadgar se levantó.─¿Por dónde empezamos?Medivh se detuvo y se dio la vuelta,

mirando algo avergonzado al joven.

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─Esto… no empezamos por ningúnsitio. Yo voy. Tú tienes talento, perotodavía no estás a la altura de losdemonios. Esta batalla es mía, JovenAprendiz Confianza.

─Magus, estoy seguro de quepuedo…

─También necesito que te quedesaquí y mantengas los oídos abiertos─dijo Medivh en voz más baja─. Nodudo que el viejo Lothar ha pasado losúltimos diez minutos con la oreja pegadaa la puerta, de forma que ahora tendráuna marca con forma de cerraduraestampada en un lado de la cara. Medivhsonrió─. Sabe mucho, pero no lo sabetodo. Por eso tengo que decírtelo, para

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que no te lo sonsaque. Necesito quealguien guarde al Guardián.

Khadgar miró a Medivh y el magomayor guiñó un ojo. Luego el Magusavanzó a grandes zancadas hacia lapuerta y la abrió con un rápidomovimiento. Lothar no cayó dentro de lahabitación, pero estaba allí, justo al otrolado. Podía haber estado escuchando. Osimplemente montando guardia.

─Med ─dijo Lothar con una sonrisacoja─. Su majestad…

─Su majestad entenderáperfectamente ─dijo Medivh pasandocomo una exhalación junto alhombretón─, que prefiera encontrarmecon un demonio suelto que con el líder

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de una nación. Prioridades, y tal.Mientras tanto ¿me cuidarías alaprendiz?

Lo dijo todo sin respirar, y se fue,atravesando el pasillo y bajando lasescaleras, dejando a Lothar a mediafrase.

El viejo guerrero se frotó la calvacon una manaza, y dejó escapar unsuspiro exagerado. Entonces miró aKhadgar y emitió otro, aún másprofundo.

─Siempre ha sido así, ya sabes─dijo Lothar, como si Khadgarrealmente lo supiera─. Supongo que porlo menos tendrás hambre. Veamos sipodemos conseguir algo para almorzar.

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El almuerzo consistió de un faisánfrío sacado de la cámara fría bajo elbrazo de Lothar, y dos tazas de cervezadel tamaño de aguamaniles, una en cadamano rolliza. El Campeón Real estabasorprendentemente relajado, a pesar dela situación, y condujo a Khadgar hastaun elevado balcón desde el que sedominaba la ciudad.

─Mi señor ─dijo Khadgar─, a pesarde la petición de Magus, me doy cuentade que tenéis cosas que hacer.

─Sí ─dijo Lothar─. Y la mayoría deellas las he hecho mientras hablabas conMedivh. Su majestad el rey Llane seencuentra en sus habitaciones, como lamayoría de los cortesanos, bajo

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vigilancia por si el demonio hubieradecidido esconderse en el castillo.También tengo agentes recorriendo laciudad, con órdenes de informar si venalgo sospechoso y de evitar parecersospechosos ellos mismos. La últimacosa que necesitamos es una ola depánico por el demonio. Ya he echadotodos mis anzuelos, ahora sólo me quedaesperar. ─Miró al joven─. Y mislugartenientes saben que estaré en estebalcón, porque de todas formas yosiempre almuerzo tarde.

Khadgar reflexionó sobre laspalabras de Lothar, y pensó que elCampeón Real se parecía mucho aMedivh; no sólo iba siempre unos pasos

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por delante sino que se deleitaba enexplicar a los demás cómo habíaplaneado las cosas. El aprendiz cogióuna tajada de pechuga mientras Lothar selanzó por un muslo.

La pareja comió en silencio durantebastante tiempo. El faisán no es queestuviera malo, precisamente, porque lohabían adobado con una mezcla deromero, panceta y sebo de cordero bajola piel antes de asarlo. Incluso frío sedeshacía en la boca. Por su lado lacerveza era de sabor fuerte, con un ricoposo.

Bajo ellos se desplegaba la ciudad.La ciudadela en sí se alzaba sobre unpromontorio rocoso que ya separaba al

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rey de sus súbditos y, con la alturaañadida de la torre, los ciudadanos deStormwind parecían pequeñosmuñequitos que iban y venían por callesatestadas. Bajo ellos se representabauna especie de día de mercado, conpuestos con toldos de vivos coloresocupados por vendedores que bramaban(en voz muy baja, le parecía a Khadgardesde esta altura) las virtudes de susproductos.

Durante unos momentos, Khadgar seolvidó de donde estaba, y lo que habíavisto, y del motivo por el que paraempezar estaba allí. Era una ciudadpreciosa. Sólo un grave gruñido deLothar lo trajo de vuelta al mundo.

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─¿Y cómo es? ─dijo el CampeónReal con su particular introspección.

Khadgar pensó por unos instantesantes de contestar.

─Tiene buena salud. Vos mismo lohabéis visto, mi señor.

─Bah ─escupió Lothar, y por unmomento Khadgar pensó que elcaballero se estaba ahogando con untrozo de carne─. Puedo ver, y sé queMedivh puede engañar a cualquiera. Loque quiero decir es: ¿cómo es?

Khadgar volvió a mirar a la ciudad,preguntándose si él tendría el talento deMedivh para manejarse con el hombre,para negar respuestas sin ofender.

No, decidió. Medivh se valía de

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lealtades y amistades que eran másviejas que Khadgar. Tenía que encontrarotra forma de responder. Suspiró.

─Es exigente. Muy exigente. Einteligente. Y sorprendente. A vecescreo que soy el aprendiz de untorbellino. Miró a Lothar con las cejaslevantadas, en la esperanza de que estofuera suficiente.

Lothar asintió.─Un torbellino, sí. Y una tormenta,

sospecho.Khadgar se encogió de hombros

torpemente.─Tiene sus días, como todo el

mundo.─Hmmmf ─dijo el Campeón Real─.

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Un mozo de cuadra tiene el día y pateaal perro. Un mago tiene el día y unaciudad desaparece. Sin ánimo deofender.

─No hay ofensa, mi señor ─dijoKhadgar pensando en los magos muertosde la habitación de la torre─. Habéispreguntado cómo es. Es todas esascosas.

─Hmmmf ─volvió a decir Lothar─.Es una persona muy poderosa.

Y te preocupa, igual que preocupa alos demás magos, pensó Khadgar, peroen vez de eso dijo otra cosa.

─Habla bien de vos.─¿Qué dice? ─preguntó Lothar,

posiblemente más rápido de lo que

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había pretendido.─Sólo ─Khadgar escogió sus

palabras con cuidado─, que locuidasteis bien cuando estuvo enfermo.

─Bastante cierto ─gruñó el guerrero,empezando con el otro muslo.

─Y que sois extremadamentecumplidor ─añadió Khadgar, creyendoque esto era un adecuado resumen de laopinión que Medivh tenía del guerrero.

─Me alegro de que se de cuenta─dijo Lothar con la boca llena. Hubouna pausa entre los dos, y Lotharmasticó y tragó─. ¿Ha mencionado alGuardián?

─Hemos hablado ─dijo Khadgar,con la sensación de estar al borde de un

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acantilado verbal. Medivh no le habíadicho cuánto sabía Lothar. Decidió queel silencio sería la mejor respuesta, ydejó la frase colgada en el aire unosinstantes.

─Y no es tarea del aprendiz discutirlos asuntos del maestro, ¿eh? ─dijoLothar con una sonrisa que parecía unápice demasiado forzada─. Vamos, eresde Dalaran. Ese nido de víborasmágicas tiene más secretos por metrocuadrado que cualquier otro lugar delcontinente. Sin ánimo de ofender, otravez.

Khadgar no le dio importancia alcomentario.

─He notado ─dijo

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diplomáticamente─, que hay unarivalidad menos obvia entre los magosde aquí que entre los de Lordaeron.

─Y me vas a decir que tus maestroste mandaron sin una lista de la comprade cosas que tenías que sacarle al granMagus. ─La sonrisa de Lothar seagrandó, y pareció casi comprensiva.

Khadgar sintió el rostro algoacalorado. Los disparos del guerrero seacercaban cada vez más al blanco.

─Todas las peticiones de laCiudadela Violeta fueron dejadas a ladiscreción de Medivh. Fue muycomprensivo.

─Hmmmf ─resopló Lothar─. Esoquiere decir que no le han pedido lo

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bueno. Sé que los magos de por aquí,incluyendo a Huglar y Hugarin, que lossantos se apiaden de sus almas, siemprelo estaban incordiando, pidiéndole estoo aquello, y quejándose ante su majestado ante mí si no lo conseguían. ¡Cómo sinosotros tuviéramos algún control sobreél!

─No creo que nadie lo tenga─respondió Khadgar, ahogando en lacerveza cualquier comentario adicionalque se le hubiera ocurrido.

─Ni siquiera su madre, por lo que sé─dijo Lothar. Fue un leve comentario,pero se clavó como una puñalada.Khadgar se encontró deseandopreguntarle a Lothar más acerca de ella,

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pero se contuvo.─Me temo que soy demasiado joven

para saberlo ─dijo─. He leído algoacerca de ella. Parece que era una magamuy poderosa.

─Y ese poder está ahora en él ─dijoLothar─. Ella lo engendró de unconjurador de esta misma corte, y loamamantó con magia pura, e hizo fluir supoder hacia él. Sí, lo sé todo, reuní laspiezas mientras estuvo en coma.Demasiado poder, demasiado joven.Incluso ahora estoy preocupado.

─Creéis que es demasiado poderoso─dijo Khadgar, y Lothar lo dejócongelado con una penetrante mirada. Eljoven mago se reprochó haber dicho lo

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que pensaba, prácticamente acusando asu anfitrión.

Lothar sonrió y negó con la cabeza.─Al contrario, chaval, me preocupa

que no sea lo bastante poderoso. Haycosas horribles vagando por el reino.Esos orcos que viste hace un mes seestán multiplicando como conejos tras lalluvia. Y los trolls, que estaban casiextinguidos, se están viendo cada vezmás. Y Medivh está por ahí cazando undemonio mientras hablamos. Lleganmalos tiempos y espero, no, rezo paraque esté a la altura. Estuvimosveintitantos años sin un Guardián,mientras él estuvo en coma. No quieropasar otros veinte, especialmente en un

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momento como éste.Ahora Khadgar se sentía azorado.─Así que cuando preguntáis cómo

es, queréis decir…─Que qué tal le va ─acabó Lothar─.

No quiero que se debilite en un momentocomo éste. Orcos, trolls, demonios yluego está lo de… ─Lothar dejó la fraseinacabada y miró a Khadgar─. Ahora yasabes lo del Guardián, supongo.

─Podéis suponer ─dijo Khadgar.─¿Y lo de la orden también? ─dijo

Lothar, y luego sonrió─. No necesitasdecir nada, jovencito, tus ojos te hantraicionado. Nunca juegues a las cartasconmigo.

Khadgar se sintió al borde del

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abismo. Medivh le había dicho que no lecontara demasiado al Campeón, peroLothar parecía saber tanto comoKhadgar. Incluso más. Lothar hablótranquilamente.

─No mandaríamos buscar a Medivhpor un sencillo asunto de unaconjuración fallida. Ni por dosconjuradores cualquiera que fuesenatrapados por sus propios conjuros.Huglar y Hugarin eran dos de losmejores, dos de los más poderosos.Había otra, incluso más poderosa, perotuvo un accidente hace dos meses. Lostres, creo, eran miembros de la orden.

Khadgar sintió que un escalofrío lerecorría la espalda.

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─No me siento cómodo hablando deesto ─logró decir.

─Entonces no hables ─dijo Lothararrugando el ceño como si fuera unaestribación de alguna antigua cadenamontañosa─. Tres magos poderosos, losmás poderosos de Azeroth. Ni porasomo a la altura de Medivh y su madre,entiéndeme, pero grandes y poderososmagos a pesar de todo. Todos muertos.Puedo creerme que un mago tenga malasuerte, o que lo pillen desprevenidopero ¿tres? Un guerrero no cree en tantascoincidencias. Y hay más. Tengo mispropios medios para descubrir lascosas. Los mercaderes de las caravanas,mercenarios y aventureros que llegan a

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la ciudad suelen encontrar un oídodispuesto en el viejo Lothar. Llegannoticias de Ironforge y Alterac, e inclusodel mismo Lordaeron. Ha habido unaplaga de estos accidentes, uno detrás deotro. Creo que alguien, o peor, algo estácazando a los grandes magos de estaOrden secreta. Tanto aquí como enDalaran. No lo dudo.

Khadgar se dio cuenta de que elhombre estaba estudiando su rostromientras hablaba, y con un respingo sedio cuenta de que esto encajaba con losrumores que había oído antes deabandonar la Ciudadela Violeta.Ancianos magos desaparecidos derepente, y el escalafón superior tratando

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de taparlo sigilosamente. El gran secretode los Kirin Tor, parte de un problemamayor.

Muy a su pesar, Khadgar apartó lamirada, desviándola hacia la ciudad.

─Sí, también en Dalaran, segúnparece ─dijo Lothar─. No lleganmuchas noticias de allí, pero estoydispuesto a apostar que las que circulanpor allí son parecidas, ¿eh?

─¿Creéis que el Lord Magus está enpeligro? ─preguntó Khadgar. Los deseosde no decirle nada a Lothar estabansiendo erosionados por la obviapreocupación del viejo guerrero.

─Yo creo que Medivh es laencarnación del peligro ─dijo Lothar─.

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Y admiro a cualquiera dispuesto acompartir techo con él. ─Sonaba comouna broma, pero el Campeón Real nosonrió─. Pero sí, hay algo ahí afuera, ypuede que esté relacionado con losdemonios, los orcos o con algo muchopeor. Y no me gustaría que perdiéramosnuestra arma más poderosa en unmomento como éste.

Khadgar miró a Lothar, intentandoleer las arrugas del rostro del hombre.¿Estaba el viejo guerrero preocupadopor su amigo o por la pérdida de unadefensa mágica? ¿Se preocupaba por laseguridad de Medivh, sólo en las tierrassalvajes, o porque hubiera algocazándolos? Su rostro parecía una

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máscara, y sus ojos azul marino nodaban ninguna pista de lo que Lotharestaba pensando realmente.

Khadgar se había esperado unsencillo espadachín, un caballerodedicado a su deber, pero el CampeónReal era algo más. Estaba presionando aKhadgar, buscando debilidades,buscando información, pero ¿con quéfin?

Necesito a alguien que guarde alGuardián, había dicho Medivh.

─Está bien ─dijo Khadgar─. Ospreocupáis por él, y yo comparto vuestrapreocupación. Pero está bien, y dudo deque algo o alguien pueda herirlo.

Los insondables ojos de Lothar

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parecieron deshincharse por un instante,pero sólo por un instante fugaz. Iba adecir algo, a reemprender el entrometidoy amistoso interrogatorio, pero unescándalo dentro de la torre alejó laatención de ambos de la discusión, delas jarras ahora vacías y de los huesoslimpios del faisán.

Medivh apareció pavoneándose,seguido por una hueste de sirvientes yguardias. Todos se quejaban de supresencia, pero ninguno (sabiamente) seatrevía a ponerle una mano encima, ycomo resultado lo seguían como la colaviviente y quejumbrosa de un cometa. Elmago entró a grandes zancadas en elparapeto.

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─Sabía que eres hombre decostumbres, Lothar ─dijo Medivh─.¡Sabía que estarías aquí tomando el téde la tarde! ─El Magus les regaló unasonrisa cálida, pero Khadgar notó quehabía cierto balanceo, casi de borracho,en su forma de andar. Medivh manteníaun brazo a la espalda, ocultando algo.

Lothar se levantó, con vozpreocupada.

─¿Estás bien, Medivh? ¿Eldemonio…?

─Ah, sí, el demonio ─dijoalegremente Medivh y sacó elensangrentado premio que llevabaescondido a la espalda. Lo tiró haciaLothar y Khadgar con un movimiento

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lánguido, sin levantar el brazo.La bola roja giró mientras volaba,

salpicando los últimos restos de sangrey cerebro que le quedaban antes deaterrizar a los pies de Lothar. Era elcráneo de un demonio con la carne aúnadherida a él. Tenía un gran pincho,como el de una gran hacha, clavado enel centro, entre los dos cuernos. Laexpresión del demonio, pensó Khadgar,era a la vez de pavor e indignación.

─Puede que quieras que te lodisequen ─dijo Medivh irguiéndose tanalto como era─. Tuve que quemar elresto, por supuesto. Ni pensar en lo quepodrían hacer los inexpertos con algo desangre de demonio.

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Khadgar vio que el rostro de Medivhestaba más demacrado que antes, y quelas arrugas que tenía alrededor de losojos eran más prominentes. Puede queLothar también se diera cuenta.

─Lo has atrapado muy rápido─remarcó.

─¡Juego de niños! ─dijo Medivh─.Una vez que Joven Confianza aquípresente señaló cómo había huido, fuemuy sencillo seguirle el rastro desde labase de la torre hasta una pequeñaescarpadura. Acabó antes de que mediera cuenta. Y también de que se dieracuenta él. ─El Magus se balanceóligeramente.

─Entonces, ven ─dijo Lothar con

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una cálida sonrisa─. Deberíamosdecírselo al rey. ¡Habrá celebracionesen tu honor por esto, Med!

Medivh levantó una mano.─Podéis celebrarlo sin nosotros, me

temo. Deberíamos volver. Hemos derecorrer kilómetros antes de poderdescansar. ¿No es cierto, aprendiz?

Lothar miró a Khadgar, de nuevo conuna mirada interrogativa y suplicante.Medivh parecía tranquilo pero cansado.También parecía esperar que Khadgar loapoyase esta vez. El joven magocarraspeó.

─Por supuesto. Nos hemos dejadoun experimento en el fuego.

─¡Pues sí! ─dijo Medivh, siguiendo

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la corriente de forma inmediata─. Conlas prisas por venir me había olvidado.Deberíamos apresurarnos. ─El Magusse dio la vuelta y le gritó a la reunión decortesanos─. ¡Preparad nuestrasmonturas! Partimos enseguida. ─Lossirvientes se dispersaron como unabandada de codornices. Medivh sevolvió hacia Lothar─. Por supuesto,presentarás mis disculpas a SuMajestad.

Lothar miró a Medivh, luego aKhadgar y luego a Medivh de nuevo. Alfin, suspiró.

─Por supuesto. Al menos dejadmeque os conduzca hasta la torre.

─Condúcenos ─dijo Medivh─. Y no

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te olvides de tu cráneo. Yo me loquedaría, pero es que ya tengo uno.

Lothar cogió el cráneo con cuernosde carnero en una mano y pasó junto aMedivh, conduciéndolos hacia la torre.Cuando lo adelantó, el Magus pareciódeshincharse, como si se le escapara elaire. Parecía más cansado que antes,más gris que momentos antes. Dejóescapar un pesado suspiro y se dirigióhacia la puerta.

Khadgar corrió tras él y lo cogió porel codo. Fue un leve toque, pero el magode más edad se irguió súbitamente,retrocediendo como si reaccionara anteun puñetazo. Se giró hacia Khadgar, ysus ojos parecieron cubrirse de niebla

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durante un momento mientras miraba aljoven mago.

─Magus ─dijo Khadgar.─¿Qué pasa ahora? ─dijo Medivh en

un murmullo sibilante.Khadgar pensó en lo que iba a decir,

para no enfadarlo.─No estás bien ─dijo simplemente.Era justo lo que había que decir.

Medivh asintió envejecido.─He estado mejor. Lothar

probablemente lo sabe, pero no me va allevar la contraria en esto. Sin embargoprefiero estar en casa antes que aquí.─Hizo una pausa momentánea, y frunciólos labios bajo la barba─. Estuveenfermo mucho tiempo en este lugar. No

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quiero repetir la experiencia. Khadgarno dijo nada, limitándose a asentir.Lothar estaba de pie junto a la puerta,esperando.

─Tú vas a tener que encabezar lamarcha hacia Karazhan ─le dijo Medivha Khadgar, lo bastante alto para que looyeran todos los que estaban cerca─.¡La vida en la gran ciudad es agotadora,y ahora me vendría bien una siesta!

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─E

CAPÍTULONUEVEEl sueño del mago

sto es muy importante ─dijoMedivh, tambaleándose

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ligeramente mientras desmontaba delomos del grifo. Tenía un aspectomacilento, y Khadgar supuso que elcombate con el demonio había sido peorde lo que había dado a entender─. Voy aestar… no disponible durante algunosdías. Si llega algún mensajero duranteese tiempo, quiero que te encargues dela correspondencia.

─Puedo hacerlo ─dijo Khadgar─,fácilmente.

─No, no puedes ─dijo Medivhmientras empezaba a bajar los escalonesa duras penas─. Y por eso necesitodecirte cómo leer las cartas con sellopúrpura. El sello púrpura siempresignifica asuntos de la Orden.

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Khadgar no dijo nada esta vez, sóloasintió.

Medivh se resbaló al borde de unescalón y tropezó, cayendo de cabezahacia delante. Khadgar se apresuró aadelantarse para agarrar al hombre, peroel Magus ya se había aguantado a lapared y se estaba enderezando. Nointerrumpió su discurso ni un segundo.

─En la biblioteca hay un pergamino.«La Canción de Aegwynn». Cuenta labatalla de mi madre con Sargeras.

─El pergamino del que Guzbahquería una copia ─dijo Khadgar, queahora observaba con atención al magomientras bajaba las escalerastrabajosamente ante él.

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─El mismo ─dijo Medivh─. Y elmotivo de que no pueda tenerlo es quelo usamos como clave para lascomunicaciones de la Orden. Si coges elalfabeto normal y desplazas las letras,de forma que la primera quederepresentada por la cuarta, o la décima,o la vigésima, es un código sencillo. ¿Loentiendes?

Khadgar empezó a decir que loentendía, pero Medivh seguía adelante atoda velocidad, como si su necesidad deexplicarlo fuera muy urgente.

─El pergamino es la clave─repitió─. Al principio del mensajeverás lo que parece ser la fecha. No loes. Es una referencia a la estrofa, verso

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y palabra por la que se empieza. Laprimera letra de esa palabra representaa la primera letra del alfabeto en elcódigo, y de ahí se sigue hacia delantenormalmente; la siguiente letra en laprogresión alfabética representaría lasegunda letra del alfabeto, etc.

─Comprendo.─No, no comprendes ─dijo Medivh,

que ahora parecía bajo presión ycansado─. Ésa es la clave sólo para laprimera frase. Cuando llegas a un punto,tienes que ir a la segunda letra de lapalabra. Ésa se convierte en laequivalente de la primera letra delalfabeto para la clave de esa frase. Lossignos de puntuación van normalmente, y

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los números también, pero se suponeque han de escribirlos con letra y nousar las cifras. Hay algo más, pero nocaigo.

Ya estaban justo fuera de lashabitaciones personales de Medivh.Moroes ya estaba presente, con unatúnica colgada del brazo y un cuencotapado descansando en una mesaornamentada. Desde la puerta, Khadgarpodía oler el delicioso aroma a caldoque salía del cuenco.

─¿Qué debo hacer una vez quedescifre el mensaje? ─preguntóKhadgar.

─¡Eso es! ─dijo Medivh, como siuna conexión vital se hubiera

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establecido de repente en su cerebro─.Pierde tiempo. Primero pierde tiempo.Un día o dos, puede que para entoncesya pueda encargarme yo. Luego ponexcusas. He salido por algún asunto,volveré en cualquier momento. Usa lamisma clave del mensaje recibido, peroasegúrate de indicarla en la fecha. Sitodo lo demás falla, delega. Dile alquien sea que use su propio criterio, queyo prestaré la ayuda que pueda tanpronto como me sea posible. Siempreles encanta eso. No les digas que estoyindispuesto; la última vez que lomencioné, una horda de presuntosclérigos llegó para atender misnecesidades. Todavía faltan cubiertos de

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plata de aquella pequeña visita.El viejo mago respiró hondo y

pareció deshincharse, sosteniéndose enel marco de la puerta. Moroes no semovió, pero Khadgar dio un paso alfrente.

─El combate con el demonio ─dijoKhadgar─. Fue malo ¿no?

─Los he tenido peores. ¡Demonios!Bestias de hombros caídos y cabezas decarnero. Sombra y llama a partesiguales. Más bestias que humanos, másbilis que los dos juntos. Garrasdesagradables. Con eso es con lo quehay que tener cuidado, con las garras.

Khadgar asintió.─¿Cómo lo derrotaste?

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─Los traumatismos masivos suelenexpulsar la esencia vital ─dijoMedivh─. En este caso, le arranqué lacabeza.

Khadgar parpadeó.─Pero no llevabas espada.Medivh sonrió cansado.─¿He dicho que necesitara una

espada? Ya es suficiente. Más preguntascuando esté preparado para ellas. ─Ycon eso entró en la habitación y elsiempre fiel Moroes cerró la puerta anteKhadgar.

El último sonido que oyó el jovenfue el gruñido exhausto de un ancianoque al fin había encontrado dondedescansar.

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Pasó una semana, y Medivh no habíaemergido de sus habitaciones. Moroessubía diariamente con un cuenco decaldo. Finalmente, Khadgar logró reunirel suficiente valor para mirar. Elsenescal no hizo intento alguno deprotestar, más allá de un monosilábicoreconocimiento de su presencia allí.

Descansando, Medivh parecíafantasmagórico; la luz había abandonadosus ojos cerrados, la tensión de la vidahabía huido de su rostro. Estaba vestidocon un largo camisón, apoyado contra lacabecera y sostenido por cojines, con laboca abierta, el rostro pálido y su forma,normalmente animada, delgada ydemacrada. Moroes le daba

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cuidadosamente el caldo con unacuchara, y se lo tragaba, pero por lodemás no despertaba. El senescalcambiaba entonces las sábanas y seretiraba por el día.

Khadgar sintió un escalofrío derecuerdo, y se preguntó si ésta era lamisma escena que se había repetidodurante la juventud de Medivh, cuandosus poderes salieron por primera vez ala superficie, cuando Lothar lo cuidó. Sepreguntó cuánto tiempo estaría ausenteel mago, cuánta energía habría gastadoen el combate contra el demonio.

Empezó a llegar la correspondencianormal, escrita en letra común y enidioma claro. Una parte fue entregada

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por jinete de grifo, otra llegó a caballo,y más de unas pocas llegaron con loscarromatos de los mercaderes queregularmente venían a llenar la despensade Moroes. En su mayor parte eranmundanas: movimientos de barcos ymaniobras de tropas. Informes dedisposiciones. El ocasionaldescubrimiento de una antigua tumba oun artefacto olvidado, o la recuperaciónde una leyenda gastada por el tiempo. Elavistamiento de una tromba marina, unatortuga gigante o una marea roja.Bocetos de fauna que para el observadorserían nuevos, pero que estaban mejorrepresentados en los bestiarios de labiblioteca.

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Y referencias a los orcos, en númerocreciente, especialmente del este.Crecientes avistamientos en lasinmediaciones del Cenagal Negro.Aumento de guardias en las caravanas;ubicación de campamentos temporales;informes de incursiones, robos ydesapariciones misteriosas. Un aumentode los refugiados que se dirigían haciala protección de las ciudadesamuralladas más grandes. Y bocetos delos supervivientes y de las criaturas defrente inclinada y ancha mandíbula,incluyendo una detallada descripcióndel potente sistema muscular que,Khadgar se dio cuenta con un sobresalto,sólo podía venir de haber diseccionado

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al sujeto.Khadgar empezó a leerle las cartas

al mago mientras éste dormía, recitandoen voz alta los fragmentos másinteresantes o graciosos. El Magus nodio repuesta alguna de aprobación, perotampoco se lo prohibió.

Llegó la primera carta con sellopúrpura, y Khadgar se sintió perdidoinmediatamente. Algunas de las palabrastenían sentido, pero otras caíanenseguida en el galimatías. Al principioal joven mago le entró pánico, seguro deque no había comprendido alguna de lasinstrucciones básicas. Tras un díaapilando en su habitación notas eintentos fallidos, se dio cuenta de su

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error: los espacios entre palabras eranconsiderados una letra en la clave de laOrden, lo que hacía que hubiera quecorrer una letra más el alfabeto. Una vezque se dio cuenta, la misiva fue fácil dedescifrar.

Era menos impresionante de lo quehabía parecido antes, cuando era ungalimatías. Se trataba de una nota dellejano sur, de la península de UlmatThondr, indicando que todo estabatranquilo, que no se habían visto orcos(aunque sí había crecido últimamente elnúmero de trolls de la jungla) y que unnuevo cometa era visible en el horizontesur, con notas detalladas (escritas conpalabras, no con cifras). No se

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solicitaba respuesta, y Khadgar la dejó aun lado junto con la trascripción.

Khadgar se preguntaba por qué laOrden no usaba un código mágico o unaescritura basada en los conjuros. Quizáno todos los miembros de la Orden deTirisfal eran magos. O sería que tratabande ocultarlo de otros magos, comoGuzbah, y usar una escritura mágicaatraería su curiosidad como a las abejasal néctar. Lo más probable, decidióKhadgar, era que fuese por la terquedadde Medivh en forzar a los demásmiembros de la Orden a que usarancomo clave un poema que alababa a sumadre.

Llegó un gran paquete de parte de

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Lothar, detallando los avistamientos yataques de orcos de los que se habíainformado antes y pasándolos a un granmapa. De hecho, parecía como siejércitos de orcos estuvieran manandodel pantanoso territorio del CenagalNegro. De nuevo, no se solicitabarespuesta. Khadgar pensó en mandar aLothar una nota informándolo del estadode Medivh, pero decidió no hacerlo.¿Qué podría hacer el Campeón aparte depreocuparse? Mandó una nota, firmadapor él mismo, agradeciendo lainformación y solicitando que se lemantuviera al día.

Pasó una segunda semana y entraronen la tercera, el maestro comatoso y el

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estudiante buscando. Armado ahora conla llave apropiada, Khadgar empezó arevisar el correo atrasado, parte del cualaún estaba cerrado por pegotes de lacrevioleta. Revisando los documentosantiguos, Khadgar empezó a comprenderlos sentimientos a menudo ambivalentesde Medivh hacia la Orden. Muchasveces las cartas eran poco más quepeticiones: este encantamiento, aquellainformación, una solicitud para queacudiera enseguida porque las vacas nocomían o daban leche amarga. Las máslisonjeras solían tener algún tipo decoletilla, una petición de algún conjurodeseado o un libro perdido, envuelta ensus floridas adulaciones. Muchas no

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tenían más que consejos pedantes,indicando de forma detallada cómo tal ocual candidato sería el aprendiz perfecto(la mayoría de ésas estaban sin abrir, sedio cuenta Khadgar). Y había continuosinformes de que no había novedades, nicambios, ni nada fuera de lo ordinario.

Esto último cambiaba en losmensajes más recientes (no tenían fecha,pero Khadgar empezó a determinar elmomento al que correspondían por elamarilleo del pergamino y la progresivasubida de tono de las peticiones y losconsejos). El tono se hizo más amablecon la repentina aparición de los orcos,en especial cuando empezaron a atacarcaravanas, pero el flujo de demandas a

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Medivh se mantuvo, e incluso aumentó.Khadgar miró al anciano que yacía

en la cama y se preguntó qué mosca lehabría picado para ayudar a aquellagente, y hacerlo regularmente.

Y estaban las cartas misteriosas: elagradecimiento ocasional, lasreferencias a algún texto arcano, larespuesta a alguna preguntadesconocida, «sí», «no» y «el emú, porsupuesto». Durante su vigilia junto allecho de Medivh llegó una cartamisteriosa sin firma. Decía: «Preparehabitaciones. El Emisario llegará enpoco tiempo».

A fines de la tercera semana llegarondos cartas una tarde con un mercader

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ambulante, una con el sello púrpura y laotra con el sello rojo y dirigida alpropio Khadgar. Las dos venían de laCiudadela Violeta de los Kirin Tor.

La carta de Khadgar decía, escritacon mano temblorosa:

«Lamentamos informarle de larepentina e inesperada muerte del magoinstructor Guzbah. Tenemos entendidoque ha mantenido usted correspondenciacon el difunto mago y le acompañamosen el sentimiento en estos instantes. Sitiene usted alguna correspondencia,dinero o información perteneciente aGuzbah, o tiene en su poder algo de supropiedad (en especial cualquiera desus libros que le hubiera prestado), la

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devolución de dicha correspondencia,dinero, información o libros le seríamuy agradecida. Sírvase mandarlo a ladirección abajo indicada». Una serie denúmeros y un garabato perezoso y casiilegible marcaban el fin de la carta.

Khadgar sintió como si le hubierandado un puñetazo en el vientre. ¿Guzbah,muerto? Releyó la carta, pero no pudosacar más información. Aturdido, cogióla carta del sello púrpura. Ésta estabaescrita con la misma mano temblorosa,pero una vez que la descifró, conteníamás información.

Guzbah había sido encontradoasesinado en la biblioteca la víspera dela Fiesta de los Escribas, mientras

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consultaba el Tratado de Denbrawnsobre «La Canción de Aegwynn».(Khadgar sintió una punzada deremordimiento por no haberle mandadoel pergamino a su antiguo maestro).Aparentemente había sido sorprendidopor una bestia (supuestamente invocada)que lo había destrozado. La muertehabía sido rápida pero dolorosa, y ladescripción de cómo había sidoencontrado el cuerpo rayaba en loexcesivo. Por la descripción del cuerpoy de los destrozos en la biblioteca,Khadgar sólo pudo suponer que la«bestia invocada» había sido undemonio del tipo que Medivh habíacombatido en Stormwind.

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La carta seguía, y las palabrasmantenían un tono frío y analítico que aKhadgar le pareció excesivo. El que lahabía escrito hacía notar que ésta era laséptima muerte de un mago en laCiudadela Violeta durante el último año,incluyendo la del archimago Arrexis. Yseguía haciendo hincapié en que ésta erala primera muerte de este tipo en la cualla víctima no era miembro de la orden.El que la había escrito quería saber siMedivh había estado en contacto conGuzbah, fuera directamente o a través desu aprendiz (Khadgar tuvo un momentode déjà vu cuando vio su nombreescrito). El autor desconocido seaventuraba a especular que puesto que

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no era miembro de la Orden, Guzbahpodía ser el responsable de lainvocación de la bestia por algún otromotivo, y que, si éste era el caso,Medivh debería estar al tanto de queKhadgar había sido aprendiz de Guzbahdurante algún tiempo.

Khadgar sintió el punzante dolor dela ira. ¡Cómo se atrevía este autormisterioso (tenía que ser alguien biensituado en la jerarquía de los Kirin Tor,pero Khadgar no tenía ni idea de quién)a acusarlos a Guzbah y a él! ¡Si Khadgarno estaba siquiera presente cuandohabían matado a Guzbah! Quizá el que lohabía escrito era el responsable, oalguien como Korrigan; el bibliotecario

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siempre estaba investigando a losadoradores demoníacos. ¡Haceracusaciones así por qué sí!

Khadgar negó con la cabeza yrespiró hondo. No, esas especulacioneseran inútiles y sólo estaban motivadaspor su propia indignación, como tantosde los politiqueos de los Kirin Tor. Laira se desvaneció en tristeza cuando sedio cuenta de que los poderosos magosde la Ciudadela Violeta eran incapacesde detener esto, que siete magos (seis deellos miembros de ésta supuestamentesecreta y poderosa Orden) habíanmuerto, y todo lo que podía hacer elautor era dar palos de ciego con laesperanza de que no hubiera más

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muertes. Khadgar pensó en la actuaciónrápida y decidida de Medivh en elcastillo de Stormwind, y se preguntó porqué no habría otro con la misma astucia,voluntad e inteligencia dentro de supropia comunidad.

El joven mago recogió la cartacifrada y la volvió a examinar a la tenueluz de las velas. La Fiesta de losEscribas había sido hacíaaproximadamente un mes y medio. Estoera lo que había tardado el mensaje enatravesar el mar y llegarles por tierra.Un mes y medio. Antes de que Huglar yHugarin fueran asesinados enStormwind. Si el mismo demonio estabaimplicado, o incluso el mismo

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invocador, tendría que moverse entreambos puntos muy, muy rápido. Algunosde los demonios de la visión tenían alas.¿Era posible que una de dichas bestiasse moviera entre los sitios sin que nadiela viera?

Una brisa errante e inesperada pasópor allí. Los pelos de la nuca deKhadgar empezaron a erizarse, y levantóla mirada justo a tiempo de ver a lafigura manifestarse en la habitación.

Primero hubo humo, rojo como lasangre, brotando burbujeante de algúnagujero en el universo. Se retorcía yarremolinaba como la lechemezclándose con el agua, formandorápidamente una masa convulsa, de la

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que salió la amenazadora silueta de ungran demonio.

Su forma era más pequeña quecuando Khadgar lo había visto antes, enlos campos nevados de una visiónperdida en el tiempo. Se había reducidopara caber en los confines de lahabitación. Su carne seguía siendo debronce, su armadura de hierro negrocomo el azabache, y su barba y su pelode fuego vivo, enormes cuernos quesurgían de una inmensa frente. Estabadesarmado, pero no parecía necesitararmas, puesto que se movía con lacómoda gracilidad de un depredadorque no teme a nada.

Sargeras.

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Khadgar quedó aturdido, callado einmóvil. Seguramente, las defensasmágicas que preparara Medivhmantendrían fuera a la bestia. Y sinembargo aquí estaba, entrando en latorre, entrando en la mismísimahabitación del Magus con la mismafacilidad que un noble irrumpe en lachoza de un plebeyo.

El señor de la Legión Ardiente nomiró a su alrededor, en vez de eso flotóhasta los pies de la cama. Se quedó allíun buen rato, mientras las llamas de subarba y su pelo titilaban en silencio,mientras observaba la formainconsciente que tenía ante sí. Eldemonio estaba observando al mago que

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dormía.Khadgar contuvo la respiración y

recorrió la mesa de trabajo con lamirada. Unos cuantos libros, la velaencendida con un espejo para reflejar laluz. Un abrecartas que usaba para lossellos púrpuras. El joven mago alargó lamano lentamente para cogerlo, tratandode moverse sin atraer la atención delgran demonio. Sus dedos se aferraron aél, y los nudillos se le pusieron enblanco.

Y Sargeras seguía a los pies de lacama. Pasó un largo rato, y Khadgartrató de forzarse a moverse, ya fuerapara huir o para atacar. Sintió losmúsculos agarrotados.

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Medivh se dio la vuelta en la cama,murmurando algo inaudible. El señordemonio levantó una mano lentamente,como si fuera a bendecir la forma inertedel Magus.

Khadgar dejó escapar un gritoestrangulado y saltó de la silla,aferrando con la mano el abrecartas.Sólo entonces se dio cuenta de queempuñaba el arma en la manoequivocada.

El demonio levantó la vista, y fue ungesto lento, perezoso, como si el propioser estuviese dormido, o sumergido enaguas profundas. Observó al joven quele embestía, con la mano extendida en untorpe ataque con una daga corta pero

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afilada.El demonio sonrió. Medivh se dio la

vuelta y murmuró en sueños. Khadgarclavó el abrecartas en el pecho deldemonio.

Y atravesó por completo el cuerpode la criatura. El impulso de su golpe lohizo seguir avanzando, a través de laforma de Sargeras y contra la pared.Incapaz de detenerse, se golpeó contraésta y el abrecartas se le cayó al suelode piedra.

Medivh abrió los ojos súbitamente yel Guardián se incorporó.

─¿Moroes? ¿Khadgar? ¿Estáis ahí?Khadgar se puso en pie, mirando a

su alrededor. El demonio se había

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desvanecido, explotando como unapompa de jabón al primer contacto delacero. Estaba solo en la habitación conMedivh.

─¿Qué haces en el suelo, chaval?─dijo Medivh─. Moroes podría habertetraído un catre.

─¡Maestro, tus defensas! ─dijoKhadgar─. Han fallado. Había… ─dudóun instante, inseguro de si deberíarevelar que conocía el aspecto deSargeras. Medivh cogería algo como esoy lo estaría incordiando hasta que ledijera cómo lo sabía─. Un demonio─logró decir─. Había un demonio aquí.

Medivh sonrió; tenía el aspectodescansado y el color le había vuelto a

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la cara.─¿Un demonio? No creo. Espera.

─El Magus cerró los ojos y asintió─.No, las defensas siguen en su sitio.Haría falta más que una siesta para quese quedasen sin energía. ¿Qué viste?

Khadgar contó rápidamente laaparición del demonio a partir de lanube de leche roja hirviendo, cómo sequedó allí de pie y cómo levantó lamano. El Magus negó con la cabeza.

─Creo que ha sido otra de tusvisiones ─dijo al fin─. Un fragmento detiempo desprendido y desplazado que hacaído en la torre, pero se hadesvanecido enseguida.

─Pero el demonio… ─empezó a

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decir Khadgar.─El demonio que has descrito ya no

existe, al menos no en este mundo ─dijoMedivh─. Murió antes de que yonaciera, enterrado muy por debajo delmar. Tu visión ha sido de Sargeras, de«La Canción de Aegwynn». Tienes aquílos pergaminos. ¿Descifrando mensajes?Sí. Quizá eso fue lo que llamó a eseespectro perdido en el tiempo a mishabitaciones. No deberías estartrabajando aquí mientras duermo.─Frunció levemente el ceño, como siestuviera tratando de decidir si tenía queestar más enfadado o no.

─Lo siento, pensé… ¿pensé quesería mejor no dejarte solo? ─Khadgar

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lo dijo como una pregunta, y acabósonando como un tonto.

Medivh emitió una risita y dejó queuna sonrisa se aposentara en sus curtidosrasgos.

─Bueno, no te dije que no pudieras yno creo que Moroes te hubiera detenido,ya que eso reducía su necesidad dequedarse aquí. ─Se pasó el índice y elpulgar por los labios y luego por labarba─. Creo que ya he tomado caldosuficiente para toda una vida. Y sólopara que estés tranquilo voy a revisarlas defensas místicas de la torre. Y teenseñaré a hacerlo a ti también. Ahora,visiones demoníacas aparte, ¿ha pasadoalgo mientras he estado ausente?

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Khadgar resumió los mensajes quehabía recibido. La creciente oleada deincidentes con los orcos. El mapa deLothar. El misterioso mensaje delemisario. Las noticias de la muerte deGuzbah.

Medivh gruñó ante la descripcióndel fallecimiento del mago.

─Así que van a echarle las culpas aGuzbah hasta que destripen al próximopobre estúpido. ─Agitó la cabeza─. LaFiesta de los Escribas. Eso fue antes deque murieran Huglar y Hugarin.

─Como una semana y media antes─dijo Khadgar─. Tiempo suficiente paraque un demonio volara de Dalaran hastael castillo de Stormwind.

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─O un hombre a lomos de grifo─reflexionó Medivh─. No todo sondemonios y magia en este mundo. Aveces una respuesta sencilla essuficiente. ¿Algo más?

─Parece que esos orcos se estánvolviendo mucho más numerosos ypeligrosos ─dijo Khadgar─. Lothar diceque están pasando de los saqueos decaravanas a atacar asentamientos.Asentamientos pequeños, peroconstantemente hay más gente que va aStormwind y a las otras ciudades comoresultado de esto.

─Lothar se preocupa demasiado─dijo Medivh con una mueca.

─Está preocupado ─replicó

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Khadgar en un tono neutro─. No sabecómo pueden ir las cosas.

─Al contrario ─dijo Medivh,dejando escapar un largo y tristesuspiro─. Si todo lo que me has dicho escierto, me temo que las cosas van a irjusto como yo me espero.

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C

CAPÍTULODIEZEl emisario

on la recuperación de Medivhlas cosas volvieron a la

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normalidad, al menos tan normales comopodían ser las cosas en presencia delMagus. Cuando éste se ausentaba,Khadgar se quedaba con instruccionespara practicar sus habilidades mágicas,y cuando Medivh residía en la torre seesperaba que el joven mago demostraradichas habilidades en cuanto se lopidieran.

Khadgar se adaptó bien y se sentíacomo si su poder fuera un traje dostallas más grande, y ahora él estuvieracreciendo para que le quedara bien.Ahora podía controlar el fuego avoluntad, invocar al rayo sin que elcielo estuviera nublado y hacer queobjetos pequeños se movieran por la

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mesa con una orden mental. Tambiénaprendió otros conjuros: los quepermitían saber cómo y cuándo habíamuerto un hombre a partir de un solohueso de sus restos, cómo hacer brotarla niebla del suelo y cómo dejarmensajes mágicos para que otros losencontraran. Aprendió a restaurar losestragos del tiempo en los objetosinanimados, reforzando las sillas viejas,y su reverso, extraer la juventud de unarama recién cortada hasta dejarlapolvorienta y frágil. Aprendió lanaturaleza de las defensas mágicas, y sele confió el mantenerlas intactas.Estudió los libros sobre demonios,aunque Medivh no permitía que se

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invocaran en su torre. Esta última ordenKhadgar no sentía deseos de romperla.

Medivh estaba ausente durantebreves periodos del día aquí, o unospocos días allá. Siempre dejabainstrucciones, pero nunca dabaexplicaciones. A su regreso, el Guardiánparecía macilento y agotado, y ponía aprueba a Khadgar para comprobar eldominio del joven sobre su arte y lehacía detallar las noticias que habíanllegado durante su ausencia. Pero sudescanso comatoso no volvió arepetirse, así que Khadgar supuso que,fuera lo que fuese que estaba haciendoel maestro, no implicaba demonios.

Una tarde, en la biblioteca, Khadgar

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oyó ruidos provenientes de abajo, delpatio y los establos. Gritos, llamadas yrespuestas en un tono bajo eininteligible. Para cuando llegó a unaventana desde la que se dominaba esaparte de la torre, un grupo de jinetesabandonaba el recinto amurallado delcastillo.

Khadgar frunció el ceño. ¿Eran mássuplicantes expulsados por Moroes omensajeros que traían malas noticiaspara su maestro? Khadgar bajó paraenterarse.

Sólo pudo echar un breve vistazo alrecién llegado; el destello de una capanegra entrando en una habitación dehuéspedes en uno de los pisos bajos de

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la torre. Moroes estaba allí, vela enmano, anteojeras en posición, y mientrasKhadgar descendía los últimos peldañospudo oír al senescal:

─…otros visitantes, ellos fueronmenos cuidadosos. Ahora se han ido.

Cualquier respuesta que hiciera elrecién llegado se perdió, y Moroescerró la puerta mientras llegabaKhadgar.

─¿Un huésped? ─preguntó el jovenmientas intentaba ver si había algunapista del recién llegado. Sólo una puertacerrada lo saludó.

─Sip ─contestó el senescal.─¿Mago o mercader? ─preguntó el

joven mago.

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─No sabría decirlo ─dijo elsenescal, quien ya se iba por elpasillo─. No lo pregunté y el Emisariono lo dijo.

─El Emisario ─repitió Khadgar,pensando en una de las cartasmisteriosas de cuando el letargo deMedivh─. Así que entonces es algopolítico. Para el Magus.

─Supongo ─dijo Moroes─. No hepreguntado, no es asunto mío.

─Así que es para el Magus.─Supongo ─dijo Moroes con el

mismo tono somnoliento─. Nos lo diráncuando tengamos que saberlo. ─Y coneso se fue, dejando a Khadgar mirandola puerta cerrada.

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Durante el día siguiente, hubo laextraña sensación de otra presencia enla torre, un nuevo cuerpo planetario cuyagravedad alteraba las órbitas de todoslos demás. Este nuevo planeta hizo queCocinas cambiara a un juego decacerolas más grandes, y que Moroes semoviera por los pasillos a intervalosmás aleatorios de lo habitual. E inclusoMedivh mandaba a Khadgar a cualquierrecado por la torre, y mientras el jovenmago se iba, oía el susurro de unapesada capa en el suelo de piedra trasél.

Medivh no soltaba prenda y Khadgaresperó a que se lo contara. Dejó caerindirectas. Esperó pacientemente. Pero

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lo mandaron a la biblioteca a seguir susestudios y practicar sus conjuros.Khadgar bajó un tramo de escaleras, sedetuvo y luego subió lentamente, sólopara ver la espalda de una capa negraentrando en el laboratorio del Guardián.

Khadgar bajó las escalerasenfurruñado, considerando diferentesopciones acerca de quién podía ser elEmisario. ¿Un espía de Lothar? ¿Algúnmisterioso miembro de la Orden? Quizáuno de los miembros de los Kirin Tor, elde la escritura temblorosa y las teoríasviperinas. ¿O quizá era por algocompletamente diferente? No saberloera frustrante, y la desconfianza delMagus sólo empeoraba las cosas.

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─Nos lo dirá cuando tengamos quesaberlo ─murmuró Khadgar mientrasentraba en la biblioteca. Sus notas ehistorias estaban esparcidas por lasmesas, donde las había dejado porúltima vez. Las miró, y también elproyecto de su conjuro para invocarvisiones. Había hecho algunos arreglosdesde el último intento, con la esperanzade refinar temporalmente los resultados.

Khadgar hojeó las notas y sonrió.Luego cogió los viales de gemaspulverizadas y se dirigió hacia abajo,poniendo pisos de por medio entre él yla cámara de audiencias de Medivh,hacia uno de los comedoresabandonados.

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Dos pisos más abajo era perfecto.Una habitación de forma elíptica conchimeneas a ambos extremos, la mesasacada para ser usada en alguna otraparte y las sillas apoyadas en la paredfrente a la puerta. El suelo era demármol blanco viejo y agrietado, perolimpio por el incansable trabajo y laenergía de Moroes.

Khadgar dispuso un círculo mágicode amatista y cuarzo rosa, sonriendomientras trazaba las líneas. Ahora sesentía confiado en su capacidad deconjuración y no necesitaba susvestiduras ceremoniales para que ledieran suerte. Mientras disponía loscaracteres de protección y abjuración

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volvió a sonreír. Ya estaba moldeandola energía en su mente, llamando lastonalidades y tipos de magia deseados,haciéndolos que adquirieran la formadeseada, reteniendo la fértil energíahasta que fuera necesaria.

Entró en el círculo, pronunció laspalabras que se debían pronunciar, hizolos movimientos manuales en perfectaarmonía y desencadenó la energía de sumente. Sintió esa liberación como algovinculado a su mente y a su alma, yllamó a la magia.

─Muéstrame lo que está sucediendoen las habitaciones de Medivh ─dijoalgo nervioso, con la esperanza de quelas defensas del Guardián no se

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aplicaran a su aprendiz.Inmediatamente supo que el conjuro

había ido mal. No demasiado, ya que lasmatrices mágicas no se habíancolapsado, sino un pequeño fallo. Quizálas defensas funcionaban contra él yhabían desviado su visión a otro lugar, aotra escena.

Varias pistas le indicaron que nohabía dado en el clavo. Primero, ahoraera de día. Segundo, hacía calor. Y, porúltimo, el sitio le resultaba familiar.

No es que hubiera estado aquí antes,al menos no en esta aguja en particular,pero estaba claro que se encontraba enel castillo de Stormwind, desde dondese dominaba la ciudad. Era una de las

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agujas más altas, y la habitación erasimilar en diseño general al lugar dondelos miembros de la Orden habíanencontrado su fin meses antes. Pero aquílas ventanas eran más grandes y daban aunos grandiosos parapetos blancos, yuna brisa perfumada mecía unas diáfanascortinas. Pájaros multicolores seposaban en columpios de oro alrededorde toda la habitación.

Ante Khadgar había puesta unapequeña mesa con platos de porcelanablanca decorados en oro, y cuchillos ytenedores del mismo metal precioso.Unos cuencos de cristal contenían frutasfrescas e inmaculadas, y el rocío de lamañana aún se aferraba a los hoyuelos

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de las fresas. Khadgar sintió cómo elestómago le gruñía ante la visión.

Alrededor de la mesa se movía unhombre delgado desconocido paraKhadgar, de rostro afilado y frenteamplia, con un fino bigote y perilla dechivo. Iba envuelto en un ornamentadoedredón rojo que Khadgar se dio cuentaque debía ser una bata, ceñida a lacintura con un cinturón dorado. Tocó unode los tenedores, moviéndolo a un ladola longitud de una molécula, y luegoasintió satisfecho. Levantó la miradahacia Khadgar y sonrió.

─Ah, estás despierta ─dijo en unavoz que a Khadgar le sonó familiar.

Por un instante, Khadgar pensó que

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esta visión podía verlo, pero no. Elhombre se dirigía a alguien que habíatras él. Se dio la vuelta y vio aAegwynn, tan juvenil y bella como habíasido en el campo nevado. (¿Era antes deesa fecha? ¿Después? Por su aspecto nopodía decirlo). Llevaba una capa blancacon el forro verde, pero ahora hecha deseda y no de piel, y sus pies no estabancubiertos por botas sino por sencillassandalias blancas. Llevaba el pelo rubiorecogido por una diadema de plata.

─Pareces haberte tomado muchasmolestias ─dijo, y su rostro le resultóinescrutable a Khadgar.

─Con suficiente magia y deseo, nadaes imposible ─respondió el hombre, y

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volvió la mano dejando la palma haciaarriba. Flotando sobre ésta, floreció unaorquídea.

Aegwynn cogió la flor, se la llevó ala nariz con indiferencia y luego la dejósobre la mesa.

─Nielas… ─empezó.─Primero el desayuno ─dijo el

mago Nielas─. Mira lo que unconjurador de la corte puede tener listoa primera hora de la mañana. Estasfresas fueron recogidas de los jardinesreales hace no más de una hora.

─Nielas ─volvió de decir Aegwynn.─Seguidas de lonchas de jamón

asado con mantequilla y sirope ─sugirióel mago.

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─Nielas ─repitió Aegwynn.─Entonces, quizá algunos huevos de

vrocka escalfados en su propia cáscarapor un sencillo conjuro que aprendí enlas islas… ─dijo el mago.

─Me voy ─se limitó a decirAegwynn.

Una nube pasó frente al rostro delmago.

─¿Te vas? ¿Tan pronto? ¿Antes deldesayuno? Quiero decir, pensé quetendríamos ocasión de charlas algo más.

─Me voy ─dijo Aegwynn─. Tengocosas que hacer, y poco tiempo para lascortesías de la mañana después.

El conjurador de la corte manteníaun aspecto confundido.

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─Pensé que después de esta nochequerrías quedarte algún tiempo en elcastillo, en Stormwind. ─Parpadeóhacia la mujer─. ¿No?

─No ─dijo Aegwynn─. De hecho,después de esta noche no hace ningunafalta que me quede. Ya he conseguidoaquello por lo que he venido. No hacefalta que me quede ni un instante más.

En el presente, Khadgar hizo unamueca mientras las piezas encajaban ensu sitio. Por supuesto que la voz delmago le resultaba familiar.

─Pero pensé ─tartamudeó el magoNielas, pero Aegwynn negó con lacabeza.

─Tú, Nielas Aran, eres un idiota

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─se limitó a decir Aegwynn─. Eres unode los hechiceros más poderosos de laOrden de Tirisfal, y aun así siguessiendo un idiota. Eso dice algo acercadel resto de la Orden.

Nielas Aran se ofendió. Intentóparecer encolerizado, pero sólo pareciósufrir una pataleta.

─¡Espera un momento…!─Seguramente no pensaste que

fueron tus encantos naturales los que metrajeron hasta tu dormitorio, ni que tuingenio y sentido del humor medistrajeron de nuestra conversaciónsobre los ritos de conjuración.Seguramente te das cuenta de que nopuedes impresionarme con tu posición

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de conjurador de la corte como a unapastora de cualquier aldea. Yseguramente te das cuenta de que laseducción funciona en ambos sentidos.No eres tan idiota. ¿O sí, Nielas Aran?

─Por supuesto que no ─dijo elconjurador de la corte, claramenteinsultado por sus palabras peronegándose a admitirlo─. Sólo pensé quepodíamos compartir el desayuno comopersonas civilizadas.

Aegwynn sonrió, y Khadgar vio queera una sonrisa cruel.

─Soy tan vieja como muchasdinastías, y superé mis indulgenciasjuveniles a principios de mi primersiglo. Sabía perfectamente lo que hacía

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cuando vine a tu habitación esta noche.─Yo pensaba… ─dijo Nielas─. Yo

sólo pensaba… ─luchaba por encontrarlas palabras adecuadas.

─¿Que tú, de toda la Orden, serías elque encandilaría y domaría a la grande eindómita Guardiana? ─dijo Aegwynnmientras su sonrisa se ensanchaba─.¿Que tú la doblegarías a tu voluntad,donde todos los demás habían fallado,con tu encanto, tu ingenio y tus trucos deferia? ¿Que canalizarías el poder delTirisfalen en tu propio beneficio?Vamos, Nielas Aran. Ya hasdesperdiciado mucho de tu potencial, nome digas que la vida en la corte real teha corrompido por completo. Déjame

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algo de respeto por ti.─Pero si no estabas impresionada…

─dijo Nielas, mientras su mente ibaasumiendo lo que Aegwynn le decía─.Si no me querías, entonces, ¿por qué…?

Aegwynn le proporcionó larespuesta.

─Vine a Stormwind por una cosaque yo no puedo proporcionarme a mímisma, un padre apropiado para miheredero. Sí, Nielas Aran, puedescontarle a tus compañeros magos de laOrden que lograste acostarte con lagrande y poderosa Guardiana. Perotambién tendrás que decirles que meproporcionaste un medio de traspasar mipoder sin que la Orden tuviera nada que

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decir en ello.─¿Lo he hecho? ─Comenzó a

comprender las consecuencias de susacciones─. Supongo que sí. Pero a laOrden no le gustará…

─¿Ser manipulada? ¿Ser frustrada?¿Ser engañada? ─dijo Aegwynn─. No,la verdad es que no. Pero no actuaráncontra ti, por miedo a que yo tenga algúninterés romántico real en ti. Y consuélatecon esto: de todos los magos, brujos,conjuradores y hechiceros, tú eras el quetenía más potencial. Tu semillafortalecerá y protegerá a mi hijo y loconvertirá en el recipiente de mi poder.Y cuando haya nacido y ya haya sidodestetado, tú incluso lo criarás, aquí,

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porque yo sé que seguirá mi camino, yque la orden no querrá dejar pasar esaoportunidad de influenciarlo.

Nielas Aran agitó la cabeza.─Pero yo… ─Se detuvo un

instante─. ¿Pero tú…? ─Volvió adetenerse─. Cuando volvió a hablar, porfin había algo de fuego en sus ojos yacero en su voz.

─Adiós, Magna Aegwynn.─Adiós, Nielas Aran ─dijo

Aegwynn─. Ha estado… bien. ─Y coneso se dio la vuelta y salió de lahabitación.

Nielas Aran, el principal conjuradordel trono de Azeroth, conspirador de laOrden de Tirisfal y ahora padre del

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futuro Guardián Medivh, se sentó junto ala mesa perfectamente dispuesta. Cogióun tenedor de oro y le dio vueltas entrelos dedos. Entonces suspiró y lo dejócaer al suelo.

La visión se desvaneció antes de queel tenedor golpeara el suelo de mármol,pero Khadgar percibió otro sonido, éstedetrás de él. El sonido del roce de unabota contra la fría piedra. El suave rocede una capa. No estaba solo.

Khadgar se giró de repente, perotodo lo que pudo vislumbrar fue laprovocadora espalda de una capa negra.El Emisario lo estaba espiando. Ya erabastante malo que lo mandasen lejoscada vez que Medivh se encontraba con

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el extraño, ¡y ahora al Emisario se lepermitía moverse por el castillo y loestaba espiando!

Enseguida, Khadgar salió a lacarrera hacia la entrada. Para cuandollegó a la puerta, su presa se habíaesfumado, pero pudo oír el roce de latela con la piedra escaleras abajo. Endirección a las habitaciones de loshuéspedes.

Khadgar también se lanzó escalerasabajo. La curva de las escaleras decaracol obligaría al extraño a ir pegadoa la pared, donde los peldaños eran másanchos y más seguros. El joven magohabía subido y bajado corriendo estosescalones tantas veces que podía

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permitirse ir junto a la columna central,bajando los escalones de dos en dos ode tres en tres.

A medio camino de las habitacionesde los huéspedes Khadgar pudo ver lasombra de su presa junto a la pared.Cuando alcanzaron los cuartos dehuéspedes propiamente dichos, pudo verla figura embutida en la capa, saliendovelozmente al pasillo y dirigiéndosehacia su puerta. Una vez que el Emisarioalcanzase su habitación, lo perdería.Khadgar bajó los últimos cuatroescalones de una vez, y saltó haciadelante para agarrar a la figuraembozada por el brazo.

Su mano se cerró sobre tela y

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músculos firmes, y lanzó a su presacontra la pared.

─El Magus querrá saber qué estásespiando… ─empezó a decir, pero laspalabras murieron en su boca cuando lacapa se abrió y descubrió al Emisario.

Iba vestida con ropas de viaje decuero, con unas botas altas, pantalonesnegros y una blusa de seda negra. Eramusculosa, y a Khadgar no le quedóduda alguna de que había cabalgado elcamino entero hasta aquí. Pero su pielera verde y, cuando la capucha cayó,reveló un rostro orco de mandíbulaancha y colmillos prominentes. Unasaltas orejas verdes surgían de una masade pelo azabache.

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─¡Orco! ─gritó Khadgar, yreaccionó instintivamente. Levantó unamano mientras murmuraba una palabrade poder, invocando las fuerzas paraatravesarla con un rayo de podermístico.

Nunca tuvo la posibilidad de acabar.Nada más abrir la boca, la mujer orca lelanzó una patada circular, levantando lapierna hasta la altura del pecho. Surodilla apartó la mano de Khadgar,desviando su puntería. Su bota le dio enel lado de la cara, haciéndoloretroceder.

Khadgar retrocedió trastabillando ysintió el sabor de la sangre; se habríamordido en la mejilla como

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consecuencia del golpe. De nuevolevantó la mano para disparar un rayo,pero la orca era demasiado rápida, másrápida que los guerreros con armaduracontra los que había luchado antes. Yahabía cubierto la distancia que losseparaba y le había propinado un fuertepuñetazo en el estómago, sacándole elaire de los pulmones y la concentraciónde la mente.

El joven mago gruñó, abandonandopor el momento la magia en favor de unaaproximación más directa. Aúnresentido del golpe, se echó a un lado,agarrando el brazo de la mujer ydesequilibrándola. Una mirada deasombro se posó en el rostro de jade de

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la mujer, pero sólo durante unosinstantes. Plantó los pies firmemente enel suelo, atrajo a Khadgar hacia ella yrompió y revirtió la llave sin problemas.

Khadgar percibió un leve aroma aespecias cuando la orca lo atrajo, yentonces lo arrojó pasillo adelante.Resbaló por el suelo de piedra, segolpeó contra la pared y se detuvo a lospies de alguien.

Al levantar la vista, Khadgar vio alsenescal que lo miraba, con un gestovagamente preocupado.

─¡Moroes! ─gritó Khadgar─. ¡Vete!¡Trae al Magus! ¡Tenemos un orco en latorre!

Moroes no se movió, en su lugar

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miró a la mujer orca con sus ojosafables enmarcados por las anteojeras.

─¿Está usted bien, Emisario?La mujer sonrió, sus labios verdosos

se curvaron y se envolvió en la capa.─Nunca había estado mejor.

Necesitaba un poco de ejercicio. Elcachorrito ha sido tan amable decomplacerme.

─¡Moroes! ─escupió el jovenmago─. Esta mujer es…

─El Emisario. Un huésped delMagus ─dijo Moroes─. Venía por ti. ElMagus quiere verte ─añadió afable.

Khadgar se puso de pie y miróseveramente al emisario.

─Cuando veas al Magus, ¿le vas a

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decir que has estado fisgando?─No quiere verla a ella ─corrigió

Moroes─. Quiere verte a ti, aprendiz.

─¡Es una orca! ─dijo Khadgar, en untono más alto y más brusco de lo quehabía pretendido.

─De hecho una semiorca ─dijoMedivh. Estaba inclinado sobre subanco de trabajo, trasteando un aparatodorado, un astrolabio─. Supongo que sutierra natal tiene humanos, o casihumanos, o al menos los tuvo hasta nohace mucho. Pásame el calibre,aprendiz.

─¡Trataron de matarte! ─gritó

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Khadgar.─¿Te refieres a los orcos? Algunos

sí, eso es cierto ─dijo Medivhtranquilamente─. Y a ti también. Garonano estaba en ese grupo. No creo queestuviera, de cualquier modo. Está aquícomo representante de su gente. O almenos de parte de su gente.

Garona, así que la bruja tienenombre, pensó Khadgar, pero no fue loque dijo.

─Fuimos atacados por los orcos. Yotuve una visión de un ataque de losorcos. He estado leyendo comunicadosde todo Azeroth que hablan deincursiones y de ataques orcos. Cadauna de las menciones de los orcos habla

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de su crueldad y su violencia. Parecehaber más de ellos cada día. Son unaraza salvaje y peligrosa.

─Y ella te despachó con facilidad,supongo ─dijo Medivh, levantando lamirada de su trabajo.

Muy a su pesar Khadgar se tocó lacomisura de la boca, donde la sangre yase había secado.

─Eso no viene a cuento del asunto.─No viene ─dijo Medivh─. ¿Y el

asunto es…?─Es una orca. Es peligrosa. Y le has

dado libertad de movimiento por latorre.

Medivh gruñó y hubo acero en suvoz.

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─Es una semiorca. Dada la situacióny sus inclinaciones es más o menos tanpeligrosa como tú. Y es mi huésped y sele debería otorgar todo el respeto de unhuésped. Espero esto de ti por lo querespecta a mis huéspedes, JovenConfianza.

Khadgar se mantuvo en silencio unosinstantes, y luego intentó una nueva víade aproximación.

─Ella es el Emisario.─Sí.─¿De quién es Emisario?─De uno o más de los clanes que

actualmente habitan el Cenagal Negro─dijo Medivh─. Todavía no estoyseguro de cuáles. No hemos llegado tan

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lejos.Khadgar parpadeó sorprendido.─¿La has dejado entrar en nuestra

torre y no tiene posición oficial?Medivh dejó el calibre y emitió un

suspiro de cansancio.─Se ha presentado como

representante de algunos de los clanesorcos que están realizando incursionespor Azeroth en la actualidad. Si esteasunto va a resolverse de algún modoque no sea mediante el fuego y laespada, entonces alguien tiene queempezar a parlamentar. Y aquí es unsitio tan bueno como cualquier otro. Y,por cierto, ésta es mi torre, no lanuestra. Aquí eres mi estudiante, mi

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aprendiz, y estás aquí por capricho mío.Y como mi estudiante y mi aprendizespero que mantengas una mente abierta.

Se hizo el silencio mientras Khadgarintentaba digerir ésto.

─¿Pero a quién representa? ¿Aalgunos, a ninguno o a todos los orcos?

─Por el momento se representa a símisma ─dijo Medivh con un suspiro deirritación─. No todos los humanos creenen las mismas cosas. Y no hay razonespara suponer que los orcos seandiferentes. Mi pregunta es, dada tucuriosidad natural, ¿por qué no estástratando de sacarle toda la informaciónque puedas a ella, en vez de decirme amí que no debería hacerlo? A menos que

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dudes que yo y mis habilidades podamosmanejar a una sola semiorca.

Khadgar se quedó en silencio,doblemente avergonzado por sus actos ypor no haber visto la otra opción.¿Dudaba de Medivh? ¿Había algunaposibilidad de que el mago actuase encontra de su Orden? Los pensamientosse agolpaban en su interior, alimentadospor las palabras de Lothar, la visión deldemonio y los politiqueos de la Orden.Quería avisar al anciano, pero parecíaque no le salían las palabras.

─A veces me preocupo por ti ─dijoal fin.

─Y yo también me preocupo por ti─dijo distraído el mago mayor─. Parece

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que últimamente me preocupo pormuchas cosas.

Khadgar tuvo que hacer un últimointento.

─Señor, creo que esta Garona es unaespía ─dijo─. Creo que está aquí paraaprender todo lo que pueda, para quepuedan usarlo contra ti más tarde.

Medivh se recostó en su asiento y lededicó al joven una sonrisa perversa.

─Habló la vaca y dijo Mu, jovenmago. ¿O es que has olvidado la lista decosas que tus maestros de los Kirin Torquerían que me sacaras cuando llegastea Karazhan?

El rostro de Khadgar estaba rojocomo un tomate cuando salió de la

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habitación.

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V

CAPÍTULOONCE

Garona

olvió a su biblioteca (bueno, ala de Medivh) y se la encontró

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fisgando entre sus notas. Inmediatamentesintió crecer la furia en su interior, peroel dolor de sus golpes y de lareprimenda de Medivh mantuvieroncontrolada su ira.

─¿Qué haces? ─dijo secamente.Los dedos de la Emisaria Garona se

levantaron de los papeles.─Fisgar, creo que lo llamabas así.

¿O era espiar? ─Levantó la vista y lomiró con el ceño fruncido─. De hecho,estoy intentando comprender lo quehaces aquí. Como las notas estaban porahí encima… espero que no te importe.

Claro que SÍ me importa, pensóKhadgar, pero dijo otra cosa.

─Lord Medivh me ha ordenado que

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te trate con la máxima cortesía. Sinembargo, podría molestarse si al hacerlopermito que revientes al lanzar unconjuro mal preparado.

El rostro de Garona se mantuvoimperturbable, pero Khadgar se diocuenta de que levantaba los dedos de lospapeles.

─No me interesa la magia.─Últimas palabras célebres ─dijo

Khadgar─. ¿Hay algo aquí con lo quepueda ayudarte, o sólo estas fisgando engeneral a ver lo que sacas?

─Me han dicho que tienes un libroacerca de los reyes de Azeroth ─dijoella─. Me gustaría consultarlo.

─¿Sabes leer? ─preguntó Khadgar.

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Sonó más áspero de lo que pretendía─.Lo siento, quería decir…

─Sí, sorprendentemente sé leer─respondió Garona rápida eirónicamente─. A lo largo de los añoshe adquirido numerosos talentos.

Khadgar frunció el ceño.─Segundo pasillo, cuarta estantería

empezando por arriba. Es un libroencuadernado en rojo con filigranadorada.

Garona desapareció entre losestantes, y Khadgar aprovechó pararecoger sus notas de encima de la mesa.Tendría que guardarlas en otro sitio si laorca tenía libertad de movimientos porla torre. Menos mal que no era

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correspondencia de la Orden; incluso aMedivh le daría un ataque si ella sehiciera con «La Canción de Aegwynn».

Sus ojos fueron hasta la estanteríadonde se guardaba el pergamino que seusaba como clave. Desde donde élestaba, parecía que no lo habían tocado.Ahora mismo no hacía falta montar unaescena, pero también tendría quetrasladarlo.

Garona volvió con un inmensovolumen en la mano, y levantó unapoblada ceja en señal de interrogación.

─Sí, ése es ─dijo el aprendiz.─Los idiomas humanos tienen…

muchas palabras ─dijo ella, mientrasdejaba el tomo en el espacio vacío que

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anteriormente habían ocupado las notasde Khadgar.

─Eso es porque siempre tenemosalgo que decir ─respondió Khadgartratando de sonreír. ¿Tendrían libros losorcos?, se preguntaba. ¿Leerían? Porsupuesto, tenían magos. ¿Perosignificaba eso que tuvieranconocimientos reales?

─Espero no haber sido demasiadodura contigo antes, en el pasillo. ─Sutono no era muy sincero, y Khadgarestaba seguro de que habría preferidoverlo escupir algún diente.Probablemente esto era lo que pasabapor una disculpa entre los orcos.

─Nunca había estado mejor ─dijo

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Khadgar─. Necesitaba el ejercicio.Garona se sentó y empezó a hojear

el texto. Khadgar se dio cuenta de quemovía los labios al leer, y de queinmediatamente se había dirigido haciael final del libro, hasta los añadidos másrecientes acerca del reinado del reyLlane.

Ahora, lejos del calor de la lucha,podía ver que Garona no era un orconormal como los que había combatidoantes. Era esbelta y de musculaturaproporcionada, a diferencia de lostoscos y deformes brutos con los quehabía luchado donde la caravana. Supiel era más suave, casi humana, y deuna tonalidad de verde más clara que el

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jade de los orcos. Sus colmillos eran unpoco más pequeños, y sus ojos algo másgrandes, más expresivos que las durasbolas escarlatas de los guerreros orcos.Se preguntó cuánto de esto vendría porsu herencia humana y cuánto por serhembra. Se preguntó si alguno de losorcos con los que había combatido antesera hembra. No era obvio, y en aquellosmomentos no había sentido deseo algunode comprobarlo.

De hecho, sin la carne verde, elrostro desfigurado y colmilludo y lahostil actitud de superioridad casipodría ser atractiva. Pero estaba en subiblioteca fisgoneando en sus libros(bueno, la biblioteca de Medivh y los

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libros de Medivh, pero el Magus se loshabía confiado a él).

─Así que eres una emisaria ─dijopor fin. Intentaba mantener sus palabrasen un tono desenfadado e informal─. Mehablaron de tu llegada.

La semiorca asintió, pero seconcentró en las palabras que tenía anteella.

─¿De quién eres emisarioexactamente?

Garona levantó la mirada y Khadgarvio un destello de irritación bajo suspobladas cejas. A Khadgar le agradabamolestarla, pero al mismo tiempo sepreguntaba dónde pondría el límite a supaciencia la mujer. No quería

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presionarla demasiado ni demasiadorápido, para no ganarse otra tunda niotra reprimenda del Magus.

Al menos esta vez conseguiría algode información antes del combate.

─Es decir ─dijo─. Si eres «ElEmisario», eso quiere decir que alguiente da las órdenes, que alguien tira de tushilos, alguien ante quien debesresponder. ¿A quién representas?

─Estoy segura de que tu maestro, elViejo, te lo dirá si se lo preguntas ─dijoGarona amablemente, pero sus ojos semantuvieron duros.

─Estoy seguro de que lo haría─mintió Khadgar─, si yo tuviera elatrevimiento de preguntarle. Así que te

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lo pregunto a ti. ¿A quién representas?¿Qué poderes te han otorgado? ¿Estásaquí para negociar, exigir o qué?

Garona cerró el libro (Khadgarsintió una pequeña victoria al haberladistraído de su tarea).

─¿Piensan igual todos los humanos?─Sería muy aburrido si todos lo

hiciéramos ─dijo Khadgar.─Quiero decir, ¿todo el mundo está

de acuerdo en todo? ¿Está la gentesiempre de acuerdo con lo que quierensus amos o sus superiores? ─dijoGarona. La dureza de sus ojos sedesvaneció sólo un poco.

─Apenas ─respondió Khadgar─.Una de las razones para que haya tantos

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libros es que cada uno tiene su opinión,y eso los que saben leer y escribir.

─Pues comprende que también haydiferencias de opinión entre los orcos─dijo Garona─. La Horda estácompuesta de varios clanes, todos loscuales tienen sus propios jefes ycaudillos. Todos los orcos pertenecen aun clan. La mayoría de los orcos sonleales a su clan y a sus caudillos.

─¿Qué son los clanes? ─preguntóKhadgar─. ¿Cómo se llaman?

─Uno de ellos es el Stormreaver─dijo la semiorca─. Blackrock. Twilight’s Hammer. Bleeding Hollow.Ésos son los principales.

─Parecen una gente belicosa ─dijo

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Khadgar.─La tierra natal de los orcos es un

sitio duro ─dijo Garona─, y sólosobreviven los más fuertes y los mejororganizados. No son más que lo que sutierra ha hecho de ellos.

Khadgar pensó en la desolada tierrade cielos rojos que había visto en lavisión. Entonces, era la patria de losorcos. Un territorio baldío en otradimensión. Pero ¿cómo habían llegadohasta aquí? En vez de eso preguntó:

─¿Y cuál es tu clan?Garona dejó escapar un resoplido

similar al estornudo de un bulldog.─Yo no tengo clan.─Pero has dicho que toda tu gente

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pertenece a un clan ─dijo Khadgar.─He dicho todos los orcos ─dijo

Garona. Cuando Khadgar la miró sinentender, ella levantó la mano─. Miraaquí. ¿Qué ves?

─Tu mano ─dijo Khadgar.─¿Humana u orca?─Orca ─dijo Khadgar. Le parecía

obvio. Piel verde, uñas afiladas yamarillentas, nudillos un ápicedemasiado grandes para ser humanos.

─Un orco diría que es una manohumana; demasiado delgada para serrealmente útil. Sin el suficiente músculopara sostener un hacha o aplastar uncráneo como hay que hacerlo.Demasiado pálida, demasiado débil y

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demasiado fea. ─Garona bajó la mano ymiró al joven mago con el entrecejofruncido─. Tú ves las partes de mí queson orcas. Mis superiores orcos, y todoslos demás orcos, ven las partes de míque son humanas. Soy ambas cosas yninguna, y ambas partes me consideraninferior.

Khadgar abrió la boca pararebatirla, pero se lo pensó dos veces yse mantuvo callado. Su primera reacciónhabía sido atacar al orco que se habíaencontrado en el pasillo, no ver elhumano que era huésped de Medivh.Asintió.

─Tiene que ser difícil. Sinpertenecer a ningún clan.

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─Me aprovecho de ello ─dijoGarona─. Puedo moverme entre losclanes con más facilidad. Como soy unacriatura inferior, se supone que no estoybuscando siempre una ventaja para miclan. Como no le gusto a nadie, nodiscrimino entre unos y otros. Algunoscaudillos encuentran eso tranquilizador.Me convierte en mejor negociadora y,antes de que lo digas, en mejor espía.Pero es mejor no tener lealtades quetener lealtades enfrentadas.

Khadgar pensó en el discursito deMedivh sobre sus lealtades hacia losKirin Tor.

─¿Y a qué clan representas en estosmomentos?

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Garona le dedicó una sonrisa irónicay colmilluda.

─Si dijera que a Gizbah elPoderoso, ¿qué dirías? O quizá estoy enuna misión para Morgax el Gris oHikapik el Desangrador. ¿Significaríaeso algo para ti?

─Quizá ─dijo Khadgar.─No ─dijo Garona─, porque acabo

de inventarme todos esos nombres. Y elnombre de la facción que me ha enviadotampoco tendría sentido para ti, no porahora. Del mismo modo, la presuntaamistad del Viejo con el rey Llane nosignifica nada para nuestros caudillos, yel nombre Lothar no es nada más queuna maldición que invocan los

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campesinos humanos que nosencontramos. Antes de que pueda haberpaz, antes siguiera de que podamosempezar a negociar, tenemos queaprender más acerca de vosotros.

─Que es para lo que estás tú aquí.Garona dejó escapar un hondo

suspiro.─Que es el motivo por el cual yo

estoy rezando porque me dejes en paz eltiempo suficiente para poder enterarmede lo que dice el Viejo en nuestrasdiscusiones.

Khadgar se mantuvo en silencio unosinstantes. Garona abrió de nuevo el libroy pasó las páginas hasta donde lo habíadejado.

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─Por supuesto, eso funciona enambos sentidos ─dijo Khadgar, yGarona cerró el libro con un suspiro deexasperación─. Quiero decir, quenosotros también tenemos que saber másacerca de los orcos si vamos a hacerotra cosa que no sea combatirlos. Sihablas en serio de la paz.

Garona miró fijamente a Khadgar, ypor un momento el joven se preguntó sila semiorca iba a saltar la mesa y darleuna zurra. Pero en vez de eso, las orejasde ella se pusieron tiesas.

─Espera. ¿Qué es eso?Khadgar lo sintió antes de oírlo. Un

repentino cambio en el aire, como si enalguna otra parte de la torre se hubiera

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abierto una ventana. Un soplo de vientoagitando el polvo del pasillo.

Una ola de calidez atravesando latorre.

─Hay algo… ─dijo Khadgar.─He oído… ─dijo Garona.Entonces Khadgar también lo oyó, el

sonido de unas garras de hierrorascando contra la piedra, y la calidezdel aire aumentó mientras se le erizabanlos pelos de la nuca.

Y la gran bestia entró agazapándoseen la biblioteca.

Estaba hecha de fuego y sombra, y supiel era oscura y contenía en su interiorel titilar de las llamas. Su rostro lobunoestaba enmarcado por un par de cuernos

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de carnero que brillaban como el ébanopulido. Parecía bípedo, aunquecaminaba a cuatro patas y sus garrasdelanteras arañaban el suelo de piedra.

─¿Qué es…? ─siseó Garona.─Un demonio ─dijo Khadgar con

voz estrangulada, mientras se levantabay se alejaba de la mesa.

─Vuestro criado dijo que aquí habíavisiones. Fantasmas. ¿Esto es una deellas? ─Garona también se levantó.

Khadgar quiso decir que no, que lasvisiones solían abarcar toda una zona,transportándote a un nuevo lugar, peroen vez de eso se limitó a negar con lacabeza.

La bestia estaba aferrada a la puerta,

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olfateando el aire. Los ojos de lacriatura resplandecían con llamaradas.¿Era ciega esta bestia y sólo podíadetectar mediante el olfato? ¿O es queestaba detectando algo nuevo en el aire,un perfume inesperado?

Khadgar trató de conducir lasenergías hasta su mente, pero alprincipio su corazón flaqueó y su mentese vació. La bestia continuó olfateando,girando en el sitio hasta que se encarócon la pareja.

─Sube a lo alto de la torre ─dijoKhadgar en voz baja─. Tenemos queavisar a Medivh. ─Por el rabillo del ojopudo ver que Garona le asentía, peroque sus ojos no se apartaban de la

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bestia. Una gota de sudor recorría sulargo cuello. Se echó un paso al lado.

El movimiento fue suficiente, y todosucedió al instante. La bestia se agachóy atravesó la habitación de un salto. Lamente de Khadgar se aclaró y con rápidaeficiencia atrajo hacia sí las energíasmágicas, levantó la mano y clavó unrayo de energía mística en el pecho de lacriatura. La energía atravesó el pecho dela bestia y salió por su espalda,haciendo saltar trozos de carne enllamas en todas direcciones, pero no ladetuvo lo mínimo.

Aterrizó sobre la robusta mesa, susgarras se clavaron en la madera y volvióa saltar, esta vez contra Khadgar. La

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mente del joven mago se quedó enblanco durante un segundo, pero unsegundo fue todo lo que necesitó eldemonio encorvado para cubrir ladistancia que los separaba.

Otra cosa lo agarró y tiró de él paraapartarlo del camino. Olió un almizclede canela y oyó una maldición guturalmientras lo arrancaban de la trayectoriadel demonio que venía saltando. Labestia atravesó el espacio que hastahacía unos momentos había ocupado elaprendiz, y emitió su propio grito. Unlargo desgarrón había aparecido a lolargo del costado izquierdo de lacriatura, y estaba supurando sangreardiente.

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Garona soltó a Khadgar de su abrazo(un abrazo débil y humano, perosuficiente para sacarle el aire de lospulmones). El aprendiz se dio cuenta deque en la otra mano Garona sostenía uncuchillo de hoja larga, manchado deescarlata por el primer golpe, y Khadgarse preguntó dónde lo habría escondidomientras discutían.

La criatura aterrizó, giró sobre símisma y trató de hacer un torpe segundoataque, con las garras de hierroextendidas y la boca y los ojosrefulgiendo con llamaradas. Khadgar seagachó y se levantó con el pesadovolumen rojo de El Linaje de los Reyesde Azeroth. Estampó el inmenso tomo en

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la cara de la criatura y luego volvió aagacharse. La bestia pasó sobre él,aterrizando junto a la puerta. Emitió ungorgoteo de asfixia y agitó su cabezacornuda, tratando de desencajarse de laboca el pesado grimorio. Khadgar vioque había una línea de sangre ardiente alo largo del costado derecho de lacriatura. Garona había golpeado porsegunda vez.

─¡Ve a por Medivh! ─gritóKhadgar─. Yo lo apartaré de la puerta.

─¿Y que pasa si me quiere a mí?─respondió Garona, y por primera vezKhadgar oyó un matiz de miedo en suvoz.

─No te quiere a ti ─dijo

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lúgubremente Khadgar─. Mata magos.─Pero tú…─Tú vete ─dijo Khadgar.Khadgar corrió hacia la izquierda y,

como temía, el demonio fue tras él. Envez de ir hacia la puerta, Garona corrióhacia la derecha y empezó a escalar laestantería más alejada.

─¡Trae a Medivh! ─gritó Khadgarcorriendo entre las estanterías.

─No hay tiempo ─respondió Garonamientras seguía trepando─. Mira a ver silo puedes entretener en uno de esospasillos.

Khadgar dio la vuelta al final dellargo pasillo de estanterías. El demonioya había cruzado de un salto la mesa de

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estudio y ahora avanzaba encorvado porel pasillo que había entre historia ygeografía. En la sombra que había entrelas estanterías, resaltaban la boca y losojos flamígeros de la criatura, y de suscostados heridos salía ahora un humoacre.

Khadgar aclaró su mente, se tragó sumiedo y disparó un rayo místico. Unglobo de fuego o una chispa de rayopodrían ser más efectivos, pero la bestiaestaba rodeada por sus libros.

El rayo golpeó el rostro de lacriatura, haciéndola tambalearse un pasoatrás. Gruñó y volvió a seguir adelante.

Repitió el proceso como un ritual;aclarar la mente, combatir el miedo,

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levantar la mano e invocar la palabra.Otro rayo rebotó hacia arriba en loscuernos de azabache. La bestia sedetuvo, pero sólo un instante. Ahora susfauces parecían una sonrisa retorcida yllena de llamas.

Por tercera vez invocó el poder delrayo místico. Ahora la criatura estabacerca y le estalló en la cara, pero apartede iluminar su expresión divertida no lehizo nada. Khadgar olió su fuerte olor aquemado, y oyó un grave chasquido enla garganta de la bestia. ¿Risa?

─¡Prepárate para correr! ─gritóGarona, desde algún lugar a su derechay arriba.

─¿Qué estás…? ─dijo Khadgar

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mientras empezaba a retroceder.─¡Corre! ─gritó ella, y empujó con

los pies. La semiorca se habíaencaramado a la parte superior de lasestanterías, y ahora las estaba tirando,haciéndolas caer como gigantescasfichas de dominó. Retumbó el truenocuando cada estantería cayó sobre suvecina, derramando volúmenes yaplastándolo todo a su paso.

La última estantería golpeó contra lapared y se hizo astillas por la fuerza delimpacto que la había tirado al suelo.Garona se bajó de su posición elevada,que ahora se tambaleaba, con el cuchillode hoja larga desenvainado. Trató de vera través de la polvareda que se había

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levantado.─¿Khadgar…? ─dijo.─Aquí ─dijo el aprendiz, estampado

contra la pared del fondo, donde selevantaban los pilares metálicos quesoportaban la galería del piso superior.Su rostro estaba pálido incluso para unhumano.

─¿Lo logramos? ─preguntó ella enun tono imperioso, aún agazapada,esperando un nuevo ataque en cualquiermomento.

Khadgar señaló hasta el borde de loque sólo segundos antes había sido el finde la fila de estanterías. Ahora el pisoinferior al completo era una ruina deestanterías destrozadas y volúmenes

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arruinados. Saliendo de entre los restosdel desastre había un brazo musculoso yretorcido hecho de llamas mortecinas ysombras. Sus garras de hierro ya estabanenrojecidas del óxido y la sangrecaliente encharcaba el suelo. Su manoextendida estaba apenas a treintacentímetros de donde se encontrabaKhadgar.

─Cayó ─dijo Garona, volviendo aenfundar el cuchillo en una vaina quellevaba bajo la blusa.

─Deberías haberme hecho caso─dijo Khadgar tosiendo por el polvo─.Deberías haber ido por Medivh.

─Te hubiera hecho trizas antes deque hubiera subido dos tramos de la

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escalera ─protestó la semiorca─. ¿Yquien hubiera tenido entonces que darleexplicaciones al Viejo?

Khadgar asintió, y entonces unpensamiento le hizo fruncir el ceño.

─El Magus… ¿Habrá oído esto?Garona asintió mostrando que estaba

de acuerdo.─Debería haber bajado. Hemos

hecho bastante ruido como para levantara los muertos.

─Oh, no ─dijo Khadgar dirigiéndosehacia la entrada de la biblioteca─. ¿Y sihabía más de un demonio? ¡Vamos!

Sin pensar, Garona desenvainó elcuchillo y siguió al humano fuera de lahabitación.

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Encontraron a Medivh sentado en sulaboratorio, en el mismo banco detrabajo donde Khadgar lo había dejadono hacía más de una hora. Ahora elinstrumento en el que había estadotrabajando estaba hecho pedazosretorcidos, y a un lado de la mesadescansaba un martillo de hierro.

Medivh dio un respingo cuandoKhadgar irrumpió en la habitación,seguido de cerca por Garona. ElAprendiz se preguntó si Medivh habríaestado amodorrado todo este tiempo.

─¡Maestro! ¡Hay un demonio en latorre! ─exclamó Khadgar.

─¿Otra vez un demonio? ─dijoMedivh cansado, frotándose un ojo con

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la palma de la mano─. La primera vezfue un demonio. La última vez fue unorco.

─Su estudiante tiene razón ─dijoGarona─. Yo estaba con él en labiblioteca cuando atacó. Era unacriatura grande, bestial, pero astuta.Hecha de fuego y sombras, y sus heridasardían y humeaban.

─Posiblemente no fue más que otravisión ─dijo Medivh, volviendo a sutrabajo. Recogió una de las retorcidaspiezas del aparato y la miró, como si laviera por primera vez─. Suceden aquí,las visiones. Creo que Moroes ya os haavisado sobre ellas.

─No ha sido una visión, maestro

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─dijo Khadgar─. Era un demonio, deltipo con el que combatiste en el castillode Stormwind. Algo ha traspasado lasdefensas y nos ha atacado.

Las cejas grises de Medivh searquearon en señal de sospecha.

─¿Otra vez que algo ha atravesadomis defensas? Ridículo. ─Cerró los ojosy trazó un símbolo en el aire─. No, nofalta nada y ninguna de las defensas hasaltado. Tú estás aquí, Cocinas está enla cocina y Moroes está en el pasillofuera de la biblioteca ahora mismo.

Khadgar y Garona intercambiaronuna mirada.

─Entonces deberías venir enseguida,maestro ─dijo Khadgar.

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─¿Debería? ─preguntó Medivh─.Tengo otras cosas de las quepreocuparme, de eso estoy seguro.

─Ven y verás ─dijo Khadgar.─Creemos que la bestia está muerta

─intervino Garona─. Pero no queremosarriesgar la vida de sus sirvientes pornuestra creencia.

Medivh miró el aparato destrozado,negó con la cabeza y lo dejó en la mesa.Parecía irritado.

─Como queráis. Se supone que losaprendices no deben causar tantosproblemas.

Sin embargo, cuando llegaron a labiblioteca Moroes estaba allí de pie,escoba y recogedor en mano,

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observando los daños. Levantó lamirada, algo desorientado, cuandoentraron los dos magos y la semiorca.

─Felicidades ─dijo Medivharrugando el rostro─. Ahora es undesastre mayor incluso que cuandollegaste. Al menos entonces teníaestanterías. ¿Dónde está ese supuestodemonio?

Khadgar anduvo hasta el sitio dedonde había sobresalido la mano deldemonio, pero ahora todo lo quequedaba era una de las estanteríasaplastada contra el suelo. No había nisangre.

─Estaba aquí ─dijo Garona, tansorprendida como Khadgar─. Entró y

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nos atacó. ─Agarró un borde de laestantería y trató de levantarla, pero elinmenso mueble de roble era demasiadopesado para ella─. Los dos lo vimos─dijo tras un momento de forcejeo.

─Visteis una visión ─dijo severoMedivh─. ¿Es que no os lo advirtióMoroes?

─Sip ─confirmó Moroes─. Se loavisé. ─Y dio unos golpecitos en susanteojeras para dar más énfasis.

─Maestro, nos atacó ─dijoKhadgar─. Lo herí con mis propiosconjuros. El emisario lo hirió, dosveces.

─Hmmmf ─gruñó el Magus─. Lomás probable es que la cosa se os fuera

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de las manos, e hicisteis casi todo eldaño vosotros mismos. Hay marcasfrescas en la mesa. ¿Del demonio?

─Tenía garras de hierro ─dijoKhadgar.

─O quizá de tus propios rayosmísticos, lanzados por ahí como siestuvieras jugando a las canicas en lascalles de Stormwind. ─Medivh negó conla cabeza.

─Mi cuchillo se clavó en algo duroy correoso ─dijo Garona.

─Sin duda algunos libros ─dijo elmago─. No, si hubiera habido undemonio, su cuerpo aún seguiría aquí. Amenos que alguien lo haya limpiado.¿Moroes, tienes por casualidad un

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demonio en el recogedor?─No creo ─dijo el senescal─.

Podría comprobarlo.─No te preocupes, pero déjales tus

herramientas a estos dos. ─Se dirigióhacia el joven mago y la semiorca─.Espero que os llevéis bien. Ante esto, osha tocado arreglar la biblioteca. JovenConfianza, has traicionado tu nombre,así que ahora debes dar unacompensación.

─Pero yo vi… ─Garona no se dabapor vencida.

─Viste un fantasma ─la interrumpióMedivh, con tono autoritario y elentrecejo fruncido─. Viste un fragmentode otro lugar. No os hubiera hecho daño.

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Nunca lo hacen. Tu amigo aquí presente─señaló a Khadgar─ tiene tendencia aver demonios donde no los hay. Eso mepreocupa un poco. Quizá podáis intentarno ver ninguno mientras limpiáis. Hastaque no acabéis, ¡no quiero que se memoleste!

Y con eso, se fue. Moroes dejó laescoba y el recogedor en el suelo y losiguió.

Khadgar recorrió con la mirada eldesastre que había a su alrededor. Allíhacía falta algo más que una escoba. Lasestanterías estaban caídas y en un par desitios se habían hecho pedazos, y loslibros estaban desparramados, algunoscon los lomos rotos y con las cubiertas

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desgarradas. ¿Podía haber sido unavisión perdida en el tiempo?

─Lo que nos ha atacado no ha sidouna ilusión ─dijo Garona malhumorada.

─Lo sé ─respondió Khadgar.─¿Y por qué él no lo ve? ─preguntó

la semiorca.─Eso no lo sé ─dijo el aprendiz─. Y

me preocupa cuál pueda ser larespuesta.

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S

CAPÍTULODOCE

La vida en tiempos de guerra

ólo llevó varios días poner denuevo la biblioteca en orden.

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Casi todos los libros desperdigadosestaban al menos cerca de donde teníanque estar, y los ejemplares más raros,más mágicos y con trampas estaban en labalconada superior y no habían sidoafectados por el jaleo. No obstante,reconstruir algunas de las estanteríasllevó su tiempo, y Garona y Khadgarconvirtieron los establos abandonadosen un improvisado taller de carpintería,e intentaron restaurar (y en algunoscasos sustituir) las estanteríasdestrozadas.

Del demonio no había quedado nirastro, excepto los daños. Las marcas degarras seguían en la mesa, y las páginasde El Linaje de los Reyes de Azeroth

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estaban muy dañadas y desgarradas,como por unas enormes mandíbulas. Ysin embargo no había ningún cuerpo,ninguna sangre, ningún resto que dejar alos pies de Medivh.

─Quizá lo rescataron ─sugirióGarona.

─Estaba bastante muerto cuando lodejamos ─respondió Khadgar, que enese instante trataba de recordar si habíapuesto la poseía épica en la estanteríade encima o en la de debajo de la poesíaromántica.

─Algo rescató el cuerpo ─dijoGarona─. La misma persona que lo hizoentrar lo hizo salir.

─Y la sangre también ─le recordó

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Khadgar.─Y la sangre también ─repitió la

semiorca─. Quizá era un demoniolimpio.

─La magia no funciona así ─dijoKhadgar.

─Quizá tu magia no, la magia quehas aprendido ─dijo Garona─. Otragente puede tener otra magia. Los viejoschamanes de los orcos tienen una formade hacer magia, los brujos que lanzanconjuros tienen otra. Quizá es un conjurodel que nunca has oído hablar.

─No ─se limitó a decir Khadgar─.Habría dejado alguna clase de rastro. Unpoco del conjurador tras de sí. Algunaenergía residual que yo hubiera podido

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sentir, incluso aunque no pudieraidentificarla. Los únicos conjuradoresque han actuado en la torre hemos sidoyo y el Magus. Eso lo sé por mispropios conjuros. Y comprobé lasdefensas. Medivh estaba en lo cierto,todas estaban funcionando. Nadiedebería haber podido colarse en latorre, ni mágicamente ni de otra forma.

Garona se encogió de hombros.─Pero en esta torre pasan cosas

raras, ¿cierto? ¿Podría ser que esasreglas no se aplicaran aquí?

Esta vez le tocó a Khadgarencogerse de hombros.

─Si es así, tenemos muchos másproblemas de los que yo imaginaba.

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La relación de Khadgar con lasemiorca pareció ir mejorando a medidaque reparaban la biblioteca, y cuando ledaba la espalda o la tapaban lasestanterías, su voz sonaba casi humana.Aun así, mantenía el silencio sobrequién la había enviado, y Khadgar porsu parte se mantenía atento. Llevaba lacuenta de las referencias que usaba y laspreguntas que hacía.

También intentó llevar el control decualquier comunicación que ella hiciera,hasta el punto de envolver lashabitaciones de los huéspedes con supropia telaraña de conjuros de detecciónpara que le informaran si salía de suhabitación o mandaba algún mensaje. Si

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lo había hecho, sus métodos habíanfrustrado incluso los conjuros deKhadgar, lo que en vez de tranquilizarlolo puso aún más nervioso. Si ella estabahaciendo algo con el conocimiento quehabía adquirido, se lo callaba.

Y fiel a su palabra, Garona empezó acompartir sus conocimientos acerca delos orcos. Khadgar empezó a hacerseuna idea de su forma de gobierno(basada en la fuerza y la habilidadguerrera), al igual que de los diferentesclanes. Una vez que se fue explayando,la emisaria dejó bien clara su opiniónacerca de varios clanes, a cuyos líderessolía considerar unos necios zoquetesque sólo pensaban de dónde vendría su

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próxima batalla. Mientras ella describíala fragmentada nación orca, la Horda,Khadgar comprendió que allí lasrelaciones eran rápidamente mudables yfluidas como mínimo.

Un gran bloque de la Horda era elconservador clan Bleeding Hollow. Ungrupo poderoso con una larga historia deconquistas, el clan había perdido algode poder porque su viejo líder KilroggDeadeye estaba cada vez menosdispuesto a desperdiciar vidas encombate. Garona explicó que en lapolítica orca, los orcos que se vanhaciendo mayores se van volviendo máspragmáticos, lo que a menudo suele serconfundido con cobardía por las

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generaciones más jóvenes. Kilrogg yahabía matado a tres de sus hijos y a dosnietos que habían pensado quegobernarían mejor el clan.

El clan conocido como Blackrockparecía englobar otro buen trozo de laHorda, y su jefe era Blackhand, quiencomo principal argumento para ostentarel liderazgo esgrimía su capacidad paraaplastar a cualquier otro que quisiera eltítulo. Un grupo del clan Blackrock sehabía escindido, se habían arrancadotodos un diente, y se hacían llamar BlackTooth Grin. Qué gente tan encantadora.

Había más clanes: el Twilight’sHammer, que se regodeaba en ladestrucción, y el Burning Blade, que

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parecía no tener líder y era unaagrupación anárquica en el caos de laHorda. Y clanes más pequeños, comolos Stormreavers, que estabanencabezados por un brujo. Khadgarsospechaba que Garona trabajaba paraalguien de los Stormreavers, aunquesólo fuera porque se quejaba de ellosmenos que de los demás.

Khadgar tomó las notas que pudo ylas reunió en un informe para Lothar.Cada vez llegaba un volumen máselevado de comunicados de todoAzeroth, y ahora parecía que la Hordase estaba expandiendo en todasdirecciones desde el Cenagal Negro.Los orcos que hace un año habían sido

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considerados simples rumores ahoraeran omnipresentes, y el castillo deStormwind se estaba movilizando paraenfrentarse a la amenaza. Khadgar leocultó a Garona las noticias que iban demal en peor, pero le comunicó a Lotharhasta el último detalle que pudoaveriguar, incluso las rivalidades entrelos clanes y sus colores favoritos (elclan Blackrock, por ejemplo, prefería elrojo por algún motivo).

Khadgar también intentó comunicarlo que había descubierto a Medivh, peroel Magus se mostró sorprendentementedesinteresado. De hecho, lasconversaciones del Magus con Garonaya no eran tan frecuentes como solían, y

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en varias ocasiones Khadgar descubrióque Medivh había abandonado la torresin avisarlo. Incluso cuando estabapresente, Medivh parecía más distante.Más de una vez Khadgar se lo habíaencontrado sentado en una de las sillasdel observatorio con la mirada perdidaen la noche de Azeroth. Ahora parecíamás malhumorado, más dispuesto a estaren desacuerdo y menos a escuchar.

Su comportamiento hosco tambiénafectaba a los demás. Moroes lanzabalargas y doloridas miradas a Khadgarcuando salía de las habitaciones delmaestro. Y la propia Garona sacó eltema a colación mientras revisaban losmapas del mundo conocidos (que

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estaban hechos en Stormwind, y por lotanto eran penosamente incompletosincluso cuando se referían a Lordaeron).

─¿Siempre es así? ─preguntó ella.─Tiene sus días ─respondió

Khadgar estoicamente.─Sí, pero cuando lo vi por primera

vez, parecía vivo, comprometido ypositivo. Ahora parece más…

─¿Distraído?─Embotado ─dijo Garona con una

mueca de disgusto.Khadgar no podía estar en

desacuerdo. Luego, por la tarde, le llevóal Magus una nueva tanda de mensajesdescifrados, todos con el sello púrpura,todos pidiendo ayuda contra los orcos.

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─Los orcos no son demonios ─dijoMedivh─. Son de carne y hueso, y porello deben ser preocupación para losguerreros, no para los magos.

─Los mensajes son bastantedesesperados ─dijo Khadgar─. Pareceque las tierras circundantes al CenagalNegro están siendo abandonadas, y losrefugiados fluyen hacia Stormwind yotras ciudades de Azeroth. Lo estánpasando mal.

─Así que dependen de que elGuardián cabalgue a su rescate. Ya esbastante malo tener que dedicarme avigilar desde las atalayas del AvernoAstral en busca de demonios, y a cazarlos errores de esos aficionados. ¿Ahora

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tengo que rescatarlos de otras naciones?¿Tendré luego que apoyar a Azeroth enalguna disputa comercial conLordaeron? Esas cuestiones no sonasunto nuestro.

─Puede que no quede ningúnAzeroth sin tu ayuda. Lothar está…

─Lothar es un tonto ─murmuróMedivh─. Una vieja gallina clueca queve amenazas por todas partes. Y Llanees poco mejor, porque cree que nadapuede romper sus murallas. Y la Orden,todos los poderosos magos, han luchadoy discutido y se han escupidomutuamente tanto que ahora carecen delpoder para repeler a un nuevo invasor.No, Joven Confianza, esto son minucias.

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Incluso si los orcos triunfaran enAzeroth, necesitarían un Guardián, y yoestaría aquí para ellos.

─Maestro, eso es…─¿Sacrilegio? ¿Blasfemia?

¿Traición? ─El Magus suspiró y sepellizcó el puente de la nariz─. Quizá,pero soy un hombre envejecido antes demi hora, y he pagado un alto precio porun poder no deseado. Permítemedesvariar en contra de los relojes quegobiernan mi vida. Vete. Ya volveré atus historias trágicas por la mañana.

Mientras cerraba la puerta, Khadgaroyó a Medivh que continuaba:

─Estoy tan cansado de preocuparmepor todo… ¿Cuándo podré preocuparme

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por mí mismo?─Los orcos han atacado Stormwind

─dijo Khadgar. Habían pasado tressemanas. Dejó la carta en la mesa, entreél y Garona.

La semiorca miró fijamente el sobrecon el sello rojo como si fuera unaserpiente venenosa.

─Lo siento ─dijo por fin─. Nuncahacen prisioneros.

─Esta vez los orcos fueronrechazados ─dijo Khadgar─. Hechosretroceder por las tropas de Llane antesde que llegaran a las puertas. Por lasdescripciones parece que fueron losclanes Bleeding Hollow de Kilrogg y Twiligh’s Hammer. Aparentemente hubo

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una descoordinación entre las fuerzasprincipales.

Garona soltó un gruñido como elestornudo de un bulldog.

─El Twilight’s Hammer nuncadebería haber sido usado para asaltaruna plaza fuerte. Lo más posible es queKilrogg estuviera intentando diezmar aun rival, y usara Stormwind como suyunque.

─Así que incluso en mitad de unataque siguen luchando y traicionándoseente ellos ─dijo Khadgar. Se preguntabasi sus informes a Lothar le habríanproporcionado la información necesariapara romper el asalto.

Garona se encogió de hombros.

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─Como los humanos ─hizo un gestoa la pila de libros que había en la mesade estudio─. En tus historias haycontinuas justificaciones para todo tipode actos infernales. Pretensiones denobleza, herencia y honor para encubrirel genocidio, el asesinato y la masacre.Al menos la Horda es sincera en suambición de poder. Creo que no hubierapodido ayudarlos.

─¿A los orcos o a Stormwind?─peguntó Khadgar.

─A ninguno ─dijo Garona─. Nosabía nada de ningún ataque sobreStormwind, si es eso a lo que te refieres,aunque cualquiera con dos dedos defrente sabría que la Horda iba a atacar

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el objetivo más grande tan pronto comofuera posible. Eso lo sabes por nuestrascharlas. También sabes queretrocederán, se reagruparán, matarán aalgunos líderes y volverán con másgente.

─Supongo que sí ─dijo Khadgar.─Y ya le has mandado una carta al

campeón en Stormwind a tal efecto─añadió Garona.

Khadgar pensó que mantenía elrostro impasible, pero la emisaria de losorcos sonrió ampliamente.

─Sí, lo has hecho.Khadgar sintió cómo se le sonrojaba

el rostro, pero insistió.─Realmente la pregunta es: ¿por qué

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no has informado tú a tus jefes?La mujer de piel verde se recostó en

el asiento.─¿Quién dice que no lo he hecho?─Yo ─dijo Khadgar─. A menos que

seas mejor maga que yo.Un pequeño temblor en la comisura

de la boca de Garona la traicionó.─No has estado informando,

¿verdad? ─preguntó Khadgar.Garona se mantuvo en silencio por

unos instantes, y Khadgar dejó que elsilencio llenara la biblioteca.

─Digamos que he tenido unproblema de lealtades enfrentadas ─dijoella al fin.

─Pensé que no tenías lealtades.

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Garona lo ignoró.─El que me mandó aquí, quien me

ordenó que viniera, es un brujo llamado Gul’dan. Conjurador. El líder de losStormreavers. Muy influyente en laHorda. Muy interesado en los magos detu mundo.

─Y los orcos tienen la tendencia aatacar primero los objetivos másgrandes ─dijo Khadgar.

─Gul’dan dijo que Medivh eraespecial. Qué conjuro secreto o quémeditación alimentada por hierbas usópara llegar a esa conclusión, lo ignoro.─Garona evitó la mirada de Khadgar─.Me encontré varias veces con Medivhahí fuera, y luego acordamos que

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vendría aquí a la torre como emisario.Se suponía que debía intercambiarinformación básica e informar a Gul’dande todo lo que pudiera acerca de lashabilidades de Medivh. Así queestuviste en lo cierto desde el principio.Yo estaba aquí como espía.

Khadgar se sentó frente a ella.─No hubieras sido la primera

─dijo─. ¿Y por qué no has informado?Garona se mantuvo en silencio unos

instantes.─Medivh… ─empezó, pero se

detuvo─. El Viejo… ─otra pausa─. Lodescubrió todo enseguida, por supuesto,y aun así me dijo todo lo que yo queríasaber. Casi todo, al menos.

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─Lo sé ─dijo Khadgar─. Tuvo elmismo efecto en mí.

Garona asintió.─Al principio pensé que estaba

siendo pomposo, seguro de su poder,como algunos caudillos orcos que heconocido. Pero hay algo más. Es comosi él hubiera sentido que al darme lainformación, eso me cambiaría, y yo notraicionaría su confianza.

─Confianza ─dijo Khadgar─. Eso esuna cosa importante para Medivh.Parece irradiarla. Cuando estás a sulado, sientes que sabe lo que estáhaciendo.

─Exacto ─dijo Garona─. Y losorcos se sienten atraídos de forma

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natural hacia el poder. Supuse quepodría decirle a Gul’dan que me habíahecho prisionera y no había podidoinformar, así que seguí investigando yllegó el momento…

─En que no querías verlo herido─acabó Khadgar.

─Como diría Moroes, sip ─dijoGarona─. Ha confiado mucho en mí, ytambién confía mucho en ti. Tras ver esotuyo de las visiones, se lo conté. Supuseque era eso lo que había atraído aldemonio contra nosotros. Él me dijo quelo sabía y que no le preocupaba. Quetenías una curiosidad natural y que esoera bueno. Apoya a su gente.

─Y no puedes hacerle daño a

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alguien así ─dijo Khadgar.─Sip. Me hizo sentir humana. Y

llevaba mucho, mucho tiempo sinsentirme humana. El Viejo, el MagusMedivh, parece tener un sueño de algomás que una fuerza combatiendo a otrapor el dominio. Con su poder nos podíahaber destruido a todos, pero no lo hahecho. Pienso que cree en algo mejor. Yyo también quiero creer en su sueño.

Los dos permanecieron un ratosentados en silencio. En algún lugar enla distancia, Moroes o Cocinas semovían por el pasillo.

─Y últimamente… ─dijo Garona─,¿ha estado antes así?

Sonaba como Lothar, intentando

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preguntar sin parecer demasiadopreocupada. Khadgar negó con lacabeza.

─Siempre ha sido errático,excéntrico. Pero nunca lo he visto tan…deprimido.

─Melancólico ─añadió Garona─.Indiferente. Hasta ahora siempre habíasupuesto que se pondría del lado delreino de Azeroth. Pero si el mismoStormwind es atacado y sigue sin hacernada…

─Puede deberse a su entrenamiento─dijo Khadgar, escogiendo las palabrascon cuidado. No quería descubrirle laOrden a Garona, independientemente delos actuales sentimientos de ella─. Tiene

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que ver las cosas con perspectiva alargo plazo, y a veces eso lo aísla de losdemás.

─Y supongo que ése es el motivo deque acoja descarriados ─dijo Garona.Otro silencio─. No lamento queStormwind repeliera a los invasores.Uno no destruye algo como eso desdefuera. Primero hay que hacer algo desdedentro para debilitar las murallas.

─Me alegro de que no estés allícomo general ─dijo Khadgar.

─Caudillo ─dijo Garona─. Comoque me iban a dar la oportunidad…

─Hay algo… ─dijo Khadgar, perose detuvo. Garona inclinó su cabeza deancha mandíbula hacia él.

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─Pareces alguien que está pidiendoun favor ─dijo ella.

─Nunca te he preguntado acerca denúmeros de tropas, posiciones…

─Acerca de asuntos obvios deespionaje.

─Pero ─dijo Khadgar─ estabanasombrados por la inmensa cantidad deguerreros orcos que había en el campode batalla. Los hicieron retroceder, peroestaban sorprendidos de que lospantanos del Cenagal Negro pudierancontener tantos soldados. Incluso ahorales preocupan las fuerzas que pudierahaber ocultas en el pantano.

─No sé nada de los despliegues detropas ─dijo Garona─. He estado aquí,

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espiándote. ¿Te acuerdas?─Cierto. Pero también sé que has

hablado de vuestro mundo de origen.¿Cómo habéis llegado aquí desde allí?¿Fue algún conjuro?

Garona se quedó sentada en silenciodurante un momento, como si intentararesolver algo en su mente. Khadgaresperó un comentario frívolo, o quecambiase de tema, o que le respondieracon otra pregunta.

─Nuestro mundo se llama Draenor.Es un mundo salvaje, lleno de tierrasbaldías, riscos y maleza reseca.Inhóspito y tormentoso…

─Y tiene el cielo rojo.Garona miró al joven mago.

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─¿Has hablado con otros orcos?¿Prisioneros quizá? No sabía que loshumanos tomaran prisioneros orcos.

─No, una visión ─dijo Khadgar. Elrecuerdo parecía tener media vida─.Como la que viste cuando nosencontramos por primera vez. Fue laprimera vez que vi orcos. Recuerdo quehabía un número ingente de ellos.

Garona emitió un resoplido debulldog.

─Tus visiones posiblemente revelanmás de lo que tú dices, pero te haces unaidea. Los orcos son fecundos, y sonnormales las camadas grandes porquemuchos mueren antes de alcanzar laedad de guerrero. Es una vida dura, y

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sólo los fuertes, los poderosos y loslistos sobreviven. Yo estaba en el tercergrupo, pero seguía siendo casi unamarginada, sobreviviendo lo mejor quepodía en la periferia del clan. En esemomento los Stormreavers, al menoscuando llegó la orden.

─¿La orden?─Teníamos que ponernos en marcha,

cada guerrero y cada mano capaz.Trabajadores y espaderos, a todos se lesordenaba empaquetar sus armas,herramientas y pertenencias y dirigirsehacia la Península del Fuego Infernal.Allí, Gul’dan y otros poderosos brujoshabían erigido un portal. Un portal queatravesaba el espacio entre los mundos.

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─Garona se chupó un colmillo,recordando─. Era un dolmen, de piedrasque habían sido acarreadas allí paraenmarcar una grieta en el espaciomismo. Dentro de la grieta estaban loscolores de la oscuridad, un remolinocomo aceite sobre un estanquecontaminado. Tuve la sensación de quela grieta había sido abierta por unasmanos más grandes, y de que los brujosse habían limitado a contenerla. Muchosde los guerreros más endurecidos temíanel espacio que había entre los pilares,pero los caudillos y sus lugartenienteshicieron vehementes discursos sobre loque se podía encontrar al otro lado. Unmundo de riqueza, un mundo de

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abundancia. Un mundo de criaturasblandas que serían fácilmentedominadas. Todo esto prometieron.Algunos siguieron resistiéndose. A unoslos mataron y a otros los obligaron acruzar con hachas apoyadas en laespalda. A mí me cogieron con un grangrupo de trabajadores y me hicieronatravesar el espacio entre los pilares.─Garona se calló un instante─. Se llamael Averno Astral y, a la vez fueinstantáneo y eterno. Parecí caer parasiempre, y cuando salí a la extraña luz,estaba en un enloquecido nuevo mundo.

─Tras la promesa del paraíso, elCenagal Negro tuvo que ser todo undesengaño ─añadió Khadgar.

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Garona negó con la cabeza.─Fue una conmoción. Recuerdo que

se me encogió el corazón nada más vereste hostil cielo azul. Y la tierra,cubierta de vegetación hasta dondeabarcaba la vista. Algunos no pudieronsoportarlo y enloquecieron. Muchos seunieron a los Burning Blade, los orcosdel caos que se agolpan bajo suestandarte de color naranja chillón.─Garona se frotó la mejilla─. Temí,pero sobreviví. Y descubrí que minaturaleza mestiza me daba ciertapercepción acerca de los humanos.Formaba parte de un grupo que le tendióuna emboscada a Medivh. Mató a todoslos demás, pero a mí me dejó viva y me

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mandó de vuelta con un mensaje para elbrujo Gul’dan. Y tras algún tiempo, Gul’dan me envió como espía, perodescubrí que tenía… dificultades paratraicionar los secretos del Viejo.

─Lealtades divididas ─comentóKhadgar.

─Pero para responder a tu pregunta─dijo Garona─, no, no sé cuántos claneshan atravesado el oscuro portal desdeDraenor. Y no sé cuánto tardarán enrecuperarse. Y no sé desde dónde vinoel portal. Pero tú, Khadgar, puedesdescubrirlo.

Khadgar parpadeó.─¿Yo?─Tus visiones ─dijo Garona─.

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Pareces ser capaz de invocar a losfantasmas del pasado, incluso de lugaresmuy lejanos. Cuando te vi por primeravez invocaste una visión de la madre deMedivh. ¿Era Stormwind dondeestábamos?

─Sí ─dijo Khadgar─. Y por eso sigocreyendo que el demonio de labiblioteca era real: no había fondo en lavisión.

Garona desestimó el comentario conun gesto de la mano.

─Pero puedes llamar esas visiones.Puedes invocar el momento cuando secreó la grieta. Puedes descubrir quiéntrajo los orcos a Azeroth.

─Sí ─dijo Khadgar─. Y me apuesto

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a que es el mismo mago o brujo que haestado desencadenando los demonios.Tiene sentido que los dos esténrelacionados. ─Miró a Garona─.¿Sabes? No es una pregunta que yo mehubiera hecho.

─Yo te proporcionará las preguntas─dijo Garona muy complacida consigomisma─ si tú me proporcionas lasrespuestas.

De nuevo el comedor vacío. Elsiempre diligente Moroes había barridoel anterior círculo de conjuración, yKhadgar tuvo que volver a dibujarlo contrazos de cuarzo rosa y amatista en

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polvo. Garona colocó antorchasencendidas en los soportes de lasparedes, y luego se puso de pie en elcentro del dibujo, junto a él.

─Te aviso ─dijo el mago a lasemiorca─: puede que no funcione.

─Lo harás bien ─dijo Garona─. Tehe visto hacerlo antes.

─Posiblemente conseguiré algo.Sólo que no sé el qué. ─Khadgar hizolos movimientos con las manos y entonólas palabras. Con Garona observándolo,quería que todo le saliera bien. Al finliberó la energía mística de la jaula desu mente─. ¡Muéstrame el origen de lagrieta entre Draenor y Azeroth! ─gritó.

Hubo un cambio de presión, en el

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peso mismo del aire que los envolvía.Hacía calor y era de noche, pero el cielonocturno al otro lado de la ventana(porque ahora había una ventana en lahabitación) era rojo oscuro, del color dela sangre vieja, coagulada, y sólo unaspocas y débiles estrellas perforaban elvelo.

Era la habitación de alguien,posiblemente un jefe orco. Habíaalfombras de piel en el suelo y una granplataforma que servía de cama. Unbrasero bajo ardía en el centro de lahabitación. De las paredes de piedracolgaban armas, y también había unaplétora de armaritos. Uno estaba abiertoy mostraba una hilera de cosas en

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conserva, algunas de las cuales puedeque hubieran pertenecido a sereshumanos o humanoides.

La figura de la cama se agitó, se diola vuelta y se sentó erguida de formasúbita, como si se despertara de un malsueño. Miró fijamente la oscuridad, y surostro curtido y desgarrado por la guerrase hizo visible. Incluso para lo normalentre los orcos, era un feo representantede la raza.

Garona dejó escapar un gemidoentrecortado.

─Gul’dan.Khadgar asintió.─No debería verte ─dijo. Así que

éste era el brujo que había mandado a

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Garona a espiar. Parecía tan de fiarcomo una moneda de oro doblada. Porel momento, se envolvió en sus pieles yhabló.

─Sigo pudiendo verte ─dijo─.Aunque creo estar despierto. Quizáestoy soñando que estoy despierto. Ven,criatura de los sueños.

Garona se aferró al hombro deKhadgar, y éste pudo sentir cómo susafiladas uñas se le clavaban en la carne.Pero Gul’dan no les hablaba a ellos. Unnuevo espectro apareció a la vista.

Era alto y ancho de hombros, másalto que cualquiera de los otros tres. Eratranslúcido, como si tampocoperteneciera aquí. Iba encapuchado y su

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voz sonaba aflautada y distante. Aunquela única fuente de luz era el brasero, lafigura proyectaba dos sombras: una endirección opuesta a las llamas y la otra aun lado, como si le diera la luz de unafuente diferente.

─Gul’dan ─dijo la figura─. Quiero atu gente. Quiero tus ejércitos. Quieroque tu poder me ayude.

─He llamado a mis espíritusprotectores, criatura ─respondió Gul’dan, y Khadgar pudo oír temblar lavoz del orco─. He llamado a mis brujosy han retrocedido ante ti. He llamado ami guía místico y no ha logradodetenerte. Te apareces en mis sueños, yahora vienes como criatura de los

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sueños a mi mundo. ¿Quién y qué eres enverdad?

─Me temes ─dijo la alta figura, yante el sonido de su voz Khadgar sintiócómo un escalofrío le recorría laespalda─, porque no me comprendes.Contempla mi mundo y comprende tumiedo. Entonces no temerás más.

Y con eso la alta figura moldeó unabola a partir del aire, tan ligera ytransparente como una pompa de jabón.Flotaba, medía unos treinta centímetrosde diámetro y en su interior mostrabauna meseta de una tierra con el cieloazul y campos verdes.

La figura de la capa le estabaenseñando Azeroth.

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Luego vino otra burbuja, luego otra,y luego una cuarta. Los campos decereal bañados por el sol en verano. Lospantanos del Cenagal Negro. Loscampos nevados del norte. Las brillantestorres del castillo de Stormwind.

Y una burbuja que contenía una torresolitaria asentada en el interior de unanillo de colinas, iluminada por la claraluz de la luna. Le estaba enseñandoKarazhan al hechicero orco.

Y hubo otra burbuja, una efímera,que mostró una oscura escena muy pordebajo de las olas. Pareció ser unpensamiento pasajero, uno que fuerápidamente descartado. Pero Khadgarcaptó la sensación de poder. Había una

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tumba bajo las olas, una cripta, una quebullía con poder como el latido de uncorazón. Estuvo ahí por un instante, yluego se fue.

─Reúne tus fuerzas ─dijo la figurade la capa─. Reúne tus ejércitos, tusguerreros, tus trabajadores y tus aliados,y prepáralos para un viaje a través delAverno Astral. Prepáralos bien, porquetodo esto será tuyo cuando triunfes.

Khadgar movió la cabeza. La voz lepicó como un mosquito. Entonces se diocuenta de quién era y se vino abajo.

Gul’dan estaba de rodillas, con lasmanos unidas ante sí.

─Lo haré, porque tu poder essupremo. ¿Pero quién eres en realidad y

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cómo llegaremos a este mundo?La figura se llevó la mano a la

capucha y Khadgar negó con la cabeza.No quería verlo. Lo sabía pero noquería verlo.

Un rostro con profundas arrugas.Cejas encanecidas. Ojos verdes queresplandecían con saberes ocultos y conalgo peligroso. A su lado, a Garona se leescapó un grito ahogado.

─Yo soy el Guardián ─le dijoMedivh al brujo orco─. Yo te abriré elcamino. Haré pedazos el ciclo y serélibre.

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─¡N

CAPÍTULOTRECELa segunda sombra

o! ─gritó Khadgar, y lavisión se evaporó al

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instante. De nuevo estaban solos enel comedor, en el centro de unacompleja matriz trazada con ágata ycuarzo rosa pulverizados.Le temblaban las orejas y su campovisual parecía cerrarse. Había hincadouna rodilla, pero no se había dadocuenta de que se había movido. Sobreél, y a su izquierda, la voz de Garonasonó muy baja, casi abogada.

─Medivh ─susurró─. El Viejo. Nopuede ser.

─Puede ser ─dijo Khadgar. Sentía elestómago como si fuera una serpienteanudada que se estuviera desenroscandobajo su piel. Su mente ya estabaelucubrando, y aunque deseaba

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fervientemente negarlo, ya conocía elresultado.

─No ─dijo Garona lúgubre─. Debede ser un fallo. Una visión falsa. Fuimosa buscar una cosa y encontramos otra.Dijiste que ya ha pasado antes.

─No así ─dijo Khadgar─. Puedeque no se nos muestre lo que queremos,pero siempre se nos muestra la verdad.

─Quizá sea sólo un aviso ─dijo lasemiorca.

─Pero tiene sentido ─respondióKhadgar, y en su voz estaba presente eleco del pesar─. Piensa en ello. Ése es elmotivo de que las defensas siguieranintactas después de que nos atacaran. Élya estaba dentro de las defensas, e

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invocó al demonio desde allí.─No parecía él ─dijo Garona─.

Quizá era una ilusión, algunafalsificación mágica. No parecía él.

─Era él ─dijo el aprendiz mientrasse levantaba─. Conozco la voz delmaestro. Conozco el rostro del maestro.Con todos sus gestos y peculiaridades.

─Pero era como si otra personavistiera esa cara ─dijo Garona─. Algofalso. Como si fuera un traje o unaarmadura que alguien llevara puesta.

Khadgar miró a la semiorca. Letemblaba la voz y las lágrimas seempezaban a acumular en sus grandesojos. Ella quería creer. Realmentequería creer.

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Khadgar también quería creer.Asintió lentamente.

─Puede que fuera un truco. Puedeque fuera él. Podía estar engañando aese orco, convenciéndolo para queviniera aquí. ¿Podría ser una visión delfuturo?

Ahora fue el turno de Garona denegar con la cabeza.

─No. Ése era Gul’dan. Ya está aquí.Él nos hizo cruzar el portal. Eso era elpasado, su primer encuentro. ¿Pero paraqué querría Medivh traer los orcos aAzeroth?

─Eso explicaría por qué no ha hechodemasiado por oponerse a ellos ─dijoKhadgar. Agitó la cabeza, tratando de

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desatascar los pensamientos que teníaalojados allí. De repente había muchascosas que empezaban a tener sentido.Extrañas desapariciones. Poco interésen el creciente número de orcos. Inclusohaber traído un semiorco al castillo.

Observó a Garona y se preguntóhasta dónde estaría implicada en el plan.Parecía completamente desconcertadapor las noticias, pero ¿era unaconspiradora o un simple peón en eljuego de sombras chinescas que estabadesarrollando Medivh?

─Tenemos que descubrirlo ─selimitó a decir─. Tenemos que descubrirpor qué estaba allí. Qué estabahaciendo. Es el Guardián, no

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deberíamos condenarlo por una solavisión.

Garona asintió lentamente.─¿Vamos ahora a preguntarle?Khadgar abrió la boca para

responder, pero otra voz resonó en elpasillo.

─¿Qué es todo este barullo? ─dijoMedivh torciendo la esquina que daba ala entrada del comedor.

A Khadgar se le hizo un nudo en lagarganta y se le secó.

El Magus estaba en el umbral de lapuerta, y Khadgar lo miró, buscandoalgo en su forma de andar, en su aspecto,en su voz. Algo que traicionara supresencia. No había nada. Éste era

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Medivh.─¿Qué estáis organizando,

chiquillos? ─dijo el Magus, frunciendosu canoso ceño.

Khadgar luchó por encontrar unarespuesta, pero fue Garona la que habló.

─El aprendiz me estaba mostrandoun conjuro en el que está trabajando.─Le tembló la voz.

─¿Otra de tus visiones, JovenConfianza? ─gruñó Medivh─. Ya sonbastante malas por aquí sin necesidad deque vengas tú a invocar el pasado. Salde ahí enseguida, tenemos trabajo quehacer. Y tú también, emisaria.

Su voz era comedida y comprensiva,pero firme. La voz severa del sabio

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mentor. Khadgar dio un paso al frente,pero Garona lo agarró por el brazo.

─Sombras ─siseó.Khadgar parpadeó y volvió a mirar

al Magus. Su rostro mostraba ahoraimpaciencia, y desaprobación. Sushombros seguían siendo anchos y semantenía erguido a pesar de laspresiones que soportaba. Iba vestido conuna túnica que Khadgar le había vistollevar muchas veces antes.

Y tras él se proyectaban dossombras. Una directamente opuesta a laantorcha y la otra, igualmente oscura, enun ángulo extraño.

Khadgar dudó y la desaprobación deMedivh se intensificó, mientras una

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tormenta se formaba en su rostro.─¿Qué pasa, Joven Confianza?─Deberíamos limpiar todo esto

─dijo Khadgar tratando de aparentarbuen humor─. No quiero hacer queMoroes trabaje demasiado. Ya tealcanzaremos.

─Discutir no forma parte de lasfunciones de un aprendiz ─replicóMedivh─. Ahora ven enseguida.

Nadie se movió.─¿Por qué no entra en la habitación?

─dijo Garona.Eso digo yo, pensó Khadgar.─Una pregunta, maestro.─¿Ahora qué? ─gruñó el archimago.─¿Por qué visitaste en sueños al

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orco Gul’dan? ─dijo Khadgar sintiendocómo se le hacía un nudo en lagarganta─. ¿Por qué mostraste a losorcos cómo venir a este mundo?

La mirada de Medivh se posó enGarona.

─No sabía que Gul’dan te hubierahablado de mí. No me pareció que fueratan poco inteligente, ni un bocazas.

Garona dio un paso atrás, y esta vezfue Khadgar quien la retuvo.

─No lo sabía, hasta ahora ─dijoella.

─Eso no importa. Ahora venid aquí.Los dos ─resopló Medivh.

─¿Por qué mostraste a los orcoscómo venir aquí? ─repitió Khadgar.

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─¡No discutas a tus superiores!─espetó el mago.

─¿Por qué trajiste a los orcos aAzeroth? ─insistió Khadgar, ahorasuplicando.

─Eso no es asunto tuyo, niño.¡Vendrás aquí! ¡Ahora! ─El rostro delMagus estaba lívido y desencajado.

─Con todo respeto, señor ─dijoKhadgar, y sintió sus propias palabrascomo si fueran puñaladas─, no, no iré.

─Niño, te voy a… ─tronó Medivhencolerizado, y mientras hablaba entróen la habitación.

En ese instante se desencadenó unalluvia de chispas que envolvió alanciano mago en una lluvia de luz. El

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brujo trastabilló un paso hacia atrás, yluego levantó las manos y maldijo.

─¿Qué? ─empezó Garona.─Círculo de protección ─terció

Khadgar─. Para mantener alejados a losdemonios invocados. El Magus no puedecruzarlo.

─¿Pero por qué si sólo afecta a losdemonios? A menos… ─Garona miró aKhadgar─. No ─dijo─. ¿Podrácontenerlo el círculo?

Khadgar pensó en una hebra de pajasobre las defensas en la torre deStormwind, y en la energía que se estabaliberando en la puerta. Negó con lacabeza.

─¿Es esto lo que le hiciste a Huglar

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y Hugarin? ─le gritó al Magus─. ¿Y aGuzbah? ¿Y a los otros? ¿Descubrieronla verdad?

─Estaban más lejos de la verdad quetú, hijo ─dijo el mago bañado en luz conlos dientes apretados─. Pero tenía queser cuidadoso. Perdoné tu curiosidadpor tu juventud, y pensé que la lealtad…─gruñó cuando las defensas mágicas sele resistieron─, que la lealtad aúnimportaba en este mundo.

Las defensas mágicasresplandecieron cuando Medivh entró enellas, y Khadgar pudo ver cómo loscampos se distorsionaban alrededor delas manos extendidas del Magus. Elparpadeo de las chispas pareció

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prenderle fuego a la barba de Medivh, yel humo se arremolinaba como si fuerancuernos que le salían de la frente.

Y entonces a Khadgar se le cayó elalma a los pies, porque se dio cuenta deque lo que estaba viendo era otra imagensuperpuesta a la del querido mago. Laimagen que pertenecía a la segundasombra.

─Va a pasar ─dijo Garona.Khadgar apretó los dientes.─Sí. Está dedicando una enorme

cantidad de energía a romper el círculo.─¿Puede hacerlo? ─preguntó la

semiorca.─Es el Guardián de Tirisfal ─dijo

Khadgar─. Puede hacer lo que quiera.

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Sólo necesita tiempo.─Bueno. ¿Podemos salir de aquí?

─Ahora Garona estaba asustada.─Nuestro único camino es a través

de él ─dijo Khadgar.Garona miró a su alrededor.─Entonces haz un agujero en una

pared. Una nueva salida.Khadgar miró las paredes de piedra

de la torre, y negó con la cabeza.─¡Intenta algo!─Intentaré esto ─dijo Khadgar.Ante ellos entre el humo se cernía la

figura de Medivh, ahora más alto yenvuelto en las chispas. Calmándose,atrajo las energías mágicas hacia sí.Repitió los movimientos que había

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hecho sólo minutos antes, y entonó laspalabras ajenas a los hombres mortales,y cuando hubo comprimido las energíasen una sola bola de luz, la liberó.

─¡Tráeme una visión ─dijoKhadgar─ de alguien que hayacombatido antes a esta bestia!

Hubo un pequeño periodo dedesorientación, y por un momentoKhadgar pensó que el conjuro habíafallado y los había transportado alobservatorio, sobre la torre. Pero no,ahora los rodeaba la noche y unaimperiosa y enfadada voz femeninahendía el aire.

─¿Te atreves a pegarle a tu propiamadre? ─gritó Aegwynn, con el rostro

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lívido de ira.Aegwynn estaba de pie en un

extremo de la plataforma delobservatorio, y Medivh en el otro. EraMedivh como él lo conocía: alto,orgulloso y aparentemente preocupado.Ni ella ni el Medivh del pasadoprestaron atención alguna a Khadgar oGarona. Con un sobresalto, Khadgar sedio cuenta de que la encarnaciónpresente de Medivh también estaba allí,chisporroteando junto a una pared. Lapareja del pasado también lo ignoraba,pero el Medivh del presente observabael espectáculo que se desarrollaba antesus ojos.

─Madre, pensé que estabas histérica

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─dijo el Medivh del pasado.─¿Y que un rayo místico me

devolvería la cordura? ─le espetó laanterior Guardiana. Khadgar vio queahora ella era mucho mayor. Su pelorubio era ya blanco, y tenía patas degallo y pequeñas arrugas en lascomisuras de los ojos. Aun así, manteníala presencia de las encarnacionesanteriores que él había visto─. Ahora─dijo ella─ responde a mi pregunta.

─Madre, no ves bien las cosas ─sedefendió el Medivh del pasado.

─Responde ─le espetó Aegwynnseveramente─. ¿Por qué has traído a losorcos a Azeroth?

─No es raro que se picase tanto

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cuando le preguntaste eso ─dijo Garona.Khadgar la hizo callar y siguióobservando al Medivh del presente.Había dejado de presionar contra lasparedes de la defensa mágica, y surostro parecía haber perdido todaemoción.

─¿Madre? ─dijo el Medivh real. Surostro parecía crédulo.

─No TIENES respuesta, ¿no? ─dijoAegwynn─. Estás jugando a algúnjueguecito. ¿Algún reto para que Llane yLothar se entretengan con él? El poderdel Tirisfalen no es ningún juego, hijo.Cada vez vienen más orcos, y ya he oídoque han asaltado caravanas cerca delCenagal Negro. Un novato podría

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rastrear tu portal, pero sólo tu madrepodría reconocer el poder que loenvolvía. De nuevo, hijo, ¿quéexplicaciones tienes que darme?

Khadgar se encogió bajo lainvectiva de la mujer, y casi esperabaque el Medivh del pasado salieracorriendo de la habitación. Pero Medivhlo sorprendió riéndose a mandíbulabatiente.

─¿Te divierte la desaprobación de tumadre, hijo? ─dijo Aegwynn conseveridad.

─No ─respondió Medivhdedicándole una amplia sonrisa dedepredador─. Pero la estupidez de mimadre sí que lo hace.

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Khadgar miró al fondo de lahabitación y vio cómo el Medivh delpresente flaqueaba ante el sonido de laspalabras de su encarnación pretérita

─¿Cómo te atreves? ─tronóAegwynn levantando la mano.

Una esfera de resplandeciente luzblanca brotó de su palma y se disparócontra el Medivh del pasado. El Maguslevantó una mano y la desvió hacia unlado con facilidad.

─Me atrevo, madre ─dijo elfantasma─. Y tengo el poder parahacerlo. El poder que tú me otorgaste enel momento de mi concepción, un poderque ni quería ni pedí. ─Medivh hizo ungesto y el piso superior se iluminó con

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un rayo refulgente.Aegwynn contuvo la energía, pero

Khadgar se dio cuenta de que habíatenido que levantar ambas manos y habíareculado un poco.

─¿Pero por qué has traído los orcosa Azeroth? ─siseó la anciana─. Nohabía necesidad. Estás poniendopoblaciones enteras en peligro. ¿Y paraqué?

─Para romper el ciclo, por supuesto─dijo el Medivh del pasado─. Pararomper el universo mecánico que hasconstruido para mí. Cada cosa en susitio, tu hijo incluido. Si tú no podíasseguir como Guardián, lo haría tusucesor designado, concebido y criado,

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pero quedaría tan preso de este guióncomo el resto de tus peones.

El Medivh del presente cayó derodillas, con la mirada fija en la imagenque había ante él. Pronunciaba laspalabras que había dicho su antiguo yo.

Garona tiró a Khadgar de la manga,y éste asintió. La pareja abandonó elcorazón de las defensas y empezó arodear la habitación, tratando deescabullirse de la presente encarnacióndel Magus.

─Pero el riesgo, hijo… ─dijoAegwynn.

─¿Riesgo? ─aulló Medivh─.¿Riesgo para quién? Para mí no, no conel poder del Tirisfalen a mi servicio.

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¿Para el resto de la Orden? Sepreocupan más por sus politiqueosinternos que por los demonios. ¿Para lasnaciones humanas? ¿Gordas y felices,protegidas de peligros que ni siquieraconocen? ¿Hay riesgo para alguienrealmente importante?

─Estás jugando con fuerzas másgrandes que tú, hijo mío ─dijoAegwynn. Khadgar y Garona ya estabancasi en la puerta, pero el Medivh delpresente estaba absorto en la visión.

─Oh, por supuesto ─replicógruñendo el Magus del pasado─. Pensarque yo podría manejar poderes comoésos sería un pecado de soberbia. Comopensar que podrías enfrentarte a un

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señor de los demonios y prevalecer.Ya estaban detrás de Medivh, y

Garona fue a echar mano del cuchilloque llevaba debajo de la blusa. Khadgardetuvo su mano y le dijo que no con lacabeza. Se escurrieron tras Medivh. Enlos ojos del anciano empezaban aformarse lágrimas.

─¿Qué pasará si estos orcostriunfan? ─dijo Aegwynn─. Adoran adioses oscuros y sombras. ¿Por qué lesentregas Azeroth?

─Cuando triunfen ─dijo el Medivhdel pasado─, me convertirán en su líder.Ellos respetan la fuerza, madre, adiferencia de ti y del resto de estepatético mundo. Y gracias a ti yo soy la

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cosa más fuerte de este mundo. Yromperé los grilletes que tú y otros másme habéis puesto, y gobernaré.

En la visión se hizo el silencio, yKhadgar y Garona se quedaron quietos,conteniendo la respiración. ¿Losdescubriría el Medivh del presente en elsilencio?

Pero Aegwynn, hablando desde elpasado, tenía captada toda su atención.

─Tú no eres mi hijo.El Medivh del presente se cubrió la

cara con las manos.─No ─dijo su versión del pasado─.

Nunca he sido tu hijo. Al menos nuncahe sido verdaderamente tuyo.

Y el Magus del pasado rió. Fue una

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risa grave y tronante que Khadgar habíaoído antes, en las estepas heladas laúltima vez que estos dos habíancombatido.

Aegwynn parecía conmocionada.─¿Sargeras? ─escupió, al

reconocerlo finalmente─. Yo te maté.─Mataste un cuerpo, bruja. ¡Sólo

mataste mi forma física! ─gruñó elMedivh pretérito, y Khadgar ya podíaver sobrepuesta la imagen del segundoser, la sombra alternativa que loconsumía. Una criatura de sombra yllama, con una barba de fuego y grandescuernos de azabache─. La mataste y laescondiste en una tumba bajo el mar.Pero yo estaba dispuesto a sacrificarla

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para obtener un premio mayor.Muy a su pesar, Aegwynn se llevó la

mano al estómago.─Sí, madre querida ─dijo el Medivh

del pasado, mientras las llamas lamíansu barba y el humo formaba cuernos ensu frente. Era Medivh, pero tambiénSargeras─. Me escondí en tu vientre ypasé a las durmientes células de tu hijononato. Un cáncer, una aflicción, undefecto de nacimiento que tú nuncasospecharías. Matarte era imposible;seducirte; poco probable. Así que meconvertí en tu heredero.

Aegwynn gritó una maldición ylevantó las manos, moldeando su ira enpalabras que no estaban hechas para la

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voz humana. Un rayo de centelleanteenergía irisada golpeó de lleno en elpecho de la criatura que eraMedivh/Sargeras.

El fantasma del pasado reculó unpaso, luego otro y luego levantó unamano y atrapó la energía dirigida contraél. La habitación apestó a carnequemada y Sargeras/Medivh gruñó yescupió. Invocó uno de sus propiosconjuros y Aegwynn salió despedida através de la habitación.

─No puedo matarte, madre ─leespetó la forma demoníaca─. Una partede mí me impide hacerlo. Pero tequebraré. Te quebraré y te desterraré, ypara cuando te hayas recuperado, para

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cuando hayas vuelto de donde voy amandarte, esta tierra será mía. ¡Estatierra y el poder de la Orden de Tirisfal!

En el presente, Medivh aulló comoun alma en pena, gritando a los cielos,pidiendo un perdón que no iba a llegarnunca.

─Ésta es la nuestra ─dijo Garonatirándole de la túnica a Khadgar─.Larguémonos mientras podamos.

Khadgar dudó un momento, y luegola siguió por las escaleras.

Bajaron los escalones de tres entres, y casi chocaron con Moroes.

─Excitados ─observótranquilamente─. ¿Problemas?

Garona pasó como una exhalación

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junto al senescal, pero Khadgar agarróal anciano.

─El maestro se ha vuelto loco ledijo.

─¿Más de lo normal? ─replicóMoroes.

─No es ninguna broma ─dijoKhadgar, y entonces se le iluminaron losojos─. ¿Tienes el silbato de invocargrifos?

El criado mostró un trozo de metaltallado.

─¿Quieres que invoque…?─Yo lo haré ─dijo Khadgar

cogiendo el objeto de sus manos ypartiendo a toda prisa tras Garona─.Vendrá por nosotros, pero más vale que

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tú corras también. Coge a Cocinas yhuid tan lejos como podáis.

Y con esto Khadgar se perdió devista.

─¿Huir? ─dijo Moroes a la figuradel aprendiz que se alejaba; luegoresopló─. ¿Y a dónde iba a ir?

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L

CAPÍTULOCATORCE

Huida

levaban recorridos varioskilómetros cuando el grifo

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empezó a descontrolarse. Sólo unabestia había respondido a la llamada deKhadgar, y se había encabritado cuandoGarona se le acercó. Sólo por purafuerza de voluntad había conseguido eljoven mago que el grifo aceptase lapresencia de la semiorca. Pudieron oír aMedivh gritando y maldiciendo hastamucho después de dejar el anillo decolinas. Dirigieron al grifo haciaStormwind, y Khadgar hundió lostalones con fuerza en los flancos delmismo.

Habían ido a buena velocidad, peroahora el grifo empezaba a rebelarse,tratando de zafarse de las riendas,tratando de volver a las montañas.

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Khadgar intentó dominar a la bestia,mantenerla en el rumbo, pero cada vezestaba más agitada.

─¿Qué pasa? ─le preguntó Garonadesde detrás.

─Medivh lo está llamando de vuelta─dijo Khadgar─. Quiere volver aKarazhan.

Khadgar luchó con las riendas,incluso probó el silbato, pero al finaltuvo que admitir su derrota. Hizodescender al grifo sobre un cerro bajo ypelado y desmontó después que Garona.Tan pronto como él hubo tocado elsuelo, el grifo volvió a levantarse,batiendo las alas contra el cielo que seoscurecía, volando para responder a la

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llamada de su amo.─¿Crees que nos seguirá? ─preguntó

Garona.─No lo sé ─dijo Khadgar─. Pero no

quiero estar aquí si lo hace. Iremoshacia Stormwind.

Avanzaron a duras penas durante lamayor parte de la tarde y de la noche,hasta que encontraron un camino detierra, y se pusieron a seguirlo en ladirección aproximada de Stormwind. Nohubo una persecución inmediata ni lucesextrañas en el cielo, y antes delamanecer la pareja descansóbrevemente, acurrucada bajo un grancedro.

No vieron a nadie vivo en todo el

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día siguiente. Había casas quemadashasta los cimientos, y montones de tierraremovida que marcaban familiascompletas enterradas. Los carromatosvolcados y destrozados eran comunes, aligual que grandes pilas de cenizas.Garona indicó que así era como seocupaban los orcos de sus muertos,después de saquear los cadáveres.

Los únicos animales que vieronestaban muertos: unos cerdosdestripados junto a una granja saqueaday los restos esqueléticos de un caballo,devorado excepto por la cabezahorrorizada y retorcida. Avanzaban ensilencio de una granja arrasada a otra.

─Tu gente ha sido concienzuda

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─dijo por fin Khadgar.─Es una fuente de orgullo para ellos

─respondió Garona lúgubremente.─¿Orgullo? ─dijo Khadgar mirando

a su alrededor─. ¿Orgullo en ladestrucción? ¿En el saqueo? Ningúnejército humano, ninguna nación humanalo quemaría todo a su paso o mataría alos animales así porque sí.

─Ésa es la costumbre orca ─asintióGarona─. No dejan nada en pie que susenemigos puedan usar contra ellos. Si nole encuentran un uso inmediato, comocomida, alojamiento o botín, entonces leprenden fuego. Las fronteras de losclanes orcos suelen ser lugares baldíos,puesto que los clanes tratan de negarles

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recursos a los demás.Khadgar negó con la cabeza.─Esto no son recursos ─dijo

enfadado─, son vidas. Esta tierra fueuna vez verde y frondosa, con campos ybosques. Ahora es una desolación. ¡Miraesto! ¿Puede haber alguna paz entrehumanos y orcos?

Garona no dijo nada. Ese díacontinuaron en silencio, y acamparon enlas ruinas de una posada. Durmieron enhabitaciones separadas, él en los restosdel salón principal y ella más atrás, enla cocina. Él no sugirió que se quedaranjuntos, ni ella tampoco.

A Khadgar lo despertaron losgruñidos de su propio estómago. Habían

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huido de la torre con poco más que lopuesto, y excepto por algunas bayas ynueces que habían recogido, llevaban undía sin comer.

El joven mago se extrajo de la pilade paja húmeda por la lluvia que lehabía servido de cama, y susarticulaciones protestaron. No habíaacampado a cielo abierto desde sullegada a Karazhan, y se sentía bajo deforma. El miedo del día anterior habíadesaparecido por completo, y dudabaacerca de su próximo movimiento.

Se suponía que su destino eraStormwind, ¿pero cómo introduciría aalguien como Garona en la ciudad?Quizá pudiera encontrar algo para

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disfrazarla. Ni siquiera sabía si ellaquería venir. Ahora que estaba libre dela torre, quizá sería mejor para ellavolver con Gul’dan y el clanStormreaver.

Algo se movió junto al ladoderrumbado del edificio. PosiblementeGarona. Tenía que tener tanta hambrecomo él. No se había quejado, pero élsupuso por los restos que dejaban trasellos que los orcos necesitaban muchacomida para mantenerse en forma.

Khadgar se levantó, se quitó lastelarañas de la mente y se asomó por losrestos de una ventana para preguntarle siquedaba algo en la cocina.

Y se encontró de frente con el filo de

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una enorme hacha de doble hoja,apoyada contra su cuello.

Al otro extremo del hacha se hallabael rostro verde jade de un orco. Un orcode verdad. Khadgar no se había dadocuenta hasta ahora de lo acostumbradoque estaba a la cara de Garona, tantoque la ancha mandíbula y la frenteinclinada lo impresionaron.

─¿Q’paza? ─gruñó el orco.Khadgar levantó poco a poco las dos

manos, mientras llamaba mentalmente alas energías mágicas. Un conjurosencillo, lo suficiente para apartar a lacriatura, coger a Garona y salircorriendo.

A menos que Garona los hubiera

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traído hasta allí, se le ocurriósúbitamente.

Dudó, y eso fue suficiente. Oyó algotras él, pero no logró darse la vueltaantes de que algo grande y pesadocayera sobre su nuca.

No debió de estar inconscientemucho tiempo, el justo para que secolaran en la habitación media docenade orcos y empezaran a rebuscar entrelos restos con sus hachas. Llevabanbrazaletes verdes. El clan BleedingHollow, le dijo su memoria. Se movióun poco, y el primer orco, el del hachade doble hoja, se volvió hacia él.

─¿Ndestánlazcozaz? ─dijo el orco─.¿Ndelazcondío?

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─¿Qué? ─preguntó Khadgar, sinsaber si era la voz del orco o suspropios oídos lo que estabadistorsionando el idioma.

─Tuz cózaz ─dijo el orco máslentamente─. Tuz cózaz. No llévaz nada.¿Dónde laz haz metío?

─No hay cosas. Las perdí antes. Nocosas ─dijo Khadgar sin pensar.

─Entónzez muerez ─gruñó el orco, ylevantó el hacha.

─No ─gritó Garona desde las ruinasde la puerta. Parecía haber pasado unamala noche, pero llevaba un par deconejos colgando de una tira de cuero enel cinturón. Había salido a cazar.Khadgar se sintió avergonzado por sus

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anteriores pensamientos.─Largo, meztiza ─resopló el orco─.

No ez azunto tuyo.─Vas a matar mi propiedad, eso

hace que sea asunto mío ─dijo Garona.¿Propiedad?, pensó Khadgar, pero

contuvo la lengua.─¿Prop’daz? ─ceceó el orco─. ¿Y

tú quién érez p’a tener prop’daz?─Soy Garona Semiorcen ─gruñó la

mujer, contorsionando su rostro en unamáscara de furia─. Sirvo a Gul’dan,brujo del clan Stormreaver. ¡Dañad mipropiedad y tendréis que enfrentaros aél!

El orco volvió a resoplar.─¿Stormreaver? ¡Bah! He oído que

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zon un clan de debilúchoz que ze dejanavazallar por zu brujo.

Garona le dirigió una miradaacerada.

─Lo que yo he oído es que el clanBleeding Hollow no logró apoyar alclan Twilight Hammer en el recienteataque a Stormwind, y que los dosclanes fueron rechazados. He oído quelos humanos os apalearon en una peleajusta. ¿Es eso cierto?

─Ezo no viene al cazo ─dijo el orcodel Bleeding Hollow─. Tenían caballoz.

─Quizá yo pueda… ─dijo Khadgar,tratando de incorporarse.

─¡Al suelo, esclavo! ─gritó Garonaabofeteándolo y lanzándolo hacia

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atrás─. ¡Habla cuando se te hable, noantes!

El cabecilla orco aprovechó laoportunidad para dar un paso adelante,pero tan pronto como Garona huboacabado se giró de nuevo y apuntó conuna daga de hoja larga al vientre delorco. Los otros se apartaron de la peleaque se estaba fraguando.

─¿Me disputas la propiedad?─gruñó Garona, con fuego en los ojos ylos músculos tensos para atravesar laarmadura de cuero con su hoja.

Por unos momentos se hizo elsilencio. El orco del clan BleedingHollow miró a Garona, miró a Khadgary volvió a mirar a Garona. Resopló.

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─¡Primero ve a buzcar algo por loque valga la pena luchar, meztiza!

Y con esto el cabecilla orcoretrocedió. Los otros se relajaron yempezaron a salir del salón en ruinas.

─¿Para qué querrá un ezclavohumano? ─le preguntó uno de sussubordinados mientras salían deledificio.

El jefe orco dijo algo que Khadgarno pudo oír.

─¡Ezo ez azquerozo! ─gritó elsubordinado desde fuera.

Khadgar trató de levantarse, peroGarona le hizo un gesto con la manopara que permaneciera en el suelo. Muya su pesar, Khadgar retrocedió.

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Garona fue hasta la ventana vacía,observó por ella unos instantes y luegovolvió hasta donde estaba Khadgarapoyado contra la pared.

─Creo que se han ido ─dijo porfin─. Temía que volvieran para ajustarlas cuentas. Posiblemente el jefe seadesafiado esta noche por sussubordinados.

Khadgar se tocó el lado inflamadode la cara.

─Estoy bien, gracias por preguntar.─¡Paliducho idiota! ─Garona movió

la cabeza─. Si no te hubiera pegado, elcabecilla orco te habría matado y luegohabría venido por mí por no habertesabido controlar.

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Khadgar dejó escapar un hondosuspiro.

─Lo siento, tienes razón.─Tienes razón en que tengo razón

─dijo Garona─. Te mantuvieron vivo eltiempo justo para que yo llegara porquepensaron que tendrías algo escondido enla posada. Que no serías tan estúpidocomo para estar en mitad de una zona deguerra sin equipo.

─¿Tenías que pegarme tan fuerte?─preguntó Khadgar.

─¿Para convencerlo? Sí. Y no es quelo haya disfrutado. ─Le lanzó ambosconejos─. Aquí tienes. Despelléjalos ypon el agua a hervir. Aún quedan ollas yalgunos tubérculos en la cocina.

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─A pesar de lo que les hayas dicho atus amigos ─dijo Khadgar─, no soy tuesclavo.

Garona soltó una risita.─Por supuesto. Pero yo he cogido el

desayuno. ¡A ti te toca guisarlo!El desayuno consistió en un sabroso

estofado de liebre con patatas sazonadocon especias, que Khadgar habíaencontrado en lo que quedaba del jardínde la cocina, y setas que Garona habíarecogido en el bosque. Khadgarcomprobó las setas para ver si alguna deellas era venenosa. Ninguna lo era.

─Los orcos usan a sus niños comocatadores ─dijo Garona─. Sisobreviven, saben que es bueno para el

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grupo.Se pusieron de nuevo en marcha, en

dirección a Stormwind. De nuevo, losbosques estaban sobrecogedoramentesilenciosos, y todo lo que encontraronfueron restos de la guerra.

En torno a mediodía, volvieron aencontrarse a los orcos del clanBleeding Hollow. Estaban en un amplioclaro alrededor de una atalaya en ruinas,todos bocabajo. Algo grande, pesado yafilado había atravesado por detrás susarmaduras, y a varios les faltaba lacabeza.

Garona se movió rápidamente decuerpo en cuerpo, recuperando equipoútil. Khadgar observaba el horizonte.

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─¿Vas a ayudar? ─le gritó Garona.─Enseguida ─dijo Khadgar─.

Quiero asegurarme de que lo que seaque mató a nuestros amigos no sigue poraquí.

Garona observó el perímetro delclaro, y luego miró al cielo. Arriba nohabía más que unas nubes bajasmoteadas de negro.

─¿Y bien? ─dijo ella─. No oigonada.

─Ni los orcos tampoco, hasta quefue demasiado tarde ─respondióKhadgar uniéndose a ella junto al cuerpodel cabecilla orco─. Les alcanzaron pordetrás, mientras corrían, y fue unatacante más alto que ellos. ─Señaló

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unas huellas de cascos que había en elsuelo. Eran de caballos pesados, conherraduras de hierro─. Caballería.Caballería humana.

Garona asintió.─Así que al menos nos estamos

acercando. Coge lo que puedas.Podemos usar sus raciones; sonespantosas pero nutritivas. Y coge unarma, al menos un cuchillo.

Khadgar miró a Garona.─He estado pensando…Garona se rió.─Me pregunto cuántos desastres

humanos han comenzado por esa frase.─Estamos dentro del alcance de las

patrullas de Stormwind ─dijo

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Khadgar─. No creo que Medivh nos estésiguiendo, al menos directamente. Asíque quizá deberíamos separarnos.

─Ya lo he pensado ─dijo Garonamientras registraba la mochila de uno delos orcos, y sacó primero una capa yluego un paquetito envuelto en tela.Abrió el paquete y extrajo yesca,pedernal y un vial de un líquidoaceitoso─. Un equipo para prenderfuego ─explicó─. Los orcos adoran elfuego, y esto sirve para que las cosasardan rápido.

─Así que crees que deberíamossepararnos ─dijo Khadgar.

─No ─dijo Garona─. Dije que lohabía pensado. El problema es que

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nadie controla esta zona, ni los humanosni los orcos. Podrías avanzar cincuentametros y cruzarte con otra patrulla delclan Bleeding Hollow, y yo podría caeren una emboscada de tus amiguitos de lacaballería. Si los dos estamos juntostendremos más posibilidades desobrevivir. Uno será el esclavo del otro.

─Prisionero ─dijo Khadgar─. Loshumanos no tienen esclavos.

─Sí que los tenéis ─dijo Garona─.Sólo que los llamáis de otra forma. Asíque deberíamos permanecer juntos.

─¿Y eso es todo?─Casi todo ─dijo Garona─. Además

está el pequeño detalle de que llevoalgún tiempo sin informar a Gul’dan.

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Cuando me lo cruce, le explicaré queestuve prisionera en Karazhan, y quedebería haber sido más listo y no habermandado a uno de sus seguidores a unatrampa.

─¿Se lo creerá? ─dijo Khadgar.─No estoy segura de que lo haga

─dijo Garona─. Y ésa es otra razón paraquedarme contigo.

─Podrías comprar mucha influenciacon lo que has descubierto ─dijoKhadgar.

Garona asintió.─Sí, si no me parten la cabeza con

un hacha antes de que pueda decir nada.No, por el momento me arriesgaré conlos paliduchos. Ahora, necesito una

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cosa.─¿Qué?─Necesito reunir los cuerpos, y

apilar arbustos y ramas sobre ellos.Podemos dejar lo que no queramos, perodebemos quemar los cuerpos. Es lomenos que podemos hacer.

Khadgar frunció el ceño.─Si la caballería pesada sigue en la

zona, la columna de humo los atraeráenseguida.

─Lo sé ─dijo Garona recorriendocon la mirada los restos de la patrulla─.Pero debemos hacerlo. Si encontráramossoldados humanos muertos en unaemboscada, ¿no querrías enterrarlos?

Khadgar apretó los labios en una

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expresión sombría, pero no dijo nada.En su lugar, fue a coger al orco queestaba más alejado y lo arrastró hastalos restos de la atalaya. En menos de unahora, habían despojado los cuerpos y leshabían prendido fuego.

─Ahora deberíamos irnos ─dijoKhadgar mientras Garona veía ascenderel humo.

─¿No atraerá esto a los jinetes?─dijo Garona.

─Sí ─dijo Khadgar─. Y tambiénmandará un mensaje; que aquí hay orcos.Orcos que se sienten lo bastante segurospara quemar los cuerpos de suscamaradas. Preferiría tener unaoportunidad para explicarme de cerca

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antes que enfrentarme a un caballo deguerra a la carga, gracias.

Garona asintió, y con las capasrobadas ondeando tras ellos,abandonaron la atalaya en llamas.

Garona había dicho la verdad encuanto a que la versión orca de lasraciones de campaña eran un espantosomejunje de sirope endurecido, frutossecos y lo que Khadgar juraba que erarata hervida. Aun así, les permitíanseguir adelante y avanzaban a buenritmo.

Pasaron dos días y el paisaje seabrió a anchos campos donde ondulabael cereal. No obstante, la tierra estabaigual de desolada, los establos vacíos y

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las casas en ruinas. Encontraron variasmarcas de hogueras de funerales orcos,y un creciente número de sitios donde latierra había sido removida, marcando elfallecimiento de familias y patrullas dehumanos.

De todas formas, avanzaban pegadosa los setos y las vallas siempre quepodían. El terreno más abierto lesfacilitaba ver cualquier tropa, pero losdejaba más expuestos. Se ocultarondentro de una granja casi intactamientras un pequeño ejército orcoavanzaba por las inmediaciones.

Khadgar observó cómo avanzaba lacolumna de unidades. Guerreros, jinetesmontados en grandes lobos y catapultas

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adornadas con imaginativasdecoraciones de calaveras y dragones. Asu lado, Garona veía avanzar laprocesión.

─Idiotas ─dijo.Khadgar le dirigió una mirada

interrogativa.─No pueden ir más expuestos

─explicó ella─. Nosotros podemosverlos, y los paliduchos también. Estapanda no tiene un objetivo,sencillamente están recorriendo elcampo en busca de pelea. En busca deuna muerte honorable en combate.─Meneó la cabeza.

─No tienes muy buena opinión de tugente ─dijo Khadgar.

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─Ahora mismo no tengo muy buenaopinión de ninguna gente. Los orcos mehan desheredado, los humanos mematarán y el único humano en el queconfiaba ha resultado ser un demonio.

─Bueno, estoy yo ─dijo Khadgar,tratando de no parecer ofendido.

Garona hizo una mueca.─Sí, estás tú. Eres humano y confío

en ti. Pero pensé, realmente pensé, queMedivh iba a marcar la diferencia.Poderoso, importante y dispuesto aparlamentar. Sin prejuicios. Pero meengañé a mí misma. No es más que otroloco. Quizá ése sea mi lugar, trabajarpara los locos. Quizá no soy más queotro peón en el juego. ¿Cómo lo llamaba

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Medivh? ¿Los implacables engranajesdel universo?

─Tu papel ─dijo Khadgar─, es elque tú elijas. Medivh también quiso esosiempre.

─¿Crees que estaba cuerdo cuandolo dijo? ─preguntó la semiorca.

Khadgar se encogió de hombros.─Tan cuerdo como podía estar. Creo

que lo estaba, y parece que tú tambiénquieres creerlo.

─Sip ─dijo Garona─. Todo era tansencillo cuando trabajaba para Gul’dan… Sus ojos y oídos. Ahora no sé quiéntiene la razón y quién no. ¿Qué pueblo esmi pueblo? ¿Ambos? Al menos tú notienes que preocuparte por las lealtades

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divididas.Khadgar no dijo nada y volvió la

mirada hacia el crepúsculo. En algúnpunto del horizonte, el ejército orco sehabía encontrado con algo. En el filo delmundo en esa dirección podía verse eltenue fulgor del falso amanecer,marcado por los reflejos de repentinosdestellos en las nubes, y los ecos de lostambores de guerra y de la muerteretumbaban como el trueno distante.

Pasaron dos días. Ahora avanzabanpor ciudades y mercados abandonados.Los edificios estaban más enteros, perotambién desiertos. Había señales dehabitación reciente, tanto por soldadoshumanos como orcos, pero ahora los

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únicos moradores eran fantasmas yrecuerdos.

Khadgar se coló en una tienda queparecía prometedora y, aunque losestantes habían sido vaciados porcompleto, todavía quedaba madera parala chimenea y había patatas y cebollasen un cubo en el sótano. Cualquier cosasería mejor que las raciones de viaje delos orcos.

Khadgar preparó el fuego y Garonase llevó un cubo hasta un pozo cercano.Khadgar pensaba acerca del siguientepaso.

Medivh era un peligro, quizá unpeligro más grande que los orcos. ¿Sepodría razonar con él ahora?

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¿Convencerlo para cerrar el portal? ¿Oera demasiado tarde?

Sólo la información de que había unportal ya era una buena noticia. Si loshumanos podían localizarlo, o inclusocerrarlo, dejarían a los orcos aisladosen este mundo. Les impedirían recibirrefuerzos de Draenor.

Al aprendiz lo sacó de suspensamientos un jaleo afuera. El choquede metal contra metal. Voces humanas,gritando.

─Garona ─susurró Khadgar, y sedirigió hacia la puerta.

Se los encontró junto al pozo. Unapatrulla de unos diez soldados deinfantería, vestidos con la librea azul de

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Azeroth y las espadas desenvainadas.Uno de ellos se agarraba un brazo que lesangraba, pero otra pareja retenía aGarona, cogiéndola uno por cada brazo.Su daga de hoja larga estaba en el suelo.Mientras Khadgar torcía la esquina, elsargento la abofeteaba con un guanteletede cota de mallas.

─¿Dónde están los demás? ─gruñó.De la boca de la semiorca salía unhilillo de sangre morada negruzca.

─¡Dejadla en paz! ─gritó Khadgar.Sin pensar, atrajo las energías hacia sumente y lanzó un rápido conjuro.

Una luz brillante brotó de la cabezade Garona, un sol en miniatura que cogiódesprevenidos a los humanos. Los dos

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infantes que la tenían la soltaron, y lamujer cayó al suelo. El sargento levantóla mano para protegerse los ojos, y elresto de la patrulla quedó lo bastantesorprendido como para que Khadgarestuviera entre ellos y junto a Garona encuestión de segundos.

─M’sorpr’dieron ─murmuró Garonaa través de un labio roto─. Deja querecupere el aliento.

─Quédate en el suelo ─le dijoKhadgar en voz baja─. ¿Está usted acargo de esta chusma? ─le ladró alsargento que aún parpadeaba.

La mayoría de los infantes ya sehabía recuperado, y tenían las espadasdispuestas. Los dos que estaban cerca de

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Garona habían retrocedido un paso, perola observaban a ella, no a Khadgar.

─¿Quién eres para interferir con elejército? ─escupió el sargento─.¡Sacadlo de aquí, chicos!

─¡Alto! ─avisó Khadgar, y lossoldados, que ya habían experimentadosus conjuros una vez, sólo avanzaron unpaso─. Soy Khadgar, aprendiz delMagus Medivh, amigo y aliado devuestro rey Llane. Tengo asuntos quetratar con él. Conducidnos enseguida aStormwind.

El sargento se carcajeó.─Seguro que sí, y yo soy Lord

Lothar. Medivh no tiene aprendices.Incluso yo lo sé. ¿Y quién es tu cariñito

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aquí presente?─Es… ─Khadgar dudó unos

instantes─. Mi prisionera. La llevo aStormwind para interrogarla.

─Vaya ─gruñó el sargento─. Puesmira, chico, hemos encontrado a tuprisionera aquí fuera, armada, y tú noestabas a la vista. Diría que tuprisionera se escapó. Qué pena que laorca prefiriera morir a rendirse.

─¡No la toquéis! ─dijo Khadgarlevantando la mano. El fuego danzóentre sus dedos doblados.

─Estás tonteando con tu propiamuerte ─gruñó el sargento. En ladistancia, Khadgar pudo oír las pesadaspisadas de caballos. Refuerzos. Pero

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¿estarían más dispuestos a escuchar auna semiorca y a un mago que estapanda?

─Comete usted un grave error, señor─dijo Khadgar, manteniendo la vozserena.

─Mantente fuera de esto, chico ─leordenó el sargento─. Coged a la orca.¡Matadla si se resiste!

Los infantes dieron otro paso alfrente, y los que estaban más cerca deGarona se agacharon para volver aagarrarla. Ella intentó escurrirse y unola pateó con una pesada bota.

Khadgar contuvo las lágrimas ylanzó el conjuro contra el sargento. Unabola de fuego lo golpeó en una rodilla.

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El sargento aulló y cayó al suelo.─Ahora parad esto ─siseó Khadgar.─¡Matadlos! ─gritó el sargento con

los ojos desencajados de dolor─.¡Matadlos a los dos!

─¡Alto! ─llegó otra voz más grave yprofunda, amortiguada por un granyelmo. Los jinetes habían llegado a laplaza del pueblo. Eran unos veinte, y aKhadgar se le vino el alma a los pies.Eran más de los que podía encargarseGarona. Su líder iba ataviado con unaarmadura completa y una celada.Khadgar no podía verle el rostro.

El joven aprendiz se adelantó a todaprisa.

─Señor ─dijo─. Detened a esos

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hombres. Soy el aprendiz del MagusMedivh.

─Sé quien eres ─dijo elcomandante─. ¡Deponed las armas!─ordenó─. ¡Mantened vigilada a la orcapero soltadla!

Khadgar tragó saliva.─Tengo una prisionera e información

importante para el rey Llane. ¡Necesitover a Lord Lothar enseguida!

El comandante se levantó el visor dela celada.

─Y lo verás, chaval ─dijo Lothar─.Y lo verás.

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L

CAPÍTULOQUINCE

Bajo Karazhan

a discusión en el castillo deStormwind no había ido bien, y

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ahora se encontraban volando encírculos a lomos de un grifo alrededorde la torre de Medivh. Bajo ellos, a laluz del crepúsculo, Karazhan se erguíagrande y vacía. No brillaban luces enninguna de sus ventanas, y elobservatorio que había en la partesuperior de la estructura estaba oscuro.Bajo el cielo sin luna, incluso lospálidos sillares de la torre tenían unaspecto oscuro y siniestro.

La tarde anterior había habido unaacalorada discusión en la Cámara delConsejo real. Khadgar y Garonaestuvieron allí, aunque a la semiorca sele pidió que entregara su cuchillo a LordLothar en presencia de su majestad. El

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Campeón Real también estaba allí, y unapandilla de consejeros y cortesanosrondando al rey Llane. Khadgar no pudodetectar ningún mago en el grupo, ysupuso que los que hubieran sobrevividoa la cacería de Medivh estarían en elcampo de batalla u ocultos por suseguridad.

Por lo que respectaba al rey, eljoven de las primeras visiones habíacrecido. Tenía los hombros anchos y losrasgos afilados de su juventud, que sóloahora empezaban a rendirse ante lamadurez. De todos los presentes élresplandecía, y su túnica azul destacabasobre todos los demás. Tenía un casco aun lado de su asiento, un gran yelmo con

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alas blancas, como si esperase serllamado al combate en cualquiermomento.

Khadgar se preguntó si esa llamadano sería exactamente lo que Llanedeseaba, recordando al decidido jovende la visión de los trolls. Unenfrentamiento directo en un campoabierto y equilibrado, y sin que eltriunfo de sus tropas estuviese en ningúnmomento en duda. Se preguntó cuánta deesta seguridad provenía de su fe en laayuda del Magus. De hecho, parecía queuna cosa condujese naturalmente a laotra; que el Magus siempre apoyaría aStormwind, y Stormwind siempreresistiría como resultado del apoyo del

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Magus.Los curanderos habían atendido el

labio roto de Garona, pero no habíanpodido hacer nada por su carácter.Varias veces Khadgar había hecho unamueca mientras ella describía de maneraterminante la opinión de los orcosacerca de la cordura del mago, de lospaliduchos en general y de las tropas deLlane en particular.

─Los orcos son implacables ─dijoella─. Y nunca se dan por vencidos.Volverán.

─No llegaron a menos de un tiro dearco de las murallas ─le contestó Llane.En opinión de Khadgar, su majestadparecía más divertido que alarmado por

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la actitud directa de Garona y susbrutalmente francas advertencias.

─No llegaron a menos de un tiro dearco de las murallas ─repitióGarona─… esta vez. La próxima lolograrán. Y la siguiente escalarán lasmurallas. No creo que os toméis a losorcos lo suficientemente en serio, sire.

─Te aseguro que me tomo esto muyen serio ─dijo Llane─. Pero también soyconsciente de la fuerza de Stormwind.De sus murallas, de sus ejércitos, de susaliados y de su corazón. Quizá si túpudieras verlo, también tendrías menosconfianza en el poder de los orcos.

Llane se mostró igual de firme por loque respectaba al Magus. Khadgar lo

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expuso todo frente al Consejo Real, conconfirmaciones y añadidos de Garona.Las visiones del pasado, elcomportamiento errático, las visionesque no eran visiones sino verdaderasdemostraciones de la presencia deSargeras en Karazhan. De laculpabilidad de Medivh en el presenteataque contra Azeroth.

─Si me dieran una moneda de platapor cada hombre que me ha dicho queMedivh está loco, sería más rico de loque soy ahora ─dijo Llane─. Tiene unplan, joven señor. Es tan simple comoeso. Más veces de las que puedorecordar ha salido en alguna locamisión, y Lothar aquí presente casi se ha

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arrancado la barba de la preocupación.Y en cada ocasión ha demostrado tenerrazón. ¿Acaso la última vez que estuvoaquí no tuvo que cazar un demonio y lotrajo en pocas horas? No creo quedecapitar a uno de los suyos sea el actode un poseído.

─Pero podría ser el acto de alguienque tratara de ocultar su culpabilidad─terció Garona─. Nadie le vio matar aese demonio en el corazón de vuestraciudad. ¿No podría haberlo invocado,matado y presentado como elresponsable?

─Suposiciones ─gruñó el rey─. No.Con todo mi respeto para ambos. Noniego que vierais lo que visteis. Ni

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siquiera esas «visiones» del pasado.Pero creo que el Magus es astuto comoun zorro, y todo esto es parte de algúnplan suyo de gran envergadura. Siemprehabla de planes más grandes y ciclosmás grandes.

─Con todo el debido respeto ─dijoKhadgar─. Puede que el Magus tenga unplan de mayor envergadura, pero lapregunta es: ¿qué papel ocupan Azerothy Stormwind en ese plan?

Así pasó la mayor parte de la tarde.El rey Llane se mantuvo firme en todoslos puntos: que Azeroth, con la ayuda desus aliados, podía destruir a las hordasorcas o expulsarlas de vuelta a sumundo; que Medivh estaba trabajando en

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algún plan que nadie más podíacomprender y que Stormwind podíaresistir cualquier asalto «mientrashubiera hombres de corazón firme en susmurallas y en su trono».

Por su parte Lothar estuvo casi todoel tiempo en silencio, que sólo rompiópara hacer alguna pregunta relevante,para luego negar con la cabeza cuandoKhadgar o Garona le daban unarespuesta sincera. Finalmente, habló.

─¡Llane, no dejes que tu seguridad teciegue! ─dijo─. Si no podemos contarcon el Magus Medivh como aliadoquedamos debilitados. Si no nostomamos en serio la capacidad de losorcos, estamos perdidos. ¡Escucha lo

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que dicen!─Estoy escuchando ─dijo el rey─.

Pero no oigo sólo con mi cabeza sinotambién con mi corazón. Pasamosmuchos años junto al joven Medivh,antes y después de su largo sueño. Él seacuerda de sus amigos. Y estoy segurode que una vez revele lo que tiene enmente incluso tú apreciarás lo buenamigo que es el Magus.

Por fin el rey se levantó y losdespidió a todos, prometiendo tomar eltema en cuenta en su justa medida.Garona protestaba por lo bajo, y Lotharles dio habitaciones sin ventanas y conguardias en la puerta, por si acaso.

Khadgar intentó dormir, pero la

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frustración lo tuvo recorriendo lahabitación de arriba a abajo durante lamayor parte de la noche. Finalmente,cuando el cansancio ya lo había hechocaer, aporrearon su puerta.

Era Lothar, con la armaduracompleta y un uniforme colgado delbrazo.

─Tienes el sueño pesado, ¿eh?─dijo, entregándole la librea con unasonrisa─. Ponte esto y reúnete connosotros en la cima de la torre dentro dequince minutos. Y apresúrate, chaval.

Khadgar se puso a duras penas laindumentaria, que incluía unospantalones, unas pesadas botas, unalibrea azul blasonada con el león de

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Azeroth, y una espada de hoja pesada.Se pensó dos veces lo de la espada,pero se la colgó a la espalda. Podría serútil.

No había menos de seis grifosagrupados en la torre, moviendoagitados sus grandes alas. Lothar estabaallí, y también Garona. Ella iba vestidade forma parecida a Khadgar, con untabardo azul blasonado con el león deAzeroth y una pesada espada.

─No digas ni una palabra ─le gruñóella.

─Tienes muy buen aspecto ─dijoKhadgar─. Va a juego con tus ojos.

Garona resopló.─Lothar dijo lo mismo. Trató de

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convencerme diciendo que tú también lollevarías. Y que quería asegurarse deque ninguno de los demás me dispararacreyendo que era alguien más.

─¿Los demás? ─preguntó Khadgar, ymiró a su alrededor. A la luz de lamañana estaba claro que había otrosgrupos de grifos en otras torres. Unosseis, incluyendo los suyos, y sus alasadquirían una tonalidad rosada con elsol naciente. No sabía que hubiera tantosgrifos entrenados en el mundo, y muchomenos en Stormwind. Lothar tenía quehaber ido a hablar con los enanos. Elaire era frío y cortante como unacuchillada.

Lothar se les acercó

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apresuradamente, y ajustó la espada deKhadgar para que pudiera montar en elgrifo con ella.

─Su majestad ─se quejó Lothar─tiene una fe inamovible en la fuerza dela gente de Azeroth y en el grosor de lasmurallas de Stormwind. No viene malque también tenga buena gente que seocupe de las cosas cuando él seequivoca.

─Como nosotros ─dijo Khadgarsombrío.

─Como nosotros ─repitió Lothar.Miró severamente al joven─. Tepregunté cómo era, ¿recuerdas?

─Sí ─dijo Khadgar─. Y os dije laverdad, o al menos tanto de ella como

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entendí necesario. Y sentía lealtad haciaél.

─Lo comprendo ─afirmó Lothar─.Yo también siento lealtad hacia él.Quiero asegurarme de que lo que diceses cierto. Pero también quiero que seascapaz de hacer lo que sea necesario, sitenemos que hacerlo.

Khadgar asintió.─Me creéis, ¿no?Lothar asintió lúgubremente.─Hace mucho, cuando tenía tu edad,

estaba cuidando de Medivh. Entoncespermanecía en coma, ese largo sueñoque lo privó de gran parte de sujuventud. Pensaba que había sido unsueño, pero juraría que había otro

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hombre frente a mí, también observandoal Magus. Parecía estar hecho dehojalata bruñida, y tenía grandes cuernosen la frente y una barba de llamas.

─Sargeras ─dijo Khadgar.Lothar respiró hondo.─Pensé que me había dormido, que

era un sueño, que no podía ser lo quepensé que era. Ya ves, yo también sentíalealtad hacia él. Pero nunca olvidé loque vi. Y a medida que pasaban los añosme fui dando cuenta de que había vistoun trozo de la verdad, y que se podíallegar a esto. Quizá todavía podamossalvar a Medivh, pero podríamosdescubrir que la oscuridad estádemasiado enraizada. Entonces

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tendremos que hacer algo rápido,horrible y absolutamente necesario. Lapregunta es: ¿estás dispuesto?

Khadgar pensó durante un momento,y luego asintió. Tenía un nudo en elestómago. Lothar levantó la mano. A suseñal, los otros grupos de grifosemprendieron el vuelo, poniéndose enmarcha a medida que los primeros rayosdel sol salían por el horizonte oriental;la luz del nuevo día se reflejó en susalas y las volvió doradas.

El nudo en el estómago de Khadgarno se desató en el largo vuelo hastaKarazhan. Garona montaba tras él, peroninguno de ellos habló mientras la tierrapasaba bajo sus alas.

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El paisaje había cambiado bajoellos. Los grandes campos eran pocomás que desechos ennegrecidos,salpicados por los restos de estructurasderribadas. Los bosques habían sidotalados para alimentar la maquinaria deguerra, creando enormes cicatrices en elpaisaje. Agujeros abiertos parecíanbostezar en el suelo, donde la tierrahabía sido herida y despojada paraalcanzar los metales que había bajo ella.A lo largo del horizonte se alzabancolumnas de humo, aunque Khadgar nopodía decir si provenían de campos debatalla o de fraguas. Volaron todo el díay ya el sol se ocultaba en el horizonte.

Karazhan se alzaba como una

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sombra de azabache en el centro de sucráter, absorbiendo los últimosmortecinos rayos de sol sin devolvernada. Ninguna luz brillaba en la torre nien ninguna de sus huecas ventanas. Lasantorchas que ardían sin consumir sufuente habían sido apagadas. Khadgar sepreguntó si Medivh habría huido.

Lothar hizo descender a su grifo yKhadgar lo siguió, aterrizandorápidamente y bajando de lomos de labestia alada. Tan pronto como tocó elsuelo, el grifo se elevó súbitamente,emitiendo un chillido y dirigiéndose alnorte.

El campeón de Azeroth ya estaba enlas escaleras, con los enormes hombros

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en tensión, su recia osamentamoviéndose con la silenciosa y ágilgracilidad de un gato y la espadadesenvainada. Garona también seescabulló hacia delante, metiendo lamano en el tabardo y sacando su daga dehoja larga. La pesada hoja deStormwind golpeaba contra la cadera deKhadgar, quien se sentía como una torpecriatura de piedra comparado con losotros dos. Tras él aterrizaron más grifos,descargando a sus guerreros.

El parapeto del observatorio estabavacío, y el nivel superior del estudio delarchimago desierto pero no vacío.Todavía quedaban herramientasdesperdigadas, y los restos aplastados

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del aparato de oro, un astrolabio,estaban sobre la estantería. Así que, sihabía abandonado la torre, lo habíahecho rápido.

O quizá no la había abandonado.Se encendieron antorchas y el grupo

bajó la miríada de escaleras encabezadopor Lothar, Garona y Khadgar. Una vezesas paredes habían sido familiares,habían sido un hogar y las muchasescaleras un desafío diario. Ahora, lasantorchas montadas en las paredes, consu llama fría e inmóvil, habían sidoapagadas, y las temblorosas teas de losvisitantes proyectaban una plétora desombras armadas contra las paredes,dando a las estancias un aspecto

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extraño, casi de pesadilla. Las mismasparedes parecían amenazadoras, yKhadgar esperaba que cualquier puerta aoscuras ocultara una emboscadamortífera.

No había nada. Los pasillos estabanvacíos, los salones de banquetesdesnudos, las salas de reuniones tandesprovistas de vida y de mobiliariocomo siempre. Las habitaciones de loshuéspedes seguían amuebladas perodesocupadas. Khadgar revisó su propiahabitación; no había cambiado nada.

Ahora la luz de las antorchasproyectaba extrañas sombras en lasparedes de la biblioteca, retorciendo losmarcos de hierro y convirtiendo las

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estanterías en murallas. Los librosestaban intactos, e incluso las notas másrecientes de Khadgar se hallaban sobrela mesa. ¿Tan poco le importaba labiblioteca a Medivh que no habíacogido ninguno de sus libros?

Unos jirones de papel llamaron laatención de Khadgar, y cruzó hasta laestantería que contenía la poesía épica.Esto era nuevo. Fragmentos de unpergamino destrozado y desgarrado.Khadgar cogió un trozo grande, leyóalgunas palabras y asintió.

─¿Qué es? ─preguntó Lothar, queparecía esperar que los libros cobraranvida y atacasen en cualquier momento.

─«La Canción de Aegwynn» ─dijo

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Khadgar─. Un poema épico acerca de sumadre.

Lothar gruñó indicando que locomprendía, pero Khadgar se hacíapreguntas. Medivh había estado allídespués de que ellos se fueran. ¿Y sólopara destruir el pergamino? ¿Por el malrecuerdo de su enfrentamiento con sumadre? ¿Para vengarse de la decisivaderrota de Sargeras contra Aegwynn?¿O acaso el acto de destruir elpergamino, la clave usada por losGuardianes de Tirisfal, simbolizaba surenuncia y su traición al grupo?

Khadgar se arriesgó a un conjurosencillo, uno empleado para detectarpresencias mágicas, pero no logró nada

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más que la respuesta normal cuando seestá rodeado de libros mágicos. SiMedivh había lanzado algún conjuroaquí, había enmascarado su presencia lobastante bien como para superarcualquier cosa de la que Khadgar fueracapaz.

Lothar se dio cuenta de que el jovenmago trazaba símbolos en el aire.

─Más vale que guardes tus fuerzaspara cuando nos lo encontremos ─ledijo al acabar.

Khadgar negó con la cabeza y sepreguntó si encontrarían al Magus.

Pero en vez de a éste encontraron aMoroes, en la planta baja junto a laentrada de la cocina y la despensa. Su

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forma caída estaba tirada en el pasillo,abierta de pies y manos, y había un arcoiris de sangre en el suelo a su lado.Tenía los ojos abiertos como platos,pero el rostro estaba sorprendentementesereno. Ni siquiera la muerte parecíahaber tomado por sorpresa al senescal.

Garona lo esquivó para entrar en lacocina, y volvió un momento después.Su rostro se había vuelto de unatonalidad más clara de verde, y leentregó algo a Khadgar para que loviera.

Unas gafas de color rosa, aplastadas.Cocinas. Khadgar asintió.

Los cuerpos hicieron que las tropasse pusieran más alerta; fueron hacia la

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gran entrada abovedada y salieron alpatio. No había habido ni rastro deMedivh, y sólo algunas pistas rotas desu paso.

─¿Podría tener otra guarida?─preguntó Lothar─. ¿Otro lugar dondeesconderse?

─Se iba a menudo ─dijo Khadgar─.A veces estaba fuera durante días, yvolvía sin avisar.

Algo se movió por el balcón quedominaba la entrada principal, no másque un temblor en el aire. Khadgar dioun respingo y miró al sitio, pero parecíanormal.

─Quizá se ha ido con los orcos, paraliderarlos ─sugirió el Campeón.

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Garona negó con la cabeza.─Nunca aceptarían un líder humano.─¡No ha podido desvanecerse en el

aire! ─tronó Lothar─. ¡A formar! ¡Vamosa volver!

Garona ignoró al Campeón.─No se ha desvanecido ─dijo─.

Volvamos a la torre. ─Apartó a lossoldados como un bote atravesando lamar picada. Desapareció una vez másentre las fauces abiertas de la torre.Lothar miró a Khadgar, que se encogióde hombros y siguió a la semiorca.

Moroes no se había movido, y susangre estaba derramada en el sueloformando un cuarto de círculo que sealejaba de la pared. Garona tocó esa

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pared, como si tratara de sentir algo enella. Frunció el ceño, maldijo y golpeóel muro, que dio una respuesta muyfirme.

─Debería estar aquí ─dijo ella.─¿Qué debería estar? ─preguntó

Khadgar.─Una puerta ─dijo la semiorca.─Aquí nunca ha habido ninguna

puerta ─dijo Khadgar.─Probablemente siempre haya

habido una puerta ─insistió Garona─.Sólo que nunca la has visto. Mira.Moroes murió aquí. ─Dio un pisotóncon el pie junto a la pared─. Y luego sucuerpo fue desplazado, creando estamancha de sangre con forma de cuarto

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de círculo, hasta donde lo hemosencontrado.

Lothar gruñó y asintió, y tambiénempezó a pasar las manos por la pared.

Khadgar miró el muro aparentementedesnudo. Había pasado junto a él cincoo seis veces al día. Al otro lado nodebería haber más que arena y piedra. Yaun así…

─Apartaos ─dijo el joven mago─.Dejadme probar algo.

El Campeón y la semiorcaretrocedieron, y Khadgar reunió lasenergías para un conjuro. Lo habíausado antes, en puertas reales y en libroscerrados con llave, pero ésta era laprimera vez que intentaba usarlo sobre

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una puerta que no podía ver. Trató devisualizar la abertura, de deducir sutamaño a partir de cómo había movidoel cuerpo de Moroes, dónde estarían lasbisagras, dónde estaría el marco y, si élquisiera mantenerla segura, dóndecolocaría las cerraduras.

Visualizó su objetivo y lanzó unpoco de magia contra su marco invisiblepara abrir esas cerraduras ocultas. Casisorprendentemente, la pared se movió yapareció una grieta en un lado. Nomucho, pero sí lo bastante para definirel contorno de una puerta que no habíaestado allí un instante antes.

─Usad las espadas y abridla ─gruñóLothar, y el escuadrón se lanzó hacia

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delante. La losa de piedra resistió susintentos por unos instantes, hasta quealgún mecanismo interno saltóruidosamente y la hoja se abrió haciafuera, rozando el cuerpo de Moroes alhacerlo y mostrando una escalera quedescendía hacia las profundidades.

─No se ha desvanecido en el aire─dijo Garona lúgubremente─. Se haquedado aquí, pero ha ido a un lugar quenadie más conocía.

Khadgar miró la forma caída deMoroes.

─Casi nadie, pero me pregunto quémás tiene oculto.

Bajaron por las escaleras y unasensación creció dentro de Khadgar.

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Mientras que los pisos superiorestransmitían una sensación espeluznantede abandono, las profundidadesinferiores de la torre tenían un aurapapable de amenaza inmediata y malospresagios. Las paredes y el suelotoscamente labrados estaban húmedos, ya la luz de las antorchas parecíanondular como carne viva.

A Khadgar le llevó un momentodarse cuenta de que las escalerasseguían descendiendo pero en ladirección opuesta a las de la torre dearriba, como si este descenso fuera unespejo de la subida.

De hecho, donde en la torre deberíahaber una sala de reuniones vacía, aquí

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había una mazmorra engalanada congrilletes desocupados. Donde en lasuperficie había un salón para banquetesen desuso, había una habitación llena debasura y marcada con círculos místicos.El aire tenía una sensación pesada yopresiva, igual que en la torre deStormwind donde habían sidoasesinados Huglar y Hugarin. Aquí eradonde se había sido invocado eldemonio que los había atacado.

Cuando llegaron al nivel que secorrespondía con la biblioteca, seencontraron con una serie de puertasreforzadas con hierro. Las escalerasseguían adentrándose en la tierra enespiral, pero la compañía se detuvo

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aquí, contemplando los símbolosmísticos tallados profundamente en lamadera y humedecidos con sangre casimarrón. Parecía como si la propiamadera estuviera sangrando. Dosenormes anillos de hierro colgaban delas puertas heridas.

─Esto sería la biblioteca ─dijoKhadgar.

Lothar asintió. Él también habíanotado las similitudes entre la torre yesta madriguera.

─Veamos qué guarda aquí, si todoslos libros los tiene arriba.

─Su estudio está en la cima de latorre ─dijo Garona─, con suobservatorio; así que si está aquí

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debería estar en el mismo fondo.Deberíamos seguir avanzando.

Pero era demasiado tarde. CuandoKhadgar tocaba las puertas reforzadascon hierro, saltó una chispa de la palmade su mano, una señal, una trampamágica. Tuvo tiempo de maldecircuando las puertas se abrieronbruscamente hacia la oscuridad de labiblioteca.

Una perrera. Sargeras no necesitabael conocimiento, así que había dejado lahabitación para sus mascotas. Lascriaturas vivían en una oscuridad de supropia fabricación, y un humo acre flotóhacia el pasillo.

Había ojos en su interior. Ojos y

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fauces flamígeras, y cuerpos hechos defuego y sombra. Avanzaron acechantes,gruñendo.

Khadgar trazó unas runas en el aire,reuniendo las energías en su mente paracerrar la puerta mientras los soldadosluchaban con los grandes anillos dehierro. Ni la magia ni el músculolograron mover las hojas.

Las bestias emitieron una risa ásperay cortante y se agazaparon para saltar.

Khadgar levantó las manos paralanzar otro conjuro pero Lothar se lashizo bajar con un golpe.

─Esto es para que desperdicies tutiempo y tus energías ─dijo Lothar─. Espara retrasarnos. Id abajo y encontrad a

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Medivh.─Pero son… ─empezó a decir

Khadgar, y la bestia demoníaca queestaba más adelantada saltó contra ellos.

Lothar dio dos pasos al frente ylevantó la espada para encontrarse conla bestia. Mientras alzaba la espada, lasrunas que había talladas profundamenteen el metal resplandecieron con unabrillante luz amarilla. Durante mediosegundo, Khadgar vio miedo en los ojosdel ser demoníaco.

Y entonces el arco del tajo de Lotharse cruzó con la trayectoria de la criaturay la hoja se clavó profundamente en lacarne. El acero de Lothar salió por laespalda del animal, y casi cortó por la

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mitad la parte delantera de su torso. Labestia sólo tuvo un momento para gemirde dolor mientras la hoja avanzaba hastallegarle a la cabeza, completando elarco. Los restos ardientes del demonio,llorando fuego y sangrando sombra,cayeron a los pies de Lothar.

─¡Id! ─tronó el campeón─. Nosotrosnos encargaremos de esto y luego osalcanzaremos.

Garona agarró a Khadgar y loarrastró escaleras abajo. Tras ellos, lossoldados también habían desenvainadosus espadas y las runas danzaban enbrillantes llamas mientras bebían de lassombras. El joven mago y la semiorcatorcieron por la escalera, y tras ellos

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oyeron los gritos de los moribundos,provenientes tanto de gargantas humanascomo inhumanas.

Siguieron descendiendo en espiralhacia la oscuridad. Garona llevaba unaantorcha en una mano y la daga en laotra. Ahora Khadgar se dio cuenta deque las paredes brillaban con su propiafosforescencia, un tono rojizo como elde algunas setas nocturnas de lasprofundidades del bosque. También ibahaciendo más calor, y el sudor leperlaba la frente.

Cuando llegaron a uno de loscomedores, a Khadgar se le revolvió derepente el estómago y se encontraron enotro sitio. Cayó súbitamente sobre ellos,

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como el frente de una tormentaveraniega.

Se hallaban en la cima de una de lastorres más altas de Stormwind, y a sualrededor la ciudad estaba en llamas.Por todos lados se elevaban columnasde humo que formaban una manta negraque atrapaba al sol. Un manto similar denegrura rodeaba las murallas de laciudad, pero éste estaba compuesto portropas orcas. Desde su punto de vistaKhadgar y Garona podían ver losejércitos extenderse como abejas por elverde cadáver que una vez había sido latierra de labor de Stormwind. Ahorasólo había torres de asedio e infanteríaorca, y los colores de sus estandartes

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formaban un arco iris repulsivo.Los bosques también habían

desaparecido, transformados encatapultas que ahora hacían llover fuegosobre la misma fortaleza. La mayor partede la ciudad baja ardía y, mientrasKhadgar observaba, se derrumbó unasección de la muralla exterior, ypequeños muñecos vestidos de verde yazul lucharon entre los escombros.

─¿Cómo hemos llegado…?─empezó Garona.

─Una visión ─dijo Khadgarsecamente, pero dudaba si esto era unacontecimiento fortuito de la torre u otraacción dilatoria del Magus.

─Se lo dije al rey. Se lo dije, pero

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no quiso escuchar ─murmuraba ella──.¿Entonces esto es una visión del futuro?─preguntó a Khadgar─. ¿Cómo salimosde ella?

El joven mago negó con la cabeza.─No podemos, al menos de

momento. En el pasado iban y venían. Aveces una conmoción fuerte las rompe.

Una bola de material ardiendo, elproyectil ígneo de una catapulta, pasó aun tiro de arco de la torre. Khadgar pudosentir el calor cuando cayó al suelo.Garona miró a su alrededor.

─Al menos son sólo ejércitos orcos─dijo sombría.

─¿Y eso son buenas noticias?─preguntó Khadgar, al que le picaban

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los ojos por una columna de humo que elviento había llevado contra la torre.

─No hay demonios con ellos ─lehizo notar la semiorca─. Si Medivhestuviera con sus ejércitos veríamosalgo mucho peor. Quizá lo convencimospara que ayudara.

─Tampoco veo a Medivh entrenuestras tropas ─dijo Khadgarolvidando con quién hablaba por elmomento─. ¿Habrá muerto? ¿Habráhuido?

─¿Cuánto nos hemos adelantado enel futuro? ─preguntó Garona.

Tras ellos se elevaron unas vocesque discutían. La pareja se dio la vueltaen el balcón y vieron que estaban fuera

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de una de las cámaras de audiencias,que ahora había sido convertida en uncentro de coordinación contra el asalto.En una mesa habían dispuesto unapequeña maqueta de la ciudad, y porella había dispersos soldaditos dejuguete con forma de hombres y orcos.Había un constante trasiego de informesmientras el rey Llane y sus consejerospermanecían inclinados sobre la mesa.

─¡Brecha en la muralla del Distritode los Mercaderes!

─¡Más fuegos en la ciudad baja!─¡Se está reuniendo una gran fuerza

frente a la puerta principal! ¡Parecenmagos!

Khadgar se apercibió de que ninguno

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de los cortesanos de antes estabapresente. Habían sido sustituidos porhombres de gesto torvo ataviados conuniformes militares similares a lossuyos, No había rastro de Lotharalrededor de la mesa, y Khadgar tuvo laesperanza de que estuviera en primeralínea, llevando la batalla al enemigo.

Llane se movía con serenidad, comosi la ciudad fuera asaltada a diario.

─Traed la cuarta y la quintacompañías para reforzar la brecha. Quela milicia organice brigadas deincendios con cubos; que cojan el aguade los baños públicos. Y mandad dosescuadrones de lanceros a la puertaprincipal. Cuando los orcos estén a

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punto de atacar, que hagan una salida.Eso romperá el asalto. Traed dos magosde la calle de los orfebres. ¿Hanacabado allí?

─Ese asalto ha sido rechazado─llegó el informe─. Los magos estánexhaustos.

─Que descansen entonces ─asintióLlane─. Tienen una hora. En vez deellos, traed magos jóvenes de laacademia. Enviad el doble perodecidles que tengan cuidado.Comandante Borton, quiero sus fuerzasen la Muralla Este. Ahí es donde yoatacaría ahora si fuera ellos.

Llane encargó una misión a cadacomandante, de uno en uno. No hubo

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protestas, discusiones ni sugerencias.Cada guerrero asintió cuando le llegó elturno y se fue. Al final sólo quedaron elrey Llane y su pequeña maqueta de unaciudad que ahora ardía al otro lado desu ventana.

El rey se inclinó hacia delante ydescansó los nudillos en la mesa. Surostro tenía un aspecto ajado y viejo.Levantó la vista.

─Ahora puedes presentar tu informe─le dijo al aire vacío.

Las cortinas del fondo sisearoncontra el suelo cuando Garona salió dedetrás. La semiorca que había junto aKhadgar dejó escapar un jadeo desorpresa.

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La Garona del futuro iba vestida consus habituales pantalones negros y lablusa de seda negra, pero llevaba unacapa marcada con la cabeza de león deAzeroth. Tenía una mirada feroz. LaGarona del presente se aferró al brazode Khadgar, y este pudo sentir sus uñasclavándosele en el brazo.

─Malas noticias, sire ─dijo Garona,acercándose al lado de la mesa dondeestaba el rey─. Los diversos clanes sehan unido para este asalto, unificadosbajo Blackhand el Destructor. Ningunode ellos traicionará a los demás hastaque Stormwind haya caído. Gul’dantraerá sus brujos al anochecer. Hastaentonces, el clan Blackrock intentará

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apoderarse de la Muralla Este.─Khadgar oyó un temblor en la voz dela semiorca.

Llane emitió un hondo suspiro.─Esperado y neutralizado ─dijo─.

Rechazaremos éste igual que los demás.Y aguantaremos hasta que lleguen losrefuerzos. Mientras haya hombres decorazón firme en las murallas y el trono,Stormwind resistirá.

La Garona del futuro asintió, yKhadgar pudo ver que se estabanacumulando grandes lágrimas en susojos.

─Los líderes orcos están de acuerdocon esa evaluación ─dijo, y metió lamano en su blusa negra.

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Khadgar y la Garona de verdadgritaron como uno solo cuando laGarona del futuro sacó su daga de hojalarga y la clavó con un movimiento deabajo arriba en el lado izquierdo delpecho del monarca. Se movió con unarapidez y una agilidad que dejaron al reyLlane con una expresión sorprendida enel rostro. Sus ojos estaban abiertoscomo platos, y por un momento se quedócolgado allí, suspendido por la hoja.

─Los líderes orcos están de acuerdocon esa evaluación ─volvió a decir, ylas lágrimas corrían por las mejillas desu ancho rostro─. Y han reclutado a unasesino para que elimine ese corazónfirme que hay sobre el trono. Alguien a

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quien dejaríais acercarse. Alguien conquien os encontraríais a solas.

Llane, Rey de Azeroth, Señor deStormwind, aliado de magos yguerreros, cayó al suelo.

─Lo siento ─dijo Garona.─¡No! ─gritó Garona, la Garona del

presente, mientras ella misma caía alsuelo. De repente estaban de vuelta en elfalso comedor. El colapso de Stormwindhabía desaparecido, y el cadáver del reycon él. Las lágrimas de la semiorcapermanecieron, ahora en los ojos de laGarona real.

─Voy a matarlo ─dijo en voz baja─.Voy a matarlo. Me trató bien y meescuchó cuando hablé, y voy a matarlo.

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No…Khadgar se arrodilló a su lado.─Está bien. Puede no ser cierto.

Puede que no pase. Es una visión.─Es cierto ─dijo ella─. Lo vi y supe

que era cierto.Khadgar se quedó callado por un

momento, reviviendo su propia visióndel futuro, combatiendo a la gente deGarona bajo un cielo rojo. Lo vio y supoque también era cierto.

─Tenemos que seguir ─dijo, peroGarona negó con la cabeza.

─Después de todo esto, pensé quehabía encontrado un sitio mejor que losorcos. Pero ahora sé que voy adestruirlo todo.

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Khadgar miró arriba y abajo por lasescaleras. No tenía ni idea de cómo lesiba a los hombres de Lothar con losdemonios, ni tampoco de lo que había enla base de la torre subterránea.

Su rostro se puso serio y respiróhondo.

Y le propinó a la mujer una fuertebofetada en el rostro.

Su propia mano le sangró porque diocontra un colmillo, pero la respuesta deGarona fue inmediata. Sus ojos llorososse abrieron y una máscara de cóleraendureció su expresión.

─¡Idiota! ─gritó, y saltó sobreKhadgar haciéndolo caer de espaldas─.¡Nunca hagas eso! ¡Me oyes! ¡Hazlo otra

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vez y te mato!Khadgar estaba tirado de espaldas

con la semiorca encima. Ni siquiera lahabía visto desenvainar la daga, peroahora tenía la hoja apoyada contra unlado del cuello.

─No puedes ─logró decir con unasonrisa feroz─. Tuve una visión de mipropio futuro, y creo que también escierta. Si lo es, entonces no puedesmatarme ahora. Y lo mismo se aplica ti.

Garona parpadeó y se echó haciadetrás, habiendo recuperado el controlsúbitamente.

─Así que si voy a matar al rey…─Es que vas a salir viva de aquí

─dijo Khadgar─. Como yo.

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─¿Pero qué pasa si estamosequivocados? ¿Qué pasa si la visión esfalsa?

Khadgar se levantó.─Entonces morirás sabiendo que

nunca vas a matar al rey de Azeroth.Garona permaneció sentada durante

un momento, mientras su menteconsideraba todas las posibilidades.

─Ayúdame a levantarme ─dijo alfin─. Tenemos que seguir.

Y siguieron descendiendo en espiral,atravesando falsas réplicas de la torrede arriba. Finalmente llegaron al nivelcorrespondiente al piso superior, elobservatorio y la guarida de Medivh. Envez de eso, las escaleras se abrían a una

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llanura rojiza. Ésta parecía fluir de unaobsidiana que se estaba enfriando, unaspiezas de rompecabezas reflectantes queflotaban en fuego bajo sus pies. Khadgarretrocedió de un salto instintivamente,pero el suelo parecía firme y el calor,aunque sofocante, no era opresivo.

En el centro de la gran caverna habíauna sencilla colección de mobiliario dehierro. Un banco de trabajo con untaburete, unas pocas sillas y algunosarmarios. Por un momento parecióextrañamente familiar, y entoncesKhadgar se dio cuenta que estabadispuesto en un duplicado exacto de lahabitación de Medivh en la torre.

De pie entre el mobiliario de hierro

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se erguía la silueta de anchos hombrosdel Magus. Khadgar se esforzó en veralgo en su actitud, en su porte, que lotraicionara, que demostrase que estafigura no era el Medivh que habíallegado a conocer y apreciar, el ancianoque le había demostrado su confianza yle había apoyado en su trabajo. Algo quedijera que éste era un impostor.

No había nada. Éste era el únicoMedivh que había conocido.

─Hola, Joven Confianza ─dijo elMagus, y su barba empezó ardermientras sonreía─. Hola, Emisario. Osesperaba a ambos.

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─F

CAPÍTULODIECISÉIS

La ruptura de un mago

ue inspirado, tengo queadmitirlo ─dijo el Medivh que

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era y no era Medivh─. Inspirado elinvocar la sombra de mi pasado, unfragmento que me distrajera de vuestrapersecución. Por supuesto, mientrasvosotros estabais reuniendo vuestrasfuerzas, yo estaba reuniendo las mías.

Khadgar miró a Garona y asintió. Lasemiorca se movió algunos pasos a laderecha. Rodearían al archimago si eranecesario.

─Maestro, ¿qué te ha pasado? ─dijoKhadgar dando un paso al frente,tratando de atraer hacia él la atencióndel mago.

El viejo brujo se rió.─¿Pasarme? No me ha pasado nada.

Esto es lo que soy. Estoy manchado

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desde mi nacimiento, contaminado desdeantes de mi concepción, una malasemilla que ha crecido para dar un frutoamargo. Nunca has visto al verdaderoMedivh.

─Magus, sea lo que sea que te hapasado, estoy seguro de que puedearreglarse ─dijo Khadgar caminadolentamente hacia él. Garona seguíamoviéndose hacia la derecha y su dagade hoja larga había vuelto adesaparecer; sus manos estabanaparentemente vacías.

─¿Por qué debería arreglarlo? ─dijoMedivh con una sonrisa maléfica─.Todo marcha según lo planeado. Losorcos matarán a los humanos y yo los

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controlaré a través de caudillos brujoscomo Gul’dan. Conduciré a esasdeformes creaciones hasta la tumbaperdida donde se encuentra el cuerpo deSargeras, protegido contra humanos ydemonios pero no contra orcos, y miforma será libre. Y entonces podréabandonar este torpe cuerpo y esteespíritu debilitado, y quemar este mundocomo tanto se merece.

Khadgar se echó hacia la izquierdamientras hablaba.

─Tú eres Sargeras.─Sí y no ─dijo el Magus─. Lo soy,

porque cuando Aegwynn mató mi cuerpofísico me oculté dentro de su vientre eimbuí sus propias células con mi oscura

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esencia. Cuando ella finalmente decidióemparejarse con un mago humano, yo yaestaba allí. El gemelo oscuro deMedivh, completamente subsumidodentro de su forma.

─Monstruoso ─dijo Khadgar.Medivh sonrió de oreja a oreja.─Muy poco diferente de lo que

Aegwynn había planeado, puesto queella colocó el poder del Tirisfalendentro del niño. No es de extrañar quehubiera tan poco espacio para el jovenMedivh propiamente dicho, con eldemonio y la luz luchando por su mismaalma. Así que cuando el poder semanifestó en él, lo desconecté algúntiempo hasta que pude poner mis

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propios planes en funcionamiento.Khadgar seguía avanzando hacia la

izquierda, tratando de no mirar mientrasGarona se escurría detrás del magomayor.

─¿Hay algo del verdadero Medivhen tu interior? ─dijo.

─Un poco ─dijo el Magus─. Losuficiente para tratar con vosotros, lascriaturas inferiores. Lo suficiente paraengañar a los reyes y los magos sobremis intenciones. Medivh es una máscara;he dejado lo suficiente de él en lasuperficie para mostrárselo a los demás.Y si en mis manejos parezco raro oincluso loco, lo achacan a mi posición ymi responsabilidad, y al poder que me

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otorgó mi querida madre. ─Medivh lededicó una sonrisa de depredador─. Fuiforjado primero por la política deMagna Aegwynn para ser suherramienta, y luego moldeado pormanos demoníacas para ser laherramienta de ellas. Incluso los demásme veían como poco más que un armapara ser usada contra los demonios. Asíque no es sorprendente que yo no seamás que la suma de mis partes.

Ahora Garona estaba tras el magocon la hoja desenfundada, andando de laforma más sigilosa sobre el suelo deobsidiana. No había lágrimas en susojos, sino una acerada determinación.Khadgar se mantenía concentrado en

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Medivh, para no traicionarla con unamirada.

─Ya ves ─siguió el mago loco─. Nosoy sino un componente más en una granmáquina, una que ha estado en marchadesde que el Pozo de la Eternidad sehizo pedazos. La única cosa en la quelos trocitos originales de Medivh y yoestamos de acuerdo es en que hay queromper este ciclo. En esto, te aseguro,somos una sola mente.

Garona estaba ahora sólo a un paso,con la daga levantada.

─Disculpa ─dijo Medivh, y extendióun puño hacia atrás. Las energíasmísticas danzaron por sus nudillos y ledieron de lleno en la cara a la semiorca,

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que retrocedió ante el golpe.Khadgar dejó escapar una maldición

y levantó las manos para lanzar unconjuro. Algo para desequilibrar alMagus. Algo sencillo. Algo rápido.

Medivh fue más rápido, volviéndosehacia él y alzando una mano como unagarra. Al momento, Khadgar sintió queel aire que lo rodeaba se comprimía,formando un manto inmovilizante,atrapando sus brazos y sus piernas yhaciéndole imposible moverse. Gritó,pero su voz sonó amortiguada y como siviniera de una gran distancia.

Medivh levantó la otra mano y eldolor sacudió el cuerpo de Khadgar. Lasarticulaciones de su esqueleto

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parecieron hervir con clavos al rojovivo que rápidamente disminuyeronhasta un dolor sordo y pulsante. Elpecho se le comprimió y la carnepareció secársele y pegársele alesqueleto. Sintió como si le estuvieranextrayendo los fluidos corporales,dejando atrás un cascarón reseco. Y conellos parecía que también le estabanarrancando la magia, que le estabandrenando el cuerpo de su habilidad paralanzar conjuros, para invocar lasenergías necesarias. Se sentía como unrecipiente que estuvieran vaciando.

Y tan repentinamente como el ataquehabía caído sobre él, cesó, y Khadgarcayó al suelo sin aliento. Le dolía el

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pecho al respirar.Garona ya se había recuperado para

entonces, y esta vez atacó gritando,lanzando una estocada de abajo haciaarriba con la daga, tratando de alcanzara Medivh en el lado izquierdo delpecho. En vez de retroceder, Medivh fuehacia la semiorca en embestida, dentrode su ángulo de ataque, levantó unamano y le cogió la frente. Garona quedóinmovilizada a media carga.

Una energía mística de una tonalidadamarilla enfermiza palpitó bajo la manode Medivh, y la semiorca quedósuspendida allí, con el cuerposacudiéndose indefenso, mientras elmago la sostenía por la frente.

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─Pobre, pobre Garona ─dijo elMagus─. Pensé que con tus herenciasopuestas, tú entre toda la gentecomprenderías por lo que estoypasando. Que comprenderías laimportancia de forjar tu propio camino.Pero eres como los demás, ¿no?

La semiorca de ojos desorbitadossólo pudo responder con un gorgoteoencharcado de saliva.

─Deja que te muestre mi mundo,Garona ─dijo Medivh─. Deja que te démis propias divisiones y dudas. Nuncasabrás a quién sirves ni por qué. Nuncaencontrarás la paz.

Garona trató de gritar, pero el gritomurió en su garganta cuando su rostro

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quedó bañado en un estallido de luzradiante que surgió de la palma de lamano de Medivh.

Éste se rió y dejó que la semiorca sederrumbara sollozando. Garona trató delevantarse, pero volvió a caerse. Teníalos ojos desorbitados y la miradaenloquecida, el aliento trabajoso yentrecortado, desgarrado por el llanto.

Khadgar podía respirar ahora, perole faltaba el resuello. Le ardían lasarticulaciones y le dolían los músculos.Vio su reflejo en el suelo deobsidiana…

… Y era el anciano de la visióndevolviéndole la mirada. Ojospesarosos y cansados rodeados de

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arrugas y de pelo gris. Incluso su barbahabía encanecido.

Y Khadgar se hundió. Privado de sujuventud, de su magia, ya no creía quefuera a sobrevivir a este combate.

─Eso ha sido instructivo ─dijoMedivh, volviéndose hacia él─. Una delas cosas negativas acerca de esta celdade carne en la que estoy atrapado es quela parte humana sigue saliendo a lasuperficie. Haciendo amigos. Ayudandoa la gente. Y eso hace que sea tan difícildestruirlos luego. Casi lloré cuandomaté a Moroes y a Cocinas. ¿Lo sabías?Por eso tuve que bajar aquí. Pero escomo cualquier otra cosa. Una vez quete acostumbras, puedes matar a tus

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amigos con tanta facilidad como acualquier otro.

Ahora estaba sólo a unos pasos deKhadgar, con los hombros erguidos, losojos vitales. Con más aspecto deMedivh que cualquiera de las veces enlas que lo había visto Khadgar. Con unaspecto seguro. Con un aspecto relajado.Con un aspecto terrorífica ycondenadamente cuerdo.

─Y ahora te toca morir, JovenConfianza ─dijo el Magus─. Parece quedespués de todo confiaste en la personaequivocada. ─Medivh levantó una manobañada en energía mágica.

Hubo un grito ronco a la derecha.─¡Medivh! ─bramó Lothar,

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Campeón de Azeroth. Medivh levantó lavista, y su rostro pareció suavizarse porunos instantes, aunque en su mano seguíaardiendo el poder místico.

─¿Anduin Lothar? ─dijo─. Viejoamigo, ¿por qué estas aquí?

─Detente, Med ─dijo Lothar, yKhadgar pudo percibir el dolor en lavoz del campeón─. Detente antes de quesea demasiado tarde. No quiero lucharcontigo.

─Yo tampoco quiero luchar contigo,viejo amigo ─dijo Medivh levantando lamano─. No tienes ni idea de lo que sesiente haciendo las cosas que yo hehecho. Cosas duras. Cosas necesarias.No quiero luchar contigo. Así que baja

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tu arma y acabemos con esto.Medivh abrió la mano y los trocitos

de magia zumbaron hacia el campeón,bañándolo de estrellas.

─Quieres ayudarme, ¿no, viejoamigo? ─dijo Medivh, la cruel sonrisade nuevo en su rostro─. Quieres ser micriado. Ven y ayúdame a encargarme deeste chiquillo. Entonces podremosvolver a ser amigos.

Las destellantes estrellas queenvolvían a Lothar se desvanecieron, yel campeón dio un lento pero firme pasoal frente, luego otro y luego un tercero, yentonces Lothar embistió hacia delante.Mientras cargaba, el campeón alzó suespada labrada con runas. Embistió

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contra Medivh, no contra Khadgar. Desus labios brotó una maldición, unamaldición con un fondo de pena ylágrimas.

Medivh quedó sorprendido, perosólo por un momento. Esquivóechándose hacia detrás y el primer tajode Lothar pasó inofensivamente por elespacio que el Magus había ocupadomedio segundo antes. El Campeóndetuvo el ataque y lanzó un fuerte revés,haciendo retroceder al mago otro paso.Luego un molinete por encima de lacabeza y otro paso más hacia atrás.

Medivh se recuperó, y el siguientetajo dio de lleno en un escudo de energíaazulada, donde los fuegos amarillos de

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la espada se estrellaron inofensivamentecon un chisporroteo. Lothar intentócortar de abajo hacia arriba, luego unaestocada y luego un nuevo tajo. Cadaataque fue detenido por el escudo.

Medivh gruñó y levantó una manocomo una garra, con la energía místicabailando sobre su palma. Lothar gritócuando sus ropas estallaron de repenteen llamas. Medivh sonrió ante su obra ehizo un gesto con la mano, lanzando a unlado la forma ardiente de Lothar comoun muñeco de trapo.

─Cada vez más fácil ─dijo Medivhrecalcando las palabras y volviéndosehacia donde estaba arrodillado Khadgar.

Sólo que Khadgar se había movido.

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Medivh se dio la vuelta para encontrarseal que ya no era un joven mago justo trasél, con la espada que Lothar le habíaproporcionado desenvainada y apoyadacontra el lado izquierdo del pecho delMagus. Las runas que recorrían la hojabrillaban como soles en miniatura.

─Ni parpadees ─dijo Khadgar.Pasó un momento, y una gota de

sudor recorrió la mejilla de Medivh.─Así que llegamos a esto ─dijo el

Magus─. No creo que tengas lahabilidad ni la voluntad para usar esoapropiadamente, Joven Confianza.

─Yo creo ─dijo Khadgar, y parecíaque la voz le zumbaba y le borboteaba alhablar─ que tu parte humana, Medivh,

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mantenía otras personas a tu alrededor apesar de tus propios planes. Como unamedida de seguridad. Como un plan paracuando finalmente enloquecieras. Paraque tus amigos pudieran detenerte. Paraque nosotros pudiéramos romper elciclo donde tú no puedes.

Medivh logró suspirar débilmente, ysus rasgos se suavizaron.

─Realmente nunca he queridohacerle daño a nadie ─dijo─. Yo sóloquería tener mi propia vida. ─Mientrashablaba, levantó la mano y su palmabrilló con energía mística, buscandodistorsionar la mente de Khadgar comohabía hecho con la de Garona.

Medivh nunca tuvo la oportunidad.

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Al primer movimiento, Khadgar se dejócaer hacia delante, introduciendo ladelgada hoja de la espada rúnica entrelas costillas de Medivh hasta sucorazón.

Medivh pareció sorprendido,incluso conmocionado, pero su bocaseguía moviéndose. Estaba tratando dedecir algo.

Khadgar clavó la espada hasta laempuñadura, y la punta atravesó laespalda de la túnica de Medivh. El magocayó de rodillas y Khadgar cayó con él,aferrando firmemente la hoja. El viejomago gimió y se esforzó por decir algo.

─Gracias… ─logró decir por fin─.Luché contra esto tanto como pude.

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Entonces el rostro del archimagoempezó a transformarse. La barba sevolvió completamente de fuego, loscuernos brotaron de su frente. Con lamuerte de Medivh, Sargeras por fin salíacompletamente a la superficie, Khadgarsintió que la empuñadura de la espadarúnica se calentaba, mientras las llamasdanzaban sobre la piel de Medivh,transformándolo en una cosa de sombray llama.

Tras el mago, herido y arrodillado,Khadgar pudo ver la chamuscada formade Lothar alzarse una vez más. ElCampeón trastabilló hacia delante, consu carne y su armadura aún humeando.Alzó su espada rúnica una vez más y la

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descargó con un fuerte golpe lateral.El filo de la espada explotó como un

sol cuando golpeó el cuello de Medivh,separando la cabeza del archimago delcuerpo con un movimiento experto.

Fue como destapar una botella,puesto que todo lo que había en elinterior de Medivh salió de una vez porlos desgarrados restos de su cuello. Ungran torrente de luz y energía, sombra yfuego, humo y rabia, brotando haciaarriba como una fuente, salpicandocontra el techo de la bóveda subterráneay disipándose. Dentro del hirvientecaldero de energías, Khadgar creyóhaber visto un rostro cornudo, gritandode rabia y desesperación.

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Y cuando hubo acabado, todo lo quequedó fue la piel y las ropas del mago.Todo lo que había en su interior habíasido devorado, y ahora que su envolturahumana había sido destruida no habíahabido forma de contenerlo.

Lothar usó la punta de su espadapara echar a un lado los andrajos y lapiel que había sido Medivh.

─Tenemos que irnos ─dijo.Khadgar miró a su alrededor. No

había señales de Garona. La cabeza delMagus había hervido hasta quedarse sincarne, dejando sólo una relucientecalavera blanca.

El antiguo aprendiz negó con lacabeza.

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─Tengo que quedarme aquí. Atenderalgunas cosas.

─Puede que el peligro más grandehaya pasado, pero el obvio sigue aquí.Tenemos que expulsar a los orcos ycerrar el portal ─gruñó Lothar.

Khadgar pensó en la visión, enStormwind ardiendo y en la muerte deLlane. Pensó en su propia visión, en suforma ahora envejecida en una batallafinal contra los orcos. Pero dijo otracosa.

─Debo enterrar lo que queda deMedivh. Debería buscar a Garona. Nopuede haber ido muy lejos.

Lothar gruñó en asentimiento yavanzó a duras penas hacia la entrada.

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Al fin, se volvió y dijo:─No se podía hacer nada. Tratamos

de alterarlo, pero todo era parte de unplan superior.

─Lo sé ─asintió Khadgarlentamente─. Todo era parte de un ciclomayor. Un ciclo que ahora por fin puederomperse.

Lothar dejó al antiguo aprendizdebajo de la torre, y Khadgar reunió loque quedaba de los restos físicos delMagus. Encontró una pala y una caja demadera en el establo. Puso la calavera ylos trozos de piel en la caja, junto conlos fragmentos destrozados de «LaCanción de Aegwynn», y lo enterró todobien profundo en el patio junto a la

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torre. Quizá más tarde levantara unmonumento, pero por ahora sería mejorno dejar que nadie supiera dóndeestaban los resto del archimago. Cuandoacabó de enterrar al Magus, cavó dostumbas más, de tamaño humano, y puso adescansar a Moroes y a Cocinas a unlado de Medivh.

Se le escapó un hondo suspiro ylevantó la mirada hacia la torre.Karazhan, la de los sillares blancos,hogar del mago más poderoso deAzeroth, el último Guardián de la Ordende Tirisfal, se cernía sobre él. A suespalda, el cielo empezaba a iluminarsey el sol amenazaba con tocar el puntomás alto de la torre.

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Algo más le llamó la atención, sobrela entrada vacía, en el balcón desde elque se dominaba la entrada principal.Algo de movimiento, un fragmento de unsueño. Khadgar suspiró aún más fuerte einclinó la cabeza en dirección al intrusoque observaba cada uno de sus actos.

─Ahora puedo verte, ¿lo sabes?─dijo en voz alta.

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E

EPÍLOGOCírculo cerrado

l intruso del futuro miró desde elbalcón al que ya no era un joven

del pasado.─¿Cuánto hace que eres capaz de

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verme? ─preguntó.─He sentido fragmentos de ti todo eltiempo que he estado aquí ─dijoKhadgar─. Desde el primer día. ¿Cuántollevas ahí?

─Casi toda una noche ─dijo elintruso de la túnica ajada─. Aquí está apunto de amanecer.

─Aquí también ─dijo el antiguoaprendiz─. Quizá por eso podemoshablar. Eres una visión, pero diferentede cualquiera de las que yo haya vistoantes. Podemos vernos y conversar.¿Eres pasado o futuro?

─Futuro ─dijo el intruso─. ¿Sabesquién soy?

─Tu forma es diferente de cuando te

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vi por última vez, eres más joven y mássereno, pero sí, te conozco ─dijoKhadgar─. Hizo un gesto hacia los tresmontones de tierra removida, dosgrandes y uno pequeño─. Pensaba queacababa de enterrarte.

─Y lo has hecho ─dijo el intruso─.Al menos has enterrado gran parte de loque era peor en mí.

─Y ahora has vuelto. O volverás─dijo Khadgar─. Diferente, pero igual.

El intruso asintió.─En muchos sentidos no estuve aquí

la primera vez.─Una pena ─dijo Khadgar─. ¿Y qué

eres en el futuro? ¿Magus? ¿Guardián?¿Demonio?

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─Ten la seguridad de que soy mejorde lo que era ─dijo el intruso─. Estoylibre de la mancha de Sargeras gracias atus actos de este día. Ahora puedoencargarme directamente del señor de laLegión Ardiente. Gracias. No puedehaber éxito sin sacrificio.

─Sacrificio ─dijo Khadgar, y lapalabra supo amarga en su boca─. Dimeesto entonces, fantasma del futuro. ¿Escierto todo lo que hemos visto? ¿Caerárealmente Stormwind? ¿Matará Garonaal rey Llane? ¿Debo morir, en esta carneavejentada, en alguna tierra engendradapor el averno?

El ser del balcón hizo una largapausa, y Khadgar temió que se

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desvaneciera. Pero habló.─Mientras haya Guardianes habrá

orden. Y mientras haya orden lospapeles están ahí para ser interpretados.Unas decisiones tomadas hace mileniosmarcaron tu camino y el mío. Es parte deun ciclo mayor, uno que nos mantienebajo su control.

Khadgar levantó la cabeza. El soltocaba ahora la mitad superior de latorre.

─Quizá no debería haber Guardianessi ése ha sido el precio.

─De acuerdo ─dijo el intruso, y amedida que empezó a crecer la luz delsol, empezó a disiparse─. Pero por elmomento, por tu momento, todos

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debemos interpretar nuestro papel.Todos debemos pagar este precio. Yluego, cuando tengamos la oportunidad,empezaremos de nuevo.

Y con esto se fue el intruso, losúltimos fragmentos de su ser arrastradosal futuro por un viento mágico errante.

Khadgar agitó su envejecida cabezay miró las tres tumbas recién excavadas.Los hombres supervivientes de Lotharrecogieron a sus muertos y heridos yvolvieron a Stormwind. No había rastrode Garona, y aunque Khadgar iba aregistrar la torre una vez más, dudaba deque estuviera dentro. Cogería los librosque considerara más valiosos, losmateriales que pudiera, y dejaría

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custodias mágicas sobre el resto.Entonces también se iría, y seguiría aLothar a la batalla.

Levantando la pala, volvió a entraren el ahora abandonado castillo deKarazhan, y se preguntó si regresaríaalguna vez.

Mientras el intruso hablaba selevantó una leve brisa, lo justo paraagitar las hojas de los árboles, pero fuesuficiente para disipar la visión. Elhombre que ya no era joven se rompió yse desvaneció como la niebla quedesparece, y el hombre que ya no eraviejo lo vio irse.

Una sola lágrima corrió por lamejilla del rostro de Medivh. Tanto

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sacrificio, tanto dolor… Todo paramantener en su lugar el plan de losGuardianes, y luego tanto sacrificio pararomper ese plan, para liberar al mundodel círculo vicioso. Para traer laverdadera paz.

Y ahora, incluso eso estaba enpeligro. Ahora se haría un sacrificiomás. Tendría que extraer el poder deeste lugar si quería tener éxito en lo queestaba por venir. En el conflicto finalcontra la Legión Ardiente.

El sol había ascendido más, y yacasi llegaba al nivel del balcón. Ahoratendría que trabajar rápido.

Levantó una mano y las nubesempezaron a arremolinarse sobre la

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cima de la torre. Lentamente alprincipio, luego más rápido, hasta que lacoronación quedó envuelta por unhuracán.

Entonces acudió a lo más profundode su interior y liberó las palabras,palabras hechas a partes iguales dearrepentimiento e ira, palabrasatrapadas en su interior desde el día enque su vida acabó por primera vez.Palabras que reclamaban esa vidaprevia al completo, para bien o paramal. Aceptando su poder y, al hacerlo,aceptando la responsabilidad por lo quehabía hecho la última vez que fue decarne.

El huracán que rodeaba la torre

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aulló, y la misma torre se resistió a sureclamación. Él volvió a pronunciarla, yluego por tercera vez, gritando parahacerse oír por encima de los vientosque él mismo había invocado.Lentamente, casi de mala gana, la torreentregó sus secretos.

El poder ardió desde el interior delos sillares y el mortero, y saltó haciafuera, canalizado por la fuerza de losvientos hacia la base, hacia Medivh.Todas las visiones empezaron adesprenderse de su tejido y a fluir haciaabajo. La caída de Sargeras, con suscentenares de demonios gritando, cayóen él, al igual que el conflicto final conAegwynn y la batalla de Khadgar bajo el

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apagado sol rojo. La aparición deMedivh ante Gul’dan, las infantilesbatallas de tres jóvenes nobles y Moroesrompiendo la pieza de cristal favorita deCocinas, todas fueron absorbidas en suinterior. Y con esas visiones llegaronrecuerdos, y con esos recuerdosresponsabilidades. Esto debe evitarse.Esto nunca debe volver a suceder. Estodebe corregirse.

Y también saltaron hacia arribaimágenes y poder desde la torre oculta,desde los pozos que había bajo la mismafortaleza. La caída de Stormwind ardióhacia él, y la muerte de Llane, y lamiríada de demonios invocados enmitad de la noche y lanzados contra

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aquellos de la Orden que estabandemasiado cerca de la verdad. Todasellas surgieron hacia arriba y fueronconsumidas por la silueta del mago queestaba en el balcón.

Todos los fragmentos, todos losretazos de historia, conocidos ydesconocidos, cayeron en cascada de latorre o ascendieron de sus mazmorras yfluyeron al interior del hombre quehabía sido el último Guardián deTirisfal. El dolor era grande, peroMedivh hizo una mueca y lo aceptó,tomando la energía y los agridulcesrecuerdos con ecuanimidad.

La última imagen en desvanecersefue la que había debajo del balcón

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propiamente dicho, la imagen de unhombre joven con un petate a sus pies,una carta sellada con el sello rojo de losKirin Tor, esperanza en el corazón ymariposas en su estómago. Ese joven fueel último en desvanecerse, mientrasavanzaba lentamente hacia la entrada. Lamagia que rodeaba esta visión, estefragmento del pasado, fluyó haciaarriba, deshaciéndose y dejando que laenergía pasara al antiguo Magus.Cuando el último fragmento de Khadgarcayó en su interior, una lágrima aparecióen el ojo de Medivh.

Se abrazó fuertemente el pecho,conteniendo todo lo que acababa derecuperar. La torre de Karazhan no era

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ya más que una torre, una pila de piedrasen tierras remotas, lejos de los caminostransitados. Ahora el poder del lugarestaba en su interior. Y laresponsabilidad de usarlo mejor estavez.

─Y así volvemos a empezar ─dijo.Y con eso, se transformó en cuervo y

se fue.

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JEFF GRUBB (Pittsburgh, Penssylvania,Estados Unidos, 27 de agosto de 1957).

Escritor y diseñador de videojuegos, hacentrado gran parte de su producciónartística en estos ámbitos en el mundo dela Dragonlance, aunque ha publicadotambién otras novelas, relatos y un total

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de 25 cómics de Reinos Olvidados.

En colaboración con su mujer, KateNovak, escribió The Finder's StoneTrilogy, The Harpers y The Lost Gods,las tres ambientadas en el mundo deReinos Olvidados. Además es autor delos sets de campaña Spelljammer yJakandor y videojuegos como GuildWars Nightfall.

En sus novelas ha escrito para las sagasde Dragonlance, Lord Toede, ReinosOlvidados, Magic: The Gathering,Warcraft, Starcraft y Guild Wars.