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De re bibliographica. Menéndez Pelayo y su Biblioteca

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En recuerdo de Manuel Revuelta SañudoDirector de la Biblioteca de Menéndez Pelayo

(1976-1994)

De re bibliographica. Menéndez Pelayo y su Biblioteca

6

En recuerdo de Manuel Revuelta SañudoDirector de la Biblioteca de Menéndez Pelayo

(1976-1994)

Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey Sayagués, editores

Santander, Biblioteca de Menéndez Pelayo, 2007

Publicaciones de la Biblioteca de Menéndez Pelayo(De re bibliographica. Menéndez Pelayo y su Biblioteca, 6)

© de la edición: Biblioteca de Menéndez Pelayo (Ayuntamiento de Santander)© de los textos: los autores

Edita: Ayuntamiento de SantanderImprime: Todoprint Digital

D.L.: SA-1018-2007

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ÍNDICE

Artículos

Anthony CLARKE. Un recuerdo de Manuel Revuelta 8

Mario CRESPO LÓPEZ. Manuel Revuelta Sañudo 9

Demetrio ESTÉBANEZ CALDERÓN. Un eficientepromotor de la cultura en Cantabria 10

Rosa FERNÁNDEZ LERA y Andrés del REY SAYAGUÉS.Manuel Revuelta, director de la Biblioteca deMenéndez Pelayo (1976-1994) 12

Salvador GARCÍA CASTAÑEDA. En memoriade Manuel Revuelta 15

Ciriaco MORÓN ARROYO. Presencia de Manuel Revuelta 17

Antonio SANTOVEÑA. Un menendezpelayista cabal 19

Germán VEGA GARCÍA-LUENGOS.Manuel Revuelta en la memoria 22

Palabras de su último acto como director de laBiblioteca de Menéndez Pelayo y recuerdo dela despedida de los funcionarios 24

Biobibliografía 28

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Este número de De re bibliographica es un sencillo homenaje a la memoria de don Manuel Revuelta Sañudo, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo durante los años 1976-1994, que falleció inesperadamente el pasado 30 de julio.

Recoge una serie de artículos espontáneos de amigos y colaboradores que en principio iban dirigidos a la prensa local pero que por su número y extensión finalmente no fue posible su publicación.

Manuel Revuelta en su despacho (1981)

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UN RECUERDO DE MANUEL REVUELTA

Hace casi cincuenta años el entonces Director de la Biblioteca Menéndez Pela-yo, D. Ignacio Aguilera, me acogió en su reino. Andando los años me facilitó la entrada en los ámbitos culturales de Santander y fue de su mano que conocí a Dona María Fernanda, Gerardo Diego y otras personas del Atenas del Norte.

Con el paso de los años aprendí que no todos los Directores de Biblioteca son como Don Ignacio, y que se admiten otras cualidades que el don de gentes y cómodo trato con los grandes de la crítica que le caracterizaban. No sería fácil imaginar un contraste más abrupto con D. Manuel, y sin embargo el enfoque práctico, positivo y efi-caz que instituyó éste compensaba con creces la falta de la capacidad inspiradora que transmitía D. Ignacio, y a todo esto se mantuvo y hasta mejoró el trabajo fundamental de la Biblioteca, con respecto a la publicación del Boletín y de otras publicaciones y catálogos en colaboración con la Sociedad Menéndez Pelayo.

Nunca llegué a tratar íntimamente a D. Manuel, como pasó con D. Ignacio, pero quiero recordar aquí una circunstancia que para mí define al hombre. Después de su ataque al corazón y reincorporado él a la Biblioteca hablamos varias veces de dieta y régimen de ejercicio. (Él sabía que yo me interesaba por esos temas). Me confió que se había sometido a una dieta de, entre otras cosas, aceite virgen de oliva, yogur búlgaro y pan integral. En cuanto al régimen de ejercicio, andar mucho, y por la playa preferentemente. Desde luego, lo aprobé todo. D. Manuel siguió resueltamente ese objetivo y logró tener un veranillo de San Martín en el trabajo de la Biblioteca y un retiro provechoso y positivo en muchos sentidos. Esa misma resolución, ese enfoque y ese sentido de las prioridades eran emblemáticos también de su dirección de la Bi-blioteca. Ni D. Ignacio ni el propio D. Marcelino se hubieran sometido a ese régimen. De todo hay en la viña del Señor...

Anthony Clarke(Hispanista inglés y especialista en la obra de Pereda)

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MANUEL REVUELTA SAÑUDO

El final de julio nos ha traído la triste e inesperada noticia del fallecimiento de Manuel Revuelta Sañudo, ex-director y director honorario de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Tenía 78 años, estaba casado con Susana Sagastizábal y de su matrimonio na-cieron cuatro hijos. Nació Manuel Revuelta en Madrid el 12 de julio de 1929. A los dos años le llevaron al lugar originario de sus padres, La Cueva de Castañeda.

Ingresó en el Seminario de Monte Corbán y prosiguió sus estudios eclesiásti-cos en la Universidad Gregoriana de Roma, donde se licenció en Teología y Ciencias Bíblicas en 1956. Años más tarde, en 1969, se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona.

Dejó una escogida producción teológica: de sus estudios bíblicos destacan la traducción e investigaciones de varios libros del Antiguo Testamento. Secularizado, fue director del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas. Dirigió la Biblioteca de Menéndez Pelayo entre 1979 y 1994 (ocupó la plaza interinamente entre 1976 y 1979). Con motivo de su jubilación, un número del Boletín de la Biblioteca se le brindó en merecido homenaje.

A Manuel Revuelta Sañudo debemos la edición del Epistolario de Menéndez Pelayo en 23 volúmenes y la coordinación del Catálogo–inventario de los manuscritos y papeles de la Biblioteca, continuación del que realizara Miguel Artigas. Numerosas actuaciones y trabajos sobre la Biblioteca y su creador fueron realizados por Revuelta, varios en colaboración con Rosa Fernández y Andrés del Rey. Revuelta publicó una guía de la Biblioteca (1983) e impulsó desde 1981 los Coloquios Internacionales de Literatura y Pensamiento Hispánicos.

Participó en numerosos foros y encuentros intelectuales y fue secretario del seminario que la UIMP dedicó en 1983 a José María de Cossío. Santander y sus ins-tituciones culturales, incluida la Universidad Internacional, deben un reconocimiento público a Manuel Revuelta Sañudo.

Por mi parte, valgan estas pobres palabras como recuerdo de la persona que nos ha dejado.

Mario Crespo López(Profesor de Lengua y Literatura) Publicado en Alerta 3-VIII-2007

10

UN EFICIENTE PROMOTOR DE LA CULTURA EN CANTABRIA

Mi primer encuentro con don Manuel Revuelta fue en 1979, cuando acababa de ser nombrado director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Vine a entregarle un trabajo para el Boletín sobre una obra de Galdós, autor al que yo estaba dedicando el trabajo de tesis doctoral, lo que motivó visitas frecuentes a la biblioteca para consultar sus fondos. Acostumbrado al servicio (entonces deficiente y hoy impecable) de la Bi-blioteca Nacional, me llevé una grata sorpresa ante la amable acogida del Director y la atención rápida y eficaz de los Ayudantes Técnicos, que no escatimaban esfuerzo para que los investigadores pudieran llevar a cabo su trabajo en las mejores condiciones. En una de esas visitas pude charlar ampliamente con don Manuel (tenía ya referencias so-bre él de antiguos alumnos, que elogiaban sus clases de estudios bíblicos y su dominio de lenguas clásicas) y entablar una relación amistosa, basada en buena medida en el hecho de coincidir ambos en una trayectoria similar desde el punto de vista intelectual, académico y religioso. En este último aspecto, sentí admiración por quien, coherente con sus propias convicciones, había sido capaz de tomar una decisión que en su mo-mento fue pionera y que en el contexto eclesial de aquella sociedad conservadora de los años sesenta implicaba un testimonio de valor, transparencia y dignidad moral (Ho-nest to God, título del conocido libro de J. A. T. Robinson entonces en boga, podría apli-carse justamente a su conducta) que merecía todo mi respeto y simpatía. Tuve ocasión de encontrarle de nuevo en los Coloquios Internacionales de Literatura y Pensamiento hispánicos que él organizó, asesorado por el profesor Morón Arroyo: el primero, cele-brado en 1981 y dedicado a “La literatura y pensamiento españoles en la época de la Restauración”, fue un verdadero éxito, ya que a él acudieron más de ochenta especia-listas en la obra de Galdós, Pereda y Menéndez Pelayo, llegados de diferentes países. Quienes participamos como ponentes pudimos constatar la magnífica organización de las jornadas, así como la puntual publicación de las actas y envío de separatas, lo que evidenciaba la calidad de gestión de don Manuel y su equipo. Esta buena gestión pudo constatarse en posteriores coloquios sobre Menéndez Pelayo (1982), “El erasmismo en España” (1985), fray Luis de León (1987) y Pedro Salinas (1991), al que asistí íntegra-mente y en el que intervenían dos profesores amigos de la Universidad de Vanderbilt, John Crispin y F. Ruiz Ramón, que me manifestaron su satisfacción por la cálida acogi-da y atención de que fueron objeto durante su estancia y por la perfecta planificación y desarrollo del coloquio. En 1987 don Manuel me propuso colaborar como miembro del Consejo Editorial del Boletín en el asesoramiento sobre los trabajos que se enviaran a la Dirección para ser publicados, en concreto, los referidos a la obra de Galdós. De acuerdo con unas pautas convenidas sobre el valor y originalidad de las aportaciones, le fui enviando el estudio requerido sobre los trabajos que me remitió, envíos a los que él respondía con puntualidad agradeciendo el servicio y comunicando la decisión que

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juzgaba pertinente. Imagino que esta forma de actuar sería recurrente en aquellas materias en las que juzgara preciso el asesoramiento de especialistas, lo que explicaría el alto nivel científico que mantuvo el BBMP durante la etapa de su dirección, nivel que, felizmente, se ha recuperado en los dos últimos números, en consonancia con lo que había sido la trayectoria del Boletín desde su fundación y que motivó su gran prestigio internacional. Esta competencia y responsabilidad profesional de don Manuel se extendió a otras empresas que, como director de la BMP, inició, impulsó o conti-nuó, entre las que sobresale la publicación de los veintitrés volúmenes del Epistolario de Menéndez Pelayo, que supuso una ardua y complicada tarea de lectura, selección crítica, trascripción y ordenación de material y puesta a punto para su edición, tarea llevada a cabo con la colaboración ejemplar y de plena solvencia de sus dos Ayudantes Técnicos: doña Rosa Fernández Lera y don Andrés del Rey Sayagués. Con la culmina-ción de esta obra ingente, se hacía realidad una aspiración largamente sentida por los directores anteriores, convencidos de la necesidad de llevar a cabo dicha empresa, la cual hubiera podido justificar, ya por sí sola, el digno desempeño de toda una etapa directiva. Añádase a estos logros la atención que don Manuel prestó al desarrollo de la cultura en Cantabria como responsable de la Biblioteca Municipal de Santander (en la que impulsó el catálogo sistemático de materias) y como director del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas Públicas (creó nuevas sedes en Laredo, San Vicente de la Barquera, Selaya, etc., e inauguró el servicio de Bibliotecas móviles en la provincia), y el lector compartirá nuestro sentimiento de admiración y gratitud a quien, con razón, merece el título que encabeza este escrito de homenaje en su memoria.

Demetrio Estébanez Calderón

(Catedrático de Literatura Española e investigador)

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MANUEL REVUELTA, DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA DE MENÉNDEZ PELAYO (1976-1994)

Don Manuel Revuelta Sañudo, por sus incontestables méritos, fue nombrado

director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo tras la jubilación de su predecesor en noviembre de 1976.

Inmediatamente puso manos a la obra y como bibliotecario, Facultativo de Ar-chivos, Bibliotecas y Museos, tras una rápida y competente evaluación, se percató de las graves deficiencias que presentaba el Centro que iba a dirigir y gestionar.

Lo primero que hizo fue promover, en el Ayuntamiento de Santander, la creación de las dos primeras plazas de bibliotecarios municipales para que la Biblioteca de Me-néndez Pelayo, además de una dirección especializada, contara con personal experto para las demás tareas. Como en la Universidad aún no existía la carrera de Biblioteco-nomía y Documentación su propuesta fue que se convocara un concurso-oposición en que la Licenciatura en Filosofía y Letras (Sección Historia o Literatura) fuera el mayor mérito y el amplio temario, en el que figuraban temas específicos sobre Menéndez Pelayo y su Biblioteca, se concibió, como en el Estado, para que sirviera de título habi-litador específico para dicho centro. Esto que hoy es obvio no lo era hace treinta años en que se consideraba que al que le gustaban los libros, o disfrutaba leyendo, era la persona adecuada para trabajar en una biblioteca que no fuera estatal. Fue un pionero y por ello estas plazas (1977) fueron las primeras de la Autonomía de Cantabria y de las primeras de España después de las de Cataluña y algunas de Madrid.

A pesar de los esfuerzos de los anteriores directores, no siempre respaldados por los presupuestos, se encontró con un edificio y unos fondos muy deteriorados.

Ante una activa plaga de parásitos se puso de inmediato en contacto con el Centro Nacional de Conservación y Restauración en Madrid donde le facilitaron los productos necesarios y le indicaron las pautas a seguir. Organizó una campaña exhaus-tiva e integral de forma que paulatinamente se iban desinsectando el mobiliario y los fondos con una minuciosidad extrema. Un día, cuando con la impaciencia de nuestros veinticinco años, repasando con él estante por estante y hoja por hoja, le comentamos que el avance era muy lento y nos sentíamos poco eficaces nos dijo: no se preocupen (entonces todavía no nos tuteaba) nosotros, los bibliotecarios de fondo antiguo, somos como los monjes de los escritorios medievales, trabajamos incansablemente pero no aspiramos a la satisfacción del trabajo terminado, trabajamos para el cielo.

Además de este ingente trabajo acometió la restauración del techo de la Sala de Lectura, cuya vidriera y escayola amenazaban ruina y la reparación total del tejado que, al estar en malísimas condiciones, ocasionaba abundantes goteras por las que estanban perjudicados gran número de libros que hubo que secar adecuadamente y

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proceder a su posterior restauración, también en el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Madrid, y gracias a sus gestiones, sin ningún costo para el erario municipal.

Dispuso lo necesario para que se hiciera la nueva instalación de la calefacción, pues de la que había existido sólo quedaban de testigos los viejos radiadores de hie-rro fundido que aún perviven. Solicitó, y consiguió, que la instalación de luz que era muy endeble con peligrosos y constantes cortacircuitos, fuera sustituida por otra que en aquellos momentos reunía todas las garantías que marcaban los reglamentos. Se limpiaron y restauraron las lámparas y adornos de bronce, las tapicerías y cortinas, las vitrinas y los muebles. Se trató la fachada atacada por el mal de la piedra. Se movió la biblioteca completa unas cuatro veces para que los fondos no sufriesen deterioro pero mantuvo siempre el servicio abierto y lo organizó de forma que nunca afectara a las demandas del público.

Los legados de papeles, epistolarios y numerosas revistas aún estaban almace-nadas en el sótano en precarias condiciones lo que originaba que muchas de la cosas de las que se sabía tenía don Marcelino venían dándose por perdidas. Igual pasaba con lo correspondiente al archivo administrativo. También acometió esta tarea. Todo quedó perfectamente clasificado y catalogado, ordenado, y en su caso encuadernado, y, de lo que se creyó necesario, se hicieron publicaciones como la del Cátalogo-inven-tario de manuscritos y papeles, para ponerlo en conocimiento de los investigadores.

Sustituyó las antiguas máquinas de escribir de hierro por unas potentes y en-tonces modernísimas máquinas electrónicas y mandó instalar la primera fotocopiadora del mercado adaptada para libros y documentos. Esto permitió el que la Biblioteca pudiera remitir, ya a finales de 1977, parte de sus cédulas catalográficas, muy rápida-mente para los tiempos en que no se conocía el ordenador, a la Biblioteca Nacional y así colaborar con el primer proyecto de Catálogo Colectivo.

En definitiva, se encontró con una Biblioteca de Menéndez Pelayo muy veni-da a menos en su aspecto, orden y conservación y, durante el periodo de su dirección, tras promover el expediente para su declaración de Monumento Artístico Nacional (1982), la dejó transformada en el bello y esplendoroso edificio antiguo que había sido en anteriores momentos, tal como hoy la contemplamos, con todos los fondos cuidados e identificados y con un servicio al público moderno y eficaz.

Supo, en todo momento, poner de manifiesto la espléndida labor de sus pre-decesores en el cargo, cargo al que se entregó con gran dedicación y que nunca utilizó para el bombo personal.

Hemos elegido fijarnos en estos importantísimos aspectos de su dirección porque nada de ello aparecerá nunca en su amplio, y sobre todo importante currículo, como aparecen sus brillantes oposiciones, el Epistolario de Menéndez Pelayo, los Coloquios Internacionales, o sus otras muchas y prestigiosas publicaciones. Tampoco

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apareció reflejado en el número extraordinario que se elaboró para su homenaje del Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo que, siendo también su director, tanto cuidó y encumbró.

A lo largo de diecisiete años tuvimos el privilegio de trabajar con él en es-trecha colaboración. Fue un jefe difícil (sobre todo al principio) y exigente siempre. Mantuvimos discrepancias que no afectaron a la relación. Fue bueno y leal. También un amigo hasta el día de su muerte.

Cuando le llegó el momento de jubilarse, en 1994, en su discurso de des-pedida, evocó acertadamente las frases del Apóstol san Pablo: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe”. Nosotros nos permitimos añadir que cumplió generosamente el lema de los bibliotecarios: “...sic vos, non vobis”, el “así [debéis hacer] vosotros, no para vosotros” que hace referencia al trabajo incansable y desinteresado de las abejas.

Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey Sayagués (Biblioteca de Menéndez Pelayo)

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EN MEMORIA DE MANUEL REVUELTA

Desde mis primeros tiempos de estudiante, la Biblioteca de Menéndez

Pelayo fue para mí una segunda casa en la que transcurrieron innumerables

tardes de estudio en el Santander invernizo y lluvioso de mi juventud. Allí co-

nocí a don Ignacio Aguilera, cuya bondad y simpatía recuerdo siempre. Murió

cuando yo estaba fuera de España y no conocí a don Manuel Revuelta hasta

algunos años después.

De manera insensible pero constante, la relación entre Manolo Revuelta y yo

llegó a convertirse en verdadera amistad. Una ocasión temprana fue el encuentro en

Venecia en el verano de 1980 en el Congreso de Hispanistas celebrado allí, del que

guardo tan gratas memorias.

En los veranos y en otras visitas mías a Santander solíamos vernos con

frecuencia en su despacho, donde hablábamos de libros y de proyectos para el

futuro. La primera impresión que daba Revuelta era la de un hombre resuelto

y veraz, de pocas palabras. Luego se iban descubriendo en él aspectos inaten-

didos como su labor creativa (conservo con cariño el ejemplar que me dedicó

de su Lamento por un cura casado). Aparte de esto Manolo, que era hombre

de gran memoria, podía recitar de corrido obras enteras de nuestro teatro

clásico, así como El Tenorio y La venganza de don Mendo, lo que hacía de vez

en cuando para los amigos con gran gusto y bis cómica.

Como es sabido, la formación de Revuelta había sido filosófica y teológica y

cuando llegó a dirigir la Biblioteca se encargó por ello también de la dirección del Bo-

letín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo que, como sabemos, es una de las revistas

de estudios literarios más prestigiosas del mundo hispánico. Aunque la mayoría de los

artículos publicados allí eran de temas ajenos a su formación, Revuelta supo hacer

frente a aquella situación dejándose llevar de sus amplios conocimientos literarios, de

su buen gusto y del consejo de amigos fieles que desde diversos lugares del mundo le

enviaban evaluaciones, artículos y reseñas.

El Boletín alcanzó entonces una gran época y su director con el equipo

formado por él, Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey Sayagués, decidió aco-

meter la ingente tarea de la publicación del Epistolario completo de Menéndez

Pelayo.

No es necesario dar aquí la bibliografía de sus publicaciones ni des-

tacar la altura de los Coloquios Internacionales de Literatura y Pensamiento

Hispánicos organizados por él pues esta bio-bibliografía se ha dado a conocer

anteriormente.

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Aquí sólo quiero rendir homenaje y recuerdo a un hombre sincero y cabal, a

un amigo verdadero y a un estudioso cuya labor en pro de las letras entre nosotros ha

dejado una huella tan sólida como duradera.

Salvador García Castañeda(The Ohio State University, USA)

Primer Coloquio Internacional de Literatura y Pensamiento hispánicos (1981)

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PRESENCIA DE MANUEL REVUELTA

Querido Manolo, todavía no estás en el recuerdo, sino muy presente,

y me suena tu voz cuando me repetías: “yo no soy un intelectual; todo lo

más, trato de ser un buen gestor, como director de la Biblioteca”. El primer

rasgo de la vida y obra de Manuel Revuelta fue la modestia. Era un intelectual

extraordinariamente dotado y formado. Se había distinguido como estudioso

de teología y lenguas semíticas en Roma, y tenía una envidiable formación

profesional como historiador.

En mi relación con él, trabajó sin ocuparse del reconocimiento exterior.

Nos conocimos en 1980 en un Congreso de Hispanismo celebrado en Venecia.

En la conversación, apreció mis conocimientos sobre Menéndez Pelayo y sobre

la historia del pensamiento español de principios del siglo XX, y me invitó a

colaborar en su proyecto como nuevo director de la Biblioteca. Su idea era

convertir lo que podía ser un depósito del pasado y un centro de elegantes

reuniones burguesas, en el vivero de vida intelectual que deseó Menéndez

Pelayo. Con ese motivo planeamos enseguida varios congresos y cursos en

colaboración con la Universidad Internacional; en todos quería nombrarme a

mí director, quedándose él como secretario. Sólo aceptó el título de director

de los cursos cuando insistí en que estaba obligado a hacerlo, por su puesto

oficial en la gran institución de Santander.

Todos los directores de la Biblioteca de Menéndez Pelayo habían dejado

un legado valioso: el Boletín, las Obras completas y ciclos de conferencias.

Revuelta no fue un simple gestor de la herencia recibida; nos ha legado los

23 tomos del Epistolario, extraordinaria contribución a la historia intelectual

de España entre los siglos XIX y XX. En esos volúmenes podemos ver cómo

nace (reconociendo que en historia todo nacimiento tiene precursores) y se

desarrolla el hispanismo internacional en torno al sabio cántabro. Además,

Revuelta se encontró con la imagen del Menéndez Pelayo nacional-católico, fi-

jada y estereotipada en el centenario de 1956—aunque también en ese año se

publicaron algunos trabajos excelentes. Él inició una serie de estudios sobre la

obra del pensador, destinados a descubrir su imagen auténtica y su virtualidad

para la vida intelectual del presente. Hoy los analistas de la educación uni-

versitaria anhelan “la unidad del conocimiento” y el enfoque interdisciplinario

que supere lo que llamó Ortega “la barbarie del especialismo”. Pues bien, será

difícil encontrar una realización mejor de ese ideal que la obra de Menéndez

Pelayo.

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“¡Qué solos se quedan los muertos”, dijo el poeta. Manolo, tu ausencia

nos ha dejado solos a los vivos. Pero, mirando a tu obra, ejemplo de modestia

y creación, en vez de llorar tu muerte, he preferido presentar algunos motivos

para celebrar tu vida.

Ciriaco Morón Arroyo

(Cornell University, USA)

Segundo Coloquio Internacional de Literatura y Pensamiento hispánicos (1985)

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UN MENENDEZPELAYISTA CABAL

El pasado 30 de julio ha fallecido en la Clínica Mompía quien fuera

director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo durante casi 18 años: Manuel

Revuelta Sañudo.

Aunque don Manuel (que es como, con respeto y admiración, le llamá-

bamos la mayoría de los que tuvimos la fortuna de conocerle) había dedicado

la primera etapa de su existencia a la realización de los estudios eclesiásticos

y, una vez concluidos éstos, a la enseñanza durante varios años en el semina-

rio de Monte Corbán (labor en la cual alcanzó un prestigio considerable), muy

entrada la década de los años 60 dio un giro a su vida, abandonando el sacer-

docio y, con él, las actividades de que se había ocupado hasta entonces.

Tras un período transitorio en el que hubo de afrontar dificultades de

índole muy variada a causa de la decisión que había tomado, en 1969 iba a re-

solver definitivamente su futuro profesional, ya que logró superar, nada menos

que con el número uno, las oposiciones de ingreso en el Cuerpo Facultativo

de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. De resultas de esta circunstancia,

tuvo prioridad a la hora de elegir destino, pudiendo acceder a la dirección del

Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas de Santander.

La trayectoria de este modo descrita iba a adquirir, a su vez, un nuevo

impulso en noviembre de 1976, cuando fue nombrado director provisional de

la Biblioteca de Menéndez Pelayo para cubrir la vacante que acababa de dejar

por jubilación el hasta entonces titular, Ignacio Aguilera Santiago. Este nom-

bramiento alcanzaría firmeza definitiva en abril de 1979, tras aprobar una se-

gunda oposición a la que hubo de someterse para conseguir la referida plaza

en propiedad, de acuerdo con las condiciones que había establecido antes de

su muerte el famoso polígrafo. A partir de ese momento, don Manuel Revuelta

orientó su actividad profesional en un doble sentido. De un lado, a atender

todo lo referente a la dinámica cotidiana del prestigioso establecimiento cul-

tural cuya gestión le había sido confiada, tarea que cumpliría con rigor y efi-

cacia. De otro, a desarrollar una labor complementaria de la anterior, pero no

por ello menos importante: la de auspiciar una revitalización de la figura, el

pensamiento y la obra de don Marcelino Menéndez Pelayo en un momento en

que éste parecía condenado al olvido más absoluto.

Y es que, consciente tanto de la enorme aportación que nuestro ilustre

paisano había realizado a lo largo de su existencia a diversos campos del sa-

ber como del uso y abuso de que el mismo había sido objeto después de su

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muerte por parte de ciertos sectores en beneficio de iniciativas que poco o

nada tenían que ver con la cultura, don Manuel Revuelta se propuso como un

reto prioritario crear las bases necesarias para hacer posible un mejor conoci-

miento de todo cuanto atañera a Menéndez Pelayo, y, de paso, un resurgir de

éste dentro de unos parámetros estrictamente culturales.

Tres fueron los ámbitos principales en que desplegó su actividad con tal

objeto. Primero, la mejora del Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo,

publicación periódica de carácter cultural que venía editándose desde 1918, y

a la que don Manuel Revuelta supo elevar con su trabajo y el asesoramiento

de los expertos de que se rodeó a los niveles más altos de prestigio que la

misma ha alcanzado en su dilatada historia, hasta el punto de ser considerada

durante esos años como una de las principales revistas del mundo en el terre-

no de la filología hispánica.

En segundo lugar, la preparación y ulterior publicación del Epistolario

de don Marcelino, es decir, el conjunto formado tanto por las cartas que éste

recibió como por aquéllas que han sido recuperadas de cuantas escribió. Se-

mejante tarea, que don Manuel Revuelta acometió con la colaboración de los

ayudantes técnicos de la Biblioteca (Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey

Sayagués), supuso la publicación de más de 15.300 misivas en un total de 23

volúmenes, que aparecieron entre 1982 y 1991 merced a la generosidad de la

Fundación Universitaria Española.

Por fin, y en cierto modo vinculada a los Coloquios Internacionales de

Literatura y Pensamiento Hispánicos que el propio don Manuel Revuelta ha-

bía puesto en marcha un año antes con la ayuda del profesor Ciriaco Morón

Arroyo, la organización de un seminario titulado “Menéndez Pelayo, hacia una

nueva imagen”. El mismo, que se desarrolló entre el 2 y el 6 de agosto de

1982 en la UIMP, tuvo como finalidad efectuar una primera revisión general de

cuanto se había escrito hasta entonces sobre don Marcelino para, a partir de

ella, impulsar la realización de estudios científicos en torno a las más diversas

facetas de éste.

La casualidad o, mejor dicho, la fatalidad ha querido que la semana

en que se cumplen exactamente 25 años de la celebración de ese curso tan

importante para el porvenir de los estudios menendezpelayistas nos hayamos

visto privados para siempre de la presencia, el magisterio y el estímulo cons-

tante de su artífice. Éste ha sido, sin duda, uno de los bibliotecarios que, con

su inteligencia y laboriosidad, más han facilitado el trabajo a los investigado-

res de la cultura española, en general, y de la figura de Menéndez Pelayo, en

particular. Descanse en paz don Manuel Revuelta Sañudo. Manuel Revuelta se

21

propuso como un reto prioritario crear las bases para hacer posible un mejor

conocimiento de todo cuanto atañera al pensamiento de Menéndez Pelayo.

Antonio Santoveña Setién

(Licenciado y Doctor en Historia)

Publicado en Alerta, 2-VIII y en El Diario Montañés 3-VIII-2007

22

MANUEL REVUELTA EN LA MEMORIA

No veré a Manuel Revuelta este verano ya triste. Y era el tiempo grato

de hacerlo desde que con su jubilación disminuyeran nuestros encuentros,

pero no el afecto fraguado en tantos momentos compartidos entre los libros

de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Los he evocado al escribir estas líneas

de emocionada memoria. Uno de los primeros en acudir ha sido el de aquella

mañana en que se acercó a mi mesa con el ordenador portátil que acababa

de comprar, cuando aún eran pocos los que se atrevían a poner la audaz

herramienta en sus vidas. Con el entusiasmo y la curiosidad de la verdadera

juventud, que no desdecía el encontrarse a pocos años de la jubilación, an-

helaba intercambiar experiencias y reflexiones sobre la máquina. Recuerdo la

peculiar manera con que su mente poderosa, formada con rigor en las disci-

plinas más antiguas, se enfrentaba a aquella novedad. La necesitaba porque

abrigaba ambiciosos planes para su ciclo de senectute, que pensaba dedicar a

la exégesis bíblica, campo en el que se sentía especialmente capacitado.

Lo era en muchos otros. Ahí está su impresionante hoja de servi-

cios como responsable durante tantos años del legado físico e intelectual de

Menéndez Pelayo. Cumplió su misión con exactitud encomiable, bien secun-

dado por Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey Sayagués. Impagable es su

monumental edición del Epistolario. Supo desde el principio que esa era la

principal aportación que le correspondía y la culminó de forma impecable para

memoria perpetua de la cultura española. Pero son más las facetas que deben

subrayarse de su labor al frente de la fundamental institución santanderina:

la dirección y revitalización del Boletín, una de las publicaciones más añejas

y prestigiosas en su género del panorama internacional; la organización de

reuniones científicas de una gran altura sobre periodos y figuras relevantes

de la literatura y el pensamiento españoles, cuyas actas constituyen hoy refe-

rencias bibliográficas obligatorias. Me cupo el honor de participar en algunas

de las tareas desarrolladas en aquellos años. En estos momentos me es es-

pecialmente grato recordar la coordinación, junto con Modesto Sanemeterio y

Ciriaco Morón, del libro de estudios sobre Menéndez Pelayo que la Sociedad

que lleva su nombre le dedicó como homenaje por su jubilación, y que se ha

erigido en uno de los hitos fundamentales de la bibliografía sobre la vida y la

obra del gran hombre de letras cántabro. Nada más justo que esta forma de

pervivir al lado de su admirado don Marcelino.

La limitación de estas líneas obliga a ser compendioso, por lo que

23

del conjunto de valores que le mantendrán vivo en mi mente ya para siempre

me limitaré a destacar un aspecto que hacía de él una persona cada vez más

extraordinaria en estos tiempos rápidos y mutables: Manuel Revuelta estaba

siempre donde tenía que estar y lo sabían todos los que le trataban. Y lo afir-

mo con referencia a los espacios físicos que le he conocido: la Biblioteca, a

la que sirvió con total entrega y lealtad, y su retiro jubiloso, activo y familiar.

Y aún lo digo con más fuerza por lo que hace a sus ideas y sentimientos: era

hombre de principios, sin atajos ni dobleces.

Manuel Revuelta llegó a este último verano colmado de frutos. Un

final feliz, pues, a pesar de la tristeza de no poder verle.

Germán Vega García-Luengos

(Catedrático de Literatura Española

de la Universidad de Valladolid)

Homenaje a Miguel Artigas y a Enrique Sánchez Reyes (18-XII-1987)

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PALABRAS DEL ÚLTIMO ACTO COMO DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA DE ME-

NÉNDEZ PELAYO (1994)

Evoqué las frases lapidarias que el Apóstol san Pablo, a punto ya de ser,

como él dice, «derramado en libación» por el martirio, escribía desde Roma a

su discípulo Timoteo para animarle a continuar fielmente la lucha por el Evan-

gelio: «He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado

la fe». Y glosando estas palabras, dije sin poder contener la emoción, más

o menos, porque no lo llevaba escrito, lo que deseaba que quedara grabado

también como la última voluntad.

“He combatido el buen combate. Los ingleses han titulado con esta

frase un himno que cantan: Fight the good fight; ellos, tan sobrios con el

artículo, han cuidado de no omitirlo aquí, como no lo omite san Pablo. El

Evangelio es la buena nueva y la buena causa y todo el que lucha por el Evan-

gelio combate no un buen combate, sino el buen combate, el único que vale

la pena. Yo he peleado el buen combate de la Biblioteca de Menéndez Pelayo.

Esta Biblioteca tiene un evangelio, una norma escrita, que es sagrada, que es

canónica y que debe ser cumplida y respetada con minuciosidad: ese Testa-

mento de su fundador, que fue dictado precisamente para regir sus destinos y

no para otra cosa. Cumpliendo la letra y el espíritu de este evangelio es como

se combate el buen combate; no se trata tanto de heroísmo o valía personal

como de seguir fielmente el camino trazado, no es mérito propio, sino de la

propia empresa, esta Biblioteca canonizada por ese testamento dignifica por

sí misma a todo el que trabaja en ella, por muy humilde e insignificante que

sea, porque trabajar en ella y por ella siguiendo esa norma es pelear el buen

combate de Menéndez Pelayo en la que, como él dijo, es la ‘única obra mía de

la que me encuentro medianamente satisfecho’.

He concluido mi carrera, frase que aquí se glosa por sí misma. San

Pablo sentía inminente la hora de su muerte, y yo tengo mi despedida a ocho

días vista. Pero con la obra que hoy presentamos tengo la impresión, ante ese

párrafo del testamento que he leído, como de haberla concluido doblemente,

con el broche con que se cierra y se sella el libro de una historia.

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He guardado la fe. Además de un evangelio que la ilumina y señala

su camino, esta Biblioteca tiene una tradición que, tomada casi de manos

de Menéndez Pelayo, han venido trasmitiendo sus sucesivos directores. Con

este catálogo que presentamos esta tarde hemos conectado directamente con

la tradición, por así decirlo ‘apostólica’, que inició el primer director Miguel

Artigas con su Catálogo de los manuscritos, pero también con la obra de sus

sucesores, ya que, como he recordado, aquí se percibe la huella de muchas

manos. Así que creo, y lo digo con la satisfacción del deber cumplido, que al

fin de mi carrera yo también he guardado la fe, el depósito sagrado del evan-

gelio y la tradición que se me había confiado.

San Pablo añadía su confianza en la recompensa que le esperaba, la

‘corona de justicia que me dará el juez justo’. Él creía en un juez justo. Yo

no me atrevo a añadir nada. Más bien, volviendo otra vez a mi primera espe-

cialidad como dicen que la cabra tira al monte, me acuerdo de otro texto del

Evangelio, aquel que Juan el Bautista decía ante la aparición del que venía

detrás de él: ‘Conviene que él crezca y yo disminuya’. Y eso es lo que va a

pasar, lo que tiene que pasar por ley inexorable, que yo disminuiré o más bien

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desapareceré, quizá más o menos programadamente. Pero quedará, y crecerá

en honor, en prestigio y en luminosidad de faro Menéndez Pelayo a través de

su obra y de su Biblioteca.

Pero antes de desaparecer deseo dejar como grabado mi último deseo

junto a esta confesión. El evangelio de Menéndez Pelayo prescribe que no

cesen nunca ni, a poder ser, rompan su continuidad los eslabones que él dejó

como representantes suyos y jefes responsables de su Biblioteca. A quien me

suceda me gustaría poder entregarle personalmente el testigo como yo lo

recibí de mi predecesor, pero al no ser ya posible, a pesar de haberlo pedido

y gestionado con todas mis fuerzas y medios a mi alcance, sólo me es dado

desearle desde aquí que al cabo de su propia carrera pueda repetir también:

“He combatido el buen combate, he guardado la fe»”.

SU RECUERDO DE LA DESPEDIDA DE LOS FUNCIONARIOS

Terminado así el acto académico, se celebró en el Restaurante Rhin una

cena que era sobre todo de hermandad y amistad, a cuyos postres se repitie-

ron los parlamentos de congratulación con su correspondiente agradecimien-

to, todo ello ya en tono más distendido y familiar. A este respecto, y aunque

no se trate de un acto público propio de crónica, debo recordar otra cena que

había tenido lugar días antes, con la que quisieron ofrecerme su despedida

propia y familiar los funcionarios de las Bibliotecas que he dirigido, y que fue

para mí la verdadera «ultima cena». Nunca olvidaré este acto entrañable, la

atmósfera de cariño que en él se respiraba, la lealtad de tantos años de calla-

da colaboración que allí se concentraba. Que la despedida que en primer lugar

y más intensamente recuerde no sea la del acto público y oficial, sino la de

quienes han trabajado a mis órdenes y quizá hayan sufrido mis exigencias, es

algo que me deja un especial consuelo; y lo tengo para mí como el más insig-

ne de los honores y reconocimientos. Excusado es añadir que si atrás queda

alguna obra, en buena parte se debe a esta eficaz colaboración.

Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo LXX (1994), p. 397-402

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BIOBIBLIOGRAFÍA

Ciriaco MORÓN ARROYO. Biobibliografía de Manuel Revuelta Sañudo. En Boletín de la

Biblioteca de Menéndez Pelayo 1994 (extra), p. XI-XXIV

Enciclopedia de Cantabria. 2ª ed. Santander, 2002. Tomo VII, p. 145-146

Epistolario de Menéndez Pelayo (23 v.)

La Biblioteca de Menéndez Pelayo Catálogo-Inventario… 2ª parte