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Mark Oliver Everett, el llamado 'kurtVonnegut' del rock, líder y cerebro de EELS,banda que Bush II intentó prohibir por nocivaes hijo del físico cuántico Hugh Everett. Estees su primer libro: 'El mejor libro deautoayuda que no intenta ayudar a nadie peroque lo consigue casi sin proponérselo'.Rodrigo Fresán

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Mark Oliver Everett

Cosas que los nietosdeberían saber

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Para Liz,Hugh y Nancy,

dondequiera que estéis

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La historia que se narra acontinuación es real. Los nombres yel color de pelo de algunas personashan sido modificados.

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Música y letra (yotras revelaciones)

Rodrigo Fresán CERO Primero voy a hablar de un músico yde un disco (y de sus otros discos) y despuésde un libro y de un escritor.

Y ambos —músico y escritor, disco(s) ylibro— son la misma persona, la misma cosa,¿de acuerdo?

UNO Mark Oliver Everett es el líder ycompositor de la banda solipsista Eels.

Y Cosas que los nietos deberían saber(Things the Grandchildren Should Know) es elcierre —epifánico y fóbico y aleccionadortrack número 33, un total de 93 minutos deduración, álbum doble— de Blinking Lights

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and Other Revelations, editado en 2005.Y como en Electro-Shock Blues y

Daisies of the Galaxy, entre otros, lo que sebusca y se encuentra allí dentro son cancionesfelizmente tristes o más canciones tristementefelices.

Se sabe que Everett (mejor conocidocomo «Mr. E», mejor conocido aún como«Mr. E o E a secas») no es un tipoprecisamente alegre.

Pero también es cierto que su músicaproduce un raro optimismo iluminador que,seguro, habría hecho las delicias de SeymourGlass si éste no se hubiera suicidado. Algunaenciclopedia define todo esto como una formamusical llamada dysfunctionalamericana odown lo-fi, que acaso empieza y termina en loque hace Everett en Eels.

Y, sí, todas y cada una de las cancionesde Eels piensan en una sola cosa: estamosaquí, no fue fácil, no es fácil, nunca va a ser

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fácil, y falta menos para el final. Vitalescanciones desde este lado del túnel que, sesupone, tiene una luz de muerte al final, perovaya uno a saber.

Mientras tanto y hasta entonces, Everettnos confiesa que su pasatiempo favorito esimaginar cuánto tiempo pasará entre su últimoaliento y el hallazgo de su cadáver.

Hagan sus apuestas.DOS Blinking Lights and Other

Revelations puede ser considerado sindificultad la obra maestra de Mark OliverEverett hasta la fecha, y voy a referirmebastante a este álbum porque Blinking Lightsand Other Revelations puede oírse como elsoundtrack de este libro más allá de que hayasido grabado antes.

No importa.Aquí —ahí— está el sonido para estas

palabras. Esas melodías sofisticadamentesencillas, esa voz entre vieja y adolescente,

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pasajes instrumentales perfectos para silbar,momentos más engañosamente up, esostítulos —«Marie Floating Over the Back—yard», «Last Days of My Bitter Heart»,«Ugly Love», «Going Fetal», por ejemplo—y, de pronto, el convencimiento absoluto deque uno está escuchando un standardinstantáneo. Algo como «If You See Natalie».Algo destinado a armonizar los bares de hoteldel planeta a esa hora en que a nadie en esteplaneta se le ocurriría entrar a un bar de hotel.

Canción ésta y canciones todas que soncomo los capítulos de un libro que es éste queahora tienen entre sus manos.

Y que suena exactamente así.TRES Mark Oliver Everett comenzó a

grabar Blinking Lights and Other Revelationsen 1997, un año después del muy pro—mocionado y apreciado debut de la banda,Beautiful Freak, paso siguiente a los dosbuenos discos solistas —A Man Called (E) y

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Broken Toy Shop— que Everett ya habíagrabado a principios de los años noventa y delos que hoy reniega.

Y está visto y oído que su gestación fuelenta y doméstica. Everett grabó, poco a poco,paso a paso, Blinking Lights and OtherRevelations en el sótano de su casa, y volvía aél —descendiendo las escaleras de su pena ysus blues— cada vez que le sucedía algohorrible.

Y como le pasaban cosas espantosas concierta preocupante frecuencia, bueno, Everettregresaba allí abajo bastante seguido y sumabacanciones.

Y cuando escuchó el productoterminado, la discográfica no quiso saber nadadel tema, de los temas, de los tracks.

Y no es que Blinking Lights and OtherRevelations fuera muy diferente a losinmediatamente anteriores, Souljacker oShoote— nanny\ alabados por la crítica y, por

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lo tanto, apreciados por los ejecutivos deldisco. Pero cabe pensar que sus airesdespojados, el proyecto de cuadernillorebosante de melancólicas fotos familiares y laexplicación de Everett —con ese look deunabomber recién bañado, pero unabomber alfin— de que todo el asunto estaba inspiradoen las «pausas silenciosas de las películas deIngmar Bergman» debe de haber ahuyentadoa los ejecutivos de la DreamWorks Records,aun cuando la saltarina «Hey Man (NowYou’re Really Living)» tendría que ser un hitradial si viviéramos en un planeta mejor (loque no quita que su letra aluda a ese curioso yeufórico estado de mente al que se accedecuando se comprende de una buena vez queuno nunca será como los demás, léase:normal, no importa lo que eso signifique).

Así que Everett se lo llevó todo a lamucho más arriesgada Vagrant (por dondeahora se pasean otros outsiders como Paul

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«The Replacements» Westerberg, quetambién graba en el sótano y la cocina de sucasa) y todos felices.

Y, ahora que lo pienso, es como si —dealgún modo— este libro, Cosas que los nietosdeberían saber fuera, por fin, la PiedraRosetta que decodificara la Eels way of lifeand way of thinking y, sobre todo, su way offeeling. La explicación y la descripción de unsonido, de una manera de sonar.

Cosas que los nietos deberían saber es unviaje al fondo de Mark Oliver Everett.

Y es un fondo oscuro, sí.Muy oscuro.Más oscuro que un sótano.Pero, también, es un fondo oscuro con

lucecitas parpadeantes como las de un árbolde Navidad. Como el de ese árbol al final deesa película de final falsamente feliz llamadaIt’s a Wonderful Life: título perfecto para unade esas perfectas canciones de Eels donde se

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nos recuerda, maravillosamente, que la vidano es maravillosa, que vivir no es cosasencilla, pero que aún así...

CUATRO En alguna parte leí que BushII y Dick Cheney habían intentado prohibir aEels por considerarlo «nocivo para lajuventud», por «deprimente», por su «usoindiscriminado de malas palabras» o algo porel estilo.

En alguna otra parte leí que son varioslos que consideran a Mark Oliver Everett «unmaldito»: alguien que contagia unamelancólica mala suerte (Everett visita la casadel difunto Johnny Cash y la casa arde hastalos cimientos a los pocos días), y por lasdudas no se animan a cruzar la calle con él.

Pero no estoy del todo seguro de dóndeleí esas cosas.

Ahora, muchas de ellas, la verdad sobretodas esas leyendas urbanas marca Eelsaparece, resplandeciente, en este libro

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crepuscular, de puño y letra y notas y voz delprotagonista del asunto.

Ese asunto es, sí, la vida y la obra deMark Oliver Everett.

De lo que sí me acuerdo a la perfecciónes que Eels tocó en Barcelona hace ya unoscuantos años —cómo pasa el tiempo...— yque fui a verlo y que, a la hora de los bises yde hits como «No— vocaine for the Soul» yesa casi versión sedada con morfina de «LaBamba» que es «Mr. E’s Beautiful Blues»,Everett no volvió a salir y optó por enviar a subaterista Butch a tocarlos y cantarlos.

Y, como corresponde, sonaronfelizmente deprimentes.

CINCO Alguna vez teoricé —y más deuna vez lo llevé a la práctica— que no habíamejor música de fondo posible para leer lonuevo de Douglas Coupland y releer lo viejode Jerome David Salinger que cualquiera delos varios álbumes de Eels.

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Ya saben, insisto: música triste perocálida, historias trágicas cantadas con unatriunfante sonrisa vencida, melodías de cajitade música que se abre y se cierra igual queciertos ataúdes que ya no volverán a abrirse yque, en llamas o bajo tierra, seguirán sonandoen nuestra memoria.

SEIS Hacer un alto aquí y caminar —nocorrer— a escuchar otra vez «Something IsSacred» o «PS: You Rock My World» ycomprender a lo que me refiero apenas másarriba. Algo hace click cuando se oyen, ¿no?

SIETE Y ahora —por fin, melódicajusticia poética— llega el momento en que lamúsica de Eels se convierte en el soundtrackperfecto para leer Cosas que los nietosdeberían saber, primer libro de Mark OliverEverett.

OCHO ¡música rock! ¡muerte! ¡genteloca! ¡amor!, advertía el sticker circularpegado en la delicada portada fondo gris,

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tipografía clásica, el grabado de un árbolperdiendo sus hojas de la edición británica yoriginal de Cosas que los nietos deberíansaber.

Y era verdad y no mentía.Todo eso y mucho más aparece ahí

dentro y buscar Eels en la Wikipedia y —en eldesglose de la entrada— hay todo un ítem |apartado con el título de «Tragediasfamiliares».

Y, sí, Mark Oliver Everett estáfamiliarizado con la tragedia y para él latragedia es algo muy pero muy familiar.

Y cualquier seguidor de Eels lo sabe ysabe que Everett vive para cantarlo: porquesus canciones están construidas en buenaparte sobre la fúnebre saga de los suyoscontemplada con una mezcla de purosentimiento y lógica científica.

Y el día que se filme la biopic de Everett,bueno, ahí está Wes Anderson como director

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perfecto.NUEVE Y es que las tragedias familiares

de Mark Oliver Everett son muchas,demasiadas.

Hermana depresiva y drogadicta ysuicida.

Madre adorada que sucumbe a tumorinoperable.

Padre militar y científico y distante (temade un reciente y brillante documental ParallelWorlds, Parallel Lives, emitido por la BBC4)y con el que Mr. E siempre tuvo una relacióntraumática, al punto de confesar en su libroque la vez que se sintió más cerca física yafectivamente de él fue a sus 19 años cuandointentó resucitarlo, en vano, golpeándole elpecho luego de que tuviese un ataquecardíaco.

Prima azafata —y su marido— quevolaban juntos en aquel avión que se estrellóaquel día contra aquel Pentágono (Jennifer se

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llamaba y, antes de subir para caer, le envióuna postal a Everett desde el aeropuerto quedecía LA VIDA ES fabulosa).

Y, ya que estamos en el tema de lascaídas libres (ver el capítulo de su librodedicado a cómo nuestro héroe fuesucesivamente debilitado por el supuesto sexodébil) sucesivas novias que lo abandonan yuna esposa rusa y dentista que un día lo dejasin anestesia y con la boca abierta.

Todo esto, claro, ya había sido cantado—más o menos codificado— en BeautifulFreak (1996), Electro-Shock Blues (1998),Daisies of the Galaxy (2000), Souljacker(2001), Shootenanny! (2003), en el yamencionado Blinking Ligths and OtherRevelations (2005) y en el flamante HombreLobo (2009); en las revisiones Uve en Oh,What a Beautiful Morning (2000), Electro-Shock Blues Show (2002), el magníficoCD/DVD Eels with Strings: Live at Town Hall

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(2006); en los cromos difíciles pre-Eelsfirmados por E, A Man Called E (1992) yBroken Toy Shop (1993), donde ya haytemas con títulos como «Helio Cruel World»,«I’ve Been Kicked Around», «Fitting in withthe Misfits» y «Permanent Broken Heart»; yen ese eslabón perdido (si lo ven o lo oyen,avisen por favor) que es el fantasmagórico yesquivo debut de 1985, apenas cien copias,Bad Dude in Love, firmado por Mark Everett.Y ya que nos paseamos por aquí, está tambiénla esquiva figura de ese disc-jockey apócrifo ydoble personalidad à la Hyde que es MCHonky, responsable o irresponsable de This IsMC Honky!: I'm the Messiah (2000).

Pero no importa el año o la encarnacióno la siempre cambiante formación de la banda(E suele tener problemas con sus bateristas) osus cambios de humor y de sonido (he visto aEels tres veces en vivo y una vez fue pop,otra punk, y otra estuvo junto a un delicado

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ensamble de cuerdas); lo que importa es lainamovible voluntad de entristecer con latristeza hasta conseguir en el oyente una raraforma de euforia.

Everett —tal vez el único heredero dignoy posible de alguien como Randy Newmandentro del panorama musical norteamericano— ha conmovido y emocionado desde quecasi todos lo escucharon por primera vez enese agónico pero catártico «No— vocaine forthe Soul» hasta la descorazonadora pero aúnasí consoladora de «Im GoingTo StopPretending that I Didnt Break Your Heart».

Y la leyenda continúa y el cómo y elporqué de todas las canciones entre uno y otroextremo se revisitan en las dos antologías(impagables los comentarios de Everett a cadauna de las canciones, precedidos por ensayosde Giles «Hijo de George» Martin y de MarkEdwards) y se explica en este libro dememorias que poco y nada se parece a la

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memoir habitual de la pop star de turno. Yque está a la misma altura —por su candorconfesional así como por sus modalesnerviosos— que lo que en su momentohicieron con la narración de sus vidas gentecomo Ray Davies y Bob Dylan.

Y es el mismo Everett —apadrinado porPete Townshend y definido como «el KurtVonnegut del rock» por Rolling Stone— quiense ríe de la cuestión ya en las primeras páginascuando dice:

Ya que estamos, ¿qué clase deego hace falta tener para escribir unlibro sobre tu vida y pensar que lepuede interesar a alguien? ¡Unoenorme! Pero no tan grande parapensar que fui creado a imagen ysemejanza de Dios. A no ser queDios sea un ectomorfo peludo y de

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hombros caídos (y no quiera Diosque me olvide de usar laomnipotente «D» mayúscula). Sétambién que no soy el tío másfamoso del mundo. La gente nolanza rumores sobre hámstersatascados en mi recto, ni nada porel estilo. Hay quienes estánconvencidos de que he saboteadovoluntariamente mi carrera conalgunas de mis decisiones«profesionales», pero no es así.Nunca he querido ser famoso por elsimple gusto de ser famoso. Mepropuse hacer algo bueno en estemundo, lo mejor que pudiese, y esees el único objetivo. Vamos, quehago sólo lo que quiero hacer ydedico una cantidad de tiempoenorme a decir que no a lasestupideces que me piden que haga

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y que sé que no me convienen. Nosoy un tío famoso de verdad, y esosson los que suelen escribir librossobre sus vidas, pero aun así hepasado por unas cuantas situacionesy he decidido que ha llegado elmomento de ponerlas por escrito.Esta no es la historia de alguienfamoso. Es solamente de la vida deun tío (uno que además se ve devez en cuando metido ensituaciones similares a las de la vidade un tío famoso). Ponerse a haceresto tiene una carga inherente deEGO, de QUÉ IMPORTANTESOY, que me hace sentirincómodo. Pero no me habríapuesto a ello si no creyese que lamía es una historia bastantepeculiar. No soy tan importante.Gracias a la educación que recibí,

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ridicula, trágica a veces y siempreinestable, me fue concedido un don,el de una inseguridad abrumadora.Una de las cosas que se le notaenseguida a la gente con problemasmentales es el ensimismamientocontinuo. Creo que se debe a quetienen que esforzarse por serquienes son y les cuesta muchísimoir más allá. Yo no soy la excepción.Pero afortunadamente heencontrado la manera de hacermefrente a mí mismo y a mi familiatratándolo todo y a todos como unproyecto artístico en constanterenovación para disfrute de todosvosotros. ¡Disfrutad! ¡De nada!

Y recuérdenlo: Everett bautizó Eels a su

banda para que en las tiendas sus discos se

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ubicaran automáticamente a continuación desus proyectos en solitario.

Everett, por supuesto, se olvidó de queexistía otra banda bastante conocida y llamadaEagles.

DIEZ Y la sorpresa no es que Cosas quelos nietos deberían saber haya sido un bestseller en Inglaterra, donde fue recibido comoel mejor libro de autoayuda que no intentaayudar a nadie pero que lo consigue casi sinproponérselo. Porque Cosas que los nietosdeberían saber trata de cómo triunfar en elpanorama musical sin por eso tener quevenderse y, también, de lo que se siente esainolvidable y definitiva mañana en la que,cepillándote los dientes frente al espejo delbaño, descubres que tu rostro se ha convertidoen el rostro de tu padre.

Y que te mira —te miras-fijo y

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a los ojos.

Y que, de algún modo, lo entiendes todo

y te comprendes del todo.

Por fin, al fin.

En una reciente entrevista, Mark Oliver

Everett explicó que, habiendo agotado el temade su familia en verso y en prosa, ahora seveía en la rara situación de tener que salir abuscar nuevo material.

«Supongo que tendré que encontrar otrafamilia sobre la que escribir», dijo.

Y agregó: «Dentro de cuarenta añostengo planeado escribir el segundo volumen demis memorias y, si todo va bien, mi objetivoes que sea un libro verdaderamente aburrido».

No sé por qué, pero algo me dice que tal

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vez haga lo primero pero difícilmente logre losegundo.

Sus nietos jamás se lo perdonarían.Nosotros. tampoco.«No todo es bueno y no todo es malo |

No creáis en todo lo que leéis | Yo soy elúnico que sabe cómo es | Así que he pensadoque mejor os los cuento | Antes de irme»,canta Mark Oliver Everett al final de «Thingsthe Grandchildren Should Know», en BlinkingLights and Other Revelations.

Y aquí cumple su palabra, y su letra y sumúsica.

Ahora, a cepillarse los dientes mientras selee este libro.

Ahora, a mirarnos leyendo.Ahora, por fin, a vernos.Aquí estamos y sí, están tocando nuestra

canción, nuestras canciones. Leámoslas paraoírlas sonar.

Así suenan.

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Suenan tristes, pero suenan tan bien.Crean en todo lo que van a leer aquí.De verdad.

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1 El verano del amor Conducía por la negrísima noche de Virginiasobre la cinta de asfalto perfectamente planaque en otra época había ocupado la vía deltren. Cuando llegué al puente elevado quecruza la cañada, me puse a pensar en losdetalles de la noche en la que acabaríadespeñándome por él. Estaba convencido deque no viviría hasta cumplir los dieciocho, ypor eso no me había molestado nunca enhacer planes de futuro. Los dieciocho habíanllegado y pasado hacía un año, y yo seguíarespirando. Y las cosas iban a peor.

Verano de 1982. Ese calor repugnante,húmedo, pegajoso con el que la espalda de lacamisa se empapa con solo salir a dar una

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vuelta con el coche. Al novio de mi hermanaLiz se le cruzaron los cables una noche en lacocina de casa y me atacó con un cuchillo decarnicero. Poco después, Liz intentósuicidarse, la primera de una larga lista detentativas. Se tragó un puñado de pastillas. Elcorazón se le paró justo cuando llegábamos alhospital, pero consiguieron reanimarla.

Poco después de todo aquello, Liz y mimadre salieron de viaje para ir a ver a unosparientes y yo encontré el cadáver de mipadre, tendido de lado sobre su cama, vestidocomo siempre con camisa y corbata y con lospies rozando el suelo, como si simplemente sehubiese sentado para morir, a sus cincuenta yun años. Intenté aprender cómo se practica lareanimación cardio— respiratoria con laoperadora del servicio de emergenciasmientras cargaba con el cuerpo ya rígido de mipadre por el dormitorio. Se me hacía rarotocarle. Que yo recordase, era la primera vez

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que teníamos contacto físico, si exceptuamosalguna que otra quemadura de cigarrillo queme había llevado al intentar escurrirme por sulado en el estrecho pasillo.

Pensaba que saltar del puente con elcoche sería la mejor manera de afrontar ladesoladora y agobiante sensación de ser yo.Melodramática manera de quitarse de enmedio, ¿no? Es que era un crío. Más adelante,lo habitual era que me imaginase usando unapistola, que no es tan espectacular comotirarte en coche por un puente de tu pueblo.Se puede hacer un seguimiento de midesarrollo a partir de estos datos. Másrecientemente he pensado a menudo en laspastillas. El melodrama es para los chavales.Ahora soy un hombre maduro.

Hacia finales del verano (que yo habíaempezado a llamar ya «el verano del amor»)me fui de casa por primera vez con mi ChevyNova dorado del 71. El coche, al que yo había

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bautizado «Oro Viejo», y cuyo suelo oxidadohabía sido substituido por una señal de STOP,se lo había comprado por cien pavos a la rubiabuenorra de mi prima Jennifer, que años mástarde moriría a bordo del avión que se estrellócontra el Pentágono el 11 de septiembre de2001. Era azafata. Aquella mañana habíaescrito desde el aeropuerto de Dulles unapostal en la que podía leerse en grandes letrasLA VIDA ES GENIAL.

Mi padre trabajaba en elPentágono en la época en la que yonací. Si fuese de los que creen enlas maldiciones me preguntaría si elavión chocó contra el ala deledificio en la que estaba la oficinade mi padre. Pero no creo en lasmaldiciones. La vida tiene susaltibajos. A lo largo de mi vida ha

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habido situaciones extremas, pero sitenemos en cuenta que no he tenidonunca un plan y casi nunca laautoestima necesaria para saliradelante, las cosas podrían habersalido mucho peor. Me limito a irpor ahí y ver qué pasa en cadamomento.

No sé qué sucede cuando morimos, y no

cuento con descubrirlo antes de palmarla.Seguramente no pasa nada, pero nunca sesabe. De momento sigo vivo, y he acabadopor entender que algunos de los peoresmomentos de mi vida han desembocado enalgunos de los mejores, así que no soy de losque devora con avidez el melodrama ajeno.Cada día es cada día, y punto.

Se me hizo raro dejar a mamá y a Liz encasa, pero había llegado el momento de salir

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de allí. Hacía tiempo que me había convertidoen el hombre de la casa, visto que nadie másdictaba las leyes, y la muerte de mi padreapuntaló definitivamente mi posición. Perosabía que si no salía pronto de allí quizá nollegase a escapar nunca.

Por muy raras que se pusiesen las cosas,siempre fui capaz de aislarme en mi cuarto delsótano (paredes pintadas de negro) leyendo Elhombre invisible de Ralph Ellison yescuchando a todo trapo con los auricularespuestos Live at Leeds de The Who, PlasticOno Band de John Lennon, o lo que fuera queme ñipase ese año. Incluso en aquella fase tanterrible del Verano del Amor era capaz deescapar a todo al volante de Oro Viejo,contemplando la puesta de sol mientrasescuchaba a Sly Stone cantar «Hot Fun in theSummertime» a través del radiocassette cutreque llevaba pegado con cinta adhesiva alsalpicadero.

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Llegué hasta Richmond y me matriculéen la uni. No me interesaba estudiar, peroparecía algo que todo el mundo hacía y yo notenía otros planes. Mis notas en el institutohabían sido pésimas como consecuencia de miabsoluta falta de interés, de modo que en launi me aceptaron sólo a tiempo parcial. Mesentía completamente solo y miserable.

Una noche pasaba por al lado de uno delos edificios del campus y oí unos pianos.Entré y descubrí que se trataba deldepartamento de música de la universidad. Amí no me interesaba estudiar música en aquelplan, pero me moría por tocar algo, lo quefuera, así que empecé a colarme de día y denoche en las salas de prácticas de piano,siempre preocupado por que me pillaran, yaque no tenía permiso para estar allí dentro.Eran los únicos ratos en los que me sentíabien, aporreando las teclas e inventándomecancioncillas sobre la marcha. A veces

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imaginaba a una pila de gente que escuchabalo que estaba tocando y le gustaba. Hubo otranoche en la que estuve tocando con tantoabandono que rompí una de las cuerdasgraves de un piano, que restalló como un tiro.Salí corriendo del edificio para no meterme enun lío.

Cada vez me hundía más en ladesesperación. No me interesaba ninguna demis clases. La única vía de escape era lamúsica. Empecé a sentir algo que casi podríadescribirse como ansia de escribir y grabarmúsica. Caminaba atontado por las calles deRichmond mientras soñaba con recuperar elpiano de mi madre y hacerme con unagrabadora y un micrófono.

Mira que han pasado años, pero haynoches todavía en las que me siento a pensaren la época en la que era joven de verdad y lobien que me sentía cuando todo iba bien aún y

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todos estábamos en casa: mi padre leyendo elperiódico, Liz dale que dale con Neil Youngen su habitación, mi madre riéndose con surisita bobona de algo que tampoco es quetuviese tanta gracia... Cuando pienso en lo quesentía al vivir en medio de todo aquello, meacomete un anhelo irrefrenable y estaríadispuesto a dar cualquier cosa por podervolver a pasar una noche en esa época.

La vida está llena dehermosuras impredecibles ysorpresas extrañas. A veces, labelleza me supera y no sé cómoafrontarla. ¿Conoces la sensación?¿Cuando algo es demasiadohermoso? ¿Cuando alguien dicealgo o escribe algo o toca algo quete conmueve hasta las lágrimas, oque llega incluso a cambiarte? Está

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bien cuando un no creyente tieneque cuestionar sus propias dudas.Quizá fuera eso lo que me condujode entrada a la música. Parecíamagia. Bastaba con añadir música yya era capaz de trascender lalamentable situación de mi entorno,y convertirla incluso en algopositivo.

Puede que no me guste tanto la gente

como al resto del mundo. Parece que la razahumana está enamorada de sí misma. ¿Quéclase de ego hace falta para llegar a creer quehas sido creado a imagen y semejanza deDios? A ver, sacarse de la manga eso de queDios tiene que ser como nosotros... por favor.Stanley Ku— brick lo expresó muy bien: eldescubrimiento de vida inteligente fuera de laTierra sería catastrófico para el hombre por el

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simple motivo de que ya no seríamos capacesde considerarnos el centro del universo.Supongo que me estoy convirtiendo poco apoco en uno de esos viejos cascarrabias quecreen que los animales son mejores que laspersonas. También es verdad que de vez encuando hay gente que me sorprendepositivamente y acabo incluso enamorándomede ella, así que... Es lo que hay.

Ya que estamos, ¿qué clase de ego hacefalta tener para escribir un libro sobre tu viday pensar que le puede interesar a alguien?¡Uno enorme! Pero no tan grande como parapensar que fui creado a imagen y semejanzade Dios. A no ser que Dios sea un ectomorfopeludo y de hombros caídos (y no quiera Diosque me olvide de usar la omnipotente «D»mayúscula). Sé también que no soy el tío másfamoso del mundo. La gente no lanza rumoressobre hámsters atascados en mi recto, ni nadapor el estilo. Hay quienes están convencidos

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de que he saboteado voluntariamente micarrera con algunas de mis decisiones«profesionales», pero no es así. Nunca hequerido ser famoso por el simple gusto de serfamoso. Me propuse hacer algo bueno en estemundo, lo mejor que pudiese, y ese es elúnico objetivo. Vamos, que hago sólo lo quequiero hacer y dedico una cantidad de tiempoenorme a decir que no a las estupideces queme piden que haga y que sé que no meconvienen. No soy un tío famoso de verdad, yesos son los que suelen escribir libros sobresus vidas, pero aun así he pasado por unascuantas situaciones y he decidido que hallegado el momento de ponerlas por escrito.Esta no es la historia de alguien famoso. Essolamente la vida de un tío (uno que ademásse ve de vez en cuando metido en situacionessimilares a las de la vida de un tío famoso).Ponerse a hacer esto tiene una carga inherentede EGO, de QUÉ IMPORTANTE SOY, que

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me hace sentir incómodo. Pero no me habríapuesto a ello si no creyese que la mía es unahistoria bastante peculiar. No soy tanimportante.

Gracias a la educación que recibí,ridicula, trágica a veces y siempre inestable,me fue concedido un don, el de unainseguridad abrumadora. Una de las cosas quese le nota enseguida a la gente con problemasmentales es el ensimismamiento continuo.Creo que se debe a que tienen que esforzarsepor ser quienes son y les cuesta muchísimo irmás allá. Yo no soy la excepción. Peroafortunadamente he encontrado la manera dehacer frente a mí mismo y a mi familiatratándolo todo y a todos como un proyectoartístico en constante renovación para disfrutede todos vosotros. ¡Disfrutad! ¡De nada!

Por otra parte, y teniendo en cuenta lahistoria de mi familia, es muy posible que elecuador de mi vida haya quedado atrás hace

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ya algún tiempo. Por eso creo que quizá seamejor escribir todo esto ahora, por si resultaque no escapo a la norma. No quiero irposponiéndolo mucho más tiempo.

Por lo visto hay varias maneras deenfocar este asunto. Podría escribir en plan«poético». Algo así:

De pie frente al porche, fuiconsciente del penetrante olor de lahierba recién cortada. Podíatambién oír el quedo zumbido delos cortacéspedes por todo elvecindario. El aire acondicionadodescargaba sobre mí, y yo,entretanto, esperaba. Mary bajó alfin. Nunca llegué a entrar en lacasa. Rompió conmigo allí mismo.Regresé a casa acompañado por el

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canto de las cigarras, ajenas a midolor.

O podría incluso darle otra vuelta de

tuerca y hacerlo verdaderamente florido. Talque así:

A lo lejos se entreoye el tenuezumbar de las segadoras. Mozosbronceados y de pechos lampiñossudando al sol, entregados a unaúltima y genuina actividad físicaantes de cargar con sus petatesrumbo a Yale o a Brown. Puedo oírlos pasos de Mary al bajar lasescaleras, titubeante. Tengo ungrillo (no, un saltamontes) junto alzapato. No sé qué es lo que Marysiente por mí, pero este chiquitín sí

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ve lo que realmente soyConectamos por un instante, yluego se aleja de un brinco. Ahoraestoy solo. Aparece Mary. Va aromper conmigo, puedo verlo en surostro. Está a punto de tomar elamor desatado y absolutamenteincondicional que le he ofrecidopara estrellarlo contra el suelo,donde se desintegra en miles deañicos inservibles. Me hago a laidea. Me hago a la idea. (Fin delcapítulo.)

O bien podría ser sincero contigo. Algo

así como:

Un día de julio fui a casa deMary a pasar con ella un rato. Me

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abrió la puerta, pero no llegué aentrar nunca. Rompió conmigo enel porche de la entrada.

No quiero malgastar tu tiempo con

ñoñerías ni chorradas, así que por respeto a ti,dilecto lector, me ceñiré al estilo más directo.

Nunca me interesó llevar un diario.Bastante tenía con intentar vivir la vida, demodo que nunca escribí uno. Tampoco mesentía con ánimos de revivir buena parte de mivida. Pero eso es precisamente lo que me hizoilusión cuando mi amigo Anthony me rogó pormilésima vez que escribiese un libro sobre mivida. Llevo dentro un mecanismo extraño quese activa cuando creo que algo queda fuera demi alcance: sé entonces que tengo que llegarhasta ello. Aunque suponga volver a procesartodo lo que mi selectiva memoria es capaz derecuperar.

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En primaria fui un niño esmirriado y depelo largo al que a menudo confundían conuna chica y que siempre, siempre era el últimoo el penúltimo en salir escogido en los equiposde deporte escolar. Ahora soy un hombreadulto que pasa la segunda mitad de suprimera crisis de la mediana edad oculto trasguardias de seguridad que intentan protegerledurante sus conciertos del acosadordesquiciado de turno.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

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2 Qué tiempos aquellosCalla o muere Soy hijo de un humilde mecánico. De alguiendedicado a la mecánica, vaya. A la mecánicacuántica. A mi padre, Hugh Everett III, autorde la teoría de los universos paralelos, loconocí siempre como un hombre calladodurante los dieciocho años o así queconvivimos en la misma casa. Por lo visto,vivía deprimido por una infancia infeliz y porhaber sido siempre despreciado como unchalado, y porque sólo muy tarde (demasiadotarde) se había reconocido su genio. Heaprendido mucho sobre él tras su muerte, através de libros y revistas, mucho más de lo

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que podría haber aprendido nunca delcentenar de frases que me dirigió duranteaquellos dieciocho años.

El padre de mi padre era el coronel HughEverett Jr., del ejército estadounidense. Untipo imponente, alto, calvo como una bola debillar y con una barbita de chivominuciosamente recortada sobre el mentón.Como abuelo, fue un vejete encantador queme llevaba a ver pasar los trenes porBerryville (Virginia), la ciudad en la que vivía.De vez en cuando nos encerraba a mihermana y a mí en el centenario armario delos abrigos, apagaba las luces y anunciaba queun fantasma llamado «el gran Gazunk» estabaa punto de aparecérsenos. Habrá quien digaque aquello era un maltrato terrorífico, peroyo lo recuerdo como algo divertido. Pero enlos años cuarenta, mi abuelo obligó a mi padrea ir a una academia militar, algo que mi padreaborreció. El coronel se empeñó además en

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llamar siempre «Pudge»1 a mi padre, quetenía propensión a la corpulencia. Tanto deniño como a lo largo de su vida adulta, mipadre fue siempre «Pudge» para su padre. Esalgo que presencié muchas veces. Magníficamanera de generar autoestima. Como llamar auna hija coja «muñoncito». Bueno, quizá notan bestia, pero aun así... bastante bestia.

La madre de mi padre era KatharineKennedy, poetisa con un historial deproblemas mentales. Cuando mi padre teníasólo ocho años el coronel Hugh y Katharine sedivorciaron, algo que en los años treinta no eranada común. Mi padre nunca tuvo una buenarelación con su madre, y nunca sintió muchasimpatía por ella.

No me extraña que Pudge no hablasemucho. Era hijo único, muchísimo másinteligente que los macacos que teníaalrededor: a sus trece años manteníacorrespondencia con Albert Einstein y

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elaboraba conceptos inauditos sobre el hechode que todo lo que puede suceder en estemundo está sucediendo en algún lugar.Mientras, su madre loca era alguien ajeno a suvida y su padre militar le llamaba gordo.Creció detestando la autoridad.

Katharine estuvo recluida en un sanatoriodurante algún tiempo y murió poco después denacer yo. En la buhardilla encontré un librocon sus poemas, titulado Música de lamañana. Copio parte de un poema tituladoEsta fue la visión, publicado en 1937, cuandomi padre tenía siete años:

De pronto hubo música:escuché; oíalgo borroso bajo la cadencia,algo desesperado y lejano y fiero ydulceque llamaba...

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algo cercano al núcleo de la Vida:

Vi vida en un mosaico, en dibujoscomo rosaslanzadas nota a nota hacia unaCara...bajo los acordes,tendida hacia mí entre las notashabía algo que latía, relativo a alas yespacios,algo ligero y generalizadory de patrón seguro.

El coronel Hugh consideraba que la

mejor manera de criar a un muchacho eraecharle al agua y dejar que nadase o seahogase. Literalmente, en el caso de mi padre:lo tiró al lago para obligarle a aprender anadar. Por los motivos que fueran, mis padresdecidieron que la teoría pedagógica de «o

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nadas o te ahogas» también sería buena parasus hijos. Ni a mi hermana ni a mí nosdictaron reglas. De nosotros se esperaba queaprendiésemos a hacer las cosas por las malas:haciéndolas. Evidentemente, todos sabemosahora que esa es una idea de locos, una muymala idea. Los niños necesitan que les ponganalgún límite. Un exceso de reglas no es bueno,pero la ausencia total de reglas también tienetela. Si a los niños no les dejan ser niños, seconvierten en pequeños adultos durante suinfancia... y en adultos aniñados de mayores.Ha de ser al revés.

Mi padre conoció en Princeton a mimadre, Nancy Gore, una morena guapa yesbelta de ojos castaños; él estudiaba allí, ellaera secretaria. Ella había nacido en Amherst(Massachussetts), y era la más joven de treshermanos. Su padre, Harold Gore, eraentrenador universitario de baloncesto yorganizaba un campamento de verano en

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Vermont llamado Camp Najerog, que era elnombre de mi abuela Jan Gore deletreado alrevés, más o menos.

Creo que está en el Hall of Fameuniversitario, o en una lista de esas.

Mi padre y mi madre se casaron y setrasladaron a Alexan— dria (Virginia). Mihermana, Liz, nació en 1957. A mi padre lo delos niños no le iba nada, pero que nada, asíque todo lo que tuviese que ver con la prolerecayó sobre mi madre. Pocos años despuésintentó tener otro niño pero lo perdió. Así decerca estuve de tener un hermano gemelomuerto, como Elvis. Aunque yo nunca le pusenombre ni pasé noches en vela hablando conél.

Para cuando aparecí yo, en 1963, mihermana, que era una rubia monísima a la quese le perdonaba cualquier cosa, tenía ya seisaños y muy posiblemente estuviese ya muytocada de tanto hundirse y nadar, pero sobre

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todo de tanto hundirse. Todos los líos en losque yo me pude meter más adelante nollamaban demasiado la atención después detodas las barbaridades que ella hizo. De ella loaprendí todo.

El primer recuerdo que tengo es caermepor las escaleras en nuestra casa de Alexandriay ver que mi padre levantaba la vista deldiario. Se parecía a Orson Welles. La mismaperilla, la frente despejada, la cabeza y elcuerpo redondeados. Fumaba tres paquetes deKent al día, siempre con una pequeña boquillaque sostenía entre unos dedos de uñasexcepcionalmente largas.

Cuando cumplí dos años nos trasladamosa una urbanización nueva construida en unaantigua explotación agrícola de la Guerra Civilen Mclean (Virginia), en lo que pronto seríaun creciente suburbio a las afueras deWashington DC. Mi padre trabajaba entonces

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en el Pentágono y era uno de los «geniecillos»(así los llamaban) de Robert McNamara.Después de que su posible genialidad hubieraquedado descartada tras una desastrosacumbre organizada en Copenhague, necesitabaun trabajo de verdad y la guerra de Vietnampagaba bien. En el sótano teníamos un teletipoque constantemente imprimía comunicadosdel Pentágono. El sótano estaba tambiénatestado de cajas de comida liofilizada y dearmas. No estoy seguro de qué es lo queesperaba mi padre, pero el saber que teníacontactos muy directos y que había optadopor prepararse para el Apocalipsis no me hacíasentir precisamente seguro.

Estábamos a mediados de la década delos sesenta, y la gente empezaba a tener ideasbastante peregrinas. Mi padre desde siemprese había pirrado por las ideas y los aparatosnuevos, y por eso éramos siempre losprimeros en tener las últimas novedades,

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como el microondas o el reproductor devídeo. Por desgracia, los primeros aparatoseran siempre los peores. Nadie sabía todavíacómo hacerlos bien. Aún sospecho que aquelmamotreto que llamábamos microondasirradiaba mierda cancerígena por toda la casa.

Nuestra casa estaba todavía a medioconstruir cuando nos mudamos. Laurbanización consistía en unas cuantas casasde muestra, y el prototipo de nuestra casatenía un sótano, una planta baja y un pisosuperior. En la parte trasera de la planta bajahabía una sala que los propietarios podíanconvertir en una pequeña sala de baile | fiestaso en una minúscula piscinita. Era una de esasideas de bombero de los sesenta, y todos losvecinos con dos dedos de frente optaron porla sala en sus casas, pero mi padre prefirió lapiscina, cómo no, que era diminuta y ridiculay que con el tiempo causó muchos problemas.Podríamos haber aprovechado el espacio para

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algo más práctico, pero la mía no era unafamilia práctica. Éramos los raros delvecindario, eso seguro. No había padres comoel mío. El resto de padres jugaban a fútbol consus hijos, dirigían equipos infantiles de béisbol,organizaban barbacoas, etc... El mío vivíasentado.

Vivíamos a escasos kilómetros de la CIA,y nuestros vecinos eran una curiosa mezcla deespías de la CIA, diplomáticos extranjeros yfuncionarios del gobierno. Luego estaba lagente de Virginia, los garrulos que habíancrecido allí y la comunidad negra que llevabaestablecida más de un siglo en la zona. Una delas casas nuevas de nuestro vecindario habíasido construida frente al cementerio de suiglesia, que estaba plagada de viejas lápidascon nombres como GEORGEWASHINGTON y ABRAHAM LINCOLNcincelados sobre ellas.

Durante los años que vivimos juntos, mi

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padre fue siempre una presencia constante enla mesa del comedor: garabateandoanotaciones físicas aparentementedesquiciadas sobre cuadernos amarillos,leyendo el periódico, bebiendo gin-tonics yfumando Kent. Luego se trasladaba al salón yveía las noticias y se quedaba amodorrado enel sillón, siempre en la misma postura, bocaabajo con una pierna colgando sobre elrespaldo del sofá, con lo que los chavales delvecindario que espiaban por la ventana luegopodían meterse conmigo porque mi padre «setiraba» el sofá. Roncaba mucho. Mi madre yLiz se turnaban en darle codazos y en darle lavuelta para que dejase de roncar. Pero nohabía manera; lo único que podíamos hacerera subir el volumen de la tele hasta que eraposible oír a Walter Cronkite a una manzanade distancia.

Mi padre era tan poco comunicativo queyo pensaba en él como parte del mobiliario,

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algo que estaba ahí, sin más. En las escasasocasiones en las que se animaba resultabafascinante para mi hermana y para mí. Eraalgo muy poco frecuente y totalmenteinesperado. Teníamos un viejo gato siamésllamado Tut que estuvo enfermo durante años(por culpa del microondas, seguro) y que sepasaba el día maullando de manera espantosa.Mi padre no parecía darse cuenta de ello,como tampoco era capaz de darse cuenta denada. Pasaron unos cuantos años, y llegó undía en el que el gato maullaba como decostumbre cuando mi padre levantó la vistadel diario y muy sereno dijo: «Cállate».

Liz y yo nos miramos. El gato siguiómaullando quejicoso desde la habitacióncontigua, y mi padre subió un poco el tono devoz.

—Que... te... CALLES.Estábamos fascinados. ¡Había hablado!

¡Había algo que le afectaba! El gato siguió a lo

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suyo. De repente, a mi padre se le enrojeció lacara y una mirada demente cruzó por susojos. Tiró el periódico sobre la mesa, selevantó de un salto de su silla y con vozestentórea y enajenada dijo:

—«¡CALLA... O MUERE!».

Aquel exabrupto nos encantó a Liz y a

mí, en parte por lo novedoso y en parte por loexótico y emocionante de ver al viejo expresaremociones. «Cálla o muere» se convirtió enuna de nuestras expresiones privadas durantemucho tiempo. Lo de las frases privadas eraalgo muy nuestro. Otra de nuestras favoritasera «¿dónde coño está el Newsweek?»,nacida en otro arranque de genio. Liz y yoprocurábamos que frases de ese tipo fuesenlongevas, y algunas de ellas sobrevivieron

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durante varios años. Incluso la manera en quetratábamos a nuestros padres acabó siendocosa de chiste. Empezamos a llamarles«padre» y «madre», así, a lo pijo, solo paraecharnos unas risas, y acabamosmanteniéndolo durante años. Al final optamospor la versión opuesta, «ma» y «pa», y conesos nombres se quedaron durante el resto desus vidas.

De pequeñito yo estaba enamorado de mimadre, y vivía obsesionado con sus pechos.Ya está, ya lo he dicho. Años más tardeaprendí durante una terapia que esta confesiónen realidad señala una de las cosas másnormales de toda mi educación. Mi madre eramuy infantil para según qué cosas y parecíavivir su vida para ayudar en lo que pudiera alos demás. Pero su familia era de NuevaInglaterra, y la habían educado para nomostrar sus emociones; en consecuencia, a

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veces podía ser involuntariamente cruel yexcesivamente crítica. También era proclive asúbitos ataques de llanto que me hacían sentirindefenso. Para mí resultaba muy difícil,porque me hacía falta una madre, y a raíz deaquello me sigue haciendo falta una (no sepreocupen, señoras, ya sé que no puede ser, ylo he aceptado). A medida que me hacíamayor, empecé a ver a mi madre cada vezmás como una hermana o una hija.

No hay nada comparable a la indefensióny la confusión que sentía en los días dellantinas, como un día que estaba pasando elaspirador por el salón. Creo que yo tenía porentonces tres o cuatro años y estaba por allícerca sentado en el suelo jugando con unoscochecitos. Que yo recuerde no pasó nadaespecial, pero de repente apagó el aspirador,tiró la boquilla al suelo y se puso a llorar.Subió por las escaleras aullando palabrasininteligibles entre lágrimas y con un chillido

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que retumbó en mis oídos se encerró con unportazo en su habitación. Cosas así.

Pero luego, a los pocos días, tropecé conel cable del flamante tren eléctrico queacababa de montar y las vías y vagonessalieron volando en todas direcciones. Rompía llorar y salí corriendo de la habitación. Mimadre llegó a toda prisa desde la cocina y medetuvo. Me tomó de la mano con toda laternura del mundo y me llevó de nuevo adonde estaba desperdigado el tren. Empezó arecoger las piezas de la vía y me dijo: «No tepreocupes. Esto va aquí. Y esto aquí. Veráscomo lo reconstruimos».

Tenía la mala costumbre de mirarmesiempre con aire de desaprobación, y si aalguien le gustaba algo de lo que yo hacía,soltaba cosas como «¿y a ese qué le pasa?»,pero me quería. Lo digo en serio, me queríamucho, tanto como sabía. Casi nunca sabíahacer de madre como Dios manda, pero me

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quería muchísimo a su manera. Me hacíasentir verdaderamente especial, y es muyposible que ése sea uno de mis principalesproblemas ahora. Una vez te han adiestradopara ser especial no te sientes cómodo nosiéndolo. No me dio ese amor demente eincondicional que la madre de Frank Sinatra ledaba a Frank (en plan «mi hijo es lo mejor deeste mundo», para entendernos); siemprehabía condidonantes, y yo no siempre era paraella lo mejor de este mundo, pero saltaba a lavista que yo era su hombrecito, ¿sabéis lo quequiero decir?

Entre ella y mi padre, nunca tuve laimpresión de que en casa hubiese alguien conautoridad, alguien cuerdo. Sé que me sentíasolo y responsable de mi propio destino, pormuy poca influencia que tuviese yo en él.Ninguno de nuestros padres hablabadirectamente o en privado con nosotros denada importante. La soledad es algo que nos

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inculcaron.Mis padres tenían uno de esos

«matrimonios abiertos» de los setenta. Yo noera consciente de ello en aquel entonces. Ladiscreción se les daba bien. Me enteré muchomás adelante, cuando mi madre y yomantuvimos varias conversaciones a corazónabierto. ¿Quién habría podido imaginar queaquel tipo tan callado de la mesa del salóntenía una vida social, y además de ese tipo?Me imagino qué pasaría después de que yome hubiese ido a la cama. Supongo tambiénque sería algo ocasional, una aventurilla aquí yallá, tanto por parte de él como de ella. Peropermanecieron juntos hasta que la muerte losseparó. No sé si habéis visto La tormenta dehielo. Posiblemente quisiesen ser modernos,adaptarse a los tiempos. Mi madre habíapegado en su Vega azul una pegatina en la quese leía NORML (creo que se refería a lalegalización de la maría). Mi padre conducía

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un Cadillac de segunda mano con una radio deradioaficionado bajo el salpicadero. Su alias deradioaficionado era «Científico Loco».

Una de las cosas que debo mencionar esque de niño se me hizo muy cuesta arribadarme cuenta de que los objetos inanimadosno tenían sentimientos ni eran capaces depensar. Era algo a lo que daba vueltasconstantemente, pero no era capaz deentender que el armarito del baño, porejemplo, no tenía sentimientos, y que desdeluego no estaba pensando nada en esemomento. Intentaba imaginarlos como simplespiezas de madera o metal, pero no acababa detener sentido. Me acuerdo de estar al borde delas lágrimas, de pie en el baño, mientras mimadre intentaba hacerme comprender que noiba a hacerle daño al armarito del baño si locerraba con demasiado ímpetu. Yoconsideraba al armarito uno de mis muchosamigos. Quizá lo que me confundía es que

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identificaba a mi padre con un mueble. Superéesa fase más o menos hacia la época en la queme desperté una noche y vi que mi madresalía de puntillas de mi habitación después dehaberme dejado debajo de la almohada loscincuenta centavos del ratoncito Pérez.

Andaba siempre ocupadísimoconstruyendo y montando cosas. Empecéhaciendo ciudades con mis cochecitos y lasvías del tren, y luego empecé a inventarmecancioncillas en el piano vertical que mi madrese había llevado consigo desde Massachu—sets. Iba de puerta en puerta invitando a losvecinos y les cobraba entrada para ver losnúmeros de marionetas que organizaba ennuestro salón. Establecí en el sótano mi propia«estación de radio» y tiré un cable hasta elcomedor, donde instalé un megáfonocutrísimo: a partir de entonces, mi familia tuvoque sufrir mis largadas y mi música durantelas comidas, con una calidad de sonido similar

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a la de las notificaciones por altavoz de unepisodio de M*A*S*H, una serie querecuerdo constante en el televisor del salón.

Cuando tenía seis años vi una batería dejuguete en el mercadillo organizado por elvecino de al lado. Volví corriendo a casa y lessupliqué a mis padres los quince dólares quecostaba. Me los dieron, y para ellos empezóuna vida aún más ruidosa. Por lo visto, teníacierto talento innato para la percusión, y enbreve me convertí en un buen batería. Todosparecían muy impresionados. Siempre tocabaen bandas de chavales mayores. Entonces eraMarky, el chavalín que andaba por ahí con losmayores. Ahora lo más normal es que yo seael más viejo en mis bandas, y todavía se mehace raro, después de tantos años siendo elmás joven.

En el colegio empecé con mal pie,aunque creo que prefiero decir que el colegioempezó con mal pie conmigo. Vivíamos en la

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casa más próxima a la escuela primaria local.Poco después de empezar a recorrer cada díael corto camino hacia las clases, me deprimípensando que tendría que hacer ese mismocamino otros seis años y luego... más colegio.Durante mi primer mes en primero, la maestra(vamos a llamarla «señorita Mala Puta») meacusó de hacer trampas en una prueba dematemáticas y me humilló delante de toda laclase. Una prueba de mates de primero, delestilo de «¿cuántas manzanas hay en el barril:2 o 3?» Yo estaba distraído, mirando por laventana para evadirme del tedio absoluto deestar allí encerrado, y de repente la maestrame llamó a su mesa y comunicó a la clase queMark Everett había hecho trampas y habíaestaba mirando lo que escribía el del pupitrede al lado.

Llegué hasta su mesa con las piernastemblorosas y le dije la verdad: no habíacopiado, simplemente había estado mirando

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por la ventana. Vale que no he heredado eltalento de mi padre para las matemáticas (dehecho acabé suspendiendo el curso de álgebramás fácil en noveno) pero tenía clarísimocuántas manzanas había en el puto barril. Memiró por encima de sus gafas puntiagudas, seajustó el severo moño de maestra y con unamueca aterradora insistió en que reconocieseque había copiado. Yo lo negué todo.

—Mark, estabas haciendo trampas.Reconócelo.

—No hacía trampas.—Venga, Mark. Hacías trampas.

Reconócelo.—Que no.Por fin, tras cinco o diez rondas de ese

toma y daca, y para escapar de una vez a lahumillación, me rendí y dije: «¡vale! ¡hecopiado!»

Rompí a llorar y me mandó a mi pupitre.De vuelta a mi mesa, mientras me hundía en

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la silla, pude notar cómo mi ánimo seescabullía en mi interior intentandoesconderse.

Seguí yendo a pie a la escuela cada día,pero ya no fue lo mismo. Toda la confianza,toda la extroversión que pudiera haber tenidose habían esfumado. Empecé a vivir en miinterior, viviendo de puertas afuera en modoautomático. Si el mundo real era así no meinteresaba. ¿Qué había aprendido hastaentonces? Que se puede declarar culpable a uninocente. Incluso hoy conservo un complejo:siempre que alguien ha hecho alguna, y no sesabe quién es ese alguien, y aunque nunca soyyo el responsable, me entra el nerviosismo ypienso que mejor será actuar «connaturalidad» para que no sospechen de mí,como si yo fuese de verdad el culpable.Muchas gracias, señorita Mala Puta.

Empecé a ir con la cabeza siempre gacha.Me sentía bien estando solo y tocando la

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batería.Al final del curso hubo un festival de

talentos de los alumnos de primero, y allídebuté en el mundo del espectáculo. Toqué mibatería de juguete acompañando unagrabación de La bandera cuajada de estrellas.Como canción para soltarse el pelo era unaelección bastante rara, y la escena resultó algoridicula. Monté deprisa y corriendo mi bateríafrente al público que abarrotaba el comedor dela escuela y le entregué el disco a la señoritaEdie, la regordeta profesora de segundo queejercía de maestra de ceremonias. Sacó eldisco de su funda, lo puso en el tocadiscosmonofónico de la escuela y posó la agujasobre los surcos. La versión instrumental deLa bandera cuajada de estrellas arrancó con elsonido de los trombones. Volví a mi batería yme di cuenta de que necesitaba una silla parasentarme, o no podría tocar. Salí corriendohacia la señorita Edie, que no entendía lo que

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le pedía.—¡UNA SILLA! ¡NECESITO UNA

SILLA!—Ah... quieres una silla. Vale, vale. A

ver si te consigo una.

Se acercó a una mesa delcomedor y empezó a buscar unasilla libre. Al final obligó a un chicoa ponerse de pie. Me la trajo hastadonde yo estaba y en seguida meinstalé detrás de la batería e intentéretomar el ritmo a media canción.Iba por el pasaje en el que dice «yel rojo resplandor de los cohetes», yyo me arranqué con un espectacularredoble de timbal que empezabamuy suave con el principio de lafrase y terminaba a todo volumencon estruendo de platos al acabar.

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La gente se volvió loca. Cuandoacabé, la cafetería explotó enaplausos.

Así comenzó el extraño universo paralelo

de mi vida: vivo escondido dentro de mímismo en la vida real (para evitar el dolor y lahumillación), pero en cuanto subo a unescenario trato de montar un númeroapasionado y sentido. Es la hostia.

En mi clase de primero había un niñonegro, y nos hicimos amigos. Vivía en elbarrio negro cerca del cual se había construidonuestra urbanización. Yo iba a menudo a subarrio y pasaba tiempo con su familia despuésde clase. Un día volví a casa y les dije a mispadres que quería ser negro. Si hubiera sidoposible me lo habrían consentido.

En segundo conocí a un chaval

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rechoncho de pelo alborotado llamadoAnthony Cain, aunque todo el mundo lellamaba «Ant». Tenía mi misma edad y vivíauna calle más allá. Recuerdo el momento enque le conocí. Yo iba empujando mi bici porla calle y él estaba en el centro de la calzadacon un grupo de chavales arremolinados a sualrededor. Le estaban viendo representar supropia versión de un concurso televisivo,¿Hay trato?: se llevaba las manos a las mejillascomo las mujeres que resultaban escogidaspor el presentador y chillaban «¡Monty!¡Monty! ¡Monty!». Me gustó lo que hacía. Élera un gordinflas, yo un esmirriado. A éltambién le confundían a veces con una chica,y también era de los últimos en salir escogidoen la selección de equipos, además de que legustaba subirse a un escenario. El vínculo queestablecimos se ha mantenido con vidadurante tres décadas. El fue quien me animó aescribir este libro.

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Uno de los comentarios malintencionadossobre mi físico que más me gustan me lodedicó un chaval a propósito de lo huesudo demis miembros. Me dijo: «le he visto mejoresbrazos a un tocadiscos». Los niños pueden sermuy crueles, pero reconoceréis que la fraseestá muy bien.

En tercero, un par de empleados de ladirección vinieron a mi clase y me sacaron delaula. De camino a la oficina estabaasustadísimo e iba pensando en todo lo quepodía haber hecho para meterme en un lío(gracias de nuevo, señorita Mala Puta).Cuando llegamos al despacho me sentaron enuna silla y me explicaron que había hecho untest de aptitud tan brillante que no estabanseguros de que tuviese que estar todavía allí.Yo tampoco estaba muy seguro de si deberíaseguir allí, pero acabé quedándome otros tresaños. Más o menos.

El aburrimiento y el desinterés que sentía

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por la escuela se mantuvieron a lo largo detodo mi periplo educativo. De principio a fin.Aborrecía cada instante y casi siempre sacabamalas notas. Simplemente no estaba por lalabor. Me asqueaba tanto ir a clase queempecé a fingirme enfermo para no tener queir. En quinto me hice el enfermo tantas vecesque pasé más días lectivos fuera de clase quedentro.

Una de las alegrías de mi vida era mihermana Liz. Era la mejor. Estábamos muyunidos, pese a que me llevaba seis años. Medejaba acompañarla en muchas de susactividades y andar con ella y sus amigosmayores. Entre las actividades se incluíafumar marihuana, beber cerveza y escucharmúsica. Era delgadita y rubia y tenía las tetasgrandes, y todo el mundo quería tirársela (yposiblemente lo consiguiesen), así que siemprehabía cerca chavales mayores con los que

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andar y dejarse corromper. Me encantaba serparte de un grupo de mayores.

Liz y yo nos lo pasábamos de miedo,incluso cuando yo era muy pequeño. Cuandola niña de la casa de al lado me llamóretrasado, Liz salió en seguida a defenderme:«¡A mi hermano no le llames retrasado!».Conmigo era siempre buena, y eso pese a lasputadas que yo le hacía, como comerme lamasa de las galletas directamente de la neveray mentirle luego a mi madre para que se lascargase Liz, mientras yo le hacía muecas y lesacaba la lengua a espaldas de mi madre.

Y eso por no mencionar el incidente delos malabarismos con las bolas de Navidad.Cuando yo era muy pequeño hubo unpariente, no recuerdo quién, que les regaló amis padres dos bolas navideñas de adorno,una amarilla en la que ponía Liz y otra rojacon mi nombre. A Liz y a mí se nos ocurrióque la primera de las dos que se rompiese

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señalaría quién de nosotros dos moriríaprimero. Unas navidades, cuando yo teníanueve o diez años, andaba yo haciendo minumerito habitual de malabarismos con lasbolas navideñas de Liz y Mark como hacíacada año para poner a Liz de los nervios. Ellame pedía que parase, como hacía cada año,porque no tenía gracia; y efectivamente, labola amarilla de Liz se me escurrió de lamano. Intenté pararla con la palma pero nopude cogerla. Se hizo añicos contra el suelo.La bola de MARK sigue hoy intacta. Ojaláhubiera sido la de MARK la que se me cayóaquel día.

Casi siempre lo pasábamos bien estandojuntos, pero también teníamos nuestros más ynuestros menos, como todos los hermanos.Una vez, Liz se enfadó conmigo porque mehabía puesto a tocar la batería en casa, y enpleno solo se me acercó y me arrancó lasbaquetas de las manos. Luego me las

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escondió, y yo le dije que algún día grabaríaun disco y lo titularía Pese a Liz.

Mi otra gran alegría era la música. Desdeel mismo momento que tuve mi batería dejuguete a los seis años anduve siempre metidoen la música. Pero nunca en lo que les gustabaa los chicos de mi edad. En el colegio, la genteescuchaba cosas del palo de «You Light UpMy Life». Yo escuchaba las cosas que mepasaba Liz, casi todo rock antiquísimo. Hacíaaños que los Beatles se habían separado, y lamúsica de mediados de los setenta no meinteresaba.

John Lennon salía mucho por televisión,presentando su embarazoso numerito dehippie concienciado, el tipo de historias quedaba ánimos a familias descoyuntadas en planLa tormenta de hielo como la mía. Pero eldisco que sacó con la Plastic Ono Band eraalgo muy especial. Visto desde ahora se haceraro que un disco así pudiese entusiasmar

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tanto a un crío de diez años: una de lasestrellas de rock más famosas de todo elmundo escarbando en la raíz misma de susproblemas, aullando de dolor ante la pérdidade su madre. Un fracaso de crítica y públicoen el momento de su publicación, y aun así amí me decía algo, no sé por qué.

Recuerdo que cantaba una canción deaquel disco, «My Mummy’s Dead», mientrasacompañaba a mi madre a hacer recados encoche. «¿No puedes cantar otra cosa?», mepedía ella, algo bastante razonable. Másadelante quise devorar todos los géneros demúsica, y pasaba por fases muy intensas enlas que quería aprender todo lo posible yescuchar cuanto cayese en mis manos decountry, soul, clásicos, bluegrass... siemprealgo distinto. Un año me dio de mala manerapor Marvin Gaye, y al siguiente por MerleHaggard. Cuando Prince apareció fue laprimera vez que me interesé por algo en el

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preciso momento en que sucedía, en lugar deescarbar en el pasado.

Lo que me encanta de John Lennon (yde Elvis Presley, ya que estamos) es que eragente muy insegura, y eso para mí es lo quelos hace artistas absolutamente humanos. Pormucho aplomo que le echasen, al final siempretenías la sensación de haber experimentadoalgo real, algo humano. Pon cualquier disco deElvis, incluso uno de los peores(especialmente uno de los peores) y oiráscómo cada inflexión rezuma inseguridad. Esoes algo que los artistas de hoy ya notransmiten. Están ocupadísimos dándoselas deduros.

Debía yo de tener doce años cuando unavión se estrelló en nuestro vecindario.Aquella noche estaba solo en casa, sentado enla alfombra de color vómito del salón viendoWhat’s Happening en la tele. A través de lascortinas empezó a relumbrar una luz

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anaranjada. Luego oí una especie de aullidocada vez más cercano y ensordecedor. Derepente hubo una enorme explosión de sonido.La casa tembló como si la hubiese sacudidoun terremoto (experiencia que he tenido añosmás tarde). Las ventanas temblaron y Tutchillaba sin parar. Como vivíamos tan cercade Washington DC, pensé que estábamossiendo bombardeados.

Tut subió corriendo por las escaleras paraesconderse y yo fui tras él con el corazón enla boca, sin saber muy bien qué estabahaciendo. Volví a bajar las escaleras y encendíla radio de radioaficionado que mi padre teníaen la repisa de la cocina, pero entonces se meocurrió que quizá la casa estuviese ardiendo yque mejor sería salir a la calle.

Salí descalzo a la calle intentandoentender qué estaba sucediendo, lo mismitoque el programa que había estado viendo porla tele. Me acerqué corriendo a la enorme

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columna de humo recortada por las llamas ylas luces de emergencia contra el cielonocturno, y a mi paso vi asientos y cenicerosy cuerpos desmembrados y desperdigados portodo el vecindario. Una casa había quedadodemolida por completo, y cerca de allí habíavarios cadáveres tendidos en el parque.Cuando mis pies descalzos tocaron el asfaltoaceleré y pensé en toda esa gente que hacía uninstante estaba viva y ahora estaba muerta, yen lo muy vivo que me sentía en esemomento.

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3 Primera novia En sexto empecé a caerle bien al marimachode la clase. Vamos a llamarla Jennie, porquequizá siga viva y no quiero ponerla en uncompromiso. Teníamos más o menos lamisma pinta. Los dos teníamos el pelo castañoy aproximadamente igual de largo. Para serniña, ella llevaba el pelo corto, y el mío eramuy largo para un niño. En clase yo no abríamucho la boca, pero ella era extrovertida yempezó a hablar conmigo y a pasarme notasdurante las clases. Era hija de un congresista.En nuestra primera «cita» me enseñó a jugar a«beso, atrevimiento o verdad» un sábado porla mañana en la cabaña del árbol de detrás desu casa. Me dijo que me bajase los pantalones

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y me tumbase sobre ella. No podría habermehecho más feliz.

Estaba enamoradísimo de ella y creía queen cuanto pudiésemos nos casaríamos. Nopodía dejar de pensar en ella. Ibamos juntos alcentro comercial, o a patinar sobre hielo, o alcine, y siempre lo pasábamos de miedo.Escribí mi primera canción de verdad al pianopensando en ella, pero nunca me atreví atocarla estando ella delante. En la hora degimnasia, cuando tocó aprender bailes encuadrilla, el profesor inmediatamente nosemparejó. Estábamos siempre juntos. Lasnotas que le pasaba en clase eran cada vezmás largas y estaban llenas de espantosospoemas adolescentes. Después de claseíbamos a mi casa, nos desnudábamos y nosmetíamos debajo de las sábanas de la cama deabajo de mi litera, y allí intentábamos follar.No sabíamos lo que hacíamos, pero meencantaba. Estar a su lado, olería, tocarla era

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lo mas extraordinario que me había pasadonunca.

Aquello continuó varios meses, hastallegado el invierno. Los profesores y losdemás chavales sabían que éramos «novios»,pero como solo teníamos once o doce añosnadie podía imaginarse lo colado que estabapor ella, ni que cada día estuviésemosdesnudándonos juntos después de clase.Nunca se me ocurrió hablar con los otroschicos de mi clase sobre lo que ella y yohacíamos. No se lo habrían creído, nitampoco habrían entendido todo lo quesignificaba para mí.

Un día mientras la maestra hablaba sobreAlaska y Hawaii o yo qué se qué me llegó unanota que decía:

QUIERO CORTARCONTIGO PARA SALIR CON

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OTRO. ¿VALE?

Me quedé tieso. Se me anegaron los ojos

y me costó Dios y ayuda no ponerme agimotear en plena clase de geografía.Desconcertado, esforzándome hasta loimposible por mantener la compostura, leescribí una respuesta y se la pasé:

VALE. ¿Te IMPORTA QUEPREGUNTE CON QUIÉN?

En su respuesta me informó muy

asépticamente que era con un chaval de otraclase.

Me pareció que mi vida se habíaacabado. Alguien había conseguido sacarmede mi caparazón, pero aquello era el pasado.¿Cómo iba ahora a seguir viviendo? Nunca se

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me ocurrió pensar que la vida tendría quevolver a ser como antes de conocerla. Habríapreferido cualquier otra sensación al terribledolor de perderla. Ya sé lo que estáspensando, «venga ya, que tenías solo onceaños», pero para mí fue descomunal.

Ya no sabía cómo portarme delante deella en clase, y opté por las sonrisas forzadas ylas conversaciones triviales. Fue espantoso.Me pasaba las frías y nubosas tardes vagandopor el vecindario, con la gorra de lana hundidasobre la frente y llorando, sintiéndomeabandonado y deseando morir. Estabaconvencido de que no podía hablar con nadiede todo aquello porque nadie iba a entender laprofundidad de mis sentimientos. Nadie de miclase tenía siquiera un novio o una novia deverdad.

Al cabo de un mes, Jessie cortó con sunuevo novio de la otra clase y se buscó otro,esta vez un chaval de nuestra clase.

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Constantemente me veía obligado a estar a sulado mientras reían y hacían monerías juntos,incluido el baile de cuadrilla, en el que yoparticipaba con una pareja escogida al azar.Cómo me dolía. El resto del año escolar pasócomo una larga y horrible niebla de sonrisascordiales pero fingidas para la feliz parejamientras yo me hundía cada vez más en mihoyo.

Al año siguiente empecé a tomar elautobús para ir a séptimo en el instituto. Nohablaba mucho, destrozado como estabatodavía por lo de Jessie, y rara vez levantabala mirada más allá de mis melenas cuandodeambulaba por los pasillos como un tristezombi adolescente. Cada vez me acostabamás tarde, y empecé a saltarme clases. Era tanretraído y tan raro que enviaron al psiquiatradel colegio para que hablase con mi madre.Cuando llegó me escabullí por la ventana demi cuarto, atravesé corriendo el patio trasero y

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me encaramé al pino más alto, dondepermanecí durante el resto del día.

Cuando atravesaba los pasillos delinstituto iba siempre con la vista baja yprocuraba mantener a toda costa la mismainexpresiva cara de póquer. Tanto tiempoestuve haciéndolo que mi mandíbula cambió,y de ser un tío dentón pasé a tener unprognatismo bastante pronunciado.

Hoy arrastro todavía los efectos de tantahosquedad. No hace mucho, estaba frente almostrador de una tienda de todo a cien y lacajera iba sumando lo que una amiga míahabía comprado. De repente, mientras abría lacaja registradora, dejó lo que tenía entremanos y me miró.

—Ya vale de muecas —me dijo.No estaba haciendo muecas.—¿Qué mueca? —le pregunté.—¡Esa! —dijo, y procedió a hacer una

caricaturesca imitación de mi prominente

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mandíbula inferior.—Es que... es mi cara. No le pasa nada.Diez años después de que Jessie

rompiese conmigo, mi hermana Liz volvió undía de su reunión de Alcohólicos Anónimos yme contó que mi primera novia era ahora unalesbiana alcohólica de tendencias suicidas (yviva el anonimato, ¿eh, Liz?).

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4 Adolescenciaproblemática El día que acababa primaria, el director delcolegio me tiró a unos arbustos en un ataquede rabia. Octavo había sido muy distinto alaño anterior. Pese a que era un buen batería,era también demasiado tímido y retraído paraunirme a la banda escolar de séptimo. Duranteel verano después de séptimo me dio porhablar por la radio de banda ciudadana que mipadre tenía en la cocina. Una noche me puse ahablar con una chica de dieciséis años que sehacía llamar «Tarta de Fresa» (mi nombre enlas ondas era «Jumpin' Jack Flash»: ya, ya losé). Me invitó a ir en bici a su casa. Cuando se

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abrió la puerta apareció una chica muy guapay muy desarrollada (yo tenía trece años,¿vale?) con una cabellera castaña que le caíahasta los hombros. Pensaba que sería suhermana mayor, pero era ella. Demasiadobuena para mí. Pero nos caímos bien, y seconvirtió en costumbre ir a su casa en bicipara sentarnos en el asiento delantero delcoche de su padre y que me diera clases decómo besar con lengua.

—Está bien, pero un poco menos delengua, despacito, suave. Vamos a probar otravez...

Tener una novia así de guapa y de mayorme hizo ganar confianza y me obligué a mímismo a ser algo más extrovertido.

Tarta de Fresa se trasladó al poco tiempocon su familia a Dale City, que no es queestuviese tan lejos pero que para untreceañero con bici bien podía haber estado aun millón de kilómetros. Pero ahora que

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volvía a tener algo de confianza decidí que meesforzaría por ser más abierto en el colegio.Me corté el pelo y me inscribí en la banda deoctavo, que algunos llamaban «laboratorio dejazz» y donde tocaba la batería la primerahora de clase de cada día. No sabía leermúsica, y a veces ponía la partitura del revéssobre el atril y hacía como que la seguía. Peromi habilidad natural bastó para que despuésdel primer concierto escolar (en el quetocábamos un tema, «Foxy Funk», quebásicamente consistía en un largo y vistososolo de percusión mío subrayado aquí y allácon pinceladas de la sección de vientos) laChica Más Guapa del Colegio decidiese queyo era mono.

Era muchísimo arroz para tan poco pollo,como se suele decir: tenía una preciosa melenade pelo castaño y un tipo espectacular, y aunasí me enamoré perdidamente de ella, ciego aldolor que inevitablemente había de llegar,

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incluso después de la desolación que supusoque Jennie me abandonase y Tarta de Fresa semudase. Cuando un mes después la ChicaMás Guapa del Colegio me dejó, me hizodaño, pero para entonces era losuficientemente fuerte para evitar que aquelloacabase conmigo, incluso cuando me contóque le había leído mis cartas de enamorado asu nuevo novio para echarse unas risas. Nodebería habérmelo tomado a la tremenda,evidentemente. A esas edades, el ritmo deemparejamientos es altísimo.

Una vez has estado saliendo con la ChicaMás Guapa del Colegio, las niñas monas delcole ven en ti a alguien guapete y atractivo, asíque durante el resto del año tuve una sucesiónconstante de novietas. Fue increíble. Habíapasado un año y era una personacompletamente distinta. Iba a fiestas de gentepopular, y además gente de mi edad, no sólo alas de los amigos de mi hermana. Iba por ahí

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con los chavales molones y gamberretes, y yomismo me convertí en un gamberro decuidado. Me saltaba clases, fumaba maría enel colegio, hacía gilipolleces...

Una noche, unos cuantos amigos y yoestábamos en el patio trasero de mi casa ysaltamos la verja de mi antigua escuela, ysobre el ladrillo blanco de la entradapintarrajeé PUTA ESCUELA con un espray.Al día siguiente, los padres se encontraron conque dejaban a sus hijos en la PUTAESCUELA. Fue lamentable. Aún meavergüenzo. Mi reputación había empeoradotanto y tan deprisa que me contaron que unamadre de nuestra calle había comentado: «Esaes una de las cosas que haría Mark Everett».Espero que mi delito haya prescrito ahora quepor fin he confesado que aquella fue una delas cosas que Mark Everett sí hizo.

Uno de mis mejores amigos era unchaval negro que se llamaba O’Dell. Era muy

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divertido, me recordaba mucho a RichardPryor. Tenía ensayados unos cuantosmonólogos en los que se refrotabadesaforadamente contra el suelo. Tambiéncontaba la historia de cómo tuvo que separar amanguerazos a sus dos perros cuando seapareaban, y acompañaba la escena deldesenganche metiéndose el dedo en la boca ysimulando un descorche, entre otros efectosde sonido. Siempre que mi madre nos llevabaen coche a algún lado O’Dell se sacaba de lachaqueta el cartucho de ocho pistas deParliament Funkadelic que llevaba siempreencima y lo enchufaba en la radio del Vega.

Y en esas andábamos el último día declase, vagueando cerca de los autobuses, listospara volver a casa. Estaba echándome unasrisas con O’Dell y algunos amigos; el director(al que llamaremos «el señor RabiaEnconada»), un hombre alto y corpulento deescasos cabellos y gafas de concha, estaba por

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allí cerca con unos cuantos profesores. No sémuy bien qué le pasó, pero de repente vinocorriendo hacia nosotros con los ojosdesencajados y diciendo: «¡Ven aquí,gamberro!», me levantó en vilo y me tirósobre los arbustos que marcaban la entrada ala escuela. Me pilló absolutamente porsorpresa, y a día de hoy sigo sin tener muyclaro por qué lo hizo. Una de dos: o se habíaequivocado y pensaba que me estaba riendode él, o bien mi fama había hecho que meconsiderase un símbolo de todo lo que fallabaen la escuela. Me descolocó por completo,además de hacerme un huevo de daño. Salíarrastrándome de los arbustos cubierto derasguños, me sacudí la ropa y volví hastadonde estaba O’Dell, que me miraba con ojoscomo platos. Nos subimos al autobús y nosencendimos un porrete. El autobusero nosobligó a bajar sin que hubiéramos recorrido niun kilómetro.

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Para cuando comencé a ir al instituto enseptiembre había empezado a perder laconfianza en mí mismo. Durante el veranoempecé a tener acné. Además, me pusieronaparatos en los dientes. Perdí toda la graciaque las niñas de octavo habían visto en mipelo y en mis solos de batería. Aquel año noentré en la banda escolar; además, en elinstituto había muchos más chicos que enprimaria, lo que significaba también que habíamucha mala gente. Y la mala gente hace quetú te sientas también mal. Me retraje de nuevoen mi caparazón, y si salía lo mismo podía serun borde que una persona amable. Octavo fueuna extraña y maravillosa excepción en elconjunto de mis años escolares. Durante untiempo había sido bastante popular y lo habíapasado bien, pero se había acabado.

Las mayores alegrías de aquellos díaseran andar por ahí con Liz, fumar maría,meterme tiritos de coca y beber cerveza con

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ella y sus amigos. Y de vez en cuandoempujar silenciosamente el Vega de mi madrehasta la calle en plena noche, llevarlo hastadonde no pudiese oírme, arrancarlo y dar unavuelta por la ciudad, dos años antes de podersacarme legalmente el carné de conducir. Lizse fue de casa para vivir con un tío con unabarba a lo Charles Manson que le doblaba laedad.

Intenté compensar la ausencia de Lizrecogiendo su testigo y poniéndome ciego a lamínima ocasión. Iba a casa de mis amigos ysaqueaba el mueble-bar de sus padres antes deque volviesen a casa, mezclando licores quenunca deberían mezclarse. Luego tenía quefingir que estaba sobrio cuando el padre o lamadre del amigo en cuestión me llevaba encoche de vuelta a casa. Una noche iba en elasiento trasero del padre de un amigo cuandome di cuenta de que no me iba a quedar másremedio que vomitar. Durante todo el viaje

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había hecho lo humanamente posible paraaparentar sobriedad. Me quité el gorro de lanade la cabeza y vomité en él tansilenciosamente como pude, deseando que elpadre de mi amigo, sentado directamentedelante de mí, no se diese cuenta de nada. Mepasé el último tramo del viaje con el gorroapretado entre las manos, procurando que elvómito no rezumase. Cuando me bajé delcoche me caí redondo en unos arbustos y ahíme quedé. Me desperté a la mañana siguienteen la cama de Liz, con todo el pecho cubiertode vómito. Cuánto me alegré de no habermeahogado, como Jimi Hendrix.

Un día, el tío de la barba a lo CharlesManson le dio un puñetazo en la cara a Liz yella volvió a vivir con nosotros.

—¡M.E! —me gritó cuando entró denuevo en casa. —¡He vuelto!

Yo tenía unos cuantos amigos llamadosMark y habíamos optado por llamarnos unos a

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otros por nuestras iniciales. Yo era M.E. Aveces abreviábamos y lo dejábamos en laúltima inicial. Con Liz de vuelta en casapudimos concentrarnos de nuevo en la crucialtarea de corromperme.

Con quince años cumplidos fui a unconcierto de los Gratefu1 Dead con unosamigos míos que eran fans incondicionales.Me gustaban algunos de los discos queponían. Tomé ácido con ellos un par de veces,y fue toda una experiencia. Recuerdovivamente que la primera vez que me metí unácido los cables del póster de Who are youque tenía colgado en el cuarto de bañoempezaron a desenroscarse como serpientes.Durante el quinto concierto de los GratefulDead al que fui topé con un gilipollas sentadoen mi asiento que además no quiso levantarse.Mientras deambulaba entre la masa depseudohippies bailones buscando un asientovacío tuve una revelación: gente, sois una

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panda de idiotas y falsos. Volví a casa y puseQuadrophenia a todo trapo.

Poco después, un día que como decostumbre llegaba tarde a la escuela, entré enel edificio por una puerta lateral dispuesto allegar a la carrera a mi primera clase cuando vien el pasillo a un chaval que conocía delgimnasio con una caja de cachorrillos.

—¡M.E! ¿A que te gustaría tener uncachorro?

Me acerqué y miré de cerca a trescachorros de labrador que parecían dealgodón.

—Estos dos están reservados, pero a éstatenemos que encontrarle una casa. Ha bebidoun poco de anticongelante, pero está bien.

Tomé al cachorro en brazos y porsupuesto me enamoré de inmediato. Así escomo te engatusan. Me había visto cara depardillo y había ido directo a por mí. Lo llaméFido, cargué con él todo el día y por la tarde la

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llevé a casa. Mi madre se plantó, en una desus pocos arranques de autoritarismo, ydeclaró que de ninguna de las maneraspodíamos quedarnos el cachorrillo. Fido secagó en el suelo de mi cuarto y en la cama deLiz y se pasó la noche aullando. A la mañanasiguiente vi a mi madre tomar a Fido enbrazos y frotar su nariz contra la suya. Pese alos cagarros y los aullidos, a partir de esemomento estaba claro que también se habíaenamorado de Fido.

Por entonces compensaba los díaspasados en los pasillos del instituto con losdientes apretados y la mirada gacha con tardesy noches cargadas de drogas y alcohol. Laverdad es que las drogas nunca me sirvieronde gran cosa, pero no se me ocurría nadamejor. Al final me pillaron fumando maría yme expulsaron durante una semana. Pocodespués me volvieron a sorprender detrás de

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los arbustos del instituto bebiendo una botellade ginebra que había birlado del armarito demi padre y haciéndole un cunnilingus a minovia. Era lunes, y ni siquiera habían dado lasdiez de la mañana. Nos sacudimos la tierra,ella se subió los pantalones y fuimosconducidos al despacho del director, dondevolvieron a expulsarme por segunda vez aquelnoveno curso.

Aquel verano decidí que no iba ajugármela más conduciendo sin carné y quesólo saldría con el Vega una última vez. A lascuatro de la mañana me pararon en un controly me arrestaron por saltarme un semáforo enrojo, conducir sin tener la edad mínima yrobar un vehículo (pese a que era el coche demis padres).

Esa misma semana, un chaval al que lehabía dejado mi chaqueta (que tenía minombre escrito en el forro del cuello) entró arobar en la piscina municipal y se llevó el

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equipo de sonido, pero se olvidó la chaqueta.La policía vino a casa y me arrestaron, aunqueno fuera culpable. Menos mal que la señoritaMala Puta me había preparado para este tipode situaciones.

Sorprendentemente, mis doscomparecencias ante el juez fueronprogramadas el mismo día y a la misma horaen juzgados diferentes (cuando me pararoncon el coche dio la casualidad de que estabaen otro condado). Tuve que explicarle a unode los jueces que no podría comparecerporque debía presentarme ante otro tribunal ala misma hora, lo que no contribuyóprecisamente a fundamentar mis protestas deinocencia en el robo del sistema de sonido.Ponerme de pie ante el juez durante el juiciopor el robo del coche me dio un miedoespantoso. La certidumbre de que podíaacabar en la cárcel, o dondequiera que envíena los chavales de catorce años, era aterradora.

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El juez me metió aún más miedo hablando deencerrarme, y acabó sentenciándome a pagaruna multa de varios cientos de dólares, quereuní segando un montón de céspedes.Coincidió que por entonces pusieron en la teleun documental en el que un grupo dedelincuentes juveniles es enviado a prisión,donde los auténticos presidiarios les meten elmiedo en el cuerpo, jurándoles que los van ahacer sus mujeres y todo ese rollo. Tengo quedecir que entre eso y el rapapolvo del juezconsiguieron meterme suficiente miedo comopara que decidiese reformarme.

Avergonzado por el hecho de que nadieiba a castigarme, opté por castigarme yomismo. Me encerré en mi habitación y meprohibí salir a hacer nada excepto cortarcésped. Dejé de fumar maría y esnifar coca yno volví a hacerlo mientras estuve en elinstituto, pero tenía tan mala reputación queconstantemente me venían chavales que

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querían que les dijese dónde comprar drogas.En el caso del robo de los altavoces de la

piscina municipal salí inocente, pero el juezme obligó a escribir una redacción dequinientas palabras sobre cómo escoger mejora mis amigos. Por supuesto, seguí saliendocon la misma gente durante años. La verdades que perdí un montón de tiempo con genteque no valía la pena. Algunos eran buenagente, pero no se dedicaban más que a matarel tiempo. No me extraña que no viesenningún futuro. Cuando iba en coche con ellosles ponía un cassette de Randy Newman,Good Old Boys. Cuando llegaba la canción«Rednecks» les encantaba y se ponían acantarla todos, pero no la entendían. Pensabanque era un himno:

We talk real funny down hereWe drink too much and we talk too

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loudWe’re too dumb to make it in nonorthern townAnd we’re keeping the niggersdown

Aquí hablamos con un acentomuy raro | Bebemos demasiado yhablamos demasiado fuerte | Somostan bobos que no saldríamosadelante en las ciudades del norte |Y mantenemos oprimidos a losnegros

O’Dell se había trasladado a Illinois y me

había dejado rodeado de orgullo blanco. Noeran capaces de captar la ironía de RandyNewman. La canción les gustaba por toda unaserie de motivos equivocados. No se dabancuenta de que la canción se burlaba de los

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blancos. Estábamos en Virginia del Norte, sí,pero el racismo era allí endémico y para ellosla canción bien podría haber servido comocántico en un acto supremacista. Eranprecisamente la gente de la que se burlaba lacanción.

Hubo un tiempo en que salí con la hija deun urólogo suicida. Todo iba muy bien hastaque una noche le canté una canción.

—Me gusta tu voz —me dijo— pero aveces cantas como un negro.

Y a veces llegas a momentos críticos a lolargo de tu vida en los que te das cuenta deque la persona con la que has estado paseandoen coche, cenando y acostándote no es nimuchísimo menos la persona adecuada para ti.Para mí aquel fue uno de esos momentos.Dos cosas me pasaron inmediatamente por lacabeza:

1) Eres una persona repugnante e imbécily no sabes las ganas que tengo de no volver a

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verte.Y 2) ¡Gracias!No pude evitar sentirme bien tras el

comentario de aquella gilipollas racista sureña,porque con toda su ignorancia y grosería mehabía dado a entender que musicalmente ibapor el buen camino.

Debería haber pasado más tiempo congays y con gente de inclinaciones artísticas, ocon cualquier otra persona inteligente y deideas diferentes, pero no creo que hubiesenadie así, o al menos yo no los conocía. Ojaláhubiera pasado más tiempo con genteinteresada en las artes, o al menos con alguiencapaz de estimularme intelectualmente. Peroel concepto mismo de estímulo mental me eracompletamente ajeno.

Cuando cumplí dieciséis años tuve porfin edad para conducir legalmente. Para mífue un gran día porque me abrió nuevascuotas de libertad. Fui en autostop hasta la

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oficina de Tráfico, hice el examen, recogí micarné y volví en autostop a casa. Lo primeroque hice fue pedir permiso para tomarprestado el Vega y dar una vuelta. Tampocoquería ir a ningún sitio en especial; sólo queríasentir la libertad de circular por la carretera.En menos de una hora me pararon y mepusieron la primera multa, esta vez comoconductor de pleno derecho. Al poli le hizogracia que me hubiese sacado el carné esemismo día. Con todo su acentazo virginianome dijo: «¿Que te acabas de sacar el carnéHOY? ¡Pues feliz aniversario! Jojojo»,mientras me entregaba la multa.

Poco después, un amigo de Liz quetrabajaba para Tráfico me regaló el carné quele habían retirado a un tipo de dieciocho añosque se me parecía un poco, para que pudiesecomprar cerveza. Me sirvió un par de veces,hasta que un día que llevaba a Fido alveterinario se lo entregué sin darme cuenta a

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otro poli que me había parado por irdemasiado deprisa.

También por aquella época vi la películaEl último vals, de The Band, y empecé aidolatrar a su batería y cantante Levon Helm.Yo seguía tocando la batería a diario en elsótano, pero quería cantar y ser un poco máslíder. La batería me marginaba un poco, y nohabía demasiados baterías cantantes quetomar como modelo, pero Levon eraexcelente. Empecé a ir a sus conciertos ensolitario siempre que venía a la ciudad. Enesas ocasiones le seguía y le preguntaba todotipo de chorradas (que conste que siempre fuemuy paciente conmigo y extraordinariamenteeducado, sin importarle lo muy pesado quepodía ponerme a veces).

En undécimo curso me enamoré deCathy, una niña de barrio chungo, de cerca dela autopista 7. Era bajita, de pelo castaño claro

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y no especialmente guapa, pero tenía un no séqué que me volvía loco. Hasta que un día elcoche me dejó tirado volviendo de la playa, amás de doscientos kilómetros de casa. Llaméa Cathy desde la cabina de una estación deservicio y su hermana pequeña dejó caer queandaba por ahí con otro tío. Aún recuerdo eldolor de aquel día larguísimo, las horas yhoras de autostop pensando constantementeen mi novia con otro hombre. Qué tiempos.Un año después se casó con un motero.

En casa, mientras tanto, habíamos caídoen la rutina de siempre: mi padre sentado a lamesa del comedor, fumando, bebiendo yroncando durante el telediario de la tarde, y mimadre haciendo sus cosas e intentando quedejase de roncar. Ya podíamos Liz y yo hacercualquier salvajada, que aquellos dos noparecían darse demasiada cuenta.

Para no tener que estar metido todo eldía en el colegio, durante mis dos últimos años

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en el instituto pasaba la mitad de la jornadaconstruyendo casas como parte de unprograma escolar destinado a enseñarnos«conocimientos prácticos para la vida real».Como carpintero era un paquete, pero megustaba lo de no tener que estar en clase, ypor lo menos construía algo, que es una cosaque me ha interesado siempre, como cuandode niño levantaba ciudades enteras con mistrenes de juguete y luego cuando empecé aescribir canciones.

En el penúltimo curso del instituto me unía una banda que tocaba principalmente blues yrock sureño: tocaba la batería y cantaba conellos, y nos hicimos un nombrecito comobanda para fiestas de instituto. Nos hacíamosllamar The ASAP Blues Band, porque tres delos cuatro miembros de la banda estaban en elprograma ASAP, que es el programa en el quete obligan a inscribirte en Virginia por conducirborracho. Yo era el único que no estaba en el

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programa, y por eso me correspondió ser elconductor del grupo.

Un fin de semana que mis padres habíansalido de la ciudad organicé una fiestagigantesca en casa. Con octavillas y todo. Mibanda tocó: fue la leche. Me desperté en elsalón a las cinco de la mañana siguiente. Fidoandaba lamiendo un trallazo que yo norecordaba haber vomitado. La casa estabapatas arriba. La calle entera estaba patasarriba. Me pasé el día entero limpiando elvecindario y la casa, y conseguí que cuandomis padres volvieran a casa no se enterasen deque se había celebrado una fiesta. Al díasiguiente volví a casa y me encontré una delas octavillas que anunciaban la fiestacuidadosamente alisada y pegada con imanes ala puerta de la nevera. Fido había encontradola bola de papel en un arbusto y se la habíallevado a mi madre.

Liz se enamoró de un tío muy buena

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persona, Michael, que poco después se enrolóen el ejército. Le destinaron a Honolulú y Lizse trasladó con él. A los pocos meses le dio lavena mística y se hizo cristianofundamentalista. De un día para otro pasó deser la persona más encantadora del mundo algilipollas más insoportable que pueda unoimaginar. Putadón para Liz. Fui a Hawaii paraayudarle a mudarse de vuelta a casa. Metimosel Mazda de Liz en un carguero rumbo aCalifornia y lo llevé dere— chito desdeDisneylandia hasta El Paso (Texas), espoleadopor la única experiencia que he tenido con elspeed, obtenido a través de Liz. Cuandollegamos a El Paso solté el volante y mis ojos,abrasados por la falta de sueño, empezaron aver monstruitos verdes en el arcén de laautopista.

A todo esto, y por si alguien lleva lacuenta de estas cosas, muchos años después laChica Más Guapa del Colegio vio una foto

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mía en la crítica que hizo People de uno demis discos y asistió a un concierto enWashington DC. Después del espectáculo fuea buscarme al autobús de gira. Estaba muyimpresionada conmigo. A ver, no es que mehaya tenido obsesionado el que le leyese misnotitas de amor a su novio para echarse unasrisas, pero su gesto fue muy escasito y llegómuy tarde. Tampoco es como si se la tuvieseguardada.

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5 Elizabeth en el suelodel baño Papá en la basura —¡Liz! ¡Teléfono!

Acababa de coger el teléfono de lacocina. Era Robert, el novio de Liz, quequería hablar con ella. Le di un grito a Liz,que estaba arriba, para que bajase a contestar.Luego mi madre llamó a la puerta del cuartode Liz, y luego a la del baño. Al no obtenerrespuesta abrió la puerta. A continuación sedio la vuelta y con voz serena me avisó:

—Está dormida.Pausa.

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Me dio por pensar: «son las tres dela tarde, ¿qué hace dormida?» —Enel suelo del baño —dijo mi madre.

Solté el teléfono y subí a la carrera,

gritando:—¿Y no te parece raro?Me encontré a Liz efectivamente

dormida sobre las baldosas blancas y azulesdel cuarto de baño. Acababa de tragarse unfrasco de pastillas: el bote vacío estaba a sulado en el suelo, con el tapón un poco másallá. Le grité que se despertara, la abofeteé, leabrí los ojos a la fuerza y seguí gritándole aloído. Nada. Le ordené a mi madre que pidieseuna ambulancia.

El servicio de emergencias llegó enseguida y subió para intentar hacer lo mismo

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que había hecho yo. Ni idea de dónde lo habíaaprendido. Seguramente de ver la tele. Labajaron a la planta baja y la tendieron sobre laalfombra de la entrada, le abrieron la blusa ysiguieron intentando reanimarla. Los vecinoshabían empezado a congregarse en el patiodelantero y se asomaban ya a las ventanas,intentando averiguar qué estaba pasando. Unode los de la ambulancia fue por una camilla yen ella cargaron a Liz. Mi madre y yo nosmetimos en el coche y seguimos la ambulanciahasta el hospital.

Cuando entramos en urgencias vi que miamigo Anthony estaba allí sentado, esperandoa que le tratasen una urticaria producida poruna planta venenosa.

—¿Esa es Liz? —me preguntó al vernosentrar con una mujer rubia inconsciente encamilla.

—Pues sí —dije yo.Cuando estaba a punto de entrar en la

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sala de urgencias se le paró el corazón.Pasaron a «código azul», o comoquiera que lollamen, e intentaron reanimarla.Sorprendentemente lo consiguieron. Unminuto más y habría muerto.

Aquella misma noche, en casa, mi padreapartó la vista del periódico y nos dijo:

No sabía que estaba tan triste.

Liz llevaba tiempo algo ida de la cabeza.

Su comportamiento era cada vez más errático.Cuando yo era más joven había sidomaravillosa, y siempre se portó bien conmigo.Recuerdo que después de ver El jovencitoFrankenstein (yo tendría unos diez años) Lizme llevó a la playa y yo le representé lapelícula entera durante las cuatro horas de

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carretera. Para ella tuvo que ser desagradabley aburrido hasta decir basta, pero me dio todoel tiempo la sensación de estar interesada.

Con el paso de los años, sin embargo, seconvirtió en una alcohólica de las malas, deesas que lo primero que buscan por lasmañanas es una cerveza, una de esas cuyapersonalidad cambia por completo cuandobeben, y no precisamente a mejor. Luegoempezó a meterse heroína y qué se yo cuántascosas más. Para acabar de arreglarlo, empezóa volverse loca. Buena parte del tiempo estabafuera de sí, y llegó un punto en el que me caíamal más a menudo de lo que me caía bien.Empecé a ser la persona responsable de lacasa, y eso pese a ser el más joven de lafamilia; por entonces debía de tener dieciochoo diecinueve años. Una noche, durante unafiesta, el escritorio de Liz prendió fuego, y alque intentaron ocultárselo fue a mí. «QueM.E. no se entere del fuego...» Más tarde vi

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la mesa carbonizada y le eché una bronca demil demonios.

Pocas semanas antes yo, mi amigoAnthony, Liz y Robert, el novio de Liz,habíamos vuelto a casa después de unconcierto. Robert tenía bigote y un Camaro.Aun así no era mala gente. Estábamos delantedel coche de Robert, frente a la casa denuestros vecinos de al lado. No recuerdoexactamente a qué vino pero de repenteRobert empezó a comportarse como ungilipollas de los grandes, algo muy raro. Sepuso a abroncar a Liz yo qué sé por qué, perose estaba pasando mucho. Acabé diciéndoleque chapase la boca y él me dijo: «Conque sí,¿eh?» y me tiró de un empujón al suelo.Acabamos a puñetazos, rodando los dos por elcésped del vecino. Liz y Anthony al finalconsiguieron intervenir para separarnos. Noscalmamos un poco y nos dimos la mano, peroél conservaba aún una mirada muy rara, muy

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poco propia de él. Como si estuviese poseído,o algo.

Entramos todos en casa a echar unacerveza, y justo cuando llegábamos a la cocinaa Robert se le acabaron de cruzar los cables:salió corriendo hacia los fogones y se armócon un cuchillo de carnicero. De acojone.Empezamos a girar en círculos por la cocina,él intentando apuñalarme, yo apartándole contodas mis fuerzas e intentando que no meclavase el cuchillo. Liz chillaba. Anthonyllamó a la policía por teléfono, vocalizandomucho para que Robert le oyese. Cuando leoyó soltó el cuchillo y salió por patas, dejandola puerta abierta a sus espaldas. La poli diouna batida por la calle buscándole pero nohubo manera de encontrarle. Más tarde lediagnosticaron un grave trastorno de lapersonalidad provocado por la falta de sueño,consecuencia de su trabajo nocturno.

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Conseguí acabar el instituto a trancas ybarrancas. Me fue de un pelo, pero al final medejaron pasar. No sabía qué hacer, y penséque lo mejor sería ponerse a trabajar.Encontré trabajo en la imprenta del padre deun amigo, un cabrón alcohólico y desquiciado.Hubo un día que no pude aguantarle más, yen cuanto se puso un poco borde conmigofiché la salida y no volví nunca más.

Luego trabajé en la gasolinera Exxon dela CIA. Resultó ser un curro bastanteagradable, con mucho tiempo para pensar. Megustaba poner gasolina, limpiar parabrisas ycambiar ruedas. Era un trabajo tranquilo, y lamayoría de clientes era gente amable ysimpática, aunque hubo una vez en la que casime despiden. Un chaval que llevaba siempresu Trans Am a la bomba de autoservicio llegóun día y yo, después de que hubieserepostado, puse el contador a cero, que es lohabitual; el tío se rebotó y con su voce— cita

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quejicosa de adolescente me soltó: «¡Gra-acias! ¡Ahora ya no sé cuánto le hepuestoooo!»

Yo le contesté: «¡Venticincoooo ymediooo!»

Se fue corriendo al despacho y le contóal gerente lo que había pasado y añadió: «Aese tío le van a partir la cara un día de estos».El jefe me metió una bronca de las buenas,pero tuvo el detalle de no despedirme. Eso sí,me prohibió volver a burlarme de los clientes.

También estuve trabajando en unacuadra, paleando bostas de caballo ylimpiando los establos. Me gustaba aquel sitio:tenía tiempo de sobras para poner en claro lasideas, y rondaban por allí un montón de chicasguapas con sus caballos. Nadie tenía interés endespedirme, y yo no tenía ganas de renunciar.Era mucho mejor que el empleo que tuve eninvierno, que consistía en zambullirme enpiscinas heladas para retirar las tapas y

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vaciarlas.Liz regresó del hospital. Ella y mi madre

se fueron de viaje a visitar a nuestros primosen Carolina del Norte. Una noche, mientrasestaba fregando los platos, mi padre entró enla cocina e inició una de nuestras escasísimasconversaciones.

—¿Estás fregando los platos? —mepreguntó incrédulo.

—Alguien tendrá que hacerlo, digo yo —le respondí.

—Ah, es verdad, que ahora eres ungarrulo —dijo.

Hacía poco que había empezado apresentar los domingos por la noche unprograma de radio de música country en War— renton con Ed, un amigo. Country delbueno, no la música comercial de ahora.Poníamos muchos discos de bluegrass, MerleHaggard, Willie Nelson, Buck Owens, cosasasí. A mi padre le gustaba mucho Rocky Top

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y por eso lo ponía a menudo. Hablar con élestuvo muy bien. Hacía poco que me habíaaficionado al póquer, y era lo único de lo quehablábamos. A veces le llamaba incluso a lastantas de la noche para que me aconsejase.

Estuvimos un rato de broma, y recuerdoque pensé que aquella era la conversación máshumana y personal que había mantenido conél. Incluso me contó un chiste. Una hora mástarde salí con mis amigos Anthony y Sean acenar a un mexicano. Cuando salí de casa mepareció ver algo desacostumbrado por elrabillo del ojo: mi padre estaba tumbado comosiempre en el sofá viendo las noticias, pero delrevés, con los pies donde normalmente teníala cabeza; algo inusual, que nunca antes habíavisto. Pero llegaba tarde y mientras salíadecidí que debía de haberlo imaginado y seguícamino.

Volví a casa unas cuantas horas mástarde y mi padre se había ido a la cama. Me

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senté en el salón a ver una reposición deSaturday Night Live, con Charles Grodin depresentador invitado. Me reí a carcajadas consu imitación de Art Garfunkel. Luego bajé adormir.

A la mañana siguiente me despertétemprano porque tenía dos horas de carreterasi quería llegar a tiempo para matricularme enel semestre de otoño en Richmond, pero habíaalgo que no cuadraba. No me preguntéiscómo, pero ya entonces supe que algo no ibabien.

Subí las escaleras: nada indicaba que mipadre se estuviese preparando para ir atrabajar. No había luces encendidas y elsilencio era preocupante. Entré a la carrera enel dormitorio de mis padres, preparándomepara lo peor. Me encontré con lo que yatemía: mi padre, tumbado boca arriba en lacama, un poco de lado, completamentevestido encima de la colcha, con las piernas

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dobladas y los pies casi tocando el suelo.Pensé que quizá se había quedado

dormido así. Le dije: «¿Papá? ¿Estásdespierto?». No respondió. Me entró elpánico.

—¡Papá! ¡Despierta, hombre! —le chillé.Le zarandeé.—¡Venga, coño!Me puse a gritarle al oído igual que había

hecho con Liz. El hecho mismo de estartocándole me parecía irreal. Busqué elteléfono y llamé a emergencias. Cuando latelefonista respondió le dije que mi padre nose despertaba. Me preguntó que dónde estabay le dije que en la cama. Me pidió que lolevantase para tenderlo en el suelo y así podríadirigirme en la maniobra de reanimación. Soltéel teléfono, le pasé los brazos por debajo y lelevanté. Todo su cuerpo estaba rígido comoun tablón. Le llevé con mucho cuidado al otrolado del dormitorio, en la misma postura que

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tenía en la cama, y lo deposité en el suelo.Recuperé el auricular y le dije a la telefonistaque estaba tieso y que qué había que hacerahora. Me dijo: «Oh. Esto... espera. Enseguida llegará alguien».

En el momento mismo en el que lo decíase oyeron sirenas a lo lejos. Debía de habersemuerto durante la noche. La telefonista supoque no había nada que hacer en cuanto le dijeque estaba rígido. La ambulancia llegó y se lollevaron. Tenía cincuenta y un años. Letaparon con una sábana y me pidieron quebajase al salón. Estaba desencajado, no sabíaqué hacer. Me resultaba difícil saber inclusocómo sentirme. Mi padre acababa de morirse,pero apenas sí mantenía relación con él. Yahora estábamos los dos en casa, él y yo,solos. Pero él estaba muerto.

Un agente de policía se quedó conmigoen la cocina mientras yo hojeaba entrelágrimas un ejemplar de Newsweek. Lo peor

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de todo fue ver cómo metían a mi padre enuna bolsa negra, cerraban la cremallera ysalían con él a cuestas por la puerta. Nisiquiera le pusieron en una camilla: se lollevaron en una bolsa negra e informe, comoun saco de basura. Nunca he sido capaz deborrar de mi memoria la imagen de mi padreentrando una noche en casa por su propio piey saliendo al día siguiente en una bolsa negra.

Me acuciaba también la idea de que quizápodría haberle salvado si la noche antes lehubiese prestado algo más de atención. ¿Deverdad le había visto tumbado del revés en elsofá? Quizá entonces ya se sentía mal, perohabía conseguido subir las escaleras antes deque le diese el ataque al corazón al sentarse enla cama. ¿Y si hubiese podido salvarle consolo prestar un poco más de atención a lo queestaba pasando?

Llamé a mi madre y a Liz paracontárselo. Se me hizo muy difícil contarle a

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mi madre que su marido había muerto. Liz fuela que peor se lo tomó. De vez en cuando aúnle llamaba «papaíto». Oí al otro lado de lalínea que mi madre le pedía a Liz que sesentase. Pocos instantes después pudeescuchar el chillido de Liz.

Liz y mi madre regresaron aquel mismodía de Carolina del Norte. Pasamos la nochelos tres juntos en la cama de mis padres. A Lizy a mí nos preocupaba que la situaciónsuperase a mi madre, y que perder a sumarido y tener que pasar la noche sola en sudormitorio fuese demasiado para ella, peropareció llevarlo con bastante entereza. Aunqueuno nunca podía saber cómo llevaba nadienada en nuestra casa.

Algunos días después mi madre regresódel tanatorio con una bolsa en la que llevaba lacartera, el reloj y el anillo de mi padre. Mipadre había sido un ateo convencido y algunavez le había dicho a mi madre que quería que

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sus restos fuesen a parar a la basura. Mimadre conservó sus cenizas en una cajita, queguardó durante varios años en el cajón de unarchivador, antes de cumplir finalmente consus deseos.

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6 De camarero El tiempo que pasé en la universidad lodediqué a tocarme las narices, una actividadque ya había perfeccionado en el instituto.Seguramente habría eclosionado musicalmentemucho antes si no hubiese perdido tantísimotiempo zanganeando en actividades que noeran para mí. Por entonces vivía en unahabitación minúscula de paredes amarillas yuna litera, en una cutrísima residencia deestudiantes de Richmond (Virginia).Compartía el cuarto con un chaval negrollamado Scrappy2 (no me lo invento). Scrappyera muy buen tío, y un excelente compañerode habitación, pero la habitación era diminuta.Del tamaño de una celda. Encontré trabajo

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sirviendo bebidas en la cafetería de la facultad.Cada noche pulía orgulloso las cafeteras y losdispensadores de refrescos que tenía a micargo. De vez en cuando me degradaban afriegaplatos. Como era el único blancofregando platos, el resto de currantes pasabade mí. Me habían dado unos aparatososguantes de goma, y con ellos limpiaba tanrápido como podía la vajilla que entraba con lacinta transportadora mientras escuchaba laradio; otro de los friegaplatos, un talBabysteps, demostraba de vez en cuando elporqué de su apodo quitándose los guantes,plantándose en medio de la nube de vapor ymarcándo se un baile en el que apenas símovía los pies con (efectivamente) «pasitosde bebé».

Hubo tantos momentos lamentables queresulta difícil escoger uno de entre la largasucesión de miserias que conservo en lamemoria. Mi padre acababa de morirse, había

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dejado a mi madre y mi hermana solas encasa, vivía en una ciudad desconocida yasistía a unas clases que no me interesaban enabsoluto. Había perdido mi identidad: ya noera el batería cantante de la ciudad. Estaba enun marasmo deprimente.

Tengo algunos recuerdos puntuales: porejemplo, un día lluvioso estaba en un curso deeducación física y me emparejaron con la tíamás buena de la clase para practicar algunosmovimientos de autodefensa. Yo habíasoñado con aquella chica. Me había imaginadocómo sería tener la confianza en mí mismo ylas narices para pedirle que saliésemos juntos.Había desarrollado incluso una secuenciaonírica en la que le pedía prestada lacamioneta a mi amigo George para poderllevarla a cenar. Y ahí estaba yo, en elgimnasio, tumbado encima de ella, aplicándoleuna llave de judo que acababan deenseñarnos, cuando de repente ella miró al

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techo y preguntó:—¿Hay goteras?Al mirarla vi que sobre su hermoso rostro

caían gotas de agua. Entonces dijo:—Ah, si eres...ejem... tú...Estaba chorreándole sudor por encima.

Me disculpé, me levanté y al darme la vueltaella gritó:

—¡Madre de Dios! ¿Estás bien?Me volví de nuevo hacia ella.—Sí. ¿Por?El resto de estudiantes se habían

acercado y señalaban mi espalda, y ella mecomunicó que había un manchurrón de sangreque se expandía sobre mi sudadera blanca.

Recorrí a pie las seis manzanas de vueltaa la residencia: por mi espalda corría la sangrede un granazo de acné reventado, uno de losmuchos granos que me habían brotado en laespalda, y la gente se quedaba mirándome la

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espalda empapada de sangre y me decía cosascomo: «¡Oye, tío! ¡Que vas sangrando!» Obien: «¡Alguien le ha rajado!»

—No, si ya... Gracias.

Por algún extraño motivo me aficioné asaltar desde un avión. No estoy muy segurode qué me llevó a practicar el paracaidismo,visto el miedo que les tengo a las alturas.Supongo que en parte fue el deseo desobreponerme a mis miedos y hacer algo queme hiciese sentir vivo, y no un zombi matandolas horas. Cerca de donde vivía había uncentro de instrucción: podías hacer un cursopor la mañana y a media tarde ya saltabas deun avión. No sé cómo conseguí convencermea mí mismo para apoyarme en la rueda delavión y agarrarme a la riostra del tren deaterrizaje, con los pies colgando por detrás yla Tierra a varios kilómetros de distancia.Después de soltarme y sobreponerme al

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horror de la caída libre, abrí el paracaídas: eldescenso fue lo más sereno y espectacular quehe hecho nunca. Lo hice unas cuantas vecesmás y luego redacté un trabajo para la unisobre paracaidismo. Me enteré entonces deunos cuantos datos inquietantes: se habíamatado mucha más gente de la que yopensaba. Encontré varios informes forenses deparacaidistas muertos que terminaban así:«Causa del óbito: impacto».

Decidí colgar el paracaídas.A partir de aquel momento lo único en lo

que pensé era en la música y en lo mucho queechaba de menos estar en una banda y en lasganas que tenía de escribir y grabar canciones.Pero nunca se me ocurrió que pudiese ser algomás que lo que ya había sido, el gallito delpequeño corral de mi ciudad. Nunca intentéconscientemente hacer de la música mi vida.

Empecé a buscar maneras de volver acasa de mi madre los fines de semana para

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grabar maquetas de dos pistas. Aquel veranole compré una grabadora de cuatro pistas alguitarrista de la que había sido mi banda en elinstituto y empecé a escribir y grabarcanciones obsesivamente, tocando el piano demi madre y la guitarra acústica de mihermana. Ni me molesté en regresar aRichmond.

En verano tuve una novia, Kim, quevivía en el campo, a una hora de donde estabayo. Era una chiquilla muy dulce y animada,pero no exenta de problemas, de pelo castañoy bonitos ojos; la conocí a través de amigoscomunes. Yo le ponía mis cintas y ella medaba ánimos y procuraba empujarme a quehiciese algo con ellas, pero no era capaz deimaginar que de ellas pudiese salir algo másque la satisfacción que me producía grabarlas.

Para Liz, las cosas iban a peor. Unanoche se pilló un ciego tremendo y acabóviolándola un grupo de tíos con los que se

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cruzó en un cajero automático. Como si notuviese ya bastantes problemas. Entre laviolación y la borrachera constante fue de malen peor. Los tipos que la violaron eran negros,y el trauma hizo que se volviese racista.Empezó a hablar como una imbécil sureña yalcoholizada, y eso le arrebató lo poquito quele quedaba de encanto personal. Por supuesto,lo que le había pasado me dio una penainmensa, e intenté consolarla como pude, peroel tiempo, en vez de curar las heridas, hizo deella una peor persona.

Para entonces mi gran sueño era serpropietario de una grúa de remolque. Talcomo yo lo imaginaba, era una magníficaoportunidad. Sería mi propio jefe, con muchotiempo para pensar y poner en orden misideas. Tenía algo de experiencia en laasistencia en carretera de cuando trabajaba enla gasolinera, y me había gustado. Intentéconvencer a un amigo para que fuese mi socio

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en la grúa y partirnos los turnos, pero la ideanunca llegó a hacerle demasiada gracia.

Intenté volver a estudiar y me matriculéen la universidad pública que había no muylejos de casa de mi madre. De nuevo encontrétrabajo en la cafetería de la facultad. Decidíprobar todas y cada una de las bebidas de lasque me encargaba por las noches y probéentonces el café por primera vez. Meenganché. Me di cuenta de que iba siempre altrabajo de mal humor, pero cuando volvía acasa estaba siempre de buenas, y con eltiempo llegué a asociar ese buen humor con elcafé.

Volví a dejar la uni para dedicar todo eltiempo disponible a escribir y grabar mismaquetas de cuatro pistas. Además de labatería, del piano de mi madre y la guitarra demi hermana, me había comprado unsintetizador muy básico con caja de ritmos enla tienda de instrumentos local. Sin mayores

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pretensiones. Simplemente, tenía unas ganaslocas de escribir canciones. Trataban de todotipo de cosas. Algunas eran sobre chicas queme gustaban. Otras sobre lo solo que mesentía. Lo típico de muchas canciones,supongo. En algunas me planteaba qué sentidotenía la vida, o qué sentido debería de tener.En lo musical eran una mezcla entre rara eingenua de pop, country y soul consintetizadores y caja de ritmos. Cada semana,más o menos, tenía listo un nuevo «disco»con canciones. A cada cinta le ponía nombre,como a un disco, y luego me ponía a prepararla siguiente. A veces, los «discos» tenían untrasfondo «conceptual», como el que escribísobre la comunidad negra de la zona, lleno deletras cursis y políticamente correctas.

Tuve curros de todos los colores, y mecompré una furgoneta de cajón abierto paraponer en marcha «Cargas y Descargas Mr.E», y ganarme un dinerito transportando la

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basura de la gente al vertedero. Mi madredibujó unas octavillas y yo me pateé elvecindario distribuyéndolas por las casas.Pronto empezaron a llamar a Mr. E para quepasase a vaciar los áticos y llevase los trastosal vertedero. También hice de repartidor deflores de un florista local. Un día birlé una florde cada uno de los ramos que tenía querepartir, hice un ramillete (mejor unbatiburrillo), lo envolví con la octavilla de labanda con la que tocaba por entonces y se loentregué a una chica con una pierna más cortaque la otra por la que estaba coladito. Nadie sedio cuenta de que faltaban flores, y la chicaquedó encantada con su ramo.

No hacía nada más que trabajar, bebercafé y escribir y grabar canciones. No sepuede decir que tuviese vida social de ningúntipo. Kim había cortado conmigo dos vecesya, y aunque a la otra chica le gustaron lasflores no fueron suficientes. Encontré trabajo

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como profesor asistente de música en unaescuela pública para adolescentes contrastornos emocionales. Aquel trabajo megustaba mucho. Se me daba bien y me hacíasentir bien. Cada día tenía cinco turnos declase, y en cada clase un grupo distinto dechavales con problemas emocionales (unamuy buena preparación para los trastornos delos compañeros de banda con los que tendríaque tratar más adelante). Con cada grupotocaba un instrumento diferente. A veces labatería, a veces la guitarra, a veces losteclados. Uno de los chavales era muy fan deLed Zeppelin y le regalé la baqueta de JohnBonham que había conseguido durante elconcierto de Led Zeppelin al que me llevó Lizen octavo. Un gesto bonito, pero muyingenuo. ¡Que me la devuelva! Llevaba sunombre inscrito. Me imagino que ahoravaldría una pasta en eBay. Seguro que aquelchaval lo vendió al día siguiente por una onza

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de maría.Me recomendaron para trabajar en otra

escuela para chavales con problemas, esta vezde edad escolar, y también allí estuve muy agusto. También fui profesor sustituto en unpar de colegios. Me hacía mucha gracia loirónico de la situación: aquel tío que tantoaborrecía el colegio ocupaba ahora unaposición de autoridad en la escuela. A mí mepasa una cosa, y es que cuando veo algo queno debo hacer me siento obligado a hacerlo.Dependiendo del momento, puede serdivertido o una pesadilla. Como en una clasede ciencias salida de madre, con los niños deséptimo chillando y corriendo en círculos, conlos mecheros Bunsen escupiendo llamas. Nofui capaz de controlarla. Otra vez mandé a unchico a la sala de profesores para que metrajese un café y volvió con una nota deldirector pidiéndome que fuese a verle. Por lovisto, no se puede enviar a los alumnos a por

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café. Mira que habían pasado años, y aún meenviaban al despacho del director.

Me enamoré perdida e irracionalmente deuna chica que trabajaba en la oficina decorreos. Nunca fui más allá de darle paliquecuando compraba sellos o entregaba cartas ensu mostrador, pero luego andaba siemprepensando en ella. Tras varios meses reuní elvalor para pedirle que saliese conmigo. Esedía, el mismo en el que explotó la lanzaderaespacial, salió conmigo, y me comentó queestaba comprometida. Volví a casa y escribíuna canción, «La chica de la oficina decorreos se casa», y lo dejé correr.

Tenía veintitrés años, me sentía solísimoy estaba cada vez más harto de mi vida, o deno tener vida. Una tarde de verano, sentadoen el porche trasero de casa de mi madre, mesentí completamente vacío por dentro, comouna causa perdida, sin nada que hablase a mifavor. Algo hizo «clic» entonces en mi cabeza:

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si soy una causa perdida, ¿qué me queda porperder? Antes de rendirme y palmarla, almenos tengo que intentar hacer algo, y sobretodo tengo que salir echando leches de estepáramo residencial y buscar algún tipo deaventura.

Por primera vez empecé a pensar en elfuturo. Me puse a mirar y no lo vi en casa demi madre. Me planteé lo que me había dichoKim, que lo de la música se me daba bien yque tendría que sacarle partido. ¿Por qué nohacerlo, visto que era lo único que meinteresaba y lo único que me gustaba hacer?En ese momento decidí que me mudaba y queiba a empezar una nueva vida.

Pensé que si quería hacer algo con mimúsica tendría que trasladarme a Nueva Yorko a Los Angeles. No sabía nada de ninguna delas dos y tampoco conocía a nadie que vivieseallí. Me decidí por Los Ángeles porque era laque más lejos estaba, y definitivamente quería

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irme lejos. Como a cinco mil kilómetros.Me puse a trabajar como un poseso y a

ahorrar dinero para la mudanza. De díamangoneaba a los chavales del colegio, que sevengaban de mí por las tardes, cuandotrabajaba de aprendiz en un restaurante con laintención de convertirme en camarero. Tenera una panda de quinceañeros dándote órdeneste enseña humildad. Al cabo de un tiempo meascendieron a camarero. Era malísimo. Unanoche, en pleno escándalo Irán-Contras, metocó servir la mesa de Oliver North y familia.Me sorprendió comprobar lo agradable queera en persona, y la buena propina que dejó.Pero no se me iba de la cabeza que quizá lapropina había salido de algún fondogubernamental.

Otra noche mi madre llevó al restaurantea nuestros primos, que estaban de visita, y yoserví su mesa. Creo que mi madre nunca haestado tan orgullosa de mí como cuando fui

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camarero. Cuando se fueron, mi madre mellamó preocupadísima al restaurante. Al pasarcerca de la casa a la que Liz se había mudadorecientemente con su nuevo novio, habíanvisto el cielo invernal iluminado por las lucesrojas de media docena de ambulancias en elcamino de tierra que conducía a casa de Liz,pero había demasiada nieve para acercarse apreguntar qué estaba pasando. Tiré el mandilal suelo y salí disparado hacia allí intentandono perder el control de Oro Viejo yrepitiéndome una y otra vez «No, Liz, no;Liz, no». A medida que me acercaba a casade Liz podía ver el resplandor rojo en el cielo.Salí corriendo del coche para acercarme a laprimera ambulancia, y un camillero me explicóque la casa contigua a la de Liz estabaardiendo. Volví al restaurante, aliviado porqueLiz no se había matado.

Tras varios meses de compaginar dostrabajos, y después de vender mi batería,

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conseguí reunir una cantidad respetable dedinero. Un día cargué todas mis posesiones enel coche. Mi madre salió a la entrada y medijo que se sentía como si su hijo se fuese a laguerra. Me eché a la autopista, sin tener niidea de lo que me esperaba y sin conocerabsolutamente a nadie en California.

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7 Espero que te gustepasar hambre Bob Dylan dijo una vez que ya de joven eraconsciente en secreto de su destino. Megustaría poder decir lo mismo, pero nunca lofui. Nunca. Lo único que sentía eradesesperación y un total y absolutodesconcierto: mala combinación, muy mala.No tenía ni idea de qué cojones estabahaciendo, y si lo hacía era sólo por no saberqué otra cosa hacer. La música era lo únicoque me apasionaba, y era una pasión que cadadía se hacía más fuerte. Pero no tenía ni ideade qué podría salir de ella.

El mío era un caso desesperado, porque

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tal y como yo lo veía tenía dos opciones: una,rendirme y palmarla; dos, ponerme lasorejeras y sacarle algún tipo de partido a mipasión. Al optar por intentar salir adelante conmi música me metí una presión inmensa,porque no me parecía que tuviese otroasidero. Literalmente, era eso o morirme.

Cruzar América con mi guitarra, lagrabadora de cuatro pistas y el resto de misposesiones en el coche fue de lo másemocionante. Me daba la sensación de que, siquería, en cualquier momento podía dejar laautopista y empezar una nueva vida. Inclusola tormenta de hielo que tuve que atravesar enOklahoma tuvo su punto, después de tantosaños desperdiciados en casa. Cuando al finllegué a California busqué el número deteléfono de la hermana de mi primera novia,que vivía a un par de horas de Los Ángeles.La llamé y fue tan amable de dejarme pasar lanoche en el sofá: acabé durmiendo un mes

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entero en aquella casa. Intentando dormir,mejor dicho, porque resultaba difícil pegar ojocuando por los conductos de la calefacción mellegaban cada noche los jadeos y gañidos desus polvos con el novio.

Un día me acerqué a Hollywood y nopude creer lo que veía. Habiéndome criado enVirginia delante de la tele, Hollywood era paramí un sitio legendario. Cuando salí de laautopista 101 estaba que no me tenía de laemoción: delante de mí se alzaba elmismísimo edificio de Capital Records. Torcípor Vine Street y vi un corrillo de gente en laacera, cerca de aquel alto edificio construidoen forma de pila de discos. Aparqué el cochey me acerqué para ver qué estaba pasando. Laactriz Angie Dickinson inauguraba la estrellaque Billy Vera and The Beaters habíanobtenido en el Paseo de la Fama deHollywood. Una canción suya de la serieEnredos de familia había sido un exitazo. Me

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quedé mirando, embobado, mientras AngieDickinson destapaba la estrella y se hacía a unlado. Mientras Billy Vera pronunciaba sudiscurso de agradecimiento, Angie Dickinsonse apartó un poco hacia la acera y se pusojusto a mi lado. ¡Llevaba un minuto en laciudad y ya me estaba codeando con unaestrella de cine de carne y hueso!

Con voz entrecortada me presenté: «Ho-ho-hola, em..., señora Dickinson, me llamoMark Everett».

Angie Dickinson me miró por encima desus gigantescas gafas de sol.

—Encantada de conocerte, Mark. ¿A quéte dedicas?

—Eh, mmh, eh..., Compongo canciones.Sonrió.—¡Genial! Me encanta la música. Por

eso estoy aquí. ¿Cómo son tus canciones?Eché mano al bolsillo de la chaqueta y le

entregué una cinta con mi último «disco» de

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cuatro pistas. Sonrió y me dijo que loescucharía. Un tío con bastante pinta de guaysy pendientito en la oreja se me acercó y mesusurró al oído: «Angie es de la gente quequieres tener de tu lado».

Cuando me preparaba para salir deVirginia, muchos de mis amigos músicos mededicaban comentarios del estilo: «¡Esperoque te guste pasar hambre!». Ese en concretome lo dedicó un conocido, un excelenteguitarrista de Virginia que había ido a L.A.para intentar triunfar y que había vuelto con elrabo entre las piernas. No podía creerme lasuerte que tenía, lo fácil que era todo. Llegas ala ciudad, conoces a una estrella de cine y lafama y la fortuna ya son tuyas. Cada vez quevolvía al apartamento lo primero quepreguntaba era: «¿Me ha llamado alguien?».Pero nadie me llamó nunca, claro.

Finalmente me trasladé a un pisito

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bastante cutre, cerca del aeropuerto deBurbank. Mudarme cerca del aeropuerto fueuna gilipollez por varios motivos. Nunca se meha olvidado el ruido que hizo aquel avión alestrellarse cerca de mi casa cuando era niño.Hubo al menos tres veces en las que un aviónaterrizó demasiado cerca del apartamento y yome tiré al suelo para esperar el impacto.

De Burbank no conocía nada excepto loschistes que Johnny Carson hacía sobre laciudad en The Tonight Show. Una de lasprimeras cosas que hice fue acercarme a laNBC y guardar cola para asistir a unagrabación del programa. Tras pasar allí un díaentero, estaba a punto de llegar a la cabezacuando nos comunicaron que estaba lleno yque podíamos irnos a casa. Entonces, cuandoya me estaba yendo, salió un ordenanza detraje azul que gritó: «¿hay alguien que hayavenido solo?».

Levanté la mano y me hizo señas para

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que le siguiera. Me condujo hasta el estudio yallí me indicó un asiento vacío en el centro dela cuarta fila. Después de tantos años viendoel programa en Virginia, se me hizo muy raroestar en el estudio y ver a Doc Severinsenhaciendo ejercicios de calentamiento con labanda. De repente, entonaron la sintonía delprograma, Ed McMahon pronunció su «¡Yaquííííí estááááá JOHNNNYYY!» y meencontré a escasos metros del gran hombre.No recuerdo más detalles de aquella noche,solo la incontenible emoción de estar sentadoenfrente del mismísimo Johnny Carson.

Poco tiempo después, estaba haciendocola en correos cuando frente a la puerta sedetuvo una enorme limusina negra. Se abrió lapuerta y por ella apareció Little Richard, quese puso a guardar cola detrás de mí. De nuevouna experiencia irreal para un chaval deVirginia. Little Richard esperando en correoscomo cualquier persona normal... ¡al ladito!

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Llevaba puesta una trinchera larga de colorpúrpura, e iba maquillado como si fuese a saliral escenario. Nerviosísimo, le comenté lomucho que admiraba su trabajo y estuvoamabilísimo. Llegó incluso a concederme labendición personal de Dios.

Monté mi grabadora de cuatro pistas enun armario y me puse a trabajar. Siempre queno estaba ocupado con uno de los muchoscurros que detestaba pasaba las horasescribiendo y grabando enfebrecidamente miscanciones. En un mercadillo compré un viejopiano eléctrico Fender Rhodes e incorporé unnuevo sonido a mis grabaciones.

Empecé a enviar mis cintas a lasdiscográficas y reuní una colección bastanteamplia de cartas de rechazo. Cada carta era ungolpe devastador. No me rendí, sin embargo.Quizá el rechazo alimentaba mi pasión. Oquizá lo que me mantenía en pie era eldesespero. Estamos hablando de finales de los

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ochenta, una época espantosa para la músicaen L.A., con toneladas de laca y heavy metaldel malo. A nadie le interesaba el rarito aquelde Virginia que grababa sus cintas de cuatropistas en un armario. Lo que yo hacía no teníanada que ver con lo que en aquel momento«molaba». Pero nunca se me olvidó una fraseque leí de adolescente en Brother Ray, laautobiografía de Ray Charles. Ray decía quetienes que encontrar en ti mismo aquello quete hace único. Ésa era la misión a la que mehabía lanzado: seguir puliendo mi trabajo hastaque lo que quiera que fuese exclusivamentemío empezase a relucir.

Además, no me había buscado ningunaalternativa, así que seguí dale que te pego.Pero no fue una época fácil. Angie Dickinsonseguía sin llamarme y lo único que recibíaeran decepciones, sin ningún tipo de ánimo.Encontré trabajo lavando coches en un tallermecánico frente al imponente edificio de

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PolyGram Records. A veces me quedabaembobado con la manguera en la mano,mirando el edificio con reverencia, como sifuese un monumento. A veces iba en cochecon el jefe a otro taller que tenía al otro ladode la ciudad, y cada vez conseguía meterse enun altercado con alguien: una vez llegó a sacaruna pistola de la guantera y empezó agesticular con ella y a amenazar a otrosconductores.

Un domingo por la mañana me compréuna bici en una tienda de Burbank y estuve unpar de horas dando vueltas por la ciudad. Mesentí muy bien, deambulando de aquí para allásin tener que preocuparme de nada por unavez. Podía ir a cualquier sitio, hacer cualquiercosa: era domingo y no me daba la gana depensar en lo solitaria y difícil que era mi vida.Pasé al lado de un cine y decidí entrar a veruna peli. Até la bici a las barras delaparcamiento y entré en la sala. A las dos

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horas salí y vi que alguien se había llevado mibici. La había tenido durante cinco horasexactamente. Me llevó meses ahorrar losuficiente para poder comprarme otra.

También entonces respondía a losanuncios del periódico en los que buscabancantantes o compositores. Nadie sabía muybien qué hacer conmigo. No les cuadraba.Una vez le puse una de mis cintas a un tío quehabía puesto un anuncio y solo supo comentarlo «poco comercial» que sonaba. Volví alcalor abrasador de mi apartamento y metumbé en el colchón que tenía en el suelo, ymientras escuchaba a Bob Dylan (el hombrecon la secreta conciencia de su destino) cantar«Sign on the Window» lloré y pensé endejarlo todo y morirme.

El minuto que iba a pasar en Hollywoodse convirtió en tres años miserables deempleos tediosos hasta el desespero y denegra depresión. Gracias a Dios, tenía

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canciones que escribir y grabar. No teníaningún tipo de vida social: trabajaba ygrababa, trabajaba y grababa. Día sí y díatambién. Era lo único que hacía.

Después de vivir un año frente alaeropuerto me trasladé a un apartamentodiminuto encima de un taller en AtwaterVillage, al lado de la autovía 5 y del «río» deL.A. (en realidad un acueducto cubierto depintadas en el que a menudo aparecían loscuerpos abandonados de las víctimas de lasguerras entre bandas). Me dieron trabajocomo telefonista en una revista musical de lazona que existía principalmente para publicarlos anuncios de «músicos buscan músicos» delas últimas páginas. Cuando alguien llamaba anuestro número para poner un anuncio porpalabras, yo era la voz del contestadorautomático que le guiaba a lo largo de lospasos necesarios para publicarlo. A vecesescribía alguna crítica para la revista, pero

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estaba peor pagado aún que contestar alteléfono. Algunos de los redactores mellevaban con ellos a eventos de la industriamusical, y allí empecé a conocer a más gentemetida en el negocio, pero como de costumbrea nadie le interesaban mis canciones.

Una noche me uní a un grupo que acabóaterrizando en lo que resultó ser la fiesta depresentación del último disco de Stevie Nicks,la de Fleetwood Mac. La fiesta se celebrabaen una mansión en lo alto de las colinas, y yome sentí aburrido e incómodo, como mepasaba siempre en esas circunstancias. Noeran las fiestas glamurosas y animadas que yoimaginaba. Estaban plagadas de gente aburriday falsa, y aquello me deprimía. Decidímarcharme y me subí al minibús que iba devuelta al pie de las colinas. El tipo que ibasentado a mi lado le pidió al conductor quecambiase de emisora porque aborrecía lacanción que sonaba en ese momento. Era un

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tío ya mayor, de pelo cano, que me recordóun poco a Albert Finney. Secundé su peticiónde cambio de emisora y nos pusimos acharlar. Resultó ser John Cárter, responsablede artistas y repertorio de Atlantic Records yveterano del negocio de la música, cuyoprimer éxito profesional había sido escribir laletra de «Incense and Peppermints», unacanción psicodélica muy popular en lossesenta. Le conté que yo escribía canciones yél, consciente de lo que inevitablementevendría a continuación, puso instintivamentela mano. Saqué de la chaqueta la últimacolección de canciones que había grabado y sela di (más tarde he sabido que ese gesto tieneun nombre: «el apretón de manos deNashville»). Siempre llevaba una cintaencima, por lo general con lo último que habíagrabado por la mañana, y eso fue lo que saquédel bolsillo.

A la mañana siguiente hice la compra

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antes de ir a trabajar. Volví con la compra acasa y vi que la luz del contestadorparpadeaba. Le di al botón y saqué un cartónde huevos de la bolsa. Mientras los guardabaen la nevera, escuché el mensaje: «E, soyCárter. Muy buenas canciones, muy buenasletras, muy buenas melodías. Hablamos».Clic.

Ningún número al que llamar,simplemente «Hablamos».

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8 Comprando gangas Llamé a Información y pedí el número deAtlantic Records. Me pusieron con lasecretaria de John Cárter. Le expliqué quehabía recibido un mensaje enigmático peroesperanzador de su jefe. Ella me dijo que lodel mensaje críptico era habitual. ¿Pero iba enserio o no? Me pasó con él y efectivamenteme dijo que quería que firmase con AtlanticRecords.

Aquello era demasiado bueno para serverdad. ¿De verdad iba a tener mi vida algúnsentido, después de todo? ¿De verdad iba apoder hacer algo con mis canciones? ¿En serioiban incluso a pagarme por escribir y cantarmis canciones? Estaba pegando botes de la

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emoción.Pasaron las semanas, y mi entusiasmo se

fue diluyendo: no volví a oír nada de Cárter.Finalmente le llamé y me contó que le habíamostrado mi cinta al jefe de Atlantic, pero queno le había gustado, porque era demasiadorara, y que así estaban las cosas. Me quedéhecho polvo. Estaba acostumbrado al rechazo,pero no a que me rechazasen después depensar que lo había conseguido. No eraconsciente de que hacen falta varios pasoshasta el «sí» final. Pensaba que en elmomento que Cárter dijo que queríacontratarme ya estaba todo hecho.

Pese a estar completamentedesilusionado, retomé mi rutina habitual:trabajar primero y luego escribir y grabarcanciones como un poseso.Independientemente del rechazo que obtuviesetenía que seguir escribiendo y grabandoporque sentía la necesidad incontrolable de

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hacerlo. Seguí con ello porque me encantabahacerlo, incluso aunque nadie fuese aescucharlo. Pero también había algo quequería comunicar a la gente, y fuera del marcode una canción no se me daba bien, así queseguía siendo importante intentar que se meescuchase.

Cárter me dio su número privado y mepidió que me mantuviese en contacto. Pocosdías después estaba en las oficinas de larevista, lavando la taza de café del jefe en elbaño, cuando le oí decir que habían despedidoa Cárter de Atlantic Records.

Llamé a Cárter y le pregunté qué iba ahacer ahora. Me dijo que no estaba muyseguro y me preguntó si tenía música nueva.Le dije que siempre tenía música nueva. Meacerqué en bicicleta hasta su casa de SilverLake y le dejé una cinta con unas cuantascanciones nuevas. Volvió a dejar un mensajede ánimo en el contestador, y así empezó otra

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rutina: tomar la bici para dejarle cintas encasa. Me dijo que me hacía falta unrepresentante, y que andaba rumiando quiénme iría bien. Yo le dije que él parecíaentender de qué iba mi música y que quizádebería ser mi agente. Me dijo que se lopensaría.

A los pocos días me llamó para decirmeque aceptaba ser mi agente y que en brevetendría redactado un contrato derepresentación. Y yo, feliz. No tenía nada querepresentar, pero sentaba bien saber que teníade mi lado a alguien que conocía el negocio.

Un sábado por la mañana, Cárter montóun tenderete a la puerta de su casa para vaciarde trastos su chulísima casa, diseñada porNeutra. Me acerqué en mi bici, le compré unmolinillo de café y una olla arrocera y le di lacinta más reciente. Poco después de habermeido yo apareció por el tenderete DavittSigerson, productor discográfico y amigo de

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Cárter. Aprovechando que estaba allí, Cárterle dio a Davitt la cinta que acababa de dejarley le dijo: «Tienes que oír a este chaval».

Davitt escuchó la cinta en el coche ycuando llegó a casa llamó a Cárter. Le dijoque le había gustado mucho la cinta y quequería producirme. Cárter me organizó unencuentro con Davitt, un desayuno en unrestaurante de Santa Monica Boulevard pocosdías después. Mientras desayunaba frente aaquel productor barbudo, con tejanos y gafas,le expliqué cuáles eran mis intenciones: teníaun montón de ideas sobre la música y queríacrecer, evolucionar, probar cosas nuevas a lolargo de los años. Me dijo que creía que iba atener la oportunidad de hacerlo.

Aquello era fantástico. Después de añosde rechazo despiadado, un productor deverdad estaba interesado en lo que hacía.Seguía sin tener un contrato, pero habíaencontrado a otra persona a la que mi música

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le decía algo. Había estado hundiéndomehasta caer en una profundísima depresión,viviendo encima de un garaje en el LosÁngeles de finales de los ochenta, pero ahoraal menos tenía algo de esperanza.

Y entonces, sin que nadie se lo esperase,a Davitt le ofrecieron la presidencia dePolydor Records. Era un paso inusitado,porque él antes había sido músico y luegoproductor, pero nunca había trabajado dentrode una empresa discográfica. Aceptó elempleo y le dijo a Cárter que ya no tendríaoportunidad de producirme pero que, en sucondición de presidente de Polydor Records,uno de los primeros artistas a los que pensabacontratar era... a mí.

Cárter me llamó a las oficinas de larevista para darme la noticia. Me explicó quesería un contrato muy reducido para grabardos discos con Polydor. Cuando colgué elteléfono, me fui pasillo abajo sintiéndome

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ligero como el aire. Era un día extraordinario,increíble. Efectivamente, el trato era muymodesto, pero me daba igual. Lo único quehabía oído era «grabar dos discos». Con esome bastaba. El contrato me pagaba losuficiente para poder dejar aquel empleo, en elque llevaba dos años y que aborrecía, ydedicar todo mi tiempo a escribir y grabar sinpor ello morirme de hambre. Fregar la taza deljefe durante las dos semanas en la revista fuecasi una tarea agradable, consciente de quepronto habría quedado atrás.

Ésas son las cosas que impiden que losmomentos más negativos de mi vida mehundan del todo. Si resulta que este tipo decosas no sólo son posibles sino que pasan deverdad, ¿cómo puedo ser tan cínico? Yo, uncrío de lo más ingenuo, había salido de casade mi madre en Virginia para ver si era capazde hacer algo con su música en el otroextremo del país, sin tener ni pajolera idea de

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si tenía posibilidades ni de en qué me estabametiendo.

Y algo estaba pasando. Estaba a punto deunirme a ese reducido grupo de afortunadosque pueden hacer lo que quieren porquequieren... y encima me iban a pagar.

El segundo mejor momento de mi vidafue tomar el ascensor del edificio PolyGrampara mi primera reunión en Polydor. Mehabían invitado a una reunión para hablar demi disco en el mismo edificio ante el que mehabía embobado manguera en mano al otrolado de la calle.

Empecé a reunirme con representantesde sellos discográficos interesados en publicarmis canciones. Una de ellas, Betsy Anthony,me presentó a uno de sus compositores, un talParthe— non Huxley. Llevaba media barba,zapatos de colores diferentes y en la cabezalucía melena por un lado y pelo corto por elotro. Me invitó a su extrañísima casita, en la

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colina más empinada de todo Echo Park.Nunca había andado en compañía de gentecon sensibilidades artísticas, y resultabafascinante. Era genial poder quedarse en sucasa y conocer a gente cuyos intereses no sereducían a las furgonetas y los campeonatosde tractores de tiro. Echo Park estaba lleno deartistas.

Pronto me trasladé a una casita de EchoPark metida en un callejón que, si os digo laverdad, daba bastante miedo. Varias veces mereventaron las ventanillas del coche, y no sécuántas radios me robaron, pero valía la penasi a cambio podía estar en ese mundo nuevo.Empecé a salir con la hermana de la mujer deParthenon, la primera novia que había tenidoen años. Le pregunté a Parthenon si querríaproducir conmigo el disco y juntos nospusimos manos a la obra en el diminutoestudio que su vecino Jim Lang tenía en sucasa, directamente enfrente de la de

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Parthenon. Todo iba como la seda.Yo no es que tuviese un concepto real de

la producción, y me contentaba con grabar eldisco. Estamos hablando de 1991, que enrealidad es como decir finales de los ochenta,y el valor que se le concedía entonces a laproducción no era precisamente exagerado.Cuando estos días escucho alguna de lasgrabaciones que hicimos entonces, me entrauna vergüenza horrible: ¡Vayainstrumentación, vaya reverberación máscasposa! Aunque supongo que también tienesu encanto: suena tan distinto...

Acabamos el disco deprisa, con unpresupuesto mínimo, y nos dijeron que saldríaen febrero del año siguiente, 1992.

Mientras tanto, mi madre me habíallamado para decirme que mi perro Fido, quetenía ahora trece años, tenía muchosproblemas con las patas e iba a haber que«dormirlo» (me encanta esa expresión...

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Supongo que resulta muy difícil decir que hallegado la hora de matar a tu perro). Mamá nose veía con ánimos, así que volví en avión aVirginia para ocuparme de tan desagradableproblema. Lo organicé todo con muchacompostura, casi impersonalmente, perocuando el veterinario le puso la inyección y vique Fido meneaba por última vez el rabo seme vino el mundo encima y tuve queencerrarme en el cuarto de baño, dondeestuve llorando inconsolablemente como unniño pequeño.

Liz vivía ahora con el principal traficantede drogas de Virginia, que acababa de salir dela cárcel, y mi madre tenía un novio, Bill,mucho mayor que ella. Tenía más de ochentaaños. Era tan viejo que había conocido a unode los hermanos Wright, los que inventaron elVUELO. Una mañana estaba en el comedorde casa de mi madre leyendo el periódico yentreoí esta conversación entre mi madre y

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Bill:Mamá: ¿Y si nos acercamos algún fin de

semana a Kitty Hawk?Bill: ¿Kitty Hawk?Mamá: Sí, Kitty Hawk. Allí donde vivían

los hermanos Wright.Bill: ¿Los hermanos Wright? ¡Ah, vale!

Yo conocía a Orville.A Man Called E salió según lo previsto.

Como de costumbre, yo no sabía qué esperar.Una mañana estaba sentado en mi cocina deEcho Park sintonizando la radio cuando oí queen la KROQ,. la emisora «alternativa»,sonaba la primera canción de mi disco quellevaba el muy apropiado título «Helio CruelWorld»; era mi voz, cantando:

Norman Rockwell colours fadeAll my favourite things have

changed

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But what the hellHelio cruel World

Se desvanecen los coloresestilo Norman Rockwell | Mis cosasfavoritas han cambiado, todas |Pero qué demonios | Hola, mundocruel

¡Hostia puta! Estaba en la radio. Llamé a

mi novia y le chillé: «¡Salgo por la radio!», ypuse el auricular junto al aparato como hacenen las películas cuando alguien se oye en laradio por primera vez. Cuando se apagó laúltima nota de la canción, el locutor dijo: «Eseera EEEEE... ¡A mí me suena a éxito!»

La verdad es que la canción se convirtióen un éxito en las listas alternativas (aunqueno sé muy bien qué significa eso). Sonaba porla radio constantemente, y la discográfica

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quería que saliese de gira. Yo no me dabacuenta de lo poco habitual que era haberfirmado un contrato, sacar un disco y tener unéxito sin haber actuado nunca en directo. Nohabía estado frente al público desde mis díasde batería en Virginia.

En la discográfica no las tenían todasconsigo sobre cómo resultaría yo actuando endirecto. Nadie tenía puestas muchasesperanzas en el chaval que grababa suscanciones en el armario. Todos, yo incluido,nos quedamos sorprendidísimos cuando vimosque lo de tocar en directo se me daba bien.Me enviaron a recorrer el país como telonerode la primera gira americana de Tori Amos,pese a que hasta entonces nunca había estadoal frente de una banda. Las únicas veces quehabía actuado lo había hecho detrás de labatería en fiestas y bares de Virginia. Además,salir de telonero suele ser una tarea muy pocoagradecida, por lo que tenía entendido, pero el

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público se mostró siempre muy receptivo y aveces me pedían incluso que saliera a darbises.

Tras la gira, Parthenon y su mujer setrasladaron a una casa en lo alto de la colina yyo me quedé con la extraña casa que hastaentonces habían ocupado en mitad de laladera. Entonces mi novia cortó conmigo. Erauna persona fascinante, muy artística, unaespléndida escritora, y el suyo era un mundoen el que me había emocionado vivir (inclusosobrevivimos juntos a los disturbios de LosAngeles), pero también fue ella la que mearrastró a unos altibajos a los que los dos noshemos referido más adelante como «miVietnam» (de eso hablaré en el capítulosiguiente). Me quedé destrozado, y empecé aescribir canciones y más cancionesobsesionadas con la ruptura, que luego grabépara mi segundo disco con Polydor, BrokenToy Shop. Había en él muchas canciones

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sobre lo desgraciado que era y lo mucho queodiaba a su nuevo novio. Canciones como«She Loves a Puppet»:

Got no soulOnly a haircutHe’s no manBarely a boyWhy can’t she understandThat I am her true loveShe loves a puppet

No tiene alma | Solo un corte depelo | No es un hombre | Apenas uncrío | Por qué no podrá ellaentender | Que su amor verdaderosoy yo | Está enamorada de unmuñeco

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Broken Toy Shop salió en diciembre de1993, justo en el momento que se producía uncorrimiento de tierras en PolyGram. Carter mellamó una noche para decirme que Davitt noseguiría en Polydor y que ya no había manerade darle publicidad al nuevo disco. Lepregunté qué iba a pasar ahora y con su brutalfranqueza habitual me dijo: «Pues que no terenovarán».

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9 Las chicas que megustan están locas A ver: este es un tema peliagudo, y no mesiento muy a gusto hablando de él, porquellevado a sus últimas consecuencias significaque yo también estoy bastante desequilibrado.Pero ahora, llegados a este punto de la historia(con la primera novia en años, pero a punto deembarcarme en una gira demencial y, enconsecuencia, de cortar con la novia), creoque es el momento de abordar la cuestión.Repasemos los antecedentes.

A lo largo de mi vida ha quedadodemostrado que, si estoy en una habitación yen esa habitación hay una persona capaz de

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convertir mi vida en un infierno, la encontraréenseguida, desearé que se ponga a hablarconmigo, me sentiré como si hubieseencontrado la pieza que le faltaba a mi puzzle,empezaré a fantasear y a ver imágenes de losdos despertándonos juntos, de nuestros hijos,de nuestras tumbas contiguas dentro decincuenta años, y encima creeré que eso es loque quiero. Por algún motivo que desconozco,Dios ha hecho que las mujeres que me atraenestén todas locas. Pero como resulta que nocreo en Dios, imagino que en realidad es unade esas circunstancias de la vida que algotienen que ver con la forma en la que me crié.La gente con la que trabajaba se refería aveces a cierto tipo de mujeres como «chicaspara E». Así de grave era la cosa.

Si la chica tenía pinta de haberseescapado del frenopático local, ahí estaba yo.A lo largo de los años he tenido una serie denovias capaces de pasar de la risa histérica al

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llanto desconsolado en cuestión de segundos.Woody Alien tenía un nombre para esas

mujeres y lo expuso en la película Maridos ymujeres. Para él son «mujeres kamikaze»,porque no sólo son autodestructivas sino queademás se estrellan contra ti y te arrastran ensu caída.

Tomemos, por ejemplo, a la primeranovia que tuve a los tres años de estarviviendo en California, el equivalente a miVietnam personal. Es como en el dicho,supongo: lo comido por lo servido. Si quieresestar con una persona interesante, sensible yde temperamento artístico, la sensibilidadimplica por lo general que sea sensible en unaserie de cuestiones con las que no habíascontado. Hoy en día mi Vietnam y yovolvemos a ser amigos y podemos reírnosjuntos de la pesadilla emocional que fuenuestra relación, pero sigue sin ser un platorecomendable, como suelen decir los

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camareros cuando un cliente pide un platomuy picante que le dejará hecho polvo al díasiguiente.

Un día estaba enamorada de mí y al díasiguiente no estaba segura de haber dicho laúltima palabra con su ex novio y volvía con él,solo para regresar a mi lado al cabo de un parde días. Era un carrusel vertiginoso yagotador. El novio de antes de su ex novio lallamó una noche para anunciar que se casaba,y ella me llamó en seguida para que fuese aconsolarla, pese a que el día antes me habíadicho que no quería ni verme (evidentemente,fui a su casa y la consolé). Por su cumpleañosle escribí una canción, «Manchester Girl»,convencido de que era lo más bonito yauténtico que podía regalarle. No le gustónada. Dijo que el verso sobre «la caja debasura de Pandora» daba a entender que eramala ama de casa. Aun así, cuando cortóconmigo me dejó destrozado.

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También podría mencionar a la novia quedurante nuestra primera cita se quitó la blusaen el coche como quien no quiere la cosa yfue con los pechos al aire hasta que llegamosal restaurante en el que íbamos a cenar.Después de la cena volvimos a casa, nossentamos en el sofá y empezamos a besarnos.Mientras nos besábamos se echó a llorar,huyó hacia el coche y salió disparada hacia sucasa. A la noche siguiente me llamó paraexplicarme que había salido huyendo porquehabía sentido la presencia de un antiguo novioen la habitación.

Y aun así seguí viéndome con ella. Otranoche me llamó dispuesta a suicidarse porquehabía oído que su ex novio tenía una nuevanovia. Me pasé la noche entera disuadiéndola.

Luego está aquella otra novia que sentíasiempre unos celos terribles por unasaventurillas imaginarias que nunca tuve, y queen uno de sus arranques psicóticos pegó un

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portazo tan fuerte que un espejo se cayó de lapared y se hizo añicos contra el suelo. Estoyseguro de que a los vecinos les hizo una gracialoca. Ah, y gracias por los siete años de malasuerte: se cumplieron.

Y qué decir de aquella otra que, unanoche que estábamos tumbados en la cama,me salió con una frase inmortal:

—¿QUÉ PASA, QUE VEREL PUTO PROGRAMA DEDAVID LETTERMAN ES MÁSIMPORTANTE QUE HACERMEMIMITOS?

La lista es interminable.Igual ahora parece que mi vida es más

interesante de lo que realmente es. Pensad queestos son ejemplos desperdigados a lo largo de

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un extenso periodo de tiempo, cerca de veinteaños, con muchas fases entremedio deabsoluta ausencia de locura.

Otra cosa: cuando digo locura, quiero quesepáis que yo también tengo mis límites. Nohablo de locas en el sentido de perturbadasmentales o esquizofrénicas. Eso es demasiadoincluso para mí. Pero en ocasiones algunas demis novias no andaban muy lejos de esascategorías.

¿Qué es lo que me atraía de esas almasdescarriadas? Seguramente una combinaciónde circunstancias, entre ellas el hecho de queyo mismo era un alma descarriada y por esome sentía a gusto con ellas (ya, ya: quéironía). Criarte en una familia de locos tepredispone a ese tipo de cosas si no te andascon cuidado.

Y quizá es que yo estaba dispuesto atransigir con los bajones de la relación parapoder disfrutar de los subidones que me

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ofrecía. Pero con el paso de los años elatractivo de las loquitas se ha ido reduciendo;por extenuación, supongo.

No todas han sido unas locas, pero siquiero ser sincero tengo que reconocer que enla mayoría de casos algún tornillo les faltaba.Será que en realidad estamos todos locos, ycada uno encuentra una manera distinta devivir con ello. No hay más que vernos a mí ya mi hermana. Somos dos caras de la mismamoneda. Nos enfrentamos a los problemas demanera muy distinta: ella perdió todaconciencia de sí misma y cayó en una espiralde alcohol y drogas, y yo me sumergí en lamúsica. He tenido la suerte de que mi métodofuese más constructivo.

En defensa de todas ellas tengo que decirtambién que no soy una persona con la queresulte fácil convivir. Bueno, en cierto modosí que lo soy, una vez se acepta que siempreestoy trabajando en algo y que si no estoy

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trabajando tiendo a encerrarme en mí mismomientras rumio nuevas ideas. Hay que ser unapersona muy segura de sí misma para vivircon alguien así, y probablemente he estadoenfocándolo mal todos estos años al intentaremparejamientos imposibles.

Les guardo mucho cariño a todas mislocas, y no lamento ninguna de lasexperiencias compartidas con ellas (bueno,casi ninguna. Algunas fueron verdaderamenteterribles).

A todas las locas a las que he querido:muchas gracias, pero ahora estoy demasiadocansado.

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10 Un día en la playa Huracán en Honolulú Salí de casa una mañana sin tener muy claro adónde ir. Me subí a mi camioneta blanca y mepuse a conducir sin rumbo. Acabé en ZumaBeach, a una hora de Echo Park. No sé porqué aterricé allí, algo parecía llevarmeinstintivamente hacia la playa. Quizá fuese porZuma, un disco de Neil Young que Liz y yosolíamos escuchar mucho. Era una mañanaventosa, gris y nublada de entre semana. Laplaya estaba desierta. Bajé de la camionetapara caminar por la arena y me quedé mirandoel romper de las olas. Algo había que meempujaba a adentrarme en ellas y seguir

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caminando hasta quedar bajo el agua.Acababa de encontrarle sentido a mi

vida, y ahora me lo querían quitar. Podíaseguir haciendo mis cintas, pero ya nadie lasescucharía, y ya no podría volver a dedicarlestodo mi tiempo. Lo mejor que me habíapasado nunca se había acabado demasiadodeprisa. Casi no me había dado tiempo aponer en marcha mis planes musicales. Ya nosabía qué hacer conmigo mismo.

Me acerqué más al agua, hasta quedarmequieto justo en el punto en el que la marealame la arena seca. Podía sentir que mistalones estaban a punto de empujarme al agua.Me quedé allí quieto durante lo que mepareció mucho tiempo, aunque seguramentefueron solo diez minutos.

Decidí que era demasiado cobarde paratirarme al océano. No me gusta el agua fría.Volví a mi casita de las colinas y me tumbé enla cama a llorar.

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Carter contrató una breve gira porCalifornia en la que podría actuar en algunosbares y tocar yo solo. Estuve semanaspracticando en el sótano, y compré unacubierta rígida para el cajón de mi camionetapara transportar mi equipo. Nadie asistió aninguna de las actuaciones, excepto a la deSan Luis Obispo, donde resultó que había unmontón de universitarios borrachos que iban aestar allí de todas maneras. Aquella noche casime parten la cara dos veces. Una cuando ibahacia el bar: una panda de capullos borrachosme rodeó y empezó a gritarme. La otra fuedurante el «concierto», cuando un imbécilmamado se puso a vacilarme y yo cometí elerror de responderle. Esa misma noche,mientras conducía por la autopista del Pacíficode camino a San Francisco, tuve quecontenerme varias veces para no dar unvolantazo y despeñarme de una vez por losacantilados.

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Seguí escribiendo y grabando cancionesen el frío de mi minúsculo sótano. No sabíaqué otra cosa hacer. Al menos trabajaba ahoracon una ocho pistas y con mejoresinstrumentos. Algo es algo. Seguía a lo mío, aciegas.

A veces se oye a actores y a gente decine hablar de su trabajo y dicen cosas delpalo: «como actor fue una decisióninteresante...». Esa idea de que se puedentomar decisiones en el trabajo me tienefascinado, porque yo no lo veo nunca comouna decisión. Yo sólo siento lo que está ahí, apunto de salir, y tengo que conseguir que seaalgo real, y ya está. No me parece que tengaopciones. Lo hago y punto. Y no es que meguste: a veces me siento como si me hubieranpuesto una pistola en la sien.

De adolescente jugaba a veces con migrabadora de dos pistas y creaba unos collagesde sonidos verdaderamente raros, que luego le

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enviaba a Liz a Hawaii. Debía de pensar queestaba zumbado, porque aquellas cintas eranabsolutamente demenciales. Grabacionesclásicas mezcladas con voces raras que yo ibaponiendo, ráfagas de rock, miniparrafadas...De locos, de verdad.

Liz me llamó y me contó que habíaencontrado una de aquellas cintas. Cuandocolgué el teléfono pensé en lo divertido quehabía sido grabar aquellos collages sonoros. Ymás adelante, durante aquella etapa tan negrade mi vida, iba conduciendo por la carreteracuando oí en la radio al grupo inglésPortishead. Me quedé sin palabras. Tuve queparar en el arcén para escuchar con todaatención. La combinación de «bucles»creados con frases de percusión y sampleos delas bandas sonoras de Lalo Schifrin con la vozde la cantante superpuesta me fascinó, y medio la inspiración para recuperar mi antiguomundo de collages sonoros e integrarlos en

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mis composiciones musicales.Las nuevas tecnologías habían creado

nuevas posibilidades para el collage sonoro.Llamé a mis amigos para preguntarles siconocían a gente que hiciese música conordenadores y me dieron unos cuantosnúmeros de teléfono. Era un mundo nuevo,emocionante, y a mí me parecía un medio conposibilidades infinitas. Una de las primerascanciones que escribí por entonces fue«Novocaine for the Soul». Algún tiempo atráshabía escrito esa frase en un trozo de papel yme lo había guardado en el bolsillo, junto conotro papelito en el que había anotado «beforeI sputter out» y otro que decía «Jesus and hislaywer are coming back». Eran destellos,ideas que iba teniendo para una canción quequería escribir sobre lo desesperado que mesentía.

Jennifer Condos, una amiga mía bajistacon la que alguna vez había trabajado, me

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contó que su marido Mark Goldenberg teníaun ordenador. La acompañé a su casa y Marky yo hicimos algunas bases rítmicas. Luegome fui a casa pensando en la parte de laguitarra, la letra, la melodía, y lo monté todoen la grabadora de ocho pistas en una noche.Volví a casa de Mark con la cinta para quepudiese tocar el solo de guitarra. (Jenniferpuso el bajo para sustituir el teclado, peronunca ha aparecido en los créditos por culpade un error administrativo. Ya sé que es muytarde, pero ¡lo siento, Jen!)

Life is whiteAnd you are blackJesus and his lawyerAre coming backOh my darlingWill you be hereBefore I sputter out

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La vida es blanca | Y tú eres negra |Jesús y su abogado | Van a volver |Oh, querida mía | Dime si vas aestar ahí | Antes de que me apagueentre chisporroteos

Estaba muy contento con la canción. Era

como haberse metido en algo completamentedistinto. Parthenon me pasó el número de untío con el que había colaborado, Jim Jacobsen,que trabajaba también con su ordenador. Ensu casa escribí parte de la canción «Susan’sHouse», y el resto en mi sótano, en unproceso muy parecido al de la grabación deNovocaine. Con aquella canción me distanciéaún más de lo que había estado haciendohasta entonces: la parte vocal es mucho másrecitada que cantada. Quise escaparme de micabeza en una canción y dar un paseo por el

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vecindario. Pensé: ¿Dónde está escrito quetenga que cantar?

Going over to Susan’s houseWalking south down Baxter StreetNothing hiding behind this picketfenceThere’s a crazy old womansmashing bottlesWhere her house burnt down twoyears agoPeople say that back then she reallywasn’t that crazy

De camino a casa de Susan |Rumbo sur por Baxter Street | Nadase oculta tras la verja | Hay unavieja loca reventando botellas | Enel solar donde ardió su casa dosaños atrás | Hay quien dice que por

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entonces no estaba tan loca

Luego venía un sample del piano de una

vieja grabación de Gladys Knight, mezcladocon una serie de efectos sonoros y el ritmo demi paseo por el barrio. Había conocido a laSusan del título un par de años antes, peropara cuando escribí la canción ya habíamoscortado y además, si he de decir la verdad, sucasa estaba en Pasadena, demasiado lejos parair andando. A veces hay que permitirse unaligera licencia artística para llegar a la verdaduniversal, o como prefiráis llamarla. Quequede claro que Susan no era una de las locas(la excepción a la regla en aquella fase de mivida), y que tuvo que sufrirme en el momentoen el que publicaba un disco en el que contabalo desconsolado que me había dejado miúltima novia (Vietnam).

Con aquella gente grabé canciones

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tituladas «Flowers» y «Your Lucky Day inHell» siguiendo el mismo proceso de trabajo.Todas ellas se quedaron tal como lasgrabamos el primer día y nunca lascambiamos hasta que fueron publicadas enforma de disco años después.

Mientras tanto, había grabado cerca desetenta canciones por mi cuenta en el sótano.Por primera vez desde que Prince irrumpió enmi vida, volvía a interesarme por la música delmomento. También me gustaba el grupojaponés Pizzicato Five, y Nirvana, Hole y LizPhair estaban sacando discos que me parecíansinceros, discos de verdad. Me daba laimpresión de que lo que estaba escribiendoahora era más inmediato, más vibrante que loque había hecho hasta entonces. Estabaintentando eliminar capas para llegar a laverdad que subyace a todo. Empecé aaprender mucho sobre temas de producción, ya tener ideas propias. Dejé de usar las

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reverberaciones horteras. Me daba lasensación de haber estado escondiéndome, yahora quería ser sincero, seco; aunque mehiciese sentir incómodo. Como este libro.

Una de las canciones que grabé se meocurrió una noche que mi amigo Jon Brionvino a verme a casa. Había sido un niñoprodigio, y de adulto tocabaextraordinariamente bien cualquierinstrumento: era capaz de haceracompañamientos para cualquiera así sin más,sin haber ensayado ni nada, y tenía unabarbaridad de instrumentos viejos y equiposde grabación. Cuando vino me propuso unejercicio: él subiría al dormitorio y escribiríauna canción en treinta minutos, y yo mientrasbajaría al sótano y escribiría una canción entreinta minutos. Siempre me salía con ideasasí. «Escribe una canción sobre algo que hayaencima de la mesa», cosas así. Bajé al sótano,tomé mi vieja telecaster estampada, la conecté

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a la grabadora y empecé a cantar:

My beloved monster and meWe go everywhere togetherWearin a raincoat that has foursleevesGets us through all kinds of weather

Mi adorado monstruo y yo |Vamos juntos a todas partes |Embutidos en un chubasquero concuatro mangas | Nos protege decualquier inclemencia del tiempo

Grabé la guitarra y la voz allí mismo, y

cuando pasaron los treinta minutos invité aJon a escuchar lo que había hecho. Le gustó yme propuso que lo llevásemos en breve a suestudio de Silver Lake para añadir más

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instrumentos, algo que hicimos en los díassiguientes. Jon incorporó a mis pistas de voz yguitarra un trombón, bajo, teclados y el sonidoque hacía una tarjeta de crédito contra sumejilla sin afeitar. Para la percusión nosdedicamos a golpear contra el suelo cajas deherramientas y todos los trozos de metal queencontramos.

Carter había vuelto a trabajar en Artistasy Repertorio para PolyGram, el imperio queme había dejado en la calle. Aún no había sitiopara mí, pero él seguía dispuesto a ser mirepresentante, aunque en ese momento nohubiese nada que representar. Le gustaron lascosas que había estado haciendo y mepropuso que empezase a actuar bajo unnombre distinto, visto que en lo musical habíahecho grandes progresos. Me dijo que inclusotenía el nombre perfecto para mí: EELS. Megustó la idea de trabajar con un nombrediferente. Cuando te llamas E te salen toda

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serie de problemas logísticos. Cuando alguienlee en el periódico ESTA NOCHE: E, lo másnormal es no ver siquiera la E. Necesitabaunas cuantas letras más, y a Carter le parecióque si el nuevo nombre empezaba por E misantiguos cedés estarían cerca de los nuevos enlas repisas de las tiendas de discos. (Solocuando salió el primer cedé de los EELS nosdimos cuenta de que mis nuevos discos y losantiguos estaban separados por infinidad dediscos de los Eagles y de Earth, Wind andFire. Estas cosas hay que pensarlas con máscalma.)

Carter se dedicó a presentar mis cintas alas compañías disco— gráficas, pero no habíaun interés excesivo. Las canciones que lesponía eran «Novocaine for the Soul»,«Susan’s House», etcétera, idénticas a comoaparecieron años después en el disco.

Una noche, iba yo por Third StreetPromenade en Santa Mo— nica cuando oí

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que alguien me llamaba: «¡Ey, E!» Se meacercó un tipo rubio que me sonaba de algo.Era Chris Douridas, el director deprogramación de la radio pública local,KCRW. Había actuado un par de veces en suprograma cuando salieron los discos de E. Mepreguntó qué había estado haciendo y le dijeque había estado grabando nuevo material.Me preguntó si podía escucharlo y le dije quele enviaría una cinta. Supuse que habíaquerido ser amable, o darme conversación,pero por si acaso envié una cinta a la KCRWal día siguiente.

Pocos días después recibí una llamada deun asistente de la radio: Chris quería poner lacinta en directo, pero no funcionaba, y queríasaber si podía llevarles una copia mejor. Crucéla ciudad en mi furgoneta para entregar enmano una cinta en perfecto estado defuncionamiento. Chris quería poner«Novocaine for the Soul». Hizo una prueba

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de la cinta delante de mí y luego la puso endirecto.

Carter me animó a formar una bandapara tocar en directo las canciones. Era todoun reto, porque el nivel de producción enestudio de todas era muy alto. Además,algunas de las nuevas canciones girabanmucho en torno a la guitarra eléctrica, que eraotra cosa nueva para mí. Así que me puse areunir un grupo para tocar en directo quepudiese hacer las dos cosas: meter tralla yhacer justicia a las canciones más complicadasde estudio.

Jonathan Norton había tocado la bateríaconmigo alguna vez para preparar lo quetendría que haber sido la gira de mi segundoálbum, pero la gira no llegó a arrancar nuncapor culpa del corrimiento de tierras enPolyGram. Era un tío grandullón, con largacoleta y cierta debilidad por los djembésafricanos y la percusión exótica. Había oído

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que estaba juntando gente para tocar materialnuevo y puso toda la carne en el asador paraser el batería. Le dije que no me parecía lapersona adecuada. Demasiada world music,demasiada «coleta».

Un par de días después vino a casa y casino lo reconocí. Se había cortado la coleta yahora llevaba barba y el pelo teñido de rubio.Estaba intentando demostrarme que no erasólo como yo pensaba que era, y ademásquería probarme lo importante que era para éltocar conmigo. Me impresionó que estuviesedispuesto a llegar a ese extremo, y no se meocurría nadie mejor, así que decidí hacer laprueba. Me fui con él al garaje que tenía enNorthridge, enchufé mi Les Paul en unpequeño ampli Fender y empecé a tocar losacordes arpegiados de «Novocaine for theSoul» con mucho trémolo y distorsión, muydiferente de como sonaba en el disco.Jonathan empezó a golpear su batería con las

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manos. Nunca antes había sido el guitarristade una banda, y era emocionante y tambiénaterrador tener esa nueva responsabilidad.Aquello tiraba, y los dos lo sabíamos. Conaquello sí nos podíamos presentar en vivoante el público. Me daba igual que no sonasecomo en el disco. Ya me gustaba que sonasedistinto. Las dos versiones me sonaban bien,cada una a su manera, y entendí entonces queno hay por qué tratar de igual manera unagrabación y una actuación en directo. Sonsituaciones completamente distintas.

Ahora me hacían falta un bajista y unteclista. Probamos con un par de bajistas ydecidimos que la mejor opción era la deTommy Walter, un tío al que conocía de unabanda local llamada Mrs. God. Era un bueninstrumentista, y además sabía tocar latrompa. Un día estábamos tocando en elgaraje y yo comenté que a Jonathan le hacíafalta un buen apodo. Tommy dijo: «Eso, algo

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como “Butch”», y a Jonathan le gustó tantoque empezó a referirse a sí mismo en tercerapersona como «Butch», así que Butch sequedó.

Tuvimos problemas para encontrar a unteclista capaz de aclararse con todos lossampleos de algunas de las canciones. Laverdad es que solo teníamos un candidato: norecuerdo cómo se llamaba, pero era un tíomuy raro que no llegó a presentarse en el quetenía que haber sido su primer día. Nos dejóun largo y confuso mensaje en el contestadorexplicándonos que se había metido en unatasco, y luego se había perdido, y luego...Ahí cortamos el mensaje y organizamos uncollage sonoro con él, para reírnos un rato.Decidí que saldríamos a escena sin teclados, yque no usaríamos samples. Tal como yo loveía, sonábamos bien como trío y yo ademáspodía tocar algunos teclados.

Le había pedido prestado a Jon Brion un

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viejo teclado Hoh— ner Cimbalet que megustaba mucho. Era como un pequeño pianoeléctrico, del tamaño de la funda de unaguitarra eléctrica, parecido a lo que tocaba lachica de los tebeos de The Archies. Un díadecidí enchufarlo al ampli de la guitarra, a vera qué sonaba. Me encantó el sonido. Era uncruce entre un teclado y una guitarra, algo queno había oído nunca antes. Pero las teclas noeran dinámicas, es decir, sonaban siempre almismo volumen. La dinámica de miscanciones requería algo más sensible: a vecesnecesitaba dar caña, otras tocar notas suaves,bonitas, y por eso le pedí consejo a Jon. Medijo que el antiguo piano eléctrico Wurlitzerera lo más parecido al sonido del Cembalet,pero con un teclado sensible al tacto. Me pusea buscar en los anuncios por palabras yencontré uno barato y en buen estado. A nadiele interesaban ya los pianos Wurlitzer, quepara muchos sonaban a viejo, a hor— terada.

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Tocamos por primera vez en unminúsculo café de Melrose Avenue, elBeetlejuice. Le pedí a mi amiga Aimee Mannque nos presentase, y que dijese algo como«Señoras, señores, con todos ustedes:¡EELS!», pero lo que dijo fue «señoras yseñores, ante ustedes E y unos cuantosacompañantes». (Nunca le pidáis a Ai— meeque presente por primera vez a vuestrabanda.) Arrancamos con «Novocaine for theSoul», y desde el primer instante quedó claroque algo estaba pasando, señor Jones,3 y sísabía lo que era. Me sentía como si fuésemosa reventar las paredes de aquel diminuto café.

Aimee se me acercó después delconcierto y me dijo: «¡Uau! ¿Qué coño hasido eso?» Todos parecían estaremocionadísimos. KCRW radiaba mis cintas ypor la ciudad empezamos a sonar como ungrupo a tener en cuenta. Aquello era algonuevo para mí, y desde luego muy diferente

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de mi primera experiencia con el negociomusical.

Al poco tiempo tenía a variasdiscográficas interesadas en mi nueva música.Recibir tanta atención, después de lo de aqueldía en Zuma Beach, era emocionante, perotambién bastante irreal, y muy difícil deasimilar. Elton John había escuchado mi cinta,y alguien me dijo que quizá estuvieseinteresado en contratarme para su propio sello.Nos invitó al Hollywood Bowl para que loconociésemos y viésemos su concierto. Entrebambalinas, Butch se dedicó a darle el coñazoa Elton. En los conciertos de Elton John todosuele estar planificado, pero algo salió mal esanoche y nos lo cruzamos en el largo pasilloque hay detrás del Hollywood Bowl justocuando nos conducían a un reservado en elque teóricamente debíamos encontrarnos conél más tarde.

Butch: «¡Hey, Elton!»

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Elton mira nervioso a sus guardias deseguridad. Luego dice: «Eh... Hola».

Butch: «¿Qué tal va eso, Elton?»Elton, cada vez más desconcertado y sin

saber muy bien qué hacer, dice: «Estoy muybien, gracias».

Butch: «¿A dónde vas a ir después,Elton?»

Elton dice «a casa, a Atlanta», y acontinuación hace uno de esos gestosacordados de antemano (un guiño, un roce deoreja) para que su gente se lo lleve pasilloarriba. Así sucede.

Finalmente nos llevaron al reservado,pero aquella noche no volvimos a ver a Elton.En realidad no hemos vuelto a saber de él,pero aún así había varias discográficasdeseosas de sacar mis discos.

Todo se volvía cada vez más extraño. Derepente me ofrecían cantidades obscenas dedinero por hacer lo que más me gustaba.

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Aquello ya no era como mi modesta primeraexperiencia. Los ejecutivos de casi todas lasdiscográficas me llevaban casi en volandas.Los tíos de Artistas y Repertorio venían algaraje a jugar al croquet con nosotros, nostraían pizza, hacían lo que fuese para estar debuenas con nosotros. Era de locos. Si osdijese la pasta que me estaban ofreciendo noos lo creeríais. Era mucho más de lo quehabría podido soñar. La compañía que másdinero nos ofrecía era Interscope Records.Todo el mundo de mi entorno me decía queoptase por la discográfica que ofreciese másdinero.

Pero los que a mí me interesaban eranLenny Waronker y Mo Ostin, que acababande poner en marcha un nuevo sello,DreamWorks Records. Tenían fama de habersido los ejecutivos más próximos a los artistasdurante el mejor momento artístico de WarnerBrothers Records, y Lenny había sido el

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productor de Good Old Boys, uno de misdiscos favoritos de Randy Newman. Habíandejado Warner Brothers durante unareestructuración en la que habían perdido suautonomía y acababan de poner en marcha unnuevo sello que todavía no había sacadoningún disco. Me ofrecían menos dinero queInterscope, pero la suma seguía siendoinmensa en comparación con mi primercontrato, así que ¿por qué no? Se me habíaacabado el dinero y estaba a punto de tenerque volver a buscar curro. Mi contable estabaa un paso de despedirse, harto de que suscomisiones sumasen cero. Pero ahora parecíaque todo se arreglaría independientemente decon quién me fuera, aunque por experienciasabía que todo podía acabar muy pronto. Hicecaso omiso de los consejos de mi entorno yfirmé con Lenny y Mo para ser la primerabanda de su nuevo sello.

Fue la decisión más inteligente que he

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tomado nunca. Los que ofrecían más pastahabrían esperado a cambio el mayor beneficioposible para su inversión, y no la mejormúsica que yo estuviese en condiciones deofrecer. Después del primer disco habríaestado otra vez lavando coches frente aledificio de PolyGram (años después,Interscope adquirió DreamWorks Records, yacabé convirtiéndome de todas formas enparte de su imperio, así que pelillos a la mar,¿verdad? ¿Verdad?)

DreamWorks consiguió reunir unimpresionante catálogo de artistas muyinteresantes. Al poco de haber firmado mealegró saber que Lenny tenía previstocontratar a Elliott Smith, un cantante amigonuestro al que todos admirábamos mucho.Parecía un buen sitio en el que estar: loscompañeros de catálogo eran todos de primerorden.

Haber sido objeto de tanta oferta y

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contraoferta resultó tan desconcertante, tanproblemático, que cuando todo acabó tuveque encerrarme a solas en una cabaña de BigSur durante una semana para soltar presión yrecuperar la perspectiva. Me sentía como siacabase de estar en una batalla en la que todoshabían perdido la cabeza.

Cuando regresé hice una lista con doce otrece pistas de las setenta y tantas cancionesque tenía para que fuesen parte del primerdisco de eels. La mayor parte estaba en laslistas desde el día que las había grabado, yaparecieron en el disco tal y como eran, sinremezclas ni nada parecido. Pero me parecióque algunas de las canciones más guitarrerassonarían mejor si las grababa otra vez con lanueva banda de directo, así que organizamosun pequeño garaje en Burbank con MikeSimpson de los Dust Brothers, que había sidoel productor de Paul’s Boutique de los Beas—tie Boys y de Wild Thing de Tone Loe, para

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grabar tres o cuatro canciones con Butch yTommy, para que al menos apareciesen en eldisco.

Titulé el disco Beautiful Freak, como unacanción inspirada por Susan.

You’re such a beautiful freakI wish there were more just like youYou’re not like all the othersAnd that is why I love youBeautiful freak

Eres tan rara, tan hermosa | Ojaláhubiese más como tú | No tepareces en nada a las demás | Y poreso te quiero | Hermosa, rara

Quizá si no la hubiese llamado «freak»

hoy sería todavía mi novia.

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Para la portada quería la foto de una niñapequeña con grandes ojazos. Durante la sesiónde fotos me sorprendió comprobar que la niñaa la que iban a fotografiar parecía unaminiatura de Susan. Curiosa coincidencia.

Con doce de mis setenta y tantascanciones en el disco, hicimos un máster ygrabamos copias de muestra para la radio y laprensa. Mi madre y Liz estabanilusionadísimas con mi segunda oportunidad.Liz no hacía más que fardar de mí ante susamigos, y le ponía mi música a todo aquel quequisiese escuchar, e incluso a los que noquerían.

Una noche, en vísperas de lapresentación del disco, tocamos en el AlligatorLounge, un club chiquitito cerca de laautopista 10 en el que actuábamos bastante amenudo. Después del concierto volví a casa yescuché los mensajes del contestador. Puse lasllaves en la mesa de la cocina y le di al botón

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del contestador. Había un mensaje de mimadre. Sonaba rara, y me pedía que lallamase. Luego había otro mensaje, tambiénde mi madre: «Liz se ha tomado un bote depastillas y... está en coma. Ehhh...Llámame.»

Llamé de inmediato a casa de mi madre,y me contestó con voz temblorosa.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.—Se tomó un bote de pastillas y cayó en

coma..., y..., ahora...Hubo una pausa larga.—Está muerta.Cuando oí esas dos palabras fue como si

alguien me diese un puñetazo en el estómago.La cocina empezó a dar vueltas. Se mesaltaron las lágrimas. Chillé al auricular:«¡No!» Del otro lado, mi madre sollozaba.

Liz había intentado matarse varias vecesdesde la primera vez que la encontramostirada en el suelo del baño aquel Verano delAmor, pero me resultaba imposible asimilar

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que lo había conseguido y ya no estaba viva.Cuando solté el teléfono me dejé caer en elsuelo del pasillo y me puse a llorardesconsoladamente, gimiendo su nombre unay otra vez.

Su situación había ido empeorando, y losmensajes que me dejaba en el contestadoreran cada vez más extraños y absurdos. Sehabía casado con aquel novio suyo traficantemientras él estaba en prisión. Cuando salióvivieron un tiempo en Virginia y luego setrasladaron a Hawaii. Ella estaba dispuesta arepetir la aventura hawaiana, incluso despuésde la primera amarga experiencia. Se pasaba lavida entrando y saliendo de hospitalespsiquiátricos y clínicas de desintoxicación.Finalmente, escribió una nota en la quehablaba de reunirse con nuestro padre en ununiverso paralelo, se tragó un bote entero depastillas y, esta vez sí, consiguió matarse.

No estaba preparada para vivir en este

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mundo. Entre la vena de locura familiar quehabía heredado y el descontrol de nuestraeducación, no tenía conciencia de sí misma nisabía dónde podía estar la cordura en sumundo. Intentó rellenar el pozo sin fondo desu corazón con todas las drogas a las quepudo echar mano, pero no le sirvió de nada.

Era mi mayor admiradora. Siempre habíaquerido apoyarme con mi música, y siempreme pedía que le enviase novedades. Desde losprimeros collages sonoros a las últimascanciones, siempre que tenía algo nuevo se loenviaba en cuanto estaba listo. Acababa deenviarle un ejemplar de muestra de BeautifulFreak y esperaba con impaciencia su reaccióna la mezcla de antiguas grabaciones y nuevascanciones que había hecho para ella, pero nocreo que llegase a recibirla antes de morir.

Había llegado al momento másinesperado y emocionante de toda mi vida,pero lo único en lo que podía pensar era en

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Liz. Se me hacía dificilísimo acostumbrarme ala superposición de unos bajones y unasalegrías tan grandes: era rarísimo. Le dije a mimadre que yo pagaría el funeral, pero que nole dijese nada al marido de Liz. No quería quesupiese que tenía dinero. Volé a Honolulú yme encontré en el Holiday Inn del aeropuertocon mi madre, llegada desde Virginia. Allí nosquedamos toda la semana.

La noche antes de que incinerasen a Liz,la funeraria organizó un velatorio con ataúdabierto para que los amigos y la familiapudiesen despedirse. Mi madre y yo llegamoslos primeros y nos acercamos al ataúd. Eldirector de la funeraria abrió la tapa y no fuicapaz de reconocer a la persona que estabaallí tendida. La habían maquillado de malamanera. Liz apenas usaba maquillaje, yaquella persona pintarrajeada parecía otra;daba bastante miedo. Mi madre parecía nodarse cuenta, y empezó a sacarle fotos.

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Pusieron una cinta con los típicosórganos fúnebres y una de las chaladas delpsiquiátrico se acercó al ataúd. Le echó unvistazo a la cara de Liz y pegó un chillido quehizo que todos los presentes levantaran lavista, asustados. Disgustado, resoplé y meacerqué al estrado para hacerle a Liz el últimoregalo posible. Cerré definitivamente la tapadel ataúd.

Al cabo de un rato me sentí incapaz deaguantar aquello y me escapé al local máscercano, Fuddruckers, un restaurante del estilode TGI Fridays que había al otro lado de lacalle, para tomar una cerveza y algo de comer.Estaba como en una nube, y necesitaba mediahora sin tener que pensar en la muerte de mihermana o la funeraria. Estuve sentado veinteminutos sin que nadie se acercase; finalmentele pedí al encargado que viniese alguien atomar mi pedido. Treinta minutos despuésconseguí que me trajesen una cerveza y un

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bocadillo. Le hinqué el diente al bocadillo:rezumaba mayonesa, a pesar de que les habíapedido sin mayonesa. Aborrezco la mayonesa.No era día para que me pusiesen mayonesa enel bocata. Acabé la cerveza, con la esperanzade que me atontase un poco y me ayudase aevadirme del infierno en el que meencontraba, y pagué la cuenta. Cuando salía,vi que había un libro de visitantes en elmostrador de entrada. Tomé el boli que habíaatado al libro y escribí: este sitio es unamierda. Cuando estaba acabando de escribirMIERDA, el encargado se me acercó, vio loque había escrito y me ordenó queabandonase el local.

Volví a cruzar la calle, pensando que noestaría mal que me atropellase un coche, y mecolé de nuevo en la funeraria, donde un par deamigas de Liz, su marido y mi madrerondaban todavía. Cada instante pasado allífue una tortura.

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Al día siguiente hubo una pequeñaceremonia en una colina asomada al mardurante la cual cubrimos con hojas de palmala urna con las cenizas de Liz. Era un díaprecioso, soleado y con algo de brisa. El cieloy el mar compartían un tono oscuro de azul.Escondido detrás de mis gafas de sol pensabaen Liz, en cómo había deseado que todoacabase. De camino hacia allá, mi madre y yohabíamos hablado en el coche sobre cómollegar hasta la colina, y allí estaba ella ahora,sonriendo, como si no tuviese mayorimportancia estar en el funeral de su hija.Rechiné los dientes, furioso al pensar que Lizhabía sido criada por una mujer que siemprese había ocupado de ella en el plano físicopero que emocionalmente no era más que unaniña pequeña. Cada vez me frustraba más laindecisión de mi madre, y la sensación de queyo era el único adulto en todo aquel asunto.

Tras el funeral, mi madre y yo volvimos

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al hotel, cada uno a su habitación. Ella volabade vuelta a Virginia por la mañana, y yo a LosÁngeles, donde tenía un concierto con labanda. Sentado en mi habitación me sentíacada vez más triste y pensaba en lo que teníaque estar pasando mi madre, sentada en suhabitación de un hotel de mierda en elaeropuerto, recién llegada del funeral de suúnica hija, a la que nunca había dejado decuidar.

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11 Tiempos mejores —Empiezo a estar harto de oír al tío esecantar sobre tu puta casa cada veinte minutos.

Un amigo inglés de Susan le había escritouna postal, consciente de que ella era la Susanque vivía en la casa que yo mencionaba en micanción. El disco Beautiful Freak salió por finen agosto de 1996 y «Novocaine for theSoul» y «Susan's House» sonaban en lasradios de medio mundo.

Un día después de haber regresado aEcho Park desde Honolulú, Francis, micasera, una mujer de ochenta y tantos añosoriunda de Missouri que vivía en la puerta deal lado, llamó a mi puerta.

—Hola, E —me dijo con su áspero e

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inseguro acento del Medio Oeste. —¿Qué talfue el viaje?

—Estuvo bien.No le había contado que había ido

porque mi hermana se había suicidado. Noquería tocar el tema. Francis apoyó una manoen la baranda del porche para equilibrar sucorpulenta figura.

—Escucha, E, no sé si alguna vez te lohe contado pero yo veo espíritus.

—¿Cómo?—Yo veo espíritus.Me quedé mirándola.—Fantasmas.—¿En serio?—Sí. Y hay algo que creo que tengo que

contarte. Antes de que volvieses ayer, vi a unajoven entrar en tu casa.

—¿De verdad?—De verdad.Al principio, cuando Francis me contó

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aquello, me entró bastante canguelo y no teníademasiadas ganas de dormir en casa aquellanoche. Pero luego pensé en cuándo habíasucedido todo e intenté ver el asunto desdeotra óptica más positiva y menos acojonadora.Fuese o no una parida, me gustaba la idea deque Liz se hubiese pasado por casa paradecirme adiós una última vez, incluso aunqueno hubiese dado conmigo por un par de horas.Si vas a tener un fantasma en casa, lo mejorque puedes hacer es pensar que es unfantasma amigo.

Varios días más tarde estaba haciéndomeun té por la mañana cuando oí algo quesonaba como gatitos maullando bajo el suelode la cocina. Acerqué la oreja al suelo: eraevidente que ahí abajo había algo vivo. Llaméa Janet, la mujer de Parthenon, buena amigamía y la loca de los gatos del barrio.Dependiendo del día podía tener entre diez yveinte gatos callejeros metidos en casa. Era

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una experta, y yo no tenía ni idea de quéhacer.

Cuando Janet llegó bajamos al pequeñoestudio que tenía en el sótano, retiramos elarmarito del trastero y abrimos la trampilla quedaba al espacio abierto bajo la cocina. Amedida que me arrastraba por la tierra en laoscuridad, los maullidos iban haciéndose másfuertes. La camada parecía estar dentro de uncubículo al que solo podía accederse desdearriba. Nerviosísimo, metí la mano en lanegrura del agujero, temeroso de lo quepudiese pasar. Toqué algo lanudo, lo agarré ylo saqué a la luz. Era un gatito negro ydiminuto. Se lo pasé a Janet y ella lo metió enuna caja de cartón que había traído. Seguímetiendo la mano en el agujero y acabépasándole a Janet otros tres gatitos negros.

Janet montó una jaula de buen tamaño enel porche y allí metimos los cuatro gatitos.Justo cuando los estábamos metiendo en la

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jaula apareció la madre, una gata recelosa yhuesuda, y se nos acercó precavida. Jane seganó en seguida el cariño y la confianza de lagata (podría decirse que es «la mujer quesusurra al oído de los gatos»). Me explicócómo dar medicamentos a los gatitos con uncuentagotas. La madre me observó mientrassostenía a uno de los cachorros en la palma dela mano y les iba dando la medicina gota agota, y luego salió corriendo hacia el solar quehabía ladera abajo, al otro lado de mi casa.

A los pocos minutos la madre volvió conun quinto gatito en la boca, se me acercó yplantó al cachorro frente a mí en el suelo. Esuna de las cosas más monas que he vistonunca, como algo salido de las películas de Elmaravilloso mundo de Disney de cuando eraniño. La madre volvió a salir corriendo haciael solar y volvió con un sexto gatito que volvióa dejar a mis pies. A la madre le puse pornombre Slinky y procuré no tomarles

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demasiado cariño a los cachorros, porque soyalérgico a los gatos. Les encontré casa a todos,pero casi todos resultaron ser muy malosanimales domésticos. Demasiada calle,demasiada libertad en la sangre. A Slinky síacabé cogiéndole cariño y le dejé que sequedase por casa.

Encargué a Francis, la casera, que diesede comer a Slinky mientras yo estaba de girapor el mundo. Tomé el avión para llegar anuestra primera estación, teloneros de Lush enIndianápolis, y en el aeropuerto nos recogió untipo llamado Spider que iba a ser nuestro pipadurante la gira. Nos lo había recomendadoAimee Mann, pero no me pareció que fuese aencajar. Llevaba kilos de argollas colgando deuna oreja, hablaba con acento cerrado deBoston y a veces dejaba caer algunareferencia al tiempo que había pasado en latrena, algo que nos asustaba a todos. Pero amedida que fue avanzando la gira quedó

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patente que Spider era no sólo un magníficocurrante, sino también un amigo, y al final ledejamos tocar como telonero en algunos denuestros conciertos y presentar sus propiascanciones.

«Novocaine for the Soul» fue todo unéxito y alcanzó el número uno de las listas«alternativas». Yo casi no tuve tiempo paradarme cuenta, porque siempre andaba de acápara allá para hacer una prueba de sonido, ouna entrevista, y no encontraba tiempo parahacer esas cosas que todos damos porsupuesto: dormir, por ejemplo. En muy pocotiempo pasamos de teloneros de otras bandasa atracción principal de nuestros propiosconciertos. Vi rincones del mundo que nuncapensé que vería. Todo era muy emocionante,pero también irreal y bastante triste, tan pocotiempo después del funeral de Liz.

Sólo conservo recuerdos borrosos deaeropuertos, furgonetas, autobuses de gira,

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estudios de televisión y conciertos. Era todomuy emocionante, pero poco a poco el asuntoempezó a darme muy mala espina. Me dicuenta de que la gente de mi entorno estabamás preocupada por vender discos que porcualquier otra cosa. Era bueno que ladiscográfica demostrase interés, sobre tododespués de mi experiencia anterior; pero cadavez que oía a uno de los músicos de la bandahablar de la ciudad a la que íbamos como deun «mercado» se me revolvía el estómago.

«Beautiful Freak» no habla de un coche.La escribí sobre alguien que de verdad esdiferente, y no simplemente «pococonvencional» o «fuera de lo común», que esun concepto que a los publicistas les chifla.Aun así, Volkswagen quiso usar la canción enuno de sus anuncios. Yo ni me lo planteé. Lasupuesta cultura «alternativa» trajo consigouna fea constatación: en realidad no eraalternativa en absoluto. Estaba a la venta, igual

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que cualquier otro producto comercial. Erauna rebelión en contra de nada. Parecía unrebelde, me movía y hablaba como unrebelde; pero no era un rebelde, e individualtampoco, eso seguro.

Al rechazar ofertas como la del anunciode Volkswagen empecé a granjearme fama de«difícil» en la «industria». Cada vez veía másgente entre el público que no me gustaba. Nosechamos a la carretera con la giraLollapalooza, y un mar de niñatos con gorrasde béisbol vueltas del revés se pusieron ahacerme gestos obscenos al unísono cuandotocamos «Novocaine for the Soul» en unaversión susurrada, con bongos y chasquidosde dedos en vez de ofrecerles la versiónguitarrera con bucles de percusión con la quehabían atronado aquel verano desde losaltavoces de sus Jeeps. Un día estábamos amedio concierto y entre canción y canción oíuna vocecita penetrante que repetía: ¡Sé QUE

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ERES BATMAN! ¡SÉ QUE ERESBATMAN!

Miré al foso y en primera fila, con lamirada clavada en mí, vi a Perry Farrell,fundador de Lollapalooza, con una botella detinto en una mano. Me miró y volvió a repetir:¡Sé QUE ERES BATMAN!

Han pasado muchos años y sigo sin saberpor qué soy Batman. Las cosas eran cada vezmás extrañas. La muerte de Liz se habíaproducido al mismo tiempo que todo aquello,y eso me daba una perspectiva diferente detodo el asunto. Tenía una visión más amplia,más general de las cosas, y pese a que en esemomento tenía lo que siempre había soñado(la música era mi vida) tenía que ser capaz demantener la cabeza fría y pensar en lo que deverdad quería obtener con aquel circo.

Por entonces íbamos a optar a uno de lospremios de la MTV, una de tantas cosas quela gente se toma muy en serio sin motivo

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aparente. En Inglaterra ganamos un premioBrit, pero yo no quería asistir a ningunaceremonia de entrega de premios, así que mepropusieron enviar a quien yo quisiera aentregarnos el premio y grabarlo todo. Lespedí que mandasen a Spinal Tap, un grupo deactores que fingían ser una banda de rock.Nos reunimos con el equipo técnico en lasoficinas de la discográfica y las pelucas deSpinal Tap llegaron tres horas antes que losactores. Cuando llegaron se pusieron laspelucas y nos entregaron el premio. Eranmucho más reales que la mayoría de bandasque andan por ahí.

El premio lo convertimos en el pie de unode los platos de la batería de Butch, para quetuviese una función y de verdad tuviese algúnvalor.

Estábamos en Londres grabando unaactuación para Top of the Pops cuando oímosque la princesa Diana se había matado en un

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accidente de coche. De repente, los pases conla efigie desfigurada de la princesa (grandesojazos y la carita desdibujada) perdieron todasu gracia. El país entero echó el cierre, y en laradio sonaba sólo música clásica y «GoodbyeEngland’s Rose». Ya podíamos olvidarnos desalir en antena con una canción titulada «YourLucky Day in Hell». Nos pasamos la semanaentera matando el tiempo en el hotel contiguoa la residencia de la Princesa, KensingtonPalace, y viendo como las masas depositabanflores ante la verja.

Entretanto, la muerte de Liz parecíahaber animado a mi madre a practicar un pocode introspección: ahora hacía cosas comodecirme «te quiero» al final de cadaconversación telefónica, algo que jamás habíahecho antes, ni con Liz ni conmigo. Eraevidente que no le resultaba fácil, y le agradecíel esfuerzo. Por primera vez empezamos ahablar el uno con el otro como personas

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normales: discutíamos cuestiones importantes,hablábamos de emociones. Se me hacía muyraro que de nuestra familia sólo quedásemosmi madre y yo. Una vez que tocamos enWashington DC mi madre fue al concierto ynos vio sentada entre el público. Estuvo muybien andar con ella por el backstage antes ydespués del concierto. Estaba emocionadísimay muy orgullosa, pero no pudo evitar haceralgún que otro comentario crítico, claro.

De vuelta en Echo Park, Parthenon,Janet y yo nos habíamos hecho amigos deAlan, un chaval del barrio medio cubanomedio negro que quería ser cineasta. Siempreme llamaba «Milkman», pero se negaba adecirme por qué. Entre los tres le compramosuna cámara de vídeo por su cumpleaños paraque pudiese grabar sus peliculitas: en algunasParthenon y yo éramos los actores principales.Era divertido y me daba la oportunidad dehacer algo más aparte de preocuparme por el

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negocio de la música o pensar en Liz. Alan eramuy pobre, y su madre se estaba muriendo desida. Un día fuimos a visitarla al hospital. Erauna mujer albina con tendencias bipolares queno hablaba inglés: estaba claro que no lequedaba mucho en este mundo, como sueledecirse. Cuando murió, Alan se fue a vivir conJanet y Parthenon.

Recuerdo que en el funeral, mientras veíacomo la máquina depositaba el ataúd decontrachapado en la tumba, pensaba en cómodebía de sentirse Alan, que por entonces debíade tener quince o dieciséis años. Quizáquisiese abalanzarse obre el ataúd y arrastrar asu madre de nuevo a la vida.

Poco después de que muriese, Alan seestampó contra una pared con el coche de unamigo y vino corriendo a mi casa. Supersonalidad había cambiado por completo, yano era el chaval encantador que habíamosconocido. Pensé que tomaba drogas. Después

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de gritar una retahila de chorradas hirientesvolvió a subirse al coche y salió zumbando.Llegó a la estación de autobuses y se subió enuno para ir a visitar a su hermana, que vivíaen Florida. En Texas le echaron del autobúsporque no dejaba de gritar cosas sobre losalienígenas que veía en la cuneta. Entró enuna tienda de imagen y sonido y la destrozó.Le arrestaron y pasó la noche en una celda. Alsalir de comisaría al día siguiente encontró uncamión de reparto de leche con las llavespuestas. Lo tomó prestado y se lanzó a una deesas persecuciones policiales que se ven en latele, con helicópteros retransmitiendo endirecto para todo Texas. Finalmente leecharon el guante y volvió a la trena. Entoncescomprendí lo que le pasaba. Recordé que sumadre había tenido un grave trastorno bipolar,y puesto que sabía que a veces es unadolencia hereditaria supuse que después detodo no eran las drogas las responsables de su

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comportamiento, sino la enfermedad de sumadre. Pero para la policía y las audienciastelevisivas de Texas no era más que un chavalnegro armando jaleo.

Durante una breve pausa de la gira medesperté una madrugada en Echo Park con elruido de las sirenas en lo alto de la colina.Janet, la mujer que susurraba a los gatos, lamujer de Parthenon, la hermana de mi exnovia, estaba en el hospital: se habíadesplomado después de mencionar un sabormetálico en la boca. En el hospital, eldiagnóstico fue descorazonador: un tumorcerebral del tamaño de un pomelo crecía en sucabeza. La noticia nos fulminó a todos. Erauna persona llena de vida, siempre atareada,siempre con mil cosas que hacer, siempresonriente... y de treinta y pocos años. ¿Cómopodía ser?

Durante esa misma pausa, estaba yo unatarde en el porche con Slinky cuando llegó el

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correo. Había una carta de mi madre, y en ellaun comentario medio oculto entre lainformación:

A PROPÓSITO, LLEVOALGÚN TIEMPO TOSIENDOUN POCO Y EL MÉDICOINSISTE EN QUE ME LO HAGAMIRAR, PERO ESTOY SEGURADE QUE NO ES NADA GRAVE.SÓLO QUERÍA QUE LOSUPIERAS.

Poco tiempo más tarde pasé por Virginia

de gira y fui a ver a mi madre. Una vez allí ledije que no quería quedarme solo, no queríaser el único con vida, y menos tan pronto. Medijo que no me preocupara, que no se iba aninguna parte.

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Janet, con más determinación de la que lehe visto nunca a nadie, estaba decidida avencer el cáncer, y daba la impresión de quela suya podría ser una de esas maravillosashistorias de supervivencia gracias a latenacidad. Resultó descorazonador ver comola enfermedad la consumía. Había perdido sularga cabellera negra, y el tratamiento habíahinchado sus facciones. Empezó a tenerdificultades para hablar. Al final hubo queingresarla en el hospital, y allí entró en coma.Fui a visitarla para despedirme, sin estar muyseguro de que pudiese oírme. Parthenon mellamó un par de noches después paracontarme que había muerto.

Pocos días más tarde, la hermana deJanet y yo ayudamos a Parthenon con lahorrible tarea de empaquetar las pertenenciasde Janet. Aquella mañana, antes de acercarmea su casa, pasé por Netty’s, uno de misrestaurantes favoritos, para recoger algo de

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comida. Así tendríamos algo que comer antesde empezar a hacer cajas. Mientras esperaba aque me diesen la comida llamé a mi madredesde la cabina que había fuera delrestaurante. Su voz sonaba cansada. Lepregunté qué tal se encontraba y empezó atrabucarse como hacía tan a menudo, peroesta vez era diferente. Empezaba arecordarme el mensaje que dejó en elcontestador cuando lo de Liz.

—Eh... bueno, tengo noticias.Me puse en tensión. Nada bueno

empieza nunca con «eh... bueno, tengonoticias».

—Han encontrado...Larga pausa.—¿Qué han encontrado? —pregunté

impaciente.—Un... (suspiro)... un tumor en el

pulmón.Se me cayó el alma a los pies.

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—¿Canceroso? —pregunté nervioso.Otro silencio prolongado. Antes de que

acabase, ya sabía lo que significaba.—Sí —dijo al fin.Me quedé mudo. Estaba en una cabina

telefónica de Silver Lake Boulevard un sábadopor la mañana, a punto de ayudar a un amigoa empaquetar las pertenencias de su difuntaesposa, y de repente va mi madre y me diceque tiene cáncer. Aún tenía muy presente eldolor por el suicidio de Liz. No podía estarpasándome todo eso.

Le pregunté:—Bueno, ¿cómo es de grave?—Esto... eh... esto...—Ma, venga, tienes que contarme cómo

está la situación. ¿Te han de operar?—No. Se ha extendido a los nodulos

linfáticos y está demasiado... extendido.La ciudad empezaba a darme vueltas, y

las piernas me fallaban.

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—Vale, y entonces... ¿cuál es elpronóstico?

—Me dijeron que uno o dos años, enfunción del tratamiento que siga.

En ese momento dejé de intentarencontrarle sentido al mundo, porque aquellono tenía sentido. ¿Cómo podía estar pasandoaquello tan poco tiempo después de lo de Liz?

Más adelante, cuando reflexioné un pocomás, vi que sí tenía sentido, en cierto(escalofriante) modo. Aparte de que mi madrehabía fumado pasivamente tres cajetillas deKent al día durante los años que pasó en casacon mi padre (y pese a que la casa habíaestado libre de humos desde su muerte), eralógico pensar que algo así podía surgir delterrible dolor que la tenía atenazada desde elsuicidio de su única hija.

Recogí la comida y subí a casa deParthenon como en un sueño. Cuando entré,vi la maleta de Janet frente a la puerta de

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entrada: Parthenon había ido a buscarla alhospital. La idea de que Janet había ido con sumaleta al hospital pero sólo la maleta habíavuelto me pareció de lo más triste.

Volé a Virginia y fui al oncólogo con mimadre. Le explicó las diferentes opciones, queno eran muchas. Podía optar por laquimioterapia y las radiaciones, que podían sermuy desagradables pero le darían seguramentealgo más de tiempo; podía incorporarse a ungrupo de pruebas de un tratamiento nuevo,pero sin posibilidad de saber si recibía deverdad el tratamiento o tan sólo un placebo; obien podía optar por no hacer nada. Mi madrese decidió por la quimioterapia y lasradiaciones, al menos por un tiempo, a verqué tal le iba.

A todo esto, yo seguía teniendo unaagenda de conciertos bastante cargada yplanificada con bastante antelación, comotiene que ser. Si no apareces en esos

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conciertos te puedes buscar la ruina, porqueles debes el dinero del concierto a lospromotores, así que iba y venía con bastantefrecuencia. En ese momento mi madre estabamuy sana y activa, así que podía hacer untramo de la gira, llamarla cada día paracerciorarme de que estaba bien y volver aVirginia siempre que podía. Bill, el novio demi madre (si es que se puede seguir llamando«novio» a alguien de ochenta y cinco años),se ocupaba de ella, por lo menos. Era un tipoencantador, amabilísimo, cuya esposa lo habíaabandonado en los años cincuenta al darsecuenta de que era lesbiana. La enfermedad demi madre fue un golpe muy duro para él, yaque él le sacaba por lo menos veinte años yella era la que cuidaba de él, más que a lainversa.

Vi en un escaparate una peluca punkiverde fluorescente y se la envié a mi madre.Había perdido casi todo el cabello y estaba

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probando diferentes pelucas. Un díacompareció a la sesión de quimioterapia con lapeluca verde y dejó cautivadas a lasenfermeras.

Una tarde volé al aeropuerto de Dullesdespués de un concierto en Londres y meacerqué a la farmacia para comprar losmedicamentos de mi madre antes de ir avisitarla. Cuando llegué me la encontrécompletamente vestida para salir a algunaparte.

Le pregunté:—¿A dónde quieres ir?Me dijo que estaba a punto de ir a su

sesión de quimioterapia.—¿A las siete y media de la tarde? —le

pregunté.Entonces vi que las cosas iban a peor.

Pensaba que eran las siete y media de lamañana, no de la tarde. Empezaba a perder lanoción de las cosas.

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Estaba desbordado: la gira, losconciertos, la mierda de presión de vendermuchos discos y ganar mucha pasta y ahora,por encima de todo, la enfermedad de mimadre. No tenía prisa ninguna por grabar otrodisco. No sabía siquiera si quería grabar otrodisco después de comprobar que no disfrutabacon lo que pasa cuando tu creación seconvierte en un éxito. No me sentía inspirado.No tenía tiempo para inspirarme.

Nunca me había planteado escribircanciones sobre lo que pasaba en mi familia.Por una parte me parecía demasiado personal,demasiado trágico. Pero una noche, tumbadoen la cama de mi antigua habitación en elsótano de casa de mi madre, tuve unaepifanía. Mientras iba pasando revista a lastrágicas circunstancias, imaginé un cielo azul yde repente me sentí inspiradísimo. Me dicuenta de que tenía que escribir sobre lo queestaba pasando, y que no hacerlo equivaldría a

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estar fingiendo, porque por mucho que lointentase no iba a poder obviar el dramón queestaba viviendo. Y el cielo azul me dijo quehabía una manera de hacerlo, una maneracompletamente diferente. Que no todo eramalo, que siempre hay un lado bueno, inclusoen lo que estaba pasando. Para mí, el ladobueno fue saber que algo iba a aprender detodo aquello, y el hecho de que podíainspirarme y sacar algo bueno de lascircunstancias, y tener algo en lo quecentrarme. Podía hacer algo positivo.

En mi cabeza oía ya buena parte de lamúsica, y tan inspirado estaba que ni me paréa pensar en lo que la discográfica podríapensar de lo que iba a hacer. Siempre que elestado de mi madre lo permitía regresaba aEcho Park y me encerraba en el sótano paraescribir y grabar canciones inspiradas en loque había pasado y estaba pasando con Liz ymi madre. Quería honrar la memoria de Liz

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contando cosas desde su punto de vista. Unade las cosas que encontramos después de sumuerte fue un cuaderno de notas amarillo enel que un médico del psiquiátrico le habíapedido que escribiese «Estoy bien» uncentenar de veces. Lo escribió unas cuantas,pero luego se rindió y escribió «No estoybien». A mí me salvó poder escribir esascanciones. Liz nunca tuvo la oportunidad. Sesentía completamente vacía y perdida. Quisehacerle un regalo, convertirla en artistaponiendo algunas de sus palabras en uncontexto musical.

Una de las cosas que un poco habíanayudado a Liz durante algún tiempo fue laterapia de electroshock. Arrastra el estigma delpasado, pero imagino que la versión modernadel tratamiento sí ayuda a algunas personas: séque a ella le vino muy bien, por lo menosdurante una temporada. Fui a ver a Michey P,un productor/experto informático en

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«cortaypega» al que conocí a través de losDust Brothers, que vivían en la misma calleque yo, y juntos grabamos un tema al queañadí algunas de las experiencias de Liz. Enparte eran sus propias palabras, y en parte miidea de cómo debía de haberse sentido. Tituléla canción Electro-Shock Blues y decidí quesería también un título apropiado para eldisco.

Feeling scared todayWrite down «I am OK»A hundred times the doctors sayI am OKI am OKI am not OK

Hoy me sentía asustado | Escribe«estoy bien» | Cien veces, dijeronlos doctores | Estoy bien | Estoy

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bien | No estoy bien

Escribí otra canción desde el punto de

vista de Liz, pero esta vez sobre la época enque era niña y las cosas empezaron a cambiarpara ella.

Got a 3 speed and banana seatSitting back on the sissy barWent to Sev and got a drinkWish I was driving in daddy’s carAnd I looked up at the sky last nightAnd I thought I saw a bombAnd why won’t you just tell mewhat’s going on?Riding down on Springhill RoadMeeting Alfred out in the woodsDogs bark and mosquitoes biteScratching the itch that makes it feel

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goodAnd I looked into the mirror lastnightAll I saw was a pretty blondeAnd why won’t you just tell mewhat’s going on?

Tenía una bici de tres marchas conasiento alargado | Recostado contrala barra trasera | Me acerqué alSeven Eleven a por un refresco |Ojalá estuviese conduciendo elcoche de papá | Anoche me quedémirando el cielo | Y creí ver unabomba | ¿Por qué no me dices sinmás qué es lo que está pasando? ||De camino por Springhill Road |Para encontrarme con Alfred en elbosque | Ladran los perros y picanlos mosquitos | Me rasco el picor yme sienta bien | Anoche estuve

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mirándome en el espejo | Y no vimás que a una rubia guapa | ¿Porqué no me dices sin más qué es loque está pasando?

Las horas que pasé en el sótano, o en los

estudios de Mickey, o de Jim Jacobsen, o delos Dust Brothers, fueron de las mejores detoda mi vida. Quizá porque el resto de horasdel día eran las peores de mi vida, el tiempoque pasaba intentando sacar algo positivo deaquella época fue lo que me mantuvo a flote.Me sentía triste siempre que no estabaescribiendo o grabando. Me vacié en lamúsica. Volvía a estar en la misma situación,sin novia, sin vida social. Lo único que queríaera esconderme del mundo y escribir miscanciones cuando no estaba en la costa oestecuidando de mi madre.

Durante una gira me encontré una tarde

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sentado en la cama del hotel en algún lugar deFrancia, pensando en mi madre y en nuestrarelación a lo largo de los años y en la personaque había acabado siendo. Tomé la guitarraacústica y empecé a cantar:

Hate a lot of thingsBut I love a few thingsAnd you are one of themHard to believeAfter all these yearsBut you are one of them

Hay muchas cosas que odio | Y soloamo unas pocas | Tú eres una deellas | Difícil de creer | Después detantos años | Pero eres una de ellas

Me sentí bien al reconocer lo complicada

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que era la relación con mi madre, perotambién al saber que no tenía que estarcabreado con ella el resto de mi vida poralgunos de los problemas que he tenido porculpa de mi infancia.

De vuelta en casa de mi madre, cuandoella se acostaba me pasaba las noches de pieen la oscuridad frente a su casa, la casa en laque me había criado, intentando escapar aldolor de lo que sucedía dentro de ella. Volví aEcho Park y escribí la canción más triste quehe escrito nunca.

Standing in the dark outside thehouseBreathing in the coid and sterile airWell I was thinking how it must feelTo see that little lightAnd watch as it disappearsAnd fades into

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And fades into the night

De pie en la oscuridad frente a lacasa | Respirando el aire frío yestéril | Estaba yo pensando en quédebe sentirse | Al ver esa lucecita |Y ver luego cómo desaparece | Y sedesvanece | Y se desvanece en lanoche

Pero aunque era una canción triste quise

que fuese también un toque de atención paralos que seguimos vivitos y coleando.

An the streets are jammed with carsRockin their hornsTo race to the wireOf the unfinished line

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Y las calles están abarrotadas decoches | Dale que dale a la bocina |Para poder seguir la carrera | Haciauna línea de llegada todavía porllegar

El cielo azul que se me había aparecido

regresó una noche mientras estaba tumbadoen el abarrotado dormitorio de Echo Park.Estaba escuchando los sonidos de la ciudadmás allá de la ventana abierta, pensando en lopeligroso que era el vecindario y en todo loque estaba aprendiendo sobre la vida y lamuerte. Era entonces plenamente conscientede que era un ser vivo, de que respiraba, y deque no siempre iba a ser así. De repente mesentí inspiradísimo y salté de la cama. Fui alcuarto de estar, cogí la guitarra eléctricabarítono que tenía apoyada en la mesilla, laconecté al ampli y empecé a rasguear mientras

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cantaba.

Laying in bed tonight I was thinkingAnd listening to all the dogsAnd the sirens and the shotsAnd how a careful man triesTo dodge the bulletsWhile a happy man takes a walkAnd maybe it is time to live

Tumbado en la cama ayer nocheme puse a pensar | Mientras oíaladrar a los perros | Y las sirenas, ylos disparos | En cómo una personacuidadosa intenta | Esquivar lasbalas | Mientras la persona feliz salede paseo || Y quizá sea hora ya devivir

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Ya no me importaba una mierda elmundo ese de la MTV del que había entrado aformar parte. Pensaba que molaría, pero encuanto ves cómo funciona te dan arcadas.¿Qué pasaría si los pintores tuviesen quepresentar sus esbozos a un «grupo de interés»antes de ponerse a pintar?

Carter, mi mánager, se había convertidoen una especie de figura paterna. No me habíadado cuenta de que necesitaba una, peroevidentemente así era. Le admiraba mucho, ysiempre asumía sus críticas, que podían serdevastadoras, y también sus elogios. Un díame acerqué a su casa para ponerle algunas delas canciones de Electro-Shock Blues —como«Going to your Funeral» (parts 1 & 2),«Cancer for the Cure» y «Hospital Food»—,y se me vino el alma a los pies cuando me dijoque no le gustaban.

—Nadie quiere oír un disco sobre lamuerte.

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Volví a casa y reflexioné sobre sureacción. Carter había sido un mánagerextraordinario: había sido el primero en creeren mí, y había tenido muchísimo que ver en eléxito final. Por eso mismo, que no creyese enlas nuevas cuestiones me ponía en unasituación muy difícil, porque yo sí que creía.Yo era el que siempre estaba lleno de dudas, ysi Carter decía que algo no valía lo descartabay probaba otra cosa. Pero en esta ocasiónsentía que por primera vez en mi vida sabía loque estaba haciendo. En mi cielo azul, todoaparecía despejado, claro, centrado. Estabaconvencido de que lo que hacía era algohermoso, algo que escapaba a los mecanismoshabituales del negocio discográfico. Todos losmuertos de mi entorno me hacían comprenderlo fugaz que es nuestra vida en la Tierra yponían de relieve lo que de verdad importabaen términos generales. Ya puestos, mejorhacer algo bueno, algo duradero, pensé.

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Tengo que intentarlo.Pese a lo buen mánager que Carter era (y

sigue siendo), me di cuenta de que meadentraba en territorio aún por explorar, encierto modo, y que no podía pedirle queentendiese mi situación. Pasé muchas nochesen vela dándole vueltas al asunto, y finalmentedecidí que mi relación con Carter había tocadotecho. Mis necesidades artísticas tenían ahoraprioridad sobre mi necesidad como persona deuna figura paterna. Veía que me estabaconvirtiendo en un artista, en uno de verdadcon un poco de suerte, y decidíconscientemente que ésa y no otra debía sermi prioridad: no tener éxito, ni vender discos,como parecían pensar todos los que merodeaban. Podría decirse que el día que tuveque despedir a Carter fue el día en que encierto modo me hice hombre. El se lo tomómuy bien y fue muy cortés durante todo elproceso. La amistad se ha mantenido, y a

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veces aún recurro a él cuando necesitoconsejo profesional.

Entre viaje y viaje a Virginia conseguíacabar el disco a lo largo de unos cuantosmeses. Llamé a Lenny, de la discográfica,para decirle que tenía un disco nuevo quequería presentarle. Se sorprendió bastante yme dijo que no sabía siquiera que hubieraempezado un disco nuevo. Le dije que lohabía estado haciendo por mi cuenta y quehabía querido hacerlo de manera artesanal, enlugar de dejar que la compañía contratase ypagase el estudio y se implicase de paso en elproceso creativo.

Fui con mi camioneta a las oficinas de ladiscográfica al otro lado de la ciudad. Comode costumbre, los guardias de seguridad meconfundieron con un recadero cuando entré enel edificio. Saludé a Gayle, la asistente deLenny, que me condujo hasta la sala deconferencias en la que Lenny, Mo Ostin y

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otras personas estaban reunidas. Les saludé,expliqué que a continuación iban a oír elnuevo disco de EELS y que era algo diferente:no era la segunda parte de Beautiful Freaks.Les expliqué por encima de qué iba el disco.Estaba nervioso, pero también convencidísimode lo que había hecho. Me sentía orgulloso.

Entregué la cinta de audio digital a Lennyy él la metió en el reproductor de la sala ypulsó «play». Durante los siguientes cuarentay ocho minutos permanecimos sentados en lossillones de la sala de conferencias,escuchando. Lenny adoptó esa intensa posturasuya de «escuchar música»: inclinado sobre lamesa, con la cara entre las manos,balanceándose suavemente y asomando devez en cuando por entre las manos para decir«uau» al final de una canción o para menearla cabeza, como diciendo «Joder, no me locreo».

A medio disco empezó a sonar una

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canción titulada «Last Stop: This Town»,inspirada en la aparición que había tenidoFrancis, mi casera. Lenny asomó entre susmanos y sonrió cuando empezó a sonar elclavicordio entre los bucles de percusión, elscratch y el coro infantil.

You re dead but the world keepsspinningTake a spin through the world youleftIt’s getting dark a little too earlyAre you missing the dearly bereft

Estás muerto, pero tu mundo siguegirando | Date una vuelta por elmundo que has dejado atrás |Empieza a oscurecer un poco antes| ¿Echas de menos a quienes hanfallecido?

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Cuando terminó, todos sonreían. Me

puse en pie y Lenny me tendió la mano paraestrechar la mía.

—Gracias —dijo.—Brillante, E —añadió Mo.Salí a la calle, me subí a la camioneta, la

puse en marcha, conduje unas cuantasmanzanas Third Street abajo y aparqué parapoder llorar a gusto. Todo el dolor y latragedia del último año estaban saliendo. Yademás, después de haber tenido que tomar ladurísima decisión de despedir a alguien queera como un padre para mí y que había dichoque nadie querría escuchar el disco, tuve plenaconciencia de no estar tan solo. Quizá noestuviese loco del todo. Aquellos ejecutivosapreciaban la música, el arte: eran los mismosque habían contratado a Neil Young, Jimi Hen— drix, Prince, The Kinks, Van Morrison,Randy Newman, y que trabajaban con

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algunos de los artistas a los que más admirabay respetaba, de Frank Sinatra a Ray Charles.Me consta que vieron de inmediato que eldisco no iba a entrar como un tiro en las listasde éxitos, y que no se vendería solo, pero leshabía encantado, habían sabido apreciar en sujusto valor lo que les ofrecía.

Para mí no era un disco sobre la muerte.Verlo así era no entenderlo. Trataba sobre lavida. Y la muerte es una parte importante dela vida que por lo general intentamos fingirque no existe. A nadie le gusta pensar que supersona acabará teniendo punto final, pero yono podía ya dejar de verlo, y a partir delmomento en que empiezas a tratarlo como laverdad cotidiana que es en realidad deja dedar tanto miedo. Así, al ser más consciente dela muerte, abres nuevas perspectivas yreflexionas más sobre cómo sacarle todo elpartido posible a la vida, signifique eso lo quesignifique para ti.

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Cuando tomé la decisión de no dejar quenada se interpusiese en mi voluntad de ser tanbuen artista como pudiese, me condenétambién a una interminable serie de peleassolitarias y a cargar con el sambenito de ser«difícil» a ojos de la industria. No es fácilvivir así. Pero si no hubiese tomado esadecisión y hubiese optado por unplanteamiento más pragmático (usar siempreel mismo patrón, vaya), habría tenido quehacerlo todo pensando siempre en cómo tenercontentos a los ejecutivos y los accionistasintentando adivinar qué es lo que ellos quierenoír. Esa es una historia sin final feliz, porqueuna de dos: o fracasas y acabas trabajandootra vez en el taller, o triunfas y te pasas elresto de tu vida odiándote por haberteprostituido. Se hace muy cuesta arriba nopoder estar a buenas con todo el mundoporque has decidido que tu mejor amiga es lamúsica y que te ocuparás de ella cueste lo que

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cueste, pero para mí era la única decisiónsensata. Lo más sorprendente es que miprimera zambullida en aquellas aguas revueltasparecía ir bien. Me la jugué, y tanto Lennycomo Mo me dijeron que la jugada habíasalido bien. No me pidieron que cambiaseabsolutamente nada del disco, algo muy rarodentro de una gran discográfica.Intuitivamente habían decidido respetarlo: lesparecía un disco importante, más allá de susperspectivas comerciales.

Durante los meses que transcurrieronentre la conclusión del disco y supresentación, ya entrado el año, pasé muchotiempo en Virginia. Mi madre habíaempeorado. Le procuré asistencia paliativa adomicilio, y así metimos en casa una cama dehospital que instalamos en el comedor, dondeantes había estado la mesa, para que mi madreno tuviese que subir y bajar tantas escaleras.Empezaba a estar muy delicada. Pasábamos

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mucho tiempo hablando. Me di cuenta de quesi había algo que quisiese saber sobre lafamilia aquella era la última oportunidad deenterarme. Todos mis abuelos llevaban tiempomuertos. Aquello era el fin de una estirpe.

Mi madre decidió que era el momento deplanificar su funeral. Nada melodramático,más bien pragmático, una tarea más quecumplir. Saqué una libreta y empecé a apuntarlo que quería: una misa sencilla en la iglesia deLewinsville Road, algunos himnos que legustaban y nada de allegados hablando de ella:la música y nada más. Su último deseo eraque el organista tocase la canción «HappyTrails» de Roy Rogers al final de la misa,cuando todos saliésemos.

Happy trails to youUntil we meet again

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Senderos felices | Hasta quevolvamos a vernos

Me pareció que aquello era un golpe de

genialidad.Pasé mucho tiempo tocando el piano

cerca del salón donde mi madre estaba ahoratumbada, en su cama de hospital. Una tardeestaba tocando una canción que había escritoaños antes y que para mí nunca había acabadode desarrollar todo su potencial. Cuandoterminé volví al comedor y le pregunté a mimadre si le hacía falta algo.

—Un poco más de eso —me dijo.Aquello me convenció de que debía creer

en aquella canción y pulirla en el futuro.Además de la enfermera africana que

asistía a mi madre (a la que le tenía tantocariño que cada noche le daba un beso dedespedida), teníamos también de realquilada

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en casa a Miriam, una mujer iraní que,casualidades de la vida, era médico ytrabajaba en un hospital cercano. Tener unmédico en casa fue una auténtica bendición.Así, siempre que volvía a California sabía quetenía a una médico y una enfermera cuidandode mi madre. Por lo general, ella me decíaenseguida cuando podía prescindir de mí y meenviaba de vuelta a mi vida durante unoscuantos días.

Volé de regreso a L.A. y el hijo de micasera fue a verme a casa en cuanto me viobajar del taxi. Plantado frente a mi puerta mecontó que su madre, Francis, la de lasapariciones, había muerto la noche anterior.Se había tomado un cuenco de helado, sehabía acostado y había muerto. Había ido unaambulancia, pero no habían podidoreanimarla. En los años treinta había vivido enla casita que ocupaba yo ahora. Ella y sudifunto esposo habían organizado fiestas y

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bailes en el sótano en el que yo tenía entoncesmontado mi estudio. Me lo contó ella una vez,mientras examinábamos la colección de discosde 78rpm que tenía en el sótano.

Llegó el día del lanzamiento de Electro-Shock Blues, y también el momento de salirde nuevo de gira. Tanto la enfermera comoMiriam, la médico, me aseguraron que mimadre estaba bien. En sus días buenos semovía mucho y cuidaba del jardín.

Para la gira cambié el piano eléctricoWurlitzer por un órgano Hammond, que mepareció más apropiado para tocar algunos delos nuevos temas, así como las típicasguitarras eléctricas con las que cada vez mesentía más a gusto. Butch y yo convencimos aun guitarrista amigo mío, Adam Siegel, paraque nos acompañase al bajo durante la gira.Butch y yo no nos llevábamos demasiado biencon Tommy, el bajista, y estuvimos deacuerdo en que no queríamos seguir

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trabajando con él. Tommy era muy buen tío,y podía uno pasarlo muy bien en sucompañía, pero había algo en su carácter quehacía que todos los que viajábamos en elautobús acabásemos a malas con él. Erajoven, y quizá se le hacía cuesta arribamantener la serenidad en aquel circo. Adamresultó ser un extraordinario bajista que le diomás mordiente a nuestro sonido en directo:además, era un placer tenerle cerca día ynoche.

El disco recibió muy buenas críticas y losconciertos fueron bien. El reto de tocar elórgano como instrumento principal en unconcierto de rock tuvo su gracia. Lasactuaciones no fueron nada fáciles por latemática de las canciones, pero acabaronteniendo un efecto catártico y después de cadaconcierto me sentía un poco más aliviado.

Fuimos invitados a tocar en el conciertobenéfico que Neil Young organizaba cada año

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para la escuela Bridge en el norte deCalifornia. Era uno de los conciertos másinteresantes del año, y gracias a Neil Youngtodo el mundo quería participar. La nocheantes del concierto, Neil invitó a todos losgrupos a una barbacoa en su casa. Después detantos años de escuchar a Liz poner sus discosuna y otra vez, de haber asistido con ella a suacojonan— te concierto de la gira «RustNever Sleeps» cuando tenía quince años y deregalarle a Liz cada año su último disco porNavidad o por su cumpleaños, no podíacreerme que fuera a conocerle en persona yen su propia casa.

—Hola, E. Encantado —me dijo Neil yme estrechó la mano.

Yo estaba nerviosísimo. Tenía la bocaseca. Me encontraba en un estado dehiperrealidad. Con voz entrecortada le dije:

—¡Me gusta tu barba!¿Me gusta tu barba? Eso es lo que le dije

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a Neil Young. Fue de las primeras cosas queaprendí cuando conocí a mis héroes: lo mejores no conocerlos, porque sufro de unadisfunción social que me hace sentirmeextremadamente nervioso y decir chorradas.Pierdo el oremus y suelto chorradas. Es laversión exagerada de lo que suelo hacercuando estoy con otras personas, y por esoacostumbro a quedarme en casa siempre quepuedo, para evitar ese tipo de situaciones.Durante los años siguientes conocí a muchosde mis héroes y conseguí calmarme un poco,pero siempre acababa soltando una estupidezpor puro nerviosismo.

Conocer a Neil y poder tocar en suconcierto fue una experiencia agridulce. Fueun honor, y emocionantísimo, pero a cadapoco me apetecía llamar a Liz para contarleque estaba en casa de Neil, o que Neilacababa de presentarme en el escenario. Lizse habría vuelto loca. Era muy triste estar

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frente a Neil y no poder contárselo a Liz.Empecé a recibir muchas cartas y

comentarios de gente que me explicaba lomucho que les había ayudado Electro-ShockBlues. Todavía llegan cartas. Recuerdo quecuando era pequeño intenté cerrar un tratocon Dios: si él me dejaba hacer música yointentaría ayudar a la gente. A mí se me habíaolvidado, claro, pero de repente se me ocurrióque las dos partes del trato se estabancumpliendo: según las cartas, estaba ayudandoa la gente a través de la música. No era en esoen lo que pensaba al escribir Electro-ShockBlues, pero me alegré de que fuese de ayudapara la gente. Me hizo sentir bien.

Durante una pausa de la gira regresé aVirginia. Cuando llegué, vi enseguida que mimadre había empeorado, y mucho. La mayorparte del tiempo no podía abandonar la cama,y le daban mucha morfina para combatir losdolores. Tomé el relevo de la enfermera y de

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Miriam y me ocupé de su cuidado para quetuviesen un par de semanas de descanso.Teníamos una tabla con una listacomplicadísima de qué medicinas darle a quéintervalos. Mi madre había empezado aalucinar, y me pedía, por ejemplo, que borraselo que había escrito en las cortinas delcomedor.

Dormía en el sofá del cuarto de estar, apocos pasos de la cama de hospital de mimadre, por si necesitaba algo durante lanoche. Una vez me desperté y oí que fluía elagua. Me incorporé en el sofá y vi que mimadre estaba acuclillada en el salón con elcamisón arremangado para mear sobre laalfombra. Cuando acabó me levanté, y leayudé a volver a la cama. Tenía en los ojos lamirada perdida y confusa de una niñapequeña. Era espantoso.

Había montado el televisor en blanco ynegro de su dormitorio sobre una mesita de

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hospital para que pudiera ponérselo encima dela cama y ver la tele. Hay una imagenacongojante que me resulta difícil olvidar: mimadre, calva y demacrada, tumbada en camadurante uno de los últimos viernes de su vida,viendo Sabrina, cosas de brujas.

Otra noche, estaba profundamentedormido en el sofá cuando oí que me llamaba.

—¿Mark? ¿Mark?Salté del sofá y fui corriendo al comedor.

Se había cagado en la cama y no sabía quéhacer. Le quité el camisón y le limpié lamierda de encima y de las sábanas. Pensé entodas las veces que debía de haber hechoaquello mismo cuando yo era un bebé y mepareció apropiado que ahora me tocase a mí.Si despedir a Carter no me hizo un hombre,aquella noche lo conseguí, definitivamente.

La situación resultaba dificilísima desoportar, sobre todo porque ella era una mujerque siempre había sido muy activa y que

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ayudaba siempre a los demás sin pedir nuncaayuda para sí misma. No recuerdo que pasaseun solo día en cama enferma antes del cáncer.Siempre andaba ajetreada con sus cosas. Eraevidente que se avergonzaba de verse tanindefensa.

Afortunadamente, su estado empezó amejorar. Recobró parte de la lucidez yempezó incluso a dejar la cama para salir apasear por el jardín. Yo iba a tener que salirde gira en breve por Estados Unidos. Cuandovolvió, la enfermera me dijo que era buenaépoca para echarse a la carretera, porque mimadre iba a permanecer estable algún tiempo.

Un par de semanas después la gira pasópor Washington DC. La última vez mi madrehabía asistido al concierto, pero ahora estabaclaro que ya no iba a ser posible. Nada másacabar el concierto alquilé un coche paraacercarme a casa de mi madre y quedarmecon ella unos cuantos días antes de subirme a

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un avión y cruzar el país para continuar la giraen Seattle.

Aguantó bien los días que estuve allí.Estaba lúcida y sorprendentemente atenta.Hablamos mucho, y me dio la impresión queestaba en buena forma, dentro de lo que cabe.Al cabo de un par de días tuve que irme paraterminar la gira con un par de conciertos en lacosta oeste. La enfermera me dijo que mimadre se mantendría estable al menos hastaNavidad (faltaba todavía mes y medio), demodo que no sería un problema dar losconciertos. Atravesé el país en avión parareunirme con la banda.

Apenas aterricé en Seattle, recibí unallamada de la enfermera diciéndome que lomejor sería que regresase en seguida aVirginia. El estado de mi madre habíaempeorado en cuanto había salido de casa. Laenfermera me explicó que mi madre habíapuesto mucha ilusión en verme, y que eso la

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había mantenido en buen estado. Salízumbando hacia el aeropuerto y volví a cruzarel país. Lisa Germano, nuestra teloneradurante la gira, asumió la cabecera de cartelaquella noche en Seattle y explicó al públicoque una emergencia había impedido queEELS actuasen aquella noche.

Cuando llegué a casa, mi madre acababade sufrir un infarto y estaba entrando encoma. Tenía la cara desencajada y de vez encuando se le escapaban unos gañidosinvoluntarios. Era terrorífico. Nunca, ni antesni después, he visto algo tan espantoso.Miriam, la enfermera y yo nos sentamos entorno a la cama y organizamos turnos durantela noche para que todos pudiésemos dormir unpoco. De madrugada, justo cuando empezabaa amanecer, le entraron las convulsionesfinales y la enfermera dijo: «Ha llegado elmomento». La respiración se le hizo cada vezmás trabajosa y el sordo rumor de los

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pulmones se hizo más fuerte. La tomé de lamano y me puse a hablar con ella, sin saber siserviría de algo. Le expliqué que estábamostodos con ella y que la queríamos mucho.Hubo un momento en el que su respiraciónempezó a ralentizarse hasta ser muy, muylenta. Luego expiró una última vez y no volvióa tomar aire.

Me dolió mucho. Aunque sabía desdehacía tiempo que iba a pasar, mi madre sehabía muerto delante de mí. Hundí la cabezaen su regazo y lloré desconsoladamente. Era el11 de noviembre, el cumpleaños de mi padre.

No era solo que hubiera muerto, sinocómo había muerto. Ver como sedesmoronaba a lo largo de varios meses ya fuesuficientemente malo, pero el rápido declivede su última noche fue tan aterrador que nome atrevo a pensar en ello durante más de uninstante.

Ahora estaba solo en la casa en la que me

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había criado con mi familia. Ya no estaban.La enfermera pidió un coche fúnebre; cuandollegaron y sacaron la bolsa negra recordé loque tenía que hacer, subir al piso de arriba ycerrar la puerta. No quería ver como sellevaban a mi madre en una bolsa por la puertaprincipal. Ya había tenido que pasar por esocon mi padre.

Cancelé las últimas tres fechas de la giray llamé al ministro de la iglesia de mi madre,con quien ya había estado preparando elfuneral. Acordamos una fecha, pocos díasdespués, y me busqué una habitación en unmotel de la autopista 7. Ya no podíaquedarme en la casa. Era demasiado triste,demasiado solitario: no iba a poder dormir allínunca más.

Al repasar las facturas de mi madre, vique la enfermera había estado llamando cadadía por teléfono a su familia en África desde elteléfono de mi madre. Cuando llamé a la

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clínica para contárselo, nadie fue capaz deencontrarla. Se había aprovechado de unamujer moribunda, había acumulado miles dedólares en facturas de teléfono y después dedarle un beso de buenas noches cada noche,se había desvanecido.

Abroché el cinturón de seguridad entorno a la caja con las cenizas de mi madre yla llevé a la iglesia. Quería seguir pensandoque estaba todavía ahí. No estaba preparadopara dejarla ir. Me pasé el funeral en laprimera línea de bancos llorando y sonándomelos mocos con pañuelos de papel mientras elsacerdote decía unas palabras sobre mi madre.Luego dijo: «Es cierto que ella no quería quese hablase de ella, pero ¿hay alguien quequiera hacerlo?»

Unas cuantas personas levantaron lamano, inseguras, y contaron anécdotas de lavida de mi madre, pese a que iba en contra de

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sus deseos. No era capaz de entenderlo.Cuando el ministro dio la señal para que noslevantásemos y nos fuésemos, no fui capaz dereconocer la música que tocaba el organista.¿Dónde coño estaba «Happy Trails»? Meacerqué a la entrada de la iglesia, donde elministro estaba de pie, esperando y con losojos anegados de lágrimas le pregunté:

—¿Qué ha pasado con «Happy Trails»?—Ah, es verdad. No pudimos encontrar

las partituras.Me entraron ganas de partirle la jeta a

aquel hijo de puta en la misma iglesia. Era elúltimo deseo de mi madre, una persona querara vez pedía algo, ¿y no eres capaz deencontrar las partituras? ¿Tan difícil es?Podrías haber empezado por llamarme,porque mi madre las tenía, en el atril de supiano. Su último deseo, y algo que podíahaber sido un gran momento para ella y parael resto de nosotros, se quedó por el camino.

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12 Legado en venta —Quién sabe, igual resulta ser el próximoHitler.

Acababa de ver como alguien moríadelante de mis narices, y ahora estaba en lasituación opuesta, asistiendo al nacimiento delhijo de una amiga. Nos habíamos juntadotodos en torno a la bolsa de plástico verde querecogía la sangre y el pringue rezumantes deentre las piernas de nuestra amiga, que estabaa punto de expulsar a su bebé a la luz estéril yfluorescente de la sala de partos del hospital.El sol se ponía a través de las persianascuando las mujeres gritaron y los hombres sedieron cordiales palmadas de felicitación. Miréa mi alrededor en plena celebración y se me

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ocurrió que nadie tenía ni idea de qué tipo depersona iba a resultar ese bebé.

Me acerqué a mi novia, que estaballoriqueando de la alegría, y le susurré al oído:

—Quién sabe, igual resulta ser el próximoHitler.

Me miró incrédula y luego torció el gesto.Se enjugó las lágrimas para poder echar mejorla vista al cielo y mirarme con desaprobaciónaún mayor.

—¿Pero a ti qué te pasa?No es que fuese así de cínico.

Simplemente no podía evitar pensar en todaslas posibilidades, y se me había ocurrido queen 1889 habría habido también celebracionesy palmaditas (o lo que se estilase entonces)con ocasión del nacimiento del monstruo máshorrible que ha conocido el mundo.

Di un paso atrás para ver mejor laslágrimas y celebraciones. Me fijé en elpequeño humano que acababa de salir de la

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vagina de mi amiga cubierto de pringue.—Bienvenido a la Tierra —me imaginé

diciéndole. —Estás en Kaiser Permanente, enHollywood Boulevard, uno de los tramos decarretera más deprimentes de este mundo.Espero que te guste.

Me enfrentaba ahora a una tarea que seme hacía inmensa y devastadora: vaciar lacasa en la que había crecido con mi familia,cuyos miembros me habían dejado solo. Paraentonces ya estaba acostumbrado a atarme losmachos (aunque no sé muy bien qué significaeso) y ocuparme de lo que hubiese que haceren cada momento, por muy peliagudo quefuese, pero la que me esperaba era muygorda. ¿Sería capaz de soportar el pasarrevista a las pertenencias y memorias no sólode mi madre, mi padre y Liz, sino también delos padres de mis padres y de la generaciónanterior? No soportaba pensar siquiera en ello.

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Ya no quedaba nadie más que se pudiesehacer cargo de todo, yo era oficialmente elúltimo de la estirpe.

Una vez más, tener trabajo que hacer meayudó mucho. Igual que pasó al grabarElectro-Shock Blues, estar atareado hizo quetodo fuese un poco más fácil, pero aun asíhubo momentos insoportablemente duros.

Spider, nuestro pipa, llegó desde Virginiapara ayudarme. Por las noches iba a dormir acasa de los padres de mi amigo Sean, en lamisma calle, porque no era capaz de dormiren la casa. Spider intentó dormir en eldormitorio de mis padres hasta que oyó ruidosraros una noche y atrancó la puerta deldormitorio con el palo de una escoba,convencido de que había fantasmas en la casa.

Nos pasamos los días pensando en quécosas tirar y qué cosas cargar en la furgonetade alquiler que Spider conduciría de vuelta ami casa en California. Mi tía Sally, la mujer de

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Peter, el hermano de mi madre, vino desdeVermont a ayudarnos, y una amiga de mipadre, Ann, se acercó a echarnos una manoun par de días. Mi madre era de las que loguardaban todo con una pasión enfermiza, demodo que había cajas enteras de periódicos ytrastos inútiles. Pero el ático estaba lleno decosas de Liz y de objetos que yo no habíavisto nunca, heredadas de mis abuelos,bisabuelos y demás. Los dormitorios de Liz yde mis padres eran como piezas de museo.Nada había cambiado apenas desde los díasen que vivían allí.

En el armario en el que Liz y yo nosencerrábamos de crios encontré una caja llenaa reventar de cartas. Escogí una al azar ycometí el error de leerla. Era una carta que mimadre le había escrito a Liz: mi hermana eramuy pequeña, y había ido de campamento aVermont por primera vez. Mi madre intentabaconsolarla, ya que nunca antes había estado

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tanto tiempo fuera de casa. Era tristísima.Hubo muchos momentos como aquel en losque la pena me podía y tenía que dejar dehacer lo que tenía entre manos.

En las páginas amarillas encontré un tipoque tenía una tienda en la que se vendíanobjetos y muebles heredados. Se acercó paraver si le interesaba comprar algunos de losmuebles. Todos eran bastante cutres, yninguno valía gran cosa, pero aun así meresultaba muy difícil dejar que vendiesen lacama de mis padres por veinte dólares, pormuy vieja y cochambrosa que fuese. No erapor el dinero: me molestaba pensar que esosrecuerdos fuesen tan baratos. Le dije que nopodía venderle nada por el dinero que ofrecíay me dio las gracias por hacerle perder eltiempo.

La noche en la que finalmenteconseguimos vaciar la casa salí por la puertaprincipal. No pude evitar pensar en todos los

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años en los que había cruzado esa puerta, y enque ésa era la última que la atravesaba. Spidery yo nos subimos a la camioneta y fuimos aechar un trago en honor de mi padre a Mr.Smith’s, un restaurante del centro comercialen la autopista 7 al que le gustaba mucho ir.Después de cenar, Spider y yo volvimos amontarnos en la camioneta y condujimoshasta Vermont para esparcir las cenizas de mimadre en el lago en el que había pasado buenaparte de su infancia nadando y remando encanoa. Spider me dejó en Vermont y siguiócamino con la camioneta hacia Los Angeles.

Al día siguiente aparté una tacita concenizas de mi madre y se la di a mi tía Sallypara que la enterrase cerca de las tumbas delos padres de mi madre, en el bosque cercanoal lago. Guardé otro puñadito en un bote decarrete fotográfico para conservarlo junto conel que guardaba con las cenizas de Liz en LosAngeles. Cargado con la caja que contenía los

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restos de mi madre me subí a una canoa.Me adentré en el lago, con el sol radiante

y el cielo azul y un par de nubesdesperdigadas. Vi que tenía cerca otrasembarcaciones. Busqué un punto en el centrodel lago que pensé que le gustaría. De repente,y sin previo aviso, el cielo se ennegreció y elviento empezó a soplar fuerte y racheado. Delcielo caían gruesos goterones que megolpeaban como piedras. Lo que pensé quesería una emotiva ceremonia íntima entre mimadre y yo se convirtió en una apresuradaacción sin ningún tipo de cariño: saqué la bolsade plástico de la caja, la abrí y vertí elcontenido en el lago. El viento me lanzó buenaparte de las cenizas a la cara. La escena notuvo nada de poética. Entonces vi que una delas embarcaciones próximas se me acercaba.El tío que la pilotaba gritó «¡Eh!» y me dicuenta de que seguramente pensaba queestaba vertiendo basura en el lago. Tiré la

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bolsa vacía en el suelo de la canoa y me pusea remar hacia la orilla con todas mis fuerzas.

Recientemente me había trasladado, y dela extraña casita en la colina de Echo Park enla que había vivido durante seis años habíapasado a una casa cerca de allí, en Los Feliz,donde tenía más espacio para mis cada vezmás expansivas necesidades de grabacióncasera. El nuevo sótano no eraexcepcionalmente grande, pero era enorme encomparación con el anterior. A los pocos díasde regresar de Vermont, Spider llegó con lacamioneta y descargamos el piano vertical demi madre, sus pajareras y libros de ornitologíay todas las cajas con las fotos de familia yescritos de varias generaciones. Instalé elmejor bebedero de pájaros en el patio traseroy decidí dar de comer a los pájaros como unamanera de seguir vinculado a ella. Tambiénescribí una canción titulada «I Like Birds».

En la casa de enfrente de mi nuevo

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domicilio vivía una encantadora ancianarumana llamada Birdy. Un día, estaba a puntode subirme a la furgoneta cuando me pidióque la llevase a la tienda de alimentaciónnaturista. Aquello se convirtió en rutina: yo laacercaba a la tienda y ella compraba unahogaza de pan y se sentaba en su porche paradar de comer a las palomas. Cuando yo salíade viaje, ella se encargaba de alimentar aSlinky. Una tarde su hermano vino a verme yme contó que Birdy había muerto, y quehabía sufrido un cáncer durante años. Notenía ni idea. Ella nunca lo mencionó.

Después de cerrar la casa de Virginia, ycomo medida de supervivencia, pensé quetenía que subrayar todo lo positivo yconsiderar ese momento de mi vida como unnuevo punto de partida. Empecé a escribircanciones que a veces reflejaban todavía latristeza que inevitablemente seguía sintiendotras todas aquellas muertes, pero que también

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eran una celebración de la vida. Una de lascosas que las muertes me hicieron ver es queyo todavía estaba vivo.

Today is a lovely day to runStart up the car with the sunPacking blankets and dirty sheetsA roomful of dust and a broom tosweep upAll the troubles you and I have seen

Hoy es un espléndido día paracorrer | Para arrancar el coche conel amanecer | Y echar al maleteromantas y sábanas sucias | Unpuñado de polvo y una escoba parabarrer | Todos los problemas que túy yo hemos visto

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Otra cosa que había conseguido lamuerte era darme nuevos impulsos. Ahora eramuy consciente del poco tiempo de quedispone una persona sobre la faz de la Tierra,y por eso me sentía empujado a hacerlo todotan bien y tan pronto como pudiese. Me pusede inmediato a grabar en el sótano.

Mantuve la actitud positiva durante todoel proceso de grabación de las canciones, pesea que el ingeniero de sonido con el que metocó trabajar tenía un sentido del humoranclado en 1985: se pasaba las pausas entretoma y toma cantando mis letras con la voz deBuckwheat, uno de los personajes de EddieMurphy en Saturday Night Live («Watchingthe movie | The world’s gonna end», dosversos de mi canción «Daisies of the Galaxy»,se convertían entonces en «Watchin’damooby | Da world’s gointa en... ¡O tay!»).

Pronto tuve un disco nuevo tituladoDaisies of the Galaxy listo para lanzarlo al

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mundo. Para mí era un disco ligero, luminoso,similar a la alegría y la congoja que meprovocaba contemplar a los pájaros del jardínposarse en la fuente y picotear la comidadurante cualquier tarde soleada, pero tambiénsucumbir bajo las zarpas de un gato asesino(son cosas que pasan, qué queréis). Cuando lepuse el disco a Lenny le encantó. Me dijo que«mejor que eso, imposible», y lo comparó con«dar un magnífico paseo por el parque y queinesperadamente te muerda una serpiente».

Cuando Lenny presentó el disco al restode la discográfica, no hubo tantasfelicitaciones. Recién salido de Electro-ShockBlues, el departamento de radiodifusiónesperaba algo mucho más optimista ypegadizo. De repente me di cuenta de que noestaban contentos con el disco, y todo mientusiasmo se esfumó. Acabé hundido en unadepresión. Había hecho todo cuanto estaba enmi mano para sobreponerme a la sucesión de

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tragedias que se había abatido sobre mí yhabía encontrado la manera de volver aabrazarme a la vida. Estaba encantado con eldisco y creía en él tal y como era. Habíatrabajado muy duro para destilar veintiochocanciones en aquellas catorce, en ordenarlasde manera que funcionasen como unconjunto... y ahora querían que lo cambiase.Pasé meses encerrado en casa, sumido en labruma de la depresión, mientras el discoacumulaba polvo sobre el escritorio de Lenny.No podía imaginarlo como algo diferente. Eraun disco predeterminado.

Tras unos cuantos meses me levanté undía y salí al patio trasero. «Hace un díaespléndido, qué coño», pensé. Sentí unanueva ola de optimismo. No había nada que lamotivase: simplemente la necesidad dearreglármelas y tirar para adelante. Tenía queespabilarme y volver a mirar hacia el futuro.Llamé a Mike Simpson de los Dust Brothers,

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con quien había colaborado a menudo, y lepregunté si le apetecía juntarse conmigo parahacer algo de música. Enseguida tuvimos unnuevo tema que a todos, incluso a ladiscográfica, les pareció muy prometedor.«Goddamn right, it s a beautiful day».Empezaba a salir de la bruma.

The smokestack spitting black sootinto the sooty skyThe load on the road brings a tearto the Indians eyeThe elephant won’t forget what it’slike inside his cageThe ringmasters telecaster sings onan empty stageGoddamn right it 's a beautiful day

La columna de humo escupiendonegro hollín al cielo renegrido | La

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carga en la carretera arranca unalágrima al ojo del indio | El elefanteno olvidará cómo se sintió dentro desu jaula | La telecaster del jefe depista canta sobre un escenario vacío| Qué coño, hace un día estupendo

La discográfica inmediatamente quiso

incluir la canción, titulada «Mr. E's BeautifulBlues», en el disco. Yo tenía fe en el disco yquería que la gente lo escuchase. Después dever cómo acumulaba polvo en un estantedurante siete meses, decidí que la únicaoportunidad que tenía era intentar plegarme alos deseos de la discográfica, así que me pusea secuenciar de nuevo las canciones paraincluir el nuevo tema. Pero, lo metiera dondelo metiera, me parecía que se cargaba el disco.Como canción me gustaba, pero no podíausarla sin perturbar el flujo del disco. Me

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rendí, desanimado. El disco estaba bien tal ycomo era, de eso estaba seguro.

La discográfica se empeñó en queincluyésemos la canción, y lo único que se meocurrió fue añadirla al final del disco comobonus tracky una moda reciente por la que yono sentía especial cariño. Les pedí quedejasen diez segundos de silencio entre laúltima pista del disco, «Selective Memory», yla nueva canción. Luego, en el último minuto,llamé al laboratorio y les pedí que metiesenotros diez segundos, para que pasasen veintesegundos de silencio desde lo que yoconsideraba el fin perfecto del álbum hastaque arrancase el nuevo tema.

Lenny me llamó para contarme que habíauna película nueva, Viaje de pirados, y quequerían utilizar el nuevo tema para unasecuencia. No sólo eso: querían grabar unvídeo de la canción, y estaban dispuestos afinanciarlo. Yo estuve completamente en

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contra. Me había gustado que mis cancionesapareciesen en otras películas, como AmericanBeauty y El final de la violencia, de WimWenders, pero no quería que aquella canciónrecién salida del horno se relacionase con unapelícula de universitarios gamberros, nadamenos. Eso no es un día espléndido, ytampoco una buena primera impresión para lacanción o el disco. Pero se me dijo (muyclarito, además) que o metía la canción en lapeli y grababa el video o ya podía irolvidándome de que alguien supiese queexistía el nuevo disco: quizás ni siquiera saliesea la venta.

Me obligaron a participar en un vídeohumillante en el que conducía un autobús conlos actores de la película. Me sentía estúpido.Lo único bueno fue que grabamos una escenaen la que les daba una paliza a algunos deellos. A día de hoy sigo sin haber visto lapelícula, pero sé que no era lo que quería

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hacer como artista en aquel momento y esalgo de lo que todavía me arrepiento. Nuncame he arrepentido de haber rechazado todaslas ofertas para hacer anuncios. La sensaciónde haber conservado mi integridad valíamucho más que los millones de dólares queestaba dejando escapar, de eso estaba seguro.

Y, por supuesto, al final no sirvió paranada. Cuando salió la canción nos enteramospor las malas de que a las radios de EE.UU.no les gusta la palabra goddamn, y en lacanción aparecía doce veces. Me enterétambién de que no se puede decir goddamn nisiquiera en los programas televisivosnocturnos: los productores del programa deDavid Letterman me prohibieron tocar «Mr.E's Beautiful Blues» porque los censores de laCBS permitían el uso de las palabras God ydamn por separado, pero nunca juntas. En vezde eso tocamos otra canción del disco y yoimprovisé un pequeño homenaje a los héroes

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del rock censurados en el estudio Ed Sullivanen el que actuábamos aquella noche.

—Let's spend the night together(poniendo los ojos en blanco a lo Mick Jagger)| Girl we couldnt get much... HIGHER! (conbramido estilo Jim Morrison).

Y luego alcanzamos ya niveles ridículos.La campaña para llevar al trágicamente ineptocandidato republicano George W. Bush a laCasa Blanca usó Daisies of the Galaxy comoejemplo de las porquerías que la industria delocio ofrecía a la juventud. Ya, ya lo sé. Derisa. A mí me encantó, claro. Hablaban denosotros en las noticias de portada delWashington Post. Era todo ridículo a más nopoder. La portada del CD tenía formato decuento infantil, y aparecían títulos como «It’sa Motherfucker» (que en realidad es unatierna oda a lo duro que había sido perder a lanovia con la que recientemente había roto), ypor supuesto la canción con todos los

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goddamm de ahí dedujeron que la portadapretendía atraer a niños de tres años, o yo quésé. Era fantástico. Podía uno inclusodescargarse las letras desde la página web dela campaña presidencial de George W. Bush.

It’s a motherfuckerBeing here without youThinking’ bout the good timesThinking ‘bout the badAnd it won’t ever be the same

It s a motherfuckerGetting through a SundayTalking to the walls Just me againBut I won't ever be the sameI won’t ever be the same

It’s a motherfuckerHow much I understand

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The feeling that you need someoneTo take you by the handAnd you won’t ever be the same

You won’t ever be the same

Vaya putada | Estar aquí sin ti |Pensando en los buenos tiempos | Yen los malos | Nada volverá a ser lomismo || Vaya putada | Pasarse undomingo entero | Hablando con lasparedes | Estoy a solas | Pero novolveré a ser el mismo | No volveréa ser el mismo || Vaya putada |Entender como yo entiendo | Lasensación de que te hace faltaalguien | Que te tome de la mano |Y nunca volverás a ser el mismo ||Nunca volverás a ser el mismo

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La canción la había escrito una tarde dedomingo especialmente solitaria. Echabamuchísimo de menos a mi ex, y sobrevivir alfin de semana se me hacía durísimo. No teníanada que hacer y estaba intentando hacer loque fuera para que acabara el día. Me fui a uncine y me senté solo en una butaca de pasillo,convencido de que así mataría, entretenido,un par de horas. Pero justo antes de queempezase la película, la mujer sentada delantede mí me dijo: «Ya que está SOLO, ¿leimportaría cambiar asientos?».

Fue uno de esos días.Otra de las ofensivas letras que la

campaña de Bush presentó ante los mediosera la de una canción titulada «Tiger in myTank», una «cuña» anticomercial que habíaescrito yo:

When I grow up I’ll be

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An Angry Little Whore

Cuando crezca voy a ser | Unaputita cabreada

El texto se refería a eso que llaman

«cultura alternativa», y a que estaba muy demoda dárselas de rebelde sin que detrás de lafachada hubiese una verdadera rebelión. Enmanos de los adustos conservadores deextrema derecha, la letra tenía que serentendida literalmente, por supuesto. Igualcreían que de verdad estaba animando a niñospequeños a prostituirse en cuanto pudiesen o,en el caso de «It’s a Motherfucker», amantener relaciones con sus madres. No soymuy partidario de esos rockeros concienciadosy políticamente correctos que se dedican asoltar obviedades, pero incluso yo me quedésorprendido ante la imbecilidad de aquella

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gente. The Washington Post señalaba:

Ari Fleischer, portavoz de lacampaña de Bush, afirmó que lacombinación de palabras soeces yportadas atractivas para el públicoinfantil «demuestra que los padres yfamilias de América no puedenconfiar en que Gore consiga impedirque Hollywood venda talesproductos a sus hijos».

Ari Fleischer es el mismo que un año

después nos dijo a los americanos que«tuviésemos cuidado con lo que decíamos».Chupaos esa, derechos civiles.

Pocos años después de ganar laselecciones, el vicepresidente Dick Cheney,muy activo en la campaña que equiparó

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Daisies of the Galaxy con la pornografía,perdió los estribos con el senador por VermontPatrick Leahy y le mandó a tomar por culodurante un encendido debate en el Senado.Tras el exabrupto, Cheney reconoció que sesentía mejor después de haberlo soltado.

Anda y que le den.

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13 Estoy muy cabreadocontigo Nina Simone hamuerto —No eres guapo.

Estoy sentado en una fábrica deensaladas en algún lugar de Alemania cuandouna bonita mujer rusa se vuelve hacia mí y medice: «No eres guapo».

Un día, (hablo de antes de salir de LosAngeles) Butch, el bataca, me llamó por lamañana. «Milkman, esta noche he soñado quesalíamos a escena con una sección de vientos

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y otra de cuerdas para tocar las nuevascanciones. Era precioso.»

Butch había decidido usar, él también, elapodo que me había colocado Alan, aquelamigo nuestro de Echo Park. Volvía a serhora de salir a tocar para la gente. Butch mellamó para contarme lo que se le habíaocurrido la noche anterior.

Me gustó mucho la idea de ampliar laformación en el escenario con instrumentosque no hubiésemos empleado hasta entonces.Muy pronto pasamos del trío que habíamossido en la última gira a un sexteto en el quetodos nos intercambiábamos los instrumentos.Había guitarras eléctricas y acústicas, un pianovertical, mandolinas, banjos, violines, saxos,flautas, clarinetes, trombones, trompetas,melódicas, un carillón, tímpanos y una batería,que los seis tocábamos alternativamente almenos una vez.

Después de todo el rock mórbido de la

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última gira, para mí era importante presentarun espectáculo rebosante de vida. Muchos denuestros conciertos empezaban con unaobertura de canciones anteriores de EELSinterpretadas con arreglos completamentedistintos de los de las versiones originales, yde ahí pasábamos a nuestra interpretación dela versión de Nina Simone del clásico «FeelingGood», con el trombón y el saxofón barítonoa todo trapo para presentar las nuevascanciones y nuestro nuevo enfoque. Cuandotocábamos «Susan’s House» era con un textocompletamente nuevo y un mensaje sobre elperdón. Había noches que más parecían unavelada en Broadway que un concierto de rock.Era glorioso.

Poco antes de que saliese a la ventaDaisies of the Galaxy fuimos a Inglaterra paraactuar en varios programas de televisión. Trasla última aparición televisiva se abrían antenosotros dos semanas sin nada en la agenda

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antes de que comenzase la gira por Europa, demodo que casi todos regresaron a EstadosUnidos para estar con sus seres queridos. Yono tenía familiares, y no le veía sentido volvera América con el tiempo justo paraacostumbrarme otra vez a las horas de sueñonormales en otro huso horario solo para volverde nuevo a Europa enseguida.

No me había sentido bien desde finalesde los ochenta. Desde entonces estaba mediocascado, alicaído. Un día volvía a casa dealguno de mis curros de mierda y de repenteme dio tal pereza que tuve que bajarme de labici y empujarla tres kilómetros hasta casa.Desde entonces no había vuelto a sentirmebien. No se me pasó nunca. Para entonces yaestaba bastante acostumbrado y lo habíaintentado todo. Casi.

En Los Ángeles tenía por médico a unflipado new age de moda entre las estrellasque me había hablado de otro médico más

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flipado todavía en Alemania, un tío que enrealidad no era médico, sino alguien que enprincipio te recargaba las baterías cuandoestabas hecho polvo. Aun siendo escéptico,mantengo siempre una actitud abierta a todaslas posibilidades; además, no tenía nada quehacer durante dos semanas, y por eso decidí ira ver al tipo aquel en la campiña alemana, alas afueras de Hamburgo, antes de quecomenzase la gira europea.

Me bajé de la avioneta en Hamburgo yallí estaba el «médico» de larguísima barbablanca: había ido a recogerme. Me explicó quesolo vería a otra paciente mientras yoestuviese allí, una mujer rusa que había vividocerca de Chernobyl cuando se produjo elaccidente nuclear, y que la conocería al díasiguiente. Supuse que me pasaría las dossemanas siguientes al lado de una encantadoracampesina rusa. Intentaría no fijarmedemasiado en los pelajos que crecieran en el

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lunar de su nariz mientras ella asentía y mesonreía sin entender ni palabra de lo que ledecía.

Al día siguiente me desperté en un fríocastillo. Lo habían reconvertido en hotel, y yoera el único huésped en aquel momento. El«médico» me alquiló uno de sus coches. Conél conduje hasta la ... fábrica de ensaladas.Resultó que dirigía también una pequeñafábrica que empaquetaba ensaladas orgánicas,y que lo de recargar las baterías de la genteera algo que hacía aparte, en el mismoedificio. El viento se colaba en su oficina: mesenté frente a un escritorio y se me explicócómo mezclar una inmensa pila de vitamina Cen polvo en una botella de agua. Acontinuación me conectaron los dedos a unoselectrodos, que en teoría emitían unaminúscula corriente eléctrica para matar losparásitos que hubiese en mi cuerpo. Mientrastragaba el batido de vitamina C con los dedos

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cargados de electrodos en torno a la botella, lapuerta principal de la fábrica se abrió de golpey el viento helador del invierno alemán invadióla sala. Una chica muy guapa entró entonces.

—Ah, Mark —dijo el «médico», —estaes Anna. ¿Qué tal te sientes hoy, Anna?

—¡Prer-fecta! —exclamó la muchachaen un encantador y precario inglés de claroacento ruso, con los ojos resplandecientes. —¡He caminado hasta aquí!

Se sentó junto a mí frente al escritorio ypude ver en mayor detalle los ojos verdes, lanariz romana, los labios carnosos, y el cabellolargo y castaño claro. Recuerdo perfectamenteque la frase «esta es la chica más hermosa quehay en el mundo» me rondó por la cabeza. Laansiedad me atenazó cuando comprendí queno iba a poder relajarme durante mi estancia.Ella llevaba allí una semana, y nada mássentarse empezó a conectarse los dedos a loselectrodos que tenía frente a ella. Mientras los

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empaquetadores de ensaladas pasabanatareados junto a nosotros, ella se volvió haciamí y me espetó: «No ERES GUAPO».

No tenía el típico acento ruso. No almenos el de los Boris y Natasha de los dibujosanimados,4 ni el de ninguna persona rusa queyo hubiese conocido hasta entonces. Sonabacomo si procediese de un planeta propio. Megustó mucho su carácter brusco y directo. Unabocanada de aire fresco, y qué diferente detodos los hipócritas que conoces en América,pensé.

Pese a su brusquedad, estabacompletamente desprovista de pretensiones.Se había criado en la miseria, había tenido queabandonar su aldea cuando lo de Chernobyl yhabía conseguido estudiar para convertirse endentista. En algunos aspectos era muy, muysimple, y en otros extraordinariamentecomplicada. Quedé subyugado, claro.

Ella pernoctaba en casa de la suegra del

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«médico», a un par de kilómetros de la fábricade ensaladas. El doctor vio que nos caíamosbien y me preguntó si quería trasladarme a lacasa de su suegra en la que estaba Anna.

—¡Claro! —le respondí de inmediato.Esa misma tarde llevé mis cosas a la

casita. Había tres dormitorios: uno para Anna,otro para mí y otro para la suegra, cuyahabitación estaba entre las nuestras. Nosconvertimos en inseparables, y siempre quepodíamos nos colábamos en la habitación delotro cuando no estábamos en la fábrica.

Dos semanas después abandoné la clínicasin sentirme muy diferente físicamente decomo había entrado, pero muy cambiadoemocionalmente. Por lo que había podido verel «médico» era un charlatán: mi cuerpo no sesentía mejor, pero había conseguido unanovia, así que no iba a quejarme. Me reunícon la banda en Londres y les conté todo loque había pasado. Anna dividía su tiempo

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entre Moscú y Londres y tenía un visado deseis meses que le permitía visitar Inglaterrasiempre que quería, así que mis estancias enInglaterra serían las únicas oportunidades deverla. Su condición de ciudadana rusaimplicaba que verla en cualquier otro lugarsería extraordinariamente complicado, difícil oincluso imposible. En Inglaterra se lo pasó demiedo con nosotros en el autobús de la gira.Tenía la personalidad más extraordinaria quehabía visto nunca. Aquella chica tan pococorriente, extraña y hermosa, los cautivó atodos. Ponía ketchup en las tostadas ymayonesa en los burritos (en serio). Cuandose hacía tarde y era hora de irse a la cama, nobostezaba, y se arrastraba hasta el dormitorio;me tomaba del brazo y exclamaba: ¡VAMOSA DORMIR! Cada noche se acercaba alcamastro de Spider, nuestro pipa, y le decía:«¡Buenas noches, Spider!» con aquel acentosuyo ruso tan mono.

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Afortunadamente, aquel año tocamosmuchas veces en Inglaterra, pero cuandoíbamos a otros países no había oportunidad deverla. Hacían falta meses para conseguir losvisados para cada país, y ni siquiera teníamosla certeza de que se los concediesen. Elconsulado ruso era impredecible y muy pocofiable. Aquello iba a ser un problema tambiéncuando yo volviese a Estados Unidos. Salimosde gira por Europa, América y Australia yempecé a echarla terriblemente de menos.

Dimos nuestros dos últimos conciertos enAustralia (dos noches en el Atheneum, uninmenso teatro antiguo de Melbourne) y nosquedaba un día libre antes de volar a Japónpara otras citas. Me desperté en el hotel deMelbourne y conecté el teléfono. La luz delcontestador empezó a parpadear. El mensajeera de alguien de la discográfica que mepreguntaba si quería aparecer en un par deprogramas de televisión ese mismo día.

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Entendía que era mi día libre, pero les haríaun gran favor si accedía. No tenía nada mejorque hacer, como de costumbre, así que lellamé para decirle que sí.

Durante la segunda aparición (en unprograma de entrevistas que se emitía en todoel país) me preguntaron qué me parecíaAustralia y yo bromeé diciendo que meencantaba el país, porque el tiempo eraespléndido y la heroína mejor aún. A decirverdad, nunca he probado la heroína. Noéramos una banda de drogatas. Había oídoque en Melbourne tenían un problema muygordo con la heroína y una heroína muypotente, y por eso hice una broma.

Cuando volví al hotel por la tarde Butchme esperaba en el vestíbulo.

—Milkman, ven acá, que tenemos quehablar.

Me hizo un gesto para que le siguiese alascensor. Joder, un «tenemos que hablar»

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ahora no. Eso nunca es buena señal.—¿Qué pasa? —quise saber.—Espera a que estemos arriba.Las puertas del ascensor se abrieron y

seguimos el pasillo hasta el cuarto de Butch.Metió la tarjeta en la ranura, abrió la puerta yse sentó en la cama. Yo me quedé de pie.

Spider ha muerto.

Me pareció tan ridículo que no llegué a

asimilarlo. Habíamos tocado la noche anteriory se encontraba bien, muy animado.

—¿Qué?—Spider ha muerto. Se ha muerto hoy.—¿Qué? ¿Pero cómo?—No lo sabemos, igual de un ataque al

corazón. Le han encontrado en el suelo de suhabitación.

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—Mierda. ¿En serio? No puede serverdad.

Cancelamos los conciertos en Japón yorganizamos el regreso directo a casa. Vino lapolicía, y se entrevistaron con nosotros unopor uno para comparar notas. Al pareceralguien había visto a Spider con otro tipo alque luego se había visto salir huyendo delhotel, y bajo la nariz de Spider habíaaparecido un polvillo. Spider no era de drogas.Era un alcohólico empedernido que estabapasando por una fase de sobriedad después dehaber sido despedido por un incidente en elque había caído de morros completamenteborracho en el pasillo del avión en el quevolaba junto a Butch. Desde entonces habíamejorado mucho y lo habíamos repescado.Pero todo apuntaba a que se habíareencontrado con algún amigo de los de antesen Australia y habían tomado algo de heroína:como no era alguien que la tomase a menudo

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(si es que la tomaba) no debió de darse cuentade lo fuerte que era, o de la mucha que seestaba metiendo, y había palmado. Derepente, el chiste que había hecho en la telehabía perdido toda su gracia.

Estábamos todos consternados. Lapolicía fue muy amable y comprensiva.Organizamos el traslado del cuerpo de Spidera Estados Unidos y más tarde montamos unencuentro en su honor. La madre de Spiderera una diminuta señora de ochenta años quevivía cerca de Boston. Siempre quetocábamos en la ciudad, para hacerme reír,Spider la colaba tras el escenario para quefuese ella la que me pasara las guitarras entrecanción y canción. Me acercaba al lateral pararecibir la guitarra de Spider y en vez de esome encontraba a una anciana chiquititatendiéndome la guitarra que llevaba en ristre.Estuvo presente en la reunión queorganizamos y escuchó con nosotros los

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recuerdos y anécdotas. Butch intentó contaruna historia de Spider pero acabó echándose allorar como un niño pequeño. Pusimos videosde Spider en los que aparecía cantando suscanciones y contando chistes, grabados enalgunos de los conciertos en los que él habíaactuado de telonero. Resultaba doloroso verletan vivo y oírle hablar como si todavíaestuviese con nosotros en la sala. De vuelta acasa, incluso cuando no quería pensar en él,siempre que se rompía algo y había querepararlo me cabreaba en silencio con Spiderpor su aventura del último día de su vida. Elera el tío que venía y me arreglaba las cosas.Supongo que para entonces ya estaba bastanteacostumbrado a que la gente se muriese. Perono puedo decir que, sólo porque me estabaacostumbrando a la frecuencia con que seproducían las muertes, estas fuesen másfáciles de sobrellevar.

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Las posibilidades de conseguir un visadopermanente de turista para Anna eran muyreducidas, casi inexistentes. El gobierno lopone muy difícil, convencido de que todo elmundo quiere abandonar Rusia para ir a vivira América. Resultaba evidente que la únicaforma de poder seguir viéndonos iba a ser elllamado «visado conyugal». Con un visadoconyugal podía entrar en Estados Unidos si lohacía con la intención de casarse. Es decir,que la única manera de volver a vernos seríaprometerse en matrimonio.

El matrimonio siempre me había parecidoalgo que hace la gente «normal». Muchasveces había pensado que la gente lo hacíaporque es lo que todo el mundo hace. Perocuando conocí a una persona tanextraordinaria, tan absolutamente única(habitante de su propio planeta) y meconvencí de que era la única manera de verse,la idea empezó a resultar más y más atractiva.

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Iba a ser una aventura rara, muy rara, perodivertida.

El consulado americano envió por errorel visado a Missouri en lugar de a Moscú, demodo que pasaron seis meses antes de queAnna pudiese viajar a Estados Unidos.Cuando por fin llegó, empezó uno de losperiodos más felices pero también másestresantes de mi vida.

Cuando bajó del avión en Los Ángeles, elinspector de aduanas vio su pasaporte y lepreguntó: «¿Qué va a hacer usted enAmérica?», como le preguntan a casi todos lospasajeros entrantes. Anna respondió: «¿Quequé hago? ¡VIVIR MI VIDA!»

Poco tiempo antes había empezado aaportar canciones a cualquier película en laque apareciese un monstruo verde. Pese alerror de diagnóstico de George Bush, sí escierto que me gusta participar en proyectospara niños. Los chavales sí que se enteran. A

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todos les gustan los Beatles, por ejemplo.Dame un niño al que no le gusten los Beatlesy te enseñaré a una mala persona. Durante suprimera noche en Estados Unidos, Anna meacompañó al estreno de la película El Grinch,en la que yo participaba con una canción.Detestaba asistir a actos como estrenos oentregas de premios, porque me parecía quesacan a la luz lo peor del ser humano. Lagente te trata como a un trapo hasta que se dacuenta de que eres «alguien» y entonces supersonalidad cambia por completo. Es algoque me repugna, y por eso, siempre que podíaescaquearme, evitaba comparecer. Pero mepareció que podría ser algo divertido paraAnna en su primera noche. Al entrar en la salavio a Jim Carrey a punto de sentarse en subutaca, se le acercó y le dijo: «Hola. En Rusianos gustas».

Un sábado por la mañana fuimos aljuzgado e hicimos cola junto con otras ocho o

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nueve parejas infelices y embarazadas paracasarnos. Ella llevaba puesto un bonitovestido, y yo un traje. Ninguna de las demásparejas se había vestido para la ocasión.Llevaba conmigo un pequeño gramófono decuerda y una copia de la Marcha nupcial quehabía encontrado en la colección de discos de78rpm de mis abuelos. Cuando nos llegó elturno, entramos en el juzgado, puse elgramófono sobre una mesa y retiré la tapa. Divarias vueltas a la manivela. Cuando puse laaguja sobre el disco, la Marcha nupcial sonópor encima de los rasguños del disco y el juezcondujo a Anna hasta donde yo la esperaba.

Más adelante fui a Rusia para conocer asu familia y ver dónde había vivido hastaentonces. Sus padres vivían todavía en la casaen la que ella había pasado su adolescencia, lamisma a la que huyeron tras Chernobyl. Erauna choza diminuta en un pueblo gris ycenagoso perdido en el campo. La casa entera

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valdría quizá quinientos dólares americanos.No había agua caliente, y hacía un frío que tecagas. Pero era acogedora, y dormí muy bienallí.

De vuelta a casa, la vida doméstica fuemuy entretenida la mayor parte del tiempo.Me pasaba las horas poniendo discos viejos enel tocadiscos del comedor. Bob Dylan, RayCharles, Nina Simone... Un día, mientrasescuchaba The Freewheelin' Bob Dylan portrigésimo día consecutivo, Anna, que estabapreparando un té, de repente dejó la tetera,apagó el fogón, se acercó al tocadiscos yapartó la aguja del disco.

—¡Odio A Bob Deeee-lannnnn!

Sin embargo, si parecían gustarle algunos

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de los discos que ponía. Me preguntó si RayCharles y Nina Simone seguían vivos. Leexpliqué que sí y me dijo «¡Tenemos que ir averlos!» Le prometí que iríamos a verlos lapróxima vez que pasasen por la ciudad. RayCharles iba a actuar en breve, pero NinaSimone había dado un concierto en la ciudadel año pasado, así que no sabía cuándoregresaría. A aquel concierto fui con Lauretta,de setenta y cinco años y viuda del genialactor cómico Marty Feldmann. Ver a lasgrandes leyendas en persona puede ser unagran experiencia. Nina Simone salió alescenario con el público entregado y puesto enpie y dijo: «¿Me queréis?»

La sala estalló en aplausos.—¡Con razón!Y a continuación abroncó al bajista por

adornarse demasiado. Fue maravilloso.Un domingo por la tarde llevé a Anna a

Pasadena, a un parque en el que Ray Charles

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ofrecía un concierto gratuito. Nos sentamos enuna bala de paja y el gran hombre apareciófrente nosotros y dio su espectáculo. Nomucho después oí que Nina Simone iba a darun concierto en Los Angeles, pero que no sehabía publicitado y las entradas se habíanagotado inmediatamente. No podía creérmelo.Me disculpé ante Anna por perdernos aquelconcierto y le prometí que iríamos al siguiente.Supuse que, puesto que había regresado tanpoco tiempo después del último, no pasaríamucho tiempo hasta que volviese por laciudad.

Algunos meses después encendí eltelevisor una tarde y pillé un avance de lasnoticias de la tarde. La locutora dijo: «NinaSimone, la leyenda del jazz, ha muerto. Másinformación a las seis».

Mierda. Ahora sí que la he cagado,pensé. Me pregunté cómo le daría la noticia aAnna. Pocos minutos después oí que Anna

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aparcaba su coche frente a la entrada. Entrócon el ceño fruncido y la boca apretada, comosi hubiese mordido una manzana agria.

—Estoy muy enfadada contigo.—¿Por qué? —le pregunté.—¡Nina Simone está MUERTA!Aquella fue la época más feliz de mi vida,

casi todo el rato. Lo pasábamos de miedo.Pero su encanto personal venía con... en fin,no hay más que ver el título del capítulo 9 deeste libro. No me obliguéis a decirlo. Si es quees verdad: como ella misma dijo una vez, nosconocimos en una fábrica de ensaladas quehacía las veces de clínica new age a lasafueras de Hamburgo. Por el mismo preciopodría haber sido un psiquiátrico.

Al final acabó durando cinco o seis años.No funcionó. Pero también es verdad queestamos en el capítulo 13, así que ¿quéesperabais?

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14 Rock Hard Times Estoy sentado en la taza de un retrete exterioren los bosques de la California central, usandoel lápiz atado con una cuerda a la carpeta conlos turnos de limpieza para garabatear nuevostextos en papel higiénico.

Llegados a este punto del libro, amablelector, puede que te llame la atención que optemás a menudo por la forma presente delverbo: hasta ahora, lo que te he contado hansido lo que yo considero mis experienciasformativas, por llamarlas de alguna manera.Ahora, sin embargo, nos adentramos enasuntos que me parecen más próximos a laépoca actual y a quien soy hoy. Recuperemosel hilo, querido lector.

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He decidido darme una pausa y alejarmede mis grabaciones y tragedias para participaren el retiro meditativo del que me ha habladomi ex novia Susan. Será en un sitio perdidopor ahí, y durante diez días no podré decir nipalabra. Tampoco está permitido leer niescribir. Es enero, y en las colinas hacemucho, pero que mucho frío. Lo único queharemos será comer comida de hippies yaprender una técnica de meditación budista.La mayor parte del tiempo la pasamossentados en el suelo de una sala grande en laque se cuela el viento, a solas con nuestrospensamientos, a los que intentamos ponerfreno. Te obligas a afrontar la forma en la quefunciona tu cabeza, porque no hay nada más.Los primeros días te sientes como si teestuvieses volviendo loco.

Un día, durante una pausa, me sorprendoal ver que se me acerca un puma. Vienedirecto hacia mí, siguiendo el sendero. Tengo

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miedo de que se abalance sobre mí y me hagapedazos para poder comerse los anacardosque llevo en el bolsillo y que seguramente haolido (Susan me había contado que no lehabían dado suficiente de comer, y merecomendó que llevase frutos secos en elbolsillo). Pero no se me tira encima. Se meacerca y me mira, como diciendo: «Hey, ¿quétal estamos?» y luego sigue su camino como sinada. Se me ocurre que debe de haber vividodurante años rodeado de amablesmeditadores, lo que seguramente ha aplacadosus instintos violentos. La idea me pone debuen humor. Regreso a la cabaña quecomparto con otros dos tíos. Se me hace rarovivir y dormir en compañía de dos personascon las que nunca he hablado y con las que nose me permite hablar, pero todos los añospasados en una misma habitación con mipadre me han preparado bien para estasituación. Me muero de ganas de contarles a

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mis compañeros lo del puma, pero no puedo.Un día, mientras meditamos, una de las

ideas que intento eliminar pero en la que nopuedo dejar de pensar es la historia que mecontó mi amigo Sean recientemente apropósito de un asesino en serie de la zona deSan Francisco conocido como «Elsecuestrador de almas». Lo que le distingue esque no sólo mataba físicamente a sus víctimassino que además afirmaba haber robado susalmas. Pensando en eso, de repente me doycuenta de que nadie puede arrebatarte el almasi tú no te dejas. Es decir, si tienes concienciade tu alma y no la vendes, ni dejas que te lacorrompan, ¿cómo van a quitártela? Empiezoa repasar las palabras con una melodía:

Souljacker cant get my soulAte my carcass in a black

manhole

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Souljacker can’t get my soulHe can shoot me full of bullets

holesBut the Souljacker can’t get

my soul

El Secuestrador de Almas nopuede llevarse mi alma | Hadevorado mi cadáver en una negraalcantarilla | El Secuestrador deAlmas no puede llevarse mi alma |Puede acribillarme a tiros | Pero elSecuestrador de Almas no puedellevarse mi alma

No puedo dejar de repetir la canción, una

y otra vez. Necesito sacármela de la cabezapara poder pensar con claridad. Quiero llamaral contestador de casa para grabarla en esacinta, pero no me está permitido hablar, y

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además no hay teléfonos. Una mañana,cuando todavía está oscuro, me escapo alretrete exterior que hay enfrente de nuestracabaña. Hace poco vi que en el retrete está elúnico útil de escritura que he podido ver entodas las instalaciones. Me aseguro de que nohaya nadie y me llevo la carpeta a uno de loscubículos. Me apunto para limpiar el baño y acontinuación escribo nervioso y tan rápidocomo puedo el texto que me ronda por lacabeza desde hace días. De repente, alguienentra en el baño. Contengo el aliento yescondo el papel y el lápiz tras la cisterna,como si hubiese estado metiéndome drogas enel cubículo. Sólo estoy intentando escribir unacanción.

Al undécimo día del retiro pasa algomaravilloso. Nos dicen que podemos hablarcon quien queramos durante dos horas. A lolargo de los diez días en los que no he habladocon mis compañeros de cabaña he

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desarrollado una idea sobre cómo son y porqué no me gustan y por qué no les gusto yo aellos. Pero cuando por fin hablamos mesorprende comprobar lo muy equivocado queestaba. Son gente encantadora y me caen muybien, y yo les caigo bien a ellos. Es unalección muy importante sobre el modo en quefunciona mi mente.

En el camino de regreso a casa me paro arepostar. Se me hace raro estar de vuelta en elmundo real. Mientras pongo gasolina leo eltitular de un periódico en la vitrina de unamáquina junto al surtidor. MONICALEWINSKY AFIRMA TENER PRUEBAS.

Y pienso: «¿Quién demonios seráMonica Lewinsky y por qué escriben sunombre tan grande en el diario?» Habíapasado once días sin acceso a medios decomunicación. El escándalo había estalladodurante esos once días, y el nombre ya erafamiliar en todo el mundo.

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Cuando vuelvo a Echo Park, grabo conuna pequeña grabadora portátil la canciónescrita en papel higiénico y la titulo«Souljacker Part II», sabiendo que quieroescribir una primera parte, algo que sucededurante los ensayos para la gira con la banda.Grabo «Souljacker Part I» junto con otrascanciones de cariz similar durante las sesionesde Daisies of the Galaxy después de la gira,pero decido que las canciones tienen unacierta agresividad musical que las aparta delresto de canciones que estoy grabando paraDaisies of the Galaxy y que, antes que hacerun doble álbum para conciliar la belicosidad delas dos «Souljacker» con el aire sereno ytranquilo de Daisies of the Galaxy, dejaré delado las «Souljacker» de momento y lasincorporaré a un disco apropiado en el futuro.Al mismo tiempo estoy trabajando en otrostres discos. Termino dos de ellos pero decidoque no son lo que quiero presentar, y el

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tercero me parece un proyecto tandescomunal que me convenzo para dejar queevolucione con el tiempo hasta que esté apunto.

De niño, cuando ves a tu banda favoritatocar en la tele, todo parece muy divertido yemocionante. Pero resulta que, en realidad,para hacerlo bien (bien de verdad,preocupándote por el resultado), hay quetrabajar muy duro, y es un modo de vida muyestresante. No es recomendable si no estásentregado por completo a la misión, si no estásdispuesto a renunciar a todo atisbo de vidareal. Porque nadie se va a interesar tanto porlo que hagas como tú mismo, y cada día habránuevas batallas que librar, batallas difíciles ysolitarias. En mi caso no parecen acabarnunca. Quizá yo también exagero, porque soymuy consciente de que la música me salvó lavida. ¿Dónde estaría ahora si no hubiesepodido concentrarme en ella? Seguramente en

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el mismo universo paralelo hacia el que partiómi hermana para reencontrarse con mi padre.Lo que quiero decir es que me tomo la músicamuy en serio.

Tras concluir la gira de Daisies of theGalaxy, volví a centrar mi atención en las dos«Souljacker» ya grabadas y decidí escribirunas cuantas canciones más con John Parish,un inglesito encantador al que había conocidoen el plato de Top of the Pops. Él tocaba conPJ Harvey el mismo día que actué yo con mibanda. Nos pusimos a hablar y resultó que losdos sentíamos pasión por esos sonidos quehacen que la gente se levante para comprobarsi el equipo de sonido está funcionando bien.Le envié «Souljacker Part I» y otra cancióntitulada «Jungle Telegraph» junto concanciones ya grabadas para el disco y leexpliqué que quería hacer unas cuantas másque encajasen con aquellas. Vino en seguida yestuvo viviendo tres semanas en la chocita del

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jardín mientras preparábamos unas cuantasmás, la mayoría de las cuales él ya tenía amedio empezar en su sótano de Bristol.

John y yo nos encerramos en mi sótanocon el ingeniero de sonido y «especialistarítmico» Ryan Boesch y con el bajista y te—clista Koool G Murder. Koool G es un tío delo más tranqui, con una larga barba roja, alque le gusta ir a restaurantes y pedirle alcamarero que le sorprenda. Durante algúntiempo imité la práctica del «menú sorpresa»y me dediqué a pedir a camareros y camarerasque me trajesen cualquier cosa del menú. Meparecía una buena manera de recordarme a mímismo que no puedes saber nunca lo que sepuede esperar de la vida. A veces te sale eltiro por la culata y te sirven algo que no tegusta nada, pero casi siempre acabé comiendoalgo que normalmente no habría pedido nuncay que me encantó. Finalmente llegó el día enel que Koool G fue demasiado lejos: fue en

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Portugal, durante la gira. La carta delrestaurante incluía un plato descritoliteralmente así:

PAJARITOS FRITOS (NORECOMENDADO)

A G le pareció la opción mássorprendente de toda la carta y lo pidió. Alpoco llegó una fuente de, efectivamente,pajaritos fritos (con plumas, pico y todo lodemás). Se los comió. Todos le observamosasqueados mientras los pajaritos cruzaban subarbaza roja y se perdían en su boca. Koool Gno tuvo muy buen aspecto esa noche duranteel concierto: el tono amarillento de su cararesaltaba aún más su barba pelirroja. Se pasólos tres días siguientes vomitando.

La combinación del atildado inglesitoJohn y del muy californiano Koool G, emcombinación con el extremadamente floridianoRyan (imaginaos a Adam Sandler pero enAlabama) podía parecer sobre el papel la

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mejor receta para el desastre, pero el resultadoen las cintas es sorprendentemente fresco.Resulta difícil imaginar gente más dispar, perotuvimos suerte, y nuestras diferentespersonalidades y trasfondos musicalesacabaron complementándose en la músicapara darle un sonido único. Además, lopasamos de miedo tocando juntos. Estábamosilusionadísimos con las nuevas canciones. Nosdaba la impresión de haber empezado algonuevo, nunca visto. Juntarme con un grupo degente que lo pasaba bien y se emocionabacreando música era ahora la forma que teníayo de sentir que formaba parte de una familia.

Monté una secuencia de doce cancionesen forma de disco y lo titulé Souljacker. Enesta ocasión escribí muchas canciones con lavoz de diferentes personajes, y no siempredesde mi propio punto de vista. Encomparación con el recientemente publicadoDaisies of the Galaxy, la música sonaba muy

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fuerte, eléctrica y agresiva. Eran los primerosdías de mi matrimonio, y por eso busquétiempo para añadirle al disco un par decancioncitas empalagosas de amor y que asíno pareciese tan monocorde. Además, tenía laopción de aumentar la agresividad de lamúsica para contrarrestar la ñoñería de lasletras, como en «What Is This Note?», unexperimento en el que quise combinar larepelente poesía de amor de un escolar con elacompañamiento musical más inesperado. Deese modo, la canción ñoña ya no era tan ñoña,sino una especie de celebración desquiciada dealto voltaje. Otra canción ñoña la titulé«World of Shit», para quitarle algo decursilería:

In this world of shitBaby you are itA little light that shines all over

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Must take overAnd see us through the night

Daddy was a troubled geniusMama was a real good eggWhy don’t we just get togetherFor whateverAnd see if it’s alright

En este mundo de mierda |Chiquilla, eres lo que hay | Unalucecita que brilla con ganas | Ydebe imponerse | Y ayudarnos apasar la noche || Papá era un genioatormentado | Mamá era muy buenagente | Por qué no nos juntamos |Para hacer lo que sea | Y ver si asíestá bien

Sentía que lo que teníamos era justo lo

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que yo quería: un disco dinámico, ruidoso,vitalista, aparentemente «oscuro» a primeravista pero centrado en realidad en la santidaddel espíritu humano.

La discográfica, sin embargo, nocompartía mi opinión sobre el disco. Fuedescorazonador oír que no estaban encantadoscon él. Se les hacía difícil acostumbrarse a minuevo sonido, y al igual que la última vezquerían canciones que en su opinión fuesenbombazos radiofónicos inmediatos. Yo ya nosabía ni qué era eso, si es que lo había sabidoalguna vez. Lo único que quería es que eldisco saliese bien.

Los tiempos estaban cambiando, y en laindustria musical cambiaban muy deprisa.Cada vez era más evidente que habíanquedado atrás los días en los que meestrechaban la mano y me daban las graciaspor presentar un disco como Electro-ShockBlues, reemplazados por la imperiosa

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necesidad de centrarse en lo que de verdadimportaba: la pasta, ganar toda la pastaposible, y a paseo con la calidad y el arte.Pero después de perder a mi familia y ver atanta gente morir a mi alrededor yo eraextraordinariamente sensible a lo que deverdad me importaba. Y no me daba la ganallegar a una solución de compromiso cuandopor fin había alcanzado un punto en el queestaba seguro de mí mismo y de lo que estabahaciendo.

Me fui reuniendo con diferentesmánagers para supervisar la publicación deldisco. Todos me decían que el disco lesparecía magnífico hasta que oían que a ladiscográfica no le había gustado. Uno era unjovencito punkarra sabelotodo que me dijoque debería remezclar las canciones con unproductor que las convirtiese en éxitos.Contraté a otro mánager que parecíaencantado con el disco. Al cabo de una

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semana me llamó para decirme querenunciaba a su comisión porque, según él, yoya no estaba interesado en escribir singles. Fueuna mala época. Creí que me volvería loco.Cada vez que volvía a escuchar el disco paraintentar ver lo que les tenía tan preocupados,no era capaz de entenderlo. A mí me sonabamuy bien, y era justo como yo quería quefuese. Después de perder a mi familia, lamúsica era para mí más importante quenunca. Era ahora mi familia. Había puesto mivida entera en ella, y por eso cada obstáculoera una derrota descorazonadora.

La oficina inglesa de la discográfica semostró algo más receptiva y fijó una fecha depublicación para el año siguiente, mientras eldisco acumulaba polvo en los estantes de laoficina en Estados Unidos. Antes de quesaliese el disco comenzamos una gira.Actuamos ante una ingente multitud en elfestival de Reading con nuestra nueva imagen:

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barbazas, guitarras a todo trapo, una bateríainfernal, vocoders y sintetizadores, tocandocanciones nuevas que nadie había escuchadotodavía y reformulando canciones antiguashasta que resultaban casi irreconocibles. Unamarea humana que se extendía hasta elhorizonte nos miraba desconcertada.

Cuando Souljacker fue finalmentepublicado en Estados Unidos al año siguiente,la crítica lo ensalzó. La revista Time loescogió como el mejor disco de rock del añohasta la fecha, y mentiría si dijese que no mesentí reivindicado tras la tibia acogida quehabía recibido en la discográfica. Así que nomentiré. Me sentí muy bien, después de todoel trabajo que había costado sacarlo a la luz.Ahora, años después, me atrevo incluso aechar la vista atrás y sostener que tenía razón.Y todos los que colaboraron en el disco siguenencontrando trabajo por haber participado enél.

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Y eso sin contar la infinidad de veces quenos han levantado la portada del disco en otrasportadas, e incluso en un videojuego muypopular. Vamos, que me da igual. A tomartodos por culo. Dejadme que haga lo que meparece, ¿vale? Ya esta bien de cachondeo,gente. Mañana por la mañana me voy a odiarpor esto, pero me ha sentado bien decirlo.

No sólo la discográfica no estuvoespecialmente contenta con Souljacker. amuchos de nuestros fans de anteriores discostampoco les hizo demasiada gracia alprincipio, si nos guiamos por las reacciones enel festival de Reading y otros conciertosparecidos. Es lo que tienen los fans. Si lesgusta algo de lo que haces y no lo repites, aveces se sienten defraudados. Nunca heentendido esa postura y por eso no le doyninguna importancia, lo siento. ¿Por quédiablos querrá nadie que todo sea igual todo elrato? Uno puede volver a escuchar Daisies of

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the Galaxy siempre que quiera. No tengo porqué volver a grabarlo. Una vez dicho esto,tampoco es que me hubiese propuesto epataral mundo con mi «versatilidad». Lo que pasaes que tengo cosas en mi interior que quierosacar a la luz. Si sólo te gusta un tipo demúsica, lo siento, pero la vida es demasiadocorta. Cada disco que he sacado ha provocadouna avalancha de cartas de fans cabreadosporque no era lo que ellos esperaban. Siquieres lo que esperabas, ¿por qué no grabastu propio disco, eh? Déjame a mí que haga elmío: probablemente no sea lo que esperabas.Me alegro de haber mantenido esta brevecharla.

La primera canción que escribí con JohnParish para el disco se titulaba «Dog FacedBoy». Conozco a una chica que me contó quede niña tenía los brazos muy peludos, y queen el colegio los demás niños se burlaban deella y la llamaban «la gorila». Le pidió a su

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madre, cristiana fundamentalista, que leafeitase los brazos, pero la madre se negó.«La gorila» creció y resultó ser una chica muyguapa y rió la última. Para la canción cambiéla historia y la escribí sobre un chaval convello facial, como los que se exponían en loscircos de monstruosidades, para podercantarla con mayor convicción en primerapersona. Me metí tanto en el personaje queme dejé crecer una barba larga y enredada.También me corté el pelo muy corto. Lacombinación hizo que pareciese un devotomusulmán.

Going back to the schooltomorrow

Hang my hairy head in sorrowAin’t no way for a boy to beAin’t no way to set me free

now

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Ma won’t shave meJesus can’t save me Dog faced

boy

De vuelta al colegio mañana |Con la peluda cabeza gacha | Loschicos no tendrían que ser así | Yano hay manera de liberarme | Mamáse niega a afeitarme | Jesús nopuede salvarme | Chico caraperro

El 11 de septiembre de 2001 estaba en

Londres, en plena gira de Souljacker. Participéen un programa matinal de radio en el quedebatí con el presentador sobre su negativavaloración del disco que Bob Dylan habíapublicado ese mismo día. Le pregunté: «¿Deverdad crees que sabes más que BobDylan?».

Volví al hotel para echar una cabezada.

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Treinta minutos después, el mánager de la girallamó a la habitación y me despertó.

—¿Has estado viendo la CNN?—No, ¿por que?—Un avión se ha estrellado contra el

World Trade Center.Encendí el televisor, al igual que el resto

del mundo, y contemplé horrorizado como unsegundo avión chocaba contra la segundatorre. Era todo tan irreal que nadie sabía cómointerpretarlo. Estaba previsto que aquella tardegrabásemos una sesión en directo con la bandaen unos estudios radiofónicos y decidimos quehabía que hacerlo. Circulaban todo tipo derumores sobre otros aviones de camino haciadiversas áreas y objetivos. Mientras nospreparábamos para tocar nos llegó el rumor deque un avión secuestrado se dirigía hacia elWest End de Londres, que era dondeestábamos. Nos dijimos que si había quepalmar, mejor palmar tocando. Enviamos a

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uno de los pipas a por cerveza y procedimos apillar una cogorza y tocar como si fuésemos amorir en cualquier momento.

El rumor resultó ser sólo eso, un rumor.Terminamos la sesión y regresamos al hotel.Comprobé los mensajes del contestador y oí lavoz de mi tía Sally anunciándome que habíamalas noticias. Mi prima Jennifer y su maridoeran personal de a bordo en el avión que sehabía estrellado contra el Pentágono. Por logeneral no se permite que los asistentescasados trabajen en el mismo vuelo, peroambos iban a tomarse unas vacaciones en LosÁngeles al término del viaje y la compañíahabía hecho una excepción. Resultabaespantoso oír las historias de la tele y la radio:era muy posible que el personal de a bordohubiese sido torturado o asesinado. Algunosmeses después, los pocos restos que pudieronidentificarse fueron remitidos a mi tía Britt ymi tío Bob, los padres de Jennifer: una bolsa

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de vuelo calcinada.Después de todo lo que había pasado

había desarrollado una actitud de «tirar haciaadelante» y continué con la gira. De repente,mi nuevo aspecto, que hasta entonces nohabía tenido mayor importancia, empezó a sermuy incómodo en cada nuevo aeropuerto.Antes del 11-S, el personal de seguridad de losaeropuertos se me acercaba y me decía:«Mola la barba, tío. Ojalá pudiese yo dejarmeuna igual». Pero ahora era una amenaza enpotencia, y siempre me sacaban de la colapara interrogarme. Al final llegó un punto en elque tuve que afeitarme.

De vuelta en Estados Unidos, y trasdescansar un poco, me empezó a entrar miedoa los aviones, como seguramente le pasó amucha gente tras los ataques. El vuelo deregreso desde Europa fue aterrador.Constantemente imaginaba que nosestrellaríamos contra un edificio en cualquier

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momento. No quería acabar como los cuerposdesmembrados que había visto en la callecuando aquel avión se estrelló en mi barrio.Diseñé la gira por Estados Unidos de talmanera que no hiciese falta tomar ningúnavión. Para el primer concierto de la gira toméun autobús desde Los Angeles hasta Austin(Texas). El resto de la banda fue en avión.

Wim Wenders, el director de París,Texas y El cielo sobre Berlín, había escritouna película en la que quería que yo actuara.Me puse a pensar en ello y, pese a que la ideame aterraba, decidí que tenía que ser capaz deafrontar el reto. Me había hecho amigo de laactriz Jennifer Jason Leigh cuando compuse lamúsica para su película The AnniversaryParty, y ella me había ofrecido clases deinterpretación si alguna vez pasaba por NuevaYork. No podía dejar pasar la oportunidad derecibir lecciones de una de las mejores actricesdel planeta, pero seguía teniéndole miedo al

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avión, así que decidí cruzar el país en tren.Me llevó cuatro días de ida y otros cuatro devuelta, pero disfruté mucho de no tener nadamás que hacer que leer, escuchar música ytrabajar en ideas para un nuevo disco. Al finaldecidí no aparecer en la película, pero lasclases de Jennifer fueron una experienciamagnífica y me siento afortunado por haberlasrecibido, aunque luego no les haya dado uso.Además, del viaje saqué algo en claro con loque no contaba.

A veces, para matar el tiempo, mesentaba en el vagón comedor y escuchaba alos vejetes que trabajaban en el tren. Empecéa darme cuenta de que el sistema detransporte ferroviario de pasajeros en EstadosUnidos estaba en las últimas. Funcionaba atrancas y barrancas, como un anacronismo enel veloz mundo moderno. Y noté también queen cierto modo me sentía identificado con esaidea en cuanto músico y compositor dentro del

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cambiante negocio musical moderno. Pensé enLenny Waronker, un tío respetadísimo en elnegocio, que además estaba en él por losmotivos correctos (adoraba la música), peropara quien cada vez parecía haber menos sitio.Empecé a incubar la idea de una canción en laque comparaba lo que sentían aquellos vejetesenfrentados a un presente incierto y un futuromás incierto aún en los trenes. Compré unaguía de trayectos para consultar el nombre delas viejas líneas que habían recorrido la zonaen la que me había criado en Virginia y queentretanto habían quedado sepultadas bajo elasfalto.

I feel like an old railroad manRidin' out on the Bluemont LineHummin along Old Dominion BluesNot much to see, and not much leftto lose

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And I know I can walk along thetracksIt may take a little longer but IknowHow to find my way back

I feel like an old railroad manWho’s really tried the best that hecanTo make his life add up tosomething goodBut this engine no long burns onwoodAnd I guess I may never understandThe times that I live inAre not made for a railroad manI feel like an old railroad man

Me siento como un viejo ferroviario| Que trabaja en la línea Bluemont |Tarareando Old Dominion Blues |

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No hay mucho que ver, y poco queperder | Y sé que puedo caminarpor las vías | Me llevará algo más detiempo pero sé | Cómo encontrar elcamino de vuelta || Me siento comoun viejo ferroviario | Que de verdadhizo todo lo que pudo | Para que suvida resultase en algo bueno | Peroeste motor ya no consume madera |Y supongo que ya no entenderénunca | Los tiempos que me tocavivir | No están hechos para losferroviarios | Me siento como unviejo ferroviario

Para entonces, las cosas estaban tan

jodidas en el negocio de la música que unartista de los grandes como Johnny Cash teníaque grabar versiones de canciones dejovenzuelos de moda para tener algún tipo de

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relevancia y atraer a nuevos oyentes. Imagina:uno de los grandes talentos naturales de laépoca cantando, incómodos, canciones que sele hacen extrañas. Me indigna tanto comocuando Sinatra cantaba «L. A. Is My Lady»en un descarado intento por sumarse a la olade la música disco cuando ésta estaba demoda. Si quieres saber mi opinión, Johnnyestaba perfectamente de viejo ferroviario.

En el tren de regreso voy pasando revistaa algunas de las canciones del disco en el quellevo años trabajando cuando buena mentepuedo. Casi todas son canciones bonitas, concomplicados arreglos para secciones decuerda, vientos y metales. Escucho una escritadiez años atrás, titulada «Blinking Lights».Luego vuelvo a escucharla pero sin mi voz,sólo instrumental. Pienso en todos losmomentos terribles que ha habido en mi vida,pero también en los momentos buenos,lucecitas que parpadean en el árbol de

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Navidad. Me empiezo a animar pensando quepuedo titular el disco en el que llevo añostrabajando Blinking Lights y ofrecer primerouna versión de la canción en la que yo canto yluego otra para que el que cante sea el oyente.Quiero que el disco sea bonito, compasivo,que sea amigo de quienquiera que lo escuche.

Blinking lights on the airplane wingsUp above the treesBlinking down a morse code signalEspecially for meAin't no rainbow in the skyIn the middle of the nightBut the signal's coming throughOne day I will be alright again

Luces intermitentes en las alas delavión | Por encima de los árboles |Tartamudean un mensaje en morse

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| Especial para mí | No hay arcoirisen el cielo | A medianoche | Pero laseñal me llega | Un día volveré asentirme bien

Regreso a casa reconfortado y con ganas

de trabajar en el disco. Pero el procesorápidamente se me hace tedioso. Un día estoyen el estudio de Jim Lang, repasando pormilmillonésima vez el mapeo de un arreglo decuerdas en su ordenador, y estoy tan aburridoy frustrado que empiezo a concebir un nuevodisco mientras arreglamos aquelloautomáticamente. Pienso en los discos deMuddy Waters que he estado escuchandorecientemente y en lo mucho que admiro elestilo directo, sucinto y sencillo de lacomposición y la interpretación. De repenteme muero por juntar a la banda de la gira dehace unos meses en una habitación, enchufar

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unas cuantas guitarras eléctricas y tocar comouna banda de garaje. No soporto más esteentorno estéril. En cuanto llego a casa esanoche los llamo a todos y organizo un planpara sacar un disco nuevo cuanto antes. A lamañana siguiente bajo al sótano y empiezo aescribir canciones, dos o tres cada día.

Mientras tanto, Butch y yo tenemosproblemas de dinero. El ha andado tocando enparalelo con otra gente y no está contento connuestro acuerdo. Quedamos en queseguiremos colaborando pero de manera másesporádica, sin ataduras. Acude a las sesionespara tocar en el disco antes de salir de gira.Nos ponemos en círculo y tocamos como unabanda de directo durante diez días. Elresultado es un disco al que bautizoShootenanny! La idea es que la locura de lostiempos en los que vivimos requiere que aalguien se le ocurra un nombre gracioso parala matanza organizada por un loco armado

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hasta los dientes. ¿Por qué no yo?Cuando entrego el disco en la

discográfica se muestran mucho másinteresados que con cualquier otro de losdiscos que les he presentado. Los presidentesde todos los departamentos me llaman a casapara felicitarme. A diferencia de los dos discosanteriores que he entregado, hay muchorevuelo en las oficinas con el nuevo disco deEELS y muy pronto se establece una fecha depublicación.

En los meses que transcurren desde queentrego el disco hasta que aparece en lastiendas está pasando algo entre bastidores enla discográfica de lo que no somosconscientes. Si la compañía no genera unadeterminada cantidad de dinero ese año, serávendida a otra multinacional. Por eso mismo,a partir de entonces sólo importan los artistascon el mayor potencial recaudatorio. Aún nolo sabemos, pero el interés por Shootenanny!

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se ha convertido en secreto en absoluta apatía.El día de mi cuarenta cumpleaños estoy

en Londres, mareándome en el coche decamino a una sesión fotográfica en un refugiode aves bajo un chaparrón frío e inmisericorde(I Like Birds... ¿Lo pilláis?). Soy más viejo delo que nunca fue mi hermana: suena muy raro.Tengo que seguir tirando. No le cuento anadie que es mi cumpleaños.

De vuelta a casa veo en la tele elprograma especial de la «reaparición» de Elvisen 1968 y decido que tengo que vender labanda con trajes de poliéster rojo como los deElvis. Recorremos el mundo dos veces ydamos más de ochenta conciertos.

Uno de mis grandes ídolos musicales,Tom Waits, es miembro del jurado de lospremios musicales Shortlist, que pretenden seruna especie de anti-Grammys y en los que sepremia el talento y no la popularidad. Sucandidato es Shootenanny!, lo que hace que

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me sienta revindicado y me da una muynecesaria dosis de confianza en mí mismo queconsigue incluso penetrar mi piel ypermanecer conmigo algún tiempo. Nuncapensé que un premio pudiese significar algopara mí, pero cuando uno de tus ídolosaprecia algo que has hecho al punto deproponerlo para un premio... pues estábastante bien.

Una mañana durante la gira me despiertoen St. Louis con el timbre del teléfono. Meentero de que nuestro amigo Elliott Smith hamuerto en Echo Park.

La primera vez que vi a Elliott, en 1996,salí del cuarto, agarré a un amigo común delbrazo y le dije: «ese tío me preocupa». Era untipo encantador, muy callado, aparentementedesprovisto de una armadura con la queprotegerse, que iba a más en el negocio de lamúsica: mal sitio para los desvalidos, alparecer. En comparación con él, me sentía

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fuerte y seguro, y eso ya es decir algo.Recuerdo que una de las últimas veces

que le vi estaba sentado en el sofá de laoficina de Largo, el club de Los Ángeles en elque Elliott y yo tocábamos a menudo. LisaGermano nos estaba contando a Elliott y a míuna historia sobre algo que le había pasadorecientemente. Flanagan, el propietario deLargo, tenía un perrito lanudo llamadoSeamus que acababa de saltar al sofá y sehabía colado detrás de Lisa. Mientras ellaexplica su historia, Seamus apoya las patasdelanteras en los hombros de Lisa y se pone arefrotarse contra su espalda, pero Lisa pareceno darse cuenta y continúa contando lahistoria. Flanagan y yo nos reímos tanto quese nos saltan las lágrimas, pero Elliott se leaproxima aun más e intenta dejar que terminecon dignidad, pese a que tiene a un perrazoblanco montado en la espalda dale que tepego.

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Esa misma noche subo al escenario paratocar unas cuantas canciones. Termino con lafavorita de George Bush «It’s aMotherfucker» y abandono el escenario. Justocuando arranca la música del club siento unamano que se apoya en mi espalda. Me giro yveo a Elliott frente a mí en la oscuridad.«Bonita canción», me dice. Si alguien sabe deverdad lo que es sufrir una putada, ese esElliott.

Acabó encontrando la manera deprotegerse, y con los años su personalidadcambió por completo a consecuencia de lasdrogas que se metía. Empecé a oír historiassobre él: compraba compulsivamente cámarasdesechables para poder fotografiar un cochedel que estaba convencido que le perseguía.Una noche Elliott me dio su nuevo número deteléfono y me dijo que le gustaría quedar paratocar la guitarra y ver qué pasaba, y la verdades que me apetecía, pero pospuse demasiado

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tiempo la llamada. Cuando se metió en aquellafase oscura, yo me asusté demasiado y noquise acompañarle. Creo que para entoncesElliott y mi hermana Liz tenían mucho encomún, y yo ya había sufrido bastante, losiento.

En Manchester me pongo enfermo ypierdo la voz justo antes de que empiece elconcierto. Se han vendido todas las entradas yel público está en el recinto. Nos dicen que sisuspendemos el concierto el público deManchester es muy capaz de asaltar elescenario. Llega un médico para ponerme unainyección y paso una hora con la cabeza bajouna toalla haciendo vahos. Consigo sacaradelante el concierto, pero los rigores de lagira me empiezan a pasar factura: sufroconstantemente catarros de tanto sudar en elescenario y pelarme de frío en el autobús, yen cada avión al que me subo me pillo alguna

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mierda (conseguí superar mi miedo a volarjusto a tiempo para desarrollar pánico a losgérmenes de los restantes pasajeros). Me pasoel año medio ronco y pierdo registro ypotencia vocal. Cuando llego a casa tengo queoperarme para que me extirpen un quiste quese ha formado en las fosas nasales. Unasemana después de la operación voy al médicopara que retire las gasas de la nariz. Cuandolas extrae sufro el dolor más brutal que hayasentido nunca: es como si me estuviesensacando el cerebro por la nariz.

En Montreal, Lenny me llama a lahabitación del hotel para contarme queDreamWorks Records va a ser vendida aUniversal Music y que ni él ni Mo seguirántrabajando para la empresa. Me da una penahorrible perder a Lenny y Mo, pero tambiénnoto cierta emoción ante la incertidumbrefutura. Por fin sé apreciar las encrucijadas queencuentro en mi camino, y pienso confiar en

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esta nueva posibilidad. Me busco unos billaresen Montreal para echar unas cervezas y unpar de partidas con la banda.

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15 Luces parpadeantes(para mí) Estoy de pie sobre la desvaída y manchadamoqueta azul celeste del dormitorio de JohnnyCash. No queda nada en la habitación exceptola cama de Johnny y June, un retrato de losdos colgado de la pared y el ascensor instaladodurante los últimos años de vida de Johnnypara que pudiese subir y bajar las escaleras.June murió y Johnny la siguió dulcementepoco después (yo predije que nos dejaría tresmeses después que ella; fueron cuatro). Estoyen su casa, a las afueras de Nashville: hevenido con la intención de comprar parte desus tierras. Me quedo solo en la biblioteca

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secreta de detrás del dormitorio, dondeJohnny pasaba horas con su guitarra y suslibros y lo imagino ahí sentado, alzando lavista de un libro para sonreírme. Me acerco alrecargado baño de June para echar unameada. Qué triste es todo, pienso para mí.Esto es lo que queda de una vida tan increíble:una casa vacía con la moqueta manchada. Merecuerda demasiado a la casa de mi familiadespués de que todos murieran. Decido nocomprar los terrenos. No mucho después, lacasa de Johnny y June arde hasta loscimientos.

Uno de mis pasatiempos favoritosconsiste en imaginar cuánto tiempo pasaráentre que muera y encuentren mi cuerpo.Paso tanto tiempo a solas que seguramentetengo muchos números para ser una de esaspersonas que la palma sin que nadie se decuenta durante días o semanas. ¿Y si misabueso Bobby Jr. se ve obligado a devorarme

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porque no estoy ya para darle de comer?Supongo que tengo que pensar en estas

cosas porque llegado a este punto la sensaciónque tengo es que la muerte no anda nuncamuy lejos de mí. Siempre puedo oírla cuandollama a la puerta. Hace poco me fui devacaciones con la banda, mis primerasvacaciones en diez años, y me fijé en algomuy interesante. De día todos querían ir a laplaya y, por la noche tumbarse a contemplarlas estrellas. Me di cuenta de que estasactividades me aburrían más que a los demásy entendí que a la gente le gusta mirar elhorizonte de la playa y el infinito cielonocturno porque les arranca de la rutina diariay les hace pensar en cosas más trascendentes.Yo, en cambio, no dejo nunca de pensar enesas cosas.

Aproveché la convalescencia de laoperación para pasar el invierno enterodescansando sin trabajar en nada por una vez.

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Me limité a quedarme sentado en casa,matando el tiempo como mejor podía.Responder a las llamadas equivocadasdirigidas al videoclub local, cuyo númerodifiere del mío en un dígito, se convirtió en unpasatiempo bastante absorbente. Cuando unchico me llama para preguntar si tenemos laúltima película de acción y aventuras, le pongoen espera para que piense que repaso losestantes y luego le digo que están todasalquiladas. Luego le pregunto si ha leído ellibro. Me responde que no y le preguntocuándo fue la última vez que leyó un libro. Mecuenta que ha pasado algún tiempo y yo ledigo que debería ir a la biblioteca y leer algo.El chaval me dice que vale. Recibo muchasllamadas como esa y hacerme pasar por elempleado del videoclub se convierte en uno demis principales pasatiempos.

Llegó un punto en el que me cansé depensar tanto y no hacer nada más que hablar

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con chavales que creen que soy el empleadodel videoclub. Una idea empezó a tomarforma en mi cabeza: debería hacer un disco enel que lo importante fuera sentirlo y no darlevueltas en la cabeza, como las películas de Ku— brick y Bergman que adoro. Por entoncesllevaba algún tiempo pensando que BlinkingLights podría tener un hilo conductor lineal,del nacimiento a la muerte, con todas lasetapas de entremedio. Pero ahora me parecíatodo demasiado específico, demasiado similara una ópera rock. Decidí que no quería quefuese tan específico y que además queríaincluir pasajes instrumentales y mucho espaciode relax repartido en dos discos. Quería queestuviese cargado de vida y amor, queabordase la idea de Dios, del Dios que está enlos detalles, sea Dios lo que sea. Quería quehablase de la condición de estar vivos. Volvíaa hacerme ilusión ponerme a trabajar.

Sí, había pasado por situaciones bastante

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terribles. Pero tampoco podía cerrar los ojos alas cosas maravillosas que también me habíanpasado, y eso era algo que quería reflejar enmis canciones. Una mañana, mientras melavaba los dientes, me miré en el espejo delcuarto de baño. Vi a mi padre reflejado. Me dicuenta de que en muchos aspectos podíaidentificarme con él. Había aprendido mucholeyendo sobre él. Sé que le deprimía sentirseinfravalorado o incomprendido, y que preferíaque le dejasen a solas. Sé que llevaba lamisma ropa todo el tiempo, como yo. Me dicuenta de que yo me había sentido como éldebió de sentirse todos aquellos años en losque no quería que le molestaran porque teníaalguna idea descabellada entre ceja y ceja queestaba intentando poner en orden. Estás apunto de descifrar el código y el niño quierejugar a béisbol. Ahora lo entiendo. Los dossomos «hombres de ideas», y todo lo ajeno aesas ideas es una distracción. Me había

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pasado años enteros cabreado con él, peroahora que veía lo mucho que llevo de éldentro de mí se me hacía fácil identificarmecon él. Le perdoné. Y la vida cambió deinmediato para mejor. Mis padres no tenían nipajolera idea de cómo educar a un niño, escierto. Pero también sé ver que hicieron todolo que pudieron con los medios de quedisponían.

Además, todos los infortunios que hepasado hacen que los demás momentos de mivida resulten más atractivos y me gusten más.Cualquier cosa es atractiva si la comparas contener que limpiar de mierda a tu madre,¿verdad?

Quería celebrar la vida, con lo bueno quetiene y con lo malo. Por fin veía la suerte quehabía tenido al pasar por trancesaparentemente tan horribles, porque esosignificaba que era uno de los afortunados queexperimenta un amplísimo abanico de

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situaciones durante su vida.Un compañero de trabajo de mi padre

me había contado que uno o dos días antes demorir, mi padre le había dicho que habíallevado una buena vida y que si fuera a moriren ese instante lo haría satisfecho. Supongoque, puesto que murió un par de días después,habría que ser muy precavido a la hora dehacer semejantes declaraciones, peroreflexionando sobre ello empecé a entenderpor qué se sentía así. Las duras circunstanciasa las que había tenido que sobreponerme mehacían ahora más fácil apreciar de verdad lascosas realmente maravillosas de la vida. Vivíaen una casa que me encantaba, tenía muybuenos amigos y estaba en condiciones deganarme la vida haciendo algo que adoro yque tengo que hacer. ¿Cuánta gente hay quede verdad llegue a encontrarse en esasituación?

Aún sufría momentos de desesperación,

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pero me sentía más fuerte, y ya no tenía lasensación de que fuesen a abrumarme. Queríaexpresar lo agradecido que estaba por lasexperiencias de mi vida, tanto por lasespantosas como por las fantásticas. Pensé enel momento en el que se me doblaron lasrodillas y caí al suelo al oír que Liz habíamuerto.

Do you know what it’s like tofall on the floor

And cry your guts out ‘til yougot no more

Hey man now you’re reallyliving

Have you ever made love to abeautiful girl

Made you feel like it’s notsuch a bad world

Hey man now you’re really

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living

Now you’re really givingeverything

And you’re really getting allyou gave

Now you’re really living whatThis life is all about

Well I just saw the sun riseover the hill

Never used to give me muchof a thrill

But hey man now you’re reallyliving

Do you know what it’s like tocare too much

‘Bout someone that you’renever gonna get to touch

Hey man now you’re really

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livingHave you ever sat down in the

fresh cut grassAnd thought about the moment

and when it will passHey man now you’re really

living

Sabes lo que es caer al suelo |Y llorar a chorro hasta quedartevacío | Hey, tío, ahora vives deverdad | Alguna vez le has hecho elamor a una hermosa mujer | Que tehaya hecho sentir que el mundo noes tan malo | Hey, tío, ahora vivesde verdad || Ahora estás echando elresto | Y recuperas lo que invertiste| Ahora estás viviendo al fin | Elsentido de la vida || Acabo de ver elsol ponerse tras la colina | Antesnunca me emocionó especialmente |

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Pero hey, tío, ahora vives deverdad || Sabes lo que espreocuparse demasiado | Poralguien a quien nunca llegarás atocar | Hey, tío, ahora vives deverdad | Te has sentado alguna vezen la hierba recién segada | Y haspensado sobre el instante, y sobrecuando pasará | Hey, tío, ahoravives de verdad

Parece que siempre que no estoy

trabajando en música nueva empiezo amarchitarme. Me siento rejuvenecido despuésde tanto tiempo sin saber qué hacer conmigomismo. Cuando grabo las nuevas canciones enel sótano me siento más feliz de lo que nuncarecuerdo haberme sentido. Trabajo durantevarios meses, dos semanas de grabacionesseguidas de dos semanas de pausa para

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escuchar, secuenciar, editar y decidir qué tiroy qué necesito para las dos semanas siguientesde grabaciones. El toma y daca se prolongadurante meses.

Un día me encuentro hablando porteléfono con mi héroe Tom Waits. No puedocreer que esté hablando con Tom Waits, unartista al que admiro desde hace mucho y alque soy incapaz de imaginarme como unapersona real fuera del escenario; pero la vozcavernosa al otro extremo del hilo esinconfundiblemente suya. Más adelante mellama la persona que le ha dado mi númeropara preguntar si no era un problemahabérselo dado. Le digo que no me gusta quemi número circule por ahí, pero que si JohnLennon, Bob Dylan o Tom Waits se lo piden,no hay problema ninguno en dárselo.

Mientras hablo con Tom reúno el valorsuficiente para preguntarle si le interesaríahacer algo en el disco que estoy preparando.

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Me dice que sí, pero que tendrá que ser enuna grabadora de cuatro pistas para que élpueda grabar su aportación como a él le gusta:en el cuarto de baño de su casa. Suelto deinmediato el auricular para sacar del armariomi vieja grabadora de cuatro pistas, solo paracomprobar que graba al doble de velocidadque la que usa Tom. Se lo digo a mi ingenierode sonido Tom Ryan y decidimos que lo másfácil será buscar en eBay el mismo modeloque usa Tom. En seguida damos con una ynos la envían al día siguiente. Grabo mi parteen dos pistas de la grabadora y dejo otras dospara que las use Tom con la suya. Le envío lacinta con instrucciones muy precisas sobre loque quiero que haga. Él hace caso omiso demis instrucciones, borra por error la pista en laque yo canto y me devuelve una cinta en laque patea por su cuarto de baño chillando yllorando como un bebé. A Tom Waits no se ledice lo que tiene que hacer. Es fantástico. Me

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pide mil disculpas por haber borrado la pistaen la que cantaba y como compensación seofrece a cortar madera y segar la hierba de mipatio. Yo, por supuesto, estoy encantadísimocon toda la historia: Tom Waits ha borradouna pista en la que yo cantaba.

Me reúno con el ejecutivo que me hanasignado en Intersco— pe, la compañía deUniversal que se ha hecho cargo del cadáverputrefacto de DreamWorks Records. Le hablodel extenso doble álbum, de que se haconvertido en una misión para mí y que tengoque completarlo. Él me larga no se qué sobreque soy un artista muy respetado y que susello es el lugar apropiado para este proyecto.Salgo contento de la reunión.

Tras muchos meses, escucho la últimaversión del disco y me doy cuenta de que notengo dudas acuciantes sobre aspectos quepuedan cambiarse. Entiendo que heterminado. Notifico a la discográfica que voy a

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empezar el proceso de masterización paraecualizar el sonido de mis grabaciones yconvertirlas en una copia maestra con la quepoder trabajar. Los mánagers llaman alejecutivo aquel y le dicen que el sello puedeescuchar parte del disco. El ejecutivo dice:«No creo que éste sea el lugar adecuado paraél», y se niega a escuchar siquiera lasgrabaciones.

La sensación de triunfo por haberterminado el disco se desvanece cuando medoy cuenta de que acabo de crear (y pagar) unmastodóntico disco doble de treinta y trescortes que la disco— gráfica no quiereescuchar ni sacar al mercado. No sé qué hacery continúo con el proceso de masterización,que a la mayoría de artistas les lleva uno o dosdías pero para mí se prolonga durante tresmeses. En el primer sitio al que lo llevo nosaben por dónde cogerlo y me envían devuelta al final de la cola. Luego se lo llevo a

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mi amigo Dan Hersch, que ha masterizadoalgunos de nuestros discos en directo. Elálbum es muy dinámico y en determinadosaspectos muy complicado. Hay secciones muybonitas y serenas y otras estruendosas. Esdifícil ponerlo todo en orden de canción encanción para que fluya y tenga el impacto queyo quiero que tenga como conjunto. Paraentonces vivo obsesionado con el disco y mesiento física y psicológicamente incapaz desoltarlo hasta que sea exactamente como yocreo que puede y tiene que ser.

Ray Charles muere y su cuerpo esexpuesto al público en el centro deconvenciones de Los Angeles. Soy una de lasprimeras personas que guardan cola paraasistir al último espectáculo del Hermano Ray.Cuando vuelvo a casa a media tarde, DanHersch me llama para preguntarme si tengouna pistola. Lleva meses haciendoalambicados cambios a la masterización y ha

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llegado a un punto en el que prefiere volarselos sesos antes que seguir trabajando en eldisco. Cuelgo el teléfono y me tumbo adescansar. Yo también tengo ganas depegarme un tiro. Me siento completamentesolo y me pregunto cómo he llegado a estasituación en la que he invertido todo mi dineroy toda mi energía en la producción de unálbum elefantiásico que nadie me ha pedido.He pasado siete años trabajando en esascanciones, y ahora parece que a nadie leimporta lo más mínimo. Me da la impresiónde que soy el único para el que significa algo,y que he puesto todo lo que tengo en crearlo.Qué ironía: la creación de un disco sobre laalegría de vivir me ha llevado al borde delsuicidio.

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16 Cosas que los nietosdeberían saber

—¿Cómo es posible?Estoy sentado en un hotel pijo en París.

Mick Jagger está en el vestíbulo, tomando té.Yo estoy encerrado en la helada sala deconferencias, dando una entrevista para latelevisión. La periodista francesa me preguntapor la canción «Things the Grandchil— drenShould Know», que está a punto de salir en eldisco Blinking Lights and Other Revelations,que por fin va a ver la luz un año después deque lo haya terminado.

—¿Tienes hijos? —me pregunta laperiodista en un inglés con un fuerte acento.

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Me arrellano en la silla de madera que mehan ofrecido.

—Todavía no. Voy a pasar directo a losnietos —le digo.

Ella parpadea y me mira sincomprenderme, achina los ojos y frunce elceño.

—Pero... ¿cómo es posible?—Hombre, pues... Piénsalo: así es

mucho mejor —le digo, removiéndome en miasiento. —A los nietos los ves sólo los fines desemana, y así tienes el resto de la semana parati solo.

—Pero ¿cómo es posible?—No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.—Pero... Es que es imposible...Vuelvo a encontrarme en una situación

bastante habitual: mi sentido del humor noacaba de funcionar en otros países. Resultaconmovedor ver cómo lo entienden todoliteralmente. Es algo que me gusta mucho de

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ellos, pero tengo que recordarmeconstantemente que no debo dármelas degracioso durante las entrevistas en elextranjero. Con todo, tengo que hacer cosasasí para entretenerme y conseguirsobrevivirías.

Por lo general me disgusta concederentrevistas, pero estoy contento de poder darlepublicidad a Blinking Lights después del largocamino que me ha tocado recorrer parapublicarlo, más duro todavía que en el caso deotros discos que me ha costado Dios y ayudapublicar. Después de pasar tanto tiempopensando que a la gente no le gustaba y dededicarle tanto trabajo y acabar casiconsumido en el proceso, me sentía a gustosabiendo que a la gente sí le importaba.

Después de que DreamWorks fuesevendida a Universal y de que el tipo deInterscope al que tanto se le había llenado laboca con mi «condición de artista» le acabase

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diciendo a mi mánager que aquel no era sitiopara mí después de todo, me indemnizaronpor rescisión del contrato y dejaron que mellevase conmigo Blinking Lights. Dinero fácil,como quien dice. No quisieron escucharsiquiera una nota del disco. Luego firmé conVagrant Records, que era igualmentepropiedad de Interscope y Universal, de modoque esta es una de esas historias preciosas enlas que más o menos la misma compañíaacaba pagándote dos veces. Ahora tenía unatercera oportunidad. El gato las ha pasadocanutas, pero ya va por la tercera vida. Noestá mal, ¿no?

Tras meses interminables de depresión yde subirme por las paredes, se me dispara elánimo cuando el disco recibe fecha depublicación y empiezan a aparecer lasprimeras críticas halagüeñas. En todas partesme dan cuatro o cinco estrellas. Es algo queen el pasado he dado por sentado, pero ahora,

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después de tanto tiempo pensando que era elúnico al que el disco le importaba algo, lascríticas significan mucho más para mí. Ladebacle de Souljacker no fue nada encomparación con esta. La experiencia habíaservido para reivindicarme, pero nunca mehabía sentido más abandonado que conBlinking Lights, así que ahora me estabantocando la fibra sensible.

Las críticas, a poco que examines lahistoria del periodismo musical, no significannada en realidad. Lo más habitual es quecuando valoran un disco nuevecito y vanapurados de tiempo no sepan ver cuálesconservarán su vigencia con el tiempo; aunasí, me permitiré sentirme a gusto con éste. (Alos críticos literarios: eso no va con vosotros,por supuesto. Siento el más profundo de losrespetos por vuestra labor. ¿Qué tal el librohasta ahora?) Tom Waits llama para decirmeque el disco le hace pensar en una Alaska en

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el horno. Me pongo a pensar, y en seguidadeduzco que, viniendo de Tom Waits,comparar mi disco con un helado en llamassolo puede ser el mayor de los cumplidos.Todo va encajando. De nuevo me sientoreivindicado por haberme mantenido firme.Me siento incluso mejor que otras vecesporque esta vez me la he jugado, invirtiendomi dinero en un mastodóntico doble álbumque nadie me había pedido y en el que nadieparecía interesado. Además, ha sido unabatalla larga y solitaria. Resultó que la gente deVagrant sí sabía cómo llevar el disco hasta lagente a la que le podía gustar. Lasdiscográficas odian los discos dobles, pero loaceptaron y les gustó por lo que era, sin más.Pese a ser un disco doble y a que no le dieronmucho juego en la radio, subió en las listasmás que cualquier otro de mis discos, inclusoque Beautiful Freak, el que copó la MTV.Este, en cambio, no estaba recibiendo ese tipo

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de promoción. El éxito que estabaconsiguiendo era por méritos propios.Actuamos en todos los programas: Leno,Lettermann... Pero en vez de tocar el mismosencillo en cada programa, que es lo que sesuele hacer, en cada uno tocamos una cancióndiferente del disco.

Durante los interminables meses quepasaron entre que el disco estuvo terminado yfinalmente salió a la venta, me acostumbré apasar las tardes sentado en el porche de micasita de invitados en el patio trasero,fumando puros y escuchando discos antiguosen el tocadiscos. Tras los sinsabores de laúltima gira y la operación a la que me tuve quesometer, había decidido que lo de las giras sehabía acabado para mí: el desgaste físico erasuperior a mis fuerzas. Pero ahora, sentado enel porche aquella noche, mientras contemplabael humo del cigarro desvanecerse en el cielonocturno, empecé a imaginar un concierto en

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el que me fumase un puro en el escenario.Pensé en lo divertido que sería, el reto quesupondría organizar un concierto tan distinto atodos los que había dado hasta entones. Podíaver un cuarteto de cuerda donde generalmenteteníamos la batería, y un montón deinstrumentos antiguos. Nos vestiríamos todospara la ocasión y yo aparecería con el puro yel bastón que había usado cuando me lastiméla pierna unos años atrás. Un concierto deEELS entre caballeros. Me animé tantopensando en ello que supe enseguida que iba atener que hacerlo y no pude contenerme: salícorriendo hacia casa y me puse a llamar porteléfono para ponerlo en marcha.

Fue difícil compaginar la logística y losarreglos de cuerda, pero resultó muysatisfactorio dar un enfoque tan drásticamentenuevo a las canciones antiguas. La gira de«EELS con cuerdas» dio dos veces la vueltaal mundo, y aunque me advirtieron que era un

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espectáculo demasiado elaborado (que iba aperder pasta por un tubo, vaya) resultó ser unéxito rotundo. Después de tantos años daba laimpresión de que se me estabarecompensando por no haberme rendido.

Eso no quiere decir que no hubiesemomentos incómodos. A menudo tengo laimpresión de que se me castiga por ir un añopor delante respecto a las expectativas de lagente. Un año acude alguien a un concierto yse queda encantado con la guitarra acústica ylas bonitas melodías que oye, y al añosiguiente se siente estafado cuando va alconcierto y de mis amplis sale el sonido decien autobuses chocando unos con otros.También se da el caso contrario: hay a quienle encanta el choque de los autobuses y luegose siente engañado cuando en el siguienteconcierto bajamos el volumen. Un añotocamos con saxofones y guitarras acústicas,algo entre un grupo alemán de rap duro y Nine

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Inch Nails. Al año siguiente salimos a escenacon guitarras eléctricas y sintetizadores y loque tocamos parece una mezcla de DavidByrne declamando y un escritor leyendo suúltimo libro. Para los conciertos nos contratansobre la base de lo que hicimos el añoanterior, y nos metemos en un montón desituaciones inapropiadas cuando aparecemoscon un material completamente distinto delque vieron la última vez.

Una noche en Alemania, durante la gira«con cuerdas», uno de los asistentes grita¡sois ABURRIDOS! entre canciones. Esalemán, y quiere caña. Le tocamos un riff delos Scorpions, pero no basta. Una vez más,sigo sin entender por qué hay gente que quiereque todo suene tal y como ellos lo imaginan.La vida es demasiado corta para ser tanaburridamente predecibles. El aburrido esusted, caballero.

Acudimos a tocar a un programa

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televisivo en Inglaterra y nos ponen en círculojunto a otros cuatro grupos en un inmensoestudio de televisión: cada uno irá tocando unacanción por turnos. Van Morrison está junto anosotros. Quince metros más allá, en otrapunta del inmenso estudio-hangar, está unaestrellita de eso que ahora llaman soul, JohnLegend. Después de nuestra primera canción,un asistente de producción se nos acercadesde el extremo del estudio en el que estáJohn Legend y me susurra al oído: «El señorLegend quiere que apague el puro».

¿El señor Legend? Estoy a quince metrosde él: el humo no va a llegarle jamás de losjamases, y en esta sala de techos altísimos nopuede suponer la más mínima amenaza parasu salud. Ese endiosamiento es bastantehabitual en artistas novatos que no saben muybien cómo controlar la sensación de poder queles embarga con el éxito. Entre canción ycanción apago el puro por deferencia hacia el

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señor Legend (nombre real: John Stephens),pero es parte integral de la escenografía ennuestra actuación y vuelvo a encenderlocuando nos llega el turno de tocar. Al final delespectáculo, cuando el presentador mencionanuestro nombre para agradecer nuestrapresencia, todos los televidentes de Inglaterrasintonizados con la BBC pueden oír el fuerteabucheo que nos dedica el señor Legend. Encontraste con tanta pomposidad, VanMorrison, una leyenda de verdad, mepregunta muy cordial si el puro es cubano. Auna leyenda de verdad no le hace faltaproclamarse como tal. Ni portarse como uncapullo.

Durante la larga gira tocamos en algunosrecintos legendarios de todo el mundo: TownHall, en Nueva York, donde se han grabadoinfinidad de extraordinarias actuaciones endirecto; el Royal Festival Hall de Londres;

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Patti Smith nos invita a participar en el festivalque ella coordina en el Queen Elizabeth Hall;hacia el final de la gira volvemos a Londrespara otro concierto en el Royal Albert Hall.No es sólo porque sea una preciosa ylegendaria sala de conciertos con muchatradición; lo que me emociona es toda lahistoria que ha vivido ese escenario: losBeatles y los Rolling Stones (en una mismanoche, nada menos), The Who, Bob Dylan,Jimi Hendrix, Led Zeppelin... aparte de queJohn Lennon lo menciona en A Day in theLife, un disco que no me cansaba de escucharen el tocadiscos del salón en Virginia cuandoera niño.

Me paso el día entero nerviosísimo, yluego hacemos la prueba de sonido y nospreparamos para la actuación en el AlbertHall. Cuando salgo a escena me preocupa noser digno de ocupar el mismo escenario quetantos y tantos de mis ídolos (aunque haya

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escrito un libro sobre mi estrafalaria vida, nocreo serlo). Pero a medida que el recinto sellena, cuando se apagan las luces y salgo aescena me siento extrañamente tranquilo. Noestoy nervioso en absoluto, y es raro porque amí me entran los nervios cada noche, y esta esuna velada muy especial. Pero algo hacambiado en mi interior, y de repente mesiento a gusto. Toco canciones de todas lasetapas de mi vida y mientras las canto mesiento en absoluta sintonía con lo que sentí alescribirlas años atrás.

Ten pounds and a head of hairCame into without a careWhat they thought were cries werelittle laughsOnly looking forward and movingfast

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Diez libras y una melena | Sematerializaron despreocupados | Loque pensaban que era llanto eranrisitas | Pero con la vista puesta alfrente y moviéndose deprisa

Mientras canto pienso en las fotos que

encontré en el desván de mi madre, en las quese me ve de bebé. Luego me he convertido enun ectomorfo huesudo, pero entonces era unniño bastante regordete: al nacer pesé casicinco kilos. Pienso en mi pobre madre cuandome tuvo en el hospital de Washington DC.Aquello tuvo que doler.

How does her world spinWithout me in her nestCould there really be suchhappiness?

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¿Cómo gira su mundo | Sin míen su nido? | ¿De verdad es posibletanta felicidad?

A medida que las palabras salen de mi

boca, dejo de ser consciente de que hay tresmil personas contemplándome. Pienso en loperdidamente colado que estaba por la niña deCorreos en Virginia. Me alegra que no estéentre el público y no pueda oír losembarazosos versos que escribí sobre ella.

My beloved monster and meIf she wants she will disrobe youBut if you lay her down for a kissHer little heart, it might explode

Mi querido monstruo y yo | Si

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quiere, te desvestirá | Pero si laacuestas para darle un beso | Sucorazoncito podría explotar

Pienso en la media hora que me asignó

Jon Brion para escribir una canción en elsótano de Echo Park, y en las miles de vecesque habré tocado la canción desde entonces.

El concierto, increíble. Es una nocheespecial, hay algo mágico e indefinibleflotando en el aire. Por fin llega el momentode acabar, y lanzo el acorde inicial de lacanción que tanto desconcertó a la periodistafrancesa algunos meses atrás. Empiezo acantar en tono relajado, casi conversacional:

I go to bed real earlyEverybody thinks it’s strangeI get up early in the morning

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No matter how disappointed I wasWith the day beforeIt feels new

Me voy a la cama temprano |A todos les parece raro | Medespierto muy temprano | Tanto dalo decepcionado que estuviese | Conel día anterior | Sabe a nuevo

Vivir un día más siempre me ha parecido

un éxito. Oigo mi voz reverberar en lasparedes del Albert Hall y volver hacia mí. Mefijo en todos los asistentes, que parecengenuinamente interesados en lo que tengo quedecir. Pienso en la noche en que, mientrasfumaba un cigarro en el porche, imaginé elconcierto que ahora mismo estoy dando. Encómo me quedé mirando el humo flotar haciael cielo y en cómo imaginé la compleja

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situación en la que me veo ahora inmerso. Esasombroso ser capaz de hacer algo así, pienso.

I don’t leave the house muchI don t like being around peopleMakes me nervous and weirdI don’t like going to shows eitherIt’s better for me to stay homeSome might think it means I hatepeopleBut that’s not quite right

I do some stupid thingsBut my heart’s in the right placeAnd this I know

No salgo mucho de casa | Nome gusta estar rodeado de gente |Me pone nervioso, me hace sentirraro | No me gusta ir a espectáculos

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tampoco | Es mejor que me quedeen casa | Hay quien piensa que esosignifica que odio a la gente | Perono es del todo cierto || Hago algunasestupideces | Pero mi corazón estáen el lugar adecuado | De eso estoyseguro

Me siento como me sentí el día que

escribí la canción, cuando bajé al sótano,enchufé la guitarra eléctrica y me senté aescribir una canción para explicar que todaslas malas rachas habían valido la pena porqueese día estaba verdaderamente feliz. Sentíaque podía aceptarme a mí mismo. Vale quepara según qué cosas soy bastante rarito: nome gusta ir a fiestas ni a espectáculos, meescondo mucho en casa... Pero, visto lo visto,podría ser mucho peor. Y por lo menos soycapaz de asistir a este espectáculo. Soy

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consciente de una sensación que se ha estadoapoderando de mí lentamente durante losúltimos años y que ahora es casi tangible. Lashe pasado de todos los colores... pero estoybien. Y si quiero, puedo estar mejor que bien.No soy la persona más equilibrada de estemundo, desde luego, pero teniendo todo encuenta... A ver, he sobrevivido. Y hesobrevivido siendo yo mismo. ¿Es o no es unasuerte? ¿Es o no es asombroso?

I got a dogI take him for a walkAnd all the people like to say helloIm used to staring down at thesidewalk cracksI’m learning how to say helloWithout too much trouble

Tengo un perro | Lo saco a pasear |

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Y a todo el mundo le gusta saludar |Tengo por costumbre clavar la vistaen las grietas de la acera | Peroestoy aprendiendo a decir hola | Sinque me cueste demasiado

Miro al público, al mar de rostros

anaranjados por las luces del escenario, y mesiento arropado. Estamos todos bien jodidos,pienso, y no hay mayor verdad que ésa.Todos tenemos alguna historia bien jodida ennuestras vidas, y no hay nadie viviendo elcuento de hadas que la tele nos hizo creer queviviríamos de mayores cuando éramospequeños.

I’m turning out just like my fatherThough I swore I never wouldNow I can say that I have a love for

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himI never really understoodWhat it must have been like for himLiving inside his headI feel like he’s here with me nowEven though he’s dead

Resulta que me estoy convirtiendoen mi padre | Aunque juré quenunca lo haría | Ahora puedo decirque le amo | Nunca entendí del todo| Lo que debió de ser para él tenerque vivir en su cabeza | Ahorasiento que está conmigo | Pormucho que esté muerto

Ahora que he perdonado a mi padre sus

deficiencias como progenitor me sientoeufórico, como si me hubiesen quitado unpeso enorme de encima. Al cantar las palabras

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siento físicamente el alivio, y entiendoperfectamente eso que se dice sobre queguardarle rencor a alguien te hace más daño ati que a la persona con la que estás enfadado.Pienso en lo mucho que me cabreaba que mipadre no se hubiese cuidado más. Que nuncafuese al médico, que engordarse tantísimo,que fumase tres cajetillas al día, que bebiesecomo un cosaco y no hiciese nunca ejercicio.Pero luego pienso en que uno de suscompañeros de trabajo mencionó que pocosdías antes de morir mi padre había dicho quehabía vivido una buena vida y que estabasatisfecho. Comprendo que el modo de vivirde mi padre tenía su valor. Comió, fumó ybebió lo que le dio la gana, y un día se murióde repente. He sido testigo de otras opciones,y desde luego disfrutar con lo que tienes ymorirte de golpe no es mala forma de acabar.

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It’s not all good and it’s not all badDon't believe everything you readI’m the only one who knows whatit’s like So I thought i’d better tellyouBefore I leave

No todo es bueno y no todo esmalo | No creáis todo lo que leéis |Yo soy el único que sabe cómo sonlas cosas | Por eso he pensado quemejor será que os lo cuente | Antesde irme

Pienso en que mi padre nunca habló

mucho conmigo, y en lo mucho que deseabaque se sentase conmigo a hablar cara a cara delas cosas. ¿Y si algún día tengo un hijo quequiere saber las cosas que me pasaban a mípor la cabeza? La periodista francesa tenía

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razón. No tengo hijos siquiera, así que de losnietos olvídate. Aún hay tiempo. Mejor quedeje escrito cómo ha sido ser yo para que notengan que hacerse las mismas preguntas queme hago yo sobre mi padre.

Recuerdo una foto que encontré mientraslimpiaba el ático de Virginia cuando murió mimadre. Era una foto de mi bisabuelo, de pietras mi abuelo, que a su vez está detrás de mipadre mientras este sostiene en brazos a mihermana Liz, un bebé por entonces. Cuatrogeneraciones de Everetts en la mismahabitación, ordenados como un tótem familiarde carne y hueso. Ahora solo quedo yo y elpeso de su legado. De mí depende que seperpetúe el nombre de la familia. No sé siestoy en condiciones. ¿Cómo puede ser quehubiera cuatro generaciones vivas hace tanpoco y ahora quede sólo yo?

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So in the end I’d like to sayThat I ’m a very thankful manI tried to make the most of mysituationsAnd enjoy what I hadI knew true love and I knewpassionAnd the difference between the twoAnd I had some regretsBut if I had to do it all againWell, it’s something I’d like to do

Para acabar me gustaría decir | Quesoy un hombre muy agradecido | Heintentado sacar el mayor provechode cada situación | Y disfrutar de loque tengo | He conocido el amorverdadero y la pasión | Y ladiferencia entre uno y otra | Y haycosas que lamento | Pero si tuvieraque hacerlo todo de nuevo | Pues

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también es algo que me gustaríahacer

Todas las malas rachas, pienso, todos los

desmadres. Todas las épocas buenas. Unaavalancha de imágenes cruza mi mente. Miscompañeros de clase, vistos entre lágrimascuando me acusaron de copiar. Besar a miprimera novia tumbados en la litera. Correrdescalzo por mi calle, esquivando butacas deavión, ventanillas y ceniceros. Robertlanzándose a por mí con un cuchillo decocina. Mi madre riendo mientras le doy sumedicamento. El cierre del ataúd de Liz.

Contemplo al público del Albert Hall.Pienso en las veces en que quise tirarme delpuente cuando era adolescente, y en los queme dijeron que me moriría de hambre siintentaba salir adelante con mi música. Ojaláalguien me hubiese dicho cuando era joven

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que algún día estaría sobre el escenario delRoyal Albert Hall cantando mis canciones antemiles de espectadores embelesados. Oigo elcrescendo del cuarteto de cuerda a misespaldas y un escalofrío me recorre la espalday se extiende hasta la punta de los dedos y elcuero cabelludo.

Ya no tengo aquella sensaciónadolescente de que no llegaría a los dieciocho.Creo que utilizaba ese tipo de ideas comoválvula de escape. Para pensar que sí habíamaneras de escapar. Pero ahora no tengo lamás remota idea de lo que me espera. Megusta hacerme mayor. He necesitado todo estetiempo para empezar a sentirme cómodosiendo quien soy. De acuerdo, ha sido unrodeo larguísimo para llegar hasta estemomento, pero era lo que había que hacer. Oeso, o me moría, así que yo lo interpretocomo un triunfo.

Con el último acorde de la canción se

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rompe la correa de la guitarra y consigosostener el instrumento apretándolo contra eltorso, y eso me recuerda que la vida nuncasale del todo como uno espera y que nada,nada, se ciñe a los planes. «No me digas»,pienso para mí mientras salgo del escenario. Elpúblico se pone en pie y aplaude entusiasmadoy pide a gritos un bis. Pienso en que nunca hetenido planes y por eso tampoco importa quela vida no haya seguido el plan original. Perotengo que reconocer que para ser alguien sinplan las cosas me han salido bastante bien.

Quizá consiga escapar a los demoniosfamiliares, quizá no: no lo sé. Pero puedodecir que estoy orgulloso de haber llegadohasta aquí, y si el viaje se acaba aquí... puesno ha estado nada mal. Unos cuantos bajonesimportantes, pero otros cuantos subidones decuidado, ¿no? Vuelvo a pensar en lo que dijomi padre pocos días antes de morir, que habíavivido una buena vida, y me doy cuenta de

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que me siento igual que él. Menuda vida hevivido. He sobrevivido a las malas rachas ydisfrutado de las buenas. En serio, gente.Ahora es cuando de verdad vivo.

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¿Y ahora qué? Me despierto en la parte trasera de unautobús, con la necesidad perentoria de ponerun huevo. He conseguido echar tres horitas desueño, y en el autobús de la gira no se puedeuno permitir esas cosas. El inodoro apenaspermite echar una meada. Escudriño elautobús en busca de unos pantalones y mequito el pijama. Me pongo mis vaqueros(primero una pernera y luego otra; igual quetú, dilecto lector) y avanzo a trompiconeshacia la parte delantera, pateando loscalcetines enrollados de alguien por el camino.Los demás están todos dormidos en susliteras. En el «corredor de los ronquidos» todoapesta bastante, y está oscuro. El sonido dedoce personas resoplando al unísono tras lascortinillas de las literas se parece mucho a una

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sinfonía de langostas atropelladas por uncortacésped. Demasiado para mi cabezasomnolienta y dolorida. Aquí dentro huele aculo. Tengo que salir. Esto tendría mucha másgracia si yo tuviese diecinueve años.Finalmente llego hasta la delantera y le escribouna nota al conductor para que no siga hastala siguiente ciudad sin mí. Pongo la nota en elasiento del conductor para que no pueda noverla:

Busco UN SITIO PARACAGAR.

Vuelvo enseguida. NO OSVAYAIS SIN MÍ.

E

Abro la puerta del autobús y salgo. El sol

matinal penetra mis Ray-Ban y asalta mis ojos

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enrojecidos. Es la madrugada del sábado yestoy frente al Roxy Theatre de Sunset Strip,donde las dos últimas noches acabamos de dardos conciertos de precalen— tamientobastante moviditos, en preparación de lapróxima gira. Me pongo a caminar SunsetBoulevard abajo, buscando un restaurantedonde consumir cualquier cosa para poderusar el servicio. Estoy tan cansado quelevantar los pies del cemento para caminar meresulta dificilísimo.

Mientras camino por la acera, bajo lamirada y veo que llevo puestas mis zapatillas acuadros de viejo. Me he olvidado de ponermelos zapatos. Tengo la sensación de estar dandoel cante, pero estoy demasiado cansado ynecesito urgentemente un baño, así que no meimporta. Por fin encuentro la cafetería Duke:entro y pido un té helado en el mostrador.Voy hacia la parte trasera del local, donde veoel cartel de CABALLEROS sobre una puerta.

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Entro en el baño y me encuentro a unmendigo zumbado usando el único retrete,mascullando ininteligiblemente y tirando sinparar de la cadena. Tengo que entrar al bañodesesperadamente, pero me toca esperar a queel chalado ése acabe de gruñir y vaciar lacisterna. Nada de todo eso se sale de lohabitual. Así es como suelen empezar mismañanas últimamente.

Pocas semanas después, en algún lugarde Europa, el autobús de dos pisos de la girapasa por debajo de un puente que es varioscentímetros más bajo que el propio autobús.Sorprendentemente nadie resulta herido, perome paso buena parte de los días de lluviacolocando cacharros para recoger el agua quese filtra por el remiendo del techo antes de quellegue a mi litera. Pocos días después, enAlabama, el conductor de un camión se quedadormido al volante a las tres de la madrugaday obliga a nuestro autobús a salirse de la

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calzada justo cuando llegamos a un puente.Acabamos subidos a las defensas de cemento,con los neumáticos del lado derechodestrozados. Me despierto al salir volando demi litera y pienso que voy a morir. Una vezmás, un milagro hace que nadie resulte heridode gravedad. Pasamos el día entero en lacuneta, esperando a que acaben de montar losneumáticos nuevos, y aun así conseguimosllegar a tiempo a Nueva Orleans para soltartralla en una ciudad a la que le hace falta trallacomo agua de mayo.

Empiezo a tener sueños muy raros en elautobús. Como ese en el que voy en el asientodel acompañante con mi amigo Chet mientrasconduce «Oro Viejo», mi antiguo ChevyNova. Conduce muy deprisa, a lo loco: vamospor una carretera nevada de montaña y a cadabache salimos despedidos y aterrizamospesadamente. El se ríe, pero yo estoypreocupado. Acaba perdiendo el control del

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coche y nos la damos contra una pila de nieve.Los dos salimos ilesos del accidente yempezamos a caminar montaña abajo.Cuando llegamos a la base estamos en lasoleada Burbank, en California, frente a losestudios de la Warner Brothers. Hace un díaespléndido, y ante la entrada del estudio haytres ciervos de tres patas pastando. Le digoadiós a Chet y les pregunto a los ciervos detres patas si les gustaría venir a trabajarconmigo. Le muestro mi identificación alguardia de la entrada, que pulsa un botón ylevanta los portones para que pueda entrar enlos estudios. Los tres ciervos me siguen hastael plató 12, donde trabajo como asistente.Mientras me pongo el uniforme en lastaquillas, el jefe entra y me pregunta a gritos:«¿Quién coño ha metido aquí estos ciervos detres patas?»

—He sido yo, jefe. Están conmigo —ledigo.

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—Pues ya los estás sacando de aquí.¡Estás despedido! me chilla.

Me vuelvo a vestir de calle y les hagoseñas a los ciervos para que me sigan. Salimosde los estudios y llegamos a un barrio a orillasde un río cercano. Acabamos en un bonitorancho rodeado de árboles que dan muybuena sombra. Abro la puerta delantera yaparecen mi mujer y mis hijos para darme labienvenida.

—¡Papá está en casa! ¡Bieeeeeeeen! —exclaman al unísono.

—Chicos, chicos, ¡os presento a vuestrosnuevos amiguitos! —les anuncio, y los ciervosentran al trote y los niños dan botes deexcitación. Y entonces me despierto.

El sueño no parece demasiado alejado dela vida que llevo cuando estoy despierto. Mepasan cosas descabelladas, pero yo voysaltando de escena en escena, aceptando loque me voy encontrando. Soy como una

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cucaracha. Tiro para adelante. Creo que elvaivén constante de mi vida durante la girahace que desee algo de estabilidad. Pero así esmi vida. No es la más apropiada para alguienque prefiere esconderse en casa, pero tiene supuntito.

Aún me dan arranques de desesperaciónde vez en cuando, y entonces pienso que yano hay esperanza. Y sigo aborreciendo ir a unmédico o un dentista nuevos. Aunque no porlos motivos habituales, sino porque cuandorellenas el nuevo formulario de informaciónpersonal, antes o después llegas a esta casilla:

En CASO DE EMERGENCIA,PÓNGASE EN CONTACTO CON:No sé nunca a quién poner, y es algo que

me entristece y me avergüenza. Me hacesentir muy solo por no tener familia. Los díasde fiesta son siempre un asco, y por lo generalfinjo que no existen. Visto desde el ladopositivo, hacer las compras de Navidad está

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chupado. La familia en la que me criédesapareció demasiado pronto y he pasadodemasiados años en mi escondrijo, como unlobo solitario. Sé que si me muriese mañana,en la necrológica podría leerse:

No DEJA DE SER IRÓNICOQUE EVERETT, QUE NO HABÍATENIDO HIJOS (y MENOSNIETOS) EN EL MOMENTO DESU MUERTE, TITULASE SUAUTOBIOGRAFÍA COSAS QUELOS NIETOS DEBERÍANSABER.

Pero las circunstancias me han llevado

hasta donde estoy, y ahora soy mucho mássabio, y la vida esta llena de sorpresas. Todopuede cambiar en cualquier momento. Apenas

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hace falta un segundo para que tu vida cambiepor completo.

¿Y por qué, si tanto me empeño en queno creo en nada, me sorprendo de vez encuando sentado en el porche trasero con lacabeza vuelta hacia el cielo nocturno yhablando con Liz y con mi madre y mi padre?

A veces las circunstancias me superan,pero ya no me pasa tanto ni con tantaintensidad como antes, y creo que todas lasputadas que me ha tocado vivir me han hechomás fuerte, como siempre dicen que pasa.

La gente de mi familia más inmediata noparece ser muy longeva. Pero aquí sigo yo:quizá sea la excepción. Quizá no. Igual llego alos cien años. Igual tengo nietos. Igual acaboescribiendo la segunda parte de este libro.Nunca se sabe. No tengo ni idea de lo que vaa pasar a continuación. Y tú tampoco.

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FIN

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Agradecimientos

Quiero dar las gracias a las siguientespersonas por la ayuda prestada para que estelibro sea realidad:

Anthony Cain, Sean Coleman, PeteTownshend, Antonia Hodgson, MatthewGuma, Kevin Gasser, Adrian Tomine,Autumn deWilde, Jim Runge y Ray Charles.

notes

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Notas a pie de página 1 Literalmente «gordinflón».2 ‘Peleón’, aunque también ‘rústico’.3 Referencia a la canción Bailad of a

Thin Man, de Bob Dylan.4 Borís Badunov y Natasha Fatale,

arquetipos del espía ruso en la serie de dibujosanimados The Rocky & Bullwinkle Show.