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7 Noches con Luciano Rodrigo Ferreiro Un Fantasma Recorre Nuestramérica imprenta-editora

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7NochesconLuciano

Rodrigo Ferreiro

Un Fantasma Recorre Nuestraméricaimprenta-editora

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Ferreiro, Rodrigo 7 noches con Luciano. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : el autor, 2013. 48 p. ; 20x15 cm.

ISBN 978-987-33-3563-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título CDD A863

Fecha de catalogación: 24/06/2013

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A los que niegan.

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Primera Parte

Zurdo de mierda

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I

ACURRUCADO, EN POSICIÓN FETAL, sostenido por unasucia pared me di cuenta que habíamos sido derrotados. Yyo, que estaba acurrucado y me había convencido delvencimiento, lloré. Sí, lloré, pero en silencio, para que ellosno me oigan. Pero ellos, que también estaban seguros denuestra caída, lo escuchan todo. Y ellos, que sabían de laderrota, que sabían de su triunfo, reían cuando yo lloraba.No disimulaban, como yo mi llanto, su carcajada. Pero esarisa, esa alegría ajena, demasiado ajena, ya no me interesaba.Poco me interesaba en ese cuarto, acurrucado, en posiciónfetal y sostenido por una sucia pared.

Nací en un barrio de la capital, en 1952. Mi viejolaburaba en Mataderos. Se levantaba todos los díastemprano, mi viejo. Y llegaba a casa pasadas las seis, con elolor a sangre impregnado en la ropa. Cobraba porquincena, el viejo, y todos los domingos que seguían alsueldo, en casa había asado, vino y gaseosa para los cuatro.Mi vieja cortaba el tomate en rodajas, mientras mi viejosalaba la carne. Mi hermana preparaba la mesa y yo, conojos pequeños, esperaba. Y yo, con ojos, cuerpo, concienciapequeña, esperaba sentado en la mesa que mi viejo dijeraque los chorizos ya estaban. Y que gritara que era un díaperonista. Y mi viejo, que decía que los chorizos ya estabany que era un día peronista, era feliz. Y yo, que esperabasentado en la mesa con ojos, cuerpo, conciencia pequeña,también era feliz.

No había asado ahora. Tampoco era feliz. Acurrucado,

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

en posición fetal, sostenido por una sucia pared, escuchabalos pasos que marchaban detrás de la puerta. Sentía,temblando, a mis compañeras quejarse. Iban y venían,como los pasos detrás de la puerta, mis compañeras. Ycomían del plato apenas tocado. Eran buenas, miscompañeras. Eran suaves, probablemente hermosas, aunquemordían de vez en cuando. Los roedores son así. Muerdenal estar disconformes.

Un día, mi viejo dejó de ser peronista. Guardó elcuadro del General que descansaba sobre la cómoda, quemóuna foto de Evita y, para mí, dejó de ser peronista. Nuncamás asado, nunca más tomates cortados en rodajas, nuncamás yo, esperando, sentado en la mesa, con ojos, cuerpo,conciencia pequeña. Y mi viejo, el que dejó de ser peronista,no dijo nada más sobre los días soleados. Empecé, al pocotiempo, a ir al colegio. Todo me resultaba muy extraño allí.Nadie era peronista en el colegio, nadie nombraba a Evita,algunos parecían tener demasiado miedo. Pero otrosmuchos estaban muy contentos, en el colegio. No recuerdobien cuando comencé el secundario, pero sí recuerdo biencuando mi hermana se fue de casa. Mi viejo lloró mucho,cuando mi hermana se fue de casa. Y mi vieja tambiénlloró, pero a mí no se me cayó ni una lágrima. En 1970empecé la facultad. En 1971 leí a Marx. Y en 1973 yo, quehabía comenzado la facultad tres años antes, que había leídoa Marx dos años antes, me pelee con mi viejo, el que ya eraperonista de nuevo. Y me fui de casa.

Estaba en mi hogar, ahora. Acurrucado, en posiciónfetal, sostenido por una sucia pared, me sentía en casa. Olía,escuchaba, sentía, como en casa. Lloraba, tenía miedo,comía, meaba, cagaba, como en casa. Me masturbaba,

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ZURDO DE MIERDA

cuando podía, como en casa. Estaba solo, salvo por las ratasy por los gritos de las voces detrás de la puerta. Cuatroparedes. Un techo. Dos meses allí. Estaba en casa.

En 1974 mi viejo me llamó. Era feliz nuevamente. Yoera marxista. Hubo un asado más. Éramos seis. Viejo, vieja,hermana, sobrino, cuñado y yo. Cinco peronistas, y yo. Ymi viejo, el que era feliz nuevamente, el que volvió a decircosas los días soleados, me puteó a las seis de la tarde. Medijo zurdo de mierda. Y mi viejo, el que me dijo zurdo demierda, murió ese día para mí. Y mi hermana, mi cuñado,mi vieja, que no dijeron nada cuando mi viejo me dijozurdo de mierda, murieron para mí. Y mi sobrino, queesperaba, sentado en la mesa con ojos, cuerpo, concienciapequeña, se llevó un abrazo. Y un beso fuerte en la frente.

Aquí estoy yo, acurrucado, en posición fetal y sostenidopor una sucia y hedionda pared. Las ratas pasean, pordentro y por fuera de la sala. Las que comen de mi comidase mueven en cuatro patas. Las otras vigilan erguidas endos. A veces, los roedores bípedos, abren la puerta, mepatean un rato y me llaman zurdo de mierda. Como miviejo. Como en casa. Es tarde ya, y tengo sueño. Lloro en lasoledad. Y decido que el cansancio debe vencerme.

Sueño. Estoy en el barrio, con algunos compañeros,está el Pepe, el Zurdo y también la Flaca, hermosa la Flaca,siempre chamuyando, siempre buscando el mango.También hay personas que no conozco, y temo. El miedome atraviesa, ¿acaso son infiltrados? Se acercan dos, pelolargo, barba. Tienen camperas, pañuelos en el cuello. Sepresentan, compañero, somos del sur, compañero, sabemosde piquetes, compañero, aunque no tanto de cacerolas,compañero. Me abrazan, saludan, se van. Pregunto, algo

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

dubitativo, ¿de dónde vienen, hermanos? De Avellaneda,contestan. De la estación de trenes. En la realidad, fuera delos sueños donde descanso, escucho la tranquera abrirse. Mepreparo para una nueva sesión, pero nadie se acerca. Lapuerta se cierra. Respiró hondo. Siento un ruido al otrolado de la habitación. No son las ratas. Alguien tose. Noestoy más solo. No estoy más en casa.

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II

CIERRO LOS OJOS Y VEO. Cuando los abro, no logropercibir nada. Mantengo los párpados caídos e intentoconfiar en mis instintos. Soy un mamífero más. Que cree ensu instinto, que come en cuatro patas. Y que no está más encasa. No está, ese mamífero, instintivo, que es uncuadrúpedo, en solitario. Escucho toser, nuevamente. Mispárpados se levantan con lentitud, para volver a estar allí,entre esas cuatro paredes hediondas, acurrucado, despojado.Vuelven a caer. Intento dormir. Intento cumplir mi deseo.Mas no puedo. No estoy solo.

No confío en nadie. Tampoco en mi sombra, pues nola veo. Pues no ingresa el sol en esa celda presumiblementegris. No confío en esa tos. ¿De quién es? ¿De la legiónacaso? ¿De otro desdichado? No lo sé. Cierro los ojos ynadie se acerca. Y yo, que cierro los ojos, que no sientoacercarse a nadie, sueño y soy libre. Sueño y deseo. Deseo lalibertad.

Era un tipo jodido mi viejo. Del oeste, laburante. Sondemasiados hermanos, los de mi viejo. Diez hijos, todosvarones, tuvo la madre. Tres murieron de pequeños. Dos, deadultos. Tuvo una infancia dura, de yerba secada al sol, miviejo. Mate cocido, pan duro y a la cama. Guapo, el viejosupo ganarse la vida como pudo. Fue peón en el campoantes de venirse para el oeste. Mi viejo, el que fue peón decampo, el guapo, conoció a mi vieja en los bailes decarnaval. Mi viejo, el que llevó a la patrona de la cintura losdomingos, trabajaba con sus hermanos, en un frigorífico,

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meta cuchilla y gancho todo el día. Peronista, mi viejo.Matarife, mi viejo. Tal vez rosista, mi viejo. Cuando me fuide casa, cuando le dije que el viejo puto los iba a cagar,cuando avisé que todo se iba al carajo, mi viejo me gritógorila de mierda. Cuando le dije que en Falcón y Oliveramataban gente me dijo que largue la ginebra. Y que tuvieracuidado.

Abro los ojos. No logro ser libre en los sueños. Decidoconfiar en aquella tos. Decido admitir que poco me quedapor perder. Mi nombre es César, me presento. Hace dosmeses y medio que estoy aquí, describo mi vida. Soy deloeste, de los pagos donde mataron a Vicki, declaro. Pocomás voy a decirle, culmino. Hace mucho tiempo queduermo, que sueño que soy libre, pero que no hablo connadie, agrego. La tos ya no llega desde el otro lado delcuarto. ¿Seguirá allí? ¿La habrán arrastrado hacia afuera paraconvertirla en llanto, grito y súplica? Pienso en la tos lejanay lloro. Porque vuelvo a estar en casa. Porque vuelvo a estarsolo.

Cuando se llevaron a Eduardo, imploré. Cuandochuparon a Vero, lloré. Cuando murió mi viejo, no. Yaestaba muerto para mí. Fui al último que arrancaron de sussueños. Había quedado solo. Hablaba solo. Comía solo.Tenía sexo solo. Dormía poco. Hablaba poco. Caminabapoco. El día que por fin me encontraron llegó en abril.Hacía frío en aquel abril. Congelado estaba el suelo.Congelada estaba la celda. Viajé un tiempo extenso con misojos cubiertos. Las manos atadas. La cabeza golpeada. Nolloraba, aunque tenía miedo. Llegamos a destino y metiraron en este lugar. De nuevo solo. De nuevo en casa.

Luciano me acompaña en la presumiblemente lúgubre

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ZURDO DE MIERDA

habitación. Dice ser del oeste. Más lejos de la muerte deVicki, pasando la frontera. Eso, para él, es la General Paz.

Parece un gurí, Luciano. Voz que adolece, tonopausado, palabras que enseñan. Luciano, el del tonopausado, el de la voz que adolece, comenta que sabe lo quees mate cocido, pan y a la catrera. Que sabe lo que es el frío,el calor y el cartón. La tiene clara, el gurí. Los botas no sellevan a cualquier gil.

Es tarde. Es de noche, dice Luciano. Viene la cena, lagolpiza y a la cucha. La puerta se abre, los pasos se acercan,Luciano se va. Sé hacia donde. Sé de las caricias eléctricas.Sé del orín recorriendo las piernas. Sé de la conciencia quese esfuma. Sé de los compañeros delatados. Cierro lospárpados. Intento soñar. Intento ser libre. No puedo. Lloropor mí. Por los revelados. Y lloro por Luciano.

Vuelve Luciano. Vuelve Luciano y pregunta de dóndemierda vengo. Pregunta Luciano de dónde vengo y haciadónde voy. Interroga Luciano sobre mi ideología. Quieresaber Luciano acerca de mis estudios. Pregunta Luciano porqué me llevaron.

Del oeste, ya te lo dije, Luciano. Iba hacia algún lugarhermoso; a ninguno ahora. Me declaro marxista, Luciano.Cursaba Sociología. Me llevaron por pretender algo untantito más justo, Luciano.

Luciano insiste, pregunta por qué me chuparon.Por zurdo de mierda, Luciano.

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III

Afuera festejan. ¿Por qué gritan afuera? De la calle, delotro lado, por donde entra el viento, las carcajadas, losbocinazos llegan a mis oídos. A los de Luciano. Afuerafestejan. ¿Qué mierda festejan afuera? ¿La revolución acaso?¿Qué revolución? ¿Se fueron? ¿Cuándo nos vienen a sacar,entonces? ¿Los echaron? ¿Cuándo nos vienen a rescatar,entonces?

Pasaron dos, tal vez cuatro horas. Nadie vino. Losgritos del adentro, sin carcajadas, sin algarabía, acompañana los otros. No hubo revolución. Nadie se fue. Apoyado enesa hedionda pared, no comprendo nada. Y yo, que nocomprendo absolutamente nada, que sostengo mihumanidad sobre una inmunda pared, levantodolorosamente mi rostro e intento llegar a Luciano.Interpelo a Luciano. Pregunto, Luciano, ¿acaso vos me ves?Luciano contesta afirmativamente. ¿Y por qué tenés elprivilegio de verme? ¿Por qué, Luciano, yo no puedomirarte? La risa llega del otro lado del cuarto. Y esa risa, laque llega del rincón opuesto, no transmite felicidad. No.Esa risa es tristeza, angustia. Resignación. Te veo ahora, diceLuciano. Llora Luciano. Y concluye: mañana tal vez no.

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Segunda Parte

Negro de mierda

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IV

EN LA NEGRURA, LUCIANO no se detiene. Recita, dememoria, frenéticamente. Una, dos, tres veces. ¿Qué le pasaa Luciano? ¿Qué predica Luciano? Escucho su voz, susúplica, su grito.

Moreno se fue en el mar,pensando en no regresar

Rosas, rojo punzó y mazorca,también Camila en la horca

Sarmiento, sangre gaucha no ahorró, y a los caudillos ahogóRoca, meta tiro y orejas,plomo entre ceja y ceja.

Está fuera de sí, Luciano. Allí, sostenidos porhediondas paredes, escuchando lamentos que producencarcajadas, es difícil no trastornarse. Allí, cerrando los ojospara soñar ser libre, se complica demasiado no juguetearcon la locura. Creo parpadear, y escucho, en el silencio,nuevamente a Luciano. Y Luciano, al que escucho,sostenido por esa hedionda pared, continúa clamando.

La plaza Lorea y Falcón,Patagonia, Varela y Facón,Vasena, muertos en capital,y en el norte, La Forestal,

el bombardeo, la iglesia, el final,

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

Vallese, los fusilados y el basural,largos bastones y el péndulo del General.

La húmeda pared que sostiene a Luciano tiembla antesus palabras. La asquerosa muralla que me cobija también seestremece, ante los puntapiés de los que vienen porLuciano. Vienen por él, por sus palabras, por sus verdades.Escucho sus pasos, escucho sus voces, siento sus pies. Creosentir que lo arrastran hacia el afuera, aunque allí, en esainmunda celda, no existe uno. Allí, en esa inmunda,hedionda, húmeda celda, el afuera solo aparece al cerrar losojos.

Duermo, o intento hacerlo. Sigo la recorridainterrumpida instantes atrás. El espacio es pequeño, aunquerebalsa de amigos. Se acerca un pibito, morochito, ojossaltones. Luce exaltado el purrete, salta, canta, y se ríe. Diceque le toca tirar a él. Me observa y frena su marcha. Acortala distancia y susurra que aún no comenzó el recital. Yagrega que el amo, aunque a veces juegue a ser esclavo,sigue siendo amo. Y es mortal. Al mirar al gurí irse entre lapueblada el desconcierto me invade. ¿Qué es este lugar?¿Hacia dónde voy? Una bonita mujer aparece y me convidadel envase de cerveza. Morocha, mirada profunda. Dice queviene de lejos, del sur del país. Y que las crisis no matangente con sencillez. Las balas, sin embargo, sí. La paisanaconversa ávidamente con un compañero de barba candado.Me informa que también es del sur. Y que lápices y tizas,aún, siguen escribiendo. Mariano se llama otro de loscompañeros que cruzo. Alto. De barba. Feliz. Me abraza. Ypide que lo acompañe. ¿Qué es este lugar? ¿Hacia dóndevoy?

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V

MUEVO MIS PÁRPADOS para llorar. Creo escuchar aLuciano, mas ya no estoy seguro de lo que oigo. Creo oler lapiel chamuscada, cansada de tanto dolor y picana, mas noconfío en lo que huelo. Creo tantas cosas, mas no me fío demis sentidos. Mi cuerpo, mis manos, atadas, rotas, ya nologran sentir nada. Mi cuerpo, ultrajado, me pide terminar.Pero debo seguir. Sino, me habrán vencido.

Luciano ha regresado. No estoy solo. Pregunto comoestá, aunque en esa hedionda celda, con esos inhumanosverdugos, la respuesta se sabe de antemano y lainterrogación es excusa para seguir hablando. Para seguirviviendo. Luciano no contesta. Yo sigo. Luciano, hablame,no hay que dejarnos morir. A veces, dice Luciano, a vecescreo que ya estoy muerto. Y Luciano, el que cree estar sinvida ya, solloza en la oscuridad, en la aparente oscuridad denuestro asqueroso hogar. Yo sigo. Luciano, contameLuciano, de donde venís, qué sueños de libertad te hicieronprisionero. Tose, Luciano. Parece masticar con pausa el pany la carne que los otros arrojan para que no muramos. Queya te dije de donde vengo, dice Luciano, que es verdad perono me aclaraste hacia donde vas, contesto yo. Vamos haciadonde decidan ellos, aclara Luciano, ellos, los dueños de lavida y de la muerte. Luciano está frente a mí. Nos separa unaire tan hediondo como la pared que a ambos sostiene.Traga el duro alimento Luciano, y sigue diciendo verdades.Del oeste soy, cuenta Luciano, de allá, de mi queridaMatanza que tanto me buscará. Del oeste soy, de mis

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amigos, de mi vieja y de mi hermana. Luciano ya nomastica, y su voz se hace más firme, libre de lágrimas ymigas perdidas de pan duro del ayer. Pasando la GeneralPaz, ahí nomás, cerca, veinte pasos y estás en mi barrio, elde los pibes que cartonean, el de los verdugos patas negras.Pregunto, Luciano, ¿sos peronista? Contesta, Luciano, queno cree serlo. Pregunto, Luciano, ¿sos marxista? Contesta,Luciano, que seguramente no. Interrogo, entonces,Luciano, ¿sos zurdo? Contesta, Luciano, que escribe con ladiestra. ¿Por qué te chuparon, compañero? Por foráneo, diceLuciano. Insisto, Luciano, ¿por qué te llevaron? Respira,Luciano. Y escupe: por negro de mierda.

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VI

AFUERA GRITAN. ADENTRO TAMBIÉN, pero el sentidoy el origen de ambas emociones son diferentes. Afuerafestejan. Adentro, algunos no. En la calle, si es que estamoscerca de ella, cantan. En el infierno también muchos, luegode sentir el aliento del diablo, cantan. Sin embargo, seríainjusto acusar a ciertas deidades de los atropellos y lasvejaciones humanas. En realidad, tanto libres comoprisioneros debemos nuestro estado a decisiones de loshombres. Dios y Mandinga no nos deben nada.

¿Por qué mierda festejan afuera? ¿Acaso no se enteran?¿Acaso no quieren hacerlo? Bocinazos. Aplausos. Algún queotro petardo. No espero a nadie que nos rescate. No esperoa nadie que se apiade de nosotros.

Luciano dice que Boca salió campeón. Luciano piensaque por el fútbol la gente llora, ríe y hasta se pega un tiro.Yo digo que por las torturas la gente llora, se pega tiros y,algunas veces, ríe. Luciano cree, también, que tal vez losgritos significan un triunfo electoral. Me desconcierta,Luciano. ¿Si están los milicos, Luciano? ¿De qué hablás,Luciano? Sin embargo, mis perturbaciones mutan enesperanzas. Tenés razón, Luciano, ya nos van a venir a sacar.Luciano interroga acerca de la posibilidad de la libertad. Noentiende el por qué de mis conclusiones. Se las explico,dulcemente, aunque me interrumpe con una carcajada. Mesiento extraño, su cuerpo despide una mixtura increíble deemociones. Burla, sarcasmo y, al aparecer el llanto,resignación. Presiento que se limpia, con sus ajadas manos,

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las lágrimas que recorren su adolescente rostro. Presientoque tira el aire hacia adentro. Que hincha su pecho. Ypredica: ojalá fuera tan sencillo. Ojalá con eso bastara.

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Tercera Parte

Compañeros

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VII

EL TIEMPO, EN DEMASIADAS ocasiones últimamente,pierde su secuencia lógica. Sucede lo mismo con el espacio.Cierro los ojos y viajo, no muy lejos, hacia mi barrio, conmis compañeros. Cierro los ojos y al transportarme soylibre, tengo hijos, nietos, y mis cumpas aún están ahí,riendo, todos, transfiriendo nuestros anhelos a otrasgeneraciones que no están obligadas a cargarlos. Sinembargo, al abrirlos, al pasar mi lengua por mis agrietadoslabios vuelvo a la celda, vuelvo a morir. No tendré hijos.Tampoco nietos. Y mis compañeros, ¿dónde estarán, ahora,mis compañeros? ¿Tendremos niños para transmitirlesnuestras verdades? Tal vez no. Y crean en otras.

Luciano ha cambiado demasiado en tan solo unospocos días. Noches, a decir verdad, ya que las jornadas encautiverio se sienten oscuras, siempre, constantemente.Escucho su continuo respirar. Escucho sus reflexiones.Pregunta, Luciano, si existe Dios. Luciano, el que interrogasobre la existencia de Dios, quiere saber también qué tipode Dios es el que permite este infierno. Qué tipo de Dios sebaña en sangre y, en medio del éxtasis, señala que hace faltamás muerte para estar satisfecho. ¿Es el Dios que castigó a lahumanidad con espesa y cristalina agua? ¿Es el Dios quemurió, en medio de ahogos de sangre, agua y vinagre, parasalvarnos a todos? ¿Es el Dios que exige devoción eterna poresa muerte que nadie le solicitó?

A veces, creo en Dios. Cuando la inmundicia humaname lleva a callejones nunca recorridos, cuando la

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electricidad atraviesa mi carne, pido a Dios que esto acabede una vez. Lloro y ruego, pero no sucede. No acaba. Talvez porque los hombres deciden cuando se termina.

A veces, insulto a Dios, aunque con ello le doyentidad. Lo puteo, cometo blasfemias, le pido explicacionesante tanta muerte, tanta injusticia, tanta atrocidad. Noescucha. Tal vez porque en la tierra están las respuestas.

Muchas veces, no creo ni un poco en Dios. Al escuchara Luciano, tan joven. Al oír los llantos y las risas, en un soloshow. Al percibir los quejidos pequeños, primigenios, de laexistencia nueva. ¿Cómo comprender que al milagro de lavida y al interminable calvario del final los separen, apenas,un muro?

Vienen por nosotros, otra vez. Al paso firme de losindignos se suma el aroma a sangre que despide el impío.Logro oír las llaves del verdugo, que juega del otro lado,juega a ser Dios. Elige nuestra cerradura. Cierro los ojos ylloro, al saber lo que espera. Me dirijo a Luciano. En unrato vuelvo, Luciano. No hay tiempo para despedidasparciales, y mientras me arrastran hacia su juicio final,pienso. Ruego. Pido a Dios que se acuerde que existo.

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VIII

NO FIGURO EN EL INVENTARIO del Señor. Para midesgracia, ellos si me registran. Un émulo y continuador delas locuras racionales nazis prepara el viaje hacia uno de loscírculos de Dante. Me desnudan, para luego arrojarme aguatibia sobre todo el cuerpo. Siento la sangre seca, junto a lamugre, deslizarse hacia los extremos, por toda la piel.Pruebo el líquido y lo siento salado. ¿Cuántas veces mi viejame rogó que huyera del mar al observar la tormentaaproximarse en el horizonte? Me cuidaba, la vieja. Ellosesperan que la sal se impregne, para que los relámpagosrecorran desde la punta de los pies hasta el último pelo demi cabeza. Ya no preguntan nada al torturar. Lo hacen pormero placer. Se acercan, al comenzar, y me susurran al oído,preguntan si estoy ya convencido de la existencia de Dios.Son ellos, dicen, los que deciden quien muere y quién no.Son ellos, dicen, los putos dioses en la puta tierra. Y yo, sinnada ya que perder y con poco por jugar, les digo que sondoblemente blasfemos. Por putear. Y por creerse Dios.

Uno se acostumbra al dolor. Uno se acostumbra a lasasambleas en la oscuridad, mirándonos los unos a los otros,descubriendo que hoy somos dos menos que ayer. Pero yono logro acostumbrarme, compañero, a la electricidad.Grito. Me muevo sin control. Y me convierto en un serinhumano. Como ellos, aunque es muy humano lo quehacen. Y, tras unos minutos, me voy hacia otros lados, conla esperanza de no regresar. Cierro los párpados, no observomás la venda húmeda que cubre mis ojos. Y viajo.

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Ya no estoy mojado, y tampoco la picana recorre miser. Otra vez, en ese extraño lugar. Tengo miedo, pero lacuriosidad vence, y el camino hacia la nada prosigue. Alfondo del salón, alejados del resto y tras una ventana, sesientan, sobre la tierra y apoyados en la pared, un pibe queescucha a un viejito, de boina y cabello blanco en loscostados. Junto a ellos, de pie, una mujer, hermosa, labiosprolijamente pintados, sonrisa franca. Toman vino y lodeslizan, de mano en mano. Decido acercarme. Mepresento y resuelven levantarse. El geronte me tiende sumano al mismo tiempo que retira su boina en señal dereverencia. La joven sigue sonriendo, aunque parececansada. El purrete no se presenta. El purrete, morocho,algo tímido y callado, con rostro ausente de barba, se colocajunto a mí y me susurra al oído. Levanto bruscamente lamirada al escucharlo. Lo observo. Luciano, digo. Luciano,repito, ¿qué es este lugar? El gurí mira hacia un lado. Haciael otro. Y contesta. Dice que no importa qué. Lo queinteresa es dónde.

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IX

En el afuera hay bullicio. Ya no espero la revolución,mas los deseos no siempre obedecen las razones humanas.Contra la sucia pared, en posición fetal, me conformo tansolo con sobrevivir. En posición fetal, deseo, en demasiadasoportunidades, no haber nacido.

Afuera, el ruido metálico no cesa. Pienso en voz alta, yLuciano parece escuchar. Responde que son cacerolas. Queson cacerolas de metal, en donde se cuecen guisos, pucheroso locro. Pero nunca, dice Luciano, se usaron para cocinarrevoluciones.

Mientras afuera suenan las protestas, adentro viajan lossueños y las torturas, por la misma autopista. Sin embargo,Dios se ha cansado de jugar a los dados. Me acerco aLuciano, me arrastro hacia el y le susurro, al oído, Luciano,te he visto. Escucho su cuerpo aproximarse. Aguardo laréplica. Compañero, no me viste, hace un tiempo largo quenadie me ve. Vuelvo a balbucearle, Luciano, entonces tesoñé. El que adolece demora la respuesta. Parece dudar.Pero dice, Compañero, soñar no es lo mismo que veraunque en este lugar, casi todos los días, solo vivimos alcerrar los ojos. Al cerrar los ojos y dormir.

Es muy tarde, para todo. Los ruidos han cesado, soloalgunas toses que se escuchan en derredor. Esa noche,Luciano quiere conversar. Esa noche, en esa inmunda celda,Luciano necesita hablar. Y comienza. Compañero, soñastecon asambleas, con desconocidos. No me sorprendió larareza. No llamó mi atención el talento de Luciano para

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

leerme cuando duermo. Al observar mi permiso, Lucianoprosiguió. Soñaste con mucha gente, con muchoscompañeros. Interrumpo, Luciano, ¿quiénes son? El queadolece contesta. No interesa. No para lo que necesitodecirte. Hombres. Mujeres. Trabajadores. Trabajadoras.Pibes. Pibas. Viejos. Jóvenes. No importa quiénes son, sinoqué significan. Luciano me desconcierta. Luciano, nocomprendo. Luciano, ¿qué sentido tienen estos sueños? Micompañero me mira. Estoy seguro que me está observando,fijamente. Luciano prosigue. Dispara. Ellos y ellas significanque esto nunca va a acabar. Nunca más.

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Cuarta Parte

Desaparecidos

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X

¿POR QUIÉN DESAPARECEMOS si nos niegan, o los quenegamos somos nosotros, los que desaparecemos?

La carrasposa voz de Luciano invade la séptimaoscuridad que nos une. Extrañamente, en algunosmomentos el compañero parece escaparse. No contesta. Noresponde. Pero siempre vuelve. Regresa al interminablecalvario.

Esa noche, Luciano no quiere fugarse. No escuché quedevore la comida, como otras jornadas. Quiere, eso creo,concentrarse en hablar. Entiendo lo que sucede. A todosnos pasa. Cuando el final se acerca, necesitamos decirlotodo. Nada debe quedar dentro.

Luciano interroga, una vez más, otra vez, sobre mipasado. Quiere saber por qué me llevaron. Que no divague,pide Luciano. Que sea concreto, solicita Luciano. Creomirarlo. Respiro profundo, tomando conciencia de ello.Debemos pensar el hacer, en esa luminosa oscuridad. Todopuede ser por vez última.

Corría 1979 en los almanaques. Marzo de 1979. Tresdías nos separaban del nefasto tercer aniversario. Tan solocuatro de los veinte habíamos sobrevivido. Esa noche, esainterminable noche, la negra, le hermosa negrita, dijo quese piantaba. Se nos iba la negra, había conseguido unasalida a España. No quiero morir así, dijo la negra. Noquiero morir todavía. Nos abrazó a cada uno de los tres.Turco. Cabezón. Y yo, el gallego. Y se fue, llorando.

La compañera no llego a la deseada madre patria. Esa

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

noche, esa interminable noche, la chuparon en General Pazy Alberdi. Y quedamos tres. Tan solo tres.

Cuando el Cabezón apareció, dos meses antes, luego dedeambular en el infierno, todos desconfiamos. Paramuchos, había cantado el Cabezón. Había dialogado conSatanás. El Turco desapareció tres noches después de laNegra.

Y quedamos dos. Tan solo dos.El Cabezón no había tomado unas copas con Satanás.

Tampoco con Dios, aunque por esos años entre uno y otropoca diferencia había. Era, el Cabezón, que se habíasumado dos años antes, que se había calentado con laNegra, el mismísimo Demonio. Si existe, acaso, en el léxicodel otro la palabra Compañero, el Cabezón cuajaba en esesignificante a la perfección.

El último día de mi vida lo pasé viajando en colectivo.Del obelisco a La Matanza. De Casanova a Palermo viejo.Andando. Buscando refugios. Esquivando enemigos verdes.Al llegar a lo del Cabezón, en Lomas del Mirador, toméunos mates y dormí. Soñé. Que era libre. Que éramoslibres. Un “zurdo hijo de puta” me despertó. Lo acompañóun gentil culatazo en las costillas. Era principio de año. 31de enero del ´79.

Veinte compañeros. Veinte amigos se esfumaron, deuna noche a otra, sin más. Cincuenta delegados contó miviejo en el frigorífico. Cincuenta, junto a una rebaja salarialconsiderable. Otros tantos mi cuñado, en la fábrica.Desaparecemos. Del colegio. De la facultad. De la historia

¿Por quién desaparecemos si nos niegan, o los que negamossomos nosotros, los que desaparecemos?

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DESAPARECIDOS

Luciano escucha con calma. O eso creo. Se acerca, meacaricia. Soy de un lugar perdido en el tiempo y en elespacio, dice Luciano. Pasando la frontera, hacia el oeste.Habla pausado, Luciano. Aunque la pausa no quitafortaleza. Laburaba, agachaba el lomo y el alma paracartonear, dice Luciano. Y así, afirma, así sobrevivíamos. Leganábamos, día a día, una batalla más a esta puta vida. Creocomprender que Luciano llora. Y un día, prosigue elcompañero, un día vinieron, quisieron comprarme, pero yo,grita Luciano, yo no tengo precio. Ni destino. Y aquí estoy.Junto a vos.

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XI

Se escuchan pasos en el afuera. Van y vienen. Faltapoco. Luciano dormita. Eso creo. Dormita y, entre sueños,escucho el susurro. Canta, Luciano. Intento descubrir loque sus labios esconden. Canta, el compañero.

La historia es muy pesada,por eso hoy te lo digo,

Los jóvenes estamos tildados, de ser el nuevo enemigo.

¿Sueña Luciano? ¿O tiene pesadillas? Trato deacercarme. Sin embargo, cada centímetro que recorro haciasu cuerpo me hace sentir más lejos. Sigue Luciano, y ya nodebe ni puede dejar de decir verdades.

Si uno mira la tele,comprueba lo que decimos,morocho, visera y cumbia,

sinónimo de peligro.*

¿En qué nos parecemos Luciano y yo? ¿Somosparecidos Luciano y yo? El compañero despierta y dice queestamos más cerca de lo que pienso. Ya no me sorprende suincreíble talento para leerme por dentro. A esta altura, ya heperdido la capacidad de asombro.

Vos negaste, dice Luciano. Vos negaste, al igual que yo.

* Canción murguera bonaerense.

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

Y el que niega, César, el que niega desaparece.El amigo observa mi desconcierto. Eso creo. Pero

prosigue. Ambos negamos ser, afirma. Ambos negamos serlo que el otro dice que somos. Vos, un zurdo apátrida. Yo,un negrito. Un negrito chorro. Y de mierda. Cada palabrade Luciano es pesada. Cada frase de Luciano es unmartillazo. Parpadeo, aunque no logro ver. Y pregunto.Interrogo a Luciano. ¿Nos buscarán, Luciano? La voz delamigo se endurece. Alza la maza. Surca el aire. Y baja. Nosbuscarán, dice. Aunque tal vez no nos encuentren. Pum. Unnuevo mazazo. Mortal. Real.

La puerta se abre. Dos cuerpos se acercan. De un pun-tapié nada cortés me levantan. Siento un pinchazo en elbrazo izquierdo. Es rápido. Un suspiro. Fétido. Pero un sus-piro al fin. Me arrojan nuevamente al suelo. No perciben aLuciano. No lo maltratan. Parece no existir para ellos. Lapuerta se cierra. Nuevamente solos. Una sola pregunta que-da en mi cabeza. En mi mente. Luciano, ¿te arrepentís dehaber negado? ¿Te arrepentís de haber desaparecido? Lu-ciano me mira. Estoy seguro que sonríe, melancólicamente.Prepara la maza. Siento que corta el aire. Y cae sobre mí. Silas cosas siguen pasando, compañero, si la rueda sigue gi-rando, amigo, nosotros seguiremos negando.

Mis ojos comienzan a pesar demasiado. Luciano seacerca. Siento su mano. Escucho su voz, sobre mi oído.Dice, Luciano, que ya termina. Que no me olvide de él.Que no me olvide de los sueños. De las pesadillas. Que noborre de la memoria los piquetes. Los ojos saltones. Las ca-nas. Las vidas y las cacerolas. La puerta vuelve a abrirse,pero ya no reacciono. Me levantan como una bolsa. Y asíme tratan. Pido que no toquen a Luciano. Que no lo lasti-

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DESAPARECIDOS

men. Los otros ríen, me escupen. Y me llevan afuera. Sientoel aire. Hace frío. Un auto espera por mí, motor encendido,puerta trasera abierta. Mis ojos, de pronto, vuelven a vivir.La venda cae y la noche, la eterna noche, se aparece, tan ex-traña. Tan compañera. El viaje es corto, aunque logro, entrelas sombras, divisar las luces de la hermosa Buenos Aires.Corrientes. 9 de Julio. La gente en la calle. En los cines. Enlos teatros. Todo sigue girando. Todo sigue pasando.

Me congelo en el cielo. El ruido de la turbina perforamis oídos. Mis pantalones, mojados por el miedo, mojadospor el horror, son descubiertos por los otros. Ríen. Se bur-lan. No respetan la muerte. No respetan al supuesto enemi-go. Han perdido hace mucho tiempo lo que pretenden ha-cerme derramar a mí. La dignidad los ha dejado de arroparhace un largo rato. Cierro los ojos, adormecido. Pienso enLuciano. Rezo por él. Respiro, finalmente, aliviado. El cal-vario terminó.

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Epílogo

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HAY INDIVIDUOS QUE no se quejan. Reciben la orden.No preguntan. Van. Ejecutan. Se convierten en lo quedeben ser mientras trabajan: máquinas. Sin la capacidad depensar. Varela era así. No se interrogaba si estaba bien o mallo que hacía. Iba. Y lo hacía. Sin embargo, le había tomadoel gustito a la cosa. Sin embargo, de todos sus oficios, ese,ese le sentaba muy bien.

Esa noche, Varela regresó a su oficina tarde. Dejó elsaco sobre la silla, prendió la radio. Subió el volumen, hastael cielo. No le gustaban los quejosos. Odiaba a losmaricones. Y allí había muchos. Demasiados.

¿Dormía Varela por las noches? Si. Profundamente.Seguro. Tranquilo. Durmió Varela esa noche, y soñó congritos. Con lamentos. Y se mojó los pantalones. No de pis,por supuesto. Los hombres como Varela no se meanencima. Acaban, solamente. Y, de vez en cuando, hacenacabar. A mujeres, por supuesto.

Despertó Varela, sobresaltado. La luz matinal, elbullicio de la cocina. ¿Qué gritaba el cristiano aquel, aquellavez, cuando sacaron la venda de sus ojos? Varela no podíarecordarlo. ¿Qué gritaba? ¿Por qué lo obsesionaba tanto esealarido?

Tras dos pitadas, Varela se calzó el gamulán. Cubrió susojos con las gafas negras, y salió a cazar. Le encantaba cazar.Y si la víctima aullaba, mejor.

Varela tomaba el volante con confianza. Sabía Varela.Se sentía seguro Varela. Nunca se quedaría sin trabajo. Sutrabajo, ese trabajo, no tenía fin. Era eterno. Hastahereditario, pensaba Varela. Aceleró el auto y dejó tras de sí

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

la arcada que marcaba el ingreso al campo. Bienvenidos,rezaba el cartel. Y sentenciaba, debajo: Aquí se aprende adefender a la patria. Varela sonrió. Y arrojó el cigarrillo.

¿Qué gritaba, el zurdo hijo de re mil putas ese? ¿Quéaullaba la mierda esa? Varela apretaba la mandíbula. Lemolestaba fallar. Odiaba no recordar. Cerró sus ojos eintentó acelerar su memoria. El zurdo, el que hablaba solo,el que charlaba hacia la nada desde hacía una semana. Elzurdo, el cagón que se meó antes de volar. ¿Qué carajogritaba? ¿Y por qué me importa tanto?

Cruzando hacia provincia por el oeste, sonrió, depronto. El espejo retrovisor devolvió una fila de dientesamarillos. Mugrientos, de tanto tabaco. Recordó el grito. Lasúplica. ¿Dónde está?, gritaba el cristiano. ¿Dónde mierdaestá Luciano?

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PALABRAS DEL AUTOR.-

ESTO ES UNA FICCIÓN. Los pibes y pibas que muereno desaparecen, no.

Según encuestas realizadas luego de la última dictaduraun gran porcentaje de los desaparecidos eran estudiantes,obreros y militantes sociales. Quienes reprimían no elegíana sus víctimas jugando al piedra, papel o tijera. Fue unadictadura de clase que intentó – y logró- por todos losmedios asegurar la perpetuidad de una estructura que losbeneficiaba.

Cerca de tres décadas han transcurrido desde el regresode la democracia. Y la represión ha mutado, pero noacabado. Según los números de la Correpi, desde 1983hasta esta parte la cifra de muertos por bala policial resultaescalofriante. La mayoría de las víctimas son menores de 25años. Casi todas, pertenecen a las clases más pobres de lapoblación. El piedra, papel o tijera tampoco se utiliza comométodo de elección en el siglo XXI. Las clases dominantesimaginan un enemigo. Y actúan a sangre fría. Secuestran.Torturan. Humillan. Y llegan a faltar el respeto a la muerte.

Luciano Arruga desapareció el 31 de enero de 2009 enLomas del Mirador, localidad ubicada en el populosomunicipio de La Matanza. Vivía en el barrio 12 de octubre,se ganaba el mango cartoneando y tenía 16 años. La policíaintento reclutarlo para que salga a robar. Se negó. Una. Dosveces. Que un negrito de mierda muestre una dignidadmayor a la que ellos poseen fue demasiado para las fuerzasdel orden. Lo secuestraron. Lo torturaron. Y nadie más

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SIETE NOCHES CON LUCIANO

volvió a saber de él.En tiempos donde el sentido de la palabra inseguridad

aparece unívoco y vedado para las clases realmentepopulares resulta interesante escuchar a la madre deLuciano. Dice ver a la policía y temblar. La llama “arruinaguachos”. Tiene una triste experiencia alrededor del tema.Pero Luciano no es el primero. Y no parece ser el último.

Nueve presidentes se han sentado en el sillón de laRosada desde 1983. Y la rueda sigue girando. Mientras a lasuperficie llegan los asesinatos más resonantes, lasrepugnancias más visibles, en las sombras, por el subsuelo,centenares de pibes y pibas mueren al año. Pocos dicen algoal respecto.

Y la rueda sigue girando. Y mientras gira, aplasta vidasy desaparece almas, entre aplausos y cacerolas, en las paredesde La Matanza se cuela un grito, una súplica que semultiplica y representa a miles: ¿dónde está LucianoArruga?

RF- [email protected]

Colón, Entre Ríos; Abril de 2012 - Floresta, Ciudad de Buenos

Aires; Marzo de 2013.

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INDICE DE CONTENIDOS

Primera Parte

Zurdo de mierda................................................................5

Segunda Parte

Negro de mierda..............................................................17

Tercera Parte

Compañeros....................................................................25

Cuarta Parte

Desaparecidos..................................................................33

Epílogo............................................................................43

Palabras del autor.............................................................47