artículos sobre la declaracion de la independencia argentina

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1 Artículos sobre el Bicentenario de la Independencia Argentina (Felipe Pigna) 1.Acta de la declaración de la independencia argentina - 9 de julio de 1816 Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma explícita cómo terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y la tenaz resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las diferencias internas respecto a cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las rivalidades se dirimían en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc. Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril, el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán. Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes. Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí, Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba. Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España y de sus reyes”. El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda Oriental, entre otros. Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un

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Historia argetina del 9 de julio de 1816

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Page 1: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

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Artículos sobre el Bicentenario de la Independencia Argentina

(Felipe Pigna)

1.Acta de la declaración de la independencia argentina - 9 de julio de 1816

Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado

una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma

explícita cómo terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y

la tenaz resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las

diferencias internas respecto a cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las rivalidades

se dirimían en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.

Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista

avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril,

el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a

realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán.

Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.

Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,

Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán

para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no

todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España

y de sus reyes”.

El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro

Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión

católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía

resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín

para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda Oriental,

entre otros.

Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una

comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un

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temario de las tareas que debía acometer el Congreso, conocido como “Plan de materias de

primera y preferente atención para las discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”,

que a continuación reproducimos.

El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como

primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no

tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América

del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.

Fuente: El Redactor del Congreso Nacional, Nº 6, pág. 4, 23 de septiembre de 1816, en

Ravignani Emilio, Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs.

216-217.

En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio

de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de la Provincias

Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la

independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del

territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España. Los

representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos,

la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de los

pueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados si querían que

las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su

metrópoli. Aclamaron primero, llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron

sucesivamente su unánime voto por la independencia del país, fijando en su virtud la

determinación siguiente:

“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso

General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los

pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la

justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad

unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes

de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una

nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en

consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la

justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo

publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de

esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes

corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a la naciones, detállense

en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.”

”Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del congreso y

refrendada por nuestros diputados secretarios. – Francisco Narciso de Laprida, presidente. –

Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta. –Dr. Antonio Sáenz, diputado por Buenos

Aires. – Dr. José Darregueyra, diputado por Buenos Aires. – Dr. Fray Cayetano José Rodríguez,

diputado por Buenos Aires. – Dr. Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires. – Dr. Manuel

Antonio Acevedo, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta. –

Dr. José Andrés Pacheco Melo, diputado por Chichas. – Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante,

diputado por la ciudad y territorio de Jujuy. – Eduardo Pérez Bulnes, diputado por Córdoba. –

Tomás Godoy Cruz, diputado por Mendoza. – Dr. Pedro Miguel Aráoz, diputado por la capital

del Tucumán. – Dr. Esteban Agustín Gazcón, diputado por Buenos Aires. – Pedro Francisco de

Uriarte, diputado por Santiago del Estero. – Pedro León Gallo, diputado por Santiago del Estero.

– Pedro Ignacio Ribera, diputado de Mizque. – Dr. Mariano Sánchez de Loria, diputado por

Charcas. – Dr. José Severo Malabia, diputado por Charcas. – Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros,

Page 3: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

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diputado por La Rioja. – L. Jerónimo Salguero de Cabrera, diputado por Córdoba. – Dr. José

Colombres, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio Thames, diputado por Tucumán. – Fr.

Justo Sta. María de Oro, diputado por San Juan. – José Antonio Cabrera, diputado por Córdoba.

– Dr. Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza. – Tomás Manuel de Anchorena, diputado de

Buenos Aires. – José Mariano Serrano, diputado por Charcas, Secretario. – Juan José Paso,

diputado por Buenos Aires, Secretario”.

2.Congreso de Tucumán - Diputados, procedencias y profesiones

Desde la conformación del primer gobierno patrio, se había desatado una larga guerra

independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma explícita cómo

terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y la tenaz

resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las diferencias

internas respecto a cómo organizar el nuevo país, aún en formación. Las rivalidades se dirimían

en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.

Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista

avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de

abril, el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias

invitándolas a realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en

Tucumán.

Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.

Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,

Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán

para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no

todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de

España y de sus reyes”.

El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro

Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión

católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía

resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín

para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda

Oriental, entre otros.

Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una

comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un

temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las

discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.

El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como

primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no

tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América

del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.

Para difundir la noticia de la independencia, el Congreso envió por medio de chasquis, en

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carreta y a caballo, copias del Acta, de la cual se habían impreso 1500 ejemplares en español y

1500, en quechua y aymara. Diez días más tarde, a propuesta de Medrano, se agregó a la

liberación de España la referente a “toda dominación extranjera”, y el 25 se adoptó

oficialmente la bandera celeste y blanca.

Al momento de la declaración de la Independencia, el Congreso contaba con 32 diputados, de

los cuales sólo 29 firmaron el acta. Corro, Molina y Pueyrredón se encontraban ausentes. El

llamado Congreso de Tucumán, que más bien debiera denominarse Congreso General 1816-

1820, sesionó en Tucumán desde el 24 de marzo de 1816 hasta el 4 de febrero de 1817. Ante el

avance realista por el norte, el 23 de septiembre de 1816 se dispuso su traslado a Buenos Aires.

En esa ciudad, el Congreso se reunió nuevamente en sesión preliminar el 19 de abril de 1817.

Su reapertura oficial tuvo lugar el 12 de mayo de 1817 y sesionó hasta el 11 de febrero de 1820,

cuando se interrumpieron sus actividades como consecuencia de la derrota de Rondeau en

Cepeda.

Reproducimos a continuación la lista diputados que ocuparon la presidencia y la

vicepresidencia, cargos rotativos mensuales, así como la lista general de diputados, sus

profesiones y lugares de procedencia. Juan José Paso y José Mariano Serrano fueron los

secretarios permanentes del Congreso, electos en la sesión inaugural del 24 de marzo de 1816.

Los diputados duraban en sus cargos por el plazo de un año mientras que los cargos de

presidente y vicepresidente rotaban mensualmente.

Fuente: Belisario Fernández, Guión de la Independencia, Buenos Aires, Ediciones La Obra,

1966, págs. 41-44.

Lista de presidentes y vicepresidentes del Congreso General 1816-1820 - Congreso de

Tucumán

Año Mes Presidente Vicepresidente

1816 Marzo y abril Pedro Medrano Pedro Ignacio de Rivera

Mayo Pedro Ignacio de Castro

Barros

Esteban Agustín Gascón

Junio Teodoro Sánchez de

Bustamante

Gerónimo Salguero de

Cabrera y Cabrera

Julio Francisco Narciso de

Laprida

Mariano Boedo

Agosto José Ignacio Thames Tomás Godoy Cruz

Septiembre Pedro Buenaventura

Carrasco

Pedro León Gallo

Octubre Felipe Antonio de Iriarte José Severo Feliciano

Malabia

Noviembre Antonio María Norberto

Sáenz

José Andrés Pacheco de

Melo

Diciembre Pedro Miguel Aráoz Juan Agustín de la Maza

1817 Enero Mariano Boedo Manuel Antonio Azevedo

Page 5: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

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Mayo Tomás Godoy Cruz Pedro Miguel Aráoz

Junio José María Serrano Manuel Antonio Azevedo

Julio Pedro Ignacio de Rivera Jaime de Zudáñez

Agosto Luis José de Chorroarín Francisco Narciso de

Laprida

Septiembre Manuel Antonio Azevedo Matías Patrón

Octubre Pedro Ignacio de Castro

Barros

Diego Estanislao de Zavaleta

Noviembre Juan Agustín de la Maza Domingo Victorio Acheaga

Diciembre Pedro León Gallo Alejo Villegas

1818 Enero Pedro Buenaventura

Carrasco

Pedro Francisco de Uriarte

Febrero Pedro Buenaventura

Carrasco

Pedro Francisco de Uriarte

Marzo Juan José Paso Domingo Guzmán

Abril José Andrés Pacheco de

Melo

José Ignacio Thames

Mayo Matías Patrón Tomás Godoy Cruz

Junio José Mariano Serrano Gerónimo Salguero de

Cabrera y Cabrera

Julio José Severo Feliciano

Malabia

Juan José Viamonte

Agosto Domingo Guzmán Vicente López y Planes

Septiembre Jaime de Zudáñez Miguel de Azcuénaga

Octubre Gerónimo Salguero de

Cabrera y Cabrera

Pedro Buenaventura

Carrasco

Noviembre Teodoro Sánchez de

Bustamante

José Ignacio Thames

Diciembre Tomás Godoy Cruz Manuel Antonio Azevedo

1819 Marzo José Miguel Díaz Vélez José Severo Feliciano

Malabia

Abril Gregorio Funes José Mariano Serrano

Mayo Luis José de Chorroarín Ángel de Azcuénaga

Junio Antonio María Norberto

Sáenz

Teodoro Sánchez de

Bustamante

Julio José Benito Lascano Marcos Salomé Zorrilla

Page 6: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

6

Agosto Juan José Viamonte Domingo Guzmán

Septiembre Pedro León Gallo José Miguel Díaz Vélez

Octubre Marcos Salomé Zorrilla Pedro Francisco de Uriarte

Diputados del Congreso General 1816-1820

Diputados Ciudad Fecha de

incorporación*

Acta de

independencia

**

ACHEAGA, Domingo Victorio

(Sacerdote)

Buenos Aires Mayo de 1817

ANCHORENA, Tomás Manuel de

(Abogado)

Buenos Aires F

ARAOZ, Pedro Miguel

(Sacerdote)

Tucumán F

ARTEAGA, José Serapión de Tucumán Junio de 1816

AZCUÉNAGA, Miguel de Buenos Aires Marzo de 1818

AZEVEDO, Manuel Antonio

(Sacerdote)

Catamarca F

BOEDO, Mariano (Abogado) Salta F

CABRERA, José Antonio

(Abogado)

Córdoba F

CARRASCO, Pedro Buenaventura

(Médico)

Cochabamba Agosto de 1816

CASTRO BARROS, Pedro

Ignacio de (Sacerdote)

La Rioja F

COLOMBRES, José Eusebio

(Sacerdote)

Catamarca F

CORRO, Miguel Calixto del

(Sacerdote)

Córdoba A

CHORROARÍN, Luis José de

(Sacerdote)

Buenos Aires Abril de 1817

DARREGUEYRA, José

(Abogado)

Buenos Aires Abril de 1817 F

DÍAZ VÉLEZ, José Miguel Tucumán Diciembre de

1818

FUNES, Gregorio (Sacerdote) Tucumán Diciembre de

1818

Page 7: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

7

GALLO, Pedro León (Sacerdote) Santiago del Estero F

GASCÓN, Esteban Agustín

(Abogado)

Buenos Aires F

GODOY CRUZ, Tomás (Bachiller

en filosofía)

Mendoza F

GORRITI, José Ignacio de (Doctor

en teología)

Salta F

GUZMÁN, Domingo San Luis Diciembre de

1817

IRIARTE, Felipe Antonio de

(Sacerdote)

La Plata Septiembre de

1816

LAPRIDA, Francisco Narciso de

(Bachiller en leyes)

San Juan F

LASCANO, José Benito

(Sacerdote)

Córdoba Noviembre de

1818

LÓPEZ Y PLANES, Vicente Buenos Aires Abril de 1817

MALABIA, José Severo Feliciano

(Abogado)

Charcas *** F

MAZA, Juan Agustín de la

(Abogado)

Mendoza F

MEDRANO, Pedro (Abogado) Buenos Aires F

MOLINA, José Agustín

(Sacerdote)

Tucumán A

ORO, Justo Santa María de

(Sacerdote)

San Juan F

PACHECO DE MELO, José

Andrés (Sacerdote)

Chichas

PASO, Juan José (Abogado) Buenos Aires Abril de 1817 F

PATRÓN, Matías Buenos Aires Abril de 1817 F

PÉREZ BULNES, Eduardo

(Regidor del Cabildo de Córdoba)

Córdoba F

PUEYRREDÓN, Juan Martín de

(Militar)

San Luis A

RIVERA, Pedro Ignacio de

(Abogado)

Mizque F

RODRÍGUEZ, Cayetano José

(Sacerdote)

Buenos Aires F

SÁENZ, Antonio María Norberto Buenos Aires Abril de 1817 F

Page 8: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

8

(Sacerdote)

SALGUERO DE CABRERA Y

CABRERA, Gerónimo (Abogado)

Córdoba Noviembre de

1817

F

SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE,

Teodoro (Abogado)

Córdoba F

SÁNCHEZ DE LORIA, Mariano

(Sacerdote)

Jujuy F

SERRANO, José Mariano

(Abogado)

Charcas *** F

THAMES, José Ignacio

(Sacerdote)

Tucumán F

URIARTE, Pedro Francisco de

(Sacerdote)

Santiago del Estero F

VIAMONTE, Juan José Buenos Aires Junio de 1818

VILLEGAS, Alejo Córdoba Noviembre de

1817

ZAVALETA, Diego Estanislao de

(Sacerdote)

Buenos Aires Abril de 1817

ZORRILLA, Marcos Salomé Salta Mayo de 1819

ZUDÁÑEZ, Jaime de (Abogado) Charcas *** Abril de 1817

*La fecha aclaratoria consignada en algunos representantes indica que no se incorporaron al

Congreso desde su apertura sino en la fecha indicada.

**También se registra un “F” si firmaron el Acta de la Independencia, con una “A”, si

estuvieron ausentes al momento de la firma o sin ninguna aclaración si se incorporaron con

posterioridad al 9 de julio de 1816.

***La ciudad de Charcas fue distinguida más tarde con el nombre de Chuquisaca. Con

posterioridad se la denominó La Plata y desde 1839 fue rebautizada con el nombre de Sucre, en

homenaje al mariscal Antonio José Sucre.

3.¿Qué pasó el 9 de julio en Tucumán?

El martes 9 de julio de 1816 no llovía como en aquel 25 de mayo de hacía seis años. El día

estaba muy soleado y a eso de las dos de la tarde los diputados del Congreso empezaron a

sesionar. A pedido del diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamente, se trató el "proyecto de

deliberación sobre la libertad e independencia del país". Y la verdad es que no hubo discusión.

Todos estuvieron de acuerdo en declarar la independencia. Ese día no hubo fiestas, pero todos se

prepararon para los festejos del día siguiente.

Los actos empezaron a eso de las nueve de la mañana con una misa celebrada por un congresal:

el sacerdote Castro Barros. Asistieron todos los diputados, el gobernador Aráoz y el Director

Page 9: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

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Supremo Juan Martín de Pueyrredón.

En la plaza esperaba la gente. Era miércoles pero parecía un domingo. Unos con ponchos y

botas, otros con galeras y chaquetas, escuchaban a los cantores que interpretaban cielitos y

zambas que tenían como tema principal la Independencia, aunque siempre mezclaban en su

repertorio canciones "de amor", que tanto le gustaban a las chicas.

Después de la misa los congresales tenían que seguir trabajando. Quedaban varios asuntos por

resolver. Se hicieron tiempo para mezclarse con la gente y compartir unos ricos pastelitos y

volvieron a sus tareas. Pero tuvieron que seguir sesionando en la casa del gobernador Aráoz,

porque el salón congresal, el de la famosa "casita", estaba siendo preparado y adornado para el

baile de la noche.

En una breve sesión nombraron a Pueyrredón Director Supremo de las Provincias Unidas del Río

de la Plata y designaron a Belgrano General en Jefe del Ejército del Alto Perú, en reemplazo de

Rondeau, muy desprestigiado tras la derrota de Sipe-Sipe.

El Director Supremo partió esa misma tarde para Córdoba, donde lo esperaba el general San

Martín para tratar un tema secreto. Después se supo el contenido de las conversaciones que

duraron dos días: el cruce de los Andes, la Independencia de Chile y el Perú. San Martín lo había

preparado durante años, teniendo muy en cuenta un manuscrito de 47 páginas que había sido

elaborado por el general inglés Thomas Maitland en 1800 que aconsejaba tomar Lima a través de

Chile por vía marítima.

Venga a bailar

La ciudad de Tucumán estaba llena de flores, guirnaldas y banderas. Por la noche se armaron

varias peñas y bailes de festejo. Se había esperado mucho para declarar la Independencia y la

gente quería expresar su alegría.

En la casa histórica el baile se armó en el salón principal. Allí estaba la orquesta y algunos

paisanos guitarreros. Porque se bailaba el minué, pero también la zamba. Entre los que mejor

bailaban, se destacaba el general Belgrano, que no se despegó en toda la noche de la muy bonita

Dolores Helguera, la fututa madre de su hija.

Por allí andaban las chicas más lindas de Tucumán, así que decidieron elegir a la reina de la

fiesta. Como en un concurso de Miss Argentina, se armó un jurado y salió electa Lucía Aráoz a

la que llamaron "la rubia de la Patria". Todos quisieron bailar con la reina, que al final de cuentas

y de tantas discusiones y propuestas monárquicas fracasadas en el congreso, fue la única que

logró, con su belleza, poner de acuerdo a monárquicos y republicanos en proclamar, aunque sea

por una noche, a alguien con título real.

Más bailes

El gobernador Aráoz pensó que ese baile había sido para unos pocos y que no estaba nada mal

armar uno bien grande para todo el pueblo de la ciudad. La fecha fijada fue el 25 de julio.

Primero hubo un desfile militar y varios discursos, entre los que se destacó el de Belgrano, que

conmovió mucho a la concurrencia. Allí, el general exaltó los valores de la libertad, rindió

homenaje a los caídos en la lucha por la independencia y presentó en público su idea de un gran

imperio del Sur, gobernado por un descendiente de los incas.

Luego, lentamente se fue armando el baile.

Page 10: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

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4.La declaración de la Independencia, según los escritos de la época

El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán

declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Para recordar este acto

fundacional, hemos seleccionado un artículo aparecido un mes y medio después de la

declaración solemne.

Fuente: El Redactor del Congreso, Nº 6, del 23 de agosto de 1816, pág. 5, reproducido por

Emilio Ravignani en Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs.

217-218, en Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.

“Pueblos y habitantes todos del sud: A vosotros dirijo la palabra inundado en avenidas del placer

más puro. Llegaron los suspirados instantes de la providencia. Se abrió a la faz del mundo el

gran libro del destino, para que en una de sus páginas leyesen los americanos el soberano decreto

de emancipación de su metrópoli europea en los días de su decrepitud política. No debieron, sin

duda, ser eternas nuestras cadenas, ni inconsolable nuestro llanto. Una mano invisible, que

parecía habernos abandonado muchas veces a los funestos efectos de una suerte versátil e

inconstante, había fijado el momento, que reemplaza con ventajas los muchos en que naufragó

nuestra esperanza, y nos pone en la posesión de un bien que graduábamos distante de nosotros.

No está pues en el orden, que para anunciarlo al mundo, retrogrademos a la consideración de

aquellos trescientos años de vejaciones que inventó el despotismo, acumuló en nuestros países la

ferocidad de nuestros conquistadores y quiso continuar en su modo la prepotencia de los

antiguos mandatarios españoles. Sabido es, y no se oculta a las naciones del orbe, el violento

despojo de los justos e imprescriptibles derechos de esta parte del mundo conocido. Y cuando la

providencia quiso marcar la revolución de la Península con el sello de su inminente disolución y

exterminio, ha permitido también que el orden de los sucesos y el peso de la justicia restablezcan

a la América el pleno goce de una libertad, que era suya por tantos títulos, y de que sólo pudo

despojarla escandalosamente la fuerza al abrigo de una oculta permisión, cuyo sagrado no es

dado al corazón humano violar con cálculos atrevidos. Adorémosla, sin osar investigarla: y

echando un velo sobre nuestros pasados males, sólo demos lugar al gozo de anunciar al mundo

imparcial su terminación feliz, y que el cúmulo de poderosos motivos que nos han conducido al

cabo de esta solemne declaración que hacemos, justificarán nuestra conducta y la eterna

separación a que hemos aspirado de la monarquía española; separación indicada por la misma

naturaleza, sancionada por los más inconcusos derechos, y debida a la inspiración nunca

interrumpida de la América toda. ¡Cuánto debemos apreciar, oh, América, un momento que,

sepultando en el caos del tiempo el transcurso de trescientos años de ominosa esclavitud, nos da

paso franco a los de nuestra suspirada libertad! No inquietaremos las cenizas de nuestros padres

con el ruido de nuestras duras cadenas y los que nos sucedan no nos llenarán de execraciones,

porque no supimos quebrantarlas, continuando su opresión. Bendecirán nuestros esfuerzos y

señalarán el día de su libertad con monumentos indelebles de su eterna gratitud. El día 9 de julio

será, para ellos como para nosotros, tan recomendable, tan glorioso, como el 25 de mayo. En el

momento que aparezca el sol que los preside, le saludaremos sin poder contener la abundancia

del gozo. ¡O diem latum, notandum nobis candisisimo cálculo! Quiera el cielo prosperar nuestra

resolución generosa, y que ella sea el vínculo sagrado que una e identifique nuestros

sentimientos, la benéfica estrella que disipe nuestras desavenencias y el numen tutelar que nos

inspire virtudes, que sea exclusivamente las bases de la santa libertad que hemos jurado.”.

5.Los debates al interior del Congreso de Tucumán - julio de 1816

El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de las Provincias

Unidas del Río de la Plata. Pero la cuestión de la emancipación no era lo único a debatirse.

Durante las sesiones que se celebraron ese año, se suscitó un intenso debate respecto a la forma

Page 11: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

11

de gobierno que adoptarían las Provincias Unidas. A continuación transcribimos un fragmento

del libro Historia Argentina, de José María Rosa, en donde el autor rescata esta polémica, y las

diferentes posturas de los protagonistas de aquellas jornadas.

Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo III, “La Independencia (1812 – 1826)”,

Buenos Aires, Editorial Oriente S. A., 1992, pág. 168- 171.

El 26 de mayo el Congreso de Tucumán aprobaba el “plan” o nota de materias que deberían

tratar en sus sesiones, elaborado por Gascón, Bustamante y Serrano. (…) El 3 de julio… (el

Congreso) se dispuso entrar a tratar la independencia… (…)

Solamente los diputados de Tucumán y Jujuy tenían instrucciones de hacerlo. Pero Belgrano

había llegado a Tucumán con la noticia de que Inglaterra se desinteresaba de la causa de

América, y por lo tanto sus consejos no tenían el valor que tuvieron los de Strangford cuando

apoyaba, por lo menos de palabra, a la Revolución del Río de la Plata. San Martín era otro

campeón de la independencia; por esa causa se había separado de Alvear y alejado de la logia.

Güemes también la sostenía. En cuanto a las provincias de la liga de Artigas, entendían –como lo

escribía Artigas a Pueyrredón el 24 de julio- que “hace más de un año enarboló su estandarte

tricolor y juró independencia absoluta y respectiva” (en el Congreso de Oriente, que debió

ocurrir el primer día de sus sesiones el 29 de junio de 1815. Los diputados cedieron a la presión

de Belgrano, San Martín, Güemes y Artigas…

Modificación del acta, y juramento (19 de julio).

" ... Libres de los reyes de España y su metrópoli", podía permitir anexarse como colonia a

Inglaterra como lo quiso Alvear en 1815, o a Portugal como habría de proyectarse en breve.

Medrano pidió sesión secreta el 19 de julio y exigió que en la fórmula del juramento a tomarse al

ejército se agregase “... y de toda otra dominación extranjera", variándose de paso el acta pues

"de este modo se sofocaría el rumor esparcido por ciertos hombres malignos de que el director

del Estado, el general Belgrano y aun algunos individuos del Soberano Congreso alimentaban

ideas de entregar el país a los portugueses". Naturalmente fue acordado, aunque tal vez a

regañadientes.

La cuestión de la forma de gobierno (julio).

El 6 de julio había sido recibido Belgrano, en sesión secreta, para informar del estado de Europa

y las posibilidades de la guerra contra España. Sus palabras precipitaron la declaración de la

independencia.

Dijo: 1) que si la Revolución había merecido en un principio simpatías de las naciones europeas

"por su marcha majestuosa", en el día y debido a "su declinación en el desorden y la anarquía...

sólo podíamos contar con nuestras propias fuerzas"; 2) que las ideas republicanas ya no tenían

predicamento en Europa y ahora "se trataba de monarquizarlo todo", siendo preferida la forma

monárquica-constitucional a la manera inglesa; 3) que la forma de gobierno conveniente al país

era, por eso, la monarquía "temperada" llamando a la dinastía de los Incas "por la justicia que

envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono", el entusiasmo general

se despertaría en los habitantes del interior, y podía "evitarse así una sangrienta revolución en lo

sucesivo"; 4) que España estaba débil por la larga guerra contra Napoleón y "las discordias que

la devoraban', pero con todo "tenía más poder que nosotros y debíamos poner todo conato en

robustecer el ejército"; que Inglaterra no ayudaría a España a subyugarnos, "siempre que de

nuestra parte cesasen los desórdenes"; 5) que la llegada de tropas a Brasil no tenía miras

ofensivas contra nosotros, y sólo "precaver la infección (del artiguismo) en el territorio del

Brasil"; que el carácter del príncipe don Juan era pacífico y "enemigo de conquistas", y estas

Page 12: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

12

provincias no debían temer movimiento de aquellas fuerzas.

Las palabras de Belgrano encontraron eco cuatro días después en la declaración de la

independencia, ya que debíamos hallarnos "librados a nuestras propias fuerzas". Y en el debate

sobre forma de gobierno que empezaría en la sesión del 12, donde la gran mayoría -y después la

unanimidad menos Godoy Cruz- estaría por la forma monárquica con un descendiente de los

Incas.

El origen de ese debate sobre forma de gobierno, antes de una discusión constitucional, es

notable. El presidente, aprobada en la sesión del 12 el acta de la independencia (que sería

modificada el 19), propuso se estableciese el sello del Congreso; Bustamante observó que

debería esperarse a la forma de gobierno, pues de ella dependerían las armas y timbres que lo

adornarían; Acevedo empezó a tratar el tema inclinándose por "la monarquía temperada en la

dinastía de los Incas" con capital en el Cuzco. Fue apoyado por otros oradores que no nombra el

acta.

El debate seguiría el 15. Oro dijo que sería conveniente consultar antes la voluntad de las

provincias, y si el debate seguía "precediéndose sin aquel requisito a adoptar el sistema

monárquico constitucional a que veía inclinados los votos de los representantes, se le permitiese

retirarse del Congreso".

Fray justo faltó a las siguientes sesiones, comunicando el 20 por boca de Laprida que "el no

asistir a las discusiones acerca de la forma de gobierno era porque las consideraba

extemporáneas y por la necesidad de consultar antes a su Pueblo, pero que lo haría si el Soberano

Congreso se lo ordenase" dándole un documento para satisfacer a San Juan que no le había dado

instrucciones a ese respecto. Aceptado, Oro volvió a las sesiones. No es que fuera republicano,

como ha recogido la leyenda, sino meticuloso de sus poderes. En las sesiones secretas del 4 de

setiembre, donde se votó la forma de gobierno, aprobó la monarquía constitucional - y algo más

también - con el solo agregado de "que esto podrá hacerse cuando el país esté en perfecta

seguridad y tranquilidad".

El 19 siguió el debate: Serrano analizó las ventajas de un gobierno "federal" (por decir

republicano) "que hubiera deseado para estas Provincias", pero ahora "por la necesidad del orden

y la unión, rápida ejecución de las providencias y otras consideraciones" se inclinaba a la

monarquía temperada; Acevedo renovó que se adoptase la monarquía del Inca, adherida por

Pacheco. El 31 Castro se adhirió a la monarquía constitucional con el Inca; lo mismo hicieron

Rivera, Sánchez de Lorca y Pacheco, y considerando este último suficientemente discutida la

materia pidió votación. Acepta Acevedo siempre que se vote el agregado de que el Cuzco sería la

capital del nuevo reino; opónese a esto último Gascón, que quería mantener la capital en Buenos

Aires. No se votó por entender que si había pronunciamiento general en favor de la monarquía

temperada, no era lo mismo en cuanto a la dinastía del Inca y a la capital en el Cuzco. El 5 de

agosto Thames, que preside, se manifiesta en favor del Inca; Godoy Cruz se expresa en favor de

la monarquía pero no acepta al Inca, arrastrando a Castro, que rectifica su voto en favor del Inca

dado anteriormente; Aráoz cree que debe tratarse primeramente la forma de gobierno y después

establecerse la dinastía; Serrano también se pronuncia en contra del Inca y es rebatido por

Sánchez de Lorca y Malabia, sostenedores del monarca indígena. El 6 de agosto, Anchorena

pronunció el único discurso en favor del republicanismo del debate (que rectificaría al votar),

diciendo que la forma monárquica convenía a los países aristocráticos de la zona montañosa de

América, pero no sería aceptada en la llanura, de hábitos más populares. Creía que la sola

manera de conciliar tipos tan opuestos era "la federación de provincias".

¿Quién sería el descendiente del Inca que se proponía para rey de América del Sur? ... En las

Page 13: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

13

burlas de los periodistas de Buenos Aires, se dijo que al rey patas sucias habría que buscarlo en

alguna pulpería o taberna del altiplano. Pero no era cierto que los partidarios de la coronación de

un Inca no tuvieron en cuenta quién sería el candidato: Tupac-Amaru tenía un hermano, ya casi

octogenario, preso en los calabozos de Cádiz, y parientes en su confinamiento de Tinta. En uno u

otros pensaban los diputados de Tucumán.

Debe comprenderse que por el estado de las ideas en Europa, la forma monárquica parecía ser la

conveniente para conseguir que se reconociese la independencia. Y antes que un príncipe

español, o portugués, o francés, o inglés, era más patriótico coronar uno nativo de América. El

principio de la legitimidad era agitado por la Santa Alianza, ¿y qué monarca más legítimo en

América del Sur que el descendiente de sus antiguos reyes? El proyecto no era tan descaminado,

y debe reconocerse que la capital en el Cuzco como quería el catamarqueño Acevedo significaba

la unidad de América del Sur.

6.La independencia y los festejos de julio de 1816

El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán

declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas

continuarían y pasarían más de ocho años, hasta el triunfo patriota en la batalla de Ayacucho,

el 9 de diciembre de 1824, para que la independencia de América del Sur quedara sellada para

siempre. Sin embargo, los festejos por la emancipación comenzaron al día siguiente de

declararse la independencia. Para recordarlo hemos seleccionado tres fragmentos en torno a

las celebraciones escritos por Gregorio Aráoz de La Madrid,Paul Groussac y el oficial sueco

Jean Adam Graaneer, donde narran los festejos del 10 y del 25 de julio de 1816.

Fuente: Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.

El general La Madrid, que en ese entonces se encontraba en Tucumán formando parte del

Ejército Auxiliar del Perú, a las órdenes del general Belgrano, cuenta en sus Memorias que

“declarada la independencia el 9 de julio, nos propusimos todos los jefes del ejército, incluso el

señor General en jefe, dar un gran baile en celebridad de tan solemne declaratoria; el baile tuvo

lugar con esplendor en el patio de la misma casa del Congreso, que era el más espacioso.

Asistieron a él todas las señoras de lo principal del pueblo y de las muchas familias emigradas

que había de Salta y Jujuy, como de los pueblos que hoy forman la república de Bolivia”1.

Groussac refiriéndose a esta fiesta, dice: “El baile del 10 de julio quedó legendario en Tucumán.

¡Cuántas veces me han referido sus grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían

sido testigos y actores de la inolvidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo

conservo en la imaginación un tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y

emblemas patrióticos, manchas brillantes u vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre

bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y

violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien fuera el relator. Escuchando a

doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático general Belgrano, los

coroneles Álvarez y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el decidor Juan José Paso

y el hacedor Serrano… Oyendo a don Arcadio Talavera, aquello resultaba un baile blanco, de

puras niñas “imberbes”, como él decía. Y desfilaban ante mi vista interior, en film algo confuso,

todas las beldades de sesenta años atrás…”2.

También hubo festejos el 25 de julio en las afueras de la ciudad. Jorge María Ramallo cita a un

testigo de las celebraciones, el oficial sueco Jean Adam Graaneer, agente del Príncipe

Bernadotte, que se encontraba en ese momento Tucumán. En su descripción de los sucesos,

Page 14: Artículos Sobre La Declaracion de La Independencia Argentina

14

realizada cuatro días después de los festejos, Adam Graaner se refiere así a aquellos sucesos:

“El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de

Tucumán. Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel.

Más de cinco mil milicianos de la provincia, se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y

algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras…

”Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron

a esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la feliz idea que tuvieron de

reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde cuatro años antes, las tropas del general

español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma de

sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para

ellos más precioso, la independencia de la patria.

”Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el

gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra

y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio

en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco) de

la familia imperial de los Incas.”3

1 Gregorio Aráoz de La Madrid, Memorias, Tomo I, Buenos Aires, 1895, pág. 109.

2 Paul Groussac, El Congreso de Tucumán, en El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Segunda serie,

Buenos Aires, 1920, págs. 306-307.

3 Jean Adam Graaner, Las provincias del Río de la Plata en 1816 (Informe dirigido al Príncipe Bernadotte).

Traducción y notas de José Luis Busaniche, Buenos Aires, 1949, pág. 65.

7.Las jornadas de la Declaración de Independencia, según Paul Groussac

El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán

declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas

continuaron y debieron transcurrir más de ocho años -hasta el triunfo patriota en la batalla de

Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824- para que la independencia de América del Sur quedara

sellada para siempre.

Sin embargo, los festejos por la emancipación comenzaron al día siguiente de declararse la

independencia. Para recordarlos hemos seleccionado un fragmento sobre aquellas jornadas

escrito por Paul Groussac y publicado 1920.

Fuente: Paul Groussac, El viaje intelectual, Buenos Aires, Impresiones de naturaleza y arte,

1920, en José Luis Busaniche, Estampas del pasado, Tomo I, Buenos Aires, Editorial

Hyspamérica, 1986.

El martes 9 de julio, hubo sesión ordinaria, en la que se dio lectura de la nota anterior y se puso

término al largo debate sobre sistema de votación, promovido por el diputado Anchorena. A las 2

de la tarde el acto magno se inició. Era un día “claro y hermoso”, según el extracto de un

manuscrito todavía en poder de la familia Aráoz; un público numeroso, en que por primera vez

se confundían “nobleza y plebe”, llenaba el salón y las galerías adyacentes.

A moción del doctor Sánchez de Bustamante, diputado por Jujuy, se dio prioridad al proyecto de

“deliberación sobre libertad e independencia del país”. No hubo discusión. A la pregunta

formulada en alta voz por el secretario Paso: Si querían que las Provincias de la Unión fuesen

una nación libre e independiente de los reyes de España, los diputados contestaron con una sola

aclamación, que se trasmitió como repercutido trueno al público apiñado desde las galerías y

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15

patio hasta la calle.

Después, se tomó el voto individual, que resultó unánime, labrándose entre tanto el acta

inmortal, a la que sólo falta la firma del diputado Corro, ausente en comisión. No hubo ese día

otra manifestación pública, dejándose para el siguiente las fiestas anunciadas.

Desde la mañana del 10, reprodujéronse con mayor júbilo y pompa las ceremonias del día de la

instalación. A las 9 de la mañana, los diputados y autoridades, reunidos en la casa congresal, se

dirigieron en cuerpo al templo de San Francisco, encabezando el séquito el Director Supremo,

Pueyrredón, entre el presidente Laprida y el gobernador Aráoz. A lo largo de las tres cuadras que

median hasta la iglesia, formaban doble hilera las tropas de la guarnición. En la plaza mayor,

todavía libre de columnas o pirámides, hormigueaba el pueblo endomingado:

artesanos de chambergo y chaqueta, paisanos de botas y poncho al hombro, cholas

emperifolladas, de vincha encarnada y trenza suelta, luciendo, entre los ojos de azabache y el

bronce de la tez, su deslumbrante dentadura. No se encontraba un solo “decente”, estando todos

sin excepción en el cortejo oficial; pero sí una que otra niña rebozada que, ligera como perdiz y

remolcando a la chinita de la alfombra, se apuraba hacia el convento, enseñando sin querer -o

queriendo- bajo la breve falda de seda, las cintas del zapatito cruzadas sobre el tobillo. En cada

esquina se estacionaban grupos de gauchos a caballo, fumando su cigarro de chala, apoyado

sobre el muslo el cabo del rebenque.

Después de la misa solemne y del sermón, predicado por el doctor Castro Barros, la comitiva

salió en el mismo orden, entre salvas y músicas, dirigiéndose a casa del gobernador Aráoz,

donde se celebró (por estar en poder de los organizadores del baile el salón congresal) una breve

sesión para conferir al Director Supremo el grado de brigadier, y nombrar a Belgrano general en

jefe del Ejército del Perú, en reemplazo de Rondeau, tan desprestigiado después de la derrota de

Sipe-Sipe, como el mismo Belgrano después de Ayohuma. Esa misma tarde, Pueyrredón se

ponía en camino para Córdoba, donde llegó el 15 (habiendo recorrido en menos de cinco días

aquel trayecto de 150 leguas de posta, lo que es, sin duda, un bonito andar); allí, antes de seguir

viaje a Buenos Aires, tuvo con San Martín, que vino expresa y secretamente de Mendoza, la

memorable entrevista de dos días que decidió de la campaña de Chile, y acaso de la

independencia sudamericana.

El baile del 10 de julio, quedó legendario en Tucumán. ¡Cuántas veces me han referido sus

grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían sido testigos y actores de la

inolvidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo conservo en la imaginación un

tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y emblemas patrióticos, manchas

brillantes u oscuras de uniformes y casacas, faldas y faldones en pleno vuelo, vagas visiones de

parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la

delgada orquesta de fortepiano y violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien

fuera el relator. Escuchando a doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático

general Belgrano, los coroneles Álvarez y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el

decidor Juan José Paso y el hacedor Serrano... Oyendo a don Arcadio Talavera, aquello resultaba

un baile blanco, de puras niñas imberbes, como él decía. Y desfilaban ante mi vista interior, en

film algo confuso, todas las beldades de sesenta años atrás: Cornelia Muñecas, Teresa Gramajo y

su prima Juana Rosa, que fue “decidida” de San Martín; la seductora y seducida Dolores

Helguera, a cuyos pies rejuveneció el vencedor de Tucumán, hallando a su lado tanto sosiego y

consuelo, como tormento con madame Pichegru…

Pero en un punto concordaban las crónicas sexagenarias, y era en proclamar reina y corona de la

fiesta, a aquella deliciosa Lucía Aráoz, alegre y dorada como un rayo de sol, a quien toda la

población rendía culto, habiéndole adherido la cariñosa divisa de “rubia de la patria”. Para que

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nada le faltara, había de convertirse, poco después, en Iris de paz entre los partidos airados:

Capuletos y Montescos de tierra adentro, que, como dije alguna vez, hicieron poesía sin saberlo,

al lograr que Lucía, venciendo íntimas resistencias, concediera su blanca mano al gobernador

Javier López, hasta entonces enemigo mortal de los Aráoz.

8.Un agente sueco escribe sobre la declaración de la independencia de las

provincias unidas

Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado

una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar cómo terminaría;

no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y la tenaz resistencia por

parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las diferencias internas respecto a

cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las rivalidades se dirimían en golpes de

mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.

Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista

avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril,

el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a

realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán.

Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.

Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,

Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán

para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no

todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España

y de sus reyes”.

El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro

Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión

católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía

resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín

para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda Oriental,

entre otros.

Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una

comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un

temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las

discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.

El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como

primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no

tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América

del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.Diez días más tarde, a propuesta

del diputado por Buenos Aires Pedro Medrano, se agregó a la liberación de España la referente a

“toda dominación extranjera”, y el 25 se adoptó oficialmente la bandera celeste y blanca.

A continuación transcribimos el testimonio de Jean Adam Graaner, un agente sueco que escribió

a su país sobre este trascendental acontecimiento. En los fragmentos seleccionados, Graaner da

cuenta del riesgo que corrían los patriotas al declarar la independencia, ya que “quienes

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prestaban juramento a la patria, contaban con una muerte segura, si el país volvía a caer bajo la

dominación española”, y expresa: “Están dispuestos a vencer o morir”.

Fuente: Jean Adam Graaner (Agente sueco), Las provincias del Río de la Plata en 1816

(Informe dirigido al príncipe Bernadotte). Traducción y notas de José Luis Busaniche, Buenos

Aires, Librería y Editorial El Ateneo, 1949, págs. 18-19, 59-66 y 85-109.

La América Meridional, al parecer, quiere por fin salir de su prolongado letargo, y animada por

el ejemplo brillante de los florecientes Estados del Norte, hace esfuerzos por sustraerse a la tutela

europea, que la ha sostenido en su infancia pero que le resulta una traba en su adolescencia.

Salida apenas de las tinieblas del despotismo civil y espiritual, e ignorando todavía la justa

aplicación de sus fuerzas propias, es menester perdonarla si cae de error en error hasta que,

finalmente, una experiencia duramente adquirida, le muestre el camino de sus intereses

verdaderos.

Riquezas inagotables, clima saludable y suave, fertilidad sin igual, ríos inmensos o navegables

hasta 400, 500 ó 600 leguas hacia el interior (o que en todo caso pueden hacerse aptos para la

navegación), mares tranquilos y sin escollos, puertos seguros y de fácil acceso, navegación

abierta por igual a las Indias Orientales, a Europa y al África, sin contar las islas, tan fértiles

como apreciadas, del Pacífico, que no esperan para civilizarse sino relaciones sostenidas de

comercio con el continente de la hasta ayer América española: tales son las grandes ventajas de

estos países sobre los de la parte norte del continente, con los cuales la Naturaleza se ha

mostrado menos pródiga, pero a los que ha dotado de habitantes industriosos y emprendedores.

Sin embargo, es incontestable que la indolencia de los habitantes de esta provincias del sur, se

origina menos en su falta de inteligencia que en su antiguo gobierno y en su sistema funesto de

monopolio unido al despotismo de los sacerdotes, que, mediante supersticiones casi increíbles en

Europa, han tratado y tratan todavía de sofocar o retardar todos los esfuerzos del entendimiento

humano. (…)

Comenzó sus trabajos el congreso con mucho celo, pero dentro de una gran confusión. Con todo,

poco a poco los congresistas fueron desarrollando sus ideas. En los discursos alternaban los

nombres de Solón, Licurgo, la República de Platón, etc. El Contrato Social, el Espíritu de las

Leyes, la constitución inglesa y otras obras de ese género, fueron consultadas y estudiadas,

citadas y documentadas con gran entusiasmo por los doctores en leyes, en tanto que los

sacerdotes condenaban a los filósofos antiguos como a ciegos paganos y a los escritores

modernos como a herejes apóstatas impíos. Es verosímil que los eclesiásticos –muy

preponderantes en las primeras sesiones- tuvieran como plan el establecimiento de un gobierno

rigurosamente jerárquico, tomando como buen pretexto, que el célebre régimen teocrático de los

jesuitas del Paraguay, formado en parte sobre el modelo de los incas, era el más benéfico entre

todos los conocidos hasta entonces, pero parecieron olvidar que una hermosa constitución

supone costumbres puras e inocentes, igualdad absoluta de fortunas y de condición, renuncia

voluntaria a toda ambición de títulos y preferencias exteriores, respeto absoluto por los jefes y

por las leyes establecidas, en una palabra, un número infinito de cualidades y virtudes, de que no

solamente los criollos están desprovistos sino quizá todo hombre educado en las delicias y los

vicios de la sociedad civilizada 1.

Por fin, el congreso nombró una comisión, compuesta de tres de sus miembros, encargada de

presentar un plan para ajustar a él sus trabajos.

Este proyecto fue presentado a la Asamblea Nacional y obtuvo inmediata sanción. (…)

Para las materias de menor importancia o tocantes a casos particulares, la Asamblea debía

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nombrar una comisión especial.

Después se procedió a nombrar un jefe del poder ejecutivo, porque el Director Álvarez había

sido nombrado con carácter provisorio. El coronel Pueyrredón, diputado por San Luis, obtuvo

todos los sufragios y se instaló como Director Supremo del Estado. Es el primer director elegido

por los representantes de la Nación. Le fueron acordados plenos poderes para dirigir las

operaciones militares, para tratar con las cortes extranjeras y velar por la seguridad interior y

exterior del estado, y en general para ejecutar las resoluciones del congreso.

Como dicho jefe es en la actualidad el primer ciudadano del nuevo estado y en verdad uno de sus

hombres más ilustrados, no creo fuera de propósito dar algunas ideas sobre su persona

y carácter.

El señor Juan Martín de Pueyrredón es hijo de francés y su padre era nativo del Bearn. Murió el

padre en Buenos Aires, donde dejó una familia particularmente estimada. Su viuda volvió a

Francia, adonde fue con este hijo menor, quien pasó allí algunos años. Tiene ahora (Pueyrredón)

unos cuarenta años, más o menos, su físico es interesante y sabe combinar admirablemente bien

su seriedad española con la urbanidad francesa.

Más político que soldado, trata de ganarse la voluntad de todos los partidos y de unir las

facciones opuestas por medios pacíficos, y en esto ha obtenido un resultado superior a cuanto

podía esperarse. Ha sabido hasta reprimir el espíritu de aristocracia de diferentes jefes de la

fuerza armada, sin que ellos lo hayan advertido y con esto se ha ganado la confianza de todos sus

conciudadanos. Sin compartir ni aprobar las supersticiones y los prejuicios de sus compatriotas,

hace como que se presta a ellos y al mismo tiempo trata de anularlos.

Ha sido miembro del gobierno de Buenos Aires y a consecuencia de la revolución contra Alvear

se le desterró al distrito de San Luis, encantados por la afabilidad de sus maneras y por su

patriotismo, le eligieron, aunque era extraño a la provincia, por su representante al congreso de

Tucumán.

A fines del mes de junio del año pasado, entró (el congreso) a deliberar sobre la declaración de

independencia de las Provincias Unidas y animados por la instigación del nuevo director –que

parecía conducir secretamente la marcha del Congreso-, sus miembros publicaron por acta

solemne, el 9 de julio, la resolución adoptada de declarar y constituir la nación libre e

independiente de España, del Rey Fernando, de sus sucesores, y de toda potencia extranjera.

Esta declaración fue recibida con el mayor entusiasmo y solamente después de tal

acontecimiento ha podido advertirse actividad en las diferentes ramas de la administración de los

negocios públicos con la esperanza de ver algún día estas provincias organizadas en cuerpo de

nación. Y la razón es muy natural. Los hombres que fluctuaban hasta entonces entre los intereses

de la metrópoli y los de la patria, sin osar declararse abiertamente, ni por una ni por otra, se

encontraron ahora obligados a decidirse, y de haberse negado a prestar el juramento de

independencia, hubieran perdido sus empleos y sus fortunas y habrían sido desterrados.

Al mismo tiempo, quienes prestaban juramento a la patria, contaban con una muerte segura, si el

país volvía a caer bajo la dominación española. En esta situación desesperada, y no obstante la

dolorosa experiencia que se tenía de la inflexible justicia vengativa de los españoles de América,

han preferido exponerse a un peligro eventual, antes que sacrificar sus propios intereses, su

fortuna o sus empleos. Por eso están dispuestos a vencer o morir.

El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de

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Tucumán.

Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de

cinco mil milicianos de la provincia se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos

con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras. La descripción de estas

últimas me obligaría a ser demasiado minucioso, pero tengo ejemplares en mi poder.

Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron a

esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la idea feliz que tuvieron de

reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde dos años antes, las tropas del general

español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas 2. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma

de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para

ellos más precioso, la independencia de la patria.

Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el

gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra

y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio

en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco), de

la familia imperial de los Incas.

Las únicas potencias extranjeras con que estas provincias han mantenido algunas

comunicaciones públicas o secretas desde que se hizo la revolución, han sido España, Brasil,

Inglaterra y los Estados Unidos de la América del Norte.

Sin entrar a examinar los derechos en que estas provincias puedan fundar su separación de la

metrópoli, hay que decir que se han conducido de manera muy inconsecuente para con su

antiguo soberano y no con la franqueza y buena fe que, si bien quizás, no debe esperarse de la

política de cortes y gabinetes, tenemos derecho a esperar, sin duda, de un pueblo entero que

expresa su voluntad y designios por el órgano de sus representantes.

En la época en que España estaba ocupada por los franceses, no cesaron de expresarse votos

ardientes de la más absoluta obediencia hacia el soberano, el infortunado Rey Fernando, y se

declaró que solamente por la escasa confianza que inspiraba el consejo de regencia de Cádiz –tan

mal defensor de los derechos del monarca- no se prestaba obediencia a ese consejo, sospechado

de estar en connivencia con los enemigos del Estado. Pero cuando, más tarde, el gobierno

español recobró su forma anterior y el rey reasumió sus derechos, continuaron desobedeciendo

sin alegar ninguna razón y sin atreverse a declarar abiertamente los motivos y la finalidad de la

insurrección.

Así y todo, cuando se considera el despotismo cruel con que los agentes principales del Rey de

España trataron a estas provincias desde el primer momento de la revolución, y la dureza

inexorable con que rechazaron toda propuesta de reconciliación que no tuviera por base la

sumisión absoluta y a discreción, nos sentimos inclinados a creer que el temor, o más bien la

desesperación extrema, es lo que ha forzado a estas provincias a abrazar un plan de

independencia que, probablemente, no hubieran concebido jamás en el comienzo de la

revolución. Más aun, me atrevo a presumir que si la corte de Madrid hubiera querido acceder a

tratar con sus súbditos, o por lo menos a escuchar moderadamente los propósitos de sus

negociadores que se limitaron a pedir derechos de representación y de comercio, iguales o casi

iguales a los derechos de los españoles europeos, se hubiera ahorrado mucha sangre y estas

provincias devastadas que hoy muestran las huellas de las calamidades por la guerra civil,

hubieran hoy, como consecuencia del comercio libre y bien fomentado, contribuido a la

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opulencia de la metrópoli y a su propio enriquecimiento.

Ahora ya es demasiado tarde y la suerte de estos países parece decidida, aun en el caso de que

los españoles pudieran conquistar algunas ciudades o provincias. Sus habitantes han sufrido

demasiado, se han sacrificado por demás durante estos últimos diez años, para detenerse ahora

en su carrera. Han visto claro, en lo que respecta a los derechos imprescriptibles del ciudadano, y

aman a su patria, hasta por los sacrificios que a ella les ha costado. En fin, el cetro de hierro que

domina a España, la suerte deplorable de Cartagena, los patíbulos de Chile, el exterminio de los

habitantes de La Paz, etc., han llevado el terror a todos los espíritus y reunido a todas las

facciones; de ahí que en todas partes se han empeñado en prestar juramento de fidelidad a la

patria, comprometiéndose solemnemente por Dios y la Santa Cruz a sostener su independencia, a

costa “de la vida, haberes y fama”. (…)

Al volver a mi patria, he sabido que el antiguo Virreinato de Chile, ha sido, por fin, liberado de

la opresión tiránica de los españoles por el bravo general San Martín con la ayuda de los

habitantes del país. De tal manera, esta gran obra ha sido, por fin, consumada y, loado sea Dios,

la suerte de América ya no ofrece dudas.

Referencias:

1 Suposiciones sin fundamento. Nadie pensaría en régimen de los jesuitas y huelgan las reflexiones consiguientes.

(N. del T.)

2 Debió decir “cuatro años antes”. (N. del T.)

9.El Congreso de Tucumán, según Bartolomé Mitre

Desde la conformación del primer gobierno patrio, sin injerencia de España, se había desatado

una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma

explícita cómo terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente

y la tenaz resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las

diferencias internas respecto a cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las

rivalidades se dirimían en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.

Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista

avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril

de 1815, el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias

invitándolas a realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en

Tucumán.

Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.

Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,

Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán

para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no

todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de

España y de sus reyes”.

El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro

Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión

católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía

resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín

para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda

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Oriental, entre otros.

Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una

comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un

temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las

discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.

El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como

primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no

tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América

del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli. Diez días más tarde, a

propuesta de Medrano, se agregó a la liberación de España la referente a “toda dominación

extranjera”, y el 25 se adoptó oficialmente la bandera celeste y blanca.

A continuación transcribimos las palabras de Bartolomé Mitre sobre aquel Congreso “que supo

elevarse a la altura de la situación, dando nueva vida a la revolución y nuevo ser a la

República, por un acto vigoroso, que hará eterno honor a su memoria mientras el nombre

argentino no desaparezca de la tierra”.

Fuente: Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia argentina; en Belisario

Fernández, Guión de la independencia, Buenos Aires, Ediciones La Obra, 1966, págs. 109-110.

El Congreso de Tucumán, a cuyo lado iba a ponerse Belgrano, era la última esperanza de la

revolución: el único poder revestido de alguna autoridad moral, que representase hasta cierto

punto la unidad nacional; una parte de las provincias se había sustraído a la obediencia del

gobierno central, y éste, asediado por las agitaciones de la capital, y por las atenciones de la

guerra civil, apenas dominaba a Buenos Aires. En tal estado estas cosas, la reunión de un

congreso era la última áncora echada en medio de la tempestad.

Aquel Congreso, que debe su celebridad a la circunstancia de haber firmado la declaratoria de la

independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, representa uno de los más raros

fenómenos de la historia argentina. Producto del cansancio de los pueblos; elegido en medio de

la indiferencia pública; federal por su composición y tendencias y unitario por la fuerza de las

cosas; revolucionario por su origen y reaccionario en sus ideas; dominando moralmente una

situación, sin ser obedecido por los pueblos que representaba; creando y ejerciendo directamente

el poder ejecutivo, sin haber dictado una sola ley positiva en el curso de su existencia;

proclamando la monarquía cuando fundaba la república; trabajando interiormente por las

divisiones locales, siendo el único vínculo de la unidad nacional; combatido por la anarquía,

marchando al acaso, cediendo a veces a las exigencias descentralizadoras de las provincias, y

constituyendo instintivamente un poderoso centralismo, este célebre Congreso salvó sin embargo

la revolución, y tuvo la gloria de poner el sello a la independencia de la patria. La Asamblea de

1813 había constituido esencialmente esa independencia en una serie de leyes inmortales, y el

Congreso de Tucumán al declararla solemnemente, no hizo sino proclamar un hecho consumado,

y dictar la única ley que en aquella circunstancia podía ser obedecida por los pueblos.

Arreglado este punto capital, el Congreso formuló a la manera de tesis o problemas por resolver,

el programa de sus trabajos legislativos, convocando a todos los ciudadanos a una especie de

certamen político. Este programa comprendía el deslinde de las facultades del Congreso; la

discusión sobre la declaración solemne de la independencia política de las Provincias Unidas; los

pactos generales de las provincias y pueblos de la Unión como preliminares de la Constitución;

la adopción de la más conveniente forma de gobierno; la Constitución adaptable a esta forma; el

plan de arbitrios permanentes para sostener la lucha; el arreglo del sistema militar y de la marina;

la reforma económica y administrativa; la creación de nuevos establecimientos útiles; el arreglo

de la justicia; la demarcación del territorio; el repartimiento de las tierras baldías, y la revisión

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general de todo lo estatuido por la anterior Asamblea o por el Poder Ejecutivo, ya fuese en forma

de leyes o de reglamentos.

En medio de tantas facultades, el Congreso supo elevarse a la altura de la situación, dando nueva

vida a la revolución y nuevo ser a la República, por un acto vigoroso, que hará eterno honor a su

memoria mientras el nombre argentino no desaparezca de la tierra; el acto que aconsejaba la

misma prudencia, porque era lo único que el Congreso podía mandar, por ser lo único que los

pueblos estaban dispuestos a obedecer. Tal fue la declaratoria de la independencia.

El Congreso de Tucumán, penetrado de las ideas antes indicadas, dio oídos al clamor universal

de los pueblos, que pedían la emancipación de la España, y de acuerdo con sus dos ilustres

sostenedores, San Martín y Belgrano, decidióse al fin a proclamar a la faz del mundo, la

existencia de una nueva nación. Reunido en su sala de sesiones el día 9 de julio de 1816, se puso

a discusión la cuestión de la Independencia del país, señalada en el programa de sus trabajos. Un

pueblo numeroso llenaba la barra. Don Narciso Laprida presidía la sesión. Formulada por el

secretario la proposición que debía votarse, interrogó a los diputados: “¿Si querían que las

provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España”. Todos a

la vez, y poniéndose espontáneamente de pie contestaron por aclamación que sí, “llenos del

santo amor de la justicia”, según las palabras del acta, y uno a uno sucesivamente reiteraron su

voto por la independencia del país, en medio de los aplausos y de los vítores del pueblo, que

presenciaba aquel acto memorable. Extendióse en seguida el acta, en la que, “invocando al

eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representaba”, el

Congreso declaró solemnemente: “que era voluntad unánime de las Provincias Unidas de Sud

América romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar sus

derechos, investirse del alto carácter de nación libre e independiente, quedando de hecho y de

derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exigiere la justicia”.

El 21 de julio se juró solemnemente la independencia en la sala de sesiones del Congreso con

asistencia de todas las autoridades civiles y militares de Tucumán, protestando todos ante Dios y

la Patria, “promover y defender la libertad de las Provincias Unidas, y su independencia del rey

de España, sus sucesores y metrópoli, y de toda otra dominación extranjera”, prometiendo

sostener este juramento, “hasta con la vida, haberes y fama”.

Bartolomé Mitre

Fuente: www.elhistoriador.com.ar