días de lucha: el último salto del catch limeño

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Días de Lucha: El último salto del catch limeño Por: Carlos E. García Lazo El sonido de la campana indica el final de la lucha. El catchascán peruano tiene un nuevo monarca, quien proveniente de tierras aztecas, se siente honrado de recibir el cinturón de campeonato, con la hermosa figura bañada en oro del dios Sol incaico en alto relieve. ‘El Último Chingón’ es el afortunado gladiador que eleva hacía el cielo la presea obtenida para deleite de las personas que se han congregado en el coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos. Unos cuantos aplauden mientras el resto se retira lentamente del recinto. Un capítulo se cierra para la lucha libre peruana, pero todo final indica un nuevo comienzo. *** Antes de subir al cuadrilátero, estimado lector, hay algunas cosas que deberías saber: El catchascán no es un arte ni un deporte, es una forma de vida. Vivir por el golpe, el machetazo y el tacle. Llenarse los bolsillos de millones, no de soles sino de aplausos, vítores, arengas e insultos, pues de esos también hay bastante y reconfortan al que los padece. El catch es el melodrama clásico, quizá, en su máxima expresión, capaz de derrotar a cualquier telenovela de moda. Opio puro para las masas dirían algunos allá por los setenta. Pero en el Perú la lucha libre es una disciplina olvidada. ¿Por qué? Muy simple: vive solamente en el recuerdo de nuestros abuelos. Ellos gozaron a plenitud los días de Sandokan, El Enfermero, El Vikingo, La Bestia, Robin Hood, Mustafá, Cruz Diablo, Aquaman, El Hermoso, El Dandy, El Oso Griego, Loco Cardenal, el Mamut y demás gladiadores cholos que elevaron hasta el Olimpo de la esquina de la televisión la afición por las contralonas durante la dictadura militar del general Velasco. Sin embargo, el gusto por el golpe exagerado, que abunda en el catchascán según el semiólogo francés Roland Barthes, comienza en los años cincuenta. Por aquel entonces ‘Aquamán’ deshacía rivales con su inmortal ‘parihuela’, movida que consistía en

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Días de Lucha: El último salto del catch limeño

Por: Carlos E. García Lazo

El sonido de la campana indica el final de la lucha. El catchascán peruano tiene un nuevo monarca, quien proveniente de tierras aztecas, se siente honrado de recibir el cinturón de campeonato, con la hermosa figura bañada en oro del dios Sol incaico en alto relieve. ‘El Último Chingón’ es el afortunado gladiador que eleva hacía el cielo la presea obtenida para deleite de las personas que se han congregado en el coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos. Unos cuantos aplauden mientras el resto se retira lentamente del recinto. Un capítulo se cierra para la lucha libre peruana, pero todo final indica un nuevo comienzo.

***

Antes de subir al cuadrilátero, estimado lector, hay algunas cosas que deberías saber: El catchascán no es un arte ni un deporte, es una forma de vida. Vivir por el golpe, el machetazo y el tacle. Llenarse los bolsillos de millones, no de soles sino de aplausos, vítores, arengas e insultos, pues de esos también hay bastante y reconfortan al que los padece. El catch es el melodrama clásico, quizá, en su máxima expresión, capaz de derrotar a cualquier telenovela de moda. Opio puro para las masas dirían algunos allá por los setenta.

Pero en el Perú la lucha libre es una disciplina olvidada. ¿Por qué? Muy simple: vive solamente en el recuerdo de nuestros abuelos. Ellos gozaron a plenitud los días de Sandokan, El Enfermero, El Vikingo, La Bestia, Robin Hood, Mustafá, Cruz Diablo, Aquaman, El Hermoso, El Dandy, El Oso Griego, Loco Cardenal, el Mamut y demás gladiadores cholos que elevaron hasta el Olimpo de la esquina de la televisión la afición por las contralonas durante la dictadura militar del general Velasco.

Sin embargo, el gusto por el golpe exagerado, que abunda en el catchascán según el semiólogo francés Roland Barthes, comienza en los años cincuenta. Por aquel entonces ‘Aquamán’ deshacía rivales con su inmortal ‘parihuela’, movida que consistía en azotar violentamente al rival contra la lona luego de tenerlo cargado en hombros, en la ‘Carpa Grau’ de la avenida del mismo nombre. Eran los pininos del catch y muchos luchadores eran mozos de restaurantes del centro de Lima, obreros de construcción civil, en su mayoría migrantes. No se sabe a ciencia cierta quién inició esta moda que fue ganando adeptos con la velocidad de un tacle.

Los años fueron pasando y estalló un boom. No era un estallido contra el régimen militar, eran los golpes que remecían el coliseo Amauta durante las veladas de catchascán. El responsable de llevar los shows de catchascán a este imponente recinto fue Max Aguirre, empresario ligado al boxeo, quien reunió a lo mejorcito de los coliseos del Puente del Ejército y Luna Park. Se

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dice que este hombre tenía un ojo capaz de diagnosticar las habilidades luchísticas de los aspirantes a gladiadores antes de verlos en acción, y que casi nunca se equivocaba.

Según cuenta Sandokan, sobreviviente de las gestas de los 70, Don Max era un hombre que no jugaba con su negocio: no aguantaba indisciplinas y mucho menos el relajo de sus luchadores. Esperaba siempre lo mejor de sus muchachos, y los reñía (o castigaba) si no rendían durante una velada de catchascán. “Ese moreno era de armas tomar”, recuerda el viejo catchascanista.

Con un lleno total en las graderías vino la masificación de este espectáculo que ponía en escena la lucha eterna entre el bien y el mal. “Los Colosos del Catch” debutaban en las pantallas de Canal 5. Según cuenta el periodista Luis Miranda en su libro “Pintor de Lavoes”, la lucha libre llegó a la señal abierta para hacer temblar, al compás de patadas voladoras, a la telenovela más popular. El programa se transmitía desde el coliseo Amauta todos los fines de semana en horario estelar, los domingos en la noche, haciendo que los resultados del show sean tema de conversación durante toda la semana.

Quizá la figura más sobresaliente del catch setentero fue ‘El Vikingo’. Este recio coloso de orígenes andinos salía vestido a la usanza nórdica para recibir toda clase de improperios debido a su calidad de rudo. Haciendo gala de su corpulencia, no medía su furia en el cuadrilátero y acababa con cuanto rival se le pusiera en el camino, incluyendo luchadores extranjeros y comediantes de la época. Entre sus logros figura rociar con limón los ojos del enmascarado ‘Súper Demon’ (una versión local del famoso mexicano enmascarado Blue Demon), y propinar tremenda paliza al famoso humorista Moncherí.

La televisión se apropió del catchascán por tres años (1972-1975). Según fuentes consultadas, fue durante el año 73 que se lograron picos de sintonía inigualables, y a esa época corresponden las dos rivalidades de ‘El Vikingo’ que se mencionan líneas arriba. Pero todo tiene su final. La muerte de Max Aguirre marcó la última etapa de gloria de esta disciplina. Los ratings y las quejas de ciertos sectores de la sociedad apagaron los reflectores que iluminaban el ring del Amauta. La oscuridad y el olvido opacaron los clamores y gritos que lanzaban las graderías por uno u otro luchador.

Las puertas de los coliseos se cerraron para el catch, los miles de espectadores que los llenaban para abuchear al Vikingo y alentar a Mustafá no volverían a reunirse para presenciar una velada llena de atletas de cuerpos desbordantes y capas de colores. Hoy el recinto más grande que tenía la ciudad para albergar grandes espectáculos yace olvidado y es usado por un canal local para grabar series de TV; el Luna Park de la Av. Colonial es ahora un estacionamiento para camiones; y el coliseo del Puente del Ejército desapareció de la faz de esta Lima que crece a paso voraz.

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Uno a uno se fueron distanciando los luchadores, pues no se puede ser estrella de catch toda la vida. Volvieron a su vida, a sus carreras, sus trabajos: a la realidad. No se volvió a hablar de catchascán. Hasta ahora.

***

Me dirijo hacía el último bastión del catchascán en la ciudad de los reyes. Viajo en una combi que me llevará hacia la cuadra 49 de la avenida Pacasmayo, cruce con Tomas Valle, en la provincia constitucional del Callao. El local pertenece a Sandokan, conocido en sus años mozos como el amo y señor del torniquete tailandés a doble mano, quien convocó a jóvenes ansiosos de revivir el catchascán en torno a un viejo ring. Corrían mediados del año 2007 y parecía que la primavera estaba cerca para la lucha libre.

Cuando Sandokan abrió la escuela ‘Nueva Generación’ en 1996, no pensó que sería tan difícil construir el show que vivió en carne propia en los 70. El dueño del torniquete tailandés a dos manos, como es conocido en el ring, inició sus clases en una época dominada por el modelo estadounidense de lucha libre conocido como ‘wrestling’, que priorizaba la narración de una historia ante el golpe seco y contundente. Coincidencia o no, canal 5 volvía a transmitir luchas importadas de Estados Unidos, lo que hizo que un grupo de entusiastas jóvenes se emocionaran con la idea de ser colosos y practicar el arte del catch. Pero no era tan fácil como pensaba, poco a poco la escuela se fue vaciando ante lo duro de los entrenamientos y las malas condiciones del local.

Una fría tarde de invierno conocí a Sandokan y a sus pupilos. El momento quedó grabado más o menos así: Cuatro jóvenes practicaban maniobras aéreas dentro del ring. Fuera del entarimado estaba observando atentamente el viejo zorro de la lucha, de cabellos largos y canosos, arrugas producto de la edad y cuerpo atlético heredado de sus años mozos. No sé si me asombró ver a los luchadores o descubrir que al menor error de cálculo podrían caer de cabeza contra el suelo sin ninguna protección. Cuando me dijeron que iría al lugar de entrenamiento de los gladiadores peruanos pensé en algo mejor, quizá una que otra máquina de pesas, camerinos y duchas, un ring rodeado de protectores para las caídas. Pero no había nada de eso. Una casa de tres pisos guardaba en su interior, tras un portón verde y un pasadizo de ladrillos, un descampado sobre el que se hallaba el cuadrilátero. Tierra y más tierra rodeaba el terreno de diez por diez metros sobre el que se alzaba el ring de 6 por 6.

Fue mi primer encuentro con Espectro, Grampa, Cobra, Heavy Metal, Ghandi y Barracuda; atentos discípulos de ‘El Profe’ Sandokan. Chicos de entre 20 y 26 años que no se preocupaban por las malas condiciones del lugar de entrenamiento, sino por tener un lugar donde exponer sus conocimientos aprendidos en el arte del catchascán ante un gran público.

***

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La siguiente parada en esta historia es el coliseo Niño Héroe Manuel Bonilla de Miraflores. Se ubica en la cuadra 15 de la avenida Del Ejército, frente al cuartel Granaderos de San Martín, en Miraflores. Parecía el lugar indicado para convertirse en el nuevo santuario del catch limeño debido a su posición céntrica, entre las zonas exclusivas de la ciudad, y las que no lo son. Llevar la lucha libre a este lugar corresponde a una persona: Helton Delgado. Este fanático, empresario de Polvos Azules, decidió realizar proyecciones de lucha americana en la calle de las pizzas y al tener tanta acogida decidió reunir a los chicos de la escuela de Pacasmayo para que muestren e talento local a gente acostumbrada a una velada de lucha americana.

Pero a este aficionado emprendedor no le fue bien. Los números rojos en su cuenta bancaria hicieron que buscara alianzas que le permitan solventar los gastos de producción del evento. Fue así que apareció Rubén Cavallini, otrora Robin Hood en las noches setenteras del Amauta, quien se autoproclamó el padrino de la ‘Nueva Generación’ de luchadores profesionales. En su opinión los chicos estaban listos para dar el gran salto y medirse de igual a igual con sus pares sudamericanos para dejar en alto el nombre del Perú.

Dentro del grupo de jóvenes que dejaban su sudor bajo el techo del coliseo Bonilla los más destacados eran Cobra, Espectro y Heavy Metal. Pero fue el recién llegado Apocalipsis, quien se comenzó a ganar el desprecio de los niños y grandes que asistían a los shows de catchascán renovado. ¿Por qué? Bueno, ese tipo estaba hecho para ser odiado. Una máscara negra con adornos blancos inspirados en las bestias del infierno ocultaba el rostro de este hombre de 1.75 de estatura. ¿Crees que es chato? Su falta de estatura la complementa su musculatura y experiencia. Para dejar en claro que estaba dispuesto a intimidar a cualquiera, no dudaba en mostrar los tatuajes de sus brazos. Este luchador había sido campeón en Bolivia, sin mencionar su background de lucha olímpica. Dividía su vida entre el catchascán y su familia, pues la máscara le daba otra identidad. Había tenido como maestro en catch al japonés Makoto Morimitsu (a quien conoció en la tierra de Evo Morales) y la leyenda Sandokan. Sin duda un rival difícil para cualquier oponente.

Apocalipsis podría parecer todo un Goliat sobre el cuadrilátero y que mejor idea que ponerlo frente a frente contra alguien que complete la analogía: Heavy Metal, el David de la lucha libre peruana. ¿Por qué esta comparación? Bueno, Heavy también es enmascarado, pero fuera del entarimado podría pasar desapercibido por su falta de cuerpo y estatura. Su metro sesenta esconde un luchador de tremendas cualidades, capaz de enfrentar cualquier obstáculo para lograr ser el mejor catchascanista de los tiempos modernos. Sin el recorrido internacional de su némesis, no duda en decir que sus motivos para luchar van más allá de los títulos o reconocimientos: “Si no fuera por la lucha libre no me hubiera mantenido lejos de las drogas y el alcohol. De mi promoción (del colegio) hay varios en cana y otros que

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murieron de un balazo. Por eso yo le debo mucho a la lucha, y no la voy a dejar”, sentencia el pequeño enmascarado.

Al verlos a ambos frente a frente parecía que Apocalipsis, emisario del fin del mundo, tenía la ventaja clara sobre Heavy Metal. Pero las apariencias engañan. Bastaba que sonara la campana para que el pequeño luchador se moviera raudamente al compás del grito generalizado de los niños que lo consideraban su héroe.

He aquí que debo detener un rato la emoción del combate para recurrir al ensayista mexicano Carlos Monsiváis y explicar que la lucha libre es un ritual del caos que refleja el enfrentamiento entre el bien y el mal.

Luego de los comerciales encontramos a Heavy Metal tendido en el ring mientras Apocalipsis insulta a los niños que le tiran botellas de plástico vacías, el máximo castigo que se merece por machacar al favorito del público. Heavy reacciona lentamente y se va poniendo de pie. Su rival, distraído con los plásticos que chocan en su cuerpo, no se percata de los pies que vuelan hacia su espalda para empujarlo contra las cuerdas. Apocalipsis está desconcertado por los golpes que lo acorralan y no reacciona ante las movidas aéreas que le aplica el pequeño Heavy apoyándose en los esquineros, hasta que por fin entierra el pico cual gallo de pelea derrotado. Solo falta la cuenta de tres, y para abrazar la victoria que mejor que lanzarse desde lo más alto del ring sobre el cuerpo tendido del rival para sacarle todo lo que le queda de fuerza. ¡Heavy! ¡Heavy! ¡Heavy! gritan los niños mientras el de la máscara plateada da volteretas para quedar suspendido en el aire y caer sobre el de la máscara negra. Uno, dos y tres; y los niños quieren treparse para celebrar con su favorito pero los de seguridad no los dejan.

En las graderías del coliseo miraflorino los espectadores destilaban adrenalina por todos sus poros. Impacientes esperaban la siguiente pelea, no sabían el fin de fiesta que se tenía para ellos. Era la última fecha en el recinto de la avenida Del Ejército y el anunciador hace escuchar su voz por los parlantes:

La siguiente lucha es a una caída y será bajo reglas extremas.

¿Reglas extremas? ¿Qué es eso? ¿Algún tipo de lucha que exige al luchador entregarse hasta el extremo de su capacidad? En realidad es algo como eso, pero además incluye el uso de objetos que pueden causar un daño contundente en el rival: sillas, mesas, escaleras, llaves de tuercas, martillos, clavos, chinches y demás elementos punzo cortantes. Mientras usted se asombra, aquí vienen los contrincantes.

Cobra y Espectro eran quizás los mejores amigos que este show de golpes premeditados y calculados pudo haber creado. Juntos gozaban atacando rivales a su antojo, sin importar la desventaja numérica. Pero como dijo el buen Héctor Lavoe, todo tiene su final. Este equipo no pudo lidiar con su

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ego y decidieron poner fin a su amistad con una lucha violenta en la que todo podía suceder.

Ambos luchadores llegaron cargados con un arsenal de herramientas de mecánica en las botas, como si tuvieran todo número de llave de tuercas escondido en su indumentaria de lucha. El árbitro, atento, hace que dejen la artillería a un lado del ring. Todo en regla, y suena la campana.

Espectro mira al público, Cobra mira a Espectro. Se miden con la mirada, dan vueltas alrededor del ring antes de decidirse a medir fuerzas en el centro del entarimado. Los espectadores están esperando alguna genialidad que los despegue de sus asientos, cuando ambos gladiadores están intercambiando bofetadas que hacen tambalear al uno y al otro. Se conocen tan bien que se leen la mente, chocan aparatosamente luego de impulsarse contra las cuerdas, parece que se han sacado todo el aire con ese impacto en el cuello que se propinaron pues se demoran en ponerse de pie.

Desde su silla de plástico un niño pregunta a su papá: ¿se van a golpear con esas cosas de metal que trajeron en los bolsillos? Ni bien termina de decir estas palabras, Espectro se agacha para recoger un alicate y estrellárselo en la frente a Cobra que sale fuera del cuadrilátero, a los pies de los concurrentes que no pueden creer lo que ven. Sangre, sangre y más sangre empieza a brotar de la magullada cabeza de Cobra, y los pequeños que querían acercarse a ver eran detenidos por sus padres, pues Espectro se preparaba para caer con la rodilla en la garganta de su rival.

“Sufre, sufre maldito”, es lo que sale de la boca de Espectro, quien cubre su rostro con su larga cabellera. Toma a su rival por el pescuezo y le grita más fuerte, para luego llevarlo de regreso al ring. Pero Cobra no está acabado, con el rostro cubierto de sangre (y algo de colorante) se pone de pie para esquivar los embates de su némesis y darle una patada en la entrepierna. ¡Foul! dicen algunos, pero aquí no hay nada de eso, solo el más macho se llevará la victoria. Espectro yace tendido en la lona, pagando por el castigo al que sometió a su ex amigo.

Hay espectadores que se quedan con la boca abierta cuando ven que Cobra regresa de backstage cargando una escalera de madera. ¿Qué va a hacer? preguntan los fanáticos. El luchador responde dejando caer el objeto sobre el cuerpo de su rival. Cubre, la cuenta del árbitro llega a dos. La desesperación se apodera del favorito del público y mira la escalera, la acomoda, sube peldaño a peldaño y se prepara para arrojarse, pero es tarde porque Espectro ya está de pie y también sube. Ambos forcejean, se estampan duros golpes en el rostro y Cobra cede ante su enemigo de turno, parece que va a caer pero es sostenido por el de cabellos largos quien lo sujeta del cuello. ¿Se ha compadecido Espectro de su antiguo compañero de equipo? No, se lanza con él desde lo alto de la escalera de dos metros y caen como si fueran muñecos de trapo sobre el ring. No se mueven, parece que el final es trágico para ambos luchadores, y que ninguno se llevará la victoria, pero de a pocos se comienzan a poner de pie. Dos cuerpos abatidos

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que han padecido cual Cristo en la cruz, uno frente al otro, ante cientos de espectadores que viven su primera lucha extrema. El que da el primer golpe gana la lucha, parece que se van a desmayar y cuando la respiración se empieza a hacer difícil Espectro clava la suela de su zapato en la quijada de Cobra para ganar la lucha.

Llueven las botellas sobre el cuadrilátero mientras el réferi pide a los demás luchadores que vengan a asistir a sus compañeros que a las justas pueden moverse. De fondo, la voz del anunciador dice a todo pulmón que las veladas de catchascán se mudarán al coliseo Dibos en San Borja, y que las entradas ya están a la venta en Teleticket. Parece que nadie detiene el furor del catch, y que soplan buenos tiempos. Era mayo del 2008.

***

- Nunca se debió dejar el coliseo de Miraflores. El tío Cavallini no supo hacerla cuando pensó en ir al Dibós. Mira como estamos, hace más de dos semanas que nos vienen postergando los show.

La voz que se alzaba para mostrar su descontento era la de ‘Espectro’. Él se encargaba de llegar primero al local de entrenamiento de la avenida Pacasmayo, no por deseo ni obligación. Su tarea era la de cuidar el ring, es decir, repararlo cuando se rompía la lona que lo cubría, barrerlo, pegar cinta para cubrir las cuerdas desgastadas y demás. Le llegaba la situación, pero sobre todo le llegaba no luchar.

Parecía que la lucha libre había tenido sus cinco minutos de fama y nada más. Si bien se tenía un acuerdo por parte de Rubén Cavallini y los encargados de las instalaciones del coliseo Eduardo Dibos, la aparición de un mejor contrato por parte de un grupo evangélico dejó sin techo a la lucha libre. Eso no sería todo. Las semanas siguientes se les dio el local a los Fercos Brothers, un par de magos estadounidenses, y la empresa Teleticket entabló una demanda a la empresa de Cavallini por incumplimiento de contrato.

Cuando por fin se pudo realizar un evento ya habían pasado tres meses desde la última presentación, y los luchadores no se mostraron animados con la noticia. Quizá ellos sabían lo que se venía, pues al evento de despedida del catchascán solo fueron unas 15 personas. Los dedos acusadores señalaban a Rubén Cavallini por no firmar un contrato serio con la federación encargada del coliseo, pues de haberse dado esto no hubieran sido desplazados por espectáculos que generaban mayor rentabilidad. Había un manejo precario del negocio y, si bien abundaban las buenas intenciones, faltaba una visión clara sobre el porvenir de la lucha libre. ¿Cómo se pretendía llenar un coliseo como el Dibos si ni siquiera se contaba con un local adecuado para entrenar?

El evento estelar de aquella velada para el olvido fue quizá la mejor lucha de parejas que haya podido presenciar. ‘Cobra’ hizo equipo con ‘Heavy

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Metal’ para hacer frente a ‘Apocalipsis’ y ‘Espectro’. Los chicos dejaron todo en el ring y demostraron que a pesar de las dificultades y malas decisiones administrativas se daban íntegros por el espectáculo, por su pasión. Aprovechando que había cuatro gatos en el recinto, no dudaron en llevar la lucha al piso y golpearse con cuanta silla encontraron a su paso. Se llevaron la victoria ‘Heavy’ y ‘Cobra’, luego de aprovechar una descoordinación en el equipo rival que hizo impactar a ‘Apocalipsis’ y ‘Espectro’ de manera frontal.

Los luchadores guardan dentro algo de rabia dentro de sí. Lentamente se reúnen para desarmar el ring, ritual que repetían siempre luego de cada velada de catch. Sólo queda subir y ayudarlos a desmontar el entarimado. Las luces se apagan en el Dibos, pero este no iba a ser el final.

***

Ante tan oscuro panorama Rubén Cavallini pensó que la mejor idea era reactivar el Sindicato Único de Luchadores Profesionales del Perú. Para revivir esta vieja sociedad había que sacar del retiro a las viejas glorias del catch, traer de vuelta a los sobrevivientes de las noches de tortura corporal en el coliseo Amauta. Fue así que desfilaron uno a uno ante mis ojos estos venerables ancianos.

Claudio Sanguinetti, llamado ‘Mustafá’ en sus años de luchador, fue uno de los que sostuvo la idea de revivir el sindicato para poder velar por los derechos de los luchadores. Una forma de darle legalidad al catch, quizá para evitar errores como los del coliseo Dibos. Lo malo era que estos señores tenían las ideas estancadas entre los tanques de la dictadura militar de los setenta. Esto no parecía importarle a Cavallini, pero sí a los luchadores, quienes sabían que un modelo de luchas como las de antaño no iba a jalar nuevos adeptos a su favor; menos en una época dominada por el modelo de lucha libre que venía desde Estados Unidos y era transmitido por televisión de señal abierta.

La verdadera intención solamente la sabían ellos. Como dije antes, buenas intenciones sobraban y si los otrora ‘Colosos del Catch’ querían aportar, sea por amor a la camiseta o por interés, su apoyo era bienvenido.

***

La sorpresa de fin de año llegaría cortesía de don Rubén Cavallini. Había invertido mucho dinero en organizar un torneo internacional para coronar al nuevo campeón peruano de lucha libre. Después de treinta años se reactivaba el cinturón que defendiera por última vez el catchascanista conocido como ‘Rayo Dorado’. El nombre del evento sería Hatun Auqui, que en quechua significa ‘príncipe sucesor’. Estaban confirmados para presentarse luchadores de Bolivia, Ecuador, México y Chile.

El título, cuyo diseño era alusivo al dios Inti incaico, se pondría en juego en el coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos. De por sí la ubicación desalentaba pues no era un lugar considerado céntrico, incluso los mismos luchadores

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mostraban su descontento. El lugar era grande, como para tamaño torneo, pero difícil de llenar debido a la falta de difusión. Una vez más se iban notando las falencias en cuanto a organización, representada en la falta de publicidad adecuada para las fechas de presentación. Según ‘Espectro’, en la mente de Cavallini existía el mito de creer que al escuchar la palabra catchascán la gente correría a llenar los coliseos como antaño. Pero esto no sucedería así.

Pero dejemos los problemas atrás y presentemos a los competidores que vienen de tierras lejanas y cercanas para luchar por convertirse en dioses del catch peruano.

Desde Chile llegó ‘Montoya’. ‘Montoya’ no distaba mucho de parecerse a ‘Heavy Metal’. La misma talla y el mismo peso, ambos enmascarados, solo que el chileno coronaba su máscara con la estrella solitaria. Este luchador destilaba su agilidad y destreza en cada movida que hacía sobre el ring. Oriundo de Santiago, no dudó en comentar que en su país tomó cinco años revivir el catchascán. Superando los mismo problemas que tenían en frente sus pares peruanos.

Desde el infierno altiplánico de Bolivia llegó a nuestra capital ‘Satánico Histeria’. Un fornido hombre de piel cobriza que cubría su rostro con una máscara roja con diseños blancos en forma de fuego. Su experiencia era difícil de creer pues, según decía, en su país si se llenaban coliseos para ver a los cholos enmascarados flagelarse.

De Ecuador llegaron dos luchadores, ambos muy distintos en su estilo. El primero era ‘Johnny Kid’, también llamado el Condor, especialista en movidas al ras de la lona; lo acompañaba ‘El Kuervo’, quien luchaba con la cara pintada de blanco al mismo estilo de Brandon Lee en la película del mismo nombre.

El que sigue es un nombre para recordar: ‘El Último Chingón’, el mero mero. Este luchador enmascarado de origen mexicano había hecho su carrera fuera de su país, en la península ibérica. En España había librado combates feroces contra ‘El Hijo del Santo’, pero no podía luchar en su país por haberse ido en malos términos con promotores locales, además que su nombre era considerado ofensivo en tierras aztecas.

Por parte de los peruanos estarían ‘Espectro’, ‘Cobra’, ‘Heavy Metal’ y ‘Apocalipsis’. Todos ellos con una larga trayectoria en suelo patrio y en uno que otro país. El primero de ellos había luchado en Chile, Colombia y Bolivia; el segundo y tercero debutaron internacionalmente en la capital Boliviana; y el último de ellos se había fogueado por casi todo Sudamérica.

La primera velada en el Mariscal Cáceres de Chorrillos fue de exhibición y se llenó con la participación de cadetes de la escuela del Ejército, no había más de 50 personas en las graderías. Todo iba bien hasta que, para variar, comenzaron los problemas.

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El torneo Hatun Auqui se llevó a cabo como parte de las atracciones de Navidad Park, una especie de ‘Feria del Hogar’ navideña que se realizó en las instalaciones de la Escuela Militar de Chorrillos. Este evento resultó siendo una estafa. No contaban con permiso municipal y la gente se quedó con sus entradas en la mano. Se prometían artistas de lujo, para luego cancelar los conciertos. Eso terminó de matar la lucha libre, nadie iría hasta Chorrillos para sentirse estafado.

Los siguientes días las cosas pintaban mal. Ni siquiera los miembros de la organización la tenían fácil para ingresar al recinto. Fue así que en la segunda velada los grillos sonaban con más fuerza que los aplausos. Vacio total en el Mariscal Cáceres. Fueron pocos los que vieron el debut de ‘El Último Chingón’. Se perdieron ver a un luchador de otro nivel.

- Mira Carnal, yo he venido a demostrar que soy el mejor.

- ¿Crees que algún peruano de los que has visto luchar podría ser digno oponente?

- Lo dudo, ningún peruano cevichero está a mi altura. Yo soy un luchador de otro nivel, soy ‘El Último Chingón’ de México.

Los planes se comenzaron a cambiar a última hora, al final el torneo se decidió en dos fechas que nadie sabe cómo se armaron. No había un equipo creativo, todo se hacía por obra y gracia de ‘Apocalipsis’, lo que no era visto con agrado por los demás peruanos. ‘Espectro’ no se cansaba de pedir que se le diga a Cavallini que iba por mal camino, pero el dueño del circo dejaba todo en manos del hombre llamado como el fin del mundo. Fue así que se decidieron las llaves del torneo, el que tenía que concluir lo antes posible.

La lucha más resaltante de la fase clasificatoria fue entre ‘Heavy Metal’ y ‘El Último Chingón’. Al pequeño catchascanista de corazón grande ya lo conocemos, sabemos que no se amilana ante cualquier rival; pero el rudo mexicano vino con una serie de artimañas bajo la máscara y poco a poco fue apagando las fuerzas del peruano. Esta vez no habían niños que arrojen botellas al malo y griten el nombre su héroe para darle ánimo. Heavy Metal estaba solo contra el mundo, pero no podía defraudarse a sí mismo.

Por más que estaba tendido en la lona, ‘El Último Chingón’ humillaba a su contrincante aplicándole más castigo para demostrar su superioridad ante las veinte personas que miraban la lucha. Pero el querer jugar con el cuerpo abatido de Heavy le pudo haber costado la lucha, pues el peruano no dudó en levantarse de a pocos para aplicar un par de patadas voladoras que dejaron tendido fuera del cuadrilátero al rudo extranjero. Fue este hecho el que marcó el rumbo de la lucha, pues el enmascarado peruano quiso aprovechar que tenía servido a su rival para caer sobre él desde lo alto del ring, pero la experiencia del mexicano hizo que Heavy Metal se estrellara contra el piso del coliseo. El Chingón se incorporó para cargar cual costal de papas al vencido luchador nacional, lo llevó hacía la mesa de comentaristas

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y no dudó en arrojarlo de espaldas contra esta. El sonido hizo eco en todo el recinto: el cuerpo de Heavy Metal atravesó la madera para estrellarse contra el suelo, con la espalda incrustada de astillas. El árbitro hizo sonar la campana y declaró triunfador al mexicano.

Hasta este punto habían clasificado a la final ‘El Kuervo’, de Ecuador; ‘Apocalipsis’, de Perú; y ‘El Último Chingón’. No sorprendía a los demás luchadores peruanos que el de la máscara negra y tatuajes en el cuerpo llegará a la última instancia de un torneo que el mismo dirigía, y fue así que se generaron roces entre los participantes. Incluso hubo un incidente tras bastidores en el que se enfrentaron el chileno y Apocalipsis, pero que no llegó a mayores.

Cuando llegó la fecha de cierre del torneo, una tarde de Diciembre del 2008, los gladiadores locales no querían luchar, pues aducían un mal funcionamiento del sistema de pagos. Heavy Metal prefirió irse a trabajar y no asistir, por lo que tuvieron que armar una cartelera improvisada. Como previa a la final se enfrentaron Cobra, el joven catchascanista de El Agustino, contra el ecuatoriano ‘Johnny Kid’. Esta lucha se merece unas cuantas líneas, pues demostró el buen manejo de llaves de lucha greco-romana que tenían ambos luchadores, quienes no cedían ni un solo espacio a su rival. La lucha no tuvo ganador, pues ambos se entramparon en una movida de rendición ante la cual los dos hicieron sonar la campana.

Y llegó el momento que todos esperaban. Damas y caballeros (que sumaban cuarenta en las graderías) serán testigos de un momento histórico.

El presidente del Sindicato Único de Luchadores Profesionales del Perú, Luis Rocha (llamado Cruz Diablo en sus trifulcas setenteras) alzaba en el centro del ring el sol imperial, el dios por el que tres hombres de distintos países se medirían en justa lid. Uno a uno fueron haciendo su ingreso Perú, Ecuador y México; representados por hijos sedientos de gloria. De los tres luchadores dentro del entarimado uno sería campeón.

Antes de que suene la campana, las reglas del combate. La lucha de amenaza triple con eliminación. Aquel que reciba la cuenta de tres o se rinda ante una movida de sumisión dejará el cuadrilátero y el título se decidirá entre los dos que queden en pie. No hay límite de tiempo, la lucha acaba cuando quede un solo hombre en pie.

Apocalipsis y El Chingón se unen para atacar a punta de patadas al ecuatoriano, pero la alianza no dura mucho pues el mexicano traiciona al peruano y lo intenta hacer rendir doblándole el tobillo. El Kuervo corre a golpear al azteca para romper el candado y deshacerse de este lanzándolo por la tercera cuerda, ahora que está tendido en la lona el peruano es presa fácil y el ecuatoriano busca que se rinda. Apocalipsis resiste y llega a las cuerdas, por lo que el ecuatoriano debe soltarlo.

No se dejan ni un minuto de descanso. Hay acción al 100% y cada uno de los luchadores trata de demostrarle al otro que es mejor, pero ninguno

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quiere enterrar el pico, ninguno quiere quedarse sin la gloria. Patadas van y puñetes vienen, es tanto el furor de la lucha que los titanes del ring no caen en la cuenta que están luchando en el duro suelo del coliseo, sin reparar en ese detalle se cargan y se estrellan de espaldas, de pecho, de cabeza. No hay parte del cuerpo que no salga afectada.

En medio del fragor de la batalla todos quieren recibir aplausos de los asistentes, que desde las gradas no se pierden ni una sola movida. Uno a uno suben a la tercera cuerda y se lanzan sobre el primero que aparece a la vista: el peruano se lanza sobre el mexicano, el ecuatoriano se lanza sobre el peruano y así sucesivamente. Es en uno de estos saltos que El Kuervo cae mal y tiene que dejar la lucha rápido, una lástima que no midiera la distancia y su pierna se comiera un impacto directo contra el piso. Una lesión a la rodilla derecha le impide continuar y es eliminado de la contienda. Uno menos, quedan dos que van a decidir quién será el Hatun Auqui, el sucesor, el heredero del catchascán cholo.

Perú vs México frente a frente. El país que lucha por revivir la disciplina de las patadas voladoras y torniquetes, contra el país que inventó lo que conocemos como lucha libre.

Apocalipsis cae, el árbitro cuenta 1, cuenta 2, y el peruano alza el brazo. Aun no se rinde, sueña con ganarle al azteca. El gladiador local se recupera y sorprende a su rival aplicando un candado al brazo buscando la rendición del Chingon pero este se libera y revierte. Hay dolor en el rostro de uno y angustia en el otro. “Ríndete cabrón” se escucha, y la gente grita “tú puedes Apocalipsis”.

Pero el apoyo del público no fue suficiente. El Último Chingón se coronó como el Hatun Auqui al evitar un cabezazo desde la tercera cuerda que le intentaba propinar el peruano. Ni corto ni perezoso aprovechó para finalizar con un destroza cara, una movida que estrella violentamente al rival de cara contra la lona desde la altura de los hombros. Remata el mexicano con un codazo destructor, demoledor desde la tercera cuerda. La cuenta llega a 3, suena la campana y los espectadores no pueden creer lo que ven: su héroe yace tendido en la lona.

Celebra el mexicano ante un público que le da la espalda. El peruano se acerca y lo abraza, le muestra su respeto, le dice que le quitará el título cuando menos se los espere. El azteca se ríe y responde:

- Cuando quieras quiero, y como te acomodes puedo.

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El Último Chingón mantiene una racha invicta desde que se coronó campeón en Perú. Ha luchado en Kuwait, Puerto Rico y España en los últimos meses. No deja de hablar de lo bien que le fue en nuestro país y espera regresar con el cinturón en brazos para demostrar que los peruanos aún no igualan su nivel. Sin embargo, aún no hay una fecha para su retorno.

Los luchadores de la escuela ‘Nueva Generación’ siguen entrenando bajo las órdenes de Sandokan. Deudas económicas hicieron que la dueña del local de la avenida Pacasmayo, la madre de Sandokan, les impidiera el ingreso. Al parecer no hay forma de arreglar la situación, incluso algunos de ellos se han distanciado y están intentando organizar pequeños reductos en los que puedan impartir lecciones de lucha libre en los conos de Lima.

Rubén Cavallini sigue empecinado en realizar espectáculos de catchascán. No ha aprendido nada de todo lo sucedido y sigue trabajando con los miembros del Sindicato Único de Luchadores Profesionales del Perú. Hasta la fecha viene postergando el segundo torneo Hatun Auqui y se desconoce quiénes participarán en la organización del torneo.

A pesar del panorama adverso, hay personas que aún sueñan con ver nuevamente lucha libre con sello de fábrica nacional.