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El Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” es una revista de Historia que intenta, a través de sus artículos, reflejar los mejores resul- tados de la labor de investigación en América Latina, así como de trabajos latinoamericanistas de otras regiones del mundo. Tiene el propósito de constituir un medio de comunicación entre los autores y su público especializado; también aspira a llegar a un público más amplio con la esperanza de contribuir a enriquecer los aportes y debates de la historiografía latinoamericana.

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El Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” es unarevista de Historia que intenta, a través de sus artículos, reflejar los mejores resul-tados de la labor de investigación en América Latina, así como de trabajoslatinoamericanistas de otras regiones del mundo. Tiene el propósito de constituirun medio de comunicación entre los autores y su público especializado; tambiénaspira a llegar a un público más amplio con la esperanza de contribuir a enriquecerlos aportes y debates de la historiografía latinoamericana.

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Nº 25BOLETIN

H I S T O R I AARGENTINA YA M E R I C A N ADR. EMILIO RAVIGNANI3ra. SERIE - 1er. SEMESTRE DE 2002

D E L I N S T I T U T O D E

FACULTAD DEFILOSOFIA Y LETRASUNIVERSIDAD DEBUENOS AIRES

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Facultad de Filosofía y Letras

Decano: Dr. Félix SchusterVicedecano: Dr. Héctor TrincheroSecretario de Investigación: Lic. Cecilia HidalgoSecretario de Posgrado: Dra. Elvira Narvaja de ArnouxSecretario de Asuntos Académicos: Lic. Carlos Cullen SorianoSecretario de Extensión Universitaria: Prof. Reneé OlindaSecretario de Supervisación Administrativa: Ms. Juan GuevaraSecretaria de Transferencia y Desarrollo: Lic. Silvia LlomovatteSecretario de Relaciones Institucionales: Lic. Francisco GugliottaProsecretario de Publicaciones: Lic. Jorge Panesi

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”

Director: Prof. José Carlos Chiaramonte

Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”

Director: Prof. José Carlos Chiaramonte (UBA-CONICET)

Comité Editor:Dr. Jorge Gelman (UBA-FLACSO-CONICET)Dra. Noemí Goldman (UBA-CONICET)Prof. Juan Carlos Korol (FFyL-C. SOCIALES-UBA-CONICET)Prof. José Luis Moreno (U. de Luján y UBA-CONICET)Prof. Luis Alberto Romero (UBA-FLACSO-CONICET)Dr. Enrique Tandeter (UBA-CONICET)

Secretario de Redacción: Dr. Roberto Schmit (UBA)Asistente de Redacción: Dr. Julio Djenderedjian (UBA-UB)

Este número del Boletín se edita gracias a un subsidio de la Fundación Antorchas

Editado en la Ciudad de Buenos AiresResponsable editorial: Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. EmilioRavignani”25 de Mayo 217, 2do. piso, Capital Federal. CP 1002. República Argentina

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DR. ENRIQUE TANDETER

El Comité Editor del Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr.Emilio Ravignani” expresa su gran pesar por el fallecimiento, el 24 de abril últi-mo, a los 59 años, de nuestro distinguido colega, Dr. Enrique Tandeter. Con élperdemos a un historiador de cualidades excepcionales. E. Tandeter fue uno de losmayores historiadores en Historia Colonial Latinoamericana y uno de los más des-tacados profesores de la Universidad de Buenos Aires. Fue Profesor Titular deAmérica II (Colonial) del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía yLetras de la UBA e Investigador Principal del Consejo Nacional de InvestigacionesCientíficas y Técnicas (CONICET). Desde el retorno a la democracia en 1984trabajó intensamente en la reconstrucción de la Universidad Pública aportandoideas, proyectos e iniciativas para mejorar la calidad de la enseñanza, promover eldesarrollo de la investigación histórica y fortalecer los órganos de gobierno de laUniversidad. Fue Director del Departamento de Historia, Consejero Superior yDirector del Centro Franco-Argentino de Altos Estudios de la Universidad de Bue-nos Aires y miembro del Comité Editor del Boletín del Instituto de Historia Argen-tina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” desde su fundación en 1989. Colaboróen numerosos comités y asesorías de la Universidad y del CONICET. Fue presi-dente de la Asociación Argentina de Historia Económica y Director del ArchivoGeneral de la Nación.

En el Instituto Ravignani creó el Programa de Historia de América Latina(PROHAL), desde el cual impulsó la realización de proyectos de investigación,seminarios de discusión y tesis de doctorado que renovaron los estudios de histo-ria colonial en Argentina.

En el campo de la historia económica colonial se destacan sus contribucionesal estudio de la minería potosina. Ejemplo de ellas son las siguientes publicaciones:“Forced and Free Labour in Late Colonial Potosí”, Past&Present, 93-136 (London,November, 1981), en colaboración con Nathan Wachtel, “Conjonctures inverses.Le mouvement des prix à Potosi pendant le XVIIIè siècle”, Annales E-S-C, 37e.

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(Paris, 1983): 549-613, y su libro, Coacción y mercado. La minería de la plata enel Potosí colonial, 1692-1826 (Buenos Aires, Sudamericana, 1992), traducido alfrancés e inglés, por esta última versión obtuvo el Herbert Eugene Bolton Memo-rial Prize, otorgado por Latin American Studies Association, al mejor libro publi-cado durante 1993. Por este texto fue distinguido en 1995 con el Premio Ibero-americano de la Latin American Studies Association (LASA). Asimismo fue Di-rector del Tomo 2, La Sociedad Colonial, de la Nueva Historia Argentina (BuenosAires, Sudamericana, 2001) y Director del Volumen IV de la Historia General deAmérica Latina de la UNESCO (Madrid, Ediciones UNESCO/Editorial Trotta, 2002).En colaboración con Olivia Harris y Brooke Larson publicó Participación indígenaen los mercados surandinos. Estrategias y reproducción social, siglos XVI-XX (LaPaz, CERES, 1987); con Lyman Jonson (comps.), Essays on the Price-History ofEighteenth-Century Latin America (Albuquerque, University of New México Press,1990), y en colaboración con Juan Carlos Korol, Historia económica de AméricaLatina: problemas y procesos (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999).En los últimos años Enrique Tandeter innovó en el estudio de las redes familiares ydemográficas indígenas en Sacaca y Acasio (norte de Potosí).

Por su importante renovación en los estudios andinos y sus vastos conocimien-tos en historia colonial, E. Tandeter fue respetado y admirado en nuestro país, Amé-rica Latina, Europa y Estados Unidos. Impartió cursos y conferencias en prestigio-sas Universidades y Centros de Estudios del exterior. Tuvo el honor de ser invitadoa la Cambridge University, entre 1999-2000, en calidad de Profesor de la cátedra“Simón Bolívar de Estudios Latinoamericanos”. Fue también profesor visitante del’École des Hautes Études en Sciences Sociales, de la University of London, de laUniversity of Chicago y de la Universidad Internacional de Andalucía.

Gran lector, Enrique Tandeter, mostró un inagotable interés y curiosidad porlos más diversos temas históricos; siempre abierto, receptivo y generoso concolegas y discípulos, reunió rigor histórico, exigencia académica, apertura inte-lectual y entusiasmo vital. Por todo ello, su pérdida no sólo es irreparable sino quedeja un gran vacío en nuestra comunidad académica.

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SUMARIO

Guerra, hombres y ganados en la puna de Jujuy. Comienzos del siglo XIXRaquel Gil Montero .................................................................................... 9

La estancia mixta y el arrendamiento agrícola: algunas hipótesis sobresu evolución histórica en la región pampeana, 1880-1945

Juan Manuel Palacio ................................................................................ 37

La fundación del Museo Colonial e Histórico de la provincia de Buenos Aires.Cultura y política en Luján, 1918

María Élida Blasco ................................................................................... 89

La concentración de la agricultura entre 1937 y 1988. El Corn Belt y la pampamaicera argentina

Javier Balsa ............................................................................................ 121

NOTAS Y DEBATES

Constitución de 1812, liberalismo hispano y cuestión americana, 1810-1837Manuel Chust .......................................................................................... 157

RESEÑAS

João Paulo G. Pimenta, Estado e Nacão no fim dos impérios ibéricosno prata (1808-1828);

reseña de Fabio Wasserman .................................................................... 179

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José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos(provincia de Buenos Aires) en el siglo XIX;

reseña de Daniel Santilli ........................................................................ 184

Pilar González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la NaciónArgentina. Las sociabilidades de Buenos Aires, 1829-1862;

reseña de Marcela Ternavasio ................................................................ 189

Nathan Wachtel, La foi du souvenir. Labyrinthes marranes;reseña de Juan Carlos Garavaglia ......................................................... 196

José Luis Romero, Situaciones e ideologías en América Latina;reseña de Omar Acha .............................................................................. 198

Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina,1943-1955;

reseña de Lila Caimari ........................................................................... 202

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY.COMIENZOS DEL SIGLO XIX

RAQUEL GIL MONTERO*

Ella quería a sus cuatro enemigos porque la gente del campo no siente los odiospatrióticos, pues eso es pertenencia de las clases superiores. Los humildes, los

que pagan más por ser más pobres y aquellos a quienes cada carga nuevaabruma, aquellos a quienes se mata a centenares y forman la verdadera carnede cañón por ser los más numerosos, los que sufren horriblemente a causa de

las miserias de la guerra, no comprenden el ardor bélico, ni el honor excitable,ni esas pretendidas combinaciones políticas que en seis meses agotan a dos

naciones, la vencedora y la vencida.1

Si no arreglamos la milicia y tenemos Ejércitos disciplinados, como V. sabe, nohay que contar con Nación. Nuestros paisanos todavía no conocen la causa quedefienden, a mi ver, y así es que abrigan a los desertores que después de tantos

trabajos y gastos perjudican además en su deserción los intereses de los particu-lares donde pasan.2

El objetivo general de este trabajo es mostrar las consecuencias que tiene laguerra para los habitantes de territorios que fueron campo de batalla. En particu-lar, nos interesa analizar un período delimitado por dos guerras en la “puna deJujuy”, región que evidenció a partir de ese momento la inversión de las tenden-cias demográficas observadas hasta fines de la colonia, y el inicio de una estruc-tura poblacional que continúa hasta el presente. Al hablar de dos guerras nos

* CONICET, Instituto de Estudios Geográficos (Universidad Nacional de Tucumán), PROHAL,UNHIR (Universidad Nacional de Jujuy).

1 Guy de Maupassant, “La vieja salvaje”, en: La vieja salvaje y otros cuentos, Buenos Aires,Centro Editor de América Latina, 1971, p. 68.

2 Carta de Belgrano a Güemes, Tucumán, 18 de agosto de 1816, en: Epistolario Belgraniano,Buenos Aires, Taurus, 2001, p. 463.

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10 RAQUEL GIL MONTERO

referimos a las de independencia (1810-1825) y la que tuvo lugar contra laConfederación Peruano-boliviana (1836-1839). No analizaremos aquí las ten-dencias demográficas –que fueron objeto de otros análisis–,3 sino el desarrollode las guerras y sus consecuencias sociales y económicas, que son las queexplican dichos cambios en las tendencias.

El análisis general de las guerras en el ámbito rioplatense ha sido realizado,hasta el momento, desde diferentes perspectivas que se fueron complejizando enlos últimos años con el reexamen que se hizo del período, en el marco del estudiode la formación del Estado-nación.4 El escrito más importante, que excede larga-mente el plano político para entrar en el social y económico de las diferentesregiones integrantes del virreinato del Río de la Plata, continúa siendo Revolucióny Guerra, de Tulio Halperin Donghi.5 Dentro de la historiografía regional, la granmayoría de los trabajos sobre el tema tiene un carácter político, fáctico, localista,destinados en general a legitimar a los sectores dirigentes.6

Desde la perspectiva del “gobierno central”, la guerra presenta una cronologíapoco discutida: los primeros cinco años, desde 1810, pertenecen a un períodomarcado por intentos de cambiar algunos de los legados del régimen colonial,período que, además, tiene importantes diferencias internas.7 Dentro de éste, sedestaca un comienzo favorable a la “causa patriota” y las posteriores derrotas quehicieron abandonar la idea de atacar el Alto Perú por Jujuy y Salta. Desde 1815hasta 1820, en cambio, las medidas se orientaron cada vez más hacia una respe-tuosa continuidad del orden heredado: es un período más conservador. En 1820 seterminan, desde esta perspectiva, las referencias a la guerra, salvo algunas aisla-das relacionadas con el peso que debió soportar el interior.

3 Raquel Gil Montero, “Población, medio ambiente y economía en la Puna de Jujuy, Argentina,siglo XIX”. Enviado a evaluar a la Revista de la ADEH. Versión corregida de la ponencia presentadaen las XVIII Jornadas de Historia Económica, Mendoza, septiembre de 2002.

4 Noemí Goldman, “Crisis imperial, revolución y guerra (1806-1820)”, en: Noemí Goldman(dir.), Nueva historia argentina. Revolución, república, confederación (1806-1852), Buenos Aires,Ed. Sudamericana, 1998.

5 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentinacriolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Este autor le dedicó a la guerra un importante espacio en el libroHistoria Contemporánea... citado y un estudio específico vinculado al estado fiscal en su libro Guerray finanzas en los orígenes del Estado Argentino (1791-1850), Buenos Aires, Ed. de Belgrano.

6 El caso más notable por la abundancia de trabajos de este tipo es, sin dudas, el de Güemes enSalta. Para una síntesis cfr. Sara Mata, “Costo económico y social de la guerra de independencia. Saltaen la primera década revolucionaria”, en: Actas Segundas Jornadas de Historia Económica, CDeditado por la Asociación Uruguaya de Historia Económica, julio de 1999. De la misma autora,“‘Tierra en armas’. Salta en la revolución”, en: Sara Mata (comp.), Persistencias y cambios: Salta yel Noroeste argentino. 1770-1840, Rosario, Prohistoria, 1999, pp. 149-175.

7 Los intentos de cambio se dieron dentro de una moderada continuidad, como veremos másadelante.

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11GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

El “interior”, por su parte, presenta también sus perspectivas diversas. Vistasdesde Cuyo, las guerras exigieron preocupación y erogaciones crecientes hastalas campañas de San Martín, cuando dejan de pesar directamente en el territorio.Vistas desde Jujuy y Salta, en cambio, las guerras continuaron hasta 1824, año enel que el frente naval en el Perú, los ejércitos patriotas y las luchas internas entre elVirrey y Olañeta alejaron a los realistas de aquellos territorios que durante todosesos años habían seguido siendo (junto a Tucumán, al menos en un primer mo-mento) los lugares de abastecimiento de ganados y retaguardia de las guerras. Sinos concentramos, aún más, en un territorio dentro de Jujuy y Salta, en la Puna deJujuy y los valles adyacentes (actuales departamentos de Rinconada, Cochinoca,Yavi y Santa Catalina en Jujuy, Santa Victoria e Iruya en Salta), la guerra significósobre todo saqueo, batallas, ocupaciones, establecimiento de cuarteles generalesdiversos, reclutamientos y persecuciones, hasta 1824.

Las distintas perspectivas con respecto a las guerras no sólo están determinadaspor los diferentes espacios geográficos. La enorme mayoría de los trabajos abordan elimpacto de las guerras centrándose en las minorías dirigentes. Este análisis puede sermuy variado, desde el estudio de las “personalidades” que participaron en ellas, el delimpacto que ellas tuvieron en la economía de los comerciantes y hacendados residen-tes en las actuales capitales de provincia, el de las transformaciones habidas en lossectores dirigentes, o el de las modificaciones producidas en los sectores económicosmás importantes. Poco se sabe acerca de los demás sectores que padecieron la gue-rra, aquellos a los que hace referencia el cuento de Guy de Maupassant del epígrafe:los milicianos, los habitantes de los campos que fueron escenario de las batallas, loscampesinos proveedores –involuntarios– de ganados y alimentos.8

Trabajar sobre la situación de los puneños durante las guerras y sobre lasconsecuencias de éstas en sus vidas, sin embargo, es difícil en nuestra región. Lainexistencia de testimonios directos sobre este aspecto, en particular, nos obligó autilizar referencias indirectas y con una fuerte carga en la visión que las autorida-des militares y políticas tenían de ellos.

EL CONTEXTO

Con las guerras de independencia se inicia una larga etapa de transición que se conoceen la historiografía como de formación del Estado nacional. En toda América Latina,

8 Un trabajo reciente de Gustavo Paz incursiona en estos temas, poco conocidos, y analiza lasituación de las milicias en Jujuy y Salta, las consecuencias políticas y sociales de la guerra y, sobre todo,la relación entre las elites y los gauchos. Cfr. Gustavo Paz, Province and Nation in Northern Argentina.Peasants, Elite and the State, Jujuy 1780-1880. Tesis Doctoral. UMI Dissertation Services, 1999.

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12 RAQUEL GIL MONTERO

estas guerras marcaron una época de grandes transformaciones, que podemossintetizar –simplificando excesivamente– en la aparición de una violencia popular,anónima e incontrolable; una mayor militarización de la sociedad; una democrati-zación limitada; un cambio en la significación de la esclavitud y de la división porcastas; una importancia creciente de los sectores rurales y una apertura plena alcomercio internacional.9 En el caso puntual del Río de la Plata, una de las conse-cuencias más significativas de estos cambios –que comenzaron un poco antes delas guerras– fue la tendencia que se manifestó claramente a partir de la primeramitad del siglo XIX y que no se modificó sino que se profundizó con el tiempo: elascenso del litoral y la pérdida de importancia relativa del actual noroeste argentino.

Hacia el final de las guerras, se inicia un período de luchas internas en la actualArgentina, del que no escapa la provincia de Jujuy, que sólo en 1834 comenzó aorganizarse como provincia independiente. Esto significó, entre muchas otras cosas,la necesidad de organizar el Estado fiscal. A semejanza de otros espacios en losque la población tributaria era significativa (nos referimos a los actuales Perú,Bolivia y Ecuador), en la legislatura de Jujuy se debatió la necesidad de continuarla cobranza de los tributos indígenas que habían sido abolidos (teóricamente) apartir de las guerras de independencia. Esta medida se había tomado para borrarlas discriminaciones coloniales y para proveer de soldados a los ejércitos. A pesarde ello, en Jujuy se reimplantaron por poco más de una década al finalizar la guerracontra la Confederación Peruano-boliviana.

El motivo de la reimplantación de los tributos fue el mismo, tanto para elgobierno provincial de Jujuy como para las diversas administraciones de los de-más países andinos: las alicaídas arcas de los nuevos Estados no soportaban elrecorte de uno de sus principales ingresos.10 Hay diferencias significativas, sinembargo. Las principales se podrían sintetizar en los temas de escala y cronología:en los países mencionados el problema se presenta en el marco de un proyecto deEstado-nación, mientras que en el caso de Jujuy estamos hablando de una provin-cia y, dentro de ella, sólo una región afectada (la Puna). Es una provincia quedifiere completamente del promedio de la actual Argentina y del proyecto de na-ción, esbozado a partir de 1810.

9 Tulio Halperin Donghi en su Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, AlianzaEditorial, 1980 [1969], cap. 3.

10 El debate acerca de los Estados Nacionales en formación y los tributos es muy extenso y noestá exento de polémica. Confróntese, entre otros, Tristan Platt, Estado boliviano y ayllu andino.Tierra y tributo en el norte de Potosí, Perú, IEP, 1982; Heraclio Bonilla, “Estado y tributo campesino.La experiencia de Ayacucho”, en Heraclio Bonilla (comp.), Los Andes en la Encrucijada. Indios,comunidades y Estado en el siglo XIX, Quito, Ediciones Libri Mundi, FLACSO, Sede Ecuador, 1991,pp. 335-366; Nils Jacobsen, Mirages of transition. The Peruvian Altiplano, 1780-1930, California,University of California Press, 1993.

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13GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

Es por ello que la cronología es también divergente: mientras que el problemade los tributos se manifiesta desde las guerras de independencia como tema adiscutir en los países mencionados, en Jujuy el debate recién comienza cuandofinaliza la guerra contra la Confederación Peruano-boliviana, en parte coincidien-do con la necesidad de definir de dónde iban a provenir los recursos del flamanteEstado provincial.11 Una parte importante de los argumentos a favor de lareimplantación se apoya en el papel que los puneños tuvieron en las guerras, de allíque mencionamos esta discusión como parte del contexto de nuestro trabajo.

El Partido de la Puna de Jujuy había pertenecido durante la colonia a la juris-dicción de la ciudad de Jujuy, y estaba integrado por los actuales departamentosde Cochinoca, Yavi, Santa Catalina y Rinconada. Más del 85% de su población eraindígena según los censos de fines del siglo XVIII,12 cuya economía se basabafuertemente en el pastoreo de llamas y ovejas, en la extracción de sal, en la mineríaa pequeña escala y en actividades asociadas (producción textil, arriería). Haciafines del siglo XVIII, más del 60% de la población de la actual provincia de Jujuyvivía en la Puna, que –además– había sido a lo largo de mucho tiempo un área decaptación de migrantes por estar exenta de las obligaciones coloniales, sobre todode la mita, es decir, del trabajo por turnos en las minas potosinas.

Durante el período colonial la Puna estaba plenamente integrada al “espacioperuano”13 y sus habitantes participaban activamente en la economía regional. Lastransformaciones traídas por las guerras de independencia convirtieron a estaregión, otrora en pleno camino hacia el centro económico de Potosí, en parte de lafrontera internacional con Bolivia. Esta frontera separó la Puna de Jujuy del restode las “tierras altas”, pobladas también por mayoría indígena, y de sus tradiciona-les mercados de abastecimiento e intercambio.

La situación descripta fue cambiando radicalmente a lo largo de los siglosXIX y XX. Actualmente es una región expulsora fundamentalmente de hom-bres, donde reside poco menos de un 6% de la población total provincial. Elmomento en el que comienzan a verse estos cambios es el de las guerras men-cionadas en la introducción.

11 El problema de los tributos en Jujuy fue tema específico de otro trabajo. Cfr. Raquel GilMontero, “Tierras y tributo en la puna de Jujuy. Siglos XVIII y XIX”, en: Judith Farberman y RaquelGil Montero, Los pueblos de indios del Tucumán colonial: pervivencia y desestructuración, Quilmes,UNQ Ediciones, Ediunju, 2002.

12 Los censos del período independiente no incluyen las diferenciaciones étnicas. Los porcenta-jes de población conforme a la filiación étnica varían según sea la fuente consultada. Somos conscien-tes de los problemas que trae ajustarse a estas definiciones tan poco precisas.

13 Nos referimos al concepto acuñado por Assadourian. Cfr. Carlos Sempat Assadourian, “Eco-nomías regionales y mercado interno colonial. El caso de Córdoba en los siglos XVI y XVII”, en:Assadourian, El sistema de la economía colonial. El mercado interior, regiones y espacio económi-co, México, Editorial Nueva Imagen, 1983.

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14 RAQUEL GIL MONTERO

Lo que nos interesa destacar, sin embargo, no es la situación actual sino la decomienzos del siglo XIX. En aquel período, como vimos, la población de la Punaera muy semejante a la de la actual Bolivia en cuanto a su composición. Estasituación es fundamental para entender el desarrollo de las guerras y sus conse-cuencias, como veremos a continuación.

LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA

En los Andes meridionales, las guerras de independencia se dieron en un climasocial y político muy diferente al largamente descripto para la capital virreinal delRío de la Plata. La sublevación de Tupac Amaru afectó doblemente la relación quehabía entre los criollos y los indígenas: por un lado aumentó el recelo y el temor delos primeros con los segundos y por otro lado se avanzó en el proceso de iguala-ción negativa con la desaparición de la aristocracia nativa.14 El resultado fue unarelación que se tornó claramente despectiva y de desconfianza. Fue con este mar-co como telón de fondo que tres décadas más tarde tuvo lugar la proclama deCastelli, en la que daba por concluida la servidumbre indígena.15

Durante estas guerras “el Alto Perú no sabe si ha sido liberado o conquistado;sus hombres se sienten diferentes a los soldados llegados del sur; los dirigentesrevolucionarios, por otra parte, no pueden sino juzgar incierto el futuro de sucausa en esas tierras remotas y proceder en consecuencia”.16 Fue por todo elloque tras la derrota de Huaqui, en junio de 1811, en el Río de la Plata comenzarona replantearse algunas consignas de la revolución, entre ellas la de los cambiosradicales del estatus de los tributarios. Las declamaciones libertarias realizadas enun comienzo en el Alto Perú se tornaron más moderadas en las regiones controla-das; así, cuando la Junta dispuso “que en cada intendencia se elija un representan-te de los indígenas [...] [se] excluye explícitamente a las de Córdoba y Salta”.17

Para entender la relación de la población de la Puna de Jujuy con las guerras,es necesario conocer no sólo el contexto social de la región mayor (nos referimosa toda esta frontera de guerra, comprendida entre Tucumán y Potosí por lo me-nos), sino además la composición del ejército y de las milicias. Los relatos de una

14 Cecilia Méndez, “República sin indios: la comunidad imaginada del Perú”, en: Henrique Urbano(comp.), Tradición y modernidad en los Andes, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos“Bartolomé de las Casas”, 1992, pp. 15-41.

15 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, pp. 250-251.16 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, p. 25217 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, p. 253.

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15GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

y otra parte nos dejan entrever una suerte de reproducción de la sociedad y partede sus conflictos dentro de ambos ejércitos.

Los oficiales a cargo, gran parte de ellos “patricios” nacidos fuera de la re-gión, estaban al mando de cuerpos heterogéneos de soldados criollos e indígenasa los que despreciaban profundamente, como veremos a lo largo de este apartado.Aquéllos entendían, y hasta aceptaban, con mucha más frecuencia las actitudesde sus enemigos (obviamente las de sus pares) que las de sus subordinados. Aúnen los peores episodios bélicos, los oficiales prisioneros eran bien tratados, secanjeaban, y se mantenía una buena comunicación.

Dentro de los ejércitos rioplatenses las relaciones entre los oficiales y losdiferentes sectores subalternos no eran iguales, sino que presentaban algunosmatices, con frecuencia sutiles. Con respecto a la mirada que tenían de los gau-chos y criollos –que participaron activamente de las milicias– muchas veces se lesumaba la admiración al desprecio. Por el contrario, a los indígenas –salvo esca-sas excepciones– se los miraba con sospecha y desprecio. En este sentido, en laPuna –como dijimos habitada por más de un 85% de indígenas residentes en elámbito rural– se vivía una situación mucho más parecida a la del Alto Perú que ala de Salta, donde predominaban los gauchos.18

Visto desde la Puna, el período de las guerras de independencia puede parecerconfuso. Esta falta de claridad parte de un hecho concreto que fue la alternancia delas autoridades en la región, ya que a lo largo de aquellos años fue dominada porturnos, por uno y otro ejército, fueron cambiadas las autoridades según quien domi-nara, y muchas veces fue tierra de nadie. Ni uno ni otro ejército podían garantizar laocupación completa de esta región enorme que se consideraba habitada por unapoblación evasiva y “poco confiable”, y que era demandada por ambas fuerzas.

Pero allí no terminan las incertidumbres. La principal hacienda de la regiónpertenecía al marqués del Valle de Tojo, también encomendero de una de las dosúnicas encomiendas regionales que no sólo había persistido hasta el siglo XIX,sino que aún conservaba una población muy significativa. El papel del marquéscon relación a la participación en la guerra de esta porción de los puneños fuecentral, pero no unívoco.

Durante los primeros años de la guerra, el marqués actuó a favor del ejércitorealista al mando de tropas, aunque también aprovechando sus fluidas relaciones conlos oficiales y con las autoridades de ambos ejércitos para hacer de intermediario.19

18 Estamos simplificando una realidad por demás compleja, ya que la participación indígena en elAlto Perú fue diferente según la región y el momento analizados. Lo mismo pasó en la actualArgentina. Aquí nos referimos a la situación más frecuente.

19 Fondo John Carter Brown Library, en adelante JCB. Extraordinaria ministerial de Buenos Aires.Jueves 30 de abril de 1812. Carta de Goyeneche al virrey de Lima, Potosí, 19 de febrero de 1812. Cfr.también José María Paz, Memorias póstumas, Volumen 1, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 20.

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Seguramente, el marqués se sentiría más peruano que rioplatense en esta guerra, conlas ambigüedades que tenía en ese momento la expresión “peruano”.

Mirado con desconfianza por el gobierno central, fue llamado a Buenos Airesen 1814, donde lo retuvieron hasta 1815 para mantenerlo alejado del escenario debatallas. A partir de aquel momento, aunque por poco tiempo, se hizo cargo de ladefensa apoyando a Güemes y abandonando por un tiempo la mención de sustítulos nobiliarios, en un gesto acorde a las circunstancias.20

El apoyo del marqués a la causa de la independencia fue breve: en noviembrede 1816 fue tomado prisionero, con lo que, en palabras de Mendizábal –un estra-tega español al que volveremos–, se contribuyó a que se tranquilicen Tarija y laregión sujeta al marquesado. A partir de allí y por algunos períodos, el cuartelgeneral realista se trasladó a Humahuaca y una vanguardia a Hornillos (una antiguaposta ubicada dentro de la misma Quebrada, aunque más cercana a la ciudad deJujuy), desde donde avanzaban hacia Salta.

Hasta ese mismo año de 1816, cuando cae prisionero su líder, encontramosaccionando en los alrededores de Yavi a un grupo organizado por el cura sustitutode Yavi a favor de los realistas. De este grupo hay pocas referencias; lo curioso esque coexistía con la defensa encabezada por el marqués, y prácticamente en elmismo espacio. El responsable, teniente coronel doctor Zerda (además cura deYavi), organizó una milicia a la que llamó los Angélicos, en clara alusión y oposi-ción a los Infernales, de Güemes.21

Tomado prisionero el marqués, la defensa continuó a cargo de Güemes hastasu muerte, en junio de 1821, no sin grandes conflictos internos, disidencias conRondeau y con las autoridades de Jujuy, en medio de una gran penuria financieray de constantes avances de los realistas sobre Jujuy y Salta.

Las lealtades, descriptas con frecuencia como claramente definidas, no loeran tanto, no sólo en el caso del marqués que hemos reseñado, sino también conrespecto a otro sector de la población. Las autoridades acusaban de traidores ydignos de poca confianza a la población indígena; sin embargo, los que realmentetrababan relaciones con los realistas eran, sobre todo, los sectores de las elitesurbanas. El ejército realista transitaba con gran frecuencia las provincias de Jujuy,Salta y Tucumán (pertenecientes al “país enemigo”) contando con el apoyo dealgunos sectores locales, sobre todo en las principales capitales.22 Parte de lapoblación se replegaba con el avance realista, parte se quedaba manifestando su

20 Agradezco al Dr. Gastón Gabriel Doucet su generosa información acerca de la participación delmarqués en las guerras.

21 JCB, Gazeta de Buenos Aires del sábado 2 de noviembre de 1816.22 Francisco Javier de Mendizábal, Guerra de la América del Sur. 1809-1824, Buenos Aires,

Academia Nacional de la Historia, 1997 [1824].

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17GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

simpatía abiertamente.23 Por lo menos un sector de la población salteña dejó me-morables recuerdos en Francisco Javier de Mendizábal y Pérez de Isaba, españoldestinado a inspecciones geográficas, quien se desempeñó como ingeniero militaren las tareas de la guerra. Este ingeniero relata compungido la derrota de la batallade Salta (el 20 de febrero de 1813) y marca como uno de los errores del ejércitorealista que

[los enemigos] continúan sus marchas sin ser sentidos, ni molestados, pues aunque corríanrumores de que venían, se desprecian estos avisos, creyendo que sólo serían algunas partidasde caballería campestre o gauchos, que querían robar ganado; es así que mientras descuidadoslos nuestros en Salta (como Aníbal en Capua), no pensaban más que en festivas diversiones, sehallaron el 15 de febrero con la noticia de que los enemigos estaban ya muy cerca, y aunqueentonces se hicieron algunos reconocimientos y salidas, no produjeron ventaja alguna.24

Y en una nota al pie, agrega:

Es mucha verdad que hubo seducción en el ejército, particularmente en algún jefe y oficiali-dad, y era consecuencia casi precisa en un pueblo de muchas mujeres insinuantes y demuchos atractivos, adictas las más acérrimamente al gobierno intruso, y con quienes teníanlas más relaciones nada decentes.25

No es de extrañar la simpatía de los sectores de elite con el ejército realista, yaque muchos de ellos estaban incluso emparentados. El brigadier Olañeta, jefe de lavanguardia del ejército realista, era vecino de Jujuy y estaba casado con doñaJosefa Marquiegui, lo que lo vinculaba a una de las familias más acaudaladas de laciudad.26 Olañeta fue cayendo lentamente en desgracia en los últimos años de laguerra. De él, comenta Mendizábal que:

era subdelegado gobernador de Jujuy el año de 1812, cuando el brigadier don Pío Tristánpasó con su vanguardia para el Tucumán, quien le dio el primer título a despacho que tuvode teniente coronel, que aprobó después el general Goyeneche. [...] Desde esta época comoel Ejército Real se ha mantenido en posesión de todo el país hasta Jujuy, el brigadier Olañetasiempre ha estado de jefe de vanguardia, haciendo a veces sus correrías hacia Salta, según las

23 Sara Mata menciona en su trabajo, por ejemplo, casos de comerciantes que dejaban en manosde simpatizantes realistas parte de sus bienes con la esperanza de recuperarlos cuando se hubieranretirado. Cfr. “Costo económico y social...”, citado.

24 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, p. 51.25 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, nota p. 52.26 Joaquín Carrillo, Jujuy. Provincia federal argentina. Apuntes de su historia civil, Jujuy, UNJu,

1989 [1877], p. 339.

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órdenes del general en jefe que las disponía según las ocurrencias. Con el largo tiempo delabsoluto mando sobre unos mismos cuerpos, y a grande distancia del jefe principal, fue puestomando el brigadier Olañeta cierto ascendiente e influjo en aquellas tropas y como es casadoen Jujuy, y relacionado en el país, he aquí que según se dice fue entrando en negocios eintroducción de partidas de mulas con los del Tucumán.27

Mientras una parte de las elites mantenía relaciones cordiales con los enemi-gos y sin embargo podía seguir viviendo en las ciudades, los sectores subordina-dos que integraban las fuerzas militares, eran mirados con desconfianza por supotencial traición. Nos detendremos en algunas expresiones vertidas por los res-ponsables, en relación con los indígenas.

Hemos señalado que, desde 1815, el marqués queda a cargo de la defensa dela Puna de Jujuy, respondiendo a Güemes, quien a su vez dependía militarmentedel ejército del Norte. Las fuerzas del marqués eran reclutadas entre la poblaciónlocal (indígena), de la que desconfiaba. En 1816, le escribe a Güemes:

Tú debes creer que todos los indios son nuestros enemigos; y que éstos se hallan convirtién-dose al enemigo de bomberos. A uno de ellos que pillaron mis avanzadas que ha sido EusebioVilca, ayer lo pasé por las armas, basta de contemplaciones, ya es preciso rigor porque de locontrario nos veremos perdidos.28

Güemes por su parte le responde:

Bien pasado por las armas el indio Vilca y su suerte sigan cuantos bomberos caigan en tusmanos: el enemigo nos enseña el camino y ya es preciso que nos hagamos respetar y temer.Ojalá limpiemos toda esa cizaña, remitiendo a Salta cuando menos a todos los indios sospe-chosos, con sus mujeres y familias para darles un destino en que sean útiles y no nosperjudiquen.29

La visión sobre los indios que tenía el entonces joven oficial del Ejército delNorte José María Paz era mucho más radical que la del marqués. En sus memo-rias recuerda que:

Habíamos llegado a la avanzada y conversando con el oficial que la mandaba hacíamos losúltimos aprestos para seguir nuestro proyectado viaje a Challapata, cuando trajeron un indioque dijo que el enemigo venía por el camino de Oruro. Se despreció completamente la noticia

27 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, p. 190 y ss.28 Archivo Histórico de la Provincia de Salta, en adelante AHPS, Cartas del Marqués a Güemes,

Moreno, 6 de septiembre de 1816.29 AHPS, Cartas de Güemes al Marqués, Jujuy, septiembre de 1816.

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del indio, porque, efectivamente, acostumbraban a mentir mucho y engañarnos todos losdías. [...] Apenas habrían pasado cinco o seis minutos, cuando los centinelas avanzadosanunciaron la presencia del enemigo, por el mismo camino de Oruro. [p. 91]He olvidado decir que aunque no se habían reunido las fuerzas de Cochabamba, lo habíanhecho dos o cuatro mil indios desarmados y sin la menor organización, instrucción nidisciplina. De estos indios, una parte fue destinada a arrastrar los cañones a falta de bestiasde tiro, y la mayor se colocó en las alturas que rodean el campo, para ser meros espectadoresde la batalla. Éstos no podían ser de la menor utilidad, y sin duda el objeto del generalBelgrano sólo fue de asociarlos en cierto modo a nuestros peligros y a nuestra gloria; pero losque fueron destinados a arrastrar los cañones fueron positivamente perjudiciales. Al primerdisparo del enemigo y aún quizás de nuestras mismas piezas, cayeron por tierra pegando elrostro y el vientre en el suelo y comprimiéndose cuanto les era posible para presentar menosvolumen; si les hubiera sido dado a cada uno cavar un pozo para enterrarse, lo hubieranhecho, y hubiera sido mejor porque habrían quitado de la vista del soldado un objeto tandisgustante.30 [p. 108]

Sostener un ejército en el lugar de la guerra presentaba dos grandes proble-mas: el reclutamiento de los hombres y su manutención. Ya mencionamos que unaparte de los reclutas (al menos en el caso del marqués, cuyas fuerzas permanecíanen la Puna) provenían del seno de una población que era tenida por potencialtraidora y cobarde. A este problema se le sumaba, además, el del mantenimientode las milicias. El marqués se quejaba de no tener con qué alimentarlos ni animalespara que los milicianos vigilaran el territorio. La gente que reclutaba el ejércitoduraba poco en las filas:

la causa la ignoro porque comen bien, son socorridos semanalmente con dos reales, a nadiese le maltrata, infiero que los indios son de la calidad de las golondrinas, que en llegando elinvierno buscan mejores temperamentos.31

Lo curioso es que, en cartas anteriores, el marqués pedía comida, desespera-do, porque se le estaba acabando y sus comentarios acerca de los indígenas noeran muy elogiosos, como así tampoco era suave el castigo que les aplicaba a lossospechosos. Dudamos del “bienestar” que el marqués dice que tenían.

El costo económico de la guerra recayó fundamentalmente sobre la región yes un problema omnipresente e insoslayable. En Jujuy se sumó el mal de ser campode batalla a los perjuicios provocados por la alteración de las relaciones económicascon el Alto Perú. Los trabajos especializados en los circuitos comerciales regionalesinsisten en que si bien no se interrumpieron las relaciones económicas, sí fueron

30 José María Paz, Memorias póstumas, citado.31 AHPS, cartas de Güemes al Marqués, Casabindo, 27 de mayo de 1816.

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afectadas en forma significativa y, sobre todo, se discontinuó la relación conPotosí y la Casa de la Moneda.32

Belgrano, a cargo del ejército, no cesaba de referirse a la falta de apoyo y a losmalabarismos que debía hacer para atender las necesidades de sus hombres. Tam-poco deja de reconocer el esfuerzo que hicieron las provincias del norte “en esadanza que es capaz de acabar con cuanto hay”.33 Lo cierto es que ya llevabanvarios años de pedido de contribución a dos provincias devastadas por las gue-rras, que intentaban levantar cabeza. En palabras de Belgrano a Güemes:

Nuestros comerciantes son tan pobres diablos como nuestros hacendados; todo es miseria.V. sabe que los caudales estuvieron en los europeos y que nuestros paisanos ahora empie-zan; si les quitamos las alas antes de que crezcan, los dejaremos sin poder volar y porconsiguiente sin que nos puedan servir para lo sucesivo. Por otra parte, éste ni es comercioni merece semejante nombre, son unos vendedores a un pueblo pobre y miserable, cuyasagendas están reducidas a hacer pan y empanadas, las que cesan cuando el pobre diablo delejército no tiene medio; lo que le sucede muy a menudo.34

El objetivo de este apartado es mostrar la coyuntura en la cual se desarrolló laguerra, coyuntura que describimos poniendo el acento fundamentalmente en larealidad social. Partimos de una región profundamente alterada por la sublevaciónde Tupac Amaru que dejó como resultado (entre muchos otros) una sociedaddividida por las etnias, en la que la relación con el indio se tornó despectiva y detemor. No hay que olvidar, por otro lado, que a pesar de esta situación gran partede los recursos del Estado provenían precisamente de estos sectores subalternos en

32 Viviana Conti ha sido quien más profundizó en estos temas. Cfr. entre otros “Una periferia delespacio mercantil andino: el norte argentino en el siglo XIX”, en: Avances de investigación enHistoria y Antropología, Salta, UNSa, 1989; “Articulación económica en los Andes Centromeridionales(siglo XIX)”, en: Anuario de Estudios Americanos, XLVI, Sevilla, 1989; “Espacio económico yeconomías regionales. El caso del Norte Argentino y su inserción en el área andina en el siglo XIX”,en: Proyecto NOA N° 1, Sevilla, 1992.

33 Epistolario Belgraniano, citado, carta de Belgrano a Güemes, Tucumán, 22 de noviembre de1816, p. 488. Rondeau curiosamente describe un panorama diferente, muy positivo, quizás por el tipode fuentes consultada (de carácter oficial) o quizás, porque “era de una bondad que rayaba en inepcia,para el manejo de los negocios arduos de un ejército destinado a la guerra, en que el rival, Pezuela, habíademostrado tener habilidad y poder para causar severas derrotas” en palabras de Carrillo. JoaquínCarrillo, Jujui. Provincia Federal Argentina. Apuntes de su historia civil (con muchos documentos).Reimpresión facsimilar Jujuy, UNJu, 1989 [1877], p. 170. O quizás, finalmente, por la extrema igno-rancia que tenía de lo que sucedía en la región, según los testimonios de Paz y otros militares, y por loque se desprende de la lectura de sus informes. Cfr. “Autobiografía del brigadier general don JoséRondeau”, en Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina. TomoII. Autobiografías. Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960, pp. 1781-1842.

34 Epistolario Belgraniano, Tucumán, 14 de abril de 1817, p. 529.

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21GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

forma de tributo. Fue una realidad que hizo difícil aplicar las medidas pensadas enotros contextos, como por ejemplo la abolición del tributo o la igualdad de los indios.

Es en este contexto que transita un ejército que reproduce estos conflictos,que desprecia pero que a la vez necesita de los hombres y recursos locales. Aun elmarqués, que no venía de otra región sino que había vivido largamente en la Punay que conocía a la población, consideraba a los indios como dignos de pocaconfianza, potenciales traidores. Y ni hablar de otros oficiales como Paz, quepensaba que se los podía usar como bestias de carga, a falta de mulas, y que erancobardes, indisciplinados y taimados.

Se trató, además, de una larga guerra que afectó profundamente las baseseconómicas, que requirió constantemente de hombres, ganados, pastos, dinero.Sus consecuencias serán objeto de un apartado posterior.

LA GUERRA CONTRA LA CONFEDERACIÓN

Las guerras de independencia inauguraron una nueva frontera internacional quedemoró en conformarse realmente y cuya historia está cruzada de redefinicionesy tratados. En el caso de la Puna de Jujuy, lo cierto es que la frontera dividió unaregión otrora fuertemente integrada en términos de historia, relaciones de paren-tesco y economía. La población indígena de la Puna, por su parte, observó que susituación con relación al nuevo Estado provincial tenía más desventajas que ven-tajas en comparación con sus compartes bolivianos. Por ejemplo, en relación a losproblemas referidos a la propiedad de la tierra.

En este contexto de formación de la frontera, el hecho que desencadenó laguerra, objeto de este apartado, fue la incursión dentro del territorio de hombres quevenían de Bolivia, a quienes se los acusaba de querer tomar la región. Esto ocurrióen 1836, año en que hubo una serie de movimientos relacionados con el incrementode las hostilidades. En mayo de 1837, se declaró formalmente la guerra. Los prime-ros movimientos se iniciaron cuando eran gobernadores Alejandro Heredia en Tucu-mán, Felipe Heredia (su hermano) en Salta y Pablo Alemán en Jujuy.

En agosto de 1838, la Puna quedó bajo el dominio del mariscal Santa Cruz porun corto período, lo que motivó el reclamo del general Alejandro Heredia. DesdeTupiza le respondió el general Braun, el 13 de agosto de 1838, diciendo que estaafirmación era incorrecta ya que habían sido los mismos pueblos de la Puna ySanta Victoria los que habían deseado pertenecer a la República de Bolivia.35

35 Clemente Basile, Una guerra poco conocida, Jujuy, UNJu, 1993, apéndice 70, pp. 193-194,tomo II.

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Las hostilidades continuaron hasta la caída del mariscal Santa Cruz (que go-bernaba la Confederación) en febrero de 1839. El final de la guerra se debió a unaconjunción de motivos que relataremos brevemente. Hacia fines de 1838 se inició,en Buenos Aires, el bloqueo francés que continuó a comienzos de 1839 afectandoseriamente la economía rioplatense, lo que disminuyó aún más los aportes deBuenos Aires para el financiamiento de la guerra. Alejandro Heredia ya venía recla-mando un mayor apoyo de las demás provincias, ya que les estaba costandodemasiado a las tres provincias del norte, sin conseguir demasiado. Como conse-cuencia de las derrotas de Coyambuyo y de Iruya, se replegó primero a Jujuy y,más tarde, a Tucumán, desmovilizando a las milicias.

El 12 de noviembre de 1838, Alejandro Heredia fue asesinado, lo que desen-cadenó una rebelión en Jujuy que depuso a Alemán, y otra en Salta que hizo lomismo con Felipe Heredia. La guerra había afectado profundamente las econo-mías provinciales y se consideraba muy difícil el cuidado de la frontera conBolivia. En ese momento la coyuntura ayudó a la firma de un tratado de pazventajoso para la actual Argentina, pues Santa Cruz estaba afectado por conflic-tos internos y externos. El “conquistador ridículo”, como era estigmatizado elmariscal por la sociedad limeña que lo odiaba más por ser mestizo que por serboliviano,36 cayó en enero de 1839, vencido por el ejército chileno, y poco mástarde comenzaron las negociaciones de paz con el general Miguel de Velazco,que se había sublevado contra Santa Cruz, al sur de Bolivia. El territorio de laPuna fue devuelto en marzo de 1839.37

Si recordamos lo dicho para las guerras de independencia, es evidente queestamos ante dos guerras diferentes, no sólo por las motivaciones y el contextopolítico general, sino además por la duración y el impacto regional. Sin embargo,hay algunas semejanzas muy significativas, sobre todo si las pensamos desde laperspectiva de la Puna.

Entre las semejanzas nos interesa destacar la composición de los ejércitos queactuaron en la guerra, las estrategias militares adoptadas en el territorio y, final-mente, la visión que se tenía de los indios. Nos detendremos en estas semejanzasa continuación.

a) Los ejércitos. Al igual que en las guerras de independencia, el cuerpo prin-cipal del ejército se conformó y tenía sede fuera de la Puna, aunque se destacaronavanzadas que la ocuparon. La mayoría de las fuerzas que pelearon en esta guerraestuvo compuesta por habitantes de los valles centrales y la quebrada de Humahuaca,en gran parte porque se consideraba que la gente de la Puna huía y era preciso

36 Cecilia Méndez, “República sin indios...”, citado.37 Cfr. Miguel Ángel Vergara, La guerra de la República Argentina contra el mariscal Santa

Cruz, Salta, Publicación del Instituto de San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta, 1937.

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“pillarla a bola”.38 Como en las guerras de independencia, las fuerzas militares llegaronde afuera, se asentaron y demandaron alimentos y pasturas para los animales.39

La única mención que conocemos de un grupo reclutado dentro de la región esdel comienzo de las hostilidades. En julio de1836, ante la amenaza de la ocupación dela Puna por una veintena de hombres llegados de Bolivia, Alemán crea cinco regi-mientos y tres batallones y Heredia dispone la presencia de tropas en los puntos deYavi, La Quiaca, Santa Catalina, San Juan y otros puntos de la Puna como defensa.De estas fuerzas, sólo un regimiento y un batallón estaban compuestos por puneños.La composición del Batallón Dorrego (tres compañías), con tropas de Rinconada ySanta Catalina, oscilaba entre 95 y 118 soldados hacia fines de 1836.40 Salvo estamención, durante el resto de la guerra no se habla más de estos grupos de puneños.

b) Las estrategias. El primer problema que se les presentó a las autoridadesmilitares fue con relación a las lealtades de los pobladores locales. Ya vimos quedurante las guerras de independencia la abolición de los tributos fue el estímuloteórico que serviría para ganar la lealtad de los indios. En esta otra guerra setrataba también de ganar el apoyo de los puneños, quienes –para muchos– eran losque querían la ocupación boliviana.

Hemos señalado que la sociedad de la Puna tenía más semejanzas con la de suscompartes de Chichas y Lípez que con gran parte de lo que luego sería la Argentina.Su situación, sin embargo, fue muy diferente y fueron justamente estas diferenciaslas que pudieron haber operado como elementos de atracción para que los habitan-tes de la Puna se volcaran por la anexión a Bolivia. Por ejemplo, durante la guerra, ungrupo de indígenas de la Puna de Jujuy, acudió al Gobernador de Lípez:

[pidiendo] licencia a nombre de nuestros compartes que componen Río S. Juan, Granados yAntiquijos para agregarse a esta provincia y seguir pagando con nuestra contribución que esde nuestro deber y es de nuestra entera voluntad.41

Para Platt había en Bolivia una relación estrecha entre tributos y derechossobre el uso de la tierra.42 Lo que puede haber pasado es que el ofrecimiento de

38 Andrés Fidalgo, ¿De quién es la Puna?, Jujuy, edición del autor, 1988, p. 15.39 Esta situación establece una interesante diferencia con Salta, por ejemplo, donde las milicias

que luchaban provenían de la misma región y defendían sus tierras.40 Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, en adelante AHPJ, Caja 1836-2, Rinconada y

Santa Catalina, 1836.41 Citado en Tristan Platt, “Liberalismo y etnocidio en los Andes del Sur”, en: Autodetermina-

ción, N° 9, Bolivia, diciembre de 1991, pp. 7-29, p. 16.42 Recordemos que la presencia de originarios en Bolivia era mucho más significativa que en la

Puna de Jujuy. Confróntese Tristan Platt, Estado boliviano..., citado, fundamentalmente caps. 1 y 2.

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pago de tributo a cambio de la tierra haya sido la manera de “tentar” a los puneños,quienes, justamente, no tenían tierras.

En la actual Argentina no hubo una política central destinada a resolver el“problema indígena” (extinción de las encomiendas, propiedad de las tierras decomunidad, pago del tributo), sino que cada provincia tuvo que decidir lo queharía. En el caso particular de la Puna, sólo poco más de un tercio habían sidoindios “originarios con tierras”, mientras los demás eran “forasteros sin tierras”.Y si bien, teóricamente, los primeros deberían haber tenido derechos sobre sustierras, los descendientes del marqués transformaron el tributo en arriendo, demanera tal que la relación con la tierra de los indígenas de la Puna se consolidóhacia lo precario.43

Uno de los principales enemigos era el propietario de una hacienda que yamencionamos con anterioridad, la del marquesado del Valle de Tojo. Las tierras delantiguo marquesado quedaron a uno y otro lado de la frontera internacional y elsucesor de Campero, que vivía en Bolivia, cobraba los arriendos a quienes resi-dían en sus propiedades jujeñas. El arriendo había reemplazado el pago del tributo,en el caso de los antiguos encomendados del marqués.

Del mismo modo que durante las guerras de independencia con otros grupossubalternos, las acciones realizadas para ganar el apoyo de los puneños estuvieronsiempre vinculadas a la suspensión del pago de los arriendos de aquellos queparticiparan de las milicias o de los de sus familiares.44 Así, en 1837 AlejandroHeredia, nombrado “Protector de Jujuy”, eximió del pago de los arriendos a todoaquel habitante de los cuatro curatos de la Puna que sirviera en las milicias provin-ciales e hizo extensivo este beneficio a los padres de los milicianos. Para Pavoni, sibien los considerandos del decreto señalaban razones de justicia, lo principal esque Heredia consideraba al sucesor de Campero como un aliado del mariscal San-ta Cruz –que gobernaba la Confederación Peruano-boliviana–, y pensaba que conesta medida se vería perjudicado.45 El oficio que Alemán le dirige a Rosas dice:

43 Guillermo Madrazo analizó el caso específico de la encomienda del marquesado en su librocitado Hacienda y Encomienda...

44 El tema de las milicias y el pago de arriendos fue central en las guerras de independenciadurante el gobierno de Güemes y continuó siendo tema de grandes debates tras su muerte. Poco a pocolas elites fueron restringiendo las atribuciones dadas a los milicianos en las guerras de independencia,entre ellas el fuero militar y la excepción del pago de arriendo. Cfr. Gustavo Paz, Province andNation..., citado, especialmente caps. 4 y 5. Lo que antes había sido un derecho más generalizado, enesta circunstancia se otorgaba en medio de restricciones crecientes y, sobre todo, de oposición porparte de las elites.

45 Norma Pavoni, El Noroeste argentino en la época de Alejandro Heredia, Tucumán, Edicio-nes Fundación Banco Comercial del Norte, Colección Historia, 1981, tomo II, p. 137, especialmentecapítulo III, tomo II. Confróntese también Archivo Histórico de Tucumán, en adelante AHT, Adminis-trativo, volumen 46, Tucumán, 18 de abril de 1838, folio 388.

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25GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY

Don Fernando Campero conocido por el marqués de Tojo, que nominalmente conserva elextinguido título de Castilla, sirve en la vanguardia y es decidido enemigo de la RepúblicaArgentina, propietario de una parte considerable de terrenos en la Puna, a quien los naturalescontribuyen con sus arriendos en la cantidad anual de cinco a seis mil pesos. Lisonjeados losmilicianos con la promesa de Campero sostenida con la indemnización del gobierno deBolivia, era de recelar puedan ganar algún extravío en la voluntad y adhesión de nuestrosmilicianos de la Puna. En este conflicto, y aconsejado de los sucesos, no cabía otro remedioque anticiparme a prevenir el golpe que nos preparaba Campero, ganándose a los naturalessus arrenderos para que vueltos contra nosotros sirviesen a las miras del general Santa Cruz.Una pérdida semejante importaría a la República la falta de unos hombres, los más a propó-sito para las armas en clase de infantes, pues sus naturales aptitudes los llama necesariamen-te a ocuparse con utilidad en este servicio, y su número de más de cuatrocientos arrenderosde Campero, no era de exponerlo a una pérdida sensible por defecto de arbitrios, queconserven de nuestra parte brazos tan aparentes para la defensa.46

Heredia entonces recomendaba que se protegiese a los arrendatarios de laamenaza, seducción o sorpresa que emplease el patrón o el recaudador. Aparente-mente la liberación de los arriendos no alcanzó para garantizar la “lealtad” de lospuneños, motivo de preocupación durante toda la guerra.

Además de buscar la manera de contar con el apoyo de la población local, lasautoridades militares buscaron la forma de llevar adelante la guerra en un lugar queestaba alejado de los grandes centros de reclutamiento y abastecimiento. En unacarta de Juan Manuel de Rosas a Heredia, está claramente explicado el tipo deguerra que sabían desarrollar las milicias y la única (a su modo de ver) que lesdaría triunfos. El antecedente que se menciona es el de las guerras de independen-cia. En ella podemos ver tanto las medidas que se tomaban –y sus razones– comolos beneficios de las mismas. La mejor guerra era la de recursos, ya que “la líneadel enemigo se debilita a proporción que se prolonga”.

Esta guerra que esas provincias hicieron siempre con habilidad y con brío sabe S. E. que esla más propia de la milicia tanto por el conocimiento práctico de las localidades cuanto quela manera de sus operaciones no puede estar sometida a la austeridad de la disciplina militar;privar al enemigo de todo género de subsistencia y movilidad, sorprender sus caballadas,acechar sus movimientos, caer sobre las partidas que se alejen del ejército, mantener a éstedía y noche en continuas alarmas y evitar encuentros desiguales es el servicio más importan-te de los milicianos.47

46 Norma Pavoni, El noroeste argentino..., citado, tomo II, p. 138. El decreto lleva fecha 11 demayo de 1837.

47 AHT, Administrativo, volumen 51, 10 de abril de 1838.

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Ésta había sido la estrategia recomendada por Belgrano durante el período dedefensa del norte, la de Güemes, la del marqués y fue, posteriormente, la deHeredia. El problema es que debía desarrollarse en medio de circunstancias com-plejas ya que los puneños mantenían relaciones familiares y afectivas que eranconsideradas peligrosas.48 Por ello, Pablo Alemán decide que:

Nada es más conveniente en el día por una multitud de circunstancias que separar delcontacto y comunicaciones a los habitantes del territorio de la Puna con los de Bolivia. Lacampaña se abre y se trata de evitar los males que nos puedan causar las relaciones deamistad, de familia y de comercio entre unos y otros. Después de mandar V. S. el número dehombres que falta al completo de los 300 pedidos, ordenará una retirada de esos habitantesy sus ganados de toda especie.49

c) La visión del indio. Hemos visto brevemente que se los seguía viendo a losindígenas de la Puna como potenciales traidores, visión que se traslada a la pobla-ción boliviana de esta ascendencia.

Así como se sospechaba que los bolivianos habían “tentado” a los puneñospara que adhirieran a la causa de Santa Cruz, Alejandro Heredia tenía el plan deatraer a los ciudadanos de aquel país e inducirlos a formar parte de la actualArgentina. Sin embargo, la desconfianza tenida para con los puneños era extensi-va a muchos de los indios residentes en Bolivia. Cuando le transmitió su idea aFelipe Arana y a Rosas (1837), este último le respondió que de todos los bolivia-nos convenía atraer a un grupo, el

que existe desde la cuesta de Quirve para acá [se refiere a Tarija y Chichas], cuya principalocupación en un comercio franco será como era antes, el de la arriería, y que por el continuocontacto de comunicación con las Provincias de Salta y Jujuy por su carácter más desenvuel-to y que por haber en ellas más gente blanca que en lo interior de Bolivia, guarda másanalogía de carácter y de costumbre con nuestra población que con la de Potosí y Chuquisaca.50

Ser boliviano, indio y traidor (o desagradecido) eran prácticamente sinónimospara Rosas (en este caso específico), quien se basaba en la experiencia habida en lasguerras de independencia, en las que consideraba que “Argentina” había puesto todo

48 Éste no era sólo un problema de los puneños; Belgrano tuvo que obligar a los jujeños a realizarel éxodo porque también en la ciudad se mantenían relaciones familiares y comerciales con loshabitantes del Alto Perú. Recordemos que pasaba lo mismo en Salta, según las palabras de Medinacelli,citadas en páginas anteriores.

49 AHT, Administrativo, volumen 47, Jujuy, 13 de julio de 1837, Pablo Alemán al tenientegobernador de la Puna.

50 Basile, Una guerra poco conocida, citado, p. 94. La bastardilla es nuestra.

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para liberar a los países de los españoles y no se lo habían reconocido. Por ellosostiene que los habitantes de más allá de la cuesta de Quirve:

son hombres de otra estructura y verdaderamente Bolivianos, que jamás se acomodaron aser una misma cosa con nosotros, deben ser tratados de diferente modo: deben ser conside-rados por nosotros mientras nos sean útiles con su cooperación para hostilizar a Santa Cruz,por el odio que puedan tenerle, pero sin equivocarnos en las miras de que estarían animadosde este modo de obrar, porque es indudable que al tiempo mismo que las cabezas estaránayudándonos a dar en tierra con Santa Cruz lisonjeados con la esperanza de mejorar susuerte estarán también maquinando, como lo hacían durante la guerra de la independencia, loque han de hacer para darnos la patada luego que hayamos triunfado de Santa Cruz.51

Una de las semejanzas más importantes entre las dos guerras es la de las conse-cuencias que ellas tuvieron para la región. Éste es el tema del siguiente apartado.

LAS GUERRAS Y SUS CONSECUENCIAS

Como ya lo señalamos, las guerras de independencia y la que tuvo lugar contra laConfederación Peruano-boliviana –a pesar de sus diferencias– tuvieron aspectossemejantes, fundamentalmente en lo que hace a la logística. Ambas tuvieron unacausa de inicio externa a nuestra región, aunque se desarrollaron en aquel territo-rio. En ambas, el grueso de los ejércitos estaba compuesto por hombres “de aba-jo”, aunque se incorporó a los puneños con cierto recelo. Una parte importante delos recursos escasos y muy necesarios en las dos guerras la constituyeron loshombres y el ganado. A los primeros, a los hombres de la Puna, se los considerócomo dignos de poca confianza, potenciales traidores, bomberos, enemigos. A lossegundos, al ganado local y como complemento indispensable, las pasturas, se losjuzgó elementos clave de la logística.

Pero es importante marcar, también, las diferencias que había –siempre desdenuestra perspectiva de análisis– y que muchas veces son difíciles de definir por-que se trata de un proceso. Entre la primera y la segunda comienza a hacerseevidente la presencia de una incipiente frontera internacional. Esta frontera afectóa la Puna en algunos aspectos recién más tarde, como por ejemplo en los impues-tos a la internación de alimentos. Pero marcó lentamente, aunque desde tempra-no, una diferencia de políticas con respecto a los indígenas. En parte por una

51 Basile, Una guerra poco conocida, citado, p. 95. La bastardilla es nuestra.

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realidad demográfica incuestionable: mientras los actuales Sud Lípez, Sud Chichasu Omiste, las tres provincias limítrofes con la Puna, tenían una composición de supoblación muy semejante a lo que era el resto de Bolivia, la Puna, en cambio,estaba en una posición absolutamente diferente del promedio de lo que despuéssería la Argentina. Su situación fue entonces mucho más parecida a la de casicualquier parte de Bolivia que a la del resto de las provincias argentinas, pero lasdecisiones se tomaban de este lado de la frontera.

En este apartado nos concentraremos en dos de las principales consecuenciasque tuvieron las guerras: las económicas y las sociales.

La presencia del ejército en un lugar implica su manutención, la suspensión delas actividades productivas, levas y persecuciones y muchas veces directamentela destrucción de los medios de producción.52 La guerra requiere incesantementehombres, metálico, alimentos, armas y ganado.

Por las anotaciones de los curas podemos observar, aun a pesar de la escasezde fuentes demográficas, que si bien la cantidad de puneños muertos estrictamen-te por los ejércitos no fue tan elevada (apenas hay tres menciones), el problemamayor radicó en la presencia de la guerra en el territorio, que obligaba a la gente aemigrar y por ello a abandonar su producción.53

Una parte importante de la estrategia utilizada durante las guerras de indepen-dencia para combatir al ejército realista era la llamada guerra de recursos queconsistía en retirar todo y sólo presentar batalla cuando no quedaba otro remedio.Esto afectaba directamente a la población, situación a la que se sumaban las entra-das de “los chichas” a la región y los robos que sufrían por parte de los oficiales“patriotas”.54 En mayo de 1816, el marqués le comenta a Güemes que Olañetaestaba asentado en Yavi:

Ignoro con qué designios pero me parece que sea con el de correr estos campos por hacersede ganado.55

52 La expresión, en este sentido, de un sargento que se estaba replegando después de la derrota de SipeSipe, es muy elocuente. Dice Villanueva: “Íbamos felizmente por un camino poco frecuentado por losejércitos, por lo que abundaban los recursos”. Sargento Mayor Nicolás Villanueva, “Memoria sobre lacampaña de Sipe Sipe. 1811-1816”, en Biblioteca de Mayo..., citada, pp. 2071-2092. La cita en p. 2088.

53 En 1816, en el libro I de Defunciones de Rinconada, el cura señala que: “Por los peligros quetenía a la vista ocasionados de la guerra, nada practicó en su ministerio y sólo se presentó una lista depersonas que se han sepultado en la que no constan los nombres ni apellidos, pero esto es inaveriguablea causa de haber emigrado toda la feligresía a largas distancias, se sientan las partidas como se lashan encontrado”. La bastardilla es nuestra.

54 Un ejemplo de ello se puede observar en AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 19 defebrero de 1816. Los robos de los oficiales los denuncia el Marqués en su carta del 14 de febrero de1816. Cfr. también AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 14 de mayo de 1816.

55 AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 14 de mayo de 1816.

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El comentario del marqués con respecto a Olañeta era acertado. Efectivamen-te el ganado era la obsesión de los ejércitos, al menos en el testimonio de Mendizábal,y formaba parte principal de la logística.56 Sin mulas no se podía trasladar laartillería o había que hacerlo a lomo de llamas, con su paso lento y las dificultadesque tenían para encontrarlas. Las ovejas y las vacas fueron el principal alimento delos ejércitos. Los pasos que seguían estaban estrechamente relacionados con laexistencia de pasturas y agua para los animales. Su relato describe minuciosamen-te tanto las batallas como algunas maneras de abastecerse del ganado e, incluso,las cantidades necesarias y conseguidas. Si bien el relato de este ingeniero abarcala totalidad de los años de guerra, no siempre menciona el ganado conseguido. Lascifras que señala para los años 1813, 1817, 1818, 1819 y 1820 son:

Cuadro 1: ganado secuestrado por el ejército realista entre 1813 y 1820

BURROS Y LLAMAS VACAS CABALLOS OVEJAS LLAMAS

600 3619 603 29.400 2.600

Estas cifras están incluidas en las descripciones de una a tres campañas deabastecimiento de ganado al año, nada más. En una oportunidad señala que paralos hombres que tenían en su retaguardia (los ejércitos que entraban al actualnoroeste) 13.800 ovejas, 2.100 llamas y 320 vacas les alcanzaban para dos meses.

Durante las guerras, las tierras altas fueron el sitio de asentamiento de loscuarteles generales de los ejércitos realistas, probablemente por la existencia deganado. Mendizábal señala que

Este día [5 de mayo de 1817] llegó de vuelta a Jujuy el cuartel general y tropas que seadelantaron hasta Salta, pues fue imposible subsistir por falta de víveres, y escaseandoabsolutamente muchos artículos aun en Jujuy, determinó el general en jefe volver a situar elejército en sus antiguas posiciones de Yavi, Suipacha y Tupiza, donde estableció su cuartelgeneral; esta marcha retrógada ha sido una de las más penosas que pueda inferirse por lasuma escasez de alimentos y la caballería y acémilas de carga se destruyeron enteramentepor la total falta de pastos en la estación avanzada del mes de mayo.57

No hemos podido cuantificar el impacto de los saqueos de ganado, de lapresencia de numerosas personas y animales para alimentar. Indudablemente ha

56 La envergadura de la destrucción de la riqueza en ganado, en las guerras de independencia, yafue advertida por Tulio Halperin Donghi en su Historia Contemporánea..., citada, p. 104.

57 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, p. 132.

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debido pesar en forma muy significativa, entre otras cosas, porque en un medioambiente como el de la Puna de lenta recuperación, reponerse de catorce años desaqueos no debió ser tarea sencilla.

La sociedad estamental colonial, definida por la “calidad” de sus integrantes,calidad que era prácticamente un sinónimo de etnia en las regiones como la nues-tra, tenía raíces profundas. Los intentos rioplatenses por cambiar los legadoscoloniales tuvieron sus límites claros y estuvieron directamente relacionados conlos intereses de las autoridades que tomaban las medidas. Así, para los criollos deBuenos Aires resultó más fácil hablar de la abolición del tributo y de la libertad delos indígenas en el Alto Perú o del apoyo de sectores “populares” como los gau-chos de Güemes en Salta, regiones alejadas de Buenos Aires y con una composi-ción étnica y social diferente, que tomar medidas tan radicales en los espacioscontrolados por ellos, como se pudo ver en la actitud tomada contra Artigas.58

Por su parte, los criollos salteños o jujeños no fueron sólo actores pasivos delas medidas porteñas. Aun cuando se los instara a abandonar ciertos aspectos desu relación con los subordinados, sólo se tomaron las medidas consideradas ade-cuadas a las circunstancias. Cuando en 1811 se envió a los cabildos la orden deliberar a los sirvientes que denunciaran a sus amos si éstos ocultaban armas, enJujuy se decidió no publicar el bando porque no era conveniente.

Teniendo en consideración que esta ciudad está en el paso preciso de los desertores quecada día regresan fugitivos del ejército y necesitan para sustraerse del castigo poner enejecución todos los delitos, matando si es preciso, robando y destruyendo cuanto pueden.Que es el punto de reunión de Tucumanos, troperos y carreteros y de la gente de arriba[...] con la irresistible dificultad de tener dentro de nosotros mismos a los enemigos denuestra frontera [...] El pueblo es uno en sus sentimientos, nada hay que recelar de élcontra la pública seguridad. En circunstancias que se creen tan críticas, sería la total ruinade estos pueblos introducir un contagio tan fatal como el de la infidencia de los criadospara con sus amos.59

Otro tema complejo, heredado de la colonia y que estaba siendo debatido, fueel de los indios, y particularmente las medidas a tomar en relación con la aboliciónde los tributos. En este sentido la situación de Jujuy era significativamente diferen-te a cualquier otra provincia de la actual Argentina ya que desde fines del sigloXVIII –en parte como consecuencia de las Reformas Borbónicas y de sus inten-tos por mejorar la recaudación–, se puso de manifiesto que la población indígenade la Puna era la más numerosa del Tucumán colonial. Allí se concentraba aproxi-madamente un 64% de la población total de la actual provincia de Jujuy, de los que

58 Tulio Halperin Donghi, Historia Contemporánea..., citado, especialmente p. 92 y ss.59 Archivo Capitular Ricardo Rojas, Jujuy, Caja IV, 19-3-1811.

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(como ya señalamos) poco más de un 85% eran indígenas tributarios.60 Estoconstituía una recaudación significativa, situación claramente percibida por lasautoridades, en el momento de discutir si serían o no abolidos.

Esta cantidad de población implicaba no solamente una recaudación potencialimportante, sino también un reservorio de hombres, una de las dos riquezas másimportantes de la Puna que se pusieron de manifiesto durante los problemaslogísticos que trajo la guerra. Ya hemos hablado de la segunda riqueza, del “objetodel deseo” de todos los ejércitos acantonados o de paso por la región: el ganado, elprincipal capital de los puneños en tanto que la gran mayoría de ellos era arrenda-taria.61 Nos referiremos a continuación a los hombres.

La Junta Provincial Gubernativa de Salta decretó la abolición del tributo indí-gena en septiembre de 1811 mientras “invitaba” simultáneamente a los indígenas asumarse a los ejércitos.62 Casi tres décadas más tarde y pasadas las dos guerrasanalizadas, la provincia de Jujuy decidió reimplantarlo como una contribución delos indígenas de la Puna a cambio de no participar de las milicias. La ley se sancio-nó recién en febrero de 1840, señalando en su artículo primero que:

Las personas avecindadas radicalmente en los cuatro departamentos comprensivos del terri-torio de la Puna, que voluntariamente quieran ser excepcionados del enrolamiento de losMilicianos de la Provincia, pagarán en clase de contribución directa para sostén del Estado,un canon anual que no excederá de tres pesos por persona.63

En el censo provincial que se levantó, en septiembre de 1839, encontramosuna referencia a este tema aunque sólo en uno de los padrones: el de Santa Cata-lina. En el padrón se distingue a los milicianos de los contribuyentes. Estos últimos

60 Raquel Gil Montero, Familia campesina andina. Entre la colonia y el nuevo Estado indepen-diente en formación. Tesis doctoral presentada en la Universidad Nacional de Córdoba, inédita, juniode 1999. Especialmente cap. 7.

61 Para el tema de los arriendos confróntese, entre otros, Guillermo Madrazo, Hacienda y enco-mienda en los Andes. La puna argentina bajo el marquesado de Tojo. Siglos XVII a XIX, Buenos Aires,Fondo Editorial, 1982. Gustavo Paz, “Indígenas y terratenientes. Control de tierras y conflicto en laPuna de Jujuy a fines del siglo XIX”, Cuadernos de Ecira n° 2, Tilcara, Jujuy, 1988. Gustavo Paz,“Tierra y resistencia campesina en el noroeste argentino. La Puna de Jujuy, 1875-1910”, en: Barragán,Cajías y Qayum, El siglo XIX. Bolivia y América Latina, La Paz, IFEA, 1997, pp. 509-531.

62 Un análisis pormenorizado acerca de la abolición de los tributos, en Gastón Gabriel Doucet, “Laabolición del tributo indígena en las provincias del Río de la Plata: indagaciones en torno a un tema malconocido”, en: Revista Historia del Derecho, 21, Buenos Aires, 1993; también por David Bushnell, “Lapolítica indígena de Jujuy en época de Rosas”, en: Revista Historia del Derecho, n° 25, Instituto deInvestigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1997, pp 59-84; “The Indian Policy of JujuyProvince” en: The Americas, 55:4, abril de 1999, pp. 579-600. Si bien el trabajo de Doucet es para todoel territorio del Río de la Plata, hay una especial referencia a lo ocurrido en las provincias del norte.

63 Eugenio Tello, Compilación de leyes y decretos de la Provincia de Jujuy, tomo I, Jujuy,publicación oficial, 1885, p. 130.

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eran declarados como tales por “voluntad de los indicados, [a pesar de] que hayentre los contribuyentes algunos individuos que no pueden llenar sus compromi-sos”.64 Según el padrón, de 210 varones adultos que residían en ese departamen-to, 177 deseaban ser contribuyentes y 33 milicianos; estos últimos eran “Don”,alcaldes y otros indígenas concentrados sobre todo (aunque no únicamente) en elpueblo, en Tafna (la viceparroquia) y en Yoscaba.

El monto que implicó esta contribución para el Estado provincial osciló entreel 20% y el 25% de sus ingresos totales, aunque decayó en los años anteriores a1851.65 En el debate parlamentario sobre su derogación, quienes estaban en con-tra de la continuidad del tributo (importante para las necesidades del fisco) argu-mentaban que los indígenas habían contribuido ocho veces más de lo que habíavalido su cuota proporcional de servicio miliciano, sin recibir a cambio ni unaescuela.66 José María Uriburu, diputado por Cochinoca, fundamentaba su pedidode derogación en:

el estado de miseria en que se hallan aquellos indígenas [...] que siendo casi todos de la clasepastoril, y tan calamitosas las estaciones de los años últimos, no contando con otro recursoque el de las cortas crías de ganado lanar y su trabajo personal, reducidos a un estado deabsoluta insolvencia, se experimentaba una grande emigración, dejando la Puna desierta sevan a Bolivia y a los valles Calchaquí en la Provincia de Salta o se vienen a la quebrada deHumahuaca, como único recurso que han tocado para evadirse de tal pecho o contribución.67

El debate se planteó en términos sociológicos y económicos y quienes seoponían a la derogación argumentaban que en realidad los puneños “por su mayorindustria económica y riqueza” tenían menos necesidad de alivio tributario que loshabitantes de los valles, y justificaban la emigración (que no negaban) por losabusos cometidos por los cobradores, quienes incluían a ancianos y niños. Lascausas de la emigración, decían, se debían también a la carga excesiva de losdiezmos y arriendos. Señalaban además, que los milicianos perdían al año entre 12y 20 pesos, mientras que la contribución era de sólo 4. En este debate se puso demanifiesto la percepción que tenían los “capitalinos” de los puneños. Para Uriburu,que había residido –según sus declaraciones– por largo tiempo en la Puna, losindígenas estaban en una situación alarmante. Para otros, no sólo sus industrias

64 Padrón de Santa Catalina, 5 de septiembre de 1839. AHPJ, Caja 1839.65 Cfr. Fanny Delgado, “Ingresos fiscales de la provincia de Jujuy (1834-1852)”, en: Data

Revista de Estudios Andinos y Amazónicos nº 2, La Paz, 1992, p. 112.66 Cfr. David Bushnell, “La política indígena...”, citado.67 Actas de la sesión del 13 de enero de 1851, citadas por Bushnell, op. cit, pp. 78-79. Las

cursivas son nuestras. La emigración, según Carrillo, contribuyó a la caída de la población de la Punaen la década de 1840 que fue de un 2,5%. Cfr. Joaquín Carrillo, Descripción brevísima de Jujuy,Provincia de la República Argentina, Jujuy, UNJu, 1988 [1889], p. 186.

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eran florecientes sino que además no prestaban ningún servicio a la provincia, porlo cual resultaba justo que contribuyeran a las decaídas arcas del gobierno. La leydel 14 de febrero de 1851 derogó el “tributo personal en los cuatro departamentosde la Puna [...] desde el día 1º de enero de 1852”.68 En 1853 vuelve a discutirseeste impuesto pero bajo el nombre de “contribución indigenal”, con el argumentode que la derogación anterior había sido impulsada sólo por dos de los miembrosde la Legislatura (los dos representantes de la Puna); pero a pesar de ser aprobada,la ley no tuvo efecto.

El tema de los tributos fue largamente discutido allí donde eran importantescomo parte del ingreso fiscal –era el caso de Jujuy–, donde, como ya vimos, lapoblación indígena era significativa, situación que puso de manifiesto su impor-tancia para los ingresos del Estado provincial. Ésta no era, sin embargo, la com-posición étnica de muchas de las demás provincias.

Consideramos que este impuesto fue, en parte, consecuencia de las guerrasen las que los puneños fueron vistos como personas dignas de poca confianza porsu condición de indios, que no sólo fueron considerados, con frecuencia, traido-res y espías sino que además se pensaba que no habían hecho nada. Esto generólo que vimos en los debates legislativos reseñados: si los indígenas de la Puna noson milicianos, es decir, no colaboran con la patria, y encima son traidores porquequisieron entregar la Puna a los bolivianos, por lo menos que paguen impuesto yaque, además, pueden. Para los indígenas, por otro lado, era preferible el impuestoa las milicias, tal como se demuestra en la gran adhesión que hubo a la contribu-ción, aun cuando se decía que la situación económica no ayudaba.

Este “pacto” del Estado con los indígenas marca una importante diferenciacon lo ocurrido del otro lado de la frontera, puesto que estaba relacionado con elenrolamiento, tema que fue altamente conflictivo en las dos grandes guerras quetuvieron lugar en la región, y no hacía referencia a la tierra ni reconocía derechoalguno, como sí ocurrió en parte del territorio de la actual Bolivia.69

En las primeras décadas de la independencia se redefinió la relación de losindígenas con el Estado; así, todos ellos serán categorizados como “milicianos” o

68 Eugenio Tello, Compilación..., citada, p. 279.69 Estamos haciendo referencia al concepto de “pacto” elaborado por Tristan Platt para parte de

Bolivia, que supone una negociación en la cual los indígenas pagaban tributo a cambio de que les seanreconocidos sus derechos sobre la tierra. Cfr. Platt Tristan, Estado boliviano y ayllu andino, citado.En nuestro caso nos referimos a la relación milicia-tributos, que no es exclusiva de la Puna de Jujuy.Los pueblos aymaraes del Bajo Perú encabezaron rebeliones originadas por la conjunción de las levasmilitares y el cobro de los impuestos en una situación de carestía. Si bien no es un ejemplo idéntico,en este caso, como en el nuestro, podemos observar cómo las levas complicaron aún más el problemade la herencia colonial de los tributos y la “república de los indios” que se les planteó a las autoridadesa partir de la independencia. Cfr. Nuria Sala I Vila, “El levantamiento de los pueblos aymaraes en1818”, en: Boletín Americanista, año XXXI, Barcelona, 1989-1990, n° 39-40, pp. 203-226.

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“contribuyentes” según haya sido su opción, hacia la década de 1840. Esta situa-ción los diferencia de los demás habitantes de la provincia. Uno podría plantearque esta diferencia en realidad es positiva, desde el momento en que tienen unaalternativa, cosa que no les pasaba a los demás. La alternativa se planteó en tantoel ingreso fue significativo para el Estado y estuvo claramente asentado sobrebases pragmáticas: mucha población y facilidad de recaudación ya que había sidouna larga tradición. Lo cierto es que en este hecho se puede analizar una situaciónambigua, en la que desde el gobierno central se define una teórica igualdad ante laley, pero una igualdad que está limitada en cada lugar según la composición socialy, seguramente, los poderes de negociación de los diferentes actores.

CONCLUSIONES

El objetivo principal de este trabajo fue acercarnos al estudio de la guerra ysus consecuencias para las poblaciones que habitan los territorios donde tienenlugar las batallas y donde se asientan los ejércitos. Quisimos entender por quéfue el momento clave en la inversión de las tendencias demográficas de la Punade Jujuy, y por ello nos centramos en dos tipos de consecuencias que nos pare-cen explicativas de la situación. Por un lado, las consecuencias económicas y,por otro, las sociales.

Para ello describimos primero el desarrollo de las guerras, los problemas delogística, el contexto social en el que se desarrollaron y la composición de losejércitos que participaron en las mismas. Dentro de la cotidianeidad de las guerrasnos hemos detenido en el estudio de la Puna de Jujuy. Desde esta perspectiva,como dijimos, ambas guerras tuvieron características que las hacían semejantes yotras que las diferenciaban. Entre las primeras marcamos que la Puna había sidocampo de batalla, territorio disputado, fuente de ganados y de hombres, sede decuarteles generales y camino de acceso al territorio enemigo. Los puneños fueronvistos como potenciales enemigos que a la vez eran “reclutables”. Las diferenciasque marcamos son su duración, el comienzo de la formación de la frontera inter-nacional, la participación de Jujuy en la segunda como provincia independiente, ylógicamente sus causas.

La Puna estuvo, durante las guerras, en una situación claramente descriptapor Halperin y ya señalada en este trabajo, en la cual sus pobladores no sabían enrealidad si habían sido liberados o conquistados. Los ejércitos estaban integrados,en su mayoría, por criollos y mestizos que se disputaban los ganados, arrasaban elterritorio, incorporaban a sus filas por la fuerza a los indígenas e instalaban suscuarteles generales en una situación que, además, no trajo sino más desventajas a

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los puneños. Compartían esta situación, además, con los territorios fronterizos dela actual Bolivia, que presentaban una realidad muy semejante a la descripta.

Si volvemos a nuestro interés inicial, que es explicar la reversión de las ten-dencias demográficas en la Puna de Jujuy, que la llevaron de ser el espacio máspoblado de la actual provincia a ser expulsora de población, la clave está en elcomienzo de una situación de precariedad que no se atenuó, sino, por el contrario,se agravó con el tiempo. Sobre esta población afectada severamente por la guerra,se impuso un fuerte peso tributario. Hemos señalado, además, que es una regiónque se recupera lentamente por sus condiciones ecológicas. Quizás esta recupera-ción hubiera sido posible en circunstancias favorables, que no fueron las queencontramos en la Puna de Jujuy. Pensamos que parte de la explicación de estacarencia de apoyo radica en la condición étnica de la población: los “problemas”heredados de la colonia se resolvieron en forma favorable al incremento de laprecariedad de estos indígenas, fundamental aunque no únicamente con respectoa la propiedad de la tierra.

En los debates de la Legislatura Provincial en torno a los tributos, se puso demanifiesto lo que las autoridades consideraban acerca de la población: eran relati-vamente ricos (al menos en comparación con otros indígenas de la provincia),pero sobre todo no habían colaborado como milicianos en las guerras. La “cola-boración”, sin embargo, existió aunque nunca fue reconocida ya que consistió,fundamentalmente, en ganado robado a los pastores de la Puna y el usufructo desus escasos pastos.

No pensamos que los puneños hayan sido víctimas pasivas de los ejércitos,sino más bien que vivieron una situación como la descripta por Guy de Maupassant,de habitantes de una región escenario de guerras cuyos objetivos no les pertene-cían (o no los conocían, según la opinión de Belgrano, también del epígrafe).Tampoco pensamos que hayan actuado en forma masiva y homogénea. Hemosvisto que el marqués se quejaba de indígenas que claramente tomaron partido por elejército realista; también que había algunos que deseaban pasar a tributar a Boliviapor las ventajas que se les ofrecía; otros que emigraron frente a los conflictos o queparticiparon de la defensa organizada por el marqués o en el grupo de Angélicosrealistas. Quizás, en lo único que se igualaron fue en las consecuencias de las gue-rras: todos perdieron, aun los supuestos integrantes del equipo vencedor.

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RESUMEN

El objetivo principal de este trabajo es el estudio de las estrategias de la guerra y susconsecuencias económicas y sociales para las poblaciones que habitan los territoriosdonde tienen lugar las batallas y donde se asientan los ejércitos. En este caso particularanalizamos las guerras de comienzos del siglo XIX: las de independencia (1810-1825) yla guerra contra la Confederación Peruano-boliviana (1836-1839). En trabajos anterio-res observamos que a principios del siglo XIX comienza un largo período de crisis quese refleja en la composición y en los ritmos de crecimiento de la población. Considera-mos que el análisis propuesto ayuda a explicar este cambio.

Palabras clave: Guerras independencia - Guerra contra la Confederación Peruano-boli-viana - Puna de Jujuy - indígenas - guerra de recursos - cambios en la población

ABSTRACT

The main objective of this article is to study the strategies of war, and their economicaland social consequences for the population living in the territory in which the battleswere fought, and where the army established its encampments. We analyze theindependence struggles (1810-1825) and the war against the Peruvian and BolivianConfederation (1836-1839). In earlier investigations, we have noted that the begining ofthe nineteenth century ushered in a long period of crisis reflected in the composition ofthe population and in its rate of increase. The current work helps to explain these changes.

Key words: Independence war - War against the Peruvian and Bolivian Confederation- Puna de Jujuy - native peoples - war for resources - Population changes

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA:ALGUNAS HIPÓTESIS SOBRE SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA

EN LA REGIÓN PAMPEANA, 1880-1945

JUAN MANUEL PALACIO*

El propósito de este trabajo es analizar la evolución histórica del arrendamientoagrícola en la provincia de Buenos Aires, desde el último tercio del siglo XIX hastala Segunda Guerra Mundial, como un caso más del fenómeno general conocidocomo de “consolidación de la hacienda”, común al mundo rural latinoamericanode entonces. Este proceso consistió, básicamente, en un ajuste interno en la eco-nomía de las grandes unidades productivas que invariablemente redundó, con eltiempo, en un deterioro de las condiciones de producción de los agricultores arren-datarios y aparceros, en un contexto de competencia por los recursos de la ha-cienda. En el caso pampeano, ese punto de llegada fue la estancia mixta, organiza-ción productiva por excelencia de la región, cuya consolidación definitiva llega enun momento preciso de su historia y cuyo éxito dependió de un deterioro estraté-gico de las condiciones contractuales de los agricultores.

En una primera parte se analizará el estado del debate historiográfico sobre eltema del arrendamiento y de la estancia mixta, con el propósito de hacer un balan-ce crítico de la literatura académica y de señalar algunos caminos posibles que lahistoriografía rural pampeana podría transitar en el futuro. La segunda parte ex-pondrá brevemente el marco conceptual en el que este trabajo quiere abordar lainterpretación del arrendamiento. Consiste, básicamente, en comprenderlo comoel proceso, común a muchas economías latinoamericanas de entonces, dereacomodamiento de los mercados de factores que exigió la incorporación de laregión al mercado mundial. Esta perspectiva exige entender la naturaleza y la evo-lución del arrendamiento agrícola pampeano en su necesaria relación con la evolu-ción de la estancia. En tercer lugar, el trabajo ofrece el análisis de un caso –el delpartido de Coronel Dorrego, en la provincia de Buenos Aires– en el que se estudia,

* CONICET / Universidad Nacional de San Martín.

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en detalle, el tema propuesto a través del análisis de los contratos de arrendamien-to que se encuentran en el juzgado de paz del distrito, así como de la legislaciónvigente entonces.

Desde este caso, el trabajo se propone abordar históricamente el tema de laestancia mixta en la región pampeana, intentando precisar el momento y el contex-to histórico en el que nace, se desarrolla y desaparece como tal, así como analizarlas condiciones que hacían su funcionamiento tan versátil. También estudiará elimpacto que tuvo tanto en la estructura productiva como en la sociedad rural, enparticular en la situación económica del componente numéricamente más impor-tante de ella, como era el de los chacareros.

UN TEMA INTERMINABLE: EL ROL Y EL ESTATUS DE LOS ARRENDATARIOS AGRÍCOLASEN EL SISTEMA

Mucho se ha escrito y debatido sobre las bases de la expansión agropecuariaen la región pampeana y sobre las lógicas productivas de los grandes terratenien-tes que la guiaron. En contraste, se sabe mucho menos sobre el modo de vida delos chacareros, sus actitudes ante la producción, el crédito o la tierra; en definiti-va, sobre la organización productiva de la agricultura propiamente dicha. Esto seexplica, en parte, por las mismas características que tuvo el debate académicodesatado en los años sesenta, que se concentró sobre todo en el análisis de losgrandes terratenientes. Ese debate giró en torno de la búsqueda de explicacionespara el largo estancamiento de la economía argentina, dentro de las cuales erapreponderante la supuesta ineficiencia del sector agropecuario. Es por eso que seconcentró, sobre todo, en el comportamiento de los grandes terratenientes, por-que en ellos, y en sus perversas lógicas productivas, se creía ver a los responsa-bles de lo que calificaban como el “fracaso” argentino.1

Muy sintéticamente, para las visiones más tradicionales, el estancamiento delagro pampeano se debió, fundamentalmente, a comportamientos antieconómicosde parte de los terratenientes. Tanto la concentración de la tierra y la producciónextensiva y poco especializada como, también, la baja tasa de inversión de capital,

1 Graciela Malgesini, “La historia rural pampeana del siglo XX: tendencias historiográficas argen-tinas de los últimos treinta años”, Revista Interamericana de Bibliografía, 40:4, 1990; Eduardo JoséMíguez, “La expansión agraria de la Pampa Húmeda (1850-1914): tendencias recientes de su análisishistórico”, Anuario IEHS, 1, 1986; Hilda Sabato, “La cuestión agraria pampeana: un debate inconclu-so”, Desarrollo Económico 106, 1987; idem, “Estructura productiva e ineficiencia del agro pampeano,1850-1950: un siglo de historia en debate”, en Marta Bonaudo y Alfredo Pucciarelli (coords.), Laproblemática agraria: nuevas aproximaciones, Buenos Aires, CEAL, 1993, vol. 3, pp. 7-50.

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eran el resultado de un comportamiento rentístico y precapitalista de esos terrate-nientes, más preocupados en consumos suntuarios en Buenos Aires y Europa queen la marcha de sus estancias, que rara vez visitaban.2

Una visión posterior, sin negar la existencia de fenómenos como la concentra-ción de la tierra o la baja inversión de capital, buscó explicaciones al estancamien-to pampeano dentro de la propia lógica económica, esforzándose en demostrarque los terratenientes fueron en realidad empresarios modernos y capitalistas, yque la clave de su comportamiento se encontraba en el medio en el que les habíatocado producir y crecer. Así, los altos riesgos de mercado a los que, histórica-mente, se había visto sometido el productor pampeano, lo llevó a diseñar estrate-gias de producción que desalentaban la inversión en capital fijo para mantener unaconveniente versatilidad en las empresas. De esta manera, la conocida extensividadde la producción agropecuaria pampeana no se debía a una suerte de despreocu-pación productiva sino que, por el contrario, constituía la mejor fórmula paraoperar en la región.3

Pero, aunque no fuera central en la discusión, tanto los orígenes de la activi-dad agrícola en la región pampeana como los actores sociales involucrados en ellageneraron algún debate en la literatura. Así, para las visiones más tradicionales, elorigen y desarrollo de la agricultura como una actividad subordinada a la ganade-ría era otro ejemplo más de la ineficiente asignación de recursos por parte de losterratenientes pampeanos. Al promover una agricultura de arrendatarios itinerantes,los grandes ganaderos provocaron, con el tiempo, el agotamiento del suelo y obs-taculizaron la innovación tecnológica.4

En cuanto a los agricultores mismos, estos autores elaboraron una imagenbastante sombría sobre la vida que les deparaba a los chacareros pampeanos elmundo ganadero. Para James Scobie –sin duda, quien mejor expresa esta visión–la vida del chacarero estaba signada por el pecado de origen de la actividad a quese dedicaba. Por un lado, al encontrar la tierra ocupada y no poder acceder a ella

2 Jaime Fuchs, Argentina, su desarrollo capitalista, Buenos Aires, Cartago, 1965; HoracioGiberti, El desarrollo agrario argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1964; Mauricio Lebedinsky, Estruc-tura de la ganadería, Buenos Aires, Quipo, 1967; James R. Scobie, Revolución en las Pampas.Historia social del trigo argentino, 1860-1910, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968.

3 Entre otros, Guillermo Flichman, La renta del suelo y el desarrollo agrario argentino, BuenosAires, Siglo XXI, 1977; Jorge F. Sábato, La clase dominante en la formación de la Argentinamoderna, Buenos Aires, CISEA-GEL, 1987. Esta visión coincidía con la anterior en que esta fórmula,económicamente sensata en el corto plazo, iba a estar sin embargo en la base del estancamientoproductivo de la región pampeana en la segunda posguerra, en tanto operó como un desestímuloestructural para la necesaria innovación tecnológica. En el largo plazo, se tradujo en un retrasotecnológico de nuestros productores respecto de sus competidores en el mercado mundial, que aúnhoy es difícil de salvar.

4 Véase entre otros, Juan L. Tenembaum, Orientación económica de la agricultura argentina,Buenos Aires, Losada, 1946; Horacio Giberti, El desarrollo agrario argentino, Buenos Aires, Eudeba,1964; James R. Scobie, Revolución...

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por lo elevado de los precios,5 tuvo que resignarse a ser arrendatario. Pero ade-más, la vida agrícola era inherentemente inestable y transitoria porque estaba atrapa-da dentro de las estancias y su lógica subordinada a la de la ganadería, que era laactividad dominante en esos establecimientos. Y era esa inestabilidad la que deter-minaba todo lo demás: el aislamiento del agricultor, que conspiró contra “un am-biente” agrícola; la falta de inversión en su empresa, que conspiró contra su pro-greso; la pobreza de su vida, que lo llevaba a vivir en viviendas precarias y a teneruna dieta deficiente; el monocultivo del trigo, que lo exponía a mayores riesgos,jugándose a todo o nada en cada cosecha.6

Visiones posteriores, más atentas al comportamiento racional capitalista delos estancieros, sostuvieron que el rol de la agricultura no se limitaba a servir a laganadería, sino que esa actividad representaba un elemento clave en las estrategiasde diversificación de inversiones y riesgos por parte de los ganaderos pampeanos.La inclusión de arrendatarios en las estancias les proveía no sólo el forraje necesa-rio para la invernada, sino también una actividad productiva alternativa, sin tenerque involucrarse directamente en la más riesgosa actividad agrícola.7

Esta visión, a su vez, generó una versión más suavizada –si no optimista– delchacarero pampeano. Si bien, a diferencia de Scobie, el interés central de estostrabajos no residía tanto en la identificación y caracterización de los chacareros, locierto es que hacen extensivo a estos sujetos sociales el esquema teórico queproponen para los grandes terratenientes. Por otra parte, a pesar de ser sólo elproducto de ese deslizamiento, la caracterización teórica del agricultor que resultadel modelo ha demostrado tener la misma fuerza que el resto de las hipótesis y esingrediente fundamental de una imagen un poco optimista de la sociedad pampeana.Es el resultado del esfuerzo de oponer al mundo rural semifeudal, exageradamenteopresivo y flaco en oportunidades que proponía la historiografía “tradicional”,uno más moderno y libre, capitalista y móvil.8

5 Al menos, no a la cantidad de hectáreas que exigía la producción extensiva de la región pampeana.Según Scobie: “La esperanza de aumentar su capital por medio de la agricultura extensiva los convertíaen arrendatarios de 200 hectáreas antes que en propietarios de 20”. Scobie, Revolución..., p. 78.

6 Ibidem, pp. 77-91.7 Entre otros, Guillermo Flichman, La renta...; Jorge F. Sábato, La clase... Para una discusión

historiográfica de algunos de estos debates, véase Blanca L. Zeberio, “La situación de los chacarerosarrendatarios en la pampa húmeda: una discusión inacabada”, en Raúl Mandrini y Andrea Reguera(eds.), Huellas en la tierra: indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense, Tandil, IEHS,1993, pp. 209-239.

8 La mejor expresión de esta versión más optimista de la economía y sociedad pampeanas es laobra de Jorge Sábato, de gran influencia en investigaciones posteriores. J. Sábato, La clase...; idem, LaPampa pródiga: claves de una frustración, Buenos Aires, CISEA, 1981. Para la influencia de las ideasde este autor en la historiografía, véase Juan Manuel R. Palacio, “Jorge Sábato y la historiografía ruralpampeana: el problema del otro”, Entrepasados 10, 1996. Véase también Larry Sawers, “Agriculturay estancamiento económico en la Argentina: a propósito de las tesis de Jorge F. Sábato”, BuenosAires, CICLOS, vol. 4, n° 7, 2° semestre de 1994, pp. 215-231.

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Entre los pilares que sostienen esta visión más optimista se encuentra la ca-racterización del chacarero pampeano como un empresario guiado por una estric-ta racionalidad capitalista. Lejos del modesto campesino coartado en sus liberta-des y sujeto a condiciones penosas de producción que parecía proponer comoimagen la visión tradicional, el chacarero se presentaba ahora como un empresariorural, que tomaba decisiones libres sobre la mejor estrategia productiva para susempresas y hacía un uso económicamente racional de los factores de la produc-ción, buscando maximizar sus ingresos. El mejor ejemplo de ello era el arrenda-miento de la tierra, que ya no era visto necesariamente como una consecuenciadesgraciada de la concentración de tierras –como sugería la visión tradicional–sino por el contrario como la opción más racional por parte de los agricultores,dadas las condiciones del mercado de entonces.

Otro pilar de esta visión optimista es la supuesta ausencia de conflicto social.Entre los grandes terratenientes y los agricultores –sostienen estos trabajos– nohubo mayores conflictos de intereses sino un acuerdo fundamental basado en lamutua conveniencia económica. De hecho, “pocas veces pudo encontrarse unacomplementación tan conveniente entre los intereses de las dos partes –en estecaso propietarios y arrendatarios– en un negocio”.9 La ausencia de conflicto en laregión pampeana es prueba de la relación armoniosa que existió entre terratenien-tes y arrendatarios, pero también –debe leerse– de la relativa prosperidad de am-bos, que son presentados como socios en un “negocio”.

Bajo este paraguas interpretativo se han escrito en las últimas dos décadas –yespecialmente en la última– un conjunto de buenos trabajos de investigación, algu-nos de ellos desde perspectivas geográficas o regionales más acotadas, junto a algu-nos pocos estudios de empresa.10 Estos trabajos, sin que hayan logrado cerrar

9 J. Sábato, La clase..., p. 65. La bastardilla es nuestra.10 Véase, entre otros, los trabajos reunidos en Marta Bonaudo y Alfredo Pucciarelli (eds.), La

problemática agraria. Nuevas aproximaciones... 3 vols. Buenos Aires, Centro Editor de AméricaLatina, 1993; y en María Mónica Bjerg y Andrea Reguera (eds.), Problemas de la historia agraria.Nuevos debates y perspectivas de investigación... Tandil, IEHS, 1995. En particular, véanse, entreotros, Andrea Reguera, “Arrendamientos y formas de acceso a la producción en el sur bonaerense: elcaso de una estancia del partido de Necochea, primera mitad del siglo XX”, en Raúl Mandrini y AndreaReguera (eds.), Huellas en la tierra: indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense,(Tandil, IEHS, 1993), pp. 241-274; Blanca L. Zeberio, “El estigma de la preservación. Familia yreproducción del patrimonio entre los agricultores del sur de Buenos Aires, 1880-1930”, en Bjerg yReguera (comps.), Problemas..., pp. 155-81; de la misma autora, “La utopía de la tierra en el NuevoSud. Explotaciones agrícolas, trayectorias y estrategias productivas de los agricultores (1900-1930)”,Tandil, Anuario IEHS n° 6, pp. 81-112; Javier Balsa, “La conformación de la burguesía rural local en el surde la pampa argentina, desde finales del siglo XIX hasta la década del treinta: El partido de TresArroyos”, en Bonaudo y Pucciarelli, La problemática agraria, vol. II, pp. 103-311; del mismo autor,“La lógica económica de los productores medios: expansión y estancamiento en la agricultura pampeana.El partido de Tres Arroyos”, en Bjerg y Reguera, Problemas de la historia agraria, pp. 323-52; JeremyAdelman, “Agricultural Credit in the Province of Buenos Aires, Argentina, 1890-1914”, Journal of

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muchas discusiones historiográficas –en buena medida porque todavía no consti-tuyen una “masa crítica” como para hacerlo– sí han dejado algunas cosas enclaro, de una vez y para siempre. Respecto del arrendamiento, establecieron clara-mente que éste no se había limitado en la región pampeana al arrendamiento agrí-cola en pequeña escala en estancias ganaderas, sino que el fenómeno encerrabauna gran variedad de situaciones, en las que cabían no sólo arrendatarios ganade-ros sino también productores de muy diversa envergadura, incluyendo a grandesempresarios agropecuarios, que podían por otra parte ser arrendatarios de múlti-ples parcelas.11

Terciar en el debate entre “optimistas” y “pesimistas” no es el objeto centralde este trabajo. Baste anticipar aquí que los resultados de la presente investigaciónson bastante contrastantes con las conclusiones de los primeros, según se haráevidente en las páginas que siguen. A juzgar por las condiciones concretas en quedesarrollaban la producción, una gran mayoría de los chacareros de Coronel Dorregoestaban lejos de ser todo lo libres y prósperos que aquella imagen sugiere. Peromás allá de estos señalamientos, interesa señalar algunas ausencias en este debatehistoriográfico que son particularmente pertinentes para la perspectiva que se quiereadoptar en este trabajo.

En primer lugar, la historia rural de la región pampeana moderna sigue ham-brienta de estudios de caso. El citado debate, profundo como fue desde el puntode vista teórico, era bastante superficial en cuanto a la evidencia empírica en laque se basaba. Una primera consecuencia de esta ausencia de estudios de caso fueuna cierta desatención del tema de la organización agrícola dentro de las estanciasganaderas. Como la concentración estaba puesta en estas últimas, el tema especí-fico de la vida social y económica de los agricultores dentro de ellas se ha estudia-do sólo en forma subsidiaria e insuficiente. Y si bien se ha avanzado mucho enreconocer la gran heterogeneidad de situaciones que ese concepto encierra en laregión pampeana –económicas, contractuales, regionales– no hemos abandona-do, paradójicamente, la práctica de generalizar para toda la región y todos losperíodos, con el riesgo obvio de seguir debatiendo alegremente sobre situacionesque no son comparables o, lo que es lo mismo, sobre falsos problemas.

Latin American Studies, vol. 22, n° 1, 1990; del mismo autor, Frontier Development: Land, Labor andCapital on the Wheatlands of Argentina and Canada, 1890-1914, Oxford, Clarendon Press, 1994;María M. Bjerg y Blanca Zeberio, “Mercados y entramados familiares en las Estancias del sur de laprovincia de Buenos Aires (Argentina) 1900-1930”, en Jorge Gelman, Juan Carlos Garavaglia y BlancaZeberio (eds.), Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresasagrarias en la Argentina del siglo XIX (Buenos Aires, La Colmena, 1999), pp. 287-306.

11 A similares conclusiones habían llegado Barsky y Murmis en 1986. Véase Osvaldo Barsky yMiguel Murmis, Elementos para el análisis de las transformaciones en la región pampeana (BuenosAires, CISEA, 1986). De todas maneras, las investigaciones citadas sirvieron para darle una baseempírica más sólida a dichas hipótesis.

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En segundo lugar, la historiografía rural pampeana se ha escrito, especialmen-te en los últimos años, de espaldas a la producción historiográfica latinoamerica-na. Sin embargo, es cada vez más evidente que dicha historia rural se beneficiaríaenormemente con la observación de la experiencia histórica de otras sociedadesagrarias del subcontinente. Así por ejemplo, situaciones como la múltiple sujeciónque tenían los chacareros de la región pampeana, a través de sus deudas con eldueño de la estancia y el almacenero, o la incertidumbre que tenían respecto de supermanencia en la tierra, difieren poco de los problemas que para la misma épocadebía enfrentar un inquilino chileno en un fundo de Caupolicán, un enganchado de lasierra en una hacienda peruana del valle de Chicama o un arrendatario colombianoen una finca de Cundinamarca. De la misma manera, el control social paternalistaque ejercían algunos estancieros pampeanos sobre sus arrendatarios para contenerel conflicto no difería mucho del que practicaban sus pares del bajío mexicano o delnordeste brasileño. La perspectiva latinoamericana podría también ayudar a volver amirar la historia del desarrollo agrario pampeano como una historia de frontera, unaperspectiva curiosamente poco transitada por la historiografía pampeana del sigloXX, a pesar de la influencia decisiva de la frontera en su historia.

Por fin, el debate historiográfico aludido desatendió abiertamente el tema delconflicto social. Las razones de esta indiferencia residen, en parte, en la convic-ción de que ésa no es una variable relevante para entender a la sociedad ruralpampeana y, en parte, en que el conflicto se concibe con una óptica limitada. Sinembargo, si en vez de concentrarse exclusivamente en grandes revueltas o huel-gas se atendiera a manifestaciones menos espectaculares del conflicto social, comolas demandas en los juzgados de paz y otros pequeños eventos de resistenciacotidiana, se advertiría que, debajo de la aparente calma que reinaba en la regiónpampeana, existía un universo de pequeños conflictos sobre los que se construíala vida cotidiana de la sociedad rural, que proponen otra forma de mirar las rela-ciones sociales en la región.12

El presente trabajo propone considerar el tema del arrendamiento agrícolapampeano como un caso más del fenómeno más general de “consolidación de lahacienda”, que es común al mundo rural latinoamericano de entonces. Por otro

12 Véase Juan Manuel Palacio, “¿Revolución en las Pampas?”, Buenos Aires, Desarrollo Eco-nómico, n° 140, 1996 y el debate que siguió en el número 146 de la misma revista (Eduardo Sartelli,“¿Revolución en la historiografía pampeana?” y J. M. Palacio, “Sobre chacareros y conflictosrurales: una respuesta a Eduardo Sartelli”, Buenos Aires, Desarrollo Económico, n° 146, 1997). Lahistoriografía “tardocolonial” ha indagado con éxito en estas dimensiones del conflicto social en lacampaña. Véase Raúl Fradkin, “Entre la ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense dela primera mitad del siglo XIX”, Tandil, Anuario IEHS, n° 12, 1997; Ricardo Salvatore, “‘El imperiode la ley’. Delito, Estado y sociedad en la era rosista”, Buenos Aires, Delito y Sociedad, n° 4-5, 1993-94; Juan Carlos Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de pazen Buenos Aires, 1830-1852”, Buenos Aires, Desarrollo Económico, n° 146, 1997.

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lado, lo hace a través del estudio de un caso –un partido de la provincia de BuenosAires que se estudia en detalle– y bajo la óptica del proceso de asentamiento desucesivas fronteras. Por fin, el trabajo sostiene que el proceso indisolublemanteligado de la evolución de la estancia y del arrendamiento agrícola dentro de ella sedio en la región pampeana, como en el resto de Latinoamérica, en el contexto deun conflicto estructural entre los intereses de los terratenientes –o de los grandesarrendatarios, titulares de establecimientos– y los de los medianos y pequeñosarrendatarios y subarrendatarios agrícolas dentro de las estancias. La mejor ex-presión de este conflicto y de esos actores se dio en el sistema de estancia mixta,aquel que combinaba la ganadería como actividad dominante en manos de la admi-nistración de la estancia con la agricultura que se confiaba a medianos y pequeñosarrendatarios. Es por eso que el presente trabajo se limitará al estudio de la evolu-ción del arrendamiento agrícola dentro de dichas estancias.

LA CONSOLIDACIÓN DE LA HACIENDA Y LA TEORÍA DE LAS DOS EMPRESAS

Durante el último tercio del siglo XIX, la incorporación de las economías latinoa-mericanas al mercado mundial supuso una reorganización muchas veces drásticade los mercados de factores en dichas economías y otra no menos marcada en losestablecimientos productivos. En el caso del mercado de tierras, este proceso setradujo en un importante aumento de la oferta, que tuvo diversos orígenes.13 Enprimer lugar, el avance de la frontera productiva significó la enajenación de enor-mes cantidades de tierra pública hasta entonces ociosas, que ahora se introducíanen el mercado. En segundo lugar, tierras en propiedad corporativa en manos de laIglesia o de las comunidades indígenas fueron también introducidas al mercado dela mano de diversas estrategias no siempre inspiradas en la legalidad, que incluye-ron desde una nueva legislación “liberal” hasta diferentes tipos de expropiacionesy diversas formas de acción directa.14 Por fin, la tercera modalidad por la cual seincrementó la oferta de tierras en la segunda mitad del siglo XX fue a través delproceso conocido como “consolidación de la hacienda”.

Refiere esto al proceso según el cual, como reacción a una demandaincrementada de alimentos y de ciertos cultivos comerciales (café, azúcar, algo-dón) se llevó a cabo una reorganización productiva en las haciendas y plantaciones

13 William Glade, “América Latina y la economía internacional, 1870-1914”, en Leslie Bethell(ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1991, vol. 7, pp. 1-49.

14 Para las llamadas “reformas liberales”, véase Ciro F. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Historiaeconómica de América Latina, Barcelona, Crítica, 1979, vol. 2.

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latinoamericanas destinada a satisfacerla mejor. Como buena parte de esa reorga-nización giraba en torno a un empleo más eficiente de la tierra y la mano de obra,en esos establecimientos –y como la “eficiencia” llamaba a atender el aumento enel costo de oportunidad de la tierra que ocupaban arrendatarios y aparceros– laexitosa reformulación productiva de los establecimientos rurales latinoamericanosse tradujo las más de las veces en el gradual deterioro de las condiciones contrac-tuales de los agricultores. Este deterioro vino de la mano de contratos menosgenerosos (en la extensión de los predios, en los plazos del arriendo, en los benefi-cios “marginales” como los derechos de pastaje), de un aumento del precio de losarrendamientos (ya fueran en dinero, especie o trabajo), de la transformación de laaparcería en arrendamiento, de la transformación de este último en trabajo asalaria-do o del desplazamiento liso y llano de la hacienda de sus antiguos ocupantes.

Así, los arrendatarios de la hacienda de Bocas en San Luis Potosí, que llega-ban a 800 en 1850, y que se sumaban a otros tantos medieros y peones permanen-tes, van a sufrir a partir de 1880 una profunda reorganización.15 Un aumento depoblación en toda la región provocó un incremento generalizado de las rentas, a loque se sumaba el fenómeno más general de valorización de las haciendas mexicanasprovocado por las mejoras en los medios de transporte y servicios que implicaronlas políticas de modernización del Porfiriato –en particular, la llegada del ferrocarrilMéxico-Monterrey, en 1888–. Además de una drástica reducción en su número(casi a la mitad) y de un aumento de las rentas entre un 100% y un 200%, losarrendatarios sufrieron quitas en muchos de los beneficios marginales que obteníande la hacienda en tiempos pasados: el derecho de pisaje, las raciones de maíz, lacasa-corral, entre otros. Hacia 1904, la hacienda había prescindido de casi todos susarrendatarios, sólo dependiendo de cuatrocientos trabajadores asalariados.

Un proceso similar ocurrió con los “inquilinos” chilenos, una vez que lasoportunidades comerciales tocaron a la puerta de las haciendas del Valle Central,primero de la mano de la demanda externa y luego de las necesidades de la cre-ciente población de las minas norteñas. Esto se tradujo, hacia 1860, en un intentode mayor utilización de la tierra dentro de las haciendas. Como en San Luis Potosío el Bajío mexicano, éstas estaban pobladas por innumerables aparceros o “inqui-linos”, que trabajaban la tierra con laxos vínculos contractuales y muy bajas obli-gaciones. Como en el caso mexicano, la reorganización de las haciendas significópara esos arrendatarios un aumento de sus obligaciones de trabajo en la hacienda,una disminución de sus derechos de “cerco” y un incremento drástico en los

15 Jan Bazant, Cinco haciendas mexicanas. Tres siglos de vida rural en San Luis Potosí, México,El Colegio de México, 1980; idem, “Landlord, labourer, and tenant in San Luis Potosí, northernMexico, 1822-1910”, en Kenneth Duncan y Ian Rutledge, Land and Labour in Latin America,Cambridge, Cambridge University Press, 1977, pp. 59-82; idem, “Peones, arrendatarios y aparcerosen México, 1851-53”, en Enrique Florescano (ed.), Haciendas, latifundios y plantaciones en Amé-rica Latina, México, FCE, 1975.

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precios de las rentas.16 Esto derivó, con el tiempo, en que las haciendas pusierancada vez más el peso de la relación contractual en el salario y menos en larelación de arrrendamiento. Para algunos autores, que tomaban como modeloteórico la literatura europea de la transición, esto representaba un claro ejemplodel triunfo de la “empresa señorial” sobre la “empresa campesina” en el ValleCentral chileno, y una prueba inequívoca del inexorable proceso de proletarizacióndel campesinado chileno.17

Otro buen ejemplo del proceso de consolidación de la hacienda lo dan loscontratos de “colonato” en el sudoeste del Estado de São Paulo, por los cuales losinmigrantes europeos se incorporaron en las haciendas cafetaleras a fines del sigloXIX. Estos contratos eran en realidad un punto de llegada de un proceso constan-te de deterioro de condiciones contractuales más generosas de aparcería, con lasque se había iniciado la conquista de las tierras del oeste para la producción.18

Como en el caso de los ejemplos citados arriba, estos contratos también combina-ban una relación de aparcería con derechos de acceso a parcelas de subsistenciay un componente salarial para la recolección de la cosecha. Inicialmente, en losdenominados “contratos de formación” esos beneficios marginales eran particu-larmente generosos, ya que trataban de compensar la baja productividad de laplanta de café durante los primeros años con mejores condiciones en las tierras desubsistencia.19 Con el tiempo, sin embargo, la consolidación del sistema, conoci-do como colonato, significó una reducción de esos beneficios marginales y unaumento del componente salarial en la relación contractual.20

Un elemento clave de estos reacomodamientos en la organización de la ha-cienda latinoamericana de esos años fue la fragilidad del ambiente contractual yjurídico en el que se dieron. En efecto, la ausencia de contratos y la invisibilidad delas relaciones laborales y contractuales estuvieron en la base del proceso y fueron

16 Véase Arnold Bauer, Chilean Rural Society from the Spanish Conquest to 1930, Cambridge,Cambridge University Press, 1977; idem, “La hacienda ‘El Huique’ en la estructura agraria del Chiledecimonónico”, en Enrique Florescano, Haciendas, latifundios, pp. 393-414; Arnold Bauer y AnnHagerman Johnson, “Land and labour in rural Chile, 1850-1935”, en Duncan y Rutledge, Land andLabour, pp. 83-102

17 Cristobal Kay, “The development of the Chilean Hacienda System, 1850-1973”, en Duncany Rutledge, Land and Labour, pp. 103-39; idem, “El desarrollo de la hacienda en Chile”, en C. Kay,El sistema señorial europeo y la hacienda latinoamericana, México, Era, 1980, pp. 61-140.

18 Warren Dean, Rio Claro: a Brazilian Plantation System, 1820-1920, Stanford, StanfordUniversity Press, 1976.

19 Según algunos autores, es en las mejores condiciones de estos contratos que debe buscarse elorigen de muchos nuevos propietarios de tierras en la década de 1920. Véase Thomas H. Holloway,Immigrants on the Land. Coffee and Society in Sao Paulo, 1886-1934, Chapel Hill, N. C., 1980;idem, “The coffee colono of São Paulo, Brazil: migration and mobility, 1880-1930”, en Rutledge yDuncan, Land and Labor, pp. 301-21.

20 Verena Stolcke, “The introduction of free labour on São Paulo Coffee Plantations”, TheJournal of Peasant Studies, n° 2-3, January-April, 1983, pp. 170-200.

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decisivos para que la reorganización de los establecimientos productivos pudierallevarse a cabo con éxito y de una forma relativamente sencilla. Los cambiosbruscos en las condiciones de los arrendamientos, la limitación de los beneficioscontractuales y, sobre todo, los desplazamientos muchas veces violentos de loscampesinos y trabajadores de las tierras, necesitaron de importantes carencias enel marco regulatorio o de las burlas sistemáticas del existente, sumado a la indife-rencia del Estado para contrarrestarlas.

Así, en las haciendas del Bajío mexicano estudiadas por David Brading, loscontratos eran verbales e informales y no tenían garantía más allá del año encuestión.21 Jan Bazant descubre lo propio en la hacienda de Bocas en San LuisPotosí, en donde sólo uno o dos –los más grandes– de los más de ochocientosarrendatarios tenían contrato escrito.22 Por su parte, Arnold Bauer dice sobre losinquilinos chilenos de mediados del siglo XIX en el Valle Central: “Como no reci-bían salario, como sus contratos solían ser verbales y como los problemas legaleslos solía resolver el hacendado fuera de los tribunales, los inquilinos eran los me-nos visibles de los habitantes del agro”.23

La Argentina no fue una excepción a esta regla. En la región pampeana, lareorganización de las estancias para la producción combinada de carne de expor-tación y granos, a fines del siglo XIX, supuso la incorporación de arrendatariosagrícolas en empresas de producción mixta, en un proceso que atravesó por dife-rentes etapas. En un primer momento, los arreglos contractuales fueron más ge-nerosos, ya que estaban destinados a preparar la tierra hasta ese momento incultapara la agricultura, aunque por su naturaleza forzaban a los chacareros a un cons-tante nomadismo. Este nomadismo, sin embargo, no se traducía necesariamenteen un perjuicio para los agricultores, ya que existían otras oportunidades de arriendoy acceso a la tierra en estancias vecinas. Sin embargo, cuando años más tarde sealcanza el límite de la expansión horizontal de la producción en la región y lasoportunidades de acceso a la tierra se estrechan, se consolida una estructura pro-ductiva más rígida en torno a la estancia mixta, que requería para su buen funcio-namiento de una forzosa movilidad de los agricultores arrendatarios. Esta situa-ción no hizo más que convertir la inestabilidad de los agricultores y la precariedadde su situación contractual en algo estructural. Esta precariedad tenía una de susbases en el sistema de tenencia de la tierra, que se manifestó sobre todo en un

21 David Brading, “Estructura de la producción agrícola en el Bajío, 1700 a 1850”, en EnriqueFlorescano, Haciendas, latifundios, pp. 105-131; idem, “Hacienda profits and tenant farming in theMexican Bajío, 1700-1860”, en Duncan y Rutledge, Land and Labour, pp. 23-58; idem, Haciendasand Ranchos in the Mexican Bajío: León, 1700-1860, London, 1978.

22 Bazant, “Peones, arrendatarios...”, p. 321. Unas páginas más adelante, a propósito de los benefi-cios ocasionales que podían recibir los arrendatarios de tanto en tanto, expresa: “Pero ya que no había nadaescrito, estos privilegios ¿eran realmente derechos o meras concesiones del patrón?” (p. 325).

23 Bauer, “La hacienda…”, p. 398. La bastardilla es nuestra.

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vacío legal en torno a la regulación de la vida agraria. Este vacío consistía en laausencia relativa de leyes, en importantes defectos en las pocas que existían y, porsobre todas las cosas, en la ausencia de organismos estatales de control y super-visión para hacerlas cumplir. Como resultado, los contratos de arrendamiento enla región pampeana fueron en una abrumadora mayoría informales y verbales, aunluego de la sanción de leyes que ordenaban lo contrario, según se verá más abajo.

Esta informalidad era funcional a la estancia mixta, organización productivaque se consolida hacia la década de 1920, fruto de la convergencia de fenómenosdiversos, como el fin de la frontera productiva, la consolidación del mercado decarne enfriada después de la Primera Guerra Mundial, una gran abundancia demano de obra, la escasez relativa de tierras en arriendo y las nuevas condicionesdel mercado mundial, condenado a una alta volatilidad en los precios como conse-cuencia de la sobreoferta estructural de alimentos luego de la guerra.

UN CASO DEL SUR TRIGUERO: EL PARTIDO DE CORONEL DORREGO

Situado en el extremo sudoeste de la provincia de Buenos Aires, el partido deCoronel Dorrego –creado en el año 1887, como un desprendimiento del partido deTres Arroyos y como una posta necesaria en el largo camino del trigo hasta elpuerto de Bahía Blanca– es parte inherente del proceso más general del avancede la frontera en la provincia de Buenos Aires. Como la del oeste norteamericano–quizás la más famosa de todas las fronteras– y la de tantas otras regiones deLatinoamérica, la historia argentina es también una historia de frontera, aunqueesa perspectiva no haya sido muy fecunda en la historiografía nacional.24

En particular, la historia de la región pampeana es una historia, no de una sinode muchas fronteras que se fueron sucediendo –a veces superponiendo– a travésdel tiempo: la larga historia de “la conquista del desierto”; la también larga del

24 En realidad, las interpretaciones “turnerianas” no han sido muy populares entre los intelectua-les latinoamericanos en general. En contraste con la formulación positiva de Turner, las fronteraslatinoamericanas han engendrado mitos negativos, tanto en la literatura académica como en lacultura popular y muy frecuentemente fueron vistas como lugares brutales e incivilizados. FrederickJackson Turner, “The Significance of the Frontier in American History”, Annual Report of theAmerican Historical Association, 1893, Washington, 1894, p. 200. Véase Tom R. Sullivan, Cowboysand Caudillos: Frontier Ideology of the Americas, Bowling Green, Bowling Green State UniversityPopular Press, 1990, p. 31 y ss. Para una discusión historiográfica sobre la aplicación de conceptosturnerianos al caso argentino a principios del siglo XIX, véase Juan Carlos Garavaglia, Pastores ylabradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, BuenosAires, Ediciones La Flor, 1999, cap. 1; también Hebe Clementi, La frontera en América, BuenosAires, Leviatán, 1986-1988.

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reparto de la tierra pública; la expansión horizontal de las actividades económicasen nuevas tierras –la ganadería primero (ovina y vacuna, en ese orden), la agricul-tura después–; el progresivo asentamiento de inmigrantes en esas tierras, naciona-les primero, extranjeros después. El partido de Coronel Dorrego constituye unmirador excepcional de esos procesos, ya que por su ubicación encarnó, una auna, todas esas fronteras pampeanas.

Durante los primeros años de su vida institucional, la economía del partidogiró en torno a dos ejes: la especulación con la tierra y la cría de ganado ovino. Lagran mayoría de los primeros propietarios, en efecto, no había adquirido las tie-rras con la intención de explotarlas productivamente y es muy probable que mu-chos de ellos nunca las hayan conocido. Se trataba, más bien, de inversionistasque adquirían la tierra con el sólo propósito de aprovechar su valorización en unperíodo corto de tiempo, especulando con el rápido desarrollo que estaba experi-mentando la región pampeana gracias a los fenómenos combinados del avance dela frontera, la expansión del ferrocarril y los progresos de la ganadería en toda laprovincia de Buenos Aires.25

Junto con la especulación con las tierras –negocio por otra parte reservado aunos pocos– la economía del partido en estos primeros años giraba en torno a lacría del ovino y a la producción de lana para la exportación. Según el CensoNacional de 1895, más de un millón de cabezas de lanares poblaban ese año loscampos de Dorrego. Por ese entonces, el ciclo de “la fiebre del lanar” estaballegando a su apogeo en los partidos del norte de la provincia de Buenos Aires,pero se encontraba en pleno desarrollo en los partidos al sur del río Salado.26

Pero, como ocurriría años más tarde con la agricultura, no era entre los pro-pietarios que se concentraba la producción del ovino. De los 570 incluidos en ellistado de “ganaderos” del censo de 1895, sólo 60 (poco más del 10%) eranpropietarios de la tierra que explotaban. Con un promedio de 5.500 hectáreas y de10.000 lanares por establecimiento, en estas estancias ovinas se criaba sólo el30% de los lanares del partido.27

Fuera de esos pocos propietarios, la producción ovina se desarrolló, engran medida, en manos de criadores no propietarios, generalmente productores

25 Las vías de Buenos Aires del Ferrocarril del Sur llegan a Azul, en 1876, y en 1884, a Bahía Blanca,que se convertirá en el puerto de salida de la producción de toda la región. A fines de 1891 se inaugurala estación Dorrego, con la que se termina de unir el tramo de casi 200 kilómetros, entre la estación TresArroyos y Bahía Blanca, a lo largo del cual se habían edificado siete estaciones además de la de Dorrego.Esta unión se hacía cada vez más necesaria dado el crecimiento productivo de la zona más al oeste y laimportancia creciente del puerto de Bahía Blanca. Véase Funes, Historia, p. 180.

26 Hilda Sabato, Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890,Buenos Aires, Sudamericana, 1989, pp. 33-50.

27 Segundo Censo de la República Argentina, 1895. Boletín de Ganadería (ganados, aves einsectos) - Boletín n° 30. Archivo General de la Nación, Legajo n° 85.

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familiares independientes, que ingresaban a la actividad productiva con otros re-cursos (ganado, herramientas de trabajo) a través de diferentes contratos de aparce-ría o arrendamiento y que constituían un sector diferenciado entre los productoresrurales.28 Son ellos los 510 “criadores” que figuran sin propiedad en el listado delcenso de 1895, y en manos de quienes se encontraba, con un promedio de 2.800cabezas por productor, el otro 70% de los lanares del partido. Esta elevada propor-ción de productores no propietarios, tanto en número como en la cantidad deganado que poseían –no contemplada en esta magnitud en la literatura especializa-da– indica que el nivel de arrendamiento en la actividad ovina se elevó mucho conel tiempo y a medida que esa producción se iba expandiendo hacia las nuevastierras de la frontera sur.

La estructura socioeconómica que se acaba de describir va a verse transfor-mada sustancialmente en muy poco tiempo. Como viviendo en cámara rápida unproceso que más al norte de la provincia llevó mucho más tiempo, en CoronelDorrego, apenas diez años bastaron para dibujar, encima del anterior, un paisajesocial y económico radicalmente nuevo. Entre 1895 y 1914, la población crece amás del doble (y a bastante más del triple entre esa primera fecha y 1922) y si biense asienta un poco más, sigue manteniendo rasgos de frontera: la población eseminentemente rural, no alcanza a tres habitantes por kilómetro cuadrado, y si-guen predominando los hombres en edad activa por sobre las mujeres, cuya au-sencia relativa sigue siendo notoria (cuadro 1).29

Los cambios productivos se produjeron en el partido a igual velocidad. EnCoronel Dorrego, la llegada de la agricultura se va a dar en forma vertiginosa,transformando sustancialmente la estructura socioeconómica de un partido, hastaentonces, concentrado en la producción ovina. El censo de 1908 ya muestra estoscambios con claridad. En poco más de diez años, la superficie sembrada ha pasa-do de menos de mil a 143.000 hectáreas, el número de cabezas de ganado ovinocae considerablemente, mientras el vacuno se duplica y el equino pasa de 26 mil amás de 63 mil cabezas (cuadro 2).

28 Sabato, Capitalismo, pp. 117-23 y pp. 183-202.29 En efecto, la tasa de masculinidad, de 140 en esos años, sigue siendo muy alta, mucho más que

la que existía en la frontera al norte del río Salado en 1869, cuarenta y cinco años antes. Véase H.Sabato, Capitalismo, p. 89.

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Cuadro 1: La población de Coronel Dorrego, 1869-1947

Estas cifras, combinadas, marcan el comienzo de una vinculación productivaentre la ganadería vacuna y la agricultura del trigo que estaba destinada a durar enla región pampeana. En una primera etapa, la lógica de esta combinación giraba entorno al eje de la producción de carne refinada (proveniente de ganado mestizado,adecuadamente engordado) para su venta al frigorífico y la exportación. La acele-rada difusión del frigorífico en el país, el fin del boom del mercado internacionalde lanas y la circunstancia de la suspensión por parte de Gran Bretaña de la impor-tación de ganado argentino en pie, a raíz de un brote de fiebre aftosa –fenómenostodos ocurridos en los primeros años del nuevo siglo–, se combinaron para quelos ganaderos decidieran concentrarse cada vez más en esa producción.30

Para la producción del chilled, los ganaderos necesitaban reorganizar susestablecimientos productivos, mejorando sus pasturas para el engorde adecuadodel ganado. Para obtener ese forraje, los ganaderos, por tradición poco afectos a la

30 Véase Horacio Giberti, Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, Raigal,1954, pp. 169-190; Peter Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1983, caps.1-3; Sabato, Capitalismo..., pp. 44-49.

1869 (1) % 1895 % 1914 % 1922 % 1947 %

Población 550 - 4914 - 11582 - 16955 - 20471 -Crecimiento - - - - 136% - 46% - 21% -

Argentina 507 92,2 3576 72,8 7485 64,6 12364 72,9 17597 86,0Extranjera 43 7,8 1338 27,2 4097 35,4 4591 27,1 2874 14,0Hombres 443 80,5 2993 60,9 6794 58,7 9873 58,2 11283 55,1Mujeres 107 19,5 1921 39,1 4788 41,3 7082 41,8 9188 44,9

Tasa masculinidad 414,0 - 155,8 - 141,9 - 139,4 - 122,8 -Densidad (hab./km2) 0,03 - 0,8 - 2,00 - 2,96 - 3,5 -

Entre 16 y 50 años (2) 380 69,1 2321 47,2 s. d. s. d. 9032 53,3 9079 44,4Urbana s. d. s. d. 782 15,9 2464 21,3 s. d. s. d. 9405 45,9

Rural s. d. s. d. 4132 84,1 9118 78,7 s. d. s. d. 11066 54,1Cuartel 1 - - - - 2921 25,2 4466 26,3 s. d. s. d.

(1) Datos del Partido de Tres Arroyos.(2) 1895: 18 a 50. 1947: 20 a 49.

Fuentes: 1869: Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires, El Porvenir, 1872.1895: Segundo Censo de la República Argentina, Buenos Aires, Taller tipográfico de laPenitenciaría Nacional, 1899.1914: Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso y Cía., 1916.1922: Primer Censo Municipal, Coronel Dorrego, 1922.1947: Primer Censo General de la Nación, 1947, Buenos Aires, 1951.

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agricultura, idearon un sistema para no involucrarse directamente en esa actividad,que a la vez no les representaba erogaciones de dinero. En su versión clásica,31 estesistema consistía en dividir sus tierras en parcelas de entre 100 y 200 hectáreas yentregarlas en arrendamiento a los agricultores, por el término de tres años. Éstos,luego de cultivarlas a un porcentaje de la cosecha durante los primeros años, secomprometían a devolverlas sembradas con forrajeras al final del contrato para,eventualmente, recomenzar el ciclo al año siguiente en otra parcela o estancia.32

31 Este sistema fue presentado por primera vez por un ganadero en el año 1892, en los Anales dela Sociedad Rural Argentina, órgano representativo de los grandes intereses ganaderos. Véase Benignodel Carril, “Praderas de alfalfa en la República Argentina”, Anales de la Sociedad Rural, vol. XXVI(1892), n° 11, p. 274. Este esquema variaba (la cantidad de hectáreas, el plazo, el tipo de forraje) segúnla zona de que se tratara, aunque el espíritu fuera el mismo. También tuvo un tiempo preciso –en las dosprimeras décadas del siglo, en que se da la mestización generalizada del ganado vacuno– luego del cual lapresencia de la agricultura en las estancias va a responder también a otras lógicas.

32 En este sistema, la historiografía tradicional de la región pampeana veía el origen de laagricultura comercial en la Argentina, a la vez que su pecado original de haber nacido en una nocivasubordinación estructural a la ganadería. Al desarrollarse a la sombra de esa producción dominante–dicen esos autores– la agricultura no lo hizo guiada por los patrones de inversión inherentes a esaactividad, lo que derivó en una ineficiente asignación de recursos productivos en el sector. Por otraparte, el hecho de no ser propietarios de las tierras que trabajaban habría desincentivado a los

Cuadro 2: Evolución de la superficie sembrada y de las existencias de ganadoen Coronel Dorrego, 1985-1947

AñoSuperficie sembrada Existencia de ganado

Trigo Maíz Lino CebadaAvena y

TotalVacuno

Ovino EquinoForrajes Total Criollo Mestizo

1985 72 271 - 10 449 (1) 802 50207 68% 22% 1118208 260691908 88587 4969 - 1114 48324 (2) 142994 94384 10% 84% 837443 631241914 89933 887 - 1883 60341 153044 52339 2% 96% 524260 555591922 161474 - 3489 4209 96872 266044 137321 443159 638821937 176000 4000 22000 25000 77754 304754 80179 398715 550811947 146549 286 - 67511 55799 270145,3 152977 483980

(1) Alfalfa.(2) Avena: 12469; alfalfa y otros: 35635.

Fuentes: 1895: Segundo Censo de la República Argentina, Buenos Aires, 1898.1908: Censo Agropecuario Nacional. La ganadería y la agricultura en 1908, BuenosAires, 1909.1914: Argentina. Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso y Cía., 1916.1922: Primer Censo Municipal, Coronel Dorrego, 1922.1937: Censo Nacional Agropecuario, año 1937, Buenos Aires, Guillermo Kraft Ltda.,

1940, 2 vols.1947: Argentina. Cuarto Censo General de la Nación, 1947, Buenos Aires, 1951.

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La oportunidad de subirse al tren del éxito del momento tocó a la puerta deDorrego con la instalación del frigorífico Sansinena en Bahía Blanca, en 1903.Esto sirvió de incentivo a los ganaderos de la zona para que hicieran, en tiemporécord, lo que ya venían haciendo sus pares de tierra adentro desde hacía unadécada. Estos cambios se consolidan en poco tiempo: en 1914, la mestización delganado vacuno es casi total y la agricultura, por su parte, tiene un desarrolloigualmente espectacular. En Dorrego, ya en 1908, la superficie sembrada se elevaa casi 90 mil hectáreas de trigo –ese cereal que las tierras del partido desconocíanapenas diez años antes y que va a dominar la actividad productiva de allí en más.Las existencias de máquinas y herramientas agrícolas atestiguan ese crecimiento:los arados existentes se multiplican por diez en el partido, las rastras por veinte, lassegadoras por treinta, a la vez que aparecen las primeras trilladoras a vapor,cosechadoras y sembradoras. En 1914, todos estos números vuelven a crecer, enparticular la maquinaria relacionada con la cosecha, como las trilladoras a vapor ylas cosechadoras, a la vez que hace su aparición en el partido, algo que años mástarde se convertiría en símbolo de la prosperidad chacarera: el automóvil.33

productores agrícolas a la inversión y, en términos globales, inhibido la innovación tecnológica,provocando en el largo plazo el retraso, el estancamiento y la pérdida de competitividad de laagricultura argentina.Véase Tenembaum, Orientación; Giberti, El desarrollo; idem, Historia econó-mica; Scobie, Revolución...

33 Censo Agropecuario Nacional. La Ganadería y la Agricultura en 1908, Buenos Aires, 1909;Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso y Cía., 1916.

Cuadro 3: Administración de las explotaciones agrícolas en Coronel Dorrego,1895-1947

Propietarios Arrendatarios Medieros Total

Cantidad % Cantidad % Cantidad % Cantidad %

1895 (1) 23 47,9 15 31,3 10 20,8 48 100

1914 (1) 58 10,7 442 81,4 43 7,9 543 100

1937 (2) 286 22,5 966 76,1 18 1,4 1270 100

1947 (2) 230 21,8 811 77,0 12 1,1 1053 (3) 100

Tot. Prov. 1895 17987 48,9 14947 40,6 3843 10,4 36777 100

Tot. Prov. 1914 14751 30,8 27107 56,5 6078 12,7 47936 100

(1) Explotaciones agrícolas solamente.(2) Todas las explotaciones agropecuarias.(3) Excluidos “ocupantes gratuitos”; “propietarios y arrendatarios” y “otras formas”.

Fuente: Idem Cuadro 2.

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Esta agricultura nace y se desarrolla, en Dorrego, dentro de las estanciasganaderas, en relación directa con el proceso descripto de refinamiento del gana-do vacuno, como lo expresa claramente el elevado número de arrendatarios entrelos productores agrícolas del partido en 1914, de más del 80%. Característicaestructural de toda la agricultura pampeana, este rasgo es especialmente marca-do en la región triguera y se va a mantener durante todo el período consideradoen este estudio (cuadro 3).34 Pero también el patrón de utilización de la tierra,claramente mixto en los años 1914 y 1922, confirma el origen “ganadero” de laagricultura del partido. Si en esos años la tierra del partido era utilizada paraagricultura sólo en un 37% y un 47%, respectivamente, las unidades producti-vas dedicadas a esa actividad son muchas más (casi el 70% del total, ya en1914), indicando la importancia que va adquiriendo esta actividad desde el puntode vista social (cuadro 4).

La década de 1920 marca en más de un sentido el ocaso de la frontera en la regiónpampeana argentina. En esos años, la ocupación de la tierra se completa, la produc-ción agropecuaria alcanza el límite de su expansión horizontal, al tiempo que la inmi-gración extranjera cede y la sociedad se hace más estable. El mundo de oportuni-dades de la década anterior pierde su vitalidad y se estrecha irremediablemente.

34 Si en el cuadro 3 la proporción de arrendatarios baja en 1937 y 1947 esto se debe a que, adiferencia de 1895 y 1914, en esos dos últimos censos las cifras se refieren a todas las explotacionesagropecuarias, incluyendo a las ganaderas. Teniendo en cuenta que en esa producción la proporción dearrendatarios es mucho menor que en la agrícola, es más que probable que el nivel de arrendamientoen la agricultura se haya mantenido en esos años en la proporción de 1914, o incluso haya aumentado.

Cuadro 4: Utilización de la tierra en Coronel Dorrego, 1914-1947 (hectáreas)

Año Agricultura Ganadería Total% tierra % explotacionesagrícola agrícolas

1914 152737 260716 413453 36,9% 69%1922 267195 305037 572232 46,7% s. d.1937 334698 80048 414746 80,7% 90% (1)1947 227087 241723 468810 48,4% s. d.

(1) Incluye 475 “chacras” y 678 “mixtas”.

Fuente: Idem Cuadro 2.

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En Coronel Dorrego, los años que van desde 1920 hasta la finalización de laSegunda Guerra Mundial son los de la consolidación de una organización produc-tiva, que es “mixta” desde el punto de vista de la producción pero que gira, desdeel punto de vista de su importancia social, cada vez más en torno a la agriculturay, dentro de ella, a la agricultura del trigo. Esto refleja las grandes transformacio-nes que se dieron en la región pampeana entre la Primera Guerra y el advenimientodel peronismo, que a pesar de ser decisivos para su desarrollo posterior han sidocuriosamente descuidados por la historiografía.35

Esos años están marcados por dos fenómenos que se van a convertir enpermanentes en la vida productiva pampeana. Por un lado, la producción agrícolallega al límite de su expansión horizontal hacia fines de la década de 1920, lo quehace que todo incremento del producto deba obtenerse no ya por simples agrega-dos de tierra sino por un aumento en la productividad de ése u otro factor, impli-cando algún tipo de reorganización productiva. Pero, además, estos años inaugu-ran una temporada de profundas crisis de mercado, de frecuencia e intensidaddesconocidas hasta entonces que va a ser decisiva para delinear la estructuraproductiva. La Primera Guerra Mundial había favorecido temporariamente a laganadería por sobre la agricultura –gracias al aumento en los precios relativos delas carnes y las ventajas relativas que tenían para los embarques internacionalespor sobre los cereales– pero había demorado la consolidación del chilled porsobre la carne congelada como principal producción ganadera, dado el riesgo queimplicaba la guerra submarina para los embarques de ese producto. Al finalizar lacontienda, los precios de la carne, artificialmente inflados durante la guerra, sederrumbaron al acomodarse a la demanda de tiempos de paz, provocando unaprofunda crisis ganadera entre 1921 y 1923, que afectó especialmente a los gana-deros más pequeños y menos diversificados. En seguida, los precios del trigocomienzan a debilitarse en el mercado mundial, inaugurando una década de pre-cios bajos que no va a ceder hasta 1935. Entretanto, la crisis de 1930 se suma a laanterior para provocar numerosas quiebras entre los productores agropecuariosy, además, la Segunda Guerra Mundial vuelve a pegar fuerte en los precios y enla economía agrícola.36 Como si esto fuera poco, las décadas de 1920 y 1930,

35 Atrapados entre dos momentos aparentemente más atractivos para el análisis –entre otrascosas, por una mayor disponibilidad de las fuentes censales– como son los de “gran expansión”(1880-1914) y de “estancamiento” (1940-1960), las décadas de 1920 y 1930 han sido poco es-tudiadas y representan un período oscuro en la historia del desarrollo agrario argentino, a pesar de laconvicción de que es, en esos veinte años, donde podrían encontrarse muchas de las claves delposterior estancamiento pampeano. Existen en la producción reciente algunos trabajos que, por elmomento, son excepciones a esta regla. Véase, entre otros, Zeberio, “La utopía…”; Balsa, “Lalógica…”; Palacio, “Notas…”.

36 Javier Balsa, “El impacto de la Gran Depresión en el agro pampeano. El partido de TresArroyos, 1914-1937”, Buenos Aires, mimeo, 1996.

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37 Tanto que los fenómenos climáticos adversos son a veces puestos en un lugar similar al deldescalabro en los mercados en la explicación de la crisis del treinta. Véase Esther Iglesias, “CrisesAgraires du Sud-Ouest Pampeen, 1928-1938”, 2 vols., tesis doctoral, Université de Toulouse-LeMirail, 1972.

38 Quizás la mejor teorización sobre estas empresas corresponda a Jorge Sábato, La clase... Paraun estudio de caso de esta organización productiva, véase también Juan Manuel Palacio, “Arrendata-rios agrícolas en una empresa ganadera. El caso de ‘Cruz de Guerra’ 1927-1938”, Desarrollo Econó-mico 127, 1992. Es importante aclarar que la titularidad de una “estancia mixta” no dice nada sobreel sistema de tenencia de la tierra del titular, pudiendo éste ser indistintamente propietario o arrenda-tario de las tierras de la estancia.

asisten a una inusual combinación de malas condiciones climáticas (heladas, inun-daciones, sequías), que afectan especialmente a la región sur de la provincia deBuenos Aires.37

Es esta particular combinación de circunstancias la que, con el tiempo, llevóa los productores pampeanos a reorganizar sus empresas agropecuarias, buscan-do la mejor manera de convivir con la nueva realidad. El fin de la expansión hori-zontal de la producción exigía una mejor y más eficiente asignación de recursosdentro de la empresa agropecuaria, mientras que la experiencia del mercado obli-gaba a diseñar estrategias productivas que neutralizaran el efecto de la volatilidadde los mercados. Es por esto que, del lado de la organización productiva, la regiónpampeana asiste en la década del veinte a la consolidación definitiva de la “estanciamixta”, que combinaba la cría y engorde de ganado con la producción agrícola afin de evitar riesgos y responder eficazmente a las variaciones en los mercados.Diseñadas a través de los años como estrategias reactivas a mercados muy cam-biantes, estas empresas perseguían menos la maximización de las ganancias pro-venientes de cada producto de su empresa que la atenuación y minimización deriesgos a través de una ganancia promedio de toda la producción, probablemen-te más baja pero también más estable y segura. Esto se lograba combinando unmix productivo altamente diversificado con el mantenimiento de una baja dota-ción de capital fijo, para dar a la empresa la suficiente versatilidad. Es por eso,también, que la parte agrícola de estas empresas seguía, como décadas atrás, enmanos de arrendatarios a quienes se derivaba la responsabilidad de toda inver-sión ligada a esa actividad.38

La máxima expresión de estas empresas mixtas se dio en las mejores zonasganaderas de la región –las zonas de invernada de la provincia de Buenos Aires– y,en especial, en los establecimientos de grandes dimensiones. Pero con el tiempo sedifundió en forma generalizada en todas las regiones productivas y estratos de tama-ño, con particular incidencia en la región triguera. No es casual, entonces, que cercadel 70% de las casi cuarenta mil nuevas empresas agropecuarias que surgen en laprovincia de Buenos Aires, entre 1914 y 1937, corresponda a la categoría “mixta”,ni que los responsables del censo de ese último año hayan decidido incorporar por

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primera vez esa categoría de empresa en el relevamiento. Tampoco que se hayadifundido extensamente entre los productores trigueros medianos y grandes, espe-cialmente luego de la larga crisis en los precios del trigo que los hace abandonarparcialmente esa producción y reconvertir sus empresas a esta nueva modalidad.39

Para los agricultores encargados de la producción agrícola dentro de las em-presas mixtas, la consolidación de estas empresas no era tan buena noticia comoclaramente lo era para los estancieros. De hecho, las condiciones en las que ingre-saban a esas empresas eran ahora particularmente duras, ya que ellos eran lavariable de ajuste de esa ecuación productiva tan elástica que se describió másarriba. Según se verá más abajo, los desplazamientos entre la actividad agrícola yla ganadera, como respuesta de esas empresas a la variación de los mercados,implicaban desplazamientos periódicos de los arrendatarios, lo que suponía unsistema de tenencia de la tierra particularmente precario para hacerlos posible.

Además de hacer más inestable la tenencia para el creciente número de losque arrendaban, el fin de la frontera agrícola hizo más difícil el acceso a la propie-dad de la tierra, que siendo más escasa había aumentado su precio. En ese sentido,los años veinte cierran un largo período, más generoso en oportunidades para elacceso a la propiedad de la tierra, en la región pampeana. Los inmigrantes quellegan al país después de la guerra y aquellos chacareros –inmigrantes o no– quevenían trabajando la tierra desde los primeros años del siglo con la esperanza deacumular algún capital para adquirir un pedazo de tierra van a encontrar en losaños veinte un mercado más reducido y un nivel de precios más elevado. Laocupación del espacio productivo había alcanzado sus límites en la pampa húme-da y el sueño de la tierra propia debía ahora viajar más lejos para hacerse realidad.

LA EVOLUCIÓN DEL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA EN LAS ESTANCIAS MIXTASDE CORONEL DORREGO

Como lo demuestra la historia que se reseñó más arriba, la producción agropecuariaen el partido de Coronel Dorrego estuvo desde siempre estrechamente ligada alarrendamiento. Las formas que fue adquiriendo dicho sistema de tenencia, por lo

39 En la zona triguera, todas las empresas nuevas que se instalan entre 1914 y 1937, y un buenporcentaje de las que eran sólo agrícolas o ganaderas en la primera de las fechas, pasan a ser mixtas enla segunda. Las “estancias mixtas” de la zona triguera eran, como promedio, de menores dimensionesque las que abundaban en las zonas ganaderas de la provincia (su promedio rondaba las 1.000 hectá-reas). Véase Juan Manuel R. Palacio, “Notas para el estudio de la estructura productiva en la RegiónPampeana: Buenos Aires 1914-1937”, Ruralia 3, 1992, pp. 67-70.

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tanto, tuvo relación directa con las vicisitudes de esa vida productiva. Desde losmomentos iniciales en los que esa relación contractual se expresó en contratosmás generosos y amplios, el arrendamiento en Coronel Dorrego fue evolucionan-do a lo largo de los años inequívocamente hacia contratos más limitados y haciauna relación contractual crecientemente frágil e inestable.

La inestabilidad de la tenencia de la tierra, sin embargo, no había nacido con eltrigo. En los años previos a la difusión del cereal, cuando la economía giraba entorno a la producción ovina y a la especulación con las tierras, los contratos dearrendamiento ya eran bastante precarios. En Coronel Dorrego, era ésta la épocade la frontera ganadera y especulativa en que no estaba consolidada la propiedad yuna buena porción de los terratenientes no eran productores sino que poseían latierra con fines puramente rentísticos o especulativos. Algunos de ellos ni siquierase preocupaban por extraer de esas propiedades alguna renta, durante el tiempo enque las tenían en propiedad, y simplemente las dejaban ociosas, esperando suvalorización. Otros, más racionales, sin llegar a involucrarse en la producción,procuraban extraer renta de esa tierra, para lo cual generalmente nombraban unadministrador que se encargara de hacerlo. En este caso, lo que se procurabaera arrendar porciones de tierra a ovejeros con contratos de corto plazo renova-bles, por si era necesario enajenar la tierra. Como en esta época el objetivofundamental de la propiedad era el negocio inmobiliario, estos contratos conte-nían cláusulas bien precisas de caducidad para cuando llegara el momento devender la tierra. Así, el que firmó Pedro Cambres en el año 1897, por el quearrendaba una legua y media de campo (4.000 hectáreas) de propiedad de EmilianoBaldéz, si bien era por un año renovable a dos en caso de que el arrendatario loquisiera, comprometía a Cambres en su cláusula tercera “a desalojar el campoen cualquier época que su actual dueño el señor Baldéz lo enagenase, dentro de losnoventa días de la notificación que se le hiciere (...) en cuyo caso este contratoquedará nulo y sin ningún valor”.40

A veces las cosas no eran tan civilizadas y ni siquiera figuraban esas cláusulasen los contratos o simplemente no existía el contrato escrito. Es así como GregorioCuestas Pereyra, en ese mismo año 1897, se enteró sólo judicialmente que lachacra que había arrendado por un año a Cornelio Martínez ya no pertenecía a eseseñor sino a Martín Arribas, quien no sólo le pedía ahora el desalojo, sino quedesconocía todo arreglo anterior, incluidos los $200 que Cuestas ya había pagadocomo parte del arrendamiento, por adelantado.41

Pero además de serlo como consecuencia de la actividad especulativa, estoscontratos eran especialmente inestables por el carácter mismo de la organización

40 Juzgado de Paz de Coronel Dorrego, Archivo Civil, Expediente n° 486, 10/2/1897 (enadelante JPCD-C, n° 486, 10/2/1897).

41 JPCD-C, n° 569, 7/10/1897.

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productiva en torno al ovino y a la producción de lana. Esta producción se dio,sobre todo, entre los pequeños y medianos productores familiares que en su granmayoría no eran propietarios de la tierra. Este rasgo general era especialmentemarcado en regiones de frontera como Coronel Dorrego, que se habían iniciadotardíamente en la vida productiva, y en donde la tierra estaba en los primeros añosmucho más concentrada que en el resto de la provincia.

La forma de inserción de estos ovejeros a la producción era a través de com-plejos contratos de aparcería, en donde ellos ofrecían, a falta de tierra, la propie-dad del ganado o, en el peor de los casos, de los útiles y herramientas. Estoscontratos eran especialmente complejos en sí mismos, ya que debían contemplarlo aportado por cada una de las partes al inicio del acuerdo y la forma de saldarloal final, que debía incluir, por ejemplo, las transformaciones del capital como lasdel aumento de la majada por la parición. Pero esto no era todo. Como en unainfinidad de casos ninguno de los dos socios era propietario de la tierra en la queiban a desarrollar su empresa, esos contratos solían incluir también la forma enla que ambos se insertaban en la tierra, ya sea a través de un pago en efectivocomo arrendamiento o, mucho más frecuentemente, con diversos arreglos enespecie a porcentaje de la producción, lo que evitaba el recurso del dinero,siempre tan escaso.

Éste era el caso de Nicolás Sanders que en enero de 1896 arrendó a Juan Silva unpuesto “para la manutención de una majada” de 1.600 ovejas, seiscientas de las cualeseran de propiedad del mismo Sanders. El “puesto” consistía, en realidad, en un cuartode legua de campo (675 hectáreas) por el que Sanders le pagaba a Silva 300 pesos alaño. Silva, por su parte, no era dueño de la tierra sino que arrendaba una extensiónmayor –que incluía la que subarrendaba a Sanders– a Daniel Burón y Cía., un comer-ciante rural que a su vez era propietario de varios campos en el partido. Además delarreglo por la tierra misma, la sociedad entre ambos consistía en una “tercianería”, porla que ambos socios compartían “al tercio” los gastos y las ganancias de la producciónde las ovejas. Por fin, el contrato también contemplaba un pago de Silva a Sanders porel cuidado de la majada, a razón de cuatro pesos por día.42

Cuando llegó la agricultura, que por su naturaleza necesita más estabilidad enla tierra que la ganadería, las cosas sin embargo no mejoraron. En los primerostiempos, la inclusión de agricultores en las estancias tenía el objetivo de producirforraje para el ganado vacuno destinado a la exportación. Los “contratos” pormedio de los cuales se introducía a estos agricultores eran por naturalezatemporarios, ya que se trataba de poner a producir, sucesivamente, grandes ex-tensiones de tierra hasta entonces incultas. Los chacareros eran así trasladados deun sector a otro de las estancias hasta completar la tarea, que podía llevar años.

42 JPCD-C, n° 513, 29/4/1897.

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El chacarero Nicolás Staniscia recordaba los años en que su padre se habíainiciado en la agricultura en el partido de Coronel Dorrego, hacia 1909: “Le daban,como ser, cien hectáreas acá, otro año le daban otras cien hectáreas allá, porqueandaban en campamento, en casilla... El tenía un aradito, no más y eran él y suhermano, ellos dos solos. [...] Eso era todo un pajonal. Si yo me acuerdo cuandovinimos acá en 1928 –yo ya era un muchacho– y para romper esos pajonales eraterrible. Se levantaba muy poquita cosecha... cuatro o seis bolsas por hectárea”.43

Para contemplar la situación de esos chacareros que debían producir en esatierra virgen munidos de apenas un arado y un par de caballos, esos primeros con-tratos a veces preveían un precio más barato para los primeros años, que luego seincrementaba en los siguientes, cuando las tierras se hacían más productivas. Ésefue el caso de las 605 hectáreas que le subarrendó Ángel Bilbao a Pascual Navarro,en el año 1903, en un contrato verbal por cinco años en el campo de GlorialdoFernández en el cuartel 10 del partido. Según el arreglo verbal, Navarro debía pagar2.45 pesos por hectárea en los primeros tres años y 4.80 los dos restantes.44

La generosidad de esos contratos iniciales no duró mucho, ya que era el frutode dos circunstancias coyunturales que se habían combinado para favorecer a loschacareros: el interés de los ganaderos en preparar sus tierras adecuadamentepara la nueva producción y la relativa escasez de agricultores. Pero además, esagenerosidad tenía sus contrapartidas. Así por ejemplo, en el contrato que firmóMiguel del Boco con Pablo Cioppi en 1903, el primero le subarrendaba al segundocien hectáreas de campo de propiedad de Jorge Comyn en el cuartel 8 del partido,por el que, además de pagarle $5 por hectárea al año adelantadas, se comprometíapor medio del artículo 5 del contrato “a no ocupar ninguna trilladora de afuerapara trillar el trigo que puede cosechar dicho campo”, como no fuera la del propioCioppi.45 La costumbre de incluir cláusulas como ésta no era desconocida y sesumaba a las de incorporar cláusulas de exclusividad para contratar tal o cualcompañía de seguros, o comerciar únicamente con éste o aquel comerciante. Noera raro, en efecto, que los almaceneros con el objetivo de profundizar y ampliarlas múltiples relaciones que ya tenían con los chacareros arrendaran campos degenerosas dimensiones, al solo efecto de subarrendarlos a los agricultores. Cum-pliendo ahora el rol de mercado inmobiliario local, estos comerciantes muchasveces eran un buen camino para acceder a la tierra para agricultores recién llega-dos y sin recursos. Pero el precio que pagaban éstos por esas facilidades era engeneral muy alto en términos de las libertades para organizar la producción, ya quelos contratos que firmaban eran muy cuidadosamente pautados.

43 Entrevista a Nicolás Staniscia, 11/2/1996. Las bolsas contenían 60 kilogramos de trigo,aproximadamente.

44 JPCD-C, n° 1313, 10/3/03.45 JPCD-C, n° 1398, 28/11/03.

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En un contrato de aparcería que firmó por cuatro años el agricultor RicardoArgentieri con el comerciante rural Ángel Depaolo, el 1° de enero de 1905, puedeapreciarse bien la múltiple sujeción que tenían los agricultores con estos comer-ciantes.46 El artículo 1º establecía que Depaolo cedía a Argentieri en arrendamien-to 244 hectáreas en el campo de propiedad de Santiago Magnin, en el que Depaoloera arrendatario de una extensión mayor. A cambio, Argentieri se obligaba “aprestar toda su atención constante al cultivo de trigo o maíz según lo que ordeneel señor Depaolo, previa entrega que éste hará al señor Argentieri de la semilla quese debe cultivar”. Además de la semilla, el artículo 3 establecía que Depaolo pro-veería “las mercaderías indispensables para la manutención del señor Argentieri ysu familia, las máquinas y útiles de labranza, y aceptará los vales que expidaArgentieri por pago de peones ocupados para la faena de sembrar o recoger eltrigo o maíz”, aclarando que “la ocupación de este personal será autorizada por elseñor Depaolo respecto al número de peones y pago del personal de los mismos”.Por fin, el artículo 6 obligaba a Argentieri “a entregar al señor Depaolo todo cuan-to cosechara en la chacra” ya que “al señor Argentieri le queda absolutamenteprohibido disponer bajo cualquier forma de un grano de lo que cosechara en lachacra. En cambio, el señor Depaolo, una vez lista la cosecha, procederá cuandolo crea oportuno, a su venta en presencia del señor Argentieri”. Del producto de laventa se deducían el saldo de la cuenta de Argentieri con Depaolo, los gastos deproducción y el deterioro de las máquinas, instalaciones y animales existentes enla chacra (art. 5) y el saldo positivo, si existía, se repartía en partes iguales entrelos firmantes del contrato.47

Este contrato deja ver la múltiple dependencia de los chacareros pampeanoscon los comerciantes rurales. El comerciante Depaolo no sólo era el locador deArgentieri, sino que además era su proveedor obligado y, en definitiva, el directorejecutivo de su empresa sobre cuya administración Argentieri no parecía tener nivoz ni voto. Depaolo disponía qué se sembraba y qué no, con qué semilla, cuántosy qué empleados se contrataban y cómo se realizarían las ganancias de la “socie-dad” vendiendo la cosecha cuando lo creyera conveniente.

Para Depaolo, la ventaja de tener “socios” como Argentieri era enorme. Nosólo extraía de ellos una parte de la renta de la tierra –la diferencia entre lo quepagaba al dueño del campo y el precio por hectárea que cobraba a sussubarrendatarios–. También extraía otras “diferencias” importantes: las que exis-tían en el precio de los cereales que comercializaba, en la valuación de las instala-ciones que cedía y de las máquinas y herramientas que vendía, además de las queextraía de la venta de productos de almacén, no sólo al agricultor y a su familia,

46 El contrato está contenido en una causa civil iniciada por un peón rural contra Depaolo, porfalta de pago de salarios. JPCD-C, n° BB558, 20/8/06.

47 Ibidem. La bastardilla es nuestra.

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sino también a sus peones –los permanentes y sobre todo los más numerosos queresidían en la zona durante la cosecha–. Por fin, estas ventajas eran en realidadmucho más grandes si se piensa que Argentieri era uno entre muchos y que, enrealidad, lo que tenía Depaolo frente a sí era todo un mercado cautivo representa-do por la pequeña comunidad de sus subarrendatarios, obligados como Argentieria tener relaciones comerciales exclusivas con él. Paradójicamente, entonces, esosprimeros contratos, a la vez que eran más generosos desde el punto de vistaeconómico, fueron jurídicamente los más precarios.

Con el tiempo, el sentido y la orientación de la agricultura en la región pampeanaiba a cambiar, especialmente en las regiones que se iban a revelar más aptas paraesa producción. En esas regiones –como la zona sur de la provincia de BuenosAires– al interés ganadero en los agricultores como productores de forraje se fuesumando el de la producción de cereales en sí misma, que ahora se combinaba enun solo sistema de producción mixto. En la estancia mixta, lo que se trataba era delograr una organización productiva lo suficientemente flexible como para reaccio-nar con agilidad a las frecuentes variaciones de los mercados. Esto se lograbamanteniendo activas, simultáneamente, las diferentes actividades productivas (laagrícola, la ganadera vacuna y la ovina), con un bajo nivel de inversión en capitalfijo, lo que permitía redimensionar una u otra actividad en cada coyuntura, despla-zando a las demás según indicaran los precios de mercado. En el caso de la agri-cultura, que estaba en manos de chacareros arrendatarios, estos reacomodamientosde la actividad de la estancia implicaban lisa y llanamente desplazamientos periódi-cos de los arrendatarios, cada vez que el mercado lo indicara.48

Esta organización productiva suponía entonces un sistema de tenencia de latierra particularmente precario que posibilitara esos desplazamientos, sin los cualesla estrategia diversificadora de estas empresas no hubiera sido todo lo exitosa ydifundida que fue. En otras palabras, la estancia mixta necesitó y promovió unaprecariedad estructural de la tenencia de la tierra en la región pampeana parapoder prosperar.

Esta precariedad se lograba de diversas maneras, a veces aprovechando elvacío legal existente –la falta de leyes o la falta de interés del Estado por aplicar-las–; otras, trabajando la letra de la ley en los límites de las prácticas legales,cuando no ignorando en forma abierta las normas con prácticas ilegales. Laforma más difundida de precarizar los contratos era celebrarlos verbalmente,modalidad que reunía todas las ventajas de la intangibilidad. Esto explica la nega-tiva generalizada de los terratenientes pampeanos a firmar contratos de arrenda-miento por escrito, reticencia que se puso más en evidencia luego de sancionarseleyes que así lo mandaban. En 1937, años después de haberse sancionado la

48 Una descripción de cómo funcionaban estos desplazamientos de los arrendatarios agrícolas enempresas mixtas en Palacio, “Arrendatarios...”.

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segunda ley nacional de arrendamientos rurales, que expresamente indicaba quelos contratos debían celebrarse por escrito y registrarse públicamente, más de lamitad de los arrendatarios de la provincia de Buenos Aires seguían revistando enla categoría “sin contrato”.49

La otra forma difundida, complementaria de la anterior, era celebrar los con-tratos “sin término”, con lo que legalmente se entendía –de acuerdo al artículo1.506 del Código Civil– que eran por un año, o celebrarlos explícitamente por unaño aunque existieran luego normas que daban derecho –cuando no obligaban– aplazos mayores.50 Es así también que, en el mismo año de 1937, el 96% de losarrendatarios que habían firmado un contrato lo habían hecho por menos de cincoaños, que era el plazo que estipulaba la ley de 1932.51

Pero esta estructura agraria era la cara visible no sólo de las estrategias pro-ductivas, sino también de complejos negocios inmobiliarios. Según el censo delpartido de Coronel Dorrego del año 1922, casi la tercera parte de los propietarios–clasificados como “rentistas”– arrendaban la totalidad de sus campos y era unapráctica extendida del resto dar en arrendamiento porciones considerables de suspropiedades.52 Por otra parte, a los propietarios se sumaban grandes arrendatariosy comerciantes que arrendaban tierra al solo efecto de subarrendarla a los que, porfin, se dedicaban al cultivo del trigo (aunque no es raro ver en los expedientes asubarrendatarios de segundo y tercer grado).

Ante la ausencia de una norma específica que regulara los convenios, esteuniverso de locadores y sublocadores mantenía un frágil equilibrio. Los contratos,si existían, eran verbales en una abrumadora mayoría –especialmente si éstos erande subarriendo– y los había anuales, bianuales –aunque los más comunes se pac-taban “sin término”– a un porcentaje de la cosecha o mucho más frecuentemente,a un precio fijo por hectárea.

Además de la lógica incertidumbre para los locatarios, esta situación provoca-ba un revuelo de tinta y papel y más de una confusión en la pequeña burocracia delos juzgados de paz de la región pampeana. Como el Código Civil especificabaque los desalojos debían ser notificados con un año de anticipación, todos losaños –y sólo como medida preventiva– los locadores notificaban por escrito a suslocatarios que al año siguiente su contrato terminaba y debían desalojar. Esto a suvez desataba una cascada de notificaciones de los arrendatarios a sus subarrenda-tarios, de estos últimos a los suyos y así sucesivamente, que muchas veces

49 Ministerio de Agricultura de la Nación, Censo Nacional Agropecuario, Año 1937 (BuenosAires: Guillermo Kraft Ltda.), 1939-1940, 4 vols., vol. 1, p. 59.

50 Código Civil de la República Argentina, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1982 [1870], p. 310.51 Censo Nacional Agropecuario, año 1937, vol. 1, p. 59. En Coronel Dorrego, 644 de los 649

arrendatarios con contrato estaban en la categoría de uno a cinco años en el mismo censo.52 Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, Primer Censo Municipal levantado el 30 de

julio de 1922, p. 21. Véase más abajo el cuadro 7.

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terminaba en juicio. Además de la sensación de inestabilidad que estas notificacio-nes generaban en todos, no es difícil advertir que la indefensión mayor la sufríanlos subarrendatarios, que eran el último eslabón de la cadena. Éstos, no obstanteser en Dorrego tanto o más numerosos que los arrendatarios, tenían un mínimorespaldo jurídico, ya que además de pactar su locación verbalmente, su perma-nencia en la tierra estaba supeditada a las inestables condiciones pactadas por loslocadores principales.

Esta práctica se difundió especialmente a comienzos de la década del veinte,en vísperas de la sanción de la primera ley de arrendamiento. Esteban Piacenza,presidente de la Federación Agraria Argentina, reaccionaba contra estas intimacionesde desalojo hechas por terratenientes y sublocadores en vísperas de una moviliza-ción chacarera en la provincia de Santa Fe. Éstas –sostenía– eran un instrumento depresión sobre los arrendatarios, ya que “algunas de estas intimaciones de desalojoseran debidas a que los propietarios querían ‘echar vacas al campo’, pero la mayorparte eran hechas al solo objeto de atemorizar a los colonos a fin de hacerles aceptaruna suba en los arriendos y las bárbaras condiciones de trabajo”.53

A las razones por las que Piacenza explicaba las notificaciones de desalojohabía que agregar una: el temor de los terratenientes –y sobre todo de lossublocadores– a los posibles efectos adversos que podía tener para ellos la futuraley de arrendamientos. Los detalles de esa ley, o al menos sus intenciones funda-mentales, habían sido adelantadas públicamente por el mismo presidente Yrigoyena mediados de 1919 y su proyecto se conocía en detalle desde que se había co-menzado a debatir en el Congreso a mediados del año siguiente.54 El temor a serafectados por alguna de las cláusulas de la futura ley –en particular, por la obliga-ción de conceder plazos mínimos de tres o cuatro años– se convirtió en una razónmás para que los locadores quisieran desprenderse de sus arrendatarios, que po-dían aprovecharse de la letra de la nueva norma para hacer valer esos nuevosderechos. Como resultado de ese temor, en Coronel Dorrego cerca de doscientosarrendatarios fueron notificados de su desalojo entre los años 1920 y 1922, a la vezque los juicios de desalojo se incrementaron mucho, alcanzando en 1922 –inmediata-mente después de la promulgación de la ley de arrendamientos– la proporcióninusual del 40% de todas las causas tramitadas en el juzgado de paz local.

53 Extractado de La Tierra 329, 1919, p. 1, en Bonaudo y Godoy, “Una corporación”, p. 182.54 Carl E. Solberg, “Descontento rural y política agraria en la Argentina”, en Marcos Giménez

Zapiola (comp.), El régimen oligárquico, Buenos Aires, Amorrortu, 1975, pp. 268 y 271.

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LA LEY

En 1921 se promulgó la primera ley de arrendamientos rurales de la RepúblicaArgentina, que modificaba las disposiciones del Código Civil que hasta entoncesregulaban las locaciones agrarias.55 Con ella, nuestros legisladores querían poner-se a tono con una preocupación compartida, por entonces, en toda América Lati-na: la producción de alimentos baratos para una población urbana e industrial encrecimiento exigía una política protectora de los agricultores que pusiera las prio-ridades económicas y sociales por sobre los intereses especulativos de losterratenientes. Una mayor intervención estatal que perfeccionara el marco institucio-nal del desarrollo económico, superando estructuras legales pasadas de moda ocomo en nuestro caso, inexistentes, lograría ese objetivo.56 A este debate no fuetotalmente ajena la dirigencia argentina de entonces, no obstante la relativa ausen-cia de una “cuestión campesina” acuciante en las pampas: los episodios de laPatagonia y, en especial, la revuelta de arrendatarios de Santa Fe conocida como elGrito de Alcorta, eran un llamado de atención para una clase política cada vez másatenta a los desórdenes sociales.

Por otro lado, las importantes bajas en los precios de los cereales, en los años1918-1919 y 1921, habían generado un intenso malestar en las zonas rurales que setradujo, en algunos casos, en movimientos de arrendatarios en procura de mejoras asus relaciones contractuales. Estos movimientos, desde los más informales y aisla-dos de las asociaciones ad hoc a nivel local, hasta los más grandes y organizados dela Federación Agraria Argentina –organización de chacareros nacida del Grito deAlcorta– recordaban a los legisladores un hecho cada vez más insoslayable: el au-mento exponencial de los arrendatarios en las dos décadas anteriores, que hacíacada vez más evidente el vacío legal que la nueva norma venía a llenar.

El resultado de esta coyuntura y de este ambiente de ideas fue una ley decompromiso cuya característica saliente fue su inefectividad. La norma pretendíaatacar el mal de la inestabilidad de nuestros agricultores en dos frentes: la duraciónde los contratos y la protección de los más pequeños. Así los alcances de la ley

55 Ley 11.170, 26/12/21, ALA, 1920-1940, pp. 80-81.56 Véase Catherine Legrand, Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1830-1936,

Albuquerque, 1986, pp. 132-41; para los diagnósticos de los dirigentes chilenos de los años veintevéase Geroge McBride, Chile: Land and Society, New York, 1936; para Perú, Colin Harding, “LandReform and Social Conflict in Peru”, en Abraham Lowenthal (ed.), The Peruvian Experiment:Continuity and Change under Military Rule, Princeton, 1976, pp. 226-27. Para el México delreformismo callista de los años veinte, véase Nora Hamilton, México: los límites de la autonomía deEstado, México, ERA, 1983, pp. 72-103; para Costa Rica y los proyectos agrarios del Partido Refor-mista en la década de 1920, véase Lowell Gudmunson, Costa Rica antes del café: sociedad y econo-mía en vísperas del boom exportador, San José, Editorial Costa Rica, 1990, pp. 13-42.

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llegaban sólo a los arrendamientos de predios de menos de 300 hectáreas (art. 1)y para ellos se establecía un plazo mínimo de cuatro años, que el arrendatario teníaderecho a hacer efectivo con sólo notificarlo al propietario (art. 2). La ley tambiénpretendía atacar la especulación inmobiliaria erradicando el mal delsubarrendamiento: esta práctica quedaba explícitamente prohibida salvo que exis-tiera expreso consentimiento del propietario, en cuyo caso también esos contratosdebían atenerse a lo estipulado por la ley para los demás contratos (art. 3).

Estas provisiones no fueron sin embargo un gran obstáculo para quienes qui-sieron eludir sus efectos. La primera era fácil de sortear: se trataba ahora de dar enarriendo porciones de tierra de 301 hectáreas como mínimo, para quedar afuerade los alcances de la ley. La segunda era bastante inefectiva en sí misma. Enprimer lugar, porque la ley no obligaba, exactamente, a firmar contratos por unmínimo de cuatro años sino que expresaba que cuando los contratos “no estipulenun plazo o estipulen un plazo menor de cuatro años, se entenderá siempre que ellocatario tiene opción para considerarlo realizado por el término de cuatro años,debiendo comunicar la opción por escrito con antelación de seis meses”.57 Enconsecuencia, los contratos siguieron firmándose por los períodos mínimos, es-peculando con los olvidos de los arrendatarios para hacer llegar las notificaciones–o la ignorancia de cómo hacerlo–, cuando no elaborando tácticas más sofisticadaspara burlar ese “derecho a opción”. Pero además, como la ley, increíblemente, noobligaba en forma explícita a firmar contratos por escrito –sólo invitaba a hacerloen su artículo 4– la práctica del arriendo verbal, con todas las ventajas que suambigüedad e intangibilidad tenía para los locadores se hizo más extensiva, con-virtiendo el tema de los plazos en un problema teórico.

Pero si la ley no cambió mucho las cuestiones de fondo, sí fue mucho másimportante y eficaz en el reconocimiento de otros derechos del arrendatario. En suartículo 6, le reconocía un derecho de indemnización, al finalizar el contrato, porlas mejoras introducidas en el predio (casa, aguadas, árboles). Con esto, se pre-tendía terminar con uno de los males mayores de la transitoriedad, que era laresistencia de los arrendatarios a implementar mejoras en la tierra que luego nopodían llevarse consigo. Más importante aún, el artículo 10 establecía un listadode bienes inembargables, entre ellos los muebles, ropas e instrumentos de trabajoindispensables (máquinas, herramientas y animales), para proteger jurídica y eco-nómicamente al agricultor y no privarlo en ningún caso de lo mínimo necesariopara vivir y para seguir produciendo. Por fin, el artículo 7 atacaba de lleno ciertasprácticas corrientes que eran subsidiarias a la locación, estableciendo que “soninsanablemente nulas y se tendrán como de ningún valor ni efecto las siguientes cláu-sulas que obliguen: a) a vender los productos al dueño del campo o a determinada

57 Ley 11.170, p. 80. La bastardilla es nuestra.

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persona; b) a asegurar los cultivos o las cosechas con determinada sociedad opersona o en forma especial; c) a trillar, cortar, emparvar o transportar con deter-minada máquina, empresa de trabajo o persona indicada”.58

La importancia de estas otras disposiciones, que no hacían al fondo del pro-blema de la locación pero tenían consecuencias directas sobre la producción agrí-cola, residió menos en la efectividad que tuvieron que en dejar establecido porprimera vez esos derechos en la letra de una ley y en haber enunciado también porvez primera esos problemas “secundarios” de la locación, que sin embargo deter-minaban la vida del chacarero tanto como los plazos de los contratos. De hecho,también en estos aspectos la aplicación de la ley dejó bastante que desear, enespecial en términos de la acción del Estado por imponerla, y la medida de susalcances concretos la dieron en cambio, en forma paulatina y cotidiana, las prác-ticas de los actores que quisieron hacer valer su letra ante los tribunales.

La inefectividad de la ley de 1921 se hizo evidente para todos, a poco de sersancionada. Su ineficacia –en palabras de uno de los diputados en el debate previoa la sanción de la ley de 1932, que modificaría a aquélla– pudo comprobarse “enforma casi inmediata”: “Y tanto es así que dos días después de sancionada por laCámara de Diputados ya tenían entrada proyectos de reforma en el seno de lamisma, los que se fueron sucediendo hasta que en 1929 se presentó el que esta-mos considerando esta tarde”.59 La ley había sido violada de las más diversasmaneras, cosa que reconocían las autoridades mismas. Según explicaba el diputa-do socialista Nicolás Repetto en ese debate, en aquel momento la Cámara habíapedido un informe al Poder Ejecutivo, “y el presidente Alvear nos mandó un docu-mento notable por la franqueza con que se manifestaban en él las causas y sobretodo la amplitud de las violaciones de que esa ley había sido objeto”.60

Para terminar con estas violaciones fue que se sancionó otra ley de arrenda-mientos en el año 1932.61 Ésta quiso subsanar principalmente los dos defectosmás importantes de la ley anterior que eran, a juicio de los legisladores, los de lalimitación de sus alcances a los contratos de determinada superficie y la no obliga-toriedad del registro de los contratos: esta vez, se legislaba para todos los prediosrurales arrendados, cualquiera fuera su tamaño (art. 1), extendiendo el plazo mí-nimo de arriendo a cinco años –de nuevo, siempre que así lo quisiera el arrenda-tario y lo hiciera saber por escrito al propietario– (art. 2) y lo más importante, seobligaba a celebrar los contratos por escrito y registrarlos ante un escribano oen el juzgado de paz de cada partido (art. 4). Por lo demás, la ley reafirmabatodas las disposiciones de la ley de 1921, disponiendo solamente algunos ajustes y

58 Ibidem, pp. 80-81.59 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, año 1932, vol. 6, p. 915.60 Ibidem, p. 922.61 Ley n° 11.627, 18/10/32, ALA, 1920-1940, pp. 261-63.

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actualizaciones. Así, además de repetir lo estipulado por la ley anterior sobre elsubarrendamiento, lo prohibía absolutamente si el precio de la sublocación excedíaen un 15% al del contrato original (art. 15); a la lista de bienes inembargables –esdecir, a la lista de lo que la ley consideraba indispensable para producir– le agregabaalgunos items significativos: al arado, la rastra y la sembradora que ya estaban pre-sentes en la ley de 1921, se agregan ahora “una cosechadora” y “un automóvil” (art.11); y a la lista de cláusulas que no podían contener los contratos y que serían“insanablemente nulas” agregaba la que obligaba “a proveerse de maquinarias, bol-sas, hilo sisal, materiales de construcción, ropa o artículos alimenticios en determi-nada casa de comercio, institución o empresa” (art. 7), que tan corriente era a lavida agraria –tanto que es difícil explicar el descuido en la ley anterior.

Pero si bien en este caso la letra de la ley era más sabia, el defecto vino estavez por el lado de la aplicación. No existiendo eficaces medios de control estatalen las alejadas áreas rurales –ni un interés visible en crearlos– un alto porcentaje delos contratos siguieron haciéndose verbalmente. Según el censo citado de 1937,cerca de la mitad de los arrendatarios de la provincia de Buenos Aires revistan enla categoría “sin contrato”, mientras que en Coronel Dorrego, de los 966 arrenda-tarios que existían según el mismo censo, poco más de 350 habían registrado suscontratos en el Juzgado de Paz.62

La ley de 1932 corrió entonces una suerte parecida a la de 1921, a juzgar porlos efectos concretos que tuvo en las prácticas corrientes de los arrendamientosrurales. Que esta ley también era burlada en forma generalizada no era algo de loque se quejaran los chacareros únicamente, sino que estaba en boca de todos y yanadie se preocupaba por disimular. En un congreso de ganaderos de las provinciasde Buenos Aires y La Pampa, en que los participantes debatían un proyecto demodificación de la ley de 1932 para presentar “a los poderes públicos”, uno deellos exponía el problema, con una inocultable sinceridad:

Señor Presidente, nosotros vamos a hablar claro aquí. La ley se ha hecho con las mejoresintenciones en tiempos de emergencia, pero la realidad de las cosas hizo que, muchas veces,con un contrato perfectamente legal por cinco años, el arrendatario tiene que irse a los dos otres años. Hay contratos redactados de tal forma que obliga al arrendatario a irse, es por esoque nosotros con un espíritu de franqueza decimos: si la ley es burlada, suprimámosla.63

La “burla” que citaba el ganadero Pereyra Iraola, por la cual se firmabancontratos por cinco años que luego no tenían esa validez, era una práctica exten-dida en la región pampeana. En un estudio de caso de una estancia en la región

62 Juzgado de Paz de Coronel Dorrego, Contratos de Arrendamiento (en adelante JPCD-A),1933-1945.

63 Buenos Aires y La Pampa 26, mayo de 1937, p. 308.

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ganadera de la provincia de Buenos Aires para estos años, se ve cómo la adminis-tración de la estancia celebraba los contratos por los plazos legales, pero a la vezhacía firmar a los arrendatarios contratos complementarios por el período de unasola cosecha, que eran los que en realidad valían. La administración, de esta ma-nera, garantizaba la permanencia de los agricultores en la estancia por los plazosestablecidos en la ley, con la única pero importante salvedad de que no era dentrodel mismo predio, forzándolos a un permanente nomadismo dentro de los límitesdel establecimiento.64

En ese sentido, las palabras del diputado Repetto en un debate parlamentarioposterior no pueden ser más claras respecto del destino de la letra de las leyesagrarias: “Sabemos que los terratenientes evaden ese tipo de leyes. Entonces tene-mos que concebir una ley simple [de lo contrario] será inservible y terminará siendouna más entre muchas leyes rurales que nosotros exhibimos sólo para complacernuestras conciencias, pero que no tienen en verdad ninguna eficacia práctica”.65

El resultado del debate en el que participaba Repetto fue la ley 12.771, de“reajuste de arrendamientos agrícolas”, del año 1942. Por esta ley, se reducíanobligatoriamente el monto en dinero o especie de los arrendamientos y se suspen-dían los desalojos, con el propósito expreso de evitar éxodos masivos de la pobla-ción rural, disminuir la conflictividad en el campo y preservar el aparato produc-tivo agrícola frente a las contigencias generadas por el conflicto mundial.66 Estaley reaccionaba a la emergencia agraria desatada por la Segunda Guerra Mundial,que no se limitaba a la baja en los precios de los productos agropecuarios y a lasrestricciones a la exportación de esos productos, que ya de por sí planteaba unasituación bastante grave. La “crisis” también estaba en el giro por parte de losterratenientes y grandes productores hacia la producción ganadera, que se habíatraducido en un desplazamiento de los arrendatarios agrícolas de sus estableci-mientos. Esto implicaba o bien el desalojo liso y llano, cuando no existía contrato,o la negativa de los terratenientes a renovar los contratos anuales existentes.

Para combatir ambos frentes la ley daba, en primer lugar, el derecho al arren-datario a considerar prorrogado hasta por tres años el contrato de arrendamientoque venciera durante su vigencia con sólo notificarlo al locador, a la vez que

64 Palacio, “Arrendatarios…”, pp. 395-400. La única tierra fija que los arrendatarios tenían enla estancia eran los pequeños predios (5-10 hectáreas) en donde estaban sus viviendas y animales detrabajo, por los que pagaban un precio fijo por año y por hectárea.

65 Diario de Sesiones, año 1942, vol. 3, p. 786. La bastardilla es nuestra.66 Carlos Alori Salas, Reajuste de Arrendamientos Agrícolas, Buenos Aires, Lajouane y Cía.,

1943, pp. 32-35; Noemí Girbal de Blacha, “Estado y economía en la Argentina de los años 30. Laorganización del régimen agrícola como antecedente del nacionalismo económico peronista”, paperpresentado en el X Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Santa Rosa, 6-8 de mayo,1999, pp. 8-10; Mario Lattuada, La política agraria peronista (1943-1983), Buenos Aires, CEAL,1986, vol. 1, pp. 29-36.

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suspendía los juicios de desalojo por vencimiento de contrato que estuvieran entrámite (art. 8). En segundo lugar, la ley invitaba a las partes a reajustar de comúnacuerdo el precio del arrendamiento y, si no había acuerdo, a ajustarlos según losíndices de precios que a tal efecto la norma confeccionaría (arts. 2 y 4). Por fin,la ley daba dos pasos más en la dirección de hacer efectivas las regulaciones sobrela locación en el campo: por un lado, volvía a insistir en el asentamiento oficial delos contratos de arrendamiento, disponiendo la creación de un registro ad hoc enel Ministerio de Agricultura (art. 7) y, por el otro, creaba la Cámara Arbitral deArrendamientos, destinada a solucionar las disputas entre terratenientes y arren-datarios que tuvieran como tema la locación (art. 6).

La importancia de esta nueva ley no radicaba tanto en las transformacionesque introducía en las bases legales del problema de los arrendamientos, ya que dehecho no modificaba el fondo de la ley de 1932. Destinada a solucionar temporal-mente una emergencia concreta y coyuntural, la relevancia de esta ley residía encambio en que anticipaba el espíritu de las políticas agrarias que iba a adoptar elperonismo e inauguraba sin quererlo una de las más eficaces entre ellas, como erala de fijar los arrendatarios a la tierra. Por un lado, era ésa la primera ley en el paísque limitaba la renta por la locación del suelo y el principio jurídico de la “librecontratación”, imponiendo límites al derecho de propiedad a causa de un motivosocial, cosas todas que iban a estar en el espíritu de la legislación ruralperonista.67 Por otra parte, esta norma marca el prólogo de políticas concretasque la revolución militar de 1943, primero, e inmediatamente después el peronismovan a profundizar y a convertir en sistemáticas. Así, el “reajuste” de arrendamientosque establecía la ley de 1942 iba a ser a través de sucesivas renovaciones –empe-zando por el decreto n° 14.001 del gobierno revolucionario de 1943 que disponíauna rebaja obligatoria adicional del 20% para los arrendamientos–, en un virtualcongelamiento del precio de los arriendos que, complementado con la suspensiónde los desalojos, iba a durar hasta algunos años después de la caída de Perón, en1955, y en la práctica hasta mediados de la década de 1960.68 Por fin, si la sanciónde estas nuevas normas preanunciaba la vocación del peronismo por legislar entemas agrarios, la creación de la Cámara Arbitral de Arrendamientos y de la Divi-sión de Arrendamientos y Aparcerías Rurales en el ámbito del Ministerio de Agri-cultura, también de 1942, sentaba las bases de una burocracia que con la llegada

67 Girbal, “Estado y economía”, p. 9; Lattuada, La política, vol. 1, pp. 30-31.68 La dinámica de prórrogas no se interrumpe en realidad sino hasta la ley 17.253 del gobierno de

Onganía que les pone un fin abrupto en 1967. Antes de eso, los “Planes de Transformación Agraria”de los años 1957 y 1958, habían sido un intento de descongelar la situación evitando a la vez desalojosen masa, combinando indemnizaciones a los terratenientes con créditos oficiales a los arrendatariospara que se convirtieran en propietarios de esas tierras. Véase Mario Lattuada, Política agraria ypartidos políticos (1946-1983), Buenos Aires, CEAL, 1988, pp. 99-101; Alicia Tecuanhuey Sandoval,La revolución de 1943: políticas y conflictos rurales, Buenos Aires, CEAL, 1988.

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del peronismo se iba a encargar –ampliándose– de instrumentar un efectivointervencionismo del Estado nacional en el ámbito agrario, hasta entonces inéditoy limitado al dominio del discurso.

Que estas leyes eran un mal augurio para los propietarios parece advertirlocon notable clarividencia la Sociedad Rural Argentina, que en vísperas del trata-miento de la ley de reajustes de 1942 envía una nota al presidente de la Cámara deDiputados de la Nación, en donde dice:

La intervención del Estado para alterar las convenciones que libremente celebran las partes,es siempre de un efecto desmoralizador, porque habitúa a los contratantes a no tener porfirmes las obligaciones contraídas y crea un ambiente de inseguridad en los negocios. [...]Cree la Sociedad Rural Argentina que es inconveniente establecer, en momentos de emergen-cia, leyes de esta naturaleza, porque la experiencia demuestra que luego se las erige enconquista definitiva de los favorecidos, quedando así en forma permanente, en contra, sinduda, del espíritu que animó a los iniciadores de ese remedio, que debió ser transitorio.69

La reacción no era ociosa. Leyes como ésa estaban marcando el principio delfin de un largo período en el que los terratenientes manejaron el arrendamientoagrícola a su antojo. Las normas que habían existido hasta entonces no impidieronesos manejos, ya fuera por defectos en su concepción o por fallas o desidia en suaplicación. Pero lo cierto es que el aparato legal en el que se desarrolló la produc-ción triguera pampeana había ayudado poco a subsanar la precaria relación delarrendatario agrícola con la tierra, que siguió siendo bastante imprevisible. Nadaes más sintomático que esa sensación de imprevisibilidad sobre el futuro que laresistencia que siempre tuvieron los chacareros a construir sus viviendas en lastierras arrendadas, más allá del tiempo que permanecían de hecho en ellas. En unpasaje extraído de una entrevista con un chacarero de Coronel Dorrego, que per-maneció como arrendatario casi sesenta años en el mismo campo de la sucesiónGlorialdo Fernández –desde 1926 en que arrendaba su padre, hasta el año 1986 enque él mismo dejó de arrendar– éste decía lo siguiente:

–¿Cómo era la casa donde vivían con su familia?–Era una casa grande de cuatro habitaciones y una cocina, tipo rancho. Las paredes eran dechorizo, el piso de tierra y el techo de chapa, chapa canaleta. Y la letrina afuera, bien lejos dela casa. (A la noche había que levantarse emponchado para ir hasta ahí.)–¿Y hasta cuándo vivió usted en esa casa?–Y, desde que se hizo el rancho en 1928 hasta que hicimos la casa en 1960.–¿Y por qué no hizo la casa antes? ¿Era muy caro hacerse una casa?

69 Anales, 75:5, 1941, pp., 365-67. La bastardilla es nuestra.

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–¿Caro? No. Era regalado. Pero como éramos arrendatarios... Que a lo mejor este año no,el que viene no se sabe... Uno estaba quince años, veinte años, o dieciocho años... No sabíauno... Como la gente hacía las cosas de palabra... al viejo le decían “tenés que irte” y nada,se iba, así que...70

LA PRÁCTICA

Una de las bondades que sí tuvo la ley de arrendamientos de 1932 fue la de obligara los terratenientes a celebrar contratos por escrito y a registrarlos en el juzgadode paz local. Más allá de que los que acataron la norma fueron sólo algunos, losque sí lo hicieron, además de dar una mayor certidumbre a sus arrendatarios,dejaron una huella que permite rastrear cómo eran las modalidades del arrenda-miento en el partido durante la década de 1930 y los primeros años de la siguiente,con alguna sistematicidad.

Entre 1933 y 1945 se registraron en Coronel Dorrego 1.800 contratos dearrendamiento.71 Cada uno de estos documentos consistía en el contrato propia-mente dicho y en algunos anexos como planos y poderes y, a veces, un inventariode los bienes instalados en la parcela, como la casa habitación, los molinos, bebe-deros y galpones.72 En el contrato figuraban los nombres del propietario y locata-rio, la cantidad de hectáreas arrendadas, el plazo de la locación, la forma de pago,el destino y, en algunos casos, ciertos condicionamientos acerca de qué debíaproducirse y en qué proporción del suelo dentro del predio arrendado.

La consideración de esta fuente exige algunas aclaraciones previas. La prime-ra se refiere a su representatividad. Según el archivo, en Coronel Dorrego seencontraban en vigencia cada año un promedio de 370 contratos,73 lo que repre-senta un 38% de los arrendatarios del partido si se toma como referencia el núme-ro que provee el censo agropecuario de 1937 (966) como promedio para todos losaños del período. Esto pone dos límites precisos a la fuente. El primero es que nose está frente al todo sino a una muestra, por más respetable que ésta sea, desdeel punto de vista porcentual. El segundo es que la muestra, seguramente, está

70 Entrevista a Nicolás Staniscia.71 Todos los contratos analizados se encuentran en JPCD-A, 1933-1945.72 Los decretos 14.001, del 12 de noviembre de 1943, y 15.707, del 7 de diciembre de 1943, que

prorrogaron los arriendos una vez más, obligaron a incluir en los contratos el inventario discriminado debienes tanto del propietario como del arrendatario, descripción de la parcela con sus colindantes y el añodesde el cual estaba en manos del locatario. Véase Tecuanhuey Sandoval, La revolución..., pp. 55-6.

73 Este número es el producto de haber dispersado los contratos a lo largo de los años de suvigencia.

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desviada hacia la legalidad, ya que es obvio que los que se decidían a celebrarcontratos por escrito ante la autoridad local iban a hacerlo de acuerdo a la ley: parainfringirla, mejor era la sombra del contrato verbal o al menos la del arreglo priva-do aunque fuera escrito.

Pero, además, esta fuente plantea algunos problemas metodológicos. Uno deellos, que es general, reside en el hecho de que en el juzgado se registraban sólo losnuevos contratos celebrados cada año, con lo que un estudio de todos estos añosexigió, para poder extraer conclusiones acerca de, por ejemplo, la evolución de lashectáreas arrendadas, la tarea previa de distribuir los datos del período del contra-to a lo largo de todos los años de su vigencia (v.g. asentar un contrato por cuatroaños celebrado a principios de 1933, repitiendo su registro en cada uno de lossiguientes años hasta 1937). Esta operación, técnicamente sencilla, conlleva sinembargo una especulación: que el contrato haya durado lo que estaba escrito queiba a durar, cosa que la fuente sola no puede asegurar. No hacer esa especulación,sin embargo, hubiera redundado muy probablemente en un subregistro, ya que esobvio que las parcelas arrendadas en un año dado no son solamente las que secontrataron en ese mismo año sino también las contratadas en años anteriores ytodavía están vigentes. Otro problema es que la fuente es más útil para ilustrarprácticas contractuales que para inferir tendencias generales sobre “el arrenda-miento” en el partido, a lo largo del período. Así, las variaciones que se producenen la cantidad de tierra arrendada son en realidad sólo variaciones en la cantidad delos arrendamientos registrados. Y la lógica del registro no necesariamente coinci-día con la lógica del arrendamiento.

Con esas salvedades, la evolución general de los contratos celebrados en elpartido, entre 1933 y 1945, permite extraer algunas conclusiones sobre la evolu-ción de la práctica en los últimos años del período considerado en este trabajo. Laprimera y más obvia de todas es que, aun cuando la ley de arrendamientos de 1932obligaba a las partes a celebrar los contratos por escrito y a registrarlos en eljuzgado de paz local, sólo un porcentaje menor de los terratenientes elegía hacerlo,escudados seguramente en la conocida indiferencia oficial para hacer cumplir laley, según se vio en el apartado anterior. En el caso de Coronel Dorrego, loscontratos registrados en el juzgado de paz representan poco más del 30% de losarrendamientos existentes.

En cuanto a la duración de los contratos, la fuente indica que, aunque la ley de1932 daba derecho al arrendatario a considerar su contrato por cinco años, losterratenientes claramente preferían firmarlos por menores plazos. Según los datosrecogidos en el Cuadro 5, en Coronel Dorrego sólo 204, o el 11% de los 1.800contratos, fueron firmados por cinco años o más, entre 1933 y 1945. Entre losque así lo hacían destacaba la propietaria María Bernasconi, que entre los doscampos que tenía en el partido –de 4.481 y 4.316 hectáreas, respectivamente–arrendaba tierra a un total de 30 arrendatarios. Desde que en 1933 se hizo cargo

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personalmente de sus campos –que antes arrendaba en su totalidad a Antonio B.Costa para que los administrara– Bernasconi cumplía estrictamente con lo estipu-lado por la ley, firmando contratos por cinco años, que luego prolijamente renovóen 1938. Esta prolijidad no era sólo por legalismo. Bernasconi era una administra-dora muy puntillosa de sus campos y las múltiples cláusulas que incluía en loscontratos –sobre el tipo y la cantidad de cereal que debían sembrar los arrendata-rios, el lugar donde debían hacerlo, el tipo de semilla que debían utilizar y lo que noles estaba permitido sembrar– hablan a las claras de que éstos servían para llevarun ajustado control de la empresa, que no dejara nada sin contemplar.74

En cuanto a la evolución de estos plazos, es interesante notar cómo a partir de1940, cuando la cabeza de los terratenientes empezaba a concentrarse en la gana-dería –y la de los legisladores, como reacción, en intervenir para proteger a los

74 Ejemplos de contratos de María Bernasconi en JPCD-A, 312/5596 al 5603, 1/3/33; y L2/121/7517 al 7521, 20/6/38.

Cuadro 5: Coronel Dorrego. Contratos de arrendamiento que cumplían conel plazo legal, 1933-1945

Año Total contratos Firmados por 5 años

Cantidad %

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Fuente: Elaboración propia en base JPCD-A, 1933-1945.

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75LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...

agricultores– casi todos comenzaron a celebrar contratos por plazos menores acinco años. Esta evidencia es complementaria de la anterior. Al estallar la guerra,el giro hacia la ganadería implicó menos contratos agrícolas a la vez que la reduc-ción de los plazos de los ya existentes.

Cabe recordar que los períodos por los que se firmaban los contratos sonreveladores sobre todo de las prácticas de los terratenientes con los arrendamien-tos y no necesariamente del tiempo que efectivamente permanecían los arrendata-rios en la tierra. Así, por ejemplo, muchos propietarios hacían contratos anualesque se renovaban todos los años con un nuevo registro, lo que en la prácticaderivaba en que el chacarero permanecía en la tierra por el plazo legal o aún pormás tiempo. A la inversa, firmar contratos por cinco años no significaba necesa-riamente que el arrendatario iba a quedarse en la tierra por ese período, o que ésteno iba a ser burlado de alguna de las maneras ya analizadas.

La cantidad de tierra que los propietarios dedicaban al arriendo variaba a tra-vés de los años y según la dimensión de las propiedades. En cuanto a lo segundo,

Cuadro 6: Coronel Dorrego. Hectáreas arrendadas por propietariosde más de mil hectáreas, 1933-1945

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Fuente: Elaboración propia en base JPCD-A, 1933-1945; Pla-nos catastrales de los partidos de la provincia de Buenos Aires.Buenos Aires: Gregorio Edelberg, 1939; y Buenos Aires, Pro-vincia, Dirección de Catastro. Estado del Catastro al 24 dejulio de 1939, La Plata, 1940.

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76 JUAN MANUEL PALACIO

75 El dato de la cantidad de tierra que poseía cada uno de ellos fue tomado de los catastros delpartido de los años 1917 y 1939. Véase Planos Catastrales de los partidos de la provincia de BuenosAires (Buenos Aires, Gregorio Edelberg, 1939); y provincia de Buenos Aires, Dirección de Catastro,Estado del Catastro al 24 de julio de 1939, La Plata, 1940.

es preciso hacer notar que más del 60% de las tierras arrendadas en el partidopertenecían a propiedades de más de 1.000 hectáreas (cuadro 6). Se trataba de 42propietarios poseedores de un total de 53 fracciones de campo de más de 1.000hectáreas, que hacían del arrendamiento una práctica más o menos constante.75

En el cuadro 7 puede verse una lista completa de esas 53 fracciones con el nom-bre de sus propietarios, la cantidad de hectáreas y el porcentaje anual de arrenda-miento de cada una. Según puede verse en el cuadro, estos propietarios no arren-daban todos los años los campos o la misma cantidad de hectáreas, sino queentraban y salían del mercado periódicamente, aumentando o disminuyendo suporcentaje de tierra dedicada al arrendamiento agrícola, de acuerdo al sistema deproducción mixto. Lo que descubren con toda claridad las variaciones en el por-centaje de tierra arrendada son los desplazamientos de la actividad agrícola a laganadera que hacían, a veces con una frecuencia anual, estos establecimientos.Con un promedio general de más del 50%, estos grandes establecimientos dedica-ban al arriendo porcentajes variables de sus tierras –desde el 30% hasta la totalidaddel campo– indicando toda la gama de organizaciones empresarias, desde el extre-mo de propiedades dedicadas enteramente a la obtención de renta hasta los distin-tos tipos de organización mixta, con mayor o menor énfasis en la agricultura.

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77LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...Pr

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79LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...

Coherentemente con la evolución en el número de contratos y en la de susplazos, la cantidad de tierra arrendada dentro de las estancias alcanzó un pico enlos primeros años de la guerra, en especial en los establecimientos más grandes,para decrecer luego con ella hasta alcanzar en 1945 el menor porcentaje de todo elperíodo. Es ésta una muestra más de la estrategia de recupero de las tierras porparte de los terratenientes durante la contienda. Salvo contados casos, todos redu-jeron abruptamente su porcentaje, mientras otros directamente desaparecieron delmercado. Según puede verse en el cuadro 7, María Bernasconi, que arrendaba el100% de sus dos campos entre 1933 y 1942, lo hacía sólo con el 61% de sucampo de 4.316 hectáreas y tan sólo el 8% en el de 4.481 hectáreas, en 1945. Eldoctor Horacio Potes, propietario de 2.634 hectáreas, que llegó a arrendar el 100%de su campo en 1934, desde ese año comenzó a declinar su oferta hasta llegar a sóloel 7%, en 1945. Carlos María Chapar, propietario de 6.974 hectáreas, arrendaba el100% entre 1937 y 1941 y sólo locaba el 4%, en 1945. Esa estrategia de recupero delas tierras, que se retiraban ahora del mercado, era una clara reacción de los terrate-nientes al nuevo y más decidido intervencionismo estatal de los años cuarenta, tantocomo el fruto de la tendencia a reconvertir sus tierras a la ganadería.

En cuanto al comportamiento de los arrendatarios, el tamaño de las parcelasque arrendaban era muy variado: si el promedio general estaba en 347 hectáreaspor parcela, el rango iba de 230 a 530, con una ligera tendencia descendente a lolargo del período.76 El cuadro 8 propone una mirada de detalle sobre las parcelasque trabajaba cada uno de los 824 arrendatarios, registrados en los 1.800 contra-tos estudiados.77

76 Si en vez de las hectáreas de los contratos se toman las hectáreas arrendadas por cada locatario–lo que se obtiene sumando las de aquellos arrendatarios que arrendaban más de una parcela simultá-neamente– la media de tierra arrendada era de 429 hectáreas.

77 Ése (824) es el número de arrendatarios que celebraron los 1.800 contratos en Dorrego en esteperíodo. La diferencia reside en que muchos de ellos celebraron más de un contrato en el período, yasea en el mismo o en diferentes campos, en forma sucesiva o simultánea. Los estratos de tamaño delCuadro 8 se tomaron de un trabajo para el partido de Tres Arroyos, vecino al de Coronel Dorrego.Véase Balsa, “La lógica...”.

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81LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...

En la columna de promedios, se advierte que las categorías de 150-299 y 300-599 hectáreas sumaban casi el 70% de las parcelas y el 60% de la tierra arrendada,mientras que los pequeños chacareros suman casi el 19% de los casos. Tambiénse observa en esos trece años un aumento de las categorías más chicas de tamañoa costa de las medias y grandes. Así, la primera categoría, menor a 150 hectáreas,aumenta su importancia hasta llegar al 25% de los casos en 1945, con el 7% de latierra, frente al 12% y 2,5% que registraba en 1933, respectivamente. También lacategoría que le sigue (150-300) aumenta su participación del 31% al 39% de loscasos y desde el 15% al 25% de las hectáreas totales. Esta evolución es tambiéncoherente con la consolidación de la estancia mixta: una proliferación de arrenda-tarios más chicos –y por lo tanto más necesitados de cultivar cuando el terrate-niente los necesitara– era preferible a la consolidación de agricultores más grandesy por lo tanto más independientes de las necesidades de las estancias.78 Por fin, enlos estratos más grandes de tamaño –que se mantienen relativamente estables a lolargo de los años– revistaban tanto los chacareros prósperos que cultivaban enforma directa todo el campo, con sus máquinas y peones, como los que arrenda-ban para ampliar su escala de operaciones pero derivaban las labores agrícolas ensubarrendatarios, de los que no se tienen registro.

COMENTARIOS FINALES

La evidencia recogida sobre la tenencia de la tierra en el partido de Coronel Dorregopermite dar un pequeño paso más en la búsqueda de mayores certezas sobre lapráctica del arrendamiento en la región pampeana.

En primer lugar, lo analizado para este caso confirma la hipótesis de la granheterogeneidad de situaciones que encierra el fenómeno. El arrendamiento no sólono nació con la agricultura sino que con ella englobó, indistinta y simultáneamen-te, a los pequeños productores agrícolas en estancias mixtas y a titulares de gran-des explotaciones; a grandes comerciantes-arrendatarios y a desprotegidossublocadores; a medianos y grandes ganaderos, a productores agrícolas o mixtos,o a simples rentistas. Ocurría aquí lo que observaba Jan Bazant para la haciendade Bocas, en San Luis Potosí: “El ser arrendatario no dice nada sobre la posiciónsocial ni sobre el papel de la persona en la economía de la hacienda”.79

Esta heterogeneidad no era infinita, sin embargo, ni representa un desorden talque impide al análisis rastrear algunas tendencias históricas precisas. Así, en la

78 Palacio, “Notas...”.79 Bazant, “Peones, arrendatarios...”, p. 307.

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historia de Coronel Dorrego la producción –fuera ésta agrícola o ganadera– estu-vo siempre íntimamente asociada al arrendamiento. En un principio, el noventapor ciento de los productores ovejeros (y el setenta de la producción) estaba enmanos de arrendatarios y, cuando llegó la agricultura, el ochenta por ciento de losproductores arrendaba la tierra. De la misma manera, no es exagerado afirmar quedurante el período de apogeo productivo, la agricultura del partido fue sinónimode chacarero arrendatario.

En segundo lugar, la actividad agrícola de Dorrego transitó por caminos di-versos en su breve pero agitada historia local, generando a su paso diferentespatrones de evolución. En un primer momento de desarrollo, desde su brutal des-embarco entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX hasta fines dela Primera Guerra Mundial, la agricultura representaba un mundo de oportunida-des. Una frontera agrícola abierta –tanto en el exterior como sobre todo, en elinterior de las estancias–, una población de agricultores todavía escasa y unademanda creciente de agricultura por parte de terratenientes y grandes empresa-rios locales se tradujeron en contratos de arrendamiento baratos y por plazoslargos. Estas condiciones, por su parte, estuvieron en la base de cierta acumula-ción de capital por parte de los agricultores, que habrían optado por comprartierra, arrendar fracciones mayores, instalar una casa de comercio o todo eso a lavez. Son esos los tiempos del desarrollo de esa clase media rural que la historiografíarevisionista del arrendamiento descubre y celebra en sus análisis. Iguales oportu-nidades gozaron los agricultores en otras fronteras latinoamericanas para la mis-ma época, desde el Valle Central chileno hasta el sudoeste cafetalero de São Paulo,pasando por el Bajío mexicano.80

En tercer lugar, tan cierto como que ese mundo existió es que alguna vez sedisipó. Los años de la finalización de la Primera Guerra y los del inicio de laconsolidación definitiva de la estancia mixta marcan ese momento. Para losgrandes y medianos productores, entre los que se encontraban los terratenientesy comerciantes tradicionales del partido, junto a los nuevos propietarios y arren-datarios que habrían logrado acumular en el período anterior, fueron éstos añosprósperos, garantizados por la versatilidad de la fórmula de la estancia mixta,que les permitió atravesar con todo éxito años difíciles. En cambio, para losarrendatarios agrícolas de las estancias mixtas, es decir para la gran mayoría delos agricultores del partido, esos mismos tiempos llevaron el signo opuesto.Estos arrendatarios tenían ahora predios más chicos y estaban sometidos a unsistema de producción que los forzaba a un permanente nomadismo que, a dife-rencia de aquél de los primeros años de la agricultura en el partido, en este casono jugaba a su favor.

80 Bauer, Chilean Rural Society; Holloway, Immigrants on the Land; Brading, Haciendas andRanchos .

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La lógica estructural de este deterioro en las condiciones de producción de losarrendatarios de las estancias estaba en la dotación de factores de la economíarural pampeana del momento. La inmigración masiva de las décadas anterioresredundó en una población excedente de trabajadores y agricultores, mientras queel hecho de haber alcanzado el límite de la frontera productiva se traducía en unanueva escasez relativa y en un consecuente aumento del costo de oportunidad dela tierra. Como resultado, la población excedente de agricultores, sedienta de tie-rras y siempre dispuesta a sembrar, pierde capacidad de negociación con la estan-cia, en su lucha por las condiciones de producción dentro de ella.81

Este deterioro de las condiciones de producción de los agricultores en lasorganizaciones productivas mayores no sólo se dio en la estancia pampeana. Enlas primeras décadas del siglo en Latinoamérica, la combinación de un mercado detierras cada vez más estrecho por el efecto combinado de la ocupación de lafrontera y de la puesta en producción de tierra de las haciendas, con una ofertacreciente de mano de obra para la agricultura, se tradujo en una agudización delconflicto entre la “economía de la hacienda” y la “economía campesina”, quecompetían por el uso de los recursos dentro de esas unidades productivas. Así,por ejemplo, una población rural en franco ascenso y mayores oportunidades parala colocación de sus productos en el mercado estuvo detrás de los recortes en losbeneficios marginales de producción y consumo de los inquilinos chilenos para lamisma época (tanto los de las grandes haciendas como los de los “fundos”) y delos arrendatarios del Bajío mexicano –tanto en las haciendas como en los “ran-chos” de aquellos que habían podido acumular en el período anterior (muchos deellos, ex arrendatarios)–. Por otro lado, las tierras de subsistencia concedidas a los“colonos” del café de las plantaciones del oeste de São Paulo eran aumentadas odisminuidas por la administración de las plantaciones según fueran las condicio-nes del mercado de trabajo, de manera de poder disminuir el salario de los nume-rosos miembros de la familia de los colonos, que eran necesarios para el cuidadode los árboles de café.82

En cuarto lugar, el deterioro estratégico de las condiciones económicas de laproducción de estos arrendatarios estuvo facilitado y precedido por el sosteni-miento de un contexto jurídico y contractual precario. Contratos verbales oinexistentes, por plazos inconvenientemente cortos para una actividad como laagricultura, fueron facilitados primero por la ausencia de normas específicas yluego, cuando éstas llegaron, por la falta de supervisión estatal para garantizar suaplicación efectiva.

81 Esta población excedente de arrendatarios y su lógica dentro de la estancia se ve claramente en“Cruz de Guerra”. Véase Palacio, “Arrendatarios...”.

82 Ibidem. Véase también, Verena Stolcke, Cafeicultura. Homens, Mulheres e Capital (1850-1980), São Paulo, Editora Brasiliense, 1986; idem, “The introduction...”;

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84 JUAN MANUEL PALACIO

La expansión agropecuaria pampeana se construyó de ese modo sobre unvacío legal e institucional que fue clave para los grandes beneficiarios de esaexpansión, a la vez que particularmente dañino para los pequeños y medianosagricultores arrendatarios, en manos de quienes estaba el grueso de la producciónagrícola de la región. Este vacío consistía en la ausencia relativa de leyes –dearrendamiento, de regulación del trabajo rural, de crédito oficial–, en importantesdefectos en las pocas que existían y, por sobre todas las cosas, en la ausencia deorganismos estatales de control y supervisión para hacerlas cumplir. En el casodel sistema de tenencia de la tierra, esta precariedad fue un componente esencialpara la consolidación de la estancia mixta, cuya clave de funcionamiento consistíaen la posibilidad de efectuar rápidos desplazamientos entre la agricultura y la gana-dería, cosa que un ambiente contractual más rígido habría obstaculizado.

La primera manifestación de esta indiferencia del Estado es la demora con quela Argentina generó su primera ley de arrendamientos rurales. En 1921, cuandoésta se sanciona, la agricultura triguera del país tenía ya treinta largos años devida. Una vida fuertemente basada en el trabajo de agricultores arrendatarios. Ysin embargo, durante todos esos años, las relaciones contractuales de esos agri-cultores con los dueños de la tierra sólo se rigieron por las disposiciones muygenerales del Código Civil. Redactado en tiempos en que la agricultura no eratodavía la principal fuente de ingresos de la economía del país, el Código sólopreveía contratos de arrendamiento por un año, período de tiempo claramenteinsuficiente para garantizar a un agricultor inmigrante recién llegado, una empresaeconómica viable. Sin embargo, quizás porque esos mismos plazos eran especial-mente convenientes para los grandes terratenientes, la ley de arrendamientos tardótanto en llegar. Quizás, también por esa misma razón, existieron defectos y “olvi-dos” tan groseros en la letra de las leyes de 1921 y 1932, así como luego pudieronser violadas en forma tan abierta y desenfadada. En tiempos de bonanza económi-ca, en que la relación de fuerzas del mercado jugaba a favor de los agricultores,esta precariedad del contexto legal no importó tanto ni fue especialmente dañinopara los que estaban más abajo en la escala económica. Operaban allí, ciertamen-te, los arreglos consuetudinarios, la “sociedad de intereses” que la historiografíarevisionista cita para relativizar los argumentos sombríos de la versión tradicional.Pero años después, cuando las posibilidades no daban para todos y cuando eldeterioro de las condiciones de producción de unos estaba en la base del éxito deotros, esa precariedad del marco jurídico mostró todo su potencial estratégico.

Esta nueva situación, sin embargo, no terminó con los arreglos consuetudina-rios a nivel local que habían surgido como reacción a la precariedad del ambientecontractual y legal. Por el contrario, los contratos verbales sin término, fueronespecialmente extendidos en este período. Pero estos “arreglos” no significabanmás acuerdo o sociedad de intereses entre las partes, sino que eran el resultado deun equilibrio, siempre inestable, del conflicto cotidiano entre partes con intereses

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claramente opuestos. Utilizando los términos más técnicos que Kay usaba para elcaso de los inquilinos chilenos para la misma época, esos equilibrios expresaban elestado del conflicto entre la “economía de la hacienda” y la “economía campesi-na” en un momento dado.83

Esta indigencia legal del contexto contractual fue moneda corriente tambiénen otras latitudes. La existencia de un sistema legal deficiente y la complicidad deun Estado para no hacerlo cumplir fueron herramientas decisivas para que el con-flicto entre la economía de la hacienda y la economía campesina se resolviera afavor de la primera, en buena parte de Latinoamérica. Se entiende así la fragilidaddel contexto contractual que se analizó brevemente aquí a través de la bibliografíasobre otros ámbitos rurales latinoamericanos. La falta de contratos formales esta-ban en la base de la explotación de los arrendatarios y aparceros mexicanos, tantocomo de los colonos paulistas o los inquilinos chilenos y era la clave para poderjugar en cada momento del mercado con las dimensiones de las tierras que se lesconcedía. Eso los hacía, en las palabras citadas de Arnold Bauer, para el casochileno, “los menos visibles de los habitantes rurales”, invisibilidad que era lagarantía de su desventajosa relación de poder con los terratenientes.

Este estado de cosas no iba a cambiar hasta que una decisiva intervención delEstado a favor de los arrendatarios y aparceros no invirtiera el fiel de la balanza depoder en las décadas siguientes. En el Valle Central chileno fue la intervención delEstado la que decidió el juego a favor de “la empresa campesina” –los inquilinos–algunas décadas más tarde, minando el sistema de hacienda vigente hasta enton-ces. Por otro lado, una decidida reforma agraria en México en la década de 1940,devuelve a los campesinos muchas tierras expropiadas durante el Porfiriato, tor-nando inviables a muchas haciendas y plantaciones. Por fin, no es antes de laintervención “populista” de los gobiernos brasileños en la cuestión agraria paulistaa principios de los años sesenta que decae el colonato como sistema, forzando alas haciendas a negociar sus relaciones contractuales con un movimiento campe-sino organizado con el patrocinio del Estado.84

En el caso de la Argentina, ese momento llegó con el advenimiento delperonismo en la década de 1940, que iba a marcar el fin de la frontera en la regiónpampeana, entendida ésta como la intemperie jurídica que había provocado laindiferencia del Estado nacional y provincial por los problemas sociales del agro

83 Kay, El sistema. La forma en que se articularon estos conflictos a nivel local es uno de lostemas centrales de la tesis doctoral en la que se basa esta investigación. Juan Manuel Palacio, “ThePeace of Wheat: Judges, Lawyers, and Farmers in Pampean Agrarian Development, 1887-1943”,University of California at Berkeley, Ph.D. Dissertation, 2000.

84 Cristobal Kay, “Chile: evaluación del programa de reforma agraria de la Unidad Popular”,Buenos Aires, Desarrollo Económico 57, 1975; David A. Brading, Caudillos y campesinos en larevolución mexicana, México, FCE, 1985; Nora Hamilton, México. Los límites de la autonomía deEstado, México, ERA, 1983; Stolcke, Cafeicultura.

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durante el apogeo del desarrollo agropecuario pampeano. Si bien el Estado yahabía dado algunos signos de intromisión en la vida cotidiana de los chacarerospampeanos en la década anterior a través de algunas leyes y regulaciones, con lallegada del peronismo, el Estado Nacional, que era poco menos que una entidadteórica para los habitantes de Coronel Dorrego hasta entonces, iba a desembarcaren forma repentina y decidida. La creación de registros obligatorios de producto-res; el congelamiento de los precios y la prórroga indefinida de los contratos dearrendamiento; la suspensión forzosa durante una década de los juicios de desa-lojo; la fijación anual de los precios de los productos; la regulación estricta yminuciosa del trabajo rural; y sobre todo, la creación de una enorme burocracia paramanejar y hacer efectivas estas nuevas regulaciones (cámaras paritarias de arrenda-mientos, secretarías y tribunales de trabajo, etc.) –burocracia que se hacía presentehasta en los puntos más remotos de la región– señalaban niveles de intervencionismoestatal nunca antes vistos.85 En particular, los contratos de arrendamiento iban adejar de ser vagos e intangibles para pasar a estar forzosamente escritos, inscriptospúblicamente, además de congelados por tiempo indeterminado.

Esta intervención del Estado iba a ser el acta de defunción de la estanciamixta. Con los contratos congelados y los juicios de desalojo suspendidos indefi-nidamente, dicha organización productiva perdía –de la mano de nuevas leyes,tanto como de la aplicación efectiva de las existentes– el alma de su funcionamien-to: su versatilidad. De ahí en más, el desplazamiento periódico de los arrendata-rios, para dedicar las tierras a la actividad ganadera cuando el mercado lo indicara,ya no iba a ser posible. La rigidez que el intervencionismo peronista le impuso a laorganización productiva de la región pampeana terminó con el recurso estratégicoque se encontraba en el centro de la lógica productiva de la estancia mixta y conél, con una larga etapa que le dio sentido al arrendamiento agrícola en las estanciasde la región, durante casi un siglo.

85 Para un análisis detallado de la política agraria peronista, véase Lattuada, La política...; idem,Política agraria; Tecuanhuey Sandoval, La revolución...

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87LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...

RESUMEN

El trabajo analiza la evolución histórica del arrendamiento agrícola en la provincia deBuenos Aires, desde el último tercio del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial,como un caso más del fenómeno general conocido como de “consolidación de la ha-cienda”, común al mundo rural latinoamericano de entonces. Lo hace a través del aná-lisis de un caso –el partido de Coronel Dorrego, en la provincia de Buenos Aires–estudiando en detalle los contratos de arrendamiento que se encuentran en el juzgadode paz del distrito, así como de la legislación vigente entonces.

Palabras clave: historia rural - arrendamiento - tierra

ABSTRACT

The article analyses the historical evolution of tenancy in a rural district of the Province ofBuenos Aires (Coronel Dorrego), from the third part of the 19th century to the SecondWorld War, as a case in point of the broader phenomenon known as the “consolidation ofthe hacienda system,” common to the Latin American rural world of the time. It focuses onthe farmer’s relationship with the land, through a detailed analysis of the tenancy contractsthat can be found in the Justice of the Peace’s archives of the district.

Key words: rural history - renting - land

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICODE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES.CULTURA Y POLÍTICA EN LUJÁN, 1918

MARÍA ÉLIDA BLASCO*

1. INTRODUCCIÓN

La fundación de museos y las diversas funciones que el Estado le atribuye a estasinstituciones, sobre todo desde fines del siglo XIX, ha sido abordada hasta ahoradesde una perspectiva predominantemente institucional, privilegiando el análisisde los aspectos propiamente museográficos1 y pedagógicos.2 Recientemente

* Universidad Nacional de Luján.1 A propósito del tema planteado conviene diferenciar la actividad museográfica –en tanto

disciplina que tiene por objeto el estudio sistemático, la clasificación ordenada y seleccionada y laexposición clara y precisa de los fondos del museo–, de la Museología como ciencia social y disciplinahistórica capaz de producir un análisis reflexivo del fenómeno museográfico y por lo tanto de larealidad histórico-social en la que se enmarca. Un análisis más profundo respecto de estas diferenciasen Aurora León, El Museo. Teoría, praxis y utopía, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 91-114; Luis AlonsoFernández, Museología y museografía, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1999. Respecto a los trabajosde museología histórica argentina, véase Antonio Castro, “Museos Históricos Nacionales Argenti-nos. La Creación de la Comisión Nacional de Museos”; en Argentina en Marcha, tomo I, BuenosAires, 1947, pp. 141-171; Tomás Diego Benard, Experiencias en Museografía Histórica, BuenosAires, Anaconda, 1957; Alfonso Enrique Rodríguez, Museología Argentina. Guía de Instituciones yMuseos, Colegio de Museólogos de la Argentina, Instituto Argentino de Museología, 1978; “Museologíahistórica en la Argentina”, diálogo con el arquitecto Rodolfo J. Berbery, en Revista Summa, nº 1,1983, pp. 38-39; Isabel Laumonier, Museo y sociedad, Buenos Aires, CEAL, 1993; Marta Dujovne,Entre musas y musarañas. Una visita al museo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1995.

2 Durante la década del 60, el Boletín de la Dirección de Museos, Monumentos y LugaresHistóricos editado en la ciudad de La Plata, publicó numerosos trabajos que tuvieron como objetivo

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algunos trabajos antropológicos han incursionado en el tema estableciendo lasrelaciones correspondientes entre los museos, la delimitación territorial y la cons-trucción de la nacionalidad.3 En el ámbito historiográfico, bajo la influencia de losrenovados enfoques que ha suministrado la historia sociocultural4 se han realizado

jerarquizar la función educativa de los museos, entre ellos pueden citarse Evangelina Bergada,“Orígenes, evolución y función de los museos pedagógicos”, en Boletín nº 2, 1959, pp. 41-60;Manuel Bejarano, “Los museos y la enseñanza de la historia”; en Boletín nº 4, 1964, pp. 57-63;Jorge A. Ferrer, “Función de los museos en la educación. Atracción del público al museo a losfines de la educación”, en Boletín nº 5, 1966, pp. 21-64; Miguel Alfonso Madrid, “Un aspecto dela función pedagógica de los museos; técnica de un visita explicada”, en Boletín nº 6, 1967, pp.51-68. Julián Cáseres Freyre, “Los museos folklóricos al aire libre y su importancia educativa ycientífica para la Argentina”, en Logos, nº 13 y 14, 1977. Tercer Encuentro Nacional de Direc-tores de Museos. Conclusiones y recomendaciones, Mar del Plata, Secretaría de Cultura de laNación, Dirección Nacional de Museos, 1986. Entre los numerosos trabajos presentados nosparece relevante citar a Judith Spielbauer, “Implicaciones de la identidad para los museos y lamuseología” (pp. 71-77); Bernard Deloche, “El Museo y las ambigüedades de la identidad patri-monial” (pp. 78-84); André Desvalleés, “La identidad: algunos problemas planteados por sudefinición y por el enfoque del museo en las cuestiones teóricas y prácticas que plantea” (pp. 85-88); Tomislav Sola, “La identidad: reflexiones acerca de un problema crucial para los museos”(pp. 89-91). En el año 2000, se realizaron las III Jornadas Nacionales “Enseñar a través de laciudad y el museo”, y llamativamente, fueron muy escasos los trabajos referentes a la conforma-ción de las instituciones. Respecto a este tema sólo podemos citar las investigaciones de MaríaÁngela Fernández y Miguel Ángel Taroncher, “Una nueva escuela: empirismo y prácticas en elMuseo Escolar, 1895” y María Cristina Linares, “Museo y educación, una mirada sociohistórica”;en C-D Ponencias, III Jornadas Nacionales “Enseñar a través de la ciudad y el Museo”, Mar delPlata, 26 al 28 de octubre de 2000.

3 Irina Podgorny, “Huesos y flechas para la Nación: el acervo histórico de la Facultad deCiencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata”, en Entrepasados, vol. 3, BuenosAires, 1992, pp. 157-165; “De razón a facultad: ideas acerca de las funciones del Museo de La Plataen el período 1890-1918”, en RUNA, Archivo para las Ciencias del hombre, vol. 22, Buenos Aires,1995, pp. 89-104; “De la santidad laica del científico Florentino Ameghino y el espectáculo de laciencia en la Argentina moderna”, en Entrepasados, nº 13, Buenos Aires, 1997, pp. 37-61; IrinaPodgorny y Gustavo Politis, “¿Qué sucedió en la historia? Los esqueletos araucanos del museo de LaPlata”, en Arqueología Contemporánea, vol. 3, Buenos Aires, 1992; Laura Inés Vugman, “Conme-morando: del pasado del territorio a la historia de la Nación Argentina en las ferias y exposicionesinternacionales del cuarto centenario”, en RUNA, Archivo para las ciencias del hombre, vol. 22,Buenos Aires, 1995, pp. 69-87; dentro del campo de la historia ver Mónica Quijada, “Ancestros,ciudadanos, piezas de museo. Francisco P. Moreno y la articulación del indígena en la construcciónnacional argentina (siglo XIX)”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, TelAviv, 1998, pp. 21-46.

4 Peter Burke, “La nueva historia sociocultural”, en Historia Social, nº 17, 1993, pp. 105-114;Roger Chartier, “El mundo como representación”, en Historia Social, nº 10, 1991, pp. 163-175, “Dela historia social de la cultura a la historia cultural de lo social”, en Historia Social, nº 17, 1993, pp. 97-104; Natalie Davis, “Las formas de la historia social”, en Historia Social, nº 10, 1991, pp. 177-178;Georges Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Labor, 1995.

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novedosos estudios sobre la vida intelectual,5 la producción artística,6 elurbanismo7 y la formación de la nacionalidad8 en la Argentina, entre las décadasde 1880 y 1920. Sin embargo, parece ser que el proceso de transformación de lascolecciones privadas en museos públicos solventados por el Estado han desperta-do escaso interés en los historiadores.9 Las investigaciones realizadas no dan cuentade la enorme riqueza que propone el análisis de la conformación de los museosque actualmente funcionan en la Argentina y que, en su mayor parte, han sidofundados para dar cumplimiento a objetivos explícitos referentes a la consagra-ción de ciertos aspectos del pasado nacional que parecía necesario reivindicar.

Con el propósito de explorar el complejo proceso a través del cual las elitespolíticas y culturales de las primeras décadas del siglo XX pusieron en marchanovedosas estrategias de acción tendientes a construir y fortalecer procesosidentitarios, tanto a nivel municipal como provincial, y redefinir la identidad nacio-nal apelando a la noción de “tradición hispano-católica”, concentraremos nuestrointerés en un caso emblemático y significativo de este proceso: la fundación delMuseo Colonial e Histórico de Luján desde una perspectiva amplia que relacionelos aspectos sociopolíticos con los netamente culturales y educativos.

5 Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, Buenos Aires, Emecé, 1995; PabloBuchbinder, “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de lahistoriografía argentina”; en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. EmilioRavignani, nº 13, Buenos Aires, 1996, pp. 59-82; Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Ensayos argen-tinos: de Sarmiento a la vanguardia; Bs. As, Ariel, 1987; Oscar Terán, Vida intelectual en el BuenosAires fin de siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, Fondo de CulturaEconómica, 2000; Maristella Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento alrevisionismo peronista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto-Imago Mundi, 1994, pp. 85-134.

6 José Emilio Burucúa (dir.), Arte, sociedad y política. Nueva historia argentina, Buenos Aires,Sudamericana, 1999; Burucúa, José Emilio y Ana María Telesca, “El arte y los historiadores”, en Lajunta de historia y numismática y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938),Buenos Aires, ANH, tomo II, 1996, pp. 225-238.

7 Adrián Gorelik, La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires,1887-1936; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998; Jorge Francisco Liernur y GracielaSilvestrín, El umbral de la metrópolis. Transformaciones técnicas y cultura en la modernización deBuenos Aires (1870-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 1993; Jorge Francisco Liernur, “‘Mestiza-je’, ‘criollismo’, ‘estilo propio’, ‘estilo americano’, ‘estilo neocolonial’. Lecturas modernas de laarquitectura en América Latina durante el dominio español”; mimeo, Buenos Aires, 2000.

8 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidadargentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001; Fernando Devoto,Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

9 Respecto a este tema, la Academia Nacional de la Historia publicó, en 1996, dos importantesvolúmenes que aportan numerosos datos sobre la conformación de las primeras colecciones dedocumentos y objetos materiales reunidos, organizados y catalogados por los miembros fundadores dela Junta de Historia y Numismática, la que a su vez, monitoreaba la labor realizada por los museos. VerLa junta de historia y numismática y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938),Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Tomo 1, 1995; Tomo 2, 1996.

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Partimos de la hipótesis de que la fundación del Museo Colonial e Históricoconstituyó una estrategia esencial que fortaleció el desarrollo de un clima ideológi-co particular que desde principios de siglo se fue gestando en la ciudad y queestaba caracterizado por un fuerte apego a las tradiciones hispanas y católicas.10

Estos componentes ideológicos que fueron lentamente estimulados por el accio-nar conjunto de las diferentes esferas estatales y eclesiásticas van a ser experi-mentados, apropiados y por lo tanto redefinidos por los grupos locales y constitui-rán, por lo tanto, las particularidades que irán diferenciando a la sociedad lujanensede las demás ciudades de la provincia.

Para el abordaje de este tema, por tanto, apelamos a los estudios abocados alos procesos de “invención de la tradición”11 y a las nuevas perspectivashistoriográficas que intentan reconstruir los dispositivos mediante los cuales searticulan los “lugares de la memoria” de los cuales los museos forman parte.12 Eneste contexto, el Museo de Luján aparece como un caso paradigmático ya que através del proceso de su fundación, podemos observar concretamente la emer-gencia de una diversidad de actores sociales –funcionarios públicos, intelectuales,eclesiásticos, vecinos, militares, sociedades de inmigrantes, escolares, docentes–con capacidad de acción e interrelación para llevar a cabo un proyecto culturalque con el correr de los años será internalizado como propio: las diversas formasde apropiación que los sujetos harán de las tradiciones culturales que la elite difun-dirá a través del Museo, y las tensiones y distorsiones que ello implica, constitui-rán el éxito mismo del proyecto.

2. METODOLOGÍA Y FUENTES

La contextualización de nuestro objeto de estudio es uno de los aspectosmetodológicos al que hemos dedicado especial atención. Con este objetivo re-cogimos los valiosos aportes realizados por Norberto Marquiegui sobre Lujánen los que se advierte, entre otras cosas, la enorme vitalidad y el alto grado de

10 María Élida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján. El ciclo festivo delCentenario de la Revolución de Mayo”, en Anuario del IEHS nº 17, Tandil, Facultad de CienciasHumanas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2002, pp. 49-76.

11 Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición, Barcelona, EUMOEditorial, 1988.

12 Pierre Norá, “La loi de la mémoire”, en Le Debat, nº 78, 1994, pp. 187-191; respecto a laimportancia de los museos en los procesos de construcción de la nacionalidad apelamos a los concep-tos definidos por Benedic Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y ladifusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 228-229.

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urbanización que presentaba la ciudad a principios de siglo XX.13 Esta caracterís-tica constituye uno de los ejes centrales para entender la fundación del Museo, yaque este hecho se producirá en un espacio urbano inserto en un importante proce-so de transformaciones modernizadoras que deben entenderse, a su vez, en uncontexto caracterizado por la llegada masiva de grupos inmigratorios. Según losdatos recogidos por Marquiegui, el censo de 1914 registraba en el partido deLuján, un total de 20.813 habitantes de los cuales 6.142 eran extranjeros, pertene-cientes sobre todo a la comunidad italiana, española, francesa y albanesa.14

Respecto al original trazado urbano, Luján contaba ya hacia 1910 con dosplazas principales estratégicamente interconectadas: una histórica y religiosa, laPlaza Belgrano que albergaba la Basílica, el edificio del antiguo Cabildo y la Casadel Virrey, y otra cívica y de un estilo más moderno, la Plaza Colón, frente a la cualse encontraba el Palacio Municipal. En estos espacios se realizaron los festejos delCentenario de la Revolución de Mayo que intensificaron el proceso de identifica-ción de los ciudadanos con su localidad y promocionaron la ciudad como “capitalespiritual de la nación”.15 Para ello se debía encontrar la manera de insertar elpasado de la ciudad en la “tradición nacional”; por lo tanto, como ya lo anticipa-mos, el ciclo festivo y los espacios urbanos dejaron entrever la vitalidad de unacorriente de pensamiento y de acción en la que predominaban los signos de unatradición colonial, hispana y católica. Por otro lado, la acción conjunta del Estadoy la Iglesia en la organización de los eventos intentaron mostrar el progreso mate-rial, la vital sociabilidad, la religiosidad y el culto a la tradición, lo que favorecía lalenta pero vigorosa construcción de una doble identificación: una identidad nacio-nal en donde el pasado lujanense se viera incluido en el pasado argentino. Sinembargo, a siete años de los festejos del Centenario, una nueva estrategia política

13 Norberto Marquiegui, “Liderazgo étnico, redes de relación y formación de una identidadinmigrante en el destino. Un balance a partir de los casos de los españoles, franceses e italianos deLuján”, en Cuadernos de Trabajo, nº 15, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacionalde Luján, 2000, pp. 123-189. Respecto a las transformaciones socioeconómicas de Luján y a lacomposición de su población véanse los trabajos de Norberto Marquiegui, en especial; “Aproxima-ción al estudio de la inmigración ítalo-albanesa en Luján”, en Estudios Migratorios Latinoamerica-nos, nº 8, 1988, pp. 51-81; “La inmigración española en Luján (1880-1920)”, en Estudios MigratoriosLatinoamericanos, nº 13, 1989, pp. 525-562; “La inmigración gallega a la Argentina. El caso deLuján, 1880-1820”, en Ciclos, nº 4, 1993, pp. 133-153; “Los inmigrantes en los orígenes de lasempresas argentinas. El caso de la Sociedad Anónima de Electricidad de Luján (1911-1930)”, enCuadernos de Historia Regional, nº 16, Universidad Nacional de Luján, Luján, 1994, pp. 87-109; Elbarrio de los italianos. Los ítalo-albaneses de Luján y los orígenes de Santa Elena, Luján, Libreríade Mayo, 1995; “Migración en cadenas, redes sociales y movilidad. Reflexiones a partir de los casosde los sorianos y albaneses de Luján”, en Hernán Otero y María Bejer (comps.), Inmigración y redessociales en la Argentina moderna, IEHS-CEMLA, 1995, pp. 35-60.

14 Norberto Marquiegui, Ana María Silvestrin y Elisabet Cipolleta, “La inmigración italiana enLuján, 1880-1914”, en Cuadernos de Historia Regional, vol. 5, nº 14, Luján, 1989, p. 4.

15 María Élida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján…”.

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y cultural sumó a este espacio social una vitalidad inusitada: en 1917 el Comisiona-do Municipal de Luján solicitó al gobierno provincial fondos para “rescatar” elviejo Cabildo;16 en respuesta a ello José Luis Cantilo establecía por decreto lautilización de este edificio como asiento definitivo del nuevo Museo Colonial eHistórico de la Provincia de Buenos Aires.17

El presente trabajo, por lo tanto, propone reconstruir y contextualizar el pro-ceso de fundación del Museo Histórico y Colonial, teniendo presente las diferentesproblemáticas sociopolíticas imperantes a nivel local, nacional y provincial. Paraello hemos reducido nuestra escala de observación retomando los principios bási-cos de la microhistoria ya que partimos de la premisa de que esta metodología nospermitirá observar con mayor detenimiento la emergencia de elementos y proce-sos que parecen perder relevancia si los analizamos en contextos globales.18 Te-niendo presente lo sucedido en el resto de los países hispanoamericanos,19 elproceso de construcción de una fuerte ideología nacional en España desde finesdel siglo XIX20 y los acontecimientos producidos a nivel mundial que indudable-mente influyeron sobremanera en la Argentina,21 intentaremos responder a los dosinterrogantes que consideramos esenciales para desentrañar el complejo procesode construcción de identidades desde la acción política concreta de los actoressociales que las implementan: ¿cuáles son las características espaciales ysociopolíticas específicas de la ciudad de Luján que hicieron posible la emergenciade elementos culturales e identitarios tan poderosos y perdurables que veremosactuar con posterioridad en la construcción de una “ideología nacional”?; ¿cómose combinaron y se seleccionaron estos elementos en la tradición local para

16 Vale recordar que hasta 1910, la sede municipal funcionaba en la planta edilicia del Cabildo. Enese año, la municipalidad fue trasladada frente a la Plaza Colón, y en el edificio del Cabildo se instalóla comisaría. Ante el deterioro de la edificación, muchas veces se pensó en derribarla, colocar en sulugar una placa recordatoria y construir una nueva planta como ya lo había propuesto, en 1906, elarquitecto Cristophersen para el Cabildo de Buenos Aires. Respecto al proyecto de Christophersenver Alejandro Christophersen, “Conmemoración del gran centenario”; en Revista de Arquitectura,Buenos Aires, julio-agosto de 1906, pp. 88-89.

17 Desde 1972, esta institución pasó a denominarse Complejo Museográfico Enrique Udaondo,en honor al que fue su director desde 1923 hasta 1962.

18 Giovanni Levi, Sobre microhistoria, Buenos Aires, Biblos, 1993.19 José Emilio Burucúa y Fabián A. Campagne, “Los países del Cono Sur”, en A. Annino, L.

Castro Leiva y F.-X. Guerra, De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Iber-Caja,1994, pp. 349-381; Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nacióncon un estado de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas, 2000.

20 Joaquín Varela, La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus,1999; Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, Madrid, Taurus, 1999.

21 Respecto a la nueva función desempeñada por los intelectuales argentinos en la vida política ysocial del país frente al estallido de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, ver Tulio HalperinDonghi, Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930), Buenos Aires, Ariel, 1999, pp. 55-103.

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reivindicar a través de ellos una identidad nacional “hispano-católica” que se veráplenamente formada en la década del 30? La fundación del Museo Histórico y Colo-nial será empleada a manera de “prisma” para dar cuenta de algunas respuestas.

Las fuentes documentales con las que contamos muestran una amplia riquezapor su diversidad, por lo tanto, cada una de ellas ha sido explorada intentandoperseguir un objetivo preciso. En primer lugar, el libro de actas de la institución,22

permitirá extraer información acerca de la conformación de la Comisión Adminis-tradora del Museo, los miembros que la integraron y sus vinculaciones con lasautoridades gubernamentales, los proyectos y las primeras acciones que llevó acabo. En segundo lugar, las fuentes periodísticas informarán sobre el desarrollode la ceremonia oficial de entrega del Cabildo por parte de las autoridades provin-ciales a dicha Comisión. Esta celebración permitirá prestar especial atención a dosaspectos centrales: las acciones concretas de los grupos de poder que aspiraban alegitimar con su presencia su participación en el “proyecto Museo” y las actuacio-nes de los destinatarios concretos del proyecto ideado: los vecinos, las asociacio-nes de inmigrantes, los docentes y sobre todo los escolares y los niños, quienes,como futuros ciudadanos, debían “embriagarse” de las mejores “tradiciones pa-trias”. Pero esas tradiciones estaban claramente delineadas y reformuladas por laselites políticas y culturales que administraban los diferentes niveles estatales. Deahí que, teniendo presente el decreto de fundación del Museo y los discursospronunciados por las autoridades, en el tercer apartado analizaremos el proceso através del cual la elite dirigente “seleccionará”23 algunos elementos del pasadotransformándolos en “historia” oficial e intentará resguardar los restos materialesde esa “historia” en el Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires.Sin embargo, veremos que las desavenencias políticas abortaron el proceso: amanera de epílogo, por tanto, describimos la forma abrupta en que los miembrosde la Comisión del Museo renuncian a sus cargos hasta que las nuevas autoridadesprovinciales renuevan la iniciativa de poner en marcha el Museo. Nuevamente, ellibro de actas de la Comisión y el análisis de la situación política nos ayudarán acomprender mejor los conflictos y a visualizar su posterior solución.

22 Se trata de un libro de grandes dimensiones, foliado, que consta de cuatro actas labradas por losintegrantes de la Comisión Directiva del Museo. Agradezco a Mariana Luchetti y demás personal dearchivo del Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján, por la gentileza con la que me hanpermitido acceder a él.

23 Utilizamos el concepto de “tradición selectiva” acuñado por Raymond Williams, Marxismo yliteratura, Barcelona, Ediciones Península, 1980, pp. 138-145.

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3. LA GESTACIÓN DEL PROYECTO “MUSEO”: LA FORMACIÓNDE LA COMISIÓN ADMINISTRADORA

Para evitar el derrumbe del edificio del Cabildo, en 1917 el Comisionado Municipalde Luján, Domingo Fernández Beschtedt,24 solicitó ayuda monetaria al Interven-tor Nacional de la Provincia de Buenos Aires, José Luis Cantilo.25 Como respues-ta, el 31 de diciembre de 1917 se establecía por decreto la creación en esta edifi-cación del Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires. A estosefectos, Cantilo encomendaba su restauración a uno de los máximos exponentesdel estilo arquitectónico neocolonial, Martín S. Noel26 quien, entre enero y marzode 1918 debía realizar su trabajo. Los plazos eran demasiado cortos porque lostiempos políticos así lo exigían. Recordemos que José Luis Cantilo debía dejar elcargo de Interventor Nacional que Yrigoyen le había asignado el 24 de abril de1917, ante la grave situación de anormalidad política que atravesaba la provin-cia.27 Su función como administrador, en consecuencia, sería breve, lo que no leimpidió que, a ocho meses de asumir el gobierno y ante el pedido del Comisionadode Luján, firmara el decreto de creación del Museo y solicitara a Noel la restaura-ción del viejo edificio del Cabildo. Intentando una gestión rápida y eficaz paraborrar los vestigios conservadores, Cantilo no advirtió que serían las divisionesinternas dentro de su propio partido las que harían tambalear el proyecto lujanenese.28

24 Importante figura del radicalismo lujanense. Fue vicepresidente del Comité de la Unión Cívica deLuján y formó parte de la juventud radical. Tuvo una de sus primeras actuaciones públicas en 1893, cuandoparticipó activamente, en Luján, en la toma de la Municipalidad y la comisaría, en un contexto de fuertesmanifestaciones sociales. En 1917, ante la intervención federal de la provincia de Buenos Aires, fuedesignado Comisionado Municipal de Luján. “Un siglo de política y políticos”, en 100 años de laCoronación de Nuestra Señora de Luján 1887-1987; edición especial de El Civismo, Luján, 1987, p. 22.

25 Cantilo participaba activamente en el radicalismo desde la década de 1890, integraba elComité Nacional de la UCR y había sido diputado provincial y nacional por la Capital Federal. En 1915había fundado el diario radical La Época, del que fue su primer director; Richard Walter, La provinciade Buenos Aires en la política Argentina, 1912-1943; Buenos Aires, Emecé, 1987, p. 68.

26 Ramón Gutiérrez, Margarita Gutman y Víctor Pérez Escolano, El arquitecto Martín Noel. Sutiempo y su obra, Sevilla, Junta de Andalucía, 1995.

27 El objetivo principal de Yrigoyen era poner fin al predominio conservador y frenar las aspiracionespresidenciales de su líder, Marcelino Ugarte. De ahí que Yrigoyen prestó especial atención a la regulariza-ción de la ley electoral de la provincia que negaba el derecho al voto, a los hombres de 18 a 21 años de edad.

28 Una aproximación a la cuestión de la relación entre el partido radical y la administración pública,entre 1916-1930, y las divisiones internas del radicalismo en Ana Virginia Persello, “Administraciónpública y gobiernos radicales, 1916-1930”, en Revista Sociohistórica, Cuadernos del CISH N° 8, UNLP,2001. Para contextualizar esta problemática dentro de un marco temporal más amplio y analizar enprofundidad los cambios experimentados por la política de la provincia de Buenos Aires a lo largo delperíodo 1880-1912, ver Roy Hora, “Autonomistas, radicales y mitristas: el orden oligárquico en laprovincia de Buenos Aires (1880-1912)”, en Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. EmilioRavignani”, nº 23, Buenos Aires, 2001, pp. 39-77.

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Éstas comenzaron a quedar al descubierto ante la proximidad de las elecciones: CamiloCrotto,29 candidato a gobernador por el radicalismo, resultó electo el 3 de marzo de1918, hecho que provocó una de las mayores crisis internas del radicalismo.30

En este contexto, el 18 de abril de 1918 –a sólo un mes de producidas laselecciones– un grupo de personalidades notables del ambiente intelectual de laépoca, se reunieron en el salón de Bellas Artes de la Capital Federal a invitación delministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, doctor José O. Casás “conel propósito de cumplir con el decreto dictado por el Señor Interventor Nacionalen la Provincia de Buenos Aires, don José Luis Cantilo, de fecha 21 de febrero delcorriente año”.31 El objetivo: dejar constituida la Comisión Administradora delMuseo Colonial e Histórico. Para dar sólo algunos nombres podemos decir que seencontraban presentes Domingo Fernández Beschtedt, Comisionado de la ciudadde Luján, Rafael Obligado, Enrique Peña, J. J. Biedma, Enrique Rodríguez Larreta,Carlos M. Urien, Juan C. Amadeo, los hermanos Martín y Carlos Noel, ClementeOnelli, José Marcó del Pont, Federico Leloir y Enrique Udaondo, entre otros.32

Una vez realizado el escrutinio, con 24 votos a favor resultó elegido presiden-te el escritor Enrique Rodríguez Larreta. El arquitecto Martín Noel, que mesesantes había estado a cargo de la restauración del edificio del Cabildo, pasó a ocu-par el cargo de secretario; Enrique Udaondo –quien por entonces tenía a su cargola organización del Museo Popular de Tigre–33 fue designado prosecretario y por

29 De ascendencia italiana, pertenecía a la elite terrateniente y tenía varias propiedades enTapalqué. Estudió en la Universidad de Buenos Aires y se graduó de abogado. Luego se dedicó a laactividad política: participó en la formación de la UCR y en la rebelión de 1903 y 1905. Entre 1907y 1917 ocupó la presidencia del Comité Nacional de la UCR. En 1912, ocupó la banca de senadornacional por la Capital Federal.

30 Hacemos referencia a las hostilidades que durante casi tres años enfrentaron al presidenteYrigoyen y al gobernador Crotto. Una explicación detallada de estos conflictos en Richard Walter, Laprovincia de Buenos Aires..., pp. 66-88.

31 Libro de actas de la constitución del Museo Histórico y Colonial de la Provincia de BuenosAires. Archivo del Complejo Museográfico Enrique Udaondo. En adelante “actas”, folio 1.

32 Enrique Peña (1848-1924): coleccionista y numismático. En 1893 se incorporó a la Junta deHistoria y Numismática Americana, institución que tuvo activa participación en los debates acerca dela construcción de estatuas o monumentos históricos. En 1906 accedió a la vicepresidencia de la Junta.Carlos María Urien (1855-1921): historiador y abogado que se dedicó especialmente a las investigacio-nes históricas en busca de exaltar los valores nacionales. J. J. Biedma (1864-1933): militar, publicista,autor de trabajos históricos y biográficos y director, entre 1903 y 1905, del Archivo General de laNación. Miembro de la Junta de Historia y Numismática, entre 1897 y 1906. José Marcó del Pont(1851-1917): abogado, numismático y coleccionista; en 1893 asume el cargo de secretario de la Juntade Historia y Numismática. Juan C. Amadeo (1862-1935): Coleccionista y anticuario; desde 1897miembro de la Junta de Historia y Numismática. Si bien Rafael Obligado, Carlos Noel, Clemente Onelliy Federico Leloir no integraron la Junta de Historia y Numismática, sí formaban parte de la eliteintelectual de la época y mantenían estrechas vinculaciones con sus miembros.

33 “Informe general. sobre las escuelas del partido de Las Conchas”, Las Conchas, 30 de abril de1918. A través de esta publicación de diez páginas, Udaondo informa al interventor Cantilo respecto

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decisión de Larreta, las demás personas presentes quedaban incorporados a lajunta directiva como vocales.

Los apellidos de renombre que conformaron la Comisión son bastante sugeren-tes para entender las vinculaciones políticas e intelectuales por las cuales Cantilo loshabía convocado. En primer lugar, no parece sorprendente que el cargo de presi-dente de la Comisión haya recaído sobre Enrique Rodríguez Larreta, un prestigiosohombre de letras que, en 1908, había publicado La gloria de don Ramiro. Una vidaen tiempos de Felipe II, donde evocaba con gran realismo la vida y el ambiente delsiglo de oro español. Esa obra le proporcionó gran popularidad, por lo cual abando-nó la Argentina y se radicó en Francia, donde participaba de los más selectos círcu-los intelectuales. Su retorno al país se produjo no casualmente en 1916, luego deltriunfo del radicalismo. El 30 de noviembre de dicho año se realizó un banquete debienvenida, en el Jockey Club de Buenos Aires. Allí, el homenajeado pronunció undiscurso en el que agradeció a los presentes la posibilidad de regresar al país enmomentos en que parece surgir una “nueva ilusión” y una “nueva confianza”.34 Esevidente que sus vínculos con la renovada elite dirigente le ofrecían nuevas perspec-tivas: formar parte de la comisión del nuevo Museo, entre otras.

Algo semejante parece haber sucedido con el arquitecto Martín Noel y conmuchos otros escritores y profesionales que se destacaban, tanto por sus obrascomo por haber compartido experiencias comunes en el campo intelectual, sobretodo en países como Francia y España. En el caso de Martín Noel,35 además deestar vinculado al radicalismo porteño, era uno de los máximos exponentes delestilo arquitectónico neocolonial y mantenía estrechas relaciones con los integran-tes de la Junta de Historia y Numismática Americana.36 Luego de haber realizadosus estudios en Francia, se dedicó a escribir, junto a Ricardo Rojas, en las páginasde la Revista de Arquitectura,37 donde hacen públicas las primeras controversias

al trabajo que está desempeñando como Comisionado Escolar en ese distrito, destacando sobre todosu proyecto de conformar un Museo Escolar que será inaugurado, finalmente, el 18 de noviembre de1918; “Catálogo del Museo Popular de Las Conchas”, Tigre, 1920.

34 Enrique Larreta, Lo que buscaba don Juan. Artemis. Discursos, Madrid, Espasa Calpe, 1967, p. 110.35 Para analizar la trayectoria política y cultural de Noel, ver María Silvia Ospital, “Vocación

hispanista y tradición política radical. La revista Síntesis (1927-1930)”, en Noemí Girbal-Blacha yDiana Quatrocchi-Woisson (dir.), Cuando opinar es actuar. Revistas argentinas del siglo XX, BuenosAires, Academia Nacional de la Historia, 1999, pp. 131-149. Según la autora, a partir de 1927, Noelocupó la dirección de la revista Síntesis, una publicación que podría ubicarse en la confluencia de lavocación hispanista y la tradición política radical.

36 Noel se incorpora a la Junta en 1918, luego de haber realizado el trabajo de restauración deledificio del Cabildo y dos años después de producida la incorporación de Ricado Rojas.

37 Revista editada por la Sociedad Central de Arquitectos y el Centro de Estudiantes de Arquitec-tura, y vocera de los más importantes debates académicos dentro de la disciplina arquitectónica; JoséEmilio Burucúa y Ana María Telesca, “El arte y los historiadores”, en La junta de historia ynumismática..., tomo II, pp. 232-233.

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existentes sobre los estilos arquitectónicos e intentan adaptar el trabajo de losprofesionales en aras de la “consolidación de la nacionalidad”.38 En este contextodeben enmarcase las reivindicaciones de Noel respecto de la autenticidad de lasexpresiones arquitectónicas hispanoamericanas de los siglos XVII y XVIII de lasque valoraba, sobre todo, la fusión de elementos criollos y españoles y que poco apoco irán adquiriendo el nombre de “neocolonial”.39 Ideas semejantes serán plan-teadas por Ricardo Rojas40 y plasmadas posteriormente en Eurindia41 proponien-do la creación de un mito integrador del indígena, el criollo y el inmigrante.42

De ahí que no es conveniente pensar sólo en términos de afinidades políticasal analizar la nómina de los miembros de la Comisión. Ella estaba integrada porpersonas de diferentes partidos políticos43 y sobre todo por una cantidad de nota-bles del ambiente intelectual que habían sido convocados para un proyecto cultu-ral, que si bien había sido ideado por Cantilo y por ciertas personalidades afines alradicalismo –Beschtedt y Martín Noel, por ejemplo–, tenía como finalidad unobjetivo mucho más amplio: trabajar en pos de una “cultura nacional homogé-nea”. Esto se presentaba no sólo como algo necesario para la época, sino tam-bién como todo un desafío. Debemos recordar que muchas de las personas queparticipaban en la Comisión eran miembros activos de la Junta de Historia yNumismática Americana, que funcionaba en la sede del Archivo General de laNación y que, desde 1909, por expresa resolución de la Comisión Especial de

38 “Nacionalismo”; en Revista de Arquitectura, nº 13, Buenos Aires, 1917, p. 2.39 Es importante advertir el sentido integrador y aglutinante que Noel le otorga al término

“neocolonial”, sobre todo teniendo presente los arduos debates producidos en los primeros años delsiglo xx entre intelectuales españoles y americanos, respecto al significado preciso del vocablo.Mientras en España comenzaban a adquirir notable influencia las corrientes “americanistas”, losauditorios latinoamericanos miraban con desconfianza este “reencuentro” de la “madre patria” consus antiguas colonias. Fernando Ortiz, por ejemplo, antropólogo cubano formado en España criticó,en 1911, los planteamientos de acercamiento en su libro La reconquista de América. Reflexionessobre el panhispanismo. Allí denunciaba que la relación que se intentaba establecer tras el término“panhispanismo” estaba lejos de ser igualitaria. Quedaba claro, según él, que España proclamaba supreeminencia sobre los pueblos americanos y que trataba de llevar a cabo una tentativa “neocolonial”imponiendo un liderazgo intelectual a los países americanos. Para describir este nuevo fenómeno,Ortiz inventó la palabra “neocolonial”. Para mayor información respecto a este tema ver CarlosSerrano, El nacimiento de Carmen..., p. 324.

40 Ricardo Rojas, La restauración nacionalista. Crítica de la educación argentina y bases parauna reforma en el estudio de las humanidades modernas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1971.

41 Ricardo Rojas, Eurindia, vol. 1, Buenos Aires, CEAL, 1993; vol. 2, Buenos Aires, CEAL, 1980.42 Burucúa y Telesca “El arte y los historiadores...”; p. 232.43 En el mismo discurso Larreta le manifiesta su gratitud a Cantilo por haber “puesto especial

empeño en apartar al nuevo instituto de las pasiones y vicisitudes de la política”. Agrega luego que“hay entre nosotros personas de diferentes partidos y muchas que no pertenecen a ninguno” y que,por lo tanto no ha de ser él “quien perturbe la tranquilidad de la casa”. Enrique Larreta, Lo quebuscaba don Juan..., p. 115.

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Estatuas y Monumentos de la Comisión Nacional del Centenario era la encargadade redactar todas las noticias históricas o biográficas y de evacuar toda consultade historia nacional que le fuera requerida. Quizás, un dato central para el temaque nos ocupa lo constituyen las vinculaciones entabladas entre el mismo Cantiloy los miembros de la Junta, una relación formalizada en 1909, mediante su incor-poración como miembro de la institución.44

Luego de establecidos los cargos de la Comisión del Museo y de que Larretaagradeciera la designación como presidente, planteó a sus compañeros “sus du-das sobre diversas cuestiones relacionadas con la misión” que se le otorgaba y que“a su juicio, debían ser resueltas por el Señor Interventor Nacional, o por el futurogobierno de la provincia una vez que estuviese constituido”.45 Ante la incertidum-bre respecto de quién decidiría, en el futuro, sobre la nueva institución, Larretaexpresó sus puntos de vista respecto a la misión cultural que correspondía alMuseo, expuso algunas ideas respecto de lo que se podría hacer una vez queestuviese inaugurado y para culminar la sesión manifestó que la “Comisión pro-pondría al Ministerio de Gobierno su reglamento y procedería a hacerse cargoinmediatamente de la dirección y organización del Museo Colonial e Histórico deLuján, primero de esta índole que se fundaba en la provincia de Buenos Aires ”.46

Todo debía resolverse en el menor tiempo posible ya que pronto Camilo Crottoasumiría el cargo de gobernador. De ahí que el 22 de abril, Cantilo firmó undecreto en el que establecía la suma mensual de “un mil quinientos pesos”47 parafinanciar el museo proyectado por él mismo. Con este problema resuelto, se apre-suró también a fijar la fecha para entregar oficialmente el edificio del Cabildo a laComisión Administradora del Museo, acción que, por supuesto, no dejaría enmanos de su sucesor.

El 28 de abril, dos días antes de alejarse del cargo, fue el día elegido porCantilo y nuevamente los miembros de la Comisión Directiva se reunieron paradejar constancia de lo acontecido en la ceremonia.48 El acta redactada es suma-mente rica ya que describe minuciosamente lo ocurrido en esa fecha y no difiere

44 Durante la década de 1910, el futuro Interventor había iniciado un arduo debate entre loshistoriadores de la institución a raíz de los errores observados en la indumentaria de época de losdistintos personajes relacionados con los hechos de 1810. Al parecer, Cantilo apuntaba a lograr quelas representaciones fuesen lo más fieles posibles e insistía en consultar toda la bibliografía disponiblepara fundamentar la labor artística con una investigación previa adecuada; Aurora Ravina, “Lafundación, el impulso mitrista y la definición de los rasgos institucionales. Bartolomé Mitre (1901-1906) y Enrique Peña (1906-1911)”; en La junta de historia..., p. 35.

45 Actas, folio 2.46 Actas, folio 4.47 Actas, folio 9.48 Actas, folios 5-6-7.

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en rasgos generales con la información reproducida en las fuentes periodísticas.Concentrémonos de lleno en el desarrollo de la ceremonia oficial, claramente, unode los hechos más esperados por el interventor saliente, y dejemos para másadelante las dificultades que comienzan a percibir los miembros de la Comisióncuando intentan efectivamente poner en marcha el Museo.

4. LA CELEBRACIÓN: LA CEREMONIA OFICIAL DE ENTREGA DEL CABILDOA LA COMISIÓN ADMINISTRADORA DEL MUSEO

Los eventos festivos y las celebraciones son, ante todo, un tipo específico deacción social que pertenece a la esfera de las prácticas simbólicas, entendiendopor tales aquellas orientadas a la creación y transformación de los símbolos queconfieren sentido a la vida humana.49 Por ello, el primer rasgo que merece señalar-se en la ceremonia oficial de entrega del Cabildo a la Comisión Administradora delMuseo es el hecho de que constituye una celebración que no sólo evoca un objetoo acontecimiento sino que muestra y patentiza el valor que le otorgan tanto losorganizadores como los receptores del evento.

Como advertimos con anterioridad, el acta labrada por los miembros de laComisión del Museo deja traslucir lo ocurrido en Luján, el 28 de abril. Sin embar-go, podemos ampliar la información consultando diversas fuentes periodísticasque reprodujeron en sus páginas los hechos más relevantes del evento: es el casode los diarios capitalinos La Razón y La Nación, de los periódicos locales ElCivismo,50 La Opinión51 y La Perla del Plata52 cuya información analizamos conespecial atención por tratarse del órgano periodístico de la Basílica de Luján.

Concretamente, ni bien José Luis Cantilo se apresuró a señalar la fecha de lacelebración “las autoridades de la localidad resolvieron asociarse al acontecimien-to”.53 El Comisionado Municipal invitó al vecindario a concurrir en manifestaciónpública e invitó a preparar el escenario festivo: la población local “había adornadosus casas con banderas argentinas y la propia Municipalidad distribuido insigniasnacionales, españolas y sudamericanas, a lo largo del recorrido”.54 Mientras tanto,

49 Antonio Ariño Villarroya, La ciudad ritual. La fiesta de las fallas, Barcelona, Anthropos,1992, p. 214.

50 Órgano periodístico que comenzó a circular en 1916.51 Órgano periodístico que comenzó a circular en 1904.52 Órgano periodístico de la Basílica de Luján que comenzó a circular en 1890.53 Actas, folio 5.54 “Museo Colonial de histórico de la Provincia de Buenos Aires. Entrega del Cabildo de Luján,

Acto oficial, Festejos populares”, en La Nación, Buenos Aires, 29 de abril de 1918.

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la plaza histórica rodeada por el edificio capitular y la Basílica, en la que en 1910 sehabía colocado la piedra fundamental para construir el monumento ecuestre aBelgrano “fue teatro de la constante animación popular”.55 No era para menos: elviejo Cabildo se transformaba en sede del nuevo Museo y, por lo tanto, su frenteestaba adornado por banderas españolas y argentinas ondeando al viento.

Pero los representantes del poder político local no sólo delinearon el escena-rio: también organizaron algunas actividades destinadas a los vecinos de Luján.Fernández Beschtedt, vale recordarlo, además de ocupar el cargo de ComisionadoMunicipal, había sido designado “delegado en Luján” por los miembros de la Co-misión Administradora del Museo. De ahí que al mediodía ofreció un asado concuero en el local del hipódromo y atrajo la atención del vecindario con la reproduc-ción de escenas “genuinamente criollas”.56 La importancia de estas prácticas noradicaba en su novedad sino, por el contrario, en su arraigada “tradición”: duranteel período rosista, por ejemplo, se denominaba “asado federal” al asado con cueroque se consumía en ciertas ocasiones festivas.57 En un contexto de reafirmaciónde la tradición gauchesca propia de mediados de la década del 10,58 los partidospolíticos intentaban montar una serie de prácticas sociales arraigadas en la expe-riencia histórica tendientes a proyectar una imagen nacionalista y sobre todo “criolla”del pasado nacional.59

Según las fuentes periodísticas, la animación popular alcanzó su pico máximoa las dos de la tarde, “con la llegada del tren expreso que conducía al interventorde la provincia, al obispo de La Plata, monseñor Terrero, a varios funcionariosprovinciales y a los miembros de la comisión del museo, quienes fueron recibidospor el comisionado municipal, señor Fernández Beschtedt, y por una considerablecantidad de público que agolpado en los andenes los aplaudió estruendosamente.

55 “Museo colonial e histórico de la provincia de Buenos Aires”, en La Razón, Buenos Aires, 29de abril de 1918.

56 Ibidem .57 Juan Carlos Garavaglia, Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX,

Rosario, Ediciones Homo Sapiens, 1999, p. 170.58 Respecto a la reivindicación de las virtudes mitológicas del gaucho como atributos por exce-

lencia del “ser argentino”, ver Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Ensayos argentinos..., pp. 182-260; Maristella Svampa, El dilema argentino..., pp. 85-134; Raúl Fradkin, “Centaures de la pampa.Le gaucho, entre l’historie et le mythe”, en Annales HSS, janvier-fevrier, nº 1, 2003, pp. 109-133.

59 Los conservadores, por ejemplo, incluían en sus mitines preelectorales a un contingente dejinetes ataviados a la usanza gaucha, que lucían las boinas rojas (distintivo del partido de la Provinciade Buenos Aires). Los radicales que llevaban boinas blancas patrocinaban rodeos, peñas y carreras decaballos. Los dos partidos realizaban el tradicional asado criollo tal vez con el objetivo de atraer a losargentinos nativos y también a los hijos o nietos de inmigrantes que, mediante la asimilación de estoselementos culturales, buscaban acceder a integrarse con derechos plenos a la vida social. Respecto ala asimilación del criollismo por los grupos inmigratorios ver Adolfo Prieto, El discurso criollista enla formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988, pp. 18, 98, 131.

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La comitiva se dirigió en carruajes y automóviles a la Municipalidad de Luján,trasladándose después, a la cabeza de la columna popular, al Cabildo Histórico”.60

Al llegar a la Plaza Belgrano se sumaron a la manifestación los alumnos de lasescuelas locales y la Banda del 6 de Infantería.61 Hubo estampido de petardos ymarchas marciales que no impidieron percibir los “aplausos y vítores al interven-tor y a los miembros de la Comitiva”.62

Las diferentes esferas de poder local y provincial se hacían presentes en elgran escenario montado para que todos los sectores quedaran ubicados dentro deuna estricta jerarquía pero que, a su vez, ninguno de ellos pasara inadvertido. Deahí el hecho de que la comitiva oficial pasara primeramente por la IntendenciaMunicipal ubicada frente a la Plaza Colón, en un acto de reconocimiento a lainstitución como organizadora local del evento. Recordemos además, que esteespacio también se convertía en importante referente simbólico si tomamos encuenta el nombre con el que se había bautizado el terreno.

Pero era en la plaza Belgrano donde se produciría el encuentro entre las dife-rentes esferas de poder representando lo local y lo provincial, lo civil y lo religioso,el pasado, el presente y por qué no el futuro. Ése era el motivo por el cual lasautoridades penetraron en la sala capitular y estrecharon la mano a varios ancianos(antiguos pobladores de la villa) que se habían apostado “a modo de guardia” en elinterior del edificio,63 a un costado del estrado a través del cual, entre banderasargentinas y españolas aparecía el retrato al óleo de don Juan de Lezica y Torrezuri“fundador de la villa” y “protector en la primera centuria de su existencia”.64 Valerecordar que Lezica y Torrezuri era recordado y venerado como el “verdaderoPadre de Luján”65 por haber construido el primer templo a la Virgen inaugurado el

60 La Razón, Buenos Aires, 29 de abril de 1918.61 Respecto a la influencia que los círculos militares comenzaban a tener en la sociedad civil, ver

Loris Zanatta, Del estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo,Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

62 La Razón, Buenos Aires, 29 de abril de 1918.63 Ibidem; el artículo periodístico menciona con nombre y apellido a los “antiguos pobladores de

Luján”.64 Actas, folio 6.65 Según la tradición local, Lezica y Torrezuri llegó al Río de la Plata y recorriendo las estancias

de Luján sufrió el impacto de “la fervorosa fe que los pueblos del Virreinato le profesaban a la virgende las orillas del Río Luján”. Al encontrarse enfermo, Lezica pidió que lo trajeran a los pies de laimagen de la virgen. Allí, con la sola frotación de agua de un manantial cercano se produjo el“milagro” de su curación. En agradecimiento, entonces, comenzó la construcción de un pequeñotemplo en honor a la Virgen de Luján; Revista Nosotros, nº 64, año VI, p. 26. Sobre Lezica y Torrezuriver Jorge G. Cortabarría, “Don Juan de Lezica y Torrezuri. Actividades económicas y sociales de ungran comerciante del Buenos Aires del siglo XVIII”, en Res Gesta, nº 22, Rosario, FDYCS UCA, julio-diciembre de 1987, y Dedier N. Marquiegui, Estancia y poder político en un partido de la campañabonaerense (Luján, 1756-1821), Buenos Aires, Biblos, 1990, pp. 35 y 36.

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8 de diciembre de 1763: ubicados al costado del estrado, los ancianos daban con-tinuidad al mito fundador y legitimaban con su presencia al “patriciado lujanense”reforzando la “identidad” local y fijando sus orígenes prístinos.

Acto seguido hicieron uso de la palabra los representantes políticos del pro-yecto “Museo”: el Comisionado Municipal, el Interventor Nacional, el arquitectoMartín Noel y Enrique Rodríguez Larreta, quien asumía públicamente la respon-sabilidad de presidir la Comisión Administradora y, por lo tanto, llevar a feliz tér-mino la obra proyectada por Cantilo.66 Precisamente, el interventor dejaría sucargo con una gran dosis de alivio si esta última cuestión quedaba claramenteregistrada por la comunidad local. Y parece haber logrado su objetivo ya queterminado el acto “el pueblo que llenaba la plaza pública, solicitó vivamente lapalabra del Interventor Nacional, quien señaló las proyecciones del Museo, refirióel alcance de la ceremonia, que había ocurrido en el interior del edificio y agrade-ció la manifestación cariñosa y significativa tributada por el vecindario”.67

Mientras las damas y señoritas pasaban a la sala contigua para ser obsequia-das con un lunch, en el patio del futuro Museo se les daba activa participación alos grupos escolares que, acompañados por sus docentes, saludaban con flores yaplausos al interventor y a la comitiva. Los niños no podían estar ausentes en elparticular evento ya que, de alguna manera, ellos debían ser los más ágiles recep-tores del mensaje pedagógico que se pretendía transmitir: de ahí que la señoritaElisa González en representación del personal docente de las escuelas locales pro-nunció un discurso que, según el cronista de La Perla del Plata, constituyó “unhimno a los sentimientos de religiosidad y patriotismo”, elementos que “debenmarchar unidos en el futuro, pues fueron los que hicieron todo cuanto tiene deilustre la gloriosa villa”.68

Aunque algunos periódicos parecen no haberlo registrado,69 la ceremonia toda-vía no llegaba a su fin: la revista del Santuario señala que posteriormente “la comitivase trasladó a la basílica. Monseñor Terrero la acompañó hasta el altar de la Virgen acuyos pies se arrodillaron junto con el prelado, el interventor y su comitiva”.70 Elacto no sólo dejó traslucir el poder de la cúpula eclesiástica, también evidenció lasacciones coordinadas entre la esfera política y religiosa, sobre todo a nivel local.

66 Los discursos pronunciados por el Comisionado Municipal y por el Interventor Provincial,José Luis Cantilo, aparecen transcriptos según la publicación de La Perla del Plata del 5 de mayo de1918, en Raúl Fradkin y otros, “Historia, memoria y tradición: la fiesta de la quema del Judas enLuján”, en Cuadernos de Trabajo nº 17, Departamentos de Ciencias Sociales, Universidad Nacionalde Luján, 2000, pp. 69-72.

67 Actas, folio 6.68 La Perla del Plata, 5 de mayo de 1918.69 Tanto La Razón como La Nación coinciden en relatar que, luego de la ceremonia en el patio del

Cabildo, la comitiva se dirigió a la estación del ferrocarril para emprender el regreso a Buenos Aires.70 La Perla del Plata, 5 de mayo de 1918.

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5. IDENTIDAD LOCAL, PROVINCIAL Y NACIONAL: EN BÚSQUEDA DE LA TRADICIÓNCOLONIAL HISPANO-CATÓLICA

El interventor federal José Luis Cantilo, establecía la creación del Museo Colonial eHistórico de la Provincia de Buenos Aires en un intento de resaltar el rol cumplido porla provincia “que tan principal y característica actuación tuvo en la época de la coloniay en la emancipación nacional”.71 Este rescate de lo “bonaerense” como cuna de latradición nacional “criolla” debía ir acompañado de reivindicaciones concretas en elámbito local; de ahí que la ciudad de Luján aparece como el nexo apropiado paradesarrollar fuertes sentimientos de pertenencia territorial: “Que la Villa de Luján debeelegirse como asiento del Museo Colonial e Histórico de la provincia de Buenos Aires,por existir en ella el venerable edificio capitular y por ser esta Villa la población másantigua de la Provincia, centro verdadero de la tradición gauchesca de la llanura, cuyoprimitivo núcleo de habitantes data del año 1630, fecha en la cual aparece ya en lahistoria como atalaya de Buenos Aires en su lucha contra el salvaje”.

En la reelaboración construida por Cantilo, el territorio –la antigua Villa deLuján– parece haber desempeñado un papel fundamental en la historia de laprovincia y a la vez de la nación. Considerando que Luján fue la población másantigua de la provincia, la historia “bonaerense” queda personificada en el terri-torio lujanense, ya que ésta es la tierra de los antepasados y la de los orígenesmíticos de la comunidad provincial a la que Cantilo representa políticamente. Enun contexto signado por la afluencia inmigratoria y, por lo tanto, carente deespecificidad cultural, parece importante percibir la importancia del factor terri-torial como elemento de singularización capaz de actuar como principio de dife-renciación nacional,72 regional o local.

Este importante papel desempeñado por el territorio en la construcción nacio-nal argentina permite explicar el hecho de que, en el discurso de Cantilo, Luján seconvirtiera en la cuna misma de la tradición gauchesca de la llanura pampeana queademás participó activamente en la lucha contra la “barbarie” indígena. Sin em-bargo, en la reelaboración del pasado, no es sólo la “población criolla” la queotorga importancia a esta ciudad. Son sobre todo sus ya nombradas institucionescoloniales que demarcaron el territorio: “Que en el transcurso de nuestra evolucióncívica reaparece Luján con su Cabildo genuinamente criollo, defendiendo sus

71 Decreto de fundación del Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires, LaPlata, 31 de diciembre de 1917, en folleto de propaganda editado por el Museo el 31 de diciembre de1927 conmemorando el décimo aniversario de su fundación. Archivo del Complejo Museográfico“Enrique Udaondo”. En adelante “decreto”.

72 Mónica Quijada, “Imaginando la homogeneidad: la alquimia de la tierra”, en Mónica Quijada,Carmen Bernard y Arnd Schneider, Homogeneidad y nación..., pp. 179-217.

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fueros contra la preponderancia del de Buenos Aires y se convierte más tarde, conPueyrredón a la cabeza, en foco de resistencia contra el invasor de 1807”.73

Nuevamente, según el interventor, el Cabildo “genuinamente criollo” aparececomo la institución política originaria y a la vez primigenia de la provincia, lo quepermite diferenciarla tanto en el presente como en el pasado de la ciudad de Bue-nos Aires. Esta diferenciación que transforma a la región en la cuna de la tradicióncolonial es reivindicada por Cantilo con especial énfasis ya que le permite redefinirla historia nacional desde una perspectiva provincial. Más aún, enfatizar la partici-pación de Luján en las invasiones inglesas permitía mitigar la historia de un con-flicto resuelto por la población eminentemente porteña y recalcar la participaciónbonaerense en la lucha contra el “invasor”. En definitiva, la activa intervención deLuján, vale decir, de la provincia de Buenos Aires en el pasado nacional la convier-te en el nexo perfecto para redefinir la tradición argentina ya que, según el decreto,“aún por encima de estos honrosos antecedentes, debe recordarse que la simientede la libertad encontró en Luján tierra propicia para su arraigo inicial, y en elpatriotismo ingénito de sus hijos, vigorosos elementos de difusión futura”.

De ahí que el objetivo no era sólo la restauración del antiguo Cabildo: “para sufiel conservación es menester adaptarlo a un destino elevado y de carácter definiti-vo”. Un museo que, como su nombre lo indica, se dedicara al rescate de la tradicióncolonial. Esta característica esencial lo diferenciaba del Museo Histórico Nacionaldedicado a rescatar los orígenes institucionales de la Argentina. El Museo de Lujánestaría sustentado sobre la propia estructura edilicia del Cabildo, cuya arquitectura–se empeña en resaltar Cantilo– “es del más puro estilo colonial”.

Efectivamente, en el acto oficial del 28 de abril, Martín Noel pronunció un discur-so en el que explicaba las razones que lo guiaron en el trabajo de reparación del Cabil-do, un edificio que atesoraba “el germen espiritual de la arquitectura de nuestra Pampa”74 ypor lo tanto se trasformaba en la musa inspiradora de todos aquellos arquitectos yartistas que, como él, ansiaban “el nacimiento de una estética nacionalista”.

La asociación complementaria entre “estilo colonial” y “estética nacionalista”estaba lejos de parecer descabellada. La evidente necesidad de proponer un estiloarquitectónico que remitiera al pasado colonial hispánico como expresión“auténticamente nacional” era planteada cada vez con mayor énfasis por los cír-culos políticos e intelectuales de fines de la década del diez.75 A su vez, como ya

73 Decreto.74 Martín Noel, “La arquitectura hispano-americana en el Cabildo de Luján”, en Contribución a

la historia de la arquitectura hispanoamericana, Buenos Aires, Ed. Peuser, 1921.75 Ramón Gutiérrez, “Martín Noel en el contexto Iberoamericano. La lucidez de un precursor”, en

Ramón Gutiérrez, Margarita Gutman y Víctor Pérez Escolano, El arquitecto Martín Noel..., p. 17; TulioHalperin Donghi, “España e Hispanoamérica: miradas a través del Atlántico (1825-1975)”, en Elespejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, pp. 78-91; Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano,Ensayos argentinos..., pp. 161-209; Maristella Svampa, El dilema argentino..., pp. 85-134.

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lo había hecho Cantilo a través del decreto de creación del Museo, Noel intentabarelacionar el concepto de “región pampeana-bonaerense” con el de “estética na-cional hispánica”. Concretamente, respecto al cabildo manifestaba que: “Su fiso-nomía característica de la provincia de Buenos Aires ordenaba el respeto por latradición regional [...] Dos eran las fábricas de nuestro Cabildo y a dos épocasdistintas pertenecieron [...] Traía la más antigua que fue erigida a mediados delsiglo XVIII, los trazados remanentes del viejo virreinato del Perú, que por vías deBolivia habían hecho camino por Salta, Tucumán y Córdoba hasta Buenos Aires[...] La segunda [...] se nos allegaba, quizás por vías más directas, de una Españaya saturada de galicismos. Asimismo, las dos hermanaron y adquirieron en nues-tro terruño un sabor indeleble de originalidad provinciana. Y era que, ya en unacorriente como en la otra, ocurría un proceso inconsciente, que fuerza es decirlo,había hallado un crisol en la sierra andina –la llanura pampeana atenuó el enfervo-rizado barroquismo de sus firmas exaltando en ellas el sésamo balsámico de nues-tras praderas [...] A la sombra de este esparcimiento se construyeron nuestrasvillas coloniales, modestas sí, pero ricas en esencia”.76

Capturar la “esencia espiritual” de estas villas coloniales en vías de desapari-ción parece ser el objetivo de Noel. Y para concretarlo, que mejor que reparar eledificio adoptando el estilo neocolonial, que, de alguna manera, intentaba resolverlas posibilidades de combinar la doble demanda de preservación y cambio; o si sequiere, de modernidad y tradición en un espacio público en vías de moderniza-ción. Sin embargo, no era tan sencillo: los debates dentro de la disciplina arquitec-tónica respecto de la posibilidad de aplicar el neocolonial eran arduos y complejos,tanto que se prolongaron durante las décadas del veinte y del treinta. Las posibili-dades concretas de adaptar cierto tipo de edificios (cuyo valor radicaba en lasantiguas condiciones manuales de producción y los materiales utilizados para suconstrucción) a las necesidades de la ciudad moderna eran escasas, por ello esteestilo arquitectónico no intentará reconstruir con exactitud los edificios históricossino “recrearlos”, modernizar las formas antiguas “de acuerdo con las necesida-des espirituales, materiales y artísticas de la vida contemporánea”.77

Pero ¿cuáles eran las necesidades espirituales que ciertos sectores de la elitecultural percibían como necesarias? Evidentemente el reencuentro con España.

76 Martín Noel, Contribución a la historia...77 Ángel Guido, Palabras pronunciadas en el III Congreso Panamericano de Arquitectos reali-

zado en Buenos Aires en 1927; extraído de Ramón Gutiérrez, “Martín Noel...”, pp. 27 y 35. Estaconcepción de la arquitectura estuvo lejos de ser aceptada en forma unánime: en 1948 se hacepública la polémica entablada entre Martín Noel y Mario J. Buschiazzo: mientras el primerointentaba “recrear” antiguas formas desde la percepción “subjetiva”, Buschiazzo hacía hincapié enla necesidad de lograr la máxima precisión en el análisis de las fuentes documentales para recons-truir el pasado. Para mayor información remitirse a José Emilio Burucúa y Ana María Telesca, “Elarte y los historiadores...”, p. 235.

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De ahí que una de las personas más importantes del proyecto “Museo” fueseRodríguez Larreta, un reconocido hombre de letras de ascendencia española que,según sus propias palabras, estaba profundamente convencido de que “jamás na-ción alguna podrá sobrepujar las glorias espirituales y heroicas de España”.78

Este mensaje era profundamente internalizado en Luján. No por casualidad lainfanta Isabel de Borbón había visitado la ciudad durante los festejos del Centena-rio de la Revolución de Mayo79 y se había sorprendido, no sólo ante la grandiosadevoción popular de los lujanenses sino, también y sobre todo, al advertir lasenormes semejanzas urbanísticas entre Luján y las ciudades españolas. Las cau-sas de este proceso de identificación, no sólo debemos buscarlas en la firmedecisión de los gobiernos comunales de construirlas y fomentarlas. La tempranaformación de la colectividad española, su enorme influencia en la estructurasocioeconómica de la región, y la acción propagandística reforzada por la propiaelite española, sobre todo desde fines del siglo XIX, tendiente a reafirmar entre losinmigrantes el apego a los valores de su tierra originaria, exaltar sentimientos pa-trióticos y recrear identidades de origen, estaban en el fondo mismo de la cues-tión; sobre todo, en una comunidad que, desde finales de siglo, recibió la enormeinfluencia de grupos inmigratorios italianos.80

De ahí que no puede sorprendernos el extraordinario “culto a España” preva-leciente entre los lujanenses que fue activado por las autoridades con la creacióndel Museo. Las similitudes materiales entre la escenografía urbana local y la “ma-dre patria” se transmutaban a su vez en semejanzas espirituales que aparecían nosólo como vitales, sino, sobre todo, como propias de la comunidad lujanense.Dentro de ellas, el catolicismo ocupaba un lugar central: nuevamente la ciudad deLuján y España tenían elementos comunes con los cuales identificarse.

La mayor parte de los fieles católicos del país reconocían a la Basílica deLuján como uno de los mayores centros de peregrinaje, a los que concurríananualmente, muchas veces, estimulados por las propias autoridades políticas delgobierno de turno: el 8 de mayo de 1887 una peregrinación nacional celebraba la

78 Discurso pronunciado por Larreta en el banquete de bienvenida ofrecido en su honor en elJockey Club de Buenos Aires el 30 de noviembre de 1916; en Enrique Larreta, Lo que buscaba donJuan..., p. 113.

79 En 1911 apareció en España una publicación en la que se relataban los acontecimientos produ-cidos durante el viaje realizado por la infanta Isabel de Borbón a la Argentina, en ocasión de celebrarselos festejos del Centenario de la Revolución de Mayo; marqués de Valdeiglesias, Las fiestas del Centena-rio en la Argentina. Viaje de S. A. R. la infanta doña Isabel a Buenos Aires, Madrid, 1911.

80 Norberto Marquiegui, “Liderazgo étnico...”; según datos obtenidos de los tres primeros censosnacionales el autor advierte que, ya en 1869, los españoles eran el grupo nacional europeo másrepresentativo de todos los arribados a Luján. Si bien entre 1870 y 1880 se observa un declive conside-rable, desde 1881 se advierte una lenta pero sostenida recuperación de grupos inmigratorios españoles.Entre 1895 y 1914 los inmigrantes españoles se convierten en el grupo de mayor crecimiento delperíodo, consolidándose como la segunda comunidad en importancia detrás de los italianos.

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coronación de la Virgen de Luján y otra, realizada el 13 de mayo de 1900, laproclamaba Patrona de la provincia de Buenos Aires.81 A su vez, en un contex-to en el que el poder político y eclesiástico parecían complementarse, otragran peregrinación nacional se organizó, el 15 de mayo de 1910, para darinicio en la ciudad de Luján a las fiestas en conmemoración del Centenario dela Revolución de Mayo.82 Y si bien esta manifestación de fe y patriotismoestuvo organizada por las autoridades eclesiásticas, no dejaron de asistir alevento los máximos representantes de los diferentes niveles del gobierno:83 laelite política nacional, provincial y local rememoraron juntos la “veta religio-sa” de los revolucionarios de Mayo, en especial del general Belgrano, que erahomenajeado especialmente por su devoción a la Virgen de Luján. A través desu figura era posible amalgamar la historia nacional con el pasado lujanensenada menos que a través de la devoción popular a la Virgen, un fenómeno de“catolización” que si bien Zanatta advierte hacia la década del 20,84 en Lujánparece iniciarse mucho antes.85

Los acontecimientos de 1910 deben entenderse, entonces, en un contextocaracterizado por la articulación y consolidación de la estructura jerárquica yorganizativa del catolicismo argentino, sobre todo a nivel nacional. Como lo ad-vierten Zanatta y Di Stéfano, durante las tres primeras décadas del siglo XX elcatolicismo comenzó a influir mucho más en la marcha de la vida política, sociale intelectual de la nación.86 Por lo tanto, para examinar con mayor detenimiento eldesarrollo de las aproximaciones entre poder político y poder eclesiástico, haciafines de la década del 10 y primeros años de la década del 20, debemos tenerpresente las transformaciones sociopolíticas introducidas por el triunfo del radi-calismo y, sobre todo, esa suerte de “pluralismo” político, social y cultural queeste hecho acarreó como consecuencia. La puesta en marcha de la ley Sáenz Peñamodificó sustancialmente las relaciones entre la iglesia y la política, ya que ahoraera inevitable que los militantes católicos tuvieran distintas referencias políticas.

81 Enrique Udaondo, Reseña histórica..., pp. 318-319. Respecto de la importancia de las peregri-naciones a Luján, sobre todo en la experiencia de las colectividades inmigratorias, ver Daniel Santamaría,“Estado, iglesia e inmigración en la Argentina moderna”, en Estudios migratorios latinoamericanos,nº 14, Buenos Aires, 1990, pp. 139-181.

82 Antonio Scarella, Pequeña historia de Nuestra Señora de Luján. Su culto, su santuario y supueblo, Buenos Aires, 1925, p. 393.

83 Para analizar la estrecha relación entre las autoridades eclesiásticas y el gobierno de FigueroaAlcorta en 1910, ver “La iglesia y el mensaje presidencial” y “La iglesia y el Centenario de laIndependencia” en la Revista del Santuario de Luján La Perla del Plata, 15 de mayo de 1910, p. 36.

84 Loris Zanatta, Del Estado liberal...85 María Élida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján...”.86 Loris Zanatta y Roberto Di Stéfano, Historia de la iglesia argentina. Desde la conquista

hasta fines del siglo XX; Buenos Aires, Grijalbo, 2000, pp. 354-355.

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De ahí que, al menos durante las tres primeras décadas del siglo, debemos cuidar-nos de identificar la consolidación institucional de la iglesia con el conservaduris-mo o con el radicalismo.87 Si pensamos la relación con este último –ya que es elaspecto que nos ocupa– debemos tener presente que aun cuando Yrigoyen nopodría ser identificado como “anticlerical”,88 también es verdad que la dirigenciapolítica de su partido era ideológicamente muy heterogénea y no se acercaba en lomás mínimo al proyecto de restauración integral del orden cristiano, ideado por lajerarquía eclesiástica argentina. Estos motivos hacen necesario introducir una ma-yor complejidad al problema y tomar en consideración otros aspectos menos ex-plorados, tal vez más sutiles, que permitieron a la elite política y eclesiástica actuarconjuntamente en la conformación de una identidad argentina que colocara comovalor supremo el respeto por la religión católica.

Como representante político de la provincia de Buenos Aires, Cantilo parecehaberlo comprendido. El Cabildo de Luján –y ahora el nuevo museo– se hallabaubicado en el centro histórico de la ciudad, frente a la Iglesia y la Plaza Belgrano,un espacio urbano con amplia capacidad simbólica para engendrar la devociónpopular.89 El proyecto de instalar el Museo en ese lugar, en el que se encontrabauno de los edificios más importantes de la Iglesia Católica, parece planeado conuna intencionalidad deducida de las propias palabras del interventor Cantilo. En eldiscurso pronunciado ante la Comisión Administradora del Museo identifica alCabildo y al templo “como dos elementos de civilización, como dos columnassustensoras de la vida urbana”90 erigidas en mitad del siglo XVIII. La primerareelaboración del pasado estaba en marcha: el templo al que se refiere Cantilo es elque, según la tradición, fue construido por Lezica y Torrezuri y, posteriormente,demolido para construir la Basílica. Por lo tanto, es inexistente a la vista de losoyentes y pasa, entonces, a formar parte de la más antigua tradición. La mismaque permite identificar al templo católico y a una institución colonial como ele-mentos primigenios de la vida urbana y civilizada de la provincia de Buenos Aires.Prosigue Cantilo para finalizar su relato: “En sus dos representaciones del espírituy la inteligencia, esos dos edificios vecinos, ideados por una misma mentalidad,constituyeron también un solo símbolo”.

Si las personas presentes giraron sus cabezas tratando de identificar los sig-nos “ideados por la misma mentalidad” no iban a encontrarlos a simple vista en losestilos arquitectónicos. Cada edificio –templo-basílica y Cabildo-Museo– remiten

87 Ibidem, pp. 394-407.88 Respecto a las relaciones entabladas entre la iglesia y el radicalismo, más específicamente

entre Yrigoyen y Manuel Carlés, presidente de la Liga Patriótica, ver Tulio Halperin Donghi, Vida ymuerte..., pp. 124-142.

89 José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976,pp. 99-108.

90 La Perla del Plata, Luján, 5 de mayo de 1918.

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a estilos arquitectónicos bien diferentes y a procesos culturales e históricos distin-tos. El Cabildo comenzó a construirse en 1772; en cambio la piedra fundamentaldel edificio de la Basílica fue colocada en 1887, y es un acabado representante delmovimiento neogótico europeo trasplantado a la Argentina. Resultado de la acciónpersonal de Jorge M. Salvaire, nacido en Francia, más precisamente en la regiónde los Pirineos, el edificio responde a la filosofía y teorías de renovación arquitec-tónica imperante en el ámbito mundial que llevaba implícita una fuerte preocupa-ción por la valoración y conservación del arte medieval y por lo tanto católico.91

Sin embargo, si realizamos un análisis más complejo y elaborado, Cantilo teníarazón: un elemento central, una misma mentalidad, unía los dos monumentoscaracterísticos de la ciudad de Luján pero también de la provincia a la cual repre-sentaba: la religión católica. Al decidir el reciclaje del Cabildo, el Interventor y,sobre todo, el restaurador creó un estilo arquitectónico que remitía a la épocacolonial. Era el lugar elegido para el nuevo museo. Sin embargo, frente a él seelevaba la basílica aludiendo a un mundo gótico y medieval. La heterogeneidad deestilos no parece contradictoria ya que ambos edificios remitían a momentos de lahistoria indiscutiblemente católicos.

Este mecanismo que permitía reforzar la identidad religiosa y, a su vez, yuxta-ponerla a la historia patria, se hacía muy evidente a nivel local. Las autoridadespolíticas –aun cuando respondieran a diferentes partidos políticos– se cuidaron muchode no afectar los intereses de la cúpula eclesiástica. Por el contrario, al menos desdelos primeras décadas del siglo XX, intentaron la actuación conjunta para consolidary fortalecer la identidad local. Así sucedió también con el proyectado Museo.

La noche anterior a producirse la ceremonia oficial, el Comisionado Municipalinvitó a Monseñor Terrero para las fiestas del domingo para lo cual el Preladoorganizó un acto en la sala de recepciones de la Basílica. Allí el Obispo de La Platarealizó “una imponente y merecida demostración de aprecio”92 al señor Comisio-nado Municipal y, como forma de exteriorizar su reconocimiento, le ofreció “unavaliosa y artística medalla de oro como recuerdo imperecedero de la obra derestauración del viejo Cabildo y apertura de la gran avenida Basílica, que ha venidoa colocar a Luján dentro de su verdadero rango de Villa Colonial e Histórica [...] enun hermoso discurso, puso de relieve la obra del señor Fernández Beschtedt, susobresaliente gobierno comunal, sus relevantes prendas de carácter, el cariño portodo lo tradicional y nacional, recordó la generosa cooperación de su señor padreel doctor Domingo Fernández, para las obras de la Basílica, agregando que el hijono desmerecía en lo más mínimo la valiosa herencia de patriotismo y virtudes desus mayores”.

91 Jorge O. Gazaneo, “Complejidad y oportunidad. La Basílica de Luján”, en Revista Hábitat, nº30, Buenos Aires, 2000, pp. 11-16.

92 La Perla del Plata, Luján, 5 de mayo de 1918.

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Como vemos, el plan de acción comunal del comisionado Fernández Beschtedtse había visto acompañado y respaldado por la cúpula eclesiástica. Y su decisiónde enviar una nota al interventor Cantilo para recuperar y salvaguardar el Cabildohabía sido recibida con beneplácito por la iglesia local. El objetivo era preciso: sibien era evidente que la ciudad había logrado congregar a miles de fieles, con locual colaboraba en la “homogeneización” social dentro de los parámetros propiosdel catolicismo, también era cierto que hacia mediados de la década del diez seencontraba en pleno proceso de modernización y de recepción de gruposinmigratorios que era imperioso “controlar”, para que no se transformaran enreceptores activos de mensajes capaces de fomentar disturbios.

Respecto a este tema, es preciso advertir la preocupación de la iglesia localante la presencia de sectores sociales con amplia capacidad y disposición de gene-rar conflictos y romper la aparente armonía social de la que se jactaban, orgullo-sas, las autoridades de la ciudad. Sobre todo, porque Luján no parece haber estadoal margen del movimiento ideológico y cultural promovido por el anarquismo y elsocialismo que criticaban abiertamente la doctrina de la Iglesia Católica.93 De ahíque el mismo interventor Cantilo, como representante político de la provincia deBuenos Aires, en el acto oficial del 28 de abril, haya criticado “la irreverente pre-tensión de quienes intentaron retirar del escudo del pórtico [del Cabildo] la Imagende la Virgen de Luján”.94 Parece ser que la dirigencia política veía en el catolicismoun instrumento valioso para “controlar” el clima de descontento social que co-menzaba a hacerse evidente. Los conflictos internos agigantados por los episodiosque se estaban produciendo a nivel mundial –la guerra y la revolución bolchevi-que– inquietaban a los grupos políticos, no sólo pertenecientes al radicalismo. Yuna buena manera de afrontarlos era encontrar los mecanismos adecuados paraconsolidar la unidad y la integración de los diversos grupos sociales, en aras de unproyecto futuro: el enaltecimiento de la nación argentina “hispana” y “católica”.

El Museo Histórico y Colonial se convertía de este modo en el templo cívicodonde podían confluir perfectamente estas tradiciones. Y la elite dirigente dedicó

93 El doctor Juan Creaghe, destacado militante anarquista vinculado a la redacción de La Protes-ta, había fundado, en 1907, la Escuela Moderna de Luján, un innovador proyecto pedagógico que fueclausurado en 1909, ante la declaración del estado de sitio; para mayor información ver DoraBarrancos, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, BuenosAires, Contrapunto, 1990, pp. 98-127; Juan Suriano, Anarquistas. Política y cultura libertaria enBuenos Aires. 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001. Por otro lado, debemos tener presente losucedido en esta ciudad durante el Congreso de Librepensadores, realizado en 1913 por los integrantesde la Liga Nacional de Libre Pensamiento, que acaparó la atención y la crítica no sólo de losrepresentantes de la iglesia local sino también de los órganos periódicos de la época. Para mayorinformación acerca del desarrollo de la jornada ver La Perla del Plata del 6, 13 y 27 de julio de 1913.

94 La Razón, 29 de abril de 1918.

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todo su empeño en llevar a cabo este objetivo: recordemos que desde fines del sigloXIX, pero fundamentalmente en la primera década del siglo XX, las alternativaspromovidas desde los poderes públicos para “redefinir oficialmente” la tradiciónnacional giraban básicamente sobre tres ejes: la construcción de monumentos histó-ricos,95 la fundación de diversas instituciones oficiales encargadas de la investiga-ción histórica96 y los museos de historia, pensados no sólo como lugar de resguardode los restos materiales del pasado, sino sobre todo, también, como instrumentoscomplementarios de la acción pedagógica y formativa ofrecida por la escuela públi-ca.97 En este contexto, la propuesta de Cantilo para la ciudad de Luján constituyóuna estrategia destinada a fortalecer esta tendencia pero, también, a ampliarla. Laclave: el reciclaje del edifico del Cabildo y la complejidad del proyecto cultural.

El museo provincial venía a dar cumplimiento a uno de los requerimientosimprescindibles en una Argentina que avanzaba a pasos agigantados hacia la mo-dernización: “reunir los innumerables y ricos elementos de su tradición, que seencuentran dispersos y olvidados en ella, con mengua de la cultura patria”.98 Sinembargo, Cantilo lo proyectaba también como una institución indispensable parala enseñanza cívica y moral de niños y adultos ya que “admitido como está que ensu carácter de objetividad histórica, el Museo es prolongación y complemento dela escuela”. Advirtiendo que desde fines del siglo XIX la educación patriótica sealzaba como dispositivo central para la creación de una cultura homogénea,99 el“proyecto museo” debía adquirir mayor complejidad haciendo hincapié en las ne-cesidades espirituales y, sobre todo, emocionales de la población local.

De ahí que el Interventor Federal no dudó en aprobar la propuesta que RodríguezLarreta había lanzado en una de las primeras reuniones de la Comisión Administra-dora: poner en funcionamiento dentro del ámbito del Museo una “escuela-taller”100

de alfarería y tejido donde “el zumbo de los telares se mezclara con el rumor de lasplegarias del santuario vecino y el tufillo de los hornos con el sahumerio de losincensarios”.101 El objetivo del Presidente de la Comisión es claro al respecto:

95 En 1897 se funda la Comisión Nacional de Bellas Artes que desde 1921 va a estar presidida porel arquitecto Martín Noel.

96 En 1872 se funda el Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, en 1893 la Junta deHistoria y Numismática Americana y en 1912, el Instituto de Investigaciones Históricas; al respectover Diana Quatrocchi-Woisson, Los males de la memoria...

97 Si bien en 1887 se funda el Museo Histórico de Córdoba y en 1889 el Museo HistóricoNacional, las advertencias de Pablo Pizzurno y posteriormente Ricardo Rojas respecto a la necesidadde que los escolares visitaran los museos históricos provocaron que hacia la segunda mitad de la décadadel diez surgieran otras entidades destinadas al recuerdo del pasado nacional: el Museo Mitre en 1914,el Museo Naval en 1915, y el Museo Popular de Las Conchas en 1918.

98 Decreto.99 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas...100 Actas, folio 3.101 Enrique Larreta, Lo que buscaba don Juan..., p. 117.

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producir un “encantamiento” dentro de ese “histórico edificio” en el que habíafuncionado el Cabildo; en otras palabras, “devolverle el soplo de vida”. El lugar erael adecuado ya que “entrelazando la tradición española y la indígena”, la lanzaderay la llama, la alcatifa y el cacharro, “la lana de nuestros rebaños y arcilla de nuestrosuelo” posibilitaría el surgimiento del “futuro arte argentino”. La sugerente idea deLarreta nos impone nuevamente una peculiar interpretación del pasado y del futu-ro nacional que ya habíamos advertido en el proyecto de Noel y de Ricardo Rojas,en favor de la integración de elementos culturales españoles e indígenas.102 Clara-mente, este grupo de intelectuales intentará plasmar una explicación del pasadoque presentarán como alternativa ante la disyuntiva indigenismo-hispanismo. Sinembargo, el movimiento no podrá ofrecer una salida al problema planteado ya quehabía surgido desde el mismo clima de ideas, controvertido y ambiguo por cierto,que había comenzado a gestarse en los primeros años del siglo, caracterizado poruna ruptura con el antiguo sistema de pensamiento eurocéntrico y un reencuentrocon España. Si bien es cierto el énfasis que otorgan Noel y Larreta a la fusión deelementos españoles y americanos, no cabe duda de que, en el modelo explicativo,serán los componentes de raíz netamente hispánica los predominantes. Esta con-troversia entre hispanistas y americanistas estará influenciada por el acercamien-to, cada vez más estrecho y evidente, entre los grupos de intelectuales españolesy argentinos que se profundizará a mediados de la década del 20 y sobre todo enlos años 30,103 cuando el núcleo ideológico dominante argentino se pronuncie afavor del importante bagaje cultural legado por la “madre patria”.

Si bien la cuestión de conformar una “identidad nacional” excedía los límitesdel municipio lujanense, el proceso de modernización acelerada producido a nivellocal y el peso decisivo de los contingentes inmigratorios –sobre todo los con-flictos de identidades generados en los barrios étnicos de italianos, albaneses yespañoles– advertían sobre la urgente necesidad de producir diferentes tipos dearticulación intergrupal. Por un lado, el importante papel asignado en la historia alterritorio lujanense permitió la incorporación de elementos culturalmenteheterogéneos a partir de una condición básica de integración e identificación conel espacio.104 Por otro lado, también la preservación de “lugares patrimoniales”105

102 Encontramos sumamente interesante relacionar las ideas de museo-templo y escuela-tallerpropuestas por Larreta, Noel y Cantilo con las plasmadas posteriormente, en 1924, por Ricardo Rojasen Eurindia, vol. 2, pp. 75-79. En este trabajo, el autor realiza una poética descripción respecto a lafuncionalidad de los monumentos arquitectónicos asociándolos con lugares de contemplación y de culto(templos) en donde se lleven a cabo los ritos que recuerden “la epopeya espiritual de la patria”.

103 Pedro Carlos González Cuevas, Acción española. Teología política y nacionalismo autorita-rio en España (1913-1936), Madrid, Tecnos, 1998.

104 Mónica Quijada, “Imaginando la homogeneidad...”, pp. 216-217.105 Gérard Althabe, “Producción ejemplar de patrimonios urbanos”, en Althabe y Schuster (comps.),

Antropología del presente, Buenos Aires, Edicial, 1999, pp. 182-184.

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con amplia capacidad de homogeneización cultural cumplía este objetivo. De ahíque el Cabildo junto a los edificios anexos debían trasformarse en metáforas visi-bles106 que engendraran su propia referencia simbólica. Cargado de significadosideológicos transmitidos por sus postulados estéticos, el área histórica de la ciu-dad se transfiguraba en un decorado que otorgaba una idea de continuidad tempo-ral con el pasado colonial y católico. Pero además, era importante otorgarle unafuncionalidad adecuada al contexto: el Cabildo se transformaba en Museo, la Basí-lica en el mayor templo católico, y la plaza Belgrano en el lugar ideal para larealización de los eventos cívicos y religiosos.

El paisaje urbano, como así también el desarrollo de la ceremonia oficial deabril de 1918, respondía con total coherencia al relato del pasado local reelaboradopor intelectuales y políticos, y le otorgaba una implicancia mayor dentro de lahistoria provincial y a la vez nacional. Este tipo de memoria selectiva debe seranalizada como parte del proceso de “invención de tradiciones” que tenía, en estecaso particular, un objetivo concreto y explícito: la reinterpretación hispánica ycolonial del pasado. Sin embargo, debemos tener presente que la elite dirigente notiene capacidad de “inventar” tradiciones provenientes del vacío. Por el contrario,en la década del diez, claramente son los diferentes grupos inmigratorios, losdescendientes de la elite local, los niños, las mujeres y los hombres que concurrena la iglesia y que se reúnen periódicamente para los festejos los que recuerdan yconstruyen así la memoria colectiva determinando lo que será “memorable”. Al-gunos de estos elementos perduraron adquiriendo mayor relevancia local en losaños posteriores. Sin embargo, también debemos advertir respecto de los conflic-tos provocados por la existencia de grupos sociales poseedores de distintas visio-nes lo que es significativo o “digno de recordarse”; en otras palabras, tanto en ladécada del 10, como también actualmente, existen multiplicidad de identidadessociales que coexisten dentro de un mismo grupo de memorias opuestas y alterna-tivas: familiares, locales, de clase, nacionales, etcétera.107 Para aglutinarlas, sehace necesario diseñar un plan tan eficaz como el proyectado por Cantilo y susseguidores que sea lo suficientemente amplio como para reunir lo heterogéneo yperdurar en el tiempo. Éstos, quizás, sean los aportes más importantes realizadospor la elite política y cultural de las primeras décadas del siglo, en aras de unaconstrucción identitaria homogénea.

El presente trabajo, por lo tanto, nos permitió reconstruir el proceso de funda-ción del Museo Histórico y Colonial teniendo presente tanto los conflictos políticosimperantes a nivel local, nacional y provincial, como así también las repercusiones

106 Alain Mons, La metáfora social. Imagen, territorio, comunicación, Buenos Aires, NuevaVisión, 1994, pp. 12-13.

107 Peter Burke, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, pp. 66-80.

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en la Argentina de los acontecimientos producidos en el mundo. Dentro del país,la emergencia del radicalismo como partido político de masas y los conflictospolíticos internos que ello generaba, de los cuales José Luis Cantilo supo sacarprovecho, tuvieron un papel fundamental en la conformación de la nueva institu-ción. Por un lado, los miembros que integraron la Comisión Administradora delMuseo mantuvieron diferentes vinculaciones con las autoridades gubernamenta-les, lo cual determinó en muchos casos la concreción o frustración de los proyec-tos. En este contexto podemos hablar del proyecto “Museo” no sólo como de unaestrategia cultural, sino también política, ideada por un sector de la elite dirigentedel radicalismo para satisfacer intereses concretos.

Por otro lado, el análisis de la ceremonia oficial de entrega del Cabildo porparte de las autoridades provinciales a la Comisión Administradora reveló el modode acción concreto de los diferentes actores sociales que participaron o legitima-ron con su presencia la creación del Museo. Claramente, la resonancia de losconflictos que afectaban al mundo en la segunda mitad de la década del 10, sehacían presentes en la Argentina. De ahí que no parece casual que uno de losobjetivos centrales de proyecto “Museo” fuera rescatar las tradiciones hispano-católicas de la ciudad de Luján y de la provincia de Buenos Aires y, por lo tanto,fortalecer con ellas una doctrina nacional que intentaba ser redefinida dentro de lamisma matriz ideológica.

6. EPÍLOGO

La ceremonia de abril de 1918 constituyó un hecho decisivo, sobre todo para lapoblación local ya que reforzó la conciencia lujanense respecto a la importancia dela ciudad en la historia nacional y bonaerense. Sin embargo, la euforia de lasautoridades políticas y, sobre todo, de los miembros de la Comisión Administra-dora del Museo no tardó en apagarse, consumida por los conflictos internos delpropio partido radical. Los intentos de Cantilo de resolver las divisiones internashabían fracasado. La Convención radical realizada en La Plata, en febrero de 1918,marcaba la manifestación pública del cisma entre las dos facciones que seautodefinían “provincialistas” y “metropolitanas” respectivamente. El conflictopolítico asumía de este modo características regionales y, aunque Cantilo aparecíaestrechamente vinculado al grupo metropolitano y, por lo tanto, al gobierno deYrigoyen, la concreción del proyectado Museo provincial en Luján le permitíadisimular los enfrentamientos, ganar el apoyo de los municipios del interior de laprovincia y sobre todo ganarle de mano a su sucesor Camilo Crotto, quien decíarepresentar los “verdaderos intereses provinciales”. Concretamente, el 1º de mayo

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de 1918, Camilo Crotto asumió el poder y estalló abiertamente el verdadero con-flicto político entre crottistas e yrigoyenistas, una contienda que perduró durantelos años 1919 y 1920. Cantilo y los miembros de la Comisión del Museo parecenquedar incorporados en la contienda a favor del gobierno nacional. Las conse-cuencias no tardaron en aparecer.

El 22 de junio, se reunieron los miembros de la Comisión, y Larreta, comopresidente, informó que, en el deseo de consultar la opinión del nuevo gobernadorprovincial “sobre la marcha futura del Museo y sobre los recursos financieros que lefueron asignados por la Intervención Nacional”,108 solicitó una audiencia a Crottoquien le manifestó su total apoyo y su mayor entusiasmo respecto del proyecto delMuseo de Luján. Larreta explicó al gobernador las obras dispuestas por su antece-sor Cantilo: el ensanche del Museo para el funcionamiento de los talleres de alfareríay cerámica, la compra del histórico edificio denominado “casa del Virrey” al Círculode Obreros y la adquisición de la finca perteneciente al reverendo padre Dávani.Tampoco omitió informar respecto de los costos de cada operación: en parte habíansido pagadas con el dinero asignado por Cantilo, pero además se habían utilizado“$1.000.00 del peculio particular de algunos miembros de la Comisión”.

Luego de lo informado por Larreta, la Comisión Directiva decidió elevar unanota al Gobernador resumiendo por escrito los actos realizados hasta la fecha ysolicitando a su vez “la liquidación de las mensualidades pendientes”109 ya que,según parece, los fondos que Cantilo había decretado para solventar los gastos delMuseo no estaban siendo girados correctamente. Era inminente solicitar al gober-nador Crotto “la suma de cincuenta mil pesos ($m/n50.000.00) a fin de atenderinmediatamente a la restauración de la casa del Virrey y la instalación de los men-cionados talleres y al arreglo de los jardines que rodean al Museo”.

Mientras que para la mayor parte de los miembros sólo restaba esperar larespuesta del gobierno provincial, Enrique Udaondo –el prosecretario de la comi-sión– no quedaba conforme con la espera: ante el asombro de sus compañeroshizo moción “para que se proceda a la apertura del museo mediante la instalaciónprovisoria de algunas donaciones que podrían fácilmente ser gestionadas”. Ante lainiciativa, Larreta insistió en “que la Comisión no dispone de ninguna naturaleza derecursos para el sostenimiento del Museo” y, sumándose a esta posición, el arqui-tecto Martín Noel agregó que “aún se adeudan algunas cuentas de ciertos trabajosno incluidos en el presupuesto por él elevado al Ministerio de Obras Públicas de laProvincia y que hasta la fecha corren por cuenta particular de miembros de laComisión”. Evidentemente el plan de Udaondo no contaba con el respaldo adecua-do. La mayoría de los miembros compartió la opinión de esperar el apoyo oficial,

108 Actas, folio 9.109 Actas, folio 10.

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y, concretamente, la respuesta a la nota enviada al Gobernador antes de continuarcon la obra que los había convocado. Pero la espera se hizo cada vez más larga ylos conflictos políticos y económicos de la provincia parecían no tener fin.

Recién el 10 de julio de 1919, los miembros de la Comisión volvieron a reunir-se para dar por finalizada la cuestión del Museo de Luján. Enrique Larreta informóque personalmente había redactado la nota acordada y la había enviado al Gober-nador. Sin embargo, “a pesar de haber transcurrido ya un año desde la fecha deentrega, la Comisión Ejecutiva no ha recibido contestación alguna”.110 Por lotanto, considerando fracasada su gestión, renunciaba al cargo que ocupaba dentrode la Comisión. El primer paso estaba dado. Estando totalmente de acuerdo con loplanteado por Larreta, la mayor parte de los integrantes le encargaron la redacciónde una renuncia colectiva quedando pendiente la citación “a nueva asamblea, po-niendo en la orden del día la causa de dicha convocatoria para que así puedaprocederse a la firma de la renuncia”.111

Ésta es la última acta labrada por los integrantes de la comisión del Museo. Noexiste, al menos en el libro oficial, registro alguno respecto de la redacción de lasrenuncias. Sin embargo, tampoco encontramos indicios respecto a nuevas tramita-ciones o reuniones que, durante la gestión de Camilo Crotto, tuvieran como objetivolograr la inauguración del Museo de Luján. La cuestión parece caer en el olvido.

Pero la situación política cambiaba a ritmos acelerados. En 1922, culminó elprimer mandato presidencial de Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear, otro hombre delradicalismo, fue elegido presidente. En el ámbito provincial, en 1921, Cantilo ha-bía ganado las elecciones a gobernador realizadas el 4 de diciembre112 y volvía acolocarse como líder indiscutido del radicalismo bonaerense. Mediante su plan degobierno, intentó redefinir la política provincial y culminar los proyectos iniciadosdurante su breve período de interventor: el Museo de Luján era uno de ellos. Deahí que, poco a poco, vemos aparecer en escena a los integrantes de la fracasadaComisión Directiva. Al asumir el gobierno, Cantilo firmó el decreto designando aEnrique Udaondo Director Honorario del Museo Histórico y Colonial113 y, sólocuatro meses después, los periódicos más importantes de Buenos Aires anuncia-ron la inauguración de uno de los museos más originales del país. No casualmentela fecha elegida fue el Día de la Raza, el 12 de octubre de 1923.

De aquí en adelante, un nuevo capítulo de la historia del Museo y de la ciudadde Luján comenzarían a escribirse.

110 Actas, folio 14.111 Actas, folio 15.112 Como la ley establecía un intervalo de 30 días entre los comicios y el escrutinio, los resultados

se conocieron en enero de 1922.113 Decreto nº 268, La Plata, 2 de junio de 1923. Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires,

enero-junio 1923, Impresiones Oficiales, La Plata, 1926, p. 594.

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RESUMEN

En 1918, en un contexto de importantes redefiniciones políticas, un sector del radicalismojunto a personalidades notables del ambiente intelectual fundó en Luján el Museo Colo-nial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires con el propósito de estimular el fortaleci-miento de diferentes procesos identitarios. Para ello apeló a la noción de “tradición hispa-no-católica” y diseñó un proyecto cultural que con el tiempo será apropiado por losdiferentes sectores sociales de la localidad en donde predominaban grupos de inmigrantesespañoles e italianos: el museo como “templo de las tradiciones nacionales”.

Palabras clave: Luján - museo - tradición hispano-católica - política - identidad nacional

ABSTRACT

In 1918, in a time of important political definitions, a part of the radical party togetherwith outstanding people from the intellectual circle founded in Luján, the MuseumColonial e Histórico from the Buenos Aires province with the aim of encouraging thestrength of the different identy proccesses. In order, to achieve this, they appealed tothe “hispanic-catolic tradition” notion and designed a cultural proyect which in timeit´s going to be tahen by the different social areas of the city wehere groups of spanishand italian immigrants predominated; the museum as “the national traditions temple”.

Key words: Luján - museum - hispanic-catolic tradition - national identity

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937Y 1988: EL CORN BELT Y LA PAMPA MAICERA ARGENTINA

JAVIER BALSA*

“En el largo plazo”, se dice, “estaremos todos muertos”. Pero no siempre.Para el largo plazo del pasado, nosotros somos el resultado. Estamos aquí,

ahora. Nuestro presente es el producto de todas aquellas tendenciasde largo y corto término hasta la actualidad.

R. Wimberley, Trends and dimensions in U. S. agricultural structure.

En este artículo nos proponemos comparar la evolución, a partir de fines de losaños treinta, del tamaño de las explotaciones agropecuarias y de la superficie quecontrolaban, en las dos áreas de mayor aptitud para la agricultura cerealera delcontinente americano: el Corn Belt norteamericano y la zona predominantementeagrícola de la pampa argentina.

Comparar el proceso de concentración es nuestro primer objetivo de un pro-yecto que busca investigar distintos aspectos del desarrollo capitalista en el agrode estas dos regiones, que presentan importantes similitudes a pesar de tener,también, marcadas diferencias. En efecto, por una parte, poseen suelos y climasentre los más aptos del mundo para el cultivo del maíz y de la soja; asimismo,recién a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, esta actividad agrícola sedesarrolló con plenitud, y en ambos casos la producción se organizó en torno aunidades familiares de escalas mucho más importantes que las que poseían loscampesinos europeos.1 En cambio presentan importantes asimetrías en cuanto al

* UNLP-CONICET.1 Las explotaciones dedicadas sólo a la agricultura, en la región pampeana, tenían un tamaño

medio de 46 ha en 1895 y de 194 ha, en 1914, y en Iowa e Illinois se ubicaban en torno a las 65 ha.En cambio, el tamaño medio de todas las fincas agropecuarias en Francia, en 1892, era de 9 ha, enAlemania era de 7 ha en 1895, y en Gran Bretaña de 25 ha, según los datos consignados en KarlKautsky, La cuestión agraria, México, Siglo XXI, 1983 (primera edición de 1899).

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contexto nacional en el que se enmarcan estos desarrollos agrarios: la primerapotencia económica mundial, por un lado, y un país dependiente de desarrollointermedio, por el otro. Además, sin lugar a dudas, la diferencia histórica básica deambos desarrollos agrarios es el patrón de distribución de la propiedad de la tierraal inicio de la expansión agrícola. Más allá de la existencia de especuladores priva-dos, empresas ferroviarias y algunos terratenientes capitalistas, la mayor parte dela tierra de los estados del Corn Belt norteamericano fue repartida en lotes de 160acres (65 hectáreas)2 o en todo caso de 320 acres, como ocuparon los primeroscolonos.3 Por el contrario, en la región pampeana la mayor parte de las tierrasquedaron en manos de unas pocas familias terratenientes.4 Incluso en el nortebonaerense, la propiedad estaba fuertemente concentrada para fines del siglo XIX.5

Partiendo de esta similitud productiva y de sus diferencias iniciales, nos he-mos propuesto avanzar sobre dos interrogantes básicos: ¿cómo era la estructuraagraria, en términos del tamaño de las explotaciones, al final de la primera expan-sión productiva (más específicamente hacia 1940)? Y ¿cómo evolucionó durantelos siguientes cincuenta años?

Consideramos que este análisis comparativo brinda parámetros para contras-tar algunas afirmaciones presentes en la literatura especializada de cada país acer-ca de la magnitud y las características de los procesos de concentración. Además,la comparación aporta elementos para evaluar en qué medida las economías detamaño y otros factores técnico-económicos (que aquí se reseñan en un apartadoespecífico) determinaron en el largo plazo la desaparición de las unidades “inviables”y la concentración de la producción en grandes explotaciones. Al respecto, for-mulamos una serie de hipótesis sobre la incidencia de otro tipo de factores sobrelos ritmos y las limitaciones de los procesos de concentración, teniendo presenteslas consideraciones teóricas (que sintetizamos a continuación) sobre la relaciónentre desarrollo capitalista en el agro y concentración productiva.

2 Recordemos que un acre equivale a 0,405 hectáreas.3 W. G. Murray, “Struggle For Land Ownership”, en A Century of Farming in Iowa, 1846-1946

(elaborado por los miembros del Iowa State College y de la Iowa AES), Ames, Iowa, The Iowa StateCollege Press, 1946.

4 Romain Gaignard, La pampa argentina, Buenos Aires, Ediciones Solar, 1989.5 Así, por ejemplo, en Baradero (un distrito de antigua ocupación de la zona norte de la

provincia de Buenos Aires), en 1864, el 54,9% del partido contaba con propiedades de más de 5.000ha. Si bien este porcentaje había bajado al 24,2% para 1890, todavía entonces (cuando el 42% de lasuperficie se dedicaba a la agricultura) el 73,6% del partido estaba constituido por propiedades de másde 1.000 ha. Véase Roberto Cortés Conde, El progreso argentino, 1880-1914, Buenos Aires, Edito-rial Sudamericana, 1979, p. 114.

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ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICAS

La concentración de la producción y los obstáculos que la frenan constituyen unade las cuestiones más debatidas sobre el desarrollo capitalista en el agro. Kautskyseñaló que, además de la posibilidad de aplicar plenamente los avances tecnológi-cos, la ventaja más importante que se obtiene de la gran empresa es la capacidadde utilizar la división del trabajo entre manual e intelectual, habilitando una “direc-ción científica” de la explotación. Sin embargo, el propio Kautsky también analizólos obstáculos que existen para la expansión de las grandes unidades agrícolas.Entre ellos destacó que la acumulación ampliada, a diferencia del sector industrial(donde habitualmente precede la concentración), necesita, en el agro, de un pro-ceso previo de concentración debido a su base territorial: para poder constituirgrandes explotaciones es necesario que desaparezca, previamente, un elevadonúmero de pequeñas unidades.6 Por lo tanto, mientras el pequeño productor pue-da resistir, se constituye en un obstáculo a la concentración capitalista, especial-mente si posee la propiedad de su predio.7 En este sentido, la capacidad de losproductores familiares de sustraerse a una dinámica completamente capitalista–tal como lo planteó Kautsky y más recientemente Friedmann–8 puede permitirlesresistir la tendencia a la concentración, especialmente si el tamaño de su prediono eleva sustancialmente sus costos de producción en relación con las grandesunidades. Al respecto, Madden ha considerado que las explotaciones con untamaño menor al óptimo no estaban necesariamente forzadas a salir de la pro-ducción.9 Además, el incremento de tamaño de las explotaciones agropecuariases frecuentemente limitado por la incertidumbre y las dificultades de coordinación

6 Kautsky, La cuestión..., p. 169.7 Mann y Dickinson, en cambio, sostienen que la razón de la continuidad de la pequeña producción

mercantil dentro del capitalismo desarrollado se encuentra en que existe un exceso de tiempo de produc-ción en relación con el tiempo de trabajo efectivamente empleado, situación que genera problemas gravespara el capital. Véase Susan Mann y J. Dickinson, “Obstacles to the Development of a Capitalist Agriculture”,Journal of Peasant Studies, vol. 5 (4), 1978. El debate continuó con otros artículos como el de MichaelPerelman, “Obstacles to the Development of a Capitalist Agriculture: A Comment on Mann and Dickinson”,Journal of Peasant Studies, vol. 7 (1), 1979) y el de E. Singer, G. Green y J. Gilles, “The Mann-Dickinsonthesis: reject or revise?”, Sociologia Ruralis, vol. 23 (3/4), 1984.

8 Kautsky, La cuestión..., pp. 124-129 y p. 198. Harriet Friedmann, “World Market, State, andFamily Farm: Social Bases of Household Production in the Era of Wage Labor”, Comparative Studiesin Society and History, vol. 20 (4), oct. 1978.

9 Estas unidades pueden continuar mientras que su beneficio potencial sea suficiente para cubrirlos costos de oportunidad y el precio de reserva del pequeño productor. Los costos de oportunidadgeneralmente se mantienen bajos para muchos productores que no tienen las habilidades, la educacióny la movilidad para ser atraídos en empleos fuera de la explotación. Los productores probablementecontinúen asignando un bajo precio de reserva a su capacidad organizativa de unos pocos trabajadores,e incluso a su función empresarial en pequeñas explotaciones. Véase Patrick Madden, Economies ofSize in Farming, U.S. Department of Agriculture, Agricultural Economic Report, 1967, p. 18.

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que aumentan en las explotaciones mayores. En consonancia con estas afirmacio-nes, Reinhardt y Barlett sostienen que la competitividad de las explotaciones fami-liares deriva de la interacción de una serie de factores: existencia de deseconomíasde escala, límites a la especialización de las tareas, diferente cálculo de los costosy efectos benéficos del ciclo familiar.10

Como vemos, una serie de cuestiones obstaculizan el proceso de concentra-ción en el agro, que no depende entonces simplemente de la innovación tecnológi-ca ni de los movimientos de precios relativos. Entre estas cuestiones podemosmencionar los distintos tipos de tenencia del suelo: una estructura de tenencia conpredominio de la propiedad, en principio, dificulta el proceso de concentración(excepto las crisis de las unidades hipotecadas que la facilitarían); en cambio, elarriendo pareciera ser una forma de tenencia más flexible, y su uso permitiría unaadaptación más rápida a los requerimientos de las economías de tamaño. Tambiénlas formas de producción y los tipos de racionalidad económica inciden en losprocesos de concentración. Las formas de producción basadas en el trabajo fami-liar, con una racionalidad más sustantiva en torno a la preservación de la explota-ción y de un modo de vida rural, y con el objetivo de mantenerse como actoresrelativamente “independientes” (en el sentido de no tener un patrón ),11 promove-rían un desarrollo rural menos favorable a la concentración en unas pocas unida-des. Al contrario, formas basadas en el trabajo asalariado y en el cálculo racionalde todos los costos de oportunidad de los factores impulsarían la concentración.12

Tampoco debe olvidarse que, para permitir este proceso, es necesaria la existen-cia, en un momento histórico determinado, no sólo de capitalistas interesados eneste tipo de inversiones sino también de un elevado número de individuos prepara-dos para hacerse cargo del gerenciamiento y organización de las tareas agropecuariasde grandes unidades, y que estén dispuestos a trabajar como contratados y noprefieran (o no puedan, por los requerimientos de capital) tentar suerte comoproductores independientes. Aunque, cabe aclarar que la mayoría de las reflexio-nes teóricas han dejado de lado esta importante cuestión de la oferta de mano deobra calificada para las tareas gerenciales en el agro. Por último, podemosmencionar la incidencia de las políticas agrarias, que han tenido gran influencia enacelerar o retardar los procesos de concentración.

10 Nola Reinhardt y Peggy Barlett, “Family farm competitiveness in United States agriculture”,en C. Gladwin y K. Truman (ed.), Food and Farm, Lanham, University Press of America, 1989.

11 Patrick Mooney, My Own Boss? Class, Rationality, and the Family Farm, Boulder andLondon, Westview Press, 1988. Sobre el debate generado por el enfoque de Mooney pueden consultarseSusan Mann y J. Dickinson, “One furrow forward, two furrows back: a Marx-Weber synthesis for ruralsociology?”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987; Patrick Mooney, “Desperately seeking: one-dimensional Mann and Dickinson”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987, y Susan Mann y J. Dickinson,“Collectivizing our thoughts: a reply to Patrick Mooney”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987.

12 Sonya Salamon, “Persistence among middle-range Corn Belt farmers”, en C. Gladwin y K.Truman (ed.), Food and Farm...

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RECORTE ESPACIAL Y METODOLOGÍA

Hemos acotado la investigación a dos zonas con las áreas de mayor especializa-ción en la agricultura maicera: los Estados de Illinois y de Iowa para el Corn Beltnorteamericano, y la zona norte de la provincia de Buenos Aires13 para la regiónpampeana. Hemos seleccionado estas áreas, a pesar del tamaño desigual que pre-sentan (zona norte: 22.012 km2, Illinois: 146.076 km2 y Iowa: 145.752 km2), yaque históricamente han tenido un uso del suelo relativamente similar: alrededor dedos tercios de la superficie dedicados a cultivos para cosecha. Incluso, dentro deellos se destaca el maíz en ambos espacios, con un crecimiento de la soja a lolargo de todo el período.

Nuestra metodología ha sido la confrontación de los datos censales sobre lacantidad y superficie de los diferentes tamaños de explotaciones entre 1937 y1988, prolongando en algunos casos las reflexiones hasta fines del siglo XX. Lasfuentes básicas de este trabajo son los Censos Nacionales Agropecuarios de 1937,1947, 1960, 1969 y 1988 y los Census of Agriculture de 1940, 1950, 1959, 1969,1979, 1987 y 1997 (todos los gráficos y cuadros se han basado en estas fuentes).Existen importantes diferencias metodológicas entre estos censos, tal como hansido detalladamente analizadas por Azcuy Ameghino.14 En lo que respecta a lacomparación de los procesos de concentración, la primera dificultad es que losintervalos de tamaño no coinciden exactamente –unos medidos en acres y otrosen hectáreas–. Ni siquiera dentro de un mismo país se respetaron los mismoscortes a lo largo del tiempo. Para solucionar este problema se han elegido loscortes más similares. Así por ejemplo, el primer intervalo que utilizamos es el dehasta 25 hectáreas o hasta 70 acres (equivalentes a 28 hectáreas). No hemosajustado los intervalos hasta hacerlos coincidentes a través de estimaciones, nosólo por dificultades con algunos supuestos necesarios para ello, sino principal-mente porque buscamos mostrar diferencias sustantivas y no discrepancias me-nores. Para esto alcanza con las grandes disparidades que se visualizan en losgráficos, más allá de pequeñas disimilitudes en las escalas. Tampoco lasmetodologías de relevamiento y de cómputo fueron coincidentes ni en ambospaíses ni a lo largo del tiempo; sin embargo, consideramos que las tendencias

13 Incluimos en esta zona a los partidos de Baradero, Bartolomé Mitre, Carmen de Areco, CapitánSarmiento (en 1937 formaba parte de Bartolomé Mitre), Colón, Chacabuco, General Arenales, Junín,Pergamino, Ramallo, Rojas, Salto, San Antonio de Areco, San Nicolás y San Pedro. Éstos son lospartidos de la provincia de Buenos Aires que constituyen la zona “predominantemente agrícola”, segúnla regionalización de Pedro Gómez y otros, “Delimitación y caracterización de la región”, en O. Barsky(ed.), El desarrollo agropecuario pampeano, Buenos Aires, INDEC-INTA-IICA, 1991.

14 Eduardo Azcuy Ameghino, “Los censos agropecuarios en EE.UU. y Argentina: comparaciones,problemas y debates”, Ciclos, n° 13, 1997.

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centrales que surgen no se deben a estos cambios metodológicos sino a transfor-maciones reales.

Por otra parte, para considerar las economías de escala y otras dificultadeseconómicas de los pequeños y medianos productores de ambas regiones, hemosconsultado las publicaciones de las estaciones agrícolas experimentales de Illinois,Iowa, Michigan, Minnesota, Missouri, Indiana y Wisconsin, y de la estación expe-rimental regional agropecuaria de Pergamino, así como otras publicaciones delINTA y de AACREA, desde los años treinta hasta la actualidad.

LOS PROCESOS DE CONCENTRACIÓN SEGÚN LOS ENFOQUES ELABORADOSPARA CADA PAÍS

En relación con la agricultura norteamericana,15 muchos trabajos hacen hincapiéen la fuerte concentración que habría ocurrido a partir de los años cuarenta.16

Destacan la notoria reducción en la cantidad de explotaciones agropecuarias quetuvo lugar a partir de entonces: de 6,8 millones en 1935 a 2,2 millones en 1985.17

Si bien a partir de los setenta pareció vislumbrarse cierta disminución en la tenden-cia decreciente,18 durante los años ochenta la caída de los precios agrícolas gol-peó duramente a los productores, muchos de los cuales se habían endeudadodurante los setenta.19 El precio de la hectárea se redujo casi tres veces, y un

15 Cabe señalar que en el caso norteamericano abundan los trabajos que se refieren al conjunto delpaís, mientras que para la Argentina, los estudios, en general, se focalizan más regionalmente.

16 Lenin había sostenido que, ya a comienzos del siglo XX, estaba teniendo lugar la eliminaciónde las que denominó explotaciones pequeñas y medianas por las grandes, por las de tipo capitalista(175 a 999 acres, es decir, 71 a 404 ha), aunque declinaban los latifundios (mayores a 1.000 acres).Véase V. I. Lenin, “Nuevos datos sobre las leyes de desarrollo del capitalismo en la agricultura. Elcapitalismo y la agricultura en Estados Unidos de Norteamérica”, en Obras Completas, t. XXII.Buenos Aires, Cartago, 1960 (1a ed. 1917).

17 Willard Cochrane, “The need to rethink agricultural policy in general and to perform someradical surgery on commodity programs in particular”, en J. Molnar (ed.), Agricultural Change,Boulder and London, Westview Press, 1986.

18 Ronald Wimberley, “Trends and dimensions in U.S. agricultural structure”, en Molnar (ed.),Agricultural..., p. 101.

19 En 1986, el 38% de los productores de Iowa tenía deudas que superaban el 40% de sus bienes ylas tasas de endeudamiento eran más elevadas entre los productores más jóvenes. Véase RichardKirkendall, “An history of american agriculture from Jefferson to revolution to crisis”, en Glenn L.Johnson y J. Bonnen (ed.), Social Science Agricultural Agendas and Strategies, East Lansing,Michigan State University Press, 1991, pp. 18-19; y Mark Friedberger, Farm Families & Change in20th Century America, Lexington, The University Press of Kentucky, 1988, pp. 191-192.

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elevado número de explotaciones fueron rematadas.20 Sin embargo, incluso en elestado de Iowa, donde la desaparición de explotaciones fue la más fuerte, estareducción fue más suave que la ocurrida en los sesenta.21

En cuanto a la distribución espacial de la concentración, se ha encontrado que lareducción en el número de explotaciones disminuye de importancia de este a oeste.22

En lo que respecta al tamaño de las explotaciones, las reducciones han sido másintensas en las unidades de menos de 100 acres (40,5 hectáreas), mientras aumentabael número de las de más de 1.000 acres. En la Región Central Noreste el número deunidades también se incrementó notoriamente en el intervalo de 400 a 1.000 acres.23

Además, se ha destacado la concentración de la producción hacia las unidades demayor volumen de ventas.24 También se ha sostenido que a partir de 1940 hubo unaconcentración del capital dentro de la agricultura: un sector donde la pequeña produc-ción mercantil había sido dominante, estaría en una transición hacia una agriculturacapitalista plena.25 Se ha destacado, por ejemplo, que el tamaño medio de las explota-ciones norteamericanas pasó de 155 acres (63 hectáreas) en 1935, a 417 acres (169hectáreas) para 1974. La contracara de este proceso sería la proletarización de la

20 A diferencia de los años treinta, no era posible absorber los déficit a través de las remuneracio-nes al trabajo, que ahora tenían una incidencia menor en los costos de producción. Una ola de suicidiosde productores y algunos asesinatos conmovieron a la región, y recién hacia 1986 comenzó a salirsede la crisis. Véase Friedberger, Farm Families...

21 Kirkendall, “An History...”, pp. 19-21. Por otra parte, la concentración, al menos durante losochenta, habría sido más elevada en los condados donde tuvo lugar una mayor intensificación en laagricultura y en la mecanización, véase Don Albrecht, “The Correlates of Farm Concentration inAmerican Agriculture”, Rural Sociology, vol. 57 (4), 1992.

22 En los estados de la Región Central Noreste (conformada por los estados de Wisconsin, Illinois,Indiana, Michigan y Ohio) quedaban para 1978 sólo el 40% de la cantidad de explotaciones presentes en1900 (cuando alcanzó su máximo histórico). En cambio, en la Región Central Noroeste (integrada porlos Estados de North Dakota, South Dakota, Nebraska, Kansas, Minnesota, Iowa y Missouri) permane-cía un 52% de las existentes en 1930 (su momento máximo). Véase J. C. van Es, D. Chicoine y M.Flotow, “Agricultural technologies, farm structure and rural communities in the Corn Belt: policies andimplications for 2000”, en L. Swanson (ed.), Agriculture and Community Change in the U.S., TheCongressional Research Reports, Boulder and London, Westview Press, 1988.

23 Van Es y otros, “Agricultural technologies...”, p. 138.24 En este sentido, se ha resaltado que en 1969 las explotaciones con un nivel de venta superior

a los 20.000 dólares (a precios de 1964) pasaron a concentrar el 76% del total de ventas del sector,mientras que cuarenta años antes sólo vendían el 15%. En el otro extremo, las unidades con ventasanuales por debajo de los 10.000 dólares, que representaban el 96% de las explotaciones, sóloconcentraban el 9% de las ventas de 1969. Véase Eugene Havens, “Capitalist development in theUnited States: State, accumultion, and agricultural production systems”, en E. Havens y otros,Studies in the Transformation of U.S. Agriculture, Boulder, Colorado, Westview Press, 1986. Otrotrabajo destaca que las 50.000 explotaciones de mayor tamaño concentraban el 23% del total deingresos en 1960, pero para 1977 daban cuenta del 36%. Véase Lyle Schertz, “Farming in the UnitedStates”, en U.S. Department of Agriculture, Structure Issues of American Agriculture, AgriculturalEconomic Report 438. Washington DC, 1979, p. 27.

25 K. Goss, R. Rodefeld y F. Buttel, “The political economy of class structure in U.S. agriculture: atheoretical outline”, en F. Buttel y H. Newby (ed.), The Rural Sociology of the Advanced Societies.Allanheld Osmun, 1980.

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población agraria: entre esas fechas se había cuadruplicado la proporción de produc-tores que debían salir a trabajar fuera de su propia explotación más de cien días alaño.26 Esta situación ha llevado a caracterizar el agro norteamericano como tendientea una estructura dual: grandes unidades capitalistas y pequeñas explotaciones que enrealidad se van reduciendo a meras residencias rurales de asalariados. Gladwin loconceptualiza como semiproletarización: se han transformado los productores mer-cantiles simples en agricultores part time, que pueden resistir como un sector relativa-mente marginal en la producción agrícola global, con un bajo nivel de adopción denuevas tecnologías, reducido endeudamiento, sin comprar tierras, y con mayor pro-porción de ingresos provenientes de fuera de su propia explotación.27 Estasemiproletarización habría afectado a los pequeños productores ya antes de fines delos sesenta y estaría golpeando (en los ochenta) a los mid-size family farms,28 aunqueGladwin aclara que este proceso podría tomar más de una generación. En este senti-do, esta autora retoma el análisis de Cochrane, para quien en 1985 más del 70% de losproductores norteamericanos tenían pequeñas explotaciones con ventas brutas anua-les de entre 1.000 y 39.999 dólares, cuya sumatoria sólo alcanzaba al 13% del total.Ellos eran clasificados como farmers, pero de hecho hacían poca agricultura: el espo-so, la esposa o ambos trabajaban en un empleo urbano. También el trabajo urbanorepresentaba más de la mitad de los ingresos netos de las familias en explotaciones“medias”, con ventas de entre 40.000 y 99.999 dólares.29

Existe otra línea de pensamiento que, reflexionando desde distintos marcos con-ceptuales, no encuentra tan evidente la tendencia hacia una bipolarización de la agricul-tura norteamericana. Más bien sostiene que tiene lugar una relativa superviviencia delas explotaciones basadas fundamentalmente en el trabajo familiar.30 En este sentido,Gilbert y Barnes, luego de estudiar en panel la evolución entre 1950 y 1975 de unamuestra de explotaciones de Wisconsin, concluyen que a pesar de que la mayoría de

26 Goss y otros, “The political...”, pp. 111-112.27 Christina Gladwin, “The case for the disappearing mid-size farm in the U.S.” en C. Gladwin y

K. Truman (ed.), Food and Farm...28 Gladwin realiza una interesante conceptualización de las mid-size farms, identificándolas con

explotaciones que generan un ingreso equivalente al intervalo entre la mitad de la mediana de losingresos de los hogares de Estados Unidos y una vez y media su valor. Véase Gladwin, “The case...”. Sinembargo, no encontramos útil esta metodología para catalogar las explotaciones pampeanas. Hemoshecho la estimación correspondiente con datos de 1997, de una muestra para las localidades pampeanascon más de 5.000 habitantes, incluyendo la Capital Federal (Encuesta de Desarrollo Social del SIEMPRO).La existencia de una elevada proporción de los hogares por debajo de la línea de pobreza genera quequeden como “grandes explotaciones” unidades de producción con superficies cultivadas muy reducidas(por ejemplo sólo 75 ha de maíz alcanzarían para proveer los ingresos 1,5 veces la mediana general).

29 Cochrane, “The need...”, p. 394.30 Una síntesis de esta perspectiva puede consultarse en Ricardo Abramovay, Paradigmas do

capitalismo agrário em questão, São Paulo-Campinas, Editora Hucitec-Editora da Unicamp, 1998,y en Kirkendall, “An history...”.

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las family farms tuvo que abandonar el sector, la forma de producción basada en eltrabajo familiar se “reprodujo” con un número menor de unidades.31 Esto está enconsonancia con el planteo de Friedmann, en el sentido de que el aumento en el tamañode los medios de producción no debe ser tomado como signo de una transformación,esto es, del reemplazo de una forma de producción por otra.32 Precisamente Maddenanalizó que la difusión de innovaciones tecnológicas (que permitían la produccióneficiente de explotaciones cada vez mayores con unos pocos trabajadores) había abiertola posibilidad de que unidades productivas de tamaños medianos fueran operadas ex-clusivamente por la mano de obra familiar.33 Estas unidades medias serían las que másse expandieron durante el período estudiado.34

Dentro de esta perspectiva, Salamon ha encontrado dos tipos de productores condiferentes motivaciones (que tienen su raíz en diferencias étnicas, según sus orígenesinmigratorios): yeoman y entrepreneur. Las características de los primeros les habríanpermitido continuar con sus explotaciones a pesar de las adversidades, y de este modose explica buena parte de la persistencia de la mediana explotación en el Corn Belt.35

Más aun Barlett, a partir de su estudio de caso de un condado de Georgia (orientado ala producción de granos y ganado, relativamente similar al Midwest), sostiene que ladesaparición de las family farms es un mito. Demuestra que las unidades muy grandestuvieron mayores dificultades durante la crisis de los años ochenta, de modo que noencuentra una tendencia hacia las large scale industrial-type farms.36

Según esta línea argumental, la concentración se habría desarrollado sobre labase de la unidad familiar y, por lo tanto, las grandes explotaciones no habríanalcanzado un peso significativo.37

31 Jess Gilbert y Roy Barnes, “Reproduction or transformation of family farming?”, Paperpresented at the 51st annual meeting of the Rural Sociological Society, Athens, GA, 1987.

32 Friedmann, “World market...”.33 Madden, Economies of size...34 Fueron las explotaciones medias (moderate, con ventas anuales de 100.000 a 199.999 dólares

de 1982) las que más crecieron en cantidad de establecimientos entre 1969 y 1982, al tiempo queincrementaban su participación relativa en las ventas mucho más que las unidades very large –conventas por encima del medio millón– y sólo algo por debajo del incremento de las unidades large. Porotra parte, para 1978 las moderate-sized full-time family farms constituían el 30% del total deexplotaciones y producían el 45% del total de ventas. Véase Abramovay, Paradigmas...

35 Salamon, “Persistence...”. Del mismo modo, un estudio de productores desplazados durantelos ochenta en la zona triguera evidencia que no habrían existido diferencias estructurales con los quelograron permanecer, sino disparidades en sus características personales (edad, estado civil, tamañode la familia, educación y año de inicio en la actividad). Véase R. Rathge y otros, “Farmers displacedin economically depressed times”, Rural Sociology, 53 (3), 1988.

36 Peggy Barlett, “The ‘disappearing middle’ and other myths of the changing structure ofagriculture”, en Molnar (ed.), Agricultural...; y Peggy Barlett, American Dreams, Rural Realities,Family Farms in Crisis, Chapel Hill and London, The University of North Carolina Press, 1993.

37 Las corporate farms realmente grandes (con ventas mayores al medio millón de dólares, y con untamaño medio de 2.193 ha) tan sólo ocupaban el 1,8% de la superficie agropecuaria de los Estados Unidos,en 1974. Véase Abramovay, Paradigmas..., pp. 156 y 160; y Kirkendall, “An History...”, p. 21.

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En cuanto al agro pampeano, todos los especialistas coinciden en que presen-tó un patrón inicial muy concentrado no sólo en la propiedad (por cierto muyintenso), sino también en las unidades de producción. El desarrollo de la agricultu-ra habría incidido, durante el período 1914-1937, en un proceso dedesconcentración que afectó el latifundio ganadero en favor de un fuerte creci-miento cuantitativo de las explotaciones familiares capitalizadas y de las pequeñasy medianas empresas no familiares ni latifundistas, dedicadas total o parcialmentea la agricultura.38 Sin embargo, la mayor parte de la tierra permaneció en propie-dad de los terratenientes, que la entregaban en arriendo o en aparcería.39

Según Barsky y Pucciarelli, durante el período siguiente (1939-1967) la liqui-dación de las formas de arriendo tradicional provocó un fuerte movimiento deéxodo hacia la ciudad, pero también fue acompañado por una tendencia contrastantede signo opuesto: el acceso a la propiedad de la tierra por parte de ex arrendatariosfavorecidos tanto por la legislación agraria como por la política crediticia implan-tada en la década del cuarenta. Se agudizó el movimiento de subdivisión que afec-taba a las grandes unidades de producción de más de 5.000 hectáreas; un grupoque perdió el 30% de la dotación de tierras controlada a fines de la década deltreinta, en favor de las unidades de 1.000 a 5.000 hectáreas.40 Slutzky sostieneque durante este período el desarrollo capitalista produjo un proceso de concen-tración que significó una disminución de la clase media rural, un aumento de laparticipación de los asalariados en la fuerza de trabajo y una mayor mecanización.Sin negar la existencia de un proceso de adquisición de la tierra por los antiguosarrendatarios, Slutzky destaca el proceso inverso, del abandono o desalojo de laexplotación para dar lugar a la reconstitución de unidades de mayor dimensión enmanos de los propietarios originales.41 Llovet señala que en estos años se produjouna fuerte crisis de las explotaciones menores a 100 hectáreas, que afectó espe-cialmente a la zona maicera al desplazarse los umbrales de operación. Esta crisis,aunque golpeó más duramente a los arrendatarios y aparceros, habría afectado atodos los pequeños productores familiares.42

Todos los especialistas han coincidido en afirmar que la expansión agrícola delos años setenta y ochenta habría conllevado a la crisis de las pequeñas explotaciones

38 De este modo, las unidades con más de 1.000 ha, que concentraban el 61% de la superficiepampeana en 1914, retenían el 42% en 1937. Las explotaciones de 100 a 500 ha pasaron del 24% al36%. Véase Osvaldo Barsky y Alfredo Pucciarelli, “Cambios en el tamaño y el régimen de tenenciade las explotaciones agropecuarias pampeanas”, en Barsky (ed.), El desarrollo...

39 Javier Balsa, “Tierra, política y productores rurales en la pampa argentina, 1937-1969”,Cuadernos del PIEA, vol. 9, 1999.

40 Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”.41 Daniel Slutzky, “Aspectos sociales del desarrollo rural en la pampa húmeda argentina”, Desa-

rrollo Económico, vol. 29, 1968.42 Ignacio Llovet, “Tenencia de la tierra y estructura social en la provincia de Buenos Aires.

1960-1980”, en Barsky y otros, La Agricultura Pampeana, Buenos Aires, CFE-IICA-CISEA, 1988.

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131LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

e incluso de muchas medianas.43 Las condiciones de producción agrícola se mo-dificaron notoriamente a partir de los años setenta, afectando la estructura socialagraria. En primer término, los requerimientos de capital y extensión de las explo-taciones, para un completo aprovechamiento de las innovaciones tecnológicas,habrían hecho muy difícil la situación a los pequeños productores agropecuarios.44

En segundo término, el contexto económico de alta inflación, la caída de los pre-cios ganaderos y las altas tasas de interés también habrían jugado en contra de laestabilidad de estos productores.45 Finalmente este cuadro económico se vio agra-vado por el retroceso del Estado en su papel de promotor de inversiones y apoyo alos pequeños productores y por las políticas cambiarias e impositivas.46 Otros autoresdestacan el lugar que tuvo la cúpula terrateniente en la expansión agrícola, articulandola producción con la especulación financiera. De este modo, habrían consolidado (eincluso incrementado) el espacio que ocupaban en el agro regional, aumentando laconcentración de la propiedad de la tierra.47 Durante los noventa se agudizó el procesode concentración, a partir de viejos y nuevos actores, al elevarse la escala necesariapara la reproducción de las explotaciones.48 En un análisis comparativo realizadoentre los resultados del Censo Agropecuario Experimental de Pergamino, de 1999, y

43 Edith S. de Obschatko, La transformación económica y tecnológica de la agriculturapampeana, 1950-1984, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1986; Centro de Estudios yPromoción Agraria, “Transformaciones sociales en el agro pampeano, 1970-1985”, Realidad Eco-nómica, n° 92/93, 1er. y 2do. bimestre de 1990; Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”; JoséPizarro y Antonio Cascardo, “La evolución de la agricultura pampeana”, en Barsky (ed.), El desarro-llo...; y Floreal Forni y María I. Tort, “Las transformaciones de la explotación familiar en laproducción de cereales de la región pampeana”, en J. Jorrat y R. Sautu (comps.), Después de Germani.Exploraciones sobre la estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1992.

44 Pizarro y Cascardo, “La evolución...”; Forni y Tort, “Las transformaciones...”; y MiguelPeretti, “Reaccionar antes de que sea tarde”, Chacra y campo moderno, n° 763, junio de 1994.

45 Raúl Fiorentino, La política agraria para la región pampeana en las últimas décadas,Buenos Aires, CISEA (doc. 5), 1984; y Felipe Solá, Empresas agrícolas, diferenciación, rentabilidad eimpactos de políticas alternativas, Buenos Aires, CISEA (doc. 12), 1985.

46 Fiorentino, La política...; Osvaldo Barsky, “La evolución de las políticas agrarias en Argentina”, enM. Bonaudo y A. Pucciarelli (comps.), La problemática agraria, Nuevas aproximaciones, vol. 3, BuenosAires, Centro Editor de América Latina, 1993; y Lucio Reca y Luis Katz, “Procesos de ajuste y políticasagropecuaria y alimentaria: algunas reflexiones sobre la experiencia argentina”, en J. Garramón y otros,Ajuste macroeconómico y sector agropecuario en América Latina, Buenos Aires, Legasa, 1991.

47 Véase Eduardo M. Basualdo y Miguel Khavisse, El nuevo poder terrateniente, Buenos Aires,Planeta, 1993; Eduardo M. Basualdo, “El nuevo poder terrateniente: una respuesta”, RealidadEconómica, n° 132; Eduardo Basualdo, “Características e incidencia de los terratenientes bonaeren-ses”, Informe de Coyuntura, n° 36, CEB, La Plata, 1998. Sin embargo, este análisis ha sido discutidopor otros especialistas: Mario Lattuada, “Una lectura sobre el Nuevo Poder Terrateniente y susignificado en la Argentina actual”, Realidad Económica, n° 132, 1994; y Osvaldo Barsky, “Lainformación estadística y las visiones sobre la estructura agraria pampeana”, en O. Barsky y A.Pucciarelli, El agro pampeano. El fin de un período, Buenos Aires, FLACSO-CBC, UBA, 1997.

48 Mario Lattuada, “Un nuevo escenario de acumulación. Subordinación, concentración y hete-rogeneidad”, Realidad Económica, n° 139, 1996.

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los datos censales de 1988, se ha encontrado que el número de explotaciones seredujo en un 24%.49 Por otra parte, se destaca la concentración de la producción enbase al arrendamiento a muy corto plazo de un conjunto de propiedades de menordimensión. Este fenómeno ha ido adquiriendo cada vez mayor importancia y seríaencabezado por dos tipos de agentes: por un lado, los grandes contratistas, y porotro, los “pools de siembra”.50

Hasta aquí los numerosos enfoques producidos para cada país. Mucho másescasas resultan las reflexiones comparativas entre ambos escenarios,51 a pesarde que el agro norteamericano se mantuvo siempre como un punto central decomparación para los argentinos.52 Encontramos referencias comparativas aisla-das en algunos estudios agrarios. Así Taylor, en su análisis de la vida rural enArgentina, señala ocasionales diferencias con el agro del norteamericano.53 Barskydestaca el retroceso tecnológico argentino frente al agro norteamericano entreotros países, especialmente en los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.54

49 En estos once años dejaron su lugar en la producción un 41% de los productores con explota-ciones de hasta 25 ha, un 28% de los que poseían entre 25 y 100, y un 20% de 100 a 500 ha;incrementándose al mismo tiempo el número de las mayores de 500 ha, en un 24%, véase EduardoAzcuy Ameghino, “Las reformas económicas neoliberales y el sector agropecuario pampeano (1991-1999)”, Ciclos, n° 20, 2000, pp. 204-205. En este partido, entre 1960 y 1999 desapareció algo másdel 70% de las explotaciones con menos de 100 ha, según Gabriela Martínez Dougnac, “Un nuevosujeto social? Aportes para la definición del ‘chacarero’ pampeano en la segunda mitad del siglo XX”,Ponencia presentada a las VIII Jornadas Interescuelas/departamentos de Historia, Salta, 2001.

50 Los 130 pools identificados, con una extensión promedio de 24.000 ha, habrían llegado aconcentrar el 17% del área sembrada en la región pampena. Véase Marcelo G. Posada, “Agricultura,economía y sociedad: pools y fondos de inversión en la pampa argentina”, Informe de Coyuntura, n°36, CEB, La Plata, 1998.

51 Los trabajos comparativos más significativos sobre la Argentina han sido realizados con Canadáy se centran en la primera expansión agropecuaria. Véase Jeremy Adelman, “Frontier development:land, labour and capital on the wheatlands of Argentina and Canada, 1890-1914”, Thesis Submitted forthe Degree of Doctor of Philosophy at the University of Oxford, 1989; y Carl Solberg, The Prairiesand the Pampas: Agrarian Policy in Argentina and Canada, 1880-1930, Stanford, 1987. Tambiénexiste una compilación de trabajos comparativos de los desarrollos económicos argentino y australiano,véase John Fogarty y otros, Argentina y Australia, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 1979.Otros autores han considerado las visiones comparativas que los especialistas formularon acerca de losdesarrollos agrarios de la Argentina y los Estados Unidos, o analizaron las diferencias en los costos deproducción entre 1890 y 1914, favorables para la región pampeana. Véase Tulio Halperin Donghi,“Canción de otoño en primavera: previsiones sobre la crisis de la agricultura cerealera argentina (1894-1930)”, Desarrollo Económico, vol. 95, 1984; y José Villarruel, “Las ventajas competitivas de unaestepa humedecida: la pampa, 1890-1914”, Ciclos, n° 3, 1992.

52 Comparación planteada de un modo más explícito en la pregunta incluida en el título deltrabajo de Guillermo Flichman, Notas sobre el desarrollo agropecuario en la región pampeanaargentina (o por qué Pergamino no es Iowa), Buenos Aires, CEDES, 1978.

53 Carl Taylor, Rural Life in Argentina, Baton Rouge, Lousiana State University Press, 1948. Alo largo del presente artículo hemos transcripto algunas de sus comparaciones con el Corn Belt.

54 Osvaldo Barsky, “La caída de la producción agrícola en la década de 1940”, en Barsky y otros,La agricultura...

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133LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Este autor, en otro trabajo, señala que en el agro pampeano la crisis que sufrieronlos agricultores en los setenta y ochenta no se había traducido en un fenómeno dequiebras masivas y rápida concentración (como sí habría ocurrido en los EstadosUnidos, donde los productores fuertemente endeudados vieron perder sus unida-des): en el caso argentino las dificultades se expresaban en la imposibilidad derenovar los equipos de maquinarias, descapitalizándose, pero no generándose nor-malmente la pérdida de la propiedad de la tierra.55 Por su parte, Azcuy Ameghinomenciona que en los noventa, durante la vigencia de la convertibilidad, habríandesaparecido cerca de un tercio de las explotaciones agrarias de la región pampeana,mientras que en el mismo período, en la zona núcleo del agro estadounidense, laeliminación de farms alcanzó el 5,9%.56 Este autor es el único que se aboca a unestudio comparativo muy cuidadoso de las estructuras agrarias del Corn Belt y laregión pampeana a fines de los años ochenta.57 En su trabajo, coteja Iowa (conalgunas referencias a Kansas) y la provincia de Buenos Aires, focalizando luegosobre la zona norte de esta última y los condados más agrícolas de Iowa. Estainvestigación trabaja de un modo sincrónico sobre un único momento histórico(1987/1988) e incluye un reprocesamiento del censo agropecuario de 1988, a finde hacer idénticos los intervalos de tamaño argentinos con los de Estados Unidos.

Como hemos visto, existen varios trabajos que analizan la concentración de laproducción agrícola y sus ritmos durante el siglo XX tanto en la Argentina comoen los Estados Unidos. Sin embargo, consideramos que los análisis ganarían soli-dez y se podrían resolver algunas de las controversias existentes si se avanzase enel estudio comparativo de ambos desarrollos. Para ello, comenzamos el análisiscon la confrontación de la estructura existente al final de los años treinta en elCorn Belt y en la pampa maicera bonaerense.

LA SITUACIÓN A FINES DE LOS AÑOS TREINTA

No sólo el patrón de distribución inicial de la tierra había sido muy diferenteentre ambas regiones (tal como ya hemos comentado), sino que las tendencias

55 Osvaldo Barsky, “Explotaciones familiares en el agro pampeano: procesos, interpretacionesy políticas”, en O. Barsky (comp.), Explotaciones familiares en el agro pampeano, Buenos Aires,CEAL, 1992.

56 Eduardo Azcuy Ameghino, “Las reformas económicas...”.57 Azcuy Ameghino. “Buenos Aires, Iowa, y el desarrollo agropecuario en las pampas y las

praderas”, Cuadernos del PIEA, vol. 3, 1997. Haremos mención a los hallazgos de este trabajo cuandoabordemos el período analizado allí.

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134 JAVIER BALSA

durante las primeras décadas del siglo XX fueron claramente distintas. En el CornBelt se desarrolló cierto proceso de concentración de la producción, mientras queen la pampa maicera encontramos desconcentración. En Iowa, si bien entre 1850y 1870 el tamaño medio de las explotaciones había descendido58 y luego se habíaestabilizado (después de un pequeño aumento en la década de 1880, el tamañomedio se estabilizó en torno a los 156 acres), a partir de 1920 se desarrollaronprocesos de consolidation, fusión de pequeñas unidades con otras de tamañomediano. Entre 1920 y 1945 se redujo fuertemente la cantidad de unidades de 50a 174 acres, mientras que creció el número de las explotaciones mayores a los 260acres, y especialmente las de más de 500 acres.59 Por su parte en Illinois el tama-ño medio se elevó de 124 acres en 1900 a 145 acres en 1940, y llegó a 173 acresen 1955. Durante estos 55 años se duplicó el número de unidades mayores a 500acres, mientras que las reducciones más significativas ocurrían en el intervalo de50 a 99 acres.60

En el caso de la zona norte de la provincia de Buenos Aires, no se ha detectadoun proceso de concentración sino más bien una desconcentración: entre 1914 y1937 las unidades de más de 1.000 hectáreas perdieron un 20% de la superficietotal agropecuaria, y la mayor parte se dirigió al estrato de explotaciones de 100 a500 hectáreas.61

Pero ¿hasta qué punto estas tendencias disímiles llegaron a borrar las notoriasdiferencias iniciales? Una primera aproximación a los datos censales disponiblespara realizar la comparación pareciera indicar que al final de los años treinta no habíagrandes diferencias entre ambas zonas: la proporción de explotaciones por interva-los de tamaño es relativamente similar, tal como puede observarse en el gráfico 1.

58 El tamaño promedio se redujo de 185 acres en 1850 a 134 acres para 1870, gracias a que tantolos ferrocarriles como los especuladores individuales habían vendido sus lotes en fracciones máspequeñas. Véase Earl Heady, Pattern of Farm Size Adjunstment in Iowa, Agricultural ExperimentStation, Iowa State College of Agriculture and Mechanic Arts, Research Bulletin 350, Ames, Iowa,1947, pp. 291-292.

59 Heady, Pattern of Farm Size...60 M. L. Mosher, Farms are growing larger, Agricultural Experiment Station, University of

Illinois, Bulletin 613, Urbana, Illinois, 1957.61 Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”, p. 339.

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135LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Gráfico 1: Explotaciones según tamaño, 1937/1940

Sin embargo, al cotejar los tamaños medios de las explotaciones encontramosque este promedio era mucho mayor en el norte de Buenos Aires (99 hectáreas)que en los dos estados norteamericanos (59 hectáreas en Illinois y 65 hectáreas enIowa). La causa de esta discrepancia en las medias se debe al peso de las grandesexplotaciones en la pampa maicera. Si bien eran escasas en número –en relacióncon el total de unidades–, las explotaciones de más de 625 hectáreas concentrabanalrededor del 28% de la superficie de la zona,62 tal como puede verse en el gráfico2. Merece destacarse que la zona norte de la provincia de Buenos Aires era una delas subregiones pampeanas con menor peso entre las explotaciones de gran exten-sión.63 Mientras tanto, en ambos Estados del Corn Belt las unidades con más de405 hectáreas (1.000 acres) apenas poseían el uno por ciento del área estadual.

62 Tanto en los Estados Unidos como en la Argentina hemos calculado la superficie ocupada porcada estrato a partir del valor medio del intervalo, ya que para 1937 y 1940 sólo se contó con elnúmero de explotaciones por estrato de tamaño.

63 Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”.

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75 a 100 73 a 105

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300 a 625284 a 405

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����Illinois

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Tamaño de las explotaciones en hectáreas

Illinois

Iowa

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Bs. As.

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136 JAVIER BALSA

Gráfico 2: Superficie según tamaño, 1937/1939

En Illinois y Iowa las explotaciones de 28 a 105 hectáreas daban cuenta de dostercios de la superficie agropecuaria (destacándose el peso de las explotaciones meno-res a 73 hectáreas). Se confirma así el éxito del modelo jeffersoniano de las mid-sizefarm, que se tradujo en el Midwest en la venta de predios de 160 acres (65 hectá-reas).64 A partir de este punto de partida se habría logrado consolidar un desarrolloagrario basado en la pequeña producción mercantil.65 Mientras tanto, el estrato equi-valente para el caso pampeano detentaba sólo un 30% del área, constituyendo lasclásicas pequeñas explotaciones maiceras,66 la mayoría de las cuales se basaban en laaparcería de predios que estaban en manos de grandes terratenientes.67 Otro elementode contraste con el Corn Belt era la importancia de las unidades medianas-grandes: las

64 Una descripción de estas explotaciones familiares maiceras y criadoras de porcinos de Iowa,para los años veinte y treinta, se encuentra en Friedberger, Farm Families..., pp. 16-20.

65 Terence Byres, Capitalism from Above and Capitalism from Below, An Essay in ComparativePolitical Economy, Londres, Macmillan Press, 1996.

66 Una descripción detallada de estas unidades para el período de la primera expansión agrícola seencuentra en Alfredo Pucciarelli, El capitalismo agrario pampeano, 1880-1930, Buenos Aires,Hyspamérica, 1986, pp. 109-114; y para los años cuarenta en Taylor, Rural Life..., pp. 6-9.

67 Javier Balsa, “Las formas de producción predominantes en la agricultura pampeana al final dela primera expansión agrícola (1937). ¿Una vía ‘argentina’ de desarrollo del capitalismo en el agro?”,Mundo Agrario, n° 3, 2001 (www.mundoagrario.unlp.edu.ar).

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Tamaño de las explotaciones en hectáreas

Bs. As.

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137LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

explotaciones de 200 a 625 hectáreas detentaban el 16% de la superficie total. Por suparte, Taylor destacaba que las explotaciones de la pampa maicera, en arriendo de 150a 300 acres (61 a 122 hectáreas) y con un tamaño medio de 260 acres, eran de “granescala en comparación con las del Corn Belt norteamericano”. También señalaba ladiferencia con Iowa en la presencia de grandes estancias ganaderas –resabios de unperíodo puramente ganadero– en medio de los campos agrícolas.68

Esta mayor concentración se revela también en las curvas de Lorenz, quedetallan la relación entre el porcentaje de explotaciones ordenadas según su tama-ño, y la superficie que acumulaban (gráfico 3). Se puede observar que la primeramitad de las explotaciones (esto es, las de menor tamaño) tenían sólo una octavaparte de la superficie agropecuaria del norte bonaerense, mientras que la primeramitad daba cuenta de una cuarta parte de Iowa y una quinta parte de Illinois. En elotro extremo, el 5% de mayor tamaño detentaba el 40% de la pampa maicera, perosólo el 15% de los Estados del Corn Belt.

También es posible sintetizar aritméticamente estas diferencias en la distribuciónde la superficie agraria a través de un coeficiente de desigualdad. La distribución de lasuperficie era mucho menos equitativa en la pampa maicera: el coeficiente de Gini esdel orden del 0,615 para el norte de Buenos Aires, frente al 0,413 para Illinois y el0,351 para Iowa, bastante más cercano a la igualdad.69 Evidentemente, el éxito delmodelo de desarrollo agrario norteamericano no sólo se reflejaba en un mayor accesoa la propiedad del suelo por parte de los productores rurales (en Illinois el 56% de losproductores eran propietarios, y en Iowa el 52%, frente a sólo 28% en el norte bonae-rense), sino también en una distribución más equitativa de la superficie entre todas lasunidades de producción, más allá de su forma de tenencia.

68 Taylor, Rural Life..., pp. 6-7 y pp. 226-227.69 El coeficiente de Gini es el doble del área de inequidad (que mide la superficie entre la curva de

Lorenz y la diagonal). Alcanza valor nulo si la curva se superpone con la diagonal; en este caso, todaslas explotaciones tendrían igual tamaño (coincidiendo, para cualquier tamaño, la proporción deunidades productivas con la proporción de la superficie que ocupan). En cambio, el coeficiente tomavalor cercano a la unidad cuando la curva se solapa con los lados inferior y derecho del cuadrado; enesta eventualidad, casi la totalidad de las explotaciones serían tan pequeñas que no detentarían másque una ínfima proporción de la superficie total, mientras que unas pocas unidades productivasacapararían prácticamente la totalidad de la superficie agropecuaria.

Acerca de la curva de Lorenz y el coeficiente de Gini corresponde formular una aclaracióninterpretativa, ya que, como todas las técnicas de resumen de la información, presentan ventajas ydesventajas. Su base de construcción son los casos presentes en un determinado tiempo y lugar. Deeste modo, si en un espacio sólo hubieran existido unas pocas explotaciones grandes, pero todas de untamaño relativamente similar, la curva se acercaría a la diagonal y el coeficiente al cero. En algunoscasos, podría llegar a ocurrir que esta técnica muestre que se ha reducido la desigualdad al comparar dosmomentos, si ha ocurrido una drástica reducción del número de pequeñas unidades.

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138 JAVIER BALSA

Gráfico 3: Explotaciones, 1937/1940

LOS FACTORES QUE ALENTARON LA CONCENTRACIÓN SEGÚN LOS ESTUDIOSAGRONÓMICOS

Durante la segunda mitad del siglo XX tuvo lugar una profunda transformación enlas tecnologías de producción agrícola. Sus efectos sobre la estructura agraria fue-ron rápidamente considerados por los especialistas destacados en las estacionesexperimentales del Corn Belt, como así también por los de la estación de Pergamino.

Todos los análisis efectuados en el Corn Belt encontraron que los costos sereducían intensamente al incrementarse la extensión de las unidades. En los traba-jos realizados durante los años cincuenta, el tamaño óptimo (la extensión en la cualel costo por unidad de producto es menor) se ubicaba en torno a las 142 hectáreas(350 acres),70 aunque algunas estimaciones que incluían ajustes globales según la

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Número

Illinois

Iowa

Norte BS. AS.

70 Así, por ejemplo, un estudio de comienzos de los años sesenta calculó que el tamaño óptimo enIowa para alcanzar el costo mínimo eran 680 acres (275 ha), véase Earl Heady y R. Krenz, Farm size andcost relationships in relation to recent machine technology, An analysis of potential farm change by staticand game theoretic methods, Agricultural an Home Economics Experiment Station, Iowa State University,Research Bulletin 504, Ames, Iowa, 1962. Para la zona oeste de Minnesota se encontraron costos siempre

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139LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

relación oferta-demanda llevaban estos tamaños a niveles tres veces superiores.71

En los estudios de los años ochenta, el costo de producción más bajo se encontra-ban en torno a las 256 hectáreas.72 Sin embargo, los costos de producción porunidad de producto no presentaban grandes diferencias en un amplio rango detamaños en torno al óptimo. Según los distintos estudios, éstos se elevaban consi-derablemente por debajo de las 80 a 120 hectáreas, pero por encima de esta escalano diferían significativamente en relación a las explotaciones más grandes. Inclu-so si se considera que la mayor parte de los pequeños productores computaban eltrabajo propio y el de su familia como costo fijo, las unidades de 65 hectáreas semantenían en un nivel relativamente competitivo,73 pero este requerimiento detamaño fue aumentando.74

decrecientes, que se reducían sustancialmente hasta los 800 acres. Véase L. Rixe y H. Jensen, Costadvantages to size of farm in Red River Valley farming, University of Minnesota, Agricultural ExperimentStation, Station Bulletin 469, 1963. Incluso en la actividad lechera, el tamaño óptimo para un tambo sehabía estimado en 756 acres, según Boyd Burton y H. Jensen, Economies of Size in Minnesota DairyFarming, Agricultural Experiment Station-University of Minnesota, Station Bulletin 488, 1968.

71 En un amplio estudio, se estimó cuál hubiera sido el tamaño óptimo para 1959 en cada uno delos estados del Corn Belt, utilizándose dos estimaciones. La primera (minimum-costs reorganization),considerando las cuestiones meramente técnicas, ubicó el óptimo en los 342 acres para Illinois y 360para Iowa. La segunda estimación (market-clearing reorganization), realizando un nuevo ajuste apartir del mercado (ya que el aumento de la producción, debido a la mayor eficiencia de las unidadesmejor organizadas, habría llevado a un exceso de oferta), estimó un óptimo mucho más elevado: 924y 801 acres, respectivamente. Véase Robert Muckenhirn, Efficient organization of the farm industryin the North Central Region of the United States in 1959 and 1980, Agricultural and Home EconomicsExperiment Station, Iowa State University, Research Bulletin 560, Ames, Iowa, 1968.

72 T. Miller y otros, Economies of Size in U.S. Crop Farming, Washington, Department ofAgriculture, Agricultural Economic Report N° 472, 1981.

73 Según un estudio focalizado en la mitad norte de Illinois, por encima de los 260 acres (105 ha)perdían importancia los incrementos en la eficiencia debidos al tamaño, véase Mosher, Farms aregrowing... Estudios realizados a mediados de los años cincuenta para la zona central de Iowa (especializadaen la producción de granos) afirmaban que las diferencias de costos por el uso de diferente maquinaria noresultaban lo suficientemente importantes como para determinar el tamaño, especialmente en el caso delas unidades basadas en el trabajo familiar: una unidad con 160 acres podía coexistir con otras de 240 o 360acres. Véase Earl Heady y otros, Farm size adjustments in Iowa and cost economies in crop productionfor farms of different sizes, Agricultural Experiment Station, Iowa State College, Research Bulletin 428,Ames, Iowa, 1955. Sin embargo, estudios realizados unos años más tarde encontraron que los costos seelevaban abruptamente por debajo de los 320 acres, incluso considerando al trabajo familiar como unrecurso fijo en el corto plazo. Véase Heady y Krenz, Farm Size... Coincidentemente, nuevos trabajosestimaron que el costo se incrementaba aun cuando se recurriese a servicios de maquinaria contratados (almenos por debajo de los 160 acres). Véase Loren Ihnen y E. Heady, Cost functions in relation to farm sizeand machinery technology in Southern Iowa, Agricultural and Home Economics Experiment Station,Iowa State University, Research Bulletin 527, Ames, Iowa, 1964.

74 Los estudios realizados a comienzos de los años ochenta, encontraron que en el Corn Belt laseconomías de tamaño no parecen haber afectado a las unidades por encima de las 296 acres de superficiecultivable, ya que las explotaciones de este tamaño captaban el 90% de la tasa de ganancia de las unidadesde 639 acres, que eran las de tamaño óptimo. Véase Miller y otros, Economies of Size..., p. 20.

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140 JAVIER BALSA

Por otra parte, además del tamaño óptimo, existían limitaciones a la incorpo-ración de maquinaria a las explotaciones: muchas de las nuevas máquinas necesi-taban de importantes extensiones para que su compra fuera rentable.75

A los problemas de las economías de escala se agregaban las dificultades quetenían las pequeñas explotaciones, e incluso muchas medianas, para obtener un ingre-so que les permitiera a las familias solventar un nivel de vida estándar, ya que losingresos netos por unidad de producción se fueron reduciendo intensamente a lo largode las décadas estudiadas. Así, una explotación en el centro de Illinois recibía 3,15dólares por cada bushel de maíz en 1941-1942; 0,61 dólares en 1959-1960; y sólo0,12 dólares en 1974-1980, a valores constantes de 1980.76 Varios trabajos han cote-jado los ingresos rurales en comparación con los de un asalariado urbano o con losrequerimientos para un nivel de vida estándar de un productor rural medio: en general,se evaluó que la extensión mínima para obtener estos ingresos era de 70 a 90 hectáreas(entre 170 y 220 acres),77 y esta superficie era mayor para los años ochenta.78

75 Así, por ejemplo, ya en 1929, se había calculado que eran necesarios al menos 200 acres paraobtener un uso eficiente del tractor, incluso uno de tamaño pequeño. Véase John Hopkins, Horses,Tractors and Farm Equipment, Agricultural Experiment Station, Iowa State College, Bulletin 264,Ames, Iowa, 1929, pp. 386-387. Por otra parte, en los años sesenta, se estimó que por debajo de los 200acres no era rentable comprar una cosechadora, excepto que se saliera a cosechar campos vecinos.Consultar John Scott y C. Cagley, The economics of machinery choice in corn production, AgriculturalExperiment Station, University of Illinois, Bulletin 729, Urbana, Illinois, 1968, pp. 18-19.

76 W. B. Sundquist, K. Menz y C. Neumeyer, Corn production technology: implications forresource use, supply vulnerability and farm structure, University of Minnesota, Department ofAgricultural and Applied Economics, Staff Papers Series, St. Paul, Minnesota, 1983.

77 Para fines de los cincuenta se estimó que se necesitaban 214 acres dedicados a la agricultura enaparcería en el sudoeste de Iowa para obtener los ingresos de un obrero urbano. Véase Earl Heady yotros, Plans for beginning farmers in Southwest Iowa with comparison of farm and nonfarm incomeopportunities, Agricultural and Home Economics Experiment Station, Iowa State College, ResearchBulletin 456, Ames, Iowa, 1958. Por otra parte, en Illinois los ingresos de las unidades de 50 a 99acres eran la mitad de los de un asalariado, y para alcanzar los gastos denominados “estándar” de unproductor familiar (con tres hijos, una casa moderna, asegurar el retiro y la continuidad de la explo-tación) era necesario como mínimo una unidad de 180 a 339 acres. Véase Mosher, Farms aregrowing... En Iowa las unidades de 80, e incluso las de 160 acres, tan sólo podían maximizar susrecursos buscando algún empleo urbano complementario, quedando como opción realizar tareas fuerade la explotación, con la maquinaria sobrante. Véase Gerald Dean, E. Heady y H. Yeh, An analysis ofreturns from farm and nonfarm employment opportunities on Shelby-Grundy-Haig soils, AgriculturalExperiment Station, Iowa State College, Research Bulletin 451, Ames, Iowa, 1957. Al mismotiempo, en la explotación promedio había casi el doble de la fuerza de trabajo de la requerida por unnivel aceptable de eficiencia. Véase H. B. Howell, “Adjustments in farm size and resources in Iowaagriculture”, en E. Heady y J. Heer (ed.), A Basebook for Agricultural Adjustment in Iowa, Part II,Prospects for the years ahead, Iowa State College, Special Report 21, Ames, Iowa, 1957.

78 Mientras la mediana de los ingresos anuales de los hogares norteamericanos, en 1978, era de15.064 dólares (según consta en Gladwin, “The case...”, p. 269), a una explotación de 76 acres (31 ha) enel Corn Belt sólo le restaban 7.400 dólares como ingresos del productor (incluyendo la retribución por lapropiedad de la tierra, el trabajo del productor y su familia, la ganancia del capital y toda otra retribuciónde los factores que no requerían desembolsos efectivos); una unidad de 140 acres (56 ha) lograba ingresosde 13.750 dólares, y una de 270 acres (109 ha), 31.489 dólares. Véase Miller y otros, Economies of Size.....

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141LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Una última limitación para que los pequeños productores no quedaran fuera de losavances tecnológicos era el incremento del capital necesario para comenzar una explo-tación. Así, por ejemplo, a comienzos de los años ochenta una unidad de 300 acresrequería de un millón de dólares en inversiones, incluyendo la compra de la tierra.79

En el caso del agro pampeano, las investigaciones son mucho menos numero-sas.80 En líneas generales, entre las 100 y las 200 hectáreas se encontraron impor-tantes reducciones en los costos de producción, evidenciándose un incremento enla escala óptima a lo largo del período analizado.81

Una preocupación recurrente en los estudios argentinos parece haber sidodeterminar el tamaño necesario para que fuera rentable la incorporación de losavances tecnológicos, especialmente la opción entre compra y contratación deservicios. Se estimó que sólo por encima de las 90 hectáreas era preferible lacosecha mecánica del maíz, en relación con la recolección manual,82 mientras que

79 Sundquist y otros, Corn production...80 Hemos hallado tan sólo dos estudios dedicados especialmente a las economías de escala en la

región pampeana. Uno centrado en la zona mixta del sur de la provincia de Buenos Aires, que noregistra la existencia de economías de escala en la agricultura, al menos para los establecimientosencuestados, de 161 a 500 ha. Véase Juan Carlos Manchado, “Estimación de economías de escala yeficiencia técnica en la zona mixta cerealera” (mimeo), 1988. El otro estudio analizó la actividadtambera y estimó la existencia de deseconomías de tamaño relativamente importantes, con rendi-mientos decrecientes a mayor escala, consultar Gabriel Parellada y G. Rusch, Economías de escala yrespuesta productiva en el tambo argentino: algunas evidencias para la formulación de políticassectoriales, Buenos Aires, INTA, 1989.

81 Con respecto a las economías de tamaño, un estudio de fines de los cincuenta encontró unarentabilidad 2,6 veces mayor en las unidades mayores de la muestra (de 102 a 136 ha) en Pergamino queen las más pequeñas (de 37 a 48 ha). Además, en las pequeñas no se podía utilizar todo el trabajo familiardisponible. Véase Walter Schaefer, Análisis económico de las explotaciones agrarias, Buenos Aires,INTA, 1960. Lo mismo se concluyó a comienzos de los sesenta para las unidades de Pergamino conmenos de 100 ha. Véase Edgardo Gilles y J. A. Nocetti, Organización y resultados económicos depredios rurales en un área de extensión, Pergamino, Argentina, 1960, Pergamino, INTA, 1962. Por otraparte, a fines de los sesenta se encontraron, en los partidos de Pergamino, Salto, Rojas y BartoloméMitre, costos totales por hectárea decrecientes al aumentar el tamaño de los predios. En el caso de laproducción agrícola se reducían hasta un 57% respecto de los valores del estrato “chico” (50 a 120 ha),y un 86% en la producción ganadera. Más que un decrecimiento progresivo, se halló un salto que seproducía en torno a las 200 ha. Sin embargo, se descubrió que los ingresos por hectárea eran decrecientesal aumentar el tamaño. El resultado final era una escasa variación de los ingresos netos por hectárea yen la rentabilidad, en relación con el tamaño de las explotaciones analizadas. Véase Alejandro Peyrou,“La adopción del cambio tecnológico y la intensidad del uso de la tierra en el área maicera de la zonapampeana”, Tesis de Maestría de la Escuela para Graduados en Ciencias Agropecuarias de la RepúblicaArgentina, Castelar (inédita), 1971. A comienzos de los ochenta, podemos ver que los costos de cosechade trigo se incrementaban en un 51% al pasar de 100 a 200 ha; los del maíz un 49% al pasar de 140 a 280ha; y los de la soja un 48% de 140 a 280 ha, según los datos que constan en José Pizarro y Miguel ÁngelCacciamani, Evaluación económico-financiera de una alternativa de inversión en maquinaria agríco-la, Informe Técnico 171, Pergamino, INTA, 1981.

82 Juan Billard, Análisis de los aspectos económicos de las máquinas juntadoras y cosechadoras demaíz en la República Argentina, Buenos Aires, Asociación Argentina de Productores Agrícolas, 1957.

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se calculó en 83 hectáreas el tamaño mínimo para que fuera rentable la cosecha agranel.83 Otro estudio estimó que para menos de 50 hectáreas cultivadas era mejorla contratación del tractor; entre 60 y 125 hectáreas aconsejaba utilizar caballos, ysólo por encima de las 125 hectáreas de maíz o girasol y de las 165 de trigo, linoo sorgo granífero sugería el tractor e implementos propios.84 Por su parte Frankestableció que entre 253 y 326 hectáreas resultaba indiferente la utilización demaquinaria propia o contratada; por debajo de las 253 hectáreas era aconsejablecontratar equipos externos, y por encima de las 326, no hacerlo.85

Por otra parte, también se analizaron los problemas que ocasionaba el tamañoen los ingresos de los pequeños y medianos productores. A comienzos de lossesenta se estimó que algo más de la mitad de las explotaciones con 100 a 200hectáreas “no dispusieron de un remanente para retribuir el trabajo del agricultor,sufragar cuotas de depreciación del capital y afrontar riesgos, una vez desconta-dos los gastos, el valor del trabajo familiar no remunerado y el interés por el capitalutilizado”.86 Una década más tarde un estudio clasificó como “minifundistas” a lospredios que permitían un ingreso menor o igual al del salario de un oficial tracto-rista, y encontró que se correspondía con las explotaciones de menos de 46 hec-táreas (lo que equivale a 99 acres). La mayoría de éstas presentaba una producti-vidad de la tierra similar a las de mayor tamaño.87

Como hemos podido observar, en ambas zonas las economías de tamaño (aso-ciadas al desarrollo tecnológico) y los bajos ingresos que percibían los pequeñosproductores (al potenciarse la escasa superficie con la indiferenciación productiva ylas economías de tamaño) habrían afectado gravemente a las explotaciones pordebajo de las 100 hectáreas, e incluso a las de 100 a 200 hectáreas en la pampamaicera. Pero ¿en qué medida estos condicionantes económicos produjeron real-mente un proceso de concentración de la producción en ambas regiones?

83 Eduardo Ramperti y Alberto Amigo, Ahorre cosechando y almacenando a granel, [s/d], 1963.84 Juan Nocetti, Costos comparativos de tres alternativas para realizar labores culturales en

predios de la zona de Pergamino, Informe técnico 20, Pergamino, INTA, 1963. En este mismo trabajose estimó que el tamaño óptimo para la plena utilización del tractor eran 185 ha de maíz o 267 de trigo.

85 Rodolfo Frank, “La administración eficiente de la maquinaria (3). Capacidad de trabajo ycontratistas”, Proyección Rural, n° 7, 1968. Sin embargo, dos estudios basados en grandes unidadesubicadas en la zona oeste de Buenos Aires elevan sustancialmente la estimación del tamaño aconse-jado para la utilización de equipos propios, véase Bernardo Ostrowski, “Cálculo de eficiencia física yeconómica de maquinaria agrícola”, Revista CREA, n° 25, 1970; y Arturo Santamarina, “Análisiseconómico de los equipos de maquinaria agrícola”, Revista CREA, n° 32, 1971.

86 Gilles y Nocetti, Organización y resultados..., p. 48.87 Juan Carlos Torchelli, “El minifundio de la región maicera argentina”, Tesis de Maestría de la

Escuela para Graduados en Ciencias Agropecuarias de la República Argentina, Castelar (inédita), 1972.

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143LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

LA CONCENTRACIÓN HASTA FINES DE LOS AÑOS OCHENTA

Durante los cincuenta años siguientes a 1940 se produjo, en ambas regiones, unafuerte reducción en el número de explotaciones. Encontramos que para fines delos ochenta sólo quedaban alrededor de la mitad de las presentes a fines de losaños treinta.

Detrás de esta reducción en el número de explotaciones y del consiguienteaumento del tamaño medio ¿cuál ha sido el cambio en la composición de las unida-des? El gráfico 4 permite avanzar en este sentido, a partir de la equiparación delárea de los Estados norteamericanos a la superficie del norte bonaerense. La re-ducción había sido más drástica en los estados del Corn Belt, y especialmenteintensa la crisis de las explotaciones de 28 a 105 hectáreas que tanto peso tenían alcomienzo del período: sólo quedaba, en 1987, una de cada cuatro de estas unida-des presentes en 1940. Resulta entonces evidente la crisis del modelo de laHomestead Act, con sus unidades de 160 acres (65 hectáreas) para el Midwest.88

En cambio, en el norte de Buenos Aires quedaban la mitad de las unidades de estaescala. Cabe recordar que en la pampa bonaerense, al comienzo del período, lasexplotaciones de 25 a 100 hectáreas tenían una importancia mucho menor que enel Corn Belt. Por lo tanto se arribó a una relativa equiparación en la significaciónnumérica de esta escala de unidades en ambas regiones, constituyendo algo másde un tercio del total de explotaciones (como se observa en el gráfico 4).

Por otra parte, resultó de similar magnitud la reducción en el número de muypequeñas unidades (menores a las 25 hectáreas): tanto en Illinois como en la pampanorteña quedaron una de cada dos de estas explotaciones presentes en 1937/1940(en Iowa la reducción fue un tanto menor). En cuanto a las unidades de 100 a 200hectáreas, observamos que en el norte bonaerense tuvo lugar una reducción signifi-cativa (quedó algo más de la mitad), mientras que en Iowa el número de estasexplotaciones se incrementó levemente, y en Illinois se redujo sólo un poco. Vemosentonces cómo en el caso de la pampa maicera la concentración afectó a estasunidades medianas de un modo que no ocurrió en el caso norteamericano.

Por último, en las tres zonas estudiadas creció la cantidad de explotacionesmayores a las 200 hectáreas. Sin embargo, este fenómeno fue mucho más intensoen el Corn Belt que en la pampa norteña: en Iowa, por cada unidad de esta escala

88 Según los estudios de la estación agrícola experimental de Iowa, a mediados de los añoscincuenta, la “consolidación” en el sudoeste de ese Estado se había producido por la adquisición deunidades de 160 acres de tamaño medio por parte de unidades de 252 acres, que presentaban un mayornivel de mecanización, de utilización de fertilizantes y de complemento asalariado que las absorbidas.Véase Randall Hoffmann y E. Heady, Production, income and resource changes from farmconsolidation, Agricultural an Home Economics Experiment Station, Iowa State University, ResearchBulletin 502, Ames, Iowa, 1962.

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144 JAVIER BALSA

presente en 1940, había ocho explotaciones en 1987, y en Illinois había sieteunidades, mientras que en el norte bonaerense sólo había dos unidades con más de200 hectáreas por cada explotación presente en 1937. De este modo, la expansiónde las unidades más grandes en el Corn Belt (junto con la crisis de las unidadesmediano-pequeñas) condujo a cierta igualación en la estructura de ambas zonas, talcomo puede observarse comparando las columnas de 1987/1988, del gráfico 4.

Gráfico 4: Explotaciones según tamaño, 1937/1940

Aunque, como hemos visto, para 1987/1988 se habían reducido las diferen-cias en la distribución de las explotaciones según el tamaño, persistía la asimetríaen la importancia territorial de las grandes unidades.89 Como podemos observar

89 Azcuy Ameghino ya había destacado que en 1987/1988, en Iowa, existía un fuerte peso de lasunidades productivas de 105 a 404 ha (68% de la superficie), en comparación con la zona norte de BuenosAires, donde sólo ocupaban el 33%. Al mismo tiempo, señalaba que en esta zona predominaban lasunidades de más de 404 ha (con el 52% del área), que tenían escasa importancia en Iowa (15%). Este autoranalizaba, además, la distribución de la superficie agrícola, destacándose el norte bonaerense porque casi lamitad de la superficie implantada con cultivos anuales se concentraba en unidades mayores a las 404 ha,mientras que este tipo de explotaciones sólo detentaban el 15% de la superficie cosechada en los condadosagrícolas de Iowa. Era en el estrato de 105 a 404 ha donde se encontraban dos tercios de la superficiecosechada de este estado norteamericano. Véase Azcuy Ameghino, “Buenos Aires, Iowa...”, p. 57.

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26%

45%

17%

9%

2% 1% 0% 0%

16%

52%

19%

10%

2% 1% 0% 0%

26%

35%

15%

12%

5% 3% 2% 1%

0%

70%

hasta 25hasta 28

25 a 75 28 a 73

75 a 100 73 a 105

100 a 150105 a 154

150 a 200154 a 202

200 a 300202 a 284

300 a 625284 a 405

625 y más405 y más

����Illinois

����Iowa

����NorteBs.As

Norte Bs AsCorn Belt

Tamaño de las extensiones en hectáreas

Illinois

Iowa

NorteBS. AS.

Bs. As.

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145LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

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2%

5%

11%

22%

34%

20%

6%

2%

4%

15%

29%

34%

14%

3%

2%

4%

9%

14%

19%

26%

26%

0%

40%

hasta 25hasta 28

25 a 50 28 a 57

50 a 100 57 a 105

100 a 200 105 a 202

200 a 400 202 a 405

400 a 1000405 a 810

más de 1000más de 810

Tamaño de las explotaciones en hectáreas

����Illinois

�������� Iowa�������� Norte

Bs As

Norte Bs AsCorn Belt

Illinois

Iowa

NorteBS. AS.

Tamaño de las extensiones en hectáreas

en el gráfico 5, las explotaciones con más de 810 hectáreas (más de 2.000 acres)tenían un peso marginal en el agro del Corn Belt, mientras que las mayores a1.000 hectáreas ocupaban más de un cuarto de la pampa norteña. En cambio, enel Corn Belt eran mucho más importantes las unidades de 50 a 400 hectáreas:concentraban alrededor de dos tercios del área censada, mientras que en la pampamaicera sólo detentaban el 42%.

Gráfico 5. Superficie según tamaño, 1987/88

Un análisis más detallado –obviando las simplificaciones que exige la compara-ción entre los datos censales de ambos países– permite observar más claramentecómo en el Corn Belt la superficie agropecuaria se había concentrado en las unidadesde más de 203 hectáreas (cuadro 1). Este estrato, que en Illinois, en 1940, sólo con-trolaba el 7% del área, para 1987 tenía más del 60%, y en Iowa el incremento fue del5% al 50%. En cambio, las explotaciones con menos de 105 hectáreas pasaron decontrolar el 67% de Illinois al 18% de la superficie; en Iowa el retroceso fue del 69%al 21%. Entonces, resulta claro el proceso de concentración en favor de las unidadesmedianas y mediano-grandes: las explotaciones de 203 a 810 hectáreas detentaban en1987 el 54% de la superficie agraria de Illinois y el 47% de la de Iowa.

Mientras tanto, en el norte de la provincia de Buenos Aires también se generó unincremento –aunque no tan intenso como en el Corn Belt– de la importancia territorial

Bs. As.

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146 JAVIER BALSA

de las unidades mayores a 200 hectáreas, que pasaron de detentar el 51% de la zonaen 194790 al 71% en 1988 (cuadro 2). La mayor parte de este incremento se ubicóen las explotaciones de 400 a 1.000 hectáreas, que captaron un 16% de la superficietotal de la zona. Como contracara, las explotaciones de 25 a 200 hectáreas sólotenían el 26% del área, cuando cuarenta años antes poseían el 46%. Vemos que nosólo perdura un patrón concentrado históricamente, tal como lo destaca AzcuyAmeghino,91 sino que éste se ha incrementado. Sin embargo, entre las grandesunidades tuvo lugar un retroceso en la importancia de las muy extensas: las explota-ciones de más de 2.500 hectáreas redujeron en un 10% su peso territorial, confir-mando las afirmaciones de Barsky y Pucciarelli92 (una extensión relativamente simi-lar a la que captaron las unidades de 1.000 a 2.500 hectáreas).

Cuadro 1. Distribución de la superficie censal según el tamañode las explotaciones, Illinois y Iowa

Tamaño de las explotaciones

en acres < 70 70-99 100-139 140-179 180-219 220-259 260-499 500-999 1000 >

en ha (< 28) (28-41) (41-57) (57-73) (73-89) (89-105 ) (105-203) (203-405) (405 >)

Illinois

1940 5% 7 % 12% 18% 12% 12% 28% 6% 1% 100%

1987 2% 2% 3% 4% 3% 4% 22% 34% 26% 100 %

Iowa

1940 3% 7% 11% 23% 12% 13% 26% 4% 1% 100%

1987 2% 2% 3% 5% 4% 5% 29% 34% 16% 100%

Cuadro 2:Distribución de la superficie censal según el tamañode las explotaciones, norte bonaerense

Tamaño de las explotaciones (en hectáreas)

menos 25-100 100-200 200- 400/500- 1000- 2500- más

de 25 400/500 1.000 2.500 5.000 de 5.000

1947 3% 26% 20% 12% 10% 10% 8% 11% 100%

1988 2% 12% 14% 26% 19% 17% 6% 3% 100%

90 Utilizamos el año 1947 y no 1937, porque para el primero contamos con intervalos similaresa los de 1988 y, además, está especificada la superficie de cada intervalo.

91 Azcuy Ameghino, “Buenos Aires, Iowa...”, p. 85.92 Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”.

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147LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Como resultado de la concentración que se desarrolló entre 1937/1940 y 1987/1988, el nivel de desigualdad se agravó, especialmente en el Corn Belt, aunquecontinuó siendo más intenso en el norte bonaerense. El coeficiente de Gini paraIllinois pasó del 0,413 al 0,549, el de Iowa de 0,351 a 0,494, mientras que en lazona norte se incrementó levemente, de 0,615 a 0,644. En términos gráficos, lascurvas de Lorenz muestran más detalladamente esta relación. Comparando el grá-fico 6 con el 3 es posible observar que en Illinois la mitad de las explotaciones quetenían menor tamaño, en 1987, detentaban sólo el 12% del área, mientras que en1940 habían tenido el 21%. En el otro extremo, el 5% de mayor tamaño pasó aocupar el 24%, mientras que en 1940 había dado cuenta del 16% de la superficie.En el caso de Iowa, la mitad de las explotaciones más pequeñas pasó de controlarel 26% de la superficie a sólo el 15%, al tiempo que el 5% de mayor tamaño llegóa detentar el 19%, frente al 14% que tenían en 1940.

En el norte de Buenos Aires los cambios fueron de menor magnitud, la prime-ra mitad de las explotaciones pasó de detentar el 12% de la superficie en 1937, al9% en 1988. En cambio el 5% de las unidades mayores continuó concentrando elextraordinario porcentaje del 40% de la tierra de la zona.

Gráfico 6: Explotaciones, 1987/1988

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Explotaciones1987/88

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75%

100%

0% 25% 50% 75% 100%

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Número

Illinois

Iowa

Norte BS. AS.

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148 JAVIER BALSA

En síntesis, hemos podido constatar un intenso proceso de concentración quegeneró la desaparición de gran parte de las pequeñas explotaciones, pero que no impli-có el desarrollo de las unidades grandes, al menos si consideramos como tales a las demás de 810 o 1.000 hectáreas, que como vimos tenían una notoria significación en lapampa maicera durante todo el período. En cambio, hasta fines de los años ochenta enambas regiones la concentración se dirigió fundamentalmente hacia las unidades me-dianas o mediano-grandes, con superficies de 200 a 810/1.000 hectáreas. Cabe acla-rar que esto tampoco significó la completa desaparición de las unidades más peque-ñas. Aunque la cantidad de explotaciones pequeñas que desaparecieron fue más eleva-da en el Corn Belt, en 1987 todavía subsistía un importante número de unidades demenos de 100 hectáreas en esta región (en Iowa, por ejemplo, el 57% de las explota-ciones tenía este tamaño y daba cuenta del 21% de la superficie agropecuaria). Tam-bién en el norte bonaerense en 1988, el 60% de las unidades no llegaba a tener 100hectáreas, aunque aquí ocupaba sólo el 14% del área total.93

LOS RITMOS EN EL PROCESO DE CONCENTRACIÓN

El proceso de concentración presentó algunas disparidades en los ritmos entreambas regiones, tal como puede observarse en el gráfico 7. En el Corn Belt, ladesaparición de unidades productivas fue especialmente brusca en las décadas delcincuenta y del sesenta: para 1969 sólo quedaban en Illinois el 60% de la cantidadde explotaciones presentes en 1940, y en Iowa el 66%. En cambio, esta reducciónhabía sido menor en la zona norte de Buenos Aires, donde las unidades de 1969representaban el 85% del número existente en 1937.

93 Según nuestras estimaciones realizadas a partir del Censo Experimental de Pergamino de1999, en el norte bonaerense las unidades de menos de 100 ha constituían el 53% del total deexplotaciones, pero sólo daban cuenta del 10% del área. Mientras que en Iowa, en 1997, continuabansiendo el 57% de las unidades y ocupaban el 17% de la superficie censada.

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149LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Gráfico 7: Cantidad de explotaciones, escala semilogarítmicaBase 100 = años 1937/1940

La menor concentración de la agricultura en la pampa maicera argentina esta-ría relacionada con las políticas agrarias que se sucedieron desde 1942 y hasta1967. En el caso argentino se desarrolló toda una legislación tendiente a evitar eldesalojo de los arrendatarios y aparceros. Esto permitió, en general de modo indi-recto, que alrededor de la mitad de estos productores accedieran a la propiedad desus predios.94 En cambio, en el caso norteamericano, si bien se implementabancostosas políticas de auxilio a los productores, al mismo tiempo se proponía elaumento de la escala y se favorecía el abandono de las pequeñas explotaciones (elfarm size adjustment, como se titulan varios de los trabajos de las estaciones experi-mentales del Corn Belt entre los años cuarenta y sesenta). Las políticas de subsidios a

20001990198019701960195019401930

200

10090

80

70

60

50

40

30

Norte Bs. As

Iowa

Illinois

Años

Norte BS. AS.

Illinois

Iowa

94 Javier Balsa, “Tierra, política...”.

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150 JAVIER BALSA

los productos agropecuarios no incorporaron ninguna medida que exceptuara a lasgrandes unidades y, de este modo, atenuara el proceso de concentración. De hechola favorecía, porque a mayor producción, mayores beneficios.95 La tensión entrelos ideales liberales –que promovieron las family farms– y la búsqueda de eficienciapropia de una economía capitalista,96 parece haberse inclinado hacia este último ladoa partir de los años cuarenta, a medida que el tamaño originalmente previsto paraestas explotaciones iba resultando escaso para el desarrollo tecnológico. El únicointento de poner un límite a la recepción de la ayuda estatal fue llevado adelante en1949, por Charles Brannan (el secretario de agricultura de Truman, de tendenciasliberales). Su plan preveía implementar un subsidio en efectivo limitado hasta uncierto volumen de producción, que estimamos equivalente a la cosecha de unas 150hectáreas de maíz en el Corn Belt. Sin embargo, el Plan Brannan nunca se concretópues terminó en un fracaso legislativo.97

Como resultado de estas distintas intensidades en el proceso de concentra-ción y del acceso a la propiedad de buena parte de los ex arrendatarios o aparcerosen la región pampeana, para fines de los años sesenta las estructuras de ambas regio-nes se habían asemejado: el tamaño medio de las unidades en el norte bonaerense erasólo levemente superior al del Corn Belt (ver cuadro 3), y las explotaciones enpropiedad ahora eran mayoría, también en la pampa maicera. Al mismo tiempo, elclima político argentino parecía favorecer el apoyo estatal a un desarrollo agrariobasado en la pequeña y la mediana propiedad organizada en base a la fuerza detrabajo familiar. Consideramos que se había abierto una segunda posibilidad paraconstruir un desarrollo farmer en las pampas (la primera había sido cuando sedistribuyeron las tierras en la segunda mitad del siglo XIX).

95 Así, por ejemplo, en 1969, el 42,4% de los beneficios gubernamentales fueron hacia el 5%más rico, mientras que el 20% más pobre de los productores rurales sólo recibió el 1,1%. Véase S.Mann y J. Dickinson, “State and agriculture in two eras of american capitalism”, en Buttel y Newby(eds.). The Rural...

96 Ada S. de Nemirovsky, “Debates sobre la perdurabilidad de los farmers en Estados Unidos”,Ruralia, n° 6, 1995.

97 Esta iniciativa naufragó en el Congreso, ante un rechazo generalizado de casi todos lossectores políticos y corporativos, con excepción de la National Farmers Union (la única entidad,junto con algunas unidades del movimiento granger, que durante esas décadas demandaba medidas quefrenasen el proceso de concentración). Sobre el Plan Brannan pueden consultarse Murray Benedict,Farm policies of the United States, 1790-1950, A study of their origins and development, New York,The Twentieth Century Fund, 1953; David Brewster, “Historical notes on agricultural structure”, enU.S. Department of Agriculture, Structure Issues...; y Virgil Dean, “Why not the Brannan Plan?”,Agricultural History, vol. 70 (2), 1996.

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151LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Cuadro 3. Tamaño medio de las explotaciones agropecuarias, 1937/1999.En hectáreas

Censos: EE.UU./Arg.1940/1937 1950/1947 1959/1960 1969 1987/1988 1997/1999

Illinois 59 64 78 93 139 144

Iowa 65 68 77 97 122 139

Norte Bs. As. 99 90 107 117 176 221*

* Estimación para toda la zona a partir del Censo Experimental de Pergamino, 1999.

Sin embargo esta oportunidad fue dilapidada. Desde 1974, y especialmente apartir de 1976, comenzaron a implementarse políticas totalmente opuestas a este idea-rio. El agro no fue ajeno al proceso social regresivo que comenzó con la última dicta-dura militar y que continuó luego, esencialmente con el menemismo.98 En este sentidono sólo fueron políticas agrarias puntuales, sino la imposición de todo un modeloideológico indiferente a los efectos que tenían una serie de factores (como el desarrollotecnológico, la liberalización financiera y la retracción de las políticas estatales deapoyo al productor, entre otros) sobre la estructura agraria y la comunidad rural.

Estos temas, en cambio, fueron motivo de profundos debates académicos ypolíticos en los Estados Unidos, con una importante movilización de los producto-res afectados y sus comunidades en general, especialmente a partir de la crisis delos primeros años de la década de 1980.99 Con altibajos –presidencia de Reaganmediante– se lograron políticas favorables y una intensa preocupación institucio-nal por el desarrollo comunitario.

El resultado de ambos derroteros se sintetiza en el aumento de velocidad en laconcentración que se produjo en las pampas, y su desaceleración en el Corn Belt.Como podemos ver en el gráfico 7 y en el cuadro 3, durante los setenta y los ochentael proceso de concentración fue más intenso en la pampa norteña. Según nuestrasestimaciones (extrapolando la evolución de Pergamino al resto de la zona), esta dife-rencia en los procesos de concentración se habría intensificado en los noventa,100 y

98 El concepto de proceso social regresivo permite comprender la dictadura militar no sólo comoun fenómeno destructivo, sino como el intento de transformar las bases sociales del poder que habíanpredominado desde mediados de siglo. Véase Juan Villarreal, “Los hilos sociales del poder”, en E.Jozami y otros, Crisis de la dictadura argentina (1976-1983), Buenos Aires, Siglo XXI, 1985.

99 Friedberger, Farm Families...100 Alrededor del 11% de la superficie agropecuaria de la zona norte habría pasado durante los años

noventa de las unidades de 25 a 500 ha hacia las de 500 a 2.500 ha (destacándose el intervalo de 1.000 a2.500, que absorbió el 7% del área). En el Corn Belt norteamericano también se acentuó el proceso deconcentración, entre 1987 y 1997, en favor de las unidades grandes y en perjuicio no sólo de las pequeñasunidades, sino también de las explotaciones medianas (incluso sobre las unidades de 203 a 405 ha).

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152 JAVIER BALSA

para 1999 en el norte bonaerense sólo quedaría la mitad de las unidades existentes en1969, mientras que dos tercios de las unidades habrían sobrevivido en los Estadosnorteamericanos analizados. Para fin de siglo las unidades promedio del norte bonae-rense serían 59% más grandes que las de Iowa, y 53% mayores que las de Illinois,como se puede observar en el cuadro 3.

REFLEXIONES FINALES

Como hemos visto, al comienzo del período analizado (hacia 1940) resultaba pal-pable el éxito que había tenido en el Midwest el modelo de las family farms propie-tarias de predios mediano-pequeños, y el tamaño más elevado de las unidades de lapampa maicera (en general en aparcería), e incluso la presencia de explotaciones degran extensión dentro de un área de gran aptitud agrícola. El modelo norteamericanono sólo había garantizado la propiedad a los pequeños y medianos productores, sinotambién una distribución más equitativa de la superficie agropecuaria, más allá de laforma de tenencia del suelo que presentaban las unidades productivas.

Durante los siguientes cincuenta años, tanto en el Corn Belt como en la pam-pa maicera el proceso de concentración fue muy intenso: desaparecieron más dela mitad de las explotaciones agropecuarias que existían en 1940. En ambas regio-nes, entre 1937/1940 y 1987/1988 el fenómeno más importante ha sido la pérdidade la mayor parte de la superficie que controlaban las explotaciones menores a100 hectáreas. La similitud de ambos procesos y la tendencia siempre creciente enel tamaño medio remiten directamente al efecto de los factores técnico-económi-cos, ya que las escalas más afectadas fueron aquellas que, según los estudiosrevisados, presentaban claras deseconomías de tamaño y niveles de ingresos pordebajo de los requerimientos de consumo de las familias rurales.

Coincidentemente, en términos de reducción en el número de pequeñas explo-taciones y de superficie perdida, la concentración fue más drástica en los dos esta-dos del Corn Belt que en el norte bonaerense, donde las pequeñas unidades teníanmenos importancia al comenzar el período estudiado. La tenencia en propiedad, sibien pudo haber favorecido la resistencia de algunos, no constituyó un reaseguropara la mayoría de los pequeños productores norteamericanos. Esta crisis de laspequeñas unidades no siempre significó la pérdida de la propiedad, ya que la concen-tración se realizó sobre todo en base a la expansión en arriendo. La forma de tenen-cia que más creció durante estas décadas ha sido la de los part-owners (quienescombinan una parte de su explotación en propiedad con el arriendo de otra u otrasparcelas): en 1950 controlaban el 21% de la superficie de Iowa, y para 1987 poseíanel 55%, mientras que en el caso de Illinois pasaron de tener el 29% al 60%.

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153LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

Sin embargo, esta mayor intensidad de la concentración en el Corn Belt noalcanzó a borrar la diferencia estructural inicial, pues en la pampa maicera, a pesarde que el patrón era ya muy concentrado en los años treinta, la concentraciónafectó incluso a las unidades de 100 a 200 hectáreas, y en los años noventa tam-bién a las de 200 a 500 hectáreas. De este modo, si en el Corn Belt el tamañomedio pasó de las 60 a las 140 hectáreas para fines de siglo XX, en el nortebonaerense tuvo lugar un incremento de similar intensidad, ya que la explotaciónpromedio alcanzó las 220 hectáreas, cuando a fines de los treinta tenía unas 100.

Si bien se ha confirmado el intenso proceso de concentración y su semejanzacon los ajustes dictados por la innovación tecnológica, esto no debe interpretarsecomo la desaparición de la totalidad de las pequeñas y mediano-pequeñas explota-ciones, pues, como hemos visto, gracias a la combinación de una serie de facto-res, muchas lograron resistir.

En segundo lugar, la concentración no significó necesariamente la constitu-ción de grandes explotaciones. Al menos hasta los años ochenta, en ambas regio-nes la concentración se dirigió hacia las unidades de 200 a 810/1.000. Entonceslos desplazamientos de superficie fueron hacia las moderate size farms, tal comolo planteaba una de las visiones y no hacia las explotaciones de mayor tamaño,según sostenían otros investigadores norteamericanos. De hecho el contraste conla situación del agro pampeano pone de relieve la significación marginal de lasgrandes explotaciones en el Corn Belt.101 Además, no sólo no existió una claraexpansión de las grandes explotaciones en esta región, sino que tampoco se ob-serva el dualismo en el extremo inferior: las explotaciones mediano-pequeñas encrisis no se convirtieron en pequeñas unidades (como planteaban algunos auto-res), sino que el número de éstas también se redujo. Es cierto, sin embargo, queen 1997 el 46% de los pequeños productores (con menos de 105 hectáreas) po-seían trabajos fuera de la explotación en los que trabajaban de forma permanente(más de 200 días al año). Incluso el 60% de estos productores han declarado quesu principal actividad económica no era agropecuaria.102

En tercer lugar, este incremento en la importancia de las unidades medianas ymediano-grandes en ambas regiones no debe interpretarse como equivalente a unatransformación de las formas de producción familiares en empresas típicamentecapitalistas, ya que la mecanización permitió la expansión en superficie de las

101 Por ejemplo, en 1997 tan sólo el 1% de la superficie censada en Illinois y Iowa estaba enmanos de explotaciones de más de 2.025 ha (5.000 acres), a pesar de que duplicaron su importanciaentre 1992 y 1997.

102 Resulta importante destacar que el 21,7% de las explotaciones familiares (sin aporte asalariado)de la zona agrícolo-ganadera del norte bonaerense (incluyendo casi los mismos partidos que nuestraselección) presentaban en 1988 pluriactividad del productor. Véase Guillermo Neiman, S. Bardomás y D.Jiménez, “Estrategias productivas y laborales en explotaciones familiares pluriactivas de la provincia deBuenos Aires”, en G. Neiman (comp.), Trabajo de campo, Buenos Aires, Ediciones Ciccus, 2001.

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154 JAVIER BALSA

unidades trabajadas con sólo dos trabajadores. Especialmente en el Corn Belt lagran mayoría de las explotaciones de 200 a 810 hectáreas no tenía asalariadospermanentes. Sin embargo esta transformación sí parece haberse producido en elnorte bonaerense.103 Se observa entonces cierta indeterminación de la organiza-ción social del trabajo en relación con la extensión de las unidades104 (cuestiónque nos proponemos investigar en una próxima etapa de nuestro proyecto).

Por último, a lo largo del período estudiado, los ritmos de la concentraciónfueron distintos entre ambas zonas. Durante las primeras décadas, especialmentelos cincuenta y los sesenta, la reducción en la cantidad de explotaciones fue mu-cho más intensa en el Corn Belt, mientras que a partir de los años setenta laconcentración fue más fuerte en el norte bonaerense. Tal como hemos comentado,parece ser clara la incidencia de las políticas agrarias sobre estos ritmos. Sinembargo consideramos que la mayor concentración en la pampa argentina en lasúltimas décadas se debió, además de los factores políticos, a la combinación deotras dos causas. Por un lado, la concentración fue favorecida por la presencia denuevas formas de empresas capitalistas orientadas a la producción agrícola (gran-des contratistas, propietarios mediano-grandes volcados ahora a la agricultura,“pools de siembra”,105 entre otros agentes). Un heterogéneo conjunto de produc-tores (todavía no muy bien caracterizados ni mensurados) que indudablementelogran, en distinta medida, combinar economías de escala, enormes recursosfinancieros y de comercialización, y división del trabajo con profesionalizaciónde cada una de las tareas agropecuarias dentro y fuera de la explotación (tal comopreconizara Kautsky). En el caso del Corn Belt norteamericano no parecen

103 En Illinois y Iowa, en 1997, sólo un 23% de estas unidades contrataban asalariados por más de150 días al año, y las que lo hacían, tomaban en promedio algo menos de dos trabajadores. En cambio,en la pampa maicera para 1988, el 78% de las unidades de 200 a 1.000 ha contrataban asalariadospermanentes (en un promedio de 1,6 trabajadores por establecimiento). Incluso si consideramos cual-quier tipo de contratación de asalariados (sin importar los días que trabajaron), en el Corn Belt sólo el56% de estas unidades contrataban asalariados, mientras que en la pampa norteña lo hacía el 82%.

104 En este mismo sentido, si bien en ambas zonas la mayoría de las explotaciones de mayortamaño tenía asalariados permanentes, el número de empleados por unidad era casi tres veces mayoren el caso del norte bonaerense. En la pampa maicera casi la totalidad de las explotaciones con másde 1.000 ha tenían asalariados permanentes, y aquí su cantidad alcanzaba un promedio de ocho porestablecimiento. Asimismo, el 70% de las unidades de más de 810 ha en Illinois, durante 1997,contrataban personal asalariado de forma permanente (más de 150 días al año), y en Iowa esteporcentaje era del 62%. Pero, cabe aclarar que cada una de estas unidades tan sólo tenía alrededor detres asalariados permanentes (un umbral un tanto bajo para considerarlas empresas plenamentecapitalistas), según Parvin Ghorayshi, “The identification of capitalist farms. Theoretical andmethodological considerations”, Sociologia Ruralis, vol. 26 (2), 1986.

105 Más allá del debate existente acerca de su importancia en el conjunto de la producción y de superdurabilidad, no deja de ser un dato asombroso la presencia en la agricultura pampeana de gigantes-cos “pools de siembra”, que logran –sin la necesidad de concentrar la propiedad de la tierra– enormeseconomías de tamaño (trabajan entre 10.000 y 60.000 ha). Sobre este tema consultar Posada,“Agricultura, economía...”.

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155LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988...

encontrarse este tipo de productores. Recordamos entonces nuestra hipótesis deque, para que se desarrollen los procesos de concentración a determinada escala,siempre es necesario que existan los sujetos históricos capaces de hacerse cargode las grandes unidades productivas y la mano de obra especializada y dispuesta aasalariarse o a emplearse bajo alguna otra forma de subordinación al capital.

Por otro lado, nuestra hipótesis es que la concentración más intensa en la pam-pa puede haberse facilitado por la pérdida de la capacidad de resistencia de lospequeño-medianos y medianos productores que no han mantenido su perfil familiar.El modo de vida rural, tan apreciado por el farmer norteamericano, no ha merecidoel mismo cuidado por parte de los productores pampeanos. La mayoría de estosúltimos se han radicado en las ciudades cercanas a su explotación.106 Con la urbani-zación del productor, se abandonaron todas las actividades de producción para elautoconsumo, al tiempo que se disolvió la familia como equipo de trabajo, seincrementó la racionalidad formal (en detrimento de una racionalidad material),107 ytuvo lugar un aumento en la asalarización y/o la tercerización de las labores, eldespoblamiento de los campos, la muerte de las pequeñas localidades y el cierre deescuelas rurales. En síntesis, estos elementos, junto con la implementación de polí-ticas neoliberales, se han ido combinando en un proceso de retroalimentación quedisminuye la capacidad de resistencia de los pequeños y medianos productores.108

Ante la completa inacción estatal y la despreocupación de numerosos secto-res sociales,109 se favoreció la penetración del capital financiero en el campo, laconcentración de la producción y una drástica reducción de los efectosmultiplicadores de la circulación de los beneficios producidos por la agricultura enlas comunidades locales. De este modo, la Argentina desperdició, por segundavez, la oportunidad de construir un desarrollo agrario similar al del Midwest norte-americano, estructurado en la simbiosis entre propiedad, producción y empresasfamiliares, incluso cuando éstas presentaban una escala con menores problemasde economías de tamaño que las explotaciones del Corn Belt.

106 Para 1988, en el norte bonaerense tan sólo el 37% de los productores de 200 a 400 ha residíaen su establecimiento, mientras que, en esta escala, el 85% en Iowa y el 82% en Illinois vivían en suexplotación en 1997. Incluso entre los productores con más de 810 ha, en Iowa, el 79% residía en suestablecimiento, y el 64% en el caso de Illinois; en tanto que sólo el 18% de los productores con másde 1.000 ha vivían en su explotación en el norte bonaerense, en 1988.

107 Al respecto, ver las consideraciones sobre los farmers del Midwest elaboradas por Mooney, My Own...108 Javier Balsa, “Transformaciones en los modos de vida de los productores rurales medios y su

impacto en las formas de producción en el agro bonaerense, 1940-1990”, ponencia editada en lasactas de las XVII Jornadas de Historia Económica, Tucumán, septiembre del 2000 (CD-Rom).

109 Recién en los últimos años han cobrado cierta notoriedad luchas, movimientos de resistenciay debates académicos que, desde distintas perspectivas, reclaman la necesidad de pensar acerca delmodelo de desarrollo agrario deseado para la Argentina. Una interesante muestra de estas propuestashan sido las mesas redondas de las Segundas Jornadas Interdisciplinarias de Estudios Agrarios yAgroindustriales (realizadas en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en noviembre de 2001)donde los pequeños y los medianos productores no sólo explicaron sus luchas, sino que propusieronexplícitamente reanalizar el desarrollo agrario argentino.

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RESUMEN

En el presente artículo comparamos la evolución del tamaño de las explotacionesagropecuarias y de la superficie que controlaban, en el Corn Belt norteamericano y lazona predominantemente agrícola de la pampa argentina. En primer lugar, cotejamos lasestructuras para fines de los años treinta y, luego, analizamos su evolución durante lossiguientes cincuenta años. Para ello trabajamos no sólo con la información censal, sinocon los informes técnicos de las estaciones experimentales de ambas regiones. Porúltimo, incorporamos algunas hipótesis sobre los diversos factores que pudieron haberincidido sobre el proceso de concentración.

Palabras clave: agricultura - concentración - Argentina - Estados Unidos - comparación

ABSTRACT

This article compares the evolution of farm size and the acreage they occupied inU.S.’ Corn Belt and the Agricultural Zone of the Argentine Pampas. The first partdevotes to the contrast between both regions in the late thirties. Then, there is ananalysis of their evolution during the following fifty years. Along with census data,technical reports of the Agricultural Experiment Stations of both regions were used.Finally, some hypotheses dealing with the factors that could have influenced in theconcentration process were introduced.

Key words: agriculture - concentration - Argentina - United States - comparison

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

NOTAS Y DEBATES

CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANOY CUESTIÓN AMERICANA, 1810-1837

MANUEL CHUST*

Las Cortes, en Cádiz,1 van a aprobar dos trascendentales decretos en sus prime-ros días de sesiones: la libertad de imprenta y la soberanía nacional. Detengámo-nos en este último. Diego Muñoz Torrero, diputado por Extremadura, intervino enla Cámara gaditana. Proponía las bases originarias consustanciales a todo primerliberalismo: dotar de legitimidad a la representación en las Cortes basada en lasoberanía que estaba depositada en la nación.

La Cámara accedió a su propuesta. De inmediato intervino Manuel Luján,también diputado por Extremadura, para sorpresa de la mayoría de los diputados.En connivencia con Muñoz Torrero, presentó un texto de once puntos que reco-gía detenidamente la iniciativa de éste, fundamentalmente: la legitimidad de losdiputados como representantes de la nación, de sus Cortes, el reconocimiento de

* Universitat Jaume I, Castellón, España.1 Instrucciones para la convocatoria de elecciones de América y Asia el 14 de febrero de 1810.

Esta convocatoria asignaba un diputado por cada capital cabeza de partido y mantenía larepresentatividad de las capitanías generales y de los virreinatos. Para completar el número dediputados americanos se eligieron 28 suplentes en la ciudad de Cádiz, hasta que llegaran los diputadoselectos en América.

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Fernando VII como rey, la nulidad de la cesión de la corona en favor de Napoleón,la división de poderes, la inviolabilidad de los diputados y el juramento de la regen-cia de todas estas declaraciones.

Comenzaba el liberalismo político a fundar, jurídicamente, el Estado-nación.Nacían las Cortes y con ellas la revolución española. Era la nación, decían susrepresentantes, quien reconocía a Fernando VII como rey. Se habían invertido losparámetros legitimadores del Estado. Empezaba un cambio en la representación ytambién en la soberanía. Las Cortes de Cádiz, paradigma del liberalismo español.Nada nuevo podrá pensar el lector.2

Representación, legitimidad, soberanía, sí... pero ¡en todos los territorios dela monarquía española! Incluidos los de América y de Asia. La revolución asumíala entidad territorial de la monarquía española, dotando a sus súbditos también derepresentación y a sus territorios de derechos, al integrarlos en el nuevo Estadocomo provincias iguales.

Estos decretos van a provocar que en las Cortes de Cádiz se revelara unasingular y doble problemática. Por una parte, se estaba transformando jurídica-mente el Estado.3 Es obvio: de la monarquía absoluta a la constitucional. Por otra,aconteció que el Estado-nación que surgía incluiría a los territorios y los súbditosde toda la monarquía española en calidad de igualdad de derechos y de libertadesconvirtiéndolos, respectivamente, en provincias y en ciudadanos.

Este hecho, singular en la historia contemporánea universal, no sólo va aprovocar un intenso, y a menudo agrio, debate entre los partidarios de las tesisabsolutistas, por una parte, y los diputados liberales, por otra, sino también sobreel contenido de la nación y, por ende, de su nacionalidad. Habrá que remarcarlo.

Así, iniciada la revolución, ésta implicó no sólo una lucha entre la soberaníadel rey frente a la soberanía nacional en construcción, sino también una problemá-tica interna sobre el carácter y la nacionalidad triunfante de la nación y sobre sudivisión político-administrativa, lo cual supuso una subsiguiente cuestión sobre launicidad de los mecanismos representativos que legitimarán la representación dela nacionalidad y la soberanía.

Se trataba para el liberalismo peninsular y americano de un drama, cambiar elEstado sin modificar su forma de legitimidad monárquica y hacer compatible hasta elantagonismo más frontal, al menos inicialmente, monarquía y constitución. El cambioera cualitativo en el contenido jurídico y político de Estado, pero no en su forma, lamonarquía. Ello fue posible por la ausencia del rey. Un rey, deseado pero desconocido,dado que sólo había gobernado desde el 19 de marzo hasta el 10 de abril de 1808.

2 Cfr. José Barragán Barragán, Temas del liberalismo gaditano, México, UNAM, 1978. En espe-cial el 2º capítulo.

3 Entre la abundante bibliografía sobre el Estado puede consultarse la obra clásica de ReinholdZippelius, Teoría general del Estado, México, Editorial Porrúa-UNAM, 1998.

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Pero remarquemos su significación: se trataba de transformar el Estado abso-luto en un Estado-nación en donde los territorios coloniales pasaban a formarparte de ese mismo Estado. Un rey, Fernando VII,4 “el deseado” al menos en1808, el “ausente” hasta 1813, el golpista de 1814, el constitucional obligado de1820 y el conspirador de 1823. Pero, observemos, nunca el autonomista america-no. Desvelemos las razones.

La monarquía y la clase nobiliaria resistieron a un liberalismo que atentaba con-tra sus privilegiados intereses tanto por la problemática que suponía la revolución enla península como por la pérdida, que podía e iba a suponer tras los decretos yconstitución liberales, América para la monarquía como patrimonio real. La cues-tión americana para la corona no sólo estaba representada por los movimientosinsurgentes o por los deseos de apropiación de las colonias por parte de Napoleón,sino también por la aplicación de los decretos y de la constitución gaditana que vana plantear toda una nueva reformulación del Estado, desde la igualdad de libertadeshasta la de representación, pasando por la política y la económica.

DE IGUALDADES Y LIBERTADES

Sintéticamente. El 15 de octubre de 1810 las Cortes declararon la igualdad derepresentación y de derechos entre los americanos y los peninsulares, así como unaamnistía a los encausados por participar en la insurgencia. Comenzaba así a plan-tearse en la Cámara toda una serie de propuestas y reivindicaciones americanas5 quese traducirán, en bastantes ocasiones, en decretos encaminados a transformar larealidad colonial americana y en una clara apuesta por conseguir una autonomía desus provincias dentro de la monarquía española. Esta igualdad supuso que cualquierdecreto aprobado por la Cámara implicaba su proclamación en América. Ello va acondicionar al liberalismo peninsular a la hora de establecer medidas revoluciona-rias, pues en muchas ocasiones tenían presentes sus repercusiones en América.

No obstante, los americanos también reclamarán decretos específicos comola abolición del tributo indígena, de la encomienda, del reparto, de la mita, de lamatrícula de mar y la libertad de cultivo, de comercio, de pesca, de industria e,incluso, de la abolición del tráfico de esclavos y de los hijos de esclavos,6 etcétera.

4 Cfr. Rafael Sánchez Mantero, Fernando VII, Madrid, Espasa, 2003; Rafael Sánchez Mantero(ed.), “Fernando VII. Su reinado y su imagen”, Ayer nº 41, Madrid, 2001; Miguel Artola, La Españade Fernando VII, Madrid, Espasa, 2000.

5 En especial la del 9 de febrero sobre igualdad.6 Cfr. Manuel Chust, “De esclavos, encomenderos y mitayos. El anticolonialismo en las Cortes

de Cádiz”, Mexican Studies/Estudios mexicanos, vol. 11, nº 2 (1995), pp. 179-202.

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Los decretos gaditanos fueron sancionados y puestos en vigor, con mayor omenor extensión en su momento, pero sin lugar a dudas tuvieron una amplísimarepercusión y trascendencia durante las décadas posteriores, tanto en la penínsulacomo en América.

Hay que señalar que en este período histórico hubo una fluida comunicaciónde información entre América y la península y viceversa.7 A través de navíosneutrales, ingleses o bajo pabellón español, circulaba la información sobre losacontecimientos en uno y otro continente. Cartas privadas, decretos, periódicos,el propio Diario de Sesiones de Cortes, panfletos, hojas volantes, correspondenciamercantil, literatura, obras de teatro, canciones patrióticas, etcétera. Hubo ideas,pero también hubo acción, dado que se convocaron procesos electorales munici-pales, provinciales y a Cortes y se verificaron las elecciones, lo cual provocó unaintensa politización hispana en ambas realidades continentales.

Asimismo, el envío de numerarios por parte de consulados de comercio, due-ños de minas, hacendados, recaudaciones patrióticas, etc., al gobierno peninsular,fue constante e imprescindible para pagar la ayuda armada de los ingleses, asícomo el armamento de las partidas guerrilleras tras la derrota del grueso del ejér-cito regular en la batalla de Ocaña. La guerra se ganó, también y especialmente,con el dinero de las rentas americanas.8

La importancia de mantener América dentro de la monarquía española fue talque desde 1812, en plena guerra contra los franceses, se organizaron expedicionespara combatir la insurgencia cuando la suerte de la guerra en la península no sólo eraincierta sino que el ejército francés dominaba la mayor parte del territorio peninsular.

Pero en esta relación dialéctica no sólo hubo una interacción entre el autono-mismo en América y las propuestas de los americanos en Cádiz. La insurgenciatambién se vio implicada en la revolución hispana que se proponía desde Cádiz altener que superar conquistas liberales e incluso demócratas, tanto políticas comosociales, que los parlamentarios en la península habían aprobando.

Y viceversa. Los diputados incorporaron conquistas y propuestas de los in-surgentes. Los ejemplos son notorios, el sufragio universal que implicó el derechoal voto de la población india, la abolición de las formas de trabajo coloniales comola encomienda, la mita, el tributo indio, el reparto, la declaración de diversas liber-tades como la de imprenta, etcétera.

7 François-Xavier Guerra, “El escrito de la revolución y la revolución del escrito. Información,propaganda y opinión pública en el mundo hispánico (1808-1814)”, en Marta Terán y José AntonioSerrano (ed.), Las guerras de independencia en la América española, El Colegio de Michoacán,México, INAH, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002, pp. 125-149.

8 Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio espa-ñol, 1780-1810, México, Fondo de Cultura Económica-Fideicomiso Historia de las Américas, 1999.

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Cuando las noticias de la disolución de la Junta Central, la asunción de lasoberanía por parte del Consejo de Regencia9 y la convocatoria de Cortes llegarona América, el movimiento juntero que ya se había iniciado desde 1808 se extendiórápidamente con parámetros insurgentes por otros territorios americanos. El 22de mayo en Buenos Aires, de parecidas características en Caracas, el 25 de esemismo mes se levantaba el Alto Perú, especialmente Quito. El 20 de julio lo hacíaNueva Granada. El 16 de septiembre comenzaba la insurgencia popular de MiguelHidalgo en Nueva España, y el 18 de ese mes en Chile. En octubre, Quito lo volvíaa intentar por segunda vez, en esta ocasión con éxito. La estrategia utilizada erasimilar a la peninsular. No se trataba de mimetizar lo acontecido en la península. Nimucho menos. El criollismo actuaba en la divergente realidad americana enfrentán-dose a la misma coyuntura que la península y con la misma estrategia porque,salvando las distancias, las instituciones de poder absoluto eran similares y la coyun-tura también. Las Juntas americanas se intitulaban “Defensoras de los Derechos deFernando VII”, al tiempo que no reconocían en la regencia un poder soberano nilegítimo ni tampoco que éste pudiera estar depositado en la formación de las futurasCortes. Desde la teoría del neoescolasticismo suareciano, los intelectuales orgánicosamericanos justificaban su estrategia mediante la tesis del pacto traslatii, por el cualse justificaba el derecho de un pueblo a ser soberano cuando la autoridad del monar-ca hubiera desaparecido temporalmente. Exactamente igual que sus homónimospeninsulares a la hora de justificar su reunión en las Cortes.

Restaba un último actor: Napoleón. Éste iba a utilizar la misma táctica emplea-da en la creación de nuevos Estados, en la división de antiguos y en el manteni-miento de otros con la sustitución de dinastías absolutistas y su reemplazo por lanapoleónica que estaba creando con su familia y con sus generales de máximaconfianza. Además, Napoleón tenía un precedente. Hacía escasamente poco másde cien años se había producido un cambio de dinastía en la monarquía española,de los austrias se pasó a los borbones, lo cual ocasionó una guerra de sucesión enla península desde 1707, pero ni un solo movimiento insurgente en los otros terri-torios de la monarquía, los americanos. ¿Por qué iba a acontecer ahora? Lostiempos eran otros, claro.

Ello comportaba que la nueva legitimidad francesa, de triunfar, conllevaría laincorporación de todo el imperio al nuevo estado josefino. Ahí radica la granimportancia de la estrategia napoleónica. De ahí la insistencia de abortar cualquiersalida hacia a América de la familia real, de ahí el consentimiento, en el Tratado deFontainebleau, de que Carlos IV asumiera el título de Emperador de las Américas.De ahí, también, la incorporación al sistema representativo y normativo en la

9 El 30 de enero se constituyó la regencia. De sus cinco miembros, había un americano: elnovohispano Miguel de Lardizábal y Uribe. La estrategia política peninsular proseguía: integrarrepresentantes americanos en las nuevas instituciones legitimadoras en ausencia del monarca.

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Carta de Bayona de los territorios y de los ciudadanos criollos.10 Es cierto, Bayonase adelantó a Cádiz. Y a la Junta Central no le quedó más remedio que incluir losterritorios americanos en sus “Instrucciones para la convocatoria de elecciones”.Estrategia napoleónica que se basaba en el valor simbólico, religioso, mental eimaginario que para el pueblo, la burguesía y la nobleza, las instituciones estata-les, civiles, eclesiásticas y militares representaba la monarquía como ente legi-timador de todo el Estado. No obstante, le restaba el otro signo de identidad: lareligión. Napoleón empezaba a perder la batalla. Incluso haciéndose coronarEmperador por el Papa.

UNA CONSTITUCIÓN PARA DOS CONTINENTES

Estas cuestiones se debatieron ¡y de qué forma! en el texto constitucional. Elartículo 1º es toda una definición de las intenciones hispanas del código doceañista.El capítulo I se titulaba “De la nación española”. Su artículo 1º se redactó en estosrevolucionarios e hispanos términos:

“La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.

Establecida la soberanía de la nación, restaba ahora definir constitucional-mente los términos nacionales y el nacionalismo de esa nación. La comisiónpresentó una redacción con contenidos hispanos –“los españoles de ambos he-misferios”– de la concepción de la nación española.

No obstante hubo oposición. Provino de los sectores absolutistas que se re-sistían a un Estado constitucional. Habrá que recordar otra de las singularidadesde estas Cortes, en donde una parte de sus componentes son abiertamente hostilesa cualquier fórmula constitucional y nacional. Pero también hubo oposición porparte del novohispano José Miguel Guridi y Alcocer, que partía de una concepcióndiferente de nación al identificarla con el concepto de Estado-nación. El novohispanopropuso la siguiente redacción:

10 En la Carta de Bayona las Cortes gozaban de una representación de las provincias de Españae Indias –22 americanos de un total de 172 diputados– además de establecer una serie de derechosindividuales. Pero lo más importante es que proclamaba la igualdad de derechos entre las provinciasespañolas y americanas (art. 87), la libertad de cultivo, industria y comercio (art. 88 y art. 89),prohibía la concesión de privilegios y monopolios comerciales y establecía el derecho de representa-ción a través de su elección por los ayuntamientos.

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“La colección de los vecinos de la Península y demás territorios de la Monarquía unidos enun Gobierno, ó sujetos á una autoridad soberana”.11

Para el diputado novohispano, los vínculos de unión entre América y la penín-sula ya no residían, como para el diputado por Lima, Ramón Feliu, en la monar-quía sino en el gobierno, independientemente de la forma de Estado que tuviera.No sólo dijo que le desagradaba la palabra española12 para definir a esta nación,planteando así directamente reparos a un nacionalismo excluyente español, sinoque argumentó su propuesta desde planteamientos federales. Éstas eran sus su-gestivas y polémicas, para la mayor parte de la Cámara, palabras:

“La union del Estado consiste en el Gobierno ó en sujecion á una autoridad soberana, yno requiere otra unidad. Es compatible con la diversidad de religiones, como se ve enAlemania, Inglaterra, y otros países, con la de territorios, como en los nuestros, separa-dos por un inmenso Océano; con la de idiomas y colores, como entre nosotros mismos,y aun con la de naciones distintas, como lo son los españoles, indios y negros. ¿Por qué,pues, no se ha de expresar en medio de tantas diversidades en lo que consiste nuestraunion, que es en el Gobierno?”.13

La propuesta de Guridi y Alcocer fue rápidamente combatida. El debate sedeslizó hacia la acritud. El liberalismo peninsular reaccionó reforzando sus plantea-mientos monárquicos y centralistas. Aquí es donde empezamos a descubrir lasrazones de ciertos tópicos historiográficos que sitúan sistemáticamente al liberalis-mo gaditano en clave in nata centralista, sin llegar a una explicación convincente.

Intervino Antonio Oliveros, canónigo de la colegiata de San Isidro en Madrid,diputado por Extremadura y uno de los líderes del liberalismo peninsular:

“La definición de la Nación española es muy general (...) en esta se expresa que la Nación esla reunion de todos los españoles de ambos hemisferios, las familias particulares que estánreunidas entre sí, porque jamás hubo hombres en el estado de naturaleza; y si hubiera alguno,nunca llegaría al ejercicio de su razon: estas familias se unen en sociedad, y por eso se dicereunion. Es una nueva union y más intima que antes tenian entre sí: y de los españolesde ambos hemisferios, para expresar que tan españoles son los de América como los dela Península, que todos componen una sola Nación. Esta Nacion; Señor, no se está

11 Diario de Sesiones de Cortes, 25 de agosto de 1811. En adelante DSC.12 Ídem. Así se expresaba Guridi y Alcocer respecto a la concepción de la nacionalidad: “Me

desagrada también que entre en la definición la palabra española, siendo ella misma apelativo deldefinido; pues no parece lo más claro y exacto explicar la Nación española por los españoles,pudiendose usar de otra voz que signifique lo mismo”.

13 DSC, 25 de agosto de 1811.

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constituyendo, está ya constituida; lo que hace es explicar su Constitución, perfeccionarlay poner claras sus leyes fundamentales, que jamás se olviden, y siempre se observen”.14

Oliveros no asumió el reto de Guridi y Alcocer. Se mantuvo en los nivelesdiscursivos de la concepción cultural del término nación, pero no de Estado-nación. Con esta estrategia eludía el debate de la soberanía, de su depositario/a, desu/s poseedor/poseedores y de la forma y organización del Estado. Nada más ynada menos.

Sin embargo la cuestión obligó al liberalismo peninsular a posicionarse: unasola soberanía y en la nación. Por el contrario para la mayor parte de los autono-mistas americanos y algunos foralistas, diputados por las provincias de la antiguaCorona de Aragón, la soberanía era divisible y debía recaer, además de en lanación, en otras instituciones constitucionales que representaban entidades terri-toriales provinciales y locales. Pensaban en la diputación provincial.

Respecto al artículo 2º la redacción que se presentó fue la siguiente:

“La nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser el patrimonio de ningunafamilia ni persona”.

La mayor parte de los estudios referidos al texto constitucional interpretaneste artículo como una declaración doctrinal del liberalismo frente al absolutismo.Sin embargo, desde una óptica de análisis hispano la interpretación del artículo 2ºtiene otra dimensión. Las antiguas colonias ultramarinas, sus ciudadanos y susdiputados en estas Cortes, a propósito de este artículo proclamaban su satisfac-ción por quedar desligados de la soberanía real. Los americanos lo aprobaronunánimemente. Ésta era, para ellos, su significación.

Se presentó a la Cámara el artículo 3º. Esta vez sí que hubo discusión. Lacomisión de constitución elaboró la siguiente redacción:

“La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo le pertenece exclusivamen-te el derecho de establecer sus leyes fundamentales, y de adoptar la forma de gobierno quemás le convenga”.15

el artículo 3º concluía la trilogía de la nación y su soberanía. Tampoco huboconsenso entre el liberalismo hispano. Guridi y Alcocer volvió a romperlo. En estaocasión el diputado por Tlaxcala propuso que además de “esencial” se incluyera elconcepto “radical”. No fue aceptada su propuesta. No obstante Guridi y Alcocerfue persistente. Trece años después lo volverá a intentar y a conseguir, en la

14 DSC, 2 de septiembre de 1811.15 DSC, 28 de agosto de 1811. La bastardilla es nuestra.

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discusión del Acta Federal mexicana de 1824. En esta ocasión su propuesta triun-fará, pero en un México republicano y federal.

La discusión más escabrosa estaba por llegar. La comisión de constitución, conel propósito de preservar el texto constitucional, redactó una última frase que desatóuna dura y agria polémica pues agregaba “y de adoptar la forma de gobierno quemás le convenga”. Es decir, la soberanía no sólo residía en el conjunto de los “espa-ñoles de ambos hemisferios”, tal y como había proclamado el artículo 1º, sino queademás se reservaba el derecho de mantener o no el sistema monárquico comoforma de Estado. La alternativa, en estos momentos históricos, sólo era la república.

Aconteció una fractura en el liberalismo hispano. Ciertamente era una cues-tión central. Lo paradójico, y aquí habrá que volver a insistir en desentrañar algu-nos tópicos, es que la defensa del artículo, tal y como lo propuso la comisión,corrió a cargo de Agustín Argüelles. Éste, que había salido varias veces a latribuna para declarar su fidelidad al sistema monárquico, tras las reivindicacionesautonomistas y federales de los americanos, intervino categóricamente a favor demantener esta redacción como defensa constitucional frente a veleidades absolutistasdel monarca.

Los liberales más moderados se opusieron. Felipe Aner, diputado catalán, nodudaba en declarar que:

“El Congreso oye todos los días la lamentable confusión de principios en que se incurre,que con tal que en España mande el Rey, las condiciones ó limitaciones se miran comopunto totalmente indiferente. Se supone con facilidad que la forma monárquica consisteúnicamente en que uno solo sea el que gobierne, sin echar de ver que este caracter le haytambien en el Gobierno de Turquia. Y cuando se habla de trabas y restricciones, al instantese apela á que se mina el Trono, y se establecen repúblicas y otros delirios y aun aberra-ciones del entendimiento.

(...) Por lo mismo, la comision ha querido prevenir el caso de que si por una trama seintentase destruir la Constitución diciendo que la Monarquía era lo que la Nación desea-ba, y que aquella consistía solamente en tener un Rey, la Nación tuviese a salvo elderecho de adoptar la forma de gobierno que más le conviniere, sin necesidad de insu-rrecciones ni revueltas.”16

Finalmente este texto no fue aprobado por la Cámara. Será la primera y últimavez que Argüelles pierda una votación en los debates del texto constitucional.

16 DSC, 13 de enero de 1812.

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SOBERANÍA Y TERRITORIO

La problemática soberanía hispana/soberano continuó en los debates consti-tucionales. El liberalismo doceañista se iba conformando con contradicciones. Elcapítulo I del título II llevaba un sugestivo título: “Del territorio de las Españas”.Con ello se dejaba patente la diversidad de territorios que componían la monarquíaespañola o “las Españas”. Pero el contenido había cambiado. Ya no eran territoriosprivilegiados los que integraban la monarquía absoluta en un complejo entramadode señoríos, provincias, ciudades, reinos, virreinatos y capitanías generales. Aho-ra los territorios que integraban “las Españas” presentaban una aparente homoge-neidad administrativa: la igualdad de derechos, de representación y la división enuna unidad territorial como era la provincia regida por una institución políticaadministrativa como la diputación.

Los criterios de la división de los territorios quedaron en evidencia a favor delos peninsulares en la redacción del artículo 10. Solventadas las reivindicacionesde los representantes “serviles” que reclamaban la incorporación de entidadesprivilegiadas,17 un segundo frente de batalla se abrió. Esta vez la oposición provi-no de los americanos. La inició el diputado por Mérida de Yucatán, Miguel GonzálezLastiri al reclamar la presencia de su provincia en la división constitucional. Trasexponer detenidamente sus razones, la propuesta fue admitida a discusión. Fuesólo el principio pues los representantes de Cuzco y Quito también se sumaron ala reivindicación de Yucatán.

Nuevamente el problema americano volvía a plantearse en el debate constitucio-nal. ¿Qué territorios componían “las Españas”? La nomenclatura establecía que jun-to a los peninsulares se encontraban los americanos. La primera consecuencia esque el nuevo Estado nacía con parámetros hispanos. Sin embargo, esta divisiónterritorial era desigual. Los territorios peninsulares eran diecinueve mientras quepara toda América del Norte y del Sur la división se estableció en quince. ¿Dóndeestaba la igualdad provincial/territorial que además comportaba la de representa-ción? Incluso las reivindicaciones americanas provocaron que la comisión de redac-ción de la Constitución se viera imposibilitada para decidir el criterio adoptado enesta nueva división. La problemática se solventó con una solución insospechadapara un Estado-nación que se estaba constituyendo: la redacción de otro artículocomplementario como el 11. Este artículo aplazaba el problema hasta el triunfo de laguerra en la península y de la derrota de la insurgencia en América. Con ello se

17 Como la petición de José Roa y Fabián, diputado por el Señorío de Molina, que en tono airadoreclamaba su inclusión en la división territorial. Cfr. Manuel Chust, La cuestión nacional americanaen las Cortes de Cádiz, Valencia, Fundación Instituto de Historia Social UNED-Instituto de Investiga-ciones Históricas UNAM, 1999, p. 144.

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167CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO...

evidenciaba que el nuevo Estado era incapaz, por el momento, de dotarse constitu-cionalmente de una división satisfactoria. Ésta era la redacción del artículo 11:

“Se hará una división más conveniente del territorio español por una ley constitucional,luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan”.

Pero ¿cuál era la estrategia de los peninsulares? ¿Por qué esta manifiesta desigual-dad provincial? La división territorial suponía una división administrativa y política, lacreación de diputaciones provinciales que aglutinaran el control y poder económico ypolítico de las provincias y fueran, supuestamente, un referente para el Estado centra-lista que los diputados peninsulares proyectaban.

Pero ésta no era la estrategia de los americanos. Éstos, Miguel Ramos deArizpe al frente, confiaban en esta institución provincial como el órgano capaz degestionar un autonomismo económico y soberano en lo político. Se basaban enque las instituciones electivas también eran depositarias de soberanía. Así, estadivisión territorial ¿suponía también para los americanos una diversidad de sobera-nías? Eso era al menos lo que pretextaron, como veremos más adelante, los libe-rales peninsulares para oponerse a las pretensiones autonomistas y descentraliza-doras de los americanos.

Diego Muñoz Torrero, por parte del liberalismo peninsular, argumentaba:

“Estamos hablando como si la Nación española no fuese una, sino que tuviera reinos diferen-tes. Es menester que nos hagamos cargo que todas estas divisiones de provincias debendesaparecer, y que en la Constitución actual deben refundirse todas las leyes fundamentalesde las demas provincias de la Monarquía, especialmente cuando en ella ninguna pierde. Lacomision se ha propuesto igualarlas todas; pero para esto, lejos de rebajar los fueros, porejemplo, de los navarros y aragoneses, han elevado á ellos á los andaluces, á los castellanos,etc... igualándolos de esta manera á todos para que juntos formen una sola familia con lasmismas leyes y Gobierno. Si aquí viniera un extranjero que no nos conociera, diria que habíaseis o siete naciones. La comision no ha propuesto que se altere la division de España, sinoque deja facultad á las Córtes venideras para que lo haga, si lo juzgaren conveniente, para laadministracion de justicia, etc. Yo quiero que nos acordemos que formamos una sola Nación,y no un agregado de varias naciones”.18

Se constituía el Estado-nación y lo hacía desde parámetros hispanos. Este he-cho, trascendental y sin precedentes en la historia universal, problematizará tanto lahistoria contemporánea de América como la española. Pero... ¿cómo organizar unEstado cuando sus dimensiones territoriales eran transoceánicas? ¿Qué es lo que habíacambiado o comenzaba a cambiar desde el plano jurídico-político? Los territorios no

18 DSC, 10 de enero de 1812.

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pertenecían ya al soberano y por ende tampoco su soberanía. Ahora los territo-rios, antiguas colonias y metrópoli, constituían un solo Estado-nación. La sobera-nía, en un alarde de teoricismo liberal centralista, correspondía a la nación. Sobe-ranía y nación que se presentaban indivisibles, únicas y cuya legitimidad tan sóloeran las Cortes y su sistema representativo electoral.

Aconteció que los diputados americanos, especialmente los novohispanos,proponían otra alternativa a esta concepción de la soberanía nacional y por endedel Estado-nación. Residía en una división de la soberanía en tres niveles: munici-pal, provincial y nacional. ¿Suponía ello un federalismo? Al menos se aproximaba.

Otros artículos fueron especialmente significativos, como el 22º y el 29º. Porel primero, se excluirá a los mulatos de la nacionalidad española –derechos civi-les– mientras que por el segundo artículo se les privará de la condición de ciuda-danos, es decir, del derecho político por lo que no sólo carecían de voto sino quetambién fueron excluidos del censo electoral. Esta medida fue una estrategia delos peninsulares para reducir el número de diputados americanos ya que la leyelectoral planteaba un sufragio universal proporcional a la población, ya que lapenínsula tenía entre 10 y 11 millones y América entre 15 y 16. Así, los represen-tantes peninsulares se aseguraban un número de diputados peninsulares similar alos americanos al excluir a casi seis millones de castas de los derechos políticos.

Como no podía ser de otra forma, todos estos planteamientos autonomistas ydescentralizadores de los americanos desembocaron en la discusión de los artícu-los referentes a los ayuntamientos y a las diputaciones. Era en estas institucionesen donde los americanos depositaban buena parte de sus aspiraciones descentra-lizadoras para consumar su autonomismo. De la misma forma que los plantea-mientos autonomistas americanos provocaron que los liberales peninsulares reac-cionaran y plantearan las diputaciones como unas instituciones encaminadas areafirmar el centralismo. La dialéctica centro/periferia seguía presente en la crea-ción del Estado-nación. Pero era una dialéctica, fundamentalmente, entre un na-cionalismo peninsular y otro americano.

Dos fueron los puntos de conflicto en la organización de ambas instituciones.En primer lugar los americanos concebían, desde su táctica política, a ambasinstituciones, diputaciones y ayuntamientos, como asambleas representativas, dadosu carácter electivo y, por lo tanto, depositarias de parte de la soberanía. Así, elliberalismo autonomista americano enunció todo un discurso que proponía la des-centralización de la representación, cuestionaba la centralización de la soberanía y,por lo tanto, del poder. Florencio Castillo, diputado por San José de Costa Rica,era claro en sus manifestaciones:

“Si las Córtes representan á la Nación, los cabildos representan un pueblo determinado”.19

19 DSC, 13 de enero de 1812.

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Y, respecto a la representatividad de los diputados provinciales, la interven-ción de José Miguel Guridi y Alcocer:

“Yo tengo a los diputados provinciales como representantes del pueblo de su provincia,cuando hasta los regidores de los ayuntamientos se han visto como tales aun antes deahora. Unos hombres que ha de elegir el pueblo, y cuyas facultades les han de venir delpueblo ó de las Cortes, que son la representacion nacional, y no del poder ejecutivo, sonrepresentantes del pueblo”.20

La descentralización autonomista que los americanos reivindicaron tanto en elpoder local, ayuntamientos,21 como desde el poder provincial, diputaciones, su-ponía una asunción de la soberanía que no tenía que ser, necesariamente, nacio-nal, sino también local y provincial. De esta forma hacían coincidir ésta con elcriterio de la igualdad de representación. Se fundamentaba en las Cortes de Cádizuna de las bases teóricas del federalismo americano. Lo veremos más tarde en losplanteamientos federales en México.

Además, los liberales peninsulares para contener esta corriente federal de losamericanos procedieron a poner un freno al poder legislativo tanto municipal comoprovincial mediante la creación de la figura del jefe político.22 Éste era un funcio-nario nombrado por el poder ejecutivo con atribuciones de presidente de la diputa-ción y, por ende, supervisor de todos los ayuntamientos.

El enfrentamiento devino en una pugna entre la concepción autonomista ydescentralizadora de los americanos y las restricciones teóricas y de política prác-tica de los liberales peninsulares. Y, además, todo el conflicto revestía parámetrosantirrealistas y anticentralistas. Lo cual va a provocar la reacción centralista ymonárquica de los liberales peninsulares.

Fue el conde de Toreno23 quien asumió gran parte de los discursos en contrade cualquier atisbo de federalismo y de división de la soberanía:

20 DSC, 10 de enero de 1812.21 Cfr. Antonio Annino, “Prácticas criollas y liberalismo en la crisis del espacio urbano colonial.

El 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México”, Secuencia, nº 24, 1992, pp. 121-158. TambiénAntonio Annino, “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de undilema”, en Hilda Sabato (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivashistóricas de América Latina, México, Fideicomiso Historia de las Américas. Fondo de CulturaEconómica, 1999. Y del mismo autor “Voto, tierra, soberanía. Cádiz y los orígenes del municipalismomexicano”, en François-Xavier Guerra (dir.), Revoluciones hispánicas. Independencias americanasy liberalismo español, Madrid, Editorial Complutense, 1995.

22 No obstante es aquí en donde Nettie Lee Benson interpreta la desintegración del virreinato alser sustituido por las diputaciones provinciales. Cfr. La diputación provincial y el federalismo mexi-cano, México, El Colegio de México, 1955.

23 Véase el interesante estudio preliminar y selección de discursos de Joaquín Varela Suanzes-Carpegna en Conde de Toreno. Discursos parlamentarios, Clásicos asturianos del PensamientoPolítico, nº 15, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 2003.

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“El señor preopinante ha fundado todo su discurso en un principio al parecer equivocado,cuando ha manifestado que los ayuntamientos eran representantes de aquellos pueblos porquienes eran nombrados. Este es un error: en la Nación no hay más representación que la delCongreso nacional. Si fuera según se ha dicho, tendríamos que los ayuntamientos, siendo unarepresentación, y existiendo consiguientemente como cuerpos separados, formarian unanacion federada, en vez de constituir una sola é indivisible nacion. (...) los ayuntamientosson esencialmente subalternos del Poder ejecutivo: de manera, que solo son un instrumentode éste, elegidos de un modo particular, por juzgarlo así conveniente al bien general de laNacion; pero al mismo tiempo, para alejar el que no se deslicen y propendan insensiblemen-te al federalismo, como es su natural tendencia, se hace necesario ponerles el freno del Jefepolítico, que nombrado inmediatamente por el Rey, los tenga á raya y conserve la unidad deaccion en las medidas del gobierno. Este es el remedio que la Constitucion, pienso, intentaestablecer para apartar el federalismo, puesto que no hemos tratado de formar sino unaNacion sola y única”.24

VUELVE EL ABSOLUTISMO, SE DESVANECE EL AUTONOMISMO DOCEAÑISTA

Y llegó la reacción. El 4 de mayo de 1814, triunfó el golpe de Estado de Fernando.La obra legislativa emprendida por las Cortes de Cádiz llegó a su fin. También laesperanza de los americanos autonomistas que apostaban por una vía doceañistaintermedia entre el independentismo y el colonialismo absolutista. Una decena designificados diputados americanos serán encarcelados, otros podrán escapar a lareacción absolutista exiliándose en diversos países europeos o regresando a Amé-rica. Quebrado el doceañismo, la vuelta al absolutismo para América representaráel regreso, reforzado, de autoridades coloniales y el combate, sin tregua, contra lainsurgencia. Quedaba con ello frustrada una esperanza, al menos hasta 1820.Quizá definitivamente.

El pronunciamiento de Rafael del Riego el 1° de enero de 1820 va a suponer laproclamación, finalmente, de la Constitución de 1812. Ante la presión del liberalis-mo urbano, el monarca se vio obligado a jurar la Constitución el 7 de marzo de1820. Se inauguraba un segundo período constitucional doceañista. Sin embargo,la realidad política y social era diferente a la anterior década: el Deseado reinaba yjuraba la Carta Magna, buena parte del territorio americano seguía o estaba insu-rrecto, la situación peninsular era de tensa calma pero no de guerra y habíantranscurrido seis difíciles años de absolutismo para los liberales.

24 DSC, 10 de enero de 1812.

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171CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO...

De inmediato se decretó una amnistía para los encarcelados por delitos políti-cos, la proclamación de los decretos doceañistas, la restitución de los ayunta-mientos constitucionales, de las diputaciones provinciales y la formación de unaJunta provisional consultiva. Volvía el doceañismo, también para y en América.Doceañistas: propuestas, ideología y políticos que ahora iban a ser superados ensus reivindicaciones por sectores más radicales del liberalismo peninsular y ame-ricano. Paradójicamente, las propuestas políticas en la península se radicalizaronhacia la democracia, mientras que en la mayor parte de las repúblicas americanas,esta radicalización será nacionalista –independentista– pero no ideológica y políti-ca, ya que la base jurídica, política y social doceañista, en general, no será supe-rada en los nuevos Estados americanos.

La Junta convocó a elecciones, reunió a las Cortes y suprimió la Inquisi-ción, restableció los jefes políticos, la libertad de imprenta, etcétera. La CartaMagna comportaba la concepción hispana de la revolución: la integración cons-titucional de los territorios americanos que no estaban bajo el poder de la insur-gencia o que permanecían independientes. Las nuevas Cortes iniciaron sus se-siones el 9 de julio de 1820.

Hasta 1821 no comenzaron a llegar los diputados propietarios americanosalcanzando la cifra de 52 que, junto a los suplentes, completarían una representa-ción americana de 77 diputados. Una diputación calificada por ellos de insuficientey desigual que provocó que los representantes americanos volvieran a plantear, el15 de julio de 1820, una protesta, ya que éstos sólo tenían 30 escaños, lo cualsuponía un tercio de lo que les correspondía.

Otra vez la cuestión de la representación nacional. Lo hemos mencionado, loreiteramos. Las circunstancias de los años veinte habían variado con respecto alanterior período constitucional. Los seis años de represión absolutista fueron casidecisivos para frustrar la vía autonomista hispana al cercenar con dureza cual-quier pretensión liberal, tanto peninsular como americana, y, por otro lado, lareacción absolutista condujo a las filas de los insurgentes a muchos criollos “equi-libristas”25 para los que el autonomismo representaba una opción evolucionistapara transformar el régimen colonial.

Los americanos reiteraron la crítica a los decretos liberales de las Cortes quebloqueaban las autoridades peninsulares en América, lo cual se traducía en unagran desconfianza en la administración peninsular. Se estaba fraguando un nacio-nalismo singular que ya no era el amplio y general americanismo sino que separticularizaba, cada vez más, en los distintos territorios, otrora grandes divisio-nes administrativas de la monarquía.

25 Virginia Guedea, “Ignacio Adalid, un equilibrista novohispano”, en Jaime E. Rodríguez (ed.),Mexico in the age of democratic revolution (1750-1850), Lynne Rienner Publishers, Boulder, 1994,pp. 71-98.

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172 MANUEL CHUST

La novedad, en esta segunda situación revolucionaria burguesa,26 fue que losamericanos propusieron una descentralización del ejecutivo concretada en unasubdivisión de las secretarías de Guerra, Marina y Gracia y Justicia en América,ya que la secretaría de Hacienda ya estaba descentralizada con anterioridad. Conello se iba completando la estrategia descentralizadora americana. Tan sólo queda-ba ya la separación del ejecutivo.

El segundo paso fue la sustitución del virrey Apodaca en Nueva España porJuan O’Donojú, el cual era partícipe de los planes autonomistas novohispanos.Los americanos concretaban su plan: la conquista de la autonomía y de la adminis-tración territorial en las provincias americanas y, en segundo lugar, la consecuciónde una autonomía legislativa, económica y administrativa en América, dentro de lamonarquía española. El órdago para el liberalismo peninsular se planteó de formadeliberada por parte de los americanos.

En mayo de 1821 los americanos lograron que en cada intendencia americanahubiera una diputación provincial, argumentando criterios de población, territorio,distancia entre las provincias, malas comunicaciones, dispersión, etc., y esgri-miendo razones históricas de la anterior división en intendencias. Esta medidasupuso toda una revolución administrativa en los territorios americanos de la mo-narquía española. Era un paso más para la organización federal de la monarquía,objetivo de los autonomistas americanos, enfrentados cada vez más agriamente alos peninsulares.

No obstante, esta vez el monarca ausente estaba presente. No fue lo mismo.Tampoco la necesidad de Fernando por derogar esta legislación doceañista por loque respecta a América. Atrás, no obstante, quedaban los planteamientosdoceañistas, cada vez más cuestionados por un liberalismo peninsular apoyado encapas populares y que mostraba su disposición para realizar la revolución, inclu-yendo o no, al monarca. Acontecía la vertiente “exaltada” del liberalismo.

El 4 de junio de 1821 llegaron las noticias a las Cortes del establecimiento delPlan de Iguala en Nueva España. El camino hacia la independencia era cuestión demeses. Y con ello, la pérdida del primer bastión de la monarquía en América:Nueva España.

La iniciativa parlamentaria encabezada por el conde de Toreno para proponera las Cortes las necesarias medidas para “la pacificación” de América chocaroncon la manifiesta oposición del rey. Por ello la comisión acordó no proponer nin-guna medida a la Cámara y trasladar el problema al gobierno. Lo cual provocó quelos representantes americanos presentaran 15 propuestas redactadas por los mexi-canos Michelena y Lucas Alamán.

26 Manuel Chust, “Federalismo avant la lettre en las Cortes hispanas, 1810-1821”, en JosefinaZoraida Vázquez, El establecimiento del federalismo en México (1821-1827), México, El Colegio deMéxico, 2003.

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173CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO...

Las propuestas constituían toda una declaración de federación hispana. Ladiputación americana reclamó la creación de tres secciones de las Cortes en Amé-rica, una en Nueva España, incluidas las provincias internas y Guatemala, la se-gunda en el reino de Nueva Granada y las provincias de Tierra-Firme y la terceraen Perú, Buenos Aires y Chile. Las Cortes se reunirían en México, Santa Fe yLima, tendrían las mismas competencias que las Cortes generales de Madrid y susdiputados las mismas facultades, a excepción de la política exterior. Además, seestablecería un ejecutivo designado por el rey de entre sus familiares, cuatro mi-nisterios –gobernación, hacienda, gracia y justicia, guerra y marina– un tribunalsupremo de justicia y un consejo de Estado en cada una de las secciones.

Quedaba el vínculo de unión, el símbolo mental, ideológico y religioso, lamonarquía, como forma de gobierno que no de Estado. Los americanos estabanproponiendo una Commonwealth para todos los territorios hispanos. El plan nofue aceptado por las Cortes, tampoco, por supuesto, por el rey. La cuestión ame-ricana trascendía ya a la doceañista. Liberalismo superado ya en estos años veintepor fuerzas sociales populares en la península e insurgentes en América.

Los acontecimientos se precipitaron. El 30 de junio se cerraban las sesionesde la legislatura. En agosto se firmaban los Tratados de Córdoba en México, quelas Cortes rechazaron. El 21 de septiembre se promulgaba la Declaración de Inde-pendencia mexicana. Aquí finalizaba la trayectoria autonomista mexicana en lasCortes de Madrid. Otro proyecto empezaba a triunfar. Un proyecto conocido ydirigido por los diputados mexicanos autonomistas, un proyecto nacional mexica-no sustentado en las bases del primer federalismo mexicano.

Conforme avanzaba la revolución se hacía más patente la oposición del reyal proyecto constitucional. Si la revolución devenía en una espiral imparable conel triunfo del liberalismo radical o “exaltado”, la contrarrevolución también. Éstase había desenvuelto desde el mismo día que Fernando VII fue obligado a jurarla Constitución.

La contradicción para los liberales era palpable: realizar la revolución, mante-ner América con un proyecto liberal y autonomista, sobrevivir en el contextoabsolutista del Congreso de Viena y, todo ello, con un rey que aprovechaba elmarco constitucional para frenar los avances revolucionarios liberales. AdemásFernando, en secreto, estaba conspirando para que la Santa Alianza decidiera in-tervenir militarmente contra el Estado liberal. Reacción que tuvo en el clero, afec-tado por las reformas liberales y por las desamortizaciones, el sector social quedifundirá consignas antiliberales entre las clases populares campesinas. El 1° deoctubre Fernando VII volvía a ser un rey absoluto.

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174 MANUEL CHUST

REVOLUCIÓN SIN DOCEAÑISMO, CONSTITUCIÓN SIN AMÉRICA: 1837

La proclamación, por tercera vez, de la Constitución de 1812 en el verano de 1836supuso el regreso de las conquistas doceañistas de la revolución burguesa como elsufragio universal indirecto, los ayuntamientos constitucionales, la milicia nacional,los límites al poder real, las diputaciones provinciales, etcétera.27 Pero también,insistamos, la integración en calidad de igualdad de derechos y de representación delos ciudadanos de las provincias americanas que comportaba, necesariamente, laconvocatoria a elecciones de las Cortes y su representatividad en la Cámara.

En 1836, tan sólo quedaban como provincias americanas en la monarquíaespañola Cuba y Puerto Rico, además de Filipinas como asiática. Las elecciones aCortes se celebraron el día 4 de noviembre en Cuba y Puerto Rico. Los diputadoselectos remitieron un comunicado a la Cámara recordándole que la proclamaciónde la constitución suponía la igualdad de derechos y de representación de lasprovincias americanas.

La Cámara discutió la pretendida reforma del texto constitucional sin la pre-sencia de los representantes americanos porque decidió, no sin controversia, nodejarlos entrar, a pesar de las justas protestas e indignación de los americanos.

Las Cortes convocadas no eran constituyentes, por lo que consecuentementesólo debían tratar una reforma constitucional. Era sólo una táctica aparente. Undoceañista como Agustín Argüelles encabezaba la estrategia de elaborar una nuevaconstitución. Los americanos llegaron a la península cuando se debatía en la Cámara lanecesidad de trasladar fuera de la constitución el marco legislativo americano. El futu-ro código difería del doceañista en el tratamiento colonial de la cuestión americana. Lapropuesta de la comisión de constitución fue que se elaboraran leyes especiales paralos territorios americanos y asiático. Mientras tanto, los representantes cubanos yportorriqueños seguían sin lograr que la Cámara aceptase el reconocimiento de susactas de diputados.28 Este importante debate va a enfrentar a las dos fracciones delliberalismo español que tenían concepciones ideológicas y políticas diferentes sobre lacuestión colonial, las cuales escondían diversos intereses sociales y económicos.

La burguesía moderada se opuso al código doceañista porque comportabagran parte de las conquistas del radicalismo democrático. Entre éstas el admitir aCuba y Puerto Rico como provincias del Estado español. La acumulación origina-ria de capital que estaba proporcionando su explotación era una razón más quesuficiente para excluirlas de derechos constitucionales.

27 Cfr. Enric Sebastiá Domingo, La revolución burguesa, Valencia, Fundación Historia Social-UNED, 2001; Carlos Marichal, La revolución liberal y los primeros partidos políticos en España,1834-1844, Madrid, Cátedra, 1980.

28 DSC, 4 de noviembre de 1836, p. 120.

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175CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO...

En primer lugar, porque presuponía reabrir aspectos trascendentales que ha-bían quedado paralizados desde las Cortes de Cádiz como la abolición de la escla-vitud. El crecimiento de la población y de las rentas que había experimentado laIsla no era una casualidad. La fuerza de mano de obra recordemos, en su mayoríaesclava, también había aumentado a niveles espectaculares. Mientras que la pobla-ción blanca era de 311.051 habitantes, la esclava ascendía a 286.942 más 106.494libertos. Es decir, en torno al 60 por ciento de la población cubana era negra ymulata. Los beneficios de las plantaciones tenían menor significación al lado delnegocio negrero. Acontecía que en la mayoría de las ocasiones ambos negociosse complementaban. Es más, el 5 de marzo de 1837 se presentó un informe a laCámara para la abolición de la esclavitud, pero sólo en la península. El informereconocía lo imprescindible de la mano de obra esclava para la explotación antilla-na y su dificultad para abolirla allí. Cuba y Puerto Rico quedaban al margen decualquier extensión de la revolución burguesa, a diferencia de lo que hubiera acon-tecido con la Constitución de 1812.

¿Era posible una política liberal que compatibilizara una equidad económica,política y de representación entre la metrópoli y sus colonias? Agustín Argüelles,protagonista directo de las dos experiencias constitucionales anteriores, fue quienmás se opuso. Su experiencia anterior le había demostrado que la revolución bur-guesa en España había fracasado, entre otros aspectos, por incluir en el Estadoespañol, como provincias y con igualdad de derechos de representación y econó-micos, las posesiones coloniales americanas.

Argüelles:

“Estas leyes especiales envolverán una libertad igual á la de la Península en cuanto seacompatible con las circunstancias de aquellos países. Ese es el gran principio, el principio delos hombres de Estado, que tales necesitamos ser en el año 37”.29

El principio de los “hombres del 37”, aludido por Argüelles, era consumar larevolución burguesa en España. Y si para ello era necesario renunciar a su propiahistoria constitucional, al mito del Doce, parecía más que dispuesto a realizarlo.Agustín Argüelles:

“Además, no debemos perder de vista que esos señores Diputados tienen los mismospoderes que nosotros para expresar sus ideas, para promover sus intereses y para hacerlocon todo calor, con toda la vehemencia análoga a su fibra, á sus facultades mentales y á suscualidades físicas. Que me diga el Sr. Vila, cuya capacidad y talento gubernativo reconozco,que efecto produciría en su provincia el que en ciertas circunstancias críticas, interpelando al

29 Ibidem, p. 2039.

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Gobierno de S. M. la Reina Gobernadora, le titulase ó llamase á boca llena déspota, tirano,y para apoyarse leyese representaciones de indivíduos ó de corporaciones que afirmasen lomismo. Y aplicando este mismo caso á la isla de Cuba, por ejemplo ¿cree el Sr. Vila quepodría sostenerse un jefe, un magistrado encargado del gobierno de ella, acusado de semejan-te manera por un Diputado representante de la misma? ¿Habría un medio capaz de evitar elque las sesiones de Córtes penetrasen en aquella isla? Era preciso para esto el que la libertadde imprenta desapareciese: de otra manera seria imposible el que no llegasen á oidos de losamericanos estas reclamaciones, y que no se siguiesen de ellas las funestas consecuenciasque son de temer.”30

La renuncia del doceañismo no sólo era un giro constitucional moderado de larevolución burguesa española, lo era también en cuanto a mantener colonialmentelas provincias americanas.

Agustín Argüelles fue el diputado que más se distinguió en su oposición a laintegración de los representantes americanos en la Cámara. Este diputado, nohace falta recordarlo, fue uno de los artífices del Código doceañista tanto por suactuación destacada en la comisión que redactó la Constitución como también porsus importantes discursos en apoyo de los artículos más polémicos en la propiaCámara. El “divino” también formaba parte de la comisión encargada de elaborarla nueva constitución y además fue una de las piezas clave en la redacción delDictamen de las comisiones de constitución y de ultramar que finalmente va adeterminar la aplicación de leyes especiales para las posesiones coloniales,31 loque implicaba que los americanos no gozarían de los derechos constitucionalesdel nuevo Estado liberal.

Queda otro de los argumentos. Los americanos ya lo habían enunciado enlas Cortes gaditanas y del Trienio. La Constitución de 1812 establecía diputacio-nes provinciales con diversas competencias que recogían los intereses econó-micos y sociales de cada provincia y de sus grupos dominantes. Instituciones,que para los americanos y algunos peninsulares reclamaban facultades sobera-nas en el aspecto legislativo, destinando al Estado las competencias en defensa yen política exterior. Es decir, el retorno de la problemática federal que a la alturade 1837 ya no sólo era un problema estrictamente americano sino que empeza-

30 Ibid., 10 de marzo de 1837, p. 2043.31 “Dictamen de las comisiones reunidas de Ultramar y Constitucion, proponiendo que las

provincias ultramarinas de América y Asia sean regidas y administradas por leyes especiales”. Cfr. DSC,12 de febrero de 1837, apéndice al número 112, p. 1491. El Dictamen lo firmaron los siguientesdiputados: Manuel Joaquín Tarancón, Agustín Argüelles, Manuel María Acevedo, Antonio Seoane,Alvaro Gómez, Antonio Flórez Estrada, Jacinto Félix Doménech, Antonio González, MauricioCarlos de Onís, Joaquín María Ferrer, Pío Laborda, Pablo Torrens y Miralda, Vicente Sancho, PedroAntonio de Acuña, Salustiano de Olózaga, y como secretario Martín de los Heros.

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ban a sumarse reivindicaciones periféricas peninsulares. Con todo, obviamente,restaba el problema de la esclavitud, del cual ya nos ocupamos pormenorizadamenteen otro estudio.32

La votación de la proposición sobre la implantación de leyes especiales paraAmérica se realizó el 11 de marzo de 1837. Sesenta y tres diputados mostraron suconformidad con la propuesta al levantarse de su asiento, según las normas devotación en la Cámara. Por el contrario permanecieron sentados sesenta y dosdiputados que expresaban con ello su oposición. ¡Tan sólo un voto!

El giro hacia la moderación estaba dado. Y no sólo desde la perspectiva ame-ricana, la Constitución de 1837 no planteará problemas al rey ya que éste tendráderecho de veto a cualquier ley del legislativo. Quedaba resuelta la problemática deenfrentamiento doceañista entre Cortes y Corona, a favor de la segunda. Incluidoel mantenimiento de las posesiones americanas como patrimonio real, pero dentroya de un Estado liberal.

32 Manuel Chust, “Las consecuencias de la praxis constitucional: América en la Constitución de1837”, en De súbditos del rey a ciudadanos de la nación, Castellón, Universitat Jaume I, 2000, pp.93-115.

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RESUMEN

El artículo analiza los debates de la Constitución de Cádiz en 1812. El estudio estácentrado particularmente en los debates y en el rol que la Constitución otorgó a lacolonia española.

Palabras clave: independencia - liberalismo - nación - Constitución

ABSTRACT

This article analyzes the debate around the constitution of Cadiz in 1812. The study iscentered particularly on the debates and the role that the constitution granted to theSpanish colonies.

Key words: independence - liberalism - nation - constitution

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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”Tercera serie, núm. 25

RESEÑAS

João Paulo G. Pimenta, Estado e Nação no fim dos impérios ibéricos no prata(1808-1828), San Pablo, Editora Hucitec, Fapesp, 2002, 266 páginas.

Este libro, cuyo origen fue una tesis de maestría, forma parte de la colecciónEstudos Históricos en la que se publican textos dirigidos a un público amplio y nosólo académico. Dicho propósito resulta escrupulosamente respetado en este caso,ya que se trata de un trabajo escrito en forma precisa y amena. Pero no es esto lomás interesante en ese sentido, sino el hecho de que no sólo da a luz nuevosconocimientos retomando y profundizando investigaciones desarrolladas por lahistoriografía iberoamericana reciente, sino que también ensaya formas de aproxi-mación a los problemas planteados que en sí mismas constituyen aportes novedososy significativos para lograr su mejor comprensión.

El trabajo describe y analiza los intentos de construcción de nuevos poderespolíticos en la región del Plata al entrar en crisis el imperio español y el portugués.Más precisamente, se detiene en lo acontecido entre 1808, cuando se produjeron lasabdicaciones de Bayona y el traslado de la corte portuguesa a Brasil, y 1828, alconcluir la guerra por el territorio oriental entre el Imperio de Brasil y las provinciasdel Plata. El solo hecho de ofrecer un panorama claro y sistemático de la historiapolítica del período hace que la obra resulte de gran interés. Sin embargo, eso no estodo, ya que también propone una relectura de esa historia ritmada por dos procesosimbricados entre sí, pero que resulta necesario diferenciar: la crisis del vínculocolonial y la del Antiguo Régimen. Crisis que, como se evidencia en el trabajo,tuvieron diversas cronologías y modalidades en Brasil y en el Río de la Plata.

Su punto de partida es la crítica de lo que José C. Chiaramonte ha caracteriza-do como el “mito de orígenes” de las historiografías nacionales latinoamericanas.Desde esta perspectiva, el devenir político del período sólo podía pensarse comoparte de un proceso de maduración de nacionalidades cuyo necesario desemboque

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era la constitución de Estados nacionales, en este caso, el argentino, uruguayo ybrasilero. A contrapelo de esta tradición, Pimenta desarticula empírica y concep-tualmente una idea de gran arraigo como es la de suponer que antiguas jurisdiccio-nes coloniales habrían prefigurado a los Estados nacionales, en tanto éstos sehabrían constituido en herederos naturales de esos territorios.

En el libro se examinan entonces las distintas alternativas de organizaciónpolíticas y territoriales planteadas durante esos años, haciendo notar el caráctercomplejo, sinuoso y, por sobre todo, no determinado de antemano que tuvieronlos procesos desencadenados en el marco de esa doble crisis. Es por eso, y nosólo por la crítica a las perspectivas más tradicionales, que el trabajo constituye unaporte al proceso de renovación de la historiografía iberoamericana que procurarecuperar la singularidad del período sin que su historia deba ser reducida a mar-cos históricos nacionales aún inexistentes. En ese sentido, y más allá de tal o cualresultado específico empírico o conceptual, su mayor contribución es mostrar laproductividad que tiene examinar los acontecimientos como parte de un complejoproceso cuya inteligibilidad excede la mera sumatoria de tres historias nacionales.Pimenta no sólo compara lo sucedido en los dominios americanos de España yPortugal antes y después de la ruptura con esas metrópolis, sino que tambiénanaliza los vínculos que los unían como parte de una misma experiencia histórica.Ahora bien, a diferencia de algunos trabajos que seleccionan a priori diversoscasos a fin de poder compararlos, en esta oportunidad se trató de una necesidadque le planteó la propia materia histórica al investigador: la complejidad del proce-so de ruptura entre Brasil y Portugal, así como su interrelación con lo sucedido enHispanoamérica, hicieron patente la conveniencia de insertarlo en una historia mayorpara poder dotarlo de inteligibilidad. De ahí entonces el recorte espacial, ya queambos imperios interactuaron en el área platense y más precisamente en su regiónoriental en la que se asentaron muy diversos poderes políticos, en las dos décadasexaminadas en el libro.

Para examinar el desarrollo de esas alternativas de organización, el trabajorecorre y analiza los cambios y continuidades producidos en la cultura políticatomando como centro las referencias de los actores y las identidades colectivas.Como metodología recurre a un análisis del vocabulario político, ciñéndose enparticular a los significados de conceptos clave como Estado, nación y territorio.El corpus en el que se despliega dicho análisis está constituido por la prensa deBuenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, aunque también incorpora el CorreioBraziliense, publicado en Londres entre 1808 y 1822. Siguiendo a B. Anderson,Pimenta considera la prensa del período como un medio privilegiado en la confor-mación de nuevas identidades colectivas. Pero como puede apreciarse en el libro,no es ésta la única razón para prestar atención a la prensa: su rol activo en losconflictos políticos y su capacidad de orientar y formar opinión la constituyen enun corpus privilegiado para examinar la naciente vida política en Iberoamérica.

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El libro está estructurado en dos partes claramente diferenciadas por sus con-tenidos y sus objetivos. La primera, titulada “La deconstrucción”, consta de doscapítulos que tienen como propósito situarse ante las tradiciones historiográficasy fundamentar la investigación. La segunda, titulada “La reconstrucción”, constade cuatro capítulos en los que se vuelcan sus resultados. En cada uno de ellos setratan problemas específicos a la vez que se siguen los procesos en formacronológica, permitiendo así, al lector, apreciar mejor los diversos contextos po-líticos examinados. En ese sentido, y aunque resulta comprensible dado el origendel libro, es de lamentar que la información brindada sobre la historia de Brasil nosea la misma que la referida a las provincias rioplantenses. De hecho, de la evolu-ción política de éstas se incluyen varios mapas, mientras que no hay ninguno delárea luso-americana.

El primer capítulo es un examen crítico de las historiografías nacionales querecupera algunos planteos de autores como Zum Felde y Prado Júnior, concen-trándose después en enfoques más recientes propuestos por Real de Azúa,Chiaramonte y Forastieri da Silva. El segundo capítulo examina los cambios quesufrieron las concepciones sobre el territorio en ese período, destacando que deespacios discontinuos articulados por el monarca, con contornos imprecisos yconstantes redefiniciones, se va a pasar a la noción de un territorio continuo queforma parte de la soberanía nacional. De ese modo, y aunque se hubiera manteni-do una continuidad jurisdiccional, se trataría de otro territorio, en tanto se trans-formó el concepto así como también sus atributos y funciones.

El tercer capítulo, “América sede del Poder”, es un examen de las prime-ras transformaciones provocadas por el traslado de la Corte y la administraciónportuguesa a Brasil y por la creación de gobiernos locales en Hispanoamérica.Este proceso es enmarcado en una cultura política que se había venido renovan-do desde fines del siglo XVIII al calor de las reformas ilustradas que introduje-ron innovaciones ideológicas y nuevas prácticas. Entre ellas, el nacimiento dela prensa americana a través de lo cual se dio forma a una nueva dinámica enla vida pública.

Uno de los aportes del libro, en éste y en los siguientes capítulos, es mostrarlas referencias cruzadas en la prensa de Río, Buenos Aires y Montevideo. En estecaso, el interés reside en la posibilidad de poder apreciar las diferencias existentesen cada uno de esos nuevos centros políticos, así como también los cambios y lascontinuidades ideológicas. En ese sentido, el autor destaca que si bien las alterna-tivas de organización territorial se basaban en una lógica de Antiguo Régimen,empezaba a cobrar forma la idea de una identidad territorial homogénea y conti-nua, expresada por ejemplo en el concepto de fronteras naturales que tendríacapital importancia en el futuro. En cuanto al concepto de nación, y salvo en elcaso de la prensa porteña, seguía haciendo referencia al conjunto de la monarquíaformada por vasallos de un soberano sin importar dónde se encontraran.

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El capítulo cuarto, “Redefinición de la unidad”, se centra en lo sucedido alproducirse las intervenciones portuguesas en la Banda Oriental y el alzamientoencabezado por Artigas. El autor examina en forma minuciosa cómo, en el difícilcontexto de los conflictos político-militares suscitados en la década de 1810, co-menzaba a extenderse en las provincias del Plata una idea de territorio asociada alos límites de la nación y del Estado, que buscaban constituir los gobiernos centra-les. De todos modos, aún persistían imprecisiones conceptuales en lo que hacía acuestiones jurisdiccionales, así como también disputas sobre la residencia de lasoberanía que estallarían poco después con virulencia. En el caso de Brasil, estaasociación comenzará a darse cada vez más a partir de 1815 cuando, argumentan-do su extensión, se incorpora como Reino Unido a Portugal y Algarbe. De esemodo, no resulta extraño que, al producirse una nueva intervención en la BandaOriental al año siguiente, se recurra como nuevo argumento legitimador a la exis-tencia de fronteras naturales. Haciendo foco en las discusiones provocadas poresta nueva intervención, el autor examina las diversas posiciones notando que enla transición hacia nuevas formas políticas no resultaba aún claro qué territoriosestarían bajo la jurisdicción de qué poder: es que si bien se estaba desarticulando lalógica territorial que primaba en el Antiguo Régimen, aún no se había impuesto laque caracterizaría a los Estados nacionales. Finalmente, el capítulo se detiene enlas dificultades del Directorio y de la Corte portuguesa para afirmar su podercentralizador, evidenciada por ejemplo en el movimiento pernambucano.

El capítulo quinto, “Nuevos pactos, viejos proyectos”, es probablemente el queresulte de mayor interés dado que condensa gran parte de los problemas tratados enel libro. Analiza el proceso desarrollado tras el fracaso de Artigas, la disolución delpoder directorial que dio paso a la creación de soberanías provinciales, y la revolu-ción liberal de Porto producida en 1820. Esta última, que promovió una convocato-ria a Cortes, puso en evidencia la existencia de problemas similares en Brasil, ya que,si bien seguía siendo considerado como un Reino, sus representantes tenían uncarácter provincial. Además, las provincias mantenían entre sí lazos endebles, por loque ensayaron también diversas respuestas frente a esa nueva situación: autonomía,adhesión directa a Portugal o integración regional. Estas alternativas eran tratadas através de la prensa que, incrementada por la aparición de periódicos provinciales y lalibre circulación del Correio Braziliense, adquirió un rol fundamental como medio deexpresión y articulador de las diversas posiciones.

En ese contexto, un Congreso de Cabildos crea, en 1821, la provincia Cisplatina,eligiendo incluso un diputado a las Cortes que no llega a concurrir. Esta decisiónincentivó las discusiones sobre la relación entre territorio y poder político. Si bienparte de la prensa brasileña no se pronunció, la que sí lo hizo la defendió en basea dos argumentos que ya no eran simplemente el mantenimiento del orden y laexistencia de intereses que debían ser defendidos: a esto se sumaba también lapropia voluntad de los interesados y la existencia de límites naturales que iban del

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Río de la Plata al Amazonas. La prensa porteña situó la discusión en esos mismosplanos al criticar al Congreso por su falta de representatividad, mientras que con-sideraba que la Banda Oriental era un territorio integrante de la nación conformadapor las Provincias Unidas. Al calor de esta discusión se acentuaron las respectivasreferencias negativas entre Brasil y las provincias del Plata que tendrían una largavida: mientras que las provincias rioplatenses eran valoradas por la prensa brasile-ña como un paradigma negativo por estar anarquizadas, Brasil aparecía ante laprensa rioplatense como la contracara de lo americano por su carácter monárqui-co y esclavista.

En forma paralela a estas discusiones, se daba en el ámbito luso-americano unaprogresiva diferenciación con lo europeo, marcada cada vez más por la idea de quela unidad era de la nación y ya no de las posesiones del monarca. En este procesotuvo una gran incidencia la creación de la provincia Cisplatina, decisión que habíamarcado un punto alto en la elaboración de políticas americanas autónomas. Dehecho, la propia intervención en la Banda Oriental no había sido compartida por todoel Reino Unido e, incluso, la Corte de Lisboa solicitaría el retiro. En 1822, se produjola ruptura de Brasil con la metrópoli, afianzándose de ese modo su política hacia elárea platense. Más aun, si se considera que el proceso de independencia se imbricócon el de centralización del poder al argumentarse la existencia de un territoriodelimitado que se correspondía con ese reino. Pimenta señala que si bien comenza-ron a extenderse las referencias en ese sentido, esto no implicó en modo alguno laconsolidación de un nuevo Estado ni la fundación de una nueva nación.

El último capítulo, “Fortalecimiento y fracaso de la unidad”, examina lo suce-dido al producirse la independencia de Brasil, la centralización del poder en lasProvincias del Plata y la guerra por la Banda Oriental. La situación abierta en Brasilmarca un crecimiento en las dificultades para lograr el orden y la unidad, a la vezque estimula la aparición de nuevos periódicos, en especial provinciales. Ante estasituación conflictiva, se propone la creación del Imperio en reemplazo del reino,facilitada por la presencia de don Pedro como factor de unidad y recurriéndose alclásico argumento de que el régimen más apropiado para territorios extensos es elmonárquico. Sin embargo, hay provincias que en 1822 siguen fieles a las Cortesde Lisboa y sólo variarán esa postura cuando se inaugure la asamblea constituyen-te en 1823 y se produzca una reacción absolutista en Portugal. Además, la sanciónen 1824 de una constitución que otorgaba amplios poderes a don Pedro provocóun levantamiento en el norte que fue aplastado. Este cuadro complejo permiteentender por qué, a la vez que cobraba fuerza la identidad americana en oposicióna lo portugués o europeo y aumentaban las referencias brasileras que daban cuen-ta de una unidad territorial, seguían sin embargo teniendo gran presencia las iden-tidades provinciales.

El libro concluye analizando el proceso que desembocó en una guerra entre elImperio de Brasil y las provincias del Río de la Plata que estaban organizándose en

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un Estado unitario. Como nota el autor, esto aceleró los procesos de centralizacióndel poder y de asociación entre los conceptos de Estado, nación y territorio, sibien no cobraron en ese momento su forma definitiva. La razón es que todavíaexistía un estado de indeterminación en el proceso de construcción de comunida-des políticas y de identidades, hecho que incluso, dificultó la creación de ejércitospara esa guerra. La paz marcaría a la vez la ruina del proyecto unitario en lasprovincias rioplatenses, la debilidad del poder imperial en Brasil y el surgimiento deuna nueva entidad, la República Oriental del Uruguay, que redefiniría la situaciónexistente en la región.

Pimenta concluye que las tensiones en el área no desaparecerían hasta queestuvieran consolidados los Estados nacionales que redefinirían el problema terri-torial. Como se habrá podido apreciar, su trabajo procuró mostrar algunas muta-ciones conceptuales que se constituirían en sustento de esas futuras entidades. Elrastreo de esos elementos conceptuales necesarios para fundamentar los futurosEstados nacionales a veces atenta contra la comprensión de aquello a lo que estánhaciendo referencia en el momento de su enunciación. De todos modos, estoresulta un hecho menor frente al interés que presenta esta obra, ya sea por losaportes específicos de la investigación, por el ordenamiento y la clarificación deinformación que suele ser tratada por separado y, por eso mismo también, porhacer evidente el potencial que tienen este tipo de aproximaciones.

FABIO WASSERMANUniversidad de Buenos Aires

José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provinciade Buenos Aires) en el siglo XIX, Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar delPlata, GIHRR, 2001, 309 páginas.

La publicación del libro de Mateo es la feliz concreción de un hecho que, por espe-rado y merecido, debe llenar de satisfacción. Para los que ya conocíamos el trabajoefectuado para su maestría en La Rábida, significa ver en el papel con tinta y tipo-grafía un estudio que circulaba en fotocopias de segunda y tercera mano. Por fin,ahora está al alcance en forma de libro. Por otro lado, trataremos de superar ciertasubjetividad para resumir el libro de alguien con el cual compartimos innumerablescongresos y reuniones, a la vez que ciertas ideas básicas acerca de metodologías ycorrientes historiográficas. En efecto, entre la Red de Estudios Rurales y el Grupode Investigación en Historia Rural Rioplatense, la distancia mayor es la que existeentre Buenos Aires y Mar del Plata y es sólo física. Hecha esta aclaración quedebemos a nuestra objetividad, pasaremos a reseñar el libro que nos ocupa.

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Con este libro Mateo culminó sus estudios acerca de la demografía de Lobosy de la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX. Ahora, retenido porotros aspectos históricos de su ciudad natal, sigue aplicando una buena parte de lametodología desarrollada durante su incursión por los temas rurales. En él enton-ces resume y complementa, a través del beneficio del espacio y de la visión deconjunto que proporciona un libro, todas sus búsquedas y reflexiones sobre lamateria. Con una muy acertada elección de las citas introductorias de cada uno desus capítulos y subdivisiones, como la que encabeza el primero de ellos, debido ala pluma de Italo Calvino, y una muy atrayente redacción, va desgranando lenta-mente todos los temas que han sido motivo de preocupación de buena parte de lahistoriografía rural rioplatense.

De manera que en la introducción, bajo el acápite “El mundo rural bonaerense:los enfoques, los problemas, las perspectivas” nos encontramos con una lúcidareseña historiográfica de lo que se ha dado en llamar la nueva historia rural del Ríode la Plata, entendiendo como tal la estrecha franja entre este río y el Salado, y laBanda Oriental, con su posterior expansión. Pasa lista a todas las preguntas surgi-das a partir de mediados de los ochenta y a las respuestas logradas hasta la fechade finalización del libro, preguntas que por otra parte él contribuyó a formular. Apartir de estas puestas en blanco, una de las cuales es el “descubrimiento” de lapresencia de campesinos en la pampa que adoptaban la forma de la familia nuclearcomo modo de organización básica de sus vidas, justifica la pertinencia de utilizaren los estudios históricos una metodología de análisis de la sociedad desarrolladapor la sociología desde la década de 1950: el Network Analysis.1 Los capítulosdedicados a este análisis son la parte más novedosa de todo su libro, ya que hastaahora este tipo de herramienta había sido utilizado sólo para los estudios de la elitepero nunca había sido aplicado a la totalidad de una comunidad y menos aún a lossectores subalternos.

Precisamente, en el capítulo 1, presenta los conceptos teóricos sobre loscuales va a basar su análisis. Justifica la pertenencia del estudio del clientelismo enuna sociedad en transición desde las formas de representación de antiguo régimena otras más nuevas fundadas en la individualidad, ya que son esas “formas queresisten bien el desarrollo del capitalismo”.2 Este clientelismo estaría constituidopor una intrincada red de vínculos no sólo verticales, sino también horizontalesque proporcionaban al campesino una cierta protección ante la incertidumbre queplanteaban los cambios en la sociedad y la economía posindependencia, pero tam-bién a los que voluntariamente se sometía el individuo al migrar desde diversos

1 Últimamente traducido por sus epígonos españoles e hispanoparlantes en general como Aná-lisis de Redes Sociales (ARS). Cfr. la revista electrónica que editan en http://revista.redes.es/webredes.

2 José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de BuenosAires) en el siglo XIX, Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, GIHRR, 2001, p. 39.

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parajes a estas pampas. El estudio pormenorizado de esos vínculos personales seincluye así también en el tipo de análisis que se ha llamado microhistoria, tandesarrollada en Italia y en otros países europeos, utilizado profusamente por estascostas pero habiendo sido él uno de los pioneros.

De modo que por las líneas que conforman las redes circulan bienes tangiblese intangibles con un determinado grado de reciprocidad. Indudablemente, la asi-metría está presente en la misma y no sólo entre los portadores de capital real y losnucleados a su alrededor. Existen ciertos nudos en la malla que conectan a esospoderosos con los que necesitan esa conexión: los brokers, personajes cuyo capi-tal es simbólico, está formado por relaciones, razón que hace imposible y hastainconveniente medirlo, y cuya función es precisamente la de poner en contacto oser intermediario entre ambos aspectos de la red.

Pero, ¿cómo se verifica la existencia de esa red? Para ello hecha mano delestudio del parentesco, tanto sanguíneo como ritual. A través de la alianza matrimo-nial y del compadrazgo, verificado en Lobos prácticamente desde su fundación,según lo demostrará en los capítulos siguientes, se puede analizar su conformación,su morfología y las estrategias de sus componentes para integrarse e integrar la red.Citando a Weber, hace mención de las motivaciones que, como podemos prever, noson sólo utilitarias, sino también afectivas. Con estas herramientas se va a internaren los dos capítulos finales en el análisis concreto de la existencia y el funcionamien-to de las redes sociales, ya que, como bien advierte Mateo, la comprobación de unvínculo no verifica el funcionamiento de ellas en su conjunto. Es decir, las redessociales existen en la medida que cumplen con una función que en nuestro caso esla de proporcionar un cierto “control de la incertidumbre”, por un lado, y por el otromediatizar cierto control social desde los sectores dominantes.

En el capítulo 2 pasa revista a la demografía del Río de la Plata para la primeramitad del siglo XIX, pero previamente hace una descripción de las condicionesgeográficas donde se desarrolló esta sociedad. Además, concede una importanciadecisiva a los condicionantes políticos de tal devenir; la presencia del Estado colo-nial y de las tribus indígenas demarcando una línea, la mayor parte del tiempodifusa, la frontera, y el posterior avance de la “sociedad blanca” sobre los territo-rios considerados como del dominio de los indios. El poblamiento a partir de lasmigraciones desde el interior pero con escalas en el territorio de la provincia, lasque muchas veces duraban más de una vida, es vuelto a remarcar, así como elfuncionamiento de cadenas migratorias, la distribución de la población, las cam-biantes condiciones en cuanto a su consideración étnico-social, etcétera. Los di-ferentes sucesos demográficos son puestos en relieve, es decir natalidad, morta-lidad, fecundidad y matrimonio, tanto para el ámbito completo como para Lobos,utilizando una diversidad de fuentes de carácter censal como así también los ar-chivos parroquiales, y apoyándose para el resto de la campaña en sus propiasinvestigaciones tanto como en las realizadas por otros colegas.

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También analiza la propiedad de la tierra en el partido de Lobos, zona que,recordemos, para la época que él investiga es aún frontera, lo que le permite estudiarla totalidad de la apropiación de la misma en manos privadas. Por último, compruebala existencia de unidades censales vecinas relacionadas por parentesco, lo que lehace pensar acerca de la explotación mancomunada de la tierra, aquello que haestudiado Garavaglia como formas de la “minga”,3 sugiriendo que tal hecho puedemediatizar el funcionamiento de la familia nuclear como unidad productiva.

En el capítulo 3 nos proporciona una metodología novedosa para analizar elgrado de notabilidad de los pobladores de Lobos. Con un despliegue de investiga-ción documental inmenso, ya que ha recorrido diversos repositorios para encon-trar habitantes de Lobos para esa fecha citados en fuentes tan variadas comoarchivos judiciales, listas de electores, mensuras de tierras, etc., arma una escalade notabilidad asignando valores a la cantidad y la forma de las menciones halla-das, lo que él denomina atributos de notabilidad. De tal modo construye una grillaen la cual ser primer poblador, tener cierta actividad prestigiosa, ser dueño detierras o esclavos, haber pertenecido a los diversos estamentos de funcionariosdel Estado, etcétera, otorgaba un estatus superior de acuerdo con la cantidad deesos atributos que cada individuo poseía. Este grado de notabilidad es tenido in-mediatamente en cuenta para la reconstrucción de las redes, para lo cual aplica lateoría de los grafos4 a los vínculos comprobados surgidos de la alianza y delcompadrazgo. Esto le da como resultado una intrincada malla de contactos quevincula a una buena parte de las unidades del censo de 1815, como consecuenciade apadrinamientos y casamientos en los 12 años previos, es decir, desde la fechade fundación de la capilla encargada de llevar los libros parroquiales. Percibe así,sobre todo en el compadrazgo, vínculos verticales y horizontales, los primerostendientes a generar solidaridad o a afianzar lazos previos, mientras que los segun-dos significan unas expectativas mayores al relacionarse con un notable definidoen la forma que hemos visto. Por último verifica la existencia de redes de notablescon sus acólitos de menor estatus, que denomina clusters, donde la pertenencia auna de ellas prácticamente invalida la presencia en otras, pasando a la descripciónpormenorizada de algunas de ellas.

Por último, en el capítulo 4 describe las redes en acción. Pero antes hace men-ción a que, según su criterio y a pesar de que algunos estudiosos lo insinúen, lasredes no pueden predeterminar la conducta de sus componentes. A mi entender,esta aclaración es sumamente pertinente, ya que como él mismo advierte, la red es

3 Juan Carlos Garavaglia, “De ‘mingas’ y ‘convites’: la reciprocidad campesina entre los paisa-nos rioplatenses”, en Anuario IEHS, nº 12, Tandil, Instituto de Estudios Histórico-sociales, UniversidadNacional del Centro, 1997.

4 Un manual muy práctico que puede agregarse a los citados por Mateo es Josep A. Rodríguez,Análisis estructural y de redes, Cuadernos Metodológicos nº 16, Madrid, Centro de InvestigacionesSociológicas, 1995.

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“una construcción cruzada por los determinantes de la economía, la demografía y lacultura en la que ésta se inserta, y si se quiere es causa y consecuencia a la vez de losfenómenos sociohistóricos”.5 Lo que el autor nos quiere decir es que la teoría de lasredes es una herramienta más, pero como tal no invalida todas las otras sino que,como buenos científicos sociales que debemos ser, es menester aplicar conceptosmultidisciplinarios y multimetodológicos, si se nos permite el neologismo. Ningunateoría puede explicar la complejidad total de las diversas formas que percibimos enuna sociedad dada. Hecha esta advertencia, Mateo incorpora a su estudio una grue-sa cantidad de análisis efectuados sobre los registros judiciales para demostrar loque él denomina “las redes en acto”. Demuestra cómo es considerado el vínculoestablecido a través del compadrazgo y cómo puede servir para generar una nuevarelación o reforzar una previa, a veces comercial. También, y es lo más medulosodel capítulo, cómo cada individuo pone en movimiento sus vinculaciones en caso dedisputas (juega sus mejores naipes, dice Mateo) y el peso específico diferenciado delos que son “ricos”6 en tales vínculos frente a los que no los han generado. Y ade-más, la potencia del tipo de red que se dinamiza. En tal menester, no se escapa unasensible muestra de la escasez crónica de mano de obra en la campaña, de losmalabares que hacían los necesitados de ella para mantenerla y del poder de negocia-ción que otorgaba a los simples conchabados tal situación, agregando una pruebamás a lo ya descripto por Jorge Gelman en varios de sus trabajos.7 A medida queavanza el siglo, un nuevo componente se hará presente en este entramado: la luchafacciosa entre unitarios y federales. Se hará en ese momento perceptible un conflic-to que parece de larga data entre dos de los notables y sus redes, que los llevará aalternarse en la primacía de la comunidad, según la coloratura del poder dominantea nivel provincial.

Precisamente, si algo le falta al excelente libro que estamos comentando es nohaber profundizado en ese conflicto, el que enfrentó a los Cascallares y a losUrquiola, definidamente federal y rosista el segundo, al parecer tímidamente liga-do a los unitarios el primero, enconos que Mateo encuentra ya en el censo de1815, levantado por un Cascallares. Con la puntillosidad de Mateo, seguramenteno se le escapó este detalle, pero no debe haber encontrado las fuentes suficientespara dar cuenta más detallada de ese conflicto. Tal análisis nos habría permitidoconocer bastante más acerca de los modos en los que el poder omnímodo del

5 Mateo, p. 223.6 Parafraseando a Garavaglia. Juan Carlos Garavaglia, Liberato Pintos. Un pobre (rico) pastor

de la campaña bonaerense en el siglo XIX, Ponencia presentada en las XV Jornadas de HistoriaEconómica, Tandil, 1996. También en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,XVIII-XIX, Rosario, Homo Sapiens, 1999.

7 Por ejemplo Jorge Gelman, “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de lacampaña”, en N. Goldman y R. Salvatore (comp.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a unviejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998.

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restaurador se reflejaba en la vida simple y de todos los días en un punto alejado dela campaña, motivo de preocupación de muchos trabajos conocidos con posterio-ridad. Por otro lado, también habría sido interesante aprovechar la reconstrucciónde familias para continuar la búsqueda de vínculos con posterioridad a 1815, yaque seguramente los cambiantes tiempos que se avecinaban iban a hacerlos másnecesarios, tal como se deja entrever para el período rosista.

En resumen, Mateo nos acerca una aplicación particular de una metodologíaoriginada en otras tierras y en otras disciplinas, demostrando que con las adecua-ciones del caso puede ser aplicada a tiempos pasados y a nuestra ciencia histórica.Su análisis es –para los que de alguna manera recorremos espacios y tiempossimilares– una invitación, y también una tentación muy difícil de sortear, de apro-piarnos de la metodología y utilizarlo como modelo. Además, su objetivo de expo-ner la complejidad de las relaciones en la pampa y la pervivencia y convivencia deprácticas tradicionales y más nuevas, apoyada en una amplia utilización de ele-mentos teóricos, queda ampliamente cumplido.

DANIEL SANTILLIInstituto Dr. Emilio Ravignani

Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de laNación Argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos Aires,FCE, 2000, 406 páginas.

Reseñar el libro Civilidad y política en los orígenes de la Nación Argentina dePilar González Bernaldo, no es una tarea fácil. Y no lo es –entre muchas otrasrazones– por la cantidad y densidad de los problemas abordados en las cuatro-cientas páginas que abarca el volumen, como por el hecho de haber sido ya muycomentado entre los miembros de la comunidad historiográfica al ingresar prime-ro bajo el formato de tesis doctoral –defendida en la Sorbona en 1992– y luegocomo libro en versión francesa, editado por dicha universidad en 1999. Celebra-mos, entonces, la traducción española de esta obra que, sin lugar a dudas, yaconstituye un referente obligado del mundo académico local como americano. Ariesgo de que esta última afirmación pueda resultar una fórmula ya muchas vecesrepetida, no quiero dejar de usarla por varios motivos. En primer lugar, porque eltrabajo de Pilar González introdujo en clave local una perspectiva de análisis prác-ticamente inexplorada en nuestro país. El enfoque sociocultural de lo político quela autora utiliza, abrevando especialmente en las pistas proporcionadas por MauriceAgulhon y por quien dirigiera su tesis doctoral, François X. Guerra (cuya recientedesaparición aún estamos lamentando), no sólo se erigió en una gran novedad

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metodológica a fines de los años 80 sino que demostró ser un campo sumamentefértil que ayudó a renovar el debate historiográfico local, muy especialmente en elámbito de la historia política. En segundo lugar, porque la exhaustiva descripciónque el volumen proporciona sobre la vida asociativa de Buenos Aires en la primeramitad del siglo XIX, y más especialmente en la década de 1850, abre numerosaspistas de análisis que involucran procesos que interesan tanto a los especialistas enhistoria política como también a aquellos comprometidos con la historia social,económica, cultural, de las ideas. Una de las grandes virtudes que elevan a la obrade Pilar González a la categoría de “lectura obligada” para historiadores y alumnosdedicados al aprendizaje del oficio de historiador es, justamente, su capacidad dearticular las diferentes dimensiones del proceso histórico a partir de la selección yel recorte de un objeto muy cuidadosamente definido desde las primeras páginasdel texto: tal es el estudio de las “prácticas relacionales de la población de la ciudadde Buenos Aires” entre 1829 y 1862. Objeto indisolublemente unido a la hipótesiscentral que recorre el libro y que dota a las prácticas de sociabilidad de un poten-cial explicativo respecto al problema más general de la constitución de la naciónargentina. En este último plano es donde reside la tercera razón que hace del libroreseñado un referente ineludible. Su aporte al debate sobre los orígenes de lanación argentina lo coloca en un espacio privilegiado, donde el renovado interéspor el tema no elude el carácter polémico que su reedición provoca, aún cuandodicha polémica esté despojada de las viejas perspectivas más “ideologizadas” que,desde el siglo XIX hasta no hace mucho tiempo, se ocuparon del problema.

En este caso, estamos frente a un impresionante estudio sobre las prácticasde sociabilidad desplegadas en Buenos Aires en el período indicado, cuya riguro-sidad se expresa en muy diferentes planos: en la reconstrucción fáctica –donde sedestaca tanto la cantidad como la calidad de la información proporcionada–, en eluso de las fuentes –archivos privados, fuentes policiales y prensa periódica (porcitar sólo las más representativas)– y en las metodologías utilizadas. El desplieguede técnicas cualitativas y cuantitativas le permiten a Pilar González insertar elvoluminoso material recogido –heterogéneo y fragmentario– en un esquema expli-cativo general y crear, además, un “contexto de demostración” para muchas desus hipótesis que, aunque excesivo en algunos pasajes para el formato de un librodestinado a un público más amplio que el de una tesis doctoral, no deja dudassobre una de las principales motivaciones que mueve a la autora en términos de suestrategia narrativa: que el lector, finalmente, se rinda frente a las evidencias, talcomo confiesa en las conclusiones.

¿Frente a qué evidencias debe rendirse el lector, entonces, y hacia qué conclu-siones? En principio, hacia la que ya se enuncia a modo de “tesis” en la introduc-ción: “El movimiento asociativo moderno y, más globalmente, las formas de so-ciabilidad contractuales fueron un factor de transformación de la sociedad y de lasrepresentaciones que ésta se daba de sí misma. En este sentido, sirvieron para

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vehiculizar una nueva representación de la colectividad como ‘sociedad nacio-nal’”. Sobre esta tesis se estructura el libro y dicha estructura descansa sobre unahipótesis de periodización que divide el volumen en dos partes. En la primera deellas, titulada “Los pueblos sin nación”, la autora se encarga de reconstruir lasformas relacionales que se despliegan en Buenos Aires entre 1820 y 1852 (aunquerecupera el proceso asociativo desde comienzos del siglo XIX), centrándose es-pecialmente en los espacios de sociabilidad pública, como las pulperías y los ca-fés, en la nueva sociabilidad asociativa que emerge durante la época rivadaviana,en los rasgos peculiares que asume la sociabilidad étnica de la población negra(reflejando el papel de las Sociedades Africanas durante el rosismo), y en lascaracterísticas de la vida política en el período. La segunda parte, titulada “Lanación al poder”, se ocupa de describir y analizar el proceso que la autora denomi-na de “explosión asociativa” durante la década de 1850, incorporando las nuevasformas de sociabilidad emergentes luego de la caída del rosismo y articulandodichas formas con la redefinición de la esfera pública y de las prácticas represen-tativas. Dado que sería imposible intentar describir aquí el contenido de cada unade estas partes y las derivaciones que ellas sugieren, voy a concentrarme en unaspecto de la obra de Pilar González que creo puede ser problematizado, a riesgo,claro, de dejar de lado dimensiones fundamentales. Me refiero a la cuestión vincu-lada con el ya mencionado “contexto de demostración” y las relaciones causalesque la autora entabla a lo largo del libro y del cual emanan tres cuestiones, consi-deradas a continuación: la siempre difícil articulación entre historia social e histo-ria política, la hipótesis de periodización y la relación entre prácticas de sociabili-dad y prácticas políticas.

François X. Guerra, en el prefacio del libro, es quien preanuncia de maneracontundente –mucho más, quizás, que la propia autora– lo que denomina el “nú-cleo de la demostración”: que las nuevas asociaciones socioculturales y sus prác-ticas relacionales entrañan una nueva manera de pensar e imaginar la colectividady que las mutaciones de la sociabilidad, el nacimiento de la política moderna y laconstrucción de la nación son tres temas “indisociablemente ligados en una rela-ción causal que, aunque compleja, no es menos cierta”. Efectivamente, la autorabusca hacer confluir estos tres ejes a partir de la hipótesis central que recorre ellibro, pero apoyándose para ello en una cadena de hipótesis de menor nivel degeneralización, sobre las cuales se vuelca todo el aparato erudito. En estas hipóte-sis “secundarias”, Pilar González demuestra una particular maestría en el oficio dehistoriador al poner de relieve la importancia que asumen esas prácticas relacionalesen la construcción de un nuevo orden y al encuadrarlas dentro de un relato que dacuenta de un proceso histórico mucho más amplio de lo que su propio objetopermite sospechar. En este plano, el escenario se despliega a través de una estrategianarrativa que combina la detallada descripción con sagaces reflexiones interpretativasbasadas en explicaciones donde la demostración emerge claramente a los ojos del

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lector. Claridad, sin embargo, que parece diluirse cuando la autora busca articulartales hipótesis con aquella más atractiva y ambiciosa que coloca en el centro delanálisis el problema de la nación. La tensión que esta cadena causal expresa no sederiva en este comentario de la escala espacial seleccionada –sobre la que volveréa continuación– ni de poner en discusión el problema de los orígenes de la nación;la tensión aquí subrayada reside en la ausencia de una mediación adecuada entreun contexto en el que predomina la puesta en escena de la “empiria” –vinculada ala primera dimensión aludida por François Guerra sobre las mutaciones de la so-ciabilidad– y un marco de suma abstracción, representado por las dos siguientesdimensiones: el nacimiento de la política moderna y la construcción de la nación.Cuando la autora retoma las nociones de sociabilidad y civilidad, para concluir queel estudio del lazo asociativo nos informa sobre estas dos figuras identitarias denuestro imaginario político, que “en el Río de la Plata están claramente asociadasa la nación”, es quizás donde este salto entre los dos planos antes indicados que-dan en una más transparente evidencia.

Cabe destacar, sin embargo, que algunos de los ejemplos trabajados parecenalcanzar mayor visibilidad que otros, resultando menos forzada la relación entrelas prácticas relacionales y las representaciones de la nación. El caso de la maso-nería es uno de ellos. Pero que en este ejemplo la relación se haga más visible nodebe soslayar el hecho de que la masonería representa, dentro del universo deasociaciones estudiadas, un caso excepcional. Y lo es por el mismo motivo quePilar González señala, al admitir que, si la masonería se adelanta al Estado en laorganización de una estructura nacional, lo es porque “para la Orden es impera-tivo ligar su suerte a la de la nación”, dado que la consolidación de una redmasónica –por las características ya conocidas que asume– “implica cierta iden-tificación con un poder nacional”. Aun cuando la autora relativiza este ejemplo(del que cabe aclarar se extrae una riquísima información desconocida hasta elmomento), al afirmar que “es difícil generalizar la historia de la implantación de lamasonería durante la secesión del Estado de Buenos Aires al conjunto del movi-miento asociativo, y no se puede decir que todas las asociaciones hayan reclama-do una jurisdicción nacional como marco de su desarrollo”, admite inmediatamen-te que “aun cuando su desarrollo se limite a la ciudad de Buenos Aires, la identidadentre asociación y nación no desaparece”.

Ahora bien, el reflexionar sobre esta relación causal no significa cuestionar onegar la pertinencia del planteo más general de la autora ni mucho menos rechazarlo que Guerra considera como uno de los principales méritos del libro al señalarque “por primera vez, en esta escala, la descripción viva y concreta de los ámbitosy las formas de sociabilidad va a la par con la ponderación global y el análisisconceptual”; se trata, en todo caso, de marcar las asimetrías que se detectan entreesa descripción concreta y el análisis conceptual, tributario éste del modelo explica-tivo que pone por eje la noción de tránsito de una sociedad tradicional (corporativa

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y jerárquica) a una sociedad moderna (individualista e igualitaria). Al final de estecamino se encontraría la nación moderna, cuyo origen se halla, según se deducedel libro, en las nuevas manifestaciones de la sociabilidad. Si bien es cierto quePilar González se encarga en varios pasajes –de la introducción y más especial-mente de las conclusiones– de relativizar la contundencia de muchas de las afir-maciones que respecto a esta relación causal se despliegan en el texto –hasta elpunto de iniciar la conclusión diciendo que “pese a su título, esta investigación nopretende dar una respuesta al interrogante de dónde fijar los orígenes de la naciónargentina”–, queda en el lector la sensación de que tales prevenciones no siemprelogran matizar lo que a lo largo de trescientas páginas se plantea dentro de unesquema aferrado a aquella conceptualización global preocupada por definir losespacios tradicionales y modernos de la sociedad rioplatense.

Dentro de este esquema, la autora explora la dimensión social del procesopolítico. A través del uso de la técnica prosopográfica no sólo extrae datos muyvaliosos sobre la composición social de las asociaciones y de la elite política entodo el período estudiado, sino que además analiza la inserción que los miembrosde dicha elite tuvieron en el movimiento asociacionista. Entre las conclusiones alas que arriba, cabe destacar la que descubre una larga continuidad en las basessociológicas del poder político durante todo el período abordado –redefiniendo asíviejas hipótesis–, y la que coloca el cambio en el nuevo vínculo entablado por losmiembros de la elite política con la esfera pública y asociaciones de diverso tipo.Este aporte no es un dato menor para una historiografía que por mucho tiempopensó de manera lineal las relaciones entre la esfera social y la esfera política –ycuyos primeros avances se lo debemos a Tulio Halperin cuando en Revolución yGuerra complejizara enormemente dicho vínculo– como tampoco lo es el cuanti-ficar los datos disponibles, muchas veces reemplazados por generalizaciones sinsustento o intuiciones más o menos razonables. Dicha cuantificación se realizasobre la base de una escala de observación ya justificada en la introducción dellibro: Buenos Aires. Y aunque dicha escala pueda traer problemas a la hora dedefinir el objeto de análisis y la hipótesis más general –tal el hecho de encontrarprefigurada la idea de nación que la Argentina buscaría encarnar al constituirsecomo tal en las representaciones acuñadas por las elites urbanas de Buenos Aires–,nadie podría dudar de la pertinencia que ofrecen las razones aludidas por Pilar Gonzálezpara justificar este recorte, especialmente cuando nos recuerda el papel preponde-rante que aquella elite jugó en la constitución de una nación argentina y cuandohacia el final del libro destaca lo que de apuesta a futuro tuvo esa construcción:“La nación para ellas –las elites porteñas– es la sociedad que tratan de construir, yde la cual creen ser sus únicas artífices”.

Ahora bien, esta dimensión social y espacial se hace más compleja cuando enel exhaustivo análisis realizado sobre ese espacio urbano –demostrando la autorauna gran pericia en el manejo cartográfico– se vuelcan las conclusiones acerca de

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las representaciones de la nación que, respectivamente, tenían las elites urbanas ylos sectores populares. Pilar González aclara, en este sentido, que su trabajo secentra en las primeras –recorte absolutamente legítimo– aunque puede avanzarciertas hipótesis respecto al comportamiento de los segundos al inferir la “vitali-dad de la comunidad parroquial”, presente no sólo en sus prácticas asociativassino también políticas. Vitalidad parroquial que supone, en el esquema explicativoutilizado, un rasgo de sociedad tradicional frente a la modernidad que trae consigola representación de la nación encarnada por las elites urbanas. Esta triple asocia-ción entre espacio parroquial, sectores populares y sociedad tradicional –con sucadena de equivalencias contrapuesta– nos conduce a la consideración del segun-do aspecto a ser analizado: la hipótesis de periodización. Una periodización que,centrada en el objeto de análisis seleccionado, encuentra tres momentos de in-flexión: el primero en la etapa rivadaviana, en 1839 el segundo, y con la caída delrosismo en 1852, el tercero. La persistencia de formas relacionales vinculadas alespacio parroquial durante los años 20 no habría impedido la emergencia de unmovimiento asociativo fundado en la adhesión voluntaria de los participantes yen un tipo de sociabilidad predominantemente cultural, muy diferente de aqué-llas. Esta tendencia, que auguraba un camino hacia formas relacionales mo-dernas –siguiendo el esquema que el texto plantea– no encuentra en el rosismo, ensus primeros años, ningún cambio substancial. Es recién en 1839 cuando estacurva ascendente se detiene para encontrarse el individuo frente a la desapariciónde las asociaciones –según afirma la autora– sin sociedad de pertenencia. Serárecién después de 1852 cuando la “explosión asociativa” adopte un ritmo desco-nocido y se oriente, finalmente, hacia la construcción de la nación argentina.

La periodización adoptada tiene la gran virtud de caracterizar al rosismo –ensintonía con lo planteado por otros autores en los últimos años desde registros deanálisis diferentes– como un fenómeno que no siempre fue igual a sí mismo y quede ninguna manera cristaliza en sus primeros años lo que luego se concretará en ladécada de 1840. Aun cuando se anticipan algunos rasgos que no pueden dejar dellamar la atención del historiador, lo que desde el punto de vista del movimientoasociativo se refleja, es una continuidad entre 1822 y 1838. Ahora bien, que estacontinuidad se haya roto en 1839 y que de ella se infiera la imposibilidad durante elrosismo de proponer una “alternativa nacional viable a la del liberalismo porteño”es atribuida por Pilar González a los “obstáculos que encuentra (Juan Manuel deRosas) para pensar la nación como sociedad de individuos”. Dicho así, parecequedar devaluado el fuerte pragmatismo político que guió el accionar de Rosasdurante su gobierno (bastante lejos, por cierto, de elaboraciones mentales dema-siado abstractas) y hacerse caso omiso de lo que recién en las conclusiones seadmite puede conducir a una excesiva simplificación del fenómeno rosista. Eneste punto, la autora advierte que “el régimen no está hecho de sociabilidades”,y que sería francamente irrazonable desconocer el peso de otras variables

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fundamentales, como las tensiones económicas o las guerras enfrentadas por laConfederación en esos años. En realidad, podría ser perfectamente razonable omitirmencionar (lo que no significa dejar de considerar) tales variables, si la interpreta-ción se ajustara al objeto seleccionado (en este caso, el movimiento asociativo) yno intentaran extraerse conclusiones demasiado ambiciosas. El problema reside,una vez más, cuando de ese plano concreto se anuncian hipótesis que buscanexplicar el proceso de construcción de la nación, o lo que es su contracara, losfracasos ocurridos en el transcurso de un acontecer que plantea claramente unpunto de partida y un punto de llegada.

Esta hipótesis de periodización tiene, a su vez, consecuencias en la forma bajola cual Pilar González interpreta los vínculos entre prácticas de sociabilidad yprácticas políticas, último aspecto en el que pretendo detenerme. Porque si bienlos cambios advertidos a nivel de las prácticas relacionales durante el períodorivadaviano parecen augurar un tránsito hacia la modernidad política, estas nuevasprácticas, según la autora, no llegan a afectar aún el mundo de la política. Espe-cialmente el mundo que gira en torno a la representación y las prácticas electora-les, a las que caracteriza como fraudulentas, predominando en ellas más la “bruta-lidad” que la “civilidad”. Pilar González sostiene que la política en la década de1820 era todavía un campo de lucha (armada) y no de negociación, de acción másque de opinión. En esta perspectiva, el rosismo deja de ser un simple momentonegativo entre la década de 1820 y la de 1850, para pasar a ser una etapa en la queesa lucha armada es reemplazada por el aparato coercitivo del régimen y por lapuesta en marcha de mecanismos de consenso unanimista. Es recién en la décadade 1850 cuando la autora observa la confluencia entre prácticas de sociabilidad yprácticas representativas, dejando en evidencia la perspectiva de su enfoque: lasfuentes de la modernidad residen en las prácticas de sociabilidad, y si éstas noestán suficientemente afianzadas, no queda espacio para pensar en el potencialtransformador que puedan tener las prácticas representativas encarnadas por muydiversos actores desde el momento mismo de la revolución. En tal dirección,aunque muchas de las afirmaciones de Pilar González son absolutamente pertinen-tes, queda la duda acerca de si todo ese mundo político está subordinado a lasprácticas relacionales por ella trabajadas. Cabe dudar sobre si la violencia electoral–que en realidad aparece, básicamente, en dos oportunidades: en las elecciones de1828 y de 1833– es reemplazada por la “civilidad” después de 1852 (teniendo encuenta, al respecto, los aportes realizados por Hilda Sabato); si la débil presenciade asociaciones entre 1820 y 1838 implicó la ausencia de negociación en las prác-ticas representativas; si la noción de fraude es apropiada para interpretar las prác-ticas electorales del período. Sin abundar en este punto, sólo quiero destacar doscuestiones. La primera es que Pilar González no saca real provecho de algunos desus mayores hallazgos: no advierte que esas nuevas formas relacionales que elladescubre (y nos ayudó a descubrir a muchos) para la década de 1820 tuvieron un

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fuerte impacto en las prácticas representativas, al convertirse muchas veces en espa-cios de negociación de listas de candidatos y de movilización de votantes (se trata,justamente, de los mismos espacios relacionales descriptos por la autora: las socieda-des culturales, los cafés, las pulperías). La segunda cuestión refiere al esquemainterpretativo utilizado para explicar la dinámica política en su aspecto representativo,apegado al viejo modelo centrado en la noción de fraude y manipulación, que limita lasderivaciones que un análisis tan rico en datos y reflexiones puede aportar.

Todos estos temas, que descubren las tensiones inherentes a un texto en elque abundan las pistas para nuevas reflexiones, son objeto de problematizaciónpor parte de la propia autora. Tal como se afirmó al comienzo, Pilar Gonzálezconsidera en las conclusiones cada una de estas tensiones, al relativizar –o ate-nuar– los alcances de sus hipótesis. Es el momento, justamente, en el que el estilocontundente del libro –signado por el entusiasmo que a todo historiador le provocael descubrir un campo inexplorado, fuente de nuevas miradas sobre viejos proble-mas– cede el paso a una estrategia narrativa más atenta a los matices. Sin dudas,este cambio de estilo responde a lo que la autora advierte al comienzo, cuando nosrecuerda que el texto se publica tal como fue elaborado en el momento de serpresentado como tesis doctoral. Publicación “testimonial”, entonces, de una etapafundamental en la vida de muchos historiadores –consagrada a la elaboración dedicha tesis, en la que generalmente se opta, como reconoce Pilar González, “porun tono perentorio con el objeto de afirmar, ante el jurado, su capacidad de llevara buen fin una investigación histórica”–, pero también de una etapa en la produc-ción historiográfica de la autora. Algunos de sus trabajos, publicados con anterio-ridad pero elaborados tiempo después del texto aquí presentado, expresan justa-mente una mirada menos atada al esquema explicativo que predomina en el libro.Mirada que revela la enorme capacidad de Pilar González para reconstituir loslazos que unen la vida social a la vida política y abrir nuevos caminos a la investi-gación sobre el siglo XIX en Argentina.

MARCELA TERNAVASIOInstituto Ravignani, U.N.R., CONICET

Nathan Wachtel, La foi du souvenir. Labyrinthes marranes, Seuil, Paris, 2001.

El tercer gran libro de Nathan Wachtel nos conduce por un itinerario novedoso,pero, como se verá, estrechamente ligado con el resto de su obra. Después de Lavisión de los vencidos, publicada en francés en 1971, y de El retorno de losantepasados, cuya edición original es de 1990, hay un delgado hilo conductor queatraviesa toda su obra: las relaciones entre la memoria y el olvido.

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El libro, escrito con un estilo impecable y que, además, consigue colocar ladistancia ideal entre unas fuentes terribles –los archivos de la Santa Inquisición– yel lector, permitiéndole captar todo el horror de muchas de las situaciones vividaspor los protagonistas, sin caer en inútiles sobreactuaciones (las fuentes están allí yse puede decir, usando una metáfora, que “hablan por sí mismas”). De todosmodos, algunos de los capítulos, por ejemplo los centrales, que nos relatan lahistoria trágica de la extensa red marrana que giraba alrededor de las figuras deLeonor Núñez y Francisco Botello (una misma familia que contaría con nuevemiembros ajusticiados por la Inquisición), por momentos resultan difícilmentesoportables. Para un lector acostumbrado a los relatos de los hechos vividos porlos desaparecidos y torturados por las dictaduras del Cono Sur, las escenas evo-cadas por Wachtel tienen una resonancia especial. Inevitablemente vienen a nues-tra memoria algunas de las páginas admirables de Recuerdos de la muerte, el librode Miguel Bonasso. Cómo no pensar entonces en esos versos en lusocastellanocuyo eco, cantados por una voz infantil, llegara hasta la celda de uno de los prisio-neros de la Inquisición:

“...tanta muller sin marido, tanto marido sin muller;tantos niños sin pae, tantas niñas sin mae;tantos huerfanos sin consuelo, tantos nidos sin paloma”.

Sin embargo, ese mismo lector –si habiendo pasado por la experiencia de los añossesenta y setenta, no es especialista en el tema– quedará atónito ante ciertos aspectosdel funcionamiento de la Inquisición: en ella, hasta la tortura misma estaba reglamenta-da y tenía sus etapas y sus límites. Decir que uno termina por “admirar” tan terribleinstitución sería un absurdo completo, pero no podemos evitar compararla con labestialidad salvaje e inhumana de nuestras dictaduras. Jamás un inquisidor habríapronunciado aquellas palabras blasfemas de los torturadores “¡Yo aquí soy Dios!”.

Pero el libro tiene, como dijimos, un hilo conductor muy claro: las relacionesentre la memoria y el olvido. Y es aquí donde nos encontramos con el resto de laobra del autor, en la cual ese tema ocupó siempre un lugar central. Mas, en elcomplejo intinerario de la cultura del marranismo, no sólo hay un problema dedificultosa recomposición de la memoria, también –y he aquí otro tema“americanista”– hallamos un tipo específico de mestizaje; en efecto, la condiciónmarrana da lugar con cierta frecuencia a un mestizaje religioso con componentescatólicos y judíos formando un peculiar bricolage, un entramado de creencias, endonde pueden aparecer “San Moisés” y San Antonio haciéndose mutua compañíaen un panteón casero. Y también nos topamos (por cierto, sólo en determinadoscasos) con una forma de pensar las relaciones con el mundo religioso particular-mente “moderna”, en la cual determinados atisbos de libertad religiosa son clara-mente perceptibles. Por supuesto, las figuras más destacadas en este ámbito serán

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las de Baruch Spinoza –un judío sefardí– y Michel de Montaigne, un cristianonuevo. Pero, sin llegar al grado de elaboración que podemos hallar en esos dospensadores, algunos de los personajes que desfilan en el libro muestran una mane-ra “relativista” de concebir el papel de la religión, que puede ser relacionada conuna característica importante de la cultura de la modernidad occidental. Y existeotro aspecto que los hace particularmente modernos: estos hombres y mujeresformaban redes extensas que vinculaban lugares y lenguas muy diversas. En sumayoría, eran bi o trilingües, pues no habían perdido el ladino –y con frecuencia elportugués– aunque viviesen en Saint-Jean-de-Luz, Amsterdam, Salónica o Livorno.Los versos en lusocastellano que hemos citado son un buen ejemplo de esa pecu-liar lingua franca ibérica de la comunidad marrana. No nos sorprende entoncesdescubrir a Juan de León –con un reciente pasado livornés– y Francisco Botellohablándose en nahuatl en la secreta de la Inquisición mexicana. Esta capacidad decomunicación –convirtiendo la necesidad en una virtud– y esas redes extensas,les permitió justamente operar con eficaces agentes comerciales, tejiendo un en-tramado mercantil que se extendió por amplias regiones americanas, europeas yasiáticas. He aquí otro componente de la modernidad (la modernidad capitalista)en el que los marranos ocuparon un lugar relevante.

El libro de Wachtel da cuenta así de una parte sustancial de esa historia através de los múltiples itinerarios tejidos por las vidas, casi siempre trágicas, deesos hombres y mujeres que compusieron esos “laberintos marranos”. Se trata deun libro mayor y original en el contexto de la literatura histórica americanista.

JUAN CARLOS GARAVAGLIAÉcole de Hautes Études, París

José Luis Romero, Situaciones e ideologías en América Latina, Medellín, Univer-sidad de Antioquia, 2001, Colección Clásicos del Pensamiento Hispanoamericano.Prólogo de Alexander Betancourt Mendieta, XXVII + 448 páginas.

En la historiografìa argentina del siglo XX, el de José Luis Romero fue un casoindudablemente clave en la construcción de una renovación disciplinar que porrazones políticas conocidas encontraría su materialización recién después de 1983.Romero aparece como un organizador central de nuevas sendas en la investiga-ción y escritura históricas. Esta lectura que configura un pasado donde Romeroes un antecedente prestigioso no carece de verdad. Esa adecuación no significa,empero, que su figura pueda ser reducida a esta imagen retrospectiva.

Una primera cualidad de Situaciones e ideologías en América Latina consiste,precisamente, en recordarnos cuán vigorosamente el pensamiento de Romero hacía

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lugar a la vieja cuestión que tensiona a quien pretende reflexionar, a la vez, comocientífico y como político.

Este volumen recupera textos publicados por José Luis Romero en las dosúltimas décadas de su labor intelectual. Puede leerse en ellos una mirada que hacedel pasado de las ideologías un horizonte donde transitan sus preguntas básicas.Sin embargo la reedición de estos textos, todos ya aparecidos en volúmenes ante-riores, presta una inteligencia peculiar que hay que reconocer. En efecto, en estanueva impresión se reúnen escritos que pueden organizarse bajo tres registros: enprimer lugar, los trabajos metodológicos y conceptuales, que fundamentan unahistoria social de las ideologías en Latinoamérica, donde las “ideas” siempre estána destiempo de las “situaciones” dado que por su carácter exógeno, en tantoproductos de “contactos de cultura”, estuvieron destinadas a no ajustarse del todobien a las condiciones locales. Romero insiste en la importancia de la transforma-ción que supone toda “recepción” anudada a experiencias primarias que implicana quienes las sostienen o sienten en contextos de gran complejidad, y donde fun-damentalmente una relación de correspondencia entre sujeto e ideas está desde elinicio sometida a un desplazamiento persistente.

Se trata de los textos incluidos en Latinoamérica: situaciones e ideologías(1967): “Situaciones e ideologías”, “Los puntos de vista: historia política e historiasocial”, “La situación básica: Latinoamérica frente a Europa”, “Situaciones e ideo-logías en el siglo XIX”, “Situaciones e ideologías en el siglo XX”, “Democraciasy dictadura”. “Podría decirse”, señala Romero, “que el desarrollo latinoamericanoresulta de cierto juego entre una vigorosa originalidad y una necesidad de adecuarlaluego a ciertos esquemas de origen extraño que la limitan y constriñen”. He aquíexpresada sucintamente una dialéctica que proviene de la tradición morfológicaque, antes que de Ortega Gasset y de Simmel, deriva de la fuente de donde éstosla bebieron y que Romero conocía bien: J. W. Goethe.

En segundo lugar, nos encontramos con escritos dedicados a explicar la espe-cificidad de la historia latinoamericana frente a Europa. En ellos tiene lugar pre-eminente la cuestión de la peculiaridad de su experiencia urbana y el modo en queéste se configuró en su relación específica con la sociabilidad rural que él mismo–con una lógica distinta– había seguido en sus investigaciones medievalistas. Lostextos incluidos son los siguientes: “La ciudad latinoamericana: continuidad euro-pea y desarrollo autónomo” (1969), “La ciudad latinoamericana y los movimien-tos políticos” (1969), “Campo y ciudad: las tensiones entre dos ideologías” (1978).Nos encontramos aquí con discusiones que iluminan la lectura de su gran obra de1976, Latinoamérica: las ciudades y las ideas.

En tercer lugar, se articulan los trabajos propiamente historiográficos dondeRomero despliega sus intereses políticos en el estudio de las ideologías. Así es comose incluyen los textos donde se analizan los pensamientos políticos que van desde laemancipación hasta la época contemporánea del autor: El pensamiento político de

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la derecha latinoamericana (1970), “La independencia de Hispanoamérica y el mo-delo político norteamericano” (1976), “El ensayo reformista” (1978), y los textospreparados en colaboración con Luis Alberto Romero: “El pensamiento político dela emancipación” (1977), “El pensamiento conservador” (1978).

Pues bien, ¿qué es lo nuevo que nos ofrece esta reedición de textos conoci-dos? ¿Qué aporta una reorganización de escritos que por lo demás ya habíanaparecido en parte en una impresión igualmente reciente?1

La publicación en Colombia, en una colección que convoca a los “Clásicosdel pensamiento hispanoamericano”, da cuenta de cómo es leído Romero fueradel ámbito académico de la Argentina. Y si esa interpretación es deudora, inevita-blemente, de las esperanzas que sostienen toda lectura, nos llama la atención sobrelos supuestos que mueven nuestras miradas sobre Romero. Porque, en efecto,Romero ha sido visto básicamente como un historiador académico.

Situaciones e ideologías en América Latina nos alerta, empero, de una di-mensión nueva que amenaza con trastocar la inclusión de Romero –sin más– enuna historia de la historiografía que acumula sus saberes hasta lograr laprofesionalización de nuestros días. Porque lo que pulsan estas escrituras asíorganizadas da cuenta de una inquietud que en Romero tenía el sentido –o almenos el deseo– de implicar la actividad del recuerdo escrito en un compromisocívico a la vez que intelectual.

Los textos de este volumen, así ensamblados, nos muestran una búsquedaquizás más urgente que la movilizada por sus intereses medievalistas. No se debe-ría olvidar que la edición de Latinoamérica: las ciudades y las ideas, quebraba elorden de aparición de las publicaciones previstas sobre la historia de la culturaoccidental que Romero había pensado a fines de la década de 1940. Y es que laproblemática ideológico-política lo convocaba como ciudadano politizado de unmodo acaso tan demandante como lo hacía una innegable identidad historiadora.

Pero existe otra dimensión no siempre observada que este volumen permiterememorar, y que parcialmente recuerda el prólogo de A. Betancourt: la fuerza conla cual Romero puede inscribirse en una tradición de pensamiento histórico-sociallatinoamericano que no es sencillo agotar en los marcos casi siempre estrechos de laimaginación historiadora. En efecto, es seductor pensar que la interlocución –si sequiere imaginaria– de Romero en estos textos reconoce más al Jorge Basadre ensa-yista, a Ezequiel Martínez Estrada, a José Vasconcelos y aun a Domingo F. Sarmien-to, que a autores más comprometidos con una prosa regida por la epistemología y lapolítica historiográficas. Desde este punto de vista, Romero se alinea en una sendadonde se busca identificar el núcleo problemático de las naciones latinoamericanas,y donde la voluntad de progreso necesita dar cuenta de las resistencias que la socie-dad opone a las iniciativas ilustradas, a la acción de las minorías.

1 J. L. Romero, El pensamiento político latinoamericano, Buenos Aires, A-Z Editora, 1998.

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Es precisamente la dificultad con la cual se enfrentaron las elites conformadasa fines del siglo XVIII la que marcará, con rasgos indelebles, la historia de lasideas políticas en América Latina. Sobre esto cabe decir que la impronta ofrecidapor Romero no puede restringirse a la incertidumbre que amerita una metodologíaque opone “ideas” a situaciones “reales”, hoy que la tradicional fenomenología delas ideas y el realismo empirista han sido justamente cuestionadas. Por el contrario,si una correspondencia entre ideologías y situación es aludida, como el caso delpensamiento ilustrado en el siglo XVIII europeo, su desplazamiento lo inclina a unacondición donde estaban –como en Latinoamérica– siempre dislocadas. Porque sies cierto que el pensamiento político de la derecha, el único que en su oposición al“cambio” se anudaba a situaciones reales, podía aspirar a una raíz profundamentesituada que el liberalismo nunca pudo lograr, Romero es suficientemente sensiblepara subrayar –aun allí– las inadecuaciones que su metodología morfológica lo pre-dispone a encontrar. Algo parecido puede decirse de la comprensión que Romeronos ofrece del populismo en algunos de los escritos incluidos.

En cualquier caso, lo que aparece como una necesidad impostergable en lacomprensión de la obra de José Luis Romero es la complejización de las presenta-ciones de la misma a que nos invita el volumen que comento. Quizás en esa mismaorientación se extrañe la inclusión de los textos primeros, casi juveniles, dondeRomero expresaba sus opiniones iniciales sobre las peripecias de un continentedonde no olvidaba que se encontraban los desafíos más graves para sus inquietu-des intelectuales. En los textos de este volumen, que abarcan Latinoamérica, des-de fines del siglo XVIII hasta bien pasado el ecuador del siglo XX, hay una historiaque recorre la biografía de Romero que tiene más variaciones que las observablesen la selección que aquí encontramos. Temo que entonces se trate de presentarlos textos preparatorios y “metodológicos” de la gran obra de 1976, deshistorizandoun desarrollo del cual Latinoamérica: las ciudades y las ideas es la culminaciónbiográfica pero no la verdad profunda o necesaria.

Con todo, quizás este volumen nos depare otra novedad: la de testimoniar unapreocupación por la función de las elites en la política (un tema que subyace atodas las investigaciones incluidas), donde se puede reconocer la pertenencia deRomero a un horizonte político-cultural, pero también historiográfico, en el cualsu identidad socialista poseía una eficacia innegable. En efecto, Situaciones e ideo-logías en América Latina se nos aparece como la intervención de un historiadorsocialista-liberal acuciado por una realidad donde sus esperanzas reformistas seencontraban en un desesperado destiempo respecto a una condición antagónicaen la cual los enfrentamientos y proyectos en pugna se le hacían, apresuradamen-te, cada vez más extraños e incomprensibles.

OMAR ACHAUniversidad de Buenos Aires

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Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina,1943-1955, Buenos Aires, Prometeo/IEHS, 346 páginas.

Hace casi dos décadas, en el contexto de febril cuestionamiento de las institucio-nes que signó el cierre de la dictadura militar, una serie de investigadores comen-zaron a interesarse en la dimensión histórica de la iglesia. Las preguntas detrás deesta nueva curiosidad eran, sobre todo, políticas: ¿había sido la iglesia un obstácu-lo ideológico a la consolidación de la democracia en la Argentina? ¿Cuál era lanaturaleza de sus lazos con las fuerzas armadas, la institución más cuestionada delmomento? Más grave aún: la cúpula del episcopado argentino era acusada decomplicidad con la represión –que también había cobrado muchas víctimas den-tro de la institución–. En Iglesia y dictadura (1986), Emilio Mignome denunciaba,por entonces, la línea directa que conectaba al vicariato castrense con la pesadillade la represión, y sugería que este foco antidemocrático había estado allí desdemucho antes de 1976. Acusaciones atroces que se recortaban sobre un telón defondo de intuiciones difusas –la importancia de investigaciones históricas seriasde pronto se revelaba esencial para la experiencia democrática que se iniciaba.

Susana Bianchi fue una de las impulsoras de este movimiento de indagacióncrítica de la historia de la iglesia argentina. Lo testimonian los numerosos avances deinvestigación personal, la coordinación de publicaciones colectivas sobre el tema yla continuidad del espacio de discusión que en la Facultad de Filosofía y Letrasanima (junto a Luis Alberto Romero) desde hace más de una década. Los interesesque hoy convocan a los investigadores del Grupo de Trabajo de Religión y Sociedaden la Argentina Contemporánea son mucho más diversos de lo que sin duda imagi-naron sus impulsores en la década de 1980. Los temas institucionales, ideológicos ypolíticos, tan dominantes en un principio, conviven hoy con estudios sobre aspectosmuy variados del fenómeno religioso. Asimismo, se han nutrido de perspectivas deotras áreas, como los estudios de género (también transitados por Bianchi), que hanampliado el campo de indagación. Temas como las congregaciones femeninas o ladiversidad de prácticas del protestantismo –que difícilmente hubiesen cuadrado enla agenda original– son hoy parte de una discusión que al capitalizarse constante-mente, ha ido afinando también una posición inicial eminentemente denunciatoria.Los historiadores de la iglesia y el catolicismo están también diversificando su rela-ción con las fuentes. La revista Criterio, que en la década de 1980 pasó de padecerla tradicional indiferencia académica a ser tomada por asalto por los historiadores, eshoy un territorio relativamente conocido en sus matices ideológicos. Estamos apren-diendo a poner esta rica fuente al servicio de otros aspectos –sociales, culturales–del catolicismo del pasado. Y cada vez más sus textos aparecen en marcos máscomplejos, que dan cuenta de su peso relativo en el mundo eclesiástico.

Catolicismo y peronismo es el resultado de una indagación realizada a lo largode este período, y se ha beneficiado visiblemente de la maduración del campo de

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estudios en el que se insertó. La estructura del libro saca el mayor provecho delavance de estas subáreas de estudio: su cuerpo central explora una selección deproblemas parciales, o “campos de conflictos” entre el peronismo y la iglesia –laeducación, la diversidad religiosa, la familia–. Hay también cruces fructíferos conáreas no específicas de lo religioso, como la historia de mujeres o el campo cultu-ral. Y es esta informada variedad, justamente, la virtud principal del libro, pues alinternarse más a fondo por las avenidas abiertas, por cada uno de los elementos,agrega densidad a los estudios previos. Un aporte en este sentido es el detenidoanálisis del conflicto entre el peronismo y la iglesia en el área de la educación (cap.V), objeto de viejas hipótesis que algunos trabajos (de Loris Zanatta y SilvinaGvirtz, por ejemplo) empiezan a poblar de evidencia empírica. Desbrozando susdiversos elementos (la religión en las escuelas, la universidad, la peronización delcurrículo, etc.), Bianchi muestra el fracaso casi inmediato del conocido sueñoeclesiástico de imposición del catolicismo en las escuelas públicas, como tambiénla temprana apuesta del episcopado a la enseñanza privada como espacio alterna-tivo para dicho proyecto. Otro tema bien desarrollado es el de las relaciones delperonismo con las religiones no-católicas, y en particular con las “religiones po-pulares”. El conocido escándalo del pastor milagrero, Hicks, ha ganado sentidopor una buena contextualización sociológica, y ha cobrado vivacidad gracias a lautilización de fuentes que como la popular Ahora reflejan cabalmente la dimensióncultural y la especificidad religiosa de dicho fenómeno (p. 254 y ss.).

Fundir una serie de indagaciones parciales en un texto unitario es, lo sabemos,más que clausurar una investigación de largo plazo: implica presentar una visiónglobal del tema que los reúne, desarrollar a fondo las ideas básicas que son sumotor. Y es aquí donde esta obra es más débil. Bianchi lleva los hilos de su inves-tigación más lejos, pero la selección y el punto de llegada de esos hilos reservapocas sorpresas. La educación, las religiones no-católicas, Evita, las objecionesmorales formuladas desde la Iglesia a la cultura popular, son temas que ya hansido explorados para indagar las relaciones entre catolicismo y peronismo, conresultados muy parecidos a los que propone este trabajo. Las informadas digresio-nes de Catolicismo y peronismo se incorporan, pues, a una narrativa general delproceso que no desafía casi ninguna de las ideas ya instaladas sobre la naturalezade esta compleja relación. Es cuando se trata de pasar de los subtemas a la inter-pretación de su lugar en el proceso mayor que el libro pierde fuerza, porque siguede cerca (por momentos, duplica) caminos previamente trazados. (Es sintomáticoque esto sea particularmente evidente en el primer tercio del texto, que examina elascenso del peronismo a la luz de los debates católicos; y vuelve a serlo al final,cuando se trata de dar cuenta de la crisis.) Detrás de la variedad temática deCatolicismo y peronismo, el lector no puede evitar echar de menos cierto riesgointelectual. Mientras tanto, la propuesta de Bianchi amplía una narrativa del temaque ya nos es familiar: un peronismo que nace ligado a la Iglesia por su original

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vínculo con un régimen católico de ipso; un mundo eclesiástico dividido, peroatraído por las promesas sociales y las esperanzas corporativas que inspiraba elcandidato Perón; un régimen que en su creciente peronización se aliena de esosapoyos iniciales y reemplaza la simbología católica a favor de la vigorosa improntajusticialista; una religión oficial peronizada cada vez más parecida al anticlericalismo;la revalorización católica del liberalismo político; una oposición que se refugia acriticar oblicuamente el régimen, desde las instituciones laicas de la iglesia. Unconflicto, en fin, cuyo sujeto principal espera, sí, una indagación imprescindible:la clase media antiperonista.

LILA CAIMARIU. de S.A./CONICET

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NOTA A LOS AUTORES Y COLABORADORES

La sección Artículos considera sólo trabajos inéditos sobre historia argentinay latinoamericana. La sección Notas y Debates publica ensayos originales queconsideran discusiones historiográficas relevantes. La sección Reuniones y con-gresos informa sobre las principales jornadas de investigación y eventos académi-cos referidos a la historia argentina y latinoamericana, realizadas en el país. Lasección Reseñas ofrece críticas de los libros publicados recientemente que sedestacan por su aporte a la historia argentina y latinoamericana.

Los trabajos con pedido de publicación deben enviarse al Secretario de Redac-ción del Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. EmilioRavignani”, 25 de Mayo 217, 2 piso, 1002, Capital Federal, Argentina. En ellos, losautores deberán tener en cuenta las siguientes recomendaciones de presentación:

1) deberán enviarse tres copias del trabajo para su evaluación por árbitrosexternos al Comité Editor de la revista: se debe incluir un resumen de unmáximo de diez líneas en español e inglés, y cinco palabras clave;

2) el texto deberá ser escrito a doble espacio, en papel tamaño carta o A4,escrito en una sola carilla y con márgenes razonables;

3) la extensión de los trabajos no superará 40 carillas (65 espacios por 17líneas, incluyendo notas, cuadros, gráficos y otros); para los de la sec-ción Notas y Debates, 20 y para las Reseñas bibliográficas 5 carillas;

4) los manuscritos de autores argentinos y latinoamericanos deberán estarescritos en español;

5) los cuadros y gráficos se incluirán en hojas separadas del texto, y en elcaso que se envíen gráficos y mapas, éstos deberán presentarse en suversión final para facilitar su reproducción directa;

6) las citas y notas bibliográficas del trabajo se incluirán al final del texto,en hojas separadas y en el orden siguiente: a) nombre y apellido delautor, b) título de la obra, subrayado, c) volumen, página, etc. (en suversión abreviada, Vol., p., etc.), d) lugar de edición, e) editorial o editor

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(sólo si fuera necesario), f) fecha o simplemente año de publicación yg) número de páginas;

7) en caso de citarse artículos se utilizará el mismo orden indicado en 6,citando entre comillas el título del artículo y subrayado el título de larevista de donde se tomó;

8) los números van en arábigos y se abreviarán (núm. 2); los volúmenes enarábigos y se abreviarán (vol. 3); el tomo va destacado y en romanos(tomo x); página se abreviará (p. 8), páginas se abreviará (pp. 8-19);

9) las ciudades y organismos extranjeros que tengan traducción al españoldeberán aparecer en esta lengua;

10) las expresiones que indican década se escribirán como sigue: la década de1980; los años ochenta; la década del ochenta. Es el período 1930-1937 yno 1930-37;

11) se enviará una copia del trabajo en diskette indicando el formato en queestá grabado el archivo.

Las siguientes publicaciones indexan el Boletín de Historia Argentina y Ameri-cana “Dr. Emilio Ravignani”: Historical Abstracts y Handbook of American Studies

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