brecha pedagogica
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Revista de Investigación Educativa Conect@2Enero – Abril 2012Año II, Edición V
56
BRECHA PEDAGÓGICA:LA TAREA ES ENSUCIARSE
AUTOR: LIC. ULISES PIEDRAS ARTEAGA
LICENCIADO EN PEDAGOGÍA POR LA FES ARAGÓN. UNAM.PROFESOR EN EL COLEGIO DE PEDAGOGOS DEL ESTADO DE MÉXICO A. C
Revista de Investigación Educativa Conect@2Enero – Abril 2012Año II, Edición V
56
BRECHA PEDAGÓGICA:LA TAREA ES ENSUCIARSE
AUTOR: LIC. ULISES PIEDRAS ARTEAGA
LICENCIADO EN PEDAGOGÍA POR LA FES ARAGÓN. UNAM.PROFESOR EN EL COLEGIO DE PEDAGOGOS DEL ESTADO DE MÉXICO A. C
Revista de Investigación Educativa Conect@2Enero – Abril 2012Año II, Edición V
56
BRECHA PEDAGÓGICA:LA TAREA ES ENSUCIARSE
AUTOR: LIC. ULISES PIEDRAS ARTEAGA
LICENCIADO EN PEDAGOGÍA POR LA FES ARAGÓN. UNAM.PROFESOR EN EL COLEGIO DE PEDAGOGOS DEL ESTADO DE MÉXICO A. C
Revista de Investigación Educativa Conect@2Enero – Abril 2012Año II, Edición V
57
Incluso los más osados, los más
soberbios, los más ingratos, se ocultan
de la verdad. Distraídos, casi inmóviles,
se someten cabizbajos a lo que verán,
a lo que vendrá, a lo que será, que no
es, sino, una próxima verdad a ser
desconocida
Carlos Skliar
Que en pedagogía se promulgue abrir brechas es algo que pocos rechazarían,
como en cualquier otro saber, hay la necesidad de tener una constante
recomprensión y vitalización del campo epistémico, axiológico y práctico. Ahora
bien, al punto habría que hacer una deliberación inicial para poder proponer
alguna línea de acción para con dicha brecha, ¿A qué nos referimos cuando
hablamos de brecha pedagógica? Y es que si partimos del entendido de que las
palabras tienen una carga implícita que nos involucra en una óptica y bajo una
rigurosidad específica, habría que dar algunos giros en el vértice del lenguaje.
La brecha no es un camino, mientras que el camino parece ya situarnos un
sentido y destino, la brecha nos ubica en lo inicial del abrir, del romper (fr. breka:
roto). El icono del camino está relacionado con los medios, las maneras, formas,
métodos, procedimientos, los cuales suponen un recorrido con itinerario, o un viaje
de aventura. Mientras que la brecha nos implica con el abrir en la espesura, hacer
fisura, iniciar una nueva vía, hender en la frondosidad de las relaciones que
conforman un fenómeno. En pedagogía, se podría llamar “intervenir”, a esa nueva
vía, o a ese abrir la espesura de una conformación ya dada.
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Incluso los más osados, los más
soberbios, los más ingratos, se ocultan
de la verdad. Distraídos, casi inmóviles,
se someten cabizbajos a lo que verán,
a lo que vendrá, a lo que será, que no
es, sino, una próxima verdad a ser
desconocida
Carlos Skliar
Que en pedagogía se promulgue abrir brechas es algo que pocos rechazarían,
como en cualquier otro saber, hay la necesidad de tener una constante
recomprensión y vitalización del campo epistémico, axiológico y práctico. Ahora
bien, al punto habría que hacer una deliberación inicial para poder proponer
alguna línea de acción para con dicha brecha, ¿A qué nos referimos cuando
hablamos de brecha pedagógica? Y es que si partimos del entendido de que las
palabras tienen una carga implícita que nos involucra en una óptica y bajo una
rigurosidad específica, habría que dar algunos giros en el vértice del lenguaje.
La brecha no es un camino, mientras que el camino parece ya situarnos un
sentido y destino, la brecha nos ubica en lo inicial del abrir, del romper (fr. breka:
roto). El icono del camino está relacionado con los medios, las maneras, formas,
métodos, procedimientos, los cuales suponen un recorrido con itinerario, o un viaje
de aventura. Mientras que la brecha nos implica con el abrir en la espesura, hacer
fisura, iniciar una nueva vía, hender en la frondosidad de las relaciones que
conforman un fenómeno. En pedagogía, se podría llamar “intervenir”, a esa nueva
vía, o a ese abrir la espesura de una conformación ya dada.
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Incluso los más osados, los más
soberbios, los más ingratos, se ocultan
de la verdad. Distraídos, casi inmóviles,
se someten cabizbajos a lo que verán,
a lo que vendrá, a lo que será, que no
es, sino, una próxima verdad a ser
desconocida
Carlos Skliar
Que en pedagogía se promulgue abrir brechas es algo que pocos rechazarían,
como en cualquier otro saber, hay la necesidad de tener una constante
recomprensión y vitalización del campo epistémico, axiológico y práctico. Ahora
bien, al punto habría que hacer una deliberación inicial para poder proponer
alguna línea de acción para con dicha brecha, ¿A qué nos referimos cuando
hablamos de brecha pedagógica? Y es que si partimos del entendido de que las
palabras tienen una carga implícita que nos involucra en una óptica y bajo una
rigurosidad específica, habría que dar algunos giros en el vértice del lenguaje.
La brecha no es un camino, mientras que el camino parece ya situarnos un
sentido y destino, la brecha nos ubica en lo inicial del abrir, del romper (fr. breka:
roto). El icono del camino está relacionado con los medios, las maneras, formas,
métodos, procedimientos, los cuales suponen un recorrido con itinerario, o un viaje
de aventura. Mientras que la brecha nos implica con el abrir en la espesura, hacer
fisura, iniciar una nueva vía, hender en la frondosidad de las relaciones que
conforman un fenómeno. En pedagogía, se podría llamar “intervenir”, a esa nueva
vía, o a ese abrir la espesura de una conformación ya dada.
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El inter-venir implica ya una abertura (inter) ante la cual se adviene (venir) como
una posibilidad de comprensión y acción, este abrir que deja advenir la lectura del
fenómeno –y con esta un intento de praxis– puede darse en muchas situaciones:
ya sea la práctica educativa, ya sea en la discusión teleológica de la pedagogía,
ya sea en las confrontaciones de posturas, ya sea en el ámbito de la formación;
hay un abrir que irrumpe (haciendo fisuras y hendiduras), como necesidad y
posibilidad, en la configuración espacio-temporal del saber pedagógico, dicha
configuración implica un reconocimiento tanto de las situaciones contextuales,
epocales, y de tradición, que se implican en el saber pedagógico y en su área de
acción.
El espacio de la pedagogía es siempre un espacio situado, como lugar, como
tiempo, como necesidad, como problema, como discurso; a su vez, lo temporal del
saber pedagógico implica que éste es ya siempre un saber que tiene precedentes
históricos, la pedagogía tiene una tradición, que la sostiene a determinadas
posibilidades y limitaciones. A la configuración espacio–temporal de la pedagogía
le llamamos campo pedagógico, y con esto pretendemos imaginarnos situados en
un espacio y tiempo. De esta manera, si planteamos que se da el intervenir,
tendremos que pensar que este se da en el campo pedagógico, abriendo su
estructura, a base de rupturas y fisuras, y dejando advenir lecturas y
planteamientos.
De lo anterior se desprende una crítica a los discursos que toman el intervenir
como una pragmática laboral. Intervenir según vemos en esa corriente, se plantea
como el simple acto de hacerse presentes circunstancialmente dentro de una
situación, como si por el hecho de la pura presencia aconteciera la lectura del
fenómeno, su comprensión y la formulación de líneas de acción. Se dice intervenir
como si se dijera “ir a ver que hay”, intervenir en una institución de pronto parece
ser un “asomarte a ver que te encuentras”, intervenir en una comunidad pareciera
significar buscar chismes y trivialidades, intervenir en educación, en ocasiones, se
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El inter-venir implica ya una abertura (inter) ante la cual se adviene (venir) como
una posibilidad de comprensión y acción, este abrir que deja advenir la lectura del
fenómeno –y con esta un intento de praxis– puede darse en muchas situaciones:
ya sea la práctica educativa, ya sea en la discusión teleológica de la pedagogía,
ya sea en las confrontaciones de posturas, ya sea en el ámbito de la formación;
hay un abrir que irrumpe (haciendo fisuras y hendiduras), como necesidad y
posibilidad, en la configuración espacio-temporal del saber pedagógico, dicha
configuración implica un reconocimiento tanto de las situaciones contextuales,
epocales, y de tradición, que se implican en el saber pedagógico y en su área de
acción.
El espacio de la pedagogía es siempre un espacio situado, como lugar, como
tiempo, como necesidad, como problema, como discurso; a su vez, lo temporal del
saber pedagógico implica que éste es ya siempre un saber que tiene precedentes
históricos, la pedagogía tiene una tradición, que la sostiene a determinadas
posibilidades y limitaciones. A la configuración espacio–temporal de la pedagogía
le llamamos campo pedagógico, y con esto pretendemos imaginarnos situados en
un espacio y tiempo. De esta manera, si planteamos que se da el intervenir,
tendremos que pensar que este se da en el campo pedagógico, abriendo su
estructura, a base de rupturas y fisuras, y dejando advenir lecturas y
planteamientos.
De lo anterior se desprende una crítica a los discursos que toman el intervenir
como una pragmática laboral. Intervenir según vemos en esa corriente, se plantea
como el simple acto de hacerse presentes circunstancialmente dentro de una
situación, como si por el hecho de la pura presencia aconteciera la lectura del
fenómeno, su comprensión y la formulación de líneas de acción. Se dice intervenir
como si se dijera “ir a ver que hay”, intervenir en una institución de pronto parece
ser un “asomarte a ver que te encuentras”, intervenir en una comunidad pareciera
significar buscar chismes y trivialidades, intervenir en educación, en ocasiones, se
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El inter-venir implica ya una abertura (inter) ante la cual se adviene (venir) como
una posibilidad de comprensión y acción, este abrir que deja advenir la lectura del
fenómeno –y con esta un intento de praxis– puede darse en muchas situaciones:
ya sea la práctica educativa, ya sea en la discusión teleológica de la pedagogía,
ya sea en las confrontaciones de posturas, ya sea en el ámbito de la formación;
hay un abrir que irrumpe (haciendo fisuras y hendiduras), como necesidad y
posibilidad, en la configuración espacio-temporal del saber pedagógico, dicha
configuración implica un reconocimiento tanto de las situaciones contextuales,
epocales, y de tradición, que se implican en el saber pedagógico y en su área de
acción.
El espacio de la pedagogía es siempre un espacio situado, como lugar, como
tiempo, como necesidad, como problema, como discurso; a su vez, lo temporal del
saber pedagógico implica que éste es ya siempre un saber que tiene precedentes
históricos, la pedagogía tiene una tradición, que la sostiene a determinadas
posibilidades y limitaciones. A la configuración espacio–temporal de la pedagogía
le llamamos campo pedagógico, y con esto pretendemos imaginarnos situados en
un espacio y tiempo. De esta manera, si planteamos que se da el intervenir,
tendremos que pensar que este se da en el campo pedagógico, abriendo su
estructura, a base de rupturas y fisuras, y dejando advenir lecturas y
planteamientos.
De lo anterior se desprende una crítica a los discursos que toman el intervenir
como una pragmática laboral. Intervenir según vemos en esa corriente, se plantea
como el simple acto de hacerse presentes circunstancialmente dentro de una
situación, como si por el hecho de la pura presencia aconteciera la lectura del
fenómeno, su comprensión y la formulación de líneas de acción. Se dice intervenir
como si se dijera “ir a ver que hay”, intervenir en una institución de pronto parece
ser un “asomarte a ver que te encuentras”, intervenir en una comunidad pareciera
significar buscar chismes y trivialidades, intervenir en educación, en ocasiones, se
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reduce a obtener resultados que aparenten rendimiento y aprendizaje. Sin
rigurosidad, sin ánimos de ruptura ante la espesura de lo aparente, sin la
hendidura que abra la lectura del fenómeno, el intervenir se reduce a un estado de
pura opinión.
Por mi parte, quisiera plantear que la brecha pedagógica se comprende como un
intervenir, al ser este una línea siempre nueva y rigurosa, que abre lectura dentro
de lo aparentemente cerrado. Ahora bien, la rigurosidad del abrir se sitúa en el
sentido mismo del abrir. El abrir implica un desdoblar lo ensimismado, una tarea
de eyección, la cual desenreda una espesura hecha mediante relaciones
históricas, políticas, económicas, de saber, de poder. etc. Ya lo dirá Carlos Marx
en su introducción al método de la economía: lo que hay de concreto en el mundo,
es una síntesis de relaciones:
Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples
determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en
el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no
como punto de partida, aunque sea el efectivo punto de partida,
y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición
y de la representación (MARX, 1989, pág. 51)
De la cita derivamos que lo que acontece como punto de partida es la síntesis de
un conjunto de relaciones que dan cuerpo a un fenómeno, cuestión, o problema
pedagógico y ante las cuales el hacer brecha supone desmantelar un conjunto
aparentemente cerrado. Dicho desmantelamiento se da como una rigurosidad de
saber, como una lectura que teoriza al analizar y reflexionar sobre el fenómeno,
como un «trabajo de elaboración que transforma intuiciones y representaciones en
conceptos» (MARX, 1989, pág. 52). El abrir, nos permite pasar de un todo caótico,
basado en la opinión, a un espacio analítico de elaboración conceptual; lo que da
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reduce a obtener resultados que aparenten rendimiento y aprendizaje. Sin
rigurosidad, sin ánimos de ruptura ante la espesura de lo aparente, sin la
hendidura que abra la lectura del fenómeno, el intervenir se reduce a un estado de
pura opinión.
Por mi parte, quisiera plantear que la brecha pedagógica se comprende como un
intervenir, al ser este una línea siempre nueva y rigurosa, que abre lectura dentro
de lo aparentemente cerrado. Ahora bien, la rigurosidad del abrir se sitúa en el
sentido mismo del abrir. El abrir implica un desdoblar lo ensimismado, una tarea
de eyección, la cual desenreda una espesura hecha mediante relaciones
históricas, políticas, económicas, de saber, de poder. etc. Ya lo dirá Carlos Marx
en su introducción al método de la economía: lo que hay de concreto en el mundo,
es una síntesis de relaciones:
Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples
determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en
el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no
como punto de partida, aunque sea el efectivo punto de partida,
y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición
y de la representación (MARX, 1989, pág. 51)
De la cita derivamos que lo que acontece como punto de partida es la síntesis de
un conjunto de relaciones que dan cuerpo a un fenómeno, cuestión, o problema
pedagógico y ante las cuales el hacer brecha supone desmantelar un conjunto
aparentemente cerrado. Dicho desmantelamiento se da como una rigurosidad de
saber, como una lectura que teoriza al analizar y reflexionar sobre el fenómeno,
como un «trabajo de elaboración que transforma intuiciones y representaciones en
conceptos» (MARX, 1989, pág. 52). El abrir, nos permite pasar de un todo caótico,
basado en la opinión, a un espacio analítico de elaboración conceptual; lo que da
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reduce a obtener resultados que aparenten rendimiento y aprendizaje. Sin
rigurosidad, sin ánimos de ruptura ante la espesura de lo aparente, sin la
hendidura que abra la lectura del fenómeno, el intervenir se reduce a un estado de
pura opinión.
Por mi parte, quisiera plantear que la brecha pedagógica se comprende como un
intervenir, al ser este una línea siempre nueva y rigurosa, que abre lectura dentro
de lo aparentemente cerrado. Ahora bien, la rigurosidad del abrir se sitúa en el
sentido mismo del abrir. El abrir implica un desdoblar lo ensimismado, una tarea
de eyección, la cual desenreda una espesura hecha mediante relaciones
históricas, políticas, económicas, de saber, de poder. etc. Ya lo dirá Carlos Marx
en su introducción al método de la economía: lo que hay de concreto en el mundo,
es una síntesis de relaciones:
Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples
determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en
el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no
como punto de partida, aunque sea el efectivo punto de partida,
y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición
y de la representación (MARX, 1989, pág. 51)
De la cita derivamos que lo que acontece como punto de partida es la síntesis de
un conjunto de relaciones que dan cuerpo a un fenómeno, cuestión, o problema
pedagógico y ante las cuales el hacer brecha supone desmantelar un conjunto
aparentemente cerrado. Dicho desmantelamiento se da como una rigurosidad de
saber, como una lectura que teoriza al analizar y reflexionar sobre el fenómeno,
como un «trabajo de elaboración que transforma intuiciones y representaciones en
conceptos» (MARX, 1989, pág. 52). El abrir, nos permite pasar de un todo caótico,
basado en la opinión, a un espacio analítico de elaboración conceptual; lo que da
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pauta a una mirada que puede dar cuenta de «una rica totalidad con múltiples
determinaciones y relaciones» (MARX, 1989, pág. 50).
Ejemplos de cómo sería este abrir hay muchos, en este caso daré dos con la
intención de contrastarlos y plantear porque considero que la tarea es ensuciarse.
El primer ejemplo viene de la famosa alegoría de la caverna que Platón pone en
boca de Sócrates. En dicha alegoría, se plantea la escena de un antro que tiene
prisioneros a hombres que no conocen más que sombras y simulaciones. Tales
hombres, encadenados a sus mermados sentidos, creen que lo que ven es
verdad, por lo que tienen un saber de las cosas pobre, superficial, y ficticio.
En un momento ocurre el supuesto de que alguien se logra desatar de sus
cadenas, y se abre camino a la superficie, arrastrado por una fuerza que lo mueve
en medio del sufrimiento, la irritación y la fulguración ocular, las cuales parecen
ser exigencias para el acceso al mundo de las imágenes verdaderas. Dicha
alegoría tiene como objeto según confiesa Sócrates, el contrastar, el conocimiento
de la verdad –inteligible y luminosa–, frente a la simulación y apariencia que nos
ata a lo sensible –ficticia y en sombras–.
… debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se
manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión y la luz
del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por
otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba
con el camino del alma hacia el ámbito inteligible (República,
517 b)
De este ejemplo, vemos que la brecha se logra en cuanto se puede abrir un
camino de ascenso, de lo evidente que nos sujeta como simulación de verdad –
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pauta a una mirada que puede dar cuenta de «una rica totalidad con múltiples
determinaciones y relaciones» (MARX, 1989, pág. 50).
Ejemplos de cómo sería este abrir hay muchos, en este caso daré dos con la
intención de contrastarlos y plantear porque considero que la tarea es ensuciarse.
El primer ejemplo viene de la famosa alegoría de la caverna que Platón pone en
boca de Sócrates. En dicha alegoría, se plantea la escena de un antro que tiene
prisioneros a hombres que no conocen más que sombras y simulaciones. Tales
hombres, encadenados a sus mermados sentidos, creen que lo que ven es
verdad, por lo que tienen un saber de las cosas pobre, superficial, y ficticio.
En un momento ocurre el supuesto de que alguien se logra desatar de sus
cadenas, y se abre camino a la superficie, arrastrado por una fuerza que lo mueve
en medio del sufrimiento, la irritación y la fulguración ocular, las cuales parecen
ser exigencias para el acceso al mundo de las imágenes verdaderas. Dicha
alegoría tiene como objeto según confiesa Sócrates, el contrastar, el conocimiento
de la verdad –inteligible y luminosa–, frente a la simulación y apariencia que nos
ata a lo sensible –ficticia y en sombras–.
… debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se
manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión y la luz
del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por
otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba
con el camino del alma hacia el ámbito inteligible (República,
517 b)
De este ejemplo, vemos que la brecha se logra en cuanto se puede abrir un
camino de ascenso, de lo evidente que nos sujeta como simulación de verdad –
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pauta a una mirada que puede dar cuenta de «una rica totalidad con múltiples
determinaciones y relaciones» (MARX, 1989, pág. 50).
Ejemplos de cómo sería este abrir hay muchos, en este caso daré dos con la
intención de contrastarlos y plantear porque considero que la tarea es ensuciarse.
El primer ejemplo viene de la famosa alegoría de la caverna que Platón pone en
boca de Sócrates. En dicha alegoría, se plantea la escena de un antro que tiene
prisioneros a hombres que no conocen más que sombras y simulaciones. Tales
hombres, encadenados a sus mermados sentidos, creen que lo que ven es
verdad, por lo que tienen un saber de las cosas pobre, superficial, y ficticio.
En un momento ocurre el supuesto de que alguien se logra desatar de sus
cadenas, y se abre camino a la superficie, arrastrado por una fuerza que lo mueve
en medio del sufrimiento, la irritación y la fulguración ocular, las cuales parecen
ser exigencias para el acceso al mundo de las imágenes verdaderas. Dicha
alegoría tiene como objeto según confiesa Sócrates, el contrastar, el conocimiento
de la verdad –inteligible y luminosa–, frente a la simulación y apariencia que nos
ata a lo sensible –ficticia y en sombras–.
… debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se
manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión y la luz
del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por
otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba
con el camino del alma hacia el ámbito inteligible (República,
517 b)
De este ejemplo, vemos que la brecha se logra en cuanto se puede abrir un
camino de ascenso, de lo evidente que nos sujeta como simulación de verdad –
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mundo de sombras y oscuridad–, a lo inteligible de la verdad misma –mundo
iluminado por el sol, inteligibilidad absoluta y alegoría del bien. Pedagogía es,
desde este entendido, un espacio de iluminación que se imbrica en la tarea de
salir del mundo de las sombras y la apariencia, y educación, sería, según
Sócrates, una forma de mover las disposiciones del alma hacia el camino
escarpado que nos lleva a la luz:
Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este
órgano del alma del modo más fácil y eficaz en que puede ser
vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la
posee, sino, en caso de que se lo haya girado incorrectamente
y no mire adonde debe, posibilitando la corrección (República,
518 d)
Como segundo ejemplo, tenemos a Pablo Natorp, el cual se plantea la necesidad
de la sistematicidad y unidad de método, como posibilidad de construcción del
saber. Posibilidad que permita no circunscribir el saber (en el caso de Natorp la
filosofía) a un recurso meramente anecdótico –algo similar a lo que planteaba yo
líneas atrás cuando hacia una alusión a la reducción del intervenir pedagógico a
pragmática laboral, o fisgoneo de campo. Asimismo, Natorp plantea lo que
considera es el ámbito donde se da dicha construcción, a saber: la experiencia, al
respecto dice Natorp:
La filosofía no puede respirar en el “espacio vacío” del
pensamiento abstracto en el que el solo entendimiento quisiera
volar en alas de las ideas (…) busca el fructífero bathos (“tierra
profunda”) de la experiencia, en el sentido más amplio de la
palabra; esto es, se esfuerza por arraigar firmemente en el
conjunto del trabajo creador de la cultura, en el “deletreo
teórico científico del fenómeno”, en la configuración práctica de
la norma social” (NATORP, 1956, pág. 21)
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mundo de sombras y oscuridad–, a lo inteligible de la verdad misma –mundo
iluminado por el sol, inteligibilidad absoluta y alegoría del bien. Pedagogía es,
desde este entendido, un espacio de iluminación que se imbrica en la tarea de
salir del mundo de las sombras y la apariencia, y educación, sería, según
Sócrates, una forma de mover las disposiciones del alma hacia el camino
escarpado que nos lleva a la luz:
Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este
órgano del alma del modo más fácil y eficaz en que puede ser
vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la
posee, sino, en caso de que se lo haya girado incorrectamente
y no mire adonde debe, posibilitando la corrección (República,
518 d)
Como segundo ejemplo, tenemos a Pablo Natorp, el cual se plantea la necesidad
de la sistematicidad y unidad de método, como posibilidad de construcción del
saber. Posibilidad que permita no circunscribir el saber (en el caso de Natorp la
filosofía) a un recurso meramente anecdótico –algo similar a lo que planteaba yo
líneas atrás cuando hacia una alusión a la reducción del intervenir pedagógico a
pragmática laboral, o fisgoneo de campo. Asimismo, Natorp plantea lo que
considera es el ámbito donde se da dicha construcción, a saber: la experiencia, al
respecto dice Natorp:
La filosofía no puede respirar en el “espacio vacío” del
pensamiento abstracto en el que el solo entendimiento quisiera
volar en alas de las ideas (…) busca el fructífero bathos (“tierra
profunda”) de la experiencia, en el sentido más amplio de la
palabra; esto es, se esfuerza por arraigar firmemente en el
conjunto del trabajo creador de la cultura, en el “deletreo
teórico científico del fenómeno”, en la configuración práctica de
la norma social” (NATORP, 1956, pág. 21)
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mundo de sombras y oscuridad–, a lo inteligible de la verdad misma –mundo
iluminado por el sol, inteligibilidad absoluta y alegoría del bien. Pedagogía es,
desde este entendido, un espacio de iluminación que se imbrica en la tarea de
salir del mundo de las sombras y la apariencia, y educación, sería, según
Sócrates, una forma de mover las disposiciones del alma hacia el camino
escarpado que nos lleva a la luz:
Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este
órgano del alma del modo más fácil y eficaz en que puede ser
vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la
posee, sino, en caso de que se lo haya girado incorrectamente
y no mire adonde debe, posibilitando la corrección (República,
518 d)
Como segundo ejemplo, tenemos a Pablo Natorp, el cual se plantea la necesidad
de la sistematicidad y unidad de método, como posibilidad de construcción del
saber. Posibilidad que permita no circunscribir el saber (en el caso de Natorp la
filosofía) a un recurso meramente anecdótico –algo similar a lo que planteaba yo
líneas atrás cuando hacia una alusión a la reducción del intervenir pedagógico a
pragmática laboral, o fisgoneo de campo. Asimismo, Natorp plantea lo que
considera es el ámbito donde se da dicha construcción, a saber: la experiencia, al
respecto dice Natorp:
La filosofía no puede respirar en el “espacio vacío” del
pensamiento abstracto en el que el solo entendimiento quisiera
volar en alas de las ideas (…) busca el fructífero bathos (“tierra
profunda”) de la experiencia, en el sentido más amplio de la
palabra; esto es, se esfuerza por arraigar firmemente en el
conjunto del trabajo creador de la cultura, en el “deletreo
teórico científico del fenómeno”, en la configuración práctica de
la norma social” (NATORP, 1956, pág. 21)
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Desde este entendido podremos decir que teorizar y saber no son entidades
“extramundanas”, no se desenvuelven en un lugar ajeno a aquel que nos sitúa
espacio-temporalmente, no son lugares prefijados con certezas que aplicar, no
son manuales que nos dicen que hacer y cómo. La brecha no pretende hender un
espacio en lo abierto del cielo, porque lo suyo es terrenal.
La tarea, como exigencia, como elaboración que profundiza y devela lo
ensimismado, consiste en penetrar en la “tierra profunda” de la experiencia, y ésta,
alude al acontecimiento vital de situarse en el universo cultural y las dimensiones
de sentido que nos propone. Ser sujetos de experiencia, es ser sujetos de la
narrativa del vivir, la cual por cierto, es necesaria de una hermenéutica, de un
deletreo “teórico científico del fenómeno”.
El lugar, objeto, y necesidad, al hacer brecha pedagógica sería, desde este
entendido, la elaboración del saber a partir de la lectura del conjunto del trabajo
creador de la cultura –figura de lo diverso diría Marx desde la idea del concreto– y
ésta es indudablemente una tarea de abstracción, ya que implica una elaboración
que va de lo simple a lo complejo, de la intuición a la teorización.
La brecha pedagógica, así como su saber y teorización son abstracciones, porque
los sentidos que pretenden comprender son abstracciones. Pero abstraer no es
pretender tener altos vuelos, sino arar profundos surcos, ya que, todo cultivo
(cultus: cultura) necesita de un buen trabajo en la tierra. Lo humano, y su
vinculación con la dimensión de sentido que lo rodea, es una abstracción. No
existe un entorno pedagógico extraño al acto de abstraer y simbolizar: una
enseñanza, una relación, un aprendizaje, una abertura, una pregunta, un diálogo;
son todas formas de abstracción sostenidas por símbolos, por intercambios, por
narraciones: por experiencias.
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Desde este entendido podremos decir que teorizar y saber no son entidades
“extramundanas”, no se desenvuelven en un lugar ajeno a aquel que nos sitúa
espacio-temporalmente, no son lugares prefijados con certezas que aplicar, no
son manuales que nos dicen que hacer y cómo. La brecha no pretende hender un
espacio en lo abierto del cielo, porque lo suyo es terrenal.
La tarea, como exigencia, como elaboración que profundiza y devela lo
ensimismado, consiste en penetrar en la “tierra profunda” de la experiencia, y ésta,
alude al acontecimiento vital de situarse en el universo cultural y las dimensiones
de sentido que nos propone. Ser sujetos de experiencia, es ser sujetos de la
narrativa del vivir, la cual por cierto, es necesaria de una hermenéutica, de un
deletreo “teórico científico del fenómeno”.
El lugar, objeto, y necesidad, al hacer brecha pedagógica sería, desde este
entendido, la elaboración del saber a partir de la lectura del conjunto del trabajo
creador de la cultura –figura de lo diverso diría Marx desde la idea del concreto– y
ésta es indudablemente una tarea de abstracción, ya que implica una elaboración
que va de lo simple a lo complejo, de la intuición a la teorización.
La brecha pedagógica, así como su saber y teorización son abstracciones, porque
los sentidos que pretenden comprender son abstracciones. Pero abstraer no es
pretender tener altos vuelos, sino arar profundos surcos, ya que, todo cultivo
(cultus: cultura) necesita de un buen trabajo en la tierra. Lo humano, y su
vinculación con la dimensión de sentido que lo rodea, es una abstracción. No
existe un entorno pedagógico extraño al acto de abstraer y simbolizar: una
enseñanza, una relación, un aprendizaje, una abertura, una pregunta, un diálogo;
son todas formas de abstracción sostenidas por símbolos, por intercambios, por
narraciones: por experiencias.
Revista de Investigación Educativa Conect@2Enero – Abril 2012Año II, Edición V
62
Desde este entendido podremos decir que teorizar y saber no son entidades
“extramundanas”, no se desenvuelven en un lugar ajeno a aquel que nos sitúa
espacio-temporalmente, no son lugares prefijados con certezas que aplicar, no
son manuales que nos dicen que hacer y cómo. La brecha no pretende hender un
espacio en lo abierto del cielo, porque lo suyo es terrenal.
La tarea, como exigencia, como elaboración que profundiza y devela lo
ensimismado, consiste en penetrar en la “tierra profunda” de la experiencia, y ésta,
alude al acontecimiento vital de situarse en el universo cultural y las dimensiones
de sentido que nos propone. Ser sujetos de experiencia, es ser sujetos de la
narrativa del vivir, la cual por cierto, es necesaria de una hermenéutica, de un
deletreo “teórico científico del fenómeno”.
El lugar, objeto, y necesidad, al hacer brecha pedagógica sería, desde este
entendido, la elaboración del saber a partir de la lectura del conjunto del trabajo
creador de la cultura –figura de lo diverso diría Marx desde la idea del concreto– y
ésta es indudablemente una tarea de abstracción, ya que implica una elaboración
que va de lo simple a lo complejo, de la intuición a la teorización.
La brecha pedagógica, así como su saber y teorización son abstracciones, porque
los sentidos que pretenden comprender son abstracciones. Pero abstraer no es
pretender tener altos vuelos, sino arar profundos surcos, ya que, todo cultivo
(cultus: cultura) necesita de un buen trabajo en la tierra. Lo humano, y su
vinculación con la dimensión de sentido que lo rodea, es una abstracción. No
existe un entorno pedagógico extraño al acto de abstraer y simbolizar: una
enseñanza, una relación, un aprendizaje, una abertura, una pregunta, un diálogo;
son todas formas de abstracción sostenidas por símbolos, por intercambios, por
narraciones: por experiencias.
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La experiencia es un enraizar en la existencia individual, que mezcla lo vivido con
la posibilidad de su deletreo. La experiencia nos permite pensar en la apertura de
una entidad abstracta pero en situación vital, dicha situación vital, es por el mismo
acontecer de su situación, una síntesis de múltiples relaciones y determinaciones.
De esto que la experiencia docente, por ejemplo, implica ya un nódulo que no se
sustenta en la evidencia de lo aparente, sino que implica un cúmulo de
contradicciones, coacciones, implicaciones, determinantes, relaciones,
posibilidades e imposibilidades.
Asimismo, la experiencia nos da el sitio de síntesis entre teoría y práctica, entre
conocimiento y sensibilidad, entre ideales y contexto, dicho sitio es la persona
individual que vive de manera teórico/práctica, racional/sensible e ideal/contextual,
cada situación pedagógica que le intercede. Ser pedagogo, desde esta lectura
implica una ocupación permanente, una inter-sección vital, de múltiples vías que
nos atraviesan y nos hacen ser. Al respecto dirá Jorge Larrosa:
… es un saber que no puede separarse del individuo concreto
en quien encarna. El saber de la experiencia no está como el
conocimiento científico, fuera de nosotros, sino que sólo tiene
sentido en el modo como configura una personalidad, un
carácter, una sensibilidad, en definitiva, una forma humana
singular que es a la vez una ética (un modo de conducirse) y
una estética (un estilo). (LARROSA, 2007, pp. 34-35)
De esta forma, es como vemos una fina red implicada en la referencia hacia con
Pablo Natorp. Dicha red nos permite proponer una lectura que asienta la arista de
la experiencia como el lugar a ser des-cubierto, como el sitio fenoménicamente
enredoso, que por su densidad y espesura, tiene que ser abierto mediante fisuras
y hendiduras teóricas, para retrotraer un saber vital, epistémico, sistemático, ético,
estético. La brecha pedagógica abre lectura en la espesura de la experiencia.
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La experiencia es un enraizar en la existencia individual, que mezcla lo vivido con
la posibilidad de su deletreo. La experiencia nos permite pensar en la apertura de
una entidad abstracta pero en situación vital, dicha situación vital, es por el mismo
acontecer de su situación, una síntesis de múltiples relaciones y determinaciones.
De esto que la experiencia docente, por ejemplo, implica ya un nódulo que no se
sustenta en la evidencia de lo aparente, sino que implica un cúmulo de
contradicciones, coacciones, implicaciones, determinantes, relaciones,
posibilidades e imposibilidades.
Asimismo, la experiencia nos da el sitio de síntesis entre teoría y práctica, entre
conocimiento y sensibilidad, entre ideales y contexto, dicho sitio es la persona
individual que vive de manera teórico/práctica, racional/sensible e ideal/contextual,
cada situación pedagógica que le intercede. Ser pedagogo, desde esta lectura
implica una ocupación permanente, una inter-sección vital, de múltiples vías que
nos atraviesan y nos hacen ser. Al respecto dirá Jorge Larrosa:
… es un saber que no puede separarse del individuo concreto
en quien encarna. El saber de la experiencia no está como el
conocimiento científico, fuera de nosotros, sino que sólo tiene
sentido en el modo como configura una personalidad, un
carácter, una sensibilidad, en definitiva, una forma humana
singular que es a la vez una ética (un modo de conducirse) y
una estética (un estilo). (LARROSA, 2007, pp. 34-35)
De esta forma, es como vemos una fina red implicada en la referencia hacia con
Pablo Natorp. Dicha red nos permite proponer una lectura que asienta la arista de
la experiencia como el lugar a ser des-cubierto, como el sitio fenoménicamente
enredoso, que por su densidad y espesura, tiene que ser abierto mediante fisuras
y hendiduras teóricas, para retrotraer un saber vital, epistémico, sistemático, ético,
estético. La brecha pedagógica abre lectura en la espesura de la experiencia.
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La experiencia es un enraizar en la existencia individual, que mezcla lo vivido con
la posibilidad de su deletreo. La experiencia nos permite pensar en la apertura de
una entidad abstracta pero en situación vital, dicha situación vital, es por el mismo
acontecer de su situación, una síntesis de múltiples relaciones y determinaciones.
De esto que la experiencia docente, por ejemplo, implica ya un nódulo que no se
sustenta en la evidencia de lo aparente, sino que implica un cúmulo de
contradicciones, coacciones, implicaciones, determinantes, relaciones,
posibilidades e imposibilidades.
Asimismo, la experiencia nos da el sitio de síntesis entre teoría y práctica, entre
conocimiento y sensibilidad, entre ideales y contexto, dicho sitio es la persona
individual que vive de manera teórico/práctica, racional/sensible e ideal/contextual,
cada situación pedagógica que le intercede. Ser pedagogo, desde esta lectura
implica una ocupación permanente, una inter-sección vital, de múltiples vías que
nos atraviesan y nos hacen ser. Al respecto dirá Jorge Larrosa:
… es un saber que no puede separarse del individuo concreto
en quien encarna. El saber de la experiencia no está como el
conocimiento científico, fuera de nosotros, sino que sólo tiene
sentido en el modo como configura una personalidad, un
carácter, una sensibilidad, en definitiva, una forma humana
singular que es a la vez una ética (un modo de conducirse) y
una estética (un estilo). (LARROSA, 2007, pp. 34-35)
De esta forma, es como vemos una fina red implicada en la referencia hacia con
Pablo Natorp. Dicha red nos permite proponer una lectura que asienta la arista de
la experiencia como el lugar a ser des-cubierto, como el sitio fenoménicamente
enredoso, que por su densidad y espesura, tiene que ser abierto mediante fisuras
y hendiduras teóricas, para retrotraer un saber vital, epistémico, sistemático, ético,
estético. La brecha pedagógica abre lectura en la espesura de la experiencia.
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Ahora bien, como se habrá notado hay una filiación mayor de mi parte para con el
ejemplo tomado de Natorp, que con el devenido de Platón. Me quedo con Natorp
porque de él podemos comprender que la tarea es ensuciarse, y es que, si en algo
hay que hacer brecha, es en la experiencia misma del ser pedagogo. A su vez, me
alejo de la postura platónica ya que de ella se deriva muchas veces, o se puede
llegar a derivar, una interpretación que basa todo el sentido de verdad en un otro
lado que está desvinculado del que hemos vivido, lo que se llega a traducir en la
idea de que lo vivido es una simulación de verdad.
En efecto, la alegoría de la caverna presenta un planteamiento, que si bien nos
implica en una lectura que deja ver la necesidad de una rigurosidad
epistemológica para con el conocimiento de las cosas (exigiendo que a las cosas
no se les vea por su apariencia de sombra, ficticia, sino por su verdad), también
nos deja ver la lectura de un lugar de verdad ajeno al que hemos vivido, o que
hemos tenido como experiencia misma. La verdad, el conocimiento de las cosas
mismas, no se podrá dar en el análisis de aquellas proyecciones ficticias, sino en
el alejamiento de ellas. ¿Pero que implica alejarnos de las cosas mismas, buscar
su conocimiento en otro lugar, bajo otra luz? ¿No tendrá que ver con una
pretensión que no puede ser humana? y sobre todo en pedagogía; al alejarnos de
las cosas mismas, aquellas en las que nos desenvolvemos cotidianamente,
aquellas vistas como algo “facilito” (v. gr. ser maestro=cuidar niños, según la
opinión común) ¿En dónde estará el saber pedagógico?
La interpretación más simple del planteamiento platónico, nos sugiere que
existirán un conjunto de sentidos apriorísticos, trascedentes, inmóviles, que
supeditan toda la elaboración formal, a registros inmanentes en espera de un
descubrimiento. En pedagogía, dicho conjunto adquirirá el cuerpo del manual
docente, del programa escolar, de la guía, etc. Instrumentos que son tomados sin
pretensión de elaborar, comprender, o refinar experiencias, sino de funcionar
operativamente frente a una meta, tarea u obligación.
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Ahora bien, como se habrá notado hay una filiación mayor de mi parte para con el
ejemplo tomado de Natorp, que con el devenido de Platón. Me quedo con Natorp
porque de él podemos comprender que la tarea es ensuciarse, y es que, si en algo
hay que hacer brecha, es en la experiencia misma del ser pedagogo. A su vez, me
alejo de la postura platónica ya que de ella se deriva muchas veces, o se puede
llegar a derivar, una interpretación que basa todo el sentido de verdad en un otro
lado que está desvinculado del que hemos vivido, lo que se llega a traducir en la
idea de que lo vivido es una simulación de verdad.
En efecto, la alegoría de la caverna presenta un planteamiento, que si bien nos
implica en una lectura que deja ver la necesidad de una rigurosidad
epistemológica para con el conocimiento de las cosas (exigiendo que a las cosas
no se les vea por su apariencia de sombra, ficticia, sino por su verdad), también
nos deja ver la lectura de un lugar de verdad ajeno al que hemos vivido, o que
hemos tenido como experiencia misma. La verdad, el conocimiento de las cosas
mismas, no se podrá dar en el análisis de aquellas proyecciones ficticias, sino en
el alejamiento de ellas. ¿Pero que implica alejarnos de las cosas mismas, buscar
su conocimiento en otro lugar, bajo otra luz? ¿No tendrá que ver con una
pretensión que no puede ser humana? y sobre todo en pedagogía; al alejarnos de
las cosas mismas, aquellas en las que nos desenvolvemos cotidianamente,
aquellas vistas como algo “facilito” (v. gr. ser maestro=cuidar niños, según la
opinión común) ¿En dónde estará el saber pedagógico?
La interpretación más simple del planteamiento platónico, nos sugiere que
existirán un conjunto de sentidos apriorísticos, trascedentes, inmóviles, que
supeditan toda la elaboración formal, a registros inmanentes en espera de un
descubrimiento. En pedagogía, dicho conjunto adquirirá el cuerpo del manual
docente, del programa escolar, de la guía, etc. Instrumentos que son tomados sin
pretensión de elaborar, comprender, o refinar experiencias, sino de funcionar
operativamente frente a una meta, tarea u obligación.
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Ahora bien, como se habrá notado hay una filiación mayor de mi parte para con el
ejemplo tomado de Natorp, que con el devenido de Platón. Me quedo con Natorp
porque de él podemos comprender que la tarea es ensuciarse, y es que, si en algo
hay que hacer brecha, es en la experiencia misma del ser pedagogo. A su vez, me
alejo de la postura platónica ya que de ella se deriva muchas veces, o se puede
llegar a derivar, una interpretación que basa todo el sentido de verdad en un otro
lado que está desvinculado del que hemos vivido, lo que se llega a traducir en la
idea de que lo vivido es una simulación de verdad.
En efecto, la alegoría de la caverna presenta un planteamiento, que si bien nos
implica en una lectura que deja ver la necesidad de una rigurosidad
epistemológica para con el conocimiento de las cosas (exigiendo que a las cosas
no se les vea por su apariencia de sombra, ficticia, sino por su verdad), también
nos deja ver la lectura de un lugar de verdad ajeno al que hemos vivido, o que
hemos tenido como experiencia misma. La verdad, el conocimiento de las cosas
mismas, no se podrá dar en el análisis de aquellas proyecciones ficticias, sino en
el alejamiento de ellas. ¿Pero que implica alejarnos de las cosas mismas, buscar
su conocimiento en otro lugar, bajo otra luz? ¿No tendrá que ver con una
pretensión que no puede ser humana? y sobre todo en pedagogía; al alejarnos de
las cosas mismas, aquellas en las que nos desenvolvemos cotidianamente,
aquellas vistas como algo “facilito” (v. gr. ser maestro=cuidar niños, según la
opinión común) ¿En dónde estará el saber pedagógico?
La interpretación más simple del planteamiento platónico, nos sugiere que
existirán un conjunto de sentidos apriorísticos, trascedentes, inmóviles, que
supeditan toda la elaboración formal, a registros inmanentes en espera de un
descubrimiento. En pedagogía, dicho conjunto adquirirá el cuerpo del manual
docente, del programa escolar, de la guía, etc. Instrumentos que son tomados sin
pretensión de elaborar, comprender, o refinar experiencias, sino de funcionar
operativamente frente a una meta, tarea u obligación.
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Asimismo, la educación se reduce –desde dicha interpretación de Platón– a la
iluminación de aquel alumno necesitado del maestro. Educar, no significará, como
en Rousseau, incentivar al descubrimiento individual, o como en la tradición de la
escuela nueva, a experimentar la vida misma. Ni juegos, ni problemas, ni solturas
a la soga, serán propuestos, porque lo que el otro necesita es la luz de la verdad.
Aquella fuerza que arrastraba al hombre que sale de la caverna, será el pedagogo
quien, aun en contra de la voluntad ajena y con un poderío que emerge
institucionalmente, señalará el camino a la verdad; y –ya no en Platón pero si en lo
cotidiano–, aquello que llamemos verdad, vendrá del que se siente dueño y señor
del educar: el pedagogo, el cual por cierto, no estará muy enterado del porque tal
o cual cosa es considerada verdad.
Frente a la línea esbozada, la referencia a Natorp nos perfila una posibilidad
distinta. De cara a la pregunta por el saber pedagógico, diremos que este se
construye en la experiencia misma de ser pedagogo. Pero eso ya implica un
universo complejo ante el cual hay una tarea amplia, ardua, que se imbrica en el
hacer brecha, y también camino, y hasta aventura, pero que en todos los casos
implica ya una aproximación a la construcción de saber. La aludida construcción,
de ninguna manera radica en un lugar lejano a la práctica pedagógica, sino que se
incrusta en la historicidad misma de dicha práctica, y con esto se incrusta en
ciertas preguntas, ciertos problemas, ciertas respuestas, es decir, se incrusta en
un espacio de teorización.
Decir con Natorp que la rigurosidad radica en desmantelar el fenómeno, así como
la configuración práctica de la norma, conlleva a decir que no hay saber fuera del
lugar de la acción, que no es posible encerrarnos a investigar sin participar
vitalmente de la situación, que la pedagogía como investigación, como teoría,
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Asimismo, la educación se reduce –desde dicha interpretación de Platón– a la
iluminación de aquel alumno necesitado del maestro. Educar, no significará, como
en Rousseau, incentivar al descubrimiento individual, o como en la tradición de la
escuela nueva, a experimentar la vida misma. Ni juegos, ni problemas, ni solturas
a la soga, serán propuestos, porque lo que el otro necesita es la luz de la verdad.
Aquella fuerza que arrastraba al hombre que sale de la caverna, será el pedagogo
quien, aun en contra de la voluntad ajena y con un poderío que emerge
institucionalmente, señalará el camino a la verdad; y –ya no en Platón pero si en lo
cotidiano–, aquello que llamemos verdad, vendrá del que se siente dueño y señor
del educar: el pedagogo, el cual por cierto, no estará muy enterado del porque tal
o cual cosa es considerada verdad.
Frente a la línea esbozada, la referencia a Natorp nos perfila una posibilidad
distinta. De cara a la pregunta por el saber pedagógico, diremos que este se
construye en la experiencia misma de ser pedagogo. Pero eso ya implica un
universo complejo ante el cual hay una tarea amplia, ardua, que se imbrica en el
hacer brecha, y también camino, y hasta aventura, pero que en todos los casos
implica ya una aproximación a la construcción de saber. La aludida construcción,
de ninguna manera radica en un lugar lejano a la práctica pedagógica, sino que se
incrusta en la historicidad misma de dicha práctica, y con esto se incrusta en
ciertas preguntas, ciertos problemas, ciertas respuestas, es decir, se incrusta en
un espacio de teorización.
Decir con Natorp que la rigurosidad radica en desmantelar el fenómeno, así como
la configuración práctica de la norma, conlleva a decir que no hay saber fuera del
lugar de la acción, que no es posible encerrarnos a investigar sin participar
vitalmente de la situación, que la pedagogía como investigación, como teoría,
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Asimismo, la educación se reduce –desde dicha interpretación de Platón– a la
iluminación de aquel alumno necesitado del maestro. Educar, no significará, como
en Rousseau, incentivar al descubrimiento individual, o como en la tradición de la
escuela nueva, a experimentar la vida misma. Ni juegos, ni problemas, ni solturas
a la soga, serán propuestos, porque lo que el otro necesita es la luz de la verdad.
Aquella fuerza que arrastraba al hombre que sale de la caverna, será el pedagogo
quien, aun en contra de la voluntad ajena y con un poderío que emerge
institucionalmente, señalará el camino a la verdad; y –ya no en Platón pero si en lo
cotidiano–, aquello que llamemos verdad, vendrá del que se siente dueño y señor
del educar: el pedagogo, el cual por cierto, no estará muy enterado del porque tal
o cual cosa es considerada verdad.
Frente a la línea esbozada, la referencia a Natorp nos perfila una posibilidad
distinta. De cara a la pregunta por el saber pedagógico, diremos que este se
construye en la experiencia misma de ser pedagogo. Pero eso ya implica un
universo complejo ante el cual hay una tarea amplia, ardua, que se imbrica en el
hacer brecha, y también camino, y hasta aventura, pero que en todos los casos
implica ya una aproximación a la construcción de saber. La aludida construcción,
de ninguna manera radica en un lugar lejano a la práctica pedagógica, sino que se
incrusta en la historicidad misma de dicha práctica, y con esto se incrusta en
ciertas preguntas, ciertos problemas, ciertas respuestas, es decir, se incrusta en
un espacio de teorización.
Decir con Natorp que la rigurosidad radica en desmantelar el fenómeno, así como
la configuración práctica de la norma, conlleva a decir que no hay saber fuera del
lugar de la acción, que no es posible encerrarnos a investigar sin participar
vitalmente de la situación, que la pedagogía como investigación, como teoría,
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como práctica, es un trabajo de campo, y para desarrollarla, hay que ensuciarnos,
participar activamente de aquellas cosas que dan suelo, que hacen experiencia.
El saber pedagógico grita insistentemente: ¡Hay que penetrar el mundo, vivirlo,
explorarlo, padecerlo, revolcarnos como los amantes con las estrellas! Porque de
lo que trata nuestro saber es del mundo mismo, de crítica al mundo, de
construcción de proyectos, de platear ideales, deconstruirlos y replantearlos, un
saber que siempre tiene antecedentes históricos, y que además se enfrenta a
situaciones y problemáticas siempre nuevas.
Y si en efecto hay un campo de la pedagogía, no podremos asumir el papel de los
iluminadores, más bien hay una humilde tarea, cultivar. Hay que cultivar la tierra, y
si como había mencionado antes, la palabra cultivo se relaciona con la palabra
cultura y la de tierra con la de experiencia, podríamos decir que la tarea está en el
enraizamiento cultural que puede acontecer como experiencia, es decir, el trabajo
de preparación de la tierra (educar como un aprender de la experiencia heredada
por nuestros antepasados) da sitio para que emerja, y de fruto, la posibilidad de
llegar a ser lo que somos (formarnos, como una individualidad que ha vivido una
narrativa de experiencias, y que a su vez puede compartir la suya).
De esta forma, salir de la caverna no se superpone a la necesidad de profundizar
más en ella, no hay que salir al aire limpio de la verdad, hay que ensuciarnos de la
tierra profunda de la experiencia. En resumen: no se trata de salir de un mundo de
sombras y apariencias, hacia la luz de la verdad, perenne y reveladora, sino que
hay que profundizar en dichas sombras y apariencias, escarbando, cavando,
abriendo la espesura que nos cierra el paso. No hay algo afuera de la caverna, o
lo que nos ofrecen como un afuera verdadero y revelador, no alcanza a dejarnos
comprender el adentro donde nos hemos formado.
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como práctica, es un trabajo de campo, y para desarrollarla, hay que ensuciarnos,
participar activamente de aquellas cosas que dan suelo, que hacen experiencia.
El saber pedagógico grita insistentemente: ¡Hay que penetrar el mundo, vivirlo,
explorarlo, padecerlo, revolcarnos como los amantes con las estrellas! Porque de
lo que trata nuestro saber es del mundo mismo, de crítica al mundo, de
construcción de proyectos, de platear ideales, deconstruirlos y replantearlos, un
saber que siempre tiene antecedentes históricos, y que además se enfrenta a
situaciones y problemáticas siempre nuevas.
Y si en efecto hay un campo de la pedagogía, no podremos asumir el papel de los
iluminadores, más bien hay una humilde tarea, cultivar. Hay que cultivar la tierra, y
si como había mencionado antes, la palabra cultivo se relaciona con la palabra
cultura y la de tierra con la de experiencia, podríamos decir que la tarea está en el
enraizamiento cultural que puede acontecer como experiencia, es decir, el trabajo
de preparación de la tierra (educar como un aprender de la experiencia heredada
por nuestros antepasados) da sitio para que emerja, y de fruto, la posibilidad de
llegar a ser lo que somos (formarnos, como una individualidad que ha vivido una
narrativa de experiencias, y que a su vez puede compartir la suya).
De esta forma, salir de la caverna no se superpone a la necesidad de profundizar
más en ella, no hay que salir al aire limpio de la verdad, hay que ensuciarnos de la
tierra profunda de la experiencia. En resumen: no se trata de salir de un mundo de
sombras y apariencias, hacia la luz de la verdad, perenne y reveladora, sino que
hay que profundizar en dichas sombras y apariencias, escarbando, cavando,
abriendo la espesura que nos cierra el paso. No hay algo afuera de la caverna, o
lo que nos ofrecen como un afuera verdadero y revelador, no alcanza a dejarnos
comprender el adentro donde nos hemos formado.
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como práctica, es un trabajo de campo, y para desarrollarla, hay que ensuciarnos,
participar activamente de aquellas cosas que dan suelo, que hacen experiencia.
El saber pedagógico grita insistentemente: ¡Hay que penetrar el mundo, vivirlo,
explorarlo, padecerlo, revolcarnos como los amantes con las estrellas! Porque de
lo que trata nuestro saber es del mundo mismo, de crítica al mundo, de
construcción de proyectos, de platear ideales, deconstruirlos y replantearlos, un
saber que siempre tiene antecedentes históricos, y que además se enfrenta a
situaciones y problemáticas siempre nuevas.
Y si en efecto hay un campo de la pedagogía, no podremos asumir el papel de los
iluminadores, más bien hay una humilde tarea, cultivar. Hay que cultivar la tierra, y
si como había mencionado antes, la palabra cultivo se relaciona con la palabra
cultura y la de tierra con la de experiencia, podríamos decir que la tarea está en el
enraizamiento cultural que puede acontecer como experiencia, es decir, el trabajo
de preparación de la tierra (educar como un aprender de la experiencia heredada
por nuestros antepasados) da sitio para que emerja, y de fruto, la posibilidad de
llegar a ser lo que somos (formarnos, como una individualidad que ha vivido una
narrativa de experiencias, y que a su vez puede compartir la suya).
De esta forma, salir de la caverna no se superpone a la necesidad de profundizar
más en ella, no hay que salir al aire limpio de la verdad, hay que ensuciarnos de la
tierra profunda de la experiencia. En resumen: no se trata de salir de un mundo de
sombras y apariencias, hacia la luz de la verdad, perenne y reveladora, sino que
hay que profundizar en dichas sombras y apariencias, escarbando, cavando,
abriendo la espesura que nos cierra el paso. No hay algo afuera de la caverna, o
lo que nos ofrecen como un afuera verdadero y revelador, no alcanza a dejarnos
comprender el adentro donde nos hemos formado.
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67
La tarea es revolcarnos en la incesante necesidad de descomprimir lo que se nos
ha planteado como sólido, esto es, el lugar en lo profundo de la caverna que da
sustento a aquello que se deja advenir como el conocimiento cotidiano. Esto para
desestructurar su conformación, hacer su deletreo teórico fenoménico. Pero lo
escrito no es una idea nueva, ya hace un tiempo lo planteaba Castoriadis:
Pensar no es salir de la caverna, ni sustituir la incertidumbre de
las sombras por los perfiles bien definidos de las cosas
mismas, el resplandor vacilante de una llama por la luz del
verdadero Sol. Es entrar en el laberinto... Es perderse en
galerías que sólo existen porque nosotros las cavamos
infatigablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin
salida cuyo acceso se ha cerrado tras nuestros pasos –hasta
que este girar abre, inexplicablemente, fisuras factibles en el
muro. (CASTORIADIS, 1999, pág. 9)
De la referencia a Castoriadis se puede deducir que lo que importa para el pensar
está en lo que acontece en la cotidianidad del vivir, la cotidianidad más simple,
que sin embargo, conforma el laberinto dentro del que nos encontramos, y del cual
no podemos salir, por lo que hay que cavar, infatigablemente, dar vueltas,
provocar en el girar del pensamiento fisuras en el muro. Tales fisuras no son la
verdad cruda, luminosa, e inefable, sino que son una red de posibilidades, tal vez
nimias, tal vez efímeras, pero que se han producido como resultado de un trabajo
ardoroso, calcinante para los pies y las manos, y para algunos, incluso el corazón
mismo.
La tarea es ensuciarse, porque hay una exigencia de revolcarnos en la tierra
profunda de la experiencia, el saber tiene un sabor a tierra. Sucio es una palabra
que tiene como sentido prístino la humedad, al ensuciarnos se embebe la
existencia misma en aquello dentro de lo cual hemos cavado. Gota tras gota, el
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La tarea es revolcarnos en la incesante necesidad de descomprimir lo que se nos
ha planteado como sólido, esto es, el lugar en lo profundo de la caverna que da
sustento a aquello que se deja advenir como el conocimiento cotidiano. Esto para
desestructurar su conformación, hacer su deletreo teórico fenoménico. Pero lo
escrito no es una idea nueva, ya hace un tiempo lo planteaba Castoriadis:
Pensar no es salir de la caverna, ni sustituir la incertidumbre de
las sombras por los perfiles bien definidos de las cosas
mismas, el resplandor vacilante de una llama por la luz del
verdadero Sol. Es entrar en el laberinto... Es perderse en
galerías que sólo existen porque nosotros las cavamos
infatigablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin
salida cuyo acceso se ha cerrado tras nuestros pasos –hasta
que este girar abre, inexplicablemente, fisuras factibles en el
muro. (CASTORIADIS, 1999, pág. 9)
De la referencia a Castoriadis se puede deducir que lo que importa para el pensar
está en lo que acontece en la cotidianidad del vivir, la cotidianidad más simple,
que sin embargo, conforma el laberinto dentro del que nos encontramos, y del cual
no podemos salir, por lo que hay que cavar, infatigablemente, dar vueltas,
provocar en el girar del pensamiento fisuras en el muro. Tales fisuras no son la
verdad cruda, luminosa, e inefable, sino que son una red de posibilidades, tal vez
nimias, tal vez efímeras, pero que se han producido como resultado de un trabajo
ardoroso, calcinante para los pies y las manos, y para algunos, incluso el corazón
mismo.
La tarea es ensuciarse, porque hay una exigencia de revolcarnos en la tierra
profunda de la experiencia, el saber tiene un sabor a tierra. Sucio es una palabra
que tiene como sentido prístino la humedad, al ensuciarnos se embebe la
existencia misma en aquello dentro de lo cual hemos cavado. Gota tras gota, el
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La tarea es revolcarnos en la incesante necesidad de descomprimir lo que se nos
ha planteado como sólido, esto es, el lugar en lo profundo de la caverna que da
sustento a aquello que se deja advenir como el conocimiento cotidiano. Esto para
desestructurar su conformación, hacer su deletreo teórico fenoménico. Pero lo
escrito no es una idea nueva, ya hace un tiempo lo planteaba Castoriadis:
Pensar no es salir de la caverna, ni sustituir la incertidumbre de
las sombras por los perfiles bien definidos de las cosas
mismas, el resplandor vacilante de una llama por la luz del
verdadero Sol. Es entrar en el laberinto... Es perderse en
galerías que sólo existen porque nosotros las cavamos
infatigablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin
salida cuyo acceso se ha cerrado tras nuestros pasos –hasta
que este girar abre, inexplicablemente, fisuras factibles en el
muro. (CASTORIADIS, 1999, pág. 9)
De la referencia a Castoriadis se puede deducir que lo que importa para el pensar
está en lo que acontece en la cotidianidad del vivir, la cotidianidad más simple,
que sin embargo, conforma el laberinto dentro del que nos encontramos, y del cual
no podemos salir, por lo que hay que cavar, infatigablemente, dar vueltas,
provocar en el girar del pensamiento fisuras en el muro. Tales fisuras no son la
verdad cruda, luminosa, e inefable, sino que son una red de posibilidades, tal vez
nimias, tal vez efímeras, pero que se han producido como resultado de un trabajo
ardoroso, calcinante para los pies y las manos, y para algunos, incluso el corazón
mismo.
La tarea es ensuciarse, porque hay una exigencia de revolcarnos en la tierra
profunda de la experiencia, el saber tiene un sabor a tierra. Sucio es una palabra
que tiene como sentido prístino la humedad, al ensuciarnos se embebe la
existencia misma en aquello dentro de lo cual hemos cavado. Gota tras gota, el
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sudor perlado adornará el rostro de aquel que sabe que su labor está en marcha.
Asimismo, la tarea es ensuciarse, porque no es un trabajo de gabinete o de
escritorio, sino de campo, de campo pedagógico y este campo se abre por una
brecha que deja ver las intersecciones epistémicas, históricas, éticas, estéticas,
prácticas. No es factible prometer la pulcritud en un trabajo que exige la
rigurosidad de intervenir en el campo para abrir brecha.
Saber, en pedagogía, por muy hegemónica y sencillita que se plantee la cosa, no
es una aplicación pragmática de principios previamente definidos por
“especialistas”, es una tarea altamente compleja e interminable, que se define no
por el resultado sino por el proceso. La tarea es una tarea infinita, porque se
renueva constantemente el núcleo cuestionador que la echa a andar, e implica ya
una rigurosidad muy densa, implica hacer brecha, cavar, ensuciarse, girar
laberínticamente dentro de la cueva del vivir, y tal como lo planteó Castoriadis,
ojalá podamos hacer un día alguna fisura factible en el mundo.
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sudor perlado adornará el rostro de aquel que sabe que su labor está en marcha.
Asimismo, la tarea es ensuciarse, porque no es un trabajo de gabinete o de
escritorio, sino de campo, de campo pedagógico y este campo se abre por una
brecha que deja ver las intersecciones epistémicas, históricas, éticas, estéticas,
prácticas. No es factible prometer la pulcritud en un trabajo que exige la
rigurosidad de intervenir en el campo para abrir brecha.
Saber, en pedagogía, por muy hegemónica y sencillita que se plantee la cosa, no
es una aplicación pragmática de principios previamente definidos por
“especialistas”, es una tarea altamente compleja e interminable, que se define no
por el resultado sino por el proceso. La tarea es una tarea infinita, porque se
renueva constantemente el núcleo cuestionador que la echa a andar, e implica ya
una rigurosidad muy densa, implica hacer brecha, cavar, ensuciarse, girar
laberínticamente dentro de la cueva del vivir, y tal como lo planteó Castoriadis,
ojalá podamos hacer un día alguna fisura factible en el mundo.
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sudor perlado adornará el rostro de aquel que sabe que su labor está en marcha.
Asimismo, la tarea es ensuciarse, porque no es un trabajo de gabinete o de
escritorio, sino de campo, de campo pedagógico y este campo se abre por una
brecha que deja ver las intersecciones epistémicas, históricas, éticas, estéticas,
prácticas. No es factible prometer la pulcritud en un trabajo que exige la
rigurosidad de intervenir en el campo para abrir brecha.
Saber, en pedagogía, por muy hegemónica y sencillita que se plantee la cosa, no
es una aplicación pragmática de principios previamente definidos por
“especialistas”, es una tarea altamente compleja e interminable, que se define no
por el resultado sino por el proceso. La tarea es una tarea infinita, porque se
renueva constantemente el núcleo cuestionador que la echa a andar, e implica ya
una rigurosidad muy densa, implica hacer brecha, cavar, ensuciarse, girar
laberínticamente dentro de la cueva del vivir, y tal como lo planteó Castoriadis,
ojalá podamos hacer un día alguna fisura factible en el mundo.
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BIBLIOGRAFÍACASTORIADIS, Cornelius. (1999) Figuras de lo pensable. España: Frónesis
Cátedra Universitat de València
LARROSA, Jorge. (2007) Literatura, experiencia y formación (Una entrevista)
En La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación.
México: Fondo de Cultura Económica.
MARX, Karl. (1989) Introducción general a la crítica de la economía
política/1857. México: Siglo Veintiuno editores.
NATORP, Pablo. (1956) Kant y la Escuela de Marburgo. Prólogo y traducción
de Miguel Bueno. México: Facultad de Filosofía y letras. UNAM.
PLATÓN. (1988) Diálogos IV (República). España: Editorial Gredos.
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