cuentos de provincia aps

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Cuentos de Provincia Por Alberto Pinzón Sánchez La Yopalera de Provincia Luis había nacido 30 años antes en Provincia. Su infancia corrió suelta como la mayoría de los niños del poblado, entre la asistencia a la escuela pública, los baños en el río con sus compañeros de edad y las excursiones a los alrededores para cazar pájaros y hasta pequeños animales, con tiros certeros de pequeñas guayabas muy verdes y redondas, disparadas con potentes caucheras u hondas de caucho. Desde siempre y continuamente, Luis alardeaba sobre su abuelo, el general de la guerra de los mil días Flavio Pinzón. Cumplidos los 15 años, su padre también llamado Luis, un abogado de mediana edad, bastante aficionado a las bebidas embriagantes y al juego del billar en el café “Luis XV” del pueblo, lo llevó a la capital del departamento para presentarlo al comandante de la Brigada Militar y protocolizar su ingreso a la escuela militar de cadetes, donde pudiera continuar sus estudios y hacer una verdadera carrera militar. -“Mire don Luis, le dijo el coronel comandante de la Brigada, el cupo de cadetes es muy limitado y desafortunadamente ya está copado. Pero no se desanime, le voy a dar una dirección de un amigo en Bogotá para que lleve al muchacho y allá seguro le darán destino”.

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Como un servicio a sus lectores, ANNCOL ha compilado en un librillo los relatos literarios sobre provincia escritos por el compañero Alberto Pinzón Sánchez. Esperamos con esta facilidad ser de su agrado.

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Page 1: Cuentos de Provincia APS

Cuentos de Provincia

Por Alberto Pinzón Sánchez

La Yopalera de Provincia

Luis había nacido 30 años antes en Provincia. Su infancia

corrió suelta como la mayoría de los niños del poblado,

entre la asistencia a la escuela pública, los baños en el río

con sus compañeros de edad y las excursiones a los

alrededores para cazar pájaros y hasta pequeños

animales, con tiros certeros de pequeñas guayabas muy

verdes y redondas, disparadas con potentes caucheras u

hondas de caucho. Desde siempre y continuamente, Luis

alardeaba sobre su abuelo, el general de la guerra de los

mil días Flavio Pinzón.

Cumplidos los 15 años, su padre también llamado Luis,

un abogado de mediana edad, bastante aficionado a las

bebidas embriagantes y al juego del billar en el café “Luis

XV” del pueblo, lo llevó a la capital del departamento

para presentarlo al comandante de la Brigada Militar y

protocolizar su ingreso a la escuela militar de cadetes,

donde pudiera continuar sus estudios y hacer una

verdadera carrera militar.

-“Mire don Luis, le dijo el coronel comandante de la

Brigada, el cupo de cadetes es muy limitado y

desafortunadamente ya está copado. Pero no se

desanime, le voy a dar una dirección de un amigo en

Bogotá para que lleve al muchacho y allá seguro le darán

destino”.

Page 2: Cuentos de Provincia APS

Una semana después de un largo y complicado viaje, don

Luis y su hijo homónimo se presentaron a la imponente

casona de ladrillo rojo y puertas negras ubicado en la

carrerea cuarta con calle octava de Bogotá, preguntando

por el director, quien los recibió después de leer la carta

de recomendación enviada por el comandante de la

Brigada departamental.

-“Muy bien don Luis, dijo el director en una muy corta

entrevista, déjenos a su hijo que nosotros cuidaremos de

él y lo haremos un hombre de la patria, de quien usted

seguro se sentirá orgulloso. Y ahora discúlpeme porque

debo atender unos asuntos políticos muy importantes”.

No hablaron más. El director llamó a su asistente, le dio la

mano de Luis diciéndole que le diera una dotación

completa y le asignara un catre con los otros reclutas.

Luis con los ojos un poco aguados y con un nudo en la

garganta que le dificultaba las palabras, alcanzó a darle

una palmada en el brazo a su padre en señal de

despedida. –“Obedezca mijo, y no vaya a hacer quedar

mal la memoria de su abuelo, alcanzó a decirle su padre

mientras lo miraba con resignación”.

Una muda de ropa de servicio, un catre de hierro

oxidado, desfondado y remendado con alambres, dos

juegos de sábanas y cobijas y un pequeño armario de

metal verdoso llamado “locker”, fue su dotación. Luego

peluqueada al rape estilo “chuler”, presentación a sus

compañeros de entrenamiento y automatización de los

horarios y rutina. –“Mi hermano; son tres años sin volver

Page 3: Cuentos de Provincia APS

a casa”, le dijo uno de los 15 compañeros de

entrenamiento que ocupaba el catre de al lado.

Luis asimiló pronto las actividades diarias: levantada a las

5 de la mañana, desayuno de una taza de aguapanela con

leche y dos mogollas. Limpiar y trapear los baños,

sanitarios y dormitorios. Tres horas de clase teóricas y

dos de práctica. Una alimentación basada en sopas de

maíz o caldos de papa con hueso, un pedazo de carne

sancochada, arroz, frijoles, arvejas, papa, yuca o plátano y

aguapanela. Luego una horade de armamentos, balística

y tiro desde corta distancia. Tres horas de deportes a

escoger entre básquet o microfútbol. Gimnasia o

levantamiento de pesas. Boxeo o lucha libre, o trote en el

patio central. Refrigerio nocturno. Lectura obligatoria de

una hora en la biblioteca y, acostada. Así pasaron planos

los tres años y Luis recibió el diploma que lo acreditaba

como detective de Colombia.

Además de la disciplina perruna y a ser un excelente

gatillo, Luis había aprendido historia sagrada o bíblica.

Historia militar y política de Colombia. Técnicas de

interrogatorio. Identificación de personas y dactiloscopia.

Grafología y documentos. Fotografía y recolección de

pruebas. Capturas y allanamientos. Seguimientos,

vigilancia y obtención de información. Misiones

especiales, mecánica automotriz, y sobre todo espionaje

e infiltración de organizaciones.

Después de la graduación como detective, Luis hecho ya

un adulto regresó a Provincia a visitar a sus padres y

Page 4: Cuentos de Provincia APS

familiares. El clima soleado con un viento tibio y suave

oloroso a maderas y bosque, fue un fuerte contraste con

los cuartos y sótanos húmedos y oscuros, podridos y

olorosos a residuos humanos descompuestos, de la

academia del Servicio de Inteligencia Colombiano. Una

vez llegado y casi sin darle tiempo a que se acomodara en

casa, su padre le dijo que don Gabriel, contando con la

aprobación del comandante de la Brigada Militar ya le

tenía trabajo. –“Debes ir donde él y ponerte a sus

órdenes”, le dijo su padre con premura.

Saludó con nostalgia algunos amigos de antes, pero de

inmediato se dirigió a la casona de don Gabriel situada en

el marco de la Plaza, a un lado de la iglesia. Allí lo estaba

esperando él con una cerveza. Don Gabriel era hombre de

cierta edad, rechoncho y no muy alto, de ojos vidriosos y

desapacibles, un poco hundidos entre su cara y adornaba

su labio superior con un bigotico cenizo como su pelo y la

boca, dándole a comisura labial un gesto de desprecio.

Don Gabriel Vela Bustamante, era un capitán retirado del

ejército, llegado a Provincia 20 años atrás como alcalde

de la dictadura militar; se había casado con una hija de un

rico ganadero y hacendado de Provincia y había echado

raíces en el pueblo.

– “Muchacho, le dijo dándole unas palmadas en el

hombro; de ahora en adelante usted es mi

guardaespaldas. Será como mi sombra. Queda encargado

de mi seguridad. Por lo demás, plata y eso, no se

preocupe. Eso ya está arreglado”.

Page 5: Cuentos de Provincia APS

Luis turbado y ansioso agradeció la designación y con

cierta pretensión le respondió que no se preocupara, que

trataría de hacer su trabajo lo mejor posible. Pasados

unos meses de prueba, don Gabriel le pregunto a Luis si

conocía el árbol de “Yopo”. Si lo conocía y muy bien. –

“Entonces tome este sobre con billetes y se va a Bogotá a

averiguar en cuanta biblioteca exista todo lo relacionado

con ese árbol y en tres meses lo espero. Es un negocio

muy grande y prometedor” –“No se preocupe don

Gabriel le respondió, aquí estaré”.

A pesar de no existir mucha bibliografía, Luis se dio mañas

de averiguar lo fundamental sobre el árbol del Yopo.

Juntó todos sus apuntes y tomó el bus destartalado

nuevamente hacia Provincia. De inmediato le dio informe

a don Gabriel, quien lo oyó extasiado:

-“El árbol de Yopo, le dijo, es muy conocido desde antes

de la llegada de los conquistadores españoles en América

del Sur y el Caribe con diferentes nombres. Existen dos

variedades importantes, pero la que se da en los Llanos

colombianos se denomina Anadenatha Peregrina, o

Piptadenia y tiene tres usos: uno, como sombrío para

pastos de ganadería extensiva, especialmente la

braquiaria, además sirve como cerca viva para los

potreros ganaderos. Otro, como leña para los asaderos de

carne que hay en las ciudades, por el sabor especial que

sus humos y sus brasas dan a la carne a la llanera y tres,

como alucinógeno precolombino usado por los indígenas

de la llanura Orinóquica, debido a los alcaloides

Page 6: Cuentos de Provincia APS

triptamínicos, especialmente la Bufotenina, o 5 hidroxi

dimetil triptamina, o DMT, sustancia usada en Psiquiatría

como medicamento anti depresivo con el nombre

genérico de Amitriptilina”.

-“Luis, eso que usted acaba de decir, constituye un

secreto el más verraco”, dijo don Gabriel abriendo los

ojos y pasándose las manos por entre el pelo grisáceo.

Luego moderando su vehemencia agregó-“Así pues que

tiene que quemar todos esos papeles o guardarlos en

donde nadie los encuentre, porque ese es el negocio del

que le hable y que vamos a hacer. Voy a sembrar de Yopo

mi finca Pocoapoco. ¿Conoce mi finca Pocoapoco, la que

queda en la llanura más allá del rio? Si la conozco don

Gabriel. – Bueno, ahí voy a sembrar todo el Yopo que se

pueda. Con esos palos vamos a proveer de carne y de

leña a los asaderos de carne de la región y si es preciso, la

mandamos hasta Bogotá, y las semillas o pepas que

llaman, esas carmelitas, de donde los indios sacan el

alucinógeno para inhalar, ya el laboratorio gringo que

produce esa droga nos ofrece comprar todas las

Page 7: Cuentos de Provincia APS

existencias ¿Cómo la ve”? – ¡”Uy don Gabriel! Eso es

mucho”, fue lo único que se le ocurrió responder Luis.

En tres años don Gabriel le cambió el nombre a la finca

Pocoapoco, denominándola ahora “La Yopalera”. Al lado

de la casa tradicional de palma con piso de tierra para los

vaqueros y demás empleados temporales, construyó al

lado de un riachuelo una casa de ladrillo bastante

cómoda y aireada de techo de palmas y piso de cemento,

con un cuarto aparte con servicios para huéspedes y

encargó a Luis de toda su administración. El ambiente

llanero plano de horizonte abierto y sin límites, de

pajonales ralos , salpicado ocasionalmente por algunas

matas de monte con palmeras de moriche y otros

arbustos olorosos; regido por periodos de vientos y lluvias

seguido de un sol canicular, seco y abrasador bastante

diferente al de Provincia, fue su primera adaptación.

Luego vino el acomodo a la comida a base de plátano y

carme, a moverse a cualquier parte a caballo y a

familiarizarse con la llamada ganadería práctica. Luis

dividió el tiempo entre las labores de administración de la

hacienda, preparación del vivero de Yopo para la

arborización y en excursiones de exploración a la

inmensidad de la llanura vecina. Conoció e hizo amistad

con Pedro Espinosa, el rústico y analfabeta ganadero

tradicional más rico del vecindario. A los hermanos

Riobueno en cuyo fundo aún existía los restos de un

resguardo muy antiguo, talvez colonial, de indios

guahibos en extinción y más allá, el rio gigantesco,

amarillento de orillas arboladas con barrancos rojizos.

Page 8: Cuentos de Provincia APS

Con todos entabló relaciones cordiales y serviciales, pero

su atención se centró en los indios guahibos, a quienes

visitó con cierta frecuencia llevándoles regalos

especialmente de carne en tasajo y herramientas de

metal; hasta que finalmente el jefe del grupo indígena lo

autorizó a participar en una ceremonia para fumar Yopo

con toda su preparación y ejecución: desde el secado de

las semillas carmelitas al sol, su trituración y pulverización

con cenizas del mismo árbol; el inhalador hecho del

hueso hueco y bifurcado del ala de la garza morena

adaptado con cera y goma, el cepillo de cerdas de Báquiro

o Zaíno para juntar el polvo en la totuma ritual, y el

recipiente para el almacenamiento del rapé preparado y

listo para inhalar.

Page 9: Cuentos de Provincia APS

Luis temeroso o precavido no inhaló aquel rapé, sino

hasta después de haber observado varias veces las

reacciones que este producía en los indígenas.

Finalmente pudo comprobar que después de un

momento no muy largo de distorsiones ópticas y

alucinaciones visuales y mucha sensación de sed, o

sequedad en la boca, venía un momento de molestia,

irritabilidad o desagrado, que podía convertirse en ira y

agresividad súbita.

Después de un tiempo de haber arborizado con Yopos

varios cientos de hectáreas, empezaron a llegar visitantes

traídos por un enviado de don Gabriel; la mayoría eran

doctores extranjeros, que venían con muchos aparatos de

laboratorio, microscopios, tubos de ensayo, frascos y

cámaras fotográficas. No permanecían más de una

semana y así, silenciosamente, como habían venido en

sus yips se marchaban.

Dos años después de estar Luis plenamente adaptado al

ambiente llanero de la finca y de sacar mensualmente por

el carreteable que la unía con Provincia, un camión con

novillos cebados, varias cargas de leña y muchos

paquetes de semillas carmelitas de Yopo, hubo un

acontecimiento sorprendente:

Llegó hasta el lado de la casa un helicóptero, del cual

descendieron el amigo de confianza de don Gabriel y un

señor extranjero con gafas oscuras y una cachucha o

gorra de beisbolista con visera larga, que hablaba muy

poco castellano. El enviado de don Gabriel le entregó a

Page 10: Cuentos de Provincia APS

Luis una nota suya firmada, diciéndole que se pusiera a

órdenes del señor extranjero y viajara con él hasta donde

él lo llevara. Era un asunto muy importante del negocio

del Yopo que hacía necesaria sus conocimientos y su

presencia. Luis no dudó. Arreglo un maletín de plástico

con alguna ropa y efectos personales; se despidió de la

entristecida mujer que le cocinaba y ampliamente le

servía. Luego de los trabajadores temporales diciéndoles

que pronto regresaría y se subió al helicóptero, con la

misma tripulación que había venido.

Quince años después de que aquel helicóptero misterioso

se elevara de la finca la Yopalera en medio de un

remolino denso e irrespirable polvo y yerbas secas; ni

familiares, ni nadie, sabe dónde está Luis, el detective

oriundo de Provincia aficionado a la antropología.

(31.07.2013)

Don Jorge

Jorge Eliecer, conocido por todo el pueblo de provincia

como Don Jorge, ocultaba cuidadosamente su segundo

nombre como una precaución familiar o quizás, como un

rencor personal. Había nacido casi a la misma hora el

mismo día aciago de aquel abril de 1948, en una clínica

del centro de Bogotá, la misma ciudad grisosa y fría

donde habían asesinado pocos minutos antes a Jorge

Eliecer Gaitán. Su padre, un capitán del ejército adscrito

al batallón guardia presidencial, había sido licenciado

fulminantemente de las filas castrenses pocos días

Page 11: Cuentos de Provincia APS

después de aquella explosión incontrolable y anárquica

de ira popular conocida como el Bogotazo, por haberse

negado a disparar contra la multitud enardecida y

enfurecida que se había congregado a exigir la renuncia

del presidente, frente a la vetusta y enrejada casona

colonial donde despachaba.

Degradado y sin trabajo, hastiado por lo que había visto

aquellos días de horror en Bogotá, su padre decidió

regresar a su pueblo natal Provincia de donde había

partido treinta años antes, para tratar de rehacer su vida

en un sitio apacible y conocido lo bastante alejado de

Bogotá, donde pudiera “sacar adelante a su familia”, su

esposa Laura y sus dos pequeños hijos, Jorge Eliecer y

Ricardo.

Estaba equivocado. Pronto la mano larga de la desventura

los volvió a alcanzar: golpearon con fuerza en la puerta de

la modesta casita que había arrendado unas dos calles

alejada del marco de la plaza de Provincia; toc, toc, toc;

su padre alarmado por el estruendo en la puerta salió

presto a abrirla y dos chasquidos secos y atronadores,

seguidos por el golpe de un cuerpo que cayó sobre el piso

cementado, seguido del grito desgarrador de su madre:

“lo mataron, lo mataron esos chulavitas”, quedaron

grabados para siempre en la memoria del niño Jorgito. En

adelante la vida familiar y en especial la suya como

huérfano, sería más que difícil.

La familia comenzó a depender de una pequeña e incierta

ayuda que la familia del padre les daba para su sostén

Page 12: Cuentos de Provincia APS

básico. Con su hermano Ricardo, debieron ir a la escuela

pública del pueblo a aprender las primeras letras y

números, soportando no solo la miseria que se cernía

sobre toda la familia, sino todo el odio y el desprecio

contra los “cachiporros nueveabrileños”, trasmitido

intencionalmente por sus profesores a los demás

compañeritos de escuela. La rueda del infortunio siguió

girando y su hermano Ricardo, aun sin dejar de ser un

niño, salió de la casa hacia la escuela (las últimas

personas que lo vieron dijeron que lo habían visto cruzar

el puente sobre el rio para tomar el camino hacia la selva)

sin volverse a tener noticia suya. Jorge, con sus ojos

negros, achinados y penetrantes, solamente miraba el

sufrimiento silencioso de su madre.

Aceptó, por ella y como una forma de aligerar la carga de

la casa, ir al seminario para niños que la Curia católica

tenía en una ciudad cercana. Allí en lugar de aprender de

memoria recitaciones bíblicas, historias milagrosas y

sermones, dedicó todas sus energías a desarrollar una

sorprendente intuición que se le estaba haciendo

presente, la de conocer a las personas con solo mirarle

los ojos. Los resultados no se hicieron esperar, fue

devuelto a su madre tras tres años de imposible

reducación con la sentencia eclesial de “incorregible”: -No

tiene vocación de sacerdote”, fue todo lo que le dijo el

cura del pueblo a su madre cuando lo entregó de regreso.

Ahora, en el pueblo de Provincia no había mucho que

hacer. Un vecino de su casa de profesión gallero, al ver al

Page 13: Cuentos de Provincia APS

impúber ocioso, le dijo que si le ayudaba a cuidar los

gallos de riña que tenía para la próxima gallera, le daría el

10% de lo ganado. Jorge aceptó inmediatamente ansioso

de entrar ya mismo al mundo real de los adultos.

Aprendió con una rapidez sorprendente, todos o casi

todos los secretos para la cría, levante, entrenamiento y

preparación de gallos de riña. También empezó a

entender el viscoso y oscuro mundo de los negocios, de

apuestas, gabelas, deudas, cobros y pagos, ect, que se

movía detrás de cada pelea de gallos y a desarrollar aún

más la forma para conocer a las personas con solo mirarle

los ojos. Ganancioso, pasó de ser Jorgito a llamarse

simplemente Jorge.

Hizo averiguaciones, todas ellas infructuosas, sobre la

suerte de su hermano Ricardo, con los camioneros que

iban y venían cargados de troncos de madera de la selva y

con los negociantes o cacharreros que comerciaban

cacharros y vituallas de urgencia por el rio en canoas

adaptadas para la carga. Alguien le dijo que había visto un

muchacho que coincidía con la descripción de su

hermano en una ranchería indígena, varios días de

navegación rio abajo. Se lo comentó a su madre y le

expresó su deseo de ir a buscarlo. La madre lo miró con

indiferencia dándole a entender que sus esperanzas

estaban en otro mundo, no en este, y la rueda de la

desventura dio otra vuelta: su madre, como le dijo el

médico del pueblo cuando le entregó a Jorge el

certificado de defunción necesario para el entierro, había

muerto de “pena moral”.

Page 14: Cuentos de Provincia APS

Pasado el luto por su madre, Jorge curtido por el

sufrimiento decidió seguir la pista oída sobre su hermano

Ricardo y partió hacia la selva. Buscó el embarcadero del

rio abajo y navegó varios días en una canoa de cacharros

hasta el rancherío indígena que le habían mencionado.

Allí le confirmaron que un muchacho bastante joven de

esas características, en efecto había estado un tiempo

pero se había ido hacia los pajonales áridos de los llanos

que hay más al norte, contratado por un hombre que

negociaba con ganado. Jorge siguió la pista hasta llegar a

un pequeño poblado rojizo y terroso, asolado por el sol y

el monzón llanero, rodeado por pajonales y palmeras

enanas, con unas calles muy anchas tupidas de un pasto

raquítico que rumiaba un rebaño de reses impasibles.

Averiguó por su hermano describiéndolo minuciosamente

y supo que había muerto macheteado por otro poblador

en una pelea de borrachos, disputándose la copera del

sórdido expendio de guarapo que los atendía.

Jorge consideró que la búsqueda había llegado a su fin y

decidió regresar a Provincia. Pero está vez debió tomar

otra ruta diferente a la que lo había traído: caminar hacia

el occidente a través de los pajonales de la gran llanura,

cruzando ríos inmensos de aguas terrosas y turbias y

pidiendo posada para pasar la noche en la casa de algún

hato ganadero encontrado en el camino, hasta llegar al

piedemonte cordillerano y luego, buscar un carreteable

que comunicara con Provincia.

Page 15: Cuentos de Provincia APS

Sin embargo algo sorprendente ocurrió durante el viaje:

en uno de esos hatos ganaderos cercanos al piedemonte

llanero en donde se detuvo un anochecer; el dueño, un

mestizo llanero de apellido Riobueno, descalzo, chaparro

y robusto, bastante aindiado, le mostró unas piedras

verdes grandes y traslúcidas que había encontrado en una

peña cercana desbarrancada por el agua y a la erosión.

Jorge cerrando sus ojos negros aindiados inmediatamente

tuvo en la mente los dos negocios: ganado y esmeraldas.

Hizo rápidamente un negocio con el llanero basado en la

palabra de gallero, que este aceptó completamente.

Jorge iría a Provincia en el mayor secreto, traería dinero y

hombres de su absoluta confianza, todos del círculo de la

gallera del pueblo, mineros y comparadores de ganado,

incluyendo varios tinterillos provincianos para que se

encargaran del papeleo y registro legal de la mina y de

conformar la compañía comercial para desarrollar los dos

negocios.

En efecto. Un mes más tarde el hato ganadero del llanero

Riobueno se trasformó en un hervidero de personas,

mulas y caballos, aperos de carga, herramientas de

minería, lupas y balanzas de precisión, bultos de

provisiones y papeles sellados para hacer negocios;

mientras en Bogotá los dos tinterillos contratados por

Jorge adelantaban todos los trámites necesarios ante el

gobierno del presidente Turbay Ayala y el Banco de la

República, relacionados con la concesión minera y

ganadera. Jorge tenía 22 años. Corría el año de 1970, y

Page 16: Cuentos de Provincia APS

ahora todos se referían a él como Don Jorge. Un bigotico

delgado y corto de pelos como cerdas creció en su labio

superior para atestiguarlo.

Con los papeles legales sobre la mina de esmeraldas y de

la compañía comercial establecida, decidió trasladarse a

Bogotá donde centralizó sus actividades: todo tipo de

compra legal o ilegal de tierras ganaderas situadas en los

llanos orientales, negocio ganado para trasportar y

vender en Bogotá. Venta de cueros para curtiembres,

instalación de frigoríficos, exportación de carne de res en

canal. Compra y venta de esmeraldas en bruto, talla y

exportación. Visita a funcionarios del ministerio de minas

y del Banco de la República para dejarles

subrepticiamente el “sobrecito” con los miles de pesos

del soborno. Y al ministerio de defensa para “cuadrar” el

asunto de la seguridad oficial y extraoficial en las minas y

de las haciendas ganaderas adquiridas o arrebatadas.

Ahora ya tenía participación en las minas de esmeraldas

de Gachetá y Chivor en la cordillera oriental, y desde

donde podía mirar desde lo alto y a distancia sus 40 hatos

ganaderos de los llanos, donde pastoreaban o pastaban

cerca de 50 mil reses según la antigua norma llanera de

dos hectáreas para cada vaca, mientras discutía con un

consorcio estadounidense el aseguramiento de todo el

cinturón esmeraldero de Colombia, que incluye en la

cordillera de los Andes, al nororiente de Bogotá, un

rectángulo de 250 km. de largo por 50 km. de ancho, que

va desde Gachalá en el oriente hasta Peñas Blancas en el

Page 17: Cuentos de Provincia APS

occidente.- “ Miren señores; esos punticos blancos que se

ven allá son mis reses”, solía decirles (sin muestras de

soberbia) a los ingenieros americanos con quienes

discutía lo del consorcio esmeraldero.

Pareciera que la rueda de la fortuna hubiera girado hacia

atrás o por lo menos se hubiera detenido. La vida ahora y

durante las tres décadas siguientes, sería la de un

poderoso multimillonario en Bogotá: Adquirió en el norte

de la ciudad varias casas en conjuntos residenciales

cerrados y con extrema vigilancia; contrató 40 acuciosos

guarda espaldas militares suministrados por una firma de

seguridad privada propiedad de un coronel retirado,

quienes le exigieron comprar varios vehículos tipo

burbuja de alta seguridad, blindados y con vidrios negros,

a la par que le daban todo tipo de instrucciones para

repeler y sobrevivir cualquier ataque armado de

adversarios o enemigos. Empezaron a llegarle

invitaciones a fiestas, cocteles y reuniones sociales y

políticas de todo tipo, para lo cual hubo de contratar un

sastre modisto especializado con el fin de que le

mimetizara su robusta pero pequeña figura que ya

insinuaba un abdomen globuloso, y una renombrada

profesora de glamur bogotano de nombre María José,

para que suavizara los modales plebeyos de 30 años

anteriores de sufrimiento y miseria. Hasta que finalmente

logró hacerse socio del club social más exquisito y

refinado de la capital colombiana, donde una noche de

suerte encontró la mujer con quien unir su vida.

Page 18: Cuentos de Provincia APS

Era una mujer no tan joven, de mediana estatura,

regordeta de amplias caderas y piernas arqueadas, boca

voluptuosa grande y ojos color café visibles entre sus

pómulos protuberantes, hija de un importante y

acaudalado político capitalino, dueño de la mayoría de

urbanizaciones existentes en Bogotá y con un hermano

como el eterno gerente del Banco de la República. Le

sonrió al pasar haciéndole una mueca coqueta, pero la

mirada de Jorge poco acostumbrada a tales mimos no

alcanzó a descifrarlo. Sin embargo lograron alargar el

contacto que en corto tiempo evolucionó a un noviazgo

formal y un poco más tarde al estruendoso y muy

comentado matrimonio, con el cual se selló la unión de

las dos riquezas: la de Jorge con la de los padres de la

novia. Su vida social y de negocios políticos ahora era un

torbellino vertiginoso y sin pausa de sucesos y éxitos.

Pronto la esposa quedó embarazada, pero con el

nacimiento de su primogénito, nuevamente la rueda de la

adversidad volvió a avanzar: el niño inexplicablemente

nació con un síndrome de Down y, el matrimonio que no

estaba preparado para dedicar todo el tiempo que tal

calamidad exige, menos para aceptar la culpabilidad de

tal enfermedad, se agrietó irreversiblemente hasta una

amarga y muy triste ruptura.

Jorge buscó refugio en el whisky, las exclusivas

distracciones y los excesos muy fáciles para su riqueza

abundantes en Bogotá, pero antes que la saciedad o

siquiera el hartazgo, sus socios, adversarios y enemigos,

Page 19: Cuentos de Provincia APS

le hicieron saber que por ese camino estaba perdido.

Entonces en una decisión, para muchos incomprensible,

separó bienes con su esposa y elaboró un testamento

declarando a su pequeño hijo enfermo como propietarios

universal de todos sus bienes en este mundo,

quedándose para sí con una pequeña renta. Cerró su

oficina en Bogotá, licenció a los guardaespaldas dándoles

excelentes propinas y se marchó de regreso a Provincia.

Allí compró una pequeña casa quinta llamada la Loma,

situada en una colina suave a la salida del pueblo,

contrató una mujer mayor para que le cocinara o le

atendiera la casa y entre wisky, comilonas de asados y

piquetes con sus antiguos amigos, pasó los primeros días.

Una semana después de haber llegado; Jorge fue a la

plaza del pueblo a hacer limpiar y embetunar sus zapatos

por el único lustrabotas del pueblo. Era un domingo

luminoso, una brisa cálida movía suavemente las hojas de

la frondosa ceiba del centro de la plaza y la actividad de

los habitantes era la normal para un día así de apacible.

De repente el lustrabotas, en un descuido, embetunó uno

de los calcetines de Jorge. Al darse cuenta, iracundo se

levantó del puesto y con un zapatazo en la cara del

lustrabotas lo tiró al suelo. El muchacho herido en la cara

se recuperó rápidamente, se arrastró por el suelo hasta la

caja de embetunar y en un abrir y cerrar de ojos sacó un

cuchillo herrumbroso y sucio que tenía para quitar el

barro a las botas de quienes venían a embetunarlas y con

un movimiento casi invisible lo clavó en el cuello de Jorge,

Page 20: Cuentos de Provincia APS

quien cayó de rodillas agarrándose la garganta mientras

expiraba entre gorgoteos de sangre espumosa y muy roja.

El lustrabotas observando la escena teñida de tanta

sangre derramada por el piso, dijo con énfasis: -“Podrá

ser muy Don Jorge pero no tenía por qué patearme así”.

Luego se sentó en su puesto a esperar el tumulto de

gente alarmada que se empezó a formar a su alrededor.

(03.12.2014)

La venganza del Jaguar

En 1877, Popayán arde con otra fiebre del Dorado. Los

escasos periódicos que llegan, en especial europeos y

norteamericanos, hablan del caucho como el nuevo oro

vegetal que se encuentra libre y a manos llenas en las

selvas amazónicas, y en ese momento es necesitado con

gran urgencia por nacientes industrias Noratlánticas. Se

ha iniciado en nuestras selvas el ciclo afiebrado del

caucho.

La familia de Rafael Reyes Prieto, procedente de

Santarosa de Viterbo en Boyacá y establecida en Popayán

hace más de 10 años, tiene ya un lucrativo negocio de

compra y exportación a Estados Unidos y Europa, de

frutos de la selva amazónica, como quina, nueces del

Brasil, tagua, cacao silvestre, zarzaparrilla, y una variedad

especial de caucho negro llamado balata muy estimado

en los mercados atlánticos.

Page 21: Cuentos de Provincia APS

Rafael logra convencer a sus madre y a sus tres

hermanos, Néstor, Elías y Enrique, de la necedad de

ampliar el negocio y buscar una ruta para sacar los frutos

de la selva al océano Atlántico; más barata y diferente a la

larga y costosa travesía por caminos imposibles desde las

selvas de los ríos Caquetá y Putumayo, por la vía de Pasto

hasta Popayán, para luego de seleccionarlos, re

empacarlos y trasportarlos a lomo de mula por la

cordillera andina, hasta los barcos de exportación en

Cartagena. Pues la ruta del pacífico, vía puerto de Buena

ventura y la travesía por tierra de todo el istmo de

Panamá, era aún más engorrosa e insegura.

Rafael, había escuchado relatos de baquianos

conocedores de la selva que hablaban de una trocha

diferente desde Popayán hasta las cabeceras del río

Putumayo en tierra de los indígenas Mocoas, hallada en

los tiempos de la conquista española por el encomendero

Cristóbal Quintero, quien bajo el influjo de los

descubrimientos del río Amazonas hechos por Orellana

en el Perú, también había intentado viajar siempre

surcando el río Putumayo hacia donde sale el sol, para

encontrar la ciudad de oro de Manoa.

Fue así como la firma Elías Reyes y Hermanos SA, con sus

ilusiones convertidas en codicia, se da a la tarea de

organizar una expedición para rencontrar esa trocha,

bajar por el río Putumayo, pues bien sabido era que el río

Caquetá era innavegable, explorar y marcar esas selvas,

desembocar en el río Amazonas y luego navegar a favor

Page 22: Cuentos de Provincia APS

de la corriente por el río-océano de los marañones, hasta

salir al Atlántico en el oriente.

Hacen cálculos, buscan créditos, víveres, mulas,

cargadores, baquianos de confianza y, los tres hermanos

se ponen en marcha. Un día lluvioso de Abril de 1877,

sale de Popayán una caravana de buscadores de fortuna,

compuesta por 10 mulas cargadas con tasajo, panela,

herramientas, mantas para el páramo y hamacas para la

selva, cuerdas, pólvora, munición, armas y joyas muy

vistosas incrustadas con vidrios de colores. Van 10 rudos

cargadores, expertos baquianos de la selva.

A los tres días de trocha atravesando una inhóspita

montaña, deben abandonar las mulas que no pueden

continuar, y tras cinco jornadas por entre helados y

húmedos farallones de vegetación rala, sorteando

precipicios con la ayuda de rejos y lazos, finalmente

descienden a la tupida y calurosa selva. Están en territorio

de los indígenas Mocoas. Continúan avanzando hacia el

sur oriente, según la orientación de los baquianos, hasta

encontrar en un pequeño valle descampado, el recodo

anchuroso de un caudaloso rio de aguas barrosas, donde

están esparcidas algunas malocas indígenas. Es la

cabecera del río Putumayo.

Pocos indígenas salen a recibirlos. Los cargadores y

expedicionarios ponen sus costales, sacos y morrales en

el suelo, mientras el baquiano conocedor de la lengua

indígena se adelanta unos pasos y mostrando las joyas en

las manos alzadas, lanza un grito. Sale al encuentro un

Page 23: Cuentos de Provincia APS

indígena fornido y pintado por todo el cuerpo, quien

golpeándose el pecho dice ¡Chau! Y calla, esperando la

reacción de los recién llegados que permanecen con las

manos en alto. A una indicación del baquiano empiezan a

golpearse cada uno el pecho y a gritar su nombre: Yo

Elías. Yo Rafael. Yo Néstor. Yo Enrique, y así los demás.

No es difícil ganarse la confianza y hospitalidad de los

Mocoas, aficionados a las baratijas y abalorios brillantes,

que cambian por tres días de posada, varias cestas de

fariña o harina tostada de yuca amarga, una docena de

tortugas, dos grandes canoas con remos y un piloto

indígena conocedor del río y sus caños aledaños. Rafael

propone llamar ese caserío indígena Puerto Sofía, en

nombre de su esposa que se ha quedado a su espera en

Popayán. Tres días después se dan al agua espumosa de

la corriente y, el río se empieza a ver surcado por una

caravana crujiente que se desliza ondulante.

Durante el día el calor pegajoso de la canícula

equinoccial, el zumbido permanente y las picaduras de los

mosquitos, el verde monótono de la selva y los

invariables recodos del río, más el vaivén interminable de

la corriente y los remos, junto con los estridentes ruidos

selváticos al paso de la caravana, hacen rutinario el diario

fluir del viaje. Con el halo rojizo del atardecer, se escoge

un lugar descampado y seco en la rivera para varar las

dos canoas, saltar a tierra, buscar lugar donde colgar las

hamacas y los cargadores divididos en grupos, adentrarse

en la selva en busca de algún animal de caza para

Page 24: Cuentos de Provincia APS

agrandar la ración. Mientras tanto, los hermanos Reyes

ávidos cuentan los arboles preciosos y los marcan con

muescas de machete. Luego, aún somnolientos, con el

vaho matinal de la primera luz reiniciar la navegación.

A los quince días de navegación, la inercia cotidiana es

rota sorpresivamente por el desgarrador grito de un

baquiano que tiene clavado un dardo en el cuello y muere

lentamente en medio de terribles lamentos y espasmos.

Varan las dos canoas, sacan de los costales las armas y las

cargan y, se busca un lugar donde hacerse fuertes en la

orilla. El piloto indígena de los Mocoas dice en medio de

gran temor y ansiedad que han llegado al territorio de los

indígenas Mirrañas, enemigos desde hace mucho de los

Mocoas, a quienes cazan para hacer bailes ceremoniales y

devorarlos. Él se regresa a Puerto Sofía y quien quiera

puede acompañarlo.

Los hermanos Reyes discuten y deciden que Rafael

regrese apresuradamente con el piloto indígena y tres

baquianos remeros a traer refuerzos, mientras los otros

tres hermanos bajo la jefatura de Elías y el resto de los 6

cargadores los esperarán. Dividen armas, provisiones y

canoas y pronto, la embarcación de Rafael impulsada por

fuertes movimientos de los remeros desaparece en una

curva del río arriba.

Esa misma tarde un grupo de cerca de quince canoas de

indígenas Mirrañas pintados en el cuerpo con gruesas

rayas negras, en medio de una inmensa gritería y

blandiendo flechas y macanas se acercan y atacan a los

Page 25: Cuentos de Provincia APS

exploradores, quienes responden disparando sus armas

de fuego. Al disolverse la nube olorosa a pólvora, se ven

flotar varios cuerpos enrojecidos de los atacantes

muertos y heridos, y la retirada espantada de los botes

indígenas. La espera se prolonga dos días.

Con el sol ardiente del segundo amanecer, lentamente

van apareciendo varias barcas tripuladas por mujeres

indígenas desnudas, exhibiendo a gritos pescados

ahumado, tortugas vivas, y carne secas de animales

salvajes. Hacen señas amistosas y oferentes, pero de

rechazo a los estruendosos y mortíferos palos de candela.

Elías y los baquianos aceptan la temerosa ofrenda y

aceptan complacidos el abasto selvático. Una parte en

idioma Siona y otra a señas, las mujeres logran decirles

que, esa noche son invitados a una celebración de

amistad que se realizará en sus malocas, ubicadas en una

enmarañada ciénaga de un caño cercano. Una de esas

mujeres se queda con la comisión para guiarlos.

Al atardecer, después de acordar las precauciones y la

manera de participar en esa ceremonia, se embarcan

rumbo al poblado de los Mirrañas. Después de remontar

un brazo estrecho del río en lo alto de un barranco

orillero de tierra amarillenta, la canoa de los exploradores

encuentra las malocas del caserío en donde los esperan,

cerca de un centenar de indígenas. Elías y sus hermanos

desconfiados han dejado marcas en el camino para el

regreso al gran río.

Page 26: Cuentos de Provincia APS

El jefe de la tribu, casi desnudo y todo su cuerpo

maquillado con largas rayas negras, los recibe ataviado

con una corona de plumas de guacamaya entretejidas y

un largo bastón sonajero. Los invita luego a la maloca de

la danza. En uno de los extremos de la casa, al lado de

unos pescados ahumados y presas de carne seca, hay un

tronco labrado en su interior como una canoa lleno de un

burbujeante y amarillento masato agrio de yuca amarga.

El jefe de las familias indígenas con el reflejo sudoroso de

la luna en la cara, entrega a Elías una totuma rebosante

del espeso líquido. Bebe un poco y luego la pasa a sus

compañeros también pintados a rayas negras, quienes

beben sin desagrado. El humo espeso y oloroso de un

gran tabaco ceremonial, que los indígenas después de

fumarlo y aspirarlo lentamente van pasando de mano en

mano, se acompaña con el inicio de una música ventosa

sacada a soplidos de unas flautas de zampoña.

Lentamente las mujeres pintadas y con sus senos al aire,

inician el baile formando una hilera danzante y flexible

que semeja una serpiente, mientras van pisoteando el

piso produciendo un ruido seco y cascado a cada paso.

Hacen una pausa y gritan. Luego los hombres haciendo un

lamento profundo y ronco se incorporan en la fila y

nuevamente se inicia la marcha sonora alrededor de la

maloca. Gritan, paran, toman masato fermentado y

reinician a la monotonía embriagante.

Aún con el dolor de cabeza y embotados por los efectos

de la chica fermentada, sin despedirse de nadie, Elías con

Page 27: Cuentos de Provincia APS

la primera luz del día, ordena a sus acompañantes

retomar el cauce grande del río y continuar el viaje. No es

difícil seguir las marcas dejadas, pero una incómoda

sensación de estar permanente vigilados se apodera de

los exploradores. La canoa debajo de una canícula

implacable y acompañada de una nube de mosquitos,

navega todo el día sin descanso, procurando alejarse lo

más posible de los Mirras. Pero al atardecer, cerca ya la

hora de parar, la embarcación choca estruendosamente

con un tronco sumergido volteándose completamente, y

en medio de chapaleteos y brazadas desesperados,

desaparecen chupados por la espumosa y encrespada

corriente, junto con todas sus provisiones, Enrique el

hermano menor de Elías, con 4 baquianos muy

estimados: Pedro Juan Martínez, Luis Alonso, José María

Calderón y Antonio López el hijo del general presidente

de Colombia José Hilario López. Inexplicablemente solo

ganan la orilla Elías y Néstor, ayudados por dos baquianos

más.

Una vez reunidos, los cuatro discuten sobre sus

posibilidades reales. Están bastante lejos del caserío de

los Mirras y el río se ha tragado todos sus enseres y

provisiones. Esa noche, exhaustos y silenciosos velan el

tropel selvático. Al otro amanecer quitándose los

mosquitos a manotazos, buscan en la rivera cercana y

durante todo el día, algunos troncos secos para

amarrarlos con bejucos y construir una balsa

rudimentaria que les permita echarse aguas abajo, a la

buena ventura. Pero la mayoría de palos están podridos

Page 28: Cuentos de Provincia APS

como para soportar algún peso y el golpe del agua.

Agotados y hambreados deciden descansar. Es ya el

atardecer, la hora en que los animales van a alguna orilla

descampada a beber y refrescarse del calor húmedo y

asfixiante de la selva.

Súbitamente aparece una manada atropellada de zaínos,

que cautelosamente con sus gruñidos característicos se

arriman a un playón no muy lejano. Los cuatro

sobrevivientes se miran incrédulos y se hacen señas para

dividirse en dos parejas con la intención de rodear la

manada. Lenta y sigilosamente cada uno toma un garrote

y se resbalan por entre los musgosos troncos hacia los

cerdos salvajes. Pero la estridente huida de una bandada

de monos que también ha venido la playa a refrescarse,

alerta a los zaínos. Elías le hace señas a su hermano

indicándole que otro animal ha espantado a los monos y

se deben apresurar.

Con el garrote en la mano, Elías trata de pisar

cuidadosamente la hojarasca crujiente. Tiene las manos

sudorosas, el pecho apretado y el corazón acelerado

golpeándole las sienes. Un movimiento de hojas secas a

su lado, seguido de un rugido sonoro y de la mirada

centelleante de un Jaguar negro amarillo con sus garras y

colmillos, le desgarra el cuello. Un grito profundo pero

inaudible, envuelto en el vaho de la neblina selvática,

encubre la mirada vidriosa de Elías Reyes.

A los pocos días, Rafael Reyes Prieto regresa con otra

expedición al lugar del río Putumayo donde se despidió

Page 29: Cuentos de Provincia APS

por última vez de sus hermanos y amigos baquianos, para

buscarlos con desespero. Nada encuentra. Habían

desaparecido entre la hojarasca y el agua. Solo halla en

un playón desolado algunos restos de ropa que pudo

identificar como de su hermano Elías. Entonces concluye,

y así lo hace saber a los periódicos de Bogotá, que los

indios caníbales Mirras, pintados con las rayas de los

tigres, los habían devorado. (29.06.2012)

La caída del dictador

Es 12 de marzo de 1.909. En las calles hay estridentes

marchas estudiantiles y demostraciones de trabajadores

contra los Tratados y el ambiente mefítico Nacional. El

descontento va en aumento y se le pierde el miedo al

dictador y a su policía. El viejo empresario exportador de

caucho Rafael Reyes, convertido en dictador de Colombia,

sentado en la gran poltrona presidencial hace llamar al

implacable jefe de la policía Marcelino Gilbert. Cuando

este llega, atusándose su bigotico retorcido en las puntas

hacia arriba, le clava penetrante su mirada glauca y le

pregunta

“¿A qué se debe todo ese bochinche en la calle?” El

policía carraspea y tartamudea. –“General, le dice, los

estudiantes, con algunos artesanos y, la plebe; protestan

por los Tratados Internacionales que se presentaron a la

Asamblea Nacional. Alguien filtró sus textos y se ha

Page 30: Cuentos de Provincia APS

generado una gran repulsa incluso nacional. Además,

vuelve a carraspear, el sr presidente sabe la cantidad de

calumnias y barbaridades que sobre su gobierno dicen sus

opositores”. Reyes, baja la mirada aparentando ignorarlo,

responde secamente: -“No. Dígame de que se trata”. El

jefe policial saca una pequeña libreta de bolsillo y lee:

Se dice que el sr presidente manda torturar a los presos

políticos e incluso a los presos comunes que están en las

cárceles de la nación. Que su Excelencia se entiende por

debajo de cuerda con las potencias extranjeras para

vender nuevos pedazos del territorio nacional; que

manda depositar sumas fabulosas en bancos del exterior,

que regala acciones del Banco Central a quienes le

prestan sus servicios políticos caracterizados, que otorga

concesiones para la construcciones públicas y se hace

expedir acciones a nombre de su excelencia y sus hijos.

Que su señoría, ha hecho cambiar el trazado del

ferrocarril de Girardot para que los trenes pasen por

frente a la finca de su compadre Aparicio; que ciertos

allegados a la presidencia de la República, se enriquecen

con el monopolio de la sal. Que las subvenciones

concedidas a los contratistas de los ferrocarriles y a

algunas industrias nacientes, son repartidas entre el sr

presidente y sus beneficiarios, y que su secretario, el sr

Camilo Torres Elicechea, maneja una chequera milagrosa

con fondos inagotables, por medio de la cual el general

presidente Rafael Reyes, a quien llaman el dictador,

compra conciencias y doblega voluntades (1)

Page 31: Cuentos de Provincia APS

Hoy por ejemplo los ánimos se han exasperado, al

saberse que en los Tratados Internacionales que se

venían negociando en secreto y que en enero pasado

fueron firmados en Cartagena, entre el Secretario de

Estado Norteamericano Eliuh Root y Enrique Cortés y que

han sido presentados a la Asamblea Nacional para su

aprobación, figura que el gobierno de los Estados Unidos

no da a Colombia ninguna indemnización por la

separación de la provincia de Panamá y en cambio, si se

obliga al gobierno colombiano a que reconozca las

fronteras de ese nuevo país. Y a que acepte de ese

gobierno la suma de 2 y medio millones de dólares, como

aporte en pago a la deuda pública colombiana,

renunciando a cincuenta mil acciones en litigio de la

Compañía Francesa del Canal, que nunca Panamá ha

poseído. (2) Reyes da por concluida la entrevista y se

retira pensativo. -“Es un poco lo que percibí en mi última

gira”, se dice.

En la Asamblea Nacional que él había conformado a su

antojo, exactamente 4 años atrás en Marzo de 1.905, con

el fin de legitimar su gobierno, ahora uno de sus

turibularios y aduladores más reconocido Luis Cuervo

Márquez, grita para la historia este docto aunque poco

convincente argumento: “O imitamos a Grecia que solo

vino a reconocer a Persia 2.000 años después de la

invasión de Jerjes, o imitamos a Inglaterra que reconoció

la separación de los Estados Unidos seis años después. Y

concluyó: ¡Así proceden los pueblos grandes!”(3)

Page 32: Cuentos de Provincia APS

Sin embargo la repulsa popular continúa. Al dictador no le

tiembla el pulso y ordena emplazar ametralladoras en

palacio y detener a los dirigentes estudiantiles y

populares “revoltosos”, como cuando en marzo de 1906

ordenó sin pestañear el fusilamiento de los atacantes que

le dispararon en barro colorado un mes atrás.

Al día siguiente 13 de marzo de1.909, cita un concejo de

ministros que encuentra la fórmula: Rafael Reyes

presenta renuncia a su cargo de presidente de la

República y deja encargado a su “compadre” Don Jorge

Holguín, quien a su vez retirará los Tratados de la

Asamblea Nacional y le dará tiempo para escabullirse a

Santa Marta y tomar el primer barco con destino a

Europa.

Días después durante su silencioso viaje hacia el mar que

lo llevará a Europa, recordando sus peripecias en las

selvas del Putumayo como cauchero exportador e

inmisericorde explotador y esclavizador de indígenas;

hace una única parada en Puerto Wilches con el fin de

entrevistarse con su viejo amigo y copartidario el general

conservador de la guerra de los mil días Ramón Gonzáles

Valencia, con el fin de advertirlo y ponerlo al tanto de la

situación, pero por sobre todo, para garantizar la

continuidad del poder teocrático instaurado por su

protector Rafael Núñez .

Ya lo había advertido en la Asamblea Nacional, en una de

esas discusiones sobre los Tratados, un asambleísta

perspicaz, el diputado Tavera cuando gritó iracundo:

Page 33: Cuentos de Provincia APS

“¿Qué quieren? Ya no son ni Andrés Bello, ni Calvo, ni

Blunstchli quienes rigen en materia de intereses

internacionales: Ahora son los cañones y las rémingtons”

(4). Había descrito en pocas palabras la doctrina Monroe,

bajo la cual se le amputaba a Colombia la provincia de

Panamá y se la introducía a la fuerza, en el actual

capitalismo industrial y financiero internacional. (5).

(14.09.2006)

Notas:

1) Eduardo Lemaitre. Rafael Reyes. Editorial Espiral Bogotá 1967. Pág. 356

2) Lemaitre, ob cit, pág. 370

3) Lemaitre, ob cit, pág. 372.

4) Lemaitre, ob cit, pág. 373.

5) Darío Mesa. La vida después de Panamá. (1903-1922). Manual de

Historia de Colombia. Colcultura. Bogotá 1982. TIII.

El regreso

El mensajero de la oficina de correos y telégrafos de

Provincia, apurado golpeó con dureza varias veces el

portón de la casa de los Pinzón Villafradez. El telegrama

había sido anunciado como prioritario y antes de pegarlo,

lo había leído y por eso su premura en entregarlo. La

puerta de la casa-quinta, ubicada en la parte alta del

poblado, cerca del arroyo que servía de fuente al

acueducto, se abrió lentamente a pesar de los fuertes

golpes del mensajero.

Page 34: Cuentos de Provincia APS

Una señora entrada en años de mirada azulada con cara y

cuerpo aún esbeltos; saludó al mensajero y tomó el papel

que le entregaba. Rasgó el pegante y lentamente pasó los

ojos por el breve escrito que venía a su nombre: Sra.

Matilde Villafradez de Pinzón Murillo; el ministro de

guerra de Colombia, Carlos Uribe Gaviria, lamenta

profundamente tener que informarle que su hijo el

teniente Carlos Pinzón Villafradez, en el curso de la actual

ofensiva militar para recuperar las tierras invadidas por el

ejército peruano en el río Amazonas, ha perecido al

accidentarse el avión que lo trasportaba sobre el río

Putumayo en la frontera con el Brasil; habiendo perecido

junto con él todos sus ocupantes, cuyos restos ha sido

imposible recuperar. Inmediatamente la señora se llevó la

mano a la boca tratando de tapar un quejido profundo y

volteando la cara se entró en la casa, llamando a su hija

Alicia en medio de lágrimas y sollozos.

Un poco después dando todo el crédito al telegrama,

madre e hija tiraron al patio exterior toda la ropa de

Carlos que aún quedaba en la casa: uniformes, quepis,

botines y otra ropa de dotación militar insustituible, que

el teniente había dejado como reserva en la casa paterna.

Hicieron un montón y con una pequeña antorcha le

prendieron fuego. Una llamarada vistosa y luego una

columna de humo denso salida de la casa-quinta, anunció

a todos los pobladores de Provincia el suceso, mientras el

mensajero ya en el pueblo, complementaba con largueza

de su propia imaginación, la información del accidente

aéreo y la muerte de teniente junto con sus compañeros

Page 35: Cuentos de Provincia APS

de viaje. Las ventanas y la puerta de la casa-quinta se

cerraron o clausuraron y un luto demasiado estricto como

un silencio casi sepulcral cubrió el hogar; apenas roto, de

vez en cuando y por las noches, por los desgarradores

gritos que salían de su interior. Esa negrura no podía

durar mucho y así, a los pocos meses tanto la madre

como la hija se fueron secando o consumiendo en una

melancolía mórbida que terminó en la muerte casi

simultánea de las dos. La casa quedó en manos de unos

vecinos que venían a limpiar barrerla y airearla, para que

no cayera en ruinas.

El avión que trasportaba a Carlos, un Osprey C14, era

piloteado por un teniente compañero suyo, entrenando

rápidamente por la misión de pilotos alemanes que

asesoraban la conformación de la primera aviación de

guerra colombiana y, el viaje tenía como objetivo llevar a

Carlos al puesto militar fronterizo de Tarapacá sobre el río

Putumayo, para que ayudara en la fortificación y defensa

de ese recién recobrado lugar. El monótono tapete

selvático, surcado por innumerables caños, ríos, brazos y

meandros de agua terrosa casi todos semejantes desde el

aire, despistaron al piloto, quien perdiendo el rumbo y la

calma gastó todo el escaso combustible que le quedaba y

se precipitó a tierra, en medio de la enmarañada selva

amazónica.

El impacto de la caída arrojó a Carlos en medio de las

llamas hacia un lado quedando casi cubierto por un

tronco grueso semi podrido. Luego el avión explotó

Page 36: Cuentos de Provincia APS

saltando en mil esquirlas. Cuando un ardor profundo e

intenso en la cara y el medio cuerpo izquierdo despertó a

Carlos, miró hacia el avión y no vio sino un manchón

negro de donde salían algunas llamas. Nada más. Trató de

pararse pero el dolor corporal y las magulladuras, lo

volvieron a sumir en un sopor profundo. No sabe por

cuánto tiempo.

Cuando nuevamente despertó, estaba tendido sobre en

un cañizo de palma machucada o aplastada, sostenido en

cuatro horquetas. Una india vieja delgadita y arrugada,

con los senos flácidos y colgantes como dos pellejos,

totalmente desnuda, estaba a su lado con una totuma

donde había una maza de hojas macerada. Ella masticaba

unos emplastos de hierbas o los embebía en saliva y

luego se los colocaba con cuidado en el lado izquierdo de

su cara y cuerpo. De vez en cuando, de otra totuma con

agua verdosa le daba a beber pequeños sorbos. Y así

pasaron varios días de seminconsciencia, hasta cuando la

india empezó a darle un cocimiento aguachento de

pescado desleído si sal pero con sabor a ceniza. El dolor

iba cediendo y los emplastos ahora eran de una manteca

maloliente embadurnada en unas hojas grandes y lisas

que amarraba con tiras de una fibra vegetal. Ya pudo

reparar un poco más a su alrededor.

Su refugio era una gran choza redonda de madera, hojas

de palmiche olorosas a humedad y piso amarillento de

tierra, de una arquitectura totalmente desconocida.

Había tres niños embarrados, desnudos y barrigones que

Page 37: Cuentos de Provincia APS

lo miraban siempre en silencio con los ojos totalmente

abiertos y, dos parejas de hombres y mujeres también

totalmente desnudos. Cada pareja en una hamaca de

fibra vegetal colgada en cada esquina de la casa; lo

miraban fijamente con un gesto mezclado de asombro y

curiosidad que se reflejaba en sus caras. Carlos les habló

en castellano y como respuesta obtuvo una estruendosa

carcajada de todos. Era obvio que no hablaban otro

idioma fuera del suyo.

Con la ayuda de la india vieja logró pararse y lentamente

dar algunos pasos cortos. Pasó su mano derecha por

sobre el lado izquierdo de la cara y palpó desde la frente

hasta el cuello una piel rugosa sin cabello y más gruesa de

lo normal. Miró su hombro y la parte izquierda de su

cuerpo comprobando que era una piel sonrosada,

veteada y brillante de una piel quemada en cicatrización.

Su antebrazo Izquierdo también tenía una deformación

como si sus huesos se hubieran fracturado, pero

comprobó que la movilidad y sensibilidad eran normales.

La vieja sonrió mostrándole los pocos dientes que le

quedaban. Afuera de la choza, la evaporación de la mitad

de la mañana, daba una sensación nubosa de irrealidad

Paulatinamente Carlos se fue adaptando al horario de la

gran choza que ellos llamaban “maloca” y pudo elaborar

una rutina diaria. En el piso terroso de la habitación con

dibujos y señas, y mientras las otras dos mujeres

preparaban la harina de yuca venenosa, la india vieja con

Page 38: Cuentos de Provincia APS

gran paciencia y dedicación le enseñaba las primeras

palabras de su idioma indígena, que después vino a saber

era una variedad del llamado Tucano oriental. La

preocupación de Carlos, era saber dónde se encontraba,

pero lo único que logró precisar en un dibujo muy grande,

fue que estaba cerca de un caño de mediano tamaño que

desembocaba en un gran río bastante lejano.

El tiempo fue pasando inexorable y Carlos ya habituado a

vivir casi desnudo, con los otros dos hombres de la

maloca fue reconociendo los alrededores de la selva,

trochas y brazos del caño; a reconocer huellas de

animales y pájaros con sus sonidos y ruidos propios;

frutos comestibles y venenosos, a orientarse en medio

del claro oscuro selvático. Después fue iniciado en el

mundo acuático: a nadar en medio de bejucos y raíces, a

pescar con chuzo y, a manejar con el cuerpo la pequeña y

frágil canoa de dos puestos con las que se hacían todas

las actividades diarias; a reconocer por el olor pútrido a la

anaconda para evitar la sorpresa y reconocer en los

playones del caño azuloso, entre la arena, las pepitas

amarillas brillantes de un metal que parecía ser oro, para

guardarlos en una bolsita hecha de cuero de mono.

Por las noches aprendió a fumar un tabaco silvestre

mezclado con hojas de “yopo”, un alucinógeno suave y de

efecto no muy duradero. A tomar la “manicuera” o

líquido lechoso extraído de la yuca y fermentado de un

día para otro. Y cuando había “piracemo”, o subida de

peces por el caño, a celebrarlo bebiendo chicha

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fermentada de yuca masticada por las mujeres, mientras

bailaba cogido de la cintura con ellas, zapateando el piso.

Una noche de esas, una de las indias jóvenes de pelo

largo y grasoso y enormes senos y caderas, lo tomó de la

mano sonriendo y sin muchas palabras lo llevó al borde

de la maloca con la selva. Allí entre pujos y sudores, pudo

palpar la verdadera tristeza del aislamiento selvático.

Pero bueno, también comprobó que aún estaba vivo.

Así trascurriendo los días, que se convirtieron en años

contados por los “piracemos” de peces. Habían pasado ya

cinco de ellos, cuando en una pequeña canoa llegaron

hasta la maloja cuatro hombres que no eran indígenas.

Parecían “caboclos” o mestizos que tampoco hablaban

indígena, sino un idioma parecido al castellano. Carlos

rápidamente vistió sus calzoncillos de tela y rodeado de

toda la familia india pudo recibirlos en el embarcadero, a

un lado de la maloca. Tenían en la cintura revólveres y

venían a cambiar machetes y hachas de filo por

información. Dijeron ser “garimpeiros” y estar buscando

yacimientos de oro. También le preguntaron por qué se

encontraba allí y Carlos con gran precaución, les dijo que

era de nacionalidad colombiana y estaba esperando sus

compañeros de una comisión de exploradores que

estaban reconociendo estos territorios. No había duda en

el recelo con que ambos grupos se miraban.

Carlos trató de interpretar para la familia india lo dicho

por los garimpeiros, pero ellos negaron rotundamente en

medio de grandes gritos conocer o saber nada acerca del

Page 40: Cuentos de Provincia APS

oro por el que les preguntaban. Esa noche Carlos pudo

saber hablando con los garimpeiros, que se encontraba

en territorio brasileño, bajando en canoa

aproximadamente a cuarto jornadas del río Putumayo,

luego ocho jornadas más hasta Santo Antonio de Izá

ubicado en la desembocadura del río Putumayo en el

Amazonas y de ahí, corriente arriba por el gran río, dos

días en algún vapor hasta Leticia. Entonces comenzó su

viaje de regreso.

Al otro día, cuando sin realizar ningún truque los

garimpeiros se hubieron marchado; Carlos le explicó a la

familia india reunida que, se sentía muy triste porque no

sabía nada de su maloka y quería visitar a su madre y

celebrar la visita con un baile, ahora que ya sabía el

camino. Con desgano aceptaron. Después de una

preparación de tres días, le dieron una buena canoa y

remos grandes, una bolsa con una buena provisión de

peces ahumados, carne de mono seca en tiras y harina de

yuca amarga. Carlos con los ojos aguados se despidió,

especialmente de la vieja que sollozaba con ahogo.

Tomó su canoa solo y con enérgicas remadas, se deslizó

ondulante por la corriente espumosa del caño hasta

perderse de vista. Viajó por la sinuosa orilla de la

monótona várzea del río, tratando de evitar la canícula

equinoccial y la nube de mosquitos que arrasaban la

cicatriz de su piel quemada y enrojecida por el viento y el

sol. Los invariables recodos del río, el vaivén interminable

de la corriente, el movimiento rítmico de los remos, junto

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con los estridentes ruidos selváticos a su paso, le

acompañaron todo el diario fluir del viaje. Con el halo

rojizo del atardecer, escogía un lugar descampado y seco

en la rivera para varar la canoa, saltar a tierra, comer un

poco del avío que llevaba y buscar un sitio en lo alto

donde pasar la noche a salvo de las hormigas de la tierra.

Luego, aún somnoliento, con el vaho matinal de la

primera luz reiniciaba el viaje. Por fin, las aguas más

barrosas y torrentosas le indicaron con un vuelco en el

estómago, que estaba desembocando en el gran río.

La navegación por la orilla del tormentoso río fue más

llevadera. En un barranco terroso y erosionado del gran

río divisó a San Antonio de Izá, una aldea pequeña de una

docena de malocas indígenas, dos casas de ladrillo, una

capilla pequeña y un embarcadero. No tuvo dificultades y

procurando hablar lo menos posible, compró una muda

de ropa y un sombrero de paja fuerte tupida. El ventero

un caboclo de habla tukana le aceptó 5 granos de oro que

llevaba separados de la bolsa y, como si hubiese captado

algo especial le dijo que el vapor para Manaos estaba

pronto a partir. Carlos le dijo iba en sentido contrario, el

ventero entonces le confirma que pasado mañana, sube

el vapor con el correo para Leticia. Le da posada

cobrándole un grano de oro por día.

Tres días después, Carlos desembarcó en territorio

colombiano rumbo al puesto militar de Leticia. Se

identificó verbalmente ante el guarda de la entrada,

Page 42: Cuentos de Provincia APS

quien lo hizo escoltar hacia la comandancia general. El

comandante escuchó un tanto incrédulo la versión de su

accidente y supervivencia y le dijo que la guerra con el

Perú había terminado hace más de cinco años. Ahora

había negocios nuevos. Le ofreció domicilio y le dijo que

debía esperar el avión que cada 15 días venía con los

correos y papeles desde Bogotá. Debía tener paciencia y

esperar.

En Bogotá, aterrizó en el aeropuerto de la base militar, se

presentó ante el comandante de esa guarnición quien

también escuchó turbado y aprensivo, la versión de lo

acontecido: -Un hombre muerto que regresa quemado,

piensa. Tomó el teléfono y habló con un superior en la

escuela militar. Le dijo a Carlos que pronto un trasporte lo

llevaría donde el alto mando del ejecito de Colombia.

Querían conocer los pormenores de lo sucedido.

Unas horas después, Carlos está sentado solo frente a un

gran escritorio donde hay cuatro generales y una

secretaria taquígrafa, quien toma nota aceleradamente

de todo lo que se dice. Parece como un consejo de guerra

o juicio. Le ofrecen una habitación especial donde

quedará recluido hasta que se pueda tomar una

determinación, después de comprobar su difícil

identificación con sus familiares en Provincia, donde dice

que se encuentran.

-Señor ¿cómo dijo que se llamaba? Bueno señor Pinzón;

desde Provincia nos informan que, ya no hay familiares

suyos allá. La casa de esa familia está en ruinas y nadie da

Page 43: Cuentos de Provincia APS

razón de nada. Aquí en nuestros archivos militares, la

ficha de identificación de los militares muertos en acción,

una vez comprobada efectivamente su muerte, se guarda

durante cinco años previendo reclamaciones, pero en

ausencia de estas; es dada de baja y enviada a los sótanos

empacada en unas cajas según numeración estricta y

encontrar la ficha que dice es la suya nos resulta casi

imposible. Su identificación facial es sumamente difícil

por las razones que usted entiende y expuso; así que lo

único que podemos hacer para que usted regrese a la

vida; es que vuelva a Provincia, saque nuevamente su fe

de bautismo mediante un procedimiento judicial de

familiares o testigos, o alguien conocido que de fe de que

usted es usted y después regrese, para darle todos sus

derechos que tiene como ser vivo. Es todo

Carlos pensó en dirigirse donde Eugenia, la novia amorosa

que lo acompañó durante sus estudios como cadete en la

escuela militar de Bogotá, pero una voz interior le dijo

con dureza que ella no lo reconocería así como estaba y

menos sin saber con quién estaría compartiendo su vida.

La verdad era que estaba muerto y resucitar era más

difícil que permanecer en las tinieblas. La simpleza de la

realidad se le impuso contundentemente, sin angustias.

La última vez que se vio a Carlos, fue unos días más tarde

en el embarcadero de Leticia, esperando el vapor hacia

Manaos: había comprado un boleto de viaje hasta San

Antonio de Izá. (21. 11. 2012)

Page 44: Cuentos de Provincia APS

El zapatero de Provincia

Marcoalirio estaba sentado sobre una pequeña banqueta,

martillando una suela de zapato con un martillo pequeño

de mazo plancheto, sobre un pie de hierro encabado en

un pedazo de madera que sostenía entre las piernas. El

pequeño cuchitril oscuro y sucio donde trabajaba,

quedaba bajo el nivel de la casa y tenía una grada para

adentrarse en él. La pequeña casa donde él malvivía y

trabajaba solitario, quedaba en una de las salidas de

Provincia; tenía piso de tierra oscura pisada donde yacían

esparcidas algunas botellas vacías de aguardiente,

paredes delgadas de adobe y techo de paja gris, gruesa,

larga y trenzada. Cuando vio llegar al médico a la puerta

de la zapatería, alzó la cara y mirándolo intensamente con

el único ojo que tenía, le dijo:

- “Doctor siquiera que vino, porque las pastillas ya se me

están acabando”.

Su frente era amplia y el escaso pelo echado hacia atrás

trataba de ocultar una gran cicatriz ancha fibrosa y oscura

como un cordón, que le recorría de lado a lado la cara

pasando por la cuenca derecha vacía tapada por el

parpado caído del ojo derecho, para terminar a en la

mandíbula del lado izquierdo dando la impresión de ser

una persona a quien le habían partido en dos mitades la

cabeza. La ceja derecha formaba parte del cordón fibroso

Page 45: Cuentos de Provincia APS

de la cicatriz, pero la izquierda ya mostraba los vellos

ralos de la madarosis. El cordón cicatricial dividía también

en dos mitades el cuerpo ancho, bulboso y de piel

brillante de la nariz, pasando por un lado de la comisura

labial izquierda (que acentuaba su imagen trágica)

dejando la boca grande y carnosa libre, hasta llegar al

borde de la quijada, dándole a su edad madura cierta

imprecisión. En ese momento el médico le preguntó:

- “Pero Marcoalirio, no estará tomando aguardiente con

las pastillas que le dejo ¿No?”

Volvió a mirar al médico con su ojo único que dejaba ver

una sombra oscura de indiferencia y le respondió:- “¿Pero

qué quiere doctor, que baje esas pepas y todo el

tormento de mis recuerdos, solamente con agua del

aljibe?”

Siendo un acuerpado adolescente, Marcoalirio vivía con

sus padres y sus dos hermanas menores en una pequeña

parcela de pendiente, cultivada con algunas matas de

café y plátano en la vereda la Cuchilla de Provincia; allá

donde la cordillera se quiebra para aplanarse en el

altiplano Central. Fue un sábado a Provincia a comprar

algunas provisiones, principalmente baterías o pilas para

la linterna, velas de parafina, puntillas y clavos para las

reparaciones en la casa y las cercas, sal mineralizada para

las dos vacas caseras que tenía su madre y que

cotidianamente les daban el desayuno a toda la familia. Al

salir de la tienda, un día luminoso y cálido como los de

Provincia, una patrulla de soldados vestidos de verde y

Page 46: Cuentos de Provincia APS

armados con grandes y pesados fusiles, al verlo joven y

enruanado en el calor de Provincia, le exigieron

terminantemente: “¡Su libreta militar!”.-“No tengo”, fue

toda su respuesta.-“Entonces venga con nosotros para

que resuelva su situación militar obligatoria”, le

respondió el jefe de la patrulla quien no se distinguía de

los demás soldados.

Fue llevado al patio de paredes de cemento muy altas de

la casona de la alcaldía de Provincia junto con varios

jóvenes más. Al atardecer, cuando comenzó la brisa

olorosa que refresca el calor del mediodía en Provincia, lo

subieron junto con sus compañeros, como ovejas, a un

camión grande y carpado de los que se usan para

trasportar ganado. Viajaron toda la noche en medio de

sacudones y frenazos y al amanecer, dio gracias por haber

llevado puesta la ruana, pues un viento frio, penetrante,

sin olor a nada, entraba por entre las maderas del

camión; entonces se dio cuenta que estaba adentrándose

en el altiplano central. Por una hendidura que dejaba la

lona del camión pudo ver las luces de la gran ciudad y los

avisos luminosos relampagueantes a lo largo de la

carretera. Un rato después, cuando el camión paró, lo

descapotaron y les ordenaron bajar. Otra patrulla de

soldados armados con fusiles pesados los recibió, pero

esta vez el jefe estaba vestido con un uniforme verde de

paño y quepis. Estaban en la base militar de Usaquén

cerca de Bogotá y les gritó que estaban ahí para prestar el

servicio militar obligatorio que nuestra querida patria,

Colombia, nos demanda.

Page 47: Cuentos de Provincia APS

Seis largos meses sin noticia de su familia ni comunicación

alguna, duró el entrenamiento diario en un helado cerro

aledaño tupido con un bosque ralo de matorrales enanos

impregnados de hollín, a base de duchas heladas, trotes

extenuantes, comidas de arroz, papa y plátano cocinados,

y largas prácticas muy intensas, de tiro al blanco con fusil

largo, lucha cuerpo a cuerpo con bayoneta calada y

lanzamiento de granadas, que les dictaban otros militares

que hablaban muy raro. Al final del entrenamiento los

jefes le dijeron que por su esmero y desempeño había

sido seleccionado para ir a continuar la lucha de nuestros

libertadores en Corea, tierra de libertad, donde se estaba

librando una guerra sin cuartel de la civilización

occidental y cristina contra el comunismo ateo; lucha

cuya una solución era la victoria. El sábado 12 de mayo de

1951 (Marcoalirio siempre tuvo muy presente esa la

fecha) desfiló junto con sus 800 compañeros de Batallón

llamado Colombia, en la plaza de Bolívar de Bogotá,

frente al presidente de la república Dr. Laureano Gómez,

todo el alto Gobierno de Colombia, el cardenal primado

con el capellán del ejército y, el embajador de los Estados

Unidos.

Ocho días después de un viaje continuo, en una caravana

de camiones militares que atravesó dos cordilleras, fue

embarcado en el puerto de Buenaventura, en el mar

pacifico, en un navío del ejército de los Estados Unidos

rumbo a Corea. La inmensidad sin límites del mar, la brisa

persistente con sabor salado, el fuerte y permanente

vaivén de las olas, más el calor torrencial de la canícula,

Page 48: Cuentos de Provincia APS

hicieron de su viaje una enfermedad. Escondido en su

litera vomitando cuanto comía lo convirtieron en un

espectro enfermizo de quien se burlaban sus compañeros

de armas. Solo tuvo un descanso cuando desembarcaron

un mes más tarde en Corea, en el puerto maloliente de

Pusan donde ya habían comenzado los vapores calurosos

e irrespirables del verano coreano, y sin mucho reposo

fue incorporado con sus compañeros, todos al mando de

“Don Polo” como llamaban al coronel Polanía, al

regimiento 21 de infantería adscrito a la 24 división del

ejército de los Estados Unidos. Ahora era el idioma la

nueva dificultad, pues poco entendía el lenguaje de los

portorriqueños y mejicanos que servían de intérpretes

con los nuevos jefes militares. Nuevos entrenamientos

intensivos en el uso de granadas y bazucas antitanque,

guerra de trincheras, y por la tarde cursos de historia del

alma heroica y las hazañas épicas del ejército colombiano

a lo largo de su vida republicana: Santander, Obando,

Mosquera, Rafael Reyes, Próspero Pinzón, Vásquez Cobo,

ect que les dictaba un Capitán chaparro, medio rubio, de

mirada irascible y de apellido Valencia, a quien si

entendía casi todo porque hablaba con el acento y el tono

de sus paisanos de Provincia.

En la mitad del verano, comienzos de agosto del 51,

Marcoalirio junto con sus compañeros fueron

trasportados por vehículos militares estadounidenses a la

batalla por la toma de la ciudad coreana de Kumsong. A

Marcoalirio junto con 11 once compañeros les asignaron

la toma y mantenimiento a toda costa de una pelada

Page 49: Cuentos de Provincia APS

colina estratégica, quemada y arrasada por el fuego,

llamada por los colombianos “el Chamizo”; mientras sus

compañeros de batallón eran distribuidos en otras dos

colinas circundantes. Ahora la dificultad era la tierra

arenosa y seca por el calor húmedo e irrespirable del

verano, que casi no permitía cavar trincheras profundas

donde protegerse de los cañonazos permanentes y sin

descanso de la artillería y de los bombardeos aéreos

enemigos. En la madrugada del 7 de agosto del 51, una

lluvia estruendosa de metralla, esquirlas y bombas

incendiarias cayó sobre el hueco donde se encontraba

Marcoalirio, hiriéndolo de gravedad en la cabeza y sin

darle casi ninguna posibilidad de participar en la batalla

posterior. Rápidamente fue atendido por sus compañeros

que lo lograron sacar hasta la carpa del puesto médico de

los americanos, donde lo sometieron a una cirugía y lo

evacuaron a una base militar para heridos de guerra

ubicada en Japón. Allí permaneció, durante el inclemente

invierno japonés, seis meses de una tediosa e

interminable recuperación o rehabilitación, comiendo

diariamente enlatados de sopas, verduras, frijoles, maíz y

una pasta sonrosada de carne de cerdo llamada spam, y

por su escaso conocimiento del inglés, a merced de los

intérpretes de “espaniss”; hasta cuando lo llevaron

nuevamente al navío estadounidense que en febrero del

52, regresó a Cartagena de Indias con el primer

contingente de soldados del batallón Colombia

proveniente de Corea. Tres días después, ya en Bogotá,

en la misma guarnición donde lo habían entrenado el año

Page 50: Cuentos de Provincia APS

anterior, sus jefes y un supervisor estadounidense le

liquidaron los salarios que no había cobrado a razón de 39

dólares mensuales, más 100 dólares de indemnización

por la herida en la cabeza: 500 pesos colombianos en

total.

Con ese dinero en el bolsillo y una cédula militar,

Marcoalirio aún sin tener noticias de su familia, buscó un

trasporte hacia Provincia y dos días después estaba en la

vereda donde quedaba su casa. Allí ya no había sino unos

restos de paredes calcinadas apresadas por unos bejucos

y por ramazones que entre salían de la tierra calcinada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras una humedad,

que podían ser lágrimas, brotaba de la cicatriz de sus ojos.

Así, estuporoso y anonadado estuvo un largo rato

observando los escombros que podía ver. Buscó algunos

vecinos amigos, pero la vereda estaba casi vacía.

Finalmente encontró un viejo enflaquecido y miserable

que le contó lo sucedido: al poco tiempo de su ida, habían

llegado los Chulavitas conservadores y como la vereda

tenía fama antigua de votar en las elecciones por el

partido liberal, habían matado a los que pudieron y a los

demás los habían perseguido hasta bien allá de las selvas

del rio Minero. El viejito no supo o no pudo dar razón de

los familiares de Marcoalirio.

Entonces decidió seguir la ruta de quienes habían logrado

escapar hacia la selva para averiguar por sus padres y

hermanas. Después de adentrase en la selva caminando

casi dos meses por entre precipicios agrestes y cruzando

Page 51: Cuentos de Provincia APS

cañadas de ríos torrentosos y selvas húmedas, lluviosas y

pantanosas; sorteando hambre y todo tipo de dificultades

y riesgos que ofrece la selva, logró finalmente llegar a un

descampado o claro selvático, donde hizo contacto con

un grupo de conocidos que habían armado unas chagras

primitivas y apenas sobrevivían en aquel fangal de tierras

rojizas. Allí conocían bien a su familia y cuando les contó

de donde venía, le confirmaron que sus padres y dos

hermanas habían sido degollados a machete por los

Chulavitas y luego quemados sus cuerpos en la ruina que

había encontrado. Desde ese día (dicen los que lo

conocieron) que Marcoalirio había adquirido esa mirada

intensa y oscura de su único ojo.

Por su experiencia, rápidamente el grupo le dio la

dirección. Empezó por organizar la colonia de manera

militar, con disciplina, horarios estrictos, grupos de

trabajo, apoyo, comunicaciones, trasporte, talleres,

tareas, vigilancia e instrucción militar. Al poco tiempo la

colonia de 36 personas, adultos y niños, hombres y

mujeres, era un temible y vengativo grupo guerrillero

itinerante, que empezó a hacer incursiones mortíferas

sobre las veredas pobladas y pequeñas aldeas del

piedemonte y la cordillera, controladas por los

conservadores. Así adquirieron más armas, especialmente

carabinas y machetes, más provisiones y seguridad; pero

en una de las primeras escaramuzas, Marcoalirio perdió la

prótesis ocular u ojo de vidrio que le habían colocado en

la base militar de Japón, con lo que su cara amarillenta,

Page 52: Cuentos de Provincia APS

cicatrizada y tuerta, se hizo más enjuta, sombría y

dramática.

Una vez se comienza es muy difícil parar: después de dos

años de despojos, venganzas con ajusticiamientos

masivos, finalmente hicieron contacto con otros grupos

de colonos liberales alzados en armas y establecieron una

red grande de comunicaciones, que abarcaba toda esa

parte de la selva y el piedemonte de la cordillera. La

amnistía para los guerrilleros decretada por el general

Rojas Pinilla en el año 53, por lo escondido y alejado de su

escondite, ni siquiera le fue informada. Con la del año 57,

de Lleras Camargo, algunos viejos compañeros del grupo

se licenciaron y salieron al puesto del rio Minero donde el

ejército de Colombia los esperaba para reinsertarlos en el

campo de donde habían salido huyendo, con un azadón,

un machete, una muda de ropa, más 30 pesos. Algunos

hicieron saber que habían podido regresar a sus veredas

en Provincia, pero de la mayoría no se volvió a saber

nada; mientras tanto, al haber cesado los ataques

militares y bombardeos en esa zona; Marcoalirio y su

grupo iniciaron un punto perdido de colonización

selvático llamada “el Chamizo”, en recuerdo de la herida

coreana, el que pronto empezó a crecer y a afianzarse

como un sitio poblado y organizado para iniciar nuevas

colonizaciones selva más adentro. Cuando el cese de los

ataques militares se hizo permanente, Marcoalirio con

dos compañeros cercanos enterraron las carabinas

guerrilleras embadurnadas de grasa, bien forradas en

plástico, en lugares especiales solo conocidos por ellos y,

Page 53: Cuentos de Provincia APS

se dispusieron a desarrollar una nueva vida en el

Chamizo.

Habían pasado quince años desde que le pidieron la

libreta militar en Provincia: Marcoalirio había aprendido y

desarrollado varias habilidades, entre ellas, el arte de la

talabartería de aperos de cuero para mulas de carga y

construyó en el centro de Chamizo, una pequeña

mediagua-taller donde ejercía su oficio y atendía a los

colonos necesitados. Pensó que sería bueno dejar la

vagabundería con mujeres pagas y tener una compañera

permanente. Pero la verdad era que su cicatriz facial no le

ayudaba con las mujeres, quienes veían en él un hombre

firme trabajador y honrado, pero, corroído por una fea

venganza que le salía por la cara. Sin éxito, se dedicó al

alivio momentáneo que le daba la bebida cotidiana de

aguardiente, la música estridente de corridos mejicanos y

a las mujeres pagas que había conocido por primera vez

en el puerto coreano donde desembarcó la primera vez y

a las que desde entonces se había aficionado; pero ese

ritmo de olvidar destinado al fracaso y a la soledad,

apenas le duró unos años más. Entonces fue cuando

empezó a sentir hormigueos en los dedos de las manos y

a perder la habilidad manual y la fuerza para trabajar en

los cueros. Luego le salieron unas manchas rojizas en

todo el cuerpo, a no sentir dolores en las manos, ni en el

cuerpo y ver deformada, agrandada y brillante la parte no

cicatrizada de la nariz y las orejas. Alarmado preguntó a

algunos amigos cercanos, quienes no se atrevieron a

darle opinión. Y así fue como decidió desandar de

Page 54: Cuentos de Provincia APS

incognito, sigiloso y en silencio, todo el camino de la selva

para regresar a Provincia, en donde había un médico de

planta en el puesto de salud.

El examen fue sencillo y el diagnostico también:

Marcoalirio tenía una lepra lepromatosa, adquirida

durante todos estos muy largos años de sufrimiento,

abandono y olvido; barro, miseria y camas de costal de

fique. Conociendo la gravedad de su enfermedad, decidió

someterse al tratamiento (de esa época) a base de

grandes dosis de sulfonas y quedarse en Provincia

trabajando sin mucho esfuerzo y sobre todo sin

nombradía, como un miserable zapatero remendón.

En ese momento fue cuando Marcoalirio miró al médico

con su ojo único que dejaba ver la sombra oscura de la

desesperanza aprendida y le respondió:- “¿Pero qué

quiere doctor, que baje esas pepas y todo el tormento de

mis recuerdos, solamente con agua del aljibe?” (27.12.

2013)

El Hotel Damasco de Provincia

Feisal Kemal Paschá, el hijo de Pacho-el-Turco, había

heredado de su padre el Hotel Damasco en Provincia. Era

de la tercera generación de sirio-libaneses venidos a

Colombia a comienzos del siglo XX, y si bien seguía

conservando algunos contactos remotos con familiares en

Page 55: Cuentos de Provincia APS

el cercano oriente, se consideraba más colombiano que

cualquiera. Ese día 13 de septiembre de 1993, un sol

brillante empezaba a calentar las calles que forman el

marco de la plaza de Provincia y un viento suave, algo frio

y cordillerano que traía el olor del páramo, movía

ligeramente las hojas de los arboles circundantes,

acompañando el comienzo de la ruidosa actividad diaria

en el pueblo.

Feisal de unos 50 años y rasgos semíticos, tenía una

mirada inquieta pero trasparente. Había llegado al café

de Pedrito hacía un rato y se había sentado con unos

copartidarios suyos en una mesa grande casi a la entrada

del salón a tomar con ellos el café tinto de la mañana. De

pronto miró hacia la puerta de la entrada del café,

cuando vio en el vano a un muchacho joven que tapaba la

cabeza con una cachucha o gorra y entraba agitado, con

los ojos desorbitados y la mano derecha en el bolsillo de

la chompa. Debió haberlo reconocido o haberlo intuido,

porque cerró los ojos un tanto estremecido y unas gotas

de sudor empaparon su frente escurriéndole hacia los

párpados. El muchacho de la gorra de tela, sacó la mano

de la chaqueta y con el cañón de una pistola apuntó a la

frente de Feisal.

En ese instante todos los recuerdos de su vida vinieron

atropellados a su mente pujando por salirle a los ojos:

Recordó los preparativos que su madre, una muy devota

cristiana, hizo cuando él tenía 8 años para comprarle y

organizarle el equipo obligatorio que debería llevar a la

Page 56: Cuentos de Provincia APS

escuela apostólica de Zapatoca a iniciar, por sugerencia

del cura párroco de Provincia, sus estudios primarios y

hacer el tránsito a la secundaria hasta convertirse, dentro

de 10 años, en sacerdote.

Luego pasaron rápidamente por sus ojos cerrados los

recuerdos en aquella casona envejecida y descascarada

de estudios religiosos para niños, la disciplina para

adultos impartida por seminaristas diligentes, silencioso,

de mirada gacha y taciturna; la alimentación de hambre

física, compensada con la lectura, casi a todo momento,

del librito negro y rojo de Tomas de Kempis con el que

satisfacía el hambre espiritual.

Fueron muchos los años tediosos e interminables en esa

clausura de estudios básicos que debió soportar,

interrumpidos solamente a mediados de cada año, para ir

a visitar a sus padres y hermanos en la casa del Hotel en

Provincia. Hasta cuando ya hecho un hombre hecho y

derecho y le faltaban unos pocos meses para su

ordenación sacerdotal, pidió con carácter urgente una

cita con el rector del seminario mayor para explicarle que

no se sentía seguro de ser un sacerdote porque su

vocación no era la de ser un cura provinciano, sino la

política y los negocios.

El vacío social inmenso en el pueblo, junto con la

profunda amargura de su madre fue el precio que esa

decisión le causó. Buscó poner tierra de por medio y viajó

a Bogotá en donde un amigo del seminario, no todo era

negativo, lo alojó en su casa y le aconsejó visitar al cura

Page 57: Cuentos de Provincia APS

rector de la universidad pontificia y exponerle su caso. El

rector de la universidad interesado en su caso, en

respuesta le dio un trabajo no remunerado en la

biblioteca, pero en compensación le permitiría asistir a

los cursos de derecho canónigo que empezaban en esa

época. Oportunidad única que Feisal con la disciplina

adquirida en los largos años de clausura apostólica supo

aprovechar, y al cabo de dos años pudo obtener un papel

certificado de la universidad que lo acreditaba como

experto en derecho canónico, con el cual volvió a

Provincia.

Coincidió su llegada a su casa con la de un prestigioso

senador del Partido conservador que estaba de gira

política en Provincia y quien siempre se alojaba en el

Hotel de Pacho-el-Turco. Se conocieron, conversaron

largamente durante las comidas y después, a la hora del

café tinto. Pronto una afinidad de pensamiento o de

ideología, o tal vez una posibilidad de utilización mutua,

le hizo aceptar el cargo de asistente de viaje que el

senador le ofreció. En lo sucesivo iría con él y lo

acompañaría en sus giras políticas; conocería sus apoyos

en toda la región e incluso más allá en la capital del

departamento y de la república. La asiduidad,

organización mental y la disciplina de Feisal para

manejarle la agenda al senador, le hicieron muy pronto

indispensable. En pocos años fue su suplente y más

pronto de lo esperado su remplazo total. Ahora Feisal

había llegado a ser senador de la república de Colombia y

su pasado sacerdotal era cosa de un pasado ya nublado.

Page 58: Cuentos de Provincia APS

Un día de actividad parlamentaria, en la oficina de

senador que tenía asignada en el edificio del congreso en

Bogotá, fue visitado por una pequeña delegación que se

presentó como parte de la organización para la Liberación

de su país de la ocupación Israelita. Tres paisanos de la

tierra semidesértica de sus padres, le expresaron

admiración por sus logros políticos y personales, le

explicaron las razones de la lucha civil del pueblo de sus

padres por constituirse en un país independiente y laico,

y le conmovieron sus sentimientos ancestrales. Siguieron

visitándolo e invitándolo a reuniones y cenas en

restaurantes elegantes, hasta que finalmente le hicieron

la propuesta que a todas luces resultaba irresistible: eran

intermediarios de una oficina de venta de armamento

liviano ubicada en la ciudad de Miami, y por cada venta o

negocio realizado en Colombia le darían el 30% del total

vendido.

Feisal aplicó todos sus contactos, políticos, sociales,

militares, e incluso religiosos a buscar clientes para el

negocio que en Colombia era de gran proyección y futuro,

y pronto obtuvo importantes porcentajes. Los primeros

barcos cargados con toda esa panoplia para la guerra

irregular, empezaron a llegar discretamente a los

pequeños puertos ubicados en el Urabá y mar Pacífico

colombiano, en donde descargados en la oscuridad

nocturna, su carga mortífera se trasladaba a camiones

normales que se dispersaban sigilosamente por toda la

geografía colombiana.

Page 59: Cuentos de Provincia APS

Pero un azar, como casi siempre sucede, volteó la larga

secuencia de éxitos comerciales de Feisal: Timoteo

Rueda, alcalde del Carmen de San Vicente, su amigo

político, en un juicio que se seguía en su contra por venta

ilegal de armas y paramilitarismo, cobardemente dejó la

fuente del negocio, y como el asunto trascendió más allá

del juzgado municipal, Feisal comenzó a vivir la corrosiva

preocupación que da la incertidumbre. Entonces se hizo

la firme promesa, ante un espejo, de no continuar más

con esta actividad. Realmente había tenido bastante

suerte y era hora de retirarse.

Ese pensamiento duró ante sus ojos cerrados, el mismo

tiempo eterno que demoró la bala de una pistola

disparada por un muchacho colombiano camuflado en

una cachucha, en llegar hasta su frente sudorosa, aquel

13 de septiembre de 1993, en Provincia. (19.03.2014)

El regreso

Alberto Pinzón Sánchez

El mensajero de la oficina de correos y telégrafos de

Provincia, apurado golpeó con dureza varias veces el

portón de la casa de los Pinzón Villafradez. El telegrama

había sido anunciado como prioritario y antes de pegarlo,

lo había leído y por eso su premura en entregarlo. La

puerta de la casa-quinta, ubicada en la parte alta del

poblado, cerca del arroyo que servía de fuente al

Page 60: Cuentos de Provincia APS

acueducto, se abrió lentamente a pesar de los fuertes

golpes del mensajero.

Una señora entrada en años de mirada azulada con cara y

cuerpo aún esbeltos; saludó al mensajero y tomó el papel

que le entregaba. Rasgó el pegante y lentamente pasó los

ojos por el breve escrito que venía a su nombre: Sra.

Matilde Villafradez de Pinzón Murillo; el ministro de

guerra de Colombia, Carlos Uribe Gaviria, lamenta

profundamente tener que informarle que su hijo el

teniente Carlos Pinzón Villafradez, en el curso de la actual

ofensiva militar para recuperar las tierras invadidas por el

ejército peruano en el río Amazonas, ha perecido al

accidentarse el avión que lo trasportaba sobre el río

Putumayo en la frontera con el Brasil; habiendo perecido

junto con él todos sus ocupantes, cuyos restos ha sido

imposible recuperar. Inmediatamente la señora se llevó la

mano a la boca tratando de tapar un quejido profundo y

volteando la cara se entró en la casa, llamando a su hija

Alicia en medio de lágrimas y sollozos.

Un poco después dando todo el crédito al telegrama,

madre e hija tiraron al patio exterior toda la ropa de

Carlos que aún quedaba en la casa: uniformes, quepis,

botines y otra ropa de dotación militar insustituible, que

el teniente había dejado como reserva en la casa paterna.

Hicieron un montón y con una pequeña antorcha le

prendieron fuego. Una llamarada vistosa y luego una

columna de humo denso salida de la casa-quinta, anunció

a todos los pobladores de Provincia el suceso, mientras el

Page 61: Cuentos de Provincia APS

mensajero ya en el pueblo, complementaba con largueza

de su propia imaginación, la información del accidente

aéreo y la muerte de teniente junto con sus compañeros

de viaje. Las ventanas y la puerta de la casa-quinta se

cerraron o clausuraron y un luto demasiado estricto como

un silencio casi sepulcral cubrió el hogar; apenas roto, de

vez en cuando y por las noches, por los desgarradores

gritos que salían de su interior. Esa negrura no podía

durar mucho y así, a los pocos meses tanto la madre

como la hija se fueron secando o consumiendo en una

melancolía mórbida que terminó en la muerte casi

simultánea de las dos. La casa quedó en manos de unos

vecinos que venían a limpiar barrerla y airearla, para que

no cayera en ruinas.

El avión que trasportaba a Carlos, un Osprey C14, era

piloteado por un teniente compañero suyo, entrenando

rápidamente por la misión de pilotos alemanes que

asesoraban la conformación de la primera aviación de

guerra colombiana y, el viaje tenía como objetivo llevar a

Carlos al puesto militar fronterizo de Tarapacá sobre el río

Putumayo, para que ayudara en la fortificación y defensa

de ese recién recobrado lugar. El monótono tapete

selvático, surcado por innumerables caños, ríos, brazos y

meandros de agua terrosa casi todos semejantes desde el

aire, despistaron al piloto, quien perdiendo el rumbo y la

calma gastó todo el escaso combustible que le quedaba y

se precipitó a tierra, en medio de la enmarañada selva

amazónica.

Page 62: Cuentos de Provincia APS

El impacto de la caída arrojó a Carlos en medio de las

llamas hacia un lado quedando casi cubierto por un

tronco grueso semi podrido. Luego el avión explotó

saltando en mil esquirlas. Cuando un ardor profundo e

intenso en la cara y el medio cuerpo izquierdo despertó a

Carlos, miró hacia el avión y no vio sino un manchón

negro de donde salían algunas llamas. Nada más. Trató de

pararse pero el dolor corporal y las magulladuras, lo

volvieron a sumir en un sopor profundo. No sabe por

cuánto tiempo.

Cuando nuevamente despertó, estaba tendido sobre en

un cañizo de palma machucada o aplastada, sostenido en

cuatro horquetas. Una india vieja delgadita y arrugada,

con los senos flácidos y colgantes como dos pellejos,

totalmente desnuda, estaba a su lado con una totuma

donde había una maza de hojas macerada. Ella masticaba

unos emplastos de hierbas o los embebía en saliva y

luego se los colocaba con cuidado en el lado izquierdo de

su cara y cuerpo. De vez en cuando, de otra totuma con

agua verdosa le daba a beber pequeños sorbos. Y así

pasaron varios días de seminconsciencia, hasta cuando la

india empezó a darle un cocimiento aguachento de

pescado desleído sin sal pero con sabor a ceniza. El dolor

iba cediendo y los emplastos ahora eran de una manteca

maloliente embadurnada en unas hojas grandes y lisas

que amarraba con tiras de una fibra vegetal. Ya pudo

reparar un poco más a su alrededor.

Page 63: Cuentos de Provincia APS

Su refugio era una gran choza redonda de madera, hojas

de palmiche olorosas a humedad y piso amarillento de

tierra, de una arquitectura totalmente desconocida.

Había tres niños embarrados, desnudos y barrigones que

lo miraban siempre en silencio con los ojos totalmente

abiertos y, dos parejas de hombres y mujeres también

totalmente desnudos. Cada pareja en una hamaca de

fibra vegetal colgada en cada esquina de la casa; lo

miraban fijamente con un gesto mezclado de asombro y

curiosidad que se reflejaba en sus caras. Carlos les habló

en castellano y como respuesta obtuvo una estruendosa

carcajada de todos. Era obvio que no hablaban otro

idioma fuera del suyo.

Con la ayuda de la india vieja logró pararse y lentamente

dar algunos pasos cortos. Pasó su mano derecha por

sobre el lado izquierdo de la cara y palpó desde la frente

hasta el cuello una piel rugosa sin cabello y más gruesa de

lo normal. Miró su hombro y la parte izquierda de su

cuerpo comprobando que era una piel sonrosada,

veteada y brillante de una piel quemada en cicatrización.

Su antebrazo Izquierdo también tenía una deformación

como si sus huesos se hubieran fracturado, pero

comprobó que la movilidad y sensibilidad eran normales.

La vieja sonrió mostrándole los pocos dientes que le

quedaban. Afuera de la choza, la evaporación de la mitad

de la mañana, daba una sensación nubosa de irrealidad

Page 64: Cuentos de Provincia APS

Paulatinamente Carlos se fue adaptando al horario de la

gran choza que ellos llamaban “maloca” y pudo elaborar

una rutina diaria. En el piso terroso de la habitación con

dibujos y señas, y mientras las otras dos mujeres

preparaban la harina de yuca venenosa, la india vieja con

gran paciencia y dedicación le enseñaba las primeras

palabras de su idioma indígena, que después vino a saber

era una variedad del llamado Tucano oriental. La

preocupación de Carlos, era saber dónde se encontraba,

pero lo único que logró precisar en un dibujo muy grande,

fue que estaba cerca de un caño de mediano tamaño que

desembocaba en un gran río bastante lejano.

El tiempo fue pasando inexorable y Carlos ya habituado a

vivir casi desnudo, con los otros dos hombres de la

maloca fue reconociendo los alrededores de la selva,

trochas y brazos del caño; a reconocer huellas de

animales y pájaros con sus sonidos y ruidos propios;

frutos comestibles y venenosos, a orientarse en medio

del claro oscuro selvático. Después fue iniciado en el

mundo acuático: a nadar en medio de bejucos y raíces, a

pescar con chuzo y, a manejar con el cuerpo la pequeña y

frágil canoa de dos puestos con las que se hacían todas

las actividades diarias; a reconocer por el olor pútrido a la

anaconda para evitar la sorpresa y reconocer en los

playones del caño azuloso, entre la arena, las pepitas

amarillas brillantes de un metal que parecía ser oro, para

guardarlos en una bolsita hecha de cuero de mono.

Page 65: Cuentos de Provincia APS

Por las noches aprendió a fumar un tabaco silvestre

mezclado con hojas de “yopo”, un alucinógeno suave y de

efecto no muy duradero. A tomar la “manicuera” o

líquido lechoso extraído de la yuca venenosa selvícola

fermentado de un día para otro. Y cuando había

“piracemo”, o subida de peces por el caño, a celebrarlo

bebiendo chicha fermentada de yuca amarga masticada

por las mujeres, mientras bailaba cogido de la cintura con

ellas, zapateando el piso. Una noche de esas, una de las

indias jóvenes de pelo largo y grasoso y enormes senos y

caderas, lo tomó de la mano sonriendo y sin muchas

palabras lo llevó al borde de la maloca con la selva. Allí

entre pujos y sudores, pudo palpar la verdadera tristeza

del aislamiento selvático. Pero bueno, también comprobó

que aún estaba vivo.

Así trascurriendo los días, que se convirtieron en años

contados por los “piracemos” de peces. Habían pasado ya

cinco de ellos, cuando en una pequeña canoa llegaron

hasta la maloca cuatro hombres que no eran indígenas.

Parecían “caboclos” o mestizos que tampoco hablaban

indígena, sino un idioma parecido al castellano. Carlos

rápidamente vistió sus calzoncillos de tela y rodeado de

toda la familia india pudo recibirlos en el embarcadero, a

un lado de la maloca. Tenían en la cintura revólveres y

venían a cambiar machetes y hachas de filo por

información. Dijeron ser “garimpeiros” y estar buscando

yacimientos de oro. También le preguntaron por qué se

encontraba allí y Carlos con gran precaución les dijo que

era de nacionalidad colombiana y estaba esperando sus

Page 66: Cuentos de Provincia APS

compañeros de una comisión de exploradores que

estaban reconociendo estos territorios. No había duda en

el recelo con que ambos grupos se miraban.

Carlos trató de interpretar para la familia india lo dicho

por los garimpeiros, pero ellos negaron rotundamente en

medio de grandes gritos conocer o saber nada acerca del

oro por el que les preguntaban. Esa noche Carlos pudo

saber hablando con los garimpeiros, que se encontraba

en territorio brasileño, bajando en canoa

aproximadamente a cuarto jornadas del río Putumayo,

luego ocho jornadas más hasta Santo Antonio de Izá

ubicado en la desembocadura del río Putumayo en el

Amazonas y de ahí, corriente arriba por el gran río, dos

días en algún vapor hasta Leticia. Entonces comenzó su

viaje de regreso.

Al otro día, cuando sin realizar ningún trueque los

garimpeiros se hubieron marchado; Carlos le explicó a la

familia india reunida que se sentía muy triste porque no

sabía nada de su maloca y quería visitar a su madre y

celebrar la visita con un baile, ahora que ya sabía el

camino. Con desgano aceptaron. Después de una

preparación de tres días, le dieron una buena canoa y

remos grandes, una bolsa con una buena provisión de

peces ahumados, carne de mono seca en tiras y harina de

yuca amarga. Carlos con los ojos aguados se despidió,

especialmente de la vieja que sollozaba con ahogo.

Tomó su canoa solo y con enérgicas remadas, se deslizó

ondulante por la corriente espumosa del caño hasta

Page 67: Cuentos de Provincia APS

perderse de vista. Viajó por la sinuosa orilla de la

monótona várzea del río, tratando de evitar la canícula

equinoccial y la nube de mosquitos que arrasaban la

cicatriz de su piel quemada y enrojecida por el viento y el

sol. Los invariables recodos del río, el vaivén interminable

de la corriente, el movimiento rítmico de los remos, junto

con los estridentes ruidos selváticos a su paso, le

acompañaron todo el diario fluir del viaje. Con el halo

rojizo del atardecer, escogía un lugar descampado y seco

en la rivera para varar la canoa, saltar a tierra, comer un

poco del avío que llevaba y buscar un sitio en lo alto

donde pasar la noche a salvo de las hormigas de la tierra.

Luego, aún somnoliento, con el vaho matinal de la

primera luz reiniciaba el viaje. Por fin, las aguas más

barrosas y torrentosas le indicaron con un vuelco en el

estómago , que estaba desembocando en el gran río.

La navegación por la orilla del tormentoso río fue más

llevadera. En un barranco terroso y erosionado del gran

río divisó a San Antonio de Izá, una aldea pequeña de una

docena de malocas indígenas, dos casas de ladrillo, una

capilla pequeña y un embarcadero. No tuvo dificultades y

procurando hablar lo menos posible, compró una muda

de ropa y un sombrero de paja fuerte tupida. El ventero

un caboclo de habla tukana le aceptó 5 granos de oro que

llevaba separados de la bolsa y, como si hubiese captado

algo especial le dijo que el vapor para Manaos estaba

pronto a partir. Carlos le dijo iba en sentido contrario, el

ventero entonces le confirmó que pasado mañana, subía

Page 68: Cuentos de Provincia APS

el vapor con el correo para Leticia. Le dio posada

cobrándole un grano de oro por día.

Tres días después, Carlos desembarcó en territorio

colombiano rumbo al puesto militar de Leticia. Se

identificó verbalmente ante el guarda de la entrada,

quien lo hizo escoltar hacia la comandancia general. El

comandante escuchó un tanto incrédulo la versión de su

accidente y supervivencia y le dijo que la guerra con el

Perú había terminado hace más de cinco años. Ahora

había negocios nuevos. Le ofreció domicilio y le dijo que

debía esperar el avión que cada 15 días venía con los

correos y papeles desde Bogotá. Debía tener paciencia y

esperar.

En Bogotá, aterrizó en el aeropuerto de la base militar, se

presentó ante el comandante de esa guarnición quien

también escuchó turbado y aprensivo la versión de lo

acontecido: -“Un hombre muerto que regresa quemado”,

piensa. Tomó el teléfono y habló con un superior en la

escuela militar. Le dijo a Carlos que pronto un trasporte lo

llevaría donde el alto mando del ejecito de Colombia.

Querían conocer los pormenores de lo sucedido.

Unas horas después, Carlos está sentado solo frente a un

gran escritorio donde hay cuatro generales y una

secretaria taquígrafa, quien toma nota aceleradamente

de todo lo que se dice. Parece como un consejo de guerra

o juicio. Le ofrecen una habitación especial donde

quedará recluido hasta que se pueda tomar una

Page 69: Cuentos de Provincia APS

determinación, después de comprobar su difícil

identificación con sus familiares en Provincia, donde dice

que se encuentran.

-“Señor ¿cómo dijo que se llamaba? Bueno señor Pinzón;

desde Provincia nos informan que, ya no hay familiares

suyos allá. La casa de esa familia está en ruinas y nadie da

razón de nada. Aquí en nuestros archivos militares, la

ficha de identificación de los militares muertos en acción,

una vez comprobada efectivamente su muerte, se guarda

durante cinco años previendo reclamaciones, pero en

ausencia de estas; es dada de baja y enviada a los sótanos

empacada en unas cajas según numeración estricta y

encontrar la ficha que dice es la suya nos resulta casi

imposible. Su identificación facial es sumamente difícil

por las razones que usted entiende y expuso; así que lo

único que podemos hacer para que usted regrese a la

vida; es que vuelva a Provincia, saque nuevamente su fe

de bautismo mediante un procedimiento judicial de

familiares o testigos, o alguien conocido que de fe de que

usted es usted y después regrese, para darle todos sus

derechos que tiene como ser vivo. Es todo”.

Carlos pensó en dirigirse donde Eugenia, la novia amorosa

que lo acompañó durante sus estudios como cadete en la

escuela militar de Bogotá, pero una voz interior le dijo

con dureza que ella no lo reconocería así como estaba y

menos sin saber con quién estaría compartiendo su vida.

La verdad era que estaba muerto y resucitar era más

Page 70: Cuentos de Provincia APS

difícil que permanecer en las tinieblas. La simpleza de la

realidad se le impuso contundentemente, sin angustias.

La última vez que se vio a Carlos, fue unos días más tarde

en el embarcadero de Leticia, esperando el vapor hacia

Manaos: había comprado un boleto de viaje hasta San

Antonio de Izá. (21. 11. 2012)

Medicatura rural

El sol empezaba a declinar en el horizonte rojizo y una

brisa fresca y suave que anunciaba la llegada de la noche,

embargaba ese atardecer en Provincia. En la casona

grande de tejas rojas de barro y paredes blanquecinas,

ubicada dos cuadras arriba de la plaza central del pueblo,

recientemente remodelada para que sirviera de hospital,

los cuatro empleados de la salud, tres enfermeras y un

médico joven llegado hacía poco tiempo, se disponían a

dar por concluida su labor diaria. Unos golpes fuertes y

precipitados en el portón de la casona seguidos de voces

altas alarmaron a los empleados de dentro. Una de las

enfermeras abrió la puerta y tres hombres vestidos de

paisano, agitados, sin esperar se introdujeron

precipitadamente en el zaguán de la casa. Dos de ellos,

llevaban alzado por las axilas al de la mitad quien

quejumbroso tenía la camisa ensangrentada o empapada

en sangre, en el costado derecho.

Page 71: Cuentos de Provincia APS

-“Está muy herido. Dijo uno de ellos con dureza.

Necesitamos urgentemente al médico”, añadió.

La enfermera le respondió que, el médico de planta

estaba en el café de Pedrito jugando un chico de billar

con unos amigos. No estaba aquí, ni vendría en toda la

noche. Quien estaba era el médico practicante.

-“Pues llámelo a él”, agregó el hombre.- “Bien sienten al

señor aquí”, dijo la enfermera señalando un taburete de

cuero y madera, mientras voy a llamarlo”.

A los pocos minutos llegó el médico joven. Venía

caminando rápido, como dando zancadas y mostrando

sorpresa en sus grandes ojos grises. Lentamente tratando

de abrir la camisa para ver la herida, preguntó qué había

pasado.-“Le pegaron un tiro ahí”, respondió señalando el

costado del hombre sentado y quejumbroso, cuyo rostro

apretado por el dolor no dejaba ver bien sus facciones.

-“Está herido en el hígado”, les dijo el médico una vez

logró separar la camisa y palpar la herida. –“Necesita

urgentemente una cirugía en el hospital regional o de lo

contrario se desangrará irremediablemente”, agregó.

Los hombres suspiraron profundamente y el que hablaba

considerando que el hospital grande estaba a más de 6

horas de camino por la carretera a Bogotá, dijo con

resolución: “-Pues opérelo aquí doctor, que nosotros

asumimos todo”.

-“Lo malo es que aquí no hay quirófano, ni instrumental

grande, sino una pequeña mesa con instrumental de

Page 72: Cuentos de Provincia APS

cirugía menor; la luz es muy mala y nos toca trabajar con

una lámpara de caperuza y gasolina”. Replicó el médico.

-“No importa doctor: opérelo, que nosotros, ya le dije,

asumimos todo”.

El médico joven empezó a dar muestras de la tensión. Un

leve sudor, perlado mojó su frente y su labio superior.

Tomando aire en un suspiro hondo, les dijo.- “Miren

señores. Esa herida es muy grave y necesita una cirugía

mayor y para que me entiendan, coser el hígado es como

coser una cuajada” Hizo una pausa tratando de mirar en

los hombres la reacción a sus palabras y agregó con la voz

un poco embargada. –“Si ustedes lo exigen, yo afronto el

riesgo y haré todo lo que pueda, pero sin poder

garantizarles nada”. Los hombres miraron

desconcertados al hombre sentado quien debatiéndose

entre los quejidos y una respiración cada vez más

arrítmica, movió la cabeza varias veces hacia abajo como

afirmando: -“Hágalo doctor” fue la respuesta del hombre.

A los pocos minutos, los acompañantes quedaron afuera,

y el herido fue introducido en el pequeño salón

acondicionado con dos bombillos de 100 bujías, una

lámpara de gasolina suspendida por un gancho desde el

techo, y yacía sobre una mesa ordinariamente usada para

atender los partos.

Rápidamente mientras una enfermera le aplicaba en el

brazo un botellín de suero, otra lo desnudaba para

tomarle la tensión arterial y otra alistaba el pequeño

paquete hervido de instrumental quirúrgico. –“Doctor,

Page 73: Cuentos de Provincia APS

dijo una de las enfermeras ¿qué anestesia le va a poner”?

El médico mientras se vestía para la cirugía, sin dudarlo le

indicó: - “Tome una compresa de algodón; empápela en

éter que está en la sala de consulta y póngasela en las

narices. Lo controlaremos con la presión arterial”.

El médico observó bien al paciente: La herida de entrada

era exactamente debajo de la última costilla con un

orificio de salida más grande y casi en línea recta en la

espalda. Metió el dedo índice en la herida de donde brotó

un coagulo negruzco y friable. Tomó el bisturí y amplió la

herida con un buen corte, desbridando la piel lacerada

por el disparo. Palpó más profundamente, siguiendo el

trayecto de la herida y observó en el guante sangre roja

rutilante y fresca. Palpó la cápsula fibrosa que envuelve al

hígado; solo tenía los dos orificios, el de entrada y el de

salida. Hizo una prueba: metió el índice derecho por el

orificio de entrada y el índice izquierdo, atrás, por el

orificio de salida y pudo tocarse ambos dedos. El paciente

estaba profundamente dormido, en aquella sala

aplastada por una presión irreconocible, aumentada por

el olor a sangre mezclado con el del éter de la anestesia,

solo se percibía la leve respiración del herido.

Era más grave de lo esperado, se dijo. No podía coser o

suturar la capsula fibrosa del hígado, porque como lo

había sospechado era un asunto de cirugía mayor y de

equipamiento que no disponía. Dudó. Y respirando

profundamente, mientras se pasaba la manga de la bata

por la frente, miró a las enfermeras con una mirada

Page 74: Cuentos de Provincia APS

inquietante y solícita de ayuda. Ellas le correspondieron

mirándolo anhelantes, sin saber qué hacer.

De pronto, mirando fijamente la herida del paciente, una

improvisada idea le vino a la mente. Le pidió a la

enfermera a su lado que le pasara una compresa de

algodón del material hervido, pero desenvuelta, y con ella

en la mano derecha, empezó a introducirla por una punta

por entre el orificio de entrada, controlando su recorrido

con el índice de la mano izquierda introducido atrás, en el

orificio de salida de la bala. Ahora el paciente se movía

quejumbroso, pero totalmente ausente. Metió

lentamente toda la compresa, dejando visible solo una

punta de ella. Desinfectó todo el campo operatorio con

abundante tintura de yodo, y dijo: -“Ahora a esperar”.

Con las ropas de cirugía ensangrentadas salió al zaguán y

les dijo lo mismo a los acompañantes del herido. Ellos le

respondieron que no podían esperar. Esperarían unas

horas hasta la madrugada para llevárselo consigo. El

médico, les dio dos frascos grandes de tintura de yodo y

les dijo que debían hacerle curación con ella en ambas

heridas, dos veces al día, y que buscaran ayuda

especializada. Fue todo.

Los hombres se llevaron esa madrugada al herido como

habían dicho y a la mañana siguiente la rutina del

hospitalito continuó igual. Hasta una semana después,

cuando un hombre recio y acuerpado, vestido con una

chaqueta de cuero abierta de donde sobresalía una

gruesa cadena de oro con varios dijes, mirada negra y

Page 75: Cuentos de Provincia APS

penetrante, cabello liso peinado hacia atrás con

“glostora” y rasgos mestizos pronunciados; llegó

preguntando por el médico joven.

Cuando lo tuvo enfrente, el hombre le presentó un carnet

de la Compañía de Misiones Especiales de la Brigada de

Institutos Militares con su foto, y donde se podía leer el

nombre de José Quirama Zuleta; quien sin titubear le

dijo:- “Doctor usted hace una semana curó a un peligroso

guerrillero que nosotros habíamos herido en el encuentro

de la vereda de la Palma, y se nos voló. Le aconsejo que

coja su maletica con sus chiros y se pierda de aquí cuanto

antes. O no respondemos por su traición”.

Entonces, un sudor frío y resbaloso, escurrió lentamente

a lo largo de la espalda y del espinazo del joven médico.

(25.04. 2013)

En Provincia

Después de un viaje de más de 18 horas en un

destartalado bus, por una carretera corcovada que más

parecía un camino de herradura de la época colonial para

atravesar la maciza cordillera, llegó finalmente a

Provincia, Saúl Amézquita Cárdenas, mi tío político,

organizador del moderno departamento administrativo

Page 76: Cuentos de Provincia APS

de seguridad DAS. Había sido enviado personalmente por

su amigo el ministro de justicia desde Bogotá, para

ayudar a encontrar el baúl desaparecido con todas las

pruebas testimoniales y físicas sobre la masacre de la

calle de la Cantarrana, conseguidas cuidadosamente dos

meses atrás por el juez municipal de Provincia.

La masacre había sido cometida hacía tres meses por una

cuadrilla de paramilitares contra un grupo de campesinos

de Provincia, en la alargada y pendiente calle de la

Cantarrana, había dejado intensas huellas y pruebas

fáciles de allegar; porque hubo muchos testigos de la

matazón cometida a plena luz del día y además, había

sido anunciada con mucha anticipación por medio de

soeces y amenazantes panfletos.

Además, en el puesto de salud existían las anamnesis de

los 8 heridos y el capitán Franklin Bedoya, comandante

del grupo de 20 soldados enviados urgentemente a

Provincia desde la cercana base militar de La Dorada,

poco después de conocida la noticia, investido de amplios

poderes para controlar el Orden Público, había escrito

como máxima autoridad del pueblo una acta de

defunción de los 12 muertos con ráfagas de

ametralladora y rematados cruelmente a hachazos y de la

cual existía copia en el Juzgado.

También el secretario del juzgado Javier Fandiño, amigo

de muchos de los masacrados, después del triste y

melancólico entierro colectivo de las víctimas, en medio

del terror que aún embargaba a los pobladores, había

Page 77: Cuentos de Provincia APS

conseguido escribir varias declaraciones y guardar otros

documentos escritos como recortes de periódicos,

algunos de los panfletos soeces amenazantes con los

cuales se anunciaba la masacre; había recogido los

casquillos de bala de las ametralladoras junto con el

hacha de cabo corto aún ensangrentada con que se

remataron a los heridos y que había sido dejada

abandonada en la orilla de la calle. Recuperó y amontonó

todo y lo trasladó a la pieza donde funcionaba la oficina

del juzgado, depositándolo en un baúl grande de madera

que aseguró con una cadena de metal, cerrada con un

candado grande y herrumbroso propiedad del juzgado.

Por su parte, el juez municipal Alejandro Cañón, había

logrado hacer el primer análisis escrito del material

conseguido en un pequeño informe preliminar.

En el galpón de tejas de zinc corroídas por el óxido y el

polvo, situado a dos cuadras de la plaza principal del

pueblo que servía como estación terminal de trasporte,

Amézquita, un hombre con bigote y de pelo ensortijado,

de mediana edad, robusto y pequeño, después de

sacudirse el polvo del camino, preguntó por una pensión

donde alojarse. Le indicaron la única que existía en una

casa escueta situada en el marco de la plaza, donde

consiguió un aposento con un catre de madera con un

colchón de paja, una mesita de noche y un juego de jarra

y jofaina para el aseo personal. Después de asearse la

cara y refrescarse del calor del medio día, se dirigió a la

oficina del juez Cañón, situado, según le dijo la dueña de

la pensión, en una bóveda con unas gradas de cemento,

Page 78: Cuentos de Provincia APS

enfrente de la Iglesia. Se presentó ante él y su secretario

mostrando su identificación junto con los papeles que lo

autorizaban y luego de un recibimiento rutinario, los tres

salieron a la calle empedrada que salía de la plaza, hacia

donde quedaba el café de Pedrito. Allí los tres tomaron

cerveza y mientras conversaron trivialidades sobre viaje y

la lejanía de Provincia, miraron a dos señoras chupando

ruidosamente un espumoso sorbete de curuba.

El juez Cañón, acuerpado, también de mediana edad,

frente amplia y hundida, labios pulposos y quijada

aplanada; de pronto concentró su mirada parda en la los

ojos plomizos de Amézquita y exclamó:- “Doctor, no

hemos podido averiguar nada, ni conjeturar nada, sobre

la desaparición del baúl de las pruebas”. Y continuó:- “Mi

secretario Fandiño, como a los quince días de la matanza,

si me alarmó. Me dijo que había oído en la tienda

principal del pueblo, cuando fue a comprar algunos

víveres, un cierto rumor difícil de precisar, sobre un

atentado en mi contra y la quema del baúl de las pruebas.

Atendí la inquietud. Hablé con capitán Bedoya, quien me

tranquilizó diciéndome con mucha seguridad que tenía

todo bajo control”.

-“Luego, continuó, el runrún se fue haciendo un poco

más real. Durante todo ese mes, cada mañana al abrir la

puerta del juzgado, encontraba los mismos pasquines

anónimos amenazantes y soeces tirados por el quicio de

la puerta. Unas veces eran dibujos rudimentarios con la

calavera de la muerte con símbolos sexuales, otras veces

Page 79: Cuentos de Provincia APS

acompañados de frases insultantes como “váyase gran

jijueputa que lo vamos a matar”. Volví donde el capitán

Bedoya, pero con la misma seguridad que irradiaba, los

subestimó diciendo que eran chanzas de algún resentido

conmigo o con el trabajo del juzgado. Mi incertidumbre

inicial se tornó desconfianza. Hasta que un día la

cerradura de la puerta del juzgado tenía muestras

evidentes de haber sido forzada”.

-“Entré alarmado, pero pude comprobar que el baúl

estaba intacto. Esperé a Fandiño y lo puse bajo su

cuidado personal para que esa noche lo sacara y lo

guardara en algún otro lugar más seguro que solo él

conociera. La angustia silenciosa de los pobladores,

cargada de una ansiedad viscosa, se me había pegado. Era

evidente el terror en su vida cotidiana limitada a lo

esencial, y una vez caída la noche y cerrada la puerta

grande de la Iglesia, cada casa del poblado enmudecía.

Hasta los gallos de media noche callaron”

Y prosiguió;-“Sin avisar a nadie, sentado en un tronco no

muy lejos de galpón del transporte; esperé largo rato la

salida del bus de línea y solo cuando fue a arrancar, me

subí apresuradamente. Así en un viaje como el que usted

hizo, doctor Amézquita, pero al contrario, llegué a la

congestionada terminal de Bogotá donde tomé un taxi

directo al ministerio de justicia, a exponerles la situación

que se estaba viviendo en Provincia. Estaban más

enterados que yo mismo de todo lo sucedido y quien lo

Page 80: Cuentos de Provincia APS

creyera; sus informaciones coincidían lo que había

estudiado y reposaba en el baúl del juzgado”.

-“Doctor Cañón, me dijeron, regrese tranquilamente a

Provincia y no se preocupe, que el capitán Bedoya tiene

todo controlado. Les hice caso y volví. Pero cuando llegué

mi secretario Fandiño, me contó que había ido a buscar el

baúl en el sitio donde lo había dejado a guardar y no lo

encontró. Así doctor Amézquita que, como me habían

dicho, puse un telegrama al ministerio de justicia

informando el asunto y según parece, por eso está usted

aquí”.

Amézquita sonrió y aprobó la deducción lógica del juez

Cañón. Tomando aire le respondió:-“Mire doctor, yo soy

especialista en investigación judicial graduado en los

Estados Unidos. No se preocupe que ese baúl con las

pruebas que incriminarán definitivamente a los

sospechosos, lo encontraremos como sea. Mañana

mismo comenzamos las averiguaciones”.

Fandiño, con su cara chupada por la falta de dentadura,

atento a la conversación frunció el ceño y bajó la mirada.

Un pequeño remolino de viento, preludio del monzón

lluvioso amazónico, levantó una nubecilla de polvo, y

dieron por concluida la charla despidiéndose hasta el día

siguiente. Esa noche, Amézquita pudo comprobar el

silencio sepulcral que embargaba la oscuridad nocturna

de Provincia. Tuvo un sueño agitado y sudoroso, pero

irreconocible. A la mañana siguiente después de

desayunar carne asada con yuca, tajadas de plátano fritas

Page 81: Cuentos de Provincia APS

y café negro, pensó en iniciar la diligencia interrogando a

Fandiño.

El juez y su secretario, lo esperaban en la oficina del

juzgado. Amézquita le dijo al juez que iniciaría el

interrogatorio en su presencia, haciéndole unas

preguntas a su secretario. El Juez Cañón abrió sus ojos

pardos y guardó silencio. Enseguida se dirigió a Fandiño

para decirle que el doctor Amézquita quería interrogarlo.

Fandiño no se impresionó. Buscó una silla y se sentó con

las manos sobre su abdomen frente a Amézquita y

espirando con fuerza por su boca sin dientes, le dijo al

investigador:-“¿Para qué soy bueno doctor?” El

Investigador guardando la autoridad y compostura de su

cargo, abriendo una libreta de notas le respondió:- “A ver

señor Fandiño, cuénteme todo lo que sabe sobre ese

baúl”.

-“Pues verá doctor, respondió, yo recogí todas las

pruebas, busqué el baúl en la casa de unas parientes,

conseguí la cadena y el candado y lo sellé aquí en

presencia de señor juez. Luego vinieron todas esas vainas

de las amenazas y entonces el doctor Cañón me autorizó

para que lo llevara a un lugar más seguro donde

guardarlo. Así hice. Hablé con la monja directora de la

escuela para señoritas que hay aquí en Provincia; le conté

todo el caso y le pedí que me dejara guardarlo en alguno

de esos cuartos vacíos que tiene esa casona. Ella accedió

a colaborarle a la justicia de buena gana. Esa noche, bien

entrada la oscuridad, me eché el baúl al hombro y lo llevé

Page 82: Cuentos de Provincia APS

por toda la calle real hasta la pieza que la madre me había

señalado. Cerramos la puerta con un candado grande y

nos despedimos confiados, encomendando la acción a la

divina providencia.

Como a los quince días volví a la escuela a incluir en el

baúl el último informe escrito elaborado por el señor juez.

Busqué a la madre directora, pero al abrir el cuarto, el

baúl había desaparecido. La monja se ofuscó mucho y

rezando avemarías se fue a la capilla de la escuela. Yo me

regresé al juzgado y le informé al doctor Cañón, para que

avisara a Bogotá. Eso fue todo doctor”.

Amézquita miró a los ojos a Fandiño, y exhalando una

columna de aire tibio cerca de la cara desdentada o

chupada del interrogado, replicó preguntándole si había

signos de violación de la puerta, de la cerradura, o del

candado. Fandiño fácilmente respondió que todo estaba

en perfecto orden – “Bueno, dijo Amézquita, en ese caso

ya tenemos una segunda persona para interrogar.- “Señor

juez, dijo dirigiéndose a Cañón, sírvase citar a la monja

directora de la escuela para señoritas de Provincia a esta

oficina, para que nos aclare los hechos relacionados con

la guarda del baúl del juzgado dejado a su cuidado. Claro

que si no puede venir añadió, nosotros iremos hasta

donde ella”. Tres días después de la citación, los tres

funcionarios subían por la calle real del pueblo en

dirección a la escuela.

La escuela para señoritas era una gran casona de un solo

nivel, de teja española y gruesas paredes de adobe

Page 83: Cuentos de Provincia APS

pintadas con cal, con cuartos espaciosos con piso de tabla

y balcones de madera salidos, construida al final del

pueblo o al principio, según por donde se llegue, por los

misioneros franciscanos que habían venido a una misión

en Provincia poco después de la guerra de los mil días.

Estaba rodeada por un bosquecillo de árboles frondosos

de tronco grueso que dejaban un espacio grande de tierra

aplanada o patio, donde se hacían los actos solemnes de

la escuela y también servía de cancha para deportes o

ejercicios en grupo. A un lado, mediada por un pequeño

potrero de pasto kikuyo verde, estaba una pequeña

capilla construida con la misma arquitectura de la

escuela, donde se destacaba una campana de cobre. En el

gran portón de entrada, la monja recibió atentamente a

los tres funcionarios judiciales.

Les hizo seguir y en seguida una niña alumna llegó

trayendo una bandeja de loza con una jarra de cerámica y

tres vasos de vidrio. – “Refrésquense doctores”, dijo la

monja señalándoles la bandeja. Cada uno de los

funcionaros tomó un vaso, mientras la alumna un poco

desaliñada pero sonriente, los llenaba con el agua

verdosa y azucarada de una limonada.

-“Reverenda madre, se adelantó a decir Amézquita,

penosamente tenemos que adelantar esta diligencia”. A

lo que la monja respondió amablemente: -“No se

preocupe doctor, pregunte lo que sea necesario. Esa

desaparición tenemos que hacerla aparecer”, y señalando

un cuarto donde había una mesa con cuatro taburetes de

Page 84: Cuentos de Provincia APS

cuero agregó: “-Me imagino que ustedes tendrán que

tomar notas”.

-“Bueno su reverencia, agregó Amézquita después de que

se hubieron sentado. En ese caso, díganos ¿quién más

fuera de su reverencia tenía llaves del cuarto donde

estaba el baúl?” La monja con el hábito negro y blanco

de las hermanas de la presentación, solo dejaba ver su

cara regordeta cubierta con un vello casi imperceptible y

una mirada clara pero inquieta. Movía de cuando en vez

una pierna como si fuera un tic nervioso y suspiraba.

“-Mire doctor, respondió, le he dado muchas vueltas al

asunto y la única explicación que se me ocurre es que el

celador que cuida la escuela, es el único que tiene un

juego de llaves de toda la casa y muy probablemente

abrió esa pieza, vio el baúl y se lo llevó”.

-“Y ¿dónde podemos localizar a ese celador?” Preguntó

inmediatamente Amézquita. La monja sin perder el

control, llamó a la niña de la limonada y le dijo en tono

imperioso: -“¡Vaya busque a maestro Roncancio y dígale

que venga urgentemente aquí; que lo necesito!” La niña

puso la bandeja con la jarra de limonada sobre la mesa

que les servía de escritorio y salió a la carrera. Un rato

después llegó el señor Roncancio. Era un hombre rústico

con las manos callosas, de mediana estatura ya entrado

en años, con un sombrero jipa blanco, la piel del rostro

curtida por el viento y el sol y una mirada un poco nubosa

y enrojecida.

Page 85: Cuentos de Provincia APS

-“Me llamo Gabriel Roncancio, dijo al entrar en la sala

quitándose el sombrero. ¿En qué puedo servir a los

doctores?” Agregó. Esta vez el juez Cañón, quien al

parecer conocía a Roncancio, le explicó en palabras

sencillas el motivo de nuestra visita. Gabriel lo entendió y

respondió con facilidad y llaneza:” -Vea doctor, yo vi ese

baúl el día que entré al cuarto a recoger una herramienta,

y si me pareció muy curioso verlo encadenado y

asegurado con un candado. Como yo vivo en la boca

puente, el barrio de abajo, en la orilla de río; cuando salí

del trabajo me dio por entrar a la cantina “la mata de

mango”, a oír musiquita y tomarme unas cervecitas.

Usted sabe doctor, la sed que hace por aquí a esas horas.

En la mesa de al lado estaba el doctor Medinita, el

medico del pueblo tomándose sus aguardientes y le puse

conversa. Entre chiste y chanza, se me salió contarle el

cuento del baúl encadenado, pero no me creyó. Entonces

le dije que si no me creía fuéramos a verlo con nuestros

propios ojos.- Listo me dijo y nos vinimos para la escuela.

Por el camino me preguntó si yo sabía qué cosa contenía,

si dinero, si joyas o algún otro valor y porqué estaba tan

asegurado. Llegamos, abrí la puerta del cuarto y con la

linterna alumbré el baúl. El no comentó más, se despidió

y se fue para su casa supongo. Entonces cerré la puerta y

me volví a “mate ´mango” a seguir oyendo la música y

terminar la cerveza que había quedado servida. Al otro

día, lo primero que hice fue volver al cuarto a comprobar

si el baúl estaba ahí y sí señor, que sí estaba. Después,

como a los tres días vino a mí la profesora Omaira y me

Page 86: Cuentos de Provincia APS

pidió la llave del cuarto dizque lo necesitaba para hacer

no-se-que-cosa, y como yo no desconfío de nadie, se la di

pidiéndole que me la devolviera lo más pronto posible”.

Amézquita cruzó una mirada con el juez, espiró

lentamente y dirigiéndose a la monja le preguntó dónde

podía encontrar a la profesora Omaira. La monja mirando

fijamente a Roncancio con un evidente disgusto, le

preguntó porque no le había dicho nada, luego tajante le

ordenó –“ ¡Vaya Gabriel búsquese a la profesora Omaira y

dígale que se presente urgentemente aquí”. Gabriel

Roncancio salió apresuradamente a cumplir la orden.

Unos minutos después llegó la profesora Omaira Serrano.

Se dirigió a la monja, la saludó y luego a los funcionarios.

Era una mujer joven esbelta de mediana estatura, con un

cuerpo bastante bien formado y atractivo, cuyas

redondeces resaltaban por entre su delgado vestido. Su

cabellera negra larga y brillante caía sobre sus hombros,

contrastando el rojo carmín de sus labios y la sombra de

sus ojos, dándole un aire llamativo a su mirada. Los tres

funcionarios no pudieron ocultar su repaso y la monja

carraspeó llamando la atención. Amézquita entonces le

explicó la situación por la que la habían llamado y esperó

su respuesta.

Omaira sabiéndose dueña de la situación, manifestó con

gran desenvoltura que en ese mismo instante realizaba

unas pruebas escritas que exigían su presencia

inaplazable, les pidió que la perdonaran y dijo que a la

mañana siguiente, sin falta, iría personalmente al juzgado

Page 87: Cuentos de Provincia APS

a explicar lo ocurrido. No siendo más, los tres

funcionarios se despidieron amablemente de la monja y

de la profesora Omaira, regresando al juzgado por la

misma calle por la que habían venido.

Omaira llegó puntual a la cita en el juzgado. Lejos, la

sombra azulada de la cordillera aún nublada, apenas

anunciaba la luminosidad calurosa del día. Venía más

vaporosa y sugestiva que el día anterior y sus cabellos aún

húmedos la hacían más brillante. La hicieron sentar y ella

cruzó las piernas despacio, mientras alisaba su vestido: –

Cuéntenos profesora, dijo Amézquita con voz grave- ¿Qué

pasó con esa llave y el baúl?” Omaira se acomodó en la

silla, miró fijamente al interrogador y repasando la lengua

suavemente por sus labios, como para humedecerlos, les

relató lo siguiente:

-“Como ustedes saben, soy casada con Jesús Medina, el

medico de Provincia. Hace cuatro años nos conocimos

aquí cuando llegué, nos enamoramos y sin mucha

dificultad, el padre Silvestre Gómez, quien es muy

considerado y amable, nos casó. Ese día hicimos una

fiestica en la casa, con la gente más notable de Provincia

y hasta la madrugada, aprovechando que la casa de mi

esposo tiene luz del motor del puesto de salud. Bailamos,

comimos lechona y nos bebimos unos cuantos wiskis.

Nuestro matrimonio marchó bien el primer año. Pero

luego mi esposo, empezó a beber demasiado y por

cualquier motivo; descuidando la casa y lo que es peor su

trabajo. Un día por ejemplo, a una niña pobre quemada

Page 88: Cuentos de Provincia APS

con aguapanela hirviendo, la hizo cubrir con un plástico

dizque para remplazarle la piel quemada. Claro que la

niña se pudrió y se murió y él dijo que eran cosas que

tenían que pasar. Así sus ideas se fueron haciendo más

extravagantes, sus modales más rudos y desconsiderados.

Solo pensaba en beber aguardiente y en la plata,

abandonando sus obligaciones en la casa. Ustedes me

comprenden ¿no? Llegaba tarde de la noche a la casa con

amigos, especialmente el boticario, persona muy

avarienta y ligada con los políticos del departamento, a

oír rancheras a todo volumen , a beber aguardiente y a

planear negocios fantásticos sobre grandes fincas,

montones de reses y caballos finos y todas esas cosas. Yo

los oía como oír llover y me iba a dormir para madrugar a

dictar mis clases en la escuela. Y así han sido todos estos

años. Después de la matazón en la Cantarrana, él se

calmó un poco y se distanció del boticario, parece que

por contrariedades

Una noche llegó a la casa, un poco entonado por el trago

y me contó la historia de un tesoro que estaba en un baúl

encadenado escondido en un cuarto de la escuela. Yo no

le creí pero fue tanta su insistencia que para calmarlo le

dije que averiguaría con el señor Roncancio.

Efectivamente Roncancio me dio la llave del cuarto y

pude confirmar que ese baúl si estaba ahí. Rápido fui a

donde mi esposo y le conté. Él me dijo que esperáramos

la noche, para traerlo a casa y revisarlo. Así hicimos, esa

noche aprovechando la oscuridad, él cargó el baúl al

hombro hasta la casa, pero cual sería nuestra sorpresa

Page 89: Cuentos de Provincia APS

cuando al trozar la cadena con una segueta y abrirlo, solo

encontramos un hacha mugrosa ensangrentada y una

cantidad de papeles, pasquines e informes del juzgado. A

mí me dio como una risa nerviosa, doctor, debo

confesárselo, pero a mi esposo le dio fue ira. Mucha ira;

maldecía y dijo que se vengaría por esa burla. Cogió el

hacha que estaba dentro y despedazó el baúl, luego

metió los papeles en una bolsa plástica dizque para

guardarlos y se los llevo junto con el hacha, pero la

verdad doctor, es que no supe adonde”.

Amézquita volvió a espirar lentamente mientras miraba a

su secretario, diciéndole que debían ir al puesto de salud

a hablar con el doctor Medina. Omaira se levantó de la

silla se repasó la falda de su vestido con la mano, y

mirando a Amézquita con una sonrisa cargada, se

despidió.

El puesto de salud quedaba saliendo de la plaza, aun lado

de la iglesia. Era una edificación de ladrillo y cemento de

color blanco cubierto con tejas plásticas. La entrada era

de baldosines y daba la impresión de ser una construcción

reciente. Los recibió la enfermera, una mujer gorda

cincuentona, morena vestida toda de blanco con el pelo

recogido atrás. Les informó que el doctor Medina no

había llegado aún a la consulta diaria y que debía estar

todavía en su casa.-“Allí al lado”. Se fueron hacia la casa

del médico. Tenía un antejardín un tanto descuidado, con

diversas plantas y arbustos movidos por una breve brisa

mañanera. El doctor Mediana estaba desayunando un

Page 90: Cuentos de Provincia APS

suculento pedazo de carne asada acompañado de yuca

frita y lo bajaba con una mezcla espumosa de cerveza y

gaseosa conocida en la región con el nombre de “refajo”.

Se paró apenas vio llegar a los funcionarios. Era un

hombre de unos cuarenta años, fornido y con un

abdomen globuloso que la camisa no podía ocultar.

Tostado por el sol, pelo ensortijado y ojos café

enrojecidos. –“Sigan señores les dijo apenas los vio llegar

¿qué se toman? -Nada gracias, respondió Fandiño quien

lo conocía, -venimos a hablar con usted una vez acabe de

desayunar. – Ya estaba terminando repuso Medina, así

que pasemos a la salita y allí con calma podemos hablar”.

En la sala, los tres se acomodaron en una especie de sofá,

mientras él arrastraba una silla, ubicaba frente a los

funcionarios, disponiéndose a hablar. Fandiño hizo la

presentación. –“Mucho gusto, doctor, dijo Amézquita: su

esposa estuvo esta mañana temprano en el juzgado y nos

contó todo ese asunto del baúl del juzgado; -¿puede

usted decirnos, como podemos recuperar sino el baúl si

su contenido? Es muy importante como material

probatorio para esclarecer la masacre de la calle de la

Cantarrana; son papeles irrecuperables y declaraciones

que no se pueden volver a hacer, porque muchos de los

interrogados se fueron para siempre de Provincia, para

no regresar jamás”.

Medina carraspeo rudamente, escupió al piso y luego,

restregó la saliva con el zapato contra el piso. Se

acomodó en la silla y rubicundo, nos miró fulgurante

Page 91: Cuentos de Provincia APS

diciendo: -“Todo eso que les ha dicho Omaira es una

calumnia. Ella se volvió enemiga mía. No sé por qué, pero

está empeñada en destruirme y arruinarme. Cuando lo

único que yo he hecho es darle todo lo que ha querido.

Pero mire doctor, así son las mujeres: destruyen lo que

más quieren” y calló.

Amézquita quedó silencioso por un momento. Se repuso

y volvió a preguntar: -“¿entonces, usted niega que

destruyó el baúl a hachazos y guardó su contenido en una

bolsa junto con el hacha en algún lugar hasta ahora

desconocido? –Ya les dije doctores, que yo no tengo nada

que ver en eso, respondió Medina cortante. -Muy bien,

hemos tomado nota y procederemos”.

Dejaron a Medina en su casa y caminaron en silencio al

juzgado. Una vez hubieron llegado, Amézquita le dijo a

Fandiño: -“escriba una orden de captura contra el señor

doctor Jesús Medina, medico de Provincia, acusándolo de

robo y tenencia ilegal de material judicial probatorio.

Fandiño le preguntó: “-pero doctor, ¿cómo hacemos

efectiva esa orden? -Eso replicó Amézquita, es lo que voy

a hablar con el capitán Bedoya.

El puesto militar estaba situado al final del pueblo, en el

extremo opuesto al de la escuela. Otra casa grande de

teja española y paredes gruesas de adobe banqueadas,

bastante parecida a las demás casas importantes de

Provincia. A los lados del portón de madera había dos

jóvenes soldados armados prestando guardia. El doctor

Amézquita le mostró a uno de ellos sus credenciales,

Page 92: Cuentos de Provincia APS

diciéndole que deseaba hablar con el capitán Bedoya. El

guardia entonces gritó: -“¡estafetaaaa, venga a portería!”

A los pocos minutos llegó otro joven soldado, escuchó

nuevamente la solicitud hecha por el doctor Amézquita y

sin más se regresó. Volvió un poco más tarde y le dijo

tajante al doctor:- “sígame”.

Cruzaron un zaguán de piso de madera, hasta llegar al

cuarto donde estaba el capitán Bedoya. El soldado golpeó

la puerta a pesar de estar abierta. Desde adentro se oyó

al capitán decir: -“¡adelante!” Amézquita entró, saludó al

capitán que estaba detrás de un escritorio de madera; le

presentó nuevamente las credenciales y esperó de pie,

hasta cuando este lo mandó sentar.

El capitán era un hombre relativamente joven,

musculoso, de cabello corto, la piel de su cara recién

rasurada era un tanto brillante, con cierto porte

aristocrático para un hombre de guerra y con una mirada

gris penetrante, aumentada por sus anteojos de carey,

miró a Amézquita fijamente y con una voz fuerte le dijo:-

“¿En qué puedo servirle doctor?” Amézquita, con una

inspiración profunda se dispuso a relatar lo ocurrido.

Cuando concluyó, el capitán que había estado atento, se

movió en la silla y replicó:- “vea doctor, todo eso y mucho

más lo sabemos en el ejército. El radio teléfono, con una

buena inteligencia de terreno, es un gran invento

¿sabe’?”

“Alias Sietecolores, continuó el Capitán, el autor de la

masacre, fue traído por Matilde Castañeda, la hija de don

Page 93: Cuentos de Provincia APS

Arístides, con armas y con su grupo en un camión desde

el otro lado de la cordillera. Montaron carpas en una

mata de monte que hay en esa gran finca llamada “el

cacho”, que queda en el llanito pasando el rio, como a

una hora de aquí. Averiguaron todo muy bien, y

aprovecharon que los miembros de la junta de acción

comunal de esa vereda, junto con sus familias, se

reunieran en la gallera de la calle de la Cantarrana, para

una celebración o bazar y les cayeron de sorpresa con los

resultados conocidos.

Sietecolores con sus hombres se regresaron en el mismo

camión que los esperaba a la salida del pueblo y

desaparecieron por la carretera de la cordillera, parece

que hacia las selvas de la ribera del río Magdalena; en

donde es prácticamente imposible encontrarlos. Todo

esto lo sabe el ministro de justicia, porque él asiste con

los demás ministros a las reuniones del gabinete

presidencial y allí el ministro de defensa, mi general Jaime

Novoa, lo informó detalladamente. Así que doctor; el

cuento del baúl que le mandaron a buscar, no es sino una

parte de todo este enredo y le digo más: encarcelar a ese

médico no resolverá nada. Probablemente complique

más las cosas”.

Amézquita con la mirada perdida quedó silencioso unos

instantes: pasaron por su mente, aceleradamente pero en

orden, los recuerdos de lo que habían dicho, su amigo el

ministro de justicia, lo discutido con el juez y con su

secretario; lo que le habían dicho en el ministerio del

Page 94: Cuentos de Provincia APS

todo bajo control, y trató de concatenarlo con los

interrogatorios practicados por él en Provincia. Había algo

que no encajaba y pensó que su amigo el ministro no lo

había enviado a algo tan simple de resolver. Rápidamente

le preguntó –“¿Capitán, me pude guardar un puesto en el

próximo convoy militar que sale hacia Bogotá?” -“El

miércoles a las cinco de la mañana, lo espero aquí”, fue la

respuesta del capitán.

Ese miércoles a la hora acordada y en el puesto de atrás

de un yip militar, Amézquita desandaba pensativo y

abrumado, en un interminable viaje, el camino corcovado

de regreso a Bogotá. Sin comentarles la conversación con

el capitán Bedoya, les había dicho al juez Cañón y a su

secretario, que no había pruebas suficientes para detener

al médico Medina, fuera del indicio proporcionado por la

esposa. Eran dos testimonios enfrentados en la palabra,

ambos sin sustento real. Les recomendó mejor seguir

recopilando toda la información posible sobre el caso,

prudentemente y sin comprometer al juzgado, hasta su

pronto regreso.

El viento frio de Bogotá le recordó sus madrugadas para

llegar a la universidad, donde había conocido al ministro

Vicente Laverde Aponte, hombre de muy elevada

posición social, pero también muy igualitario y

desprendido con sus amigos. Desde entonces una

amistad duradera los había estrechado. Lo primero que

hizo al llegar, fue telefonear al ministro Laverde. Le

informó brevemente sobre el caso y le pidió una cita

Page 95: Cuentos de Provincia APS

urgente para ampliarle los detalles. Laverde con el acento

bogotano característico, le respondió: – “Ala, te espero

mañana noche en mi casa, tipo ocho, para que

charlemos”.

El único cambio que notó en la gran ciudad, fue el de una

luminosidad muy ruidosa. Tomó un taxi y llegó a la casa

del ministro, situada varias cuadras arriba de la avenida

Chile. Laverde lo esperaba y, presuroso después del

saludo le dijo que debían ir un poco más al norte, al

barrio la Castellana, donde un amigo norteamericano que

los estaba esperando para cenar. –“Te vas a sorprender”,

le dijo. Por el camino hablaron generalidades sobre

Provincia, las distancias, el silencio, el miedo y la

oscuridad nocturna. Kenneth Power, los recibió en

pantuflas en la puerta de su casa. Llevaba un albornoz o

bata, como de seda china muy dibujada y tenía un vaso

de wisky en la mano. Sonrió ampliamente y con los labios

echados hacia un lado y un poco de acento, los saludó en

perfecto castellano. Amézquita lo reconoció

inmediatamente. Habían sido compañeros de

especialización en criminología en la universidad de

Michigan. –“Qué gustazo verte Kenneth. Cuanto tiempo

¿no? -Oh Saúl, definitivamente este mundo es un

pañuelo, respondió; pero sigan que tenemos mucho de

qué conversar”.

La opulencia de la mansión de Kenneth, contrastó

inmediatamente a Amézquita con su inmediata

experiencia en Provincia. Recibió un vaso con wiski al

Page 96: Cuentos de Provincia APS

hielo y pronto, el ministro Laverde hacía una breve

introducción al caso, explicando que ahora míster Power

era el abogado representante para Colombia de la Texas

Petroleum Company. Sintiéndose autorizado,

inmediatamente Kenneth bastante animado y locuaz,

talvez por efecto del wiski, tomó la palabra. – “Miren

queridos caballeros, lo que les voy a decir debe quedar

aquí. Si sale, esta reunión no ha existido ¿Me

comprenden?”

-Hace más de diez años, continuó, nuestra compañía a

través de su filial de investigaciones geológicas, descubrió

en la vereda del Cacho, allá en Provincia, una gran bolsa o

yacimiento de petróleo ¡si señores! de petróleo, de la

mejor calidad. Y nos tocó esperar todos estos años, para

poder llegar a firmar el contrato de exploración con el

actual gobierno. Pero, para más suerte de los habitantes

de Provincia, como la suerte de las mujeres bonitas, jajá,

rio solo, nuestros geólogos descubrieron en la cordillera

que bordea ese pueblo, una veta de esmeraldas ¡si

señores! como lo oyen, de esmeraldas. ¿No es esa una

verdadera suerte caballeros?

Nuestros exploradores y antropólogos que enviamos a la

zona para que investigaran el impacto socio-ambiental,

así se dice ¿no?, encontraron unos campesinos muy

arraigados y aferrados a su tierra; resistentes a vender

sus tierras. Buscamos ayuda y tuvimos muchas

dificultades hasta que finalmente a través de un senador

amigo, los abogados colombianos de la empresa

Page 97: Cuentos de Provincia APS

contactaron a la señora Matilde Castañeda, la dueña de

una gran hacienda de esa zona ¿saben? Ella se mostró

muy de acuerdo con llevarles el progreso de la vida

moderna a sus paisanos. No habló conmigo, ustedes

comprenden ¿no? Pero sí con nuestros abogados y les

aseguró que, ella conocía muy bien su gente y se daría las

“mañas”, todavía no sé qué significa esa palabra ¡mañas!

Bueno, que se daría las mañas para convencer a sus

vecinos de la necesidad de vender sus pequeñas huertas,

y así pudiera llegar el progreso a Provincia”.

Automáticamente como por un reflejo, Amézquita miró a

su amigo ministro; tenía los parpados abotagados o como

inflamados y, no se atrevió a responderle la mirada.

Como si hubiera recibido un golpe en la cabeza, apuró el

resto del vaso de wiski. Kenneth percibiendo el

desconcierto, llamó a la sirvienta para que sirviera la

cena. Había preparado una comida típica bogotana ajiaco

de papa criolla con alcaparras y crema; de postre tenía

unas natas en almíbar. Kenneth habló durante todo el

tiempo recordando experiencias compartidas en la

universidad de Michigan, mientras por la mente de

Amézquita pasaban los muertos de la Cantarrana, el

miedo oscuro y el silencio; el baúl de Provincia, el doctor

Cañón con su secretario Fandiño y, como una espina

clavada en la carne, la mirada cargada de Omaira junto

con los pliegues de su vestido. Entonces le mostró a

Kenneth el vaso vacío para que se lo llenara hasta el

borde de Wiski. ¿Qué otra cosa podía hacer? (Martes, 13

de noviembre de 2012)

Page 98: Cuentos de Provincia APS

Adolescencia en Provincia

La sacristía de Provincia era una vieja casona tradicional

colonial, construida con gruesas paredes de adobe y

techo de teja roja de barro, con un gran alero

sobresaliente y un balcón corrido de madera sostenido

por una arcada de columnas de gruesas vigas, y adornado

en su balaustrada con macetas de geranios, claveles y

helechos colgantes. La separaba de la Iglesia parroquial

del pueblo, un pequeño parque tapizado de grama verde,

en cuyo centro, rodeado de varias palmeras, había un

busto plomizo de un personaje calvo y barbado, de quien

se decía había fundado Provincia, o mejor que había

construido a punta de machete el camino de herradura

hasta Bogotá.

Allí, junto con el párroco, su parentela y sus sirvientas,

también vivía Pedronel, quien hacía los trabajos de

Sacristán. Pedronel era de mediana edad, bajo rechoncho

pero macizo, de mirada oscura y huidiza, pelo

desgreñado, la boca casi sin labios y la cara salpicada de

Page 99: Cuentos de Provincia APS

pecas carmelitas. Casi en diagonal a la casa de la sacristía,

en el marco de la plaza principal del pueblo, quedaba la

casa de don Pedro María Ariza, quien vivía con su esposa

y sus tres hijos varones. Don Pedrito como lo llamaban los

parroquianos, era fornido de tez blanca, ojos grisáceos y

se dedicaba al comercio de mulas para el trasporte, que

levantaba en una finca que tenía en la orilla del río, donde

cruzaba un enorme burro cenizo, según decía él traído

directamente de Castilla, con un sinnúmero de yeguas

viejas ya muy servidas. Sus hijos mayores le ayudaban es

esas faenas, mientras su hijo menor Julio César, en el

inicio de la adolescencia y el consentido de su madre,

permanecía la mayor parte del tiempo con ella, o

asistiendo a las clases de primaria en colegio de Provincia.

Un día luminoso del verano, cuando empezaba a apretar

el sofoco por la ausencia de brisa, llegó gritando y en un

escándalo estruendoso a la casa de la alcaldía de

Provincia, la madre de Julio Cesar trayendo alzado entre

los brazos el cuerpo amoratado y muerto de su hijo;

pidiendo en medio de llantos y gritos, justicia. Entre sus

alaridos se podía entender que don Pedrito, su marido,

había dado una golpiza a su hijo menor, con el bordón de

guayacán endurecido al fuego que le servía de zurriago

mulero, hasta producirle un severo traumatismo cráneo

encefálico que le causó la muerte.

Alarmado el comandante del puesto de policía,

abriéndose paso por entre el tumulto de curiosos, se hizo

presente en la escena y ordenó inmediatamente a su

Page 100: Cuentos de Provincia APS

guardia traer detenido a don Pedro María para proceder

a su interrogatorio.

-“Sí señor”, reconoció poco después don Pedro María

con absoluta frialdad ante el funcionario judicial que lo

interrogó: -“Había que castigar ese badulaque. Tal vez se

me fue la mano, pero tocaba no dejar así no más ese

sacrilegio”, agregó.

-“Juzgue usted señor juez, continuó; el muérgano ese,

alcahueteado por su madre no hacía nada de utilidad. Se

la pasaba haciendo que estudiaba, pero la verdad era que

se salía de la casa a jugar con sus amigotes del colegio. Y

últimamente, había hecho una amistad con el Sacristán

muy rara, y se la pasaba todo el día con él y la barrita de

amigos, disque cogiendo palomas en el techo de la

iglesia”.

-“Pero, eso no es una falta como para matarlo a

garrotazos” añadió el interrogador. –“No era solo eso”

respondió rápidamente don Pedro María, quizás

remordido. –“El padre Silvestre, el párroco, anteayer me

llamo y me contó lo que en realidad hacían esos

muchachos en la iglesia. El Sacristán ese, que es un vivo, a

cada uno de ellos les cobraba mil pesos por dejarlos

entrar por la puerta de atrás de la Iglesia. Allí, y el mismo

Julio Cesar me lo confesó llorando, a una santa que está

en la nave lateral y que tiene una cara muy linda y un

vestido largo de raso verde cubierto con capas de

terciopelo y rebozos blancos; la bajaban del altar, la

Page 101: Cuentos de Provincia APS

ponían en el suelo y por turnos, los muy bellacos, por

entre todos esos ropajes, se la fornicaban”.

Pocos días después de pasado el triste entierro de Julio

César, apareció en una acequia cercana al río el cadáver

del Sacristán. Tenía un disparo en la frente, los ojos

desorbitados por el terror, y las manos abiertas en señal

de súplica. Y en el pueblo, los días sofocantes de verano

como gotas gruesas de aceite, continuaron sucediéndose

uno tras otro, cual si no hubiese pasado nada.

(17.10.2013)

La peste en Provincia

Hacía pocos días había pasado el periodo de lluvias en

Provincia. De la tierra salía un vaho fuerte y denso con un

olor intenso y húmedo a tierra mojada y fértil. Los rayos

del sol ahora atravesaban verticalmente las pocas nubes

con más facilidad y más transparencia, y la poca brisa que

soplaba aumentaban la sensación de calor. Era una

mañana que se iniciaba lenta y tranquila; cuando una

mujer de mediana edad, a toda luz campesina, con

alpargates y con un vestido completo de algodón

estampado, llegó muy agitada a la puerta del centro de

salud de Provincia:

Page 102: Cuentos de Provincia APS

- “Ay doctor, dijo con un notorio dolor reflejado en la

cara, salve a mi hija; que desde hace una semana está

endiablada”.

-“¿Cómo es eso?” Dijo el médico tratando de calmar a la

mujer y, de ordenar la información que ella

precipitadamente le estaba diciendo.

- “Si doctor, confirmó la mujer con marcada ansiedad:

Hace como una semana el perro de la casa se volvió loco.

Se echó en el piso en un rincón oscuro de la cocina,

mirando tristemente, babeando y gruñendo todo el

tiempo. La niña preocupada porque no comía desde hacía

días, se le acercó para darle un platico de comida y el

chandoso le mordió la mano. Luego salió corriendo como

alma en pena y se perdió en el potrero hacia la montaña.

Nunca más lo volvimos a ver.

No le puse mucha atención a la mordedura, continuó la

mujer, le lavé la herida que era pequeña y la mandé a

rajar la leña y continuar con el oficio de la casa. Pero unos

pocos días después, fue ella la que se volvió como loca.

Primero me dijo que tenía mucho dolor de cabeza, y que

le molestaba el sol. Luego empezó a gritar y a ver y oír

cosas raras. Dizque nos iban a matar y a quemar la casa y

esas cosas. Después no comió más y ayer, cuando le fui a

dar de comer me atacó a puños y patadas y salió

corriendo echando una babaza espesa y dando gritos

desesperantes”.

- “Señora, dijo el médico tomando un respiro; su hija no

está endemoniada. Por lo que usted cuenta, lo más

Page 103: Cuentos de Provincia APS

probable es que tenga rabia”. Luego mirando a la

enfermera que lo asistía le dijo que había que avisar al

alcalde de la población. –“Y usted, le dijo a la mujer, debe

darnos todos los datos donde está la niña para ir por ella

y traerla al hospital.

El alcalde una vez tuvo la noticia, se fue al cuartel

atrincherado que tenía la policía a un costado de la

alcaldía. Allí mientras se tomaban un café tinto acordó

con el capitán la estrategia a seguir para este caso.

-“Mire señor alcalde, dijo el comandante de la policía;

estos casos de peste son muy graves, por que como

tenemos pocos medios para detenerlos, se propagan con

mucha rapidez y hacen mucho daño a la población”.

- “¿Entonces qué sugiere Capitán? Interrogó el alcalde

con cierto aire de desidia. Me parece que debemos

ponernos de acuerdo con el medico del puesto de salud.

¿No le parece?” Agregó dando un sorbo pequeño al café.

-“ Alcalde, respondió el capitán de la policía. Ese medico

izquierdoso sí que menos puede hacer, excepto ver morir

a esa niña, mientras se propaga la peste. A menos que

nosotros como autoridad detengamos el asunto. Lo que

se debe hacer es enfrentar esa amenaza de peste como si

se tratara de un ataque sorpresivo de un grupo armado

ilegal. Igualito. Vamos por la niña y se la traemos al

médico para que haga lo que pueda. Luego aislamos a los

convivientes y los ponemos en observación. Después

Page 104: Cuentos de Provincia APS

alertamos a la población sobre el peligro de la peste que

se inició para que nos colaboren y luego, vamos por los

perros y los gatos. ¿Le parece?” El alcalde con cierto

sobrecogimiento movió afirmativamente la cabeza. Salió

del cuartel de la policía y afuera una ráfaga de viento le

trajo el olor a tierra húmeda y fértil que flotaba en el aire

de Provincia.

Se hizo tal y como lo había dicho el policía. Unos cuantos

agentes trajeron casi amarrada a la niña al Hospital, en

medio de contorciones y gritos desesperados hasta

entregarla en la puerta al médico. Sus dos padres y dos

hermanitos más pequeños fueron llevados al hospicio de

beneficencia para vigilancia. Por las cornetas de los dos

altoparlantes que estaban colocados en un alto poste a

un lado de la puerta de la alcaldía, se anunció a la

población con una voz gangosa y en medio de un ruido

monótono, la llegada de una peste trasmitida por los

perros y gatos que amenazaba seriamente a toda la

población y finalmente, se solicitaba la activa

colaboración ciudadana.

El medico asistido por la enfermera le puso a la niña una

inyección de un potente calmante y la llevó al único

cuarto de aislamiento que tenía el centro de salud. Allí

con las ventanas cerradas y en un catre de hierro oxidado,

la amarraron con unas tiras de gasa, mientras le

colocaban en una vena del brazo una botella de suero.

- “Nada más podemos hacer, le dijo sofocado el medico a

la enfermera: Tratar de mantenerla sedada y con la

Page 105: Cuentos de Provincia APS

venoclisis” –“¿Nada más doctor?” Agregó la enfermera. --

-“Nada más, respondió secamente el médico. Lo otro es

acordar con la alcaldía el inicio de las medidas de

protección a la población contra la zoonosis. Solicitar a

Bogotá el envío de 500 dosis de vacuna humana contra la

rabia, más 500 dosis de inmunoglobulina antirrábica

también para uso humano y además, todas las dosis que

puedan enviar para iniciar una vacunación masiva de los

perros y gatos de Provincia.

- “Pero eso demorará mucho doctor”, agregó la

enfermera. Después de una pausa silenciosa, el médico

con un sudor perlado en la frente le respondió que no

sabía nada más.

La noticia prontamente se propagó por todo el pueblo. El

padre Silvestre rápidamente con su sacristán hizo tocar a

“arrebato” las campanas de la Iglesita y sacó al atrio un

palio bordado sobre tela burda que cubría una mesa de

madera cubierta con un mantel blanco con encajes, sobre

la que estaba la custodia dorada de la iglesia, y anunció

una procesión por las principales calles del pueblo para

pedir el favor de Dios.

En medio de la angustia y el miedo colectivo, las escuelas,

de varones y de señoritas, dieron asueto por el resto de la

semana y sabiendo que la vacuna canina no llegaría hasta

los próximos 15 días, comenzó la cacería y exterminio de

perros y gatos de Provincia.

En el centro de salud, la niña cuando se despertaba, cada

vez más frecuentemente, con una respiración muy

Page 106: Cuentos de Provincia APS

agitada, los ojos aterrorizados y en medio de

convulsiones espantosas y alucinaciones; gritaba

desgarradoramente que no fueran a matar a sus padres,

ni a sus hermanitos, que no le quemaran la casa y que la

dejaran ir. Luego entraba en un periodo de sosiego que

nadie podía saber cuánto más duraría. Afuera, las duras

voces de los cazadores mezcladas con los aullidos de

perros y chillidos de gatos moribundos, ventanas cerradas

y murmullos, le daban a Provincia una indescriptible

sensación terrorífica y alucinante, como de una verdadera

peste medieval europea.

El medico abrió la puerta del hospital para comprobarlo, y

una racha de viento le trajo ese olor nauseabundo y

putrefacto de los animales muertos o sangrantes,

mezclado con el olor a tierra húmeda. Entonces con la

garganta apretada como por un nudo invisible se dijo:

– “Hombre, Colombia definitivamente no es esa postal

sepia cuyo fondo es la tristeza y la soledad pintada

magistralmente por García Márquez. Con esto, creo que

en el fondo de Colombia es el terror; el miedo. Ese miedo

viscoso, paralizante y contagioso que nadie se ha atrevido

a contar, precisamente por miedo”. El grito lastimero de

la enfermera desde el cuarto de la niña con rabia, cortó la

cavilación. (25.06.2013)

Page 107: Cuentos de Provincia APS

Miquela

Miquela estaba en Provincia hacía cinco años. Los

Carranceros habían llegado a su pequeña finca, situada en

el pie de monte de la cordillera donde se inicia el

estratégico camino al río Minero y a las minas de

esmeraldas, por la madrugada, cuando la noche es más

oscura y sin que los perros hubieran podido detenerlos,

violentaron y derribaron las puertas desvencijadas y de

madera corroída de la vieja casa de adobe donde vivía

con su mujer y su hijo pequeño.

Los sacaron a empellones aún dormidos y aprovechando

el estupor de la sorpresa, en la explanada de tierra

amarillenta que servía de patio de entrada de la casa,

dispararon sus ametralladoras contra ellos. Miquela, fue

el primero en caer acribillado y sobre él cayeron en un

charco de sangre su esposa y su pequeño hijo sin tener

tiempo de hacer ninguna exclamación. Los Carranceros,

con la punta del cañón de sus ametralladoras revolvieron

los cuerpos sangrantes aún y, quien comandaba el grupo

dijo secamente: - “Listo. Misión cumplida. Están todos

muertos, y luego agregó imperiosamente- ¡Vámonos!”

Miquela, adolorido logró permanecer inmóvil y con la

respiración leve y espaciosa hasta cuando aclaró. El sol

salió rápido, como de golpe, acompañado de una brisa

cálida y olorosa a pasto y ramazones y al poco rato llegó

el zumbido terebrante del revoleteo de las moscas verdes

y brillantes. Como pudo se tocó el cuerpo dolorido. El

Page 108: Cuentos de Provincia APS

muslo derecho entumido, estaba pegajoso y del centro

salía un hilito de sangre de color negruzco. A lo largo del

abdomen sentía dos quemonazos y en la quijada, al lado

derecho, un dolor insoportable. Reparó los cuerpos

inertes y aún cálidos de su mujer e hijo. Habían muerto

con los ojos bancos muy abiertos como los de una vaca, y

espantados. Unos cuantos pasos más allá alcanzó a ver

los cadáveres degollados y sangrantes de sus dos perros.

Pensó en gritar pidiendo auxilio, pero sabía que nadie lo

escucharía y en cambio sí podría alarmar a los restos de

los Carranceros que pudieran estar en la cercanía

limpiando el camino a las minas de esmeraldas.

Lentamente y con gran esfuerzo se arrastró hacia la casa

y a tientas se subió en la cama donde se echó cuan largo

era. Pronto un sueño profundo, como si fuera la muerte

lo embargó. Cuando la sed lo obligó a despertar, ya era de

noche y el chirrido de los grillos venía traído por

pequeñas y suaves rachas de un de viento fresco oloroso

a humedad. Volvió a repasar sus heridas, esta vez

quitándose la ropa y valido del pequeñito espejo

cuadrangular que su esposa tenía en la cartera pudo

mirarse la cara. La herida de la pierna ocultada bajo un

cuajarón negruzco había dejado de sangrar; dos

dolorosísimos surcos negros y profundos, como de carne

quemada, recorrían en toda su extensión de un lado a

otro la piel del abdomen. Y en el lado derecho de la

mandíbula tenía otra herida que llegaba hasta la boca y la

piel de toda la mejilla.

Page 109: Cuentos de Provincia APS

Se acordó de que tenía algunas medicinas para

veterinaria que usaba cuando sus caballos o ganados,

estaban enfermos o se herían y a rastras, apoyándose en

un taburete, buscó ropa limpia y luego llegó hasta la

rudimentaria alhacena donde tenía las medicinas

guardadas. Reparó bien y encontró varios frascos de

terramicina y de “sulfacol” en polvo, y junto con la jeringa

grande para animales que allí estaba, los logró empacar

en su carriel. Se deslizó afuera hasta la alberca donde se

almacenaba el agua de la casa, y con la totuma del

lavadero de ropa se echó agua en las heridas y las lavó

con el jabón de la tierra usado por su esposa para lavar.

Se aplicó el polvo de la sulfadiazina, lavó la jeringa y se

aplicó, como le habían enseñado, un dedo de la jeringa

del frasco de la terramicina. Sintió confianza y recordó

que debía repetir la inyección cada día.

Pero no tenía mucho tiempo. Se escurrió nuevamente

hasta detrás de la casa donde estaban las herramientas

del trabajo y encontró su afilado machete. Buscó en una

rama caída una horqueta que le pudiera servir de muleta,

la cortó la acomodó a su estatura, tomó una garrafa de

petróleo que tenía para la lámpara que iluminaba sus

noches y se dirigió a donde los cadáveres de su familia. El

sol ya estaba casi en la mitad del cielo y unas nubes claras

algodonosas se movían muy lentamente en el azul

celeste. Había cesado la brisa matinal.

Llorando desconsoladamente, vertió el petróleo sobre los

cuerpos inertes de su esposa e hijo y le arrojó un fósforo

Page 110: Cuentos de Provincia APS

encendido. Luego se volteó y sin mirar hacia atrás,

llorando por tanto dolor, tomó camino hacía Provincia,

pero desviándose del camino principal para evitar ser

visto o identificado. Caminando trabajosamente, el

primer día de camino pudo llegar hasta la quebrada de la

Miel, donde encontró un sitio fresco y cubierto en un

remanso de su orilla; se aplicó nuevamente la inyección

de terramicina que sobrellevó tomando abundante agua,

comió unos mendrugos de pan que traía en el carriel y

agobiado volvió a sumirse en un sueño muy profundo,

como de muerte. Caminó dificultosamente tres días más,

bordeando matas de monte y arboledas buscando las

colinas más suaves y evitando las cañadas más profundas,

hasta salir finalmente al carreteable que lleva de Bogotá a

Provincia. En su orilla, apabullado y vacío, con los ojos

hinchados y enrojecidos todavía acuosos, se sentó debajo

de un árbol frondoso y verde a esperar algún vehículo.

Un rato después llegó, en medio de una polvareda

amarillenta y pegajosa, el camión que recoge las cantinas

de la leche de las fincas vecinas para llevarlas hasta

Provincia. Habiéndolo reconocido, se paró en la mitad del

carreteable hizo señas al chofer para que lo llevara, y el

camión se detuvo. Le explicó al asombrado chofer que

había tenido un accidente y se dirigía al Centro de Salud

de Provincia en busca de ayuda. El viaje de unas cuantas

horas trascurrió en un denso silencio y en medio de ese

polvo viscoso e irrespirable, pues el chofer evitaba

mirarle la cara. En el Centro de Salud, el médico le enyesó

la pierna derecha, le hizo curaciones en las demás heridas

Page 111: Cuentos de Provincia APS

y trató, lo mejor que pudo, de repararle la gran herida de

la mandíbula y la mejilla derecha; pero era evidente que

su desfiguración facial permanente lo haría irreconocible

ante cualquiera.

Miquela durante su recuperación y como para ganarse el

sustento diario, ayudaba a hacer algunas tareas simples o

sencillas en el hospitalito; hasta cuando el médico le dijo

que ya estaba recuperado y caminando más o menos

bien, no podía tenerlo por más tiempo: no tenía

presupuesto para más. Entonces se ubicó en la Plaza

central a solicitar la caridad pública y unos días después,

el párroco de Provincia, le regaló una caja de lustrar

zapatos, completamente dotada. Así, se fue convirtiendo

en el “embolador” o lustrabotas del Pueblo. Hablaba

únicamente lo necesario con sus clientes, los oficinistas

de la administración municipal y evitaba tajantemente

con un hermetismo refractario cualquier conversación

sobre sí mismo, o sobre su vida.

Tres años después de estar viviendo en la calle y sentado

todos los días, en su sitio, en la Plaza de Provincia con su

cajón de lustrar zapatos, llegó una pareja de policías y le

dijeron que debía hablar con el señor alcalde. Impávido,

Miquela escuchó al alcalde decirle que en pocos días

vendría el Presidente de la República a visitar el pueblo y

que era una orden superior no dejar en el pueblo ni

mendigos, ni emboladores, ni vagos, ni desechables, ni

indigentes o ñeros, ni nada que afeara la visita del señor

Presidente y que, como él sabía que no tenía a donde ir,

Page 112: Cuentos de Provincia APS

lo iba a enviar por unos días, junto con otros limosneros,

vagos, e indigentes a un hospicio en la capital del

Departamento. El Camión que los llevaría saldría esa

noche y mientras tanto debía permanecer ahí en la

alcaldía.

El camión con el grupo de condenados, recorrió los 300

kilómetros que separaban a Provincia de la capital del

Departamento en un espantoso viaje que duró toda la

noche y que Miquela soportó con su hermetismo y

desprecio al dolor. En el hospicio de la capital, una casa

vieja y deteriorada, mal cuidada y maloliente, vivían

mezclados, ancianos, mendigos, dementes, ñeros,

indigentes y hasta jóvenes drogadictos en su etapa final y,

pared de por medio, en la otra mitad de la casa tapiada,

estaban en depósito las mujeres de condición semejante

o peor. Allí estuvo malviviendo silencioso 15 días, pero

muy atento a la puerta de entrada del hospicio.

Aprovechando un descuido de la portería, se escabulló

rápidamente con el firme propósito de llegar nuevamente

a su Provincia natal. Preguntando, mendigando y

durmiendo unas pocas horas por la madrugada, caminó

durante 15 días por el borde de la carretera que va de la

capital del Departamento a Provincia. Evitando los

camiones ganaderos y autos que pasaban por la angosta

vía, tratando de sacarlo de camino, esquivando botellazos

que le lanzaban junto con los improperios e insultos por

obstaculizar el tránsito. Al rayo del sol que chorreaba

inclemente hasta bien entrado el atardecer, cuando se

Page 113: Cuentos de Provincia APS

acercaba a alguna casa a mendigar un poco de agua para

lavarse, o enjugarse los pies llagados y estropeados por la

caminata, para luego al amanecer, despertarse cantando

para sí mismo, en tono muy desafinado pero lleno de

consuelo, un bambuco que estaba muy en boga:

- “Cantan las mirlas por la mañana, su alegre canto al

rayar el día, cantan alegres los ruiseñores, y se despierta

la amada mía. ¡Ay! quién pudiera rondar tu alcoba donde

parece que estás dormida, ¡ay! quién pudiera robarte un

beso, sin despertarte mujer querida. Yo te recuerdo a

cada momento en mis tristezas y mis dolores, yo no te

aparto del pensamiento, yo no te aparto del

pensamiento, tú eres la dueña de mis amores !Ay! quién

pudiera robarte un beso sin despertarte mujer querida.

¡Sin despertarte mujer querida!”

Y así llegó finalmente a Provincia, derrengado, caminando

despacio y arrastrando los pies lacerados. Exangüe y

enflaquecido de muerte, barbado y fétido, con un costal

al hombro lleno de porquerías desconocidas, solamente

útiles para él, que había coleccionado o recogido en su

penosa travesía. Al llegar a la Plaza del Pueblo llorando

desconsolado se sentó en una escalera que hay en el atrio

de la iglesia, donde permaneció un tiempo largo sin alivio.

Allí vino el párroco, quien suavemente le preguntó que

porqué lloraba con tanto desconsuelo.

Miquela finalmente alzó sus ojos enrojecidos, hinchados y

húmedos que le daban un aspecto cadavérico y mirando

Page 114: Cuentos de Provincia APS

indolentemente al párroco le dijo:- “Ay padre, Porque

todavía estoy vivo”. (Martes, 7 de mayo de 2013

Semillas para la riqueza

La gallera municipal de Provincia, ubicada en el solar de

una vieja casona, en la callejuela empedrada que

continua el camino de herradura a la cordillera; es un

circo de arena de unos cinco pasos de grande, rodeado de

un armazón de listones de madera de mediana altura,

atravesados por unos tablones horizontales adaptadas

como asientos para los apostadores y asistentes. Afuera,

sombreado por un frondoso árbol de mango, movido

ocasionalmente por la brisa suave que sopla en las horas

cálidas; hay un rústico mostrador también de madera

donde se expenden a los asistentes bebidas

embriagantes especialmente chica de maíz fermentado y

aguardiente artesanal o “chirrinche”, porque la cerveza

embotellada es un lujo costoso que pocos se pueden dar

en Provincia. Y más al fondo, están las pequeñas jaulas

de malla delgada, donde permanecen separados varios

gallos de pelea, que se cantan entre sí sus agudos retos.

Page 115: Cuentos de Provincia APS

En la parte de la casona que da a la callejuela, en unos

aposentos con piso de tabla y ventanas cuadradas, no

muy grandes y con varios postigos, vive Rosendo Cadena

con su esposa y tres hijos pequeños. Es un hombre de

mediana estatura, sombrero blanco de pajilla, mirada gris

y poncho amarillento que cubre su barriga. Su profesión

además de ser gallero, es decir criador, levantador o

entrenador de esos gallos y administrador de la gallera, es

también el presidente del directorio del partido Liberal de

Provincia.

Es el responsable de mantener el contacto y la

comunicación con la dirección nacional del partido

ubicada en Bogotá, y acaba de recibir un telegrama

extenso donde le informan que dentro de quince días,

coincidiendo con las fiestas patronales de Provincia,

vendrá desde Bogotá, con una comitiva muy selecta el

doctor Alberto Santiguo, uno de los tribunos más

importantes de del partido Liberal de Colombia, quien

acaba de lanzar su candidatura a la presidencia de la

república. Habrá fiestas municipales, concursos de música

y de tiple, fuegos artificiales, riñas de gallos y si se pueden

conseguir y traer hasta el pueblo algunos toros

semisalvajes de los que pastan en la llanura más allá del

Page 116: Cuentos de Provincia APS

rio, se hará toreo; por tanto, debe convocar

urgentemente a los amigos de las juntas de acción

comunal de las veredas de Provincia, para que asistan con

sus familias y allegados a este trascendental acto de la

democracia en Colombia.

El sábado anterior a la venida del doctor Santiguo, al

atardecer, es decir las vísperas, ya se vive un ambiente de

fiesta en Provincia. La plaza central tiene unos adornos

con tiras de papel de color rojo, afiches hechizos dándole

la bienvenida, pegados con engrudo en las paredes de las

puertas de las casas del marco de la plaza y en el café de

Pedrito, algunos de los comerciantes y vendedores de

mercancías de la plaza, toman cerveza embotellada y uno

que otro trago de chirrinche, mientras charlan

animadamente sobre la oratoria tan maravillosa e

inigualable del doctor Santiguo. Afuera la brisa es fresca y

suave.

Ese domingo tan esperado, por la media mañana y en

presencia de una gran muchedumbre, se oye el ruido

seco y acompasado de las aspas y del motor de un

helicóptero, totalmente desconocido para la mayoría de

pobladores de Provincia, y a medida que se aproxima en

el aire, un remolino de aire y polvo levantado, atronador

y enceguecedor al mismo tiempo que les quita de la

cabeza el sombrero jipa a muchos de los asistentes; logra

aterrizar el doctor Santiguo con su comitiva, en la cancha

de futbol de la escuela pública de Provincia habilitada

como helipuerto para este fin.

Page 117: Cuentos de Provincia APS

Al parar las aspas, Rosendo el gallero, es el primero en

acercarse a saludar a quienes van descendiendo del

helicóptero. Le da la mano al doctor Peraltes antiguo

conocido suyo, y luego saluda a los demás, en medio de

vivas al futuro presidente de Colombia, que son

sonoramente respondidas por los asistentes. Sonriente,

los invita a que lo sigan a la plaza del pueblo donde se ha

instalado una tarima rudimentaria de madera, desde

donde el doctor Santiguo se dirigirá a los habitantes de

Provincia. Y mientras la muchedumbre ensimismada los

sigue de cerca las tres cuadras del recorrido, los tres

hombres de la tripulación de helicóptero, todos con unas

grandes gafas negras brillantes y en overol azul de tipo

militar, bajan apresuradamente de su interior, un número

considerable de cajas de cartón en donde se lee

“Cuidado. Semillas vegetales. Este lado arriba”.

El discurso del doctor Santiguo, antecedido por una corta

introducción por el doctor Peraltes, es de verdad una

pieza de oratoria larga y corrida, con pocas interrupciones

o gritos. Habló de la hermosa acuarela que desde el aire

se veía en esta tierra privilegiada con montañas, selvas

hermosas, un rio azuloso y calmado, que se continuaba

con un llano extenso verdoso y fértil y agregó que pronto,

muy pronto, todas estas montañas reverdecerían y se

adornarán aún más, trayendo una riqueza que nadie aún

se puede imaginar. Finalmente mirando fijamente al

infinito y con la frente humedecida por el sudor; le gritó a

la muchedumbre embelesada. – “¡Solo una bala me

detendrá en el camino a la presidencia!”

Page 118: Cuentos de Provincia APS

No se había aún apagado la emoción causada, cuando

Rosendo subió a la tarima y en pocas palabras les dijo a

los asistentes que se acercaran al toldo que estaba allí al

lado, a retirar el plato de lechona con bebida, al que el

doctor Santiguo los invitaba por haber venido; mientras él

con la comitiva y el doctor Santiguo, iría allí nomás a la

gallera a echarse un “piquetico” de carne con papas y a

mirar unas riñas de gallos.

A la entrada del circo de arena, en un pizarrón

desvencijado colgado de una cabuya retorcida, estaba

descrita a trazos gruesos con tiza blanca, lo que sería la

primera riña: Cenizo, tres libras, primera pelea,

Quiebralomo. Debajo: colorado, tres libras, primera

pelea, Aguaría. El doctor Santiguo apostó sin mucha

convicción por el colorado y, mientras los gallos saltaban

y se enroscaban encarnizadamente en una nube de

revuelos con plumas ensangrentadas; retumbaba en el

lugar una algarabía de apuestas cruzadas, gabelas y gritos

estridentes de apoyo a la precisión mortal de cada

espuelazo. El gallo rojizo con la cabeza bañada en sangre

empezó mostrar torpeza en sus movimientos, hasta

cuando al finalizar un aletazo impreciso y lento, cayo

moviendo convulsivamente su cuerpo. El doctor Santiguo

complacido pagó las apuestas y aprovechando la

distracción producida por el cobro entre los apostadores,

hizo una seña a sus acompañantes y a Rosendo, para salir

rápidamente hacia el helicóptero.

Page 119: Cuentos de Provincia APS

Y cuando el juez de riñas volvió al pizarrón, a escribir la

siguiente descripción de la pelea que venía a

continuación; se oyó el ruido seco y acompasado de las

aspas y el motor del helicóptero que pasaba por sobre la

casona de la gallera, moviendo el frondoso follaje del

árbol de mango de afuera. Algunos pocos apostadores

miraron unos instantes hacia arriba, pues la riña que

venía, estaba próxima a comenzar. (18.01.2015)

Sustitución de Importaciones en Provincia

Ariel Zimmermann era un judío de habla yiddish, llegado

a Provincia con su pequeña familia poco después de

concluida la segunda guerra mundial y según la tradición

de su apellido era carpintero o mejor, especialista en

maderas. Al poco tiempo montó en uno de los extremos

de la calle real de Provincia un tallercito básico, primero

de reparación de taburetes y mesas que existían en el

pueblo y después, a medida que fue ahorrando amplió a

la compra de tablones de maderas preciosas, a los

colonos aserradores quienes los traían por caminos

infernales desde la selva vecina, arrastrados por mulas.

La familia formada por Ariel, un hombre joven, fornido de

cabeza cuadrada y signos claros de calvicie, su esposa

Idda, una mujer delgada y cabello rubio hasta la nuca

vestida con faldas de tela florida, dedicada a cuidar una

Page 120: Cuentos de Provincia APS

pequeña huerta casera ubicada en el solar trasero de la

casa y Sara, la pequeña hija de ojos grandes y dientes

alargados y salidos. Desde los viernes por la tarde la casa

de los Zimmermann entraba en una quietud y un silencio

pavorosos, que solo se rompían la mañana del lunes

siguiente. Nunca compraban pan en la panadería del

pueblo y preparaban sus propias comidas, lo que les daba

un cierto aire de lejanía con los demás habitantes de

Provincia. Sin embargo, Ariel en un esfuerzo por

adaptarse y aprender el hablado de la región; practicaba

con algunos vecinos y visitantes a su taller, el escaso

castellano básico aprendido en algún manual español

traído en el viaje, mientras su esposa e hija permanecían

en la casa.

Los negocios marcharon bien para Ariel y pronto pudo

construir al lado de la casa un galpón grande para

acumular los listones y tablones en espera del camión

que los sacaría de Provincia hacia Bogotá, en donde Saulo

Levy, un amigo de su comunidad, los compraba para

surtir su fábrica de muebles finos de madera y cuero,

destinados a la exportación, especialmente a Miami.

Pasado un tiempo, los arboles de maderas finas

empezaron a escasear en las selvas cercanas a Provincia,

y los aserradores debieron adentrarse aún más en la selva

espesa para rozar quemar y aserrarlos y, el precio de los

tablones se fue haciendo más alto. Sin embargo Ariel, no

se sabe si asesorado o por propia iniciativa, en aquel

ambiente político gubernamental de sustitución de

importaciones que todos los días la radio molía desde

Page 121: Cuentos de Provincia APS

Bogotá, encontró una oportunidad de ampliar los

negocios y empezó a traer de regreso, en el camión de la

carga, pequeños retoños de pino verde; hacer almácigos y

enseñar a los colonos aserradores a sembrarlos formando

grandes campos de hileras geométricas de árboles en las

quemas y talas que hacían, tal como los había visto en su

juventud en Europa Central. A esperar la maduración del

tronco al sol canicular, los ventisqueros y la lluvia intensa

del monzón amazónico, hasta lograr el grosor requerido

para talarlos, aserrarlos, convertirlos en aserrín y

tablones, para luego traerlos a Provincia arrastrados a

lomo de mula y remitirlos en buenas condiciones a

Bogotá. Mientras tanto Sara, a media que aprendía con su

madre los primeros números y letras, fue creciendo y

haciéndose cada vez más femenina.

Ariel dándose cuenta del crecimiento de Sara, fue al otro

extremo del pueblo, a donde la monja directora de la

escuela para señoritas de Provincia. Le explicó su

situación familiar y le pidió encarecidamente le enseñase

a Sara, excepto las materias religiosas, todas las demás

asignaturas. La monja aceptó darle a Sara ese trato

especial y pronto la niña estaba integrada al griterío de

las demás alumnas y al ambiente general del pueblo. Pero

para ir de su casa a la escuela, Sara debía atravesar

diariamente dos veces, ida y vuelta, la plaza central y

caminar un trecho de varias cuadras por la calle real de

Provincia.

Page 122: Cuentos de Provincia APS

Leonel Bareño, un escolar adolescente, inquieto y con

evidentes rasgos de rebeldía, notó la presencia poco

común y novedosa de Sara a su paso diario a través de la

plaza principal del pueblo y talvez, movido por la

curiosidad que le inspiraba, más que por el afán de

conquista; empezó a esperar la a las horas

acostumbradas, lanzándole piropos y los mejores

requiebros galantes que sabía o podía. Sara al principio,

tímidamente respondió con una mirada, luego una

sonrisita y después dada la asiduidad de Leonel, con

algunas palabras sencillas. La comunicación se fue

ampliando paulatinamente hasta cuando pudieron

caminar varias cuadras conversando sobre su respectiva

situación escolar.

Ariel seguía progresando y, de dar trabajo a colonos

aserradores, muleros, arrieros y cargadores de camión,

empezó a hacer pequeños adelantos en pesos a sus

dependientes, que luego cobraba en trabajo. No quiso, a

pesar de la recomendación de Idda su esposa, montar

una tienda de abarrotes y abastos para venderle víveres y

vituallas a los endeudados. Las deudas, sagradas decía él,

deben ser pagadas estrictamente con jornales de trabajo.

En Bogotá, Saulo Levy, un emprendedor hombre de

negocios, con conexiones en la comunidad de Miami,

también agrandó su fábrica de muebles finos tapizados

en cuero y pudo aumentar sus exportaciones a Miami. Era

evidente que la sociedad comercial progresaba

ostensiblemente sustituyendo importaciones.

Page 123: Cuentos de Provincia APS

Entonces a Ariel, se le ocurrió la idea de mejorar

comprando una casa grande y antigua de dos pisos, con

aleros y solar trasero, un gran portón y con un extenso

balcón corrido de dos ventanales, en el marco de la plaza

de Provincia. La arregló según su prudente gusto familiar

y se trasladó allí con ella, mientras los negocios continuó

realizándolos en su antiguo taller ampliado a la salida del

pueblo.

Un día cualquiera desde el balcón de la casa, Ariel vio a

Sara hablando animadamente con un muchacho

desconocido, dando muestras evidentes de gran alegría.

La esperó y todo lo que Leonel oyó una vez el gran

portón se cerró, fueron unas voces airadas, gritos

femeninos seguidos de golpes secos y, un llanto profundo

y prolongado.

Diez largos días estuvo inútilmente Leonel esperando

ansioso, la salida de Sara de la casa para ir a la escuela;

cuando finalmente, una mañana Sara salió indiferente sin

siquiera voltear a mirarlo, Leonel sintió que su corazón se

arrugaba como un papel. Caminó tras ella haciéndole

muchas preguntas sin obtener respuesta. Pero alcanzó a

ver en la cara y en las piernas de Sara los verdugones y

morados largos que aún no habían desaparecido del todo

bajo su sonrosada piel. Insistió varios días más sin

obtener ni una sola palabra de respuesta. Entonces su

ansiedad originaria se tornó en una ira profunda y

arrasadora. No comentó con nadie su infortunio y no

Page 124: Cuentos de Provincia APS

volvió a la escuela, para dedicar ese tiempo a preparar en

silencio una venganza sin sangre, pero aleccionadora.

Se fue a la vereda de Malpaso, situada un poco más allá

del cementerio de Provincia, en donde el viejito

Traslaviña tenía un rancho miserable llamado la

Polvorearía, en donde fabricaba según la antigua

tradición colonial española los voladores o cohetes

pirotécnicos tronadores para las festividades religiosas

del pueblo. Con muchos ruegos y algunos cuantos pesos

le logró sacar una libra de pólvora negra y estuvo yendo

varios días a donde Traslaviña a que le enseñara cómo y

sobre cual papel grueso, de bolsas de cemento, se

dispersaba finamente la pólvora para envolverla,

amarrarla fuertemente con un cáñamo o pita muy

encerada y asegurarla con alambre dulce delgado. La

mecha, un hilo múltiple trenzado, se enceraba con gotas

de vela de cebo y aún caliente, se pasaba por sobre la

misma pólvora, para asegurar su ignición continua y

prolongada. Traslaviña, mirándolo por debajo del ala de

su grasiento sombrero, con sus ojos turbios le dijo: -“Es

un jeme por cada diez pasos de carrera”.

Leonel sigiloso, siguió con gran cuidado las instrucciones

de Traslaviña para armar el envoltorio. Consiguió un

candado herrumbroso pero fuerte, mientras vigilaba

minuciosamente la llegada de Ariel a la casa y la hora más

oscura y solitaria de la plaza principal de Provincia. Colocó

el joto de pólvora en el quicio del portón. Puso el

Page 125: Cuentos de Provincia APS

candado en la aldaba de hierro forjado del portón, de tal

manera que quedó totalmente bloqueada su apertura.

Encendió un fósforo y lo acercó a la mecha. Espero unos

segundos mientras vio avanzar el caminito luminoso y

salió a la estampida. Como le había advertido el viejito

Traslaviña, alcanzó a correr media cuadra cuando oyó la

explosión como un trueno ensordecedor, pero siguió

corriendo todo lo que podía hacia el rio, tratando de

alejarse lo más posible de la plaza del pueblo. Esperó un

rato en un potrero aislado a las afuera del pueblo, hasta

regresar a su casa con el mismo sigilo conque había

salido.

Según se supo después, Ariel aterrorizado trató de salir

por el portón grande de la casa, pero al encontrarlo

imposible de abrir, pensó era un atentado para matarlo, o

secuestrarlo. Subió al segundo piso y por la parte de atrás

de la casa se lanzó al solar, con tan mala suerte que al

caer se fracturó la pierna izquierda. A pesar de todo,

logró esconderse en una zanja y taparse con unas ramas.

Así lo encontraron al aclarar la mañana, los soldados de la

guarnición de Provincia que vinieron a rodear la casa,

brindarle protección y examinar minuciosamente la

escena del crimen, tomando muestras, fotos y buscando

huellas digitales del sospechoso.

Ariel fue llevado de urgencia en un yip militar, en un largo

y penoso viaje, hasta Bogotá para ser operado de su

pierna fracturada y unas semanas después, en uno de los

camiones de trasporte de los tablones de madera, salía

Page 126: Cuentos de Provincia APS

de Provincia un trasteo con los muebles y la familia

Zimmermann, dejando abandonadas todas sus

propiedades y los pinares de la selva, para no volver

jamás. A los pocos días Leonel se presentó en la

guarnición militar del pueblo y le dijo al capitán

comandante de ese puesto, que deseaba ingresar como

voluntario al ejército de Colombia. Tampoco regresó a

Provincia, nunca más. (13.12.2012)

Desarrollo Rural Integrado en Provincia

De un día para otro, llegaron a Provincia varios

desconocidos, que vestían casi la misma ropa: una camisa

de manga corta, blanca o a cuadros, un bluyín un poco

gastado a la altura de la rodilla y unos botines negros de

cuero duro llamados “guayos” . De rasgos mestizos casi

idénticos, ojos oscuros escrutadores, tenían la piel curtida

por el sol y el viento, y no usaban gorra ni sombrero. Eran

de mediana edad, fornidos o un poco atléticos, con el

pelo al rapé. Se alojaron en el mismo Hotel de la plaza

principal y durante el día se paseaban continuamente por

la plaza del pueblo, frente a la alcaldía y demás casas de

la administración municipal. También patrullaban las

calles aledañas en pequeños grupos, casi siempre tres,

separados unos cuantos pasos, no hablaban ni entre sí ni

con nadie y se limitaban a observar detenidamente y en

Page 127: Cuentos de Provincia APS

silencio a los pobladores, sus vestimentas, las casas y las

calles. Inmediatamente una ola de preocupación, sino de

miedo, se apoderó de los habitantes de pueblo.

A la semana siguiente, se supo a que habían venido:

Golpeaban fuerte en los portones de las casas y cuando

se les abría, sin mediar palabra, entregaban un pequeño

papel impreso que decía, que como la autoridad de

Provincia no estaba funcionando bien, ellos habían venido

a poner el orden en toda la región, recomendando

además, brindarles toda la colaboración posible o

atenerse a las consecuencias. Venían de parte de Don

Ricardo.

Al hospital llegaron por la mañana luminosa y venteada,

apenas habíamos comenzado la consulta externa,

preguntando por mí. Recibí a los tres tipos y quien me

alargó el papelito, esta vez sí me dirigió la palabra,

después de un cómo le va doctor, me solicitó que leyera.

Cuando concluí, me dijo:- “Con usted doctor, es más fácil.

Don Ricardo fue su amigo de infancia ¿Lo recuerda?” Si lo

recuerdo. –“Él le pide que por favor le colabore, no con

plata ni cosas materiales como los demás del pueblo, sino

que su colaboración, obligatoria, carraspeó, consiste en

informarle a su delegado, así se definió, la llegada al

hospital de cualquier herido por leve que sea. Serían ellos

quienes decidirían qué hacer después de interrogar al

herido. Eso fue todo”, se despidió con un hasta pronto,

rematando la despedida con un no se le vaya a ocurrir

avisarle de esto a nadie.

Page 128: Cuentos de Provincia APS

Ricardo Chavarría era hijo del “boticario” del pueblo y

vivíamos en la misma cuadra, carrera cuarta con calle

cuarta. Recuerdo todavía los días apacibles y soleados de

nuestros juegos al trompo, a las maras y a las carreras en

aquella calleja pavimentada con grandes piedras de

Sangil. Con él siempre estaban sus dos hermanos

menores Iván y Jorge. Ricardo tenía la frente abombada,

las mejillas pálidas y chupadas, y los ojos inquietos, un

poco saltados y rojizos. Era bajito y la gente decía que era

el vivo retrato de su padre; quien había llegado con su

familia a Provincia, desde la cordillera, huyéndole a la

violencia del cincuenta. Con algunos pesos que logró

sacar por la venta obligada de su finca, montó en una

esquina de la plaza, un cuchitril donde ayudado en las

pequeñas tareas por Ricardo, vendía aspirinas, pomadas

de mentol, sales digestivas, preparados con hierro para la

anemia, vermífugos a base de quenopodio, algunos

jarabes de plantas elaborados por los indígenas de más

allá del rio para la picadura de culebra, para dormir y uno

especial llamado “quererme” para hacer caer en la cama

a la mujer deseada. Habíamos ido juntos a la escuela

pública y aún tenía bien presente su permanente charla

sobre las preparaciones químicas y menjunjes que hacía

con su padre, así como del terrible daño que le habían

hecho a su familia y de cómo vengarse de eso. La

venganza era su tema favorito.

Años más tarde, supe que Ricardo se había ido a estudiar

mecánica de aviones, en los talleres que tenía la Fuerza

Aérea en la ciudad de Cali y después, cuando volvió a

Page 129: Cuentos de Provincia APS

Provincia a visitar a su familia, él mismo contó que se

había hecho un piloto de avioneta y ahora era experto en

fumigar a vuelo rasante y esquivando los cables de la luz,

cultivos extensos en el valle del rio Magdalena, o donde

lo llamaran. Estaba a punto de comprar su propia

avioneta para acondicionarla y ofrecer sus servicios.

Poco a poco, como si fuera un rompecabezas, su historia

personal se fue conociendo casi en su totalidad: fue

contactado por un exportador boliviano de pasta de coca

de la región de Santacruz de la Sierra, para que con su

pequeño avión acondicionado para vuelos largos, un

Turbo 1. 000, en vuelo rasante que burlara los radares,

trasportara en cada vuelo tres toneladas de pasta de coca

hasta los llanos orientales en Colombia. Pero desde el

primer viaje, Ricardo descubrió que la pasta de coca

boliviana era muy húmeda y pesada; entonces

recurriendo a sus recuerdos químicos de boticario y

después de varias experiencias, ayudó a descubrir un

nuevo sistema para cristalizarla, hacerla más compacta,

liviana y trasportable. En adelante, su fortuna creció al

mismo ritmo del éxito de sus viajes.

Su padre vendió la botica y la casa de habitación en

Provincia y la familia Chavarría salió con algunas

pertenencias hacia Bogotá, donde se disolvió entre los

millones de habitantes de la gran ciudad. A partir de ese

momento Ricardo abandonó totalmente la aviación y sus

negocios de transporte aéreo y se regresó en firme a

Provincia. Compro a poco precio una casa-quinta o finca

Page 130: Cuentos de Provincia APS

de varios cientos de hectáreas, llamada “la Loma”,

situada a un lado del carreteable a Bogotá, a unos

cuantos kilómetros de distancia del pueblo, la refaccionó

o reconstruyó completamente con la asistencia

profesional de una firma de ingeniería de la construcción

con sede en Miami USA, y allí estableció su sede y la de

los hombres a su servicio. Luego trajo a sus hermanos

menores Jorge e Iván.

Jorge había hecho un curso práctico de Desarrollo Rural

Integrado DRI en la granja experimental de Palmira,

ciudad cercana a Cali, e Iván acababa de concluir su

Servicio Militar Obligatorio en la quinta brigada. A Iván,

por sus dotes organizativas y contactos que acababa de

tener, le encargó la formación con algunos de sus

antiguos compañeros reservistas, el entrenamiento y

dotación completa del cuerpo de hombres armados que

irían a protegerlos a ellos y a sus inversiones. A Jorge, le

encargó la expansión agraria; primero hacia la cordillera

de Provincia, donde su padre tuvo la finca que debió

vender, donde introdujo forzosamente entre los

medianos propietarios agrícolas que aceptaron la

imposición de eliminar sus pequeños cafetales, la siembra

masiva de frutas para la exportación: curubas, moras,

granadillas, maracuyás y en la parte más alta de la

vertiente, fresones gigantes.

En nombre de su hermano Ricardo, Jorge amenazó, mató

y compró a las viudas, no solo esa parte de la vertiente

que conocieron cuando niños, sino que a continuación

Page 131: Cuentos de Provincia APS

diseñó un plan de expansión para comprar las tierras

llanas de más allá del rio, con el fin de transformarlas en

fincas productivas: ganaderías extensivas pero

tecnificadas, cultivos extensos de arroz, millo, ajonjolí,

soya y demás cereales y granos para la exportación, como

los que su hermano había fumigado años atrás. Criaderos

de búfalos importados de Trinidad-Tobago, caballerizas

de caballos árabes, andaluces y de paso colombiano y

sobre todo siembra de kilómetros enteros de palma

africana con toda la maquinaria para la extracción y

trasporte a Bogotá de tortas de aceite para la

exportación. En diez años hubo quien calculó que Ricardo

Chavarría tenía más de 20 mil cabezas de ganado y 120

kilómetros cuadrados sembrados en Palma aceitera

africana.

Los negocios se hicieron desproporcionados y evidentes a

los ojos de todos los habitantes de Provincia y la casa-

quinta de “la Loma” se convirtió en el centro político

administrativo del pueblo. Allí llegaban invitados o no,

solos o acompañados de bellas mujeres, a tomar café

tinto o ron añejo, políticos, comerciantes, negociantes,

cultivadores, exportadores y abogados de toda índole, el

comandante del batallón de Provincia y el de la Policía y

hasta el silencioso cura párroco, fue a solicitarle a Ricardo

una ayudita para la reparación del techo de la iglesia que

amenazaba ruina. Fueron los años de la bonanza.

Pero la situación en el país cambió súbitamente a causa

de un malentendido de dineros entre el señor Escobar de

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Medellín con el gobierno de Bogotá, volteándose

totalmente la situación. Había llegado la malanza o

desventura. Ricardo pretendió enfrentar las dificultades

bebiendo con mucha más frecuencia de lo habitual ron

añejo mientras escuchaba como un sonsonete

premonitorio la canción de moda “nadie es eterno en el

mundo”. Las visitas y reuniones en “la Loma” empezaron

a hacerse más escasas, sigilosas o encubiertas, entonces

Ricardo para mantener el ritmo de sus negocios en franco

declive, tomó la iniciativa dando orden a sus hermanos de

evitar cualquier enfrentamiento por pequeño que fuera,

con los militares o la policía, centrándose en reforzar con

sus hombres el control de toda la región; mientras él

viajaría a Santa Cruz de la Sierra en Bolivia en donde

pasaría desapercibido en casa de su amigo, en espera de

que el clima de los negocios mejorase en Provincia. Esa

era la situación en el pueblo cuando los tres hombres de

Ricardo vinieron a visitarme en el hospital.

Lo que a continuación siguió tuvo un desenlace

demasiado vertiginoso. Ricardo fue descubierto por las

autoridades de Bolivia y con expedientes antiguos fue

detenido y encarcelado en una cárcel de Cochabamba.

Nadie volvió a saber nada más de él. Parece que fue

acuchillado en una riña intencional entre reclusos.

Mientras tanto en Provincia, Iván dominado por una

codicia desconocida y una necesidad de ser el heredero

de todo, con sus hombres atacó en su propia casa a su

hermano Jorge dándole muerte.

Page 133: Cuentos de Provincia APS

Unos meses después, el ejército del batallón de Provincia

dio una muerte simple a Iván y, todos los bienes de la

familia Chavarría fueron incautados por el gobierno

nacional invocando la reciente ley de “extinción de

dominios”, mientras tanto, en el café de Pedrito en

Provincia y en algunos bares de la zona de “mate’mango”

aún se seguía oyendo la canción preferida de don Ricardo

“nadie es eterno en el mundo”. (29.08.2013)

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