cabeza de turco - gunter wallraff

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Cabeza de Turco - Gunter Wallraff

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La publicación de Cabeza de turcoprovocó una auténtica conmoción enAlemania, donde en pocos meses sevendieron más de dos millones deejemplares, convirtiéndose en elmayor best-seller de la posguerra,un verdadero fenómenosociocultural. Durante dos años,Günter Wallraff abandonó suidentidad y, mediante lentillasoscuras, una peluca, bigote yutilizando un alemán rudimentario, setransformó en Alí, un inmigranteturco dispuesto a hacer los trabajosmás duros, más insalubres y más

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peligrosos para poder sobrevivir.

Así, con sueldos de miseria ycondiciones escandalosas, trabajasin respiro en una hamburguesería McDonald’s, de bracero en unagranja, de obrero de la construcciónsin papeles ni contratos, lo utilizancomo cobaya de la industriafarmacéutica, investiga la postura dela Iglesia Católica y de las sectas,efectúa limpiezas sin protecciónalguna en las entrañas de lasrefinerías metalúrgicas, hace dechófer de un traficante de esclavos yforma parte de un comando suicidareclutado para reparar una avería en

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una central nuclear.

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Günter Wallraff

Cabeza de turcoAbajo del todo

ePub r1.0Rob_Cole 01.02.2015

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Título original: Ganz untenGünter Wallraff, 1985Traducción: Pablo SorozábalDiseño de cubierta: Rob_Cole

Editor digital: Rob_ColeePub base r1.2

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Para Cemal Kemal AltunSemra Ertan

Selcuk Sevincy todos los demás.

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Agradezco aquí la ayuda detodos los amigos ycolaboradores quecontribuyeron a la preparaciónde este libro:

Levent (Alí) Sinirlioğlu, quienme prestó su nombre.

Tañer Alday, MathiasAltenburg, Frank Berger, AnnaBödeker, Levent Direkoglu,Emine Erdem, HüseyinErdem, Sükrü Eren, PaúlEsser, Jórg Gfrórer, UweHerzog, Bekir Karadeniz,

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Roza Krug, Gesine Lassen,Klaus Liebe-Harkort, ClaudiaMarquardt, Hans-PeterMartín, Werner Merz,Heinrich Pachl, Franz Pelster,Frank Reglin, Use Rilke,Harry Rosina, Ayetel Sayin,Klaus Schmidt, HinrichSchulze y Günter Zint.

Doy asimismo muyespecialmente las gracias alprofesor Dr. Armin Klümper,de Freiburg, cuyos cuidadosme sostuvieron tanto físicacomo moralmente y mepermitieron realizar los

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trabajos más penosos pese aalgunos desplazamientos devértebras.

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La metamorfosis

Me he pasado diez años considerando larepresentación de este papel, acasoporque presentía lo que me aguardaba.Lisa y llanamente: tenía miedo.

A partir de lo que contaban losamigos y muchas publicaciones pudeformarme una idea acerca de la vida delos extranjeros en la República Federal.Sabía que casi la mitad de losextranjeros adolescentes padecentrastornos psíquicos al no poder digerirtantas y tan desproporcionadasexigencias como se les imponen. Apenastienen oportunidades en el mercado de

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trabajo y para los que se han criado aquíno hay retorno posible a su país deorigen. No tienen patria.

El endurecimiento del derecho deasilo, la xenofobia, la crecientereclusión en ghettos eran todasrealidades de las que tenía noticia,aunque nunca las había vivido.

En marzo de 1983 puse en diversosperiódicos el siguiente anuncio:

Extranjero, fuerte, buscatrabajo, no importa cuál,

incluso pesado y delimpieza, también por poco

dinero. Ofertas al n.º

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358 458.

No hizo falta gran cosa paraponerme a trabajar, para formar parte deuna minoría marginada, para estar abajodel todo. Encargué a un especialista queme fabricara dos finas lentillas decontacto, de color muy oscuro, quepudiera llevar puestas día y noche.«Ahora tiene usted una miradapenetrante, como la de un meridional»,se asombró el óptico. Sus clientes, porlo común, no le piden más que ojosazules.

Me encasqueté una peluca negrasobre mis propios y para entonces ya

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algo ralos cabellos, lo que me hizoparecer varios años más joven. Pasabapor alguien que está entre los veintiséisy los treinta años. Conseguí trabajos yocupaciones a los que no habría podidoacceder si hubiera declarado miverdadera edad; tengo ya cuarenta y tresaños. El papel que representaba medaba un aspecto, ciertamente, másjuvenil, y de bien conservado yeficiente, pero al mismo tiempo meconvertía en un marginado, en la másínfima de las basuras. El «alemán quehablan los extranjeros», del que meserví durante el tiempo de mimetamorfosis, era tan basto y torpe quecualquiera que se haya tomado la

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molestia de escuchar de veras a un turcoo un griego que viva aquí tendría quehaberse dado cuenta, en rigor, de quealgo no cuadraba en mí. Me limitaba aomitir algunas sílabas finales, atrastocar la construcción de la frase o,con frecuencia, a emplear un somerochapurreo. Y el efecto fue tanto másdesconcertante: a nadie se le ocurriódesconfiar. Aquellas pocas nimiedadeseran suficientes. Mi transformación hizoque los demás me dieran a entenderdirecta y francamente lo que pensabande mí. La escenificación de miinsensatez me volvió más avispado y mepermitió obtener una visión de laestrechez y la gélida frialdad de una

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sociedad que se considera a sí mismatan sensata, tan superior, tan definitiva ytan justa. Yo era el bufón al que todo elmundo dice la verdad sin tapujos.

Yo no era un turco auténtico, eso escierto. Pero hay que enmascararse paradesenmascarar a la sociedad, hay queengañar y fingir para averiguar laverdad.

Aún no he llegado a saber cómoasimila un extranjero las humillacionescotidianas, los actos de hostilidad yodio, pero sí sé ya lo que tiene quesoportar y hasta qué extremos puedellegar en este país el desprecio humano.Entre nosotros, en nuestra democracia,se da una parcela de apartheid. Mis

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vivencias han superado, en un sentidonegativo, todas mis expectativas. Enplena República Federal he vividosituaciones que, de hecho, sólo se hallandescritas, por lo general, en los librosde historia del siglo XIX.

Cuanto más asqueroso y agotadorera el trabajo, cuanto más exigía lapuesta en juego de mis últimas reservas,tanto mayor fue el desprecio y lahumillación que sentí: es algo que nosólo me ha hecho daño sino que, inclusopsíquicamente, me ha conformado demodo distinto. A diferencia de cuandoestuve trabajando en la redacción deldiario Bild, en las fábricas y en los tajoshe hecho amigos y he experimentado la

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solidaridad. Amigos a los que, pormotivos de seguridad, no podía revelarmi identidad. Ahora, al estar el libro apunto de aparecer, es cuando heconfiado el secreto a algunos de ellos. Yninguno me ha reprochado mienmascaramiento. Al contrario. Me hancomprendido y han sentido también lasprovocaciones dentro de mi papel comoliberadoras. No obstante, y paraproteger a mis compañeros, en este librome he visto obligado a cambiarles elnombre a buena parte de ellos.

Günter Wallraff

Colonia, 7 de octubre de

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1985

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Ensayo general

A fin de poner a prueba si mi disfrazresistía las miradas críticas y si miaspecto externo era el adecuado, mepasé por alguna que otra taberna de lasque frecuentaba asiduamente. Nadie mereconoció.

Para poder comenzar el trabajo mefaltaba, sin embargo, la certidumbredefinitiva. Seguía temiendo vermedesenmascarado en el instante decisivo.

Cuando la noche del 6 de marzo de1983 salió elegido el cambio, y lospróceres de la CDU celebraban sutriunfo con los beneficiarios del mismo

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en la Casa Konrad Adenauer de Bonn,aproveché la oportunidad para el ensayogeneral. Con objeto de no infundirsospechas ya a la puerta de entrada, meagencié una linterna de hierro colado,me uní a un equipo de televisión y, deese modo, entré sin problemas en eledificio. La sala estaba repleta a rebosary anegada hasta el último de losrincones en el resplandor de losreflectores. Y allí estaba yo, en mitad detodo aquello, vestido con mi único trajeoscuro —que para entonces tenía yaquince años—, enfocando con mi pobrelamparilla a este o aquel prohombre,cosa que llamó la atención de algunosagentes, los cuales inquirieron por mi

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nacionalidad, puede que paracerciorarse de que no tenía nada que vercon un atentado que habían anunciadolos iraníes. Una señora vestida con unelegante traje de noche preguntó con unadespectiva mirada de soslayo:

—¿Qué busca éste aquí?Y su acompañante, un tipo de

funcionario ya entrado en años, lecontestó:

—Es que la celebración esinternacional. Hasta el Cáucasoparticipa.

Con los próceres me entendí demaravilla. Me presenté a KurtBiedenkopf como emisario de Türkes,un destacado político de los fascistas

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turcos. Estuvimos charlandoanimadamente sobre la victoria electoralde la Unión.

Norbert Blüm, el ministro detrabajo, propicio al entendimiento entrelos pueblos, se agarró espontáneamentede mi brazo y empezó a cantar a plenopulmón con los demás, mientras nosbalanceábamos: «¡Qué día, qué hermosodía el de hoy!».

Mientras Kohl pronunciaba sutriunfal discurso, me situé muy cerca desu tarima y, una vez que él y los suyoshubieron festejado suficientemente lacosa, al disponerse a bajar del estrado,estuve a punto de brindarle mis hombrospara pasearle por la sala como jubiloso

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triunfador, mas, para no desmoronarmebajo el plúmbeo peso de este canciller,opté por renunciar a mis propósitos.

Los numerosos agentes de seguridad,todos ellos entrenados para detectardisfraces, no se habían percatado delmío. Tras haber salido con éxito de laprueba se redujo mi miedo ante lasdificultades que se me presentaban pordelante. Me sentí más seguro, más dueñode mí mismo. A partir de ese momento,¿a qué temer que alguna de las muchaspersonas con las que entrara en contactopudiese identificarme?

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Primeros pasos

Tras mi anuncio recibí, de hecho,algunas ofertas de «colocaciones»: casitodas relacionadas con tareas delimpieza, con salarios de entre cinco ynueve marcos la hora. Se trataba detrabajos eventuales. Probé algunos, y depaso, además, ensayé mi papel.

Uno de esos trabajos, por ejemplo,consistía en la restauración de unacaballeriza en un barrio residencial delas afueras de Colonia. Por siete marcosa la hora me fue asignado un trabajo «dealtura», esto es: yo (Alí) tenía que irdando tumbos por los andamios para

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pintar los techos. Allí los demáscompañeros eran polacos, todostrabajadores ilegales. O no resultabaposible el entendimiento con ellos, osimplemente no querían hablar conmigo.Fui ignorado y aislado. También la jefa,quien, dicho sea de paso, regenta unatienda de antigüedades, evitó todocontacto conmigo (Alí). Sólo me dabaórdenes sumarias: «¡Haz esto! ¡Haz lootro! ¡Hale! ¡Venga ya!». Por supuesto,los almuerzos debía hacerlos también ensolitario, separado de los demás. Tuveun contacto más estrecho con una cabraque andaba correteando por lacaballeriza que con los obreros.Mordisqueaba mi bolsa de plástico y

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comía de mis bocadillos.Cuando un día falló el dispositivo de

alarma del establecimiento, la culpa, porsupuesto, era del turco, y cuandofinalmente, tras largas pesquisas, se hizointervenir a la policía judicial, éstasospechó también de mí (Alí). Laindiferencia hacia mí se transformó enfranca hostilidad. Al cabo de unassemanas me despedí.

Mi próxima estación fue una casa delabranza en la Baja Sajonia, cerca de lacentral atómica de Grohnde. La granjeray su hija, fugitivas del Este, explotabanla granja ellas solas y buscaban unbracero. Ya en una ocasión anteriorhabían empleado a un peón turco y, por

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consiguiente, sabían cómo hablar conalguien así: «Nos da igual lo que hayashecho. Aunque te hayas cargado aalguien. Lo principal es que cumplas contu trabajo. A cambio puedes comer yvivir con nosotras, y también se te daráalgún dinero de bolsillo».

Esperé en vano el tal dinero debolsillo. En cambio tuve que pasarmediez horas diarias rozando ortigas ylimpiando zanjas de regadío llenas delodo.

La granjera me ofreció un viejocoche oxidado que estaba en frente de sucasa, o un establo ruinoso y malolienteque hubiera debido compartir con ungato. Acepté la tercera opción: un cuarto

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en un edificio en construcción, cuyosuelo estaba todavía cubierto decascotes y que ni siquiera disponía deuna puerta que se pudiera cerrar. En lacasa de campo había varias habitacioneslimpias, calientes y vacías.

Se me mantenía oculto a los vecinosa fin de que nadie pudiera tildar a lafinca de «granja del turco». Para mí(Alí), la aldea era tabú; no me estabapermitido dejarme ver ni donde eltendero ni en la taberna. Se me teníacomo se tiene a un animal útil… yevidentemente para la granjera aquelloera un acto de cristiano amor al prójimo.Tan lejos llegó la mujer en sucomprensión hacia mi pertenencia a la

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«minoría mahometana», que meprometió unos polluelos para que loscriara, ya que mi religión me prohibíacomer carne de cerdo. Ante tamañamisericordia no tardé en emprender lahuida.

A lo largo de casi un año intentémantenerme a flote con las más diversasocupaciones.

De haber sido realmente Alí, a duraspenas habría podido sobrevivir. Ademásme hallaba siempre dispuesto a aceptarlo que se dice cualquier trabajo: para elpropietario de unos grandes restaurantesy de una cadena de cines de Wuppertalrealicé el cambio de sillas y ayudé enlas obras de reforma de sus bares; en la

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fábrica de elaboración de pescado deHusum anduve a paletada limpia con laharina de pescado; y en el Straubingbávaro probé suerte como organillero.Me pasé horas y horas dándole almanubrio en balde.

Y no es que la cosa me asombrara.El odio cotidiano al extranjero ya no esnoticia. Llegaba incluso a sorprendermeel que a veces nadie me hostilizara. Losniños, sobre todo, mostraban gransimpatía hacia a aquel extraño compadreque daba vueltas al manubrio, con sucartelito «Turco en paro, 11 años enAlemania, desea quedarse aquí.Gracias», hasta que sus padres losagarraban de la mano y los apartaban a

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tirones del lugar. Hubo también unaparejita de saltimbanquis que se habíainstalado en la Plaza del Mercado deStraubing, justo enfrente de mí. Tambiénellos tenían un organillo. Me invitaron—a mí, Alí, su competidor— a entrar ensu carromato circense. Fue una nochemuy hermosa.

Harto a menudo las cosas sucedíande modo menos agradable. Por ejemploel día de Carnaval en Regensburg. Aninguna taberna alemana le hace faltacolocar en la puerta un cartel que diga:«No se admiten extranjeros». Cuandoyo, Alí, entraba en una taberna, por logeneral se me ignoraba. Simplemente, noconseguía encargar consumición alguna.

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Por eso me quedé tan sorprendidocuando en esa taberna de Regensburg,llena de griterío y locos cristianos,alguien me interpeló:

—¡Ahora vas a pagarnos una ronda!—exclamó uno de los parroquianos.

—Ni hablar —contesté yo (Alí)—,vosotros invitar a mí. Yo sin trabajo. Yotrabajado también para vosotros, yopagado también contribución renta paravosotros.

Mi interlocutor se puso rojo y seinfló como una mariquita (como suelehacer Strauss a menudo) y se abalanzósobre mí con furia demencial. Eltabernero quería salvar su mobiliario y,por él, me salvó a mí (Alí). Sea como

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fuere, varios clientes expulsaron dellocal al imprevisible bávaro. Un tipoque posteriormente se dio a conocercomo dignatario municipal y que, entretanto, había permanecido sentado a unamesa callado y visiblementemeditabundo, apenas aclarada lasituación sacó una navaja y la clavó enel mostrador. «¡Cerdo turco de mierda,lárgate de una vez!». Eso es lo que salióde su boca.

Raras son, no obstante, las ocasionesen que me han dedicado furiassemejantes. Casi peor era el gélidodesprecio del que se me hacía objetodiariamente. Resulta dolorosocomprobar cómo en el autobús repleto

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permanece vacío el asiento contiguo alque uno ocupa.

Ya que la tan cacareada integraciónde los extranjeros no puede llevarse a lapráctica en los medios de transportepúblico, quise probar, junto con unamigo turco, si existía al menos un localalemán donde celebrar una tertulia turca,una «Türk Masasi». Bajo la escarapelaque nosotros mismos nos habíamosfabricado, en la que rezaba en dosidiomas la exhortación «¡Serefe!¡Salud!», pretendíamos reunimos encualquier taberna a cualquier hora. Ypensábamos hacer grandesconsumiciones; así se lo prometíamos alos taberneros. Pero ningún tabernero —

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y eso que preguntamos a docenas—disponía de una mesa libre.

Mi compañero Ortgan Öztürk, deveintisiete años, ha estado sufriendotales experiencias durante quince años.Llegó a la República Federal cuandotenía doce años y en la actualidad hablael alemán casi sin acento. Tiene buenaspecto e incluso se ha teñido el pelo derubio para disimular su origen, pero noha conseguido hacer amistad conninguna chica alemana en todos esosaños; en cuanto dice su nombre, seacabó todo.

Por lo común no se habla mal de losextranjeros, o en todo caso no cuandoellos pudieran oírlo. A sus espaldas la

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gente se complace en quejarse de supresunto hedor a ajo, pero el caso es quelos sibaritas alemanes comen hoy en díamucho más ajo que la mayoría de losturcos, quienes, a lo sumo, se permitentomar un diente de ese saludablecondimento el fin de semana. Disimulanpara ser aceptados, pero persiste lacerrazón a todo contacto.

Sin embargo, también se da el casode que en las tabernas alemanas se sirvacomplacientemente a los extranjeros…cuando quienes les sirven sonextranjeros. Tuve esta experiencia en elGürzenich de Colonia, en una fiesta demáscaras durante el Carnaval. El solohecho de que siendo turco me dejaran

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entrar me llenó de sorpresa, y, cuandome vi tratado por los camarerosyugoslavos con tan especial amabilidad,yo (Alí) me sentí casi a gusto. Hasta quedieron comienzo las canciones que estípico entonar cogidos del brazo.Entonces, heme allí, sentado como unpeñasco entre las chirigotas y el vaivén.Nadie quería engancharse a mi brazo.

De cuando en cuando, sin embargo,la xenofobia estalla de forma abierta;durante los partidos de fútbol entreselecciones nacionales, casi siempre. Enel verano de 1983, ya desde semanasantes, se abrigaban los más seriostemores ante el partido Alemania-Turquía en el Estadio Olímpico de

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Berlín occidental. Todo un Richard VonWeizsäcker se dirigió implorante a lapoblación a través de la televisión:«Queremos hacer de este encuentro defútbol germano-turco una demostraciónde la buena y pacífica convivencia entrealemanes y turcos en nuestra ciudad.Vamos a convertirlo en una prueba delentendimiento entre los pueblos». Paralo cual fueron movilizados contingentespoliciales jamás vistos.

También yo (Alí) quise ver elpartido y me agencié una entrada en elsector alemán. A decir verdad, mipropósito era no ocultar mi condición deturco, hasta el punto de que me llevé ungorro turco con la media luna y una

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banderola. Pero hube de hacerlosdesaparecer a toda velocidad. Fui aparar a una zona de jóvenes neonazisalemanes. ¿Qué significa eso deneonazis? Individualmente pueden serchicos agradables; la mayoría tienenrostros francos y simpáticos, pero enaquella muchedumbre aparecían comomáscaras soliviantadas. Aquel día,temblando, disimulé por primera yúltima vez que era turco; incluso dejé dechapurrear y me puse a hablar en altoalemán con los fanatizados hinchas.Ellos, sin embargo, en ningún momentodejaron de considerarme extranjero. Meechaban cigarrillos en el pelo y cervezapor la cabeza. Jamás en la vida me había

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producido un efecto tranquilizador elver acercarse a unos policías. Nuncahubiera ni soñado que un día los veríacomo fuerzas del orden. Los hinchasberreaban: «¡Viva!», «¡Qué reviente elFrente Rojo!», y gritaban a coro sincesar: «¡Turcos fuera de nuestro país!» y«¡Alemania para los alemanes!». Porfortuna no corrió la sangre…, no hubomás heridos que en los partidos«normales» entre seleccionesnacionales. De perder el equipo alemán,más vale no pensar lo que habríasucedido. Soy cualquier cosa menos unforofo del fútbol, pero en el EstadioOlímpico animé a la selección alemana.De puro pavor.

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Materia prima: elespíritu

Alí en el espectáculo del Miércoles deCeniza con el jefe de la CSU, Strauss,ante siete mil invitados en Passau. No séyo si un gitano que hubiera asistido a unacto nazi en la Bürgerbräukeller deMúnich habría experimentado algoparecido. Yo al menos sí que lo sentí unpoco. Alí no pasó de ser el leproso delque todos se apartaban.

Passau, nueve de la mañana. No mehace falta buscar el Pabellón de losNibelungos. Por todas las calles afluyen

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forofos de Strauss —entre los que haymuchos que evidentemente no sonbávaros— hacia el edificio que albergael recinto. Strauss va a inaugurar su«Miércoles de Ceniza político» a lasonce de la mañana, y, desde dos horasantes, las banquetas que corren paralelasa las largas mesas se hallan totalmenteocupadas. El aire del gigantesco recintoestá lleno de humo de tabaco, y cadacual se habrá bebido ya sus buenas doso tres jarras de litro de cerveza. Loscomensales encargan pescado y queso aespuertas. Hoy se inicia el ayuno.

Yo (Alí) pongo rumbo hacia uno delos escasos sitios libres. Antes de quepueda incrustarme a duras penas en un

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extremo de la banqueta, mi vecino en lamisma se arrellana más quecumplidamente a sus anchas. Y he aquíel saludo con que me acoge: «¡Perobueno! ¿Dónde estamos? Ni siquieraaquí hay manera de librarse de estosgañanes. ¿Es que no sabes cuál es tusitio?».

Por doquier me miran ojosbobalicones. Al políticamentecomprometido ciudadano que está a milado a la izquierda, le corre la cervezapor las comisuras de los labios de tancargado como está ya. Yo (Alí) procurohacerme el simpático:

—Soy gran amigo de vuestroStrauss; él hombre fuerte. Risotadas por

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toda respuesta.—¡Vaya, vaya! ¿Habéis oído?

Pretende ser amigo de Strauss. ¡Québueno!

Y hasta que no pasa por allí unamaciza camarera no dejan de volver unay otra vez a la carga. El muy escotadocorpiño tirolés de la camarera y, sobretodo, el líquido avituallamiento son másinteresantes.

La cuestión es que tampoco a mí mevendría mal ahora un trago de cerveza.No me traen nada. El servicio meignora, así que acudo yo mismo a labarra. Pero tampoco allí hacen caso demi pedido. Al tercer intento el camarerome silba y dice:

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—¡Vamos, lárgate, y además, rápido!Entre tanto, y en medio de la gran

batahola, Strauss ha hecho su entrada enel recinto al chundachún de un pasacallebávaro. En medio del frenesí, losencargados del orden luchan por abrirlecamino hasta el estrado, donde leaguarda ya su esposa Marianne. Sonprincipalmente los no bávaros quienesberrean y alzan sus pancartas: «Los dePein por séptima vez aquí».

Las primeras palabras del caudillode la CSU se pierden todavía entre losclamores. El discurso se prolonga porespacio de tres horas y sólo a duraspenas es posible seguirlo, estandoinmerso en esta sudorosa multitud. Para

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acoplarse a su peculiar lógica, lo mejores beberse tres buenas jarras decerveza:

—¡Somos un partido de genteinteligente, tenemos un electoradointeligente y de ahí el que poseamos lamayoría en el estado! ¡Si nuestroselectores no fueran tan inteligentes, notendríamos mayoría alguna! —Aclamaciones estruendosas, pataleos.La sala hierve.

Los retretes no son ya capaces deencauzar tanta afluencia; las ganas deorinar que acucian a muchos de losasistentes resultan fuertes. En lospasillos se forman regueros de orina yhasta hay quien se alivia por la pernera

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de los pantalones en plena sala.El de allá enfrente habla mucho del

espíritu:—¡Pese a la palabrería de muchos

funcionarios de las transferencias,tenemos que hacer mejor uso de esamateria prima que, gracias a Dios,poseemos: el espíritu!

Pero ante todo hay que trasladar alos borrachos como cubas. Sanitarios yenfermeras de la Cruz Roja tiene quearrastrar verdaderos pesos pesados. Enlas mesas hay material informativo:

»Nosotros y nuestro partido», en elque los secuaces de la CSU presentansus propias semblanzas. Un tendero decomestibles bastante gordo, por

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ejemplo, manifiesta:—Yo nunca he tenido complejos, por

algo soy de derechas. No conozconingún partido que me atraiga más que laCSU. Simplemente me va, lo mismo queme va Strauss. Me gusta su tipo. Somosparecidos. Si hay algo que me ponenervioso, aparte quizá del fútbol, son losimpuestos.

O quizá un turco al que le entra seden el blanquiazul Pabellón de losNibelungos. Casi tengo que agenciarmea hurtadillas mi cerveza. En un momentoen el que el camarero de la barra mirahacia otro lado, agarro una jarra y dejocinco marcos. Strauss brama:

—¡Es en el ciudadano normal, la

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mujer normal, el hombre normal enquien nosotros tenemos que pensar, y noen unos cuantos marginados!

Y cuando luego se refiere al«maremágnum de masas humanasanónimas» y a la «identidad nacional»que él quiere «preservar», yo, Alí, mepercato de que la cosa no va por mícuando se pone a parlotearcampanudamente acerca de «la libertady la dignidad para cualquiera enAlemania».

Quiero sentarme otra vez y encuentrodos sitios libres. Pese a que laaglomeración resulta cada vez másinsufrible, el sitio contiguo al míopermanece desocupado.

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—Esto apesta a ajo. ¿Eres turco?El «afortunado bávaro». (Strauss

hablando de Strauss) da finalmente porterminado su discurso de ayunocuaresmal. Sus admiradores hanaguantado cinco, seis horas. Almarcharse, Strauss es bloqueado por susseguidores. Tampoco los deseos deobtener un autógrafo se veráncumplidos, al menos in situ. Quienquiera un autógrafo habrá de echar unpapelito preparado a tal efecto en uno delos cestos que se van pasando por lasala. Pese a todo, yo, Alí, acierto aaproximarme al caudillo bávaro. Lacosa es sencillísima.

Me hago pasar por observador en el

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congreso y emisario de Türkes, jefeneofascista turco de los Lobos Grises.Ya en una ocasión, hace algunos años,Türkes —ferviente admirador de Hitler— se entrevistó secretamente, enMúnich, con Strauss. En aquel entonces,según Türkes, el presidente de la CSU leaseguró que «en el futuro, por medio dela propaganda, se crearía en laRepública Federal un clima favorable alMHP (organización neofascista turca,G. W.) y a los Lobos Grises. He aquí elgrito de guerra de Türkes: «¡Muerte alos guarros judíos, a los hijoputascomunistas y a los perros griegos!».

En mi calidad de emisario de Türkessoy (Alí) inmediatamente admitido a

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presentarme ante Strauss, quien mesaluda cordialmente y me da palmadasen la espalda. Tal es el trato que unpoderoso padrino como él dispensa a unpariente pobre de provincias. Y en elfolleto conmemorativo del acto («Franz-Josef Strauss. Gran volumen ilustrado»)me estampa una dedicatoria personal:«Para Alí, con un cordial saludo. F. J.Strauss».

Los fotógrafos allí congregados nodejan que se les escape esta instantánea.

Strauss, según reza en el prólogo deeste magnífico volumen, «se consagró ala política en cumplimiento de su deberinstintivamente entendido» (¿de laProvidencia?). Sea como fuere, para mí

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supuso encontrarme de cerca con elpolítico más obseso por el poder y másantidemocrático de la posguerra, el cualme había llevado ya varias veces a lostribunales. Hace más de diez años tuve,por primera vez, un encuentro personalcon él.

Con ocasión de un coloquio en laAcademia Católica de Múnich (tema:«Periodista o agitador»), estuve sentadoentre él y el dirigente del SPDWischnewski. Strauss se encontraba demuy buen humor y, ante un público másbien liberal como el de la Academia,quería brillar e incluso —como quedópatente— congraciarse conmigo.

—Por fin tengo la oportunidad de

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preguntarle si está usted emparentadocon el padre jesuita Josef Wallraff.

No quise que con semejantesconfianzas consiguiera ocultar suhostilidad hacia gentes como yo.

—Sí —le respondí—, soy hijoilegítimo suyo. Pero, por favor, no se lodiga a nadie.

Durante el resto del coloquio,Strauss permaneció fiel a sí mismo.

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Comer es una deliciaO la última inmundicia

Muchos de los que nos critican sonverdaderos maestros en el juego de la

gallina ciega.No se toman la molestia de indagar

como es debido, y menos aún de echaruna ojeada a lo que hay entre

bastidores en McDonald’s.Quien no se preocupa por mirar, se

vuelve ciego a la verdad.(Texto perteneciente a un anuncio de

McDonald’s aparecido a toda plana enDie Zeit, 10/05/1985).

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Recientemente McDonald’s pone enmarcha una gran ofensiva contra suscríticos en las asociaciones deconsumidores y en los sindicatos: «Losataques no nos impedirán proseguirnuestra expansión en el futuro y, graciasa dicha expansión, ofrecer colocaciónfija y numerosas posibilidades depromoción a muchos que actualmente sehallan todavía en el paro».

¿Oportunidad para extranjeros yasilados políticos? Nada comoacercarse hasta allí, pienso yo (Alí).Hay ya 207 McDonald’s en nuestro paísy en breve habrá, al parecer, el doble.Pruebo fortuna en Hamburgo, en elMercado de los Gansos, una de las

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mayores filiales de Alemania, y soyadmitido. Ahora todo se volverá para mí(Alí) una delicia, ya que nuestro axiomareza:

«Comer es una delicia». Eso se lee,en todo caso, en el prospecto desalutación. ¿Qué significará?

«McDonald’s es unrestaurante familiar donde sepuede comer bien y barato, en unambiente limpio como loschorros del oro, en el que lagente se siente a gusto yexperimenta lo que es la delicia,la experiencia McDonald’s…¡Nos alegramos mucho de que

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esté entre nosotros y le deseamoséxito y que se lo pase muy bienen nuestro equipo!».

Estando en tan jovial equipo,prefiero decir que tengo veintiséis años.En caso de declarar mi verdadera edad(cuarenta y tres) sin duda no habríatenido motivo alguno para reír.

Lo mismo que a la hamburguesa, amí (Alí) también me endilgan unenvoltorio McDonald’s: gorro de papel,fina camiseta y un pantalón, en los queestá estampado por doquier «McDonald’s». Sólo falta que tambiénnos tiendan antes sobre la plancha. Mipantalón (el de Alí) no tiene bolsillos.

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Si me dan una propina, la mano sedesliza con las monedas en vanabúsqueda a lo largo de la costura delpantalón, hasta que finalmente depositolas mismas donde la casa quiere queestén: en la caja registradora. Esta obramaestra de la sastrería impide también,por cierto, que puedas llevar pañuelo. Sila nariz «destila», el moco cae sobre lahamburguesa o crepita sobre la parrilla.

El gerente se muestra en seguidasatisfecho conmigo (Alí) y alaba mimanera de dar la vuelta en la plancha alas rodajas de hamburguesa:

—Lo hace usted pero que muy bien,rápido y como debe ser. La mayoríacomete errores descomunales al

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principio.—Quizá sea porque hago deporte —

le contesto yo (Alí).—¡Ah, sí! ¿Y cuál?—Tenis de mesa.La hamburguesa, esa resudada y

parduzca rodaja de al menos 98milímetros de diámetro y, o bien 145, o125 gramos de peso, salta como unaficha de plástico cuando se la echasobre la parrilla. En estado decongelación suena como una moneda quegolpeara contra cristal.

Tanto frita como asada a la plancha,se le asigna un denominado «período devida» de diez minutos, pero por locomún la consumen mucho antes. Si se

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la deja un rato por ahí para que sedescongele, empieza a apestar, así quese la hace pasar inmediatamente delestado de congelación al de asada a laplancha y, con los consabidosaditamentos e ingredientes, se la meteentre las dos mitades de la torta de trigoblanda como la espuma y se la encierraen su ataúd de poliestireno.

La Big Mac

«El amor es como una Big Mac:los dos cuerpos son de carne y sehallan en movimiento armónico. Eldelicioso panecillo envuelve los

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cuerpos en amoroso y cálidoabrazo. Los besos son como unhúmedo chorro de salsa tártara.Ardientes como las cebollas sonlos dos corazones que se adoran.Las esperanzas, todavía niñas,están verdes como la ensalada. Elqueso y el pepino provocan mayorapetito».

Extracto del periódico de McDonald’s Quarterão, de la filialde Río de Janeiro (abril 1983).

«¡Hay tanta gracia en la siluetalevemente ondulada de un panecillo dehamburguesa! Para apreciarla se

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necesita un especialísimo estado deánimo!», opina, muy en serio, Ray Kroc,el fundador de la empresa.

Detrás de la barra, el espacio paratrabajar es angosto y resbaladizo y, a sus180 grados centígrados, la plancha deasar resulta abrasadora. No existeningún tipo de medidas de seguridad.Durante el trabajo, en rigor, habría quellevar guantes, o al menos esoprescriben las normas de seguridad.Pero no los hay, pues sólo servirían pararetardar el ritmo del trabajo, por lo quemuchos que trabajan o han trabajado allídurante bastante tiempo tienenquemaduras o cicatrices de quemaduras.Poco antes de que yo entrara, un

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compañero tuvo que ingresar en elhospital porque, en medio del trajín,había agarrado la plancha sin ningunaprotección. Ya en la primera noche detrabajo me hago ampollas (yo, Alí) porculpa de las gotas de aceite que mesalpican.

Ingenuamente me creo que, según loconvenido, mi primer turno termina a lasdos y media de la madrugada. Noto quelos demás empiezan a hablar de mí, elnovato. El gerente me increpapreguntándome qué es eso de marcharmeantes de la hora. «Simplemente me heatenido a lo estipulado». Me advierteque tendría que haberle dicho a élpersonalmente que me marchaba y, con

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un tonillo amenazador, me pregunta si lode fuera ha quedado limpio. Puesto quehacía poco que me había mandado alfrío de la noche de diciembre con mifina camiseta, respondo que todo estáperfectamente limpio. Sin embargo, unaempleada especialmente atenta indicaque todavía quedan papelesdiseminados.

Entre tanto son ya casi las tres de lamadrugada.

El gerente opina que mi proceder noresulta adecuado, que yo (Alí) no meidentifico con la empresa, ni me asoma ala cara demasiada alegría, y que más mevaldría no estar muy seguro de que no seme va a controlar.

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—Hoy, por ejemplo, se ha estadocinco minutos inactivo en el mismo sitio.

—¿Qué? —contesto yo (Alí)—. Nopuede ser, yo estar trotando de acá paraallá, porque yo ver este trabajo como undeporte también.

Según me entero, de acuerdo con unacircular confidencial de la dirección, lashoras nocturnas y extraordinarias secontabilizan como horas completas. Esdecir: hasta la media hora se redondea ala baja, y pasada la media hora, a laalta. No se ficha al llegar sino cuando,ya mudado de ropa, se comparece en elpuesto de trabajo. Y al marcharse lomismo: primero fichar y luego mudarsede ropa. De este modo te roban el doble

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de tiempo.Estamos en vísperas de Navidad. La

aglomeración es enorme, en las horaspunta se alcanzan volúmenes de ventarécord. Yo (Alí) cobro 7,55 marcosbrutos a la hora por un trabajo que esperfectamente comparable con el de unacadena de montaje. Aparte se me abonaen mi cuenta un marco por horatrabajada, en concepto de dinero paracomer. Al cabo de ocho horas el gerentepone en mi conocimiento que ya tengopermiso para escoger lo que desee entreel surtido que ofrece McDonald’s.Cuando pido un cubierto se echan a reír.Un cubierto en McDonald’s, quédescabellada idea. Todos ríen y ríen.

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Mi puesto de trabajo (el de Alí) estáal descubierto, de cara al público. Lomismo que yo (Alí) veo a los clientes,éstos me ven también a mí. No tengoninguna posibilidad de retirarme unmomento y, con todo el calor que hace,echarme quizá un trago. El caso es queel freír y el guarnecer, y sobre todo lagran cantidad de mostaza que se usa, ledan a uno mucha sed.

Un pepino en la hamburguesa, dos enla Big Mac, luego una rodaja de queso ylos diversos rociamientos con salsaspara pescado, pollo y Big Mac.

El agobio de los pedidos esconstante, ya que no para de sonar eltimbre en alguna parte y hay que poner a

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freír manzanas o un Fish Mac. Y con losdedos llenos aún de pescado se vuelve ala siguiente hamburguesa.

En los intervalos de descanso meorganizo una comida de prueba.Mientras estoy comiendo pollo, esosnuggets, de golpe me entra la sospechade que igual podría ser pescado. Tieneun regustillo a tal. Y con la manzana fritanoto también la sensación de si no seráasimismo pescado.

Hasta al cabo de cierto tiempo nome doy cuenta de a qué se debe. Ennuestras inmensas tinas hay aceitehirviendo. Por la noche se vacían através de un mismo filtro y se vuelven autilizar, es decir, que el aceite de las

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manzanas, el pescado y el pollo pasapor el mismo filtro. Se emplea el mismofiltro de papel para diez cubas.

El ajetreo es total cuando en lashoras punta se forman colas ante elmostrador. De enfrente llegan algunasquejas de por qué las cosas no marchanmás deprisa. Yo (Alí) también piensoque debería sacar las hamburguesas unpoco antes, pero el gerente —el únicoque no lleva puesto un gorro de cartón—me echa una reprimenda:

—Usted aquí no tiene absolutamentenada que pensar, de eso se encargan lasmáquinas. Así que nada de retirar lashamburguesas antes de que se oiga elpitido y nada de pretender anticiparse a

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las máquinas.Así lo hago. No pasan ni cinco

minutos y vuelve el gerente:—¡Pero bueno! ¿Cómo no va eso

más rápido?—Se acaba decir que máquina

piensa y yo ahora esperar.—¡Pero maldita sea! ¿Y los

clientes? ¿Por qué han de esperar?—¿Quién decir ahora lo que hacer

aquí, usted o pitido máquina? ¿Cuántotener que durar? Usted decir y yo hacer.

—¡Tiene usted que esperar hasta quepite la máquina! ¿Entendido?

—Estar muy claro.La palabra mágica es «Rapidez en el

servicio». El denominado «tiempo ideal

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de servicio» está establecido al objetode que «nadie, en ningún momento, tengaque hacer cola». A tal fin, se lesrecomiendan algunas martingalas a losgerentes de las filiales. La divisa rezaasí: «Un minuto de espera ante elmostrador es demasiado tiempo; es, conmucho, el máximo para cualquiera queesté aguardando su turno. Fíjate untiempo ideal de treinta segundos. Que sesirva más rápido en tu restaurante essólo cuestión de proponérselo.Concéntrate durante los próximos treintadías en la rapidez del servicio. Tachadel vocabulario el término “lento”. Eldos por ciento de tu volumen de ventasdepende de cómo reacciones. ¡Viva la

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rapidez!».Fast-food es aquí, realmente,

cuestión de minutos, aunque algunoscompañeros no muy duchos en el idiomainglés piensan que fast-food no significacomer rápido sino «comer-casi[1]».

Nuestra filial tiene fama por surécord de ventas. A mí (Alí) me esconcedida la oportunidad de presenciarla entrega a nuestro gerente —por partedel director de demarcación de McDonald’s— de una copa con lainscripción: «Por sus destacados logrosen materia de beneficios».

Las miras de McDonald’s estánpuestas muy particularmente en losniños. La sección de marketing de la

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central de Múnich afirma en una hojainterna: «La Fast-food no es sólo unmercado joven sino que en Alemania estambién, y primordialmente, un mercadode la juventud… ¡Y que luego se digaque no tienen dinero!».

El mobiliario está íntegramentedispuesto de forma que casi todo sehalle a la altura de los niños: picaportes,mesas, sillas. Instrucción especialdirigida a los concesionarios de McDonald’s:

«¡Los niños multiplican su volumende ventas!». Dichos concesionariosreciben instrucciones precisas paraengatusar a los niños y con ellos,naturalmente, a familias enteras. En

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primerísimo lugar el «Cumpleañosinfantil McDonald’s», en el que lamanera de pasárselo bien estáabsolutamente programada:

«Las sieteetapas deuna fiestadecumpleaños:

1. Preparativos

2. Salutación

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3. Anotacióndel pedido

4. Recogidadel pedido

5. Comer esuna delicia

6.

Juegos orecorridopor lasinstalaciones

7. DespedidaConsignardatos deevaluación…».

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(McDonald’s,documentode usointerno).

Al tercer día de trabajo, tras lastareas en la freidora, la plancha y labarra, yo (Alí) me convierto en uneficiente y avezado «oficial de lunch»:mi cometido consiste en retirarenvoltorios y restos de comida de lasmesas y en limpiarlas pasándoles untrapo. Aquí se trabaja con dos trapos,uno para el tablero de las mesas y otropara los ceniceros. Pero a menudo, con

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las prisas que se nos imponen, ya no esposible distinguir un trapo de otro,aunque ello no molesta a nadie, dadoque con frecuencia hay que limpiartambién los retretes con el mismo trapo,con lo que el ciclo alimentario se cierrade nuevo. Siento horror. Cuandopretendía que me dieran otro trapo merespondían en tono agrio que tenían quebastarme los míos. En una ocasión elgerente envía a un compañerodirectamente del royal-grill a un retreteatascado, y el compañero, a fin derealizar la tarea lo más rápida yconcienzudamente posible, se va con laespátula de la plancha, que en aquelmomento tenía en la mano, lo que al rato

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le vale una severa reprimenda por partedel subgerente. Se presta una rigurosaatención a la limpieza de puertas afuera.Hay que efectuar una constante recogidaen un área de 50 metros, a derecha eizquierda de la puerta de entrada, ya quela gente tira por allí, a montones, todasuerte de material de embalaje, demanera que yo, Alí, con mi delgadacamiseta, soy enviado del calor al frío.

En el cuarto de descanso hacemoschistes sobre las cucarachas, a las queparece imposible eliminar. Al principiosólo estaban en el sótano, pero ahora aveces se las encuentra también en lacocina. Hace poco una se cayódirectamente en la plancha. En otra

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ocasión un cliente halló un ejemplarbien desarrollado en su Big Mac.Algunos parroquianos jóvenes, sobretodo los «poppers» achispados, dejancaer a mis pies sus bolsas de patatasfritas con los restos que les quedandentro. Las grasientas virutas de patatase esparcen por el suelo y quedanaplastadas cuando se las pisa. Acudo enseguida a fregar.

Una compañera turca lo tieneparticularmente difícil. Es codiciadacomo mujer y escarnecida comoextranjera, por lo que a menudo learrojan a los pies ceniceros llenos hastalos bordes. En una ocasión también a míme tiraron un cenicero a los pies y,

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cuando estaba recogiendo los vidriosrotos, oí hacerse añicos otro a miespalda, y luego otro y otro.

No averiguo quién es. Se oyen risasen el local. Formará parte de las«delicias».

Durante el intervalo de descansosigo perteneciendo (yo, Alí) a laempresa. No está permitido salir fuera atomarse una cerveza o un café. Aducenque esa prohibición tiene que ver conuna mala experiencia al respecto: unavez uno se fue a un burdel.

Una joven compañera me cuenta quemuy a menudo en el transcurso de lasocho horas de trabajo no se le concedióningún intervalo de descanso, y que

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cuando preguntó el porqué no obtuvootra respuesta que ésta: «¡Vamos, siguecon lo tuyo!».

El que quiere ir al médico tiene queescuchar esto del gerente:

«Aquí decido yo cuándo va alguienal médico».

En una ocasión pregunto (yo, Alí) sipuedo consumir en ese momento mitiempo de recuperación. La contestaciónya me la conozco: «Soy yo quien decidecuándo tiene usted su intervalo dedescanso».

No existe ningún comité de empresa.

¡Buen provecho!

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El que todo sepa igual tiene susrazones. La central deconsumidores de Hamburgo juzgaasí los productos de McDonald’s:«Con frecuencia el sabor provienede sustancias aromáticasartificiales. A fin de lograr que lasbebidas se mantengan inalterablesel mayor tiempo posible, se lasprovee de aditivos conservantes».Un batido de leche contiene un22% de azúcar, lo queaproximadamente equivale alóterrones o a entre 40 y 45 gramos.Todo ello es aderezado con«especias» para hacerlo apetitoso.

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Edmund Brandt, conocedor de laindustria cárnica norteamericana,informa de que en la fabricación delos «patries» de carne no se puedeemplear sólo magro de lomo oespaldilla, pues, de hacerlo, lahamburguesa se desmenuzaría. Deahí que la carne sea sometida a untratamiento especial a base de «saly proteínas líquidas». SegúnBrandt, «si la carne es demasiadofresca resulta excesivamenteacuosa para la producción de“patries”. Si es demasiado rancia,pierde el color»:«Se cogen cubitos de hielo, se losecha en la máquina de picar y

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entonces la carne se vuelve másrojiza. Y si bien su aspecto externoes magro, en su interior, y al finaldel proceso de preparación, hay un25% de grasa. La profusapublicidad no informa a losclientes de McDonald’s acerca dela variada paleta de martingalasempleadas en la fast-food».Sucedáneo industrial de almuerzo,la fast-food trae un envoltorioextremadamente ingenioso, algo asícomo un Bild-Zeitung[2]

comestible. Al igual que loslectores de Bild saben a menudoinstintivamente —sin que recibaninformaciones secretas— que se

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les está engañando, así tambiénentre la clientela de McDonald’shay quien, tras haber probado unacomida, se marcha del localasqueado. Mientras limpiaba (yo,Alí) encuentro una servilleta en laque está escrito: «McDonald’s,¡vomita a tus anchas!» y «¡Porprimera vez es peor lo que entróque lo que salió!». La fast-food esuna alimentación deficiente,susceptible de acarrear gravesperjuicios a la salud: en losEE. UU., técnicos en alimentaciónhan demostrado que en los niñosque comen con frecuencia enrestaurantes rápidos se constata un

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aumento de la agresividad, delinsomnio y de los sueñosangustiosos. El motivo: que ladulce fast-food cataboliza lasreservas de tiamina en el cuerpo,lo que lleva consigo una carenciade vitamina B-l por la que sedeteriora el sistema nervioso.Hace ya seis años que el jefe depersonal de McDonald’s para laRepública Federal aconsejaba losiguiente en una circular: «Sipuede usted entresacar de laconversación que el aspirante estásindicado, al cabo de unas pocaspreguntas más dé por terminada laentrevista y dígale que se le

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comunicará la decisión dentro deunos días. Naturalmente, en ningúncaso se le dará el empleo».El fundador de la firma, Ray Kroc,sabe lo que quiere: «Lo que yoespero es dinero, lo mismo quecuando alguien acciona elinterruptor de la luz lo que esperaes luz». Y al generalnorteamericano Abraham McDonald’s sus establecimientosle parecen la auténtica escuela dela nación: «Trabajar en McDonald’s es muy saludable paraun hombre joven. McDonald’s hacede él un hombre eficiente. Si lahamburguesa no presenta el

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aspecto que debe presentar, sepone al empleado en la calle. Estesistema es una maquinaria quetrabaja sin tropiezos y en silencio,y que nuestro ejército deberíaimitar».

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La obra

Cuando, a las seis de la madrugada,llego a la calle Franklin, en el distrito dePempelfort de Düsseldorf, hay ya seishombres en busca de trabajo ante lapuerta de la subempresa GBI. Tambiénellos, tras llamar a propósito de unanuncio en el periódico, fueronconvocados a esa hora. Abre la puertaun empleado. La oficina está en la plantabaja: dos mesas escritorio arrimadasuna a la otra, y un teléfono. Ni carpetasde documentos ni estanterías; las mesasincluso dan la sensación de estar vacías.En el encerado hay un letrero: «Esta

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empresa da legalmente de alta a lostrabajadores que emplea». Nadie, sinembargo, me pregunta (a mí, Alí) por midocumentación laboral; ni siquiera debodecir cómo me llamo.

Antes de que poco a poco se nosvaya conduciendo a nuestros lugares detrabajo hemos de aguardar en unavivienda contigua, de dos habitaciones,que hace las veces de sala de estar, decuyas paredes se cae a tiras elempapelado, cuyas ventanas estánmugrientas y que carece de retrete;recinto que, a su manera, indica el«status» que aquí nos corresponde.«Siggi» —un tipo fornido con el pelorizado y mucho oro en las manos y el

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cuello— está buscando cuatro auxiliares«para la construcción de un hermosoedificio en Colonia». Yo (Alí) meofrezco y me integran en la cuadrilla.

Ya de camino, en el vehículo, se nosinforma de nuestro salario por horas yde las condiciones de trabajo.

—El capataz quiere que trabajéisdiez horas diarias —nos explica«Siggi»—, por lo que os pagaré 9marcos, es decir, 90 al día.

«Estamos construyendo pisos degran lujo y encantadores chalés convistas al apacible parque», leo en elcartel cuando, media hora más tarde,llegamos a nuestro destino, un solar enconstrucción situado en el

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Hohenstaufenring de Colonia. Unencargado de personal, que lleva yabastante tiempo trabajando para la GBIen esta obra, nos acompaña hasta lascabinas donde nos cambiamos de ropa.Justo cuando nos acabamos de cambiar«Siggi» vuelve a entrar.

—Necesito vuestros nombres paradárselos al capataz —dice.

—Alí —digo yo. Y eso basta.Nuestra cuadrilla queda a las

órdenes de un capataz de la empresa«Walter Thosti Boswau» (WTB), la sextaempresa de la construcción, enimportancia, de la República Federal,según me entero más adelante. Tambiénen los días siguientes recibimos

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exclusivamente de este capataz lasinstrucciones de trabajo, así como lasherramientas —desde la escoba alrecogedor—, herramientas que son,asimismo, suministradas por la WTB. LaGBI proporciona sólo obreros, apenastiene utensilios de trabajo propios, nitampoco obras propias.

Ninguno de nosotros ha entregadosus papeles a la GBI; todos, sinexcepción, trabajamos ilegalmente. Nisiquiera se nos hace un seguro deenfermedad. Le pregunto a uncompañero:

—¿Qué pasar si accidente?—Pues que hacen como si estuvieras

aquí sólo desde hace tres días y,

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simplemente, te dan de alta en el segurocon efecto retroactivo —dice—. En totaltienen unos cientos de personas, de lasque, a lo sumo, la mitad están dadas dealta.

En los descansos nos apretujamoscon otros quince en el barracón de laobra, que quizá mida doce metroscuadrados. Un encofrador enviado aquípor la oficina de la GBI de Colonia dice:

—Estoy desde hace treinta años enla construcción, y eso de que el capatazte mande que hagas el favor de avisarantes de irte a cagar es algo que jamásme ha sucedido. Algunos cuentan queentre llegadas y salidas están de piequince horas diarias. Pero no te pagan

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más que las diez horas estipuladas detrabajo; por el tiempo de transporte no tedan ni un penique extra.

Nuestro capataz de la WTB la tienetomada muy en especial con uncompañero turco de unos cincuentaaños. Aunque realice su trabajo comomínimo el doble de rápido que loscompañeros alemanes, el capataz leinsulta llamándole «burguesito»:

—¡Si no eres capaz de trabajar másdeprisa, la próxima vez haré que se telleven con los cascotes de la obra!

Por lo general, y después determinada la jornada de trabajo, losviernes hemos de esperar unas horashasta cobrar nuestros salarios. El dinero

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tienen que traerlo de fuera. Algunos delos obreros prestados parece que sabende dónde provienen nuestras pagas:

—Kiose hace un viajecito ahora aLangenfeld —nos informa un trabajadorfijo alemán de la GBI, ilegal, mientrasnos encontramos todos reunidos en lafurgoneta de la obra— que es dondetienen la cuenta corriente, y allí recogela pasta para nosotros. —Y tambiénsabe el compañero la razón por la que eldinero no se retira de un banco deColonia o de Düsseldorf—: La cuentade Langenfeld está, por lo visto, anombre de un particular que ingresa enella los talones de la WTB y otrasempresas de construcción. En

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Düsseldorf no podría abrir ningunacuenta porque en seguida vendríaHacienda y la embargaría.

Son dos las horas que tenemos queestar aguardando hasta cobrar, una vezconcluida la jornada, sin que nos laspaguen, claro.

Pero no son solamente las cuentascorrientes de la empresa lo quepermanece en la penumbra: todo sedesenvuelve de forma lo suficientementeconspiradora como para ocultar el hechode que nosotros trabajamos en la obra;cuando se nos liquidan nuestros haberestenemos, por supuesto, que firmar unrecibo, pero no se nos entrega copia nifactura de nuestro salario. Incluso las

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hojas en que el capataz nos anota lashoras trabajadas, se las vuelve a quedaren cuanto nos paga, lo que tiene suporqué, pues en el sector de laconstrucción la ley prohíbe el trabajoprestado que se liquida por horas. A finde burlar la prohibición, subempresascomo la GBI operan con falsos contratosde trabajo; a las empresas de laconstrucción les liquidan, por ejemplo,«cuarenta metros cuadrados dehormigón», pero cobran cuarenta horasde trabajo prestado (en muchos casoslos capataces disponen de libroscontables secretos en los que loscálculos de horas de trabajo cumplidaspor los obreros prestados son

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metamorfoseados en metros cuadradosde hormigón o metros cúbicos de tierra).A fin de poder demostrar más adelanteque en nuestra obra también se operacon este tipo de doble contabilidad,aprovechando una ocasión propiciadistraigo al capataz y me hago con unode sus albaranes: «Constructor WTB,S. A.», allí el capataz ha anotado treintahoras de trabajo con sus fechasespecificadas. Y su firma.

Aquí como en Palermo

Sólo en la industria de laconstrucción se hallan ocupados

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200 000 turcos, paquistaníes,yugoslavos y griegos ilegalmenteempleados, lo que supone unamerma anual de impuestos ycontribuciones a la seguridadsocial que asciende a 10 000millones de marcos.Los traficantes de hombres gozan amenudo de protección política paraeludir las sanciones. La legislaciónes muy laxa. Sin embargo, elgobierno federal vacila en ponercoto a esos manejos. Todo lo quehay al respecto es que el arriendode personal eventual de laconstrucción está prohibido desde1982. Los estados federales

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gobernados por la Unión (CDU) seniegan a reconocer comoinfracción penal ese comercioilegal, motivo por el que el tráficoilegal de alemanes y de extranjerosprovenientes de la CE (ComunidadEuropea) sigue siendo,jurídicamente, sólo una«irregularidad».Rara es la vez que la policía, losprocuradores de la Secretaría deEmpleo y los fiscales atrapan ni tansiquiera a los pequeños secuacesde la mafia de la construcción: «Elproblema escapa a nuestrocontrol», se lamenta, por ejemplo,el fiscal general de Colonia, Dr.

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Franzheim. Sólo en Renania-Westfalia hay abiertos actualmentecuatro mil sumarios de instrucción.Los arrendatarios ilegales detrabajadores estafaron a éstos sussalarios o doblegaron a los«extranjeros reacios a trabajar» abase de palizas y amenazas. Lasindagaciones judiciales —porejemplo las tramitadas por la Salade lo Criminal del estado deDüsseldorf— se extienden inclusoa chantajes mediante primas deprotección y a sospechas deasesinato.Quienes, con frecuencia a través deintermediarios, recurren a las

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empresas arrendatarias de mano deobra, no son solamente losconstructores privados. Tambiénlas «subempresas» participan en elnegocio de las contratas públicas.El año 1984, a propósito de laconstrucción del edificio de nuevaplanta de la Dieta de Düsseldorf,llegaron a practicarse variasredadas, ya que en dicha obrahabían intervenido traficantes dehombres.Cuando se construyó la nuevaSecretaría de Trabajo de Múnichfueron detectados, gracias a uncontrol, cincuenta empleadosilegales. Hasta la fecha no ha

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llegado a conocimiento de lapolicía el que en las obras deampliación del cuartel del ejércitofederal en Hilden fueronempleados trabajadoresarrendados, al igual que en elnuevo edificio del ministerio deCorreos y Comunicaciones deBonn (Bad Godesberg).El hecho de que el ministro deCorreos y ComunicacionesChristian Schwarz-Schilling nopreceptuara los pertinentescontroles posibilitó el que almenos una empresa ilegal dearrendamiento de mano de obrasacase su buena tajada en el

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negocio, el cual habría podidosaltar fácilmente por los airessuponiendo que las autoridadeshubieran tenido interés en estar alcorriente del asunto. La empresa detraficantes de hombres DIMA(sociedad de responsabilidadlimitada), con sede en Düsseldorf,fue la que suministró el personal alconsorcio de la construcción WTB,sexto en importancia de laRepública Federal, el cual gozó deuna participación decisiva en laedificación del ministerio deCorreos y Comunicaciones. LaDIMA, a su vez, nació de la GBI,para la que yo había trabajado

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antes como empleado ilegal enColonia.

La primera tarea que se le asigna aAlí sirve para dejar bien claro desde unprincipio cuál es su sitio. Algunos de losretretes destinados a los obreros estánatascados desde hace más de unasemana y la orina llega casi hasta lostobillos.

—Coge un balde, escobilla y bayetay arréglalo, y además deprisa.

Yo (Alí) me voy al almacén deutensilios y hago que me den, contrarecibo, dichos objetos.

—Basta con que firmes con tres

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cruces —dice el responsable, uncalefactor alemán que disfruta de unrelativo chollo al frente del contenedorde herramientas.

En el contenedor donde seencuentran los retretes el hedor esbestial. El canalón de desagüe de laorina está igualmente atascado porcompleto. Este trabajo lo vivo como unavejación, pues, en la medida en que lacausa —las cañerías atascadas— no eseliminada por un experto, en seguidavuelven a producirse inundaciones. Enla obra hay suficientes fontaneros, peroel precio de su hora de trabajo esdemasiado alto. Están allí solamentepara instalar los lujosos cuartos de baño

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de los futuros felices propietarios.Tanto los maestros de obra como los

capataces disponen de sus propiosretretes situados en un contenedoraparte. Están cerrados con llave, elacceso a los mismos está prohibido alos obreros, y las mujeres de la limpiezalos mantienen aseados diariamente. Yo(Alí) le digo luego al jefe de la obra quemi tarea carece de sentido y que lo quehay que hacer es mandar allí a losfontaneros.

—Tú aquí no tienes por qué plantearninguna cuestión, sino hacer lo que se tediga que hagas. Los pensamientos se losdejas mejor a los burros, que tienen lacabeza más grande —me suelta el

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hombre.Pues bien, heme aquí haciendo —y

sin rechistar— lo que otrosinnumerables extranjeros se venforzados a realizar, y además debiendosentirse contentos de tener trabajo. Estaidea me ayuda un poco —como meayudará en situaciones ulteriores— asobreponerme al asco y a hacer que miimpotente humillación y vergüenza seconvierta en rabia solidaria.

Los alemanes que utilizan losretretes mientras yo (Alí) friego losmeados con bayetas, esponjas y baldes,a veces hacen algún que otrocomentario. Un joven dice amablemente:

—Por fin nos han puesto una mujer

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de la limpieza. Dos hombres de unoscuarenta y cinco años conversan así deretrete a retrete:

—¿Qué es lo que huele peor que losmeados y la mierda?

—El trabajo —responde uno deellos.

—No, los turcos —le contesta elotro con un vozarrón, a través de lapuerta del retrete.

Hay también, es cierto, uncompañero alemán que, mientras estáhaciendo pis, se informa sobre lanacionalidad de Alí y, cuando lerespondo «turco», documenta así susimpatía:

—Una vez más lo típico: se os

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manda que nos quitéis la mierda; a esose negaría cualquier obrero alemán de laconstrucción.

De cuando en cuando pasa por allí elcapataz Hugo Leine, a fin decontrolarme. El que vaya pertrechadocon un radioteléfono resulta beneficioso,pues del mismo salen pitidos, petardeesy parloteos, de modo que su llegada sepercibe con antelación suficiente parapoder darse prisa. «Tempo, tempissimo,amigo[3]», le azuza a Alí, y cuando yo(Alí) le hago notar amablemente que nosoy «italiano» sino «turco», en seguidase torna algo más bronco:

—Entonces deberías haberterminado la tarea hace ya mucho rato

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puesto que te la conoces bien. Vosotrossiempre tenéis los retretes atascados.

Hugo Leine llegó a despedir en elacto a extranjeros porque durante eltrabajo hicieron una llamada telefónicaimprescindible, desde la cabina que hayenfrente de la obra.

Durante los días siguientes, a treintagrados de temperatura ambiente,subimos a mano láminas de hormigón degas hasta la sexta planta. Somos másbaratos que la grúa, la cual es trasladadaa otra obra. Leine vigila para que no nostomemos ningún descanso adicional. Ala semana siguiente se asigna a Alí latarea de acarrear hormigón. Micometido (el de Alí) consiste en

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transportar, por medio de «japonesas»—que así se llaman las enormescarretillas semicirculares—, a travésdel solar, el hormigón preparado para suvertido en la cimentación. Se sientecomo si le estuvieran arrancando a unolos brazos y hay que apalancar con todala fuerza que se tenga contra la carretillapara que no se le vuelque a uno haciaadelante. Heinz, el jefe de cuadrilla —también de la GBI— disfruta procurandoque la carretilla de Alí estéespecialmente repleta, para ver cómo seesfuerza en evitar que se le vuelque sucontenido al desequilibrarse. Lacarretilla pesa cada vez más. Yo (Alí)atribuyo mi agotamiento al calor.

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Cuando hay una tabla en el camino y lacarretilla da un ligero salto me esimposible sostenerla; se vuelca y elhormigón se esparce por el solar. Tienenque acudir otros a toda prisa parameterlo otra vez a paladas en la«japonesa» antes de que se endurezcademasiado. Entonces aparece el capatazy me grita (es decir, a Alí):

—¡Maldito pedazo de bestia!¡Bastante es que no sepáis contar hastatres, pero al menos podríais saber mirarlo que tenéis delante! ¡Hazlo otra vez yya te estás volviendo a Anatolia atocarte las narices!

A la próxima carga el capataz mededica una complacida mueca sonriente

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y, pese a mis protestas, me llenanuevamente la carretilla hasta losbordes, de suerte que al arrancarinevitablemente se derrame. A pesar detodos mis esfuerzos me es imposible,maldita sea, mantener la carretilla enequilibrio. Al tomar el primer recodopor poco me caigo con ella y toda lacarga se vuelca una vez más entre laporquería. Gran griterío por parte dealgunos compañeros alemanes, loscuales permanecen impasibles a mialrededor, mientras yo (Alí) sudo la gotagorda trasladando la masa de hormigónal interior de la carretilla con una pala.¡Qué desesperadamente me lío a palazosmirando en torno mío, no sea que se

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acerque Hugo Leine! Por fortuna, elcapataz ha desaparecido en algún lugarde la obra. Un compañero alemán mehace notar que el neumático de mi«japonesa» está pinchado. Se le hametido un clavo y ésa es la razón de quela carretilla volcara. El jefe de cuadrillaríe maliciosamente a lo lejos. Al pasarde nuevo junto a él, afirma triunfante:

—Os tendríais que ir dando cuentade que aquí no tenéis nada que hacer.

En otra ocasión ulterior le pillogarrapateando en la pared del retretecon un rotulador: «¡Muerte a todos lostur…». Cuando yo (Alí) intento que seexplique, me lanza un escupitajo a lospies y se marcha del urinario sin haber

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concluido la frase.Pocos días más tarde, yo (Alí) —

que en la quinta planta estoy barriendo yrecogiendo con la pala los cascotes deobra— por poco me caigo en un pozo dedistribución eléctrica tapadodisimuladamente con una capa depoliestireno. Tengo suerte y sólo se meintroduce una pierna al resbalar. Loúnico que me hago es un ligero esguincey una escoriación en el tobillo. Podría,eso sí, haberme roto la crisma, ya quetiene ocho metros de profundidad. Porcasualidad Heinz, el jefe de cuadrilla,sale de un cuarto contiguo y me dice:

—¡Qué condenada chiripa la tuya!Imagínate que te hubieses caído ahí

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abajo; de nuevo habría quedado unpuesto vacante.

A un compañero alemán le roban desu armario el billetero con cien marcosy las sospechas recaen sobre mí (Alí):

—¡Oye tú! Tú estuviste un cuarto dehora ausente durante el trabajo ¿no?¿Dónde estuviste?

—¡Que abra su monedero! —dice unalemán.

Otro alemán, Alfons, llamadotambién Alfi, viene en mi ayuda:

—Aunque tuviera dentro cienmarcos, eso no significa nada. Cada unode nosotros pudo haber robado quince, ytambién alguien ajeno a la obra. ¿Porqué precisamente Alí?

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Alfi es también el que me anima aperfeccionar mi alemán (mientras me daunas estimulantes palmadas en laespalda):

—Hablas alemán mucho mejor de loque tú mismo te crees. ¡Vamos, inténtalo!Lo único que debes hacer es cambiar elorden de las palabras, tu alemán no es nimucho menos tan malo. Di simplemente:«Soy turco» y no: «Turco soy». ¡Esfacilísimo!

Alfi estuvo varios años en el paro yluego la Secretaría de Trabajo deDüsseldorf lo envió a la empresa«Bastuba», para la que se pasaba el díaentero inmerso en las gélidas aguas,cuya limpieza, así como la de las

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márgenes del río, realizaba por encargodel estado de Renania-Westfalia. Hastapasado un tiempo no se dio cuenta deque «Bastuba» no le había dado de altay que estaba trabajando exactamente enlas mismas condiciones de ilegalidadque sus compañeros, trabajadoresyugoslavos. Cuando le planteó lacuestión a su jefe, éste le puso en lacalle. Tiempo después, un amigo le diola dirección de la GBI.

En una ocasión en que yo (Alí), enpresencia de compañeros, le pregunto aKiose, el director de la delegación de laGBI en Colonia, cuál es el significado dela abreviatura GBI, nos da la siguienteexplicación:

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—La sigla responde a G, Giraffe,(jirafa), B, Bär (oso), e I, Igel (erizo).

Pretende que nos lo traguemos, y elcaso es que la mayoría se lo traga. Locierto es que nuestra empresa tiene algode sospechoso y que los nombrescambian tan a menudo que es como paradar crédito a dicho significado.

Tenemos un nuevo compañeroalemán, Fritz, veinte años, rubio, el cualse ha enrolado en la Guardia Rural yespera ardientemente su incorporación afilas. Esta temporada de trabajo ilegalen la construcción la contempla sólocomo una solución transitoria. Haimplantado un juego con monedas, alque nos dedicamos durante los

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descansos en los sótanos de la obra.Quien al tirar la moneda llegue máscerca de la pared sin tocarla, se llevalas de los demás. Yo (Alí) tengo suerte ygano continuamente. Fritz se crispa:

—Vosotros los turcos vais siempredetrás de nuestro dinero. No miráis másque vuestro beneficio y nos engañáis encuanto os volvemos la espalda.

En otro momento:—Los alemanes somos inteligentes.

Vosotros os multiplicáis a nuestra costa,como los conejos. —Y a los demás—:¡De cuando en cuando le sale la selvaque lleva dentro!

Arde una armadura de tejado. Losencofradores no fueron lo

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suficientemente cuidadosos. Lleganvarios coches de bomberos y también lapolicía. Alí, junto con otroscompañeros, es enviado a desalojar eltejado, aún en brasas. Las suelas de miszapatillas deportivas empiezan achamuscarse y varias veces lasquemadas vigas crujen bajo mis pies(los de Alí).

Un grupo de agentes de policía y debomberos está a nuestro ladocontemplando cómo arrojamos losobjetos ardientes al solar de la obra.Evolucionamos a su alrededor sin trajede seguridad. Todo huele a ilegal. Cabeimaginarse que ellos lo saben o, cuantomenos, lo adivinan. Pero no dicen nada.

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También ellos se aprovechan denosotros; les hacemos el trabajo duro ypeligroso.

Un compañero alemán, Hinrich,veinte años, casado, un hijo, con deudasde alquiler, hace ya algunos días queanda por ahí con la cara hinchada. Tienefiebre alta. Varios flemones supurando.A lo largo de la jornada entera se lecoacciona para que no acuda al dentista.Le pide a Kiose, el delegado de la GBIen Colonia, un volante de baja porenfermedad. Hinrich todavía no se hadado cuenta de que no ha sido dado dealta en el registro y que, por lo tanto, esun trabajador ilegal. ¡Se pone hecho unafuria!

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—Eso está prohibido, lo denunciaré.—Puedes largarte. No queremos

verte más por aquí. Quien afirma queaquí se trabaja ilegalmente se expone auna demanda de daños y perjuicios pordifamación. Nos entregaste tus papelesdemasiado tarde y por eso no pudimosdarte de alta. Eres tú mismo quien haincurrido en falta —le contesta Kiose.

Después de esto Hinrich no se atrevea ir a la policía. Al día siguiente se lollevan a una clínica en el coche delmédico de urgencia. Septicemia.¡Peligro de muerte!

Un viernes, finalizada la jornada detrabajo —nos estamos cambiando deropa— aparece el capataz de la WTB,

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Hugo Leine:—Aquí ya nos hemos quitado de

encima lo más pesado de la obra, asíque ya no os necesitamos.

Así, al cabo de seis semanas se leterminó a Alí su temporada en laconstrucción. Unos cuantos trabajadoresilegales de la cuadrilla de la GBI sonenviados por la misma empresa, bajo elnuevo nombre de DIMA, a otra gran obraen construcción en Bonn/BadGodesberg. El ministro federal deCorreos y Comunicaciones ha mandadoconstruir un nuevo ministerio.Desgraciadamente, Alí ya nocolaborará.

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Un empresario moderno

Alfred Keitel, de Düsseldorf,cincuenta años, forma parte de esosempresarios que en los últimosaños han amasado una fortuna pocomenos que incalculable. En 1971fundó, junto con un socio, laempresa «Keitel y Frick, SociedadLimitada», y, en su calidad desubempresario (abreviado: «sub»),se dedicó a arrendar hombres a lasempresas de construcción. Estoquedó prohibido desde 1982. Pocoantes, Keitel compró la «Sociedadde Obras de Construcción y

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Montajes Industriales» (abreviado:GBI[4]) y siguió actuandoigualmente.Mientras yo estuve trabajando parala GBI en Colonia, el verano de1984, los inspectores de Haciendahacía tiempo que andaban detrás deKeitel. El negocio ilegal, sinembargo, marchabaestupendamente. De lasinvestigaciones resultó que Keiteldebía de haber defraudado más deonce millones de marcos enconcepto de impuestos sobretráfico de empresas y salarios, asícomo varios millones de marcos enconcepto de aportaciones a la

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seguridad social. Keitel ingresó enprisión preventiva, y a finales de1984 fue condenado a cuatro añosy medio de cárcel. El hecho de quele condenaran a una pena tan levese debió a un certificado médicoque atestiguaba su padecimiento deuna «enfermiza pasión por eljuego», con lo que se pretendíajustificar sus frecuentes visitas alos casinos, y no el juego que setraía con los quinientos hombresque, según datos de la inspecciónde Hacienda, trabajabansimultáneamente para él. El propioKeitel reconoce francamente lanaturaleza de su industria: «En este

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terreno me lo conozco todo, esoestá claro. Todas las empresas deconstrucción, por supuesto, y todaslas prácticas habituales…, sóloque cuando se ha trabajado conellas, ya no se implica uno en lasmismas».Aunque después sí lo hace:«No hay ya ni un sólo granproyecto de construcción sinsubempresas. Ahí están las ARGÉN(Comunidades de trabajo en lasgrandes construcciones, G. W.),que operan, todas, consubempresas, todas. No hay yaningún edificio de envergadura quese construya sin subempresas».

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Veamos lo que Keitel dice acercade sí mismo: «Si no hubiera sidotraicionado, aún tendría un grannegocio».»Nadie, ningún departamento deHacienda ni ninguna caja local delseguro de enfermedad, se percatade las prácticas habituales en elnegocio: sólo se da cuenta quientiene que ver con ellas. Eso es lobonito de los procesos, que nadiepuede establecer cómo serelacionan las empresasindividuales. Los contratos con lasgrandes se pueden hacer aconveniencia: en la práctica puedoconvenir un salario por horas en

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vez de una suma global, perosencillamente hago otro contrato,dado que los salarios por horasestán prohibidos. ¿Quién va acontrolarlo? ¿Cómo va aaveriguarlo la Oficina de Trabajo?Ante el tribunal puedes decir:¡Pruebe usted lo contrario!»Desde fuera no dan con ello, enabsoluto. En mi negocio no mehabría pasado nada que tuviese quever con alguna investigación, si nohubiese sido porque mi socio, quedesde luego participaba en elasunto, perdió los nervios. Ya antesrecibimos a la inspección deHacienda, y también a la policía.

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Pero no sacaron nada en limpio.Keitel se mostró también dispuestoa dar información sobre losmárgenes de ganancias:»Los empleados reciben en manosus buenos dineros; en fin, a vecesno tan buenos, pero lo principal esque los reciben en mano.»Las empresas de la construcciónpagan entre 22 y 33 marcos porhora de trabajo. Lo que de eso lequede al subempresario es algoque depende de lo que le pague asu personal, de a cuántos da de altaen el registro, de si los da a todoso sólo a unos cuantos.»El salario bruto de los obreros

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especializados está hoyexactamente en 16 marcos. A losextranjeros se los exprime siempre,esos trabajan por poco dinero, ylos alemanes no. Los alemanesconocen sus derechos, más omenos.»Pero los extranjeros… diezmarcos, ocho marcos… da lomismo».Un pequeño cálculo proporciona elsiguiente cuadro:A Keitel le quedaban entre 14 y 25marcos por hora de trabajo. Por loregular se trabajan diez horasdiarias en la construcción.Pongamos entre 140 y 250 marcos

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por hombre y día. Quinientoshombres arrojan una suma de entre70 000 y 125 000 marcos diarios.De estos ingresos hay que deducirlos costos mínimos de transporte yteneduría de libros. Y losimpuestos y las aportaciones a laseguridad social. O ni siquieraesto.

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ConversiónO «decapitación sin bendición»

«Era un extranjero y me acogisteis;estaba desnudo y me vestisteis (…) En

verdad os digo que cuantas veceshicisteis eso a uno de estos mishermanos menores, a mí me lo

hicisteis».(Evangelio según S. Mateo, 25-35 y

sig.).

Alí prueba suerte con la iglesia católica.Ha oído decir que también Jesús fueexpulsado de su tierra, que vivió con los

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extranjeros y perseguidos de su tiempo,y que por ello se expuso a las más durasacusaciones y persecuciones. Sinembargo, y como era de suponer, Alí nose presenta como pedigüeño. No pidealbergue ni ayuda material. Su propósitono es el de abrumar a los funcionariosde Dios con exigencias, como tampocoel de hacerlos caer en ninguna tentación.Lo único que Alí quiere es… ¡qué lebauticen!

a) No por oportunismo, sino porquedesde hace ya tiempo conoce la vida yla obra de Cristo y le parececonvincente, quiere pertenecer a laiglesia católica.

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b) La cosa tiene que ser rápida, yaque su amiga alemana y católica nopuede casarse con él hasta quepertenezca a la comunidad de fecatólica, como exigen los padres de ella.

c) Tiene también la esperanza deque, siendo católico, podrá evitar laamenaza de una inminente expulsión.

(Los sacerdotes y dignatarios a losque acudió permanecerán en elanonimato. Las conversaciones con losfuncionarios eclesiásticos sonauténticas).

Puede percibirse que Alí es unobrero. Va vestido pobremente. De labolsa que lleva colgada del hombroasoma un termo.

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Primera visita. Parroquia en uno delos mejores barrios residenciales, jardíncon aspecto de parque.

Un cura de elevada jerarquía, deunos sesenta años, abre una rendijita dela pesada puerta de roble ornamentadacon barrotes de hierro forjado, y clavaen Alí una mirada llena de suspicacia.

—Por aquí no se te ha perdido nada,ve al secretariado social —dice el cura.

Con esto yo no había contado. Elcura se percata de mi perplejidad y,antes de que pueda exponerle el asuntoque me trae, repite categóricamente:

—Puesto que son tantos los que mequieren desplumar, aquí, por principio,no hay nada. Esto es una secretaría

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parroquial y no un…Le interrumpo:—Yo no querer dinero, sólo

bautismo —le interrumpo. La puerta seabre un poco más, el cura meinspecciona con ojos de curiosidadcrítica y dice:

—Ya. Por aquí viene tanta gente deesa que no le gusta trabajar y quepretende vivir a costa de los demás…¿Dónde vive usted? ¿Qué edad tiene elniño y cuándo habría de celebrarse elbautizo?

Le digo «mi» dirección y, como setrata de una calle tan noble que en ellaAlí, por su apariencia, ni siquierapodría pagar una semana de alquiler,

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añado:—Yo vivir allí pero en sótano. —Y

—: No ser bautizo de niño. Yo turco,hasta ahora con Mahoma. Yo para míquerer bautizo porque Cristo ser mejor.Pero correr prisa porque…

El cura, sin saber a qué atenerse, melanza una mirada entre atónita eincrédula, como si no hubiese ido asolicitar de él el santo sacramento delbautismo sino mi propia circuncisión.

Vuelve a cerrar la puerta dejandouna rendijita:

—¡Menos prisas!… La cosa no estan fácil. Antes hay que cumplir muchosrequisitos… —Y con una ojeadadespreciativa hacia mi desharrapado

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aspecto—: Además no admitimos a todoel mundo en nuestra comunidad. —Cuando pretendo hacer hincapié en quela urgencia de mi solicitud se basa enque me encuentro amenazado deexpulsión, ello no le produce la menorimpresión—: ¡Menos prisas judías! Antetodo he de hablar del asunto con la juntadirectiva de la comunidad. Y en primerlugar tráigame un certificado policial deresidente, en regla.

Cuando me atrevo a contestar:«¡Pero tampoco Cristo tener residenciafija!», sin duda lo toma como unaespecie de blasfemia, pues, sin másexplicaciones, me da un portazo. Cuandoa continuación me pongo a tocar el

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timbre como loco a fin de demostrar loseria que es mi decisión de convertirmeen miembro de pleno derecho de lacomunidad de los creyentes, él vuelve aabrir la puerta para echarme unrapapolvo:

—¡Esto no es un asilo! ¡Si no medeja usted en paz inmediatamente,llamaré a la policía!

Intento, por última vez, apelar a suconciencia cristiana y su deber pastoralarrodillándome e implorándole con lasmanos entrelazadas:

—¡En el nombre de Cristo,bautismo!

Por toda respuesta, la puerta secierra con estruendo.

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Alí no había contado con esto.Evidentemente ha acudido a unadirección equivocada. Ovejas negras lashay en todas partes. Y en este sectorresidencial, donde los más ricos entrelos ricos sólo entre ellos quieren vivir,Alí se encuentra —eso no puede estarmás claro— fuera de lugar. Pero no cejaen su empeño y se dirige a la parroquiamás cercana de un distrito vecino. Allílas villas no se esconden tras altosmuros y los jardines no se extienden porla parte trasera de las casas, sino queson pequeños cuadriláteros delante delas puertas de entrada, accesibles acualquiera y, a menudo, apenas mayoresque una sala de estar. Aquí vive la clase

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media, y en algún que otro bloque deapartamentos incluso viven obreros.

Alí, que se ha vuelto más inseguro ymás prudente desde que le echaran porvez primera con cajas destempladas,ruega al turco Abdullah, compañerosuyo de trabajo, que le acompañe comotestigo y también como protector.

Son las cinco de la tarde. La iglesiaestá desierta. Las campanas tañenautomáticamente llamando alrecogimiento, pero ni uno solo de losfieles se ha congregado para asistir aloficio divino. Acaso tengan ellostambién demasiado frío. La iglesia notiene calefacción y el intenso frío hacongelado el agua bendita hasta el fondo

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de la pila. Mientras avanzamos, conpaso circunspecto y algo cohibido, endirección al altar, el solitario párroco sepercata de nuestra presencia.

Sin duda se hallaba a punto de darpor concluida su jornada de trabajo,pues intenta escabullirse hacia lasacristía antes que nosotros. Pero yo soymás rápido.

—Disculpe —le digo cortándole elpaso— sólo una pregunta, yo quererbautizo y hacerme cristiano, yo serturco. Se nos queda mirando con ojosatónitos:

—¡No, ni hablar! Eso no puedohacerlo. ¡Imposible! —Habla en unsusurro, y al hacerlo no nos mira, sino

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más bien por encima de nosotros endirección al cielo, como si desde allí sujefe supremo pudiera bendecir su pococristiana conducta.

—¿Por qué no? —quiero yo saber.—No puede ser, eso es algo que

requiere una instrucción que lleva variosaños —musita.

—Pero yo conocer muy bienevangelio, yo lo estar leyendosiempre…

—No, no puedo hacerlo; sin elconsentimiento del cardenal no me estápermitida en absoluto una cosa así.

—Pero ¿no poder bautizar cualquierpastor?

—No. En ningún caso.

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—¿No le estar permitido?—No, no, no, no. Oficialmente, un

bautismo conllevaría una admisión en laiglesia católica; no…

—¡Ah! Es que usted no ser un cura—le provoco. Se nota a las claras quese está sintiendo incómodo. Ha sidotocado en su vanidad.

—¡Claaaro que lo soy! —contesta,con firmeza y arrogancia.

—¿Aquí jefe de esta iglesia? —insisto.

—Sí —dice resueltamente.—Bueno, pues entonces poder

también dar bautizo —sigo yo,apretándole las clavijas.

—Sí, pero a los niños —admite—.

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Pero para bautizar a los adultos necesitoel consentimiento del arzobispo deColonia, y eso presupone unainstrucción de por lo menos… —vacila,parece haber comprendido que no estoytan en la inopia— de por lo menos unaño.

—¿Tanto tiempo? ¿Un año por lo…?La angustiada consternación de mipregunta da nuevo impulso a su intentode deshacerse de nosotros.

—E incluso puede durar más tiempo.Es algo que requiere una introducciónpaulatina, gradual… —añade,satisfecho.

Señalando hacia la pila bautismal, ledemuestro mi conocimiento de causa.

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—Bautizar ahí entonces. ¿Debermeterme del todo, o sólo la cara?

A sus ojos soy, sin duda, el últimosalvaje. Con un escueto «No», haceoídos sordos a mi sacrílegaobservación.

—Pero quizá el jefe, el arzobispo,decir sí.

El cura no permite que nos hagamosilusiones:

—¡Difícil lo veo! ¡Difícil lo veo!No acabo de entenderlo. Busco una

explicación a su rechazo:—¿Es que ser tantos que ahora

quieren entrar en iglesia?No parece ser ése el caso:—No, eso no, pero… —El «pero»

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se queda flotando en la gélida atmósferade la iglesia, sin que le siga explicaciónalguna.

Dado que en el terreno de lotrascendental se encuentra tandesposeído de argumentos, le entro porel lado práctico. Señalando hacia ladensa capa de hielo en la pila de aguabendita le sugiero:

—Un poco de anticongelante ahídentro y se poder otra vez utilizar.

Pero tampoco esta constructivapropuesta le conmueve, y abandona laiglesia. No nos apartamos de su lado.Llego antes que a la residenciaparroquial, situada junto a la iglesia, ytoco el timbre. Como en una farmacia

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nocturna de guardia, se abre un estrechoportillo al que se asoma una asistentaparroquial entrada en años. Dado que elpárroco, detrás de nosotros, se da cuentade que no nos dejamos despachar tanfácilmente y que, por el contrario, yopor mi parte doy muestras de midecidida voluntad de que me seaadministrado el santo sacramento delbautismo, nos hace pasar a su despachoparroquial.

—Con objeto de que me dejen enpaz, voy a buscarles en seguida unadirección a la que pueden presentarse.Pero como ya les he dicho, no se haganilusiones, eso es algo que lleva sutiempo.

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Se atrinchera pesadamente tras unavoluminosa mesa-escritorio y empieza ahojear minuciosamente una agendaeclesiástica de direcciones. Está enplena cincuentena y su aspecto essaludable y descansado, no parece serpersona que desdeñe y azuce a los sereshumanos, como su colega de lacomunidad vecina, sino que irradia másbien —hombre bonachón y acomodado— la confortabilidad aquella delfuncionario vitalicio que espera lajubilación detrás de una ventanilla…Una ventanilla aún abierta al público,aunque estén agotadas las existencias desellos y no haya ninguna demanda detimbres conmemorativos, en la que pone,

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para mayor seguridad, el cartel de«cerrado temporalmente», y mantiene araya a los últimos clientes extraviados.

No quiero que se sustraiga tanfácilmente a su responsabilidad, tantomás cuanto que reacciona a mispretensiones como si éstas —a sus ojos— constituyeran una proposicióndeshonesta.

—¿Si yo ser todavía niño la cosa irmás deprisa? —vuelvo a insistirle.

—En efecto, si fuera usted un bebéen brazos de su madre, entonces sí.¡Pero tampoco tan deprisa! En primerlugar habría que asegurarse de querecibiría una educación católica.

Yo (Alí): ¡Pero hoy haber mucho

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bautizo y sin embargo padres no sercatólicos de veras!

El cura (severo, frunciendo elentrecejo): Quizá, pero nosotros no.Entre nosotros no.

Yo (Alí): Yo tengo compañeros entrabajo que estar bautizados pero quecatólicos no de veras son; ellos ríenporque yo creer en Cristo y hablo sobrelibro de Cristo. Sin embargo, todoshabernos un Dios.

El cura (sin dejarse apartar de lacuestión, con gran formalismo):

Para bautizar a los adultos necesito,como dije, el consentimiento delarzobispo de Colonia, cardenal Höffner.

Yo (Alí): ¿Y ése ser bueno?

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El cura: No. Concede su beneplácitocuando… cuando la instrucción hadurado… gradualmente… por lo menosun año…

Yo (Alí) (alborozado): ¿Ser él quienbautizar luego?

El cura (categórico): No.Yo (Alí): Yo oír que cualquiera puede

dar bautizo…El cura (mientras sigue pasando las

hojas en infructuosa búsqueda de ladirección): Sí, sí, así es, pero…

Yo (Alí): Además yo tener problema:yo quiero casar pero padres no dejanmuchacha casar con mahometano… Y siyo consigo que muchacha casar,entonces poder quedar aquí, si no, tengo

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que marchar, expulsión a la Turquía.Mi compañero Abdullah acude en mi

auxilio y elucida el problema al cura deforma acuciante:

—Si lo mandan de vuelta a Turquíatendrá que ir a la cárcel.

El señor cura hace como si nohubiese oído la molesta afirmación ysigue buscando en la agendaeclesiástica, impávido y sereno.

El cura (disgustado): Pero bueno,¿dónde está FELICITAS?

Abdullah: Por eso hay que bautizarlerápidamente.

Yo (Alí): Lo mejor sería ahoramismo, o yo venir mañana después detrabajo.

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El cura: ¡Ni hablar! ¡No puede ser!Yo (Alí). Algo pagar también puedo.El cura: No, eso no cuesta

prácticamente nada. El bautismo nocuesta nada. Los sacramentos no cuestandinero.

Yo (Alí): Pero si yo dar donativopara gentiles, ¿no ir más deprisa?

El cura: No, no, no hay nada quehacer, ni lo más mínimo.

Abdullah: No quiere hacer elservicio militar.

Yo (Alí): Yo no querer disparar, nopuedo ningún hombre matar. Ahora en laTurquía es con nosotros poquito comoantes en la Alemania con Hitler. LaTurquía es una dicta…

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El cura: Eso no tiene nada que vercon el bautismo. Son motivacionesexternas que no suponen ningunaconvicción.

Yo (Alí): ¿Hacer también gran fiestasi bautizo es con gran comunidad juntosy eso?

El cura (decepcionante): No.Yo (Alí): Yo quiero decir ¿también

grande ceremonia, baile y eso?El cura: Nooo. No, no. Aquí no…Yo (Alí): Yo sé todo, yo leído la

Biblia aquí, delante, detrás, detrás paradelante…

El cura: Eso es lo que dice todo elmundo, que lo sabe todo…

Yo (Alí): Tú preguntas entonces.

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¡Cosa cualquiera!El cura: ¿Y para qué?Yo (Alí): Sólo para ver si…El cura: No. No se trata de unos

preceptos en virtud de los cuales seadmite a los adultos en el seno de laIglesia. ¿Qué habría de preguntar?

Yo (Alí): Algo de Cristo…El cura (como si yo pidiera algo

totalmente descabellado): ¿De Cristo?Yo (Alí): Sobre su vida o así…El cura (como si Cristo no hubiera

vivido nunca): ¿Sobre su vida? Bueno,hum, hum, espere un momento, sí… (Y, aquemarropa). ¿Cómo fundó la Iglesia?

Yo (Alí) (sin pensármelo mucho):Cristo decir sencillamente a Pedro: tú

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haces ahora Iglesia para mí.El cura: Hum, bueno, sí, así podría

decirse, sí.Yo (Alí): ¡Otra pregunta mayor

difícil!El cura: No, más vale que no, más

vale que no, con ello no hago sino darlefalsas esperanzas.

Yo (Alí): ¡Por favor! ¡Una máspregunta!

El cura (con gran esfuerzo): Bien…,vamos a ver: ¿por qué hay hoy díavarias Iglesias que se reclaman deCristo?

Yo (Alí): Pues porque el Lutero fue elotro, hizo revolución, no creía más enPapa. Después haber muchas Iglesias

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que buenas son. Quieren que Cristo vivapero ellas saber muy poco. Quierenhacer Iglesia propia porque ellas noestar dirigidas correctamente, hanperdido pastor…

El cura (asombrado): Sí, desdeluego, eso es correcto.

Yo (Alí): Yo todo leído. Tambiénademás libro cabecera, el cati… ¿cómose llama?

El cura: Catecismo. Está bien. Nohace falta que siga, le creo sin más. Peroeso no nos sirve de nada, pues para elbautismo de los adultos necesito elconsentimiento del arzobispo.

Yo (Alí): ¿Pero y si yo ahora…corazón no late más y yo decir: por

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favor, bautiza a mí ahora?El cura: En caso de muerte, sí. Es

decir, en inminente peligro defallecimiento…

Yo (Alí): Y si yo de pronto ahoratengo dolor… eso ser posible… yo micorazón no tengo bueno.

El cura: Conque el corazón no estábien ¿eh?

Yo (Alí): Se estar siempre parando.Cuando trabajo duro veo yo todo negro.Estoy a veces en hospital. ¿Cómo sellama? Unidad Cuidados Inten…

El cura (corrige): VigilanciaIntensiva, hum. Pero eso no ha de sermotivo para agilizar la instrucción. Sólola instrucción revela hasta qué punto se

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halla usted asentado en la fe cristiana ysi verdaderamente pertenece a la misma.

Yo (Alí): Pero ¿de qué a mí servir siyo marchar tengo antes? Si yo no puedocasar muchacha, a mí mandar de vuelta ala Turquía, y entonces quizá yo tengoque morir sin bautismo y no soy conCristo en cielo.

El cura (con un doliente suspiro):Nadie ha dicho eso. A veces hayexcepciones.

Yo (Alí) (contento): ¿Entonces síbautismo rápido?

El cura (ligeramente desesperadoante mi despiste conceptual): No, Diosmío. Aunque se muera usted sin bautizar,ello no significa irremediablemente que

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haya de verse condenado toda laeternidad. En determinadascircunstancias cuenta el bautismoinconsciente. Cristo, en suinconmensurable bondad, también hadado a gentiles e infieles una verdaderaoportunidad…

Yo (Alí): Pero no ser bastante seguro.Mejor das a mí bautismo rápido. Vamos.Ahora a mí corazón no bueno.

El cura (con cierta indiferencia): Sí,pero eso tiene sus dificultades.

Yo (Alí): Pero principal cosa es queluego yo ser ya católico.

El cura (desesperado): Sí, cabríadecirlo, pero no cuenta, no hay ningúncertificado para eso. Le digo que no y

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que no, puesto que yo sé que usted lo haprovocado.

Yo (Alí): Pero ser verdad, puedellamar doctor.

El cura: No, ni hablar, incluso bajodeterminadas circunstancias puedoincurrir en delito.

Yo (Alí): Pues con mahometanos sersencillo. A todo quien dice querer sermahometano, decirle que sí a la vezprimera.

El cura (no sin desdén): Pues os loha puesto facilísimo, Mahoma.

Yo (Alí): De algún modo ser él mástolerante.

El cura hace como si no hubieraoído el reproche y se calla.

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Yo (Alí): Pero antes, cuando venirmisionero con conquistador en tierraextranjera, entonces ellos decir: ¡túcatólico, tú católico, tú católico! ¡Igualsi gente querer que si no querer! ¿Porqué hoy dura tanto tiempo?

El cura: Si, pero ¡vaya católicos!Antaño las cosas, hum, cómo lo diría yo,se hacían muy mecánicamente.Carlomagno les dijo a los sajones: ¡Obautismo o decapitación! (Se ríe confruición).

Yo (Alí): ¿A todos zas, zas?El cura: Fue en el 800 después de

Cristo.Yo (Alí): Indios también bautizo,

¡zas! y no saber por qué.

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El cura: ¡Pero ahí están lasconsecuencias! En el fondo no teníansino un odio feroz hacia todos loscristianos.

Yo (Alí): ¿Y también hacerlo(ademán de cortar la cabeza) conpropios cristianos?

El cura: Sííí.Yo (Alí): ¿Y Papa daba bendición

para eso?El cura: ¿Bendición? No se necesita

dar bendición ninguna. Se pueden cortarcabezas sin que haya bendiciones. Laexpresión de su semblante, bonachonaen general, cede a una mueca sonrienteinfantil-inquisitorial.

Yo (Alí): ¿Y Papa daba su Okay…?

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El cura: Eso no lo sé, no sé cuál erala posición de los Papas en aquelentonces, pero desde luego no sabían loque los misioneros hacían en América.

El cura cambia de tema y se acuerdadel asunto inicial que me indujo abuscarle:

—¿Quién quiere expulsarle a ustedde Alemania?

Yo (Alí): Aquí, la policía deextranjeros.

El cura (fuertemente impresionado):¡Ajá! La policía de extranjeros.

Yo (Alí): Incluso si yo caso mujeralemana, policía viene en dormitoriomirar si acostamos juntos.

El cura: La verdad es que en el país

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tenemos muchos turcos. Siempre hanasistido a mis clases de religión, perono querían…, no tenían ni idea de lo quees el catolicismo.

Yo (Alí): Pero ¿idea ya tiene y quererbautismo?

El cura (horrorizado): No, alcontrario, ni uno solo de ellos…

Yo (Alí): ¿Yo también tiene muchoaprender, oración, cantar y así?

El cura: Tiene usted que aprender afondo, no superficialmente, de memoria;a fondo, a fondo.

Empiezo a recitar el Padre Nuestro.Al terminar: «Y líbranos de todo mal»,el cura interrumpe y denuesta de nuevo aAlí:

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—Como buen mahometano estáusted acostumbrado, al igual que losniños, a cotorrear largas oraciones una yotra vez, sin entenderlas. Pero hemosllegado al punto final. —Y se levanta y,para desembarazarse de mí de una vezpor todas, me pone en la mano unpapelito—: Ahí va la dirección deFELICITAS, consejería de orientaciónreligiosa. Ellos decidirán.

El director de la consejería deorientación religiosa FELICITAS es unsacerdote flaco, alto y entrado en años.Tiene ese aire distanciado y distinguidode los aristócratas. Me recuerda un pocoal Gran Inquisidor que plasmara ElGreco.

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No tengo la sensación de que estainstitución eclesiástica seaespecialmente frecuentada porconversos ansiosos de recibir elbautismo. Soy el único en la sala deespera, y la visión del desiertodespacho, parecido a una oficina —en elque impresionan los muebles por suantigüedad y suntuosidad— no hacepensar precisamente que allí se trabaje.

Alí, vestido con sus raídas ropas detrabajo, se siente aquí un tanto miserabley desplazado. Tras haber relatado, deforma acuciante y algo desvalida, laparticularidad de su caso, apela aldignatario sacerdotal para que, habidacuenta de lo apurado de su situación,

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adopte una decisión rápida y al margende la burocracia.

Yo (Alí): Por eso yo necesitar, porfavor, bautismo muy rápido.

Sacerdote (no toma en serio laspretensiones de Alí y reacciona de modolevemente burlón): ¿Ah, sí? ¿Y en suopinión con qué rapidez? ¿En una hora oalgo así?

Yo (Alí) (aparentando alborozo): Sí,si poder ser, en seguida. Muchasgracias. Y si no, lo más tarde en unassemanas, pues yo de contrario cárcel enla Turquía. ¿Cuándo es bautizo?

Sacerdote (se torna cortante yformal): No puedo decirlo. Aun cuandoes mi especialidad.

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Yo (Alí): Bueno, entoncespreguntarme. Yo leer todos los sermonesde Cristo y parecer bueno.

Sacerdote (sin dejarse impresionarpor ello): ¿Quién le ha enviado a ustedaquí?

Yo (Alí) (le digo el nombre del curaque, para desembarazarse de mí, mebuscó su dirección): Y él dice que él nopoder hacerlo, que tengo que venir aquípreguntar para darme certificado.

Sacerdote: ¿Cuánto tiempo hace queestá usted en Alemania?

Yo (Alí): Diez años. Y quieroquedarme aquí. Porque yo ser kurdo y enla Turquía yo sin remedio ir cárcel. Yohecho trabajo político contra dictadura.

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Sacerdote: ¡Así que si se quedausted en Alemania ya no tiene que ir a lacárcel en Turquía!

Yo (Alí): Tengo marchar porque yono tiene más trabajo y sólo tener sellopara tres meses. Pero Cristo parece a mítambién mejor que Mahoma, no habertanta prohibición. Además Cristo estarmás a favor de los perseguidos.

Sacerdote (partiendo, al parecer, deotra forma de entender a Cristo): ¡No mediga! Y, aparte de su novia, ¿conoceusted a otros cristianos?

Yo (Alí): Sí, compañeros de mí entrabajo, también bautismo. Sólo que nohacer más que reír cuando yo hablaba aellos de Cristo. Ellos siempre leer Bild-

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Zeitung cuando yo, en los descansos,leer Biblia.

Sacerdote (ignorando la realidad):Lo importante, sobre todo, son losbuenos contactos con los demáscristianos alemanes. ¡En ello no hayaprendizaje sino actuación! Cuenta lavida, no el estudio.

Yo (Alí): Yo quiere actuar y vivir, yalo creo. ¿Y qué tener yo que hacer paraeso? Sacerdote: Vivir con la Iglesia.

Yo (Alí): ¿Hacer?Sacerdote: Ir a la iglesia.Yo (Alí) (con orgullo): Yo eso hago.

Yo voy domingo en iglesia siempre (afin de que me crea le digo el nombre dela parroquia y de la iglesia).

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Sacerdote: Bueno, está bien.Yo (Alí): Y también yo rezar puedo.

Y cantar yo puedo bien.Sacerdote: ¿Con qué frecuencia va

usted a la iglesia?Yo (Alí): Una vez domingo.Sacerdote: ¿Y cuántas veces ha ido

en los dos últimos años?Yo (Alí): Hace cuatro meses siempre

todos domingos.Sacerdote (despectivamente):

Cuatro por cuatro son dieciséis.Yo (Alí): Pero antes yo ir también a

veces y a menudo tengo trabajar en díade fiesta. Yo encuentro fiestas en iglesiabonito. Y Cristo ser verdadero amigo.

Sacerdote (quien parece tener con su

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«Señor» una relación distante y pocoamistosa): Pero creer en Cristo esdifícil.

Yo (Alí) (en tono de máximaconvicción): ¡Qué va!

Sacerdote (incrédulo): ¿No?Yo (Alí): Cristo vivir y El mostrado

cómo hacer, no sólo en libro sino Élmismo hacer, no sólo decir sino Él vivirpara nosotros. Pero usted hacer preguntaa mí ahora, ver si yo se…

Sacerdote: Bueno, no es cuestión desaber, como si estuviéramos en unaescuela. Llegamos a tener unconocimiento del aspirante a través dereuniones y vida en común. (En tono deleve reproche): Si hubiese usted venido

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hace diez años, todo estaría arregladoya.

Yo (Alí): ¿Y no hace preguntaninguna, para ver si yo sé?

Sacerdote: El problema no está en elaprendizaje. Con un fertilizante artificialno se puede hacer crecer a una plantamás rápidamente. Todo lleva su tiempo.

Yo (Alí): Cuando primeros cristianosllegan en tierra nueva, bautizarrapidísimo, a menudo sin que gentequiere.

Sacerdote: Bueno, sí, pero entoncesla Iglesia tenía otro poder y otrainspiración. Hoy lo único que importa escómo son los contactos, el contacto conlos demás cristianos.

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Yo (Alí): Nosotros contacto nomucho, porque los alemanes no querervivir con turcos.

Sacerdote: Así está preceptuado porel arzobispo. Todos hemos de tener lamisma disciplina.

Alí hace un último y desesperadointento para que el sacerdote actúe almargen de la burocracia:

—Pero ¿no puede yo al menos tenersello? Policía extranjeros, si no, hacedetención para a mí expulsar y yo tengoir de vuelta en la Turquía a prisión yquizá tortura…

Sacerdote: ¡Me es imposibleadministrar el bautismo bajo semejantesituación de emergencia política! Es una

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irresponsabilidad. Ningún obispo puedehacerse responsable.

Yo (Alí): ¿Y si yo pregunto a obispomismo?

Sacerdote: Al obispo no tiene ustedacceso.

Yo (Alí): ¿Pero si yo llamo a él ypreguntar?

Sacerdote (con desdén): A alguiencomo usted no lo dejan pasar. El obispono anda por su casa aburrido yesperando que alguien llame a su puerta.El obispo es la suprema jerarquía demás de un millón de católicos de ladiócesis. Su agenda es como la de unprimer ministro. Se halla más o menos almismo nivel.

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Yo (Alí): ¿Pero él puede darbautismo también, si él querer?

Sacerdote (mosqueado): El obispopuede bautizar en cualquier momento.

Yo (Alí): ¿Y si yo pregunto a élcuando él va pasear?

Sacerdote: No puede, no, tampoco.No puede usted abordarle en sus paseos,siempre está rodeado de policías.

Yo (Alí): Pero tú hacer a mí pregunta,ver si yo entiende Cristo…

Sacerdote (lanza un hondo suspiro,reflexiona largo rato y, por fin): ¿Jesúses Dios?

Yo (Alí); Él es sido Dios y hombre ycon Él el Espíritu Santo. Uno en trespersonas…

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Sacerdote (perplejo): Eso está bien,ya lo creo, la respuesta es correcta. Larespuesta, como tal, es correcta.

Yo (Alí) (sin cejar en mi empeño): YCristo dice Él amar todos los hombres,también a hombres que no estar en laIglesia, incluso a enemigos tienen loscristianos que amar, sólo que ellos nohacen eso con turcos… Yo digo. Cristoes con los perseguidos. Los kurdos enmi país, como antiguos cristianostambién, van en prisión porque ellosquerer propia cultura. Y Cristo estambién en favor de ellos.

Sacerdote (enfadadísimo, se pone enpie con rigidez y formalidad): Bueno,tenemos que interrumpir la

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conversación. Si es usted tan amable depasar otra vez a la habitación de antes.Mi secretaria le acompañará hasta lapuerta…

A diferencia del palurdo de laprimera entrevista, este alto clérigo medespacha de modo distinguido yaristocrático. También aquí Alí es unindeseable. Pese a constituir unaexcepción absoluta —prácticamente nohay ningún turco que tenga las miraspuestas en una conversión a la fecatólica (lo que tampoco es extraño,habida cuenta de las francas ydisimuladas hostilidades y

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humillaciones de que son objeto porparte de los siervos de Cristo)—, enningún caso se le quiere admitir en lasadocenadas, ahítas e infatuadascomunidades de «cristianos» en el senode la Iglesia oficial. Bastante es que lostengamos que soportar en nuestrasescuelas, barriadas suburbiales yestaciones de ferrocarril. Nuestrasiglesias —pese a lo vacías que están—deben permanecer limpias y libres deturcos.

Otro cura, al que Alí hace una visita,tiene su residencia parroquial —devarios pisos— erizada de espejosretrovisores de camión. Al lado de cadauna de las más de una docena de

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ventanas se ha instalado un espejo através del cual puede observarse lapresencia de un visitante junto a lapuerta de entrada.

Puesto que tras una primera llamadaal timbre la puerta no se le abre a Alí,éste lo intenta de nuevo media hora mástarde, apretándose contra la puertainmediatamente después de llamar yprocurando quedar en un ángulo muertodel espejo.

El pestillo es accionado y en elprimer piso se ha atrincherado un curade mediana edad, el cual, impávido ycon indiferencia, escucha laspretensiones de Alí, a quien no invita aentrar.

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—Eso es una idea fija —mesermonea (a mí, Alí)—. ¿Quién le hahecho pensar en eso?

—Cristo ha llamado a mí —lecontesto en el estilo de las historiassagradas para niños—. Yo quiere seguira Él.

—Lo único que usted pretende escamuflarse para conseguir másfácilmente un permiso de residencia.Admita usted que lo que lo impulsó asolicitar su ingreso en nuestra Iglesiason motivaciones políticas. Usted sólopersigue beneficios personales.

—Cristo también ayuda perseguidospolíticos —contesto.

—Si se rebela usted contra las leyes

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del Estado será usted perseguido entodas partes —me alecciona.

—La Turquía no democracia, sídictadura —le replico.

—Todo eso no son más que tópicos—me ilustra el cura—, cada pueblotiene el gobierno que se merece. Haypueblos que aún no están maduros parala democracia parlamentaria. —Piensaun momento—. Y además ¿qué quiereusted? Lo cierto es que en Turquía tienenustedes un parlamento elegido.

—Intervenido por los militares —digo yo—, partidos democráticosprohibidos y perseguidos.

—Pero eso no ha sucedido porque sí—continúa, politizando—, sólo así

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podía ponerse coto a la subversión y alterrorismo declarados.

—Policía y militares hacenterrorismo y torturar a prisionerospolíticos —respondo yo.

—Confiese que es usted comunista yquería colarse subrepticiamente entrenosotros para camuflarse. Nosotros nosocupamos de las necesidadesespirituales de los presos en lascárceles y prestamos nuestra ayuda alúltimo de los pecadores, a condición deque se arrepienta. Pero para elementossin conciencia no hay sitio entrenosotros… ¡Lo mejor es que regrese alsitio de dónde ha venido!

Le miro con desconsuelo.

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—Caso de haberme equivocado enlo que a usted respecta —me dicebajando el tono—, después de la Pascuade Resurrección puede pedirme hora devisita. Entonces me tomaré el tiemponecesario para sondearle a usted algomás pormenorizadamente y poner aprueba más a fondo su actitud haciaCristo.

Alí se da por enterado. Le essuficiente. Considera ociosa una nuevaentrevista. El concepto de Cristo porparte de este cura le parece, igualmente,harto inequívoco.

—Saludos al Señor Cristo, si ustedverle —se despide Alí. Se queda unmomento reflexionando y dice, más bien

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para sí—: No, aquí ha muerto hacemucho. —Y mientras el cura se queda depie, atónito, Alí baja las escalerassilbando su canción favorita, «GranDios, nosotros te alabamos…».

Alí no ceja en su propósito. Tieneque ser posible encontrar a un sacerdoteque se tome en serio su misión cristianay no deje sin administrar, porcomodidad, prejuicios o apenasdisimulada xenofobia, algo tansobreentendidamente natural como es elbautismo rápido y libre de burocratismohasta el límite de lo posible.

Pero los otros dos curas a los queacude Alí se muestran asimismoindiferentes ante la urgencia de su

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apurada situación. Un joven capellán lepone en la calle:

—Prescindimos de la gente quequiere hacerse católica porque otros selo exigen o porque resulta ventajoso.Tiene usted que saber que no somosninguna compañía de seguros.

Otro cura más entrado en años,quien, en su calidad de pastor de almasde las clases superiores, vive en unaresidencia parroquial que parece unpalacio, manda a Alí que diga el PadreNuestro y rece en voz alta el Ave María,amén de entonar un canto de iglesia. Alíse decide por el: «… y entonces sedispuso a morir con ánimo amoroso,para ganar nuestra salvación…», de

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Christoph Von Schmid, para al final noconseguir sino que le echen.

Además el cura me desconcierta,preguntándome cómo se dice en turco«monaguillo».

—Gurui, gurui —invento yo.—Gurui, gurui —repite el cura,

francamente impresionado.El cura: ¿Y dónde vive usted?Alí (dice una dirección y añade): En

el sótano con familia Sonne. Tiene queno saber nadie, porque sótano ellos —sin ventanas y no seco— no tenerpermiso para alquilar.

El cura: ¿Ha ido usted a darse dealta en la policía?

Yo (Alí) (titubeante): No familia

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Sonne no quieren. Y aquí nadie a turcoquerer alquilar vivienda correcta.

El cura (severo): En tal caso, bajoningún concepto puedo admitirle en lacatequesis. Procúrese primero uncertificado de residencia como esdebido. Y luego la preparación durarápor lo menos un año. Usted mismocomprobará que la instrucción hacemucho bien, que se instala uno realmenteen la fe cristiana y puede decir «ahorapertenezco total y auténticamente a lamisma».

Alí (objeta): ¿De qué servir, sientonces ya prisión en la Turquía?

El cura (sin inmutarse): Eso sonrazones secundarias, políticas, que no

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deben influirnos en nuestras decisiones.Alí está a punto de darse por vencido.Le viene a la memoria el versículobíblico: «Le es más fácil a un camelloentrar por el ojo de una aguja que a unrico en el reino de los cielos», y leparece que es perfectamente aplicable alos sacerdotes católicos.

Hasta el momento Alí ha escogidolas parroquias al puro azar, dentro delamplio entorno de su lugar deresidencia, bien conocido por él desdetiempo atrás. Pero esta vez se va alcampo, a una distancia de unos 100 km,y se detiene allí donde el lugar le parecemás mísero y la iglesia más decrépita.Se dirige a la casa parroquial y le abre

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un hombre de aspecto juvenil.Yo (Alí): ¿Puede yo hablar con

párroco?—Sí, soy yo —dice el joven,

vestido con atuendo de seglar y con lacamisa abierta. Es la primera vez queAlí se ve en presencia de un sacerdotecatólico sin uniforme de servicio. Eljoven le invita a pasar a su despacho.

Alí comienza a relatar su problema.Antes de que haya terminado elsacerdote le interrumpe:

—Le entiendo muy bien. Y ahoraquisiera usted pedir el bautismo.

Yo (Alí): Sí. Sacerdote: Sí, porsupuesto, podemos hacerlo en lospróximos días. Entonces será usted

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católico, luego le extiendo una partidade bautismo ¡y ya está!

Sin poner peros ni trabas, sin meterpor medio al obispo, sin formularpreguntas santurronas, hipócritas,pseudocristianas e inquisitoriales, se dacuenta de la gravedad de la situación,comprende lo que está en juego para Alíy actúa de un modo espontáneamentecristiano.

—Antes habríamos de mantener losdos una conversación —dice— y apartir de ese momento formará usted yaparte de nuestra comunidad y con eltiempo acabaremos conociéndonosmejor. Además, si a pesar de ellosurgieran problemas con la policía de

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extranjeros, puede usted contar conmigo.Todo se aclarará —me alienta— y notendrá usted dificultades.

Le doy las gracias. Resulta llamativoque este joven sacerdote, que no tieneaspecto alguno de funcionario, hable conun ligero acento europeo oriental. Segúnme entero después, hace cuatro años quese marchó de Polonia. Quizá su propiabiografía le haya posibilitado elidentificarse con un extranjeroperseguido, o al menos compenetrarsecon su situación; acaso también él, en supatria, llegara a experimentar lo quesignifica persecución, o al menos noviviera y trabajara en el seno de unacebada y adocenada Iglesia oficial. Pero

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quizá también esa capacidad decompenetración y simpatía la hayaadquirido por vez primera aquí, entrenosotros, en «la parte libre deAlemania», pues a él mismoposiblemente se le haya tratado como aun extranjero indeseable.

Sea como fuere, prefiero mantenerloa él también en el anonimato, pues nopuedo menos que temer que el hecho dedar publicidad a un comportamiento tanhumano y cristiano como el suyo, podríadar pie a que sus superiores loconsiderasen como una falta grave yfuese objeto de la correspondientesanción.

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Post scriptum. Más casualmente meentero de que el sacramento delbautismo puede ser administrado en«otros casos» de forma muy pródiga ylibre de burocratismos. Cuando un nocatólico «sin Dios» aspira a la direcciónde un gymnasium regido por la Iglesiacatólica y en determinados círculossociales se ha llegado a un acuerdo, laadmisión en la Iglesia católica,favorecedora para su carrera, se realizaen pocos días.

Lo mismo sucede —e igualmente sininstrucción catequística y sin examensobre conocimientos bíblicos— cuandoel director previsto para un hospital

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católico no está bautizado. Al cabo detres días se produjeron, en este caso,bautizos relámpago a cambio de unpequeño óbolo, absolutamentevoluntario, depositado en el cepillo dela iglesia.

Acaso se me reproche —a mí, Alí—haber dejado aparte a los clérigosprotestantes. Ello quizá tenga susrazones en mi propia biografía y, entreotras cosas, tiene que ver con lacircunstancia de que cuando era un niñode cinco años, de manera absolutamenteinnecesaria y forzada hube de soportaruna ceremonia católica de bautismosumamente desagradable.

Sucedió así: mi padre había

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ingresado en un hospital católico,afectado por una septicemia. Estabadesahuciado y lo habían arrinconado enuna diminuta habitación, a la que sedenominaba estancia mortuoria. Elpersonal de asistencia —monjas—, envista de que, según confirmaba supartida de bautismo, él era católico, leestaba dando la correspondiente tabarraen el sentido de que había ofendidogravemente a su Dios por no habersecasado por la Iglesia católica y porhaberme hecho bautizar según el ritoprotestante. Al enfrentarse a la muertetuvo la debilidad de permitir que todoello fuese revisado, de modo que en eldiminuto cuartito se celebró una

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ceremonia de casamiento y yo fuibautizado por segunda vez, en estaocasión según el rito católico. Aún hoysiento la crispación y la falsedad deaquella situación. Me pusieron porencima un paño bautismal, un ciño en lamano, y un trapense declaró que deahora en adelante me llamaba Johannes.Yo protesté y dije que me llamabaGünter, pero el ritual siguió su curso sininterrupción.

Un acto totalmente superfluo, inclusosegún los principios de la fe católica,puesto que lo válido es: El bautismosirve para toda la vida.

Por otra parte, al cabo de unassemanas, después de este espectáculo,

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mi padre se puso bueno. Las monjas delhospital comenzaron a hablar de unmilagro producido por el«arrepentimiento activo» de mi padre.Lo que se callaron, por cierto, es que eldirector del hospital había hecho loimposible para que mi padre fuera unode los primeros pacientes tratados conéxito con penicilina por el gobiernomilitar norteamericano en Colonia.

En cualquier caso, fue así como yome convertí en católico.

A este lado del Edén

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Puesto que su aspecto es siempre tanalegre y pacífico, y con sus marquitosovales de madera sobre sus rojasvestiduras se presentan tandespreocupados como niños, Alí se daun garbeo hasta las jóvenes y losjóvenes Bhagwans.

Un nuevo movimiento que seconsidera a sí mismo como religiónuniversal, en el que se ponen a pruebanuevas formas de convivencia y, adiferencia de lo que sucede en lamayoría de las demás religiones, lasexualidad no es reprimida, tabuizada oatrofiada en aras del exclusivo fin de lareproducción, sino que, por el contrario,puede ser vivida más bien lúdicamente,

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con espontaneidad y sin constricciones,amén de no quedar limitada a la pareja.Alí espera que aquí no se le trate conprejuicios por ser extranjero. Abdullah,su amigo y compañero, le acompaña.

Abdullah, quien, al contrario queAlí, no se hiciera falsas esperanzas eilusiones en el cristianismoadministrado por la Iglesia oficial, estavez le acompaña con menos recelos yquiere esforzarse también por conseguirla admisión en el seno de los Bhagwans.

Un punto de arranque es el centro dela calle Lüttich, en un barrio residencialde alto nivel, bastante céntrico. En él seencuentran situadas numerosas casas dela administración de «Constructoras

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Rajneesh Koch y Hnos.». La recepciónestá provista de un mobiliario entonalidades luminosas, noble yexquisito. Nada maloliente ni cursi,como se encuentra con frecuencia en lassectas.

Cuando entramos, dos Sanyasinsestán telefoneando en sendos aparatos.La conversación telefónica les absorbetanto, que no se percatan en absoluto denuestra presencia. Según todas lasapariencias, no se trata ni de un actomisionero ni de cuestiones relativas a lafe. Uno de ellos está comunicando cifrasde transacciones y se justifica repetidasveces porque, al parecer, las sumascomunicadas son inferiores a las

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cantidades deudoras. El otro pareceestar impartiendo a su interlocutor uncurso acelerado de inversión de fondos.Se habla de un «donativo antes defecha» y de una «elusión perfectamentelegal del impuesto sobre la herencia».Luego se menciona «una información deultimísima hora, directamente deEE. UU.: ¡Durante el próximo semestrevender sin falta dólares y convertirlosen oro!».

Ambos Sanyasins producen lasensación de ser jóvenes ejecutivos o,mejor aún, especuladores en bolsa deaspecto relajado y blando, nadaagresivos pero sí inflexibles en susasuntos. Nos ignoran sus buenos diez

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minutos, hasta que uno de ellos terminade comunicar sus cifras de transaccionesy hace como si justo en ese momento sediera cuenta de nuestra presencia:

—¿Qué hay? —nos saluda.—Yo quiero ser miembro —digo yo.Nos mira con menosprecio de arriba

abajo.—¿Ser miembro? Pero eso no se

consigue tan fácilmente. Lo que vosotrospretendéis es tener vivienda y trabajo,¿no? —pregunta con una levesuspicacia.

—Si ser posible también —digo yo—, pero no sólo por dinero.

No por eso sólo ser. También porconvivir como ser debido.

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Él: Pero eso llevará mucho tiempo.Creo que precisamente a vosotros eso osllevará algún tiempo.

Yo (Alí): ¿Cuánto tiempo?Él (sin querer comprometerse): Eso

varía mucho. No lo hacemos segúnreglas fijas. Lo que importa es el gradode experiencia que se tiene conBhagwan y la fuerza del deseo dealcanzarlo.

Yo (Alí): Mucho, mucho fuerte.Él (desconfiado): ¿Por qué te corre

tanta prisa?Yo (Alí): Quiero dejar todo tras mí.

De contrario tengo marchar a la Turquíay allí a prisión. Le relato la historia dela persecución política.

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Pese a ser joven, en absolutodogmático y, como sin duda se cree,hallarse en el camino recto de lailuminación, su reacción es típicamenteclerical:

—Bueno, ya voy entendiendo unpoquito. Con esto lo que buscas esbeneficiarte y esperas conseguir algoque tenga que ver con tu trabajo o con tustatus político. ¿Es así?

Yo (Alí): No. Yo sólo quiere quedaraquí y hacer a mí miembro.

Él: Vamos, que quieres venir anosotros porque te gustaría quedarteaquí en Alemania.

Yo (Alí): También.Él: Ésa no es ninguna razón. Siendo

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así no te admitiremos bajo ningúnconcepto.

Yo (Alí): No. Ser también porconvivir. No cada cual hacer dineropara él, sino común. Mujeres tampocono para cada cual sino para todos juntos.

Él: Creo que es mejor que te quedesallí de donde has venido. Tienes ante tiun camino demasiado largo hasta llegara nosotros.

De nuevo me he estrellado contra unmuro. En los comienzos del movimientoBhagwna, la desenfrenada fase comunalfue presentada como una especie decebo para toda suerte de frustradospertenecientes a las capas medias y altasde todo el mundo. Pasado un tiempo, el

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gran Maestro —hasta cierto puntofrenado por la gota y, sin duda también,por miedo al SIDA— predica más lacontinencia y la vida en pareja. Su nuevadivisa no es ya la del sexo en grupo sinomás bien la de un congelado y nofornicatorio sucedáneo del placer: elconsumo del lujo por el lujo, porejemplo, Rolls-Royce. La meta que sepersigue: cada día otro, 365 distintos alaño, precio por unidad: 300 000 marcos.Ni siquiera para sus adeptos sino, en sumegalomanía, exclusivamente para él.

Para este joven bhaggie mispretensiones eran demasiadodesvergonzadas y presuntuosas. Condeterminados gurús semi-conversos de

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la izquierda todavía se puede unoasociar en comunidad. Pero con unpobre currante turco advenedizo se ponede manifiesto toda la gama de prejuiciosde la otrora Raza de los Señores.

Nueva entrevista en el centroBhagwan de la calle Venloer, en lascercanías de la Friesenplatz. En larecepción, dos mujeres y un hombre másbien joven.

Las dos mujeres cuchichean y lanzanrisitas al ver entrar a los dos candidatosturcos. Cuando nos sentamos de piedelante de ellas no nos hacen el menorcaso y se dedican a pasar hoja tras hojade unos legajos, en vista de lo cualnosotros echamos un vistazo a nuestro

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alrededor. En una sala más grande hayunos treinta adeptos de Bhagwan, de piey sentados, mirando como hipnotizadosun televisor, en cuya pantalla, sinembargo, no se está viendo ningunaretransmisión de un partido de fútbol ytampoco ninguna exhibición de BorisBecker. Lo que se emite es unavideocassette del Gran Maestro deOregon, quien se halla rodeado de unpuñado de entusiásticos seguidores quelo ovacionan puestos en pie. El GranMaestro avanza lentamente, sentado ensu Rolls-Royce, baja la ventanilla ysaluda condescendientemente a susseguidores, con parcos movimientos dela mano y una expresión bobalicona y

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fatua en el semblante.

La palabra de Bhagwan

«El egoísmo es cosa natural. No esuna cuestión de Bien y Mal. El másapto sobrevive, y es él, el másapto, quien debe ostentar el poder.Y quien ostenta el poder es el quetiene razón. Como alemanes,deberían ustedes saberlo. Me gustaese hombre (Hitler). Estaba loco.Pero yo estoy aún más loco. Hitlerno escuchó a sus generales, sino asus astrólogos. Pese a ello, durantecinco años no hizo sino vencer. Era

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tan moral como el MahatmaGhandi. Por naturaleza Hitler eraun hindú, más aún que Ghandi. Eraun santo… Yo soy totalmenteinatacable. Yo atacaré a todos ynadie me atacará a mí. Esto essencillamente cierto».

Extraído de Der Spiegel, n.º 32,1985

La escena televisiva estáacompañada por una musiquilla tipo«la-la-la», puesta en la propia sala, acuyo ritmo —idéntico al suelto yrelajado de los adeptos en Oregon—menean también las caderas los

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Sanyasins en Colonia, algunos de loscuales marcan el compás batiendopalmas. Mientras tanto no pronuncian niuna palabra.

A fin de no turbar sus devociones,nos retiramos de nuevo al mostrador dela recepción y yo vuelvo a presentar misolicitud. Tras un buen rato en el que senos deja allí de pie sin queaparentemente nadie observe nuestrapresencia —aunque sin embargo somoscuidadosamente vigilados por el rabillodel ojo—, se dirige a nosotros unhombre joven, de unos treinta años.Abdullah hace ya un rato quetamborilea, nervioso, sobre elmostrador.

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Una vez que yo (Alí) he expuesto miproblema, se produce una réplicarelajada y antiautoritaria:

—No, eso no puede ser así. Esto noes un club. Para empezar tiene que habermeditación, y eso lleva su tiempo. Cadadinámica cuesta cinco marcos (quieredecir por hora, G. W.). Cuando ya haspasado en esa fase el tiempo suficiente,entonces tienes que mantener unaconversación sobre el Sanyas-name conla coordinadora del center.

Yo (Alí): ¿Qué es eso?Él (lacónico, oracular): Es lo que

aquí hacemos.Yo (Alí): Nosotros turcos mucho

siempre solos, queremos mejor vivir en

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comuna con alemanes y otros juntos.El (desdeñoso): Sí, pero tú mismo

no puedes juzgar en absoluto lo que esbueno para ti. Eso lo determinan luegootros por ti. Lo primero que has delograr es el sentimiento hacia todo lodemás…

Yo (Alí): Pero sentimiento yo tener…Él: Careces por completo de

cualquier criterio para permitirte unjuicio sobre este particular.

Yo (Alí): Vuestro jefe, el Bhag,también ser extranjero.

Él (reflexiona): No, en realidad no.Más alemán y americano. (No hayadeptos indios del Bhagwan. En supropio círculo cultural pasa por ser un

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charlatán. De ahí que para él la India sea«un país física y espiritualmentemuerto». G. W.)

Yo (Alí): ¿Dónde vivir Bhag?Él: Actualmente vive en América. Se

puede ir a América para visitarlo.(Por lo regular los adeptos viajan

masivamente a EE. UU. en vueloscharter, previo pago en las arcas deBhagwan de tres mil marcos por diezdías, a lo que se añaden duras laboresen el campo, no retribuidas, que ellosllaman recogimiento devoto).

Yo (Alí): Yo saber que entre vosotrosalemanes vivir juntos en comuna. ¿Porqué no podríais ningún turco admitir?

Él: No se trata de que vivamos

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juntos. Lo que importa aquí es queBhagwan es nuestro Maestro espiritual.Todo lo demás carece de importancia.Eso es lo más importante. De hecho túpuedes vivir solo y tener un trabajo y,una vez al año, puedes, por ejemplo,viajar a Oregon. Pero vivir en comunaes otra cuestión. Los que viven encomuna tienen que armonizar entre sí yhaberse acreditado previamente deforma especial.

Yo (Alí): Nosotros no tiene trabajoninguno y no tiene casa donde vivir. Yser miembro es cosa buena. Nosotrosnecesita muy poco dinero sólo.

Él: Ya, pero entre nosotros las cosasno son así. El que no tengas casa ni

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dinero no es razón alguna. La únicarazón consiste en que quieras estar conBhagwan. Y ésa es otra razón.¿Entiendes? Es algo que nada tiene quever con lo que tú dices. Creo que noarmonizamos como es debido.

La secta está dirigida por ShreeRajneesh, un hindú residente en losEE. UU., que ha roto su largosilencio frente al público y, en unaentrevista concedida a la compañíade televisión ABC en julio de1985, declara que él es el «gurúdel hombre rico» y que la finalidadprincipal del movimiento es el

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«enriquecimiento». «Todas lasdemás religiones se preocupan porlos pobres —contestó el Bhagwana la pregunta de por qué noempleaba él su considerablefortuna en combatir la miseriasocial, en vez de invertir en suflota de Rolls-Royces—. Haga elfavor de dejarme en paz, yo dequien me preocupo es de losricos».Sólo en Alemania una buenadocena de discotecas, una cadenade restaurantes vegetarianos,kioskos y empresas de laconstrucción trabajan para elBhagwan.

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El entierroO el vivo al hoyo…

Alí, rechazado y despachado sincontemplaciones —con una solaexcepción— por los funcionarios deDios; criticado y escarnecido por losmonomaniacos de la secta Bhagwan,intenta integrarse en alguna parte y seraceptado. Puesto que entre los vivos supresencia resulta tan «chocante» ypuesto que los mismos quieren hacerle«callar como un muerto», esta vezprueba suerte directamente entre losmuertos. ¡Se parecerá a un muerto!Como dice el proverbio alemán: «A

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donde fueres…». A fin de preparar suviaje al reino de los muertos, Alí sepone su traje de los domingos. Y pararecalcar su decrepitud alquila una sillade ruedas y un acompañante le empujahasta la mayor y más distinguidafuneraria de la ciudad.

Alí llega sin avisar. Es introducidoen el recinto y la dueña de la funerarialo recibe cortésmente. La señora, querepresenta claramente hallarse en laspostrimerías de su treintena, a primeravista no resulta antipática. Alí expone suproblema. Como consecuencia de sutrabajo en la industria elaboradora delamianto (fábricas Jurid) ha contraídocáncer bronquial y pulmonar. El médico

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le ha dicho francamente que morirá sinremedio dentro de dos meses. Supresencia aquí obedece al deseo dearreglar el asunto del ataúd y de sutraslado a Turquía.

El siguiente diálogo (ligeramenteabreviado pero reproducidoliteralmente) da testimonio de unmacabro, desalmado e inhumano cultocontemporáneo a los muertos, en virtuddel cual aquel que aún está vivo eseliminado, como si fuera ya un objetomuerto, un ya-no-hombre, un pedazo debasura. La mujer de las pompas fúnebresni siquiera pregunta cómo se encuentra,pese a que yo (Alí) en modo algunotengo la apariencia de hallarme enfermo

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de muerte. No malgasta ni una solapalabra en inquirir si por casualidad lamedicina podría aún ayudarme. Nomostrará hacia mí ningún tipo decompasión. Al contrario, en seguida vaal grano:

La mujer: En lo tocante al trasladopor vía aérea, depende también decuánto pese usted. El ataúd tiene que irdentro de una caja de transporte y sepesa todo junto. El precio se fija enfunción del peso y del lugar dedestino…

Yo (Alí): Ser lejos en la Turquía,montañas de Rasgar junto frontera rusa.

La mujer: Todo dependerá,probablemente, de si el viaje es por

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carretera o por avión. Desde luego,tendremos que llevarle al aeropuerto yluego ir a buscarle de nuevo alaeropuerto, pues de lo contrario sequedaría usted allí. Y si hacemos elviaje de un tirón le podemos llevardirectamente al lugar delenterramiento… ¿Cómo está ustedregistrado en el Seguro de Enfermedad?

Yo (Alí): Normal.La mujer: ¿Cómo trabajador o como

pensionista?Yo (Alí): Estar enfermo más de un

año.La mujer: ¿Ha trabajado

últimamente y después se puso enfermo?Yo (Alí): Sí, en fábrica de amianto,

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no a mí dar máscara ninguna…La mujer (interrumpiéndome con

enojo): Eso aquí no viene al caso. Lacuestión es si desea usted sertransportado por carretera o si quiere irpor avión. El vuelo obliga a tener encuenta el peso.

Yo (Alí): Yo no pesado. El doctordice que en dos meses, cuando muerto,ligerito como niño porque cada vezsiempre menos.

La mujer: Sí, pero el largo ¿siguesiendo el mismo, o quizá no? Tratándosede un niño no hay problema, puesto queel ataúd es más pequeño, perotratándose de un adulto habría quetransportarlo en un contenedor para que

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los pasajeros y la gente del aeropuertono se enteren de que se transporta uncadáver.

Yo (Alí): ¿Y si yo no ataúd, sino hacefuego?

La mujer: ¿Cremación? En ese casosería usted incinerado aquí y luegopuede enviarse la urna por correo.

Yo (Alí): ¿Eso no ser mucho dinero?La mujer: Es mucho menos, pues no

entra toda la cuestión del transporte. Sile incineramos aquí, y haciendo uncálculo global, todo quedaría quizá pordos mil quinientos marcos, a lo quehabría que añadir el envío por correo,según la tarifa postal.

Yo (Alí): ¿Y no puede hermano llevar

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en bolsa de plástico[5]?La mujer: No, eso en ningún caso,

eso aquí no lo hacemos. Tiene que irusted al lugar donde quiere serenterrado; tiene que solicitar laautorización del lugar en el que la urnaserá enterrada, la cual tenemos querecibir aquí en el crematorio. Cuandollega ese documento entonces se hace elenvío a su destino.

Yo (Alí): ¿Y no poder hacerse bajomano, poquito dinero?

La mujer: No, en absoluto. Aquí nose hacen, así como así, entregas aparticulares.

La señora está al frente del negocioy toma el asunto en sus propias manos.

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Me empuja (a mí, Alí) en la silla deruedas hasta donde se encuentran losataúdes. Cuando yo (Alí) le pidoinformación: «¿Qué ser más bonito,cofre de quemado o grande ataúd?», ellase adapta de manera asombrosamenterápida a mi torpeza idiomática y vuelvela atención sobre el mayor costo de losataúdes de transporte.

—¿Se refiere usted a la urna o alataúd? Pues bien, si me lo pregunta: elataúd es mucho más ventajoso. Es algocompletamente distinto. Tire usted paraacá —le dice a mi acompañante alemán,al tiempo que se inclina sobre mí en lasilla de ruedas para tomar medidas.Cruje la pesada puerta corredera del

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depósito de ataúdes y de una salacontigua se oye el ruido que hace lasierra del carpintero—. Lo mejor es queeche usted un vistazo y vea lo que más leagrada. Cada gusto es, desde luego,diferente. —Y, al poco de decir esto,añade—: Por supuesto que puede ustedecharse dentro para probar en cuál seencuentra más a gusto.

Golpea con los nudillos contra unsobrio ataúd de roble y prosigue:

—Este de aquí es actualmente elmodelo estándar. Claro que si quiereusted algo más sólido y robusto… ¿Quéle parecería a usted éste de aquí? —Suvoz adquiere un tono más suave einsinuante, como si lo que quisiera

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venderme fuera un lecho conyugal paratoda la vida—. Auténtico roble alemán,pesado y macizo. En estos momentos esel más consistente de los que tenemosaquí. Es de roble macizo —vuelve arecalcar—. Y totalmente forrado deseda.

—Yo mira dentro —digo yo. Ellareacciona con cierto escrúpulo, como si,en una tienda de muebles, yo pidieraacostarme en la cama matrimonial paraprobarla.

—Willi, ven a ayudar —llama ella asu socio y/o marido, que está en la salacontigua. Willi acude rápidamente. Seda aires de importancia pero produceuna impresión de cierta timidez—. Se

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trata de un envío a Turquía. No lequedan más de dos meses de vida yquiere echar una ojeada al interior delataúd —dice, presentándome (a mí,Alí).

Entre los dos levantan la pesada tapadel ataúd.

Dentro no hay más que maderapelada.

—Pero tela fina ninguna —reclamoyo—. Tú en cambio decir se estar muyblandito.

Cual mentirosos a los que se hapillado en un embuste, ambosintercambian una mirada.

—Pero se lo pondríamos, eso pordescontado, puede usted estar totalmente

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tranquilo —dice Willi con voz grave—.Ofrecemos plena garantía.

—¿Qué costar?—Exactamente, 4795 marcos —

consulta Willi en una lista de precios.Yo (Alí) palpo la madera y golpeo el

roble con los nudillos, arrancándole unsonido hueco.

—¿Mucho durar? —quiero saber(Alí).

—En efecto, se trata de un trabajo decarpintería de primer orden, dura cincoo seis años hasta que se descompone —me tranquiliza.

Pero Alí todavía no ha encontrado loque busca. Ya que en la vida nadie ledio nunca a elegir, al menos ahora, en la

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muerte, quiere ejercer la libre elección.—¿No hay un ataúd que no tiene

aspecto de tan triste ataúd? ¿Uno que sercolorines y te alegrar un poquito? Sabeusted, vivienda tan mucho oscura yhúmeda yo siempre vivir, ahora quiereal menos bonito ataúd ¿comprendes?

Ambos se cruzan breves miradas,pero disimulan presurosamente suestupor.

—Bueno, lo que se dice de colorineses algo difícil, no es corriente, pero¿qué le parecería a usted este de aquí?—dice Willi.

La señora me empuja en la silla deruedas hasta los acharolados yostentosos ataúdes de caoba. A cuál más

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horrendo y fachendoso, piensa Alí parasus adentros, y pregunta:

—¿Ser de plástico?—Auténtica caoba, garantizada —se

apresura a asegurar Willi—, uno denuestros modelos más originales yvaliosos.

—Poquito más repujos —exige Alí.—Hum… ¡Ah, ya! Quiere usted

decir repujados. Bueno, ¿qué le parece austed éste, nuestro modelo francés? Lotenemos en oferta especial. Actualmentesólo cuesta 3600 marcos. Antes costabamás de 4000.

Yo (Alí): ¿Venir de Francia?Willi: Así es, viene de Francia.Yo (Alí): ¿Qué parece a ti más

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bonito?Willi: Es cuestión de gustos. Se trata

de un modelo muy diferente de los deaquí.

Yo (Alí): Y gente que tener dinero,¿qué clase ataúd cogen los alemanes?

Willi: Pues, por lo general, losataúdes alemanes, de roble y maderasasí.

Yo (Alí): Y ¿quién coger éste?Willi: A menudo para traslados. Al

extranjero. Franceses, y tambiénitalianos.

Yo (Alí): ¿Y este mucho dura?Willi: Sí, pero para Turquía tenemos

que agregar también un revestimiento dezinc…

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Yo (Alí): ¡Ah, ya! Chapa hojalata…Willi: Es decir, que una vez dentro

queda usted totalmente soldado, porquede lo contrario no podríamos pasar lafrontera. La soldadura la hacemosprácticamente aquí, y luego se colocaencima la tapa de madera.

Yo (Alí): ¿Qué costar?Willi: Bien, pues con el

revestimiento de zinc y la soldadura,alrededor de 6000 marcos.

Yo (Alí): ¿No se puede tener rebaja?Willi: Podemos discutir el precio si

lo confirma usted previamente y loabona por adelantado. Podemos hacerleun descuento del 5%, quedando entoncesen sólo 5700 marcos. Pero sólo si lo

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paga usted al contado.Yo (Alí) (horrorizado): ¿Y si después

yo no muere, dinero a mí devuelves?Willi; No, no hay derecho a

devolución, ese precio supone ya undescuento especial por deferencianuestra. Pero el hecho es que, si no heentendido mal —me consuela Willi—,en su caso es seguro que… sólo dosmeses para su… —Balbucea. Le resultadesagradable pronunciar en mipresencia la palabra muerte—… Bueno,aún nos faltaría saber dónde hay queentregar el ataúd en Turquía, tendríamostambién que hacer algún cálculo en loreferente a su traslado.

Yo (Alí): Nosotros allí muy alto,

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montañas hacia Rusia, tierra bonita,puedes venir con familia mía pasarvacaciones, cuesta nada. Se muestraimpasible, como desvinculado delasunto:

—Desde luego yo no formaría partede la expedición. Contratamos a unconductor y tendríamos que… —Secalla y calcula—… Sí tendríamos quecontar 1,30 marcos por kilómetro. Por elviaje de ida y el de vuelta.

Quiere saber dónde está Rasgar, ysólo el transporte por carretera le salealrededor de 10 000 marcos.

—¿Y si ahora yo, que aún vive,marcho ya para allí, no ser más barato?¿Y entonces hago quema o ataúd? —le

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desconcierto.—Eso no es asunto de nuestra

competencia —lanza un hondo suspiro—. Nosotros sólo podemos hacernoscargo de usted mediante un certificadooficial de defunción expedido por unmédico forense, y en caso de cremacióntiene que realizar una inspección previaotro médico forense.

—Si muerto, es muerto —digo yo—.Dar a mí igual. Yo (Alí) señalo haciauna de las piezas del muestrario, unaurna delicada y de formaparticularmente bonita, no un cacharrotan feo como el resto de los recipientesmortuorios.

—Aquí, si hacer fuego, ¿no puede yo

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meter?—No, por Dios, no serviría. Es

cerámica. Sólo está en exposición. Noestá en venta. Se trata de una piezaantigua.

Yo (Alí) he comprendido. Mientrasmi acompañante empuja la silla deruedas hacia la salida, se me aseguraque la empresa «tiene un contacto» conel Seguro de Enfermedad competente yque «desde luego podemos averiguarbajo mano a cuánto ascendería elsubsidio de defunción por parte delseguro. Y luego, ya veríamos».

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En la supremainmundiciaO «fuera de la ley»

Creo que no es posible logrartransformaciones serias sin meterse, de

algún modo, en la inmundicia. Todaacción «desde fuera» me inspira una

terrible desconfianza, pues corre elpeligro de no ser otra cosa que un

huero parloteo.Odile Simón, Diario de una obrera de

fábrica.

Yo (Alí) intento directamente obtener un

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puesto en las fábricas Jurid (elaboracióndel amianto, revestimientos para frenos)en Glinde, cerca de Hamburgo. Misamigos turcos me informan de que lospuestos de trabajo más perjudicialespara la salud se los dan preferentementea los turcos. Según estos amigos, lasseveras medidas de seguridad que rigenpara la fabricación del amianto no estánaquí en vigor. El polvo filamentoso —que provoca el cáncer y la muerte—alcanza un alto nivel de actividad en laatmósfera. Muchas veces no se utilizanlas máscaras antipolvo fino. Conozco aalgunos antiguos trabajadores quedespués de un año y medio o dos detrabajar allí resultaron con graves

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lesiones bronquiales y pulmonares y, enla actualidad, luchan —hasta elmomento sin éxito— porque sereconozcan tales daños a la salud comoenfermedad laboral.

El único problema es que en estosmomentos hay un parón en lacontratación de empleo. Algún que otro,sin embargo, ha conseguido colocarse,gracias al soborno a ciertos jefes deobra o a «regalos», como una alfombraturca auténtica o una valiosa moneda deoro. Me había ya agenciado en uncomercio de numismática micorrespondiente y supuesto tesorofamiliar en forma de una moneda de oroproveniente del antiguo imperio

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otomano, cuando por azar me topo conalgo mucho más adecuado. Me entero deque la planta siderúrgica AugustThyssen (ATH), de Duisburg, desde haceya tiempo está suprimiendo personal fijode plantilla y, a través de subempresas,da empleo a obreros alquilados, loscuales le resultan más baratos, mejordispuestos y de mayor rapidez decontratación y despido. Desde 1974 hansido despedidos, en números redondos,17 000 trabajadores fijos, y muchas delas tareas que anteriormente realizabanson llevadas ahora a cabo por hombresprovenientes de las subempresas.Solamente en Duisburg, Thyssen tienecontrato con un total de cuatrocientas de

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dichas empresas. Conozco a un obreroturco de veintisiete años que fuecolocado a través de la oficina detrabajo de la subempresa Adler. Adler,según me entero, vende trabajadores a laempresa Remmert, y ésta, a su vez, a laATH. El trabajador denunciacondiciones de trabajo y métodos deexplotación que —sólo relatados y novividos y probados— jamás seríancreídos; a lo sumo, serían remitidos alos tiempos del más tenebrosocapitalismo primitivo. ¿Por qué, sinembargo, ir tan lejos, cuando el mal lotenemos tan cerca?

Levantarse a las tres de lamadrugada para estar a las cinco en el

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punto de reunión de la firma Remmert,trayecto por la autopista Oberhausen-Buschhausen. Remmert es una empresaen expansión. En el verde y modernoletrero de la firma se lee «Prestación deservicios». Remmert realiza labores delimpieza de todo tipo.

Polvo fino y polvo grueso, materiasgrasas y limpieza de filtros en Thyssen,Mannesmann, MAN y donde sea. Sólo elparque de vehículos de la empresaRemmert está valorado en siete millonesde marcos. La firma Adler está, a su vez,integrada en Remmert. Como el juego demuñecas rusas. Adler nos vende aRemmert y éste nos alquila a Thyssen.La suma global que Thyssen paga —de

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35 a 80 marcos por hora y hombre,según la tarea y si se trata de polvo,porquería o primas de peligrosidad— sela reparten los socios del negocio. Loque Adler paga a los currantes es unalimosna de entre cinco y diez marcos.

Con frecuencia tanto obreros deRemmert como de Adler son empleadostambién de forma fija en la producciónpor parte de Thyssen, en cuyo casotrabajan —por ejemplo en la coquería—con los de Thyssen. Además, Remmertalquila a la gran industria más deseiscientas mujeres de la limpieza endiversas ciudades de la RepúblicaFederal.

Un capataz está de pie delante de un

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microbús desvencijado, listo parainiciar la marcha, y apunta nombres enuna lista.

—¿Nuevo? —me pregunta (a mí,Alí), en tono seco y cortante.

—Sí —es mi respuesta.—¿Has trabajado ya aquí? —No

tengo claro si la respuesta puede serbeneficiosa o contraproducente para miempleo, por lo que, prudentemente, meencojo de hombros—. ¿No hasentendido? —insiste.

—Nuevo —devuelvo el santo yseña.

—Te vas con los compañeros en elmicrobús —dice, señalando hacia undestartalado Mercedes.

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Eso fue todo. Así de sencillo esemplearse en una de las más modernasplantas siderúrgicas de Europa. Nada depapeles, ni tan siquiera me preguntanpor mi nombre. Tampoco minacionalidad parece, por lo pronto,suscitar el menor interés en esta empresainternacional de categoría universal. Loque, desde luego, me conviene.

En el interior del carromato seapretujan nueve extranjeros y dosalemanes. Los dos alemanes se hanacomodado en el único asiento fijo. Loscompañeros extranjeros están sentadosen el frío suelo metálico del vehículoembadurnado de aceite. Yo me colocoentre ellos y ellos se aprietan entre sí.

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Un muchacho de unos veinte años mepregunta en turco si soy compatriota. Yocontesto en alemán, «nacionalidadturca». Pero añado que me crié enGrecia (El Pireo) con mi madre griega.

—Mi padre era turco, abandonó a mimadre conmigo cuando yo tenía un año.

Esta historia es la que me permite notener prácticamente ningún conocimientodel turco. Es algo que suena plausible, y,en efecto, el cuento aguantó durante latotalidad del siguiente medio año queduró mi trabajo en Thyssen. Si mepreguntan (a mí, Alí) por el lugar dondepasé mi infancia, siempre puedo deciralgo acerca de El Pireo. Lo cierto es queestuve allí encarcelado dos meses y

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medio durante la dictadura militarfascista de 1974. En una ocasión mesentí desconcertado cuando unoscompañeros turcos querían saber a todacosta cómo suena la lengua griega. Enesta situación me ayudó el errorcometido en mis años escolares, cuandoen vez de francés elegí el griego antiguo.Aún hoy me sé de memoria trozos de laOdisea: «Andra moi ennepe,Mousa…»[6].

No produce extrañeza, pese a que elgriego antiguo está mucho más lejos delgriego moderno que el antiguo altoalemán respecto al habla alemana denuestros días.

Abarrotado, traqueteante y dando

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tumbos, el microbús se pone en marcha.Una banqueta se ha soltado de suanclaje, y en las curvas da repetidosgolpes contra los compañerosextranjeros sentados en el suelo.Algunos de ellos se caen encima deotros. La calefacción no funciona y lapuerta trasera, que no cierra bien, estásujeta con alambre. Si al producirse unfrenazo alguien es lanzado contra ella,cabe la posibilidad de que ceda y lapersona caiga despedida a la carretera.Vapuleados y muertos de frío, al cabo dequince minutos termina para nosotrosnuestro viaje fantasmal ante el portónnúmero 20 de Thyssen. Un jefe decuadrilla me extiende una tarjeta para

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fichar y un guardia jurado de Thyssenme da un salvoconducto de jornada. Minombre le escandaliza: «Esto no es unnombre, es una enfermedad. Esto no hayquien lo escriba». Tengo quedeletreárselo varias veces: S-i-n-i-r-1-i-o-g-l-u. Pero él acaba apuntándoloequivocadamente, «Sinnolokus», y lopone en el renglón de los nombres depila, amén de convertir mi segundonombre de pila, Levent, en apellido.«¡Pero cómo se puede tener un nombreasí!», exclama, y no se tranquiliza hastael final, pese a que su propio nombre,«Symanowski», o cualquier otro por elestilo, sin duda habría planteadotambién dificultades para un turco,

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además de hacer pensar en ascendenciapolaca. A los trabajadores polacosemigrantes que durante el pasado siglofueron llamados a la región del Ruhr seles hizo, por lo demás, el mismo vacío yse los apartó en ghettos como hoy día alos turcos. Hubo ciudades en la regióndel Rhur en las que más del 50% de sushabitantes eran polacos, quienes durantelargo tiempo conservaron su lengua y sucultura.

Comoquiera que en el momento defichar tengo alguna dificultad, un obreroalemán que se ha visto retenido unossegundos por mi causa me hace elsiguiente comentario: «¡A vosotros enÁfrica seguro que os estampan el sello

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en la cabeza!».Mehmet, el compañero turco, viene

en mi ayuda y me enseña cómo seintroduce correctamente la tarjeta. Medoy cuenta de que los demáscompañeros extranjeros se dan tambiénpor aludidos por el comentario delalemán. Lo percibo en sus miradashumilladas y de resignación. Ninguno seatreve a replicar nada. Una vez más soytestigo presencial de cómo estas gentes,ante las más graves ofensas, disimulan yhacen como si no las hubieran oído. Sinduda ello obedece también al temor deprovocaciones de pelea, pues laexperiencia enseña que en tal caso, ypor regla general, los extranjeros son

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presentados como los únicos culpablesy, con tal pretexto, les dejan sin suspuestos de trabajo. De ahí que prefierantolerar los agravios cotidianos y haganoídos sordos para no dar pie a ningúnpretexto.

De nuevo se nos zarandea a travésde la ciudad fabril y al poco rato se nosdescarga del vehículo en un área decontenedores. Todas las mañanas se nosdeja aquí a la intemperie, de pie, enmedio del más horroroso de los fríos, dela lluvia o de la nieve, hasta que apareceel sheriff en el Mercedes, un inspectorgeneral, fornido y corpulento, quien, sinembargo, no mueve ni un solo dedo ycuya presencia allí no tiene otra

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finalidad que la de distribuir, azuzar ycontrolar a «su gente». Zentel, entretreinta y treinta y cinco años, empleadode plantilla en Remmert, de vez encuando es invitado a las fiestas deAdler, de quien se le considera hombrede confianza y confidente. Son ahora lasseis de la mañana pasadas. Nuevoscompañeros descienden de otrosvehículos de Remmert. Tiesos de frío,temblamos en la oscuridad. Elcontenedor es un lugar de almacenaje deherramientas, carretillas, palas, picos,aparatos neumáticos y aspiradoras. Noqueda sitio para nosotros.

A nuestro alrededor escuchamosbufidos, gemidos, silbidos y bramidos

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que nos llegan desde las fábricas ensucesivas oleadas. Desde allí no esposible ver ningún trozo de cielo dignode tal nombre, sino sólo las rojizasconvulsiones de las nubes. De las altaschimeneas sale una luz azulada yflamígera. Una ciudad fabril hecha dehumo y hollín que se propaga y adentraen la barriada de viviendas que larodea. Su eje longitudinal se extiende amás de 20 km de largo, y su anchuraalcanza los 8 km.

Nuestro grupo se agita. El sheriff,con su vestimenta kaki semejante a la deun mercenario, ha bajado un poco laventanilla de su Mercedes y vocea losnombres para pasar lista. Cada día hace

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una nueva distribución de las cuadrillas.Cada vez se las reúne de formadiferente. De esa manera nunca puedeestablecerse un grupo sobre una base deconfianza. Continua e irremediablementese produce una nueva mezcolanza, comotambién las rivalidades y las luchas porla preeminencia. Quizá ello responda aun proceder irreflexivo o al simplecapricho, pero quizá también se trate deun cálculo deliberado. En un grupo en elque nadie conoce bien a nadiedifícilmente puede lograrse una acciónsolidaria, pues prepondera lacompetencia, la desconfianza y el recelorecíproco.

Mi nombre es pronunciado. Alguien

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me da un fuerte tirón de oreja por detrás.Es el jefe de cuadrilla, quien de esemodo quiere darme a entender en quégrupo debo integrarme. Al hacerloofrece (a mí, Alí) una mueca sonrientecuyo probable significado es el de queno actúa de mala fe, aunque mi primeraimpresión es la contraria. Somostratados como animales domésticos o delaboreo.

Nos depositan en una torre deextracción y, en la penumbra, subimosvarias plantas con nuestras palas, picos,carretillas y taladradoras neumáticaspara destripar terrones caídos de lascintas transportadoras y adheridos entresí. El viento no para de soplar a diez

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grados bajo cero y somos nosotrosmismos los que imprimimos a nuestrotrabajo un ritmo infernal paracalentarnos algo por dentro. Cuando, alcabo de una hora, y sin decir esta bocaes mía, nuestro jefe de cuadrilla selarga, ya que su forma de arrimar elhombro es más bien simbólica y, enconsecuencia, tarda menos en quedarsehelado, intentamos prender una lumbrepara calentarnos. Pero es más fácildecirlo que hacerlo. A nuestro alrededorarde el fuego en la fundición, la brasaincandescente es vertida de formaautomática en gigantescos vagones quedan la sensación de transportarpoderosas bombas, o bien sale

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disparada como una soga ardiente queva a parar a los previstos canalones.

La resplandeciente brasa borboteaen tinas de la altura de una casa devarios pisos, pero aquí, en nuestra torrede extracción, hacer una pequeña fogataes algo que requiere esfuerzo y fantasía.Buscamos trozos de coque entre lascintas transportadoras y, con lastaladradoras, astillamos algunas tablasde madera que a otros compañerossirvieran de asiento durante losdescansos. Pero nos falta papel. Sinembargo, encontramos por fin unascajetillas vacías de cigarrillos y algúnpañuelo sucio de papel; con todo ello,poquito a poco y con la ayuda de una

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perforadora de aire comprimido,encendemos una fogata en una carretilla.Pero antes de que la lumbre puedacalentarnos se nos manda a una nuevatarea. Se presenta el capataz y ordena:«¡Todo el mundo abajo y llevaos lasherramientas! ¡Hale, hale!». Intentamossalvar la fogata, pero no es posible;entretanto la carretilla se ha puesto alrojo vivo. Ahora puedo entenderperfectamente las dificultades de loshombres de la edad de piedra, queguardaban el fuego como el más valiosoy sagrado de los bienes. Una vez másnos metemos en el vetusto carromato y,hacinados, acurrucados, de nuevo se nostransporta, dando tumbos, a través de la

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tiniebla, iluminada de cuando en cuandopor los pálidos relámpagos de laproducción. Siempre dentro de la zonafabril, pero a un sector completamentedistinto, Schweigern, zona de molinosde coque, donde se nos descarga. Hayque descender varios tramos deescalera, la luz se hace cada vez másescasa, todo se vuelve más sombrío ypolvoriento. Te creías que el polvo quehabía era ya algo demencial,difícilmente soportable, pero descubresque la cosa empieza en realidad ahora.Te ponen en la mano un soplete de airecomprimido y con él tienes que limpiarlas capas de un dedo de polvo quecubren la superficie de las máquinas y

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las rendijas intermedias. En un abrir ycerrar de ojos se forma talconcentración de polvo que te resultaimposible ver la mano que tienes delantede los ojos. No es ya que respires elpolvo, es que te lo tragas y te lo comes.Te ahogas. Cada inspiración de aire esun tormento. Entre una y otra intentascontener la respiración, pero no hayescapatoria, puesto que tienes que hacerel trabajo. El capataz está de pie en elrellano de la escalera, por donde entraun poco de aire fresco, como el guardiánde una cuerda de presos. Exclama:«¡Daos prisa! Si os la dais, en dos o treshoras habréis terminado y podréisvolver al aire libre».

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Tres horas. Eso significa realizartres mil inspiraciones de aire. Esosignifica bombear polvo de coque a lospulmones hasta dejarlos repletos.Además huele a gas de coque y se quedauno ligeramente atontado. Se me ocurrepreguntar si no hay máscaras deseguridad, y Mehmet me ilustra alrespecto: «No nos las dan porquetrabajo entonces no tan rápido y jefedice no tienen dinero para comprarlas».Incluso los compañeros que hace yatiempo que están aquí dan muestras detener miedo. Helmut, un alemán deapenas treinta años pero que parececomo si pronto fuera a cumplir loscincuenta, recuerda: «Hace un año

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murieron en el sector de altos hornosseis compañeros, a consecuencia deunas repentinas emanaciones de gas. Lesentró un pánico mortal y, en vez de bajarlas escaleras, se quedaron arriba,cuando el gas también asciende. Unamiguete mío que trabajaba en la mismacuadrilla se salvó sólo porque la nocheanterior había bebido mucho y a lamañana siguiente estaba aún tan tiesoque se quedó dormido».

Mientras nosotros, de pie entrenubes de polvo, introducimos éste apaletadas en sacos de plástico, unosmecánicos de Thyssen irrumpenescaleras arriba hacia el aire libre.«¡Estáis majaras! ¡No se puede trabajar

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con semejante porquería!», nos grita unoal pasar. Y media hora más tarde unencargado de seguridad de la factoríaThyssen nos honra con su visita.Tapándose la nariz mientras pasapresuroso: «Los compañeros se hanquejado de que no pueden trabajar enmedio de la porquería que estáislevantando, así que haced el favor dedaros prisa y terminad pronto». Y, dichoesto, se marcha. El trabajo dura hasta elcambio de turno. Durante la última horahay que cargarse a la espalda lospesados sacos de polvo, subirlos por laescalera de hierro hasta el exterior yecharlos en un contenedor. Pese a lodura que para los huesos resulta dicha

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tarea, el hecho de que, una vez arriba,puedo meter en los pulmones un poquitínde «aire fresco», lo vivo como unaliberación.

En un descanso de veinte minutosnos sentamos en la escalera de hierro,donde hay menos polvo. Loscompañeros turcos insisten en quecomparta con ellos sus bocadillos, yaque observan que no me he llevado nadapara comer. Nedim, el mayor de ellos,me echa en el vaso algo de té de sutermo. Se dan entre sí lo poco que tieneny, en general, se tratan con delicadeza yamabilidad, cosa que rara vez hepresenciado entre trabajadoresalemanes. Llama la atención el que, por

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lo común, durante los descansos sesitúan aparte de los compañerosalemanes y que sólo en muy rarasocasiones hablan entre sí en turco. Lomás corriente es que se entiendan en unalemán muy rudimentario, o quepermanezcan callados mientras loscompañeros alemanes llevan la vozcantante. Más adelante Nedim meexplica el motivo: «Los alemanespretenden que hablamos mal de ellos, yalgunos opinan que nos hacemosdemasiado fuertes si hablamos ennuestro idioma entre nosotros. Quierenenterarse de todo, para así podernosmangonear mejor». Esto es algo quecompruebo por mí mismo más tarde,

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cuando Alfred, especie de portavoz delos alemanes, interviene furioso en undescanso, porque los compañeros turcoshablan entre sí en turco: «A ver si hacéisel favor de hablar alemán, si es quetenéis algo que decir. En Alemaniatodavía se habla un alemán decente.Cuando volváis a casa, y ojalá que esosuceda pronto, podréis hablar todo eltiempo que queráis vuestro idioma demierda, allí, en el culo del mundo, quees lo vuestro».

Cuando más adelante hablo de estocon Nedim, me enseña un papelperteneciente a un compañero de trabajode Lünen, quien lo ha conseguido en una«Casa de la Juventud», una organización

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municipal. En las «Directrices para laconducta de los visitantes extranjeros»se lee que:

(•) «En presencia de alemanes debehablarse alemán, al menos cuando seconversa sobre alemanes».

(•) «Aquí, en Alemania, cuandohemos comido ajo, no nos reunimos conotras personas por espacio de dos días,y eso es lo que esperamos igualmente denuestros huéspedes».

(•) «Si los jóvenes extranjerosconsideran que tienen derecho a utilizarla Casa de la Juventud sólo porque supadre o alguno de sus tíos paganimpuestos aquí, en Alemania, ello hasta

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cierto punto es verdad, siempre quedichos jóvenes se integren en los usos ycostumbres de aquí, ¡pero sólo en talcaso!».

En Thyssen no se imprimendirectrices como ésas, pero la actitud ylas expectativas de muchos alemanesson similares, por lo que loscompañeros turcos se comportan enconcordancia y se retraen simplementepara no «provocar».

Al día siguiente trabajamos a diezmetros de altura, a la intemperie y adiecisiete grados bajo cero. Por doquierletreros con calaveras y la inscripción:«ACCESO NO PERMITIDO SIN

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AUTORIZACIÓN», «ATENCIÓN, PELIGRODE GASES». Y en algunos lugares:«LLEVAR PUESTAS MÁSCARASRESPIRATORIAS».

Nadie nos ha explicado de quépeligros se trata, y, en cuanto a las«máscaras respiratorias», tampoco lashay. Y, por nuestra parte, ignoramosigualmente si pertenecemos a los«autorizados» o «no autorizados».

Nuestra «fuerza de choque» tieneque romper con picos y retirar conpalas, sobre planchas metálicas,montañas de una pasta semicongeladaque sale de unos grandes tubos.

Aquí arriba silba un viento gélido,las orejas casi se le caen a uno de frío y

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los dedos se quedan entumecidos en elinterior de los guantes de trabajo.Ningún trabajador de Thyssen tendríapor qué bregar a la intemperie con estastemperaturas; en toda la industria de laconstrucción hay primas por mal tiempo,y nosotros sin embargo estamosobligados a hacerlo. Para empezar,arremetemos con grandes picos contralas costras que se forman por fuera, loque hace que continuamente le salten auno a la cara pequeños trocitos. Lo querealmente nos haría falta son gafas deprotección, pero desde luego nadie seatreve ya a pedirlas. De la porquería sealzan humaredas que escuecen los ojos ya veces le impiden a uno ver.

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Trasladamos la pasta fangosa concarretillas hasta unos tubos por los quecae. Las palas se doblan constantementebajo el peso, y hasta las carretillas hayque enderezarlas a golpes de martillouna y otra vez. De los cuartos demáquinas circundantes sale un estrépitotan grande que apenas podemosentendernos. Esta vez no hace falta paranada el capataz, quien ha desaparecidoen alguna cantina para orinar. Nosotrosmismos nos azuzamos a alcanzar lasmayores cotas de productividad, ya quedurante el intervalo de descanso, pormuy breve que sea, el frío se haceinsoportable. De cuando en cuandoalguno se larga a hurtadillas y se mete en

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un pequeño cuarto de máquinas. Allí elestruendo es semejante al de lascataratas del Niágara, pero las máquinasdan calor. Nos apretamos contra lamáquina, llegamos incluso a abrazarnosa ella, para conseguir un poco de calor,lo cual no deja de ser del todopeligroso, dado que al mismo tiempoestá girando una biela. Hay que andarsecon cuidado si no quiere uno amputarseun dedo. Cuando toco la chapa que nohay que tocar, se producen espantososcrujidos y chirridos y empiezan a saltarchispas, como si en cualquier momentofuese a volar todo por los aires.

Luego, vuelta a comenzar el ímprobotrabajo fuera, tiritando y amoratados.

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Yusuf, un compañero tunecino, despuésde seis horas de trabajo pone las cosasen su punto. Dice: «Esto es un infiernofrío». Y añade: «Antiguamente segastaba más consideración con losesclavos; tenían un valor y se procurabaque su trabajo durase lo más posible.Aquí les da igual cuándo revienta uno,porque hay bastantes esperando a ver siconsiguen tu puesto».

Entre tanto pasa por allí un ingenierode seguridad de Thyssen y empieza amanipular con una caja junto a lastuberías, sobre las que da golpecitos adiestro y siniestro murmurando «nopuede ser, de ningún modo», y nos miracon ojos de espanto.

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Yo (Alí) me dirijo a él:—¿Qué ser caja tan rara? ¿Qué hay

dentro?—Para medir el gas —explica, y

añade—: ¿Es que no tenéis aquí ningúnaparato de medición? En tal caso nodebéis trabajar aquí. —Y aclara quecuando la aguja marca un puntodeterminado es que existe máximopeligro, teniéndose que desalojar lazona inmediatamente, pues de locontrario podrían producirsedesvanecimientos instantáneos. La aguja,sin embargo, está marcando de formacontinua algo por encima delmencionado punto y cuando yo (Alí) selo señalo, él me tranquiliza—: Eso es

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imposible. El aparato está estropeado.Voy a buscar uno nuevo. —Y se va abuscar uno nuevo.

Cuando regresa con él ha pasado yamedia hora y la aguja sigue marcandoalgo por encima del punto límite.Enojado, se pone a dar golpecitos alaparato e intenta tranquilizarme:

—No puede ser. El cacharro demierda vuelve a fallar. —Y al mirarleyo (Alí) con expresión de duda, me dice—: Pero aunque funcionaracorrectamente no habría motivo para elpánico con este valor de medición.Además el viento se lleva el gas.

El hombre se marcha otra vez con sucajita mágica y nosotros nos consolamos

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con el gélido viento ante un eventualescape de gas.

El compañero turco Helveli Racivive, en el mismo lugar, una experienciaparecida unas semanas más tarde:

—Había un aparato que de pronto sepuso a dar señales. Yo pregunté quéclase de señales eran y me contestaronque cuando hay un escape de gas losaparatos emiten señales. Entonces yodije que aquí había gas porque elaparato estaba dando señales, y que sino teníamos que parar el trabajo. Pero elcapataz dijo que de ninguna manera, quecontinuáramos. Y nosotros continuamosy él se llevó el aparato. Luego volviócon el mismo aparato, lo volvió a

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colocar y seguía emitiendo señales. Yodije que aquí algo funcionaba mal, y élme contestó que el aparato tenía queestar estropeado. En vista de eso semarchó otra vez con el aparato y luegovino y trató de hacer algo con él paraque no emitiera más señales. Sinembargo, el aparato volvió a lasandadas. Y así nos pasamos el díaentero allá arriba.

Algunos de nosotros empezamos asentirnos mal, pero tuvimos que seguirtrabajando. No nos dieron máscarasantigás. Nosotros, los de lassubempresas, tenemos que seguir ahí, y afuerza de respirar y respirar te puedesquedar tieso. A ellos eso les trae sin

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cuidado, lo único que les interesa es quese haga el trabajo y nada más.

En Thyssen está prescrito el uso dezapatos de seguridad con punteras deacero, así como cascos protectores. Deacuerdo con las normas legales, Adlertendría que proporcionárnoslos, lomismo que guantes de trabajo. PeroAdler también ahorra en este capítulo.Engaña tanto al por mayor como al pormenor. «Mucho ganado menor tambiénda estiércol», es una de sus divisas. Sila «gente» escasea, entonces los jefes deobra y los capataces de Thyssen,haciendo la vista gorda, dejan que losnuevos de Adler trabajen también algunavez con zapatillas de deporte, pese a que

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en nuestro trabajo existe, por ejemplo, elconstante peligro de piezas que sedesploman, carretillas sobrecargadasque se vuelcan y máquinas elevadorasde horquilla que le pasan a uno por ellado. Hasta el último momento jamásllevé zapatos de trabajo con punteras deacero, como está establecido, al igualque buen número de otros compañeros.Tuve suerte de que no me sucedieranada.

Buscamos guantes de trabajo encubos de basura o contenedores dedesperdicios. La mayor parte de ellosestán embadurnados de aceite o rotos,habiendo sido desechados por obrerosde Thyssen después de que la factoría

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les diera otros nuevos.En cuanto a los cascos protectores,

nos los tenemos que comprar, a menosque tenga uno la suerte de encontraralguno muy averiado, del que alguien sehaya desecho. Las cabezas de loscompañeros alemanes son consideradasmás valiosas y dignas de protección quelas de los extranjeros. El capataz Zentelme quitó de la mía (la de Alí) el cascoen dos ocasiones para dárselo acompañeros alemanes que habíanolvidado el suyo. Y cuando, la primeravez, yo (Alí) protesto: «¡Un momento,yo comprado, ser mío!», Zentel me poneen mi sitio: «Aquí no hay nada tuyo,como no sea una buena cagada. Puedes

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pedir que te lo devuelvan cuandotermine el turno». De pronto van y tequitan lo que es tuyo sin preguntartenada. La segunda vez me asignaron unatarea en compañía de un alemán nuevo aquien Remmert le había dado el cascogratis, pero que en aquel momentoestaba trabajando aún sin él. Y de nuevose pretendió que Alí le ofreciera sucabeza, aunque esta vez se negó: «Serparticular, pertenece a mí. Yo no dar.Pueden despedir a mí si yo trabajar sincasco». A lo que el capataz replica: «¡Ole das el casco o soy yo quien tedespide, y además ahora mismo!». Envista de lo cual Alí cedió ante laviolenta actitud. En un sector de la calle

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Brammen en el que, a pocos metros dedonde estábamos, caían con estruendomuchos trozos de mineral incandescente,Alí trabajó sin casco durante todo elturno. De haberme caído en la cabezaalgunos de esos trozos habría resultado,como mínimo, con quemaduras.

Werner, el compañero alemán,aceptó con toda naturalidad el que suprotección se produjera a mi costa.Cuando poco después yo (Alí) le hablésobre el particular, lo único que dijofue:

—Yo en esto no puedo influir nada.Sólo hago lo que me dicen. Tienes que ira quejarte a otra parte, conmigo teconfundes de dirección. —Más tarde

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hace a Alí de nuevo objeto de sudesprecio—: Aquí la gente de Adler nopintáis nada. Nadie os puede tomar enserio. Por los pocos marcos que cobráisyo no cogería ni siquiera una pala.

Thyssen informa

El grupo Thyssen tuvo un buencomienzo en el ejercicio mercantil1984/85. En lo esencial, losexponentes de crecimiento yresultados se han afirmado y losretrasos pudieron recuperarse. Lastransacciones exteriores deThyssen Weit (sector extranjero)

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ascendieron en el primer semestreal 6%. Los números negros figuranen todos los sectores de laempresa. Los rendimientos delconsorcio durante el primertrimestre son, en lo esencial,comparativamente mejores que losdel primero del año anterior. En eltranscurso de la reciente juntageneral, Thyssen anunció un nuevoreparto de dividendos para elejercicio en curso.En el sector del acero laproducción se ha mantenido almismo nivel alcanzado el añoanterior. Si bien la fortaleza deldólar determinó un considerable

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aumento de los costos de materiasprimas, durante los últimos mesesha sido posible un gradualincremento de los precios. En elprimer semestre el volumen denegocios se elevó en un 11%.Aceros Thyssen espera nuevamenteresultados positivos para 1984/85.En cuanto a Aceros EspecialesThyssen, en la actualidad el nivelde ocupación de todas las factoríases normal o ha mejorado. Lastransacciones se han incrementadohasta el momento en un 8%. En elapartado de aleaciones metálicas,que se cotizan en dólares, se hacepreciso superar los importantes

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incrementos de los costos. Enconjunto, Aceros EspecialesThyssen vuelve a arrojar un saldopositivo en el período 1984/85.El sector empresarial de Bienes deInversión y Transformación logródurante el primer semestre un plusglobal de transacciones del 7%. Enla Industria Thyssen, la cartera depedidos se halla en fuerteexpansión. Esto, unido al programade saneamientos de los últimosaños, estabiliza el capítulo debeneficios. Para 1984/85 laIndustria Thyssen cuenta conresultados positivos. En lo que serefiere a Budd, la mayoría de sus

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factorías siguen trabajando a plenorendimiento. Budd arrojará unsaldo claramente positivo.La dirección del sector ferroviarioamericano correspondeactualmente a Transit América Inc.En el balance del año anteriorfueron tomadas ya enconsideración las cargasprovenientes de las antiguaspérdidas de la cartera de pedidos.En cuanto a las Fábricas Renanasde Piedra Caliza, se mantiene laevolución positiva de losrendimientos.El sector empresarial de Comercioy Servicios hace ya algunos años

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que amplía su volumen de negociosinternacional. En el primersemestre las transacciones seincrementaron en un 6%.Si el total de los ingresospermanece estable, la empresa esteaño todavía registrará beneficios.Thyssen, además, negocia conparticipaciones aún noconsolidadas y espera tener conellos unos buenos resultados.

Volumen global de transaccionesde los sectores empresariales:

Acero 10,3MMM(1)

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Acerosespeciales

3,5MMM(1)

Bienes deInversión yTransformación

9,8MMM(1)

Comercio yServicios

17,6MMM(1)

Volumen globalde transaccionesdel grupoThyssen

41,2MMM(1)

Transaccionesinternas

8,8MMM(1)

Transaccionesexternas deThyssen-Welt

32,4MMM(1)

Personal de

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plantilla,promedio anual

132 950

Del balance

Suma balancial 19,2MMM(1)

Capital propio 2,6MMM(1)

Inversiones 986MMM(1)

Amortizaciones 1120MMM(1)

Superávit anual 181MMM(1)

(1)MMM:Expresado enmiles de millones

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de marcos

Thyssen-Welt 1983/84 (11 oct. 1983-30 sept. 1984).

Lo que es tanto como decir: tú aquíno tienes ningún derecho. Oficialmenteno estás aquí. No tienes papeles nicontrato de trabajo ni nada. Y eso haceque nos mire de arriba abajo. En lafirma Remmert él, como alemán, es unprivilegiado. Le pagan horasextraordinarias y suplementos por díafestivo, y su salario bruto es de 11,28marcos por hora (lo que Remmert no

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hace, eso no, es pagar pluses porsuciedad en el trabajo, pese a que éste,por lo general, se desarrolla en mediode grasas pringosas, aceites rancios ymalolientes y densísimas polvaredasmetálicas).

Nosotros, en la empresa Adler,hemos de realizar ese mismo trabajo porun salario aún menor; en qué cuantía esmenor es cosa que después veremos.

Yo (Alí) alquilo en la calle Diesel,de Duisburg, una vivienda que consta deun cuarto y medio. Quiero ir algo másallá en mi aproximación a Alí, quierovivir como realmente vive un trabajadorturco en la República Federal y nolimitarme a hacer largas excursiones a

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los lugares de trabajo. Cada vez meidentifico más con el papel querepresento. Actualmente, por las noches,mientras duermo, hablo con frecuenciaen alemán chapurreado. Ahora sé elesfuerzo que cuesta soportar por algúntiempo lo que los compañerosextranjeros tienen que soportar durantetoda su vida. No me resultaespecialmente difícil encontrar estavivienda, puesto que Bruckhausen es unbarrio agonizante. Durante años no hanvivido en él más que turcos, muchos delos cuales han acabado por regresar a supatria. Numerosas casas están vacías ose hallan tan decrépitas que no son yahabitables. Mi vivienda no tiene

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fregadero ni ducha y el retrete está en elzaguán y sirve para muchos inquilinos.El precio del alquiler es de 180 marcos.En la restauración de la vivienda mepermito un grandioso lujo: un amigo meinstala en medio de la habitación unabañera.

Intento imprimir en mi nuevo hogaruna configuración algo más bonita. Loscascotes y la porquería que desalojo deljardín delantero caben en doscontenedores de basura. Los vecinoshabían depositado aquí todos susdesperdicios, puesto que ello no podíaempeorar la «calidad de vida» de lazona. Bruckhausen está situado justo enlas inmediaciones de la factoría. Quien

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quiera llegar a viejo aquí tiene quegozar de una salud extraordinariamenterobusta. En muchos lugares hay cartelesque invitan a marcar un determinadonúmero de teléfono si vuelve aproducirse un olor especialmentedesagradable. Aunque aquí el olor essiempre especialmente desagradable.

Pese a ello quiero instalarme enBruckhausen. Tampoco aquí me sientocompletamente solo. Quizá alguna vezpueda celebrar una fiesta de verano convecinos y compañeros en mi diminuto yrecién adecentado jardín.

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Es necesario

Hay compañeros que trabajandurante meses sin un solo día libre. Selos trata como si fueran bestias de carga.Ya no tienen vida privada alguna. Se lespermite marcharse a su casa porque a laempresa le resulta más barato quepagarles un sitio para dormir, De locontrario, para ellos sería más prácticopernoctar directamente en la factoría oen las instalaciones de Remmert. Porregla general son gente más bien joven.Metidos en la porquería de Thyssen, amás tardar al cabo de unos años estánconsumidos y desgastados, exhaustos y

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enfermos, a menudo para el resto de susvidas. Para las empresas son materialhumano desechable, obreros de usar ytirar de los que un buen número estáhaciendo cola para conseguir trabajo,gente que realmente agradece todotrabajo, cualquier tipo de trabajo. Estedesgaste explica también por qué sólorara vez alguien llega a resistir esetrabajo más allá de uno o dos años. Confrecuencia bastan uno o dos meses paracontraer una enfermedad de por vida,sobre todo cuando te obligan a cumplirturnos dobles y triples. Un compañerode apenas veinte años trabaja por loregular sus 300 o 350 horas mensuales.Los capataces de Thyssen lo saben, la

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factoría se beneficia de ello, de lo queademás queda constancia impresa yalmacenada en los relojes de fichar deThyssen.

A menudo Thyssen recurre aRemmert de forma imprevista para quele envíe cuadrillas de choque, y sucedeque, tras un trabajo agotador, algunoscompañeros son transportados desdeDuisburg a Oberhausen; aún están en laducha cuando el sheriff se pasa por allípara llevárselos y volverlos a mandar alimpiar la porquería durante un turnoextra. O se saca a la gente de la camapor teléfono para mandarlos a trabajar,tal vez en el preciso momento en que,exhaustos, habían conciliado el primer

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sueño. La mayoría de ellos, gente joveny desde luego fuerte, te dicen, si lespreguntas, que no hay manera de resistirmás de 15 o 16 turnos a la semana.

Cuando alguna vez se tiene un fin desemana libre, todo el tiempo te lo pasasdurmiendo como un tronco. Está el jovenF., que trabaja dos turnos, uno detrás deotro casi todos los sábados y domingos.Deja que hagan con él lo que quieran sinquejarse nunca. Se mete a gatas en losagujeros más inmundos sin rechistar,raspa capas de grasa pringosa, hedionday caliente, quita la mugre de lasmáquinas y entonces es él quien quedacubierto por una capa de seboresbaladizo. Anda siempre como

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ensimismado, tiene un semblante viejo,transfigurado, y rara es la vez que seexpresa con coherencia. Es el mayor dedoce hermanos, de los que cuatro noviven en el hogar. Vive con sus ochohermanos en la casa paterna, un piso de100 metros cuadrados. Siempre tienehambre; cuando alguien no se come elbocadillo, allí esta F. a la que salta.Excepto 100 marcos, entrega en el hogartodo lo que gana mensualmente, para quela familia pueda bandearse.

Cada vez que alguien se queja deltrabajo, él replica: «Podemos darnospor contentos de tener trabajo», y: «Yolo hago todo». Cuando, en una ocasión,fuimos descubiertos por un controlador

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de Thyssen tomándonos un descanso, elúnico que estaba currando era él, por loque se le mencionó elogiosamente.

Cuenta F. que su récord de trabajoestá en 40 horas seguidas, con descansosde entre cinco y seis horas. No hace másque unas semanas —nos relata— trabajó24 horas de un tirón. Constantementeestá mirando en el interior de laspapeleras y los contenedores, en buscade mugrientos guantes de trabajo tiradospor los obreros de Thyssen. Hasta unsolo guante le interesa, pues a vecesencuentra otro que hace pareja.Buscando y rebuscando ha reunido ya unmontón, unas veinte piezas. Yo (Alí) lepregunto:

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—¿Qué haces con ellos? Tantosguantes no puedes ponértelos. Y él mecontesta:

—Nunca se sabe. Lo cierto es queno nos dan guantes y puedes estarcontento de encontrarlos aquí. ¿Por quéte crees tú que los recojo? Siempreharán falta cascos protectores por sialguna vez te cae algo en la cabeza.

Me da pena. Siempre está radiante.Unas semanas más tarde soy testigo decómo F., quien de nuevo ha deincorporarse el fin de semana a un turnodoble, implora al sheriff:

—¡No puedo más! No puedo, nopuedo hacerlo.

—¡Pero bueno, tú aquí has sido de

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los que siempre han aguantado!—Por favor, hoy no. Por favor, por

favor.—Tomaré nota —le responde el

sheriff—. Hasta el momento siempre sepodía confiar en ti.

—Parece a mí bien que hoy tú decir«no» a quedar derrengado —le felicitoyo (Alí) después.

Sencillamente no podía más. Apenaspodía andar y sostenerse sobre laspiernas. Tenía la cara pálida como laceniza y le temblaban las manos.

Cuenta un compañero que el añopasado, durante los días festivos de laPascua de Resurrección, trabajarontreinta y seis horas seguidas sin dormir:

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«En aquel entonces Remmert recibió elencargo de limpiar una cadena depintura de Opel en Bochum. El trabajodebía hacerse sin falta porque a las seisde la mañana del martes después dePascua tenía que seguir trabajando elnuevo turno». El maratoniano turno en lafábrica de automóviles no constituyó, sinembargo, para los compañeros el «puntoculminante» en lo que a horas se refiere.«Hace dos años trabajamos en un centrodeportivo cerca de Frankfurt. Nosllevaron allí con una cuadrilla yestuvimos trabajando como negros, hastaque nos caíamos al suelo,aproximadamente cincuenta horas».

El compañero alemán Hermann T.,

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de unos treinta y cinco años, es uno delos más diligentes «hacedores de horas»que tiene Remmert. Y se le nota. Tieneel semblante blancuzco tirando a gris.Está exhausto y flaco como un fideo.Durante una temporada estuvo sintrabajo y es uno de los pocos que sesienten agradecidos de que les dejentrabajar hasta caerse al suelo deagotamiento. Desde que empezó enfebrero del 85, trabaja mes tras mescomo un poseso. Según sus propiosdatos, en abril del 85 alcanzó porprimera vez las 350 horas mensuales. Enjunio ha vuelto a «hacerse con todas lashoras —el 25 de junio llega ya casi a las300 horas— y el mes aún no ha

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terminado». Hermann T. agrega: «Lasemana pasada hice cuatro turnosseguidos, de viernes a sábado. Elviernes por la mañana entré convosotros a las 6 en Thyssen, y el sábadoa las 14.15 del mediodía fiché a lapuerta de la factoría». Semejantesmaratones horarios de trabajo no soninsólitos para Hermann, y para que tandrásticas infracciones de las normaslaborales no llamen la atención, de turnoen turno es enviado a un tajo distintodentro de los gigantescos confines deThyssen. «El viernes por la mañanaestaba en el Ruhr, en una nave pequeñaque había que limpiar con aspiradores.Luego, al mediodía, estaba en Oxy 1,

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durante el turno de noche trabajé en lacentral eléctrica Voerde y el sábado porla mañana estaba otra vez en la obra delRuhr». Absolutamente agotado y con lasrodillas flojas se marchó finalmente acasa, según dijo, dando tumbos: «Comíalgo, aunque la verdad es que no teníahambre, y antes de que me hubieraechado en la cama le dije a mi mujer queme despertara a las 20.15 porque queríaver el telefilm. Pero nada de nada: mepasé durmiendo hasta el domingo almediodía, sin despertarme ni una solavez».

Relata Hermann cómo trabajaban enThyssen: «Todos los días 16, 12, 13horas, todos los sábados y todos los

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domingos, todos los días de fiesta,siempre trabajando. Y también en laPascua de Resurrección y dePentecostés, allí estábamos, quizá habíamucho que hacer. Desde luego, el altohorno estaba totalmente parado y habíaque limpiarlo entero; no sabes tú lo quetuvimos que bregar, lo mismo si habíaviento, nieve, lluvia o frío. Tenías laropa siempre húmeda, mojada. Habíaallí siempre de diez a quince hombresde Remmert y también gente de Adler.En total trabajamos allí casi cincomeses».

El récord de resistencia en el trabajolo reclama el compañero turco Sezer O.(44 años). Durante la construcción del

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«Metro» de Múnich tuvieron quetrabajar un turno de 72 horas bajo tierray, en sus breves intervalos de descanso,se desplomaban media hora. Hubomuchos accidentes en esos trabajosmaratonianos, cuenta Sezer O., y todosextranjeros.

Yo (Alí) estoy presente cuando elsheriff, ni más ni menos, nos obliga —desde un punto de vista jurídico tambiénnos coacciona— a hacer un turno doble.Nos lleva en el microbús directamenteal lugar de concentración. Estamoshechos polvo. Algunos se han dormidoen los asientos cuando el jefe decuadrilla detiene el vehículo y dice,como de pasada: «¡Seguimos

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trabajando! ¡Turno doble!».Algunos protestan, dicen que tienen,

que quieren irse a casa, que estántotalmente derrengados.

Se les explica que lo exige Thysseny que se seguirá trabajando.

El compañero argelino T., que tieneque ir a su casa sin falta, es despedidode inmediato. Se lo llevan en elmicrobús y lo dejan en la calle. Yapuede ver dónde se queda. Antes habíatenido lugar el siguiente (auténtico)diálogo:

Sheriff: Hoy tenéis que alargar lacosa, hasta las diez de la noche.

Compañero argelino: ¡Hay quejoderse! Eso será sin mí, yo no soy un

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robot.Sheriff: Tenéis que alargarlo todos.

Compañero argelino: Tengo que ir acasa, es urgente. Sheriff: Pues entonces,no te molestes en volver. Estamos en uncaso de necesidad.

Compañero argelino: Pero es quetengo que ir a casa.

Sheriff: Pues mañana no hace faltaque vengas. Puedes largarte. Se haterminado todo para ti, aquí. Parasiempre.

Sheriff (dirigiéndose a los demás,que callan amedrentados): ¡Necesitocuarenta hombres, y mañana también!¡Thyssen nos lo exige! También a mí megustaría dar de mano, pero tengo que

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hacerlo; a mí tampoco me consultannada. Éste mediodía tenía cita con eldentista para arreglarme una corona ytampoco puedo ir. Se acabó. ¿Quéqueréis? ¡En la guerra es todo muchopeor aún!

«Mejor no entendernada»

Durante el descanso, en una sombríay desierta galería, de un kilómetro delongitud, en la planta de sinterización III,

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se nos acerca un capataz de Thyssen encompañía de un jefe de cuadrilla.Ambos controlan cuánto lodo y polvosintéticos hemos desalojado hasta elmomento, puesto que dependeprincipalmente de nosotros la fecha enque pueda ponerse en marcha de nuevola planta. El capataz, hombre más bienjoven, ante el aspecto oriental de Jusufse siente incitado a regodearse en susrecuerdos de vacaciones:

—¿Eres tunecino? Jusuf dice que sí.—Fantástico país —comenta el

capataz—. Mi mujer y yo vamos avolver, este año, de vacaciones. Es unsitio donde se puede descansar demaravilla. Y todo mucho más barato que

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aquí.Jusuf le sonríe, agradecido y afable.

No es frecuente que un jefe alemáncondescienda a hablar con un extranjerode algo que no esté relacionado con eltrabajo, y también constituye una rarezael que se exprese de forma positivasobre su patria. Jusuf explica al capatazque sus padres tienen una casa cerca delmar, le da las señas y lo invita a que«los visite cuando vaya a Túnez». Deinmediato el capataz acoge la propuestafavorablemente:

—Puedes estar seguro de que iré.Pero tienes que darme algunasdirecciones.

Ya sabes a lo que me refiero. En

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vuestro país hay unas tías fabulosas parafollárselas. Es algo tremendo. ¿Quécuesta una en estos momentos?

—No lo sé —responde Jusuf.—¡Bueno, por veinte marcos se

puede conseguir cualquier cosa entrevosotros!

Jusuf, muy visiblemente herido en suorgullo, contesta:

—No tengo la menor idea.El capataz, en su elemento, no ceja

en su empeño. Mientras saca el pulgarpor entre el índice y el corazón,continúa:

—Oye, es que en tu tierra las tíasson algo tremendo, auténticas gatassalvajes. En cuanto les quitas el velo se

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ponen ya cachondas. No tendrás unahermana, ¿no? ¿O es demasiado joven?Entre vosotros hay que casarse enseguida.

Jusuf procura disimular suhumillación ante nosotros, suscompañeros, y dice:

—¡Pero va a ir usted con su mujer!,¿no?

—Bueno ¿y qué? —responde elcapataz—. Ella se pasa el día entero enla playa y no se entera. El hotel es demiedo. Exactamente igual que aquí el«Interconti». Y sólo cuesta un poquitomás de dos mil por dos semanas, todoincluido. Una vez hicimos una excursiónal otro país, aquél… anda, dime ¿cómo

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se llama?—Marruecos —contesta Jusuf,

cortés.—Sí, claro, Marruecos, se me había

olvidado —confirma el capataz—.También allí las tías son de miedo. Oye,¿qué es lo que habláis vosotros?¿Habláis español?

Jusuf ya no lo soporta. Se vuelve deespaldas pero aún se excusa:

—No, árabe. Tengo que ir al retrete.El jefe de cuadrilla aprovecha la

ocasión para sentarse con nosotros yexplayarse igualmente con un talanterelajado. Se despereza:

—¡Quién estuviera ahora en el sur!Nada de trabajo. Siempre sol. Y

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mujeres, mujeres. —Dirigiéndose a mí(Alí)—: ¿Verdad? En vuestro país, enAnatolia, puede comprarse una mujerpor una cabra. —En vista de que yo(Alí) miro con indiferencia hacia otrolado, él me provoca—: ¿No es verdad?¿Cómo encontraste a tu parienta?

—Alemanes creer siempre que todopueden comprar, pero las cosas másbonitas del mundo el dinero no puedecomprar. Por eso alemanes tan pobres apesar su mucho dinero —responde Alí.

El jefe de cuadrilla se siente heridoy le devuelve la pelota:

—Yo a vuestras mujeres de harénanatolianas no las querría ni regaladas.Son cochambrosas, huelen mal. Para

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empezar hay que darles un buenfregoteo. Y cuando termina uno dedesnudarlas y quitarles todos susharapos, se destrompa de golpe.

Luego Jusuf me lleva (a mí, Alí) a unlado y me dice:

—No ser bueno que nosotros haberaprendido alemán y lo entendemos.Siempre grande cabreo. Mejor hacercomo si no entendemos. —Y cuenta deunos compañeros tunecinos más jóvenes,quienes, tras vivir parecidasexperiencias y humillaciones,deliberadamente han dejado de aprenderalemán y «diga lo que diga el capataz,siempre contestan “sí jefe”, de modoque así evitan discusiones».

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Muchos de los retretes de la factoríaThyssen están embadurnados conconsignas y frases de desprecio contralos extranjeros. También el spray haescrito con frecuencia sobre los murosde la fábrica graffiti hostiles hacia losextranjeros, y nadie siente la necesidadde borrarlos. He aquí —procedentes dela planta Oxígeno I— sólo unos pocosejemplos típicos, escogidos entrecentenares de lemas letrinescos:

«MIERDA EN EL MANGO = UNTURCO CON PATA DE PALO».

En la cercana cantina hay estapintada:

«FUERA TURCOS. ALEMANIASIGUE SIENDO ALEMANA».

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Junto a esto un amigo de losanimales había colocado oportunamenteuna pegatina con un oso panda y laleyenda: «Proteged a las especiesanimales en vías de extinción». Veintemetros más allá una gran inscripción:«¡MUERTE A TODOS LOSTURCOS!». O las que se leen en losretretes de la calle Kaltwalz, en la zonade galvanizados. He tomado nota dealgunas inscripciones, ya amarillentas,lo que significa que están allí desdehace mucho tiempo:

MÁS VALE UN MILLAR DE RATAS ENLA CAMA QUE UN TURCO EN ELSÓTANO

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AHORCAD A TODOS LOS TURCOS YA TODAS LAS MUCHACHASALEMANAS QUE SE ACUESTEN CONELLOS

Luego, de otro puño y letra:TURCOS DE MIERDA, NUNCA SE LOSPODRÁ COLGAR BASTANTE ALTO,LOS ODIO A TODOSME VOY A CARGAR A TODOS LOSCERDOS TURCOS

Otro autor:ESTOY SATISFECHO DE SERALEMÁN ALEMANIA PARA LOSALEMANES

Y más allá:MEJOR SER UN CERDO SS QUE UNCERDO TURCONUNCA HA HABIDO MEJORALEMÁN QUE ADOLF HITLER

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Conversacióndurante el descanso

Los compañeros alemanes Michael(34 años), Udo (26 años) y el que llevala voz cantante Alfred (53 años), se hanorganizado una tabla de madera en elbunker de reuniones que hay debajo dela calle Brammen, colocándola encimade dos barricas. Allí se sientan ycomparten cigarrillos y bebidas entre sí.Enfrente de ellos, sobre un periódico

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turco desplegado, Hürriyet (Libertad),se sienta Alí, condenado al papel deconvidado de piedra. La conversaciónse ve interrumpida una y otra vez por elestruendo de trozos de mineral que sedesploman estrepitosamente.

Alfred: Créeme, en tiempos de AdolfHitler, si se producía un robo entrecamaradas, aunque fuera un cordón dezapato, al ladrón lo ponían contra elparedón y lo fusilaban. Créemelo. Y nose merece otra cosa. Al que roba a uncompañero, o se lo mata a palos o se lofusila. Así debe ser en la vida. ¡No se lemanga nunca a un compañero, eso no sehace!

Yo (Alí): ¿Pero jefe puede a ti

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mangar?Alfred: Eso es algo completamente

distinto. Pero el que le hace una muygorda a un compañero, o le roba…

Yo (Alí): Pero ¿jefe también habríanfusilado si él robar?

Alfred (levemente amenazador):Tendrías que haber vivido aquí antes,con Hitler. Entonces en Europa aúnhabía orden.

Yo (Alí): ¿Muchos fusilados?Alfred: Tendrías que haberlo vivido.Udo: Es que entonces los viejos

podían aún andar por la calle.Alfred: Mira, entonces una abuelita

de setenta años podía andar de nochepor la calle con diez mil marcos en el

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bolso y no le pasaba nada.Yo (Alí): Con tanto dinero abuelita no

ir sola por calle, andar en coche…Alfred: En una gran ciudad, en una

ciudad enorme como Leipzig, ciudadferial, de donde soy oriundo, mi padretenía moto, coche y bicicleta. Labicicleta se pasó un año entero en elpatio y cuando se puso roñosa secompró una nueva, y volvió a dejarla enel patio. Jamás faltó de su sitio…

Yo (Alí): Seguro estaba rota…bicicleta.

Alfred (sigue hablándome en tono deamonestación, como si para él todos losextranjeros fuesen ladronespotenciales): Tú escucha y grábate todo

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esto en tu cabeza de alcornoque.Yo (Alí): ¿El qué?Alfred: Lo de birlar y mangar. Mira,

antes no era como ahora, que todo elmundo tiene una lavadora automática.Nosotros teníamos una lavandera, laseñora Müller, porque teníamos uncomercio. Cada cuatro semanas se hacíauna gran colada, ¿entiendes? En inviernose secaba en el suelo, y en verano en elpatio. Toda nuestra ropa estaba colgadaallí, empezando por la ropa de cama,todo en el patio, y nunca faltó ni unpañuelo, ni uno solo.

Yo (Alí) (a los otros): Yo no quierosus pañuelos sucios, yo usar de papel.

Alfred (impertérrito): Ni un pañuelo.

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Yo (Alí): Pero a extranjeros no ir tanbien allí, ¿no?

Alfred: Entonces había en Alemaniaorden y disciplina, para que te enteres.

Yo (Alí): Pero judíos, a ellosvosotros matado.

Alfred: A la mierda con tus judíos.Era algo que nos lo hacían aprender.Hay que respetar a los mayores. Era unprincipio que nos lo metían en la cabeza.Nos lo metía el maestro, la escuelacomo patrimonio común y el hogarpaterno. No pensarás que cuando éramoschavales nos permitíamos ir sentados enel tranvía. Era algo que se nosinculcaba: se levanta uno para ceder elsitio a una persona mayor, era algo que

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se sobreentendía.Yo (Alí): Quieres decir que el Estado

mejor entonces que ahora…Alfred: Era una dictadura total, pero

para mí era mejor que lo que hay hoy,este montón de cerdos con los que estoy.

Yo (Alí): Oye, ¿por qué vosotrosasesinado judíos todos?

Udo (queriendo actuar comoapuntador de Alfred): Porque eranextranjeros.

Alfred: ¿Sabes tú por qué? ¿Losabes?

Yo (Alí) (haciéndome el tonto): No,no.

Alfred: Hitler cometió unaequivocación: la de no haber vivido

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cinco años más, para que ninguno deellos quedara con vida, ni uno solo. Allídonde un judío, sea pobre o rico, metelas narices, se jode todo volando. Porsupuesto que hay judíos ricos, comoRockefeller, Morgenthau, etc. Ellos sonlos que no han traído más quecalamidades, discordias y terror. Sonlos que tienen el dinero para haceravanzar la investigación, los que tienenel dinero y el poder sobre la vida y lamuerte. Ésos son ellos. Pero escucha loque te digo: si Hitler hubiera tiradocinco añitos más y las cosas le hubieransalido a su gusto, ya no quedaría esaclase de gente, puedes creerme lo que tedigo. Ni uno quedaría.

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Yo (Alí): Gitanos también vosotroshaber matado.

Michael: A los que no eran de razaalemana los mató a todos, sólo no matóa los alemanes de raza.

Udo: Sí, ¡pero no sólo Hitler!Yo (Alí): ¿También habría a mí

matado? (La callada por respuesta).Alfred: Escucha, ¿quién empezó con

lo de los campos de concentración?Digámoslo con toda sinceridad. —Se daa sí mismo la respuesta, en voz alta—:Los ingleses.

Udo: Los americanos. Losamericanos empezaron.

Alfred (en sus trece): Fueron losingleses, los ingleses. El Churchill, que

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era teniente del ejército inglés.Escuchad: el Churchill ese, en la guerracolonial, era teniente, vamos, sargento.

Michael: Hitler no tendría quehaberlo hecho.

Alfred: Pero, ¿sabes tú lo que hizoChurchill?

Michael (insiste): No, eso fue unacerdada.

Alfred: Tuvo que combatir en dosfrentes.

Michael: Es lo mismo, aquello fueuna cerdada, eso es lo que es…

Alfred (interrumpiéndole): Nosarrebató la colonia del ÁfricaSuroccidental. Y con los boers… ¿Hasoído hablar alguna vez de los boers? El

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Churchill ese encerró en tiendas de lonaa mujeres y niños, en el desierto, y losdejó que reventaran, mujeres y niños,todos al carajo…

Michael: Tampoco es justo. PeroHitler fue el más grande genocida detodos los tiempos…

Alfred (desconcertado por el hechode que su compañero Michael lecontradiga, acto seguido atacafrontalmente a Alí): ¡Oye! ¿Tú es queeres idiota?

Yo (Alí): Según y como…Alfred: A ver, ¿cuál es la diferencia

entre los turcos y los judíos?Yo (Alí): Todos personas, no

diferencia.

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Alfred (triunfante): ¡No! Que con losjudíos ya se acabó.

Udo (pide la palabra. Dirigiéndose aAlfred): Oye, yo conozco uno muchomejor.

Alfred: ¡Suéltalo!Udo (a mí, Alí): ¿Cuántos turcos

pueden ir en un Volkswagen?Yo (Alí): Yo no sé.Udo; Veinte mil. ¿No te lo crees?Yo (Alí): Será verdad, si tú decir.Udo: ¿Quieres saber cómo?Yo (Alí): Mejor no.Udo: Muy sencillo. Dos delante,

otros dos detrás, y el resto en elcenicero.

Alfred (cortante): ¡Ja, ja! Hace ya

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mucho que no puedo reírme con ése, esarchiconocido. Lo he oído por lo menoscien veces. ¿Conocéis el más reciente?:Un jovencito turco —que está paseandocon un perro pastor alemán— seencuentra con un adulto alemán, y éste lepregunta: ¿Dónde vas con ese cerdo? Yel jovencito turco le contesta: No es uncerdo, es un perro pastor alemánauténtico, hasta tiene pedigree. Y elhombre dice: ¡Cierra el pico! No te hepreguntado a ti. Alfred y Udoprorrumpen en risotadas.

Michael: No me parece bien que locontéis delante de Alí. Puede tomarlomal.

Yo (Alí): No puedo reír. Tampoco

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chistes sobre judíos ser para reír. (AAlfred). ¿Por qué alemanes tener tanpoquito que reír, que siempre chistessuyos tienen que hacer a costa de losdemás?

Alfred (cínicamente): Hay quedivertirse. No os metáis en nuestrosasuntos, pues de lo contrario vais adejar de tener de qué reíros. —Ydirigiéndose a mí, en tono desafiante—:¿Conoces al doctor Mengele?

Yo (Alí): Sí, el médico asesino encampos concentración.

Alfred: ¡Ah, el Mengele! El tío noera ningún imbécil. De todas maneras noescogió a ningún turco para susexperimentos. ¿Quieres saber por qué no

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lo hizo? Prefiero permanecer callado.Alfred: Porque —me mira lleno de

odio—, porque no valéis nada y nisiquiera habríais servido para susexperimentos con seres humanos.

Michael: Pues mira, cuando yo veoy oigo esas historias, me avergüenzo deser alemán, como te lo digo, de veras.

Alfred (con deleite): Los metía allí yse ponía a mirar cuánto tiempo vivíanacurrucaditos en el hielo.

Alfred (dirigiéndose a mí): Oye tú,¿qué nacionalidad es la tuyaexactamente? Tú no eres un turcoauténtico, eso desde luego. ¿Es que tumadre viene de los hotentotes o qué?

Yo (Alí): Yo tiene madre griega,

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padre turco.Alfred: ¿Y qué eres entonces, turco o

griego?Yo (Alí): Las dos cosas. Y también

algo alemán, porque yo aquí ya diezaños.

Alfred (a los otros): Escuchad a esteidiota. Pretende hacernos creer que esun poquito de todo. Eso es lo que pasacuando las razas se entremezclan, que yano hay nada claro. Éste no tiene patria.Eso es ser comunista. El país de dondeél viene está plagado de comunistas.Habría que prohibirlo. ¿Sabes lo quehicieron en Mannesmann? Pusieron en lacalle a todos los turcos. Aquí enRemmert hay algunos turcos que podrías

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quemarlos a todos, oye. Basta converlos para que se te suba la bilis… Loque decía yo ayer (a compañeros turcos,G. W.), si no te portas bien te pego unapatada en el culo que te mando a casa.¡Tampoco le tenía yo manía a ése!

Michael: Han estado trabajandoaquí, habéis estado trabajando. Oshemos utilizado, y se acabó. ¡Pero osquedáis aquí! ¿Qué hemos de hacercontra eso?

Yo (Alí): Pero nosotros no venirporque sí. Se nos vino buscar. Entoncessiempre decían: ¡Vosotros venir, venir!Aquí mucho se gana. Nosotrosnecesitamos a vosotros. No, no vinimosporque sí.

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Michael: Eso también es verdad.Tendríamos que compensarles.

Udo: Sí, claro. Pues mira, como lohace Mannesmann.

Michael: En estos momentos haytantos parados que hasta nosotrosmismos, los alemanes, estamos en crisis.

Udo: Mannesmann dijo en seguida:aquí cada hombre de diez a treinta milmarcos.

Yo (Alí): Si todos marcharan,vosotros ahora no cobraríais ya pensiónninguna, todas pensiones para vosotrosacabar. Si nosotros todos marchamos,cogemos todo dinero vuestro y vosotrosno tenéis ya pensión ninguna.

Alfred: ¡Bah, tonterías! No hay tantos

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turcos como para eso.Yo (Alí): Sí, millón y medio.

Vosotros quedar sin blanca.Alfred: ¿Sabes tú cómo son las cosas

en Suiza? Si trabajas en Suiza comoobrero inmigrante, el contrato laboral esválido por once meses, y el doceavo esmes de vacaciones. Y en ese mes en elque estás en casa, de vacaciones, teinforman por carta de si te renuevan elpermiso de trabajo o debes quedarte encasa. Así regula Suiza el asunto. En esemes deciden si puedes volver o sipuedes entretener tu tiempo comoconductor de camellos.

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La odisea de Mehmet

Mehmet, un compañero algo mayor,me sorprende (a mí, Alí) constantementepor su talante apacible. Posee unequilibrio casi estoico, con el que tomasobre sí los trabajos más duros ypeligrosos. Es afable y, con su pelocanoso y su rostro redondo y algoarrugado, transmite una sensaciónfrancamente paternal. Yo (Alí) me asustoun poco cuando Klaus, otro obrero deRemmert, cuenta que Mehmet acaba decumplir cuarenta y nueve años. Yo lehabría echado sesenta.

Un día Mehmet se despide para

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«unas vacaciones de cinco semanas enTurquía». Yo (Alí) pregunto a otroscompañeros:

—¿Dan muchas vacaciones enRemmert? Yo pedir Adler cincosemanas vacación, pero nada, en seguidaponer a mí en calle.

—Por lo general, aquí no te dancinco semanas —dice uno—, pero elMehmet ha tenido tres accidentes en unaño y al jefe le ha dado por sergeneroso.

Me intereso por el asunto, y loscompañeros coinciden al informarme delas graves lesiones sufridas por Mehmet.El primero de los accidentes se produjo,por cierto, cuando todavía no estaba en

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Thyssen, sino en la villa millonaria deRemmert, en Müllheim. Mehmet y uncompañero alemán tenían que instalaruna sauna en el sótano, para lo queresultaba preciso excavar tierra ydemoler en parte unos muros. «Entonceses cuando ocurrió. El compañero alemánestaba cavando abajo, y Mehmet se diocuenta de que una pared se venía abajo.Entonces Mehmet sacó al compañerotirando de él, y quién sabe si no habríamuerto de no haberlo hecho, peroMehmet recibió el muro de plano en elhombro izquierdo». El médicoradiografió los huesos fracturados ycertificó a Mehmet una invalidez del 46por ciento.

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Tuvo que permanecer hospitalizadomás de dos meses. De Remmert norecibió ni indemnización ni pensión.Como contrapartida, el vendehombresRemmert prometió a Mehmet que apesar de sus graves lesiones leencontraría un trabajo en Thyssen. Enfebrero, bajo estado de alarma por smogy con un frío intenso, a Mehmet le esasignada una nueva tarea, en el turno denoche. En la planta de sinterización tienela desgracia de caerse al resbalar sobreuna placa de hielo e intentar,instintivamente, apoyarse en el brazosano. Como consecuencia sufre unaluxación tan fuerte que ha de serescayolado. Apenas restablecido a

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medias, Mehmet —que tiene a su cargomujer y tres hijos, de los cuales uno estáinválido desde la infancia— de nuevocomienza a hacer turnos de noche, unotras otro. Tras catorce noches seguidas,Mehmet cae en cama con un cansanciode muerte. Dos horas más tarde recibeUn aviso telefónico en su casa parapedirle que entre a trabajarinmediatamente en un turno de día.Mehmet acude y, cuando a las ocho de latarde quiere dar por concluida lajornada de trabajo, el capataz disponeque Mehmet vuelva a continuación a lafactoría para entrar en el siguiente turnode noche. Y Mehmet acude.

Mehmet limpia en unos sótanos

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abovedados canalones en los queconstantemente están cayendo trozos dehierro candente, a raíz de lo cual seforma tal cantidad de vapor, que teresulta imposible ver la mano que tienesante los ojos. Rendido por la fatiga yexhausto, Mehmet resbala y mete unapierna en un agujero del suelo. En elhospital diagnostican rotura deligamentos. Tras dos operaciones, lapierna de Mehmet todavía no está comoes debido. Sin embargo siguetrabajando. De vuelta del permiso, medice:

—¿Qué le voy a hacer? Tengo quetrabajar. Hijos, deudas…

Resulta difícil entablar conversación

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con Mehmet. Al cabo de pocos días seencuentra ya totalmente sobrecargado detrabajo y rendido de cansancio. Sutiempo lo organiza únicamente enfunción de los turnos. Con frecuencia nose acuerda ya de determinados mesessino sólo de si en Thyssen hacía un fríoparticularmente intenso o si la suciedadera muy grande. Si bien está radicado enla República Federal desde 1960, sólochapurrea un poco el alemán. La luchapor la supervivencia no le ha dejadotiempo para aprender la lenguaadecuadamente (de ahí el que uncompañero turco prestara su ayuda en latraducción de nuestras conversaciones,G. W.). Por otro lado, lo que se le pide

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no es hablar, sino «ponerse a trabajar».Mehmet ha intentado con esfuerzo lo

que en todo alemán pasa por virtud:conseguir una nueva patria para él y sufamilia.

Cuenta Mehmet que los primerosdiez años trabajó eventualmente encuantos sitios le propusieron. Serecorrió el país entero. Por último, en1970, logró que le dieran un puesto fijoen Thyssen, Duisburg, como conductorde una elevadora mecánica:

«Entonces ganaba entre 1600 y 1700marcos netos, en turnos alternos.Además trabajé en una guarnicioneríapara coches…». Con lo ahorrado alcabo de los años, y con un crédito

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bancario, Mehmet y su familia secompraron un semirruinoso chalet juntoa Duisburg-Mettmann. «De haberconservado el puesto en Thyssen, ahoraestaría todo pagado». Pero su capatazalemán desbarató sus modestoscálculos: «En 1980 tuve unasvacaciones. Viene el capataz alemán ydice a los turcos: Traedme de Turquíauna alfombra, pero de las auténticas. Yole digo: Mira, una alfombra auténtica, debuena calidad, cuesta en nuestro paíspor lo menos cinco mil marcos. Yo notengo tanto dinero. Y él dice: ¡Si no mela traes cuando regreses ya verás!».Cuando Mehmet regresó de Turquía, elcapataz, como «castigo» por el «regalo»

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que no le había traído, le hizo la vidaimposible durante todo el díaencomendándole trabajos pesados.«Luego dijo: Ven a mi despacho. Fui asu despacho, él intentó provocarme y yono respondí. Después, tres horas mástarde, cuando estaba trabajando otra vez,vienen los de la seguridad en el trabajo,me cogen y me dicen que me tengo que ira casa, que le había pegado al capataz,lo que era totalmente falso». Después dediez años en Thyssen, y sin que elsuceso fuera objeto de verificaciónrigurosa alguna, Mehmet fue despedidoen el acto. De hecho no hubo ningunadenuncia contra él, por ejemplo, por«lesiones corporales». Pero como

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Thyssen había aducido ese motivo parael despido («agresión física a uncompañero»), la Secretaría de Trabajose negó, por lo pronto, a apoyarlo.Mehmet tuvo que presentar testigos,varios de los cuales, entre los quetambién había alemanes, coincidieron endeclarar ante la Secretaría de Trabajoque el motivo del despido eraevidentemente una farsa.

Cuenta Mehmet: «Aquello fue unverdadero trauma, todo. Después tuveque ir de acá para allá buscando unnuevo trabajo. En dos o tres meses noencontré nada. Por fin lo encontré en unaempresa de contrachapados deDuisburg-Homberg, de nuevo como

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conductor de una máquina elevadora.Estuve allí cinco meses, todo iba bien,sin problemas. Pero de pronto recibo untelegrama en el que se decía que mimadre había muerto. Me fui al jefe apreguntarle si podía tener una semana depermiso para asistir al entierro, y éldijo: ¿Qué? ¡Con sólo cinco meses aquíno se dan permisos! Yo le dije: Es quemi madre ha muerto. Y él se limitó acontestar que eso a él no le interesaba.Pese a todo, viajé a mi país y, al cabo deunas semanas, vuelvo y me encuentrocon el despido». Bajo el agobio de lasletras para pagar su casita, Mehmetbusca otro trabajo, pero en vano. Denuevo tres meses en paro. «Después

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obtuve el carné de conducir de segundaclase, para camiones, y me ofrecí comoconductor por todas partes. Al finalconseguí, por poco dinero, conducirfurgonetas de reparto en una pequeñaempresa. Después de estar trabajandodos días me llega una carta de la firma“Rheinperle”, en donde ya una vez habíaestado reparando los toldos de losvehículos. Me presento, y el jefe medice: Puedes empezar con nosotrosinmediatamente, como conductor deelevadoras, luego, quizá inclusocamiones; yo llevo aquíaproximadamente cuatro años». Unoferta «aún mejor» incita a Mehmet acambiar de empresa: trece marcos por

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hora en una firma de transportes deDüsseldorf. «Y además, otras dieciochoen concepto de dietas. Firmé en seguida,claro». Pero al cabo de sólo cincomeses llega el despido: «Falta detrabajo». «Y de nuevo a patear la calle.En la oficina de empleo me dicen:vuelve dentro de tres o cuatro meses,ahora no hay trabajo. Otra vez apreguntar por las empresas, por todaspartes. Hasta que un día un vecino medice que Remmert necesita un conductor.Yo le digo: ¿Dónde está Remmert? Y él:Pregunta en Mannesmann. Durante todauna semana, día tras día, estuveesperando al jefe de personal deRemmert, pero no apareció. Una y otra

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vez me iba a la puerta cuatro deRemmert, a esperar. Acabépreguntándole a un soldador: ¿Dóndeestá la oficina? Y él me dice: EnOberhausen. Y yo me fui en seguida aOberhausen, por la tarde, a eso de lastres o las cuatro. El capataz no me dijomás que: Puedes empezarinmediatamente, nosotros aquílimpiamos la porquería, el trabajo esduro. Y yo digo: Lo que quiero estrabajar, me da igual si hay que limpiarporquería y bregar duro, necesitotrabajar. Tengo que ganarme el pan».

Mientras Mehmet paga con su salud,Remmert lo hace con 12,24 marcosbrutos por hora.

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También en otroslugares

A Adler le gustaría llegar a ser undía «tan grande como Remmert». Ése essu sueño.

De hecho, la distancia que hay entreun Adler y un Remmert no esprecisamente insalvable. Es unadistancia que corresponde, por ejemplo,a la que hay entre el infierno y elpurgatorio: mientras que Adler vende asu gente sin la más mínima autorizaciónoficial, Remmert, al menos de vez encuando, trabaja legalmente.

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Alfred Remmert, el propietario de laempresa, ha llevado las cosas alextremo de que casi no necesita contarcon otro dinero que el que, gracias alarriendo de trabajadores, «ingresan entaquilla» sus dos negocios: en eldenominado Limpieza Industrial,Sociedad Limitada (al que Adler, a suvez, vende hombres), da empleo a 170personas, a lo que hay que añadir cercade 660 mujeres (y hombres) encargadosde las tareas de limpieza en susempresas de limpieza de edificios(SWI), que trabajan para él.

En Thyssen y en Mannesmann, porun trabajo que exige un esfuerzoímprobo, comparable, más que a ningún

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otro, al de la demolición y laconstrucción, Remmert paga salariossegún la tarifa que rige para limpiadoresde edificios: 11,28 marcos. Quiensoporte el trabajo más allá de un año,recibe unos 60 peniques más. La tarifapara obreros especializados de laconstrucción ascendería a 14,09 marcos.

Los treinta y seis extranjeros quetrabajan en la Limpieza Industrial, S.Ltda., lo hacen aún en peorescondiciones. Un turco que tuvo quetrabajar en Mannesmann para Remmertinforma que el director técnico se valede falsas promesas para inducir a lostrabajadores a que aumenten laproductividad: «Nos dijeron: si quemáis

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más de 20 toneladas diarias ospagaremos 2 marcos extra por cadatonelada suplementaria. Entonces nospusimos a picar con especial ahínco y,al terminar el mes, habíamos quemado1600 toneladas de más, lo que sumabanunos 3200 marcos. Éramos ochocompañeros turcos y tres alemanes, asíque a cada quemador le tocabanexactamente 300 marcos. Lo cierto esque Remmert no nos pagó ni un peniqueextra».

Yilmaz G.: «Los compañeros quetrabajan en la coquería como obrerosarrendados por Remmert tampocoestaban satisfechos con su salario,puesto que muchos otros trabajadores de

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otras empresas ganaban más dinero porel mismo trabajo. Había gente que veníade una firma de demoliciones deDuisburg y que cobraba hasta 3,50marcos más por hora».

Exactamente igual que en Thyssen,también en Mannesmann se «cuelan»,por lo general, horas extraordinarias.Yilmaz estima que el tiempo de trabajode la gente de Remmert en Mannesmannoscila entre 230 y 250 horas.

También en Mannesmann se«quema» a la gente como a panasmiserables. También aquí se envía a lagente al polvo, al humo, al riesgo deaccidentes. Un comité de empresa deMannesmann: «Aquél a quien, por

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ejemplo, se lo pone a trabajar en laplanta siderúrgica como flameador,trabaja el día entero agachado, en unapostura forzada, a lo que se añade elcalor constante que emana del aparatoflameador». «Es casi como antiguamenteen las galeras —dice Alí K.—. Si tequedas sin fuerzas, te tiran por la borda.Nosotros teníamos un compañero turco,Mehmet, que trabajaba para Remmertcomo quemador en Mannesmann. Un día,durante las operaciones de carga delhierro, a Mehmet lo golpeó una cadenaen las rodillas, y se rompió las dospiernas. Este compañero tuvo que estarhospitalizado de seis a siete meses, y alcabo de poco tiempo Remmert lo echó a

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la calle. Tras restablecerse sólo amedias, Mehmet regresó a la fábrica connosotros. Cuando preguntó si no podríandarle un empleo de cuatro o cinco horas,porque después del accidente no podíaestar ya de pie tanto tiempo, el directortécnico ni siquiera lo dejó terminar dehablar, simplemente lo echó otra vez».

Por otra parte, a menudo losaccidentes están cantados, debido a losnumerosos turnos dobles y triples queRemmert exige a su personal. Mediantecamiones la empresa Remmerttransporta escoria, por ejemplo, a lafundición. Los compañeros cuentan quela gente está hasta 36 horas seguidas alvolante en estos camiones con remolque.

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El peligro no es sólo para el personal deRemmert sino para todos aquellos queandan a pie por la carretera de lafactoría. «Cuando por allí un conductortoma una curva después de 36 horasseguidas sentado al volante, el que seproduzca un accidente grave sólo escuestión de tiempo», expresa Alí K. sustemores.

La empresa Staschel, de Duisburg —otra que, junto a Remmert, alquilahombres a la factoría Mannesmann— yapor la mañana organizaba con susobreros arrendados un turno en lacoquería, otro por la tarde en lafundición y, finalmente, otro nocturno enuna sucursal de la fábrica de tuberías en

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Mülheim. La gente trabaja 24 horasininterrumpidas.

En Mannesmann esta suerte decomercio de esclavos empezó despuésde que el consorcio hubiese expulsadosucesivamente de la factoría atrabajadores turcos y de otrasnacionalidades. A fin de desembarazarsede ellos se les ofreció hasta 40 000marcos en concepto de «ayuda para elregreso», con lo que se pretendíaeconomizar 600 hombres. Al mismotiempo, la dirección de la empresaalimentó entre los trabajadores alemanesel temor a que sus puestos de trabajopeligraran en caso de no retornar a supatria suficiente número de extranjeros.

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Esta amenaza provocó en la fábrica unaexaltación de los ánimos, que llevó aque muchos compañeros desearan quelos turcos se marchasen, con objeto deque, por ejemplo, sus propios hijos —que recibían instrucción en la fábricacomo aprendices— ocuparan su puestode trabajo. A algunos turcos de ciertaedad se les sometió a un examen delengua alemana, en un intento deatribuirles falta de cualificación.

Todo aquel que siguió mostrándose«reacio al retorno» fue igualmentepresionado mediante la perspectiva dereducción de la jornada de trabajo; y dedespido en conformidad con un plansocial. Así fue como mil turcos

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abandonaron Mannesmann.Ésa fue la señal de salida para que

los Remmert y otros subcontratadores sehicieran un hueco en Mannesmann.

La sospecha

«Que se acerque todo el que sea deAdler». El sheriff da unas palmadas ynos convoca en un intervalo dedescanso. «Os informo de que el señorAdler quiere tener una entrevista convosotros después del trabajo, a lascuatro de la tarde, en el bar “El Rincón

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del Deportista”, en la calle Skagerrak, afin de hablar con vosotros sobre laorganización del trabajo y sobrevuestras continuas peticiones de dinero.Tengo que deciros que habéis de serpuntuales, porque al señor Adler no lesobra el tiempo».

La entrevista es en nuestro tiempolibre, no remunerado. Una vez concluidoel trabajo, y después de estar sentadospor ahí durante una hora, nos vamos albar indicado. Esperamos un cuarto dehora, media hora, y quien no aparece esAdler. «Nos está tomando el pelo —dice Mehmet—. Vámonos a casa». Losúnicos que se quedan son los fieles jefesde cuadrilla de Adler, Wormiand, su

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hermano Fritz (23 años) y yo (Alí).Estamos de pie junto a la barra,

cuando entran en el local dos policías deuniforme y otro de paisano, y comienzana mirar con ojos escrutadores a losaproximadamente veinte parroquianosque hay alrededor. Uno de los policíaspregunta:

—¿Ha entrado alguien de unoscuarenta años, rubio, de más o menos1,70 de estatura? Han asaltado el BancoComercial que hay ahí en la esquina yhan robado cuarenta mil marcos.

El que está a mi lado en la barra, unalemán de unos sesenta años, que se hatomado ya su octava cerveza, suelta unarisita:

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—Yo no delataría a nadie; si losupiera no se lo diría a nadie —comentaen voz alta, para que puedan oírlo lospolicías—. Lo que haríamos sería ir amedias y tener el pico muy bien cerrado.

—¿De quién es el VolkswagenPassat verde de matrícula de Coloniaque hay ahí fuera? —pregunta conaspereza el policía de más edad.

Miro a través del ventanal y observoque una furgoneta de la policía aparcajusto delante de mi coche. Algunosagentes se ponen a escudriñar miabsolutamente abollado y algo oxidadocarromato. ¡Maldición, si me identificanaquí, todo se habrá ido prematuramenteal cuerno! Había sido lo suficientemente

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precavido como para poner el coche anombre de otro, pero no llevo encima lafalsa documentación.

Mi coche tiene, en verdad, unaspecto harto decrépito —para mí uncoche no es más que un medio delocomoción y un objeto de uso, no deprestigio—, de manera que pareceencajar perfectamente en el clichépolicial: el que conduce un cochesemejante se halla también en lanecesidad de asaltar un banco.

No reacciono y miro hacia otro lado.Fritz, mi compañero de trabajo alemán,me da con el codo y dice:

—¡Oye, tú, ése es tu coche! ¿Por quéno se lo dices?

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—Cierra el pico —le espeto yo(Alí)—. Coche no haber pasadoinspección técnica, poner multa.

Fritz, rápido como el relámpago, seaprovecha de la apurada situación deAlí para su propio beneficio:

—¿Qué me das si me callo? ¡Cienmarcos, o lo digo! —Y se pone a mirarostensiblemente hacia los policías.

—No tengo tanto —digo yo (Alí), yle regateo hasta que lo dejamos en unacaja de cerveza.

Entre tanto los policías hanempezado a interrogar uno por uno a losparroquianos, con el fin de averiguar aquién pertenece el coche sospechoso.Uno de los polis se nos acerca también,

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pero no podemos ayudarle. Por fin lospolicías se marchan. Estoy lanzando unsuspiro de alivio y pensando que me hesalvado una vez más, cuando al rato sepresenta otro grupo de agentes, en estaocasión tres uniformados y dos depaisano. Debe de estar en marcha, a loque parece, una gran pesquisa malorganizada, en la que una mano no sabelo que hace la otra, ya que el jefeformula la misma pregunta que sucolega: que si ha entrado un tipo de unoscuarenta años, rubio, deaproximadamente 1,70 de estatura, conuna bolsa de plástico conteniendobilletes por valor de 40 000 marcos.Algunos de los parroquianos se ríen

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sonoramente y se lo toman todo como unbuen chiste.

—Sí, acaba de entrar a los serviciosa hacer pipí —dice un hombre de unoscuarenta años, algo bebido, que, por elcolor del pelo y la estatura, bien podríaajustarse a la descripción deldelincuente.

—¡Déjese de cachondeos! —Al jefeno le gustan las bromas—: De locontrario lo detengo por entorpecer laacción policial y perturbar el orden.

Su mirada gira alrededor y sedetiene en mí (Alí). Soy el únicoextranjero del local, mi ropa de trabajome hace presentar un aspecto hartodesastrado y los negros tiznajos de

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aceite de la cara todavía no me handesaparecido.

—¡Tú te vienes con nosotros! —exclama el jefe, señalándome a mi (Alí)con el dedo índice.

Dos de sus subordinados másjóvenes se me acercan, impetuosos. Mesiento desfallecer y veo que mi trabajose va definitivamente al garete. Por uninstante pienso en burlarlos y salir dellocal a todo correr, buscando en la huidami salvación. Pero fuera está plagado depolicías y algún energúmeno bien podríapegarme un tiro por la espalda. Ahorahay que estarse quieto, quietecito a másno poder, me sugiero a mí mismo, notengo que mostrar el menor nerviosismo,

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la razón siempre la tendré de mi parte.¿Qué pueden hacerme?

—¿Por qué yo ir con ustedes? —paso yo (Alí) inmediatamente a laofensiva—. Yo hombre joven,veintiocho años, 1,83 estatura y pelonegro. Ladrón más viejo y bajito —lehago notar la evidente incongruencia.

Pero el jefe no se muestra receptivoa la lógica y, por mi aspecto, yo (Alí) lehe sugerido una pista que él considerabaacertada.

—¡Tú te vienes con nosotros! —diceen tono destemplado, y añade—:Limítate a contestar cuando te pregunten.

Uno de sus subordinados pretendesujetarme por el brazo, pero yo me zafo

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de un tirón y le digo:—Déjalo, ya voy.A las puertas del bar me rodean

otros policías, y también paisanos.¡Maldita sea! ¿Cómo salir de ésta? Estostipos se sienten frustrados porque elverdadero delincuente se les haescabullido, y ahora están necesitandoun chivo expiatorio.

—¡Enséñanos tus papeles! —exigeel jefe.

—Yo no tiene —contesto yo (Alí)—.Jefe Adler a nosotros quitar, en Thyssente hacen trabajar todos los días y no dardinero —digo, en un intento de sembrarcierta confusión para desviar la atenciónde mi persona. Pero el tipo no pica en el

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anzuelo.—Nombre. ¿Dónde vives? —me

interroga.Yo (Alí) le deletreo minuciosamente

mi nombre turco, «S-i-n-i-r-1-i-o-g-l-u»,y le sonrió con amabilidad mientras élsuelta maldiciones por lo complicadoque es. Procuro animarle:

—Yo sé, nombre difícil. Tú puedes amí llamar simplemente Alí.

Pero eso no parece congraciarleconmigo y, por el contrario, me lanzauna mirada aún más tenebrosa. Le doymi dirección, «calle Diesel 10», donde,por cierto, todavía no me he dado dealta en la policía. Comprueban deinmediato por radioteléfono que allí no

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está registrado ningún Sinirlioğlu. Elpolicía más joven vuelve a agarrarmepor el brazo y dice:

—Vamos a llevarte a tu casa paraque puedas enseñarnos tus papeles.

Vuelvo a intentar la huida haciaadelante:

—Papeles los tiene el jefe, vamosrápido, él es gran gángster, roba anosotros el dinero, debería estar encárcel, a él tenéis que llevar convosotros. —De nuevo distraigo laatención hacia Thyssen—: Podéis venirconmigo, puerta 20, allí mi ficha, podéisver que yo trabajar allí.

Están irritados, pero no se les ocurreen lo más mínimo investigar al jefe de

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Alí, pese a que todo desprende un tufilloa comercio de esclavos. El involucrar elnombre Thyssen no parece sugerirlesfigura delictiva alguna y, por todas lastrazas, no quieren pillarse los dedos.

Uno de los agentes propone al jefe:—Lo mejor es que lo llevemos al

banco y hagamos un careo.—Sí, de acuerdo, estupendo —

exclama Alí con entusiasmo y se aprestaya a introducirse en el coche celular consus ropas de trabajo manchadas deaceite y rezumantes de grasa.

El jefe me hace retroceder de untirón y brama:

—¡Sal de ahí! Nos vas a ponerperdidos los asientos de tu mugre.

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Mientras tanto la gente se ha idoapelotonando a nuestro alrededor.

—Ha intentado asaltar a una chicaalemana —babea un ama de casacincuentona con el capacho de lacompra lleno a rebosar, que ha colocadosu espalda contra la pared de la casa.

—Qué ojos tan fríos y penetrantes—comenta con ella en tono reprobatorioun tipo de unos sesenta y cinco años—.Tiene aspecto de loco homicida. ¡Québien que lo hayan atrapado!

—Lo único que ha hecho es asaltarel banco —los corrige un muchacho deunos veinticinco años que permaneceallí apoyado en su bicicleta.

En el seno del grupo surge una

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disputa. La mayoría abunda en laopinión del chico, y los demás sostienenla teoría de la violación; uno de ellosincluso pretende haber oído «gritar» a lamuchacha asaltada cuando se la«llevaban en una ambulancia».

Me interrogan (a mí, Alí) en plenacalle por espacio de casi veinte minutos—tiempo durante el cual el verdaderoatracador del banco ha podido ponersetranquilamente a buen recaudo—, hastaque el jefe toma una decisión:

—Tú ahora te vuelves al bar yesperas a que nosotros vengamos conlos testigos para el careo. Y no teatrevas a ahuecar el ala. En la puerta sequeda un policía de vigilancia para que

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no te esfumes.Yo (Alí) espero casi una hora y los

testigos no aparecen. Al cabo de rato sinduda la sospecha les ha parecido a ellosmismos tan absurda que probablementeno han querido quedar en ridículo antelos testigos. En cuanto el poli que mevigilaba se largó, yo me metícautelosamente en mi coche y me alejéde allí con una sensación de alivio comopocas veces he experimentado.

Con anterioridad me había dirigidoasí a los parroquianos del bar:

—Ya vosotros lo haber visto. Sóloporque yo extranjero, tengo queacompañar a ellos. El verdaderoatracador ser rubio y sólo 1,70 y más

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viejo.—Bueno, también tú te podrías

haber puesto una peluca —se permiteguasear un funcionario de Hacienda deunos cincuenta años, que está en labarra. Y el bar entero estalla en ruidosascarcajadas—. Ahí afuera oí —me confíael algo bebido funcionario— que en lafundición trabajáis de formaabsolutamente ilegal. No sois losúnicos. Es algo que constantemente llegaa nuestros oídos, pero mis superiores nose atreven a intervenir, ni aunque yo lodenunciase ahora.

Tres meses más tarde me toca vivirotro peliagudo encuentro con la policía.Yo (Alí) salgo de Adler bastante

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fatigado, me siento en mi coche —aparcado en una esquina unas calles másallá— y al dar marcha atrás embisto unflamante Volkswagen Golf.

En un abrir y cerrar de ojos seamontona gente en torno a Alí, haciaquien se aproxima, excitada, lapropietaria del coche. Alí se declaraculpable y dispuesto a responsabilizarsede los daños ocasionados, y además porescrito. Mientras tanto, al fondo, losalemanes —a los que el asunto ni les vani les viene— comienzan a vociferar:

—No le crea, es un extranjero, va aengañarla. Llame en seguida a lapolicía.

Solamente poseo un carné de

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conducir expedido a nombre de untrabajador turco, cuya foto, ciertamente,no se parece en nada a Alí. Seridentificado de este modo por la policíasupondría un final demasiado tonto ybanal de toda mi empresa. Así pues, Alíimplora a la señora:

—Por favor, no policía. Hay puestoen Flensburg y yo estar ya allí. Ponermulta, quizá retirar carné de conducir yhasta quien sabe si expulsan a mí a laTurquía.

La mujer todavía se muestravacilante, pero del grupo de mirones —cuya unánime opinión reza «hay queavisar a la policía»— ya ha salidoalguien disparado a llamarla desde la

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tienda de enfrente.Al poco, hace acto de presencia un

policía entrado en años. Se me quedamirando (a mí, Alí) con enormesuspicacia, toma nota del accidente y meordena que lo acompañe a la cercanacomisaría.

—De haber algo contra él, se locomunicaré inmediatamente —tranquiliza a la señora.

Compara la foto del carné deconducir con el semblante de Alí, yasiente con la cabeza, como queriendodecir: «Todo en regla», pese a que noexiste el menor parecido.

Comprueba el resto de los datos pormedio del ordenador, y da muestras de

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sorpresa ante el hecho de que todoencaje perfectamente, según respuestadel aparato.

—No hay nada, puede marcharse —dice, dejándome en libertad.

—Buen trabajo —le felicito yo—.En la Turquía una cosa así durar uno odos días.

—Pero es que estamos en Alemania—me ilustra, no sin orgullo.

—Yo darme cuenta —le contesto—,de todos modos enhorabuena. —Y mepongo loco de contento al verme otravez fuera.

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Las barandillasO del my y del mu

Para variar, Adler me tienepreparado algo muy especial (a mí, Alí).

—Te presentas mañana a las siete dela mañana en la empresa Theo Remmert,que es el hermano de nuestro Remmert, yte pones a pintar barandillas a destajo.

—¿Cuánto trabajo ser? —indaga Alí— y ¿cuánto durar?

—¡Bueno…, pues mucho! —opinaAdler—, puedes estarte trabajando allítodo un año.

—¿Y cuánto ganar? —Eso de que leformule una pregunta tan impertinente

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provoca el desconcierto en Adler. Hacecomo si efectuara unos cálculos, y dice:

—Bien, digamos que un marco pormetro.

El jefe de la nave industrial dondeyo (Alí) debo presentarme a la mañanasiguiente sabe ya de lo que se trata. Conuna amable sonrisa se da por enteradode que me envía Adler, y pasa ainformarse del salario acordado. Al oírlo de un marco por metro, dice:

—Tendrás que emplearte a fondo siquieres ganar algo de dinero. No puedespermitirte descansos.

Todo indica que la empresa TheoRemmert está apurada de tiempo. Lasbarandillas de hierro fabricadas por

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Remmert tienen que ser suministradas einstaladas en una nueva planta de laQuímica del Ruhr en brevísimo plazo.

A lo largo de casi una semana mepego la más tremenda de las palizas.Trabajando desde la mañana hasta lanoche —y descansando, a lo sumo, diezminutos— no paso de cincuenta metrosdiarios. Las barandillas están a unaaltura de 1,25 m. Hay que pintar conbrocha tres barras redondas y, además,un listón de mayor tamaño que estáabajo. Tienes que hacerlo con brochaspequeñas, meterlas en cada rendijita yen cada recoveco. De cuando en cuandohay que traer con una grúa, desde la otraesquina de la nave, los elementos de las

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barandillas y, una vez pintados,volverlos a llevar a donde estaban. Sonintervalos de tiempo que nadie se lospaga a Alí. Lo mismo que cuando vieneel jefe a reclamar que algunasbarandillas no han sido pintadas consuficiente esmero y que en algunostrocitos les falta color, lo cual supone elvolver a mover los pesados trastos de lagrúa de acá para allá.

Yo (Alí) intento —a fin de ahorrartiempo— darle a lo loco con dosbrochas a la vez. Pero el método nosurte efecto. Un alemán, trabajador deplantilla en Remmert y que ha pintadoantes que yo las barandillas cobrando unsalario por horas, me mira

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compasivamente y opina:—No hay quien resista ese ritmo

diario. Vas a reventar. Tómate tiempo.—Al enterarse de cuál es el salario adestajo, menea la cabeza y dice—: Porsemejante miseria yo lo mandaba todo apaseo. No daría ni una pincelada.

Reconoce francamente que él, a losumo, realiza la mitad de la laborasignada a Alí y cobra un jornal de 13marcos por hora. Alí, manteniendo suritmo, obtendría entre 5 y 7 marcos a lahora.

Pese a la miserable paga, el trabajoa destajo hace que se desarrolle unaactitud hacia el trabajo totalmentedistinta. No obstante la tensión continua,

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el agobio es diferente. No tienes a nadiedetrás de ti, azuzándote. No existe elmiedo a los superiores, a los jefes, a loscontroladores. Es un trabajo al que vascon un ánimo algo más placentero que elánimo con el que vas a Thyssen, aunquetambién llegas a casa completamentederrengado. Si miras el reloj, te llevasun susto tremendo al ver lo tarde que es.Uno preferiría que fuese más temprano.En Thyssen ocurre lo contrario. Lashoras se alargan y te pones contentísimode que hayan pasado ya. Las vascontando una a una y sientes espantocuando miras el reloj y todavía tequedan cuatro atroces e interminableshoras hasta que el turno termine. El

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trabajo a destajo es el nivel más bajo ydegradado de la presuntaautosuficiencia, sin ninguna de lasventajas reales que cabría asociar con lamisma.

El jefe de Remmert controla todoslos días la tarea que se me asigna parala jornada y procede a verificar eltrabajo. A veces tengo que volver apintar trozos o lijar protuberancias quese han formado, y pasarle de nuevo labrocha. Tampoco este tiempo me lo paganadie. Cuando le digo al jefe que no esposible alcanzar mi salario y que conesos 5 o 6 marcos a la hora me sientototalmente explotado, él se desentiendecon un gesto de la mano:

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—En eso nosotros no tenemos nadaque ver. Nosotros le pagamos a Adler.Es él quien se lleva la mejor tajada.Tienes que quejarte a él.

El jefe no quiere revelar a Alí cuáles la ganancia de Adler en este caso,pero yo estimo que se embolsa, comomínimo, el triple o el quíntuplo por elmero suministro de su obrero esclavo,sin tan siquiera tener que mover un dedoa cambio.

Tras haber pintado de ocre pordelante y por detrás, por arriba y porabajo alrededor de 210 metros debarandilla, y tras haber pintado a mediastambién, como era inevitable, miszapatos, mis pantalones y mi camisa, de

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pronto ya no queda trabajo que hacer. Eljefe de la empresa Remmert me explicaque las barandillas pintadas por míserán instaladas lo antes posible poroperarios de Remmert en una nuevaplanta de la Química del Ruhr. Hastadentro de algunas semanas no seprocederá a la soldadura de nuevasbarandillas. En esto se queda el año detrabajo que prometía Adler. Y cuando yo(Alí) le describo a Adler la situaciónpor teléfono, me dice:

—No hagas nada. Preséntate mañanaa las cinco de la mañana en la brigadaThyssen. —Y ante la pregunta de Alíacerca del pago de la pintura de lasbarandillas, me contesta—: Lo

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liquidaremos en cuanto cobre mi dinerode Remmert. —Y—: Puedes seguirpintando barandillas los fines desemana.

Comoquiera que yo (Alí) al cabo detres semanas todavía no he percibido los210 marcos que me corresponden por midura tarea extraordinaria, le pidocuentas a Adler.

—No has pintado las barandillascomo es debido —afirmadescaradamente, y—: No puedo pagarteesa cantidad, pues por tu culpa me hevisto en grandes apuros y aún no hecobrado mi dinero. Cuando le preguntoque por qué razón, se pone a desvariaracerca de que la cifra «my» no cuadra,

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lo que al parecer significa que ladensidad de la capa de pintura no es lacorrecta. —Lo tomo por uno de sushabituales pretextos y trucos, peroaunque fuese verdad, la culpa no es mía.El jefe de Remmert controló y verificócomo es debido mi trabajo. Así pues,Alí se pone en camino con objeto deexigir su dinero al señor Remmert enpersona. A fin de asustar un poco aRemmert, Alí, inmediatamente despuésde concluido el turno en Thyssen,vestido con las ropas de trabajo y con lacara completamente llena de negrostiznajos, se dirige al edificio quealberga las oficinas de la factoría TheoRemmert. En el vestíbulo que da al

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hueco de la escalera es imposible dejarde ver un ostentoso letrero en la pared,con un grandioso marco, que expresa lafilosofía práctica de Theo Remmert,propietario de las fábricas Remmert:

«Hay quien considera alempresario un lobo sarnoso al quecumple matar a palos. Otros, a suvez, opinan que el empresario esuna vaca a la que se puede ordeñarininterrumpidamente. Sólo unospocos ven en él al hombre que tiradel carro».

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Alí, tragapolvos, limpiahierros,portafardos y coolie, se encamina haciael arrastracarros y acuñafrasesRemmert. Se las arregla para pasarinadvertido ante la señora de larecepción y colarse en el interior de laplanta del jefe. Remmert se hallaausente, pero uno de sus directoresejecutivos está hablando por teléfonoacerca de un pedido por valor de unamillonada. Al verme entrar a mí (Alí),se me queda mirando con estupor. Lepido explicaciones:

—¿Qué ser eso de «mu»? Yo hacermi trabajo, jefe dijo que está bien, yahora de dinero nada.

—Usted lo que quiere decir es

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«my»; se trata de la densidad de lapintura —corrige a Alí—; yo de eso nosé nada, reclámele a Adler, es él quientiene que darle el dinero.

La comedia de enredo prosigue.Adler envía a Alí a la Química del Ruhrpara el «repintado», según su propiaexpresión: «De lo contrario, no haydinero». Tras horas y horas de búsquedapor la periferia de Oberhausen, en unintrincado, fétido y extenso polígonoindustrial de la Química del Ruhr, Alípor fin da con sus barandillas, instaladasa una altura de vértigo en un andamio deacero. Quiere trepar por el andamiopero un guarda se lo impide. «Peligro demuerte, quedan por instalar las

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plataformas de rejilla para andar». Elguarda lo ignora todo acerca de «mu» ode «my». Dice:

—Maldita la importancia que esotiene. Lo único importante es que labarandilla esté ahí.

Nuevas quejas a Adler (porteléfono):

—Sí, otra vez Alí. Jefes decir que lodel «mu» da igual. Barandilla estar ahí ynadie puede ya caerse. Adler se sulfura:

—Lo primero es repintar; la semanaque viene te vas otra vez allá, y si no, yasabes, no habrá dinero.

La siguiente visita a la Química delRuhr tampoco produce resultado alguno.En el caso de que yo (Alí) hubiera

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vuelto a pintar las barandillas yainstaladas, mi salario se habría reducidoa 2 marcos por hora, pues al tener quetrepar por las alturas, el trabajo sehabría prolongado sustancialmente.

En cualquier caso, Alí no hapercibido hasta el momento ni unpenique por esa tarea extraordinaria. Yfue un trabajo muy duro e imponente.Colocadas unas al lado de las otras,esas barandillas circundarían la mitadde un campo de fútbol.

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Como en el salvajeoeste

Son necesarios enormes esfuerzospara percibir, al menos, una parte denuestro salario.

Adler vive en una bonita y cuidadaurbanización de chalés en las afueras deOberhausen, a unos quince kilómetros dela factoría August Thyssen, donde lacontaminación industrial queda filtrada através de un cercano cinturón boscoso.Los posibles recorridos en autobúsdesde las grises y mugrientas coloniasobreras hasta el domicilio de Adler

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comportan numerosos trasbordos, ytampoco dichos autobuses hacen eltrayecto con mucha frecuencia. Loscompañeros se resignan a largasesperas. Más de uno que habíaanunciado previamente su llegada porteléfono, se encuentra con que la puertaestá cerrada. Lo más seguro es acercarsea su casa con sigilo y por sorpresa yllamar al timbre de forma que él no lopueda ver a uno desde la ventana. Adlersigue empleando fórmulas estándarrecurrentes para despachar a su gente:«En estos momentos no puedo hacermecargo». «Yo no le estafo a nadie unahora». «No tengo aquí el talonario, ydinero en metálico tampoco». «Hace

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días que ando detrás de usted. Laliquidación de los salarios se hará ellunes». (Y, claro está, no se hace, G. W.)«Mis oficinas las tengo normalmente enDinslaken. Tengo allí una fábrica deconstrucciones metálicas. Todo lo tengoallí». Y cuando le cita a uno para otrodía, no aparece. O me dice a mí (Alí):

—Si todo sigue como hasta elmomento, con toda probabilidadconsideraré un aumento de un marco ouna cosa así. Puede usted estar seguro.De esto volveremos a hablar el mes queviene.

Pero no es un aumento lo queconcede. En vez de elevar el salario enun marco, como había prometido, dos

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meses más tarde le deduce a Alí unmarco de su salario y pasa a explicarlepor qué no quiere pagar ningúnsuplemento, incluso si se trabaja en laPascua de Resurrección, de Pentecostésy en Navidades:

—Porque trabajamos más barato.Por eso Thyssen recurre a empresas máspequeñas o medianas, como nosotros, yaque por lo general nosotros podemostrabajar más barato que el propiopersonal de Thyssen. ¡Lo hacenúnicamente por eso! Ellos preferiríandespedir todavía a más gente, enThyssen, y acudir aún más a firmascomo la nuestra, porque resultan másrentables. —Adler recomienda trucos

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para suscitar una apariencia delegalidad ante las autoridades—:Recibos de trabajo auxiliar. EnAlemania hay una ley según la cual leestá a uno permitido ganar una sumamensual neta de hasta 390 marcos librede impuestos, y si además uno usa elnombre de un pariente que lo permite,son ya 780 marcos netos de trabajoextra. Se trata, pues, de una cosatotalmente legal.

Otro truco: se da de altaretroactivamente en la Caja Local delSeguro de Enfermedad a alguien que sepone enfermo.

Para librarse del pago de cantidadesque deberían haber sido abonadas desde

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hace tiempo, Adler exige una y otra veza sus obreros: ¡Presentadme el cómputode horas trabajadas firmadas por elcapataz Zentel, si no, no cobraréis! ¡Yalo sabéis, yo, si no, no puedo hacermecargo». Mi impresión es que se haconchavado en este jueguecito conZentel, pues éste, por lo común, se niegaa firmarnos cómputos de horastrabajadas después del trabajo. «Notengo tiempo para eso —nos dicegeneralmente para librarse de nosotros—. De todos modos Adler se entera pormí mismo todos los días con exactitudde cuántas horas ha trabajado cada unode vosotros». Así andamos corriendo amenudo de aquí para allá sin recibir el

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exigido cómputo de horas y, por ende,tampoco el salario. Si bien nuestrotiempo de trabajo se halla registrado conidéntica exactitud en las fichas deThyssen, Adler no les otorga valor decomprobante: «Eso a mí no me interesaen absoluto. Las fichas no constituyenpara mí ninguna prueba».

Sin previo aviso, Osmán y yo (Alí)nos presentamos juntos a Adler, tomandola precaución de no hacerlo antes de las18.30 h, a fin de encontrarle en casa. Esel último día de Osmán en la RepúblicaFederal, pues ha dejado su trabajo y aldía siguiente regresa definitivamente aTurquía en autobús. El día anterior habíahecho un viaje en balde para ver a

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Adler, y eso que le había anunciado conantelación su llegada telefónicamente.Cuando Adler me ve (a mí, Alí), seasusta:

—¡Menudo aspecto el suyo!Francamente malo.

Yo (Alí): Sí, es lo que pasar contrabajo. Siempre mugre y polvo, yo tieneque limpiar, pero no se quita bien conlavar. Es demasiada mugre, ella se metehasta en piel.

Adler (preocupado por susalfombras): Apártese de la paredblanca, quédese por lo menos a un metrode distancia, que si no acabaráapoyándose en ella. La verdad es que secae usted de cansancio. —A Osmán—:

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¡Haberse venido para acá sin más nimás! Éstos tienen más cara que espalda.¡Qué descaro! ¡Venirse, tan panchos poraquí, a las siete de la tarde.

Osmán: Es que mañana por lamañana regreso a Turquía y quería hacercompras y no tengo dinero.

Adler: Yo no puedo hacer nada. Estoes una auténtica cochinada.

—No puede contenerse ya, y estavez su indignación no es sólo simulada.Por lo menos repite tres veces que esuna «cochinada», para a continuaciónacalorarse aún más: —Luego mevendréis a las diez o las once de lanoche.

—No, no, no tener miedo —digo yo

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(Alí)—, tan tarde no, nosotros tambiéntener que dormir. Pero Adler no se dejaaplacar:

—Tenéis más cara que espalda, esoes lo que os pasa. Se me meten en micasa a incordiar a las siete. Es unavergüenza. No se atrevan a volver ahacerlo. Yo aquí no soy ningún pelele asu disposición. Que se va mañana aTurquía. Seguro que eso es tambiénmentira, y yo no me dejo engañar.

Yo (Alí): Es verdad, yo mismollevarle a autobús.

Adler: ¿Por que te metes tú en esto?Tú mantente al margen, ¿quieres? A lassiete o las siete menos cuarto y va y semeten en casa de uno. ¿Qué os creéis,

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que esto es el salvaje oeste?Osmán no ceja en su empeño:—Pero señor Adler, ¿qué he de

hacer si no? Como mañana ya no estaréaquí, habré trabajado prácticamente debalde.

—Yo también llevar semanas, ydinero ninguno. Usted a nosotros dé algopara comer. Adler: Tú te crees que soyun rumiante. Y ahora fuera de aquí, queme estáis molestando.

Ya en la calle, a Osmán se le saltanlas lágrimas:

—Me ha estafado mi dinero. Comome voy a Turquía para siempre ya nopodré reclamar nada.

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La ira de Yüksel

De nuevo en Thyssen. Después deltrabajo, conversación con YükselAtasayar (20 años), agotado y con elpolvo incrustado hasta el último de susporos, esperando que se nos lleven deallí en la furgoneta.

Yüksel: Juego a la loto de 30 a 40marcos. Pero no siempre.

Yo (Alí): ¿A la semana?Yüksel: No siempre. Quizá acabe

por tener suerte. Mejor eso que gastarselos 30 o 40 marcos en cigarrillos. Fíjatebien. Cada día un paquete de cigarrillos.¿Al mes? Haz la cuenta: 4 por 30.

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Yo (Alí): Sí, 120 marcos; 1440 en unaño. En diez años 14 000, y si cuentastambién los intereses, en veinte años teahorras casi de treinta a cuarenta milmarcos.

Yüksel: Bueno, eso habrá queverlo… si vivimos veinte añitos más.

Yo (Alí): No, si andamos en esto dela mugre. En dos años puede que ¡adiós!Agarrar un cáncer. No siempre viene enseguida, a veces tarda cinco años.

Yüksel: Sí, se empieza con dolores yasí, y luego, de pronto, va y te mueres.Al menos ahorrar un poquito para luegogastarlo todo, antes de morirte. Si tengoun poco de valor, terminaré antes.¿Cuánto tiempo quieres tú vivir? ¡Ésta

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es una vida de mierda! ¿Crees en Dios?Yo (Alí): No. Dentro de nosotros, no

fuera. No puedes confiar en Él, no teayuda.

Yüksel: Si hay Dios, ¿por qué hacreado a Adler?

Yo (Alí): Defecto de construcción.Quería algo completamente distinto,pero a él salir mal.

Yüksel: Si hay Dios, Dios no cometeerrores, si existe. Dios es Dios. No leestá permitido cometer errores y, por lotanto, es imposible que los cometa.

Yo (Alí): Quizá ser un chalado, unloco y de vez en cuando perder losnervios. Si no, no habría ningún Adler niningún trabajo de mierda como éste

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aquí.Yüksel: ¡Lo maldigo todo, mira lo

que te digo!Yüksel Atasayar, a sus veinte años,

es uno de los más meticulososobservadores que hay entre loscompañeros turcos. Sabe quién de losalemanes tiene prejuicios contra losturcos, aunque no los manifiesteabiertamente. Llega incluso a darsecuenta del humor cotidiano de loscapataces y jefes de cuadrilla alemanes,y a avisar a tiempo a sus amigos acercadel talante de aquéllos y de lasvejaciones que les amenazan. «Tencuidado, Zentel necesita hoy unavíctima», advierte por la mañana en el

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área de distribución, mientras el sherifftodavía está sentado, medio dormido, ensu Mercedes. Yüksel, a partir de los másmínimos indicios, percibe que seavecina la tormenta y, en efecto, unashoras más tarde a Zentel le da un ataquede furia y manda a casa a un compañeroturco porque durante su no remuneradointervalo de descanso ha osadomarcharse de su lugar de trabajo, yZentel no lo encontró al realizar suronda de control.

Yüksel Atasayar sólo es turco denombre. Se crió en Alemania, hablaalemán sin ningún acento y además sesiente alemán. Tampoco en su aspectoexterior se asemeja en nada al cliché de

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lo que es un turco. Tiene el pelo mediorubio y los ojos de un gris azulado. Supadre es de origen ruso. Su nombre es loúnico que le empuja al grupo decompañeros turcos, con los que tienedificultades de entendimiento. Si sunombre hubiera sido alemán difícilmentese habría granjeado el odio del jefe decuadrilla Adler, quien, por cualquiernimiedad, descarga sobre él y sobreotros compañeros continuamente suagresividad.

En una ocasión en la que Yüksel seatreve a recordar a Alfred —el cual unavez más está trabajando como un posesoy se ha olvidado por completo deltiempo— que hace ya un buen rato que

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llegó el intervalo de descanso, el talAlfred se le planta delante y le dice agritos:

—¡Primero se termina el trabajo, yluego se descansa! En Alemania siempreha sido así. Así estamos enseñados losalemanes. ¿Y sabes tú lo que eres paramí? Para mí eres una enorme caca, unacaca es lo que eres tú para mí.

Y llegado ya el descanso, Alfredvuelve a ser presa de un estallido defuria:

—Mira, si te encontraras conMengele, ya sabes quién es, uno denuestros mejores investigadores en elcampo de la medicina, y que todavíavive, que aún no se lo han cargado, pues

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mira, si Mengele estuviera en la rampa ytú pasaras a su lado, te garantizo que tediría: «Tú fuera, tú a la cámara de gas,contigo no puedo hacer experimentos», y¿sabes por qué?

Yüksel se ha puesto muy pálido y nose atreve a replicar. Sólo farfulla:

—No, ¿por qué?—Porque contigo no se puede hacer

nada. Has venido acá para escabullirtede la dictadura militar, para crecer aquíen un Kindergarten, para que te mimen alo grande. Si te hubieras quedado alláhabrías aprendido lo que significa vivirdecentemente. Los turcos nunca habéisvivido en democracia, no tenéis ni ideade lo que es eso, y lo que deberíais

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hacer es aprender primero a vivir con ladictadura militar y no arreglároslas aquía costa nuestra.

Yüksel ha renunciado a defendersecontra semejantes estallidos. Sabe, porotras experiencias vividas, que aquí esmuy fácil llegar a las manos. Prefiereevitar más ofensas, sin decir palabracoge su bocadillo y se sienta en unrincón de la nave industrial, lejos, dondeno pueda verle ni oírle. Cuando, al cabode cinco minutos, se presenta de nuevoal trabajo, en su rostro absolutamenteennegrecido por el polvo, debajo de susojos, pueden verse unas borrosas estríasmás claras, como de lágrimas.

Por otra parte, Yüksel es el único a

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quien no se le escapa que yo a menudome detengo brevemente a tomar notas.Sucede a veces que Yüksel me hace unguiño, como queriendo darme a entenderque cuento con su comprensión y queello es de su agrado. Sin embargo, esome produce inseguridad y meintranquiliza, pues ignoro, en definitiva,si él hablará de ello con otroscompañeros.

Un día, tras un trabajoparticularmente fatigoso y sofocante, enel área de altos hornos, cuando,agotados, estamos sentados en tierra, alpie de la tapia de la fábrica, aguardandoel microbús que viene a llevársenos deallí, Yüksel me pregunta:

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—¿Lo apuntas todo?—Por favor, no digas a nadie ni una

palabra de esto —aprovecho la ocasióny añado—: en este momento no puedohablar del asunto, pero más tarde te loexplicaré todo.

Se percata de lo asustado que estoyy de lo seria que es la cosa para mí, y nome hace más preguntas. Durante mesesenteros guarda silencio. «Tienes quetomar nota exacta de todo lo que esoscerdos hacen aquí con nosotros —mesusurra al oído—. Tienes que fijartebien en todo». Parece adivinar mispropósitos y a menudo me apoya conatinadas informaciones, sin pretendersaber de mí nada más concreto. Yüksel

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es más bien apolítico pero —no obstanteser casi un niño todavía—, comoconsecuencia de una profundavulnerabilidad y desesperación y delsentimiento de solidaridad que de lasmismas se desprende, mantiene lo quesabe sobre mí sometido a la disciplinadel silencio.

Yüksel Atasayar describe susituación:

—Acababa yo de nacer cuando mispadres se vinieron a Alemania, hace deesto veinte años. Provenimos deAmasya. No sé exactamente dónde estáese lugar. En cualquier caso camino deArmenia, pero, con toda franqueza,tampoco esto lo sé con mucha precisión.

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»En casa se habla turco, cosasfáciles, pero yo no sé hablarlo bien ycorrectamente, sería incapaz de seguirun auténtico tema de conversación.Periódicos, es decir, periódicos turcos,sólo los entiendo a medias. Pero mispadres hablan un turco perfecto y entresí sólo se entienden en turco. Lo que nosaben es hablar un buen alemán. Yo mesiento más alemán que turco.

»Mi padre está empleado enThyssen, directamente por Thyssen, enlos tornos de laminación. Gana tambiénmuy poco, entre 1200 y 1300 marcos.

»¿Que cómo he llegado aquí? Através de un compañero que me mandó.Simplemente me presenté al capataz. El

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compañero dijo que tenía que ponermeropa de trabajo, y me la puse. Preguntési necesitaban más gente, y ellos dijeronque sí y que subiera al microbús, y yosubí y nos llevaron a Thyssen y luegonos distribuyeron por los diversos tajos.

»El primer día fue jodido. La mugrey el polvo eran totales, había humo ytodo lo imaginable, es decir, algoabsolutamente jodido desde el punto devista de la salubridad. Horroroso.Limpiamos la fundición, los aparatos,las máquinas, tragando continuamentepolvo y humo. Llegaba a hacernosvomitar, y uno hasta se desmayó.Algunos se caían al suelo porque no lesllegaba el aire a los pulmones.

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»Nos da rabia el trabajar de unmodo tan repugnante. Adler ni siquieranos proporciona guantes de trabajo, esun tipo que no tiene la menor compasióncon la gente, vamos, que le da igual sialguien revienta; si se muere, le esindiferente. Y las cosas que dicetambién, por ejemplo, sobre el dinero.No necesitas tanto dinero —te dice—,eres soltero, ¡puedes estar contento detener trabajo aquí!

»Le da igual cómo le va a uno.Maldito lo que le importa si uno la diña,es como un macarra. Lo principal paraél es que le proporcionemos beneficios.Es uno de esos gángsters de guanteblanco, que siempre permanecen en

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segundo término.»Yo jamás he cobrado de él el

dinero que me corresponde. En estosmomentos debería abonarme más de 800marcos.

»Muchos días la fatiga es enorme, esun verdadero tormento. En realidad essiempre horrible por el polvo y el humo,es realmente espantoso, de verdad, cadadía es horrible. Se te meten en lospulmones, de eso me he dado yo cuenta;yo, que soy un verdadero deportista,antes me pasaba corriendo por lo menosuna hora, pero ahora en cuanto me pongoa correr unos minutos, lo noto sin falta,irritación pulmonar. También loscompañeros de más edad tienen un

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aspecto francamente malo, y también losde Remmert.

»Algunos llevan tres o cuatro añosaquí y parecen lo que se dice hechospolvo, sus edades oscilan entre lostreinta y los cuarenta, pero parece comosi tuvieran cincuenta, o incluso sesenta.Se han quedado completamente calvos ytienen la cara chupada y demacrada ymuy blanca. Muchas veces pienso queagarraré un cáncer, cáncer de pulmón; enel aire que respiramos ahí, más de unavez no puedes ver la mano que tienesdelante de los ojos. La planta de oxígenoa veces está fatal. Tengo miedo de queuno acabe allí de mala manera, es algoque me da miedo.

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»En una ocasión tuve la sensación decomo si allí se hubiera producido unaguerra atómica, por el aspecto delambiente. Todo aquel polvo y humo ytodo aquello…, no sé, era algoabsolutamente horrible. Era casicomparable a la guerra, tal como laconocemos por las películas.

»En algunos sitios el trabajo espeligroso, en uno, por ejemplo, hayriesgo de emanaciones de gas. Puedesdiñarla. Y tenemos que trabajar ensemejantes cámaras, donde el peligro estotal. Hay letreros que te dicen quepuedes palmarla si las emanaciones sondemasiado intensas. Y el gas casi no lonotabas, no podías ni olerlo. Había un

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pequeño dispositivo verificador, del quese podía hacer una lectura. Yo muchasveces me mareaba y sentía tambiénnáuseas. Vamos, que muchos días no sepuede soportar. Muchos días tampocotenía apetito ninguno, no podía tragarbocado, sólo comía polvo, y es quepodía uno lo que se dice comérselo, selo tragaba uno, de lo denso que era en elaire. Contiene plomo, cadmio y yo quésé qué contendrá. Más de una vez me heido a un rincón, he vomitado y me hesentado sólo para respirar.

»Hay que haberlo vivido: aundespués de haberte duchado seconcentra todo en los pulmones y ahí sequeda. Por fuera estás limpio, sí, pero

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por dentro… todo está dentro. Estásprácticamente metido en la mierda, y,aunque te la quites, al día siguiente lamierda vuelve a estar allí, es siempre lamisma.

»Lo que no entiendo es lo poco quete pagan. Quieren hacerse tan ricoscomo sea posible y no dar nada acambio, con lo ricos que son ya. Si aAdler lo metieran en chirona, seguro quela empresa Remmert continuaría, ynosotros seguiríamos igual. Y Thyssenlo sabe, Thyssen es el que emplea a lagente y tiene que saberlo.

»Para mí la vida no significa nada,de veras. Por lo general no tiene ningúnsentido. Al principio, cuando tienes

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catorce o quince años, es decir, cuandose va uno haciendo adulto lentamente ytiene uno una chica y todo eso, y te gustairte a la cama a dormir con ella…,bueno, y lo haces ¿y qué? No, eso no eslo más importante. Vamos, que la vidasólo tiene un sentido cuando quieresalcanzar algo por ti mismo, algo quellevas en tu cabeza, entonces es cuandola vida tiene sentido, si no, no tieneninguno. Además, entonces tiene unoganas de hacer algo… pero, si no, enconjunto la vida no tiene ningún sentido.¿Qué es eso, la vida?

»¿Cuándo he sido yo más feliz, asíen general, en la vida? Pues fue cuandotenía doce años y me fui de vacaciones a

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Turquía con mis padres. Aquello sí quefue estupendo. Sentía de modocompletamente distinto. ¿Y qué es lopeor? Pues estar ahora aquí trabajandoen Thyssen para la empresa Adler, estoes lo peor de lo peor, más le valdría auno morirse.

Ducha de emergencia

Al menos una vez a la semana nosmandan a la planta oxigenadora paraquitar el polvo que se deposita allíconstantemente.

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A unos 50 o 57 metros de altura, y enrecintos cerrados, tenemos que aplicaraire a presión al polvo que hay en lasmáquinas, hasta que se quita de lasmismas y cae al suelo, para luego barreruna gruesa capa de una altura de entreuno y tres centímetros, y llevárnoslo encarretillas. Las nubes de polvo sedepositan pesadamente en los bronquiosy los pulmones. Hay mucho plomo eneste polvo, que además contiene metalesvaliosos altamente dañinos, comomanganeso y titanio y, claro está,montones de fino polvo de hierro. Uncapataz de Thyssen, que controla nuestrotrabajo, le dijo una vez a Yüksel, elcual, mientras estaba trabajando, sufrió

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un acceso de tos y, sin resuello, pidióuna máscara antipolvo: «Las máscarasantipolvo no las tenemos para vosotros.Además el polvo es sano. Producesangre». Y: «Si tragas polvo de hierrodurante un tiempo suficientemente largo,te pones un imán en el pecho y seguroque se te queda pegado». Yüksel, quienno estaba en absoluto para bromas, lepregunta más tarde a nuestro jefe decuadrilla si es cierto eso del imán, y ésteentonces le llama «turco tonto» delantede todo el personal reunido, y se ríe deél.

Mientras trabajamos, sirenas y lucesrojas de alarma nos advierten quedebemos abandonar la zona

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inmediatamente. Además como refuerzoparpadean continuamente letrerosluminoso: «¡Abandonar inmediatamentetoda la zona del convertidor deburbujas!». En otro lugar se lee:«¡Oxígeno! ¡Precaución! ¡Peligro deincendio!». Sin embargo tenemos queseguir trabajando. A un compañero turcoque fue presa del miedo y queríaalejarse de la zona de peligro, uncapataz de Thyssen le explicó con todaclaridad que tenía que hacer el favor deseguir trabajando, pues de lo contrarioello se entendería como negativa atrabajar, y entonces ya podía irse a sucasa.

Un jefe de cuadrilla nos aclara más

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tarde el sentido, a su parecer, de lasfrecuentes y sistemáticas advertencias:«Comoquiera que anteriormente pasóalgo en la zona de convertidores, lafactoría se comprometió a instalar estesistema de señales de alarma. Si denuevo ocurriera algo bajo circunstanciasdesfavorables, Thyssen no se haceresponsable. A vosotros se os advirtióclaramente que no trabajaseis allí».

Es decir, que con esto lasfundiciones August Thyssen quedanexentas de responsabilidad. Si sucedealgo, los culpables somos nosotrosmismos. La advertencia no puede estarmás clara, caso de sucedemos algo, sedebería a nuestra estupidez. No obstante,

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y para nuestra tranquilidad, en diversoslugares de esta zona de peligro han sidoinstaladas duchas bajo las que puedeuno meterse si se le ha prendido fuego ala ropa. Y a fin de que también loentiendan aquellos extranjeros que nodominan la lengua alemana, sobre unosletreros de esmalte figura la silueta deun obrero presa de las llamas y que, conel equipo completo y el casco protector,se encuentra debajo de la ducha, con lainscripción «DUCHA DE EMERGENCIA».

Por fin un trabajo agradable, en lascercanías de Sinterización III. Estamosencima de un tejado y, por medio deunas sogas, bajamos hasta el interior deun contenedor cubos de polvo y lodo.

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Desde luego el trabajo es fatigosofísicamente y no tardamos mucho enponernos a sudar, pero el aire resultasoportable y puede uno mirar el paisajeindustrial e incluso vislumbrar el Rhin alo lejos. El salir al aire libre desde lassombrías y subterráneas mazmorras delpolvo provoca un sentimiento ante lavida completamente distinto. Hasta lalluvia la soporta uno con agrado.Gozamos de una visión panorámica y dela ausencia de accesos de ahogo, demodo que nos sentimos como sihubiésemos sido liberados de unpresidio. Al cabo de casi tres horas dehaber podido disfrutar de esta relativalibertad, de pronto nos hacen retirarnos

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otra vez hacia la planta de oxígeno. Eltrayecto lo recorremos en un microbúsMercedes, a todo gas y acuclilladosentre herramientas y carretillas. En unsitio de poca visibilidad por pocoatropellamos a un trabajador turco yaentrado en años. Comentario del jefe decuadrilla a nuestro conductor turco: «Túacelera tranquilo: dan recompensa porcada turco eliminado». Cuandollegamos, el capataz Zentel nos explicaqué es lo que ocurre. El transbordadorde hierro bruto, un armatoste gigantesco,se ha parado y toda la producción se haquedado en punto muerto. Cada minutorepresenta una pérdida descomunal parala factoría. Como consecuencia del

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bloqueo se ha roto también una pieza dela maquinaria. Han traído otrotransbordador y se está procediendo a sumontaje. Nuestra tarea consistirá enintroducirnos por unos estrechísimosconductos para el polvo, y ver la manerade desatascar la cosa. «Daos prisa ypegad duro —dice el sheriff— hasta quela planta vuelva a funcionar no podéissalir de ahí. Quiero que a más tardarquede arreglado para la una».

Compañeros de trabajo.Subidos en bamboleantes escaleras

de mano nos introducimos, haciendoequilibrios, en intersticios de anchuracasi inferior a la de los hombros y, pormedio de palanquetas, palas y

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gigantescos martillos, uno en cada mano,intentamos eliminar a golpes el mineralde hierro aglomerado y encostrado. Peroel encostramiento es tan duro queprácticamente no se suelta. Alfred,nuestro jefe de cuadrilla, nos azuza y caepresa de auténticos estallidos de ira alver que aquella pasta sólo se desmigajaun poco. «¡Malditos hotentotes, canacosde mierda, gilipollas turcos, judíosapestosos», circunscribe de golpe todaslas nacionalidades que conoce. «¡Másvaldría olvidarse de vosotros, habríaque poneros a todos contra el paredón ypegaros un tiro en la nuca!». Está furiosoen toda regla, en su agresividad casillega a las manos, y a nuestro nuevo

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compañero indio le tira a la cabeza unapalanqueta, que afortunadamente sólo leroza. «La próxima vez te quedas en casa—le vocifera—. No seré yo el que seirá a Turquía a trabajar». «Elcompañero es de la India», intentocorregirle yo (Alí), pero Alfred sigue ensus trece: «A los de Anatolia losdistingo desde lejos. Y ése tiene en lacara la misma expresión de estar majara.A los de Anatolia los distingo a todos;allí no hay más que tontos del culo».

Delante de un compañero de trabajoalemán, Alfred había afirmado tambiéncategóricamente, refiriéndose a mí, quesoy de Anatolia. «Éste está haciendosiempre preguntas tan chifladas, que no

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te caben en la cabeza». A su pregunta depor qué no había hecho yo el puñeterofavor de quedarme en Turquía, lecontesté en una ocasión: «Por motivospolíticos, porque allí dictadura militar».Lo cual le indujo a decirles a loscompañeros alemanes:

«El Alí está trabajando aquí porqueno puede volver a Turquía, dado que allítienen al loco ese de Jomeini».

Tras una hora, a lo largo de la cualAlfred nos azuza absurdamente y noshace bregar como negros, aparece elsheriff y se convence de que connuestras primitivas herramientas no sepuede avanzar. Manda traer martillos yescoplos de aire comprimido, así como

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rastrillos largos y, bajo las peorescondiciones de formación de polvo,tenemos que levantar —sin máscaras—el polvo de hierro encostrado. Tendidosde lado en el suelo, reptamos por losintestinos de la máquina entre constantesinsultos. El fragor de los atronadoresaparatos de aire comprimido retumba enlos angostos pasadizos de acero y semete dolorosamente en los oídos. Losdispositivos para proteger los oídos sonaquí todavía desconocidos. Los ojosescuecen y todos, a cual más, moquean,tosen y resoplan. Es el infierno. Másadelante me cuenta Mehmet que, ensituaciones como ésas, uno prefierepasarse meses en la cárcel antes que

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tener que soportar una cosa así unashoras. En semejantes situaciones sededica uno a imaginar para Adler laspeores formas de muerte e incluso sellega a tomar la decisión de jugárselotodo a una carta y lanzarse a desvalijaruna casa o incluso atracar un banco. Yes que quien está metido aquí no tiene yanada que perder y ni siquiera le asustaya la cárcel. Las rodillas, a pesar de lospantalones de trabajo, han llegado asangrar por las rozaduras, y los guantesde trabajo se han desgarrado. No haymanera de que el transbordador quededesatascado. Se hacen la una, las dos,las tres. Nos vemos obligados a golpearcomo locos con nuestros pesados

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aparatos y a tragarnos toda clase departículas. Al cabo de un rato apareceun pez gordo de Thyssen, se pone ainsultar a diestro y siniestro y explicaque el turno siguiente está esperandopara poder poner de nuevo enfuncionamiento la planta y queintentemos hacer el puñetero favor de noser tan ineficaces. Nosotros, sinembargo, estamos echando el resto, puescada cual está que no ve el momento desalir de allí lo antes posible. «Osquedaréis ahí hasta que la planta vuelvaa funcionar —ordena el capataz—,aunque tengan que ser veinte horas».

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La doctora internista JuttaWetzel informa sobre suspacientes extranjeros:

Por regla general a los obrerosextranjeros les son asignadastareas bajo condiciones de trabajoparticularmente desfavorables. Nosólo se trata de las famosas laboresde limpieza, sino, a menudo, deactividades —y esto es más grave— que han de ser ejecutadas a lolargo de horas en posicionescorporales forzadas. Laconsecuencia de ello son síntomasprematuros de desgaste en la

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columna vertebral y en lasarticulaciones. Al mismo tiempo,la intensidad del polvo y humo quese generan favorece la aparición debronquitis y gastritis, a lo que seañade el elevado riesgo queentrañan los trabajos conmateriales nocivos para la salud(p. ej. amianto).»Estos lugares de trabajo sólo losconozco, ciertamente, a partir delas fidedignas descripciones dealgunos pacientes, pues en el cursode inspecciones por mí realizadas,dichos lugares no me fueronmostrados, pese a mi expresodeseo de conocerlos. No obstante

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el alto desempleo, rara es la vezque las empresas encuentranalemanes para la realización detales trabajos. Las empresas (p. ej.fundiciones, minas, construcción decarreteras y automóviles, astillerose industria química) dependenhasta tal punto de la mano de obraextranjera, que se acepta elrelativamente elevado índice demorbilidad. En este contextoresulta absolutamenteimprescindible fijar el índice demorbilidad de los trabajadoresalemanes y extranjeros en relacióncon sus diferentes condiciones detrabajo.

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Yüksel se atreve a implorar unamáscara antipolvo al capitoste deThyssen, el cual respondeimpasible: «De eso aquí notenemos. ¡Lo que debéis hacer,maldita sea, es terminar de unavez!». A las 18,15, al cabo de docehoras, concluye para nosotros eseturno asesino. Ya en la furgoneta, ysentados en incómodas posturassobre las herramientas, la mayoríapresa del agotamiento,comenzamos a dar cabezadas desueño.En lo que a mí (Alí) respecta,desde la realización de esta tareatengo los bronquios dañados de

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forma casi crónica. Y aún hoy endía —seis meses más tarde— cadavez que escupo tras un acceso detos, la saliva sigue siendo negra.

Miembros plúmbeos

Si bien en diversas áreas detrabajo el lastre de polvo es tanextremo que no sólo nos vemosobligados a respirar la porqueríasino ni más ni menos que acomérnosla, nadie consideranecesario analizar nuestro estadode salud o, cuando menos, lassustancias que tragamos. De vez en

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cuando nos dan algo de leche. Esoes todo. Yo (Alí) recojo en secretopruebas del polvo que refulge entodos los colores habidos y porhaber. Un puñado pesa tanto comouna piedra. El material es remitidoal Instituto para el Medio Ambientede Bremen —no dependiente de laindustria—, adscrito a launiversidad de dicha ciudad. Haceaños que este tipo deinvestigaciones constituyen untrabajo rutinario en Bremen, donde,por ejemplo, fueron analizadasmuestras provenientes del área queocupa la fábrica berlinesa debaterías «Sonnenschein». Ello

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ocasionó el que la empresa, queanteriormente perteneció alministro federal de Correos,Schwarz-Schilling, y queactualmente es propiedad de suesposa, saltara a los titulares deprensa. Poco antes de que el libropasara a la imprenta se disponía yade los primeros resultados de lainvestigación sobre el polvogenerado en Thyssen. Jamás hastaentonces había tenido que constatarel Instituto la presencia de tanpeligrosas concentraciones dematerias tóxicas. Ya el análisis dela primera muestra ocasionódificultades a los científicos, pues

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las concentraciones eran tanextremas que los sensiblesaparatos apenas si daban abasto.Lo encontrado se lee como el «Who’s who» del mundo de losmetales pesados: astato, bario,plomo, cromo, hierro, gadolinio,cobalto, cobre, molibdeno, niobio,paladio, mercurio, rodio, rutenio,selenio, estroncio, tecnecio, titanio,vanadio, wolframio, itrio, zinc ycirconio —en total 25 diferentesmateriales nocivos.El mayor peligro se esconde en dosmetales, cuyos valores eranespecialmente elevados: mercurioy plomo. A este respecto el

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Instituto Universitario de Bremense manifiesta así:«El plomo es un veneno aditivo,esto es, que se enriquece en elcuerpo cuando se toma en dosismenores. Este enriquecimientopuede ocasionar unenvenenamiento crónico porplomos…». Y no es posible excluir«transformaciones de lapersonalidad, perturbacionespsíquicas, parálisis y lesioneshereditarias». No menos atrocesson las consecuencias delmercurio, que los científicosdescriben así: «Los primerossíntomas patológicos de un

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envenenamiento por mercurio sepresentan en el sistema nerviosocentral y se manifiestan por unhormigueo y necrosis de lasextremidades, además de unentumecimiento de la región bucal.Simultáneamente aparecen lesionesdel centro visual, con reduccióndel ángulo visual. A esto siguenlesiones en el sistema nerviosocentral, que tienen comoconsecuencia una disminución dela movilidad muscular y una faltade coordinación de losmovimientos, de forma que seproducen fuertes perturbacionesdel equilibrio y, con frecuencia,

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brazos y piernas sufrendeformaciones espasmódicas yconvulsiones musculares. Elcerebro se encoge en un 35%…».Las «más pequeñasconcentraciones» de amboselementos podrían, de por sí,resultar tóxicas (venenosas), por loque la «cantidad máxima» demercurio que la ley autoriza en losalimentos está establecida en unmiligramo por kilo (1 ppm), y en loque se refiere al plomo, 10miligramos por kilo (l0 ppm).Nuestro involuntario «almuerzoThyssen» contiene justo ochentaveces más mercurio (exactamente,

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77,12 ppm) y doscientas veces másplomo (2501 ppm).La Organización Mundial de laSalud (OMS) considera la ingestiónsemanal de tres miligramos deplomo por persona como elmáximo valor tolerable. Y algo, apropósito, de especial alevosía:La frase hecha que habla de«miembros plúmbeos» concuerdacon la realidad, pues el 90% delplomo que llega al cuerpo esvuelto a hallar en los huesos.Algo parecido vale para elsegundo material problemático, elmercurio. Se concentra igualmenteen el cuerpo.

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Hasta que no se realice unaevaluación de análisis de sangre noquedará determinado en qué gradode concentración se encuentranefectivamente materiales nocivosen los pulmones, la sangre y loshuesos de los trabajadores de lasfactorías siderúrgicas. La mayorparte de los compañeros se quejancontinuamente de fuertes molestias,como disnea, náuseas, falta deapetito, vómitos, trastornoscirculatorios y, también, fuertesbronquitis. Entre los científicos noexiste la menor duda de que labronquitis se halla íntimamenterelacionada con la irritación

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provocada por el polvo, y encuanto a las demás molestias, lasmismas se cuentan entre losindicios clásicos deenvenenamientos por metalespesados, en particular por plomo.

Una vez enfermo, enfermo parasiempre

A lo largo de decenios, losinvestigadores de las causas de lasenfermedades han estudiado lospeligros para la salud a que seexponen los trabajadores de lascoquerías en todo el mundo. De ahí

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el que no quepa duda alguna: eltrabajo en la coquería produceenfermedades.El peligro principal viene de laspartículas volátiles de los gasesresiduales de la coquería, dado quecontienen sustancias alquitranadas.«Tanto el alquitrán como lassustancias alquitranadas tienen unefecto cancerígeno», escribe elprofesor hamburgués Dr. Manz, enla revista especializada Medicinadel Trabajo. Únicamente seestablecen datos diversos acercade la frecuencia con que seproducen enfermedades cancerosasentre los trabajadores de las

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coquerías. Hasta la fecha lasautoridades de la RepúblicaFederal sólo reconocen el cáncerde piel como consecuencia típicadel contacto con el alquitrán decarbón de piedra, comoenfermedad laboral. El principalproblema está, sin embargo, en otraparte.Los trabajadores de las coqueríasenferman de cáncer de pulmón conuna frecuencia tres veces y mediamayor que el promedio de todoslos alemanes varones, yaproximadamente con unafrecuencia del doble del promedioen lo que respecta a cáncer de

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vejiga, de estómago e intestinal. Sise compara a los obreros de lascoquerías con los empleadosadministrativos, las cifras son aúnmás alarmantes: aquéllos muerencon una frecuencia diez vecesmayor de cáncer de vejiga y sufrenocho veces más de cáncer depulmón.La ciencia conoce la causa: elbenzo[a]pireno, un componentefuertemente cancerígeno delalquitrán del carbón de piedra.También el benzo[a]pireno se hallaen el humo de los cigarrillos. En elaire de las coquerías estácontenido en una concentración de

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300-400 veces mayor. Una graninvestigación realizada entre lostrabajadores de las coqueríaspolacas prueba que existe unestrecho nexo entre las «afeccionescrónicas, no específicas de losórganos respiratorios» (como p. ej.la bronquitis crónica) y los gasesde las coquerías. Pero no sóloesto: aquel que enferma debronquitis corre un especialpeligro de contraer otrasenfermedades, debido a que el gasde la coquería debilitainequívocamente el sistemainmunológico del cuerpo.La divisa reza: una vez enfermo,

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enfermo para siempre.El Profesor Manz conoce elresultado: los trabajadores de lascoquerías tienen una esperanza devida claramente menos prolongada.

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El experimento

«Dejad de experimentar conanimales… para eso están los turcos».Pintada en una fachada de Duisburg-

Wedau

Mi compañero de trabajo Osmán Tokar(veintidós años de edad) ha perdido suvivienda. Adler le había venidoentreteniendo con vanas promesasrespecto a las liquidaciones salariales,pero el casero de Osmán no se dejó darmás largas. Osmán hubo de abandonarsu casa e incluso dejar unas cuantas

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míseras piezas de mobiliario. El caserolas ha tomado en prenda y las haencerrado en el sótano hasta que Osmánle pague los 620 marcos de atrasos dealquiler. A partir de ese momento Osmánestá sin vivienda fija. Tan pronto duermesobre un colchón en el suelo en casa deun primo, como lo hace por espacio deunos días en casa de un amigo que se lopermite. En ninguno de esos sitios puedepermanecer más tiempo, puesto que entodos ellos los propios inquilinoscuentan ya con demasiado poco espaciopara ellos mismos.

En algunas ocasiones Osmán, tal ycomo me lo confiesa con vergüenza, hallegado incluso a pernoctar a la

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intemperie en los bancos de los parques.Actualmente se ve amenazado deexpulsión, ya que no puede justificarresidencia fija e incluso ha solicitadoasistencia social. No quiere regresar aTurquía, donde sólo ha ido de visita devez en cuando. En la fría tierra extrañaque es para él Alemania se siente más ensu casa que en la patria de sus padres,donde no pasó más que los dos primerosaños de su vida. Domina mejor elalemán que el turco, pero ambas lenguasno pasan de ser para él idiomasextranjeros. No sabe, en realidad, dedónde es, y tiene la sensación de comosi le hubieran «robado el alma».

Ofrezco a Osmán que se venga a

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vivir a la calle Diesel, pero él rehúsa. Aconsecuencia de su trabajo en Thyssenha contraído una tos perniciosa y temedormir «en una de esas camasenvenenadas de junto a la coquería».Más de una vez ha pensado en matarse.En una ocasión, tras haber trabajado conél a lo largo de todo un turno en unbunker de polvo donde, él y yo,habíamos respirado toda aquella mugrea litros, hasta el punto de que tuvimosque vomitar, Osmán comentó durante elbreve intervalo de descanso, después deque hubiésemos salido a la luz del día:

—A veces me pasa por la mente eltirarme de cabeza al fuego líquido delalto horno. En un momento izas!, y ya no

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sientes nada.Yo (Alí) me callo, penosamente

desconcertado.—Nos da miedo porque es algo

nuevo para nosotros y porque aún no loha hecho nadie —prosigue Osmán—.Pero el arrastrarse por el polvo como ungusano, y encima que te estén pisoteandosiempre, es algo muchísimo peor.

Cuenta de un obrero que se cayóaccidentalmente en el alto horno y quedóinmediatamente calcinado. Puesto queno quedó nada de él, sacaron del ascuauna porción de acero y se la entregarona sus deudos para el «entierro». Enrealidad, su cuerpo, mezclado con elacero, fue laminado en chapas para

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coches, cacerolas o tanques.Me dice Osmán que va a ir a visitar

a un tío suyo en Ulm. Allí podrá vivir yconseguir un trabajo que, como mínimo,será exactamente tan nocivo para lasalud como en Thyssen, pero al menoslo pagan. Al principio no quiere soltarprenda acerca de qué se trata:

—En Thyssen tenemos que tragarpolvo y trabajar muy duro. En el otrotrabajo lo único que tienes que hacer esingerir cosas y dar sangre.

Osmán dice que para este trabajoespecial están, por ejemplo, muysolicitados los turcos y otrosextranjeros, indonesios, refugiadospolíticos latinoamericanos y pakistaníes.

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¿De qué se trata?: de servir comocobayas humanos para la industriafarmacéutica. Le pregunto si no puedoyo someterme en su lugar a un ensayoque ha de comenzar dentro de unos días.Como compensación le ofrezco la mitadde la retribución que él dejaría depercibir: 1000 marcos. Se muestraconforme. La cosa me viene a pedir deboca, pues a causa de mi hombrofastidiado y de la bronquitis, quelentamente se está haciendo crónica, enel fondo hace ya tiempo que deberíahaber dejado el trabajo en Thyssen.

Osmán me hace de intermediario conel Instituto LAB de Neu-Ulm, un edificioimponente y sombrío con tufo a albergue

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de juventud de los años cincuenta. En larecepción está —como si de un paternaljefe de albergue se tratara— un jovenalegre y jovial, de unos veinticincoaños. Se esfuerza por crear unaatmósfera distendida y libre de temores.En la sala de espera hay unos punkisiroqueses que se cuentan ya entre laclientela, algunos extranjeros de aspectomarcadamente meridional y algún queotro adolescente en paro. Y dos queprovienen del milieu berberisco deestación ferroviaria, uno de los cualesexhala leves tufaradas a aguardientematarratas.

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El LAB de Ulm es uno de losmayores institutos privados deEuropa para la realización deensayos. El fichero registra 2800probandos. Probandos son laspersonas que se someten a ensayos.Se puede expresar también así: seensaya con nosotros, lo quepermite sanear las ganancias de laindustria farmacéutica, y, comoefecto secundario, también puedetocarle a veces algo al paciente.La mayor parte de los ensayos conpersonas no están al servicio de lasalud del hombre, no se realizanpara investigar nuevos

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medicamentos, se trata más bien demarketing, de ampliación demercados, de campañaspublicitarias para viejosmedicamentos que, bajo nuevosnombres, abren nuevos mercadosde consumo. Se trata simplementede —junto a los 100 medicamentosque están en el mercado bajodiversas denominaciones aunque sebasan, casi todos, en las mismassustancias químicas— lanzar almercado el medicamento 101,absolutamente superfluo.Está profusamente probado que lasempresas falsifican y transcribendictámenes de clínicos

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prestigiosos, si bien se basan enpruebas con personas llevadas acabo en hospitales públicos. ¿Quéserá entonces en los muchosinstitutos privados, los cualesensayan previamente losmedicamentos en probandos«sanos» y pagados, y dependen deforma prácticamente absoluta delos pedidos de la industria?Una cosa está clara: tanto sialcanzan publicidad a través de losmédicos de una clínica como através de los «institutos»experimentales, los resultadosnegativos, o incluso alarmantes,repercuten siempre de forma

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perjudicial para el negocio.El profesor Eberhard Greiser,director del «Instituto para lainvestigación preventiva y lamedicina social» de Bremen(BIPS), dice a este respecto: «En lapráctica podría suceder que laspruebas con un medicamento cuyoresultado ha sido negativo, no seandadas a la publicidad. Ésta es unaexperiencia de la que haninformado muchos dictaminadorescon los que he coincidido durantemi época en la comisión detransparencia (comisión deexpertos en el ministerio de SaludPública[7]. Los consorcios

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farmacéuticos encargan, por cierto,innumerables series de ensayos conseres humanos y suscorrespondientes dictámenes, perosólo presentan a la Oficina Federalde la Salud los resultados que lesson favorables. Las autoridades nose enteran de los resultadosnegativos más que cuando médicosaislados y/o colaboradoresfarmacéuticos no pueden responderpor más tiempo de dichas prácticasy facilitan informaciones. Lasoficinas de autorización y controlde medicamentos de la RepúblicaFederal ni siquiera sabenoficialmente dónde se realizan esos

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estudios. Ello es posible en virtuddel poder que en este país poseenlos consorcios farmacéuticos. Enotros países la obligación dedeclarar y las prescripciones sonmuy severas.

Yo (Alí) presento el papelito que meha dado Osmán y le pregunto al «jefe derecepción» si no tiene para adjudicaralgún otro ensayo menos peligroso.Osmán me había advertido (a mí, Alí)que el ensayo previsto provoca efectossecundarios francamente muydesagradables.

—No hay que tener ningún miedo —

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intenta tranquilizarme—. De aquí hastala fecha han salido todos con vida. —Yañade—: Aquí aflojamos la pasta detodas todas. —El paternal director dealbergue emplea un tono marcadamentefamiliar con sus sujetos de ensayo, lestutea a todos y a mí (Alí) me informa delo siguiente—: En primer lugar tenemosque ver si eres utilizable o no.

Me envían al prescrito chequeo. Mesacan sangre para diversos análisis, lomismo que orina, y a continuación mehacen un electrocardiograma y mesometen (a mí, Alí) a mediciones ypesadas. La aceptación definitiva correa cargo de un médico. Al principio mellevo un susto, pues me da la sensación

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de que es un «compatriota», pero porfortuna no es turco sino un exiliadobúlgaro, quien, sin embargo, conocebien «mi patria» y conversa un pococonmigo sobre Turquía.

Me informa de que antes habíamuchos más probandos turcos, pero quealgunos de ellos han regresado a Turquíaen los últimos tiempos. Opina que aquíse han hecho buenas experiencias conmis compatriotas turcos, los cuales,según él, «encajan bien los golpes» y noson «nada quejicas». Me ilumina losojos (a mí, Alí) con una luz reflectante yse da cuenta de que llevo lentillas decontacto, pero por fortuna no descubreque son de color muy oscuro. Le digo

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que me las han prescrito para trabajosespecialmente duros, en los que lasgafas serían un obstáculo.

Alí es considerado útil, esto es:utilizable, en su calidad de hombre sano,para hacerse administrar todo tipo demedicamentos, en forma de píldoras oinyecciones, capaces de ponerleenfermo.

Alí tiene que firmar una declaraciónde conformidad con el ensayo, a cuyoefecto le es presentado un escritoinformativo de cinco páginas, en alemán,que trata de los medicamentos que hayque ensayar en esta ocasión:«Información para los probandos acercadel estudio sobre la biodisponibilidad

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comparada de cuatro diferentescompuestos conteniendo las sustanciasfenobarbital y fenitoína».

Nunca había oído antes el nombre deestos medicamentos, y hasta el propio ypaternal «jefe de albergue» encuentradificultades en pronunciarlos confluidez: «Fenobarbital» y «fenitoína».

—No hay nada que se olvide másdeprisa —dice—. Tampoco es que seanmedicamentos contra una enfermedadcomún, sino un simple expedienteinformativo contra la «epilepsia» y las«convulsiones febriles» en los niños.

El empleo de tales compuestosfarmacológicos es objeto de acerbascríticas por parte de casi todos los

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científicos independientes de laindustria. La a menudo necesariaadecuación de la dosis a las exigenciasindividuales del paciente se veimpedida por la fuerte combinación dedos materias activas. Los médicosnegligentes se muestran, por elcontrario, plenamente favorables adichos compuestos farmacológicos, puesde ese modo tienen que preocuparse aúnmenos de sus pacientes.

Por otra parte, la sustancia quecontiene el «fenobarbital» pertenece algrupo químico de los barbitúricos, loscuales pueden crear dependencia deforma particularmente rápida. De ahí —debido al gran peligro de adicción—

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que en los últimos años fueranprohibidos centenares de medicamentosen cuya composición entrabanbarbitúricos.

En pocas palabras, estaba ante unensayo con medicamentos cuyoscompuestos farmacológicos sonconocidos desde hace mucho tiempo yque, en rigor, deberían ser retirados delmercado. Nadie explica la razón por laque aún hayan de ser ensayados.

En su conjunto, la prueba habrá deprolongarse durante once semanas,incluidos cuatro internamientos enclínica de 24 horas cada uno.Honorarios totales: 2000 marcos. Entrelos efectos secundarios susceptibles de

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presentarse con relativa frecuencia, lahoja informativa menciona: «Fatiga,trastornos de los estados de ánimo,perturbaciones motrices, menoscabo dela función nerviosa y de las propiedadesde la sangre, influencia sobre laformación de la sangre, trastornos delcampo visual, reacciones alérgicasacompañadas de trastornosepidérmicos». Y en «aproximadamenteel 20% de los pacientes se presentanproliferaciones de las encías». Además,si se tiene mala suerte, se puedenproducir «urticarias pruriginosas,disnea, acaloramientos, náuseas y,eventualmente, vómitos», y «en rarasocasiones» pueden originarse

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«circunstancias de riesgo para la vida,con ataques de ahogo y trastornoscirculatorios que requieren la inmediataintervención del médico».

Pero la cosa no es para tanto, puesen caso de emergencia paga el seguro:«Si, contra lo que se podía esperar, sepresentara, en conexión con laparticipación en este estudio, un dañopara la salud, el LAB o sus mandantesproporcionarán atención médica gratuitailimitada». Aunque eso sí: «De loantedicho quedan expresamenteexcluidos aquellos daños que serelacionan sólo indirectamente con laparticipación en el estudio (como porejemplo los accidentes de tráfico)».

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¿Qué sucede entonces si un «probando»con «trastornos circulatorios ymotrices» sufre un accidente de tráfico?

Tras estampar la firma al pie de ladeclaración de conformidad, meentregan (a mí, Alí) una agenda en la quese especifican los detalles para la tomade los medicamentos y las extraccionesde sangre que han de realizarse cadahora.

Se pone en mi conocimiento (el deAlí) que el experimento no comienzahasta mañana, pero que no obstante apartir de este preciso instante no me estáya permitido abandonar el recinto, estoes, el edificio y el patio interioradyacente. «Cautiverio voluntario». Se

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nos hace entrega de una manta, unacolcha, sábanas y una funda dealmohada. En el primer piso seencuentran las «salas de tratamiento»:laboratorio, gabinete de extracción desangre y unidad de cuidados intensivos.En el segundo piso están el salón detelevisión y los dormitorios.

Cuando entro, el hombre que estásentado en la litera inferior no levantalos ojos. Dos más, sentados a una mesa,siguen haciendo sus crucigramas. Yo(Alí) paso al dormitorio, con vistas alpatio. A la izquierda el taller deautomóviles, y en frente, entre el muro yel contenedor de basura, unos mueblesgrises de jardín, de plástico. A la

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derecha un almacén de venta deproductos naturales al por mayor. Alfondo la estación ferroviaria demercancías. Un panorama desolador.

En tono poco menos que dejuramento, todos los que se han prestadoa ser conejillos de Indias humanosafirman con insistencia que no hayningún riesgo en absoluto. «El riesgo esmayor para ellos que para nosotros —dice uno—. Pues si nos sucediera algose originaría un escándalo monstruoso, yeso no pueden permitírselo». Algunos deellos no es la primera vez que lo hacen.Hay «probandos profesionales», entrelos que figuran muchos extranjeros, quevan de un instituto a otro y muchas veces

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se exponen, con peligro de sus vidas, ados experimentos al mismo tiempo.«Hacer la farmacarrera» es como se lollama en el ramo. Hay agentesreclutadores y ganchos que, cobrando atanto por cabeza, van reclutando, paratoda clase de ensayos, a los que sehallan sin empleo, sin techo y en apuros.

Para la cena se reúnen todos en unaserie de mesas alargadas. Cuatromujeres se sientan juntas. Para seradmitidas hubieron de someterse a unaprueba de embarazo. No obstante, si sequedan embarazadas durante la serie deensayos con medicamentos, que, en lamayoría de los casos, se prolongadurante meses, pueden presentarse en la

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criatura lesiones sumamente graves ypersistentes. En tal caso, sin embargo, elLAB promete «asistencia médica ymoral», signifique esto lo que signifique.

Cada uno recibe, a través de unatrampilla, un plato con pan, mantequilla,unas rodajas de queso, un tomate, unpepino y un pimiento. En la sala detelevisión están dando Bonny andClyde. Las cortinas están corridas, a finde proteger el televisor de lacrepuscular luz del sol. La antena nofunciona. Uno de ellos tiene quesujetarla para que la imagen seadébilmente reconocible. Hay un olorpestilente a humo y colillas apagadas.Casi nadie puede dormir, y la

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programación televisiva ha terminado.Permanecemos en el patio hasta lamedia noche, sentados, silenciosos,fumando y bebiendo un aguaparticularmente insípida en vasos depapel: es lo único que podemospermitirnos tomar.

Los que están tumbados en la cama,o bien tienen los ojos muy abiertos yclavados en el techo, o intentan conciliarel sueño. Alguien se ha quedadodormido junto a un transistor, «Músicadespués de medianoche» suena a todovolumen. Nadie apaga la luz. A partir delas dos y media, «Música hasta el alba».Acabo por desconectar yo la radio yapagar la chillona luz de neón. Desde la

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estación de mercancías resuena sin cesarel estruendo de los vagones empujadoslos unos contra los otros. El viento selleva los vasos vacíos de plástico por laventana abierta y los hace caer al patio.Alguien se masturba bajo el cubrecama,una y otra vez, sin alcanzar el alivio.

A las 6 se abre la puerta: «¡Alevantarse!». En silencio, sinsaludarnos, nos ponemos en pie. Cadacual está totalmente ocupado consigomismo. Mi frasco para la orina tiene elnúmero 4, lo que significa: a las 6.04cánula permanente en el brazo, a las7.04 toma de medicamentos, a las 8.04extracción de sangre, etcétera.

La primera vez nos ponemos todavía

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en fila. Después conocemos ya a los quevan delante y detrás de nosotros ysabemos cuándo nos toca a nosotros. Elque va detrás de mí acaba de salir de lacárcel y no ha podido encontrar trabajoen ninguna parte. Aquí nadie le preguntanada. Dos tipos jóvenes, los que nosponen la cánula en el antebrazo,conversan entre sí sobre sus próximosexámenes. Todavía no han terminado susestudios de medicina. Ambos controlanla toma de medicamentos. Bajo sumirada tengo que tragarme dos cápsulas.Por lo pronto me percato de que micampo visual se reduce un poco. Intentomirar al patio, pero el sol brillademasiado y me hace daño en los ojos.

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Me echo en la cama y me quedoadormilado. Acudo como un sonámbuloa las extracciones de sangre cada hora.Todos tienen un aspecto pálido ydemacrado. Cada vez dejan decomparecer con más frecuencia y hayque irlos a buscar a la cama. Una mujerse queja de acaloramientos, vértigos ytrastornos circulatorios. Dice que tieneun brazo frío, reseco y como muerto.

Al día siguiente lo pasoespantosamente. Un ensayo carente, ensí, de sentido, dado que los efectossecundarios son conocidos en sutotalidad. Los sufrimos de inmediato:fortísimo aturdimiento, agudas jaquecas,obnubilación total e intenso

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ofuscamiento de la percepción, a lo quehay que añadir una constante sensaciónde ganas de dormir. Las encías sangranen abundancia. Me sacan sangre en sieteocasiones y hay que estar disponible encualquier momento. También los demássufren fuertes molestias.

Pero cuando uno de ellos lo dice,resulta que casi todos tienen dolores decabeza. Evidentemente se habían calladopor miedo a que no les fuera permitidosometerse a otro ensayo. Un conejillo deIndias humano (39 años de edad), sinempleo desde hace tres años, me relatalo siguiente: «Yo me he sometido ya aensayos mucho peores. En la Unidad deCuidados Intensivos, conectado con

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tubitos. En este experimento la mayoríade nuestro grupo se desmayó, y aalgunos hubo que llevarlos a la camainmediatamente». Me informa de uninstituto muniqués en el que durante lanoche se llevan a cabo ensayosespecialmente peligrosos, «más allá delos límites del dolor. Siempre estánbuscando a alguien». Otro me informaacerca de un «psicobúnker» de lascercanías de Múnich, donde se realizanensayos en la oscuridad total, que confrecuencia duran semanas. En un Centrocardíaco de Múnich —me cuenta unchico de dieciocho años— se puedeparticipar en experimentos peligrosos y«por una buena pasta dejar que anden

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enredando con tu corazón».Yo (Alí) me decido a interrumpir el

ensayo tras el «primer paso», es decir,tras veinticuatro horas. Según loestipulado, yo (Alí) tendría que habersido internado otras tres veces en laspróximas once semanas. Y laexperiencia enseña —me explican—que los efectos secundarios son cada vezpeores, no mejores. Además deberíahaberme presentado, durante el conjuntode las once semanas, cada día a las sietede la mañana, a la extracción de sangre,amén de tener que reunir y guardar enrecipientes de plástico toda la orina delas once semanas. Al que se marchaantes de que concluya el ensayo no le

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pagan ni un penique.El profesor Norbert Rietbrock, de

Frankfurt, considera queaproximadamente «dos tercios de esosestudios sobre la biodisponibilidad soninnecesarios». «Se trata de estudios enlos que se opera con fines comerciales yen los que la utilidad y el gasto noguardan entre sí una correctarelación[8]». Han llegado ya aproducirse casos de fallecimiento entrelos conejillos de Indias humanos. Hacedos años, por ejemplo, el conejillo deIndias profesional Neill Rush, unirlandés de treinta años, murió de uncolapso durante una serie de pruebas,mientras se ensayaba en él un fármaco

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contra las alteraciones del ritmocardíaco para la Química Kali deHannover. El día anterior, Rush habíadejado que probaran en él unpsicofármaco, el Depoxil, en otroinstituto. La causa del repentinofallecimiento habría que verla, según elresultado de la autopsia, en la conexiónentre ambos medicamentos (un mínimoexigible sería obligar a la industriafarmacológica a expedir un pasaportepara probandos, a fin de eliminar laposibilidad de tales «dobles ensayos»).

Otro de los conejillos de Indias deLAB me dio (a mí, Alí) otra dirección:Bio-Design, en Freiburg, Breisgau:«Ésos siempre necesitan a alguien, y

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pagan bien. Y la comida, sobre todo, esmejor que la bazofia de aquí». Y ése esmi próximo (el de Alí) lugar de destino.A diferencia del ligeramentedestartalado LAB, el BIO-DESIGN es uninstituto rutilante y futurista, conreminiscencias arquitectónicas de unaestación espacial. La señora que hay enla recepción formula la misma preguntacautelosa que también formula Adlercuando se presenta un nuevo candidato,aunque en términos más amables:«¿Quién le ha enviado a nosotros?». Yo(Alí) menciono el nombre delcompañero de LAB.

De inmediato le presentan a Alí unaoferta tentadora: 2500 marcos por

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quince días, aunque eso sí, «de completointernamiento». Y a su pregunta: «¿Y yotiene que pagar impuestos?», elloscontestan: «No, no lo registramos. Es unservicio que se rinde a la salud». Todoparece indicar que precisamente paraeste ensayo todavía andan necesitadosde valerosos conejillos de Indiashumanos, pues intentan engatusarlo conun anticipo.

—Caso de que se decida usted aparticipar, podríamos discutir, a títuloexcepcional, sobre un anticipo. Ademásaquí la manutención es buena. La comidaes gratis.

—¿Y por qué tanto dinero? ¿Qué eslo que hacer? Una empleada del

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instituto, más bien joven, me lo explica(a mí, Alí) y al hacerlo, según creeobservar Alí, en sus labios se dibuja unasonrisa ambigua.

—La sustancia se llama mesperinon,y es un antagonista de la aldosterona. Suefecto es el de absorber a través delriñón las concentraciones acuosaspatológicas en el cuerpo. Es uncorticoide mineral que influye en laeconomía hormonal. Lo que ya estácomercializado pertenece al grupo despironolacton. Se ha comprobado queesta sustancia, si se administraprolongadamente, produce en loshombres lo que se denomina unafeminización, esto es, la formación de

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pechos. Ahora bien, en un ensayo comoéste, de dos semanas de duración, no esde esperar que se produzca esefenómeno.

Yo (Alí): ¿Usted estar segura?Empleada: Es algo que se espera

que no suceda, aunque desde luego esose verá en la prueba. Nunca se puedeestar seguro.

Yo (Alí): ¿Y si producirse, luego ellose quita?

Empleada (en tono tranquilizador):Sí, por supuesto, la cosa desaparece y tequedas como antes.

En este punto su información es, atodas luces, completamente falsa. La«ginecomastia», como en la

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terminología médica se denomina a laformación de pechos en los hombres, hade ser eliminada quirúrgicamente. Éstees, en cualquier caso, el parecerunánime de los científicos.

Y en otro punto la empleada faltaigualmente a la verdad. A la pregunta deAlí: «¿Y qué pasar con potencia?¿Queda?», responde: «A ese respecto nohay nada que temer». La realidad es queno existe prácticamente ningunaexperiencia que avale la aplicación delmesperinon al organismo humano. En untexto anexo al ensayo se recalcaexpresamente que hay que contar conefectos secundarios como «jaquecas,entumecimiento, aturdimiento, dolores

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de estómago, trastornos de la piel» y, encaso de dosis altas, también con«ginecomastia e impotencia». BIO-DESIGN intenta a todo trance mantenerbajo control a sus conejillos de Indiashumanos. En el contrato, el «instituto»amenaza: «En caso de despedidaanticipada, decidida por el propioprobando, BIO-DESIGN, Sdad. Ltda.podrá exigir a éste una indemnizaciónpor los gastos ocasionados por larealización de la prueba en supersona…». Es evidente que a BIO-DESIGN le afecta más bien poco el queeste leonino contrato seainequívocamente inmoral. Es un contratopor el que los conejillos de Indias

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humanos, bajo monstruosas presiones, seven abocados a aguantar hasta el final,sean cuales fueren los eventualesdolores y efectos secundarios. Tras lapulida y amable fachada de una firma debelleza, se esconde un gélido Dr.Mabuse contemporáneo, quien, porencargo de los grandes consorciosfarmacéuticos, suministra seres humanosque se encuentran en situacionesapuradas, para la investigación deestrategias de ventas de la industriaquímica.

Afortunadamente yo no dependo deesas tentadoras, por lo elevadas, sumasde dinero, y puedo permitirme dar lasgracias y rehusar. Pero muchos otros no

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pueden permitírselo. Empresas comoLAB y BIO-DESIGN se benefician de lacrisis económica, que empuja haciaellas a un cada vez mayor número depersonas.

Los responsables pretextan laexistencia de las llamadas «comisioneséticas», en las que figuran científicos eincluso sacerdotes. Las comisioneséticas son comités voluntarios decontrol, cuyo voto sólo es legalmentevinculante en EE. UU. y Japón, pero noen la República Federal. En estecontexto la ética es un concepto cínico.Tales comisiones son susceptibles de serintercambiadas o eliminadas adiscreción y en cualquier momento por

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parte de los directores de empresa. Peroincluso si, como sucede ya en otrosestados, se tratara de organizacionesoficiales, las comisiones «éticas» sólopueden dictaminar, en el mejor de loscasos, sobre cuestiones médicas. Laética humana exigiría, como mínimo, elque se diera una explicación a esaspersonas desesperadas, que se han vistoarrojadas al margen de la sociedad yque únicamente por ese motivo se hallandispuestas a constituirse en candidatos aun suicidio a plazos.

Mi propuesta:Debería aprobarse una ley que

obligara a quienes obtienen mayoresganancias en la industria farmacéutica a

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prestarse a que los ensayos se realicenen sus propias personas. Las ventajasserían incalculables: esa gente seencuentra en unas condiciones físicas, ensu mayoría, sustancialmente mejores quelas de muchos de los escuchimizadosprobandos profesionales, y además,gracias a sus ingresos, puede permitirseunas vacaciones y unas curas de reposomucho más largas. Ello haría que elnúmero de ensayos disminuyeradrásticamente y quedara restringido a unmínimo razonable.

Esta propuesta no es ni mucho menosuna broma. Hace sesenta años eran lospropios investigadores de medicamentosquienes, para empezar, probaban en sí

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mismos las nuevas sustancias activas.En cuanto a la frecuencia con que se

presentan los pretendidos raros efectossecundarios, yo mismo la viví en mipropia carne. Al regreso de mi viaje através de los laboratoriosfarmacológicos, las encías de lamandíbula inferior comenzaron ainflamárseme y a supurar. El dentistadiagnosticó «proliferaciones» y, muycerteramente, expresó la siguientesospecha: «¿Toma usted medicamentosque contengan fenitoína?». Al decirleque sí (la fenitoína era una de lassustancias que contenían losmedicamentos ensayados en LAB, Ulm),el odontólogo hizo inmediatamente esta

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deducción, a partir de los efectossecundarios en mi presunta enfermedad:«¿Es usted epiléptico?».

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La promoción

Me siento tan destrozado y miserableque desconfío ya de tener fuerzas paraseguir trabajando en Thyssen, si bien aAlí le consta que bastantes de suscompañeros continúan bregando paraAdler, no obstante enfermedades ylesiones provocadas por accidentes.Compañeros que, pese a la gripe y lafiebre, aguantaban 16 horas seguidas pormiedo a que reclutaran otro nuevo en sulugar. O Mehmet, a quien, mientrastrabajaba, se le cayó sobre el pie unapieza de hierro y, como no llevabazapatos de trabajo provistos de punteras

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especiales, el pie se le hinchó de talmanera que hubo de rajar el zapato porlos lados y liarlo con alambre para quesiguiera resistiendo. Cojeando y congrandes dolores, Mehmet —los dientesapretados— marchó al trabajo y de suslabios no salió ni una sola queja.

Puedo permitirme el jugármelo todoa una carta y hacer de la necesidadvirtud. Me he enterado de que Adlertiene problemas con su factótum ychófer, e intento, mediante una treta,cazar al vuelo el puesto de chófer. Heanunciado a Adler mi visita (la de Alí) apropósito de unas reclamaciones dedinero pendiente. Adler, como siempre,está muy enfadado y me pregunta que

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qué me he creído, que qué es eso defaltar varios días, pero cuando yo (Alí)me disculpo y le digo que ya estoy otravez bueno, y le garantizo que no volveráa suceder, Adler se muestra clemente yme dice que en tal caso regrese (yo, Alí)al día siguiente. «Pero puntual, porfavor; a las dos de la tarde en punto». Lavieja artimaña: el que no está al díasiguiente es Adler. Tres horas más tarde,hacia eso de las cinco, le pillo (yo, Alí)por fin en su casa. Adopta, de inmediato,un tono distante:

—En este momento no puede ser.Tiene usted que venir antes. Ahora estoyen la bañera.

Como es evidente, puesto que se

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halla completamente vestido, Adler noestá en la bañera.

Yo (Alí): Yo puede esperar algo más,yo me sentar en escalera. En puerta heestado esperando tres horas ya.

Adler (irritado): Imposible. Nopuede ser. Vuelva mañana.

Yo (Alí): No ser dinero ahora lo quequiere, sólo preguntar cosa…

Adler: Tampoco puede ser. Llamemañana…

Yo (Alí): Por favor, sólo cincominutos. Yo tenido que hacer una horade viaje.

Adler: Llámeme mañana. Podemosdiscutirlo por teléfono. Ahora no esposible.

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Yo (Alí): Yo tiene buena cosa, porqueyo tiene que ayudar a usted.

Adler (picado por la curiosidad,sobresaltado): ¿Qué?

Yo (Alí): Yo tiene que ayudar a ustedporque si no a usted pasarle algo.

Adler: ¿A mí? ¿Por qué? ¿Quién?Yo (Alí): Yo vuelvo, si usted estar en

baño.Adler: No, espere, pase.Alí lo sigue, titubeante, a su

despacho y le revela que un compañeroa quien Adler debe todavía dineroquiere darle un escarmiento, pero queAlí no está dispuesto a tolerarlo.

A continuación, Alí representa elpapel de un fanático algo zopenco,

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presto a sacrificarse por su amo y si esnecesario a hacerse matar por él.

—Yo haber aprendido kárate,especial kárate turco, que se llama sisu.—Esto, naturalmente, es invención: yono sé kárate, y «sisu» es una palabrafinlandesa que significa «aguante,paciencia, tesón». Pero esto Adler no losabe—. Yo a usted ayuda, si a ustedalguien hace algo. Yo puedo dar golpe yentonces, el otro, adiós. —Y, a fin dedemostrar con énfasis mi impetuosaactitud, Alí propina un fortísimopuñetazo sobre la mesa escritorio deAdler, el cual se queda mirando a Alíentre impresionado e irritado.

—¿Quién es ése que quiere hacerme

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algo? —me pregunta—. Desde luego esoestá muy bien, y es lo que debe ser, quetú quieras defenderme, pero ¿quién es elcochino que quiere hacerme a mí algo?

—Yo ahora no sabe nombre —diceAlí—, pero yo a él digo que quien aAdler quiere matar, tiene que matar aAlí, yo estar con Adler. —Adler noadvierte que Alí, en su entusiasmo, semuestra inusitadamente conocedor de laconcordancia preposicional en elacusativo.

Adler ha picado. Se pasa unos cincominutos leyendo listas de nombresturcos y árabes en voz alta,pertenecientes a trabajadores antiguos yactuales, a los que a todas luces debe

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aún dinero y que en estos momentos son,a sus ojos, asesinos potenciales. Alsonar algunos nombres Alí aguza eloído, hace que se lo repita, pero siempreacaba negando con un enérgicomovimiento de cabeza y afirmando queel nombre del vengador no está entreellos. A fin de no hacer recaerefectivamente sospechas sobre ningúncompañero, Alí se inventa un vengadorfantasma, un «árabe que es miembro deuna peña de boxeo turca», y que tieneunas manos como garras —Alí hace unademostración en el aire— y últimamente«le ha partido la mitad de la cara de ungolpe a un alemán que le había ofendidoy engañado. Él quedar destrozado, ojo

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cerrado y la cara torcida toda».Adler muestra gran preocupación en

la mirada, y Alí le habla de sus otrascualidades personales: no sólo sabekárate sino que fue también durantemucho tiempo taxista, y, en una ocasiónanterior, chófer de otro jefe que teníauna gran fábrica.

—¿Qué fábrica? —inquiere Adler.—Él hacer esas máquinas de hablar

—explica Alí.—¿Quieres decir walkie-talkies? —

relaciona Adler correctamente, y Alí loratifica con orgullo. Caso de sernecesario, incluso podría obtener uncertificado, pues el director de laempresa es un buen amigo mío (G. W.).

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—Yo todavía tiene el uniforme enarmario —sigue alardeando Alí—, conbonita gorra y buen paño.

—Bien, bien, eso es interesante —dice Adler—. ¿Así que sabes conducirbien?

—Sí, ningún problema —dice Alí—. Jefe puede siempre dormir, cuandoAlí conduce, y yo puede tambiénrepararlo todo, si auto avería. —Unaabsoluta mentira, aunque bien puedo (yo,Alí) confiar en que el casi flamanteMercedes 280-SE de Adler,especialmente equipado y dotado detoda suerte de artilugios, no se averíefácilmente.

—La cosa se puede discutir —dice

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Adler—. Yo siempre tengo que andar encoche, y tú además me puedes quitar deencima a los tipos pesados. No tienesmás que darme los nombres. Tengo hilodirecto con la brigada de extranjeros dela policía. Si se tercia, se encontraránfuera del país antes de darse cuenta delo que pasa.

—Usted deja a mí hacer —intento(yo, Alí) distraerle—. Usted no tienepor qué tener miedo ya más, cuando ésossaben que yo agente de Adler, un golpede Alí y ellos muertos, un golpe y ellosadiós. Usted no necesita policía, yo hagomejor.

—Bueno, bien —dice Adler—.Vente el lunes a las diez y media de la

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mañana y vamos a intentarlo.Y así fue como Alí resultó

«promovido», pasando de tragar polvo ytrabajar como un negro a chófer yguardaespaldas. Y es que en nuestrasociedad se dan, en verdad,insospechadas oportunidades deencumbramiento. Hasta para el últimode los trabajadores «invitados».

Adler, como corresponde a suhabitual manera de proceder, intenta unavez más iniciar la provisión del puestode trabajo con un nuevo engaño.

—El caso es que tú todavía estásenfermo —dice—. Mira, vamos a dartede alta inmediatamente en el Seguro deEnfermedad, te vas entonces al médico,

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te inscribes como que estás enfermo yasí yo no tengo que pagarte nada sinoque el Seguro es el que tiene quehacerlo. Y tú mientras tanto conduces micoche.

Ser chófer de Adler constituiría,durante las semanas subsiguientes, unacto de extrema abnegación. El menormovimiento del volante le servía paraponer pegas. «Haz el favor de conducircon seriedad». «Se acabó esto deconducir imprudentemente». «¿Cuántasveces habré de decirte que esto queandas conduciendo es un vehículo demucho valor? Cuesta un montón dedinero». «Quisiera que mi chófer mellevara de un modo más tranquilo y

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seguro. Eres responsable de que elcoche y yo lleguemos a casa sanos ysalvos». El caso es que Alí estáconduciendo muy lenta ycuidadosamente, tres veces másdespacio que cuando lo hace con supropio carromato. Ni siquiera es posiblellamar a eso conducir, se trata más biende un suave planear. Sin embargo, estono impide los miedos irracionales deAdler. Quizá todo este eterno meterseconmigo lo necesita sólo para afirmarsemás a sí mismo.

Por regla general, Adler cita a Alíen su casa con una antelación de entreveinte y cincuenta minutos, lo que haceque Alí se sienta utilizado como

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«servicio de despertador». Alí llama altimbre. Transcurre un rato hasta queAdler grita desde arriba con vozsoñolienta:

—Espera abajo. Es cuestión de diezminutos. Pero el tiempo pasa y pasa. Sillueve no hay dónde cobijarse. A Adlertampoco se le ocurre tirarle a Alí lasllaves para que al menos pueda sentarseen el Mercedes.

Hacia las ocho o las nueve elelegante barrio residencial comienza adespertar a la vida. Los cierresmetálicos se levantan y las ventanas seabren. Los portones de los garajes seelevan suave y automáticamente y deellos salen cuidadas limusinas

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conducidas por sus dueños, gente bien.Una señora coloca en la ventana unaespléndida jaula con pájaros exóticos.Los jardines de las casas están muy biencuidados y las superficies de césped sehallan siempre cortadas.

En algunas ocasiones, Alí es citadoa casa de Adler incluso a las siete o alas ocho de la mañana, para después, demedia a una hora más tarde, arrancarcon el coche y su amo. Sin embargo, ypor lo común, el día no comienza paraAdler hasta las diez o las once y, encambio, termina a menudo a las dos olas tres de la tarde, o, cuando no, a lascuatro. Con frecuencia al mediodía hayun intervalo de una hora para comer. Lo

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más frecuente es que las laborescotidianas de Adler se agoten en ir adiversos bancos de Oberhausen yDinslaken y en controlar los cobrosingresados. Curiosamente, todos losbancos se encuentran fuera del áreadonde él reside. También es habitual quehaga una visita a su amigo y consocioRemmert. Casi siempre en momentos enlos que sus obreros no han regresado desu turno de trabajo, a fin de evitar«preguntas desvergonzadas» e«insolentes exigencias de dinero». Porlo general conecta el dispositivo dealarma de su coche, pues nunca se puedesaber qué va a pasar. Ya de regresosuele acudir a un club de tenis con

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restaurante, en Duisburg, para «velar»por sus intereses o para encontrarse consu «defraudador de impuestos», esto es,con un íntimo amigo suyo que le asesoraen materia de impuestos. Oficialmente,Adler declara una cifra de negocios queoscila entre «500 000 y un millón» demarcos anuales, sin haber prácticamentegastos generales. De hecho, su volumende negocios, de acuerdo con su sistemade llevarlos a cabo, ascendería a cuatroveces dicha suma, contando sólo eldinero por cabeza que cobra de cadatrabajador ilegal no dado de alta.

Ser su chófer es un suplicio.Constantemente tiene alguna objeciónque hacer, constantemente ve su vida en

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peligro. Alí tiene a menudo la sensaciónde que no transporta a un hombre decarne y hueso sino a una fragilísimamomia apergaminada, dentro de un finorecipiente de cristal, la cual temedesmoronarse al más leveaccionamiento del freno. Adler locorrige sin parar, lleno de irritación, ole grita sin más: «¡No adelantes!¡Imbécil, ve despacio!», o, dentro deeste contexto, su fórmula estándar: «Hazel favor de conducir con seriedad», o,«Vamos a hacer las cosas siempreseriamente, que no somos ningunosgamberros». Y eso yendo siempre amenos de 50 por hora en la ciudad y amenos de 140 en autopista. Lo que a él

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le importa no es la seguridad de losdemás, sino su valiosa y preciosísimavida, por cuya pérdida siente un miedocasi metafísico. Hacia los policíassiente una franca fobia. En cuanto a lolejos vislumbra uno, o un coche patrulla,me ordena dar grandes rodeos,simplemente para alejarnos lo antesposible de su vista.

Nunca mira hacia atrás, lo queconstituye una divisa de su vida, dadoque tras de sí va dejando «tierraquemada», según una vulgar cantinelasoldadesca, que es su canciónpredilecta:

«Cien hombres y una orden. Y uncamino que nadie quiere. Día tras día,

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quién sabe hacia dónde. Tierra quemada,y ¿qué sentido tiene?».

En una ocasión me veo —yo, Alí—casi al borde de ser desenmascarado.Adler se ha percatado de que le hagouna seña al fotógrafo apostado al otrolado de la calle, quien no se daba cuentade que nos marchábamos en el coche.«¿A quién le has hecho una seña?», mepregunta con extraordinaria suspicacia.«Yo a nadie seña —le distraigo—, sóloera reflejo rápido para entrenamiento dekárate. Cuando estar mucho tiemposentado, nosotros tienen siempre queejercitar reacción rápida y mover rápidobrazo, pierna y mano». Y a modo decorroboración ilustrativa de lo que digo,

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empiezo (yo, Alí) a efectuar rápidos ybruscos movimientos con los brazos ylas manos, mientras conduzco,movimientos que él, al principio, acogecon meditabundo asombro. A fin decorroborar el celo con que realizo misentrenamientos, le cuento además (ytambién para mantenerlo a distancia encaso de un eventualdesenmascaramiento) que misreacciones en el club de kárate, rápidascomo el relámpago, eran particularmentetemidas: un camarada deportista, el cual,imprudentemente, se me había venidoencima simulando que me iba a dar ungolpe, a continuación se había pasado«cuatro días en coma». Ya en otra

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ocasión le había contado que soy capazde romper ladrillos de un golpe con elcanto de la mano, «dos juntos, peroladrillos viejos, no nuevos», lo que lehabía infundido respeto hacia mí (Alí).«Un golpe de Alí, y tú muerto puedesser», y hago un brusco movimiento conla mano en dirección de Adler. Pero conobjeto de no intranquilizarle más, añado(yo, Alí): «Pero tienes quecomprometerte, no nunca hacerlo másque si a nosotros atacan fuerte, nuncaempezar primero».

¡Si Adler supiera que, por principio,rechazo los golpes y el empleo dearmas, y que mi fuerza en talessituaciones consiste siempre en echar a

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correr!—Hazme el puñetero favor de dejar

de contorsionarte en mi coche, que mevas a arrancar el asiento entero. Eso lopuedes hacer cuando estés fuera —megrita de pronto sin motivo, pues losasientos son tan sólidos que misinocentes movimientos no puedenhacerles absolutamente nada.

Para disiparle cualquier duda acercade la seriedad de mis entrenamientos dekárate, y para eliminar definitivamentesus primeras suspicacias, en una ocasiónen la que hube de esperarle un buen ratofrente a la Carbones delRuhr/Termotécnica, de Essen, me pongoa boxear solo, delante de su coche, con

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lo que provoco el que las secretarias dela «Sociedad Médica» se agolpen en lasventanas del edificio de varios pisospara hacer señas y, en parte, dar vocesde ánimo al guardaespaldas que, frente ala limusina de lujo, sin duda se ha vueltoloco. Alí les devuelve las señas con lamano y consigue que en la «SociedadMédica» se interrumpa el trabajo por lomenos durante un cuarto de hora.Cuando Adler vuelve y ve las piruetasde Alí y el agolpamiento de gente en lasventanas, se pone furioso:

—¡Deja inmediatamente de hacer elidiota, vas a conseguir que se murmurede mí! Esas monerías las haces en tuestablo de la calle Diesel o en tu peña

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turca.Alí dice:—Entendido. Pero usted decir que

yo afuera puede hacer. —Le abre a sujefe la portezuela y, con ademanessumisos, se vuelve a sentar al volante.

Algunas veces, Alí se entera decómo su jefe despide por teléfono agente «incómoda» o «respondona». Entales ocasiones, al revés de lo quepodría suponerse, el tono de su voz norevela la menor irritación ni el másmínimo enfado, sino que, por elcontrario, está más bien saturado devoluptuosidad.

—Hola, querida, escucha —dice convoz melosa a través del teléfono del

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coche—. Acabo de quitarme de encimaa un moscardón pegajoso. Ha sido enCarbones del Rhur. Mañana despedirána T. ¡Sí, ¿no es fantástico?! —O,mientras Adler invita a sus amistades dela industria y la política (entre los quefigura un diputado del ParlamentoFederal), a que le acompañen un fin desemana a Holanda en su yate, Alí seentera también de lo que le dice a uno desus amigos negociantes—: Un gandulmenos. Lo he puesto en la calle hoymismo. ¡Zas! ¡Fuera con él! Me caíamal. —Y en otra ocasión Adler filosofaasí por teléfono—: A veces hay queemplear los puños. Caiga quien caiga.Lo peor es ser blando, entonces ya

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puedes liar el petate.Adler puede permitirse el lujo de

poner a la «gente» en la calle cuando leviene en gana. El constante incrementodel desempleo empuja hacia él a unnúmero cada vez mayor dedesesperados, los cuales estándispuestos a aceptar cualquier trabajobajo cualquier tipo de condiciones. Amuchos de sus objetos de explotación nitan siquiera los conoce, o a lo sumo sólopor su nombre. Lo único que hace esembolsarse el dinero. Otra vez, comentatambién por teléfono:

—Los de Carbones del Ruhr, quehan instalado una nueva factoría, medicen: escuche usted, no podemos dar

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empleo fijo a nadie, el parón en lacontratación es absoluto, peronecesitamos electricistas. Y fueron loselectricistas, allá por la parte deColonia, y ellos hicieron sustejemanejes con la Oficina de Trabajo ylos contrataron, todo prácticamente pormi cuenta. Yo a la gente ésa no la hevisto nunca, pero el dinero llegaba todoslos meses. —Se ríe—. Lo único que hayque hacer es saber arreglárselas.Siempre se encuentra una salida, si sequiere.

Y en otra ocasión:—Los que más me gustan son los

grandes. Estoy metido en todas partes,en Steag y sitios así. Hemos trabajado

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ya en todas las fábricas: Thyssen,Carbones del Ruhr, Química del Ruhr,General Electric en Holanda, todas ellasempresas de renombre mundial. Por logeneral no hay ninguna autoridadninguna inspección de industria que seatreva con ellas, de manera quepodemos hacer y disponer lo que nosplazca. Y la gente puede currar hastacaerse al suelo. Lo principal para esasempresas es que nosotros realicemosnuestra misión con rapidez y discreción.Para ellas, si es con menos gente, tantomejor, porque así se nota menos. Yo pormi parte tengo que habérmelas sólo conla mitad del personal, y los ingresoscuadran.

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A veces Adler confiesa con envidiaque algunos de sus competidores leaventajan en sangre fría y capacidad deengaño. Y relata cómo algunos «sacan eldoble de dinero» del cieno venenosoque tienen que «eliminar» para losconsorcios.

—F. está encargado de quitarle aEmscher el lodo, y la cosa le hace ganarperras a lo tonto. Y con los residuostiene unos ingresos de la hostia. Llevalos desperdicios a un molino de carbónpara convertirlos en polvo, y luego losreconvierte para quemar de nuevo. Elúnico problema es que el polvo decarbón no puede almacenarse en silosporque produce gases y emanaciones, y

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la cosa puede explotar por sí sola. Yaquí en Oberhausen ocurre lo mismo conla masa de escoria. La ciudad se la hacedido a un holandés, y el holandéscobra por metro cúbico transportado, deese montón que hay ahí junto a laautopista. ¿Y qué hace el tío con eso?Pues lo muele y lo vende caro a laspistas de tenis. Esa historia del tenis esel negocio del momento. Contieneácidos y veneno a mansalva. Caso decaerte en una pista de tenis y hacerte unaherida, la cosa puede resultar fea. Esalgo que hay que saber hacer: sacardinero de la mierda, y además que se lapaguen a uno todavía más cara. ¡Jo, hayque ver! ¡Algunos meten el dedo en la

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mierda, y cuando lo sacan está lleno deoro!

Pero por mucho que Adler hayahecho su fortuna a base de basura,polvo, inmundicia o, para no salirse desu terminología, a base de mierda, elcaso es que, por lo que respecta a supropia persona, es de lo más meticulosoen cuanto a limpieza y aseo.Experimenta un miedo histérico a tocarla suciedad de este mundo. Sus obreros-esclavos son para él la casta de losimpuros, de los intocables, le dan asco yquisiera mantenerse a la mayor distanciaposible de ellos. Y cuando van a su casauna y otra vez para reclamarle sussalarios, la indignación que siempre le

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sobreviene no obedece sólo alaligeramiento financiero que le amenaza,sino a la confrontación y proximidaddirectas —que le provocan exactamenteel mismo espanto— con el sudor, lasuciedad y la miseria, no obstante elhecho de que cada uno de losreclamantes acude siempre limpio ycorrectamente vestido a exponer suspeticiones. La única excepción fuisiempre yo (Alí). Por lo general mepresentaba en su pulcro barrioresidencial —y lo hacía de modototalmente deliberado— vestido con missucias, grasientas y embarradas ropas detrabajo, y allí me quedaba plantadosobre el felpudo, ante sus horrorizados

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ojos, como imagen de carne y hueso delo que es un currante mugriento yandrajoso por causa del trabajo.

Entretanto, Alí se ha puesto a tonocon su Mercedes en lo que a vestimentase refiere. Pantalones planchados conraya, camisa limpia, blanca o gris,corbata, y nada de toscas y chorreantesbotas de trabajo, sino zapatos dereluciente cuero. No obstante, paraAdler, Alí se cuenta entre losinfrahombres del inframundo proletario.Empezando por su domicilio en la calleDiesel, que es como un estigma. A susojos, allí viven los peores pariasrevolcándose en la peor de las mugres ytrabajando, justo allí al lado, en la peor

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de las peores inmundicias.Cuando, una vez más, Alí, su chófer,

a las siete y media de la mañana lleva yamás de media hora esperándole a lapuerta de su casa, siente la imperiosanecesidad de ir al retrete. Llama altimbre y pregunta a Adler si puede pasara los aseos.

Adler: ¿Para mear o cagar?Yo (Alí): Todo.Adler (asqueado): Ya. Bueno, pues

hazlo fuera.Yo (Alí): ¿Y dónde, fuera?Adler: Lo haces a la vuelta de la

esquina, en cualquier parte, vamos, veteya.

Yo (Alí): Pero ¿en qué esquina?

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Adler: Lo mismo da.Adler arroja a Alí a la calle como a

un perro. Tampoco hay la menorposibilidad de cagar en su jardín, puestoque se ve desde todas partes. Estoy pordejarle un montoncito encima del capóde su Mercedes, justo encima de laestrella. Diez minutos más tarde, cuandobaja Adler, le pregunto (yo, Alí):

—¿Está retrete suyo estropeado, oqué?

Adler: No, no está estropeado. Esque estas cosas no nos gustan. Es por lode los extraños, etc., etc. Mire, voy adecírselo con toda franqueza: es quetenemos miedo de las enfermedades. Porprincipio, no nos gusta que un extraño

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use nuestro retrete. Hay tantas y tantasenfermedades sueltas por ahí. Nunca sesabe dónde puede uno agarrar unainfección, etc., etc. ¿Entiendes? Y enesos lugares el peligro de infección esbastante grande.

Yo (Alí): Si usted tener invitados¿siempre ellos tienen que salir fuera?

Adler (vacilante, sin saber quédecir): Ya he dicho que no tengoinvitados, pero mis mecánicos no pasana mis aseos, y además todos ellos losaben, etc., etc. Ninguno lo pide. Vamos,que, en lo que a esto se refiere, soy muycuidadoso.

Yo (Alí): ¿También usted miedo tienedel DISA?

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Adler: Quieres decir del SIDA, ¿no?Todo el mundo tiene miedo, ¿no escierto?, pero yo… tomo misprecauciones. Yo, por ejemplo, tampocoentro en retretes ajenos cuando estoy enuna casa que no es la mía. No entro enellos.

Yo (Alí): Hum.Adler: Ni en los públicos ni en

ningún otro, si estoy de visita.—Sigue cavilando: —Y tampoco a

casi nadie le doy la mano o cosa por elestilo. Y si no tengo más remedio quedársela, luego me lavo las manosinmediatamente.

Yo (Alí): Si todo el mundo pensabacomo usted ¿ya no pasaría nada nunca?

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Adler: No habría enfermedades, esoestá claro. Pero lo cierto es que no todoel mundo piensa así. Algunos en esesentido son unos auténticos guarros. Y elcaso es que lo puedes pasar muy mal, sise para uno a pensar en ello.

A Adler habría que llevarlo a losretretes de Remmert, para inspeccionarel lugar del crimen. Sólo hay dos paralos obreros. Rebosantes de porquería.La empresa no pone el papel higiénico,y allí no se limpia jamás. Uno de losretretes no tiene puerta. Como siemprehay bastante aglomeración, se acuclillauno y ya está. En uno de estos retretes haescrito un alemán con rotulador: «Sólopara canacos».

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En algunas ocasiones, a lo largo dela autopista entre Oberhausen y Essen, oen dirección a Wesel, cuando nosdeslizamos a través del paisaje y no hayninguna llamada telefónica, a Adler leda por filosofar. Entonces pone suemisora favorita, «Radio Luxemburgo»,en cuyas resonancias se sumerge de lamañana a la noche y en cuya atmósferade mundo feliz y sin problemas se dejaarrullar, bajando el volumen cuandollegan los breves noticiarios de cadahora. Si bien se muestra parco enpalabras y poco comunicativo, por reglageneral, con a su chófer turco, cadacinco o seis días sucede que, de pronto,al empresario Adler le entran ganas de

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desarrollar pensamientos fundamentalessobre la situación de la nación y, en unaserie de frases sucesivas, iniciar en losmismos a su chófer.

En la emisora resuena la briosacanción «Buenos días, Alemania, yo teamo…», en el preciso instante en queAlí le pregunta:

—Señor Adler, ¿desde cuándo ustedser aquí jefe y empresario autónomo?

Adler explica:—Desde hace cinco años. —Y

añade que anteriormente fue jefe decompras de la factoría Gute Hoffnung deMAN—. Pero en estos cinco años heaprendido tanto como antes en toda mivida. Y también en lo que se refiere a lo

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que es un pillo y cosas por el estilo.Alí: ¿Y también ganar más dinero

que antes nunca? ¿Qué es un pillo?Adler: En efecto, el ganar dinero

tiene que ver con eso. Pero aquí enAlemania hay un montón de golfos queson demasiado vagos para trabajar y quecontinuamente te están queriendo metermano a la cartera. Lo único quepretenden es estafarte. Y nuestra propiagente, nuestros trabajadores, ésos hacemucho que han dejado de ser lo quefueron, en lo que se refiere alaboriosidad y eficiencia. Hitler era undictador, eso desde luego, pero en loque atañe a…

Alí: Pero él matado gente.

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Adler: Así es, y también hizo guerrasque no eran absolutamente necesarias.

Alí: ¿Porque él perderlas?Adler: Eso es, porque se expansionó

con excesiva rapidez y cada vez queríaser más grande. Lo que hizo con losjudíos, sobre todo, es algo sobre lo quecabe diversidad de opiniones. La verdades que a los judíos en ninguna parte selos estima… Hoy se olvida deprisa queHitler dio a todo el mundo pan y trabajo.Allí donde él intervenía, después ya nohabía ni un parado más… Si hoy díallegáramos a tener uno o dos millonesmás de parados, volveríamos a tener aotro Hitler, de eso puedes estar seguro.¡Y empezarían las agitaciones políticas,

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vaya si empezarían!Alí: Y entonces tocar turno a

nosotros. Entonces nosotros ser losjudíos.

Adler (riendo): Vamos, no tengasmiedo, que a vosotros no os vamos amandar a la cámara de gas. No creo. Locierto es que os necesitamos paratrabajar. Los judíos estaban arraigadosdesde hace milenios. Tienes que dartecuenta. Los judíos nunca han hecho otracosa que comerciar, es decir, hacer queotros trabajen para ellos. Y lo que esosotros lograban con el esfuerzo de sutrabajo, los judíos se lo comprabanbarato y luego lo vendían caro. Ésta esla manera de ser de los judíos. Los

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judíos son, por principio, unos vagosque no quieren trabajar y que se hanenriquecido siempre a costa de otrospueblos, y por eso no se los estima enninguna parte, ni en Alemania ni enNorteamérica ni en Rusia ni en Polonia.Con los turcos la cosa es diferente. Esolo sabes mejor tú que nadie, quevosotros podéis dar el callo. Así queolvida eso. Si acaso se harían leyes porlas que los turcos tuvieran que irse deAlemania en el plazo de un año, si, porejemplo, se produjera otro millón másde parados.

Alí: ¿Usted opinar que se producirá?Adler: Sí. Eso lo dicen todos los que

entienden de la cuestión. Los políticos y

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los capitanes de la industria.Naturalmente eso no se le puede decirasí como así, con tanta claridad, alhombre de la calle. Cada vez hay, porejemplo, más ordenadores y robots.

Si yo, en mi empresa, pudieraemplear máquinas en lugar de hombres—cada máquina costaría 100 000marcos—, habría tres hombres menos.Yo lo haría, eso desde luego. Con lasmáquinas no me enfado.

Alí: Hum.Adler: ¿Comprendes? La máquina es

más de fiar, trabaja poniendo menosobstáculos. Y así están las cosas, ésa esla tendencia en todas partes, fíjate en lasgrandes fábricas, todas están

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automatizadas. Y la cosa irá cada vez amás. Por ejemplo, los productos deacero y tuberías que fabrican otrospaíses, como Nigeria o la RDA, sonmucho más baratos que los nuestros,porque nuestros costos salariales sonaltísimos. Lo cierto es que no somos yacompetitivos. Siempre están hablandode que hay que suprimir el desempleo,todo el mundo habla de ello, pero nadielo hace, y es que en nuestro sistemaeconómico ya no es posible, todo locontrario. Están viniendo cada vez más,los jóvenes que salen de la escuela yquieren tener trabajo. Y lo de lajubilación anticipada… Todo eso no sonmás que remiendos, mejor olvidarse de

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ello. Es como en el antiguo Egipto. A lagente le dijeron, vienen siete años devacas gordas y siete años de vacasflacas. Y aquí es lo mismo: hemostenido cuarenta años de vacas gordas ytenemos que prepararnos para los añosde vacas flacas, hasta que quizá seproduzca una nueva confrontación bélicao algo por el estilo y haya que volver areconstruir las cosas.

Alí: ¿Usted opina que guerra vieneotra vez?

Adler: Sí, si aumentan los parados,en Alemania habrá por lo menos unaguerra civil. Hay que contar con eso. Silos parados aumentan en otro millón, seecharán a la calle, a las barricadas. Se

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producirá un caos y será el final denuestro estado de derecho.

Entremedias esta noticia en la radiodel coche: «En lo sucesivo, el permisode residencia para extranjeros se veráreducido o suprimido caso de quedardisuelto el matrimonio con unaalemana…».

Adler: ¡En eso estamos!Radio: «… rechazó la demanda de

un turco residente en la RepúblicaFederal desde hace cinco años. Suesposa alemana había pedido eldivorcio y obtenido ya el derecho detutela sobre el hijo común. La ciudad deKassel redujo posteriormente, en vistade ello, el permiso de residencia del

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marido hasta finales de agosto de esteaño».

Adler: ¿Lo ves? ¡Actualmente estascosas se oyen por todas partes!

Alí: Pero ¿que usted decir de eso?Va y se casa con ella y mujer tiene quizáun otro hombre y, se acabó, fuera, loechan. ¡Puede que él no vuelve a ver suhijo ya nunca!

Adler (impasible): Tiene queregresar, eso está claro. Mira lo que tedigo, esto ha sido, desde luego, un fallode la política alemana. Cuando vivíamosel milagro económico abrimosdemasiado las puertas, y todos losturcos que querían venir podían hacerloy todos los italianos que querían venir

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podían hacerlo… Éste fue el gran fallode la política alemana, es algo que notendrían que haber hecho nunca.

Alí: Pero nosotros no venir sólo porvoluntad, nos vinieron buscar, yentonces no haber computadoras,necesitar hombres.

Adler: Sí, pero eso fue un arma dedos filos. Es lo que hoy se estálamentando. Pero lo uno guarda relacióncon lo otro: los turcos vinieron, lostrabajos más rudos los hicieron losextranjeros, y el alemán dejó de trabajar,era demasiado delicado para eso. Y estamentalidad sigue existiendo. El alemánya no quiere trabajar y crea muchas másdificultades.

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»El permitir la entrada a tantosextranjeros fue un fallo garrafal. Sinembargo yo estoy convencido de que sise fueran todos los turcos —tenemosactualmente 2,3 millones de parados—la reducción del desempleo sólo seríamínima. La cosa no tiene que ver con losturcos.

»En el supuesto de que ahora mismose marcharan todos los turcos,tendríamos poquísimos parados menos,quizá habría 2,2 millones, y eso noconduce a nada.

Nuestra conversación se veinterrumpida por otra noticiaradiofónica: «… ha sido acusado dehaber concedido subvenciones a Veba,

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Klöckner, Krupp, Mannesmann y oncemás… a cambio de estos obsequiosconcedió las subvenciones mediante…».

Alí: Ése… ministro de Economía¿irá a cárcel?

Adler: No, eso es absolutamenteimposible, pues entonces tendría que ir ala cárcel la mitad de nuestro gobierno.Eso no puede ser en absoluto.

Alí: Ellos ganan millones demillones pero siempre querer más ymás.

Adler: Pues claro, es natural, tútambién estás queriendo siempresacarme dinero. Es algo que está en lanaturaleza humana, ¿o no?

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Certificado (extendido a Alí porAdler).

Certificamos que el señor AlíLevent Sinirlioğlu, domiciliado enDuisburg (41), Diesselstrasse 10,está empleado en nuestra empresa.Su trabajo, su puntualidad y suasiduidad en los diversoscometidos que le hemos encargadohan resultado de nuestra enterasatisfacción. Recientemente hemosrecompensado sus méritospromoviéndole al rango de chóferen jefe.A ese título, se halla encargado del

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mantenimiento y la conducción denuestro Mercedes 280 SE.Nos sentimos absolutamentesatisfechos de los servicios delseñor Sinirlioğlu.Pensamos integrarlo ulteriormentea los cuadros de mando de nuestroequipo.

Firmado: Adler.

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Asamblea de empresa

Adler llama «asamblea de empresa» auna reunión de su «gente» —organizadapor él— en una pequeña sala del bar«Rincón del Deportista», en la calleSkagerrak, a diez minutos a pie desde elpunto de reunión de la empresa J. P.Remmert.

Mientras le conduzco hacia allí en elcoche, Adler habla por el autoteléfonocon uno de sus íntimos. Dice que él seocupará de que haya «calma en elfrente», de que «las riendas estén ennuestras manos», y que prefiere legalizara un grupo durante algún tiempo, antes

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que verse luego «metido en la mierdahasta los ojos».

Su alocución al grupo está fijadapara las cuatro. Se ha ordenado lacomparecencia, que además esobligatoria y durante el tiempo libre, noremunerado. Yo (Alí) tengo que llevarlesu portafolios.

—A partir de este momento no teapartes para nada de mi lado —me dice.Y añade—: Si alguien se me acercarademasiado, tú intervienes sin pararte enbarras.

—Entendido —le tranquilizo. Y elestómago se me revuelve de pensar quehe de presentarme ante mis antiguosamigos y compañeros de trabajo como

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un trepa y un gorila de Adler. En caso deque alguno pierda los estribos y seatreva a atizarle una, desde luego yosabría muy bien a quién tengo queayudar, aun cuando ello supusiera el queeste papel que represento tocase a su finprematuramente. La abnegación tiene unlímite.

Los compañeros están ya sentadosen torno a una mesa grande, y entre elloshay caras nuevas. Adler se sienta a lacabecera de la mesa y me indica que yohaga lo propio en un rinconcito de lamisma, a su lado. A algunos compañerosles guiño un ojo, aunque dudo que meentiendan. «¡Silencio de una vez!

—Termina Adler con sus

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conversaciones, para añadir losiguiente, absolutamente ininteligiblepara la mayoría: —que aquí no estamosen ninguna escuela judía». Al instante sehace el silencio en la sala. Todos fijansu mirada en Adler, a ver ahora qué lesva a manifestar.

Su discurso suena de un modoinsólito a más no poder: «Bien, queridoscolaboradores…». Kemal me da con elpie debajo de la mesa, sin podercontener la risa.

«Os he reunido a todos aquí paraponer un poco de orden en nuestras filasde una vez por todas. Se ha afirmadoque en nuestra empresa se trabajailegalmente, y en este contexto incluso

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se ha mencionado en la radio el buennombre de Remmert. Una cosa asíresulta, como es natural, enormementeperjudicial para el negocio, y yo quieroadvertir a todos en contra de talesafirmaciones. Tal como están las cosasen este momento, tenemos, así pues, elpropósito de establecer un equipo deplantilla con contratos de trabajo fijos.Quisiéramos hacer uso del instrumentoque el Gobierno Federal, cosa deagradecer, pone en nuestras manos, a finde hacer contratos de trabajo a plazofijo, de medio año de duración, congente de confianza. Y a fin también deponer a prueba a la gente y ver quién esapto y quién es menos apto para

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nosotros. No cabe sino mirar a cada cualcara a cara. Si somos un equiporazonable, entonces podemos hablarsobre esto o aquello. En Thyssen hayalgunas empresas que hace muchotiempo que no operan de forma tan legalcomo nosotros en estos momentos».

Adler explica que actualmenteThyssen le ha «asegurado tres mil horasmensuales», así como tareasextraordinarias y, como es su esperanza,«eso va a durar año tras año, siempreque la coyuntura siga siendo tan buenacomo en el momento presente y(Thyssen) no nos diga de la noche a lamañana “Echamos el cierre”».

Adler ordena a Alí que llame a la

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camarera, y proclama con aires de granseñor: «Bueno, una bebida para cadauno, limonada, cola o cerveza, estaronda corre de mi cuenta». Y actoseguido procede a informar a sus«queridos colaboradores» que, allísentados, le miran entre escépticos ytemerosos, en los siguientes términos:«¡Escuchadme todos! Voy a deciroscuáles son las tarifas». Se refiere a lossalarios de hambre que él fijaarbitrariamente, como «salarios segúntarifa», como si aquí se estuvieranegociando algo de forma oficial yvinculante con el sindicato. «Así pues,los salarios según tarifa —para decirlosin más rodeos— para la gente de entre

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dieciocho y veintiún años, 8,50 marcos.Para los solteros mayores de veintiúnaños, 9 marcos, y para los casados, 10marcos». (Entre nosotros los casadosson minoría). «Lo he escalonado unpoco —se justifica—, porque está claroque un hombre casado tiene más gastos.Es un escalonamiento salarial que, siqueréis, lo he hecho desde puntos devista sociales». Adler lanza una severamirada a su alrededor, «¡Si hay alguienque no esté de acuerdo, que se levante yse vaya!».

Nadie se mueve. Ninguno se atreve amanifestar su opinión. Para la mayoríade ellos no es ya que se trate de ganarsela vida, sino de su propia supervivencia.

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Todos saben que por cada uno de elloshay en la calle docenas de hombres queocuparían su lugar sin poner ningúnreparo.

—Los 8,50 marcos, ¿son netos? —seatreve Nedim a preguntar.

Adler (cortante): Sólo pagamossalarios brutos.

Nedim: Pero entonces se queda entrelos cinco y seis marcos netos.

Adler: En este momento no tengo enla cabeza la tabla exacta para solteros.Puede ser. Pero dicho sea de una vez portodas: aquí pagamos sólo salariosbrutos. No pagamos exclusivamentesegún rendimiento, sino también segúnla situación social. No hay más que un

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determinado pastel a repartir, y enconsecuencia hay que tomar enconsideración los aspectos sociales.

Lo único es que el pastel deThyssen, según cuentan los compañeros,supone 52 marcos por cabeza y hora, enlo que se incluyen las primas por polvo,suciedad, calor y demás supuestos denocividad para la salud, sin mencionarlos suplementos por horasextraordinarias. Para Thyssen, esteprecio por cabeza pagado a la gente deAdler le resulta siempre más barato quesus propios trabajadores de plantilla,puesto que se eliminan las vacacionespagadas, la paga de Navidad, el cobrodel salario en caso de enfermedad y

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otros logros sociales, así como laprotección contra el despido. Los 52marcos se los reparte Adler conRemmert. Remmert se embolsa 27marcos y Adler 25. Concediéndole elfavor de suponer que esta vez —casoinsólito a más no poder— no se meta ensu propio bolsillo las prestacionessociales y, por término medio, deje deembolsarse 9 marcos, le quedan 16marcos por hora, lo que, multiplicadopor tres mil al mes, hace que Adler, sólode Thyssen, reciba 48 000 marcos.

—Bueno, ahora vamos a tomar notade los camaradas uno por uno. —Al verlos deprimidos y desesperadossemblantes de sus parias, Adler echa

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mano de una de las frases consoladorasde su estereotipado repertorio—: Deacuerdo, ya sé que de momento no esmucho, pero, como dije antes, estoy biendispuesto a que dentro de seis meses,cuando nos conozcamos mejor —al fin yal cabo no hace tanto tiempo que nosconocemos— podáis hablar conmigosobre un aumento de salario, y yaveremos entonces lo que hacemos.

Todo aquel que lo conoce un pocosabe que se trata de promesas vacías.

—Ah, otra cosa —exclama Adler,alzando la mano en un ademán que exigeimperativamente silencio—. En el futurono habrá más absentismo laboral. Vamosa hacer tabla rasa y a no contratar a

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nadie más. Todo aquel que de ahora enadelante falte al trabajo, lo siento muchopero no tendremos más remedio quesepararnos de él, y en su lugar entraráotro. Así que la cosa no puede estar másclara. ¡No permitiré que la empresa seaun gallinero! —Lanza una severa miradaa Mustafá, un muchacho de veintitrésaños, y añade—: Esto vale también parati, que anteayer, sin ir más lejos, faltaste.

Mustafá se disculpa diciendo quehubo de llevar a su mujer al hospitalporque iba a dar a luz. En vez de darlela enhorabuena, Adler hace como si nolo hubiera oído, y repite:

—¡Que sea la última vez quesucede! —Pese a no haber abonado

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jamás ninguna paga por enfermedad ypese a que frecuentemente nos hemospresentado en el trabajo sin lograr otracosa sino ser enviados de nuevo a casa,Adler dispone de nuestro tiempo ynuestra vida como si fuéramos sussiervos de la gleba. A Walter Recht, unalemán, le increpa con idénticairritación—: Y de ahora en adelante seacabaron también tus eternas faltas altrabajo de una vez por todas. De locontrario…

—Señor Adler —contesta Walter, amedia voz—, del sábado al domingohabíamos hecho veinte horas. A casa nollegué hasta las tres menos cuarto, y alas tres y media tuve que llamar a la

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ambulancia de urgencia para llevar a mimujer al hospital porque había queoperarla inmediatamente. Pero se lonotifiqué en seguida al señor Flachmann.

Adler hace oídos sordos y deja lascosas bien claras:

—Si no cumplís como es debido,haré como ya hice otras veces. Llega unanotificación de enfermedad y yo mepresento en casa del que la manda y letomo la fiebre, y si no tiene… ¡lo pongoen la calle inmediatamente! —Y, dichoesto, Adler vuelve a tocar la fibra delcompañerismo social—: Cuando noshayamos acostumbrado un poquito losunos a los otros, sabremos mutuamente aqué atenernos, y cuando nos volvamos a

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reunir en diciembre —si para entoncesseguimos estando juntos— en unapequeña fiesta de Navidad o algo por elestilo, quizá podamos hacer contratosfijos, eso es lo que tendría que ser. ¡Asíque todo ha quedado claro!

A partir de este momento sois unacuadrilla y no quiero oíros gritar máspidiendo dinero. Y mañana y el sábadopodéis hacer horas extraordinarias¡jornada intensiva!

»Bueno, esto era todo —se despidede su gente—: A ver si mañana por lamañana os presentáis puntuales, bienlavaditos, con el cuello limpio y tambiénfresquitos por abajo, ja, ja… —Y aMustafá le dice luego a voces—: ¿Y

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Mustafá? ¿Pagó ya su cerveza? Que notenga yo al final que pagar vuestrosvidrios rotos.

Bueno, ya está —le dice aWormiand, su futuro cuñado, jefe decuadrilla y hombre de confianza. Meordena que lleve al coche su portafoliosy le explica a Wormiand—: Alí es ahorami guardaespaldas. Puedes decírselotranquilamente a los muchachos. Sabekárate y tiene una pistola.— (Yo mehabía limitado a enseñarle una navaja deresorte, G. W.)— Alí ha estado todo eltiempo detrás de mí, sin quitarme losojos de encima. En esto se me acercarondos que querían dinero y enseguida. Creíque me iba costar el pellejo. ¡Suerte de

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Alí!—He oído decir que ahora quieres

dar de alta a todos —comentaWormiand, con un leve regocijo.

—No hay que tomar las cosas tan alpie de la letra —contesta Adler,guiñándole un ojo—. Lo principal esque el negocio esté en calma.

De pronto Adler se mete en unrincón de la barra, al ver que un jovenmatrimonio entra en el local. El hombrelanza una mirada furiosa en dirección aAdler, y la mujer, rubia y bella, que leacompaña, mira ostensiblemente en otradirección.

—Atención, que a lo mejor tienesque defenderme —le dice Adler a Alí

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—. Y a Wormiand, con jactancia: —Sabes, por estos andurriales tengo famade ser todo un Tenorio.

Sus inquietudes, sin embargo,resultan infundadas y no se arma grescaalguna. Más tarde le cuenta a un clientedel local cómo ha ido la «reunión deempresa».

—Les he regateado a base de bienen lo que atañe a los salarios, para queestén deseando hacer horasextraordinarias y turnos dobles. Y paraque no parloteen entre ellos demasiado,a continuación los he mandadorápidamente cada uno a su casa, les hedicho, tú por ahí y tú por allá. Hay queandarse con mucho ojo con esta gente.

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En la otra esquina de la barra hay uncompañero alemán nuevo. Bebe unacerveza tras otra y está claro que quieretomar contacto con Adler, puesto que envarias ocasiones levanta el vaso a susalud, lo que a Adler le resulta a todasluces molesto, haciendodeliberadamente como si no lo viera.Walter, el nuevo compañero, de unosveinticinco años, muy pálido y delgado,tras haberse infundido ánimosbebiéndose algo así como diez cervezas,se dirige a Adler y le suplicaformalmente, en tono enérgico ydemasiado alto:

—Señor Adler, deme usted otraoportunidad, por favor, démela. Empecé

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como aprendiz de ajustador en unaempresa, pero me puse enfermo y pocoantes del examen me echaron, lo digosincera y francamente, entonces todavíano estaba casado y ahora tengo dos hijosa los que alimentar. En la segundaempresa en que he estado, tuve quecorrer siempre detrás de mi dinero. —Yse pone a imitar a gritos a su anteriorpatrono—: «No sabes trabajar —meaullaba—, lo único que quieres essacarme el dinero». Y la siguienteempresa en la que me metí, deconstrucciones navales, quebró encuanto hube terminado el aprendizaje.Siempre he fracasado en el momentoálgido, pero sé hacer cosas. Tengo todos

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los certificados de soldador, puedosoldar hasta polvo de zinc, puedotrabajar con precisión según planos. Porfavor, deme una oportunidad y deme otrotrabajo cualificado. Con esos seis osiete marcos no puedo alimentar a mifamilia y pagar el alquiler.

Es evidente que a Adler le resultaenormemente molesto el que le vengancon bobadas aquí, durante su tiempolibre —y tras haber llegado a la cervezanúmero quince—, de modo que se loquita de encima:

—Mañana preséntese puntual altrabajo. —Y añade en tono de reproche—: ¿Por qué no se presentó hoy?

Walter (excitado, balbuceante): Pero

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si se lo dije antes, a mi mujer la llevaronurgentemente al hospital en ambulancia,y ha sido operada.

Adler (con un gesto de rechazo):Usted preséntese puntual al trabajo, y yahablaremos sobre ese asunto másadelante.

Walter: Puede usted confiar en mí,todas las mañanas me levanto a las tresy voy en bicicleta, no puede ocurrirnada, siempre estoy allí, me hago treintao cuarenta kilómetros todos los días.¡De veras! —Y, como un disco rayadoen el que la aguja se para siempre en elmismo punto, repite—: ¡Déme otraoportunidad, por favor!

Adler, que cada vez se siente más

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molesto, le da la espalda con estaspalabras:

—El que es puntual y ha trabajadocobra su dinero, eso no tiene vuelta dehoja. —Y se vuelve hacia Wormiand.Luego, en el retrete, Walter me dice:

—Oye, tu jefe no me va a dejarcolgado, no es como me dijiste el primerdía que era. —Yo (Alí) le dejo por elmomento con sus ilusiones y me callo.Después añade—: ¿Has visto cómo memiró cuando vio que yo llevaba elmismo traje que él?

Tampoco en esto se decide Alí aaclarar las cosas a su compañero.Ambos, es cierto, llevan un traje azul arayas. Adler uno carísimo,

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confeccionado a medida, y Walter unobarato, de los que están en la percha deunos grandes almacenes. Tras la cervezanúmero dieciocho, Walter —quien, parala salvaguardia de su últimaoportunidad, se había puesto además unacamisa blanca y una corbata, como si deuna petición oficial de mano se tratara—se da cuenta de que él no es interlocutorválido para Adler, se marcha del local y,tambaleante, emprende el trayecto dequince kilómetros en dirección a sucasa, montado en su bicicleta.

Adler, entre tanto, ha alcanzado lacifra de veinte cervezas y entrado en unaacalorada disputa con Wormiand.Todavía antes de beberse la vigésima

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cerveza pronunciaba frases claras yrotundas y bosquejaba estrategiasempresariales como: «Tenemos queencarrilar la cosa como es debido». «Amis cuadros de mando los trato como apiedras preciosas». «Hacedme unborrador de estudio para ver cómopodemos minimizar los costos».

Ahora Adler ataca con cada vezmayor virulencia a Wormiand, quien sehabía atrevido a contradecirle:

—No puedes tratar a la gente de esemodo. Si —menciona el nombre delantiguo compañero alemán— pleiteacontra ti, la verdad es que tiene razón.Hace ya mucho que yo también lo habríahecho, si no estuviera emparentado

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contigo.—Eres un traidor —replica Adler,

excitado—. Te pones de parte de esosjornaleros, de esos rateros, de esossalteadores de caminos. ¡Tú mismoperteneces a esa pandilla, a esa chusma!

Wormiand es la calma personificada.A mí (Alí) jamás me cayó demasiadobien en el trabajo, pero aquí, de pronto,está dando muestras de algo parecido aun carácter. Sea como fuere, el caso esque le hace ver a Adler su desprecio yle planta cara. Le vuelve con frialdadmedia espalda, le llama de usted variasveces, a fin de distanciarse, y le replica:

—Yo no estoy de acuerdo con ellos,pero cuando alguien reclama su

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derecho…Adler no puede soportar que alguien

ose contradecirlo:—Para mí has muerto, quedas

despedido. Puedes presentarte mañanaen Hannover, en montaje.

—No lo haré —le contestaWormiand—. Seguiré en Thyssen. Ustedno puede prescindir de mí. Yo no medejo poner en la calle.

Wormiand sin duda alude a queconoce algunas de las ilegalidades ycochinadas de Adler, y, de hecho, si bienéste, rojo de cólera, repite varias vecessu anuncio de despido o trasladopunitivo a Carbones del Ruhr enHannover[9]. Wormiand permanece

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imperturbable y, en lo sucesivo, siguetrabajando en Thyssen como jefe decuadrilla.

Al llegar casi a la cerveza númeroveinticinco, a Adler le da la vena«sentimental» y, al estilo Puntila, sepone a mirar a Alí fijamente y con ojosvidriosos:

—Alí, ése sí está conmigo y medefendería con su vida. —Y con unademán ampuloso y patético—: Losacaré de su miseria, de su agujeroasqueroso de la calle Diesel. Lo vestirécon un traje nuevo, para que nodesentone con mi Mercedes. —Se sienteconmovido por tan grande y súbitamagnanimidad por su parte, y se pone a

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cavilar en voz alta—: Si al menossupiera cómo se puede valorar a Alíintelectualmente. —Y me lanza (a mí,Alí) una mirada de aliento. Hago comosi no supiera de qué va la cosa—.¿Sabes lo que quiero decir? ¿Sabes quésignifica eso: intelectualmente?

—Sí —digo yo (Alí)—, cuando unotodo entender y penetrar con mirada.

—Está bien, y ¿a qué nivel estarástú? ¿Sabes lo que quiero decir con«nivel»?

—Sí —le contesto (yo, Alí)—,¡cuando uno pertenecer a la gente bien!Importa dónde estar uno situado. Lamayoría saben mucho más que lo quegente a ellos dejar hacer.

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Wormiand tercia contradiciendo aAdler:

—Ya ves que no capta, que seexpresa mal y habla con lentitud.

Adler intenta ponernos en contramutuamente:

—Son las secuelas de losmedicamentos que han ensayado con él.No es ni mucho menos tan tonto, yentiende más de lo que tú te crees.

—Yo no dice siempre todo lo quepensar —digo yo (Alí) en apoyo deAdler—, pero a menudo yo capta másque lo que yo dice. —Por un instanteAdler, con sus acuosos ojos, me lanzauna mirada a la vez inquisitiva ypenetrante, como si buscara en las

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palabras de Alí un sentido másprofundo. Pero parece tranquilizarsecuando yo (Alí) continúo—: Yo no sabesi yo siempre todo entiendecorrectamente. Yo no puede, claro, todosaber, pero me pregunto y veo conpropios ojos.

Adler se para un momento areflexionar, a fin de someter a Alí a unaprueba de coeficiente intelectual:«¿Quién es el coloso de Rodas?», es suprimera pregunta. Para probarle yo a éla mi vez, le doy una respuestadeliberadamente falsa y hago como siconfundiera al dios del sol, una de lassiete maravillas del mundo, con Atlas, elportador del cielo: «Es el que lleva

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mundo entero sobre su espalda —lecontesto— y le pesa mucho y estáencorvado y casi no poder con ello».

«Bien. Correcto. Excelente», meelogia Adler, quien no parece saberlomuy exactamente. Su segunda pregunta:«¿Cómo se llama nuestro cancillerfederal?», es correctamente contestadapor Alí, lo mismo que «¿Cómo sellamaba el anterior?». Y también conoceAlí la respuesta adecuada a la preguntade cómo se llama el secretario generaldel partido soviético. Incluso el nombredel jefe del estado francés esrespondido a bocajarro, para asombrode Adler. «¡Qué bárbaro!», constataAdler lleno de admiración. A sus

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obreros esclavos los tiene porsemisalvajes, pitecántropos einfrahombres, y se siente espiritual yculturalmente a distancias siderales desuperioridad respecto a ellos. Unoscuantos sitios más allá en la barra, unfuncionario de hacienda de unoscincuenta años se irrita ante elcuestionario de Adler: «¿A santo de quétanta pregunta tonta?». Adler reaccionaenfadadísimo: «Estamos manteniendouna discusión de negocios y no tolerosemejantes intromisiones».

Prosigue el examen: «¿Quién es elprimer ministro de Renania-Westfalia?».Se lo digo.

«¡Exacto! ¿Y el ministro de medio

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ambiente?». Aquí me pone en un aprieto.Conozco a Klaus Matthiesen por algúnque otro acto en el que hemoscoincidido, en Schleswig-Holstein, ysiento estima por él como uno de lospolíticos más progresistas del partidoSocialdemócrata. Quizá se trate de unapregunta capciosa y Adler empiece adesconfiar si conozco por su nombre aun declarado izquierdista. «Esto ya nosabe», digo por prudencia, y Adler haceun gesto de rechazo y dice: «Ni falta quehace que lo sepas, a ése puedesolvidarlo, es uno de esos arregladoresdel mundo que no hacen más quefastidiarnos. Eso sí, su predecesor,Bäumer, es un viejo amigo mío, de

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muchos años atrás. Ése tiene el empujeque hay que tener, y la visiónempresarial. Estuvo en mi últimocumpleaños. ¡Ése sí es de fiar!». (Buenoes saber quiénes son los «padrinos»políticos que hay en el trasfondo deAdler. Mientras desempeñó el cargo depresidente del Partido Socialdemócratadel Bajo Rhin, Bäumer era conocido porsus intrigas contra los funcionariosprogresistas de su partido. A él hubo queagradecer, por ejemplo, en unión delanterior canciller federal HelmutSchmidt, la expulsión del partido deKarl-Heinz Hansen).

Adler no es, dentro de nuestropanorama social, ni muchísimo menos un

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bicho raro, sino que, por el contrario,está totalmente integrado, reconocido ybien considerado. Y quienes lo conocensaben cuál es su manera de ganar eldinero. La gente hace la vista gorda congenerosidad ante los «trapos sucios»excesivamente groseros. A partir de undeterminado orden de magnitudes, enestos círculos vale la frase: «El dinerono es para hablar de él, sino paratenerlo». Estoy casi seguro de que elseñor Bäumer no ha hablado con suamigo Adler de dónde le viene eldinero, a costa de quién y en quécrímenes está comprometido.

Eso es algo que se sabe y guardanpara sí. Y se dedican a cultivar juntos

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los lados agradables de la vida, en losclubs, en su yate. Quizá también duranteunas vacaciones conjuntas en Hawai,lugar de vacaciones preferido por Adler.En la cuenca del Ruhr, el estar afiliadoal Partido Socialdemócrata es algo quefavorece los negocios y promociona lascarreras. Estoy seguro de que, de habervivido en Baviera, Adler se habríahecho de la Unión Social Cristiana.

En otro contexto, Adler sevanaglorió de haber gastado, sólo ensobornos, 200 000 marcos en losúltimos cinco años, a fin de conseguirdeterminados encargos. Pero por reglageneral tales untos directos no sonnecesarios. A menudo basta con tener

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olor de pertenecer al mismo establopara pasarse entre sí los puestecitos ylos encargos. Ésa es una de las razonespor las que Adler es también miembrodel particularmente distinguido club degolf de Düsseldorf. Su aval en esecontexto: «Mi larga amistad con AlfredGärtner, vicepresidente del gobierno deDüsseldorf».

—Si demuestras tu valía —le diceAdler a Alí— te ascenderé al cuadro demandos. —Dado que Alí se lo quedamirando sin comprender, él le aclara—:Tienes que hacer y cumplir todo lo queyo te diga, y más si se tercia. —Alísigue sin entender—. Tienes quecontrolar a tus compañeros turcos. Tú

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estás en buena relación con ellos. Lostienes que vigilar y comunicármelo todo,si alguno arma camorra y va por ahídándole a la lengua. En ese caso se lepone de patitas en la calle antes de quese haya dado cuenta. Antes de que lamanzana podrida pueda pudrir lasdemás. Los muchachos son más bien debuena pasta, por naturaleza, pero no hayque perderlos de vista, pues cuandomenos se piensa organizan una revuelta.Sólo quisiera saber si estás a la alturade esta misión.

Me siento desfallecer. Hasta eseextremo no quiero representar mi papelen modo alguno. Va siendo hora ya deque encuentre el momento de dar el

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salto. Mi situación respecto a loscompañeros y amigos resulta puñetera amás no poder. Aquí no cabe ya elhacerles más guiños. De pronto mesiento un mestizo en Sudáfrica, el cual,hasta el momento, había estado de ladode los negros, e incluso luchando conellos, y ahora los blancos súbitamente loescogen —precisamente por tener laconfianza de los negros— paraadiestrarlo como traidor. Una función deguardaespaldas y soplón. Éste es elpapel que Adler ha pensado para mí. Yal mismo tiempo el de su monoamaestrado, el de su matón.

—Si es preciso tienes también queemplearte duro, así que te sigues

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entrenando en lo del kárate —sigue,intentando engatusarme—. Si la cosamarcha, te pondré una pequeña viviendacerquita de la mía, y más adelante teproporcionaré un coche. Lo único quetienes que hacer es estar siempre cercade mí, dispuesto a acudir en cualquiermomento a mi llamada. La calle Dieselno es un domicilio digno de ti. Ahíacabarás mal. —Adler percibe miaversión y sigue insistiendo—: Demomento nadie te va a lanzar contra tuscompatriotas. Ellos, por ahora, mecabrean menos que algunos alemanesque no hacen otra cosa que darmequebraderos de cabeza. Actualmente haydos que se han atrevido a denunciarme

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ante los tribunales para sacarme eldinero. Yo te envío a verlos y atratarlos. ¿Has comprendido? Esos doscerdos de mierda se atreven acalumniarme ante el tribunal. Tú irás averlos y a tratarlos hasta que retiren ladenuncia.

Me da el nombre y la dirección delos dos compañeros alemanes que desdehace algún tiempo no están ya connosotros. Intento aclararle que en laasociación de kárate hubimos de firmarque no haríamos uso de nuestro deportesalvo en situaciones de propia defensa.

—Exacto —me contesta—, yo meencuentro ya en total situación dedefensa propia. Ellos me están

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amenazando y tú tienes que protegerme.—En vista de que yo (Alí) todavía doymuestras de escepticismo, él transige—:De momento no te metas en el asunto. Alfin y al cabo vivimos en un estado dederecho. Tengo muy buenos abogados ypor lo pronto dejaremos que lostribunales se pronuncien. Pero eso sí, sino se me hace justicia, no me quedaráotra elección. En ese caso tienes que ir averlos y tratarlos. Yo estoyabsolutamente dentro de la ley.

Jürgen K. (26 años de edad) es unode los dos a los que se supone hay que«tratar» en caso de que a Adler no se lehaga eso que él llama justicia. Yo (Alí)tomo contacto con él al cabo de algún

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tiempo, le prevengo para que tomeprecauciones, y me entero de que a él,como alemán, apenas si le van las cosasmejor que a mis compañerosextranjeros. Jürgen había estado más deun año sin trabajo; su anterior empleo lohabía perdido a causa de unas molestiasen las vértebras discales y se habíaofrecido a las empresas más importantesdel lugar, incluida Thyssen, sin lograrque lo admitieran. Tras leer un anunciode Adler, se presenta a él.

—En el primer momento no mecausó, a decir verdad, mala impresión,no hacía preguntas y sí, en cambio,grandes promesas. Lo único que mepreguntó fue: «¿Organizado

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sindicalmente? ¿No? Bien. Entoncesconforme», dijo, y: «Veremos cómoempieza el trabajo», o, «En cualquiercaso nos pondremos de acuerdo», y,«Aquí no hay trampa ni cartón, al quetrabaja bien hay que pagarle bien».

»Y me preguntó qué idea de salariotenía yo. Le contesté que 13,50 brutos, yél dijo que eso era demasiado para él,que era el salario de un obreroespecializado y que como yo venía deotro oficio, no me lo podía pagar. g¿Estáusted conforme con 9 marcos netos?h,me preguntó. Hice un cálculo rápido: 9marcos netos son casi 13,50 brutos, ydije que de acuerdo. g¡Entonces puedeempezar conmigo el 24 de enero!h Yo

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quería que hiciéramos los papeles delseguro de pensiones y todo eso, pero élexigió: Para un tiempo tan corto como eshasta el 1 de febrero, no vale la penadarle de altah. Así que hube de trabajarde forma prácticamente ilegal siete díasde enero, sin tarjeta de impuestos.

Hasta pasado un mes no se entera deque tampoco después ha sido dado dealta, cuando pide un volante para su hijaenferma en el ambulatorio del Seguro deEnfermedad. Hasta el mismo día, 25 defebrero, no se deja caer Adler por elambulatorio para darle de alta. Losbuitres del ramo, como Adler yconsortes, basándose en una cláusulaque autoriza a las empresas el poder dar

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de alta con un mes de retroactividad,pueden permitirse el hacer un«posregistro» sólo si ha sucedido algo—accidente o enfermedad—, y, conello, hacer como si el trabajador hubierasido contratado de inmediato o desdehace pocos días.

»Sólo poco a poco he ido dándomecuenta de lo enrevesado que es Adler —relata Jürgen—. No soy precisamente delos más vagos. He dado el callo comoun loco, y ¿qué consigues al final? 5,91marcos por hora y ni una prima porhoras extraordinarias, turnos de noche yvacaciones. Una pura burla. Y paracolmo ni siquiera la liquidación estabaen regla…

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»Sí, normalmente tu dinero está eldía 15 —dijo—, abre una cuenta porqueyo no pago en efectivo. Me voy al bancoy abro la cuenta. El día 15 el dinero noestaba. El 16 tampoco. Llamo a Adlerpara preguntarle dónde está el dinero. Yél me dice que ya ha sido librado y quetendría que estar en la cuenta, que estaráhoy o mañana. Al día siguiente vuelvoallá. Pero la cosa llegó a tal extremo quese me acabó el dinero para la gasolina.Mi novia fue quien me llevó siempre altrabajo. No nos dieron nunca ni unpenique para el transporte. En resumidascuentas, ¿cómo llegas ahora al trabajo?Luego mi novia lo llamó otra vez, el día10:

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Señor Adler, en la cuenta sigue sinhaber dineroh. Y él se echa a reír por elteléfono: Efectivamente, es que al bancono puede llegaros nada. ¿Cómo? —diceella—. ¿Que no puede llegar nada albanco? Así es —contesta él—, pues eldinero se lo he dado a un compañero desu marido. ¿Y eso?, pregunta mi novia.Se lo di a él, pero hoy no podránencontrarle, hace jornada prolongada.

Entonces me puse a correr comoloco por toda la factoría, en busca deWalter y el sobre del salario. Es elfuturo cuñado de Adler, ¡el que se habíaido a pasear con mi dinero! Y loencuentro, justo al salir de cambiarse, lode la jornada prolongada era pura filfa,

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terminaba a las dos de la tarde en punto.Le digo: Walter, ¿tienes tú mi sobre conel salario?h Sí, dice él, y me da unrecibo: Firma. No —digo yo—, mejorcontamos primero el sobre.h En el sobrehabía 610 marcos correspondientes afebrero. Había pagado 79 horas. ¡Perosólo a 9 marcos brutos! ¡Cuando lo queyo había trabajado eran 126 horas!¡Faltaban más de cuarenta horas!Entonces me eché a las barricadas y ledije: ¡Esto no puede ser!. El mes queviene cobras el resto —me consoló él—, y además aumento de salario.

»Y al mes siguiente el mismo juego.»Pueden hacer con nosotros lo que

quieren. Me presionaron: o haces turno

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doble, o mañana no vengas. O iba a lafundición y el jefe de cuadrilla medecía: g¿No te llamó el patrón? Hoy nohace falta que vengash. Y ahí me tienesvolviéndome a casa.

»Y a la inversa: vuelvo a casa a lasonce de la noche de un turno doble enATH y me encuentro con que Adler meha dejado un billete de ferrocarril ytengo que ir inmediatamente a Hamburgoen un tren que sale a las doce y media dela noche. Llego a Hamburgo a las sietede la mañana —nada de literas y, con eltren abarrotado, no pude dormir—, mepaso ocho horas trabajando en BAT(fábrica de cigarrillos) y me mandan denuevo a Duisburg. O sea, que me pasé

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mis buenas 26 horas de pie, sin una horapara poder dormir.

Jürgen me enseña el correspondientecómputo de horas trabajadas, rubricado,en cada caso, por los jefes de cuadrillao los capataces. En el mes de marzo,continuamente turnos de 16, 17 horas ymedia, 14 y 20 horas y media, uno trasotro.

Alguna que otra vez se le concedenmagnánimamente unas horitas paradormir. Así el 12 de marzo: de 6 de lamañana a 10 de la noche trabajando sinparar (16 horas), en seguida a casa adormir hora y media, y a las 0,30 hcomienza el nuevo turno y a currar sinparar hasta las 21 h del día siguiente (20

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horas).»Dos días después otra vez turno

doble desde las 16 h hasta las 14 h deldía siguiente (22 horas). El 18 de marzoempieza a las seis de la mañana hastalas 14 h (lo normal son ocho horas),hasta que llega uno a casa se han hechoya las 15,50 h. Duermes hasta las 20 h(4 horas y media), comes algorápidamente y nuevo turno que empiezaa las 21,30 h y dura hasta las siete de lamañana (9 horas y media), duermesdesde las 8,30 hasta las 14 h (5 horas ymedia) y otra vez a trabajar desde las 16hasta las 14 h del día siguiente de untirón (22 horas).

»Siempre estábamos tragando quina

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—dice Jürgen—, pero pensé: tengotrabajo y si no lo tuviera sería peor. Ycuando el jefe de cuadrilla le necesitabaa uno, te preguntaba, oye tú, ¿hacesjornada prolongada? Desde el principiolo dejé bien claro: si tenéis algo quehacer el sábado o el domingo, dímelo,gano tan poco que tengo que hacerturnos, si no el dinero no me llega. Lamayor parte de los demás, los turcos —en Adler no había casi más que turcos—aún lo pasaban un poquito peor. Conellos la cosa era simplemente: ¡vas ahacer jornada prolongada! Y si no lahaces, mañana no vuelvas por aquí, ¿quédigo mañana? ¡Te puedes largar ahoramismito!

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Rara era la vez que Jürgen lograbaver la cara de su jefe.

»Por principio, dice que no está,puesto que siempre está engañando atodo el mundo. Lo vi una vez cuando lacontratación, otra en la obra y otra másen la citación judicial. Sólo cuando tenecesita te llama y te dice a gritos:¡Tienes que trabajar esta noche, otra vezturno especial!. Jamás te dice“¿puedes?” sino “tienes que”. Y si ledices que no, ya sabes lo que esosignifica para ti: “¡Se acabó, fuera, a lacalle!”. Era un trabajo para esos reosque se han cargado a sus padres o a sushijos…

Jürgen prosiguió:

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»Estuvimos metidos en losintercambiadores térmicos. Había quelimpiar las espirales. Caliente ypolvoriento. Polvo alcalino, venenoso.Tres hombres estuvimos dale que tepego todo el santo día. Los compañerosde Thyssen nos preguntaban: ¿Cómo eseso? ¿Es que no os relevan nunca?.

»Había de treinta a cuarenta grados.Y cuanto más te acercas a las espirales,más calor hace. Las limpiamos todas amano, a fuerza de golpear con unasbarras. Había depositados restos deescoria que por lo general se van por lachimenea, pero esta vez se habíanlicuado.

»La cosa estaba ya dura, a prueba de

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bomba. Justo debajo del horno bajo. ¡Sihubieras estado allí 16 horas, con aquelcalor achicharrante, sabrías lo que esbueno! Éramos tres hombres, unacuadrilla. Los otros estuvieron dosveces en el botiquín, y yo una vez, puesse nos pusieron los ojos hinchadísimos yenrojecidos de todo el polvo que habíaallí, sin máscaras, sólo mascarillasrespiratorias permeables, pero nomáscaras completas. Además allí dentrono hay tiro alguno para que salgan loshumos, como sería lógico que hubiera,el aire y toda la porquería se quedanestancados, y desde luego no puedessalir forzosamente corriendo de allícada dos minutos. Y sobre todo: a las

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dos del mediodía teníamos que terminaraquello sin falta, para que luego llenaranla cosa de gas. Así que estuvimostrajinando de lo lindo. Una vez durante36 horas a lo largo de dos días. Y luegoalternando continuamente: un día alláabajo, con el calor achicharrante, y aldía siguiente estábamos al aire libre enpleno invierno, en una ocasión conveinte grados bajo cero. Estuvimospicando como locos. Me afectómuchísimo a las vértebras discales,también por las constantes diferenciasde temperatura. Muchos días me ibaarrastrando de rodillas, del dolor quetenía en la espalda, pero necesitaba eldinero. Y luego también en invierno, en

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una plataforma de servicios comoaquélla, llena de cieno de carbón,tuvimos que limpiar las cintastransbordadoras sobre las que corre elcoque. Apenas podía moverme. Uncompañero turco se rompió algo, unbrazo, debido a que todo estaba helado yresbaló. Al cabo de seis semanas seincorporó plenamente al trabajo. Nadiese preocupó de su lesión.

»Cometí el mayor de los errores, elhaberme marchado de la minería. Antesestuve en una mina y me ganaba eldinero más rápido y más fácil. ¡Si secompara, la mina es un regalo! Bajotierra, con un cilindro de decantación, esun trabajo bomba, en comparación! De

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vez en cuando tienes que arrear, claro, sisurge alguna pejiguera, pero en Thyssentodo fue siempre una pejiguera, y desdeluego se hacía todo a mano. Doshombres teníamos que arrastrar barrasde hierro que pesaban lo indecible, ytodo porque resultábamos más baratosque una grúa.

Gracias a la táctica dilatoria deAdler, por nueve semanas de ímprobotrabajo Jürgen recibió 861 marcos. Nole llegaba para alimentar a su familia(dos niños pequeños). Porconsideración a él, su madre se puso atrabajar de asistenta, «de lo contrarionos habríamos muerto de hambre. Tuveque contraer deudas. Deudas Por aquí,

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deudas por allá, y sigo teniéndolas».Jürgen no tuvo más remedio que

dirigirse a la beneficencia social: «Alprincipio me dieron 500 marcos al mes,pero con la obligación de devolverlos.Me dicen: g¡Por fin tiene usted trábaloh.Y yo me pregunto, ¿de dóndedevolverlos?».

Ya en febrero, Jürgen cree habersepercatado del juego humanamenteindigno de Adler, a quien le expone suintención de denunciarlo. Pero Adler lehace nuevas promesas:

«—Si las cosas siguen como hastaahora, yo me largo».

«—Mira, vas a cobrar 12 marcosnetos, ¿sabes?» —me responde.

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«—Eso es hablar, así que el próximolunes paso a cobrar» —le replico.

«—Sí, seguro, en propia mano. Elresto lo recibirás después».

«Jamás vi el dinero» —concluye.El 20 de marzo Jürgen se marcha.«Me despedí telefónicamente, y

luego, al otro día, por escrito, haciendoconstar que en caso de que no se meabonara mi salario, pondría unademanda en la magistratura del trabajo.A lo cual no hubo ninguna reacción. Unavez más intenté hablar con él porteléfono, pero me salió el contestadorautomático y le dejé mi mensaje.Ninguna reacción. Unos días más tardele volví a llamar a su casa y él preguntó

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g¿Quién es?h y yo le digo, Jürgen K.h, yél dice: Hable usted con mi abogadoh.Así que acudí a los tribunales. Altribunal de trabajo. La primera citaciónfue algo espantoso. En primer lugar,Adler se consideró demasiadoimportante para dignarse comparecer. Ypor otro lado yo me sentía como elacusado. La vista duró dos minutos ymedio, y ya estaba yo fuera otra vez. Loúnico que me dijeron es que habíaacusado a una empresa equivocada. Yopregunto: g¿Y eso?h. Y ellos mecontestan que no existe ninguna Adler-Heisterkamp, Sociedad en Comandita,en Oberhausen. Yo les replico: unmomento, eso no puede ser, tengo aquí la

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hoja de liquidación, Adler-Heisterkamp.Pero ¿qué hacer, cuando no estás muyducho en cuestiones jurídicas, y ademásno tienes abogado?: ¡estás jodido! Parasalir de apuros, semejante tipejo notiene más que declararse en quiebra. Enseguida cogí un abogado, pero esosupone gastos. Al parecer no puedo yarecibir ayuda para los costosprocesales, porque he vuelto a trabajar.De modo que me pueden caer encimasus buenos mil marcos por gastos deabogado. Del arreglo al que hemosllegado últimamente, quedan quizá sólounos cientos. Un mercachifle tan falto deescrúpulos como Adler siempre saca lamejor tajada, incluso ante los

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tribunales».«Y ahora, en la última vista, viene y

me pone de vuelta y media, que yo eraun embustero, que la hoja de horasestaba falsificada. Yo hice que mi jefede cuadrilla me firmara las horas, yademás por partida doble, uno para laempresa Remmert y otro para mí. De loque quedaba de manifiesto que en marzo—en febrero no llegué a ser tan prudente— trabajé 129 horas, sólo hasta el 20 demarzo, y de ellas 36 horas seguidas enpie».

»En mi tarjeta de impuestos, quehube de presentar ante el tribunal, habíaconsignados sólo, figúrate, 434 marcosbrutos. Sin sello de la empresa. Todo lo

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demás se lo había quedado él. Ante eltribunal se condujo como si fuera el juezsupremo. Entonces el juez lo amonestó,y él soltó una diatriba contra los juecesprofanos: que como empresario podíadesde ya declararse culpable, puestoque de todos modos no se le hacejusticia. O como me dijo a mí:g¡Embustero…, falsificador dedocumentos!h.

»Mi abogado me aconsejó llegar aun acuerdo porque si no el procesopodía durar meses o quizá incluso años.Y yo necesito el dinero. En vez de los2735 marcos pendientes, sobre la basede un salario por horas de 9,50 marcosbrutos —pues lo otro él no lo declaró

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por escrito, sino sólo de palabra— meavine al pago atrasado de 1750 marcos.

»Y después de la vista del juiciotuve que enviarle otra vez a Adler latarjeta de impuestos, que todavía no meha devuelto, y eso que ha pasado casi unmes. Y tampoco he recibido ni unpenique de lo acordado. Tiene que pagarahora los atrasos de las cargas socialesy las cuotas de la caja de pensiones, y setoma su tiempo. Pero ni siquiera leponen un proceso criminal. Lamagistratura de trabajo le trata como aun honorable caballero sólo un poquitodesordenado. ¡Y uno, a hacer el primo!

»Todo el mes de abril sin tarjeta deimpuestos, sin cartilla del seguro, y

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además la mitad del mes de mayo. Hablétambién con la firma Remmert para versi me contrataban, y me dijeron, vale,puedes empezar con nosotros, perotienes que traernos tus papeles y todoarreglado. El caso es, sin embargo, queno tenía los papeles, los tenía Adler.Entonces me agencié un duplicado detarjeta de impuestos y me voy con ella ala empresa Remmert, pero él me dice,no, así no puede ser, tú has trabajado yapara nosotros y por lo tanto tienes quetener la tarjeta de impuestos original. Yocreo que eso no son más que pretextos yque están conchabados con Adler.

»En mi opinión, al señor Adler todole ha resultado una enorme ganga.

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Seguro que habrá nuevos tontos que sedejen timar; en los periódicos ya puedeverse otra vez: Adler, montajesindustriales, busca… Simplemente no sécómo se las arregla para mantener lagente en el trabajo, ¡no lo entiendo! Antela magistratura del trabajo confesóabiertamente: No he dado empleo anadie que gane más de 9 marcos brutos.

Para Jürgen hay un pequeñoconsuelo:

»Hay extranjeros a los que todavíales va peor. Adler, por ejemplo, tenía apakistaníes trabajando para él por 6marcos brutos. No tenían permiso deresidencia.

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Los siguientes testimonios decompañeros turcos ejemplifican lasprácticas de Adler y la extremadapeligrosidad del trabajo:

Hüseyin Atsis (56 años de edad),quien ya en Turquía hubo derealizar los peores trabajos delimpieza, tiene, en relación con suempleo en la empresa de Adler,esta sensación:—Trabajar en Siberia tiene que sermejor que hacerlo aquí.Afirma también que, anteriormente,jamás había visto «puestos detrabajo más peligrosos»:»Por ejemplo, en el horno

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recientemente construido enHamborn tuvimos que bajarcargados con esos tubos desde laséptima planta. Me acuerdo decómo bajábamos entre dos uno deesos tubos. Teníamos que tener uncuidado espantoso, pues sabíamosque en ello nos iba la vida.»Tuvimos que trepar a lo alto deuna grúa de unos 70 metros yrecoger el polvo allí depositado,meterlo en sacos de 50 kg ybajarlos a cuestas. Era muypeligroso y muy sucio. Una vez lepregunté al capataz por qué teníaque hacer yo siempre este trabajo,y me dijo: Bueno, es que al menos

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tú estás asegurado, tienes tuspapeles, en cambio los demás notienen seguro. Si te ocurre algúnaccidente se podrá hacer algo porti. Entonces me dijeron que Adlersólo tiene unos pocos obrerostrabajando legalmente, sólo unoscuantos que están asegurados comoes debido.También Hüseyin Atsis hubo decorrer en pos de su salario. Ycuando al fin, tras un constantepresionar, consiguió que le fueraabonado, con retraso y a plazos, lasuma total quedaba por debajo delo que cabía esperar en razón de laremuneración por horas convenida

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y de las continuas horasextraordinarias. En vez de los 10marcos por hora acordados sólohabían sido contabilizados 9,deduciendo de ello, además, unasnada transparentes tasas. Por 184horas de trabajo Hüseyin recibióúnicamente 724 marcos con 28peniques:«Cuando cobré el dinero me dije,está claro que con esta gente no tepuedes meter, y a lo mejor, parahacerte daño, hasta te expulsan.Así que, me dije, lo mejor será queprocure que me dé mis papeles yconformarme con el dinero. Pero élme dijo: Los papeles no te los

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doyh. Me dijo: “Primero tienes quefirmarme que has visto satisfechastodas tus reclamaciones. Sóloentonces te entregaré tuspapeles”.»Sait Turnen (25 años de edad) yOsmán Tokar (22) tuvieronexperiencias similares.

Sait Turnen:—Había trabajado ya tres mesespara Adler sin que en todo esetiempo me hiciera una liquidacióncomo es debido, limitándosesiempre a darme 100 marcos enuna ocasión o 200 en otra, cuandoel hecho es que yo había trabajado

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casi todos los días. Continuamenteles pedía dinero prestado a losamigos, para poder vivir,diciéndoles que se lo devolveríaen seguida, en cuanto Adler mepagara, pues él me decía que contoda seguridad me pagaría en lospróximos días. Dado que me eraimposible devolver lo que debía amis amigos, éstos pensaron que losestaba engañando, y dejaron dehablarme. De modo que perdí amis amigos. Entonces intentéencontrar trabajo en otro sitio.Pero me exigían los papeles, y sino, no había trabajo. Me fui a ver aAdler para decirle que tenía un

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nuevo trabajo, pero sólo con mispapeles, y que quería el resto de midinero. Y Adler dijo: Te daré tuspapeles sólo si me firmas que novas a recibir de mí más dineroh.Reflexioné: si en los próximos díasno presento los papeles, no medarán el nuevo empleo. ¿Quéhacer? Y mi nuevo jefe tiene buenaamistad con Adler. Así que lefirmé que no me quedaba nada porcobrar. El papelito estaba yaescrito a máquina. En él se lee:Certificación: Por la presentecertifico que no abrigo ningún tipode reclamación sobre misprestaciones laborales, desde un

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principio concertadas a plazo fijo,en la empresa Adler-MontajesIndustriales Sdad. Ltda.

Osmán Tokar:—Cada semana Adler nos quitabaunas horas, así que fuimos a verlepara hablar sobre el particular, envista de lo cual nos dijo: Lo quefalta se os dará en la próximaliquidaciónh. Pero no se nos dio.Volvimos a verle, y él dijo: Lapróxima vez, la próxima vez, ysiempre nos despachaba. Cuandofui ya verle otra vez, me dijo: Si noquieres trabajar por los 9 marcos yel 40% de deducciones, lo único

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que tengo que hacer es poner unanuncio en el periódico y al díasiguiente tengo a mil personasdelante de la puerta. Alegraos detener trabajo, que no sois más queextranjeros, nos dijo.Tokar informa también sobrecondiciones de trabajo nocivaspara la salud:»Tuvimos que trabajar en unasinstalaciones en donde lavisibilidad era casi nula, por elpolvo que había, y donde nopodíamos respirar. Era espantoso.Al cabo de unos días me entraronunos dolores horribles y unaspunzadas en el corazón y en los

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pulmones. Entonces vino uncompañero de Thyssen y dijo queel polvo de hierro erapeligrosísimo, que allí podíamorirme y que tenía que lograr queel jefe me diera en seguida una,máscara antipolvo. En vista de esome fui al capataz de Thyssen, quienno me dio la máscara y me dijo quela cosa no era para tanto, que envez de andarme con tantos remilgoslo que tenía que hacer es seguirtrabajando. Y nos apretó lasclavijas a base de bien: que si noterminábamos en veinte horas,tendríamos que quedarnos allí ycontinuar trabajando. Que no nos

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dejaba salir.»Al terminar la jornada me fui enseguida al médico, pues tenía unatos espantosa, y el médico meexaminó y me preguntóinmediatamente dónde trabajaba.Yo le dije: gen Thyssen, para unasubempresa contratistah, y entoncesme preguntó en qué estabaempleado, si había gas o polvo dehierro o alguna cosa peligrosa paralos pulmones. Y yo le contesté queera polvo de hierro. Entonces éldijo que yo no era el único de losde Thyssen que acudía a él con esetipo de problemas. Y que si queríacurarme de verdad lo que tenía que

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hacer era buscarme otro trabajo. Yme recetó unas medicinas.

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La radiación

En realidad me aguarda todavía (a mí,Alí) un empleo en la central nuclear deWürgassen, la planta atómica másantigua —su puesta en servicio data de1971— y la que más particularmente sehalla necesitada de reparaciones. Sebusca gente de confianza para larevisión anual y se prefiere contratar,sobre todo, a extranjeros, especialmentea turcos, supongo que por sunomadismo.

En la República Federal no hayconocimientos científicos exactos acercade las consecuencias tardías que

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producen las dosis pequeñas deradiación. La mayoría de los extranjerosque, integrados en las cuadrillas dereparación o limpieza, son enviados a lazona caliente, donde la radiación esespecialmente intensa, no aparecen enlas estadísticas si al cabo de años odecenios enferman, o mueren, de cáncerde testículos, próstata o glándulatiroides. Entonces viven en otrasciudades o en alguna remota región desu patria, a la que han regresado, y nadiepregunta si hace mucho tiemporealizaron algún trabajo relativamenteligero y limpio durante unos días,semanas o meses en cualquier centralnuclear alemana. Éstas son precisamente

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las razones que llevan a los gestores delas centrales termonucleares a estarinteresados en arreglárselas con unaplantilla relativamente pequeña deempleados fijos y propios. Para lostrabajos hasta cierto punto peligrososrecluían sistemáticamente y por brevesespacios de tiempo, a través de lassubempresas contratistas de mano deobra, a gente nueva que, en pocas horaso días, a veces incluso en segundos,reciben la dosis máxima anual deradiaciones, 5000 milireh[10]. Obrerosturcos y alemanes me han dejadoconstancia de que aceptaron trabajar porun salario de 10 marcos a la hora[11].

Uno de los que en su día estuvieron

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allí informa: «Si hay una avería, porregla general son los turcos los quetienen que intervenir. Son enviados a lazona caliente, irradiada, comosaltadores, y han de aguantar allí hastarecibir la dosis anual de 5000 milireh.Puede ser cuestión de horas, pero encasos extremos puede serlo también sólode minutos o incluso segundos. Loscompañeros lo llaman cremación[12]».Por lo común, los afectados son«bloqueados» durante el resto del año.«Pero a pesar de ello —me explica uno—, hay maneras de seguir trabajando enotro lugar». El cómo no quiererevelarlo. «De lo contrario noencuentras otro trabajo en ningún sitio».

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A fin de experimentar por mí mismoy desde dentro esas condiciones detrabajo susceptibles, bajo ciertascircunstancias, de poner en peligro lavida, y a fin de poder aportar pruebasconcluyentes, yo (Alí) me ofrecí aWürgassen. El problema es que hay uncontrol de seguridad previo. Di elnombre y la dirección de mi doble, asícomo todos los domicilios de losúltimos diez años, con objeto de que losservicios secretos territoriales nopudieran husmear y hacercomprobaciones. Las computadoras delempadronamiento esfuerzan su«memoria de elefante»: ¿Participaciónen manifestaciones? ¿Actividades de

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otra índole? También se hace interveniral BKA[13]. Semejante control dura, porlo general, seis semanas, y hasta tresmeses en casos excepcionalmentecomplicados. En el mío —es decir, en elde mi doble— las investigaciones eran,al parecer, más minuciosas, ya que alcabo de dos meses no se habíaproducido aún ningún resultado, nipositivo ni negativo, aunque ello acasose deba a que era época de vacaciones.Sea como fuere, el retraso me vino deperlas a fin de abordar el tema de formadistinta a como lo había planeado. (Unmédico amigo mío, radiólogo y expertoen radiaciones, a quien había puesto enantecedentes de mi proyecto de

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exponerme, en mi calidad de «turco», alas radiaciones de la central nuclear, mehabía advertido insistentemente contraello. Mi estado de salud —la bronquitiscrónica originada por el polvo deThyssen y también el debilitamientogeneral como consecuencia de losensayos de medicamentos— seencontraba ya francamente afectado.Exponer ahora, por añadidura, el cuerpoa la radiación supondría, en su opinión,la posibilidad e incluso la probabilidadde una lesión duradera causada por losrayos).

Si bien no es que precisamente meencuentre en un estado de chispeanteeuforia vital —al contrario, me siento

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bastante acabado, puesto que cada vezme he ido identificando más con elpapel que represento, y la casidesesperada situación de miscompañeros y amigos me deprime más ymás—, lo cierto es que tengo miedo deconsumirme durante un espacio detiempo demasiado largo, corroído porun radiocáncer. Y temo también unalucha contra la muerte que acaso seprolongue durante años. «Eso puededarte la puntilla», me advirtió mi amigoel radiólogo. Admito que en este casosoy cobarde y me mantengo al margen,sobre la base de mi situación deprivilegio. Cientos y miles detrabajadores extranjeros, a los que se

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ofrece esta posibilidad de trabajo,tienen forzosamente que poner en juegosu salud, y en ocasiones incluso su vida,aun cuando se hallen en condicionesfísicas todavía peores. Lo más atrayenteestriba en que el trabajo no está ligado aesfuerzos físicos, de modo que inclusolos enfermos, los entrados en años y lostotalmente extenuados no veninconveniente en llevarlo a cabo. A estohay que añadir el que la mayor parte delos extranjeros generalmente no obtieneninformación acerca de la especialpeligrosidad de este trabajo. Yo mismo(Alí), cuando me presenté en la centralpara solicitar el empleo e inquiríexpresamente: «¿Trabajo no será

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peligroso?», fui tranquilizado por el jefede personal: «¡No más que lo habitualen la industria!».

Los testimonios de algunos testigosdan fe de cómo es realmente el trabajoen Würgassen.

Frank M., jefe de cuadrilla enWürgassen:

—Por un lado, es un trabajo en elque se puede ganar dinero rápido y fácil.Yo, como jefe de cuadrilla, en mi últimaliquidación me saqué 2500 marcosnetos. Por otro lado, yo allí no trabajaríamás de cinco años. Aunque perdiera elempleo. Al cabo de cinco años prefierodarme de alta en el paro. La cargaradiactiva es demasiado alta, dado que

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la planta es excesivamente vieja. Setrata, además, de un reactor de aguahirviendo, y eso hace que la radiaciónsea aún mayor que en los reactores deagua a presión. En mi opinión, allí estáncontaminadas hasta las tazas de café.Con sólo entrar allí el dosímetro marcaya 10 milireh, y eso antes de haberempezado a trabajar.

El dosímetro es un aparato demedición que todo el mundo tiene laobligación de llevar en la «zonacaliente». Señala la radiación que seorigina a lo largo de un día en el lugarde trabajo. Pero lo cierto es que, pormiedo a no poder fichar el suficientenúmero de horas, con frecuencia es

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manipulado.Un antiguo trabajador de Würgassen

dice:—El control es discrecional, eso

desde luego. Puedes quitarte eldosímetro y dejarlo, por ejemplo, en elarmario y nadie se percata. Nadie sepreocupa. Mientras estuve trabajando enWürgassen nadie me preguntó por ello.Donde no hay nada, tampoco puederegistrarse nada con el aparatito… De lasubempresa Reinhold y Mahier sé quehabía un cacharro en funcionamiento:habían puesto a trabajar a un montón deyugoslavos, más o menos dieciséishombres. Todos ellos estaban allíilegalmente, sin papeles. A menudo

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sucede que no son muy estrictos en loque a las medidas de seguridad serefiere. Cuando la cosa saltó, tuvieronque largarse. Fueron retiradosdiscretamente. En Grohnde, porejemplo, de todos los soldadores queandan por allí, quizá el veinte porciento, a lo sumo, sean alemanes. Losdemás son extranjeros.

Y Frank M. prosigue:—Nuestra subempresa tiene más o

menos 2500 personas, de las que por lomenos 1500 son extranjeras. Hacen allísu trabajo y, cuando se ha terminado, selas despide. La mayoría no están másque unas semanas. La mayor parte de esagente resulta «quemada». Se meten allá

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y reciben una determinada cantidad deradiaciones. En la empresa donde yotrabajo hay jefes de obra, jefes decuadrilla, y ésos por lo generalpermanecen más tiempo. Todos losdemás sólo están muy poco. Si tienen uncontrato de trabajo a plazo fijo, quecubre una revisión, creo, y al cabo dedos semanas reciben de lleno la cuartaparte de la dosis anual, el personal deprotección contra radiaciones de laplanta les dice: «Vosotros no venísmás», y los despiden. Tenemos tambiénmuchos turcos que han venido en avióndesde Turquía sólo por un breve espaciode tiempo extra, y que tienen que soldarhasta que reciben la dosis de radiación

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completa. Cuando se necesitansoldadores y tienen que trabajar en lazona de radiaciones, donde para mí quela dosis por hora es de 1000 milireh, seles pone a trabajar dos horas y luego seles releva y se les manda a casa.Entonces entran los otros, que trabajanotras dos horas, y si reciben 2000, setienen que marchar también a casa. Allísiempre se están haciendo relevos, hastaque el trabajo se termina.

»Por lo general las cosas suceden dela siguiente manera: cuando vienen lostrabajadores extranjeros no tienen niidea de por qué tienen que parar detrabajar al cabo de dos días o de doshoras. Lo único que se les dice es: están

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ustedes bloqueados y ahora tienen quemarcharse a casa.

En cuanto a las labores de limpiezaen la pila del reactor, Frank M. está encondiciones de proporcionar la siguienteinformación:

—Cuando la planta se para, seprocede al cambio de, por términomedio, un treinta por ciento de lasbarras combustibles, las cuales entran acontinuación en las pilas dealmacenamiento. Y allí se quedandurante un año, para que se les reduzcala radiación. Las barras que se cambiantienen agua dentro, y allí tiene que habersiempre gente nuestra con la obligaciónde mantener limpio el suelo alrededor

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de la pila, a fin de que la contaminación(irradiación indirecta, G. W.) no seextienda por toda la planta. Luego unotrabaja directamente junto a la pila,mientras otro lo sujeta, vamos, lo tienesujeto con una soga, pues si alguien secae en la pila hay que sacarlo antes dediez segundos, ya que en el agua no sepuede nadar.

Y el trabajador yugoslavo Dragan V.:

—Cuando me contrataron no medijeron nada sobre el peligro deradiación. Sólo me dijeron: mi dosistrimestral es de 2500 milireh, y la anual,5000. Otra cosa no me dijeron. Nadiedijo nada sobre qué clase de peligro

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existe, ni si hay o no peligro.El 20 de agosto de 1982, catorce

trabajadores de firmas extranjerasrecibieron tan intensas radiaciones alproceder a la sustitución de undenominado «filtro de arena» en eldispositivo de escape de gases, quehubieron de ser trasladados a una clínicade Düsseldorf especializada enradiaciones. La dirección de la centralordenó un riguroso silencio sobre elsuceso. He aquí el acta levantada por untrabajador que vivió este accidente enWürgassen:

—Cada vez que trabajo allí tengomiedo. Sobre todo desde el accidente.Al principio hicieron un bloqueo

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temporal. Luego tuvieron a la gentetrabajando allí media hora. Y luego, depronto, bloqueo total. Nuestrospulidores estaban a siete metros deprofundidad. Los demás estaban todossentados en la escalera. Se vino abajoun compartimento, toda la cosa abajo.En el compartimento tenían su cajón deherramientas, del que salían cables, y lapuerta, claro, estaba abierta. No sedieron cuenta de nada hasta que llegó elpleno bloqueo. A la salida iban a pasarpor las máquinas automáticas, por losmonitores (que miden la carga deradiación, G. W.). Pero resultó queestaban completamente contaminados.

»Entonces se armó una buena:

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tuvieron que ducharse y volverse aduchar, pero no había nada que hacer.Los demás estábamos ya fuera, y ellosseguían en la ducha. Hasta las tres de latarde se estuvieron duchando y casiarrancándose la piel a fuerza de frotarse.Desde las once y media. Al finalsalieron a las tres. Nosotros volvimos aentrar poco antes de las tres. Podíamosvolver a trabajar. Sólo la sala demáquinas y la entrada de la vía férreaestaban todavía bloqueadas. Al díasiguiente, sábado, volvimos a trabajar,pues nos faltaban horas por hacer. Asíque toda la gente se metió otra vez allí, yluego a ducharse hasta el mediodía.Desde las siete de la mañana hasta las

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doce. Pero la contaminación no bajónada, y luego, el lunes, a Düsseldorf, ala clínica de radiaciones. Pero lo únicoque hicieron allí fueron mediciones, ynada más. Y a partir de entonces casitodos fueron bloqueados para el restodel año.

El trabajador alemán Host T. tuvotambién un accidente:

—Un día, en la cámara decondensación, me hice un desgarrón enel traje protector, en el overall. Cuando,terminado el turno, pasé por losmonitores, se encendió la caja entera, dearriba abajo. Pensé, ¡no es posible!Después me duché. Casi dos horas.Continuamente ducha, monitor, ducha,

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monitor. Después ya ni me sequé el pelocon el secador. Se mete eso en los porosy ya puedes estar frotándote horas yhoras. Me dijeron que había recibido entotal 2800 milireh. Pero ¿cómo voy asaber si eso no ha ocurrido en muchasotras ocasiones? Luego, simplemente,me despidieron. Presuntamente porfaltar al trabajo. Adujeron también queno era apto para esa actividad. Entoncesquise que me dieran mi cartilla deradiaciones, en la que hay que irapuntando todo lo que recibes. Despuésde mucho tira y afloja acabaron porentregármela… pero no había nadaregistrado. Me dijeron que tenía queenviarla a Kassel, a la subempresa. Así

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lo hice. Y a los quince días me llamaronpara preguntarme si quería empezar otravez. Actualmente me han dado una nuevacartilla de radiaciones. La he mirado,tenía que firmar, y resulta que estaba enblanco, no había absolutamente nadaregistrado, como si jamás hubieratrabajado…

Sólo poquísimos empleados puedenver las cartillas de radiaciones, lascuales están prescritas por la ley ysirven como comprobante de lascontaminaciones. Las cartillas se quedanen las oficinas de la correspondientesubempresa y, de vez en cuando, sepierden o muestran valores«arreglados», si las autoridades vienen

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a inspeccionar. Los subjefes, a sumanera, se hacen responsables de sugente.

La industria del átomo minimiza, a lamenor oportunidad, el peligro originadopor un constante contacto con menores omayores cantidades de radiactividad.Quien, por ejemplo, entra en la centralnuclear de Würgassen para trabajar enla «zona caliente», es «ilustrado» pormedio de un videofilme a todo color:«La radiación es comparable a la luz delsol», informa un dicharachero locutor dela división de filmes publicitarios. Y enla pantalla surge, rutilante, unabronceada muchacha tendida sobre laarena de alguna playa de los mares del

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Sur, bajo una sombrilla desplegada. Losobreros cuentan cómo les quitan elmiedo los jefes de cuadrilla: «Es lamisma intensidad de radiación que en elBáltico cuando te pasas un par desemanas de vacaciones». El relajadolema würgassiano, repetido unas cuantasveces en cada «filme ilustrativo» es, endefinitiva, el siguiente: «Evitar todacarga de radiación innecesaria, ysoportar lo menos posible las cargasinevitables».

De hecho, la industria tienecalculado de antemano un determinadoporcentaje de muertos. Sobre el papel.Lo que nadie controla es lo querealmente les sucede a las personas. La

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doctora Inge Schmitz-Feuerhake, deBremen, especialista en investigacionesradiológicas, afirma:

—Hoy sabemos que toda dosis deradiación, sin que importe lo grande o lopequeña que sea, puede resultar nociva,siendo susceptible de originar, o bien uncáncer provocado por la radiación, obien una lesión genética en ladescendencia. Lo traicionero de laslesiones ocasionadas por la radiaciónes, en efecto, el que con frecuencia lasmismas no se presentan hasta muchos,muchos años después de recibir laradiación, es decir, a menudo al cabo deveinte o treinta años. La técnica nuclearen la República Federal no lleva tanto

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tiempo en funcionamiento como para queactualmente sea posible estudiar susconsecuencias.

En la República Federal, laseguridad en las centrales atómicas(y también en el puesto de trabajo)es competencia de la Unión deSupervisión Técnica (TÜV). ElInstituto para la Investigación deAccidentalidad, anejo a la TÜVterritorial del Rhin en Colonia,cursó al Ministerio Federal delInterior un informe sobre «Factoreshumanos en una central nuclear»,que hasta la fecha jamás ha sido

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publicado. En dicho informe, losexpertos de la TÜV estudian los«problemas» que se originan envirtud del empleo del llamado«personal foráneo» en las centralesatómicas, por supuesto losproblemas que surgen para laindustria, no los que existen paralas personas:«En primer término, se producenproblemas en la colaboración conpersonal auxiliar no cualificadoproveniente de empresasprestatarias de servicios, el cual esempleado —particularmente entrabajos sometidos a intensasradiaciones— por miramiento

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hacia el personal propio. Estepersonal, según declaraciones delos directivos, se siente a menudoescasamente motivado y se muestrareacio al trabajo…».Lo que nada tiene de extraño.¿Quién se mete alegremente en unacentral nuclear? Y en efecto, enotro pasaje se lee: «… esimpensable la renuncia a lasprestaciones foráneas, habidacuenta de las tareas planificadas envías de ejecución». Se originaríacon frecuencia una «carencia depersonal motivada por la carga deradiaciones y la limitación decapacidad de utilización del

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personal propio que la mismaconlleva». Además: «Las dosis deradiación toleradas, a menudo sonabsorbidas en un muy breveespacio de tiempo (pocosminutos)». Más adelante se lee:«La misión del personal propio —especialmente en aquellos trabajosque entrañan exposición a lasradiaciones, en los que loimportante es la rapidez y laprecisión— consiste en iniciaradecuadamente en los mismos alpersonal foráneo… Una minuciosainiciación resulta con frecuenciaimposible (dada la alta radiación),o bien los gastos resultan

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desproporcionados o quedaríandesvirtuados los fines de lautilización de personal foráneo».El instituto TÜV afirmatajantemente: «La mayor parte delpersonal foráneo empleado, por logeneral, carece de experiencia anteesta peligrosidad… El deficienteconocimiento de los dispositivos ysistemas tiene aquí una incidencianegativa adicional, por cuanto sehace imposible una estrictasupervisión allí donde el personalforáneo es utilizado precisamenteen beneficio (para la limitación delas dosis de radiación) delpersonal propio… El confiar al

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personal foráneo tareas expuestas aradiación intensiva es susceptiblede ocasionar comportamientosimprudentes, favorecidos por unsentimiento de desvalimiento anteun peligro desconocido y de granalcance».

¿Quién podría, sin embargo,demostrar al cabo de tanto tiempo, elque un cáncer mortal procede de haberestado trabajando en la «zona caliente»de una central atómica? Los obreros delas subempresas son sometidos aexamen sanitario antes, no después, alterminar su trabajo. ¿Asesinato a

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plazos? En secreto, sin testigos, sinpruebas, en masa. En las plantasnucleares alemanas trabajan anualmentediez mil limpiadores y soldadores (sóloen Würgassen fueron enviados a la zonapeligrosa cinco mil hombres en un año).Y, aproximadamente, la mitad de ellosextranjeros, que a menudo regresan a suspaíses de origen antes de que lasconsecuencias sean visibles ydetectables.

Sólo los insiders y los científicosestán en condiciones de descifrar a laprimera anuncios como éste delFrankfurter Allgemeinen, aparecido el29 de julio de 1982. Bajo el epígrafe«Mil hombres sólo para el intercambio

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de las barras», el periódico informaacerca de los trabajos de reparación enWürgassen, y, en el lenguaje secreto dela industria atómica, menciona quedurante los mismos se cuenta con «1000 men-rem». ¿«1000 men-rem»? La cosasuena a código secreto de espionaje, oquizá a una frecuencia de radioemisoraen un receptor de onda corta. Aunqueeso sí, los consorcios sabenperfectamente lo que significa. Medianteesta misteriosa unidad de medición, losexpertos pueden calcular rápidamentecuántos casos de cáncer cabe esperarque se produzcan. El antiguo director dela protección contra radiaciones delcentro de investigaciones atómicas

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norteamericano de Oak Ridge, Cari Z.Morgan (a quien los científicos secomplacen en designar como el «padrede la protección contra lasradiaciones»), dice que «1000 men-rem» significa aproximadamente de 6 a 8muertos por cáncer. Visto de un modopuramente estadístico. La secreta muertepor radiaciones podría, así pues, tocarlelo mismo a un hombre contratado porAdler, que a uno de los que contratan lasotras, y mayores, redes de traficantes dehombres que suministran «carne deradiación» a las centrales nucleares. Porejemplo «Celten» en Holzminden, o«Kupfer» en Landshut, o «Jaffke» enBremen, o tantos otros…

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¿Tampoco saben, sus responsablescuan peligroso es este trabajo? Unexamen a fondo demuestra que Adler noquiere saberlo ni aunque ello le seadicho con toda claridad.

Tasas de cáncer más elevadas enlas centrales nucleares

Los trabajadores de las centralesatómicas británicas y otrasinstalaciones nucleares corren unriesgo más elevado de enfermar decáncer de próstata que el delciudadano medio. Según un estudiopublicado actualmente en Londres

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por el Consejo Británico deInvestigaciones Médicas, en ungrupo de 1000 trabajadoressometidos a radiacionesrelativamente elevadas, el númerode fallecidos por cáncer depróstata fue ocho veces mayor queel promedio nacional.Los científicos, que informabanacerca de los resultados obtenidosen la revista especializada BritishMedical Journal, estudiaron 3373casos de fallecimiento entre 40 000hombres y mujeres que entre losaños 1946 y 1979 fueronempleados por las autoridades dela energía atómica en Gran

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Bretaña.De acuerdo con los datos delestudio, el número de casos defallecimiento ocasionados porleucemia, cáncer de glándulatiroides y de testículos, era máselevado que el término medio. Losmédicos hallaron además en lasmujeres expuestas durante un largoperíodo de tiempo a radiacionesdébiles una cifra mayor deafecciones mortales de cáncer deovarios y vejiga.

Información extraída delFrankfurter Rundschau, 21 deagosto de 1985.

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El encargoO colorín colorado…

—Una escenificación de la realidad—

«El capital se vuelve audaz si laganancia es adecuada. Con el 10%asegurado, se lo puede colocar por

doquier; con el 20% se toma vivaz; conel 50%, positivamente temerario; por

un 100% pisotea todas las leyeshumanas y por un 300% no existe ya

crimen al que no se arriesgue, aun bajoel peligro del patíbulo. Si el tumulto y

la reyerta aportan ganancias, el capitallos, avivará. La prueba: el contrabando

y el comercio de esclavos».Thomas Joseph Dunning, Trade Unions

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and Strikes (Sindicatos y huelgas),Londres 1860. Cita de Karl Marx, DasKapital, t. I, capítulo: «La acumulación

primitiva», MEW t. 13, p. 788, nota a piede página 250.

Pues así lo ha querido el azar, Adlertiene también a su gente en la centralnuclear de Würgassen. No mucha, segúnel Adleriano modo de actuar. De formadispersa y que no llame la atención.Treinta aquí, diez ahí, otro allá. Si,contra todo pronóstico, se descubriera elpastel en Hamburgo, en cualquier casola cosa seguiría funcionando en lasempresas Thyssen, Steag, MAN, de laregión del Ruhr, y también en los

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Carbones del Ruhr, en el sur deAlemania. Tal como reza su divisa: «Delos pequeños manantiales nacen losgrandes ríos». Y: «Las leyes existenpara ser esquivadas». La trata dehombres que Adler practica con lacentral nuclear de Würgassen es algo tanalarmante como por ejemplo lo sería laidea de una relación comercial entre«Mr. Hyde» y el «Dr. Mabuse». Laenergía criminal de un Adleraprovechada por las «necesidadestécnicas objetivas» de una industria deenergía nuclear. La mercancía: turcospara quemar.

Tengo el propósito de llegar hasta elfinal en mi representación de lo que, en

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el peor de los casos, podría suponer esteasunto, para lo cual diseño un escenario.Amigos y compañeros están dispuestos acolaborar: el actor Heinnch Pachl,residente en Colonia, se hace cargo delpapel de jefe de segundad de la centralnuclear, con el nombre de Schmidt, y micompañero Uwe Herzog, con el deHansen, su ayudante técnico.

El encargo secreto

La central atómica de Würgassen nopuede ser conectada a la red general de

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corriente eléctrica debido a una averíatécnica. Por lo tanto, millones depérdidas. Se buscan trabajadores turcosque se introduzcan en la zona de totalcontaminación radiactiva para reparar eldaño. Hay que contar con que recibirándosis de radiación tan elevadas y en tanalto grado de concentración, que susalud habrá de verse gravísimamenteafectada, probablemente en forma decáncer de efectos tardíos. Condición:que los turcos no deben obtener la másmínima información acerca de lapeligrosidad de la misión, y que, tras laejecución de la tarea, hay que enviarloslo antes posible de vuelta a su patria.Adler, según declara «Schmidt», sería

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sobradamente conocido dentro el ramopor su fiabilidad para hacerse cargo deuna misión como ésa. La primera tomade contacto se produce a través delteléfono del coche. Yo (Alí) estoyconduciendo a Adler desde Carbonesdel Ruhr/Termotécnica, de Essen, devuelta a Oberhausen, cuando se producela llamada:

Pachl/Schmidt: Sí, buenos días. Mellamo Schmidt, de la Protección contraRadiaciones de la central nuclear deWürgassen. Quisiera exponerle elsiguiente problema, señor Adler. Le dirésin rodeos de lo que se trata. En lacentral tenemos un contratiempo, unaavería que desde un punto de vista

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técnico no podemos arreglar solos. Y hepensado que usted sería la personaadecuada para solventar la cuestión. Setrata de una contratación de personal porun tiempo bastante corto y para una tareamás bien intensa. Dado que el asuntourge muchísimo, la cuestión que seplantea es si usted y yo podríamosvernos ahora mismo, yo estoy justo aquíal lado, en la zona del Ruhr. ¿Le parecedentro de una hora? Le propongo losiguiente, si le es posible: que nosencontremos en el área de descansoLichtendorf de la autopista. Entre la cruzde Westhofen y la de Unna. A la una ymedia. ¿De acuerdo?

Adler coge de la guantera lateral el

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mapa detallado de la región del Ruhr yse pone a estudiarlo a fondo. Luego medice a mí (Alí):

—Tenemos que darnos prisa.Llévame rápido a Remmert, enOberhausen. A la una y media tengo queir de nuevo en otra dirección, el área dedescanso Lichtendorf, de la autopista,donde un cliente me está esperando. Unnuevo encargo.

Al regreso de Remmert, Adler tienemucha prisa. Me acucia (a mí, Alí) a quehaga caso omiso de las limitaciones develocidad:

«Pisa a fondo, no puedo permitirmellegar tarde». En vista de que una mujernos adelanta y no cambia

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inmediatamente de carril, Adler seenfurece: «¡Tía cerda, imbécil!¡Asquerosa! Dale alcance, que se eche aun lado, vamos a llegar tarde». Ahoraque anda con retraso, Adler habla depronto, en contra de su costumbre, de«nosotros». Llegamos al área dedescanso con cinco minutos de retraso.Agarra su portafolios y, con pasorápido, se encamina hacia su nuevoencargo, no sin antes haberme encargadoa mí (Alí) otro trabajo:

—Coge un cepillo y un trapo de laguantera y déjalo todo bien limpito pordentro. También el cenicero. Cuandovuelva no quiero ver ni una mota depolvo.

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—Entendido —le contesto escueta yrotundamente. Es la respuesta, según hepodido averiguar, que más le agradasiempre.

El coche de mis amigos ya está allí,tal y como compruebo con alivio.Mientras lustro su coche, él se hace consu nuevo encargo en el interior delalbergue.

Es el miércoles 7 de agosto, a las13.30, cuando ambos delegadosespeciales de la central nuclear sesientan con Adler para celebrar suprimera conversación:

Pachl/Schmidt: Estamosapuradísimos de tiempo. A decir verdad,tenemos que dejarlo todo solventado de

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aquí al viernes…Adler: La nuestra es una empresa

mediana. Nos encargamos de todo.Nuestros clientes son, por ejemplo, lagran industria, Carbones del Ruhr, Steag,etc., etc. También hemos trabajado amenudo para ustedes (la central nuclearde Würgassen, G. W.).

Pachl/Schmidt: Hemos sopesadodos posibilidades. En este casoqueremos ocho operarios de confianza,que no hace falta que hayan trabajado eneste campo hasta la fecha…

Adler: Claro.Pachl/Schmidt: Vamos, que hay que

enviarlos allí. Eso es lo primero. Puedeocurrir que la cosa se arregle muy

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rápidamente, pero puede ocurrir tambiénque dure más tiempo.

Tras estas palabras introductorias,que sólo abordan el encargo «caliente»de forma alusiva, Adler se muestra alcorriente de inmediato. Se apresura ahacer hincapié sobre el hecho de quemañana puede «enviar ocho o diezpersonas de confianza», y a continuaciónformula la pregunta que pone aldescubierto lo profesional que es en estenegocio: «Ahora bien, ¿podemos haceralgo en lo que atañe a las cartillas deradiación?». Pachl/Schmidt se hallapreparado y exige la primera ilegalidad:«Sin cartillas de radiación,naturalmente», basándose en razones de

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urgencia, ya que el contratiempo deberíasolventarse lo más tarde el viernes a lasseis de la tarde. Y Adler no titubea: «Demodo que sin cartillas de radiación…Necesita usted mañana ocho hombres sincartilla de radiación. ¡Entendido! Yo meencargo de lo mío y usted de lo suyo.Top-secret total… ¡y sanseacabó!».

En vista de ello, Pachl/Schmidtpuede proseguir con sus peticiones.Rápidamente convienen en que sólo hande entrar en consideración personas que«no provengan de esta región», es decir,«mano de obra extranjera» a la que seaposible «quitar de en medioinmediatamente». Y Pachl/Schmidt enseguida expone la razón fundamental

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para la rápida desaparición de lostrabajadores: «Como es natural, puedeser que ocurra algo…», pero al mismotiempo dice en tono apaciguador: «Noobstante, si algo sucede, ello nunca sedebe a causas puntuales. Digamos que elcáncer jamás tiene una única causa… Enel cáncer se puede dar una latencia deveinte años».

Adler (con alivio): «En efecto, asíes».

Pachl/Schmidt (tranquilizador):«Vaya, que nunca puede haber unademostración directa».

Acto seguido, sin embargo,Herzog/Hansen despliega unos planos ala vista de los cuales a Adler no le es

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posible ya abrigar duda alguna respectoa que se trata de un destacamentosuicida:

Herzog/Hansen: Eche usted unaojeada. Esto de aquí son los tubos.Tienen 67 cm de diámetro, y la gente hade meterse en su interior…

Adler: ¿Dónde está aquí… elnúcleo?

Herzog/Hansen: Veamos. Esto es eldispositivo de seguridad. Entre éste y elpabellón de máquinas se extienden lostubos por los que corre el vaporradiactivo hacia la turbina. Y en mitadde este tubo es donde se ha quedadoatascado nuestro «ratón». Adler: Hum,hum.

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Herzog/Hansen: Quizá conoce ustedeste aparato, se trata de un pequeñoaparato láser que detecta si se haproducido algún daño en el interior delos tubos. Pues bien, el caso es que esteratón se ha atascado y no lo podemossacar, éste es el problema. Porconsiguiente, es preciso que la gente semeta dentro, cosa que no exige esfuerzosfísicos, pero sí que su salud searesistente.

Adler: Son gente sana, eso desdeluego. Entendido.

Herzog/Hansen:… tienen quemeterse dentro. La única cuestión es queen estos momentos, y por razonestécnicas, no podemos decir el grado de

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radiación que hay en la zona. Y comopoder, podría ser puñeteramente alto.

Adler: Escuche, ¿tenemos que llevarplacas detectoras o algo así?

Herzog/Hansen: Los dosímetros losponemos nosotros, eso no es problema.Tenemos trajes de seguridad, de todo. Laúnica cuestión es hasta qué punto laradiactividad se ha quedado allí. Enrigor, no nos será posible hacer unaestimación precisa hasta que ellossalgan del lugar.

Adler (refiriéndose a sus obreroscomo lo haría un proxeneta): Tengo endanza a gente, por ejemplo en Thyssen, ymañana retiro a ocho ellos, escogiendo alos mejores. Mañana por la mañana

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estaremos aquí con nuestra furgoneta.Por supuesto que son… extranjeros. Haytambién un alemán, pero en principio noson más que extranjeros, y no entiendende qué va la cosa. Y luego, a cerrar elpico y al cabo de una semana ya estánaquí otra vez al pie del cañón. Ahora, sies posible, a mí, como hombre denegocios, lo que me interesaría es quesiguieran cogiéndome a gente. Eso seríalo ideal para mí. Tareas de limpieza, loque sea, cualquier cosa, pero que elasunto tenga continuidad…

Pachl/Schmidt: Le propongo losiguiente: por lo pronto vamos a cerrarel trato en lo que a esta cuestión serefiere. Opino que si las cosas se

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desarrollan a nuestra comúnsatisfacción, con mucho gustovolveremos a entrar en contacto conusted. Hay otra cuestión, y es la de si, encaso de que, digamos, se produjera unadeterminada señal de alarma…

Adler: Sí…Pachl/Schmidt:… tendría usted

mano de obra…Adler: ¡Ya lo creo que sí! Tengo todo

un batallón. Se los puede sustituirinmediatamente.

Pachl/Schmidt:… que por una u otrarazón tuviera que emprender viaje deregreso a su tierra a corto plazo.

Herzog/Hansen: Hemos de estarpreparados para cualquier eventualidad.

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El riesgo es grande. Quizá se podríahacer más atractivo el regreso a Turquíamediante una gratificación.

Adler: Bueno, si se les da unacantidad razonable…

Pachl/Schmidt: (en condiciones demostrarse magnánimo en lo que al pagose refiere): Veamos, bueno, la cosaestaría entre los 120 000 y los 150 000marcos…

Adler: Bien, ustedes ya me hanexpuesto el problema. Yo soyempresario y me hago cargo de todo. Yotengo que ganarme mis perras y ellostambién tienen que llevarse algo. Asíque yo ahora lo que hago es escoger elpersonal. Entiendo la problemática de

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ustedes. Bien. ¿Quién está disponible?¿Quién está en la lista negra en elconsulado? Yo esas cosas me las sé.Vamos, que es a ésos a los que hay quecoger, ¿no? Llegados a este punto, el«negocio» está claro para Adler.

Vuelve a preguntar a los dos«encargados de la seguridad» cómo sellaman: «… ¿señor Schmidt yseñor…?». «Hansen», se presenta denuevo Herzog/Hansen, ante lo que Adlercree recordar: «Ah, y a usted lo conozcode nombre… sí, sí, de Würgassen…».El lucrativo negocio refuerza suconfianza, y él, a su vez, vuelve a darseguridades a ambos «socios» de supropia fiabilidad, para a continuación

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llevar el asunto a la cuestión del dinero:Adler: Yo a mi gente la sé manejar.

Cuando estamos sirviendo a un cliente,lo que hay que hacer es trabajar, cerrarlos ojos y trabajar. Sin mirar ni aderecha ni a izquierda. Y al que se ponea parlotear, se le larga y santas pascuas.

»Es algo que también ocurre en otrossitios, en Thyssen sucede a veces quetenemos que hacer una cosa parecida, ynada trasciende, nadie se chiva.

»Así pues, empezaríamos a trabajarmañana, ocho de agosto de 1985. Bueno,entonces acabemos de dejar la cosa biensentada: ¿qué es lo que se van ustedes agastar?

Pachl/Schmidt: Nuestro presupuesto

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oscila entre los 120 000 y los 150 000marcos. Pero usted tiene que correr conlos riesgos, quiero decir, si resulta quese producen consecuencias, es ustedquien tiene que preocuparse de que lagente se haya largado y estésuficientemente lejos.

Adler: Una pregunta más, para queme entere yo bien: cuando la gente salede allá… sale dañada, ¿no es verdad?

Pachl/Schmidt: Creo que nosentendemos. Justo por eso es por lo quepagamos. Se trata lisa y llanamente deuna contaminación, de la que cabríadecir que, por regla general, exige unainmediata puesta en tratamiento. La cosaes así y no tiene vuelta de hoja, pero

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nosotros no podemos permitirnos el lujode que se ponga la gente a hacerpreguntas a diestro y siniestro o de que,si alguien se queda por más tiempo,luego empiece a contarlo y que corra lavoz. Eso es algo que hay que impedirpor todos los medios.

Herzog/Hansen: ¡Lo que hay quehacer con ellos es largarlos cuantoantes, en seguida! ¡Tienen que volverseinmediatamente a su tierra!

Adler: Entendido… Pues bien, y contoda franqueza, en estos momentosdispongo de esa gente, los puedo reunir.Y ustedes los mandan a la zonapeligrosa, ¿no? Bueno, eso no esproblema.

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Todo ha quedado ya muy claro:enviar a la «zona peligrosa» a su«gente» no es ningún «problema» paraAdler. Lo único que queda por aclararson minucias.

Se fija la cuestión del transporte.Pachl/Schmidt suministrará un microbúsde la central nuclear, que al día siguienterecoja a la cuadrilla en Duisburg. Adlerexplica que la cuadrilla que actualmentetiene en Würgassen se aloja en el hotel«La Curva», y que él está dispuesto aacompañarles a fin de que la liquidacióndel pago acordado se efectúe deinmediato.

Los tres salen juntos del albergue.En el satisfecho semblante de Adler

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creo (yo, Alí) percibir indicios de queha entrado en el negocio de trata dehombres. Le abro —como él exige— laportezuela del automóvil y, sin decirpalabra, él acciona el conmutadorautomático hasta que la mullidatapicería del asiento queda bloqueada enla posición más cómoda y relajante paraél.

—Vuelta a Oberhausen —son susúnicas palabras antes de encerrarse enel mutismo.

Adler se pone a meditar. Por unosmomentos incluso llego a pensar que talvez he sido injusto con él, que ante tancriminal encargo quizá se haya echadopara atrás y haya rehusado, que no sea

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un hombre tan falto de escrúpulos.Nadie puede estar tan íntegramenteendurecido. No va a poner en juego lavida de seres humanos. Aunque esagente suya que trabaja en Thyssentambién se está quemando de forma algomás lenta e indirecta, y si bien el polvoconcentrado de metales pesados puedeigualmente, como una bomba de espoletaretardada, ser origen de un cáncer enalgunos compañeros, cabe admitir queAdler elimine su mala conciencia másfácilmente. En este caso la situación esmuchísimo más clara. En Thyssen todoel mundo se da cuenta de la existenciadel polvo, aun cuando muchos no tenganuna idea clara de sus dañinas

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consecuencias, pero en cambio, en lacentral nuclear, ninguno de loscandidatos a morir sospecha lapresencia de radiaciones susceptibles deprovocar la enfermedad y,eventualmente, la muerte. Quizá Adlerestá ahora luchando consigo mismo,reflexiono, y hasta empiezo a abrigar laesperanza de que rechazará el negocio.

Las meditaciones de Adler marchan,empero, en otra dirección, como notardo en darme cuenta. Garrapatea cifrasen su cuadernillo de notas y parececalcular algo. De pronto rompe sumutismo para decir:

—¿Puedes de aquí a mañana,rapidísimamente, conseguirme a siete u

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ocho de tus compatriotas que quieranganarse un dinero? Se trata de un buentrabajo ¡pero tienen que ser tiposdecididos!

Hago como si me pusiera areflexionar. Dice Adler:

—Si no puedes conseguirlorápidamente, le preguntaré a K., quesiempre tiene a alguien a mano.

K., un compañero turco, ha sidoelevado por Adler a la categoría de unaespecie de factótum, y en los momentosen que Adler está en un aprieto paraencontrar nuevo personal, K. se loconsigue.

—Yo también puede —digo yo (Alí)—. ¿Y qué es lo que gente tiene que

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saber hacer?—No tienen que saber hacer nada

especial —dice Adler—. Lo único queme importa es que sean los más pobresentre los pobres. Diles que yo tambiénfui pobre, en tiempos…

Le miro con asombro:—¿Usted era pobre? ¿Y cuándo

usted era pobre?—Bueeeno, después de la guerra

todos éramos pobres. Podrían ser tiposque tengan miedo a ser expulsados. —Sepercata de mi perplejidad y rápidamenteaduce un motivo—: Es que quieroayudarles, ya que aquí les va tan mal,¿entiendes? Siempre he estadopredispuesto a lo social, soy un

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socialdemócrata de cuerpo entero.—¿Y eso qué ser?—Es el partido, el partido que está

para los trabajadores —me alecciona—,al que yo estoy afiliado.

—¿Qué clase de trabajo? —inquiero—, y ¿cuánto dinero?

—Se ganarán su buen dinerito —dice—. Por dos días, quinientos marcos.Y en cuanto al trabajo…, es cosa fácil,de limpieza, y nada sucio, un trabajo enel que ni siquiera tendrán que mancharselas manos…

—¿Dónde está? —me informo (yo,Alí). Adler no dice nada concreto y seinclina por mentir también en esto:

—Está a unos cien kilómetros. —

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(Würgassen se encuentra, en realidad, aunos 300 km de distancia, G. W.)—. Sepueden incorporar tranquilamenteaquellos que tengan que esconderse porcarecer de permiso de residencia —prosigue—, pero en cuanto la tarea estéconcluida lo mejor es que se vuelvan aTurquía. Si me traes a esa gente, a ti tetocarán también quinientos marcos.

—Ya. ¿Y pueden ellos también serde los que están en Beneficencia?

—Mira, ¡de cosa oficial, nada! —rechaza—. Es preciso que lo sepas: eldinero es negro…

—¿Qué ser «negro»? —pregunto.—Pues negro, sin impuestos. Lo

pagaré en efectivo y en propia mano.

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Ninguno de ellos necesita enseñarpapeles ni nada por el estilo. Loharemos todo bajo mano, eso a ellos lesconviene más. Así tienen dinero parairse a Turquía, tienen algo para poderempezar allá. Y que se lleven tambiénalgo para pasar la noche, ropa interior oasí. Todo lo demás se lo dan. ¿Y dedónde los vas a sacar?

—Bueno, es que hay unos que vivirescondidos dentro de sótano.

—Estupendo —exclama Adler—,viviendo en un sótano tampoco tendránmuchos contactos. ¿Cuántos son?

—Pues unos cinco…—Bien —dice—. Entonces echa una

ojeada por algún otro lado y

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seguramente te las arreglarás para reunira los ocho. ¡Llámame a cualquier hora!Puedes llamarme también al club detenis. Lo mejor es que no me los traigasa casa, al despacho, sino que los llevesa tu casa en la calle Diesel, y yo iré allíy luego los pasarán a buscar. ¡Lo únicoque importa es que despuésdesaparezcan! Eso lo quiero por escrito,me tienen que demostrar que estánobligados a marcharse de aquí. ¿No esasí? ¿No tienen que irse? Los estábuscando la brigada de extranjeros, ¿noes cierto?

—Sí —digo yo—, hay muchos quesí, muchos.

—Bueno, pues tiene que quedar

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clarísimo que han de largarse de aquí.¡Que no me entere yo luego de que alcabo de unas semanas todavía andanzascandileando por ahí! Ésta es lacondición, el requisito indispensablepara este trabajo…

Vuelvo a hacer preguntas másconcretas en torno al trabajo, acerca deen qué consiste, pero lo único que Adlerdice es:

—Tú eso no lo entenderías. A ellosya se les explicará. Eso no es problema.Lo importante es que hay que ayudar aesa gente que ha sufrido tanto aquí… —Habla como un cura. De pronto su vozse tiñe de algo parecido a la unción.Pero en seguida vuelve a ser el mismo

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—: En fin ¡qué tengo que poder fiarme!—Entendido —digo yo.Quedamos en que a la noche le

llamaré para darle cuenta del resultado.A las nueve de la noche. Contacto con élpor teléfono en el restaurante del club detenis. Schmidt, su mandante, le hacomunicado que son suficientes seishombres (en tan poco tiempo yo nopodía movilizar a más).

Adler, por lo que se ve, tieneproblemas para hablar de ciertascuestiones con libertad. En presencia desus amistades empresariales y de susempleados, que lo conocen a fondo, leresulta imposible confesarse benefactorde turcos o presentar su pertenencia al

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partido —tan beneficiosa para losnegocios en la región del Ruhr— comola de un miembro del «partido de lostrabajadores». Se lo acogerían con unasalva de carcajadas.

—¿Qué yo decir a compañeros, paraque ellos se lo creer? —sigo poniéndoleen apuros.

—Bueno, es que en estos momentosno puedo decirlo —escurre el bulto—.Llámame a casa dentro de una hora.

Desde el teléfono de su casa, su vozadquiere de nuevo un leve tono pastoral.Al insistir yo (Alí) otra vez, y preguntar:«¿Y qué yo dice, por qué usted tan buenopara ellos?», Adler siente, de hecho,acrecentarse su espíritu caritativo. No es

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ya que hable de «los más pobres entrelos pobres», sino de «los más míserosentre los míseros, a los que quieroproporcionar unos marcos». Sinembargo, en vista de que yo meto bazapara intentar descubrirle con todaevidencia la miseria en que seencuentran algunos obreros turcos, élapenas si puede disimular que el asuntolo deja frío. Sólo para conseguirmantenerme en la brecha, por bien de sunegocio, se arranca con esfuerzo un «deeso podemos hablar más adelante», eincluso a propuesta mía se muestradispuesto a procurar a «los más míserosentre los más míseros» permiso detrabajo y vivienda, aunque a los

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«delegados de seguridad» les haprometido hacer que los trabajadoresextranjeros desaparezcan lo antesposible. A las nueve y media de lamañana siguiente. Schmidt, elcomisionado de la central nuclear,pregunta a Adler por teléfono si —segúnlo prometido— todo marcha bien.Adler: Ya he reunido la cuadrilla, ya latengo lista. Pero ahora dígame con todafranqueza con quién estoy tratando.Usted no es ningún señor Schmidt de lacentral nuclear de Würgassen. Eso meconsta, señor Schmidt; vamos, enseñeusted la oreja. ¿Quién es usted? Para queyo sepa con quién tengo que habérmelas.Eso no quita para que después

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concretemos el negocio.Ya habíamos contado con que Adler

pudiera informarse en Würgassen y quese enterase de que el verdaderodelegado de la seguridad no habíasalido de la fábrica. Pachl/Schmidt sehabía curado en salud advirtiéndole aAdler: «No intente contactar conmigo enmi despacho. El asunto es tan secretoque me vería obligado a decir que noestoy o, sintiéndolo mucho, a tener quedecirle: Yo a usted no le conozco, nonos hemos visto nunca, y aquí nohacemos semejantes encargosh. Se tratade una zona de seguridad sumamentesensible, y el enemigo está a la escuchaen todas partes, hasta en casa». Por las

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trazas, Adler no se ha enterado medianteuna llamada personal, sino a través deterceros. Sin embargo también teníamospreparada una versión para este caso.

Pachl/Schmidt: Vamos, tranquilíceseusted. Se trata de un asunto que ha dedesarrollarse con suma discreción. ASchmidt la responsabilidad le vienedemasiado ancha. Es una decisión queparte directamente de la dirección.

Adler: Vale, lo comprendo.Pachl/Schmidt: Y, como es lógico,

no puede haber discreción sin una ciertabase de confianza.

Adler: Vale, y por mi parte la tieneusted.

Pachl/Schmidt: Si no se nos

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otorgara tal confianza, entonces, ésa esmi opinión, habría que replantearse todoel asunto. Estamos en una situación que,para nosotros…

Adler: Sí…Pachl/Schmidt (alzando la voz, con

acentuado patetismo): Justamente portener a nuestro cargo el suministro deenergía a Alemania, es por lo que no nosqueda otra posibilidad…

Adler: Claro…Pachl/Schmidt: Ya se lo advertí

ayer, si llama usted, el asunto circularáen el ámbito de la seguridad interna,¿comprende?

Adler: (interrumpiéndole): ¡Porsupuesto!

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No obstante, Adler todavía albergaalgunas dudas, las cuales, eso sí, se vandisipando cada vez más, gracias alcomportamiento de deliberada autoridadpor parte de Pachl/Schmidt.

Adler: Señor Schmidt, ¿de quién voya recibir el encargo, el encargo porescrito? Pachl/Schmidt: No hay ningúnencargo por escrito, ¿entiende usted?

Adler: Sí.Pachl/Schmidt: Présteme atención.

Por lo pronto, ahora en vez de ocho sólonecesitamos a seis operarios. Esto haríaque la suma de 130 000 se quede en95.000. Y digo yo…

Adler: Mm…Pachl/Schmidt:… seamos sinceros

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los tres y dejémoslo en 110…Adler: Mm…Pachl/Schmidt:… en lo que, eso sí,

se incluye la gratificación por elregreso, la prima.

Adler: Sí, claro.Pachl/Schmidt: Hemos calculado la

cosa en más o menos 5000 marcos porpersona. Pero partimos de que el asuntomarchará y que usted pagará el dinero asu gente, señor Adler.

Adler: ¡Ni que decir tiene!Pachl/Schmidt: En segundo lugar,

hemos de tener la garantía de que lagente en cuestión es de naturalezaresistente.

Adler: Desde luego que lo son.

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Pachl/Schmidt: Vamos, que notenemos interés ninguno en que la gentese caiga al suelo al primer soplo de unoscuantos milireh.

Adler: No, no, es gente capaz deaguantar lo suyo y que no se arruga asícomo así.

Pachl/Schmidt: Y si necesita ustedalgún tipo de jefe de cuadrilla, que seatambién extranjero.

Adler (sin dejarle terminar): Claro.Pero, señor Schmidt, una cosa más.¿Entonces el asunto es un encargo de laplanta nuclear de Würgassen?

Pachl/Schmidt: Sí. Adler: ¿Seguro?Pachl/Schmidt: Naturalmente. Lo ha

entendido usted a la perfección. ¿En qué

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se basan sus reparos? Mire, usted mepide que asome la oreja, cuando pordarle a usted satisfacción he llegadomuy lejos.

Adler: Sí, desde luego.Pachl/Schmidt: Yo, por ejemplo, no

sé hasta qué punto usted andahaciéndose lenguas del asunto por ahí.Bien, si aún abriga usted dudas oreservas, preferiría que me lasexpusiese y que las discutiéramos. Peroen tal caso tiene usted que…

Adler (interrumpiéndole): Bueno, yocomprendo que la cuestión ha de serllevada bajo la más absoluta discreción,etc., y también que, de algún modo, hayque realizar la cosa de incógnito, eso lo

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entiendo. Lo único es que cuandoalguien viene a mí y me dice, aquí estoy,soy… y se presenta: me llamo Schmidt,de la central nuclear de Würgassen, y yosé que no es así… entonces, sabe usted,a mí, como ya me ha insinuado, meentran dudas. ¿En qué me estoymetiendo? ¿Me estoy relacionandoefectivamente con Energía S. A., o conquién lo estoy haciendo? Lo que noquisiera es, de alguna manera, actuar atontas y a locas o incurrir en un hechodelictivo. —Adler emite una tosecilla—: Y es que, señor Schmidt, si mepermite que se lo diga, a mí me gustaríasaber si mi socio es realmente EnergíaS. A. y no lo sé.

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Pachl/Schmidt:… bueno, quierohacer oídos sordos a eso de «a tontas y alocas»…

Adler: Es que…Pachl/Schmidt:… o lo de la

posibilidad de incurrir en delito. Esusted, lógicamente, quien tendría quedecirme a mí si por su parte hay algopor ese lado.

Adler: No, por mi parte…Pachl/Schmidt (sin dejarle

terminar): O algo que viniera al caso.Adler: Por mi parte no hay

absolutamente nada. Cuente con elpersonal.

Se concierta una entrevista. Adlerpropone la parada de autobuses frente a

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la Estación Central.Pachl/Schmidt: A las 14 h. Entonces

arreglaremos la cuestión financiera, asícomo las modalidades de transferencia.¿De acuerdo, señor Adler? ¿Lo hacemosasí?

Adler (satisfecho): Sí, por supuesto.De momento, sus sospechas se han

disipado. El afán de lucro puede másque su prudencia. Jueves, 8 de agosto,12 h.

Adler se ha hecho conducir en suMercedes 280-SE hasta Duisburg-Bruckhausen por un chófer eventualturco, a efectos de recibir a su comandosuicida.

Ordena no aparcar directamente en

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la calle Diesel, sino en una esquina de lacalle Emperador Guillermo, vía demucho tráfico, enfrente de la coqueríaThyssen. Su lujoso vehículo despiertaexpectación en esa barriada miserable.Entre los visillos avizoran mujeresturcas, temerosas de que acaso haya sidoplaneada una nueva demolición de casaso que, por motivos de higiene, vayan aproceder al desalojo forzoso de casasruinosas y la subsiguiente clausura desus entradas. Algunos niños turcos semantienen a una respetuosa distanciaalrededor del Mercedes, sometiéndolo aun examen estimativo. Adler no sabecómo comportarse. Fuma un cigarrillotras otro y lanza constantes miradas a

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diestro y siniestro. Las chimeneas deThyssen arrojan sin cesar nubes dehollín, y una ligera brisa lleva laporquería directamente desde lafundición hasta la barriada, construida auna distancia de un tiro de piedra de lafactoría. No es ya que se huela laporquería, es que se la paladea. Lasmotas de hollín se mascan y, enocasiones, le queman a uno los ojos.Cuando se dan determinadascombinaciones sulfurosas —según laatmósfera y la hora del día— se leagarra a uno en la garganta. En labarriada hay un número de asmáticos yenfermos de bronquitis superior alpromedio. Choca la palidez de los

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niños. Me llama la atención un chiquilloflacucho, de unos cinco o seis años,cuyo semblante resulta inmensamenteserio, extenuado por la lucha cotidiana yavejentado, como el de un adulto.

Si bien en el centro de Duisburglucía el sol, aquí la luz es gris, turbia; alo sumo puede barruntarse el sol tras lashumaredas de las fábricas, pero no lasatraviesa. Llevo todo el rato observandoa Adler desde la acera de enfrente ypercibo lo a disgusto que se siente aquí.Para él, la calle Diesel y su entorno sonuna inmundicia, la antesala del infierno.El verdadero infierno está, para él,intramuros de las vallas y tapias de lafactoría Thyssen, vigiladas por los

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guardias de seguridad. Allí el aire esaún más insoportable y, por añadidura,retumba el fragor del trabajo.

Adler, hasta la fecha, jamás se haacercado, ni por equivocación, a dondenosotros trabajamos, pues elloabrumaría demasiado su alma delicada yacabaría por producirle pesadillas.

Vestido con su traje confeccionado amedida, Adler ofrece un aspecto quedesentona totalmente; es casi obsceno eneste entorno, irreal, como el que ofrecenesos atildados caballeros que aparecenen las vallas publicitarias electorales,que en esta barriada permanecen sinquitar durante mucho tiempo, ya que allíno vale la pena anunciar artículos de

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consumo, excepción hecha de la cervezay las marcas de cigarrillos.

Nuestro «último reclutamiento»consta de seis amigos turcos a los que hepuesto al corriente del asunto. Para mimaravillada sorpresa, ellos se asombranmenos que yo de la naturaleza, objeto yfinalidad del encargo, así como de ladesfachatez y falta de escrúpulos deAdler. Llevan ya mucho tiempo inmersosen esta realidad y no son pocas lasexperiencias que les ha tocado vivir.Tampoco a ellos les digo que soyalemán, para no permitir que entrenosotros se abra una distancia. Adlerpodría percatarse de ello y le infundiríadesconfianza.

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Hago pasar a nuestro grupo por unacalle paralela, sin que Adler nos vea,para introducirlos en mi casa de la calleDiesel núm. 10. El hueco de la escalerahuele fuertemente a meados. Todos losretretes están fuera de los pisos, en losrellanos de la escalera. Una de lascañerías de desagüe se ha atascado.Adler sube, con pasos pesados peropresurosos, por la escalera acompañadopor mí. En el primer rellano abro lapuerta y le presento a mis amigos turcos,dispuestos, según le digo, a comenzar eltrabajo.

—Buenas —dice lacónicamente alentrar, y acto seguido echa una rápidaojeada al grupo y cuenta a sus miembros

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—: dos, cuatro, seis. Perfecto. Bueno,escuchad. Éste… ¿entendéis todos elalemán?

—Sí, la mayoría sí —miento, y conello consigo que se tome la molestia depronunciar una pequeña alocución y, deese modo, que quede aún más aldescubierto la clase de juego que setrae.

—Somos una empresa de montajesde Oberhausen —se presenta a sí mismo— y hemos recibido el encargo derealizar tareas de reparación en lacentral nuclear de Würgassen. La cosadurará dos días y necesitamos a cinco oseis operarios. Es un trabajo por el quenos pagan bien y por el que vosotros

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también estaréis bien pagados. Bien, sitenéis alguna pregunta que hacer,hacedla con toda tranquilidad, que yo osla contestaré, sea la que sea.

Se desenvuelve de un modo abiertoy simpático, hasta el punto de que quiennunca le haya tratado de cerca, puedesentirse encantado con su trato. A fin deponerlo aún más en evidencia, concertécon mis amigos turcos el que leformularan preguntas en turco. Yo (Alí)—que prácticamente no conozco lalengua turca— se las traduciría luego«libremente», es decir, le formularía,por mi parte, las preguntas que a cadainstante me parecieran importantes.Hasta el momento presente tampoco ha

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reparado jamás en que nunca hablo enturco con los compañeros, ni en que miforma de expresarme en alemán noencaja con la foránea, pero competente,de un extranjero. Como tampoco se dacuenta de que en parte utilizoexpresiones insólitas, limitándome atrastocar la sintaxis y tiempos verbales.El uso de locuciones complicadas meposibilita a veces el sonsacarle a élafirmaciones más ricas en matices. Nose da cuenta de nada, ya que «susextranjeros» no son para él más queanimales de labor. Mientras den el calloy funcionen pacientemente, él sería elúltimo en abrigar resentimientos contralos extranjeros. Al contrario, él es uno

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de los pocos que saben valorarlosrealmente. Sólo cuando se atreven aprotestar y a exigirle que les pague lossalarios que les debe desde hace muchotiempo, sólo entonces son para él«chusma, gentuza, salteadores decaminos y rateros».

—El compañero turco querer saber—le pregunto— cómo nosotros vamosallí.

Adler nos vende el viaje como loharía un publicitario que ofrece unaexcursión en autobús con café y bolleríagratis. «Todo es gratis —dice—, se osirá a buscar a las tres con un autobúsdesde la Estación Central de Duisburg yse os traerá de vuelta al cabo de dos

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días, también en autobús. El alojamientoes gratis, lo mismo que la comida, todoes gratis». (Una vez más me viene a lamemoria el estribillo de su cancionzuchapreferida… «lejos de casa y fuera de laley, cien hombres y yo con ellos»).

—Aquí el compañero ser escéptico—le ataco—; quizá usted a él dice porqué 500 marcos, por qué tanto dineropor tan poco trabajo.

Y Adler:—Bueno, la cosa es como sigue. Ya

conocéis Alemania y sabéis que tenemosdiferentes centrales energéticas, entreellas una nuclear, en la que vamos atrabajar. Actualmente no suministraenergía porque está sometida a revisión

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general, lo que ha servido para que seden cuenta de que hay que reparar no séqué casillas. Y hay que hacerlo en elmenor plazo posible, pues la semana queviene tienen que volver a suministrarenergía. Pero el caso es que, porejemplo, la cosa no puede trascender alos periódicos, el que la central tenga undefectillo, pues enseguida vienen losVerdes y enseguida empezarán los líos yacabarán paralizándola, seguro. —Y conun ostensible desprecio añade—: Asíson las agrupaciones políticas enAlemania… Los trabajos esos hay quehacerlos ya, para que la semana queviene puedan volver a suministrarenergía. Y por eso es por lo que pagan

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una buena pasta y por lo que vosotrostambién la vais a recibir.

—Señor Adler —continúo yo (Alí)barrenando—, éste dice que alemanessiempre a él han engañado.

Adler traga saliva; para ganartiempo se hace el tonto:

—¿Cómo?—El haber dicho que alemanes

siempre a él engañado.—¿Acaso yo le he engañado alguna

vez? —contraataca Adler. Por desdichano es el momento adecuado paraenumerarle sus engaños, recordarle quea mí todavía me debe casi 2000 marcos,que le ha estafado a otro el salario enciertos trabajos, que en parte se ha

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embolsado los impuestos y las tasas dela seguridad social, y etc., etc., como éldice.

—Quizá usted a ellos decir una vezmás lo que usted mucho hacer por turcos—le digo, con objeto de desenrarecer elambiente. Es un pie de entrada que nopuede ser más de su gusto.

Adler se pone en pose, hace que sunuevo chófer le dé fuego y, de ese modo,puede representar el papel de benefactorde los humillados y ofendidos, esto es,de aquellos que son explotados por él ypor los de su ralea: Adler, el «dador» detrabajo, él que, allí donde puede, seapropia del trabajo y hasta de la salud yla base de subsistencia de mucha de su

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gente, se pone a representarse a símismo:

—Desde que me instalé por micuenta trabajo con colaboradores turcos,y hasta la fecha dichos colaboradoresturcos jamás me han dejado colgado ninada por el estilo. Con ellos siempre meha ido bien, a diferencia de algunoscolaboradores alemanes, y he de decirademás que quiero continuar trabajandocon colaboradores turcos y seguirdándoles trabajo.

Llama «colaborar» a hacer que otrosbreguen hasta caerse al suelo, hastareventar, para engordarle a él la bolsa.El concepto «colaborador» está tanpositivamente imbuido de

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«compañerismo social», que sin duda hade sonar como un bálsamo en los oídosde aquéllos a quienes se exprime y seestruja en su trabajo.

—Hay algunos que seríanexpulsados a la Turquía —le empujo altema.

—Bueno, eso no tiene por qué sernecesariamente así —dice élmagnánimamente—. No cogemosalemanes para este trabajo, os lo voy adecir con toda franqueza, porque losalemanes hablan demasiado. Andan porahí contándolo todo, etc., etc. Y encambio vosotros, los colaboradoresturcos, eso lo sé yo muy bien, mantenéisla boca cerrada. ¿Comprendéis? Por

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esto es por lo que no cojo alemanes.Más vale olvidarse de los alemanes.

—Ayth —digo señalando hacia unode mis compañeros turcos— vive ensótano…

Adler me interrumpe con unmovimiento de la mano:

—¡Hombre! Pues muy bien, deacuerdo. No importa. Yo de eso no sénada.

—Quizá se puede a él ayudar —lesigo pinchando. Y una vez más cuida supropia imagen, como la mayor parte delos empresarios de posguerra:

—¿Ayudarle? Naturalmente que sí.No hay nada a lo que esté yo mejorpredispuesto que a ayudar a los más

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pobres. Soy un socialdemócrata decuerpo entero, vamos, que estoy afiliadoal Partido Socialdemócrata. Y por lotanto estoy a favor de los trabajadores.Por eso vamos a ayudar ahora a estagente, por ejemplo, a que se ganen unosmarcos, y si luego tienen que volverse aTurquía, pues bueno, si tenéis 500marcos o cosa así… vaya, que os habéisganado otro dinerito más, ¿no?

Yo (Alí) le señalo hacia elcompañero turco Sinan:

—Él preguntar si trabajo no serápeligroso.

De nuevo un pie de entrada que aAdler le viene como anillo al dedo. Sudiscurso haría honor al de cualquier

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portavoz de prensa de una centralnuclear:

—No, no es peligroso. Es una grancentral nuclear y, como ocurre enAlemania, las medidas de seguridad sonextremas. Las centrales nuclearesalemanas son las más seguras delmundo. En ellas trabajan miles depersonas. No hay ninguna peligrosidad.Yo (Alí): ¿Nunca sucedido nada?

Adler: En Alemania jamás hasucedido nada en una central nuclear.

Puede que sea cierto en lo que atañea la central nuclear, pero el hecho es queen las cercanías de Würgassen cayó uncaza a reacción, y, de haber caído en lapropia central, probablemente se habría

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producido una catástrofe deproporciones inimaginables. Por otraparte, en las centrales nucleares hahabido víctimas personales con másfrecuencia, hasta el punto de que,oficialmente, la industria nuclear federalalemana ha reconocido hasta la fechacinco casos mortales.

En cualquier caso, para Adler eltrabajo «no es peligroso». Y tampoco,tal como asegura, es un trabajo duro.Cuando yo (Alí) quiero saber: «¿Tienenellos que subir mucho alto?», él escurreel bulto: «No, bueno, la cosa está dentrode la central, no lo sé, pero todas estánhechas por pisos, ¿no es cierto?».

Yo (Alí): Él querer saber qué hay que

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hacer exactamente.Adler: Son trabajos de reparación,

trabajos mecánicos, ligeras tareas deentretenimiento, de reparación, peroque, eso sí, hay que hacerlasirremediablemente. De ahí el que sólose precisen cinco o seis hombres. Lohemos calculado así y no puede ser deotro modo. Hemos de tener a cinco oseis hombres trabajando en ello paraquitárnoslo de encima en un par de días.Por eso se manda allá a la gente. Ahíestán las medidas de seguridad. Lo que aellos les importa en primerísimo lugares el ser humano, eso es algo de lo quevosotros mismos os percataréis. —Loque acaba de decir le ha tenido, sin

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duda, que sonar tan monstruoso, quecontinúa dando explicaciones ydisimulando su tomadura de pelo y su«quema» de hombres—: Es decir, que,como es natural, no le suceda nada a lapersona que trabaja allí. Por eso lasmedidas de seguridad son tan extremas.Una central nuclear, incluso cuando estáparada, irradia un poco, como es lógico.Pero a vosotros se os dirá hasta dóndepodéis llegar, y en seguida se osretirará. O sea, a fin de que no se pongaen peligro la salud del ser humano.Vosotros mismos lo comprobaréis.Quiero decir, en caso contrario, podríaisdecir vosotros también, si no, dejamosel trabajo o cosa por el estilo. Vosotros

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mismos lo comprobaréis. La cuestión noes otra que la siguiente: lo que paranosotros cuenta es hacer el trabajo,cobrarlo y que el asunto quede olvidado.Lo que a la central nuclear le importaenormemente, por ejemplo, es que no secomente por ahí lo de la avería. ¿Estáclaro? Lo que importa es: ¡Se acabó!¡Adiós muy buenas! Hasta la próximavez. Puede muy bien que nos vuelvan ahacer encargos de este tipo. Lo quetenemos que hacer es ser absolutamentediscretos, trabajar y mantener la bocabien cerradita. ¡Se acabó! ¡Adiós muybuenas! ¡Y para eso está el dinero!Bueno, así que todo ha quedado claro.Salimos para allá esta tarde, y a más

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tardar el sábado por la tarde estáterminado el trabajo, se os dejará en laEstación Central de Duisburg, osmarcháis a casita y santas pascuas.Cobráis vuestro dinero y no volvemos ahablar del asunto. ¿No es razonable?

Embarazoso silencio por parte demis amigos turcos. Hay un punto en elque se acaban las ganas de jugar.

Como todos los hábiles estafadoresa partir de determinado grado en elescalafón, Adler se reafirmasolemnemente en su seriedad:

—La gente que yo empleo siemprecobra su dinero. Así que si llegamos aun acuerdo, la cosa está hecha. Mañanarecibiréis ya 250 marcos, y los otros

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250 al terminar el trabajo, en efectivo,inmediatamente. Alí, mi chófer, irá convosotros para atenderos. Confiaos a él,que además es quien responde de quecobréis vuestro dinero. —Y una vez másse pone a recalcar la perfección y loscuidados asistenciales de la industriaatómica alemana—: La vestimenta detrabajo la ponen ellos, lo mismo que elcalzado y los cascos. Todo lo ponenellos. Y repito lo que dije antes: nada dehablar del asunto. Sobre todo con loschicos de la prensa, de lo contrario…—Con un ademán ampuloso saca de lacartera un billete de cincuenta marcos yme lo entrega a mí (Alí) con lassiguientes palabras—: Bueno, ahora te

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doy estos cincuenta marcos para que losmuchachos puedan comer algo, unbocadillo, en fin, no vaya a ser que senos caigan al suelo a las primeras decambio. ¿Entendido? —Y al marcharse(paternal, protector)—: Bueno, pues queos vaya bien, muchachos. A las tres.¿Puedo confiar en vosotros?¿Entendido?

Cincuenta marcos entre siete supone,para cada uno, una comida decondenado a muerte por valor de 7,14marcos.

De nuevo me viene a la memoria lacantinela predilecta de Adler,constantemente puesta en elradiocassette del coche, en la que se

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habla de una «orden» de un «camino quenadie quiere…». Y: «Día tras día, quiénsabe hacia dónde. Tierra quemada, y¿qué sentido tiene?». Y vuelta y vuelta aempezar el estribillo: quizá es sucanción preferida sólo a causa de laalusión a su propio nombre[14], haciendocaso omiso del pathos y quedándosesólo, cínicamente, con el «… fuera de laley y con ellos estoy». Dos de la tarde.Adler se entrevista con el delegadoespecial Schmidt y su ayudante Hansenen el restaurante de la estación deDuisburg.

Una vez más son discutidos todoslos detalles de forma clara e inequívoca,a fin de que luego Adler no pueda poner

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excusas pretextando dificultades decomprensión o incompetencia.

Herzog/Hansen: Señor Adler, estamañana hemos obtenido nuevasmediciones y sobrepasan en mucho a lopeor que nos temíamos. La cosa va a sermuy peliaguda y delicada. La tubería porla que tienen que meterse estáirradiada… —Lanza una mirada a lamesa de al lado, para asegurarse, ycuchichea—:…la radiación que su genteva a recibir de golpe equivale al triplede la dosis máxima anual. El resultadopuede ser catastrófico.

Adler: ¿Y qué pasaría si, porejemplo, no se hiciera?

Herzog/Hansen: Que no podemos

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conectar con la red. ¡Imposible! Ademásnos rompería los tubos. Pérdidas deproducción por valor de millones demillones de marcos.

Adler: Bien, no hay más remedio.Tienen que meterse ahí y arreglarlo. —Ya fin de tranquilizarse a sí mismo—:Oficialmente yo no sé nada. Ustedes mepiden gente, yo la suministro y se lameto en el autobús, pero son ustedesquienes la transportan a Würgassen.Desde ese momento, y si bien se mira,para mí la cosa ha terminado. Se acabó,adiós muy buenas. Desde luego yo noincurro en materia delictiva. Lo que sípuedo asegurarles es que la gente nohace demasiadas preguntas, ni siquiera

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saben dónde está Würgassen…Lo único que le interesa es money,

black, cash y «libre de impuestos».Adler: Y una cosa que me interesa:

¿cómo cobro yo mi dinero? ¿Va a figuraren los libros de Energía S. A.?

Pachl/Schmidt: No pasadirectamente por los canales oficiales,de lo contrario no habríamos elegidoeste discreto procedimiento…

Adler: El hacer un trato como éste esalgo que, como es lógico, me inspiraciertos pensamientos. Veamos: yo austedes les ayudo, digamos, a sacar lacosa de la mierda, y ustedes, por suparte, me corresponden dándome el totalen dinero negro.

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Pachl/Schmidt: Es una partidaespecial. No aparece en ninguna parte.

Adler (con avaricia): Oiga, y ¿cómopagan el resto? ¿Talón o contante ysonante?

Pachl/Schmidt (con firmeza): Laprimera mitad contante y sonante y lasegunda mediante cheque barrado.

Adler: ¿Y el cheque está firmado porEnergía S. A.?

Pachl/Schmidt: La cosa no sigue uncauce tan directo. El talón es de untercero neutral.

Adler: ¿Y no le llegará luego elsoplo a Hacienda?

Herzog/Hansen: ¿Es que ha tenidousted alguna vez dificultades con las

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autoridades?Adler: No, si cumple uno con sus

obligaciones, ¿sabe usted? Yo siemprerecibo mis certificados de no objeciónde la Seguridad Social y de Hacienda, yel Departamento de Trabajo incluso meenvía a gente de forma oficial. —Ríe—.Lo único que les interesa son loscuartos. Si paga usted más o menospuntualmente, lo dejan a uno en paz.

Herzog/Hansen: ¿Y cómo arreglausted las cosas cuando alguien de sugente tiene un accidente de trabajo?¿Cómo sale usted del paso?Entiéndanos, es que no queremos queluego vaya usted al médico y esas cosas.

Adler: Eso se arregla. Mi clientela

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no sufre molestia alguna por esascuestiones. Es algo que no figura en lasestadísticas de accidentes. Hace pocotuvimos precisamente un accidente detrabajo en Química del Ruhr. El clienteno se vio envuelto para nada. Y ¿qué eslo que puede suceder en un casoextremo? ¿Que se caigan en seguida?

Herzog/Hansen: Mala cosa, sialguien se cae allí dentro. Está más omenos a diez metros de profundidad.

Adler (despreocupado): ¿Y no se lepodría sacar con una cuerda o algo así?

Herzog/Hansen: Habría queintentarlo, pero es dificilísimo. Latubería describe una curva pronunciada.Hemos de procurar no meter allí a gente

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corpulenta.Adler (tranquilizándole): No,

ninguno lo es. No son más que unospobres diablos, unos muertos de hambre.No tienen nada encima de las costillas.

Herzog/Hansen: Esperemos que nose desmayen en seguida. Desde un puntode vista puramente técnico, en lo que alas radiaciones se refiere, nuestraexperiencia es la siguiente: si seproducen fuertes contaminaciones, alcabo de no más de cuatro semanas —¡pero para ese entonces tienen quehaberse marchado ya!— la genteempieza a verse afectada de formaaguda por la radiactividad. Se les cae elpelo, sufren impotencia, vómitos,

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diarreas, postración total, etc. En loconcerniente a lesiones a largo plazo, esalgo que no tenemos controlado, pero sial cabo de los años se presenta uncáncer, habrá pasado tiempo suficientedesde este trabajo.

Adler: En lo que a mí respecta, no escosa que me asuste. A mí eso no measusta. A mí me deja completamentefrío. El trabajo es el trabajo, y si en lascentrales nucleares pasan cosas de lasque la opinión pública no tiene por quéenterarse necesariamente, yo eso es algoque lo entiendo. Yo hago mi trabajo, ylos demás hacen el suyo.

Herzog/Hansen: Bueno, que estoquede entre nosotros: Würgassen es un

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montón de chatarra.Adler: Sí, ya sé, por su antigüedad.

¿Es usted el señor Hansen con el quetraté una vez hace años?

Herzog/Hansen (adoptando un airemisterioso): ¡Ah, no crea usted que soyquién se imagina! Yo (Alí) me acerco asu mesa.

Adler; Ah, aquí está éste. Es el señorAlí, que se ocupa de que la tropa no sedesmande y se cuida de todo. —Dirigiéndose a mí—: Estos señores sonlos que tienen que decir lo que hay quehacer. ¿Entendido? —Y—: ¿Qué tal losmuchachos? ¿Sin novedad?

Yo (Alí): Siempre ellos preguntando,ellos quieren todo saber, los

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compañeros son como niños, a veces.Siempre preguntando, siemprepreguntando. Algunos se creen que ellostener que luchar con dragón… como sitan peligroso fuera. Adler: ¡Pero bueno!¡Pero si las centrales nucleares sonseguras, las más seguras del mundo!Esta misma mañana se lo dije. Haymedidas de seguridad, hay de todo.

«Entendido», digo yo. Y Adler memanda con la «tropa», la cual hace ya unbuen rato que está esperando en laexplanada frente a la estación.

Una vez que yo he salido, Adler dicea los delegados de la central: «Éste,como es lógico, no sabe de qué va lacosa. Es su hombre de confianza. Si les

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dice que rueden, ruedan. Y se cuida deque no se pongan gallitos y de quetrabajen como es debido. La verdad esque son como niños. Cuando preguntan,lo que quieren es que se les denrespuestas tranquilizadoras».

Herzog/Hansen desea saber si«también Alí es de fiar»,proporcionando así a Adler laoportunidad de representar el papel debenefactor y mentir como un descosido:

—El pobre diablo… A ése, sabeusted, lo recogí hace año y medio. ¿Sabeusted lo que hizo para ganarse la vida?

Pachl/Schmidt: No.Adler: Pues se puso a trabajar de

cobaya humano para no sé qué médicos.

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Le inyectaban cosas.Herzog/Hansen: ¿En Turquía?Adler: ¡Qué va! En Alemania. Lo

que es yo, no puedo comprender queexistan cosas como ésas. Bastantehorrible es ya el que lo hagan conanimales.

Herzog/Hansen: De modo que hizoeso.

Adler: ¡Eso mismo hizo! Vino anosotros, tambaleándose, y me llamó laatención. Me interesé por la cuestión yle pregunté qué le pasaba, y él merespondió. El doctor me ha vuelto aponer inyecciones, ¡me paganochocientos marcos a la semana por eso!Y yo le dije: ¡Vamos, deja eso! ¡Eso es

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una barbaridad! ¡Se acabó, muchacho!Es un buen chico.

Herzog/Hansen quiere saber: Yconcretamente ¿qué les ha dicho usted alos muchachos?

Adler (le presenta todo un informe):Que van a ir a la central nuclear, quetienen que hacer unos trabajos urgentes yde tanta importancia que de los mismosdepende el que la central pueda serconectada de nuevo a la red, que hay quedespachar la cosa lo antes posible, quenada de que trascienda a la prensa nicosas por el estilo, que no hay que armarruido alguno sobre el particular. Les hedicho: ahí están las medidas deseguridad, las nucleares alemanas son

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las más seguras que hay, ¿entendido? Seos dará de todo y no correréis ningúnriesgo.

Pachl/Schmidt: Es condiciónindispensable que dentro de quince díashayan desaparecido.

Adler: Dentro de quince días sehabrán marchado.

Pachl/Schmidt: ¡Como si se loshubiera llevado el viento!

Adler: ¡Eso está hecho! Por lopronto, yo no tengo una granadministración a mi alrededor y en minegocio nadie sabe qué pasa o deja depasar. El único que lo sabe soy yo, y esoes precisamente lo bueno. Si tuviera queinformar a una decena de personas…

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más valdría dejarlo. Lo dicho, puedenustedes confiar en mí. ¡Nosotros lohacemos todo! «Nosotros lo hacemostodo», he aquí el eslogan de Adler y dela mayoría de los demás consortes ysuministradores de hombres a losconsorcios de la industria y los negociosde la construcción. «Nosotros lohacemos todo[15]» es el lema delcapitalismo, a lo que habría que añadir:«Todo lo que produce ganancias». Y sibien hasta el momento los seres humanosno son triturados para fabricar con ellosjabón, excepción hecha de losexperimentos durante el Tercer Reich(aprovechamiento de los restos de losprisioneros asesinados en los campos de

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concentración, por valor de 11,50marcos el cadáver, a fin de utilizar lagrasa y los huesos para la fabricación decola), ello no sucede por motivoshumanitarios, sino exclusivamenteporque no sale a cuenta hacer jabón conla gente.

Adler se marcha del restaurante dela estación junto con Schmidt y Hansen,a fin de cargar en el autobús a la «tropa»que está esperando.

El problema estribaba en que nopodíamos llevar la prueba tan lejoscomo para organizar un autobús e irnosa Würgassen. Al día siguienteaparecería allí Adler, como habíaanunciado, para cobrar sus «honorarios»

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inmediatamente en dinero negro ycontante y sonante. Me paso un buen ratoconsiderando la idea de hacer que Adlerse enfrente de forma traumática, física,vivencial y palpable con lo que suponeque ha llevado a cabo. TampocoEichmann se echó nunca a la cara losmontones de cadáveres, «sólo» tuvo queorganizar el transporte de lossupervivientes a los campos deexterminio en masa. Abrigaba yo elpropósito de presentar a Adler en uncuartito del hotel «La Curva» deWürgassen, una noche, algunos amigosturcos dañados por la radiactividad,convenientemente preparados pormaquilladores: con la piel cayéndoseles

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a tiras en la cara, lo mismo que elcabello a mechones, y postrados en lacama o tumbados por el suelo, presa deuna total apatía.

Pero el asunto está suficientementeclaro. Lo único que falta es un desenlaceque no infunda recelos a Adler respectoa que todo no fue nada más que unacomedia, y que le induzca a emprenderla huida al extranjero no sin antes haberborrado todo rastro y destruido losdocumentos comprometedores.

Lo mejor es que todo se desvanezcaante sus ojos como un fantasma. Como elgenio de la botella, que, liberado,vuelve a hacerse pequeñito, a metersede nuevo en la misma y… ¡a poner el

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tapón!En el momento en que Adler,

Hansen, Schmidt y yo (Alí) nosdirigimos hacia la «tropa» para cargarlaen el autobús y llevarla al «quemadero»,de improviso se interponen «agentes depolicía vestidos de paisano» exhibiendosus placas credenciales. Control deidentidad. Dos de los turcos ponen piesen polvorosa y a los demás «se losllevan». Todo transcurre con granlentitud, como en un primer ensayoteatral improvisado. En Adler el efectoha de ser de una nitidez extrema, comoen una pesadilla a cámara lenta.

El caso es que surgió uncontratiempo susceptible de haber

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tenido consecuencias desastrosas. Unode los dos amigos que en un principiodebían representar el papel de miembrosde la patrulla de paisano(previsoramente equipados con esposasy revólveres de juguete), uno de ellosdirector de instituto de segundaenseñanza y el otro cura, confunde aAdler con el fotógrafo Günter Zint, queestá trabajando de tapadillo, se acerca aél y le saluda. Pachl/Schmidt reaccionainmediatamente y lo arregla lo mejorposible. Hace las presentaciones: «Setrata de nuestros servicios de seguridad,de la central, enviados en misiónespecial para cubrir el lugar». Adler semuestra elogioso: «¡Bien organizado,

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realmente!». Pero ¿cómo llegar hasta elfin ahora? Me dirijo a los amigos turcospara preguntarles si podrían permitirseel que interviniesen policías de verdad.Algunos no llevan encima sus papeles,pero todo ganaría tanto en realismo si deveras se los llevaran a la comisaría…

Uno de nosotros llama a la policía yle hace una descripción detallada dellugar en el que se está llevando a cabotrata de hombres con inmigrantes turcosilegales. No han transcurrido cincominutos cuando llegan dos patrullas depaisano, salen de sus vehículos y sedirigen al grupo de amigos turcos. Enseguida ven al fotógrafo Günter Zint,quien, apostado una quincena de metros

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más allá, les está enfocandodirectamente con su teleobjetivo. Lospolicías relacionan su presencia allí conellos mismos, y sospechan —tal comollego a enterarme más adelante de formano oficial por la policía judicial deDuisburg— que una revista quieratenderles una trampa a fin de demostrarla facilidad y los métodos con quepueden ser detenidos los extranjerossobre la base de una simple denuncia.Se meten de nuevo en sus vehículos yponen tierra de por medio.

Henos aquí sin saber lo que hacercomo lo estábamos antes. Y el tiempocorre.

Adler se está poniendo nervioso al

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ver que el autobús de la nuclear todavíano ha llegado. Gesine, la amiga deSinan, de nuestro grupo, da con una ideasalvadora. Se trae de una taberna deestudiantes de las cercanías de laestación dos parroquianos, a los que,con las prisas, como es natural no puedeponer al corriente de los pormenores.Les decimos únicamente que se trata deun arresto simulado cuya finalidad es lade desenmascarar a un pez gordo delgremio de los comerciantes de mano deobra. Ambos se declaran dispuestos acolaborar. Uno de ellos, averiguamosposteriormente, es concejal de losverdes.

Así pues, y del modo más

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antiautoritario y gentil, ambos procedena la «detención» de nuestros amigosturcos. Lo contrario de la brutalidadrealista. Se «llevan» a nuestros amigostomándolos por el brazo. Pero Adler selo traga, como ha quedado dicho.

A Ayth, quien ofrece resistencia, leretuercen el brazo por la espalda y yo(Alí) echo a correr detrás, y Adler —que todavía no quiere darse porenterado de que el negocio se le escapadelante de sus narices— me preguntaangustiado (a mí, Alí, ya de vuelta y sinresuello):

—¿Pero qué pasa ahí?—Policía —me limito a decir—;

detenidos porque ellos no tener papeles.

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Palabra mágica. Adler, con lacabeza ligeramente hundida, a pasollamativamente rápido, husmeando adiestro y siniestro, inicia un claro amagode fuga hacia su Mercedes, aparcadofrente a una parada de autobús, si biense abstiene aún de echar a correr, tantopara no atraer la atención como para noperder la compostura, a la que se debe.A sus dos consortes en el negocio losdeja plantados en mitad de la calle.Pachl/Schmidt corre tras él y le exigeuna explicación:

—¿Qué sucede? ¿Por qué hanechado a correr todos ésos? ¿Cómo esque una cosa así puede ocurrir? Ustedme dijo que eran de confianza.

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Adler, sin interrumpir su huida,jadeante y apretando el paso responde:

—Por supuesto que son deconfianza. Llámeme mañana al coche.

Y mientras se está metiendo en elcoche, al que hace arrancar deinmediato, Pachl/Schmidt le gritatodavía:

—Señor Adler, lo necesitamos comocolaborador…

EpílogoO la banalización del crimen

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Al caer la tarde, y para que todoquede en orden, Pachl/ Schmidt vuelve allamar a Adler. Adler se pone alteléfono (algo desconcertado yprocurando quitar hierro al asunto):

—Sí, señor Schmidt, vaya numeritoel de este mediodía.

Pachl/Schmidt (en tono de senoreproche): En efecto, ¿qué es lo que leha sucedido, señor Adler?

Adler: Bueno, tampoco yo lo sé. Losmuchachos no estaban lo que se dicelimpios de mácula. Yo no puedo saberen qué andan metidos.

Pachl/Schmidt: Lo que no sé escómo piensa usted que esto va asolucionarse.

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Adler: Bueno, mire, ya lo heorganizado. Le proporcionaré a otros.

Pachl/Schmidt: No, señor Adler,eso ya no puede ser. No hace ya ningunafalta que organice usted nada a esterespecto, pues lo hemos organizadonosotros mismos. Como le dijimos, lacosa debía quedar resuelta mañana a las18 h. Le habíamos tomado a usted por unprofesional, señor Adler.

Adler (a la defensiva): De los seis,sólo dos hombres…

Pachl/Schmidt (interrumpiéndole):Dos hombres, dos hombres… ¿sabeusted qué porcentaje es ése, doshombres de un conjunto de seis?

Adler: Sí.

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Pachl/Schmidt: Usted mismo puedecalcularlo, señor Adler. Es un tercio,señor Adler, un tercio, el 33,3%, ni másni menos, ¿comprende usted?

Adler: Sí. ¿Y qué hacemos ahora?Pachl/Schmidt: Eso es. ¿Qué

hacemos ahora, señor Adler? Nosotrosteníamos a nuestros dos hombres, losencargados de la seguridad, la cosa, pornuestra parte, marchaba como la seda,teníamos el autobús… y usted va y semarcha. Y ni siquiera nos puede usteddar ahora una explicación. ¿Que cómova a seguir la cosa? Tenemos queorganizado todo de otra manera… sinusted. ¡Adiós! —El auricular resuenacon un golpe seco al ser colgado. Media

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hora más tarde me presento yo (Alí) encasa de Adler, quien al verme pasainmediatamente a la ofensiva:

—¿Qué clase de gente me trajiste?¡Puros hampones!

Yo (Alí): Pero yo a usted ha dichoque los dos del sótano tenían ningunospapeles. Policía llevado.

Adler (divertido, se ríe): Sí, ya lo vi.Yo (Alí): Los demás querer el dinero.

Ellos no tienen culpa. Ellos dejaron otrotrabajo y ahora tienen nada.

Adler (despectivo): ¡Y encima conésas! ¡Sinvergüenzas! Diles que la cosase acabó y no hay nada.

Yo (Alí): ¡Pero usted decía quequiere ayudar a ellos!

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Adler: Sí, pero para eso primerotienen que trabajar.

Yo (Alí): Policía ha estado en calleDiesel, querían saberlo todo. Yo en casano estaba. Ahora yo estar obligado ir ydeclarar…

Adler (me interrumpe): ¡Pero, comoes natural, sin mencionar mi nombrepara nada! Ni quiero ni puedo tener quever nada con ese asunto, ¿entendido?

Yo (Alí) (con inocencia): ¿Qué deciryo a ellos?

Adler: Pues les dice usted, porejemplo, que fue un tal Müller o algoasí, que había prometido trabajo yentonces usted había hablado a losmuchachos…

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Yo (Alí): ¿Y si ellos quieren saberqué aspecto él tiene?

Adler: Bueno, pues no decir nada,¡que usted no sabe nada!

Yo (Alí): ¿Que yo saber nada?Adler: Y que no entiende nada.

Mejor les dice que no entiende alemán.Yo (Alí): ¿Y no poder alguien hacer

algo por los compañeros?Adler: Por ellos no, pero sí por

usted, eso desde luego. ¡La cara que hapuesto, el que me hizo el encargo!Estaban cabreados. ¡Menuda mierda!Así que si te viene alguien con el asunto,tú dices que fue un tal Müller o algo así,de Duisburg… y en cuanto a que dóndevive, tú que no lo sabes, y que si su

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oficina, tú que tampoco lo sabes, que lohabías organizado todo tú porque lagente tenía que trabajar un poquito.

Yo (Alí): ¿Y yo no decir nada de cosaatómica?

Adler: ¡No, no, no, no, no, por Dios!—Riendo—: ¿A quién han cogido?

Yo (Alí): Los dos del sótano. Ahoraellos tienen que marchar a la Turquía.

Adler (satisfecho, alegre y tranquiloa un tiempo): Los mandan a Turquía…¡pobre gente! ¡Ya es desgracia, desdeluego! Lo que no me podía yo imaginares que en la Estación Central hubieratanta policía.

Yo (Alí): Pero usted fue quien decirque cita en Estación Central.

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Adler (reprobatorio): Lo habríamospodido hacer en otro sirio, si me lohubieras dicho.

Al día siguiente, viernes 9 deagosto.

Abdullah, «hermano» de Alí y nuevochófer de Adler, va a recoger a éste alas diez. Adler realiza su amplia rondade bancos, anota de buen humor susingresos en cuenta, retira su parte delbotín en la firma Remmert y, durante eltrayecto, charla con su nuevo chófer,Abdullah, sobre sus actualespreocupaciones.

Adler: Los plazos de entrega soncondenadamente largos. Para que te

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entreguen a tiempo el nuevo modelotienes que encargarlo con un año deantelación.

El crecimiento a cualquier preciosigue siendo la divisa del capitalismo,aun cuando no se expanda y explote yade forma tan salvaje. «Si la cosa no vahacia adelante, retrocede», he aquí elmiedo atávico de todos los guerreros,conquistadores y capitalistas hastanuestros días. De acuerdo con lasituación coyuntural, Adler pica menosalto: «Cambio del 280 SE al 300 SE dela nueva serie. En el otoño. Paraentonces tendrá ya un año y medio». (Elque tiene ahora, con todos losaccesorios y artilugios, llegó a los

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100 000 marcos, y el nuevo pasará deesa cifra).

Abdullah (conduciendo a Adler altema): Los dos están ahora en la cárcel.

Adler: Probablemente losexpulsarán. Lo siento por losmuchachos, lo digo sinceramente. Peropor otro lado he de decir queseguramente es mejor para ellos. ¿Quése les ha perdido aquí en Alemania? Sini siquiera pueden moverse libremente,¿no es cierto?

Abdullah: Así es. Y además enTurquía hace buen tiempo… Adler: Enefecto, ¿qué se les ha perdido por estosandurriales? Tienen que vivir ensótanos, constantemente atemorizados

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por la policía. No tienen ni trabajo nimedios de subsistencia, ni nada de nada.

Abdullah: Y tampoco trabajo.Adler: ¿Qué es entonces lo que los

retiene aquí?Abdullah: Actualmente Alí está un

poco triste, como es lógico.Adler: Claro, está cagado de miedo.

Nunca tendríamos que habernos citadoen la estación sino en otro sitio.¡Maldita sea! La estación está siempreplagada de polis.

Abdullah: Ahí le duele.Adler: Natural.Abdullah: ¿Y cree usted que recibirá

algún nuevo encargo de allí?Adler: ¿De esa gente? ¡Ya lo creo!

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Hace años y años que estoy metido enWürgassen…

Abdullah: Seguro que pagan a basede bien, ¿no?

Adler: Desde luego, de ellosrecibiremos siempre encarguitos. Ahí nohay problema. De momento estáncabreados, y se comprende, mi clienteha resultado perjudicado y se trata deuna casa seria. Sólo de vez en cuandotienen que hacer algún trabajosospechoso. Tenían miedo porque, porejemplo, si la cosa hubiese saltado a losperiódicos y tal y cual, y se hubierallegado a saber que la central estabaaveriada…

Abdullah: Eso les daba más miedo.

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Adler: Eso les daba más miedo. Ríenambos.

Adler: ¡En seguida salierondisparados, ja, ja! Se acojonaron aúnmás. Normalmente sólo se entra en unacentral nuclear si se tiene una cartilla deradiaciones en regla. Eso es lo quemarca la ley del estado alemán. Ladirección de la central se cisca en ello yla gente entra y sale sin cartilla, como sital cosa. ¡Vamos, una infracción en todaregla! Hay que andarse con ojo. Elhecho es que incumplen la ley, por esotambién ellos tenían miedo de la policía.—Se ríe.

Abdullah: Pero también por esopagan su buen dinero, ¿no?

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Adler: Por eso, así es. Ellosincumplen la ley, y nosotros lo hacemosa medias, ¿comprendes? Por eso pagan.Y eso es lo bueno. Si el estado alemánsupiera lo que hacen allí, ahora, ahoramismito, iban a saber lo que es bueno…

«¡Maldita sea! No hay día que no letraiga a uno una nueva sorpresita!¡Vamos que…! —Ríe.

Abdullah: Cuando se llevaron a loscompañeros a mí me entró el canguelo.

Adler: Uno de los policías teníacogidos a dos por el brazo, así, ¿no? —Hace el gesto—. Puede que a mítambién me hubieran llevado. Se habríanpuesto a hacerme preguntas imbéciles, yeso es algo que yo no me puedo permitir,

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en mi posición. No quiero tenerabsolutamente nada que ver con lapolicía, nada en absoluto.

Abdullah: En Turquía no hay leyescomo ésas.

Adler: Ya lo sé. Hay mucha máslibertad. Pero aquí es así, aquí enseguida te hacen una ley para cualquiertontada. Cuando menos te lo piensas, yaestás transgrediendo una ley. De veras,aquí en Alemania es el no va más. Y note dejan vivir, te investigan a base debien. Si la cosa hubiera trascendido, eldirector general de la central nuclear sehabría tenido que pasar por lo menos unaño en la cárcel. La cosa está fea. Deahí el que haya que estar siempre libre

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de sospecha…»De todas formas a mí no me podía

pasar nada. De haber habido infracciónde la ley, los infractores habrían sido losde la central, ellos y no yo la habríanvulnerado.

»Ellos me dijeron: necesitamos seisoperarios para unos trabajos urgentes dereparación. Y yo les dije: vale, lostendréis. Lo que hagáis o dejéis de hacercon los seis operarios, yo de eso no sénada, eso desde luego. Si los dejáisentrar sin cartillas o cosa por el estilo,eso es asunto suyo… ¿o no?

Abdullah: Yo de eso no entiendo.Adler: Déjalo. Nos hemos

enriquecido con una nueva experiencia.

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La próxima vez en ningún caso noscitaremos en la Estación Central. Esoestá clarísimo…

La escenificación de este caso hallegado a su término como un SAM[16]

en pequeño, pero quién sabe si en estosmomentos no se estarán llevando a caboen la realidad encargos similares demayores proporciones. Si la presentecomedia contribuye a reforzar y asensibilizar la vigilancia y el control dela opinión pública y los mediaaudiovisuales frente a estos submundos,el esfuerzo habrá valido la pena. De loque aquí se ha tratado no es de Adler,pues éste, en su energía y fantasíacriminales, no es más que un

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instrumento. Nada sería más erróneo quehacer de él un demonio. Adler no es sinouno de los miles y miles de ejecutoresauxiliares y beneficiarios del sistema dela explotación ilimitada y el infinitodesprecio por el ser humano.

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GÜNTER WALLRAFF (Burscheid,Alemania, 1 de octubre de 1942).Nacido como Hans-Günter Wallraff esun periodista de investigaciónencubierta y escritor alemán. Esconocido por los reportajes encubiertosen diversas grandes empresas, eltabloide alemán Bild-Zeitung y distintas

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instituciones con el método deperiodismo de investigación, dondenarra las condiciones de trabajo uocupación en la sociedad industrialalemana.

Sus métodos radicales de investigaciónperiodística han dado lugar a un verboen alemán wallraffen, donde elreportero se transforma, creando unaidentidad ficticia, un sujeto que vivirátodas las experiencias relatadasposteriormente, que de otro modo sondifíciles de investigar.

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Notas

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[1] Fast significa rápido en inglés; enalemán, casi. (N. del T.). <<

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[2] Periódico alemán de cortereaccionario que se alimenta deescándalos. <<

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[3] La palabra «amigo», en castellano enel original. <<

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[4] «Gesellschaft für Bauausführungenund Industriemontage». (N. del T.). <<

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[5] Esta pregunta no es ni mucho menostan peregrina sino que tiene un trasfondotan actual como real, aunque desde luegono en ambientes turcos. Al contrario: unfabricante de Düsseldorf con filiales enel extranjero, multimillonario y firmecreyente católico, no hace mucho pasó laaduana llevando en una bolsa deplástico a su hermano, quien, residenteen el extranjero, había fallecidorepentinamente. Esto es: sus cenizas enuna urna barata metida en una bolsa deplástico duty-free shop. (N. del A.). <<

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[6] Musa, dime del hábil varón que en sulargo extravío… (N. del A.). <<

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[7] Informe en «Reportaje de los lunes»del Canal 2 de la TV alemana: «Efectossecundarios inofensivos», emitido el26.8.85, de S. Matthies y B. Ebner. <<

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[8] Toma de posición en «Reportaje loslunes» del Canal 2 de la Televisiónalemana: «Efectos secundariosinofensivos», emitido el 26.8.85, de S.Matthies y B. Ebner. <<

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[9] Adler tiene en curso de realización,en el cuartel Barón Von Fritsch deHannover, un trabajo encomendado porla central térmica Carbones del Ruhr, deEssen. <<

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[10] Rem = Roentgen Equivalent Man.Unidad de cantidad de radiaciónrecibida por un cuerpo humano (reh encastellano). (N. del T.). <<

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[11] Los informes de los interesados einformantes están bajo forma dedeclaraciones juradas. <<

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[12] Los científicos independientes de laindustria termonuclear temen que unadosis tan alta, inferida en un tiempo tanbreve, sea susceptible de desencadenar,como secuela a largo plazo, radiocáncer.(También en los comienzos de la eraRöntgen se situaba demasiado alta lacarga de radiaciones que se suponíatolerable). <<

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[13] Departamento Federal deInvestigación Criminal (N. del T.). <<

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[14] Juego de palabras. Adler= águila;vogelfrei= fuera de la ley, pero también,literalmente, pájaro (vogel) libre (frei).Esto es: Adler-águila-pájaro libre y sinley. (N. del T.). <<

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[15] «Nosotros lo hacemos todo» era eleslogan del consorcio Krupp, deacuerdo con la divisa: «Mi meta eseducar a gran número de fieles súbditosdel estado y trabajadores a la medida dela fábrica». Y en efecto, los súbditosfuncionaron tan bien, que en 1914 seapresuraron a ir a la guerra y hacersedestrozar por las granadas británicas, enlas que estaban troqueladas las letrasKPZ (espoleta retardada Patente Krupp).De ahí el que Krupp pudieraenriquecerse doblemente gracias a laguerra. Con los soldados ingleses yalemanes muertos. Por cada caído

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alemán Krupp se embolsaba 60 marcosen concepto de regalías abonadas por elconsorcio armamentístico británicoVickers. Al perder Alemania la guerra,Krupp se había enriquecido en 400millones de marcos-oro, para luego,antes de 1933, poder invertiroportunamente 4 738 440 marcos en elnuevo preparador de guerras, Hitler.Allí donde se podían obtener ganancias,pequeñas o grandes, producto desoldados caídos o de millares decondenados a trabajos forzados,precariamente mantenidos en vida, partede los cuales eran cobijados en casetasde perros en los terrenos de las factorías—peor que esclavos—, allí estaba

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Krupp. En las tapias exteriores de lasfábricas Krupp había carteles querezaban: «Los eslavos son losesclavos». <<

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[16] En el original alemán GAU =Grösster Anzunehmender Unfall.Supuesto de Accidente Máximo. <<