cuentos para el andén nº26

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Este número nace con el día internacional del libro, estrenamos nuestra tercera convocatoria de textos para los lectores de la revista, conmemoramos La Noche de Los Libros madrileña, también vemos cómo un teatro al aire libre puede revitalizar la vida y la economía de un pueblo de La Alpujarra, te proponemos nuestra micro-agenda cultural para España, Colombia y Perú. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

TRANSCRIPT

pormotivosajenos [27]

Alejandra Onieva

metroligero [26]

brevemente [21]

Relatos en cadena

dindondin [18]

entrecocheyandén [22]

Travesura, Luz Hernández

andéntres [12]

Tres cerros, Mar Sancho

andéndos [7]

Difícil, Kike Cherta

elmuro [3]

Edita: grupo andén comunicación

C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Asesor de contenidos: Sergi Bellver.

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com

Ilustración portada e interior: © Simona D'Agostino | [email protected]

decamino [19]

3x200 [17]

Nocturnidad, Miguelángel Flores

abril 2014nº26

Con la colaboración de:

andénuno [5]

Dos microrrelatos de Antonio Fernández Molina

nove

dade

s

Publicamos el relato de un lector, ganador de la convocatoria abierta de textos

3 x 200, con el tema "noche": 3 días, 200 palabras, más de 100 microrrelatos

recibidos.

nueva estación

3

Este número nace con el día internacional del

libro, estrenamos nuestra tercera convocatoria

de textos para los lectores de la revista, con-

memoramos La Noche de Los Libros madrile-

ña, también vemos cómo un teatro al aire

libre puede revitalizar la vida y la economía de

un pueblo de La Alpujarra, te proponemos

nuestra micro-agenda cultural para España,

Colombia y Perú. Y más cosas. No te quitamos

más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

Cuentos para el andén

@cuentosanden

[email protected]

www.grupoanden.com

Te escuchamos:

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected]

tw grupo andén comunicación

Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com

Tema del próximo mes: Tejados

elmuro

Tema: Andenes Ganador: En el adiós ya estaba la bienvenida (Mario Benedetti) - Laura Guisado (Madrid)

Finalistas:

Andén - Mar Fernández (A Coruña)

Embarcando - Diana Torres (Barcelona)

Anden 1 - Jürgen Schaller (Berlín)

andénuno

5

En Cejunta venden unas cajas que tienenforma de zapato...

EN Cejunta venden unas cajas que tienen forma de

zapato y al abrirlas se ve dentro a un pequeño lagarto

en estado de hibernación, que al contacto del aire vuel-

ve a la vida. Al instante se adhiere al sexo de quien abre

la caja y permanece pegado a él durante un año, que

su víctima soporta entre molestias y privaciones.

Durante este tiempo la piel del individuo se va tornan-

do verdosa, y ésa es la señal inequívoca de que se le

concederá un cargo importante, pues los lagartos tie-

nen mucha influencia en la vida local.

Cuando al cabo del año el lagarto se desprende, el

sexo de estos hombres no es apto para la procreación.

Pero los hombres verdosos son muy enérgicos para

hacer cumplir las leyes y su aire aburrido les da un empa-

que del que gustan mucho los habitantes de Cejunta.

Dos microrrelatos de Antonio Fernández Molina

andénuno

EN Gamud, cuando se da una fiesta en honor de

la hija de la casa, la madre se escapa con el invitado

más viejo y repulsivo. Aunque es una costumbre

admitida -y que nadie trata de impedir-, lo hace de

una manera secreta o simulando cualquier pretexto.

La hija, en cuanto nota la falta de su madre, pre-

gunta afectando un aire de inocencia:

-¿Dónde está mamá?

A esta pregunta, que repite varias veces, invaria-

blemente le contestan:

-¿Tu mamá? Está haciendo el amor.

El que así habla recibe un beso de la joven y él le

entrega una moneda.

Algunas muchachas consiguen besar de una

manera turbadora y si son previsoras y hermosas lle-

gan a reunir una fortuna.

tw Del libro Las huellas del equilibrista. Ed. Menoscuarto, 2005Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, 1927 - Zaragoza, 2005). Autor de una extensaobra literaria y plástica que abarca desde la escritura de piezas teatrales y guiones al ensayo artís-tico y literario, la pintura, el dibujo y la ilustración de libros. Su pasión por el relato breve data desus primeros pasos como escritor.

6

En Gamud, cuando se da una fiesta…

7

andéndos

DifícilKike Cherta

LA mujer loca que vive con quince gatos se ha enamo-

rado de un oso de peluche gigante. Tampoco es tan raro.

A fin de cuentas (lo acabamos de decir), está completa y

rematadamente loca.

La mujer loca que vive con quince gatos y hace meses

que no se ducha es consciente de que el oso de peluche

es tan sólo un oso de peluche. Está loca, sí, pero no es

imbécil. Ella no espera del oso ni caricias ni poemas reci-

tados a media luz. De hecho, la mujer cree que precisa-

mente ese detalle (que su amado sea un oso de peluche

gigante) es lo que convierte su idilio en un amor verda-

dero.

En sus noches de pasión desenfrenada y unilateral,

mientras fuma un cigarro postcoito, la mujer razona: es

muy fácil querer a otro ser humano. Un hombre con

barba de una semana y ojos tiernos, que te abraza y te

dice que te quiere, y qué bien te sienta esa blusa azul

marino, y qué bonitas tus tetas, me encanta morderlas,

quiero un hijo tuyo. Es normal enamorarse de alguien así.

¿Pero querer a un ser inerte relleno de poliéster, con

botones en vez de ojos y la cara de Winnie the Pooh? Eso

sí que tiene mérito. Eso sí que es querer de verdad.

La mujer loca que vive con quince gatos y hace meses

que no se ducha y en ocasiones ni siquiera recuerda su

verdadero nombre encontró a su amado en un contene-

dor de basura. Dónde si no. Desde lejos, y como el callejón

era oscuro, pensó que se trataba de un señor corpulento.

andéndos

8

Le pareció que la miraba de un modo descarado y ya

entonces le gustó. Una vez al año, mujer y oso vuel-

ven a ese mismo contenedor y celebran su aniversa-

rio. Brindan con vino Don Simón y comen mejillones

en escabeche. De postre, piña en almíbar. La mujer

loca muerde embelesada su rodaja de piña y restrie-

ga otra rodaja por la boca del oso de peluche. De

resultas, los pelos de felpa se le quedan acartonados

durante semanas. Entonces, cada vez que ella lo besa

se acuerda de la cena de aniversario y le dice "cariño,

pero qué bien sabes, cariño, no cambies nunca".

La mujer loca que vive con quince gatos y hace

meses que no se ducha y en ocasiones ni siquiera

recuerda su verdadero nombre y en el bajo vientre

luce una cicatriz de un navajazo que le dio otro men-

digo se tropieza una tarde con la figura de poliespán

de un camarero italiano. Es uno de esos monigotes

9

que se colocan a la entrada de algunos restaurantes, con

el fin de sujetar el menú o de anunciar alguna oferta. Lo

han abandonado junto a (cómo no) un contenedor de

basura. De lejos, parece realmente un camarero italiano.

Bigote majestuoso y mirada atrevida. A la mujer le pare-

ce sorprenderlo mirándole el culo.

Aunque duda un buen rato, finalmente opta por llevár-

selo a un soportal. Sólo para charlar. Justo en ese momen-

to, como por intervención divina, comienza a diluviar. A la

mujer no le queda entonces más remedio que tirarse una

hora y media esperando a que amaine junto al camarero

de poliespán. Una cosa lleva a la otra y terminan morreán-

dose. Son besos suaves, delicados. En primer lugar, porque

él es italiano y (todo el mundo lo sabe) los italianos besan

como quien sopla una cucharada de sopa demasiado

caliente; en segundo lugar, porque el poliespán no es

demasiado resistente, y un arrebato apasionado podría

romperle el bigote elegante, o desfigurarlo para siempre.

Llegado cierto punto, la mujer loca rompe a llorar. Entre

lágrimas, le confiesa que no puede hacerlo. Le dice que

está enamorada de otro y que se debe por completo a ese

amor. Insiste: tal vez, si se hubieran conocido en otro

momento, en otro lugar, tal vez, entonces…, ¿quién sabe

qué podría haber pasado entre ellos? Deshecha en lágri-

mas, la mujer se despide del camarero italiano. Como le

parece que él insiste, le da un último beso para que la

recuerde. También le permite refregar un poco su entre-

pierna de cartón contra su falda manchada de vino.

Luego, sale corriendo bajo la lluvia. Antes de girar la esqui-

na, se vuelve a mirarle. Efectivamente, él la sigue obser-

vando. Medio ladeado en el soportal, con la lluvia entran-

do de lado y empapándole los pies. Es evidente que no le

ha quitado ojo ni un segundo.

andéndos

10

andéndos

tw Del libro La Bofetada de Gilda. Ed. Musa a las 9, 2014La Bofetada de Gilda es el primer libro de Kike Cherta. Fue galardonado con el IIPremio de Narrativa Francisco Ayala, y publicado por Musa a las 9 en edición digital.Ahora mismo el libro está ahí, flotando en la nube cibernética, esperando lectores. Si te apetece, puedes leerlo en www.musaalas9.com

Esa noche, la mujer loca que vive con quince gatos y

hace meses que no se ducha y en ocasiones ni siquiera

recuerda su verdadero nombre y en el bajo vientre luce

una cicatriz de un navajazo que le dio otro mendigo y

cuyo hijo una vez, al verla pasar borracha, fingió no reco-

nocerla entra en casa sin hacer ruido. Avanza silenciosa,

esquivando gatos dormidos. Con tiento, se acuesta en el

colchón nauseabundo que le sirve de cama. Allí, tumbado,

está el oso de peluche gigante. Ella prueba a pasarle un

brazo sobre el pecho, igual que cada noche.

Como ya hemos dicho, la mujer loca está efectivamen-

te loca, pero no es imbécil. Sabe que el oso de peluche

gigante es sólo un oso de peluche gigante. Y sabe que el

camarero italiano no es un camarero italiano. Pero ella

estaba tan orgullosa de su amor puro, mucho más puro

por cuanto no esperaba nada a cambio, que ahora se sien-

te sucia y estúpida. Cuatro besos mal dados en un sopor-

tal. Qué idiota. ¿Pero cómo resistirse? ¿Y cómo perdonar-

se? El bigote elegante del camarero se le aparece cada vez

que cierra los ojos.

La mujer termina por apartar el brazo del pecho pelu-

do de su amado y se gira dándole la espalda. El silencio

habitual del oso le suena ahora a reproche. Ella se muerde

los puños y se pregunta: "¿Por qué tiene que ser siempre

el amor tan difícil? ¿Por qué?".

12

andéntres

Tres cerrosMar Sancho

ALDO tenía una bicicleta de ruedas enormes. Nunca

había visto otra y por ello no se cuestionaba que las

demás bicicletas fueran diferentes, que no hubiera que

subir a ellas como él lo hacía, apoyándola sobre la pared

de la gasolinera y trepando con sus pies sobre los radios

hasta acceder al pedal. Tres Cerros constaba tan sólo con

tres edificaciones, la gasolinera, el restaurante y la estación

de policía que hacía las veces de casa familiar. Los tres

cubos de cemento con ventanas y tejados verdes de

chapa estaban enfilados junto a la línea invariable de la

carretera austral. A Aldo le gustaba avanzar y retroceder

pedaleando sobre la suavidad oscura del asfalto, dejándo-

se llevar por el silbante viento que lo arrastraba en una

dirección y lo envolvía invisible, tirante y terso en la otra. Su

padre era el único policía del sector y, sacándose la gorra

aún azul, atendía la gasolinera cuando algún vehículo

esporádico se detenía temeroso de no alcanzar un desti-

no mejor. El resto de su uniforme se había ido tornando

parduzco por la fricción insistente de la mujer empeñada

en extraer ese aroma a petróleo impropio en la autoridad.

No vivía allí nadie más que ellos. Al otro lado de la carrete-

ra había tres cerros, pequeños, de formas tenues, casi idén-

ticos, en línea también hacia el vacío horizonte de la

Patagonia. La única función de estas tres leves elevaciones

era dar nombre al lugar contiguo y al restaurante donde

Aldo y sus padres tomaban la comida a la carta que, en

cantidades excesivas, la madre cocinaba esperanzada por

la llegada hipotética de fugaces y

hambrientos pasajeros. Otras

veces, Aldo giraba en torno a la gaso-

linera, al restaurante o la estación poli-

cial que era su casa, daba vueltas toda la

tarde alrededor del mismo edificio, cerran-

do a veces los ojos para imaginar que su bici-

cleta lo llevaba por un camino anguloso junto al

mar. Lo había visto ya varias veces cuando, una

vez al año, sus padres lo llevaban a Puerto Deseado.

Era una planicie interminable de agua, lisa, gris, sin

cerros, que se movía ondeando como si a cada ins-

tante se fuera a desbordar sobre él. Entonces detenía

su bicicleta y clavaba la mirada en la inmensidad pata-

gónica de tierra yerma hasta que, empañados por no

pestañear, sus ojos lo engañaban con una ilusión líquida

que avanzaba en olas que nunca llegaban hasta él.

Habitualmente sólo pasaban camiones cilíndricos y bri-

llantes que transportaban petróleo. Los conductores solí-

an acariciar la cabeza de Aldo con sus

manos gruesas preguntándole si

viviendo allí tenía amigos

13

andéntres

15

andéntres

con una voz ronca semejante al rígido rugido del motor.

Aquella mañana aún no se había detenido nadie. La bandera

parecía querer escapar en bruscos tirones, el cielo transcurría

más rápidamente que de costumbre y los tres cerros repeti-

dos y estáticos asomaban al otro lado de la carretera. Aldo

subió a la bicicleta y decidió por fin aventurarse a ascender a

uno de ellos. Hacía algunas noches había cenado en su com-

pañía un viajero barbudo que se dirigía a las altas cumbres del

sur. Había hablado de cerros elevados y lejanos cuyas cimas ya

habían alcanzado los hombres. Aldo pensó en sus tres cerros

y en como él jamás había visto subir a nadie. Cruzó la carrete-

ra desierta como cada día le decía su padre, girando la cabe-

za a ambos lados y cerciorándose del silencio de la distancia.

Él iba a ser el primero en estar allí arriba y esta idea le hizo

levantarse del sillín y pedalear con más fuerza mientras el pri-

mero de los cerros iba creciendo a medida que se acercaba. El

terreno comenzaba a inclinarse y le abrasaban finos hilos en

sus piernas en esa fuerza ansiosa del querer avanzar. Asomaba

el final rápido y redondeado de la breve montaña y pensó que

le gustaría bajar de la bicicleta para contemplar su casa allá

abajo diminuta, y en la lenta lejanía esos bosques petrificados

por los que algunos pasajeros preguntaban y, más allá de

todo, el mar. Nunca se había bajado sin tener la pared rugosa

de la gasolinera al lado para poder subir de nuevo, pero saltó

justo en el momento en que la pendiente empezaba a des-

cender, dejando a la bicicleta seguir su camino de una mane-

ra retorcida y acrobática hasta el crujido metálico de la caída.

Asomaba un punto colorido en el pardo horizonte que iba

dejando tras de sí un pequeño humo entrecortado. Era un

ómnibus. Aldo echó a correr cuesta abajo, con el anhelo de

llegar antes de que se marchara latiéndole en las sienes y la

afilada vida de los espinos dibujándole de rojo las piernas.

Ambos se iban acercando, imperceptibles en la inmensidad

andéntres

16

dolorida de la llanura, a ese mismo lugar cotidiano para

Aldo y desconocido para aquellos cuyas cabezas asoma-

ban enmarcadas en rodantes rectángulos de vidrio.

Cuando Aldo llegó, el ómnibus reposaba repostando en la

gasolinera y todos sus ocupantes poblaban el lugar con el

alegre murmullo de lo fugaz. Leyó separando silenciada-

mente las sílabas, como su madre le había enseñado,

Trans-por-ta-do-ra-Pa-ta-gó-ni-ca-El-Pin-güi-no. Un niño

de edad semejante a la suya se encaminaba por el cami-

no húmedo que llevaba a los baños. Lo siguió y, cuando

hubo cerrado la puerta, giró desde afuera imperceptible-

mente la llave. Cuando intentara salir, sorprendido, inquie-

to, desesperado, ya nadie lo escucharía. El ómnibus ronro-

neaba la proximidad de su partida. Aldo alcanzó el primer

peldaño de la escalerilla, subiendo como tantas veces lo

había hecho a su bicicleta. Sólo restaba un lugar vacío,

junto a una mujer dormida que empañaba cíclicamente el

cristal con su respiración. El vehículo se puso en marcha y

Tres Cerros se fue quedando detrás, pequeño, con el

padre colocándose de nuevo la gorra, la madre haciendo

girar el abundante asado y un niño lloroso y diferente en

el baño. Aldo se acordó del día en que su padre, harto de

que el lugar no apareciera en el mapa, retiró el cristal raja-

do y lo escribió con una letra hermosa e inmensa, como si

se tratara de una de esas poblaciones notables del país.

tw Del libro Leningrado tiene setecientos puentes. Tropo Editores, 2012Mar Sancho (Valladolid, 1972). Convencida de que la vida siempre está en otra parte, durante lasdos últimas décadas ha recorrido perseverante el mundo y residido en Argentina, México y losEstados Unidos. Ha publicado los libros de relatos El perro que fuma (2002) y Concierto para hom-bre solo (2004). También ha publicado novela y poesía, es articulista habitual en varios diarios yrevistas españoles y extranjeros.

3x200 Es una

convocatoria internacional

abierta a los textos de

nuestros lectores.

3 Días. 200 Palabras

17

3x200

RAFALITO se durmió soñando que algún día

podría volar. Y durante la noche se fue entrete-

jiendo un hilillo de seda que salía de su boca,

creando un sudario sin luz que creció y creció

hasta cubrirlo por completo. Por la mañana des-

pertó amordazado, prisionero, como si se

hubiera transmutado del todo su cama en

armario sombrío. Y pasó media vida mirando

desde dentro. Cuando al fin se atrevió a escapar

de él, lo hizo convirtiendo el lienzo en unas alas

asombrosas y asombradas, con adornos de pur-

purina y lentejuelas. Un destello tan frágil como

culpable, que pronto atrajo la atención de un

coleccionista de mariposas nocturnas; aquel

que, sin escrúpulos, clavó a Rafalito un alfiler

oscuro, un delirio perpetuo, en medio del recién

nacido remolino de su pecho.

NocturnidadMiguelángel FloresSabadell. España

dindondin

18

15º concurso de cómic de Nou Barris Hasta el 24 de mayo

http://www.canverdaguer.com/

27ª Feria internacional del LibroBogotá. Corferias - Centro de convenciones Del 29 de abril al 12 de mayo

http://www.feriadellibro.com/

Documentamadrid Hasta el 11 de mayo

http://www.documentamadrid.com/

Grupo de Titiriteros: Una historia en fotosBuenos Aires. Teatro de la RiberaHasta el 11 de mayo

http://complejoteatral.gob.ar

19

decamino

“Estamos construyendo un teatro al aire libre enun pueblo de la Alpujarra para traer cultura yturismo a la zona y así revitalizar la economíalocal. El teatro se está construyendo alrededorde una antigua era de trillar y ya están hechos losprimeros 150 asientos. Se pretende ofrecer alvisitante una experiencia no solo teatral sinotambién global, del estilo de vida tradicional, lagastronomía, el entorno natural… y así se esperaque el teatro sea un catalizador que fomentenuevas iniciativas en la zona.

http://www.unteatroentretodos.com

tw Queremos construir otros 150 asientos antes del verano.Para conseguirlo, hemos lanzado una campaña de crowd-funding hasta el 25 de abril. El teatro se va a inaugurareste verano, pase lo que pase. Contamos con el apoyo dela Fundación Federico García Lorca y queremos organizarun festival anual de teatro centrado en la figura del poeta.

https://www.facebook.com/TeatroEntreTodos

abri

l

21

RutinasSemana 21 de concurso: 2 de abril de 2014Ganador: Juancho Plaza Gómez

Luego cruzó el pasillo, bajó al sótano y mató al prisionero. Arriba, al escuchar

el disparo, los demás recogimos la baraja trucada, nos cambiamos de ropa, nos

lavamos las manos y dejamos cerradas las taquillas. Esperamos al nuevo para

salir juntos. Fichamos en el reloj de la entrada y abandonamos el zulo. Les pro-

puse tomar unos vinos, pero todos tenían compromisos. Unos la novia, los otros

la familia. Así que me quedé rezagado y no pude evitar mirar hacia atrás. Sentí

la satisfacción del trabajo bien hecho. Al girarme de nuevo, me di de cara con

la señora de la limpieza, que llegaba, y le deseé que tuviera un buen turno.

RelevoSemana 22 de concurso: 9 de abril de 2014Ganador: Kalton Bruhl

Le deseé que tuviera un buen turno y regresé al cielo.

Somewhere over the rainbow Semana 23 de concurso: 16 de abril de 2014Ganadora: Lola Pacheco

Y regresé al cielo y allí me quedé, en cuclillas, abrazándome con fuerza las

piernas. Las otras niñas huyeron entre chillidos y risas del inesperado chaparrón.

Sus madres se asomaron a los balcones alertadas por el vendaval que parecía

querer arrancar la ropa de los tendederos. Una de ellas gritó mi nombre, pero

yo seguía en el cielo, acurrucada, esperando que desde algún lugar me llama-

ra la mía mientras la impía lluvia borraba la rayuela.

brevemente

tw

Nota del editor: Debido a las fechas de cierre de esta edición, no ha sido posible contar con todos losrelatos de abril. Cuentos para el andén publicará en su siguiente número aquellos que faltan en éste.

Relatos finalistas de abril, del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuelade Escritores. Puedes saber quién ganó y consultar las bases en www.escueladeescritores.com owww.cadenaser.com.

22

entrecocheyandén

MARÍA removía su café con aire ausente. Los blancos y azules de

la cafetería del hospital no ayudaban a calmar el ritmo de sus pen-

samientos. Miró por la cristalera y descubrió un radiante día de pri-

mavera. No quiso leer de nuevo el informe que reposaba frente a

ella. Tres meses, le había casi susurrado aquel médico de cara ani-

ñada y acento andaluz. Sus manos cogidas, como si fueran novios.

Dándole explicaciones, tantas, que al hombre se le secó la gargan-

ta. Qué más da, querría haberle dicho María, no me importa el

nombre ni el porqué. Pero no quiso herirle, parecía tan conmovido.

Se removió en su silla. No sabía muy bien qué debía, o tal vez,

que no debía hacer. Por más vueltas que le daba, ser una moribun-

da iba a ser una tarea un tanto complicada. Mucho más fácil cuan-

do ya estás muerta, no das la lata a nadie y además todo el mundo

te alaba. Su sonrisa se ensanchó recordando que ya había estado

muerta una vez, cuando solo tenía trece años.

Por entonces la familia veraneaba en la Manga del Mar Menor. En

un camping. Allí tenía una pandilla de amigos. Eran dos chicos y tres

chicas. Un verano se les ocurrió simular su propia muerte. María se

había preguntado muchas veces cómo fueron tan crueles con sus

padres, pero en aquel momento a todos les pareció muy divertido.

El café se había enfriado lo suficiente para que no le apeteciera

acabárselo. No tenía sentido permanecer allí. Al salir buscó un sitio

apartado donde poder fumar un cigarrillo. Buscó su móvil, lo

encendió y se preguntó a quién podría llamar. Si cualquiera de sus

amigos de la pandilla estuviese en la agenda, no habría dudado.

Sintió que era vieja de repente. Que estaba sola. No como en aquel

verano en el que no se separaban ni para dormir porque tenían que

prepararlo todo al detalle. Una noche salieron después de cenar y

no regresaron a las tiendas. Los padres no se dieron cuenta de la

desaparición de los chicos hasta por la mañana.

TravesuraLuz HernándezAlumna de Taller itinerante de escritura La mano izquierda

23

entrecocheyandén

Se dirigió a la parada de taxis y pidió que la llevaran a la estación

de Atocha. Había decidido no pasar por casa. Tenía miedo de que

al traspasar la puerta, las paredes de toda una vida la atraparan y no

la dejaran volver a salir.

Esa mañana apenas había unos cuantos viajeros en el vagón.

María se acomodó en un asiento con ventanilla. Una gran señora se

sentó a su lado. Sudaba. Precipitada, se levantó. A medio pasillo vol-

vió sorprendiendo a María y preguntándole si quería algo de la

cafetería. Antes de que pudiera contestar, ya se había marchado.

Entonces recordó cuando su madre les obligaba a beber cantida-

des ingentes de agua y zumo para aguantar las grandes caravanas

de coches que se dirigían a la playa a pleno sol. Se preguntó si reco-

nocería a sus padres ahora que se iba a reunir con ellos. El miedo se

instaló en sus pies que se quedaron pesados, anclados al suelo del

vagón. Cerró los ojos. Volvió a aquel verano en el que eran ellos los

que la buscaban. Al comprobar la ausencia de los cinco pillastres,

dieron la voz de alarma y, ayudados por la gente del camping,

comenzaron las pesquisas. Encontraron ropa de los chicos esparci-

da por la playa. Todos creyeron que se habían bañado y que quizá

desorientados por la oscuridad se habían ahogado. Avisaron a la

guardia civil que llevó a los buzos. Se hicieron batidas por la zona.

María y sus amigos se escondían a unos metros, en la caravana de

unos ingleses que estaban visitando a unos familiares en Málaga.

Desde allí intentaban vigilar todos los movimientos y se felicitaban

unos a otros por lo bien que lo estaban haciendo. Sus padres cre-

yeron que les habían perdido para siempre, que sus hijos estaban

muertos. Su único fallo fue no calcular bien el tiempo. Se les acabó

la comida antes de que se pudiera celebrar ningún funeral. Ese era

su plan maestro, resucitar ante toda la concurrencia. No pudo ser.

Un día aparecieron los cinco, más flacos que galgos, con cara de

ángeles caídos. La alegría fue tal que todo el camping se volcó en

el reencuentro con sus familias. Los únicos que disimularon la feli-

cidad que en el fondo sentían, fueron los guardias civiles.

Amenazaron a los cinco chicos con internarles en un reformatorio

si se les ocurría volver a repetir algo semejante.

24

tw Luz Hernández.Desde pequeña me he dedicado a imaginar vidas ajenas. Ahora, también las escribo.Compartirlo delante de un buen café, en nuestro taller literario, me da alas para continuar conesta aventura.

entrecocheyandén

El tren llegó a Cartagena con diez minutos de adelanto. La seño-

ra, que al fin le había traído un zumo de piña, no había parado de

parlotear en todo el viaje. María sonreía mientras iba regalándole

monosílabos, los ojos entornados para protegerlos de la intensa

luz. Ya en el andén advirtió que se sumergía de nuevo en la calidez

de estas tierras. Era más ligera, estaba más cercana a aquel verano,

a sus amigos, a sus padres. Era curioso cómo el resto de su vida se

diluía entre los rayos de sol de primera hora de la tarde.

El autobús seguía la línea de la costa. Sus ojos que se posaban

en el mar, reflejaban con intensidad todo aquello que no pudo ser.

Con lentitud sacó el móvil. Miró la pantalla. Ninguna llamada.

Ningún mensaje. Lo normal. Lo volvió a guardar. Un pensamiento

impertinente crecía en su dedo índice y amenazaba con volver a

abrir la cremallera del bolso. No quiso o no supo mantener el beso

de buenas noches cuando la niña se fue. Fue su bebé y al crecer le

dio alas, tan majestuosas que cuando llegó el momento voló alto y

lejos. Tanto que María no tuvo fuerzas para seguirla ni valor para

pedirle que regresara más a menudo. Ahora eran libres, las dos.

Cerró la pequeña abertura que su dedo había conseguido abrir.

En el lugar del camping se situaba una pequeña urbanización

de apartamentos de lujo. Pero aquel bar donde su padre les com-

praba helados seguía donde siempre y allí se dirigió. Ya tenían

puesta la terraza. Todo había cambiado salvo el aroma a jazmín y a

sal. Contempló el cálido atardecer, sugerente y servicial como un

sumiller que te ofrece el mejor vino.

Se quitó los zapatos y bajó con pasos cortos hacia el mar, ya no

le pesaban los pies. Pensó que ya no le daba miedo ni la guardia

civil ni sus reprimendas. Se quitó la ropa y la dejó esparcida por la

playa.

26

tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

© Jasten Fröjen

metroligero - holakokoro

27

P- ¿En qué tren estás subida ahora?R- En uno como el Orient Express, pero sin llegar tan lejos, o tal vez sí,

¡quién sabe! Todo es ir caminando poco a poco. Ahora mismo me he subi-

do a un tren en el que no me quiero perder detalle y absolutamente todo

está en mi retina.

P- ¿Cuál es el peor aprieto en el que te has encontrado? R- Vaya, de esos me he encontrado con pocos, mejor ni recordarlos, aun-

que suelo ser una persona muy resolutiva y salgo de ellos ¡lo mejor airada

posible! Esta profesión te va dando recursos y herramientas, entre otras

cosas, para salir de esos aprietos sin tener que sufrirlos demasiado.

P- ¿La obra, película o serie en la que hayas trabajado con la que más tehas divertido? R- Esta es más fácil… por supuesto, la serie El secreto de Puente viejo. Han

sido tres años muy intensos en los que me ha dado tiempo a todo, pero

sobre todo a aprender sobre esta profesión tan maravillosa.

P- Completa la frase: yo para ser feliz… R- Necesito a los míos siempre cerca.

P- Los trenes que se pierden ¿vuelven a pasar? R- Claro que sí, los trenes siempre vuelven a pasar de un modo u otro...

P- Lo breve si bueno… R- Habrá que conseguir la fórmula de hacer ¡que se extienda un poco más!

P- ¿Qué libro te ha marcado? R- Silk de Alessandro Baricco

P- ¿Qué libro estás leyendo ahora?R- El tiempo de los tigres de Liza Klaussmann.

P- Cuéntanos un truco infalible R- Al final te das cuenta que no hay trucos en la vida, los trucos son para los

magos y amigos de las artes adivinatorias…. Hay que ser fiel a uno mismo,

ese sería mi mejor consejo.

P- ¿Cuál es la mejor forma de contar un cuento?R- Con dulzura, cariño, respeto por los que te escuchan y por el creador de

la obra y sobre todo con buena entonación.

P- ¿Un medio de transporte que prefieras? R- Por la vida en la que vivimos, el avión para destinos lejanos, pero el

coche es una buena opción siempre que se pueda.

P- ¿Hacia dónde te orientas cuando buscas refugio?R- A la playa, ahí es donde de verdad desconecto y me encuentro bien.

P- ¿Cuál es la ciudad donde te encuentras mejor? ¿Qué es lo que máste gusta de ella? R- Londres es mi ciudad preferida, está cerca y uno siempre se puede

escapar. La ciudad es preciosa hay mucho que ver siempre. Lo único malo

es el tiempo que hace. Llueve mucho y yo soy extremadamente solar.

pormotivosajenos Alejandra Onieva 14/04/14

tw Alejandra Onieva, estrena el próximo 16 de mayo la película del director de cine David Menkes, Por un puñado de besos.Para la actriz, este es su primer trabajo en la gran pantalla, tras haber estado durante tres años en la serie de Antena 3, Elsecreto de Puente Viejo interpretando el personaje de Soledad.

Necesito a los míossiempre cerca