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DAVID CORONADO Una semblanza FRANCISCO ARRIAGA México, Frontera Norte 28-29 DE ABRIL DE 2015

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DAVID CORONADO Una semblanza

FRANCISCO ARRIAGA México, Frontera Norte

28-29 DE ABRIL DE 2015

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No recuerdo la fecha exacta, pero debió ser entre el mes de octubre y

noviembre de 2009 que el Ingeniero se presentó en el Centro de cómputo, pidiéndome que revisara su computadora de escritorio. Recuerdo que tuve que reinstalar el Windows XP, el Office, y también que instalé un antivirus que fue muy del gusto del Ingeniero Coronado.

Desde entonces, su presencia 'en mis aposentos' fue más constante, y siempre encontraba la manera de iniciar una conversación sobre lo que en ese punto era nuestro tema de interés afín: las computadoras, el software, y la programación.

Hombre de cultura notable, la imagen de Profesor ya entrado en años y cabello semi-gris no permitía adivinar fácilmente su entusiasmo en temas como sistemas operativos, hardware, internet, en fin: el mundillo de la ciencia, la tecnología y la divulgación científica. Su charla, amena y siempre salpimentada con finos toques de humor, era también coto cerrado para el neófito, para el estudiante o colega sumerso en la ignavia del saber acartonado.

Su conversación instaba a buscar estar al día, o a recuperar algún recuerdo de lecturas añejas de alguna neurona ignorada y sumida en la inacción. Por ello mismo, resultaba fácil y enriquecedor discutir con él.

Acostumbrado al método científico, el Ingeniero programó en BASIC, desde cero y por pura diversión, un simulador espacial, donde proveyendo los valores necesarios, un módulo orbitaría la luna y aterrizaría felizmente sobre el satélite, siempre y cuando se respetasen los valores que originalmente se usaron en las misiones norteamericanas. Por mi parte, acostumbrado a la lógica más escolástica y clásica aprendida en el librito de Gutiérrez-Sáenz en 1991, refutaba el hecho del alunizaje, echando mano de esos mismos valores, variables y constantes.

Esta discusión nos llevó a investigar todas las teorías conspirativas, adosando también nuestras propias observaciones, y nuestras interpretaciones de la historia -la leída, la vivida, y la recordada-. Pero tales divagaciones no paraban sólo en la escabrosa cuestión del alunizaje, también nos llevó al terreno de las invenciones nazis, el 'accidente' de Roswell, o temas que, aparentemente superados ya, dieron lugar a algunos experimentos interesantes en sus asignaturas de Ingeniería Industrial, desde donde propuso a sus alumnos la fabricación de modelos que pudiesen probar o refutar el motuum perpetuum.

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Esta capacidad de apreciación le permitía el goce de esa otra 'ciencia' chapucera, donde la práctica parece quebrar todas las leyes de la lógica. Cuando le mostré el problema 'casi imposible' de meter un clavo entre los dientes aserrados de un madero, me dijo 'ese es un problema muy interesante'. La solución, basada en la práctica, era simple hasta lo absurdo, pero el resultado final es algo que no puede ignorarse. Hablamos mucho de música, y cine. De su estadía en España a principios de los ochenta, el franquismo y otros '-ismos', y de los músicos de moda. Que venían a México a hacer fortuna porque allá 'nadie los pelaba'. (Léase, entre paréntesis, Rocío Durcal, Miguel Bosé, Ana Belén, Mocedades, Trigo Limpio).

Una tarde, nos apostamos un almuerzo. La razón: dilucidar quién era el actor principal de 'Papillon'. Le dije que Dustin Hoffman. Y él, que Steve McQueen. Le dije que no me sonaba McQueen como parte del elenco de Papillon, que sería más probable Charlton Heston, y él me decía que quien no le sonaba era Hoffman. Nos fuimos sobre IMDB, y allí salieron los dos. Ambos teníamos razón, pero también ambos estábamos equivocados. Al día siguiente, compartimos sendos burritos de carne asada, con su refresco de lata.

Frecuentemente me cuestionaba casi en tono de reproche sobre Casablanca y Lo que el viento se llevó. No las he visto, más que nada por cierta reverencia supersticiosa. Pero aceptó gustoso mi sugerencia de mirar 'De aquí a la eternidad', y algunos otros filmes rodados recientemente, 'Anonymous', 'Take shelter' y el desternillante 'Iron sky'.

También miró, con curiosidad y quizá condescendencia, ‘Apollo 18’. Pocos imaginarían al Ingeniero como seguidor de series televisivas, básteme mencionar ‘Alias’, de la que me llegó a mostrar un cartuchito con alguna temporada completa, rescatada del botadero de Blockbuster.

Eran los pequeños lujos y gustos que podía permitirse, siempre y cuando el cuatrimestre pintase bien, aunque no siempre fuera el caso. Por cuestión de esos altibajos en la carga horaria, en ocasiones el Ingeniero sacaba lo justo para sobrellevar el cuatrimestre. En esos tiempos difíciles, procuraba llevarme doble lonche, que compartíamos a hurtadillas en el taller de cómputo. Él correspondía llevando el café, que él tomaba negro, pero a mí me procuraba algunos sobrecitos de azúcar y tres o cuatro contenedorcillos con leche saborizada.

'Me da pena que tu mujer haga tacos de más' me dijo algún día. Le respondí que ella lo hacía con gusto. Nunca le dije que los tacos me los preparaba yo

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solito, pues mi mujer entraba a trabajar hasta las 9 de la mañana y consideraba muy injusto y desgastante levantarla a las 6 de la mañana sólo para prepararme el lonche. Así que compartimos tacos, tortas, lonches, sándwiches, pizza, hamburguesas, siempre con ese gusto y sabor que sólo se encuentra en la camaradería, y también en la transgresión compartida. (Nos tenían prohibido 'socializar' con la planta docente, de allí que compartiéramos el almuerzo a hurtadillas en el taller).

Por cuestiones laborales, en los inicios de su carrera profesional el Ingeniero se vio obligado a programar en BASIC cuando este era el lenguaje de moda y se usaba para todo, desde proyectos escolares hasta puntos de venta y control de personal e inventarios.

Me contó de la época en que se programaba ‘a mano, sobre el papel, y después ibas a la perforadora, pasando todo en tarjetas de cartulina, se las dabas al técnico responsable de la computadora, metía tu tarjeta, y te daba una hoja impresa con matriz de puntos, con la salida de tu programa’.

Ese fue uno de los temas sobre los que hablamos continuamente, y que también nos frustró al parejo por no haber podido hacernos con el compilador. Es decir, que ambos tuvimos que trabajar del mismo modo, él programando y ejecutando pero sin poder crear el .exe tan necesario, y cuando llevé la clase en la Facultad, sólo codificando y ejecutando, también sin poder crear ese mismo .exe.

Él me comentó que estuvo buscando el compilador, y encontró varios links en varios sitios, pero estaban irremediablemente caídos. Entonces, con el nombre de los archivos comprimidos, me puse a buscar y lo encontré. Por fin teníamos el compilador de BASIC, que descargamos desde algún servidor ruso.

Él hizo varios programas, línea por línea, sólo para recordar y no dejar que sus habilidades como programador continuasen empolvándose. He mencionado el simulador espacial, también pudo hacer una versión gráfica del problema de las torres y los aros, un programa para jugar al ahorcado, y también programó una utilería para jugar con el verso de aquel poema cantado por Jaramar: Fingir que

duermo. Este último consistía en 3 listas de palabras, para aparecer aleatoriamente en pantalla, reemplazando las palabras 'sano', 'duermo', 'dormido' en el verso 'Fíngete sano/ya me ha acontecido/fingir que duermo/y aunque esté despierto/hallarme sin saber cómo/dormido'. Esto último, porque me dijo que se había quedado corto de ideas para hacer un buen programa.

Fueron esos momentos de investigación, experimentación y teorizaciones extrañas, los que me permitieron admirar la capacidad intelectual del Ingeniero. Me relegaba problemas menores, cómo usar las diferentes 'screens' de BASIC,

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cómo manejar mejor las pilas y vectores, insertar listados o trabajar con los gráficos basados en coordenadas pensadas para Windows 95, pero que necesitaban ajustes considerables para correr en Windows 7.

El año pasado le propuse aún, a mediados de octubre -si la memoria no me falla-, la creación de un programa que generase un diccionario para quebrar claves WPS-PSK, basado en 2 condiciones muy simples: ninguna letra o número hexadecimal se repite sucesivamente más de 3 veces seguidas, y ningún par o tríada de números repetidos aparece más de dos veces en la misma clave. 'Déjame lo checo' fue lo que me dijo, y sé que ha de haber estado codificando y trabajando en sus ratos libres sobre ese programilla 'de propósitos ilegales'.

Pero la grandeza no sólo se recrea y disfruta con cuestiones abstractas y áridas, siempre desemboca en lo práctico, en lo que sirve a los demás.

Pocos docentes he visto con su destreza en el manejo del procesador de textos de la Microsoft. Si en el plantel alguien era capaz de aplicar sangrías, interlineados, tabulaciones, división por secciones, numeraciones, generar índices, añadir y etiquetar gráficos, ése era el Ingeniero Coronado. De todas las carreras, fuese quien fuese el asesor de contenido, siempre los alumnos terminaban consultándole sobre lo que para otros eran problemas imposibles. Siempre tuvo una solución para cada problema, y jamás negó ayuda a quien llegase a necesitar de sus habilidades. Era común encontrarlo en la cafetería, en los pasillos, en la biblioteca, en la sala de maestros, dando apoyo a los alumnos que llegaban al tramo final en la elaboración de sus tesis. Y también docentes, consultándole sobre Matemáticas discretas y demás temas afines.

Ese tipo de formación técnica e intelectual no podía sustraerse al influjo de las humanidades. Humanista él mismo, siempre cargó en su mochila algún libro 'ajeno' a la cuadrícula de materias. Leía a los clásicos, a los escritores del Siglo de Oro español, y también a los escritores ingleses. Shakespeare entre ellos. Su manejo del inglés le permitía leer sin mayor problema artículos científicos, y navegar a sus anchas por toda la red.

Alguna vez le sugerí que escribiese, me confesó que no tenía ni paciencia ni facultades para ello. Se consideraba más un lector. Un buen lector.

Sufrió con mis primeros cuentarios, y el poemario antiyankee 'Ajustes de cuentas y setenta y siete razones para no morir'. Sobre este último, diré que leyó poema por poema según iban agregándose uno a otro, y le gustó el de las setenta y siete razones. 'Qué buena puntada', me dijo.

Le mandé también la 'Programación neurolingüística para falsos profetas y otras aves de mal agüero', me envió acuse de recibo y prometió leerlo. No sé si lo habrá hecho.

Y como todo hombre que se precie de serlo, luchó una batalla constante contra sus propios demonios.

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Adoraba a sus nietos, y respetaba y amaba a sus hijos. De la madre de sus hijos nunca me habló ni mal ni bien, fue muy prudente conmigo sobre ese tema. Hablamos también de sus años de estudios, del '68, la Guerra Sucia, las crisis financieras de los ochentas y los noventas. De cómo en su estadía en España fue donde adquirió la costumbre de tomar el café negro, ya que allá había probado el café turco, ‘tan amargo y condimentado que ese sí me lo tomaba con azúcar’.

Alguna vez hablamos de la caza, que yo no practico pero él de vez en vez parecía asistir a alguna jornada, invitado por alguno de sus amigos. De comer chapulín, conejo, víbora, venado y jabalí. Llegó a traerme un par de kilos de carne de venado, y también la receta para prepararla como se debe.

Y no podía dejar de lado, como es de esperarse, la cuestión culinaria esencial de si usar o nó el horno de microondas para la preparación íntegra de una comida.

Me contó de sus logros: preparar arroz en el micro, cocer frijoles. Lo que me dijo, con una sonrisa maliciosa y quizá con la intención de encontrar más adelante un método para hacerlo: 'no pueden cocerse tortillas de harina en el micro, ya le intenté de varias maneras y lo único que salió fue una oblea gruesa y dura que no sirve para nada'.

Ayer, veintiocho de abril, asistí al sepelio. Creo que también compartíamos una visión un tanto parecida de Dios y su interactuar con nosotros, meros mortales atrapados en la carne, la sangre, los huesos y los nervios. Sé que no fue una coincidencia que el ministro encargado de decir las oraciones fúnebres fuese otro buen amigo, el P. Eliseo Arenas, y que sin saber el horario, me haya tocado estar presente para ayudarle con las lecturas del ritual. Qué tristeza ver al Ingeniero, al amigo, cuyo cuerpo tendido allí me hizo constatar y reflexionar sobre su humildad extrema.

'Non omnis moriar' dijo el poeta latino. Al Ingeniero Coronado eso le resultaba vano, más bien él buscaba hacer su parte en la construcción de un mundo, de un México mucho mejor. 'Eres un pesimista' me decía a veces, principalmente cuando hablábamos de política, economía y el panorama de un Nuevo Laredo inmerso en la violencia más impune.

Quizá lo soy. En todo caso, abogaré por mí diciendo que lucho también por hacer algo mejor de este país, de esta ciudad. Y lo hago por mi mujer y mi hija.

Él se hacía rodear cotidianamente de otros hijos, de esos jóvenes que entre bromas y guasas asistían a sus clases, quienes guardaban compostura en las clases más áridas de la cuadricula, y en quienes el Ingeniero tenía puesta toda su confianza.

'Si nosotros no hacemos el intento, entonces, ¿quién?', era lo que me decía, cuando platicábamos de mi efímera etapa como docente de preparatoria.

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Alumno él mismo, tuve la suerte de asistir a la jornada donde defendió su tesis para obtener la Maestría en Educación Superior: aquel día me asignaron como asistente técnico y me dieron todas las tesis para cargarlas en una sola laptop, apoyando a cada expositor con las transiciones de las diferentes diapositivas. Me consta que pasó un par de cuatrimestres reuniendo la bibliografía, y era frecuente en ese tiempo que me hablase de índices, de diferentes ONG's y también de diferentes estudios auspiciados por diferentes centros educativos.

La bibliografía crecía y crecía, y él la leyó íntegra quizá tres o cuatro veces. Así que al llegar el momento de su exposición, el presidente de los sinodales se detuvo, específicamente, sobre esa bibliografía monstruosa, inusual e increíble, que mezclaba artículos, libros y reportes, en inglés y español.

-Muy bien, Ingeniero David Coronado. Ha expuesto de manera clara y muy adecuada su tesis. Pero la bibliografía. ¿En verdad leyó todo lo que está aquí? -preguntó el presidente.

'¡Por eso lo puse allí!', fue la respuesta lacónica, imperturbable, del Ingeniero.

Esa es la imagen que quiero quedarme de él. Cruzado de brazos, soportando estoicamente la estulticia institucionalizada, sabiendo que del proyecto terminado y escrutado él ha puesto el mortero y cada ladrillo, uno a uno.

Voy a extrañar, y mucho, al Ingeniero Coronado.

No al compañero de trabajo sino al amigo, al confidente, al interlocutor inteligente y educado 'a la vieja usanza', que programaba en BASIC y se emocionaba con Lo que el viento se llevó y ‘la mejor película jamás filmada: Casablanca’.