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ANTROPOLOGÍA CULTURAL Y MUNDO URBANO: APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA FAMILIA URBANA EN ESPAÑA (*)
Elías ZAMORA ACOSTA
Departamento de Antropología Social, Sociología y Trabajo Social
Universidad de Sevilla
(*) Conferencia pronunciada en el II Curso Internacional de Cultura Española (Caspe, Zaragoza, 1985)
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Cuando alguien que da sus primeros pasos por el sendero
de la antropología cultural, asiste a un curso o a un ciclo
de conferencias sobre esta disciplina y sobre estudios
hechos a partir de la teoría y el método antropológico,
siempre espera oír hablar –y generalmente sucede así– de
pueblos primitivos, de campesinos de países no desarrolla-
dos, o de creencias y costumbres tradicionales y las más de
las veces curiosas. Si además ese curso o ciclo versa sobre
la cultura española, el oyente espera aprender algo sobre el
mundo tradicional, sobre las costumbres que han sobrevivido
al cambio ocurrido como consecuencia de la industrializa-
ción, sobre todo en el mundo rural: las familias, los matri-
monios, la vida de los campesinos y pastores, las fiestas y
romerías, el culto a los mil y un santos de nuestros pueblos
y aldeas, el rico repertorio del refranero popular y su sig-
nificación... Todo eso forma parte, efectivamente, de la
cultura española, lo estudian los antropólogos y, desde lue-
go, constituirá el núcleo de las exposiciones de quienes es-
tén encargados del desarrollo de las sesiones.
Pero sucede que la antropología cultural, al menos des-
de hace ya algunos años, no sólo se dedica a conocer el mun-
do de los primitivos, de los campesinos, de las costumbres y
tradiciones populares. Ha traspasado los límites de lo que
impropiamente llamamos "sociedades simples", para interesar-
se por formas de vida más complejas y características del
mundo actual. Y sucede asimismo que la cultura española no
es sólo la cultura de los grupos que viven más o menos de
acuerdo con las costumbres tradicionales; ni la mayoría de
la población española vive en el campo y según modelos cul-
turales típicos del campesinado. Hay otra España y otra cul-
tura española que si puede ser menos singular – ¿lo es la
España campesina?–, no por ello menos digna de recibir la
atención de los antropólogos, ni de ser conocida por quienes
desean aprender algo acerca de quiénes son y como viven las
gentes que habitan en este solar llamado España.
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No es otro el motivo que me ha llevado a elegir el tema
de mi participación en este Curso. Quiero presentar una fa-
ceta de la antropología cultural menos convencional y cono-
cida, hasta de vanguardia, para quienes se sientan atraídos
por esta apasionante forma de entender al hombre y su com-
portamiento. Y también pretendo mostrar algún ejemplo de la
aplicación práctica de esa nueva orientación antropológica,
a la vez que un modo mucho menos típico, y tópico, del vivir
de algunos españoles; aunque las condiciones estructurales
de la sociedad urbano-industrial pueda hacer de este modo de
vida algo tan tradicional como la más peculiar forma de en-
tender y practicar la religión en la mayoría de nuestros
pueblos y aldeas.
Antropología cultural y antropología urbana
Como nos adentramos en un campo bastante joven y no po-
co polémico, bueno será que comencemos con la delimitación
de algunos conceptos que harán posible una mejor comprensión
de las ideas que quiero exponer. Empezaré por decir qué es
lo que entiendo por antropología cultural, el campo de estu-
dio y los objetivos de esta ciencia del hombre. A partir de
ese planteamiento fundamental, trataré de explicar por qué
creo en la necesidad de desarrollar una antropología del
mundo urbano, sus posibilidades y los problemas con los que
se puede encontrar y que debe resolver.
Entiendo que la antropología cultural es una ciencia
comparativa y empírica, que se ocupa del estudio de la cul-
tura en el sentido amplio – pero a la vez preciso– que los
antropólogos dan a ese concepto. Entre los objetivos de la
antropología se encuentran el conocimiento de las caracte-
rísticas y naturaleza de la misma cultura, el estudio de las
diferencias y semejanzas que se pueden encontrar entre las
culturas particulares de cada pueblo (y sus causas), y el
análisis y explicación de la evolución y el cambio sociocul-
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tural. Para lograr estos objetivos la antropología considera
como campo propio de estudio todas las culturas presentes y
pasadas, sin excepción alguna, y para ello ha desarrollado
métodos de análisis rigurosos y científicos, y técnicas ade-
cuadas para cada caso específico con el que deba enfrentar-
se.
Así pues, la antropología cultural debe ocuparse del
estudio de las culturas en todo tiempo y lugar, sea el que
fuere su grado de complejidad, si quiere que sus teorías
sean, como es deseable, universalmente válidas. Sin embargo,
un ligero repaso a la historia de esta relativamente joven
disciplina muestra que no ha sido ese precisamente el camino
recorrido. En la más importante etapa del desarrollo de la
antropología, los investigadores se dedicaron más al estudio
de las sociedades coetáneas que a las históricas; más a las
sociedades "simples" que a las más "complejas". La antropo-
logía ha sido básicamente, como lo demuestra el prestigioso
y clásico libro de George P. Murdock, la ciencia de nues-
tros contemporáneos primitivos.
Poco a poco, especialmente a partir del final de los
años cincuenta y en la década de los sesenta, por razones
que no es el momento de discutir, la antropología se fue
preocupando también del estudio de la cultura de las socie-
dades campesinas. Sobre todo de los campesinos que vivían en
las regiones menos desarrolladas en las que seguía practi-
cando un tipo de agricultura tradicional, cuyas sociedades
podían seguir considerándose como "simples" y, en consecuen-
cia, objeto de estudio de los antropólogos culturales. Al
ampliar el campo de estudio, y por consiguiente las posibi-
lidades de comparación, la antropología se enriqueció; a pe-
sar de que para muchos investigadores el estudio de los cam-
pesinos parecía ser el de "otros primitivos", residuos de
formas de vida pasadas enquistadas en medio de un contexto
social y económico más complejo al que el antropólogo no se
acercaba.
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Paralelamente se fue afianzando el estudio de socieda-
des ya desaparecidas, y tomando de nuevo carta de naturaleza
el análisis diacrónico que tan mal parado había salido de
los intentos llevados a cabo por los primeros antropólogos
evolucionistas del siglo XIX. Con el estudio del campesinado
y la aproximación a las sociedades históricas y de los pro-
cesos evolutivos a que se vieron sometidas, la antropología
se fue acercando cada vez más al que debía ser su objetivo.
No ha sido un proceso fácil, porque frente a la nueva reali-
dad el investigador tenía que abandonar técnicas que se
habían considerado erróneamente propias y definitorias de la
misma disciplina, e ir creando y perfeccionando otras que
sirvieran más y mejor para conocer la nueva realidad con la
que se enfrentaba.
Tuvo que pasar todavía algún tiempo para que los antro-
pólogos se dieran cuenta de que aún quedaban grupos humanos
a los que no habían prestado atención, y sin cuyo conoci-
miento la ciencia de la cultura quedaba un tanto incompleta.
Para conocer todas las formas de comportamiento propiamente
humano era necesario añadir al estudio de los primitivos, de
las sociedades preindustriales presentes y pasadas, y de los
campesinos, la observación de las formas de vida en las
grandes concentraciones urbano-industriales. También en las
ciudades hay hombres y hay formas culturales que el antropó-
logo debe conocer. Si el comportamiento cultural del hombre
tiene algunos aspectos universales; si el funcionamiento de
la cultura responde a algún tipo de estímulo que sea común a
todos los casos estudiados hasta ahora, esas regularidades y
esas respuestas deben estar presentes también en la cultura
del hombre de la ciudad. Eso es necesario comprobarlo si
queremos que nuestras teorías sean valiosas.
Las causas de que los antropólogos no se hayan dedicado
de forma regular a este campo de investigación conocido como
antropología urbana hasta la década de los setenta, son muy
diversas, y muchas de ellas debidas sin duda a la juventud
de la propia disciplina. Pero, a mi entender, hay una que
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prima sobre las demás: el pudor. Los antropólogos han estado
preocupados durante demasiado tiempo por poner límites a su
propia disciplina; y los especialistas de otras ciencias ve-
cinas, o hermanas, preocupados por la aparente voracidad de
la antropología que parecía ir adentrándose poco a poco en
más y más campos del comportamiento humano, campos que aqué-
llos consideraban como de su exclusiva competencia y respon-
sabilidad. Una visión sin duda torpe de los afanes que deben
presidir todo tipo de investigación científica: la antropo-
logía, junto con otras ciencias, se dedica al estudio del
hombre y de su conducta, y no debe haber barreras que impi-
dan alcanzar el objetivo propuesto. Todos los avances deben
ser bien recibidos y todos los intentos de innovación impul-
sados para alcanzar la meta. Incluida la desaparición de las
artificiales y corporativas barreras interdisciplinarias,
que sólo sirven en la mayor parte de las ocasiones para po-
ner trabas al avance del conocimiento científico.
La antropología cultural, o mejor la antropología so-
cial, había sido considerada por algunos hasta hace no mucho
tiempo como una sociología de las sociedades "simples" o de
los pueblos primitivos y ágrafos. Ese debía ser su campo de
estudio y a él debían dedicarse los antropólogos si querían
mantener su ciencia sin contaminaciones. El estudio de las
sociedades "complejas", del mundo urbano-industrial, estaba
reservado a la sociología. Una ciencia ésta que había nacido
en su forma moderna a lo largo del siglo XIX para resolver
los problemas planteados por la llamada "cuestión social"
que no era otra cosa que la crisis sufrida por la sociedad
europea a resultas de la revolución industrial y la consi-
guiente ruptura que suponía el naciente movimiento obrero.
Desde esos tiempos la sociología ha desarrollado teorías,
métodos y técnicas que tratan de profundizar en el conoci-
miento de nuestra propia sociedad compleja. Los antropólogos
de las pasadas décadas ni querían que su ciencia se confun-
diera con la sociología, ni creían tener preparación para
entrar en ese mundo. Había cierto pudor y también algo de
temor a crear un conflicto con la ciencia hermana.
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La antropología del mundo urbano
Es una actitud que finalmente ha sido superada. La an-
tropología ha desarrollado un cuerpo teórico y metodológico
que le permite acercarse con muchas posibilidades de éxito
al estudio de la compleja sociedad urbano-industrial. Y no
sólo eso. La antropología tiene gran cantidad de problemas e
interrogantes que debe ir poco a poco resolviendo, y para
hacerlo quizás sea conveniente –y hasta necesario– abrir
campos de estudio que ofrezcan perspectivas nuevas. El estu-
dio del mundo urbano es no sólo una posibilidad para la an-
tropología, sino una necesidad si queremos que esta ciencia
del hombre desarrolle todas las posibilidades que potencial-
mente tiene.
Para que todo esto pueda ser realidad, es preciso que
los especialistas se dediquen, sin pudores ni demoras, a
llevar a cabo una antropología del mundo urbano que ha de
tener varios frentes y compromisos. En primer lugar, la an-
tropología urbana tiene que ser, obviamente, una antropolo-
gía en la ciudad, pero orientada hacia una antropología de
la ciudad, lo que implica un mayor esfuerzo científico y
creativo, pero de resultados muy positivos. También es de-
seable que la antropología urbana plantee y resuelva proble-
mas que afectan a la totalidad de la teoría y el método de
la antropología: de este modo puede colaborar al avance de
la disciplina. Debe ser, finalmente, antropología para la
ciudad, esto es, una investigación que colabore en la medida
de sus posibilidades a resolver los múltiples problemas que
caracterizan a la vida urbana en nuestros días.
La primera de las tareas señaladas ya está en marcha.
Desde hace algo más de quince años, diversos grupos de an-
tropólogos se dedican a estudiar aspectos del mundo urbano.
La existencia de publicaciones en diversos países, algunas
de ellas periódicas, demuestra que se ha tomado conciencia
de la necesidad de este tipo de investigaciones. Generalmen-
te son trabajos destinados a conocer ciertas instituciones
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típicamente urbanas tales como escuelas, grandes hospitales,
factorías y centros de trabajo, etc. También se dedican con
preferencia a estudiar los comportamientos de ciertos grupos
sociales que aparecen con cierta relevancia en la ciudad:
inmigrantes, minorías étnicas, marginados o gente de conduc-
ta desviada. Son también en algún modo normales las investi-
gaciones que ponen en relación el contexto urbano con cues-
tiones tales como la educación, la salud y otros. Menos
atención se ha prestado al estudio del comportamiento de
otros sectores urbanos menos llamativos, pero que componen
el mayor número de los habitantes de las ciudades y que, sin
duda, nos podrán decir mucho acerca de la cultura de las
grandes aglomeraciones urbanoindustriales.
En España también va, poco a poco, avanzando la inves-
tigación en este terreno. El trabajo desarrollado por el
profesor Claudio Esteva sobre la antropología industrial,
publicado originalmente en 1973 y posteriormente reeditado,
es sin duda un pionero en la investigación del fenómeno ur-
bano en España, que transciende los límites de la antropolo-
gía en la ciudad para avanzar hacia otras metas más genera-
les y ambiciosas. Carmelo Lisón ha dirigido investigaciones
destinadas a comprender el fenómeno educativo en el contexto
urbano. Alfredo Jiménez ha realizado junto con un grupo de
investigadores andaluces, un estudio sobre las formas de vi-
da de los vecinos de la ciudad de Sevilla y sus relaciones
con la enculturación formal de los jóvenes. Más recientemen-
te otros especialistas han iniciado investigaciones, en
otros contextos y sobre otros problemas, que hacen augurar
un halagüeño futuro para los estudios urbanos en España.
Estos primeros pasos en el estudio de la ciudad desde
la antropología deben ir orientados hacia la construcción de
una antropología de la ciudad. De manera que obtengamos una
visión global de la vida en la ciudad y del fenómeno urbano;
del mismo modo que ya están en avanzado nivel de desarrollo
otros campos de la antropología cultural, tales como la an-
tropología de los pueblos ágrafos o la antropología del cam-
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pesinado. Especializaciones que han logrado un alto grado de
generalización y de interpretación teórica que nos permiten
tener una visión global más completa de ambos modos de vida.
En este aspecto la antropología urbana está dando sus prime-
ros pasos, pero existen ya aproximaciones, como las de Ulf
Hannerz o Clyde Mitchell, que son suficientemente alentado-
ras.
Logrado este segundo nivel de análisis que requiere un
considerable esfuerzo de estudios particulares y de compara-
ciones, los antropólogos dedicados al mundo urbano deben
construir teorías sólidas que colabores a la labor que ocupa
a todos los antropólogos: la definición de teorías amplias y
explicativas del comportamiento humano. Al mismo tiempo, el
trabajo particular irá permitiendo que el método y las téc-
nicas de la antropología sean más efectivos y rigurosos.
En último lugar, la antropología urbana debe tener una
inexcusable orientación práctica: debe ser una antropología
para la ciudad. Desde mi punto de vista, la antropología
dispone de medios para explicar y comprender las motivacio-
nes y causas que dirigen a los hombres hacia un determinado
modo de conducta: ese es uno de sus objetivos científicos.
La búsqueda y explicación de las causas que llevan a los
hombres de la ciudad a sufrir una casi permanente situación
de crisis individual e institucional, a la aparición de con-
ductas desviadas que generan malestar en el seno de la so-
ciedad, a la falta de integración participativa, y a tantas
otras situaciones no deseables, debe ser una tarea priorita-
ria de los antropólogos dedicados a la ciudad. Conociendo
las causas del problema podría ser más fácil hallar una so-
lución. Y esta sería una buena forma de devolver a la socie-
dad el costo que supone la investigación de los antropólo-
gos. En mi opinión, la antropología dispone de la posibili-
dad de prestar servicios en este campo a su propia sociedad,
quizás de manera más efectiva que en los demás ámbitos en
que tradicionalmente ha venido empeñándose.
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El antropólogo en la ciudad
Es evidente que el trabajo en la ciudad presenta una
gran cantidad de dificultades añadidas a las que normalmente
tiene toda investigación en antropología, incluso cuando és-
ta no se reduce al ámbito de la pequeña comunidad, sino que
se dirige hacia los estudios de ámbito institucional o re-
gional. De entre todas estas dificultades quizás las más so-
bresalientes sean las que atañen a la definición y delimita-
ción del propio objeto de estudio: ¿a qué tipo de conjunto
de población puede llamarse urbano? A ésta habría que añadir
las que se derivan del tamaño y complejidad del mundo urba-
no, y los consecuentes problemas metodológicos y técnicos
que se derivan.
La primera de las dificultades ha sido parcialmente re-
suelta: se ha llegado a ciertos acuerdos sobre qué tipo de
conjunto de población puede ser denominado ciudad. Por enci-
ma del criterio cuantitativo, que diferencia a la ciudad se-
gún el número de habitantes, se ha preferido una definición
que atiende más a las características cualitativas y estruc-
turales. En este sentido puede ser operativamente aceptable
la definición del sociólogo Alvin Boskoff, para quien la co-
munidad urbana se caracteriza por un predominio de las ocu-
paciones comerciales, industriales y de servicios; por una
división interna del trabajo y su correspondiente compleji-
dad; por una alta densidad de población, y el predominio de
las relaciones y los controles sociales basados en princi-
pios distintos de los del parentesco y la proximidad. Sin
que se trate de una definición altamente satisfactoria, tie-
ne operatividad desde el punto de vista metodológico y prác-
tico.
Los problemas derivados del tamaño y complejidad de las
ciudades, y de la metodología y las técnicas de investiga-
ción a emplear en su estudio van íntimamente unidos. Uno se
deriva directamente del otro. En pocas palabras, ambos se
reducen a cómo llevar a cabo el análisis de una comunidad de
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grandes dimensiones con los métodos y técnicas empleados
tradicionalmente por los antropólogos. La vía para la solu-
ción de este problema se puede expresar de forma bien escue-
ta: hay que adaptar los métodos tradicionales de investiga-
ción y utilizar otros que permitan enfrentarse al estudio de
la ciudad con posibilidad de éxito. En este tema el antropó-
logo no debe ponerse límite alguno: la antropología no se
define por el método ni por sus técnicas, sino por los obje-
tivos científicos que persigue. Lo que sí es evidente es que
el antropólogo habituado a trabajar en pequeñas sociedades o
con instituciones bien delimitadas, deberá cambiar su con-
cepto del trabajo de campo para afrontar los retos del nuevo
campo de estudio.
Si el objetivo del antropólogo es conocer el comporta-
miento cultural de las personas implicadas en una institu-
ción bien localizada y no excesivamente grande, o la vida de
un grupo urbano ubicado en un área delimitada de la ciudad,
entonces podrá trabajar en solitario y utilizar de modo pre-
ferente técnicas próximas a las tradicionales. Pero si in-
tenta llevar a cabo un análisis de toda la ciudad o de una
institución o aspecto de la cultura que afecte a la mayoría
de los habitantes de la urbe, entonces habrá que trabajar en
equipo y utilizar medios diferentes. La formación de equipos
de antropólogos urbanos y la división de la ciudad en secto-
res en función de las variables utilizadas en la investiga-
ción, son dos de las características fundamentales del tra-
bajo en el medio urbano-industrial.
En el estudio de sociedades urbanas el antropólogo tie-
ne que habituarse a utilizar con mayor frecuencia las técni-
cas cuantitativas, que venían siendo tradicionales del tra-
bajo de los sociólogos. Es necesario emplear encuestas que
cubran un amplio espacio social y cuyos datos (escuetos y
numerosos) permiten un tratamiento estadístico que hace po-
sible una visión panorámica de los hechos culturales que se
pretende conocer. Pero no pueden ser estas encuestas por sí
solas la fuente de información para el antropólogo urbano:
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las encuestas suelen ser frías y tienen el defecto fundamen-
tal de descontextualizar a los individuos. Como una de las
características de la antropología es ver al hombre dentro
de una amplia red de relaciones, hay que complementar esta
información con otra obtenida por otros medios.
Una buena solución en los estudios de sociedades urba-
nas es el uso de cuestionarios que permitan al individuo ex-
presarse con mayor libertad que en la encuesta sociológica
normal. Un cuestionario que no proponga al entrevistado una
gama de respuestas, por muy amplia que sea, sino que le per-
mita expresar más libremente su opinión , o explicar con sus
propias palabras cuestiones relativas a su vida personal, a
la familia, a la vida en la ciudad, o cualquier otro aspecto
que el investigador desee conocer. Se trata de cuestionarios
que aplicados a grupos de informantes bien seleccionados,
dan resultados generalmente positivos. Si bien por el tipo
de respuesta, los resultados no pueden ser procesados con la
misma facilidad que los de las encuestas tradicionales, el
investigador consigue con ellas una información mucho más
rica y variada; más próxima a la que se puede obtener me-
diante la observación y la conversación en una pequeña comu-
nidad.
Pero también es necesario utilizar las técnicas tradi-
cionales de investigación antropológica. Diría que la infor-
mación fundamental debe proceder de la observación, de la
participación en la vida de los grupos a investigar, y de la
conversación y el trabajo intensivo con informantes cualifi-
cados. Los datos estadísticos y cuantificables deben servir
fundamentalmente para completar y contrastar esta informa-
ción; para que las generalizaciones tengan soporte suficien-
te. Pero la información básica para el antropólogo es de ca-
rácter cualitativo y sobre ella se debe construir el análi-
sis y las explicaciones.
El trabajo de campo, en el sentido más tradicional del
término, es posible y deseable en la ciudad. Es verdad que
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el antropólogo urbano deberá adoptar estrategias diferentes
a las que utilizaría en contextos menos complejos, pero la
observación directa y minuciosa, la convivencia con el grupo
estudiado y la conversación, le permitirán ver los hechos
culturales en su contexto y conocer todo aquello que las en-
cuestas son incapaces de reflejar.
Aproximación a la familia urbana en España
Las palabras que siguen tratan de mostrar algunos re-
sultados obtenidos en un estudio antropológico realizado en
el ámbito urbano, a la vez que un aspecto de la forma de vi-
da de los habitantes de un barrio periférico de la ciudad de
Sevilla. Se trata de exponer algunas de las posibilidades
que ofrece la antropología urbana, así como de presentar
otro aspecto de la realidad cultural española que, aunque
menos tradicional, es hoy común a un buen número de habitan-
tes de nuestras ciudades y que se puede hacer extensivo a la
mayoría de los sectores sociales marginados de las socieda-
des urbanoindustriales.
Una de las características esenciales de las sociedades
del capitalismo avanzado es su capacidad estructural para
generar marginación. En todo núcleo urbano-industrial apare-
cen sectores de población que se concentran en zonas perfec-
tamente marcadas y conocidas de la ciudad, que presentan una
forma de conducta peculiar y distinta de la que se considera
comúnmente como normal. Esta conducta desviada de los mar-
ginados se caracteriza básicamente por su agresividad y por
un alto índice de alcoholismo, drogadicción, violencia, de-
lincuencia, etc. Pero también, y esto es lo que la define,
por poseer bajísimos niveles de renta, por la ocupación en
actividades marginales o que precisan escasa o nula cualifi-
cación, o por la total carencia de trabajo remunerado. Se
trata en definitiva de sectores sociales que generan graves
conflictos en la urbe y que son rechazados, marginados, por
el resto de la sociedad que les teme y agrede.
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Desde hace algún tiempo estoy interesado en conocer la
forma de vida, la cultura de estos grupos urbanos. Es un in-
terés no precisamente gratuito: la propia naturaleza de la
gran ciudad está fuertemente marcada por su presencia; for-
man parte inseparable y consustancial de la cultura de la
sociedad capitalista urbano-industrial que los genera y tam-
bién los necesita para su propia supervivencia. Conocerlos
es avanzar en la comprensión de la realidad histórica y cul-
tural en que vivimos.
Los barrios marginales de Sevilla: el caso de El Polígono
La población marginal de Sevilla vive concentrada en
algunos barrios de reciente construcción en la periferia de
la ciudad; en zonas generalmente no muy bien comunicadas y
con escasos servicios y equipamientos. El trabajo de campo
del que procede el relato etnográfico que voy a desarrollar
fue realizado en uno de esos barrios al que he denominado en
otros lugares El Polígono. Se trata de un barrio representa-
tivo de los tres o cuatro que con estas características
existen en la ciudad de Sevilla: para los sevillanos el tér-
mino "polígono" refiere casi sistemáticamente a esta reali-
dad urbana y social.
La información se recogió siguiendo técnicas diversas y
procede de varias fuentes. Por un lado, parte de la informa-
ción se obtuvo a través de una encuesta abierta pasada a es-
colares adolescentes vecinos del barrio. También mantuve
conversaciones extensas con personas cualificadas que viven
o trabajan en El Polígono desde hace años y se han preocupa-
do por los problemas de sus vecinos; también mantuve largas
conversaciones con algunos vecinos del barrio que se presta-
ron amablemente a ello. Finalmente, una parte importante de
la información procede de la observación directa de la con-
ducta de los hombres, mujeres y niños del barrio, lo que me
permitió conocerlos mejor y comprobar la fidelidad de la in-
formación recopilada a través de las encuestas y por los de-
más medios.
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El Polígono está formado por bloques de pisos de dife-
rentes alturas. En total reúne unas dos mil viviendas que
albergan algo más de quince mil personas. El aspecto de las
viviendas, su construcción y la distribución interna de los
pisos son buenos, mejores que en otros barrios de caracte-
rísticas socioeconómicas semejantes. Parece como si no
hubieran sido pensadas para albergar el tipo de población
que posteriormente las ocupó. La infraestructura del barrio
es bastante buena y su aspecto era bastante agradable cuando
se construyó. Hoy las calles están sucias y los equipamien-
tos extremadamente descuidados y deteriorados.
El Polígono está bien comunicado con el resto de la
ciudad. Es un núcleo de viviendas rodeado de grandes aveni-
das, que se han convertido en verdaderas fronteras físicas y
culturales para sus habitantes y los del entorno. En el lado
de fuera vive la gente normal; dentro, los marginados. Una
gente a la que los demás habitantes de la ciudad desprecia y
califica genéricamente como "mala gente", "gente peligrosa",
"delincuentes", "drogadictos", "gitanos" (en sentido genéri-
co y despectivo), "chorizos", etc.
La mayor parte de los vecinos del barrio procede de zo-
nas rurales y de los barrios más antiguos y populares (tam-
bién pobres) de la ciudad. Los primeros llegaron a Sevilla
atraídos por el señuelo de la industrialización y el trabajo
asalariado estable. Las ventajas que aparentemente brindaba
la ciudad a jornaleros agrícolas sin empleo fijo y con sala-
rios bajos, les hicieron abandonar sus pueblos y acudir ma-
sivamente a la ciudad donde esperaban alcanzar un mejor ni-
vel de vida y disfrutar de todos los beneficios que la vida
urbana lleva consigo. Los segundos tuvieron que abandonar
sus antiguas viviendas empujados por la ruina en que se en-
contraban y la especulación del suelo en el casco antiguo de
la ciudad. Después de pasar una temporada en refugios y al-
bergues, dieron con sus vidas en el entonces agradable ba-
rrio. Constituían un proletariado urbano, con formas de vida
muy tradicionales, que ha sufrido todos los vaivenes de las
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fluctuaciones económicas padecidas por la ciudad en el últi-
mo decenio.
En relación con sus ingresos y su posición en la es-
tructura socioeconómica de la ciudad, los vecinos de El Po-
lígono pertenecen a la más baja clase social urbana. Más de
la mitad de los cabezas de familia se ocupan en oficios que
no requieren ningún tipo de cualificación, o no tienen pro-
fesión específica conocida. Entre los oficios que más abun-
dan se encuentran los de peón de albañil –el más numeroso de
todos–, obreros industriales sin cualificar, mozos, barren-
deros, camilleros de instituciones sanitarias, vendedores
ambulantes, guardacoches o jardineros. Entre los que no tie-
nen oficio específico, lo normal es que carezcan de empleo
fijo o habitual (se dedican a hacer chapuzas), son pensio-
nistas (normalmente por incapacidad o jubilación prematura),
o lo que es más común carecen de cualquier tipo de trabajo,
están "parados". Entre los que tienen empleos que requieren
de cierta cualificación, destacan fundamentalmente los mecá-
nicos y conductores de automóviles, y en general trabajado-
res manuales con salarios bastantes bajos.
De cualquier manera, la situación estadísticamente nor-
mal de los cabezas de familia del barrio es la de "parados".
De la muestra manejada en las encuestas –elegida necesaria-
mente al azar–, más del 40% de los padres de los encuestados
estaban sin empleo. Lo que no implica necesariamente que es-
tuvieran cobrando ningún tipo de subsidio o que, por otro
lado, no desarrollaran esporádicamente alguna actividad re-
munerada. El paro afecta tanto más a las familias de nivel
más bajo en el sistema de rol-estatus de la ciudad: entre
aquellas familias en las que el padre dice ser peón de alba-
ñil, el paro alcanza a más del 60%, mientras que en las fa-
milias de mejor situación relativa el número de padres sin
empleo desciende.
Hay otra característica que aparece con cierta frecuen-
cia entre los padres de El Polígono: muchos de ellos ha es-
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tado trabajando en alguna ocasión fuera de España. Más de la
cuarta parte de los adultos del barrio ha sido emigrante.
Pero quizá sea más interesante señalar que la tercera parte
de los que han vuelto de la emigración se encuentran sin em-
pleo, situación que afecta tanto más a los de inferior cua-
lificación profesional entre los que la mitad de los desem-
pleados han sido emigrantes.
Son muy pocas las mujeres casadas de El Polígono que
trabajan con regularidad fuera de sus propias casas. La ma-
yoría de las mujeres dedican todo su tiempo al cuidado de
los hijos y a las faenas domésticas. Entre las que tienen
trabajo asalariado se observa que su trabajo nunca es más
cualificado que el de su esposo, y tienen conciencia de que
trabajan para "ayudar" a sacar adelante la familia (conside-
ran su salario como un complemento), o para sustituir el sa-
lario de un marido desempleado.
Si todos los empleos de los varones eran nada o escasa-
mente cualificados, los de las mujeres carecen por completo
de ella: de una muestra de veinticinco mujeres que trabajan
fuera de su casa, doce son limpiadoras, tres trabajan "en la
calle" (?), dos son porteras, una es vendedora ambulante,
otra criada, una planchadora, tres son costureras y una pe-
luquera. Se trata de empleos relacionados con las tradicio-
nales tareas femeninas en el hogar, y la causa de esta casi
absoluta falta de cualificación profesional está unida a una
característica común a casi todas las mujeres adultas de El
Polígono: tienen un nivel de instrucción muy bajo y muchas
de ellas son analfabetas. Como consecuencia, cuando la nece-
sidad aprieta –y sólo entonces– la mujer se ve forzada a to-
mar el empleo menos cualificado, el que no precisa de más
preparación que aquella que recibió de su madre en el hogar,
empleos relacionados con los trabajos domésticos considera-
dos como propiamente femeninos en las sociedades tradiciona-
les.
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La situación de los jóvenes en el mundo laboral tampoco
es muy diferente. Entre los jóvenes que han superado la fase
de escolarización obligatoria, el desempleo es más importan-
te aun que entre los adultos. Son muchos los jóvenes que
buscan su primer empleo, sin encontrarlo, una vez que aban-
donan la escuela, y muchos también los que han perdido el
empleo que pudieron tener durante algún tiempo. La mayor
parte de los jóvenes que trabajan lo hacen como aprendices
de mecánico de automóviles, o como auxiliares de hostelería.
Casi siempre lo hacen en establecimientos familiares y sin
ningún tipo de seguridad ni prestaciones sociales. Las mu-
chachas que trabajan lo suelen hacer como limpiadoras o como
empleadas de hogar. Entre las familias de los escolares en-
cuestados, sólo un joven tenía empleo como delineante y una
chica como auxiliar administrativa, las dos ocupaciones de
más alto estatus entre los jóvenes de El Polígono.
La carencia de empleo, y la casi total falta de expec-
tativas de encontrarlo a medio plazo, es algo esencial para
entender muchas de las actitudes y comportamientos de los
jóvenes y los adultos que viven en El Polígono, y de los de-
más barrios marginales de los núcleos urbanos. La necesidad
de buscar un modo de vida puede llevar a estos urbanitas a
conductas y actividades próximas a la ilegalidad, cuando no
claramente delictivas; pero también a un estado de desespe-
ranza del que se intenta salir con el concurso de las drogas
y el alcohol.
Las familias de El Polígono
Si pretendemos conocer la cultura de los vecinos del
barrio, debemos comenzar por introducirnos en el pequeño
mundo interior del que surgen los miembros de esta población
marginal y al que vuelven cada día bajo los efectos que el
barrio y la ciudad producen sobre ellos. Si tenemos en cuen-
ta que la gran mayoría de estas familias proceden de barrios
tradicionales del casco antiguo o de zonas rurales, será in-
teresante observar en qué medida tratan de conjugar o con-
18
traponer unas pautas de conducta y valores tradicionales con
la nueva y anómala situación que les toca vivir. La conse-
cuencia es que cada día esta población marginal y marginada
puede presentar una mayor distancia entre modelos ideales de
conducta y el comportamiento real, lo que origina graves
conflictos. También será interesante observar cuáles son los
mecanismos que esta población utiliza para adaptarse al nue-
vo entorno social y cultural, los cambios que se ven obliga-
dos a asumir en su conducta.
El objetivo de esta parte de mi exposición es, no obs-
tante, menos ambicioso. Me limitaré a presentar una descrip-
ción de la familia, de su conducta, de las relaciones que se
establecen entre sus miembros, de sus conflictos y proble-
mas. Un primer paso para conocer su forma de vida, previo a
su interpretación.
La mayor parte de las familias de El Polígono pertene-
cen al tipo que denominamos nuclear, esto es, están compues-
tas exclusivamente por el matrimonio y sus hijos solteros.
Son pocas las familias nucleares ampliadas en las que junto
al matrimonio y los hijos, viva otra persona. Cuando se pro-
duce esta situación, el familiar añadido suele ser uno de
los padres de alguno de los cónyuges, casi siempre la madre
de la esposa. Suelen ser familias muy numerosas: el número
normal de hijos por matrimonio es de cuatro o cinco, pero
las parejas de peor situación económica y más baja formación
tienen más de cinco hijos, a veces hasta once o doce. En la
mayoría de los casos todos los hijos habidos de un matrimo-
nio viven con sus padres y no suelen pasar de los veinticin-
co años. Son muy pocos los casos en que algún hijo ha aban-
donado el hogar paterno para formar su propia familia, para
trabajar fuera de la ciudad o por cualquier otro motivo.
Los matrimonios suelen ser jóvenes. Muy pocos de los
adultos de El Polígono han superado los cincuenta años. Los
varones suelen tener algunos años más que sus esposas, lo
que mantiene la norma tradicional en los matrimonios españo-
19
les: se considera deseable que el marido sea unos años mayor
que su esposa, y no son muy bien vistos los matrimonios en
los que se transgrede demasiado esta norma. Casi todas las
parejas contrajeron matrimonio antes de los veinticinco
años, y algunas antes de los veintitrés. Los hijos nacieron
inmediata e ininterrumpidamente a partir de ese momento, lo
que no hace sino manifestar el rechazo que las mujeres de El
Polígono tienen hacia los anticonceptivos y el control de la
natalidad.
Aunque el tamaño de las viviendas del barrio no es ex-
cesivamente pequeño en comparación con la media de las capas
humildes de la ciudad, el alto número de hijos por familia
hace que en la mayor parte de las casas el espacio resulte
insuficiente. Se produce así una situación similar a la de
los demás barrios marginales de las grandes ciudades: las
familias viven hacinadas, con falta de intimidad entre sus
miembros. En estas condiciones es normal que se creen esta-
dos de tensión en el seno de las familias, ocasionados por
el exceso de contacto y la falta de aislamiento. La vida en
la casa puede entonces llegar a ser insoportable, y tanto
los niños como los adultos tienden a permanecer en ella el
menor tiempo posible. De este modo la calle se convierte en
una alternativa necesaria, en donde se puede encontrar el
espacio y la tranquilidad que casi siempre falta en el
hogar.
Entre las familias del barrio el padre se perfila a
simple vista como un gran ausente. En general, el que tiene
un empleo permanente abandona la casa y el barrio todos los
días por la mañana temprano. Pasa la mayor parte del día en
el lugar de trabajo y regresa al hogar al atardecer. Cuando
los cabezas de familia están desempleados, lo normal es que
salgan por la mañana y pasen buen número de horas en la pla-
za de barrio o en los bares, en compañía de otros vecinos
que se encuentran en similares condiciones, para regresar a
casa a la hora de la comida de medio día.
20
Trabaje o no, el padre vuelve a la casa "cansado" y no
quiere que le molesten o creen preocupaciones durante el
tiempo que está en ella. El cabeza de familia quiere descan-
sar: se acuesta, ve la televisión, lee algún periódico o re-
vista, o simplemente permanece sentado sin hacer nada. Pero
también hay un buen número de padres que tras regresar del
trabajo, vuelven a abandonar el hogar para pasar un rato con
sus amigos en algún bar del barrio. Son muy pocos los que
después de la jornada laboral dedican un poco de tiempo a
cooperar en las faenas domésticas o a estar en compañía de
su esposa o sus hijos. Un muchacho era bastante explícito al
comentar lo que su padre hace al regresar del trabajo:
"aguantarnos".
Las obligaciones del cabeza de familia en relación con
la casa y el grupo familiar se reducen casi exclusivamente a
proporcionar el sustento, si es que dispone de trabajo. No
obstante, hay determinadas tareas caseras que se consideran
de su incumbencia. Estas son normalmente las relacionadas
con trabajos típicamente masculinos que requieren cierta es-
pecialización o fuerza física, y que el cabeza de familia
puede llevar a cabo para ahorrar algunos gastos al exiguo
presupuesto familiar. Sin embargo, la tercera parte de la
muestra estudiada en El Polígono tampoco hacía estos traba-
jos caseros. Resulta interesante señalar que, de esa tercera
parte casi la mitad son cabezas de familia sin empleo, por
lo que se puede asegurar que en bastantes casos, si no co-
bran subsidio de desempleo, no contribuyen en absoluto al
sostenimiento de la familia. En estas situaciones son las
mujeres las que llevan adelante tanto la economía doméstica
como el cuidado de la casa, realizando también aquellas ta-
reas que se consideran propias de los varones.
Tampoco el padre dedica demasiado tiempo a la atención
y el cuidado de los hijos. No se considera que sea un asunto
de su incumbencia. Aunque casi todos los adolescentes en-
cuestados afirmaban que tenían ocasión de hablar con sus pa-
dres y que trataban con ellos cualquier tipo de temas –
21
generalmente de carácter deportivo o escolar–, la realidad
parece ser bien distinta: muy pocos padres dedican sus ratos
libres a los hijos. Son pocos los que cuando regresan a casa
juegan, hablan o sencillamente están con sus hijos; todos
los que lo hacen tienen un empleo estable. Parece que de
cualquier forma la obligación de los padres para con los
hijos se reduce al control de su rendimiento escolar, aunque
esta sea una obligación sólo formal. De cualquier modo tam-
poco es una conducta común entre los padres del barrio. En
la encuesta se aprecia que ni siquiera en la tercera parte
de las familias el padre controla los resultados de las ta-
reas escolares de sus hijos. De cualquier manera, está for-
malmente reconocido que la obligación del control y de la
represión y castigo de las conductas no aceptadas de los
hijos, recae en la figura paterna, aunque con frecuencia de-
legue la tarea en la madre.
En contraste con el padre, la actividad de las madres
de El Polígono se desarrolla casi exclusivamente en el
hogar. Desde temprano la madre encamina su trabajo al cuida-
do de la casa y de los miembros de la familia: prepara la
comida, arregla la ropa, limpia la casa –lo que en buen nú-
mero de ocasiones se convierte en una verdadera obsesión–,
lleva o trae a los pequeños al colegio, hace la compra dia-
ria, etc. Cuando la madre tiene un trabajo asalariado, tam-
bién realiza la mayor parte de estas tareas domésticas cuan-
do regresa al hogar después de la jornada laboral. En algu-
nas familias, la madre contribuye además a la economía fami-
liar realizando algunas labores remuneradas en la misma ca-
sa, generalmente trabajos de costura como hacer cortinas,
confeccionar ropa infantil, etc., trabajos todos remunerados
por debajo de los costos reales en el mercado.
Cuando no está haciendo las faenas domésticas o traba-
jando para obtener algún dinero extra, la madre todavía si-
gue orientando su actividad hacia la familia: casi todas de-
dican los ratos libres a realizar alguna labor útil con in-
tención de ahorrar unas pesetas del presupuesto familiar.
22
Entre estas labores, la preferida por las mujeres del barrio
es tejer prendas de punto de lana; otras hacen ropas para
los hijos o labores de ganchillo para adornar el hogar.
La madre dedica bastante más tiempo que el padre al
cuidado y atención de los hijos. Se considera que son ellas
las que deben preocuparse de la educación y de la conducta
de los pequeños. También el mayor tiempo que la mujer pasa
en el hogar hace que mantenga con sus hijos una comunicación
y un contacto más intenso que el padre, quien además suele
considerar esta actividad como penosa y desagradable. Gene-
ralmente la madre se preocupa también de la situación del
niño en la escuela y se relaciona con los maestros, no por
iniciativa propia si a instancia de aquéllos cuando quieren
expresar alguna queja de mal comportamiento. Para muchos
maestros que han trabajado con los niños del barrio, el pa-
dre "no quiere dar la cara" o considera que la escuela es
cosa de las mujeres.
En cuanto a los hijos, su presencia en la casa y la
participación en las faenas domésticas depende de manera di-
recta de las variables de edad y sexo. Salvo contadas excep-
ciones, durante el período lectivo tanto los niños como las
niñas en edad escolar (entre seis y dieciséis años, pasan la
mayor parte de su tiempo en la escuela. La jornada escolar
es continua, desde las diez de la mañana hasta las cinco de
la tarde, para la mayoría de los chicos cuando la escuela
dispone de fondos para el funcionamiento del comedor: aunque
la escuela está ubicada en el mismo barrio, la mayor parte
de las familias prefieren que sus hijos hagan allí la comida
de medio día, a veces la única comida fuerte y regular que
su deteriorada situación económica les permite.
Es normal que niños y niñas vuelvan a salir a la calle
una vez regresan de la escuela. Entonces pasan al menos un
par de horas con sus amigos, jugando en las zonas libres de
tráfico rodado, en torno a los bloques de viviendas. Cuanto
mayores van siendo, más tiempo permanecen en la calle, re-
23
unidos en pequeños grupos o "pandillas", generalmente forma-
das por individuos del mismo sexo. Entre los adolescentes de
doce a catorce años, el grupo en que más hemos fijado la
atención, la hora de volver a casa difiere notablemente en-
tre los dos géneros. En invierno la mayor parte de las chi-
cas están obligadas a regresar antes de las nueve y media de
la noche, mientras que para los muchachos la hora de vuelta
es posterior, o incluso no tienen establecida ninguna hora
de regreso por parte de sus padres. Los muchachos que han
sobrepasado la edad escolar, si han encontrado empleo man-
tienen un horario semejante al del padre. En el caso más co-
mún de los desempleados, los jóvenes suelen pasar gran parte
del día reunidos en pandillas que se reúnen en la plaza del
barrio o en algunas esquinas determinadas. Su presencia en
la casa se limita a las horas de comer y a la noche.
La participación de los jóvenes en las tareas domésti-
cas está en relación directa con el género. Por regla gene-
ral, los muchachos no cooperan casi nada en estos trabajos,
y su participación es tanto menor cuanta más edad tienen.
Las chicas, por el contrario, participan activamente en las
faenas caseras: se considera que éstas son actividades "pro-
pias de mujeres" y que una de las principales obligaciones
de una chica es ayudar a su madre en el cuidado del hogar y
de los miembros varones de la familia. Si los muchachos en
edad escolar participan en algunas ocasiones y con faenas
específicas en el cuidado y atención de la casa, cuando han
superado los catorce o quince años dejan de hacerlo total-
mente. Entre las muchachas sucede exactamente lo contrario:
al abandonar la escuela las chicas casi nunca cursan ense-
ñanzas de grado medio ni profesional, y si no encuentra em-
pleo, se dedica por entero a trabajar en la casa, relevando
a su madre de una buena parte de sus ocupaciones, en muchas
ocasiones las más penosas.
A la vista de las actividades diarias y de las actitu-
des de los miembros de las familias de El Polígono, todo pa-
rece indicar que no existen muchas oportunidades para que se
24
establezca comunicación entre ellos. De las observaciones y
de la información obtenida en las encuestas se desprende que
son muy pocas las ocasiones en que las familias se reúnen y
toman conciencia de que forman un grupo. Las familias de El
Polígono podrían aparecer ante los extraños como un agregado
que ocupa una misma y reducida vivienda.
En general los días laborables no existe ningún momento
en que la familia se reúna. El padre y los hijos suelen
hacer la comida de medio día en el lugar de trabajo, si lo
tienen, o en la escuela, y por la tarde cada uno hace su vi-
da independiente. Por la noche suelen reunirse a cenar menos
de la mitad de las familias del barrio, siendo tanto menor
la cena común cuanto más baja es la posición de la familia
en el sistema estratificado de rol-estatus, y peores sus
condiciones económicas. Sin embargo, tampoco cuando la fami-
lia se reúne para cenar se aprovecha el momento para favore-
cer la integración del grupo al que la necesidad ha manteni-
do separado durante el resto del día. Es normal que la cena
se haga en torno a las diez de la noche en el mismo lugar en
que se sitúa el omnipresente televisor. Durante y después de
la comida es la televisión la protagonista, el principal
elemento de unión física de la familia, y deja muy poco es-
pacio para el diálogo y comunicación entre sus miembros.
Los días festivos la convivencia tampoco es más intensa
que el resto de la semana. En estos días el padre suele em-
plear más tiempo para el descanso –lo que casi siempre se
traduce en dormir mayor número de horas– y la madre tiene
que hacer las mismas faenas que los días laborables. Incluso
en los casos en que la madre tiene un empleo remunerado, el
domingo es el día dedicado especialmente al cuidado de la
casa y por consiguiente más ocupado que el resto de la sema-
na. Durante el día el padre puede permanecer en casa hacien-
do algún trabajo de mantenimiento, se dedica a sus aficiones
o sale a pasear o al bar con sus amigos. Los domingos se ob-
serva una mayor tendencia a la reunión familiar en las horas
de comer: la comida de medio día supone una ocasión de reu-
25
nión en casi el 80% de las familias. Como en otras ocasio-
nes, se percibe una mayor tendencia a la unidad entre las
familias de mejor posición relativa. Pero igual que durante
la cena, la televisión, que programa los domingos a mediodía
series muy populares, es la protagonista del encuentro. De
cualquier manera, la cuarta parte de las familias tampoco
aprovecha el día de descanso para reunirse, siquiera sea a
la hora de comer y ver el correspondiente programa de tele-
visión.
Los días de descanso laboral, menos del 20% de los mu-
chachos sale con sus padres o recibe alguna atención espe-
cial por su parte. Pero esta falta de comunicación y convi-
vencia no sólo es observable entre padres e hijos. También
la pareja mantiene pocas relaciones: la mitad de los adoles-
centes encuestados decían que sus padres nunca salían juntos
a la calle para pasear, ir al cine o cualquier otra activi-
dad.
Un aspecto interesante en relación con la familia es el
que refiere a la forma en que se manifiestan las relaciones
que los hijos mantienen con sus padres y cómo perciben las
funciones de cada uno. Al ser la familia una institución
fundamental en el proceso de socialización de los niños, hay
que pensar que en gran medida las actitudes de los jóvenes
de El Polígono y, en definitiva, de los hombres y mujeres de
los barrios marginales son consecuencia del modo como perci-
ben a los adultos con los que están en contacto. Las actitu-
des de aquéllos, sus roles, son aprendidos por el niño y
practicados casi miméticamente en su etapa juvenil y adulta.
Los adolescentes no tienen muchas dudas en asignar al
padre la función de autoridad en el seno de la familia. Una
joven, al referirse a este tipo de cuestiones decía que en
su casa manda el padre, "por supuesto". En los pocos casos
en que los muchachos consideran que es la madre la deposita-
ria de la autoridad, la mitad corresponde a familias en las
que el padre está desempleado, y el resto son familias en
26
las que falta el padre, sea por haber fallecido o por tener
un empleo que le impide estar regularmente con su familia
(emigrantes, camioneros, vendedores ambulantes...). Sólo
cuatro encuestados que pertenecen a otras tantas familias
"normales", consideran que su madre tiene más autoridad que
el padre cabeza de familia.
Se observa también cómo el hecho de que el padre posea
más autoridad en la familia no implica necesariamente que
sea el más respetado por los hijos. Dos comentarios se pue-
den hacer con respecto a este tema. Por un lado, los jóvenes
dan a la palabra respeto dos significados distintos y hasta
antagónicos: para unos es sinónimo de temor y desconfianza,
y por tanto respetan más a una persona cuanto más la temen y
cuanto más lejos están de ella física y emocionalmente. Para
otros el respeto es consecuencia de la confianza y el respe-
to mutuo, no del miedo. En segundo lugar, el género aparece
aquí como una variable importante: las mujeres, entre las
que respeto es sinónimo de confianza, respetan más a su ma-
dre que a su padre en un porcentaje mayor que los muchachos
encuestados. El motivo puede estar en que las chicas suelen
mantener con su madre relaciones más íntimas y constantes
que los muchachos, aunque esto no quiere decir que entre los
últimos no aparezca también un número importante de casos en
que la madre es más respetada que el padre por idénticos mo-
tivos.
Las aclaraciones hechas por los muchachos en respuesta
a esta pregunta son bastante elocuentes. Generalmente, cuan-
do la persona más respetada es el padre, las razones aludi-
das por el encuestado están relacionadas con el primer sig-
nificado del término, estoes, respeto es tanto como temor.
Para una chica la cuestión no admitía dudas: respeta más a
su padre porque "es el hombre". Para otros la causa está en
que él es quien "manda en casa", "el que corta el bacalao",
"el que pega más fuerte", "el más severo", el cabeza de fa-
milia o, sencillamente, quien menos tiempo está con ellos y
con quien se tiene menos confianza. Por el contrario, la
27
justificación de los que decían respetar más a su madre te-
nía más que ver con el segundo significado del término:
"respeto más a mi madre porque confío en ella", "la trato
más", "porque me entiende", "me quiere más", "está más tiem-
po en casa", es más buena", "es más comprensiva"...
La madre se perfila así como la persona en quien el ni-
ño o el joven deposita su confianza, lo que no es otra cosa
que la consecuencia de la relación estrecha y permanente que
la madre mantiene con sus hijos. Una relación que es mejor
entre madres e hijas que entre aquélla y los hijos varones.
De modo que, en caso de que un varón no pueda contar con la
confianza de su madre en la resolución de sus problemas y
conflictos, se encontrará completamente solo y contará con
la exclusiva ayuda de sus amigos, en los que depositará su
confianza. Es este uno de los motivos por los que las pandi-
llas de jóvenes y adolescentes presentan una fuerte cohesión
y se establece entre sus miembros lazos y compromisos difí-
ciles de romper incluso en condiciones muy adversas.
La madre aparece de este modo como el pivote central de
la familia. Es el elemento estable, el eje entorno al que se
mueven sus miembros. Ella permanece casi siempre en el hogar
y dedica mucho esfuerzo para hacerlo grato. Cuida de los
miembros de su familia tanto física como emocionalmente. To-
ma decisiones, mantiene relaciones con el mundo exterior en
representación del grupo, etc. En muchos casos, además, tie-
ne también que ser el soporte económico de toda la familia.
En ocasiones la madre interioriza y asume hasta tal extremo
su rol central y protector que, en un exceso de celo, adopta
actitudes tremendamente agresivas frente a todo el universo
que rodea a la familia y al que considera peligroso. Una ac-
titud no del todo injustificada si se tiene en cuenta que la
vida de la gente de El Polígono es, como la de los demás
grupos marginados, una lucha terrible contra la sociedad que
crea su marginación.
28
Algunos comentarios finales
Para terminar, sólo unas reflexiones que surgen al hilo
de la observación de las familias de El Polígono y de su
comportamiento. En primer lugar, se advierte cómo el sistema
de valores y las normas ideales de conducta de las familias
del barrio ponen de manifiesto su origen. Los vecinos de El
Polígono proceden mayoritariamente de zonas rurales próximas
a Sevilla y de los barrios del casco antiguo de la ciudad.
Ambos son representantes por lo tanto de una cultura tradi-
cional que está a punto de extinguirse en la sociedad posin-
dustrial. Los primeros llegaron a la ciudad en busca de un
trabajo menos duro que el agrícola y el salario más estable
que la urbe en rápida expansión prometía, y de las comodida-
des y supuestas ventajas que el mundo urbano tiene sobre el
rural. Los segundos se vieron forzados a abandonar el barrio
donde ellos y muchos de sus antepasados habían nacido, a
causa del estado ruinoso de las viviendas y de la especula-
ción del suelo.
Por este motivo aparecen en el barrio algunos vestigios
de esta forma de vivir tradicional: permanencia de la figura
paterna como único soporte económico de la familia y posee-
dor de la autoridad en el interior del grupo; la madre dedi-
cada exclusivamente a la casa y a la educación y cuidado de
los hijos, desempeñando su rol protector, de consuelo y con-
fidente; pervivencia de familias numerosas, imposibles en el
mundo urbano-industrial por imposiciones económicas y físi-
cas; división sexual de roles que los hijos aprenden desde
su más tierna infancia y que reproduce las divisiones de gé-
nero en la vida adulta, etc.
Pero también se puede observar cómo la conducta real de
los hombres, mujeres y niños del barrio poco tiene que ver
con el que corresponde idealmente a la familia profesional.
La ciudad no proporcionó a los inmigrantes el empleo que pa-
recía prometer a la vez que, poco a poco, ha ido arrebatán-
doselo a los que algunos tuvieron. Los vecinos del barrio no
29
disfrutan de las ventajas de la vida urbana y, por el con-
trario, sufren todas sus deficiencias. En la práctica el pa-
dre pocas veces puede ser el soporte económico de la fami-
lia, porque carecen de trabajo o el que tiene no proporciona
el dinero necesario para cubrir todas las necesidades. Las
viviendas no están pensadas para albergar a familias del ta-
maño que son normales en El Polígono. Las mujeres tienen que
abandonar el hogar y salir en busca de un salario... En de-
finitiva, la familia que aparece en las culturas tradiciona-
les como un grupo compacto que rebasa los límites estrictos
de la pareja y sus hijos, se aísla y pierde cohesión, queda
desprotegida y sin lazos que la integren en formaciones so-
ciales más amplias donde poder encontrar auxilio material y
emocional. En estas condiciones se producen en los adultos
estados de tensión y ansiedad –el índice de psicopatías es
muy alto en el barrio–, que se traducen en un alto índice de
alcoholismo, en el absentismo paterno y en el desarrollo de
actitudes agresivas y violentas tanto dentro del grupo fami-
liar como fuera.
Las consecuencias de esta contradicción entre pautas
ideales y conducta real entre los hijos pueden ser graves.
Un adulto que no cumple los roles que le están asignados en
el plano normativo, difícilmente puede lograr que sus hijos
lo acepten como modelo sin cuestionar la validez de las nor-
mas que trata de inculcarles. Por otro lado, la desunión de
las familias, con la consiguiente pérdida de afecto y pro-
tección para los hijos, puede ser otra causa más de la con-
ducta desviada que estos presentan. Está empíricamente de-
mostrado que cuando el niño se ve privado de afecto y pro-
tección, está abocado al retraso y la inadaptación, a la vez
que incrementa su agresividad. Es esta incongruencia, entre
otras causas, una de las posibles razones del comportamiento
"desviado" y agresivo de los vecinos de El Polígono.
Pero no es ésta una contradicción provocada sólo por el
origen de los adultos del barrio. En circunstancias norma-
les, los emigrantes pueden adaptarse a las condiciones del
30
ecosistema cultural urbano. Las formas de vida y los valores
pueden ser cambiados sin provocar un grave conflicto: la
cultura cambia para resolver los problemas de los individuos
y los grupos. El problema de los hombres y mujeres de los
polígonos más bien en que existe contradicción entre el mun-
do urbano-industrial considerado normal y el mundo en que
ellos viven. La marginación a la que han sido llevados les
obliga a adoptar nuevas formas de vida, también netamente
urbanas, y que no son producto de otra cosa que de la misma
situación marginal en que se les ha obligado a vivir. Los
problemas e incomodidades que los habitantes de los barrios
marginales originan al resto de los miembros de la comunidad
urbana, no podrán ser eliminados mientras permanezcan las
condiciones estructurales que dan origen a la marginación.