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Á T R A V É S DEL I S T M O DE PANAMÁ

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J . MATEOS.. ,

fY..£v A TRAVÉS DEL *

ISTMO DE PANAMÁ

Escenas é impresiones de viaje y

descripción ¡lustrada del nuevo proyecto y obras del

G R A N C A N A L I N T E R O C E Á N I C O

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E S P R O P I E D A D .

Q u e d a h e c h o e l depó­s i to e x i g i d o por l a l e y .

T I P O G R A F Í A D E L O S E D I T O R E S

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Á T R A V É S D E L

I S T A O D E PANA/AÁ

El moderno Panamá—¡.Cavilosidades 6 presentimientos?

A bordo del Tucapel, vapor chileno que ha­ce su navegación en las costas sud-americanas del Pacífico, se nos había dicho á los pasaje­ros embarcados en el Callao para Europa, que con este rumbo zarparía de Colón, pocos días después de nuestro arribo á Panamá, uno de

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6 J . M A T E O S

los barcos de la Trasatlántica de Barcelona. Nos quedaba, sin embargo, tiempo bastante pa­ra visitar con algún detenimiento la capital de la flamante República Panameña, micros­cópico estado que á expensas del territorio de Colombia han creado recientemente los Esta­dos Unidos, con la mira de afianzar sus pro-

4 yectos de dominación sobre el istmo, y llevar á cabo más fácilmente la apertura del canal interoceánico.

E n la mañana del nueve de Marzo del co­rriente año 1907, desembarcábamos en terri­torio perteneciente á la zona norteamericana;, y, tras alguna espera en el muelle, el tren nos conducía á la estación nueva de Panamá.

Tres años antes, y también en la. época de primavera, había yo cruzado la región del ist­mo, después de un viaje desde Nueva York, que fué una serie de peripecias y contratiempos. E l Finance, malaventurado transporte yanqui, que-contaba sus expediciones por el número de ac­cidentes desgraciados que le habían sobreveni­do, esta vez tuvo repetidas averías en la máqui­na; y, por merced especial de la Providencia,, no nos dejó abandonados á las iras del Mar Ca­ribe y expuestos á ser pasto de tiburones. E l pa­saje se componía casi totalmente de operarios

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Á T K A V E S D E L I S T M O D E P A N A M Á 1

norteamericanos, que iban transportados, por, cuenta del gobierno de su país, á las obras del Canal, donde esperaban hallar empleo lar-, gamente remunerado. Allí venía de todo: fun­didores, plomeros, mecánicos, albañiles, carpin­teros, ebanistas,... y por último gentes, cuya única habilidad se reducía á la fuerza del mús­culo aplicable al manejo de pico, pala ó aza­dón. Estos últimos eran los más infelices, y los que se forjaban mayores ilusiones sobre los ahorros que había de permitirles hacer un suel­do semanal que no bajaría, según sus cálcu­los, de quince á veinte dollars. E l desengaño que recibieron al tomar en Colón y Panamá in­formes detallados acerca del pago é índole de los trabajos, y naturaleza del clima reinante en las secciones donde habían de prestar sus ser­vicios, fué tal, que la mayoría de ellos, ó casi todos, procuraron regresar, sin más dilación, á los Estados Unidos. Creo de especial opor­tunidad citar este caso por la edificación y enseñanza que encierra para muchos braceros españoles, seducidos con falsas promesas de encontrar en el Canal de Panamá pingües sa­larios, con que resolver sus dificultades econó­micas. Las últimas noticias que sobre el parti­cular he podido recoger, datan de la primera

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quincena del pasado Marzo. Hallábame en la ciudad últimamente mencionada, y disponíame á salir del Hotel Central para el arreglo de algu­nos asuntos, cuando un obrero irlandés me de­tuvo para preguntarme á qué hora podría oir misa en la catedral vecina. Trabada conversa­ción, él mismo se anticipó á referirme que su salario de ocho dollars semanales, apenas al­canzaba á cubrir las primeras necesidades y atenciones; tal era la carestía de las subsisten­cias en la región de las obras del Canal. Más tarde, conversando con una persona influyente é ilustrada del país, tuve ocasión de apren­der que las irritantes groserías y malos tratos, de que á veces son víctimas los trabajadores por parte de los capataces yanquis, han dado motivo á frecuentes y serias sublevaciones; y que para el mantenimiento del orden hay un cuerpo de tropas americanas en la zona.

Por lo demás, conviene decir, en honor de la verdad, que el gobierno de Norte-América se esfuerza por mejorar las condiciones sanitarias del istmo, aunque hasta la fecha no haya sido posible hacer desaparecer por completo la es­pantosa plaga de la fiebre amarilla. Alguien me aseguró, respecto de esta materia, que en inmunidad y resistencia contra la. peste, los

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obreros españoles é italianos llevaban gran ven­taja á los de otras nacionalidades. Las esta­dísticas parecen demostrar que de cien españo­les atacados noventa convalecen y sanan; mien­tras que entre los americanos es inversa la proporción, es decir, que sucumbe el noventa por ciento de los enfermos. A esta superior condición de los peones españoles hay que aña­dir las de su sobriedad indiscutible, resistencia incansable para el trabajo, y excepcional po­der de adaptación. Si las empresas interesadas en la canalización del istmo tuvieran en cuenta las cualidades apuntadas, y supieran estimar­las debidamente, no darían lugar á que em­pleados subalternos se permitieran abusos, que á la larga acabarán por ahuyentar de las obras del Canal á la mayoría de los braceros de po­sitiva eficiencia, entorpeciendo de este modo y aun imposibilitando la ejecución del proyec­to. La falta de operarios aptos está siendo hoy una de las dificultades más serias con que tro­pieza el avance.de los trabajos. Es curioso que un ignorante y bárbaro español del siglo X V I , Pascual de Andagoya, se fundase en la circuns­tancia citada para escribir al Emperador Car­los V, que no habría poder humano capaz de desatar el engarce panameño que une los dos

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grandes continentes del Nuevo Mundo, por la barrera infranqueable que á las operaciones ha­brían de oponer los rigores é inclemencias del clima.

Perdone el lector esta digresión, que se me ha enredado en los puntos de la pluma obli­gándome á romper la continuación del relato.

La antigua metrópoli istmeña ha mejorado-extraordinariamente en su aspecto exterior y en condiciones de salubridad, al amparo de la influencia yanqui. Las medidas de saneamien­to, decretadas por el gobierno de los Estados. Unidos, como preliminar indispensable de los trabajos de canalización, han favorecido de un modo especial á la por tanto tiempo desatendi­da ciudad del Pacífico, proveyéndola de aguas potables, sanas y abundantes, dotándola de un alcantarillado que impide el estancamiento de inmundicias, y reemplazando el desigual y ro­to empedrado de sus calles por un macizo com­pacto de superficie uniforme y convexa, con sus caceras laterales destinadas á recoger las aguas de lluvia, tan abundantes en aquella re­gión, durante el período de la estación húme­da (i).

(1) E n P a n a m á , c o m o en c a s i t o d a s l a s r e g i o n e s de l o s t r ó p i c o s , s e d i s t i n g u e n s o l a m e n t e d o s e s t a c i o n e s : l a húmeda y la seca.

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Á T R A V É S D E L I S T M O D E P A N A M Á II.

P A N A M Á . — P l a z a de S a n t a A n a .

En las afueras y cercanías el hacha ha ba­rrido espesuras de vegetación malsana, obli­gado albergue de todo género de alimañas é insectos pestíferos; y el fuego ha consumido' barriadas enteras, constituidas por aglomeracio­nes de chozas y casuchas hediondas, donde la. miseria y el abandono tenían su natural asiento.

Panamá, en suma, ofrece hoy el aspecto de una ciudad limpia, alegre y modernizada, con­servando, no obstante, el sello de antigüedad que le dan sus calles estrechas y tortuosas, así como los templos y edificaciones que conser­va del tiempo de la dominación española.

La gran plaza central con sus gigantescas palmeras y frescos bananeros, con sus jardines de geranios, rosas, verbenas, clemátides y gar-

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denias, es la misma de hace años, sin otras va­riantes que la mayor limpieza de sus paseos y las renovaciones con que se ha procurado hermosear las fachadas de sus edificios. Allí se alza, con severa y magestuosa sencillez, la vieja catedral, de amarillentos muros de pie­dra tostada por el sol de los trópicos, venera­ble reliquia del pasado, que evoca recuerdos de una edad gloriosa, pero muerta...

La mañana siguiente, aprovechando el fres­cor de las primeras horas del día, resolví dar, en compañía de algunos amigos, un paseo en automóvil por los alrededores, con el objeto preferente de visitar el magnífico hospital, cu­yo coste se evalúa en cinco millones de dollars.

Admirablemente situado en la falda de la montaña de Ancón, el rico y amplio sanatorio ostenta sus hermosos pabellones, que le dan, á primera vista, la apariencia de un barrio novísimo, formado por una aglomeración de quintas de recreo. E l servicio y limpieza más esmerados y exquisitos constituyen la carac­terística del establecimiento, dotado por otra parte de todos los recursos que la ciencia ha po­dido idear para combatir la terrible plaga de la fiebre amarilla.

Jóvenes nurses, instruidas en todos los porme-

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A ¿ ' K A V É S D E L I S T M O D E P A N A M Á 1»

ñores de la asistencia de enfermos, circulan con sus cofias y delantales blancos como la. nieve, por los ventilados dormitorios, adminis­trando medicinas y poniendo en orden ropas y mobiliario; ó bien sostienen con los convale­cientes animados diálogos, interrumpidos atre­chos por las estruendosas carcajadas que arran­can las frases chispeantes de algún asilado hu­morista y dicharachero. Antes que morada de la enfermedad y de la tristeza, parecen aque­llos salones lugar de descanso confortable y vi­gorizados

Terminada nuestra visita, regresamos al ho­tel Tívoli, situado en las afueras de la ciudad, mientras uno de los acompañantes nos hacía notar que la montaña, de formación ígnea co­mo el resto del istmo, había sido, siglos atrás, volcán activo, y lanzado á través de la ciudad un torrente de lava que penetró en la bahía hasta cerca de una milla de distancia.

La población de Panamá, de 17.000 habi­tantes, se compone en su mayoría de mestizos descendientes de españoles, é indígenas; y en la actualidad se halla notablemente aumentada por el numeroso contingente extranjero que ha­cen afluir á ella las obras del canal. Los nue­vos gérmenes de vida y elementos de progreso,

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•que esta empresa gigante ha aportado á la ca­pital panameña, y aun á la república entera, no necesitan encomiarse. E l país avanza rá­pidamente, favorecido por las iniciativas de su nuevo gobierno, que trabaja sin descanso por multiplicar las vías de comunicación, prepa­rando así el establecimiento de colonias euro­peas y americanas. Entre las autoridades in­dígenas y las de los Estados Unidos reina al parecer la mejor armonía, contribuyendo á ello la reciprocidad de favores que unas á otras de­ben prestarse en el fomento de comunes inte­reses. No faltan, sin embargo, en la clase ilus­trada de Panamá, quienes vean en la poderosa tutela de Norte-América un peligro más ó me­nos inminente de absorción ó absoluto predo­minio, que ha de comprometer con el tiempo la independencia efectiva de la república ist-meña. A juicio de éstos, el porvenir de la misma quedaría asegurado, si en lugar de la protección exclusiva del Coloso del Norte, pu­dieran obtener la de una coalición de poten­cias de primer orden, constituida por los mis­mos Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Ale­mania.

Si tales apreciaciones tienen fundamento ra­cional, ó si, por el contrario, no pasan de va-

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ñas cavilosidades de espíritus recelosos, obse­sionados por el temor de una anexión ilusoria, no es á mí á quien corresponde decidirlo. Apun­taré, sin embargo, ya que la ocasión se pre­senta, el hecho cien veces observado de que las tendencias de expansión colonial, última­mente manifestadas por la patria de Washing­ton y Monroe, constituyen una grave preocu­pación para Sud-América, donde comienza á sentirse algo como la pesadilla de sucumbir en las fauces de un monstruo, que descendien­do por el mar de las Antillas y Panamá, deja aprisionados en gigantesco anillo los estados de Méjico y Centro-América, y se dispone á avanzar por la costa occidental del Pacífico hasta el estrecho de Magallanes, para envol­ver el resto del Continente en un segundo ani­llo que termina en San Juan de Puerto Rico.

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Seesblnderman.—Primeros datos acerca del Canal.

E l día después era preciso salir para Colón en el tren de las seis de la mañana; y, mien­tras conferenciábamos á la puerta del hotel va­rios viajeros sobre pormenores y detalles de la travesía del istmo, una feliz casualidad hizo in­tervenir en la conversación á un norteamerica­no para darnos algunos informes. Nuestro im­provisado mentor aparentaba tener unos trein­ta y ocho años; era alto, delgado, de rostro enjuto y enrojecido por el sol, con cabello y bigote de color rubio; y vestía un traje de dril

(••${ CORTES, 5S1

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crema, compuesto de pantalón ceñido, polai­nas, americana de corte de guerrera y som­brero de fieltro de ala ancha. Hablaba el es­pañol con bastante desembarazo, si bien con un tono y acento que denunciaban á la legua su condición de english-speaker. Llamábase Ed-ward Seesbinderman, conforme rezaba su tar­jeta; y era, según él mismo nos dijo, ingenie­ro agregado á una de las secciones del canal (i). Quehaceres de su empleo le habían traído á Panamá y le reclamaban después en Colón, obligándole á partir con nosotros. No podía brindárseme ocasión más favorable para ad­quirir la información que yo deseaba sobre el proyecto definitivo de canalización del istmo; y así procuré desde luego trabar conocimiento

(1) E l t ipo de A m e r i c a n o , que figura e n e s t a r e l a c i ó n e s t á t o m a ­do de la r e a l i d a d ; y p e r t e n e c e á ]a c l a s e que p o d r í a m o s l l a m a r l a generación moderna ¿lustrada, c o n s e r v a n d o , no o b s t a n t e , a l g u n o s c a r a c t e r e s de la antigua ó gente vieja de l o s E s t a d o s U n i d o s . « A s í c o m o h a y dos p a r t i d o s b i e n d i s t i n t o s e n A m é r i c a , e s c r i b e J u l i o H u -ret , t a m b i é n h a y dos c l a s e s de h o m b r e s que no t i e n e n p a r a e l e u r o ­p e o la m i s m a s i m p a t í a . Me ref iero a l viejo americano y a l joven americano. E l viejo americano e s e l y a n q u i , p r u d e n t e , i n t e l i g e n t e r a z o n a d o r , d e s c e n d i e n t e de l o s p r i m e r o s c o l o n o s , l l e g a d o s á A m é r i - , c a c o n un i d e a l de l iber tad y de p r o g r e s o , y que a s p i r a á h a c e r de s u pueb lo , no só lo un pueb lo r i co y p r ó s p e r o , s i n o u n a n a c i ó n g r a n d e y nob le . E l o tro , el joven americano, que h a h e c h o s u a p a r i c i ó n m u c h o d e s p u é s que e l p r i m e r o , no se p r o p o n e o t r a c o s a q u e l o s n e g o c i o s , e l p r o g r e s o m a t e r i a l , las c o n q u i s t a s . . . y s u s i d e a s d o m i n a n t e s son: e l en­g r a n d e c i m i e n t o m a t e r i a l y la c o n q u i s t a d e l mundo.» (De San Fran­cisco au Canadá, pñg. 105.)

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y amistad con el nuevo compañero de viaje. Ayudó no poco á mi intento la circunstancia de que el ingeniero norteamericano gustaba, especialmente de oir el idioma de Cervantes,, hablado por un español de pura cepa, con el

fin, según se explicó, de corregir los defectos-de su pronunciación, que atribuía en gran par­te al roce constante con la gente del país. Aquella noche cenamos juntos, tratándonos con la franqueza y cordialidad de dos antiguos co­nocidos, siendo el tema de nuestra conversa­ción, precisamente el asunto que tanto excita­ba mi curiosidad.

— Es , afirmó Mr. Edward con visibles mues­tras de orgullosa complacencia, refiriéndose al

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canal, la empresa más importante que regis­tra la historia de la ingeniería.

— Sin duda alguna, repuse, y digna de ser llevada á cabo por una nación tan poderosa •como los Estados Unidos.

— Pero usted no puede imaginarse la ruda y tenaz campaña que ha sido preciso sostener hasta llegar á la situación actual. Dejando apar­te las dificultades de carácter político interio­res y exteriores; las condiciones sanitarias de Ja región, el clim'a, como ustedes dicen, se nos ha mostrado un adversario bien difícil de someter.

— Asegúrase, no obstante, que la salubridad del istmo puede sufrir hoy una ventajosa com­paración con muchas regiones de Norte-Amé­rica.

— Verdad, asintió Edward; pero ¡ á costa de cuántos meses y aun años de trabajo! De­secación de pantanos, construcción de depó­sitos de agua potable, canalizaciones, alcanta­rillas á millares, talas de bosque y exterminio de insectos, en fin, el saneamiento completo de la zona entera de operaciones.

— En este punto el Gobierno de los Estados Unidos ha procedido de muy diverso modo que los .franceses.

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— Y en ello, añadió mi interlocutor, la hu­manidad y la economía han salido ganando. Como moscas habrían sucumbido los trabaja­dores sin esa previa y concienzuda preparación. Tan deletéreos eran los miasmas ocultos en algunos terrenos, que ha ocurrido el caso de caer muertos los operarios, al dar las primeras-azadonadas.

— I Horrible! Y entonces, ¿ cómo ha podido-construirse el ferrocarril de Panamá?

— ¿ Cómo ? Sacrificando millares de infeli­ces. Cada traviesa ó durmiente, colocado bajo los raíles en todo el trayecto de cuarenta, y siete millas (72 km.) ha costado la vida de un hombre. Esa línea férrea podría llamarse el ferrocarril de la muerte. Por este hecho com­prenderá usted hasta qué punto se nos imponía, como una necesidad imprescindible, mejor diré, como una medida humanitaria, el saneamiento-del territorio en que se. ejecutan los trabajos.

— Ciertamente, y el olvido ó desprecio de ese requisito habría sido de fatales consecuen­cias para la realización de la empresa.

— Como lo fué en tiempo de Lesseps. — Eso no quiere decir, sin embargo, que la

quiebra famosa se debiera á la preterición de las necesarias prescripciones higiénicas.

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E l americano soltó una ruidosa carcajada y añadió:

— ¡ Las prescripciones higiénicas! Oh, yes : las prescripciones higiénicas de diversos órde­nes. You can 't doubt (Indudablemente): aquel proyecto murió de fiebre amarilla, á consecuen­cia de una peste.

—• Pues, tratándose de enfermedades tan con­tagiosas, bien pudiera ocurrir la repetición del caso.

— Oh! By no means! Yon are mistaken! (De ningún modo. Usted se equivoca). Ahora se trata de una empresa nacional, y nadie igno­ra que los Estados Unidos distan mucho de hallarse en riesgo de quebrar. Esos achaques podrá usted cargárselos á las caducas naciones europeas; pero nunca á la joven y robusta Confederación Norteamericana.

— Y bien, repuse, tratando de encauzar el rumbo de nuestra conferencia, ¿ en cuánto se calcula el coste de las obras?

— De doscientos cincuenta á trescientos mi­llones de dollars. Una insignificancia para nos­otros. Rockefeller solo, podría pagarlo con la quinta parte de su fortuna.

— Se han dado y se dan equivocaciones de cuantía en esas materias; pero, en fin, conven-

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go en que por falta de dinero no se les ha de quedar á ustedes el canal en los planos; algo más difícil de determinar será la duración de los trabajos.

— Well... (Bien) eso depende del número y calidad de los obreros disponibles; pero es casi seguro que, antes de una docena de años, los barcos atravesarán el istmo, y la comunicación entre los dos océanos habrá quedado estable­cida.

Al llegar á este punto, interrumpió nuestra conversación el saludo efusivo de que mi com­pañero fué objeto, por parte de un caballero que parecía recién llegado al hotel. Mr. Ed-ward me lo presentó en seguida como uno de sus más íntimos amigos, comisionado de cier­ta importante casa constructora de Filadelfia. Después de cambiar los primeros saludos, el nuevo huésped entregó al ingeniero un paque­te de cartas, acompañado de varios impresos, dibujos y catálogos de maquinaria, manifestan­do interés especial en que Mr. Edward se hi­ciera luego cargo del contenido de todo. Com­prendí que mi presencia era desde aquel mo­mento inoportuna, y, tras breves frases, me despedí pretextando que necesitaba ultimar pre­parativos de viaje.

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Mucho parecen interesar á usted esos caseríos..

El día siguiente amaneció espléndido. Los estratos plomizos, en que se ocultara

el sol la tarde anterior, habían desaparecido; y el cielo desplegaba sobre el horizonte su azu­lado pabellón, límpido y diáfano, como inmen­sa bóveda de cristal turquí. La suavidad y dulzura del ambiente, saturado de efluvios de primavera, parecía sumergir el paisaje en esa atmósfera de lánguida voluptuosidad, caracte­rística de las regiones tropicales.

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26 J . M A T E O S

Absorto en la contemplación del hermoso pa­norama, que se descubría desde el alto corredor del hotel, dejaba pasar el tiempo, sin cuidarme de la hora en que habíamos de salir para Colón; cuando vino á sacarme de mi distraído ensimis­mamiento la voz vibrante del ingeniero ame­ricano, que gritaba á todo pulmón, desde la puerta de entrada del establecimiento:

—Hallo! Are you throagh? (¡Olal ¿Está us­ted ya preparado?). Dentro de unos minutos arranca el tren.

— Voy en seguida, le respondí, mientras me dirigía á mi habitación en busca del equipaje.

Poco después nos hallábamos en la estación inmediata; y tomábamos nuestro billete entre una turba de negros jamaicanos que iban des­tinados á las obras del canal.

Cuando nos hubimos acomodado en uno de los carros (i), Edward me indicó el inmediato, materialmente repleto de gente de color.

— Vea usted, añadió, una prueba de la ac­tividad con que se quieren llevar los trabajos. Hay dificultades para encontrar obreros que se adapten á la índole de las labores y á las condiciones del clima. Los millares de chinos,

(1) E s t e e s e l v e r d a d e r o n o m b r e de l o s v e h í c u l o s o r d i n a r i o s p a ­r a p a s a j e r o s , en los t r e n e s a m e r i c a n o s .

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importados en un principio, no han servido para nada; y hemos tenido necesidad de repatriar­los. The little black brothers are better. (Los her-manitos negros son mejores.)

Entre tanto el tren se internaba en el terri­torio del itsmo, culebreando por estrechos va­llados, cubiertos á trechos de espesa vegeta­ción. De tiempo en tiempo aparecían en las-lomas y colinas inmediatas, grupos de casas de madera, construidas por idéntico estilo, y de una .sencillez verdaderamente primitiva.

Descansando sobre robustos pilotes, dispues­tos en forma de rectángulo, y á la altura de uno ó dos metros sobre el nivel del suelo, se extien­de el primer piso de sólido entarimado; de él arrancan series de machones, formando un ar­mazón, cuyos vanos se hallan cubiertos por ta­biques de tabla claveteada; el conjunto se ter­mina y cierra por una techumbre de calamina, y sin otros detalles, ni más adornos para el exterior que los orificios lisos de puertas y ventanas, queda terminada la vivienda.

Una de las cosas que llamaron mi atención fué que tanto la puerta de entrada, á la que se asciende por una escalera rústica, como las demás comunicaciones con el ambiente, se ha­llaban protegidas por cortinas de tupida ma-

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lia, destinadas sin duda á evitar la invasión del terrible mosquito, cuyo aguijón envenenado lle­va consigo la muerte. Por la misma razón los alrededores y bajos de las casas suelen estar limpios de arbustos y hasta de yerba.

He descrito el albergue ordinario del ele­mento pobre y empleado en las faenas más ru­das ; pero no es raro encontrar edificios de dos y aun tres pisos, montados sobre pilares de piedra con elegantes corredores, cubiertos por techos adornados de caprichosas guarniciones. La coquetería asoma por las ventanas y bal­cones de aquellos cottages en los pliegues arti­ficiosos de sus cortinas de encaje. Los tiestos

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de plantas y flores tropicales esparcidos, por las galerías, y los esbozos de jardín dibujados­en el césped de las inmediaciones, denuncian en los moradores de estas viviendas, gentes de gustos refinados y acostumbradas al confort.

•—Mucho interesan á usted esos caseríos, ob­servó mi acompañante.

— Parecen recién construidos, respondí. — Y lo han sido, en efecto, por el Gobierno-

Americano. Hay millares en todo el trayecto-de las obras, con destino á los braceros la ma­yor parte, y otras para las familias de los inge­nieros y altos empleados.

— Ya entiendo, respondí.

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Las obras del Canal. - Detalles del actual proyecto

Poco después el tren hizo alto en un lugar, desde donde podía abarcarse en una gran ex­tensión la marcha de los trabajos.

Abrí la vidriera para contemplar á mi sabor el paisaje, y un murmullo sordo y confuso, co­mo de inmenso oleaje, vino á herir mis oídos.

Era el rodar simultáneo de los ferrocarriles que ejecutaban el transporte de materiales, mez­clándose con el estridente resoplido de las lo­comotoras, el ruido y golpear de fábricas y

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talleres, y el vocerío lejano de millares de obre­ros, esparcidos aquí y allá en los vallados y en las faldas de los montes. Excavadoras me­cánicas, grúas y todo género de máquinas, em­pleadas en las operaciones del desmonte, arran-

E x c a v a d o r a m o d e r n a .

caban y transportaban de un lado á otro mon­tones de tierra y bloques de roca. La montaña fronteriza, tajada en varias secciones transver­sales, se deshacía visiblemente, cediendo á la incesante y poderosa labor de aquel ejército del trabajo. En el grandioso espectáculo que se ofrecía á mis ojos, la naturaleza parecía sucum­bir y rendirse á los pies del hombre, después de una lucha tenaz y formidable.

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Recordé entonces que algo semejante debió presenciar la antigüedad en la construcción de las Pirámides de Egipto y del gran Canal de Sesostris; pero la empresa, cuya realización es­taba contemplando en aquel momento, se me representaba como inmensamente más atrevida y trascendental.

— ¡ Soberbio! exclamé, sin poderme contener, "volviéndome hacia el ingeniero.

— ¡ Oh!, replicó él impasible; eso no es nada. Para formarse idea exacta de la índole y condi­ciones de la obra, necesita usted ver el plano .general.

E l tren reanudó en este momento su inte­rrumpida marcha, mientras el ingeniero saca­ba de su maleta de viaje un papel enrollado que desplegó y me puso delante de los ojos, añadiendo:

— Aquí tiene usted el perfil longitudinal con los niveles correspondientes á los diferentes puntos del trayecto. L a parte coloreada de negro representa las excavaciones ejecutadas por los franceses en el transcurso de veinte años, y con un coste de doscientos setenta millo­nes de dollars; la inferior, en tinta más clara, hasta la recta indicadora del fondo, marca las excavaciones que el Gobierno Americanoí'de-i

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bería practicar en el caso de construir un ca­nal, cuyo nivel fuera el del Océano.

— Pero es incomparablemente mayor, obser­vé, la segunda parte que la primera. No com­prendo cómo ha reducido usted tanto en sus cálculos el tiempo y dinero que los Estados-Unidos necesitan invertir en la realización de la empresa.

— Le explicaré á usted. Desde luego impor­ta advertir que nosotros no construiremos una vía navegable de libre comunicación con el mar; esto sería muy dispendioso, aparte de otros graves inconvenientes. E l mismo Lesseps tuvo que modificar su primer plan, á los siete años de comenzadas las obras, decidiéndose por el sistema de esclusas. E l estudio detenido dé­la topografía y condiciones especiales de la re­gión nos ha conducido á adoptar en parte las ideas del ingeniero francés. E l territorio ist­meño se halla regado por un río caudaloso, el Chagres, cuyas crecidas anegan, en la época de lluvias, extensas regiones, llegando á sepul­tar en sus aguas, hasta la profundidad de cua­renta pies, una parte de la misma vía férrea en que caminamos. Tan considerable es la corrien­te, que ese río recoge de sus numerosos tri­butarios en determinadas épocas, que se ha

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visto elevarse su nivel en venticuatro horas á la altura de setenta pies (21 metros). Este he­cho es un factor importantísimo de que no po­díamos prescindir; y él constituye la base sobre que descansa el actual proyecto.

E l futuro canal interoceánico quedará apri­sionado en una serie de esclusas que permi­tan elevar su superficie á una altura de ochen­ta y cinco pies (25,5 m.) sobre el nivel medio del mar. E l fondo de la nueva vía podrá así

V i e j a s d r a g a s f r a n c e s a s . (Río F o x ) .

alcanzar la altura de cuarenta pies (12 m.), redu­ciendo los desmontes á la porción que se halla comprendida entre la transversal que pasa por esa altura y la superior marcada con las pa­labras nivel normal, más la porción en blanco

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situada sobre l¡a misma entre los puntos de­nominados : Las Cascadas y Paraíso (i). De manera que nuestros desmontes han de ser con­tinuación de los ejecutados por los franceses, dentro de límites que los concretan á unos tres­cientos millones de yardas cúbicas (0,229 km. 3).

—Labor que parece bien factible en un de­cenio, dados los medios de que ustedes pueden disponer; pero me ocurre observar que el sis­tema de esclusas ha de entorpecer notablemen­te el tráfico.

— Menos de lo que podría suponerse á pri­mera vista. En doce horas está calculado el tiem­po que podrá invertir un barco en efectuar el paso del canal; retraso que carece de importan­cia cuando se le compara con el que origina la ruta del estrecho de Magallanes. A propó­sito, voy á facilitar á usted una nota de la re­ducción que se obtendrá en los viajes de Nue­va York y Plimouth al Pacífico, navegando por el canal.

Y, diciendo y haciendo, sacó de su cartera y me entregó el cuadro siguiente, que reproduz­co traducido del inglés:

(1) V é a s e e l Perf i l en e l m a p a que v a al fin de l v o l u m e n .

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A TEAVÉS D E L ISTMO D E PANAMÁ 37

Distancias

P o r e l C a b o de H o r n o s

P o r

e l C a n a l

R e d u c ­

c i o n e s

Millas Millas Millas

D e N u e v a Y o r k á V a l p a r a í s o . 8.54S 4.534 4.014

» » á P a n a m á . . 11.957 1.926 9.131

» » á G u a y a q u i l . 10.441 2.768 7.673

» » al Ca l lao . . 9.791 3.263 6.52S

» » á S . F r a n c i s c o . 13.324 5.228 8.096

D e P l i m o u t h á S . F r a n c i s c o . 13.491 7.775 5.716

» » á H o n o l u l ú . . . 13.671 9.196 4.475

— Por comparación con la ruta de Plimouth á San Francisco, continuó Edward, es fácil deducir las reducciones correspondientes á los puertos europeos de Hamburgo, E l Havre, San­tander, Bilbao, Lisboa, Barcelona, Marsella, Ge­nova, etc. En razón de la economía de tiem­po y carbón, y también por la mayor seguridad que la navegación del canal ha de ofrecer, no hallará usted exagerados los derechos de tránsito (tollage), si se exigen dos dollars por tonelada.

— No entiendo gran cosa de la materia; pe­ro doy por aceptable el parecer de una per­sona tan competente como usted; y le ruego

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que continúe su interesante descripción del pro­yecto. Me hablaba usted, poco ha, de un sis­tema de esclusas...

•— Sí, señor; y aquí tiene usted representada la sección de las mismas, dijo Edward señalan­do en el mapa. E l primer grupo, compuesto de una doble serie, se construirá en la misma Bahía de Panamá, y salvará un desnivel de cincuenta y cinco pies (16 m.), altura de la su­perficie del canal en una distancia aproximada de cinco millas (8 km.), es decir, desde Ancón á Pedro Miguel. Toda esta región formará un pequeño lago, del que serán tributarios di­versos ríos, regulándose el nivel del mismo por una compuerta de desagüe.

Entre los pueblos de Miraflores y Paraíso se establecerán las segundas esclusas, que per­mitirán elevar el nivel anterior treinta pies,- en total, los ochenta y cinco sobre el nivel medio del mar, que habrá desde este punto hasta Gatún, en un trayecto de treinta y una mi­llas (50 km.).

E l último grupo, que es el más importante, se instalará á ocho millas ( 1 1 ,2 km.) del At­lántico; y constará de una triple serie que ser­virá para el tránsito del nivel superior al de la bahía de Limón y viceversa.

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Á TBAVES D E L ISTMO D E PANAMÁ 39

Todas las esclusas serán dobles, á fin de prevenir la interrupción del tráfico que podría ocasionar la avería de una de ellas, y sus di­mensiones se hallan calculadas en setecientos treinta y cinco pies (220,5 m - ) de largo por ciento cincuenta (45 m.) de ancho.

Como el canal ha de recibir no sólo la abun­dosa corriente del Chagres, sino las de un nú­mero considerable de otros ríos de la vertien­te del Atlántico, la depresión existente en la región comprendida entre los lugares de Bohío y Gatún hará afluir á ella un caudal considera­ble, originando la formación de un segundo la­go de ciento diez millas cuadradas (285 km.) de superficie y con una profundidad máxima de noventa pies (27 m.). De aquí la necesidad de construir un dique poderoso, capaz de re­sistir el empuje de tan considerable mole de agua que la misma inclinación del terreno im­pulsará con violencia hacia el mar. Los planos dan al muro de referencia ocho mil pies (2438 m.) de largo por mil quinientos (457 m.) de ancho, y ciento (30,5 m.) de altura.

— I Qué atrocidad!, exclamé al oir las cifras anteriores. ¡Eso va á ser toda una montaña, un muro monstruo, de que no hay ejemplo, ni en la historia, ni en la leyenda.

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— ¿ Le parecen á usted exageradas las di­mensiones ? No hay que olvidar que tratamos de hacer una obra de siglos, y destinada á luchar contra el agua, elemento más temible y des­tructor, á la larga, que la misma dinamita.

— Ya veo que no descuidan ustedes el tomar las mayores seguridades.

— La construcción, continuó el ingeniero, se­rá de concreto, tierra y albañilería; y su cos­te ha de consumir una buena parte del presu­puesto. Pero bien compensado queda con Ios-millones de yardas cúbicas de desmonte que nos ahorra.

— Supongo que tal será la conclusión de un concienzudo examen comparativo entre los gas­tos que se originarían de adoptar el uno ó el otro proyecto.

— You are right (Tiene usted razón). Y ahora, quizá no halle usted dificultad en admitir mis afirmaciones de anoche, referentes al importe total de la obra. Por lo demás considero inútil, repetir que, encuanto á la administración de fondos, no hay peligro de ver la reproducción de los escándalos franceses.

— So much the better (Tanto mejor), dije,, acomodándome á la costumbre de mi interlocu­tor, que de vez en cuando entreveraba el espa-

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Á T K A V E S D E L I S T M O D E P A N A M Á i 1

ñol de frases inglesas. Pero, volviendo á la des­cripción que usted acaba de hacerme, de ella deduzco que en realidad se trata de convertir una parte del istmo en un gran lago navega­ble, utilizando, al efecto, los ríos de ambas

A g e n t e s de s u m i n i s t r o s .

vertientes, la del Atlántico y la del Pacífico. — Yes, certainly (Sí, ciertamente). Sólo que

ese lago tendrá la forma de un canal, y lo se­rá realmente, en un trayecto de nueve millas (14,4 km.), desde Gamboa á las esclusas de Pedro Miguel.

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— Y ¿no cree usted, pregunté, que surja al­guna vez la dificultad de faltar agua por esca­sez de lluvias ó sequías prolongadas?

Mister Edward sonrió, al oir mi pregunta, y luego añadió:

— Imposible, mientras no cambien profun­damente las condiciones climatológicas del ist­mo. La cantidad media de lluvia que cae anual­mente en la región asciende á ciento ventiocho pulgadas (más de tres metros).

Usted, sin duda, no ha presenciado ningún aguacero fuerte de los de por acá. E l agua desciende en grandes capas ó estratos, inun­dándolo todo, y los ríos salen de madre de­jando sepultados, á muchas yardas de profun­didad, terrenos que horas antes se hallaban completamente secos.

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¡Matar á ese perro maldito! ¡A la vfa con él!

Las últimas palabras del ingeniero fueron ahogadas por unas voces violentas, y amenaza­doras, procedentes del extremo anterior del ve­hículo que nos conducía.

Como impulsados por un resorte, nos pusi­mos de pie los pasajeros, dirigiendo con avidez las miradas al lugar del alboroto; y allí se ofreció á nuestra vista una escena de violencia que amenazaba tener sangriento desenlace: era la lucha desesperada de un mulato contra va­rios americanos que le golpeaban sin piedad

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44 .7. A 1 A T K 0 S

á los gritos de: «¡ canalla 1 » «¡ matarlo 1 » «[ á la vía con él!»

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Á TRAVÉS D E L ISTMO D E PANAMÁ 45

Aquello presentaba todas las trazas de un lynchamiento; y camino llevaba de realizarse á todo trance, si la intervención de un jefe mi­litar no hubiera detenido á los ejecutores ame­nazándoles con la prisión. La víctima fué sa­cada maltrecha y ensangrentada á la platafor­ma, donde quedó bajo la vigilancia de un em­pleado del tren con instrucciones especiales. I Qué había ocurrido ?

La relación del caso, tal como nos fué hecha por un mister, de aspecto bonachón, que ocu­paba el asiento inmediato, y que, según nos dijo, había seguido en todos sus detalles el desarrollo del suceso, es la siguiente:

Venía en las primeras filas del carro un grupo algo sospechoso de girls (muchachas), de­partiendo en alegre y ruidosa charla con varios jóvenes. Sus gritos y risotadas habían motiva­do la protesta de algún pasajero; pero la ma­yoría no d io importancia al incidente, consi­derando aquellos desahogos como expansiones inofensivas de gente de buen humor. Llegó un momento, en que la buena armonía de los regocijados bullangueros tropezó con el en­fado de una de las participantes en la fiesta, debido á cierta frase mortificante de que fué objeto por parte de sus compañeros. La ofen-

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dida se retiró entonces al asiento del lado opues­to, donde se hallaba, solo, el mulato, enteramen­te ajeno á las bromas de sus vecinos. Este he­cho fué el principio de una serie de burlas alu­sivas á la compañía del moreno, y dirigidas con­tra el último de un modo especial. Herido el mulato en su amor propio, y dejándose arre­batar de la cólera, contestó á sus enemigos lanzándoles una rociada de bajos epítetos, sa­cados del vocabulario usado en los peores ba­rrios de Nueva York. Tales destemplanzas, sin embargo, sólo sirvieron para excitar más y más la hilaridad de los del bando opuesto, que le devolvieron con creces los dicterios re­cibidos. Así continuó por algún tiempo el ti­roteo de insultos, hasta que por fin el hombre de color, comprendiendo que en aquella lucha le tocaba llevar la peor parte, resolvió guar­dar silencio; y, volviendo la espalda á los pro­vocadores se puso á mirar tranquilamente por la ventanilla 'del carruaje. E n esta actitud se mantuvo largo tiempo, fingiendo no parar mien­tes en la algazara de sus vecinos, que acabaron por dejarle en paz. Restablecida la calma, y cuando nada indicaba que hubieran de reanu­darse las hostilidades, el despechado mulato se volvió repentinamente hacia la joven que

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iba en el asiento fronterizo, y la escupió en el rostro, colmándola de brutales insultos y amenazas. Levantóse entonces la muchacha,, y dirigiéndose á los pasajeros que ocupaban los asientos inmediatos, compatriotas suyos la mayor parte, les dijo en tono de airada queja: — See, gentlemen; that filthy beast derode my fa­ce, and now is insulting and threatening me^ (Vean, caballeros, esa repugnante bestia me ha escupido en el rostro, y ahora me insulta y amenaza).— Oír estas palabras los circunstan­tes y lanzarse contra el acusado con los puños. en alto, y dando gritos de: KM the acursed dogl Down with him! (¡Matar á ese perro mal­dito ! ¡ Abajo con él 1 ) , fué todo obra de un mo­mento.

E l pobre diablo trató en vano de defenderse contra aquella verdadera lluvia de golpes, dis­parados por brazos vigorosos, que acabaron por derribarle, dejándole sin sentido; y Dios, sabe cuál habría sido su suerte, de no haberse interpuesto el oficial, y logrado arrancarle deL furor de sus enemigos.

— All right! (¡Perfectamente!), dijo Edward, cuando el viajero hubo terminado. Esta gente de color es en todas partes la misma, y hay que tenerla á raya con duros escarmientos. E n

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los Estados Unidos se registran á diario casos •de robos y asaltos á mujeres, perpetrados ca­si siempre por negros. Así se explica que el pueblo siga mostrándose partidario de la ley de Lynch, á pesar de haber sido suprimida liace años.

— Pues espectáculos como el que hemos pre­senciado, repliqué, dicen poco en favor de la •cultura de un país.

— ¿ Qué es eso de la cultura ?, replicó viva­mente el ingeniero, algo molestado por mi ob­servación. Ustedes, los europeos, no sueltan de la boca la palabra, pretendiendo gozar el privilegio exclusivo de su significación. Mejor fuera que, en vez de motejar de incultos á los demás, no abusasen tanto del término, hacién­dole servir de cómplice y encubridor de innu­merables miserias.

Este exabrupto de Mr. Edward me obligaba á entrar en una discusión enojosa, que yo venía procurando evitar desde el principio de mi con­ferencia. Todavía vacilé algunos momentos, an­tes de decidirme á responder:

— Pues, amigo mío, si me dan á escoger en­tre la cultura que rechaza ú oculta lo repug­nante, y la barbarie que exhibe cínicamente vergüenzas de todos los géneros, me quedo

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A TRAVÉS DEL ISTMO D E PANAMÁ 49

con la primera. Por lo demás, puedo invocar en mi favor la opinión de la clase ilustrada de los Estados Unidos, que califica de indigno de una nación civilizada el hecho de autorizar al pueblo á que se tome la justicia por su mano, sancionando procedimientos tan brutales y ab­surdos, como los empleados con el mulato.

E l pasajero que nos había referido los por­menores del suceso, terció entonces en la dis­cusión, manifestando su asentimiento á mis afir­maciones con estas palabras:

— That's trae; thaVs trae. (Así es; así es).

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50 J . MATEOS

Fuera por esta circunstancia, ó porque Mis-ter Edward comprendiera que en mi ánimo no-había entrado la intención de mortificar su ame­ricanismo, el hecho es que cambió de actitud y de tono al contestar:

— Se equivocan ustedes, si me toman por un partidario de la ley de Lynch; pero mantengo incólumes mis afirmaciones sobre el apasiona­miento con que son juzgadas en Europa algu­nas costumbres americanas. E l hecho mismo-que acabamos de presenciar, ha sido errónea­mente interpretado por los que, como usted,, no conocen á fondo los sentimientos y carác­ter de mi nación. Entre nosotros, señor mío, la mujer goza de amplísima libertad para viajar sola por todas partes, yendo adonde sus nece­sidades ó sus caprichos quieran llevarla. La pro­clamación de ese derecho y el amparo de su ejercicio constituyen para el pueblo america­no una especie de culto; algo sagrado que afecta á su peculiar manera de ser; algo que le interesa tan hondamente como no puede com­prender quienquiera que no se haya formado-en el ambiente de nuestras instituciones. De aquí el respeto inviolable que inspira la mujer en lugares del dominio público: el templo ó la calle, el tranvía ó el ferrocarril; respeto in-

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filtrado de tal modo en el sentimiento nacio­nal, que no hay americano de raza, aun en las regiones más desmoralizadas de los Esta­dos Unidos, que no se crea en la obligación de derribar de un puñetazo, ó matar de un tiro, al insolente que se atreva á contravenir á ese sagrado estatuto de nuestras costumbres. De haber tenido ustedes en cuenta los anteceden­tes que acabo de exponer, el concepto que les habría merecido la conducta de mis compatrio­tas con el mulato, hubiera sido bien distinto.

— Pero permítame usted, objeté yo, que le dirija una pregunta. ¿ Es que en los Estados Unidos la autoridad no dispone de los medios necesarios para hacer respetar el derecho de todos los ciudadanos ? ¿ Es que, por fuerza, el pueblo ha de ser el encargado de administrar justicia en cuestiones de orden público?

— No, that's not the case (No, no es eso). Us­ted no ha comprendido bien mi idea. Las gran­des ciudades de los Estados Unidos nada tie­nen que envidiar á Londres ni París, en cuan­to á la organización y calidad de sus polishmen. Nuestros tribunales, menos formalistas que los europeos, son, por lo mismo, de mayor eficacia. Mas la participación que cabe á todos los ciu­dadanos en secundar la acción de los funcio-

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narios de justicia se entiende en la República Norteamericana de distinto modo que en Eu­ropa. Y, tratándose de casos como el presente, el pueblo no vacila jamás en ejecutar, por sí mismo, el castigo del delincuente. Yo también voy á permitirme preguntar á usted: ¿cómo se procede en las ciudades más cultas del Viejo Mundo contra los insultos, amenazas ó ataques, de que puede ser víctima, en plena calle, una señora de cierta categoría?... Supongo que los circunstantes presenciarán impasibles la esce­na, ó que, á lo sumo, acudirán á solicitar el auxilio del agente de orden público más pró­ximo : ¿no es eso?

— Ni lo uno ni lo otro, contesté, y algo de ambas cosas.

— Expliqúese usted, insistió el americano. — Quiero decir, añadí, que los circunstantes

intervendrían desde el primer momento para evitar la continuación del cobarde y afrentoso atentado, y entregarían al autor del mismo á los agentes de la justicia. Bien pudiera ocu­rrir, sin embargo, que siendo la ofendida per­sona de distinción, cualquier caballero hiciera inmediatamente en el ofensor el debido escar­miento.

— Ha! Ha!, exclamó mi contrincante con aire

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A TEAVÉS DEL ISTMO D E PANAMÁ 53.

de triunfo. Y a salieron á relucir las preocupa­ciones antiguas y caducas de las distinciones sociales. Pues bien, amigo mío, figúrese usted que entre nosotros todas las mujeres son se­ñoras de distinción, y todos los hombres somos cumplidos caballeros.

Y Mister Edward dedicó á esta ocurrencia la más sonora de sus carcajadas.

— Hombre, le repliqué, deseando poner tér­mino á la disputa, por mi parte me lo figura­ría de buena gana, con tal que por la suya refrenase usted sus ímpetus de antieuropeísmo. No comprendo, ciertamente, esa manía de re­bajar las cosas de Europa, cuando ella encie­rra todavía para ustedes tanto bueno que apren­der é imitar.

— ¡ Aprender é imitar! Poor Europeans ! (¡ Po­bres europeos!). ¡ Aprenderemos de ellos á ser derrotados por los japoneses, ó á declararse im­potentes ante proyectos como este del canal de Panamá!

— Vamos despacio, amigo Edward. Por lo pronto convendrá usted conmigo en que la de­rrota de Rusia no significa la de todas las na­ciones europeas, ni colectiva ni individualmente consideradas. Esa derrota, bien explicable por la crítica situación interna del imperio ruso, y la

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desigualdad de condiciones, establecida entre los beligerantes á consecuencia de la diferente distancia que los separaba del terreno de la lucha, no autoriza á creer que lo mismo habría ocurrido con cualquiera otra potencia, por ejem­plo, con Inglaterra. Además, el poder militar del Japón no debe ser cosa tan despreciable, cuando el mismo Roosvelt no se ha desdeña­do de ofrecerle solemne testimonio de desagra­vio por la conducta últimamente observada con los niños japoneses en California.

— Conducta, repuso con energía Edward, que soy el primero en reprobar. Roosvelt no ha hecho más que cumplir con lo que exigían la humanidad y la justicia. No se me oculta que este proceder ha sido calificado de política ti­morata, aludiendo al supuesto temor que el Ja­pón nos inspira. Pues bien: sepa usted que los Estados Unidos se hallan hoy en condiciones de hacer suya la célebre frase del Emperador Alemán: «No temen más que á Dios». Si el Imperio del Sol Naciente quiere lanzarse á la peligrosa aventura de atacarnos en las Islas Filipinas y en las costas del Pacífico, hágalo desde mañana. Tenemos descontado lo que podrá ocurrir en el primer momento; y sabemos

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Á TBAVES DEL ISTMO D E PANAMÁ 55

•que el segundo nos resarciría con creces de los quebrantos anteriores.

— Eso mismo se creía de Rusia; y sin em­bargo...

— Me extraña sobremanera, interrumpió el ingeniero, que habiendo vivido usted en mi nación, y podido apreciar por sí mismo las ener­gías, y recursos inagotables, de que dispone, y •el sentimiento patriótico que alienta en todos sus hijos, se atreva usted á insinuar siquiera la comparación con ese gastado y moribundo organismo social que se llama el Imperio Mos­covita. Me figuraba que tuviese usted otra idea de los Estados Unidos, de su riqueza, de su or­ganización y poder militar y naval. Hay quien piensa que, por carecer de ejército regular nu­meroso, valdríamos poco en la defensa del pro­pio territorio ó en la conquista del ajeno. ¡ Co­mo si la campaña de la independencia y la sangrienta y prolongada guerra civil antiescla­vista no fueran pruebas suficientes de cómo sabe luchar el pueblo americano! Y ¿ no le di­cen á usted nada tampoco las recientes derro­tas de los españoles?

— Oh I sí, me dicen, repuse, que la superio­ridad indiscutible de la armada con que con­taban los Estados Unidos hacía imposible pa-

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ra España la lucha por mar; y, en cuanto á la campaña de tierra, las negociaciones de paz; se anticiparon á su desarrollo. Yo, con per­dón de usted, me habría avergonzado de invo­car un argumento de tan escaso valor.

— Pero no es así como se expresaba la opi­nión pública en España, poco antes de decla­rarse la guerra.

— Mejor será, si á usted le parece, que no tratemos este punto. Hay en la guerra hispa-no-americana circunstancias, que si hacen men­guado favor á nuestro patriotismo, rebajan más todavía el mérito del triunfo conseguido por ustedes.

— No insistiré, ya que hay en ello, al pare­cer, motivo de molestia. Pero, convénzase us­ted, amigo, de que más que en el caso de re­cibir lecciones de europeos ó asiáticos, nos ha­llamos en el de darlas á unos y á otros; más que en el de seguir las huellas de nadie, pode­mos señalarles á todos el camino de la prospe­ridad y del progreso. Y si no, vea usted los nuevos rumbos que abriremos al comercio, cuan­do hayamos terminado la construcción de la importante vía interoceánica, que se llamará: el Canal de Panamá.