apuntes para la historia de concordia

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1 APUNTES PARA LA HISTORIA DE CONCORDIA Luis María Medina QUÉ CONTIENE Y QUÉ PRETENDE ESTE TRABAJO Cada uno pone, en su momento, todo el esfuerzo del que es capaz para el logro de un fin determinado. Muchas veces no es suficiente; en otras oportunidades, sólo recoge sonrisas condescendientes; y en no pocos casos, despierta el rechazo y hasta la ira. La historia de Concordia es una mezcla de todas ellas. Desde la primera vez que se pensó en utilizar la energía de los rápidos de Salto Grande, a fines del siglo XIX, hasta la concreción de la pista El Espinillar, pasando por la erección e instalación del hospital, y tantas otras obras e instituciones, nuestra ciudad se caracterizó por la voluntad de sus hombres y mujeres. Hubo pioneros en el cultivo de la vid, los citrus y el olivo, como así también en la cría de ganado. Y hasta en la industria y los servicios. Existen trabajos publicados ya, donde se inscriben sus nombres por sectores. Y todo ello nos demuestra que los hombres y las mujeres de Concordia no fueron guerreros sino gente de trabajo. Pero gracias al trabajo y al esfuerzo nuestra ciudad fue, en lo que podríamos denominar su época de oro, una de las más importantes del país. Siempre, en todo momento, prevaleció el espíritu, indomable y libertario, del que habla Perez Colman, y en horas negras de la historia, algunas no tan lejanas, afloró en los hombres y mujeres que supieron mantener viva la dignidad del suelo natal. Mucho fue escrito, pero mucho más se transmitió de padres a hijos y constituyó la tradición oral de nuestro pueblo. Lo que corre peligro de perderse hoy en el maremagno de la globalización. Preservar lo que conocemos es el aporte que queremos hacer con este libro. Es justo reconocer que para su edición hemos aunado dos voluntades y dos esfuerzos: la del periodista y la del editor. La ausencia de uno hubiera implicado la imposibilidad del otro. El periodista recogió material propio, algunos publicados en otras épocas, y recurrió a trabajos inéditos que obraban en su poder. Volvió al pasado más lejano y transcribió tres capítulos de un libro que ya no se encuentra en las librerías. Y esbozó un cuadro cronológico que podrá ser de ayuda para quien algún día escriba la historia de Concordia. El editor, por su parte, además de los aportes en el contenido, puso su arte y su ciencia, muchos de sus recuerdos y todo su esfuerzo, en dar a este libro su forma definitiva. Que lo conozcan las nuevas generaciones y lo disfruten las anteriores es el mayor anhelo de ambos.

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APUNTES

PARA LA HISTORIA DE CONCORDIA

Luis María Medina

QUÉ CONTIENE Y QUÉ PRETENDE ESTE TRABAJO

Cada uno pone, en su momento, todo el esfuerzo del que es capaz para el logro de un fin determinado. Muchas veces no es suficiente; en otras oportunidades, sólo recoge

sonrisas condescendientes; y en no pocos casos, despierta el rechazo y hasta la ira.

La historia de Concordia es una mezcla de todas ellas. Desde la primera vez que se pensó en utilizar la energía de los rápidos de Salto Grande, a fines del siglo XIX, hasta

la concreción de la pista El Espinillar, pasando por la erección e instalación del hospital, y tantas otras obras e instituciones, nuestra ciudad se caracterizó por la voluntad de sus hombres y mujeres. Hubo pioneros en el cultivo de la vid, los citrus y el olivo, como así

también en la cría de ganado. Y hasta en la industria y los servicios. Existen trabajos publicados ya, donde se inscriben sus nombres por sectores. Y todo ello nos demuestra que los hombres y las mujeres de Concordia no fueron guerreros sino gente de trabajo. Pero gracias al trabajo y al esfuerzo nuestra ciudad fue, en lo que podríamos denominar

su época de oro, una de las más importantes del país.

Siempre, en todo momento, prevaleció el espíritu, indomable y libertario, del que habla Perez Colman, y en horas negras de la historia, algunas no tan lejanas, afloró en los

hombres y mujeres que supieron mantener viva la dignidad del suelo natal.

Mucho fue escrito, pero mucho más se transmitió de padres a hijos y constituyó la tradición oral de nuestro pueblo. Lo que corre peligro de perderse hoy en el maremagno

de la globalización.

Preservar lo que conocemos es el aporte que queremos hacer con este libro.

Es justo reconocer que para su edición hemos aunado dos voluntades y dos esfuerzos: la del periodista y la del editor. La ausencia de uno hubiera implicado la imposibilidad del

otro. El periodista recogió material propio, algunos publicados en otras épocas, y recurrió a trabajos inéditos que obraban en su poder. Volvió al pasado más lejano y

transcribió tres capítulos de un libro que ya no se encuentra en las librerías. Y esbozó un cuadro cronológico que podrá ser de ayuda para quien algún día escriba la historia de

Concordia.

El editor, por su parte, además de los aportes en el contenido, puso su arte y su ciencia, muchos de sus recuerdos y todo su esfuerzo, en dar a este libro su forma definitiva.

Que lo conozcan las nuevas generaciones y lo disfruten las anteriores es el mayor anhelo de ambos.

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SUMARIO

1. Nómina de autoridades municipales 2. Los recuerdos de Don Honorio 3. Banda Municipal de Concordia 4. Concordia 1915 5. Caminos de hierro 6. Las romerías españolas 7. Intimidades de Concordia (1932) 8. En diligencia a Federal 9. Los aguateros 10. Por los rieles del recuerdo 11. Nombres para la historia 12. Por esos caminos de Dios 13. Labor de las autoridades municipales 14. Un siglo con Dios 15. El Odeón 16. Medios de transporte 17. Lo que el tiempo se llevó 18. Industria y alto comercio 19. Algo sobre monedas 20. La educación en Concordia 21. Los desaparecidos no eran obra de fantasmas 22. Cuando los automóviles tenían libreta... 23. Primera elección bajo la Ley Sáenz Peña 24. Baluarte del juniorismo 25. Rotary: el mejor compañero 26. Extranjeros en Concordia 27. El viejo escudo de Concordia 28. Reseña de diarios locales 29. Historia de Villa Zorraquín 30. Tres capítulos de El Nord-Este de Entre Ríos 31. Cronología

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NÓMINA DE AUTORIDADES MUNICIPALES

Nombre Cargo Período Federico Zorraquín

Presidente Municipal 5/1/1873 al 6/3/1877

Pedro Ponzano Presidente Municipal 6/3/1877 al 27/4/1877 José Z. Cortés Presidente Municipal 27/4/1877 al 16/1/1881 Timoteo Rodríguez Presidente Municipal 16/1/1881 al 4/1/1882 Mariano Manzano Presidente Municipal 4/1/1882 al 31/12/1886 Miguel González Presidente Municipal 1/1/1887 al 31/12/1888 Fernando García Presidente Municipal 1/1/1889 al 31/12/1892 David O’Connor Presidente Municipal 1/1/1893 al 31/12/1898 Juan P. Garat Presidente Municipal 1/1/1899 al 31/12/1902 Juan Salduna Presidente Municipal 1/1/1903 al 23/1/1907 Dr. Germán Vidal Presidente Municipal 24/1/1907 al30/9/1910 Juan Salduna Presidente Municipal 1/10/1910 al 31/12/1913 Dr. Esteban Zorraquín Presidente Municipal 1/1/1914 al 31/12/1915 José M. Requena Presidente Municipal 1/1/1916 al 11/10/1918 Pedro N. Urruzola Presidente Municipal 19/10/1918 al 3/11/1924 Santiago De Donatis Presidente Municipal 7/11/1924 al 1/10/1928 Manuel Molaguero Presidente Municipal Interino 2/10/1928 al 31/12/1929 Miguel E. Castro Presidente Municipal Interino 1/1/1930 al 2/11/1930 Santiago De Donatis Presidente Municipal 3/11/1930 al 8/5/1933 Pedro N. Urruzola Presidente Municipal Interino 8/5/1933 al 9/8/1933 Dr. Domingo A. Larocca Presidente Municipal 10/8/1933 al 30/6/1939 Ing. Eduardo Nogueira Presidente Municipal 1/7/1939 al 30/6/1943 My. Alberto Benavídez Comisionado Municipal 1/7/1943 al 23/4/1944 Dr. Andrés Rivara Comisionado Municipal 24/4/1944 al 26/6/1945 Héctor Conte Grand Comisionado Municipal 27/6/1945 al 15/7/1945 Luis Carlos Dovis Comisionado Municipal 16/7/1945 al 22/5/1946 Carlos Mugica Comisionado Municipal 23/5/1946 al 20/6/1946 Esc. Roberto J. Inda Comisionado Municipal 20/6/1946 al 9/9/1946 Dr. Carlos R. Arias Comisionado Municipal 9/9/1946 al 28/1/1947 Ricardo G. Figueroa Comisionado Municipal 29/1/1947 al 12/2/1947 José María Odorisio Comisionado Municipal 12/2/1947 al 16/6/1947 Dr. Severino Galeano Comisionado Municipal 16/6/1947 al 20/2/1948 Dr. Cervantes A. Beltrán Comisionado Municipal 20/2/1948 al 28/4/1948 Dr. Severino Galeano Presidente Municipal 29/4/1948 al 22/5/1950 Gerardo Yoya Presidente Municipal 22/5/1950 al 3/6/1952 Gerardo Yoya Presidente Municipal 4/6/1952 al 21/9/1955 My. Domingo M. Trimarco Com. Mpal. por disposición

Comando II Div. Caballería 21/9/1955 al 28/9/1955

Tte.Cnel. Adolfo E. Díaz Id. id. 28/9/1955 al 23/10/1955 Juan José Ardoy Comisionado Municipal 24/10/1955 al 30/4/1958 Esc. Esteban Anibal Gomez Presidente Municipal 1/5/58 al 29/4/1962 My. Manuel Alberto Peña Comisionado Municipal Int 30/4/1962 al 22/6/1962

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Carlos María Gómez a/c Despacho 22/6/1962 al 25/7/1962 Cnel. Pablo O. Harrand Comisionado Municipal 25/7/1962 al 18/2/1963 Julio O. Casarotto Comisionado Municipal Int. 19/2/1963 al 11/10/1963 Dr. José Ramón Larocca Presidente Municipal 12/10/1963 al 28/6/1966 Tte.Cnel. Abelardo T. Montiel Interventor Municipal Int. 28/6/1966 al 2/9/1966 Cnel.(R) Rafael J. Tiscornia Intendente Municipal 3/9/1966 al 24/5/1973 Fernando Mendez Graff Presidente Municipal 25/5/1973 al 5/3/1975 Manuel Mendoza Presidente Municipal Interino 5/3/1975 al 24/3/1976 My. Aldo de J. Simoncelli Deleg. Interv. Pcial. 24/3/1976 al 19/5/1976 Cnel.(R) Rafael J. Tiscornia Intendente Municipal 20/5/1976 al 25/5/1981 Dr. Jorge Isaac Aragón Intendente Municipal 25/5/1981 al 11/12/1983 Dr. Jorge Pedro Busti Presidente Municipal 11/12/1983 al 10/12/1987 Elbio Bordet Presidente Municipal 11/12/1987 al 10/12/1991 Dr. Jorge Pedro Busti Presidente Municipal 11/12/1991 al 10/12/1995 Juan Carlos Cresto Presidente Municipal 11/12/1995 al 10/12/1999 Ing. Hernán Orduna Presidente Municipal 11/12/1999 al 10/12/2003 Juan Carlos Cresto Presidente Municipal 11/12/2003

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LOS RECUERDOS DE DON HONORIO (Publicado en la edición Nº 8 de La Calle – 26 de octubre de 1959)

Ochenta y seis años de existencia lúcida han transformado a don Honorio Labeque 1 en una enciclopedia viviente especializada en el tema de nuestra ciudad, sus personajes y sus instituciones. Porque vivió en Concordia, porque alternó con aquellos y porque formó parte de estas últimas cuando se iniciaron, cuando dieron sus primeros pasos. Es por eso que sus respuestas configuran una exposición ininterrumpida de nombres, de detalles, de situaciones, avaladas por viejas fotos que hoy, merced a su gentileza, podemos publicar.

Lo entrevistamos en su negocio de venta de semillas, en la intersección de las calles Buenos Aires y Urquiza. Fuimos a pedirle un momento desocupado para charlar libremente, pero tuvimos que apurarnos a tomar nota de cuanto dato nos suministraba, para no dejarlos escapar. Y debemos mencionar su especial pedido de no aparecer como personaje principal en nuestra nota, pedido que nace de su sincera modestia pero que no podremos complacer totalmente, ya que el solo hecho de ser el blanco de nuestras preguntas y de relatar él lo que sabe, lo que conoce y lo que vivió, lo colocan en tal situación.

Don Honorio Labeque fue compañero y amigo de Damián P. Garat —“La P corresponde a Pablo”, recalca— y colaboró con El Diario de Concordia, que dirigía el gran poeta, cuya redacción estaba situada en calle Pellegrini, en el local que hoy ocupa la Confitería Paramí. La tarea de nuestro entrevistado se limitaba a darle los detalles sobre los bailes y fiestas a las que asistía.

Pero don Honorio y Damián —como lo nombra— fueron, también, presidente y vocal, respectivamente, del Club Social de nuestra ciudad, entidad que organizaba bailes de “smoking y guantes blancos”. El salón de aquella entidad se ha transformado, actualmente, en los talleres y oficinas de El Litoral.

Debemos aclarar —como nos lo ha hecho el señor Labeque— que en aquellos tiempos las señoritas concurrían a esas reuniones sociales previa invitación especial. Se usaba entonces el carnet de bailes, donde se anotaban a los jóvenes que requerían determinadas piezas. Así se les concedía a ellos, por ejemplo, “el segundo vals”, “el primer lancero”, etc.

Aquí viene una anécdota. El Club Social preparaba uno de estos bailes cuando llegaron a Concordia dos oficiales del ejército. Su misión consistía en “enganchar” voluntarios a las filas. Y mientras la cumplían, se hospedaban en un hotel de nuestra ciudad.

Enterados del baile, solicitaron un carnet de transeúntes para poder asistir al mismo, lo que les fue concedido. Y en la fecha y hora prevista se inició la reunión social.

En determinado momento, cuando la fiesta estaba en su apogeo, el presidente (don Honorio Labeque) se sorprendió ante el retiro de algunas damas y señoritas. Interrogadas sobre las causas de tal determinación, se le informó que lo hacían “porque estaban por tocar un tango”. Confirmándolo, la orquesta hizo oir los primeros compases de aquella música que aún no había ganado los salones y que sólo se bailaba en los arrabales de Buenos Aires. El presidente dio las seguridades del caso, explicó que no

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volvería a ocurrir y solicitó al grupo que disculparan y olvidaran lo sucedido. Dicho esto, se dirigió al director de la orquesta para inquirirle los motivos de salirse del programa preparado.

El pobre hombre confesó que la pieza había sido solicitada por uno de los oficiales visitantes. Puestas las cosas en su lugar, prometió no apartarse de lo establecido.

Pero la situación no iba a quedar en eso. El oficial volvió a pedir la interpretación de otro tango y, ante la negativa, requirió la presencia del presidente para obtener las explicaciones correspondientes.

La conversación, en la que además de don Honorio intervino Damián P. Garat y otros miembros de la comisión, tuvo lugar en la secretaría de la entidad. No satisfechos, los oficiales se retiraron indignados.

Al día siguiente, el poeta —como uno de los más representativos del Club— recibió los padrinos de quienes se sentían ofendidos por lo ocurrido la noche anterior. Consultado nuestro entrevistado por Garat, se decidió, de común acuerdo con otros cuarenta jóvenes, aceptar el duelo.

Pero lo que debía ser un secreto llegó a oídos del entonces Jefe de Policía, don José Boglich, quien telegrafió al ministro de Guerra en Buenos Aires. De inmediato, los oficiales recibieron orden de “mantenerse detenidos en el hotel”.

Los cuarenta concordienses esperaron en vano a sus rivales, ignorando las medidas dispuestas por los superiores de aquellos. Poco después, llegaba otro oficial, de mayor jerarquía y los detenidos fueron embarcados rumbo a la Capital.

Así terminó lo que pudo ser un escándalo social... ¡por culpa del tango!

Don Honorio Labeque tuvo, además, destacada actuación, junto a Alberto J. Dubra, Juan Irigoyen —dueño de una fábrica de jabón—, Martín Beñatena y otros que escapan a su memoria, en la formación del llamado Centro Social, ubicado en la esquina de calles Entre Ríos y Corrientes, donde —años después— se instaló la tienda Ciudad de Messina. La entidad, que poseía una sala de esgrima, no solamente se dedicaba a la actividad que indicaba su nombre pues también incursionaba en el ambiente cultural, y no fueron pocas las conferencias dictadas en sus salones.

Vamos a referirnos, por último a lo que se llamó Exposición del Centenario de Concordia. Además de una Comisión Central para este evento, que presidía Santiago S. De Donatis, y que contaba también, en distintos cargos, con la colaboración de los doctores Pedro Sauré, Manuel del Cerro Requena, Bernardino C. Horne, y de los señores Sebastián San Román, Domingo Isthilart, Benito y Juan F. Legerén, entre otros, se había constituido una Comisión Organizadora de la Exposición. Juan Francisco Legerén y Roberto Comas ocupaban los cargos de presidente y vicepresidente, respectivamente. Don Honorio Labeque tenía la responsabilidad de la vicepresidencia segunda.

La Exposición de Comercio e Industrias del Centenario de Concordia tuvo lugar entre el 26 de junio y el 11 de julio de 1932, y se llevó a cabo en las instalaciones de la Sociedad Rural de nuestra ciudad. Los datos que damos de inmediato fueron extraídos del Reglamento y Programa de dicha muestra.

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Aún cuando no se lo solicitó, contó con un auspicio del Gobierno de la Provincia del orden de los $ 65.000, y constituyó todo un éxito, ya que se dio cita en Concordia tal cantidad de personas que los hoteles cubrieron con exceso la totalidad de las plazas disponibles y fueron muchos los viajeros que, en busca de hospedaje, debieron cruzar a Salto, amén de los barcos de la Compañía Mihanovich, que se transformaron en hoteles flotantes.

Cabe destacar la importancia que en aquella época tenía la producción vinícola en Concordia. Según se publica en el citado reglamento, existían 80 bodegas inscriptas que elaboraban cinco millones de kilos de uva y producían 3 millones de litros de vino. Por su parte, en lo que luego sería zona cítrica por excelencia, ya había, en aquella época, más de un millón de plantas de mandarinos y naranjas, de las cuales el 50 por ciento estaba en producción, lo que significaban, en mandarinas por ejemplo, más de 600 mil cajones.

El puerto de Concordia registraba una recaudación aduanera del orden de los 160 mil pesos; en importación llegaba a la cifra de $ 801.189,92; y en exportación superaba los 940 mil. En 1930, por los Ferrocarriles del Estado, Nord Este Argentino y Entre Ríos, habían llegado a nuestra ciudad 46 mil pasajeros y 120 mil toneladas de carga. A su vez, habían salido por las estaciones respectivas, 45 mil pasajeros y 65 mil toneladas de carga.

En lo que respecta a las entidades crediticias, y dejando de lado los dos bancos oficiales (Nación e Hipotecario), el Banco Popular de Concordia estaba a la cabeza en el rubro movimiento de capitales, con más de 213 millones de pesos, superando aún al Banco de Londres, que consigna algo más de 200 millones.

Un dato ilustrativo lo suministra el Banco El Hogar Argentino, entidad que en dos años de actuación había facilitado la construcción de 95 casas con un total, en préstamos, de casi un millón y medio de pesos.

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El abuelo de don Honorio Labeque, Agustín José Miller, era un médico descendiente de ingleses, radicado en Federación y casado con doña Dominga Ríos. Nuestro entrevistado conserva frescas en su memoria, muchas anécdotas y guarda, además, documentos y anotaciones particulares, una de ellas, una libreta, especie de contabilidad casera, donde el médico o su esposa anotaban los gastos del día, las visitas a los pacientes y las medicinas recomendadas o entregadas.

Entre los documentos, cabe destacar los que prueban los servicios prestados como cirujano en la División de Auxiliares de los Andes. Observamos una fotocopia de la orden emanada de Juan Facundo Quiroga por la que se concede a don Agustín José Miller la separación del ejército solicitada oportunamente, atendiendo a las razones expuestas. La firma es del coronel José Ruis Huidobro y está fechada en Tucumán, el 15 de agosto de 1831.

Debemos señalar que los documentos originales fueron donados por el señor Labeque al Archivo General de la Nación, cuyo Director lo agradeció en carta personal.

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1- Don Honorio Labeque, un hombre que creció con Concordia, integró numerosas instituciones cuando éstas iniciaban su actividad en nuestro medio. Una de ellas fue el Banco de Entre Ríos. Por haber sido vocal en el Directorio Provisorio y luego del Primer Directorio, le fue concedida una medalla, que acompaña a la que le otorgaran en oportunidad de la inauguración en Paraná, registrada el 26 de junio de 1935.

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BANDA MUNICIPAL DE CONCORDIA (Publicado en la edición Nº 18 de La Calle – 4 de enero de 1970)

No hemos podido establecer la fecha exacta de esta fotografía. Quienes hemos consultado estiman que debe tener alrededor de setenta años de antigüedad. Y tras arduas investigaciones logramos recuperar casi todos los nombres de los componentes de esta Banda Municipal de Concordia. Son ellos: 1) Amadeo Brogna; 2) Millán (padre); 3) Giannelli; 4) Paulucci; 5) Millán (hijo); 6) Laurencio (director del grupo); 7) Julián Schauvinhold; 8) Frutos; 9) Genadai; 10) Leguizamón.

Los nombres nos quedaron en el tintero. Y los apellidos de quienes se encuentran en los dos extremos, parados.

La foto fue tomada por «Fotografía Parisiense» de nuestra ciudad, y pertenece a la familia Millán.

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CONCORDIA 1915 (Publicado en la edición Nº 4 de La Calle – 27 de septiembre de 1969)

Nuestra fuente de hoy es un Anuario Kraft del año del título. Páginas amarillentas, carcomidas en sus extremos, con avisos que serían la gloria de Landrú, y fotos similares. Pero sumamente valioso.

En el tomo II, página 969, se consigna la población de la provincia de Entre Ríos (total: 158.016 habitantes) discriminada por departamentos. Concordia ocupa el segundo lugar en el plano regional, en el año 1912, con 46.485 habitantes.

En el ámbito de la inmigración, vale la pena transcribir algunos párrafos insertos en la publicación mencionada. Textualmente dicen así:

“El porvenir de Entre Ríos está asegurado, pues su situación, la topografía de su magnífico territorio, y la abundancia y multiplicidad de sus producciones, su clima benigno, su cómoda vialidad natural y artificial, el carácter hospitalario de sus hijos, la facilidad con que el extranjero se arraiga y adquiere una situación holgada y feliz, la liberalidad con que se enajena la tierra para cultivo en las colonias oficiales, garanten el concurso de fuertes y laboriosas oleadas de inmigración”.

A continuación se detallan, por nacionalidad, la cantidad de extranjeros llegados a estas tierras en 1912. Las cifras son las siguientes: 189 alemanes; 96 austríacos; 559 españoles; 13 franceses; 41 griegos; 214 italianos; 40 ingleses; 1 portugués; 3.063 rusos; 50 turcos; 11 “diversos”. Total: 4.277.

De esta cantidad, se radicaron en nuestro departamento 242 inmigrantes. En este sentido ocupamos el séptimo lugar.

En el renglón comunicaciones, cabe destacar un párrafo. Es el que reza lo siguiente: “El teléfono ha tomado también incremento; hay pueblos como Concordia en que prosperan dos empresas, ambas con ramificación con el Salto, República Oriental”.

Concordia fue fundada el 6 de febrero de 1832 y elevada al rango de ciudad el 8 de noviembre de 1851. En el año 1915 ya era “una de las ciudades más importantes del litoral”, con un puerto de gran movimiento, “cuya significación lo demuestra el cuadro...” confeccionado para el primer semestre de 1914, que publicamos por separado.

“Es digno de mencionar, también —se agrega—, la importancia de la Receptoría Provincial de esta ciudad, siendo muy notoria su recaudación, que resalta de las demás, alcanzando a la relevante suma de más de 1.000.000 de pesos, aproximadamente, anual; es el mejor exponente de los rápidos progresos de esta floreciente ciudad”.

Además de los dos bancos que ya tenían sucursales en Concordia (Banco de Italia y Río de la Plata y Banco de la Nación Argentina), en el año de referencia estaban establecidos, también, los siguientes: Banco de Londres y Río de la Plata (Gerente: Sydney W. Roberts); Banco Español del Río de la Plata (Gerente: Alberto Nuñez); y Banco Robinson Hnos. y Cia. (Agencia de Cambio, Descuentos – Gerente: Jorge S. Robinson), amén de la Caja Popular de Concordia (Presidente: Julio Martínez Burzaco; gerente: Lorenzo Dubra).

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Según esta guía, existían en aquella época dos diarios: El Litoral (director-propietario Francisco Blanes) y La Mañana (director: Leonardo L. Claps).

Siete hoteles, más la Pensión Continental, brindaban sus comodidades a los viajeros. Entre aquellos, además de los todavía en actividad España, Comercio, Imperial, Argentino y Colón (que ya ofrecía agua fría y caliente, según un aviso) figuraban dos hoy desaparecidos: el Victoria y el París.

Se contaba, para sacudir la modorra provinciana, con cuatro teatros. Frente a la plaza principal se abría el “O. V. Andrade”. El “Beñatena” estaba ubicado en Alberdi y La Rioja. El “Odeón”, en calle Entre Ríos, y el “Variedad” en Urquiza.

Tres empresas cubrían el servicio de mensajería. La del señor Manuel Ledesma efectuaba el trayecto Concordia a Carpinchorí, saliendo los domingos y regresando los miércoles. La perteneciente al señor Juan A. Ducasse conectaba a Concordia con Federal dos veces por semana.

Mas de 320 “estancieros” —según se clasifican en el orden por gremios— eran “socios de la Sociedad Rural de Concordia”, y es la lista más extensa del anuario en el ámbito local. La sigue en importancia, por cantidad, la que corresponde a los “viti vinicultores” con algo más de cien nombres inscriptos. A pesar de la diferencia, la cifra da una idea de la importancia de este renglón en aquella época.

Dentro de la sección de avisos, se destaca el de la Sociedad Rural de Concordia (fundada el 25 de octubre de 1898), que tuvo como presidente para el bienio 1915-1916 al señor Benito Legerén. Además de subrayar la ubicación de sus escritorios de administración (calle 1º de Mayo 126), el aviso resalta lo siguiente: “La Exposición del 1er. Centenario de Concordia (se refiere al 1er centenario de la provincia), inaugurada el 25 de octubre 1914, fue el exponente más grande de los importantes y grandiosos progresos registrados hasta la fecha, habiéndose vendido reproductores para Entre Ríos, por valor de $ 300.000”.

MOVIMIENTO DE BUQUES A VAPOR Y VELEROS

1er. semestre de 1914 VAPORES VELEROS

Entrados

245

Salidos

245

Total en Tn .de carga

21.118

Entrados

103

Salidos

94

Total en Tn de carga

13.417

SOCIEDAD RURAL DE CONCORDIA Importancia exhibida

(en la Exposición Ganadera del 1er. Centenario de la Pcia. de E. Ríos) 25 al 30 de octubre 1914

A galpón y premio A campo y premio A exhibición y venta

62 bovinos 221 lanares 345 equinos

408 bovinos 145 lanares 24 equinos 130 Tríos aves

1189 bovinos 1737 lanares 168 equinos 15 asnos 45 Tríos aves

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CAMINOS DE HIERRO (Publicado en la edición Nº 15 de La Calle – 14 de diciembre de 1969)

La que nos brinda material para esta edición se titula Revista de Ciencias Jurídico-Comerciales y fue editada en 1920 por el Instituto Superior de Comercio dirigido por don Constantino Barbayani. Su tiraje llegó a los 1.500 ejemplares que se distribuyeron gratuitamente entre comerciantes y hacendados de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, remitiéndose también a la Capital Federal y a Salto (R. O. U.).

Las primeras cuatro páginas (tamaño 20 x 30 cm. aproximadamente) estaban dedicadas a nuestra ciudad, con datos históricos y estadísticos referentes a producciones, industrias, comercio, movimiento ferroviario, etc.

En el año 1919, la población del departamento Concordia llegaba a 41.134 habitantes. La cabecera, o sea nuestra ciudad, absorbía más de dos tercios: 28.000 almas.

“Las calles de esta ciudad son espaciosas, bien pavimentadas e iluminadas a luz eléctrica, así como sus plazas y paseos con hermosos jardines. Servicio de tranvías y un sinnúmero de coches de plaza y particulares y más de cien automóviles”.

“En el año corriente la ciudad contará con agua corriente y cloacas en un radio de 240 manzanas, cuya concesión tienen los señores Bonneau, Parodi y Figini, ingenieros civiles de la Capital Federal cuya competencia profesional es indiscutible”.

En el rubro Educación se señala la “Escuela Normal establecida hace diez años...”, la Escuela Superior de Comercio, dos escuelas nacionales primarias, tres elementales superiores, “varias particulares, y un solo Internado, el Colegio de los PP. Capuchinos”.

La lectura de estas amarillentas páginas aportan una información que confirma lo que hemos podido averiguar entre distintos vecinos, fiados todos ellos a su buena memoria. La comunicación con Buenos Aires, utilizando el servicio de ferryboat del Ibicuy, se había reducido a 11 horas de viaje. Este cruce insumía cuatro horas del recorrido total, pero ya en aquella fecha se estudiaba un proyecto de apertura de un nuevo canal, que reduciría a una hora la travesía en ferry. Y algo más: “El Ferrocarril Internacional que, partiendo de Buenos Aires sigue sin transbordo hasta la capital del Paraguay, con un viaje total de 50 horas, e inaugurado en el mes de octubre de 1918, viene a abrir nuevos y vastos horizontes comerciales para Concordia y su región...”

Se señalaba, por último, los trabajos “prontos a iniciarse” de dos nuevos ramales ferroviarios: el del Ferrocarril Nord Este Argentino, de Concordia a Villa Federal, «punto centro de la provincia y cuya ley de concesión fue otorgada el año 1909», y otro que no se menciona.

Queremos señalar otro párrafo que merece especial atención. Dice así: “Debemos dejar constancia haciendo honor a la verdad que el servicio de pasajeros, de ambos trenes y especialmente del internacional, es muy confortable y superior a los de su género de la República del Uruguay, a tal punto que son muchos los pasajeros de dicha república que prefieren trasladarse a Montevideo por vía Buenos Aires, acogiéndose a los beneficios de confort que ofrecen nuestros ferrocarriles.

La administración y las principales oficinas de los ferrocarriles locales tienen asiento en Concordia, donde tienen ocupación 773 empleados con un presupuesto de $

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1.236.600, cantidad que viene a aumentar el movimiento comercial de la plaza de Concordia”.

Varias notas de distintos tópicos conforman el material de lectura de esta publicación de ochenta páginas. Una de ellas llama poderosamente la atención y lleva por título “El tramway a que tiene derecho Concordia”. Se refiere al tramway eléctrico, “un elemento de progreso más que se agregará a los que Concordia tiene ya, reparando así la estética de la ciudad que tanto ofende el actual servicio de tranvía a tracción a sangre, el cual representa a los ojos de los extranjeros que nos honran con sus visitas un cuadro verdaderamente vergonzoso, calamidad que motiva las justas protestas de indignación de parte del público que continuamente es víctima de este servicio”.

Criticaba, a renglón seguido, la escena diaria del castigo a las bestias por parte de los conductores, y propiciaba la implantación del servicio de tranvías eléctricos. Antes de la iniciación de la guerra del 14, un grupo de “personas de fortuna” habían tratado el asunto y estaban dispuestos a la inversión de capitales con esa finalidad. Posteriormente, la contienda mundial “enfrió el entusiasmo”. Y continuaba: “Ahora que la ciudad tendrá agua corriente... llamamos a los sentimientos de aquellos varones desinteresados que se sientan orgullosos cuando asisten a conversaciones que tratan sobre bienestar, hermosura o todo lo que representa progreso de nuestra ciudad —“espejo de buen gusto de sus habitantes”— para que vuelvan a reunirse... y proyecten con entusiasmo y decisión sobre la formación de una Compañía Anónima con capitales locales, para llevar a cabo la cuestión de Tramway eléctrico de nuestra ciudad”.

La nota suministraba cifras: “En la ciudad de Corrientes, cuya población es más o menos como la de Concordia, existe tramway eléctrico desde más de diez años”.

Según los informes obtenidos, cuando en aquella ciudad se utilizaba el tranvía a caballo, las entradas de las compañías que explotaban este servicio representaban un término medio de 2 a 3.000 pesos mensuales. Con el tranvía eléctrico, en el primer año se obtuvo un promedio de $ 7.000 y se elevaba —a la fecha de la publicación— a catorce mil pesos por mes.

“En Concordia —proseguía el estudio—, según cálculos hechos por un ingeniero que conoce el asunto, una instalación de tramway eléctrico, observando el recorrido actual con algunas pequeñas modificaciones como ser, llevando las líneas hasta la Estación y hasta la Cuchilla, costaría más o menos todo el material rodante y línea férrea completa de 500 a 600.000 pesos moneda nacional”.

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LAS ROMERÍAS ESPAÑOLAS (Publicado en la edición Nº 50 de La Calle – 16 de agosto de 1979)

Colaboración de H. E. Aramburo Promediaba el mes de octubre del año 1904. Una noche, antes de acostarme, me dijo

mi abuela:

—Guidona, mañana se van levantar tempranito, y después lavado, mucho agua, se ponen ropa usan domingo. Vamos llevar Juanita plaza Española de Romería...

Juanita era mi madre. Papá quedaría en la casa con los dos hermanos que me seguían en edad.

Vislumbré un día de gran paseo y que, para mí, tenía un significado especial: lo más importante era andar en coche.

A la mañana siguiente, alrededor de las nueve, apareció el carruaje en que íbamos a viajar, que había sido solicitado con anticipación.

Se trataba de un señor Fermín Marturet, vasco francés, vecino muy apreciado en el barrio y dueño del único vehículo que se podía ocupar. A su llegada, estábamos todos preparados. La abuela y mamá subieron al mismo portando un pequeño canasto de mimbre con la merienda, consistente en algunos bollitos y los consabidos pasteles de arroz con leche, que mi madre preparaba con frecuencia y que saboreábamos muy contentos.

Yo obtuve permiso para sentarme en el pescante, a la izquierda de don Fermín, con el que iniciamos diálogo. Y esto me resultaba lo más interesante, pues aparte de observar el manejo del lindo par de caballos, me contaba algunos episodios del barrio y de su gente, quedándome siempre algún recuerdo agradable que el tiempo no ha borrado.

Don Fermín tenía una hija, ya señorita, que gozaba del prestigio de ser integrante del grupo de las “mescachas politas”, o sea, muchachas lindas. A su tiempo, contrajo enlace con un señor Gabioud, y seguramente que en nuestra ciudad actualmente existen descendientes en tercera generación.

Para entrar en la ciudad desde nuestro barrio del Saladero Grande, teníamos únicamente la calle Salta, accidentada arteria llena de montículos y zanjones. Llegamos hasta la calle Entre Ríos para dirigirnos al sur, hasta el punto de su nacimiento, un par de cuadras más allá del Hospital Felipe Heras, y luego de cruzar las vías del Ferrocarril Entre Ríos nos encontramos en la llamada Plaza Española. Se trataba de dos o tres manzanas circundadas con alambre común y gran cantidad de eucaliptus, tanto a su alrededor como en la parte central. Dando frente al nacimiento de la calle principal se abría el portón de entrada entre dos pilares de material.

El viaje me pareció corto, aunque habríamos empleado algo así como media hora.

La plaza estaba adornada con banderas españolas y argentinas. Se veían guirnaldas de papel de vistosos colores y una regular cantidad de faroles chinescos, cada uno con una pequeña vela de estearina, que se encendían cuando llegaba la noche. Ubicados

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estratégicamente se observaban unos grandes faroles a kerosene, lo que brindaba una mejor iluminación.

En un lugar apropiado se había instalado una especie de tablado, con sillas y bancos para la orquesta. Frente al mismo se encontraba la pista de baile, limpia de piedras o yuyos, con el piso regado y apisonado para evitar, en lo posible, el polvo durante las danzas.

La orquesta, para esta época que coincidía con el descubrimiento de América, llegaba desde Buenos Aires para actuar durante una semana como mínimo. Tenía el nombre de Estudiantina. Los instrumentos principales eran las gaitas, muchas guitarras y algunas flautas y clarinetes y panderetas, todos adornados con cintas de color, abundando los de la bandera española. Los músicos, a su vez, vestían trajes regionales, con pantalones cortos, medias largas cruzadas por cintas y cordones, alpargatas blancas, fajas coloradas, chaquetillas ajustadas y los gorros típicos de las distintas regiones de España. Realmente se trababa de un conjunto pintoresco y de valía musical, ajustado y melodioso.

Iniciaban las ejecuciones al promediar la mañana, y para entonces ya había regular cantidad de público y de danzarines. El baile llegaba a su apogeo a media tarde, hora en que la plaza quedaba colmada. Por cierto que los bailes predilectos eran las jotas, los fandanguillos, algún shottis o mazurca, y no pocos pasodobles, es decir, un programa netamente hispánico.

Las parejas eran numerosas y utilizaban —los danzarines— las clásicas castañuelas o se acompañaban con panderetas.

El mayor aporte de danzarines, especialmente de vascos legítimos o descendientes directos, llegaba del barrio del Saladero Grande, que era el foco principal de residentes de aquel origen. Se complementaba con vecinos del Saladero Chico, en la llamada Barra del Yuquerí, con familias como los Arizabalo, los Aranguren, los Jauregui y otras.

Se bebía alguna cerveza —naturalmente, la de Popelka—, si bien lo más abundante era una sidra Sagardúa, importada de España, y manzanilla de igual origen. Le gente más joven y los chicos consumían una especie de gaseosa dulce llamada “Chinchibirra”, en botellas de medio litro con una tapa formada por una bolita de vidrio, la que, para permitir la salida del líquido, debía hundirse con la punta del dedo. Por esta razón, comúnmente se la llamaba “Bolita”. Valía diez centavos.

En esta plaza y especialmente durante estos festejos, reinaba un ambiente de alegría sin medida, sobriamente expresado con respeto y consideración. Podríamos decir, una franca expresión familiar. Bailaban el hombre maduro, la señora admirada por sus hijos pequeños, el empleado de tienda o el trabajador de panadería. Todo un conjunto de hombres y mujeres que solamente pensaban y se dedicaban a la danza, movidos por la armoniosa y cantarina orquesta, cuyos integrantes parecían incansables, pues luego de terminada la función, con la llegada de la noche, regresaban al centro de la ciudad animando las calles con sus ejecuciones predilectas.

Estas romerías, que tuvieron su apogeo y su esplendor en otros tiempos, como si hubieran cumplido su misión fueron declinando hasta su total extinción. La Estudiantina dejó de llegar periódicamente; la colonia española fue raleando sus filas y aunque continuaron numerosos descendientes, estos fueron impulsados por otras

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corrientes que podríamos llamar renovadoras. La ciudad, aunque lentamente, fue incorporando otros valores, otras expresiones, allegándose nuevas colonias extranjeras y modulando un cosmopolitismo que borró aquellas manifestaciones de comarca o de vecindario influyente.

Cuando terminaba la fiesta del día comentado, haciéndose la noche, don Fermín nos esperaba con su carruaje. Había encendido los faroles laterales delanteros: cuadrados, hechos de bronce, con gruesos cristales, donde se colocaba la pequeña vela de estearina, lo que conformaba la iluminación del coche para largarse por la oscuridad de las calles.

Me ubiqué nuevamente en el pescante, junto a don Fermín, observando, un tanto asombrado, cómo conducía la yunta de caballos en medio de la oscuridad.

La abuela y mamá regresaron muy contentas, haciendo risueños comentarios en los que solía intervenir don Fermín.

Cuando llegamos al hogar, recuerdo que mamá abonó el importe del viaje: tres pesos.

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INTIMIDADES DE CONCORDIA (1932) (Publicado en la edición Nº 2 – 2da. Época – de La Calle – Febrero de 1975)

Escrito por el señor Manuel María Oliver – Publicado en la edición del 3 de julio de 1932 del diario La Razón de la Capital Federal.

A la misma hora en que están desfilando las tropas frente a la casa municipal —un regimiento de caballería, cuyos corceles piafan y maniobran casi mecánicamente. Entre Ríos es tierra de jinetes y de pegasos— a la misma hora me separo un poco de la multitud y me doy a vagar por la linda plaza cuyos canteros pisotean los curiosos. De pronto me encuentro entre un grupo de personas que hablan un portugués no muy correcto. Mocetones de anchos hombros, de tez pálido-mate, pupilas indagatorias, cubiertos con anchos sombreros aludos. Se mueven con lentitud campera y con incertidumbre. Miran, remiran la estatua de San Martín, que parece señalar con su diestra, bajo el cielo plomizo, la dirección de una carga a los centauros del 6. De pronto, uno de ellos se me acerca. Pronuncia con corrección el español.

—¿Puede contarnos algo sobre este héroe?

La inesperada pregunta no me inmuta. Comprendo que aquellos turistas venidos a Concordia, por vía de Salto, desde la fuerte tierra de Río Grande, necesitan un cicerone. Mientras pasan los escuadrones precedidos por los clarines, evoco las hazañas del padre de la patria argentina. Y cuando nombro a Yapeyú, uno de los oyentes exclama con orgulloso acento.

—¡Hijo de nuestro sol!

—Americano, añado. El sol de Mayo...

Todos se descubren, movidos por una secreta solidaridad continental. Creo que los viajeros del Brasil, algo épico de nuestra historia habrán llevado a su tierra de gauchos indomables.

LOS CRISTALES DEL MIRAJE ENCANTADO

La ciudad de Concordia se asienta al borde del espinoso e hirsuto Yuquerí, al filo del Uruguay manso y liso como un lago, entre las lomas suaves con formas de mujer en gravidez. Los naranjales son breteles, rayas verdes hendidas sobre blancas o dorados arenas, mientras en el espinazo de la cuchilla se alza la calva del palmar, en cuyo occidente admiré una puesta de sol rojo, volcado en sangre, como en un desierto del Sahara y transmutado a la meseta entrerriana.

Ciudad alegrísima, con el retozo moceril de ingenua doncella de veinte años. En su arquitectura predomina el futurismo, lo blanco, la línea, que armoniza cabalmente con su ceño optimista. Su aire no es indio. Aire engendrado en los enormes saltos de esa avenida formidable del agua milagrosa, que tendría tanta fuerza como para mover de un envión a todas las usinas del mundo. Frente a Concordia, casi a la mano, recostada sobre la esmirna natural de sus predios, la ciudad de Salto, cuyas torres puntean con las de Concordia un fantástico triángulo sudamericano. Dos herma- nas que hunden sus pies en el Uruguay pacífico, mimoso, murmurante. Para mejor lazo de cariño, el muelle de

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Concordia está hecho con granito de las canteras uruguayas y el de Salto con madera de los bosques de Entre Ríos. Simbólico intercambio ingenieril...

Calles limpias, nerviosas, donde el rebullir está diciendo lo dinámico del ágora. Y, de noche, la luz enciende resplandor clarísimo, que culmina en «la vía blanca», coquetería eléctrica de su Florida comercial.

En una esquina, un bar moderno y cosmopolita, cuyos grandes cristales atraen a la multitud. Dentro, humareda, risas, mesas ocupadas, garçones que se empeñan en equilibrar sus bandejas bam- boleantes. Fuera, bocinas, gritos, el silbato del agente que rima el tráfico, el tranvía sin guarda, con su urna de vidrio donde el pasajero deposita la moneda del boleto.

Del bar escapan quejidos de bandoneón, tangos porteños, valses, polkas, rancheras, fox...

En lo alto del tablado, la orquesta de señoritas, la novedad traída de Buenos Aires. Diviso a la violinista con su melena leonina, combando el arco sobre las cuerdas del violín; a la pianista con su espalda brillante apretando el pedal; a la muchacha que maneja el violoncello, anegando sus pupilas de Boedo en la lejanía del romance humilde y ausente; al joven criollo arrancando a su fuelle la nostalgia de las noches de Corrientes y Suipacha.

Y un paisano, con su bombacha bordada y su pañuelo de domingo, adhiere las narices en el cristal, como absorbiendo aquello, que penetra por oídos y por ojos como sueño de las mil y una noches.

SENCILLEZ

En el baile del Club del Progreso, un baile suntuoso en el que la elegancia y la belleza fueron nota fija, la mujer de Concordia reveló su admirable espíritu y su tacto exquisito. Mujer vibrante, sin las esquiveces provincianas que suelen resultar adobo del aislamiento. Toilettes de París, sonrisas metro- politanas, sencillez y donosura, gracia ligera y encantadora.

Y, por sobre todo, un cálido tono argentino, una gentil y acogedora manera de convertir las horas en minutos para el huésped. Y hay que repetir lo que apunté en mi carnet: ¿por qué los hombres se apretujaban en las entradas, atónitos, estáticos? Ellas fueron las triunfadoras, las princesas de ese instante resplandeciente... El ejemplo y la lección.

UNA MANIFESTACION DE CULTURA

Concordia cuenta con grandes establecimientos de educación nacional: con dos escuelas, una normal y otra de comercio. La primera gobernada por el profesor Gardell, pedagogo de méritos relevantes; y la segunda por el señor Vittorín, maestro de maestros, sueco de origen, sabio, que hace ya más de cuatro lustros llegó a la ciudad y ha educado varias generaciones en el amor a la ciencia.

Ahora se ha fundado un centro cultural, que encierra los mejores elementos intelectuales, bajo la presidencia eficaz y progresista del doctor Gualberto Hourcade,

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enamorado de las bellas artes, de la literatura y un patriota. El Centro Cultural ha logrado encauzar rumbos estéticos en una sociedad que, iniciada en menesteres económicos, las cosechas de citrus y cereales y las ventas de ganados, entiende que al progreso material hay que aparejar el moral y el artístico.

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EN DILIGENCIA A FEDERAL (Publicado en la edición Nº 37 de La Calle – 17 de mayo de 1970)

Colaboración de H. E. Aramburo Enero de 1909. Caluroso y seco.

Yo debía viajar a la Villa de Federal en diligencia. Así eran llamados unos carruajes de cuatro ruedas, cubiertos, con una portezuela en la parte posterior y dos estribos de hierro para facilitar la subida y el descenso de los pasajeros. Dentro del vehículo, a los costados y a lo largo del coche, estaban instalados los asientos, más o menos para cuatro personas por sector. Afuera, en el pescante y junto al mayoral, a veces viajaban dos personas si, por razones de número, no tenían cabida en el interior. En general, por cada viaje, la diligencia llevaba entre diez y doce pasajeros. La mayoría la componían mujeres, por cuanto los hombres usaban el caballo.

El techo del carruaje estaba reforzado en su construcción pues allí se acomodaba el equipaje y los paquetes del correo.

La diligencia era un vehículo sólido, en condiciones de afrontar la dura travesía. Lo arrastraban nueve o diez yeguarizos atados en tandas de tres, por lo cual, en la parte delantera y en otro animal, iba montado el postillón. Era éste un robusto mozalbete de doce o catorce años, cuya principal misión consistía en conducir al carruaje por la buena senda de los accidentados callejones.

Entre el postillón y el mayoral, que llevaba las riendas en el pescante, se entablaba un diálogo a gritos para entenderse y cumplir tan riesgosa misión. A veces, por el ruido del tropel que apagaba las voces, el mayoral usaba su corneta, que colgaba al alcance de su mano en el techo del pescante. Esta corneta era una guampa de vacuno, en muchas ocasiones labrada a cuchillo con figuras gauchescas. Su tono era vibrante y sonoro, como una especie de clarín un tanto ronco. Dependía de la habilidad con que el mayoral ejercitaba sus dotes musicales o daba órdenes al postillón, para agudizar su sonido estridente y limpio.

La agencia o lugar donde se reunían los viajeros estaba ubicada en un solar de las calles Urquiza y Alberdi, actualmente ocupada por una estación de servicio. En medio del terreno se levantaba un rancho de adobe y techo de paja de dos aguas, donde no sólo se guardaban los arneses y recados de los animales sino también los bultos de los pasajeros, baúles, canastos y paquetes que se arreglaban en el techo de la diligencia antes de partir.

Como yo vivía un poco alejado (en el barrio del Saladero Grande) vine hasta el lugar de partida durante la tarde anterior. Junto a otros parroquianos, dormimos con los peones en el piso natural del rancho.

Alrededor de las dos de la mañana ya todo era movimiento y se habían enganchado los yeguarizos. Todos respondían al llamado del mayoral pues era la máxima autoridad. Él revisaba y controlaba todo hasta llegado el momento de emprender el largo viaje. En esta oportunidad, unas diez personas, entre grandes y chicos, completábamos el pasaje.

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Aproximadamente a las tres de la mañana salimos de la agencia entre gritos y despedidas. El mayoral la emprendió con su corneta de guampa y, como anunciando que nos marchábamos, durante muchas cuadras dejó oír sus arabescos y estridencias, hasta que prontamente salimos de la población dormida para entrarnos en esos callejones oscuros y solitarios. El tropel de la caballada y el rodar de la diligencia retumbaban en las inmensas soledades y anunciaban su paso. Y no eran pocas las sacudidas a que se sometía el pasaje. El camino era en general muy accidentado, y sólo circulaban por él las diligencias, los paisanos en sus caballos y, a veces, alguna tropa de ganado.

Y tuvimos nuestro accidente. Apenas había despuntado el sol cuando, cruzando un gran arenal del camino, la diligencia tumbó, quedando sobre su costado derecho con las dos ruedas izquierdas al aire.

Fue un momento de susto y de desorden. Gritos y pisotones dentro del carruaje, con la fortuna de no haber ninguna contusión de importancia y la no menos importante de que el vehículo tampoco había sufrido rotura alguna. Repuestos de la primera impresión, se desocupó totalmente el coche y, hasta con cierta facilidad, se lo enderezó, de modo que muy pronto estuvimos nuevamente en camino.

En la primera posta nos aguardaban ya con los animales de refresco. Era un rancho perdido entre la tupida arboleda a la vera de la ruta. En pocos minutos todo estuvo listo para seguir rodando. El sol ya hacía sentir su calor y la polvareda del camino quedaba atrás como una nube gris

Al promediar el día nos encontramos con otra posta y nuevamente se hizo el cambio de los animales. El mayoral anunció que nos detendríamos una media hora, para merendar y echar un trago. En el rancho de la posta, un criollo tenía un casco de vino común, alguna bolsa de galletas, unas latas de sardinas; todo esto constituía el surtido del hospedaje.

La media hora pasó y nuevamente estuvimos rodando, ya con mucho calor, sol ardiente y tiempo seco.

Alrededor de las cuatro de la tarde, bastante cansados, la corneta anunció la llegada a la villa. Fuimos a parar en una esquina, frente a un potrero alambrado destinado para la plaza. Estábamos en el hotel de doña María, viuda de Anzoátegui, donde esperaban los familiares de los que llegaban. El cartero del pueblo desató el mazo de piezas del correo y comenzó a repartir la correspondencia, que ya esperaban algunos vecinos, como así también paquetes de encomiendas.

En contados minutos todo quedó solucionado, retirándose los viajeros con sus familiares y dando muestras del duro andar durante trece horas, llenos de tierra pero satisfechos de haber cumplido la jornada.

Por aquella época, cuando se pensaba hacer un viaje a Villa Federal, se decía que se iba a donde «el diablo perdió el poncho». Efectivamente, eran malos caminos perdidos entre montes de espinillos, algarrobos, ñandubays, carandaes, sin poblaciones, sin ganados, sin siembras. En el trayecto se encontraban carros o carretas tiradas por bueyes que hacían el transporte de mercaderías, únicos signos de vida humana, después de las postas, en aquellas soledades.

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Recuerdo haber escuchado comentarios de mis mayores en el sentido de que por el año 1880, siendo gobernador de la provincia el general Racedo, se ofrecieron tierras fiscales en la zona de Villa Federal a cinco pesos la legua cuadrada, con facilidades de pago. Pero como el lugar era por «donde el diablo perdió el poncho» fueron muy pocos los interesados. Alguno que dispuso «tirar» veinte pesos, pagaderos en cuotas mensuales, seguramente no pensó que dejaba a sus descendientes lo que en la actualidad resultó una fortuna.

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LOS AGUATEROS (Publicado en la edición Nº 53 de La Calle – 6 de septiembre de 1970)

Colaboración de H. E. Aramburo Allá por 1900, casi todas las casonas de las principales familias de Concordia tenían

instalado su molino de viento. Así extraían agua del pozo semisurgente. Y era casi un símbolo la bomba de mano que se observaba en ellas con frecuencia.

Quizá el molino más conocido, con su correspondiente bomba y tanque cilíndrico instalado en la propia torre metálica, haya sido el que estaba ubicado en el viejo mercado, es decir, en el solar que hoy ocupa el palacio municipal. También la antigua Municipalidad —hoy Escuela de Artes Visuales— tenía su molino, en los fondos del terreno, lindando con la propiedad de don Pedro Mendiburu.

En la plaza principal, frente al actual edificio de la Comuna, se había levantado una especie de terraza, con piso de baldosas, circundado por una baranda, lugar ocupado por nuestra Banda Municipal en días de retreta. Contaba con un subsuelo de regulares dimensiones, donde se había efectuado una perforación. Con un motor a explosión se extraía agua. Mediante un sistema de caños especiales se llenaban, en ese lugar, los llamados carros regadores, los que luego recorrían las calles de nuestra ciudad dejando caer el líquido elemento que aplacaba el polvo. Este lugar era el principal punto de abastecimiento de agua de los mencionados vehículos.

Había otro punto importante para la provisión de agua. Estaba ubicado en las calles 25 de Mayo y Urdinarrain, entre tupidos sauces. Como el agua afloraba a poca profundidad, se había construido un pozo de baldes.

Por medio de un mecanismo movido por un mulo dirigido por un chicuelo, se elevaba el agua a un gran tanque de hierro, de donde se proveían los carros regadores. Desde este punto, hacia el oeste, la zona se podría describir como callejones intransitables y siempre llenos de agua. El tártago era rey absoluto y crecía en abundancia. Por eso, este sector de la ciudad era también conocido como «El Tartagal», y allí se recurría para obtener el elemento necesario para hacer las grandes fogatas de las noches de San Juan y San Pedro. En dichas oportunidades, era común ver a los interesados cortando o arrancando tártago y transportándolo a los lugares donde se instalaría la pira.

Debemos mencionar también a la popular «Cantera», donde se había explotado, en otros tiempos, una cantera de piedras. Estas se empleaban en las cunetas y cordones de las veredas. Abandonada la misma, surgieron una cantidad de manantiales. El agua límpida y potable era requerida por los pobladores de Concordia, que se trasladaban hasta ese lugar desde todos los sectores de la ciudad.

Ya circulaban, por entonces, los aguateros o aguadores que vendían el producto a domicilio. Para cumplir su cometido utilizaban pipas de madera —generalmente de roble— que en su origen habrían sido envases de vino. Su capacidad oscilaría en los seiscientos litros, algo así como tres bordalesas. Estas pipas se instalaban sobre un armazón de madera muy sólido, sobre dos ruedas de carro y un par de varas donde se

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ataba el equino que lo arrastraría. El conductor disponía de un pequeño asiento y a su alcance tenía una campana de bronce que utilizaba para anunciar su paso.

En la parte posterior de la pipa se colocaba una canilla. A ambos lados colgaban dos baldes galvanizados —de cinco y diez litros— con los que entregaba el producto directamente en el portón o zaguán de los clientes.

Los aguateros —generalmente había tres que desarrollaban esta actividad— llenaban sus pipas en un lugar conocido como Puerto de los Aguateros, al sur de la ciudad, por calle 25 de Mayo. Allí los carros encontraban piso firme y podían reapro- visionarse con tranquilidad.

Famoso entre los aguateros era Marcelino Echeveste, vasco español, personaje pintoresco y muy popular. Su conversación era toda en verso; preguntaba o contestaba haciendo rimas y se lo veía atravesar las calles hablando solo o refiriéndose al transeúnte ocasional que encontraba a su paso.

Usaba un gran pañuelo blanco de seda cruda al cuello; pantalón de fantasía y camisa a cuadros. Invariablemente, en una oreja llevaba siempre una flor, generalmente un clavel, que cultivaba en el jardín de su casa, ubicada en la zona de la cancha de Arroqui.

Había pintado su carro de color celeste. Como los flejes eran blancos, su verso predilecto decía:

Yo soy Marcelino Echeveste,

el de la pipa celeste.

En la oreja una linda flor

y vende agua que da calor.

Esta provisión de agua a domicilio aún se mantenía al iniciarse la primera guerra mundial, es decir, por el año 1914. Por cierto que, años después, cuando la empresa Parodi y Figini instaló en el sector céntrico los servicios de obras sanitarias, los populares aguateros fueron raleando su servicio. Hasta que resignaron su actividad y entraron en el campo de los recuerdos.

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POR LOS RIELES DEL RECUERDO (Publicado en la edición Nº 57 de La Calle – 13 de diciembre de 1970)

Ya no viaja; ni en los modernos trenes de 1970 ni en barcos ni aviones. Don Simón Boiko —86 años— se ha vuelto casero. En su hogar guarda sus cosas, sus plantas y sus recuerdos. Con estos últimos sí viaja muy lejos. Llega más allá de los mares y de las montañas hasta su pueblo natal: Kiew, en Ucrania, Rusia. Recuerdos felices algunos, y otros ensombrecidos por la guerra, aquella que su patria libró contra los japoneses, por ejemplo, entre 1905 y 1907, y que tuvo que ver de cerca, alistado en los talleres de la base naval.

Pero él dejó la Rusia de los zares y buscó su futuro en América. Argentina fue la tierra signada por el destino para radicarse para siempre. Mendoza fue su primera escala y trabajó en el entonces Ferrocarril del Pacífico. Tenía 24 años y un oficio: mecánico ajustador, conocimientos que aplicó en sus labores en el nuevo mundo. Y que siguió perfeccionando cuando pasó —en 1912— a los Ferrocarriles del Nordeste, y se vino a estos pagos, donde habría de jubilarse luego de 35 años de trabajo.

—Era en la época de los ferrocarriles de los ingleses —rememora don Simón—. Justamente, el año que me retiré pasaron a poder del Estado; me jubilé en marzo y el traspaso fue en septiembre. Entonces se trabajaba con disciplina. El que era cumplidor y puntual andaba bien, porque no perdonaban las «rabonas». Algunos criollos le tenían odio a los gringos. Es claro, yo, como también era gringo, no podía pensar así...

Simón Boiko trabajaba en toda la línea, desde Concordia al norte. Al principio fijó su residencia en Monte Caseros; luego en Yapeyú —donde se casó con una correntina—. Cuando los hijos fueron grandes —tres varones y una mujer— creyó más conveniente residir en Concordia, por su educación. Eso ocurrió en el año 30.

Cuando ingresó en los Ferrocarriles del Nordeste, la Estación Concordia era chica y tenía poco personal porque la administración estaba en Monte Caseros. El traslado se verificó en 1916 y al viejo edificio le anexaron, entonces, las oficinas a los extremos. Concordia era el último tramo hacia el sur. Posteriormente se construyó la línea hasta Concepción del Uruguay y más adelante, al unirse al Ferrocarril de Entre Ríos, Concordia quedó conectada con Paraná.

Nuestro entrevistado recuerda que el único medio de comunicación con Buenos Aires era el barco. En la época en que don Simón comenzó a trabajar en esta zona, las máquinas del ferrocarril eran chicas, movilizadas a vapor y llevaban nombres de personajes o lugares históricos. Demoraba seis horas un viaje a Monte Caseros; allí se pernoctaba. El trayecto hasta Posadas insumía unas 12 o 15 horas. En este caso, el alto del viaje se concretaba en Santo Tomé. Recién cuando se unieron los dos ferrocarriles —el del Nordeste y el de Entre Ríos— el viaje fue directo.

Lo que recuerda muy bien son los trabajos de armado de los ferry-boats en Posadas. La obra fue dirigida por una empresa alemana —Brodquin— contratada por el ferrocarril. «Eran cinco ingenieros —declara Boiko— y nuestro equipo, integrado por gente de Buenos Aires, Concordia y otros puntos, bajo la dirección de aquellos. Estuvo terminado en ocho meses y para la inau- guración concurrió, desde la Capital Federal, el

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entonces ministro del Interior Ramos Mejía. Hubo grandes fiestas —sonríe— y también borracheras...»

—¡Qué distinta era la Concordia del tiempo que vine a trabajar en estos ferrocarriles! —recuerda don Simón con nostalgia—. Los aguateros, los coches a caballo... Y más allá del Paredón... ¡ni una casa! Solamente montes. Cuando vine a radicarme aquí, en el 30, no sabía que me pasaría cuarenta años en Concordia.

En Europa había aprendido un oficio en una escuela de mecánica. Pero el trabajo en el ferrocarril significó también una escuela de experiencia, nos comenta. «Siempre se siente nostalgia por la patria de origen. Pero la patria está donde uno gana el pan», enfatiza. «Por eso considero a la Argentina como mi patria de adopción. Aquí vivimos, trabajamos, luchamos». No olvida las «épocas duras», como las llama. Pero ahora sonríe. «Sobrevivimos a todo eso...» Y «todo eso» puede sintetizarse en crisis, langostas, miserias...

Nunca más volvió a Rusia, envuelta después de su partida en una y otra guerra. Una vez hizo todos los trámites para volver pero no tuvo la seguridad de un fácil regreso a nuestro país. Y prefirió quedarse.

Después de una vida intensa, de trabajo y de esfuerzos, se ha refugiado en sus cosas hogareñas. Ya no viaja, ni siquiera en los modernos coches ferroviarios de la actualidad. Aunque se da otros lujos que muy pocos pueden disfrutar: trasladarse, en alas del recuerdo, hacia los lugares que lo atan al pasado, sin barreras y sin rencores...

En 1913 el Ferrocarril Nord Este Argentino inauguró su servicio de ferry-boats entre Posadas y Encarnación, uniendo a nuestro país con Paraguay. A raíz de un impulso similar de los Ferrocarriles de Entre Ríos, quedaba desde ese momento estrechamente vinculada Asunción con Buenos Aires.

La inclusión de los ferry-boats fue considerada como “una audaz concepción” de aquella época, y uno de los motivos de dicha calificación fue que eran los únicos de Sud América.

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NOMBRES PARA LA HISTORIA Muchos hombres y mujeres han inscrito sus nombres en la historia de Concordia.

Generalmente han sido benefactores, empresarios, pioneros en actividades comerciales, industriales y agropecuarias. Pero hay otros que ganaron trascendencia en otros menesteres. Hoy los rescatamos de la lectura de viejos documentos, revistas y trabajos literarios, para incorporarlos a la memoria colectiva.

Amelia Podestá de Gorostiaga

Fue directora de la ex Escuela Nacional Nº 12 «Salta», más conocida como «Escuela del Puerto». A su lado se forjaron muchas maestras que en aquel establecimiento educacional hicieron sus primeras armas. Como recuerdo por su eficaz tarea en un campo tan difícil, la biblioteca de la escuela lleva hoy su nombre, sustituyendo al de José Mármol que fue el original.

Bajo su dirección, la vieja Escuela del Puerto cobró un prestigio que superó al de todos los establecimientos educacionales de nuestra ciudad. Enseñó a las maestras, cubrió sus puestos durante sus ausencias, cumplió con la sagrada misión de educar. Y murió pobre en una sala del hospital.

Tal vez la labor del educador sea la más anónima porque sólo sus alumnos la recordarán. Y la comprenderán con el paso de los años. Por eso, quienes sobresalen en esta tarea deben haber cumplido su misión en grado superlativo.

Concordia tuvo varios exponentes de esta naturaleza. Uno de ellos se llamó Amelia Podestá de Gorostiaga.

Enrique Agesta

A veces la casualidad nos pone frente a nombres olvidados. Más aún, desconocidos por las jóvenes generaciones. ¿A qué se debe ello? Tal vez a la falta de una historia lugareña, que ya reclamaba El Litoral en 1949. Una historia donde debe figurar, al lado de Damián P. Garat, el nombre de Enrique Agesta. «Dos hombres de pensamiento —decía una publicación de casi setenta y cinco años atrás— que fueron a la vez dos escritores y dos políticos de figuración».

Enrique Agesta se alejó de nuestra ciudad siendo muy joven. Lo atrajo el brillo de la Capital, donde «descolló en el periodismo, al cual se consagró con verdadero entusiasmo».

Su vida pública, desde entonces, corre paralela a la del poeta local. Fue diputado nacional, cargo que hizo justicia a sus méritos y desde el cual desarrolló una actividad ponderable. Posteriormente fue designado vocal en el directorio de Obras Sanitarias de la Nación.

Como periodista se distinguió entre sus colegas de profesión; como político tuvo felices iniciativas; como escritor produjo varios escritos de «exquisito buen gusto»; como concordiense siempre expresó su cariño por la ciudad natal.

La muerte lo sorprendió el 25 de marzo de 1925.

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¿Qué es lo que ha quedado de él? Un obsequio que Enrique Agesta hizo a la ciudad: el busto de Manuel Belgrano, emplazado en la plazoleta del mismo nombre, frente a nuestra actual Iglesia Catedral.

María Beceyro de Costa

Nació en Montevideo en 1857. Su familia se trasladó a Concordia en 1860 y desde ese entonces, según relata el cronista de Concordia Antonio P. Castro, «identificóse con nuestra ciudad, transformándose en propulsora de sus instituciones y sus actividades». Fue fun- dadora de la Sociedad de Beneficencia e integró su primera comisión directiva como secretaria. Llegó a presidirla en el período 1911-12, y a su iniciativa se creó la Comisión Auxiliar, que también presidió, cuya tarea consistió en allegar fondos para dotar a Concordia de un hospital donde los pobres recibieran asistencia gratuita. Integró la Comisión de Damas para la construcción del Templo (1875) y la Comisión Auxiliar de la «Educacionista Popular» (1892), que recaudaba fondos para el mantenimiento de la biblioteca pública, la que hoy lleva el nombre de Olegario V. Andrade.

En 1893 contrajo enlace con Luis R. Costa, dedicándose entonces al hogar y a sus hijos. Sin embargo, en 1933 presidía la Comisión Pro Homenaje a Damián P. Garat y era consejera de la sociedad local de lucha contra la lepra. Castro dice que «su vida llena todos los actos sociales, benéficos, culturales y cristianos de Concordia, donde la señora de Costa tuviera relevante actuación y fuera figura central de ellos» en un lapso de más de 60 años.

Domingo L. Marote

Este nombre aparece repetidas veces en archivos municipales y de entidades prestigiosas de nuestro medio, en la época que podríamos llamar de «organización» de Concordia.

Había nacido en Salto (R.O.U.) en 1859, pero desde niño fue huésped asiduo en nuestra ciudad, en la que se estableció en 1875. Dos años después fue designado auxiliar en la Secretaría Municipal. En 1878, con larga práctica, abrió su escritorio como procurador.

En febrero de 1885 se instala solemnemente el Concejo Deliberante por votación popular direc- ta, y Marote fue elegido para ocupar una banca. Lo hizo por varios períodos y a él se deben valiosas iniciativas tendientes al mejoramiento edilicio y social de nuestra ciudad. Ocupó interinamente, también, el cargo de Presidente Municipal, en varias oportunidades, por ausencia de sus titulares.

Fue fundador en 1881 del Casino Comercial, antecedente del Club Progreso local. En 1885 fundó y dirigió el periódico Sufragio Libre, con el único objetivo de apoyar la candidatura a Gobernador de Miguel Laurencena.

Fernando G. Mendez

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Nació en 1853. Se exilió en Uruguay después de la muerte de los Urquiza, abrazando la carrera de las armas. Regresa a Concordia y alcanza el grado de coronel en el Ejército de Entre Ríos en 1885.

Se había iniciado en el periodismo como reportero en La Libertad, periódico de Andrade, en 1871. En 1884 funda La Concordia, con Horacio Mitre. Desaparecido éste, dirige La Ley, empastelado por el oficialismo en 1886; finalmente, en su reemplazo, lanza El Amigo del Pueblo, en 1886, con el que logra grandes triunfos periodísticos. Fue diputado provincial en varias oportunidades, cumpliendo una destacada tarea como legislador, traducida en muchas y provechosas leyes y proyectos que beneficiaron a Concordia y a la Provincia. Una crónica lo describe como «periodista, guerrero, político, legislador, hombre de negocios y de empresas múltiples, en las que su dinamismo, impetuoso y rebelde a las normas establecidas en la época actuante, impidiéronle el triunfo de sus afanes en el orden material”.

Olegario V. Andrade

Se afincó en Concordia y puso sus esfuerzos y su ilustración en el progreso de la ciudad.

«Andrade era, ante to- do, un gran poeta y do- minaba con igual facilidad las rotundas estrofas de los cantos épicos y las sencillas endechas desbordantes de ternura y de sentimiento. Si tenía acentos apropiados para cantar las glorias de la patria, la marcha avasalladora de las ideas y las grandes pasiones del alma, las tenía también para interpretar los rumores de las selvas entrerrianas y las ondas del Uruguay, a cuyas orillas había pasado sus primeros años».

«Andrade era también un eximio escritor en prosa, y su brillante estilo estaba en armonía con la inten- sidad de su pensamiento».

Estos párrafos fueron publicados por Caras y Caretas el 1º de noviembre de 1913.

Sus obras más conocidas fueron Atlántida, Prometeo y El nido de cóndores.

La Enciclopedia Sopena (edición 1936) lo cita como «célebre poeta argentino, uno de los más felices imitadores de Víctor Hugo en América».

Pero también fue periodista. Fundó en junio de 1871, en Concordia el periódico La Libertad que, según Antonio P. Castro, fue el primero que apareció en nuestra ciudad. Desde ese medio, propició el nacimiento de la primera biblioteca pública con que contó Concordia, que es la que hoy lleva su nombre.

Damián P. Garat

Nació en Concordia, el 30 de junio de 1869, en el seno de una de las familias fundadoras de la ciudad. Falleció en Jesús María (Córdoba) el 5 de abril de 1921.

Su actividad se desarrolló en tres ámbitos: el del periodista, el del poeta y el del político, pero los tres fueron «un medio permanente de acción republicana», según La Nación.

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Como periodista se inició muy joven en El Amigo del Pueblo, de su ciudad natal, dirigido por Fernando G. Méndez. Después fue designado jefe de redacción de El Municipio, de Rosario (Santa Fe), donde presidió, también el Círculo de la Prensa. En 1895 se hizo cargo de la redacción de El Orden, de Tucumán. En la misma ciudad dirigió más tarde El Nacional. Luego de nueve años de ausencia, retornó a Concordia en 1902, fundando el Diario de Concordia, órgano político desde el que se dedicó por entero a la defensa de sus ideales cívicos y de los intereses de la región.

Más tarde se radicó en Paraná, donde dirigió La Provincia, que tuvo que abandonar para asumir un alto cargo público. Al bajar de éste volvió a Concordia, donde fundó otro diario al que denominó, también, La Provincia. Fue activo colaborador de La Nación y La Prensa, de Buenos Aires, y de diversas revistas de todo el país.

Pero se dice que donde más se destacó fue en la política. A su primer regreso a Concordia, Garat fue elegido diputado provincial y reelegido luego para dos períodos más. Según La Prensa, la Cámara de Diputados de Entre Ríos lo contaba entre sus líderes de mayor prestigio y relieve político. A raíz de una interpelación al Gobierno del Dr. Crespo, reveló su vasta erudición en materia de política administrativa y la amplitud de sus conocimientos. La defensa ecuánime y serena que hizo del Gobierno se recuerda en Entre Ríos como uno de los más efectivos triunfos parlamentarios de los últimos tiempos, y le valió el Ministerio de Hacienda, cargo que tuvo hasta el advenimiento del radicalismo al Gobierno, con honradez intachable.

Posteriormente fue electo diputado nacional, y aunque «una serie de desgracias familiares, que gravitaron desastrosamente sobre su espíritu, hizo decaer la enorme actividad del señor Garat... ello no fue óbice para que desde su nuevo cargo auspiciara todavía varias iniciativas para el progreso de la provincia y sentara alto su prestigio de orador elocuente. El mal que lo aquejaba lo obligó en los últimos tiempos a buscar su restablecimiento en el reposo de las sierras de Córdoba, alejando totalmente de sus tareas parlamentarias».

El fallecimiento de Damián P. Garat se produjo después de una breve enfermedad, provocada sin duda por el profundo dolor que le causaran la muerte de su única hija y de su hijo mayor, ocurridas ambas con pocos meses de diferencia. Antes de morir pidió que sus restos fueran trasladados a su pueblo natal.

Su labor de poeta mereció altos juicios. Si inició ganando la flor natural en un certamen poético efectuado en Tucumán, en 1897, pero fue La Prensa quien lo reveló a la consideración nacional, publicando diversas composiciones de Garat. A la muerte del poeta, ese diario elogió sus trabajos, «como su canto La Argentiada, modelo de inspiración y de alto vuelo lírico. Su canto a Tucumán... evidencia el alto mérito de sus dotes de poeta, así como en Mi Raza y La espada y la cruz, también premiados».

Entre los numerosos juicios encomiásticos sobre la obra poética de Garat, figuran algunos de Miguel de Unamuno, quien —refiriéndose a Mi Raza—, le escribió: «Es una oda hermosa, sobre todo muy elocuente, con ímpetus y vuelos quintanescos», analizando en detalle distintos aspectos del trabajo.

La Nación, en el número extraordinario aparecido el 25 de mayo de 1910, con motivo del Centenario de la Patria, publicó La Argentiada, de Damián P. Garat, del que

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dijo que «es sin duda un modelo de su mejor poesía y será citada siempre como una página inspirada, digna de la memorable solemnidad de la patria».

La figura de Garat mereció siempre elevados conceptos. Su desinterés era proverbial y la llaneza de su carácter y la fluidez de su palabra le atraían el aprecio de todos. Jamás demostró ambición por nada y si alguna tuvo supo sacrificarla calladamente en beneficio de los demás. No obstante su larga vida de lucha, no tenía enemigos. Sus propios adversarios políticos lo respetaban y estimaban. Lo prueba el homenaje de la Cámara de Diputados, en la que después de la palabra oficial de su presidente, lo hizo un adversario político, el Dr. Juan José Frugoni, quien, entre otros conceptos, expresó: «Yo, que no me inclino ante los poderosos, que no tengo ídolos sino ideales; que mantengo íntegra mi fibra rebelde, lo saludo al pasar por el último desfiladero y le digo: `Tú fuiste uno de los que no recibieron la orden de rendirse´.»

En 1961 aparecía en Concordia la revista Semanario, dirigida por el escritor y poeta José Arévalo y editada por la flamante, entonces, Editorial Fogón. En su número 5 correspondiente al 9 de abril, Arévalo hace referencia a Damián P. Garat, pone «bajo su advocación este número» y sintetiza la vida del ilustre ciudadano concordiense. Termina manifestando: «Una de las calles del pueblo natal lleva su nombre, y el escultor Perlotti esculpe un mármol con su busto; éste se encuentra ubicado en la entrada de la Biblioteca Popular. Escaso homenaje —sin duda— para quien tanto hiciera por inmortalizar en la patria las voces sagradas del terruño».

En 1969 se inauguró en el Cementerio Nuevo de Concordia un mausoleo en su memoria por iniciativa del ingeniero Virgilio Zossi. Al acto, además de las autoridades municipales, asistieron descendientes del poeta y periodista local. En la placa que se descubrió en el lugar se grabó la siguiente inscripción:

Cantó la gloria de la Patria y a la espada y la cruz que la fundaron. La armonía de sus cantos, el fuego de su verbo, y la sabia justicia de sus leyes, fue el legado de su vida ejemplar.

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El poeta El canto Tucumán fue laureado en un concurso celebrado en Tucumán el 12 de octubre de 1897. La espada y la cruz obtuvo un primer premio en Buenos Aires, el 30 de agosto de 1898, y a Mi raza le correspondió el primer premio en otro concurso celebrado en Tucu- mán.

La Argentiada fue escrita para el número extraordinario publicado por La Nación el 25 de Mayo de 1910, con motivo del centenario.

El soneto San José, aparecido en La Prensa en 1920 es la última poesía escrita por el poeta.

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La Nación: «El polemista combativo y el crítico temible que había en él, nunca hacían olvidar al hidalgo sin tacha que dominaba invariablemente su acción en cada aspecto distinto y en cada detalle: el adversario sabía que este hombre, habitualmente pacífico, familiar y sonriente, poseía una energía indómita y una serena entereza, capaz de afrontar las circunstancias más graves sin inmutarse y dejar de sonreír, y sabían, al propio tiempo, que la palabra de ese periodista y ese político llevaba la autoridad de una honradez indisputable».

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La Nación: «Si se examina bien su considerable obra de poeta, se verá que también ella refleja, como la labor del diarista y del orador, un temperamento vehemente de patriota. Continuaba la tradición de los viejos poetas de la república, para quienes la patria resumía la totalidad de su ensueño y la fuerza moral de su existencia».

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La Prensa: «Cultor de las tradiciones nacionales, buscó motivos en las leyendas y recuerdos históricos para loar el heroísmo y las virtudes de nuestros próceres: admirador de su provincia de origen —Entre Ríos—, esparció en la hoja impresa y en el libro, versos impregnados de sabor regional, ricos en imágenes y fieles en el reflejo del ambiente, con la frescura de los riachos y el encanto de los ceibos floridos que amó desde niño».

Felipe Heras

El Dr. Felipe Heras falleció en Concordia en 1906, a los 53 años de edad. Era vasco-navarro, egresado de la Universidad de Madrid cuando sólo tenía 21. Viajó a Concordia a solicitud de su tío José María Otaño y se quedó para siempre. Primero fue médico ferroviario. Paralelamente, integró la sociedad de Socorros Mutuos y formó parte de la Sociedad Española. También se desempeñó como cónsul francés. Pero, según declaraciones de sus descendientes, «su vida era el hospital».

Se casó con María Giulliani, con quien tuvo 12 hijos.

Cuando se instaló el hospital —originariamente llamado de Caridad— ofreció inmediatamente su concurso a las damas de beneficencia, y lo siguió prestando hasta su muerte.

Trabajó gratuitamente en el hospital, derramando el bien a manos llenas, mitigando los dolores del cuerpo y del alma, ejerciendo un verdadero apostolado de humanidad y amor a sus semejantes. Con el paso de los años se le asignan 40 pesos de retribución, a los que renuncia para que el importe sea destinado al modesto hospital. En el año 1895, y en mérito a la labor desplegada por el Dr. Heras, se propicia designar con su nombre al nosocomio, honor que el médico también declina.

Su muerte fue un verdadero duelo para Concordia. El féretro fue envuelto en la bandera española y llevado a pulso mientras una banda acompañaba con la Marcha Fúnebre.

Y sólo desde entonces el hospital lleva su nombre.

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POR ESOS CAMINOS DE DIOS...

(Entrevista mantenida con los señores Guillermo Yorio y Manuel R. Menéndez, publicada en la edición Nº 39 de La Calle, del 31 de mayo de 1970)

Corre el año 1929. Un grupo de «tuercas» locales se aventura en un raid automovilístico que une a Concordia con Paraná, que la prensa local comenta en forma episódica, dando detalles de las características principales de las zonas que habían atravesado en su viaje..

Parecía un reto. Y el guante fue recogido por otros tres «tuercas» también, que creen que el viaje es más simple. Son ellos Manuel R. Menéndez, Guillermo Yorio y Jacobo Lecgstra, quienes deciden bajar el promedio. Y se lanzan por esos caminos entrerrianos.

Ninguno conocía la ruta desde San Salvador en adelante; «era cuestión de andar preguntando», aclara Yorio. «Entonces no había puentes ni cosas por el estilo. Al Yeruá había que pasarlo por abajo. Y al río Gualeguay se lo atravesaba en una balsita, la maroma, como le llamaban».

Con todos estos inconvenientes, el trío hizo el recorrido hasta Paraná en cinco horas y media. El automóvil era un Ford, el mismo cuya foto publicamos.

Más que nada, los tres aventureros quisieron averiguar la verdad sobre la famosa selva de Montiel, que citaban los raidistas anteriores y cuyas experiencias, como dijimos, encontraban amplio eco en la prensa local.

«Lo único que vimos fueron cardenales», comenta Yorio. De los peligros, de las fieras de la mencionada selva, sólo quedaban los recuerdos. «Lo que había que sortear», agrega», «eran los troncos de los árboles, que estaban cortados al ras del suelo». Pero no tuvieron ningún inconveniente.

Después del cruce del Paraná —el destino era Rosario— comenzaron los problemas, sobre todo al iniciar el regreso. La lluvia significó un tropiezo serio, que se solucionó con la compra e instalación de cadenas (costo: alrededor de nueve pesos), con lo cual la marcha se reanudó normalmente.

—Lo que recuerdo era que los quince kilómetros, aproximadamente, de San Salvador a General Campos, eran un billar ese día», confiesa Yorio, que era el conductor del vehículo—. Aprovechamos para empezar a correr. Recuerdo que Lecgstra, que viajaba a mi lado, me dijo: «Bueno, si vos te querés matar, hacé el favor, pará que yo me bajo». ¡Llegamos a levantar hasta noventa..!

(...) —Después, poco después —agregan— era común un viaje de esta naturaleza.

También era normal el tiempo empleado para efectuar el recorrido, sin llegar a significar ninguna proeza.

En aquella época no se podía viajar cómodamente, con seguridad, ni siquiera para salir a unos pocos kilómetros de Concordia. Los arenales eran un serio problema y constituían una valla para el tránsito. Entonces, el Automóvil Club de Concordia extendía permisos de tránsito para sus socios y les daba también una llave. Con ella se abrían las tranqueras y se tomaban sendas de los campos de propiedad privada, única manera de soslayar los obstáculos de la ruta.

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Menéndez nos indica que a los pocos años el gobierno provincial tomó el asunto en sus manos e inició una verdadera campaña de obras viales. Poco después, y «cuando en el país no había pavimento, Entre Ríos marchaba a la cabeza por sus famosos caminos abovedados. Era la provincia privilegiada. Entrar en Entre Ríos entonces era como entrar en la gloria...».

Todo cambia. Tal vez pronto podamos recordar también los tiempos en que chapaleábamos en el barro...

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LABOR DE LAS AUTORIDADES MUNICIPALES Colaboración del señor Carlos Gómez Russo

El 5 de enero de 1873 se instala «la primer Municipalidad de Concordia», según el

acta respectiva. Un siglo después se conmemoró este hito histórico con sencillos actos, uno de los cuales consistió en el descubrimiento de una placa en el hall del Palacio Municipal. En la misma figuran los nombres de las primeras autoridades comunales: presidente, Federico Zorraquín; vice presidente, Saturnino Soage; secre-tario, Juan M. Plob; tesorero, Juan Bautista Randle; municipales titulares: Ladislao Rodriguez, Pedro Ponzano, Bartolomé Lasave, Miguel Constantini, Juan Bautista Goyret, Joaquín Comas, Manuel Crosa, Mauricio Dunford y Alberto Robinson.

La placa lleva además la siguiente inscripción: «A los esclarecidos vecinos que con patriotismo, vocación de servicio y visión de futuro iniciaron las actividades municipales en la ciudad y a los que a través de cien años afianzaron el derrotero de su progreso. Homenaje del Pueblo y de la Municipalidad de Concordia».

Aunque ya tenía categoría de ciudad, Concordia era, entonces, un poblado. Sin embargo, se puede re- construir cronológicamente su evolución en base a documentos que existen en la propia Municipalidad.

Aguas y cloacas

El 2 de noviembre de 1919 se acordó a la empresa Bonneu, Parodi y Figini la construcción y explotación de las obras de salubridad de nuestra ciudad. Es el antecedente más lejano que se dispone, y es válido para demostrar que Concordia se preocupaba por estar a la vanguardia en servicios y adelantos para la población.

La concesión fue transferida, en 1928, a la Compañía Nacional de Saneamiento S.A., y veinte años después, los servicios pasan a Obras Sanitarias de la Nación. A partir de 1980, la Municipalidad tomó a su cargo estas tareas, que le fueron transferidas por Ley 6643 y el Decreto Nº 4079/80.

En cuanto al problema del agua, fue grave en 1946. El servicio se interrumpió en forma absoluta, lo que motivó la intervención de la Municipalidad en el mes de febrero, aunque levantada en diciembre. Muchos todavía recordarán que los camiones regadores eran los encargados de abastecer de agua a distintos sectores de la ciudad cuando se registraban esas interrupciones en el servicio. Se proveían de una bomba ubicada en el barrio llamado «de las Casas Baratas» (en la zona oeste). Existía también un molino en el ex Matadero Municipal, y otro perteneciente a la familia Inchauspe, en calles San Martín e Ituzaingó.

Pavimentación y energía eléctrica

Por ordenanza 5307, del 24 de septiembre de 1924, se declaró obligatoria la pavimentación de calles, determinándose éstas mediante otra ordenanza del 30 de noviembre de 1925. Pero recién dos años después, en diciembre de 1927, se aceptó la

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propuesta de la Compañía Nacional de Pavimentación y Construcciones para aplicar concreto asfáltico a 164 cuadras de la ciudad.

Recién en 1952 se hizo necesario repavimentar algunas de esas arterias, lo que se realizó con hormigón sin armar.

En cuanto al servicio eléctrico, fue concedido a una empresa privada el 13 de septiembre de 1924. Se trataba de la Compañía Anglo Argentina de Electricidad, con un contrato que vencía el 31 de diciembre de 1976. Pero en el año 1930, la beneficiaria de la concesión transfirió la misma a la Compañía de Electricidad del Este Argentino S.A.

En 1958, Agua y Energía Eléctrica de la Nación se hace cargo del servicio para transferírselo gratuitamente —diez años después— a la Municipalidad, con todos los bienes muebles e inmuebles afectados a la prestación del mismo. Como la Cooperativa Eléctrica ya funcionaba en nuestra ciudad, y estaba interesada, el servicio queda en sus manos por transferencia de la Municipalidad.

Una acotación: en 1937, la Municipalidad había concedido a la Sociedad Luz y Fuerza Eléctrica e Industrias Anexas Ltda. de Concordia la autorización para establecer una usina generadora de energía, la que podía ser vendida a sus asociados.

Tranvías y teléfonos

Esta misma empresa explotaba un servicio de tranvías eléctricos desde marzo de 1928. Contaba con tres líneas en esa fecha, a las que se agrega otra un año después. Sin embargo, en 1937 dejan de funcionar, y se reinicia recién en 1950, para cesar definitivamente en 1962.

Al dejar de funcionar los tranvías, el personal constituye la Cooperativa Martín Fierro, a la que se le acuerda la concesión del servicio de colectivos de transporte urbano de pasajeros correspondiente a las líneas 3 y 4.

En lo referente al servicio de teléfonos, la Municipalidad acordó la concesión a la Compañía Entrerriana de Teléfonos S.A. el 2 de diciembre de 1925, estipulándose un término de treinta años a partir de la fecha en que se librara al servicio público.

San Carlos y balneario municipal

La Sociedad Rural de Concordia era la propietaria del predio conocido con el nombre de San Carlos, donde se encuentran las ruinas de un palacio edificado a fines del siglo XIX. En 1929, la Municipalidad adquiere, en la suma de cien mil pesos, todo el terreno, que posteriormente fue declarado parque público con la denominación de Parque Bernardino Rivadavia.

El palacio perteneció a un noble francés y en alguna oportunidad se hospedó allí Antoine de Saint Exupery. En el mismo predio se levanta el monolito que recuerda el Éxodo del Pueblo Oriental, construcción autorizada el 28 de octubre de 1957, y el Mirador San Carlos, construido por la Municipalidad en 1969, con piedra y madera petrificada y techo de paja, donde funcionó la confitería Hostal del Río.

La zona de ribera y playa del río Uruguay comprendida entre la desembocadura del arroyo de la estación y el muelle del ferrocarril, fue declarado Balneario Municipal el 28

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de octubre de 1933. La Comuna diversificaba su actividad y reservaba ya lugares para la distracción y el esparcimiento.

Nomenclatura de calles

Por iniciativa del entonces concejal Dr. Bernardo Salduna, se impuso el nombre de tres hombres estrechamente relacionados con la fundación de Concordia a otras tantas calles de nuestra ciudad. Son ellas las que, desde el 18 de octubre de 1939 se denominan Coronel Evaristo Carriego, Coronel Pedro Espino y Presbítero Mariano J. del Castillo.

La ordenanza respectiva (Nº 9039) dispone la colocación de placas de bronce en cada una de las calles, con referencias vinculadas a las acciones de estos fundadores de la ex Villa de la Concordia. Todavía se las puede observar sobre el edificio de la escuela Vélez Sarsfield, en el inmueble de la acera norte de calles Espino y Entre Ríos, y en igual ubicación en Carriego y Entre Ríos.

Préstamos, turismo y Palacio Municipal

La diversificación aludida anteriormente se verifica también en dos proyectos que tomaron cuerpo en 1940. Por un lado, la creación de la Caja Municipal Mixta de Préstamos, constituida el 31 de octubre de ese año, con una neta finalidad social de ayuda a los sectores de menores recursos.

El capital de la entidad sería integrado por partes iguales por la Municipalidad y los accionistas privados. Aquella nombraría el presidente y los vocales, y los privados designarían dos vocales más. El 14 de enero de 1941 el señor Eliseo B. Ferrari fue nombrado primer presidente.

La otra medida, tendiente al fomento del turismo, consistió en la designación de una Comisión Central con aquella finalidad. Fue el 28 de noviembre de 1940. Pocos días después se integró la misma con la presidencia del intendente, Ing. Eduardo Nogueira; la vicepresidencia del Dr. Juan Bautista Arcioni; la secretaría del señor Guillermo Yorio, y la tesorería a cargo del señor Roberto Iglesias. Como vocales actuaron el coronel Justo Salazar Collado y los doctores Lázaro Leibovich y José Gabriel Payró.

Otro hito muy importante lo constituyó la inauguración del actual Palacio Municipal, hecho registrado el 5 de octubre de 1940.

Cultura

No transcurriría un año sin que se diera otro paso importante y acorde al desarrollo de la ciudad en todos sus niveles. En agosto de 1941 se creó la Comisión Municipal de Cultura, tendiente a fomentar la cultura intelectual y artística local. La primera comisión fue integrada por el Dr. Andrés Chabrillón, Horacio A. Dicono, Vicenta Palacio, Ana Luisa Gonzalez Barlet de Supery, Gualberto Hourcade, Juan Massera y el profesor Enrique Almuni, por el Departamento Ejecutivo. El Concejo Deliberante designó a Héctor Rodriguez Pujol y al doctor Juan B. Arcioni.

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Viviendas

A pesar de no ser una tarea fácil de emprender a nivel municipal, la Comuna local se abocó también a solucionar problemas de viviendas de pobladores ubicados en zonas inundables de la ciudad. El 4 de mayo de 1942 se dispuso la construcción de 30 unidades en la zona oeste de Concordia, sobre terrenos municipales, que luego fue conocido como Barrio de las Casas Baratas.

Muchos años después, adhiriéndose al plan denominado Nación-Provincia-Municipio-Comunidad, se construyeron 352 viviendas, las que dieron lugar a los barrios Villa Jardín, José Hernandez y San Agustín. Otras 254 unidades integraron los barrios Isthilart, 25 de Mayo y Piloto.

Mediante el Plan de Erradicación de Viviendas Precarias se conformaron los barrios de Carretera De la Cruz, Benito Legerén, San Miguel I y II, con un total de 257 unidades. Y por último, se construyeron más viviendas en el Barrio El Sol y Pancho Ramirez a través del Plan Viviendas de Interés Social (VIS)

Museo de Bellas Artes

El Museo Municipal de Bellas Artes cuenta ya con 34 años de actividad. Fue inaugurado el 2 de mayo de 1948 y originariamente funcionó en dependencias del Centro Español, cuya sede se encontraba en calle 1º de Mayo frente a la plaza principal. En los considerando del decreto se expresa el reconocimiento a esta entidad social, con lo cual la Municipalidad se adhería a los festejos del Centro Español en la fecha nacional de la Madre Patria.

El 10 de mayo de 1953 se destinó la propiedad municipal de calle Urquiza —también frente a la plaza 25 de Mayo, antigua Municipalidad— para el funcionamiento exclusivo del Museo, Escuela de Música, Escuela de Danzas, de Artes Plásticas, Dibujo y demás dependencias dirigidas por la Comisión Municipal de Cultura.

En el mismo lugar se construyó un nuevo edificio, que fue inaugurado en 1967.

Avión ambulancia

La necesidad de un avión ambulancia se hizo perentoria para la población. Y mediante colecta popular se logró adquirir, en 1956, un avión Pipper que reunía los requisitos para los cuales estaba destinado. Fue inscripto a nombre de la Municipalidad como institución representativa del pueblo de Concordia y se designó una comisión administradora, integrada por los señores Victorino Simón, Dr. Julio Vidiella e Ing. Alfredo Guidobono.

Dos años después se aceptó la renuncia presentada por esta comisión. Se procedió a reestructurarla y se designó a los señores Roberto Ildarraz, por el Aero Club Concordia; Victorino Simón e Ing. Alfredo Guidobono, por la comisión anterior; y por el cuerpo médico local, los doctores Felipe Jairala, Horacio L. Scattini y Roberto R. Tenerani.

En mayo de 1970 se dispuso la venta de la máquina, dado los años de funcionamiento. Y para que la población no quedara sin este importante servicio, se

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suscribió un convenio con el Aero Club Concordia para que prestara el servicio con sus propios aparatos.

Plazoleta de los Fundadores

Con este nombre se designó, el 30 de abril de 1958, la plazoleta a construirse frente al Cementerio Viejo, sobre calle Humberto 1º, y la erección, en la misma, de un monolito en homenaje a los fundadores de la ciudad.

La placa colocada en el monolito lleva la siguiente inscripción: «Plazoleta de los Fundadores - Ordenanza Nº 14.248 del 30-10-1958 - Homenaje de recuerdo de la Municipalidad y el pueblo a los hombres y mujeres que fundaron esta ciudad bajo la denominación de Villa de la Concordia, a la Asamblea Legislativa que resolvió su creación y a sus primeros gobernantes - 6 de febrero 1832»

Aeródromo

El aeródromo municipal tuvo origen el 3 de diciembre de 1959, cuando por ordenanza Nº 14.539 se dispuso su creación y se afectó la fracción de tierra conocida por El Dispensario.

No transcurrió un año cuando se dejó sin efecto aquella afectación de tierras y se destinó una fracción del campo Bella Vista, cedida por el Consejo Agrario Nacional.

Fue en 1962 cuando se movilizó toda la comunidad, encabezada en este caso por la Cámara Junior de Concordia, para solucionar el grave problema derivado de la paralización del servicio de hidroaviones que, hasta ese año, mantenía la comunicación aérea entre Buenos Aires y nuestra ciudad. La entidad citada peticionó la construcción de una pista de aterrizaje provisoria en el campo El Espinillar, a lo que accedió la Municipalidad. La pista de ripio fue inaugurada el 26 de agosto de 1962, tenía 1.700 metros de longitud y 30 de ancho y permitía que operaran aeronaves hasta del tipo Douglas DC 3.

En el mes de diciembre de 1964 se formó la Comisión Ejecutiva Pro Pavimentación Pista El Espinillar, la que se encargó de la obra contando con el aporte del gobierno de la Nación, de la Provincia y la cooperación de la Municipalidad, Vialidad Provincial, Secretaría de Aeronáutica, Ejército y empresas particulares de Concordia, que facilitaron máquinas, equipos, combustibles, etc. El 22 de septiembre de 1968 se procedió a su inauguración, a la que asistió el entonces presidente de la Nación, teniente general Juan Carlos Onganía.

Inundación de 1959

Un verdadero desastre se abatió sobre Concordia en 1959, al registrarse —como consecuencia de la creciente del río Uruguay— la mayor inundación que registra nuestra historia lugareña.

Al descender las aguas pudo apreciarse la magnitud del desastre. Numerosas viviendas quedaron destruidas, no tanto por la acción de las aguas sino por las vigas que se soltaron de las jangadas que descendían del norte.

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La solidaridad se puso a prueba una vez más. Toda la población colaboró en las tareas de evacuación de los inundados, como también, en la preparación y distribución de alimentos para las familias necesitadas. No importaron las inclemencias del tiempo —llovía sin parar— ni las horas ni la tarea a cumplir: sólo existió el deseo de ayudar al semejante.

Se empezó la reconstrucción. Se creó la Comisión Zonal Concordia-Yuquerí, que se abocó a la compra de tierra en zonas altas, y en poco tiempo se formaron nuevos barrios —más de quince—, los que fueron poblados por familias que habitaban en la zona inundable. Además de comprar terrenos, la comisión, en muchos casos, construyó viviendas para las familias mencionadas.

Barrio 6 de Febrero

Para complementar el decreto que determinaba al 6 de febrero como fecha oficial de conmemoración del aniversario de la fundación de la ciudad, mediante ordenanza del 5 de febrero de 1960 se impuso el nombre de 6 de Febrero al barrio delimitado por las calles San Lorenzo al norte, Balcarce al sur, Tala al este y Misiones al oeste, «para que en todos los sectores de la población se tome conocimiento de la historia de la ciudad, tan olvidada por los poderes públicos responsables, como lo son de mantener permanentes los valores vernáculos», y dado que «como consecuencia de las grandes inundaciones de abril del año anterior, se han formado nuevos conglomerados de población, la mayoría de ellos levantados por el esfuerzo mancomunado de sus residentes». También se consideraba que «esta circunstancia adquiere, a la distancia, una semejanza cierta con la acción de aquellos que originaron la ciudad arriesgando en la empresa vida y hacienda».

Terminal de ómnibus

Concordia carecía de estación terminal de ómnibus. Por ello, en 1961 las autoridades municipales dispusieron su construcción, aprobándose la licitación el 5 de abril de ese año y adjudicándola a la firma Bertoni y Lemesoff por la suma de 7.450.000 pesos moneda nacional. Fue inau- gurada el 29 de diciembre de 1962.

Escudo de Concordia

El escudo de Concordia, como lo conocemos en la actualidad, fue creado en 1961 y es obra del artista Mario Muñoz, conocido dibujante de nuestro medio. Se declaró oficialmente mediante ordenanza Nº 14.993 de dicho año, luego del resultado del concurso que, a tal efecto, organizara la Comisión Municipal de Cultura. El trabajo del señor Muñoz fue premiado con la cantidad de veinticinco mil pesos moneda nacional.

Banda Infantil

La creación de la Banda Infantil Municipal data del año 1964, en que se designó organizador y director de la misma al señor Rogelio Woelker. Al mismo tiempo se

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integró una Comisión Cooperadora Amigos de la Banda Infantil, cuyo presidente fue el señor Alberto Fraga.

Esta banda no sólo ha actuado en Concordia sino también en varias ciudades de la provincia, como así también en el Primer Festival de Bandas Infanto-Juveniles de la ciudad de Perez, provincia de Santa Fe. Cumple una función social y cultural muy importante y ha servido de escuela para muchos chicos que han obtenido empleos en bandas similares.

Ampliación del radio municipal

Por Ley Nº 4708 del 9 de abril de 1969 fue ampliado el radio municipal de la ciudad de Concordia, abarcando el mismo Colonia Adela, Frigorífico Yuquerí, Yuquerí Chico y Colonia Los Yuqueríes.

Obras de Quinquela Martin

En el edificio de la Estación Terminal de Omnibus y del Museo de Artes Visuales existen obras reproducidas en mayólica del pintor argentino Benito Quinquela Martín. Son ellas las conocidas como El carnaval y Día de sol en la Boca, obtenidas mediante gestión del arquitecto Virgilio Zossi, que lo hizo a título de colaboración. La reproducción en cerámica fue encomendada al señor Ricardo Sanchez, de la ciudad de La Plata.

Debe destacarse que el monumento al general Bartolomé Mitre, emplazado en la esquina nord-este del parque del mismo nombre, también se debe a la iniciativa del señor Zossi. Fue inaugurado el 18 de junio de 1968, aniversario de la llegada del general Mitre a nuestra ciudad, en 1865, cuando estableció aquí el comando de las tropas que participarían en la guerra de la Triple Alianza.

Otra iniciativa del citado profesional es la restauración del antiguo mausoleo, en el Cementerio Nuevo, donde descansan los restos de Damián P. Garat, dilecto hijo de Concordia, que se destacara como periodista, escritor, poeta, legislador y ministro de la Provincia.

Gimnasio y complejo deportivo

Las autoridades municipales también se preocuparon por la actividad deportiva. En este sentido, cabe mencionar la construcción de un gimnasio en el sector del inmueble de calle San Juan y Corrientes, donde antiguamente funcionara la usina de Agua y Energía Eléctrica, transferido a la Municipalidad. En 1975, con intervención de la Federación Entrerriana de Voleybol, se construyó una cancha de 26 x 14 metros.

En 1977 se encaró la construcción del Complejo Deportivo, en las inmediaciones del Parque Rivadavia. Se inició con una pista de atletismo de 400 metros. En los años siguientes y hasta 1980, se construyeron dos piletas de natación, diez canchas de voleybol, cuatro de pelota al cesto, dos de fútbol y una de rugby.

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UN SIGLO CON DIOS

(Publicado en la edición Nº 26 de La Calle – 1º de marzo de 1970)

Sobre nuestra mesa de trabajo reposa un amarillento ejemplar de El Litoral, correspondiente a la edición del 11 de junio de 1949. El papel reseco, quebradizo, dice a las claras de sus veinte años de encierro. Lo trajo el señor Carlos Horacio Oriol, junto con otro documento cuyos recuerdos serán material más que inte- resante de próximas apariciones.

Para nosotros, lo importante del diario mencionado está centrado en una nota con referencia al templo de San Antonio que, en aquella fecha, cumplía sus cincuenta años. La misma incluye antecedentes muy importantes aunque, también, sintéticos. Pero sirven para destacar el hecho y los transcribimos textualmente:

«Antes del 13 de junio de 1899 nuestra Iglesia de San Antonio de Padua se levantaba en el lugar que hoy ocupan el Bar Londres y el Centro de Empleados de Comercio. Era una construcción de adobe y paja, con todas las características del «rancho», que no condecía con el constante progreso urbanístico que acusaba Concordia. Surgió entonces la iniciativa de levantar un templo que estuviera a tono con la importancia que iba adquiriendo la población y también con las crecientes necesidades de la iglesia, ya que aumentaba a diario la concurrencia de fieles a los diferentes cultos. Y así fue como el presbítero Luis Rosendo Leal, de inolvidable recuerdo entre nosotros, secundado por nuestras autoridades comunales y la Comisión Pro Templo, que presidía Dña. Rosa Otero de García, de eficaz actuación en la emergencia, se dio a la tarea de levantar la nueva casa de Dios.

El lunes próximo, día de San Antonio, se cumplirán los 50 años de su habilitación, acto que se cumplió con una misa mayor y otras jubilosas ceremonias que contaron con la amplia adhesión de la grey católica, vale decir que con la de todo nuestro vecindario. Meses después, el 19 de noviembre, llegó hasta Concordia el obispo de la arquidiócesis de esta zona, Mons. de la Lastra, quien procedió a bendecir el templo, reproduciéndose las jubilosas fiestas de tiempo antes. En tal oportunidad se hizo entrega, asimismo, a la Sra. de García, de una medalla de oro recordatoria, la cual tenía grabada en el anverso la fachada de la iglesia, por la decisiva actuación que tuvo para que la obra se pudiera concretar en una feliz realidad».

El Litoral menciona, posteriormente, el proceso de mejoramiento interior y exterior a través de medio siglo. Cita la donación de la señora Flora Urquiza de Soler del «actual valioso altar mayor», así como también los hermosos vitreaux que hizo colocar el presbítero Elgart, y la restauración del interior acometida por el cura párroco Jorge Schoenfeld.

Más adelante, el decano de los diarios locales detallaba la nómina de los párrocos hasta aquella fecha. La misma estaba integrada por Luis Rosendo Leal (1899-1905), Juan Tresserras y Pedro Rocas (1905-1907, interinamente), Ramón Elgart (1907-1929), Jorge Jacob (1929-1935), y el nombrado Jorge Schoenfeld (1935-1947). En el año de la publicación, el presbítero José Schachtel era el cura párroco del templo.

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Para finalizar, el diario menciona «que el primer niño bautizado en el templo de San Antonio de Padua fue Antonio Bernardo Cerminatti, sacramento que se cumplió por el presbítero Costa el 12 de Enero de 1899».

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ALVEAR EN CONCORDIA (Publicado en la edición Nº 16 de La Calle – 21 de diciembre de 1969)

Llega al puerto de Concordia el Presidente de la República, Dr. Marcelo T. de Alvear. Al fondo, a la derecha, la Banda Municipal de Concordia. La foto pertenece a la familia Millán, de nuestra ciudad; los recuerdos, a don Hermenegildo Aramburo.

La visita se registró al promediar la década del ‘20. El Dr. Alvear, ya en la primera magistratura, accedió a asistir a la inauguración del puente que llevaría su nombre, sobre el Yuquerí. En tal oportunidad, hizo uso de la palabra el ingeniero Mariano Jurado. En su discurso, muy bien comentado con posterioridad, elogió la obra que se había concretado.

El barco que condujo al ilustre huésped —uno de cuyos camarotes había sido ampliado ex profeso para mayor comodidad del Presidente de la Nación— arribó a nuestro puerto a media mañana. Una multitud —aproximadamente 4.000 personas— esperó su llegada y lo acompañó hasta el centro. El trayecto se hizo a pie, por especial pedido del visitante. Su alojamiento estaba preparado en el Hotel Colón.

Se estima que permaneció en Concordia un par de días. En ese lap- so, visitó varios naranjales de la zona, que comenzaban a cobrar importancia. El Club Progreso le ofreció un almuerzo. A los postres, mandarinas. Un detalle que quedó grabado en los recuerdos de nuestro colaborador: Alvear quitó la cáscara de las naranjas sin utilizar cubiertos, es decir, empleando sus propias manos.

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EL ODEON (Publicado en la edición Nº 42 de La Calle – 21 de junio de 1970)

Colaboración de H. E. Aramburo

La ciudad actual debe conocer —tiene la obligación, casi— cuáles fueron las bases, los cimientos, de muchas de las pujantes expresiones que hoy le dan vida. Especialmente en su aspecto comercial, hubo verdaderos emporios —como también existen actualmente—, y traerlos al presente resulta tarea grata.

Donde está ubicado el cine Odeón, anteriormente teatro, había un caserón muy amplio, de color rojo oscuro, donde se había instalado la Casa Galli. En la parte superior del frente tenía unas figuras en relieve: un arado, algún animal vacuno y caballar y, al fondo, un sol naciente.

En un aviso comercial publicado en 1905 se lee: «Casa Galli - Tienda, sastrería, mercería, ropería, zapatería, sombrerería - Calle Entre Ríos 576 - Ventas por mayor y menor - Es la casa que ofrece al público mayores ventajas que ninguna. Ventas al contado y sin descuentos - Mueblería, colchonería y canastería».

Esta firma importaba directamente de Europa, entre otros renglones, toda la línea de sillas y sillones de Viena. Estos muebles venían desarmados y en cajo- nes de madera. Personal idóneo se ocu- paba en esta tarea en su respectiva carpintería.

Uno de los productos más populares eran unas zapatillas marca «Langosta», seguramente las más económicas y usadas de la época: lona a cuadros, con suela clavada, cuyo precio era de un peso moneda nacional.

La sección Tienda se caracterizaba por su gran surtido. Además, contaba con la sastrería para hombres, atendida por un sastre de origen itálico —el señor Dició—, padre de un ingeniero del mismo apellido de relevante ac- tuación en dependencias del gobierno nacional en Buenos Aires.

Durante muchos años fue gerente de la firma don Casiano Garate, vasco español. Entre el personal, lo secundaba otro compatriota, el señor Félix Orduna. De ambos hay descendientes en nuestra ciudad, los que mantienen el prestigio de sus progenitores, tan nobles como correctos.

Cuando esta firma hubo de cesar en sus negocios, el inmueble fue vendido a los hermanos Perez, de origen otomano, quienes a su vez tenían una tienda muy importante en calles San Martín y San Luis, llamada «La Bandera Blanca».

Estos nuevos dueños de lo que fuera la Casa Galli dispusieron en su lugar la construcción de un teatro, que llenó todas las exigencias de la época. Su nombre fue motivo de una en- cuesta popular, la que por mayoría de votos eligió el de Odeón. Éste, a su vez, cumplió su ciclo y luego de mo- dificado se convirtió en el actual cine. Para entonces, el edificio había cambiado de dueño por fallecimiento de los señores Perez.

Seguramente que la gran mayoría —si no la totalidad de los con- currentes al cine Odeón— ignoran quienes fueron los que cimentaron esta sala de espectáculos públicos: los «turcos Perez», como los nombraban sus amigos o allegados. Y que fueron honorables vecinos de la ciudad.

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Volviendo a la Casa Galli, voy a agregar una anécdota rigurosamente verídica.

Alrededor del año 1914 fue nombrado jefe del Registro Civil un mozo llamado Belisario Lopez, muy amigo de José M. Odorisio, vecino de nuestro medio y muy estimado entre sus conocidos.

Belisario, que por tal se identificaba, usaba desde vieja data un traje que había sido negro. Ya tenía, para esta fecha, un color aceituna o ratón, como le señalaba Odorisio, recomendándole que, en su nueva función, tenía que cambiar de traje. Pero Belisario no cejaba. Decía que no tenía dinero y que lo disponible era para atender a su madre, con quien vivía en calle Pellegrini al norte.

Un día, Odorisio fue hasta la Casa Galli y, hablando con el sastre Dició, le preguntó si se animaba a hacerle un traje a un amigo sin tomarle las medidas, ya que el obsequio debía mantenerse en secreto. Lo más que podía hacer era llevarle el amigo para que él sastre tuviera una idea aproximada y pudiera observarlo de cerca. Aceptado por el señor Dició, en otra oportunidad Odorisio pidió a Belisario que lo acompañara y, como al pasar, entraron en la Casa Galli. Dició entendió que ése era el «amigo» y se arrimó a conversar con los recién llegados. Poco después hizo señas a Odorisio de que ya tenía todo anotado.

Y un día, la madre de Belisario recibió un gran paquete para el hijo, de modo que cuando éste llegó se encontró con la novedad de un traje que no había encargado. No obstante, a instancias de la madre que estaba en el secreto, se lo probó, comprobando que le quedaba muy bien. Aunque se negó a usarlo, volvió a imponerse la madre, por quien Belisario sentía adoración.

No tardaron en encontrarse Belisario y Odorisio, aquél con su traje nuevo. Ante las felicitaciones y ponderaciones por el corte y la tela, Belisario comprendió que aquello era obra de su amigo. Naturalmente, Odorisio le refirió la historia completa y la participación del sastre.

Odorisio no aceptó el pago que Belisario quiso efectuarle, y ambos estrecharon más aún su amistad.

A su vez, él abonó a Casa Galli, por la confección del traje a medida («a ojo») en casimir inglés, la cantidad de dos libras esterlinas oro, como se usaba entonces; lo que, al cambio papel de once pesos con cuarenta y cinco centavos cada una, significaron veintidós pesos con noventa centavos.

Concordia cuenta ya con una gran broadcasting Tal es el título de un comentario publicado por el diario El Heraldo en su edición del 1º

de marzo de 1928. Textualmente, se iniciaba así:

«El espíritu emprendedor de nuestro activo convecino don Guillermo Sersewitz, del que ya teníamos conocimiento a través de otras plausibles manifestaciones, se ha concretado esta vez en una iniciativa de trascendental importancia que hace honor a la ciudad.

Silenciosamente, sin publicidad ni bombos, en un todo de acuerdo a su espíritu de trabajador consciente y austero, ha concluido de instalar, con todas las perfecciones

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científicas modernas, la gran Estación Concordia de Radio-Broadcasting, la que ya funciona en su local de la calle San Luis 605, teléfono 1139».

Según se expresa a continuación, la iniciación constituyó un rotundo éxito, avalado por cartas llegadas de Salta, Catamarca, Villarrica (Paraguay), República Oriental del Uruguay y Brasil, donde se recibía perfectamente la trasmisión, en cuanto a potencia, claridad y modulación.

Las características de la Estación J.2 eran: potencia, 400 wat con antena; longitud de onda, 225.

Las trasmisiones, que consistían en conciertos vocales e instrumentales, conferencias, noticiosos y hasta publicidad comercial, se realizaban desde las 21,30 hasta las 24 horas, todos los días.

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MEDIOS DE TRANSPORTE Colaboración del ingeniero Nelay Katzenelson (escrita en 1981)

Concordia y el ferrocarril

Puede decirse que dos factores fundamentales incidieron en el crecimiento de la vieja Concordia: su puerto, primero, y luego el ferrocarril.

Ubicada en el extremo de navegabilidad del Bajo Uruguay, constituía —con Federación— el punto obligado de transferencia de cargas que seguían la ruta norte-sur. No pasaba de ser un incipiente movimiento comercial y de personas, que recién adquirió importancia y volumen cuando ambas poblaciones se vieron unidas por un tramo de vía férrea, habilitado en 1874, a cuya inauguración asistieron las más altas autoridades nacionales y locales. Se trataba de un tramo aislado que luego, al impulso de la actividad conjunta —oficial y privada— se fue uniendo por etapas sucesivas a otros tramos, también inicialmente aislados: Federación-Monte Caseros (1875); Monte Caseros-Curuzú Cuatiá (1890); Basavilbaso-Villaguay (1890); Curuzú Cuatiá-Mercedes (1891); Monte Caseros-Paso de los Libres (1894); Con- cordia-Villaguay (1902); etc.

Poco a poco y con el correr de los años la red se fue densificando y crecieron nuevas poblaciones alrededor de sus estaciones. Dos administraciones regulaban la explotación de las flamantes líneas: una, la del Ferrocarril Nord Este Argentino, con sede en Monte Caseros; y la otra, la de los Ferrocarriles de Entre Ríos, con sede en Paraná. En 1915 ambas se unificaron, estableciendo una administración única centralizada en Concordia, pasando a denominarse Ferrocarriles de Entre Ríos y Nord Este Argentino. Años después (1948) se incorporarían a esta administración las denominadas Línea de Este, construidas por el Estado y que unían a Diamante con Curuzú Cuatiá y La Paz. El proyecto —no completado— preveía llegar a Paso de los Libres. En 1949 se anexó a esta red, el ex F. C. Central de Buenos Aires (Lacroze-Zárate y ramal a Rojas y 4 de Febrero), pasando el conjunto a constituir el Ferrocarril Urquiza, siendo su primer administrador argentino el entonces teniente coronel Edgar Echezarreta.

Puede decirse que la presencia de la administración centralizada en Concordia a partir de 1915 constituyó para esta ciudad un hito importante en su desarrollo, lo que se comprenderá mejor si se considera que por mucho tiempo fue la empresa privada más trascendental de la Mesopotamia, tanto por la cantidad de personal que ocupaba como por la importancia y variedad de actividades que se ligaron a su desenvolvimiento, tales como empresas de colonización y explotación de inmensas extensiones de campos; empresas colaterales como E.T.E.L.; otras de transportes combinados, como Furlong, además de las de abastecimiento para sus coches comedores, proveedores de leña y carbón, barracas laneras, frigoríficos servidos por larguísimos trenes de hacienda, etc. A la vez, la creciente importancia de la ciudad atrajo otras inversiones —privadas— como la que construyó el pavimento del casco urbano de la ciudad, o la que tendió las primeras líneas de provisión de agua corriente y colectora de cloacas, o la que extendió las líneas tranviarias que unían al puerto con la Sociedad Rural y el Cementerio, pasando por la estación y la plaza 25 de Mayo. Se construyeron los edificios de los bancos de la Nación, Hipotecario, Londres; de la tienda Gath y Chaves; de la Escuela de

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Comercio, Biblioteca Popular, etc., en tanto se creaba el Curso de Contadores, embrión de la Facultad de Ciencias de la Administración.

Mientras tanto, el ferrocarril alentaba la difusión de la citricultura y la avicultura, la instalación de galpones de empaque y la subdivisión de tierras en Apóstoles y Pindapoy, apoyaba las actividades deportivas (Golf Club, Victoria Park, Club Ferrocarril). Y entre tanto y tanto pujante crecer de esta ciudad, poco después ésta vería la «luz», esta vez por iniciativa de unos pocos pioneros locales que dieron nacimiento a la que después sería la poderosa Cooperativa Eléctrica, cuyo crecimiento corrió al unísono y fue sostén del despertar industrial de Concordia.

Concordia y los caminos

En el período inmediatamente anterior a la segunda guerra mundial, se había venido observando en la provincia un progresivo avance en el transporte automotor como consecuencia de una feliz iniciativa del gobierno entrerriano, que fuera uno de los primeros en adoptar la técnica tan sencilla como eficiente y económica de abovedar los caminos rurales.

Se trataba de un tráfico de corta distancia, pero a partir de la vigencia de la Ley Nacional de Vialidad, las necesidades del intercambio se hicieron mayores y a partir de la zona circundante a la Capital Federal comenzaron a surgir en rápida sucesión los primeros tramos de camino firme. En fecha no tan lejana como el año 1940, éste no pasaba todavía de Luján. Por su parte, Entre Ríos —salvo un pequeño tramo al sur de Gualeguaychú— habría de esperar aún largos años antes de que las autoridades competentes se decidieran a programar también para esta provincia algunos caminos firmes. En especial, la región noreste resultó la más postergada y recién en la década del ‘70 Concordia quedó enlazada a la red nacional.

Ubicada en el corredor del tráfico nacional e internacional norte-sur y prácticamente equidistante de los extremos norte y sur de las rutas 12 y 14, Concordia se vio en parte favorecida al convertirse en punto de escala, pero a la vez perjudicada en razón de que sus calles de acceso eran parte de la ruta, y vio con desazón que las mismas eran virtualmente trituradas por los rodados nacionales e internacionales que, con sus ejes excedidos de peso, circularon por ellas hasta que se produjo la desviación a la nueva traza.

Resulta de interés traer aquí a colación un tema de permanente discusión: camino versus ferrocarril, y en el que se da por sentado por parte de la generalidad, que este último es el contrapeso del Estado, por ser deficitario. Sobre el particular, quiero señalar que, quienes así opinan, omiten —deliberadamente o por ignorancia— que una parte importante del denominado déficit corresponde en realidad a inversiones de capital. Habida cuenta de que los caminos se pagan con impuestos, cabe preguntarse, a modo de reflexión, qué ocurriría si un buen día la autoridad gubernamental dijera: «No se recaudarán más impuestos para caminos; a partir de hoy, quienes los quieran o los necesitan, que se los construyan». Claro está que eso no ocurre porque el gobierno sabe que al construir caminos ejecuta obras de «beneficio público», un concepto poco utilizado pero que constituye la esencia de la filosofía en este tipo de inversiones, entra las que incluyo, apoyado en este razonamiento, a las inversiones en obras ferroviarias,

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que nada tienen que ver con los gastos de explotación que, si son superiores a los ingresos legítimos, constituyen un déficit real.

El tema es vasto y difícil de encuadrar en un pequeño trabajo como el que aquí pretendo presentar. Pero citaré, por elocuente, un caso: Alemania Occidental determinó que un total de 6.500 millones de dólares, que eran parte del déficit contable del año 1978 de sus ferrocarriles, fueran considerado como de beneficio público, por corresponder a inversiones de capital; y a la vez aprobó un programa de nuevas inversiones por 20.000 millones de dólares.

Concordia y el puerto

La gente joven de Concordia no alcanzó a conocer la época de esplendor del puerto de esta ciudad, el que en determinado momento de la vida del país alcanzó a ocupar un puesto de preeminencia en el orden nacional. Eficientemente atendidos sus servicios desde modestas oficinas montadas sobre ruedas para hacer posible su traslado a zonas altas cuando se embravecía el Uruguay, se registraba en él una intensa actividad en cargas y pasajeros, servidos estos últimos por hermosos buques que hacían la carrera hasta Buenos Aires, con escalas en Colón, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú (aquí, con trasbordo en mitad del río). Los memoriosos recordarán qué bien se viajaba, qué acomodadas eran sus tarifas, que incluían comidas en sus lujosos salones.

La conversión o caída del puerto de la Capital en la categoría de «puerto sucio», como consecuencia de la multiplicación de problemas de orden laboral a partir de 1945, dio lugar a un progresivo deterioro de los servicios y retraimiento en la actividad; los cargadores y pasajeros derivaron sus preferencias a los medios alternativos que presentaban menos problemas. La explotación de los servicios fluviales terminó por ser tan onerosa que condujo a su levantamiento prácticamente total. La actividad portuaria de Concordia se encuentra actualmente reducida a un modesto intercambio de pasajeros con Salto (ROU), que tiende a ser sustituido por servicios terrestres a través del puente de la represa de Salto Grande.

Concordia y el aeropuerto

En materia de transporte por vía aérea ha ocurrido un fenómeno comparable al fluvial: surgió, creció, floreció y actualmente está en vías de minimización.

Dejando de lado la actividad del Aero Club, entidad civil sin fines de lucro, que ha prestado y presta muy buenos y humanitarios servicios a la comunidad, el punto de partida lo constituyó la entrada en operación de una flota de hidroaviones que unía a Concordia con la Capital Federal; un servicio bastante aceptable que fue eficiente hasta que los costos operativos y de mantenimiento, así como la necesidad de renovar unidades, agotaron la capacidad de iniciativa y se operó su levantamiento.

Pero Concordia ya le había tomado el gusto a las indudables ventajas que presentaba esa modalidad de transporte de pasajeros y era ya campo fértil para que prosperara alguna iniciativa tendiente a reemplazar al desaparecido hidroavión. Una entidad de servicio y capacitación —la Cámara Junior de Concordia— se lanzó y soportó el peso de concretarla, con el unánime apoyo de la población, de otras entidades y de las

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autoridades, logrando entregar a la ciudad una pista de aterrizaje y comodidades esenciales mínimas necesarias para que Aerolíneas Argentinas iniciara la prestación de un servicio que llegó a ser muy bueno, tanto en capacidad como en seguridad y frecuencia de vuelos, coincidiendo su auge con el período de máxima de las obras de la represa de Salto Grande. A medida que éstas fueron completándose, decreció la demanda, a la vez que comenzaron a manifestarse síntomas de degradación del pavimento de la pista. También aumentaron los costos operativos y los costos tarifarios, con lo que la empresa se vio en la necesidad de reducir frecuencias, que hoy se encuentran en un período de mínima.

Claro que incidieron otros factores, indirectamente, tales como la disminución del tiempo de viaje a la Capital por vía terrestre desde la habilitación de los puentes sobre el río Paraná, una mayor regularidad y confiabilidad de horarios y también apreciables diferencias tarifarias.

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LO QUE EL TIEMPO SE LLEVO (Publicado en la edición Nº 43 de La Calle – 28 de junio de 1970)

El 30 de septiembre de 1917 se fundó el Club Social Concordia, entidad que el tiempo se ha encargado de borrar de la memoria de nuestros más antiguos vecinos. La lectura de viejas publicaciones nos indican que dos años después de aquella fecha, el Club Social Concordia había «logrado ya cimentarse con todos los prestigios requeridos por una institución social perfectamente organizada».

Sin embargo, por ser tan reciente su creación, no había podido realizar sino una mínima parte de sus múltiples fines.

El Centro estaba instalado en un local de calle Entre Ríos y ofrecía —dice una crónica— «el ambiente agradable de los lugares de buen tono, propicio a la tertulia amena y al grato esparcimiento espiritual». Eran muy concurridas sus salas de lectura y juegos, lo que de- mostraba que el club tenía vida propia.

En el año 1919 la entidad se había reorganizado y volvía a ejercer la presidencia un «vecino respetable y prestigioso, el señor Alberto J. Dubra, quien lleva consagrados muchos esfuerzos en pro de la prosperidad del Club Con- cordia».

Entre los objetivos perseguidos se contaban: formar un museo social, constituido por toda clase de productos naturales e industriales de la región; instalar, dotándola de todos los elementos necesarios, una biblioteca y una sala de gimnasia y esgrima; favorecer o estimular cualquier iniciativa, particular o colectiva, que importe un progreso moral o material para la ciudad y su región; gestionar de los poderes públicos cualquier mejora que importe un beneficio para la población o sus instituciones; auspiciar conferencias de carácter científico, literario, comercial, industrial, social o de cualquier otro asunto de interés general, y, como lógica derivación de todo esto, propender a la mayor vinculación social y al mejoramiento moral y económico de la colectividad.

El club tenía reconocida su personería jurídica por el gobierno provincial.

Cabe señalar que otros destacados vecinos integraban la comisión directiva. Uno de ellos, ocupando el cargo de secretario, era el señor Napoleón Pousa, que —por otra parte— era senador en la Legislatura provincial. Además, como vocal, figuraba el señor Juan Irigoyen, quien —a su vez— ejercía la presidencia de la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos (entidad fundada el 1º de octubre de 1878).

En relación con don Alberto J. Dubra, cabe citar que, entre sus múltiples actividades de aquella época, ocupaba también un cargo de vocal en la comisión directiva de la Asociación Ferroviaria Nacional, cuya seccional en Entre Ríos tenía asiento en Concordia. Se había fundado en 1915 —el 1º de octubre— y funcionaba en un local de calle Pellegrini 505. Contaba con alrededor de quinientos asociados y el órgano oficial de la institución era El Ferroviario.

Se trataba de una entidad esencialmente mutualista y no tenía otro propósito que «buscar el mejoramiento moral, intelectual y material de sus asociados, sin distinción de clases y respetando sus ideas políticas, gre- miales y religiosas».

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El local era muy visitado por sus asociados. Se habían instalado mesas de lectura, una biblioteca y, además, en una de sus salas, se daban clases de telegrafía gratis a los afiliados. Los fines inmediatos preveían la instalación de un consultorio médico, un banco de ahorros y préstamos y una cooperativa de consumo.

Esta asociación era presidida por Benjamín Camblong, que estaba secundado, en aquella época, por hom- bres muy conocidos en el gremio. Tales, por ejemplo, Gastón G. Inda, Diego Moreno, Juan Salvetti, Roque Busti, Abel Segui Manzano, Francisco I. Ramella, Guillermo Malvasio, entre otros.

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INDUSTRIA Y ALTO COMERCIO

La revista Cien Ciudades Argentinas era una publicación nacional con claros objetivos materiales. En cada edición se ilustraba, aparentemente, sobre una ciudad o zona de comprobada importancia comercial e industrial, lo que le reportaría, indudablemente, interesantes beneficios. En 1928, una de sus ediciones se refirió, íntegramente, a nuestra ciudad, con profusión de fotos, excelente papel satinado, muy buena impresión y hasta con colores en las tapas.

Como para ratificar lo que señalamos en las palabras con que abrimos este libro, vale la pena insertar los párrafos iniciales de una nota que lleva el mismo título que ésta: Industria y alto Comercio de Concordia.

«Tiene Concordia la fama de ser el centro industrial y comercial más activo de toda la región que baña el río Uruguay. Hemos dicho ya que a ello contribuyen no sólo su posición geográfica, las condiciones naturales de su suelo, la rica zona que la rodea, sino también y en gran proporción el genio laborioso y emprendedor de sus hijos.

Con seca, con langosta o con crisis —decía hace algunos años El Litoral, por la pluma de su malogrado redactor Arena—, una constante corriente de negocios viene llenando esta vasta región de más de dos mil leguas del territorio argentino diseñada por la geografía comercial como zona tributaria de Concordia. Poquísimas ciudades del país pueden ofrecer un cuadro más floreciente de negocios, y ninguna, con toda seguridad, como lo comprueban los anales estadísticos, presenta un número más reducido de desastres comerciales.

Se ha acreditado la ciudad como una gran escuela argentina de trabajo, de cuyo seno han salido por centenares los pioneros que en los últimos veinticinco años transformaron este dilatado desierto del litoral en una de las zonas agropecuarias más florecientes y de mayor porvenir de la República.

Tales conceptos del malogrado publicista, si eran aplicables entonces, lo son mucho más hoy que con el transcurso de pocos años se ha acrecentado considerablemente el poderío industrial y comercial de la ciudad de Concordia.

Muchas páginas de esta revista serían necesarias para reflejar en sus verdaderas proporciones el movimiento de Concordia bajo esos dos aspectos. Nos limitaremos, pues, a mencionar algunos de los principales establecimientos que hemos visitado, con los datos que hemos obtenido nosotros mismos».

De esos establecimientos, aquí destacaremos sólo algunos.

Los molinos harineros Santa Catalina y Concordia pertenecían a la firma Buelink y Cia. Con trigo de la provincia producían varias marcas, entre ellas la denominada Chantecler, de la que el ministerio de Agricultura de la Nación, al efectuar el análisis correspondiente, la había clasificado, «por su va- lor panadero, 106%», lo que constituía «el mejor elogio que puede hacerse de la misma». La producción diaria, en los dos establecimientos, era de 1.000 bolsas de 70 kilos.

La firma Raggio Hnos. y Cia. tenía instalada una fábrica de fideos, un molino de maíz, una gran fábrica de hielo y un depósito de cereales y forrajes, producción toda que se colocaba en Entre Ríos y Corrientes. La producción de fideos era de 90.000 kilos

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mensuales; la de harina de maíz ascendía a 100.000 kilos; y la producción diaria de hielo alcanzaba a 12.000 kilos.

El Molino y Fideería Tealdo era propiedad de Pedro Norberto Castex. Era uno de los más antiguos de la ciudad, pues había sido fundado por Juan B. Tealdo en el año 1881.

De 1860 databa la empresa de Luis Marcone que, en 1928, abarcaba los ramos de curtiembre, talabartería, zapatillería, almacén de suelas y anexos.

La Cargadora, de Mac Leod Hnos., se anotaba con más de 50 años de fundación. Además de empresa de transportes, comisiones y consignaciones, tenía venta de materiales rurales y máquinas agrícolas, y prensa de enfardelaje de lanas. En la zafra del año anterior habían entrado en sus galpones cerca de cinco millones de kilos de lana.

Hufnagel, Plottier y Cia. se había establecido en Concordia en 1890 como sucursal de la firma radicada en Paysandú (R.O.U.). En 1923 se convirtió en sociedad anónima y se independizó de la empresa uruguaya. La de Concordia quedó como sucursal de la casa matriz establecida en Buenos Aires. Tenía exposición y venta de automóviles y maquinaria agrícola, aserradero y depósito de inflamables.

INCREMENTO DE LA EDIFICACIÓN

«La iniciativa privada levanta suntuosos edificios en todos los barrios de la ciu- dad, a tal punto que Concordia va perdiendo su antigua característica de pueblo provinciano para adquirir los contornos de una grande y moderna ciudad. En ese sentido, Concordia es la más hermosa de las ciudades del Uruguay».

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ALGO SOBRE MONEDAS (Publicado en la edición Nº 57 de La Calle – 4 de octubre de 1970)

Una nota quizá poco conocida —pero tal vez, una de las más importantes— es la que escribió Antonio P. Castro en el año 1953, con el mismo título con que encabezamos la nuestra. Y su consideración se apreciará más si advertimos que distintos trabajos suyos hacen referencia a valores de otras épocas. En este caso, servirá para actualizarlos a la fecha que citamos anteriormente. La transcribimos, pues, textualmente:

«En todas las cantidades a que hacemos referencia... mencionamos la onza, el peso fuerte, el boliviano, el patacón o el peso plata. Corresponde, pues, aclarar el valor que tenían dichas monedas en la época en que circulaban en nuestro país.

La onza era una moneda española de plata y oro. La plata pesaba 287 decigramos y era muy poco usada, mientras que la onza de oro sellado, interesante pieza de igual peso que la plata, equivalía a 16 patacones pero se cotizaba normalmente a 17, cambio que empleamos en todas nuestras reducciones.

El boliviano, como su nombre lo indica, era originario de Bolivia y muy usado en nuestro país. Equivalía al peso fuerte pero su valor era algo inferior.

El peso plata, el peso fuerte y el patacón tenían igual valor y eran todos de plata.

Siendo el patacón la más corriente en la época del General (Urquiza), a ella nos referiremos especialmente. El patacón o peso español era una moneda de plata de 287 decigramos de peso, que se usó en tiempos de la Colonia y se prolongó después de nuestra independencia, comenzando con el mandado acuñar por la histórica Asamblea de 1813, con el mismo peso y ley de plata —9 décimos de fino, es decir 9 partes de plata y una de cobre para la liga de metal y darle mayor dureza— y con el valor de 8 reales fuertes hasta la sanción de la Ley Monetaria de 1881, que creó el peso oro. Los múltiplos del patacón eran: la cuarta onza de oro, o sea cuatro pesos oro; la ½ onza, que equivalía a 8 patacones, y la onza de oro sellado (de 287 decigramos) igual a 16 patacones; los sub-múltiplos: la pieza de 4 reales de plata o medio patacón; la de 2 reales o cuarto de patacón; la de un real u octavo de patacón; la de medio real y el cuartillo, pieza diminuta esta última, de plata, equivalente a 1/32 avos de patacón. Esta piecita era muy apre- ciada por la gente pobre y hay infinidad de refranes a su respecto que tienden a elogiar su valimento con relación al dinero moderno. Así decía una «chinita», «marchanta» de una pulpería: «Deme un medio de velas, un cuartillo pa’mama y un cuartillo pa’abuela». Es decir que con «un medio» (que fue la pequeña moneda acuñada por Urquiza en San José) se obtenían velas para dos familias, y esto a su vez sirve como comparación para la actualidad y dar el valor adquisitivo de esa monedita, pues hoy con cinco centavos sería imposible adquirir velas para la madre y la abuela.

El patacón se convirtió después, cuando aquella Ley de 1881, en el peso oro, que venía a ser una pieza de plata del valor de 100 centavos oro y 25 gramos de peso. Los múltiplos del peso oro era el «medio argentino», moneda de oro de unos cuatro gramos, rarí- sima, pues se acuñaron muy pocas a título de ensayo, y el «argentino», valor de cinco pesos oro, pocos centavos menos de una libra esterlina inglesa. Los sub-múltiplos

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eran las piezas de plata de cincuenta, veinte y diez centavos, y las de cobre de uno y dos centavos, tan conocidas.

De lo expuesto se desprende que un patacón viene a ser un peso oro, lo que equivaldría en nuestra moneda de hoy (1953) al cambio oficial, a $ 2,27 más o menos. Pero este cambio es puramente teórico, pues en la realidad de las cosas, con un patacón de la época que estudiamos (1845-1870), se podía adquirir mucha mayor cantidad de animales y mercaderías que hoy con veinte pesos de la actual moneda, o más aún. Pongamos algunos ejemplos: en 1847 una vaca costaba 3 pesos moneda corriente en Entre Ríos, o boliviano (algo menos de un patacón); una yegua valía un peso y dos reales; un novillo, 3 pesos en 1848; un caballo 4 pesos, y la vaca bajó a 2 pesos en 1850; un toro, dos pesos, y los demás animales se mantuvieron a igual precio que en los años anteriores, y así en los sucesivos, habiendo subido en la década 1860-1870, en que una vaca costaba de 6 a 8 patacones; un caballo, de 4 a 6; una arroba de lana, 4 patacones; una legua de tierra, entre 4 y 5.000 patacones, etc.»

En 1866 existía en Entre Ríos una acentuada escasez de moneda circulante en valores representativos de menor expresión, a tal punto que los patacones y reales bolivianos —que eran los que, a la sazón, prefería el público— se dividían a golpe de martillo o cuchillo, en dos y cuatro partes, para subsanar aquella dificultad. Atento a ello y con el fin de facilitar la circulación de moneda, exclusivamente en el Palacio San José, el general Urquiza ordenó al grabador Pedro Cataldi la acuñación de una moneda de medio real. Esta moneda circuló no sólo en el Palacio San José sino también en Concepción del Uruguay y pueblos vecinos, donde el público la aceptó con agrado.

La ilustración fue tomada de una publicación del Banco de Entre Ríos, editada al cumplirse el vigésimo quinto aniversario de su fundación.

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LA EDUCACIÓN EN CONCORDIA Colaboración del profesor Sergio Gómez (escrita en 1981)

La educación primaria

Al promediar el siglo XIX, Concordia tenía dos escuelas para párvulos, una de varones y otra de niñas, en las que se impartía enseñanza primaria elemental. En la década del ‘70 de dicho siglo, la enseñanza primaria, en virtud de la creación de las tres escuelas municipales —Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano— y la Escuela Provincial Graduada Superior Mixta en 1879 —cuya designación de Superior era indicativa de que se impartiría en ella el ciclo primario completo— acusa un notable progreso, posiblemente el más notorio de la centuria. El 29 de octubre de 1898 fue puesta la piedra fundamental del edificio que habría de construirse de inmediato y que en 1910 fuera transferido a la Nación para la Escuela Normal. En tan fausta ocasión, rubricaron el acta fundacional —pergamino que muy bien conservado se encuentra en la Escuela Normal— el gobernador D. Salvador Maciá, el intendente D. David O’Connor, y un centenar de firmas de personalidades locales y de la provincia. No terminó el siglo sin que Concordia recibiera el aporte de la enseñanza privada a través de la Escuela San José de las Hermanas Adoratrices y el de Nuestra Señora de los Angeles de los Padres Capuchinos.

Las dos primeras décadas del siglo XX fueron de proficuos relieves para la educación en nuestra ciudad. Merced a la Ley Lainez, la Nación concurrió en apoyo en aquellas provincias en que fuera menester, fundando aquí las escuelas Nacional Nº 3 (hoy 53), la Nacional Nº 24 (hoy 55), la Nacional Nº 12 (hoy 54), y la Nacional Nº 39 (hoy 57), todas en 1906, aunque la Nº 24 comenzó a funcionar en 1917.

Por su parte, la Provincia estableció en 1908 la Nº 1 Velez Sarsfield y la Nº 2 Almafuerte; en 1911, las Nº 9 Juan María Gutierrez y Nº 10 Benito Garat; y en 1919, la Nº 11 Basavilbaso. En 1922 se trasladó de Carpinchorí a Concordia la Nº 17 Diógenes de Urquiza, y se crearon, ya en nuestra época, la Nº 14 Coronel Navarro (1964) y la muy necesaria de Enseñanza Diferenciada en 1961.

La acción privada se sumó a estos ponderables esfuerzos. Las señoritas de Esteva crearon en 1901 la escuela que hoy dirigen las Madres Escolapias, que recibía nutrido grupo de alumnos y a la que supieron prestigiar en nuestro medio. Recuerdo también la escuela de las señoritas de Clérici, en calles Santiago del Estero (hoy Estrada) y La Rioja, y la de las señoritas de Hernández, en calle 3 de Febrero, donde posteriormente se levantó la residencia del director de la Escuela de Comercio, casi sobre calle Pellegrini.

Dos apuntes más para este capítulo: no podemos olvidar los aportes de las congregaciones religiosas, que tienen escuelas con nutrido alumnado; como tampoco la enseñanza que se imparte en el Regimiento 6 de guarnición en nuestra ciudad, dirigida a soldados analfabetos y semi analfabetos que, por distintas causas, no concurrieron a la escuela siendo niños.

Deserción escolar

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Es de notar que las escuelas céntricas no tienen prácticamente alumnos desertores. La deserción comienza en las escuelas periféricas y, así y todo, no es alarmante en nuestro medio. El alimento que se proporciona en las escuelas y el certificado de escolaridad que permite a los padres obtener mejores subsidios familiares en sus empleos, son medidas que atenúan la deserción escolar. Soslayando el tema, lo apuntado nos dice que la deserción es una resultante del drama socio-económico que padece nuestro pueblo y que la causa hay que buscarla y combatirla ahí y no perder tiempo buscando otras raíces que indirectamente incriminan al Maestro, humilde forjador de cerebros de exportación.

La enseñanza secundaria

En las postrimerías del siglo XIX, alrededor de 1890 —según lo ha dado a conocer el inquieto buceador de las cosas nuestras, don Estanislao J. Mouliá— aparecieron los primeros institutos de nivel secundario, el Sarmiento y el Politécnico, en los que desarrollaron su acción dos profesores egresados de la Escuela Normal de Paraná: Francisco Podestá y Avelino Herrera. De cualquier manera, la vida de estos institutos fue efímera y duró mientras sus ilustres propulsores las alentaron. Recién el 16 de junio de 1903, la Nación funda la Escuela Nacional de Comercio, hoy «Gerardo Victorín» en recordación de quien fuera su prestigioso director.

Siete años después, en homenaje al centenario de la Revolución de Mayo, se crea la Escuela Normal Mixta que, a poco de funcionar, estabilizó su cuadro directivo con don Felipe Gardell como director (fundador), Justa Gayoso como vice directora, y don Prudencio G. Migoni como regente del Curso de Aplicación. Merced a este trípode sustentador de la acción educativa de la Escuela Normal, y la magnífica dirección de don Gerardo Victorín en la Escuela de Comercio, Concordia contaba en 1920 con dos establecimientos secundarios que figuraban entre los de mayor prestigio en sus respectivas modalidades en el país. Con motivo de las Bodas de Oro de la Escuela Normal en 1960, concurrió a los actos celebratorios una maestra graduada en la escuela y me exhibió una carta recibida por su padre de la Inspección General de Enseñanza Secundaria, en la que a su solicitud le informaban que, a los efectos de educar a su hija, en Concordia funcionaba una de las mejores escuelas Normales del país (1926).

En 1929 el gobierno de Hipólito Yrigoyen crea en nuestra ciudad la Escuela Industrial de la Nación y designa como director al Dr. Cervantes Beltrán Cabrera. Un año después se crean tres escuelas para adultos, dependientes del Consejo Nacional de Educación, que incluyo en este capítulo porque en ellas se dictaban clases de dactilografía, inglés, estenografía y contabilidad, entre otras destinadas a semi analfabetos, y algunas tan extrañas como «Flores y frutos». Me fue ofrecida y acepté la Dirección de la de varones, que funcionó en la Escuela del Puerto. El profesor Fortunato Montrul fue nombrado en la que funcionó en la de la plaza España, aunque se retiró a poco de instalarse, sucediéndole don Aquiles T. Gimenez. La tercera, de mujeres —que funcionó en la Escuela Normal— tuvo por directora a la prestigiosa María Luisa Gonzalez Barlett. Lamentablemente, después de la revolución del 6 de septiembre de 1930, el gobierno las cerró.

También de 1930 data el Instituto «Banfield», antecedente directo del Colegio Nacional. Para ese entonces, en toda la provincia existían sólo tres colegios nacionales:

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el histórico «J. J. de Urquiza» de Concepción del Uruguay, el de Paraná y el de Gualeguaychú. No existía en toda la Mesopotamia ningún instituto privado incorporado a la enseñanza secundaria. Con el profesor Rafael Dikenstein nos propusimos instalar en Concordia un instituto incorporado en el que se impartieran los estudios del bachillerato. El Litoral del 22 de enero de 1930, titulaba un artículo: «A propósito de una buena iniciativa: la base de un Colegio Nacional en Concordia», refiriéndose a nuestra tarea organizativa y de divulgación. Seis días más tarde, en otra nota, señalaba: «El éxito de una iniciativa particular: será inaugurado este año el primer curso del futuro Colegio Nacional de Concordia», y comenzaba el artículo señalando que «los profesores Sergio R. Gomez y Rafael Dikenstein, de cuya iniciativa en el orden educacional hemos dado cuenta, han comenzado a inscribir los primeros alumnos...»

El 1º de febrero, el mismo diario titulaba: «El Colegio Nacional en Concordia» y daba cuenta de la llegada a nuestra ciudad del profesor Juan Vallejos Rivera, director propietario del Instituto Banfield, incorporado al Colegio Nacional B. Mitre de la Capital Federal, que se proponía trasladarlo de Lomas de Zamora, donde funcionaba, a Concordia. Con él llegamos a un acuerdo y terminamos por adquirirle los derechos de incorporación y el material didáctico. El profesor Vallejos nos acompañó en el instituto hasta 1931 y luego terminó por transferirnos todos sus derechos.

He querido aclarar el nombre de nuestro Instituto «Banfield», sin connotaciones de ninguna índole con nuestro medio, por lo menos hasta 1930.

Dos años más tarde, le evidencia del arraigo notable que detentó en nuestro medio, sirvió de estímulo para que los Padres Capuchinos iniciaran cursos secundarios incorporados al Colegio «J.J. de Urquiza» de Concepción del Uruguay, y así nació el Colegio Secundario de Nuestra Señora de los Angeles.

Los exámenes se rendían ante un tribunal de tres profesores: dos del colegio oficial y el titular de la cátedra del incorporado. En 1935, cuando se suprimió la eximición de exámenes por calificaciones distinguidas en los bimestres en toda la enseñanza secundaria, el «Banfield» obtuvo el 98 por ciento de aprobados en los exámenes finales de diciembre, siendo el segundo en orden de méritos entre todos los colegios oficiales y privados del país.

Estos dos institutos cesaron sus actividades al fundarse el Colegio Nacional «Alejandro Carbó», que se nutrió con el caudal de ambos establecimientos. Su primer rector fue el profesor Enrique Almuni, hasta entonces secretario de la Escuela Normal.

En 1937, el Colegio San José inicia actividades secundarias, incorporando sus cursos a la Escuela Normal de Concordia. Más tarde lo imitan las Madres Escolapias al frente de la Escuela Mitre.

El Colegio Nuestra Señora de los Angeles crea el Bachillerato Comercial y al abolirse las escuelas normales, durante el gobierno del general Onganía, la Normal de Concordia y las privadas Mitre y San José pasan a ser colegios secundarios de simple enseñanza media, convirtiéndose así la casi totalidad de la enseñanza media del país en una monstruosa antesala de la Universidad.

Más recientemente se han creado bachilleratos altamente modalizados: el bachillerato en Artes Visuales y el Agrotécnico, ambos provinciales, así como el privado Bachillerato Humanista del Obispado de Concordia.

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Enseñanza superior y universitaria

De este nivel, el primer antecedente lo constituyó el Curso de Contadores que, de 1928 a 1931 funcionó en la Escuela de Comercio, lo que la transformó en Superior durante ese lapso.

Posteriormente, merced a constantes gestiones de grupos de acción comunitaria, se logró que la Universidad del Litoral fundara una Escuela de Contadores, luego de Ciencias de la Administración. Cuando fueron coronados los esfuerzos de CEPUER (Comisión Estudiantil Pro Universidad de Entre Ríos), con la fundación de la UNER, la facultad fue transferida a esta Universidad.

Agreguemos la Facultad de Ciencias de la Alimentación, a la que considero muy importante por estar enclavada en una provincia con abundante producción de materia prima alimenticia. Por su parte, monseñor Ricardo Rosch, primer obispo de Concordia, fue gestor de brillantes iniciativas, que supo concretar con ese dinamismo que lo caracterizó en vida: el Instituto de Profesorado Concordia, de preparación de profesores de enseñanza media; el Bachillerato Humanista; el Seminario del Obispado, que apuntan un hecho cultural de relevancia en nuestro medio.

En 1971, la Escuela Normal anexó los cursos de Profesores para la Enseñanza Primaria, pasando así a ser Escuela Superior. Por último, la Escuela de Artes Visuales ha creado el Profesorado de Artes Plásticas, convirtiéndose así en un instituto de nivel superior.

La enseñanza técnica y artesanal

Las escuelas nacionales de Educación Técnica Nº 1 «Pascual Echa- güe» y Nº 2 «Independencia», así como el Centro de Formación Profesional Nº 1 de Concordia, son los exponentes señeros de esta rama de la enseñanza. Pero hay escuelas arte- sanales dirigidas por entidades pías que suman su ponderable aporte.

La Escuela de Policía

Desde 1974 funciona la Escuela Profesional de Agentes de Policía «Coronel P. Melitón Gonzalez», cuyos egresados lo hacen como agentes de policía. Para ingresar se requieren estudios completos de enseñanza primaria.

Otros aportes

El profesor Luis Grandin dirigía el Instituto «Jean D’Arc», que preparaba el ingreso a la Escuela Militar y Naval e impartía los programas secundarios en general y los de equivalencias del Normal o Comercio al Bachillerato. Más recientemente, antes de asumir el Rectorado del Colegio Nacional, el profesor Rafael Dikenstein y su grupo familiar trabajaban en idéntica tarea. Ambos profesores tuvieron muchas satisfacciones en esta labor.

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El Instituto Barbayani, que dirigía don Constantino Barbayani, se especializaba en enseñanza comercial: contabilidad, dactilografía, estenografía, etc. Así también la Academia «Arbo» de dactilografía, y la que dirigen actualmente las señoritas Friedrich.

Las colectividades extranjeras han apoyado instituciones de la lengua vernácula. Así la Alianza Francesa, la Cultural Inglesa, la Dante Alighieri, han concurrido con un valioso aporte cultural al medio social.

Los conservatorios musicales constituyeron una muy ponderable contribución a la cultura de Concordia. Estimo que el primer cuarto del siglo XX marcó el apogeo de los mismos, aunque algunos de ellos se incorporaron en la década del 20. En los albores de la última centuria no había familia que se preciara que no tuviera un piano e hijas e hijos que los supieran tocar. Por eso, en las horas del atardecer, el paseante se trasladaba sin dejar de escuchar un piano, ininterrumpidamente, en muchas cuadras.

Las escuelas de danza y los jardines de infantes han venido a llenar otra sentida necesidad en nuestro medio, y su proliferación tan exitosa evidencia esta afirmación.

La Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja provee al medio de personal capacitado técnica, intelectual y moralmente.

El apoyo a los estratos sociales de menos recursos tuvo en la señora Ercilia Libarona de Siburo y señorita Ana Popelka, acompañadas de otras damas de acendrado espíritu humanitario, una concreción que Concordia aplaudió: la Casa de la Providencia.

Panorama educativo en 1932

Hace setenta años en Concordia existían escuelas primarias, tres colegios secundarios —Escuela de Comercio, Escuela Normal e Instituto «Banfield»— y una de Artes y Oficios de la Nación. Esto en el orden fiscal.

De las primarias fiscales, sólo la Vélez Sarsfield y el Departamento de Aplicación de la Normal tenían completos los cursos. Las demás escuelas eran elementales; de ahí la puja de parte del alumnado que terminaba éstas, por conseguir asiento para los grados superiores en la Normal y la Velez Sarsfield. Y no sólo por los alumnos locales sino también los de los pueblos y villas en igualdad de condiciones, pues en ellos por lo general no existían escuelas superiores. Debido a esta presión, en 1920 en el Departamento de Aplicación se desdobló quinto grado, creándose una segunda división, de la que fue maestra Luisa Llambías de Volpe.

En la Escuela de Comercio, el prestigio de don Gerardo Victorín logró que se convalidara lo que se llamó Curso Preparatorio. En un año se impartía a los alumnos con 4º grado aprobado, una enseñanza centrada en las llamadas materias fundamentales: Matemáticas, Castellano, Historia y Geografía. La aprobación del curso reportaba un certificado de validez completa de primaria, que le permitía el ingreso a primer año de secundaria. Luego se admitió el examen libre del Curso Preparatorio. Muchos alumnos bien dotados, en dos meses —enero y febrero— preparaban los programas y rendían con éxito en marzo, ingresando así a primer año.

La Escuela de Comercio también tuvo un Curso Nocturno llamado «vocacional». Aunque la enseñanza era en general de nivel primario, sus profesores eran rentados según se hacía en el secundario. Estos cursos se transformaron en un curso orgánico de

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seis años en que se imparten las asignaturas del ciclo completo de los cinco años de la diurna.

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LOS DESAPARECIDOS NO ERAN OBRA DE FANTASMAS

En el mes de agosto de 1988, el Concejo Deliberante de Concordia declaró persona no grata al prefecto Héctor Antonio Febres —designado poco tiempo antes—, obligando a las autoridades superiores a fijarle un nuevo destino y trasladarlo algunos meses después.

La decisión del Consejo, aprobada en una sesión que transcurrió con el recinto colmado, fue aprobada por el justicialismo, que impuso su mayoría a pesar de la oposición de la U.C.R. y la U.C.D., y constituyó la culminación de un movimiento popular impulsado por la delegación local de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), al que se plegaron numerosos partidos políticos, agrupaciones sindicales, centros de estudiantes, comunidades religiosas y otras entidades de derechos humanos. Pero tal vez lo más importante fue la uniformidad de criterio en la mayoría de la población, que acompañó a los impulsores de la medida tan pronto se difundieron los antecedentes del imputado.

Para dar solamente alguna referencia de la actuación de Febres durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, bastará decir que era uno de los diecinueve oficiales de la Marina que la Cámara Federal iba a procesar en conexión con violaciones a los derechos humanos registrados en el ámbito de la ESMA, estando directamente implicado en el caso de la desaparición de las monjas francesas. La ley de obediencia debida impidió el juicio.

El debate que se abrió en nuestra ciudad se prolongó durante algo más de un mes, lapso en el cual poderosos grupos económicos y sus expresiones políticas pretendieron hacer abortar lo que se había transformado en una exigencia popular, apelando al fútil argumento que una declaración de esa naturaleza no competía al Concejo Deliberante. Sin embargo, la APDH local suministró no sólo los antecedentes del imputado, sino que logró la concurrencia del Dr. Horacio Méndez Carreras, abogado designado por el gobierno francés en el caso de las religiosas desaparecidas, y de tres testigos sobrevivientes de la ESMA, cuyas declaraciones terminaron por volcar la opinión de los concejales justicialistas.

Este resonante caso local alcanzó nivel nacional, al punto que una publicación de todas las entidades de derechos humanos con sede en la Capital Federal, se refirió al mismo señalando: “Esta actitud de condena moral y de autodefensa es un ejemplo a imitar en cada lugar en situaciones similares”. Y los pronunciamientos de esta índole contra reconocidos torturadores y violadores de los derechos humanos, comenzaron a reiterarse en todo el país.

El caso Febres fue tal vez el último de la entidad local. Pero la actividad de resistencia al régimen imperante, de par- te de los integrantes de la misma, registra antecedentes casi desde el comienzo del llamado Proceso.

Primero fueron actitudes individuales: declaraciones, gestos, algún escrito, solidaridad con los que sufrían cár- cel y con sus familiares. Pero después, al reconocerse unos a otros en una mis- ma línea, resolvieron agruparse en lo que llamaron Centro de Estudios de la Realidad Argentina. Lo conformaron hombres y jóvenes de distintas ex- presiones políticas, y se dieron a la tarea de romper el quietismo —o

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congelamiento político— impuesto por las autoridades militares. Para concretar ese objetivo organizaron conferencias con disertantes de primera línea, logrando que, en aquellos años, des- filaran por Concordia, cada dos o tres meses, personalidades como Humberto Volando, Carlos Perette, Silenzi de Stagni, Oscar Alende, Augusto Comte Mc Donald, y otros que escapan a la memoria, todos los cuales alzaron su voz contra la formidable campaña de desinformación y ocultamiento encarada por el gobierno. Como los medios no apoyaban estas expresiones, se alquilaban locales —mientras lo aceptaron— y se imprimían volantes que se repartían puerta a puerta. En todos los casos, la cantidad de concurrentes se veía incrementada por los hombres “de los Servicios” que asistían para informar a sus superiores.

Y aunque no tenían prensa, algún efecto habrá producido el CERA, ya que en poco tiempo se crearon dos centros de estudios más, en los que los disertantes marcaban una línea de apoyo al Proceso.

Concordia vivió estas circunstancias en el marco del “no te metás” y el “por algo será”.

Poco tiempo después, casi todos los integrantes del CERA dieron un paso más, y la resistencia a la dictadura tomó cuerpo en forma más directa al crearse la delegación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Fue la segunda en el interior del país, la primera había sido creada en la diócesis del obispo Jaime de Nevares.

Para llegar a ello, los dirigentes locales habían mantenido contacto con los de la APDH central, entidad creada en 1975 en la Capital Federal. También recibieron visitas, como las de los obispos Pagura y Gattinoni. Fue éste, precisamente, quien dejó instalada la delegación en el transcurso de un acto público. Ocurrió el 18 de julio de 1979.

Desde entonces y hasta el caso Febres, en 1988, el grupo original de la filial mantuvo una inclaudicable actitud de acusación, repudio y condena contra los autores de aberrantes violaciones a los derechos humanos, y su lucha se orientó a mantener viva la conciencia ética de la ciudadanía, confundida o ignorante, en muchos casos, de lo que se estaba viviendo en el país. La tarea no tuvo pausas: continuaron con las charlas y conferencias, organizaron la visita del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y por la imposibilidad de acceder a los medios de comunicación —algunos de los cuales, además, los atacaban— lanzaron su propio periódico semanal, muy modesto en el aspecto técnico, casi sin avisos y en directo camino a la quiebra, que utilizaron para difundir lo que muchos no conocían y lo que algunos querían seguir ignorando.

La Delegación Concordia de la APDH festejó el advenimiento de la democracia en nuestro país y sobrevivió algún tiempo más después del caso Febres. Los hombres y mujeres que le dieron vida tal vez creyeron comprender que había que dar un paso al costado. Casi todos retornaron a la actividad partidaria, la que ya requería sus esfuerzos.

Estas líneas sólo pretenden dejar sentada la existencia de una entidad que, como las que agruparon a los pioneros del trabajo en los inicios o en el apogeo de nuestra comunidad, alcanzó también, por su accionar, una relevancia que trascendió los límites comarcales.

La primera Mesa Ejecutiva de la delegación local de la APDH estuvo integrada por las siguientes personas, por orden alfabético:

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Elsie Díaz de Dacunda; Celina Z. de Koffman, Escribano Ricardo Leoncino, Luis María Medina, Hernán Darío Orduna (padre), Dr. Antonio Santich, Dr. Roque Mario Tito (h), y Elba R. C. de Tolomei.

Para realizar el acto programado con la visita de Adolfo Perez Esquivel fue necesario vencer varios obstáculos. La compañía aérea no disponía de asientos para la fecha requerida. Por ello fue necesario ir a buscarlo a Buenos Aires. La responsabilidad recayó en Héctor Víctor Moreno, prestigioso corredor de autos que para el caso utilizó una máquina de competición.

Después, el local para la conferencia. Tres solicitudes para utilizar las instalaciones de dos clubes sociales y una empresa, fueron aceptadas primero, y denegadas 24 horas después. Se debió improvisar un salón, propiedad de uno de los integrantes de la Delegación de la APDH, para hacer fracasar los intentos de abortar el acto.

A pesar del silencio de los medios, una cantidad extraordinaria de asistentes se congregó para escuchar al Premio Nobel. Para dar cabida al público fue menester levantar las sillas dispuestas, y todos, de pie, lo ovacionaron. Los que no pudieron entrar —que fueron tantos como los que entraron— lo aguardaron en la calle, en una noche de llovizna.

La Policía, bajo el pretexto de «su seguridad», estableció una rígida vigilancia. Perez Esquivel permaneció dos días en Concordia, concedió entrevistas, participó de una misa, se reunió con dirigentes. En una ocasión, mientras almorzaba en un restaurante céntrico con dirigentes de la APDH local, una llamada telefónica anónima alertó sobre la colocación de una bomba. Todos siguieron comiendo.

Pero la visita fue una bomba. Se dijo entonces que allí comenzó el deshielo político en Concordia, pues los actos partidarios comenzaron a repetirse con gran afluencia de público.

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CUANDO LOS AUTOMÓVILES TENÍAN LIBRETA... (Publicado en la edición Nº 24 de La Calle – 15 de febrero de 1970)

...la Municipalidad los llamaba «aparatos» y, prácticamente, los miraba como bichos raros. Por si nuestros lectores no lo creen, podemos ofrecerles la transcripción íntegra del «Reglamento concerniente a la circulación de los automóviles», elaborado por la Municipalidad local en el año 1912.

Una de las particularidades que brinda es la de señalar al jefe del departamento de Obras Públicas como responsable de todo lo atinente al tránsito. En una palabra, no había sido creada, todavía, una oficina que se encargara con exclusividad de este aspecto comunal. Por ejemplo, el artículo 3º especifica: «El Jefe del D. de O. Públicas, debidamente asesorado por persona técnica o entendida, si lo creyera conveniente, inspeccionará estos aparatos efectuando aquellas pruebas que creyere necesario, debiendo declarar en su informe, si se puede conceder el permiso y en las condiciones que debe circular por la vía pública».

Sin embargo, dentro de ciertos cánones que hoy nos hacen sonreír —tales como la velocidad máxima dentro de los cuatro bulevares, que no podía ser mayor de 15 kilómetros «para automóviles, autobús y motocicletas»; o que «en ningún caso excederá de 40 kilómetros por hora» fuera de ellos, además de «disminuir su velocidad a diez kilómetros» al pasar las bocacalles— la reglamentación estaba orientada con el mismo sentido de seguridad que impera en la actualidad y, en general, han sido pocos los cambios introducidos. Para circular era necesario contar con el permiso municipal respectivo, y para que el mismo le fuera concedido era menester presentar una solicitud en la que, además de los datos personales, se consignara la «descripción completa del aparato, expresando su peso, capacidad, fuerza de su motor, velocidad máxima en terreno horizontal, substancias empleadas para crear la fuerza motriz, marca de fábrica, local en que se depositará y peso máximo que pueda llevar en caso que se destinara al transporte de carga».

La autorización era personal y se hacía constar en una libreta —llamada Libreta del Automóvil—, en la que se transcribía el reglamento.

Como primera medida de seguridad se prohibía la circulación de vehículos «que no tengan sus aparatos en condiciones de evitar la caída de materias inflamables, corrosivos o explosivos». El artículo 9º agrega que «el funcionamiento de los aparatos no podrá dar lugar a que se asusten los animales, ya sea por los escapes de vapor, gases o humo, o sea por ruidos extraordinarios u otras causas», con lo que podemos deducir que hasta los animales eran celosamente resguardados.

Era obligatorio para los automóviles disponer de dos frenos independientes «capaces cada uno de detener el vehículo aún bajo la acción del motor desarrollando el máximum de su fuerza; uno de esos frenos accionará sobre las ruedas y éste otro funcionará en la marcha hacia atrás».

Si el motor era a explosión, era menester contar con un «silencioso», un aparato «enfriador suficientemente eficaz y las disposiciones convenientes para evitar un retorno de la llama».

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La edad mínima para conducir era de 20 años. Además de un certificado que justificara su moralidad y buenas costumbres, se necesitaba otro, de carácter médico, respecto a su buena salud, «especialmente en lo que se refiere a órganos auditivos y visuales y sistema nervioso, cuyo certificado deberá ser expedido gratuitamente por el médico Municipal».

«Los derechos de inscripción de los aparatos cuyo tránsito reglamenta esta Ordenanza» se fijaban en cinco pesos moneda nacional. Se estipulaba, en otro artículo, que «los conductores de automóviles no podrán separarse de su coche estando el motor en movimiento». Para poder hacerlo, la persona que lo manejaba debería «suspender el funcionamiento del motor y colocar el aparato en plena seguridad, de modo que nadie pueda poner el motor en marcha».

Las infracciones se penaban con multas que variaban entre los veinte y los cincuenta pesos, según la gravedad.

Los datos para esta nota fueron extraídos de la Libreta del Automóvil perteneciente al señor José Barnada, quien la obtuvo en 1912, a cuyo vehículo se le adjudicó el Nº 62. El Ford, de 20 caballos de fuerza, era depositado en el domicilio del propietario, en Tucumán 680 de esta ciudad, cuando la actual calle Sarmiento tenía aquella denominación.

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PRIMERA ELECCIÓN BAJO LA LEY SÁENZ PEÑA (Publicado en la edición Nº 6 (2da. época) de La Calle – Junio de 1975)

Colaboración de H. E. Aramburo

Durante la presidencia del Dr. Roque Sáenz Peña fueron diputados nacionales por el Partido Conservador, y representantes de la provincia de Córdoba, los doctores Cárcano y Manuel Paz, amigos entre sí y, a la vez, amigos personales tanto del presidente de la Nación como de don Hipólito Yrigoyen, líder ya del radicalismo. Aquellos dos profesionales lograron, luego de varias entrevistas individuales, una reunión personal y privada entre el Dr. Sáenz Peña y don Hipólito Yrigoyen, la que se llevó a cabo en el bufet del Dr. Paz. En realidad, se reunieron en dos oportunidades, en las que el dirigente radical solicitó garantías electorales para levantar la abstención del radicalismo, que tenía vigencia partidaria desde el año 1892.

El entonces presidente Sáenz Peña se comprometió a elaborar una Ley Electoral que remitiría al Congreso Nacional con pedido de pronto despacho, encargando a su ministro Indalecio Gómez la inmediata redacción del proyecto.

Cuando el mismo estaba siendo discutido en la Legislatura, el Dr. Cárcano pronunció un enjundioso discurso, que La Gaceta comentó encontrándole un defecto: que era perfecto.

El proyecto fue aprobado y su promulgación se realizó a principios de 1911. Desde entonces se la conoce con el nombre de Ley Sáenz Peña, de indiscutible corte democrático y que, andando el tiempo, nos llevará a levantar nuestro nivel de cultura cívica y a usarla para beneficio del país.

Como consecuencia de la promulgación de esta ley, el radicalismo levantó la prolongada abstención política, disponiéndose a movilizar sus cuadros y a intervenir en la contienda electoral.

Ese mismo año, en la provincia de Santa Fe se convocó a elecciones para gobernador y vice, legisladores, intendentes y concejales, con aplicación de la nueva ley del voto secreto.

La UCR llevó al Dr. Menchaca como candidato a gobernador, triunfando ampliamente. Pudo así apreciarse en la práctica las bondades y aciertos de la nueva legislación electoral, especialmente para el radicalismo que tanto había luchado por su estudio y vigencia, aportando un verdadero instrumento para la defensa de la civilidad argentina.

Al año siguiente, a comienzo de 1912, el entonces gobernador de Entre Ríos, Dr. Crespo, convocó a elecciones en el círculo Concordia-Federación para elegir un diputado que integrara la Legislatura, en la que existía esa vacante. Por esa fecha la provincia estaba dividida en nueve círculos electorales.

El radicalismo de Entre Ríos resolvió previamente convocar a un congreso partidario para tratar dicha convocatoria y tomar sus disposiciones. El mismo se reunió en la ciudad de Villaguay. Don Juan Cruz Paiz era el presidente del comité central del círculo

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Concordia-Federación, con asiento en nuestra ciudad, y asistió a dicho congreso acompañado de otros correligionarios.

Al término de las deliberaciones se resolvió no concurrir a dicha elección, aduciendo que no estaban dadas en la provincia las condiciones necesarias, lo que fue aprobado por mayoría de votos.

Don Juan Cruz Paiz, una vez de regreso, convocó a una reunión del Comité Central del círculo Concordia-Federación, con todos los delegados de los sub comités de ambos departamentos, en cuyo transcurso se resolvió, en forma entusiasta y total, no acatar lo que había dispuesto el congreso de Villaguay y presentarse a la lucha, que habría de regirse por la nueva ley electoral.

Seguidamente se inició la tarea de proclamar al candidato a diputado provincial por el círculo. Y se encontró con un joven ingeniero civil, hijo de la ciudad, que ostentaba su flamante título. Era Manuel Molaguero, a quien más conocíamos por el apodo de Manolo.

Pero Manolo no aceptó su candidatura. Sostuvo que antes había que consultar a otro camarada de estudios y también ingeniero civil, por cuanto le reconocía mejores condiciones y capacidad para la función de legislador. Se trataba del ingeniero Luis Jaureguiberry, que en esa época se encontraba por la región del Chaco y Formosa cumpliendo tareas propias de su profesión. Concretados los contactos y comunicaciones, se obtuvo de aquél la aceptación, anunciando el ingeniero Jaureguiberry su pronto regreso para estar presente en la campaña electoral.

Y se fue a la elección y se triunfó. Resultó así que el ingeniero Luis Jaureguiberry fue el primer diputado radical en la provincia elegido en comicios amparados por la Ley Sáenz Peña.

Demás está señalar el entusiasmo reinante en las filas radicales. Especialmente en el círculo, por lo que las autoridades provinciales partidarias no tomaron ninguna medida por el desacato que significó desconocer al congreso de Villaguay. Además se tenía en cuenta y se observaba la proximidad de una nueva campaña política, puesto que finalizaba el período del gobernador Crespo y se hacían cálculos sobre un favorable resultado al aplicarse las nuevas dis- posiciones comiciales.

Y llegando el año 1914, el pueblo de Entre Ríos se aprestó para la renovación de sus autoridades provinciales y comunales. El radicalismo fue a la lucha, levantada ya la abstención, con la candidatura de don Miguel Laurencena para gobernador, obteniendo un amplio y ruidoso triunfo en cinco de los nueve círculos electorales, consagrándose así el primer gobernador radical de Entre Ríos elegido con la vigencia de la Ley Sáenz Peña. El flamante gobernador integró su equipo con el Dr. Sagarna como ministro de Gobierno, y el ingeniero Jaureguiberry como ministro de Hacienda, por cuanto en la época no se necesitaban más colaboradores inmediatos. Y como se trataba de tres funcionarios con apellidos de origen vasco español, el nuevo gobierno fue denominado «de los vascos», los que en el desempeño de sus funciones, tan delicadas como difíciles, hicieron honor a su origen, mereciendo la estima y consideración de la ciudadanía entrerriana.

Muy luego llegamos al año 1916, en que habría de elegirse al nuevo Presidente de la República, con la expectativa de aplicarse por primera vez en el orden nacional, la

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nueva Ley Electoral. La UCR proclamó la fórmula Yrigoyen-Luna, para presidente y vice, respectivamente. Esta integración fue aceptada con gran entusiasmo en las filas partidaria, adelantándose su triunfo no obstante que la lucha electoral sería intensa. Se tenía confianza que, aplicándose con corrección las disposiciones del voto secreto y obligatorio, y con padrones prolijamente controlados, habría de llegarse al triunfo.

Y así fue. La ciudadanía concurrió a ejercer su derecho en las urnas, consagrando por abrumadora mayoría la fórmula del radicalismo. El país vivió días de alborozo popular, festejando el triunfo de la mayoría ciudadana como corolario de muchos años de lucha pacífica para obtener un instrumento con la nueva ley electoral, para ejercitar derechos del civismo argentino y asentar las bases de nuestro sistema democrático.

Cuando se obtuvieron oficialmente los resultados de la intensa puja electoral, el radicalismo estableció un día para su festejo, con reuniones en sus respectivos locales, manifestaciones públicas y un impresionante disparo de bombas de estruendo, iniciado a la salida del sol y mantenido hasta su entrada, por lo que fácilmente este bombardeo desde el comité central, sub comités urbanos y algunas residencias particulares, superó las cien docenas de bombas, atronando la ciudad un día entero, cerrando el acontecimiento con una manifestación nocturna encabezada por una banda de música.

Esto no ha vuelto a repetirse.

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BALUARTE DEL JUNIORISMO (Esta nota fue premiada por la revista Karina, de Capital Federal, y publicada en su edición de marzo de 1967)

Concordia es una ciudad entrerriana recostada sobre el río Uruguay que se saluda diariamente con Salto, la vecina hermana de la República Oriental. Cabecera de departamento, tiene una población que sobrepasa los ochenta mil habitantes, una actividad pujante y la explotación del citrus como una de las fuentes más importantes de su economía. Justamente por ella es —o debe ser— reconocida en el país, a pesar de que cuenta con muchos otros motivos para ser nombrada de vez en cuando. Como lo es Salto Grande, represa que se construirá algunos kilómetros río arriba, o por la belleza de los parajes que constituyen la atracción de los turistas, o por la inundación de 1959, en que fue rodeada y dividida por el desborde de las aguas, y por algunos otros más cuya enumeración no hace al caso.

Y, también por ser un baluarte del juniorismo argentino.

Esta palabra, que es la denominación de un movimiento de hombres jóvenes, es vulgar en Concordia. Decir «junior» ha llegado a significar una distinción, porque los integrantes de la Cámara Junior de esta ciudad se han ganado el aprecio y el respeto de la población. Y no por una obra en beneficio de ella sino por la actividad desplegada, ininterrumpida y de relevancia en el medio.

Alguna vez el aeropuerto El Espinillar ocupó la atención de la prensa capitalina, que concurrió al festival aéreo con que se inauguró la misma el 26 de agosto de 1962. Pero, aparte de los concordienses, son pocos los que saben que fue la Cámara Junior de esta localidad la que construyó la citada pista cuando fueron suspendidos los vuelos de los hidroaviones entre la Capital Federal y Concordia. Se planteó así un problema que requería una solución urgente. Que se concretó en poco más de tres meses.

En aquel entonces el señor Salvador Carubia era el presidente del capítulo local —así denominados internamente—; él, el grupo que lo secundaba ciegamente y un puñado de colaboradores desinteresados, se lanzaron de lleno a la enorme tarea. El pueblo entero colaboró con donaciones en efectivo y en materiales. Y se puso en venta un bono contribución, cuya colocación completó lo que faltaba financiar.

Ya no se habla más de El Espinillar, a pesar de que en su momento suscitó elogiosos comentarios. Como el de Clarín, por ejemplo, que con el título de «Concordia: hazaña de un pueblo» inició una nota expresando: «En El Espinillar, Concordia tiene su aeropuerto. Es la hazaña de un pueblo que se resistió a ser condenado a isla; que cuando los hidroaviones dejaron de posarse en las aguas del Uruguay se propuso construir una pista. Y lo consiguió al impulso extraordinario de la Cámara Junior, puñado de voluntades para emular». El comentario terminaba diciendo que la obra «empezó a deletrearse hace más de tres décadas. Y que hoy está en condiciones de acoger en su pista a un Avro 748 porque así lo decidieron los jóvenes de la Cámara Junior, ahora custodios no sólo de la obra sino de la demostración de firme voluntad».

Ya no se habla más de El Espinillar —rebautizado con el nombre de Comodoro Juan José Pierrestegui, en memoria de un hijo de Concordia—, que fue un hito en la historia

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de la entidad, supremo esfuerzo que disminuyó la importancia de la instalación de una sala de rayos y de un banco de leche; de la obtención de medios para mejorar un salón cultural; de las innumerables diligencias realizadas para contar con la administración del Ferrocarril General Urquiza; del apoyo prestado para la creación de una universidad y de la construcción de una autopista; de la colaboración brindada en pro del reconocimiento de ciertos derechos a las víctimas de la terrible inundación que mencionamos anteriormente, y de la ayuda, en trabajo y en fondos, para repartir juguetes y golosinas entre niños sin recursos. Todo lo cual fue realizado en los primeros dieciocho meses de su fundación.

Ya no se habla más de El Espinillar. Y no porque se desmerezca esta obra sino porque los juniors encararon y concretaron otros proyectos que también dieron que hablar en su oportunidad. Tales como, por ejemplo, el de construir un aula por año en la escuela más necesitada, el de difundir el movimiento con la creación de nuevas cámaras en distintos puntos de la provincia, el de trabajar a la par de la Asociación de Citricultores en la organización y realización de la Primera Fiesta Nacional de la Citricultura, el de ofrecer cursos de capacitación a sus propios miembros y a quienes no lo son, paralelamente a la incansable tarea de editar un boletín semanal que se distribuía con el diario El Litoral, uno de los más leídos en la zona, boletín que contenía opiniones de sus miembros sobre problemas locales.

Ya no se habla más de El Espinillar. Ahora se habla de la Escuela Maternal.

Este proyecto, que ya supera el metro de altura en su concreción, insumirá la cantidad de cuatro millones de pesos. Fue su gestor el joven Gualberto J. Garamendy, durante la presidencia de Roberto L. Dominguez, en 1965. Pero recién un año después pudo comenzarse la labor, siempre en manos de quien la proyectara, pero ahora bajo la presidencia de Alfredo J. Malleret. Es que se necesitaron doce meses para obtener el terreno, que cedió la Municipalidad, y para llenar los requisitos de aceptación por parte del ministerio respectivo.

El gobernador de Entre Ríos, brigadier Ricardo Favre, comprendió la importancia de la obra. Y firmó el decreto por el cual subsidió a la entidad concordiense con la mitad del costo total. La diferencia la recaudará la Cámara. ¿Cómo? Como siempre lo ha hecho, es decir, poniendo la actividad de sus miembros al servicio de un ideal común.

No hablemos, en estas horas críticas, de pueblo olvidado. Hablemos de pueblo trabajador, de jóvenes dispuestos a hacer, cuando —por diversos factores— lo que se necesita no puede ser brindado por aquellos a quienes les corresponde dar. Y hablemos entonces de juniorismo.

Es hora de aclarar algo muy importante: el juniorismo no es una entidad de servicio, sino de capacitación, la que se obtiene, en muchos casos, a través de obras en beneficio de la comunidad. Esa capacitación que logran sus integrantes se vuelca, más tarde, en la esfera de sus actividades privadas, lo que les ha permitido sobresalir a muchos de ellos.

Hoy, en que el país necesita dirigentes capaces y honestos, puede vislumbrarse en el juniorismo un escape a las inquietudes latentes en la juventud. Concordia es el ejemplo clave.

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Indudablemente, los cuarenta miembros de la Cámara cumplen al pie de la letra con una de los postulados de su Credo: «Servir a la humanidad es la mejor obra de una vida».

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ROTARY: EL MEJOR COMPAÑERO (Esta nota fue escrita para el frustrado Libro del Sesquicentenario. Los datos fueron aportados por la misma entidad)

El Rotary Club de Concordia fue fundado el 22 de marzo de 1928. Don Juan Baumgartner, suizo de origen, que llegó a Concordia en el año 1924 para desempeñarse como técnico de industrialización de los molinos harineros de Buelink & Cía., escribió en marzo de 1955, de su puño y letra, una reseña que tituló Fundación del Rotary Club de Concordia y sus primeros años de vida.

Según Baumgartner, en el mes de marzo de 1928 llegaron a nuestra ciudad, encomendados al doctor Pedro Sauré, el señor James H. Roth —representante especial del Rotary Club Internacional—, y el ingeniero Donato Gaminara —miembro del Rotary Club de Montevideo y, además, gobernador del entonces Distrito 63, que abarcaba las repúblicas de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay—. El Dr. Sauré convocó, a pedido de los funcionarios rotarios visitantes, a una reunión en el Centro de Comercio, Industria y Tra- bajo, de la que participaron personas representativas de las distintas acti- vidades, con el propósito de procurar fundar el Rotary Club de nuestra ciudad.

Bajo la presidencia de Sebastián San Román quedó constituido el nuevo club rotario, que integraron —además del citado presidente—, Tulio Barbieri, Juan Baumgartner, Pablo R. Bertoni, Carlos Castagno, Carlos De Donatis, Antonio Fonseca, Enrique Galván, Honorio Labeque, Alfredo P. Little, Ernesto C. Noble, Moisés Ortelli, Martín Petre, Juan Raggio, Jorge C. Ro- binson, Pedro Sauré, Federico Schrei- ber, Miguel Serricchio y José Ravasio, y posteriormente, Alcides Zorraquín y Carlos Dubra.

En la época en que se fundó el club local, en la cuenca del Río de la Plata existían solamente diez clubes que, en orden a su fecha de fundación, eran los siguientes: Montevideo (1918), Buenos Aires (1919), Rosario de Santa Fe (1922), La Plata (1925), Córdoba (1926), Bahía Blanca, Mendoza y Asunción del Paraguay (1927), Santa Fe y Paraná (1928).

En 1932, con motivo de celebrar nuestra ciudad su centenario, el Dr. Pedro Sauré, a la sazón presidente del Club, consiguió que se realizara en Concordia la 5ta. Conferencia del Distrito 63. Se trabajó con gran entusiasmo para que el acontecimiento revistiera el marco de importancia que la honrosa designación de ciudad anfitriona merecía Concordia. Tan numerosa fue la concurrencia de rotarios de nuestra país, Paraguay y Uruguay que, agotada la capacidad de receptividad hotelera, se debió fletar el gran vapor Ciudad de Buenos Aires como medio de transporte y hospedaje, acotando el señor Baumgartner que, a la fecha de su arribo —29 de abril de 1932— una gran creciente había inundado el puerto y los barrios bajos de la ciudad, por lo cual el barco debió anclar en la mitad del río, con las complicaciones consiguientes.

Durante la presidencia del Dr. Pedro Sauré se instituyó y llevó a cabo en la Escuela Normal «Domingo F. Sarmiento» la distribución del Premio al Mejor Compañero que, posteriormente, llevó el nombre de su creador.

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En el curso de su larga trayectoria, el Rotary Club de Concordia, por sí o por la actuación de sus miembros, participó en numerosas obras e iniciativas de bien público o de carácter social y cultural. Entre otras, cabe destacar:

• En premio a la esforzada labor del personal de Obras Sanitarias de la Nación, asegurando la provisión de agua corriente durante la más grande inundación que se tenga memoria (1959), el Club construyó seis viviendas que se dieron en donación y como propiedad a otros tantos servidores de la repartición que se distinguieron en la emergencia.

• Tuvo activa participación en las gestiones para la creación del Profesorado de Artes Plásticas de nuestra ciudad; en la elevación al rango de facultad del original Curso de Contadores; y en la erección del edificio de la Escuela Nº 34, para reemplazar a la denominada «Escuela de los Tranvías».

• Apoyó denodadamente la construcción del aeropuerto «Comodoro Pierrestegui».

• Fue principal propulsor de la campaña iniciada por el serpentólogo José María Braun para contribuir a la elaboración gratuita de vacunas antiofídicas por el Instituto Malbrán.

• Varios de sus miembros trabajaron activamente para que se pusieran en marcha las obras del complejo Brazo Largo-Zárate. Otros más integraron comisiones que intervinieron en la aceleración de los trámites para la erección de la represa de Salto Grande.

• Instituyó con carácter permanente, a partir de la celebración de sus bodas de oro, cinco becas para estudiantes secundarios provenientes de familias de reducidos ingresos.

• En el orden interno de la entidad, trabajó intensamente por la extensión y el fortalecimiento del movimiento, fundando el Rotary Club Concordia Noroeste, la Rueda Femenina local —cuyo principal logro ha sido la creación del Banco Ortopédico— y el apoyo decidido a la Fundación Rotaria, a través de la cual el Rotary Club Concordia ha seleccionado aspirantes y obtenido becas de estudio en el extranjero para graduados universitarios residentes en nuestra ciudad.

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EXTRANJEROS EN CONCORDIA

Así encabezó Jorge Carlos Mario Fuchs Valón su respuesta manuscrita a la Comisión Organizadora de los Actos Conmemorativos del Sesquicentenario de la Fundación de Concordia, en dos hojas de carpeta escolar. En pocas líneas, contiene reflexiones, anécdotas y datos históricos de valor sobre los inmigrantes franceses.

En la reproducción que encabeza esta nota se brindan las fechas de llegada de los primeros franceses a estas tierras (1854/55), que «corresponde a los años turbios del fin de la Restauración, cuando el príncipe Luis Napoleón —más tarde Napoleón III— empezó a intrigar...»

Fuchs Valon escribe que el golpe de Estado que terminó con la 2da. República «disgustó a los franceses», que emigraron al Canadá o a América del Sur. Señala que se dispersaron por la Argentina, donde fueron bien recibidos. «Pero nunca falta —dice— grupos de jóvenes que deciden de golpe (después de muchas discusiones con sus padres a causa de el dinero que siempre hace falta) y se largan cuatro, cinco o seis juntos, compartiendo su mochila y el poco peculio que traen. Por lo general, quedan juntos y se instalan en un pueblo que eligen muchas veces al azar, como sucedió con los vascos franceses de Concordia, los Garat, los Subieta, Istilart y tantos otros, que sus apellidos han quedado pero que ya son argentinos más que franceses... Están los Niez, los Durocher, los Trentin, los Moran, y muchos más que crearon pequeñas industrias, como los Durocher, con su fundición y fábrica de molino y después taller de automóviles —los hermanos Jorge y Pablo— en la calle 25 de Mayo, en donde recibí mi primer y soberano puntapié por Don Pablo por acariciar el primer motor eléctrico que andaba ante mi vista. Ese motor reemplazó para la marcha de los tornos al malacate movido por un burro, anécdota que me place contar pues allí empezó mi vocación de los fierros».

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Y culmina su carta señalando: «Me preguntaron para esta nota en qué año Mme. Suzanne Fuchs-Valón trajo la Alianza Francesa a Concordia; pues fue por el año 1933, que paralelo con su conservatorio de música, instaló los cursos de la Alianza. Como se sabe, ha formado un buen elemento de alumnos y más tarde, profesores.

El que suscribe esta nota es Jorge Carlos Mario Fuchs-Valón, hijo de Madame.»

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LA COLECTIVIDAD URUGUAYA Por el mismo motivo que la anterior, los residentes uruguayos conformaron una

Comisión en Adhesión al Sesquicentenario de Concordia (1982), cuyos presidente y secretario, respectivamente, fueron José G. Iglesias Claverié y Leonardo C. Novelli. Ellos firman la carta respuesta al cuestionario de la Comisión Organizadora local. Textualmente dicen:

«La única entidad que agrupa a la mayoría de los connacionales e hijos de estos, residentes en Concordia, es la Sociedad Oriental de Socorros Mutuos, sin perjuicio de socios argentinos, conforme a la nueva Ley de Entidades Mutuales.

Los inicios de su fundación se remontan al 13 de abril de 1894, en que se realiza una reunión con el objeto de constituirla —entonces con los residentes en esta ciudad—, integrándose una Comisión Provisoria compuesta por los señores Juan Boué, Agenor Villalonga, Francisco Blanes, Emilio Urtizberea y César A. Gómez, y se concreta en una numerosa asamblea el 10 de junio del mismo año, resultando electa la Comisión a la que se encomienda la redacción de los Estatutos, que quedó constituida por los siguientes titulares: Leonardo S. Castro, Juan P. Salvañach, Enrique Coelho, Leoncio Paiva, Saturnino S. Alvarez Cortez, y sus correspondientes vocales.

Los Estatutos fueron finalmente aprobados en la Asamblea del 29 de julio de 1894, quedando definitivamente constituida la Sociedad e integrada la Comisión, presidida por Miguel Dominguez, siendo secretario don Francisco Blanes (director-fundador del diario El Litoral); tesorero, José Ruedas Echeverría; y vocales, Agenor Villalonga, Jaime Ferrer y Barnada y don Luis R. Costa; la comisión fiscal fue integrada por Oscar Dominguez, Juan Vázquez y José Vidiella.

En cuanto a la radicación de uruguayos en Concordia, debe estimarse que muchos de los vecinos de San Antonio de Mandisoví, que fueron la base de la fundación de esta ciudad, eran uruguayos, por cuanto con el éxodo del pueblo oriental bajo la inspiración y el mando del general José Gervasio Artigas, en el año 1811, al ser levantado éste y regresado a su futura patria, muchos de estos quedaron afincados en la zona del éxodo, entre Salto Chico y el Ayuí.

Cabe recordar que cuando Concordia tenía 25.000 habitantes, 5.000 eran uruguayos como consecuencia del exilio y radicación definitiva de connacionales, en su mayoría pertenecientes al Partido Blanco, como consecuencia de la última revolución de masas de 1904. Este aporte demográfico ha perdido significación, fundamentalmente por el crecimiento de la población argentina y el fallecimiento de la mayoría de los primeros uruguayos radicados, no habiéndose producido con posterioridad nueva inmigración significativa.

Así, el censo de 1980 (cifras provisorias) asigna a Concordia 105.630 habitantes, y estimamos en no más de 10.000 a los uruguayos.

Sin entrar a dar nombres para evitar omisiones, debemos destacar que, en su gran proporción, los uruguayos se destacaron en la vida profesional, comercial, industrial y docente de Concordia, y muchos de ellos, conservando o no la nacionalidad uru- guaya, ocuparon bancas en el Concejo Deliberante de la ciudad en distintos períodos y, totalmente integrados en la vida ciudadana, desempeñaron cargos directivos en casi

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todas las entidades sociales representativas de las fuerzas activas de la ciudad, y de sus asociaciones deportivas.

Para hacer una excepción, señalaremos el mérito de don Francisco Blanes, fundador y director del diario El Litoral, de alta jerarquía periodística, al que le imprimió, desde el número inicial, una línea de conducta elevada, a la que fueron consecuentes las sucesivas personalidades, argentinas ya, que lo sucedieron en el cargo».

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EL VIEJO ESCUDO DE CONCORDIA El que se conoce actualmente, no es el escudo primitivo, el de la Villa de la

Concordia». Se trata del que fue declarado oficial en 1961, como lo señalamos en otro capítulo de este libro.

Un trabajo del periodista Omar Bordoy, publicado por El Sol en lo que llamó Revista del Sesquicentenario, del 6 de febrero de 1982, señala que los elementos del viejo escudo eran: la figura de un fraile o sacerdote, un río, una palmera y un sol figurado. Y aunque el emblema original se perdió durante un incendio que algunos años antes de 1932 había destruido los archivos municipales, se pudo reconstruirlo «tomando como base un croquis del señor José Boglich, más las referencias de viejos pobladores de Concordia. En vísperas de la celebración del centenario de nuestra ciudad, un matutino porteño lo publicó.

Esa reconstrucción es la que insertamos en esta página.

Bordoy escribe: «No es intención de esta nota historiar el proceso del escudo de Concordia sino el de aportar un importante testimonio.

Por ordenanza Nº 14.993/61 se declaró escudo oficial de la ciudad de Concordia el seleccionado por la Comisión Municipal de Cultura en el concurso realizado oportunamente, correspondiente al trabajo presentado por el señor Mario Muñoz».

Bordoy confiesa ignorar por qué se prescindió del viejo emblema «pero obviamente, al comenzar la década del 60, éste no existía o bien se decidió modernizarlo», dice.

Entre los hechos que pretendemos mantener en la memoria, éste ocupa un lugar destacado.

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RESEÑA DE DIARIOS LOCALES Alguien, alguna vez, nos dejó este trabajo, una cronología de diarios aparecidos en

nuestra ciudad. Ni siquiera lo firmó, a pesar del valor que el mismo tiene. Nosotros lo adjudicamos a quien fuera conocido periodista local, Juan Carlos Candia, porque lo relacionamos con una nota con su firma aparecida en la Revista del Sesquicentenario editada por El Sol con fecha 6 de febrero de 1982.

1858 - El Progresista, fundado por Luis Rebuelta el 1º de octubre. Nativo de Paysandú e introductor de la imprenta en Concordia. Desapareció el 15 de octubre de 1870 por falta de recursos al serle retirada la subvención de 50 pesos del general Urquiza.

1859 - El Comercio de Concordia, fundado por Salvador M. del Carril y Santiago Derqui.

1864 - El Republicano, fundado y dirigido por el periodista uruguayo Eduardo G. Gordon, el 15 de diciembre. De carácter político, fue empastelado en agosto de 1865.

1870 - La Libertad, de Olegario V. Andrade. Aparecía los lunes, miércoles y sábados. La impresión se realizaba en los talleres de «El Porvenir». Desapareció cuando Andrade se retiró de Concordia.

1873 - La Guardia Nacional, dirigido por Lucilo López.

1875 - El Ferrocarril, el 1º de marzo, fundado y dirigido por Lucilo López. Aparecía los martes y miércoles. En mayo de 1887 fue su director Ricardo Iturriaga, hasta su desaparición en julio del mismo año.

1876 - El Orden, dirigido por Antonio Lagos. De carácter político, sostuvo la candidatura a gobernador del coronel José F. Antelo. Desapareció en agosto de 1877.

1877 - La Voz del Pueblo, aproximadamente hasta septiembre del mismo año.

1878 - La Concordia, periódico que apareció entre febrero y abril de dicho año.

1879 - La Provincia. Su director fue el militar y periodista uruguayo Pablo Díaz. Aparecía los martes, jueves y sábados. Periódico de interés general, fue clausurado a raíz de violentas campañas en septiembre de ese mismo año. En su reemplazo aparece El Uruguay, cuyo propietario y administrador fue Antonio De Luque. Aparecía los miércoles y sábados por la mañana. Diario de interés general, político, sostenía la candidatura del general Julio A. Roca. Infatigable defensor de los intereses de Concordia.

1880 - El Progreso, considerado como otra edición de El Uruguay. Apareció el 8 de agosto y fue clausurado en julio de 1881. Aparecía los jueves y domingos.

1881 - El Republicano. Fundado por Pablo Díaz y de carácter político, sostenía al gobernador Antelo y el oficialismo. Se editaron pocos números. Fue clausurado por sus violentas campañas.

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1881 - El Semanario Comercial. Su verdadero fundador e inspirador fue el Dr. Leoncio De Luque, pero figuraba su hermano Antonio. El primero en su género, no sólo en Concordia sino en la provincia, constaba de ocho páginas en formato tabloide. Sólo aparecieron cuatro números al ser clausurado por el gobierno nacional.

1883 - La Concordia, dirigido por Fernando G. Méndez y Horacio G. Mitre. Aparecía los lunes, miércoles y viernes. Fue clausurado al año siguiente.

1884 - La Luz, reemplazando al anterior. Continúa bajo la misma dirección y con los mismos días de aparición. Fue empastelado en 1886 por la Policía. Reapareció en formato pequeño casi un boletín, bajo la única dirección de Fernando G. Méndez. De carácter político, apoyaba la candidatura a presidente del Dr. Dardo Rocha.

1886 - Boletín Oficial de la Municipalidad de Concordia, semanario de redacción anónima. Dejó de aparecer ese mismo año por anulación de partida. De importancia por las resoluciones municipales insertas en sus páginas.

1886 - El Sufragio Libre, dirigido por Domingo L. Marote. Aparecía los jueves. De carácter político apoyaba la candidatura de Miguel Laurencena y Lino Churruarín para gobernador y vice, respectivamente. Fue clausurado en octubre del mismo año.

1886 - El Amigo del Pueblo, dirigido y fundado por Fernando G. Méndez. Aparecía martes, jueves y sábados. Entre sus redactores se contaban Lisardo Sierra, Damián P. Garat y Armando Tombeur. Varias veces clausurado, en agosto de 1893 fue reemplazado por Vox Populi. Reaparece en marzo de 1894 como vespertino. Tuvo campañas y triunfos de resonancia nacional. El 2 de agosto de 1887 fue distinguido por la prensa argentina, que le obsequió una imprenta completa y un escudo de honor.

1886 - El Municipio, dirigido por el Dr. Raimundo Naviera, fundado en septiembre y clausurado en octubre. Aparecía los domingos y sólo se ocupaba de política municipal.

1886 - El Imperial, dirigido por Florindo Vázquez. Lo imprimía la Imprenta Rivadavia. Cerró a fines de noviembre, habiendo editado solamente cuatro números.

1887 - La Provincia, dirigido por Juan Cruz Báez

1890 - El Pueblo Entrerriano, de redacción anónima. Aparecía los lunes, miércoles y viernes. Netamente político, sostenía la candidatura a gobernador de Sabá Z. Hernández. Fue clausurado el mismo año.

1890 - El Heraldo, dirigido por José A. Siburu.

1891 - El Hurón, «satírico y literario», el 10 de marzo, dirigido por Pedro Martín Ruiz Moreno y Damián P. Garat. Redactor, Lisandro Sierra. De pequeño formato, tuvo poca duración.

1891 - El Tribuno Cívico, dirigido por Mariano M. Jurado y Damián P. Garat. Aparecía los domingos y sostenía la política radical.

1891 - La Libertad, dirigido por Juan José López. De interés general y de corta existencia.

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1892 - Concordia Libre, fundado por Lisandro Sierra el 9 de septiembre. Semanario de carácter político, sostenía la candidatura a intendente de Ladislao García.

1892 - El Obrero del Pueblo, fundado y dirigido por Florindo H. Vázquez el 16 de marzo. De interés general, aparecía los miércoles y sábados.

1893 - El Diario de Concordia, el 1º de agosto. Fue su propietario y fundador Gregorio J. Soler; su primer director, Pablo Della Costa, hasta marzo de 1894, reemplazado por Aquileo González Oliver. Lo sucedió Saturnino Álvarez Cortéz el 11 de julio. En 1895 fueron directores Francisco Blanes y Francisco Podestá. En enero de 1896 ingresó como administrador Indalecio Medina. Entre los redactores se contaban Lisandro Sierra, Ricardo Iturriaga y Damián P. Garat. Cerró el 31 de diciembre de 1896, con la edición Nº 973, al retirarse de la empresa el propietario. En octubre de 1897 reapareció en su segunda época, siendo su propietario Damián P. Garat. Se cerró el 30 de septiembre de 1898. Junto con El Amigo del Pueblo, fueron los más importantes de la ciudad y de la provincia, honrando a Concordia por sus merecimientos y por la obra que, en su beneficio, realizaron durante la última década del siglo pasado.

1893 - Domingo del Pueblo, periódico de carácter literario, clausuró ese mismo año.

1893 - La Ilustración Popular. Fundado y dirigido por Damián P. Garat, apareció el 1º de septiembre y cerró ese mismo mes.

1893 - Vox Populi, el 22 de octubre, dirigido por Fernando G. Méndez. Aparecía los jueves y sábados. Damián P. Garat fue secretario de redacción. Sucedió a El Amigo del Pueblo, que había sido clausurado por el gobierno. Cerró en marzo de 1894, al levantarse la clausura.

1897 - El Mosquito, en enero. Semanario dirigido por Agripino Méndez y Antonio Duval Méndez. De carácter social y literario, se clausuró a fines de 1899.

1897 - El Porvenir, dirigido por Ricardo Iturriaga. Aparecía los lunes, miércoles y viernes. En julio de 1901 redujo su formato y cerró a fines de ese año.

1898 - El Pensamiento. Apareció el 4 de agosto dirigido por Julio A. Vila. Semanario dominical de carácter social. Cerró el mismo año.

1898 - Los Principios, fundado por Lisandro Sierra el 1º de octubre. Aparecía los martes, jueves y sábados y sostenía la candidatura a intendente de Leonardo S. Castro. Sólo se editaron 29 números. Se clausuró el 6 de diciembre.

1898 - La Opinión, dirigido por Antonio Lagos y Lisandro Sierra. Aparecía martes, jueves y sábados y cerró el mismo año.

1899 - La Redacción, dirigido por Estanislao Mouliá. Se declaraba defensor de los intereses generales y fue clausurado en junio de 1900-

1899 - El Heraldo, dirigido por Florindo H. Vázquez. Duró poco y reapareció con otros directores.

1900 - El Cascabel, de redacción anónima. Salía los domingos impreso en papel rosado y de carácter social. Cerró ese mismo año.

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1900 - Punta y Filo, órgano del Club de la Juventud. Sostenía la candidatura a intendente de Miguel Rocha.

1901 - El Litoral, fundado por Francisco Blanes, oriental. Con su experiencia logró colocarlo entre los mejores diarios de la provincia.

1908 - Diario de Concordia, fundado por Damián P. Garat. En 1910 era dirigido por Juan Cruz Paiz, y en 1917 lo tomaron en arrendamiento Antonio De Luque y Juan P. Guillot. A continuación de este diario, circuló El Independiente, de Lisandro Sierra. Sostenía la situación política imperante, experimentando altibajos.

1914 - El Orden, fundado y dirigido por el Dr. Estanislao Mouliá.

1915 - El Heraldo, dirigido por Jacobo Liebermann, que continúa apareciendo como una de las expresiones más serias del periodismo local y provincial.

1920 - El Debate, redactado por el Dr. Juvenal de la Puente y Napoleón Pousa, miembros del Senado.

1921 - Roma y Boletín Comercial. Fueron semanarios. También aparecieron los periódicos La Justicia, La Tribuna, El Peludo y El Bien, todos de corta duración. Y los semanarios La Cotorrita y La Democracia.

1922 - Crítica y La Provincia, éste dirigido por el Dr. Andrés Rivera; El Caburé, periódico semanal; Pica Pica y El Eco Parroquial, que trasuntaba las inquietudes de la feligresía local; La Nueva Italia, que traducía las novedades de la colectividad italiana del medio local; los bisemanarios La Voz Radical, de Justo Soler y Urquiza, y El Eco Popular, dirigido por Julio Serebrinsky.

1924 - El Diario, bajo la dirección de Héctor T. Olivera, que continuará apareciendo hasta 1961. En este año reaparece El Amigo del Pueblo.

1925 - La Mañana, dirigido por Enrique Mouliá con la colaboración de su hermano Arturo.

1927 - Democracia, dirigido por Alberico Seghesso, Carlos Pérez, Dr. Lázaro Leibovich y Luis Valdi.

1928 - Juventud, semanario dirigido por Victorino A. Simón, y el quincenal La Voz de Concordia.

1930 - Benteveo. No se conocen sus fundadores.

1931 - Los semanarios El Nacional y Caburé. También aparece La Voz del Pueblo, de Agripino Méndez, en reemplazo de El Amigo del Pueblo, clausurado por el gobierno.

1933 - Noticias, de Jacobo Liebermann, que sustituyó a El Heraldo, clausurado por el gobierno. Después, El Diario del Pueblo e Idea Nacional, fundado por Agripino Méndez en reemplazo de los anteriores, cerrados por orden del gobierno.

1934 - La Nota, diario de Enrique Mouliá. Su hermano fue asesinado como consecuencia de las enérgicas campañas contra el juego. Ese mismo año aparece La Época, de Armando Méndez, luego dirigido por su hermano Agripino, que ocupó el lugar de las anteriores publicaciones clausuradas.

1936 - Los semanarios Crónica, de Humberto Bellino, y Justicia.

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1937 - Informativo de la Sociedad Rural, que reflejaba aspectos de la actividad pecuaria de la zona. También apareció El Mensajero, quincenal, y los semanarios Combate y Baluarte.

1940 - Tribuna, dirigido por Eros Natalio Galván y Humberto Bellino, independiente, de buena formación.

1941 - Rumbo y El Nacional, quincenales.

1943 - La Semana, de Delfor Fernández, que aparecía los días feriados y domingos.

1944 - Reaparece El Amigo del Pueblo, en lugar de La Nota. Se edita La Voz del Norte, de Mouliá. Reaparece La Época.

1964 - Fue fundado el diario El Sol, integrado por 25 socios provenientes de distintos sectores comunitarios y de diversas ideologías y credos. Fue el primer diario impreso en offset en Argentina. Su primer director fue el periodista Omar B. Bordoy.

1980 - Concordia, un apéndice de El Diario, de Paraná

Como se puede apreciar, el trabajo publicado no hace mención a las revistas aparecidas en nuestra ciudad que, estimamos, pueden llegar a ser tantas como la de los diarios que se enumeran.

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HISTORIA DE VILLA ZORAQUÍN (Extractado de un trabajo de Roberto Quiróz, publicado en 1993)

En 1825 las tierras donde hoy se levanta Villa Zorraquín fueron compradas por el general Manuel Urdinarrain, quien las vendió a Domingo Duarte Mançores en 1836. En 1857 las adquirió Justo José de Urquiza y, por sucesión, pasaron a su hija Flora, casada posteriormente con Gregorio Soler.

Escrituradas en 1882, se suscitó más tarde lo que se llamó «Caso Soler», que culminó con un juicio entre la Municipalidad de Concordia y Flora Urquiza de Soler. El caso terminó recién en 1915, con la intervención del entonces presidente municipal Dr. Esteban Zorraquín.

Las tierras en litigio pasaron al Gobierno de Entre Ríos, luego loteadas y puestas a la venta. Formaban parte del ejido de Concordia y no tenían nombre.

En 1918, una comisión presidida por el profesor Gerardo Victorín solicitó que se impusiera el nombre del Dr. Esteban Zorraquín a la zona donde hoy se levanta la villa, con el fin de honrar la memoria de quien fuera el propulsor de que las tierras pasaran a la provincia. El Concejo Deliberante, presidido por José Boglich, sanciona la ordenanza respectiva —que lleva el Nº 41206, del 27 de noviembre de ese año—, cuyo texto señala: «Denomínase zona Esteban Zorraquín a la zona de ensanche del ejido de Concordia y Villa Dr. Esteban Zorraquín, si dentro de la colonia o pueblo agrícola a formarse, constituyera un pequeño centro urbano, al cual fuera adaptable la última denominación».

El presidente municipal era entonces Pedro Urruzola.

LOS ZORRAQUIN

Federico Zorraquín era mendocino, nacido el 25 de noviembre de 1826. Falleció en Concordia el 13 de noviembre de 1908. Había llegado a nuestra ciudad en 1848, contrajo enlace con Josefa Machain, con la que tuvo once hijos. Esteban fue el sexto.

Federico Zorraquín fue el primer presidente municipal de Concordia. En 1870 construyó su casa, donde hoy se encuentra el Hotel Colón, el primero de su categoría en la ciudad. Fue también el primer importador de la Aduana de Concordia. En 1887 organizó y presidió la primera exposición feria de la Provincia. La crónica lo señala como un pionero del citrus. Sarmiento le mandó las primeras semillas de eucaliptus, plantas que hoy se conservan en las que fueron sus pro- piedades.

Su hijo Esteban fue presidente municipal en 1915 y durante su gestión culminó el llamado «Caso Soler». La localidad que lleva su nombre está ubicada a siete kilómetros al norte de Concordia. El censo, a la fecha de este trabajo, arrojaba una población de 2.500 personas.

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INSTITUCIONES

Una de sus instituciones más importantes es la Cooperativa de Agua Potable, fundada el 4 de septiembre de 1975, y uno de sus impulsores más destacados fue el entonces gobernador de Entre Ríos, Enrique Tomás Cresto. El servicio fue inaugurado el 20 de marzo de 1977.

La primera Comisión Vecinal Zorraquín-Magnasco fue reconocida por la Municipalidad de Concordia el 14 de febrero de 1967, y sus miembros trabajaron para ambas localidades durante varios años. Recién en 1970, el 30 de diciembre, la Municipalidad reconoció a la Comisión Vecinal Villa Zorraquín como la representante de esa zona exclusivamente. Su presidente era Pedro Conti.

La villa cuenta con varios establecimientos educacionales: la Escuela Provincial Nº 8 «Madame Curie», la Escuela Privada Nº 58 «Sagrada Familia», la Escuela de Nivel Medio Nº 119 «Dr. Esteban Zorraquín», el Centro de Adultos Nº 8 «Marta Avalos», y la Misión Monotécnica de Extensión Cultural Nº 61.

La Escuela Nº 8 fue creada el 17 de julio de 1919. Ana María Bonelli fue su primera directora, iniciando las clases con 23 alumnos. Entre 1919 y 1938 estableció la copa de leche y el taller de costura, y fue una de las primeras escuelas de la provincia en hacerlo.

La Biblioteca «Dr. Esteban Zorraquín» fue fundada en 1926, a la que Alcides Zorraquín aportó una donación importante de libros. Un año después inició la ayuda a los niños pobres con ropa y calzado, y masas en las fechas patria. Ese mismo año pasó a ser biblioteca popular.

La Escuela Nº 8, que funcionaba en un local alquilado, inauguró el edificio propio el 9 de agosto de 1975. Fundamental papel en la concreción de esta obra tuvo la cooperadora de la Escuela, destacándose el mismo en la placa descubierta en oportunidad de la inauguración. Carlos Spinelli era su presidente en ese momento.

La Escuela Privada «Sagrada Familia» fue creada el 8 de marzo de 1972.

La Escuela de Nivel Medio Nº 119 data del 9 de marzo de 1992.

La Cooperadora del Centro de Adultos Nº 8 «Marta Avalos» inició sus actividades en 1976.

La Misión Monotécnica de Extensión Cultural Nº 61 funciona en Villa Zorraquín desde 1993 y cuenta con una comisión de amigos que apoya su desarrollo.

ENTIDADES DEPORTIVAS

El Club Atlético Villa Zorraquín nació con la villa pero los testimonios recién se inician con el acta del 25 de mayo de 1960, con su primer presidente, Vicente Salustio, y su vicepresidente, Juan José Gallo. El fútbol fue su principal actividad deportiva. Recién en 1975 se obtiene un subsidio para la construcción de las canchas de basquet y bochas y los vestuarios.

Otra entidad es el Club Social y Deportivo San Martín, fundado por Juan J. Gallo, cuya principal actividad es el juego de bochas, incursionando en lo social y cultural.

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Villa Zorraquín cuenta además con una Escuela de Fútbol Infantil, fundada el 25 de mayo de 1981.

Otras entidades son: el Club de Profesionales, el Autodromo Ciudad de Concordia, y el Golf Club Concordia.

ACTIVIDADES ECONOMICAS

El 80 por ciento de la población trabaja en la citricultura, ya sea como recolector de fruta, podador, cuidador de quintas o empacador. El establecimiento agrícola «El Rincón», de Alcides Zorraquín, dio trabajo durante mucho tiempo a la mayoría de los pobladores de la villa.

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Tres capítulos de EL NORD-ESTE DE ENTRE RIOS

César B. Pérez Colman

Uno de los autores que más ha profundizado en los orígenes de nuestra ciudad ha sido don Cesar Blas Perez Colman. En El Nord-Este de Entre Ríos - Fundación de Concordia plasma con claridad la situación no sólo de la provincia en general sino también de nuestra zona en particular, y ahonda en las circunstancias y pormenores de lo que puede haber sido el documento fundacional y de la fecha en que se redactó.

Pero su búsqueda no logró el resultado apetecido. El documento se ha extraviado o no ha existido. Y ante las dos versiones que han vuelto a surgir a la luz, la opinión de Perez Colman nos parece imprescindible que sea conocida por los concordienses. Cabe señalar que el autor sostiene una tercera versión.

El libro citado, autoría de Cesar Blas Perez Colman, fue editado en 1933. Ignoramos si existe una edición posterior, aunque lo dudamos. Tampoco conocemos cuantos han sido sus lectores. Pero de lo que estamos seguros es de que las nuevas gene- raciones jamás lo han visto.

Ese es el motivo de esta reedición de —al menos— tres capítulos: los que tratan exclusivamente la posible fecha de fundación de Concordia, cuyo texto hemos respetado estrictamente, por lo que se podrán apreciar algunos errores que nos negamos a corregir.

Estamos absolutamente convencidos de que acercando estos párrafos a los lectores contribuimos a mantener vivas las tradiciones localistas.

CAPITULO XV

FUNDACION DE CONCORDIA – DENOMINACION SIMBOLICA DEL NUEVO PUEBLO – EL ESPIRITU POPULAR – ANTECEDENTES HISTORICOS – LA ASAMBLEA EXTRAORDINARIA – EL PADRE CASTILLO – LEYES DE 21 DE NOVIEMBRE DE 1831 Y DE 6 DE FEBRERO DE 1832 – NUEVA ERA POLITICA

El noble propósito de alcanzar la definitiva conciliación del pueblo entrerriano, que el Coronel Espino había procurado durante su breve período gubernativo, inspiró a la Asamblea Extraordinaria de 1831, una resolución trascendental en nuestra historia, por las consecuencias que de ella deri- varon, y por que sintetiza el ideal que en esos instantes primaba por sobre otros, en los espíritus de los hombres de gobierno.

El 21 de Noviembre, la Asamblea aprobó un decreto disponiendo que, como acto demostrativo de las aspi- raciones populares, se erigiera un pueblo bajo el nombre de La Concordia, en un lugar que expresamente se de- terminaba, consultando las necesidades de una importante región de la Provincia.

Esta sanción perfila la característica nobilísima de la sociedad entrerriana de esa época, con lineamientos tan singulares como extraordinarios. Acontecimientos posteriores nos demuestran, que la elevada inspiración que llevó a los contendientes a hacer una pausa en el teatro mismo de la lucha fratricida, para intentar el logro de la paz y armonía social, no constituye un accidente pasajero de nuestra historia, sino un mandato imperativo de la idiosincrasia po- pular: 20 años más tarde un General entrerriano, actuante ya en 1831, pro- clamaba igualmente entre las dianas exultantes de uno de sus más grandes triunfos militares, que en nuestras luchas civiles, “no hay vencedores ni vencidos”.

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El año 1831, que iniciara sus días con una revolución, y los promediara envuelto en las complicaciones de la guerra entre hermanos, terminó felizmente con el alumbramiento de una generosa tendencia política en nuestros elementos directivos, concretada en el designio original de fundar una ciudad, que en su núcleo primordial contuviera como depósito sagrado de civismo, los más íntimos anhelos de paz, confraternidad y progreso.

Un deber de justicia, nos obliga a detenernos en la consideración de este suceso y sus antecedentes, en señal de reconocimiento hacia los hombres que la conciliaron y realizaron.

Años angustiosos fueron esos de 1830 y 1831 para los argentinos todos, y en especial para los entrerrianos, que presas de las pasiones políticas, llegaron en sus desvaríos hasta convertirse en aliados de sus adversarios tradicionales, para cooperar a la derrota de los principios institucionales que en- carnaban las aspiraciones populares comunes.

Un heterogeneo complejo de fuerzas sociales, que el historiador debe clasificar y analizar, se venía formando en el ambiente de la Provincia, desde 1810, y en particular durante los últimos diez años transcurridos después de la muerte de Ramírez, hasta llegar a ad- quirir proporciones y dinamismos incontrarrestables, que pesaban sobre el pueblo y sus hombres dirigentes.

Durante la última década predominaron en el ambiente político, impulsos violentos de anarquía, atizados desde fuera por quienes sagazmente aprovechaban de la situación tumultuosa de Entre Ríos. Nos referimos a los por- tugueses, siempre atentos a nuestra política interna, y a los unitarios, igualmente perspicaces, que mañosamente intervenían con sus auxilios en hombres, elementos, y consejos, a fin de prolongar y agravar la contienda.

Bajo la acción de estos influjos, exacerbados por virtud de su misma heterogeneidad, la Provincia fue en 1830 y 1831 el estadio donde batallaron fu- riosamente, con todos sus elementos de combate, las dos fuerzas antagónicas, originadas y mantenidas en el pueblo argentino, durante las controversias suscitadas en la ardua tarea de la orga- nización nacional.

La influencia de las ideas unitarias, de raíces aristocráticas y metropolitanas, prestigiada por un núcleo de intelectuales de valía, venía acentuándose sobre un grupo caracterizado de jefes entrerrianos, que siendo contrarios en doc- trina a dicha fórmula política, llegaron sin embargo a creer sinceramente, que el momentáneo triunfo de ese partido les proporcionaría la única posibilidad de rescatar el gobierno provincial de manos del círculo santafesino, que lo había con- quistado con detrimento de la autonomía local.

Desde el extremo opuesto, los federales polarizaban las actividades y simpatías tradicionales, guardadas incólumes por el individualismo provinciano, como la más pura herencia recibida de los caudillos de la primera hora.

Otro influjo concurrente, intervenía en el complejo ambiente político del escenario de la Provincia. Era este el efecto aún persistente, a través del tiempo y de los hombres, de la antigua con- troversia mantenida durante los úl- timos treinta años de la dominación española, entre Buenos Aires y Santa Fe, por conquistar el exclusivo gobierno y contralor de nuestro territorio.

Bajo algunos respectos, las luchas civiles que se produjeron entre 1830 y 1831, pueden ser consideradas como los postreros sacudimientos convulsivos de la contienda mencionada. Esa puja, que durante la época de los Virreyes tuvo el definido objeto de adquirir la exclusividad del dominio jurisdiccional, se había ido transformando, con el curso de los acontecimientos y las mutaciones impresas en la fisonomía del país, hasta asumir, después de la revolución y de los conflictos que esta suscitó, el más simple propósito de ejercer una influencia predominante sobre las autoridades locales, con fines de política general.

En sus últimos períodos, la lucha había adquirido caracteres y aun procedimientos aparentemente extraños a los propósitos que hemos definido. Sin embargo, ahondando la investigación, se percibe que en su fibra más íntima, la trama de la acción política que las Provincias limítrofes desarrollaban, respondía a aquella finalidad primordial, como lógica consecuencia de que la adhesión de Entre Ríos significaba un aporte de gran valía para los con- tendientes tradicionales.

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Es pues menester, no dejar de lado esos antecedentes de nuestra historia local, para comprender en su integridad, las causas originarias de ciertos su- cesos, la actitud de los gobiernos de las provincias aludidas, y la conducta de los hombres dirigentes de la política entrerriana.

Aun cuando durante el período español, la lucha entre Buenos Aires y Santa Fe, no salió del ambiente reservado de los gabinetes gubernativos, ni asumió otras formas que las de un litigio jurídico, el eco de los debates, y la intervención de los funcionarios que representaban los intereses de ambas partes, puso a nuestro pueblo en con- tacto con la cuestión, no obstante ca- recer de voz y voto en ella.

Por tanto, si bien los entrerrianos fueron considerados como terceros, sin atributos jurídicos propios, este pleito sobre el mejor derecho al gobierno y jurisdicción del territorio, tuvo la virtud de avivar en ellos, el ya naciente sen- timiento de su personalidad, que de inmediato se robusteció como con- secuencia necesaria de la falta de solidaridad y vinculación con los centros que se disputaban el dominio, sobre esta especie de “res nullius” o “factoria”, situada en la parte meridional de la mesopotamia.

Los rudimentarios Cabildos de las tres pequeñas Villas fundadas en 1783, y las Parroquias de los cinco pueblos existentes a saber, Paraná, Nogoyá, Gualeguay, Gualeguaychú, y C. del Uru- guay, con sus dobles jurisdicciones eclesiásticas y administrativas, fueron los primeros centros de gobierno propio, que con sus actividades contri- buyeron intensa y eficazmente al incremento de la formación de la personalidad política de nuestro pueblo.

La acción de esos núcleos gubernativos, aunque reducida, encontró sin embargo ambiente propicio para su expansión trascendental, en el pueblo de Entre Ríos, heredero inconfundible por sus rasgos psicológicos y tendencias autonómicas, del particularismo característico de los ascendientes, cha- rrúas y españoles.

Como lo tenemos dicho, esta peculiaridad bien definida de las razas madres, se había desarrollado y aún per- feccionado ampliamente en el espíritu de nuestro paisano, merced al ambiente li- bérrimo en que vivió acreciendo sus atributos varoniles, y eximiéndose de toda coyunda jurídica, fuera de las ori- ginadas en la primitiva sociedad en que corrían sus días.

El litigio entre Santa Fe y Buenos Aires, y la acción localistas de las Parroquias y Cabildos, excitó el sentimiento autonómico de los habitantes, y afianzó en ellos el anhelo de seguir viviendo como hasta entonces, libres de toda su- jeción extraña, y desconfiando de cuanta influencia exterior pretendiera intro- ducirse en el patrimonio hogareño.

La acción combinada de esos elementos, contribuyó en buena dosis, a la formación de la ideología del pueblo, preparándolo para que en su hora, supiera defender la soberanía local, y reclamar virilmente el reconocimiento de los postulados sobre que descansaba su propia organización social, así como el derecho a cooperar en un plano de igualdad, con las demás Provincias her- manas, en la solución de los problemas relacionados con la definitiva orga- nización política del país.

Esta situación, o mejor dicho, este estado de conciencia colectiva, nos da la explicación de por qué con el primer anuncio de la revolución de Mayo, los pueblos entrerrianos y sus respectivas campañas se adhirieron unánimemente al movimiento emancipador, y luego resistieron las imposiciones de los go- biernos de Buenos Aires, que pretendían desconocer su capacidad y eliminarlos de toda actividad gubernativa. En rea- lidad, los mismos imperativos que im- pulsaron a los pueblos en su actitud de adhesión a la causa de la independencia, los determinaban a rebelarse, siquiera provisionalmente, contra las sumisiones que se decretaban desde el centro del gobierno metropolitano.

Francisco Ramírez en la hora de su actuación en nuestra política interna, afirmó con actitudes imperecederas y rubricó con su sangre, la personalidad y capacidad como ente político “sui juris”, de nuestra Provincia. A su muerte, los gobernantes que le sucedieron, debieron forzosamente proseguir por el rumbo abierto, pues la entidad en formación y casi en estado primitivo o natural de 1810, con el transcurso de los años, y mediante la acción desplegada en los sucesos ocurridos, había adquirido el desarrollo y raigambre suficientes, para subsistir y hacerse reconocer y respetar en toda su amplitud de Estado soberano, dentro de concierto de las Provincias compo- nentes de la Nación.

Esta actitud no fue comprendida en su alto significado por los elementos directivos de la Capital que la clasificaron como más tarde también algunos escritores, de manifestación anárquica, producto de la barbarie provinciana.

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No podía imaginarse entonces, que las campañas se levantaran contra las ciudades y que los campesinos rehu- saran obediencia a los generales de la Capital, atribuyéndose a ignorancia, lo que era un exponente de virtudes, y ma- nifestación del arraigo de altos con- ceptos de civismo, que ubica a las ideas y principios por arriba de los hombres.

Se creía y se cree aún, por quienes no conocen el alma entrerriana, y la juzgan sin apreciar sus austeridades, que la actitud de entonces, obedecía a ins- piraciones de sus caudillos, despóticos, brutales e ignorantes.

Nada más erróneo, sin embargo. Los jefes y caudillos, tuvieron prestigio y mando, en tanto encuadraron su con- ducta dentro de las ideas predominantes y pusieron incondicionalmente al ser- vicio de estas, sus dotes militares y políticas.

La historia de la Provincia demuestra que sus Jefes mantuvieron su su- premacía, en tanto cuando sirvieron con abnegación los grandes principios populares, y no simplemente por sus calidades individuales.

El desconocimiento de esta psicología ocasionó numerosas y enconadas luchas, que más de una vez pusieron a dura prueba la estabilidad de la unión nacional.

Es que en verdad, no se tenía en cuenta que el pueblo entrerriano se venía formando fuera de toda sujeción de orden personal. No se sabía que la auto- ridad era acatada cuando el funcionario que la ejercía demostraba una completa adhesión a las aspiraciones generales.

Se ignoraba, que hasta el momento de la revolución, no habían existido jefes, ni supremacías individuales, ni clases aristocráticas, ni patriciados, ni privi- legios, ni jerarquías sociales.

Esta verdadera fraternidad, arraigada en el espíritu ciudadano, hizo que sus jefes más caracterizados fueran simplemente Capitanes de milicias, que tan luego como terminaban las necesidades de la guerra, dejaban el servicio militar, trocando sus armas por las herramientas del trabajo que les proporcionaba el sustento.

Ninguno de nuestros jefes ostentó el título de General sino mucho tiempo después de la revolución. Hasta 1820, Artigas daba a Ramírez el título de Comandante General de Entre Ríos, y al mismo Artigas se designaba con el de Protector de los Pueblos Libres y Jefe de los Orientales. A ambos, como a mu- chos otros, el generalato se les dispensó por analogía con lo que se hacía en otras partes. Lo mismo podemos decir con respecto a Mansilla, Sola, Barrenechea, Lopez Jordán y demás jefes superiores.

Un último argumento compro- batorio. El disenso inicial de Entre Ríos con Buenos Aires se produjo a raíz del armisticio de Octubre de 1811. Y bien, en esas circunstancias la Provincia care- cía de un Jefe o caudillo supremo que la gobernara. Las divisiones adminis- trativas de la época colonial subsistían, y cada pueblo tenía su Capitán de Milicias que desempeñaba la función militar, con autonomía de las demás similares. En 1811, era Jefe de las Milicias de C. del Uruguay, un Oficial subalterno, y los Capitanes Samaniego de Guale- guaychú, Correa de Gualeguay y Zapata de Paraná y Nogoyá, ejercían las Co- mandancias de dichas poblaciones.

Sin embargo, la unidad moral, una conciencia común, existían en nuestro pueblo, y por ello la unanimidad de la rebelión, a pesar de la diversidad de jefes y de las autonomías locales.

Esa idiosincracia democrática, así como la austeridad de las costumbres predominantes, se conservaron feliz- mente, durante muchos años, y en ellas inspiraron su conducta los hombres a quienes el destino otorgó la honra de dirigir y gobernar la Provincia.

Vencidas las dos revoluciones de 1830 y 1831, encabezadas por Lopez Jordán, y despejado que fue el ambiente local de los últimos vestigios dejados por la fugaz racha unitaria, los hombres directivos y en primer término el Coronel Espino, que había asumido el Gobierno, trataron de eliminar todo motivo de di- senso entre los viejos compañeros, a quienes causas de naturaleza transitoria habían arrastrado a situaciones opues- tas.

A estos propósitos respondió la reunión de la Asamblea Extraordinaria, con funciones excepcionales de Alta Corte de Justicia. Este Cuerpo, después de resolver el pleito gubernativo, que constituía el único asunto que debía considerar, y no obstante que la ley que dispuso su convocatoria prohibía expresamente ocuparse de otro género de asuntos, resolvió a instancias del afán de armonía y pacificación reinantes en

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el pueblo, expresar un voto que por sus finalidades y consecuencias, estaba des- tinado a asumir más importancia, y a te- ner efectos más perdurables, que el fallo que pronunciara sobre el pleito político sometido a su decisión.

La actitud de la Asamblea Extraordinaria explica y define la situación espiritual de la colectividad, en aquellos momentos difíciles, en que aún no se había solucionado el estado de anormalidad institucional en que se encontraba la Provincia.

La derrota definitiva de los revolucionarios, no implicaba sino el primero de los objetivos que era necesario al- canzar. Los vencidos constituían una gran porción y de indudable calidad, del pueblo entrerriano. Entre ellos estaban en gran número los más genuinos sos- tenedores del credo federalista, aquellos que jamás defeccionaron en las cruentas luchas del pasado, cuando se combatía por el reconocimiento de la personalidad de Entre Ríos como Estado argentino. No era posible que estos antecedentes se olvidaran, y que la familia entrerriana, se dividiera definitivamente cuando de una y otra parte pugnaban los sen- timientos de unión y confraternidad.

Por lo demás, el horizonte político no se había despejado. Se ignoraban aún las pretensiones del General López, que con su alianza con el Gobernador de Buenos Aires, su triunfo sobre el General José María Paz y su amistad con Co- rrientes, aparecía con los atributos de jefe de mayor valimiento político en el litoral. La incertidumbre del momento, la defensa de la autonomía y de la inte- gridad del patrimonio, así como la ne- cesidad de tomar un puesto en el con- cierto de orden institucional pactado entre las provincias litorales mediante el Tratado del 4 de Enero de 1831, acon- sejaban iniciar una campaña de olvido al pasado inmediato, que trajera la pa- cificación efectiva y la unión del pueblo, que restableciera la importancia política que siempre asumió Entre Ríos, que era indispensable conservar incólume bajo pena de perder cuanto se había logrado al cabo de veinte años de luchas y tra- bajos de todo orden.

La Asamblea clausuró sus actividades el día 23 de Noviembre de 1831, pero dos días antes, el 21 de Noviembre, san- cionó el voto que debía hacer célebre a sus autores, disponiendo que como manifestación de los anhelos públicos y en recordación de la política de armonía que se dejaba iniciada y en marcha, debía erigirse por las autoridades guber- nativas, un nuevo pueblo en el territorio de la Provincia.

El núcleo urbano que se propiciaba, debía llevar el nombre simbólico de “La Concordia”, porque su creación interpretaba el unánime sentimiento de la población, de que entre los argentinos, y particularmente entre los entrerrianos, se hiciera la unión fraterna, asentada en forma indestructible, mediante una polí- tica generosa, exenta del virus exclu- sivista que había sido la causa originaria de las calamidades sufridas, y organizada en términos definitivos con una Ley fundamental que constituyera la unión nacional.

Infortunadamente las actas de la Asamblea Extraordinaria no se han encontrado en los archivos gubernativos, no obstante la afanosa búsqueda rea- lizada por el autor de esta obra. Debido a ello, es que no nos sea posible recons- truir el acontecimiento que nos ocupa, sino a base de documentación frag- mentaria.

El proyecto sobre fundación fue presentado a la consideración de la Asamblea el 21 de Noviembre, y considerado sobre tablas, se aprobó por unanimidad de votos.

Acto seguido, el Presidente de la Asamblea, hizo la pertinente comu- nicación a la H. Legislatura de la Pro- vincia, y este cuerpo dio entrada al oficio en la sesión celebrada el 23 de Noviembre.

La comunicación al Congreso, expresa que la Asamblea Extraordinaria, antes de terminar sus funciones, había acordado perpetuar la memoria de su instalación, por medio de la fundación de una Villa “que se denominara “La Concordia”, pues que este había sido el principal objeto de sus trabajos, para tenerla con las Provincias hermanas, y con ellas reunidos, los habitantes de Entre Ríos, caminen a la prosperidad y engrandecimiento del País”.

Como la Asamblea tenía mandatos limitados, que debía respetar, estimó que la realización de su proyecto debía ser encomendado a la H. Legislatura, por ser función de su incumbencia. Por último, agrega textualmente: “Y siendo el Salto el lugar más propio y aun ya decretado en otro tiempo por el Gobierno de la Provincia, en el sitio de un pueblo antiguo llamado San Antonio, o en otro inmediato, que ofrezca mayores ventajas al comercio y habitantes, espera igual- mente que V. H. así lo ordene”.

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La Legislatura consideró esta petición en la sesión celebrada en fecha 29 de Noviembre de 1831 y después de un cambio de opiniones, aprobó el siguiente proyecto de Decreto:

“Deseando el H. Congreso de la Provincia que se ponga en execución lo acordado por la H. Asamblea en sesión del 21 del corriente, que para perpetuar la memoria de la instalación de la primera Asamblea General de Entre Ríos, reunida para deliberar en los grandes asuntos que la han motivado, se funde una Villa con el nombre de La Concordia, pues que esta ha sido el principal objeto de sus trabajos para tenerla con las Pro- vincias hermanas y con ella reunidos los habitantes del Entre Ríos caminen a la prosperidad y engrandecimiento del País, y teniendo presente la H. Asamblea ser esta atribución del H. Congreso, es- pera decrete con las formalidades de es- tilo la fundación de la indicada Villa con aquel nombre, ordenando al P. Ejecutivo su cumplimiento. Y siendo el Salto el lugar más propicio y aun ya decretado para esta fundación en otro tiempo, por el Gobierno de la Provincia, en el sitio llamado San Antonio o en otro inmediato, que ofrezca más ventajas al comercio y habitantes, ha acordado el H. Congreso, el siguiente

DECRETO: 1º - Se faculta al Gobierno para que tome las providencias que convengan, para la fundación de una Villa en el lugar del Salto o en otro que sea más propio, que llevará el nombre de la Villa de la Concordia.

2º - Se mandará extender acta con todas las formalidades de estilo, por la que debe constar el día que se dio prin- cipio a dicha fundación, la misma deberá archivarse.

3º - La delineación de la plaza, calles, lugar para el templo y casa de justicia, se hará precisamente por sujeto inte- lijente que arreglará la plaza de cien varas cuadradas, independientemente de las calles que estas deben tener de ancho catorce varas y de largo ciento, a las que se les pondrá el nombre de sus fun- dadores o sus apellidos.

4º - La Iglesia será edificada en medio de un costado de una de las cuadras de la plaza, con el frente al oriente, y en el otro costado, que mira a su frente se señalará el sitio que ha de servir para la Comandancia y casa de Justicia, dando a cada una la extensión que sea precisa para sus edificios.

5º - El Gobierno nombrará el sujeto que considera más apto, para que se encargue del arreglo y cum- plimiento de esta disposición, para el logro de aquella fundación.

6º - Comuníquese al P. E. para su cumplimiento y fines que convengan.

Sala de Sesiones, Paraná Noviembre 29 de 1931.

Francisco Antonio Candioti – Diego de Miranda – Juan F. Lopez – José Tadeo Ríos – Ramón Pereyra, Secretario.

La terminación de las incidencias políticas producidas alrededor de la actuación gubernativa del Coronel Espino, no ocasionó como podía suponerse, la derogación de la iniciativa de la Asamblea Ex- traordinaria, ratificada por la H. Legislatura en su Decreto del 29 de Noviembre.

Es que aparte del propósito consignado por ambos Congreso, la creación de la nueva Villa, obedecía a necesidades impostergables, a punto tal, que los más interesados en que se llevara a cabo, eran los mismos habitantes y funcionarios del pueblo de Mandisoví. En efecto, el Cura Párroco, Presbítero Mariano José del Castillo, sabedor de las nuevas contingencias políticas suscitadas, que probablemente ocasionarían una demora en la realización de las aspiraciones generales de la región, dirigió poco des- pués, el 17 de Enero de 1832, una comunicación al Gobernador interino señor Ortiz, que éste elevó el 31 del mismo, a la consideración de la Legislatura, instando para la realización del proyecto de fundación del pueblo. El Congreso tomó en consideración ambas comunicaciones en su sesión del 6 de Febrero de 1832, y con el voto de sus miembros, resolvió repetir el Decreto del 29 de Noviembre del año anterior.

El mismo día, 6 de Febrero, el Presidente de la Legislatura Don Diego de Miranda, comunicó al Gobernador de la Provincia la sanción decretada, en los términos siguientes:

“Paraná, Febrero 6 de 1832.

“Tomada en consideración por el H. Congreso, la nota dirigida a S.E. el P.E. por el Sr. Cura Vicario de la Villa de Mandisoví de fecha 17 del pasado, que S.E. elevó a conocimiento de la H. Legislatura, con su nota del 31 del mismo mes, ha tenido a bien repetir el Decreto que al efecto le acompaño, para que con

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arreglo a él, S.E. disponga en cuanto a la fundación de la Villa de la Concordia, lo que juzgue conveniente”.

“Con tal motivo, el que firma saluda a S.E. el P.E. con las consideraciones que se merece. – Diego de Miranda, Presidente – Ramón Pereyra, Secretario”.

Con la nueva sanción legislativa, y su comunicación al gobernante que se había hecho cargo de la Provincia en sustitución del Coronel Espino, ter- minaron los procedimientos legales de carácter preliminar, para la erección de la nueva Villa.

Quedaba sin embargo, por hacerse la etapa final de la obra, o sea el acto material de la fundación, con carácter oficial y público, mediante las formalidades previstas por la ley para su mayor solemnidad.

A la realización de este trabajo, se oponía en esos momentos la situación anormal porque atravezaba la Provincia, pues el interinato gubernativo que desempeñaba el señor Ortiz, debía terminar en breve, con la designación de un mandatario titular, que respondiera a las necesidades políticas del país, y desde luego, que fuera de la confianza de los gobernantes de Santa Fe y Buenos Aires. Este extremo era a su vez consecuencia lógica de las dificultades que se ofrecían para la organización nacional, problema no resuelto aún, agravado con la actitud de los enemigos del Pacto Federal del 4 de Enero, que continuaban en sus actividades, mal grado la pérdida que para el unitarismo implicó la prisión del General José María Paz, acaecida el 10 de Mayo de 1831.

Por fin, la Legislatura eligió el 22 de Febrero para el cargo de Gobernador al Coronel Pascual Echagüe, Jefe en esos momentos de las fuerzas auxiliares enviadas por Estanislao Lopez para consumar la revo- lución contra Espino. Echagüe se había destacado en el puesto de Comandante de la vanguardia de las tropas que se lanzaron en persecución del gobernante dimitente, en Diciembre del año anterior, logrando mediante sus actividades que Espino después de atravesar el centro de la Provincia, seguido de un reducido número de parciales, se refugiara en la Repú- blica Oriental.

Al nuevo gobernante de Entre Ríos, correspondió darle cumplimiento a la ley ereccional de la Villa de Concordia.

CAPITULO XVI

ANTECEDENTES SOBRE LA FUNDACION DE CONCORDIA – INICIATIVAS DE 1824 – PROYECTO DE LOS CORONELES CARRIEGO Y ESPINO – PROBABLE DECISION DEL GOBERNADOR SOLA – CAUSAS QUE OBSTARON A SU EJECUCION – LOS FUNDADORES DE CONCORDIA

El texto de la resolución dictada en 21 de Noviembre por la Asamblea Extraordinaria, especifica concretamente que el lugar del Salto, que se indica para la ubicación de la Villa a fundarse, había sido ya determinado por un anterior Decreto gubernativo, para el establecimiento de un núcleo urbano análogo al que se proyectaba.

En el Registro Oficial de la Provincia, no figura publicado el precioso antecedente recordado por la Asamblea Extraordinaria y la búsqueda que el autor ha realizado en el Archivo General, ha sido infructuosa. Esto no obstante, es indudable que ha habido un pronunciamiento en tal sentido, como lo evidencia la resolución del 21 de Noviembre, dictada por personas perfectamente informadas al respecto.

Los antecedentes que obran en el Archivo General constatan que el propósito de fundar un pueblo sobre un lugar apto para las operaciones portuarias en el Río Uruguay, se venía estudiando y estaba resuelto desde algún tiempo atrás. Más aún, puede afirmarse que el proyecto tomó formas bien definidas el año 1824.

La ubicación mediterranea de Mandisoví, y la necesidad urgente de establecer un puerto terminal de la navegación del Uruguay, al Sur del Salto, que permitiera el contralor del tráfico y evitara el contrabando, a cuyos motivos se sumaban otros de orden estratégicos y administrativos, fueron objeto de meditaciones y estudios de parte de las autoridades, empeñadas en solventar esas deficiencias. Como resultado de tales

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reflexiones, y del conocimiento completo de los elementos que debían ser puestos en juego, es fuera de dudas que se llegó entonces, a la conclusión de que era indispensable la erección de un pueblo que reuniera las condiciones antedichas.

Como lo hemos expuesto precedentemente, en la segunda mitad del año 1824, ejercía el comando militar de Mandisoví, el Coronel Pedro Espino, más tarde Gobernador de la Provincia. Contemporáneamente actuaban el Cura Párroco, P. Mariano José del Castillo, sustituto de Fray Acevedo, el Comandante del Departamento Principal, coronel Evaristo Carriego, y el Gobernador Don Juan León Sola, elegido para reemplazar al General Mansilla el 11 de Febrero de dicho año.

La documentación existente en el Archivo General permite establecer que fue en ese año de 1824, que surgió por vez primera la idea de fundar un pueblo en el lugar denominado El Salto, que sustituyera a Mandisoví en sus funciones de Capital del Departamento Subalterno del mismo nombre.

Esa misma documentación comprueba que el autor del primer proyecto fue el Coronel Carriego, así como que este jefe ha debido concebirlo como conse- cuencia de sus observaciones personales, y a influencia de la opinión de los vecinos y funcionarios de Mandisoví.

Probablemente, al hacerse cargo de la Comandancia militar, y con motivo de los sucesos acaecidos en Mandisoví a consecuencia de la actuación de los hermanos Acevedo, el Coronel Carriego recibió informes de algunos vecinos y personas autorizadas, entre las cuales el P. Castillo, con respecto a las precarias condiciones del pueblo, derivadas de su mala ubicación.

El escaso desarrollo adquirido por la Villa, la falta de industrias locales, y la carencia de elementos propios para el progreso general, debieron convencer al vecindario, de que cualquier obra y sacrificios tendientes a proporcionar fuentes de vida a la población, serían inútiles. En tal situación, lo único factible de llevar a cabo, era la traslación del pueblo, empresa de fácil logro, dado que los intereses arraigados eran ínfimos, a consecuencia de lo reducido de la población existente.

Influenciado por este orden de circunstancias, es indudable que el Coronel Carriego se determinó a iniciar las gestiones pertinentes ante el Gobierno de la Provincia y a tal efecto, en Junio de 1824, escribió al Gobernador Sola desde Concepción del Uruguay, con el exclusivo propósito de presentarle a su con- sideración el proyecto de fundar un pueblo en reemplazo de Mandisoví. En su carta, el Coronel Carriego expone los fundamentos de su proyecto, y determina que la Villa a erigirse, debía ocupar un lugar cercano a la barra del Yuquerí con el Uruguay.

Es este el primer documento escrito, que hemos podido encontrar, en que se hace referencia concreta sobre la fundación de Concordia. Pero, aparte de su importancia histórica por tal concepto, es así mismo interesante por las razones que se invocan en favor del proyecto.

La carta dice así:

Uruguay, Junio 1º de 1824.

Señor Don Leon Sola.

Amigo Querido:

Tengo un proyecto que quiero manifestar a Vd. para ver si se conforma con él.

El pueblo de Mandisoví está tan mal situado, que jamás adelantará, ni en población ni en riquezas.

La falta de puerto es uno de los principales motivos de su atraso, y crea Vd. que mientras permanezca allí, no tendrá más honores que los de Estancia. De aquí resulta el gran proyecto de trasladar este pueblo a la barra del Yuquerí que dista como ocho leguas y medias al Sud, que es uno de los mejores embarcaderos, tiene madera en abundancia, que harán una parte de su comercio; hay paja de sobra para techos, el terreno es bueno para la labranza, y la altura dará vista deliciosa al nuevo Pueblo.

Desde allí serán fáciles las exportaciones de sus artículos comerciales, y el Estado tendrá mayor incremento por la actividad de aquel comercio.

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A mí me ha parecido ser esto muy conveniente, ya que los vecinos lo desean, según me ha informado el Alcalde de aquel Departamento. Si a Vd. le parece convenir, yo mismo iría a hacer la junta del vecindario y a detallar la traza del pueblo, con un sujeto inteligente.

No se ría Vd. de esto creyendo que son proyectos aereos, por que él está apoyado en mejoras físicas, como son el comercio de maderas muy buenas, como lapachos y otros, para los fuertes, las Astas que se están perdiendo igualmente de valde, y la inmediación del pueblo del Salto agitará más la industria, haciendo que en breves días se aumente la población con el estímulo de las mejoras.

Espero su resolución, para poner manos a la obra.

Deseo a Vd. la mayor salud, y que mande a su apasionado amigo Q.B.S.M. – Evaristo Carriego”

En la misma fecha, Carriego se dirigió al Gobernador Sola haciéndole saber que había recibido la comunicación del nombramiento del Teniente Coronel Pedro Espino para el cargo de Comandante del Dep. de Mandisoví.

Pocos días después de estas comunicaciones, en 18 de Junio, el Coronel Carriego se puso en marcha hacia Mandisoví con el objeto de estudiar de cerca el ambiente de la población, dividida a consecuencia de los disturbios producidos por las anteriores autoridades.

El Coronel Carriego llegó a su destino el 22 del mismo mes, y tomó de inmediato las medidas conducentes a remediar la situación. Poco después, en fecha 3 de Julio, estando ya en el Uruguay, escribía al Gobernador manifestándole que el Coronel Espino gozaba de buen concepto en la población, y que por fin se había terminado el tropel de chismes y picardías en que estaba sumergido “aquel desgraciado pueblo de morondanga”.

Antes de salir en viaje de regreso, a la sede de la Comandancia, Carriego escribió desde Mandisoví al Gobernador Sola, una nueva e interesante carta insistiendo en sus gestiones para la traslación del pueblo a otro lugar mejor situado.

La carta en cuestión está concebida en los términos siguientes:

“Mandisoví Junio 24 de 1824.

Señor Don Leon Sola – Amigo Querido:

Voy a contestar de un golpe a sus dos favorecidas del 12 y 15 del corriente, por que ellas no tienen asuntos nuevos, sino que son unas nuevas contes- taciones como acostumbra Vd. a hacer.

Dejemos al Padre Acevedo y demás Acevedos a un lado. Vamos al pueblo nuevo que es lo que me desvela:

He hablado con los vecinos, y todos están contentos con el proyecto. Pasado mañana voy a ver el parage mejor en la barra del Yuquerí, y de lo que resulte le daré oportuno aviso. Estoy tan contento con esto solo, como si me dieran cien mil pesos.

No hay otro más empeñado que Espino: creo que ha de poner sus cinco sentidos en la formación del nuevo Pueblo. Mande Vd. el nombre y plan, y manos a la obra que a nadie le hace más cuenta que al Gobierno.

No escribo más largo por que tengo frío; me reservo hacerlo para cuando esté en el Uruguay. A Dios amigo, hasta que tenga la dicha de verlo. – Evaristo Carriego”.

Breve pero plena de datos valiosísimos esta carta que com- plementa la de fecha 1º de Junio antes transcripta. De sus términos se deducen interesantes conclusiones que deben ser tenidas en cuenta para la fiel reconstrucción del suceso que nos ocupa.

Resulta de ella:

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1º - Que la visita de Carriego a Mandisoví sirvió para que ra- tificara su proyecto de fundación de un nuevo pueblo en las proximidades de la desembocadura del Yuquerí en el Uruguay.

2º - Que el vecindario estaba conforme con el traslado a una nueva ubicación, que presentara mayores ventajas para el porvenir.

3º - Que el Gobernador Sola estaba de acuerdo con el proyecto esbozado por Carriego el 1º de Junio.

4º - Que el nuevo Comandante militar de Mandisoví y su De- partamento, Teniente Coronel Pedro Espino, era la persona más empeñada en la fundación que se proyectaba.

5º - Que aún no se había elegido el nombre ni trazado el plan de la nueva población.

Estos antecedentes sumi- nistrados por la carta del Coronel Carriego, aparecen ratificados en otra dirigida al Gobernador Sola por el Coronel Espino, y escrita también desde Mandisoví en la misma fecha que la de Carriego, vale decir, el 24 de Junio de 1824. La carta dice así:

“Mandisoví Junio 24 de 1824.

Después de una marcha larga, llegué a este pueblo, de cuyo mando ya estoy posesionado, y tengo el honor de avisarle a V.S. para que ordene lo que sea de su superior agrado.

Aun cuando a la distancia apa- recían las noticias de mucho bulto, se han disminuido en extremo, al paso que me acercaba a este punto, de suer- te que hoy apenas se conoce que haya habido algo.

Todo el vecindario está contento, como lo dirá a V.S. el Comandante General que llegó antes de ayer a este punto. A dicho Señor he dado los conocimientos necesarios sobre el Piquete y gente que hay, y creo que él lo dará a V.S. oportunamente.

Hoy ha sido citado el vecindario a quien dicho Comandante general habló sobre el proyecto de mudar el pueblo, y todos fueron gustosos; y yo tengo el placer de avisarlo a V.S. para su satisfacción y gobierno. Salúdalo con todo respeto. Pedro Espino – Señor Gobernador Don León Sola”.

Resulta pues indudable el empeño con que los coroneles Carriego y Espino proyectaban la fundación de la nueva Villa, para cuyo mejor éxito habían convocado al vecindario y recibido de éste, su unánime con- formidad.

Resulta así mismo que el Go- bernador Sola apoyaba la iniciativa y seguramente en sus cartas a Carriego y Espino, ha debido incitarlos a la obra. Más aún: puede afirmarse que el Gobierno debió dictar entonces alguna providencia concreta en el sen- tido de la realización del plan de Carriego.

Testimonio de esta suposición nos lo da en forma irrecusable, el texto del Decreto de la Asamblea Extraordinaria, de 1831, en la frase que dice:;

“Y siendo El Salto el lugar más apropiado y aún ya decretado en otro tiempo por el gobierno de la Provincia en el sitio llamado San Antonio, etc.”

Las palabras “decretado en otro tiempo”, tienen necesariamente que referirse al período de 1824, pues en ningún otro momento se hicieron tentativas para la fundación del nuevo pueblo y traslado del de Mandisoví, hasta la resolución del 21 de Noviembre de 1831.

Cuando los trabajos iniciados en 1824 se encontraban en un avanzado estado, que hacía presagiar su realización en el terreno, un golpe del destino varió el rumbo de los acontecimientos, y modificó la situación de los hombres, o mejor dicho, del hombre que en su carácter de progenitor del proyecto, era el más convencido de su bondad, y el más entusiasta por llevarlo a cabo.

En efecto, las necesidades de la política, hicieron que el Coronel Carriego dejara la Comandancia general del Uruguay, para ocupar una nueva situación, y su reemplazante, absorvido por otras atenciones de más urgencia, dejó de lado el asunto relativo a la fundación de la Villa, para mejor oportunidad.

Por iniciativa del Gobernador de Buenos Aires, General Martín Rodriguez, se reunió en Febrero de 1824 en la ciudad de Buenos Aires, un Congreso General en el que estuvieron representadas todas las Provincias. Entre Ríos, designó como Diputados al General Mansilla y a D. José Miguel Sagastume, pero

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habiendo este último declinado el cargo, se nombró en reemplazo al Coronel Carriego, que a su vez fue sustituído en la Comandancia del Uruguay, por el General Ricardo Lopez Jordan.

El retiro del Coronel Carriego alejó de la Provincia al autor y más fervoroso propulsor de la fundación del nuevo pueblo. A esta contingencia, debe agre- garse que en esos momentos, las autoridades se vieron comprometidas por las agitaciones políticas, que se tornaron sumamente graves en el litoral uru- guayo. La ocupación brasileña de la Banda Oriental, originaba un estado permanente de convulsiones y complots subversivos, que generalmente se incu- baban y organizaban en la ribera entrerriana, al amparo de la complacencia de las autoridades. Por su parte, la Corte de Río de Janeiro y los Jefes del Ejército de ocupación, mantenían una estrecha vigilancia y presentaban continuos reclamos, que necesariamente debían ser objeto de preocupación por parte del gobierno de la Provincia.

Este problema y los de orden interno, reclamaron toda la atención política y militar del Gobernador Sola, y ello explica que se prorrogara para mejores tiempos, la fundación de la Villa.

El año 1825 trajo un mayor lote de complicaciones, derivadas sobre todo de la guerra que se produjo con el Brasil. En estas difíciles circunstancias terminó el período administrativo del Gobernador Sola, sucediéndole otros hombres a quienes no se presentó la ocasión de avocarse al problema de Mandisoví, hasta que se llega a mediados de 1831, en que promovido al Gobierno el Coronel Espino, se reune la Asamblea Extraordinaria, en cuyo seno fue lanzada la iniciativa que debía dar el resultado apetecido.

El Decreto de Noviembre de 1831 debió ser obra muy principal de Espino. No es posible reputar como una mera coincidencia, la circunstancia de que estuviera a cargo del gobierno, el mismo funcionario que en 1824 había trabajado activamente por el traslado de Mandisoví, al puerto de El Salto. En rigurosa lógica, es forzoso atribuir al Coronel Espino parte de la paternidad del proyecto, ya que ninguno era más indicado que él en esos momentos, para llevar a cabo la empresa que venía siendo objeto de la preocupación constante de los hombres de la costa del Uruguay, desde los primeros tiempos de la organización constitucional de la Provincia, como única solución a los problemas vinculados con el progreso de la región Nord Este del territorio.

CAPITULO XXII

LOS FUNDADORES DE CONCORDIA – DIFICULTADES PARA RESOLVER ESTA CUESTION – EL TEXTO DE LAS LEYES DE 29 DE NOVIEMBRE Y DE 6 DE FEBRERO – LAS CONSECUENCIAS QUE SURGEN DE LOS ANTECEDENTES ESTUDIADOS – NOMINA DE LOS FUNDADORES EN ORDEN A SU ACTUACION.

A esta altura en que nos encontramos, en esta revisión de los acontecimientos relativos a la fun- dación de la Villa de Concordia, es oportuno considerar una interesante cuestión, que fluye como consecuencia conexa a esta clase de rememoraciones históricas.

¿Quién es, o quiénes son los fundadores de Concordia?

Al entrar a compulsar los documentos que deben servir para la dilucidación de este interesante antecedente, tenemos forzosamente que echar mano de las leyes de fundación, ya que sus disposiciones contienen una especial y por ello muy importante referencia sobre el punto que nos interesa.

Los Decretos-Leyes dictados por la Legislatura en 29 de Noviembre de 1831 y 6 de Febrero de 1832, establecen en su artículo 3, en fine, que a las plazas y calles de la Villa deberá ponérseles “el nombre de sus fundadores, o sus apellidos”.

Y bien, es el caso preguntarnos: ¿quiénes son los fundadores expresamente aludidos por las leyes antes citadas?

¿Deben ser considerados como tales, los miem- bros de la Asamblea General, que sancionaron el voto del 21 de Noviembre, originario de las leyes que man- daban efectuar la fundación?

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Aun cuando es indudable la participación que los Representantes de la referencia asumieron en el acto, difícil es que la Legislatura haya querido aludir a ellos exclusivamente, dado que su actuación había sido en cierto modo accidental y harto fugaz sobre el acontecimiento. Además, los mismos miembros de la Asamblea Extraordinaria, reconocieron en su reso- lución del 21 de Noviembre, que la fundación de la nueva Villa, era función que competía exclusivamente a la Legislatura, causa por la cual, la Asamblea se limitó a sancionar la petición, dejando así que el Con- greso dictara la ley pertinente.

Eliminados los miembros de la Asamblea, ¿de- berán considerarse como fundadores a los Diputados de la Legislatura que sancionó la Ley-Decreto del 29 de noviembre? No es posible aceptar esta conclusión, porque de serlo, la ley lo hubiera establecido en términos más concretos. Por otra parte, no es pre- sumible en buena lógica, que los miembros del Congreso se atribuyeran para sí, un acto que ori- ginariamente no les pertenecía, ya que al dictar la Ley daban favorable respuesta a una petición de la Asamblea Extraordinaria. Pero, sobre todo otro argu- mento, no es posible aceptar que los propios Diputados resolvieran tributarse a sí mismos el honor que importa la disposición que consideramos.

Si no son los fundadores de Concordia a que se refieren las leyes, los Diputados componentes de la Legislatura, ¿acaso habrán querido éstos referirse a los miembros del Poder Ejecutivo que debía dar cumplimiento a la fundación?

Si se tiene presente que en la fecha del 29 de Noviembre el Coronel Espino había delegado el mando de la Provincia, y el 6 de Febrero el P. E. permanecía aún siendo ejercido por un gobernante interino, por no haber sido designado el reemplazante del Coronel Espino, debemos presumir que las leyes aludidas no podían referirse a las personas que ejercían el mando en esas circunstancias anormales. A ello debe agregarse la consideración, de que el hecho material de la delineación del pueblo y de suscribir las actas de instalación de las autoridades locales, no han podido ser estimados por el Congreso como actos originarios de fundación, a los efectos de consagrar la memoria de las personas que por su iniciativa merecían la gratitud pública. Por consiguiente, la respuesta negativa, surge también en el caso propuesto.

Eliminados como quedan, los miembros de los Poderes del Estado que actuaban en los momentos en que se dictaron las leyes, cabe preguntarse, una vez más, a quiénes podrán referirse las disposiciones del art. 3º antes citado. En términos satisfactorios puede resolverse la cuestión propuesta, si atendemos al texto íntegro de los fundamentos expuestos por la Legislatura.

En sus considerandos, la ley establece que el lugar de El Salto, en el sitio llamado San Antonio, fué elegido en otro tiempo por el Gobierno de la Provincia para la fundación de la nueva Villa. En nuestra opinión, las palabras precedentes, proporcionan la clave interpretativa de la última parte del artículo 3º.

En efecto, si según la ley, en otro tiempo se había “decretado” por el Gobierno de la Provincia, la fundación de un pueblo en el sitio denominado San Antonio en el lugar del Salto, es fuera de dudas, que quienes iniciaron el proyecto y suscribieron el Decreto de la referencia, tienen que ser los fundadores aludidos por la Legislatura al dictar las leyes de 1831 y 1832, y que a ellos se ha querido rendir el homenaje de denominar con sus nombres o apellidos, las calles y sitios públicos de la nueva Villa.

Nótese que el artículo 3º dice textualmente: “los nombres de sus fundadores o sus apellidos”, y este plural que usa la ley, nos indica claramente, que la Legislatura no ha querido referirse solamente al Gobernador que suscribió la resolución o Decreto disponiendo la fundación del pueblo, sino comprender también en el homenaje a todas las personas, que tomaron participación en el hecho.

Por consiguiente, en presencia de los ante- cedentes que se dejan estudiados, considero que no es aventurado afirmar, que las leyes de 29 de No- viembre y 6 de Febrero, se han referido en su artículo 3º, a los hombres que promovieron la fundación y la decretaron en el año 1824.

En Capítulos anteriores, hemos dado a conocer las iniciativas y trabajos realizados en 1824, por un núcleo de funcionarios, para llevar a cabo la traslación del pueblo de Mandisoví, a un lugar próximo a la barra del Yuquerí, así como también las contingencias que impidieron la ejecución del proyecto, no obstante las múltiples y poderosas razones que lo inspiraban.

Esos trabajos, en los que tuvo activa participación el Coronel Evaristo Carriego, que continuaba siendo uno de los más conspicuos personajes de la época, no podían ser ignorados por los Diputados de la Legislatura que sancionó las leyes que ordenaban el homenaje que nos ocupa.

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Por tanto, en primer término, deben ser considerados como fundadores de Concordia, el Coronel Evaristo Carriego, el Coronel Pedro Espino, el P. Mariano J. del Castillo, y el Gobernador don Juan León Sola.

Así mismo deben ser considerados en justicia como fundadores, por la participación que tuvieron en la sanción de las leyes de 1831 y 1832, los Representantes que componían la Asamblea Extraordinaria y los Diputados a la Legislatura.

Igualmente, debemos por análogo orden de razones considerar como fundadores de Concordia, a quienes llevaron a cabo el cumplimiento de las leyes de fundación a saber: el Gobernador Dr. Pascual Echagüe y los entonces Coroneles Justo J. de Urquiza y Antonio Navarro.

Es lógico que las leyes de 1831 y 1832 no se hayan podido referir a estos últimos, en la cláusula rememoratoria contenida en el artículo 3º, pero la posteridad no puede omitir la inclusión de los funcionarios que intervinieron con patriotismo e inteligencia, en la ejecución de la trascendente obra, destinada a satisfacer los anhelos de progreso material y de conciliación política, predominantes en el pueblo de Entre Ríos.

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CRONOLOGÍA En la edición del 15 de febrero de 1970, La Calle publicó una cronología de hechos

relacionados con la historia de Concordia que se habían ido registrando en sus páginas hasta ese momento. La idea era relacionar al lector con el acontecer paralelo en el país y en el resto del mundo.

Aquí repetimos aquel trabajo y lo enriquecemos con lo nuevo que damos a conocer en este libro. En él se transcriben hechos históricos, algunos, o meramente ilustrativos, otros. Juntos conforman parte de una síntesis que ayudará, también, al que alguna vez quiera escribir la historia de nuestra ciudad. Pero, sobre todo, se mantiene la intención que animó el primer trabajo, que no era otra que brindar una visión global del desarrollo de Concordia y los acontecimientos que fueron hitos en la historia de la humanidad.

AÑO EN CONCORDIA EN EL PAÍS EN EL MUNDO 1860 Se crea el primer Hospital de Caridad Motor de explosión 1852 Se inaugura en Buenos Aires la

estatua al general San Martín

1864 Llega Juan Jáuregui, introductor de la vid

1865 Mitre instala su campamento Introducción de la imprenta Primer periódico: El Republicano

1867 Creación de la Logia Masónica “Rectitud”

Combate de la Cuesta de Chilecito

Invención de la dinamita Máquina de escribir

1869 Población: 5.498 habitantes Nace Damián P. Garat

El Ejército de la Triple Alianza ocupa Asunción del Paraguay

Inauguración del canal de Suez

1870 Llega Olegario V. Andrade Asesinato de los hijos de Urquiza

Mitre funda La Nación. Muerte de Solano López Tropas jordanistas se apoderan de C. Del Uruguay

1871 Andrade funda La Libertad Muere José Mármol Fiebre amarilla en Buenos Aires

1872 Se funda el Casino Progreso Se crea la Biblioteca Popular

Se inaugura el Hospital Italiano en Buenos Aires

Motor de dos tiempos

1873 Primera Municipalidad Escuela Normal de C. Del Uruguay

1874 Fundación Liceo Recreativo Enlace ferroviario con Federación

1875 Llega Avellaneda Se funda la Sociedad Musical “La Marina”

1876 Creación de la Sociedad Unión Perito Moreno llega al Nahuel Huapí

Invención del teléfono

1877 Fundación Sociedad Italiana “La Concordia”

Muere Adolfo Alsina Invención del fonógrafo

1878 Primer encuentro de polo en el país Creación Sociedad Francesa de Socorros Mutuos

Escuadra argentina se posesiona del territorio de Santa Cruz

Alumbrado eléctrico

1879 Fundación Asoc. Española de Socorros Mutuos Creación de la Sociedad de

Locomotora eléctrica

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Beneficencia 1880 Termina construcción del Saladero

Grande Asesinato de Aquileo Gonzáles Hospital de Caridad en Pellegrini y Carriego

Buenos Aires, capital de la República

1882 Piedra fundamental del Hospital Heras Creación del Casino Comercial

Fundación de la ciudad de La Plata

Se inicia la construcción del canal de Panamá

1884 Primera fábrica de lenguas conservadas Namuncurá se somete Pluma estilográfica 1885 Se instala primer teléfono en el Casino

Comercial Vacuna antirrábica

1887 Epidemia de viruela Instalación del Registro Civil Población: 9.500 habitantes

1888 Muere Juan Jáuregui Fundación de la “Roma Intangible” Se termina el palacio “San Carlos”

Muere Sarmiento Película fotográfica

1889 Concordia obtiene dos medallas de oro por la calidad de sus vinos en la Exposición de París

Se inaugura puerto de Buenos Aires Apertura de la Avda. de Mayo

1891 Se funda la Sociedad Educacionista Popular

Se funda el Banco de la Nación

1892 Primera capilla en la Tablada Oeste 1894 Sociedad Oriental de Socorros Mutuos 1895 Primer fonógrafo en el Casino

Comercial Población: 12.684 habitantes

Muere Ignacio Pirovano Cinematógrafo Telegrafía sin hilos Rayos X

1898 Colegio San José de las Hnas. Adoratrices Tiro Federal de Concordia Sociedad Rural de Concordia

Esposos Curie descubren el radio

1900 Se inaugura el Cementerio Nuevo Se incendia antigua Municipalidad Alumbrado eléctrico

Primer convenio colectivo de trabajo

Dirigible Nace Antoine de Saint-Exupery

1901 Aparece El Litoral Servicio militar obligatorio Soldadura autógena 1902 Fundación Escuela Mitre

Enlace ferroviario con Villaguay Radiofonía

1903 Creación del Banco Popular Creación de la Escuela de Comercio

Muere Fray Mocho Muere Vicente Fidel López

Primer vuelo de los hermanos Wright

1904 Club Atlético Libertad Se inaugura el puerto

Palacios, primer diputado socialista Se erige el Cristo Redentor

Nace Salvador Dalí Nace Pablo Neruda

1905 Centro Español Sociedad Rural inaugura edificio propio

Reprimida revolución de Yrigoyen

Nace el Rotary Club

1906 Revoque exterior en los edificios Demolición de la columna central de la plaza Fundación del Club Regatas Creación escuelas nacionales 53, 54, 55 y 57

Muere Bme. Mitre Muere Carlos Pellegrini Inauguración Palacio del Congreso

Erupción del Vesubio Terremoto de San Francisco Lavarropas eléctrico

1908 Unión por ferrocarril con Buenos Aires Creación escuelas Vélez Sarsfield y Almafuerte

Inauguración Teatro Colón Ford presenta el modelo T Fundación de boy scouts

1910 Inauguración estatua de San Martín Llega a Buenos Aires la Infanta

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Creación Escuela Normal Nace el Club Progreso Nace el Sarmiento Football Club

Isabel de Borbón Presidencia de Roque Sáenz Peña

1911 Escuelas provinciales Nos. 9 “Gutiérrez” y 10 “Benito Garat”

Primer vuelo llevando correo entre Buenos Aires y Rosario

1912 Inauguración Mercado Central L. Jaureguiberry, diputado provincial

Ley Sáenz Peña Muere Evaristo Carriego Llega el subterráneo

Naufragio del Titanic Se construye el primer receptor de radio

1914 Se crea la Caja Popular de Concordia Caja Nacional de Ahorro Postal Inauguración Canal de Panamá Primer Guerra Mundial

1915 Ramal ferroviario a C. Del Uruguay Seccional de la Asociación Ferroviaria Fundación de El Heraldo

Se inaugura la terminal de Retiro

Primer avión metálico Primera comunicación telefónica transcontinental

1916 Fundación de la Unión Germánica Fundación de la Soc.Coop. Luz y Fuerza

Yrigoyen Presidente Vuelo en globo sobre los Andes

Erupción del Strómboli Muere Jack London

1917 Se funda el Club Social Concordia Revolución rusa 1918 Asistencia Pública

Ramal ferroviario al Paraguay Se funda el Centro de Cultura Femenina

Primer cruce de los andes en avión Reforma universitaria

Fin de la Primera Guerra Mundial

1919 Gardel-Razzano en Concordia Creación Escuela Basavilbaso Población (aprox.): 28.000 habitantes

Semana Trágica Mace el fascismo en Italia

1920 Centro de Comercio, Industria y Trabajo Habilitación Iglesia San Antonio

Muere Osvaldo Magnasco Monumento a Urquiza en Paraná

Se reúne la Sociedad de las Naciones

1921 Muere Damián P. Garat Se funda el Club Vasco

El caso Sacco-Vanzetti Detector de mentiras

1922 Sucursal Banco Hipotecario Escuela “Diógenes de Urquiza” Líneas provisión agua corriente y colectora cloacal

Represión en la Patagonia Creación de Y:P:F. Alvear Presidente

Apertura del sepulcro de Tutankamón

1923 Alvear inaugura puente Cooperativa Saladeril Concordia

Asesinato del represor de la Patagonia

Match Firpo-Dempsey

1924 Concordia Tennis Club Concesión servicio eléctrico Parroquia Sagrado Corazón

Leguizamo gana el Gran Premio Carlos Pellegrini

Muerte de Lenin Gandhi ayuna 21 días

1925 Centro Empleados de Comercio Nace El Diario

El príncipe de Gales en Bs. Aires Muere José Ingenieros

El proceso de Franz Kafka

1926 Se funda el Club de Polo Creación Capellanía de Pompeya

El “Plus Ultra” en Bs. Aires Debuta Libertad Lamarque

Nace Marilyn Monroe Muere Rodolfo Valentino

1927 Pavimentación de 164 cuadras Muere Ricardo Güiraldes Vuelo de Lindbergh a París

1928 Club Social San Martín Tranvía eléctrico Curso de Contadores Rotary Club Concordia

2da. Presidencia de Yrigoyen Se nacionaliza el petróleo Muere Juan B. Justo

Fleming descubre la penicilina

1929 La Municipalidad adquiere San Carlos Creación Escuela Industrial

Jornada laboral de 8 horas Tres radios funcionan en Bs. Aires

El Graf Zeppelín vuela alrededor del mundo

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1930 Creación del Instituto Banfield Yrigoyen es derrocado Primer Mundial de Fútbol

1931 Inauguración edificio propio de la Biblioteca Popular

Agustín P. Justo Presidente Afeitadora eléctrica Cristo Redentor en Brasil

1932 Colegio Secundario Ntra. Sra. de los Ángeles

Yrigoyen es detenido

1933 Inauguración Balneario Municipal Instalación de la Alianza Francesa

Muere H. Yrigoyen

1935 Asilo de Ancianos “Juana S. De Isthilart”

Muere Gardel Mussolini invade Etiopía

1936 Asociación Automovilística Sucursal del Banco de Entre Ríos 1ra. Comisión Pro Turismo 100 Millas de Concordia

Saavedra Lamas, Premio Nobel de la Paz Se crea la C.G.T.

Guerra civil española El Escarabajo de Volswagen

1940 Caja Municipal de Préstamos Comisión Central de Turismo Inauguración del Palacio Municipal

Coimas en el Senado Fangio gana el Gran Premio de Automovilismo, con llegada en Perú

Rescate en Dunkerque Muere León Tolstoi Alemanes entran en París

1941 Comisión Municipal de Cultura Avenida Gral. Paz Ataque a Pearl Harbor 1942 Barrio de las Casas Baratas Castillo reemplaza a Ortiz Batalla de Midway 1948 Museo Municipal de Bellas Artes 1956 Avión ambulancia Fusilamiento del general Valle Elvis Prestley 1957 Monolito al Éxodo Uruguayo División del radicalismo El Sputnik II con

Laika 1958 Plazoleta “Los fundadores” Frondizi Presidente Moda del hula-hoop 1961 Escudo de Concordia

Escuela Prov. De Enseñanza Diferenciada

“Che” Guevara visita a Frondizi

Muro de Berlín Alianza para el Progreso

1962 Inauguración pista “El Espinillar” Inauguración Terminal de Ómnibus

Frondizi derrocado Concilio Vaticano II

1964 Banda Infantil Municipal de Música Escuela Prov. Nº 14 “Cnel. Navarro”

Independiente, campeón de América

Clay derrota a Liston

1968 Instituto Ramiriano 1969 Construcción del Mirador de San Carlos El Cordobazo El hombre llega a la

luna 1970 José Arévalo presenta su libro

Montonera Asesinato de Aramburo Allende, presidente de

Chile 1977 Iniciación obras del Complejo

Deportivo Proceso de Reorganización Nacional

Bomba de neutrones

1979 Delegación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos