el rock en ¡que viva la mÚsica! y opio en las nubes

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1 EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES Por: NELSON PÉREZ ROJAS Director: JAIME ALEJANDRO RODRÍGUEZ MAESTRÍA EN LITERATURA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA BOGOTÁ 2018

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Page 1: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

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EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

Por:

NELSON PÉREZ ROJAS

Director:

JAIME ALEJANDRO RODRÍGUEZ

MAESTRÍA EN LITERATURA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

BOGOTÁ

2018

Page 2: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

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CERTIFICADO

Yo, NELSON EDGARDO PÉREZ ROJAS, declaro que este trabajo de grado,

elaborado como requisito parcial para obtener el título de Maestría en Literatura

en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Javeriana, es de mi entera

autoría excepto en donde se indique lo contrario. Este documento no ha sido

sometido para su calificación en ninguna otra institución académica.

Firma

NELSON PÉREZ ROJAS

Abril de 2018

Page 3: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

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AGRADECIMIENTOS

A mi madre, que me dio la bendición de ser su hijo, y que me sigue dando vida;

A mi esposa, que me ama desinteresada y firmemente, en el sendero tortuoso de la vida;

Al Rock, que me motivó a escribir este trabajo y, en cierto momento, me salvó la vida.

A mi familia, a mi asesor, profesor Jaime A. Rodríguez;

A la profesora Alejandra Jaramillo.

Abril, 2018.

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TABLA DE CONTENIDO

Capítulo 1- INTRODUCCIÓN: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN

LAS NUBES. P. 5.

Capítulo 2- MARCO TEÓRICO. P. 16.

Capítulo 3- LA EXPERIENCIA INICIAL DEL ROCK EN LA LITERATURA

COLOMBIANA: EL CASO DE ¡QUE VIVA LA MÚSICA! P. 32.

Capítulo 4- ROCK Y ALUCINACIÓN EN OPIO EN LAS NUBES. P. 53.

CONCLUSIONES. P. 78.

BIBLIOGRAFÍA. P. 83.

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1. INTRODUCCIÓN: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS

NUBES.

Bienaventurados seamos los rockeros,

Porque nos tomaremos por asalto

el reino de los cielos

(Chaparro, 1988)

Este trabajo nace del interés que desde hace unos años han suscitado en mí la literatura y la

música, tanto por separado como juntas, en posible interrelación simbiótica. En cuanto a la

literatura, la contemporánea (principalmente la latinoamericana y la colombiana) ha llamado

particularmente mi atención. En torno a la música, el género rock me interesa poderosamente,

no solo como gusto o preferencia musical, sino como manifestación cultural con un amplio

espectro de impacto en nuestra sociedad, y por lo mismo, como campo de estudio. He tenido

la oportunidad de estudiar con profundidad algunos de sus aspectos e implicaciones y, por

tanto, analizarlo como fenómeno cultural, definido de tal forma por De Garay (1996):

“El rock es uno de los fenómenos culturales de masas más importantes de la

segunda mitad del siglo. Creado por y para jóvenes, su historia está

estrechamente vinculada a la formación de un nuevo sujeto social. De hecho,

el rock marcó el inicio de la cultura musical de la juventud, al inaugurar

parámetros de diferenciación drásticos con la cultura y la moralidad adulta

imperante después de la Segunda Guerra Mundial”.

He visto, entonces, en este trabajo, la oportunidad de hacer una modesta revisión, desde un

punto de vista muy personal, mas no por eso exento de ser sometido a discusión, a la

interrelación de la literatura colombiana contemporánea y el rock, haciendo constantes

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reflexiones sobre la manera en que el género musical afecta la construcción de dos novelas

colombianas, aportando así mismo a la construcción de la propuesta estética de las obras.

Con esta intención, se hace necesaria una suerte de aproximación a la definición del concepto

de discurso como unidad, pues éste debe ser una cualidad definitoria para la construcción de

la propuesta estética, y así, poder evidenciar la posibilidad de que el rock afecte dicha

construcción en las obras involucradas. En el Diccionario de análisis del discurso, es

definido como una noción en cuyas características se evidencia la necesidad del

razonamiento como unidad, pues dice que el “conocimiento discursivo por concatenación de

razones se le oponía el conocimiento intuitivo” (Charadeu y Maingueneau, 2005). El hecho

de que el concepto relacione aspectos del conocimiento y sus complejidades, presenta una

ambigüedad para definir términos relevantes a las humanidades como lo es “discurso”. Pese

a ello, priman sin ser los rasgos más distintivos, aspectos como que “el discurso es una forma

de uso del lenguaje” (Van Dijk, 2006, 22) y que incluye “componentes esenciales en este

nuevo concepto; a saber, quién utiliza el lenguaje, cómo lo utiliza, por qué y cuándo lo hace”

(Van Dijk, 2006, 22). Así pues, podremos hacer una revisión sobre esos interrogantes (quién,

cómo, por qué y cuándo; así como otros) relacionados con el rock, tendientes a contribuir a

la modificación de la construcción literaria.

Siendo el rock un estilo o género musical preferido mayoritariamente por los jóvenes, es

necesario también, considerando que ha trascendido los límites de lo musical llegando a ser

para muchos un estilo de vida, una apariencia o una moda, que bosquejemos un panorama

sintético sobre la juventud y sus posibilidades de conformación como grupo, de acuerdo con

tendencias derivadas en muchos casos, de la música. Para ello, es válida la siguiente

referencia de Germán Muñoz González (2011, 30):

“Sin tomar en cuenta las diversas “generaciones” –de 1900 a 2000- nombradas por

Feixa en publicaciones recientes (Adolescente, Boy Scout, Komsomol, Swing,

Escéptica, Rock, Hippy, Punk, Tribu, Red), pasando del tiempo progresivo al

virtual, del espacio local al espacio global, del sedentarismo al nomadismo, del

underground al prosumer, de la banda a la tribu, de la tribu a la sub-cultura, de la

sub-cultura al movimiento, del movimiento al estilo, del estilo a la red… hemos

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empezado en un corto período de tiempo a vivir en relación con una “nueva

generación” de jóvenes, que se transforma permanentemente. En Colombia, Diego

Sánchez ha producido una valiosa reflexión acerca del movimiento estudiantil y

las organizaciones populares juveniles; acerca de la relación entre música y política

o, como él la nombra, la relación entre la más pura expresión de los movimientos

juveniles populares de izquierda y sus luchas de resistencia. En tiempos no muy

lejanos también hemos conocido los trabajos clásicos de Reina, Urán, Arias… y

unas cuantas tesis de grado que han pintado la historia del Rock colombiano. Hoy

esta se cuenta en Wikipedia y YouTube, gracias a las “multitudes inteligentes” que

producen memoria y conocimiento colectivo”.

El rock, entonces, se constituye en uno de los múltiples ejes transformadores en cuanto al

sentir de muchos jóvenes se refiere. La magnitud de la fuerza del género ha llevado a

modificar la conducta de muchos de ellos (en muchos casos su pensamiento y su apariencia)

como una forma de identificación no solo con la manifestación musical sino como una

posible “hermandad” caracterizada por rasgos definidores específicos, entre los cuales

estarían con las obvias excepciones de rigor, el porte de cabello largo o ciertos rituales de

disfrute musical como sacudir la cabeza o dejarse llevar por el ritmo, por ejemplo. Se aclara

que estos son solamente unos ejemplos dentro de las múltiples posibilidades expresivas que

recrean los grupos que hemos llamado “hermandad”.

Esa comunión grupal, unida principalmente por la preferencia de un estilo musical, ha

conllevado la conformación de grupos que se han denominado culturas juveniles1, una de las

cuales puede constituirse “si pensamos que los jóvenes recurren a ciertos elementos básicos

1 Maffesoli (2004) se refiere a “micro grupos”, caracterizándolos como “tribus”: “La metáfora de la tribu

permite, como tal, dar cuenta del proceso de desindividualización, de la saturación de la función que le es

inherente y de la acentuación del papel que cada persona está llamada a desempeñar en su seno” (2004, 32-33).

La estructura social en la que los individuos (que no personas) cumplían una función específica, de acuerdo con

agrupamientos contractuales, y aquello que las organizaciones económico-políticas exigían y requerían de esos

individuos, lo que era una de las características de la era moderna, mutó hacia una estructura más compleja y

orgánica, en la que las personas (ya no individuos), motivadas por intereses culturales, artísticos, deportivos,

ideológicos, sexuales, afectivos (o de las más diversas índoles), sienten la necesidad de pertenecer a un grupo,

a una “tribu”, en las que ya no hay una función impuesta, sino un papel, un rol que se asume al interior del

grupo; constituyéndose esta otra estructura en uno de los rasgos característicos de la posmodernidad. En El

tiempo de las tribus, Maffesoli plantea una multiplicidad de conexiones conceptuales sociológicas, examinadas

en profundidad, relacionadas con su concepto de las tribus.

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de su expresión, sobretodo de carácter estético y musical que permiten identificar

comportamientos de acuerdo a (sic) lo que escuchan, como en el caso de las culturas juveniles

que giran en torno al rock” (Reina, 2011, 100). Aquí se evidencia, con algunos detalles, la

acogida que el rock tiene entre un gran número de jóvenes y mayores, al punto de crear

grupos de identidad en los que el género musical es uno de los factores primordiales.

De igual forma, estas hermandades juveniles, en diversos casos, han empleado el rock para

manifestar su inconformismo con la sociedad y sus reglas (tómese el caso del punk, por

ejemplo). Cuando una sociedad o parte de ella se manifiesta inconforme o en contra de sus

formas de gobierno u opresión, podríamos considerar estar refiriéndonos a la contracultura.

Para procurar definir este término, consideramos la siguiente opción, en la cual es posible

apreciar motivaciones del rock, relacionadas con su surgimiento en los sesenta, en

Norteamérica, y algunas de sus consecuentes expresiones como el hipismo:

“Movimiento social nacido en Norteamérica durante la década de los sesenta y

conocido como contracultura. En ella se contenía una actitud de protesta contra la

sociedad tecnocrática que trataba de evitar la burocratización de los partidos y

organizaciones tradicionales, y que proponía unos medios nuevos para transformar

la sociedad, unos medios que trataban de contener en sí mismos un adelanto de la

sociedad desalienada que deseaban crear” (Dezcállar, 1984, 209).

La vinculación de la juventud con el inconformismo social genera opciones para redefinir, al

menos para sí mismos, las cosmovisiones y las formas de percibir la vida y la sociedad. Sin

embargo, en ese sentido, deben considerarse dos aspectos relevantes de la contracultura: “es

una constante histórica que emerge de vez en cuando con más o menos fuerza, planteando

una forma de entender la vida distintas (sic) a las hegemónicas en un sistema social dado, ya

sea claramente a la contra, ya sea al margen del mismo sistema” (Romaní y Sepúlveda, 2005,

1). Muchos de los jóvenes que gustan del rock y/o pertenecen a alguna de sus culturas

juveniles asociadas, prefieren permanecer apáticos a la política, aunque puedan considerarse

en su contra, simplemente deciden mantenerse al margen de formas de proceder y gobernar

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que no comparten. Algunos se refugian en la música (como creación o simplemente como

disfrute) u otras posibilidades artísticas.

Así, podemos notar brevemente parte del impacto cultural que el género musical rock ha

tenido en algunos sectores de la población. Ahora, analizaremos cómo ese impacto, aunado

a la acogida que tiene entre el público, le han llevado más allá de lo netamente musical. Esa

acogida se ha manifestado en otras expresiones estéticas, entre las cuales sobresale la

literatura. El rock trasciende sus propios límites musicales para reposar en lo textual. A

continuación y a través del trabajo, elaboro un esbozo, de forma muy personal, de la manera

en la que esta música llega a relacionarse con la literatura colombiana, específicamente en

dos novelas.

Después de atravesar por diversos periodos o etapas, la literatura colombiana, como todo arte

que procura abrir surcos de modificación y/o renovación, ha buscado nuevos caminos de

expresión. Después del periodo que conocemos y estudiamos como La Violencia2, de toda la

literatura que se produjo durante ese periodo, después del revuelo provocado por el boom,

del realismo mágico y del Nobel, la narrativa colombiana se ha hecho presente en el ámbito

cultural del país de distintas formas. Algunas de ellas han resultado, en parte, de haber

recurrido incluso a los discursos de otras manifestaciones estéticas, como el cine y la música

por ejemplo, para seguir alimentando o diversificando sus propias opciones discursivas.

Este trabajo propone una mirada a la manera como la música urbana, especialmente el género

rock, se constituye en un componente narrativo primordial y transversal en dos novelas

colombianas (¡Que viva la música! de Andrés Caicedo (1977) y Opio en las nubes de Rafael

Chaparro (1992). Con esa intención, se propone un análisis de las novelas, enfocado a la

búsqueda de situaciones, descripciones, diálogos o referencias explícitas o implícitas que

permitan verificar, o al menos, considerar la posibilidad de la presencia del rock, no sólo

como gusto de los personajes o como ambientación en un contexto determinado, sino como

2 Nos referimos aquí a la literatura escrita particularmente entre las décadas de 1950 y 1960 (no excluyente), y

cuya principal temática giraba en torno a la violencia entre los partidos políticos liberal y conservador.

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elemento integrador de la narración y, por tanto, como configurador de otras formas

escriturales.

Dicha configuración se elabora de distintas maneras, (que son precisamente el objeto de este

trabajo) entre ellas pueden destacarse: en primer lugar, el hecho de que los personajes (María

del Carmen y Amarilla, por mencionar a los principales de cada obra), al adentrarse en mayor

o menor profundidad, en el mundo de la música y sus sucesos o efectos en ocasiones

colaterales, con fines de huir de la sociedad y su minimizada esfera de reglas permitidas,

dictadas por una doble moral, puede causar que el discurso o mensaje del rock alimente o

complemente su mensaje propio, modifique el disfrute de sus actuares, que se pierda o

difumine su conciencia del entorno que habitan, la conciencia de sí mismos, entre otros

muchos y matizados aspectos. En ocasiones dichos aspectos se pueden apreciar por medio

de lo que se ha denominado flujo de conciencia, denotando así un riesgo de vértigo, quizás

cinematográfico, que pueda constituirse en elemento integrador de la narrativa en las dos

novelas.

¡QUE VIVA LA MÚSICA!

Esta obra, puede ser considerada como el eje matriz o articulador del empleo de la música

como complemento del argumento, al menos en la narrativa colombiana contemporánea.

Publicada por primera vez en 1977; coincidiendo con o desatando el suicidio de su autor,

como el punto culminante de una tragedia premeditada; ¡Que viva la música! gira en torno a

María del Carmen Huerta, una chica de Cali cuyo único propósito es bailar y disfrutar,

empleando la música como medio.

María del Carmen nos cuenta sus vivencias, algunas generosas en detalles, en las que la

música está presente prácticamente siempre, principalmente la salsa. Tanto, que a modo de

ejemplo, la obra incluso concluye con la mención del título y el coro de una reconocida

canción salsera: “Hay fuego en el 23” (Caicedo, 2001, 207); así como una lista de discografía

“que la autora ha necesitado para su redacción” (Caicedo, 2001, 207).

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Dentro de los artistas de salsa mencionados, sobresalen especialmente Richie Ray y Bobby

Cruz, de quienes Caicedo menciona títulos y versos de sus canciones; incluyéndolos además,

como personajes en una situación:

“Right now we wanna welcome and compliment Okey que pare Changó.

Right now I want to introduce a man who made a real hit right here in New York,

right from Brooklin… We’d like to welcome (tenebroso ambiente de indecisión,

del que no tiene ni fe ni amparo)… direct from Puerto Rico how about a very, very

good man in the past: Bobby Cruz and Ricardo Ray on piano…” (Caicedo, 2001,

138)3.

El pasaje anterior, no sólo es útil para evidenciar, en pequeña parte, el prominente papel de

la salsa en la obra, sino que a su vez destaca otro asunto que es importante y será relevante

también para la otra novela: el uso del inglés, que cobra relevancia considerándose como la

lengua en la que el rock fue escrito en sus primeras etapas de vida.

Ya centrándonos hacia la presencia del rock en la obra, puede afirmarse que éste comparte

participación con la salsa, aunque como ya se dijo, la presencia de la salsa es más recurrente,

pero como se puede apreciar posteriormente, no es referida en la otra obra objeto de este

trabajo.

El rock se encuentra presente también a lo largo de ¡Que viva la música!, pero

particularmente en los momentos en que María del Carmen entabla amistad o se relaciona

con chicos que han tenido la oportunidad de viajar al extranjero. De hecho, ellos comparten

con ella este tipo de música que han traído al país, especialmente la de los Rolling Stones,

que es la banda más referida, aunque también se menciona a The Beatles, Eric Clapton, Janis

Joplin, Grand Funk, entre otros, en otros apartes y a The Cream en la discografía que la

3 Ahora mismo queremos darle la bienvenida y felicitaciones Okey que pare Changó.

Ahora mismo quiero presentarles a un hombre que hizo un verdadero éxito aquí en New York, desde Brooklin…

Nos gustaría darle la bienvenida (tenebroso ambiente de indecisión, del que no tiene ni fe ni amparo)… directo

desde Puerto Rico qué tal un muy, muy buen hombre en el pasado: Bobby Cruz y Ricardo Ray en el piano…”.

Traducción propia.

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narradora incluye al final y que considera necesaria “para su redacción” (de la novela)

(Caicedo, 2001, 207).

Dentro de los episodios en los que el rock puede nutrir o al menos modificar el discurso de

la narradora, lo cual es uno de los aspectos que este trabajo pretende hacer notas más adelante,

está la inclusión de un episodio en el que al músico multiinstrumentista de los Stones, Brian

Jones, quien fue encontrado muerto en una piscina, no se le permite su expresión musical

total, a la sombra de Mick Jagger y Keith Richards, además de perder a su chica, Anita

Pallenberg, con éste último (Caicedo, 2001, 77-80).

OPIO EN LAS NUBES

A diferencia de ¡Que viva la música!, esta obra está dividida por capítulos4. Desde el mismo

título de uno de ellos, se aprecia la referencia al rock: “Los ojos de Gary Gilmour” fue

también una canción de The Adverts, publicada el mismo año de la ejecución del verdadero

Gary (1977), asesino itinerante estadounidense, quien en la novela es un personaje más,

también sentenciado a muerte y cuyo apellido se modifica en escritura en la obra (su apellido

real se escribe Gilmore).

Opio se hace acreedora al Premio Nacional de Novela en 1992. Entre su propuesta estética

encontramos el uso de distintos narradores: entre los que sobresalen el gato Pink Tomate,

Sven y el mismo Gary. Algunos de estos narradores, principalmente Sven, cuentan lo

sucedido empleando numerosas referencias a bandas y músicos de rock. En este sentido,

quizás pueda decirse que más que contar lo sucedido, el narrador comparte lo pensado, como

sucede en este apartado, narrado por Gary, en el que combina parte de la letra de la canción,

en inglés, con sus pensamientos:

“Desde que te vi quedé envenenado, Harlem. Eres como esa canción, Wild Thing,

de Hendrix. Tenías la misma lógica de la heroína, me produjiste el mismo efecto

porque te vi y me dieron ganas de inyectar tu nombre en mis venas me dieron ganas

4 ¡Que viva la música! no está dividida por capítulos o secciones, ni tiene otra organización distinta a la de ser

una única narración, con un solo narrador. Llegando al final hay algunas fechas que aparentemente ofrecen

algún tipo de orden de lo que se narra en ese momento, y al final se incluye un título de Discografía, que según

la narradora, ha sido necesaria para la redacción de la novela.

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de ir al baño y orinar orines con el sabor de tu nombre, ganas de ir al baño del

Opium y mirarme frente al espejo y decir mierda you make me feel like a wild thing.

You make my heart sing wild thing, me dieron ganas de escribir tu nombre con

sangre en el fondo de mi vaso de cerveza…” (Chaparro, 1992, 91).

Nótese además, como se omiten algunos signos de puntuación, lo cual puede provocar vértigo

o musicalidad, dependiendo de la óptica con que se observe. Esta omisión puede considerarse

un recurso narrativo concordante con el flujo de conciencia, con la posible intención de

transmitir los pensamientos de Gary, de la manera más directa posible. Adicionalmente, la

puntuación se omite por completo en los pensamientos de Sven sobre su infancia y la casa

del árbol y en los pensamientos de Marciana, estando en el sanatorio, que son palabras

dedicadas a Max, plenas de poesía (Chaparro, 1992, 81-88).

El rock aparece, no sólo como lucubración, sino para ambientar situaciones de los personajes:

“Después nos metimos a un concierto de rock cerca de la playa. Amarilla estaba

feliz estaba eufórica y me dijo perrito quiero un ácido y yo le dije claro preciosa ya

voy y entonces me metí en aquel mar de sudores, de gente que movía los brazos

hacia arriba y hacia abajo y le dije a un tipo hey por favor un sunshine y el tipo dijo

fresco loco no lo diga tan duro, pero al final todo bien, me dio el sunshine y llegué

y le dije a Amarilla preciosa toma tu sunshine y ella me dijo te vi perro y yo le

respondí no me lo hagas repetir, yo también te vi perra. Ni más faltaba muñeca.”

(Chaparro, 1992, 167).

O este episodio en el que uno de los personajes canta el estribillo de una reconocida canción

de The Beatles:

“Cuando Max llegó a la celda Gary cantaba get back get back get back to where you belong

get back go home get back get back” (Chaparro, 1992, 43) (el fragmento de lo que canta

puede traducirse como “regresa regresa regresa a donde perteneces regresa vete a casa regresa

regresa”.

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Otras alusiones de Opio al rock se pueden encontrar a lo largo de la obra. Van desde nombres

de lugares como el Café del Capitán Nirvana o el Bar La Gallina Punk hasta ambientaciones:

Sven nos cuenta como muere en el bar Anaconda mientras suena With Or Without you (de

U2, asumimos) (Chaparro, 1992, 25), o Pink Tomate nos cuenta que Altagracia escucha You

Shook Me All Night Long (probablemente de AC/DC) (Chaparro, 1992, 59).

Un capítulo que podría considerarse completamente musical en la novela, es Cielitos

Restringidos. Aquí, para mí, uno de sus más bellos fragmentos:

“..hoy soy una aspirina, tal vez una anfetamina

y parece que hoy nada camina

no camina el camión

Tengo ganas de saltar al vacío

ganas de cortarme las venas con el filo de tu aliento

con el filo de tus silencios

para que la mañana y el cielo y las nubes

se llenen con tu sangre” (Chaparro, 1992, 154).

POSIBLES SEMEJANZAS

Estas dos obras, separadas por tan sólo quince años, recurren a la inclusión de la música que

quizás más adeptos apasionados cuente a nivel mundial actualmente. Basta con dar una

mirada alrededor para saber que constantemente están surgiendo nuevas agrupaciones,

tendencias y, por qué no decirlo, modas, en el rock. Puede considerársele ya como parte del

mainstream, fenómeno de masas que gana más fanáticos tanto como críticas o, al menos,

comentarios. Después de ser una cuestión underground, en algunos de sus momentos y

periodos, hoy el rock es fuerza y parte del movimiento cultural actual a nivel global5 y aunque

sea principalmente juvenil, debe anotarse que no únicamente.

5 La vigencia del rock como fenómeno cultural, a nivel mundial, se explicita en el apartado dedicado a ofrecer

posibles definiciones y alcances del género, en el Marco teórico de este trabajo.

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Tanta fuerza ha cobrado que sobre él se ha escrito mucho, sobre su influencia positiva o

negativa en los medios masivos de comunicación, en la juventud, en la cultura popular. Sobre

él se han hecho películas, documentales, foros, conferencias e innumerables referencias. Lo

cual ya es bastante decir para un fenómeno que va apenas hacia su séptima década. Para el

propósito de este trabajo, procuramos evidenciar como su presencia va desde el flujo de

conciencia de algunos de sus personajes, que nos comparten de forma urgente sus pensares,

angustias y amores, pasando por la ambientación de episodios hasta la referencia directa de

su naturaleza, en la cual se puede polemizar, discutir o simplemente referir y presenciar la

manera en la que el rock se constituye a sí mismo como discurso literario, quizás modificador.

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2. MARCO TEÓRICO

Para la propuesta específica de este trabajo, el análisis se realiza partiendo de las categorías

que se proponen a continuación, cuyos conceptos fundamentales se explicitan en el desarrollo

de este capítulo:

1. El rock como elemento integrante de la cultura popular.

2. El rock, los lugares y la ciudad.

3. Interdiscursividad.

Con la primera, se busca hacer una revisión de la música rock como concepto, como noción

o posibilidad de pensamiento. Entenderlo como elemento de la cultura masiva, como

respuesta a hechos políticos y sociales específicos; hallar sus redes intrínsecas y sus

vinculaciones con otras manifestaciones artístico- culturales del siglo XX, su papel en el

devenir de la contemporaneidad y su trascendencia, para, posteriormente, ya comprendido

en una posible totalidad, poder emplearlo como instrumento de estudio de las novelas.

La segunda categoría está orientada a la explicación de la ciudad y los lugares, en estrecha

relación con la música rock, con el concepto Rock. Analizar de qué manera el rock permea

los sitios, modificándolos, convirtiéndose en parte fundamental del escenario en el que los

personajes transcurren lo narrado y dejando de ser, de este modo, un simple artículo

ornamental. Se pretende aquí hacer un análisis de cómo la relación rock- lugar (o “no-lugar,

de acuerdo con Amar Sánchez (2000, 159)) se constituye en elemento primordial de la

narración de las 2 novelas.

La tercera, más que ser una categoría que analizar, se plantea como una de las alternativas

que permita realizar el análisis, que lo oriente. Después de un breve acercamiento a una

posible definición de interdiscursividad, (posible, dada la complejidad del término y sus

conexiones y divisiones), se especificará la manera en la que se espera que pueda devenir

útil a los propósitos del trabajo.

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El rock como elemento integrante de la cultura popular

Con el propósito de lograr un acercamiento al significado de “cultura popular”, debe, como

primera medida, tenerse en cuenta que no es intención de este trabajo ahondar en la ya

amplísima discusión sobre la cultura, sobre qué es, qué no lo es, o de qué forma se determina.

La definición de “cultura” es tan compleja y variada como la de otros fenómenos que atañen

al ser humano (sociedad, arte, educación, entre otros). Asimismo, debe considerarse que

tampoco es intención de este trabajo hallar las relaciones intrínsecas entre los conceptos de

cultura y sus complejas derivaciones (Popular, de Masas, Contracultura, entre otros); por

tanto, se incluyen definiciones de los mismos, únicamente con el propósito de establecer la

medida en la que el rock, como producto cultural y social, participa de ellas como uno de sus

múltiples elementos integrantes y, posteriormente, emplearlo como posibilidad de análisis de

las novelas objeto.

Para una aproximación inicial, sucinta, sobre la “cultura popular”, se considera que “la

noción de “popular” se define siempre “en relación con un otro”, como el conjunto de lo que

está excluido de lo legítimo u oficial, y en esto pesa la imposición de los sistemas educativos

y las instituciones culturales que suelen reforzar un pensamiento binario y dualista” (Amar

Sánchez, 2000, 12). Si hay una cultura popular, se da por sobrentendido que hay una cultura

“alta”, jerarquizante, que en muchas ocasiones, observa a la cultura popular, no desde una

óptica perpendicular o de “par” sino, desde una perspectiva despectiva. De igual forma, está

implícito el consecuente debate sobre las mismas y el alcance de cada una; si es problemático

definir “cultura”, tanto más puede ser intentar definir “cultura popular”. Además, aquí

subyace, como lo menciona Amar Sánchez, la consideración de que las instituciones

educativas han alimentado el debate, posiblemente nocivo, en torno al dimorfismo de la

cultura: una manifestación artística pertenece a la “alta” cultura o a la popular (y el problema

es aún mayor cuando se incluyen en el debate otras de las derivaciones de “lo culto”).

La cultura popular, entonces, está relacionada con diferentes formas de expresión, difusión y

aceptación de la cultura y las manifestaciones humanas. Desde el siglo anterior, el cine, las

historietas, la televisión, la radio, el internet (más en las postrimerías del siglo) y más

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recientemente, las redes sociales, han permitido que el arte o las propuestas artísticas, como

una de dichas manifestaciones, se difundan más fácil y rápidamente. En este sentido, cobra

relevancia otro concepto o derivación de “cultura”: la “cultura de masas”, la cual está

estrechamente vinculada a la propagación del uso y consumo de los medios masivos, por lo

tanto, “se trata de un conjunto de prácticas en estrecha dependencia del desarrollo que desde

el siglo XIX han tenido las formas de reproducción técnica” (Amar Sánchez, 2000, 13). Esas

formas democráticas de comunicación han permitido que no solo los más sencillos mensajes

lleguen fácilmente a su receptor, sino que formas otrora exclusivas de la alta cultura como el

arte y otras expresiones, sean asequibles, se nutran de diversos medios, dialoguen entre sí, y

permitan hibridaciones entre las “culturas”.

La discusión sobre este aspecto de la hibridación entre las culturas, “alta” y “de masas”, no

llega, por supuesto, a acuerdos evidentes. Los detractores de la cultura de masas la tildan de

caer estrepitosamente en el vulgo y en las esferas con poco o nulo criterio de selección entre

lo que es cultura y lo que es arte, y aquello que no lo es; así como de permitir y celebrar, de

acuerdo con Lozano Mijares (2007, 190), el pensamiento débil. Por su parte, quienes

defienden a la cultura de masas, la conciben como un proceso que “permite el acceso al

beneficio de la cultura a masas ingentes anteriormente excluidas de la supuesta cultura

superior” (Lozano Mijares, 2007, 190). Un tipo de cultura que tiene plena validez, de acuerdo

con sus defensores, pues acerca el arte y la cultura a grupos de personas y pequeñas

sociedades que previamente no parecían interesarse en ningún tipo de cultura, o no tener

acceso a ella. Podría decirse que democratiza la sensibilización del hombre contemporáneo,

teniendo en cuenta que la llamada cultura de masas, al menos su lugar más prominente, se

debe, como ya se dijo, al desarrollo técnico de las comunicaciones.

Sin tener necesariamente que tomar partido por la “alta” cultura o la cultura de masas, se

considera para este trabajo, la contingencia desde la cual la hibridación permite, si no un

nuevo panorama, sí, al menos, una posibilidad (o múltiples) no solo para la comunicación

sino para el arte: formas de exteriorización humana permeadas por los medios y los nuevos

formatos de comunicación, otras formas estéticas producto de otras tantas. Se considera aquí,

entonces, esa hibridación como una entidad sin rasgos positivos ni negativos; simplemente

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19

como una alternativa. Así lo considera Umberto Eco (citado por Lozano Mijares, 2007, 190):

“Como en el caso de la posmodernidad, el error consiste en preguntarse acerca de la bondad

o maldad de la existencia de la cultura de masas: el hecho es que existe y que es inevitable.

No es bueno ni malo, no se puede volver atrás; habrá que afrontarlo y seguir adelante”. Una

de las formas de esa afrontación, consiste, precisamente, en aceptar que cualquier elemento

de la cultura de masas (o popular) puede considerarse como una alternativa del arte, quizá

una probabilidad para evitar el anquilosamiento de las formas estéticas.

En el marco de la literatura, y con la intención de encaminar hacia el análisis que se propone

este trabajo, una de las evidencias de esta hibridación entre las “culturas” en cuestión, puede

encontrarse en lo que se ha denominado paraliteratura, al ser un “sistema paralelo al de la

literatura que incluye manifestaciones textuales -en el sentido semiótico del término- en las

que puede existir un elemento no verbal (pictórico, fotográfico, musical: es el caso del cómic,

la fotonovela o la canción de autor) que no tiene por qué ser considerado, a priori, inferior

desde el punto de vista valorativo al sistema de la literatura canónica y oficial” (Lozano

Mijares, 2007, 191). Esta otra alternativa, la de la paraliteratura, se nutre de la recepción

positiva que tiene en sus lectores, pues al emplear clichés, lugares comunes o fragmentos de

canciones, por ejemplo (otros elementos no verbales), que apuntan hacia la satisfacción del

lector (y no necesariamente hacia la complejidad de lo escrito); su recepción se amplía,

permitiendo, para el caso de las novelas analizadas en este trabajo, no solo que sus tirajes y

número de lectores siga en aumento, especialmente entre los jóvenes, sino que incluso sean

consideradas como “novelas de culto”. Esa satisfacción como resultado del ejercicio de

lectura y como posible intención de los autores, es uno de los descriptores de la paraliteratura,

como lo anota Solotorevsky, citado por Jeria Conus (2005):

“La ensayista señala, en base al esquema de las funciones del lenguaje propuesto por el

formalista ruso R. Jakobson, que en la literatura existe un predominio de la función poética,

ya que el creador del texto literario se preocupa por el mensaje, convirtiéndolo de esta manera

en el objeto en sí, en cambio en la paraliteratura, entendiendo ésta como literatura de masas,

el mensaje no es un fin, sino solo un medio para conseguir la satisfacción del destinatario.

De esta manera, la jerarquía estará encabezada por la función conativa (o apelativa), es decir,

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20

el interés del creador del texto paraliterario se centrará en el receptor para crear ciertos efectos

en él, a través del mensaje, y provocar su total satisfacción”.6

Las novelas que componen el corpus de este trabajo entrarían en la categoría de paraliteratura,

y podrían, por su propuesta diferente, alimentada con la música y otros elementos, plantear

un posible cuestionamiento o, por lo menos, un diálogo, que puedan establecer con el canon

literario, cuyo análisis hace parte de los propósitos de este trabajo, el cual se procura

explicitar más adelante.

Como el tipo de música que alimenta las novelas del corpus es el rock, procuraremos

acercarnos a una definición; tarea por demás complicada, pues consiste en procurar emplear

palabras para definir una expresión de la música, de otro tipo de arte distinto a la literatura.

Además, se trataría del género musical con más variaciones en sus propuestas artísticas

internas, un gran número de subgéneros, un fuerte influjo sobre su audiencia, la cual es de

grandes proporciones; y en muchas ocasiones, también se ha caracterizado por no pocas

problemáticas, al estar ligado, en algunos géneros y grupos, al uso desbordado de alcohol y

narcóticos, a suicidios, e incluso, por algunos de sus detractores, a no ser considerado como

música, sino como “ruido” o “escándalo”. Quizá precisamente por su intensa actividad, ha

llamado la atención sobre sí, como objeto de estudio. Aprovechando esa acotación, se hace

la claridad de que la definición o posible conceptualización del rock se realizará hasta donde

sea requerido por los límites establecidos por los fines de este trabajo.

A pesar de la dificultad implícita, Simon Frith (1978, 18) arriesga una definición: “la música

producida para el consumo simultáneo de un amplio mercado joven”. Además de no ser

reciente, él mismo acepta que esa opción de acepción puede no ser la más acertada, pues

vincula “música”, “consumo y mercado” y “juventud”, conceptos problemáticos en su

definición en el campo de las ciencias humanas, sin embargo, permite entrever que ha sido

el género musical relacionado de forma más estrecha con los jóvenes. El tipo de música que

fuese creada, producida y “consumida” para y por la juventud, debía llevar impregnado ese

6 JERIA CONUS, Jorge Alfredo. Cultura de masas en La tía Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa.

Universidad de Chile. Santiago, 2005. p.6

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hálito de libertad que se supone la representa. Los jóvenes estadounidenses, en los cincuentas

y sesentas, al momento de surgimiento del rock (si es que ese surgimiento con un momento

cronológico específico es posible, pues si se rastrea hacia atrás, buscando hallar su origen,

habrá que remontarse hasta el blues; más aún hacia el jazz de New Orleans, el gospel y otros

ritmos de los años veinte), notaron que vivían en un mundo que, hasta la Segunda Guerra

Mundial, no era propiamente su territorio: “la juventud comienza a existir como tal, se

autonomiza, empieza a tomarse sus libertades” (Chastagner, 2012, 22).

Esa transición se dio paulatinamente, las circunstancias históricas y políticas la posibilitaron,

pues, además del conflicto, las consecuencias de la depresión de los treinta, la influencia en

los jóvenes de la Beat generation, el hipismo, y películas como Rebelde sin causa, entre otros

factores, posibilitaron que la música se fuera instituyendo como una especie de himno de

representación: “La juventud de los años cincuenta expresó su diferencia sin apelar el rechazo

o la violencia. Cuando adoptó el rock n’ roll lo hizo ante todo de forma lúdica, para

acompañar su tiempo libre. Más allá de las apariencias, los Estados Unidos del rock n’ roll

no cuestionaron el credo de sus mayores. Les bastó con que se tomaron en cuenta sus gustos,

con que se respetara su territorio” (Chastagner, 2012, 23).

Es importante tener en cuenta, asimismo, que de las concepciones idealistas de rock

apuntaban a ese horizonte: este tipo de música parecía prometer un nuevo panorama, una

esperanzadora visión del futuro respecto del papel de la juventud en esa sociedad. En todo

caso, procurando orientarnos hacia una posibilidad más abarcadora, debemos igualmente

reconocer que ese horizonte utópico se desvaneció, si no totalmente, al menos resquebrajó

ese panorama alentador: “la música rock fue utilizada como plataforma comercial para la

venta de discos, neutralizando su poder de catarsis shamánica anti-represora, su capacidad

para desinhibir las energías eróticas; las drogas psicodélicas se adulteraron para destruir a sus

usuarios, manteniendo así intacto el dogma de la inmaculada percepción; las comunas

hippies, lejos de arraigar y ser un medio alterno de producción, se convirtieron en inocuos

enclaves bucólicos” (Rodríguez, 2010, 157). Se destruía de esa manera uno de los roles que

se le intentó atribuir al rock: liberador, unificador, mesiánico, incluyente. Por fortuna, aún se

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mantiene su rol vitalista como música, aunque no sea ya trascendental, en todo el sentido del

término.

Posteriormente, el rock mutaría demasiado: muchas bandas, estilos, álbumes, artistas

iconográficos, otros muchos que no tanto, películas sobre el asunto y, en términos generales,

de cuatro a cinco décadas de expansión y nuevas propuestas, diversifican aún más un intento

de definición; razón por la cual nos bastará, con algunas aristas adicionales que surjan en el

desarrollo del texto, y entendiendo que no se limita únicamente a ella (pues el respeto que

tengo al género es bastante), la definición de Frith, que parafraseada podría ser: género

musical de aceptación preferentemente juvenil y de expansión mundial, cuyo desarrollo y

afianzamiento ocurre a finales de los cincuenta, y se maximiza en años posteriores, y al que

se le ha atribuido una fuerte influencia en su audiencia, y se le ha vinculado con símbolos de

rebeldía y libertad.

Esa suerte de definición permite visualizar al rock como elemento de la cultura masiva. Es

importante anotar aquí que, como ya se mencionó, asumimos la postura de Eco en cuanto a

que la cultura masiva no es un aspecto positivo ni negativo, sino una alternativa. En cuanto

al rock, es “de masas”, por varias razones, entre las cuales destacamos algunas: una de ellas

radica en su facilidad expansiva a nivel mundial: “como industria cultural el rock se impone

en términos globalizadores” (Abad, 2002, 104), lo cual es tanto más evidente en la actualidad

con las redes sociales y las plataformas pagas que permiten escuchar, intercambiar y

descargar canciones. En diferentes países se organizan grandes festivales al aire libre tanto

pagos como gratuitos, en torno al rock (y desde hace tiempo, véase el caso de Woodstock)

que congregan a miles de fanáticos. Es el género por excelencia en lo que se ha denominado

Arena rock: lugares multitudinarios, como estadios, que fueron colmados por conciertos de

artistas como The Beatles, Queen, Guns n’ Roses o más recientemente, Coldplay, solo por

citar algunos ejemplos.

Hacia este sentido, también sería “cultura popular” tomando como base la definición de Amar

Sánchez (2000) por dos razones máxime: la primera, lo que ella denomina “la relación con

un otro”, en tanto que el rock ha creado comunidades, hermandades si se quiere, de diferentes

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órdenes (por subgénero, por look, por identidad con la propuesta estética, con las letras, etc.),

así como por lo mencionado previamente (la masificación del consumo, de la cual una de sus

formas de manifestación podrían ser el impacto del negocio discográfico ligado a la

producción en masa (Frith, 1978, 13-16), los clubs de fans, la asistencia colectiva a eventos

en vivo, y en ellos, en ocasiones, la asimilación y tolerancia a exteriorizaciones propias del

rock como saltar o empujarse: “La relación de masa en ceremonias de violencia que están

estructuradas bajo figuras específicamente instituidas como el pogo, el moshing, etc” (Abad,

2002, 33), entre otras); la segunda, enlazada con “las formas de reproductibilidad técnica”,

de las cuales han sacado vasto provecho no solo el rock sino otros géneros musicales, la

cinematografía y otras formas de producción y recepción de arte “colectivo”: la televisión

(canales como MTV, en el pasado), la radio online, entre otros.

El rock, los lugares y la ciudad.

En este apartado se pretende hacer un acercamiento a la concepción del lugar ficcional y su

estrecha relación con el rock, en las novelas del corpus. Analizar de qué forma, no solo la

ciudad entera, sino lugares concretos como donde se lleva a cabo un concierto o un bar, se

encuentran en estrecha alineación con el rock y, ese resultante, en estrecha relación con la

historia (cuando la hay) y sus actantes. Con ese fin, se realizan aproximaciones a los

conceptos de ciudad, o urbe representada, y lugar (o “no-lugar”) con las más relevantes de

sus implicaciones, para posteriormente, en los capítulos respectivos, llevar a cabo el examen

de la relación tríptica entre éstos, el género musical y los personajes.

En procura de ir más allá del simple espacio geográfico o topos, debemos considerar que en

una ciudad confluyen diversidad de sentires y personalidades. Esto se ahonda en el caso de

la metrópolis, albergando en su seno personas de diferentes raíces y orígenes, y con diferentes

problemáticas. La “gran ciudad” no puede constituir únicamente un conglomerado de

grandes edificios y avenidas, sino que es la representación de formas de vida a las que el azar

les ha impelido a vivir en un mismo lugar que, aunque extenso, no por ello deja de ser el

mismo.

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24

La ciudad no se configura, entonces, como una aglutinación de barrios, especialmente para

los propósitos de este trabajo, que procura estudiar su función como el escenario novelesco

en dos obras. La figura de la ciudad en la literatura cobra mayor fuerza desde las invenciones

y percepciones de nuestras lecturas, como lo menciona Amar Sánchez (2000, 157): “Como

sabemos, las ciudades también pueden construirse en los libros (...); es más, muchas veces

nuestras imágenes de ellas nacieron en los textos. Se crean allí imaginarios, se configuran

espacios, ciudades que definen identidades históricas y culturales (...). La imagen construida

se impone a veces con más fuerza que la proveniente de la experiencia”. De igual manera,

hemos visitado ciudades en las que no hemos estado, físicamente, por medio también de

películas o pinturas. Así pues, haciendo la lectura de las novelas del corpus, y en los capítulos

posteriores, podemos apreciar cómo nos es dado el conocerlas y recorrerlas junto a sus

personajes, para procurar encontrar en esas novelas, de este modo, un “análisis de las

ciudades basada en lecturas urbanas; es decir que, al asumir la ciudad como texto, invierte el

proceso de análisis construyendo textos que la nombran” (Jaramillo, 2003, 37), la resignifican

en su escritura, y que vienen, por tanto, a constituirse como parte de la ciudad misma.

Y es que la inclusión de la ciudad como modernidad, como reflejo de progreso y bonanza,

aparece útil a un aspecto de la relación entre la literatura y la cultura de masas: “La narrativa

vinculada con la cultura de masas es urbana y en ella se reitera a lo largo del siglo este cruce:

la ciudad es el ámbito por excelencia donde imperan los signos de esa cultura” (Amar

Sánchez, 2000, 158). Es el hábitat de los personajes de novelas escritas en pleno

florecimiento del acceso a los medios (no solo de comunicación, sino de difusión), así como

sus personajes, que podían hacer uso de modernos sistemas de transporte para recorrerla de

un límite al otro (o recorrerla a pie), evidenciando la modernidad por medio de los atributos

de la organización metropolitana.

Pero, de igual forma, como ya mencionamos, la ciudad alberga diferentes formas de sentir,

las cuales se nutren de las experiencias vividas en sus linderos: “caminar por la ciudad es

apropiarse a través de la mirada de los bienes ajenos, participar, sufrir, adquirir identidad: el

personaje se constituye en relación con esa cultura urbana, en un vínculo de odio/amor con

Page 25: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

25

ella (...)” (Amar Sánchez, 2000, 158), lo que implica desde la opción de sentirse a gusto como

habitante de la ciudad, tanto la opción de sentir nostalgia en sus calles y lugares, que en

ciertos casos, pueden ser portadores de malos recuerdos, símbolo de noticias oscuras, y en

unos de los peores casos posibles, de inconformismo y soledad.

Cuando la relación con el espacio-ciudad se ha construido de este modo, o ha devenido en

uno de estos símbolos, la identidad de la ciudad como lugar propio, como el lugar del yo, se

pierde y entonces “da lo mismo” aquí o allá, esta ciudad o la otra: “Las ciudades se han

convertido en "no lugares" (...). Si un lugar es un espacio de identidad, de relaciones y de

vínculos históricos, los no lugares, productos característicos de la postmodernidad, se definen

por la ausencia de estas marcas” (Amar Sánchez, 2000, 159)7. En un sentido pesimista,

resultaría una indefinición de ciudad, o no sería posible más allá de lo topográfico, para los

no-seres que la habitan pero que, pese a ello, no encuentran en sus calles su lugar.

Un escenario como ese, “el contexto en el que reina la oralidad, es decir, lo caótico, lo

ilegítimo y lo extraoficial; en muchos casos, es el ámbito del carnaval en donde la trasgresión

de la axiología dominante es posible” (Rodríguez, 2010, 190) nos permite entrever los

siguientes aspectos: uno, la ciudad se configura como un espacio confuso, que se habita pero

no se “vive”, un espacio posmoderno, entendido como fragmentariedad y polimorfismo; dos,

se configura como la conexión entre la ciudad y el tema específico del apartado anterior, las

“culturas”. Así lo evidencia Rodríguez (2010, 190): “uno de los espacios por antonomasia en

donde se concentran las dinámicas que comprenden las complejas relaciones entre cultura

popular y dominante”.

En este sentido, debe anotarse que no solo basta con reconocer esa complejidad en las

múltiples conexiones de la ciudad con sus habitantes, sino que también se debe “asumir el

reto de reconocerla como una entidad en permanente cambio” (Jaramillo, 2003, 32).

Adicionalmente, considerando la magnitud y densidad de la respectiva ciudad, para un

7 Al propósito de trazar un acercamiento a los conceptos de lugar y no-lugar, establecidos por Marc Augé, y su

estrecha relación con la capital de nuestro país (que parece ser el escenario de una de las novelas del corpus),

sobreviene útil el texto Bogotá fragmentada de Juan Carlos Pérgolis, estudiado por Alejandra Jaramillo para el

capítulo 1 de su Bogotá imaginada. Narraciones urbanas, cultura y política (2003), que ya hemos referido.

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acercamiento a una suerte de definición, deberá tenerse en cuenta que su centro no es único

y estable, sino que se caracteriza por nodos o subejes que la conforman y contribuyen a su

modificación.

Por otro lado, no es posible concebir la ciudad dentro de una dicotomía en la que lo urbano

se contrapone a lo rural, y es, por tanto, símbolo innegable de progreso o atracción turística.

En muchas ciudades se evidencia, en algunos de sus determinados territorios, una apetencia

por la edificación desmesurada, para, posteriormente hacer una afanosa invocación de lo

rural, por medio de la construcción de parques y zonas verdes o recreativas, en aquellos

lugares en los que la modernidad se ha erigido en forma de grandes y flamantes edificios de

una u otra institución. Se quiebra, entonces, la posible dicotomía, cuando en la ciudad (en el

mismo lugar que, aunque grande o enorme, es el mismo) confluyen y conviven signos

específicos tanto de la intención de lo urbano, como de la persistencia de la ruralización:

vehículos de tracción animal, grandes zonas verdes descuidadas por la ciudadanía y por el

gobierno distrital, calles sin pavimentar, sin señalización, entre otros.

Por último, la complejidad implícita en la posible acepción de ciudad, debe, a su vez, abarcar

los resultados de la constante metamorfosis que implica la voluntad de urbanización: así

como constantemente se inicia la construcción de un nuevo edificio o megaproyecto, otros

van quedando en la postergación o en el olvido, abandonados a la suerte del paso de los años

y el deterioro. Ese claro desequilibrio, siguiendo a Jaramillo (2003, 38), en su estudio sobre

Bogotá, refleja una desenmascarización de la ciudad: “se ha llegado al nivel máximo de

desilusión, el mito del progreso ha sido revaluado y, por ende, la ciudad es vista y recreada

como alegoría de la ruina, ironización del emblema de la barbarie humana, expresión de un

crecimiento desigual e inequitativo”. En este sentido, para que la ciudad pudiera recobrar su

valor como emblema de la modernidad, debería existir homogeneidad topográfica en la forma

en la que evidencia el progreso; no los parches dispares que se visualizan en algunos de sus

territorios.

De este modo, el concepto de ciudad que nos atañe no podrá referirse exclusivamente a la

distribución geográfica de un territorio específico, signado por la modernidad en forma de

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edificios, grandes avenidas, sistemas de transporte establecidos, u otros factores netamente

medibles desde los estudios urbanísticos y demográficos; sino que deberá pensarse desde la

complejidad de las relaciones entre sus distintos pequeños o grandes territorios

constituyentes, desde las distancias a recorrer y los acontecimientos, las edificaciones

modernas y otras no tanto, desde las tensas relaciones de sus lugares con sus habitantes; y

desde la forma en la que esas relaciones se transforman en historias, las cuales también vienen

a ser parte de la aproximación al concepto de ciudad.

Interdiscursividad

Siguiendo a Lozano Mijares (2007), como ya se expuso previamente, su noción de

paraliteratura como un sistema paralelo que considera la inserción o yuxtaposición de “otras”

experiencias textuales, la hibridación entre discursos que han sido considerados como

diferentes, puede sernos útil. La literatura podría ser, entonces, un resultante de la

combinación del texto escrito, verbal, empleado para narrar; con el de otro tipo de textos,

como el cinematográfico, el pictórico o el musical. Esa coexistencia de manifestaciones

textuales que otrora fueron consideradas disímiles, encuentra un lugar común en las novelas

que constituyen el objeto de estudio de este trabajo. Como ya se mencionó, esas obras

formarían parte de la categoría de paraliteratura y, por tanto, de una forma de contar la historia

en la que el cruzamiento de diferentes discursos se realiza. Por ello, en este apartado se

procura hacer un acercamiento a la idea de interdiscursividad (y a la de dos de sus conceptos

relacionados: la intertextualidad y la traducción; y uno fundante: el discurso) para,

posteriormente, en el recorrido que se hace por cada novela en los capítulos siguientes,

entrever la forma en la que podría estar relacionada con las obras en cuestión.

El término interdiscursividad, hace referencia a la forma en que están relacionados los

discursos, ya sea que pertenezcan a la misma clase o hagan parte de otras modalidades.

Algunos autores definen la polifonía (la confluencia de diferentes voces, las de los autores

de los textos o sus narradores) como una especie de diálogo que tiene lugar en el desarrollo

de un discurso, en el cual diversos personajes exponen sus puntos de vista sin que ello

implique su salida del eje temático que se está abordando.

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Ramírez Caro (2000, 137) por su parte, quien cita y sigue las propuestas de E. Cros, define

la interdiscursividad como la manifestación de la polifonía de los textos o “la expresión de

la ideología y la formación discursiva de las formaciones sociales por las que atraviesa el

texto”. Para este autor todo acto de habla, toda realización a través de la palabra, desarrolla

un interdiscurso que marca en el texto resultante inevitablemente huellas discursivas de una

formación ideológica enmarcada en una formación social (2000, 146-147). En la producción

de los discursos, las personas dejan de lado la individualidad para pasar a ser parte activa de

un grupo, en el cual tienen participación, es decir asumen papeles interpersonales, frente a la

producción literaria de otros autores. Se podría decir que toda obra, o todo texto, está

relacionada de una forma con otras pertenecientes a la cultura de su entorno y a la sociedad.

El texto, entonces, terminará siendo un intertexto que materializa interdiscursos, y el lector

tendrá que ser un interlector (otro intertexto): cada autor se abre a otro autor, cada texto a

otros textos y cada lector a otro lector-leído, a otra lectura (Ramírez Caro, 2000, 149).

Martínez (2001, 78) también se ocupa de este fenómeno de la interdiscursividad,

adjudicándoselo a las relaciones que mantiene un texto con todos los discursos registrados

en una cultura y en una sociedad determinada, atendiendo a postulados ideológicos, dejando

fuera las relaciones establecidas entre un texto y otro texto, que más bien serían relaciones

intertextuales. Aquí radica una de las complejidades del concepto que nos atañe, por lo cual

no se pretende aquí más que una mera aproximación que sirva a los propósitos de este trabajo:

un texto, puede encerrar en sí otros muchos textos, en los cuales está registrado no un

discurso, sino los (posiblemente múltiples) interdiscursos que convergen en él. La relación

de interdiscursividad tiene lugar, en ocasiones, cuando el contenido del discurso es

transmitido en otras formas, tal es el caso de las bellas artes, en las que con frecuencia se

hace representación de obras literarias.

LA INTERTEXTUALIDAD

Para Albaladejo (2010, 21) la interdiscursividad abarca a la intertextualidad, ya que las

relaciones entre los textos, que se definen tanto por lo que son como por lo que no son, pueden

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existir al margen de la posible influencia detectable microestructuralmente, es decir, la

intertextualidad es más sencilla (en comparación con la interdiscursividad; mas no quiere

decir que sea un concepto fácil de abordar), pues puede evidenciarse en títulos, citas

textuales, parafraseos, entre otros, sin necesariamente hacer un análisis discursivo.

Albaladejo se ocupa de la relación entre discursos en distintos planos (textual, ideológico,

pragmático) y también de las cuestiones de determinación del género al que pertenecen esos

textos, precisamente en la relación que establecen esos discursos con cada clase de discurso.

Estas clasificaciones textuales, a su vez, son clases de discurso; y por eso mismo pueden ser

comparadas con otras clases de discurso, como sucede en los textos traducidos (original y

traducciones), por ejemplo. (Albaladejo, 2010, 18-19).

Una de las características de los textos que se puede determinar desde la intertextualidad es

su relación a un nivel superficial. En la producción de textos, es frecuente la utilización de

citas de diversos tipos, en algunos casos tomadas literalmente, en otros parafraseando. Esto

se hace sólo con la intencionalidad de dar soporte a lo que está escribiendo, sin embargo, esto

no contribuye a la construcción de la totalidad de la obra.

Ludomír Doležel (1995, 282-283) también plantea la intertextualidad como una cualidad

superficial de los textos (…), que se ve reflejada en el plano sintagmático de las obras por

medio de citas, frases hechas, estructuras paralelísticas y léxico concreto. Esta concepción es

puramente intencional pero no afecta al plano extensional de la obra, es decir, no modifica

su estructura, su mensaje, su propósito comunicativo, o mucho menos, su género.

LAS TRADUCCIONES

Las traducciones a pesar de ser una transcripción de un texto original, el hecho de que sea

interpretado en un idioma diferente implica tener en cuenta diversos aspectos idiomáticos en

los países, la pragmática del contexto geográfico del texto original y la tipificación de algunas

expresiones y vocablos, en determinados países; incluso dentro del mismo país se encuentra

diversidad de términos que sólo son entendidos a nivel regional. De esto se puede inferir que,

aunque la traducción coincida en el otro idioma, puede tener interpretación errónea, pues en

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el léxico nacional o regional tiene un sentido, lo cual en ocasiones desconocen quienes

realizan la traducción (a no ser que su conocimiento semántico- pragmático sea avanzado,

tanto del código original como de aquel en el que se vierte la traducción final).

La complejidad de la traducción como actividad comunicativa viene del hecho de que el acto

comunicativo de traducción está formado a su vez por dos actos comunicativos (dos

discursos): el acto de recepción e interpretación del texto que es objeto de traducción, es

decir, el texto origen o texto de partida, y el acto de producción del texto que es resultado de

la traducción, es decir, el texto traducción o texto de llegada (Garrido y Frechilla, 2007). El

primero de estos actos es un acto de interpretación de un texto original, con el propósito de

construir un interdiscurso que dé, como resultado final, el texto de llegada.

EL DISCURSO

Se refiere a la forma en que son transmitidos mensajes que incluyen contenidos de diversa

índole como el pensamiento, las emociones, los sentimientos, los propósitos que se han

trazado las personas frente a las diferentes circunstancias de la cotidianidad. El discurso

permite tener una percepción general acerca de las principales características de un colectivo

determinado o de lo que piensa, siente y transmite la persona que lo produce. Con

observación de los discursos se puede tener una idea de lo que piensan sus integrantes de una

sociedad o un sujeto, acerca de un tema. Al hacer un recorrido por los discursos, se puede

identificar si la percepción sobre un problema es similar en toda una comunidad u obtener

una vista panorámica sobre un colectivo.

El discurso como representación manifiesta la realidad efectiva e imaginaria de la sociedad,

con su diversidad, con su pluralidad, con sus confluencias y conflictos. El discurso contribuye

así al conocimiento de la sociedad, es una vía de conocimiento de la realidad y también

representación de la misma; manifestación de la sociedad y su complejidad, de los conflictos

en ella existentes entre diferentes ideas y posiciones, intereses y concepciones del mundo

(Macedo, Mendez y Moura, 2011).

**********

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31

Finalmente, en cuanto al interés que nos ocupa, se reitera que el propósito es poder realizar

un recorrido por las dos novelas, extrayendo de ellas un buen número de apartes, algunos

hechos, citas textuales (a propósito de la intertextualidad), y otras opciones como la revisión

de algunos personajes y lugares; para poder constatar que la música rock es parte fundamental

de las obras, considerando las dos categorías de análisis que hemos propuesto (El rock como

elemento integrante de la cultura popular y El rock, los lugares y la ciudad) y a cuyas nociones

primordiales se ha hecho el esfuerzo de lograr un acercamiento, entrecruzadas por la idea

básica de la intertextualidad y los otros términos de su red cercana. Ese recorrido se realiza

en los dos capítulos posteriores.

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32

3. LA EXPERIENCIA INICIAL DEL ROCK EN LA LITERATURA

COLOMBIANA: EL CASO DE ¡QUE VIVA LA MÚSICA!

Algunas manifestaciones estéticas en la literatura colombiana contemporánea tienen que ver

con la inclusión de los jóvenes como personajes principales, el lenguaje y, en general, el ser

juvenil como se evidencia en !Que viva la música! y la otra novela objeto de revisión. Los

dichos populares y las jergas juveniles de diferentes épocas han modificado parte de nuestra

literatura, al menos en cuanto al empleo de lenguaje elaborado se refiere. La incorporación

de personajes literarios cuyo ciclo vital oscila entre la adolescencia y la adultez temprana, o

una adultez “madura” sin la aceptación propia de esa madurez, ha conllevado la necesaria

inclusión de sus cosmovisiones, sus ansiedades, angustias y necesidades, expresadas de

forma juvenil, es decir, urgente y caleidoscópica, por llevarse a cabo de formas variadas.

Parte de esa temprana urgencia comunicativa se evidencia en el empleo de los códigos de la

música no solo como himno de representación, sino como revelación de la vida misma, como

columna vertebral de la razón de ser y de la premura por decir algo distinto o, al menos, que

se concibiera como distinto para ellos mismos.

En ese sentido, deviene útil el planteamiento que a propósito del empleo de esos códigos hace

Amar Sánchez (2000, 37) al referirse a algunas de las características de lo popular o lo

masificado y su relación con la literatura: “las fórmulas del relato popular marcan la

constitución de una narrativa que representará dentro del sistema literario su opuesto: la lucha

contra la convención y la apertura a nuevas formas. (...) Lo mismo ocurre con los códigos de

la radio, la música popular, la novela rosa, el cine, la crónica social y, en especial, la

publicidad. Las novelas parecen organizarse como espectáculos característicos de la cultura

de masas”. Para el caso, dentro de esos “nuevos códigos” subyace el lenguaje de algunos

jóvenes colombianos que, si bien puede recorrer diferentes épocas, sí encierra la expresividad

misma de lo joven con su vértigo y necesidad de representación diferente de lo cotidiano. El

joven es representado, entre muchas otras formas, por la música como única opción vital.

!Que viva la música! propugnó por nuevas formas escriturales. Algunas de las posibilidades

para esta afirmación subyacen probablemente en la suma de los siguientes rasgos definidores:

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33

la inclusión de los códigos de la música como aspecto determinante en la existencia de los

personajes, la configuración de los jóvenes como personajes problemáticos cuyos hados los

guían trágicamente por inagotables senderos de auto destrucción, la ciudad como hábitat y

espacio testigo de un tipo de transformación absorbente, que amuralla al humano esencial,

otorgándole la sensación de encierro, pese a la gran magnitud de la metrópolis. De igual

forma, a propósito de la novela, Nicolás Suescún en El caso más impresionante de

precocidad literaria8, afirma que “es más que una novela, es un manifiesto poético y una

bomba cultural sin paralelo en nuestra literatura”. Se refiere no solo a un manifiesto estético

personal del autor, sino al movimiento juvenil, a la forma de hacer converger los discursos

del rock y de la salsa en el texto escrito de la novela, estableciendo de esta forma nuevas

posibilidades de escritura.

De acuerdo con Diógenes Fajardo (1987, 894), esta obra puede enmarcarse dentro de las

representativas de las nuevas tendencias narrativas de ese momento, pues “es un texto

polifacético que presenta diversos puntos de interés: su ambientación en Cali por medio de

la música, la experimentación de una estructura narrativa íntimamente relacionada con el

rock y la salsa, el registro del habla de los jóvenes junto con su desorientación frente a la

realidad”, entre otros recursos narrativos, hacen de ¡Que viva la música! una obra creativa.

Específicamente apreciamos el uso de uno de los géneros musicales imperante en los Estados

Unidos y gran parte del orbe: el rock. Dentro de los intereses culturales que como artista tuvo

Caicedo, complementarios al cine y al teatro, encontramos la música en, al menos, dos

diferentes géneros: el rock y la salsa, caracterizando ambos la construcción de ¡Que viva la

música! Aunque la salsa domina la mayor parte de la novela, el rock se manifiesta como

vinculación accidentada de dos culturas.

Esos cambios sociales y políticos, y por qué no, culturales, son referenciados por Caicedo

como crisis. A ese propósito, Luz Mary Giraldo (1995, 16) dice que Caicedo se perfila como

8 Publicada originalmente en las Lecturas dominicales del periódico El Tiempo, el 24 de abril de 1977 (después

del fallecimiento de Caicedo); y reeditada el 27 de abril de 2017. Disponible en:

http://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/resena-de-que-viva-la-musica-de-andres-caicedo-por-nicolas-

suescun-82414

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34

una nueva visión contestataria a quienes escribieron excesivamente sobre la violencia

bipartidista: “con su narrativa de carácter urbano y juvenil que expone con desparpajo la

crisis de la sociedad tradicional”. Esa crisis es expuesta en situaciones que claramente

manifiestan escepticismo, crítica e inconformidad con el contexto. La representación en

personajes problemáticos “se revela en muchos casos en la música (el rock, el pop, el rap,

etc., en contraste con el bolero o el tango del arrabal o de la ciudad provinciana)” (Giraldo,

1995, 34).

Dentro de esta crisis finisecular, se debate el joven colombiano, más específicamente el joven

caleño, como sobreviviente de los ejes problemáticos que plantea la crisis y que quizá, como

escape, configura la música como posible forma de expresión: “en cuanto ciudad

históricamente referida y estéticamente imaginada, Cali se configura en mundo narrativo que

alude a la urbe impregnada de símbolos de poder y goce, cuyos jóvenes viven el paradójico

proceso de consumo de bienes culturales: el cine, el rock, la literatura y el lenguaje cotidiano”

(Caicedo Adolfo, 2011, 443).

En esta novela, el trasegar de los personajes trascurre en la ciudad de Cali. Es allí, en algunos

de los lugares que son nominados directamente con el nombre que realmente tienen en Cali,

que su protagonista sobrevive gracias a la música, la cual ambienta sitios emblemáticos de la

ciudad, prometiendo desatar la fiesta, la rumba y una posibilidad de desasosiego en esos

lugares específicos.

Refiriéndonos concretamente al empleo de la música en la construcción de lo narrativo,

siendo uno de los aspectos a los que se les atribuye en gran medida la posibilidad de constituir

la autenticidad de la novela, podemos asumir que como consecuencia de la modernización

de Cali como centro urbano en crecimiento y en constante metamorfosis, el rock y la salsa

no solo llegan a la ciudad, sino que además llegan a ¡Que viva la música! Los cambios por

los que atravesaría Cali modificarían la percepción que de su ciudad tienen sus habitantes:

“El proceso de industrialización del departamento del Valle y de su capital Cali

que se inicia en los años treinta del presente siglo, fue un factor determinante

Page 35: EL ROCK EN ¡QUE VIVA LA MÚSICA! Y OPIO EN LAS NUBES

35

para la configuración de Cali como ciudad. Alejandro Ulloa separa los tres

momentos claves en el desarrollo agroindustrial de Santiago de Cali que

marcan su configuración como urbe citadina y generan cambios profundos en

las estructuras socioeconómicas de sus habitantes: el primero es el desarrollo

comercial y estímulo el proceso de industrialización. El segundo es el

crecimiento de la industria azucarera que comenzó a exportar productos y a

construir nuevos ingenios, y el tercero se concretó en la creación de fábricas,

periódicos, medios de comunicación, industrias de alimentos y el

establecimiento de subsidiarias de compañías transnacionales” (Carvajal, 2013,

40).

Todos estos cambios desembocaron tanto en la percepción de progreso y desarrollo, como

en la sensación de ir al paso con ese avance en materia cultural, al menos en ciertas esferas

de la población. Como uno de los posibles y múltiples escenarios resultantes de la

transformación de la ciudad en un epicentro de auge, vienen a acogerse por parte de sus

habitantes, manifestaciones artísticas, concretamente musicales, propias de las urbes

norteamericanas y europeas (para el caso del rock) y de otras regiones del mismo continente

(para la salsa). La ciudad es el escenario por esencia en el que los jóvenes transitan, rodeados

de música. Entonces, “la ciudad en la novela se representa, y en esa representación la música

la acompaña para caracterizar lugares y personas. Entre estas calles sobresale la Avenida

Sexta, pues en ella aparecen los sitios de encuentro y los bares que frecuenta la protagonista

para gozar y vivir con la música” (Carvajal, 2013, 41). María del Carmen protagoniza su

historia, en la que requiere, con urgencia vital, que la sonoridad musical acompañe su tránsito

urbano, que la banda sonora de su vida no deje de sonar.

Un aspecto complementario a la ciudad cosmopolita y musical se evidencia como

fundamental en la obra: la caracterización de clases sociales definidas y bien distintas entre

sí. Esa diferenciación radica, adicionalmente de los aspectos socioeconómicos que podrían

considerarse como obvios, en las preferencias musicales de los jóvenes de una u otra clase

social. El dinero facilitaría las opciones de viajar al extranjero o de además adquirir e

“importar” muestras de la cultura foránea en términos de lo musical. Esos jóvenes preferían

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36

el rock como producto cultural. Por otro lado, los jóvenes de la clase social económicamente

menos favorecida optarían por la salsa, quizás como una aproximación a culturas menos

lejanas y del mismo idioma (lo cual facilitaría la transmisión y recepción del mensaje), pero

que igualmente les permitieran considerar patrones musicales diferentes de los autóctonos.

Por ello, “la salsa específicamente se convirtió en un factor de identidad popular urbana de

sectores sociales de barriada, y su baile como su principal forma de expresión” (Carvajal,

2013, 42) porque adicionalmente al sentido de comunión que posibilitaba el lenguaje en

común, era una música que, al igual que el rock, transmitía fuerza y vigor, un ritmo

contagioso y enérgico, que permitiera la apertura de otras ventanas alejadas de la nostalgia

arrabal. En común tendrían, estas clases sociales, la necesidad de dejar atrás lo nacional (en

su música, al menos) como confirmación de huida de un pasado nostálgico, que apologiza a

lo rural y aún se previene del advenimiento de lo urbano.

Habiendo reflexionado un poco sobre el papel de la ciudad musical como espacio literario

dentro de la obra, debemos considerar, igualmente, que en la intromisión de patrones

culturales ajenos, que implica la permisividad de escuchar “nueva” música, estruendosa y

diferente, se encuentra también otro factor determinante en la configuración de los personajes

(especialmente de la protagonista) y en el desarrollo de las acciones: la radio. Así lo explicita

Carvajal Córdoba:

“…de entrada hay que decir que la radio es el único medio que justifica la presencia de la

música en la novela. La radio al igual que el disco, materializado por medio de fiestas y

conciertos, permite que los personajes hablen, escuchen, bailen y reflexionen a través de la

música. Sin estos elementos no es posible un discurso musical inserto en el discurso literario,

que le permita a la protagonista apropiarse de las letras de las canciones e incorporarlas en

su lenguaje cotidiano de manera extraordinaria e irresponsable” (Carvajal, 2013, 43).

La radio permite a María del Carmen y sus cómplices la posibilidad de abandonarse en la

música por conquistar. Suena la radio en las calles, durante sus vagabundeos grupales y

exploraciones de la Cali nocturna y bulliciosa, y suena al interior de las casas donde vive la

fiesta. Nos encontramos radios cuando se nos relatan los primeros acercamientos a la música

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37

rock, en la primera parte de la novela, hasta el tránsito definitivo hacia la salsa en la segunda

mitad de la obra. Hallamos entonces que la música posibilita la existencia de María del

Carmen y, en la obra, la radio posibilita la existencia de la música; y a la postre, “se impone

(…) la supremacía de la música y del músico sobre la literatura y el escritor” (Carvajal, 2013,

43). Sin radio, sin música, no habría María del Carmen. Sin un elocuente transistor de ondas

musicales, transmisor de códigos vitales para esos personajes, no habría ¡Que viva la música!

En las ideas inmediatamente anteriores podemos vislumbrar otro problema que atañe al

desarrollo de la obra: la transición de un género al otro, del rock a la salsa. Por tratarse de

músicas primordialmente creadas y producidas en entornos angloparlantes, particularmente

en los Estados Unidos, aunque la mayoría de las referencias hechas a lo largo de la primera

parte de la novela en la que La Mona escucha y vive con el rock, lo haga sobre una agrupación

británica (The Rolling Stones), puede considerarse el rock como símbolo del capitalismo y

del imperialismo. Felipe Gómez lo anota de esta forma:

“(…) a lo largo de la narración, el rock primero adquiere y luego pierde el valor

de capital cultural, y es sustituido por la música salsa. La centralidad del inglés, el

rock y la cultura popular estadounidense se irá desvaneciendo con el paso de las

páginas. Hacia la mitad de la novela, la protagonista descubre “la salsa a la astilla”,

lo cual le impulsa a cruzar el puente que funciona como umbral divisorio entre las

clases enriquecidas que habitan el norte de la ciudad, y los estudiantes y

proletarios que habitan el sur” (Gómez, 2014, 82-83).

El rock se desconfigura paulatinamente como vehículo transmisor de energía vital y, por lo

tanto, pierde su protagonismo en el destino de María del Carmen. La salsa se apodera

completamente de su vida, llegando a hacer ella incluso una apología tal, que incita a quemar

los libros y a abandonar el cine por el agotamiento que produce, permitiendo a la música

prevalecer en exclusividad.

Como ya se mencionó previamente, pasar de un extremo al otro en el puente que el rock y la

salsa habían construido, implica una representación de emancipación. Pasar del norte al sur

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38

en el espacio literario que encerraba Cali necesariamente involucra un ejercicio de liberación.

Tomando la ruta dibujada por la salsa, nuestra narradora protagonista descifra la alienación

de la que ella y otros han sido víctimas al permitir a la manifestación foránea ser parte integral

de sus vidas. Dicha manifestación se evidencia desde las modas que caracterizan el género

hasta percibirlo como un tipo de imperialismo desde la cultura, una penetración que no se

debió permitir, por alienante. Abandona entonces el rock, así como abandona el norte caleño,

peregrinando hacia el sur y procurando así rescatar su auténtica naturaleza: “lo que halla en

el sur, que la hace sentir de esa manera hacia su pasado norteño, es el espíritu de la gente que

lo habita, sus precarias condiciones materiales, pero también su actitud gozosa frente a la

vida” (Gómez, 2014, 83). Esto deviene, en últimas instancias, a conectarle con la salsa y sus

posibilidades de gozo, aún frente a las probables adversidades, que pueda hallar en su destino,

que es uno previamente sellado.

Como se aprecia en la novela, el consumo de rock por parte de los jóvenes, específicamente

de los jóvenes provenientes de las altas élites de la metrópolis caleña, modifica la conducta

de algunos de ellos, llevándolos incluso a procurar una liberación de las personas mayores,

que les permitiera ser partícipes del ritmo de vida que el rock promulgaba como su estandarte.

Así lo escribe Gómez (2004, 31), a propósito del personaje del Flaco Flores: “la generación

a la que pertenecen ‘los mayores’ es vista por esta generación de jóvenes pertenecientes a los

sectores más ricos de la sociedad como un obstáculo que reprime el disfrute del estilo de vida

al que incitan los modelos culturales del rock, un estilo en el que la libertad sexual, el uso de

drogas alucinógenas y el énfasis en un presente efímero son algunos de los elementos más

valorados”.

En la novela, esa crisis aunada a la voluntad de La Mona por refrescar su vida con música, la

lleva a explorar distintas opciones de vida, sin apegarse a ninguna, y en ese sendero reflexiona

sobre tres formas estéticas:

“Sé que soy pionera, exploradora única

Y algún día, a mi pesar,

Sacaré la teoría de que el libro miente,

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39

El cine agota, quemémoslos ambos,

No dejen sino música.” (Caicedo, 2001, 203)

Así como lo sabía María del Carmen, lo sabía su creador. La obra de Andrés Caicedo

propugnó nuevas formas de escritura y de lectura y dio los pasos pioneros en la hibridación

de los lenguajes literario y musical. Las nuevas formas hacen referencia a distintas formas de

contar en las que no sólo la música se presenta sino que hay otros aspectos como la urbe con

su desarraigo como lugar de encuentros, la problemática de la juventud sin voz pero

queriendo gritar y que se ampara en las drogas, el impacto causado por la moda y los recursos

culturales extranjeros, entre otros. La obra de Caicedo “irrumpe en la cultura buscando

legitimar y representar nuevos códigos sociales en la literatura colombiana” (Alzate, 2000,

142). Uno de esos nuevos códigos sociales es, sin duda, la utilización de la música como

medio, herramienta y mecanismo de comunicación y supervivencia. El rock irrumpe en la

obra de Caicedo y abre brecha para su irrupción posterior como fenómeno cultural extranjero,

adoptado como propio en algunos frentes de la Colombia literaria. Uno de los tipos de música

foránea que contaba con gran aceptación y solicitud entre los jóvenes, en los tiempos de

producción de la obra de Caicedo, permeaba la identidad juvenil y posibilitaba el hallazgo de

nuevos senderos, de códigos diferentes para narrar o, al menos, problematizar lo narrado de

otra manera. Según Michael Ryan, citado por Alzate (2000, 142), estas irrupciones culturales

“pueden producirse por diversas crisis” y “en los tiempos de transformaciones radicales, las

imágenes con las que los miembros de la colectividad se identifican pueden cambiar

rápidamente”. Uno de esos cambios, quizá subrepticio, fue el advenimiento del rock como

fervor cultural y posterior alimento de la narración literaria, como hoy en día podría serlo

alguno de los patrones que rigen el pensamiento cultural actual (la televisión o el cómic, por

ejemplo). La música comenzaría a llenar espacios y dominios que fueran antaño dominios de

la literatura (relación interdiscursiva), constituyéndose en factor vital para la creación del

discurso literario: “Caicedo imagina un mundo cuyo lenguaje único es la música y donde

todos los otros lenguajes han desaparecido” (Alzate, 2000, 147).”

Dentro de esos lenguajes musicales se configura el del rock como contador de historias.

Caicedo hace gala de su conocimiento sobre esta música, pues procede a referenciar en ¡Que

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40

viva la música! a algunos artistas contemporáneos a su momento de escritura. Posiblemente

ese conocimiento, o parte de él, haya sido adquirido en su visita a Los Ángeles para procurar

vender algunos de sus guiones de cine, mientras escribía la novela: “el contacto con los

Estados Unidos le permitió entender la estrecha relación entre la juventud de ambos países y

el papel de la música en los cambios sociales y políticos” (Alzate, 2000, 151).

El papel del rock va mucho más allá de ser una simple mención. Acompaña a los personajes,

particularmente en las primeras partes de la novela, en el duro trasegar de sus existencias;

como lenguaje de expresión de su inconformidad e insatisfacción: “El rock, por ejemplo, es

representado como una fuerza que agrupa la vida del joven del norte de la ciudad y lo

convierte en una especie de furia mortal hasta dejarlo sin fuerzas ni ganas de existir” (Alzate,

2000, 147). El rock configura gran parte de los comportamientos de los personajes.

Posteriormente, en la novela se aprecia que María del Carmen va paulatinamente

abandonando el rock (“la cultura importada” como lo llama) como contexto de su vida,

inclinándose por la salsa. Deja atrás su interés por conocer sobre los artistas y las letras de

las canciones para ir desplazándose de norte a sur: del norte de la cultura impostada donde

residían los chicos que habían viajado o a quienes les habían traído discos del exterior, hacia

el sur del ambiente salsero y alejado de la lúgubre paradoja que podía conllevar el rock. Se

aprecia, entonces, que el rock está conectado, en parte en esta novela y de una forma más

abarcadora en las otras que es objeto de este trabajo, a una crisis de valores sobre la cual

Caicedo inicia tomando el rock y después la salsa para elaborar un grito estético, en forma

de novela.

Con el propósito de analizar las posibilidades establecidas en los objetivos de este trabajo, se

hará un recorrido analítico de diversos apartados de la obra (de igual forma se abordará el

análisis en las dos novelas objeto de estudio), con la intención de verificar las manifestaciones

en las que el rock es un aparato vinculante entre algunos sucesos de las novelas, los

comportamientos de algunos personajes y, por lo tanto, una forma de expresar la crisis de sus

existencias.

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41

En primeras instancias, el rock aparece como elemento decorador del contexto o crea la

atmósfera para transitar por las calles caleñas o en el contexto de las múltiples fiestas a las

que María del Carmen acude.

“Poné ese radio, ¿querés?, y yo que lo pongo y suena tremendo rock pesado y

seguido. Miré a Ricardito emocionada. “Es Grand Funk”, me informó. Él

entendía. Yo lo admiraba” (Caicedo, 2001, 30).

Ella siempre estaba atenta a nuevo conocimiento relacionado con la música, a saber quién

interpretaba las canciones y en qué álbum estaban incluidas, por ejemplo. Pero quizás aquello

que se torna importante es la intención de descifrar el mensaje de las canciones que están en

inglés, para lo cual es fundamental la ayuda de Ricardito, pues él conoce el idioma. La música

comenzaba a vislumbrarse como imprescindible para que el estado anímico de la narradora

fuese divertido y totalmente alejado de congojas. Necesitaba la música como motor

espiritual, como impulso volcánico. Sin ella, era presa fácil de la desesperación, como

podemos apreciarlo en los siguientes fragmentos:

““¡Oh, va a ser un buen día!”, exclamé, un poco aliviada de haber salido del

Parque sin pensar en cosas raras, y alcé los brazos, y en ese movimiento oigo

que nuestra música se multiplica una esquina más allá, dos esquinas, hacia el

parqueadero de los almacenes Sears” (Caicedo, 2001, 30).

“El radio, en su inconstancia, cambio de rock pesado a Llegó borracho el

borracho, que yo mutilé en el acto (Tico también), para que se diera una

sinfonía de rasguidos y chillidos buscando la mejor estación, el acuerdo. “No

hay música”, pensé, desesperada” (Caicedo, 2001, 35).

La calma regresaba al nervioso grupo cuando la música se presentaba de nuevo.

Adicionalmente, en esta cita, se hace referencia directa a un músico de rock, cuya música se

utiliza para demostrar una vez más que el rock traía tranquilidad al grupo:

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42

“En aquel silencio, el transistor de Tico sonó majestuoso, chirriaba la puntera,

empujaba el bajo, y la queja de Eric Burdon (conocía yo la versión en español

de Los Speakers, por eso sabía de qué trataba la letra)…” (Caicedo, 2001, 36).

Eric Burdon, británico, fue originalmente el cantante de las bandas de rock The Animals y

War. Siendo más reconocido por su trabajo en la primera de ellas. La revista Rolling Stone

lo incluye en el puesto 57, entre los 100 mejores cantantes de todos los tiempos. La canción

posiblemente más emblemática de The Animals es House of the rising sun, y esa la que hace

referencia María del Carmen en la cita anterior. Esa cita reviste especial importancia porque

la novela relaciona la canción internacional con el contexto local, pues la narradora menciona

que conoce su versión en español, La casa del sol naciente, que fuera creada por la banda de

rock bogotana The Speakers, que es a su vez considerada como pionera dentro del

movimiento que se ha conocido como rock colombiano.

La contemporaneidad de muchas de las referencias musicales que Caicedo incluye en su obra

es casi simultánea, considerando que la novela, publicada en 1977, incluye datos como el

anterior que, analizado cronológicamente, se separa únicamente por once años, pues el álbum

La casa del sol naciente es editado por The Speakers apenas en 1966, aún en pleno auge de

la música psicodélica, de movimientos musicales influenciados por The Rolling Stones, The

Beatles y otras bandas similares, que motivarían la creación de ésta y otras bandas locales

como Los Flippers.

Un acontecimiento importante dentro de la narración sucede cuando María del Carmen

conoce a un músico de rock, con quien compartiría distintas situaciones en las primeras partes

de la novela, haciendo manifiesto de nuevo su temor ante la ignorancia sobre el mensaje de

las canciones por su desconocimiento del inglés.

“(…) y me presentó al fantástico acompañante: Leopoldo Brook, acabado de

venir de USA, tocaba Rock, y yo pensé “Necesito intérprete”, y maldije a

Ricardito por abandonarme.

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43

“Me voy a morir de la vergüenza si esta noche él me ve emocionada ante letras

que no entiendo”” (Caicedo, 2001, 40).

Posteriormente, Leopoldo interpreta rock en las fiestas a las que asisten. Se constituye

entonces en personaje como posibilidad de análisis, pues no solo reviste cierta trascendencia

en la vida de la narradora, sino que además la mayoría de las situaciones en las que está

presente, la música rock también lo está o algunas de sus opiniones se relacionan con ésta.

Se mencionan artistas como Eric Clapton y la canción Moonlight Mile de The Rolling Stones.

Clapton es un emblemático guitarrista y compositor, considerado como uno de los más

influyentes guitarristas de rock, tanto en su carrera en solitario como integrante de The

Yardbirds y Cream. Fue con esta última agrupación que el sencillo White Room fue lanzado

en 1968 y que es, a su vez, la canción que ejecuta Leopoldo en ese momento de la fiesta.

Moonlight Mile es una canción incluida en el álbum Sticky Fingers de 1971 (nuevamente se

hace énfasis en la importancia de la contemporaneidad para la novela, pues es un álbum

publicado tan sólo 6 años antes). Considerada como una de las más subvaloradas de sus

baladas, contiene una letra misteriosa y elíptica, que refiere cierta poesía y abandono.

Leopoldo, por su estrecho vínculo con la música, además de su condición foránea, la atrajo

por completo, hasta el punto de decidirse a vivir con él: “Pero aquel fue el primer beso que

me gustó en la vida” (Caicedo, 2001, 71-72). De la impresión que se llevó la primera vez que

fue a su casa, podemos inferir también parte de la atracción:

“(…) subimos las escaleras, alfombradas de ramilletes y pajaritos. De allí, a

un hall en donde predominaba un inmenso poster de gente enloquecida por las

ondas de un concierto. Mientras Mariángela se tiraba, pensativa, en el primer

sillón inflable, yo ojeaba, voraz. Cuadros de ídolos por todas partes, Salvador

Dalí haciéndose fotografiar junto a Alice Cooper, paredes pintadas en

combinaciones tan impredecibles como las olas, y pensé, si no fue que exclamé:

“¡Qué sitio!” (Caicedo, 2001, 70)

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En esta descripción se menciona a Alice Cooper, quien es un músico estadounidense de rock,

excéntrico, de cuyo nombre se tomaría también el nombre de la banda dirigida por él. La

banda tuvo éxito comercial entre los años 70 y 80 principalmente. Como músico fue

reconocido también porque la propuesta estética de sus escenarios para conciertos, y algunas

de sus canciones, giraban en torno a la oscuridad, la sangre y mucha teatralidad; aspecto en

el que destaca junto a bandas como Kiss. Suele aparecer tanto en vivo como en las carátulas

de sus álbumes, maquillado y vestido con una de las indumentarias clásicas del rock: cuero,

botas, cadenas y camisetas rotas. En la fotografía descrita está acompañado del pintor

Salvador Dalí, a quien se le atribuyeron también rasgos de excentricidad, lo cual crea la

posibilidad de semejanza que Caicedo emplea, equiparándolos, para resaltar la fotografía.

Un poco más adelante, la narradora refiere un tema clave en la obra, previamente mencionado

en este capítulo, sobre la posibilidad de decadencia de su generación, mencionando como

punto de partida un álbum de rock, luego de narrar los acontecimientos relacionados con los

homicidios de su propia familia, (“patricidio, matricidio y nanicidio”) (Caicedo, 2001, 64)

hechos por el flaco Flores, su posterior reclusión en San Isidro y su ida al extranjero:

“Fue allí cuando los columnistas más respetables empezaron a diagnosticar un

malestar en nuestra generación, la que empezó a partir del cuarto Long Play de

los Beatles, no la de los nadaístas, ni la de los muchachos burgueses atrofiados

en el ripio del nadaísmo. Hablo de la que se definió en las rumbas y en el mar,

en cada orgía de Semana Santa en la Bocana. No fuimos innovadores: ninguno

se acredita la gracia de haber llevado la primera camisa de flores o el primero

de los pelos largos. Todo estaba innovado cuando aparecimos. No fue difícil,

entonces, averiguar que nuestra misión era no retroceder por el camino hollado,

jamás evitar un reto, que nuestra actividad, como la de las hormigas, llegara a

minar cada uno de los cimientos de esta sociedad, hasta los cimientos que

recién excavan los que hablan de construir una sociedad nueva sobre las ruinas

que nosotros dejamos.

Pero nosotros no nos íbamos a morir tan rápido (…)” (Caicedo, 2001, 63).

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45

En esta cita se evidencia que ese desencanto generacional va más allá de la música y el

lenguaje juvenil, va inclusive hasta la sugerencia de la necesidad de revisar las estructuras

sociales de ese momento y, posiblemente, actuales. Va más allá del simple acopio de modelos

extranjerizados de comportamiento y tendencias (incluida la música entre ellas). Podía

considerarse más como una forma de expresión explosiva y, en cierta medida, liberadora:

“Me enerva que venga algún sabio de esos ya gordo, ya calvo, a decir que toda

esta actividad, este desgaste, ha sido en vano, que nuestra organización social

no se ha definido, que nombren toda esta tragedia nada más que como

“Decadencia importada”” (Caicedo, 2001, 63-64).

Aunque en cierto momento se hubiese podido considerar ese supuesto carácter liberador de

esa expresividad, debe, igualmente, considerarse que el mismo carecía de un propósito

emancipador, pues no libera a María del Carmen; por el contrario, termina haciéndola presa

fácil de la decadencia. Así lo hace notar Rodríguez (2011, 158) con su concepto de Posesión,

explicado así en el análisis que hace de la novela:

“(...) no hay posesión que se cumpla en la calma: es orgiástica y violenta, se expresa

en la efervescencia de la festividad y conduce a los individuos que participan en

ésta a caer en un abandono literal de su personalidad anterior. Es lo que sucede con

La Mona, que, de niña burguesa, pasa a rumbera perdida y luego a prostituta

drogadicta”.

Prosiguiendo, la crisis generacional como posibilidad de análisis, junto con una situación

relacionada directamente con el rock, quizás analógica, tiene la posible intención de hacer un

paralelo entre uno de los personajes de la novela y otro más, ficcionalizado desde la historia

del rock. El primero es Ricardito el Miserable, quien fuese compañero de las aventuras

iniciales de María del Carmen, quien no despertaba en ella mayor interés que el motivado

por la droga que podía facilitarle en ocasiones y la ayuda brindada para interpretar los

mensajes de las canciones. El segundo es Brian Jones, quien fuese músico integrante de los

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Rolling Stones. El paralelo entre estos personajes se hace luego de que Ricardito tiene un

comportamiento errático en una de las muchas fiestas que se narran en la novela, y

posteriormente busca a los asistentes para excusarse. Esa es finalmente, la escena en que

María del Carmen le ve por última vez, narrando además que nadie sabe con certeza sobre

su paradero y que parece haber perdido la razón, encerrado en el Hospital Psiquiátrico San

Isidro de Cali, pues ella recibe un “Cuestionario del paciente”, en el que suponemos que

Ricardito acepta todos los antecedentes que puedan explicar su estado actual; o despertando

a sus padres salvajemente en las noches, profiriendo “horribles aullidos” (Caicedo, 2001, 74).

El desarraigo y la pérdida de la conciencia en Ricardito se comparan al que la narradora

atribuye a Brian Jones:

“Que no me vengan a decir a mí que Brian Jones murió de irresponsabilidad o

flojera; ni siquiera de amor en vano. Las cosas no se dan así como así. Murió

de desencanto” (Caicedo, 2001, 77).

María del Carmen atribuye a Jones el hecho de ser uno de los principales pilares de la banda,

pero que no pudo surgir en ella debido a que era opacado por el dúo icónico de Jagger-

Richards y siendo a la postre reemplazado, lo cual parece ser lo dejó con una profunda

desazón, razón a la cual muchos atribuyen que cinco días después de ser reemplazado, se le

encontrara flotando muerto en una piscina. El desarraigo en este caso aumenta, pues Anita

Pallenberg, quien fuese su novia, decide cambiarlo por Keith Richards:

“Leyó la noticia y a los cinco días lo encontraron muerto, eso es lo cierto. Allí

sí vaya uno a saber. Yo he resuelto que lo mataron, pero ¿quién? Habría tocado

estar en el mundillo. Que hubo rumba, que hubo despelote, que Brian se fue

alejando de los invitados, y allí lo tiene: muerto en la piscina con la cara inflada

y rosada, tal como si hubiera pronunciado la nota que nunca cantó” (Caicedo,

2001, 80).

Sobre la persona de Jones la narradora atribuye una gran influencia en la música de los

Stones. Después de su ausencia y muerte, ella opina que se les “endureció la música”

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47

(Caicedo, 2001, 80) y menciona a músicos que colaboraron, posteriormente, tanto con

grabaciones en estudio como en giras de conciertos: el saxofonista Bobby Keys, el

trompetista y trombonista Jim Price y el pianista Nicky Hopkins, además del reemplazo de

Jones, el guitarrista Mick Taylor.

Concluida la amplia referencia sobre Jones, María del Carmen nos cuenta que, al caminar,

ella repetía los teclados de Salt of the Earth, She’s a Rainbow o de Loving Cup (Caicedo,

2001, 81), canciones todas de distintos álbumes de los Rolling Stones. Varias de estas

canciones son musicalizadas por los músicos sesionistas, además de los integrantes oficiales

de la banda.

En el encierro voluntario al que se había sometido con Leopoldo, escuchaban música y

fumaban marihuana, evocando así la necesidad de perder la conciencia. Aquí ya era evidente

que los Rolling Stones son un importante referente en ese momento de la obra. Se hace

referencia en la obra a otra canción de la agrupación mencionada y a una obra literaria:

“(…) mientras me le acercaba y me dejaba agarrar el cuello para que me echara

filudas corrientes de humo por la nariz que me dejaban extraviada, chorro de humo

directo al coco que me extrajo, de una, recuerdos de correrías y comitivas y una

tarde entera que me encerré en el closet a leer a Dickens para azoramiento de mis

padres, música de pasos perdidos y de correr de páginas, sensación de estar

respirando un verde que sube quemante y profundo para formar una mostaza en

el cerebro, y la convicción, fiel, maravillosa, subiendo la cara, estirándome,

estremeciéndome, de que recuerdo que extrajera la baraya era recuerdo ido: en su

lugar quedaba un hueco, y otro soplo tenía que darme, entonces, para reemplazarlo

con humo. No importa. Perdía Pickwick pero ganaba Play with Fire” (Caicedo,

2001, ...).

Esa canción es también de los Rolling Stones, incluida en su álbum Out of our heads, de

1968, aunque previamente había sido editada como lado B del sencillo The last time.

Posteriormente, cuando el expendedor de droga más joven del país, Roberto Ross, entra a

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una parte de la historia junto a dos gringos, mientras uno de ellos consume la cocaína que él

ofrece, la narradora nos cuenta que en sus delirios, canta el estribillo ¡Heartbreaker!

¡Painmaker! (Caicedo, 2001, 91), tomado de la canción Doo Doo Doo Doo Doo

(Heartbreaker), incluida en el álbum Goats Head Soup de 1973. Posteriormente, varios

músicos han usado Heartbreaker para bautizar alguna de sus canciones o de sus álbumes.

El desencanto generacional, alimentado por el rock, se evidencia nuevamente. Primero, le

atribuye a la música cierta influencia en las formas de actuar para posteriormente justificar

el suicidio de Mariángela como alternativa de redención. Ambas habían creado una especie

de comunión en la que compartieron no sólo gustos sino ademanes y hasta formas de caminar:

“Es que eso del Rock and Roll le mete a uno muchas cosas raras en la cabeza.

Mucho chirrido, mucho coro bien cantado, mucha perfección técnica, y luego

ese silencio, y el encierro… Salía era para verla a ella, y al final, de ella no fui

teniendo, otra cosa que recados, después ni los recados. Los muchachos ya se

estaban acostumbrando a que la gente se perdiera. Pedro Miguel Fernández ya

había envenenado a las hermanas, cosas así hacen que uno, por más joven que

sea, se vaya volviendo creyente de todo y devoto de nada” (Caicedo, 2001, 96).

“No me gusta que demos imagen de gente que pierde, que no sabe en qué clase de juego se

metió. Pensando y pensando fue que se me ocurrió que no fue de derrota el acto de

Mariángela, que cuando se tiró supo que llevaba todas las de ganar. Entonces era que me

daba por llorar, aliviada porque la tristeza alivia y es rica, oía todo el día ¡I got the blues! Y

pensaba: “Tal vez quiso hacer un ejemplo, una especie de comentario”. En todo caso, como

ella el día de la muerte de su madre, igualitica, yo nunca me sentí más viva” (Caicedo, 2001,

97).

I got the blues deja al narrador con una profunda tristeza: está incluida en el álbum Sticky

Fingers de 1971. En la canción, el narrador no se ha suicidado, pero se ha marchado:

“Mientras me quedo en tu llama, me quemo una vez más

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49

Me siento deprimido, estoy triste

Me siento cerca del fuego de tu tibio anhelo

Estoy triste por ti

Cada noche que has estado lejos

Me he sentado y he rezado

Para que estés a salvo en los brazos de un chico

Quien te hará sentir viva, no te decepcionará con abusos.

En el manto de seda del tiempo, encontraré paz

El amor es una cama llena de tristeza

Y estoy triste por ti

Y estoy triste por ti

Y estallaré mis cerebros por ti

Y desgarraré mi cabello

Voy a desgarrar mi cabello sólo por ti

Si no crees que esté cantando

A las tres de la mañana, nena

Bueno, estoy cantando mi canción para ti”9

Para cuando María del Carmen había decidido dejar a Leopoldo Brook, se dirigen a una

“rumba”, en la cual, para sufrimiento de la narradora, la música no sonaba con el volumen

deseado. Aquí se incluye una canción de la cual no es posible identificar su intérprete

plenamente, pues al estar dedicada a una ciudad, o al menos al referirla, muchos artistas la

han utilizado como tema o símbolo en sus canciones.

9 Traducción propia. La letra de la canción se incluye con la intención de ejemplificar la tristeza que María del

Carmen siente por el suicidio de Mariángela.

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“Así fue como llegamos a una sala llena de gente, gente por allí tirada. Sonaba

Chicago tan pasito que hubiera sido mejor estar con la oreja prendida a un radio

de pilas” (Caicedo, 2001, 99).

En esa “rumba” la música no tenía el volumen adecuado para María del Carmen. El estado

de letargo en el que la gente estaba sumida y los casi inaudibles, para ella, decibeles de la

música marcan un cambio importante en la obra, en cuanto a lo que se refiere a la música:

“Ya caminaba yo, ya me iba del otro lado. Puedo asegurar ecos que oigo en mí de

un pregonar. No miré ni una sola vez atrás. La letra decía: “Tiene fama de

Colombia a Panamá. Ella enreda a los hombres y los sabe controlar” (Caicedo,

2001, 102).

En esta parte se marca la entrada al mundo de la música salsa y la salida del rock. El cambio

de frecuentar amigos y conocidos que eran o bien oriundos de Estados Unidos, que habían

viajado allí o que sabían inglés, y por tanto influidos, o al menos entendidos en temas de

rock, por amigos o conocidos que no habían salido del país y por tanto su influencia musical

o su entendimiento al respecto giraba en torno a música de habla hispana. La salsa en este

caso. La canción referida es Amparo Arrebato de Richie Ray y Bobby Cruz, incluida en su

álbum Agúzate de 1970. La canción está motivada en Amparo Ramos Correa, participante de

la Feria de Cali, que sorprendía en esta celebración anual por su ímpetu para bailar.

El hecho que marca definitivamente este trance de un género musical a otro, marca también

la posibilidad de cierta conciencia nacional junto al cambio cultural que supone la nueva

preferencia por músicas que no se escribieron en inglés. Como ya se mencionó previamente,

el tránsito de un tipo de música al otro, tiene connotaciones de clase social. Por ello, María

del Carmen deja a Leopoldo, no sin antes gritar en la “rumba” a la que inicialmente habían

ido una consigna antiimperialista, después de haber conocido a los “volibolistas” en la otra

rumba. Esa conciencia bicultural, instaurada por los dos idiomas de los géneros musicales

conocidos, se evidencia en ella también en estos fragmentos:

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“…sabiéndome para siempre con la conciencia de lo que era música en inglés y

música en español, como quien dice conciencia política estructurada” (Caicedo,

2001, 112).

“El Grillo me contestó entre suspiros, “Recién parido –le dije, y luego–: Perezoso.

Al que madruga Dios le ayuda”.

“¿Quién es?”, decían.

“Yo, tonto. Acabo de descubrirle la salsa a la astilla. Hay que sabotear el Rock para

seguir vivos” (Caicedo, 2001, 112).

Después de esto, hay un gran lapso en el que la historia continúa pero dejando al rock en un

plano de espera. Esos acontecimientos giran en torno, principalmente, a las vivencias con

Rubén que se ambientan con salsa. De hecho, casi toda la relación con él se entorna con esta

música. Incluso, asisten a un concierto de Richie Ray y Bobby Cruz, en el que se evoca el

periodo de producción salsera de Nelson y sus estrellas y se denigra el nombre de artistas

nacionales que produjeron salsa “paisa”, como Los Graduados.

No es sino hasta que conoce a Bárbaro que el rock hace de nuevo una irrupción, esta vez

pequeña. Como Bárbaro solía “bajarse” gringos, se hace referencia al género musical cuando

se nos cuenta la primera de esas agresiones a un gringo, como si el rock fuese la banda sonora

de la violencia:

“Pero el gringo se quedaba muy serio, no entendía, y le bajaba el volumen a la

grabadora de cassettes.

“No, ¿por qué? El Rock hay que escucharlo bien alto”, objetaba Bárbaro y plan,

mano al botón de sonido, dedos de seda y tremenda sonrisa bajo ese sol maldito

(Caicedo, 2001, 161- 162).

La última referencia al rock que se encuentra en la obra, dentro de la narración, es tan sólo

un nombre, el de una cantante en la que la narradora alucina, quizás equiparándose, con Janis

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Joplin, quien fuera una artista de rock, de vida muy atormentada y, como la de ella, signada

por la música y las drogas:

“Mis sueños se han hecho livianitos. Vuelvo yo de oír puras complacencias,

vuelvo sin mucho sueño, sólo porque ya han llegado las 4, la hora, según la

legalidad de estar en calma. Y camino yo a mi cuarto en donde tengo una vista

de Santa Bárbara y otra de Janis Joplin pegada a una botella de alcohol, porque

adentro nace un sol y yo no encuentro a mi amor, me acuesto repitiendo mis

letras, y no me duermo…” (Caicedo, 2001, 201).

Por último, en cuanto al rastreo que se ha hecho de menciones específicas del rock en la obra,

y su posible relación con lo narrado y los lugares de lo narrado, en la discografía incluida al

final de la obra, “que la autora ha necesitado, para su redacción” (Caicedo, 2001, 207), se

relaciona Ruby Tuesday como la única canción de rock, entre varias de salsa, aunque ni

siquiera se menciona en el desarrollo de la obra.

Así concluye la propuesta de análisis sobre la forma en la que el rock se constituye en un

componente fundamental en la novela. El análisis referencial consistió en hacer un recorrido

por las páginas de la novela, por medio de algunas citas textuales, procurando hallar

menciones, circunstancias, contextos, ambientes, entre otros, en los que ese género musical,

a cuya definición ya nos aproximamos en el Marco teórico, se hace primordial para el

desarrollo de lo narrado, hasta que la protagonista decide optar por la salsa; situaciones en

las que, sin él, la novela no tendría el mismo efecto en el lector, la misma intensidad y la

misma posibilidad de visualizar las rumbas y los momentos determinados en los que La Mona

lo emplea en su narración. Los posibles resultados de este análisis, adicionales a los que

pueda arrojar la lectura de este capítulo, se relacionan en el apartado de las Conclusiones.

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4. ROCK Y ALUCINACIÓN EN OPIO EN LAS NUBES

A diferencia de ¡Que viva la música!, Opio en las nubes se caracteriza por profundizar en

mayor grado en la referencia a este género musical, y en emplearlo como elemento

constituyente de su propuesta estética. Basta con realizar la lectura de algunas páginas,

inclusive al azar, y nombres de músicos y canciones emergen en distintos acontecimientos.

En ocasiones emergen no sólo como creación de ambiente de los acontecimientos que se

narran sino como complemento de los pensamientos de muchos de los personajes,

pensamientos que en muchas ocasiones se enmarcan en las lucubraciones, las alucinaciones

y las ideas que fluyen vertiginosamente. Jursich Durán (1992, 121-124) resume esta

particularidad de la siguiente manera:

“La novela de Chaparro sintetiza todo ese conjunto; hubiera sido imposible

escribirla sin las canciones de Jimi Hendrix, The Cure, Bob Marley, los Rolling

Stones, U2, etc. (…). Chaparro cita fragmentos de canciones”.

A propósito de las características definidoras de Opio, en las que el lenguaje es empleado de

forma muy personal y lúdica, Alejandro Gonzáles Ochoa (2012, 57) las alaba, expresándolas

como una innovación:

“(…) incluyo su modo de escribir desinhibido e irrespetuoso con el idioma. Lo

que en él fue un juego y se constituyó en una novedad, por ejemplo, en la forma

de construcción de frases o párrafos de Opio y sobretodo la manera de titular”.

Siendo el rock en relación con la novela el propósito de este texto, de la misma manera que

se hizo con el capítulo anterior, se propone un recorrido a lo largo de la novela, con la

intención de hallar situaciones, diálogos y, en este caso, pensamientos, que puedan evidenciar

la posibilidad de construcción de texto literario tomando al rock como elemento integrador

de relevancia y, de manera adyacente, poder apreciarla como una obra “que marcó una

ruptura, un cambio en los esquemas: una novela que fue más que una canción de rock que se

tocaba en una ambulancia con whisky” (Alzate, 2012, 13).

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Desde la primera página se evidencia, sino la presencia del rock directa, sí al menos la del

idioma inglés, que es en gran medida su gestor, al ser configurador de los mensajes que porta.

El narrador y quien de paso le da título a este primer capítulo es Pink Tomate, el gato, que

nos hace una introducción inicial al personaje de Amarilla, su dueña, de quien el perfil que

vamos configurando es el de una persona atribulada:

"Claro que a veces me desespera cuando llega con la noche entre sus manos,

con la desesperación en su boca y entonces se sienta en el sofá, me riega un

poco de ceniza de cigarrillo en el pelo, qué cosa tan seria, y empieza a cantar

alguna canción triste, algo así como I want a trip trip trip como para poder

resistir la mañana o para terminar de joderla trip trip trip" (Chaparro, 1992, 15).

Puede considerarse de esta novela, que dentro de sus renovaciones literarias o, al menos

recursos, en muchos casos recurrentes, encontramos algunos que pueden evidenciarse desde

esa primera página: otorgar la función de narrador a un gato (narrador que además fluctúa

entre el gato y otras personas, dependiendo de los capítulos posteriores), combinación del

inglés con el español (en ocasiones incluso sin separarlos con puntuación), la combinación

del pensamiento del personaje narrador en el momento determinado con fragmentos de

canciones, poemas y frases del acervo popular, entre otras opciones; y la reiteración o

repetición intencional de ciertas ideas, palabras o grupos de palabras que en ciertas instancias

no forman una oración, pues no se encuentran organizadas de forma sintácticamente

coherente.

Desde el punto de vista de Jursich Durán, algunos de las que podemos considerar como

recursos, como la reiteración, no pasan de ser una mera herramienta que cae en el sinsentido,

pues:

“… después de haber atravesado 140 páginas en que esa combinatoria

surrealista se utiliza hasta el cansancio, uno se convence de que en este punto

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(…), lo que agota y dilapida el interés no es más que la sobre explotación de

un recurso literario” (1992, 121-124).

Como ejemplo de esa reiteración, que según Jursich Durán, agota, podemos considerar en el

fragmento de la novela referido anteriormente, la expresión anglófona "I want a trip trip trip",

que puede traducirse como "Quiero un viaje viaje viaje", la cual es tomada, según se nos

refiere, de una canción triste. Adicionalmente, debe anotarse que la repetición de la palabra

trip va a aparecer en distintos discursos de personajes y en diversas partes de la novela,

constituyéndose en una de las más importantes recurrencias en la obra. Aquí, Pink la incluye

en lo que para él es el presente, y se puede afirmar, evidenciándolo en el progreso de la lectura

de la novela, que es el gato quien utiliza trip trip trip, pues los capítulos en los que no es él el

narrador, la expresión está ausente:

"El presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la lluvia

que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las flores que Amarilla

ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul, es una gata a la que le digo

eres cosa seria y ella me responde sí, soy cosa seria, mierda, el presente es un

poco de whisky con flores, es esa canción con café negro, es ese ritmo con olor

a tomates, ocho de la mañana, techos grises, teticas con pecas, nada que hacer

I want a trip trip trip mierda que cosa tan seria” (Chaparro, 1992, 15-16).

Como se puede evidenciar la reiteración de la expresión, que consta de la repetición

innecesaria de la misma palabra, tiene como intencionalidad principal la de contribuir al caos

que se hace presente a lo largo de la obra de diversas maneras, pues la idea de varias de las

oraciones o párrafos en las que se inserta serían igualmente comprensibles sin la mencionada

expresión. Así mismo, contribuye a crear una sensación de musicalidad que Opio puede

generar en el lector, pues como ya se mencionó, la expresión es tomada de una canción, por

tanto, su reiteración puede considerarse como el estribillo o parte del coro de una canción, en

los capítulos en los que está presente.

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Se nos plantea, así mismo, un sentimiento cuya presencia recorrerá la obra desde su inicio y

casi en su totalidad: la desesperación. Esa enumeración constante de frases (como trip trip

trip, que tan solo en el capítulo se reitera más de una docena de veces), de hechos o

sentimientos aparentemente inconexos entre sí, buscan la manifestación de esa

desesperación. Aquí es Amarilla quien la padece:

"(…) cierra la puerta y se abre la camisa. Se fuma un cigarrillo. Abre la ventana.

Se coge las tetas, observa sus pecas iluminadas por los rayos de sol, se mira las

manos y finalmente se queda estática ante su reflejo en la ventana y trip trip trip.

Es evidente: Amarilla a empezado a tejer la red de su día allí frente a la ventana.

Está un poco desesperada trip trip trip. Suena el teléfono. Amarilla contesta. Se

ríe y dice que en realidad no sabe si tiene ganas de una orgía o de un pan con

mermelada trip trip trip” (Chaparro, 1992, 18).

Esa desesperación viene a ligarse con la tristeza, aunque de una forma apacible en el caso de

Amarilla. El sentimiento de la tristeza abarca varias páginas de la novela y, ligada a la

desesperación y a las herramientas que emplea Chaparro, como la ya mencionada

enumeración innecesaria, contribuye a la generación del sentimiento turbio en el que las

opciones de la muerte se presentan:

"Amarilla me dice que tiene ganas de tomarse una fotografía en un día triste.

Amarilla se sienta bajo un árbol y saca su botella de whisky y yo le lamo la palma

lentamente, sin afán. Nuestro árbol es grande e inspira confianza. A los pocos

minutos una sirena interrumpe la calma del parque. Mierda. Unos árboles más

allá una mujer se trata de ahorcar. La policía llega a tiempo e impide que la

mujer se ahorque. Claro, la policía siempre se tira todo. Esa mujer ahorcada

hubiera completado lo que le faltaba a ese día para ser más triste trip trip trip"

(Chaparro, 1992, 20).

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Otro aspecto interesante surge cuando la tristeza y la desesperación llegan a su clímax: la

muerte del entorno. Ya no solo algunos de estos personajes no parecen tener interés en el

futuro y desear un día triste, sino que la misma ciudad fenece con sus expectativas:

"Amarilla dice que los sábados son los días de los gatos, de los caballos y de

los muertos. Mierda, qué cosa tan seria. La ciudad entera está muerta trip trip

trip. Flores. Flores. Lluvia." (Chaparro, 1992, 23).

La ciudad enmarca los acontecimientos de Opio en las nubes. Los gatos Pink y Lerner la

husmean desde los tejados nocturnos y nos presentan a algunos personajes incipientes, que

no van allá de un capítulo o menos. Amarilla, Sven o Max transitan sus calles nocturnas para

deambular hacia un bar o de regreso a casa. La ciudad se constituye entonces en un símbolo,

como lo referencia Alejandra Jaramillo (2000. 301), en un artículo que analiza el símbolo

para Opio en las nubes y otra novela:

“Estos textos son ciudad en tanto que construyen una imagen de ésta en la

escritura, explicando las relaciones que los habitantes tienen con el espacio de

la ciudad moderna”.

De la misma manera, Gonzáles Ochoa (2012, 61) dice que, desde su punto de vista, la ciudad

en la que se desarrolla la obra no es otra que Bogotá (aunque en la novela no está bautizada).

Aunque la ciudad ficcional tiene mar y malecón, es en nuestra capital que acontecen los

devenires de Amarilla y Sven, de Max y de Gary Gilmour:

“(…) al leer su novela descubrí que su principal trama secreta era topográfica.

Yo veo en Opio a la Bogotá de todos los días, y no a la alterada. Veo la misma

Bogotá que él (Chaparro Madiedo) de bar en bar, de cine en cine y de buseta

en buseta, y no a la ciudad fantástica con ciertos visos nórdicos y londinenses

que él creo para generarse un propio deleite”.

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En esa ciudad posmoderna, en una Bogotá que se fragmenta hasta la destrucción, se debate

Amarilla, y en cuanto a los lugares, más adelante podemos observar cómo junto con la

ciudad, dentro de su encierro, otros pequeños espacios en la obra cobran vital importancia:

los bares, porque en ellos se ingiere alcohol (que algunos de los personajes requieren con

urgencia, constantemente), mientras suena rock y porque algunos títulos o frases de

canciones se adoptan repetitivamente dentro del discurso desesperado de los personajes.

Amarilla va con Pink a un bar, y allí hay música:

"Entramos a un bar y Amarilla pide una botella de vodka y le regala una camisa

de flores al hombre del bar. Una canción triste suena en el fondo, Don’t leave

me now. Amarilla enciente un cigarrillo, mira hacia el fondo del bar, se marea

con las luces, mira a esos hombres de camisas de colores que entran con esas

miradas que dicen hoy soy todo tuyo mamita y entonces Amarilla dice un

momento muñecos hoy no quiero enredos Don’t leave me now trip trip trip."

(Chaparro, 1992, 21).

La canción Don't leave now puede referirse a una de la banda inglesa Pink Floyd, incluida en

su álbum The wall de 1979; o una de la banda Supertramp, incluida en su álbum Famous last

words de 1982. En el siguiente fragmento la frase reiterada, incluida desordenadamente y al

azar, reflejando desesperación una vez más, esta vez en una escena sexual, es Touch me:

"Amarilla le dice que le haga el amor hasta el amanecer, ni más faltaba

preciosa, que le meta la lengua hasta el estómago, que le toque el culo una y

otra vez porque está haciendo frío, que no deje de lamerla mientras suena Touch

me, que le inyecte susurros entre sus dientes touch me, que le toque sus manos

llenas de pequeñas líneas solitarias touch me, sus nalguitas rosaditas touch me,

sus ojos llenos de pececitos nocturnos, sus palabras invadidas de cielitos

rasgados touch me please hasta el amanecer, hasta cuando el sol raye el cielo

con su luz, ni más faltaba muñeca trip trip trip" (Chaparro, 1992, 22).

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Procurando seguir el orden capitular de la novela, en el capítulo dos el narrador es Sven. Es

compañero sentimental de Amarilla. Su gusto por el rock y su conocimiento sobre él, lo

llevan a emplear referencias a canciones, músicos o bandas que se complementan con el caos

de las situaciones extremas en las que, por ejemplo, ha abusado del alcohol y las drogas o se

encuentra al borde de la muerte. Al iniciar el capítulo Una Ambulancia con whisky, nos

cuenta que muere en el bar Los moluscos, y su muerte se ambienta tanto con una canción que

puede atribuirse a la banda irlandesa U2 como con las recurrencias de su título:

"Lo único que recuerdo son las luces de un bar, el baño lleno de vómito y una

canción with or without you en el fondo del recinto, en el fondo de las luces,

en la lluvia, un letrero en el espejo que decía “entonces le diré que nunca más

me pondré esta ropa”, un teléfono, una ambulancia, una puerta blanca y de

nuevo alguien que decía oye tranquilo yo puedo vivir sin ti, tranquilo with or

without you, doce de la noche, mierda se nos muere, mucha heroína, mucho

alcohol, mucha tristeza, mierda, quédese tranquilo, relájese, piense en un cielo

azul, en una ciudad con edificios blancos, sueñe con un potrero lleno de

naranjas, con una mañana con una lluvia de aves negras, piense lo que se le dé

la gana, mierda se nos va, tranquilo with or without you" (Chaparro, 1992, 25).

La canción está incluida en The Joshua tree, su álbum de 1987. Tiene relevancia por ser su

primer número uno en Estados Unidos y simultáneamente en otros países, además de ser esta

una de sus canciones más reconocidas. En el tránsito al interior de la ambulancia, mientras

en medio de la alucinación le expresa su “amor”’ a la enfermera, Sven también menciona la

canción Spend the night together.

Cuando va a ser atendido por uno de los médicos, se hace referencia a uno de los músicos

más representativos no sólo de la historia del rock, sino en el desarrollo de la obra, y a una

banda que ya había sido referida en el capítulo sobre ¡Que viva la música! y, de nuevo, dos

canciones que ya la novela había mencionado:

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"Después llegó un médico y dijo que el asunto era grave, que no me moviera,

que de qué grupo sanguíneo era y le dije que de grupos sanguíneos poco, que

si quería le hablaba un poco de grupos de rock, un poco de Jimi Hendrix

Experience, de Cream, qué va dijo el médico, el asunto es grave, y entonces

miré a la enfermera y me dieron ganas de estar con ella en una fiesta bailando

spend the night together, ganas de estar con un vaso de vodka, ganas de darle

un beso en la mitad de los dientes blancos, ganas de decirle nena vámonos de

aquí y hacemos el amor en la playa, ganas de estar en sus manos llenas de

árboles. Sin embargo, ya estaba muy mal, estaba mareado y el techo se me vino

encima, afuera llovía y no me acordaba ya si me llamaba Sven o Axel o si era

viernes o sábado o jueves en la mañana, tranquilo I Can live with or without

you" (Chaparro, 1992, 27-28).

Jimi Hendrix fue un emblemático guitarrista de rock, considerado por muchos en su momento

como el mejor del mundo, principalmente en la década del sesenta, hasta su muerte prematura

en 1970. Cream, a su vez, fue un importante grupo de esa misma década, que ya referimos

en el capítulo anterior.

En uno de los deambulares iniciales de Sven, el primero, llega a uno de los sitios

emblemáticos de la obra, no sólo por su relevancia en ella, sino porque a su vez, viene a

relacionarse con el rock, al incluir en su nombre a una de las bandas más importantes, según

diversos criterios, en el desarrollo y modificación del género, particularmente en la década

de los noventa, con el subgénero denominado Grunge:

"Durante varios días caminé sin rumbo fijo por las ruinas de la ciudad. Finalmente

llegué al malecón. El mar estaba en calma. Llovía. No había nadie. En el final del

malecón había un pequeño bar. Se llamaba El Café del Capitán Nirvana. Eran las

doce del día y cuando me acerqué sonaba I Shot the Sheriff. Era lunes y no pude

obtener satisfacción. Me senté en una de las mesas exteriores del Café del Capitán

Nirvana y un hombre salió a atenderme. Era la primera vez que veía a alguien en

muchos días y le dije al hombre que si había visto a una enfermera de ojos claros

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61

que cantaba Spend the night together por allí y el hombre me dijo que no. Bueno,

entonces pedí un vaso de vodka con hielo y no pude obtener satisfacción. Cuando

el hombre me trajo el vodka le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Max

y le pregunté esta vez por Amarilla, que si había visto a Amarilla, que olía a rosas.

Max me dijo que me tranquilizara, que me limitara a respirar. Claro Max. Me tomé

el vodka lentamente. Miré hacia el mar. Era mediodía y una gaviota revoloteaba

encima del Café del Capitán Nirvana y no pude obtener satisfacción" (Chaparro,

1992, 29-30).

La expresión, "no pude obtener satisfacción", se hilvana en esa parte final del discurso desde

el estribillo de la canción Satisfaction de los Rolling Stones. Como las anteriores, esta

expresión se incluye posteriormente otras veces. I Shot the Sheriff es una canción original de

Bob Marley and the wailers, incluida en el álbum Burnin' de 1973. Posteriormente, un año

después, Eric Clapton hace una versión que figura en su álbum 461 ocean boulevard. En

cuanto al Café, Nirvana fue una agrupación de Grunge que alcanzó gran popularidad en la

década de los noventa.

Opio en las nubes toma algunos datos de la información de la sociedad extra ficcional, como

el caso de Gary Gilmor, no sólo para referenciarlo sino para la creación de un personaje. El

capítulo 4, Los ojos de Gary Gilmour, nos presenta a este personaje cuya principal similitud

con el verdadero Gary es el hecho de estar condenado a muerte. El no ficcional lo estaba por

ser un asesino en serie de Estados Unidos condenado a muerte por fusilamiento en 1977. El

ficcional tiene una letra adicional en su nombre, quizás con la intención de diferenciarlo y su

condena es muerte en la silla eléctrica. Adicionalmente y con la intención de enrutar hacia

los propósitos de este trabajo, debe mencionarse que la banda The adverts publicó en ese

mismo año la canción Gary Gilmour’s eyes, en la que un receptor de trasplante ocular

descubre que sus nuevos ojos pertenecían al asesino.

El Gary de la novela establece amistad con Max, a quien le hace prometer que cuidará de

Zimbawe, su árbol en el patio de la cárcel. La promesa se hace en la celda, previamente

ambientada con el canto de una canción de The Beatles:

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"Cuando Max llegó a la celda Gary cantaba Get Back Get Back To Where You

Belong Get Back Go Home Get Back Get Back. Gary le hizo jurar a Max que

iba a cuidar de Zimbawe y que le daría de comer a las palomas" (Chaparro,

1992, 43).

En El aliento de Marilyn, el capítulo 5, el narrador, Sven, habla sobre cómo le agradan los

WC de los bares. Suena el título de una canción de Whitney Houston, incluida en su álbum

The bodyguard: Original Soundtrack Album, editada en 1991, Tan sólo un año antes de la

edición de la novela. Esa música se vincula con el caos nocturno y el caos del bar:

"Mierda, esos wc eran más interesantes que cualquier cosa. Siempre había allí

gente que lloraba, que gemía, gente que se cortaba las venas mientras sonaba I

Want run with you, gente que tenía el corazón ensopado en orines y whisky I

Want run with you, gente que se quedaba largo rato en el wc pasando la

noche, gente que se levantaba en las mañanas vuelta mierda y en la noche se

iban al wc del bar y te decían tranquilo chico, todo bien? Claro todo bien y

después todo era igual, la música, la policía, la botella estallada en la cabeza.

El ritmo de los días se vivía en el fondo de un wc con un poco de whisky, con

un poco de orines, con un espejo, con I Want run with you y al final todo bien"

(Chaparro, 1992, 47).

Cuando Sven va después, en compañía de Amarilla, al hipódromo, hay un caballo (Púrpura

Profundo) cuyo nombre puede haber sido tomado del rock, pues como lo indica el narrador,

son bautizados con nombres que evocan. Deep purple (Púrpura profundo) es una influyente

banda británica de rock, fundamental en la formación de los géneros Hard Rock y Heavy

Metal, principalmente. Puede ser el nombre de esta banda lo que, según Sven, invoca el

nombre de ese caballo.

Al salir del hipódromo, van hacia un café de la Avenida Blanchot (inexistente en Bogotá,

extrapolando al punto de vista de González Ochoa). En el transcurso, en los pensamientos de

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63

Sven, se menciona, y como ya es habitual en esta parte de la obra, se reitera, el nombre de la

canción Light my fire:

“El bar estaba un poco aburrido. La gente estaba como apagada, como si llevara

huesos de plomo debajo de sus vestidos y entonces me pareció que Amarilla se

estaba aburriendo y que había que hacer algo, había que decirle algo y entonces

le solté algo, oye muñeca no te aburras y ella me dijo fresco muñeco no me

aburro, pero al final todo bien. Sí, todo bien. Amarilla estaba todo bien. Todo

bien sus labios rojos. Todo bien sus manos que encendían los cigarrillos. Toda

bien muñeca cuando me dijiste Sven tranquilo muñeco otro vodka, claro

muñeca, todo bien. Todo bien el olor de Amarilla. Todo bien, la noche, el bar,

la música, el vodka, Light my fire, en fin, todo bueno muñeca cuando

encendiste mi fuego, toda bien muñeca. Al principio hablamos de nuestros

respectivos trabajos. Amarilla trabajaba haciendo traducciones. Yo le conté a

Amarilla que me acababan de despedir del diario, donde trabajaba desde hace

algunos años en la sección de deportes, pero le dije, tranquila, toda bien

muñeca, es suficiente que estemos los dos aquí, todo bien y que me digas

muñeco y yo te diga muñeca mientras la noche se desangra en el fondo del vaso

de licor, todo bien” (Chaparro, 1992, 51-52).

Light my fire es una canción de los norteamericanos The Doors, de su álbum debut,

homónimo, del año 1967. La agrupación cuenta con gran reconocimiento en el contexto del

rock. Diferentes músicos han hecho versiones de ella, entre los cuales destacan UB40, Stevie

Wonder y José Feliciano, entre otros.

Al día siguiente después de caminar un rato, Amarilla y Sven llegan al bar Los moluscos, y

allí están de nuevo Hendrix y su música; específicamente la canción Wild thing enmarca el

espacio. Con esa canción es ahora ella, Amarilla, quien recurre no sólo al título de la canción,

sino a parte de su letra, para nutrir sus pensamientos, extrañamente combinados con los de

Sven:

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“Su voz sonaba como una lata vacía de cerveza y yo le dije muñeca esto está

muy heavy, pero ella estaba feliz y me dijo no me jodas muñeco, no me jodas

porque cuando suena Wild Thing you make my heart sing me emociono y no

pienso en nada más, tranquila muñeca no quise decir eso, fresco loco, no me

jodas muñeco que cuando estoy en un bar me gusta sentir el calor de las peleas,

me gusta sentir las miradas tristes que me dicen oye aquí estoy yo y allá estás

tú, ven y háblame un rato, fresca muñeca no te vuelvo a decir eso, no me jodas

cuando bebo mi whisky muñeco, déjame en paz y entonces nos quedamos otro

rato viendo la pelea del bar y luego seguimos tomando y hablando y cuando

iban a cerrar el bar Amarilla me dijo oye cómo va y yo le dije oye cómo va,

todo bien muñeca” (Chaparro, 1992, 55).

Considerando que la letra de la canción alimenta el sentir de Amarilla en ese momento,

eufórico, motivado por un estado entusiasta, aquí su traducción10 para ampliar la percepción

del discurso de ella:

Wild thing, you make my heart sing (Cosa salvaje, haces cantar mi corazón)

You make everything groovy, wild thing (Haces todo maravilloso, cosa salvaje)

Wild thing, I think I love you (cosa salvaje, creo que te amo)

But I wanna know for sure (pero quiero estar seguro)

Come on and hold me tight (Vamos, abrázame fuerte)

I love you (Te amo)

Wild thing, you make my heart sing (Cosa salvaje, haces cantar mi corazón)

You make everything groovy, wild thing (Haces todo maravilloso, cosa salvaje)

Wild thing, I think you move me (cosa salvaje, creo que me mueves)

But I wanna know for sure (pero quiero estar seguro)

Come on and hold me tight (Vamos, abrázame fuerte)

You move me (Me mueves)

10 Traducción propia.

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Wild thing, you make my heart sing (Cosa salvaje, haces cantar mi corazón)

You make everything groovy, wild thing (Haces todo maravilloso, cosa salvaje)

Wild thing, you make my heart sing (Cosa salvaje, haces cantar mi corazón)

You make everything groovy, wild thing (Haces todo maravilloso, cosa salvaje)11.

Wild thing pertenece al álbum póstumo Jimi plays Monterey, de 1986, retomando una

presentación en vivo que el artista hizo en el Monterey Pop Festival de 1967. Es, según

muchos críticos e historiadores, una de las más impresionantes interpretaciones en vivo,

caracterizada además por el momento de clímax en el que Hendrix rompe su guitarra, en

actitud sacrificial. Es de anotar, en caso de no haberse hecho previamente, que Hendrix es

considerado por diversas fuentes como uno de los mejores guitarristas del mundo, si no el

mejor.

Avanzando en la lectura, nos encontramos de nuevo con la ciudad como posibilidad de

análisis, con sus bares y sus tejados. Lluvia trip trip trip es el capítulo 6, aquí Pink merodea

por los tejados con Lerner, el gato del fallecido viejo Job. Allí se nos presenta a un personaje

que parece no tener relevancia más allá de ese capítulo, pues no incide o participa en la

historia posteriormente. Pink y Lerner husmean desde el tejado el encuentro de Altagracia

con su amante; encuentro que es musicalizado por, suponemos, AC/DC, con una canción que

parece estar acorde con lo narrado, pues suena con lo que sucede previo a la llegada del

amante y luego, durante el encuentro entre ellos. El título y coro de La canción You shook

me all night long (que puede traducirse como “me sacudiste toda la noche”) se combina con

la expresión trip trip trip, en el capítulo en el que Pink Tomate menciona a Altagracia, su

amante y la posterior muerte de este:

“Hoy recorrimos un techo muy particular: el techo de la casa de Altagracia.

Altagracia es una mujer solitaria y vive cerca del apartamento de Amarilla. Creo

que nunca se ha casado. Varias noches la hemos estado observando. Es bien rara

esta Altagracia. Se toma un café negro sin azúcar, escucha you shook me all night

long una y otra vez you shook me all night long, se fuma un cigarrillo, agarra el

11 Traducción propia.

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teléfono trip trip trip, marca un número, tira el teléfono con rabia. (…) Parece que

tiene invitados porque dispone todo al parecer para una comida. Mentira. Es sólo

un invitado porque pone los cubiertos para una persona. Lerner está que se

duerme, qué cosa tan seria y allá adentro Altagracia barre el apartamento con una

escoba y baila you shook me all night long de aquí para allá (…). Allá abajo la

ciudad está que bulle. Es viernes y por eso los habitantes van de un lado para otro”

(Chaparro, 1992, 55).

En cuanto al interés de este trabajo sobre el rock en la novela, debe anotarse que no se hace

ninguna especificidad sobre si la canción es esa o no, pues existen otras que comparten gran

parte del título, de Led Zeppelin la primera, incluida en su álbum debut de 1969, la cual es

una versión de una canción de blues grabada por Earl Hooker en 1962. La original motivó

otras versiones por músicos de rock, por ejemplo, Jeff Beck la incluye en su álbum Truth de

1968. La segunda posibilidad puede ser de Loudness, banda japonesa de Heavy Metal y Hard

Rock, incluida en su álbum Soldier of fortune de 1989; tituladas estas sólo You shook me,

aunque en el coro de la canción de la banda japonesa se completa la misma frase. En todo

caso, la connotación sexual de la canción se hace evidente en el encuentro erótico mortal que

pueden presenciar los testigos felinos (nótese cómo Pink Tomate inserta la canción en su

narración), desde su pequeño lugar de la ciudad: el tejado contiguo.

El capítulo 7, Ángel de mi guarda, no tiene posibles referencias al rock en sus primeras

páginas. Puede anotarse que la puntuación es omitida en algunos párrafos para posiblemente

contribuir a la velocidad de la narración. Presenta el ya referido “recurso” de la recurrencia

de vocablos anglófonos (Take it easy o Pretty baby) durante una pelea en la que participan y

atestiguan los personajes de Deisy y La Babosa, intrascendentes para la novela; o mientras

Gary contempla un afiche en el café. En esa contemplación, encontramos un interesante

intercambio de ideas entre dos elementos de la cultura popular: playboy y una de las más

representativas oraciones católicas:

“Gary dirigió su mirada hacia el afiche de una playmate, Mary Moon, que estaba

pegado en una pared del Café del Capitán Nirvana. La pretty baby, Mary Moon,

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la playmate, ese animal en technicolor estaba detrás de la puerta con esos senos,

con ese cuello, con esos ojos grandes, inmóvil, inmortal manchada, restregada con

sudores, con miedos. Pretty baby que estás en los cielos, no nos desampares con

tus senos, con tus muslos dorados, con tus enormes nalgas redondas que tapan el

sol, la luna y las estrellas, no nos desampares ni de noche ni de día. Hasta la

próxima oración, pretty baby. Mamita.” (Chaparro, 1992, 77).

Posteriormente, en el capítulo ocho, Helga, la ardiente bestia de las nieves, Amarilla y Sven

visitan un bar más, y otra canción Don’t bother me, de The Beatles, incluida en su álbum de

1964 With the Beatles. Tiene la particularidad de ser la primera canción escrita por George

Harrison, el otro guitarrista de la banda además de John Lennon. Ya en esta altura de la

novela, el frecuentar bares donde suena rock es para los personajes un hábito, una forma de

escapar, aunque sea por breves instantes al tedio de la ciudad y a la soledad. Debían buscar

una copa, incluso, en las mañanas de domingo.

En las páginas 81 a 88 de ese capítulo, no hay más evidencias de canciones o menciones de

rock; sin embargo, en esas páginas se omiten los signos de puntuación en su totalidad, lo que

refuerza la intención de acelerar el texto de la novela, acentuar el vértigo y la desesperación.

Ya en el capítulo nueve el alcohol en los bares es mencionado con insistencia, tanto para

Amarilla y Sven, como para Gary (por ejemplo, cuando conoce a Harlem y nos la presenta

con un discurso combinado entre poesía y alucinación, utilizando para referirse a ella la ya

mencionada Wild Thing, y se menciona la canción Boys don’t cry de The cure):

“Desde que te vi quedé envenenado, Harlem. Eres como esa canción, Wild Thing,

de Hendrix. Tenías la misma lógica de la heroína, me produjiste el mismo

efecto porque te vi y me dieron ganas de inyectar tu nombre en mis venas, me

dieron ganas de ir al baño y orinar orines con el sabor de tu nombre, ganas de ir al

baño del Opium y mirarme frente al espejo y decir mierda you make me feel like

a wild thing, you make my heart sing wild thing, me dieron ganas de escribir tu

nombre con sangre en el fondo de mi vaso de cerveza…” (Chaparro, 1992, 91)

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68

Allí se suceden, una tras otra, múltiples menciones de ‘cosa salvaje’, que nos muestran la

desesperación, la tristeza de Gary y su fuerte anhelo por estar con ella. Posteriormente, Gary

destroza el Café del Capitán Nirvana, abraza a Max y le deja un recado a Harlem, en caso de

que vuelva.

Se insiste también en la evocación a frases musicales y su repetición incoherente dentro del

mismo párrafo. Ese vehemente recurso puede guiar a que un lector esté de acuerdo con

Jursich Durán, cuando expresa que su abuso agota. En mi caso personal, posiblemente

motivado por el gusto que el rock, así como las relecturas de la obra despiertan en mí, sigo

encontrando en Opio en las nubes una expresión única y particular.

Prosiguiendo en el orden capitular, el capítulo diez, La sucia mañana de lunes, el narrador

nuevamente es Pink, y tiene la particularidad de presentar al lector cuatro contextos,

específicamente bares, en algunos de los cuales notoriamente se relaciona nuestro género

musical. El nombre del primero de ellos hace una explícita referencia intertextual literaria (se

llama Kafka). El segundo bar, no sólo en su nombre sino en lo que acontece en su interior,

evoca al rock por medio de uno de sus subgéneros musicales. Dentro del bar se pueden

apreciar indicios del comportamiento caótico y autodescuido que se les ha atribuido a algunos

de los amantes de este subgénero, especialmente reconocido en la década de los setentas;

asimismo, hay una referencia a las calles de la ciudad, y al bar mismo, como algo hediondo

y oscuro:

“En la entrada del bar La Gallina Punk hay una pequeña horca de la que uno jala y suena un

alarido. Entonces algún punk flaco viene, abre la pesada puerta negra y dice qué punk y claro

hay que responder qué punk trip trip trip. Le digo a Lerner que la cuestión aquí adentro es

moverse dando codazos y patadas y que cuando un punk se levanta una punketa triste la

invita a una cerveza y le da patadas en el culo. Una patada significa te amo y quiero acostarme

contigo, levantarme a la mañana siguiente, no lavarme los dientes y decirte te amo así no

tenga empleo en una fábrica de embutidos, en una fábrica de llantas o de cigarrillos. Dos

patadas en el culo quieren decir te amo mucho, me quiero acostar y vivir un mes contigo,

pero te odio también. Tres patadas significan te amo demasiado como para vivir y acostarme

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contigo. Sólo quiero que nos besemos, que tomemos cerveza, que compartamos nuestros

pésimos olores y que después cada uno se salga por la puerta del bar y nos olvidemos de esta

noche tan punk trip trip trip. Aquí adentro huele a desempleo. A grasa. A no futuro. A me

vuelvo mierda ahora trip trip trip. Solamente se toma cerveza. La bebida de los obreros. Así

es la vaina y Lerner me responde claro Pink así es la vaina. Aquí viene gente que nunca se

baña los dientes, gente que sólo come arroz y cerveza y que fuma cigarrillos negros sin filtro.

Una vez al año se lleva a cabo la celebración del No Futuro y entonces se reúnen, cierran el

bar, ponen Sex Pistols toda la noche trip trip trip y a la media noche se cogen a patadas en

las huevas, porque no hay caso seguir procreando desempleados y claro, cuando suena God

Save The Queen, un elegido se abre las venas y después lo sacan a la calle entre tres o cuatro

y lo llevan corriendo y el punk va regando su sangre por esas calles llenas de calor, odio,

pestilencia, fango y desolación.

Le dan tres o cuatro vueltas a la manzana y cuando ya se está muriendo trip trip

trip, mierda directo al hospital, a urgencias. Claro, allá los médicos ya se conocen

la historia y lo alcanzan a suturar con puntos. Luego de dos horas llevan de regreso

el punk al bar La Gallina Punk y éste muestra con orgullo los puntos de su brazo

qué punk trip trip trip y se cogen a patadas hasta el amanecer, qué cosa tan seria.”

(Chaparro, 1992, 96-97).

El Punk se desarrolla casi de forma simultánea en Estados Unidos e Inglaterra,

particularmente en el primer lustro de la década de los setenta. Surge, en esencia, como un

movimiento contestatario a diversas formas de represión en la juventud de aquel entonces.

Muchas de sus letras están a favor de la anarquía y el anti-establecimiento de variados

aspectos que van desde cuestiones políticas y religiosas, hasta llegar a la crítica de formas de

vida e incluso de bandas de rock previas al momento y que gozaban de amplia popularidad.

En Estados Unidos, la banda The Ramones marca el gestar del punk, mientras que en el Reino

Unido, una de las bandas más prominentes es Sex Pistols, no sólo por el contenido de sus

letras y la crudeza de su música, sino además por el espectáculo ofrecido durante los shows

en directo, en los que el público se expresaba por medio de formas similares a las que se

describen en el párrafo.

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La canción God save the queen, originalmente titulada No future, está incluida en su único

álbum Never mind the bollocks, here’s the sex pistols de 1977. La canción fue recibida de

forma controversial debido a que pese a promulgar un “Dios salve a la reina”, al leer o

escuchar su letra es notorio el sarcasmo, además la portada del sencillo consistía en una foto

de la reina (Isabel II), cuyos ojos se encontraban cubiertos por el título de la canción y su

boca por el nombre de la banda. Con la intención de ampliar el panorama del bar La gallina

Punk, se transcribe aquí la letra de la canción, con una traducción propia:

God save the queen (Dios salve a la reina)

The fascist regime (El regimen fascista)

They made you a moron (Te hicieron un pendejo)

Potential H-bomb (Una bomba H potencial)

God save the queen (Dios salve a la reina)

She ain't no human being (Ella no es un ser humano)

There is no future (No hay futuro)

In England's dreaming (En el sueño de Inglaterra)

Don't be told what you want (Que no te digan lo que quieres)

Don't be told what you need (Que no te digan lo que necesitas)

There's no future, no future, (No hay futuro, no futuro,)

No future for you (No hay futuro para ti)

God save the queen (Dios salve a la reina)

We mean it man (Lo decimos en serio hombre)

We love our queen (Amamos a nuestra reina)

God saves (Que Dios salva)

God save the queen (Dios salve a la reina)

'Cause tourists are money (Porque los turistas son dinero)

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And our figurehead (y nuestro figurón)

Is not what she seems (no es lo que parece)

Oh God save history (Dios salve a la historia)

God save your mad parade (Dios salve a tu carnaval loco)

Oh Lord God have mercy (Oh Señor Dios ten piedad)

All crimes are paid (Todos los crímenes se pagan)

When there's no future (Cuando no hay futuro)

How can there be sin (Cómo puede haber pecado)

We're the flowers in the dustbin (Somos las flores en la basura)

We're the poison in your human machine (Somos el veneno en tu máquina humana)

We're the future, your future (Somos el futuro, tu futuro)

God save the queen (Dios salve a la reina)

We mean it man (Lo decimos en serio hombre)

We love our queen (Amamos a nuestra reina)

God saves (Que Dios salva)

God save the queen (Dios salve a la reina)

We mean it man (Lo decimos en serio hombre)

And there is no future (y no hay futuro)

In England's dreaming (En el sueño de Inglaterra)

No future, no future, (No hay futuro, no hay futuro,)

No future for you (No hay futuro para ti)12

En el tercer bar se hace una referencia a la canción Happiness is a warm gun de The Beatles,

incluida en el álbum The Beatles de 1968, también conocido como el álbum blanco. El cuarto

bar se llama El Acuario Nuclear, y en él, además de otros trip trip trip, suena una canción

12 Traducción propia.

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que, aunque no es de rock (al menos, no considerada así por algunos radicales13), sí proviene

del folclor estadounidense, es de Donna Summer, quien fue una cantante y compositora que

tuvo auge durante el boom de la música disco en los años setenta.

Cuando el capítulo once, Café negro para las palomas, nos presenta al personaje de

Marciana, encontramos de nuevo la tristeza y el abandono en un estribillo musical: ‘hay un

hueco en mi vida’, tomado, presumiblemente, de la canción Hole in my life, incluida por la

banda The police en su álbum de 1978, Outlandos d’Amour. La forma del vacío se encuentra

en una mujer melancólica que hace el amor con desconocidos en el baño sucio de los bares

(espacio ya más que habitual en la novela), mientras escribe en sus espejos con labial. Jusich

Durán (1992, 123) la llama “una suerte de puta rockera”:

“Cuando Max entró al bar Cosa Divina Marciana se encontraba en el fondo del

bar bailando there is a hole in my life there is a hole in my life. Max se sentó en

una mesa y pidió la carta de licores y se dejó llevar por ese hueco negro que poco

a poco se iba abriendo paso por entre las mesas, por entre los cuerpos, por la

noche” (Chaparro, 1992, 101).

En el siguiente fragmento, se encuentra otra posible referencia a una emblemática canción

de los años noventa y la enumeración de frases inconexas entre sí, aunadas al abandono de

Marciana, nos permite percibir el desorden nocturno:

“Cuando estaba cerrándose la cremallera Marciana entró con mucho amor,

descalabro, angustia, café negro, pásame un cigarrillo, esto es sólo para ti, esa

musiquita es sólo para ti, no importa si no te has bañado, ven para acá, te tengo,

no cierres la ventana, pero por favor no llores, te lo juro que estaré junto a ti cuando

llegue la lluvia de noviembre, ven para acá, ven a mis babas, anoche no pude

13 Por “radicales”, nos referimos aquí a algunos fanáticos de determinado género musical, que no consideran

otros géneros adyacentes o que fueron fundamentales en su desarrollo, como parte de este. Para el caso del rock,

por ejemplo, algunos “radicales” no incluyen casos como el folk, el country, el jazz, o inclusive el blues, que

es de innegable contribución histórica para la concepción de lo que hoy se conoce como rock.

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dormir, eres sensacional, déjame meter mis dientes en tus dientes, (…)”

(Chaparro, 1992, 105).

November Rain (lluvia de noviembre) es quizás una de las canciones más populares del rock.

Incluida por la banda de Hard Rock norteamericana Guns N’ Roses en su álbum multiplatino

Use your illusion I de 1992. Es posible asegurar que se mencione la canción, considerando

que ya antes otros narradores, personajes o situaciones han enunciado canciones o partes de

ellas como parte de su discurso; además, en nuestro contexto algunos jóvenes reconocen la

canción en su traducción al español, pues su traducción es también conocida.

Algunos fragmentos inmediatamente anteriores al capítulo DC-3 espinacas de mayo, el

número 12, insisten en una nueva recurrencia pseudo-musical: “ding-dong”. Ese capítulo es

el primero en no contener ninguna alusión directa o indirecta al rock. En cuanto a la música

(considerando la repetición monosilábica como una cuestión posiblemente musical), se

destacan las repeticiones de un par de sílabas u onomatopeyas. Aquí se evoca,

reiterativamente, el sonido de la lluvia al caer sobre cristal por medio de “flap” y la sílaba

“pom” para quizás ejemplificar el sonido de ciertos movimientos.

En el capítulo 13, titulado con parte del coro de una popular porra, Alabimbombao, se

describe a Carolo y a Susi, personajes pasajeros. Se cuentan encuentros y fiestas de estos

personajes, en los cuales la música de una importante banda de rock suena, se traduce y se

referencia. El mismo narrador dice que las fiestas eran muy pesadas, por el uso de

alucinógenos. Se menciona, en medio del caos, a Black Sabbath como la banda que

ambientaba lo pesado de esas fiestas y la palabra trip aparece como expresión de ‘viaje’,

refiriéndose al causado por la alucinación de las drogas:

“Después los días fueron más bien opacos. Las fiestas en la casa de El Loco ya

estaban demasiado heavys. Black Sabbath, Sabotaje. Paranoid. Lluvia. Un poco

de hongos. Sangre en el wc trip trip trip. La casa hecha una mierda. Fresco loco

los viejos están de viaje, decía El Loco. Para Susy fue un cambio duro. De un día

para otro pasó de las hostias del colegio a los hongos de El Loco. Un trip. Claro

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un trip. La noche. Calor. Sangre. Una moto. Susy. Mamita.” (Chaparro, 1992,

122).

Black Sabbath es una banda de rock, considerada por muchos como fundadora y pionera del

subgénero Heavy Metal. Surge a finales de los años sesenta como una posible contraposición

a los sonidos “suaves” del rock previo y contemporáneo del momento. El sonido

característico del Heavy Metal (metal pesado) consistía, grosso modo, en guitarras más

distorsionadas, bajos cabalgantes, y baterías más rápidas y contundentes; además de una

referencia, en algunas ocasiones demasiado directa (quizás mucho para aquel momento), al

satanismo, la oscuridad y cuestiones que criticaban la religión. Pero así mismo, algunas de

ellas reflexionaban sobre la guerra, el uso desmedido de la tecnología y la carencia de

espiritualidad. Las palabras que se mencionan después del nombre de la banda, Sabotaje y

Paranoid, se refieren a dos álbumes, que se retoman en orden cronológico: Paranoid es el

segundo álbum, lanzado en 1970, y es considerado por muchos fanáticos como un disco de

culto por la relevancia de su momento histórico, pues, como ya se dijo, la banda es pionera

del género, y porque contiene algunos de las canciones más exitosas de la banda. Por su parte,

Sabotaje (Sabotage en el inglés original del disco) es el sexto álbum de la banda, editado en

1975, y conteniendo también algunos de sus canciones más representativas.

Esa es la única pero importante referencia al rock en ese de por sí corto capítulo. Para el

número 14, Los días olían a diesel con durazno, podemos apreciar desde su primer párrafo

una referencia, pero por primera vez en la novela, al rock en español:

“Hacia las diez de la mañana Marciana y Max se dirigían al apartamento de la

avenida Blanchot. Max se sentaba en el balcón mientras Marciana se bañaba con

agua caliente y cantaba no me jodan la vida nene nene qué vas a hacer cuando

seas grande van a tener que hablar conmigo piel dura fotografías con brandy

a las diez de la mañana prende un cigarrillo en la mitad de los dedos abre la puerta

vamos al cine chúpame mátame.” (Chaparro, 1992, 125).

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La frase “nene nene qué vas a hacer cuando seas grande” es tomada de la canción Cuando

seas grande del cantautor argentino Miguel Mateos, cuando cantaba en la agrupación Zas.

La canción figura en el disco Solos en América de 1986 y figura, igualmente, en otros

fragmentos de ese capítulo de la novela.

El canto de Marciana es una manifestación espontánea de su alegría, en medio de su desazón

usual. A Marciana le gustaba cantar en los bares, de allí es escogida para cantarle al oído a

los caballos del hipódromo que frecuentaba con Max, particularmente a Blasfemia, uno de

los caballos, alternando artistas y ritmos. Las canciones ‘dementes’ que les canta son de rock,

principalmente de The Police (‘put on the red light’, fragmento de Roxanne, u otros:

“Blasfemia respondía perfectamente a las canciones de Marciana. Marciana le

cantaba algo de Hendrix, de Joplin, de B. B. King, algo duro, algo suave, algo

duro, algo suave, todo dependía del cielo, de las nubes, de los polvos que se había

echado Marciana la noche anterior.” (Chaparro, 1992, 128).

A Hendrix ya se le ha mencionado antes (con Wild Thing, particularmente). Janis Joplin,

nacida Janis Lyn Joplin, fue una cantante estadounidense de rock, particularmente de blues,

que tuvo gran popularidad a finales de los años sesenta. Se caracterizó por una fuerte

presencia escénica y la potencia y originalidad de su voz. Fue llamada por algunos como “la

reina del Rock n’ Roll” o “la reina del Soul Psicodélico”. Pertenece, junto con Hendrix, a un

grupo de artistas de rock que fatídicamente tienen en común haber fallecido muy jóvenes,

por sobredosis. Por otro lado, B. B. King es el nombre artístico del guitarrista, cantante y

compositor estadounidense de blues Riley B. King, reconocido como uno de los músicos más

influyentes del blues y cuya popularidad alcanzó su auge entre los años cincuenta y sesenta.

El devenir de Marciana como personaje se encuentra posiblemente conectado con Janis

Joplin, tanto por su gusto por el canto, su adicción a las drogas, como por sus desenlaces

trágicos: mientras la segunda muere por sobredosis, la primera pierde la cordura al ritmo de

Sgt. Pepper’s lonely hearts club band de The Beatles, incluida en ese mismo álbum, el

octavo, editado en 1967. Considerado tanto por fanáticos alrededor del mundo, como por la

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crítica, como uno de los álbumes de rock más importantes en la historia del género, por la

experimentación musical y la técnica desarrollada por la banda en él, convirtiéndolo en un

arrollador éxito comercial.

Posteriormente, cuando Marciana es recluida en el sanatorio, se desarrollan algunas de sus

ideas y para ello, se recurre nuevamente a la omisión total de signos de puntuación en varias

páginas consecutivas; omisión que puede suponerse acorde con sus pensamientos ‘dementes’

(Chaparro, 1992, 130-136).

Inmediatamente después de los pensamientos de Marciana, conocemos a Highway 34, otro

recluso en el sanatorio, con quien Marciana se fugaría. Mientras nos describen sus rutinas,

encontramos una referencia musical:

“Highway 34 era el único que se levantaba y olía el aroma de los días. Antes de

que los demás locos se despertaran Highway 34 llenaba los pulmones con el aire

de la mañana mientras silbaba alguna canción for the benefit of Mr. Kite there will

be a show tonight on trampoline for the benefit of Mr. Kite. Luego aspiraba

profundamente el día, la luz, se metía todo el canto de las aves en su pecho, olía

cada hoja seca.” (Chaparro, 1992, 140).

Esa canción se titula Being for the benefit of Mr. Kite! y fue incluida por The Beatles en su

álbum recién mencionado, usualmente conocido con la abreviatura Sgt. Pepper. Highway 34

le silba canciones a Houston, una de las palomas del sanatorio, que se había acostumbrado a

él. Silbar la canción de rock puede considerarse como un síntoma de la locura de este

personaje, pues lo hacía muy temprano y teniendo a una paloma como espectador. También

le silbaba otras canciones de Guns n’ Roses, contemporáneas al momento de escritura de la

novela al principio de la década de los noventa.

Concluye así el análisis referencial de la forma en la que el rock, es un componente

fundamental en la novela de Chaparro. Se hizo un recorrido por la obra, en procura de

ejemplificar, tomando algunos fragmentos textuales concretos (citas, o fragmentos de

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estribillos o coros de canciones empleadas por el autor), la manera en la que algunos de los

personajes, varias de las situaciones y lugares como los bares y aquellos en los que se

llevaban a cabo las fiestas, no podrían ser percibidos de la misma forma por el lector, sin esa

música que sonaba de fondo, sin la posibilidad de tararear una canción mientras vas leyendo

en la novela su título, su coro, o un verso entero. De igual forma, los posibles resultados de

este análisis, conectados con las categorías que se propusieron en el Marco teórico, se

relacionan en el apartado de las Conclusiones.

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CONCLUSIONES

¡Que viva la música!:

Con base en lo mencionado en el capítulo correspondiente, podemos apreciar que el rock se

constituye como un elemento primordial para la novela (al menos sus primeras páginas),

considerando las dos categorías de análisis establecidas, de la siguiente forma:

El rock como elemento integrante de la cultura masiva: Solamente al principio de la novela,

La Mona y sus amigos lo escuchan en sus fiestas, lo buscan en sus radios, ella con

desesperación. Como ya se mencionó, el rock representa en la novela a la clase dominante,

pues solo la élite tiene acceso a los discos recién traídos del extranjero, o la posibilidad de

salir del país y traerlos. En ello, está implícitamente la opción de que, por medio del rock,

uno de los muchísimos rasgos de la cultura de un país (especialmente uno de los llamados de

“primer mundo”), utilice la popularidad y aceptación de un tipo de música con el propósito

de imponer sus esquemas a otra cultura, la tercermundista, en este caso.

Por otro lado, la popularidad de algunas bandas, particularmente The Rolling Stones

mencionada en la obra, iba en aumento en los setenta, década de escritura y publicación de

la novela; así como el reconocimiento y uso de las técnicas de reproducción fonográfica (la

radio, los acetatos) de esa y otras músicas. El rock (y posteriormente la salsa) se emplea como

un elemento de la cultura popular (para la época de la novela, su popularidad estaba

naciendo), pues a su alrededor los jóvenes no únicamente se reúnen, sino que “rumbean”, y

María del Carmen, en la primera parte, se siente especialmente atraída por Leopoldo Brook,

como rockero conocedor y músico (como ícono de la música de “moda”, en ese entonces),

aunque finalmente termine por desdeñar del rock, inclinarse por la salsa y abandonarlo

definitivamente.

Cabe resaltar que, aunque la Mona deja el rock porque advierte una vitalidad mayor, un

disfrute mayor y una identidad más fuerte con su gente, en la salsa; eso no basta para no

atribuirle al rock su reconocimiento inicial en la voluntad de pasarla bien de La Mona, en el

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afán de saber el mensaje de las canciones y de referenciar algunas de las bandas más

representativas, es decir, en un afán por reconocerla como una muestra cultural con un fuerte

impacto en la juventud caleña de ese entonces.

Otro aspecto relevante en este sentido: The Rolling Stones como banda de rock icónica de la

década, aporta a la novela, además de los títulos de algunas canciones, la alusión que La

Mona hace de Brian Jones, quien fue músico de dicha banda en sus inicios. Dicha alusión

obedece a la intención que ella tiene de demostrar que un grupo de jóvenes está desencantado

de la situación particular que les correspondió vivir, ejemplicándola con el trágico final que

tuvo Jones, y posiblemente con su propio desenlace.

El rock, los lugares y la ciudad: La Mona y su grupo transitan las calles de la ciudad, Cali,

escuchando rock en sus radios, de lo cual podemos considerar dos aspectos: el primero: la

hermandad, grupo de jóvenes en común acuerdo, a quienes no les bastaba escucharlo, debían

hacerlo peregrinando por las calles, como si la música les ayudara a colonizar nuevos

territorios; el segundo: el disfrute, el lugar escogido para ir, el lugar de la fiesta a la que

terminaban asistiendo, debía prometer buena música. Los lugares, tanto la calle abierta como

pequeña representación del espacio de la gran metrópolis que es Cali, como las casas de

fiesta, y por qué no, la casa de Brook (recordemos que ésta, además, estaba adornada con

afiches de “personalidades” de esa música que emergía), eran espacios modificados en su

esencia por la música, no eran lo mismo sin ella. La Mona pierde la calma al no encontrar

rock, en la primera parte de la novela, en su pequeño transistor o una casa con una buena

fiesta y mucha música, para que esas calles y esas casas se transformaran en espacios

aparentemente vitales (como manifestación de la primera etapa de lo que Rodríguez (2011)

llamó Posesión) y, de esa forma, cedieran un poco en su lugubridad y encierro.

Interdiscursividad: Evidentemente, el discurso de la música (títulos de canciones, coros,

álbumes, artistas (nuevamente los Stones, con su problemático e incomprendido Brian Jones;

Clapton, Joplin…) entre otros) es parte fundamental del discurso de la narradora y, por tanto,

nos permite encuadrar la novela dentro de la categoría de paraliteratura, explicada

previamente. En muchas situaciones en los que podría bastar con describir el lugar y lo que

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allí sucedía, Caicedo nutre la narración con la mención de la canción específica y, muchas

veces, el impacto que la misma tenía en el contexto situacional, en la rumba o calle respectiva.

Otro aspecto a considerar en el sentido de la interdiscursividad, es la inclusión de personajes

que materializaban la representación física del rock (discurso 1) en el discurso de la novela:

con mayor fuerza, Leopoldo Brook, que no solo es quien acompaña a la narradora en su

inmersión total en el rock, para luego abandonarlo, sino que con él además vive el consumo

de drogas mientras escuchan la música. Debe tenerse en cuenta que Leopoldo no solamente

es músico, sino que tiene la apariencia estereotípica del rockero. En menor medida,

encontramos a Bárbaro, quien usa el rock como la banda sonora de sus agresiones.

Opio en las nubes:

Para el acercamiento a la segunda de las obras propuestas para este trabajo, es bastante útil,

la manera en la que Jaime Alejandro Rodríguez (2011, 155) sintetiza sus variadas

características:

“(…) hay un esfuerzo por incluir la potencia de esos otros medios, especialmente

la música (y más exactamente la música rock), cuyo código penetra tan

profundamente la estructura novelesca que termina rompiendo su propio molde.

Opio no se comporta de manera canónica: no construye una anécdota coherente,

la escritura está llena de faltas, procede de una manera heterodoxa, mediante

descripciones, listas con frases de ingenio, falta de puntuación, repetición,

cacofonía, onomatopeya, y sus metáforas no producen el efecto retórico y clásico

esperado. Todos estos aspectos están justificados por una necesidad de expresar

un mundo fracturado y frenético”.

Para la primera categoría, El rock como elemento integrante de la cultura masiva, nos aporta

el rock su sonido en el alto número de bares referidos, a las fiestas donde Alain, al anarquismo

y desarraigo de los punks, a la fluidez de pensamientos desordenados y desorientados que se

producen en una Bogotá costera (trip trip trip, tomado de una canción triste), a crear la banda

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sonora vital de la sordidez de sus personajes, a transmitirle fuerza a un caballo, que tiene

nombre de una banda, para que gane en el hipódromo, a morir en una ambulancia y resucitar

sinsentido en unos capítulos posteriores, a la silla eléctrica y resucitar también después, nos

permite acompañar a un gato voyerista merodeando por los tejados. Nos permite conectar

nuestra mente de lectores con nuestra mente de oyentes de la música (especialmente a quienes

amamos el género). Nos permite tararear fragmentos de canciones, muchas veces sin ningún

sentido, pero que acompañan en sus devenires a esos personajes melancólicos y

desarraigados.

Para la categoría El rock, los lugares y la ciudad, estos personajes, a diferencia de la

protagonista de ¡Que viva la música!, no transitan las calles escuchando música en un viejo

transistor, pero Amarilla, Sven o Max transitan sus calles nocturnas, al borde de la

destrucción, para deambular hacia un bar o de regreso a casa. El rock acompaña la muerte

del entorno como resultado de la tristeza, la ciudad entera muere, bajo la lluvia. La ciudad

enmarca los acontecimientos de Opio en las nubes: Los gatos Pink y Lerner la husmean desde

los tejados nocturnos y nos presentan a algunos personajes incipientes, que no van allá de un

capítulo o menos. La ciudad se constituye entonces en un símbolo, se recorren algunas calles

de la Bogotá en metamorfosis o imaginada, como la llamaría Alejandra Jaramillo, buscando

un lugar cerrado (llamado como banda de rock, Nirvana) que ofrezca rock y alcohol, aunque

sea uno lúgubre como La Gallina Punk (en el que el rock, especialmente ese subgénero, tiene

un impacto fortísimo, en la contextualización de los punks que lo frecuentan y se despedazan

en él); un lugar pequeño que, aunque maltrecho, sórdido y frecuentado por violentos o

inadaptados (u otros seres como los personajes principales), podía ofrecer un supuesto escape

al encierro que supone la ciudad y la lluvia. Cambiar un encierro por otro. Y dentro de los

bares, unos lugares aún más pequeños y privados: los baños, en los que la música adornaba

peleas o intentos de suicidio. Esta categoría también funciona para las fiestas heavys, en las

que los lugares cerrados eran las casas (como la de Alain) que ofrecían rock, drogas y

desasosiego a los asistentes. Ninguno de esos lugares podía ser igual en la novela, sin la

presencia del rock.

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Finalmente, y teniendo en cuenta lo hasta aquí dicho respecto de esta novela, debo agregar,

muy a título personal, que aunque Opio en las nubes no tiene trama concreta, considero que

sí tiene una imaginación desbordante, en la que el rock es parte fundamental, más allá del

capricho musical de los personajes. La novela tiene una fuerza creadora tal que, para algunos

como Jursich Durán, encuentra dificultades para continuar y pensar en la posibilidad de

superarse a sí misma.

Interdiscursividad: A este propósito, Rodríguez (2011), en el primer párrafo de las

conclusiones sobre esta novela, ofrece un análisis bastante completo en cuanto a las

características interdiscursivas de la misma. Dice el autor que el rock termina rompiendo el

propio molde (de la novela), es decir, el discurso de la música termina haciéndose parte

integral del discurso novelesco: para ello, ya hemos ofrecido bastantes ejemplos en el

capítulo 4, de los cuales podemos resumir algunos que ya hemos referido en este apartado:

las muchísimas canciones o sus títulos (canciones enteras en algunos casos), el efecto que

determinada canción tiene en determinado episodio, los nombres de dos bares que hacen

apología rockera (El café del capitán Nirvana, la Gallina Punk), la mención de algunos de

sus artistas (Jimi Hendrix y su Wild thing, de nuevo los Rolling Stones…). Elementos todos

que, yuxtapuestos con la posible narración de la novela, hacen de ella una muestra de

paraliteratura.

Si nos preguntáramos si definitivamente Chaparro podría haber prescindido de alguno de

estos elementos discursivos propios de la música, en la construcción del discurso de su

novela, se evidencia aquí que la respuesta sería negativa. Opio en las nubes no solo necesita

de Pink Tomate, Amarilla, Sven y los demás personajes sórdidos; sino que no sería la misma,

o posiblemente no existiría sin el rock, sin las alusiones a ese género musical frenético que

evidentemente Chaparro amaba, tan frenético como esa Bogotá, la ciudad en constante

destrucción que crea para no contar historia alguna, sino para atiborrarnos de frenesí,

desasosiego, sentimientos de tristeza o de que nada importa; y de música, de mucha música.

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