educar e instruir-palou

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compartir enero febrero marzo 2002 27 Jaume Cela i Juli Palou Educar e instruir s curioso, esto de las dualidades. Aparecen por todas partes. Hay quien discute si prefiere el mar o la montaña. O debes elegir entre el cine o el teatro. Cuando comes pollo tienes el dile- ma entre la pechuga o el muslo. Tren o avión. Rubias o morenas, o rubios o morenos, claro. Algunas de estas dualidades han ido acompañadas de mucha sangre. Hablamos de escoger entre cuerpo o alma. ¿Cuántos crímenes terribles se han cometido en nombre del cuerpo y cuántos en nombre del alma? ¡Demasiados crí- menes para mantener viva esta separación! En el campo de la enseñanza, a menudo se plantea esta dualidad: instruir o educar. Somos de la opinión de que no significan lo mismo. Podríamos encontrar coincidencias, pero lo que nos interesa aquí es poner en evidencia justo lo contrario, las divergencias, para defender que la educación va más allá de la instrucción en la medida en que nos sitúa de lleno en la dimensión ética. El modo de concebir la alte- ridad es el punto que explica el porqué de la dualidad de la que hablamos. Detrás del infinitivo instruir se esconde la conocida imagen de llenar un agujero. Quien instruye domina un cam- po del saber y llena el agujero de la ignorancia del que sólo tiene el agujero, del que sólo ignora. La instrucción es un proceso cerrado que modifica a aquel que aprende –tapa su agujero, para seguir con el símil–, pero deja intacto al ins- tructor. Situémonos en un ejemplo concreto: ante una pre- gunta, el instructor da una única respuesta, que, con un poco de suerte y mucha pericia, se integra en los conocimientos iniciales de aquel que aprende. Entre el instructor y el ins- truido se establece una relación asimétrica y desigual, sobre todo cuando el responsable de elegir la pregunta es el mis- mo instructor, que, además, posee también la respuesta válida. Esta diferencia se hace más evidente cuando el ins- tructor concreta cómo desea que respondan los instruidos a su demanda. En estos casos, el instructor sabe el qué, el cuándo, el cómo y el dónde, y acostumbra a silenciar el porqué, que E La instrucción es un proceso cerrado que modifica a aquel que aprende, pero deja intacto al instructor

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Page 1: Educar e instruir-palou

compartir enero febrero marzo 2002 27

Jaume Cela i Juli Palou

Educar e instruir

s curioso, esto de las dualidades. Aparecen portodas partes. Hay quien discute si prefiere elmar o la montaña. O debes elegir entre el cineo el teatro. Cuando comes pollo tienes el dile-ma entre la pechuga o el muslo. Tren o avión.Rubias o morenas, o rubios o morenos, claro.

Algunas de estas dualidades han ido acompañadasde mucha sangre. Hablamos de escoger entre cuerpo o alma.¿Cuántos crímenes terribles se han cometido en nombredel cuerpo y cuántos en nombre del alma? ¡Demasiados crí-menes para mantener viva esta separación!

En el campo de la enseñanza, a menudo se planteaesta dualidad: instruir o educar. Somos de la opinión de queno significan lo mismo. Podríamos encontrar coincidencias,pero lo que nos interesa aquí es poner en evidencia justo locontrario, las divergencias, para defender que la educaciónva más allá de la instrucción en la medida en que nos sitúade lleno en la dimensión ética. El modo de concebir la alte-ridad es el punto que explica el porqué de la dualidad de laque hablamos.

Detrás del infinitivo instruir se esconde la conocidaimagen de llenar un agujero. Quien instruye domina un cam-po del saber y llena el agujero de la ignorancia del que sólotiene el agujero, del que sólo ignora. La instrucción es unproceso cerrado que modifica a aquel que aprende –tapa suagujero, para seguir con el símil–, pero deja intacto al ins-tructor.

Situémonos en un ejemplo concreto: ante una pre-gunta, el instructor da una única respuesta, que, con un pocode suerte y mucha pericia, se integra en los conocimientosiniciales de aquel que aprende. Entre el instructor y el ins-truido se establece una relación asimétrica y desigual, sobretodo cuando el responsable de elegir la pregunta es el mis-mo instructor, que, además, posee también la respuestaválida. Esta diferencia se hace más evidente cuando el ins-tructor concreta cómo desea que respondan los instruidosa su demanda.

En estos casos, el instructor sabe el qué, el cuándo,el cómo y el dónde, y acostumbra a silenciar el porqué, que

E

La instrucción es un proceso cerrado

que modifica a aquel que aprende,

pero deja intacto al instructor

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es la pregunta central que deberíamos responder todos, elinstructor y el instruido.

Educar es avivar un fuego, como afirmaba, si la memo-ria no nos flaquea, Montaigne. Educar siempre es una pro-puesta cargada de valores. Es una propuesta ética, porque lanecesidad de saber del otro y la manera cómo este otro apren-derá y, sobre todo, por qué tiene que aprender según qué sesitúa en el punto inicial de la relación que establecemos.

Además, el otro no es una entidad abstracta, sin his-toria ni memoria. El otro es una persona con nombre y ape-llidos concretos, con un rostro único, con una his-toria irrepetible y unas necesidades personales biendelimitadas que son lo que justifica el contactoentre el instructor y el instruido.

Pero todavía debemos ir un poco más allá,porque en un proceso educativo las personas queintervienen reciben la sacudida del contacto, unasacudida que los desequilibra. Educar siempre escrear un conflicto –hablamos de conflicto cognitivo, estéti-co y, sobre todo, ético–, pero hay un elemento que debe-mos destacar: el maestro está al lado del que aprende y elmaestro sabe que él mismo forma parte del proceso de ense-ñanza y aprendizaje. En un proceso educativo, la conjuncióndisyuntiva –enseñanza o aprendizaje– se convierte en copu-lativa o identificativa, porque ya hemos dicho que mientrasse enseña se aprende y mientras se aprende se enseña, jus-tamente porque lo que pretendemos es avivar un fuego yno limitarnos a llenar un agujero.

Si antes, cuando hablábamos de instruir, decíamosque existe una relación asimétrica pero desigual, ahora afir-mamos que la relación continúa siendo asimétrica, porqueen la acción educativa el nivel de responsabilidad de las per-sonas que participan no es el mismo, pero sin que eso gene-re procesos de desigualdad, sino de igualdad.

El educador transmite las preguntas importantes ylas hace significativas para el otro, que es quien debe res-

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ponderlas. El instructor no escoge élsolo la pregunta ni da la respuesta.

Podríamos pensar que en elproceso educativo toda respuesta esválida, pero esta conclusión es equi-vocada, porque las únicas respuestasque no pueden ser aceptadas sonaquellas que no respetan los derechosdel otro. Además, es necesario queel educador intente suprimir todo elruido ambiental que dificulta o impideque el otro escuche y haga suyas lascuestiones que han hecho avanzar ala humanidad.

Cuando logra formular estaspreguntas, ha situado aquel a quiense educa en el marco cultural quequedará modificado a partir de las nue-vas respuestas que se vayan dando alos problemas de siempre.

Una persona que se dedique sólo a instruir puededesentenderse de todas las demás necesidades que ten-gan relación con el instruido, pero un educador no puededesentenderse nunca de las necesidades del otro.

A pesar de las consideraciones precedentes, no siem-pre es fácil en la práctica distinguir entre instrucción y edu-cación. En gran parte depende de la actitud del docente, pues-to que en toda la relación de enseñanza-aprendizaje hay ele-mentos educativos que están explícitos en diferente grado.Imaginemos que pretendemos enseñar a sumar. Para plani-

ficar las acciones que nos conducen a lograr que los instrui-dos dominen este algoritmo, hay que tener presentes muchoselementos que no pertenecen a los conocimientos relacio-nados con el contenido que queremos enseñar.

Enseñamos a sumar desde un marco de valores, des-de un espacio concreto y en un tiempo determinado queprioriza este contenido sobre todos los demás.

Enseñamos a sumar, y para hacerlo debemos tenerpresente el universo emocional de aquel que tiene queaprender.

Enseñamos a sumar y tenemos que justificar por quées importante adquirir este conocimiento ahora y aquí.

Enseñamos a sumar y valoramos el papel que debentener los otros –el educador también– en todo el proceso.

En cualquiera proceso de enseñanza-aprendizajehay elementos educativos que, a menudo y por todo aque-llo del currículo oculto, son lo que queda cuando todo seha olvidado.

En un proceso educativo la conjunción

disyuntiva –enseñanza o aprendizaje–

se convierte en copulativa o identificativa

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