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1 Notas sobre identidad y política en las obras de Jacques Rancière y de Paul Ricœur "Presentado ante el VI Congreso Nacional de Ciencia Política. Universidad Nacional de Rosario. Noviembre de 2003" Autores: Juan Ignacio Blanco (Universidad Nacional de La Plata) Lucas G. Martín (Universidad de Paris 7, Instituto de Investigaciones Gino Germani, CONICET)

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Page 1: Blanco y Martín - Notas sobre identidad y política en las obras de Jacques Rancière y de Paul Ricœur

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Notas sobre identidad y política en las obras de

Jacques Rancière y de Paul Ricœur

"Presentado ante el VI Congreso Nacional de Ciencia

Política. Universidad Nacional de Rosario. Noviembre de

2003"

Autores:

Juan Ignacio Blanco

(Universidad Nacional de La Plata)

Lucas G. Martín

(Universidad de Paris 7, Instituto de Investigaciones Gino Germani,

CONICET)

Page 2: Blanco y Martín - Notas sobre identidad y política en las obras de Jacques Rancière y de Paul Ricœur

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Apellido y Nombre: Martín, Lucas G. ........................................................ DNI: 24.924.602........................................................................................ e-mail/ teléfono: [email protected] / (0033) 1 44 16 29 23............................ Entidad a la cual pertenece o representa: Universidad de Paris 7, Instituto de Investigaciones Gino Germani, CONICET.

Apellido y Nombre: Blanco Ilari, Juan Ignacio......................................................... DNI: 24.517748....................................................................................... e-mail/ teléfono: [email protected].. (0221) 4242058........................... Entidad a la cual pertenece o representa: Universidad Nacional de La Plata.

Panel:

Opción 1: Democracia, Filosofía y Crisis a veinte años de 1983 (Francisco Naishtat UBA, cocoodinador, Miguel Rossi UBA)

Opción 2: El carácter ineludible de la Ética en la Teoría Política (Joaquín Migliore UCA)

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"Resumen del Trabajo presentado en el VI Congreso Nacional de Ciencia Política de la Sociedad Argentina de Análisis Político". Del 5 al 8 de Noviembre de 2003

Apellido y Nombre: Martín, Lucas G. ........................................................ DNI: 24.924.602........................................................................................ e-mail/ teléfono: [email protected] / (0033) 1 44 16 29 23............................ Entidad a la cual pertenece o representa: Universidad de Paris 7, Instituto de Investigaciones Gino Germani, CONICET.

Apellido y Nombre: Blanco Ilari, Juan Ignacio......................................................... DNI: 24.517748....................................................................................... e-mail/ teléfono: [email protected].. (0221) 4242058........................... Entidad a la cual pertenece o representa: Universidad Nacional de La Plata.

Panel:

Opción 1: Democracia, Filosofía y Crisis a veinte años de 1983 (Francisco Naishtat UBA, cocoodinador, Miguel Rossi UBA) Opción 2: El carácter ineludible de la Ética en la Teoría Política (Joaquín Migliore UCA)

Título: Notas sobre identidad y política en las obras de Jacques Rancière y de Paul

Ricœur

RESUMEN

En el presente trabajo ponemos a prueba dos modos de relacionar la política y la identidad. Realizamos una exposición crítica de la propuesta de identidad como desidentificación en Ranciere, y de la identidad como ipseidad de una comunidad histórica en Ricoeur. Proponemos algunas formas de aplicar los conceptos a ejemplos históricos, locales e internacionales. Mostramos las diferencias y similitudes que existen entre Ricoeur y Ranciere observando que, lejos de ser incompatibles, cada autor se completa en el otro. El objetivo es lograr una mejor comprensión del fenómeno de "identidad política" teniendo como horizonte el momento histórico particular de la Argentina, sin perder de vista la preocupación mundial que existe sobre esta cuestión.

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Notas sobre identidad y política en las obras de Jacques Rancière y de Paul Ricœur

Por Juan I. Blanco1

Lucas G. Martín2

El objeto de este trabajo es analizar y comparar dos modos diferentes de relacionar la

política y la identidad: el de Jacques Rancière y el de Paul Ricœur. Estableciendo un

diálogo entre ambos filósofos franceses intentaremos explorar sus puntos de encuentro y de

oposición. Ciertamente, tenemos la impresión que se trata de dos de las propuestas más

interesantes, a la vez que dispares, tanto para la comprensión de la cuestión de la identidad

como para el pensamiento del progreso de la democracia.

En primer lugar hay que decir que la cuestión de la identidad ha sido esencial durante todo

el siglo XX, y se perfila como uno de los problemas más acuciantes para el siglo que

comienza (Taylor, Ch.: 1998). Sin embargo, debemos tener presente que la cuestión misma

puede ser pensada desde un extenso abanico disciplinario. En efecto, la identidad puede ser

abordada desde lo psicológico, lo sociológico, lo histórico, lo biológico, lo filosófico, y, por

supuesto lo político. Sin duda, una primera pregunta podría ser hasta qué punto estas áreas

temáticas son estrictamente separables. Las distinciones pueden ofrecer una mejor

compresión aunque, en el límite, no haya verdadera y completa identidad sin la

incorporación de todos los puntos de vista. Aquí trabajaremos la relación entre la identidad

y la política. En este sentido, el estudio de la identidad en el campo de la política (la

“política de la identidad”) se ha focalizado en el derecho a ser diferente, el reconocimiento

de minorías y la tolerancia (Arditi, 2000), frente a hegemonizaciones de lo universal. Sin

embargo, el paroxismo de esta postura lleva a particularidades cerradas en mundos

autorreferenciales en detrimento de lo universal en tanto compartido (Gitlin, 2000). 1 Licenciado en Filosofía, Universidad Nacional de La Plata. 2 Licenciado en Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires.

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Paralelamente, hay un uso ambiguo o de sentido común del concepto, sin diferenciación

entre identidades individuales, sociales y colectivas (Frigerio, 1997) y, sobre todo, dada su

importancia para el campo de la ciencia política, una distinción entre identidad pública y

privada. Las notas que aquí presentamos pretenden aportar algunas herramientas para el

pensamiento de estas falencias.

Antes de comenzar es necesario hacer algunas aclaraciones que oficien de "marcos

conceptuales previos" que permitan una mayor claridad sobre lo que está en juego, y que

mostrarán el lugar desde el cual reflexionamos. Se trata de la aceptación de una premisa y

una tesis:

a) Premisa: el problema de la identidad es el problema de la distinción de un sujeto

singular, y debe responder a la pregunta por el quién. A la pregunta ¿quién...? se

responde con un operador que llamaremos “identidad”.

b) Tesis: existe un registro primero de la identidad que puede ser entendido como la

pregunta clásica por el "principio de individuación"(Aristóteles, 1981: L. IV). Aquí la

identidad tendrá que ver con la búsqueda de una cualidad, relación o proceso, que

permita reconocer a un individuo como siendo el mismo. En este primer caso, la

identidad, en tanto enunciado relacional, intenta distinguir y reconocer al individuo "x"

sea como miembro de una determinada clase (hombre, planta, mineral, trabajador, etc)

o en relación con la clase misma, Juan distinto de Pedro, aunque ambos sean hombres.

La relación se opera, entonces, ad extra, y ad intra. Puedo preguntar qué distingue a "x"

del resto de las clases, o puedo preguntar qué distingue a "x" de los demás miembros

de la misma clase. La relación se opera hacia las otras clases o hacia los otros

individuos que componen la misma clase. En este sentido, lo contrario de identidad

sería otreidad, pues lo mismo se contrapone con lo otro.

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En las páginas que siguen veremos de manera crítica las propuestas de Rancière y de

Ricœur, examinaremos ejemplos y estableceremos comparaciones. En las conclusiones

señalaremos, con base en los puntos de encuentro y de desacuerdo, las perspectivas que se

abren en cada una de las propuestas.

La propuesta de Jacques Rancière : la desidentificación.

Para el estudio de la relación entre la política y la identidad en Rancière nos ceñiremos a

dos de sus obras: El desacuerdo: política y filosofía y Au bords du politique. En ellos la

política es definida por una serie de notas o características esenciales. Una de estas notas,

que se vincula directamente con nuestro tema, podríamos llamarla "epifenómeno de

identidad": si “La política es en primer lugar el conflicto acerca de la existencia de un

escenario común, la existencia y la calidad de quienes están presentes en él” (Rancière,

1996: 41; el subrayado es nuestro) y, si la identidad es la respuesta que damos a la pregunta

"quién" o "quiénes"; entonces la política es, en primer lugar una cuestión de "identidad".

Pero ¿qué sentido de identidad" y ¿qué sentido de política? La metáfora espacial, y más

precisamente teatral, de un "escenario en común" es importante, pues la política será

esencialmente el conflicto sobre qué clase de actores son susceptible de ingresar en ese

escenario público. En realidad se trata de los límites mismos del escenario. La política,

según Ranciere, se definirá por la ampliación del escenario en virtud de la entrada de

nuevos actores.

Veamos ahora a qué se refiere cuando habla de "conflicto". Para ello debemos mencionar

una distinción fundamental en su tesis. Rancière contempla bajo la categoría de lo

"policial", "al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el

consentimiento de las colectividades, las organización de los poderes, la distribución de los

lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución" (1996: 43). El plano

policial será el plano administrativo. En resumen, la policía, en el sentido de Ranciere, es

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"en su esencia la ley, generalmente implícita, que define la parte o ausencia de parte de las

partes" (ibid.: 44). Esta tarea distributiva implica la delimitación del escenario común

compartido, y la asignación de los papeles y tareas que cada grupo debe actuar y realizar.

Lo que sí debemos tener presente es que la policía estipula la "regla de aparecer" que

configura las diferentes tareas, los roles, funciones y lugares, correspondientes a cada clase.

Se trata del aparecer de un alguien (sea individual o colectivo) y, por ende, de un "lugar" en

el que ese alguien puede aparecer. La relación entre aparecer y lugar es una relación de

interdependencia. Cuando adviene lo que Rancière llama conflicto, es este orden policial el

que es interrumpido y cuestionado. Y esta irrupción lleva el nombre de “política”.

A la categoría de lo policial, Rancière le opone la noción de política: "Propongo ahora

reservar el nombre de política a una actividad bien determinada y antagónica de la primera:

la que rompe la configuración sensible donde se definen las partes y sus partes o su

ausencia por un supuesto que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los

que no tienen parte" (1996: 45). Se trata de romper el escenario, aunque en realidad habría

que hablar de "ensanchamiento" del escenario común. Vemos entonces el carácter

esencialmente conflictivo del ámbito de la política. La ruptura, o ensanchamiento, se hace

manifiesta por una serie de actos que vuelven a hacer presente el espacio en el cual las

partes eran asignadas. De este modo, "la actividad política, desplaza a un cuerpo del lugar

que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar: hace ver lo que no tenía razón de

ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar" (Ibid.). Es por ello

que Rancière hace de la política un "modo de manifestarse". Ahora bien, podríamos

suponer que todo aquel individuo o grupo que se manifiesta activamente es siempre un

quien, y siguiendo este razonamiento, podríamos también concluir que la política es el

modo en que hace su epifanía "una identidad". Pero la cosa no es tan sencilla. En realidad

la "nueva aparición" es simultáneamente una "desidentificación". Pues, los actores, con sus

respectivos papeles, y el marco en el cual actúan, ya están previa y debidamente

identificados gracias al aparato policial. Pero, el "peso de la realidad" hace que esta prolija

administración no sea nunca lo suficientemente exhaustiva como para contener todas y cada

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una de las posibles actuaciones (aunque sí es exhaustiva en la identificación de las partes,

antes que posibles, reales, ya determinadas). Esto es, en determinadas situaciones emergen

nuevas formas de identificación que rompen con las establecidas. Rancière ofrece el

ejemplo del revolucionario francés August Blanqui quien en 1832 produce una ruptura al

autodenominarse "proletario"3 cuando se le preguntaba por su profesión. El acto

ilocucionario de autodesignarse así, produce el efecto perlocucionario de desdoblar una

identidad, es decir, romper una identidad establecida y hacer emerger una nueva.

La predeterminación policial se enquista en lo social a tal punto que la emergencia de una

nueva parte implica siempre un choque entre dos lógicas. Por ello, Rancière caracteriza al

choque entre lo policíaco y lo político como un choque entre lógicas heterogéneas, el

choque entre el orden social de partes complementarias y jerarquizadas y el principio

democrático de la igualdad de todos. Las lógicas no son simétricas, pues el arraigo que

supone la lógica policial hace del choque con la lógica política un choque agonístico. La

política se define como una actividad: la actividad de poner en jaque las distinciones

reinantes para dar lugar, voz, imagen, a aquello que no lo tiene.

Más adelante Rancière equipara identificación con subjetivación. "Toda subjetivación es

una desidentificación, el arrancamiento a la naturalidad de un lugar, la apertura de un

espacio de sujeto donde cualquiera puede contarse porque es el espacio de una cuenta de

los incontados, de una puesta en relación de una parte y una ausencia de parte." (1996: 53).

Asimismo, la subjetivación adopta el sinónimo de desidentificación. Existen razones para

pensar que por medio de este concepto se opera la pérdida de una determinada identidad o,

por lo menos, de algún rasgo identitario importante cuya entidad pierde realidad frente a

ese acontecimiento fuerte de la subjetivación-desidentificación. En cualquier caso, Rancière

circunscribe la noción de identidad dentro del ámbito puramente policial. En efecto, si la

3 "Al solicitarle el presidente del tribunal que indique su profesión, responde simplemente ‘proletario’.. Respuesta ante la cual el presidente objeta de inmediato: ‘Esa no es una profesión’, sin perjuicio de escuchar enseguida la réplica del acusado: ‘Es la profesión de treinta millones de franceses que viven de su trabajo y que están privados de derechos políticos’.” (Rancière, 1996: 54).

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política se define como una "distorsión" o "subversión" del orden policial impuesto, la

aparición de la nueva parte se define entonces por algún tipo de pérdida de esa identidad

policial, de sus relaciones y de sus puntos de referencia4. En otras palabras, "Una

subjetivación política vuelve a recortar el campo de la experiencia que daba a cada uno su

identidad con su parte" (1996: 58). Es por lo tanto justo decir que la subjetivación implica

un movimiento en dos sentidos: desidentificación y (re)identificación. ¿Cómo es posible

este movimiento a primera vista contraintuitivo?: porque, como señaláramos, con la

subjetivación ocurre también una reconfiguración del campo de la experiencia. Pongámoslo

en otros términos: no se trata de dos movimientos, dos procesos, dos dimensiones o dos

operadores, sino de una sola y misma aparición que, desde el punto de vista del orden

constituido (y trascendido por la subjetivación) es desidentificación y, desde el punto de

vista de la novedad que irrumpe es identificación. Desde la perspectiva coetánea a la acción

del sujeto, desde ese hiato efímero, la llamamos subjetivación.

Ahora bien, Rancière pareciera reconocer la dificultad de percibir lo que conforma la

categoría de la política. El choque de dos lógicas heterogéneas, la subjetivación por

desidentificación, tiene que aclararse, dentro del ámbito definido como político. El

concepto se aleja de sus connotaciones "espaciales" (escenario común) para ubicarse casi

exclusivamente dentro del ámbito del "movimiento". Ya no se debe sustantivizar, no se

debe hablar de "la política" como lugar, sino que se trata de la política como verbo, como

acción. Lo que define la acción política es el hecho de despojarse de toda identidad dada

para proclamar una nueva subjetivación. Mejor dicho: no hay desdoblamiento de acciones

ni intenciones ocultas: despojarse y proclamar son acciones simultaneas. Lo que cuenta es

el carácter performativo del acto. Desidentificarse no tiene un sentido más allá de la acción

porque es la acción misma. Dicho en otros términos: se actúa a pesar de la identidad previa

(y de las reglas que la rigen y disposiciones que la determinan) o como si dicha identidad

implicara una libertad y una igualdad hasta el momento incontada.

4 "Por subjetivación se entenderá la producción de una serie de actos de una instancia y una capacidad de enunciación que no eran identificables en un campo de experiencia dado, cuya identificación (...) corre pareja con la nueva representación del campo de la experiencia." (Rancière, 1996: 52).

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Cuando analiza el ejemplo de los proletarios, Rancière afirma, que ellos, "Son la clase de

los incontados, que no existen más que en la declaración misma por la que se cuentan como

quienes no son contados, (...) Corresponde a un proceso de subjetivación que es idéntico al

proceso de exposición de una distorsión." (1996: 55). No hay nada detrás de la acción, sino

sólo la aparición de la absoluta novedad. No hay que buscar un "yo" previo, una sustancia

anterior a la declaración. Por el hecho mismo de manifestarse, la acción choca con la lógica

policíaca.

En este punto conviene preguntarse qué noción de identidad atiende Rancière. De acuerdo

con nuestras definiciones preeliminares, Rancière entiende la identidad como "operador

identificante", en el registro al principio de individuación que expusimos. En este sentido,

es lo policial lo que determina y administra estos operadores identificantes, lo que permite

distinguir y reconocer a un grupo. La política no tiene como una de sus tareas otorgar

identidad o identificar sino romper una identidad ya dada y, con ella, un orden de

identidades preestablecidas. Esta ruptura se ejerce por medio de la inscripción de una nueva

identidad, la inscripción de un nuevo sujeto o subjetivación, que, como dijimos, en la

perspectiva policíaca aparecerá bajo la forma de la desidentificación. El sujeto político es

un operador que une y desune identidades. Este operador lógico tiene como horizonte

regulativo la idea de "igualdad", entonces, la política será la igualación de los que,

desiguales, deben ser igualados. La pérdida de identidad se produce en vista de una

ganancia de subjetivación. Cuando un ingeniero o un estudiante afirma en Argentina

"somos todos docentes" está rompiendo con una asignación social dada para "identificarse"

con aquello que, desde lo policial, le es ajeno. Esta desidentificación y reidentificación (o

subjetivación en términos de Rancière) es el choque que produce toda acción política.

Entonces, frases como "somos todos judíos" no tiene sentido (y no lo tendría desde la

asignación policíaca de identidades) o, si tiene sentido, este es el que devela la heterología

que analiza Rancière. En última instancia, estas frases no denotan ninguna operación

identificatoria (que por lo demás sería imposible), sino más bien la puesta a prueba del

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principio de igualdad. Si esa es la forma en que opera la subjetivación, se infiere que la

cuestión de la identidad (definida por el principio de individuación) no puede ser una

cuestión política. Lo que se quiere decir con la frase "somos todos judíos alemanes" es que,

en este caso, el daño se inflige a aquellos que, más allá de todas las diferencias, son iguales

a mí. El término de comparación es la característica que sirve como "idea reguladora": la

igualdad. Se trata de procesos de subjetivación.

Ahora bien, aceptada la importancia de la acción política en tanto heterológica, ¿qué sucede

con ciertos movimientos cuyos reclamos políticos tienen su eje en la identidad? ¿Qué

ocurre con el pedido de reconocimiento de una identidad que ya es contada como parte del

todo policial porque está inscripta en causas judiciales, marchas públicas y organizaciones

políticas? Es decir, una vez que hijos de desaparecidos o las Abuelas de Plaza de Mayo que

reclaman por la identidad de sus nietos hacen su aparición en el espacio público, y son

reconocidos por lo policial como un nuevo grupo dentro de la comunidad (a punto tal que

adquieren personería jurídica), ¿qué sucede con su identidad y su reclamo o cuál es el

estatus de su aparición pública? ¿Pasa a formar parte de lo policial? Así como Rancière

sostiene que “la intervención política en el espacio público no consiste en principio en

interpelar a los manifestantes” sino en traer “la evidencia de lo que hay, o mejor, de lo que

no hay: ‘Circulen, no hay nada que ver’.” (Rancière, 1998: 177), toda manifestación es una

oposición a la circulación, un corte de ruta o de calle, es una multitud reunida en un

piquete, un marcha a contramano, a pie. Del mismo modo, toda demanda pública por la

verdad tiende a detener los procesos de distribución de las partes porque cuestiona el suelo

sobre el cual dicha ditribución (o circulación) se ordena. ¿Qué decir entonces de ese hábito

aun no político pero sin duda antipolicial de quienes salen a la calle, a un espacio

evidentemente público, a confrontar los designios policiales en nombre de derechos

universales, en nombre de derechos humanos? ¿Qué decir de los choques ya no de dos

lógicas, la policial y la política, sino de dos multitudes: la de infantería y la de unos

manifestantes cualesquiera?.

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Si el concepto de política vale sólo para el momento del choque de dos lógicas que se

contraponen, una que impone una identidad y otra que desidentifica, ¿qué ocurre con la

comunidad política y con su identidad como asuntos políticos en tiempos normales y de

relativa armonía? Si uno de los fines de la comunidad política es, como sostuviera Hannah

Arendt (1998: 220) respecto de la polis, asegurar el recuerdo de las grandes gestas que

alimentaron la grandeza y la libertad de sus miembros, una memoria organizada, una

identidad en nuestro paso por este mundo, ¿el problema de la identidad y el problema de la

memoria no aparecen como eminentemente políticos? ¿Cómo opera aquí la lógica de la

desidentificación cuando queremos saber quiénes somos? ¿Es esta pregunta política o

policial?.

Finalmente, no existe para Rancière un tertiun quid que permita "arbitrar el conflicto".

Rancière lo dice claramente: “las partes no existen con anterioridad a la declaración de la

distorsión (...) Por eso la distorsión que expone no podría zanjarse en la forma de un

acuerdo de partes” (Rancière, 1996: 57). Sin embargo, si bien no es zanjable, la distorsión

es "tratable": "La distorsión política no se zanja por objetivación del litigio y compromiso

de las partes. Pero se trata, mediante dispositivos de subjetivación que la hacen consistir

como relación modificable entre partes, como modificación incluso del terreno sobre el que

se libra el juego" (ídem). Ahora bien, estos "dispositivos", ¿en qué consisten? ¿de dónde se

extraen?, ¿a quien pertenecen?, ¿cómo operan?.

La propuesta de Paul Ricoeur: la ipseidad de la comunidad política Si bien el desarrollo de la postura de Paul Ricoeur en torno a nuestro tema puede rastrearse

en toda su obra, a los fines de este trabajo nos servimos principalmente de su trabajo más

acabado al respecto, Sí mismo como otro, aunque también recurriremos a otros textos

anteriores, en especial a su artículo "Etica y Política" publicado en castellano en 1986. Lo

primero que podemos hallar es que al concepto de identidad como individuación que

definíamos de manera preelminar como una tesis de base para este trabajo, Ricoeur lo

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denomina “identidad-mismidad” o “identidad-ídem”. A primera vista la permanencia en el

tiempo parece ser el eje de la mismidad, y esto por tres razones:

1) La mismidad se equipara a la "identidad numérica". De dos veces que ocurre un

fenómeno designado con un nombre invariante, el lenguaje ordinario afirma que no

se trata de dos cosas sino de "una y la misma". Identidad significa unicidad, y se

contrapone a pluralidad. A este primer componente corresponde el criterio de

identidad como reidentificación de lo mismo "n-veces".

2) En segundo lugar, a la identidad-ídem se corresponde la "identidad cualitativa". Este

criterio se basa en la semejanza extrema, por la cual, si X e Y llevan atuendos

iguales, entonces, resultaría indiferente intercambiarlos. Aquí se inscribe la operación

de sustitución sin pérdida de verdad, salva veritate.

3) Finalmente, la tercer modalidad de identidad-ídem viene a zanjar la debilidad de la

modalidad anterior. En efecto, la identidad cualitativa sufre serias grietas cuando se

produce una gran distancia temporal, por ello, el tercer componente alude a la

identidad como "continuidad ininterrumpida" entre el primero y el último estadio del

desarrollo de lo que consideramos el mismo individuo. El tiempo se toma como

factor de desemejanza, separación y diferencia. Por ello, la amenaza que supone el

paso del tiempo, la historia, sólo queda conjurada si se logra plantear en la base de la

similitud y la continuidad un principio de permanencia en el tiempo, que se

caracteriza como una "continuidad ininterrumpida". Ricoeur toma el ejemplo de

John Locke: a un barco que se le han cambiado todas las partes se lo sigue

reconociendo como el mismo barco. Es la permanencia de la organización lo que

permite identificarlo como tal. En el hombre esa función la cumple la reflexión

instantánea y la memoria (una reflexión hacia el pasado). Pero este criterio psíquico

de Locke sólo tiene en cuenta la perspectiva de la primera persona (Ricoeur, 2000:

123-130) .

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Ahora bien, todas estas operaciones terminan igualando el qué y el quién; hay un

desplazamiento de la pregunta ¿quién soy? A la pregunta ¿qué soy? Es aquí, en esta

limitación de la mismidad que se reduce al carácter, al habitus (de Bourdieu), a las

disposiciones, a la hexis, que Ricoeur nos dice que es menester distinguir un segundo

sentido de identidad para escapar, por ejemplo, a los peligros de las ideologías centradas en

la “identidad nacional”5. Este aparece cuando se piensa en la identidad personal o en la

identidad de un grupo de personas: cuando intentamos aplicarles el modelo de la mismidad

(identidad-idem), vemos que, si bien eso es posible, necesita ser completado. En efecto, no

basta con encontrar el principio que nos permita distinguir y reconocer a un individuo en

relación con las otras clases o en relación con los integrantes de la propia clase. Aquí hace

falta una tercera operación relacional que consiste en comparar al individuo consigo

mismo. En el caso del hombre, la identidad incorpora un elemento "reflexivo" ineludible.

Hasta aquí, Locke. Ricoeur agrega que tener identidad para la persona implica poder

determinarse a sí mismo, poder elegir quién se quiere ser y cómo se quiere aparecer, es

decir, una dimensión teleológica cuya dimensión temporal es el futuro, al que no alcanzan

la reflexión instantánea y la memoria. En este sentido la identidad se asemeja más a una

construcción en la que lo propio deberá conjugarse con las distintas circunstancias que se

imponen desde el exterior y que no son elegidas. De todas maneras, aunque tengamos en

cuenta estos avatares, el momento reflexivo es fundamental para la respuesta a la pregunta

¿quién soy? (Taylor). Ahora bien, es importante aclarar que esta concepto de identidad se

ubica a mitad de camino entre autodeterminación y absoluta heteronomía. Es decir, entre

controlabilidad absoluta del propio yo (o primera persona) y dependencia absoluta de la 5 Un ejemplo de nuestro nacionalismo en este sentido lo encontramos en el sustento ideológico (si llega a este estatus) que tuvo la guerra de Malvinas. ¿Qué lleva a un país a sostener una guerra en nombre de la nación? En Argentina fue el daño a la propia nacionalidad sufrido 150 años antes. ¿En qué consistió el daño? En la ocupación de unas islas sureñas. ¿Qué implica esto? Como sostienen Novaro y Palermo, un énfasis en la territorialidad, fácilmente intuitivo, fácilmente compartible por “el nacionalismo de los nacionalistas y el nacionalismo de los argentinos”: “Si, al decir de Tulio Halperín Donghi, se trataba de encontrar una nación para el desierto argentino, se podía concluir que en el desierto [es decir, el territorio] estaba la esencia misma de la nación.” (2003, 437). Ningún principio (como la libertad o la justicia, que hubieran debido incluír la libertad de autodeterminación de los kelpers, reconsiderar si el caso entraba dentro de los casos de

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mirada y opinión de los espectadores (o tercera persona), Ricoeur ubica la ipseidad que

define como “un mantenerse a sí-mismo en el elemento del tiempo”. La temporalidad del sí

(identidad ipse) es lo que marca la conjugación entre proyecto personal y circunstancias

contingentes que, en ocasiones, nos modifican a nosotros mismos. Aquí aparece la noción

de "identidad narrativa", axial en el pensamiento de Ricoeur. La ipseidad se teje en el

relato de la propia historia, pero este relato del pasado no puede obturar la dimensión

prospectiva de toda identidad. El presente esta cargado de pasado y grávido de porvenir. La

única forma de unir estos tres éxtasis temporales (con todas sus variables de identidad, es

decir, memoria, deseo, proyecto, ideal, iniciativa, etc) es por medio de la actividad de

narrar. Este sentido de identidad se comprende mejor cuando lo vemos en relación con su

contrario, la extrañeza: cuando el individuo (o la comunidad) relata su historia, narra su

identidad, puede no reconocerse en ella desde la perspectiva de su proyecto, desde el punto

de vista de los fines, de la identidad que se pretende en el futuro. La pregunta que surge es

¿me siento identificado?, ¿me reconozco en ese relato? Entonces, la ipseidad se

corresponde con "lo propio", a lo que se le contrapone "lo extraño" como impropio,

inauténtico, etc.. A este segundo sentido Ricoeur lo denomina identidad –ipse o ipseidad.

La apuesta de Ricoeur consistirá traspolar la diferencia entre idem e ipse del ámbito de la

primera persona del singular, a la esfera de la primera persona del plural, es decir, lo que se

aplica a la identidad del yo debe poder aplicarse a la identidad de "nosotros" .

La distinción es importante porque en ella radica la forma en que Ricoeur relaciona la

identidad y la política: la identidad que el ámbito de la política hace posible no tiene que

ver con la mismidad sino con lo que él llama ipseidad. Por este motivo, lo político es

inseparable de la intención ética: "Llamemos intencionalidad ética a la intencionalidad de la

vida buena, con y para los otros, en instituciones justas." (Ricœur , 1996: 176).

En ese marco, el concepto de política de Ricoeur integrará el conflicto (el choque) y el

arbitraje de estos conflictos. La identidad narrativa de una comunidad histórica se nutre de

esta alternancia entre conflicto y arbitraje. En este sentido, lo político "se define por el colonización, etc.) ni ningún relato que contuviera un proyecto estuvo en juego. Fue sólo la reacción desde el

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papel central que ocupa el Estado en la vida de las comunidades históricas" (Ricoeur,

1989:105). Aparece, en primer lugar, lo que Rancière denominaría policial y no político. En

el desarrollo conceptual de esa alternancia, Ricoeur pone el acento en dos nociones:

"comunidad histórica" y "organización". La primera lo acerca a la idea de "pueblo" y lo

aleja de cualquier formalismo político. Así, la identidad de una comunidad histórica se

mantiene por el contenido de las costumbres, las normas aceptadas y simbolismos de toda

clase, de un pueblo determinado. Es por eso el tenor ético, bien imbricado en su sentido

etimológico, de su propuesta.

Aquí hay un punto de separación con Rancière, toda vez que, cuando Ricoeur habla de la

"identidad de una comunidad histórica”, habla de la identidad política en sentido estricto; lo

que Ricoeur llama identidad política, Rancière lo denomina identidad dada por lo policial.

Sin embargo, Ricoeur establece una distinción en cuanto a esa identidad política: no se trata

de una "permanencia" sino de un "mantenimiento". Es por esto que la identidad conserva su

carácter reflexivo, en este caso se trata de la relación de nosotros con nosotros mismos.

“Mantener” implica una relación práctica, antes que epistémica, de la comunidad consigo

misma, la contingencia que la historia un ejercicio necesario frente a las fragilidades que

implica (los nuevos acontecimientos, el olvido, la mentira, la lucha de interpretaciones).

Debe haber un deseo y una acción que mantengan, a diferencia del carácter rígido, estático

e inercial de la idea de permanecer. La identidad de una comunidad política se caracteriza,

entonces, por la pertenencia a una historia común y a un proyecto compartido.

En segundo lugar, el concepto de organización es a su vez axial para este autor: "¿Qué

entendemos ahora por una comunidad organizada en Estado? Hay que entender por

organización la articulación introducida entre una diversidad de instituciones, de funciones,

de papeles sociales, de esferas de actividades, que hacen de la comunidad un todo

orgánico" (Ricoeur 1989: 106). La idea de organización da a la identidad su carácter

esencialmente unitivo (todo orgánico), mientras que, como decíamos antes, la dimensión

histórica de la comunidad marca la fragilidad de esa unidad. Muchos son los ejemplos que

señalan esta fragilidad, los grupos separatistas del IRA o de la ETA rompen en dos a la

carácter. He aquí los peligros de la sola mismidad en política.

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comunidad, la irrupción de nuevos movimientos políticos o sociales, los conflictos internos

que dividen en dos las sociedades, las guerras. La construcción narrativa de la identidad

debe contener estas rupturas, porque la narración de la propia historia hace emerger la

novedad que rompe con la unidad. En otros términos, el esfuerzo narrativo se orienta a

integrar la novedad dentro de la propia historia que con aquella viene a romperse. Una

unidad se reconoce a la vez como parte de la historia de su propia ruptura. Y en la misma

red conceptual que encontramos la práctica de la construcción, hallamos la responsabilidad

por ella, el proyecto que implica a futuro, y, finalmente, la idea de promesa como extensión

activa de una identidad hacia una temporalidad futura. Cercano a Arendt en este punto,

podemos aquí observar que la identidad –digamos- práctica según Ricoeur dista mucho de

ese orden policial dado y epistémicamente abordable de Rancière.

Lo interesante es que esta noción de organización no alude primariamente a normas éticas,

jurídicas, económicas, sino que abre el marco simbólico dentro del cual serán posibles las

acciones razonables de todo tipo. En vista de este marco, "no todo está permitido".

No obstante, la racionalidad de la acción política no se limita a un acuerdo del individuo

consigo mismo, sino que pretende ser la racionalidad de una práctica colectiva. "La tarea de

la filosofía política se define entonces por esta atención prestada a lo que, en la vida

política, es portador de una acción sensata en la historia." (ídem). Podríamos interpretar

esto del modo siguiente: se trata del paso de la primera persona del singular a la primera

persona del plural, del paso de ese diálogo silencioso entre el yo y el yo-mismo (reflexión)

a la responsabilidad política de un ciudadano respecto del mantenimiento de la propia

comunidad, la responsabilidad por el quiénes somos.

Paralelamente, Ricoeur reconoce la deuda que tiene con Eric Weil en su definición de

Estado. Según Weil, el Estado es la organización en virtud de la cual una comunidad es

capaz de tomar decisiones. Aquí, la dimensión de conflicto no tarda en llegar. Según

Ricoeur, toda comunidad lleva la marca de su génesis violenta. Aunque, si bien es cierto

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que todos los Estados se originan en la violencia, que deja en cada uno su cicatriz, para

Ricoeur no es la violencia lo que define al Estado, sino su finalidad. La finalidad de todo

Estado consiste en ayudar a la comunidad histórica a construir su historia, y, junto con ella,

su identidad. "El objetivo se lo puede resumir en una palabra: la supervivencia, la

existencia duradera de la comunidad histórica." (Ricoeur, 1989: 107).

Llegados a este punto, Ricoeur nos somete a una paradoja. La voluntad de supervivencia se

dispara en dos direcciones, cuya relación es problemática. Se trata de la forma de la

voluntad y la fuerza de la misma. Si seguimos el campo de la forma, veremos que, según

sugiere este autor, la función razonable del Estado consiste hoy en conciliar dos

perspectivas: por un lado, la perspectiva técnico-económica, que tiende a una globalización

de escala planetaria, y, por otro, la perspectiva de la sedimentación de tradiciones, que tiene

la función de revertir aquella globalización a través de modelos de pertenencia cada vez

más distintos. Se trata en realidad de la mediación entre dos lógicas, del choque

heterológico entre un universal técnico-económico y un particular de pertenencia a un

pueblo. Lo que se busca es la conciliación entre lo universal y lo histórico. Las virtud de la

conciliación reside en la prudencia política, "entendamos por esto que su virtud consiste en

mantener reunidos el criterio de cálculo eficaz y el criterio de tradiciones vivas que dan a la

comunidad el carácter de organismo particular, orientado hacia la independencia y la

duración." (ídem).

Ahora bien, el carácter frágil y abierto de esta mediación nos lleva hacia el polo de la

fuerza. Desde el punto de vista práctico, este choque heterológico debe ser cerrado por un

acto de decisión cuyas razones, que vienen a justificarlo, nunca son lo suficientemente

concluyentes. Efectivamente, las razones, inclinan pero no determinan, por lo que toda

decisión tiene en sus justificaciones un carácter de revocabilidad congénito. El carácter

refutable y revisable de las razones hace que puedan modificarse en cualquier momento.

Por eso, la paradoja política consiste precisamente en esta confrontación entre la mediación

prudente y razonable de la forma y la inevitable medida de fuerza estatal que implica la

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acción que viene a cortar el debate. Es por esta paradoja por lo que cada comunidad política

es particular y diferente por principio, y la preservación de su identidad sigue estando en su

horizonte.

Finalmente, el aspecto ético de lo político consiste en la creación de "espacios de libertad".

Estos espacios implican que la relación entre mi libertad y tu libertad esta atravesada por el

tercero neutral de la ética: la regla. "El Estado de derecho es en este sentido la efectuación

de la intención ética en la esfera de lo político" (Ricoeur, 1989: 110). Es lo que Rancière

denominaría orden policial, aquí interviene el derecho por cuanto es la ley la que define,

ordena, pone en relación roles, de manera tal que los titulares de los mismos sean tratados

de modo igual por el derecho positivo. En este marco, la apertura de espacios de libertad

tiene una fuerte dependencia respecto del compromiso del ciudadano en la democracia,

pues el estado democrático es aquel que no se propone eliminar los conflictos sino inventar

los procedimientos que permitan a un mismo tiempo la manifestación de los mismos y su

negociabilidad. A su vez, estos procedimientos se aseguran la participación en la decisión a

un número cada vez mayor de ciudadanos.

A modo de conclusión Como tuvimos oportunidad de ver, la relación que se establece entre política e identidad

depende de la definición que se maneje de cada uno de estos términos. El desacuerdo entre

Ricoeur y Rancière no estriba tanto en cómo ven ellos la relación, sino en cómo conciben

ellos tanto la política como la identidad.

En cuanto a la noción misma de identidad vimos que puede definirse como una operación o

un conjunto de operaciones que permiten distinguir y reconocer a un individuo (lo

llamamos “operadores identificantes”, o “principio de individuación”) o puede entenderse

como aquella cualidad o aquel conjunto de cualidades con que un individuo (en particular

una persona o comunidad de personas) se identifica, en una operación que llamaríamos de

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auto-identificación. Ciertamente, ambas operaciones no necesariamente habrán de

coincidir. Luego ampliamos esa noción con la desidentificación de Rancière y con la

identidad-ipseidad Ricoeur. Si nuestra noción inicial era básicamente ontológica, la que

vimos en segundo término era política y la última, ética. Sin por supuesto que neguemos

que las dos últimas aspiran a resolver de distintas maneras las problemáticas de la

ontología, de las disposiciones éticas y de la política.

Rancière separa la identidad que se impone desde el orden existente (que él define como

policial) de las operaciones de subjetivación de aquellos que no tiene parte allí, quienes

aparecen en el espacio público y se asignan una parte. Esta subjetivación puede ser vista

como la ganancia de una nueva identidad merced a la perdida de otra. En este sentido, el

modelo elaborado por Rancière puede ser aplicado tanto al interior de las comunidades

particulares (el proletario francés subjetiviza una nueva parte dentro de la comunidad de los

franceses), como entre las diferentes comunidades particulares (los franceses laicos y

católicos que afirman ser judíos alemanes).

Ricoeur conjuga la policía y la política (en términos de Rancière) dentro de la comunidad

histórica organizada. Esto le permite integrar la cuestión de la identidad en un doble

sentido: sumando a la individuación la posibilidad del reconocimiento de una pertenencia

activa a un pueblo. La pertenencia es activa porque la comunidad histórica debe ganar su

identidad por medio de una matizada dialéctica entre sedimentación de costumbres e

innovación de nuevos lugares y partes, es decir, la apertura de “espacios de libertad".

Entonces la identidad no es algo que esté dado de antemano, como observaba Rancière,

sino que se presenta como un péndulo entre memoria de lo que fuimos y proyección de lo

que queremos ser. El modelo de Ricoeur no parece poder aplicarse a las identidades que se

producen dentro de una determinada comunidad histórica particular. La identidad de una

comunidad política es definida como identidad-ipseidad y la realiza una totalidad

(comunidad particular) en tanto diferente a otra totalidad. En otros términos, y si bien el

límite es sutil, parece insalvable la distancia de su filosofía con la teoría de la subjetivación

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de Rancière. Esto es: ¿hasta qué punto ha cambiado una innovación nuestro campo de

experiencia si podemos hacer de ello una narración finalmente identificante?.

Sin embargo, la diferencia entre Ranciere y Ricoeur es subsidiaria de un acuerdo anterior

entre ambos. En efecto, tanto para uno como para otro, la identidad política no es algo que

venga dado, sino algo que debe conquistarse, por ello, la identidad política es una categoría

de la práxis.

Podríamos preguntar a Ricoeur: si es la misma comunidad política la que incorpora el

conflicto y regla de mediación de conflictos, ¿cómo articular con esto la posibilidad de la

absoluta novedad?, ¿cómo opera una subjetivación que ataca directamente la función

unitiva de la organización diciéndole a la propia comunidad histórica francesa: “somos

todos judíos alemanes? ¿o la regla constitutiva de la identidad política ya contiene, de

alguna manera, la absoluta novedad, por lo que esta dejaría de ser absoluta, o debe aceptar

la posibilidad de lo que rompe toda regla, tradición, simbolismo y hasta identidad. Todo lo

cual no implicaría una vuelta a Rancière?.

Podemos plantear como hipótesis lo siguiente: en Rancière hay un "otro" extraño que no es

la otreidad correspondiente a la mismidad sino una otreidad correspondiente a la dialéctica

de la mismidad y la ipseidad. La política es la otreidad radical de la policía y de la

comunidad histórica organizada; la parte de los sin parte que la primera instaura

disrrumpiendo en la segunda desguaza toda lógica de mismos y otros.

Sin duda, la propuesta de Ricoeur tiene un contenido republicano importante y aporta

elementos significativos para un pensamiento parsimonioso de las democracias

contemporáneas. La inclusión de la temporalidad futura, de la idea de proyecto, de la

dimensión de lo indeterminado, en la política y en una identidad que deviene práctica,

impide reducir la cuestión de la identidad a un mero orden policial, por más amplio que se

lo considere conceptualmente. Lo policial es, para Rancière, algo conocible, del orden de la

episteme, del mundo de lo dado, de lo determinado. Ricoeur amplia eso otorgándole un

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comportamiento práctico consigo mismo de la comunidad política por medio de la

construcción narrativa.

¿Pero qué ocurre si esa propuesta, aun cuando parece incluir toda innovación, se ve

sorprendida con una innovación más radical? Aquí ya no podemos recurrir a ejemplos

porque todos estarían dentro de esa innovación primera comprendida por Ricoeur. Lo que

está entonces en juego es el mundo de lo pensable: si el orden policial (o la dialéctica

narrativa de la comunidad histórica organizada) es lo pensable, la política trae a ese orden

algo impensable. Y quizá haya un ejemplo, y ese es Auschwitz.

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