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Á T R A V É S DEL I S T M O DE PANAMÁ
J . MATEOS.. ,
fY..£v A TRAVÉS DEL *
ISTMO DE PANAMÁ
Escenas é impresiones de viaje y
descripción ¡lustrada del nuevo proyecto y obras del
G R A N C A N A L I N T E R O C E Á N I C O
E S P R O P I E D A D .
Q u e d a h e c h o e l depós i to e x i g i d o por l a l e y .
T I P O G R A F Í A D E L O S E D I T O R E S
Á T R A V É S D E L
I S T A O D E PANA/AÁ
El moderno Panamá—¡.Cavilosidades 6 presentimientos?
A bordo del Tucapel, vapor chileno que hace su navegación en las costas sud-americanas del Pacífico, se nos había dicho á los pasajeros embarcados en el Callao para Europa, que con este rumbo zarparía de Colón, pocos días después de nuestro arribo á Panamá, uno de
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los barcos de la Trasatlántica de Barcelona. Nos quedaba, sin embargo, tiempo bastante para visitar con algún detenimiento la capital de la flamante República Panameña, microscópico estado que á expensas del territorio de Colombia han creado recientemente los Estados Unidos, con la mira de afianzar sus pro-
4 yectos de dominación sobre el istmo, y llevar á cabo más fácilmente la apertura del canal interoceánico.
E n la mañana del nueve de Marzo del corriente año 1907, desembarcábamos en territorio perteneciente á la zona norteamericana;, y, tras alguna espera en el muelle, el tren nos conducía á la estación nueva de Panamá.
Tres años antes, y también en la. época de primavera, había yo cruzado la región del istmo, después de un viaje desde Nueva York, que fué una serie de peripecias y contratiempos. E l Finance, malaventurado transporte yanqui, que-contaba sus expediciones por el número de accidentes desgraciados que le habían sobrevenido, esta vez tuvo repetidas averías en la máquina; y, por merced especial de la Providencia,, no nos dejó abandonados á las iras del Mar Caribe y expuestos á ser pasto de tiburones. E l pasaje se componía casi totalmente de operarios
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norteamericanos, que iban transportados, por, cuenta del gobierno de su país, á las obras del Canal, donde esperaban hallar empleo lar-, gamente remunerado. Allí venía de todo: fundidores, plomeros, mecánicos, albañiles, carpinteros, ebanistas,... y por último gentes, cuya única habilidad se reducía á la fuerza del músculo aplicable al manejo de pico, pala ó azadón. Estos últimos eran los más infelices, y los que se forjaban mayores ilusiones sobre los ahorros que había de permitirles hacer un sueldo semanal que no bajaría, según sus cálculos, de quince á veinte dollars. E l desengaño que recibieron al tomar en Colón y Panamá informes detallados acerca del pago é índole de los trabajos, y naturaleza del clima reinante en las secciones donde habían de prestar sus servicios, fué tal, que la mayoría de ellos, ó casi todos, procuraron regresar, sin más dilación, á los Estados Unidos. Creo de especial oportunidad citar este caso por la edificación y enseñanza que encierra para muchos braceros españoles, seducidos con falsas promesas de encontrar en el Canal de Panamá pingües salarios, con que resolver sus dificultades económicas. Las últimas noticias que sobre el particular he podido recoger, datan de la primera
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quincena del pasado Marzo. Hallábame en la ciudad últimamente mencionada, y disponíame á salir del Hotel Central para el arreglo de algunos asuntos, cuando un obrero irlandés me detuvo para preguntarme á qué hora podría oir misa en la catedral vecina. Trabada conversación, él mismo se anticipó á referirme que su salario de ocho dollars semanales, apenas alcanzaba á cubrir las primeras necesidades y atenciones; tal era la carestía de las subsistencias en la región de las obras del Canal. Más tarde, conversando con una persona influyente é ilustrada del país, tuve ocasión de aprender que las irritantes groserías y malos tratos, de que á veces son víctimas los trabajadores por parte de los capataces yanquis, han dado motivo á frecuentes y serias sublevaciones; y que para el mantenimiento del orden hay un cuerpo de tropas americanas en la zona.
Por lo demás, conviene decir, en honor de la verdad, que el gobierno de Norte-América se esfuerza por mejorar las condiciones sanitarias del istmo, aunque hasta la fecha no haya sido posible hacer desaparecer por completo la espantosa plaga de la fiebre amarilla. Alguien me aseguró, respecto de esta materia, que en inmunidad y resistencia contra la. peste, los
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obreros españoles é italianos llevaban gran ventaja á los de otras nacionalidades. Las estadísticas parecen demostrar que de cien españoles atacados noventa convalecen y sanan; mientras que entre los americanos es inversa la proporción, es decir, que sucumbe el noventa por ciento de los enfermos. A esta superior condición de los peones españoles hay que añadir las de su sobriedad indiscutible, resistencia incansable para el trabajo, y excepcional poder de adaptación. Si las empresas interesadas en la canalización del istmo tuvieran en cuenta las cualidades apuntadas, y supieran estimarlas debidamente, no darían lugar á que empleados subalternos se permitieran abusos, que á la larga acabarán por ahuyentar de las obras del Canal á la mayoría de los braceros de positiva eficiencia, entorpeciendo de este modo y aun imposibilitando la ejecución del proyecto. La falta de operarios aptos está siendo hoy una de las dificultades más serias con que tropieza el avance.de los trabajos. Es curioso que un ignorante y bárbaro español del siglo X V I , Pascual de Andagoya, se fundase en la circunstancia citada para escribir al Emperador Carlos V, que no habría poder humano capaz de desatar el engarce panameño que une los dos
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grandes continentes del Nuevo Mundo, por la barrera infranqueable que á las operaciones habrían de oponer los rigores é inclemencias del clima.
Perdone el lector esta digresión, que se me ha enredado en los puntos de la pluma obligándome á romper la continuación del relato.
La antigua metrópoli istmeña ha mejorado-extraordinariamente en su aspecto exterior y en condiciones de salubridad, al amparo de la influencia yanqui. Las medidas de saneamiento, decretadas por el gobierno de los Estados. Unidos, como preliminar indispensable de los trabajos de canalización, han favorecido de un modo especial á la por tanto tiempo desatendida ciudad del Pacífico, proveyéndola de aguas potables, sanas y abundantes, dotándola de un alcantarillado que impide el estancamiento de inmundicias, y reemplazando el desigual y roto empedrado de sus calles por un macizo compacto de superficie uniforme y convexa, con sus caceras laterales destinadas á recoger las aguas de lluvia, tan abundantes en aquella región, durante el período de la estación húmeda (i).
(1) E n P a n a m á , c o m o en c a s i t o d a s l a s r e g i o n e s de l o s t r ó p i c o s , s e d i s t i n g u e n s o l a m e n t e d o s e s t a c i o n e s : l a húmeda y la seca.
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P A N A M Á . — P l a z a de S a n t a A n a .
En las afueras y cercanías el hacha ha barrido espesuras de vegetación malsana, obligado albergue de todo género de alimañas é insectos pestíferos; y el fuego ha consumido' barriadas enteras, constituidas por aglomeraciones de chozas y casuchas hediondas, donde la. miseria y el abandono tenían su natural asiento.
Panamá, en suma, ofrece hoy el aspecto de una ciudad limpia, alegre y modernizada, conservando, no obstante, el sello de antigüedad que le dan sus calles estrechas y tortuosas, así como los templos y edificaciones que conserva del tiempo de la dominación española.
La gran plaza central con sus gigantescas palmeras y frescos bananeros, con sus jardines de geranios, rosas, verbenas, clemátides y gar-
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denias, es la misma de hace años, sin otras variantes que la mayor limpieza de sus paseos y las renovaciones con que se ha procurado hermosear las fachadas de sus edificios. Allí se alza, con severa y magestuosa sencillez, la vieja catedral, de amarillentos muros de piedra tostada por el sol de los trópicos, venerable reliquia del pasado, que evoca recuerdos de una edad gloriosa, pero muerta...
La mañana siguiente, aprovechando el frescor de las primeras horas del día, resolví dar, en compañía de algunos amigos, un paseo en automóvil por los alrededores, con el objeto preferente de visitar el magnífico hospital, cuyo coste se evalúa en cinco millones de dollars.
Admirablemente situado en la falda de la montaña de Ancón, el rico y amplio sanatorio ostenta sus hermosos pabellones, que le dan, á primera vista, la apariencia de un barrio novísimo, formado por una aglomeración de quintas de recreo. E l servicio y limpieza más esmerados y exquisitos constituyen la característica del establecimiento, dotado por otra parte de todos los recursos que la ciencia ha podido idear para combatir la terrible plaga de la fiebre amarilla.
Jóvenes nurses, instruidas en todos los porme-
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ñores de la asistencia de enfermos, circulan con sus cofias y delantales blancos como la. nieve, por los ventilados dormitorios, administrando medicinas y poniendo en orden ropas y mobiliario; ó bien sostienen con los convalecientes animados diálogos, interrumpidos atrechos por las estruendosas carcajadas que arrancan las frases chispeantes de algún asilado humorista y dicharachero. Antes que morada de la enfermedad y de la tristeza, parecen aquellos salones lugar de descanso confortable y vigorizados
Terminada nuestra visita, regresamos al hotel Tívoli, situado en las afueras de la ciudad, mientras uno de los acompañantes nos hacía notar que la montaña, de formación ígnea como el resto del istmo, había sido, siglos atrás, volcán activo, y lanzado á través de la ciudad un torrente de lava que penetró en la bahía hasta cerca de una milla de distancia.
La población de Panamá, de 17.000 habitantes, se compone en su mayoría de mestizos descendientes de españoles, é indígenas; y en la actualidad se halla notablemente aumentada por el numeroso contingente extranjero que hacen afluir á ella las obras del canal. Los nuevos gérmenes de vida y elementos de progreso,
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•que esta empresa gigante ha aportado á la capital panameña, y aun á la república entera, no necesitan encomiarse. E l país avanza rápidamente, favorecido por las iniciativas de su nuevo gobierno, que trabaja sin descanso por multiplicar las vías de comunicación, preparando así el establecimiento de colonias europeas y americanas. Entre las autoridades indígenas y las de los Estados Unidos reina al parecer la mejor armonía, contribuyendo á ello la reciprocidad de favores que unas á otras deben prestarse en el fomento de comunes intereses. No faltan, sin embargo, en la clase ilustrada de Panamá, quienes vean en la poderosa tutela de Norte-América un peligro más ó menos inminente de absorción ó absoluto predominio, que ha de comprometer con el tiempo la independencia efectiva de la república ist-meña. A juicio de éstos, el porvenir de la misma quedaría asegurado, si en lugar de la protección exclusiva del Coloso del Norte, pudieran obtener la de una coalición de potencias de primer orden, constituida por los mismos Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania.
Si tales apreciaciones tienen fundamento racional, ó si, por el contrario, no pasan de va-
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ñas cavilosidades de espíritus recelosos, obsesionados por el temor de una anexión ilusoria, no es á mí á quien corresponde decidirlo. Apuntaré, sin embargo, ya que la ocasión se presenta, el hecho cien veces observado de que las tendencias de expansión colonial, últimamente manifestadas por la patria de Washington y Monroe, constituyen una grave preocupación para Sud-América, donde comienza á sentirse algo como la pesadilla de sucumbir en las fauces de un monstruo, que descendiendo por el mar de las Antillas y Panamá, deja aprisionados en gigantesco anillo los estados de Méjico y Centro-América, y se dispone á avanzar por la costa occidental del Pacífico hasta el estrecho de Magallanes, para envolver el resto del Continente en un segundo anillo que termina en San Juan de Puerto Rico.
Seesblnderman.—Primeros datos acerca del Canal.
E l día después era preciso salir para Colón en el tren de las seis de la mañana; y, mientras conferenciábamos á la puerta del hotel varios viajeros sobre pormenores y detalles de la travesía del istmo, una feliz casualidad hizo intervenir en la conversación á un norteamericano para darnos algunos informes. Nuestro improvisado mentor aparentaba tener unos treinta y ocho años; era alto, delgado, de rostro enjuto y enrojecido por el sol, con cabello y bigote de color rubio; y vestía un traje de dril
(••${ CORTES, 5S1
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crema, compuesto de pantalón ceñido, polainas, americana de corte de guerrera y sombrero de fieltro de ala ancha. Hablaba el español con bastante desembarazo, si bien con un tono y acento que denunciaban á la legua su condición de english-speaker. Llamábase Ed-ward Seesbinderman, conforme rezaba su tarjeta; y era, según él mismo nos dijo, ingeniero agregado á una de las secciones del canal (i). Quehaceres de su empleo le habían traído á Panamá y le reclamaban después en Colón, obligándole á partir con nosotros. No podía brindárseme ocasión más favorable para adquirir la información que yo deseaba sobre el proyecto definitivo de canalización del istmo; y así procuré desde luego trabar conocimiento
(1) E l t ipo de A m e r i c a n o , que figura e n e s t a r e l a c i ó n e s t á t o m a do de la r e a l i d a d ; y p e r t e n e c e á ]a c l a s e que p o d r í a m o s l l a m a r l a generación moderna ¿lustrada, c o n s e r v a n d o , no o b s t a n t e , a l g u n o s c a r a c t e r e s de la antigua ó gente vieja de l o s E s t a d o s U n i d o s . « A s í c o m o h a y dos p a r t i d o s b i e n d i s t i n t o s e n A m é r i c a , e s c r i b e J u l i o H u -ret , t a m b i é n h a y dos c l a s e s de h o m b r e s que no t i e n e n p a r a e l e u r o p e o la m i s m a s i m p a t í a . Me ref iero a l viejo americano y a l joven americano. E l viejo americano e s e l y a n q u i , p r u d e n t e , i n t e l i g e n t e r a z o n a d o r , d e s c e n d i e n t e de l o s p r i m e r o s c o l o n o s , l l e g a d o s á A m é r i - , c a c o n un i d e a l de l iber tad y de p r o g r e s o , y que a s p i r a á h a c e r de s u pueb lo , no só lo un pueb lo r i co y p r ó s p e r o , s i n o u n a n a c i ó n g r a n d e y nob le . E l o tro , el joven americano, que h a h e c h o s u a p a r i c i ó n m u c h o d e s p u é s que e l p r i m e r o , no se p r o p o n e o t r a c o s a q u e l o s n e g o c i o s , e l p r o g r e s o m a t e r i a l , las c o n q u i s t a s . . . y s u s i d e a s d o m i n a n t e s son: e l eng r a n d e c i m i e n t o m a t e r i a l y la c o n q u i s t a d e l mundo.» (De San Francisco au Canadá, pñg. 105.)
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y amistad con el nuevo compañero de viaje. Ayudó no poco á mi intento la circunstancia de que el ingeniero norteamericano gustaba, especialmente de oir el idioma de Cervantes,, hablado por un español de pura cepa, con el
fin, según se explicó, de corregir los defectos-de su pronunciación, que atribuía en gran parte al roce constante con la gente del país. Aquella noche cenamos juntos, tratándonos con la franqueza y cordialidad de dos antiguos conocidos, siendo el tema de nuestra conversación, precisamente el asunto que tanto excitaba mi curiosidad.
— Es , afirmó Mr. Edward con visibles muestras de orgullosa complacencia, refiriéndose al
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canal, la empresa más importante que registra la historia de la ingeniería.
— Sin duda alguna, repuse, y digna de ser llevada á cabo por una nación tan poderosa •como los Estados Unidos.
— Pero usted no puede imaginarse la ruda y tenaz campaña que ha sido preciso sostener hasta llegar á la situación actual. Dejando aparte las dificultades de carácter político interiores y exteriores; las condiciones sanitarias de Ja región, el clim'a, como ustedes dicen, se nos ha mostrado un adversario bien difícil de someter.
— Asegúrase, no obstante, que la salubridad del istmo puede sufrir hoy una ventajosa comparación con muchas regiones de Norte-América.
— Verdad, asintió Edward; pero ¡ á costa de cuántos meses y aun años de trabajo! Desecación de pantanos, construcción de depósitos de agua potable, canalizaciones, alcantarillas á millares, talas de bosque y exterminio de insectos, en fin, el saneamiento completo de la zona entera de operaciones.
— En este punto el Gobierno de los Estados Unidos ha procedido de muy diverso modo que los .franceses.
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— Y en ello, añadió mi interlocutor, la humanidad y la economía han salido ganando. Como moscas habrían sucumbido los trabajadores sin esa previa y concienzuda preparación. Tan deletéreos eran los miasmas ocultos en algunos terrenos, que ha ocurrido el caso de caer muertos los operarios, al dar las primeras-azadonadas.
— I Horrible! Y entonces, ¿ cómo ha podido-construirse el ferrocarril de Panamá?
— ¿ Cómo ? Sacrificando millares de infelices. Cada traviesa ó durmiente, colocado bajo los raíles en todo el trayecto de cuarenta, y siete millas (72 km.) ha costado la vida de un hombre. Esa línea férrea podría llamarse el ferrocarril de la muerte. Por este hecho comprenderá usted hasta qué punto se nos imponía, como una necesidad imprescindible, mejor diré, como una medida humanitaria, el saneamiento-del territorio en que se. ejecutan los trabajos.
— Ciertamente, y el olvido ó desprecio de ese requisito habría sido de fatales consecuencias para la realización de la empresa.
— Como lo fué en tiempo de Lesseps. — Eso no quiere decir, sin embargo, que la
quiebra famosa se debiera á la preterición de las necesarias prescripciones higiénicas.
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E l americano soltó una ruidosa carcajada y añadió:
— ¡ Las prescripciones higiénicas! Oh, yes : las prescripciones higiénicas de diversos órdenes. You can 't doubt (Indudablemente): aquel proyecto murió de fiebre amarilla, á consecuencia de una peste.
—• Pues, tratándose de enfermedades tan contagiosas, bien pudiera ocurrir la repetición del caso.
— Oh! By no means! Yon are mistaken! (De ningún modo. Usted se equivoca). Ahora se trata de una empresa nacional, y nadie ignora que los Estados Unidos distan mucho de hallarse en riesgo de quebrar. Esos achaques podrá usted cargárselos á las caducas naciones europeas; pero nunca á la joven y robusta Confederación Norteamericana.
— Y bien, repuse, tratando de encauzar el rumbo de nuestra conferencia, ¿ en cuánto se calcula el coste de las obras?
— De doscientos cincuenta á trescientos millones de dollars. Una insignificancia para nosotros. Rockefeller solo, podría pagarlo con la quinta parte de su fortuna.
— Se han dado y se dan equivocaciones de cuantía en esas materias; pero, en fin, conven-
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go en que por falta de dinero no se les ha de quedar á ustedes el canal en los planos; algo más difícil de determinar será la duración de los trabajos.
— Well... (Bien) eso depende del número y calidad de los obreros disponibles; pero es casi seguro que, antes de una docena de años, los barcos atravesarán el istmo, y la comunicación entre los dos océanos habrá quedado establecida.
Al llegar á este punto, interrumpió nuestra conversación el saludo efusivo de que mi compañero fué objeto, por parte de un caballero que parecía recién llegado al hotel. Mr. Ed-ward me lo presentó en seguida como uno de sus más íntimos amigos, comisionado de cierta importante casa constructora de Filadelfia. Después de cambiar los primeros saludos, el nuevo huésped entregó al ingeniero un paquete de cartas, acompañado de varios impresos, dibujos y catálogos de maquinaria, manifestando interés especial en que Mr. Edward se hiciera luego cargo del contenido de todo. Comprendí que mi presencia era desde aquel momento inoportuna, y, tras breves frases, me despedí pretextando que necesitaba ultimar preparativos de viaje.
Mucho parecen interesar á usted esos caseríos..
El día siguiente amaneció espléndido. Los estratos plomizos, en que se ocultara
el sol la tarde anterior, habían desaparecido; y el cielo desplegaba sobre el horizonte su azulado pabellón, límpido y diáfano, como inmensa bóveda de cristal turquí. La suavidad y dulzura del ambiente, saturado de efluvios de primavera, parecía sumergir el paisaje en esa atmósfera de lánguida voluptuosidad, característica de las regiones tropicales.
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Absorto en la contemplación del hermoso panorama, que se descubría desde el alto corredor del hotel, dejaba pasar el tiempo, sin cuidarme de la hora en que habíamos de salir para Colón; cuando vino á sacarme de mi distraído ensimismamiento la voz vibrante del ingeniero americano, que gritaba á todo pulmón, desde la puerta de entrada del establecimiento:
—Hallo! Are you throagh? (¡Olal ¿Está usted ya preparado?). Dentro de unos minutos arranca el tren.
— Voy en seguida, le respondí, mientras me dirigía á mi habitación en busca del equipaje.
Poco después nos hallábamos en la estación inmediata; y tomábamos nuestro billete entre una turba de negros jamaicanos que iban destinados á las obras del canal.
Cuando nos hubimos acomodado en uno de los carros (i), Edward me indicó el inmediato, materialmente repleto de gente de color.
— Vea usted, añadió, una prueba de la actividad con que se quieren llevar los trabajos. Hay dificultades para encontrar obreros que se adapten á la índole de las labores y á las condiciones del clima. Los millares de chinos,
(1) E s t e e s e l v e r d a d e r o n o m b r e de l o s v e h í c u l o s o r d i n a r i o s p a r a p a s a j e r o s , en los t r e n e s a m e r i c a n o s .
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importados en un principio, no han servido para nada; y hemos tenido necesidad de repatriarlos. The little black brothers are better. (Los her-manitos negros son mejores.)
Entre tanto el tren se internaba en el territorio del itsmo, culebreando por estrechos vallados, cubiertos á trechos de espesa vegetación. De tiempo en tiempo aparecían en las-lomas y colinas inmediatas, grupos de casas de madera, construidas por idéntico estilo, y de una .sencillez verdaderamente primitiva.
Descansando sobre robustos pilotes, dispuestos en forma de rectángulo, y á la altura de uno ó dos metros sobre el nivel del suelo, se extiende el primer piso de sólido entarimado; de él arrancan series de machones, formando un armazón, cuyos vanos se hallan cubiertos por tabiques de tabla claveteada; el conjunto se termina y cierra por una techumbre de calamina, y sin otros detalles, ni más adornos para el exterior que los orificios lisos de puertas y ventanas, queda terminada la vivienda.
Una de las cosas que llamaron mi atención fué que tanto la puerta de entrada, á la que se asciende por una escalera rústica, como las demás comunicaciones con el ambiente, se hallaban protegidas por cortinas de tupida ma-
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lia, destinadas sin duda á evitar la invasión del terrible mosquito, cuyo aguijón envenenado lleva consigo la muerte. Por la misma razón los alrededores y bajos de las casas suelen estar limpios de arbustos y hasta de yerba.
He descrito el albergue ordinario del elemento pobre y empleado en las faenas más rudas ; pero no es raro encontrar edificios de dos y aun tres pisos, montados sobre pilares de piedra con elegantes corredores, cubiertos por techos adornados de caprichosas guarniciones. La coquetería asoma por las ventanas y balcones de aquellos cottages en los pliegues artificiosos de sus cortinas de encaje. Los tiestos
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de plantas y flores tropicales esparcidos, por las galerías, y los esbozos de jardín dibujadosen el césped de las inmediaciones, denuncian en los moradores de estas viviendas, gentes de gustos refinados y acostumbradas al confort.
•—Mucho interesan á usted esos caseríos, observó mi acompañante.
— Parecen recién construidos, respondí. — Y lo han sido, en efecto, por el Gobierno-
Americano. Hay millares en todo el trayecto-de las obras, con destino á los braceros la mayor parte, y otras para las familias de los ingenieros y altos empleados.
— Ya entiendo, respondí.
Las obras del Canal. - Detalles del actual proyecto
Poco después el tren hizo alto en un lugar, desde donde podía abarcarse en una gran extensión la marcha de los trabajos.
Abrí la vidriera para contemplar á mi sabor el paisaje, y un murmullo sordo y confuso, como de inmenso oleaje, vino á herir mis oídos.
Era el rodar simultáneo de los ferrocarriles que ejecutaban el transporte de materiales, mezclándose con el estridente resoplido de las locomotoras, el ruido y golpear de fábricas y
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talleres, y el vocerío lejano de millares de obreros, esparcidos aquí y allá en los vallados y en las faldas de los montes. Excavadoras mecánicas, grúas y todo género de máquinas, empleadas en las operaciones del desmonte, arran-
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caban y transportaban de un lado á otro montones de tierra y bloques de roca. La montaña fronteriza, tajada en varias secciones transversales, se deshacía visiblemente, cediendo á la incesante y poderosa labor de aquel ejército del trabajo. En el grandioso espectáculo que se ofrecía á mis ojos, la naturaleza parecía sucumbir y rendirse á los pies del hombre, después de una lucha tenaz y formidable.
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Recordé entonces que algo semejante debió presenciar la antigüedad en la construcción de las Pirámides de Egipto y del gran Canal de Sesostris; pero la empresa, cuya realización estaba contemplando en aquel momento, se me representaba como inmensamente más atrevida y trascendental.
— ¡ Soberbio! exclamé, sin poderme contener, "volviéndome hacia el ingeniero.
— ¡ Oh!, replicó él impasible; eso no es nada. Para formarse idea exacta de la índole y condiciones de la obra, necesita usted ver el plano .general.
E l tren reanudó en este momento su interrumpida marcha, mientras el ingeniero sacaba de su maleta de viaje un papel enrollado que desplegó y me puso delante de los ojos, añadiendo:
— Aquí tiene usted el perfil longitudinal con los niveles correspondientes á los diferentes puntos del trayecto. L a parte coloreada de negro representa las excavaciones ejecutadas por los franceses en el transcurso de veinte años, y con un coste de doscientos setenta millones de dollars; la inferior, en tinta más clara, hasta la recta indicadora del fondo, marca las excavaciones que el Gobierno Americanoí'de-i
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bería practicar en el caso de construir un canal, cuyo nivel fuera el del Océano.
— Pero es incomparablemente mayor, observé, la segunda parte que la primera. No comprendo cómo ha reducido usted tanto en sus cálculos el tiempo y dinero que los Estados-Unidos necesitan invertir en la realización de la empresa.
— Le explicaré á usted. Desde luego importa advertir que nosotros no construiremos una vía navegable de libre comunicación con el mar; esto sería muy dispendioso, aparte de otros graves inconvenientes. E l mismo Lesseps tuvo que modificar su primer plan, á los siete años de comenzadas las obras, decidiéndose por el sistema de esclusas. E l estudio detenido déla topografía y condiciones especiales de la región nos ha conducido á adoptar en parte las ideas del ingeniero francés. E l territorio istmeño se halla regado por un río caudaloso, el Chagres, cuyas crecidas anegan, en la época de lluvias, extensas regiones, llegando á sepultar en sus aguas, hasta la profundidad de cuarenta pies, una parte de la misma vía férrea en que caminamos. Tan considerable es la corriente, que ese río recoge de sus numerosos tributarios en determinadas épocas, que se ha
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visto elevarse su nivel en venticuatro horas á la altura de setenta pies (21 metros). Este hecho es un factor importantísimo de que no podíamos prescindir; y él constituye la base sobre que descansa el actual proyecto.
E l futuro canal interoceánico quedará aprisionado en una serie de esclusas que permitan elevar su superficie á una altura de ochenta y cinco pies (25,5 m.) sobre el nivel medio del mar. E l fondo de la nueva vía podrá así
V i e j a s d r a g a s f r a n c e s a s . (Río F o x ) .
alcanzar la altura de cuarenta pies (12 m.), reduciendo los desmontes á la porción que se halla comprendida entre la transversal que pasa por esa altura y la superior marcada con las palabras nivel normal, más la porción en blanco
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situada sobre l¡a misma entre los puntos denominados : Las Cascadas y Paraíso (i). De manera que nuestros desmontes han de ser continuación de los ejecutados por los franceses, dentro de límites que los concretan á unos trescientos millones de yardas cúbicas (0,229 km. 3).
—Labor que parece bien factible en un decenio, dados los medios de que ustedes pueden disponer; pero me ocurre observar que el sistema de esclusas ha de entorpecer notablemente el tráfico.
— Menos de lo que podría suponerse á primera vista. En doce horas está calculado el tiempo que podrá invertir un barco en efectuar el paso del canal; retraso que carece de importancia cuando se le compara con el que origina la ruta del estrecho de Magallanes. A propósito, voy á facilitar á usted una nota de la reducción que se obtendrá en los viajes de Nueva York y Plimouth al Pacífico, navegando por el canal.
Y, diciendo y haciendo, sacó de su cartera y me entregó el cuadro siguiente, que reproduzco traducido del inglés:
(1) V é a s e e l Perf i l en e l m a p a que v a al fin de l v o l u m e n .
A TEAVÉS D E L ISTMO D E PANAMÁ 37
Distancias
P o r e l C a b o de H o r n o s
P o r
e l C a n a l
R e d u c
c i o n e s
Millas Millas Millas
D e N u e v a Y o r k á V a l p a r a í s o . 8.54S 4.534 4.014
» » á P a n a m á . . 11.957 1.926 9.131
» » á G u a y a q u i l . 10.441 2.768 7.673
» » al Ca l lao . . 9.791 3.263 6.52S
» » á S . F r a n c i s c o . 13.324 5.228 8.096
D e P l i m o u t h á S . F r a n c i s c o . 13.491 7.775 5.716
» » á H o n o l u l ú . . . 13.671 9.196 4.475
— Por comparación con la ruta de Plimouth á San Francisco, continuó Edward, es fácil deducir las reducciones correspondientes á los puertos europeos de Hamburgo, E l Havre, Santander, Bilbao, Lisboa, Barcelona, Marsella, Genova, etc. En razón de la economía de tiempo y carbón, y también por la mayor seguridad que la navegación del canal ha de ofrecer, no hallará usted exagerados los derechos de tránsito (tollage), si se exigen dos dollars por tonelada.
— No entiendo gran cosa de la materia; pero doy por aceptable el parecer de una persona tan competente como usted; y le ruego
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que continúe su interesante descripción del proyecto. Me hablaba usted, poco ha, de un sistema de esclusas...
•— Sí, señor; y aquí tiene usted representada la sección de las mismas, dijo Edward señalando en el mapa. E l primer grupo, compuesto de una doble serie, se construirá en la misma Bahía de Panamá, y salvará un desnivel de cincuenta y cinco pies (16 m.), altura de la superficie del canal en una distancia aproximada de cinco millas (8 km.), es decir, desde Ancón á Pedro Miguel. Toda esta región formará un pequeño lago, del que serán tributarios diversos ríos, regulándose el nivel del mismo por una compuerta de desagüe.
Entre los pueblos de Miraflores y Paraíso se establecerán las segundas esclusas, que permitirán elevar el nivel anterior treinta pies,- en total, los ochenta y cinco sobre el nivel medio del mar, que habrá desde este punto hasta Gatún, en un trayecto de treinta y una millas (50 km.).
E l último grupo, que es el más importante, se instalará á ocho millas ( 1 1 ,2 km.) del Atlántico; y constará de una triple serie que servirá para el tránsito del nivel superior al de la bahía de Limón y viceversa.
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Todas las esclusas serán dobles, á fin de prevenir la interrupción del tráfico que podría ocasionar la avería de una de ellas, y sus dimensiones se hallan calculadas en setecientos treinta y cinco pies (220,5 m - ) de largo por ciento cincuenta (45 m.) de ancho.
Como el canal ha de recibir no sólo la abundosa corriente del Chagres, sino las de un número considerable de otros ríos de la vertiente del Atlántico, la depresión existente en la región comprendida entre los lugares de Bohío y Gatún hará afluir á ella un caudal considerable, originando la formación de un segundo lago de ciento diez millas cuadradas (285 km.) de superficie y con una profundidad máxima de noventa pies (27 m.). De aquí la necesidad de construir un dique poderoso, capaz de resistir el empuje de tan considerable mole de agua que la misma inclinación del terreno impulsará con violencia hacia el mar. Los planos dan al muro de referencia ocho mil pies (2438 m.) de largo por mil quinientos (457 m.) de ancho, y ciento (30,5 m.) de altura.
— I Qué atrocidad!, exclamé al oir las cifras anteriores. ¡Eso va á ser toda una montaña, un muro monstruo, de que no hay ejemplo, ni en la historia, ni en la leyenda.
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— ¿ Le parecen á usted exageradas las dimensiones ? No hay que olvidar que tratamos de hacer una obra de siglos, y destinada á luchar contra el agua, elemento más temible y destructor, á la larga, que la misma dinamita.
— Ya veo que no descuidan ustedes el tomar las mayores seguridades.
— La construcción, continuó el ingeniero, será de concreto, tierra y albañilería; y su coste ha de consumir una buena parte del presupuesto. Pero bien compensado queda con Ios-millones de yardas cúbicas de desmonte que nos ahorra.
— Supongo que tal será la conclusión de un concienzudo examen comparativo entre los gastos que se originarían de adoptar el uno ó el otro proyecto.
— You are right (Tiene usted razón). Y ahora, quizá no halle usted dificultad en admitir mis afirmaciones de anoche, referentes al importe total de la obra. Por lo demás considero inútil, repetir que, encuanto á la administración de fondos, no hay peligro de ver la reproducción de los escándalos franceses.
— So much the better (Tanto mejor), dije,, acomodándome á la costumbre de mi interlocutor, que de vez en cuando entreveraba el espa-
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ñol de frases inglesas. Pero, volviendo á la descripción que usted acaba de hacerme, de ella deduzco que en realidad se trata de convertir una parte del istmo en un gran lago navegable, utilizando, al efecto, los ríos de ambas
A g e n t e s de s u m i n i s t r o s .
vertientes, la del Atlántico y la del Pacífico. — Yes, certainly (Sí, ciertamente). Sólo que
ese lago tendrá la forma de un canal, y lo será realmente, en un trayecto de nueve millas (14,4 km.), desde Gamboa á las esclusas de Pedro Miguel.
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— Y ¿no cree usted, pregunté, que surja alguna vez la dificultad de faltar agua por escasez de lluvias ó sequías prolongadas?
Mister Edward sonrió, al oir mi pregunta, y luego añadió:
— Imposible, mientras no cambien profundamente las condiciones climatológicas del istmo. La cantidad media de lluvia que cae anualmente en la región asciende á ciento ventiocho pulgadas (más de tres metros).
Usted, sin duda, no ha presenciado ningún aguacero fuerte de los de por acá. E l agua desciende en grandes capas ó estratos, inundándolo todo, y los ríos salen de madre dejando sepultados, á muchas yardas de profundidad, terrenos que horas antes se hallaban completamente secos.
¡Matar á ese perro maldito! ¡A la vfa con él!
Las últimas palabras del ingeniero fueron ahogadas por unas voces violentas, y amenazadoras, procedentes del extremo anterior del vehículo que nos conducía.
Como impulsados por un resorte, nos pusimos de pie los pasajeros, dirigiendo con avidez las miradas al lugar del alboroto; y allí se ofreció á nuestra vista una escena de violencia que amenazaba tener sangriento desenlace: era la lucha desesperada de un mulato contra varios americanos que le golpeaban sin piedad
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á los gritos de: «¡ canalla 1 » «¡ matarlo 1 » «[ á la vía con él!»
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Aquello presentaba todas las trazas de un lynchamiento; y camino llevaba de realizarse á todo trance, si la intervención de un jefe militar no hubiera detenido á los ejecutores amenazándoles con la prisión. La víctima fué sacada maltrecha y ensangrentada á la plataforma, donde quedó bajo la vigilancia de un empleado del tren con instrucciones especiales. I Qué había ocurrido ?
La relación del caso, tal como nos fué hecha por un mister, de aspecto bonachón, que ocupaba el asiento inmediato, y que, según nos dijo, había seguido en todos sus detalles el desarrollo del suceso, es la siguiente:
Venía en las primeras filas del carro un grupo algo sospechoso de girls (muchachas), departiendo en alegre y ruidosa charla con varios jóvenes. Sus gritos y risotadas habían motivado la protesta de algún pasajero; pero la mayoría no d io importancia al incidente, considerando aquellos desahogos como expansiones inofensivas de gente de buen humor. Llegó un momento, en que la buena armonía de los regocijados bullangueros tropezó con el enfado de una de las participantes en la fiesta, debido á cierta frase mortificante de que fué objeto por parte de sus compañeros. La ofen-
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dida se retiró entonces al asiento del lado opuesto, donde se hallaba, solo, el mulato, enteramente ajeno á las bromas de sus vecinos. Este hecho fué el principio de una serie de burlas alusivas á la compañía del moreno, y dirigidas contra el último de un modo especial. Herido el mulato en su amor propio, y dejándose arrebatar de la cólera, contestó á sus enemigos lanzándoles una rociada de bajos epítetos, sacados del vocabulario usado en los peores barrios de Nueva York. Tales destemplanzas, sin embargo, sólo sirvieron para excitar más y más la hilaridad de los del bando opuesto, que le devolvieron con creces los dicterios recibidos. Así continuó por algún tiempo el tiroteo de insultos, hasta que por fin el hombre de color, comprendiendo que en aquella lucha le tocaba llevar la peor parte, resolvió guardar silencio; y, volviendo la espalda á los provocadores se puso á mirar tranquilamente por la ventanilla 'del carruaje. E n esta actitud se mantuvo largo tiempo, fingiendo no parar mientes en la algazara de sus vecinos, que acabaron por dejarle en paz. Restablecida la calma, y cuando nada indicaba que hubieran de reanudarse las hostilidades, el despechado mulato se volvió repentinamente hacia la joven que
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iba en el asiento fronterizo, y la escupió en el rostro, colmándola de brutales insultos y amenazas. Levantóse entonces la muchacha,, y dirigiéndose á los pasajeros que ocupaban los asientos inmediatos, compatriotas suyos la mayor parte, les dijo en tono de airada queja: — See, gentlemen; that filthy beast derode my face, and now is insulting and threatening me^ (Vean, caballeros, esa repugnante bestia me ha escupido en el rostro, y ahora me insulta y amenaza).— Oír estas palabras los circunstantes y lanzarse contra el acusado con los puños. en alto, y dando gritos de: KM the acursed dogl Down with him! (¡Matar á ese perro maldito ! ¡ Abajo con él 1 ) , fué todo obra de un momento.
E l pobre diablo trató en vano de defenderse contra aquella verdadera lluvia de golpes, disparados por brazos vigorosos, que acabaron por derribarle, dejándole sin sentido; y Dios, sabe cuál habría sido su suerte, de no haberse interpuesto el oficial, y logrado arrancarle deL furor de sus enemigos.
— All right! (¡Perfectamente!), dijo Edward, cuando el viajero hubo terminado. Esta gente de color es en todas partes la misma, y hay que tenerla á raya con duros escarmientos. E n
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los Estados Unidos se registran á diario casos •de robos y asaltos á mujeres, perpetrados casi siempre por negros. Así se explica que el pueblo siga mostrándose partidario de la ley de Lynch, á pesar de haber sido suprimida liace años.
— Pues espectáculos como el que hemos presenciado, repliqué, dicen poco en favor de la •cultura de un país.
— ¿ Qué es eso de la cultura ?, replicó vivamente el ingeniero, algo molestado por mi observación. Ustedes, los europeos, no sueltan de la boca la palabra, pretendiendo gozar el privilegio exclusivo de su significación. Mejor fuera que, en vez de motejar de incultos á los demás, no abusasen tanto del término, haciéndole servir de cómplice y encubridor de innumerables miserias.
Este exabrupto de Mr. Edward me obligaba á entrar en una discusión enojosa, que yo venía procurando evitar desde el principio de mi conferencia. Todavía vacilé algunos momentos, antes de decidirme á responder:
— Pues, amigo mío, si me dan á escoger entre la cultura que rechaza ú oculta lo repugnante, y la barbarie que exhibe cínicamente vergüenzas de todos los géneros, me quedo
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con la primera. Por lo demás, puedo invocar en mi favor la opinión de la clase ilustrada de los Estados Unidos, que califica de indigno de una nación civilizada el hecho de autorizar al pueblo á que se tome la justicia por su mano, sancionando procedimientos tan brutales y absurdos, como los empleados con el mulato.
E l pasajero que nos había referido los pormenores del suceso, terció entonces en la discusión, manifestando su asentimiento á mis afirmaciones con estas palabras:
— That's trae; thaVs trae. (Así es; así es).
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Fuera por esta circunstancia, ó porque Mis-ter Edward comprendiera que en mi ánimo no-había entrado la intención de mortificar su americanismo, el hecho es que cambió de actitud y de tono al contestar:
— Se equivocan ustedes, si me toman por un partidario de la ley de Lynch; pero mantengo incólumes mis afirmaciones sobre el apasionamiento con que son juzgadas en Europa algunas costumbres americanas. E l hecho mismo-que acabamos de presenciar, ha sido erróneamente interpretado por los que, como usted,, no conocen á fondo los sentimientos y carácter de mi nación. Entre nosotros, señor mío, la mujer goza de amplísima libertad para viajar sola por todas partes, yendo adonde sus necesidades ó sus caprichos quieran llevarla. La proclamación de ese derecho y el amparo de su ejercicio constituyen para el pueblo americano una especie de culto; algo sagrado que afecta á su peculiar manera de ser; algo que le interesa tan hondamente como no puede comprender quienquiera que no se haya formado-en el ambiente de nuestras instituciones. De aquí el respeto inviolable que inspira la mujer en lugares del dominio público: el templo ó la calle, el tranvía ó el ferrocarril; respeto in-
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filtrado de tal modo en el sentimiento nacional, que no hay americano de raza, aun en las regiones más desmoralizadas de los Estados Unidos, que no se crea en la obligación de derribar de un puñetazo, ó matar de un tiro, al insolente que se atreva á contravenir á ese sagrado estatuto de nuestras costumbres. De haber tenido ustedes en cuenta los antecedentes que acabo de exponer, el concepto que les habría merecido la conducta de mis compatriotas con el mulato, hubiera sido bien distinto.
— Pero permítame usted, objeté yo, que le dirija una pregunta. ¿ Es que en los Estados Unidos la autoridad no dispone de los medios necesarios para hacer respetar el derecho de todos los ciudadanos ? ¿ Es que, por fuerza, el pueblo ha de ser el encargado de administrar justicia en cuestiones de orden público?
— No, that's not the case (No, no es eso). Usted no ha comprendido bien mi idea. Las grandes ciudades de los Estados Unidos nada tienen que envidiar á Londres ni París, en cuanto á la organización y calidad de sus polishmen. Nuestros tribunales, menos formalistas que los europeos, son, por lo mismo, de mayor eficacia. Mas la participación que cabe á todos los ciudadanos en secundar la acción de los funcio-
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narios de justicia se entiende en la República Norteamericana de distinto modo que en Europa. Y, tratándose de casos como el presente, el pueblo no vacila jamás en ejecutar, por sí mismo, el castigo del delincuente. Yo también voy á permitirme preguntar á usted: ¿cómo se procede en las ciudades más cultas del Viejo Mundo contra los insultos, amenazas ó ataques, de que puede ser víctima, en plena calle, una señora de cierta categoría?... Supongo que los circunstantes presenciarán impasibles la escena, ó que, á lo sumo, acudirán á solicitar el auxilio del agente de orden público más próximo : ¿no es eso?
— Ni lo uno ni lo otro, contesté, y algo de ambas cosas.
— Expliqúese usted, insistió el americano. — Quiero decir, añadí, que los circunstantes
intervendrían desde el primer momento para evitar la continuación del cobarde y afrentoso atentado, y entregarían al autor del mismo á los agentes de la justicia. Bien pudiera ocurrir, sin embargo, que siendo la ofendida persona de distinción, cualquier caballero hiciera inmediatamente en el ofensor el debido escarmiento.
— Ha! Ha!, exclamó mi contrincante con aire
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de triunfo. Y a salieron á relucir las preocupaciones antiguas y caducas de las distinciones sociales. Pues bien, amigo mío, figúrese usted que entre nosotros todas las mujeres son señoras de distinción, y todos los hombres somos cumplidos caballeros.
Y Mister Edward dedicó á esta ocurrencia la más sonora de sus carcajadas.
— Hombre, le repliqué, deseando poner término á la disputa, por mi parte me lo figuraría de buena gana, con tal que por la suya refrenase usted sus ímpetus de antieuropeísmo. No comprendo, ciertamente, esa manía de rebajar las cosas de Europa, cuando ella encierra todavía para ustedes tanto bueno que aprender é imitar.
— ¡ Aprender é imitar! Poor Europeans ! (¡ Pobres europeos!). ¡ Aprenderemos de ellos á ser derrotados por los japoneses, ó á declararse impotentes ante proyectos como este del canal de Panamá!
— Vamos despacio, amigo Edward. Por lo pronto convendrá usted conmigo en que la derrota de Rusia no significa la de todas las naciones europeas, ni colectiva ni individualmente consideradas. Esa derrota, bien explicable por la crítica situación interna del imperio ruso, y la
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desigualdad de condiciones, establecida entre los beligerantes á consecuencia de la diferente distancia que los separaba del terreno de la lucha, no autoriza á creer que lo mismo habría ocurrido con cualquiera otra potencia, por ejemplo, con Inglaterra. Además, el poder militar del Japón no debe ser cosa tan despreciable, cuando el mismo Roosvelt no se ha desdeñado de ofrecerle solemne testimonio de desagravio por la conducta últimamente observada con los niños japoneses en California.
— Conducta, repuso con energía Edward, que soy el primero en reprobar. Roosvelt no ha hecho más que cumplir con lo que exigían la humanidad y la justicia. No se me oculta que este proceder ha sido calificado de política timorata, aludiendo al supuesto temor que el Japón nos inspira. Pues bien: sepa usted que los Estados Unidos se hallan hoy en condiciones de hacer suya la célebre frase del Emperador Alemán: «No temen más que á Dios». Si el Imperio del Sol Naciente quiere lanzarse á la peligrosa aventura de atacarnos en las Islas Filipinas y en las costas del Pacífico, hágalo desde mañana. Tenemos descontado lo que podrá ocurrir en el primer momento; y sabemos
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•que el segundo nos resarciría con creces de los quebrantos anteriores.
— Eso mismo se creía de Rusia; y sin embargo...
— Me extraña sobremanera, interrumpió el ingeniero, que habiendo vivido usted en mi nación, y podido apreciar por sí mismo las energías, y recursos inagotables, de que dispone, y •el sentimiento patriótico que alienta en todos sus hijos, se atreva usted á insinuar siquiera la comparación con ese gastado y moribundo organismo social que se llama el Imperio Moscovita. Me figuraba que tuviese usted otra idea de los Estados Unidos, de su riqueza, de su organización y poder militar y naval. Hay quien piensa que, por carecer de ejército regular numeroso, valdríamos poco en la defensa del propio territorio ó en la conquista del ajeno. ¡ Como si la campaña de la independencia y la sangrienta y prolongada guerra civil antiesclavista no fueran pruebas suficientes de cómo sabe luchar el pueblo americano! Y ¿ no le dicen á usted nada tampoco las recientes derrotas de los españoles?
— Oh I sí, me dicen, repuse, que la superioridad indiscutible de la armada con que contaban los Estados Unidos hacía imposible pa-
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ra España la lucha por mar; y, en cuanto á la campaña de tierra, las negociaciones de paz; se anticiparon á su desarrollo. Yo, con perdón de usted, me habría avergonzado de invocar un argumento de tan escaso valor.
— Pero no es así como se expresaba la opinión pública en España, poco antes de declararse la guerra.
— Mejor será, si á usted le parece, que no tratemos este punto. Hay en la guerra hispa-no-americana circunstancias, que si hacen menguado favor á nuestro patriotismo, rebajan más todavía el mérito del triunfo conseguido por ustedes.
— No insistiré, ya que hay en ello, al parecer, motivo de molestia. Pero, convénzase usted, amigo, de que más que en el caso de recibir lecciones de europeos ó asiáticos, nos hallamos en el de darlas á unos y á otros; más que en el de seguir las huellas de nadie, podemos señalarles á todos el camino de la prosperidad y del progreso. Y si no, vea usted los nuevos rumbos que abriremos al comercio, cuando hayamos terminado la construcción de la importante vía interoceánica, que se llamará: el Canal de Panamá.