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La vaca fugitiva
Le�cia Luna Varela
Aquella mañana Archivaldo Aldo, el ciclista más afamado de Veracruz, iba
pedaleando muy feliz y sonriente porque en la competencia llevaba la delantera.
Por culpa de esa felicidad, se le hizo fácil decirle “adiós, mi amor” a la vaca Ivonne,
cuando pasó al lado del rancho donde ella
pastaba.
Ivonne, que no estaba acostumbrada a
escuchar palabras tan dulces, al principio se
sonrojó, sin�ó mucha verguenza, el corazón
A los padres de familia y maestros de la Escuela Primaria Justo Sierra, por su solidaridad a toda prueba, por hacer la�r
sus corazones al ritmo del mío
A Mariann Aguilera, con todo mi amor
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comenzó a la�rle presuroso, sin�ó un vacío en la panza, como un hueco que le
atravesaba el cuerpo, luego pareció que perdía la razón. Y decimos que perdió la
razón porque, a pesar de sus pesados 700 kilogramos, decidió brincarse la cerca de
alambre que rodeaba el campo donde pastaba junto a otras vacas y salió corriendo
detrás del ciclista.
Archivaldo Aldo –que era uno de esos locos a los que les encanta hacer pompas
de jabón, tararear canciones, brincar en los charcos después de una tarde de agua-
cero, admirar la naturaleza y observar la luna de madrugada– no se percató de que
Ivonne lo seguía y siguió pedaleando a gran velocidad mientras el cabello le ondeaba
con la fuerza del aire. Por eso, y por nada más, fue que Ivonne, por más que corrió,
corrió y corrió, no logró darle alcance y en una curva lo perdió de vista.
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Ivonne, agotada de tanto correr y ya sin fuerzas, cayó desfallecida sobre el
pavimento con sus 700 kilogramos de peso. En su caída, las manchas marrones
de su cuerpo volaron por el aire como ligeras plumitas, luego regresaron, aunque
distribuidas de forma diferente.
Para su mala sue�e, justo en el momento en que Ivonne yacía sobre el suelo,
pasó la patrulla de la policía rural que realizaba la vigilancia de ru�na y casi la atropella.
Ivonne se asustó muchísimo con el rechinar de las llantas, cuando la patrulla frenó
al lado de ella. Con gran esfuerzo, Ivonne comenzó a levantar sus frondosos 700
kilogramos, como en cámara lenta, hasta que nuevamente logró estar de pie.
Inspiró profundo, luego sacó el aire lentamente, volvió a inspirar profundo y
otra vez fue sacando el aire lentamente. Con las pocas fuerzas que le quedaban
reemprendió la huida y se internó en el bosque.
Por sue�e, Ivonne no había sufrido rasguño alguno, aunque el susto le duró
varios días. El conductor de la patrulla rural dijo que la vaca era un peligro para los
automovilistas y mandó a traer una cuadrilla de policías viales para que la buscaran.
Ordenó que a la voz de ¡ya!, buscaran a la vaca blanca con manchas color marrón y
la llevaran arrestada a la comandancia.
Como en los pueblos la gente es sumamente comunica�va,
no faltó quien se enterara de lo dispuesto por el comandante
y corriera a contarle a don Narciso, dueño del rancho y de
Ivonne. Habría que ver a don Narciso Murrieta cuando le
dieron la no�cia. Del susto, se puso pálido como un pambazo y
empezó a ta�amudear. Cuando se le pasó el susto y de nuevo
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pudo volver a a�icular palabra, mandó a traer a una cuadrilla de vaqueros para
que también ellos se encargaran de buscar a Ivonne. Don Narciso les suplicó que
hicieran lo que tuvieran que hacer, pero que encontraran a su vaca consen�da
antes que la policía y la llevaran sana y salva de regreso al rancho.
Al día siguiente, muy temprano, los vaqueros salieron en busca de Ivonne. Al
siguiente día hicieron lo mismo y al otro día siguiente y al siguiente del siguiente y
así todos los días siguientes. Aún no se asomaba el sol cuando ya se escuchaba en
los pueblos aledaños los gritos de los vaqueros:
—¡Ivonneeeeeee!
—¿Dónde estás, Ivonneee?
Cuando Ivonne escuchaba el ruido de los pasos de los vaqueros sobre las hojas
secas de los árboles y enseguida sus gritos llamándola, se alejaba de pun�tas, como
las bailarinas, para no hacer ruido, se ocultaba en lo más espeso del bosque y ahí se
quedaba quietecita, casi sin pestañear, hasta que empezaba a oscurecer. Los gritos
cesaban y todo volvía a hacerse silencio.
Durante el día y para no aburrirse, Ivonne se limaba las pezuñas con una piedra
pómez, hacía caminatas entre los árboles o se sentaba en un tronco a trazar en la
�erra, con una varita, corazones atravesados por flechas. Por la noche, se recostaba
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bajo un árbol y se quedaba mirando la luna, recordando el día en que el ciclista le
había lanzado aquellas palabras de amor, hasta que se quedaba dormida.
Don Narciso Murrieta, además de tener muchos amigos, tenía compadres,
comadres y, claro, ahijados, o sea los niños que había llevado a bau�zar y los que
todavía no eran sus ahijados, pero que muy probablemente pronto lo serían. Todos
ellos le dijeron que también querían ayudar a encontrar a Ivonne.
Así fue como todos comenzaron a buscarla en los pueblos aledaños,
incluso en Xalapa, la ciudad más cercana. Había quienes decían haber
visto a Ivonne por el rumbo del vivero Paraíso; otros, que la
habían visto en el Ciclo Verde, donde cul�van los arbolitos que se ponen en navidad.
Los de San Miguel decían que Ivonne andaba por Perote, pero cada vez que alguien
creía tener una pista y trataban de capturarla, la vaca blanca con manchas marrones
lograba evadirlos.
El comandante de la policía rural, quien desde el día del incidente en que casi
atropella a Ivonne seguía encolerizado y cada día se encolerizaba más, decía que
todos eran unos incompetentes, reprendía a los policías y les gritaba:
—¡Cómo es posible que nadie logre dar con el paradero de una vaca tan grande!
Estaba tan, tan, pero tan irritado, que lanzó un comunicado que publicaron en
todos los periódicos de la localidad. El aviso decía que Ivonne era un peligro para la
ciudadanía, por lo tanto era apremiante su captura y ofreció una recompensa con
muchos ceros a quien la entregara, viva o mue�a.
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La Sociedad Protectora de los Animales leyó el comunicado y salió en defensa
de la vaca fugi�va; los miembros de la Asociación Civil SAV (Sociedad Amigos de las
Vacas) dijeron que Ivonne tenía derecho a vivir y que iban a luchar por regresarla al
rancho, vivita y coleando.
Con el paso de los días la no�cia de la vaca fugi�va corrió como pólvora. Ya no
sólo en los pueblos aledaños se preguntaban dónde podría estar Ivonne, también
de lugares lejanos llegaron periodistas a cubrir la nota. Quienes conocían la no�cia
empezaron a reenviar la foto de Ivonne a través de sus correos electrónicos con
leyendas que decían: “Por favor, si la ves, repó�ala a los siguientes números…”.
La Asociación Protectora de los Animales se
unió al rescate de Ivonne y mandaron un grupo
de helicópteros: uno con cámaras infrarrojas
para rastrearla de noche en los bosques donde
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suponían podría estar; otro provisto con una red elás�ca u�lizada en misiones
especiales de rescate salió un sábado muy temprano a escudriñar las montañas, los
valles, las riveras, pero nadie obtuvo buenos resultados. Un tercer helicóptero, que
sobrevolaba la zona, iba dejando caer sobre el bosque fotos de Catalina, la hermana
menor de Ivonne. Debajo de la foto decía: “Regresa, te extrañamos”.
Cuatro leñadores subieron a los árboles más altos y con altavoces le rogaron
que saliera, le ofrecieron brownies de chocolate, su postre favorito, incluso jugo de
alfalfa que también le gustaba bastante.
Las comadres de don Narciso consultaron a una médium de vacas para que les
dijera dónde se ocultaba Ivonne. La vidente, quien se cubría la mitad de la cabeza
con una pañoleta estampada con estrellas doradas, decía que al frotar su bola de
cristal había visto a Ivonne deambular en medio de un bosque, pero que no lograba
iden�ficar su localización exacta; sin embargo aseguraba que a diario estaba en
comunicación con Ivonne por vía telepá�ca y decía que la vaca había entendido que
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no querían las�marla, pero que estaba demasiado asustada después de que casi la
atropella la patrulla y luego de enterarse de la orden de arresto.
El comandante de la policía, que cada día que pasaba se enojaba más, ofreció
doblar la suma de la recompensa a quien la entregara. Y así, durante varios meses la
buscaron veintenas de voluntarios, la rastrearon en muchos pueblos: en Las Vigas,
en La Joya Chica y La Joya Grande, en El Conejo, en Los Pescados, en Altotonga
y Jalcomulco. Tocaron todas las pue�as y preguntaron si alguien la había visto,
entraron a las casas y registraron los armarios, debajo de las camas y de las mesas.
Pensaban que alguien podría estar ocultándola, pero todo fue inú�l.
La foto de Ivonne salió en los periódicos con la leyenda:
“Se busca vaca fugi�va”. Pegaron su foto en las casetas de
los teléfonos públicos, en las paradas de los autobuses, en los
postes de luz y en los árboles de los parques.
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La no�cia llegó a oídos de Archivaldo Aldo, el ciclista. Y aunque él no recordaba
a la vaca, se conmovió tanto que no se lo pensó dos veces y se unió a la causa
Pro-rescate de Ivonne. Y es que Archivaldo Aldo era un gran ser humano, de niño
soñaba con ser bombero porque le gustaba rescatar personas, terminó trabajando
casi por azar en algo trepidante que lo acerca a la grandeza de los seres humanos, es
médico con especialidad en espiritualidad. Nuestro amigo, además de gran ciclista,
era un gran hombre de fe al que le encantaba extraer
el néctar de cada minuto de la vida; también prac�caba
tenis y en su �empo libre componía canciones, aunque
su mayor, su mayor, su mayor sueño era inventar una
bicicleta con la cual pudiera llegar al cielo.
Los días pasaron, el calendario fue languideciendo y
poco a poco la gente perdió toda esperanza de encontrar
a Ivonne. Los habitantes de Las Vigas creyeron que
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Ivonne había mue�o de hambre y de sed y se entristecieron mucho. Visitaron a
don Narciso Murrieta en su rancho para darle las condolencias y decirle cuánto
lamentaban la desaparición de Ivonne.
Meses después, cuando ya nadie creía posible que apareciera, ocurrió el milagro:
Ivonne salió del bosque y regresó al rancho. No por falta de alimento, sino por
puri�ta soledad.
—Mejor morir acompañada que vivir sola —les dijo a los repo�eros de Radio
Teocelo cuando la entrevistaron.
Como era de esperarse, el suceso de la reaparición de Ivonne nuevamente
volvió a correr como pólvora. En las redes sociales daban cuenta del regreso de
Ivonne. Los lugareños y todos los que habían conocido la no�cia estaban felices.
En Radio Universidad, el conductor Danilo Luca informó a la ciudadanía que
Ivonne había aparecido. Minutos después, cientos de seguidores se congregaron
afuera de la radio, llevaban regalos, brownies, flores, listones con cencerros para
colgarle en el cuello, le lanzaban porras y no paraban de gritar:
—¡Te queremos, Ivonne, te queremos!
—¡Te queremos, Ivonne, te queremos!
Archivaldo Aldo, que escuchaba la radio mientras se duchaba después de volver
de una competencia, también se enteró del suceso. Salió de la ducha, se puso su
camisa de cuadritos, se untó el cabello con gel, se peinó de medio lado, se enfundó
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sus jeans, se montó en su bicicleta y se dirigió a la estación a esperar que saliera
Ivonne. En las manos llevaba un ramo de margaritas y en el rostro una sonrisa de
oreja a oreja.
Cuando don Narciso Murrieta lo vio, se puso felicísimo. Se acercó al ciclista,
y le dijo despacito al oído que lo invitaba a vivir a su rancho y, como el ciclista ya
estaba cansado de viajar por el mundo entero pa�icipando en tantas competencias,
¿qué creen? Pues aceptó. Además, Archivaldo Aldo sabía que podía detenerse
en cualquier pa�e del mundo, siempre que fuese con
buena compañía.
Al primero que vio Ivonne al salir de la radio fue a
don Narciso pla�cando con Archivaldo Aldo. Parpadeó
felicísima con sus largas pestañas, movió su cola de un lado a otro, como si espantara
moscas, luego levantó una de sus patas y gritó:
—¡Yesssssss!
También ahí estaba la médium, quien conocía los mo�vos de la desaparición
de Ivonne, y como la adivina también tenía conocimientos de magia, les regaló a
Archivaldo Aldo y a Ivonne una bicicleta para andar en el cielo. Desde entonces se
les ve paseando sobre las nubes.
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