cuentos de siempre ii

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Cuentos de Siempre II Hermanos Grimm Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Cuentos deSiempre II

Hermanos Grimm

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

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JUAN-MI-ERIZO

Érase una vez un rico campesino que no teníaningún hijo con su mujer. A menudo cuandoiba con los demás campesinos a la ciudad éstosse burlaban de él y le preguntaban por qué notenía hijos. Una vez se puso muy furioso ycuando llegó a su casa dijo:

-¡Yo quiero tener un hijo! ¡Aunque sea un eri-zo! Su mujer entonces tuvo un hijo que era demitad para arriba un erizo y de mitad para aba-jo un niño, y cuando vio a su hijo se asustó mu-cho y dijo:

-¿Lo ves? ¡Nos has echado encima una maldi-ción! Entonces dijo el marido:

-Ya no sirve de nada lamentarse, tenemos quebautizar al niño, pero no podemos darle ningúnpadrino. La mujer dijo:

-Y tampoco podemos bautizarlo más que conel nombre de Juan-mi-erizo.

Cuando estuvo bautizado dijo el cura:

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-A éste con sus púas no se le puede poner enuna cama como es debido.

Así que le prepararon un poco de paja detrásde la estufa y acostaron allí a Juan-mi-erizo.Tampoco podía alimentarse del pecho de lamadre, pues la hubiera pinchado con sus púas.Así, se pasó ocho años tumbado detrás de laestufa, y su padre estaba ya harto de él y de-seando que se muriera; pero no se moría, y allíseguía acostado. Ocurrió entonces que en laciudad había mercado y el campesino quiso ir.Entonces le preguntó a su mujer qué quería quele trajera.

-Un poco de carne y un par de panecillos quehacen falta en casa-dijo ella.

Después le preguntó a la criada y ésta le pidióun par de zapatillas y unas medias de rombos.Finalmente dijo también:

-¿Y tú qué quieres, Juan-mi-erizo?-Padrecito -dijo-, tráeme una gaita, anda.

Cuando el campesino volvió a casa le dio a sumujer lo que le había traído: la carne y los pa-

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necillos; luego le dio a la criada las zapatillas ylas medias de rombos, y finalmente se fue de-trás de la estufa y le dio a Juan-mi-erizo la gai-ta.

Y cuando Juan-mi-erizo la tuvo dijo:-Padrecito, anda, ve a la herrería y encarga

que le pongan herraduras a mi gallo, que en-tonces me marcharé cabalgando en él y no vol-veré jamás.

El padre entonces se puso muy contento por-que iba a librarse de él e hizo que herraran algallo, y cuando estuvo listo Juan-mi-erizo semontó en él y se marchó, levándose tambiéncerdos y asnos, pues quería apacentarlos en elbosque. Una vez en él, sin embargo, el gallotuvo que volar con él hasta un alto árbol, y allíse quedó, cuidando de los asnos y los cerdos, yallí estuvo muchos años, hasta que el rebaño sehizo grandísimo, y su padre no supo nada deél. Y mientras estaba en el árbol tocaba su gaitay hacía una música muy hermosa. Una vez pa-só por allí un rey que se había perdido y oyó la

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música; entonces se quedó muy asombrado yenvió a un criado a que mirara de dónde pro-cedía la música. Este miró por todas partes,pero lo único que vio fue, arriba en el árbol, unpequeño animal que parecía un gallo con unerizo encima y que era el que tocaba la música.Entonces el rey le dijo al criado que le pregun-tara por qué estaba allí y si no sabría cuál era elcamino para volver a su reino.

Juan-mi-erizo se bajó entonces del árbol y ledijo que le enseñaría el camino si el rey le pro-metía por escrito que le daría lo primero con loque se encontrara en la corte real cuando llega-ra a casa. El rey pensó: «Eso puedes hacerlotranquilamente, pues Juan-mi-erizo no entiendey puedes escribir lo que tú quieras.» El rey en-tonces cogió pluma y tinta y escribió cualquiercosa, y una vez hecho esto Juan-mi-erizo le en-señó el camino y llegó felizmente a casa. Pero asu hija, que le vio llegar desde lejos, le entrótanta alegría que salió corriendo a su encuentroy le besó.

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Él se acordó de Juan-mi-erizo y le contó lo quele había sucedido y que le había tenido queprometer por escrito a un extraño animal queiba montado en un gallo y tocaba una bella mú-sica que le daría lo primero que se encontrara alllegar a casa, pero que como Juan-mi-erizo nosabía leer, lo que había escrito realmente eraque no se lo daría. La princesa se alegró muchoy dijo que eso estaba muy bien, pues jamás sehubiera ido con él.

Juan-mi-erizo, por su parte, siguió apacentan-do los asnos y los cerdos y siempre estaba ale-gre subido al árbol y tocando su gaita. Y suce-dió entonces que pasó por allí con sus criados ysus alfiles otro rey que se había perdido y nosabía volver a casa porque el bosque era muygrande. Entonces oyó también a lo lejos la bellamúsica y le preguntó a su alfil qué sería aque-llo, que fuera a mirar de dónde procedía.

El alfil llegó debajo del árbol y vio arriba deltodo al gallo con Juan-mi-erizo encima. El alfille preguntó qué era lo que hacía allí arriba.

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-Estoy apacentando mis asnos y mis cerdos.¿Qué se os ofrece?

El alfil dijo que se habían perdido y no podrí-an regresar a su reino si él no les enseñaba elcamino. Entonces Juan-mi-erizo se bajó con sugallo del árbol y le dijo al viejo rey que le ense-ñaría el camino si le daba lo primero que seencontrara en su casa delante del palacio real.El rey dijo que sí y le confirmó por escrito aJuan-mi-erizo que se lo daría. Una vez hechoesto Juan-mi-erizo se puso al frente montado enel gallo y le enseñó el camino, y el rey regresófelizmente a su reino. Cuando llegó a la cortehubo una gran alegría. Y el rey tenía una únicahija que era muy bella y salió a su encuentro, sele abrazó al cuello y le besó y se alegró muchode que su viejo padre hubiera vuelto. Le pre-guntó también que dónde había estado por elmundo tanto tiempo y él entonces le contó quese había perdido y a punto había estado de novolver jamás, pero que cuando pasaba por ungran bosque un ser medio erizo, medio hombre

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que estaba montado en un gallo subido a unalto árbol y tocaba una bella música le habíaayudado y le había enseñado el camino, y queél a cambio le había prometido que le daría loprimero que se encontrara en la corte real, yque lo primero había sido ella y lo sentía mu-chísimo.

Ella, sin embargo, le prometió entonces que,por amor a su viejo padre, se iría con él si ibapor allí. Juan-mi-erizo, sin embargo, siguió cui-dando sus cerdos, y los cerdos tuvieron máscerdos y éstos tuvieron otros y así sucesiva-mente, hasta que al final eran ya tantos quellenaban el bosque entero.

Entonces Juan-mi-erizo hizo que le dijeran asu padre que vaciaran y limpiaran todos losestablos del pueblo, que iba a ir con una piarade cerdos tan grande que todo el que supierahacer matanza tendría que ponerse a hacerla.

Cuando su padre lo oyó se quedó muy afligi-do, pues pensaba que Juan-mi-erizo se habríamuerto ya hacía mucho tiempo. Pero Juan-mi-

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erizo se montó en su gallo, condujo los cerdoshasta el pueblo y los hizo matar. ¡Uf, menudacarnicería! ¡Se podía oír hasta a dos horas decamino de distancia! Después dijo Juan-mi-erizo:

-Padrecito, haz que hierren de nuevo a mi ga-llo en la herrería y entonces me marcharé deaquí y no volveré en toda mi vida.

El padre entonces hizo que herraran al gallo yse alegró mucho de que Juan-mi-erizo no qui-siera volver. Juan-mi-erizo se fue cabalgando alprimer reino; allí el rey había dado orden deque si llegaba uno montado en un gallo y conuna gaita, dispararan todos contra él y le gol-pearan y le dieran cuchilladas para que no lle-gara al palacio.

Cuando Juan-mi-erizo llegó se abalanzaronsobre él con las bayonetas, pero él espoleó a sugallo, pasó volando sobre la puerta del palacioy se posó en la ventana del rey y le dijo que lediera lo que le había prometido o de lo contra-rio les quitaría la vida a él y a su hija.

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El rey entonces le dijo a su hija con buenas pa-labras que tenía que marcharse con él si queríasalvar su vida y la suya propia. Ella se vistió deblanco, y su padre le dio un coche con seis ca-ballos y unos magníficos criados, dinero y en-seres. Ella se montó en el coche y Juan-mi-erizose sentó con su gallo a su lado; luego se despi-dieron y se marcharon de allí, y el rey pensóque no volvería a verlos.

Pero no sucedió lo que él pensaba, pues cuan-do estaban ya a un trecho de camino de la ciu-dad Juan-mi-erizo la desnudó y la pinchó consu piel de erizo hasta que estuvo completamen-te llena de sangre.

-Éste es el pago a vuestra falsedad. Vete, queno te quiero -le dijo, y la echó de allí a su casa, yya estaba ultrajada para toda su vida.

Juan-mi-erizo, por su parte, siguió cabalgandoen su gallo con su gaita hacia el segundo reino,a cuyo rey le había enseñado también el cami-no. Éste, sin embargo, había dispuesto que sillegaba alguien como Juan-mi-erizo le presenta-

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ran armas y le dejaran franco el paso, lanzaranvivas y le llevaran al palacio real. Cuando laprincesa le vio se asustó, pues realmente teníaun aspecto extrañísimo, pero pensó que noquedaba más remedio, pues se lo había prome-tido a su padre. El rey entonces le dio la bien-venida a Juan-mi-erizo y éste tuvo que acom-pañarle a la mesa real, y ella se sentó a su lado,y comieron y bebieron. Cuando se hizo de no-che y se iban a ir a dormir a ella le dieron mu-cho miedo sus púas, pero él le dijo que no te-miera, que no sufriría ningún daño, y al viejorey le dijo que apostara cuatro hombres en lapuerta de la alcoba y que encendieran un granfuego, y que cuando él entrara en la alcoba yfuera a acostarse en la cama se desprendería desu piel de erizo y la dejaría a los pies de la ca-ma; entonces los hombres tendrían que acudirrápidamente y echarla al fuego y quedarse allíhasta que el fuego la hubiera consumido.

Cuando la campana dio las once entró en laalcoba y se quitó la piel de erizo y la dejó a los

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pies de la cama; entonces entraron los hombresy la cogieron rápidamente y la echaron al fue-go, y cuando el fuego la consumió él quedósalvado, echado allí en la cama como una per-sona normal y corriente, aunque negro como elcarbón, igual que si se hubiera quemado. El reyenvió allí a su médico y le limpió con buenaspomadas y le untó con bálsamo, y entonces sevolvió blanco y quedó convertido en un joven yhermoso señor.

Cuando la princesa lo vio se alegró mucho, yse levantaron muy contentos y comieron y be-bieron y se celebró la boda, y el viejo rey leotorgó su reino a Juan-mi-erizo.

Cuando habían pasado ya unos cuantos añosse fue de viaje con su esposa a la casa de supadre y le dijo que era su hijo; el padre, sin em-bargo, le contestó que no tenía ninguno, quesolamente había tenido uno una vez, pero quehabía nacido con púas como un erizo y se habíamarchado por esos mundos. Él entonces se dio

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a conocer y el anciano padre se alegró mucho yse fue con él a su reino.

LA ABEJA REINA

Zafia y disipada era la vida en la que cayerondos príncipes que habían partido en busca deaventuras, y así no podían volver de ningunamanera a su casa. El benjamín, el bobo, salió enbusca de sus hermanos. Cuando los encontró seburlaron de que él, con su simpleza, quisieraabrirse camino en el mundo cuando ellos dos,siendo mucho más listos, no eran capaces desalir adelante.

Se pusieron a andar juntos y llegaron a unhormiguero. Los dos mayores quisieron revol-verlo para ver cómo las pequeñas hormigascorreteaban asustadas de un lado a otro llevan-do consigo sus huevos, pero él bobo dijo:

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-Dejad en paz a los animales. No consientoque los molestéis.

Luego siguieron adelante y llegaron a un lagoen el que nadaban muchos, muchos patos. Losdos hermanos mayores quisieron cazar un parde ellos y asarlos, pero el bobo dijo de nuevo:

-Dejad en paz a los animales. No consientoque los matéis.

Finalmente llegaron a una colmena. Dentrohabía tanta miel que rebosaba tronco abajo. Losdos quisieron prender fuego bajo el árbol paraque las abejas se asfixiaran y ellos pudieranquitarles la miel. El bobo, sin embargo, los de-tuvo otra vez diciendo:

-Dejad en paz a los animales. No consientoque los queméis.

Los tres hermanos llegaron entonces a un pa-lacio en cuyas caballerizas había un montón decaballos petrificados, pero no se veía a ningúnser humano. Recorrieron todas las salas hastaque al final llegaron ante una puerta que teníatres cerrojos. En mitad de la puerta, sin embar-

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go, había una mirilla y por ella se podía ver loque había dentro del cuarto. Allí vieron a unhombrecillo gris sentado a una mesa y lo llama-ron a voces, una vez..., dos veces..., pero no lesoyó. Finalmente lo llamaron por tercera vez yentonces se levantó y salió. No dijo ni una pa-labra, pero los agarró y los condujo a una opí-para mesa, y cuando hubieron comido llevó acada uno de ellos a un dormitorio. A la mañanasiguiente entró en el del mayor, le hizo señascon la mano y lo llevó a una mesa de piedra,sobre la cual estaban escritas las tres pruebasque había que superar para desencantar el pa-lacio.

La primera era así: en el bosque, debajo delmusgo, estaban las mil perlas de la princesa;había que buscarlas y antes de que se pusiera elsol no tenía que faltar ni una sola o, de lo con-trario, quien hubiera emprendido la prueba seconvertiría en una piedra. El príncipe fue allí yse pasó el día entero buscando, pero cuando eldía tocó a su fin no había encontrado más que

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cien y quedó convertido en piedra. Al día si-guiente emprendió la aventura el segundo her-mano, pero, al igual que el mayor, se convirtióen piedra por no haber conseguido hallar másque doscientas.

Por fin le tocó el turno al bobo y se puso abuscar en el musgo, pero era tan difícil encon-trar las perlas y se iba tan despacio que se sentóencuna de una piedra y empezó a llorar. Y, se-gún estaba allí sentado, el rey de las hormigas,al que él una vez había salvado, llegó con cincomil hormigas que, al cabo de un rato, ya habíanencontrado todas las perlas y las habían reuni-do en un montón.

La segunda prueba, en cambio, consistía ensacar del mar la llave de la alcoba de la prince-sa. Cuando el bobo llegó al mar se acercaronnadando los patos a los que él una vez habíasalvado; éstos se sumergieron y sacaron la llavedel fondo.

La tercera prueba, sin embargo, era la más di-fícil: entre las tres durmientes hijas del rey

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había que escoger a la más joven y predilecta;pero eran exactamente iguales y en lo únicoque se diferenciaban era en que la mayor habíatomado un terrón de azúcar, la segunda siropey la menor una cucharada de miel, y había queacertar sólo por el aliento cuál de ellas habíacomido la miel. Entonces llegó la reina de lasabejas que el bobo había salvado del fuego,tentó la boca de las tres y al final se posó en laboca que había tomado miel, y el príncipe reco-noció así a la verdadera.

Entonces se deshizo el encantamiento, todoquedó liberado del sueño y los que eran depiedra recuperaron su forma humana. El bobose casó con la más joven y predilecta de lasprincesas y cuando murió el padre de ella, seconvirtió en rey. Por su parte, sus dos herma-nos se casaron con las otras dos hermanas.

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EL PIOJITO Y LA PULGUITA

Un piojito y una pulguita vivían juntos en elmismo hogar y estaban fabricando cerveza enuna cáscara de huevo. El piojito entonces cayódentro y se abrasó. La pulguita al verlo se pusoa gritar. La pequeña puerta del cuarto dijo en-tonces:

-¿Por qué gritas, pulguita?-Porque el piojito se ha abrasado.La puertecita se puso a chirriar. Habló enton-

ces una escobita que había en un rincón:-¿Por qué chirrías, puertecita?-¿Cómo no voy a chirriar si el piojito se ha

abrasado y la pulguita está llorando?Así, la pequeña escoba se puso a barrer terri-

blemente. Pasó entonces por allí un carrito ydijo:

-¿Por qué barres, escobita?

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-¿Cómo no voy a barrer si el piojito se haabrasado, la pulguita está llorando y la puerte-cita chirriando?

El carrito dijo entonces que iba a correr terri-blemente, y se puso a correr terriblemente. Pasócorriendo junto al montoncito de estiércol yéste dijo:

-¿Por qué corres, carrito?-¿Cómo no voy a correr si el piojito se ha

abrasado, la pulguita está llorando, la puerteci-ta chirriando y la escobita barriendo?

El montoncito de estiércol dijo entonces queiba a empezar a arder, y se puso a arder terri-blemente. Había allí un arbolito que le dijo:

Montoncito de estiércol, ¿por qué ardes?-¿Cómo no voy a arder si el piojito se ha abra-

sado, la pulguita está llorando, la puertecitachirriando, la escobita barriendo y el carritocorriendo?

Entonces el arbolito dijo que se iba a sacudir,y se sacudió y perdió todas sus hojas. Aquello

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lo vio una muchachita que llevaba un cantaritoy dijo:

-Arbolito, ¿por qué te sacudes?-¿Cómo no me voy a sacudir si el piojito se ha

abrasado, la pulguita está llorando, la puerteci-ta chirriando, la escobita barriendo, el carritocorriendo y el montoncito de estiércol ardien-do? Luego la muchachita dijo que iba a hacerpedasos su cantarito e hizo pedazos su cantari-to.

-Muchachita, ¿por qué haces pedazos tu can-tarito? -dijo entonces la fuentecita.

-¿Cómo no voy a hacer pedazos mi cantaritosi el piojito se ha abrasado, la pulguita está llo-rando, la puertecita chirriando, la escobita ba-rriendo, el carrito corriendo, el montoncito deestiércol ardiendo y el arbolito sacudiéndose?

-Ay -dijo la fuentecita-, pues entonces yo mevoy a desaguar.

Y se puso a desaguarse tan terriblemente quese ahogaron todos: la muchachita, el arbolito, el

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montoncito de estiércol, el carrito, la escobita, lapulguita y el piojito.

DEL RATONCITO, EL PAJARITO Y LA SAL-CHICHA

Érase una vez un ratoncito, un pajarito y unasalchicha que habían formado sociedad y unhogar y llevaban mucho tiempo viviendo muybien y maravillosamente en paz y sus bieneshabían aumentado admirablemente. El trabajodel pajarito consistía en volar todos los días albosque y llevar leña a casa. El ratón tenía quellevar el agua, encender el fuego y poner la me-sa, y la salchicha tenía que cocinar.

¡Pero al que bien le va siempre le apetecehacer cosas nuevas! Y un día el pajarito se en-contró por el camino con otro pájaro y le contó,elogiándola mucho, la maravillosa vida quellevaba. El otro pájaro, sin embargo, le dijo que

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era un desgraciado que hacía el peor trabajomientras los otros dos se pasaban el día muy agusto en su casa. Que cuando el ratón habíaencendido su fuego y llevado el agua se metíaen su cuartito a descansar hasta que le decíanque pusiera la mesa. Y que la salchichita sequedaba junto a la olla mirando cómo se hacíala comida y que cuando se acercaba la hora decomer no tenía más que pasarse un poco por elpuré o por la verdura y ya estaba todo engra-sado, salado y preparado. Y que cuando el pa-jarito llegaba finalmente a casa y dejaba su car-ga ellos no tenían más que sentarse a la mesa ydespués de cenar dormían a pierna suelta hastala mañana siguiente, y que eso sí que era pe-garse una buena vida.

Al día siguiente el pajarito, instigado por elotro, se negó a volver al bosque diciendo queya había hecho bastante de criado y ya le habí-an tomado bastante por tonto y que ahora tení-an que cambiarse y probar de otra manera. Ypor mucho que el ratón se lo rogó, y también la

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salchicha, el pájaro se salió con la suya, y se loecharon a suertes, y a la salchicha le tocó llevarla leña, al ratón hacer de cocinero y al pájaro ira por agua.

¿Y qué pasó? Pues la salchichita se marchó apor leña, el pajarito encendió el fuego y el ratónpuso la olla, y los dos se quedaron solos espe-rando que volviera a casa la salchichita con laleña para el día siguiente. Pero la salchichitallevaba ya tanto tiempo fuera que los dos setemieron que no había ocurrido nada bueno yel pajarito voló un trecho en su busca. No muylejos, sin embargo, se encontró con un perro enel camino que había tomado por una presa a lapobre salchichita, la había atrapado y la habíamatado. El pajarito protestó mucho y acusó alperro de haber cometido un crimen manifiesto,pero no hubo palabras que le valieran, pues elperro dijo que le había encontrado cartas falsasa la salchicha y que por eso había sido víctimade él.

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El pajarito, muy triste, recogió la madera y sefue a casa y contó lo que había visto y oído'.Estaban muy afligidos, pero decidieron ponertoda su buena voluntad y permanecer juntos.Por eso el pajarito puso la mesa, y el ratón hizolos preparativos para la comida y se puso ahacerla e igual que había hecho antes la salchi-chita se metió en la olla y se puso a remover laverdura y a escurrirse entre ella para darle sa-bor; pero antes de llegar a la mitad tuvo quepararse y dejar allí el pellejo y con ello la vida.

Cuando el pajarito fue y quiso servir la comi-da allí no había ya ningún cocinero. El pajarito,desconcertado, tiró la leña por todas partes y lobuscó y lo llamó, pero no pudo encontrar a sucocinero. Por descuido el fuego llegó hasta laleña y provocó un incendio; el pajarito saliórápidamente a buscar agua, pero entonces se lecayó el cubo al pozo y él se fue detrás y ya nopudo recuperarse y se ahogó.

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EL GATO CON BOTAS

Érase una vez un molinero que tenía tres hi-jos, su molino, un asno y un gato. Los hijos te-nían que moler, el asno tenía que llevar el gra-no y acarrear la harina y el gato tenía que cazarratones. Cuando el molinero murió, los treshijos se repartieron la herencia. El mayor here-dó el molino, el segundo el asno y el tercero elgato, pues era lo único que quedaba.

Entonces se puso muy triste y se dijo a símismo:

«Yo soy el que ha salido peor parado. Mihermano mayor puede moler y mi segundohermano puede montar en su asno, pero ¿quévoy a hacer yo con el gato? Si me hago un parde guantes con su piel, ya no me quedará na-da.»

-Escucha -empezó a decir el gato, que lo habíaentendido todo-, no debes matarme sólo porsacar de mi piel un par de guantes malos. En-

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carga que me hagan un par de botas para quepueda salir a que la gente me vea, y prontoobtendrás ayuda.

El hijo del molinero se asombró de que el gatohablara de aquella manera, pero como justo enese momento pasaba por allí el zapatero, lollamó y le dijo que entrara y le tomara medidasal gato para confeccionarle un par de botas.Cuando estuvieron listas el gato se las calzó,tomó un saco y llenó el fondo de grano, pero enla boca le puso una cuerda para poder cerrarlo,y luego se lo echó a la espalda y salió por lapuerta andando sobre dos patas como si fuerauna persona.

Por aquellos tiempos reinaba en el país un reyal que le gustaba mucho comer perdices, perohabía tal miseria que era imposible conseguirninguna. El bosque entero estaba lleno de ellas,pero eran tan huidizas que ningún cazadorpodía capturarlas. Eso lo sabía el gato y se pro-puso que él haría mejor las cosas. Cuando llegóal bosque abrió el saco, esparció por dentro el

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grano y la cuerda la colocó sobre la hierba, me-tiendo el cabo en un seto. Allí se escondió élmismo y se puso a rondar y a acechar. Prontollegaron corriendo las perdices, encontraron elgrano y se fueron metiendo en el saco una de-trás de otra. Cuando ya había una buena canti-dad dentro el gato tiró de la cuerda, cerró elsaco, corriendo hacia allí y les retorció el pes-cuezo. Luego se echó el saco a la espalda y sefue derecho al palacio del rey.

La guardia gritó:-¡Alto! ¿Adónde vas?-A ver al rey-respondió sin más el gato. -¿Estás loco? ¡Un gato a ver al rey!-Dejadle que vaya-dijo otro-, que el rey a me-

nudo se aburre y quizás el gato lo complazcacon sus gruñidos y ronroneos.

Cuando el gato llegó ante el rey, le hizo unareverencia y dijo:

-Mi señor, el conde -aquí dijo un nombre muylargo y distinguido- presenta sus respetos a su

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señor el rey y le envía aquí unas perdices queacaba de cazar con lazo.

El rey se maravilló de aquellas gordísimasperdices. No cabía en sí de alegría y ordenó quemetieran en el saco del gato todo el oro de sutesoro que éste pudiera cargar.

-Llévaselo a tu señor y dale además muchísi-mas gracias por su regalo.

El pobre hijo del molinero, sin embargo, esta-ba en casa sentado junto a la ventana con lacabeza apoyada en la mano, pensando que aho-ra se había gastado lo último que le quedaba enlas botas del gato y dudando que éste fueracapaz de darle algo de importancia a cambio.Entonces entró el gato, se descargó de la espal-da el saco, lo desató y esparció el oro delantedel molinero.

-Aquí tienes algo a cambio de las botas, y elrey te envía sus saludos y te da muchas gracias.

El molinero se puso muy contento por aquellariqueza, sin comprender todavía muy bien có-mo había ido a parar allí. Pero el gato se lo con-

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tó todo mientras se quitaba las botas y luego ledijo:

-Ahora ya tienes suficiente dinero, sí, pero es-to no termina aquí. Mañana me pondré otra vezmis botas y te harás aún más rico. Al rey le hedicho también que tú eras un conde.

Al día siguiente, tal como había dicho, el gato,bien calzado, salió otra vez de caza y le llevó alrey buenas piezas.

Así ocurrió todos los días, y todos los días elgato llevaba oro a casa y el rey llegó a apreciar-lo tanto que podía entrar y salir y andar porpalacio a su antojo.

Una vez estaba el gato en la cocina del rey ca-lentándose junto al fogón, cuando llegó el co-chero maldiciendo:

-¡Que se vayan al diablo el rey y la princesa!¡Quería ir a la taberna a beber y a jugar a lascartas, y ahora resulta que tengo que llevarlesde paseo al lago!

Cuando el gato oyó esto, se fue furtivamente acasa y le dijo a su amo:

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-Si quieres convertirte en conde y ser rico, salconmigo y vente al lago y báñate.

El molinero no supo qué contestar, pero si-guió al gato. Fue con él, se desnudó por com-pleto y se tiró al agua. El gato, por su parte,tomó la ropa, se la llevó de allí y la escondió.Apenas terminó de hacerlo, llegó el rey y elgato empezó a lamentarse con gran pesar:

-¡Ay, clementísimo rey! ¡Mi señor se estababañando aquí en el lago y ha venido un ladrónque le ha robado la ropa que tenía en la orilla, yahora el señor conde está en el agua y no puedesalir, y como siga mucho tiempo ahí, se resfria-rá y morirá!

Al oír aquello, el rey dio la voz de alto y unode sus siervos tuvo que regresar a toda prisa abuscar ropas del rey. El señor conde se puso laslujosísimas ropas del rey y, como ya de por sí elrey le tenía afecto por las perdices que creíahaber recibido de él, tuvo que sentarse a sulado en la carroza. La princesa tampoco se en-

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fadó por ello, pues el conde era joven y bello yle gustaba bastante.

El gato, por su parte, se había adelantado yllegó a un gran prado donde había más de cienpersonas recogiendo heno.

-Eh, ¿de quién es este prado? -preguntó el ga-to.

-Del gran mago.-Escuchad: el rey pasará pronto por aquí.

Cuando pregunte de quién es este prado, con-testad que del conde. Si no lo hacéis así, seréistodos muertos.

A continuación el gato siguió su camino y lle-gó a un trigal tan grande que nadie podía abar-carlo con la vista. Allí había más de doscientaspersonas segando.

-Eh, gente, ¿de quién es este grano?-Del mago.-Escuchad: el rey va a pasar ahora por aquí.

Cuando pregunte de quién es este grano, con-testad que del conde. Si no lo hacéis así, seréistodos muertos.

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Finalmente el gato llegó a un magnífico bos-que. Allí había más de trescientas personas ta-lando los grandes robles y haciendo leña.

-Eh, gente, ¿de quién es este bosque?-Del mago.-Escuchad: el rey va a pasar ahora por aquí.

Cuando pregunte de quién es este bosque, con-testad que del conde. Si no lo hacéis así, seréistodos muertos.

El gato continuó aún más adelante y toda lagente lo siguió con la mirada, y como tenía unaspecto tan asombroso y andaba por ahí conbotas como si fuera una persona, todos se asus-taban de él.

Pronto llegó al palacio del mago, entró condescaro y se presentó ante él. El mago lo mirócon desprecio y le preguntó qué quería. El gatohizo una reverencia y dijo:

-He oído decir que puedes transformarte a tuantojo en cualquier animal. Si es en un perro,un zorro o también un lobo, puedo creérmelo,pero en un elefante me parece totalmente im-

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posible, y por eso he venido, para convencermepor mí mismo.

El mago dijo orgulloso:-Eso para mí es una minucia.Yen un instante se transformó en un elefante.-Eso es mucho, pero ¿puedes transformarte

también en un león?-Eso tampoco es nada para mí -dijo el mago,

que se convirtió en un león delante del gato.El gato se hizo el sorprendido y exclamó:-¡Es increíble, inaudito! ¡Eso no me lo hubiera

imaginado yo ni en sueños! Pero aún más quetodo eso sería si pudieras transformarte tam-bién en un animal tan pequeño como un ratón.Seguro que tú puedes hacer más cosas quecualquier otro mago del mundo, pero eso sí queserá imposible para ti.

El mago, al oír aquellas dulces palabras, sepuso muy amable y dijo:

-Oh, sí, querido gatito, eso también puedohacerlo. Y, dicho y hecho, se puso a dar saltos

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por la habitación convertido en ratón. El gato lopersiguió, lo atrapó de un salto y se lo comió.

El rey, por su parte, seguía paseando con elconde y la princesa y llegó al gran prado.

-¿De quién es este heno? -preguntó el rey.-¡Del señor conde! -exclamaron todos, tal co-

mo el gato les había ordenado.-Ahí tenéis un buen pedazo de tierra, señor

conde -dijo.Después llegaron al gran trigal.-Eh, gente, ¿de quién es este grano?-Del señor conde.-¡Vaya, señor conde, grandes y bonitas tierras

tenéis! A continuación llegaron al bosque.-Eh, gente, ¿de quién es este bosque?-Del señor conde.El rey se quedó aún más asombrado y dijo:-Tenéis que ser un hombre rico, señor conde.

Yo no creo que tenga un bosque tan magníficocomo éste.

Al fin llegaron al palacio. El gato estaba arri-ba, en la escalera, y cuando la carroza se detuvo

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bajó corriendo de un salto, abrió las puertas ydijo:

-Señor rey, habéis llegado al palacio de mi se-ñor, el señor conde, a quien este honor le haráfeliz para todos los días de su vida.

El rey se apeó y se maravilló del magníficoedificio, que era casi más grande y más hermo-so que su propio palacio. El conde, por su par-te, condujo a la princesa escaleras arriba haciael salón, que deslumbraba por completo de oroy piedras preciosas.

Entonces la princesa le fue prometida en ma-trimonio al conde, y cuando el rey murió seconvirtió en rey. Y el gato con botas, por suparte, en primer ministro.

JORINDE Y JORINGEL

Érase una vez un viejo palacio en medio de ungran y espeso bosque, y dentro del palacio vi-

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vía completamente sola una vieja mujer que erauna bruja muy bruja. De día se convertía en ungato o en un búho y por la noche volvía a recu-perar su verdadera figura humana. Sabía atraera los animales salvajes y a los pájaros, y luegolos mataba y los cocía o los asaba. Cuando al-guien se acercaba a cien pasos del palacio teníaque detenerse y no se podía mover del sitiohasta que ella le soltaba; en cambio, si una ino-cente doncella entraba en ese círculo, la trans-formaba en un pájaro y luego la encerraba enuna cesta en los cuartos del palacio. Tenía en elpalacio sus buenas siete mil cestas con tan sin-gulares pájaros.

Había una vez una doncella que se llamabaJorinde y era más bella que ninguna otra mu-chacha. Ella y un joven muy hermoso llamadoJoringel se habían prometido en matrimonio.Estaban en los días de noviazgo y su mayorplacer era estar el uno con el otro. Para poderhablar por una vez a solas se fueron a pasear albosque.

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-¡Guárdate mucho de acercarte demasiado alpalacio! -dijo Joringel.

Era una bella tarde, el sol brillaba claro entrelos troncos de los árboles penetrando en el ver-de oscuro del bosque y la tórtola cantaba que-jumbrosa sobre las viejas hayas.

Jorinde se echó a llorar, se sentó al sol y em-pezó a lamentarse. Joringel se lamentó también.Estaban tan espantados como si fueran a morir-se. Miraron a su alrededor desorientados y nosabían cómo volver a casa. La mitad del solestaba aún por encima de la montaña y la otramitad por debajo. Joringel miró entre los mato-rrales y vio muy cerca de él el viejo muro delpalacio, se asustó y le entró pánico. Jorinde can-tó:

Pajarito mío de roja bandacanta mi pena, penita, pena.La palomita su muerte canta,canta su pe..., ¡pío! ¡pi!, ¡pío! ¡pi!

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Joringel buscó a Jorinde con la mirada. Jorin-de se había transformado en un ruiseñor quecantaba: «¡Pío! ¡Pi! ¡Pío! ¡Pi!» Un búho con ojosque echaban chispas voló tres veces a su alre-dedor y gritó tres veces: «¡Uhú! ¡Uhú! ¡Uhú! »Joringel no podía moverse; estaba allí como unapiedra, no podía llorar, ni hablar, ni mover lasmanos ni los pies. Entonces se puso el sol. Elbúho voló hasta un matorral, e inmediatamentedespués salió de él una vieja y encorvada mu-jer, amarilla y flaca, de grandes ojos rojos yaguileña nariz, cuya punta le llegaba hasta labarbilla. Murmuró algo, capturó el ruiseñor yse lo llevó. Joringel no pudo decir nada ni mo-verse del sitio.

El ruiseñor desapareció. Finalmente la mujervolvió y dijo con voz bronca:

-¡Hola, Zaquiel! ¡Cuando la luz de la lunitabrille en la cestita libéralo, Zaquiel, en buenahora!

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Entonces Joringel quedó libre; se arrodilló an-te la mujer y le suplicó que le devolviera a suJorinde, pero ella dijo que jamás volvería a te-nerla y se marchó. Él clamó, lloró y se lamentó,pero todo fue en vano. «¡Ay! ¿Qué va a ser demí?», pensó. Joringel se marchó y finalmentellegó a un pueblo desconocido; allí estuvo apa-centando cabras mucho tiempo. A menudorodeaba el palacio, pero sin acercarse demasia-do. Hasta que una noche soñó que se encontra-ba una flor roja como la sangre con una perlahermosa y grande en el centro, y cortaba la flory se iba con ella al palacio. Todo lo que tocabacon la flor quedaba libre del encantamiento.También soñó que de esa manera recuperaba asu Jorinde.

Por la mañana, cuando se despertó, empezó abuscar una flor así por montañas y valles. Si-guió buscando hasta el noveno día y entonces,por la mañana temprano, encontró la flor rojacomo la sangre. En el centro tenía una gota derocío, tan grande como la más hermosa perla.

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Aquella flor la llevó día y noche hasta llegar alpalacio. Cuando llegó a cien pasos del palaciono se quedó paralizado, sino que siguió avan-zando hacia la puerta. Joringel se alegró mu-cho, tocó el portón con la flor y éste se abrió depar en par; entró, atravesó el patio y escuchócon atención a ver si oía los numerosos pájaros.Por fin los oyó; fue y encontró el salón. Allíestaba la bruja dando de comer a los pájaros enlas siete mil cestas. Cuando vio a Joringel sepuso furiosa, muy furiosa, escupió veneno ybilis contra él, pero no pudo acercársele a dospasos. Él no se volvió hacia ella y fue directo amirar las cestas de los pájaros; pero allí habíamuchos cientos de ruiseñores. ¡Cómo iba a en-contrar a su Jorinde? Mientras estaba mirandose dio cuenta de que la vieja cogía a escondidasun cestito con un pájaro y se iba con él hacia lapuerta. Se fue hacia allí inmediatamente, tocó elcestito con la flor y también a la vieja. Entoncesella ya no pudo hacer magia, y Jorinde estabaallí, abrazada a su cuello, y tan bella como

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había sido siempre, y él convirtió también denuevo en doncellas a los demás pájaros y luegose fue con su Jorinde a casa, y juntos vivieronfelices durante mucho tiempo.