cuentos fantasticos para un mundo en cri - alfonso villar guerrero

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Cuentos fantsticos para un mundo en crisis Alfonso Villar Guerrero Editorial Literanda, 2012 Coleccin Literanda Contemporneos www.literanda.com

Diseo de cubierta: Literanda

de la presente edicin: Literanda

CUENTOS FANTSTICOS PARA UN MUNDO EN CRISIS

ALFONSO VILLAR GUERRERO

Para aquellos que siempre confiaron en m, especialmente, mis padres y Mara Jos.

NDICE

El poltico La mercanca perdida Una clase elemental El contador de historias Un problema de distancias cortas El reloj del adis En la cafetera por siempre La corona de las doce gemas Comedia moderna La confesin del difunto Aquellos labios desconocidos

EL POLTICO

El poltico se encontraba ante los medios que cubran la noticia. Demasiados pares de ojos escrutndolo con la mirada y censurndolo con el bic. Exceso de silencios en su intervencin que se traducan paradjicamente en multitud de garabatos escritos sobre las libretas cuarteadas o los ordenadores porttiles. No haba nadie apostado en ninguno de sus flancos que pudiera defenderlo. Realmente no haba un enemigo fijo, pues su mayor punto dbil era, en aquellos momentos de crisis, l mismo: su ojos perdidos en el horizonte cercano de la sala de prensa, sus manos frotndose una y otra vez y los titubeos en la voz quebrada desde haca un rato. No me ha respondido todava a la pregunta, seor ministro dijo una voz que se apagaba a medida que se aproximaba a los pensamientos del citado. Pasaron de este modo unos cuantos segundos ms en los que, evidentemente, los mismos ojos escrutadores se tornaron incrdulos testigos de lo inaudito. Finalmente, el seor ministro firm una tregua consigo mismo y por fin acert a decir: Me temo, seores periodistas, que no tengo ninguna explicacin a lo que acaba de suceder. Yo El murmullo de los inquisidores vaci el espacio que le correspondera a las preguntas y respuestas maquinales de todos los viernes, que era cuando el portavoz del partido responda a los periodistas vidos de titulares para sus diarios. Yo prosigui frotndose esta vez las sienes tengo que reconocer que nos hemos equivocado. Es ms les dir que me he equivocado. Les he fallado no slo a ustedes, que estn aqu realizando su trabajo, sino a todos los ciudadanos. Tamao atrevimiento tendra consecuencias, es cierto, pero en aquellos momentos de incertidumbre a nadie de los presentes le importaba el estado de nimo del seor ministro.

Nadie se preocupaba de las emociones angustiosas que deban de estar aislndole del resto de habitantes de la sala e, incluso, de sus compaeros de partido, de s mismo. Alguien al fondo de la sala, vestido con riguroso traje negro a rayas blancas y corbata de color rojo, se levant airado y desapareci entre la multitud de periodistas que, movidos por una especie de instinto predador, se lanzaron desde sus cmodos asientos y se dirigieron hacia el poltico. Los flashes comenzaron a reflejarse en el sudor que recorra la frente del ministro mientras trataba de mantener la compostura con un gesto aprendido a lo largo de los aos. Durante ese tiempo haba contestado con evasivas, quiebros y hbiles recursos retricos. El revuelo periodstico termin por precipitar un final ya anunciado desde que el poltico se haba sentado (una eternidad desde su punto de vista). ste se incorpor, orden sobre la mesa unos papeles que de poco le haban servido y trat de zambullirse en aquel mar de cmaras digitales, bolgrafos, golpes y empellones. Los miembros de seguridad irrumpieron en escena y protegieron al seor ministro, como si, de algn modo, trataran de evitar una agresin fsica. En el fondo, saban que el mayor dao ya estaba hecho. Los guardaespaldas lo llevaron en volandas hasta el exterior de la sala de prensa, hacia un lugar donde slo caba el personal autorizado. Ya es suficiente. Soltadme. Nadie va a hacerme dao, por Dios. El poltico se ajust el nudo de la corbata y se planch la americana marina con la hmeda palma de la mano. Los ecos de sus pasos resonaron por los solitarios pasillos del edificio. Los vigilantes lo vigilaban desde lejos con un gesto de estupor en el rostro. Poco a poco la figura encorvada los fue dejando atrs. Al parecer, el seor ministro se diriga a uno de sus despachos. Al plantarse delante de las puertas pulidas del ascensor, vio un reflejo cansado de s mismo. Seguramente se estarn preguntando por qu lo he hecho, se dijo contemplando su propia imagen. Cuando hubo recorrido los interminables corredores que lo conducan como si en realidad caminase sobre una cinta transportadora, se plant ante la puerta de nogal de su despacho, la cual se hallaba entreabierta. Slo una fina lnea de luz escapaba desde all dentro. Por qu lo has hecho? inquiri el hombre con la corbata roja, an de espaldas. El poltico entr en su despacho y dej cerrada la puerta tras de s. Al fondo, la persiana se encontraba bajada casi por completo y las cortinas estaban echadas. Un chivas? se ofreci de pronto el seor ministro. La contestacin se la tom el hombre de la corbata con paciencia. Tambin llevaba a sus espaldas muchos aos de flema bien digerida. Con mucho hielo, por favor.

El silencio se hizo dueo del despacho, muy al contrario de lo que haba sucedido minutos antes en la sala de prensa. Tan slo se escuchaba el tintineo de los cubitos contra las paredes de cristal. Los dos lo sabemos espet de pronto el poltico tras todo el ritual. No te pregunto acerca de la informacin, sino el porqu de tu sinceridad. De vedad puedes pronunciar esa palabra? La corbata roja se movi al tiempo que su dueo tragaba algo de saliva. Posiblemente ah mismo se tragaba las palabras que podra haber dicho pero que por decoro se reservaba. Tal vez olvidamos lo que somos prosigui y levant suavemente el vaso con la bebida invitando a un brindis. Por favor! No eras tan dramtico cuando te conoc. Su interlocutor hizo un gesto con el vaso, pero sin llegar a tocar el del seor ministro. Hoy he envejecido en realidad. Lo que has hecho no es envejecer, sino tirar tu carrera por la borda. Tal vez. No me importa. Me quedaban pocos aos. El poltico moj sus labios largamente, incluso ms tiempo del que necesitaba para tragar el whisky. Nos has jodido a todos. No es cierto. Slo me he jodido yo. Qu esperas que ocurra maana? Qu digo maana? Dentro de unos minutos. Corral estar frotndose las manos y fumndose un puro en nuestro honor mientras escribe su editorial en el diario digital. Nosotros podramos brindar por l. Sera equitativo. Dnde se ha visto que un poltico de carrera, como t, diga eso ante los medios? El partido confiaba en ti. Eras su voz, el vnculo con los antiguos tiempos, los buenos tiempos. Pronto me desahucias. Hablas en pasado. El poltico esboz una leve sonrisa antes de ocultarla tras el filo de aquel vaso de whisky. El hombre de la corbata lo miraba incrdulo y, sin embargo, no probaba ni una gota de su vaso. Claro que lo hago dijo. Acaso has perdido la nocin de la realidad? El partido es el culpable. Buena manera de echar balones fuera. La respuesta del poltico ni siquiera la esperaba el hombre de la corbata roja. El seor ministro arroj de golpe el vaso contra la pared del fondo. Los hielos huyeron del proyectil antes incluso de que ste se estrellara contra el cristal de la ventana. La persiana logr detener el golpe, pero no impidi que los cristales cayeran al suelo como hojas de guillotina.

No me des lecciones de moralidad dijo el poltico con el rostro desencajado. La propuesta fue tuya en un principio. Cierto. Y la apoyaste. Todos tuvimos que hacerlo. No haba alternativa. Y qu es lo que ha cambiado ahora? pregunt inquisitivamente el hombre del partido. El poltico no contest. Dime: qu ha operado en tu interior? Contstame. El seor ministro se sent en su cmoda butaca del despacho. Al hacerlo, el roce de su traje con el cuero fue lo nico que se escuch en la habitacin. Ests fuera, me oyes? A la derecha, en el cajn superior de los tres que haba, descansaba un bloc de notas, muy parecido a los que portaban los feroces periodistas. Ante los ojos atnitos del ignorado hombre de la corbata roja, el seor ministro comenz a garabatear unas notas, indescifrables desde donde se hallaba su ms directo observador. El convidado de piedra finalmente cobr vida y abri la puerta que lo llevara al exterior. No dijo ya nada ms. El poltico escribi durante unos minutos de manera continuada. Saba exactamente qu es lo que iba a dejar escrito, aunque era solamente l quien conoca aquel relato. Cuando hubo puesto la tapa en el bolgrafo, se acord de su telfono mvil. No lo haba mirado desde haca un par de horas. Abri la tapa y apareci ante sus ojos un mensaje con multitud de llamadas perdidas. Era su mujer. Los tonos sonaron entonces muy cerca del odo del seor ministro. Lo hicieron varias veces, hacindose de rogar, mientras l se levantaba y paseaba por el amplio despacho. Estaba preocupada dijo ella al otro lado del telfono tratando de ahogar un sollozo. Ests bien? No te preocupes. Todo va bien. Estn diciendo muchas cosas No saba nada de ti Te he visto. No me creo que ests bien. No paran de hablar de ti por la televisin. Apgala, hazme caso. Dime lo que ocurre, por favor. Desde all el poltico pudo sentir la humedad en los ojos de ella. Ya est todo dicho. Tas una larga pausa, prosigui: Cmo estn las nias? Estn bien. Las he acostado pronto. Tengo que verte.

No va a ser posible. Por Dios, qu te pasa? Al otro lado, la voz se rompi en medio de un llanto apagado. Te quiero. Tengo que colgar. El sonido de la tecla al pulsarla hizo de breve e insuficiente eplogo. El poltico cerr la tapa y deposit el mvil encima de la mesa, junto a la nota que haba escrito. Se qued mirndola largo rato, ignorando la luz que el mvil, en silencio, iluminaba en su rostro.

Afuera, dos de los miembros de seguridad que lo haban rescatado de las fauces de los periodistas se lavaban las manos en uno de los mltiples servicios del edificio. Lo hacan con cuidado, de modo que el agua no manchara sus impecables trajes. Uno de ellos se haba quitado la chaqueta y dejaba al descubierto una camisa blanca a rayas. Va a ser un da largo dijo. Ya es de noche. Maana ser peor. El de la camisa pas por detrs de su compaero, que se lavaba las manos con insistencia, para llegar hasta el secador. Cuando estaba a punto de darle al botn de encendido, choc con l y la pistola cay al suelo. Hizo un ruido que son a plstico barato, como si se tratara del juguete de un nio. La pistola la tena enfundada en la cintura. Ten cuidado, por Dios. Yo me estoy lavando las manos todava contest el otro. Entonces un pensamiento se le pas por la cabeza. No esper ni un momento a que se le secaran las manos, que todava chorreaban. Se ech mano al cinto que llevaba, al igual que su compaero, pero all no haba nada. Su compaero de la camisa enseguida ley el rostro de preocupacin y congoja del otro, quien busc alrededor como si a l se le hubiera cado tambin la pistola. La alarma son en sus cabezas y comenzaron a buscar frenticamente el arma desaparecida. Abrieron las puertas de los limpios vteres; arrimaron el rostro al suelo recin fregado; no se encontraba por ningn sitio. El guardaespaldas, con las manos todava hmedas, haba perdido la pistola. De pronto, el de la camisa a rayas sali disparado por la puerta del aseo. Casi sin mirar hacia atrs, donde su compaero todava dejaba caer sus miradas por el suelo, dijo: Rpido! Al despacho del ministro! El otro no lo dud un instante y de repente comenz a verlo todo mucho ms claro. El pnico pareca correr junto a l mientras segua los pasos acelerados del guardaespaldas sin chaqueta. Aunque no corriera como lo estaba haciendo en aquellos momentos, su corazn seguira igual de rpido, a punto de salrsele por la boca. De pronto le entraron ganas de llorar.

Cmo haba podido haber pasado? En qu momento se la quit? Su carrera haba terminado en el mismo instante en que asi del brazo al seor ministro cuando los periodistas lo asaltaron tras su confesin pblica. Seor ministro, abra! exclam el guardaespaldas con la mano al cinto una vez que se hubieron plantado delante de la puerta de nogal. Ve llamando a una ambulancia. Seor ministro! El que haba perdido la pistola slo era capaz de ver la sombra de su propio rostro desencajado y plido en la pulida superficie de la puerta.

La seora ministra sonrea afable ante las cmaras, los micrfonos y los mviles de los periodistas que cubran las dos noticias: la indisposicin del seor ministro y la que, en origen, haba de ser la noticia del da, la que haba llevado al poltico ante la prensa unas horas antes. Se encontraban todos hacinados en uno de los pasillos que daban al congreso de los diputados. Apenas se poda respirar all. A la seora ministra no le importaba lo ms mnimo tal presin meditica (realmente se poda entender en sentido literal y figurado). Demostrar algn signo de debilidad o molestia habra significado un destierro similar al sufrido por su antiguo compaero, slo que nicamente coincidira en las formas y no tanto en el fondo. A la primera pregunta responder que el seor ministro se encuentra indispuesto. Est en estos momentos descansando en su casa. Cada pocas slabas dedicaba una clida sonrisa a su auditorio. Y qu me dice de sus palabras? pregunt una voz que apenas consegua asomarse tras el mvil que sostena una de sus manos. Nada puedo decirle, porque el asunto depende de los mdicos que lo estn tratando. La ley, saldr adelante? Esta vez se trataba de una voz femenina, ahogada entre hombros y empujones. La seora ministra sonrea con la mirada a cada uno de los periodistas all congregados. Podra haber dicho la verdad, ser sincera, fiel a s misma, a su conciencia y as expresar sus emociones justo como haba hecho su antiguo amigo y correligionario. No lo hizo.

LA MERCANCA PERDIDA

La marea estaba alta aquella noche en la baha. El cielo se confunda con las aguas oscuras que ondeaban como si aquello dependiera del capricho de alguien todopoderoso. A lo lejos, se vea una hilera de luces titilantes que anticipaba la llegada de ms barcos de carga al puerto. El horizonte pareca sostener todo aquel amasijo de herrumbre que, inexplicablemente, se sostena entre la lnea que separaba al agua de la negrura. Cada cierto tiempo, sera difcil medirlo en aquel lugar, uno de los barcos abandonaba la montona hilera y se aproximaba a la drsena, donde muchos de los mozos llevaban a cabo su esforzada tarea. Iban ataviados con unas gruesas chaquetas impermeables cuya capucha bailaba azarosamente por accin del fuerte y artificial viento del puerto. Todos se movan de un lado a otro y pareca que no hablaban entre ellos, pero no era as. En realidad, tras aos de trabajo conjunto, haban asimilado una especie de lenguaje secreto, el cual no pareca necesitar una gran cantidad de palabras, antes al contrario. Una mirada, un gesto, una voz gritada en la lejana eran suficientes para decirle a un compaero que dejara la carga aqu o ms all, o que llamase al to de la gra. El fro, adems, aguijoneaba la noche. Aqul pareca no tener piedad con las manos encallecidas y los severos rostros de los hombres del puerto envejecidos prematuramente. Aun as, todos continuaban con su trabajo, el cual, mala suerte, es cierto, iba a eternizarse durante toda la noche. A pesar de todo, Eusebio pareca ignorar todo el jaleo que se arremolinaba a su alrededor. Por supuesto, era tan slo algo temporal: nicamente necesitaba un breve lapso de tiempo, en comparacin con lo larga que iba a ser la noche, para sacar la bolsa blanda (de colores vivos, con la esquela ocupando un tercio de ella), abrirla y comenzar a desmenuzar an ms el tabaco para liar que haba comprado ese mismo da. Eusebio tiritaba por el fro terrible que azotaba al puerto aquella noche, pero aquello no impeda que sus gruesos y desnudos dedos trataran con mimo los finos hilillos de color marrn. Se apoy en la caja que acababa de descargar de un barco pequeo (si lo comparaba con los tres anteriores). La madera protest tmidamente ante el peso del fumador, quien se permita un breve descanso baado en humo. Deba ser el ltimo antes de continuar con el pesado trabajo. Seguramente no terminara hasta que el sol despuntara por la drsena Este. Era la

ms grande. Por all venan los barcos ms imponentes. Autnticos titanes. Qu suerte tenan los capitanes de aquellas viejas tortugas de mar! Eusebio! dijo uno de los habituales de aquel lugar dejado de la mano de Dios. Con ello quera transmitir un saludo escueto, conciso, aunque cargado de la confianza que da el ver durante aos a las mismas gentes. Yago! respondi el aludido levantando la mirada, parcialmente encubierta por el gorro de lana ajado. Mientras fumaba y el humo pareca condensarse en aquel ambiente glido (por momentos le pareca a Eusebio algo slido, abarcable), el tiempo pasaba despacio. Aun as, cada vez que le daba una calada al cigarrillo blanco y basto, durante unos segundos pareca que aqul se acelerara sbitamente. Una nueva mirada a la caja de madera le anticipaba el futuro. Era extrao, pues se trataba de un futuro cierto y predecible, un futuro de cajas apiladas una encima de la otra en una nave enorme, casi imposible de abarcar en una sola mirada. El horizonte de barcos inacabables le pareca mucho ms incierto. Y atractivo. Durante aos, descargar las cajas que llegaban al puerto era la nica tarea que haba podido desempear. Aun as, no era algo indigno, claro que no, por mucho que dijera su hermano. l era un hombre fuerte y, en cierto modo, se senta tranquilo consigo mismo cuando obedeca las rdenes del encargado, ms joven que l. Sin embargo, ltimamente, con cada caja no slo haba de acarrear con el peso de sta, sino con el de sus propios aos, cada vez menos livianos. Esta vez, la madera era la que soportaba, no sin cierto recelo, el peso de Eusebio, mientras le daba la ltima calada al cigarrillo. Cuando hubo terminado al fin, se levant y escuch un crujido. La madera haba cedido y varios clavos apuntaban insolentemente hacia el cielo nocturno de la baha. Uno de los lados de la caja de madera no haba soportado tan bien como el resto el peso de Eusebio, de modo que dej al descubierto el contenido de la caja, el cual permaneca durmiente y resguardado del fro de aquellos dbiles muros. Qu es lo que haba all dentro? Eusebio mir en primer lugar a su alrededor por si Yago todava estuviese merodeando cerca, pero no fue el caso. Tal vez las cmaras de seguridad estuviesen enfocndolo justo en esos momentos. En ese caso, la imprudencia habra sido doble, ya que tambin habran grabado el descanso humeante. El disimulo ya se antojaba absurdo, pues si haba alguien mirando, lo ms probable es que ya se hubiese dado cuenta de todo. Por fin, Eusebio decidi arrimar la barbilla al borde de la caja de madera, como haca siempre para cargar y descargar las cajas que llegaban de lugares recnditos. Abri los brazos, que abarcaban gran parte del contorno, y levant casi en peso aquello que se haba convertido de pronto en una momentnea obsesin por poder observar mejor el contenido. Buenas noches dijeron unos ojos desconocidos que se hallaban parapetados tras una gruesa bufanda y un gorro que cubra cabeza y orejas. Eusebio no lleg a reconocerlo, pero hizo un leve gesto con su mirada para corresponder al saludo del compaero desconocido.

La caseta de las herramientas era el lugar ms cercano para poder descubrir aquel pequeo tesoro que haba encontrado procedente del mar. Evidentemente, no era igual a un viejo cofre recin rescatado de las aguas, cubierto de algas y todava chorreante, pero de pronto haba resucitado la curiosidad perdida haca ya muchos aos. Fue una manera como cualquier otra de romper la monotona. Fue como la parada para fumar el cigarrillo, s. Por supuesto, en todo aquello haba algo prohibido. Estaba claro que se estaba saltando las normas. Aun as, tambin podra decir que, al abrirse accidentalmente la caja, haba acudido hasta la caseta para tratar de arreglarla y de meter en vereda a los rebeldes clavos que se haban salido de su sitio. El ruido de la vieja puerta al cerrarse hizo que Eusebio se calmase. Probablemente, nadie lo vera a travs de los sucios y pequeos cristales de aquellas ventanas que haca tiempo que nadie haba abierto. Con el martillo en la mano, un ltimo acceso de su conciencia casi hizo que desistiera de sus intenciones. Sin embargo, al final comenz a hacer palanca para que aquel lado de la caja se despegara del resto y as dejase al descubierto el regalo que, sin quererlo, alguien haba mandado a aquel desconocido estibador, Eusebio, en aquella glida noche. El interior qued al descubierto finalmente y lo que vio all dentro le llam la atencin profundamente. Se trataba de un barco pesquero a escala, como los que su padre haba capitaneado haca muchos aos, pintado de color azul y con infinidad de detalles. Se hallaba sujeto a una recia base de madera y su tamao era considerable, dadas las dimensiones de la caja que lo cobijaba. Pero si aquello de por s ya era una sorpresa ms que agradable (de hecho, se podra haber encontrado ah dentro casi cualquier cosa: un trasto intil, simples herramientas...), haba algo ms que cautiv a Eusebio: el barco era exactamente igual a uno que conoca de pequeo, hace ya muchos aos. El recuerdo se encontraba sumergido muy hondo en su memoria. Tal vez, ni aun buceando con uno de aquellos modernos submarinos podra haber llegado tan lejos en el interior de sta. Pese a ello, logr hacerlo y hasta lleg a rememorar el nombre de aquel barco hundido en sus recuerdos con el correr de los aos. Se llamaba Cicln. Todo aquello haba sido simplemente un ejercicio de memoria superado satisfactoriamente. Las imgenes de su infancia le llegaron de pronto, a pesar de que ni siquiera haba podido contemplar la maqueta en su totalidad. Cuando recorri con la vista y con los dedos cada uno de los relieves del pequeo barco ya olvidado, vio que alguien haba pintado de blanco su nombre. Sus ojos se abrieron an ms por la sorpresa y no pudo evitar exclamar en voz baja un Dios mo. El barco en miniatura se llamaba tambin Cicln. De repente comenz a mirar a uno y otro lado como si hubiera cometido un acto atroz liberando aquel pequeo barco de su prisin de madera. Las ventanas entonces parecieron tornarse claras como el aire, sin restos de suciedad o humedad. Lo ms probable es que Yago pasara por all en cualquier momento y descubriera su secreto. No poda permanecer all ms tiempo. Pero, claro, tampoco poda marcharse como si nada: Eusebio tena que dejar la caja en

el lugar correspondiente y no en aquel destartalado almacn de herramientas. Volvi a coger el martillo del suelo y los bastos clavos que se apuntaban unos a otros con miradas puntiagudas. Con denuedo, y tratando de no hacer mucho ruido, comenz a apuntalar los clavos. Haba algo que tena claro: la caja ira al lugar que le corresponda, pero no as el contenido. Al cabo de unos das, Yago, el supervisor de rea, convoc una reunin urgente en la antigua lonja. Eusebio pens que tal vez no deba haberse llevado la maqueta de Cicln a su casa. Seguramente Yago o cualquier otro estibador lo haban descubierto. Era muy difcil, s, pero siempre caba esa posibilidad. Acaso la reunin podra haber sido organizada para ponerlo en evidencia, o tal vez para tratar de desenmascarar al ladrn furtivo que haba profanado el interior de una de las cajas que, desde haca aos o siglos quizs, llegaban al puerto. Aquello ganaba peso en la balanza moral de Eusebio. Comenzaron a asaltarle sentimientos de culpa y pesadumbre; pero, como haba hecho desde haca mucho tiempo, aquellas emociones no brotaban al exterior, sino que se quedaban muy dentro, en un lugar desconocido incluso para el propio estibador. Finalmente, lleg a la determinacin de, llegado el momento, dar un paso al frente y decir que haba sido l, que por alguna extraa razn decidi abrir la caja. No dira nada ms. No quera excusarse, en realidad, sino admitir su culpa y el posterior castigo. Era lo justo. Aquello se lo deca a s mismo mientras una treintena de hombres entraba a la antigua lonja, que ya no se utilizaba como tal. A veces le resultaba difcil mirar a los ojos de los otros compaeros. En aquellos momentos, debido al peso de la culpabilidad, ni siquiera se atreva a hacerlo e intercambiaba miradas tan slo con la punta de sus duros zapatos reforzados. Cuando entrara Yago lo hara, seguro. Tena que hacerlo. No dejara que aquel acto terrible suyo manchara a sus compaeros de trabajo. El murmullo y las caras de incertidumbre dejaron paso a las palabras de Yago, que se elevaron sobre los asistentes a la enigmtica reunin impulsadas por el eco de la amplia galera. Por un momento, Eusebio dej de mirar hacia abajo y observ a Yago: Antes de nada, tengo que deciros que no os debis preocupar dijo con las manos extendidas. Su gesto pareca franco. Si a alguien ms le ha sucedido, que sepa que no es el nico. Eusebio se encontraba casi mordindose los labios antes de que el patrn hablara, deseaba confesar su culpa, pero aquellas palabras lo frenaron. Estaba hablando de otros casos parecidos al suyo? O era simple casualidad? Mir a ambos lados para ver la reaccin del resto de compaeros y todos parecan tan expectantes como l. Cruz sin querer la mirada con otros cuyos ojos observaban con una ansiedad parecida a la suya. El desconcierto pareca ser comn a todos los asistentes a la reunin. Yago pareca saber en qu estaban pensando. Tranquilizaos prosigui. De una manera u otra hemos tenido experiencias parecidas durante las ltimas noches. As que se puede decir que todos vamos en el mismo barco.

Las sosegadas palabras de Yago actuaron como un blsamo en los corazones de los estibadores. Se sintieron profundamente aliviados, incluso los que, desde el principio, parecan tranquilos y despreocupados. Eusebio se quit un peso de encima, pero en realidad no saba muy bien por qu. En el fondo l era consciente de que haba cometido un acto atroz al haber liberado aquel barco, Cicln, de su pequea prisin. Parece que todos hemos recibido una caja con algo importante en su interior Eusebio no poda creer lo que oa. No era el nico, entonces. Y s, hemos hecho mal en abrirla, pero ninguno de nosotros ha podido resistirlo. Ni yo mismo he podido hacerlo. El murmullo aument a medida que unos y otros hablaban con su compaero y asentan con la cabeza, con gestos evidentes de satisfaccin y alivio. Eusebio mir por ltima vez la punta de sus zapatos, pero sta no le devolva ningn gesto. Se vio sorprendido de pronto cuando alguien lo agarr del hombro con un gesto firme para hablar con l. Era la robusta mano de Armando, tan arrugada como el rostro del hombretn, mucho ms alto que Eusebio. Por Dios! dijo. Crea que esto me iba a matar de los nervios. Eusebio contest tan slo con los hombros, tratando de esbozar una pregunta. An tena reparos y no se fiaba de contar su historia, justo al contrario que Armando, quien prosigui enseguida: Yo me encontr un coche, pequeo, ya me entiendes. Era un deportivo de esos clsicos, pintado de rojo, as, de este tamao... Todo esto resulta inquietante interrumpi de pronto Yago. Su voz inundaba cada uno de los rincones de la antigua lonja. Era lgico, pues su padre haba subastado pescado en el mismo lugar en que se diriga a los estibadores. Al orlo, todos apagaron sus murmullos nuevamente. Armando no fue menos. Por qu hemos abierto todos al menos una de las cajas que han llegado al puerto? No puede tratarse de algo casual. Tengo que reconocer que al principio me sent culpable, pero en el fondo senta que no haba sido el nico. Qu haba en tu caja, Yago? pregunt de repente alguien que escuchaba con atencin. Y en la tuya? contest otra voz un poco insolente. Haya calma. Tranquilos. No hay que ponerse nerviosos repuso Yago, pero la respuesta que obtuvo de la multitud fue tan slo un murmullo de duda, con signos de interrogacin tras las palabras dirigidas a algn lugar de la lonja. Yo he abierto un coche. Un deportivo rojo dijo de pronto Armando. Uno que vi cuando era nio. Lo deca a todos a la vez, asintiendo con la cabeza esperando un gesto de complicidad que no llegaba. A partir de ese momento, todos los estibadores se dirigan entre s broncos sonidos de voces varoniles y exaltadas. Si alguien con la suficiente imaginacin hubiese estado observando la escena, habra visto cmo, sobre sus cabezas, se dibujaban decenas de imgenes con objetos como gaviotas, motocicletas, remos, libros, muecos, plumas o espejos de imagen cncava. La confusin aumentaba y la excitacin se apoderaba de aquellos solitarios corazones que, de

pronto, haban comenzado a dudar acerca del porqu del contenido de aquellas misteriosas cajas destinadas, al parecer, a ser abiertas irremediablemente. Por qu? parecan preguntarse todos al unsono, bajo el disfraz de una polmica que empezaba y terminaba en el mismo punto. Creo que... titube Eusebio, pero el resto no lo dejaba; lo atropellaban con las miradas y los gestos iracundos dirigidos a la nada. Es posible que tenga la respuesta matiz ante un auditorio especialmente dscolo. Nadie le devolvi ninguna palabra, aunque Armando, que todava se hallaba a escasos centmetros de Eusebio, s se dio cuenta de las dbiles palabras del tmido estibador. Eh, eh, silencio por favor! grit Armando movido por el extrao convencimiento de que tras las palabras de Eusebio se esconda una verdad perturbadora. Yago se dio cuenta enseguida (no obstante, tena desde lo alto una mejor vista que el resto) y mostr en su rostro la seriedad propia de los que saben que algo malo se acerca. Tras unos segundos en los que Armando trataba de hacerse or entre tanto grito y caos, Yago, una vez que haba mantenido largamente aquel gesto duro y tenso, permiti que los estibadores reunidos en la antigua lonja fueran bajando el tono de sus broncas y acallando la tensin sostenida durante demasiado tiempo. Callaos un momento! dijo en voz alta. Parece que alguien tiene cosas que decir. Las miradas de los all presentes se dirigieron primero a los ojos de Yago y despus a los de Eusebio, que se encontraba sorprendido y abrumado por la gran responsabilidad que de pronto haba recado sobre l; o al menos sobre lo que tena que decir. Pens que ya no haba marcha atrs y que nada poda hacer para escapar de las miradas que lo mantenan preso en el centro de la lonja. S... eh... Trag saliva y aquello le pareci ya un trabajo considerable, a pesar de que en realidad no haba dicho nada. Creo que conozco el significado. De las cajas, bueno, de lo que hay en su interior. Los ojos de sus compaeros se mantuvieron todava ms tiempo concentrados en las palabras de Eusebio, a pesar de que en ese momento el tiempo las haba transportado a algn lugar de la memoria. Eusebio se vio obligado a seguir. No haba habido respuesta tcita por parte de nadie, pero todos lo deseaban. l se haba dado cuenta. Mi padre fue un marino explic echando mano de recuerdos de salitre. Cuando yo era pequeo, un nio apenas, me llevaba a veces en su barco. Se llamaba Cicln. Cuando volva, despus de varios meses, siempre me deca: Quieres ver el mar, nio marinero?; y me coga en brazos y me ayudaba a montar en el barco. Yo siempre quise ser como l, sobre todo cuando el mar se lo llev y ya no volvi nunca ms. Hizo una pausa amarga que, muy adentro, ahog una lgrima. Continu: Me hubiera gustado ver el mar como l lo haca, subido a aquel barco que despus de su muerte qued abandonado, muriendo tambin poco a

poco en un rincn del puerto. Me hubiera gustado ser marinero, como l, como mi padre, pero no pude serlo. Me qued en la orilla cargando y descargando la mercanca. Nunca pude conseguirlo. Creo que la caja me ha trado el recuerdo de lo que debera haber hecho, del sueo perdido. Tal vez todos tengamos alguno y por eso nos ha llegado este regalo, para recordrnoslo, para poder cambiar las cosas... El pblico no terminaba de creerlo, pero a medida que digeran las palabras de Eusebio eran conscientes de que tena razn. El alivio se not en muchos de los compaeros, que asentan con la cabeza y hablaban amigablemente de nuevo, como si una brisa fresca y primaveral se hubiera llevado las nubes de una tormenta incierta. Armando puso una mano en el hombro de Eusebio y le dijo en voz baja: Tienes razn. Nunca has tenido tanta razn. El deportivo rojo... Yago, mientras tanto, observaba la escena con el mismo gesto. La lonja le resultaba extraamente ajena. En su mente se vio a s mismo solo mientras escuchaba enmudecido las risas, las palabras de confianza que se dirigan los que minutos antes haban estado a punto de dejar hablar a las manos. Para l en realidad todo se hallaba en silencio, una escena en blanco y negro donde l representaba una sombra plida. Tal vez, la misma sensacin al contemplar la caja que l haba abierto quizs el primero. En la suya no encontr nada: estaba vaca.

UNA CLASE ELEMENTAL

En un principio, las cosas parecan fciles; pero, como suele ocurrir en las historias de detectives, siempre se complican. Este relato comenz hace ya muchos aos. Mi amigo y yo ramos todava jvenes e inconscientes. Crea que el director no nos iba a pillar, pues aquel da dej la puerta de su despacho abierta, as que no hubo ms remedio que entrar all para apropiarnos de dos fotografas viejas. Cualquiera habra pensado que el individuo que apareca en ellas era alguien normal, pero nada ms lejos de la realidad. Se trataba de la foto del asesino que ltimamente merodeaba por los alrededores del instituto. Claro, siempre teniendo en cuenta que Marcos, el chico al que haba conocido el ao pasado en la clase de segundo curso, tuviese razn. Qu historia estaba a punto de comenzar! Entonces, t ests seguro de que ah est la fotografa esa? me pregunt Luisillo con la cara de besugo que sola poner cuando no terminaba de comprender algo del todo. S, hombre, s. No ves que me lo ha dicho Marcos? Y quin es Marcos? Uno de la clase de segundo. Ah... Tras una larga pausa y despus de barruntar mucho la respuesta, al final su pensamiento fluy densamente: Pero yo no lo conozco. Qu pesado ests hoy, Luisillo! No lo conoces, no. Est repitiendo curso. Lo cog del brazo apretando fuertemente y me dirig con l hacia la puerta entreabierta del despacho del director. Entre susurros, mi estpido compaero de clase me deca: Como nos pillen, Blas por cierto, se es mi nombre y, como se podr suponer, no le tengo especial aprecio, vamos a tener un vis a vis con el jefe de estudios. Eso suena raro. Adems, no van a descubrirnos. Venga, pasa t primero.

Entramos finalmente y en el interior no se vea ninguna fotografa a simple vista, tan slo algunas fotocopias tiradas por aqu y all. Lo nico que me pareci de inters fue una agenda que se encontraba al lado del telfono, uno de sos antiguos que tienen una rueda en vez de teclas. Me pregunt entonces si sera como en algunas viejas pelculas de la Guerra Fra, y si tendra conexin directa con el presidente o, al menos, con el jefe de estudios. No hay nada, Blas. Un momento Luisillo vea lo que estaba haciendo y, al parecer, no le gustaba lo ms mnimo, no lo hagas. No... As que cog rpidamente la agenda, algo que tampoco se podra considerar un robo. Quizs como mximo una apropiacin indebida. Lo s porque mi padre es abogado y me ha ayudado mucho. Y tambin porque me gustan mucho las pelculas en blanco y negro. Por la tarde, una vez que las clases ya haban terminado, estuve hojeando la agenda. Estaba plagada de nmeros de telfono y anotaciones extraas del director del instituto, Rodrigo. Siempre iba fatigado de un lugar a otro. Algunos compaeros mos (entre ellos el propio Marcos) decan que el director alguna vez daba clase, tal vez de latn, pero nadie estaba seguro de aquella teora. Estuve a punto de escribir algo en la clase de lengua acerca del verdadero trabajo del director, a propsito de un ejercicio que trataba de las leyendas urbanas; pero al final cambi de opinin. Nunca se sabe en qu terrenos pantanosos te puedes meter sin quererlo. No pude encontrar informacin de gran valor, al menos en el primer contacto con aquel pequeo manuscrito indescifrable de letras y nmeros. Ms adelante s que lo hara. Cuando termin mis deberes (al da siguiente debamos presentar el cuaderno a Arturo, el profesor de historia) me puse a ver la tele. Desde que tenamos la TDT, no paraban de poner programas de televisiones locales que me parecan muy entretenidos. Haba uno en que relataban los sucesos misteriosos que haban tenido lugar en la localidad. Se llamaba El delincuente en la otra esquina y bajo este ridculo nombre se esconda un ameno y cutre programa con dos intrpidos reporteros (y poco ms) que iban patrullando el barrio (muchas veces era el mismo) en busca del crimen en directo. A m me pareca muy divertido, porque era como ver una de esas novelas que haba ledo, y que todava segua haciendo, pero, digamos, en versin espaola. Obviamente, aquel da estaban hablando, micrfono acolchado en mano, de los asesinatos que alguien estaba cometiendo en la zona. Nada de pistas definitivas ni ninguna clase de conexin entre las vctimas; tan slo la manera de morir. Deseaba que dijeran algo ms acerca del arma del crimen o algo de eso, pero se censuraban a ellos mismos por aquello de la investigacin policial. En manos de esta clase de detectives poco se podra llegar a saber acerca de la verdad de los hechos, de modo que decid tomar cartas en el asunto. Lo del despacho del director era nicamente el primer paso.

Al da siguiente, durante el desayuno, les coment a mis padres una curiosa teora que tena al respecto de los asesinatos del barrio. Tal vez el asesino que buscan est en el instituto. Yo creo que es un profesor. Blas, por Dios dijo mi madre a punto de atragantarse con el zumo de naranja, no digas majaderas. Mi padre hizo amago de censurar mi comentario, pero algo en el peridico lo distrajo y deleg en mi madre las labores pedaggicas. En los libros el asesino siempre es el menos sospechoso continu. Los libros no son el mundo real. Pero eso es bueno o es malo? contest con la inocencia que me caracterizaba, al menos, hacia mis padres. Mi madre no lleg a responder y se limit a levantar los ojos hacia arriba, en busca de las cejas, con su gesto tpico de indignacin. A continuacin se volvi a sumir en sus propios pensamientos. Desde que Pin, nuestro perro, haba muerto haca unas semanas, mi madre sola desaparecer del mundo real y quedarse en alguna isla remota y solitaria por algn tiempo. Ese mismo da, en la clase de historia, entregu mi libreta al profesor con una amplia sonrisa de satisfaccin por el trabajo bien hecho. Arturo se qued como siempre esperando a que saliramos todos del aula prefabricada (con aire acondicionado, eso s, aunque slo funcionase de vez en cuando) y me qued adrede el ltimo. Me llevaba bien con aquel profesor, aunque tengo que reconocer que no era lo suficientemente duro con algunos alumnos. A veces se le suban a la chepa. Quera comentarle algo, Arturo. T dirs. La libreta me la has entregado, verdad? S claro. No tiene que ver con las clases, sino con lo del asesino. Ah! Dime, dime. No me estars asustado por lo que cuentan en la televisin. No sera sa la palabra, exactamente. Quera preguntarle, profesor, si sospecha de alguien. No le he prestado mucha atencin a la noticia. Ya sabes que en estos temas la prensa se mueve mucho por el sensacionalismo. Un poco s me preocupa, la verdad. Tengo algunas sospechas. Hay un amigo que me ha comentado ciertas cosas... Arturo sonri y adopt las maneras de la gente mayor que habla con nios, utilizando ese tono oo y casi misericordioso. Si tienes alguna pista no olvides decrselo a la polica. Su sonrisa enseaba la mayor parte de sus dientes blancos y an jvenes. Por desgracia poco se puede hacer, sobre todo si eres un alumno ms del instituto. Pero si el detective averigua algo, no olvides decrmelo.

Lo ms probable es que Arturo supiera de mi aficin por la lectura de libros policacos, de ah su desdn algo paternalista. Alguna vez me han comentado que en las sesiones de evaluacin muchas veces se habla de cosas sin importancia, tratando de cumplir con el aburrido trance burocrtico; y que se pierde mucho tiempo contando ancdotas y poco ms. Por eso no me extraaba que Arturo estuviera al tanto de mis aficiones. No me gust nada la actitud del profesor, ya que crea que podra hablar de algo serio con l. Pero estaba claro que todava era un nio y, por lo tanto, los dems, los adultos, me vean como eso mismo. Les demostrara lo equivocados que estaban. Al da siguiente, tal y como esperaba, mientras caminbamos juntos hacia el instituto Luisillo y yo, comentamos lo del ltimo cadver hallado. Qu fuerte, Blas! exclam mientras se mova como una tortuga, bajo el enorme peso de su mochila roja. Ya es el tercero que encuentran. Anoche lo vi en la tele. Ya. Yo tambin, pero en la radio. No han comentado los detalles. Te imaginas? A lo mejor se cargan a uno de los profesores. Estara bien que se quitaran de en medio a la Serpiente. No soporto que me suspenda todas las veces por las faltas de ortografa. No hara eso el asesino. Sera demasiado evidente repliqu en tono solemne. Marcos me ha dicho que es alguien de dentro del instituto. Adems, al que habra que matar es a ti. T eres el que has herido de muerte a la lengua espaola. Es motivo suficiente. Sera un buen mvil. Un buen qu? Djalo. Entonces propin un sonoro capn que produjo un sonido algo hueco, como la cabeza de mi amigo. Sal corriendo y nada pudo hacer el lentorro de Luisillo. No consigui alcanzarme hasta que llegamos a la entrada del instituto. Aquel da las clases me parecieron terriblemente tediosas. Los profesores se empeaban en demostrarnos que lo que nos enseaban nos servira para algo en el futuro. Ms de una vez mi mente se escap a parajes extraos donde todo era mucho ms divertido y donde los mayores no me trataban como si todava fuera un nio. Vale que an no me haban salido pelos en las piernas, pero en cosas de cabeza aventajaba a mis compaeros. Me daba la impresin a veces de estar rodeado de imbciles totales que ni siquiera se molestaban en abrir los libros. Pero es que lo de los profesores todava era mayor delito: ni tan siquiera les llamaban la atencin. Por la tarde, despus de comer, trat de hablar con mis padres, pero se ve que aquel da no tenan muchas ganas. Y no es que hablramos con mucha frecuencia, pero de vez en cuando intercambibamos alguna que otra frase. Mi padre se fue enseguida al despacho y mi madre se qued mirando otra vez (y con la mirada triste) el lbum de fotos en el que sala Pin, nuestro difunto perro.

Ya casi haba anochecido cuando me diriga a casa de Luisillo, para hacer juntos los ejercicios de ingls. Yo no quera, pero mi madre y la suya siempre haban sido bastante amigas, as que no haba tenido ms remedio que aceptar al principio de curso. Tambin tengo que reconocer que la madre de Luisillo siempre me agasajaba con alguna sabrosa merienda, por lo que la monotona del Pues no lo entiendo de mi amigo se haca menos pesada. Aquel da el tema se acab desviando a lo que, con ms frecuencia, sala en los medios (ya no eran slo los locales). Yo no creo lo que dice ese Marcos amigo tuyo dijo Luisillo cuando pareci que su cerebro no daba para ms con los verbos irregulares. Pues es cierto. Me ha vuelto a decir que el sospechoso que vio por la ventana mientras hua era exactamente igual al de la foto. Lo nico que debemos hacer es buscar la foto. Sera un gran hallazgo. La foto no la encontramos en el despacho del dire. Yo creo que se trata de algo de drogas. La mayora de asesinatos son por esa razn. Ests muy equivocado. Segn Marcos... Siempre ests igual con el tal Marcos! Luisillo se atrevi a interrumpirme de una forma que me cabre muchsimo. Creo que llegu a ponerme rojo de ira, pero pude controlarme. Aun as, no fue eso lo peor; lo que dijo a continuacin firm su sentencia de muerte: Y, adems, he preguntado por las clases de segundo y no conocen a ningn Marcos. Ni siquiera la psicloga ha odo hablar de l. Has hablado con la psicloga de esto? pregunt incrdulamente. Claro. Y me ha dicho que no hay ningn Marcos en todo el Primer Ciclo. Acabemos con esto ya. Maana tenemos el control de verbos con el Mortadelo. No tengo ganas, Blas. He dicho que te vas a aprender esto y lo vas a hacer. Estuvimos un rato ms preguntndonos los verbos. El mal rollo se qued flotando en el ambiente, pero al menos consegu que Luisillo aprendiera cinco o seis verbos. A la maana siguiente, llegu un poco ms tarde que de costumbre (creo que en lo que llevbamos de curso slo me haban puesto dos retrasos: uno en la clase de Arturo y otro en la de la Vampiro). La mayora de las clases fueron bastante rutinarias, si no contamos el examen de verbos del Mortadelo o la expulsin del aula de Roberto alias Voy a ser un desgraciado toda mi vida. Este chico nunca aprenda. Tena la mala costumbre de verbalizar cualquier clase de pensamiento que se le pasara por la mente. Evidentemente, eso sacaba de quicio a los profesores, que, una y otra vez, le llamaban la atencin, pero muchas veces sin demasiada conviccin. Mientras sala por la puerta, Roberto salud a parte del pblico, que lleg a jalearlo como si de una estrella se tratase.

La ltima hora era la de dibujo. Con todo el folln ltimo del barrio me haba olvidado de que la clase de aquel da iba a ser prctica, y que necesitara un lpiz. No me hizo falta echar un vistazo al estuche para saber que no estara all, de modo que ped permiso a la profesora, me levant discretamente de mi silla y me acerqu a Jennifer, que tena un macroestuche con infinidad de productos de papelera, bolgrafos con colores que mis ojos nunca haban llegado a percibir y extraos instrumentos trados de Oriente o de lugares ms lejanos. Por fin toc el timbre de las tres menos diez, el cual sealaba el final de las clases. Todos salimos corriendo como si se tratara de la sirena que anunciara el hundimiento del Titanic. Cuando llegu al pasillo de entrada, justo al lado de conserjera, vi cmo un grupo de profesores charlaba silenciosamente y con cara de preocupacin. Es terrible. No s cmo ha podido suceder algo as... acert a escuchar mientras trataba de caminar lo ms lentamente posible para no llamar su atencin. Fue inevitable llegar hasta la calle. Curiosamente, en la acera no haba casi ningn alumno, lo cual era muy raro, ya que lo normal era que se quedaran algunos para charlar, dejarse algo de tabaco (u otras cosas peores o mejores, segn se mire) o hacerse de notar con compaas algo indeseables. Vi a lo lejos que unos compaeros de mi clase iban corriendo a toda prisa hacia el descampado que se encontraba a algunas calles de distancia del instituto. No pude evitar sentir el morbo de la situacin, pues todo apuntaba a que all habra un montn de personas. En efecto, comprob que una ambulancia se encontraba rodeada de varios policas que trataban de empujar al centenar de curiosos que se agolpaba en torno a un bulto tapado con una sbana de esas amarillas (o naranjas, no sabra decirlo exactamente), que parecen papel de plata, aunque del color del oro. Tal vez haba sido demasiado impulsivo aquella maana. Todo buen asesino debe planear mejor sus crmenes y, por supuesto, no olvidar el arma (en este caso, un lpiz) clavada en el ojo de la vctima. Cualquiera que lo viese dira que el asesino haba sido muy poco sutil y algo despistado. No haba cometido ese error con los anteriores.

EL CONTADOR DE HISTORIAS

All arrodillado, aquel inmenso mar le pareca a Ulntar un enorme coloso. Las olas se despedazaban una y otra vez contra la orilla y el viento helaba cada poro de su vieja piel. No sabra decir si estaba eufrico o si, por el contrario, la calma naca en su corazn. Siempre se senta as cada vez que visitaba aquel lugar maravilloso. La noche lo impregnaba todo de una magia indescriptible y la negrura rodeaba todo cuanto alcanzaba la vista de Ulntar, incluido l mismo. Tan slo se oa el bramido de las olas. Luego, silencio. Y otra vez el eterno ciclo. A Ulntar le gustaba recordar entonces las leyendas de su pueblo. Aquellas que cantaban las gestas de Haro el Guerrero o de Weriste, primera reina de Wurnk, el territorio elegido por los dioses. Entre todas ellas, sin embargo, haba tres que le agradaban especialmente y tenan que ver con las historias de esos seres fabulosos adorados por su pueblo. Los extraos los llamaban dioses, pero l prefera denominarlos cariosamente hermanos, ya que era uno de ellos. Ulntar no pudo resistir la tentacin de levantarse y, tras haberse sacudido delicadamente la arena de su cuerpo desnudo, mir fijamente a las estrellas, las cuales reflejaban su titilante mirada con idntico fulgor.

Oh, vamos! Contina con la historia, Cristbal. Los ojos de Mara parecan reflejar precisamente esas mismas estrellas. No me dejes con las ganas de saber el final. No te voy a contar ya el final, chiquilla. Acabo de empezar. Bueno, t sabes a lo que me refiero. Venga, venga, venga! Veamos Cristbal sonrea con una pcara expresin. No poda evitar sucumbir a la insistencia de la chica que lo traa loco desde haca ya unos meses. No, por hoy es suficiente.

Pero, por qu eres as? As, cmo? Siempre me dejas con la miel en los labios. Cristbal comenz a ruborizarse ligeramente. Le gustaba saber que las palabras que l deca eran algo dulce para Mara, aunque seguramente no tanto como lo seran los labios de ella sobre los suyos. Ella lo not, pero hizo caso omiso. Cambi de tema. Hablando de labios. Los llevas cortados, como siempre. Deberas cuidarte. Lo intento, pero con este fro Fro? Ahora era Mara la que sonrea, pero con un punto de malicia. Yo ms bien dira que hace mucho calor por aqu. Aunque parece que te afecta ms a ti. En ese momento, los dos cruzaron las miradas y, con una leve sonrisa, los enamorados que an no saban que lo eran se lo dijeron todo sin mediar palabra. Ya en serio, Cristbal. Si quieres podemos quedar maana y me cuentas ms de tus historias. Me parece muy bien. Quedamos en el mismo sitio? En la puerta del cine, no? Finalmente se despidieron amigablemente y se pusieron los guantes. Realmente, haca fro por aquella poca en la ciudad. Los ms viejos del lugar seguramente recordaran que hace ya ms de veinte aos un fro similar acab convirtiendo la playa en un fino tapete de blanco ncar. Al ajustarse la bufanda cuando slo haba recorrido unos metros, Cristbal mir por el rabillo del ojo a Mara. Le gustaba mucho pasar el tiempo con ella. En ocasiones se preguntaba en qu preciso instante dej de ser su amiga para convertirse en algo ms. De ella tena muchos recuerdos y la mayora agradables. Le gustaba su forma de rerse de los dems, pero tambin de s misma. Le encantaba su forma de ver las cosas, de verlo a l. Una vez se puso a correr con Mara por medio de la calle, sin sentido alguno; simple juego de adolescentes. Le haca mucha gracia ver cmo ella intentaba cogerlo. Mara en muchas ocasiones le deca que se burlaba de ella; pero no era as. A Cristbal tambin le gustaban sus pequeas manos y sus piernas talladas en blanco marfil. Como la playa hace unos aos, pens. En ese momento la vio alejarse por la calle Mayor. Miraba los escaparates de ropa de soslayo, como si en el fondo ella quisiera que las faldas, los zapatos, los bolsos la miraran a ella y no al revs. Cristbal la sigui con la mirada hasta que se difumin con el resto de la gente.

Pam, pam, pam! Los pesados pies de Ulntar caan como tambores de piedra sobre la superficie de la playa. Los granos de arena salpicaban la espalda del poderoso ser y parecan sufrir una erosin de dos mil aos a cada pisada. Los agitados pasos se sucedan uno tras otro. Tres das habran pasado corriendo de no ser por el hechizo de Arlaac, quien haba

sumido al sol en un profundo sueo del que nicamente poda despertarlo el amanecer de un nuevo astro que lo sustituyera. As era el poder de la magia de los dioses. Sin embargo, Arlaac no era hermano de Ulntar. La playa se acababa. En un entorno imposible como aqul, la arena se extenda hasta el horizonte, con dos orillas a cada lado. Ulntar miraba ambas con circunspeccin. Se agach nuevamente para saborear el agua del mar. Caba la posibilidad de que no volviera a hacerlo nunca ms, puesto que la primera tarea que lo aguardaba era la de atravesar el Bosque de los siete ecos, el cual ya poda divisarse a lo lejos.

Todava no has dicho por qu hace todo eso Ulntar interrumpi sbitamente Mara. Ay, alma de cntaro! Qu pasa? No te burles Qu inocente Cristbal la cogi dulcemente del suave cabello ondulado. A ver, de qu van todas las historias? Hmmde amor? Pues claro, chica. Pero eso ocurre con las canciones. Todas las canciones tratan del amor. Esta historia trata de un amor, como las canciones que has dicho. Las que he ledo yo tratan de misterios no resueltos, barcos piratas, enigmas an por descubrir Entonces, la historia no te gusta? Cristbal imit una cara triste, pero sonriente. Esperaba la complicidad de Mara. No seas tonto. Claro que me gusta Mara contemplaba el suelo como si fuera en ese momento una nia. Sigue, sigue!

Pam, pam, pam! Otra vez los pesados pies de Ulntar sobre la arena. De repente, un rbol. Otro. Otro ms. Record la historia que le cont su abuelo acerca del Bosque de los siete ecos, que en ese momento se abalanzaba desafiante sobre los rudos hombros de Ulntar, pinchndole con cada rama. Sinti en ese momento una punzada en todos sus msculos: a lo mejor era algo parecido al miedo. En el Bosque de los siete ecos slo se podan hacer siete ruidos, ninguno ms. Todos ellos emitan un eco que provena del infinito, de lo desconocido, de la propia imaginacin de sus moradores. Ulntar no era realmente de all. Ms bien, un extrao en tierra ya ajena. El Bosque perteneca a los dominios de la ninfa Orssa y no permita que nadie molestara con sus ruidos el eterno descanso de su amado, que yaca en el suelo de hojarasca con un eterno rictus.

Los pesados pies de Ulntar se transformaron en las plumas de un ave gigantesca que pugnaba por no levantar en exceso el vuelo, a pesar del suelo vidrioso de hojas (algunas marchitas, otras de un verdor esplndido) que forraban con un tapiz imposible los dominios de Orssa. Crack! Y de repente un eco. Ulntar saba que iba a ser una tarea ardua, as que no se tom el chasquido como una derrota. Intentaba recordar de nuevo las historias que le contaba su abuelo, aquellas que formaban parte de su infancia, parte de su ser. Un suspiro. Y de pronto el eco que vena de lo ms hondo de la maldad de Orssa, como un monstruo sombro lleno de mpetu. El corazn de Ulntar lata con fuerza. Tena un motivo claro: dejar atrs aquel bosque cuanto antes y reunirse con su amada. Ms pasos. Algunas hojas secas caan sobre el rostro de Ulntar. El tercer eco. La mirada escap furtiva a la caza del que profana su paz. Cuarto. El final del bosque est cerca Ulntar, no mires atrs. Lo que acabas de escuchar forma parte tan slo de la espesura de tu imaginacin. No caigas bajo su hechizo, que enreda con la hiedra a todo aquel que desfallece ante los fantasmas de su imaginacin. Quinto eco Ulntar no quera exhalar el aliento que emerga de su pecho, en un intento por contener su ruidosa respiracin. Los rboles podran delatarle Sexto. Quin es el osado que mancilla su descanso? Nadie puede escapar de mis dominios! As que un dios haba osado entrar en el lugar prohibido Gran ofensa para la ninfa, la cual desat toda su rabia e implor a los rboles, con lgrimas de cristal, que detuvieran al intruso. Unos brazos largos atravesaron entonces el bosque, mientras una lluvia de gruesos alfileres marrones caa al unsono sobre las espaldas de Ulntar. Orsa lloraba sobre el rostro de su amado. l nunca ms podra devolverle un beso siquiera. Grit Ulntar. Altara! Y el eco se hizo esperar, pero no lleg. Ulntar acababa de escapar de aquel bosque con guardianes de madera y yaca de nuevo sobre la arena.

Entonces, as se llama ella. Los ojos de Mara se clavaban en los de Cristbal con lmpida candidez.

Te refieres a la amada de Ulntar? contest. As es. Hmm l la busca por alguna razn. Tal vez porque quiere pedirle perdn? Perdn por qu? No s. Se habr portado mal. En ese momento ella sonri buscando la complicidad de Cristbal. Ya sabes lo que les pasa a los chicos que se portan mal Los dos rieron. Cmo eres. Espero no portarme mal porque si no Mara y Cristbal continuaron caminando cerca de la inmensa catedral dirigiendo miradas esquivas a los monumentos arquitectnicos que los envolvan con sabia antigedad. Realmente sus miradas se encontraban con menos frecuencia de la que deseaban, a pesar de que la mayora de las veces se miraban de arriba a abajo. Puede que no sea sa la razn por que la busque. Entonces La chica se va a casar con otro. Piensa que su mundo no es como el nuestro. El tono de Cristbal se volvi interesante. Ya est! Tiene que rescatarla de algn peligro. La cara de nia ilumin su bella sonrisa. Creo que por ah te acercas ms. Tanto ponerse interesante y luego vas y me cuentas una historia de prncipes y princesas. Ah, qu pasa? Pensaba que te gustaban esas historias. Pero realmente te he dicho que te ibas acercando, no que se tratara de eso exactamente. Bueno, la verdad es que tampoco es una historia muy convencional. l, de momento, no parece un prncipe y su mundo es muy diferente al nuestro. Cierto. Y de Altara no sabemos nada an. De Ulntar, algo ms. Los ojillos verdes de Mara miraban hacia arriba. Le gustan las historias! Eso, eso. Parece que entre su mundo y el nuestro no existen tantas diferencias. La animada conversacin ces por unos momentos mientras los dos compartan un silencio grato, de esos que slo se disfrutan si existe la sensacin de que la mera compaa del otro es suficiente. Pas un buen rato y, al final, cuando Cristbal y Mara se iban a despedir hasta otro esperado da, las nubes dibujaron en el horizonte jirones amoratados de cielo. Dile a Ulntar que me espere maana en la Gran Avenida dijo Mara. No lo dudes. Ah estar. En el cine haba una cola largusima para entrar. Sin embargo, muy pocos de los que estaban all iban a ver la pelcula escogida por Cristbal. Tampoco Mara demostraba gran entusiasmo,

as que hablaban de casi todo menos del hecho de estar en el cine. Mara soltaba graciosas puyitas de vez en cuando, pero Cristbal no se lo tomaba a malas en absoluto. Los dos rean y de manera espontnea se cogan, se abrazaban o incluso buscaban las manos del otro en un ciego y leve intento. Una vez dentro de la enorme sala vaca, la proyeccin cobr vida y enseguida los dos se dieron cuenta de que la pelcula iba a ser muy aburrida. Mara pregunt disimulando espontaneidad cuando realmente lo haba estado pensando desde que se despidieron el da anterior. Cmo contina la historia de Ulntar? Dnde lo habamos dejado? Acababa de salir airoso del Bosque de los siete ecos.

El hermano de los dioses ahogaba su asfixia en los recientes recuerdos de su amada, que revoloteaban dentro de su corazn con fuerza. Una vez que hubo descansado y remojado sus araados pies en el agua de la orilla, observ el enorme pen que tena que atravesar. ste se encontraba a unos kilmetros de distancia. Comenz de pronto otra carrera sin rival visible hasta que lleg a los dominios del enorme accidente, colocado a conciencia por thula, rey de la tierra, y hacedor de las montaas. No deba de ser un obstculo difcil, puesto que Ulntar era mucho ms diestro trepando que nadando. Era otra posibilidad que haba contemplado en su sueo, pero la rechaz tal vez por respeto a las aguas que lo vieron nacer una encapotada tarde de otoo. La maleza se acumulaba en los hombros de Ulntar y el sudor resbalaba y caa por sus cejas al tiempo que ascenda cada vez ms por el pen que lo separaba del otro lado, de las tierras de Armero. Ya en lo ms alto, las divis en el horizonte. Eran tierras vastas, secas. Haba caones que serpenteaban buscando una presa fcil. La hermosa playa tocaba a su fin. Se perciba el caos y el miedo, pues all se encontraba Armero, guardin del puente que conduca a Altara. Ulntar en ese momento tuvo la conviccin de que volvera a verla. Cuando desapareci la playa del alcance de su visin y sta se torn en desierto, se sinti inquieto otra vez. Solamente su amor por Altara lo acompaaba en ese momento. La blanca Luna brillaba desde lo ms alto y las estrellas salpicaban aleatoriamente un cielo vidrioso, no tanto por su disposicin, sino por las lgrimas que brotaban tmidamente de los tiernos ojos marrones de Ulntar. No obstante, deba ser fuerte. Deba estar preparado para enfrentarse a Armero, que sin duda estara ya esperndolo en la entrada del puente montado en su negro perchern.

Por qu Ulntar tiene a todo el mundo en su contra? pregunt Mara con avidez. Est en un mundo hostil. Va a buscar a su amada. Y eso qu le importa a los dems? Cada uno parece tener su propia penitencia.

Y Armero tambin la tiene? Shh, no seas impaciente. Venga, sigue, Cristbal. Vaya rollo de pelcula. Las imgenes en blanco y negro se sucedan en el fondo de la sala sin que los ojos de los dos prestaran la ms mnima atencin.

Armero lo esperaba a caballo. Tanto jinete como montura parecan una prolongacin de ellos mismos, pues se fundan como si se tratara de un solo y sobrenatural ser de plata. No se le vea al caballero rostro alguno y, de haberlo tenido, se habra parecido al miedo, al odio y al resentimiento por un amor que l nunca lleg a tener. La montura de Armero piafaba al tiempo que giraba sobre s misma inquieta por la visita; pero el jinete no apartaba la vista de aquel dios. Me dejars pasar? dijo Ulntar con tono severo. Mi amo no me lo permite respondi el eco que emerga de la oquedad del yelmo. En ese caso tendremos que luchar. T vas a caballo y yo slo tengo la montura de mis firmes pies. T vas armado y a m slo me arman caballero los besos de Altara. No tengo miedo ni a ti, ni a los designios de tu amo. Tienes una voluntad firme Ulntar. Eso sin duda te ha hecho llegar hasta los dominios lejanos de nuestro mundo, all donde no eres bien recibido. Una pausa, entonces, interminable, surc el rostro vaco del caballero y pareci transformarlo en una mueca apenas perceptible. Qu se siente? Al entrar en vuestros dominios? respondi Ulntar un tanto receloso, pero intuyendo a qu se refera Armero. Qu se siente al ser amado, ser correspondido, saber que la otra persona piensa en ti, se acuerda de ti, te extraa, te siente cerca a pesar de la distancia En ese momento Ulntar capt toda la tristeza que envolva al caballero, tan majestuoso en su montura colosal, pero tan nfimamente pequeo por lo vaco de su corazn. Te lo contar al volver con Altara por el puente y atravesar los caones junto a ella. A una larga pausa le sigui la rplica. Siempre te gustaron las historias, Ulntar. Mi abuelo tuvo mucho que ver con ello. Espero que te sea de utilidad. Mi amo es perverso. Intenta liberar a tu amada Altara. Yo proseguir mi cautiverio de mil aos. Y el jinete se apart del extremo del puente que guardaba y desapareci entre la bruma del arrepentimiento que lo atormentaba.

La pelcula ya haba acabado, y justo en ese punto de la historia los ttulos de crdito con nombres en francs y alemn surcaban de abajo a arriba la negrura de la sala. Te ha gustado? pregunt tmidamente Cristbal. Vaya coazo. OhSi quieres no te cuento ms de la historia en ese caso Su rostro se haba fundido ligeramente con el de la oscura sala. Qu va! Mara ri tiernamente al tiempo que le acariciaba a l la mejilla. Me refera a la pelcula. Horrible. Me gusta mucho ms lo que me ests contando. la sonrisa de Mara al tiempo que l dijo: Vmonos ya. Mira que elegir un bodrio como ste Qu!? Tendrs morro? Pero si fuiste t el que dijo que haba ledo una crtica que estaba muy bien, que se haba metido en internet y haba visto los comentarios En ese momento, los dos salieron corriendo persiguiendo el uno al otro, como en un juego adolescente. Rean y se encontraban flotando en un mar salado del cual slo ellos dos eran los nicos amos. De pronto, Cristbal dej atraparse por Mara (ya lo haba hecho realmente un tiempo atrs) y sus miradas se cruzaron en el infinito, como las rectas paralelas de un amor predeterminado desde haca mucho tiempo. Sus corazones no pudieron resistirse y obligaron a sus labios a solaparse bajo la oscuridad de una ciudad que albergaba bajo su terciopelo estrellado a los dos enamorados que en ese momento, s, ya saban que lo eran. Cristbal acompa

En aquel preciso instante Ulntar diriga su vidriosa mirada a Altara, que se encontraba de pie con la daga que haba arrebatado al temible guardin del calabozo apuntando directamente al cuello de Ulbar, el abuelo de Ulntar, seor de las lejanas tierras inhspitas, dueo del mal que asolaba los corazones de su mundo y amo de Armero, el jinete que deba impedir el paso a Ulntar. ste encaminaba sus palabras hacia el final de la historia. Sus corazones no pudieron resistirse y obligaron a sus labios a solaparse bajo la oscuridad de una ciudad que albergaba bajo su terciopelo estrellado a los dos enamorados que en ese momento, s, ya saban que lo eran. Muy bien Ulntar. El rostro de Ulbar reflejaba una soberbia contenida por el maestro que ve cmo su aprendiz lo supera. Una buena historia. Os habra dejado marchar con una historia tan irreal. No! grit Altara. Ibas a matarme. Cuando pronunci esa fatdica palabra, a Ulntar le resbal una lgrima por la mejilla. Es eso cierto, abuelo?

No me llames de ese modo! Sigui una pausa interminable. Cuando entraste en mi fortaleza te promet que para liberar a Altara tendras que contarme una buena historia. Como aquellas que me inventaba cuando eras un nio. As lo he hecho Ulntar susurraba las palabras, pero con tal conviccin que pesaban como losas sobre la conciencia de su abuelo. Pues as sea. Que se cumpla mi palabra. Si me matarais no conseguirais salir vivos de mi feudo. Altara rompi a llorar, ms que por miedo a herir a Ulbar por herir el propio corazn de su amado, que no soportara ver morir a su abuelo, incluso despus de que se hubiera convertido en todo lo contrario a lo que l recordaba cuando era pequeo. Ulntar, te lo juro dijo entre sollozos de espesa amargura Altara, me dijo dijo que iba a matarme Y ahora os dejo que marchis. Salid de mis dominios. En ese instante la mirada de Ulntar escrutaba a aquel que en su ms tierna infancia haba sido el creador de un mundo maravilloso de fantasas y ensueos plagados de palabras. Palabras bellas, palabras aterradoras, sutiles, irnicas, amorosas. Palabras con significado, sin l, juguetonas. Palabras como abuelo, que ya haba perdido curiosamente todo su sentido para Ulntar. Tal vez la explicacin de todo lo que ocurre y lo que ha de ocurrir debas buscarla en las historias que llevan los vientos de nuestro acabado mundo. Y las sombras dieron cobijo a Ulbar mientras su alma en pena deambulaba hacia el interior de su fortaleza.

Ulntar y Altara reposaban en un granulado ocano de arena con dos orillas, una enfrente de la otra. El cuerpo de Ulntar ya haba estado ah hace poco tiempo, pero no as su alma, que ahora yaca junto a l personificada en la melena mojada en sal, los ojos despiertos, la mirada tierna y el amor de su piel contorneada. Era de noche todava y la cpula que los envolva mgicamente dejaba entrever motas blancas radiantes y exuberantes. El sosiego, que ahora imitaba a un compaero invisible, haba reemplazado al calor de los besos y al sudor empapado de sal y arena de los enamorados que eran dioses; aunque a partir de ese momento pensaron por siempre que fueron dioses porque se enamoraron.

UN PROBLEMA DE DISTANCIAS CORTAS

La ciudad de Argern brillaba intensamente. Eran las doce del medioda y el sol caa sobre las cabezas de sus habitantes de forma implacable. En uno de los termmetros la temperatura llegaba a los cuarenta y siete grados centgrados. Las amplsimas avenidas de la ciudad, surcadas por gigantescos cilindros de fibra de vidrio, refulgan y hacan resplandecer un complejo entramado de tneles que contena millares de coches, cada uno de ellos con personas y androides que se dirigan a sus trabajos (la mayora, en cualquiera de las diecisiete centrales trmicas de argevirita). Vista desde la distancia, y a esa hora del da, Argern pareca una colosal estrella. No es de extraar, por tanto, que Alberto Romano, alcalde desde haca dos aos, hiciera ademn de secarse el sudor de la frente con su pauelo blanco, aunque slo fuera un acto instintivo, mientras Rodrigo Sells, su secretario, discuta con l acerca de los ltimos presupuestos. Seor alcalde, hemos recibido mil quinientas quejas. Su voz pretenda ser firme, pero al final se quebr levemente. La figura de Alberto era un tanto imponente. Permaneca absorto mirando por la ventana, que al mismo tiempo haca las veces de pared. Slo al cabo de unos segundos dijo: Mil quinientas es una proporcin nfima, Rodrigo. Ya sabe que lo nico que hago es transmitirle el descontento de la oposicin. Lo s. Supongo que estars de acuerdo conmigo en que mil quinientos contra una poblacin de treinta millones es una insignificancia. Mientras pronunciaba la ltima palabra, se dio la vuelta sonriendo framente. Pues claro que lo estoy, pero... Sus ojos temblaban. Alkas dice que... Por Dios, Rodrigo. La sonrisa se desvaneci de su rostro. Parece que olvides que estoy harto de Alkas. No para de incordiar. Y parece que t siempre lo defiendas. No lo hago, seor alcalde. Lo que ocurre es que un familiar mo se ha visto afectado.

Y qu quieres que le haga? Alberto sonaba irnico. La empresa que contratamos hace un ao present sus credenciales y estaba todo correcto. Lo admito, seor. La voz del joven secretario trasluca impotencia. Aunque coincidir conmigo en que un accidente de estas caractersticas es grave. No sabemos adnde ha ido toda esa gente. No sabemos dnde est mi to... Finalmente, Alberto se arm de paciencia (al menos, es lo que l pensaba), se sent en su oronda butaca y le ofreci asiento a Rodrigo. Cruz las manos sobre la mesa con los codos apoyados en ella y al cabo de un tiempo saboreando su elevada posicin dijo a su secretario: Los accidentes pasan inevitablemente. Podra usted aumentar el presupuesto contest rpidamente Rodrigo. El teletransporte prximo tiene el presupuesto necesario. No vamos a rescindir nuestro contrato con la Asociacin P&T. Eso acarreara una deuda que hasta para la ciudad de Argern se convertira en un problema econmico grave. El rostro de Alberto reflejaba una seguridad difcil de resquebrajar. Pero es posible que la ciudadana corra algn tipo de peligro. Pamplinas, Rodrigo. No haga caso de lo que dicen por ah mis detractores. El alcalde hizo un gesto de asco tras el que perfectamente le poda haber seguido un escupitajo. Por cierto, has terminado los informes del caso Rudetsky? En los cinco minutos posteriores Rodrigo permaneci en silencio mientras Alberto revisaba los informes al tiempo que se encenda un puro. Pareca evidente que al alcalde no le apeteca hablar de aquello. Resultaba frustrante. Entonces se pregunt si le habra escuchado al decir lo de su to. Slo le apeteca or lo que le interesaba. Maldito alcalde. Cmo demonios podra haber sido elegido por la junta de Altos ciudadanos?, pens, al tiempo que se encaminaba finalmente hacia la puerta en espiral del despacho, con el corazn puesto en rsula.

El camino hasta el ascensor le result a Rodrigo tedioso. Se encontr con el pesado de Copp, las miradas furtivas de los que todava se preguntaban cmo haba llegado a secretario del alcalde sin decantarse claramente por un partido u otro, los torpes androides de mantenimiento que siempre le acababan a uno mojndole los pantalones y tambin con el resto de gente que se agolpaba en la entrada del ascensor a empellones. Qu ganas tena de ver a rsula. Desde fuera, el colosal edificio de la administracin central de Argern reluca a causa del resplandor del sol. Estaba recubierto por multitud de hilillos que suban y bajaban una y otra vez, sin descanso, en una rutina ininterrumpida durante las treinta y dos horas del da. En uno de ellos se encontraba Rodrigo, anhelando un metro cuadrado de intimidad, mientras un garoniano haca gala de sus secreciones sudorosas muy cerca del olfato del secretario. Prefiri distraer su atencin con otra cosa y entonces, en aquel ascensor que bajaba a gran velocidad, percibi la grandeza y majestuosidad de su ciudad, su intenso brillo, las columnas de luz que

emanaban como nico residuo de las centrales trmicas de argevirita; y el cielo, qu cielo, totalmente raso y limpio de cualquier residuo. Se baj en el piso 84 y por fin vio a rsula sentada frente a su ordenador. Estaba preciosa, con su pelo corto y negro recogido sobre unos hombros de mbar que embellecan an ms si cabe su rostro de rasgos asiticos. La pantalla del ordenador le iluminaba la cara. Por fin ests aqu dijo ella levantando sus profundos ojos negros. Tena muchas ganas de verte. Cmo te ha ido con Alberto? Pues... Rodrigo hizo un gesto con las manos al mismo tiempo que resoplaba Es un hombre muy difcil. No es algo nuevo. Yo dira que es un gilipollas. Algunos empleados levantaron sus cabezas y miraron a rsula. Rodrigo se sonri. Le he dicho lo de mi to y me ha ignorado dijo. Es normal. El alcalde slo mira por sus intereses personales. Ya, pero si sigue comportndose de esta manera sus propios intereses se vern perjudicados. T no te preocupes, Rodrigo, ya vers cmo todo esto acaba solucionndose. Lo importante ahora es que encontremos a tu to. rsula le acerc la mano a Rodrigo y ste se la cogi. Cmo est Elvira? Est preocupada. Realmente no sabe qu es lo que ha pasado con Eusebio. No me extraa. Ni yo misma saba lo que era el teletransporte prximo hace un par de aos. Ya, bueno, eso suele pasar con los inventos nuevos. Sabes cuntos se han patentado en el ltimo ao? Pues no, aunque Lora me dijo que a ella le enviaban un catlogo nuevo cada semana. rsula abra los ojos con curiosidad. A continuacin, como si le contara un secreto, le dijo a Rodrigo en voz baja: Se patentaron cincuenta mil. Cincuenta mil! Las cabezas de los empleados otearon la sala para ver lo que ocurra. Por eso ta Elvira est tan perdida. Ni siquiera sabe qu clase de accidente ha sufrido su marido. Inventan tantas cosas que una ya no sabe a qu se expone. Tambin le he dicho si podra haber un aumento en el presupuesto del teletransporte prximo. As podra haber ms dinero para investigacin y solucin de fallos. Ja! Pedirle aumentos de presupuestos a Alberto. En los labios de rsula se poda leer un insulto. Eso es como hacer que esos androides de mantenimiento hagan las cosas bien. De hecho, a veces me pregunto si Alberto no ser un maldito robot... En la cara de Rodrigo se

esboz una leve sonrisa. Le encantaba la forma de ser de rsula. Aqu, en el departamento

de administracin central nivel tres, se le pidi una mejora en los sistemas informticos. Y aqu me ves: con mi flamante CPU de tres micras. Increble. Al menos no tienes que verle cada da. se es el nico consuelo que me queda, Rodrigo. Los dos sonrean, con unos deseos irresistibles de besarse. l pensaba en su intensa piel morena y ella en los grandes ojos verdes que la miraban como si fuera la primera vez. Finalmente rsula le dijo: Ah, casi se me olvida. Aqu tienes los informes de la Asociacin P&T, los recortes digitales de prensa y... Y los detalles del teletransporte prximo finaliz Rodrigo. Muchas gracias, cario. No hay de qu. Estoy deseando verte esta noche. Su voz sonaba tremendamente sensual. Yo tambin. Tengo muchas ganas de perderme contigo. Adis. Despus de dejar a su novia en el piso 84, Rodrigo se dirigi de nuevo hasta el ascensor. All, ms de lo mismo: empujones, malas caras y tambin malos olores. Miles de aos de evolucin y tecnologa y todava haba personas que no se duchaba. El suelo se vea cada vez ms cercano, como si una lupa lo fuera enfocando a gran velocidad, y sobre la superficie ms gente. Gente que suba por el ascensor. Gente que bajaba. Otra que permaneca inmvil (no por mucho tiempo). Rodrigo se dispona a ir a casa de su ta Elvira, y no dejaba de repetirse: treinta millones en una sola ciudad, la Ciudad sol, como la llamaban en los mundos exteriores. Consigui salir del ascensor y se encamin hacia el corredor de salida. En l, el aire acondicionado iba desapareciendo gradualmente, de modo que no se notara tan fuerte el golpe de calor al salir al exterior. Se remang ligeramente mientras se acercaba a la boca de aquel ancho tnel de cien metros y pidi por el mvil de pulsera que le recogiera un taxi. Cinco minutos ms tarde ya se encontraba dentro de uno. Indic al taxista la direccin, se recost en el asiento y abri la carpeta que le haba entregado rsula. Ley fugazmente: Teletransporte prximoConcepto. Ms abajo deca: ... y por motivos an desconocidos las diferentes

empresas (pblicas y privadas) de ulterintica no han dado con la solucin al problema de las largas distancias en materia de teletransporte, siendo ste.... Rodrigo ya tena ciertas nociones al respecto. Saba que en grandes distancias no se poda utilizar el teletransporte, motivo por el que ciudades como Argern lo haban aplicado a mejorar el trnsito de la va pblica, como si se tratara de pasos subterrneos. Lo cierto es que se trataba de un invento muy moderno, que facilitaba el paso de los peatones a travs de los gigantescos cilindros de fibra de vidrio por los que circulaban los coches, pero que sobre todo daba una imagen muy futurista a la ciudad. Sera eso lo que buscaba Alberto? A continuacin extrajo el pequeo disco dorado que contena los recortes digitales de prensa. Hizo un suave gesto con el dedo y los recortes de luz aparecieron ante sus ojos, iluminndole la cara con letras y fotos invertidas. La prensa apenas haba informado acerca de las

desapariciones. No haba ms que pequeos recuadros con escasa informacin. Datos de rigor en un peridico insulso. Rodrigo se rasc la ceja pensando en los extraos acontecimientos que estaban sucediendo en la ciudad-estado de Argern y en por qu su to Eusebio haba desaparecido. Su to y mil cuatrocientas noventa y nueve personas ms.

El piso de ta Elvira era modesto, aunque no le faltaba de nada. Se encontraba cerca de la periferia de la ciudad, pero justo detrs de l haba un bonito parque, donde su ta sola pasear y dar de comer a las palomas en los frescos atardeceres. Claro que lo que no se imaginaba es que la mitad de esas palomas eran robots, simples adornos para una ciudad artificial, una ciudad del futuro, como Argern. Cuando Rodrigo hablaba con su ta prefera no entrar en detalles acerca de hasta qu punto la tecnologa se haba involucrado en las vidas de los ciudadanos. Prefera hablar de las cosas de siempre, las que nunca cambian o, al menos, las que lo hacen en menor medida. Muchas veces Elvira le preguntaba sobre rsula, quien para ella era como una hija, al igual que Rodrigo. ste no saba nunca cmo explicarle que slo eran novios y, a pesar de que se queran mucho, no se casaran. Actualmente, casi nadie lo haca. Los dos preferan vivir de ese modo. A su ta tampoco le molestaba; ms bien al contrario: saba que Rodrigo tena la suficiente confianza para hablar con ella sobre esos temas. A los dos les gustaba hablar de cosas cotidianas. Por eso, a Rodrigo le costaba sacar el tema de su to. Aquel da notaba a Elvira algo ms triste. Al final dijo: Yo tambin estoy muy preocupado por Eusebio, ta. Su voz son suave a los odos de ella y acabaron dndose un abrazo. Estoy haciendo cuanto puedo para averiguar qu ha pasado. Pero eso se puede saber? La voz de Elvira reflejaba impotencia. No han dicho casi nada en la televisin y... No quieren que se sepa. Al alcalde no le interesa. Ya, hijo. Tantos aos de guerra por la libertad y volvemos a la censura. Rodrigo no saba muy bien qu decir. En el fondo, l trabajaba dentro del sistema establecido, aunque no compartiera algunos de sus mtodos. Hizo un asentimiento, en parte, dndole la razn a su ta. Oh, hijo, no te pongas triste t tambin. Yo slo soy una vieja a la que le gusta dar de comer a las palomas. No me hagas caso. Yo tambin echo de menos a to Eusebio. Es normal, Rodrigo. Est donde est l tambin te extraar. Se acomod en el sof y bebi un poco de leche que tena en una taza. Estaba... Est interrumpi rpidamente Rodrigo. Seguro que sigue vivo.

Bueno, l est muy orgulloso de ti. Una sonrisa esperanzadora le brill en el rostro. Poca gente consigue aprobar una oposicin para secretario del alcalde a los veinticuatro, como t hiciste; y siendo tan buena persona al mismo tiempo. Muchas gracias. No s qu decir. Pues no digas nada y bebe algo. No quieres ms zumo? No. Ya he tenido suficiente. Enseguida, la conversacin cambi de curso y sobrino y ta continuaron hablando de rsula, del parque y de la depuradora que queran instalar en el sector. Al cabo de diez minutos, Rodrigo le dijo a su ta que se tena que ir ya. Ella le ofreci ms zumo, pero no quiso ms. Voy a echar un vistazo en la biblioteca, a ver si puedo averiguar algo, dijo. Y finalmente se fue con el corazn esperanzado, no sin antes preguntarse por qu, si no haban instalado todava la depuradora, perciba un olor desagradable al salir de all.

Eran las dos de la tarde, pero al sol de Argern todava le quedaban doce horas para ocultarse detrs de la ciudad. Las brillantes puertas de salida de las oficinas esperaban, tostndose al sol y con un brillo cegador, a que decenas de miles de personas las cruzaran. El ambiente era tranquilo de momento. No haba nadie por la calle. Nada ms lejos de la realidad. En un segundo, como el que separa la vida de la muerte, las puertas desaparecieron y una procesin de ejecutivos, oficinistas, programadores, androides, funcionarios, operadores, pilotos, tcnicos, ingenieros... inund el precioso suelo de acero azulado, el mismo que se mantiene fro a altas temperaturas, pero que en una ciudad como Argern, la Ciudad sol, poco ayuda para mantener fro el espritu. Y en otro segundo, miles de destellos. Fogonazos que instantneamente cruzaron las colosales construcciones de fibra de vidrio. Gente

desmaterializada y teletransportada cientos de metros ms adelante, donde les aguardaban sus lugares de retiro para comer y descansar y as poder volver una hora ms tarde a su rutina diaria. Las puertas tambin esperaban su propia rutina, aunque no tenan alternativa...

La biblioteca era un enorme edificio piramidal de apariencia cristalina, pero slido como una roca de Tsertes. Aqu trabajaba un gran nmero de androides, de los cuales se asignaba uno a cada persona que entraba (salvo que tuviera una sancin) para tareas de bsqueda de libros, archivos, etc. Justo en la entrada arbolada de la biblioteca se acerc uno con apariencia estilizada hacia Rodrigo. Buenas tardes, seor Sells. Su voz sonaba afectada. Le hizo un gesto para que pasara por el arco de la entrada al mismo tiempo que iniciaba la marcha. Qu es lo que desea? Rodrigo estuvo unos instantes absorto contemplando el bello edificio que haba donado la Universidad de Tsertes a Argern. Mir hacia arriba como seguramente hicieron los pocos afortunados que entraron en las pirmides de Aheres. Finalmente dijo:

Busco informacin acerca del teletransporte prximo. El robot se par y estuvo unas dcimas de segundo pensando, como si estuviera procesando la informacin. El bonito artefacto metlico fruto de la ms reciente ingeniera se gir hacia Rodrigo y mientras lo haca los ojos le brillaron por accin del sol. Me temo que no es posible acceder a esa informacin. Cmo que no? Eso no es posible. Nunca hay restriccin de informacin. En su rostro la sorpresa le oscureca la cara. No desea visionar los nuevos vdeos que hemos trado de Alakon? Las erupciones volcnicas son las ms espectaculares del Universo. No, no me interesa. Por qu no se puede acceder a la informacin que busco? Qu informacin? Debe de haber habido un error en el comando de recepcin. Teletransporte prximo. No es posible acceder a la informacin que me est pidiendo. Y a teletransporte? No es posible, seor. Rodrigo se preguntaba cmo haban podido haber hecho todo esto: el silencio casi sepulcral de la prensa, restriccin de informacin... Su ta tena razn. Despus de tantos aos de guerra volvamos a lo mismo. Y lo peor era que l trabajaba en la alcalda. Para que el androide no sospechara de l, finalmente le pregunt dnde poda encontrar una de las salas de lectura. Amablemente lo llev por diversas estancias desde las que se poda ver el cielo, gracias a las paredes y techos transparentes, hasta que llegaron a una un tanto solitaria (deseo expreso de Rodrigo). nicamente haba cinco personas en ella, acompaadas por otros tantos robots, y un gran nmero de helechos, que oscilaban por accin del aire acondicionado. All extrajo la documentacin que le haba proporcionado rsula y disimuladamente se puso a estudiarla. Quiere un bolgrafo, un subrayador... seor Sells? El robot lo interrumpi sbitamente. No, muchas gracias. Est bien. Rodrigo esboz una sonrisa torcida. Vamos a ver..., pens. Asociacin P&T, Asociacin P&T... Por fin encontr el papel. Fundada en el ao... de nuestra era como una multiplanetaria del transporte, pronto alcanz unos beneficios notables, sobre todo en el Sistema naroniano. Durante un lustro compiti con las otras empresas del sector en aquel sistema (Preports y Tecnologas Narn), pero tras una polmica serie de juicios consigui hacerse con el control de ambas, monopolizando el citado Sistema solar. Sus fundadores, los hermanos Sciax, extendieron los dominios de la empresa multiplanetaria a los otros dos sistemas circundantes: Fote y Eprtek, consiguiendo, de esta

manera, una de las empresas ms rentables de la Galaxia. Ms abajo continu leyendo: la Asociacin P&T se ha mostrado intratable en materia jurdica. En 2368 ocasiones se le ha interpuesto algn tipo de querella relacionada siempre con competencia desleal, prcticas monopolsticas, espionaje industrial e incluso feudalismo. Feudalismo. Rodrigo desconoca aquella palabra. Tampoco estaba seguro de cul era el otro planeta habitado del Sistema naroniano. Por algn motivo saba que haba de resultarle familiar. Los planetas gemelos de aquel sistema eran Narn y... No tard en percibir detrs el olor caracterstico de los habitantes de aquel planeta. Garn, claro, as se llamaba.

No pensaba que me fuera a encontrar contigo dos veces hoy dijo Rodrigo ya en el interior del coche con dos hombres sentados junto a l en el asiento trasero apuntndole con dos pistolas. Como ya habrs deducido dijo el garoniano situado en el asiento de delante, no ha sido simple casualidad. Por cierto, podis bajar las armas. No hay por qu ser tan bruscos. Es todo un detalle por tu parte, despus de haberme secuestrado. Yo siempre ser un cientfico y no... Un delincuente? interrumpi Rodrigo. Exacto. Veo que ante m no te amilanas, como haces con vuestro querido alcalde. Cmo sabes eso? Su mirada comenzaba a traslucir temor. Existen muchas formas de conseguir informacin. El garoniano se rascaba el arrugado cuello en un gesto nervioso. Eso lo aprend de la Asociacin P&T. Trabajas para ellos? Eso no importa ahora. Dirigi su mirada a travs de la ventanilla hacia el tnel de fibra de vidrio por el que ahora circulaban. No te parece grandioso que gracias al saber cientfico se hayan podido construir ciudades como sta? La verdad es que Argern es impresionante. Qu es lo que ms te gusta de ella? Yo admiro los largos anocheceres; los mismos que dan inicio a una breve noche de cinco horas. Rodrigo prefiri no contestar. Realmente no saba muy bien qu decir. Oh, chico, no te asustes. Si ests aqu, hablando con nosotros, es precisamente porque nos caes bien. Los dos hombres de atrs esbozaron una sonrisa algo forzada. No tenan mucha prctica. Vamos, para hacer esto ms llevadero me presentar. Eso es lo que se suele hacer para romper el hielo, no? Rodrigo asinti levemente. Yo ya s cmo te llamas y de dnde

eres. Mi nombre es Rairs Coffman, soy de Garn y me doctor hace treinta y cinco aos en Ingeniera ulterintica. Tras unos segundos, Rodrigo dijo: Debiste de ser de los primeros. S, es cierto. Mi vocacin se la debo al profesor Langer. l ciment mis saberes acerca de esta disciplina. El doctor Rairs miraba hacia arriba recordando tiempos mejores. De jvenes todos somos buenos. Tenemos nuestros ideales, nuestras buenas intenciones... En el fondo, creo que entonces me pareca mucho a ti. Rodrigo abri los ojos, sorprendido. Te pones a trabajar para una gran empresa... Bueno, al final no me has contestado a la pregunta. Te refieres a qu es lo que ms me gusta de Argern? Exacto. La luz que irradia. El hecho de que la llamen la Ciudad sol. Bonito contraste, no crees? Rairs se frotaba las sudorosas manos. A m me gusta el anochecer y a ti por el contrario el da. Creo que estamos destinados a entendernos. Me da la impresin de que no voy a tener alternativa contest Rodrigo irnicamente. Vas por buen camino, aunque no me gusta pensar en el determinismo. Para ti es fcil. No te estn apuntando con dos pistolas. Piensa que son simples Rairs pens cmo decirlo formalismos. Me habra gustado que esta reunin se hubiera llevado a cabo tranquilamente, por ejemplo, en el paraninfo de una universidad, a la salida de una interesante conferencia. Todava no s qu es lo que quieres de m. Ay! Juventud impaciente. Digamos que te puedo ayudar a encontrar a tu to. As que trabajas para ellos dijo Rodrigo con un tono despectivo. Te equivocas, muchacho. Jams trabajara para los que me robaron la patente del teletransporte. Rodrigo casi se qued boquiabierto tras escuchar lo que le dijo Rairs. Necesit un momento para asimilar todo lo que en cuestin de horas le estaba ocurriendo. Su to desaparece, discute con el alcalde, su ta Elvira, censura, secuestro. Las palabras daban vueltas alrededor de su cabeza. T fuiste el creador del teletransporte prximo? No. Rairs fue seco y tajante. Entonces...?

Yo fui el creador del teletransporte. A secas. Una sonrisa de satisfaccin y orgullo llen su rostro. Rodrigo de nuevo no saba qu decir. Rairs prosigui: La gran empresa para la que trabajaba era Preports. Eso fue hace mucho tiempo. Me proporcionaron el dinero suficiente para sufragar mis gastos, hasta que la Asociacin P&T entr en juego. S que la Asociacin no utiliza mtodos muy ortodoxos para... Ortodoxos? Rairs estaba indignado, con la mandbula torcida en una mueca de rabia. Los hermanos Sciax son unos cerdos. En el interior del coche se hizo el si