cosas que los nietos deberian saber mark oliver everett

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Mark Oliver Everett, el llamado ‘KurtVonnegut’ del rock, líder y cerebrode Eels, banda que Bush II intentóprohibir por nociva —cosa que honraal menos a la banda— es hijo delfísico cuántico Hugh Everett, que seperdió en su propia y notableinterpretación de los universosmúltiples hasta que E, como tambiénse conoce al autor de este libro,encontró su cadáver. Así empezabaun ciclo de desgracias que culminaen una rara y preciosa autobiografíamusical. Y es que la desgraciasiempre dio mejores historias, y

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mejores canciones, sobre todo sison de Everett.

Un libro tan único como el género dela «dysfunctional-americana» que,según alguna enciclopedia y comose explica en el prólogo de estelibro, empieza y termina con eso quela cambiante formación de Eels hahecho a lo largo de tantos y tanimportantes discos. Y precioso,precioso porque es verdad y porqueconmoverá incluso al despistado queno sepa quién es este hombre. Yotro tanto hará por la infortunadaque no haya escuchado jamás undisco de la banda pero que,

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felizmente, aún está a tiempo.

Vista por encima, la historia separece un poco a muchas: chicointrovertido y maldito coge el virusde la música, se muda a LosÁngeles y, a fuerza de tenacidad yfortuna, consigue su primer contratodiscográfico. Pero que al mismotiempo no consigue escapar de esadesdicha que, como escribió unnovelista famoso, salva a algunasfamilias de ser iguales a todas.Aquí, sin embargo, hay humor (unhumor único, una “triunfante sonrisavencida”, en palabras de Fresán),aunque a la muerte del padre

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seguirán la de la madre, el mánagerde la banda y la tía azafata que ibaen uno de los aviones secuestradosel 11-S, además de la hermanaadorada y perturbada que se suicidapara acabar con la estirpe. O casi,porque E no nació hasta 1963 peroeste libro podrían leerlo sus nietos.Los que no ha tenido, aunque nosería del todo imposible que lostuviera, porque sigue vivo. Siguevivo, y precisamente de eso va estelibro.

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Mark Oliver Everett

Cosas que losnietos deberían

saber

ePub r1.0

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Hoshiko 03.04.14

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Título original: Things the GrandchildrenShould KnowMark Oliver Everett, 2008Traducción: Pablo Álvarez Ellacuría 2009Diseño de portada: Geninne D. Zlatkis

Editor digital: HoshikoePub base r1.0

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Para Liz,Hugh y Nancy,

dondequiera que estéis.

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La historia que se narra acontinuación es real. Los nombres y

el color de pelo de algunaspersonas han sido modificados.

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Música y letra (y otrasrevelaciones)

CERO Primero voy a hablar de unmúsico y de un disco (y de sus otrosdiscos) y después de un libro y de unescritor.

Y ambos —músico y escritor,disco(s) y libro— son la misma persona,la misma cosa, ¿de acuerdo?

UNO Mark Oliver Everett es el lídery compositor de la banda solipsistaEels.

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Y Cosas que los nietos deberíansaber (Things the Grandchildren ShouldKnow) es el cierre —epifánico y fóbicoy aleccionador track número 33, un totalde 93 minutos de duración, álbum doble— de Blinking Lights and OtherRevelations, editado en 2005.

Y como en Electro-Shock Blues yDaisies of the Galaxy, entre otros, lo quese busca y se encuentra allí dentro soncanciones felizmente tristes o máscanciones tristemente felices.

Se sabe que Everett (mejor conocidocomo «Mr. E», mejor conocido aúncomo «Mr. E o E a secas») no es un tipoprecisamente alegre.

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Pero también es cierto que su músicaproduce un raro optimismo iluminadorque, seguro, habría hecho las delicias deSeymour Glass si éste no se hubierasuicidado. Alguna enciclopedia definetodo esto como una forma musicalllamada dysfunction-alamericana odown lo-fi, que acaso empieza y terminaen lo que hace Everett en Eels.

Y, sí, todas y cada una de lascanciones de Eels piensan en una solacosa: estamos aquí, no fue fácil, no esfácil, nunca va a ser fácil, y falta menospara el final. Vitales canciones desdeeste lado del túnel que, se supone, tieneuna luz de muerte al final, pero vaya uno

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a saber.Mientras tanto y hasta entonces,

Everett nos confiesa que su pasatiempofavorito es imaginar cuánto tiempopasará entre su último aliento y elhallazgo de su cadáver.

Hagan sus apuestas.

DOS Blinking Lights and OtherRevelations puede ser considerado sindificultad la obra maestra de MarkOliver Everett hasta la fecha, y voy areferirme bastante a este álbum porqueBlinking Lights and Other Revelationspuede oírse como el soundtrack de estelibro más allá de que haya sido grabado

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antes.No importa.Aquí —ahí— está el sonido para

estas palabras. Esas melodíassofisticadamente sencillas, esa voz entrevieja y adolescente, pasajesinstrumentales perfectos para silbar,momentos más engañosamente up, esostítulos —«Marie Floating Over theBackyard», «Last Days of My BitterHeart», «Ugly Love», «Going Fetal»,por ejemplo— y, de pronto, elconvencimiento absoluto de que uno estáescuchando un standard instantáneo.Algo como «If You See Natalie». Algodestinado a armonizar los bares de hotel

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del planeta a esa hora en que a nadie eneste planeta se le ocurriría entrar a unbar de hotel.

Canción ésta y canciones todas queson como los capítulos de un libro quees éste que ahora tienen entre sus manos.

Y que suena exactamente así.

TRES Mark Oliver Everett comenzóa grabar Blinking Lights and OtherRevelations en 1997, un año después delmuy promocionado y apreciado debut dela banda, Beautiful Freak, paso siguientea los dos buenos discos solistas —AMan Called (E) y Broken Toy Shop—que Everett ya había grabado a

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principios de los años noventa y de losque hoy reniega.

Y está visto y oído que su gestaciónfue lenta y doméstica. Everett grabó,poco a poco, paso a paso, BlinkingLights and Other Revelations en elsótano de su casa, y volvía a él —descendiendo las escaleras de su pena ysus blues— cada vez que le sucedía algohorrible.

Y como le pasaban cosas espantosascon cierta preocupante frecuencia,bueno, Everett regresaba allí abajobastante seguido y sumaba canciones.

Y cuando escuchó el productoterminado, la discográfica no quiso

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saber nada del tema, de los temas, de lostracks.

Y no es que Blinking Lights andOther Revelations fuera muy diferente alos inmediatamente anteriores,Souljacker o Shootenanny alabados porla crítica y, por lo tanto, apreciados porlos ejecutivos del disco. Pero cabepensar que sus aires despojados, elproyecto de cuadernillo rebosante demelancólicas fotos familiares y laexplicación de Everett —con ese lookde unabomber recién bañado, perounabomber al fin— de que todo elasunto estaba inspirado en las «pausassilenciosas de las películas de Ingmar

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Bergman» debe de haber ahuyentado alos ejecutivos de la DreamWorksRecords, aun cuando la saltarina «HeyMan (Now You’re Really Living)»tendría que ser un hit radial siviviéramos en un planeta mejor (lo queno quita que su letra aluda a ese curiosoy eufórico estado de mente al que seaccede cuando se comprende de unabuena vez que uno nunca será como losdemás, léase: normal, no importa lo queeso signifique).

Así que Everett se lo llevó todo a lamucho más arriesgada Vagrant (pordonde ahora se pasean otros outsiderscomo Paul «The Replacements»

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Westerberg, que también graba en elsótano y la cocina de su casa) y todosfelices.

Y, ahora que lo pienso, es como si—de algún modo— este libro, Cosasque los nietos deberían saber fuera, porfin, la Piedra Rosetta que decodificarala Eels way of life and way of thinkingy, sobre todo, su way of feeling. Laexplicación y la descripción de unsonido, de una manera de sonar.

Cosas que los nietos deberían saberes un viaje al fondo de Mark OliverEverett.

Y es un fondo oscuro, sí.Muy oscuro.

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Más oscuro que un sótano.Pero, también, es un fondo oscuro

con lucecitas parpadeantes como las deun árbol de Navidad. Como el de eseárbol al final de esa película de finalfalsamente feliz llamada It’s aWonderful Life: título perfecto para unade esas perfectas canciones de Eelsdonde se nos recuerda,maravillosamente, que la vida no esmaravillosa, que vivir no es cosasencilla, pero que aún así…

CUATRO En alguna parte leí queBush II y Dick Cheney habían intentadoprohibir a Eels por considerarlo

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«nocivo para la juventud», por«deprimente», por su «usoindiscriminado de malas palabras» oalgo por el estilo.

En alguna otra parte leí que sonvarios los que consideran a Mark OliverEverett «un maldito»: alguien quecontagia una melancólica mala suerte(Everett visita la casa del difunto JohnnyCash y la casa arde hasta los cimientos alos pocos días), y por las dudas no seaniman a cruzar la calle con él.

Pero no estoy del todo seguro dedónde leí esas cosas.

Ahora, muchas de ellas, la verdadsobre todas esas leyendas urbanas marca

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Eels aparece, resplandeciente, en estelibro crepuscular, de puño y letra ynotas y voz del protagonista del asunto.

Ese asunto es, sí, la vida y la obrade Mark Oliver Everett.

De lo que sí me acuerdo a laperfección es que Eels tocó enBarcelona hace ya unos cuantos años —cómo pasa el tiempo…— y que fui averlo y que, a la hora de los bises y dehits como «Novocaine for the Soul» yesa casi versión sedada con morfina de«La Bamba» que es «Mr. E’s BeautifulBlues», Everett no volvió a salir y optópor enviar a su baterista Butch atocarlos y cantarlos.

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Y, como corresponde, sonaronfelizmente deprimentes.

CINCO Alguna vez teoricé —y másde una vez lo llevé a la práctica— queno había mejor música de fondo posiblepara leer lo nuevo de Douglas Couplandy releer lo viejo de Jerome DavidSalinger que cualquiera de los variosálbumes de Eels.

Ya saben, insisto: música triste perocálida, historias trágicas cantadas conuna triunfante sonrisa vencida, melodíasde cajita de música que se abre y secierra igual que ciertos ataúdes que yano volverán a abrirse y que, en llamas o

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bajo tierra, seguirán sonando en nuestramemoria.

SEIS Hacer un alto aquí y caminar—no correr— a escuchar otra vez«Something Is Sacred» o «PS: You RockMy World» y comprender a lo que merefiero apenas más arriba. Algo haceclick cuando se oyen, ¿no?

SIETE Y ahora —por fin, melódicajusticia poética— llega el momento enque la música de Eels se convierte en elsoundtrack perfecto para leer Cosas quelos nietos deberían saber, primer librode Mark Oliver Everett.

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OCHO ¡música rock! ¡muerte! ¡genteloca! ¡amor!, advertía el sticker circularpegado en la delicada portada fondogris, tipografía clásica, el grabado de unárbol perdiendo sus hojas de la ediciónbritánica y original de Cosas que losnietos deberían saber.

Y era verdad y no mentía.Todo eso y mucho más aparece ahí

dentro y buscar Eels en la Wikipedia y—en el desglose de la entrada— haytodo un ítem | apartado con el título de«Tragedias familiares».

Y, sí, Mark Oliver Everett estáfamiliarizado con la tragedia y para él la

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tragedia es algo muy pero muy familiar.Y cualquier seguidor de Eels lo sabe

y sabe que Everett vive para cantarlo:porque sus canciones están construidasen buena parte sobre la fúnebre saga delos suyos contemplada con una mezclade puro sentimiento y lógica científica.

Y el día que se filme la biopic deEverett, bueno, ahí está Wes Andersoncomo director perfecto.

NUEVE Y es que las tragediasfamiliares de Mark Oliver Everett sonmuchas, demasiadas.

Hermana depresiva y drogadicta ysuicida.

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Madre adorada que sucumbe a tumorinoperable.

Padre militar y científico y distante(tema de un reciente y brillantedocumental Parallel Worlds, ParallelLives, emitido por la BBC4) y con elque Mr. E siempre tuvo una relacióntraumática, al punto de confesar en sulibro que la vez que se sintió más cercafísica y afectivamente de él fue a sus 19años cuando intentó resucitarlo, en vano,golpeándole el pecho luego de quetuviese un ataque cardíaco.

Prima azafata —y su marido— quevolaban juntos en aquel avión que seestrelló aquel día contra aquel

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Pentágono (Jennifer se llamaba y, antesde subir para caer, le envió una postal aEverett desde el aeropuerto que decíaLA VIDA ES fabulosa).

Y, ya que estamos en el tema de lascaídas libres (ver el capítulo de su librodedicado a cómo nuestro héroe fuesucesivamente debilitado por elsupuesto sexo débil) sucesivas noviasque lo abandonan y una esposa rusa ydentista que un día lo deja sin anestesiay con la boca abierta.

Todo esto, claro, ya había sidocantado —más o menos codificado— enBeautiful Freak (1996), Electro-ShockBlues (1998), Daisies of the Galaxy

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(2000), Souljacker (2001), Shootenanny!(2003), en el ya mencionado BlinkingLigths and Other Revelations (2005) yen el flamante Hombre Lobo (2009); enlas revisiones Uve en Oh, What aBeautiful Morning (2000), Electro-Shock Blues Show (2002), el magníficoCD/DVD Eels with Strings: Live atTown Hall (2006); en los cromosdifíciles pre-Eels firmados por E, AMan Called E (1992) y Broken ToyShop (1993), donde ya hay temas contítulos como «Helio Cruel World»,«I’ve Been Kicked Around», «Fitting inwith the Misfits» y «Permanent BrokenHeart»; y en ese eslabón perdido (si lo

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ven o lo oyen, avisen por favor) que esel fantasmagórico y esquivo debut de1985, apenas cien copias, Bad Dude inLove, firmado por Mark Everett. Y yaque nos paseamos por aquí, está tambiénla esquiva figura de ese disc-jockeyapócrifo y doble personalidad à la Hydeque es MC Honky, responsable oirresponsable de This Is MC Honky!: I'mthe Messiah (2000).

Pero no importa el año o laencarnación o la siempre cambianteformación de la banda (E suele tenerproblemas con sus bateristas) o suscambios de humor y de sonido (he vistoa Eels tres veces en vivo y una vez fue

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pop, otra punk, y otra estuvo junto a undelicado ensamble de cuerdas); lo queimporta es la inamovible voluntad deentristecer con la tristeza hastaconseguir en el oyente una rara forma deeuforia.

Everett —tal vez el único herederodigno y posible de alguien como RandyNewman dentro del panorama musicalnorteamericano— ha conmovido yemocionado desde que casi todos loescucharon por primera vez en eseagónico pero catártico «Novocaine forthe Soul» hasta la descorazonadora peroaún así consoladora de «I'm Going ToStop Pretending that I Didn't Break Your

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Heart».Y la leyenda continúa y el cómo y el

porqué de todas las canciones entre unoy otro extremo se revisitan en las dosantologías (impagables los comentariosde Everett a cada una de las canciones,precedidos por ensayos de Giles «Hijode George» Martin y de Mark Edwards)y se explica en este libro de memoriasque poco y nada se parece a la memoirhabitual de la pop star de turno. Y queestá a la misma altura —por su candorconfesional así como por sus modalesnerviosos— que lo que en su momentohicieron con la narración de sus vidasgente como Ray Davies y Bob Dylan.

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Y es el mismo Everett —apadrinadopor Pete Townshend y definido como«el Kurt Vonnegut del rock» por RollingStone— quien se ríe de la cuestión ya enlas primeras páginas cuando dice:

Ya que estamos, ¿qué clasede ego hace falta tener paraescribir un libro sobre tu vida ypensar que le puede interesar aalguien? ¡Uno enorme! Pero notan grande para pensar que fuicreado a imagen y semejanza deDios. A no ser que Dios sea unectomorfo peludo y de hombroscaídos (y no quiera Dios que me

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olvide de usar la omnipotente«D» mayúscula). Sé también queno soy el tío más famoso delmundo. La gente no lanzarumores sobre hámstersatascados en mi recto, ni nadapor el estilo. Hay quienes estánconvencidos de que hesaboteado voluntariamente micarrera con algunas de misdecisiones «profesionales», perono es así. Nunca he querido serfamoso por el simple gusto deser famoso. Me propuse haceralgo bueno en este mundo, lomejor que pudiese, y ese es el

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único objetivo. Vamos, que hagosólo lo que quiero hacer ydedico una cantidad de tiempoenorme a decir que no a lasestupideces que me piden quehaga y que sé que no meconvienen. No soy un tío famosode verdad, y esos son los quesuelen escribir libros sobre susvidas, pero aun así he pasadopor unas cuantas situaciones y hedecidido que ha llegado elmomento de ponerlas porescrito. Ésta no es la historia dealguien famoso. Es solamente dela vida de un tío (uno que

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además se ve de vez en cuandometido en situaciones similares alas de la vida de un tío famoso).Ponerse a hacer esto tiene unacarga inherente de EGO, de QUÉIMPORTANTE SOY, que mehace sentir incómodo. Pero nome habría puesto a ello si nocreyese que la mía es unahistoria bastante peculiar. Nosoy tan importante. Gracias a laeducación que recibí, ridícula,trágica a veces y siempreinestable, me fue concedido undon, el de una inseguridadabrumadora. Una de las cosas

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que se le nota enseguida a lagente con problemas mentales esel ensimismamiento continuo.Creo que se debe a que tienenque esforzarse por ser quienesson y les cuesta muchísimo irmás allá. Yo no soy laexcepción. Pero afortunadamentehe encontrado la manera dehacerme frente a mí mismo y ami familia tratándolo todo y atodos como un proyecto artísticoen constante renovación paradisfrute de todos vosotros.¡Disfrutad! ¡De nada!

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Y recuérdenlo: Everett bautizó Eelsa su banda para que en las tiendas susdiscos se ubicaran automáticamente acontinuación de sus proyectos ensolitario.

Everett, por supuesto, se olvidó deque existía otra banda bastante conociday llamada Eagles.

DIEZ Y la sorpresa no es que Cosasque los nietos deberían saber haya sidoun best seller en Inglaterra, donde fuerecibido como el mejor libro deautoayuda que no intenta ayudar a nadiepero que lo consigue casi sinproponérselo. Porque Cosas que los

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nietos deberían saber trata de cómotriunfar en el panorama musical sin poreso tener que venderse y, también, de loque se siente esa inolvidable y definitivamañana en la que, cepillándote losdientes frente al espejo del baño,descubres que tu rostro se ha convertidoen el rostro de tu padre.

Y que te mira —te miras—fijo y a los ojos.

Y que, de algún modo, loentiendes todo y te comprendesdel todo.

Por fin, al fin.

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En una reciente entrevista, MarkOliver Everett explicó que, habiendoagotado el tema de su familia en verso yen prosa, ahora se veía en la rarasituación de tener que salir a buscarnuevo material.

«Supongo que tendré que encontrarotra familia sobre la que escribir», dijo.

Y agregó: «Dentro de cuarenta añostengo planeado escribir el segundovolumen de mis memorias y, si todo vabien, mi objetivo es que sea un libroverdaderamente aburrido».

No sé por qué, pero algo me diceque tal vez haga lo primero pero

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difícilmente logre lo segundo.Sus nietos jamás se lo perdonarían.Nosotros tampoco.«No todo es bueno y no todo es malo

| No creáis en todo lo que leéis | Yo soyel único que sabe cómo es | Así que hepensado que mejor os los cuento | Antesde irme», canta Mark Oliver Everett alfinal de «Things the GrandchildrenShould Know», en Blinking Lights andOther Revelations.

Y aquí cumple su palabra, y su letray su música.

Ahora, a cepillarse los dientesmientras se lee este libro.

Ahora, a mirarnos leyendo.

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Ahora, por fin, a vernos.Aquí estamos y sí, están tocando

nuestra canción, nuestras canciones.Leámoslas para oírlas sonar.

Así suenan.Suenan tristes, pero suenan tan bien.Crean en todo lo que van a leer aquí.De verdad.

Rodrigo Fresán

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1. El verano del amorConducía por la negrísima noche de

Virginia sobre la cinta de asfaltoperfectamente plana que en otra épocahabía ocupado la vía del tren. Cuandollegué al puente elevado que cruza lacañada, me puse a pensar en los detallesde la noche en la que acabaríadespeñándome por él. Estabaconvencido de que no viviría hastacumplir los dieciocho, y por eso no mehabía molestado nunca en hacer planesde futuro. Los dieciocho habían llegadoy pasado hacía un año, y yo seguíarespirando. Y las cosas iban a peor.

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Verano de 1982. Ese calorrepugnante, húmedo, pegajoso con elque la espalda de la camisa se empapacon solo salir a dar una vuelta con elcoche. Al novio de mi hermana Liz se lecruzaron los cables una noche en lacocina de casa y me atacó con uncuchillo de carnicero. Poco después, Lizintentó suicidarse, la primera de unalarga lista de tentativas. Se tragó unpuñado de pastillas. El corazón se leparó justo cuando llegábamos alhospital, pero consiguieron reanimarla.

Poco después de todo aquello, Liz ymi madre salieron de viaje para ir a vera unos parientes y yo encontré el

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cadáver de mi padre, tendido de ladosobre su cama, vestido como siemprecon camisa y corbata y con los piesrozando el suelo, como si simplementese hubiese sentado para morir, a suscincuenta y un años. Intenté aprendercómo se practica la reanimación cardio-respiratoria con la operadora delservicio de emergencias mientrascargaba con el cuerpo ya rígido de mipadre por el dormitorio. Se me hacíararo tocarle. Que yo recordase, era laprimera vez que teníamos contactofísico, si exceptuamos alguna que otraquemadura de cigarrillo que me habíallevado al intentar escurrirme por su

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lado en el estrecho pasillo.Pensaba que saltar del puente con el

coche sería la mejor manera de afrontarla desoladora y agobiante sensación deser yo. Melodramática manera dequitarse de en medio, ¿no? Es que era uncrío. Más adelante, lo habitual era queme imaginase usando una pistola, que noes tan espectacular como tirarte encoche por un puente de tu pueblo. Sepuede hacer un seguimiento de midesarrollo a partir de estos datos. Másrecientemente he pensado a menudo enlas pastillas. El melodrama es para loschavales. Ahora soy un hombre maduro.

Hacia finales del verano (que yo

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había empezado a llamar ya «el veranodel amor») me fui de casa por primeravez con mi Chevy Nova dorado del 71.El coche, al que yo había bautizado«Oro Viejo», y cuyo suelo oxidadohabía sido substituido por una señal deSTOP, se lo había comprado por cienpavos a la rubia buenorra de mi primaJennifer, que años más tarde moriría abordo del avión que se estrelló contra elPentágono el 11 de septiembre de 2001.Era azafata. Aquella mañana habíaescrito desde el aeropuerto de Dullesuna postal en la que podía leerse engrandes letras LA VIDA ES GENIAL.

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Mi padre trabajaba en elPentágono en la época en la queyo nací. Si fuese de los quecreen en las maldiciones mepreguntaría si el avión chocócontra el ala del edificio en laque estaba la oficina de mipadre. Pero no creo en lasmaldiciones. La vida tiene susaltibajos. A lo largo de mi vidaha habido situaciones extremas,pero si tenemos en cuenta que nohe tenido nunca un plan y casinunca la autoestima necesariapara salir adelante, las cosaspodrían haber salido mucho

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peor. Me limito a ir por ahí y verqué pasa en cada momento.

No sé qué sucede cuando morimos, yno cuento con descubrirlo antes depalmarla. Seguramente no pasa nada,pero nunca se sabe. De momento sigovivo, y he acabado por entender quealgunos de los peores momentos de mivida han desembocado en algunos de losmejores, así que no soy de los quedevora con avidez el melodrama ajeno.Cada día es cada día, y punto.

Se me hizo raro dejar a mamá y a Lizen casa, pero había llegado el momentode salir de allí. Hacía tiempo que me

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había convertido en el hombre de lacasa, visto que nadie más dictaba lasleyes, y la muerte de mi padre apuntalódefinitivamente mi posición. Pero sabíaque si no salía pronto de allí quizá nollegase a escapar nunca.

Por muy raras que se pusiesen lascosas, siempre fui capaz de aislarme enmi cuarto del sótano (paredes pintadasde negro) leyendo El hombre invisiblede Ralph Ellison y escuchando a todotrapo con los auriculares puestos Live atLeeds de The Who, Plastic Ono Band deJohn Lennon, o lo que fuera que meflipase ese año. Incluso en aquella fasetan terrible del Verano del Amor era

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capaz de escapar a todo al volante deOro Viejo, contemplando la puesta desol mientras escuchaba a Sly Stonecantar «Hot Fun in the Summertime» através del radiocassette cutre quellevaba pegado con cinta adhesiva alsalpicadero.

Llegué hasta Richmond y mematriculé en la uni. No me interesabaestudiar, pero parecía algo que todo elmundo hacía y yo no tenía otros planes.Mis notas en el instituto habían sidopésimas como consecuencia de miabsoluta falta de interés, de modo que enla uni me aceptaron sólo a tiempoparcial. Me sentía completamente solo y

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miserable.Una noche pasaba por al lado de uno

de los edificios del campus y oí unospianos. Entré y descubrí que se tratabadel departamento de música de launiversidad. A mí no me interesabaestudiar música en aquel plan, pero memoría por tocar algo, lo que fuera, asíque empecé a colarme de día y de nocheen las salas de prácticas de piano,siempre preocupado por que mepillaran, ya que no tenía permiso paraestar allí dentro. Eran los únicos ratosen los que me sentía bien, aporreandolas teclas e inventándome cancioncillassobre la marcha. A veces imaginaba a

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una pila de gente que escuchaba lo queestaba tocando y le gustaba. Hubo otranoche en la que estuve tocando con tantoabandono que rompí una de las cuerdasgraves de un piano, que restalló como untiro. Salí corriendo del edificio para nometerme en un lío.

Cada vez me hundía más en ladesesperación. No me interesabaninguna de mis clases. La única vía deescape era la música. Empecé a sentiralgo que casi podría describirse comoansia de escribir y grabar música.Caminaba atontado por las calles deRichmond mientras soñaba conrecuperar el piano de mi madre y

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hacerme con una grabadora y unmicrófono.

Mira que han pasado años, pero haynoches todavía en las que me siento apensar en la época en la que era jovende verdad y lo bien que me sentíacuando todo iba bien aún y todosestábamos en casa: mi padre leyendo elperiódico, Liz dale que dale con NeilYoung en su habitación, mi madreriéndose con su risita bobona de algoque tampoco es que tuviese tantagracia… Cuando pienso en lo que sentíaal vivir en medio de todo aquello, meacomete un anhelo irrefrenable y estaríadispuesto a dar cualquier cosa por poder

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volver a pasar una noche en esa época.

La vida está llena dehermosuras impredecibles ysorpresas extrañas. A veces, labelleza me supera y no sé cómoafrontarla. ¿Conoces lasensación? ¿Cuando algo esdemasiado hermoso? ¿Cuandoalguien dice algo o escribe algoo toca algo que te conmuevehasta las lágrimas, o que llegaincluso a cambiarte? Está biencuando un no creyente tiene quecuestionar sus propias dudas.Quizá fuera eso lo que me

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condujo de entrada a la música.Parecía magia. Bastaba conañadir música y ya era capaz detrascender la lamentablesituación de mi entorno, yconvertirla incluso en algopositivo.

Puede que no me guste tanto la gentecomo al resto del mundo. Parece que laraza humana está enamorada de símisma. ¿Qué clase de ego hace faltapara llegar a creer que has sido creado aimagen y semejanza de Dios? A ver,sacarse de la manga eso de que Diostiene que ser como nosotros… por

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favor. Stanley Kubrick lo expresó muybien: el descubrimiento de vidainteligente fuera de la Tierra seríacatastrófico para el hombre por elsimple motivo de que ya no seríamoscapaces de considerarnos el centro deluniverso. Supongo que me estoyconvirtiendo poco a poco en uno de esosviejos cascarrabias que creen que losanimales son mejores que las personas.También es verdad que de vez encuando hay gente que me sorprendepositivamente y acabo inclusoenamorándome de ella, así que… Es loque hay.

Ya que estamos, ¿qué clase de ego

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hace falta tener para escribir un librosobre tu vida y pensar que le puedeinteresar a alguien? ¡Uno enorme! Perono tan grande como para pensar que fuicreado a imagen y semejanza de Dios. Ano ser que Dios sea un ectomorfo peludoy de hombros caídos (y no quiera Diosque me olvide de usar la omnipotente«D» mayúscula). Sé también que no soyel tío más famoso del mundo. La genteno lanza rumores sobre hámstersatascados en mi recto, ni nada por elestilo. Hay quienes están convencidosde que he saboteado voluntariamente micarrera con algunas de mis decisiones«profesionales», pero no es así. Nunca

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he querido ser famoso por el simplegusto de ser famoso. Me propuse haceralgo bueno en este mundo, lo mejor quepudiese, y ese es el único objetivo.Vamos, que hago sólo lo que quierohacer y dedico una cantidad de tiempoenorme a decir que no a las estupidecesque me piden que haga y que sé que nome convienen. No soy un tío famoso deverdad, y esos son los que suelenescribir libros sobre sus vidas, pero aunasí he pasado por unas cuantassituaciones y he decidido que ha llegadoel momento de ponerlas por escrito. Éstano es la historia de alguien famoso. Essolamente la vida de un tío (uno que

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además se ve de vez en cuando metidoen situaciones similares a las de la vidade un tío famoso). Ponerse a hacer estotiene una carga inherente de EGO, deQUÉ IMPORTANTE SOY, que me hacesentir incómodo. Pero no me habríapuesto a ello si no creyese que la mía esuna historia bastante peculiar. No soytan importante.

Gracias a la educación que recibí,ridícula, trágica a veces y siempreinestable, me fue concedido un don, elde una inseguridad abrumadora. Una delas cosas que se le nota enseguida a lagente con problemas mentales es elensimismamiento continuo. Creo que se

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debe a que tienen que esforzarse por serquienes son y les cuesta muchísimo irmás allá. Yo no soy la excepción. Peroafortunadamente he encontrado lamanera de hacer frente a mí mismo y ami familia tratándolo todo y a todoscomo un proyecto artístico en constanterenovación para disfrute de todosvosotros. ¡Disfrutad! ¡De nada!

Por otra parte, y teniendo en cuentala historia de mi familia, es muy posibleque el ecuador de mi vida haya quedadoatrás hace ya algún tiempo. Por eso creoque quizá sea mejor escribir todo estoahora, por si resulta que no escapo a lanorma. No quiero ir posponiéndolo

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mucho más tiempo.Por lo visto hay varias maneras de

enfocar este asunto. Podría escribir enplan «poético». Algo así:

De pie frente al porche, fuiconsciente del penetrante olor dela hierba recién cortada. Podíatambién oír el quedo zumbido delos cortacéspedes por todo elvecindario. El aireacondicionado descargaba sobremí, y yo, entretanto, esperaba.Mary bajó al fin. Nunca llegué aentrar en la casa. Rompióconmigo allí mismo. Regresé a

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casa acompañado por el canto delas cigarras, ajenas a mi dolor.

O podría incluso darle otra vuelta detuerca y hacerlo verdaderamente florido.Tal que así:

A lo lejos se entreoye eltenue zumbar de las segadoras.Mozos bronceados y de pechoslampiños sudando al sol,entregados a una última ygenuina actividad física antes decargar con sus petates rumbo aYale o a Brown. Puedo oír lospasos de Mary al bajar las

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escaleras, titubeante. Tengo ungrillo (no, un saltamontes) juntoal zapato. No sé qué es lo queMary siente por mí, pero estechiquitín sí ve lo que realmentesoy Conectamos por un instante,y luego se aleja de un brinco.Ahora estoy solo. Aparece Mary.Va a romper conmigo, puedoverlo en su rostro. Está a puntode tomar el amor desatado yabsolutamente incondicional quele he ofrecido para estrellarlocontra el suelo, donde sedesintegra en miles de añicosinservibles. Me hago a la idea.

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Me hago a la idea. (Fin delcapítulo).

O bien podría ser sincero contigo.Algo así como:

Un día de julio fui a casa deMary a pasar con ella un rato.Me abrió la puerta, pero nollegué a entrar nunca. Rompióconmigo en el porche de laentrada.

No quiero malgastar tu tiempo conñoñerías ni chorradas, así que porrespeto a ti, dilecto lector, me ceñiré al

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estilo más directo.Nunca me interesó llevar un diario.

Bastante tenía con intentar vivir la vida,de modo que nunca escribí uno.Tampoco me sentía con ánimos derevivir buena parte de mi vida. Pero esoes precisamente lo que me hizo ilusióncuando mi amigo Anthony me rogó pormilésima vez que escribiese un librosobre mi vida. Llevo dentro unmecanismo extraño que se activa cuandocreo que algo queda fuera de mialcance: sé entonces que tengo quellegar hasta ello. Aunque suponga volvera procesar todo lo que mi selectivamemoria es capaz de recuperar.

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En primaria fui un niño esmirriado yde pelo largo al que a menudoconfundían con una chica y que siempre,siempre era el último o el penúltimo ensalir escogido en los equipos de deporteescolar. Ahora soy un hombre adulto quepasa la segunda mitad de su primeracrisis de la mediana edad oculto trasguardias de seguridad que intentanprotegerle durante sus conciertos delacosador desquiciado de turno.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

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2. Qué tiemposaquellos

Calla o muere

Soy hijo de un humilde mecánico.De alguien dedicado a la mecánica,vaya. A la mecánica cuántica. A mipadre, Hugh Everett III, autor de lateoría de los universos paralelos, loconocí siempre como un hombre calladodurante los dieciocho años o así queconvivimos en la misma casa. Por lovisto, vivía deprimido por una infancia

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infeliz y por haber sido siempredespreciado como un chalado, y porquesólo muy tarde (demasiado tarde) sehabía reconocido su genio. Heaprendido mucho sobre él tras sumuerte, a través de libros y revistas,mucho más de lo que podría haberaprendido nunca del centenar de frasesque me dirigió durante aquellosdieciocho años.

El padre de mi padre era el coronelHugh Everett Jr., del ejércitoestadounidense. Un tipo imponente, alto,calvo como una bola de billar y con unabarbita de chivo minuciosamenterecortada sobre el mentón. Como

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abuelo, fue un vejete encantador que mellevaba a ver pasar los trenes porBerryville (Virginia), la ciudad en laque vivía. De vez en cuando nosencerraba a mi hermana y a mí en elcentenario armario de los abrigos,apagaba las luces y anunciaba que unfantasma llamado «el gran Gazunk»estaba a punto de aparecérsenos. Habráquien diga que aquello era un maltratoterrorífico, pero yo lo recuerdo comoalgo divertido. Pero en los añoscuarenta, mi abuelo obligó a mi padre air a una academia militar, algo que mipadre aborreció. El coronel se empeñóademás en llamar siempre «Pudge[1]» a

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mi padre, que tenía propensión a lacorpulencia. Tanto de niño como a lolargo de su vida adulta, mi padre fuesiempre «Pudge» para su padre. Es algoque presencié muchas veces. Magníficamanera de generar autoestima. Comollamar a una hija coja «muñoncito».Bueno, quizá no tan bestia, pero aunasí… bastante bestia.

La madre de mi padre era KatharineKennedy, poetisa con un historial deproblemas mentales. Cuando mi padretenía sólo ocho años el coronel Hugh yKatharine se divorciaron, algo que enlos años treinta no era nada común. Mipadre nunca tuvo una buena relación con

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su madre, y nunca sintió mucha simpatíapor ella.

No me extraña que Pudge no hablasemucho. Era hijo único, muchísimo másinteligente que los macacos que teníaalrededor: a sus trece años manteníacorrespondencia con Albert Einstein yelaboraba conceptos inauditos sobre elhecho de que todo lo que puede sucederen este mundo está sucediendo en algúnlugar. Mientras, su madre loca eraalguien ajeno a su vida y su padremilitar le llamaba gordo. Creciódetestando la autoridad.

Katharine estuvo recluida en unsanatorio durante algún tiempo y murió

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poco después de nacer yo. En labuhardilla encontré un libro con suspoemas, titulado Música de la mañana.Copio parte de un poema titulado Éstafue la visión, publicado en 1937, cuandomi padre tenía siete años:

De pronto hubo música:escuché; oíalgo borroso bajo la cadencia,algo desesperado y lejano y fiero y

dulceque llamaba…algo cercano al núcleo de la Vida:Vi vida en un mosaico, en dibujos

como rosas

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lanzadas nota a nota hacia unaCara…

bajo los acordes,tendida hacia mí entre las notashabía algo que latía, relativo a alas

y espacios,algo ligero y generalizadory de patrón seguro.

El coronel Hugh consideraba que lamejor manera de criar a un muchachoera echarle al agua y dejar que nadase ose ahogase. Literalmente, en el caso demi padre: lo tiró al lago para obligarle aaprender a nadar. Por los motivos quefueran, mis padres decidieron que la

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teoría pedagógica de «o nadas o teahogas» también sería buena para sushijos. Ni a mi hermana ni a mí nosdictaron reglas. De nosotros se esperabaque aprendiésemos a hacer las cosas porlas malas: haciéndolas. Evidentemente,todos sabemos ahora que esa es una ideade locos, una muy mala idea. Los niñosnecesitan que les pongan algún límite.Un exceso de reglas no es bueno, pero laausencia total de reglas también tienetela. Si a los niños no les dejan serniños, se convierten en pequeños adultosdurante su infancia… y en adultosaniñados de mayores. Ha de ser alrevés.

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Mi padre conoció en Princeton a mimadre, Nancy Gore, una morena guapa yesbelta de ojos castaños; él estudiabaallí, ella era secretaria. Ella habíanacido en Amherst (Massachussetts), yera la más joven de tres hermanos. Supadre, Harold Gore, era entrenadoruniversitario de baloncesto y organizabaun campamento de verano en Vermontllamado Camp Najerog, que era elnombre de mi abuela Jan Goredeletreado al revés, más o menos.

Creo que está en el Hall of Fameuniversitario, o en una lista de esas.

Mi padre y mi madre se casaron y setrasladaron a Alexandria (Virginia). Mi

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hermana, Liz, nació en 1957. A mi padrelo de los niños no le iba nada, pero quenada, así que todo lo que tuviese que vercon la prole recayó sobre mi madre.Pocos años después intentó tener otroniño pero lo perdió. Así de cerca estuvede tener un hermano gemelo muerto,como Elvis. Aunque yo nunca le pusenombre ni pasé noches en vela hablandocon él.

Para cuando aparecí yo, en 1963, mihermana, que era una rubia monísima ala que se le perdonaba cualquier cosa,tenía ya seis años y muy posiblementeestuviese ya muy tocada de tantohundirse y nadar, pero sobre todo de

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tanto hundirse. Todos los líos en los queyo me pude meter más adelante nollamaban demasiado la atención despuésde todas las barbaridades que ella hizo.De ella lo aprendí todo.

El primer recuerdo que tengo escaerme por las escaleras en nuestra casade Alexandria y ver que mi padrelevantaba la vista del diario. Se parecíaa Orson Welles. La misma perilla, lafrente despejada, la cabeza y el cuerporedondeados. Fumaba tres paquetes deKent al día, siempre con una pequeñaboquilla que sostenía entre unos dedosde uñas excepcionalmente largas.

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Cuando cumplí dos años nostrasladamos a una urbanización nuevaconstruida en una antigua explotaciónagrícola de la Guerra Civil en Mclean(Virginia), en lo que pronto sería uncreciente suburbio a las afueras deWashington DC. Mi padre trabajabaentonces en el Pentágono y era uno delos «geniecillos» (así los llamaban) deRobert McNamara. Después de que suposible genialidad hubiera quedadodescartada tras una desastrosa cumbreorganizada en Copenhague, necesitabaun trabajo de verdad y la guerra deVietnam pagaba bien. En el sótanoteníamos un teletipo que constantemente

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imprimía comunicados del Pentágono.El sótano estaba también atestado decajas de comida liofilizada y de armas.No estoy seguro de qué es lo queesperaba mi padre, pero el saber quetenía contactos muy directos y que habíaoptado por prepararse para elApocalipsis no me hacía sentirprecisamente seguro.

Estábamos a mediados de la décadade los sesenta, y la gente empezaba atener ideas bastante peregrinas. Mipadre desde siempre se había pirradopor las ideas y los aparatos nuevos, ypor eso éramos siempre los primeros entener las últimas novedades, como el

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microondas o el reproductor de vídeo.Por desgracia, los primeros aparatoseran siempre los peores. Nadie sabíatodavía cómo hacerlos bien. Aúnsospecho que aquel mamotreto quellamábamos microondas irradiabamierda cancerígena por toda la casa.

Nuestra casa estaba todavía a medioconstruir cuando nos mudamos. Laurbanización consistía en unas cuantascasas de muestra, y el prototipo denuestra casa tenía un sótano, una plantabaja y un piso superior. En la partetrasera de la planta baja había una salaque los propietarios podían convertir enuna pequeña sala de baile | fiestas o en

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una minúscula piscinita. Era una de esasideas de bombero de los sesenta, y todoslos vecinos con dos dedos de frenteoptaron por la sala en sus casas, pero mipadre prefirió la piscina, cómo no, queera diminuta y ridícula y que con eltiempo causó muchos problemas.Podríamos haber aprovechado elespacio para algo más práctico, pero lamía no era una familia práctica. Éramoslos raros del vecindario, eso seguro. Nohabía padres como el mío. El resto depadres jugaban a fútbol con sus hijos,dirigían equipos infantiles de béisbol,organizaban barbacoas, etc… El míovivía sentado.

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Vivíamos a escasos kilómetros de laCIA, y nuestros vecinos eran una curiosamezcla de espías de la CIA,diplomáticos extranjeros y funcionariosdel gobierno. Luego estaba la gente deVirginia, los garrulos que habíancrecido allí y la comunidad negra quellevaba establecida más de un siglo enla zona. Una de las casas nuevas denuestro vecindario había sido construidafrente al cementerio de su iglesia, queestaba plagada de viejas lápidas connombres como GEORGEWASHINGTON y ABRAHAMLINCOLN cincelados sobre ellas.

Durante los años que vivimos juntos,

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mi padre fue siempre una presenciaconstante en la mesa del comedor:garabateando anotaciones físicasaparentemente desquiciadas sobrecuadernos amarillos, leyendo elperiódico, bebiendo gin-tonics yfumando Kent. Luego se trasladaba alsalón y veía las noticias y se quedabaamodorrado en el sillón, siempre en lamisma postura, boca abajo con unapierna colgando sobre el respaldo delsofá, con lo que los chavales delvecindario que espiaban por la ventanaluego podían meterse conmigo porquemi padre «se tiraba» el sofá. Roncabamucho. Mi madre y Liz se turnaban en

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darle codazos y en darle la vuelta paraque dejase de roncar. Pero no habíamanera; lo único que podíamos hacerera subir el volumen de la tele hasta queera posible oír a Walter Cronkite a unamanzana de distancia.

Mi padre era tan poco comunicativoque yo pensaba en él como parte delmobiliario, algo que estaba ahí, sin más.En las escasas ocasiones en las que seanimaba resultaba fascinante para mihermana y para mí. Era algo muy pocofrecuente y totalmente inesperado.Teníamos un viejo gato siamés llamadoTut que estuvo enfermo durante años(por culpa del microondas, seguro) y

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que se pasaba el día maullando demanera espantosa. Mi padre no parecíadarse cuenta de ello, como tampoco eracapaz de darse cuenta de nada. Pasaronunos cuantos años, y llegó un día en elque el gato maullaba como de costumbrecuando mi padre levantó la vista deldiario y muy sereno dijo: «Cállate».

Liz y yo nos miramos. El gato siguiómaullando quejicoso desde la habitacióncontigua, y mi padre subió un poco eltono de voz.

—Que… te… CALLES.Estábamos fascinados. ¡Había

hablado! ¡Había algo que le afectaba! Elgato siguió a lo suyo. De repente, a mi

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padre se le enrojeció la cara y unamirada demente cruzó por sus ojos. Tiróel periódico sobre la mesa, se levantóde un salto de su silla y con vozestentórea y enajenada dijo:

—«¡CALLA… O MUERE!».

Aquel exabrupto nos encantó a Liz ya mí, en parte por lo novedoso y en partepor lo exótico y emocionante de ver alviejo expresar emociones. «Calla omuere» se convirtió en una de nuestrasexpresiones privadas durante muchotiempo. Lo de las frases privadas eraalgo muy nuestro. Otra de nuestrasfavoritas era «¿dónde coño está el

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Newsweek?», nacida en otro arranquede genio. Liz y yo procurábamos quefrases de ese tipo fuesen longevas, yalgunas de ellas sobrevivieron durantevarios años. Incluso la manera en quetratábamos a nuestros padres acabósiendo cosa de chiste. Empezamos allamarles «padre» y «madre», así, a lopijo, solo para echarnos unas risas, yacabamos manteniéndolo durante años.Al final optamos por la versión opuesta,«ma» y «pa», y con esos nombres sequedaron durante el resto de sus vidas.

De pequeñito yo estaba enamoradode mi madre, y vivía obsesionado con

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sus pechos. Ya está, ya lo he dicho.Años más tarde aprendí durante unaterapia que esta confesión en realidadseñala una de las cosas más normales detoda mi educación. Mi madre era muyinfantil para según qué cosas y parecíavivir su vida para ayudar en lo quepudiera a los demás. Pero su familia erade Nueva Inglaterra, y la habían educadopara no mostrar sus emociones; enconsecuencia, a veces podía serinvoluntariamente cruel y excesivamentecrítica. También era proclive a súbitosataques de llanto que me hacían sentirindefenso. Para mí resultaba muy difícil,porque me hacía falta una madre, y a

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raíz de aquello me sigue haciendo faltauna (no se preocupen, señoras, ya sé queno puede ser, y lo he aceptado). Amedida que me hacía mayor, empecé aver a mi madre cada vez más como unahermana o una hija.

No hay nada comparable a laindefensión y la confusión que sentía enlos días de llantinas, como un día queestaba pasando el aspirador por elsalón. Creo que yo tenía por entoncestres o cuatro años y estaba por allí cercasentado en el suelo jugando con unoscochecitos. Que yo recuerde no pasónada especial, pero de repente apagó elaspirador, tiró la boquilla al suelo y se

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puso a llorar. Subió por las escalerasaullando palabras ininteligibles entrelágrimas y con un chillido que retumbóen mis oídos se encerró con un portazoen su habitación. Cosas así.

Pero luego, a los pocos días, tropecécon el cable del flamante tren eléctricoque acababa de montar y las vías yvagones salieron volando en todasdirecciones. Rompí a llorar y salícorriendo de la habitación. Mi madrellegó a toda prisa desde la cocina y medetuvo. Me tomó de la mano con toda laternura del mundo y me llevó de nuevo adonde estaba desperdigado el tren.Empezó a recoger las piezas de la vía y

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me dijo: «No te preocupes. Esto va aquí.Y esto aquí. Verás como loreconstruimos».

Tenía la mala costumbre de mirarmesiempre con aire de desaprobación, y sia alguien le gustaba algo de lo que yohacía, soltaba cosas como «¿y a ese quéle pasa?», pero me quería. Lo digo enserio, me quería mucho, tanto comosabía. Casi nunca sabía hacer de madrecomo Dios manda, pero me queríamuchísimo a su manera. Me hacía sentirverdaderamente especial, y es muyposible que ése sea uno de misprincipales problemas ahora. Una vez tehan adiestrado para ser especial no te

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sientes cómodo no siéndolo. No me dioese amor demente e incondicional que lamadre de Frank Sinatra le daba a Frank(en plan «mi hijo es lo mejor de estemundo», para entendernos); siemprehabía condidonantes, y yo no siempreera para ella lo mejor de este mundo,pero saltaba a la vista que yo era suhombrecito, ¿sabéis lo que quiero decir?

Entre ella y mi padre, nunca tuve laimpresión de que en casa hubiesealguien con autoridad, alguien cuerdo.Sé que me sentía solo y responsable demi propio destino, por muy pocainfluencia que tuviese yo en él. Ningunode nuestros padres hablaba directamente

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o en privado con nosotros de nadaimportante. La soledad es algo que nosinculcaron.

Mis padres tenían uno de esos«matrimonios abiertos» de los setenta.Yo no era consciente de ello en aquelentonces. La discreción se les daba bien.Me enteré mucho más adelante, cuandomi madre y yo mantuvimos variasconversaciones a corazón abierto.¿Quién habría podido imaginar queaquel tipo tan callado de la mesa delsalón tenía una vida social, y además deese tipo? Me imagino qué pasaríadespués de que yo me hubiese ido a lacama. Supongo también que sería algo

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ocasional, una aventurilla aquí y allá,tanto por parte de él como de ella. Peropermanecieron juntos hasta que lamuerte los separó. No sé si habéis vistoLa tormenta de hielo. Posiblementequisiesen ser modernos, adaptarse a lostiempos. Mi madre había pegado en suVega azul una pegatina en la que se leíaNORML (creo que se refería a lalegalización de la maría). Mi padreconducía un Cadillac de segunda manocon una radio de radioaficionado bajo elsalpicadero. Su alias de radioaficionadoera «Científico Loco».

Una de las cosas que debomencionar es que de niño se me hizo

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muy cuesta arriba darme cuenta de quelos objetos inanimados no teníansentimientos ni eran capaces de pensar.Era algo a lo que daba vueltasconstantemente, pero no era capaz deentender que el armarito del baño, porejemplo, no tenía sentimientos, y quedesde luego no estaba pensando nada enese momento. Intentaba imaginarloscomo simples piezas de madera o metal,pero no acababa de tener sentido. Meacuerdo de estar al borde de laslágrimas, de pie en el baño, mientras mimadre intentaba hacerme comprenderque no iba a hacerle daño al armaritodel baño si lo cerraba con demasiado

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ímpetu. Yo consideraba al armarito unode mis muchos amigos. Quizá lo que meconfundía es que identificaba a mi padrecon un mueble. Superé esa fase más omenos hacia la época en la que medesperté una noche y vi que mi madresalía de puntillas de mi habitacióndespués de haberme dejado debajo de laalmohada los cincuenta centavos delratoncito Pérez.

Andaba siempre ocupadísimoconstruyendo y montando cosas. Empecéhaciendo ciudades con mis cochecitos ylas vías del tren, y luego empecé ainventarme cancioncillas en el pianovertical que mi madre se había llevado

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consigo desde Massachusets. Iba depuerta en puerta invitando a los vecinosy les cobraba entrada para ver losnúmeros de marionetas que organizabaen nuestro salón. Establecí en el sótanomi propia «estación de radio» y tiré uncable hasta el comedor, donde instalé unmegáfono cutrísimo: a partir deentonces, mi familia tuvo que sufrir mislargadas y mi música durante lascomidas, con una calidad de sonidosimilar a la de las notificaciones poraltavoz de un episodio de M*A*S*H,una serie que recuerdo constante en eltelevisor del salón.

Cuando tenía seis años vi una

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batería de juguete en el mercadilloorganizado por el vecino de al lado.Volví corriendo a casa y les supliqué amis padres los quince dólares quecostaba. Me los dieron, y para ellosempezó una vida aún más ruidosa. Porlo visto, tenía cierto talento innato parala percusión, y en breve me convertí enun buen batería. Todos parecían muyimpresionados. Siempre tocaba enbandas de chavales mayores. Entoncesera Marky, el chavalín que andaba porahí con los mayores. Ahora lo másnormal es que yo sea el más viejo en misbandas, y todavía se me hace raro,después de tantos años siendo el más

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joven.En el colegio empecé con mal pie,

aunque creo que prefiero decir que elcolegio empezó con mal pie conmigo.Vivíamos en la casa más próxima a laescuela primaria local. Poco después deempezar a recorrer cada día el cortocamino hacia las clases, me deprimípensando que tendría que hacer esemismo camino otros seis años y luego…más colegio. Durante mi primer mes enprimero, la maestra (vamos a llamarla«señorita Mala Puta») me acusó dehacer trampas en una prueba dematemáticas y me humilló delante detoda la clase. Una prueba de mates de

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primero, del estilo de «¿cuántasmanzanas hay en el barril: 2 o 3?» Yoestaba distraído, mirando por la ventanapara evadirme del tedio absoluto deestar allí encerrado, y de repente lamaestra me llamó a su mesa y comunicóa la clase que Mark Everett había hechotrampas y había estaba mirando lo queescribía el del pupitre de al lado.

Llegué hasta su mesa con las piernastemblorosas y le dije la verdad: nohabía copiado, simplemente habíaestado mirando por la ventana. Vale queno he heredado el talento de mi padrepara las matemáticas (de hecho acabésuspendiendo el curso de álgebra más

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fácil en noveno) pero tenía clarísimocuántas manzanas había en el puto barril.Me miró por encima de sus gafaspuntiagudas, se ajustó el severo moño demaestra y con una mueca aterradorainsistió en que reconociese que habíacopiado. Yo lo negué todo.

—Mark, estabas haciendo trampas.Reconócelo.

—No hacía trampas.—Venga, Mark. Hacías trampas.

Reconócelo.—Que no.Por fin, tras cinco o diez rondas de

ese toma y daca, y para escapar de unavez a la humillación, me rendí y dije:

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«¡vale! ¡he copiado!»Rompí a llorar y me mandó a mi

pupitre. De vuelta a mi mesa, mientrasme hundía en la silla, pude notar cómomi ánimo se escabullía en mi interiorintentando esconderse.

Seguí yendo a pie a la escuela cadadía, pero ya no fue lo mismo. Toda laconfianza, toda la extroversión quepudiera haber tenido se habíanesfumado. Empecé a vivir en mi interior,viviendo de puertas afuera en modoautomático. Si el mundo real era así nome interesaba. ¿Qué había aprendidohasta entonces? Que se puede declararculpable a un inocente. Incluso hoy

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conservo un complejo: siempre quealguien ha hecho alguna, y no se sabequién es ese alguien, y aunque nunca soyyo el responsable, me entra elnerviosismo y pienso que mejor seráactuar «con naturalidad» para que nosospechen de mí, como si yo fuese deverdad el culpable. Muchas gracias,señorita Mala Puta.

Empecé a ir con la cabeza siempregacha. Me sentía bien estando solo ytocando la batería.

Al final del curso hubo un festival detalentos de los alumnos de primero, yallí debuté en el mundo del espectáculo.Toqué mi batería de juguete

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acompañando una grabación de Labandera cuajada de estrellas. Comocanción para soltarse el pelo era unaelección bastante rara, y la escenaresultó algo ridícula. Monté deprisa ycorriendo mi batería frente al públicoque abarrotaba el comedor de la escuelay le entregué el disco a la señorita Edie,la regordeta profesora de segundo queejercía de maestra de ceremonias. Sacóel disco de su funda, lo puso en eltocadiscos monofónico de la escuela yposó la aguja sobre los surcos. Laversión instrumental de La banderacuajada de estrellas arrancó con elsonido de los trombones. Volví a mi

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batería y me di cuenta de que necesitabauna silla para sentarme, o no podríatocar. Salí corriendo hacia la señoritaEdie, que no entendía lo que le pedía.

—¡UNA SILLA! ¡NECESITO UNASILLA!

—Ah… quieres una silla. Vale,vale. A ver si te consigo una.

Se acercó a una mesa del comedor yempezó a buscar una silla libre. Al finalobligó a un chico a ponerse de pie. Mela trajo hasta donde yo estaba y enseguida me instalé detrás de la batería eintenté retomar el ritmo a media canción.Iba por el pasaje en el que dice «y elrojo resplandor de los cohetes», y yo me

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arranqué con un espectacular redoble detimbal que empezaba muy suave con elprincipio de la frase y terminaba a todovolumen con estruendo de platos alacabar. La gente se volvió loca. Cuandoacabé, la cafetería explotó en aplausos.

Así comenzó el extraño universoparalelo de mi vida: vivo escondidodentro de mí mismo en la vida real (paraevitar el dolor y la humillación), pero encuanto subo a un escenario trato demontar un número apasionado y sentido.Es la hostia.

En mi clase de primero había unniño negro, y nos hicimos amigos. Vivíaen el barrio negro cerca del cual se

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había construido nuestra urbanización.Yo iba a menudo a su barrio y pasabatiempo con su familia después de clase.Un día volví a casa y les dije a mispadres que quería ser negro. Si hubierasido posible me lo habrían consentido.

En segundo conocí a un chavalrechoncho de pelo alborotado llamadoAnthony Cain, aunque todo el mundo lellamaba «Ant». Tenía mi misma edad yvivía una calle más allá. Recuerdo elmomento en que le conocí. Yo ibaempujando mi bici por la calle y élestaba en el centro de la calzada con ungrupo de chavales arremolinados a sualrededor. Le estaban viendo

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representar su propia versión de unconcurso televisivo, ¿Hay trato?: sellevaba las manos a las mejillas comolas mujeres que resultaban escogidaspor el presentador y chillaban «¡Monty!¡Monty! ¡Monty!». Me gustó lo quehacía. Él era un gordinflas, yo unesmirriado. A él también le confundían aveces con una chica, y también era delos últimos en salir escogido en laselección de equipos, además de que legustaba subirse a un escenario. Elvínculo que establecimos se hamantenido con vida durante tresdécadas. Él fue quien me animó aescribir este libro.

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Uno de los comentariosmalintencionados sobre mi físico quemás me gustan me lo dedicó un chaval apropósito de lo huesudo de mismiembros. Me dijo: «le he visto mejoresbrazos a un tocadiscos». Los niñospueden ser muy crueles, peroreconoceréis que la frase está muy bien.

En tercero, un par de empleados dela dirección vinieron a mi clase y mesacaron del aula. De camino a la oficinaestaba asustadísimo e iba pensando entodo lo que podía haber hecho parameterme en un lío (gracias de nuevo,señorita Mala Puta). Cuando llegamos aldespacho me sentaron en una silla y me

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explicaron que había hecho un test deaptitud tan brillante que no estabanseguros de que tuviese que estar todavíaallí. Yo tampoco estaba muy seguro desi debería seguir allí, pero acabéquedándome otros tres años. Más omenos.

El aburrimiento y el desinterés quesentía por la escuela se mantuvieron a lolargo de todo mi periplo educativo. Deprincipio a fin. Aborrecía cada instantey casi siempre sacaba malas notas.Simplemente no estaba por la labor. Measqueaba tanto ir a clase que empecé afingirme enfermo para no tener que ir.En quinto me hice el enfermo tantas

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veces que pasé más días lectivos fuerade clase que dentro.

Una de las alegrías de mi vida erami hermana Liz. Era la mejor.Estábamos muy unidos, pese a que mellevaba seis años. Me dejabaacompañarla en muchas de susactividades y andar con ella y susamigos mayores. Entre las actividadesse incluía fumar marihuana, bebercerveza y escuchar música. Eradelgadita y rubia y tenía las tetasgrandes, y todo el mundo quería tirársela(y posiblemente lo consiguiesen), asíque siempre había cerca chavales

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mayores con los que andar y dejarsecorromper. Me encantaba ser parte de ungrupo de mayores.

Liz y yo nos lo pasábamos de miedo,incluso cuando yo era muy pequeño.Cuando la niña de la casa de al lado mellamó retrasado, Liz salió en seguida adefenderme: «¡A mi hermano no lellames retrasado!». Conmigo erasiempre buena, y eso pese a las putadasque yo le hacía, como comerme la masade las galletas directamente de la neveray mentirle luego a mi madre para que selas cargase Liz, mientras yo le hacíamuecas y le sacaba la lengua a espaldasde mi madre.

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Y eso por no mencionar el incidentede los malabarismos con las bolas deNavidad. Cuando yo era muy pequeñohubo un pariente, no recuerdo quién, queles regaló a mis padres dos bolasnavideñas de adorno, una amarilla en laque ponía Liz y otra roja con mi nombre.A Liz y a mí se nos ocurrió que laprimera de las dos que se rompieseseñalaría quién de nosotros dos moriríaprimero. Unas navidades, cuando yotenía nueve o diez años, andaba yohaciendo mi numerito habitual demalabarismos con las bolas navideñasde Liz y Mark como hacía cada año paraponer a Liz de los nervios. Ella me

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pedía que parase, como hacía cada año,porque no tenía gracia; y efectivamente,la bola amarilla de Liz se me escurrióde la mano. Intenté pararla con la palmapero no pude cogerla. Se hizo añicoscontra el suelo. La bola de MARK siguehoy intacta. Ojalá hubiera sido la deMARK la que se me cayó aquel día.

Casi siempre lo pasábamos bienestando juntos, pero también teníamosnuestros más y nuestros menos, comotodos los hermanos. Una vez, Liz seenfadó conmigo porque me había puestoa tocar la batería en casa, y en plenosolo se me acercó y me arrancó lasbaquetas de las manos. Luego me las

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escondió, y yo le dije que algún díagrabaría un disco y lo titularía Pese aLiz.

Mi otra gran alegría era la música.Desde el mismo momento que tuve mibatería de juguete a los seis años anduvesiempre metido en la música. Pero nuncaen lo que les gustaba a los chicos de miedad. En el colegio, la gente escuchabacosas del palo de «You Light Up MyLife». Yo escuchaba las cosas que mepasaba Liz, casi todo rock antiquísimo.Hacía años que los Beatles se habíanseparado, y la música de mediados delos setenta no me interesaba.

John Lennon salía mucho por

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televisión, presentando su embarazosonumerito de hippie concienciado, el tipode historias que daba ánimos a familiasdescoyuntadas en plan La tormenta dehielo como la mía. Pero el disco quesacó con la Plastic Ono Band era algomuy especial. Visto desde ahora se haceraro que un disco así pudieseentusiasmar tanto a un crío de diez años:una de las estrellas de rock más famosasde todo el mundo escarbando en la raízmisma de sus problemas, aullando dedolor ante la pérdida de su madre. Unfracaso de crítica y público en elmomento de su publicación, y aun así amí me decía algo, no sé por qué.

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Recuerdo que cantaba una canciónde aquel disco, «My Mummy’s Dead»,mientras acompañaba a mi madre ahacer recados en coche. «¿No puedescantar otra cosa?», me pedía ella, algobastante razonable. Más adelante quisedevorar todos los géneros de música, ypasaba por fases muy intensas en las quequería aprender todo lo posible yescuchar cuanto cayese en mis manos decountry, soul, clásicos, bluegrass…siempre algo distinto. Un año me dio demala manera por Marvin Gaye, y alsiguiente por Merle Haggard. CuandoPrince apareció fue la primera vez queme interesé por algo en el preciso

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momento en que sucedía, en lugar deescarbar en el pasado.

Lo que me encanta de John Lennon(y de Elvis Presley, ya que estamos) esque era gente muy insegura, y eso paramí es lo que los hace artistasabsolutamente humanos. Por muchoaplomo que le echasen, al final siempretenías la sensación de haberexperimentado algo real, algo humano.Pon cualquier disco de Elvis, inclusouno de los peores (especialmente uno delos peores) y oirás cómo cada inflexiónrezuma inseguridad. Eso es algo que losartistas de hoy ya no transmiten. Estánocupadísimos dándoselas de duros.

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Debía yo de tener doce años cuandoun avión se estrelló en nuestrovecindario. Aquella noche estaba soloen casa, sentado en la alfombra de colorvómito del salón viendo What’sHappening en la tele. A través de lascortinas empezó a relumbrar una luzanaranjada. Luego oí una especie deaullido cada vez más cercano yensordecedor. De repente hubo unaenorme explosión de sonido. La casatembló como si la hubiese sacudido unterremoto (experiencia que he tenidoaños más tarde). Las ventanas temblarony Tut chillaba sin parar. Como vivíamostan cerca de Washington DC, pensé que

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estábamos siendo bombardeados.Tut subió corriendo por las

escaleras para esconderse y yo fui trasél con el corazón en la boca, sin sabermuy bien qué estaba haciendo. Volví abajar las escaleras y encendí la radio deradioaficionado que mi padre tenía en larepisa de la cocina, pero entonces se meocurrió que quizá la casa estuvieseardiendo y que mejor sería salir a lacalle.

Salí descalzo a la calle intentandoentender qué estaba sucediendo, lomismito que el programa que habíaestado viendo por la tele. Me acerquécorriendo a la enorme columna de humo

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recortada por las llamas y las luces deemergencia contra el cielo nocturno, y ami paso vi asientos y ceniceros ycuerpos desmembrados y desperdigadospor todo el vecindario. Una casa habíaquedado demolida por completo, y cercade allí había varios cadáveres tendidosen el parque. Cuando mis pies descalzostocaron el asfalto aceleré y pensé entoda esa gente que hacía un instanteestaba viva y ahora estaba muerta, y enlo muy vivo que me sentía en esemomento.

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3. Primera noviaEn sexto empecé a caerle bien al

marimacho de la clase. Vamos allamarla Jennie, porque quizá siga vivay no quiero ponerla en un compromiso.Teníamos más o menos la misma pinta.Los dos teníamos el pelo castaño yaproximadamente igual de largo. Paraser niña, ella llevaba el pelo corto, y elmío era muy largo para un niño. En claseyo no abría mucho la boca, pero ella eraextrovertida y empezó a hablar conmigoy a pasarme notas durante las clases. Erahija de un congresista. En nuestraprimera «cita» me enseñó a jugar a

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«beso, atrevimiento o verdad» unsábado por la mañana en la cabaña delárbol de detrás de su casa. Me dijo queme bajase los pantalones y me tumbasesobre ella. No podría haberme hechomás feliz.

Estaba enamoradísimo de ella ycreía que en cuanto pudiésemos noscasaríamos. No podía dejar de pensar enella. Íbamos juntos al centro comercial,o a patinar sobre hielo, o al cine, ysiempre lo pasábamos de miedo. Escribími primera canción de verdad al pianopensando en ella, pero nunca me atreví atocarla estando ella delante. En la horade gimnasia, cuando tocó aprender

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bailes en cuadrilla, el profesorinmediatamente nos emparejó.Estábamos siempre juntos. Las notas quele pasaba en clase eran cada vez máslargas y estaban llenas de espantosospoemas adolescentes. Después de claseíbamos a mi casa, nos desnudábamos ynos metíamos debajo de las sábanas dela cama de abajo de mi litera, y allíintentábamos follar. No sabíamos lo quehacíamos, pero me encantaba. Estar a sulado, olería, tocarla era lo másextraordinario que me había pasadonunca.

Aquello continuó varios meses,hasta llegado el invierno. Los profesores

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y los demás chavales sabían que éramos«novios», pero como solo teníamos onceo doce años nadie podía imaginarse locolado que estaba por ella, ni que cadadía estuviésemos desnudándonos juntosdespués de clase. Nunca se me ocurrióhablar con los otros chicos de mi clasesobre lo que ella y yo hacíamos. No selo habrían creído, ni tampoco habríanentendido todo lo que significaba paramí.

Un día mientras la maestra hablabasobre Alaska y Hawaii o yo qué se quéme llegó una nota que decía:

QUIERO CORTAR

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CONTIGO PARA SALIR CONOTRO. ¿VALE?

Me quedé tieso. Se me anegaron losojos y me costó Dios y ayuda noponerme a gimotear en plena clase degeografía. Desconcertado, esforzándomehasta lo imposible por mantener lacompostura, le escribí una respuesta y sela pasé:

VALE. ¿Te IMPORTA QUEPREGUNTE CON QUIÉN?

En su respuesta me informó muyasépticamente que era con un chaval de

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otra clase.Me pareció que mi vida se había

acabado. Alguien había conseguidosacarme de mi caparazón, pero aquelloera el pasado. ¿Cómo iba ahora a seguirviviendo? Nunca se me ocurrió pensarque la vida tendría que volver a sercomo antes de conocerla. Habríapreferido cualquier otra sensación alterrible dolor de perderla. Ya sé lo queestás pensando, «venga ya, que teníassolo once años», pero para mí fuedescomunal.

Ya no sabía cómo portarme delantede ella en clase, y opté por las sonrisasforzadas y las conversaciones triviales.

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Fue espantoso. Me pasaba las frías ynubosas tardes vagando por elvecindario, con la gorra de lana hundidasobre la frente y llorando, sintiéndomeabandonado y deseando morir. Estabaconvencido de que no podía hablar connadie de todo aquello porque nadie iba aentender la profundidad de missentimientos. Nadie de mi clase teníasiquiera un novio o una novia de verdad.

Al cabo de un mes, Jessie cortó consu nuevo novio de la otra clase y sebuscó otro, esta vez un chaval de nuestraclase. Constantemente me veía obligadoa estar a su lado mientras reían y hacíanmonerías juntos, incluido el baile de

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cuadrilla, en el que yo participaba conuna pareja escogida al azar. Cómo medolía. El resto del año escolar pasócomo una larga y horrible niebla desonrisas cordiales pero fingidas para lafeliz pareja mientras yo me hundía cadavez más en mi hoyo.

Al año siguiente empecé a tomar elautobús para ir a séptimo en el instituto.No hablaba mucho, destrozado comoestaba todavía por lo de Jessie, y raravez levantaba la mirada más allá de mismelenas cuando deambulaba por lospasillos como un triste zombiadolescente. Cada vez me acostaba mástarde, y empecé a saltarme clases. Era

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tan retraído y tan raro que enviaron alpsiquiatra del colegio para que hablasecon mi madre. Cuando llegó meescabullí por la ventana de mi cuarto,atravesé corriendo el patio trasero y meencaramé al pino más alto, dondepermanecí durante el resto del día.

Cuando atravesaba los pasillos delinstituto iba siempre con la vista baja yprocuraba mantener a toda costa lamisma inexpresiva cara de póquer.Tanto tiempo estuve haciéndolo que mimandíbula cambió, y de ser un tío dentónpasé a tener un prognatismo bastantepronunciado.

Hoy arrastro todavía los efectos de

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tanta hosquedad. No hace mucho, estabafrente al mostrador de una tienda de todoa cien y la cajera iba sumando lo queuna amiga mía había comprado. Derepente, mientras abría la cajaregistradora, dejó lo que tenía entremanos y me miró.

—Ya vale de muecas —me dijo.No estaba haciendo muecas.—¿Qué mueca? —le pregunté.—¡Ésa! —dijo, y procedió a hacer

una caricaturesca imitación de miprominente mandíbula inferior.

—Es que… es mi cara. No le pasanada.

Diez años después de que Jessie

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rompiese conmigo, mi hermana Lizvolvió un día de su reunión deAlcohólicos Anónimos y me contó quemi primera novia era ahora una lesbianaalcohólica de tendencias suicidas (yviva el anonimato, ¿eh, Liz?).

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4. Adolescenciaproblemática

El día que acababa primaria, eldirector del colegio me tiró a unosarbustos en un ataque de rabia. Octavohabía sido muy distinto al año anterior.Pese a que era un buen batería, eratambién demasiado tímido y retraídopara unirme a la banda escolar deséptimo. Durante el verano después deséptimo me dio por hablar por la radiode banda ciudadana que mi padre teníaen la cocina. Una noche me puse ahablar con una chica de dieciséis años

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que se hacía llamar «Tarta de Fresa»(mi nombre en las ondas era «Jumpin'Jack Flash»: ya, ya lo sé). Me invitó a iren bici a su casa. Cuando se abrió lapuerta apareció una chica muy guapa ymuy desarrollada (yo tenía trece años,¿vale?) con una cabellera castaña que lecaía hasta los hombros. Pensaba quesería su hermana mayor, pero era ella.Demasiado buena para mí. Pero noscaímos bien, y se convirtió en costumbreir a su casa en bici para sentarnos en elasiento delantero del coche de su padrey que me diera clases de cómo besar conlengua.

—Está bien, pero un poco menos de

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lengua, despacito, suave. Vamos aprobar otra vez…

Tener una novia así de guapa y demayor me hizo ganar confianza y meobligué a mí mismo a ser algo másextrovertido.

Tarta de Fresa se trasladó al pocotiempo con su familia a Dale City, queno es que estuviese tan lejos pero quepara un treceañero con bici bien podíahaber estado a un millón de kilómetros.Pero ahora que volvía a tener algo deconfianza decidí que me esforzaría porser más abierto en el colegio. Me cortéel pelo y me inscribí en la banda deoctavo, que algunos llamaban

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«laboratorio de jazz» y donde tocaba labatería la primera hora de clase de cadadía. No sabía leer música, y a vecesponía la partitura del revés sobre el atrily hacía como que la seguía. Pero mihabilidad natural bastó para que despuésdel primer concierto escolar (en el quetocábamos un tema, «Foxy Funk», quebásicamente consistía en un largo yvistoso solo de percusión mío subrayadoaquí y allá con pinceladas de la secciónde vientos) la Chica Más Guapa delColegio decidiese que yo era mono.

Era muchísimo arroz para tan pocopollo, como se suele decir: tenía unapreciosa melena de pelo castaño y un

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tipo espectacular, y aun así me enamoréperdidamente de ella, ciego al dolor queinevitablemente había de llegar, inclusodespués de la desolación que supuso queJennie me abandonase y Tarta de Fresase mudase. Cuando un mes después laChica Más Guapa del Colegio me dejó,me hizo daño, pero para entonces era losuficientemente fuerte para evitar queaquello acabase conmigo, inclusocuando me contó que le había leído miscartas de enamorado a su nuevo noviopara echarse unas risas. No deberíahabérmelo tomado a la tremenda,evidentemente. A esas edades, el ritmode emparejamientos es altísimo.

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Una vez has estado saliendo con laChica Más Guapa del Colegio, las niñasmonas del cole ven en ti a alguienguapete y atractivo, así que durante elresto del año tuve una sucesiónconstante de novietas. Fue increíble.Había pasado un año y era una personacompletamente distinta. Iba a fiestas degente popular, y además gente de miedad, no sólo a las de los amigos de mihermana. Iba por ahí con los chavalesmolones y gamberretes, y yo mismo meconvertí en un gamberro de cuidado. Mesaltaba clases, fumaba maría en elcolegio, hacía gilipolleces…

Una noche, unos cuantos amigos y yo

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estábamos en el patio trasero de mi casay saltamos la verja de mi antiguaescuela, y sobre el ladrillo blanco de laentrada pintarrajeé PUTA ESCUELAcon un espray. Al día siguiente, lospadres se encontraron con que dejaban asus hijos en la PUTA ESCUELA. Fuelamentable. Aún me avergüenzo. Mireputación había empeorado tanto y tandeprisa que me contaron que una madrede nuestra calle había comentado: «Ésaes una de las cosas que haría MarkEverett». Espero que mi delito hayaprescrito ahora que por fin he confesadoque aquélla fue una de las cosas queMark Everett sí hizo.

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Uno de mis mejores amigos era unchaval negro que se llamaba O’Dell. Eramuy divertido, me recordaba mucho aRichard Pryor. Tenía ensayados unoscuantos monólogos en los que serefrotaba desaforadamente contra elsuelo. También contaba la historia decómo tuvo que separar a manguerazos asus dos perros cuando se apareaban, yacompañaba la escena del desenganchemetiéndose el dedo en la boca ysimulando un descorche, entre otrosefectos de sonido. Siempre que mimadre nos llevaba en coche a algún ladoO’Dell se sacaba de la chaqueta elcartucho de ocho pistas de Parliament

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Funkadelic que llevaba siempre encimay lo enchufaba en la radio del Vega.

Y en esas andábamos el último díade clase, vagueando cerca de losautobuses, listos para volver a casa.Estaba echándome unas risas con O’Delly algunos amigos; el director (al quellamaremos «el señor RabiaEnconada»), un hombre alto ycorpulento de escasos cabellos y gafasde concha, estaba por allí cerca conunos cuantos profesores. No sé muy bienqué le pasó, pero de repente vinocorriendo hacia nosotros con los ojosdesencajados y diciendo: «¡Ven aquí,gamberro!», me levantó en vilo y me tiró

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sobre los arbustos que marcaban laentrada a la escuela. Me pillóabsolutamente por sorpresa, y a día dehoy sigo sin tener muy claro por qué lohizo. Una de dos: o se había equivocadoy pensaba que me estaba riendo de él, obien mi fama había hecho que meconsiderase un símbolo de todo lo quefallaba en la escuela. Me descolocó porcompleto, además de hacerme un huevode daño. Salí arrastrándome de losarbustos cubierto de rasguños, mesacudí la ropa y volví hasta dondeestaba O’Dell, que me miraba con ojoscomo platos. Nos subimos al autobús ynos encendimos un porrete. El

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autobusero nos obligó a bajar sin quehubiéramos recorrido ni un kilómetro.

Para cuando comencé a ir al institutoen septiembre había empezado a perderla confianza en mí mismo. Durante elverano empecé a tener acné. Además,me pusieron aparatos en los dientes.Perdí toda la gracia que las niñas deoctavo habían visto en mi pelo y en missolos de batería. Aquel año no entré enla banda escolar; además, en el institutohabía muchos más chicos que enprimaria, lo que significaba también quehabía mucha mala gente. Y la mala gentehace que tú te sientas también mal. Meretraje de nuevo en mi caparazón, y si

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salía lo mismo podía ser un borde queuna persona amable. Octavo fue unaextraña y maravillosa excepción en elconjunto de mis años escolares. Duranteun tiempo había sido bastante popular ylo había pasado bien, pero se habíaacabado.

Las mayores alegrías de aquellosdías eran andar por ahí con Liz, fumarmaría, meterme tiritos de coca y bebercerveza con ella y sus amigos. Y de vezen cuando empujar silenciosamente elVega de mi madre hasta la calle en plenanoche, llevarlo hasta donde no pudieseoírme, arrancarlo y dar una vuelta por laciudad, dos años antes de poder sacarme

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legalmente el carné de conducir. Liz sefue de casa para vivir con un tío con unabarba a lo Charles Manson que ledoblaba la edad.

Intenté compensar la ausencia de Lizrecogiendo su testigo y poniéndomeciego a la mínima ocasión. Iba a casa demis amigos y saqueaba el mueble-bar desus padres antes de que volviesen acasa, mezclando licores que nuncadeberían mezclarse. Luego tenía quefingir que estaba sobrio cuando el padreo la madre del amigo en cuestión mellevaba en coche de vuelta a casa. Unanoche iba en el asiento trasero del padrede un amigo cuando me di cuenta de que

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no me iba a quedar más remedio quevomitar. Durante todo el viaje habíahecho lo humanamente posible paraaparentar sobriedad. Me quité el gorrode lana de la cabeza y vomité en él tansilenciosamente como pude, deseandoque el padre de mi amigo, sentadodirectamente delante de mí, no se diesecuenta de nada. Me pasé el último tramodel viaje con el gorro apretado entre lasmanos, procurando que el vómito norezumase. Cuando me bajé del coche mecaí redondo en unos arbustos y ahí mequedé. Me desperté a la mañanasiguiente en la cama de Liz, con todo elpecho cubierto de vómito. Cuánto me

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alegré de no haberme ahogado, comoJimi Hendrix.

Un día, el tío de la barba a loCharles Manson le dio un puñetazo en lacara a Liz y ella volvió a vivir connosotros.

—¡M.E! —me gritó cuando entró denuevo en casa. —¡He vuelto!

Yo tenía unos cuantos amigosllamados Mark y habíamos optado porllamarnos unos a otros por nuestrasiniciales. Yo era M.E. A vecesabreviábamos y lo dejábamos en laúltima inicial. Con Liz de vuelta en casapudimos concentrarnos de nuevo en lacrucial tarea de corromperme.

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Con quince años cumplidos fui a unconcierto de los Grateful Dead con unosamigos míos que eran fansincondicionales. Me gustaban algunos delos discos que ponían. Tomé ácido conellos un par de veces, y fue toda unaexperiencia. Recuerdo vivamente que laprimera vez que me metí un ácido loscables del póster de Who are you quetenía colgado en el cuarto de bañoempezaron a desenroscarse comoserpientes. Durante el quinto conciertode los Grateful Dead al que fui topé conun gilipollas sentado en mi asiento queademás no quiso levantarse. Mientrasdeambulaba entre la masa de

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pseudohippies bailones buscando unasiento vacío tuve una revelación: gente,sois una panda de idiotas y falsos. Volvía casa y puse Quadrophenia a todotrapo.

Poco después, un día que como decostumbre llegaba tarde a la escuela,entré en el edificio por una puerta lateraldispuesto a llegar a la carrera a miprimera clase cuando vi en el pasillo aun chaval que conocía del gimnasio conuna caja de cachorrillos.

—¡M.E! ¿A que te gustaría tener uncachorro?

Me acerqué y miré de cerca a trescachorros de labrador que parecían de

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algodón.—Estos dos están reservados, pero a

ésta tenemos que encontrarle una casa.Ha bebido un poco de anticongelante,pero está bien.

Tomé al cachorro en brazos y porsupuesto me enamoré de inmediato. Asíes como te engatusan. Me había vistocara de pardillo y había ido directo apor mí. Lo llamé Fido, cargué con éltodo el día y por la tarde la llevé a casa.Mi madre se plantó, en una de sus pocosarranques de autoritarismo, y declaróque de ninguna de las maneras podíamosquedarnos el cachorrillo. Fido se cagóen el suelo de mi cuarto y en la cama de

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Liz y se pasó la noche aullando. A lamañana siguiente vi a mi madre tomar aFido en brazos y frotar su nariz contra lasuya. Pese a los cagarros y los aullidos,a partir de ese momento estaba claro quetambién se había enamorado de Fido.

Por entonces compensaba los díaspasados en los pasillos del instituto conlos dientes apretados y la mirada gachacon tardes y noches cargadas de drogasy alcohol. La verdad es que las drogasnunca me sirvieron de gran cosa, perono se me ocurría nada mejor. Al final mepillaron fumando maría y me expulsarondurante una semana. Poco después me

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volvieron a sorprender detrás de losarbustos del instituto bebiendo unabotella de ginebra que había birlado delarmarito de mi padre y haciéndole uncunnilingus a mi novia. Era lunes, y nisiquiera habían dado las diez de lamañana. Nos sacudimos la tierra, ella sesubió los pantalones y fuimosconducidos al despacho del director,donde volvieron a expulsarme porsegunda vez aquel noveno curso.

Aquel verano decidí que no iba ajugármela más conduciendo sin carné yque sólo saldría con el Vega una últimavez. A las cuatro de la mañana mepararon en un control y me arrestaron

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por saltarme un semáforo en rojo,conducir sin tener la edad mínima yrobar un vehículo (pese a que era elcoche de mis padres).

Esa misma semana, un chaval al quele había dejado mi chaqueta (que teníami nombre escrito en el forro del cuello)entró a robar en la piscina municipal yse llevó el equipo de sonido, pero seolvidó la chaqueta. La policía vino acasa y me arrestaron, aunque no fueraculpable. Menos mal que la señoritaMala Puta me había preparado para estetipo de situaciones.

Sorprendentemente, mis doscomparecencias ante el juez fueron

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programadas el mismo día y a la mismahora en juzgados diferentes (cuando mepararon con el coche dio la casualidadde que estaba en otro condado). Tuveque explicarle a uno de los jueces queno podría comparecer porque debíapresentarme ante otro tribunal a lamisma hora, lo que no contribuyóprecisamente a fundamentar misprotestas de inocencia en el robo delsistema de sonido. Ponerme de pie anteel juez durante el juicio por el robo delcoche me dio un miedo espantoso. Lacertidumbre de que podía acabar en lacárcel, o dondequiera que envíen a loschavales de catorce años, era

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aterradora. El juez me metió aún másmiedo hablando de encerrarme, y acabósentenciándome a pagar una multa devarios cientos de dólares, que reunísegando un montón de céspedes.Coincidió que por entonces pusieron enla tele un documental en el que un grupode delincuentes juveniles es enviado aprisión, donde los auténticospresidiarios les meten el miedo en elcuerpo, jurándoles que los van a hacersus mujeres y todo ese rollo. Tengo quedecir que entre eso y el rapapolvo deljuez consiguieron meterme suficientemiedo como para que decidiesereformarme.

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Avergonzado por el hecho de quenadie iba a castigarme, opté porcastigarme yo mismo. Me encerré en mihabitación y me prohibí salir a hacernada excepto cortar césped. Dejé defumar maría y esnifar coca y no volví ahacerlo mientras estuve en el instituto,pero tenía tan mala reputación queconstantemente me venían chavales quequerían que les dijese dónde comprardrogas.

En el caso del robo de los altavocesde la piscina municipal salí inocente,pero el juez me obligó a escribir unaredacción de quinientas palabras sobrecómo escoger mejor a mis amigos. Por

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supuesto, seguí saliendo con la mismagente durante años. La verdad es queperdí un montón de tiempo con gente queno valía la pena. Algunos eran buenagente, pero no se dedicaban más que amatar el tiempo. No me extraña que noviesen ningún futuro. Cuando iba encoche con ellos les ponía un cassette deRandy Newman, Good Old Boys.Cuando llegaba la canción «Rednecks»les encantaba y se ponían a cantarlatodos, pero no la entendían. Pensabanque era un himno:

We talk real funny down hereWe drink too much and we talk too

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loudWe’re too dumb to make it in no

northern townAnd we’re keeping the niggers

down

Aquí hablamos con un acento muyraro | Bebemos demasiado y hablamosdemasiado fuerte | Somos tan bobosque no saldríamos adelante en lasciudades del norte | Y mantenemosoprimidos a los negros

O’Dell se había trasladado a Illinoisy me había dejado rodeado de orgulloblanco. No eran capaces de captar la

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ironía de Randy Newman. La canciónles gustaba por toda una serie demotivos equivocados. No se dabancuenta de que la canción se burlaba delos blancos. Estábamos en Virginia delNorte, sí, pero el racismo era allíendémico y para ellos la canción bienpodría haber servido como cántico en unacto supremacista. Eran precisamente lagente de la que se burlaba la canción.

Hubo un tiempo en que salí con lahija de un urólogo suicida. Todo ibamuy bien hasta que una noche le cantéuna canción.

—Me gusta tu voz —me dijo— peroa veces cantas como un negro.

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Y a veces llegas a momentos críticosa lo largo de tu vida en los que te dascuenta de que la persona con la que hasestado paseando en coche, cenando yacostándote no es ni muchísimo menosla persona adecuada para ti. Para míaquel fue uno de esos momentos. Doscosas me pasaron inmediatamente por lacabeza:

1) Eres una persona repugnante eimbécil y no sabes las ganas que tengode no volver a verte.

Y 2) ¡Gracias!No pude evitar sentirme bien tras el

comentario de aquella gilipollas racistasureña, porque con toda su ignorancia y

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grosería me había dado a entender quemusicalmente iba por el buen camino.

Debería haber pasado más tiempocon gays y con gente de inclinacionesartísticas, o con cualquier otra personainteligente y de ideas diferentes, pero nocreo que hubiese nadie así, o al menosyo no los conocía. Ojalá hubiera pasadomás tiempo con gente interesada en lasartes, o al menos con alguien capaz deestimularme intelectualmente. Pero elconcepto mismo de estímulo mental meera completamente ajeno.

Cuando cumplí dieciséis años tuvepor fin edad para conducir legalmente.Para mí fue un gran día porque me abrió

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nuevas cuotas de libertad. Fui enautostop hasta la oficina de Tráfico, hiceel examen, recogí mi carné y volví enautostop a casa. Lo primero que hice fuepedir permiso para tomar prestado elVega y dar una vuelta. Tampoco queríair a ningún sitio en especial; sólo queríasentir la libertad de circular por lacarretera. En menos de una hora mepararon y me pusieron la primera multa,esta vez como conductor de plenoderecho. Al poli le hizo gracia que mehubiese sacado el carné ese mismo día.Con todo su acentazo virginiano medijo: «¿Que te acabas de sacar el carnéHOY? ¡Pues feliz aniversario! Jojojo»,

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mientras me entregaba la multa.Poco después, un amigo de Liz que

trabajaba para Tráfico me regaló elcarné que le habían retirado a un tipo dedieciocho años que se me parecía unpoco, para que pudiese comprarcerveza. Me sirvió un par de veces,hasta que un día que llevaba a Fido alveterinario se lo entregué sin darmecuenta a otro poli que me había paradopor ir demasiado deprisa.

También por aquella época vi lapelícula El último vals, de The Band, yempecé a idolatrar a su batería ycantante Levon Helm. Yo seguía tocando

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la batería a diario en el sótano, peroquería cantar y ser un poco más líder. Labatería me marginaba un poco, y nohabía demasiados baterías cantantes quetomar como modelo, pero Levon eraexcelente. Empecé a ir a sus conciertosen solitario siempre que venía a laciudad. En esas ocasiones le seguía y lepreguntaba todo tipo de chorradas (queconste que siempre fue muy pacienteconmigo y extraordinariamente educado,sin importarle lo muy pesado que podíaponerme a veces).

En undécimo curso me enamoré deCathy, una niña de barrio chungo, decerca de la autopista 7. Era bajita, de

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pelo castaño claro y no especialmenteguapa, pero tenía un no sé qué que mevolvía loco. Hasta que un día el cocheme dejó tirado volviendo de la playa, amás de doscientos kilómetros de casa.Llamé a Cathy desde la cabina de unaestación de servicio y su hermanapequeña dejó caer que andaba por ahícon otro tío. Aún recuerdo el dolor deaquel día larguísimo, las horas y horasde autostop pensando constantemente enmi novia con otro hombre. Qué tiempos.Un año después se casó con un motero.

En casa, mientras tanto, habíamoscaído en la rutina de siempre: mi padresentado a la mesa del comedor,

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fumando, bebiendo y roncando duranteel telediario de la tarde, y mi madrehaciendo sus cosas e intentando quedejase de roncar. Ya podíamos Liz y yohacer cualquier salvajada, que aquellosdos no parecían darse demasiada cuenta.

Para no tener que estar metido todoel día en el colegio, durante mis dosúltimos años en el instituto pasaba lamitad de la jornada construyendo casascomo parte de un programa escolardestinado a enseñarnos «conocimientosprácticos para la vida real». Comocarpintero era un paquete, pero megustaba lo de no tener que estar en clase,y por lo menos construía algo, que es

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una cosa que me ha interesado siempre,como cuando de niño levantabaciudades enteras con mis trenes dejuguete y luego cuando empecé aescribir canciones.

En el penúltimo curso del institutome uní a una banda que tocabaprincipalmente blues y rock sureño:tocaba la batería y cantaba con ellos, ynos hicimos un nombrecito como bandapara fiestas de instituto. Nos hacíamosllamar The ASAP Blues Band, porquetres de los cuatro miembros de la bandaestaban en el programa ASAP, que es elprograma en el que te obligan ainscribirte en Virginia por conducir

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borracho. Yo era el único que no estabaen el programa, y por eso mecorrespondió ser el conductor del grupo.

Un fin de semana que mis padreshabían salido de la ciudad organicé unafiesta gigantesca en casa. Con octavillasy todo. Mi banda tocó: fue la leche. Medesperté en el salón a las cinco de lamañana siguiente. Fido andaba lamiendoun trallazo que yo no recordaba habervomitado. La casa estaba patas arriba.La calle entera estaba patas arriba. Mepasé el día entero limpiando elvecindario y la casa, y conseguí quecuando mis padres volvieran a casa nose enterasen de que se había celebrado

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una fiesta. Al día siguiente volví a casay me encontré una de las octavillas queanunciaban la fiesta cuidadosamentealisada y pegada con imanes a la puertade la nevera. Fido había encontrado labola de papel en un arbusto y se la habíallevado a mi madre.

Liz se enamoró de un tío muy buenapersona, Michael, que poco después seenroló en el ejército. Le destinaron aHonolulú y Liz se trasladó con él. A lospocos meses le dio la vena mística y sehizo cristiano fundamentalista. De un díapara otro pasó de ser la persona másencantadora del mundo al gilipollas másinsoportable que pueda uno imaginar.

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Putadón para Liz. Fui a Hawaii paraayudarle a mudarse de vuelta a casa.Metimos el Mazda de Liz en un carguerorumbo a California y lo llevé derechitodesde Disneylandia hasta El Paso(Texas), espoleado por la únicaexperiencia que he tenido con el speed,obtenido a través de Liz. Cuandollegamos a El Paso solté el volante ymis ojos, abrasados por la falta desueño, empezaron a ver monstruitosverdes en el arcén de la autopista.

A todo esto, y por si alguien lleva lacuenta de estas cosas, muchos añosdespués la Chica Más Guapa delColegio vio una foto mía en la crítica

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que hizo People de uno de mis discos yasistió a un concierto en WashingtonDC. Después del espectáculo fue abuscarme al autobús de gira. Estaba muyimpresionada conmigo. A ver, no es queme haya tenido obsesionado el que leleyese mis notitas de amor a su noviopara echarse unas risas, pero su gestofue muy escasito y llegó muy tarde.Tampoco es como si se la tuvieseguardada.

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5. Elizabeth en el suelodel baño

Papá en la basura

—¡Liz! ¡Teléfono!Acababa de coger el teléfono de la

cocina. Era Robert, el novio de Liz, quequería hablar con ella. Le di un grito aLiz, que estaba arriba, para que bajase acontestar. Luego mi madre llamó a lapuerta del cuarto de Liz, y luego a la delbaño. Al no obtener respuesta abrió lapuerta. A continuación se dio la vuelta y

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con voz serena me avisó:—Está dormida.Pausa.Me dio por pensar: «son las tres de

la tarde, ¿qué hace dormida?»—En el suelo del baño —dijo mi

madre.Solté el teléfono y subí a la carrera,

gritando:—¿Y no te parece raro?Me encontré a Liz efectivamente

dormida sobre las baldosas blancas yazules del cuarto de baño. Acababa detragarse un frasco de pastillas: el botevacío estaba a su lado en el suelo, con eltapón un poco más allá. Le grité que se

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despertara, la abofeteé, le abrí los ojosa la fuerza y seguí gritándole al oído.Nada. Le ordené a mi madre que pidieseuna ambulancia.

El servicio de emergencias llegó enseguida y subió para intentar hacer lomismo que había hecho yo. Ni idea dedónde lo había aprendido. Seguramentede ver la tele. La bajaron a la plantabaja y la tendieron sobre la alfombra dela entrada, le abrieron la blusa ysiguieron intentando reanimarla. Losvecinos habían empezado a congregarseen el patio delantero y se asomaban ya alas ventanas, intentando averiguar quéestaba pasando. Uno de los de la

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ambulancia fue por una camilla y en ellacargaron a Liz. Mi madre y yo nosmetimos en el coche y seguimos laambulancia hasta el hospital.

Cuando entramos en urgencias vi quemi amigo Anthony estaba allí sentado,esperando a que le tratasen una urticariaproducida por una planta venenosa.

—¿Ésa es Liz? —me preguntó alvernos entrar con una mujer rubiainconsciente en camilla.

—Pues sí —dije yo.Cuando estaba a punto de entrar en

la sala de urgencias se le paró elcorazón. Pasaron a «código azul», ocomoquiera que lo llamen, e intentaron

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reanimarla. Sorprendentemente loconsiguieron. Un minuto más y habríamuerto.

Aquella misma noche, en casa, mipadre apartó la vista del periódico y nosdijo:

No sabía que estaba tantriste.

Liz llevaba tiempo algo ida de lacabeza. Su comportamiento era cada vezmás errático. Cuando yo era más jovenhabía sido maravillosa, y siempre seportó bien conmigo. Recuerdo que

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después de ver El jovencitoFrankenstein (yo tendría unos diez años)Liz me llevó a la playa y yo lerepresenté la película entera durante lascuatro horas de carretera. Para ella tuvoque ser desagradable y aburrido hastadecir basta, pero me dio todo el tiempola sensación de estar interesada.

Con el paso de los años, sinembargo, se convirtió en una alcohólicade las malas, de esas que lo primero quebuscan por las mañanas es una cerveza,una de esas cuya personalidad cambiapor completo cuando beben, y noprecisamente a mejor. Luego empezó ameterse heroína y qué se yo cuántas

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cosas más. Para acabar de arreglarlo,empezó a volverse loca. Buena parte deltiempo estaba fuera de sí, y llegó unpunto en el que me caía mal más amenudo de lo que me caía bien. Empecéa ser la persona responsable de la casa,y eso pese a ser el más joven de lafamilia; por entonces debía de tenerdieciocho o diecinueve años. Una noche,durante una fiesta, el escritorio de Lizprendió fuego, y al que intentaronocultárselo fue a mí. «Que M.E. no seentere del fuego…» Más tarde vi lamesa carbonizada y le eché una broncade mil demonios.

Pocas semanas antes yo, mi amigo

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Anthony, Liz y Robert, el novio de Liz,habíamos vuelto a casa después de unconcierto. Robert tenía bigote y unCamaro. Aun así no era mala gente.Estábamos delante del coche de Robert,frente a la casa de nuestros vecinos de allado. No recuerdo exactamente a quévino pero de repente Robert empezó acomportarse como un gilipollas de losgrandes, algo muy raro. Se puso aabroncar a Liz yo qué sé por qué, perose estaba pasando mucho. Acabédiciéndole que chapase la boca y él medijo: «Conque sí, ¿eh?» y me tiró de unempujón al suelo. Acabamos apuñetazos, rodando los dos por el

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césped del vecino. Liz y Anthony al finalconsiguieron intervenir para separarnos.Nos calmamos un poco y nos dimos lamano, pero él conservaba aún unamirada muy rara, muy poco propia de él.Como si estuviese poseído, o algo.

Entramos todos en casa a echar unacerveza, y justo cuando llegábamos a lacocina a Robert se le acabaron de cruzarlos cables: salió corriendo hacia losfogones y se armó con un cuchillo decarnicero. De acojone. Empezamos agirar en círculos por la cocina, élintentando apuñalarme, yo apartándolecon todas mis fuerzas e intentando queno me clavase el cuchillo. Liz chillaba.

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Anthony llamó a la policía por teléfono,vocalizando mucho para que Robert leoyese. Cuando le oyó soltó el cuchillo ysalió por patas, dejando la puertaabierta a sus espaldas. La poli dio unabatida por la calle buscándole pero nohubo manera de encontrarle. Más tardele diagnosticaron un grave trastorno dela personalidad provocado por la faltade sueño, consecuencia de su trabajonocturno.

Conseguí acabar el instituto atrancas y barrancas. Me fue de un pelo,pero al final me dejaron pasar. No sabíaqué hacer, y pensé que lo mejor sería

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ponerse a trabajar. Encontré trabajo enla imprenta del padre de un amigo, uncabrón alcohólico y desquiciado. Huboun día que no pude aguantarle más, y encuanto se puso un poco borde conmigofiché la salida y no volví nunca más.

Luego trabajé en la gasolinera Exxonde la CIA. Resultó ser un curro bastanteagradable, con mucho tiempo parapensar. Me gustaba poner gasolina,limpiar parabrisas y cambiar ruedas.Era un trabajo tranquilo, y la mayoría declientes era gente amable y simpática,aunque hubo una vez en la que casi medespiden. Un chaval que llevabasiempre su Trans-Am a la bomba de

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autoservicio llegó un día y yo, despuésde que hubiese repostado, puse elcontador a cero, que es lo habitual; el tíose rebotó y con su vocecita quejicosa deadolescente me soltó: «¡Gra-acias!¡Ahora ya no sé cuánto le hepuestoooo!»

Yo le contesté: «¡Venticincoooo ymediooo!»

Se fue corriendo al despacho y lecontó al gerente lo que había pasado yañadió: «A ese tío le van a partir la caraun día de estos». El jefe me metió unabronca de las buenas, pero tuvo eldetalle de no despedirme. Eso sí, meprohibió volver a burlarme de los

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clientes.También estuve trabajando en una

cuadra, paleando bostas de caballo ylimpiando los establos. Me gustabaaquel sitio: tenía tiempo de sobras paraponer en claro las ideas, y rondaban porallí un montón de chicas guapas con suscaballos. Nadie tenía interés endespedirme, y yo no tenía ganas derenunciar. Era mucho mejor que elempleo que tuve en invierno, queconsistía en zambullirme en piscinasheladas para retirar las tapas yvaciarlas.

Liz regresó del hospital. Ella y mimadre se fueron de viaje a visitar a

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nuestros primos en Carolina del Norte.Una noche, mientras estaba fregando losplatos, mi padre entró en la cocina einició una de nuestras escasísimasconversaciones.

—¿Estás fregando los platos? —mepreguntó incrédulo.

—Alguien tendrá que hacerlo, digoyo —le respondí.

—Ah, es verdad, que ahora eres ungarrulo —dijo.

Hacía poco que había empezado apresentar los domingos por la noche unprograma de radio de música country enWarrenton con Ed, un amigo. Countrydel bueno, no la música comercial de

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ahora. Poníamos muchos discos debluegrass, Merle Haggard, WillieNelson, Buck Owens, cosas así. A mipadre le gustaba mucho Rocky Top y poreso lo ponía a menudo. Hablar con élestuvo muy bien. Hacía poco que mehabía aficionado al póquer, y era loúnico de lo que hablábamos. A veces lellamaba incluso a las tantas de la nochepara que me aconsejase.

Estuvimos un rato de broma, yrecuerdo que pensé que aquella era laconversación más humana y personalque había mantenido con él. Incluso mecontó un chiste. Una hora más tarde salícon mis amigos Anthony y Sean a cenar

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a un mexicano. Cuando salí de casa mepareció ver algo desacostumbrado porel rabillo del ojo: mi padre estabatumbado como siempre en el sofá viendolas noticias, pero del revés, con los piesdonde normalmente tenía la cabeza; algoinusual, que nunca antes había visto.Pero llegaba tarde y mientras salíadecidí que debía de haberlo imaginado yseguí camino.

Volví a casa unas cuantas horas mástarde y mi padre se había ido a la cama.Me senté en el salón a ver unareposición de Saturday Night Live, conCharles Grodin de presentador invitado.Me reí a carcajadas con su imitación de

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Art Garfunkel. Luego bajé a dormir.A la mañana siguiente me desperté

temprano porque tenía dos horas decarretera si quería llegar a tiempo paramatricularme en el semestre de otoño enRichmond, pero había algo que nocuadraba. No me preguntéis cómo, peroya entonces supe que algo no iba bien.

Subí las escaleras: nada indicabaque mi padre se estuviese preparandopara ir a trabajar. No había lucesencendidas y el silencio erapreocupante. Entré a la carrera en eldormitorio de mis padres, preparándomepara lo peor. Me encontré con lo que yatemía: mi padre, tumbado boca arriba en

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la cama, un poco de lado,completamente vestido encima de lacolcha, con las piernas dobladas y lospies casi tocando el suelo.

Pensé que quizá se había quedadodormido así. Le dije: «¿Papá? ¿Estásdespierto?». No respondió. Me entró elpánico.

—¡Papá! ¡Despierta, hombre! —lechillé.

Le zarandeé.—¡Venga, coño!Me puse a gritarle al oído igual que

había hecho con Liz. El hecho mismo deestar tocándole me parecía irreal.Busqué el teléfono y llamé a

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emergencias. Cuando la telefonistarespondió le dije que mi padre no sedespertaba. Me preguntó que dóndeestaba y le dije que en la cama. Mepidió que lo levantase para tenderlo enel suelo y así podría dirigirme en lamaniobra de reanimación. Solté elteléfono, le pasé los brazos por debajo yle levanté. Todo su cuerpo estaba rígidocomo un tablón. Le llevé con muchocuidado al otro lado del dormitorio, enla misma postura que tenía en la cama, ylo deposité en el suelo. Recuperé elauricular y le dije a la telefonista queestaba tieso y que qué había que hacerahora. Me dijo: «Oh. Esto… espera. En

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seguida llegará alguien».En el momento mismo en el que lo

decía se oyeron sirenas a lo lejos. Debíade haberse muerto durante la noche. Latelefonista supo que no había nada quehacer en cuanto le dije que estabarígido. La ambulancia llegó y se lollevaron. Tenía cincuenta y un años. Letaparon con una sábana y me pidieronque bajase al salón. Estaba desencajado,no sabía qué hacer. Me resultaba difícilsaber incluso cómo sentirme. Mi padreacababa de morirse, pero apenas símantenía relación con él. Y ahoraestábamos los dos en casa, él y yo,solos. Pero él estaba muerto.

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Un agente de policía se quedóconmigo en la cocina mientras yohojeaba entre lágrimas un ejemplar deNewsweek. Lo peor de todo fue vercómo metían a mi padre en una bolsanegra, cerraban la cremallera y salíancon él a cuestas por la puerta. Nisiquiera le pusieron en una camilla: selo llevaron en una bolsa negra e informe,como un saco de basura. Nunca he sidocapaz de borrar de mi memoria laimagen de mi padre entrando una nocheen casa por su propio pie y saliendo aldía siguiente en una bolsa negra.

Me acuciaba también la idea de quequizá podría haberle salvado si la noche

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antes le hubiese prestado algo más deatención. ¿De verdad le había vistotumbado del revés en el sofá? Quizáentonces ya se sentía mal, pero habíaconseguido subir las escaleras antes deque le diese el ataque al corazón alsentarse en la cama. ¿Y si hubiesepodido salvarle con solo prestar unpoco más de atención a lo que estabapasando?

Llamé a mi madre y a Liz paracontárselo. Se me hizo muy difícilcontarle a mi madre que su marido habíamuerto. Liz fue la que peor se lo tomó.De vez en cuando aún le llamaba«papaíto». Oí al otro lado de la línea

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que mi madre le pedía a Liz que sesentase. Pocos instantes después pudeescuchar el chillido de Liz.

Liz y mi madre regresaron aquelmismo día de Carolina del Norte.Pasamos la noche los tres juntos en lacama de mis padres. A Liz y a mí nospreocupaba que la situación superase ami madre, y que perder a su marido ytener que pasar la noche sola en sudormitorio fuese demasiado para ella,pero pareció llevarlo con bastanteentereza. Aunque uno nunca podía sabercómo llevaba nadie nada en nuestracasa.

Algunos días después mi madre

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regresó del tanatorio con una bolsa en laque llevaba la cartera, el reloj y elanillo de mi padre. Mi padre había sidoun ateo convencido y alguna vez le habíadicho a mi madre que quería que susrestos fuesen a parar a la basura. Mimadre conservó sus cenizas en unacajita, que guardó durante varios añosen el cajón de un archivador, antes decumplir finalmente con sus deseos.

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6. De camareroEl tiempo que pasé en la universidad

lo dediqué a tocarme las narices, unaactividad que ya había perfeccionado enel instituto. Seguramente habríaeclosionado musicalmente mucho antessi no hubiese perdido tantísimo tiempozanganeando en actividades que no eranpara mí. Por entonces vivía en unahabitación minúscula de paredesamarillas y una litera, en una cutrísimaresidencia de estudiantes de Richmond(Virginia). Compartía el cuarto con unchaval negro llamado Scrappy[2] (no melo invento). Scrappy era muy buen tío, y

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un excelente compañero de habitación,pero la habitación era diminuta. Deltamaño de una celda. Encontré trabajosirviendo bebidas en la cafetería de lafacultad. Cada noche pulía orgulloso lascafeteras y los dispensadores derefrescos que tenía a mi cargo. De vezen cuando me degradaban a friegaplatos.Como era el único blanco fregandoplatos, el resto de currantes pasaba demí. Me habían dado unos aparatososguantes de goma, y con ellos limpiabatan rápido como podía la vajilla queentraba con la cinta transportadoramientras escuchaba la radio; otro de losfriegaplatos, un tal Babysteps,

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demostraba de vez en cuando el porquéde su apodo quitándose los guantes,plantándose en medio de la nube devapor y marcándose un baile en el queapenas sí movía los pies con(efectivamente) «pasitos de bebé».

Hubo tantos momentos lamentablesque resulta difícil escoger uno de entrela larga sucesión de miserias queconservo en la memoria. Mi padreacababa de morirse, había dejado a mimadre y mi hermana solas en casa, vivíaen una ciudad desconocida y asistía aunas clases que no me interesaban enabsoluto. Había perdido mi identidad:ya no era el batería cantante de la

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ciudad. Estaba en un marasmodeprimente.

Tengo algunos recuerdos puntuales:por ejemplo, un día lluvioso estaba enun curso de educación física y meemparejaron con la tía más buena de laclase para practicar algunosmovimientos de autodefensa. Yo habíasoñado con aquella chica. Me habíaimaginado cómo sería tener la confianzaen mí mismo y las narices para pedirleque saliésemos juntos. Habíadesarrollado incluso una secuenciaonírica en la que le pedía prestada lacamioneta a mi amigo George parapoder llevarla a cenar. Y ahí estaba yo,

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en el gimnasio, tumbado encima de ella,aplicándole una llave de judo queacababan de enseñarnos, cuando derepente ella miró al techo y preguntó:

—¿Hay goteras?Al mirarla vi que sobre su hermoso

rostro caían gotas de agua. Entoncesdijo:

—Ah, si eres… ejem… tú…Estaba chorreándole sudor por

encima. Me disculpé, me levanté y aldarme la vuelta ella gritó:

—¡Madre de Dios! ¿Estás bien?Me volví de nuevo hacia ella.—Sí. ¿Por?El resto de estudiantes se habían

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acercado y señalaban mi espalda, y ellame comunicó que había un manchurrónde sangre que se expandía sobre misudadera blanca.

Recorrí a pie las seis manzanas devuelta a la residencia: por mi espaldacorría la sangre de un granazo de acnéreventado, uno de los muchos granos queme habían brotado en la espalda, y lagente se quedaba mirándome la espaldaempapada de sangre y me decía cosascomo: «¡Oye, tío! ¡Que vas sangrando!»O bien: «¡Alguien le ha rajado!»

—No, si ya… Gracias.

Por algún extraño motivo me

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aficioné a saltar desde un avión. Noestoy muy seguro de qué me llevó apracticar el paracaidismo, visto elmiedo que les tengo a las alturas.Supongo que en parte fue el deseo desobreponerme a mis miedos y hacer algoque me hiciese sentir vivo, y no unzombi matando las horas. Cerca dedonde vivía había un centro deinstrucción: podías hacer un curso por lamañana y a media tarde ya saltabas deun avión. No sé cómo conseguíconvencerme a mí mismo para apoyarmeen la rueda del avión y agarrarme a lariostra del tren de aterrizaje, con lospies colgando por detrás y la Tierra a

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varios kilómetros de distancia. Despuésde soltarme y sobreponerme al horror dela caída libre, abrí el paracaídas: eldescenso fue lo más sereno yespectacular que he hecho nunca. Lohice unas cuantas veces más y luegoredacté un trabajo para la uni sobreparacaidismo. Me enteré entonces deunos cuantos datos inquietantes: se habíamatado mucha más gente de la que yopensaba. Encontré varios informesforenses de paracaidistas muertos queterminaban así: «Causa del óbito:impacto».

Decidí colgar el paracaídas.A partir de aquel momento lo único

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en lo que pensé era en la música y en lomucho que echaba de menos estar en unabanda y en las ganas que tenía deescribir y grabar canciones. Pero nuncase me ocurrió que pudiese ser algo másque lo que ya había sido, el gallito delpequeño corral de mi ciudad. Nuncaintenté conscientemente hacer de lamúsica mi vida.

Empecé a buscar maneras de volvera casa de mi madre los fines de semanapara grabar maquetas de dos pistas.Aquel verano le compré una grabadorade cuatro pistas al guitarrista de la quehabía sido mi banda en el instituto yempecé a escribir y grabar canciones

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obsesivamente, tocando el piano de mimadre y la guitarra acústica de mihermana. Ni me molesté en regresar aRichmond.

En verano tuve una novia, Kim, quevivía en el campo, a una hora de dondeestaba yo. Era una chiquilla muy dulce yanimada, pero no exenta de problemas,de pelo castaño y bonitos ojos; la conocía través de amigos comunes. Yo le poníamis cintas y ella me daba ánimos yprocuraba empujarme a que hiciese algocon ellas, pero no era capaz de imaginarque de ellas pudiese salir algo más quela satisfacción que me producíagrabarlas.

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Para Liz, las cosas iban a peor. Unanoche se pilló un ciego tremendo yacabó violándola un grupo de tíos conlos que se cruzó en un cajeroautomático. Como si no tuviese yabastantes problemas. Entre la violacióny la borrachera constante fue de mal enpeor. Los tipos que la violaron erannegros, y el trauma hizo que se volvieseracista. Empezó a hablar como unaimbécil sureña y alcoholizada, y eso learrebató lo poquito que le quedaba deencanto personal. Por supuesto, lo que lehabía pasado me dio una pena inmensa,e intenté consolarla como pude, pero eltiempo, en vez de curar las heridas, hizo

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de ella una peor persona.Para entonces mi gran sueño era ser

propietario de una grúa de remolque.Tal como yo lo imaginaba, era unamagnífica oportunidad. Sería mi propiojefe, con mucho tiempo para pensar yponer en orden mis ideas. Tenía algo deexperiencia en la asistencia en carreterade cuando trabajaba en la gasolinera, yme había gustado. Intenté convencer a unamigo para que fuese mi socio en la grúay partirnos los turnos, pero la idea nuncallegó a hacerle demasiada gracia.

Intenté volver a estudiar y mematriculé en la universidad pública quehabía no muy lejos de casa de mi madre.

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De nuevo encontré trabajo en lacafetería de la facultad. Decidí probartodas y cada una de las bebidas de lasque me encargaba por las noches yprobé entonces el café por primera vez.Me enganché. Me di cuenta de que ibasiempre al trabajo de mal humor, perocuando volvía a casa estaba siempre debuenas, y con el tiempo llegué a asociarese buen humor con el café.

Volví a dejar la uni para dedicartodo el tiempo disponible a escribir ygrabar mis maquetas de cuatro pistas.Además de la batería, del piano de mimadre y la guitarra de mi hermana, mehabía comprado un sintetizador muy

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básico con caja de ritmos en la tienda deinstrumentos local. Sin mayorespretensiones. Simplemente, tenía unasganas locas de escribir canciones.Trataban de todo tipo de cosas. Algunaseran sobre chicas que me gustaban.Otras sobre lo solo que me sentía. Lotípico de muchas canciones, supongo. Enalgunas me planteaba qué sentido teníala vida, o qué sentido debería de tener.En lo musical eran una mezcla entre rarae ingenua de pop, country y soul consintetizadores y caja de ritmos. Cadasemana, más o menos, tenía listo unnuevo «disco» con canciones. A cadacinta le ponía nombre, como a un disco,

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y luego me ponía a preparar la siguiente.A veces, los «discos» tenían untrasfondo «conceptual», como el queescribí sobre la comunidad negra de lazona, lleno de letras cursis ypolíticamente correctas.

Tuve curros de todos los colores, yme compré una furgoneta de cajónabierto para poner en marcha «Cargas yDescargas Mr. E», y ganarme un dineritotransportando la basura de la gente alvertedero. Mi madre dibujó unasoctavillas y yo me pateé el vecindariodistribuyéndolas por las casas. Prontoempezaron a llamar a Mr. E para quepasase a vaciar los áticos y llevase los

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trastos al vertedero. También hice derepartidor de flores de un florista local.Un día birlé una flor de cada uno de losramos que tenía que repartir, hice unramillete (mejor un batiburrillo), loenvolví con la octavilla de la banda conla que tocaba por entonces y se loentregué a una chica con una pierna máscorta que la otra por la que estabacoladito. Nadie se dio cuenta de quefaltaban flores, y la chica quedóencantada con su ramo.

No hacía nada más que trabajar,beber café y escribir y grabar canciones.No se puede decir que tuviese vidasocial de ningún tipo. Kim había cortado

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conmigo dos veces ya, y aunque a la otrachica le gustaron las flores no fueronsuficientes. Encontré trabajo comoprofesor asistente de música en unaescuela pública para adolescentes contrastornos emocionales. Aquel trabajome gustaba mucho. Se me daba bien yme hacía sentir bien. Cada día teníacinco turnos de clase, y en cada clase ungrupo distinto de chavales conproblemas emocionales (una muy buenapreparación para los trastornos de loscompañeros de banda con los quetendría que tratar más adelante). Concada grupo tocaba un instrumentodiferente. A veces la batería, a veces la

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guitarra, a veces los teclados. Uno delos chavales era muy fan de LedZeppelin y le regalé la baqueta de JohnBonham que había conseguido durante elconcierto de Led Zeppelin al que mellevó Liz en octavo. Un gesto bonito,pero muy ingenuo. ¡Que me la devuelva!Llevaba su nombre inscrito. Me imaginoque ahora valdría una pasta en eBay.Seguro que aquel chaval lo vendió al díasiguiente por una onza de maría.

Me recomendaron para trabajar enotra escuela para chavales conproblemas, esta vez de edad escolar, ytambién allí estuve muy a gusto.También fui profesor sustituto en un par

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de colegios. Me hacía mucha gracia loirónico de la situación: aquel tío quetanto aborrecía el colegio ocupaba ahorauna posición de autoridad en la escuela.A mí me pasa una cosa, y es que cuandoveo algo que no debo hacer me sientoobligado a hacerlo. Dependiendo delmomento, puede ser divertido o unapesadilla. Como en una clase deciencias salida de madre, con los niñosde séptimo chillando y corriendo encírculos, con los mecheros Bunsenescupiendo llamas. No fui capaz decontrolarla. Otra vez mandé a un chico ala sala de profesores para que metrajese un café y volvió con una nota del

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director pidiéndome que fuese a verle.Por lo visto, no se puede enviar a losalumnos a por café. Mira que habíanpasado años, y aún me enviaban aldespacho del director.

Me enamoré perdida eirracionalmente de una chica quetrabajaba en la oficina de correos.Nunca fui más allá de darle paliquecuando compraba sellos o entregabacartas en su mostrador, pero luegoandaba siempre pensando en ella. Trasvarios meses reuní el valor para pedirleque saliese conmigo. Ese día, el mismoen el que explotó la lanzadera espacial,salió conmigo, y me comentó que estaba

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comprometida. Volví a casa y escribíuna canción, «La chica de la oficina decorreos se casa», y lo dejé correr.

Tenía veintitrés años, me sentíasolísimo y estaba cada vez más harto demi vida, o de no tener vida. Una tarde deverano, sentado en el porche trasero decasa de mi madre, me sentícompletamente vacío por dentro, comouna causa perdida, sin nada que hablasea mi favor. Algo hizo «clic» entonces enmi cabeza: si soy una causa perdida,¿qué me queda por perder? Antes derendirme y palmarla, al menos tengo queintentar hacer algo, y sobre todo tengoque salir echando leches de este páramo

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residencial y buscar algún tipo deaventura.

Por primera vez empecé a pensar enel futuro. Me puse a mirar y no lo vi encasa de mi madre. Me planteé lo que mehabía dicho Kim, que lo de la música seme daba bien y que tendría que sacarlepartido. ¿Por qué no hacerlo, visto queera lo único que me interesaba y loúnico que me gustaba hacer? En esemomento decidí que me mudaba y queiba a empezar una nueva vida.

Pensé que si quería hacer algo conmi música tendría que trasladarme aNueva York o a Los Angeles. No sabíanada de ninguna de las dos y tampoco

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conocía a nadie que viviese allí. Medecidí por Los Ángeles porque era laque más lejos estaba, y definitivamentequería irme lejos. Como a cinco milkilómetros.

Me puse a trabajar como un poseso ya ahorrar dinero para la mudanza. Dedía mangoneaba a los chavales delcolegio, que se vengaban de mí por lastardes, cuando trabajaba de aprendiz enun restaurante con la intención deconvertirme en camarero. Tener a unapanda de quinceañeros dándote órdeneste enseña humildad. Al cabo de untiempo me ascendieron a camarero. Eramalísimo. Una noche, en pleno

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escándalo Irán-Contras, me tocó servirla mesa de Oliver North y familia. Mesorprendió comprobar lo agradable queera en persona, y la buena propina quedejó. Pero no se me iba de la cabeza quequizá la propina había salido de algúnfondo gubernamental.

Otra noche mi madre llevó alrestaurante a nuestros primos, queestaban de visita, y yo serví su mesa.Creo que mi madre nunca ha estado tanorgullosa de mí como cuando fuicamarero. Cuando se fueron, mi madreme llamó preocupadísima al restaurante.Al pasar cerca de la casa a la que Liz sehabía mudado recientemente con su

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nuevo novio, habían visto el cieloinvernal iluminado por las luces rojasde media docena de ambulancias en elcamino de tierra que conducía a casa deLiz, pero había demasiada nieve paraacercarse a preguntar qué estabapasando. Tiré el mandil al suelo y salídisparado hacia allí intentando noperder el control de Oro Viejo yrepitiéndome una y otra vez «No, Liz,no; Liz, no». A medida que me acercabaa casa de Liz podía ver el resplandorrojo en el cielo. Salí corriendo delcoche para acercarme a la primeraambulancia, y un camillero me explicóque la casa contigua a la de Liz estaba

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ardiendo. Volví al restaurante, aliviadoporque Liz no se había matado.

Tras varios meses de compaginardos trabajos, y después de vender mibatería, conseguí reunir una cantidadrespetable de dinero. Un día carguétodas mis posesiones en el coche. Mimadre salió a la entrada y me dijo quese sentía como si su hijo se fuese a laguerra. Me eché a la autopista, sin tenerni idea de lo que me esperaba y sinconocer absolutamente a nadie enCalifornia.

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7. Espero que te gustepasar hambre

Bob Dylan dijo una vez que ya dejoven era consciente en secreto de sudestino. Me gustaría poder decir lomismo, pero nunca lo fui. Nunca. Loúnico que sentía era desesperación y untotal y absoluto desconcierto: malacombinación, muy mala. No tenía ni ideade qué cojones estaba haciendo, y si lohacía era sólo por no saber qué otracosa hacer. La música era lo único queme apasionaba, y era una pasión quecada día se hacía más fuerte. Pero no

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tenía ni idea de qué podría salir de ella.El mío era un caso desesperado,

porque tal y como yo lo veía tenía dosopciones: una, rendirme y palmarla; dos,ponerme las orejeras y sacarle algúntipo de partido a mi pasión. Al optar porintentar salir adelante con mi música memetí una presión inmensa, porque no meparecía que tuviese otro asidero.Literalmente, era eso o morirme.

Cruzar América con mi guitarra, lagrabadora de cuatro pistas y el resto demis posesiones en el coche fue de lomás emocionante. Me daba la sensaciónde que, si quería, en cualquier momentopodía dejar la autopista y empezar una

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nueva vida. Incluso la tormenta de hieloque tuve que atravesar en Oklahomatuvo su punto, después de tantos añosdesperdiciados en casa. Cuando al finllegué a California busqué el número deteléfono de la hermana de mi primeranovia, que vivía a un par de horas deLos Ángeles. La llamé y fue tan amablede dejarme pasar la noche en el sofá:acabé durmiendo un mes entero enaquella casa. Intentando dormir, mejordicho, porque resultaba difícil pegar ojocuando por los conductos de lacalefacción me llegaban cada noche losjadeos y gañidos de sus polvos con elnovio.

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Un día me acerqué a Hollywood yno pude creer lo que veía. Habiéndomecriado en Virginia delante de la tele,Hollywood era para mí un sitiolegendario. Cuando salí de la autopista101 estaba que no me tenía de laemoción: delante de mí se alzaba elmismísimo edificio de Capital Records.Torcí por Vine Street y vi un corrillo degente en la acera, cerca de aquel altoedificio construido en forma de pila dediscos. Aparqué el coche y me acerquépara ver qué estaba pasando. La actrizAngie Dickinson inauguraba la estrellaque Billy Vera and The Beaters habíanobtenido en el Paseo de la Fama de

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Hollywood. Una canción suya de laserie Enredos de familia había sido unexitazo. Me quedé mirando, embobado,mientras Angie Dickinson destapaba laestrella y se hacía a un lado. MientrasBilly Vera pronunciaba su discurso deagradecimiento, Angie Dickinson seapartó un poco hacia la acera y se pusojusto a mi lado. ¡Llevaba un minuto en laciudad y ya me estaba codeando con unaestrella de cine de carne y hueso!

Con voz entrecortada me presenté:«Ho-ho-hola, em…, señora Dickinson,me llamo Mark Everett».

Angie Dickinson me miró porencima de sus gigantescas gafas de sol.

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—Encantada de conocerte, Mark. ¿Aqué te dedicas?

—Eh, mmh, eh…, Compongocanciones.

Sonrió.—¡Genial! Me encanta la música.

Por eso estoy aquí. ¿Cómo son tuscanciones?

Eché mano al bolsillo de la chaquetay le entregué una cinta con mi último«disco» de cuatro pistas. Sonrió y medijo que lo escucharía. Un tío conbastante pinta de guays y pendientito enla oreja se me acercó y me susurró aloído: «Angie es de la gente que quierestener de tu lado».

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Cuando me preparaba para salir deVirginia, muchos de mis amigos músicosme dedicaban comentarios del estilo:«¡Espero que te guste pasar hambre!».Ése en concreto me lo dedicó unconocido, un excelente guitarrista deVirginia que había ido a L.A. paraintentar triunfar y que había vuelto conel rabo entre las piernas. No podíacreerme la suerte que tenía, lo fácil queera todo. Llegas a la ciudad, conoces auna estrella de cine y la fama y lafortuna ya son tuyas. Cada vez quevolvía al apartamento lo primero quepreguntaba era: «¿Me ha llamadoalguien?». Pero nadie me llamó nunca,

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claro.Finalmente me trasladé a un pisito

bastante cutre, cerca del aeropuerto deBurbank. Mudarme cerca del aeropuertofue una gilipollez por varios motivos.Nunca se me ha olvidado el ruido quehizo aquel avión al estrellarse cerca demi casa cuando era niño. Hubo al menostres veces en las que un avión aterrizódemasiado cerca del apartamento y yome tiré al suelo para esperar el impacto.

De Burbank no conocía nada exceptolos chistes que Johnny Carson hacíasobre la ciudad en The Tonight Show.Una de las primeras cosas que hice fueacercarme a la NBC y guardar cola para

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asistir a una grabación del programa.Tras pasar allí un día entero, estaba apunto de llegar a la cabeza cuando noscomunicaron que estaba lleno y quepodíamos irnos a casa. Entonces, cuandoya me estaba yendo, salió un ordenanzade traje azul que gritó: «¿hay alguien quehaya venido solo?».

Levanté la mano y me hizo señaspara que le siguiera. Me condujo hastael estudio y allí me indicó un asientovacío en el centro de la cuarta fila.Después de tantos años viendo elprograma en Virginia, se me hizo muyraro estar en el estudio y ver a DocSeverinsen haciendo ejercicios de

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calentamiento con la banda. De repente,entonaron la sintonía del programa, EdMcMahon pronunció su «¡Y aquíííííestááááá JOHNNNYYY!» y me encontréa escasos metros del gran hombre. Norecuerdo más detalles de aquella noche,solo la incontenible emoción de estarsentado enfrente del mismísimo JohnnyCarson.

Poco tiempo después, estabahaciendo cola en correos cuando frente ala puerta se detuvo una enorme limusinanegra. Se abrió la puerta y por ellaapareció Little Richard, que se puso aguardar cola detrás de mí. De nuevo unaexperiencia irreal para un chaval de

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Virginia. Little Richard esperando encorreos como cualquier personanormal… ¡al ladito! Llevaba puesta unatrinchera larga de color púrpura, e ibamaquillado como si fuese a salir alescenario. Nerviosísimo, le comenté lomucho que admiraba su trabajo y estuvoamabilísimo. Llegó incluso aconcederme la bendición personal deDios.

Monté mi grabadora de cuatro pistasen un armario y me puse a trabajar.Siempre que no estaba ocupado con unode los muchos curros que detestabapasaba las horas escribiendo y grabandoenfebrecidamente mis canciones. En un

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mercadillo compré un viejo pianoeléctrico Fender Rhodes e incorporé unnuevo sonido a mis grabaciones.

Empecé a enviar mis cintas a lasdiscográficas y reuní una colecciónbastante amplia de cartas de rechazo.Cada carta era un golpe devastador. Nome rendí, sin embargo. Quizá el rechazoalimentaba mi pasión. O quizá lo que memantenía en pie era el desespero.Estamos hablando de finales de losochenta, una época espantosa para lamúsica en L.A., con toneladas de laca yheavy metal del malo. A nadie leinteresaba el rarito aquel de Virginiaque grababa sus cintas de cuatro pistas

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en un armario. Lo que yo hacía no teníanada que ver con lo que en aquelmomento «molaba». Pero nunca se meolvidó una frase que leí de adolescenteen Brother Ray, la autobiografía de RayCharles. Ray decía que tienes queencontrar en ti mismo aquello que tehace único. Ésa era la misión a la queme había lanzado: seguir puliendo mitrabajo hasta que lo que quiera que fueseexclusivamente mío empezase a relucir.

Además, no me había buscadoninguna alternativa, así que seguí daleque te pego. Pero no fue una época fácil.Angie Dickinson seguía sin llamarme ylo único que recibía eran decepciones,

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sin ningún tipo de ánimo. Encontrétrabajo lavando coches en un tallermecánico frente al imponente edificio dePolyGram Records. A veces mequedaba embobado con la manguera enla mano, mirando el edificio conreverencia, como si fuese unmonumento. A veces iba en coche con eljefe a otro taller que tenía al otro ladode la ciudad, y cada vez conseguíameterse en un altercado con alguien: unavez llegó a sacar una pistola de laguantera y empezó a gesticular con ella ya amenazar a otros conductores.

Un domingo por la mañana mecompré una bici en una tienda de

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Burbank y estuve un par de horas dandovueltas por la ciudad. Me sentí muybien, deambulando de aquí para allá sintener que preocuparme de nada por unavez. Podía ir a cualquier sitio, hacercualquier cosa: era domingo y no medaba la gana de pensar en lo solitaria ydifícil que era mi vida. Pasé al lado deun cine y decidí entrar a ver una peli.Até la bici a las barras del aparcamientoy entré en la sala. A las dos horas salí yvi que alguien se había llevado mi bici.La había tenido durante cinco horasexactamente. Me llevó meses ahorrar losuficiente para poder comprarme otra.

También entonces respondía a los

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anuncios del periódico en los quebuscaban cantantes o compositores.Nadie sabía muy bien qué hacerconmigo. No les cuadraba. Una vez lepuse una de mis cintas a un tío que habíapuesto un anuncio y solo supo comentarlo «poco comercial» que sonaba. Volvíal calor abrasador de mi apartamento yme tumbé en el colchón que tenía en elsuelo, y mientras escuchaba a Bob Dylan(el hombre con la secreta conciencia desu destino) cantar «Sign on theWindow» lloré y pensé en dejarlo todoy morirme.

El minuto que iba a pasar enHollywood se convirtió en tres años

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miserables de empleos tediosos hasta eldesespero y de negra depresión. Graciasa Dios, tenía canciones que escribir ygrabar. No tenía ningún tipo de vidasocial: trabajaba y grababa, trabajaba ygrababa. Día sí y día también. Era loúnico que hacía.

Después de vivir un año frente alaeropuerto me trasladé a un apartamentodiminuto encima de un taller en AtwaterVillage, al lado de la autovía 5 y del«río» de L.A. (en realidad un acueductocubierto de pintadas en el que a menudoaparecían los cuerpos abandonados delas víctimas de las guerras entrebandas). Me dieron trabajo como

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telefonista en una revista musical de lazona que existía principalmente parapublicar los anuncios de «músicosbuscan músicos» de las últimas páginas.Cuando alguien llamaba a nuestronúmero para poner un anuncio porpalabras, yo era la voz del contestadorautomático que le guiaba a lo largo delos pasos necesarios para publicarlo. Aveces escribía alguna crítica para larevista, pero estaba peor pagado aúnque contestar al teléfono. Algunos de losredactores me llevaban con ellos aeventos de la industria musical, y allíempecé a conocer a más gente metida enel negocio, pero como de costumbre a

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nadie le interesaban mis canciones.Una noche me uní a un grupo que

acabó aterrizando en lo que resultó serla fiesta de presentación del últimodisco de Stevie Nicks, la de FleetwoodMac. La fiesta se celebraba en unamansión en lo alto de las colinas, y yome sentí aburrido e incómodo, como mepasaba siempre en esas circunstancias.No eran las fiestas glamurosas yanimadas que yo imaginaba. Estabanplagadas de gente aburrida y falsa, yaquello me deprimía. Decidí marcharmey me subí al minibús que iba de vuelta alpie de las colinas. El tipo que ibasentado a mi lado le pidió al conductor

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que cambiase de emisora porqueaborrecía la canción que sonaba en esemomento. Era un tío ya mayor, de pelocano, que me recordó un poco a AlbertFinney. Secundé su petición de cambiode emisora y nos pusimos a charlar.Resultó ser John Cárter, responsable deartistas y repertorio de Atlantic Recordsy veterano del negocio de la música,cuyo primer éxito profesional había sidoescribir la letra de «Incense andPeppermints», una canción psicodélicamuy popular en los sesenta. Le conté queyo escribía canciones y él, consciente delo que inevitablemente vendría acontinuación, puso instintivamente la

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mano. Saqué de la chaqueta la últimacolección de canciones que habíagrabado y se la di (más tarde he sabidoque ese gesto tiene un nombre: «elapretón de manos de Nashville»).Siempre llevaba una cinta encima, porlo general con lo último que habíagrabado por la mañana, y eso fue lo quesaqué del bolsillo.

A la mañana siguiente hice lacompra antes de ir a trabajar. Volví conla compra a casa y vi que la luz delcontestador parpadeaba. Le di al botón ysaqué un cartón de huevos de la bolsa.Mientras los guardaba en la nevera,escuché el mensaje: «E, soy Cárter. Muy

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buenas canciones, muy buenas letras,muy buenas melodías. Hablamos». Clic.

Ningún número al que llamar,simplemente «Hablamos».

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8. Comprando gangasLlamé a Información y pedí el

número de Atlantic Records. Mepusieron con la secretaria de JohnCárter. Le expliqué que había recibidoun mensaje enigmático peroesperanzador de su jefe. Ella me dijoque lo del mensaje críptico era habitual.¿Pero iba en serio o no? Me pasó con ély efectivamente me dijo que quería quefirmase con Atlantic Records.

Aquello era demasiado bueno paraser verdad. ¿De verdad iba a tener mivida algún sentido, después de todo?¿De verdad iba a poder hacer algo con

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mis canciones? ¿En serio iban incluso apagarme por escribir y cantar miscanciones? Estaba pegando botes de laemoción.

Pasaron las semanas, y mientusiasmo se fue diluyendo: no volví aoír nada de Cárter. Finalmente le llaméy me contó que le había mostrado micinta al jefe de Atlantic, pero que no lehabía gustado, porque era demasiadorara, y que así estaban las cosas. Mequedé hecho polvo. Estabaacostumbrado al rechazo, pero no a queme rechazasen después de pensar que lohabía conseguido. No era consciente deque hacen falta varios pasos hasta el

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«sí» final. Pensaba que en el momentoque Cárter dijo que quería contratarmeya estaba todo hecho.

Pese a estar completamentedesilusionado, retomé mi rutina habitual:trabajar primero y luego escribir ygrabar canciones como un poseso.Independientemente del rechazo queobtuviese tenía que seguir escribiendo ygrabando porque sentía la necesidadincontrolable de hacerlo. Seguí con elloporque me encantaba hacerlo, inclusoaunque nadie fuese a escucharlo. Perotambién había algo que queríacomunicar a la gente, y fuera del marcode una canción no se me daba bien, así

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que seguía siendo importante intentarque se me escuchase.

Cárter me dio su número privado yme pidió que me mantuviese en contacto.Pocos días después estaba en lasoficinas de la revista, lavando la taza decafé del jefe en el baño, cuando le oídecir que habían despedido a Cárter deAtlantic Records.

Llamé a Cárter y le pregunté qué ibaa hacer ahora. Me dijo que no estabamuy seguro y me preguntó si teníamúsica nueva. Le dije que siempre teníamúsica nueva. Me acerqué en bicicletahasta su casa de Silver Lake y le dejéuna cinta con unas cuantas canciones

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nuevas. Volvió a dejar un mensaje deánimo en el contestador, y así empezóotra rutina: tomar la bici para dejarlecintas en casa. Me dijo que me hacíafalta un representante, y que andabarumiando quién me iría bien. Yo le dijeque él parecía entender de qué iba mimúsica y que quizá debería ser miagente. Me dijo que se lo pensaría.

A los pocos días me llamó paradecirme que aceptaba ser mi agente yque en breve tendría redactado uncontrato de representación. Y yo, feliz.No tenía nada que representar, perosentaba bien saber que tenía de mi ladoa alguien que conocía el negocio.

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Un sábado por la mañana, Cártermontó un tenderete a la puerta de su casapara vaciar de trastos su chulísima casa,diseñada por Neutra. Me acerqué en mibici, le compré un molinillo de café yuna olla arrocera y le di la cinta másreciente. Poco después de haberme idoyo apareció por el tenderete DavittSigerson, productor discográfico yamigo de Cárter. Aprovechando queestaba allí, Cárter le dio a Davitt lacinta que acababa de dejarle y le dijo:«Tienes que oír a este chaval».

Davitt escuchó la cinta en el coche ycuando llegó a casa llamó a Cárter. Ledijo que le había gustado mucho la cinta

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y que quería producirme. Cárter meorganizó un encuentro con Davitt, undesayuno en un restaurante de SantaMonica Boulevard pocos días después.Mientras desayunaba frente a aquelproductor barbudo, con tejanos y gafas,le expliqué cuáles eran mis intenciones:tenía un montón de ideas sobre lamúsica y quería crecer, evolucionar,probar cosas nuevas a lo largo de losaños. Me dijo que creía que iba a tenerla oportunidad de hacerlo.

Aquello era fantástico. Después deaños de rechazo despiadado, unproductor de verdad estaba interesadoen lo que hacía. Seguía sin tener un

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contrato, pero había encontrado a otrapersona a la que mi música le decíaalgo. Había estado hundiéndome hastacaer en una profundísima depresión,viviendo encima de un garaje en el LosÁngeles de finales de los ochenta, peroahora al menos tenía algo de esperanza.

Y entonces, sin que nadie se loesperase, a Davitt le ofrecieron lapresidencia de Polydor Records. Era unpaso inusitado, porque él antes habíasido músico y luego productor, peronunca había trabajado dentro de unaempresa discográfica. Aceptó el empleoy le dijo a Cárter que ya no tendríaoportunidad de producirme pero que, en

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su condición de presidente de PolydorRecords, uno de los primeros artistas alos que pensaba contratar era… a mí.

Cárter me llamó a las oficinas de larevista para darme la noticia. Meexplicó que sería un contrato muyreducido para grabar dos discos conPolydor. Cuando colgué el teléfono, mefui pasillo abajo sintiéndome ligerocomo el aire. Era un día extraordinario,increíble. Efectivamente, el trato eramuy modesto, pero me daba igual. Loúnico que había oído era «grabar dosdiscos». Con eso me bastaba. Elcontrato me pagaba lo suficiente parapoder dejar aquel empleo, en el que

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llevaba dos años y que aborrecía, ydedicar todo mi tiempo a escribir ygrabar sin por ello morirme de hambre.Fregar la taza del jefe durante las dossemanas en la revista fue casi una tareaagradable, consciente de que prontohabría quedado atrás.

Ésas son las cosas que impiden quelos momentos más negativos de mi vidame hundan del todo. Si resulta que estetipo de cosas no sólo son posibles sinoque pasan de verdad, ¿cómo puedo sertan cínico? Yo, un crío de lo másingenuo, había salido de casa de mimadre en Virginia para ver si era capazde hacer algo con su música en el otro

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extremo del país, sin tener ni pajoleraidea de si tenía posibilidades ni de enqué me estaba metiendo.

Y algo estaba pasando. Estaba apunto de unirme a ese reducido grupo deafortunados que pueden hacer lo quequieren porque quieren… y encima meiban a pagar.

El segundo mejor momento de mivida fue tomar el ascensor del edificioPolyGram para mi primera reunión enPolydor. Me habían invitado a unareunión para hablar de mi disco en elmismo edificio ante el que me habíaembobado manguera en mano al otrolado de la calle.

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Empecé a reunirme conrepresentantes de sellos discográficosinteresados en publicar mis canciones.Una de ellas, Betsy Anthony, mepresentó a uno de sus compositores, untal Parthenon Huxley. Llevaba mediabarba, zapatos de colores diferentes y enla cabeza lucía melena por un lado ypelo corto por el otro. Me invitó a suextrañísima casita, en la colina másempinada de todo Echo Park. Nuncahabía andado en compañía de gente consensibilidades artísticas, y resultabafascinante. Era genial poder quedarse ensu casa y conocer a gente cuyosintereses no se reducían a las furgonetas

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y los campeonatos de tractores de tiro.Echo Park estaba lleno de artistas.

Pronto me trasladé a una casita deEcho Park metida en un callejón que, sios digo la verdad, daba bastante miedo.Varias veces me reventaron lasventanillas del coche, y no sé cuántasradios me robaron, pero valía la pena sia cambio podía estar en ese mundonuevo. Empecé a salir con la hermana dela mujer de Parthenon, la primera noviaque había tenido en años. Le pregunté aParthenon si querría producir conmigoel disco y juntos nos pusimos manos a laobra en el diminuto estudio que suvecino Jim Lang tenía en su casa,

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directamente enfrente de la deParthenon. Todo iba como la seda.

Yo no es que tuviese un conceptoreal de la producción, y me contentabacon grabar el disco. Estamos hablandode 1991, que en realidad es como decirfinales de los ochenta, y el valor que sele concedía entonces a la producción noera precisamente exagerado. Cuandoestos días escucho alguna de lasgrabaciones que hicimos entonces, meentra una vergüenza horrible: ¡Vayainstrumentación, vaya reverberación máscasposa! Aunque supongo que tambiéntiene su encanto: suena tan distinto…

Acabamos el disco deprisa, con un

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presupuesto mínimo, y nos dijeron quesaldría en febrero del año siguiente,1992.

Mientras tanto, mi madre me habíallamado para decirme que mi perroFido, que tenía ahora trece años, teníamuchos problemas con las patas e iba ahaber que «dormirlo» (me encanta esaexpresión… Supongo que resulta muydifícil decir que ha llegado la hora dematar a tu perro). Mamá no se veía conánimos, así que volví en avión aVirginia para ocuparme de tandesagradable problema. Lo organicétodo con mucha compostura, casiimpersonalmente, pero cuando el

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veterinario le puso la inyección y vi queFido meneaba por última vez el rabo seme vino el mundo encima y tuve queencerrarme en el cuarto de baño, dondeestuve llorando inconsolablemente comoun niño pequeño.

Liz vivía ahora con el principaltraficante de drogas de Virginia, queacababa de salir de la cárcel, y mimadre tenía un novio, Bill, mucho mayorque ella. Tenía más de ochenta años. Eratan viejo que había conocido a uno delos hermanos Wright, los que inventaronel VUELO. Una mañana estaba en elcomedor de casa de mi madre leyendo elperiódico y entreoí esta conversación

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entre mi madre y Bill:Mamá: ¿Y si nos acercamos algún

fin de semana a Kitty Hawk?Bill: ¿Kitty Hawk?Mamá: Sí, Kitty Hawk. Allí donde

vivían los hermanos Wright.Bill: ¿Los hermanos Wright? ¡Ah,

vale! Yo conocía a Orville.A Man Called E salió según lo

previsto. Como de costumbre, yo nosabía qué esperar. Una mañana estabasentado en mi cocina de Echo Parksintonizando la radio cuando oí que enla KROQ, la emisora «alternativa»,sonaba la primera canción de mi discoque llevaba el muy apropiado título

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«Helio Cruel World»; era mi voz,cantando:

Norman Rockwell colours fadeAll my favourite things have

changedBut what the hellHelio cruel World

Se desvanecen los colores estiloNorman Rockwell | Mis cosas favoritashan cambiado, todas | Pero quédemonios | Hola, mundo cruel

¡Hostia puta! Estaba en la radio.Llamé a mi novia y le chillé: «¡Salgo

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por la radio!», y puse el auricular juntoal aparato como hacen en las películascuando alguien se oye en la radio porprimera vez. Cuando se apagó la últimanota de la canción, el locutor dijo: «Éseera EEEEE… ¡A mí me suena a éxito!»

La verdad es que la canción seconvirtió en un éxito en las listasalternativas (aunque no sé muy bien quésignifica eso). Sonaba por la radioconstantemente, y la discográfica queríaque saliese de gira. Yo no me dabacuenta de lo poco habitual que era haberfirmado un contrato, sacar un disco ytener un éxito sin haber actuado nunca endirecto. No había estado frente al

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público desde mis días de batería enVirginia.

En la discográfica no las teníantodas consigo sobre cómo resultaría yoactuando en directo. Nadie tenía puestasmuchas esperanzas en el chaval quegrababa sus canciones en el armario.Todos, yo incluido, nos quedamossorprendidísimos cuando vimos que lode tocar en directo se me daba bien. Meenviaron a recorrer el país comotelonero de la primera gira americana deTori Amos, pese a que hasta entoncesnunca había estado al frente de unabanda. Las únicas veces que habíaactuado lo había hecho detrás de la

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batería en fiestas y bares de Virginia.Además, salir de telonero suele ser unatarea muy poco agradecida, por lo quetenía entendido, pero el público semostró siempre muy receptivo y a vecesme pedían incluso que saliera a darbises.

Tras la gira, Parthenon y su mujer setrasladaron a una casa en lo alto de lacolina y yo me quedé con la extraña casaque hasta entonces habían ocupado enmitad de la ladera. Entonces mi noviacortó conmigo. Era una personafascinante, muy artística, una espléndidaescritora, y el suyo era un mundo en elque me había emocionado vivir (incluso

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sobrevivimos juntos a los disturbios deLos Angeles), pero también fue ella laque me arrastró a unos altibajos a losque los dos nos hemos referido másadelante como «mi Vietnam» (de esohablaré en el capítulo siguiente). Mequedé destrozado, y empecé a escribircanciones y más canciones obsesionadascon la ruptura, que luego grabé para misegundo disco con Polydor, Broken ToyShop. Había en él muchas cancionessobre lo desgraciado que era y lo muchoque odiaba a su nuevo novio. Cancionescomo «She Loves a Puppet»:

Got no soul

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Only a haircutHe’s no manBarely a boyWhy can’t she understandThat I am her true loveShe loves a puppet

No tiene alma | Solo un corte depelo | No es un hombre | Apenas un crío| Por qué no podrá ella entender | Quesu amor verdadero soy yo | Estáenamorada de un muñeco

Broken Toy Shop salió en diciembrede 1993, justo en el momento que seproducía un corrimiento de tierras en

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PolyGram. Carter me llamó una nochepara decirme que Davitt no seguiría enPolydor y que ya no había manera dedarle publicidad al nuevo disco. Lepregunté qué iba a pasar ahora y con subrutal franqueza habitual me dijo: «Puesque no te renovarán».

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9. Las chicas que megustan están locas

A ver: este es un tema peliagudo, yno me siento muy a gusto hablando de él,porque llevado a sus últimasconsecuencias significa que yo tambiénestoy bastante desequilibrado. Peroahora, llegados a este punto de lahistoria (con la primera novia en años,pero a punto de embarcarme en una girademencial y, en consecuencia, de cortarcon la novia), creo que es el momentode abordar la cuestión. Repasemos losantecedentes.

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A lo largo de mi vida ha quedadodemostrado que, si estoy en unahabitación y en esa habitación hay unapersona capaz de convertir mi vida enun infierno, la encontraré enseguida,desearé que se ponga a hablar conmigo,me sentiré como si hubiese encontradola pieza que le faltaba a mi puzzle,empezaré a fantasear y a ver imágenesde los dos despertándonos juntos, denuestros hijos, de nuestras tumbascontiguas dentro de cincuenta años, yencima creeré que eso es lo que quiero.Por algún motivo que desconozco, Diosha hecho que las mujeres que me atraenestén todas locas. Pero como resulta que

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no creo en Dios, imagino que enrealidad es una de esas circunstanciasde la vida que algo tienen que ver con laforma en la que me crie. La gente con laque trabajaba se refería a veces a ciertotipo de mujeres como «chicas para E».Así de grave era la cosa.

Si la chica tenía pinta de haberseescapado del frenopático local, ahíestaba yo. A lo largo de los años hetenido una serie de novias capaces depasar de la risa histérica al llantodesconsolado en cuestión de segundos.

Woody Alien tenía un nombre paraesas mujeres y lo expuso en la películaMaridos y mujeres. Para él son «mujeres

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kamikaze», porque no sólo sonautodestructivas sino que además seestrellan contra ti y te arrastran en sucaída.

Tomemos, por ejemplo, a la primeranovia que tuve a los tres años de estarviviendo en California, el equivalente ami Vietnam personal. Es como en eldicho, supongo: lo comido por loservido. Si quieres estar con unapersona interesante, sensible y detemperamento artístico, la sensibilidadimplica por lo general que sea sensibleen una serie de cuestiones con las que nohabías contado. Hoy en día mi Vietnam yyo volvemos a ser amigos y podemos

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reírnos juntos de la pesadilla emocionalque fue nuestra relación, pero sigue sinser un plato recomendable, como suelendecir los camareros cuando un clientepide un plato muy picante que le dejaráhecho polvo al día siguiente.

Un día estaba enamorada de mí y aldía siguiente no estaba segura de haberdicho la última palabra con su ex novioy volvía con él, solo para regresar a milado al cabo de un par de días. Era uncarrusel vertiginoso y agotador. Elnovio de antes de su ex novio la llamóuna noche para anunciar que se casaba, yella me llamó en seguida para que fuesea consolarla, pese a que el día antes me

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había dicho que no quería ni verme(evidentemente, fui a su casa y laconsolé). Por su cumpleaños le escribíuna canción, «Manchester Girl»,convencido de que era lo más bonito yauténtico que podía regalarle. No legustó nada. Dijo que el verso sobre «lacaja de basura de Pandora» daba aentender que era mala ama de casa. Aunasí, cuando cortó conmigo me dejódestrozado.

También podría mencionar a lanovia que durante nuestra primera citase quitó la blusa en el coche como quienno quiere la cosa y fue con los pechos alaire hasta que llegamos al restaurante en

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el que íbamos a cenar. Después de lacena volvimos a casa, nos sentamos enel sofá y empezamos a besarnos.Mientras nos besábamos se echó allorar, huyó hacia el coche y saliódisparada hacia su casa. A la nochesiguiente me llamó para explicarme quehabía salido huyendo porque habíasentido la presencia de un antiguo novioen la habitación.

Y aun así seguí viéndome con ella.Otra noche me llamó dispuesta asuicidarse porque había oído que su exnovio tenía una nueva novia. Me pasé lanoche entera disuadiéndola.

Luego está aquella otra novia que

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sentía siempre unos celos terribles porunas aventurillas imaginarias que nuncatuve, y que en uno de sus arranquespsicóticos pegó un portazo tan fuerte queun espejo se cayó de la pared y se hizoañicos contra el suelo. Estoy seguro deque a los vecinos les hizo una gracialoca. Ah, y gracias por los siete años demala suerte: se cumplieron.

Y qué decir de aquella otra que, unanoche que estábamos tumbados en lacama, me salió con una frase inmortal:

—¿QUÉ PASA, QUE VER ELPUTO PROGRAMA DE DAVIDLETTERMAN ES MÁS IMPORTANTEQUE HACERME MIMITOS?

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La lista es interminable.Igual ahora parece que mi vida es

más interesante de lo que realmente es.Pensad que estos son ejemplosdesperdigados a lo largo de un extensoperiodo de tiempo, cerca de veinte años,con muchas fases entremedio deabsoluta ausencia de locura.

Otra cosa: cuando digo locura,quiero que sepáis que yo también tengomis límites. No hablo de locas en elsentido de perturbadas mentales oesquizofrénicas. Eso es demasiadoincluso para mí. Pero en ocasionesalgunas de mis novias no andaban muylejos de esas categorías.

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¿Qué es lo que me atraía de esasalmas descarriadas? Seguramente unacombinación de circunstancias, entreellas el hecho de que yo mismo era unalma descarriada y por eso me sentía agusto con ellas (ya, ya: qué ironía).Criarte en una familia de locos tepredispone a ese tipo de cosas si no teandas con cuidado.

Y quizá es que yo estaba dispuesto atransigir con los bajones de la relaciónpara poder disfrutar de los subidonesque me ofrecía. Pero con el paso de losaños el atractivo de las loquitas se haido reduciendo; por extenuación,supongo.

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No todas han sido unas locas, perosi quiero ser sincero tengo quereconocer que en la mayoría de casosalgún tornillo les faltaba. Será que enrealidad estamos todos locos, y cadauno encuentra una manera distinta devivir con ello. No hay más que vernos amí y a mi hermana. Somos dos caras dela misma moneda. Nos enfrentamos a losproblemas de manera muy distinta: ellaperdió toda conciencia de sí misma ycayó en una espiral de alcohol y drogas,y yo me sumergí en la música. He tenidola suerte de que mi método fuese másconstructivo.

En defensa de todas ellas tengo que

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decir también que no soy una personacon la que resulte fácil convivir. Bueno,en cierto modo sí que lo soy, una vez seacepta que siempre estoy trabajando enalgo y que si no estoy trabajando tiendoa encerrarme en mí mismo mientrasrumio nuevas ideas. Hay que ser unapersona muy segura de sí misma paravivir con alguien así, y probablementehe estado enfocándolo mal todos estosaños al intentar emparejamientosimposibles.

Les guardo mucho cariño a todas mislocas, y no lamento ninguna de lasexperiencias compartidas con ellas(bueno, casi ninguna. Algunas fueron

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verdaderamente terribles).A todas las locas a las que he

querido: muchas gracias, pero ahoraestoy demasiado cansado.

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10. Un día en la playa

Huracán en Honolulú

Salí de casa una mañana sin tenermuy claro a dónde ir. Me subí a micamioneta blanca y me puse a conducirsin rumbo. Acabé en Zuma Beach, a unahora de Echo Park. No sé por quéaterricé allí, algo parecía llevarmeinstintivamente hacia la playa. Quizáfuese por Zuma, un disco de Neil Youngque Liz y yo solíamos escuchar mucho.Era una mañana ventosa, gris y nublada

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de entre semana. La playa estabadesierta. Bajé de la camioneta paracaminar por la arena y me quedémirando el romper de las olas. Algohabía que me empujaba a adentrarme enellas y seguir caminando hasta quedarbajo el agua.

Acababa de encontrarle sentido a mivida, y ahora me lo querían quitar. Podíaseguir haciendo mis cintas, pero yanadie las escucharía, y ya no podríavolver a dedicarles todo mi tiempo. Lomejor que me había pasado nunca sehabía acabado demasiado deprisa. Casino me había dado tiempo a poner enmarcha mis planes musicales. Ya no

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sabía qué hacer conmigo mismo.Me acerqué más al agua, hasta

quedarme quieto justo en el punto en elque la marea lame la arena seca. Podíasentir que mis talones estaban a punto deempujarme al agua. Me quedé allí quietodurante lo que me pareció muchotiempo, aunque seguramente fueron solodiez minutos.

Decidí que era demasiado cobardepara tirarme al océano. No me gusta elagua fría. Volví a mi casita de lascolinas y me tumbé en la cama a llorar.

Carter contrató una breve gira porCalifornia en la que podría actuar enalgunos bares y tocar yo solo. Estuve

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semanas practicando en el sótano, ycompré una cubierta rígida para el cajónde mi camioneta para transportar miequipo. Nadie asistió a ninguna de lasactuaciones, excepto a la de San LuisObispo, donde resultó que había unmontón de universitarios borrachos queiban a estar allí de todas maneras.Aquella noche casi me parten la carados veces. Una cuando iba hacia el bar:una panda de capullos borrachos merodeó y empezó a gritarme. La otra fuedurante el «concierto», cuando unimbécil mamado se puso a vacilarme yyo cometí el error de responderle. Esamisma noche, mientras conducía por la

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autopista del Pacífico de camino a SanFrancisco, tuve que contenerme variasveces para no dar un volantazo ydespeñarme de una vez por losacantilados.

Seguí escribiendo y grabandocanciones en el frío de mi minúsculosótano. No sabía qué otra cosa hacer. Almenos trabajaba ahora con una ochopistas y con mejores instrumentos. Algoes algo. Seguía a lo mío, a ciegas.

A veces se oye a actores y a gente decine hablar de su trabajo y dicen cosasdel palo: «como actor fue una decisióninteresante…». Esa idea de que sepueden tomar decisiones en el trabajo

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me tiene fascinado, porque yo no lo veonunca como una decisión. Yo sólo sientolo que está ahí, a punto de salir, y tengoque conseguir que sea algo real, y yaestá. No me parece que tenga opciones.Lo hago y punto. Y no es que me guste: aveces me siento como si me hubieranpuesto una pistola en la sien.

De adolescente jugaba a veces conmi grabadora de dos pistas y creabaunos collages de sonidosverdaderamente raros, que luego leenviaba a Liz a Hawaii. Debía de pensarque estaba zumbado, porque aquellascintas eran absolutamente demenciales.Grabaciones clásicas mezcladas con

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voces raras que yo iba poniendo, ráfagasde rock, miniparrafadas… De locos, deverdad.

Liz me llamó y me contó que habíaencontrado una de aquellas cintas.Cuando colgué el teléfono pensé en lodivertido que había sido grabar aquelloscollages sonoros. Y más adelante,durante aquella etapa tan negra de mivida, iba conduciendo por la carreteracuando oí en la radio al grupo inglésPortishead. Me quedé sin palabras. Tuveque parar en el arcén para escuchar contoda atención. La combinación de«bucles» creados con frases depercusión y sampleos de las bandas

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sonoras de Lalo Schifrin con la voz dela cantante superpuesta me fascinó, y medio la inspiración para recuperar miantiguo mundo de collages sonoros eintegrarlos en mis composicionesmusicales.

Las nuevas tecnologías habíancreado nuevas posibilidades para elcollage sonoro. Llamé a mis amigospara preguntarles si conocían a genteque hiciese música con ordenadores yme dieron unos cuantos números deteléfono. Era un mundo nuevo,emocionante, y a mí me parecía unmedio con posibilidades infinitas. Unade las primeras canciones que escribí

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por entonces fue «Novocaine for theSoul». Algún tiempo atrás había escritoesa frase en un trozo de papel y me lohabía guardado en el bolsillo, junto conotro papelito en el que había anotado«before I sputter out» y otro que decía«Jesus and his lawyer are coming back».Eran destellos, ideas que iba teniendopara una canción que quería escribirsobre lo desesperado que me sentía.

Jennifer Condos, una amiga míabajista con la que alguna vez habíatrabajado, me contó que su marido MarkGoldenberg tenía un ordenador. Laacompañé a su casa y Mark y yo hicimosalgunas bases rítmicas. Luego me fui a

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casa pensando en la parte de la guitarra,la letra, la melodía, y lo monté todo enla grabadora de ocho pistas en unanoche. Volví a casa de Mark con la cintapara que pudiese tocar el solo deguitarra. (Jennifer puso el bajo parasustituir el teclado, pero nunca haaparecido en los créditos por culpa deun error administrativo. Ya sé que esmuy tarde, pero ¡lo siento, Jen!)

Life is whiteAnd you are blackJesus and his lawyerAre coming backOh my darling

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Will you be hereBefore I sputter out

La vida es blanca | Y tú eres negra |Jesús y su abogado | Van a volver | Oh,querida mía | Dime si vas a estar ahí |Antes de que me apague entrechisporroteos

Estaba muy contento con la canción.Era como haberse metido en algocompletamente distinto. Parthenon mepasó el número de un tío con el quehabía colaborado, Jim Jacobsen, quetrabajaba también con su ordenador. Ensu casa escribí parte de la canción

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«Susan’s House», y el resto en misótano, en un proceso muy parecido alde la grabación de Novocaine. Conaquella canción me distancié aún más delo que había estado haciendo hastaentonces: la parte vocal es mucho másrecitada que cantada. Quise escaparmede mi cabeza en una canción y dar unpaseo por el vecindario. Pensé: ¿Dóndeestá escrito que tenga que cantar?

Going over to Susan’s houseWalking south down Baxter StreetNothing hiding behind this picket

fenceThere’s a crazy old woman

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smashing bottlesWhere her house burnt down two

years agoPeople say that back then she really

wasn’t that crazy

De camino a casa de Susan | Rumbosur por Baxter Street | Nada se ocultatras la verja | Hay una vieja locareventando botellas | En el solar dondeardió su casa dos años atrás | Hayquien dice que por entonces no estabatan loca

Luego venía un sample del piano deuna vieja grabación de Gladys Knight,

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mezclado con una serie de efectossonoros y el ritmo de mi paseo por elbarrio. Había conocido a la Susan deltítulo un par de años antes, pero paracuando escribí la canción ya habíamoscortado y además, si he de decir laverdad, su casa estaba en Pasadena,demasiado lejos para ir andando. Aveces hay que permitirse una ligeralicencia artística para llegar a la verdaduniversal, o como prefiráis llamarla.Que quede claro que Susan no era unade las locas (la excepción a la regla enaquella fase de mi vida), y que tuvo quesufrirme en el momento en el quepublicaba un disco en el que contaba lo

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desconsolado que me había dejado miúltima novia (Vietnam).

Con aquella gente grabé cancionestituladas «Flowers» y «Your Lucky Dayin Hell» siguiendo el mismo proceso detrabajo. Todas ellas se quedaron talcomo las grabamos el primer día ynunca las cambiamos hasta que fueronpublicadas en forma de disco añosdespués.

Mientras tanto, había grabado cercade setenta canciones por mi cuenta en elsótano. Por primera vez desde quePrince irrumpió en mi vida, volvía ainteresarme por la música del momento.También me gustaba el grupo japonés

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Pizzicato Five, y Nirvana, Hole y LizPhair estaban sacando discos que meparecían sinceros, discos de verdad. Medaba la impresión de que lo que estabaescribiendo ahora era más inmediato,más vibrante que lo que había hechohasta entonces. Estaba intentandoeliminar capas para llegar a la verdadque subyace a todo. Empecé a aprendermucho sobre temas de producción, y atener ideas propias. Dejé de usar lasreverberaciones horteras. Me daba lasensación de haber estadoescondiéndome, y ahora quería sersincero, seco; aunque me hiciese sentirincómodo. Como este libro.

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Una de las canciones que grabé seme ocurrió una noche que mi amigo JonBrion vino a verme a casa. Había sidoun niño prodigio, y de adulto tocabaextraordinariamente bien cualquierinstrumento: era capaz de haceracompañamientos para cualquiera asísin más, sin haber ensayado ni nada, ytenía una barbaridad de instrumentosviejos y equipos de grabación. Cuandovino me propuso un ejercicio: él subiríaal dormitorio y escribiría una canción entreinta minutos, y yo mientras bajaría alsótano y escribiría una canción en treintaminutos. Siempre me salía con ideas así.«Escribe una canción sobre algo que

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haya encima de la mesa», cosas así.Bajé al sótano, tomé mi vieja telecasterestampada, la conecté a la grabadora yempecé a cantar:

My beloved monster and meWe go everywhere togetherWearin a raincoat that has four

sleevesGets us through all kinds of

weather

Mi adorado monstruo y yo | Vamosjuntos a todas partes | Embutidos en unchubasquero con cuatro mangas | Nosprotege de cualquier inclemencia del

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tiempo

Grabé la guitarra y la voz allímismo, y cuando pasaron los treintaminutos invité a Jon a escuchar lo quehabía hecho. Le gustó y me propuso quelo llevásemos en breve a su estudio deSilver Lake para añadir másinstrumentos, algo que hicimos en losdías siguientes. Jon incorporó a mispistas de voz y guitarra un trombón,bajo, teclados y el sonido que hacía unatarjeta de crédito contra su mejilla sinafeitar. Para la percusión nos dedicamosa golpear contra el suelo cajas deherramientas y todos los trozos de metal

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que encontramos.Carter había vuelto a trabajar en

Artistas y Repertorio para PolyGram, elimperio que me había dejado en la calle.Aún no había sitio para mí, pero élseguía dispuesto a ser mi representante,aunque en ese momento no hubiese nadaque representar. Le gustaron las cosasque había estado haciendo y me propusoque empezase a actuar bajo un nombredistinto, visto que en lo musical habíahecho grandes progresos. Me dijo queincluso tenía el nombre perfecto paramí: EELS. Me gustó la idea de trabajarcon un nombre diferente. Cuando tellamas E te salen toda serie de

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problemas logísticos. Cuando alguienlee en el periódico ESTA NOCHE: E,lo más normal es no ver siquiera la E.Necesitaba unas cuantas letras más, y aCarter le pareció que si el nuevo nombreempezaba por E mis antiguos cedésestarían cerca de los nuevos en lasrepisas de las tiendas de discos. (Solocuando salió el primer cedé de losEELS nos dimos cuenta de que misnuevos discos y los antiguos estabanseparados por infinidad de discos de losEagles y de Earth, Wind and Fire . Estascosas hay que pensarlas con más calma).

Carter se dedicó a presentar miscintas a las compañías discográficas,

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pero no había un interés excesivo. Lascanciones que les ponía eran«Novocaine for the Soul», «Susan’sHouse», etcétera, idénticas a comoaparecieron años después en el disco.

Una noche, iba yo por Third StreetPromenade en Santa Monica cuando oíque alguien me llamaba: «¡Ey, E!» Seme acercó un tipo rubio que me sonabade algo. Era Chris Douridas, el directorde programación de la radio públicalocal, KCRW. Había actuado un par deveces en su programa cuando salieronlos discos de E. Me preguntó qué habíaestado haciendo y le dije que habíaestado grabando nuevo material. Me

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preguntó si podía escucharlo y le dijeque le enviaría una cinta. Supuse quehabía querido ser amable, o darmeconversación, pero por si acaso enviéuna cinta a la KCRW al día siguiente.

Pocos días después recibí unallamada de un asistente de la radio:Chris quería poner la cinta en directo,pero no funcionaba, y quería saber sipodía llevarles una copia mejor. Crucéla ciudad en mi furgoneta para entregaren mano una cinta en perfecto estado defuncionamiento. Chris quería poner«Novocaine for the Soul». Hizo unaprueba de la cinta delante de mí y luegola puso en directo.

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Carter me animó a formar una bandapara tocar en directo las canciones. Eratodo un reto, porque el nivel deproducción en estudio de todas era muyalto. Además, algunas de las nuevascanciones giraban mucho en torno a laguitarra eléctrica, que era otra cosanueva para mí. Así que me puse a reunirun grupo para tocar en directo quepudiese hacer las dos cosas: meter trallay hacer justicia a las canciones máscomplicadas de estudio.

Jonathan Norton había tocado labatería conmigo alguna vez parapreparar lo que tendría que haber sido lagira de mi segundo álbum, pero la gira

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no llegó a arrancar nunca por culpa delcorrimiento de tierras en PolyGram. Eraun tío grandullón, con larga coleta ycierta debilidad por los djembésafricanos y la percusión exótica. Habíaoído que estaba juntando gente paratocar material nuevo y puso toda lacarne en el asador para ser el batería. Ledije que no me parecía la personaadecuada. Demasiada world music,demasiada «coleta».

Un par de días después vino a casa ycasi no lo reconocí. Se había cortado lacoleta y ahora llevaba barba y el peloteñido de rubio. Estaba intentandodemostrarme que no era sólo como yo

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pensaba que era, y además queríaprobarme lo importante que era para éltocar conmigo. Me impresionó queestuviese dispuesto a llegar a eseextremo, y no se me ocurría nadie mejor,así que decidí hacer la prueba. Me fuicon él al garaje que tenía en Northridge,enchufé mi Les Paul en un pequeñoampli Fender y empecé a tocar losacordes arpegiados de «Novocaine forthe Soul» con mucho trémolo ydistorsión, muy diferente de comosonaba en el disco. Jonathan empezó agolpear su batería con las manos. Nuncaantes había sido el guitarrista de unabanda, y era emocionante y también

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aterrador tener esa nuevaresponsabilidad. Aquello tiraba, y losdos lo sabíamos. Con aquello sí nospodíamos presentar en vivo ante elpúblico. Me daba igual que no sonasecomo en el disco. Ya me gustaba quesonase distinto. Las dos versiones mesonaban bien, cada una a su manera, yentendí entonces que no hay por quétratar de igual manera una grabación yuna actuación en directo. Sonsituaciones completamente distintas.

Ahora me hacían falta un bajista y unteclista. Probamos con un par de bajistasy decidimos que la mejor opción era lade Tommy Walter, un tío al que conocía

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de una banda local llamada Mrs. God.Era un buen instrumentista, y ademássabía tocar la trompa. Un día estábamostocando en el garaje y yo comenté que aJonathan le hacía falta un buen apodo.Tommy dijo: «Eso, algo como “Butch”»,y a Jonathan le gustó tanto que empezó areferirse a sí mismo en tercera personacomo «Butch», así que Butch se quedó.

Tuvimos problemas para encontrar aun teclista capaz de aclararse con todoslos sampleos de algunas de lascanciones. La verdad es que soloteníamos un candidato: no recuerdocómo se llamaba, pero era un tío muyraro que no llegó a presentarse en el que

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tenía que haber sido su primer día. Nosdejó un largo y confuso mensaje en elcontestador explicándonos que se habíametido en un atasco, y luego se habíaperdido, y luego… Ahí cortamos elmensaje y organizamos un collagesonoro con él, para reírnos un rato.Decidí que saldríamos a escena sinteclados, y que no usaríamos samples.Tal como yo lo veía, sonábamos biencomo trío y yo además podía tocaralgunos teclados.

Le había pedido prestado a JonBrion un viejo teclado Hohner Cimbaletque me gustaba mucho. Era como unpequeño piano eléctrico, del tamaño de

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la funda de una guitarra eléctrica,parecido a lo que tocaba la chica de lostebeos de The Archies. Un día decidíenchufarlo al ampli de la guitarra, a vera qué sonaba. Me encantó el sonido. Eraun cruce entre un teclado y una guitarra,algo que no había oído nunca antes. Perolas teclas no eran dinámicas, es decir,sonaban siempre al mismo volumen. Ladinámica de mis canciones requería algomás sensible: a veces necesitaba darcaña, otras tocar notas suaves, bonitas, ypor eso le pedí consejo a Jon. Me dijoque el antiguo piano eléctrico Wurlitzerera lo más parecido al sonido delCembalet, pero con un teclado sensible

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al tacto. Me puse a buscar en losanuncios por palabras y encontré unobarato y en buen estado. A nadie leinteresaban ya los pianos Wurlitzer, quepara muchos sonaban a viejo, ahorterada.

Tocamos por primera vez en unminúsculo café de Melrose Avenue, elBeetlejuice. Le pedí a mi amiga AimeeMann que nos presentase, y que dijesealgo como «Señoras, señores, con todosustedes: ¡EELS!», pero lo que dijo fue«señoras y señores, ante ustedes E yunos cuantos acompañantes». (Nunca lepidáis a Aimee que presente por primeravez a vuestra banda). Arrancamos con

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«Novocaine for the Soul», y desde elprimer instante quedó claro que algoestaba pasando, señor Jones[3], y sísabía lo que era. Me sentía como sifuésemos a reventar las paredes deaquel diminuto café.

Aimee se me acercó después delconcierto y me dijo: «¡Uau! ¿Qué coñoha sido eso?» Todos parecían estaremocionadísimos. KCRW radiaba miscintas y por la ciudad empezamos asonar como un grupo a tener en cuenta.Aquello era algo nuevo para mí, y desdeluego muy diferente de mi primeraexperiencia con el negocio musical.

Al poco tiempo tenía a varias

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discográficas interesadas en mi nuevamúsica. Recibir tanta atención, despuésde lo de aquel día en Zuma Beach, eraemocionante, pero también bastanteirreal, y muy difícil de asimilar. EltonJohn había escuchado mi cinta, y alguienme dijo que quizá estuviese interesadoen contratarme para su propio sello. Nosinvitó al Hollywood Bowl para que loconociésemos y viésemos su concierto.Entre bambalinas, Butch se dedicó adarle el coñazo a Elton. En losconciertos de Elton John todo suele estarplanificado, pero algo salió mal esanoche y nos lo cruzamos en el largopasillo que hay detrás del Hollywood

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Bowl justo cuando nos conducían a unreservado en el que teóricamentedebíamos encontrarnos con él más tarde.

Butch: «¡Hey, Elton!»Elton mira nervioso a sus guardias

de seguridad. Luego dice: «Eh… Hola».Butch: «¿Qué tal va eso, Elton?»Elton, cada vez más desconcertado y

sin saber muy bien qué hacer, dice:«Estoy muy bien, gracias».

Butch: «¿A dónde vas a ir después,Elton?»

Elton dice «a casa, a Atlanta», y acontinuación hace uno de esos gestosacordados de antemano (un guiño, unroce de oreja) para que su gente se lo

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lleve pasillo arriba. Así sucede.Finalmente nos llevaron al

reservado, pero aquella noche novolvimos a ver a Elton. En realidad nohemos vuelto a saber de él, pero aún asíhabía varias discográficas deseosas desacar mis discos.

Todo se volvía cada vez másextraño. De repente me ofrecíancantidades obscenas de dinero por hacerlo que más me gustaba. Aquello ya noera como mi modesta primeraexperiencia. Los ejecutivos de casitodas las discográficas me llevaban casien volandas. Los tíos de Artistas yRepertorio venían al garaje a jugar al

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croquet con nosotros, nos traían pizza,hacían lo que fuese para estar de buenascon nosotros. Era de locos. Si os dijesela pasta que me estaban ofreciendo no oslo creeríais. Era mucho más de lo quehabría podido soñar. La compañía quemás dinero nos ofrecía era InterscopeRecords. Todo el mundo de mi entornome decía que optase por la discográficaque ofreciese más dinero.

Pero los que a mí me interesabaneran Lenny Waronker y Mo Ostin, queacababan de poner en marcha un nuevosello, DreamWorks Records. Teníanfama de haber sido los ejecutivos máspróximos a los artistas durante el mejor

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momento artístico de Warner BrothersRecords, y Lenny había sido elproductor de Good Old Boys, uno demis discos favoritos de Randy Newman.Habían dejado Warner Brothers duranteuna reestructuración en la que habíanperdido su autonomía y acababan deponer en marcha un nuevo sello quetodavía no había sacado ningún disco.Me ofrecían menos dinero queInterscope, pero la suma seguía siendoinmensa en comparación con mi primercontrato, así que ¿por qué no? Se mehabía acabado el dinero y estaba a puntode tener que volver a buscar curro. Micontable estaba a un paso de despedirse,

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harto de que sus comisiones sumasencero. Pero ahora parecía que todo searreglaría independientemente de conquién me fuera, aunque por experienciasabía que todo podía acabar muy pronto.Hice caso omiso de los consejos de mientorno y firmé con Lenny y Mo para serla primera banda de su nuevo sello.

Fue la decisión más inteligente quehe tomado nunca. Los que ofrecían máspasta habrían esperado a cambio elmayor beneficio posible para suinversión, y no la mejor música que yoestuviese en condiciones de ofrecer.Después del primer disco habría estadootra vez lavando coches frente al

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edificio de PolyGram (años después,Interscope adquirió DreamWorksRecords, y acabé convirtiéndome detodas formas en parte de su imperio, asíque pelillos a la mar, ¿verdad?¿Verdad?)

DreamWorks consiguió reunir unimpresionante catálogo de artistas muyinteresantes. Al poco de haber firmadome alegró saber que Lenny teníaprevisto contratar a Elliott Smith, uncantante amigo nuestro al que todosadmirábamos mucho. Parecía un buensitio en el que estar: los compañeros decatálogo eran todos de primer orden.

Haber sido objeto de tanta oferta y

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contraoferta resultó tan desconcertante,tan problemático, que cuando todoacabó tuve que encerrarme a solas enuna cabaña de Big Sur durante unasemana para soltar presión y recuperarla perspectiva. Me sentía como siacabase de estar en una batalla en la quetodos habían perdido la cabeza.

Cuando regresé hice una lista condoce o trece pistas de las setenta y tantascanciones que tenía para que fuesenparte del primer disco de Eels. Lamayor parte estaba en las listas desde eldía que las había grabado, y aparecieronen el disco tal y como eran, sinremezclas ni nada parecido. Pero me

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pareció que algunas de las cancionesmás guitarreras sonarían mejor si lasgrababa otra vez con la nueva banda dedirecto, así que organizamos un pequeñogaraje en Burbank con Mike Simpson delos Dust Brothers, que había sido elproductor de Paul’s Boutique de losBeastie Boys y de Wild Thing de ToneLoe, para grabar tres o cuatro cancionescon Butch y Tommy, para que al menosapareciesen en el disco.

Titulé el disco Beautiful Freak,como una canción inspirada por Susan.

You’re such a beautiful freakI wish there were more just like you

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You’re not like all the othersAnd that is why I love youBeautiful freak

Eres tan rara, tan hermosa | Ojaláhubiese más como tú | No te pareces ennada a las demás | Y por eso te quiero |Hermosa, rara

Quizá si no la hubiese llamado«freak» hoy sería todavía mi novia.

Para la portada quería la foto de unaniña pequeña con grandes ojazos.Durante la sesión de fotos mesorprendió comprobar que la niña a laque iban a fotografiar parecía una

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miniatura de Susan. Curiosacoincidencia.

Con doce de mis setenta y tantascanciones en el disco, hicimos un mástery grabamos copias de muestra para laradio y la prensa. Mi madre y Lizestaban ilusionadísimas con mi segundaoportunidad. Liz no hacía más que fardarde mí ante sus amigos, y le ponía mimúsica a todo aquel que quisieseescuchar, e incluso a los que no querían.

Una noche, en vísperas de lapresentación del disco, tocamos en elAlligator Lounge, un club chiquititocerca de la autopista 10 en el queactuábamos bastante a menudo. Después

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del concierto volví a casa y escuché losmensajes del contestador. Puse lasllaves en la mesa de la cocina y le di albotón del contestador. Había un mensajede mi madre. Sonaba rara, y me pedíaque la llamase. Luego había otromensaje, también de mi madre: «Liz seha tomado un bote de pastillas y… estáen coma. Ehhh… Llámame».

Llamé de inmediato a casa de mimadre, y me contestó con voztemblorosa.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.—Se tomó un bote de pastillas y

cayó en coma…, y…, ahora…Hubo una pausa larga.

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—Está muerta.Cuando oí esas dos palabras fue

como si alguien me diese un puñetazo enel estómago. La cocina empezó a darvueltas. Se me saltaron las lágrimas.Chillé al auricular: «¡No!» Del otrolado, mi madre sollozaba.

Liz había intentado matarse variasveces desde la primera vez que laencontramos tirada en el suelo del bañoaquel Verano del Amor, pero meresultaba imposible asimilar que lohabía conseguido y ya no estaba viva.Cuando solté el teléfono me dejé caer enel suelo del pasillo y me puse a llorardesconsoladamente, gimiendo su nombre

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una y otra vez.Su situación había ido empeorando,

y los mensajes que me dejaba en elcontestador eran cada vez más extrañosy absurdos. Se había casado con aquelnovio suyo traficante mientras él estabaen prisión. Cuando salió vivieron untiempo en Virginia y luego setrasladaron a Hawaii. Ella estabadispuesta a repetir la aventura hawaiana,incluso después de la primera amargaexperiencia. Se pasaba la vida entrandoy saliendo de hospitales psiquiátricos yclínicas de desintoxicación. Finalmente,escribió una nota en la que hablaba dereunirse con nuestro padre en un

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universo paralelo, se tragó un boteentero de pastillas y, esta vez sí,consiguió matarse.

No estaba preparada para vivir eneste mundo. Entre la vena de locurafamiliar que había heredado y eldescontrol de nuestra educación, notenía conciencia de sí misma ni sabíadónde podía estar la cordura en sumundo. Intentó rellenar el pozo sin fondode su corazón con todas las drogas a lasque pudo echar mano, pero no le sirvióde nada.

Era mi mayor admiradora. Siemprehabía querido apoyarme con mi música,y siempre me pedía que le enviase

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novedades. Desde los primeros collagessonoros a las últimas canciones, siempreque tenía algo nuevo se lo enviaba encuanto estaba listo. Acababa de enviarleun ejemplar de muestra de BeautifulFreak y esperaba con impaciencia sureacción a la mezcla de antiguasgrabaciones y nuevas canciones quehabía hecho para ella, pero no creo quellegase a recibirla antes de morir.

Había llegado al momento másinesperado y emocionante de toda mivida, pero lo único en lo que podíapensar era en Liz. Se me hacíadificilísimo acostumbrarme a lasuperposición de unos bajones y unas

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alegrías tan grandes: era rarísimo. Ledije a mi madre que yo pagaría elfuneral, pero que no le dijese nada almarido de Liz. No quería que supieseque tenía dinero. Volé a Honolulú y meencontré en el Holiday Inn delaeropuerto con mi madre, llegada desdeVirginia. Allí nos quedamos toda lasemana.

La noche antes de que incinerasen aLiz, la funeraria organizó un velatoriocon ataúd abierto para que los amigos yla familia pudiesen despedirse. Mimadre y yo llegamos los primeros y nosacercamos al ataúd. El director de lafuneraria abrió la tapa y no fui capaz de

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reconocer a la persona que estaba allítendida. La habían maquillado de malamanera. Liz apenas usaba maquillaje, yaquella persona pintarrajeada parecíaotra; daba bastante miedo. Mi madreparecía no darse cuenta, y empezó asacarle fotos.

Pusieron una cinta con los típicosórganos fúnebres y una de las chaladasdel psiquiátrico se acercó al ataúd. Leechó un vistazo a la cara de Liz y pegóun chillido que hizo que todos lospresentes levantaran la vista, asustados.Disgustado, resoplé y me acerqué alestrado para hacerle a Liz el últimoregalo posible. Cerré definitivamente la

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tapa del ataúd.Al cabo de un rato me sentí incapaz

de aguantar aquello y me escapé al localmás cercano, Fuddruckers, unrestaurante del estilo de TGI Fridaysque había al otro lado de la calle, paratomar una cerveza y algo de comer.Estaba como en una nube, y necesitabamedia hora sin tener que pensar en lamuerte de mi hermana o la funeraria.Estuve sentado veinte minutos sin quenadie se acercase; finalmente le pedí alencargado que viniese alguien a tomarmi pedido. Treinta minutos despuésconseguí que me trajesen una cerveza yun bocadillo. Le hinqué el diente al

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bocadillo: rezumaba mayonesa, a pesarde que les había pedido sin mayonesa.Aborrezco la mayonesa. No era día paraque me pusiesen mayonesa en el bocata.Acabé la cerveza, con la esperanza deque me atontase un poco y me ayudase aevadirme del infierno en el que meencontraba, y pagué la cuenta. Cuandosalía, vi que había un libro de visitantesen el mostrador de entrada. Tomé el bolique había atado al libro y escribí: estesitio es una mierda. Cuando estabaacabando de escribir MIERDA, elencargado se me acercó, vio lo quehabía escrito y me ordenó queabandonase el local.

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Volví a cruzar la calle, pensandoque no estaría mal que me atropellase uncoche, y me colé de nuevo en lafuneraria, donde un par de amigas deLiz, su marido y mi madre rondabantodavía. Cada instante pasado allí fueuna tortura.

Al día siguiente hubo una pequeñaceremonia en una colina asomada al mardurante la cual cubrimos con hojas depalma la urna con las cenizas de Liz. Eraun día precioso, soleado y con algo debrisa. El cielo y el mar compartían untono oscuro de azul. Escondido detrásde mis gafas de sol pensaba en Liz, encómo había deseado que todo acabase.

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De camino hacia allá, mi madre y yohabíamos hablado en el coche sobrecómo llegar hasta la colina, y allí estabaella ahora, sonriendo, como si notuviese mayor importancia estar en elfuneral de su hija. Rechiné los dientes,furioso al pensar que Liz había sidocriada por una mujer que siempre sehabía ocupado de ella en el plano físicopero que emocionalmente no era másque una niña pequeña. Cada vez mefrustraba más la indecisión de mi madre,y la sensación de que yo era el únicoadulto en todo aquel asunto.

Tras el funeral, mi madre y yovolvimos al hotel, cada uno a su

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habitación. Ella volaba de vuelta aVirginia por la mañana, y yo a LosÁngeles, donde tenía un concierto con labanda. Sentado en mi habitación mesentía cada vez más triste y pensaba enlo que tenía que estar pasando mi madre,sentada en su habitación de un hotel demierda en el aeropuerto, recién llegadadel funeral de su única hija, a la quenunca había dejado de cuidar.

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11. Tiempos mejores—Empiezo a estar harto de oír al tío

ese cantar sobre tu puta casa cada veinteminutos.

Un amigo inglés de Susan le habíaescrito una postal, consciente de queella era la Susan que vivía en la casaque yo mencionaba en mi canción. Eldisco Beautiful Freak salió por fin enagosto de 1996 y «Novocaine for theSoul» y «Susan’s House» sonaban en lasradios de medio mundo.

Un día después de haber regresado aEcho Park desde Honolulú, Francis, micasera, una mujer de ochenta y tantos

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años oriunda de Missouri que vivía enla puerta de al lado, llamó a mi puerta.

—Hola, E —me dijo con su áspero einseguro acento del Medio Oeste. —¿Qué tal fue el viaje?

—Estuvo bien.No le había contado que había ido

porque mi hermana se había suicidado.No quería tocar el tema. Francis apoyóuna mano en la baranda del porche paraequilibrar su corpulenta figura.

—Escucha, E, no sé si alguna vez telo he contado pero yo veo espíritus.

—¿Cómo?—Yo veo espíritus.Me quedé mirándola.

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—Fantasmas.—¿En serio?—Sí. Y hay algo que creo que tengo

que contarte. Antes de que volviesesayer, vi a una joven entrar en tu casa.

—¿De verdad?—De verdad.Al principio, cuando Francis me

contó aquello, me entró bastantecanguelo y no tenía demasiadas ganas dedormir en casa aquella noche. Peroluego pensé en cuándo había sucedidotodo e intenté ver el asunto desde otraóptica más positiva y menosacojonadora. Fuese o no una parida, megustaba la idea de que Liz se hubiese

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pasado por casa para decirme adiós unaúltima vez, incluso aunque no hubiesedado conmigo por un par de horas. Sivas a tener un fantasma en casa, lo mejorque puedes hacer es pensar que es unfantasma amigo.

Varios días más tarde estabahaciéndome un té por la mañana cuandooí algo que sonaba como gatitosmaullando bajo el suelo de la cocina.Acerqué la oreja al suelo: era evidenteque ahí abajo había algo vivo. Llamé aJanet, la mujer de Parthenon, buenaamiga mía y la loca de los gatos delbarrio. Dependiendo del día podía tenerentre diez y veinte gatos callejeros

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metidos en casa. Era una experta, y yono tenía ni idea de qué hacer.

Cuando Janet llegó bajamos alpequeño estudio que tenía en el sótano,retiramos el armarito del trastero yabrimos la trampilla que daba al espacioabierto bajo la cocina. A medida que mearrastraba por la tierra en la oscuridad,los maullidos iban haciéndose másfuertes. La camada parecía estar dentrode un cubículo al que solo podíaaccederse desde arriba. Nerviosísimo,metí la mano en la negrura del agujero,temeroso de lo que pudiese pasar.Toqué algo lanudo, lo agarré y lo saquéa la luz. Era un gatito negro y diminuto.

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Se lo pasé a Janet y ella lo metió en unacaja de cartón que había traído. Seguímetiendo la mano en el agujero y acabépasándole a Janet otros tres gatitosnegros.

Janet montó una jaula de buentamaño en el porche y allí metimos loscuatro gatitos. Justo cuando losestábamos metiendo en la jaula aparecióla madre, una gata recelosa y huesuda, yse nos acercó precavida. Jane se ganó enseguida el cariño y la confianza de lagata (podría decirse que es «la mujerque susurra al oído de los gatos»). Meexplicó cómo dar medicamentos a losgatitos con un cuentagotas. La madre me

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observó mientras sostenía a uno de loscachorros en la palma de la mano y lesiba dando la medicina gota a gota, yluego salió corriendo hacia el solar quehabía ladera abajo, al otro lado de micasa.

A los pocos minutos la madre volviócon un quinto gatito en la boca, se meacercó y plantó al cachorro frente a míen el suelo. Es una de las cosas másmonas que he visto nunca, como algosalido de las películas de Elmaravilloso mundo de Disney de cuandoera niño. La madre volvió a salircorriendo hacia el solar y volvió con unsexto gatito que volvió a dejar a mis

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pies. A la madre le puse por nombreSlinky y procuré no tomarles demasiadocariño a los cachorros, porque soyalérgico a los gatos. Les encontré casa atodos, pero casi todos resultaron sermuy malos animales domésticos.Demasiada calle, demasiada libertad enla sangre. A Slinky sí acabé cogiéndolecariño y le dejé que se quedase porcasa.

Encargué a Francis, la casera, quediese de comer a Slinky mientras yoestaba de gira por el mundo. Tomé elavión para llegar a nuestra primeraestación, teloneros de Lush enIndianápolis, y en el aeropuerto nos

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recogió un tipo llamado Spider que iba aser nuestro pipa durante la gira. Nos lohabía recomendado Aimee Mann, perono me pareció que fuese a encajar.Llevaba kilos de argollas colgando deuna oreja, hablaba con acento cerradode Boston y a veces dejaba caer algunareferencia al tiempo que había pasadoen la trena, algo que nos asustaba atodos. Pero a medida que fue avanzandola gira quedó patente que Spider era nosólo un magnífico currante, sino tambiénun amigo, y al final le dejamos tocarcomo telonero en algunos de nuestrosconciertos y presentar sus propiascanciones.

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«Novocaine for the Soul» fue todoun éxito y alcanzó el número uno de laslistas «alternativas». Yo casi no tuvetiempo para darme cuenta, porquesiempre andaba de acá para allá parahacer una prueba de sonido, o unaentrevista, y no encontraba tiempo parahacer esas cosas que todos damos porsupuesto: dormir, por ejemplo. En muypoco tiempo pasamos de teloneros deotras bandas a atracción principal denuestros propios conciertos. Vi rinconesdel mundo que nunca pensé que vería.Todo era muy emocionante, perotambién irreal y bastante triste, tan pocotiempo después del funeral de Liz.

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Sólo conservo recuerdos borrososde aeropuertos, furgonetas, autobuses degira, estudios de televisión y conciertos.Era todo muy emocionante, pero poco apoco el asunto empezó a darme muymala espina. Me di cuenta de que lagente de mi entorno estaba máspreocupada por vender discos que porcualquier otra cosa. Era bueno que ladiscográfica demostrase interés, sobretodo después de mi experiencia anterior;pero cada vez que oía a uno de losmúsicos de la banda hablar de la ciudada la que íbamos como de un «mercado»se me revolvía el estómago.

«Beautiful Freak» no habla de un

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coche. La escribí sobre alguien que deverdad es diferente, y no simplemente«poco convencional» o «fuera de locomún», que es un concepto que a lospublicistas les chifla. Aun así,Volkswagen quiso usar la canción enuno de sus anuncios. Yo ni me loplanteé. La supuesta cultura«alternativa» trajo consigo una feaconstatación: en realidad no eraalternativa en absoluto. Estaba a laventa, igual que cualquier otro productocomercial. Era una rebelión en contra denada. Parecía un rebelde, me movía yhablaba como un rebelde; pero no era unrebelde, e individual tampoco, eso

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seguro.Al rechazar ofertas como la del

anuncio de Volkswagen empecé agranjearme fama de «difícil» en la«industria». Cada vez veía más genteentre el público que no me gustaba. Nosechamos a la carretera con la giraLollapalooza, y un mar de niñatos congorras de béisbol vueltas del revés sepusieron a hacerme gestos obscenos alunísono cuando tocamos «Novocaine forthe Soul» en una versión susurrada, conbongos y chasquidos de dedos en vez deofrecerles la versión guitarrera conbucles de percusión con la que habíanatronado aquel verano desde los

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altavoces de sus Jeeps. Un díaestábamos a medio concierto y entrecanción y canción oí una vocecitapenetrante que repetía: ¡Sé QUE ERESBATMAN! ¡SÉ QUE ERES BATMAN!

Miré al foso y en primera fila, con lamirada clavada en mí, vi a Perry Farrell,fundador de Lollapalooza, con unabotella de tinto en una mano. Me miró yvolvió a repetir: ¡Sé QUE ERESBATMAN!

Han pasado muchos años y sigo sinsaber por qué soy Batman. Las cosaseran cada vez más extrañas. La muertede Liz se había producido al mismotiempo que todo aquello, y eso me daba

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una perspectiva diferente de todo elasunto. Tenía una visión más amplia,más general de las cosas, y pese a queen ese momento tenía lo que siemprehabía soñado (la música era mi vida)tenía que ser capaz de mantener lacabeza fría y pensar en lo que de verdadquería obtener con aquel circo.

Por entonces íbamos a optar a unode los premios de la MTV, una de tantascosas que la gente se toma muy en seriosin motivo aparente. En Inglaterraganamos un premio Brit, pero yo noquería asistir a ninguna ceremonia deentrega de premios, así que mepropusieron enviar a quien yo quisiera a

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entregarnos el premio y grabarlo todo.Les pedí que mandasen a Spinal Tap, ungrupo de actores que fingían ser unabanda de rock. Nos reunimos con elequipo técnico en las oficinas de ladiscográfica y las pelucas de Spinal Tapllegaron tres horas antes que los actores.Cuando llegaron se pusieron las pelucasy nos entregaron el premio. Eran muchomás reales que la mayoría de bandas queandan por ahí.

El premio lo convertimos en el piede uno de los platos de la batería deButch, para que tuviese una función y deverdad tuviese algún valor.

Estábamos en Londres grabando una

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actuación para Top of the Pops cuandooímos que la princesa Diana se habíamatado en un accidente de coche. Derepente, los pases con la efigiedesfigurada de la princesa (grandesojazos y la carita desdibujada)perdieron toda su gracia. El país enteroechó el cierre, y en la radio sonaba sólomúsica clásica y «Goodbye England’sRose». Ya podíamos olvidarnos de saliren antena con una canción titulada «YourLucky Day in Hell». Nos pasamos lasemana entera matando el tiempo en elhotel contiguo a la residencia de laPrincesa, Kensington Palace, y viendocomo las masas depositaban flores ante

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la verja.Entretanto, la muerte de Liz parecía

haber animado a mi madre a practicar unpoco de introspección: ahora hacíacosas como decirme «te quiero» al finalde cada conversación telefónica, algoque jamás había hecho antes, ni con Lizni conmigo. Era evidente que no leresultaba fácil, y le agradecí el esfuerzo.Por primera vez empezamos a hablar eluno con el otro como personasnormales: discutíamos cuestionesimportantes, hablábamos de emociones.Se me hacía muy raro que de nuestrafamilia sólo quedásemos mi madre y yo.Una vez que tocamos en Washington DC

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mi madre fue al concierto y nos viosentada entre el público. Estuvo muybien andar con ella por el backstageantes y después del concierto. Estabaemocionadísima y muy orgullosa, perono pudo evitar hacer algún que otrocomentario crítico, claro.

De vuelta en Echo Park, Parthenon,Janet y yo nos habíamos hecho amigosde Alan, un chaval del barrio mediocubano medio negro que quería sercineasta. Siempre me llamaba«Milkman», pero se negaba a decirmepor qué. Entre los tres le compramos unacámara de vídeo por su cumpleañospara que pudiese grabar sus peliculitas:

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en algunas Parthenon y yo éramos losactores principales. Era divertido y medaba la oportunidad de hacer algo másaparte de preocuparme por el negociode la música o pensar en Liz. Alan eramuy pobre, y su madre se estabamuriendo de sida. Un día fuimos avisitarla al hospital. Era una mujeralbina con tendencias bipolares que nohablaba inglés: estaba claro que no lequedaba mucho en este mundo, comosuele decirse. Cuando murió, Alan sefue a vivir con Janet y Parthenon.

Recuerdo que en el funeral, mientrasveía como la máquina depositaba elataúd de contrachapado en la tumba,

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pensaba en cómo debía de sentirse Alan,que por entonces debía de tener quince odieciséis años. Quizá quisieseabalanzarse obre el ataúd y arrastrar asu madre de nuevo a la vida.

Poco después de que muriese, Alanse estampó contra una pared con elcoche de un amigo y vino corriendo a micasa. Su personalidad había cambiadopor completo, ya no era el chavalencantador que habíamos conocido.Pensé que tomaba drogas. Después degritar una retahila de chorradas hirientesvolvió a subirse al coche y saliózumbando. Llegó a la estación deautobuses y se subió en uno para ir a

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visitar a su hermana, que vivía enFlorida. En Texas le echaron delautobús porque no dejaba de gritarcosas sobre los alienígenas que veía enla cuneta. Entró en una tienda de imageny sonido y la destrozó. Le arrestaron ypasó la noche en una celda. Al salir decomisaría al día siguiente encontró uncamión de reparto de leche con lasllaves puestas. Lo tomó prestado y selanzó a una de esas persecucionespoliciales que se ven en la tele, conhelicópteros retransmitiendo en directopara todo Texas. Finalmente le echaronel guante y volvió a la trena. Entoncescomprendí lo que le pasaba. Recordé

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que su madre había tenido un gravetrastorno bipolar, y puesto que sabía quea veces es una dolencia hereditariasupuse que después de todo no eran lasdrogas las responsables de sucomportamiento, sino la enfermedad desu madre. Pero para la policía y lasaudiencias televisivas de Texas no eramás que un chaval negro armando jaleo.

Durante una breve pausa de la girame desperté una madrugada en EchoPark con el ruido de las sirenas en loalto de la colina. Janet, la mujer quesusurraba a los gatos, la mujer deParthenon, la hermana de mi ex novia,estaba en el hospital: se había

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desplomado después de mencionar unsabor metálico en la boca. En elhospital, el diagnóstico fuedescorazonador: un tumor cerebral deltamaño de un pomelo crecía en sucabeza. La noticia nos fulminó a todos.Era una persona llena de vida, siempreatareada, siempre con mil cosas quehacer, siempre sonriente… y de treinta ypocos años. ¿Cómo podía ser?

Durante esa misma pausa, estaba youna tarde en el porche con Slinky cuandollegó el correo. Había una carta de mimadre, y en ella un comentario mediooculto entre la información:

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A PROPÓSITO, LLEVOALGÚN TIEMPO TOSIENDOUN POCO Y EL MÉDICOINSISTE EN QUE ME LOHAGA MIRAR, PERO ESTOYSEGURA DE QUE NO ESNADA GRAVE. SÓLOQUERÍA QUE LO SUPIERAS.

Poco tiempo más tarde pasé porVirginia de gira y fui a ver a mi madre.Una vez allí le dije que no queríaquedarme solo, no quería ser el únicocon vida, y menos tan pronto. Me dijoque no me preocupara, que no se iba aninguna parte.

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Janet, con más determinación de laque le he visto nunca a nadie, estabadecidida a vencer el cáncer, y daba laimpresión de que la suya podría ser unade esas maravillosas historias desupervivencia gracias a la tenacidad.Resultó descorazonador ver como laenfermedad la consumía. Había perdidosu larga cabellera negra, y el tratamientohabía hinchado sus facciones. Empezó atener dificultades para hablar. Al finalhubo que ingresarla en el hospital, y allíentró en coma. Fui a visitarla paradespedirme, sin estar muy seguro de quepudiese oírme. Parthenon me llamó unpar de noches después para contarme

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que había muerto.Pocos días más tarde, la hermana de

Janet y yo ayudamos a Parthenon con lahorrible tarea de empaquetar laspertenencias de Janet. Aquella mañana,antes de acercarme a su casa, pasé porNetty’s, uno de mis restaurantesfavoritos, para recoger algo de comida.Así tendríamos algo que comer antes deempezar a hacer cajas. Mientrasesperaba a que me diesen la comidallamé a mi madre desde la cabina quehabía fuera del restaurante. Su vozsonaba cansada. Le pregunté qué tal seencontraba y empezó a trabucarse comohacía tan a menudo, pero esta vez era

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diferente. Empezaba a recordarme elmensaje que dejó en el contestadorcuando lo de Liz.

—Eh… bueno, tengo noticias.Me puse en tensión. Nada bueno

empieza nunca con «eh… bueno, tengonoticias».

—Han encontrado…Larga pausa.—¿Qué han encontrado? —pregunté

impaciente.—Un… (suspiro)… un tumor en el

pulmón.Se me cayó el alma a los pies.—¿Canceroso? —pregunté nervioso.Otro silencio prolongado. Antes de

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que acabase, ya sabía lo que significaba.—Sí —dijo al fin.Me quedé mudo. Estaba en una

cabina telefónica de Silver LakeBoulevard un sábado por la mañana, apunto de ayudar a un amigo aempaquetar las pertenencias de sudifunta esposa, y de repente va mi madrey me dice que tiene cáncer. Aún teníamuy presente el dolor por el suicidio deLiz. No podía estar pasándome todo eso.

Le pregunté:—Bueno, ¿cómo es de grave?—Esto… eh… esto…—Ma, venga, tienes que contarme

cómo está la situación. ¿Te han de

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operar?—No. Se ha extendido a los nódulos

linfáticos y está demasiado… extendido.La ciudad empezaba a darme

vueltas, y las piernas me fallaban.—Vale, y entonces… ¿cuál es el

pronóstico?—Me dijeron que uno o dos años, en

función del tratamiento que siga.En ese momento dejé de intentar

encontrarle sentido al mundo, porqueaquello no tenía sentido. ¿Cómo podíaestar pasando aquello tan poco tiempodespués de lo de Liz?

Más adelante, cuando reflexioné unpoco más, vi que sí tenía sentido, en

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cierto (escalofriante) modo. Aparte deque mi madre había fumado pasivamentetres cajetillas de Kent al día durante losaños que pasó en casa con mi padre (ypese a que la casa había estado libre dehumos desde su muerte), era lógicopensar que algo así podía surgir delterrible dolor que la tenía atenazadadesde el suicidio de su única hija.

Recogí la comida y subí a casa deParthenon como en un sueño. Cuandoentré, vi la maleta de Janet frente a lapuerta de entrada: Parthenon había ido abuscarla al hospital. La idea de queJanet había ido con su maleta al hospitalpero sólo la maleta había vuelto me

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pareció de lo más triste.Volé a Virginia y fui al oncólogo con

mi madre. Le explicó las diferentesopciones, que no eran muchas. Podíaoptar por la quimioterapia y lasradiaciones, que podían ser muydesagradables pero le daríanseguramente algo más de tiempo; podíaincorporarse a un grupo de pruebas deun tratamiento nuevo, pero sinposibilidad de saber si recibía deverdad el tratamiento o tan sólo unplacebo; o bien podía optar por no hacernada. Mi madre se decidió por laquimioterapia y las radiaciones, almenos por un tiempo, a ver qué tal le

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iba.A todo esto, yo seguía teniendo una

agenda de conciertos bastante cargada yplanificada con bastante antelación,como tiene que ser. Si no apareces enesos conciertos te puedes buscar laruina, porque les debes el dinero delconcierto a los promotores, así que iba yvenía con bastante frecuencia. En esemomento mi madre estaba muy sana yactiva, así que podía hacer un tramo dela gira, llamarla cada día paracerciorarme de que estaba bien y volvera Virginia siempre que podía. Bill, elnovio de mi madre (si es que se puedeseguir llamando «novio» a alguien de

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ochenta y cinco años), se ocupaba deella, por lo menos. Era un tipoencantador, amabilísimo, cuya esposa lohabía abandonado en los años cincuentaal darse cuenta de que era lesbiana. Laenfermedad de mi madre fue un golpemuy duro para él, ya que él le sacabapor lo menos veinte años y ella era laque cuidaba de él, más que a la inversa.

Vi en un escaparate una peluca punkiverde fluorescente y se la envié a mimadre. Había perdido casi todo elcabello y estaba probando diferentespelucas. Un día compareció a la sesiónde quimioterapia con la peluca verde ydejó cautivadas a las enfermeras.

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Una tarde volé al aeropuerto deDulles después de un concierto enLondres y me acerqué a la farmacia paracomprar los medicamentos de mi madreantes de ir a visitarla. Cuando llegué mela encontré completamente vestida parasalir a alguna parte.

Le pregunté:—¿A dónde quieres ir?Me dijo que estaba a punto de ir a su

sesión de quimioterapia.—¿A las siete y media de la tarde?

—le pregunté.Entonces vi que las cosas iban a

peor. Pensaba que eran las siete y mediade la mañana, no de la tarde. Empezaba

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a perder la noción de las cosas.Estaba desbordado: la gira, los

conciertos, la mierda de presión devender muchos discos y ganar muchapasta y ahora, por encima de todo, laenfermedad de mi madre. No tenía prisaninguna por grabar otro disco. No sabíasiquiera si quería grabar otro discodespués de comprobar que no disfrutabacon lo que pasa cuando tu creación seconvierte en un éxito. No me sentíainspirado. No tenía tiempo parainspirarme.

Nunca me había planteado escribircanciones sobre lo que pasaba en mifamilia. Por una parte me parecía

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demasiado personal, demasiado trágico.Pero una noche, tumbado en la cama demi antigua habitación en el sótano decasa de mi madre, tuve una epifanía.Mientras iba pasando revista a lastrágicas circunstancias, imaginé un cieloazul y de repente me sentí inspiradísimo.Me di cuenta de que tenía que escribirsobre lo que estaba pasando, y que nohacerlo equivaldría a estar fingiendo,porque por mucho que lo intentase noiba a poder obviar el dramón que estabaviviendo. Y el cielo azul me dijo quehabía una manera de hacerlo, unamanera completamente diferente. Que notodo era malo, que siempre hay un lado

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bueno, incluso en lo que estaba pasando.Para mí, el lado bueno fue saber quealgo iba a aprender de todo aquello, y elhecho de que podía inspirarme y sacaralgo bueno de las circunstancias, y teneralgo en lo que centrarme. Podía haceralgo positivo.

En mi cabeza oía ya buena parte dela música, y tan inspirado estaba que nime paré a pensar en lo que ladiscográfica podría pensar de lo que ibaa hacer. Siempre que el estado de mimadre lo permitía regresaba a Echo Parky me encerraba en el sótano paraescribir y grabar canciones inspiradasen lo que había pasado y estaba pasando

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con Liz y mi madre. Quería honrar lamemoria de Liz contando cosas desde supunto de vista. Una de las cosas queencontramos después de su muerte fue uncuaderno de notas amarillo en el que unmédico del psiquiátrico le había pedidoque escribiese «Estoy bien» un centenarde veces. Lo escribió unas cuantas, peroluego se rindió y escribió «No estoybien». A mí me salvó poder escribiresas canciones. Liz nunca tuvo laoportunidad. Se sentía completamentevacía y perdida. Quise hacerle unregalo, convertirla en artista poniendoalgunas de sus palabras en un contextomusical.

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Una de las cosas que un poco habíanayudado a Liz durante algún tiempo fuela terapia de electroshock. Arrastra elestigma del pasado, pero imagino que laversión moderna del tratamiento síayuda a algunas personas: sé que a ellale vino muy bien, por lo menos duranteuna temporada. Fui a ver a Mickey P, unproductor/experto informático en«cortaypega» al que conocí a través delos Dust Brothers, que vivían en lamisma calle que yo, y juntos grabamosun tema al que añadí algunas de lasexperiencias de Liz. En parte eran suspropias palabras, y en parte mi idea decómo debía de haberse sentido. Titulé la

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canción Electro-Shock Blues y decidíque sería también un título apropiadopara el disco.

Feeling scared todayWrite down «I am OK»A hundred times the doctors sayI am OKI am OKI am not OK

Hoy me sentía asustado | Escribe«estoy bien» | Cien veces, dijeron losdoctores | Estoy bien | Estoy bien | Noestoy bien

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Escribí otra canción desde el puntode vista de Liz, pero esta vez sobre laépoca en que era niña y las cosasempezaron a cambiar para ella.

Got a 3 speed and banana seatSitting back on the sissy barWent to Sev and got a drinkWish I was driving in daddy’s carAnd I looked up at the sky last nightAnd I thought I saw a bombAnd why won’t you just tell me

what’s going on?Riding down on Springhill RoadMeeting Alfred out in the woodsDogs bark and mosquitoes bite

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Scratching the itch that makes itfeel good

And I looked into the mirror lastnight

All I saw was a pretty blondeAnd why won’t you just tell me

what’s going on?

Tenía una bici de tres marchas conasiento alargado | Recostado contra labarra trasera | Me acerqué al SevenEleven a por un refresco | Ojaláestuviese conduciendo el coche de papá| Anoche me quedé mirando el cielo | Ycreí ver una bomba | ¿Por qué no medices sin más qué es lo que está

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pasando? || De camino por SpringhillRoad | Para encontrarme con Alfred enel bosque | Ladran los perros y picanlos mosquitos | Me rasco el picor y mesienta bien | Anoche estuve mirándomeen el espejo | Y no vi más que a unarubia guapa | ¿Por qué no me dices sinmás qué es lo que está pasando?

Las horas que pasé en el sótano, o enlos estudios de Mickey, o de JimJacobsen, o de los Dust Brothers, fueronde las mejores de toda mi vida. Quizáporque el resto de horas del día eran laspeores de mi vida, el tiempo que pasabaintentando sacar algo positivo de

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aquella época fue lo que me mantuvo aflote. Me sentía triste siempre que noestaba escribiendo o grabando. Mevacié en la música. Volvía a estar en lamisma situación, sin novia, sin vidasocial. Lo único que quería eraesconderme del mundo y escribir miscanciones cuando no estaba en la costaoeste cuidando de mi madre.

Durante una gira me encontré unatarde sentado en la cama del hotel enalgún lugar de Francia, pensando en mimadre y en nuestra relación a lo largo delos años y en la persona que habíaacabado siendo. Tomé la guitarraacústica y empecé a cantar:

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Hate a lot of thingsBut I love a few thingsAnd you are one of themHard to believeAfter all these yearsBut you are one of them

Hay muchas cosas que odio | Y soloamo unas pocas | Tú eres una de ellas |Difícil de creer | Después de tantosaños | Pero eres una de ellas

Me sentí bien al reconocer locomplicada que era la relación con mimadre, pero también al saber que notenía que estar cabreado con ella el

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resto de mi vida por algunos de losproblemas que he tenido por culpa de miinfancia.

De vuelta en casa de mi madre,cuando ella se acostaba me pasaba lasnoches de pie en la oscuridad frente a sucasa, la casa en la que me había criado,intentando escapar al dolor de lo quesucedía dentro de ella. Volví a EchoPark y escribí la canción más triste quehe escrito nunca.

Standing in the dark outside thehouse

Breathing in the coid and sterile airWell I was thinking how it must feel

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To see that little lightAnd watch as it disappearsAnd fades intoAnd fades into the night

De pie en la oscuridad frente a lacasa | Respirando el aire frío y estéril |Estaba yo pensando en qué debesentirse | Al ver esa lucecita | Y verluego cómo desaparece | Y sedesvanece | Y se desvanece en la noche

Pero aunque era una canción tristequise que fuese también un toque deatención para los que seguimos vivitos ycoleando.

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An the streets are jammed with carsRockin their hornsTo race to the wireOf the unfinished line

Y las calles están abarrotadas decoches | Dale que dale a la bocina |Para poder seguir la carrera | Haciauna línea de llegada todavía por llegar

El cielo azul que se me habíaaparecido regresó una noche mientrasestaba tumbado en el abarrotadodormitorio de Echo Park. Estabaescuchando los sonidos de la ciudadmás allá de la ventana abierta, pensando

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en lo peligroso que era el vecindario yen todo lo que estaba aprendiendo sobrela vida y la muerte. Era entoncesplenamente consciente de que era un servivo, de que respiraba, y de que nosiempre iba a ser así. De repente mesentí inspiradísimo y salté de la cama.Fui al cuarto de estar, cogí la guitarraeléctrica barítono que tenía apoyada enla mesilla, la conecté al ampli y empecéa rasguear mientras cantaba.

Laying in bed tonight I wasthinking

And listening to all the dogsAnd the sirens and the shots

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And how a careful man triesTo dodge the bulletsWhile a happy man takes a walkAnd maybe it is time to live

Tumbado en la cama ayer noche mepuse a pensar | Mientras oía ladrar alos perros | Y las sirenas, y los disparos| En cómo una persona cuidadosaintenta | Esquivar las balas | Mientrasla persona feliz sale de paseo || Y quizásea hora ya de vivir

Ya no me importaba una mierda elmundo ese de la MTV del que habíaentrado a formar parte. Pensaba que

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molaría, pero en cuanto ves cómofunciona te dan arcadas. ¿Qué pasaría silos pintores tuviesen que presentar susesbozos a un «grupo de interés» antes deponerse a pintar?

Carter, mi mánager, se habíaconvertido en una especie de figurapaterna. No me había dado cuenta deque necesitaba una, pero evidentementeasí era. Le admiraba mucho, y siempreasumía sus críticas, que podían serdevastadoras, y también sus elogios. Undía me acerqué a su casa para ponerlealgunas de las canciones de Electro-Shock Blues —como «Going to yourFuneral» (parts 1 & 2), «Cancer for the

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Cure» y «Hospital Food»—, y se mevino el alma a los pies cuando me dijoque no le gustaban.

—Nadie quiere oír un disco sobre lamuerte.

Volví a casa y reflexioné sobre sureacción. Carter había sido un mánagerextraordinario: había sido el primero encreer en mí, y había tenido muchísimoque ver en el éxito final. Por eso mismo,que no creyese en las nuevas cuestionesme ponía en una situación muy difícil,porque yo sí que creía. Yo era el quesiempre estaba lleno de dudas, y siCarter decía que algo no valía lodescartaba y probaba otra cosa. Pero en

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esta ocasión sentía que por primera vezen mi vida sabía lo que estaba haciendo.En mi cielo azul, todo aparecíadespejado, claro, centrado. Estabaconvencido de que lo que hacía era algohermoso, algo que escapaba a losmecanismos habituales del negociodiscográfico. Todos los muertos de mientorno me hacían comprender lo fugazque es nuestra vida en la Tierra y poníande relieve lo que de verdad importabaen términos generales. Ya puestos,mejor hacer algo bueno, algo duradero,pensé. Tengo que intentarlo.

Pese a lo buen mánager que Carterera (y sigue siendo), me di cuenta de que

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me adentraba en territorio aún porexplorar, en cierto modo, y que no podíapedirle que entendiese mi situación.Pasé muchas noches en vela dándolevueltas al asunto, y finalmente decidíque mi relación con Carter había tocadotecho. Mis necesidades artísticas teníanahora prioridad sobre mi necesidadcomo persona de una figura paterna.Veía que me estaba convirtiendo en unartista, en uno de verdad con un poco desuerte, y decidí conscientemente que ésay no otra debía ser mi prioridad: notener éxito, ni vender discos, comoparecían pensar todos los que merodeaban. Podría decirse que el día que

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tuve que despedir a Carter fue el día enque en cierto modo me hice hombre. Élse lo tomó muy bien y fue muy cortésdurante todo el proceso. La amistad seha mantenido, y a veces aún recurro a élcuando necesito consejo profesional.

Entre viaje y viaje a Virginiaconseguí acabar el disco a lo largo deunos cuantos meses. Llamé a Lenny, dela discográfica, para decirle que tenía undisco nuevo que quería presentarle. Sesorprendió bastante y me dijo que nosabía siquiera que hubiera empezado undisco nuevo. Le dije que lo había estadohaciendo por mi cuenta y que habíaquerido hacerlo de manera artesanal, en

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lugar de dejar que la compañíacontratase y pagase el estudio y seimplicase de paso en el procesocreativo.

Fui con mi camioneta a las oficinasde la discográfica al otro lado de laciudad. Como de costumbre, losguardias de seguridad me confundieroncon un recadero cuando entré en eledificio. Saludé a Gayle, la asistente deLenny, que me condujo hasta la sala deconferencias en la que Lenny, Mo Ostiny otras personas estaban reunidas. Lessaludé, expliqué que a continuación ibana oír el nuevo disco de EELS y que eraalgo diferente: no era la segunda parte

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de Beautiful Freaks. Les expliqué porencima de qué iba el disco. Estabanervioso, pero también convencidísimode lo que había hecho. Me sentíaorgulloso.

Entregué la cinta de audio digital aLenny y él la metió en el reproductor dela sala y pulsó «play». Durante lossiguientes cuarenta y ocho minutospermanecimos sentados en los sillonesde la sala de conferencias, escuchando.Lenny adoptó esa intensa postura suyade «escuchar música»: inclinado sobrela mesa, con la cara entre las manos,balanceándose suavemente y asomandode vez en cuando por entre las manos

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para decir «uau» al final de una cancióno para menear la cabeza, como diciendo«Joder, no me lo creo».

A medio disco empezó a sonar unacanción titulada «Last Stop: ThisTown», inspirada en la aparición quehabía tenido Francis, mi casera. Lennyasomó entre sus manos y sonrió cuandoempezó a sonar el clavicordio entre losbucles de percusión, el scratch y el coroinfantil.

You re dead but the world keepsspinning

Take a spin through the world youleft

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It’s getting dark a little too earlyAre you missing the dearly bereft

Estás muerto, pero tu mundo siguegirando | Date una vuelta por el mundoque has dejado atrás | Empieza aoscurecer un poco antes | ¿Echas demenos a quienes han fallecido?

Cuando terminó, todos sonreían. Mepuse en pie y Lenny me tendió la manopara estrechar la mía.

—Gracias —dijo.—Brillante, E —añadió Mo.Salí a la calle, me subí a la

camioneta, la puse en marcha, conduje

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unas cuantas manzanas Third Streetabajo y aparqué para poder llorar agusto. Todo el dolor y la tragedia delúltimo año estaban saliendo. Y además,después de haber tenido que tomar ladurísima decisión de despedir a alguienque era como un padre para mí y quehabía dicho que nadie querría escucharel disco, tuve plena conciencia de noestar tan solo. Quizá no estuviese locodel todo. Aquellos ejecutivosapreciaban la música, el arte: eran losmismos que habían contratado a NeilYoung, Jimi Hendrix, Prince, The Kinks,Van Morrison, Randy Newman, y quetrabajaban con algunos de los artistas a

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los que más admiraba y respetaba, deFrank Sinatra a Ray Charles. Me constaque vieron de inmediato que el disco noiba a entrar como un tiro en las listas deéxitos, y que no se vendería solo, peroles había encantado, habían sabidoapreciar en su justo valor lo que lesofrecía.

Para mí no era un disco sobre lamuerte. Verlo así era no entenderlo.Trataba sobre la vida. Y la muerte esuna parte importante de la vida que porlo general intentamos fingir que noexiste. A nadie le gusta pensar que supersona acabará teniendo punto final,pero yo no podía ya dejar de verlo, y a

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partir del momento en que empiezas atratarlo como la verdad cotidiana que esen realidad deja de dar tanto miedo. Así,al ser más consciente de la muerte, abresnuevas perspectivas y reflexionas mássobre cómo sacarle todo el partidoposible a la vida, signifique eso lo quesignifique para ti.

Cuando tomé la decisión de no dejarque nada se interpusiese en mi voluntadde ser tan buen artista como pudiese, mecondené también a una interminableserie de peleas solitarias y a cargar conel sambenito de ser «difícil» a ojos dela industria. No es fácil vivir así. Perosi no hubiese tomado esa decisión y

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hubiese optado por un planteamientomás pragmático (usar siempre el mismopatrón, vaya), habría tenido que hacerlotodo pensando siempre en cómo tenercontentos a los ejecutivos y losaccionistas intentando adivinar qué es loque ellos quieren oír. Ésa es una historiasin final feliz, porque una de dos: ofracasas y acabas trabajando otra vez enel taller, o triunfas y te pasas el resto detu vida odiándote por haberteprostituido. Se hace muy cuesta arribano poder estar a buenas con todo elmundo porque has decidido que tu mejoramiga es la música y que te ocuparás deella cueste lo que cueste, pero para mí

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era la única decisión sensata. Lo mássorprendente es que mi primerazambullida en aquellas aguas revueltasparecía ir bien. Me la jugué, y tantoLenny como Mo me dijeron que lajugada había salido bien. No mepidieron que cambiase absolutamentenada del disco, algo muy raro dentro deuna gran discográfica. Intuitivamentehabían decidido respetarlo: les parecíaun disco importante, más allá de susperspectivas comerciales.

Durante los meses que transcurrieronentre la conclusión del disco y supresentación, ya entrado el año, pasémucho tiempo en Virginia. Mi madre

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había empeorado. Le procuré asistenciapaliativa a domicilio, y así metimos encasa una cama de hospital queinstalamos en el comedor, donde anteshabía estado la mesa, para que mi madreno tuviese que subir y bajar tantasescaleras. Empezaba a estar muydelicada. Pasábamos mucho tiempohablando. Me di cuenta de que si habíaalgo que quisiese saber sobre la familiaaquella era la última oportunidad deenterarme. Todos mis abuelos llevabantiempo muertos. Aquello era el fin deuna estirpe.

Mi madre decidió que era elmomento de planificar su funeral. Nada

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melodramático, más bien pragmático,una tarea más que cumplir. Saqué unalibreta y empecé a apuntar lo que quería:una misa sencilla en la iglesia deLewinsville Road, algunos himnos quele gustaban y nada de allegadoshablando de ella: la música y nada más.Su último deseo era que el organistatocase la canción «Happy Trails» deRoy Rogers al final de la misa, cuandotodos saliésemos.

Happy trails to youUntil we meet again

Senderos felices | Hasta que

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volvamos a vernos

Me pareció que aquello era un golpede genialidad.

Pasé mucho tiempo tocando el pianocerca del salón donde mi madre estabaahora tumbada, en su cama de hospital.Una tarde estaba tocando una canciónque había escrito años antes y que paramí nunca había acabado de desarrollartodo su potencial. Cuando terminé volvíal comedor y le pregunté a mi madre sile hacía falta algo.

—Un poco más de eso —me dijo.Aquello me convenció de que debía

creer en aquella canción y pulirla en el

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futuro.Además de la enfermera africana

que asistía a mi madre (a la que le teníatanto cariño que cada noche le daba unbeso de despedida), teníamos tambiénde realquilada en casa a Miriam, unamujer iraní que, casualidades de la vida,era médico y trabajaba en un hospitalcercano. Tener un médico en casa fueuna auténtica bendición. Así, siempreque volvía a California sabía que tenía auna médico y una enfermera cuidando demi madre. Por lo general, ella me decíaenseguida cuando podía prescindir demí y me enviaba de vuelta a mi vidadurante unos cuantos días.

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Volé de regreso a L.A. y el hijo demi casera fue a verme a casa en cuantome vio bajar del taxi. Plantado frente ami puerta me contó que su madre,Francis, la de las apariciones, habíamuerto la noche anterior. Se habíatomado un cuenco de helado, se habíaacostado y había muerto. Había ido unaambulancia, pero no habían podidoreanimarla. En los años treinta habíavivido en la casita que ocupaba yoahora. Ella y su difunto esposo habíanorganizado fiestas y bailes en el sótanoen el que yo tenía entonces montado miestudio. Me lo contó ella una vez,mientras examinábamos la colección de

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discos de 78rpm que tenía en el sótano.Llegó el día del lanzamiento de

Electro-Shock Blues, y también elmomento de salir de nuevo de gira.Tanto la enfermera como Miriam, lamédico, me aseguraron que mi madreestaba bien. En sus días buenos semovía mucho y cuidaba del jardín.

Para la gira cambié el pianoeléctrico Wurlitzer por un órganoHammond, que me pareció másapropiado para tocar algunos de losnuevos temas, así como las típicasguitarras eléctricas con las que cada vezme sentía más a gusto. Butch y yoconvencimos a un guitarrista amigo mío,

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Adam Siegel, para que nos acompañaseal bajo durante la gira. Butch y yo no nosllevábamos demasiado bien con Tommy,el bajista, y estuvimos de acuerdo enque no queríamos seguir trabajando conél. Tommy era muy buen tío, y podía unopasarlo muy bien en su compañía, perohabía algo en su carácter que hacía quetodos los que viajábamos en el autobúsacabásemos a malas con él. Era joven, yquizá se le hacía cuesta arriba mantenerla serenidad en aquel circo. Adamresultó ser un extraordinario bajista quele dio más mordiente a nuestro sonido endirecto: además, era un placer tenerlecerca día y noche.

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El disco recibió muy buenas críticasy los conciertos fueron bien. El reto detocar el órgano como instrumentoprincipal en un concierto de rock tuvo sugracia. Las actuaciones no fueron nadafáciles por la temática de las canciones,pero acabaron teniendo un efectocatártico y después de cada conciertome sentía un poco más aliviado.

Fuimos invitados a tocar en elconcierto benéfico que Neil Youngorganizaba cada año para la escuelaBridge en el norte de California. Era unode los conciertos más interesantes delaño, y gracias a Neil Young todo elmundo quería participar. La noche antes

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del concierto, Neil invitó a todos losgrupos a una barbacoa en su casa.Después de tantos años de escuchar aLiz poner sus discos una y otra vez, dehaber asistido con ella a su acojonanteconcierto de la gira «Rust NeverSleeps» cuando tenía quince años y deregalarle a Liz cada año su último discopor Navidad o por su cumpleaños, nopodía creerme que fuera a conocerle enpersona y en su propia casa.

—Hola, E. Encantado —me dijoNeil y me estrechó la mano.

Yo estaba nerviosísimo. Tenía laboca seca. Me encontraba en un estadode hiperrealidad. Con voz entrecortada

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le dije:—¡Me gusta tu barba!¿Me gusta tu barba? Eso es lo que le

dije a Neil Young. Fue de las primerascosas que aprendí cuando conocí a mishéroes: lo mejor es no conocerlos,porque sufro de una disfunción socialque me hace sentirme extremadamentenervioso y decir chorradas. Pierdo eloremus y suelto chorradas. Es la versiónexagerada de lo que suelo hacer cuandoestoy con otras personas, y por esoacostumbro a quedarme en casa siempreque puedo, para evitar ese tipo desituaciones. Durante los años siguientesconocí a muchos de mis héroes y

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conseguí calmarme un poco, perosiempre acababa soltando una estupidezpor puro nerviosismo.

Conocer a Neil y poder tocar en suconcierto fue una experiencia agridulce.Fue un honor, y emocionantísimo, pero acada poco me apetecía llamar a Liz paracontarle que estaba en casa de Neil, oque Neil acababa de presentarme en elescenario. Liz se habría vuelto loca. Eramuy triste estar frente a Neil y no podercontárselo a Liz.

Empecé a recibir muchas cartas ycomentarios de gente que me explicabalo mucho que les había ayudado Electro-Shock Blues. Todavía llegan cartas.

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Recuerdo que cuando era pequeñointenté cerrar un trato con Dios: si él medejaba hacer música yo intentaría ayudara la gente. A mí se me había olvidado,claro, pero de repente se me ocurrió quelas dos partes del trato se estabancumpliendo: según las cartas, estabaayudando a la gente a través de lamúsica. No era en eso en lo que pensabaal escribir Electro-Shock Blues, perome alegré de que fuese de ayuda para lagente. Me hizo sentir bien.

Durante una pausa de la gira regreséa Virginia. Cuando llegué, vi enseguidaque mi madre había empeorado, ymucho. La mayor parte del tiempo no

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podía abandonar la cama, y le dabanmucha morfina para combatir losdolores. Tomé el relevo de la enfermeray de Miriam y me ocupé de su cuidadopara que tuviesen un par de semanas dedescanso. Teníamos una tabla con unalista complicadísima de qué medicinasdarle a qué intervalos. Mi madre habíaempezado a alucinar, y me pedía, porejemplo, que borrase lo que habíaescrito en las cortinas del comedor.

Dormía en el sofá del cuarto deestar, a pocos pasos de la cama dehospital de mi madre, por si necesitabaalgo durante la noche. Una vez medesperté y oí que fluía el agua. Me

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incorporé en el sofá y vi que mi madreestaba acuclillada en el salón con elcamisón arremangado para mear sobrela alfombra. Cuando acabó me levanté, yle ayudé a volver a la cama. Tenía enlos ojos la mirada perdida y confusa deuna niña pequeña. Era espantoso.

Había montado el televisor enblanco y negro de su dormitorio sobreuna mesita de hospital para que pudieraponérselo encima de la cama y ver latele. Hay una imagen acongojante queme resulta difícil olvidar: mi madre,calva y demacrada, tumbada en camadurante uno de los últimos viernes de suvida, viendo Sabrina, cosas de brujas.

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Otra noche, estaba profundamentedormido en el sofá cuando oí que mellamaba.

—¿Mark? ¿Mark?Salté del sofá y fui corriendo al

comedor. Se había cagado en la cama yno sabía qué hacer. Le quité el camisóny le limpié la mierda de encima y de lassábanas. Pensé en todas las veces quedebía de haber hecho aquello mismocuando yo era un bebé y me parecióapropiado que ahora me tocase a mí. Sidespedir a Carter no me hizo un hombre,aquella noche lo conseguí,definitivamente.

La situación resultaba dificilísima

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de soportar, sobre todo porque ella erauna mujer que siempre había sido muyactiva y que ayudaba siempre a losdemás sin pedir nunca ayuda para símisma. No recuerdo que pasase un solodía en cama enferma antes del cáncer.Siempre andaba ajetreada con sus cosas.Era evidente que se avergonzaba deverse tan indefensa.

Afortunadamente, su estado empezóa mejorar. Recobró parte de la lucidez yempezó incluso a dejar la cama parasalir a pasear por el jardín. Yo iba atener que salir de gira en breve porEstados Unidos. Cuando volvió, laenfermera me dijo que era buena época

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para echarse a la carretera, porque mimadre iba a permanecer estable algúntiempo.

Un par de semanas después la girapasó por Washington DC. La última vezmi madre había asistido al concierto,pero ahora estaba claro que ya no iba aser posible. Nada más acabar elconcierto alquilé un coche paraacercarme a casa de mi madre yquedarme con ella unos cuantos díasantes de subirme a un avión y cruzar elpaís para continuar la gira en Seattle.

Aguantó bien los días que estuveallí. Estaba lúcida y sorprendentementeatenta. Hablamos mucho, y me dio la

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impresión que estaba en buena forma,dentro de lo que cabe. Al cabo de un parde días tuve que irme para terminar lagira con un par de conciertos en la costaoeste. La enfermera me dijo que mimadre se mantendría estable al menoshasta Navidad (faltaba todavía mes ymedio), de modo que no sería unproblema dar los conciertos. Atravesé elpaís en avión para reunirme con labanda.

Apenas aterricé en Seattle, recibíuna llamada de la enfermera diciéndomeque lo mejor sería que regresase enseguida a Virginia. El estado de mimadre había empeorado en cuanto había

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salido de casa. La enfermera me explicóque mi madre había puesto muchailusión en verme, y que eso la habíamantenido en buen estado. Salízumbando hacia el aeropuerto y volví acruzar el país. Lisa Germano, nuestratelonera durante la gira, asumió lacabecera de cartel aquella noche enSeattle y explicó al público que unaemergencia había impedido que EELSactuasen aquella noche.

Cuando llegué a casa, mi madreacababa de sufrir un infarto y estabaentrando en coma. Tenía la caradesencajada y de vez en cuando se leescapaban unos gañidos involuntarios.

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Era terrorífico. Nunca, ni antes nidespués, he visto algo tan espantoso.Miriam, la enfermera y yo nos sentamosen torno a la cama y organizamos turnosdurante la noche para que todospudiésemos dormir un poco. Demadrugada, justo cuando empezaba aamanecer, le entraron las convulsionesfinales y la enfermera dijo: «Ha llegadoel momento». La respiración se le hizocada vez más trabajosa y el sordo rumorde los pulmones se hizo más fuerte. Latomé de la mano y me puse a hablar conella, sin saber si serviría de algo. Leexpliqué que estábamos todos con ella yque la queríamos mucho. Hubo un

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momento en el que su respiraciónempezó a ralentizarse hasta ser muy,muy lenta. Luego expiró una última vez yno volvió a tomar aire.

Me dolió mucho. Aunque sabíadesde hacía tiempo que iba a pasar, mimadre se había muerto delante de mí.Hundí la cabeza en su regazo y llorédesconsoladamente. Era el 11 denoviembre, el cumpleaños de mi padre.

No era solo que hubiera muerto, sinocómo había muerto. Ver como sedesmoronaba a lo largo de varios mesesya fue suficientemente malo, pero elrápido declive de su última noche fuetan aterrador que no me atrevo a pensar

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en ello durante más de un instante.Ahora estaba solo en la casa en la

que me había criado con mi familia. Yano estaban. La enfermera pidió un cochefúnebre; cuando llegaron y sacaron labolsa negra recordé lo que tenía quehacer, subir al piso de arriba y cerrar lapuerta. No quería ver como se llevabana mi madre en una bolsa por la puertaprincipal. Ya había tenido que pasar poreso con mi padre.

Cancelé las últimas tres fechas de lagira y llamé al ministro de la iglesia demi madre, con quien ya había estadopreparando el funeral. Acordamos unafecha, pocos días después, y me busqué

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una habitación en un motel de laautopista 7. Ya no podía quedarme en lacasa. Era demasiado triste, demasiadosolitario: no iba a poder dormir allínunca más.

Al repasar las facturas de mi madre,vi que la enfermera había estadollamando cada día por teléfono a sufamilia en África desde el teléfono demi madre. Cuando llamé a la clínicapara contárselo, nadie fue capaz deencontrarla. Se había aprovechado deuna mujer moribunda, había acumuladomiles de dólares en facturas de teléfonoy después de darle un beso de buenasnoches cada noche, se había

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desvanecido.

Abroché el cinturón de seguridad entorno a la caja con las cenizas de mimadre y la llevé a la iglesia. Queríaseguir pensando que estaba todavía ahí.No estaba preparado para dejarla ir. Mepasé el funeral en la primera línea debancos llorando y sonándome los mocoscon pañuelos de papel mientras elsacerdote decía unas palabras sobre mimadre. Luego dijo: «Es cierto que ellano quería que se hablase de ella, pero¿hay alguien que quiera hacerlo?»

Unas cuantas personas levantaron lamano, inseguras, y contaron anécdotas

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de la vida de mi madre, pese a que ibaen contra de sus deseos. No era capaz deentenderlo. Cuando el ministro dio laseñal para que nos levantásemos y nosfuésemos, no fui capaz de reconocer lamúsica que tocaba el organista. ¿Dóndecoño estaba «Happy Trails»? Meacerqué a la entrada de la iglesia, dondeel ministro estaba de pie, esperando ycon los ojos anegados de lágrimas lepregunté:

—¿Qué ha pasado con «HappyTrails»?

—Ah, es verdad. No pudimosencontrar las partituras.

Me entraron ganas de partirle la jeta

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a aquel hijo de puta en la misma iglesia.Era el último deseo de mi madre, unapersona que rara vez pedía algo, ¿y noeres capaz de encontrar las partituras?¿Tan difícil es? Podrías haber empezadopor llamarme, porque mi madre lastenía, en el atril de su piano. Su últimodeseo, y algo que podía haber sido ungran momento para ella y para el restode nosotros, se quedó por el camino.

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12. Legado en venta—Quién sabe, igual resulta ser el

próximo Hitler.Acababa de ver como alguien moría

delante de mis narices, y ahora estaba enla situación opuesta, asistiendo alnacimiento del hijo de una amiga. Noshabíamos juntado todos en torno a labolsa de plástico verde que recogía lasangre y el pringue rezumantes de entrelas piernas de nuestra amiga, que estabaa punto de expulsar a su bebé a la luzestéril y fluorescente de la sala departos del hospital. El sol se ponía através de las persianas cuando las

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mujeres gritaron y los hombres se dieroncordiales palmadas de felicitación. Miréa mi alrededor en plena celebración y seme ocurrió que nadie tenía ni idea dequé tipo de persona iba a resultar esebebé.

Me acerqué a mi novia, que estaballoriqueando de la alegría, y le susurréal oído:

—Quién sabe, igual resulta ser elpróximo Hitler.

Me miró incrédula y luego torció elgesto. Se enjugó las lágrimas para poderechar mejor la vista al cielo y mirarmecon desaprobación aún mayor.

—¿Pero a ti qué te pasa?

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No es que fuese así de cínico.Simplemente no podía evitar pensar entodas las posibilidades, y se me habíaocurrido que en 1889 habría habidotambién celebraciones y palmaditas (olo que se estilase entonces) con ocasióndel nacimiento del monstruo máshorrible que ha conocido el mundo.

Di un paso atrás para ver mejor laslágrimas y celebraciones. Me fijé en elpequeño humano que acababa de salirde la vagina de mi amiga cubierto depringue.

—Bienvenido a la Tierra —meimaginé diciéndole. —Estás en KaiserPermanente, en Hollywood Boulevard,

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uno de los tramos de carretera másdeprimentes de este mundo. Espero quete guste.

Me enfrentaba ahora a una tarea quese me hacía inmensa y devastadora:vaciar la casa en la que había crecidocon mi familia, cuyos miembros mehabían dejado solo. Para entonces yaestaba acostumbrado a atarme losmachos (aunque no sé muy bien quésignifica eso) y ocuparme de lo quehubiese que hacer en cada momento, pormuy peliagudo que fuese, pero la que meesperaba era muy gorda. ¿Sería capaz desoportar el pasar revista a las

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pertenencias y memorias no sólo de mimadre, mi padre y Liz, sino también delos padres de mis padres y de lageneración anterior? No soportabapensar siquiera en ello. Ya no quedabanadie más que se pudiese hacer cargo detodo, yo era oficialmente el último de laestirpe.

Una vez más, tener trabajo que hacerme ayudó mucho. Igual que pasó algrabar Electro-Shock Blues, estaratareado hizo que todo fuese un pocomás fácil, pero aun así hubo momentosinsoportablemente duros.

Spider, nuestro pipa, llegó desdeVirginia para ayudarme. Por las noches

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iba a dormir a casa de los padres de miamigo Sean, en la misma calle, porqueno era capaz de dormir en la casa.Spider intentó dormir en el dormitoriode mis padres hasta que oyó ruidos rarosuna noche y atrancó la puerta deldormitorio con el palo de una escoba,convencido de que había fantasmas en lacasa.

Nos pasamos los días pensando enqué cosas tirar y qué cosas cargar en lafurgoneta de alquiler que Spiderconduciría de vuelta a mi casa enCalifornia. Mi tía Sally, la mujer dePeter, el hermano de mi madre, vinodesde Vermont a ayudarnos, y una amiga

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de mi padre, Ann, se acercó a echarnosuna mano un par de días. Mi madre erade las que lo guardaban todo con unapasión enfermiza, de modo que habíacajas enteras de periódicos y trastosinútiles. Pero el ático estaba lleno decosas de Liz y de objetos que yo nohabía visto nunca, heredadas de misabuelos, bisabuelos y demás. Losdormitorios de Liz y de mis padres erancomo piezas de museo. Nada habíacambiado apenas desde los días en quevivían allí.

En el armario en el que Liz y yo nosencerrábamos de críos encontré una cajallena a reventar de cartas. Escogí una al

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azar y cometí el error de leerla. Era unacarta que mi madre le había escrito aLiz: mi hermana era muy pequeña, yhabía ido de campamento a Vermont porprimera vez. Mi madre intentabaconsolarla, ya que nunca antes habíaestado tanto tiempo fuera de casa. Eratristísima. Hubo muchos momentos comoaquel en los que la pena me podía ytenía que dejar de hacer lo que teníaentre manos.

En las páginas amarillas encontré untipo que tenía una tienda en la que sevendían objetos y muebles heredados.Se acercó para ver si le interesabacomprar algunos de los muebles. Todos

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eran bastante cutres, y ninguno valíagran cosa, pero aun así me resultaba muydifícil dejar que vendiesen la cama demis padres por veinte dólares, por muyvieja y cochambrosa que fuese. No erapor el dinero: me molestaba pensar queesos recuerdos fuesen tan baratos. Ledije que no podía venderle nada por eldinero que ofrecía y me dio las graciaspor hacerle perder el tiempo.

La noche en la que finalmenteconseguimos vaciar la casa salí por lapuerta principal. No pude evitar pensaren todos los años en los que habíacruzado esa puerta, y en que ésa era laúltima que la atravesaba. Spider y yo

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nos subimos a la camioneta y fuimos aechar un trago en honor de mi padre aMr. Smith’s, un restaurante del centrocomercial en la autopista 7 al que legustaba mucho ir. Después de cenar,Spider y yo volvimos a montarnos en lacamioneta y condujimos hasta Vermontpara esparcir las cenizas de mi madre enel lago en el que había pasado buenaparte de su infancia nadando y remandoen canoa. Spider me dejó en Vermont ysiguió camino con la camioneta haciaLos Angeles.

Al día siguiente aparté una tacita concenizas de mi madre y se la di a mi tíaSally para que la enterrase cerca de las

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tumbas de los padres de mi madre, en elbosque cercano al lago. Guardé otropuñadito en un bote de carretefotográfico para conservarlo junto con elque guardaba con las cenizas de Liz enLos Angeles. Cargado con la caja quecontenía los restos de mi madre me subía una canoa.

Me adentré en el lago, con el solradiante y el cielo azul y un par de nubesdesperdigadas. Vi que tenía cerca otrasembarcaciones. Busqué un punto en elcentro del lago que pensé que legustaría. De repente, y sin previo aviso,el cielo se ennegreció y el vientoempezó a soplar fuerte y racheado. Del

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cielo caían gruesos goterones que megolpeaban como piedras. Lo que penséque sería una emotiva ceremonia íntimaentre mi madre y yo se convirtió en unaapresurada acción sin ningún tipo decariño: saqué la bolsa de plástico de lacaja, la abrí y vertí el contenido en ellago. El viento me lanzó buena parte delas cenizas a la cara. La escena no tuvonada de poética. Entonces vi que una delas embarcaciones próximas se meacercaba. El tío que la pilotaba gritó«¡Eh!» y me di cuenta de queseguramente pensaba que estabavertiendo basura en el lago. Tiré labolsa vacía en el suelo de la canoa y me

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puse a remar hacia la orilla con todasmis fuerzas.

Recientemente me había trasladado,y de la extraña casita en la colina deEcho Park en la que había vividodurante seis años había pasado a unacasa cerca de allí, en Los Feliz, dondetenía más espacio para mis cada vez másexpansivas necesidades de grabacióncasera. El nuevo sótano no eraexcepcionalmente grande, pero eraenorme en comparación con el anterior.A los pocos días de regresar deVermont, Spider llegó con la camionetay descargamos el piano vertical de mimadre, sus pajareras y libros de

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ornitología y todas las cajas con lasfotos de familia y escritos de variasgeneraciones. Instalé el mejor bebederode pájaros en el patio trasero y decidídar de comer a los pájaros como unamanera de seguir vinculado a ella.También escribí una canción titulada «ILike Birds».

En la casa de enfrente de mi nuevodomicilio vivía una encantadora ancianarumana llamada Birdy. Un día, estaba apunto de subirme a la furgoneta cuandome pidió que la llevase a la tienda dealimentación naturista. Aquello seconvirtió en rutina: yo la acercaba a latienda y ella compraba una hogaza de

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pan y se sentaba en su porche para darde comer a las palomas. Cuando yo salíade viaje, ella se encargaba de alimentara Slinky. Una tarde su hermano vino averme y me contó que Birdy habíamuerto, y que había sufrido un cáncerdurante años. No tenía ni idea. Ellanunca lo mencionó.

Después de cerrar la casa deVirginia, y como medida desupervivencia, pensé que tenía quesubrayar todo lo positivo y considerarese momento de mi vida como un nuevopunto de partida. Empecé a escribircanciones que a veces reflejabantodavía la tristeza que inevitablemente

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seguía sintiendo tras todas aquellasmuertes, pero que también eran unacelebración de la vida. Una de las cosasque las muertes me hicieron ver es queyo todavía estaba vivo.

Today is a lovely day to runStart up the car with the sunPacking blankets and dirty sheetsA roomful of dust and a broom to

sweep upAll the troubles you and I have seen

Hoy es un espléndido día paracorrer | Para arrancar el coche con elamanecer | Y echar al maletero mantas

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y sábanas sucias | Un puñado de polvoy una escoba para barrer | Todos losproblemas que tú y yo hemos visto

Otra cosa que había conseguido lamuerte era darme nuevos impulsos.Ahora era muy consciente del pocotiempo de que dispone una personasobre la faz de la Tierra, y por eso mesentía empujado a hacerlo todo tan bieny tan pronto como pudiese. Me puse deinmediato a grabar en el sótano.

Mantuve la actitud positiva durantetodo el proceso de grabación de lascanciones, pese a que el ingeniero desonido con el que me tocó trabajar tenía

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un sentido del humor anclado en 1985:se pasaba las pausas entre toma y tomacantando mis letras con la voz deBuckwheat, uno de los personajes deEddie Murphy en Saturday Night Live(«Watching the movie | The world’sgonna end», dos versos de mi canción«Daisies of the Galaxy», se convertíanentonces en «Watchin’da mooby | Daworld’s gointa en… ¡O tay!»).

Pronto tuve un disco nuevo tituladoDaisies of the Galaxy listo para lanzarloal mundo. Para mí era un disco ligero,luminoso, similar a la alegría y lacongoja que me provocaba contemplar alos pájaros del jardín posarse en la

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fuente y picotear la comida durantecualquier tarde soleada, pero tambiénsucumbir bajo las zarpas de un gatoasesino (son cosas que pasan, quéqueréis). Cuando le puse el disco aLenny le encantó. Me dijo que «mejorque eso, imposible», y lo comparó con«dar un magnífico paseo por el parque yque inesperadamente te muerda unaserpiente».

Cuando Lenny presentó el disco alresto de la discográfica, no hubo tantasfelicitaciones. Recién salido de Electro-Shock Blues, el departamento deradiodifusión esperaba algo mucho másoptimista y pegadizo. De repente me di

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cuenta de que no estaban contentos conel disco, y todo mi entusiasmo seesfumó. Acabé hundido en unadepresión. Había hecho todo cuantoestaba en mi mano para sobreponerme ala sucesión de tragedias que se habíaabatido sobre mí y había encontrado lamanera de volver a abrazarme a la vida.Estaba encantado con el disco y creía enél tal y como era. Había trabajado muyduro para destilar veintiocho cancionesen aquellas catorce, en ordenarlas demanera que funcionasen como unconjunto… y ahora querían que locambiase. Pasé meses encerrado encasa, sumido en la bruma de la

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depresión, mientras el disco acumulabapolvo sobre el escritorio de Lenny. Nopodía imaginarlo como algo diferente.Era un disco predeterminado.

Tras unos cuantos meses me levantéun día y salí al patio trasero. «Hace undía espléndido, qué coño», pensé. Sentíuna nueva ola de optimismo. No habíanada que la motivase: simplemente lanecesidad de arreglármelas y tirar paraadelante. Tenía que espabilarme yvolver a mirar hacia el futuro. Llamé aMike Simpson de los Dust Brothers, conquien había colaborado a menudo, y lepregunté si le apetecía juntarse conmigopara hacer algo de música. Enseguida

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tuvimos un nuevo tema que a todos,incluso a la discográfica, les pareciómuy prometedor. «Goddamn right, it s abeautiful day». Empezaba a salir de labruma.

The smokestack spitting black sootinto the sooty sky

The load on the road brings a tearto the Indians eye

The elephant won’t forget what it’slike inside his cage

The ringmasters telecaster sings onan empty stage

Goddamn right it's a beautiful day

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La columna de humo escupiendonegro hollín al cielo renegrido | Lacarga en la carretera arranca unalágrima al ojo del indio | El elefante noolvidará cómo se sintió dentro de sujaula | La telecaster del jefe de pistacanta sobre un escenario vacío | Quécoño, hace un día estupendo

La discográfica inmediatamentequiso incluir la canción, titulada «Mr.E's Beautiful Blues», en el disco. Yotenía fe en el disco y quería que la gentelo escuchase. Después de ver cómoacumulaba polvo en un estante durante

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siete meses, decidí que la únicaoportunidad que tenía era intentarplegarme a los deseos de ladiscográfica, así que me puse asecuenciar de nuevo las canciones paraincluir el nuevo tema. Pero, lo metieradonde lo metiera, me parecía que secargaba el disco. Como canción megustaba, pero no podía usarla sinperturbar el flujo del disco. Me rendí,desanimado. El disco estaba bien tal ycomo era, de eso estaba seguro.

La discográfica se empeñó en queincluyésemos la canción, y lo único quese me ocurrió fue añadirla al final deldisco como bonus track, una moda

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reciente por la que yo no sentía especialcariño. Les pedí que dejasen diezsegundos de silencio entre la últimapista del disco, «Selective Memory», yla nueva canción. Luego, en el últimominuto, llamé al laboratorio y les pedíque metiesen otros diez segundos, paraque pasasen veinte segundos de silenciodesde lo que yo consideraba el finperfecto del álbum hasta que arrancaseel nuevo tema.

Lenny me llamó para contarme quehabía una película nueva, Viaje depirados, y que querían utilizar el nuevotema para una secuencia. No sólo eso:querían grabar un vídeo de la canción, y

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estaban dispuestos a financiarlo. Yoestuve completamente en contra. Mehabía gustado que mis cancionesapareciesen en otras películas, comoAmerican Beauty y El final de laviolencia, de Wim Wenders, pero noquería que aquella canción recién salidadel horno se relacionase con unapelícula de universitarios gamberros,nada menos. Eso no es un díaespléndido, y tampoco una buenaprimera impresión para la canción o eldisco. Pero se me dijo (muy clarito,además) que o metía la canción en lapeli y grababa el video o ya podía irolvidándome de que alguien supiese que

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existía el nuevo disco: quizás ni siquierasaliese a la venta.

Me obligaron a participar en unvídeo humillante en el que conducía unautobús con los actores de la película.Me sentía estúpido. Lo único bueno fueque grabamos una escena en la que lesdaba una paliza a algunos de ellos. Adía de hoy sigo sin haber visto lapelícula, pero sé que no era lo quequería hacer como artista en aquelmomento y es algo de lo que todavía mearrepiento. Nunca me he arrepentido dehaber rechazado todas las ofertas parahacer anuncios. La sensación de haberconservado mi integridad valía mucho

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más que los millones de dólares queestaba dejando escapar, de eso estabaseguro.

Y, por supuesto, al final no sirviópara nada. Cuando salió la canción nosenteramos por las malas de que a lasradios de EE.UU. no les gusta la palabragoddamn, y en la canción aparecía doceveces. Me enteré también de que no sepuede decir goddamn ni siquiera en losprogramas televisivos nocturnos: losproductores del programa de DavidLetterman me prohibieron tocar «Mr. E'sBeautiful Blues» porque los censores dela CBS permitían el uso de las palabrasGod y damn por separado, pero nunca

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juntas. En vez de eso tocamos otracanción del disco y yo improvisé unpequeño homenaje a los héroes del rockcensurados en el estudio Ed Sullivan enel que actuábamos aquella noche.

—Let's spend the night together(poniendo los ojos en blanco a lo MickJagger) | Girl we couldn’t get much…HIGHER! (con bramido estilo JimMorrison).

Y luego alcanzamos ya nivelesridículos. La campaña para llevar altrágicamente inepto candidatorepublicano George W. Bush a la CasaBlanca usó Daisies of the Galaxy comoejemplo de las porquerías que la

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industria del ocio ofrecía a la juventud.Ya, ya lo sé. De risa. A mí me encantó,claro. Hablaban de nosotros en lasnoticias de portada del Washington Post.Era todo ridículo a más no poder. Laportada del CD tenía formato de cuentoinfantil, y aparecían títulos como «It’s aMotherfucker» (que en realidad es unatierna oda a lo duro que había sidoperder a la novia con la querecientemente había roto), y porsupuesto la canción con todos losgoddamn de ahí dedujeron que laportada pretendía atraer a niños de tresaños, o yo qué sé. Era fantástico. Podíauno incluso descargarse las letras desde

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la página web de la campañapresidencial de George W. Bush.

It’s a motherfuckerBeing here without youThinking’ bout the good timesThinking ‘bout the badAnd it won’t ever be the same

It s a motherfuckerGetting through a SundayTalking to the walls Just me againBut I won’t ever be the sameI won’t ever be the same

It’s a motherfuckerHow much I understand

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The feeling that you need someoneTo take you by the handAnd you won’t ever be the same

You won’t ever be the same

Vaya putada | Estar aquí sin ti |Pensando en los buenos tiempos | Y enlos malos | Nada volverá a ser lomismo || Vaya putada | Pasarse undomingo entero | Hablando con lasparedes | Estoy a solas | Pero novolveré a ser el mismo | No volveré aser el mismo || Vaya putada | Entendercomo yo entiendo | La sensación de quete hace falta alguien | Que te tome dela mano | Y nunca volverás a ser el

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mismo || Nunca volverás a ser el mismo

La canción la había escrito una tardede domingo especialmente solitaria.Echaba muchísimo de menos a mi ex, ysobrevivir al fin de semana se me hacíadurísimo. No tenía nada que hacer yestaba intentando hacer lo que fuera paraque acabara el día. Me fui a un cine yme senté solo en una butaca de pasillo,convencido de que así mataría,entretenido, un par de horas. Pero justoantes de que empezase la película, lamujer sentada delante de mí me dijo:«Ya que está SOLO, ¿le importaríacambiar asientos?».

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Fue uno de esos días.Otra de las ofensivas letras que la

campaña de Bush presentó ante losmedios era la de una canción titulada«Tiger in my Tank», una «cuña»anticomercial que había escrito yo:

When I grow up I’ll beAn Angry Little Whore

Cuando crezca voy a ser | Unaputita cabreada

El texto se refería a eso que llaman«cultura alternativa», y a que estaba muyde moda dárselas de rebelde sin que

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detrás de la fachada hubiese unaverdadera rebelión. En manos de losadustos conservadores de extremaderecha, la letra tenía que ser entendidaliteralmente, por supuesto. Igual creíanque de verdad estaba animando a niñospequeños a prostituirse en cuantopudiesen o, en el caso de «It’s aMotherfucker», a mantener relacionescon sus madres. No soy muy partidariode esos rockeros concienciados ypolíticamente correctos que se dedican asoltar obviedades, pero incluso yo mequedé sorprendido ante la imbecilidadde aquella gente. The Washington Postseñalaba:

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Ari Fleischer, portavoz de lacampaña de Bush, afirmó que lacombinación de palabras soecesy portadas atractivas para elpúblico infantil «demuestra quelos padres y familias de Américano pueden confiar en que Goreconsiga impedir que Hollywoodvenda tales productos a sushijos».

Ari Fleischer es el mismo que unaño después nos dijo a los americanosque «tuviésemos cuidado con lo quedecíamos». Chupaos esa, derechosciviles.

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Pocos años después de ganar laselecciones, el vicepresidente DickCheney, muy activo en la campaña queequiparó Daisies of the Galaxy con lapornografía, perdió los estribos con elsenador por Vermont Patrick Leahy y lemandó a tomar por culo durante unencendido debate en el Senado. Tras elexabrupto, Cheney reconoció que sesentía mejor después de haberlo soltado.

Anda y que le den.

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13. Estoy muycabreado contigo

Nina Simone ha muerto

—No eres guapo.Estoy sentado en una fábrica de

ensaladas en algún lugar de Alemaniacuando una bonita mujer rusa se vuelvehacia mí y me dice: «No eres guapo».

Un día, (hablo de antes de salir deLos Angeles) Butch, el bataca, me llamópor la mañana. «Milkman, esta noche hesoñado que salíamos a escena con una

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sección de vientos y otra de cuerdaspara tocar las nuevas canciones. Eraprecioso».

Butch había decidido usar, éltambién, el apodo que me habíacolocado Alan, aquel amigo nuestro deEcho Park. Volvía a ser hora de salir atocar para la gente. Butch me llamó paracontarme lo que se le había ocurrido lanoche anterior.

Me gustó mucho la idea de ampliarla formación en el escenario coninstrumentos que no hubiésemosempleado hasta entonces. Muy prontopasamos del trío que habíamos sido enla última gira a un sexteto en el que

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todos nos intercambiábamos losinstrumentos. Había guitarras eléctricasy acústicas, un piano vertical,mandolinas, banjos, violines, saxos,flautas, clarinetes, trombones, trompetas,melódicas, un carillón, tímpanos y unabatería, que los seis tocábamosalternativamente al menos una vez.

Después de todo el rock mórbido dela última gira, para mí era importantepresentar un espectáculo rebosante devida. Muchos de nuestros conciertosempezaban con una obertura decanciones anteriores de EELSinterpretadas con arregloscompletamente distintos de los de las

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versiones originales, y de ahípasábamos a nuestra interpretación de laversión de Nina Simone del clásico«Feeling Good», con el trombón y elsaxofón barítono a todo trapo parapresentar las nuevas canciones y nuestronuevo enfoque. Cuando tocábamos«Susan’s House» era con un textocompletamente nuevo y un mensajesobre el perdón. Había noches que másparecían una velada en Broadway queun concierto de rock. Era glorioso.

Poco antes de que saliese a la ventaDaisies of the Galaxy fuimos a Inglaterrapara actuar en varios programas detelevisión. Tras la última aparición

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televisiva se abrían ante nosotros dossemanas sin nada en la agenda antes deque comenzase la gira por Europa, demodo que casi todos regresaron aEstados Unidos para estar con sus seresqueridos. Yo no tenía familiares, y no leveía sentido volver a América con eltiempo justo para acostumbrarme otravez a las horas de sueño normales enotro huso horario solo para volver denuevo a Europa enseguida.

No me había sentido bien desdefinales de los ochenta. Desde entoncesestaba medio cascado, alicaído. Un díavolvía a casa de alguno de mis curros demierda y de repente me dio tal pereza

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que tuve que bajarme de la bici yempujarla tres kilómetros hasta casa.Desde entonces no había vuelto asentirme bien. No se me pasó nunca.Para entonces ya estaba bastanteacostumbrado y lo había intentado todo.Casi.

En Los Ángeles tenía por médico aun flipado new age de moda entre lasestrellas que me había hablado de otromédico más flipado todavía enAlemania, un tío que en realidad no eramédico, sino alguien que en principio terecargaba las baterías cuando estabashecho polvo. Aun siendo escéptico,mantengo siempre una actitud abierta a

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todas las posibilidades; además, notenía nada que hacer durante dossemanas, y por eso decidí ir a ver al tipoaquel en la campiña alemana, a lasafueras de Hamburgo, antes de quecomenzase la gira europea.

Me bajé de la avioneta en Hamburgoy allí estaba el «médico» de larguísimabarba blanca: había ido a recogerme.Me explicó que solo vería a otrapaciente mientras yo estuviese allí, unamujer rusa que había vivido cerca deChernobyl cuando se produjo elaccidente nuclear, y que la conocería aldía siguiente. Supuse que me pasaría lasdos semanas siguientes al lado de una

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encantadora campesina rusa. Intentaríano fijarme demasiado en los pelajos quecrecieran en el lunar de su narizmientras ella asentía y me sonreía sinentender ni palabra de lo que le decía.

Al día siguiente me desperté en unfrío castillo. Lo habían reconvertido enhotel, y yo era el único huésped en aquelmomento. El «médico» me alquiló unode sus coches. Con él conduje hasta lafábrica de ensaladas. Resultó que dirigíatambién una pequeña fábrica queempaquetaba ensaladas orgánicas, y quelo de recargar las baterías de la genteera algo que hacía aparte, en el mismoedificio. El viento se colaba en su

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oficina: me senté frente a un escritorio yse me explicó cómo mezclar unainmensa pila de vitamina C en polvo enuna botella de agua. A continuación meconectaron los dedos a unos electrodos,que en teoría emitían una minúsculacorriente eléctrica para matar losparásitos que hubiese en mi cuerpo.Mientras tragaba el batido de vitamina Ccon los dedos cargados de electrodos entorno a la botella, la puerta principal dela fábrica se abrió de golpe y el vientohelador del invierno alemán invadió lasala. Una chica muy guapa entróentonces.

—Ah, Mark —dijo el «médico», —

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esta es Anna. ¿Qué tal te sientes hoy,Anna?

—¡Prer-fecta! —exclamó lamuchacha en un encantador y precarioinglés de claro acento ruso, con los ojosresplandecientes. —¡He caminado hastaaquí!

Se sentó junto a mí frente alescritorio y pude ver en mayor detallelos ojos verdes, la nariz romana, loslabios carnosos, y el cabello largo ycastaño claro. Recuerdo perfectamenteque la frase «esta es la chica máshermosa que hay en el mundo» me rondópor la cabeza. La ansiedad me atenazócuando comprendí que no iba a poder

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relajarme durante mi estancia. Ellallevaba allí una semana, y nada mássentarse empezó a conectarse los dedosa los electrodos que tenía frente a ella.Mientras los empaquetadores deensaladas pasaban atareados junto anosotros, ella se volvió hacia mí y meespetó: «No ERES GUAPO».

No tenía el típico acento ruso. No almenos el de los Boris y Natasha de losdibujos animados[4], ni el de ningunapersona rusa que yo hubiese conocidohasta entonces. Sonaba como siprocediese de un planeta propio. Megustó mucho su carácter brusco ydirecto. Una bocanada de aire fresco, y

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qué diferente de todos los hipócritas queconoces en América, pensé.

Pese a su brusquedad, estabacompletamente desprovista depretensiones. Se había criado en lamiseria, había tenido que abandonar sualdea cuando lo de Chernobyl y habíaconseguido estudiar para convertirse endentista. En algunos aspectos era muy,muy simple, y en otrosextraordinariamente complicada. Quedésubyugado, claro.

Ella pernoctaba en casa de la suegradel «médico», a un par de kilómetros dela fábrica de ensaladas. El doctor vioque nos caíamos bien y me preguntó si

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quería trasladarme a la casa de susuegra en la que estaba Anna.

—¡Claro! —le respondí deinmediato.

Esa misma tarde llevé mis cosas a lacasita. Había tres dormitorios: uno paraAnna, otro para mí y otro para la suegra,cuya habitación estaba entre lasnuestras. Nos convertimos eninseparables, y siempre que podíamosnos colábamos en la habitación del otrocuando no estábamos en la fábrica.

Dos semanas después abandoné laclínica sin sentirme muy diferentefísicamente de como había entrado, peromuy cambiado emocionalmente. Por lo

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que había podido ver el «médico» eraun charlatán: mi cuerpo no se sentíamejor, pero había conseguido una novia,así que no iba a quejarme. Me reuní conla banda en Londres y les conté todo loque había pasado. Anna dividía sutiempo entre Moscú y Londres y tenía unvisado de seis meses que le permitíavisitar Inglaterra siempre que quería, asíque mis estancias en Inglaterra serían lasúnicas oportunidades de verla. Sucondición de ciudadana rusa implicabaque verla en cualquier otro lugar seríaextraordinariamente complicado, difícilo incluso imposible. En Inglaterra se lopasó de miedo con nosotros en el

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autobús de la gira. Tenía lapersonalidad más extraordinaria quehabía visto nunca. Aquella chica tanpoco corriente, extraña y hermosa, loscautivó a todos. Ponía ketchup en lastostadas y mayonesa en los burritos (enserio). Cuando se hacía tarde y era horade irse a la cama, no bostezaba, y searrastraba hasta el dormitorio; metomaba del brazo y exclamaba:¡VAMOS A DORMIR! Cada noche seacercaba al camastro de Spider, nuestropipa, y le decía: «¡Buenas noches,Spider!» con aquel acento suyo ruso tanmono.

Afortunadamente, aquel año tocamos

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muchas veces en Inglaterra, pero cuandoíbamos a otros países no habíaoportunidad de verla. Hacían faltameses para conseguir los visados paracada país, y ni siquiera teníamos lacerteza de que se los concediesen. Elconsulado ruso era impredecible y muypoco fiable. Aquello iba a ser unproblema también cuando yo volviese aEstados Unidos. Salimos de gira porEuropa, América y Australia y empecé aecharla terriblemente de menos.

Dimos nuestros dos últimosconciertos en Australia (dos noches enel Atheneum, un inmenso teatro antiguode Melbourne) y nos quedaba un día

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libre antes de volar a Japón para otrascitas. Me desperté en el hotel deMelbourne y conecté el teléfono. La luzdel contestador empezó a parpadear. Elmensaje era de alguien de ladiscográfica que me preguntaba siquería aparecer en un par de programasde televisión ese mismo día. Entendíaque era mi día libre, pero les haría ungran favor si accedía. No tenía nadamejor que hacer, como de costumbre, asíque le llamé para decirle que sí.

Durante la segunda aparición (en unprograma de entrevistas que se emitía entodo el país) me preguntaron qué meparecía Australia y yo bromeé diciendo

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que me encantaba el país, porque eltiempo era espléndido y la heroínamejor aún. A decir verdad, nunca heprobado la heroína. No éramos unabanda de drogatas. Había oído que enMelbourne tenían un problema muygordo con la heroína y una heroína muypotente, y por eso hice una broma.

Cuando volví al hotel por la tardeButch me esperaba en el vestíbulo.

—Milkman, ven acá, que tenemosque hablar.

Me hizo un gesto para que lesiguiese al ascensor. Joder, un «tenemosque hablar» ahora no. Eso nunca esbuena señal.

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—¿Qué pasa? —quise saber.—Espera a que estemos arriba.Las puertas del ascensor se abrieron

y seguimos el pasillo hasta el cuarto deButch. Metió la tarjeta en la ranura,abrió la puerta y se sentó en la cama. Yome quedé de pie.

Spider ha muerto.

Me pareció tan ridículo que nollegué a asimilarlo. Habíamos tocado lanoche anterior y se encontraba bien, muyanimado.

—¿Qué?

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—Spider ha muerto. Se ha muertohoy.

—¿Qué? ¿Pero cómo?—No lo sabemos, igual de un ataque

al corazón. Le han encontrado en elsuelo de su habitación.

—Mierda. ¿En serio? No puede serverdad.

Cancelamos los conciertos en Japóny organizamos el regreso directo a casa.Vino la policía, y se entrevistaron connosotros uno por uno para compararnotas. Al parecer alguien había visto aSpider con otro tipo al que luego sehabía visto salir huyendo del hotel, ybajo la nariz de Spider había aparecido

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un polvillo. Spider no era de drogas.Era un alcohólico empedernido queestaba pasando por una fase desobriedad después de haber sidodespedido por un incidente en el quehabía caído de morros completamenteborracho en el pasillo del avión en elque volaba junto a Butch. Desdeentonces había mejorado mucho y lohabíamos repescado. Pero todo apuntabaa que se había reencontrado con algúnamigo de los de antes en Australia yhabían tomado algo de heroína: como noera alguien que la tomase a menudo (sies que la tomaba) no debió de darsecuenta de lo fuerte que era, o de la

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mucha que se estaba metiendo, y habíapalmado. De repente, el chiste que habíahecho en la tele había perdido toda sugracia.

Estábamos todos consternados. Lapolicía fue muy amable y comprensiva.Organizamos el traslado del cuerpo deSpider a Estados Unidos y más tardemontamos un encuentro en su honor. Lamadre de Spider era una diminutaseñora de ochenta años que vivía cercade Boston. Siempre que tocábamos en laciudad, para hacerme reír, Spider lacolaba tras el escenario para que fueseella la que me pasara las guitarras entrecanción y canción. Me acercaba al

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lateral para recibir la guitarra de Spidery en vez de eso me encontraba a unaanciana chiquitita tendiéndome laguitarra que llevaba en ristre. Estuvopresente en la reunión que organizamosy escuchó con nosotros los recuerdos yanécdotas. Butch intentó contar unahistoria de Spider pero acabó echándosea llorar como un niño pequeño. Pusimosvideos de Spider en los que aparecíacantando sus canciones y contandochistes, grabados en algunos de losconciertos en los que él había actuadode telonero. Resultaba doloroso verletan vivo y oírle hablar como si todavíaestuviese con nosotros en la sala. De

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vuelta a casa, incluso cuando no queríapensar en él, siempre que se rompía algoy había que repararlo me cabreaba ensilencio con Spider por su aventura delúltimo día de su vida. Él era el tío quevenía y me arreglaba las cosas. Supongoque para entonces ya estaba bastanteacostumbrado a que la gente se muriese.Pero no puedo decir que, sólo porqueme estaba acostumbrando a la frecuenciacon que se producían las muertes, estasfuesen más fáciles de sobrellevar.

Las posibilidades de conseguir unvisado permanente de turista para Annaeran muy reducidas, casi inexistentes. El

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gobierno lo pone muy difícil,convencido de que todo el mundo quiereabandonar Rusia para ir a vivir aAmérica. Resultaba evidente que laúnica forma de poder seguir viéndonosiba a ser el llamado «visado conyugal».Con un visado conyugal podía entrar enEstados Unidos si lo hacía con laintención de casarse. Es decir, que laúnica manera de volver a vernos seríaprometerse en matrimonio.

El matrimonio siempre me habíaparecido algo que hace la gente«normal». Muchas veces había pensadoque la gente lo hacía porque es lo quetodo el mundo hace. Pero cuando conocí

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a una persona tan extraordinaria, tanabsolutamente única (habitante de supropio planeta) y me convencí de queera la única manera de verse, la ideaempezó a resultar más y más atractiva.Iba a ser una aventura rara, muy rara,pero divertida.

El consulado americano envió porerror el visado a Missouri en lugar de aMoscú, de modo que pasaron seis mesesantes de que Anna pudiese viajar aEstados Unidos. Cuando por fin llegó,empezó uno de los periodos más felicespero también más estresantes de mivida.

Cuando bajó del avión en Los

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Ángeles, el inspector de aduanas vio supasaporte y le preguntó: «¿Qué va ahacer usted en América?», como lepreguntan a casi todos los pasajerosentrantes. Anna respondió: «¿Que quéhago? ¡VIVIR MI VIDA!»

Poco tiempo antes había empezado aaportar canciones a cualquier películaen la que apareciese un monstruo verde.Pese al error de diagnóstico de GeorgeBush, sí es cierto que me gustaparticipar en proyectos para niños. Loschavales sí que se enteran. A todos lesgustan los Beatles, por ejemplo. Dameun niño al que no le gusten los Beatles yte enseñaré a una mala persona. Durante

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su primera noche en Estados Unidos,Anna me acompañó al estreno de lapelícula El Grinch, en la que yoparticipaba con una canción. Detestabaasistir a actos como estrenos o entregasde premios, porque me parecía quesacan a la luz lo peor del ser humano. Lagente te trata como a un trapo hasta quese da cuenta de que eres «alguien» yentonces su personalidad cambia porcompleto. Es algo que me repugna, y poreso, siempre que podía escaquearme,evitaba comparecer. Pero me parecióque podría ser algo divertido para Annaen su primera noche. Al entrar en la salavio a Jim Carrey a punto de sentarse en

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su butaca, se le acercó y le dijo: «Hola.En Rusia nos gustas».

Un sábado por la mañana fuimos aljuzgado e hicimos cola junto con otrasocho o nueve parejas infelices yembarazadas para casarnos. Ella llevabapuesto un bonito vestido, y yo un traje.Ninguna de las demás parejas se habíavestido para la ocasión. Llevabaconmigo un pequeño gramófono decuerda y una copia de la Marcha nupcialque había encontrado en la colección dediscos de 78rpm de mis abuelos.Cuando nos llegó el turno, entramos enel juzgado, puse el gramófono sobre unamesa y retiré la tapa. Di varias vueltas a

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la manivela. Cuando puse la aguja sobreel disco, la Marcha nupcial sonó porencima de los rasguños del disco y eljuez condujo a Anna hasta donde yo laesperaba.

Más adelante fui a Rusia paraconocer a su familia y ver dónde habíavivido hasta entonces. Sus padres vivíantodavía en la casa en la que ella habíapasado su adolescencia, la misma a laque huyeron tras Chernobyl. Era unachoza diminuta en un pueblo gris ycenagoso perdido en el campo. La casaentera valdría quizá quinientos dólaresamericanos. No había agua caliente, yhacía un frío que te cagas. Pero era

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acogedora, y dormí muy bien allí.De vuelta a casa, la vida doméstica

fue muy entretenida la mayor parte deltiempo. Me pasaba las horas poniendodiscos viejos en el tocadiscos delcomedor. Bob Dylan, Ray Charles, NinaSimone… Un día, mientras escuchabaThe Freewheelin' Bob Dylan portrigésimo día consecutivo, Anna, queestaba preparando un té, de repente dejóla tetera, apagó el fogón, se acercó altocadiscos y apartó la aguja del disco.

—¡Odio A Bob Deeee-lannnnn!

Sin embargo, si parecían gustarlealgunos de los discos que ponía. Me

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preguntó si Ray Charles y Nina Simoneseguían vivos. Le expliqué que sí y medijo «¡Tenemos que ir a verlos!» Leprometí que iríamos a verlos la próximavez que pasasen por la ciudad. RayCharles iba a actuar en breve, pero NinaSimone había dado un concierto en laciudad el año pasado, así que no sabíacuándo regresaría. A aquel concierto fuicon Lauretta, de setenta y cinco años yviuda del genial actor cómico MartyFeldmann. Ver a las grandes leyendas enpersona puede ser una gran experiencia.Nina Simone salió al escenario con elpúblico entregado y puesto en pie y dijo:«¿Me queréis?»

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La sala estalló en aplausos.—¡Con razón!Y a continuación abroncó al bajista

por adornarse demasiado. Fuemaravilloso.

Un domingo por la tarde llevé aAnna a Pasadena, a un parque en el queRay Charles ofrecía un conciertogratuito. Nos sentamos en una bala depaja y el gran hombre apareció frentenosotros y dio su espectáculo. No muchodespués oí que Nina Simone iba a dar unconcierto en Los Angeles, pero que nose había publicitado y las entradas sehabían agotado inmediatamente. Nopodía creérmelo. Me disculpé ante Anna

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por perdernos aquel concierto y leprometí que iríamos al siguiente. Supuseque, puesto que había regresado tanpoco tiempo después del último, nopasaría mucho tiempo hasta quevolviese por la ciudad.

Algunos meses después encendí eltelevisor una tarde y pillé un avance delas noticias de la tarde. La locutora dijo:«Nina Simone, la leyenda del jazz, hamuerto. Más información a las seis».

Mierda. Ahora sí que la he cagado,pensé. Me pregunté cómo le daría lanoticia a Anna. Pocos minutos despuésoí que Anna aparcaba su coche frente ala entrada. Entró con el ceño fruncido y

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la boca apretada, como si hubiesemordido una manzana agria.

—Estoy muy enfadada contigo.—¿Por qué? —le pregunté.—¡Nina Simone está MUERTA!Aquella fue la época más feliz de mi

vida, casi todo el rato. Lo pasábamos demiedo. Pero su encanto personal veníacon… en fin, no hay más que ver eltítulo del capítulo 9 de este libro. No meobliguéis a decirlo. Si es que es verdad:como ella misma dijo una vez, nosconocimos en una fábrica de ensaladasque hacía las veces de clínica new age alas afueras de Hamburgo. Por el mismoprecio podría haber sido un

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psiquiátrico.Al final acabó durando cinco o seis

años. No funcionó. Pero también esverdad que estamos en el capítulo 13,así que ¿qué esperabais?

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14. Rock Hard TimesEstoy sentado en la taza de un retrete

exterior en los bosques de la Californiacentral, usando el lápiz atado con unacuerda a la carpeta con los turnos delimpieza para garabatear nuevos textosen papel higiénico.

Llegados a este punto del libro,amable lector, puede que te llame laatención que opte más a menudo por laforma presente del verbo: hasta ahora,lo que te he contado han sido lo que yoconsidero mis experiencias formativas,por llamarlas de alguna manera. Ahora,sin embargo, nos adentramos en asuntos

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que me parecen más próximos a laépoca actual y a quien soy hoy.Recuperemos el hilo, querido lector.

He decidido darme una pausa yalejarme de mis grabaciones y tragediaspara participar en el retiro meditativodel que me ha hablado mi ex noviaSusan. Será en un sitio perdido por ahí,y durante diez días no podré decir nipalabra. Tampoco está permitido leer niescribir. Es enero, y en las colinas hacemucho, pero que mucho frío. Lo únicoque haremos será comer comida dehippies y aprender una técnica demeditación budista. La mayor parte deltiempo la pasamos sentados en el suelo

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de una sala grande en la que se cuela elviento, a solas con nuestrospensamientos, a los que intentamosponer freno. Te obligas a afrontar laforma en la que funciona tu cabeza,porque no hay nada más. Los primerosdías te sientes como si te estuviesesvolviendo loco.

Un día, durante una pausa, mesorprendo al ver que se me acerca unpuma. Viene directo hacia mí, siguiendoel sendero. Tengo miedo de que seabalance sobre mí y me haga pedazospara poder comerse los anacardos quellevo en el bolsillo y que seguramente haolido (Susan me había contado que no le

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habían dado suficiente de comer, y merecomendó que llevase frutos secos enel bolsillo). Pero no se me tira encima.Se me acerca y me mira, como diciendo:«Hey, ¿qué tal estamos?» y luego siguesu camino como si nada. Se me ocurreque debe de haber vivido durante añosrodeado de amables meditadores, lo queseguramente ha aplacado sus instintosviolentos. La idea me pone de buenhumor. Regreso a la cabaña quecomparto con otros dos tíos. Se me haceraro vivir y dormir en compañía de dospersonas con las que nunca he hablado ycon las que no se me permite hablar,pero todos los años pasados en una

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misma habitación con mi padre me hanpreparado bien para esta situación. Memuero de ganas de contarles a miscompañeros lo del puma, pero no puedo.

Un día, mientras meditamos, una delas ideas que intento eliminar pero en laque no puedo dejar de pensar es lahistoria que me contó mi amigo Seanrecientemente a propósito de un asesinoen serie de la zona de San Franciscoconocido como «El secuestrador dealmas». Lo que le distingue es que nosólo mataba físicamente a sus víctimassino que además afirmaba haber robadosus almas. Pensando en eso, de repenteme doy cuenta de que nadie puede

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arrebatarte el alma si tú no te dejas. Esdecir, si tienes conciencia de tu alma yno la vendes, ni dejas que te lacorrompan, ¿cómo van a quitártela?Empiezo a repasar las palabras con unamelodía:

Souljacker can’t get my soulAte my carcass in a black manholeSouljacker can’t get my soulHe can shoot me full of bullets

holesBut the Souljacker can’t get my

soul

El Secuestrador de Almas no puede

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llevarse mi alma | Ha devorado micadáver en una negra alcantarilla | ElSecuestrador de Almas no puedellevarse mi alma | Puede acribillarme atiros | Pero el Secuestrador de Almasno puede llevarse mi alma

No puedo dejar de repetir lacanción, una y otra vez. Necesitosacármela de la cabeza para poderpensar con claridad. Quiero llamar alcontestador de casa para grabarla en esacinta, pero no me está permitido hablar,y además no hay teléfonos. Una mañana,cuando todavía está oscuro, me escapoal retrete exterior que hay enfrente de

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nuestra cabaña. Hace poco vi que en elretrete está el único útil de escritura quehe podido ver en todas las instalaciones.Me aseguro de que no haya nadie y mellevo la carpeta a uno de los cubículos.Me apunto para limpiar el baño y acontinuación escribo nervioso y tanrápido como puedo el texto que meronda por la cabeza desde hace días. Derepente, alguien entra en el baño.Contengo el aliento y escondo el papel yel lápiz tras la cisterna, como si hubieseestado metiéndome drogas en elcubículo. Sólo estoy intentando escribiruna canción.

Al undécimo día del retiro pasa algo

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maravilloso. Nos dicen que podemoshablar con quien queramos durante doshoras. A lo largo de los diez días en losque no he hablado con mis compañerosde cabaña he desarrollado una ideasobre cómo son y por qué no me gustan ypor qué no les gusto yo a ellos. Perocuando por fin hablamos me sorprendecomprobar lo muy equivocado queestaba. Son gente encantadora y me caenmuy bien, y yo les caigo bien a ellos. Esuna lección muy importante sobre elmodo en que funciona mi mente.

En el camino de regreso a casa meparo a repostar. Se me hace raro estarde vuelta en el mundo real. Mientras

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pongo gasolina leo el titular de unperiódico en la vitrina de una máquinajunto al surtidor. MONICA LEWINSKYAFIRMA TENER PRUEBAS.

Y pienso: «¿Quién demonios seráMonica Lewinsky y por qué escriben sunombre tan grande en el diario?» Habíapasado once días sin acceso a medios decomunicación. El escándalo habíaestallado durante esos once días, y elnombre ya era familiar en todo elmundo.

Cuando vuelvo a Echo Park, grabocon una pequeña grabadora portátil lacanción escrita en papel higiénico y latitulo «Souljacker Part II», sabiendo que

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quiero escribir una primera parte, algoque sucede durante los ensayos para lagira con la banda. Grabo «SouljackerPart I» junto con otras canciones decariz similar durante las sesiones deDaisies of the Galaxy después de la gira,pero decido que las canciones tienen unacierta agresividad musical que lasaparta del resto de canciones que estoygrabando para Daisies of the Galaxy yque, antes que hacer un doble álbumpara conciliar la belicosidad de las dos«Souljacker» con el aire sereno ytranquilo de Daisies of the Galaxy,dejaré de lado las «Souljacker» demomento y las incorporaré a un disco

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apropiado en el futuro. Al mismo tiempoestoy trabajando en otros tres discos.Termino dos de ellos pero decido queno son lo que quiero presentar, y eltercero me parece un proyecto tandescomunal que me convenzo para dejarque evolucione con el tiempo hasta queesté a punto.

De niño, cuando ves a tu bandafavorita tocar en la tele, todo parecemuy divertido y emocionante. Peroresulta que, en realidad, para hacerlobien (bien de verdad, preocupándote porel resultado), hay que trabajar muy duro,y es un modo de vida muy estresante. Noes recomendable si no estás entregado

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por completo a la misión, si no estásdispuesto a renunciar a todo atisbo devida real. Porque nadie se va a interesartanto por lo que hagas como tú mismo, ycada día habrá nuevas batallas quelibrar, batallas difíciles y solitarias. Enmi caso no parecen acabar nunca. Quizáyo también exagero, porque soy muyconsciente de que la música me salvó lavida. ¿Dónde estaría ahora si no hubiesepodido concentrarme en ella?Seguramente en el mismo universoparalelo hacia el que partió mi hermanapara reencontrarse con mi padre. Lo quequiero decir es que me tomo la músicamuy en serio.

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Tras concluir la gira de Daisies ofthe Galaxy, volví a centrar mi atenciónen las dos «Souljacker» ya grabadas ydecidí escribir unas cuantas cancionesmás con John Parish, un inglesitoencantador al que había conocido en elplato de Top of the Pops. Él tocaba conPJ Harvey el mismo día que actué yocon mi banda. Nos pusimos a hablar yresultó que los dos sentíamos pasión poresos sonidos que hacen que la gente selevante para comprobar si el equipo desonido está funcionando bien. Le envié«Souljacker Part I» y otra cancióntitulada «Jungle Telegraph» junto concanciones ya grabadas para el disco y le

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expliqué que quería hacer unas cuantasmás que encajasen con aquellas. Vino enseguida y estuvo viviendo tres semanasen la chocita del jardín mientraspreparábamos unas cuantas más, lamayoría de las cuales él ya tenía amedio empezar en su sótano de Bristol.

John y yo nos encerramos en misótano con el ingeniero de sonido y«especialista rítmico» Ryan Boesch ycon el bajista y teclista Koool GMurder. Koool G es un tío de lo mástranqui, con una larga barba roja, al quele gusta ir a restaurantes y pedirle alcamarero que le sorprenda. Durantealgún tiempo imité la práctica del «menú

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sorpresa» y me dediqué a pedir acamareros y camareras que me trajesencualquier cosa del menú. Me parecíauna buena manera de recordarme a mímismo que no puedes saber nunca lo quese puede esperar de la vida. A veces tesale el tiro por la culata y te sirven algoque no te gusta nada, pero casi siempreacabé comiendo algo que normalmenteno habría pedido nunca y que meencantó. Finalmente llegó el día en elque Koool G fue demasiado lejos: fue enPortugal, durante la gira. La carta delrestaurante incluía un plato descritoliteralmente así:

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PAJARITOS FRITOS (NORECOMENDADO)

A G le pareció la opción mássorprendente de toda la carta y lo pidió.Al poco llegó una fuente de,efectivamente, pajaritos fritos (conplumas, pico y todo lo demás). Se loscomió. Todos le observamos asqueadosmientras los pajaritos cruzaban subarbaza roja y se perdían en su boca.Koool G no tuvo muy buen aspecto esanoche durante el concierto: el tonoamarillento de su cara resaltaba aún mássu barba pelirroja. Se pasó los tres díassiguientes vomitando.

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La combinación del atildadoinglesito John y del muy californianoKoool G, em combinación con elextremadamente floridiano Ryan(imaginaos a Adam Sandler pero enAlabama) podía parecer sobre el papella mejor receta para el desastre, pero elresultado en las cintas essorprendentemente fresco. Resultadifícil imaginar gente más dispar, perotuvimos suerte, y nuestras diferentespersonalidades y trasfondos musicalesacabaron complementándose en lamúsica para darle un sonido único.Además, lo pasamos de miedo tocandojuntos. Estábamos ilusionadísimos con

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las nuevas canciones. Nos daba laimpresión de haber empezado algonuevo, nunca visto. Juntarme con ungrupo de gente que lo pasaba bien y seemocionaba creando música era ahora laforma que tenía yo de sentir que formabaparte de una familia.

Monté una secuencia de docecanciones en forma de disco y lo tituléSouljacker. En esta ocasión escribímuchas canciones con la voz dediferentes personajes, y no siempredesde mi propio punto de vista. Encomparación con el recientementepublicado Daisies of the Galaxy, lamúsica sonaba muy fuerte, eléctrica y

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agresiva. Eran los primeros días de mimatrimonio, y por eso busqué tiempopara añadirle al disco un par decancioncitas empalagosas de amor y queasí no pareciese tan monocorde.Además, tenía la opción de aumentar laagresividad de la música paracontrarrestar la ñoñería de las letras,como en «What Is This Note?», unexperimento en el que quise combinar larepelente poesía de amor de un escolarcon el acompañamiento musical másinesperado. De ese modo, la canciónñoña ya no era tan ñoña, sino unaespecie de celebración desquiciada dealto voltaje. Otra canción ñoña la titulé

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«World of Shit», para quitarle algo decursilería:

In this world of shitBaby you are itA little light that shines all overMust take overAnd see us through the night

Daddy was a troubled geniusMama was a real good eggWhy don’t we just get togetherFor whateverAnd see if it’s alright

En este mundo de mierda |Chiquilla, eres lo que hay | Una

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lucecita que brilla con ganas | Y debeimponerse | Y ayudarnos a pasar lanoche || Papá era un genioatormentado | Mamá era muy buenagente | Por qué no nos juntamos | Parahacer lo que sea | Y ver si así está bien

Sentía que lo que teníamos era justolo que yo quería: un disco dinámico,ruidoso, vitalista, aparentemente«oscuro» a primera vista pero centradoen realidad en la santidad del espírituhumano.

La discográfica, sin embargo, nocompartía mi opinión sobre el disco.Fue descorazonador oír que no estaban

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encantados con él. Se les hacía difícilacostumbrarse a mi nuevo sonido, y aligual que la última vez queríancanciones que en su opinión fuesenbombazos radiofónicos inmediatos. Yoya no sabía ni qué era eso, si es que lohabía sabido alguna vez. Lo único quequería es que el disco saliese bien.

Los tiempos estaban cambiando, y enla industria musical cambiaban muydeprisa. Cada vez era más evidente quehabían quedado atrás los días en los queme estrechaban la mano y me daban lasgracias por presentar un disco comoElectro-Shock Blues, reemplazados porla imperiosa necesidad de centrarse en

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lo que de verdad importaba: la pasta,ganar toda la pasta posible, y a paseocon la calidad y el arte. Pero después deperder a mi familia y ver a tanta gentemorir a mi alrededor yo eraextraordinariamente sensible a lo que deverdad me importaba. Y no me daba lagana llegar a una solución decompromiso cuando por fin habíaalcanzado un punto en el que estabaseguro de mí mismo y de lo que estabahaciendo.

Me fui reuniendo con diferentesmánagers para supervisar la publicacióndel disco. Todos me decían que el discoles parecía magnífico hasta que oían que

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a la discográfica no le había gustado.Uno era un jovencito punkarrasabelotodo que me dijo que deberíaremezclar las canciones con unproductor que las convirtiese en éxitos.Contraté a otro mánager que parecíaencantado con el disco. Al cabo de unasemana me llamó para decirme querenunciaba a su comisión porque, segúnél, yo ya no estaba interesado en escribirsingles. Fue una mala época. Creí queme volvería loco. Cada vez que volvía aescuchar el disco para intentar ver loque les tenía tan preocupados, no eracapaz de entenderlo. A mí me sonabamuy bien, y era justo como yo quería que

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fuese. Después de perder a mi familia,la música era para mí más importanteque nunca. Era ahora mi familia. Habíapuesto mi vida entera en ella, y por esocada obstáculo era una derrotadescorazonadora.

La oficina inglesa de la discográficase mostró algo más receptiva y fijó unafecha de publicación para el añosiguiente, mientras el disco acumulabapolvo en los estantes de la oficina enEstados Unidos. Antes de que saliese eldisco comenzamos una gira. Actuamosante una ingente multitud en el festivalde Reading con nuestra nueva imagen:barbazas, guitarras a todo trapo, una

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batería infernal, vocoders ysintetizadores, tocando canciones nuevasque nadie había escuchado todavía yreformulando canciones antiguas hastaque resultaban casi irreconocibles. Unamarea humana que se extendía hasta elhorizonte nos miraba desconcertada.

Cuando Souljacker fue finalmentepublicado en Estados Unidos al añosiguiente, la crítica lo ensalzó. Larevista Time lo escogió como el mejordisco de rock del año hasta la fecha, ymentiría si dijese que no me sentíreivindicado tras la tibia acogida quehabía recibido en la discográfica. Asíque no mentiré. Me sentí muy bien,

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después de todo el trabajo que habíacostado sacarlo a la luz. Ahora, añosdespués, me atrevo incluso a echar lavista atrás y sostener que tenía razón. Ytodos los que colaboraron en el discosiguen encontrando trabajo por haberparticipado en él.

Y eso sin contar la infinidad deveces que nos han levantado la portadadel disco en otras portadas, e incluso enun videojuego muy popular. Vamos, queme da igual. A tomar todos por culo.Dejadme que haga lo que me parece,¿vale? Ya esta bien de cachondeo, gente.Mañana por la mañana me voy a odiarpor esto, pero me ha sentado bien

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decirlo.No sólo la discográfica no estuvo

especialmente contenta con Souljacker,a muchos de nuestros fans de anterioresdiscos tampoco les hizo demasiadagracia al principio, si nos guiamos porlas reacciones en el festival de Readingy otros conciertos parecidos. Es lo quetienen los fans. Si les gusta algo de loque haces y no lo repites, a veces sesienten defraudados. Nunca he entendidoesa postura y por eso no le doy ningunaimportancia, lo siento. ¿Por qué diablosquerrá nadie que todo sea igual todo elrato? Uno puede volver a escucharDaisies of the Galaxy siempre que

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quiera. No tengo por qué volver agrabarlo. Una vez dicho esto, tampocoes que me hubiese propuesto epatar almundo con mi «versatilidad». Lo quepasa es que tengo cosas en mi interiorque quiero sacar a la luz. Si sólo te gustaun tipo de música, lo siento, pero la vidaes demasiado corta. Cada disco que hesacado ha provocado una avalancha decartas de fans cabreados porque no eralo que ellos esperaban. Si quieres lo queesperabas, ¿por qué no grabas tu propiodisco, eh? Déjame a mí que haga el mío:probablemente no sea lo que esperabas.Me alegro de haber mantenido estabreve charla.

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La primera canción que escribí conJohn Parish para el disco se titulaba«Dog Faced Boy». Conozco a una chicaque me contó que de niña tenía losbrazos muy peludos, y que en el colegiolos demás niños se burlaban de ella y lallamaban «la gorila». Le pidió a sumadre, cristiana fundamentalista, que leafeitase los brazos, pero la madre senegó. «La gorila» creció y resultó seruna chica muy guapa y rio la última.Para la canción cambié la historia y laescribí sobre un chaval con vello facial,como los que se exponían en los circosde monstruosidades, para poder cantarlacon mayor convicción en primera

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persona. Me metí tanto en el personajeque me dejé crecer una barba larga yenredada. También me corté el pelo muycorto. La combinación hizo quepareciese un devoto musulmán.

Going back to the school tomorrowHang my hairy head in sorrowAin’t no way for a boy to beAin’t no way to set me free nowMa won’t shave meJesus can’t save me Dog faced boy

De vuelta al colegio mañana | Conla peluda cabeza gacha | Los chicos notendrían que ser así | Ya no hay manera

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de liberarme | Mamá se niega aafeitarme | Jesús no puede salvarme |Chico caraperro

El 11 de septiembre de 2001 estabaen Londres, en plena gira de Souljacker.Participé en un programa matinal deradio en el que debatí con el presentadorsobre su negativa valoración del discoque Bob Dylan había publicado esemismo día. Le pregunté: «¿De verdadcrees que sabes más que Bob Dylan?».

Volví al hotel para echar unacabezada. Treinta minutos después, elmánager de la gira llamó a la habitacióny me despertó.

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—¿Has estado viendo la CNN?—No, ¿por qué?—Un avión se ha estrellado contra

el World Trade Center.Encendí el televisor, al igual que el

resto del mundo, y contempléhorrorizado como un segundo aviónchocaba contra la segunda torre. Eratodo tan irreal que nadie sabía cómointerpretarlo. Estaba previsto queaquella tarde grabásemos una sesión endirecto con la banda en unos estudiosradiofónicos y decidimos que había quehacerlo. Circulaban todo tipo derumores sobre otros aviones de caminohacia diversas áreas y objetivos.

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Mientras nos preparábamos para tocarnos llegó el rumor de que un aviónsecuestrado se dirigía hacia el West Endde Londres, que era donde estábamos.Nos dijimos que si había que palmar,mejor palmar tocando. Enviamos a unode los pipas a por cerveza y procedimosa pillar una cogorza y tocar como sifuésemos a morir en cualquier momento.

El rumor resultó ser sólo eso, unrumor. Terminamos la sesión yregresamos al hotel. Comprobé losmensajes del contestador y oí la voz demi tía Sally anunciándome que habíamalas noticias. Mi prima Jennifer y sumarido eran personal de a bordo en el

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avión que se había estrellado contra elPentágono. Por lo general no se permiteque los asistentes casados trabajen en elmismo vuelo, pero ambos iban a tomarseunas vacaciones en Los Ángeles altérmino del viaje y la compañía habíahecho una excepción. Resultabaespantoso oír las historias de la tele y laradio: era muy posible que el personalde a bordo hubiese sido torturado oasesinado. Algunos meses después, lospocos restos que pudieron identificarsefueron remitidos a mi tía Britt y mi tíoBob, los padres de Jennifer: una bolsade vuelo calcinada.

Después de todo lo que había

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pasado había desarrollado una actitudde «tirar hacia adelante» y continué conla gira. De repente, mi nuevo aspecto,que hasta entonces no había tenidomayor importancia, empezó a ser muyincómodo en cada nuevo aeropuerto.Antes del 11-S, el personal de seguridadde los aeropuertos se me acercaba y medecía: «Mola la barba, tío. Ojalápudiese yo dejarme una igual». Peroahora era una amenaza en potencia, ysiempre me sacaban de la cola parainterrogarme. Al final llegó un punto enel que tuve que afeitarme.

De vuelta en Estados Unidos, y trasdescansar un poco, me empezó a entrar

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miedo a los aviones, como seguramentele pasó a mucha gente tras los ataques.El vuelo de regreso desde Europa fueaterrador. Constantemente imaginabaque nos estrellaríamos contra un edificioen cualquier momento. No quería acabarcomo los cuerpos desmembrados quehabía visto en la calle cuando aquelavión se estrelló en mi barrio. Diseñé lagira por Estados Unidos de tal maneraque no hiciese falta tomar ningún avión.Para el primer concierto de la gira toméun autobús desde Los Angeles hastaAustin (Texas). El resto de la banda fueen avión.

Wim Wenders, el director de París,

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Texas y El cielo sobre Berlín, habíaescrito una película en la que quería queyo actuara. Me puse a pensar en ello y,pese a que la idea me aterraba, decidíque tenía que ser capaz de afrontar elreto. Me había hecho amigo de la actrizJennifer Jason Leigh cuando compuse lamúsica para su película TheAnniversary Party, y ella me habíaofrecido clases de interpretación sialguna vez pasaba por Nueva York. Nopodía dejar pasar la oportunidad derecibir lecciones de una de las mejoresactrices del planeta, pero seguíateniéndole miedo al avión, así quedecidí cruzar el país en tren. Me llevó

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cuatro días de ida y otros cuatro devuelta, pero disfruté mucho de no tenernada más que hacer que leer, escucharmúsica y trabajar en ideas para un nuevodisco. Al final decidí no aparecer en lapelícula, pero las clases de Jenniferfueron una experiencia magnífica y mesiento afortunado por haberlas recibido,aunque luego no les haya dado uso.Además, del viaje saqué algo en clarocon lo que no contaba.

A veces, para matar el tiempo, mesentaba en el vagón comedor yescuchaba a los vejetes que trabajabanen el tren. Empecé a darme cuenta deque el sistema de transporte ferroviario

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de pasajeros en Estados Unidos estabaen las últimas. Funcionaba a trancas ybarrancas, como un anacronismo en elveloz mundo moderno. Y noté tambiénque en cierto modo me sentíaidentificado con esa idea en cuantomúsico y compositor dentro delcambiante negocio musical moderno.Pensé en Lenny Waronker, un tíorespetadísimo en el negocio, que ademásestaba en él por los motivos correctos(adoraba la música), pero para quiencada vez parecía haber menos sitio.Empecé a incubar la idea de una canciónen la que comparaba lo que sentíanaquellos vejetes enfrentados a un

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presente incierto y un futuro más inciertoaún en los trenes. Compré una guía detrayectos para consultar el nombre delas viejas líneas que habían recorrido lazona en la que me había criado enVirginia y que entretanto habían quedadosepultadas bajo el asfalto.

I feel like an old railroad manRidin' out on the Bluemont LineHummin along Old Dominion BluesNot much to see, and not much left

to loseAnd I know I can walk along the

tracksIt may take a little longer but I

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knowHow to find my way back

I feel like an old railroad manWho’s really tried the best that he

canTo make his life add up to

something goodBut this engine no long burns on

woodAnd I guess I may never understandThe times that I live inAre not made for a railroad manI feel like an old railroad man

Me siento como un viejo ferroviario| Que trabaja en la línea Bluemont |

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Tarareando Old Dominion Blues | Nohay mucho que ver, y poco que perder |Y sé que puedo caminar por las vías |Me llevará algo más de tiempo pero sé| Cómo encontrar el camino de vuelta ||Me siento como un viejo ferroviario |Que de verdad hizo todo lo que pudo |Para que su vida resultase en algobueno | Pero este motor ya no consumemadera | Y supongo que ya noentenderé nunca | Los tiempos que metoca vivir | No están hechos para losferroviarios | Me siento como un viejoferroviario

Para entonces, las cosas estaban tan

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jodidas en el negocio de la música queun artista de los grandes como JohnnyCash tenía que grabar versiones decanciones de jovenzuelos de moda paratener algún tipo de relevancia y atraer anuevos oyentes. Imagina: uno de losgrandes talentos naturales de la épocacantando, incómodos, canciones que sele hacen extrañas. Me indigna tantocomo cuando Sinatra cantaba «L. A. IsMy Lady» en un descarado intento porsumarse a la ola de la música discocuando ésta estaba de moda. Si quieressaber mi opinión, Johnny estabaperfectamente de viejo ferroviario.

En el tren de regreso voy pasando

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revista a algunas de las canciones deldisco en el que llevo años trabajandocuando buena mente puedo. Casi todasson canciones bonitas, con complicadosarreglos para secciones de cuerda,vientos y metales. Escucho una escritadiez años atrás, titulada «BlinkingLights». Luego vuelvo a escucharla perosin mi voz, sólo instrumental. Pienso entodos los momentos terribles que hahabido en mi vida, pero también en losmomentos buenos, lucecitas queparpadean en el árbol de Navidad. Meempiezo a animar pensando que puedotitular el disco en el que llevo añostrabajando Blinking Lights y ofrecer

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primero una versión de la canción en laque yo canto y luego otra para que el quecante sea el oyente. Quiero que el discosea bonito, compasivo, que sea amigo dequienquiera que lo escuche.

Blinking lights on the airplanewings

Up above the treesBlinking down a morse code signalEspecially for meAin’t no rainbow in the skyIn the middle of the nightBut the signal's coming throughOne day I will be alright again

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Luces intermitentes en las alas delavión | Por encima de los árboles |Tartamudean un mensaje en morse |Especial para mí | No hay arcoiris enel cielo | A medianoche | Pero la señalme llega | Un día volveré a sentirmebien

Regreso a casa reconfortado y conganas de trabajar en el disco. Pero elproceso rápidamente se me hacetedioso. Un día estoy en el estudio deJim Lang, repasando por milmillonésimavez el mapeo de un arreglo de cuerdasen su ordenador, y estoy tan aburrido y

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frustrado que empiezo a concebir unnuevo disco mientras arreglamosaquello automáticamente. Pienso en losdiscos de Muddy Waters que he estadoescuchando recientemente y en lo muchoque admiro el estilo directo, sucinto ysencillo de la composición y lainterpretación. De repente me muero porjuntar a la banda de la gira de hace unosmeses en una habitación, enchufar unascuantas guitarras eléctricas y tocar comouna banda de garaje. No soporto máseste entorno estéril. En cuanto llego acasa esa noche los llamo a todos yorganizo un plan para sacar un disconuevo cuanto antes. A la mañana

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siguiente bajo al sótano y empiezo aescribir canciones, dos o tres cada día.

Mientras tanto, Butch y yo tenemosproblemas de dinero. Él ha andadotocando en paralelo con otra gente y noestá contento con nuestro acuerdo.Quedamos en que seguiremoscolaborando pero de manera másesporádica, sin ataduras. Acude a lassesiones para tocar en el disco antes desalir de gira. Nos ponemos en círculo ytocamos como una banda de directodurante diez días. El resultado es undisco al que bautizo Shootenanny! Laidea es que la locura de los tiempos enlos que vivimos requiere que a alguien

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se le ocurra un nombre gracioso para lamatanza organizada por un loco armadohasta los dientes. ¿Por qué no yo?

Cuando entrego el disco en ladiscográfica se muestran mucho másinteresados que con cualquier otro delos discos que les he presentado. Lospresidentes de todos los departamentosme llaman a casa para felicitarme. Adiferencia de los dos discos anterioresque he entregado, hay mucho revuelo enlas oficinas con el nuevo disco de EELSy muy pronto se establece una fecha depublicación.

En los meses que transcurren desdeque entrego el disco hasta que aparece

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en las tiendas está pasando algo entrebastidores en la discográfica de lo queno somos conscientes. Si la compañía nogenera una determinada cantidad dedinero ese año, será vendida a otramultinacional. Por eso mismo, a partirde entonces sólo importan los artistascon el mayor potencial recaudatorio.Aún no lo sabemos, pero el interés porShootenanny! se ha convertido ensecreto en absoluta apatía.

El día de mi cuarenta cumpleañosestoy en Londres, mareándome en elcoche de camino a una sesiónfotográfica en un refugio de aves bajo unchaparrón frío e inmisericorde (I Like

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Birds… ¿Lo pilláis?). Soy más viejo delo que nunca fue mi hermana: suena muyraro. Tengo que seguir tirando. No lecuento a nadie que es mi cumpleaños.

De vuelta a casa veo en la tele elprograma especial de la «reaparición»de Elvis en 1968 y decido que tengo quevender la banda con trajes de poliésterrojo como los de Elvis. Recorremos elmundo dos veces y damos más deochenta conciertos.

Uno de mis grandes ídolosmusicales, Tom Waits, es miembro deljurado de los premios musicalesShortlist, que pretenden ser una especiede anti-Grammys y en los que se premia

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el talento y no la popularidad. Sucandidato es Shootenanny!, lo que haceque me sienta revindicado y me da unamuy necesaria dosis de confianza en mímismo que consigue incluso penetrar mipiel y permanecer conmigo algúntiempo. Nunca pensé que un premiopudiese significar algo para mí, perocuando uno de tus ídolos aprecia algoque has hecho al punto de proponerlopara un premio… pues está bastantebien.

Una mañana durante la gira medespierto en St. Louis con el timbre delteléfono. Me entero de que nuestroamigo Elliott Smith ha muerto en Echo

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Park.La primera vez que vi a Elliott, en

1996, salí del cuarto, agarré a un amigocomún del brazo y le dije: «ese tío mepreocupa». Era un tipo encantador, muycallado, aparentemente desprovisto deuna armadura con la que protegerse, queiba a más en el negocio de la música:mal sitio para los desvalidos, alparecer. En comparación con él, mesentía fuerte y seguro, y eso ya es deciralgo.

Recuerdo que una de las últimasveces que le vi estaba sentado en el sofáde la oficina de Largo, el club de LosÁngeles en el que Elliott y yo tocábamos

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a menudo. Lisa Germano nos estabacontando a Elliott y a mí una historiasobre algo que le había pasadorecientemente. Flanagan, el propietariode Largo, tenía un perrito lanudollamado Seamus que acababa de saltaral sofá y se había colado detrás de Lisa.Mientras ella explica su historia,Seamus apoya las patas delanteras enlos hombros de Lisa y se pone arefrotarse contra su espalda, pero Lisaparece no darse cuenta y continúacontando la historia. Flanagan y yo nosreímos tanto que se nos saltan laslágrimas, pero Elliott se le aproxima aunmás e intenta dejar que termine con

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dignidad, pese a que tiene a un perrazoblanco montado en la espalda dale quete pego.

Esa misma noche subo al escenariopara tocar unas cuantas canciones.Termino con la favorita de George Bush«It’s a Motherfucker» y abandono elescenario. Justo cuando arranca lamúsica del club siento una mano que seapoya en mi espalda. Me giro y veo aElliott frente a mí en la oscuridad.«Bonita canción», me dice. Si alguiensabe de verdad lo que es sufrir unaputada, ese es Elliott.

Acabó encontrando la manera deprotegerse, y con los años su

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personalidad cambió por completo aconsecuencia de las drogas que se metía.Empecé a oír historias sobre él:compraba compulsivamente cámarasdesechables para poder fotografiar uncoche del que estaba convencido que leperseguía. Una noche Elliott me dio sunuevo número de teléfono y me dijo quele gustaría quedar para tocar la guitarray ver qué pasaba, y la verdad es que meapetecía, pero pospuse demasiadotiempo la llamada. Cuando se metió enaquella fase oscura, yo me asustédemasiado y no quise acompañarle.Creo que para entonces Elliott y mihermana Liz tenían mucho en común, y

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yo ya había sufrido bastante, lo siento.

En Manchester me pongo enfermo ypierdo la voz justo antes de que empieceel concierto. Se han vendido todas lasentradas y el público está en el recinto.Nos dicen que si suspendemos elconcierto el público de Manchester esmuy capaz de asaltar el escenario. Llegaun médico para ponerme una inyección ypaso una hora con la cabeza bajo unatoalla haciendo vahos. Consigo sacaradelante el concierto, pero los rigoresde la gira me empiezan a pasar factura:sufro constantemente catarros de tantosudar en el escenario y pelarme de frío

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en el autobús, y en cada avión al que mesubo me pillo alguna mierda (conseguísuperar mi miedo a volar justo a tiempopara desarrollar pánico a los gérmenesde los restantes pasajeros). Me paso elaño medio ronco y pierdo registro ypotencia vocal. Cuando llego a casatengo que operarme para que meextirpen un quiste que se ha formado enlas fosas nasales. Una semana despuésde la operación voy al médico para queretire las gasas de la nariz. Cuando lasextrae sufro el dolor más brutal que hayasentido nunca: es como si me estuviesensacando el cerebro por la nariz.

En Montreal, Lenny me llama a la

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habitación del hotel para contarme queDreamWorks Records va a ser vendidaa Universal Music y que ni él ni Moseguirán trabajando para la empresa. Meda una pena horrible perder a Lenny yMo, pero también noto cierta emociónante la incertidumbre futura. Por fin séapreciar las encrucijadas que encuentroen mi camino, y pienso confiar en estanueva posibilidad. Me busco unosbillares en Montreal para echar unascervezas y un par de partidas con labanda.

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15. Lucesparpadeantes (para

mí)Estoy de pie sobre la desvaída y

manchada moqueta azul celeste deldormitorio de Johnny Cash. No quedanada en la habitación excepto la cama deJohnny y June, un retrato de los doscolgado de la pared y el ascensorinstalado durante los últimos años devida de Johnny para que pudiese subir ybajar las escaleras. June murió y Johnnyla siguió dulcemente poco después (yopredije que nos dejaría tres meses

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después que ella; fueron cuatro). Estoyen su casa, a las afueras de Nashville:he venido con la intención de comprarparte de sus tierras. Me quedo solo en labiblioteca secreta de detrás deldormitorio, donde Johnny pasaba horascon su guitarra y sus libros y lo imaginoahí sentado, alzando la vista de un libropara sonreírme. Me acerco al recargadobaño de June para echar una meada. Quétriste es todo, pienso para mí. Esto es loque queda de una vida tan increíble: unacasa vacía con la moqueta manchada.Me recuerda demasiado a la casa de mifamilia después de que todos murieran.Decido no comprar los terrenos. No

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mucho después, la casa de Johnny y Junearde hasta los cimientos.

Uno de mis pasatiempos favoritosconsiste en imaginar cuánto tiempopasará entre que muera y encuentren micuerpo. Paso tanto tiempo a solas queseguramente tengo muchos números paraser una de esas personas que la palmasin que nadie se de cuenta durante días osemanas. ¿Y si mi sabueso Bobby Jr. seve obligado a devorarme porque noestoy ya para darle de comer?

Supongo que tengo que pensar enestas cosas porque llegado a este puntola sensación que tengo es que la muerteno anda nunca muy lejos de mí. Siempre

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puedo oírla cuando llama a la puerta.Hace poco me fui de vacaciones con labanda, mis primeras vacaciones en diezaños, y me fijé en algo muy interesante.De día todos querían ir a la playa y, porla noche tumbarse a contemplar lasestrellas. Me di cuenta de que estasactividades me aburrían más que a losdemás y entendí que a la gente le gustamirar el horizonte de la playa y elinfinito cielo nocturno porque lesarranca de la rutina diaria y les hacepensar en cosas más trascendentes. Yo,en cambio, no dejo nunca de pensar enesas cosas.

Aproveché la convalescencia de la

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operación para pasar el invierno enterodescansando sin trabajar en nada poruna vez. Me limité a quedarme sentadoen casa, matando el tiempo como mejorpodía. Responder a las llamadasequivocadas dirigidas al videoclublocal, cuyo número difiere del mío en undígito, se convirtió en un pasatiempobastante absorbente. Cuando un chicome llama para preguntar si tenemos laúltima película de acción y aventuras, lepongo en espera para que piense querepaso los estantes y luego le digo queestán todas alquiladas. Luego lepregunto si ha leído el libro. Meresponde que no y le pregunto cuándo

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fue la última vez que leyó un libro. Mecuenta que ha pasado algún tiempo y yole digo que debería ir a la biblioteca yleer algo. El chaval me dice que vale.Recibo muchas llamadas como esa yhacerme pasar por el empleado delvideoclub se convierte en uno de misprincipales pasatiempos.

Llegó un punto en el que me cansé depensar tanto y no hacer nada más quehablar con chavales que creen que soy elempleado del videoclub. Una ideaempezó a tomar forma en mi cabeza:debería hacer un disco en el que loimportante fuera sentirlo y no darlevueltas en la cabeza, como las películas

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de Kubrick y Bergman que adoro. Porentonces llevaba algún tiempo pensandoque Blinking Lights podría tener un hiloconductor lineal, del nacimiento a lamuerte, con todas las etapas deentremedio. Pero ahora me parecía tododemasiado específico, demasiadosimilar a una ópera rock. Decidí que noquería que fuese tan específico y queademás quería incluir pasajesinstrumentales y mucho espacio de relaxrepartido en dos discos. Quería queestuviese cargado de vida y amor, queabordase la idea de Dios, del Dios queestá en los detalles, sea Dios lo que sea.Quería que hablase de la condición de

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estar vivos. Volvía a hacerme ilusiónponerme a trabajar.

Sí, había pasado por situacionesbastante terribles. Pero tampoco podíacerrar los ojos a las cosas maravillosasque también me habían pasado, y eso eraalgo que quería reflejar en miscanciones. Una mañana, mientras melavaba los dientes, me miré en el espejodel cuarto de baño. Vi a mi padrereflejado. Me di cuenta de que enmuchos aspectos podía identificarmecon él. Había aprendido mucho leyendosobre él. Sé que le deprimía sentirseinfravalorado o incomprendido, y queprefería que le dejasen a solas. Sé que

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llevaba la misma ropa todo el tiempo,como yo. Me di cuenta de que yo mehabía sentido como él debió de sentirsetodos aquellos años en los que no queríaque le molestaran porque tenía algunaidea descabellada entre ceja y ceja queestaba intentando poner en orden. Estása punto de descifrar el código y el niñoquiere jugar a béisbol. Ahora loentiendo. Los dos somos «hombres deideas», y todo lo ajeno a esas ideas esuna distracción. Me había pasado añosenteros cabreado con él, pero ahora queveía lo mucho que llevo de él dentro demí se me hacía fácil identificarme conél. Le perdoné. Y la vida cambió de

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inmediato para mejor. Mis padres notenían ni pajolera idea de cómo educar aun niño, es cierto. Pero también sé verque hicieron todo lo que pudieron conlos medios de que disponían.

Además, todos los infortunios que hepasado hacen que los demás momentosde mi vida resulten más atractivos y megusten más. Cualquier cosa es atractivasi la comparas con tener que limpiar demierda a tu madre, ¿verdad?

Quería celebrar la vida, con lobueno que tiene y con lo malo. Por finveía la suerte que había tenido al pasarpor trances aparentemente tan horribles,porque eso significaba que era uno de

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los afortunados que experimenta unamplísimo abanico de situacionesdurante su vida.

Un compañero de trabajo de mipadre me había contado que uno o dosdías antes de morir, mi padre le habíadicho que había llevado una buena viday que si fuera a morir en ese instante loharía satisfecho. Supongo que, puestoque murió un par de días después, habríaque ser muy precavido a la hora dehacer semejantes declaraciones, peroreflexionando sobre ello empecé aentender por qué se sentía así. Las durascircunstancias a las que había tenido quesobreponerme me hacían ahora más fácil

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apreciar de verdad las cosas realmentemaravillosas de la vida. Vivía en unacasa que me encantaba, tenía muybuenos amigos y estaba en condicionesde ganarme la vida haciendo algo queadoro y que tengo que hacer. ¿Cuántagente hay que de verdad llegue aencontrarse en esa situación?

Aún sufría momentos dedesesperación, pero me sentía másfuerte, y ya no tenía la sensación de quefuesen a abrumarme. Quería expresar loagradecido que estaba por lasexperiencias de mi vida, tanto por lasespantosas como por las fantásticas.Pensé en el momento en el que se me

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doblaron las rodillas y caí al suelo aloír que Liz había muerto.

Do you know what it’s like to fallon the floor

And cry your guts out ‘til you gotno more

Hey man now you’re really livingHave you ever made love to a

beautiful girlMade you feel like it’s not such a

bad worldHey man now you’re really living

Now you’re really givingeverything

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And you’re really getting all yougave

Now you’re really living whatThis life is all about

Well I just saw the sun rise over thehill

Never used to give me much of athrill

But hey man now you’re reallyliving

Do you know what it’s like to caretoo much

‘Bout someone that you’re nevergonna get to touch

Hey man now you’re really living

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Have you ever sat down in the freshcut grass

And thought about the moment andwhen it will pass

Hey man now you’re really living

Sabes lo que es caer al suelo | Yllorar a chorro hasta quedarte vacío |Hey, tío, ahora vives de verdad |Alguna vez le has hecho el amor a unahermosa mujer | Que te haya hechosentir que el mundo no es tan malo |Hey, tío, ahora vives de verdad || Ahoraestás echando el resto | Y recuperas loque invertiste | Ahora estás viviendo alfin | El sentido de la vida || Acabo de

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ver el sol ponerse tras la colina | Antesnunca me emocionó especialmente |Pero hey, tío, ahora vives de verdad ||Sabes lo que es preocuparse demasiado| Por alguien a quien nunca llegarás atocar | Hey, tío, ahora vives de verdad |Te has sentado alguna vez en la hierbarecién segada | Y has pensado sobre elinstante, y sobre cuando pasará | Hey,tío, ahora vives de verdad

Parece que siempre que no estoytrabajando en música nueva empiezo amarchitarme. Me siento rejuvenecidodespués de tanto tiempo sin saber quéhacer conmigo mismo. Cuando grabo las

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nuevas canciones en el sótano me sientomás feliz de lo que nunca recuerdohaberme sentido. Trabajo durante variosmeses, dos semanas de grabacionesseguidas de dos semanas de pausa paraescuchar, secuenciar, editar y decidirqué tiro y qué necesito para las dossemanas siguientes de grabaciones. Eltoma y daca se prolonga durante meses.

Un día me encuentro hablando porteléfono con mi héroe Tom Waits. Nopuedo creer que esté hablando con TomWaits, un artista al que admiro desdehace mucho y al que soy incapaz deimaginarme como una persona real fueradel escenario; pero la voz cavernosa al

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otro extremo del hilo esinconfundiblemente suya. Más adelanteme llama la persona que le ha dado minúmero para preguntar si no era unproblema habérselo dado. Le digo queno me gusta que mi número circule porahí, pero que si John Lennon, Bob Dylano Tom Waits se lo piden, no hayproblema ninguno en dárselo.

Mientras hablo con Tom reúno elvalor suficiente para preguntarle si leinteresaría hacer algo en el disco queestoy preparando. Me dice que sí, peroque tendrá que ser en una grabadora decuatro pistas para que él pueda grabar suaportación como a él le gusta: en el

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cuarto de baño de su casa. Suelto deinmediato el auricular para sacar delarmario mi vieja grabadora de cuatropistas, solo para comprobar que graba aldoble de velocidad que la que usa Tom.Se lo digo a mi ingeniero de sonido TomRyan y decidimos que lo más fácil serábuscar en eBay el mismo modelo queusa Tom. En seguida damos con una ynos la envían al día siguiente. Grabo miparte en dos pistas de la grabadora ydejo otras dos para que las use Tom conla suya. Le envío la cinta coninstrucciones muy precisas sobre lo quequiero que haga. Él hace caso omiso demis instrucciones, borra por error la

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pista en la que yo canto y me devuelveuna cinta en la que patea por su cuartode baño chillando y llorando como unbebé. A Tom Waits no se le dice lo quetiene que hacer. Es fantástico. Me pidemil disculpas por haber borrado la pistaen la que cantaba y como compensaciónse ofrece a cortar madera y segar lahierba de mi patio. Yo, por supuesto,estoy encantadísimo con toda la historia:Tom Waits ha borrado una pista en laque yo cantaba.

Me reúno con el ejecutivo que mehan asignado en Interscope, la compañíade Universal que se ha hecho cargo delcadáver putrefacto de DreamWorks

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Records. Le hablo del extenso dobleálbum, de que se ha convertido en unamisión para mí y que tengo quecompletarlo. Él me larga no se quésobre que soy un artista muy respetado yque su sello es el lugar apropiado paraeste proyecto. Salgo contento de lareunión.

Tras muchos meses, escucho laúltima versión del disco y me doy cuentade que no tengo dudas acuciantes sobreaspectos que puedan cambiarse.Entiendo que he terminado. Notifico a ladiscográfica que voy a empezar elproceso de masterización para ecualizarel sonido de mis grabaciones y

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convertirlas en una copia maestra con laque poder trabajar. Los mánagers llamanal ejecutivo aquel y le dicen que el sellopuede escuchar parte del disco. Elejecutivo dice: «No creo que éste sea ellugar adecuado para él», y se niega aescuchar siquiera las grabaciones.

La sensación de triunfo por haberterminado el disco se desvanece cuandome doy cuenta de que acabo de crear (ypagar) un mastodóntico disco doble detreinta y tres cortes que la discográficano quiere escuchar ni sacar al mercado.No sé qué hacer y continúo con elproceso de masterización, que a lamayoría de artistas les lleva uno o dos

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días pero para mí se prolonga durantetres meses. En el primer sitio al que lollevo no saben por dónde cogerlo y meenvían de vuelta al final de la cola.Luego se lo llevo a mi amigo DanHersch, que ha masterizado algunos denuestros discos en directo. El álbum esmuy dinámico y en determinadosaspectos muy complicado. Haysecciones muy bonitas y serenas y otrasestruendosas. Es difícil ponerlo todo enorden de canción en canción para quefluya y tenga el impacto que yo quieroque tenga como conjunto. Para entoncesvivo obsesionado con el disco y mesiento física y psicológicamente incapaz

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de soltarlo hasta que sea exactamentecomo yo creo que puede y tiene que ser.

Ray Charles muere y su cuerpo esexpuesto al público en el centro deconvenciones de Los Angeles. Soy unade las primeras personas que guardancola para asistir al último espectáculodel Hermano Ray. Cuando vuelvo a casaa media tarde, Dan Hersch me llamapara preguntarme si tengo una pistola.Lleva meses haciendo alambicadoscambios a la masterización y ha llegadoa un punto en el que prefiere volarse lossesos antes que seguir trabajando en eldisco. Cuelgo el teléfono y me tumbo adescansar. Yo también tengo ganas de

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pegarme un tiro. Me sientocompletamente solo y me pregunto cómohe llegado a esta situación en la que heinvertido todo mi dinero y toda mienergía en la producción de un álbumelefantiásico que nadie me ha pedido.He pasado siete años trabajando en esascanciones, y ahora parece que a nadie leimporta lo más mínimo. Me da laimpresión de que soy el único para elque significa algo, y que he puesto todolo que tengo en crearlo. Qué ironía: lacreación de un disco sobre la alegría devivir me ha llevado al borde delsuicidio.

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16. Cosas que losnietos deberían saber

—¿Cómo es posible?Estoy sentado en un hotel pijo en

París. Mick Jagger está en el vestíbulo,tomando té. Yo estoy encerrado en lahelada sala de conferencias, dando unaentrevista para la televisión. Laperiodista francesa me pregunta por lacanción «Things the GrandchildrenShould Know», que está a punto de saliren el disco Blinking Lights and OtherRevelations, que por fin va a ver la luzun año después de que lo haya

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terminado.—¿Tienes hijos? —me pregunta la

periodista en un inglés con un fuerteacento.

Me arrellano en la silla de maderaque me han ofrecido.

—Todavía no. Voy a pasar directo alos nietos —le digo.

Ella parpadea y me mira sincomprenderme, achina los ojos y frunceel ceño.

—Pero… ¿cómo es posible?—Hombre, pues… Piénsalo: así es

mucho mejor —le digo, removiéndomeen mi asiento. —A los nietos los vessólo los fines de semana, y así tienes el

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resto de la semana para ti solo.—Pero ¿cómo es posible?—No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.—Pero… Es que es imposible…Vuelvo a encontrarme en una

situación bastante habitual: mi sentidodel humor no acaba de funcionar enotros países. Resulta conmovedor vercómo lo entienden todo literalmente. Esalgo que me gusta mucho de ellos, perotengo que recordarme constantementeque no debo dármelas de graciosodurante las entrevistas en el extranjero.Con todo, tengo que hacer cosas así paraentretenerme y conseguir sobrevivirías.

Por lo general me disgusta conceder

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entrevistas, pero estoy contento de poderdarle publicidad a Blinking Lightsdespués del largo camino que me hatocado recorrer para publicarlo, másduro todavía que en el caso de otrosdiscos que me ha costado Dios y ayudapublicar. Después de pasar tanto tiempopensando que a la gente no le gustaba yde dedicarle tanto trabajo y acabar casiconsumido en el proceso, me sentía agusto sabiendo que a la gente sí leimportaba.

Después de que DreamWorks fuesevendida a Universal y de que el tipo deInterscope al que tanto se le habíallenado la boca con mi «condición de

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artista» le acabase diciendo a mimánager que aquel no era sitio para mídespués de todo, me indemnizaron porrescisión del contrato y dejaron que mellevase conmigo Blinking Lights. Dinerofácil, como quien dice. No quisieronescuchar siquiera una nota del disco.Luego firmé con Vagrant Records, queera igualmente propiedad de Interscopey Universal, de modo que esta es una deesas historias preciosas en las que más omenos la misma compañía acabapagándote dos veces. Ahora tenía unatercera oportunidad. El gato las hapasado canutas, pero ya va por latercera vida. No está mal, ¿no?

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Tras meses interminables dedepresión y de subirme por las paredes,se me dispara el ánimo cuando el discorecibe fecha de publicación y empiezana aparecer las primeras críticashalagüeñas. En todas partes me dancuatro o cinco estrellas. Es algo que enel pasado he dado por sentado, peroahora, después de tanto tiempo pensandoque era el único al que el disco leimportaba algo, las críticas significanmucho más para mí. La debacle deSouljacker no fue nada en comparacióncon esta. La experiencia había servidopara reivindicarme, pero nunca me habíasentido más abandonado que con

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Blinking Lights, así que ahora meestaban tocando la fibra sensible.

Las críticas, a poco que examines lahistoria del periodismo musical, nosignifican nada en realidad. Lo máshabitual es que cuando valoran un disconuevecito y van apurados de tiempo nosepan ver cuáles conservarán suvigencia con el tiempo; aun así, mepermitiré sentirme a gusto con éste. (Alos críticos literarios: eso no va convosotros, por supuesto. Siento el másprofundo de los respetos por vuestralabor. ¿Qué tal el libro hasta ahora?)Tom Waits llama para decirme que eldisco le hace pensar en una Alaska en el

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horno. Me pongo a pensar, y en seguidadeduzco que, viniendo de Tom Waits,comparar mi disco con un helado enllamas solo puede ser el mayor de loscumplidos. Todo va encajando. Denuevo me siento reivindicado porhaberme mantenido firme. Me sientoincluso mejor que otras veces porqueesta vez me la he jugado, invirtiendo midinero en un mastodóntico doble álbumque nadie me había pedido y en el quenadie parecía interesado. Además, hasido una batalla larga y solitaria.Resultó que la gente de Vagrant sí sabíacómo llevar el disco hasta la gente a laque le podía gustar. Las discográficas

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odian los discos dobles, pero loaceptaron y les gustó por lo que era, sinmás. Pese a ser un disco doble y a queno le dieron mucho juego en la radio,subió en las listas más que cualquierotro de mis discos, incluso que BeautifulFreak, el que copó la MTV. Éste, encambio, no estaba recibiendo ese tipo depromoción. El éxito que estabaconsiguiendo era por méritos propios.Actuamos en todos los programas: Leno,Lettermann… Pero en vez de tocar elmismo sencillo en cada programa, quees lo que se suele hacer, en cada unotocamos una canción diferente del disco.

Durante los interminables meses que

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pasaron entre que el disco estuvoterminado y finalmente salió a la venta,me acostumbré a pasar las tardessentado en el porche de mi casita deinvitados en el patio trasero, fumandopuros y escuchando discos antiguos en eltocadiscos. Tras los sinsabores de laúltima gira y la operación a la que metuve que someter, había decidido que lode las giras se había acabado para mí: eldesgaste físico era superior a misfuerzas. Pero ahora, sentado en elporche aquella noche, mientrascontemplaba el humo del cigarrodesvanecerse en el cielo nocturno,empecé a imaginar un concierto en el

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que me fumase un puro en el escenario.Pensé en lo divertido que sería, el retoque supondría organizar un concierto tandistinto a todos los que había dado hastaentones. Podía ver un cuarteto de cuerdadonde generalmente teníamos la batería,y un montón de instrumentos antiguos.Nos vestiríamos todos para la ocasión yyo aparecería con el puro y el bastónque había usado cuando me lastimé lapierna unos años atrás. Un concierto deEELS entre caballeros. Me animé tantopensando en ello que supe enseguida queiba a tener que hacerlo y no pudecontenerme: salí corriendo hacia casa yme puse a llamar por teléfono para

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ponerlo en marcha.Fue difícil compaginar la logística y

los arreglos de cuerda, pero resultó muysatisfactorio dar un enfoque tandrásticamente nuevo a las cancionesantiguas. La gira de «EELS concuerdas» dio dos veces la vuelta almundo, y aunque me advirtieron que eraun espectáculo demasiado elaborado(que iba a perder pasta por un tubo,vaya) resultó ser un éxito rotundo.Después de tantos años daba laimpresión de que se me estabarecompensando por no haberme rendido.

Eso no quiere decir que no hubiesemomentos incómodos. A menudo tengo

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la impresión de que se me castiga por irun año por delante respecto a lasexpectativas de la gente. Un año acudealguien a un concierto y se quedaencantado con la guitarra acústica y lasbonitas melodías que oye, y al añosiguiente se siente estafado cuando va alconcierto y de mis amplis sale el sonidode cien autobuses chocando unos conotros. También se da el caso contrario:hay a quien le encanta el choque de losautobuses y luego se siente engañadocuando en el siguiente conciertobajamos el volumen. Un año tocamoscon saxofones y guitarras acústicas, algoentre un grupo alemán de rap duro y

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Nine Inch Nails. Al año siguientesalimos a escena con guitarras eléctricasy sintetizadores y lo que tocamos pareceuna mezcla de David Byrne declamandoy un escritor leyendo su último libro.Para los conciertos nos contratan sobrela base de lo que hicimos el añoanterior, y nos metemos en un montón desituaciones inapropiadas cuandoaparecemos con un materialcompletamente distinto del que vieron laúltima vez.

Una noche en Alemania, durante lagira «con cuerdas», uno de los asistentesgrita ¡sois ABURRIDOS! entrecanciones. Es alemán, y quiere caña. Le

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tocamos un riff de los Scorpions, perono basta. Una vez más, sigo sin entenderpor qué hay gente que quiere que todosuene tal y como ellos lo imaginan. Lavida es demasiado corta para ser tanaburridamente predecibles. El aburridoes usted, caballero.

Acudimos a tocar a un programatelevisivo en Inglaterra y nos ponen encírculo junto a otros cuatro grupos en uninmenso estudio de televisión: cada unoirá tocando una canción por turnos. VanMorrison está junto a nosotros. Quincemetros más allá, en otra punta delinmenso estudio-hangar, está unaestrellita de eso que ahora llaman soul,

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John Legend. Después de nuestraprimera canción, un asistente deproducción se nos acerca desde elextremo del estudio en el que está JohnLegend y me susurra al oído: «El señorLegend quiere que apague el puro».

¿El señor Legend? Estoy a quincemetros de él: el humo no va a llegarlejamás de los jamases, y en esta sala detechos altísimos no puede suponer lamás mínima amenaza para su salud. Eseendiosamiento es bastante habitual enartistas novatos que no saben muy biencómo controlar la sensación de poderque les embarga con el éxito. Entrecanción y canción apago el puro por

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deferencia hacia el señor Legend(nombre real: John Stephens), pero esparte integral de la escenografía ennuestra actuación y vuelvo a encenderlocuando nos llega el turno de tocar. Alfinal del espectáculo, cuando elpresentador menciona nuestro nombrepara agradecer nuestra presencia, todoslos televidentes de Inglaterrasintonizados con la BBC pueden oír elfuerte abucheo que nos dedica el señorLegend. En contraste con tantapomposidad, Van Morrison, una leyendade verdad, me pregunta muy cordial si elpuro es cubano. A una leyenda deverdad no le hace falta proclamarse

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como tal. Ni portarse como un capullo.

Durante la larga gira tocamos enalgunos recintos legendarios de todo elmundo: Town Hall, en Nueva York,donde se han grabado infinidad deextraordinarias actuaciones en directo;el Royal Festival Hall de Londres; PattiSmith nos invita a participar en elfestival que ella coordina en el QueenElizabeth Hall; hacia el final de la giravolvemos a Londres para otro conciertoen el Royal Albert Hall. No es sóloporque sea una preciosa y legendariasala de conciertos con mucha tradición;lo que me emociona es toda la historia

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que ha vivido ese escenario: los Beatlesy los Rolling Stones (en una mismanoche, nada menos), The Who, BobDylan, Jimi Hendrix, Led Zeppelin…aparte de que John Lennon lo mencionaen A Day in the Life, un disco que no mecansaba de escuchar en el tocadiscos delsalón en Virginia cuando era niño.

Me paso el día entero nerviosísimo,y luego hacemos la prueba de sonido ynos preparamos para la actuación en elAlbert Hall. Cuando salgo a escena mepreocupa no ser digno de ocupar elmismo escenario que tantos y tantos demis ídolos (aunque haya escrito un librosobre mi estrafalaria vida, no creo

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serlo). Pero a medida que el recinto sellena, cuando se apagan las luces y salgoa escena me siento extrañamentetranquilo. No estoy nervioso enabsoluto, y es raro porque a mí meentran los nervios cada noche, y esta esuna velada muy especial. Pero algo hacambiado en mi interior, y de repente mesiento a gusto. Toco canciones de todaslas etapas de mi vida y mientras lascanto me siento en absoluta sintonía conlo que sentí al escribirlas años atrás.

Ten pounds and a head of hairCame into without a careWhat they thought were cries were

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little laughsOnly looking forward and moving

fast

Diez libras y una melena | Sematerializaron despreocupados | Loque pensaban que era llanto eranrisitas | Pero con la vista puesta alfrente y moviéndose deprisa

Mientras canto pienso en las fotosque encontré en el desván de mi madre,en las que se me ve de bebé. Luego mehe convertido en un ectomorfo huesudo,pero entonces era un niño bastanteregordete: al nacer pesé casi cinco

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kilos. Pienso en mi pobre madre cuandome tuvo en el hospital de WashingtonDC. Aquello tuvo que doler.

How does her world spinWithout me in her nestCould there really be such

happiness?

¿Cómo gira su mundo | Sin mí en sunido? | ¿De verdad es posible tantafelicidad?

A medida que las palabras salen demi boca, dejo de ser consciente de quehay tres mil personas contemplándome.

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Pienso en lo perdidamente colado queestaba por la niña de Correos enVirginia. Me alegra que no esté entre elpúblico y no pueda oír los embarazososversos que escribí sobre ella.

My beloved monster and meIf she wants she will disrobe youBut if you lay her down for a kissHer little heart, it might explode

Mi querido monstruo y yo | Siquiere, te desvestirá | Pero si laacuestas para darle un beso | Sucorazoncito podría explotar

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Pienso en la media hora que measignó Jon Brion para escribir unacanción en el sótano de Echo Park, y enlas miles de veces que habré tocado lacanción desde entonces.

El concierto, increíble. Es una nocheespecial, hay algo mágico e indefinibleflotando en el aire. Por fin llega elmomento de acabar, y lanzo el acordeinicial de la canción que tantodesconcertó a la periodista francesaalgunos meses atrás. Empiezo a cantaren tono relajado, casi conversacional:

I go to bed real earlyEverybody thinks it’s strange

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I get up early in the morningNo matter how disappointed I wasWith the day beforeIt feels new

Me voy a la cama temprano | Atodos les parece raro | Me despiertomuy temprano | Tanto da lodecepcionado que estuviese | Con eldía anterior | Sabe a nuevo

Vivir un día más siempre me haparecido un éxito. Oigo mi vozreverberar en las paredes del AlbertHall y volver hacia mí. Me fijo en todoslos asistentes, que parecen genuinamente

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interesados en lo que tengo que decir.Pienso en la noche en que, mientrasfumaba un cigarro en el porche, imaginéel concierto que ahora mismo estoydando. En cómo me quedé mirando elhumo flotar hacia el cielo y en cómoimaginé la compleja situación en la queme veo ahora inmerso. Es asombrososer capaz de hacer algo así, pienso.

I don’t leave the house muchI don t like being around peopleMakes me nervous and weirdI don’t like going to shows eitherIt’s better for me to stay homeSome might think it means I hate

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peopleBut that’s not quite right

I do some stupid thingsBut my heart’s in the right placeAnd this I know

No salgo mucho de casa | No megusta estar rodeado de gente | Me ponenervioso, me hace sentir raro | No megusta ir a espectáculos tampoco | Esmejor que me quede en casa | Hayquien piensa que eso significa que odioa la gente | Pero no es del todo cierto ||Hago algunas estupideces | Pero micorazón está en el lugar adecuado | Deeso estoy seguro

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Me siento como me sentí el día queescribí la canción, cuando bajé alsótano, enchufé la guitarra eléctrica y mesenté a escribir una canción paraexplicar que todas las malas rachashabían valido la pena porque ese díaestaba verdaderamente feliz. Sentía quepodía aceptarme a mí mismo. Vale quepara según qué cosas soy bastante rarito:no me gusta ir a fiestas ni aespectáculos, me escondo mucho encasa… Pero, visto lo visto, podría sermucho peor. Y por lo menos soy capazde asistir a este espectáculo. Soyconsciente de una sensación que se haestado apoderando de mí lentamente

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durante los últimos años y que ahora escasi tangible. Las he pasado de todos loscolores… pero estoy bien. Y si quiero,puedo estar mejor que bien. No soy lapersona más equilibrada de este mundo,desde luego, pero teniendo todo encuenta… A ver, he sobrevivido. Y hesobrevivido siendo yo mismo. ¿Es o noes una suerte? ¿Es o no es asombroso?

I got a dogI take him for a walkAnd all the people like to say helloI'm used to staring down at the

sidewalk cracksI’m learning how to say hello

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Without too much trouble

Tengo un perro | Lo saco a pasear |Y a todo el mundo le gusta saludar |Tengo por costumbre clavar la vista enlas grietas de la acera | Pero estoyaprendiendo a decir hola | Sin que mecueste demasiado

Miro al público, al mar de rostrosanaranjados por las luces del escenario,y me siento arropado. Estamos todosbien jodidos, pienso, y no hay mayorverdad que ésa. Todos tenemos algunahistoria bien jodida en nuestras vidas, yno hay nadie viviendo el cuento de

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hadas que la tele nos hizo creer queviviríamos de mayores cuando éramospequeños.

I’m turning out just like my fatherThough I swore I never wouldNow I can say that I have a love for

himI never really understoodWhat it must have been like for himLiving inside his headI feel like he’s here with me nowEven though he’s dead

Resulta que me estoy convirtiendoen mi padre | Aunque juré que nunca lo

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haría | Ahora puedo decir que le amo |Nunca entendí del todo | Lo que debióde ser para él tener que vivir en sucabeza | Ahora siento que está conmigo| Por mucho que esté muerto

Ahora que he perdonado a mi padresus deficiencias como progenitor mesiento eufórico, como si me hubiesenquitado un peso enorme de encima. Alcantar las palabras siento físicamente elalivio, y entiendo perfectamente eso quese dice sobre que guardarle rencor aalguien te hace más daño a ti que a lapersona con la que estás enfadado.Pienso en lo mucho que me cabreaba

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que mi padre no se hubiese cuidado más.Que nunca fuese al médico, queengordarse tantísimo, que fumase trescajetillas al día, que bebiese como uncosaco y no hiciese nunca ejercicio.Pero luego pienso en que uno de suscompañeros de trabajo mencionó quepocos días antes de morir mi padrehabía dicho que había vivido una buenavida y que estaba satisfecho. Comprendoque el modo de vivir de mi padre teníasu valor. Comió, fumó y bebió lo que ledio la gana, y un día se murió derepente. He sido testigo de otrasopciones, y desde luego disfrutar con loque tienes y morirte de golpe no es mala

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forma de acabar.

It’s not all good and it’s not all badDon't believe everything you readI’m the only one who knows what

it’s likeSo I thought i’d better tell youBefore I leave

No todo es bueno y no todoes malo | No creáis todo lo queleéis | Yo soy el único que sabecómo son las cosas | Por eso hepensado que mejor será que oslo cuente | Antes de irme

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Pienso en que mi padre nunca hablómucho conmigo, y en lo mucho quedeseaba que se sentase conmigo a hablarcara a cara de las cosas. ¿Y si algún díatengo un hijo que quiere saber las cosasque me pasaban a mí por la cabeza? Laperiodista francesa tenía razón. No tengohijos siquiera, así que de los nietosolvídate. Aún hay tiempo. Mejor quedeje escrito cómo ha sido ser yo paraque no tengan que hacerse las mismaspreguntas que me hago yo sobre mipadre.

Recuerdo una foto que encontrémientras limpiaba el ático de Virginiacuando murió mi madre. Era una foto de

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mi bisabuelo, de pie tras mi abuelo, quea su vez está detrás de mi padre mientraseste sostiene en brazos a mi hermanaLiz, un bebé por entonces. Cuatrogeneraciones de Everetts en la mismahabitación, ordenados como un tótemfamiliar de carne y hueso. Ahora soloquedo yo y el peso de su legado. De mídepende que se perpetúe el nombre de lafamilia. No sé si estoy en condiciones.¿Cómo puede ser que hubiera cuatrogeneraciones vivas hace tan poco yahora quede sólo yo?

So in the end I’d like to sayThat I’m a very thankful man

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I tried to make the most of mysituations

And enjoy what I hadI knew true love and I knew passionAnd the difference between the twoAnd I had some regretsBut if I had to do it all againWell, it’s something I’d like to do

Para acabar me gustaría decir |Que soy un hombre muy agradecido |He intentado sacar el mayor provechode cada situación | Y disfrutar de loque tengo | He conocido el amorverdadero y la pasión | Y la diferenciaentre uno y otra | Y hay cosas que

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lamento | Pero si tuviera que hacerlotodo de nuevo | Pues también es algoque me gustaría hacer

Todas las malas rachas, pienso,todos los desmadres. Todas las épocasbuenas. Una avalancha de imágenescruza mi mente. Mis compañeros declase, vistos entre lágrimas cuando meacusaron de copiar. Besar a mi primeranovia tumbados en la litera. Correrdescalzo por mi calle, esquivandobutacas de avión, ventanillas yceniceros. Robert lanzándose a por mícon un cuchillo de cocina. Mi madreriendo mientras le doy su medicamento.

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El cierre del ataúd de Liz.Contemplo al público del Albert

Hall. Pienso en las veces en que quisetirarme del puente cuando eraadolescente, y en los que me dijeron queme moriría de hambre si intentaba saliradelante con mi música. Ojalá alguienme hubiese dicho cuando era joven quealgún día estaría sobre el escenario delRoyal Albert Hall cantando miscanciones ante miles de espectadoresembelesados. Oigo el crescendo delcuarteto de cuerda a mis espaldas y unescalofrío me recorre la espalda y seextiende hasta la punta de los dedos y elcuero cabelludo.

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Ya no tengo aquella sensaciónadolescente de que no llegaría a losdieciocho. Creo que utilizaba ese tipode ideas como válvula de escape. Parapensar que sí había maneras de escapar.Pero ahora no tengo la más remota ideade lo que me espera. Me gusta hacermemayor. He necesitado todo este tiempopara empezar a sentirme cómodo siendoquien soy. De acuerdo, ha sido un rodeolarguísimo para llegar hasta estemomento, pero era lo que había quehacer. O eso, o me moría, así que yo lointerpreto como un triunfo.

Con el último acorde de la canciónse rompe la correa de la guitarra y

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consigo sostener el instrumentoapretándolo contra el torso, y eso merecuerda que la vida nunca sale del todocomo uno espera y que nada, nada, seciñe a los planes. «No me digas»,pienso para mí mientras salgo delescenario. El público se pone en pie yaplaude entusiasmado y pide a gritos unbis. Pienso en que nunca he tenidoplanes y por eso tampoco importa que lavida no haya seguido el plan original.Pero tengo que reconocer que para seralguien sin plan las cosas me han salidobastante bien.

Quizá consiga escapar a losdemonios familiares, quizá no: no lo sé.

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Pero puedo decir que estoy orgulloso dehaber llegado hasta aquí, y si el viaje seacaba aquí… pues no ha estado nadamal. Unos cuantos bajones importantes,pero otros cuantos subidones decuidado, ¿no? Vuelvo a pensar en lo quedijo mi padre pocos días antes de morir,que había vivido una buena vida, y medoy cuenta de que me siento igual que él.Menuda vida he vivido. He sobrevividoa las malas rachas y disfrutado de lasbuenas. En serio, gente. Ahora es cuandode verdad vivo.

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¿Y ahora qué?Me despierto en la parte trasera de

un autobús, con la necesidad perentoriade poner un huevo. He conseguido echartres horitas de sueño, y en el autobús dela gira no se puede uno permitir esascosas. El inodoro apenas permite echaruna meada. Escudriño el autobús enbusca de unos pantalones y me quito elpijama. Me pongo mis vaqueros(primero una pernera y luego otra; igualque tú, dilecto lector) y avanzo atrompicones hacia la parte delantera,pateando los calcetines enrollados dealguien por el camino. Los demás están

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todos dormidos en sus literas. En el«corredor de los ronquidos» todo apestabastante, y está oscuro. El sonido dedoce personas resoplando al unísonotras las cortinillas de las literas separece mucho a una sinfonía delangostas atropelladas por uncortacésped. Demasiado para mi cabezasomnolienta y dolorida. Aquí dentrohuele a culo. Tengo que salir. Estotendría mucha más gracia si yo tuviesediecinueve años. Finalmente llego hastala delantera y le escribo una nota alconductor para que no siga hasta lasiguiente ciudad sin mí. Pongo la nota enel asiento del conductor para que no

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pueda no verla:

Busco UN SITIO PARACAGAR.

Vuelvo enseguida. NO OSVAYÁIS SIN MÍ.

E.

Abro la puerta del autobús y salgo.El sol matinal penetra mis Ray-Ban yasalta mis ojos enrojecidos. Es lamadrugada del sábado y estoy frente alRoxy Theatre de Sunset Strip, donde lasdos últimas noches acabamos de dar dosconciertos de precalentamiento bastante

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moviditos, en preparación de la próximagira. Me pongo a caminar SunsetBoulevard abajo, buscando unrestaurante donde consumir cualquiercosa para poder usar el servicio. Estoytan cansado que levantar los pies delcemento para caminar me resultadificilísimo.

Mientras camino por la acera, bajola mirada y veo que llevo puestas miszapatillas a cuadros de viejo. Me heolvidado de ponerme los zapatos. Tengola sensación de estar dando el cante,pero estoy demasiado cansado ynecesito urgentemente un baño, así queno me importa. Por fin encuentro la

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cafetería Duke: entro y pido un té heladoen el mostrador. Voy hacia la partetrasera del local, donde veo el cartel deCABALLEROS sobre una puerta. Entroen el baño y me encuentro a un mendigozumbado usando el único retrete,mascullando ininteligiblemente y tirandosin parar de la cadena. Tengo que entraral baño desesperadamente, pero me tocaesperar a que el chalado ése acabe degruñir y vaciar la cisterna. Nada de todoeso se sale de lo habitual. Así es comosuelen empezar mis mañanasúltimamente.

Pocas semanas después, en algúnlugar de Europa, el autobús de dos pisos

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de la gira pasa por debajo de un puenteque es varios centímetros más bajo queel propio autobús. Sorprendentementenadie resulta herido, pero me pasobuena parte de los días de lluviacolocando cacharros para recoger elagua que se filtra por el remiendo deltecho antes de que llegue a mi litera.Pocos días después, en Alabama, elconductor de un camión se quedadormido al volante a las tres de lamadrugada y obliga a nuestro autobús asalirse de la calzada justo cuandollegamos a un puente. Acabamos subidosa las defensas de cemento, con losneumáticos del lado derecho

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destrozados. Me despierto al salirvolando de mi litera y pienso que voy amorir. Una vez más, un milagro hace quenadie resulte herido de gravedad.Pasamos el día entero en la cuneta,esperando a que acaben de montar losneumáticos nuevos, y aun asíconseguimos llegar a tiempo a NuevaOrleans para soltar tralla en una ciudada la que le hace falta tralla como agua demayo.

Empiezo a tener sueños muy raros enel autobús. Como ese en el que voy en elasiento del acompañante con mi amigoChet mientras conduce «Oro Viejo», miantiguo Chevy Nova. Conduce muy

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deprisa, a lo loco: vamos por unacarretera nevada de montaña y a cadabache salimos despedidos y aterrizamospesadamente. Él se ríe, pero yo estoypreocupado. Acaba perdiendo el controldel coche y nos la damos contra una pilade nieve. Los dos salimos ilesos delaccidente y empezamos a caminarmontaña abajo. Cuando llegamos a labase estamos en la soleada Burbank, enCalifornia, frente a los estudios de laWarner Brothers. Hace un díaespléndido, y ante la entrada del estudiohay tres ciervos de tres patas pastando.Le digo adiós a Chet y les pregunto a losciervos de tres patas si les gustaría venir

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a trabajar conmigo. Le muestro miidentificación al guardia de la entrada,que pulsa un botón y levanta losportones para que pueda entrar en losestudios. Los tres ciervos me siguenhasta el plató 12, donde trabajo comoasistente. Mientras me pongo eluniforme en las taquillas, el jefe entra yme pregunta a gritos: «¿Quién coño hametido aquí estos ciervos de trespatas?»

—He sido yo, jefe. Están conmigo—le digo.

—Pues ya los estás sacando de aquí.¡Estás despedido! me chilla.

Me vuelvo a vestir de calle y les

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hago señas a los ciervos para que mesigan. Salimos de los estudios yllegamos a un barrio a orillas de un ríocercano. Acabamos en un bonito ranchorodeado de árboles que dan muy buenasombra. Abro la puerta delantera yaparecen mi mujer y mis hijos paradarme la bienvenida.

—¡Papá está en casa! ¡Bieeeeeeeen!—exclaman al unísono.

—Chicos, chicos, ¡os presento avuestros nuevos amiguitos! —lesanuncio, y los ciervos entran al trote ylos niños dan botes de excitación. Yentonces me despierto.

El sueño no parece demasiado

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alejado de la vida que llevo cuandoestoy despierto. Me pasan cosasdescabelladas, pero yo voy saltando deescena en escena, aceptando lo que mevoy encontrando. Soy como unacucaracha. Tiro para adelante. Creo queel vaivén constante de mi vida durante lagira hace que desee algo de estabilidad.Pero así es mi vida. No es la másapropiada para alguien que prefiereesconderse en casa, pero tiene supuntito.

Aún me dan arranques dedesesperación de vez en cuando, yentonces pienso que ya no hayesperanza. Y sigo aborreciendo ir a un

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médico o un dentista nuevos. Aunque nopor los motivos habituales, sino porquecuando rellenas el nuevo formulario deinformación personal, antes o despuésllegas a esta casilla:

En CASO DEEMERGENCIA,

PÓNGASE EN CONTACTOCON:

No sé nunca a quién poner, y es algoque me entristece y me avergüenza. Mehace sentir muy solo por no tenerfamilia. Los días de fiesta son siempreun asco, y por lo general finjo que no

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existen. Visto desde el lado positivo,hacer las compras de Navidad estáchupado. La familia en la que me criedesapareció demasiado pronto y hepasado demasiados años en miescondrijo, como un lobo solitario. Séque si me muriese mañana, en lanecrológica podría leerse:

NO DEJA DE SERIRÓNICO QUE EVERETT,QUE NO HABÍA TENIDOHIJOS (Y MENOS NIETOS)EN EL MOMENTO DE SUMUERTE, TITULASE SUAUTOBIOGRAFÍA COSAS

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QUE LOS NIETOS DEBERÍANSABER.

Pero las circunstancias me hanllevado hasta donde estoy, y ahora soymucho más sabio, y la vida esta llena desorpresas. Todo puede cambiar encualquier momento. Apenas hace falta unsegundo para que tu vida cambie porcompleto.

¿Y por qué, si tanto me empeño enque no creo en nada, me sorprendo devez en cuando sentado en el porchetrasero con la cabeza vuelta hacia elcielo nocturno y hablando con Liz y conmi madre y mi padre?

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A veces las circunstancias mesuperan, pero ya no me pasa tanto ni contanta intensidad como antes, y creo quetodas las putadas que me ha tocado vivirme han hecho más fuerte, como siempredicen que pasa.

La gente de mi familia másinmediata no parece ser muy longeva.Pero aquí sigo yo: quizá sea laexcepción. Quizá no. Igual llego a loscien años. Igual tengo nietos. Igualacabo escribiendo la segunda parte deeste libro. Nunca se sabe. No tengo niidea de lo que va a pasar a continuación.Y tú tampoco.

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FIN

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AgradecimientosQuiero dar las gracias a las

siguientes personas por la ayudaprestada para que este libro searealidad:

Anthony Cain, Sean Coleman, PeteTownshend, Antonia Hodgson, MatthewGuma, Kevin Gasser, Adrian Tomine,Autumn deWilde, Jim Runge y RayCharles.

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MARK OLIVER EVERETT. Debutacomo escritor después de haberselabrado una brillante carrera musical.Ha publicado ocho álbums al frente desu banda, Eels, y otros dos como Mr.E.Leer Cosas que los nietos deberíansaber es entender por qué alguien vive ytrabaja a su manera. Y, en el caso deEverett, si además escuchamos suscanciones, todo se vuelve mucho másintenso. Aunque no hay que preocuparse.Que uno escuche o no su música pocoimporta. Va a estremecerse igual coneste libro. Porque es un relato tansingular, especial, triste y a su vezesperanzador, optimista e ingenioso, que

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atrapará a cualquiera que se acerque conganas de escuchar.

A los 47 años, Mr. E ha decididoescribir su autobiografía por si acaso.Ha vivido la muerte como algo muycercano y familiar. Ha perdido a sufamilia y a un montón de amigos. Inclusoun avión de pasajeros se estrelló en lapuerta de su casa. Así que ha aprendidoque, cuando quieres hacer algo, es mejorhacerlo bien y rápido.

Así ha redactado su vida, porque havivido suficiente como para llenar unanovela entera de momentos únicos. Mr.E no ha tenido que escoger entre larealidad y el mito. Simplemente, se

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sentó en el porche de su casa y, mientrassu perro descansaba a su lado, empezó aescribir lo que le dictaba el corazón.

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Notas

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[1] Literalmente «gordinflón». <<

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[2] ‘Peleón’, aunque también ‘rústico’.<<

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[3] Referencia a la canción Ballad of aThin Man, de Bob Dylan. <<

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[4] Borís Badunov y Natasha Fatale,arquetipos del espía ruso en la serie dedibujos animados The Rocky &Bullwinkle Show. <<