caos vehicular y crisis de valores

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Caos vehicular y crisis de valores Siempre he creído que, antes que su historia o su folklor, que su música o su sistema económico o político, lo que mejor define a un país en estos tiempos tempestuosos que vivimos es la manera como sus ciudadanos se comportan frente al volante. Así, el mejor indicador del grado de desarrollo de una nación es la mayor o menor disposición que muestre su población a acatar las regulaciones relativas al tránsito automotor. No es casual que en los países avanzados existe un respeto riguroso, casi reverencial, a las leyes de tránsito, y en las naciones menos avanzadas, como la nuestra, las normas que regulan el tráfico (y todas las normas en general) son vistas con creciente desdén, como si, a fin de cuentas, solo se tratara de una mera formalidad, de una abstracción a la que nadie presta la menor atención, ni siquiera las autoridades que están obligados a hacerlas respetar. En este campo, la situación de Venezuela es verdaderamente dramática. El caos, la anarquía, y el irrespeto por derecho ajeno se han enseñoreado en las calles y avenidas de Venezuela. Cada quien interpreta las señales de tránsito según su conveniencia. La luz roja del semáforo significa para muchos “quítense, que tengo prisa”, el hombrillo constituye para los más temerarios el canal de circulación rápido, la prohibición de manejar un vehículo bajo los efectos del alcohol es, para unos cuantos irresponsables, una invitación a violar la norma en nombre de la diversión sin límites. El medalaganismo adquirió carta de ciudadanía en nuestras destartaladas vías de circulación. Y a nadie parece importarle. Demás está decir que la profundización de este grave problema es un trasunto de la crisis de valores que aqueja a buena parte de la sociedad venezolana. Si, al conducir sus carros, un número significativo de compatriotas prefiere poner en riesgo sus vidas y las de sus conciudadanos antes que someterse a los dictados de la ley, es debido a que, en su día a día, las transgresiones de la norma, el desprecio por el derecho de los demás, constituyen una condición sine qua non de su modus vivendi, una clara manifestación de su naturaleza trasgresora. Ha llegado la hora de que las autoridades entiendan que este es un asunto de salud pública que debe ser enfrentado con prontitud. Quizás la educación vial se un buen punto de partida en este sentido. ¿Qué están esperando para hacer algo?

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Caos vehicular y crisis de valores

Siempre he creído que, antes que su historia o su folklor, que su música o su sistema económico o político, lo que mejor define a un país en estos tiempos tempestuosos que vivimos es la manera como sus ciudadanos se comportan frente al volante. Así, el mejor indicador del grado de desarrollo de una nación es la mayor o menor disposición que muestre su población a acatar las regulaciones relativas al tránsito automotor. No es casual que en los países avanzados existe un respeto riguroso, casi reverencial, a las leyes de tránsito, y en las naciones menos avanzadas, como la nuestra, las normas que regulan el tráfico (y todas las normas en general) son vistas con creciente desdén, como si, a fin de cuentas, solo se tratara de una mera formalidad, de una abstracción a la que nadie presta la menor atención, ni siquiera las autoridades que están obligados a hacerlas respetar.En este campo, la situación de Venezuela es verdaderamente dramática. El caos, la anarquía, y el irrespeto por derecho ajeno se han enseñoreado en las calles y avenidas de Venezuela. Cada quien interpreta las señales de tránsito según su conveniencia. La luz roja del semáforo significa para muchos “quítense, que tengo prisa”, el hombrillo constituye para los más temerarios el canal de circulación rápido, la prohibición de manejar un vehículo bajo los efectos del alcohol es, para unos cuantos irresponsables, una invitación a violar la norma en nombre de la diversión sin límites. El medalaganismo adquirió carta de ciudadanía en nuestras destartaladas vías de circulación. Y a nadie parece importarle.

Demás está decir que la profundización de este grave problema es un trasunto de la crisis de valores que aqueja a buena parte de la sociedad venezolana. Si, al conducir sus carros, un número significativo de compatriotas prefiere poner en riesgo sus vidas y las de sus conciudadanos antes que someterse a los dictados de la ley, es debido a que, en su día a día, las transgresiones de la norma, el desprecio por el derecho de los demás, constituyen una condición sine qua non de su modus vivendi, una clara manifestación de su naturaleza trasgresora.Ha llegado la hora de que las autoridades entiendan que este es un asunto de salud pública que debe ser enfrentado con prontitud. Quizás la educación vial se un buen punto de partida en este sentido. ¿Qué están esperando para hacer algo?