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A ntonio Attolini Lack es un arquitecto de raíces nor- teñas y argentinas que supo absorber, interpretar y construir a partir del análisis local, pero sin de- jar de ser global, proyectos de un valor incalculable que pronto le valieron ser reconocido internacionalmente por la promoción de valores intangibles y poéticos que mejoran la calidad de vida de cualquier ser humano y, por consiguiente, el de la sociedad. Es poco reconocido en su país y frecuentemente criti- cado por su manejo de espacios y lenguaje arquitectónico parecidos a los de arquitectos como Ricardo Legorreta, Luis Barragán, Francisco Yturbe, entre otros. Crítica infundada y superficial, pues él aseguraba que siempre abrevaba del país y no de sus colegas. “La inspiración vie- ne del país”, llegó a decir. Nació en la ciudad de México, en 1931, del matrimonio conformado por el argentino Alfredo Attolini de Lucca y la lagunera María Lack Eppen. Estudió en la Universidad Nacional, dentro de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos, y se graduó como Arquitec- to el 14 de Diciembre de 1955 con su tesis: Panteón vertical en la Ciudad de México, que obtuvo mención honorífica. La totalidad de sus proyectos fueron de pequeño y mediano formato, aunque de un gran valor. Incluye obras residen- ciales, comerciales y religiosas. Fue publicado en revistas y libros nacionales e inter- nacionales. Fue ganador de la II Bienal de Arquitectura en México, donde le fue concedida la medalla de oro. Im- partió charlas y conferencias en Europa, Estados Unidos, Centro y Sudamérica. Fue Profesor Emérito de la Acade- mia Nacional de Arquitectura, Maestro de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad La Sa- lle, en la Ciudad de México. TRABAJAR PARA DIOS Según sus propias palabras, la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, en la Ciudad de México, fue decisiva en su formación como arquitecto, y de hecho la consideró un parteaguas en su carrera profesional. Su cliente, decía él, fue Dios, como lo fue para Gaudí en el caso de la Sagrada Familia de Bar- celona, España. En esta obra aprovechó la exis- tencia de una estructura de José Vi- llagrán García, otro gran maestro de la arquitectura mexicana del siglo XX y eligió como color predominante para el interior el blanco, “la plenitud del color blanco”, solía decir. Además colocó algunas piezas que le hizo el escultor Hoffmann Hebert, quien es- tudió en la Bauhaus, en Alemania. Por otro lado, el padre Pedro A- rellano lo asesoró en el diseño de uno de sus vitrales y se enfrentó al di- lema de diseñar una propuesta con arquitectura amorfa o una arquitec- tura geométrica. Manejó siempre los dos lenguajes de forma excelente. Di- señó todos los objetos y accesorios de ATTOLINI SUPO ENFRENTAR EL SIGLO XX CON SU ARQUITECTURA, MUCHO TRABAJO Y NADA MÁS. NUNCA SE ESTACIONÓ EN UN MOMENTO O ESTILO DETERMINADO, SU CARRERA ASCENDENTE FUE UNA TRAYECTORIA DE ÉXITO Siglo nuevo 24 Sn Local de exhibición NASAGO, 1956. Casa Davis, 1958.

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Antonio Attolini Lack es un arquitecto de raíces nor-teñas y argentinas que supo absorber, interpretar y construir a partir del análisis local, pero sin de-

jar de ser global, proyectos de un valor incalculable que pronto le valieron ser reconocido internacionalmente por la promoción de valores intangibles y poéticos que mejoran la calidad de vida de cualquier ser humano y, por consiguiente, el de la sociedad.

Es poco reconocido en su país y frecuentemente criti-cado por su manejo de espacios y lenguaje arquitectónico parecidos a los de arquitectos como Ricardo Legorreta, Luis Barragán, Francisco Yturbe, entre otros. Crítica infundada y superfi cial, pues él aseguraba que siempre abrevaba del país y no de sus colegas. “La inspiración vie-ne del país”, llegó a decir.

Nació en la ciudad de México, en 1931, del matrimonio conformado por el argentino Alfredo Attolini de Lucca y la lagunera María Lack Eppen. Estudió en la Universidad Nacional, dentro de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos, y se graduó como Arquitec-to el 14 de Diciembre de 1955 con su tesis: Panteón vertical en la Ciudad de México, que obtuvo mención honorífi ca. La totalidad de sus proyectos fueron de pequeño y mediano formato, aunque de un gran valor. Incluye obras residen-ciales, comerciales y religiosas.

Fue publicado en revistas y libros nacionales e inter-nacionales. Fue ganador de la II Bienal de Arquitectura en México, donde le fue concedida la medalla de oro. Im-partió charlas y conferencias en Europa, Estados Unidos, Centro y Sudamérica. Fue Profesor Emérito de la Acade-mia Nacional de Arquitectura, Maestro de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad La Sa-lle, en la Ciudad de México.

TRABAJAR PARA DIOS

Según sus propias palabras, la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, en la Ciudad de México, fue decisiva en su formación como arquitecto, y de hecho la consideró un parteaguas en su carrera profesional. Su cliente, decía él,

fue Dios, como lo fue para Gaudí en el caso de la Sagrada Familia de Bar-celona, España.

En esta obra aprovechó la exis-tencia de una estructura de José Vi-llagrán García, otro gran maestro de la arquitectura mexicana del siglo XX y eligió como color predominante para el interior el blanco, “la plenitud del color blanco”, solía decir. Además colocó algunas piezas que le hizo el escultor Hoffmann Hebert, quien es-tudió en la Bauhaus, en Alemania.

Por otro lado, el padre Pedro A-rellano lo asesoró en el diseño de uno de sus vitrales y se enfrentó al di-lema de diseñar una propuesta con arquitectura amorfa o una arquitec-tura geométrica. Manejó siempre losdos lenguajes de forma excelente. Di-señó todos los objetos y accesorios de

ATTOLINI SUPO ENFRENTAR EL SIGLO XX CON SU ARQUITECTURA, MUCHO TRABAJO Y NADA MÁS. NUNCA SE ESTACIONÓ EN UN MOMENTO O ESTILO DETERMINADO, SU CARRERA ASCENDENTE FUE UNA TRAYECTORIA DE ÉXITO

Siglo nuevo

24 • Sn

Local de exhibición NASAGO, 1956.

Casa Davis, 1958.