cuentos para el andén nº31

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En las páginas de este nuevo número de Cuentos para el andén habita un cuento del gran John Cheever, icono del relato norteamericano crítico con la clase media acomodada; nos visita en formato breve una condena a la frivolidad de la mano de un drama femenino, escrito por Maite Núñez y hablamos de una feria del fenómeno Do It Yourself. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

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Page 1: Cuentos para el andén Nº31
Page 2: Cuentos para el andén Nº31

metroligero [27]

brevemente [21]

Relatos en cadena

dindondin [22]

entrecocheyandén [25]

Cicatrices, Renée Noemí Picaguá

andéntres [14]

Dos hermanos, Ernesto Calabuig

andéndos [12]

Asimetría, Maite Núñez

elmuro [3]

decamino [23]

lapuertadelanevera [19]

octubre 2014nº31

Con la colaboración de:

andénuno [5]

Autobiografía de un viajante, John Cheever

Publicamos a los ganadores de Diccionario de Saturno: Una nueva civilización

está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,

¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com

diccionariodesaturno [20]nueva estación

nove

dade

s

Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.

Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)

y Mónica Pano (Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela)

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com

Ilustración portada e interior: © Sara Fratini | https://www.facebook.com/sarafra | www.sarafratini.tumblr.com | www.sarafratini.com

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En las páginas de este nuevo

número de Cuentos para el andénhabita un cuento del gran John Cheever,

icono del relato norteamericano crítico

con la clase media acomodada; nos

visita en formato breve una condena

a la frivolidad de la mano de un drama

femenino, escrito por Maite Núñez y

hablamos de una feria del fenómeno

Do It Yourself. Y más cosas. No te

quitamos más tiempo, esperamos

que lo disfrutes.

Cuentos para el andén

@cuentosanden

[email protected]

www.grupoanden.com

Te escuchamos:

Concurso de fotografíaParticipa enviando tus fotos a [email protected]

Consulta las bases y mira las fotos en grupoanden.com y Facebook

Tema del próximo concurso: En las nubes

elmuro

Tema: Papel Ganadora: La vida en una valla- Maite García (Madrid)

Finalistas:

El almacen de papel - Enrique Pérez. Madrid

Más allá del muro - Sara Lew. Garrucha (Almería)

Sin título - Carmina Córdoba. Madrid

Page 4: Cuentos para el andén Nº31
Page 5: Cuentos para el andén Nº31

andénuno

5

NACÍ en Boston en 1869. Los miembros de mi familia,

maestros y capitanes de barco, habían vivido en Boston

desde tiempos inmemoriales. Éramos pobres y mi madre

era viuda. Regentaba una pensión. Mi hermano y mi herma-

na trabajaban, y yo me preparaba para hacerlo tan pronto

como terminara la escuela primaria. Decidí entrar en el

negocio del calzado y convertirme en viajante. Quería ser

viajante como otros quieren ser médicos, generales o presi-

dentes.

Cuando tenía doce años dejé la escuela y conseguí un

trabajo de botones en las oficinas de una gran empresa de

botas y zapatos. El primer año mi sueldo fue de cien dólares.

Después me ascendieron a conserje y al año siguiente gané

doscientos dólares. No era fácil conseguir un empleo por

aquel entonces y tenía que trabajar duro para mantener mi

puesto. Cuando iba a trabajar las calles estaban desiertas y

cuando volvía a casa, oscuras y vacías. Por fin tuve la opor-

tunidad de aprender cómo funcionaba el negocio en una

fábrica de zapatos de Lynn. Me mudé allí, me alojé en una

pensión barata y aprendí cómo se hacen los zapatos. Aún sé

cómo se hacen los zapatos. Conozco el precio y en ocasio-

nes incluso la manufactura de casi cualquier par de zapatos

que veo; aunque a veces me pongo enfermo sólo con

mirarlos, de lo baratos que son. Pues bien, trabajé allí duran-

te cinco años, y en 1891 mi sueldo ascendía a setecientos

dólares. Aquel año, por primera vez, me dieron la oportuni-

dad de realizar un viaje comercial.

No lo olvidaré mientras viva. Cogí un tren de Boston a

Nueva York y de Nueva York a Baltimore. Me gusta viajar en

tren. (Cuando pasaba mis vacaciones en el campo bajaba a

la estación cada día para ver pasar el tren). Tenía un nuevo

Autobiografía de un viajante John Cheever

Page 6: Cuentos para el andén Nº31

andénuno

traje, un nuevo bolso de viaje, un maletín con el muestrario

y un nuevo par de zapatos. Los zapatos me hacían un daño

de mil demonios. Desde entonces nunca he vuelto a llevar

zapatos nuevos cuando emprendo un viaje. Llevaba la bille-

tera repleta con el dinero de las dietas. También me gusta-

ba el dinero. Siempre que tengo dinero en el bolsillo y cojo

el tren para viajar a otra ciudad, tengo la sensación de que

mi vida comienza de nuevo. Cuando monté en aquel tren,

tuve la sensación de que mi vida comenzaba de nuevo.

Como iba diciendo, en aquella ocasión viajé a Baltimore.

Llegué a media tarde. Reservé una habitación sencilla en el

hotel Carrollton. Había agua corriente, pero no tenía baño.

La tarifa era de cuatro dólares al día, incluidas cuatro comi-

das abundantes, si las querías. Recuerdo que el hombre que

recogía el sombrero a la entrada del comedor no entregaba

resguardo, pero nunca se equivocaba al devolverle su som-

brero a cada cliente. Una propina de diez centavos era más

que suficiente. Los camareros eran educados y de aparien-

cia distinguida. El comedor estaba en el segundo piso.

Permanecí allí dos días y gané lo suficiente para cubrir mis

gastos y mi sueldo con un margen ligeramente inferior al

precio de venta estimado por la sede de mi oficina. Cuando

regresé el jefe me felicitó.

Aquél fue mi primer éxito, el primero de una larga lista de

éxitos. Para entonces mi madre había muerto y mis herma-

nos estaban casados. No vi mucho a mi madre en sus últi-

mos años de vida y siempre lo he lamentado. No me intere-

saba demasiado por lo que hacían mis hermanos. Tenía mi

propia vida. Siempre estaba ocupado. Dondequiera que

mirara, cualquier forma y color, e incluso la lluvia o la nieve,

me recordaban las reuniones de ventas y los zapatos. Co-

mencé a forjarme una reputación. Trabajé para esa empresa

hasta 1894 y entonces me hicieron una oferta mejor en

Syracusa, así que me mudé allí. En aquella época ganaba

tres mil dólares al año. Viajaba en los trenes más rápidos,

encargaba mi vestuario a un buen sastre y me albergaba en

hoteles caros. Tenía muchos amigos y muchas mujeres. El

6

Page 7: Cuentos para el andén Nº31

7

andénuno

tiempo pasó deprisa. Mi sueldo

aumentaba mil dólares cada año.

Aquellos años en la

carretera fueron los

mejores y parecían

no tener fin. A me-

nudo vendía dos car-

gamentos de zapatos

mientras tomaba un

whisky. La mitad del tiempo tenía

más dinero del que podía gastar. Tenía éxito. Tenía más éxito

del que nunca hubiera podido imaginar, ni siquiera cuando

tenía doce años. Pasé todos esos años en trenes, clubes y

hoteles. Mi zona cambiaba con cierta frecuencia y llegó un

momento en el que había cubierto todas las regiones de

Estados Unidos. Conozco Estados Unidos y adoro Estados

Unidos. Ahora mismo podría recitar cientos de nombres de

sus ciudades, al igual que puedo recitar nombres de mujeres.

Conozco los hoteles y los horarios, e incluso el humo de sus

trenes tiene un olor dulce para mí.

Tenía diez trajes, veinte pares de zapatos y dos veleros en

Boston que utilizaba cuando pasaba por la ciudad. Apostaba

a los caballos en todos los grandes circuitos, y jugaba a las

cartas, a los dados y a la ruleta. Era masón, miembro honora-

rio de los Elks, y tenía dos pólizas de seguros.

Mis cifras de ventas variaban en función de las condicio-

nes, pero mis ingresos rondaban los diez mil dólares.

Algunas temporadas ganaba un poco menos y otras supe-

raba esa cifra con creces. Sequías, lluvias torrenciales,

modas, decesos, rencillas entre compañeros, todo tenía una

incidencia en el negocio, pero el negocio era esencialmen-

te el mismo que había conocido desde los doce años. Si

perdía un cliente siempre podía conseguir otro. Las com-

pras las realizaban individuos para empresas particulares.

Los zapatos que vendía eran caros y bonitos. El negocio

sufría fluctuaciones estacionales porque los hombres lleva-

ban botas en invierno y zapatos de cordones en verano;

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Page 9: Cuentos para el andén Nº31

9

andénuno

nadie lleva zapatos de cordones en invierno. Y si lo hacen es

porque están locos.

En 1925 mi sueldo comenzó a disminuir; de los diez mil

a los ocho mil dólares. Entonces trabajaba para una empre-

sa de Rockland, y tenía mi sede en el hotel Statler de Detroit.

A finales de ese año la empresa se retiró del mercado.

Empezaron a sentir que la moda tendía hacia los zapatos

baratos. Fue una sabia decisión retirarse en aquel momento

del mercado, en vez de quedarse a la expectativa, como el

resto de nosotros, ingenuos.

A principios del año siguiente representé a una empresa

de Lynn, pero cerraron cuando llevaba trabajando nueve

meses para ellos. Los hombres sensatos estaban abando-

nando el negocio y olvidándose de él. Pero yo no podía

dejarlo, no podía olvidarlo. Tenía cincuenta y siete años. Me

estaba haciendo viejo. No podía pensar en nada que no

fuera trenes, hoteles y zapatos.

Después traté de encontrar otra empresa que fabricara el

mismo tipo de zapatos que estaba acostumbrado a repre-

sentar, pero no pude encontrar ninguna. Todas estaban en

venta o liquidando. Terminé por recorrer los caminos ven-

diendo zapatos baratos para una empresa de Weymouth,

Massachusetts. Era la primera vez en mi vida que tenía que

vender zapatos baratos y odiaba hacerlo. Había que vender

mil pares de zapatos para ganar lo que te pagarían por un

centenar en los viejos tiempos. Mis ventas apenas cubrían

las comisiones, el sueldo y los gastos. Trabajé duro y vendí

muchos zapatos, pero no obtuve ningún beneficio. Era

como tratar de parar la lluvia con mis propias manos.

Aquellos años no gané más de tres mil dólares.

Poco a poco mis viajes empezaron a saldarse con núme-

ros rojos. La forma de hacer negocios había cambiado más

rápido de lo que yo podía cambiar. Las cadenas y los alma-

cenes regentados por fabricantes sustituyeron a las tiendas

particulares. Los zapatos baratos sustituyeron a los caros. Las

tarifas de los trenes aumentaron y los hoteles no eran más

baratos. Los pocos compradores independientes que que-

Page 10: Cuentos para el andén Nº31

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andénuno

daban no compraban lo suficiente para cubrir los gastos

que suponían las ventas. Compras reflexivas, las llamába-

mos. Cuando cumplí sesenta y dos años no tenía trabajo.

No he vuelto a trabajar desde entonces. Me estoy haciendo

viejo. Mi póliza de seguros venció. Mi dinero se ha desvane-

cido. Mi hermano y mi hermana han fallecido. Mis amigos

están muertos. El mundo en el que sé moverme, hablar y

ganarme la vida, ha desaparecido. El ruido del tráfico bajo la

ventana de esta habitación amueblada me lo recuerda.

Hemos sido olvidados. Toda nuestra experiencia no sirve

para nada. Pero cuando pienso en los días en la carretera y

en lo que he hecho y en lo que me han hecho, casi nunca

lo hago con tristeza. Hemos sido olvidados como viejas

guías telefónicas, como almanaques, como la luz de gas o

como esas grandes casas amarillas con cornisas y cúpulas

que solían construirse. Eso es todo. Aunque a veces tengo la

sensación de que he malgastado mi vida. A veces tengo esa

sensación por la mañana, mientras me afeito. Me entran

náuseas, como si algo me hubiera sentado mal, y me veo

obligado a soltar la cuchilla y apoyarme en la pared.

tw Del libro Fall River, Tropo Editores, 2010. Traducción de Verónica FernándezCamarero. Este relato fue publicado en The New Republic el 23 de octubre de 1935.

John Cheever (Quincy, 1912 - Ossining, 1982). Llamado "el Chejov de los suburbios", ofrecióen sus relatos una mirada crítica de la vida, aparentemente idílica, en los barrios residencialesacomodados de la costa este norteamericana en los años de la guerra fría. Premio Pullitzer en1979 por su libro de relatos The stories of John Cheever.

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andéndos

ME siento en el sofá, miro la tele. Bebo whisky con

hielo, aunque no debería. Cambio de canal compulsiva-

mente, la luz de la pantalla rebota en la ventana. Me

hundo en los cojines. Tras unos minutos me paro en un

programa. Es la final de un concurso de misses. Veinte

chicas, jóvenes y con pocas luces, desfilan en traje de

baño. Me inclino hacia adelante para verlas mejor. Las

hay rubias, morenas, blancas, negras, de ojos azules, ver-

des. Son tan diferentes. Y sin embargo, me digo, hay

algo que las asemeja. Son esas dos condecoraciones

que lucen todas, esas hermanas gemelas, dos cúpulas

vaticanas superlativas y simétricas. En conclusión, me

digo, dos mierdas de tetas asiliconadas y falsas. Levanto

el vaso y brindo por ellas. Que gane la mejor. O no, que

gane la más tetuda.

Cambio nuevamente de canal. Me quedo en las noti-

cias. No os creáis. Porque el presentador está macizo.

Guerrashambresdesahuciosmásguerras. ¿Y qué hay de mí?

Yo también libro mi propia guerra. Noticias de sanidad.

El macizo afirma que hay problemas con ciertas próte-

sis, su mala calidad las ha vuelto nocivas. Muchas muje-

res han solicitado que se las extraigan. Me imagino a

decenas, centenares de mujeres con pechos que explo-

tan y quedan en nada. Y me alegro. Que se jodan. Por

gilipollas. Levanto el vaso. También brindo a la salud de

ellas.

Miro el reloj. Es hora de dormir. Me voy al lavabo con

el vaso. Preparo la caja azul. Me sitúo frente al espejo. Me

quito la blusa. Desabrocho el sujetador. Extraigo de su

AsimetríaMaite Núñez

Page 13: Cuentos para el andén Nº31

andéndos

copa izquierda la pirámide blanda y aterciopelada que

hace invisible mi asimetría a los ojos de los demás. La dejo

en la caja. Le doy las buenas noches. La quiero y la odio.

Observo en el espejo la línea violácea que adorna mi

torso. Notifica que allí antes hubo alguna otra cosa.

Aprieto los ojos. Pienso en misses y cirujanos plásticos.

Luego apuro la bebida y dejo que el cubito se derrita,

como si le diera la oportunidad al hielo de recordar el

agua que había sido.

tw Relato galardonado con el 1er Premio del V Concurso de relatos breves del Diari deTerrassa, 2014, en el que fue publicado en el mes de mayo.

Maite Núñez (Barcelona, 1966). Licenciada en Historia Moderna y Contemporánea (UAB), hacursado la licenciatura de Documentación (UOC) y el doctorado en Periodismo (UAB). Ha cola-borado en diversas revistas literarias y en la redacción de textos de todo tipo. Sus relatos hansido galardonados en múltiples certámenes.

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NO sé bien dónde estamos mi hermano y yo. Pero hay un

aire cálido, marítimo, y nos movemos con mucha agilidad. Es

noche cerrada. Debemos de ser jóvenes. Tendremos veinti-

tantos, aunque yo soy el mayor de los dos. Digamos que

tenemos 25 y 20. Yo ayer no estaba aquí. Yo ayer tenía treinta

y tantos, me dolían las rodillas, y me había vuelto sumiso y

serio en una capital ruidosa. Hacía mi trabajo y echaba de

menos un pasado discretamente heroico de colegios y

deportes. Pero ahora no sé dónde estoy, aunque la sensación

es dulce. Vamos caminando y veo que llevamos los dos un

pantalón corto del mismo color. Parece que hemos hecho un

viaje, un viaje raro, irreal, no premeditado. Sin embargo sabe-

mos que no se trata de un sueño. Estamos junto a un paseo

marítimo. La gente pasa diciendo: «¡Qué buena noche se ha

quedado!». Hay luces de locales playeros, hay restaurantes al

aire libre, terrazas ocupadas sobre todo por extranjeros. Y de

repente mi hermano ha propuesto: «¡Entremos ahí!». Yo he

respondido enseguida: «Claro. Tienes razón».

Hemos entrado y los diferentes grupos de gente han ido

facilitándonos el paso. Casi todos se han vuelto y nos han

mirado, parece que por el gusto de vernos pasar. Hemos

pedido un refresco y enseguida nos hemos fijado en la mesa

de billar. «Juguemos», ha dicho mi hermano. No ha pregun-

tado: «¿Jugamos?». Porque él ya sabía de sobra que me ape-

tecería jugar. Y todo el tiempo este mecer, este tranquilizar y

dulcificar del aire cálido que nos recuerda tanto a los veranos

de la infancia y por lo tanto nos alegra el corazón. Este aire

nos ha devuelto un brillo en los ojos que creíamos perdido. A

mi hermano se le han vuelto otra vez grisverdosos y más cla-

14

andéntres

Dos hermanosErnesto Calabuig

Page 15: Cuentos para el andén Nº31

ros, como de niño. Estamos muy unidos. Juntos nos da

siempre por sentirnos fuertes, libres de preocupaciones.

Además nos reconforta saber que todos los nuestros se

encuentran a salvo.

Así que ha empezado la partida de billar y se han acerca-

do dos mujeres jóvenes, resultan ser turistas alemanas que

vienen a vernos jugar y a observar de cerca la agilidad que

hay en nuestra manera de desplazarnos, todo este don que

hoy, por sorpresa, nos acompaña. Nos sentimos tan relajados,

y este aire nos hace tanto bien, que realizamos jugadas inve-

rosímiles. No jugamos el uno contra el otro sino el uno afir-

mando al otro. Por otra parte no perdemos la concentración

por contestar a las preguntas que nos

dirigen las dos extranjeras. Nos

expresamos de repente en

un correcto alemán

que a veces se vuel-

ve un correcto in-

glés. No recordá-

bamos hablar tan

bien estos idio-

mas. «Estamos

de suerte. Será

eso —dice mi

h e r m a n o — ,

como en aque-

lla carrera del

noventa y cua-

tro.» «Tienes

razón —le res-

p o n d o — ,

¿pero no he-

mos juga-

do ya bas-

tante al bi-

llar?»

15

andéntres

Page 16: Cuentos para el andén Nº31

16

Volvemos a estar de acuerdo: «Hagamos entonces lo que

de verdad y por encima de todo nos divierte».

Lo que nos divierte no es seguir allí coqueteando y dando

conversación. Lo que nos divierte es volar: correr como dia-

blos. Así que aprovechamos la iluminación y longitud del

paseo marítimo y decidimos ofrecer una exhibición para

nuestro deleite y el de los turistas, que ya orientan las sillas de

las terrazas hacia nosotros. Algunos salen de los chiringuitos

y se reclinan en la balaustrada del paseo. Vemos que comen-

tan sobre todo acerca de nuestras fibrosas piernas. Parece

que les llaman la atención. «Creo que bastará con una milla»,

digo yo, y mi hermano comprende enseguida que ésa es la

señal de salida: el disparo. A nuestro paso no paramos de

arrancar aplausos, ovaciones, palabras emocionadas. Casi

todos lloran, porque ahora dicen haber comprendido la

belleza, la armonía del correr. No sentimos cansancio.

Corremos a la par, sin adelantarnos o querer dejar atrás al

otro. «¡Son iguales!», oímos constatar a una señora. Como

antes, con el billar, no corremos el uno contra el otro, sino el

uno siempre afirmando al otro. Somos felices. Mi hermano

parece tan feliz y pregunta sin jadear: «¿Lo notas?». «Sí —le

respondo—. Tienes razón. Y estamos de suerte. No tenemos

peso.» Hemos entusiasmado a cuantos nos miran y eso que

aún no vamos a todo gas... Al terminar la exhibición nos abra-

zamos:

—¡Somos los mismos! ¡Por fin somos los mismos!

—exclama mi hermano lleno de alegría.

—Sí. Yo sé que tienes razón.

De repente el aire es diferente: se ha enfriado. El mar

comienza a picarse. Estamos en la orilla, charlamos con el

agua a la altura de los tobillos, pero la espuma se revuelve y a

veces nos llega hasta la cara. El cielo parece que se abre por

un punto en la lejanía, parece también que toma colores que

no conocemos y finalmente nos deja ver la silueta de cinco

animales salvajes. Los locales del paseo empiezan a cerrarse.

andéntres

Page 17: Cuentos para el andén Nº31

17

Los turistas se apresuran hacia sus hoteles y apartamentos.

Nosotros seguimos en la orilla.

Un hombre viejo, con aspecto de pescador, que también

ha contemplado nuestra carrera, se nos acerca y dice:

—¡Ha sido tan bonito! Pero ahora... las trompetas...

—No pensará que tenemos miedo a estas alturas —dice

mi hermano—. Estamos preparados.

Y yo añado:

—Hace mucho que cuidamos para que los nuestros estén

a salvo.

—¡Pero qué decís! ¿No veis el mal cielo? —grita el pesca-

dor intentando sacarnos de nuestro letargo—. ¡Es el Fin del

mundo!

Mi hermano y yo tomamos aire y luego nos reímos:

—Nos importa muy poco que sea el Fin del mundo. No

tememos al Reino del que hablan. ¿Hacia dónde hay que ir?

En el cielo se abre un remolino naranja como si rasgara

fácilmente una lona de plástico: debe ser por allí por donde

empieza el Fin del mundo. «Bastará con otra milla», le digo a

mi hermano, calculando las distancias. Es la señal.

El pescador nos ve marchar, emocionado otra vez por la

levedad de nuestras piernas al alejarse sobre el mar. Parece

que esa emoción es ya más grande que su preocupación por

lo que se avecina. Vamos deprisa, juntos, sin adelantarnos.

Somos iguales. Estamos de suerte. No tenemos peso.

Corremos ahora a toda velocidad y las piernas nos respon-

den. Ningún lastre nos lastra, ningún dolor nos duele, ningu-

na tristeza o melancolía nos limita, ningún temor. Seremos los

primeros en ponernos bajo aquello. Llegaremos los primeros.

¡Y mi hermano parece tan feliz!

tw Del libro Un mortal sin pirueta. Ed. Menoscuarto, 2008.

Ernesto Calabuig (Madrid, 1966). Licenciado en Filosofía, ha colaborado en revistas comoRevista de Occidente, Quimera y Nueva Revista. En la actualidad compagina la escritura con lacrítica literaria y la traducción.

andéntres

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Page 19: Cuentos para el andén Nº31

19

lapuertadelanevera

Gema Moratalla Garcia Dejé mi reflejo en el primer cajón. Si te cortas alcogerlo, recuerda que elpegamento lo guardas tú.

UlisesPara volver hay

que saber marcharse.

Lucia Berruga

Se ruega no abrir si no

es para dejar algo dentro:

esta caja no regala

sus secretos, los

intercambia!

Rosi García

La nevera es la

caja de los tesoros

que se caducan.

Oteo FearlessQuererte

es un acto reflejo.

Luzma

Quiero volver a la luna:

perdí la escafandra

y aquí no hay quien

respire.

RReefflleejjoo

Caja

Volver

Djobí

Si tu reflejo te espanta tienes

dos opciones: cambiar, o dejar

de mirarte. Romper el espejo

no servirá de nada.

http://librosenvena.com/

http://sobrevolandolacultura.blogspot.com.es/

http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/

Dídac MarínLa caja está llena.

Trocear y meter enel congelador.Gracias. Jack.

http://www.cuentossinfinal.com/

Page 20: Cuentos para el andén Nº31

20

diccionariodesaturno

Capacidad de caminar

sobre las aguas q

ue se desarro

lla

con el ánimo de explorarse

uno mism

o. Ángela

Vuelo ondeante que se re

aliza a través d

e

recuerdos liquiados. E

dgar Ortiz

Barrón

Poner rumbo a una re

spuesta

sin conocer la

pregunta. Dídac Marín

http://w

ww.cuentossinfinal.com/

Moverse entre

la multit

ud en busca del gesto

o la pala-

bra que reavive en el n

avegante su fe

en la humanidad.

Gabriel Bevilaqua

http://e

lefantefunambulista.blogspot.com.ar/

Abstraerse

de la realid

ad con la finalid

ad de arribar

al punto de fa

ntasía que perm

ite volar p

ara ser. A

dela

Recortar e

l paisa

je como una flecha te

jiendo.

Oteo Fearless

Expresión lu

nfarda para definir l

a acción de los

bohemios. José María Iarussi

http://w

ww.letracero.com/

Surcar la in

certidumbre.

Toño Rodriguez

Estrenamos nuevo juego: Diccionario de Saturno. Una

nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún

no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano

con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com

Navegar

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Page 21: Cuentos para el andén Nº31

Duelo a muerteSemana 4 de concurso: 6 de octubre de 2014Ganador: Nicolás Jarque Alegre

Hoy parece que ella tiene la voz todavía más dulce que ayer y no da tregua.

El viento del sur encorajina al mar y sus olas llegan gigantes a la playa. Los pes-

queros más pequeños ya han perdido puerto y deben vagar en medio del

océano, mientras, en el pueblo, las casas sufren las embestidas huracanadas,

los perros enloquecidos le ladran a su canto seductor y el ánimo se nos des-

barajusta con las súplicas de nuestros hombres amarrados. Aun así, resistimos

con la confianza de que, recluida en el pozo seco, pronto se callará.

DistintaSemana 5 de concurso: 13 de octubre de 2014Ganadora: Nadia Nieves Carnicer

Recluida en el pozo seco, pronto se callará. Eso fue lo que le dijo su madre

antes de irse. Cogió el cilindro de cartón pintado que hacía las veces de pozo

en el pequeño belén, que disfrutaban montando juntas el día antes de

Nochebuena y metió una bolita en él. "En esta bolita van envueltos todos los

ruiditos que hace tu tripita". María se tumbó, hecha un ovillo, en la cama de la

habitación que desde hacía tres meses compartía con su mamá y esperó.

Esperó a que la bolita se callase, esperó a que su madre volviese, esperó hasta

dormirse y soñó con otra Navidad.

SombrasSemana 6 de concurso: 20 de octubre de 2014Ganador: José Luis Rodríguez Munilla

Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad, la del año anterior, cuando

había un nacimiento en el salón y salpicaban el árbol las luces de colores.

Soñó, arrebujado bajo las mantas, con el calor antiguo de los dormitorios

antes de que las sombras salieran de detrás de los cuadros y tomaran la casa.

Lo despertó el canturreo lúgubre de ella en la habitación de al lado, una som-

bra acunando un cuerpo en la oscuridad. La llamó. -Cariño, vuelve a la cama.

Y se acostaron los tres. El muñeco fue el primero en cerrar los ojos.

octubre

21

brevemente

tw Relatos finalista de octubre del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER yEscuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com owww.cadenaser.com.

Page 22: Cuentos para el andén Nº31

dindondin

22

En esto ver aquello. Octavio Paz y el arteHasta enero de 2015

Palacio de Bellas Artes - Museo del

Palacio de Bellas Artes. México DF

http://www.mexicoescultura.com

Exposición Mika Murakami "Guardianes".Hasta el 21 de noviembre Fundación Bilbao Arte. Bilbao

http://bilbaoarte.org/?p=4200850

Exposición Sebastião Salgado "Génesis"Desde el 23 de octubre CaixaForum. Barcelona

http://agenda.obrasocial.lacaixa.es/es/-/genesis

TypoMad 14 y 15 de noviembreEl Matadero. Madrid

http://typomad.com/

Page 23: Cuentos para el andén Nº31

decamino

http://www.diyshow.es

Un mundo de posibilidades se presentaante nuestras manos en DIYShow, la FeriaInternacional Do It Your Self que celebrarásu cuarta edición en el Hotel Silken Puertade América desde el 7 al 9 de Noviembreen Madrid. Amantes de las manualidades,fanáticos de las labores y apasionados porlas cosas hechas a mano se dan cita enesta feria trendy que crece cada año y quese consolida en esta nueva edición afian-zando las bases de la filosofía Hazlo túmismo. Desde la moda a la cocina pasandopor el bricolaje o la agricultura, DIYShowrecoge el amplio abanico de posibilidadesque abarca la cultura crafter. Talleres, cur-sos y stands para curiosear, conocer yaprender más sobre esta moda que llegadesde Estados Unidos y que ahora arrasaen toda Europa.

”tw En esta nueva edición se hará un gran hincapié en el mundo 3.0, tanto a través de las redes sociales, como

incorporando el enorme valor de los contenidos generados por los blogueros. El e-commerce será tam-bién tema central, presentando aplicaciones que facilitan la logística o el packaging.

Page 24: Cuentos para el andén Nº31
Page 25: Cuentos para el andén Nº31

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entrecocheyandén

CUANDO bajó del micro, amanecía. Luego de diez horas de

viaje y siete años de ausencia, volvía a su pequeño pueblo natal.

La terminal de colectivos, con lugar para tres coches, estaba casi

desierta. A pesar de la premura de su viaje, se tomaría su tiempo

para recorrer caminando las pocas cuadras que la separaban

desde la terminal al hospital del pueblo. Adrede había omitido

informar a qué hora llegaría. Necesitaba ese tiempo para sí

misma, para tomar coraje, para poder mirarlo a los ojos. A los ojos

y sin llorar, ojalá aún pueda reconocerla. Poco quedaba de la

adolecente que había partido a la gran ciudad. Su cabello largo

y rubio, sus anteojos y los colores pasteles que vestía en su vida

pueblerina, habían cedido su lugar, para dejar emerger a una

joven mujer de aspecto rebelde, cabello corto y negro, ropa

oscura y borcegos, que llegaba al pueblo con dos mochilas al

hombro.

Todo estaba igual en el pueblo, alrededor de la plaza: la comi-

saría, la iglesia, la escuela y la panadería. El aire olía a cosecha

recién levantada y bosta de vaca, como siempre.

Notó que su corazón se aceleraba a medida que se iba acer-

cando al nosocomio. Habitación cinco, la puerta estaba entorna-

da. Desde allí podía ver a su madre, vigilante, recostada en un

sillón, avejentada, cansada, repugnante. Con tan solo veinte años

se había casado con un hombre acaudalado, treinta años mayor

que ella. Era la única opción para una madre soltera con una hija

de cuatro años y de bajos recursos. No pudo abrazarla, solo un

beso en silencio y enseguida desvió la mirada hacia la cama evi-

tando cualquier comentario.

CicatricesRenée Noemí Picaguá

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Se sentó junto a él buscando su mirada, le tomó las manos,

huesudas y frías. No se parecía en nada a aquel hombre forni-

do, al que la habían obligado a llamar papá. Lentamente él,

abrió los ojos y en ese simple acto pudieron reconocerse

mutuamente. Ella le sonrió socarronamente y en un simulado

abrazo, acercó su mejilla para murmurarle al oído y recordarle,

lo que al salir expulsada de su casa siete años atrás, le había

prometido: "El día que te mueras voy a bailar sobre tu tumba".

¿Te acuerdas papito? -Le dijo.

Retiró su rostro. Con mirada maliciosa y un gozo inocultable,

vio cómo los saltones ojos del moribundo, se llenaron de lágri-

mas. Se levantó raudamente, dejando caer las manos inertes del

enfermo. Usó alcohol en gel para desinfectar su contacto con

ellas. Solo Dios sabía lo que le había costado tomar esas manos.

Dos días después, cuando los albañiles llegaron a la tumba

de Don Jaime para colocar su lápida, observaron azorados, que

alguien había pisoteado la fosa donde habían sepultado al

difunto.

Al otro lado del pueblo, en ese mismo momento una joven

citadina se disponía a abordar un colectivo. Antes de subir, miró

a su madre y le dijo: Tu hija ya no existe, no la busques.

Sin volver la mirada, subió al vehículo, con los borcegos

empolvados y una mochila. Esa noche, en la desnudez de la ruta

pampeana, un micro irrumpía con su luz en la oscuridad.

Adentro una joven mujer de aspecto rudo y vestida de negro,

sollozaba.

tw Renée Noemí Picaguá. Neuquén, Argentina.Alumna del taller de Poesía y relato, Nivel 1, dictado por la Universidad Nacional del Comahue,destinado a adultos mayores de 50 años.

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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

© Jasten Fröjen

metroligero - holakokoro

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