el ayuno y el stress

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EL AYUNO Y EL STRESS

EL AYUNO DE SÍ MISMO 1. Queridos hermanos que buscan la Paz que sólo Dios puede dar, en el seno santo y prudente de la única Iglesia de Cristo, debemos comprender a fondo estas tres cosas: a) Dios está en nuestro interior: “El misterio de la Trinidad que habita en nosotros” (NM 43), y saber que tenemos un alma inmortal en administración, y nuestro deber es llevarla a Dios, b) Por el pecado original, y por el pecado personal, tenemos un “yo” enfermo, el cual se identifica porque es egocéntrico, egoísta y ególatra, y c) No podemos alcanzar la Paz, el “Descanso” de Dios, si Él no gobierna en nuestro interior, y por consecuencia, no la alcanzaremos en la realidad exterior. Es tan importante comprender que nuestro “yo soy” está, en parte significativa, desfigurado por el pecado de origen y por el pecado nuestro, porque de no hacerlo, no podremos encontrar la Paz interior que tanto busca nuestra alma: "El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia" (GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado

original. Quedó inclinado al mal y sujeto al error. De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (GS 13, 2)” (CEC 1707). A tal grado es de considerarse esta situación, de la necesidad de una lucha espiritual, principalmente contra lo malo en sí mismo, que el Papa emérito Benedicto XVI, proclama como ley del camino espiritual, la Ley de la “renuncia del propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres” (10 de Diciembre del año 2ooo, Conferencia: “La Nueva Evangelización”, dirigida al Congreso de catequistas y profesores de religión). 2. Este “yo” espurio, que en gran parte de los seres humanos es un tirano, porque somete al alma y al cuerpo a sus caprichos, los cuales son, en su mayoría, mociones que separan del camino de Dios; este “yo”, repetimos, es el causante principal -unido a nuestro corazón perverso (Mt 15, 17-20) y nuestra mente maligna (cf. Hb 10, 22)- de nuestras retrasos y frustraciones en el camino espiritual. De tal manera que para entrar y perseverar en el camino de Dios, es menester negar, anular y renunciar a nuestro propio “yo”, para que el Señor nos proporcione un nuevo yo, nacido de Él, y además restaure, renueve y purifique el “yo” desfigurado por el pecado, y que por lo mismo, ha adquirido la imagen del maligno, borrando la imagen divina: “El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24; Lc 9, 23). “Despójense del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen” (Col 3, 9-10). Pero el proceso de reparación es algo difícil, debido a que nos cuesta trabajo a la mayoría identificar al yo malo, al “yo viejo” según san Pablo, pues estamos hechos uno con él. Para ello necesitamos la ayuda del Espíritu Santo

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que viene a nosotros por los Sacramentos, para hacer conciencia profunda del pecado, dentro y fuera de nosotros. Pues sin Él es imposible. “Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón. Se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno” (CEC 401). 3. Pues bien, ¿Cuál es el ayuno que el Señor prefiere?: “¿No sabes cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los cautivos…” (Is 58, 6). Y, ¿a quienes debemos dejar libres? No solamente a todo ser que tengamos sometido, en el cual está Dios sufriente, sino también al Dios interior y a nuestra alma; los cuales sufren por la tiranía a la que los sometemos cuando seguimos las inclinaciones malsanas de nuestro yo viejo: “Me has convertido en siervo con tus pecados, y me has cansado con tus iniquidades” (Is 43, 24). El Señor nos recuerda: “No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significa ‘Misericordia quiero y no sacrificio’” (Mt 9, 12-13). Y recomienda: “Yo quiero amor no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6, 6). Pues, “la primera misericordia es para con Dios”, y puesto que Dios habita en nuestro interior (cf. CEC 300), dicha misericordia debe ser también para el Dios interior. Y reitera: “‘¿Sabéis qué ayuno [sacrificio] quiero Yo?’, dice el Señor: ‘Romper las ataduras de iniquidad… dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo’… Entonces llamarás, y el Señor te oirá; le invocarás, y Él dirá: ‘Heme aquí’” (Is, 58, 6, 9). 4. Entonces el mejor ayuno, el mejor sacrificio, es el ayuno de sí mismo, del “yo” que se encumbra como rey del ser del hombre. La dictadura y tiranía que sufre nuestra alma y Dios en ella, es tan fuerte, que las externas del mundo se ven pequeñas. Por ello Dios nos dice: “Entonces llamarás, y el Señor te oirá; le invocarás, y Él dirá: ‘Aquí estoy’”.

Es un error procurar la satisfacción del yo viejo, y no buscar satisfacer los mandatos de Dios y las urgencias del alma. Algunos cansados de pecar buscan “terapias” de relajación, sanación o descanso, no obstante tener las manos manchadas de sangre o de delito. Con ello se conforman, sin buscar la verdadera paz interior. Pero, ¿Dios responderá presto a nuestras demandas y súplicas, si en el interior tenemos esclavizada al alma y crucificado a Cristo en nuestro corazón, debido a la imposición de nuestros caprichos y maneras de pensar? Nos dirá que primero declinemos los yugos, y dejemos libre a los cautivos de nuestros caprichos e inclinaciones, tanto en el interior como en el exterior: “Hijo de hombre, estos hombres han erigido sus basuras en su corazón, han puesto delante de su rostro la ocasión de sus culpas, ¿y voy a dejarme consultar por ellos?” (Ez 14, 3). Por eso la primera misericordia la hacemos a Dios y a nuestra alma, si nos negamos a nosotros mismos, si declinamos la hegemonía de nuestro ser y se lo damos a Dios para que su Espíritu cumpla su voluntad en nosotros: El principal ayuno es el ayuno del propio yo, del yo viejo, del cual debemos pedir que Cristo lo lleve a la Cruz, para que sea sometido y restaurado: “Sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado” (Rm 6, 6). Si tomamos la expresión fonética de “ayuno”, la podemos asociar a “hay uno”; si dicho uno es el yo malo, entonces habrá sufrimiento para Dios y las almas. Pero si el Uno es Dios, porque le hemos dado el trono de toda nuestra persona, entonces habrá alegría en el cielo y en la tierra porque Él reina; y, por fin, habrá paz entre los hombres. Pues si no se corrige el desorden interior, no puede corregirse el caos externo.

STRESS POR SER TRES

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5. El stress es un desarreglo psíquico de una parte del alma, el cual somete a tensión, presión y depresión a la misma. Espiritualmente hablando, el yo viejo es el causante principal del stress. Porque al estar presente y fortalecido, somete al alma y a Dios en ella, a una constante explotación y opresión; la cual se traduce en stress en la psique, pues ésta es como la epidermis del alma…, luego tendrá consecuencias físicas. Por esto, los remedios contra las enfermedades psíquicas, morales y espirituales, sólo serán paliativos, si se considera meramente lo psicofísico sin considerar lo moral y lo espiritual: Será un remedio momentáneo y transitorio. Pues no se ataca la causa, sino el efecto. La causa principal está en lo espiritual, porque tenemos oprimido y relegado a Dios, y sometida a esclavitud a nuestra alma y a nuestro cuerpo. Lo principal está a nivel espiritual, de ahí el remedio infalible del Sacramento de la Reconciliación, pues se tiene sufriente a Dios, casi siempre por faltas a la moral; o sea, por trasgresiones a la Ley de Dios y de la Iglesia, y por faltas a las reglas básicas de la ética cristiana (como las reglas de oro: “Ama, y haz el bien y evita el mal”, “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “Haz a otro lo que quieras para ti”). El yo viejo, enfermo por el pecado, es como un representante del demonio en nosotros. Está condicionado o “programado”, para ser su instrumento, tanto en nuestra persona, como en las cosas del mundo, al cual afectamos por nuestras conductas equivocadas. La cultura de la muerte está promovida y sustentada por las acciones del yo impío. Por tal razón, primero se debe trascender en cada persona, por medio de un combate contra sí mismo, acompañado siempre por la gracia, para que pueda corregirse el exterior contaminado. Nuevamente, si sólo se trata de corregir lo externo, sin considerar la causa, muy poco se podrá lograr de efectividad, pues sólo serán remedios paliativos. Hay que ir a la causa para corregir el efecto. La realidad externa es un

reflejo de lo que llevamos en el interior. Si en nosotros hay caos y desacralización, repercutirá como consecuencia en lo exterior. Y ya construida la estructura maligna, ambas, la interior y la exterior se sustentarán, y tratarán, por todos los medios a su alcance, conservar sus privilegios y su mundo falso. 6. Así pues, “La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre…” (CEC 1873). De los pecados propios y los del mundo. Tomando la expresión fonética de “stress”, la podemos asociar con “es tres”. ¿Cuáles tres? Hemos dicho que el yo viejo es como un intermediario o receptor de las insidias o sugestiones del demonio. Por ello, si no se somete y erradica, entonces estarán actuando tres fuerzas: La de Dios, la del yo impío con sus caprichos, y las sugestiones del maligno, lo cual produce opresión, tensión y depresión, para el alma, y Dios las sufre con ella. Por ello la importancia del ayuno (hay uno), pues si no se niega el yo viejo, (“El Espíritu es nuestra Vida: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más obramos también según el Espíritu” (CEC 736)), entonces aparecerán tres en constante guerra. Pero si se somete el yo usurpador con la ayuda de la gracia, entonces sólo habrá un rector: Dios, y el stress desaparece. Si aceptamos y alimentamos al yo viejo, el cual también se distingue por rechazar la pureza, la obediencia y la pobreza de espíritu, entonces le damos cabida a las insidias del demonio, pues éste se escuda con el yo rebelde. Si el yo impío está sometido y sujeto en la Cruz, entonces el demonio no puede permanecer en donde Dios está y el desorden interior cesa poco a poco. El ayuno de sí mismo es el remedio eficaz y eficiente contra el stress. Pues entonces aparece Dios reinante en el alma, lo cual proporciona paz, alegría y salud eternas. Hermanos pidamos al Padre bueno nos dé la gracia del ayuno que a Él le agrada, para merecer participar de su Descanso, de su Paz. De esa Paz que sólo Él da y no la puede dar el mundo, y tampoco nuestro yo rebelde. Así sea.