avignon arte # 18 julio 2015

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La brutalidad y lo desagradable M ientras esperaba mi turno para pagar en la pequeña cola del supermercado del barrio, pude ver en el televisor una imagen de una deportista, una levantadora de pe- sas compitiendo por no sé qué título, aunque lo que el programa mostraba en realidad, era una colección de accidentes, en este caso “deportivos”. La mujer, al levantar las pesas, se le rompía literalmente uno de sus brazos y de ahí, se generaba una espe- cie de deleite en mostrar hasta primerísimos planos ampliados y en reiteradas veces, para luego pasar a otro accidente y asi una vez más. Son imágenes violentas, bestiales, de las que solo pude ver las dos primeras tomas y después solo dedicarme a escuchar inexorablemente, ya que no podía cerrar mis oídos mientras es- peraba mi turno para pagar. ¿Hay una sociedad con gusto por lo desagradable? Trato de entender que si ese programa es emitido, es con seguridad, porque hay un sector de la sociedad dispuesta a ver ese tipo de situaciones. ¿Qué goce extraño genera una imagen asi? ¿Es posible que esto sea parte de una estética social? Podríamos pensar entonces ¿Qué relación tiene esta forma de ver y gozar una imagen con un arte totalmente descomprometido y sin reflexión, absolutamente desagradable en sus formas y contenido? Vivimos en una sociedad que se jacta del avance de su tec- nología y su progreso. Una sociedad que pareciera más evolu- cionada en muchos de sus aspectos aunque al confrontarnos con situaciones como aquellas, daría la impresión de no ser tan así. Entonces, hay un público quizá elitista, dispuesto a consumir un tipo de arte que de algún modo se forma en esta visión o per- cepción de la realidad y de la vida y los contiene en un grupo de pertenecía social. Un arte torpe y bruto; violento en su propuesta y vacio en contenido. Un arte que se asemeje a esos contenidos de la realidad virtual de un monitor. Que los conecta con ese ser bastante primitivo que en definitiva son (o somos) pero que pretende a través del arte, situarse en un lugar de culto que los diferencie del resto de la sociedad. Un lugar de entendidos para pocos pero que en el fondo mantiene la misma matriz de falta de interés, saber y conocimiento que todo arte necesita. Sino como se explican tantas “obras de arte” que pululan en los diversos centros artísticos-culturales, a partir de mierdas enla- tadas, bolsas con basura, restos de comida pudriéndose, animales embalsamados en gigantescas peceras con formol. Vestigios de una sociedad engreída que no logra conmoverse con lo simple, por lo complejo que parece ser el solo hecho de sentir. La belleza en ese sentido, es un mal negocio, porque exige pensar con el alma, con lo intangible. Y no hay tecnología que nos explique lo que solo puede ser interpretado por lo sensible. ARTE Avignon un puente hacia otra forma de ver # 18 JULIO 2015 Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas EL PORTÓN VERDE por Walter Pugliese Calle de la Boca o Calle Magallanes. Óleo sobre cartón. 1930. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. La Vuelta de Rocha. Óleo sobre hardboard. 1929. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. Como arte y fuente inspiradora V íctor Cunsolo nace en Vittoria, Provincia de Si- racusa, Sicilia, Italia, el 2 de abril de 1898. En 1913, llega al país con 15 años y se insta- la con su familia en el barrio de Barracas. En 1918 ingresa en la Academia de Pintura de la Socie- dad Unione e Benevolenza. En 1921, Juan del Prete, amigo del artista, lo vincula a la agrupación El Ber- mellón que funciona en una vieja casona del barrio de La Boca. Pinta, sus clásicas vistas de La Boca, naturalezas muertas y paisajes del interior de La Rioja, sobre todo de Chilecito, donde reside por razones de salud. En 1936, regresa a Buenos Aires con la intención de retornar a aquella provincia en breve, pero muere en Lanús el 10 de abril de 1937. Victor Cunsolo

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Avignon ARTE un puente hacia otra forma de ver # 18 JULIO 2015 revista de arte, dibujo, pintura y escultura en facebook: https://www.facebook.com/arte.avignon.5?ref=tn_tnmn email: [email protected] nuestro taller: www.tallerelportonverde.com.ar

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La brutalidad y lo desagradable

Mientras esperaba mi turno para pagar en la pequeña cola del supermercado del barrio, pude ver en el televisor una imagen de una deportista, una levantadora de pe-

sas compitiendo por no sé qué título, aunque lo que el programa mostraba en realidad, era una colección de accidentes, en este caso “deportivos”. La mujer, al levantar las pesas, se le rompía literalmente uno de sus brazos y de ahí, se generaba una espe-cie de deleite en mostrar hasta primerísimos planos ampliados y en reiteradas veces, para luego pasar a otro accidente y asi una vez más. Son imágenes violentas, bestiales, de las que solo pude ver las dos primeras tomas y después solo dedicarme a escuchar inexorablemente, ya que no podía cerrar mis oídos mientras es-peraba mi turno para pagar.

¿Hay una sociedad con gusto por lo desagradable? Trato de entender que si ese programa es emitido, es con seguridad, porque hay un sector de la sociedad dispuesta a ver ese tipo de situaciones.

¿Qué goce extraño genera una imagen asi? ¿Es posible que esto sea parte de una estética social? Podríamos pensar entonces ¿Qué relación tiene esta forma de ver y gozar una imagen con un arte totalmente descomprometido y sin reflexión, absolutamente desagradable en sus formas y contenido?

Vivimos en una sociedad que se jacta del avance de su tec-nología y su progreso. Una sociedad que pareciera más evolu-cionada en muchos de sus aspectos aunque al confrontarnos con situaciones como aquellas, daría la impresión de no ser tan así.

Entonces, hay un público quizá elitista, dispuesto a consumir un tipo de arte que de algún modo se forma en esta visión o per-cepción de la realidad y de la vida y los contiene en un grupo de pertenecía social. Un arte torpe y bruto; violento en su propuesta y vacio en contenido. Un arte que se asemeje a esos contenidos de la realidad virtual de un monitor. Que los conecta con ese ser bastante primitivo que en definitiva son (o somos) pero que pretende a través del arte, situarse en un lugar de culto que los diferencie del resto de la sociedad. Un lugar de entendidos para pocos pero que en el fondo mantiene la misma matriz de falta de interés, saber y conocimiento que todo arte necesita.

Sino como se explican tantas “obras de arte” que pululan en los diversos centros artísticos-culturales, a partir de mierdas enla-tadas, bolsas con basura, restos de comida pudriéndose, animales embalsamados en gigantescas peceras con formol. Vestigios de una sociedad engreída que no logra conmoverse con lo simple, por lo complejo que parece ser el solo hecho de sentir. La belleza en ese sentido, es un mal negocio, porque exige pensar con el alma, con lo intangible. Y no hay tecnología que nos explique lo que solo puede ser interpretado por lo sensible.

ARTE

Avignonun puente hacia otra forma de ver

#18JULIO 2015

Publicación mensual de distribución gratuita

producida por: Taller de Artes Plásticas

EL PORTÓN VERDE

por Walter Pugliese

Calle de la Boca o Calle Magallanes. Óleo sobre cartón. 1930.Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

La Vuelta de Rocha. Óleo sobre hardboard. 1929. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

Como arte y fuente inspiradora

Víctor Cunsolo nace en Vittoria, Provincia de Si-racusa, Sicilia, Italia, el 2

de abril de 1898. En 1913, llega al país con 15 años y se insta-la con su familia en el barrio de Barracas. En 1918 ingresa en la Academia de Pintura de la Socie-dad Unione e Benevolenza. En 1921, Juan del Prete, amigo del artista, lo vincula a la agrupación El Ber-mellón que funciona en una vieja casona del barrio de La Boca.

Pinta, sus clásicas vistas de La Boca, naturalezas muertas y paisajes del interior de La Rioja, sobre todo de Chilecito, donde reside por razones de salud. En 1936, regresa a Buenos Aires con la intención de retornar a aquella provincia en breve, pero muere en Lanús el 10 de abril de 1937.

Victor Cunsolo

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Los griegos lo llamaban “El profeta”. Y el entomólogo Fabre, a quien debo esta información erudita, lo llamaba “el tigre de los insectos”.

Con tales antecedentes acerca de su condición entre criminal y sa-grada, lo encontré un día sobre la mesa de un bar próximo a La Boca. Me senté y estuve a punto de preguntarle, con la voz crédula de los niños: “Mamboretá, ¿Dónde está Dios?”.

Esta vieja pregunta subyace en la obstinación de filósofos y teó-logos por hallar un orden secreto, o al menos una motivación invisible (que podría ser arbitraria), en el caótico devenir animal y humano. La incesante búsqueda del cómo y del porque ha dado lugar a discutidas murmuraciones, que pretenden dirimir respon-sabilidades cósmicas. Según una insinuación del poeta Fernando Lorenzo, “se le ve al hombre el hilo con que Dios lo maneja”. ¿Pero donde esta Dios, mamboretá?

El mamboretá responde a esta pregunta señalando con las patas delanteras. Algunos sospechan sin embargo, que su respuesta con-tiene un elemento de ironía satánica. Sea como fuere, yo no hice la pregunta; la edad me ha vuelto reservado y prudente, y opte por limitarme a observar.

El mamboretá se hallaba inmóvil. Sus cuatro patas traseras, como finas y tensas ramas verdes, sostenían un largo tallo del que sur-gían dos brazos –o patas- laterales, y en cuyo extremo superior vi-gilaba una cabeza impasible. La cabeza me recordó que el mam-boretá es un animal; pero su cuerpo verde y ramificado sugería un vegetal en acecho.

De pronto extendió una de sus patas delanteras con el propósito de atrapar una mosca fugitiva, y a partir de entonces reitero el ataque hasta que sus garfios sujetaron la presa. En esta operación movía solamente su pata izquierda; el resto del cuerpo continuaba inmóvil, lo que añadía a la hibridez biológica del mamboretá un tercer ele-mento de frialdad mecánica.

Lo vi con mis propios ojos, en la esquina de Montes de Oca y Sua-rez: el mamboretá, que tenia agarrada a la mosca con los garfios de la pata izquierda, la coloco en seguida sobre la parte interior de la otra pata. Me acerque y vi que la infortunada mosca yacía sobre una hilera de filosos dientes. La pata del mamboretá era una sierra mecánica plegable. La sierra se doblo hacia adentro, y la mosca dejo instantáneamente de pensar. En efecto: la cabeza de la mosca que-do separada del cuerpo en forma definitiva. Entonces el mamboretá comenzó a devorarla lentamente, sosteniendo el manjar con las dos patas. El festín duro largo rato, hasta que la cabeza del díptero fue de-glutida íntegramente por el dinámico profeta. Cuando este acabo su obra unió con devoción sus patas delanteras, y en postura de caníbal creyente pidió perdón a Dios por sus horrendos crímenes.

¿Y Dios, mamboretá, donde esta Dios?

Probablemente –me dije-, mientras el mamboretá deglute a la mosca Dios revisa con angustia los mecanismos del universo. Esta hipótesis ha sido confirmada por Dario, quien relata el infortunio de una paloma devorada por un gavilán “infame” (sic), que “con furor se la metió en el buche” (sic). De acuerdo con la versión del poeta, en el instante en que el gavilán consumaba el palomicidio el Autor del Universo tuvo la sospecha de un error inicial:

Y entonces el buen Dios, allá en su trono, mientras Satán, por distraer su encono, aplaudía a aquel pájaro zahareño,se puso a meditar, arrugo el ceñoy pensó, al recordar sus vastos planesy recorrer sus puntos y sus comas, que cuando creo palomasno debió haber hecho gavilanes.

Pero Leibnitz ha negado hace mucho que Dios sea capaz de arrepen-timiento, como lo sugiere el relato de Dario: según el filosofo alemán, este es “el mejor de los mundos posibles” (sic), y Dios no pudo haber creado otro mejor, de igual modo que no se puede crear un triangulo redondo. Y si creo lo mejor, no puede arrepentirse.

Los argumentos de Leibniz son complejos y sospechosos; basta ob-servar que su punto de vista es quizá el del mamboretá, pero nunca el de la mosca. Queda otra alternativa: Dios sabe que este no es el mejor de los mundos, y es incapaz de arrepentirse. En tal caso, una oscura complicidad uniría al mamboretá con Dios, lo que es suficiente para explicar el elemento de ironía que hallamos en el gesto del profeta, y la reiterada vacuidad de su acto de contrición. ¡No hay salvación para las moscas!

Estas reflexiones algo inconexas habían apartado mis ojos del mam-boretá, pero comprobé que este se hallaba todavía en mi mesa, con las patas unidas en dirección al cielo. Lo mire, vagamente espantado, y renuncie a pedir el apetecido café con leche, sagrado manjar por-teño en horas de la tarde. Me aleje con el sentimiento de que alguien me observaba, y hui del Gran Mamboretá que nos acecha en cada esquina del fatigado universo.

Dibujo carbonilla sobre papel.Maria Di Noia, alumna del TALLER EL PORTON VERDE.

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Vincent Van GoGhCartas a Théo

Dibujo en tiza negra, lavado gris, sobre papel verjurado. 1885.

Si algo en el fondo de ti te dice: “tú no eres pintor”, es entonces cuando hace falta pintar, viejo, y esta voz también se callará, pero solamente por este medio; aquél que sintiendo esto se va a casa de sus amigos y les cuenta sus penas, pierde un poco de su energía, un poco de lo que mejor lleva dentro. Solo pueden ser tus amigos aquellos que también luchen contra esto, aquellos que por el ejemplo de su propia actividad estimulen lo que hay de activo en ti. Es preciso ponerse a la tarea con un aplomo, con una cierta conciencia de que lo que se hace es conforme a la razón, asi como el labriego guía su carreta o como nuestro amigo que, en mi pequeño croquis, rastrilla su campo, y lo rastrilla él mismo. Si no se tiene caballo, uno mismo es el propio caballo, y esto es lo que una multitud de personas hace aquí.

Drenthe, septiembre de 1885

Dios, el mamboreta y la mosca

por Thomas Moro Simpson

...”CÉZANNE, VAN GOGH NI POR UN INSTANTE QUISIERON HACER LO QUE HOY SE VE EN CÉZANNE Y VAN GOGH. SOLAMENTE QUERÍAN SER FIELES A LO QUE VEÍAN. SE DESVIVÍAN, Y TODO LO QUE HACÍAN DE MÁS HERMOSO EN EL MUNDO, ERA SÓLO PORQUE NO LLEGABAN A HACERLO DE OTRA MANERA, Y ENTONCES SE CONVERTÍAN EN CÉZANNE Y VAN GOGH”...

PABLO PICASSO